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El contenido de este artículo de nuestra sección de Agrotecnia fue elaborado con

información proveniente de Jardin-Mundani la cual fue revisada y reeditada por


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Muchos insectos, ácaros, nemátodos, hongos, bacterias, virus y plásmidos utilizan como
huéspedes a los árboles, arbustos, hierbas y lianas, bien de forma permanente o sólo
durante una parte de su ciclo vital. Son por tanto parásitos. Si viven sobre la víctima sin
penetrar en sus tejidos se denominan ectoparásitos, como por ejemplo la oruga
procesionaria del pino y si penetran en los tejidos del huésped se llaman endoparásitos,
como los que provocan las agallas, que son, por tanto, tumoraciones vegetales provocadas
por endoparásitos.

El parasitismo que afecta a las plantas, exceptuando las micorrizas de las raíces, es una
forma de simbiosis injusta, no igualitaria, puesto que en general sólo saca beneficio el
parásito. Parece inadecuado hablar de simbiosis en este caso, pero si vamos al concepto
básico etimológico de la palabra veremos que las agallas son exactamente una forma de
simbiosis, puesto que significa simplemente "vivir juntos", del griego clásico "syn"= unir y
"bios"= vida, o sea, vidas unidas, un matrimonio a veces bien avenido como en el caso de las
agallas radiculares de los hongos micorrizas en las cuales ambos seres sacan beneficio,
llamado mutualismo o simbiosis mutualista y en otros muchos casos un matrimonio mal
avenido, que por desgracia no se puede divorciar, donde uno de los miembros abusa del otro
hasta el punto de llegar a matarlo, denominado depredación o simbiosis parasitaria.

Otra forma de simbiosis es el comensalismo, donde el comensal aprovecha los restos que
ya no necesita el huésped sin hacerle ningún daño. Es el caso de nuestra flora cutánea
formada por millones de bacterias y levaduras que se alimentan de las escamas y el sudor
de nuestra piel y de las grasas y feromonas de nuestras glándulas sebáceas y apocrinas sin

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hacernos ningún daño.

Es a causa de esta flora que, cuando estamos unos días sin ducharnos, las zonas de nuestro
cuerpo con glándulas apocrinas: pubis, periné, axilas, conductos auditivos, pezones,
alrededor de los labios y nariz (las zonas erógenas), desprenden un fuerte olor característico
por la fermentación de nuestras secreciones que llevan a cabo las bacterias y levaduras de
nuestra piel.

Sin esta flora comensal desprenderíamos un olor casi imperceptible por nuestro olfato,
puesto que no somos conscientes del olor de nuestras feromonas, aunque sí reacciona a
ellas la parte primitiva de nuestro cerebro. Se debe decir en justicia que nosotros también
obtenemos un beneficio de la flora cutánea, ya que su simple presencia impide la invasión
de microorganismos patógenos.

Agalla piriforme provocada por el pulgón Tetraneura ulmi sobre una hoja de Ulmus minor
en mayo.

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Un mes después, a principios de junio, los pulgones que han nacido y crecido dentro de la
agalla chupando la savia del olmo abren un agujerito en la base y salen volando en busca de
una nueva víctima.

Las agallas se pueden formar en cualquier parte de la planta: hojas, yemas, tallos, flores,
frutos, tronco y raíces. Las más llamativas son las que afectan las partes aéreas, pero las
subterráneas son casi tanto o más frecuentes.

Los nódulos de los hongos micorrizas son agallas subterráneas simbióticas que crecen en las
raíces de todas las leguminosas y en otras muchas plantas. De hecho casi todas las plantas
tienen las raíces micorrizadas, pero no todas forman nódulos o agallas. Esta simbiosis sí que
es igualitaria, puesto que ambas partes obtienen beneficios y han evolucionado juntas
durante millones de años, de manera que una parte no puede vivir aislada de la otra.

Hay plantas que no pueden ni siquiera germinar si no llevan esporas del hongo incorporadas
a las semillas, como por ejemplo los helechos del género Ophioglossum y prácticamente
todas las orquídeas. Los pinos con las raíces no micorrizadas mueren a los dos años por
debilitamiento progresivo, puesto que necesitan los nutrientes que les aporta el hongo. Es el
caso de los planteles de pinos, robles, encinas y algarrobos sembrados en macetas con
tierra comercial esterilizada.

Las semillas germinan y los nuevos plantones crecen en un principio bastante bien mientras
se alimentan de las reservas de la semilla, pero acabadas las reservas empiezan a
debilitarse, sufren clorosis por falta de minerales y muchos acaban muriendo. Basta

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incorporar a la maceta un puñadito de tierra natural con esporas de micorrizas cogida de
debajo de un árbol adulto y en cuestión de semanas el plantón hace un cambio espectacular
y crece con un vigor inusitado.

Todos los árboles, arbustos y lianas de bosque tienen micorrizas específicas, como por
ejemplo los hongos de las setas del género Lactarius, micorrizas predilectos de los pinos,
aulagas, carrizos, acebuches y lentiscos. Todos hemos visto el micelio blanco que desprende
un agradable olor a tierra buena escarbando la hojarasca descompuesta que rodea las
encinas. Es su micorriza.

Las agallas subterráneas, sin embargo, no siempre son simbiosis igualitarias. Hay
nemátodos que provocan agallas en las raíces que perjudican mucho a la planta hasta el
punto de llegar a matarla. Son agallas parasitarias, injustas, desiguales, donde el nemátodo
obtiene todo el beneficio y la planta todo el perjuicio. Otra forma de agallas subterráneas
son las provocadas por algunas cepas de Agrobacterium tumefaciens, que atacan la base
enterrada del tronco de algunas plantas, formando una agalla negra al principio de las
raíces principales.

Pasemos ahora a las agallas y pseudoagallas aéreas, las más vistosas y llamativas, a veces
con unas formas simétricas o esféricas muy bellas.

Yema de Quercus faginea atacada por Andricus quercustozae, formando una agalla
bellísima en forma de corona.

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Agalla por Andricus quercustozae completamente desarrollada, fotografiada en un bosque
de Quercus pyrenaica de Miraflores de la Sierra.

Agujero por donde ha salido el insecto causante de la agalla.

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Interior de una agalla causada por Andricus quercustozae, fotografiada en el Parque
Natural de los Alcornocales de Cádiz. Se pueden ver las cámaras donde han crecido los
parásitos alimentándose de los tejidos de la propia agalla, muy rica en taninos.

Agallas perfectamente redondas causadas por Andricus hispanicus, fotografiada en la


Cuenca Alta del Manzanares en Madrid.

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Otras dos agallas por Andricus hispanicus.

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Agalla-alcachofa causada por Andricus foecundatrix sobre una yema de Quercus
pyrenaica, fotografiada como la anterior en la Cuenca Alta del Manzanares en Madrid.

Agallas ya viejas por Andricus foecundatrix.

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Tres agallas causadas por Andricus pictus, fotografiadas en la Cuenca Alta del
Manzanares.

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Otras dos agallas causadas por Andricus pictus, desarrolladas como las anteriores sobre
yemas de Quercus pyrenaica.

Agalla causada por Cynips quercus. en el envés de una hoja de Quercus pyrenaica,
fotografiada en la Cuenca Alta del Manzanares.

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Otra agalla causada por Cynips quercus. Todas las agallas anteriores de los géneros
Andricus y Cynips fueron identificadas por el experto Diego Gil Tapetado.

La evolución ha dotado a los parásitos de las agallas de la capacidad de segregar sustancias


con efectos hormonales que actuan sobre los tejidos del huésped, obligándolo a crecer de
una forma determinada y de concentrar sustancias nutritivas para el parásito. Es el
summum de la perversidad, la refinación del parasitismo, que se ha ido perfeccionando
durante millones de años de vida en común.

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Agallas afectando las yemas de una coscoja, Quercus coccifera, provocadas por
Plagiotrochus quercusilicis.

Una de las agallas anteriores con los agujeritos por donde han salido los parásitos una vez

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alcanzada la madurez. (Doble click sobre la foto para ampliarla).

Agallas algodonosas provocadas por el cecidómido Rhopalomyia navasi sobre la hierba


Artemisia herba-alba en mayo.

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Detalle de una agalla de Rhopalomyia navasi.

Agalla en el ovario de un fruto de Crataegus ruscinonensis, híbrido natural entre acerolo y


espino albar, provocada por un hongo de la especie Gymnosporangium clavipes.

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Otra agalla como la anterior ya madura con los cuerpos fructíferos del hongo en la
superfície cargados de esporas que se desprenden formando una nube con un simple golpe
con un dedo.

Detalle de varias agallas fúngicas sobre frutos de Crataegus ruscinonensis.

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Hoja de Pyrus communis atacada por el hongo Gymnosporangium sabinae, fotografiada a
finales de septiembre. Este hongo tiene dos fases: Fase Aeciospórica en primavera-verano
sobre Pyrus y otras especies de rosáceas y Fase Teliospórica en otoño-invierno sobre
Juniperus.

Envés de la hoja anterior con las agallas del hongo ya maduras.

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Detalle de las agallas de Gymnosporangium sabinae anteriores con el agujerito por donde
salen las esporas para dispersar la enfermedad. (Doble click sobre la foto para ampliarla).

Esta imagen fue tomada una semana después, a principios de noviembre. Se ven los
filamentos de los esporangios que salen al exterior de la agalla para dispersar las esporas

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que crecen pegadas a ellos.

Fase invernal o Teliospórica del hongo Gymnosporangium sabinae, ocasionando una


tumoración en una rama de Juniperus phoenicea subsp. turbinata. Se ven las telias o
cuerpos fructíferos asomándose a finales de invierno.

Telias repletas de teliósporas de Gymnosporangium sabinae ya completamente


desarrolladas, tras un chubasco a principios de la primavera.

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Pequeñas agallas en el dorso de las hojas de una encina de bellotas dulces, Quercus ilex
subsp. rotundifolia, provocadas por Dryomyia lichtensteini.

Agallas de Dryomyia lichtensteini en el envés de una encina centenaria, Quercus ilex subsp.
ilex..

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Detalle de las agallas anteriores.

Y ahora podemos pasar a las agallas de los arbustos, lianas y hierbas, tanto o más afectados
que los árboles.

Agalla que afecta a las hojas del lentisco, Pistacia lentiscus. El parásito separa las dos capas
de la hoja y forma una cámara donde no puede ser atacado por los depredadores y se
alimenta de la savia del lentisco hasta alcanzar la madurez.

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Varias agallas de lentisco, causadas por el parásito Aploneura lentisci.

Una de las agallas más famosas, la que afecta al terebinto o cornicabra, Pistacia
terebinthus, que adopta la curiosa forma de un cuerno de cabra, provocada por Baizongia
pistaciae.

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Agalla sobre Rosa pouzini en el Valle de Cúber de la Serra de Tramuntana de Mallorca,
provocada por Diplolepis mayri.

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Misma agalla anterior, donde se puede ver que el pobre rosal sufre también el ataque de
pulgones en el envés de sus hojas más tiernas.

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Curiosas agallas afectando a la inflorescencia de una Rubia peregrina, provocadas por la
parasitación de Schizomyia galiorum de la familia Cecidomyiidae. (Gracias Diego Gil
Tapetado por la identificación).

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Detalle de dos agallas de Schizomyia galiorum sobre Rubia peregrina.

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Agallas por Procecidochares utilis afectando al tallo de una hierba de la Isla de Madeira,
la Ageratina adenophora, alóctona mexicana asilvestrada en toda la Macaronesia.

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Agujerito por donde ha salido el parásito una vez ha madurado.

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Estas hermosas agallas en el envés de unas hojas de una vid asilvestrada están provocadas
por el hemíptero Viteus vitifoliae causante de la filoxera de la vid.

Agallas de Retinia resinella sobre tallos de Pinus Sylvestris, fotografiadas en el Puerto de

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La Morcuera en Madrid. Las identificó el experto Diego Gil Tapetado.

Otra agalla de Retinia resinella en la base de una piña.

Agallas en Pinus halepensis cuyo causante es un hongo de la especie Endocronartium


harknessii. (Gracias Diego Gil Tapetado).

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Detalle de otra agalla como las anteriores.

Llamativa deformidad en el crecimiento de una rama de Pinus halepensis fotografiada en el


municipio gaditano de Jimena de la Frontera, causada por la parasitación de un ser de
pesadilla a medio camino entre un plásmido, un virus y una bacteria, llamado Candidatus
phytoplasma pini. Estas deformidades enanizantes reciben el nombre Injerto de Brujas o
Escoba de Brujas.

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Detalle de una escoba de brujas fotografiada en un pinar de Castellitx en la Isla de Mallorca.
El Candidatus phytoplasma pini provoca un crecimiento enanizante de las ramas, las hojas y
los frutos de un pino. Curiosamente las semillas o piñones producidos por las piñas de estos
injertos de brujas son perfectamente viables, aunque de ellas nacen pinos enanos por estar
parasitados por el phytoplasma.

Crecimientos agalliformes, llamados Teliosoros, en el envés de una hoja de Lavatera cretica,


fotografiada en el Castillo de Almansa, provocados por el hongo Puccinia malvacearum.

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Detalle de los teliosoros repletos de esporas de Puccinia malvacearum.

Numerosas agallas provocadas por Rhopalomyia setubalensis sobre los tallos de una
Santolina rosmarinifolia, fotografiadas en Miraflores de la Sierra.

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Otras agallas causadas por Rhopalomyia setubalensis sobre Santolina rosmarinifolia,
fotografiadas en la Cuanca Alta del Manzanares.

Monstruosa tumoración en el tronco de un Quercus pyrenaica, causada por la


proteobacteria parásita Agrobacterium tumefaciens. La infección empieza cuando una
bacteria arrastrada por el viento logra caer sobre una pequeña herida en la corteza del
árbol. Entonces se introduce en el espacio intercelular de las células de la víctima y empieza
a reproducirse. La bacteria también puede propagarse por la picadura de un insecto
xilófago, que lleva pegados en su probóscide Agrobacteriums procedentes de otra planta
enferma, es atraído irresistiblemente por el aroma que emiten las heridas de sus plantas

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favoritas, especialmente fenoles y al picar en la herida transfiere la infección.

Detalle de otra tumoración por Agrobacterium tumefaciens. En el interior de su citoplasma


la bacteria parásita contiene un fragmento libre de ADN, un plásmido, que se ubica fuera
del núcleo. Cuando la pared celular de un Agrobacterium entra en contacto con la pared
celular de la planta, le transfiere el ADN del plásmido, éste se integra en el núcleo de la
víctima y, aprovechándose de sus mitocondrias, las obliga a sintetizar sustancias
hormonales que modifican el crecimiento de los tejidos de la planta, hasta formar estas
enormes tumoraciones que son el hábitat ideal del parásito. Allí dentro el Agrobacterium
tumefaciens se alimenta y reproduce y por las grietas del tumor emite bacterias-hijas
exploradoras que son arrastradas por el viento en busca de una herida de una nueva víctima
o bien son transportadas por insectos xilófagos de un árbol a otro.

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Edito esta entrada dos años después para añadir esta curiosa y también hermosa imagen de
una deformación tumoral en forma de abanico, casi tan plana y delgada como un papel, que
recibe el nombre de fasciación o cristación, de un tallo de Euphorbia dendroides
parasitada por un phytoplasma, seguramente el Candidatus Phytoplasma euphorbiae, un ser
vivo más simple que un virus que no puede vivir de forma independiente, sin membrana
celular ni orgánilos citoplasmáticos, que penetra en las células vegetales, su trocito de ADN
se integra en el genoma de la célula parasitada y empieza a "dar órdenes" a los orgánulos
en su propio beneficio, provocando este crecimiento anormal en el tallo y las ramas de la
lechetrezna. Sería el equivalente a una agalla causada en este caso por un plásmido
semejante al Candidatus Phytoplasma pini, que produce las escobas de brujas o injertos de
brujas en los pinos.

Fuente: Jardin-Mundani

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