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RELACIONES INTERNACIONALES II

MÓDULO I
CARRERA: RELACIONES INTERNACIONALES
Curso: 4º AÑO
PROFESOR: Lic. MARTÍN A. RODRÍGUEZ
SALTA - 2013

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Educación
A DISTANCIA

AUTORIDADES

Canciller
Su Excelencia Reverendísima
Mons. MARIO ANTONIO CARGNELLO
Arzobispo de Salta

Rector
Pbro. Lic. JORGE ANTONIO MANZARÁZ

Vice-Rectora Académica
Mg. Dra. MARÍA ISABEL VIRGILI DE RODRÍGUEZ

Vice-Rectora Administrativa
Mg. Lic. GRACIELA MARÍA PINAL DE CID

SECRETARIO GENERAL

Dr. GUSTAVO ADOLFO FIGUEROA JEREZ

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Indice General UNIDAD III
CURRICULUM VITAE .................................... 7 LA SEGURIDAD INTERNACIONAL .......... 145
I. Fundamentos ............................................. 11 INTRODUCCIÓN ....................................... 145
II. Objetivos .................................................. 12 CONFLICTO, AMENAZAS Y LA
III. Programa de la Asignatura ....................... 12 SEGURIDAD INTERNACIONAL
EN EL MUNDO DE HOY (Coronel
IV. Bibliografía ............................................... 16
Gabriel Rivera Vivanco) ......................... 148
V. Estrategias y principios de procedimiento . 16
EL FUNDAMENTALISMO EN EL
VI. Evaluación ............................................... 16 MUNDO CONTEMPORÁNEO (Fred
VII. Guía de Estudios .................................... 21 Halliday) ................................................. 154
HISTORIA DE ETA .................................... 169
UNIDAD I IRA (EJÉRCITO
GLOBALIZACIÓN ........................................ 21 REPUBLICANO IRLANDÉS) ................ 171
INTRODUCCIÓN ......................................... 21 LA AMPLIACIÓN DE LA OTAN,
GLOBALISMO, GLOBALIDAD Y PERCEPCIONES DESDE ESPAÑA
GLOBALIZACIÓN (Rubén Aguilar Y OCCIDENTE (Carlos Miranda) ........... 173
Valenzuela) .............................................. 47 ACABAR CON EL TERRORISMO
GLOBALIZACIÓN (Leandro M. Ferrari) ........ 49 (Ted Glick) ............................................. 182
EL TERRORISMO: UNA NUEVA
GLOBALIZACIÓN ASIMÉTRICA (Por
BARRERA AL COMERCIO (María
Manuel Castells) ...................................... 57
Cristina Rosas) ...................................... 186
VALLAS Y VENTANAS (Naomi Klein) .......... 59
LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO
LOS MOVIMIENTOS NO REQUIERE UNA MAQUINARIA
ANTIGLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL DE GUERRA (William A. Niskanen) ...... 191
(Jaime Pastor).......................................... 73
OTAN: MÁS QUE INSERVIBLE (Marian L.
LA HIPOCRESÍA DE LOS Tupy)...................................................... 193
GLOBAFÓBICOS (Roberto
Ejercicio Autoevaluación ............................. 195
Salinas-León) ........................................... 86
GLOBALIZACIÓN Y
ANTIGLOBALIZACIÓN (Manuel UNIDAD IV
Castells) ................................................... 88 EL NUEVO PAPEL DE LAS NACIONES
¿FIN DEL ESTADO NACIÓN? (Manuel UNIDAS ................................................. 197
Castells) ................................................... 90 INTRODUCCIÓN ....................................... 197
Ejercicio Autoevaluación ............................... 94 LA INTERVENCIÓN EN EL DERECHO
INTERNACIONAL HUMANITARIO
UNIDAD II (Alexis Carrera Reyes -
Angela Escobar) .................................... 205
LAS CIVILIZACIONES COMO ACTORES
LAS NACIONES UNIDAS ANTE LOS
INTERNACIONALES .............................. 95
RETOS ACTUALES (Francisco Villar)... 211
INTRODUCCIÓN ......................................... 95
OPERACIONES DE PAZ. NUEVOS
EL CHOQUE DE CIVILIZACIONES COMPROMISOS PARA LA
(Samuel P. Huntington) ............................ 97 SEGURIDAD COLECTIVA (Excmo. Sr.
THE DIGNITY OF DIFFERENCE: Don Julián García Vargas) ..................... 222
AVOIDING THE CLASH OF DUDA RAZONABLE: EL CASO CONTRA
CIVILIZATIONS (Rabbi Professor EL TRIBUNAL PENAL
Jonathan Sacks) .................................... 124 INTERNACIONAL (Gary T. Dempsey) .. 235
EL CHOQUE DE IGNORANCIAS EL CONSEJO DE SEGURIDAD:
(Edward W. Said) ................................... 130 RENOVACIÓN O MARGINACIÓN
¿CHOQUE DE CIVILIZACIONES? (José (Ramón Gil-Casares Satrústegui) .......... 251
Eduardo Jorge) ...................................... 135
Ejercicio Autoevaluación ............................. 143

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¿QUÉ SIGNIFICA REFORMAR
NACIONES UNIDAS? (Paul Kennedy) .. 253
Ejercicio Autoevaluación ............................. 257

UNIDAD V
LA ECONOMÍA MUNDIAL DESDE
LOS 90 ................................................... 259
INTRODUCCIÓN ....................................... 259
EL MUNDO SEGÚN DAVOS (Manuel
Castells) ................................................. 263
SEATTLE Y EL CINISMO NEOLIBERAL
(Manuel Castells) ................................... 265
EL FMI VUELVE A FALLAR
(Joseph E. Stiglitz) ................................. 267
LAS TENDENCIAS ACTUALES EN
MATERIA DE PRODUCCIÓN Y
COMERCIO INTERNACIONAL
(Rubens Ricupero) ................................. 269
LA ESPADA Y EL ESCUDO EN EL
NUEVO COMERCIO GLOBAL ............. 274
EL FIN DEL NEOLIBERALISMO
(Ulrich Beck) .......................................... 277
LIBERTAD O CAPITALISMO: EL
INCIERTO FUTURO DEL TRABAJO
(Ulrich Beck) .......................................... 280
Ejercicio Autoevaluación ............................. 285

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CURRICULUM VITAE

DATOS PERSONALES:

Nombre y Apellido: Martín Andrés Rodríguez.


Fecha de Nacimiento: 30 de diciembre de 1972.
Domicilio:Dirección de Programas Especiales - Universidad Católica de Salta
Pellegrini 790, 1er P. - CP 4400 - Salta - República Argentina.
Teléfono Oficina: 0387-4268811
E-mail: marodriguez@ucasal.net

ESTUDIOS:

Postgrado: Aspirante Maestría en Finanzas Internacionales y Comercio Exterior.


Universidad de Barcelona, España (a distancia).

Terciarios: Analista en Comercio Exterior.


Instituto Saber.

Universitarios:Licenciado en Relaciones Internacionales.


Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales.
Universidad Católica de Córdoba.
Promoción 1995.

ANTECEDENTES LABORALES:

- Coordinador de Programas. Dirección de Programas Especiales, Nacionales e


Internacionales, de Formación Continua y Post-Grado.
Universidad Católica de Salta
Salta. Desde septiembre de 2002.

- Profesor responsable Cátedra de Teoría de las Relaciones Internacionales y Rela-


ciones Internacionales II, Adjunto Cátedra de Relaciones Internacionales I.
Universidad Católica de Salta.
Salta. Desde marzo de 2000.

- Activador de la VI Rueda Internacional de Negocios, Ferinoa ’99.


Cámara de Comercio Exterior de Salta.
Salta.1999.

- Pasante. National Council on United States – Arab Relations.


Washington, D.C. 1999.

- Asistente de Despachante de Aduana.


Escomex.
Salta. 1997/1998.

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- Asesor.
Centauro S.A, embarcadores internacionales.
Córdoba. 1997/1998.

ANTECEDENTES LABORALES NO REMUNERADOS

- Director del Departamento de Relaciones Internacionales.


Licenciatura en Relaciones Internacionales.
Universidad Católica de Salta.
Salta. Desde agosto de 2001.

- Director Proyecto de Investigación.


Instituto de Estudios de Extremo Oriente.
Universidad Católica de Salta.
Salta. Desde enero de 2000.

- Asesor, miembro.
Grupo Ferro.
Salta. De mayo a septiembre de 1999.

- Voluntario en la organización de la GW Parkway Classic 15k/5k, en beneficio de


las Olimpiadas Especiales de Virginia. Alexandria, Estados Unidos. Abril de 1999.

- Asistente en la organización de la Sección Joven Córdoba del Consejo Argentino


para las Relaciones Internacionales. De diciembre de 1995 a Noviembre de 1997.

- Secretario de Prensa y Difusión del Centro de Estudiantes de la Facultad de Cien-


cia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Católica de Córdoba.
Año 1994.

- Director de Biblioteca del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencia Política


y Relaciones Internacionales de la Universidad Católica de Córdoba. Año 1993.

- Miembro de los Comités Organizadores de las 1ras, 2das, y 3ras Jornadas de


Debate de Política y Relaciones Internacionales. 1992, 1993, 1994.

- Encuestador para Liderato Consultora y LV 2 Radio General Paz, para las eleccio-
nes de Diputados y Senadores de 1991.

- Asesor de Relaciones Institucionales de la Asociación Americana de Ciencia y


Tecnología, Santa Rosa 506, CP 5000 Córdoba. De febrero a mayo de 1997.

- Adscripto en la Cátedra de Historia Diplomática. Facultad de Ciencia Política y


Relaciones Internacionales, Universidad Católica de Córdoba. De marzo a julio de
1997.

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BECAS:

- Subsidio para Jóvenes Investigadores de la Secretaría de Ciencia, Tecnología y


Programas Especiales de la Provincia de Salta para trabajar como Director del
proyecto de investigación “Noroeste Argentino – Asia Pacífico, Relaciones Co-
merciales: Situación Actual y Posibilidades Futuras”. Agosto de 2000.
- Beca de la cía. EDESA S.A., Fundación Universitaria Río de La Plata e Institute
for Experiential Learning, para realizar un programa académico y de pasantía en
Washington D.C., Estados Unidos. De enero a mayo de 1999.

CURSOS Y CONGRESOS:

- Participante del “Ejercicio de Manejo de Crisis, Soberanía”. Organizado por el


Comando de la V Brigada Mecanizada y la Universidad Católica de Salta. Salta,
del 22 al 24 de octubre de 2002.
- Asistente al “VIII Congreso de Estudiantes y Graduados de Relaciones Internacio-
nales”. Organizado por el C.E.D.E.R.I., Buenos Aires, del 9 al 12 de octubre de
2002.
- Asistente al “Seminario del 18º Congreso Mundial de Energía – Extensión NOA”.
Organizada por el World Energy Council. Salta, 10 de mayo de 2002.
- Asistente al “Ciclo Regional sobre Defensa Nacional”. Organizada por la Escuela
de Defensa Nacional, Ministerio de Defensa. Universidad Católica de Salta. Salta,
30 y 31 de octubre de 2001.
- Organizador y asistente del seminario “El Pacífico: una frontera posible”. Universi-
dad Católica de Salta, Fundación Novum Millenium. Salta, abril a octubre de 2001.
- Coordinador Docente en el “Primer Modelo Universitario de Naciones Unidas”.
Tandil, Buenos Aires, 25 al 27 de agosto de 2000.
- Asistente al ciclo de conferencias “Claves Históricas del Islam Moderno” y “La
Globalización y el Mundo Arabe”, dictadas por el Dr. Felipe Maíllo Salgado. Orga-
nizadas por CESICA. Salta, 1 y 2 de septiembre de 1999.
- Asistente del “Curso-Taller de Negociación Internacional”. Expositor Dr. Luis
Dallanegra Pedraza. Organizadas por la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Uni-
versidad Católica de Salta, Cátedra de Relaciones Internacionales. Salta, 26 al 28
de agosto de 1999.
- Organizador y asistente de la charla “Saudi Arabia: Looking Forward at its
Centennial”. National Council on U.S.-Arab Relations. Washington, D.C. 29 de abril
de 1999.
- Organizador y asistente de la charla “Urban Development and Planing in the Arab
World: Oman and Syria”. National Council on U.S.-Arab Relations. Washington,
D.C. 12 de marzo de 1999.
- Asistente a las charlas “The Israeli Judicial System”, “The U.S. Congress and Iran:
Twenty Years After the Revolution” y “Lybia: The Lockerbie Dilemma and the Future”.
The Middle East Institute. Washington, D.C. marzo – abril de 1999.
- Organizador y asistente de la charla “Planing and Development: Our Industrial
Ports are Open”. National Council on U.S.-Arab Relations. Washington, D.C. 12 de
febrero de 1999.

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- Asistente al seminario: “La Competitividad provincial en el contexto del Mercosur”.
Organizado por el Centro de Estudios Públicos de Córdoba y la Fundación Konrad
Adenauer. Córdoba, 4 y 5 de Junio de 1997.
- Curso de Educación a Distancia: “Conceptos & Herramientas de Management”.
Dictado por la revista Mercado. Desarrollado entre octubre de 1995 y noviembre
de 1997.
- Asistente y Coordinador de las “Primeras, Segundas y Terceras Jornadas de De-
bate de Ciencia Política y Relaciones Internacionales”. Organizadas por el Centro
de Estudiantes de la Facultad de Ciencia Política y RR. II. De La Universidad
Católica de Córdoba. Córdoba mayo de 1992, 1993 y setiembre de 1994.

OTROS ANTECEDENTES:

- Miembro del Ateneo “Nueva Argentina”.


- Miembro Honorario del Centro de Estudios Estratégicos “Vanguardia del Noroeste”
- Miembro del Grupo Asia Pacifico (Grupo académico – empresarial).
- Miembro Adherente del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales.
- Miembro del Instituto de Estudios de Extremo Oriente. UCS.
- Miembro de ARD, Inc. Consultora Internacional. Washington D.C.

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Carrera: Relaciones Internacionales
Curso: 4º Año
Materia: Relaciones Internacionales II
Profesor: Lic. Martín A. Rodriguez
Año Académico: 2014
I. Fundamentos
La Licenciatura en Relaciones Internacionales busca desarrollar en el futuro gradua-
do la capacidad de analizar (y eventualmente tomar decisiones), desde una u otra
posición (gobernante, diplomático, investigador, docente o ejecutivo), las situaciones y
problemas que integran la conflictiva realidad de nuestro tiempo. Ello requiere amplia
información y criterio maduro para la compresión de los hechos y desafíos del presente
y del futuro previsible (en el plano mundial y en el regional americano), lo cual involucra
el discernimiento de la causalidad y de la naturaleza de los fenómenos, así como la
correcta ponderación de las fuerzas y factores operantes.

"Los egresados de la carrera deben también poseer plena conciencia sobre la impor-
tancia decisiva de que hay una influencia cada vez mayor de la justicia y de la solidari-
dad en la construcción de un orden internacional, a lo cual están llamados a contribuir.
El estudio de la situación y el desarrollo de las relaciones internacionales a partir del fin
de la Guerra Fría deben contribuir a esa capacitación que se aspira para los graduados
de la Universidad" (Dr. Raúl L. Cardón).

Esta asignatura se articula en una correlatividad que se inicia en el 1er año y es la


médula de la Licenciatura. De esta manera es la continuidad de Introducción a las
Relaciones Internacionales, de Relaciones Internacionales I y de Teoría de las Relacio-
nes Internacionales. Sin embargo, por la amplitud de temas que abarca, y por poseer
un carácter multidisciplinario, también está vinculada a otras asignaturas, incluso algu-
nas que se cursan en el mismo año. Relaciones Internacionales II se nutre de concep-
tos y procesos que los alumnos han estudiado en los años previos en asignaturas
como Economía III, Historia Universal Contemporánea, Historia Contemporánea de
América Latina, Sociología General y Argentina, y de aquellos que van prendiendo en
paralelo a su cursada, como los que están contenidos en Geopolítica, Seminario I y II.

Esta es una materia que se actualiza constantemente, por ello el estudiante debe
tomar como costumbre la lectura diaria de periódicos nacionales e internacionales,
como así también de revistas de actualidad de las relaciones internacionales. El segui-
miento de noticieros y programas de televisión especializados también es altamente
recomendado.

Una herramienta imprescindible para la asignatura es Internet. En esta «red de re-


des» encontraremos el material necesario, tomando los recaudos necesarios para bus-
car en sitios académicos, para actualizar y completar los temas contenidos en las
diferentes unidades, pero que no se encuentran en los módulos de la asignatura o en la
bibliografía obligatoria.

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Se espera que el alumno logre relacionar los nuevos conocimientos que adquiere en
esta asignatura con aquellos que estudió previamente, a la vez que relaciona los conte-
nidos de una Unidad de la materia con los del resto del programa.

II. Objetivos
- Conocer y comprender los hechos políticos, económicos, sociales y de seguridad
que se produjeron en el sistema mundial desde la finalización de la Guerra Fría.
- Efectuar un análisis crítico de la realidad internacional contemporánea.
- Examinar los nuevos polos de poder mundial y sus interacciones, así como las
perspectivas de poder en las próximas décadas.
- Distinguir y comprender los conflictos de poder actuales o previsibles (actores,
causas, desarrollo).
- Determinar las reglas o pautas para un posible nuevo orden internacional y la
capacidad de acción de los países medianos y pequeños dentro de ese nuevo
orden.
- Distinguir y elaborar el rol fundamental de la ética en el recíproco accionar de las
naciones.

III. Programa de la Asignatura


Unidad I: Estado Actual del Mundo y globalización.

Panorama actual del mundo. A la Agenda internacional. Concepto de Globalización.


Orígenes históricos del proceso globalizador. El impacto de la tecnología del siglo XX.
Influencia del factor ideológico. Efectos positivos y negativos de carácter político, eco-
nómico y cultural de la globalización. Medios necesarios para corregir excesos. Los
movimientos antiglobalización neoliberal. Los nuevos movimientos sociales. Críticas a
estos movimientos.

Unidad II: Gobernabilidad y Gobernanza Internacional.

El nuevo papel de las Naciones Unidas. La ONU frente a los conflictos de la pos
Guerra Fría. La aplicación de sanciones. Las Operaciones de Mantenimiento de la Paz.
La ONU y el desafío de la globalización. La ONU y la protección internacional de los
Derechos Humanos fundamentales. La ONU y el desarrollo y la cooperación interna-
cional. La reforma de la organización, sus objetivos y sus dificultades. Proyectos de
reforma del Consejo de Seguridad. Ampliación de las facultades de la Asamblea Gene-
ral. La Corte Penal de Justicia. El rol de los organismos internacionales en el sistema
político internacional actual. Problemas ecológicos. La sociedad civil como actor inter-
nacional. Las civilizaciones como actores internacionales. El choque y la alianza de
civilizaciones. Movimientos migratorios. El multiculturalismo, pluriculturalidad y el res-
peto por la diversidad.

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Unidad III: La Seguridad Internacional.

La acumulación y la distribución de armamentos en el mundo actual. Las armas de


destrucción masivas y sus amenaza al género humano y el ecosistema regional o
global. Misiles y otros vectores. El proyecto norteamericano de actualizar el programa
de DNM. Las armas convencionales. Tratados sobre la proscripción y no-diseminación
de armas de destrucción masiva. Las zonas desnuclearizadas. Guerras preventivas. El
terrorismo internacional. La guerra contra el terrorismo internacional. ETA e IRA, el
Fundamentalismo Islamista y otros. El narcotráfico y el narcoterrorismo. Desaparición
del Pacto de Varsovia y expansión de la OTAN. La delincuencia internacional organiza-
da.

Unidad IV: La Economía mundial desde los 90.

La expansión del modelo económico neoliberal. Grandes corporaciones internacio-


nales. Las organizaciones financieras internacionales. La OMC. La vuelta a una econo-
mía social en América Latina?. Acuerdos económicos regionales. La Ayuda Internacio-
nal al Desarrollo. La Cooperación internacional. El debate sobre desarrollo y subdesa-
rrollo. Las posturas alternativas a la economía neoliberal.

SEGUNDA PARTE: LOS GRANDES ACTORES DEL ESCENARIO INTERNACIO-


NAL DESDE 1990.

Unidad V: Rusia.

La progresiva crisis económica, social, política e ideológica del régimen marxista-


leninista en la URSS. Gorvachov, la Glasnot y la Perestroika. Los efectos de la política
exterior de Reagan. El fin de la Guerra Fría. El colapso del sistema soviético y la caída
de su imperio sobre Europa del Este. La ex URSS en la década del ´90: La Comunidad
de Estados Independientes, la Federación Rusa, los nuevos estados balcánicos, los
estados del Cáucaso y musulmanes. Gobiernos de Boris Yeltsin y de Vladimir Putin. La
crisis económica de 1999. El conflicto de Chechenia. Dificultades internas y status
internacional actual de Rusia.

Unidad VI: Estados Unidos.

El excepcionalismo norteamericano. La herencia de Reagan. Los gobiernos de Bush,


Clinton y el retorno de los republicanos. El crecimiento económico sostenido y su rol
sobre la producción y las finanzas internacionales. La política hegemónica de los Esta-
dos Unidos. Su manifestación en el conflicto de Medio Oriente. Estados Unidos frente a
las nuevas olas de nacionalismos y los conflictos étnicos, religiosos y culturales en el
Tercer Mundo. Estados Unidos frente a la UE, Asia, América Latina y África. El NAFTA
y el ALCA. El proyecto de Defensa Nacional Misilística. La política norteamericana ante
los problemas del terrorismo, el narcotráfico y la protección de los Derechos Humanos.
Los problemas sociales y culturales de los Estados Unidos. Los atentados del 11 de
septiembre de 2001, consecuencias para Estados Unidos y el mundo. El gobierno de
George W. Bush. Gobierno de Obama.

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Unidad VII: Europa.

La Reunificación de Alemania y su liderazgo económico. Francia y la lucha por la


supervivencia del Estado Nación. El impacto de la disolución del imperio soviético. El
resurgir del nacionalismo y las transformaciones socio-políticas en Europa del Este y
Centro. El Conflicto de Yugoslavia. El tránsito hacia la democracia y el liberalismo
económico y sus dificultades. Nostalgias del Estado de Bienestar socialista. La integra-
ción europea: del Mercado Común a la Unión. El Tratado de Maastricht y reformas
subsiguientes. La expansión de la comunidad, de la Europa de los doce a la Europa de
los quince y a la de los veintisiete. La proyección de la Unión al campo de la seguridad
y la política exterior. El sistema financiero y monetario de la Unión. Los intentos de
crear una fuerza militar europea. La necesaria reestructuración institucional del siste-
ma europeo. La Constitución europea. La OCDE y otros movimientos y organismos
regionales y subregionales.

Unidad VIII: Japón.

Reconstrucción y ascenso de la potencia nipona. El milagro económico y tecnológi-


co. La dualidad de la posición de Japón: inserción política en el mundo occidental y
preservación de su identidad nacional. Incipiente reconstrucción del poderío militar y
resurgir del nacionalismo. Sus perspectivas como potencia central. Sus relaciones con
América, Europa y Asia.

Unidad IX: China hacia el rol de superpotencia.

El potencial demográfico de China. Los recursos nacionales y el desarrollo económi-


co de China, el PBI y el IDH. La nueva política económica de Pekín: renuncia limitada y
selectiva a la ortodoxia marxista. El atractivo de su mercado para las inversiones y
exportaciones extranjeras. Una China, dos sistemas. El porvenir del nuevo modelo
chino. Desafíos, amenazas y oportunidades. El potencial militar chino. Su área de in-
fluencia y rivalidad en Asia. El problema de Taiwán. La incorporación de Hong Kong y
Macao. El surgimiento de China como líder mundial. Relaciones con Estados Unidos,
Japón, Latinoamérica y la UE.

TERCERA PARTE: LOS NUEVOS PAISES INDUSTRIALIZADOS Y EL MUNDO EN


VIAS DE DESARROLLO DESDE 1990.

Unidad X: Los Tigres Asiáticos.

Causas y magnitud de su crecimiento. La crisis de 1997. La Asociación de Países


del Sudeste de Asia y el proceso integracionista en la región. La ASEAN + 3. Las
Nuevas Economías Industrializadas. Los NIC´s y su inserción dentro del sistema de
relaciones internacionales. APEC. Sus políticas exteriores. La península coreana y los
problemas en torno a la reunificación. La nueva valoración del área Asia-Pacífico.

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Unidad XII: Situación en el Medio Oriente y el Magreb.

El conflicto árabe-israelí en la post-Guerra Fría: desde Madrid a los acuerdos de


Oslo y el proceso presente. Los factores nacionalistas y religiosos en la política israelí,
en la palestina y en los países árabes. La sacralización de la tierra y la disputa en torno
del status de Jerusalén. Rabin, Netanyahu, Sharon, Olmert. Retiro del Líbano. Asesina-
to de Rabin. La segunda intifada. Asentamientos israelíes, la construcción del muro. La
problemática de los refugiados palestinos. El plan de ruta de los cuatro. El Magreb. El
poder nuclear en la región. Los países árabes.

Unidad XII: El resto de Asia.

India y Pakistán. Otra vez las etnias y la politización religiosa. La disputa por Cache-
mira. Nacionalismo y poder nuclear. El conflicto Khmer y el régimen de Pol Pot- Ieng
Sari en Camboya. Afganistán: El vacío de poder tras el retiro de la Unión Soviética. El
peso de los conflictos étnicos y de los intereses geoestratégicos. Actores centrales.
Los talibanes afganos, las etnias rivales. La guerra en Afganistán y la búsqueda de
Osama Bin Laden. Irak e Irán. El régimen de Saddam Hussein. La invasión a Kuwait. La
Guerra del Golfo de 1991. La situación interna en Irak desde 1991 a la actualidad. La
Guerra de Irak. Caída y aprensión de Saddam Hussein. La guerra después de la Gue-
rra. Irán en los años 90. El Ayatollah Komeini. El nuevo gobierno en Irán. Problemas del
nuevo gobierno. El enfrentamiento con la comunidad internacional.

Unidad XIII: África.

El fin del Apartheid en Sudáfrica. Gobierno de Nelson Mandela. Conflictos étnicos.


Situación en el Zaire, Ruanda, Somalia y Zimbabwe. La democracia en África. Aplica-
ción de las políticas económicas neoliberales en el continente. La Ayuda Oficial al
Desarrollo y la acción de las ONGs internacionales. Injerencia de los poderes centrales
del sistema en los conflictos africanos.

Unidad XIV: América Latina.

Democratización y liberalismo económico en América Latina. Los procesos


subregionales de integración, Mercosur, Comunidad Andina de Naciones, el MCCA, el
proyecto del ALCA. Movimientos insurreccionales contestatarios, la situación en Cuba,
México, Colombia, Chile, Perú y Venezuela. Los Zapatistas y los Sem Terra. El Plan
Colombia. Subdesarrollo, pobreza y deuda externa. La vuelta al poder de ideologías de
centro-izquierda en América Latina. Modelos alternativos de desarrollo en América
Latina.

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IV. Bibliografía
Bibliografía Básica:

- Carlos Perez Llana (1997). "El regreso de la Historia". Editorial Sudamericana.


Buenos Aires.
- Fulvio Attina (2002). "El Sistema Político Internacional. Introducción a las Relacio-
nes Internacionales". Ed. Paidos. Buenos Aires.
- Zbingniew Brzezinski (1998). "El Gran Tablero Mundial". Ed. Paidós. Barcelona.

Bibliografía Complementaria:

- Lanas, Juan Archibaldo (1996). "Un Mundo Sin Orillas". Ed. Emecé. Bs. As.
- Hardt, Michael; Negri, Antonio (2002). "Imperio". Ed. Piados. Bs. As.
- Bartolomé, Mariano César (2000). "La Seguridad Internacional después de la Guerra
Fría". Instituto de Estudios Navales. Bs. As.
- Grondona, Mariano (1996). "El Mundo en Clave". Ed. Planeta. Bs. As.
- Escudé, Carlos (1998). "Estado del Mundo". Ed. Ariel. Bs. As.
- Beck, Ulrich (1998). "¿Qué es la Globalización?". Ed. Paidós. Barcelona.
- Huntington, Samuel P. (1997). "El Choque de las Civilizaciones". Ed. Paidós. Bs.
As.
- Kennedy, Paul (1993). "Hacia el Siglo XXI". Ed. Plaza & Janes. Barcelona.
- Thurrow, Lester (1992). "La Guerra del Siglo XXI". Ed. Vergara. Bs. As.

V. Estrategias y principios de procedimiento


Se concibe el desarrollo de la asignatura desde una perspectiva eminentemente
teórico-práctica. A partir del posicionamiento de ustedes, como estudiantes a distan-
cia, esperamos poder recrear las distintas situaciones de enseñanza y aprendizaje,
posibles de ser realizadas en la modalidad: participación en los foros de discusión e
intercambio; consultas a través del correo electrónico; elaboración de trabajaos prácti-
cos, entre otros. Por ello la base de nuestro trabajo será el entorno virutal (e-learning),
espacio de comunicación didáctica donde encontrará todos los recursos y orientacio-
nes necesarios para construir sus aprendizajes.

VI. Evaluación
Criterios:

La cátedra para evaluar tendrá en cuenta el grado de conocimiento de los alumnos


sobre los hechos políticos, sociales y económicos que marcaron la evolución del mun-
do desde la década del noventa hasta los días presentes. Se tendrá en cuenta la
relación de los datos que el alumno realice, en cuanto a los factores y actores que
participan del sistema internacional. Se evaluará la organización sistémica en la pre-
sentación de los hechos y su exactitud temporal.

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Instrumentos:

Se evaluará el estudio de los alumnos por medio de cuatro trabajos prácticos y dos
exámenes parciales domiciliarios (solo uno de los parciales tendrá recuperatorio). Es-
tas evaluaciones solo se harán a través de la plataforma de e-learning. Detalle de las
evaluaciones:

- Tomar nota de las fechas establecidas en la plataforma para la materia en el e-


learning.
- Para cada Trabajo Práctico, Parcial y recuperatorio se creará una carpeta especí-
fica en la plataforma, no se corregirán evaluaciones que no correspondan con la
carpeta.
- Las carpetas de entrega solo aceptan archivos adjuntos hasta las 23:59 hs. del
día establecido de cierre.
- No se corregirán evaluaciones enviadas al correo personal del docente.
- Los temarios específicos de los parciales y de sus recuperatorios serán habilita-
dos en la plataforma del e-learning de la materia, 24 horas antes de la hora final de
entrega.
- El Primer Parcial abarca de la Unidad I a la Unidad VII.
- El Segundo Parcial abarca de la Unidad VIII a la Unidad XV.
- Los temarios de los trabajos prácticos, y las características de su elaboración,
serán colocados en la plataforma de e-learning a principios del año académico
- Dado que se trata de evaluaciones domiciliarias, toda copia textual en las res-
puestas a las consignas será invalidada, y el plagio será sancionado con la apli-
cación de la condición de alumno libre en forma automática.
- Los parciales (o recuperatorio) se aprobarán con la nota de 4, equivalente al 60%
de las respuestas. Los trabajos prácticos se calificarán como aprobados o
desaprobados.
- Se deben aprobar los dos parciales y tres de los cuatro trabajos prácticos.

Condiciones para regularizar la materia

IMPORTANTE

Los requisitos para regularizar la materia serán informados por el docente a


través de los canales pertinentes de comunicación:

• Tablón de anuncios
• Foro de la materia
• Cuadros de regularización publicados en la página web

Manténgase atento!!!

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Agradecimiento:

Al Licenciado Víctor Toledo, y a Valeria Mellado quienes fueran alumnos


de esta asignatura y de Teoría de las Relaciones Internacionales, para la
cual elaboraron la monografía de “El Choque de Civilizaciones”, de Samuel
P. Huntington, que fue incluida como lectura complementaria de la Unidad II.

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VII. Guía de Estudios
UNIDAD I
GLOBALIZACIÓN

INTRODUCCIÓN

En esta unidad exploraremos lo que desde comienzos de la década del noventa se


ha denominado “Globalización”.

La Globalización es un proceso sobre el cual se discute su origen. Autores como


Wallerstein ya hablan de un proceso de globalización que comenzaría con el descubri-
miento de América en 1492, otros prefieren plantear sus inicios en la década de 1970 a
consecuencia de la revolución en los medios de comunicación y de la tecnología, es
por ello que harán diferenciaciones en los términos de Globalización, Globalismo y
Mundialización, cuestiones que veremos en la lectura de Ulrich Beck.

La idea generalizada de la Globalización es la de un proceso que es multifacético,


abarcando la economía, el comercio, procesos productivos, la cultura, la política, las
religiones y hasta la vida cotidiana. No es un proceso que tenga un inicio temporal en
un año específico, sin no más bien en la profundidad y frecuencia de ciertos fenómenos
que se condicen con una aceleración de la historia. Como ejemplo de esto podemos
hablar de los viajes intercontinentales entre Europa y América. En el siglo XIX estos ya
eran algo común, en el XX con el uso comercial de los aviones se hizo aún más común,
pero a partir de la década del 70 con la aparición de aviones más potentes, más
veloces (como el Concord), más económicos, con la aparición de nuevas aerolíneas y
de nuevos sistemas de venta de pasajes, el viaje intercontinental se transformó en un
viaje que es accesible a un número de individuos que multiplica por miles a los que
podían acceder a un viaje de ese tipo en el siglo XIX o en la primera mitad del siglo XX.

Desde la caída del Muro de Berlín, sin embargo, se han producido algunos cambios
significativos que es bueno señalar, y que profundizan el proceso:

1- La crisis del principio ordenador de las relaciones interestatales: la soberanía del


estado, entendida como poder supremo sobre una población y un territorio.
2- La crisis del patón básico de comportamiento en el sistema: la búsqueda de auto-
nomía en un mundo caracterizado por las rivalidades interestatales.
3- Como consecuencias de los puntos 1 y 2, el creciente cuestionamiento de las
reglas en las que se basó hasta esos años el orden internacional westfaliano: el
equilibrio de poder, la acción de los poderes en sus áreas de influencia y la guerra.

El Fondo Monetario Internacional define a la Globalización como un proceso históri-


co resultado de la innovación humana y el progreso tecnológico. Especifica que el
mismo se refiere a la creciente integración de las economías de todo el mundo, espe-
cialmente a través del comercio y los flujos financieros. Este proceso significa la per-

21
ceptible pérdida de fronteras del quehacer cotidiano en las distintas dimensiones de la
economía, la información, la ecología, la técnica, los conflictos transculturales y la
sociedad civil.

Archibaldo Lanús señala que el fenómeno de globalización, cualquiera sea la defini-


ción que se le asigne, está sustentado en un flujo masivo de informaciones disponibles
para muchos millones de seres humanos que podría alterar las bases del lenguaje y
transformar el mundo en una gran Torre de Babel donde la comunicación sólo será
disponible a través de una máquina.

Paralelo al concepto de globalización es útil distinguir al de Globalismo, entiéndase


por tal al dominio del mercado mundial, conceptos que Ulrich Beck desgrana en su libro
“¿Qué es la Globalización?”, y que veremos en una lectura complementaria.

Este aspecto económico de la globalización , que es una nueva fase de la expansión


capitalista, puede caracterizarse como:

- Nuevas aperturas de los sistemas económicos nacionales, y por ende , disminu-


ción o cese de políticas estatales reguladoras y/o proteccionistas.
- Aumento significativo del comercio internacional.
- Crecimiento significativo de los mercados financieros.
- Aumento de la movilidad internacional de los factores productivos.
- Posicionamiento prioritario de la investigación para lograr innovación tecnológica.
- Elevadas tasas de desempleo.

Como consecuencia de lo anterior se plantea.

- Aumento de la interdependencia, y muchas veces dependencia, entre países y


economías diferentes.
- Tendencia en aumento de la formación de polos económicos regionales.
- Consolidación e tres mecanismos del proceso: Liberalización, desregulación y
privatizaciones.

Todo este proceso, que es indudablemente irreversible establece una dinámica que
tiene sus adeptos y detractores.

Los adeptos son generalmente los legisladores del comercio internacional que parti-
cipan de las reuniones del G7, del G8, o de la OMC en Seattle, Génova, Davos u otras
ciudades importantes del globo. Los “antiglobalización” se reúnen a la par y organizan
ciclos de conferencias o foros como el de “Cultura y Política Mundiales”, que fue pro-
movido por la Universidad de Génova en julio de 2001, o el “Foro Social Mundial”, que
se organiza en forma anual en la ciudad brasilera de Porto Alegre a partir del año 2000.

El Foros Social Mundial de Porto Alegre es un encuentro de organizaciones de base


de muy variada orientación, y es el fruto de la utilización de recursos que se ponen a su
disposición justamente gracias a la globalización. En el 2003 el Foro reunió a 100.000
participantes entre delegados, periodistas, observadores y activistas de todo el mun-

22
do. Los temas tratados en sus debates fueron: 1) el Desarrollo Democrático Sustenta-
ble, 2) Principios y Valores; derechos Humanos; Diversidad e igualdad, 3) Medios de
Comunicación, Cultura y Alternativas a la Mercantilización y Homogeneización, 4) Po-
der Político, Sociedad Civil y Democracia, 5) Orden Mundial Democrático, Lucha con-
tra la Militarización y promoción de la Paz.

Esta situación de que los “antiglobalización” se sirven de la globalización para poder


manifestarse produce una gran confusión. Naomi Klein en el libro “Vallas y Ventanas”,
del cual leeremos un capítulo en las lecturas complementarias, explica que estos movi-
mientos no deberían llamarse así, ya que han sido afectados por el virus de la globali-
zación, al igual que los legisladores del comercio. Klein declara”Cuando los manifes-
tantes proclaman la maldad de la globalización, no piden, en general, un regreso a las
estrecheces del nacionalismo, sino la expansión de la globalización, la vinculación del
comercio con los derechos laborales, la protección del medio ambiente y la democra-
cia”.

Por su parte Marcos Roitman Rosenmann que estos movimientos no son de por sí
movimientos anticapitalistas ni antisistémicos. Son movimientos de una composición
interna variada, tanto en edad (jóvenes y mayores), como en concepciones ideológicas
(marxistas, socialistas, ecologistas, progresistas), o su origen de clase (estudiantes,
amas de casa, trabajadores), que expresan un hartazgo y representan la emergencia
de un nuevo tipo de protesta social, con la demanda de un cambio de dirección en el
proceso de toma de decisiones.

Para los intelectuales de la Universidad de Génova, que se resisten al proceso


global, el mismo representa de hecho la “occidentalización” del mundo, con el objetivo
de responder a los intereses del capitalismo en su fase más avanzada, la de la
transnacionalización de los oligopolios empresariales. En este proceso el mundo se
“economiza”, reduciendo todos los valores, materiales y simbólicos, al precio del mer-
cado.

Por otro lado ahora aparecen críticas desde ciertos individuos o grupos del movi-
miento a otros que se asocian en Organizaciones No Gubernamentales. A principio de
este siglo existen unas 100 mil ONG en todo el mundo, que reciben cerca de 10 mil
millones de dólares y compiten con los movimientos sociopolíticos por la lealtad de las
comunidades militantes.

La principales críticas que se les hace a estas ONG, que se dedican principalmente
a la promoción de actividades económicas a pequeña escala son:

- Despolitización de sectores de la población, ignoran su compromiso hacia activi-


dades del sector público y utilizan a potenciales líderes sociales para la realiza-
ción de sus proyecto económicos pequeños.
- Financiamiento estatal, a la par de criticar al estado se sirven de su financiamiento
para realizar sus planes, o se financian de organizaciones interestatales o termi-
nan siendo agencias subcontratadas por los gobiernos para la implementación de
sus planes.

23
- Sabotear la democracia, ya que al financiarse por organizaciones extranjeras sus
programas no son calificados por las comunidades en las que trabajan sino por
sus benefactores extranjeros y muchas veces quitan los programas sociales de
las manos de las comunidades y de sus líderes oficiales, para crear dependen-
cias a cargo de funcionarios no electos.
- Destrucción del sentido de lo “público”, en cuanto a que sus actividades privadas
y voluntarias va en contra de la noción de responsabilidad pública, de que el
estado debe proveer lo mínimo en educación, protección y salud, fomentan la idea
neoliberal de una responsabilidad privada hacia los problemas sociales y la im-
portancia de los recursos para resolver estos problemas.
- Prácticas conservadoras, el promover la acción privada, (que finalmente impone
una doble carga sobre los pobres, la de pagar los impuestos al Estado criticado, y
la de autoexplotarse para satisfacer sus necesidades) oculta una conformidad
hacia las estructuras nacionales e internacionales de poder.

Finalmente, para establecer las críticas a los militantes del movimiento no global
podemos tomar los pensamientos de la parlamentaria europea de izquierda Emma
Bonino, dirigente del Partido Radical Transnacional:

- Los “antiglobalización” se equivocan al criticar al capitalismo, ya que el innegable


progreso en términos macroeconómicos que aporta la globalización produce un
crecimiento de la riqueza y saca de la pobreza a regiones enteras del planeta. No
es posible que alguien piense que produciendo menos riqueza resulte fácil com-
batir la pobreza.
- Acoger en el seno del movimiento, dada su oposición a la libertad del mercado, a
proteccionistas de países del norte. En ninguno de los diferentes documentos que
producen los grupos antiglobalización se menciona como uno de los síntomas
más afligentes de la injusticia que caracteriza la relación norte-sur al proteccio-
nismo agrícola en que incurren Estados Unidos, Japón o la Unión Europea.
- La participación en el movimiento de “integralistas del ambiente”, que se oponen a
la investigación sobre los organismos genéticamente modificados y la de negar a
los países amenazados por carestías la libre elección entre el riesgo de consumir
estos productos de bajo costo o morir de hambre.
- Su no oposición a los líderes de países pobres, en su posición no intervensionista,
que arrastran a sus respectivos pueblos a guerras de agresión, desvastadoras
como las de Ruanda, Uganda, Etiopía y Eritrea.
- El no reconocer cuatro décadas de fracasos de políticas “desarrollistas” aplicadas
por los países del sur, que no han sacado a ninguno de esos países del “subdesa-
rrollo”.

Como podemos ver la “globalización” es un tema de amplia discusión, un proceso


abarcativo de todas las relaciones internacionales, tanto de entes políticos como de la
sociedad civil internacional, y que más que una causa es un efecto de esas mismas
relaciones.

24
BIBLIOGRAFÍA:

- PEREZ LLANA, Carlos. “El Regreso de la Historia”. Editorial Sudamericana / Uni-


versidad de San Andrés. Bs. As., 1998. Capítulos I y VII y Epílogo.

LECTURAS COMPLEMENTARIAS:

¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE LA GLOBALIZACIÓN?: UNA IN-


CURSIÓN METODOLÓGICA DESDE AMÉRICA LATINA

José Guadalupe Gandarilla Salgado (*)

A modo de presentación.

“La metodología, que quede claro, no resuelve en absoluto el problema con el que
nos enfrentamos. A lo sumo facilita el correcto planteamiento de la solución”, Antonio
Negri.

“La investigación comienza con la duda, no con la fe”, Ernst Bloch.

Desde una postura epistemológica que se reclame crítica, se establece una relación
de conocimiento en que las formas de abordar la realidad reconocen la necesidad de
asumir una postura racional que potencie el ejercicio del conocer al no agotarlo en la
explicación de lo real, sino al abrir las potencialidades de lo real mismo al entenderlo
como campo de alternativas, donde los sujetos y las prácticas sociales tienen la posi-
bilidad de construir historia, se trata de avanzar del conocimiento a la conciencia, o en
otras palabras, del conocimiento teórico al conocimiento histórico.

La importancia de reflexionar desde una postura epistemológica crítica un objeto de


estudio como el que el título enuncia toma en cuenta el desafío que representa traducir
esa orientación y entendimiento de lo real al análisis de lo social y al campo de la
economía como uno de los ámbitos que lo incluyen. Es precisamente en el área de la
economía (entendida ésta en su acepción económica y política, desde un posiciona-
miento crítico y de transformación de lo real) donde actualmente es más necesario que
nunca desarrollar un pensamiento que parta del reconocimiento de la necesidad de
futuro. Ante el paradigma neoliberal conservador, que impone la inexorabilidad de fuer-
zas externas dominantes, que subyugan a su lógica las formas y el proceso económi-
co-productivo de nuestros países, y subordinan el interés, la producción y reproduc-
ción de la vida material de las clases trabajadoras (su sistema de necesidades), a la
obtención del beneficio y el mantenimiento de patrones de dominación; resulta imperio-
so pensar y analizar la realidad desde una perspectiva que busque transformar y cons-
truir una sociedad ‘en la que todos quepan’ (de analizar la economía no desde los
aprisionamientos epistémicos y teóricos de la ‘economía positiva’ o pura), pues a fin de
cuentas del modo en que se entienda y piense la realidad, depende la distinción y
resolución (aún más, el tipo o los tipos de solución) de los problemas que ofrece la
misma.

25
En los siguientes párrafos nos proponemos vislumbrar la globalización en tanto pro-
ceso histórico-objetivo, en tal sentido como contexto o escenario mundial, como ideolo-
gía, y en su dimensión político normativa o prescriptiva, intentando relacionarla con el
establecimiento de los llamados bloques regionales y las políticas de ajuste estructu-
ral, haciendo manifiesta la necesidad de estudiar a éstas en su complejidad económi-
ca, política y social.

A lo largo del trabajo intentamos destacar algunas orientaciones metodológicas y


conceptuales que pueden resultar de utilidad para pensar el tema de las políticas
neoliberales de ajuste estructural y su relación con sus determinantes: internas (do-
mésticas y que tienen que ver con las estructuras, instituciones y actores o sujetos
políticos en el seno del Estado-nación), y externas (que tienen que ver con los
condicionamientos externos, que para algunos autores significa la apreciación de un
contexto internacional que sobredetermina inexorablemente la dinámica interna y las
políticas adecuadas a los tiempos de la globalidad), en un intento de retomar una visión
que articule dialécticamente los espacios nacional y global.

Hacia un concepto de la globalización.

“...busqué varias veces la conversación con distintos responsables para tratar de ir


haciendo una labor de convencimiento contra ella. Fue imposible; es reconocida como
un artículo de fe. Los más evolucionados políticamente dicen que es una fuerza natural,
material...”, Ernesto ‘Che’ Guevara.

Como apuntó el sociólogo británico y director de la London School of Economics


Anthony Giddens, globalización es un término que usado con tanta frecuencia, sin
embargo, está muy pobremente conceptualizado. La orientación analítica y la disposi-
ción ideológica separa entre “hiperglobalizadores” y “escépticos de la globalización”
(Giddens, 1996).

Entre los primeros (ligados sobre todo al ambiente de los negocios y con gran in-
fluencia en las elites económicas y políticas que orientan las políticas macroeconómicas
y la gestión del Estado) la globalización se entiende como la expansión del mercado a
escala mundial, el avance del proceso es tal que no sólo los Estados-nación han perdi-
do una gran parte de su poder sino están a un paso de su aniquilamiento. Dentro de
esta corriente, Kenichi Ohmae (en obras como “The Borderless world”, o “The end of
the nation state”) argumenta que en el futuro la nueva economía mundial tendrá como
núcleo no a los Estados-nación sino a muchas regiones entrelazadas, al modo de
Estados-región, ciudades-Estado o ciudades–globales[1]. El modelo del estado-región
es un modelo abierto a la economía mundial (“los estados-región son puntos de entra-
da tan eficaces para la economía mundial porque las características que los definen
están conformadas por las exigencias de esa economía”). Aunque pareciera que este
escenario es poco probable no puede ser ignorado, en los hechos es la ideología en
boga o el proyecto del sector empresarial transnacional. Esta concepción de la globali-
zación deriva no sólo de una noción analítica, sintetiza una orientación ideológica y una
idea de futuro.

26
Para los segundos el hablar de la globalización como un fenómeno nuevo o sin
precedentes es faltar a la verdad, con apoyo de gran cantidad de estadísticas argumen-
tan que lo que hoy se ha dado en llamar globalización estaba más desarrollado entre
los años 1900 a 1910 e incluso a fines del siglo XIX, para éstos la “globalización es un
mito”. En esta corriente podríamos ubicar las aportaciones de Paul Hirst y Grahame
Thompson en “Globalization in Question” y las de Paul Bairoch y Richard Kozul-Wright
en “Globalization Miths”. Quizá la crítica a la escuela de la hiperglobalización deba
avanzar más allá de alcanzar una historización del fenómeno (terreno en el cual las dos
obras anteriores han hecho aportes significativos) y tratar de abarcarlo en sus alcan-
ces políticos, económicos, sociales y culturales.

Podríamos coincidir con Giddens quien sugiere que elaborar una “conceptualización
adecuada de este fenómeno debe diferir de ambos enfoques”, y poner atención en
varias cuestiones: a) esta sacudida fundamental de la sociedad mundial “tiene numero-
sas causas y no una sola”, b) es un proceso sumamente contradictorio; “no debe
entenderse tan sólo como un concepto económico ni como un simple desarrollo del
sistema mundial o como un desarrollo puramente de instituciones mundiales a gran
escala... no es un simple conjunto de procesos ni tampoco va en una sola dirección. En
algunos casos genera solidaridades y en otros las destruye. Tiene consecuencias muy
distintas según sea la ubicación geográfica mundial de que se trate... genera algunas
formas nuevas de integración que coexisten con formas nuevas de fragmentación”, c)
“la fase actual del proceso no es solo extensión de las fases anteriores de la expansión
del mundo occidental”. Sin embargo, tenemos una gran salvedad con el ideólogo de la
‘tercera vía’. El sociólogo británico concluye afirmando que la fase actual de
mundialización “se distingue porque nadie la controla” (Giddens, Ibid), conclusión que
lo emparenta como veremos más adelante con los ideólogos de la globalización; y no
sólo eso, Giddens se erige en entusiasta globalizacionista, al construir los slogans
publicitarios e ideológicos de la tercera vía, desde una ‘postura positiva ante la globali-
zación’. Por nuestra parte, preferimos la advertencia que Hugo Zemelman formula y
que constituye una toma de posición y el punto de partida para el establecimiento de
una relación de conocimiento: la globalización “a pesar de constituir un problema de
macrológicas económicas, que tienen sus fuerzas a veces inexorables, no son inamo-
vibles; dependen también de la capacidad de resolución que a esas macrológicas les
presten los individuos desde su muy empobrecida subjetividad” (Zemelman en Dieterich,
1997, 105).

Pensar entonces el gran tema de la globalización (que se erige al parecer en el


nuevo Leviatán de las ciencias sociales contemporáneas) exige pensarlo en cuanto
proceso y en cuanto dinámica, pero no sólo en esa dimensión de su complejidad sino
además incluir la capacidad y potenciamiento de actores políticos y económicos
transnacionalizados y la represión o mediatización de otras modalidades de ejercicio y
constitución de subjetividades que intentan construir o transformar el mundo.

El Fondo Monetario Internacional define la globalización como “la interdependencia


económica creciente en el conjunto de los países del mundo, provocada por el aumento
del volumen y de la variedad de las transacciones transfronterizas de bienes y servi-
cios, así como de los flujos internacionales de capitales, al mismo tiempo que por la

27
difusión acelerada y generalizada de la tecnología”; dos cuestiones aparecen como
claves en esta visión encubridora y mistificadora de la globalización: el concepto de
interdependencia (que oculta los procesos de explotación, dominación y apropiación
presentes en la lógica del capital mundial) y el quedarse en la forma de manifestación
del fenómeno o proceso sin interesarse por los actores políticos y económicos que lo
impulsan (en este caso las multinacionales, los Estados desde los que se impulsan
globalmente y los organismos e instituciones supranacionales que actúan en el ámbito
mundial como garantizadores y creadores de consenso para las medidas económicas
y políticas que acompañan a la globalización neoliberal).

Desde la tradición del pensamiento crítico latinoamericano Pablo González Casano-


va intenta recuperar algunas dimensiones poco socorridas en este debate y propone
“pensar que la globalización es un proceso de dominación y apropiación del mundo”.
Dominación tanto de Estados como de mercados, de sociedades como de pueblos, que
se ejerce “en términos político-militares, financiero-tecnológicos y socio-culturales”. El
proceso de apropiación de recursos naturales, de riquezas y del excedente producido
se realiza de “una manera especial, en que el desarrollo tecnológico y científico más
avanzado se combina con formas muy antiguas, incluso de origen animal, de depreda-
ción, reparto y parasitismo, que hoy aparecen como fenómenos de privatización,
desnacionalización, desregulación, con transferencias, subsidios, exenciones, conce-
siones, y su revés, hecho de privaciones, marginaciones, exclusiones, depauperaciones
que facilitan procesos macro sociales de explotación de trabajadores y artesanos,
hombres y mujeres, niños y niñas” (González Casanova, 1998).

Ahora bien, el proceso no se desarrolla ex nihilo o como una fuerza natural, la


globalización “está piloteada por un complejo empresarial-financiero- tecnocientífico -
político y militar que ha alcanzado altos niveles de eficiencia en la estructuración,
articulación y organización de las partes que integran al complejo, muchas de las
cuales son empresas o instituciones estatales también complejas” (Ibid). En una argu-
mentación como ésta destacan varias articulaciones y mediaciones conceptuales o
categoriales que nos permiten una apertura más amplia del tema de la globalización, y
nos exige recuperar la discusión del todo y de las partes, de la complejidad, pero
también de lo abstracto y de lo concreto.

De la conciencia de globalidad a la totalización totalitaria del automatismo de merca-


do. La globalización, triunfo del universalismo abstracto.

“La interpretación del acontecer histórico-social en términos de un acontecer orgáni-


co natural va más allá de los resortes reales (económicos y sociales) de la historia y
entra en la esfera de la naturaleza eterna e inmutable... es una ‘totalidad’ que consiste
en el total dominio de todos. La explicación teórica de esta totalidad la da el universalis-
mo... el universalismo en el campo de la teoría social ha asumido rápidamente la fun-
ción de una doctrina de justificación política... Al desplazarse la totalidad desde el
punto final al inicial, se corta el camino de la crítica teórica y práctica de la sociedad,
que conduce a esta totalidad. Se mistifica programáticamente la totalidad: no se la
puede tocar con las manos ni verla con los ojos externos”, Herbert Marcuse.

28
Los últimos años han sido testigos no sólo del emerger del discurso de lo global, de
la globalidad, o de la globalización, sino de su imposición como verdadero paradigma
dominante. Para el pensamiento crítico ha sido cuando menos difícil y constituye un
reto importante el establecer un distanciamiento de un paradigma que tiende a ser
asumido como la razón establecida. Lograr superar estos aprisionamientos aparece
como una necesidad para intentar avanzar en la construcción de alternativas teóricas y
prácticas. Distanciarse del concepto de la globalización y de su discurso, o cuando
menos evitar una apropiación a-crítica del concepto, exige hacerlo no sólo desde el
nivel teórico, o a partir de un corpus teórico, sino desde una disposición cognoscitiva,
epistemológica, profundizando en el nivel o ámbito de los presupuestos que permiten
su construcción categorial.

El tema de lo global o de la globalidad no ha sido ajeno al desarrollo de la filosofía y


de las ciencias sociales, se puede afirmar que el problema de la globalidad acompaña
al desarrollo del discurso de la modernidad y a su propia crítica[2]. Si bien es cierto que
en los años ochenta comienza un uso más extensivo e intensivo del término globaliza-
ción, no por ello significa que ésta sea la característica fundamental de ‘lo novedoso
del mundo’; ya desde la segunda posguerra y en especial de los años sesenta en
adelante existe lo que podemos calificar como una conciencia de globalidad, o bien
conciencia de las dimensiones alcanzadas por los problemas o amenazas globales.

Tal conciencia no es sólo teórica o analítica sino incluso existencial y se relaciona en


su momento con la primera amenaza mundial; la bomba atómica con sus posibilidades
de destrucción masiva y global, a este desarrollo desproporcionado y depredador del
excedente social ligado a los intereses del complejo militar-industrial norteamericano,
lo acompañan la desenfrenada competencia armamentista y el desarrollo de un merca-
do global de medios de destrucción y un mercado de ‘seguridad global’, así como de
una auténtica campaña global de intervención y penetración imperialista. Continúa en
un segundo momento con la conciencia de la gravedad de la crisis ecológica y los
problemas del medio ambiente, discutidos a profundidad después de la Conferencia de
Estocolmo y la publicación de “Los límites del crecimiento”, tal y como en su momento
lo afirmó Edgar Morin a pesar de las insuficiencias de estos debates y sus restriccio-
nes disciplinarias, el desarrollo de la conciencia ecológica constituyó “un primer paso
que podría llevarnos a una nueva forma de pensar, la del punto de vista global, y ello es
absolutamente esencial” (Morin en Oltmans, 1975: 447). Seguirán posteriormente te-
máticas tales como el desarrollo de la tecnología genética, la exclusión de la población
como amenaza global, etc., problemas éstos que al tiempo que van adquiriendo con-
senso como problemas de la globalidad dan pauta de la crisis sistémica. Pero incluso
desde este punto de vista, en alguna ocasión las ciencias sociales tendrán que dar
cuenta de la apropiación casi automática o religiosa de un termino que se crea en los
medios empresariales, las escuelas de negocios y los estudios del marketing y del
management empresarial de los Estados Unidos[3], pues como intentamos ver a conti-
nuación no se trata sólo de reconocer una dimensión global del acontecer y pensar
humano, sino de evitar o distanciarse de su mistificación e ideologización.

Para este cometido de distanciamiento[4] nos será de gran utilidad recuperar al


menos dos ejercicios del pensar crítico que intentan discutir un uso abstracto y

29
mistificador de las categorías de totalidad y de universalismo, nos referimos al trabajo
que Herbert Marcuse publicara a fines de los sesenta con el título “La lucha contra el
liberalismo en la concepción totalitaria del Estado” (Marcuse, 1970, 89 – 131), y a una
de las más recientes aportaciones de Franz Hinkelammert “Determinismo y
autoconstitución del sujeto: las leyes que se imponen a espaldas de los actores y el
orden por el desorden” (Hinkelammert, 1996, 235 - 277). Nuestra intención es recupe-
rar su argumentación en el ánimo de relacionarla con lo que creemos constituyen los
supuestos y aprisionamientos presentes en la construcción discursiva de la globalización.

Herbert Marcuse en el ensayo citado inicia la crítica de la doctrina del estado total –
autoritario, pero demostrando que el propio liberalismo comparte los supuestos del
totalitarismo, es así que nos será de utilidad para ilustrar lo que podemos calificar
como la totalización totalitaria del automatismo de mercado, que no sería sino otro
nombre para hacer referencia a la globalización, aunque no se trata sólo de una diferen-
cia terminológica sino –creemos– conceptual. Para Marcuse “El estado totalitario exige
la obligación total sin admitir que se cuestione la verdad de tal obligación” (Marcuse,
1970, 127), lo mismo puede plantearse con respecto al predominio del mercado total.
Siguiendo a Karel Kosik estamos en presencia de una totalidad (abstracta), entendida
de manera unilateral y no dialéctica, heredera de las corrientes idealistas del siglo
veinte que reducen la triple dimensión de la totalidad como principio metodológico, a
una sola dimensión “la relación de la parte con el todo”; lo que desemboca en dos
trivialidades: “que todo está en conexión con todo” (la globalización como totalización
del automatismo del mercado todo lo modifica) “y que el todo es más que las partes”
(siguiendo nuestra analogía, la globalización no puede ser modificada por nada, antes
bien exige la adecuación de las partes) (Kosik, 1967: 54).

La preeminencia del todo con respecto a los ‘miembros’, las partes o los individuos,
se justifica en la medida en que “las formas de la producción y reproducción de la vida
por ‘lo general’ están dadas de antemano a los individuos” (Marcuse, 1970, 108), con-
solidando un concepto del todo que carece de sentido concreto en la teoría de la
sociedad pues está “separado de su contenido económico-social” su corolario es una
concepción organicista de la relación entre la totalidad así entendida y los miembros
que la componen. Las relaciones entre la totalidad y los miembros son entendidas
como orgánico-naturales, “la existencia humana” queda a merced de “fuerzas ‘inviolables’
dadas de antemano” (Ibid, 91), esta concepción conduce a una naturalización y
deshistorización de los procesos sociales. El camino recorrido por el universalismo
abstracto, en el sentido de que el todo al que hace referencia “no es una unificación
impuesta por el dominio de una clase en una sociedad de clases, sino una unificación
que unifica a todas las clases y que ha de superar la realidad de la lucha de clases y, de
esta manera, la realidad de las clases mismas” (Ibid, 109) se complementa con la
teorización organicista que conduce “a través de la naturalización de la economía en
tanto tal, a la naturalización de la economía del capitalismo monopolista y de la miseria
masiva que esta última provoca: todos los fenómenos son sancionados como natura-
les” (Ibid, 114). Ahora bien el predominio del universalismo abstracto exige de otra
complementación pues si en una primera etapa “la economía es concebida como un
‘organismo vivo’ al que no puede cambiarse ‘de golpe’ ” (Ibid) en un segundo nivel
necesita apaciguar la politicidad del sujeto y reprimir su corporalidad, al alejarlo de la

30
satisfacción de sus deseos y necesidades; la lógica autoritaria del estado o el mercado
total, exige una concepción del hombre como “un ser cuya existencia se realiza en
sacrificios cuyo sentido no cuestiona y en una entrega incondicionada, cuyo ethos es
la pobreza y para quien todos los bienes materiales desaparecen en aras del servicio y
la obediencia” (Ibid, 118). Marcuse concluye su crítica haciendo un llamado a la recu-
peración de la dimensión histórica, a la recuperación de una ‘auténtica historicidad’.

Conclusión que expone en tres niveles: en el primero demuestra que la


“deshistorización de lo histórico pone de manifiesto una teoría que es la expresión del
interés por estabilizar una forma de relaciones humanas que no puede ya ser justifica-
da frente a la situación histórica” (Ibid, 112); en segundo lugar, Marcuse hace un llama-
do a tomar en serio la historia, lo cual nos es de gran utilidad en el cometido de
conceptualizar a la globalización como forma social, como totalización totalitaria del
automatismo de mercado, pero sin asimilarla como el desarrollo natural de fuerzas
tecnológico-productivas materiales que responden a lógicas inexorables e inamovi-
bles, nuestro autor plantea: “si se tomara en serio a la historia, ésta nos indicaría que
aquella forma es el resultado de una decisión y nos recordaría las posibilidades de
modificación, que resultan de su génesis... Esta forma...[social]... queda eternizada
ideológicamente al considerársela como ‘orden natural de la vida’ (Ibid, 112 – 113). Por
último, Marcuse recupera la dimensión concreta e histórico-objetiva de la totalidad y
plantea que “en la estructura económica de la sociedad capitalista y monopolista, resi-
den los fundamentos fácticos del universalismo” (Ibid, 109), la crítica al universalismo
abstracto que afirma un orden social deshistorizado, es rematada al afirmar que por el
contrario estamos en presencia “de un orden que se mantiene gracias al poder de un
enorme aparato, que puede representar al todo, por encima de los individuos, porque
los oprime; es una ‘totalidad’ que consiste en el total dominio de todos” (Ibid, 92).

Del análisis de Hinkelammert quisiéramos recuperar tres ideas que nos parecen
sustantivas en el ánimo de hacer un distanciamiento de los supuestos del discurso de
la globalización como totalización totalitaria del automatismo de mercado. La primera
de ellas tiene que ver con el ambiente cultural; el pensar crítico ha pretendido reprimir-
se desde la propia afirmación de que vivimos el tiempo de la crisis de los grandes
relatos, de que estamos en presencia de la crisis de los paradigmas, sin embargo,
Hinkelammert plantea que el discurso de las crisis de los paradigmas encubre la afir-
mación de un conocimiento inauditamente dogmatizado y lleno de irreversibilidades o
forzocidades de la historia: el paradigma del mercado. “Es en nombre de este paradig-
ma que se arroja en contra de todo ser pensante la tesis de la crisis de los paradigmas”
(Hinkelammert, 1996: 237).

En segundo lugar, la propia crisis de los paradigmas se plantea como la pauta para
desechar criterios universalistas del actuar ¿Pero es real la pérdida de estos criterios?
A la luz de constatar el hecho de que “un solo criterio universalista se ha impuesto: el
universalismo de los criterios del mercado” (Ibid), más adelante nuestro autor comple-
menta su afirmación “se trata de un universalismo del ser humano abstracto, detrás del
cual, como siempre, se esconde / proyecta la dominación de una minoría que se impo-
ne por medio de los criterios de su universalismo abstracto práctico. De nuevo se
revela el hecho de que los universalismos abstractos son posiciones de intereses

31
minoritarios o, si se quiere, posiciones de clase de clases dominantes. Nuestra pregun-
ta tiene que ser por un criterio universal frente a este universalismo abstracto. Este es
precisamente el problema actual” (Ibid: 238).

En tercer lugar Hinkelammert llama a tener conciencia “de que a la lógica de un


universalismo abstracto como la del sistema presente” (Ibid) no es posible oponer otro
sistema de universalismo abstracto, sin embargo, sólo se puede contestar mediante
una respuesta universal. “Tal respuesta universal tiene que hacer de la fragmentación
un proyecto universal... fragmentarizar el mercado mundial mediante una lógica de lo
plural es una condición imprescindible de un proyecto de liberación hoy” (Ibid). Para
Hinkelammert “La fragmentación / pluralización como proyecto implica ella misma una
respuesta universal” (Ibid), la fragmentación no puede ser fragmentaria, pues sería
relativista, se transforma en criterio universal cuando para la propia fragmentación
exista un criterio universal. Para este autor tal criterio universal no puede ser otro que
el enarbolado por los zapatistas de Chiapas: “Una sociedad en la que todos quepan.
Lograr tal meta universal, es precisamente la interpelación del universalismo abstracto
en nombre de un criterio universal. Pero este criterio universal, en su aplicación en
efecto pluraliza sin fragmentar en estancos a la sociedad y tiene que hacerlo” (Ibid:
239). De tal modo, la construcción de alternativas tendría que ser planteada en el
marco de la recuperación de criterios universales concretos, tal como el que enuncia
Hinkelammert, en ello coincide también Edgar Morin para quien “la pérdida de un uni-
versalismo abstracto resulta para muchos la pérdida de lo universal... pero, en el pro-
ceso mismo por el cual todo se vuelve mundial y todo se ubica en el universo singular
que es el nuestro, se da por fin la emergencia de lo universal concreto” (Morin, 1994:
121). Hecho este paréntesis filosófico y epistemológico podemos pasar a otras dimen-
siones envueltas en el concepto de globalización, y los riesgos de su ideologización.

La ideología de la globalización y el ‘pensamiento único’

“La ideología es la máscara que cubre el rostro de los intereses materiales. Se


utiliza para manipular a la gente pero en realidad nunca es asumida por los dirigentes,
que pueden desecharla cuando ya no sirve a sus intereses... Para las clases dominan-
tes, los pragmáticos hombres de negocios, es sólo cuestión de interés material y se
puede encontrar una nueva ideología que se amolde a sus nuevas necesidades”, Joyce
Kolko

Para algunos autores el proceso de globalización (asumido como un episodio sin


precedentes, o más bien como un conjunto de fuerzas con vida propia y con un carác-
ter inexorable[5]), no sólo resta los márgenes de maniobra política (capacidad de auto-
determinación) y de intervención económica (posibilidad de afirmar la soberanía de la
nación), sino condena a la extinción del Estado como aparato de gestión que cede su
lugar a los mecanismos de mercado y a la sociedad global.

En un ensayo que tuvo una gran acogida Ignacio Ramonet[6] –director de Le monde
diplomatique– alertaba sobre la consolidación de lo que él denomina el pensamiento
único (en un contexto social de gran penetración y dominio por parte de los medios

32
masivos de comunicación, en la “sociedad mediática...[donde]... repetición vale por
demostración”[7]), constructor ideológico que pretende siempre poseer la razón y ante
el cual “todo argumento –con mayor razón si es de orden social o humanitario– tiene
que inclinarse”[8]. Se trataría. Pues de la traducción a términos ideológicos de preten-
sión universal “de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas en especial, las
del capital internacional”[9], sus conceptos o definiciones clave, que actuarían como
una especie de principios formadores de consenso; tanto en el seno de algunos centros
de investigación, asesores gubernamentales recién educados en las universidades
norteamericanas, intelectuales financiados por fundaciones privadas extranjeras o na-
cionales, medios de comunicación, noticiarios y comentaristas ‘de opinión’, ‘editorialistas
de prestigio’, etc., serían en una apretada síntesis –siguiendo a Ramonet–, los siguien-
tes: La mano invisible del mercado que corrige las asperezas y disfunciones del capita-
lismo; en especial las señales que ofrecen los mercados financieros orientan y deter-
minan el movimiento de la economía –en palabras del especulador bursátil George
Soros, “los mercados votan cada día obligan a los gobiernos a adoptar medidas cierta-
mente impopulares, pero imprescindibles. Son los mercados quienes tienen sentido del
Estado”[10]–; la competencia y la competitividad que estimulan y dinamizan a las em-
presas colocándolas en una permanente y benéfica modernización; el libre intercambio
como factor de desarrollo no sólo del comercio sino también de la sociedad como un
todo; la mundialización tanto de la industria manufacturera como de los flujos financie-
ros; la división mundial del trabajo que modera –o exige moderar–, las reivindicaciones
sindicales y abarata los costes salariales; la estabilización macroeconómica, la
desreglamentación, la privatización y la liberalización que configuran un escenario de
menos Estado, pero el que queda efectúa un arbitraje en favor de los ingresos del
capital y en detrimento de los del trabajo.

Carlos Vilas[11], en un análisis pormenorizado, sintetiza, en primer término, las pre-


tensiones discursivas de la globalización en un conjunto de enunciados (en un segundo
nivel este autor demuestra la falsedad y dosis de error presentes en cada una de las
proposiciones):

1) la globalización es un fenómeno nuevo,


2) un proceso homogéneo,
3) al mismo tiempo un proceso homogeneizador,
4) conduce al progreso y al bienestar universal,
5) la globalización económica conduce a la globalización de la democracia y
6) acarrea la desaparición progresiva del Estado o una pérdida de su importancia.

Para Camdessus (Director General del FMI), los dos acontecimientos que han cam-
biado la orientación de la economía mundial; la caída del muro de Berlín y los inicios de
la dinámica de la globalización “anuncian un mundo futuro unificado, caracterizado por
una economía a escala planetaria, más habitable para los hombres”[12]; con relación al
‘poderoso conjunto de fuerzas’ que impulsan la mundialización Ruggeiro (Director Ge-
neral de la OMC), sostiene que aunque algunas de ellas son el reflejo de políticas
gubernamentales, “más fundamentalmente se trata de fuerzas que tienen una vida
propia”[13], se trata pues de un conjunto de procesos determinísticos, en cuya lógica
inexorable[14] es difícil si no imposible influir, ante los que es mejor adaptarse.

33
En el seno de las concepciones globalistas se asume el proceso de globalización
como algo homogéneo y homogenizador, en tal sentido nos encontramos con una re-
presentación del proceso histórico que incluye no sólo la globalización financiera (que
objetivamente es el ámbito en el cual más ha avanzado la ampliación y profundización
del dominio capitalista), sino también una “globalización de la demanda”[15], con “posi-
bles compradores situados en cualquier parte del planeta”[16], argumentación en la
que los avances tecnológicos y los sistemas informáticos borran de suyo las diferen-
cias salariales, la polarización global, y la dramática situación de sectores de pobla-
ción cuya conversión de necesidades absolutas a necesidades solventes ha sido más
que dificultada o anulada por la homogeneización de las políticas neoliberales de globa-
lización, que estrangulan el crecimiento y disminuyen la demanda efectiva[17].

El proceso de globalización en dimensión histórica. ¿Nueva etapa del capitalismo o


nueva forma histórica?

“Le dije que había una cosa llamada historia que se compone a partir de muchos
datos fragmentarios y puede ser tergiversada”, Ernesto ‘Che’ Guevara.

“La auténtica historicidad presupone una conducta cognoscitiva del hombre con res-
pecto a las fuerzas históricas y la crítica teórica y práctica de estas fuerzas”, Herbert
Marcuse.

Tal y como en su tiempo Marx lo afirmó, las crisis capitalistas inician y promueven
procesos de reconstitución histórica, que dan nueva forma al proceso de dominación y
explotación a través de recomponer los equilibrios, las pugnas y las mediaciones de
las fuerzas sociales, esto tanto en el terreno interno de la economía nacional como,
sobre todo, en el contexto del sistema mundial o inter-estatal:

“El mercado mundial constituye a la vez que el supuesto, el soporte del conjunto. Las
crisis representan entonces el síntoma de la superación del supuesto y el impulso a la
asunción de una nueva forma histórica” (Karl Marx, Grundrisse, 1857 – 58, cursivas y
negritas nuestras JGGS)

Ahora bien, el siglo XX ha sido precisamente un espacio histórico de sucesión de


crisis capitalistas y de recomposiciones o reestructuraciones capitalistas. En nada se
justifica que la reestructuración mundial del capital iniciada en los ochenta (o aún
antes) signifique una ‘modificación estructural histórica del capitalismo’[18], algo así
como una nueva etapa, o peor aún una nueva totalidad histórica, expresada en la globa-
lización neoliberal, en la dominación neoliberal globalizadora. El capitalismo es global
(mundial) desde su origen y desde sus inicios estuvo asociado al colonialismo y al
saqueo de las colonias, lo que no sólo retardó sino impidió su desarrollo económico y
social ya como Estados-nación, de hecho conforme maduraba su economía desarrolla-
ban su subdesarrollo (como en reiteradas ocasiones lo ha explicado Gunder Frank),
desde el siglo XIX, el imperialismo y el intercambio desigual son características bási-
cas del capitalismo mundial.

34
La crisis contemporánea del capitalismo mundial, cuyo inicio numerosos analistas
ubican en los años de 1973 - 1975, constituyó una ruptura general y abrió una recons-
titución que aún hoy no termina, la profundización y prolongación de la crisis y los
senderos que reconoce su solución se transformó –para un conjunto de autores y
desde diversas perspectivas– en el paso a una etapa superior de desarrollo del capita-
lismo[19]. Los elementos que están en la base de esta transformación son los cambios
profundos de los procesos productivos, del comercio mundial y de la intermediación
financiera, que se instrumentan a partir de una verdadera –pero en ningún modo defini-
tiva– derrota mundial del trabajo. El paso a esta nueva etapa (si concedemos que se
trata de una nueva etapa), o la asunción como dice Marx de “la nueva forma histórica”,
exigió del capital cumplir tres condiciones, que sin duda alguna, dan el signo a la
década de 1980 como espacio de transición y como década perdida para los países
latinoamericanos, lo que está detrás de este proceso es el traslado de la crisis de los
centros a la periferia capitalista, con sus particularidades regionales y sus consecuen-
cias intra-estatales. Estas tres condiciones, requisitos o exigencias para el capital,
consistían en: a) Acentuar la explotación del trabajo en todo el sistema, para aumentar
la masa de plusvalía apropiable y disponible para la inversión; b) Intensificar la concen-
tración y centralización de capitales en las economías centrales para financiar las
extraordinarias inversiones en desarrollo tecnológico y modernización industrial; el re-
verso de la moneda es la transferencia de volúmenes impresionantes de valor, de la
periferia al centro[20] y que trae como resultado la auténtica descapitalización en Amé-
rica Latina, lo que agudiza su marginalización y miseria; y c) Ampliar la escala del
mercado para dar viabilidad a estas cuantiosas inversiones[21].

Sin duda, gran parte del éxito logrado por la burguesía en este ajuste mundial a
costa del trabajo, se debe a la formidable operación de propaganda al imponer la ofensi-
va ideológica neoliberal que sustenta el dogma de la restricción de la intervención del
Estado, el ataque al sindicalismo (como elemento que no permite ajustar el mercado de
trabajo), la restricción de los derechos sociales, así como la reprivatización de la
economía; más recientemente la ideología de la globalización como cuerpo conceptual,
paradigma de interpretación, categoría de análisis, o elemento de dictaminación cientí-
fica. Es tal la eficiencia de esta ofensiva ideológica que el lugar común tiende a identifi-
car el neoliberalismo con la nueva etapa del capitalismo, apareciendo éste como im-
prescindible o necesario.

En el caso de las sociedades latinoamericanas el pensamiento dominante y el que


se gesta en las organizaciones del Estado supranacional (FMI, Banco Mundial, BID,
OCDE) no se interesa en destacar e identificar las distintas formas en que se acomete
la llamada globalización capitalista (en lo que tiene de proceso histórico-objetivo) y
tiende a identificar y promover la forma neoliberal de globalización económica[22] como
si fuese ésta la única posible o viable, para la cual no existe alternativa; con ello no sólo
se encubre y favorece los intereses del gran capital transnacional y de los grupos de
poder al interior de las lumpenburguesías autóctonas, también se ocultan los efectos
sociales que trae consigo la economía globalizada, lo oscuro o el lado no destacado de
la globalización y las tragedias humanas a ella asociadas[23], no se hace la distinción
–como paso importante para hacer la historización de la globalización– sobre qué es lo

35
que se globaliza y qué no, sobre quién cae toda la carga de la globalización y que
grupos sociales son favorecidos y la impulsan.

La necesidad de comprender este cúmulo de acontecimientos, como ampliación y


profundización de procesos que se vienen experimentando y encuentran en la propia
lógica del despliegue del capital mundial su estructura fundante; y que en ese sentido
acompañan al capital desde cuando menos la afirmación hegemónica de Occidente
como centro del sistema mundial desde 1492, requiere problematizar la imagen que
entiende nuestro contexto histórico como “una nueva totalidad histórica”[24] en que se
recompone, reconfigura o prescinde de la lógica de movimiento y valorización del capi-
tal internacional, para ceder su sitio al encadenamiento de las economías nacionales,
los Estados-regiones[25], o las ciudades globales, a la lógica inexorable de las fuerzas
de la sociedad global.

La diferencia conceptual no es –desde nuestro punto de vista– sólo semántica (en-


tre, por un lado, nueva etapa, nueva totalidad histórica y, por el otro, nueva forma
histórica), hace referencia a una distinción epistemológica fundamental[26]. Mientras
en la primera categorización las fuerzas inexorables o incontenibles de la sociedad
global actúan sobredeterminando heteronómicamente, erosionando las capacidades de
modificar la posición que se ocupa en el sistema inter-estatal o ante los grandes corpo-
rativos multinacionales (la escala jerárquica que se ocupa en la aldea global, como
provincias de la misma). En la segunda, se intenta plantear que es la particular forma y
proceso que asume la (cor)relación de fuerzas o actores sociales (sean estos, clases,
movimientos sociales, político - populares, naciones, o coaliciones e instituciones in-
ternacionales) y las potencialidades de la lucha, resistencia o insubordinación (ejercida
por los distintos actores o clases); la que sanciona la forma en que se acomete la
inserción o subordinación de la economía nacional en el mercado mundial, y decide la
asignación de perdedores y ganadores tanto en el seno del Estado-nación, como al
nivel del mercado mundial en la forma de polarización global, y reedición de políticas de
corte imperialista o de un llamado ‘colonialismo global’[27].

El período de 1975 - 1992 cierra el ciclo largo de la posguerra, al registrar el hundi-


miento de los 3 pilares sobre los que descansaba el orden mundial, y el
resquebrajamiento del equilibrio entre ellos. Los tres subsistemas del sistema mundial
registran una profunda crisis en el ámbito económico (ésta se abre con la crisis en
occidente del fordismo central, al mismo tiempo manifiesta la imposibilidad de cuajar
una opción de izquierda -después de las esperanzas de 1968-, y la emergencia de la
ofensiva neoliberal -desde 1980, o incluso antes, en el contexto de los regímenes
dictatoriales en América Latina-; en segundo lugar, la crisis en el seno del desarrollismo
y el asentamiento del ajuste estructural en el Tercer Mundo -a partir del llamado con-
senso de Washington-; y en tercer lugar, el estrepitoso hundimiento de los regímenes
de tipo soviético). En el terreno político el ciclo se cierra con el desgaste del sistema de
la bipolaridad mundial, que verá sustituir al enemigo comunista por los enemigos de
“las democracias liberales de mercado”, el terrorismo, el narcotráfico, y los nacionalis-
mos, como elementos que permitan mantener los impresionantes gastos militares y el
mantenimiento de los intereses del capital ligado a la expansión armamentista y al
complejo militar-industrial norteamericano.

36
La articulación dialéctica entre la emergencia en el mundo capitalista, desde fines de
los años setenta, de un orden económico tripolar (cuyos centros se sitúan en Estados
Unidos, Japón y Alemania, o la Unión Europea toda), y la pervivencia de un orden
militar claramente hegemonizado por los Estados Unidos, apareciendo éstos como el
único poder con la capacidad y la voluntad de ejercer la fuerza a escala global; es
destacado por Noam Chomsky[28] quien afirma que Washington en el episodio de la
guerra del Golfo, que dicho sea de paso propiamente inaugura –junto con la estrepitosa
caída del “socialismo realmente inexistente”–, el ‘nuevo orden del desorden mundial’,
prefirió trasladar la confrontación al escenario de la fuerza y eliminó posibles salidas y
oportunidades diplomáticas, e incluso expresó preocupación de que la comunidad in-
ternacional precipitara una solución a la crisis por cauces diplomáticos, que quizás
hubiera tenido los mismos resultados pero sin una demostración efectiva del poderío
militar y de la resuelta actitud de EE UU. En cuanto a los costes de la aventura bélica
concluye Chomsky que para el gobierno norteamericano era “claramente ventajoso... que
fueran compartidos, pero no al precio de sacrificar el papel de único defensor del orden”[29].

Samir Amin sostiene -a nuestro juicio con razón- que no existe una regulación
sistémica en el plano mundial, ésta se reduce al ámbito de actuación de los capitalismos
nacionales. La escuela regulacionista ignora que en el capitalismo desarrollado de los
centros la distribución del ingreso tiende a estabilizarse y dar salida al proceso de
sobreproducción (al vincular el incremento del salario real con el incremento de la
productividad), mientras que en las zonas periféricas la desigualdad social crece con
el propio desarrollo del capitalismo (al no efectuar tal vinculación) y despliega la polari-
zación social y la exclusión tanto al interior de los capitalismos nacionales como a
escala global del sistema mundial. No puede, pues, haber regulación sistémica que rija
a nivel internacional pues significaría la interconexión de políticas nacionales de desa-
rrollo, lo cual se opondría a la idea misma de un sistema como el capitalista que se rige
por la competencia internacional. El único equilibrio que rige la actuación de los tres
subsistemas del sistema mundial se realiza mediante el ajuste estructural de las regio-
nes más débiles a las condiciones de acumulación de los más fuertes. Lo que es más,
la regulación en el centro reproduce la relación desigual entre los centros y las perife-
rias y al interior de los mismos.

No se puede sostener que la globalización o mundialización sea enteramente


novedosa, pero es necesario avanzar en su periodización, la cual no puede establecer-
se sin tomar en cuenta la manera en que el capital acomete las posibilidades de resolu-
ción de la crisis mundial, y el despliegue global de las políticas de ajuste estructural
asociadas al neoliberalismo. Desde esta perspectiva la mundialización puede ser ca-
racterizada como el desarrollo más contemporáneo del proceso de internacionalización
del capital y el relanzamiento de una nueva división internacional del trabajo. El surgi-
miento de un sistema productivo mundializado (en sus fases de producción, circula-
ción, distribución y consumo) que toma el lugar de los sistemas productivos naciona-
les, manifiesta la vocación mundial del capital. Como lo planteo en su tiempo Trotsky
desarrollando una tesis de Marx, “cada capitalismo nacional...(en mayor medida los
hegemónicos)... Se dirige a las reservas del ‘mercado exterior’ es decir de la economía
mundial, ...para luchar contra sus propias contradicciones interiores” (Citado en Chesnais,
1997). Toda discusión sobre la regionalización del capital (la llamada nueva regionalización

37
de la economía mundial con predominio de los bloques regionales de la tríada, acompa-
ñados por procesos de sub-regionalización a manera de redes productivas, comercia-
les y financieras de los territorios que pertenecientes a determinados Estados-nación
son incorporados a los flujos de información, tecnología, capital y mano de obra de las
grandes corporaciones multinacionales) y los procesos de integración de los sistemas
productivos o comerciales debiera ser ubicada en este punto de partida. En ese sentido
más allá de una institucionalización del proceso de integración, los procesos
subregionales (como en el caso latinoamericano) tienden a ser subsumidos por el
proceso mayor de regionalización y mundialización capitalista, en mayor medida si se
acude a la dimensión normativa del discurso globalista.

La globalización en su dimensión normativa.


“Ella determina lo que los gobiernos pueden –y deberían– hacer”,
Martín Wolf.

En cuanto al concepto mismo de globalización debemos decir que se trata de un


anglicismo; en el ámbito intelectual franco parlante se ha preferido utilizar el concepto
de mundialización[30] en el contexto de este trabajo los hemos utilizado como sinóni-
mos, sólo con la finalidad de no repetir.

El despliegue económico mundial del capital no prescinde del Estado. Para los parti-
darios de la globalización, los principales actores o hacedores de la historia son las
transnacionales y el gran capital con sus estructuras e instituciones supra-nacionales;
los sujetos, organizaciones, movimientos y pueblos sojuzgados, no hacen sino presen-
ciar los acontecimientos y ocupar el lugar que les fijan las estructuras omnipresentes
del mercado y el capital global; la historia no se construye por ellos, se presencia, se
les impone una ideología según la cual no hay alternativa al neoliberalismo y la globali-
zación.

En una perspectiva radicalmente distinta y crítica del globalismo extremo, otros


autores han planteado que para discernir la implementación y profundización de las
políticas neoliberales de globalización, el papel del Estado-nación no es hacia su des-
aparición o desplazamiento, sino que éste actúa como inductor, gestor o sancionador
de las mismas (a través del “desmantelamiento del marco constitucional y jurídico...
para suprimir los derechos de la nación sobre el subsuelo y el espacio aéreo, las
antiguas formas de la tenencia de la tierra, las garantías de los trabajadores y los
sindicatos (del salario mínimo remunerador a los contratos colectivos de trabajo), los
sistemas de seguridad social”[31], etc.), como afirma Vilas “el Estado interviene en
favor de los grupos mejor articulados a los procesos de globalización para fortalecer su
posición en el mercado y promover sus intereses”[32], las políticas neoliberales de
globalización modifican las relaciones entre las clases, éstas se impusieron y ejecuta-
ron por determinados actores e intereses, e implicaron acciones específicas del Esta-
do y sus representantes, y la renuncia a otro tipo de políticas, a otra forma de acometer
la inserción al mercado mundial capitalista (el proyecto neoliberal dominante se ejecuta
en una particular correlación de fuerzas sociales, y con una determinada actuación del
Estado y sus instituciones.

38
Si en un primer momento la globalización se asocia a la apertura de mercados, la
competitividad, la promoción de exportaciones, la atracción de inversiones y flujos de
capital; en una segunda arremetida, ésta pretende impugnar la institucionalidad y urge
por reformas radicales en los ámbitos de la legislación laboral, tributaria, bancaria,
comercial, financiera, de cobertura y prestaciones sociales provistos por el Estado; y
al parecer, termina por instalar no sólo a los actores gubernamentales y los líderes
políticos, sino a la ‘opinión pública’ toda en la ‘encrucijada de la globalización’[33],
donde esta última se presenta, por un lado, como la fuerza exógena que exige apresu-
rar y profundizar las reformas, y en caso de que se cuestionen sus devastadores
efectos sociales, la misma los asume como sus secuelas o fenómenos inevitables[34],
los costos del progreso y la modernización. Es en este marco de imposición y aplica-
ción de políticas económicas que deben ser situadas las políticas que subsanen el
proceso de integración latinoamericana, y lo incluyen en la agenda neoliberal para
beneficio del gran capital multinacional.

Proyecciones regionales y globales. La geopolítica del mundo.

“... en el mundo contemporáneo la preponderancia de un imperio no se mide ya


únicamente a escala geográfica. Además de los formidables atributos militares, ésta
deriva esencialmente de la supremacía en el control de las redes económicas, los
flujos financieros, las innovaciones tecnológicas, los intercambios comerciales, exten-
siones y proyecciones (materiales e inmateriales) en todos los órdenes... Nadie domi-
na tanto la Tierra, sus océanos y su espacio medio ambiental como Estados Unidos”.
Ignacio Ramonet.

El establecimiento o consolidación de los llamados “bloques regionales” no sólo es


producto de la reciente arremetida de la mundialización capitalista, o no sólo tiene que
ver con la índole económica del desarrollo capitalista con proyección mundial, la
regionalización es heredera de todo un proceso de despliegue de la geopolítica del
capital y del establecimiento duradero, endeble y a ratos precario de la disputa
hegemónica entre Estados Unidos y las otras potencias económicas con proyecciones
globales.

Desde nuestro punto de vista, lo que la llamada globalización manifiesta –al menos
para el caso de la región latinoamericana– es la consecución, en un determinado con-
texto histórico, del conjunto de finalidades que podemos asociar a las políticas de corte
globalista que el imperio del Norte experimenta en el último siglo; es decir, en el terreno
de la geopolítica y la diplomacia imperial, la geoeconomía de la globalización manifies-
ta la consolidación del globalismo norteamericano, de ahí que prefiramos asociarlo con
intereses y políticas de orden intervencionista y expansionista, que nos hacen recordar
al imperialismo clásico. Para el caso latinoamericano la proyección mundial del capita-
lismo estadounidense está asociada al establecimiento del proyecto hemisférico del
ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas), del que el TLCAN (Tratado de
Libre Comercio de América del Norte) es –digámoslo así– sólo el primer paso.

El globalismo norteamericano encuentra sus orígenes y se relaciona estrechamente


con las prácticas de un Estado pragmático, que busca la consecusión de finalidades de

39
expansión global que aseguren el despliegue de sus grandes corporativos en términos
de producción, distribución y consumo pero que, sin embargo, aseguren su mercado
nacional o regional y lo protejan de la amenaza real o ficticia de la competencia externa.
Según el politólogo José Luis Orozco[35], especialista en el tema del pensamiento
político norteamericano, la fusión entre pragmatismo y globalismo se encuentra pre-
sente ya en las opiniones visionarias de Walter Weyl, prototipo de la elite liberal agrupa-
da en torno a The New republic, quien sintetiza las finalidades de lo que Orozco llama la
pax corporativa, para Weyl “en la economía mundial actual...[escribe en el año de
1917]... la nación es la unidad y la fricción internacional la regla... el movimiento tiende
hacia el mundo de los negocios... nos hallamos ya en los primeros comienzos del
internacionalismo del capital”[36], el paso de la industria nacional a la industria
supranacional o internacional hace pensar a Weyl el inicio de una coordinación no sólo
económica sino política, sentando los cimientos a un imperialismo, según Weyl, “dilata-
do, abrumadora y ostensiblemente pacífico”[37], donde no importa la pérdida de inde-
pendencia económica de otras naciones, si se permite el sano flujo de las finanzas
norteamericanas, hacia donde los salarios sean bajos. Tal y como concluye Orozco,
las tendencias globalizadoras e integradoras apuntan más al imperialismo que al
internacionalismo.

A lo largo de este siglo, después de la desaparición del dominio hegemónico de Gran


Bretaña en el siglo XIX, el mundo paso poco a poco a convertirse en un sistema de
bloques económicos apoyados en barreras arancelarias, apoyándose en sus inicios en
la política de ‘preferencias imperiales’. En el proyecto geopolítico alemán de inicios de
este siglo, estas proyecciones regionales estaban vinculadas en un inicio a la doctrina
del espacio vital ‘lebensraum’, y después se percibieron desde una perspectiva más
global, interpretando a las regiones económicas en clave de ‘panregiones’ (‘una espe-
cie de doctrina Monroe multiplicada por tres’). Después de la segunda guerra mundial y
teniendo a Estados Unidos como el gran vencedor de la conflagración bélica, la política
de bloques regionales entró en desuso y hubo una gran promoción de una política con
proyecciones globales, con instituciones que actuaban en un marco multilateral (ONU,
GATT, Instituciones de Breton Woods, etc), en este período bipolar la doctrina norte-
americana de las ‘grandes áreas’ estuvo asociada a la política de contención. Actual-
mente en el período de posguerra fría la política de bloques económicos vuelve a
cobrar una gran actualidad e importancia (Taylor, 1994, 45 – 58).

Desde 1945 el mundo comenzó a moverse en un contexto de dos superpotencias, y


primo la estrategia de la contención y la política de alianzas antisoviéticas que se
pactaron tras la guerra (la OTAN en Europa, el CENTO en Asia Occidental, y la SEATO
en Asia Oriental). Habría que reconocer el mérito de la categorización que utiliza Raymond
Aron en su texto –que data de 1973– La República Imperial[38], quien ya califica preci-
samente como “globalismo estadounidense”[39] la practica geopolítica y de diplomacia
imperial asociada a la contención del comunismo y la derrota de los ensayos revolucio-
narios que durante la década de 1950 y 1960 tuvieron por escenario al Asia-Pacífico.
De este modo resume Aron su planteamiento: “la diplomacia... de Washington se ha
dado como objetivo contener el comunismo, limitar las zonas a que se extendería el
poder soviético o el de los países en que se instaurarían regímenes marxistas-
leninistas”[40]. Para Aron “la fórmula... de la contención...[condujo a]... La ‘globaliza-

40
ción’ y a la ‘militarización’...[cuyo acontecimiento fundante fue]... La campaña de
Corea”[41].

Aún cuando Aron se sigue moviendo en su argumentación en el terreno del sistema


de bipolaridad ya argumenta según sus propias palabras lo siguiente; “en el régimen
planetario... sólo hay dos potencias globales sin que el sistema sea global, si por
Globalidad entendemos la formación de dos bloques o campos, cada uno en torno de
su potencia global. El Japón, por falta de armamento... así como Europa Occidental, por
falta de unidad y de resolución, a causa de la proximidad física de una potencia global,
continuarán dependiendo de la alianza y la protección de Estados Unidos”[42]

Ahora bien, en detrimento del argumento de Aron habría que decir que el globalismo
intervencionista de los Estados Unidos no se restringe al terreno de lo político-militar,
sino articula la geopolítica del globalismo intervencionista, con la geoeconomía de la
expansión y conquista de mercados. Desde el período de entreguerras y con mayor
fuerza después de 1930 la geoeconomía de los Estados Unidos se mueve en la lógica
de las grandes áreas como espacios geoestratégicos de aseguramiento de recursos,
mano de obra y mercados que den viabilidad a un capitalismo en crecimiento, en el
caso de Alemania este proceso de expansión se vincula a la ideología y la doctrina del
‘espacio vital’ y las ‘panregiones’ globales, y en Japón a la doctrina de la ‘esfera de
coprosperidad’, que atienden –los tres procesos– a la ampliación de soberanía o de
cuasi-soberanía, y en tal sentido constituyen el origen fundante de los actuales proce-
sos de regionalización ahora ya en proceso de consolidación[43].

A manera de conclusión, o nuestra tarea:

“El verdadero límite histórico del capitalismo es, con toda exactitud, éste: el mundo
polarizado que crea es y será cada vez más inhumano y explosivo... el socialismo tiene
el deber de proponer otra visión de la mundialización, y los medios de completarla en el
verdadero sentido del término, al darle un carácter humano y de auténtica universali-
dad”, Samir Amin.

Ante el planteamiento dominante, según el cual el capitalismo ha ingresado a una


nueva etapa de su desarrollo, conformando “una nueva totalidad histórica”, en la que las
fronteras se nulifican o se anulan y donde el Estado-nación y la soberanía se tornan
“anacrónicos” y “quiméricos”, pues tanto éstos como la economía y la sociedad nacio-
nal funcionan como provincias de la sociedad global; se impone la necesidad de pensar
y repensar un razonamiento alternativo que busque la verdadera novedad de los tiem-
pos que nos ha tocado vivir y las consecuencias de un planteo según el cual las
fuerzas inexorables de la autorregulación por el mercado presentan como imposible o
utópico cualquier razonamiento que cuestione el automatismo o determinismo del
globalismo homogeneizante.

Para los partidarios de la globalización, los principales actores o hacedores de la


historia son las transnacionales y el gran capital con sus estructuras e instituciones
supra-nacionales; los sujetos, organizaciones, movimientos y pueblos sojuzgados, no
hacen sino presenciar los acontecimientos y ocupar el lugar que les fijan las estructu-

41
ras omnipresentes del mercado y el capital global; la historia no se construye por ellos,
se presencia, se les impone una ideología según la cual no hay alternativa al
neoliberalismo y la globalización, para el globalismo “la globalización capitalista debilita
las posibilidades de estrategias nacionales”. Ante este desvanecimiento de la subjetivi-
dad, se impone la necesidad de observar las transformaciones históricas que experi-
menta el capitalismo mundial: como la profundización, ampliación o afianzamiento de
procesos y estructuras del modo de producción específicamente capitalista (que qui-
zás no sean tan novedosas); procesos éstos que se impusieron y ejecutaron por deter-
minados actores e intereses, y que implicaron acciones específicas del Estado y sus
representantes, así como la renuncia a otro tipo de políticas, a otra forma de acometer
la inserción al mercado mundial capitalista (el proyecto neoliberal dominante se ejecuta
en una particular correlación de fuerzas sociales, y con una determinada actuación del
Estado y sus instituciones).

En las páginas anteriores hemos intentado alertar sobre actitudes de notable indife-
rencia, a-críticas, sorprendente escepticismo o aún eclecticismo, que en nada contri-
buyen a la reformulación, imaginación y desarrollo no sólo de un pensamiento crítico
mejor capacitado para explicar (en términos causales o de determinación), pero tam-
bién para crear un mundo más justo y para todos (en el sentido de descubrir y desarro-
llar las potencialidades y lo indeterminado de la realidad, incorporando la dimensión de
futuro).

La aparente dicotomía que nos planteábamos al inicio: crisis capitalista o recambio,


restitución y dominio del capital, dicho en otros términos, globalización como
reconversión y reestructuración del capitalismo, o imposición de la crisis y del trabajo
de crisis, a través de imposición de políticas que en el terreno de la geoeconomía y la
geopolítica internacional parecen reeditar el ejercicio de políticas imperiales y de ex-
plotación y exclusión articuladas.

El recurrente cuestionamiento a que –en un contexto como el anteriormente vislum-


brado– son sometidas las relaciones o articulaciones dialécticas entre los espacios;
mundial, nacional, o local, o mejor, la dinámica de funcionamiento de un capital global
mundial, cada vez más libre de ataduras, pero que, sin embargo, no puede independi-
zar su funcionamiento de la pervivencia del Estados-nación que asegure la lógica de
transferencia de excedentes de los sectores asalariados al capital; sancione la asigna-
ción de ganadores y perdedores, producto de los reacomodos en las relaciones Estado
- Mercado, Estado - Sociedad, y Estado - Capital, y ejecute las modificaciones de los
marcos institucionales y legislativos vigentes, y mantenga en los márgenes
institucionalizados (y en el espacio fijado por las fronteras territoriales) el asentamien-
to del conflicto social (teniendo cuidado de no caer en orientaciones estado céntricas);
así como el reconocimiento de que la globalización del capital no se reduce a la amplia-
ción de los intercambios y valorización del capital–dinero y capital–mercancía, sino
que incluye también el ámbito de globalización o mundialización de la experiencia vivi-
da, como pobreza, hambre y exclusión de la mayoría de la humanidad; manifiestan que
la dinámica globalizadora no está sujeta a una sola dimensión temporal, sino que puede
incluir procesos sociales, o ejercicios de constitución de la subjetividad, que al mani-
festar a la historia como el terreno de enfrentamiento, incluyen distintos ritmos de

42
temporalidad y maduración de la respuesta y la protesta de los distintos sujetos y de
las fuerzas sociales.

Automatismo, inexorabilidad y determinismo de las leyes del mercado y el capital o


imposición violenta autoritaria y excluyente de la gestión capitalista de la crisis, que
pone en riesgo las dos fuentes fundamentales de la riqueza en éste y cualquier tipo de
socialidad posible (la naturaleza y el sujeto), curiosa o paradójicamente esta disyuntiva
o dialéctica puede plantearse del siguiente modo: El renacimiento y desarrollo del pen-
samiento crítico se fincará en la globalización o mundialización de la crítica o la crisis
de la ideología del globalismo excluyente.

Notas:

1. Véase Michel Camdessus “Vivir en la ciudad global” en Capítulos, Núm. 45, Enero
- Marzo de 1996, págs. 7 - 14, y desde otra perspectiva Carlos González Martínez,
“La ciudad global del planeta urbano” en Cuaderno de Nexos, Año 19, Vol. XIX,
núm. 224, Agosto de 1996, págs. 24 - 25.

2. Véase Oliver Kozlarek “Simulación, realidad y desafío de la globalidad” en Revista


Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, núm. 167, enero – marzo de 1997, pp.
35 – 50.

3. Tal y como afirma Robert Boyer desde 1983 Theodore Levitte propone el término
para “designar la convergencia de los mercados del mundo entero”. Levitte, Theodore
“Globalization of Markets”, Harvard Business Review, May – June, 1983. Citado
en Robert Boyer “La globalización: Mitos y realidades” en Gutierrez Garza, 1997,
p. 21.

4. Construir un razonamiento fundante que determine nuevos ángulos desde donde


saltar los límites de lo dado hacia lo inédito incluye una exigencia de distancia-
miento que “consiste en el movimiento de alejarse del problema para no quedar
atrapados por una situación cristalizada como producto, en forma de poder abrirse
ya sea como simple reconocimiento de posibilidades de otros discursos, o bien, lo
que es más difícil, conformando un contenido nuevo para el mismo discurso”
(Zemelman, 1998: 23 – 24)

5. Véase para una atinada crítica a este enfoque, Joachim Hirsch “¿Qué es la globa-
lización? en Realidad Económica núm. 147, págs. 7 – 17.

6. Ignacio Ramonet. “Pensamiento único y nuevos amos del mundo” en Noam


Chomsky e Ignacio Ramonet “Cómo nos venden la moto”, Barcelona, Icaria, 3a.
edición, 1996, págs. 55 - 98.

7. Ibid. pág. 59.

8. Ibid. pág. 57.

43
9. Ibid. pág. 58.

10. Citado en Ibid. pág. 63.

11. Carlos Vilas, “Seis ideas falsas sobre la globalización. Argumentos desde Améri-
ca Latina para refutar una ideología”, en John Saxe-Fernández (Coord.) Globali-
zación: Crítica a un paradigma, México, Plaza y Janés, 1999, págs. 69 – 101.

12. Michel Camdessus, op. cit. pág. 9. (cursivas nuestras JGGS).

13. Renato Ruggeiro, “La política internacional en la hora de la OMC”, Capítulos,


Núm. 47, Julio - Sept., 1996, págs. 7 - 16.

14. Para Octavio Ianni cualquier tentativa de proyecto nacional “está sujeto a las
determinaciones globales que adquieren prominencia creciente sobre las deter-
minaciones nacionales”, en Ianni, “Estado-nación y globalización” en El Cotidia-
no, año 12, núm. 71, septiembre de 1995, págs. 93 - 94. La debilidad fundamental
del argumento consiste en que fueron determinaciones precisas de los sectores
de la burguesía nacional que hegemonizan el control del aparato estatal, las que
impulsaron las políticas neoliberales de globalización, y en rigor estas últimas
como en repetidas ocasiones ha afirmado Hinkelammert, constituyen la renuncia
a cualquier política de desarrollo, véase Hinkelammert, “Cultura de la esperanza
y sociedad sin exclusión”, Ed. DEI - Caminos, San José Costa Rica, Sept. de
1995, págs. 131 - 156.

15. Charles Oman, “Globalización: la nueva competencia” en Las reglas del juego.
América Latina, globalización y regionalismo, Argentina, Corregidor, 1994, pág.
22.

16. Ibid.

17. Véase Arthur MacEwan “Globalización y estancamiento” en El mundo actual:


situación y alternativas, Pablo González Casanova y John Saxe-Fernández
(Coords), México, 1996, Siglo XXI, págs. 59 - 73.
18. Véase Joachim Hirsch “¿Qué es la globalización? en Realidad Económica núm.
147, págs. 7 – 17. A quien pertenece esa afirmación.

19. Véase Sergio de la Peña. “América Latina frente a la globalización” en Dialéctica,


Nueva Época, Año 18, Núm. 27, primavera de 1995, y Toni Negri “Fin de Siglo”,
Paidos, Barcelona, 1992, en especial capítulo 3, 4, 5 y 6.

20. Tan sólo por concepto de pago de intereses de la deuda y por la remisión de
utilidades netas, según datos del “World Debt Tables” y del “Balance of Payments
Statistical Yearbook” editados por el Banco Mundial y el FMI, América Latina
traslado un promedio de 45000 millones de dólares anuales en el período de 1982
a 1995.

44
21. Véase Ruy Mauro Marini, Prefacio al libro de Adrián Sotelo V. México: Dependen-
cia y modernización. Ed. El Caballito, México 1993, págs. 9 - 12.

22. Véase Arthur MacEwan op. Cit.

23. Véase nuestro “La globalización: efectos y tragedias sociales” en Memoria, núm.
105, nov. de 1997, págs. 21 – 24.

24. Véase Octavio Ianni, op. Cit., y Francis Fukuyama “Capital social y economía
global” en Este país, núm. 59, febrero de 1996, págs. 2 - 9. Publicado originalmen-
te en Foreign Affairs, septiembre - octubre de 1995.

25. Kenichi Ohmae “The rise of the region state”, citado en María Cristina Rosas,
México ante los procesos de regionalización económica en el mundo, México,
IIEc - UNAM, 1996, pág. 19.

26. Retomamos el argumento ofrecido por James Petras y Howard Brill, “The tyrany
of globalism”, en Petras, et. al., Latin America: Bankers, Generals, and the Struggle
for Social Justice, Rowman and Littlefield, 1986, págs. 3 - 20, y el desarrollo que
del mismo hace John Saxe Fernández “La globalización: Aspectos geoeconómicos
y geopolíticos” en Heinz Dieterich (Coord)., Globalización, Exclusión y Democra-
cia en América Latina, México, Joaquín Mortiz, 1997, págs. 53 - 73, y la preocu-
pación expresada por Luis Javier Garrido en su “Introducción” al libro de Noam
Chomsky y Heinz Dieterich, La Sociedad Global, México, Joaquín Mortiz, 1995,
págs. 7 - 14.

27. Véase Pablo González Casanova “El colonialismo Global y la democracia” en


Samir Amin y Pablo González Casanova (Coords) La nueva organización capita-
lista mundial vista desde el Sur. Tomo II. El Estado y la política en el Sur del
mundo., Barcelona, Anthropos, CEIICH, 1996, págs. 11 – 144.

28. Véase Noam Chomsky, El miedo a la democracia, Barcelona, Crítica, 1992, In-
troducción, págs. 11 - 19.

29. Ibid, pág. 14.

30. No cabe duda que el momento y el contexto histórico que se vivió en las décadas
del sesenta y el setenta, es muy distinto al que nos ha tocado presenciar des-
pués de la transición conservadora de los ochenta. En un ensayo publicado en
francés en 1972 y en castellano en 1975, Anouar Abdel Malek afirmaba que los
“círculos –endógeno (clases y grupos sociales), exógeno (naciones, culturas,
civilizaciones)– constitutivos del movimiento mundial en la época contemporá-
nea” (infra, pág. 11) eran agitados finalmente “por los procesos de mundialización”
(ibid.), lo interesante o paradójico es que en aquellos años para Malek esos
procesos eran, en primer término “los grandes movimientos de liberación y de
revolución”, y la convergencia de “las revoluciones nacionales y sociales con la
revolución científico-técnica” (ibid.), como resulta evidente las fuerzas impulsoras

45
de ‘los procesos de mundialización’ en nuestros tiempos son otras muy distintas,
aunque la técnica se encuentre presente en ambos enfoques. Véase Anouar Abdul
Malek, “La dialéctica social. La restructuración de la teoría social y de la filosofía
política”, México, Siglo XXI, 1975, 404 págs, en especial 11 - 56.

31. Luis Javier Garrido “Introducción”, op. cit. pág. 8.

32. Carlos Vilas, “Seis ideas falsas... op. cit. pág. 21.

33. Retomamos el argumento de Rafael Agacino “La anatomía de la globalización y la


integración económica”. Ponencia presentada al seminario Integración Interna-
cional, organizado por el Instituto Internacional de Integración del Convenio An-
drés Bello, La Paz, Bolivia, 31 de marzo a 4 de abril de 1997.

34. Para Enrique Iglesias, presidente del BID, la creación de nuevos pobres producto
de la aplicación de las políticas neoliberales de globalización y la profundización
de esas reformas es un “fenómeno transitorio e inevitable”. Véase La Jornada, 14
de Marzo de 1997, pág. 55.

35. Véase José Luis Orozco, “Pragmatismo y globalismo: el primer ensayo” en José
Luis Orozco y Ana Luisa Guerrero, Pragmatismo y Globalismo, México, Fontamara,
1997, págs. 15 - 40.

36. Walter E. Weyl, “American World Policies 1917”, citado en Orozco, op. cit. pág. 18.

37. Ibid.

38. Raymond Aron, La república imperial, Madrid, Alianza Editorial, 1976, 389 págs.

39. Ibid. pág. 360.

40. Ibid. pág. 253.


41. Ibid. pág. 331.

42. Ibid. pág. 171.

43. Véase John Saxe Fernández, op. cit., y del mismo autor “América Latina Estados
unidos en la posguerra fría: Apuntes estratégicos preliminares” en Problemas del
Desarrollo. Vol. XXIII, Núm. 90, Julio-septiembre 1992, págs. 135-179, así como
la argumentación y la ilustración histórica de Noam Chomsky, “Lo que realmente
quiere el tío Sam”, México, Siglo XXI, 1994, 136 págs, en especial 9 - 33.

(*) El autor, José Guadalupe Gandarilla Salgado es profesor de Economía en la


UNAM, México. E-mail: joseg@servidor.unam.mx
http://rcci.net/globalizacion/2000/fg133.htm

46
GLOBALISMO, GLOBALIDAD Y GLOBALIZACIÓN
Rubén Aguilar Valenzuela

EL sociólogo alemán Ulrich Beck, de la Universidad de Münich, plantea en su libro


¿Qué es la globalización? (Paidós, 1998) la necesidad de distinguir entre tres concep-
tos que se parecen, pero son distintos: Globalismo, globalidad y globalización. Al
globalismo lo define como aquella idea «según la cual el mercado mundial desaloja o
sustituye el quehacer político; es decir, la ideología del dominio del mercado mundial o
la ideología del liberalismo» que reduce la pluridimensionalidad de la globalización a
una sola dimensión, la económica. Quedan relegadas las globalizaciones ecológica,
cultural, política y social, sin las cuales no se puede hablar de globalización, «sólo para
destacar el presunto predominio del sistema de mercado mundial». El globalismo da al
traste con un elemento fundamental de la primera modernidad, a saber, la distinción
entre política y economía. Una vez rota esta diferencia, la tarea principal de la política,
que es delimitar los marcos jurídicos, sociales y ecológicos dentro de los cuales el
quehacer económico es posible y legítimo socialmente, pierde su sentido.

Esto posibilita, asegura Beck (uno de los más importantes sociólogos del mundo),
que los empresarios vuelvan a «disponer del poder negociador política y socialmente
domesticado del capitalismo democráticamente organizado». El globalismo permite,
ante el nuevo poder empresarial, que se socaven los cimientos de las economías
nacionales y de los Estados nacionales. Lo que se pretende es restar poder a la política
estatal-nacional. «La retórica dice Beck de los representantes económicos más impor-
tantes en contra de la política social estatal y de sus valedores, deja poco que desear
en cuanto a claridad. Pretenden, en definitiva, desmantelar el aparato y las tareas
estatales con vistas a la realización de la utopía del anarquismo mercantil del Estado
mínimo».

La globalidad, en la definición del alemán, ha estado presente en el mundo por lo


menos desde el siglo XVI. La visión de la existencia de espacios cerrados con la que se
pretende justificar el globalismo es falsa. En estos tiempos ningún país puede aislarse
del otro. Otra manera de entender la globalidad es lo que se ha dado en llamar la
«sociedad mundial», donde «mundial» denota diferencia, pluralidad y «sociedad» signi-
fica la no-integración, de manera tal que la sociedad mundial se puede entender como
«una pluralidad sin unidad». La globalización se define, de acuerdo a Beck, como «los
procesos en virtud de los cuales los estados nacionales soberanos se entremezclan e
imbrican mediante actores transnacionales y sus respectivas posibilidades de poder,
orientaciones, identidades y entramados varios». Una de las diferencias fundamentales
entre la primera y la segunda modernidad es precisamente la «irreversibilidad de la
globalidad resultante». Esto quiere decir que existe «una afinidad entre las distintas
lógicas de las globalizaciones ecológica, cultural, económica, política y social, que no
son reducibles ni explicables las unas a las otras, sino que, antes bien, deben resolver-
se y entenderse a la vez a sí mismas y en mutua interdependencia». El supuesto es
que sólo así se puede abrir el espacio del quehacer político. ¿Por qué? «Porque sólo
así se puede acabar con el hechizo despolitizador del globalismo, pues sólo bajo esta

47
perspectiva de la pluridimensionalidad de la globalidad estalla la ideología de los he-
chos consumados del globalismo».

El profesor de la Universidad de Münich sostiene que la globalidad es irreversible en


razón de: 1) La densidad del intercambio internacional, el carácter global de los merca-
dos financieros y el poder de las multinacionales; 2) La revolución permanente de la
información y las tecnologías de la comunicación; 3) La exigencia universal de respetar
los derechos humanos; 4) Las corrientes icónicas de las industrias globales de la
cultura; 5) La existencia de actores transnacionales con cada vez más poder (multina-
cionales, organismos no gubernamentales, Naciones Unidas); 6) El problema de la
pobreza global; 7) El problema de los daños ecológicos globales; 8) El problema de los
conflictos transculturales. La globalidad pone en evidencia que ya nada de cuanto ocu-
rra en nuestro planeta podría ser un suceso localmente delimitado, sino que todo está
relacionado, lo que obliga a «reorientar y reorganizar nuestras vidas y quehaceres, así
como nuestras organizaciones e instituciones, a lo largo del eje local-global».

En este marco la globalización se plantea «como un proceso que crea vínculos y


espacios sociales transnacionales, revaloriza culturas locales y trae a un primer plano
terceras culturas». Esta concepción no plantea «ninguna megasociedad nacional que
contenga y resuelva en sí todas las sociedades nacionales, sino un horizonte mundial
caracterizado por la multiplicidad y la ausencia de integrabilidad...». La globalidad abre
una nueva realidad nunca antes conocida por el mundo. «Nueva dice Beck no es sólo la
vida cotidiana y las transacciones comerciales allende las fronteras del Estado nacio-
nal en el interior de un denso entramado con mayor dependencia y obligaciones recí-
procas; nueva es la autopercepción de esta transnacionalidad (en los medios de comu-
nicación, en el consumo, en el turismo); nueva es la «translocalización» de la comuni-
dad, el trabajo y el capital; nuevas son también la conciencia del peligro ecológico
global y los correspondientes escenarios de actividad; nueva es la incoercible percep-
ción de los otros transculturales de la propia vida, con todas sus contradictorias certe-
zas; nuevo es el nivel de circulación de las «industrias culturales globales»; nuevo es
también... La cantidad y poder de los actores, instituciones y acuerdos transnacionales;
y finalmente, nuevo es también el nivel de concertación económica, que, pese a todo, se ve
contrarrestado por la nueva competencia de un mercado mundial que no conoce fronteras».

El análisis de Beck devela la trampa del globalismo el reino sin más del capital
transnacional y sus agentes y abre el espacio para reflexionar y entender en qué con-
siste la globalidad y la globalización. Estos últimos conceptos, no el primero, abren el
espacio para la realización de las naciones y de los individuos que las integran en esta
nueva fase de la historia. La actual manera de entender la globalización, que es el
globalismo denunciado por el alemán, conduce a un nuevo tipo de sometimiento y a una
nueva manera de definición en los términos, ahora todavía más brutales, entre el impe-
rio y sus colonias. No los podemos aceptar. Hay una diferencia radical, para ponerle
nombre, entre el proceso de integración de los países que conforman la Unión Europea
(UE) y lo que pretende ser la integración (subordinación define con más claridad) de
las economías de América Latina a la de Estados Unidos, a través de iniciativas como
el Acuerdo de Libre Comercio las Américas (ALCA), expresión acabada del globalismo
y no de la globalización.

48
Posdata

Cuauhtémoc Cárdenas en su viaje a Europa ha seguido insistiendo en las ventajas


de formar una coalición de las fuerzas de la oposición, para ir unidos a las elecciones
presidenciales. El PAN y el PRD necesitan aceptar que resulta todavía difícil, aunque
no imposible, que uno solo de ellos gane la Presidencia en el 2000. Hay que asumir que
se trata de una elección única. El momento que vive el país y el futuro que se puede
abrir con una victoria de la oposición exigen que el PRD y el PAN hagan todos los
esfuerzos posibles para construir la coalición. La unidad puede crear la condición, a
través de un proyecto, para sacar al país de la crisis permanente en la que ha vivido los
últimos 20 años.

GLOBALIZACIÓN
Leandro M. Ferrari

«La globalización no es un valor, es un ímpetu instaurado


en el proceso de expansión del sistema capitalista
que, con todas sus innovaciones, produce una serie de
transformaciones profundas, positivas y negativas»

Fernando Henrique Cardozo

La globalización, ese nuevo fenómeno antiguo.

Para intentar comprender el fenómeno de la globalización, éste debe ser apreciado


como un fenómeno repetitivo en las pulsaciones de los «ciclos históricos.» Por ejem-
plo, los cambios auto-organizativos de sistemas complejos que mas se han evidencia-
do, sucedieron cuando se instauró el capitalismo comercial del Renacimiento en ade-
lante.

Los más entusiastas defensores de la globalización son quienes pueden disfrutarlo.


La pregunta básica y frecuente es si la globalización no es una nueva forma de dominación.

La globalización es, sin duda, «también» una forma de dominación de los mas fuer-
tes sobre los mas débiles.

F.H.Cardozo propone, al igual que todos los que defendemos las instituciones con
gran ahínco, que: «La respuesta de un demócrata no puede ser otra que: ampliar la
democracia; radicalizarla en la raíz de sus instituciones y en su idealidad de la socie-
dad abierta, siempre mas densamente participativa.» El fenómeno de la globalización
no es nuevo. Se ha repetido cíclicamente con diversos ímpetus en el pasado, aunque
nunca tanto como hoy en día, compulsiones de «vigores excesivos» deseosos de afir-
mación: los vándalos; el renacimiento; la reforma; el primer orden económico mundial;
la revolución industrial.

49
Hoy observamos que demografías desiguales y tecnología utilizadas masivamente
empujan loa precios y el costo del dinero hacia abajo, sustituyendo viejos productos y
servicios por otros nuevos en un mercado de relaciones de cambio desordenado, exal-
tado por monedas subvaluadas y devaluaciones competitivas.

Prólogo

Podríamos calificar a la Globalización como un «cambio civilizatorio», atento a la


amplitud y profundidad de las transformaciones ya operadas y las que siguen produ-
ciéndose; generando la vinculación del mismo con la política.

Podríamos preguntarnos porqué la Globalización marca un cambio de época. Y a


esto le contestaríamos: Desde el punto de vista político (simbólico) la caída del muro
de Berlín marco el comienzo de una nueva era. Por un lado la implosión de la ex URSS
y en consecuencia de la bipolaridad mundial basada en la confrontación de dos siste-
mas alternativos y excluyentes, en lo ideológico, lo económico y asentado fundamen-
talmente en un concepto de seguridad militar provocó el crecimiento de otro sistema
que rompió la unidad seguridad/economía. Así se define un modelo «unipolar» en cuan-
to seguridad (encarnada en los EE.UU.) y uno hasta hoy «tripolar» en lo económico
donde se plantea la competencia entre las tres grandes potencias de los últimos años
(EE.UU., Japón y la Unión Europea).

Si eso se da en las relaciones internacionales, en el interior de cada país implantó el


modelo Keynesiano que había dado lugar al Estado de Bienestar con sus variadas y
múltiples facetas.

La Globalización se apoya en la revolución científico-técnica (cibernética, quimización)


y sus derivaciones en el mundo de la producción y de la organización y transforma
sustancialmente al mundo del trabajo, decrece, se precariza o se pierde, con un alto
impacto en la sociedad. La precarización también alcanza a los sistemas políticos y
por lo tanto de la democracia; con la devaluación de la misma mas que con el peligro de
un golpe de estado, potenciando dos problemas el «clientelismo» y la corrupción
sistémica. A su vez estos factores alimentan esta precarización de la política, donde la
crisis de representatividad aparece como la mas clara manifestación de los hechos.

Globalización
Una serie de cambios profundos

La caída del Muro de Berlín marcó el inicio de un cambio de época. Desde entonces,
implotó la ex URSS, se demolió la Cortina de Acero, se desestructuró el llamado «Mun-
do Comunista» y cayó, aún en Occidente, el marxismo como sistema de ideas. «Pero
también entró en crisis el macromodelo Keynesyano, el llamado «Estado de Bienestar»
se tornó crecientemente disfuncional y entró en una fase de agotamiento y ocaso».
Frente a esta realidad habría que hacer dos reconocimientos: primero, vivimos en una
época de transformaciones de una amplitud y de una profundidad tal que permitiría?
Calificarla de cambio civilizatorio; segundo, la realidad va mas rápido que nuestra ca-
pacidad para reconocerla y entenderla.

50
Este cambio de época que vive Occidente está conectado a cambio profundos estos
procesos son a) la revolución científico-técnica y sus derivaciones tanto hacia el modo
de producción como hacia el plano de la gestión b) las transformaciones del mundo del
trabajo y su impacto sobre la sociedad y c) la globalización económica.

«Los nuevos procesos, aún incipientes, abren una perspectiva exaltante para las
próximas décadas, al proceso histórico de transformación del mundo y de creación del
hombre por sí mismo: nos encontramos, sin duda alguna, en el umbral de la revolución
científico técnica.» Obviamente, el autor de «Primavera» no se equivocaba; ni en el
diagnostico ni en el señalamiento de las fuerzas motoras( la cibernetización, la
quimización, etc.). Efectivamente el tiempo que siguió a esta publicación mostró como
iba ocurriendo esa transformación.

El mundo del trabajo sufrió también fuertes modificaciones; es notoria, en toda la


orbe capitalista, una tendencia señalada de aumento del nivel de desempleo. Las defini-
ciones de Richta fueron anticipatorias: «En el período de la industrialización el aumento
de la producción se acompañaba de un aumento del empleo en las ramas industriales
en relación al resto de los empleos; en cambio, en la revolución científico-técnica se
manifiesta, desde su comienzo, una tendencia opuesta: la producción crece sin que
necesariamente crezca el empleo utilizado en la producción directa.»

Bajo estas condiciones las civilizaciones están viviendo una metamorfosis, donde
uno de sus rasgos mas característicos es la exclusión. Según Robert Castel «Lo deter-
minante del proceso es el hecho que el trabajo dejó de ser el gran integrador. Se trata
de un proceso de desestabilización de los estables, de vulnerabilización de posiciones
antes seguras»

Con razón sostiene que, por motivos que empiezan a ser conocidos, como la
internacionalización del mercado y las exigencias de competitividad, el trabajo se ha
vuelto el blanco principal de una política de reducción de costos y de maximización de
su eficacia productiva, cuya palabra de toque es «flexibilidad».

Como no podía ser de otra manera, el supuesto éxito capitalista abrió definitivamen-
te las puertas al desarrollo de las tendencias hacia la globalización que el propio siste-
ma poseía dentro. En términos generales puede decirse que la globalización es un
fenómeno pluridimencional, es decir que compromete a una multitud de dimensiones de
la vida social y que tiene por escenario al mundo. En su dimensión económica, la
globalización puede ser entendida como una nueva fase de expansión capitalista y
puede caracterizarse como:

- Tendencia a la apertura de los sistemas económicos nacionales y, por lo tanto,


disminución o cese de políticas estatales reguladoras y/o proteccionistas.
- Notorio aumento del comercio internacional.
- Expansión de los mercados financieros.
- Incremento de la movilidad internacional de los factores de la producción.
- Prioridad de la innovación tecnológica.
- Aparición de elevadas tasas de desempleo.

51
Y como consecuencia de esto:

- Aumento de la interdependencia de los países ó economías diferentes, y


- Consolidación de una definida tendencia a la formación de polos económicos re-
gionales.
- Tres motores de la globalización: Liberalización, Desregulación y Privatización

Dinámica perversa, dinámica inmensa

Es perfectamente admisible establecer una conexión entre las exigencias económi-


cas de la globalización y las metamorfosis de las sociedades. Las transformaciones del
mundo del trabajo y los requerimientos de reformas del estado funcionarían como bisa-
gra entre una y otra. Mirados desde una perspectiva estrictamente económica, dos
consecuencias se desprenden de los rasgos nombrados anteriormente resultan funcio-
nes de las necesidades de reducción de costos: el descenso de los costos laborales y
el descenso del costo estatal, en lo referido al mantenimiento de redes de seguridad social.

Sobre el descenso de la fuerza requerido de mano de obra incide la automatización.


El reemplazo de hombres por máquinas en una muy amplia escala genera un descala-
bro en el mercado de trabajo; la demanda de las empresas es cada vez menor. Simultá-
neamente opera la reforma del estado, algunos de cuyos rasgos son: la disminución e
incluso el abandono de políticas sociales la reducción del sostén de estructuras de
seguridad. Tal vez, desde principios de la década de los ‘90s se asiste a una nueva fase
de la crisis, probablemente terminal del «estado providencia.» Es decir, la
desestructuración de un estado originariamente inclinado a la protección social, a pro-
veer seguridad ha alcanzado ya el plano de los principios, habiendo alcanzado también
hasta una discusión sobre los principios, naturaleza e incluso sobre la validez del
mismo, es decir entró en el campo de un orden filosófico.

¿Como se conecta esto con la necesidad de disminuir costos?, la malla de seguri-


dad referida al mundo del trabajo supone, para las empresas, costos laborales directos.
Hay una proporción directa entre la extensión y la consistencia de esa malla y los
costos laborales, la proporción es directa: mayor protección social, mayor costo impo-
sitivo para las empresas.

La economía globalizada ya ha incorporado la condición de los costos laborales y de


la presión impositiva como elementos muy significativos en materia de radicalización
de inversiones por parte de las empresas. Esta dura realidad la encontramos al anali-
zar la competencia entre Brasil y Argentina en su lucha por conseguir capitales.

Una dinámica perversa se abre camino por doquier. Las exigencias económicas son
poco menos que implacables y las consecuencias sociales altamente lesivas. De aquí
la perversión de un movimiento que parece no poder detenerse. Hasta países con una
fuerte tradición de protección previsional como Alemania y Francia, tambalean. Se ven
confrontadas al desafío de mantener sus instituciones laborales o sus mallas de pro-
tección y correr el riesgo de perder a mediano plazo el tren en su capacidad de compe-
tencia con otros países.

52
Se dice también que la globalización es una dinámica inmensa. Que en realidad
actúan, simultáneamente, fuerzas globalizadoras y fuerzas localizantes. Y mas aún,
que son interactivas: que cada incremento de la globalización tiende a causar un incre-
mento de la localización y viceversa. Las primeras estarían dadas por, predominante-
mente por la dinámica económica. Mientras que las segundas, estarían dadas por
dinámicas sociales, políticas y culturales.

La conformación de un escenario global pero también fragmentado, impacta sobre el


plano de los actores sociales. En el pasado los principales actores eran de naturaleza
nacional, tanto en el plano internacional como en el vernáculo. En el plano internacional
actuaban los Estado Nacionales, en el doméstico, los partidos políticos, sindicatos,
fuerzas armadas, etc. Hoy es perceptible la presencia de una compleja trama tejida por
actores nacionales, transnacionales y subnacionales tanto en el plano internacional
como en el doméstico.

Transformaciones en el sistema internacional

Dijimos que el estallido de la ex URSS significó el fin de la bipolaridad existente


hasta entonces. Desapareció la bipolaridad que estructuró las relaciones internaciona-
les desde la posguerra, sin embargo, no sobrevino un mundo unipolar. Los EE.UU.
quedaron como la única superpotencia militar. Pero el desarrollo de la globalización,
catapultó tres superpotencias económicas, Estados Unidos, La Unión Europea y Ja-
pón.

La lógica amigo-enemigo que rigió al mundo durante todo ese período perdió vigen-
cia, es que la globalización vino a colocar un complejo juego de cooperación/compe-
tencia en el interior del mundo occidental.

El incremento de la interdependencia económica entre los distintos países hace que


sus economías individuales se necesiten cada vez mas. Pero al mismo tiempo la com-
petencia se hace cada vez mas exigente entre ello. Una comparación que se usa a
menudo está referida a las competencias deportivas. Thurow, por ejemplo usa la del
fútbol: «A pesar de su ingrediente competitivo, el deseo de vencer, el fútbol tiene tam-
bién un ingrediente cooperativo. Todos tienen que coincidir en las reglas del juego, los
árbitros, y el modo de dividir el resultado. Es posible que uno desee vencer, pero al
mismo tiempo conserve la amistad durante el juego y después.

Por supuesto la comparación es suave ya que la competencia es durísima, head to head.

Rol del Estado y su autoridad en la globalización

La globalización trae aparejada una disminución de la autoridad de los estados y, en


consecuencia, un adelgazamiento del principio de soberanía estatal. Esto significa tam-
bién que sus fronteras sean mas porosas y menos significativas. De este modo el
territorio, considerado un rasgo esencial de la definición de estado empieza a conver-
tirse en una figura evanescente.

53
Si dejar de mencionar a los países en vías de desarrollo, con referencia a la vulnera-
bilidad externa que ha dejado el fenómeno de endeudamiento externo y una de sus
secuelas mas evidentes: el monitoreo por parte de las agencias internacionales de
financiamiento, al que han quedado sujetos. Eso también habla de la pérdida de autori-
dad por parte de los Estado.

Por otra parte, esta disfuncionalidad y crisis del Estado de Bienestar y el avance de
reformas refundacionales de aquel, y el desarrollo de las metamorfosis de las socieda-
des, golpean sobre las formas de relación de los individuos y la política y con el propio
Estado. Y golpea mal. Crece la disconformidad, el delito y la anomia. De donde se
desprende otra vía por la cual disminuye la autoridad de los Estados.

¿Es irreversible la globalización? ¿Cuáles son sus exigencias?

La globalización es irreversible. No es imposible que los países que intervengan en


ésta puedan conseguir resultados favorables, por la vía de controlar ó modificar algu-
nas de sus facetas o resultados. Pero el fenómeno, en términos generales, ha llegado
para quedarse. Si bien el proceso es calificable de irreversible, los Estados y/o Nacio-
nes no están obligados a participar de este proceso en curso. Pueden o no hacerlo. Es
decir que hay márgenes para la elección: el proceso no es ni mecánico, ni inevitable, ni
uniforme; simplemente se los califica de irreversible porque tiene ya una amplitud con-
siderable, abarcando a prácticamente todas las economías significativas del planeta.

Quienes no se incorporen deberán asumir el riesgo - y eventualmente el costo - de


quedar al margen de una reconversión capitalista llamada a ser dominadora del mundo.

Respectos de los modos de ingresar a la globalización en su dimensión estrictamen-


te económica existen diversos márgenes de variabilidad. Entre las grandes potencias,
por ejemplo, es perceptible que la manera de integrarse mundialmente de Japón y los
Estados Unidos no son iguales; y es evidente que Brasil, Chile y la Argentina tampoco
están procurando instalarse de la misma manera.

Los que si son uniformes son los requisitos. Son las condiciones requeridas a los
países ó mercados emergentes.

Estas condiciones tienen relación directa con la forma de organizar las políticas, o el
mundo de la política en sí mismo, sobre el diseño de políticas internas y sobre la
elección de políticas en los campos estratégicos nacional y de las relaciones interna-
cionales. Se los pueden clasificar en:

a)confiabilidad
b)estabilidad y
c) competitividad.

Las condiciones de confiabilidad consiste en la credibilidad que un país despierta en


los restantes. Es decir en qué medida sus vías de desenvolvimiento, su desempeño y
las formas de organización social y política lo tornan creíble a los ojos de los otros.

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Muy vinculado a esto está la estabilidad, lo que se enfoca especialmente es la
estabilidad económica y política. Finalmente está la condición de la competitividad, en
el contexto de apertura, liberalización, desregulación y privatización que se ha hablado
anteriormente.

Globalización y política
Democracia y exclusión, problemas

Lo que hemos definido como dinámica perversa ha colocado un verdadero dilema.


Es decir, un problema de solución incierta, cuyas posibles soluciones son inciertas. En
el contexto de la globalización económica vemos un acompañamiento de un proceso de
desestructuración, exclusión y disgregación sociales, en prácticamente todos los paí-
ses que aceptaron las reglas de la globalización. Las exigencias económicas son poco
menos que implacables y las consecuencias sociales alarmantes, ya que la
competitividad se vuelve un elemento clave para la supervivencia de las naciones.
Tornarse competentes y mantenerse como tales es un desafío para los países incorpo-
rados a la globalización. Así las cosas, la fractura entre dinámica económica y proble-
mática social se presenta bajo la forma de una antinomia que enfrenta, por un lado la
exigencia de competitividad en que vivimos inmersos, y por el otro lado los requeri-
mientos de inclusión que constituyen la legítima aspiración de cualquiera que esté
dispuesto a vivir en sociedad.

Este dilema pareciera tener una solución por la vía de la regulación: acortar la jornada de
trabajo en procura de mayores oportunidades de empleo, retomar políticas estatales de seguri-
dad social; cualquiera sea, deberá fundarse en un compromiso colectivo, porque implica reduc-
ciones de las capacidades competitivas tanto de las empresas como de los países.

De modo que la vuelta a políticas de regulación solo serán posibles con un acuerdo
internacional que ligue a los distintos actores. Pero hoy por hoy esta muy lejos de poder
realizarse, es apenas una alternativa a largo plazo.

Este es el campo en el que cabe situar una cuestión relevante, referida a la vigencia
de la democracia. Es evidente que deberá cohabitar con la globalización, lo que signifi-
ca reconocer que está llamada a convivir con la llamada dinámica perversa. ¿Cuanta
pobreza, cuánta exclusión es compatible con esa democracia política? En el caso
latinoamericano, tal vez mas que en otros, alimentan inquietudes comprensibles; no
por el miedo a un golpe de estado, sino por favorecer formas espúreas y devaluadas de
aquella..

Este dilema produce un efecto de impotentización de la política. La existencia de una


dinámica perversa que tiene por escenario al mundo sobrepasa los universos políticos
locales.

En principio, no resulta fácil imaginar respuestas de fondo en un contexto de prima-


cía del mercado sobre el estado y de vigencia de la agenda neoliberal. La supremacía
del Mercado sobre el Estado produce un impacto subordinador y, aún, impotentizador
de la política.

55
Cuando hablamos de supremacía del Mercado sobre el Estado no queremos decir
otra cosa que subordinación de todas las políticas a la economía. En primer lugar esta
supremacía está suponiendo una verdadera conmoción general de la sociedad, que
impulsa procesos de descongelamiento, vulnerabilización y disgregación sociales, gol-
peando negativamente sobre los individuos y la relación de ellos entre sí, con la políti-
ca y con el propio estado. Como se sabe la sociedad es el sustento de la política, es
esa realidad que la hace posible, de modo que si la sociedad pierde cohesión ó capaci-
dad para integrar a sus miembros( que es precisamente lo que caracteriza a la socie-
dad) el mundo de la política no puede verse menos que gravemente afectado. En se-
gundo lugar, la primacía del Mercado sobre el Estado se refleja en esa pérdida de
autoridad del Estado y adelgazamiento de la soberanía estatal, siendo posible también
hablar de un achicamiento del Estado. Arena fundamental donde se desenvuelve la
política, sostener que el estado se a achicado implica reconocer que también lo a
hecho aquella. En tercer lugar, la confiabilidad, la estabilidad, y la competitividad que
reclaman los mercados globalizados, constituyen otros tantos requerimientos priorita-
rios que la economía le formula al estado y la política.

Por todas estas razones (entre las cuales la no aparición de respuestas de fondo a
los desafíos de la globalización quizás sea la mas relevante) se vive hoy una tendencia
hacia la impotentización de la política. No es que sea irreversible, pero pesa demasiado
y en diversas maneras sobre los desarrollos en curso.

Después de la Globalización, nada es como era antes. Se transforma la economía,


se metamorfosean las sociedades, cambia el estado y el mundo de la política, y se
altera la esfera de las representaciones de la realidad, lo cual tiene entre otros efectos
el ya visto del impacto sobre el forma de hacer y participar en política. Por otra parte
simultáneamente cambian de manera sustancial la naturaleza de los problemas a en-
frentar: la dimensión económica, la conflictualidad internacional, el estado, la proble-
mática social, etc. En este marco ¿que espacio queda para el mantenimiento de las
tradiciones partidarias? ¿Como es posible sostener tradiciones partidarias elaboradas
en otros contextos? Es corriente hablar hoy en América Latina de la crisis de
representatividad de los partidos políticos. ¿Como podría ser de otra manera? Todos
los partidos históricos están obligados a redefinirse, a pronunciarse sobre los nuevos
asuntos, a trabajar con sus simpatizantes y electorados desde propuestas nuevas y
diferentes a sus tradicionales formas de hacerlo. O sea adecuadas a los tiempos que
corren. Y, desde luego, las recomposiciones y las crisis están a la orden del día. Pode-
mos ver un ejemplo en los casos de Argentina. México y Brasil Atravesados por diná-
micas reconfiguraciones que suponen la redefinición de viejos actores, y/o el surgi-
miento de otros nuevos.

Si predomina el mercado sobre el estado, si la política se ha impotentizado, silos


partidos históricos están obligados a redefinirse drásticamente, es natural que ocurra
una crisis de representación. El problema mas grande de todo es que esta crisis de
representación se combina mal con la llamada impotencia de la política: produce políti-
ca-espectáculo y/o clientelismo, cuando no escepticismo, cinismo y aún incremento de
la discrecionalidad de los gobernantes. Todos estos caminos conducen a la devalua-
ción de la democracia.

56
El mal advenimiento de las crisis de representación con la impotentización de la
política precariza los sistemas políticos de los sistemas Americanos, lo que también
implica que precariza la democracia. Un problema mayor que la precarización es el
clientelismo. Es una cuestión de fondo. ¿Como se logra la inclusión política de quienes
están excluidos económica o socialmente por la por ahora perpetua dinámica perver-
sa? ¿Como, en las condiciones de impotentización de la política que se ha señalado?
Los problemas y dificultades de «los de abajo» son mayúsculos. Frente a la falta de
alternativas, ante loa imposibilidad de siquiera conservar algo del estado de bienestar,
¿como evitar el crecimiento de el pragmatismo de «los de abajo» de cambiar favores
por votos?

Otro problema mayor resultante de la precarización es el desenvolvimiento de las


formas delegativas de la democracia, como consecuencia de una transición que da
conclusión a un régimen autoritario, abre el camino a una segunda transición, mucho
mas larga y compleja que la primera. El éxito de la segunda en cuanto a consolidación
democrática, vendrá dado por la construcción y el fortalecimiento de instituciones ade-
cuadas a aquello. Es decir instituciones políticas que han fluido y controlado el juego
del poder, que materialicen la división de poderes, capaces de ponerles límites a los
abusos políticos. Las formas delegativas de la democracia son democracias imperfec-
tas que no han conseguido dar el salto de la segunda transición. Pudiendo caracterizarlas
de la siguiente manera: La democracia delegativas se basan en la premisa que la
persona que gana la elección está autorizada a gobernar como crea conveniente, sólo
restringida por la cruda realidad de las relaciones de poder y la limitación constitucional
de finalización de su mandato(sic). Finalmente otro aporte significativo de la precarización
de los sistemas políticos es el de la corrupción protagonizada por «los de arriba». El
ajuste macro, la nuevas condiciones impuestas por la globalización, el delgado límite
existente entre el éxito, y el fracaso en el mundo de los negocios, la reforma del estado,
cuyas privatizaciones impulsaron negocios fabulosos, alentaron y alientan una corrup-
ción sistémica. Esto también devalúa y precariza el sistema político.

En que medida pueden la democracia y la política latinoamericana, colaborar en la


fractura que separa economía y sociedad? La pregunta es crucial, la respuesta será
compleja. Es admisible suponer que la política será un instrumento básico para posibi-
litar el esbozamiento de posibles soluciones.

GLOBALIZACIÓN ASIMÉTRICA
Por Manuel Castells (*)

La piedra angular de la globalización económica es una vieja máxima liberal: el libre


comercio incrementa la competitividad y la productividad de todos los países que abren
sus economías y los conduce a la senda de la prosperidad compartida. En realidad, los
datos dicen que las cosas no son tan claras. Así, en proporción a su producto bruto, el
África subsahariana es una economía más abierta que la de los países de la OCDE (el

57
sector exterior representa casi un 30% para África, mientras que no llega al 25% para
la OCDE). Pero África retrocede, porque sus importaciones son de mucho más valor
que sus exportaciones, por su débil capacidad productiva en los productos de alto
valor añadido. Todo depende de qué se importa, de qué se exporta y cómo, quién y en
qué invierten el capital que se recibe y las ganancias que se generan.

Pero aun así, la apertura de mercados internacionales para los países en desarrollo
representa una oportunidad de movilización de sus potencialidades. Y es aquí donde se
revela el carácter profundamente asimétrico de un proceso de globalización marcado
por relaciones de poder más que por una división internacional del trabajo en beneficio
de todos.

El fracaso de las negociaciones en la reunión de la Organización Mundial de Comer-


cio en Cancún se veía venir. Los países en vías de desarrollo han sido obligados a abrir
sus economías a las exportaciones y capitales de países mucho más avanzados y a
reducir las redes de protección a su producción autóctona, sin recibir un trato equiva-
lente por parte de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón.

Los subsidios de la Unión Europea a sus agricultores representan más de cinco


veces el total de su ayuda al desarrollo. Una vaca europea recibe dos dólares al día de
subsidio, es decir, el mismo dinero del que dispone casi un 40% de la población mun-
dial. En Estados Unidos, el gobierno subsidia sustancialmente casi toda la producción
agrícola: por ejemplo, se gastan 3.000 millones de dólares al año en subsidiar el algo-
dón, una exportación esencial para muchos países pobres. Por eso se plantó en Cancún
el grupo de los 21, representando a las grandes economías del Tercer Mundo, exigiendo
una verdadera liberalización.

En realidad, las tendencias proteccionistas del Norte se están acentuando. En Euro-


pa, las reacciones nacionalistas contra la Unión Europea, ejemplificadas por el referén-
dum sueco, no dan mucho margen de maniobra a gobiernos conservadores que basan
una fracción decisiva de su apoyo en su electorado rural. En Estados Unidos se está
produciendo una decisiva evolución en el partido demócrata, que ha pasado inadverti-
da porque el debate sobre Irak ocupa los titulares. Con excepción de Lieberman, todos
los candidatos demócratas, en clara ruptura con la política de Clinton, se sitúan en las
posiciones proteccionistas apoyadas por los sindicatos norteamericanos. Y es que,
aun con proteccionismo y todo, el déficit de la balanza comercial norteamericana está
acercándose a los 500.000 millones de dólares y centenares de miles de puestos de
trabajo industriales están localizándose en países de menos costos laborales y socia-
les. Y aunque Bush mantiene el proyecto de libre comercio en las Américas, en realidad
está protegiendo la siderurgia y otros sectores con altos aranceles, y parece dispuesto
a librar una guerra comercial con quienes no acepten la imposición de la protección de
los derechos de propiedad intelectual, según los entienden las grandes empresas mul-
tinacionales. Es en este terreno del control de la propiedad del conocimiento, la tecno-
logía y los servicios a las empresas donde se sitúa la línea divisoria fundamental entre
el mundo desarrollado y el que lucha por salir de la pobreza. ¿Y cómo pensar en una
estrategia generosa de desarrollo compartido en un aspecto fundamental, la economía
del conocimiento, cuando no se renuncia al proteccionismo agropecuario más primitivo?

58
Se puede debatir sobre los pros y contras de la globalización, en términos generales.
Pero lo que no tiene vuelta de hoja es a quién beneficia esta pseudoglobalización, es
decir, la globalización restringida a lo que conviene e interesa a las empresas y gobier-
nos de los países económica y militarmente dominantes. Si los avisos de Seattle, por
la base, y Cancún, desde los gobiernos, no se toman en serio, habrá que empezar a
dudar sobre la sostenibilidad de la globalización.

(*) Publicado el 27 de septiembre de 2003 en el diario LA VANGUARDIA, Catalunya,


España.

VALLAS Y VENTANAS
Naomi Klein (*)

Seattle
El estreno de un movimiento
Diciembre de 1999

«¿Quién es esta gente?» Ésta era la pregunta que durante esa semana se hacían en
Estados Unidos, en programas de radio con participación del público, en los editoriales
de los periódicos y, sobre todo, en los pasillos de la reunión en Seattle de la Organiza-
ción Mundial del Comercio.

Hasta hace muy poco, las negociaciones comerciales eran asuntos para expertos
elegantes. No había manifestantes en el exterior, y mucho menos manifestantes disfra-
zados de tortugas marinas gigantes. Pero esta semana la reunión de la OMC es cual-
quier cosa menos elegante: se ha declarado en Seattle el estado de emergencia, las
calles parecen el escenario de una guerra y las negociaciones se han paralizado.

Existen muchas teorías acerca de la misteriosa identidad de los cincuenta mil acti-
vistas de Seattle. Algunos consideran que se trata de aspirantes a radicales con nos-
talgia de los años sesenta. O anarquistas comprometidos solamente con la violencia. O
luditas que luchan contra una marea globalizadora que ya ha conseguido sumergirlos.
Michael Moore, director de la OMC, describe a sus oponentes como simples egoístas
proteccionistas determinados a perjudicar a los pobres del mundo.

Puede entenderse cierta incomprensión con respecto a los objetivos políticos de los
manifestantes. Es el primer movimiento político nacido en los caóticos senderos de
Internet. Entre sus filas no existe una jerarquía vertical dispuesta a explicar un plan
maestro, ni unos líderes reconocidos por todos que emitan unas señales fácilmente
reconocibles, y nadie sabe qué sucederá en el futuro.

Pero una cosa es cierta: los manifestantes de Seattle no están encontrarán de la


globalización. Han sido afectados por el virus de la globalización, al igual que los legis-
ladores del comercio que asisten a las reuniones oficiales. Es más, si este movimiento

59
es «anti» algo, es antimultinacionales, y se opone al argumento de que lo que es bueno
para las empresas —menos regulación, más movilidad, más acceso— se convierta de
por sí en bueno para todos los demás.

Las raíces del movimiento se encuentran en las campañas que ponen en duda este
argumento analizando la triste situación de los derechos humanos, las condiciones de
trabajo y el medio ambiente que los historiales de un puñado de empresas multinacio-
nales revelan. Muchos de los jóvenes que ocuparon las calles de Seattle esta semana
montaron su firme campaña a partir de su oposición a la explotación en las fábricas de
Nike, al registro en materia de derechos humanos de Royal Dutch Shell en el delta del
Níger, o a la reorganización del abastecimiento de alimentos en el mundo llevada a
cabo por Monsanto. Durante los tres últimos años, estas corporaciones se han conver-
tido en símbolos de los errores de la economía global y han ofrecido a los activistas
excusas con nombre propio para entrever el secreto mundo de la OMC.

Analizando las corporaciones globales y su impacto en el mundo, esta red de acti-


vistas se está convirtiendo en el movimiento de mentalidad más internacionalista y
mejor conectado globalmente que jamás haya existido.Ya no hay más mexicanos o chinos
sin rostro que nos roben «nuestros» empleos, en parte porque los representantes de estos
trabajadores están ahora en las mismas listas de receptores de correos electrónicos y las
mismas conferencias que los activistas occidentales, y muchos de ellos también han viaja-
do a Seattle para unirse a las manifestaciones de esta semana. Cuando los manifestantes
proclaman la maldad de la globalización, no piden, en general, un regreso a las estrecheces
del nacionalismo, sino la expansión de las fronteras de la globalización, la vinculación del
comercio con los derechos laborales, la protección medio ambiental y la democracia.

Esto es lo que diferencia a estos jóvenes manifestantes de sus predecesores de los


años sesenta. En la era de Woodstock, negarse a actuar según las reglas del Estado y
la escuela era considerado un acto político en sí mismo. Hoy, los opositores a la OMC -
incluso muchos de los que se consideran anarquistas- se sienten ultrajados por la carencia
de reglas aplicables a las grandes corporaciones, al igual que por el flagrante doble rasero
con que se aplican las reglas existentes, según se trate de países ricos o pobres.

Acudieron a Seattle porque descubrieron que los tribunales de la OMC estaban anu-
lando las leyes que protegen a las especies en peligro de extinción ya que, las leyes, al
parecer, suponían barreras injustas para el comercio. O tuvieron conocimiento de que
la decisión de Francia de prohibir el buey tratado hormonalmente fue considerada por la
OMC una interferencia inaceptable con el libre mercado. Lo que se juzga en Seattle no
es el comercio o la globalización, sino el ataque global contra el derecho de los ciuda-
danos a establecer reglas que protejan a las personas y al planeta.

Todo el mundo, por descontado, proclama estar de acuerdo con las reglas, desde el
presidente Clinton hasta el patrón de Microsoft, Bill Gates. Gracias a una extraña suce-
sión de hechos, la necesidad de un «mercado regulado» se ha convertido en el mantra
de la era de la desregularización. Pero la OMC ha tratado persistentemente, y de un
modo antinatural, de separar el comercio de todos los que se ven afectados por él: los
trabajadores, el medio ambiente, la cultura. Por esta razón, la sugerencia que ayer

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formuló el presidente Clinton de que la grieta existente entre los manifestantes y los
delegados puede ser superada mediante pequeños compromisos y consultas, resulta
tan desacertada.

La confrontación no se está produciendo entre globalizadores y proteccionistas, sino


entre dos visiones radicalmente distintas de la globalización. Una ha ostentado el mo-
nopolio durante los últimos diez años. La otra acaba de presentarse en sociedad.

Washington D. C.
El capitalismo sale del armario
Abril de 2000

Antes

Mi amigo Mez se desplazará a Washington en autobús este sábado. Le pregunté por


qué. Me respondió con notable firmeza: «Mira, me perdí lo de Seattle. Y no pienso
perderme lo de Washington».

He oído a algunas personas hablar con esta suerte de impaciencia en otras ocasio-
nes, pero el objeto de su deseo era un festival de música en un barrizal o una obra
teatral de Nueva York con pocas representaciones, como Monólogos de la vagina.
Nunca antes había oído hablar a nadie de este modo sobre una protesta política. Espe-
cialmente cuando se trata de una protesta contra pesadas máquinas burocráticas como
el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Y mucho menos cuando se les
convoca por algo tan poco atractivo como una política de créditos con décadas de
antigüedad llamada «ajuste estructural».

Pero ahí están: estudiantes universitarios, artistas, anarquistas sin nómina y traba-
jadores del metal con fiambrera agolpándose en autobuses en todos los rincones del
continente. En sus bolsillos y mochilas se arrebujan hojas informativas acerca de la
relación entre los gastos en servicios sanitarios y el pago de la deuda en Mozambique
(la deuda es superior en dos veces y media) y el número de personas en todo el mundo
que viven sin electricidad (2.000 millones).

Hace cuatro meses, estos grupos ecologistas, obreros y anarquistas detuvieron a la


Organización Mundial del Comercio. En Seattle, un impresionante abanico de campa-
ñas monotemáticas —algunas centradas en controvertidas multinacionales como Nike
o Shell, otras en dictaduras como la de Birmania— ampliaron su interés hacia una
crítica más estructural de los cuerpos reguladores que actúan como árbitros omnipo-
tentes de una carrera global.

Sorprendidos por el vigor y la organización de la oposición, los defensores del libre


comercio acelerado pasaron inmediatamente a la ofensiva y atacaron a los manifestan-
tes tildándoles de enemigos de los pobres. Lo más memorable fue la portada de The
Economist, que mostraba la imagen de un niño indio hambriento y proclamaba que era
él quien realmente iba a salir perjudicado por las protestas. Michael Moore, director de
la OMC, se mostraba seriamente preocupado: «A los que dicen que deberíamos aban-

61
donar nuestra labor, yo les digo: contádselo a los pobres, a los marginados del mundo
que esperan que les ayudemos».

La conversión de la OMC, y del capitalismo global en sí mismo, en un programa


trágicamente incomprendido para eliminar la pobreza es el legado más desalentador de
la Batalla de Seattle. Si hacemos caso de la cantinela que se repite desde Ginebra, el
comercio sin barreras es un plan filantrópico de dimensiones gigantescas, y las corpo-
raciones multinacionales dedican los crecientes beneficios de sus accionistas y los
salarios de los ejecutivos a esconder su verdadero propósito: sanar a los enfermos del
mundo, elevar el salario mínimo y salvar los árboles.

Pero nada desenmascara mejor la falsedad de esta engañosa equiparación entre los
objetivos humanitarios y el comercio sin regulaciones que el historial del Banco Mun-
dial y del FMI, que han aumentado la pobreza del mundo con una fe exacerbada y casi
mística en las economías de goteo.

El Banco Mundial ha prestado dinero a los países más pobres y desesperados para
que construyan su economía a partir de mega proyectos de propiedad extranjera, culti-
vos comercializables, manufacturas orientadas a la exportación y finanzas especulati-
vas. Estos proyectos han supuesto un gran espaldarazo para las multinacionales de la
minería, el sector textil y la industria agrícola pero en muchos países han conllevado
también un grave deterioro medio ambiental, la migración en masa a los centros urba-
nos, los colapsos financieros y los desesperados empleos en las fábricas de trabajo
esclavista.

Y ahí es donde el Banco Mundial y el FMI realizan sus infames apariciones, siempre
acompañadas de más condicionamientos. En Haití fue un salario mínimo congelado; en
Tailandia, la eliminación de restricciones de las propiedades en manos extranjeras; en
México se exigió un aumento de las tasas universitarias. Y ahora, cuando estas últimas
medidas de austeridad han fallado de nuevo en su intento de provocar un crecimiento
económico sostenido, estos países están todavía atrapados bajo un alud de deudas.

A medida que este fin de semana la atención internacional se concentre en el Banco


Mundial y el FMI, deberán repetirse una y otra vez las respuestas al argumento de que
los manifestantes de Seattle son codiciosos proteccionistas norteamericanos determi-
nados a quedarse con todos los frutos del boom económico. Cuando los sindicalistas y
defensores del medio ambiente tomaron las calles para protestar contra la interferencia
de la OMC con el medio ambiente y la regulación laboral, no estaban tratando de
imponer «nuestros» principios al mundo en vías de desarrollo. Estaban tratando de
ponerse al día con un movimiento para la autodeterminación que se había iniciado en
los países meridionales, donde las palabras «Banco Mundial» son escupidas, no di-
chas, y las siglas del FMI [en inglés, IMF] son objeto de parodia en pancartas de
protesta como si aludiera a «I M Fired». [Estoy despedido].

Después de Seattle, era relativamente fácil que la OMC ganara esta confusa guerra.
Pocos habían oído hablar de ella antes de las protestas, de modo que sus argumentos
quedaron casi siempre sin respuesta. Pero el Banco Mundial y el FMI son otra historia:

62
busque un poquito y enseguida dará con todos los esqueletos que tienen escondidos en
el armario. Normalmente estos esqueletos sólo pueden encontrarse en los países po-
bres: escuelas y hospitales en ruinas, granjeros expulsados de sus tierras, ciudades
superpobladas, sistemas acuíferos tóxicos. Pero este fin de semana todo cambia en
Washington: los esqueletos seguirán a los banqueros desde su casa hasta el despacho.

Después

Está bien, lo admito: me dormí.

Fui a Washington con motivo de las protestas contra el Banco Mundial y el Fondo
Monetario Internacional, pero cuando mi teléfono móvil sonó a una hora intempestiva
para avisarme de que el nuevo plan era reunirse a las cuatro de la madrugada del
lunes, sentí que no sería capaz.

«Vale, nos vemos allí», musité mientras garabateaba cruces de calles con un bolí-
grafo que se había quedado sin tinta. Pero era imposible. Agotada después de pasar
trece horas en las calles el día anterior, decidí unirme a las manifestaciones a una hora
más civilizada. Y lo mismo hicieron, según parece, algunos miles de personas más,
permitiendo que los delegados del Banco Mundial, metidos en un autobús desde antes
del amanecer, llegaran al encuentro con una paz legañosa. «¡Una derrota!», asegura-
ron muchos periódicos, dispuestos a ignorar esta explosión de confusa democracia.

Al canadiense expatriado en Washington David Frum le faltó tiempo para correr a


sentarse frente a su ordenador y escribir que las protestas habían sido «un fracaso»,
«un desastre» y, además, «un suflé deshinchado». Según Frum, los activistas se ha-
bían visto tan desalentados por su incapacidad para detener la reunión del FMI del
domingo que al día siguiente prefirieron quedarse en la cama a desafiar la lluvia que
caía sobre las calles.

Es cierto que el lunes fue difícil despegarse de las sábanas, pero no debido a la
lluvia o a los policías. Fue difícil porque entonces ya se había hecho, en una sola
semana de protestas, buena parte del trabajo. Detener una reunión forma parte del
derecho de los buenos activistas a anotarse un tanto, qué duda cabe, pero las victorias
reales se producen antes o después de estos momentos espectaculares.

La primera señal de victoria llegó en las semanas precedentes a la protesta, con la


llamada de antiguos funcionarios del Banco Mundial y el FMI a ponerse del lado de los
críticos y dar la espalda a sus antiguos jefes. Lo más notable fue que Joseph Stiglitz,
antiguo economista jefe del Banco Mundial, manifestó que el FMI necesitaba con ur-
gencia una gran dosis de democracia y transparencia.

Después, una empresa se dio por vencida. Los organizadores de la protesta habían
anunciado que llevarían su petición de un «comercio justo», en oposición al «comercio
libre», a la puerta de la cadena de cafeterías Starbucks, exigiendo que vendiera café
cultivado por granjeros que cobraran un salario digno. La semana pasada, sólo cuatro
días antes de la fecha fijada para la protesta, Starbucks anunció que crearía una línea

63
de cafés certificados con el membrete del comercio justo. No se trata de una victoria
espectacular, pero sí de un signo de nuestro tiempo.

Y, en última instancia, los manifestantes definieron los términos del debate. Antes de
que se secaran las gigantescas marionetas de papel maché, los errores de muchos
mega proyectos financiados por el Banco Mundial y de las intervenciones del FMI
fueron comentados en los periódicos y las tertulias radiofónicas. Es más, la crítica del
«capitalismo» resurgió con tanto éxito como Santana.

El contingente anarquista radical Black Bloc cambió su nombre por el de Anti-Capitalist


Bloc. Estudiantes universitarios escribieron con tiza sobre las aceras: «Si crees que el
FMI y el Banco Mundial son espeluznantes, ya verás cuando te hablen del Capitalis-
mo». Los chicos de las hermandades de las universidades americanas respondieron
con sus propios eslóganes, escritos sobre pancartas que pendían de sus ventanas: «El
capitalismo os trajo la prosperidad. Aprovechadla». Hasta los eruditos dominicales de
la CNN empezaron a decir la palabra «capitalismo» en lugar de simplemente «econo-
mía». Dicha palabra aparece no una, sino dos veces en la portada del The New York
Times de ayer. Después de más de una década de triunfalismo desenfrenado, el capita-
lismo (en oposición a eufemismos como «globalización », «reglas empresariales» o «la
distancia creciente entre ricos y pobres») ha vuelto a convertirse en un tema de debate
público legítimo. Este impacto es significativo porque hace que la interrupción de la
rutina de una reunión del Banco Mundial parezca algo casi secundario. La agenda de la
reunión del Banco Mundial y la conferencia de prensa que la siguió fueron totalmente
secuestradas. Las habituales conversaciones sobre la desregulación, la privatización
y la necesidad de «disciplinar» los mercados del Tercer Mundo fueron sustituidas por
los compromisos de acelerar la condonación de la deuda de las naciones empobreci-
das y gastar sumas de dinero «ilimitadas» en la crisis africana del sida.

No hace falta decir que éste es el principio de un largo proceso. Pero si podemos
aprender alguna lección de Washington, ésta es que las barricadas pueden ser asalta-
das con el espíritu tanto como con el cuerpo. No fue el del lunes el sueño de los
derrotados, sino el merecido descanso de los vencedores.

¿Y luego qué?

El movimiento contra las corporaciones globales no necesita acordar un decálogo


para ser eficaz
Julio de 2000

«Esta conferencia no es como las demás.»

Esto es lo que nos dijeron a los ponentes de «Reimaginar la política y la sociedad»


antes de que llegáramos a la iglesia de Riverside, en Nueva York. Al dirigirnos a los
delegados —durante tres días de mayo se congregaron alrededor de un millar—, de-
bíamos tratar de encontrar una solución para un problema muy concreto: la falta de una
«visión y estrategia unitarias» que guiaran el movimiento contra las corporaciones
globales.

64
Se trataba de un problema muy serio, nos dijeron. Los jóvenes activistas que acudie-
ron a Seattle para detener a la Organización Mundial del Comercio y a Washington para
protestar contra el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional habían sido reite-
radamente acusados por la prensa de tener una mentalidad simplona, borreguil y vapo-
rosa construida a base de golpes de tambor. Nuestra misión, según los organizadores
de la Foundation for Ethics and Meaning, era acabar con el caos que reinaba en las
calles y darle una forma estructurada y atractiva para los medios de comunicación. No
se trataba de una charla más. Íbamos a «dar a luz a un movimiento unificado a favor de
un cambio social, económico y político total».

A medida que entraba y salía de las salas de conferencias y me sumergía en los


puntos de vista expuestos por Arianna Huffington, Michael Lerner, David Korten, Cornel
West y otras decenas de ponentes, iba experimentando cada vez mayor perplejidad
ante este estéril ejercicio de buenas intenciones. Aunque diéramos con un decálogo,
brillante por su claridad, elegante por su coherencia, con un enfoque unificado, ¿a quién
se supone que haríamos llegar estos mandamientos? El movimiento de protesta contra
las grandes corporaciones que convocó la atención del mundo entero durante el pasa-
do noviembre en las calles de Seattle no muestra la unidad de un partido político o una
organización nacional con un órgano directivo definido, unas elecciones anuales y una
serie de células y sedes subordinadas. Lo han conformado las ideas de agitadores e
intelectuales individuales, pero no necesita elegir a ninguno de ellos como líder. En
este contexto indefinido, las ideas y planes expuestos en la iglesia de Riverside no eran
propiamente irrelevantes, pero tampoco resultaron tan importantes como se esperaba.
No debían ser adoptadas como una política de agitación, sino que estaban destinadas
a ser recogidas y distribuidas en espiral a través de la gigantesca ola de información
-páginas web informativas, manifiestos de ONG, artículos académicos, videos case-
ros o vivas muestras de indignación- que la red global frente a las grandes empresas
crea y consume cada día.

El hecho de que los chicos que salen a la calle carezcan de un liderazgo definido
-también carecen de seguidores definidos- es el punto menos importante de la persis-
tente crítica a la que se les somete. Para los que andan buscando una reproducción de
los esfuerzos que se realizaron durante los años sesenta, esta carencia resulta de una
enloquecedora impasibilidad: evidentemente, estas personas están tan desorganiza-
das que ni siquiera son capaces de responder a los esfuerzos perfectamente organiza-
dos de organizarlas. Se trata de activistas educados con la MTV. Casi se puede oír a la
vieja guardia recitando: dispersos, difusos, descentrados.

Es fácil caer en la trampa de estas críticas. Si hay algo en lo que la derecha y la


izquierda están de acuerdo es en la importancia de los argumentos ideológicos claros
y bien estructurados. Pero quizá no resulte tan sencillo. Es posible que las protestas de
Seattle y Washington parezcan descentradas porque no fueron manifestaciones de un
movimiento determinado, sino una convergencia de distintos movimientos pequeños,
cada uno de los cuales se concentraba en una multinacional determinada (como Nike),
una industria en particular (como la industria agraria) o una nueva iniciativa mercantil
(como el Área de Libre Comercio de las Américas). Estos movimientos pequeños y con
un objetivo específico exhiben claramente una causa común: comparten la creencia de

65
que los distintos problemas a los que se enfrentan son consecuencia de una globaliza-
ción dirigida por las grandes corporaciones, de un plan de acción que concentra el
poder y la riqueza en un número cada vez más reducido de manos. Por supuesto,
existen desacuerdos sobre el papel del Estado-nación, sobre la posibilidad de reden-
ción cambio. Pero, en el seno de la mayor parte de estos minúsculos movimientos,
existe un consenso creciente acerca de la necesidad de descentralizar el poder y
hacer recaer en la comunidad -sea ésta un sindicato, un vecindario, una granja, una
aldea, un colectivo anarquista o un grupo de aborígenes que se autogobiernan- la capacidad
para tomar decisiones, para contrarrestar el dominio de las empresas multinacionales.

A pesar de que compartan un punto de partida común, estas campañas no han dado
pie a un solo movimiento. En realidad, están profunda e íntimamente relacionadas entre
ellas de un modo muy similar a como los links enlazan sus páginas web en Internet.
Esta analogía no es en absoluto casual y resulta clave para comprender la cambiante
naturaleza de las organizaciones políticas. A pesar de que muchos han observado que
las recientes protestas masivas hubieran sido imposibles sin la existencia de Internet,
se ha pasado por alto que es el modo en que las tecnologías de la comunicación han
posibilitado estas campañas lo que da a este movimiento un formato análogo al de la
red. Gracias a ésta, las movilizaciones se desarrollan por medio de una burocracia
difusa y una jerarquía mínima. Los consensos forzosos y los manifiestos elaborados
están quedando desfasados y están dando pie a una cultura basada en el constante,
poco estructurado y, en ocasiones, compulsivo intercambio de información.

Lo que salió a la luz en las calles de Seattle y Washington es un modelo de activismo


que refleja los senderos orgánicos, descentralizados e interrelacionados de Internet:
Internet ha cobrado vida.

El centro de investigación TeleGeography, con sede en Washington, ha emprendido


la creación de un mapa de la arquitectura de Internet como si del sistema solar se
tratara. Recientemente, TeleGeography ha señalado que Internet no es sólo una gigan-
tesca tela de araña, sino una red de «ejes y radios». Los ejes son los centros de
actividad y los radios los enlaces con otros centros autónomos pero interconectados.

Ésta parece una excelente descripción de las protestas de Seattle y Washington. La


concurrencia de las masas era el eje del activismo, que estaba formado por centena-
res, quizá miles, de radios autónomos. Durante las manifestaciones, los radios adopta-
ron la forma de «grupos de afinidades» de entre cinco y diez manifestantes, cada uno
de los cuales eligió a un portavoz que habló en su nombre en las frecuentes reuniones
de representantes. A pesar de que los grupos de afinidades acordaron obrar según los
principios de la no violencia, funcionaron también como unidades independientes con
capacidad para tomar sus propias decisiones estratégicas. En algunas manifestacio-
nes, los activistas portan telarañas sintéticas que simbolizan su movimiento. Cuando
debe celebrarse una reunión, dejan la telaraña en el suelo, convocan a todos los porta-
voces y crean una suerte de sala de juntas en plena calle.

Durante los cuatro años anteriores a las protestas de Seattle y Washington, se


sucedieron algunos acontecimientos radiales ajenos a la Organización Mundial del

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Comercio, el G7 y las cumbres de la Cooperación Económica Asia-Pacífico en Auckland,
Vancouver, Manila, Birmingham, Londres, Ginebra, Kuala Lumpur y Colonia. Todas es-
tas protestas masivas fueron organizadas de acuerdo con los principios de la descen-
tralización coordinada. Los reducidos grupos de activistas, en lugar de presentar un
solo frente coherente, rodearon su objetivo por todas partes. Y en lugar de crear una
compleja red burocrática nacional o internacional, alumbraron estructuras temporales:
algunos edificios desocupados se convirtieron en «centros de convergencia» y diver-
sos productores de medios de comunicación independientes montaron centros de noti-
cias improvisados. Las coaliciones que nacieron con ocasión de estas manifestaciones
se dieron a sí mismas el nombre de la fecha del acontecimiento planeado: 18J, 30N,
16A y, en el caso de la futura reunión del FMI en Praga el 26 de septiembre, 26S.
Cuando terminan estos acontecimientos, no dejan ninguna huella tras de sí, exceptuan-
do un sitio web.

Toda esta explicación de la descentralización radical puede encubrir una jerarquía


muy real construida a partir de quien posee, comprende y controla las redes informáticas
que enlazan a los activistas entre ellos. Esto es lo que Jesse Hirsch, uno de los
fundadores de la red informática anarquista Tao Communications, llama «estúpida
adhocracia».

El modelo de ejes y radios es algo más que una táctica desplegada en las protestas.
Éstas adoptan su forma a partir de «coaliciones de coaliciones», por decirlo en pala-
bras de Kevin Danaher, de Global Exchange.

Todas las campañas anticorporativas se forman mediante la suma de muchos gru-


pos, especialmente ONG, sindicatos, estudiantes y anarquistas. Éstos utilizan Internet,
además de las herramientas organizativas clásicas, para llevar a cabo cualquier activi-
dad, desde la catalogación de las últimas transgresiones del Banco Mundial hasta el
bombardeo de Shell Oil con faxes y correos electrónicos, pasando por la distribución
electrónica de octavillas contra las fábricas en las que se explota a los trabajadores,
como Nike Town. Los grupos mantienen su autonomía, pero su coordinación internacio-
nal es muy competente y resulta devastadora para sus objetivos.

La acusación de que los movimientos anticorporativos carecen de «visión» cae por


su propio peso cuando es puesta en el contexto de estas campañas. Es cierto que las
protestas masivas de Seattle y Washington fueron una mezcolanza de eslóganes y
reivindicaciones, y que al observador medio debió de resultarle difícil descifrar la co-
nexión existente entre el tratamiento dispensado a Mumia Abu-Jamal, preso condenado
a muerte en Estados Unidos, y el destino de las tortugas marinas. Pero, al tratar de
buscar coherencia en estas masivas demostraciones de fuerza, los críticos confunden
las manifestaciones externas del movimiento con su contenido, es decir, confunden el
bosque con los árboles, las personas. Este movimiento son sus radios, y en los radios
no se da la menor carencia de visión.

El movimiento estudiantil contra la explotación en las fábricas, por ejemplo, ha pasa-


do rápidamente de criticar a las empresas y los administradores de los campus a
proponer códigos de conducta alternativos y crear un cuerpo cuasi regulativo, el Worker

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Rights Consortium, en asociación con activistas a favor de los derechos del trabajador
del sur global.

El movimiento contra los alimentos diseñados o manipulados genéticamente acumu-


la una victoria política tras otra; en primera instancia, consiguió que muchos alimentos
manipulados genéticamente fueran retirados de las estanterías de los supermercados
británicos; después logró que las leyes de etiquetado se extendieran a toda Europa; y
finalmente dio un gran paso con el Protocolo de Montreal sobre bioseguridad. Mientras
tanto, los opositores a los modelos de desarrollo del FMI basados en la exportación han
creado una gran cantidad de literatura sobre los modelos de desarrollo basados en los
recursos comunitarios, las reformas a escala estatal, la condonación de la deuda y los
principios de autogobierno. Los críticos de las industrias petrolíferas y mineras están
aportando igualmente un gran número de ideas sobre la energía sostenible y la explota-
ción responsable de los recursos, a pesar de que casi nunca tienen la oportunidad de
poner en práctica sus puntos de vista.

El hecho de que estas campañas estén tan descentralizadas no significa que sean
incoherentes. Al contrario, se trata de una adaptación razonable, e incluso ingeniosa,
de la fragmentación existente en las redes progresistas y de los cambios en la cultura
en su sentido más amplio. Es consecuencia de la proliferación de ONG, que, desde la
cumbre de Río en 1992, han visto cómo su poder y relevancia aumentaban. Son tantas
las ONG implicadas en las campañas anticorporativas que únicamente el modelo de
ejes y radios es capaz de albergar sus diferentes estilos, tácticas y objetivos. Como
Internet, las ONG y las redes de grupos de afinidades son sistemas susceptibles de
una expansión infinita. Si alguien cree que no encajará en las treinta mil ONG y los
varios miles de grupos de afinidades existentes, puede crear su propia estructura y
enlazarse con las demás. Una vez inmerso en el proceso, nadie debe abandonar su
individualidad para integrarse en una estructura mayor, porque, como en todos los
fenómenos on-line, somos libres de entrar y salir, tomar lo que queramos y eliminar lo
que no. Algunas veces parece como si esta concepción del activismo fuera la de un
navegante de la red, lo que refleja la cultura paradójica de Internet, que combina el
narcisismo extremo con un intenso deseo de formar parte de una comunidad
interconectada.

Y, si bien la estructura del movimiento, semejante a una web, es, en parte, el reflejo
de una organización asentada en Internet, supone también una respuesta a la realidad
política que hizo estallar las protestas: el fracaso absoluto de los partidos políticos
tradicionales. En todo el mundo, los ciudadanos se han esforzado para que resultaran
elegidos partidos socialdemócratas y obreros sólo para acabar viendo cómo éstos
ponían de manifiesto su impotencia ante la fuerza del mercado y los dictados del FMI.
En tales condiciones, los activistas modernos no han sido tan ingenuos como para
creer que el cambio procederá de las urnas electorales. Ésta es la razón de que estén
más interesados en poner a prueba los mecanismos que hacen de la democracia un
sistema inoperante, como la financiación empresarial de las campañas o la capacidad
de la OMC para transgredir la soberanía nacional. El más discutido de estos mecanis-
mos es el de las políticas de ajuste estructural del FMI, las cuales son claramente

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favorables a que los gobiernos recorten los gastos sociales y privaticen recursos a
cambio de los créditos.

Una de las grandes bazas de este modelo organizativo de laissez faire es que se ha
revelado muy difícil de controlar, en buena medida porque es distinto de los principios
organizativos de las instituciones y empresas a las que se dirige. Con ello se responde
a la concentración empresarial con la fragmentación; a la globalización, con un modelo
propio de localización; a la consolidación del poder, con una radical dispersión del poder.

Joshua Karliner, del Transnational Resource and Action Center, considera este siste-
ma «una respuesta inintencionadamente brillante a la globalización». Y como no es
intencionada, todavía carecemos del vocabulario necesario para describirla, lo que ha
provocado la aparición de una industria de la metáfora bastante divertida que pretende
llenar ese vacío. Estoy contribuyendo a ello con mis ejes y radios, pero Maude Barlow,
de Council of Canadians afirma: «Estamos luchando contra una gran piedra y, como no
podemos quitarla de en medio, tratamos de pasar por debajo, de rodearla o de saltar
por encima de ella». El británico John Jordan, activista de Reclaim the Streets, dice
que las multinacionales «son como grandes petroleros, y nosotros como un banco de
peces. Nosotros podemos responder con rapidez; ellos no». La Free Burma Coalition,
con sede en Estados Unidos, habla de una red de «arañas» que tejen una telaraña tan
fuerte que se podría atar con ella a las multinacionales más poderosas. Un informe
militar de Estados Unidos sobre el levantamiento zapatista de Chiapas, México, entró
también en este juego. De acuerdo con un estudio efectuado por RAND, un instituto de
investigación que en ocasiones trabaja para el ejército norteamericano, los zapatistas
estaban librando una «guerra de pulgas», que, gracias a Internet y la red internacional
de ONG, se convirtió en la «guerra del enjambre». El problema militar que plantea una
guerra de enjambres, señalaban los investigadores, se debe a que no tiene un «lideraz-
go central o una estructura de comandancia; tiene mil cabezas, así que es imposible
decapitarla».

Por descontado, este sistema multicéfalo tiene también sus puntos débiles, que pu-
dieron ser advertidos en las calles de Washington durante las protestas contra el Ban-
co Mundial y el FMI. Alrededor del mediodía del 16 de abril, el día de la protesta más
importante, los grupos de afinidades que se encontraban bloqueando todos los cruces
que rodeaban el cuartel del Banco Mundial y el FMI convocaron una reunión de porta-
voces. Los cruces habían estado bloqueados desde las seis de la mañana, pero los
delegados de la reunión, según acababan de descubrir los manifestantes, se habían
colado por entre las barricadas de la policía antes de las cinco de la mañana. Con esta
nueva información, la mayor parte de los portavoces creyó que era el momento de
renunciar a los cruces y unirse a la marcha oficial en la Elipse. El problema era que no
todo el mundo estaba de acuerdo: un puñado de grupos afines querían ver si podían
bloquear la salida de las reuniones de los delegados.

El compromiso al que llegó el consejo fue contundente. «De acuerdo, escuchad


todos», gritó a través del megáfono Kevin Danaher, uno de los organizadores de la
protesta. «Cada cruce es autónomo. Si queréis seguir bloqueándolo, perfecto. Si que-
réis venir a la Elipse, perfecto también. Depende de vosotros.»

69
Esta actitud es impecablemente justa y democrática, pero tiene un inconveniente:
carece del menor sentido. El bloqueo de los puntos de acceso fue una acción coordina-
da. Si algunos cruces se abrían ahora y se mantenía la ocupación de algunas calles a
manos de los rebeldes, los delegados que salían de la reunión podían limitarse a esco-
ger el camino de la derecha en lugar del de la izquierda para llegar sanos y salvos a
sus casas. Obviamente, esto fue lo que sucedió. Al observar cómo algunos manifes-
tantes se ponían en pie y emprendían la marcha mientras otros permanecían sentados
ocupando provocativamente la nada más absoluta, se me ocurrió que aquello era una
buena metáfora de los puntos fuertes y los puntos débiles de esta naciente red de
activistas. No cabe la menor duda de que la cultura comunicativa que gobierna la red
es mucho mejor en cuanto a velocidad y volumen que en cuanto a capacidad de sínte-
sis. Es capaz de conseguir que decenas de miles de personas se reúnan en la esquina
de una calle con pancartas en las manos, pero es mucho menos capaz de ayudar a
estas personas a ponerse de acuerdo sobre lo que en realidad están reivindicando
antes de que lleguen a las barricadas o una vez las hayan abandonado.

Por esta razón, después de cada manifestación ha comenzado a hacer acto de


presencia una suerte de ansiedad: ¿de esto se trataba? ¿Cuándo es la próxima? ¿Será
tan buena, tan grande? Para mantener lo conseguido, se está imponiendo rápidamente
una cultura de protestas reiteradas. La bandeja de entrada de mi correo electrónico
está repleta de ruegos para que asista a lo que será «el próximo Seattle». El 4 de junio
de 2000 en Windsor y Detroit para «detener» la Organización de los Estados America-
nos; y una semana después en Calgary para el Congreso Mundial del Petróleo; la
convención republicana en Filadelfia en julio, y la demócrata en Los Ángeles en agosto.
La cumbre de la Cooperación Económica Asia-Pacífico del Foro Económico Mundial el
11 de septiembre en Melbourne, seguida al cabo de poco por las manifestaciones
contra el FMI del 26 de septiembre en Praga y luego, en abril de 2001, en Quebec para
la Cumbre de las Américas. Alguien mandó un correo electrónico a la lista de organiza-
dores de las manifestaciones de Washington: «¡Vayan donde vayan, debemos estar allí!
¡Después de ésta, nos vemos en Praga!». ¿Pero es esto a lo que aspiramos, a ser un
grupo de perseguidores que se reúnen mientras siguen a los burócratas empresariales
como si fueran los Grateful Dead?

Este panorama es peligroso por diversos motivos. Se están depositando unas espe-
ranzas excesivas en estas protestas: los organizadores de la manifestación de Was-
hington, por ejemplo, anunciaron ni más ni menos que «cerrarían» dos instituciones
multinacionales valoradas en 30.000 millones de dólares canadienses, al tiempo que
trataban de comunicar sus complejas ideas acerca de las falacias de la economía
neoliberal a una población perfectamente satisfecha. Simplemente, se trataba de un
propósito irrealizable. Ninguna manifestación podría haberlo logrado, y cada vez será
más difícil. Las estrategias de acción de Seattle funcionaron porque pillaron a la policía
desprevenida. Pero esto no volverá a suceder. La policía se ha suscrito a todas las
listas de correo electrónico. La ciudad de Los Ángeles ha destinado ya cuatro millones
de dólares canadienses a nuevos equipamientos de seguridad y a los costes de perso-
nal para proteger a la ciudad de los enjambres de activistas.

70
En un intento de crear una estructura política estable que promueva el avance del
movimiento entre las protestas, Danaher ha empezado a recoger donaciones para un
«centro permanente de convergencia » en Washington. El International Forum on
Globalization, mientras tanto, se ha venido reuniendo desde marzo con el objetivo de
crear un documento político de doscientas páginas que debe ser terminado a finales de
este año. De acuerdo con el director del IFG, Jerry Mander, no se tratará de un mani-
fiesto, sino de una serie de principios y prioridades, un intento primerizo, según él
mismo afirma, de «definir una nueva arquitectura» para la economía global. [La redac-
ción de este documento se ha retrasado ya muchas veces y en el momento de la
publicación de este libro todavía no está disponible.]

En cualquier caso, y al igual que los organizadores de la iglesia de Riverside, estas


iniciativas deberán enfrentarse a una batalla difícil. La mayor parte de activistas están
de acuerdo en que ha llegado el momento de sentarse y empezar a hablar sobre una
agenda concreta, pero ¿en qué mesa deben sentarse y quién debe tener la potestad de
decidir?

Estas cuestiones llegaron a su punto crítico a finales de mayo, cuando el presidente


checo Vaclav Havel ofreció su «mediación» en las conversaciones entre el presidente
del Banco Mundial, James Wolfensohn, y los activistas que planeaban irrumpir en la
reunión que debía celebrarse en Praga entre el 26 y el 28 de septiembre. Entre los
organizadores de la protesta no existía un consenso acerca de la participación en las
negociaciones del Castillo de Praga y, lo que es más importante, no había ningún
proceso en marcha para tomar una decisión: no había mecanismo alguno que eligiera a
los miembros de una delegación de activistas (hubo quien sugirió una votación a través
de Internet) y no se acordó ningún conjunto de objetivos que permitieran juzgar los
beneficios e inconvenientes de la participación. Si Havel se hubiera puesto en contacto
con los grupos que se concentran específicamente en la deuda y el ajuste estructural,
como Jubilee 2000 o 50 Years Is Enough, la propuesta hubiera sido aceptada sin mayor
demora. Pero como trató de acercarse a todo el movimiento como si se tratara de una
unidad definida, condenó a los organizadores de las manifestaciones a varias semanas
de disputas internas.

Parte del problema es estructural. Para muchos anarquistas, que están poniendo
sobre la mesa el grueso de la organización de unas políticas concretas (y que están
mucho más conectados entre sí que buena parte de la izquierda más establecida), la
democracia directa, la transparencia y la capacidad de autodeterminación de las comu-
nidades no son objetivos políticos grandilocuentes, sino principios fundamentales que
gobiernan sus propias organizaciones. Pero gran parte de las ONG más importantes, a
pesar de que en teoría puedan compartir las ideas de los anarquistas sobre la demo-
cracia, se organizan mediante el sistema jerárquico tradicional. Son dirigidas por líde-
res carismáticos y comités ejecutivos mientras sus miembros les mandan dinero y les
aplauden desde una posición subalterna.

De este modo, ¿cómo se puede lograr la coherencia en un movimiento repleto de


anarquistas, cuya mayor baza táctica hasta el momento ha sido su similitud con un
puñado de mosquitos? Quizá, como en el caso de Internet, lo mejor sea aprender a

71
navegar a través de las estructuras que emergen orgánicamente. Tal vez lo que necesi-
ta no sea un solo partido político sino, mejor, enlaces entre distintos grupos de afinida-
des; tal vez más que avanzar hacia la centralización, lo que se necesita es una des-
centralización todavía más radical.

Cuando los críticos afirman que los manifestantes carecen de visión, en realidad
están poniendo objeciones a la carencia de una filosofía revolucionaria total -como el
marxismo, la socialdemocracia, el ecologismo puro o el anarquismo social- con la que
todos ellos puedan estar de acuerdo. Esto es absolutamente cierto y es algo por lo que
deberíamos estar infinitamente agradecidos. En este momento, los activistas calleje-
ros anticorporaciones están alineados alrededor de líderes hipotéticos y ambicionan
reclutar activistas, a la manera de soldados rasos, para su visión particular. En un
extremo se sitúan Michael Lerner y su conferencia en la iglesia de Riverside, que
espera poder dar la bienvenida a toda la energía precaria de Seattle y Washington en el
seno de su «Política de Significado». En el otro, John Zerzan, de Eugene, Oregón, a
quien no le interesa la llamada de Lerner a la «curación » y considera que los disturbios
y la destrucción de la propiedad privada son el primer paso hacia el colapso del proce-
so de industrialización y el retorno al «anarcoprimitivismo», una utopía preagraria de
cazadores y recolectores. En medio de ambos extremos hay otras decenas de visiona-
rios, desde los discípulos de Murray Bookchin y su teoría de la ecología social hasta
ciertas sectas marxistas convencidas de que la revolución empieza mañana, pasando
por los devotos de Kalle Lasn, editor de Adbusters, y su versión descafeinada de la
revolución por medio de la «agitación cultural». Y también está el pragmatismo escasa-
mente imaginativo de los líderes de algunos sindicatos que, antes de Seattle, se mos-
traban dispuestos a abordar algunas cláusulas sociales de acuerdos empresariales ya
existentes, pero sin pasar de ahí.

Para mantener su crédito, este joven movimiento se ha mantenido al margen de


todas las agendas y ha rechazado cada uno de los manifiestos con que generosamente
han tratado de identificarlo. Ha apostado por un proceso democrático y representativo
que le permita subir al próximo escalón de la resistencia. Quizá su verdadero reto no
consista en encontrar una visión única, sino en resistirse a una implantación excesiva-
mente rápida. Si consigue mantener a raya a los latentes grupos de visionarios, apare-
cerán, a corto plazo, problemas de relaciones públicas. Las protestas reiteradas que-
marán a algunos. Los cruces de las calles declararán su autonomía. Y sí, los jóvenes
activistas se mostrarán un tanto aborregados y, en ocasiones, incluso irán ataviados
con una piel de cordero, de modo que puedan ser ridiculizados en el editorial de The
New York Times.

¿Y qué? Este enjambre descentralizado y multicéfalo ha conseguido educar y


radicalizar una generación de activistas en todo el mundo. Antes de firmar cualquier
decálogo, merece tener la oportunidad de comprobar si, en medio de esa caótica red de
ejes y radios, puede aparecer algo nuevo, algo verdaderamente singular.

(*) Capítulo del libro de Naomi Kein: “Vallas y Ventanas”. Editorial Paidós. Bs. As.,
2002.

72
LOS MOVIMIENTOS ANTIGLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL
Jaime Pastor (*)

La relativa novedad que está suponiendo el desarrollo de movimientos convencio-


nalmente denominados «antiglobalización» en diferentes partes del planeta supone un
reto para la actualización y revisión del estudio y la investigación de los movimientos
sociales y sus características contemporáneas. En este trabajo se va a intentar hacer
una aproximación a la realidad de los mismos en los países del «Centro», tratando de
resaltar el contexto, los rasgos comunes y el repertorio de acciones que están ponien-
do en pie, incluyendo una referencia al caso español.

I. Un nuevo contexto para la acción política

Si bien no hay acuerdo unánime sobre cuál es la fecha de partida en la aparición de


este nuevo tipo de movimientos, es fácil llegar a un amplio consenso de que ésta se
puede situar a comienzos de la década de los años noventa del ya pasado siglo: más
concretamente, en torno a la revuelta neozapatista de Chiapas en 1994 y, sobre todo,
debido a su impacto global, en la llamada «batalla de Seattle» en noviembre de 1999.
No obstante, su emergencia pública casi generalizada no sería comprensible sin el
proceso paralelo de acciones que se iniciaron en la década anterior, especialmente a
través de las sucesivas denuncias y revueltas frente a las políticas de «ajuste estruc-
tural» dictadas por el FMI en el Sur, las protestas contra el proceso de «relocalización»
de las empresas-red de las multinacionales (a través, sobre todo, de las llamadas
«Zonas de Procesamiento para las Exportaciones» en países periféricos) y contra su
política de «imagen» basada en una cultura consumista y privatizadora de los espacios
públicos en el Norte, o ante el creciente deterioro ecológico del planeta, tal como se
expresó en la Cumbre Alternativa de Río de 1992.

Su definición periodística como movimientos «antiglobalización», aunque


simplificadora y rechazada por muchos de los sectores que forman parte de los mis-
mos, sirve en todo caso para entender que responden a una serie de cambios en el
escenario internacional que se han dado en llamar «globalización». No obstante, se
correspondería más con su realidad caracterizarlos como movimientos que se oponen
al actual proceso de globalización bajo hegemonía neoliberal y que, aun dentro de su
enorme diversidad, rechazan sus consecuencias sociales, ecológicas y políticas.

Pero no se pretende en este texto entrar a fondo en el estudio y comentario crítico de


las distintas interpretaciones que de ese proceso han surgido ya sino destacar princi-
palmente lo que afecta a nuestro objeto más concretamente. A este respecto, sí impor-
ta subrayar que lo que atañe fundamentalmente a decisiones en la vida económica,
política y cultural, en aspectos nada secundarios de esa «globalización», se produce
muchas veces en marcos e instituciones que están por encima o más allá de las
fronteras y ámbitos de cada Estado. Esa reducción de la autonomía en lo económico-
financiero que ha ido acompañada por una desrregulación en lo social y una
sobrerregulación en funciones de control ciudadano- de la mayoría de los Estados ha

73
sido asumida activamente por los mismos, mientras que paralelamente han ido favore-
ciendo el nuevo protagonismo que han ido alcanzando las instituciones financieras
internacionales así como los nuevos bloques regionales que se están configurando
alrededor de los polos de una Tríada, en la que predomina la superpotencia estadouni-
dense y se sitúan en un segundo plano la Unión Europea y Japón. Es precisamente la
constatación de que la mayoría de los gobiernos «nacionales» no tienen ya un poder de
decisión sobre cuestiones centrales como la política económica o la crisis ecológica
una de las razones principales que explican la emergencia de unos movimientos socia-
les que, desafiando las respuestas en esos ámbitos y comprobando la necesidad de ir
«más allá» de sus fronteras estatales, empiezan a ver con «gafas globales» sus pro-
blemas nacionales o locales.

Dentro, pues, de este contexto en notable mutación se está conformando una nueva
estructura de oportunidad política transnacional, la cual presenta nuevas constricciones
y nuevas posibilidades o «ventanas» para la extensión de movimientos sociales que
puedan poner en cuestión las políticas que se propugnan por parte de esas institucio-
nes y/o «corporaciones» también transnacionales. En ese proceso de cambio la con-
memoración del 50 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos en
1998 puede ser vista también como otro punto de inflexión a partir del cual va exten-
diéndose un nuevo debate sobre la conciencia de ciudadanía global y la necesidad
consiguiente de globalizar el conjunto de las sucesivas generaciones de derechos por
encima de la soberanía de los Estados; todo ello está reflejándose ya no sólo en la
redefinición de conceptos como «crímenes contra la humanidad» o en la puesta en pie
de un Tribunal Penal Internacional sino también en la presión para que derechos civiles,
políticos y sociales básicos sean considerados derechos fundamentales de todos los
seres humanos en cualquier parte del planeta. Esta dinámica encuentra su ejemplo
más visible en la evolución de una organización como Amnistía Internacional y en su
opción reciente por poner el acento en la defensa de los derechos sociales y económi-
cos frente a las desigualdades agravadas por la «globalización», especialmente ante
fenómenos crecientes como las migraciones transnacionales y las poblaciones «des-
plazadas» de sus países de origen.

Esta tendencia se produce simultáneamente a lo que algunos investigadores han


calificado como una «desafección» significativa hacia las democracias realmente exis-
tentes, especialmente allí donde parecían más asentadas: en los países de la llamada
Trilateral o del «Centro». En efecto, según las conclusiones extraídas de estudios empí-
ricos por Putnam, Pharr y Dalton, «los ciudadanos en la mayoría de las democracias
trilaterales están menos satisfechos con la actuación de sus instituciones públicas
representativas que hace un cuarto de siglo»; la tendencia a la volatilidad y al escepti-
cismo del electorado ha aumentado, el alineamiento partidario sigue en descenso, y en
11 de los 14 países estudiados la confianza en el parlamento también ha bajado.

Partiendo de la relevancia de estos procesos, no es arriesgado sostener que la


crisis de la democracia representativa a escala nacional-estatal, del parlamento como
sede de un poder efectivamente legislativo y del sistema de partidos en el que se apoya
(con su tendencia dominante a competir en el «centro» político y a verse afectados por
escándalos de corrupción) generan un escepticismo ciudadano respecto a la eficiencia

74
de esas instituciones, con mayor razón cuando se produce un proceso paralelo de
crisis del Estado social y del modelo de integración del mundo del trabajo, de las
mujeres y de la juventud a través del empleo estable.

Es obvio que esa «desafección» tiene que ver, aunque no sólo, con las tendencias
antes descritas, las cuales contribuyen a hacer más visible la concentración de pode-
res económicos, políticos y mediáticos en una minoría del planeta cuya transparencia
y control escapa a la gran mayoría de la ciudadanía. En ese marco se puede entender
mejor las posibilidades contradictorias que se ofrecen a los movimientos sociales: «por
un lado, se debilita su capacidad de presentar sus demandas a su propio Estado; por
otro, se ofrecen nuevas oportunidades y recursos para influir en los actores estatales y
no estatales». En efecto, la conciencia de que la esfera de la política sustantiva (politics)
se encuentra fuera del ámbito estatal puede provocar cierta frustración ciudadana,
pero simultáneamente la verificación de que las «políticas» (policies) concretas se
manifiestan de forma similar en distintos países empuja a la coordinación y a la con-
frontación o al diálogo con instituciones, grupos de interés o los mismos gobiernos
para que también actúen a escala regional o global.

Nos encontramos, por tanto, ante la creciente configuración de lo que también se ha


denominado como una «esfera pública transnacional» en la que si, por un lado, tienen
mayor protagonismo las instituciones financieras internacionales y los principales gru-
pos económicos y de comunicación en detrimento de la mayoría de los Estados, por el
otro, también lo van conquistando, aunque de forma más desigual y todavía relativa-
mente fragmentada, las diferentes redes de los movimientos que cuestionan las deci-
siones que toman esas instituciones y poderes. Los mismos acuerdos y políticas
neoliberales aplicadas de forma casi indiscriminada a numerosos países conducen a
su rechazo a escala transnacional, precisamente porque se constata que los propios
gobiernos «dependen cada vez más de una legitimación orientada hacia el output y no
hacia el input «, es decir, y sobre todo, de los resultados que puedan ganar la confianza
de actores poderosos extraestatales; porque «uno de los rasgos de la actual fase de
globalización es el hecho de que un proceso que sucede dentro del territorio de un
Estado soberano no significa necesariamente que sea un proceso nacional. Esa locali-
zación de lo global o de lo no-nacional dentro de lo que ha sido construido como
nacional choca abiertamente con muchos de los métodos y marcos conceptuales que
prevalecen en las ciencias sociales».

Otro elemento también nuevo a destacar es que la interacción entre las redes de
poderes transnacionales y las de los movimientos sociales se plantea dentro de un
marco de referencia distinto al que pudo caracterizar etapas históricas anteriores. Así,
si el viejo contexto de la política daba un peso determinante a la dinámica de conflicto
entre cada movimiento y el Estado nacional respectivo, ahora la complejidad y la rela-
ción de fuerzas tan desigual entre los principales actores en liza conducen a hablar en
términos de redes de poderes y de resistencias (es decir, en plural) en marcos regiona-
les y/o globales, sin que aparezca en el horizonte una idea de confrontación por la toma
de un poder político cuya sede espacial aparece ahora mucho más difusa. Probable-
mente, el primer discurso alternativo que empezó a captar ese redimensionamiento de
la política (al igual que la necesidad de un nuevo lenguaje y de un uso distinto de las

75
nuevas tecnologías de la comunicación) haya sido el del EZLN, al poner el acento en su
aspiración a desarrollar una «contra hegemonía» y un nuevo internacionalismo rebelde
y anticapitalista, pero no «revolucionario», al menos en el sentido en que pudieron
entenderlo la mayoría de los movimientos del siglo XX. Ese cambio de coordenadas
explica también las dificultades que van a tener en esta nueva fase de la humanidad
unos movimientos construidos a partir de unas identidades de resistencia para poder
dar el salto hacia «identidades-proyecto» capaces de articular nuevos bloques sociales
y de reformular nuevos horizontes utópicos.

Dentro de esa búsqueda de un nuevo paradigma y de nuevos marcos para la acción


política colectiva cabe entender igualmente que los discursos y las prácticas de estos
movimientos hayan empezado deslegitimando las «Cumbres» y reuniones internacio-
nales oficiales para poder así hacer llegar su mensaje de rechazo de las políticas y
decisiones que se toman en ellas, esforzándose por autolegitimarse y ocupar espacios
de «contrapoder», en lugar de plantearse una estrategia política partidaria o de toma de
esas instituciones. Esto último no impide, sin embargo, que la mayoría de quienes
participan en estos movimientos busquen compartir una denuncia común del marco de
injusticia generalizada que supone el actual proceso de «globalización» y sitúen como
principales responsables de aquélla a las instituciones financieras internacionales, a
las grandes empresas multinacionales o/y a las grandes potencias; tampoco supone
ignorar que dentro de esos movimientos participan sectores vinculados a corrientes
políticas determinadas. Pero lo que parece ya innegable es que estamos asistiendo a
un redescubrimiento de la acción política dentro de un marco que supera el viejo para-
digma en el que aquélla se desarrollaba desde que, hace ya unos cuantos siglos, se
empezó a extender el «modelo» de Estado-nación al conjunto del planeta.

Esta estructura de oportunidad política está, sin embargo, incompleta en muchos


aspectos: no existen instituciones políticas representativas a escala global, más allá
de lo que pueda significar la ONU como organización «mediadora» entre las grandes
instituciones financieras, económicas y militares internacionales, por un lado, y los
movimientos sociales, por otro; hay determinados procedimientos informales como las
cooptaciones de parte de esos movimientos a través de ONGs, pero que han conocido
un notable deterioro en los últimos tiempos; está ausente un sistema de partidos a
escala transnacional, ya que la casi totalidad de ellos siguen subordinados al marco de
intereses y consenso «nacional-estatal»; tampoco las organizaciones sindicales inter-
nacionales han logrado hasta ahora dar el salto, más allá de sus declaraciones y de
algunas iniciativas todavía modestas (salvando excepciones como la brasileña y la
sudcoreana), hacia una labor de movilizaciones y demandas a escala global. En ese
contexto aparece más clara la falta de transparencia y, sobre todo, de «accountability»
de las instituciones financieras internacionales, pero al mismo tiempo se hace más
difícil generar una nueva «estructura de expectativas» que permita, al menos, ofrecer
posibilidades de conquistas parciales y forzar un nuevo rumbo en la «globalización»
actual. Sólo los medios de comunicación, pese a que la mayoría de ellos están concen-
trados en muy pocas manos, aparecen como escenarios (deformados, deformadores y
selectivos) de visibilización de los conflictos, los discursos y las demandas proceden-
tes de los movimientos, labor que no es ajena a la comprobación de que éstos últimos
cuentan con una simpatía potencial ciudadana nada despreciable.

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Cabe por tanto la hipótesis de que en el futuro, junto a las escalas global y nacional-
estatal, los avances en la construcción de bloques interestatales fomenten a su vez la
tendencia ya iniciada en estos movimientos a dar una creciente importancia a la actua-
ción en estos nuevos ámbitos, puesto que también en ellos se va configurando una
estructura de oportunidad política relativamente autónoma. En realidad, esto es lo que
está ocurriendo ya en el marco de la Unión Europea, en donde existen redes específi-
cas y es frecuente la organización de actividades y Foros a esa escala con ocasión de
las «cumbres» de los representantes de gobiernos de los países miembros.

Asimismo, es previsible una revalorización de los marcos subestatales, especial-


mente en aquellos territorios donde persisten conflictos de identidades nacionales sin
resolver y en los que las redes de esos movimientos no pueden ser ajenas a la defensa
de fórmulas democráticas de convivencia plurinacional y pluricultural. Porque no hay
que olvidar que esto último tiene que ver también con la tensión entre «globalización»
entendida muchas veces como proyecto de homogeneización cultural- y diversidad
nacional y cultural, hoy reforzada con el fenómeno de las migraciones masivas de
fuerza de trabajo a los países del «Centro» y la reticencia oficial en éstos a reconocer-
les derechos plenos de ciudadanía.

II. Un «movimiento de movimientos»

La creciente pluralidad que existe en esos movimientos se pudo comprobar ya en la


llamada «batalla de Seattle», en noviembre de 1999: allí, los principales lemas de
protesta fueron «El mundo no es una mercancía» y «No a la OMC», pero expresados
desde muy distintos puntos de vista o intereses y con diferentes propuestas respecto a
la actitud a mantener frente a esta nueva organización. Pese a ello, en torno a la
«Cumbre» allí convocada se produjo una victoria parcial, política y mediática del movi-
miento que le dotó de cierta legitimidad a escala internacional, marcando así un antes y
un después en la historia de este movimiento. Quizás el mejor ejemplo de esto aparez-
ca ilustrado por la valoración de uno de sus animadores: «Antes de Seattle, la pregunta
planteada constantemente a los responsables de los movimientos que preparaban las
movilizaciones por sus adversarios o por la prensa era: ¿Qué reprocháis a la OMC?;
después de Seattle, las preguntas se refieren a las alternativas: ¿Hay que reformar la
OMC?, ¿qué sistema comercial proponéis?, o también: ¿Qué instituciones internacio-
nales necesitamos?».

Esa «batalla» fue también un ejemplo de la tesis antes expuesta, ya que no se podía
plantear en un contexto nacional-estatal por varias razones, tal como argumenta Jackie
Smith: «Primero, para los ciudadanos de países con pequeños mercados y poco poder
económico, intentar influir en las políticas domésticas es inútil porque sus gobiernos
tienen poco peso en las negociaciones internacionales. Segundo, en países como EEUU
(al igual que en las instituciones económicas globales), las políticas económicas son
consideradas decisiones técnicas y no políticas (...). Tercero, el acuerdo de la OMC
suponía promover decisiones clave para los debates de política nacional».

Habría que recordar, sin embargo, que ya antes de Seattle hubo un precedente
significativo: la paralización del AMI (Acuerdo Multilateral sobre Inversiones) a media-

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dos de 1998. El texto del borrador de ese acuerdo, elaborado en 1995, no fue conocido
por la opinión pública hasta 1997, cuando la organización Public Citizen de Estados
Unidos y el mensual Le Monde Diplomatique se atrevieron a publicarlo, pero en poco
tiempo se generó una amplia presión ciudadana que logró finalmente del gobierno fran-
cés su oposición al mismo, pese a que luego ha sido reconvertido en una serie de
convenciones bilaterales y en las propuestas de la OMC. Este fue sin duda un primer
éxito que dio autoconfianza en el «movimiento de movimientos» que se fue coordinan-
do a través de Internet y de algunas publicaciones afines al mismo y que convergió en
Seattle.

Desde entonces, la pluralidad de discursos y corrientes que se expresan y actúan


dentro de esta nueva ola de movilizaciones es enorme y su proceso de maduración
está todavía abierto, por lo que el análisis que se pueda hacer de su todavía corta vida
deberá ser revisado y actualizado a medida que conozcamos una relativa consolida-
ción del movimiento. La «praxis cognitiva» que se está construyendo a partir de la
confluencia en la acción y de la búsqueda de cierto grado de consenso para el trabajo
en común debería ser lo fundamental a estudiar, a partir tanto de las sucesivas decla-
raciones y propuestas adoptadas en los distintos Foros celebrados como del amplio
repertorio de acciones, muchas de ellas innovadoras, especialmente las que tienen
que ver con el «activismo electrónico», el uso alternativo de la publicidad y las denun-
cias imaginativas de la «comida-basura», o bien con las formas de organización en
«grupos de afinidad» en torno a las manifestaciones. Vemos así desarrollarse un con-
junto de estructuras organizativas y de acción que intentan combinar tanto una dimen-
sión instrumental cuestionar una «Cumbre» o determinadas políticas- como otra más
expresiva, capaz de lograr un impacto en los medios de comunicación y de llegar a la
ciudadanía de cualquier parte del planeta.

En poco tiempo se va generando una variedad de diagnósticos y propuestas que van


desde quienes se limitan a propugnar una «re-regulación» del sistema financiero inter-
nacional y una mera reforma de las instituciones financieras internacionales hasta
quienes exigen la abolición de esas mismas instituciones y apuestan por una globaliza-
ción alternativa desde abajo, a partir de la defensa de la soberanía de los pueblos y de
la lucha por su autonomía; desde quienes sueñan con el retorno a los Estados naciona-
les del bienestar hasta los que aspiran a poner en pie bloques regionales
«neoproteccionistas» del Sur frente al Norte; desde quienes priorizan la movilización
en la calle hasta los que optan por el trabajo de «lobby» o institucional; desde quienes
proponen la construcción de una nueva Internacional de movimientos sociales hasta
aquéllos que buscan una proyección política partidaria; desde los respetuosos de la
legalidad vigente hasta los defensores y practicantes de formas de desobediencia civil;
o, en fin, desde la opción ampliamente mayoritaria por la acción no violenta frente a
quienes ven necesaria la violencia como expresión más visible de su rechazo al capita-
lismo.

Lo que parece innegable es que estos movimientos están estableciendo una nueva
relación entre lo social, lo político y lo cultural y, lo que es más importante, han obliga-
do ya a modificar la «agenda» política y mediática de los estrategas de los grandes
poderes transnacionales, cuya «retórica» ha tenido que ir cambiando, reconociendo así

78
la capacidad de esos movimientos para hacer visibles los que en lenguaje oficial se
llaman «efectos perversos de la globalización». Esta tensión entre la confrontación y el
diálogo parece que va a ser la tónica en un período en el que las situaciones de riesgo
y de crisis sociales y políticas tienden a aumentar en muchos lugares del mundo. En
esa interacción entre «los de arriba» y «los de abajo» es posible observar cierta evolu-
ción, ya que en un corto lapso de tiempo se ha pasado de la negativa a reconocer
representatividad a estos movimientos por parte de los responsables de las institucio-
nes financieras internacionales, de organizaciones como la OMC o del G-8, a aceptar e
incluso proponer- debates públicos con los mismos. No obstante, los pasos dados en
Quebec, Gotemburgo, Barcelona y, sobre todo, Génova parecen anunciar una nueva
fase en la que la pretensión de asociar a estos movimientos con acciones violentas
aisladas puede estar al servicio de su deslegitimación ante la opinión pública.

Dentro de una estrategia orientada a hacer visibles el malestar y los conflictos laten-
tes con el fin de ir construyendo nuevas subjetividades colectivas con una vocación
más o menos antagonista, estos movimientos se ven obligados a hacer política no
institucional que obliga a su vez a los partidos a redefinirse ante los temas que aqué-
llos plantean: las políticas de ajuste estructural y la deuda externa en el Sur, el control
de los movimientos financieros de capital y el impuesto Tobin, el control ciudadano de
las instituciones financieras internacionales y de la OMC, la lucha contra el cambio
climático, la precariedad laboral y el reparto del trabajo, la Renta Básica o la aspiración
a una «soberanía alimentaria» y el no a los transgénicos son sólo algunos ejemplos de
problemas y demandas que están hoy de actualidad dentro de un nuevo estadio en el
que, tras el Foro de Porto Alegre, se apuesta por que «Otro mundo es posible».

Todo lo expuesto hasta ahora no significa concluir que nos encontramos ante un
movimiento de movimientos que cuente ya con un arraigo social notable en los países
del Centro. Al menos por ahora, ésa es todavía una tarea pendiente en la mayoría de
ellos, ya que se mantiene una notable distancia entre, por un lado, la simpatía potencial
con la que pueden contar y, por otro, el grado de vinculación y organización alcanza-
dos. Es en este terreno donde, como se ha apuntado en algunas reflexiones, «el peligro
estriba en que el movimiento cristalice en una acción volcada hacia el entorno exterior,
estructurada a partir de acciones globales que resultan epidérmicas para los que no
participan en ellas y alejada de las cuestiones de la vida local».

Como ya se ha indicado, sostener que se trata de un «movimiento de movimientos»


significa que junto al sector específicamente organizado existe una amplia gama de
alianzas y coaliciones con y entre los diferentes movimientos sociales: los de los
pueblos del Sur, el ecologista, el feminista, el de solidaridad internacional, el sindical,
entre otros. Pero nuestra atención se va a centrar más en el sector organizado, si bien
no se pretende en este trabajo ofrecer una relación detallada del mismo. Si nos referi-
mos a redes transnacionales organizadas, cabría mencionar como primer precedente
significativo a Acción Global de los Pueblos (AGP), cuyo proceso de constitución se
inicia en febrero de 1988, a partir de un Comité de Convocantes en el que se encuen-
tran organizaciones populares de países latinoamericanos, de India, Mozambique, Nueva
Zelanda-Aotearoa e Inglaterra. Sus señas de identidad se definen en los siguientes
puntos: «1. Un rechazo muy claro a la Organización Mundial del Comercio y a otros

79
acuerdos de liberalización comercial; 2. Una actitud confrontativa, ya que no pensamos
que el lobbying (cabildeo) pueda tener mayor impacto en organizaciones tan partidistas
y anti-democráticas, en las cuales el capital transnacional es el único que hace política
verdaderamente; 3. Una llamada a la desobediencia civil no violenta y a la construcción
de alternativas locales por la gente local, como respuestas a la acción de gobiernos y
corporaciones; 4. Una filosofía basada en la descentralización y la autonomía». En
resumen, AGP ha aglutinado hasta ahora a los sectores más críticos del capitalismo
global y no sólo de su versión neoliberal. Pero, puesto que nos queremos referir funda-
mentalmente a los países del «Centro», tiene especial interés el peso que ha tenido
hasta fechas recientes dentro de esa red la organización británica Reclaim the Streets,
ya que constituye un ejemplo de radicalización de un sector vinculado al ecologismo y
de composición predominantemente juvenil que se ha ido extendiendo a otros países
como Italia (con Tute bianche/Ya Basta) en los últimos años.

Posteriormente, a partir de una confluencia muy plural en la que la iniciativa ha


provenido fundamentalmente de la publicación mensual Le Monde Diplomatique, ATTAC
(Asociación por una Tasación de las Transacciones Financieras para Ayuda a los Ciu-
dadanos) y la alcaldía de Porto Alegre de Río Grande do Sul en Brasil, surge el Foro
Social Mundial de Porto Alegre. Su idea era y es aparecer como una réplica del Foro
Económico Mundial de Davos y promover una coordinación entre los distintos sectores
y organizaciones que se oponen a la «globalización» neoliberal alrededor del lema
«Otro mundo es posible». En su Llamamiento de enero de 2001 manifiestan su voluntad
de construir «una gran alianza para crear una nueva sociedad, distinta a la lógica actual
que coloca al mercado y al dinero como la única medida de valor. Davos representa la
concentración de la riqueza, la globalización de la pobreza y la destrucción de nuestro
planeta. Porto Alegre representa la lucha y la esperanza de un nuevo mundo posible
donde el ser humano y la naturaleza son el centro de nuestras preocupaciones». Es
muy larga la lista de organizaciones que participaron en el primer evento de este Foro,
por lo que nos remitimos a las referencias que han aparecido ya en diferentes publica-
ciones. Probablemente, la decisión más importante de ese Foro fue la de asumir el
compromiso de reunirse anualmente y en los distintos continentes, con el fin de ir
consolidándose como plataforma de debate y de construcción de alternativas para
demostrar que otro mundo diferente y justo es posible. La elección de Porto Alegre no
fue casual, ya que en ese municipio se desarrolla desde hace tiempo una experiencia
avanzada de «presupuestos participativos», por lo que se quería simbolizar así la
apuesta del Foro por una democracia participativa y directa frente al carácter no demo-
crático de las instituciones y foros oficiales donde se toman las grandes decisiones.

También cabría mencionar, entre las diversas organizaciones que están surgiendo, a
las redes coordinadas de grupos de mujeres a partir de la Marcha Mundial de Mujeres,
a las que aglutinan a las organizaciones campesinas más activas en Vía Campesina o,
más recientemente, a la que abarca diversos medios de contrainformación en Indymedia.
Así mismo, tienen especial relevancia grupos de reflexión y propuestas como Focus on
Global South, cuyo portavoz más conocido es Walden Bello, que centra su atención en
el sudeste asiático, Corporate Europe Observer, dedicado al seguimiento de los grupos
empresariales en el ámbito europeo, o el Observatorio sobre las Transnacionales.

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ATTAC tiene especial interés ya que surge en Francia en junio de 1998 para pasar
luego a constituirse como «Movimiento internacional para el control democrático de los
mercados financieros y de sus instituciones» en diciembre del mismo año, existiendo
ya actualmente en alrededor de 30 países. Su lema general («Se trata simplemente de
reapropiarnos, todos unidos, del porvenir de nuestro mundo») expresa ya la amplitud
de miras de su discurso crítico de la «globalización», lo que no impide que ponga el
acento en la exigencia de medidas concretas como el Impuesto Tobin, la desaparición
de los paraísos fiscales o la anulación de la deuda externa pública del Tercer Mundo; en
su plataforma internacional decidió adoptar una forma de organización basada en una
«red sin estructuras jerárquicas ni centro geográfico». Como resume uno de sus
animadores, «Desde el comienzo, la batalla por la Tasa Tobin se ha inscrito en una
perspectiva democrática (reafirmación de la primacía de la política frente a la dictadura
de los mercados), pedagógica y militante (puesta al día y crítica de los mecanismos
financieros del liberalismo), social (gravamen del capital y no del trabajo), solidaria
(utilización del ingreso de este impuesto para reducir las desigualdades, en particular
Norte-Sur), antiespeculativa (limitación de los movimientos especulativos de capitales)».

En la mayoría de estas plataformas más o menos configuradas a escala internacio-


nal y estatal se puede encontrar declaraciones de intenciones similares que tienen
como propósito la búsqueda de un sistema de funcionamiento basado en la democracia
participativa y en la horizontalidad, compatible con la puesta en pie de coaliciones de
organizaciones bajo la forma de redes confederales o descentralizadas, priorizando a
su vez cada una de ellas un eje u objetivo de trabajo específico. Lógicamente, a medida
que el movimiento avanza, nuevos interrogantes y líneas de diferenciación aparecen,
no siendo la menor de ellas la relacionada con la violencia y la utilización interesada de
la misma por parte de sus adversarios para restarle credibilidad pública.

La misma necesidad de contrarrestar la presentación de estos movimientos como


«globofóbicos» o «violentos» está obligando a las redes de colectivos implicados a
buscar y demostrar públicamente una mayor fundamentación de sus discursos y pro-
puestas alternativas. Se tiende así a superar lo que Pierre Bourdieu define como «otra
división funesta, la que separa investigadores y militantes», convirtiéndose en tarea
urgente el conocimiento de los hechos que se denuncian y la búsqueda de una argu-
mentación sólida de las propuestas que se hacen, con el fin de poder desmontar la
imagen del «No» primario, de la acción meramente callejera y de la imagen carente de
alternativas que se pretende dar de esos movimientos por parte de sus adversarios.
Buena prueba de ese propósito alternativo es la consolidación de «observatorios» o
grupos de trabajo sobre los más diversos temas, así como la existencia de «Consejos
científicos» cuya capacidad de elaboración y de respuesta ante las demandas de los
movimientos es creciente. Todos ellos tratan de poner sus estudios y denuncias al
servicio del movimiento y de los Talleres y Foros que se celebran con ocasión de las
grandes citas internacionales.

Los rasgos antes descritos tienen también sus manifestaciones en el caso español,
en donde sin embargo sigue constatándose un menor «capital social» y un menor
grado de participación no convencional en relación con la media de países de la UE.
Pese a esas limitaciones, nos encontramos igualmente con una diversidad de organi-

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zaciones, redes y corrientes que aspiran a vertebrar movimientos contra la «globaliza-
ción» neoliberal: así, mientras que unos ponen el acento en la mera resistencia a
políticas parciales, otros apuntan a objetivos más concretos (deuda externa, tributo
Tobin, crítica de las instituciones financieras internacionales...) y otros, en fin, apues-
tan por la reconstrucción de un anticapitalismo global.

Entre esas organizaciones podríamos destacar: el MAM (Movimiento contra la Euro-


pa de Maastricht y la Globalización Económica), la RCADE (Red Ciudadana por la
Abolición de la Deuda Externa), ATTAC (Asociación para una Tributación sobre las
Transacciones Financieras para Ayuda a los Ciudadanos), el MRG (Movimiento de
Resistencia Global) y, en el caso vasco, Hemen eta Munduan («Aquí y en el Mundo»),
si bien junto a ellas surgen Plataformas unitarias en las que se integran organizaciones
de distinto tipo, como ha ocurrido en el caso de la Campaña Barcelona 2001, a la que
se adhirieron alrededor de 350 colectivos en torno al lema común «Otro mundo es
posible. Globalicemos las resistencias y la solidaridad».

El MAM, surgido a raíz de la protesta de un sector procedente del movimiento


ecologista y alternativo contra el Tratado de Maastricht, se ha ido configurando como
un colectivo vinculado a la red internacional de la Acción Global de los Pueblos y se
encuentra prácticamente integrado en el MRG. La RCADE tiene su origen en la Plata-
forma constituida en torno a la movilización desarrollada en 1994 en Madrid a favor de
la dedicación del 0,7 % del PIB a la Ayuda al Desarrollo; su principal iniciativa pública
ha sido la celebración de una Consulta Social sobre la Abolición de la Deuda Externa,
coincidiendo con las elecciones generales del 12 de marzo de 2000, que obtuvo un
notable éxito. ATTAC se desarrolla de forma más desigual y recoge principalmente a
sectores profesionales y universitarios especialmente motivados por la denuncia de la
globalización financiera. En cuanto al MRG, surgido a raíz de su participación en la
movilización en torno a la «Cumbre» de Praga de septiembre de 2000, su composición
es predominantemente juvenil, pero su realidad organizativa es ya muy diversa, puesto
que adopta distintas formas de organización: en unos casos como coordinadora de
colectivos, y en otros como grupo que aspira a tener una identidad de proyecto «autó-
nomo» propio.

En el caso español, las movilizaciones realizadas en Barcelona alrededor de la


Conferencia del Banco Mundial sobre Desarrollo que debía celebrarse a finales de junio
de 2001 (y que finalmente fue suspendida) han significado un «antes y un después» en
la todavía corta historia del movimiento «antiglobalización». El grado de unidad de
acción alcanzado, la elevada participación en los Talleres y Plenarios de la
Contraconferencia, así como el éxito de la manifestación del 24 de junio a pesar del
intento de asociarla con la violencia - confirman que también en este país empieza a
ser visible la confluencia de un amplio sector de la juventud con diferentes organizacio-
nes sociales y ciudadanas preocupadas por el rumbo que ha seguido hasta ahora el
proceso de «globalización».

Tras esta sucinta descripción de la realidad y fuerza alcanzadas por estos movi-
mientos en el «Centro», no podemos obviar las debilidades y carencias que todavía les
caracterizan. Estas han sido y son todavía notables en lo que se refiere a la composi-

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ción social e interétnica: en la misma «batalla de Seattle» aparecieron ya voces llaman-
do la atención sobre la ausencia de población negra o afroamericana en las manifesta-
ciones; también en lo que afecta a la población inmigrante, su presencia en las accio-
nes realizadas ha sido muy limitada, siendo en Génova donde por primera vez se ha
podido observar una presencia significativa; en cuanto a la participación de las organi-
zaciones sindicales, si bien en Seattle fue importante, no ha sido así en la mayoría de
las movilizaciones desarrolladas posteriormente. Esto último constituye un déficit im-
portante, ya que, al margen de la opinión que se pueda tener sobre la práctica que
desarrollan la mayoría de los sindicatos, éstos siguen siendo unas estructuras con un
número y una proporción de afiliación enormemente superior a la que tienen las princi-
pales redes de los movimientos «antiglobalización». No obstante, conviene indicar que
ya en Génova parece anunciarse una nueva relación con sectores del movimiento
obrero organizado.

Otro problema clave es el que afecta a la composición intergeneracional: podría


afirmarse ya con bastante fundamento que se está produciendo una nueva ola de
radicalización de la juventud, si bien dentro de unas coordenadas y con características
diferentes a la que caracterizó a la del 68; junto a ella, y especialmente en los núcleos
organizados, es fácil encontrar a una parte minoritaria de la generación de los años 60
y comienzos de los 70, procedente del ecologismo, de una izquierda radical y de los
movimientos de solidaridad internacional y ONGs de «cooperación para el desarrollo».
Entre ambas generaciones cabe observar un vacío notable en la mayor parte de los
países, lo cual agrava las dificultades de tender puentes entre las distintas experien-
cias vitales y entre los muy diferentes contextos políticos y culturales en que se ha ido
socializando cada una de ellas.

Estas limitaciones tienen que ver también con los cambios mencionados más arriba
y que afectan a la difícil reubicación de la relación a establecer entre lo global, lo
nacional-estatal y lo local. El peso de la dimensión transnacional no debería hacer
olvidar que las políticas denunciadas tienen manifestaciones concretas en las distintas
partes del planeta y que tampoco son ajenos a las mismas los poderes estatales y
locales. Es en estos ámbitos donde estos movimientos parecen empezar a ser cons-
cientes de su retraso en poner en práctica lo que se ha dado en llamar lo «glocal».

Otra debilidad importante de una parte de estos movimientos está en la dificultad


para superar una actitud que se limitara a la mera resistencia y a la apuesta por otro
«modelo» también global sin establecer objetivos y demandas intermedias. Esta caren-
cia puede hacerse más visible una vez logrado ya su reconocimiento como actores
transnacionales, y tras el consiguiente desplazamiento y/o alianza con determinadas
ONGs que aparecían como las presuntas representantes de la «sociedad civil» cooptadas
por las instituciones internacionales. El debate sobre la necesidad de «alternativas de
alcance medio», capaces de introducir una lógica contraria a la actual «globalización»
y de permitir victorias parciales en positivo que ayuden a abrir nuevas «ventanas» de
oportunidad política, apenas ha comenzado. La misma fuerza alcanzada obliga, por
tanto, a dar mayor relevancia a la capacidad de propuesta, si bien ésta deberá tener en
cuenta los cambios de discurso y estrategia que puedan provenir de los poderes a los
que esos movimientos emplazan.

83
III. Después de Génova

Dentro de la todavía corta historia de este «movimiento de movimientos», las jorna-


das de Génova de julio de 2001 adquieren una significación política especial. Se puede
considerar que el balance de lo ocurrido en esta ciudad italiana marca el fin de una
etapa y el comienzo de otra, con resultados relativamente contradictorios: por un lado,
los sucesos violentos ocurridos han sido utilizados como medio preferente para una
estrategia institucional de deslegitimación de la protesta que incluía la restricción de
derechos fundamentales, la suspensión del tratado de Schengen y un despliegue de
fuerzas coercitivas que creó un verdadero «estado de sitio» en la ciudad-, lo que ha
obligado al Foro Social de Génova a desmarcarse públicamente de la violencia, pero
sin dejar por ello de reivindicar al joven muerto por la policía italiana como «uno de los
nuestros»; por otro, se ha producido la mayor manifestación celebrada hasta ahora en
torno a las sucesivas «cumbres» a las que ha acudido el movimiento.

Es este último hecho, precedido por una semana de debates y actividades pacíficas
diversas, el que ha quedado inicialmente desdibujado ante la opinión pública internacio-
nal, pero que sin duda ha demostrado que este movimiento ha dejado de ser una «nube
de mosquitos» para empezar a estar más cerca de ser una amplia coalición de fuerzas
transversal y transgeneracional con expectativas razonables de tejer unos lazos sóli-
dos en sociedades como la italiana. En palabras de Vittorio Agnoletto, portavoz del Foro
Social de Génova (que agrupaba a más de 400 organizaciones), «el movimiento ha
conseguido imponerse como sujeto político autónomo en la escena italiana; ha sido
capaz de poner en el centro del debate político, de la agenda parlamentaria y de la
opinión pública sus propios contenidos, conjugando la protesta con una fuerte capaci-
dad propositiva (...). El Foro ha logrado el milagro de haber conseguido construir una
representación política unitaria y un movimiento plural, manteniendo juntas asociacio-
nes, centros sociales, sindicatos, ONG y fuerzas políticas que generalmente, en la
vida cotidiana, no tienen entre ellas relaciones de colaboración regular. Una capacidad
común de acción que se apoya en una base programática suficientemente sólida, pero
también en un común sentimiento sobre las formas de lucha: la opción pacífica, no
violenta, y la desobediencia civil han constituido un importante y no ideológico punto de
llegada en una elaboración colectiva». Efectivamente, la diversidad de organizaciones
par ticipantes ha abarcado desde las estructuras del propio movimiento
«antiglobalización» (como Attac, Marcha de Mujeres Globalized Resistance o Tute
Bianche) hasta la Red Lilliput, basada en grupos católicos, pasando por organizaciones
sindicales, culturales y ONGs (como Jubileo Sur o «Médicos sin Fronteras») o grupos
políticos de izquierda alternativa. Cabe no obstante hacer la salvedad de que el sector
llamado «Bloque Negro» se hallaba fuera de esa plataforma unitaria y que su apuesta
por la acción directa violenta le diferenciaba del grueso del movimiento; la búsqueda del
diálogo con el mismo y de un nuevo consenso para la acción que impida la reedición de
una «estrategia de tensión» aparece como uno de los principales retos en esta nueva
etapa.

Pero probablemente el dato más sobresaliente de lo ocurrido es la confirmación de la


tendencia anunciada ya desde Seattle: la participación creciente de la juventud de los
países del «Centro» en este movimiento «antiglobalización», hasta el punto que se ha

84
llegado a afirmar que en la ciudad italiana ha nacido la «generación Giuliani». Su posi-
ble confluencia con la juventud que participa en las diferentes revueltas que se están
produciendo en países del «Sur» podría contribuir a generalizar ese proceso de
radicalización a escala planetaria, dotándola de una subjetividad común antagonista
difícilmente canalizable en unas sociedades cuyo «viejo» modelo de integración, como
ya se ha recordado antes, a través del empleo estable está en claro retroceso.

Finalmente, a raíz de las jornadas de Génova también parece haberse iniciado una
nueva confrontación discursiva y simbólica: la de los dos principales contendientes, el
G-8 por un lado y el «movimiento de movimientos» por otro, para ganar a la opinión
pública a sus propuestas y a sus críticas respectivas. El debate sobre la legitimidad de
la violencia (la de los manifestantes y la policial) ha dado paso muy pronto al que gira
en torno a las libertades fundamentales, a la democracia y a las políticas neoliberales,
poniéndose así en primer plano la constatación de la desafección ciudadana creciente
que aparece respecto a los regímenes democráticos realmente existentes y la búsque-
da de nuevas formas de democracia participativa y de reparto de la riqueza. No hace
falta insistir en que dentro de este nuevo escenario la influencia que en los medios de
comunicación ejerzan los principales actores va a ser fundamental para inclinar la
balanza en uno u otro sentido.

De la somera descripción de los orígenes, evolución y diversidad de estos movi-


mientos se pueden desprender algunas conclusiones:

En primer lugar, las mismas características de la «globalización» y, en particular, la


tendencia a la homogeneización de las políticas económicas en la mayor parte del
planeta generan nuevas «avenidas de protesta» de alcance transnacional, simboliza-
das en el nuevo activismo desarrollado alrededor de las «cumbres» promovidas por
instituciones internacionales o las grandes potencias.

En segundo lugar, esta nueva dinámica de conflicto y de acción colectiva está estre-
chamente unida a las mutaciones que se producen en la relación entre lo global, lo
nacional-estatal y lo local. Aunque esto exige matizaciones en función de las regiones,
países y ciudades, es fácilmente visible la tendencia a reconocer a las instituciones
financieras internacionales, las empresas multinacionales y las organizaciones
interestatales como protagonistas de las grandes decisiones, mientras que respecto a
los poderes estatales y locales los movimientos pueden mantener dos tipos de actitu-
des: la del rechazo abierto ante su subordinación a los actores antes mencionados, por
un lado, y la del emplazamiento a aquéllos para que asuman la aplicación de medidas
concretas alternativas, por otro. Como ya se ha indicado antes, los marcos
macrorregionales pueden ser también nuevos contextos para plantear demandas e
iniciativas que lleguen a contar con mayorías sociales dispuestas a desafiar a la «glo-
balización» actual como algo inevitable.

En tercer lugar, si bien no se puede hablar de victorias sustanciales de estos movi-


mientos, sí es posible comprobar el reconocimiento alcanzado por los mismos no sólo
por organizaciones sindicales y partidos de izquierda sino, sobre todo, por parte de los
principales medios de comunicación y por representantes de los grandes poderes

85
transnacionales. Esto se refleja en la competencia abierta entre unos y otros actores
por la modificación de la «agenda» política, así como en los esfuerzos por obtener
mayor capacidad para llegar a una ciudadanía potencialmente sensibilizada ante deter-
minados «males» resaltados por los movimientos como consecuencias negativas de la
«globalización». En ese clima general el problema de la violencia aparece
sobredimensionado desde los poderes públicos y algunos medios de comunicación y
constituye un factor potencial de división de un movimiento que, sin embargo, parece
seguir aspirando a funcionar con el mayor grado de consenso interno y a buscar formas
de acción y, si es necesario, de desobediencia civil y social compatibles con su voca-
ción de fomentar una amplia participación ciudadana en torno a sus iniciativas.

En cuarto lugar, la reinterpretación de la nueva fase histórica obliga también a los


movimientos a mejorar constantemente sus discursos, formas de organización y de
acción, favoreciéndose así una renovación de los mismos en todos esos ámbitos. No
obstante, la distancia entre la simpatía potencial con que cuentan y su sector organiza-
do sigue siendo enorme, incluso allí donde han logrado tejer lazos más estrechos con
organizaciones sociales y políticas tradicionales. Su composición predominantemente
juvenil garantiza, no obstante, un futuro esperanzador.

Por último, conviene volver a insistir en que la corta vida de estos movimientos no
permite todavía ofrecer un pronóstico suficientemente fundamentado de cuáles pueden
ser sus tendencias de evolución en el próximo período, especialmente en los países
del «Centro». En cualquier caso, y más allá de los flujos y reflujos que puedan conocer
en sus ciclos de protesta, sí cabe indicar que no se vislumbra en el horizonte un
cambio de rumbo en el camino que sigue la globalización neoliberal por ellos denuncia-
da; por consiguiente, existen razones suficientes para pensar que nos encontramos
ante un fenómeno duradero y no efímero y, por tanto, ante la continuidad de una línea de
fractura que ha de tener sus repercusiones en una probable profundización de la crisis
de las democracias representativas y de sus mediaciones políticas especialmente de
los partidos políticos-, así como en la búsqueda de nuevas formas de «gobernanza»
mundial capaces de superar el déficit de legitimidad que sufre el actual proceso de
globalización. Esto último obligará a su vez al «movimiento de movimientos» a ser no
sólo reactivo frente a los distintos motivos de protesta sino también proactivo en cuan-
to a las propuestas alternativas a emprender.

(*) UNED. (VII Congreso Español de Sociología. Grupo de Trabajo 27: Movimientos
sociales y acción colectiva, Sesión 3ª, Salamanca, septiembre 2001)

LA HIPOCRESÍA DE LOS GLOBAFÓBICOS


Roberto Salinas-León (*)

El 11 de septiembre marcó el segundo aniversario del episodio más salvaje y más


dramático perpetrado en contra de la sociedad abierta: la destrucción total de las torres
gemelas del World Trade Center, una tragedia descrita como «el día en que el mundo

86
cambió». En estos días también se llevó a cabo el foro de Cancún, las reuniones
ministeriales de la Organización Mundial de Comercio, por lo que inevitablemente ates-
tiguamos las tradicionales protestas, algunas muy violentas, de los llamados
«globalifóbicos».

Es irónico que estos dos episodios coincidan, pero a la vez es sintomático de la


crisis de credibilidad que atraviesa el fenómeno de la globalización. La furia intolerante
de estos grupos, la confrontación abierta, la mala fe, busca acabar con el comercio
internacional y con un universo económico de fronteras abiertas. Curiosamente, si no
existiera la globalización literalmente no existirían los globalifóbicos. Los autos, los
alimentos, la ropa, los celulares, el correo electrónico, el internet, las divisas, los li-
bros, los panfletos convierten a los globalifóbicos en bastardos de la globalización,
hijos de la apertura, en rebeldía ignorante e intolerante, con el canto de la poesía
ambigua que busca «encontrar nuestras raíces internas» o «socializar» el comercio
exterior.

El argumento a favor del comercio internacional es, precisamente, que una de las
formas concretas de atacar los niveles de pobreza es por medio de ampliar el inter-
cambio de bienes y servicios más allá de las fronteras nacionales. Un individuo no
puede producir todo; nadie es una entidad «autosuficiente». Por lógica, un país tampo-
co puede ser totalmente autosuficiente.

Según The Economist, los globalifóbicos tienen razón en dos cosas: el problema
más importante de nuestra generación es la superación de la pobreza y, a pesar del
papel de la globalización como motor económico, la tendencia se puede revertir. Por
ello, sin un proyecto de comunicación estructurado, la corriente globalifóbica podría, a
la postre, alcanzar su radical cometido autárquico, lo cual sería letal para las socieda-
des que anhelan superar el subdesarrollo.

La globalifobia es un fenómeno sociológico complicado. Por un lado, la oposición al


comercio internacional es motivada por intereses proteccionistas que suelen buscar
refugio en argumentos «políticamente correctos», como una causa laboral o ecológica.
Sin embargo, una dimensión importante de la globalifobia es producto del post-moder-
nismo, de relativistas radicales como Derrida, Foucalt y otros protagonistas del
deconstrucionismo.

En el fondo, el saldo real de la globalifobia es la violencia: entre manifestantes, entre


países que pretenden aislarse del mundo, entre terroristas que buscan la destrucción y
la muerte como fines en sí mismo. Esa no es la manera de reformar los aspectos
negativos que se deben modificar para mejorar el comercio mundial, para permitir que
productores tengan acceso a más mercados y potenciar a los consumidores a disfrutar
mayor disponibilidad de bienes y servicios a mejores precios.

(*) Roberto Salinas León es Director General de Política Económica de TV Azteca en


México y académico asociado del Cato Institute.

15 de septiembre de 2003

87
GLOBALIZACIÓN Y ANTIGLOBALIZACIÓN
Manuel Castells (*)

A estas alturas, todo quisque tiene su opinión sobre la globalización. Éste es el


principal mérito del movimiento global contra la globalización: el haber puesto sobre el
tapete del debate social y político lo que se presentaba como vía única e indiscutible
del progreso de la humanidad. Como es lo propio de todo gran debate ideológico, se
plantea en medio de la confusión y la emoción, muertos incluidos. Por eso me pareció
que, en lugar de añadir mi propia toma de posición a las que se publican cada día,
podría ser más útil para usted, atento lector en su relajado entorno veraniego, el recor-
dar algunos de los datos que enmarcan el debate. Empezando por definir la globaliza-
ción misma. Se trata de un proceso objetivo, no de una ideología, aunque haya sido
utilizado por la ideología neoliberal como argumento para pretenderse como la única
racionalidad posible. Y es un proceso multidimensional, no solo económico. Su expre-
sión más determinante es la interdependencia global de los mercados financieros,
permitida por las nuevas tecnologías de información y comunicación y favorecida por la
desregulación y liberalización de dichos mercados. Si el dinero (el de nuestros bancos
y fondos de inversión, o sea, el suyo y el mío) es global, nuestra economía es global,
porque nuestra economía (naturalmente capitalista, aunque sea de un capitalismo dis-
tinto) se mueve al ritmo de la inversión de capital.Y si las monedas se cotizan globalmente
(porque se cambian dos billones de dólares diarios en el mercado de divisas), las
políticas monetarias no pueden decidirse autónomamente en los marcos nacionales.
También está globalizada la producción de bienes y servicios, en torno a redes produc-
tivas de 53.000 empresas multinacionales y sus 415.000 empresas auxiliares. Estas
redes emplean tan sólo a unos 200 millones de trabajadores (de los casi 3.000 millones
de gentes que trabajan para vivir en todo el planeta), pero en dichas redes se genera el
30% del producto bruto global y 2/3 del comercio mundial.

Por tanto, el comercio internacional es el sector del que depende la creación de


riqueza en todas las economías, pero ese comercio expresa la internacionalización del
sistema productivo. También la ciencia y la tecnología están globalizadas en redes de
comunicación y cooperación, estructuradas en torno a los principales centros de in-
vestigación universitarios y empresariales. Como lo está el mercado global de trabaja-
dores altamente especializados, tecnólogos, financieros, futbolistas y asesinos profe-
sionales, por poner ejemplos. Y las migraciones contribuyen a una globalización cre-
ciente de otros sectores de trabajadores. Pero la globalización incluye el mundo de la
comunicación, con la interpenetración y concentración de los medios de comunicación
en torno a siete grandes grupos multimedia, conectados por distintas alianzas a unos
pocos grupos dominantes en cada país (cuatro o cinco en España, según como se
cuente). Y la comunicación entre la gente también se globaliza a partir de Internet (nos
aproximamos a 500 millones de usuarios en el mundo y a una tasa media de penetra-
ción de un tercio de la población en la Unión Europea). El deporte, una dimensión
esencial de nuestro imaginario colectivo, vive de su relación local-global, con la identi-
dad catalana vibrando con argentinos y brasileños tras haber superado su localismo
holandés. En fin, también las instituciones políticas se han globalizado a su manera,

88
construyendo un Estado red en el que los Estados nacionales se encuentran con insti-
tuciones supranacionales como la Unión Europea o clubes de decisión como el G-8 o
instituciones de gestión como el FMI para tomar decisiones de forma conjunta. Lejos
queda el espacio nacional de representación democrática, mientras que los espacios
locales se construyen como resistencia más que como escalón participativo. De he-
cho, los Estados nacionales no sufren la globalización, sino que han sido sus principa-
les impulsores, mediante políticas liberalizadoras, convencidos como estaban y como
están de que la globalización crea riqueza, ofrece oportunidades y, al final del recorri-
do, también les llegarán sus frutos a la mayoría de los hoy excluidos.

El problema para ese horizonte luminoso es que las sociedades no son entes sumi-
sos susceptibles de programación. La gente vive y reacciona con lo que va percibiendo
y, en general, desconfía de los políticos. Y, cuando no encuentra cauces de información
y de participación, sale a la calle. Y así, frente a la pérdida de control social y político
sobre un sistema de decisión globalizado que actúa sobre un mundo globalizado, surge
el movimiento antiglobalización, comunicado y organizado por Internet, centrado en
protestas simbólicas que reflejan los tiempos y espacios de los decididores de la glo-
balización y utilizan sus mismos cauces de comunicación con la sociedad: los medios
informativos, en donde una imagen vale más que mil ponencias.

¿Qué es ese movimiento antiglobalización? Frente a los mil intérpretes que se ofre-
cen cada día para revelar su esencia, los investigadores de los movimientos sociales
sabemos que un movimiento es lo que dice que es, porque es en torno a esas banderas
explícitas donde se agregan voluntades. Sabemos que es muy diverso, e incluso con-
tradictorio, como todos los grandes movimientos. Pero ¿qué voces salen de esa diver-
sidad? Unos son negros, otros blancos, otros verdes, otros rojos, otros violeta y otros
etéreos de meditación y plegaria. Pero ¿qué dicen? Unos piden un mejor reparto de la
riqueza en el mundo, rechazan la exclusión social y denuncian la paradoja de un ex-
traordinario desarrollo tecnológico acompañado de enfermedades y epidemias en gran
parte del planeta. Otros defienden al planeta mismo, a nuestra madre Tierra, amenaza-
da de desarrollo insostenible, algo que sabemos ahora precisamente gracias al progre-
so de la ciencia y la tecnología. Otros recuerdan que el sexismo también se ha
globalizado. Otros defienden la universalización efectiva de los derechos humanos.
Otros afirman la identidad cultural y los derechos de los pueblos a existir más allá del
hipertexto mediático. Algunos añaden la gastronomía local como dimensión de esa
identidad. Otros defienden los derechos de los trabajadores en el norte y en el sur. O la
defensa de la agricultura tradicional contra la revolución genética. Muchos utilizan algu-
nos de los argumentos señalados para defender un protecteccionismo comercial que
limite el comercio y la inversión en los países en desarrollo. Otros se declaran abierta-
mente antisistema, anticapitalistas desde luego, pero también anti-Estado, renovando
los vínculos ideológicos con la tradición anarquista que, significativamente, entra en el
siglo XXI con más fuerza vital que la tradición marxista, marcada por la práctica histó-
rica del marxismo-leninismo en el sigloXX. Y también hay numerosos sectores intelec-
tuales de la vieja izquierda marxista que ven reivindicada su resistencia a la oleada
neoliberal. Todo eso es el movimiento antiglobalización. Incluye una franja violenta,
minoritaria, para quien la violencia es necesaria para revelar la violencia del sistema.
Es inútil pedir a la gran mayoría pacífica que se desmarque de los violentos, porque ya

89
lo han hecho, pero en este movimiento no hay generales y aun menos soldados. Tal vez
sería más productivo para la paz pedir a los gobiernos que se desmarquen de sus
policías violentos, ya que, según observadores fiables de las manifestaciones de Bar-
celona y Génova, la policía agravó la confrontación. No se puede descartar que algu-
nos servicios de inteligencia piensen que la batalla esencial está en ganar la opinión
pública y que asustar al pueblo llano con imágenes de feroces batallas callejeras puede
conseguir socavar el apoyo a los temas del movimiento antiglobalización. Vano intento,
pues, en su diversidad, muchos de esos mensajes están calando en las mentes de los
ciudadanos, según muestran encuestas de opinión en distintos países.

Dentro de esa diversidad, si un rasgo une a este movimiento es tal vez el lema con
el que se convocó la primera manifestación, la de Seattle: ‘No a la globalización sin
representación’. O sea, que, antes de entrar en los contenidos del debate, hay una
enmienda a la mayor, al hecho de que se están tomando decisiones vitales para todos
en contextos y en reuniones fuera del control de los ciudadanos. En principio, es una
acusación infundada, puesto que la mayoría son representantes de gobiernos demo-
cráticamente elegidos. Pero ocurre que los electores no pueden leer la letra pequeña (o
inexistente) de las elecciones a las que son llamados cada cuatro años con políticos
que se centran en ganar la campaña de imagen y con gobiernos que bastante trabajo
tienen con reaccionar a los flujos globales y suelen olvidarse de informar a sus ciuda-
danos. Y resulta también que la encuesta que Kofi Annan presentó en la Asamblea del
Milenio de Naciones Unidas señala que 2/3 de los ciudadanos del mundo (incluyendo
las democracias occidentales) no piensan que sus gobernantes los representen. De
modo que lo que dicen los movimientos antiglobalización es que esta democracia, si
bien es necesaria para la mayoría, no es suficiente aquí y ahora. Así planteado el
problema, se pueden reafirmar los principios democráticos abstractos, mientras se
refuerza la policía y se planea trasladar las decisiones al espacio de los flujos inmate-
riales. O bien se puede repensar la democracia, construyendo sobre lo que consegui-
mos en la historia, en el nuevo contexto de la globalización. Que se haga una u otra
cosa depende de usted y de muchos otros como usted. Y depende de que escuchemos,
entre carga policial e imagen de televisión, la voz plural, hecha de protesta más que de
propuesta, que nos llega del nuevo movimiento social en contra de esta globalización.
(*) El País, 24-7-2001

¿FIN DEL ESTADO NACIÓN?


Manuel Castells (*)

Nuestro mundo y nuestras vidas están siendo transformados por dos tendencias
opuestas: la globalización de la economía y la identificación de la sociedad. Sometido a
tremendas presiones contradictorias, desde arriba y desde abajo, el Estado nación, tal
y como se constituyó en Europa en los últimos tres siglos, exportándose luego al resto
del mundo, ha entrado en una crisis profunda. Crisis de operatividad: ya no funciona. Y
crisis de legitimidad: cada vez menos gente se siente representada en él y mucha
menos gente aún está dispuesta a morir por una bandera nacional, de ahí el rechazo

90
generalizado al servicio militar. Incluso en los Estados fundamentalistas o en los nacio-
nalismos radicales que proliferan en el planeta, la idea es la sumisión del Estado a un
ideal superior que trasciende al Estado: para el islamismo, por ejemplo, el marco de
referencia es la umma, la comunidad de los fieles por encima de las fronteras. El
Estado nación basado en la soberanía de instituciones políticas sobre un territorio y en
la ciudadanía definida por esas instituciones es cada vez más una construcción obsoleta
que, sin desaparecer, deberá coexistir con un conjunto más amplio de instituciones,
culturas y fuerzas sociales. Las consecuencias de dicho fenómeno son enormes, puesto
que todas nuestras formas políticas de representación y de gestión están basadas en
esa construcción que empieza a desvanecerse detrás de su todavía imponente facha-
da. ¿Por qué esa crisis? ¿Y hasta qué punto la negación del Estado no es una nueva
exageración del neoliberalismo, feliz de anunciar la apertura definitiva de las puertas al
campo del mercado?

El Estado nación parece, en efecto, cada vez menos capaz de controlar la globaliza-
ción de la economía, de los flujos de información, de los medios de comunicación y de
las redes criminales. La unificación electrónica de los mercados capitales y la capaci-
dad de los sistemas de información para transferir enormes masas de capital en cues-
tión de segundos hacen prácticamente imposible que los Estados y sus bancos centra-
les decidan sobre el comportamiento de los mercados financieros y monetarios, algo
reiteradamente demostrado en las crisis monetarias de la Unión Europea desde 1992 y
en el sureste asiático en 1997. Pero hay más. Al perder control sobre los flujos de
capital, los Estados tienen cada vez mayores dificultades para cobrar sus impuestos y,
en realidad, en la mayoría de los países, están reduciendo la presión fiscal sobre el
capital, reduciendo por tanto los recursos disponibles para su política. Teniendo en
cuenta la creciente disparidad entre recursos y gastos del Estado, los Gobiernos han
recurrido al endeudamiento en el mercado internacional de capitales, siendo por tanto
cada vez más dependientes del comportamiento de dicho mercado. Así, por ejemplo,
entre 1980 y 1993, la deuda exterior del Gobierno, en porcentaje del PIB, se dobló en
Estados Unidos y se multiplicó por cinco en Alemania, aumentando también, aunque en
menores proporciones, en otros países como el Reino Unido y España. Japón es la
excepción, pero simplemente porque el Gobierno japonés tiene mayor dependencia
financiera que cualquier país, aunque en su caso es de los bancos japoneses, los
cuales a su vez dependen del excedente comercial de las empresas de su keiretsu.
Aunque en la Unión Europea se ha hecho un esfuerzo notable para reducir la deuda
pública con el fin de cumplir los criterios del euro, la reducción no ha disminuido la
dependencia de la financiación exterior, y es de prever que, una vez asumido el euro, la
integración de mercados financieros internacionales aumentará aún más el papel de la
deuda exterior en la financiación de los gastos del Estado. Por otra parte, la
internacionalización de la producción y la creciente importancia del comercio exterior
en el comportamiento de la economía disminuyen asimismo la capacidad de los Go-
biernos para intervenir en la misma, exceptuando las inversiones en infraestructura y
educación. En la Unión Europea el proceso de pérdida de soberanía es aún más paten-
te. Para no ser marginados de la competencia internacional, los Estados europeos
decidieron, probablemente con razón, aunar sus fuerzas, pero al hacerlo han eliminado
los últimos restos de soberanía económica. Con una moneda única, un Banco Central
Europeo y mercados integrados, no pueden darse políticas económicas nacionales.

91
Incluso los presupuestos de cada país tendrán márgenes muy estrechos entre las
obligaciones históricamente contraídas (tales como seguridad social), los criterios de
los mercados financieros y la armonización con los criterios europeos.

Procesos semejantes tienen lugar en los circuitos de información científica, tecnoló-


gica o cultural que circulan globalmente cada vez con más libertad; por ejemplo, a
través de un Internet que no puede controlarse excepto desconectándose de la red: un
gesto desesperado que se paga con la marginación informacional; o en el caso de los
medios de comunicación que combinan una segmentación de mercados locales con
una estructura empresarial y de contenidos enteramente globalizada. Cierto, puede
haber también reacciones extremas como la del Gobierno español del Partido Popular
intentando utilizar a Telefónica para controlar políticamente los medios audiovisuales.
Pero son estertores de un orden estatista condenado de antemano al fracaso por la
reacción de las instituciones europeas y de la sociedad española, la oposición de otros
grupos mediáticos, la evolución tecnológica (que multiplicará las fuentes de informa-
ción en los próximos años) y la propia resistencia de los profesionales de la comunica-
ción a ser corifeos del pensamiento único.

La globalización del crimen, aunando esfuerzos entre distintas mafias y explotando


la superioridad de redes transnacionales flexibles frente a la rigidez de burocracias
estatales reacias a salir de sus trincheras, pone definitivamente en cuestión la capaci-
dad del Estado para hacer respetar el orden legal. Y aunque Rusia o México sean casos
extremos, el sur de Italia, el noroeste de España, los barrios chinos de Amsterdam o
las pizzerías de Hamburgo son embriones de un cuasi-Estado criminal con creciente
capacidad operativa.

Ante tales amenazas, los Estados nación han reaccionado, por un lado, aliándose
entre ellos; por otro lado, reverdeciendo los laureles del Estado mediante la descentra-
lización autonómica y municipal. La Unión Europea representa el proceso más avanza-
do en ambas direcciones. La defensa europea es, en la práctica, una cuestión de la
OTAN. La política exterior, con matices, y cuando existe, se define en el ámbito europeo
y atlántico a través de un proceso multilateral. Los grandes problemas planetarios,
tales como el medio ambiente, los derechos humanos, el desarrollo compartido, se
abordan en foros internacionales como las Naciones Unidas y, crecientemente, en
organizaciones no gubernamentales: Greenpeace o Amnistía Internacional han hecho
mucho más por nuestro mundo que cualquier asamblea de Estados.

Por otro lado, la mayor parte de los problemas que afectan a la vida cotidiana, a
saber, la educación, la sanidad, la cultura, el deporte, los equipamientos sociales, el
transporte urbano, la ecología local, la seguridad ciudadana y el placer de vivir en
nuestro barrio y en nuestra ciudad, son competencia y práctica de las entidades loca-
les y autonómicas. De ahí la importancia histórica del nuevo esfuerzo descentralizador
de Blair en el Reino Unido, uno de los países europeos más centralizados hasta ahora.
La identidad de la gente se expresa cada vez más en un ámbito territorial distinto del
Estado nación moderno: con fuerza como en el caso de Cataluña, Euskadi o Escocia,
naciones sin Estado, o con acentos más matizados como en el caso de identidades
locales o regionales en casi toda Europa; pero, en cualquier, caso con mayor apego y

92
legitimidad que las identidades históricas constituidas, aunque probablemente Francia
sea la excepción, como prueba la eficacia del Estado jacobino republicano en la exter-
minación de las culturas históricas; por eso son los franceses los que más sufren la
adaptación a la globalización, porque la inoperancia de su Estado nación no puede
resolverse con el recurso a una red flexible de administraciones locales ancladas en
identidades culturales.

Ahora bien, pese a su desbordamiento por flujos globales y a su debilitamiento por


identidades regionales o nacionales, el Estado nación no desaparece y durante un
largo tiempo no desaparecerá, en parte por inercia histórica y en parte porque en él
confluyen muy poderosos intereses, sobre todo los de las clases políticas nacionales,
y en parte también porque aún es hoy uno de los pocos mecanismos de control social y
de democracia política de los que disponen los ciudadanos.

Aunque las formas del Estado nación persisten, su contenido y su práctica se han
transformado ya profundamente. Al menos en el ámbito de la Unión Europea (y yo
argumentaría que también en el resto del mundo), hemos pasado a vivir en una nueva
forma política: el Estado red. Es un Estado hecho de Estados nación, de naciones sin
Estado, de Gobiernos autónomos, de ayuntamientos, de instituciones europeas de todo
orden -desde la Comisión Europea y sus comisarios al Parlamento Europeo o el Tribu-
nal Europeo, la Auditoría Europea, los Consejos de Gobierno y las comisiones especia-
lizadas de la Unión Europea- y de instituciones multilaterales como la OTAN y las
Naciones Unidas. Todas esas instituciones están además cada vez más articuladas en
redes de organizaciones no gubernamentales u organismos intermedios como son la
Asociación de Regiones Europeas o el Comité de Regiones y Municipios de Europa. La
política real, es decir, la intervención desde la Administración pública sobre los proce-
sos económicos, sociales y culturales que forman la trama de nuestras vidas, se desa-
rrolla en esa red de Estados y trozos de Estado cuya capacidad de relación se
instrumenta cada vez más en base a tecnologías de información. Por tanto, no estamos
ante el fin del Estado, ni siquiera del Estado nación, sino ante el surgimiento de una
forma superior y más flexible de Estado que engloba a las anteriores, agiliza a sus
componentes y los hace operativos en el nuevo mundo a condición de que renuncien al
ordeno y mando. Aquellos Gobiernos, o partidos, que no entiendan la nueva forma de
hacer política y que se aferren a reflejos estatistas trasnochados serán simplemente
superados por el poder de los flujos y borrados del mapa político por los ciudadanos
tan pronto su ineficacia política y su parasitismo social sea puesto de manifiesto por la
experiencia cotidiana. O sea, regularán himnos nacionales para que sean obligatorios y
luego añadirán «excepto cuando proceda». No estamos en el fin del Estado superado
por la economía, sino en el principio de un Estado anclado en la sociedad. Y como la
sociedad informacional es variopinta, el Estado red es multiforme. En lugar de mandar,
habrá que navegar.

(*)El País, 26-10-1997.

93
Ejercicio Autoevaluación

1- Elabore conceptos de Globalización, Globalismo y Mundialización.

2- A partir de las lecturas complementarias, ¿podría enumerar puntos a favor y en


contra de la Globalización?.

3- ¿Cómo puede definir a los movimientos “antiglobalización”?.

4- ¿Cuáles son las principales críticas de los globófilos al proceso de globalización?

5- Y ¿las críticas a los antiglobalización?

6- Navegue por Internet y busque mayor información sobre organizaciones que estu-
dian a la Globalización y páginas de movimientos antiglobalización, céntrese en
los aspectos que son estudiados sobre este proceso, el origen de las diferentes
organizaciones, sus postulados.

7- ¿Cuáles podrían ser los medios necesarios para hacer del actual proceso de
globalización uno que sea más eficiente y equitativo?

94
UNIDAD II
LAS CIVILIZACIONES COMO ACTORES INTERNACIONALES

INTRODUCCIÓN

“El choque de civilizaciones”. Así se titula la obra del profesor Samuel Phillips
Huntington, actual catedrático de Harvard, que ha tenido similar éxito a la del profesor
Francis Fukuyama acerca de El fin de la historia. Ambos libros han sido precedidos por
artículos del mismo título, publicados en la revista norteamericana Foreign Affairs.

La motivación de los libros es distinta. En el caso de Fukuyama, se trataba de una


reflexión originada por el hecho del hundimiento y desaparición de los Estados socialis-
tas radicados en Europa central y oriental. Tales acontecimientos, simbolizados por la
demolición del denominado «Muro de Berlín» parecieron confirmar que, con el triunfo
del libre mercado y la democracia representativa, se había llegado a un fin de la histo-
ria similar al que Hegel había pronosticado después del triunfo de Napoleón en la
batalla de Jena. Ello significaba también la desaparición de la lucha de clases. El
desarrollo posterior de los acontecimientos, nacionales e internacionales, han desmen-
tido la tesis de Fukuyama. Sigue –en diversos grados– la lucha de clases y no ha
finalizado la historia mundial.

La tesis de Huntington es la de que, como factor impulsor del desarrollo histórico, el


conflicto de civilizaciones ha sustituido a la lucha de clases y que tales conflictos, son
los que mejor caracterizan nuestra época. Aunque la tesis de Huntington fue formulada
inicialmente antes de los atentados terroristas del 11 de septiembre, adquirieron, con el
auge del terrorismo islámico, mucha mayor resonancia.

El libro de Huntington, es mucho más exhaustivo que su artículo inicial. Coincide con
los análisis de Spengler, en su célebre obra La decadencia de Occidente, y, asimismo,
con los textos de Toynbee acerca de los ciclos históricos civilizatorios. Huntington se
remonta al origen de las diversas civilizaciones históricas y, después de describirlas
con detalle, llega a la conclusión de que la civilización occidental está perdiendo peso
numérico demográfico, poderío económico y poderío militar. Todo ello, confirmado con
las diversas estadísticas que utiliza. Resultan muy interesantes, tanto los datos que
utiliza como los argumentos que maneja. No obstante, se le podría reprochar el
unilateralismo de su tesis.

La escritora italiana Oriana Fallaci publicó luego de los atentados del 11 de setiem-
bre del 2001 en el periódico italiano Il Corriere della Sera, una serie de tres artículos en
que apoyaba la tesis de Huntington. Fallaci plantea que estamos ante una guerra en la
que no se combate por el territorio, sino por los valores, por una forma de vida. Pero así
como los defensores del islamismo están siendo preparados para esa yihad, Fallaci
cree que Occidente infravalora el poder de destrucción de esa civilización, e insta a los
ciudadanos a tomar conciencia de esa amenaza.

Planteó que los valores europeos y norteamericanos permiten la convivencia de

95
gentes de otras culturas, de otras razas, de otras religiones, en su territorio. Cuando se
pervierte su significado, los valores de tolerancia, libertad y respeto a la vida privada
se convierten en un arma de doble filo. Como dice Fallaci, «nosotros respetamos su
cultura, pero ellos no respetan la nuestra».

Por su parte Francis Fukuyama realiza una dura crítica al planteo de Huntington
luego de los antentados del terroristas del 11 de septiembre y la respuesta liderada por
los Estados Unidos. Ante la luz del libro de Huntington dice que estos deberían
interpretarse como parte de una lucha más amplia entre civilizaciones, específicamente
entre el islam y Occidente. Y que lo que nosotros, los occidentales, consideramos
derechos humanos universales son un mero producto de la cultura europea, inaplicable
para quienes no compartan esta tradición particular.

De acuerdo a Fukuyama, Huntington se equivocaría por partida doble. Sir V.S. Naipaul,
reciente ganador del Premio Nobel de Literatura, escribió cierta vez un artículo sobre
«Nuestra civilización universal». Allí afirmaba que no sólo son aplicables los valores
occidentales a todas las culturas, sino que él, personalmente, debía sus logros litera-
rios precisamente a esa universalidad, que se adquiere cruzando las fronteras putati-
vas de Huntington.

La universalidad es igualmente posible en un sentido más amplio, porque la fuerza


primordial en la historia humana y la política mundial no es la pluralidad de culturas,
sino el avance general de la modernización, cuyas expresiones institucionales son la
democracia liberal y la economía de mercado.

Establece Fukuyama que casi todos los derechos sustentados a lo largo de la histo-
ria dependen o han dependido de una de estas tres autoridades: Dios, el hombre o la
naturaleza. Pero desde comienzos del Iluminismo, Occidente ha rechazado la fuente de
Dios, o la religión. Aquí el laicismo de la concepción occidental de los derechos consti-
tuye la raíz de la tradición liberal.

Esta parece ser, hoy por hoy, la divisoria principal entre el islam y Occidente porque
muchos musulmanes rechazan el Estado laico. Pero el laicismo occidental emergió
como respuesta a las sangrientas luchas entre sectas cristinas que se daban el los
siglos XVI y XVII. Hobbes, Locke y Montesquieu respondieron a los horrores de la
Guerra de los Treinta Años, y otras contiendas, afirmando que era preciso separar la
religión de la política para asegurar, ante todo y por sobre todo, la paz civil.

El islam enfrenta hoy, para Fukuyama, un dilema similar. Los intentos de fusionar la
política y la religión dividen a los musulmanes tal como dividieron a los cristianos en
Europa. El islam es una religión extremadamente heterogénea que no reconoce ningu-
na fuente absoluta de interpretación doctrinal. El fundamentalismo intolerante es una
alternativa para los musulmanes.

Sobre la segunda fuente, el hombre, o todo lo que una sociedad reconozca como tal

96
por alguna vía constitucional, tampoco es garantía de tendencias liberalizadoras, pues
conduce al relativismo cultural.

La última fuente de derechos es la naturaleza o el lenguaje de los derechos natura-


les, sigue modelando, según Fukuyama, el discurso moral de occidente. Así se plantea
un “substrato de humanidad”, que sobrepasa las diferencias de raza, etnia, riqueza y
género. Este substrato da derecho a una protección igual contra determinados tipos de
conducta por parte de otros grupos o Estados. Es por ello que si consideramos a los
derechos humanos como universales, su aplicación debería ser exigida en todo tiempo
y lugar.

Sin embargo , dice Fukuyama que debemos distinguir entre una creencia teórica
en la universalidad de los derechos humanos y el apoyo efectivo y habitual que reciben
en el mundo entero, ya que nuestra «humanidad» compartida se moldea en diversos
entornos sociales y, por ende, nuestra percepción de los derechos difiere.

El compromiso que tiene occidente con los derechos humanos constituye tan sólo
una parte del complejo contexto de una civilización universal, del que no se puede
excluir la comprensión de los otros elementos de las sociedades modernas: la justicia
económica y la democracia política

BIBLIOGRAFÍA:

- PEREZ LLANA, Carlos. “El Regreso de la Historia”. Editorial Sudamericana / Uni-


versidad de San Andrés. Bs. As., 1998. Capítulos I y VII.

LECTURAS COMPLEMENTARIAS:

EL CHOQUE DE CIVILIZACIONES
Samuel P. Huntington (*)

CAPÍTULO I: Las Civilizaciones según Huntington

En primer lugar es necesario poner de manifiesto cómo concibe Huntington a las


civilizaciones. Su perspectiva parte desde una concepción plural de civilización, es
decir civilizaciones, y no civilización en singular, puesto que esto implicaría hablar de
una civilización universal, idea que el autor rechaza de plano.

Tanto para autores como Braudel, Wallerstein, Durkehim, Spengler, y el propio


Huntington, la idea de civilizaciones está íntimamente ligada a la idea de cultura.
«...una civilización es el agrupamiento cultural humano más elevado del grado más

97
amplio de identidad cultural que tienen las personas, si dejamos aparte lo que distingue
a los seres humanos de otras especies. Se define por elementos objetivos comunes,
tales como lengua, historia, religión, costumbres, instituciones, y por la autoidentificación
subjetiva de la gente.» (1)

Con respecto a esto último, la religión pareciera ser un elemento que está levemente
por encima de los otros, así, las principales religiones están ligadas a civilizaciones; es
más, algunas religiones como el catolicismo y el islamismo abarcan a sociedades de
razas diversas.

«...personas que comparten etnicidad y lengua pueden, como en el Líbano, la anti-


gua Yugoslavia y el subcontinente asiático, matarse brutalmente unas a otras porque
creen en dioses diferentes.»(2)

Si tomamos en cuenta que cuatro de las cinco religiones importantes del mundo
(cristianismo, islamismo, hinduismo, confucianismo y budismo) hacen referencias a
una civilización, podemos apreciar la relevancia que tiene la religión en esta temática
de las civilizaciones.

¿Cuáles son las Civilizaciones?

Numerosos autores han clasificado a las distintas civilizaciones desde distintos


criterios, Huntington toma como punto de partida el estudio de Melko, quien dividía a
las religiones en: mesopotámica, egipcia, cretence, clásica, bizantina, mesoamericana,
andina, china, japonesa, india, islámica y occidental. De éstas, solo subsisten las cinco
últimas, pero muchos rescatan la civilización rusa ortodoxa como distinta de la bizantina
y la cristiana occidental. Por ello dice Huntington que «por lo que respecta al mundo
contemporáneo, resulta útil añadir a estas seis civilizaciones (sic) la latinoamericana y,
posiblemente, la africana.

A partir de allí, distingue:

1- China: aunque es más correcto hablar de Sínica, abarcando así Vietnam y Corea.
2- Japonesa: único Estado que también es una civilización.
3- Hindú: no India, porque abarcaría a un componente musulmán amplio.
4- Islámica: contiene muchas culturas, como la árabe, turca, persa y malaya.
5- Occidental: Europa, Norteamérica, Australia y Nueva Zelandia.
6- Latinoamericana
7- Africana (posiblemente): A pesar de que existe una gran atomización, sobre todo en
el África Subsahariana se ve una suerte de aglutinamiento alrededor de Sudáfrica.

Esta clasificación es sin dudas uno de los temas más criticados por parte de los
detractores de esta tesis.

En primer lugar el hablar de una cultura Latinoamericana escindida de la Occidental.


En realidad esto es más una crítica de los autores Latinoamericanos que los extranje-
ros. El propio Huntington aclara que esto se podría considerar a Latinoamérica como

98
una cultura de la civilización Occidental, o una realidad separada. Él se decide por ésta
última, dado que es evidente que la simbiosis entre el amerindio y el europeo dio origen
a una civilización distinta a la occidental, y además con tantas particularidades que
hacen que inclusive se dude de la existencia de una cultura Latinoamericana en térmi-
nos de homogeneidad.

En segundo lugar, está la ausencia de una cultura Judía en esta clasificación, Huntington
aclara que esto sucede porque no él no considera a la Judía como una civilización impor-
tante, además que hoy en día está estrechamente vinculada a la Occidental.

En tercer lugar está el hecho de no mencionar a la Rusia Ortodoxa como una civili-
zación, al menos expresamente. Huntington rescata a los autores que sostienen la
existencia de una civilización Rusa Ortodoxa, y además a lo largo de todo su análisis
hace referencia a Rusia junto con las otras civilizaciones, pero cuando dice que «...las
principales civilizaciones contemporáneas son las siguientes:» (3), no menciona a la
rusa. No creemos que no considere que no es importante esta civilización, si critica a
Fukuyama por creer en el fin de la historia, e incluye constantemente en todos los
cuadros de referencias datos relativos a Rusia, es obvio que la considera como una
civilización importante. Creemos en definitiva que su referencia es implícita, cuando
dice que «Por lo que respecta al mundo contemporáneo, resulta útil añadir a estas seis
civilizaciones...» (4), cuando en realidad enumeró a cinco (china, japonesa, india, islámica
y occidental) e hizo referencia a los que añaden la civilización rusa como distinta a la
bizantina y occidental, es evidente que considera a la rusa como una civilización. Claro
está que esta omisión es criticable para alguien de su jerarquía y un punto de ataque a
esta tesis.

Los contactos entre las civilizaciones:

Los contactos entre las civilizaciones no ocurrieron siempre en la historia del hom-
bre, es más dice Huntington que el verdadero contacto empezó en el año 1.500, cuando
los Estados europeos iniciaron la gesta imperialista hacia otros continentes. En el
período actual, la situación también está cambiando, puesto que hay una mayor inci-
dencia multicultural que en otras épocas, esto sucedería porque ya no hay sólo una o
dos civilizaciones dominantes, y porque hay una creciente reacción en contra de los
Occidentales.

Como siempre sucede con estas divisiones tan amplias, las críticas son múltiples,
puesto que no se puede resumir 1.500 años de historia en un solo período. Huntington
la sabe, y por eso manifiesta constantemente los cambios y las particularidades dadas
en cada uno de estos períodos. Así, es importante mencionar que la expansión islámica
hacia el Norte de África, Europa Oriental y la zona Sur de Europa Occidental, es
evidentemente un punto de contacto muy importante entre civilizaciones, y que antece-
de al año 1.500.

Hay que resaltar aquí, que coincidente con su condena a la concepción occidental
que sostiene que hay una cultura universal que recoge los valores occidentales,
Huntington pone de relieve la forma en que Occidente llegó a tener tanta influencia

99
luego de la paz de Westfalia, fundamentalmente.

« Occidente conquistó al mundo, no por la superioridad de sus ideas, valores o


religión (a los que se convirtieron pocos miembros de las otras civilizaciones), sino
más bien por su superioridad en la aplicación de la violencia organizada» (5)

Occidente, la Civilización Universal:

¿Es ésta la época de una civilización universal (6)?. La respuesta de Huntington es


un no tajante. La existencia de valores básicos que todos comparten, como una familia,
o no matar, etc., data desde siempre, por lo que no puede ser utilizado como una
variable de civilización universal. Tampoco lo que distingue a una civilización del atraso
o barbarie (leer, escribir, etc.). La cultura de Davos, foro en el que se reúnen los
intelectuales del mundo occidental no es compartida por la mayoría de los habitantes
del planeta. Por último la difusión de determinados productos occidentales como la
coca-cola, no pueden servir para definir una cultura, las transferencias de productos y
conocimientos es una constante a lo largo de la historia.

Existen dos aspectos de las civilizaciones que hacen dudar de la existencia de esta
civilización:

1- Lengua: Mucho se dice que el inglés es hoy el idioma universal, pero en realidad
es sólo una lingua franca, como en su momento lo fue el latín. El hecho que cada
vez más se utilice el idioma inglés como segunda lengua muestra que sirve para
contactar a culturas que son diversas. Además, hay menos personas que hablan
este idioma como lengua de nacimiento (Ver cuadro nº1)
2- Religión: Seguramente que el conflicto ideológico ha servido para sumergir los
religiosos, sobre todo el comunismo, que al declararse ateo eliminó a la religión
como una variable importante para definirse, por lo que en las estadísticas hubo
una simple reclasificación de personas como ateas cuando no lo eran en realidad
(ver cuadro nº2). Aquí hay una consideración muy importante por hacer, y es que
la expiación demográfica de los países islámicos hacen que esta religión adquie-
ra progresivamente porcentajes más altos de población.

Cuadro nº 1: Hablantes de las principales lenguas

Año
Lengua 1.958 1.970 1.980 1.992

Árabe 2,7 2,9 3,3 3,5


Bengalí 2,7 2,9 3,2 3,2
Inglés 9,8 9,1 8,7 7,6
Hindi 5,2 5,3 5,3 6,4
Mandarín 15,6 16,6 15,8 15,2
Ruso 5,5 5,6 6,0 4,9
Español 5,0 5,2 5,5 6,1

Fuente:Culbert, Sidney S. Facultad de Psicología, Universidad de Washington, Seattle.

100
En Huntington, Samuel P. Op. Cit. Pág. 70.

Cuadro nº2: Proporción de la población mundial adepta a las principales religiones


(%)

Año
Religión 1.900 1.970 1.980 1.985 (est.) 2.000 (est.)

Cristianismo Occidental 26,9 30,6 30,0 29,7 29,9


Cristianismo Ortodoxo 7,5 3,1 2,8 2,7 2,4
Musulmana 12,4 15,3 16,5 17,1 19,2
Sin religión 0,2 15,0 16,4 16,9 17,1
Hinduismo 12,5 12,8 13,3 13,5 13,7
Budismo 7,8 6,4 6,3 6,2 5,7
Tradicionales Chinos 23,5 5,9 4,5 3,9 2,5
Tribales 6,6 2,4 2,1 1,9 1,6
Ateísmo 0,0 4,6 4,5 4,4 4,2

Fuente: David B. Barrett (comp.), World Christian Encyclopedia: A comparative study


of churches and religions in the modern world. 1.900-2.000, Oxford, Oxford University
Press, 1.982. En Huntington, Samuel P. Op. Cit. Pág. 75.

Los paradigmas del fin de la historia, el del Transnacionalismo, y el de moderniza-


ción, son los que constantemente plantean la existencia de una civilización Occidental.
Los tres son refutados por Huntington: ni la historia llegó a su fin, los conflictos poste-
riores a 1.990 lo demuestran; ni los contactos comerciales evitan las guerras y conflic-
tos; ni la modernización es aceptada pasivamente.

Ampliamos este último aspecto. La civilización Occidental está compuesta de una


serie de características, como el legado clásico, relación entre católicos y protestan-
tes, lenguas distintas, separación entre religión y Estado, Estado de derecho, pluralis-
mo social, cuerpos representativos e individualismo, entre otras.

Las actitudes que pueden tomar los no occidentales pueden ser tres:

1- Rechazo a ultranza: Rechazar tanto la modernización como la occidentalización.


Esta es en realidad una actitud desarrollada por un número muy reducido de
grupos, que por lo general tienden a desaparecer.
2- Aceptar ambas: También conocida como kemalismo, porque esta fue la actitud
tomada por Mustafá Kemal en Turquía, quien abrazó no solo la modernidad occi-
dental, sino los valores occidentales, pero sobre un pasado islámico. Esto cons-
tituye a Turquía como un estado desgarrado.
3- Reformismo: Es una forma de combinar la modernización con los valores de las
propias culturas. Un caso típico es Japón.

No está demostrado que un Estado pueda ser moderno occidentalizándose; pero es

101
totalmente falaz el sostener que la occidentalización es una precondición para la mo-
dernización. Actualmente, consideramos que la situación que está viviendo Irán puede
constituirse en el caso de un Estado moderno sin abrazar Occidente, sino más bien
rechazándolo abiertamente.

CAPÍTULO II: Auge y Declive de las Civilizaciones

A lo largo de la historia diversas civilizaciones conquistaron el poder, lo mantuvieron


por un determinado período y luego lo perdieron. Esta es una preocupación constante
en muchos estadounidenses, quienes se preguntan a menudo a cerca de la decadencia
americana; Huntington no escapa a esta regla. Podríamos decir que el autor tiene una
visión pesimista con respecto al futuro de Occidente, lo que es una manera velada de
decir Estados Unidos. Hoy el mundo está dominado por las naciones Occidentales
porque: poseen y dirigen el sistema bancario internacional, controlan todas las divisas
fuertes, son el principal cliente del mundo, proporcionan la mayoría de los productos
acabados del mundo, dominan los mercados internacionales de capital, ejercen un
liderazgo moral dentro de muchas sociedades, tienen capacidad para llevar a cabo una
intervención militar en gran escala, controlan las rutas marítimas, dirigen la experimen-
tación e investigación técnica más avanzada, controlan la educación técnica puntera,
dominan el acceso al espacio, dominan la industria aeroespacial, dominan las comu-
nicaciones internacionales, dominan la industria armamentística de alta tecnología.(7)

Territorio, población y religión son las tres variables significativas utilizadas por
Huntington para analizar el declive de la civilización Occidental.

Territorio

En el año 1.490 -época señalada por Huntington como el inicio de la expansión


Occidental-, esta civilización controlaba algo así como 3.800.000 km2, en 1.920 el
control era de alrededor de 66.000.000 de km2, mientras que en 1.993 se redujo hasta
los 32.800.000 km2. Conviene hacer aquí una serie de consideraciones.

En principio Occidente abarca para el autor Australia y Nueva Zelandia, además hay
que tener en cuenta que el proceso de descolonización asiático y africano significó una
pérdida cuantitativa muy importante, y por último, que América Latina hoy es para el
autor una civilización distinta a la Occidental, mientras que antes de su independencia
estaría englobada bajo el ala protectora de Occidente. El siguiente cuadro grafica un
poco los cambios acontecidos.

102
Cuadro Nº 3: Territorio bajo control político de las civilizaciones

Año Occidental Africana Sínica Hindú Islámica Japonea Latinoa- Ortodoxa Otras
mérica

1.900 52.511 424 11.181 140 9.303 417 9.997 22.618 19.342
1.920 65.907 1.036 10.134 40 4.690 559 20.973 26.568 5.848
1.971 33.167 12.007 10.194 3.408 23.783 367 29.287 26.796 5.962
1.993 32.921 14.716 10.160 3.312 28.629 375 20.251 18.567 7.039

Fuentes: Statesman´s Year-Book, Nueva York, St. Martin´s Press, 1.901-1.927; World
Book Atlas, Chicago, Field Enterprises Educational Corp., 1.970; World Book of the
year, Chicago, Encyclopaedia Britannica, Inc., 1.992-1.994.

Población:

También la población occidental ha disminuido. En 1.900 los occidentales constituían


el 30% de la población mundial, pero hoy alcanzan sólo el 13%. En este fenómeno, la
expansión demográfica del Tercer mundo, el control de natalidad en los países desarro-
llados y el constante crecimiento de las expectativas de vida, tienen mucho que ver.

En el siguiente cuadro ofreceremos un panorama con respecto a este tema:

Cuadro Nº 4: Poblaciones de los países pertenecientes a las principales civilizacio-


nes (1.993)

Sínica: 1.340.000 Latinoamericana 507.500

Islámica 927.600 Africana 392.100

Hindú 915.800 Ortodoxa 261.300

Occidental 805.400 Japonesa 124.700

Fuentes: Calculadas a partir de los datos publicados en la Encyclopedia Britannica,


1.994 Book of the year, Chicago, Encyclopedia Britannica, 1.994, Págs. 764-796.

Es muy cierto que estos contenidos son sólo cuantitativos, pero también es
cualitativamente importante observar algunos cambios, como por ejemplo educación,
salud, urbanidad, participación en el comercio internacional y poderío militar. No hay
datos estadísticos muy certeros o confiables que permitan sacar conclusiones muy
categóricas, pero los acontecimientos que a menudo observamos en el mundo nos
pueden dar una clara idea de que la tendencia del achicamiento de distancias entre
Occidente y las otras civilizaciones es certera, pero también lo es que esta distancia
es demasiado amplia.

103
El resurgir de las religiones:

Durante la Guerra Fría se acentuó una tendencia que venía sucediéndose desde
hacía varios años, el desplazamiento de las religiones. El Comunismo encarnado en
China y la ex URSS -dos países superpoblados- simplemente prohibió la religión al
considerarla un opio. En el mundo occidental el desplazamiento de la religión fue más
bien elíptico, se la desplazó no tan directamente por el laicismo, pero igualmente fue
efectivo. Sin embargo con el fin de la Guerra Fría las religiones resurgieron, están
resurgiendo, no sólo desde la perspectiva del fundamentalismo religioso, que es un
aspecto más bien superficial del fenómeno, sino que se está encarnando verdadera-
mente en las sociedades como una suerte de reafirmación cultural en esta creciente
globalización.

La religión resurge porque es importante como una respuesta de que se obtiene


sobre determinadas cuestiones, y está íntimamente relacionadas con las tendencias
modernizantes de una sociedad. Es más, se podría decir que las religiones son despla-
zadas o se encarnan en la medida en que satisfagan las necesidades de una sociedad
en cuanto a sus cambios, entre dichos cambios la modernización ocupa un lugar des-
tacado. Esta argumentación permite explicar por ejemplo la expansión del protestantis-
mo en América Latina, y del Cristianismo en general en Corea del Sur, por ejemplo,
pero no sirve para explicar el afianzamiento del Islam.

La explicación brindada por Huntington es que en todo el mundo islámico se está


produciendo una verdadera Revolución, comparable con la Francesa, Americana o In-
glesa en el mundo Occidental, que hace que la religión se vaya encarnando en el
derecho, esto tiene que ver con que los pueblos islámicos se están modernizando, pero
no occidentalizando. En la actualidad el mundo islámico está adquiriendo una importan-
te ventaja cuantitativa, como es el hecho de ser la civilización con mayor crecimiento
demográfico del planeta, pero es necesario dar un salto cualitativo para poder competir
con Occidente.

¿Civilización Asiática?

El salto cualitativo al que nos referíamos anteriormente ha sido dado por las econo-
mías del Sudeste Asiático. Huntington, señalando las diferencias que hay en el conti-
nente asiático, le dedica un título a la «Afirmación Asiática».(8)

Esta afirmación asiática se basa en el hecho que los pueblos del Asia se sienten
ahora superiores a los occidentales, cosa que no sucedía antes, y si bien es cierto que
poseen culturas diferentes, también es cierto que comparten valores comunes.

«...aún reconociendo las diferencias entre sociedades y civilizaciones asiáticas, los


asiáticos del este sostienen que también existen importantes elementos comunes a
todas ellas. Entre éstos es fundamental, decía un disidente chino, el sistema de valores
del confucianismo -honrado por la historia y compartido por la mayoría de los países de
la región-, particularmente su insistencia en la frugalidad, la familia, el trabajo y la
disciplina...» (9)

104
Es evidente que Huntington está haciendo referencias al Este de Asia, y así lo remarca,
y que rescata el aspecto económico, pero no podemos dejar de señalar que hay una
cierta incoherencia con el discurso brindado. El hecho de dedicar casi un capítulo a la
afirmación asiática, cuando Asia envuelve no sólo a la civilización Sínica, Confuciana y
Budista, sino a la Hindú, Islámica y hasta Ortodoxa, es una licencia que nos descon-
cierta.

Para finalizar este capítulo, sólo tenemos que decir que Huntington sostiene que
durante el Siglo XXI los Occidentales mantendrán su poderío, pero que luego sufrirían
las presiones económicas, demográficas, geográficas y militares del resto de las civi-
lizaciones, principalmente la islámica y la asiática (dentro de esta sobresale la Sínica).

CAPÍTULO III: La estructura del mundo actual

El mundo actual está asistiendo a una reconfiguración, la misma tiene como elemen-
to esencial el hecho de que los países se están uniendo o separando de acuerdo a las
afinidades culturales.

El fin de la Guerra Fría es el hecho desencadenante de este fenómeno. Durante el


mundo bipolar las diferencias entre las potencias eran ideológicas, el resto del mundo
se alineaba o no de acuerdo a sus conveniencias solamente, por ello la estructura
mundial existente era más bien superficial, o por lo menos no tan profunda como la que
aparentemente existiría en la actualidad.

Hoy, los pueblos ya no están al lado de uno u otro, sino que se unen de acuerdo a
quienes son uno y otro. De manera tal que el fin de la Guerra Fría puso sobre la mesa el
problema de las identidades de los pueblos. Así se explica por ejemplo que hoy Suecia,
Austria, Finlandia formen parte de la Unión Europea, mientras que en épocas de la
Guerra Fría permanecían neutrales; o por ejemplo que Turquía haya ingresado a la
NATO, pero no pueda hacerlo aún hoy a la Unión Europea.

Sostener que las culturas semejantes se acercan configurando una civilización, es


también admitir que las culturas no similares se alejan y enfrentan. La pregunta es ¿por
qué?.

Huntington sostiene que no hay una sola identidad, sino que hay muchas de acuerdo
al ítem que se toque, muchas veces pueden estar contrapuestas, pero siempre todas
confluyen en una identidad superior que es la civilización. Hoy los franceses y alema-
nes, con concepciones económico-sociales distintas, con una historia de conflictos y
rencores mutuos, con una política exterior diversa, etc., no dudan en considerarse
europeos. A su vez, identificarse con respecto a algo o alguien implica también distin-
guirse de algo o alguien, es decir diferenciarse del otro, y como el hombre es un ser
esencialmente inclinado al conflicto, los conflictos de civilizaciones (la más importante
afirmación de identidad) son inevitables.

Creemos conveniente hacer aquí una observación sobre cuestiones que están rela-
cionadas con los ejemplos brindados por Huntington, al sostener que los conflictos

105
serán por recursos, poder, territorio, etc., pero también por civilizaciones, menciona en
tres de los cuatro ejemplos a los musulmanes: hindúes vs. musulmanes, musulmanes
albaneses y serbios ortodoxos, autoridades francesas y padres musulmanes; el res-
tante se refiere a judíos y árabes por Jerusalén lo que es una manera indirecta de decir
musulmanes. (10)

La viabilidad de los Regionalismos:

A partir del año 1.990 los regionalismos han proliferado por todo el mundo, este
fenómeno fue propiciado, entre otros, por la propia OMC. Sin embargo, para Huntington
el éxito de los mismos proviene de la afinidad que exista entre sus miembros. Es más,
sostiene que referirse a los regionalismos es en cierto sentido errar el camino puesto
que los regionalismos son fenómenos puramente geográficos. Con este criterio exclu-
sivo se podría plantear un regionalismo en el Medio Oriente, cosa que a nadie se le
pasa por la cabeza, y esto sucede porque todos sabemos las diferencias de culturas y
civilizaciones que existen en la región.

El éxito de la NATO se debe a que los países principales manifiestan valores comu-
nes, además la excepción -Turquía-, es un país occidentalizado por sus líderes, o
como veremos, desgarrado.

Podríamos decir que la unión económica es la forma más avanzada de integración,


mientras que los pasos previos, en orden decreciente, son el mercado común, la unión
aduanera, y la zona de libre comercio. En la actualidad sólo la Unión Europea presenta
elementos de una unión económica, mientras que el NAFTA no pasa de una zona de
libre comercio y el MERCOSUR de una unión aduanera imperfecta, ¿por qué?.

La respuesta de Huntington está en las civilizaciones. Europa es el único bloque


regional que comparte una civilización común, en el caso del MERCOSUR también
ocurre lo mismo, sin embargo está en un proceso paulatino de perfección (11), mien-
tras que el NAFTA está un paso atrás por tratarse de un bloque con civilizaciones
distintas.

El problema que se plantea aquí es el de la ASEAN, que contiene al menos tres


civilizaciones en su seno, de manera tal que Huntington se ocupa de rebatir el argu-
mento que la ASEAN es un ejemplo de regionalismo multicivilizacional.

Para el autor, es más bien un ejemplo de los límites de los regionalismos, no llega a
constituirse como una alianza militar -salvo los acuerdo bilaterales que generalmente
se dan entre países de la misma civilización-, hoy por hoy es la zona de mayor incre-
mento militar del planeta. El ritmo de cooperación planteado por la ASEAN -no integra-
ción- aún es lento teniendo en cuenta a otros regionalismos; en 1.993 generó un esce-
nario más amplio, el «Foro Regional» que incluía a Rusia, China, Vietnam, Laos y
Papúa-Guinea, sin embargo es solamente un escenario de diálogos.

106
Concluye Huntington diciendo que:

«[...] En el mundo que está surgiendo, las modalidades de comercio estarán influi-
das decisivamente por los tipos de cultura. Los hombres de negocios hacen tratos
con gente a la que entienden y en la que pueden confiar; los Estados ceden sobera-
nía a asociaciones internacionales formadas por Estados de espíritu afín, a los que
entienden y en quienes confían. Las raíces de la cooperación económica están en la
coincidencia cultural.» (12)

No nos parece que el panorama sea tan contundente todavía, para el autor los
negocios durante la Guerra Fría se daban de acuerdo a las alianzas, una vez finalizada
esta guerra los negocios se dan entre países con afinidades culturales. Sin embargo
los negocios se guían por la dupla costo-beneficios, que a menudo traspasan las líneas
civilizatorias, actualmente por ejemplo, las inversiones de Estados Unidos en Vietnam
se han incrementado a pesar de no tener afinidades culturales; y aún más, los lazos
económicos con los países del Sudeste Asiático, que surgieron durante la Guerra Fría,
con el fin de la misma no se han desvanecido, ni parecen hacerlo. La globalización
económica es hoy, para bien o para mal, un fenómeno real que no se puede dejar de
lado.

La configuración de las Civilizaciones:

La Guerra Fría dio para Huntington una suerte de configuración en virtud de la cual
los Estados se relacionaban con EE.UU y la URSS de acuerdo a los criterios de alia-
dos, satélites, clientes, neutrales y no alineados. Hoy los Estados se relacionan con las
civilizaciones como Estados miembros, Estados centrales, países aislados, países
escindidos y países desgarrados. (13)

Estados Miembros:

Se trata de un país que está plenamente identificado con una civilización, como
Francia y la civilización Occidental. También hay que tener en cuenta que una civiliza-
ción puede incluir a gente que se identifica con ella y su cultura, pero vive en estados
dominados por miembros de otra civilización, por ejemplo los checos siempre se con-
sideraron Europeos Occidentales aún durante el dominio de la Unión Soviética.

Estados Centrales:

Generalmente las civilizaciones tienen un Estado Central, que varía en el número,


en Japón hay uno solo, en el caso de los ortodoxos, hindúes y sínicos uno es el
mayoritario (Rusia, India, China respectivamente). En Occidente han existido alternati-
vamente más de un Estado dominante, en la actualidad son dos según Huntington:
Estados Unidos y «el núcleo franco-alemán, con Gran Bretaña como centro adicional
de poder a la deriva entre ambos.» (14)

En realidad se están mencionando cuatro Estados y no dos, pero más allá de ellos
tenemos serias dudas de que el papel que cumple Gran Bretaña sea el de mediar entre

107
Francia y Alemania, sobre todo porque siempre fue un apoyo fundamental para las
decisiones de Estados Unidos en materia de intervenciones armadas en determinados
conflictos.

África, Latinoamérica y el Islam carecen de Estados Centrales para el autor. El caso


del Islam lo analizaremos más adelante, en África todo parece indicar que sería
Sudáfrica, pero hay que tener en cuenta las dificultades que existen para hablar de una
civilización africana, expuestas por el mismo Huntington. Con respecto a Latinoamérica,
el autor sostiene que Brasil tiene el potencial cuantitativo, pero que su subcultura lin-
güística dificulta este rol. No creemos que esto sea así, si tenemos en cuenta que en
Occidente no existen para el autor estos problemas, ¿o acaso Francia, Alemania y
Gran Bretaña no son lingüísticamente distintas entre sí, y con el resto de países euro-
peos como Italia o España?, ¿Acaso no hay diferencias entre anglosajones y latinos?.

Países aislados:

Son aquellos que carecen de elementos culturales comunes con otras sociedades.
Etiopía y Haití son dos casos menores, el más importante es el Japón. La civilización
confuciana es la única importante que está compuesta por un solo Estado, y además
circunscripta a un territorio prácticamente homogéneo. Su cultura es particularista y no
cuenta con una religión ni una ideología potencialmente universales, sin embargo esto
no ha sido un obstáculo para poder alcanzar el sitial de importancia que hoy tienen.

Países escindidos:

Se trata de países divididos por motivos étnicos, raciales o religiosos, en los que
existen conflictos potenciales que llevan a una secesión, como en Checoslovaquia. Sin
embargo cuando las diferencias son entre civilizaciones la situación puede tornarse
cruenta, como sucedió en Yugoslavia o está sucediendo en Sudán.

Nos llama la atención que todos los ejemplos que brinda el autor sobre conflictos
entre países escindidos giren en torno a la religión. Sudán (norte musulmán y sur
cristiano), Tanzania (animista y cristiano en el continente y musulmana en la isla de
Zanzíbar), Kenia (cristianos y musulmanes), Etiopía cristiana y Eritrea musulmana se
separaron, India (musulmanes y hindúes), Sri Lanka (budistas cingaleses e hinduistas
tamiles), Malasia y Singapur (chinos y musulmanes malayos), China (chinos han,
budistas tibetanos, musulmanes turcos), Filipinas (cristianos y musulmanes) e Indonesia
(musulmanes y cristianos timoreses). (15)

Países desgarrados:

Son países que tienen una única cultura predominante, están situados dentro de una
civilización, pero sus líderes pretenden desplazarlos a otra distintas. Así sucedió con
los Turcos empujados a Occidente, y está sucediendo con los Mexicanos. Una tenden-
cia contraria sucede en Australia, por parte de quienes quieren separarla de Occidente.
Pero el caso más significativo para Huntington es Rusia.

108
Durante siglos este país ha sido llevado por sus líderes hacia una u otra dirección
según la considerasen Occidental o no Occidental. El dilema fue magistralmente re-
suelto por los bolcheviques quienes sostenían que Rusia no era Occidental porque era
mejor que ellos. Sin embargo hizo esa construcción sobre la base de la cultura Occi-
dental -las ideas de Marx y de Engel son ideas de dos occidentales- y establecieron un
vínculo estrecho con occidente, a tal punto que hoy podemos decir que la historia de
gran parte del siglo XX en Occidente ha estado dominada por la dicotomía marxismo-
liberalismo; y que el marxismo fue impulsado por un país no Occidental. Los intelectua-
les rusos durante la Guerra Fría, y los líderes mismos después del conflicto Este-
Oeste, se dividieron y dividen entre occidentalizantes o eslavófilos. Este es un dilema
que aún no ha resuelto Rusia y parece ya formar parte de su identidad, por paradójico
que esto parezca.

En definitiva, Huntington está en contra de esta penetración de la civilización Occi-


dental por la fuerza, destruyendo las identidades nacionales, porque esto genera con-
flictos y tensiones dentro de los países receptores, como entre los países receptores y
Occidente.

El orden y el desorden en las civilizaciones:

La obra de Huntington no resistiría ningún análisis si planteara que las civilizaciones


son uniformes o completamente armónicas. En verdad dentro de cada civilización hay
un orden o una estructuración de sus miembros que son también conflictivos. Tales
conflictos se desencadenan por la estructuración de Estados Centrales y Estados
Medianos, y sus esferas de influencia, y lo que causa el conflicto es el establecimiento
de zonas de seguridad por parte de los Estados centrales. Está claro que la
reconfiguración que está aconteciendo después de la Guerra Fría genera necesaria-
mente tensiones en este campo.

Occidente:

Los conflictos dentro de las civilizaciones son denominados por Huntington como
líneas de fracturas, cuya dinámica desarrollaremos más adelante.

En Occidente el conflicto más permanente fue el de su delimitación, es decir qué


países pertenecen o no a Occidente. Este problema remite principalmente al continen-
te europeo, puesto que su historia ha estado marcada por esta incógnita. Evidentemen-
te que el fin de la Guerra Fría ha vuelto a poner en el tapete esta cuestión; con la
disolución del bloque soviético los estados de Europa Oriental son una incógnita. Todo
parece indicar que aquellos que poseen una tradición cristiana serán los que se incor-
porarán primero a la Unión Europea, y luego más ampliamente a la cultura Occidental;
el ingreso de Polonia Hungría y la República Checa a la NATO parece ser una prueba
de esto. Sin embargo el ingreso de los países bálticos -que significaría seguir la misma
lógica- parece estar lejano por la oposición fuerte de Rusia.

109
El Mundo Ortodoxo:

Si decimos que el fin de la Guerra Fría generó o aceleró los conflictos inter-civiliza-
torios, es obvio que es en el corazón de este fin en donde los conflictos e incertidum-
bres se multiplican. La ex Unión Soviética era un bloque multicivilizacional, con su
desmembramiento se han distanciado algunos países de distintas civilizaciones. Así
por ejemplo las relaciones de Rusia con Bielorrusia o Georgia son muy buenas, lo
mismo sucede con Kazajstán (40% de rusos) y Armenia, con quien Rusia tiene lazos
históricos por defenderla de sus enemigos musulmanes. Sin embargo, podríamos decir
que la línea de fractura más inquietante es la que acontece con Ucrania, un país de raíz
ortodoxa, pero adversario de Rusia. El conflicto es un poco complicado por la contrapo-
sición entre Ucrania Oriental y Occidental, que responden a la cultura Ortodoxa y
Occidental respectivamente. Esta tendencia se nota en las elecciones a cargos públi-
cos, discusiones parlamentarias, etc. Las posibilidades para la resolución de esto pue-
den ser tres según Huntington:

1- Que Ucrania siga reconociendo la égida rusa (la elección del presidente filio ruso
en 1.994).
2- Escisión de Ucrania en dos Estados y que el ortodoxo se una a Rusia.
3- Que las cosas sigan como están, cooperando en algunos aspectos y enfrentán-
dose en otros, parecería ser esta una relación como la de Francia y Alemania en
la Unión Europea.

China:

El caso de China parece ser el menos conflictivo de todos, lo que pasa es que al ser
una potencia tan desproporcionada con respecto a los otros Estados que forman parte
de la civilización Sínica y que por lo tanto forman parte de su zona de seguridad, es
improbable que estas se enfrenten abiertamente a China, sería una actitud práctica-
mente temeraria. El caso de Taiwán es la excepción y la principal línea de fractura en
esta civilización, las relaciones han caminado para adelante y para atrás a lo largo de
la historia, pero hay que rescatar que si no se dio un enfrentamiento abierto se debió al
apoyo Occidental (estadounidense en realidad) hacia Taiwán. Hoy la cosa no ha cam-
biado tanto, pero los motivos económicos también tienen peso, es que durante el perío-
do de entendimiento entre Taiwán y Taipei los lazos económicos se multiplicaron
abrumadamente.

El Islam:

La principal línea de fractura en el Islam es la inexistencia de un Estado Central, que


es en realidad consecuencia de una característica propia de este mundo, como lo es el
hecho de carecer de Estados nacionales fuertes o con las características de las otras
civilizaciones. En el Islam, la estructura tribal, grupal e inclusive familiar tiene un peso
bastante grande, además de la propia idea de la ummah o civilización islámica como un
todo, que en cierto sentido traspasa la idea de un Estado Nación, aunque paradójica-
mente serán los Estados Nacionales quienes puedan llevar a la concreción de la ummah.

110
En gran medida fueron las fronteras dejadas por las potencias occidentales las que
generaron estos problemas de ausencia de un Estado Central.

Egipto podría asumir el rol, pero es muy pobre y dependiente de los Estados Unidos.
El otro candidato es Indonesia, potencialmente tiene todas las condiciones, pero está
alejada geográficamente de la urbe árabe. Paquistán es demasiado conflictivo y muy
pobre, Irán tiene esas pretensiones pero no es aceptado por los árabes, su lengua y
religión chiíta (cuando el 90% de los musulmanes son sunnitas) y su rivalidad con los
árabes son serias limitaciones. Arabia Saudita, sin dudas el centro de la cultura islámica,
es un país muy débil ante enemigos tan poderoso, por eso al igual que Egipto son
dependientes de Estados Unidos. La propuesta de Huntington es Turquía, sí, aunque
parezca extraño, en la medida que se desoccidentalice, lo cual no es fácil ya que
requeriría la existencia de un líder tan importante como Kemal.

CAPÍTULO IV: El choque

El Imperio Occidental:

Es cierto que las civilizaciones no presentan aspectos totalmente pacíficos entre


sus miembros, pero es más probable que los conflictos se den entre las diversas
civilizaciones, y también es verdad que hay civilizaciones que son más propensas al
conflicto de otras.

El caso de Occidente es un caso particular, ninguna otra civilización en la historia ha


tenido tanta penetración como la tuvo Occidente durante tanto tiempo y en tantas
civilizaciones. Quizás por este mismo motivo también sea tan resistida la cultura Occi-
dental hoy en día. El gran error de Occidente es el de suponer que su civilización tiene
una validez universal, es decir, que sus valores son de esta talla. Esto no puede ser
considerado sino como un imperialismo por parte de otras civilizaciones, por este
motivo, cuando ellas afirman o reafirman sus identidades -especialmente la sínica y la
islámica- la civilización Occidental queda en una encrucijada, encrucijada marcada por
su propia decadencia además.

Los temas que encierran valores que la civilización Occidental trató de encarnar en
el mundo son, según Huntington, tres: 1)no proliferación armamentística de sus adver-
sarios, 2) promoción de la democracia y derechos humanos, 3)frenar la inmigración
foránea de otras civilizaciones. (16)

La Carrera de Armamentos:

Con respecto a la no proliferación nuclear, es evidente que Occidente, y especial-


mente Estados Unidos, no han podido lograr acabadamente sus fines. Si bien es cierto
que cincuenta años atrás se consideraba que serían muchos los Estados con capaci-
dad nuclear en el año 2.000, y hoy son relativamente pocos, la mayoría de tales Esta-
dos son o eventualmente pueden ser hostiles a Occidente; salvo Israel, el resto de los
Estados con capacidad nuclear tienen motivos de conflictos o enfrentamientos con
Occidente. Sin embargo, esta no es la única preocupación para Occidente, el creciente

111
armamentismo convencional es hoy una preocupación también. Si durante la Guerra
Fría Estados Unidos contrarrestó el poderío convencional de la ex Unión Soviética con
armas nucleares iniciando así una carrera armamentística, hoy ese desarrollo no pue-
de contrarrestar las armas nucleares de todos los otros países, que unidas al terroris-
mo, son esencialmente un arma efectiva de los débiles.

Los valores de la Democracia:

A partir de la década del ´70 el mundo asistió a una expansión de la democracia a


escala planetaria. Iniciado en España, Portugal y luego en Grecia, gracias a la actua-
ción de la Comunidad Europea y Estados Unidos y a la expansión económica, se
originó lo que Huntington denominó la tercera ola democratizante. Sin embargo, los
Estados que asistieron a este fenómeno fueron mayoritariamente latinoamericanos, es
decir la civilización más cercana a Occidente de todas, también lo hizo Corea del Sur y
Filipinas, países estrechamente ligados a los intereses Occidentales en esa época.

La disolución de la Unión soviética trajo como consecuencia lo que Huntington llamó


democratización en los países de Europa Oriental. Sin embargo, también es cierto que
a estas olas, Huntington señala que le siguen contra-olas, que retroceden un paso la
tendencia. (16) Es justamente lo que está sucediendo ahora, el proceso está estanca-
do, si no más bien retrocediendo y esto se debe principalmente a que la democracia
liberal y su correlativo respeto a los derechos humanos responden a pautas occidenta-
les, que una vez más no son universales, y hasta se las ve como una forma de exten-
der el imperialismo Occidental (Estadounidense en particular).

Entender que la democracia occidental no puede ser trasplantada directamente en


otra civilización es entender la dinámica de las civilizaciones. Inclusive durante la
Guerra Fría, Estados Unidos apoyó a autoritarismos en todo el mundo por ser éstos
hostiles con el comunismo. Si aún en ese contexto de abrumadora influencia no pudie-
ron exportar la democracia occidental hoy menos que antes.

Una cuestión que va de la mano es la del respeto a los derechos humanos, también
estos a menudo aluden a pautas puramente occidentales, y se evidencia en las vota-
ciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en donde comúnmente los
Estados no occidentales rechazan los pedidos condena contra las violaciones a los
derechos humanos en determinados Estados. Fue un triunfo para los no occidentales -
especialmente los chinos- que en la conferencia de Viena no existiera ninguna ratifica-
ción explícita de los derechos a la libertad de expresión, de prensa, de reunión y de
religión. Es más antes de esta conferencia los países asiáticos aprobaron en Bangkok
la declaración que establecía que los derechos humanos se debían tener en cuenta «...
en el marco [...] de las particularidades nacionales y regionales y en el contexto de los
diversos bagajes históricos, religiosos y culturales...» (17)

Inmigración:

La prosperidad alcanzada por Occidente lo ha hecho un polo de atracción para otras


civilizaciones. Esto en la actualidad se está convirtiendo en un verdadero problema, el

112
envejecimiento de Occidente generado por su baja tasa de natalidad y expansión de las
expectativas de vida hace que algunos presuman una fuerte influencia de las otras
civilizaciones en la occidental. Hispanos en Estados Unidos y musulmanes en Europa
son considerados una verdadera amenaza. Están quienes creen que la civilización
Occidental se impregnará de los valores de otras culturas, perdiendo así su identidad.
Otros más optimistas suponen que serán las otras civilizaciones las que se empaparán
de la cultura Occidental. Huntington cree en una tercera opción: la formación de Esta-
dos escindidos, es decir un grave debilitamiento en la civilización Occidental.

Ante estas perspectivas de cambio, de incremento demográfico en el mundo islámi-


co, prosperidad económica en Asia, proliferación armamentística en casi todo el mun-
do, la civilización Occidental tiene una opción: entender esta nueva situación y admi-
nistrar sus recursos para así poder establecer una política coherente con respecto a
las otras civilizaciones para así poder explotar sus contradicciones y atraerlas a su
esfera de intereses, en la medida en que sean confluentes.

Los alineamientos de las Civilizaciones:

Los conflictos intercivilizatorios, que son más comunes que la cooperación


intercivilizatoria, se pueden dar en dos planos:

1- Micronivel: En este caso los conflictos de líneas de fracturas se dan entre Esta-
dos vecinos pertenecientes a diferentes civilizaciones, entre grupos de diferen-
tes civilizaciones dentro de un Estado, y entre grupos que están intentando crear
nuevos Estados sobre las bases de los viejos ya heredados.
2- Macronivel: Los conflictos de líneas de fractura se transforman en conflictos de
Estados centrales, es decir aquellos que son núcleos de las civilizaciones. (18)

El mundo Islámico:

Comparado con el conflicto entre el Islam y Occidente, la Guerra Fría fue más bien
un conflicto superficial. Aquellos que niegan o relativizan los posibles choques entre
Occidente y el Islam desconocen completamente la historia de la humanidad. Desde la
expansión Islámica del Siglo VII, la Turca Otomana, las Cruzadas, la reacción Católica
del Siglo XV, el colonialismo europeo del Siglo XIX, son pruebas irrefutables de los
conflictos entre estas dos civilizaciones.

Es evidente que el grado de violencia del mismo ha variado a lo largo de tantos años,
y que sobre todo hoy lo vemos como de mayor peligrosidad o virulencia, por el hecho
que durante la Guerra Fría Occidente y el Islam no confrontaron abiertamente, el ene-
migo de ambos era, en cierta medida, la Unión Soviética. Sin embargo hoy, tras el fin de
la Guerra Fría llegó el afianzamiento de la identidad de la civilización islámica, el mis-
mo había empezado a fortalecerse con el triunfo de Afganistán. Pero además de este
último aspecto, lo importante de ello es que hay una marcada hostilidad contra Occi-
dente, los líderes musulmanes repiten constantemente que su civilización es distinta,
que sus valores son otros, que su forma de organización es otra, y que tiene que ser
respetada. Para algunos este es un conflicto exclusivamente de civilizaciones y no

113
religioso, es más dicen que es el laicismo occidental lo que genera aversión en los
musulmanes. No creemos que sea así, si bien Huntington no contradice abiertamente
esta crítica, sí sostiene posteriormente que es la religión el elemento central que define
a una civilización y que las principales líneas de fractura se dan por motivos religiosos.
Aparte de ello consideramos que en realidad el mundo Occidental y el mundo Islámico
tienen un mismo origen en cuanto a religión, al igual que los Judíos; el odio entre judíos
y musulmanes es por motivos casi preponderantemente religiosos. Pero aún soste-
niendo que sea esa ignorancia o alejamiento de un Dios por parte de Occidente lo que
hace que el mundo Islámico lo enfrente, sigue siendo esencialmente un motivo religio-
so, sin dudas creer o no creer en un Dios es en definitiva tener una determinada
postura con respecto a la religión.

Ahora bien, para que este odio se canalice en forma de amenaza el Islamismo debe
contar con bases tangibles. La primera de ellas es el poderío militar, ya señalamos
anteriormente que varios Estados de esta civilización poseen armas nucleares, incluso
químicas y bacteriológicas, que sirven junto con el terrorismo como una amenaza para
Occidente. Sin embargo en este aspecto Occidente está aun muy por delante, de ma-
nera tal que es otro aspecto al que debemos de tener en cuenta: la demografía.

Según Huntington, el mundo Islámico tiene otra característica para analizar, y esa
es su violencia intrínseca. Parece muy violento así planteado, pero sin lugar a dudas
los últimos conflictos parecieran darle la razón. Para ello nos remitimos a los siguien-
tes cuadros:

Cuadro Nº 5 Conflictos etnopolíticos 1.993 - 1.994

Intracivilizatorios Intercivilizatorios Total

Islam 11 15 26

Otras 19* 5 24

Total 30 20 50

*de las cuales 10 eran conflictos tribales en África.


Fuente: Ted Robert Gurr, Peoples Against States: Ethnopolitical Conflict and the
Changing World Systiem, International Studies Quarterly nº38 (Septiembre de 1.994),
págs. 347-378.

114
Cuadro Nº 6 Conflictos étnicos

Intracivilizatorios Intercivilizatorios Total

Islam 7 21 28

Otras 21* 10 31

Total 28 31 59

*de las cuales 10 eran conflictos tribiales en África.


Fuente: New York Times, 7 de Febrero de 1.993, págs. 1, 14.

Los motivos señalados para hacer esta afirmación son de naturaleza religiosa (la
guerra santa), los motivos demográficos (los jóvenes que viven la reafirmación de la
identidad islámica) y políticos (ausencia de un Estado central), no son suficientes para
tamaña afirmación. Los Occidentales cometieron graves genocidios en su conquista a
América Latina y en su expiación en el Oeste de los Estados Unidos, los Chinos que
frecuentemente violan los derechos humanos de acuerdo a las perspectivas occidenta-
les, y todas las civilizaciones en sí tienen estas raíces. Argumentos como éstos sirven
para que algunos críticos como Carlos Escudé sostengan que esta tesis de Huntington
está únicamente destinada a crear el nuevo enemigo que necesitan los Estados Uni-
dos, es decir, el mundo musulmán. (19)

Lo que sí parece que es cierto es que la modernización de las civilizaciones -


principalmente Occidente- es lo que ha disminuido su carácter sangriento, aunque no
debemos absolutizar completamente este argumento, dado que las peores masacres
de la historia se iniciaron por conflictos occidentales, en sociedades ya modernas,
como las de Europa y de la Primera y Segunda Guerras Mundiales. De todas formas no
creemos que sea descabellado pensar que una modernización y crecimiento económi-
co en el mundo Islámico harán que esta tendencia tan violenta disminuya.

Es sin lugar a dudas el crecimiento explosivo de la población musulmana la que


amenaza más seriamente a Occidente, no sólo bajo la forma de la inmigración, sino
inclusive como una nueva generación de jóvenes que está asistiendo a este resurgir
del Islam y que identifica a Occidente como el enemigo, a pesar de usar jeans o tomar
una coca-cola.

La inestabilidad Asiática:

Aparentemente, es en esta parte del mundo en donde los conflictos entre las civili-
zaciones parece potenciarse, es que no hay otra región en donde convivan tantas
civilizaciones, excepto la latinoamericana y africana -que de por sí son las más débiles
y cuestionadas en su existencia- están presente todas las demás.

115
Si el peligro actual del Islam está en su crecimiento demográfico y su militarización,
aquí deberíamos añadir un tercer aspecto, que es el que se torna decisivo: el creci-
miento económico que ya está alcanzando la calidad de desarrollo económico.

Todo parece indicar que el centro se formará en torno a China, de allí los posibles
conflictos con Rusia, Japón e India. Decimos posibles porque en realidad los proble-
mas fronterizos con India y Rusia están, por el momento resueltos, mientras que Japón
se está distanciando cada vez más de Occidente.

El poderío chino es una amenaza para Occidente, porque los chinos al igual que el
resto de los asiáticos están reafirmando la superioridad de su civilización, lo que va en
detrimento de los intereses Occidentales. Tenemos que aclarar que cuando nosotros
decimos Occidente, en realidad sería más sincero decir Estados Unidos, que es en
definitiva el país occidental que tiene intereses no sólo económicos en dicha región.

El despertar del que por mucho tiempo fue el gigante dormido, es decir China, gene-
ra un nuevo realineaminento en la región, pero todo dependerá del carácter que esta
potencia imprima a su actuación internacional. Es decir que si es hostil o con preten-
siones de hegemonía expansionista Japón podría sumarse a Occidente para contra-
rrestar este poderío, de otra manera parece poco probable que ello suceda porque cada
vez son más los japoneses que cuestionan la protección militar de Estados Unidos y
ya no se sienten tan afines como antes, lo mismo pasa del otro lado del Pacífico.

Las posibilidades que tiene Estados Unidos para contrarrestar la influencia China
son dos:

1- Equilibrador Principal: Esto requeriría una alianza con Japón y Vietnam principal-
mente, pero un enorme gasto de recursos económicos, además de enrolarse en
una hipótesis de guerra.
2- Equilibrador Secundario: Pocas veces Estados Unidos a actuado de esta mane-
ra, y cuando lo hizo fracasó. Se necesitaría aquí una tarea minuciosa, cosa que
durante toda la Guerra Fría no hizo Estados Unidos, en realidad son más efica-
ces de movilizarse directamente contra una amenaza real que manteniendo equi-
libradas dos amenazas potenciales. (20)

A Japón le quedan también dos alternativas:

1- Contrarrestar: Es decir tomar una postura activa para paralizar la influencia sínica,
lo que lo llevaría a una alianza con Estados Unidos.
2- Subirse al Carro: Es decir plegarse a la potencia dominante, lo cual exigiría estar
muy seguros de sí mismos para no convertirse en un dependiente de la misma.
(21)

Civilizaciones oscilantes:

Son tres las civilizaciones oscilantes según Huntington. Japón, Rusia e India, más
correctamente deberíamos decir la Confuciana, Ortodoxia e Hindú, pero en realidad las

116
oscilaciones parten de sus Estados Centrales, que en este caso son mucho más pode-
rosos que el resto.

Analizamos Japón en el subtítulo anterior, nos queda ahora Rusia e India.

Rusia: con respecto a la expansión Sínica podemos decir que a Rusia le quedan dos
opciones, o enrolarse con Occidente, o enrolarse con China. Esto dependerá de cómo
vengan suscitándose las relaciones con Occidente y la actitud que tome China en su
expansión. Los conflictos entre Rusia y Occidente son aparentemente más bien a corto
plazo, mientras que los posibles conflictos con China lo son más a largo plazo. Una
unión con China reflotaría su acercamiento en la década del ´50 generando temor en
los Occidentales y un cierto contrapeso a la conexión confuciano-islámica, sin embar-
go las relaciones con China son potencialmente tensas por la invasión silenciosa que
este último Estado está haciendo a Siberia, lo cual es analizado por muchos rusos
como una suerte de apoderamiento por parte de China del extremo oriente ruso.

La alineación con Occidente requerirá al menos de la aceptación de la ampliación de


la Unión Europea y la NATO hasta no más allá Ucrania, una suerte de acuerdo Rusia-
NATO, y un reconocimiento occidental del papel ruso en las cuestiones correspondien-
tes al mundo ortodoxo.

Con respecto al Islam, Rusia siempre ha sido, y sigue siendo, antagónica. Los inte-
reses petroleros y gas en las zonas del mar Caspio, la salida al mediterráneo, los
conflictos en la Federación Rusa con los musulmanes chechenos, etc. son una simple
muestra de ello. De esto surge lo beneficioso que sería una alianza con China, que con
su entendimiento con el Islam generaría una cierta cordialidad en las relaciones. Una
alianza con Occidente implicaría enrolarse decisivamente en un enfrentamiento con el
Islam. Pero también hay una tercera postura, un acercamiento a Irán, quien podría
contener las hostilidades de árabes y turcos en contra de Rusia.

India: Durante la Guerra Fría India entró en guerra con China y Paquistán, pero sus
relaciones con Occidentes eran distantes debido a su alianza con la Unión Soviética.
Hoy el panorama está cambiando.

El alejamiento de Paquistán de la égida Occidental y su acercamiento al mundo


Islámico hacen posible un enfrentamiento entre éstos e India. Por su parte China reali-
zó un acercamiento a la India y las tensiones disminuyeron, pero su política de hege-
monía en Asia y su acercamiento a Paquistán hacen probable un nuevo enfrentamiento.
Así sería posible una suerte de alianza chino-paquistaní, cuando no una confucianista-
islámica lo que requeriría reafianzar los lazos con Rusia, pero extenderlos hacia Occi-
dente.

Latinoamérica por su parte no es oscilante, dado que generalmente se encuentra


enrolada con la civilización Occidental, con respecto a África el autor del libro le dedica
un análisis como a los casos anteriores, pero se desprende que, sacando al Magreb, y
mediante un liderazgo sudafricano, también se enrole a los intereses de Occidente.

117
Los primeros choques:

Para Samuel Huntington, con la finalización de la Guerra Fría surgirán los conflictos
entre civilizaciones. Pero señala que hay dos conflictos que marcaron en rumbo, el
primero fue la guerra Afgano-Soviética y la segunda fue la guerra del Golfo Pérsico.

Lo curioso de ambos conflictos es que no surgieron específicamente como conflic-


tos entre civilizaciones, el primero fue para mantener un régimen satélite reafirmando
el potencial soviético ante los Estados Unidos, mientras que el segundo fue por el
control de los recursos petroleros, no obstante sus consecuencias y en sus raíces
estaban las civilizaciones de por medio.

Estos conflictos entre civilizaciones, o lo que es lo mismo, las guerras de líneas de


fractura poseen ciertas características que la distinguen de otros tipos de conflicto. Se
trata de conflictos colectivos entre Estados, entre grupos no gubernamentales o entre
Estados y grupos no gubernamentales, son violentos, de larga duración, pueden impli-
car grupos geográficamente entremezclado, son a menudo por el control de las perso-
nas, son predominantemente religiosos y son por definición conflictos que engloban
entidades culturales mayores. Muchos conflictos tuvieron estas características duran-
te la Guerra Fría, pero quedaron tapados por la retórica ideológica capitalismo vs.
comunismo, es por ello que hoy parecen que resurgen conflictos nuevos, y en realidad
lo hacen, pero también son conflictos viejos.

La estructura de las guerras de líneas de fractura:

Los conflictos de líneas de fractura se caracterizan muy especialmente por su inter-


mitencia e inestabilidad, es decir que pueden surgir y resurgir con grados variables de
violencia. Tienen fases que van desde la intensificación hasta la interrupción, pero
raramente la resolución. En un principio se presentan como conflictos moderados, pero
el transcurso del tiempo les hace adquirir una dinámica muy particular, denominada por
Huntington como dinámica del odio (22), de dicha dinámica los grupos radicales o
fundamentalistas, inclusive líderes políticos de la misma talla, tienen un papel más que
activo. El problema se produce a raíz que estas posturas extremistas no logran solu-
cionar el conflicto, todo lo contrario, si bien es cierto que pueden llevar a un grupo a la
victoria con lo cual el conflicto acabaría, esto es solamente aparente; en realidad desde
el bando adversario puede surgir otro grupo más fundamentalista aún y la situación se
envuelve en un eterno conflicto. Parecería más razonable que sean los grupos modera-
dos quienes tengan la capacidad para llevar adelante negociaciones que lleven el con-
flicto a un punto muerto, generando compromisos, pero repetimos que el mismo per-
manecerá latente.

En cuanto a su estructura, Huntington señala que los conflictos de líneas de fractura


presentan tres niveles.

1- Primario: facciones que luchan entre sí, pueden ser Estados (India-Paquistán) o
grupos locales, que no son Estados, a lo sumo lo son en una fase embrionaria
(los armenios en Nagorno-Karabaj).

118
2- Secundario: generalmente Estados relacionados en forma directa con las faccio-
nes principales (Armenia y Azerbaiyán en el caso de Nagorno-Karabaj).
3- Terciario: Estados más alejados de la lucha real, pero estrechamente vinculados
con las civilizaciones implicadas (Rusia, Turquía e Irán en la disputa Armenio-
Azerbaiyana). (23)

Muchos conflictos poseen estos niveles según Huntington: Rusia-Afganistán, Rusia-


Chechenia, India-Paquistán, la guerra de Yugoslavia, etc.; como creemos que son epi-
sodios bastante conocidos no es nuestra intención analizarlos. Lo que sí presentare-
mos es la posibilidad de resolución de los mismos de acuerdo a esta estructura.

Es muy difícil que estas guerras se diluyan, pero sí es posible que pierdan intensi-
dad. El nivel primario llega a la misma generalmente a través de un agotamiento, lo que
hace que dicha resolución sea altamente inestable, además los tiempos en que se
agotan las partes pueden variar muchos. Siguiendo los ejemplos anteriores, seis años
bastaron para que armenios y azerbaiyanos se agotasen y acordaran una tregua en
1.994, pero en Sudán fueron necesarios dieciséis años para llegar a una tregua en
1.972 y sin embargo una década después el conflicto se reanudó.

Pero para que la cuestión tienda a resolverse es necesario que intervengan los
niveles secundarios y terciarios a través de sus negociaciones. Si bien es cierto que la
presencia de los mismos tiende a extender geográficamente el conflicto, también tiende
a resolverlo más rápidamente dado que este tipo de Estados no quiere verse envuelto
en un conflicto mayor. Muchas veces la actuación activa de un Estado Central puede
ser decisiva para llegar al acuerdo. En la cuestión de Nagorno-Karabaj los interlocutores
terciarios -Rusia, Turquía y Estados Unidos- no lograron la aprobación de los armenios,
pero fue Rusia individualmente la que propició el acuerdo entre Armenia y Azerbaiyán.
Esto es un simple ejemplo, en el caso de Tadzjikistán o Yugoslavia podemos encontrar
los mismos elementos.

Todo esto demuestra que los contactos para superar un conflicto entre civilizaciones
pueden ser muchos, de los niveles primarios entre sí, de los secundarios entre sí, y de
los terciarios entre sí, pero además también hay contactos verticales entre los distin-
tos niveles, que configuran según Huntington una serie de condiciones:

- implicación activa de interlocutores secundarios y terciarios;


- negociación por parte de los implicados terciarios de los términos generales para
detener los combates;
- uso por parte de los implicados terciarios de promesas y amenazas para conseguir
que los actores secundarios acepten tales términos y presionen a los contendien-
tes primarios para que hagan lo mismo;
- retirada del apoyo y, en realidad, traición a los contendientes primarios por parte de
los implicados secundarios; y
- como resultado de esta presión, la aceptación de los términos por parte de los
contendientes primarios, que, por supuesto, los subvierten cuando consideran que
ello redunda en su propio interés.» (24)

119
La guerra de Yugoslavia contiene todos los elementos anteriormente mencionados
en su resolución, sin embargo es una muestra de lo que sucede con este tipo de
guerras de líneas de fracturas: no tienen un final, no terminan nunca, pueden repetirse,
y de hecho lo hacen. Los actores del nivel primario son reticentes a llegar a compromi-
sos o a cumplirlos, aquí hay una tarea importante por parte de los niveles secundarios
y terciarios; así, Milosevik pudo lograr, para finalizar con las sanciones de la ONU, que
las partes se sentaran en Dayton. De belicista en 1.992 se convirtió en un pacificador
en 1.995, dice Huntington (25). Sin embargo, esta traición, le duró poco, los aconteci-
mientos en Kosovo volvieron a ponerlo en el centro de la escena como el nacionalista
agresivo y partidario de la gran Serbia, a la vez que comprobó que el fin de la guerra en
Yugoslavia era superfluo, que se llegó en cierta medida por agotamiento de las partes,
por presiones de los actores secundarios o terciarios, y que en definitiva esta guerra
de líneas de fractura estaba latente. Hoy con el fin del conflicto en Kosovo y el aleja-
miento de Milosevik del poder en Yugoslavia, no podemos aventurarnos a decir que la
guerra ha terminado o el conflicto llegó a su fin, en realidad todo depende del equilibrio
de fuerzas y que los acuerdos para detener estas guerras lo reflejen, cosa que es
bastante difícil.

El caso Yugoslavo es quizá el más paradigmático de guerras de civilizaciones según


Huntington, es el que señala el camino de los posibles acontecimientos futuros, al igual
que la guerra civil española marcó el paso a la Segunda Guerra Mundial, la guerra de
Yugoslavia, en donde el elemento religioso es decisivo, es posiblemente el preludio de
un choque entre civilizaciones, que quizás llegue a ser tan sangriento como el caso de
Yugoslavia, quizá porque presionan de abajo hacia arriba, y no de arriba hacia abajo
como lo sucedía en la Guerra Fría.

CAPÍTULO V: El futuro según Huntington

Samuel Huntington toma como punto de referencia para realizar su último capítulo la
obra de Carroll Quilgey, quien sostenía que las civilizaciones históricamente pasan por
siete fases: mezcla, gestación, expansión, época de conflicto, imperio universal, deca-
dencia e invasión. (26)

Hoy parece ser que la situación de Occidente es la de decadencia. El principal


peligro parece centrarse en los Estados Unidos. Esto proviene de dos tendencias que
existen entre muchos intelectuales estadounidenses: una es la de entender que Esta-
dos Unidos es aparte de la civilización Occidental, que tiene una configuración propia;
la otra proviene de quienes quieren imponer la cultura estadounidense como una cultu-
ra de carácter universal.

Esta decadencia no está manifiesta tanto en aspectos cuantitativos o de configura-


ción del poder tangible, sino en aspectos morales en toda la civilización Occidental:

1- El aumento de la conducta antisocial, como crímenes, drogadicción y la violencia


en general;
2- La decadencia familiar, que incluye mayores tasas de divorcios, ilegitimidad,
embarazos de adolescentes y familias monoparentales;

120
3- Al menos en los Estados Unidos, el descenso del capital social, de la confianza
interpersonal asociada con tal colectivo;
4- El debilitamiento general de la ética del trabajo y el auge de un culto de tolerancia
personal;
5- El interés cada vez menor del estudio y la actividad intelectual, manifestado en
los Estados Unidos en unos niveles inferiores de rendimiento escolar.» (27)

Sostiene el autor que el mayor peligro está en Estados Unidos, porque hay quienes
cuestionan su identidad nacional. Una separación de los Estados Unidos de Occidente
implicaría dejarlo a este sin su Estado más importante en la actualidad, Occidente se
quedaría reducida a un poder minúsculo. No nos quedan dudas de que la ausencia de
Estados Unidos deje a Europa en una difícil situación, aunque no nos arriesgamos a
decir que su poder será minúsculo; pero tampoco nos quedan dudas de que Estados
Unidos, aislado será otra potencia disminuida, perspectiva que no analiza Huntington.

Huntington imagina el conflicto:

En este subtítulo tendríamos que transcribir todo un juego mental que hace el autor
sobre un posible conflicto entre todas las civilizaciones, como no es nuestro objetivo
nos remitimos a las páginas del libro que estamos analizando (28), aunque planteare-
mos los lineamientos fundamentales.

Se trata de un conflicto posible en el año 2.001 generado por China, quien a través
de la invasión de Vietnam suscita la reacción estadounidense en particular y Occiden-
tal en general. Japón se alinearía a China más por intimidación que por coincidencia, la
mayoría de los países Islámicos se alinearían con China por su aversión a Occidente,
India tratando de aprovechar la situación atacaría a Paquistán enrolándose entonces
con Occidente. Por último Rusia apoyaría a Occidente por su enemistad con China.

Se trata de una hipótesis según Huntington, quien sostiene que si «...le parece al
lector una fantasía insensata e inverosímil, todo es inútil...» (29). Para nosotros es más
bien un juego mental, porque una hipótesis es una respuesta a un problema, pero
además parte de premisas, y muchas de las premisas planteadas por el autor nos
parecen contradictorias con el análisis por él brindado en los capítulos precedentes.
Por ejemplo, referirse a Irán como el líder de la mayoría del mundo Islámico en este
conflicto entre civilizaciones contradice su postura de que la posición de Irán como
Estado Central es muy débil. Se refiere también a una posible unión de Serbios y
Croatas, a un papel activo de Japón, etc. Todos estos que mencionamos nos parecen,
al menos, dudosos.

Pero aquí lo importante creemos que son las implicancias que de esta hipótesis
surgen. En principio sostiene que lo mejor sería una pax de los Estados Centrales, es
decir que diluida la pax Americana los conflictos entre las civilizaciones pueden ser
evitados en la medida en que los Estados Centrales establezcan un orden, respetando
a los demás, pero un orden que responda a sus necesidades de seguridad. Esto parece
ser abstracto, en la medida en que estas zonas de seguridad pueden ser pretextos para
la expansión de un Estado y el consiguiente conflicto con los demás, pero se debe

121
complementar con otro elemento: la mediación conjunta. Esta mediación implica la
necesidad de que los Estados centrales han de negociar entre ellos la contención o
interrupción de las guerras de líneas divisorias entre Estados o civilizaciones.

A través de esto el autor sostiene que es necesario una reconfiguración que respon-
da a la realidad que hoy se vive, un paso importante lo debería dar la ONU, que debería
reflejar en el seno del Consejo de Seguridad las distintas civilizaciones, es decir incluir
a un Africanos, Hindúes y Latinoamericanos. Si embargo es verdad que esta amplia-
ción entorpecería la actuación del Consejo, o la debilitaría. Huntington cree que Europa
debe tener un solo lugar y que el mismo debe ser rotativo. Ahora, ¿Cómo entender que
Portugal o Dinamarca, por ejemplo, ocupen tan importante sitial? ¿Qué país Islámico lo
ocuparía? ¿Si ingresa India, cómo negar el ingreso a Paquistán sin producir un des-
equilibrio mundial? ¿Podría Paquistán representar los intereses del resto de los países
islámicos?. Son algunos de los interrogantes que se nos plantean.

¿Qué hacer?:

Una pregunta tan fácil aparentemente no tiene respuestas definitivas ni contunden-


tes. En principio si aceptamos que los conflictos serán entre las civilizaciones es obvio
que es necesario buscar un orden basado en las mismas, dicho orden no es fácil de
establecer, pero sin lugar a dudas debe partir de la necesaria comprensión y apelación
a los valores comunes que comparten todas las civilizaciones.

Las líneas que debe seguir Occidente -que es la preocupación del autor- para tratar
de sobrevivir y adaptarse a las nuevas características del mundo, son tres.

En principio sus líderes deben entender y reconocer la realidad existente para así
poder alterarla, y podríamos decir más, hacer que confluya con las necesidades de
cada civilización.

También es necesario que se entienda que la Guerra Fría ha terminado y que es


necesario un nuevo orden, no estableciendo un corte tajante, pero sí tratando de adap-
tarse a las nuevas circunstancias. Y por último aunque no menos importante, que
Occidente olvide o desestime el ideal de plantearse como una civilización universal,
que lo único que hace es suscitar odios, además de ser una idea errónea e inmoral.

En definitiva reproduciremos los por qué de la necesidad de conservar la civilización


Occidental, por parte de Europeos y Estadounidenses, ante los ataques que pueden
provenir -y que ya están proviniendo- desde otras civilizaciones.

«[...] para conseguir una mayor integración política, económica y militar y para coor-
dinar sus posturas a fin de impedir que Estados de otras civilizaciones exploten las
diferencias entre ellos;

- para incorporar a la Unión Europea y la OTAN a los Estados Occidentales de


Europa Central, es decir, a los países del Visegrado, las repúblicas bálticas, Eslovenia
y Croacia;

122
- para estimular la occidentalización de Latinoamérica y, hasta donde sea posible, el
estrecho alineamiento de los países latinoamericanos con Occidente;
- para refrenar el desarrollo del poderío militar convencional y no convencional de
los países islámicos y sínicos;
- para retrasar la deriva de Japón alejándose de Occidente y su acomodo con China;
- para aceptar a Rusia como el Estado central de la ortodoxia y como gran potencia
regional con legítimos intereses en la seguridad de sus fronteras del sur;
- para mantener la superioridad tecnológica y militar occidental sobre otras civiliza-
ciones;
- y, lo más importante, para reconocer que la intervención occidental en asuntos de
otras civilizaciones es probablemente la fuente más peligrosa de inestabilidad y de
conflicto potencial a escala planetaria en un mundo multicivilizatorio.» (30)

Notas:

1. Huntington, Samuel P. El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del


orden mundial. Argentina, Buenos Aires, Paidós, 2.000. Pág. 49.
2. Tiryakian, Edward. Refrections on the Sociology of Civilizations, Sociological
Analysis 35 (verano de 1.974). Pág. 125. En Huntington, Samuel. Op. Cit. Pág. 47.
3. Huntington, Samuel P. Op. Cit. Pág. 50.
4. Ibídem. Pág. 50.
5. Idem. Pág. 58.
6. Barnett, Jeffery R. “Exclusion as National Security Polici”, en Parameters nº 24.
Citado por Huntington, Samuel P. El choque de las civilizaciones y la
reconfiguración del orden mundial. Argentina, Buenos Aires, Paidós, 2.000. Pág.
96.
7. Huntington, Samuel P. Op. Cit. pág. 122 a 129.
8. Ibídem. Pág. 128.
9. Huntington, Samuel P. El choque de las Civilizaciones y la reconfiguración del
orden mundial. Argentina, Buenos Aires, Paidós, 2.000. Pág. 152 y 153.
10. Tenemos que tener en cuenta que este análisis data de 1.995, cuando los proble-
mas surgidos en el MERCOSUR no eran tan marcados como en la actualidad,
sobre todo desde la devaluación de Real en Brasil.
11. Huntington, Samuel P. Op. Cit. Pág. 157.
12. Ibídem. Pág. 159.
13. Idem. Pág. 160.
14. Idem Págs. 162 y 163.
15. Huntington, Samuel P. El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del
orden mundial. Argentina, Buenos Aires, Paidós, 2.000. Pág. 220.
16. Grondona, Mariano. El Mundo en Clave. Argentina, Buenos Aires, Planeta, 1.996.
Págs. 27 a 30.
17. Huntington. Samuel P. Op. Cit. Pág. 233.
18. Ibídem. Págs. 247 y 248.
19. Escudé, Carlos. La Nación. Sección Enfoques. Argentina, Buenos Aires, Enero
de 2.000. Pág. 2
20. Huntington, Samuel P. Op. Cit. Pág. 278.
21. Ibídem. Pág. 279.

123
22. Idem. Pág. 319.
23. Idem. Págs. 326 y 327.
24. Idem. Pág. 353.
25. Idem. Pág. 356.
26. Quigley, Carroll. The evolution of Civilizations: An introduction to historical analysis.
Nueva York, Macmillan, 1.961. Págs. 146 y sigs. Citado por Huntington, Samuel P.
El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Argentina,
Buenos Aires, Paidós, 2.000. Págs. 361 a 369.
27. Huntington, Samuel P. Op. Cit. Pág. 365.
28. Ibídem. Págs. 375 a 381
29. Ibídem. Pág. 379.
30. Idem. Págs. 373 y 374.

(*) Resumen del libro elaborado por el Lic. Victor Toledo cuando cursaba la cátedra
de Teoría de las Relaciones Internacionales. Salta, 2000.

THE DIGNITY OF DIFFERENCE: AVOIDING THE CLASH OF


CIVILIZATIONS
Rabbi Professor Jonathan Sacks (*)

Rabbi Sacks is Chief Rabbi of the United Hebrew Congregations of the British
Commonwealth. This essay is adapted from his speech given for FPRI’s 7th Annual
Templeton Lecture on Religion and World Affairs on May 21, 2002, sponsored by a
generous contribution from John M. Templeton, Jr.

Religion has become a decisive force in the contemporary world, and it is crucial that
it be a force for good — for conflict resolution, not conflict creation. If religion is not part
of the solution, then it will surely be part of the problem. I would like therefore to put
forward a simple but radical idea. I want to offer a new reading, or, more precisely, a new
listening, to some very ancient texts. I do so because our situation in the 21st century,
post-September 11, is new, in three ways.

First, religion has returned, counterintuitively, against all expectation, in many parts
of the world, as a powerful, even shaping, force.

Second, the presence of religion has been particularly acute in conflict zones such
as Bosnia, Kosovo, Chechnya, Kashmir and the rest of India and Pakistan, Northern
Ireland, the Middle East, sub-Saharan Africa, and parts of Asia.

Third, religion is often at the heart of conflict. It has been said that in the Balkans,
among Catholic Croats, Orthodox Serbs, and Muslims, all three speak the same language
and share the same race; the only thing that divides them is religion.

124
Religion is often the fault-line along which the sides divide. The reason for this is
simple. Whereas the 20th century was dominated by the politics of ideology, the 21st
century will be dominated by the politics of identity. The three great Western institutions
of modernity — science, economics, and politics — are more procedural than substantive,
answering questions of “What?” and “How?” but not “Who?” and “Why?” Therefore when
politics turns from ideology to identity, people inevitably turn to religion, the great
repository of human wisdom on the questions “Who am I?” and “Of what narrative am I
a part?”

When any system gives precedence to identity, it does so by defining an “us” and in
contradistinction to a “them.” Identity divides, whether Catholics and Protestants in
Northern Ireland, Jews and Muslims in the Middle East, or Muslims and Hindus in India.
In the past, this was a less acute issue, because for most of history, most people lived
in fairly constant proximity to people with whom they shared an identity, a faith, a way of
life. Today, whether through travel, television, the Internet, or the sheer diversity of our
multi-ethnic and multi-faith societies, we live in the conscious presence of difference.
Societies that have lived with this difference for a long time have learned to cope with it,
but for societies for whom this is new, it presents great difficulty.

This would not necessarily be problematic. After the great wars of religion that came
in the wake of the Reformation, this was resolved in Europe in the 17th century by the
fact that diverse religious populations were subject to overarching state governments
with the power to contain conflict. It was then that nation-states arose, along with the
somewhat different approaches of Britain and America: John Locke and the doctrine of
toleration, and Thomas Jefferson and the separation of church and state. The British
and American ways of resolving conflict were different but both effective at permitting a
plurality of religious groups to live together within a state of civil peace.

What has changed today is the sheer capacity of relatively small, subnational groups
— through global communications, porous national borders, and the sheer power of
weapons of mass destruction — to create havoc and disruption on a large scale. In the
21st century we obviously need physical defense against terror, but also a new religious
paradigm equal to the challenge of living in the conscious presence of difference. What
might that paradigm be?

In the dawn of civilization, the first human response to difference was tribalism: my
tribe against yours, my nation against yours, my god against yours. In this pre-
monotheistic world, gods were local. They belonged to a particular place and had “local
jurisdiction,” watching over the destinies of particular people. So the Mesopotamians
had Marduk and the Moabites Chamosh, the Egyptians their pantheon and the ancient
Greeks theirs. The tribal, polytheistic world was a world of conflict and war. In some
respects that world lasted in Europe until 1914, under the name of nationalism. In 1914
young men — Rupert Brooke and First World War poets throughout Europe — were
actually eager to go to war, restless for it, before they saw carnage on a massive scale.
It took two world wars and 100 million deaths to cure us of that temptation.

125
However, for almost 2,500 years, in Western civilization, there was an alternative to
tribalism, offered by one of the great philosophers of all time: Plato. I am going to call
this universalism. My thesis will be that universalism is also inadequate to our human
condition. What Plato argued in The Republic is that this world of the senses, of things
we can see and hear and feel, the world of particular things, isn’t the source of knowledge
or truth or reality. How is one to understand what a tree is, if trees are always changing
from day to day and there are so many different kinds of them? How can one define a
table if tables come in all shapes and sizes — big, small, old, new, wood, other materials?
How does one understand reality in this world of messy particulars? Plato said that all
these particulars are just shadows on a wall. What is real is the world of forms and
ideas: the idea of a table, the form of a tree. Those are the things that are universal.
Truth is the move from particularity to universality. Truth is the same for everyone,
everywhere, at all times. Whatever is local, particular, and unique is insubstantial, even
illusory.

This is a dangerous idea, because it suggests that all differences lead to tribalism
and then to war, and that the best alternative therefore is to eliminate differences and
impose on the world a single, universal truth. If this is true, then when you and I disagree,
if I am right, you are wrong. If I care about truth, I must convert you from your error. If I
can’t convert you, maybe I can conquer you. And if I can’t conquer you, then maybe I
have to kill you, in the name of that truth. From this flows the blood of human sacrifice
through the ages.

September 11 happened when two universal civilizations — global capitalism and


medieval Islam — met and clashed. When universal civilizations meet and clash, the
world shakes and lives are lost. Is there an alternative, not only to tribalism, which we
all know is a danger, but also to universalism?

Let us read the Bible again and hear in it a message that is both simple and profound,
and, I believe, an important one for our time. We will start with what the Bible is about:
one man, Abraham, and one woman, Sarah, who have children and become a family
and then in turn a tribe, a collection of tribes, a nation, a particular people, and a people
of the covenant.

What is striking is that the Bible doesn’t begin with that story. For the first eleven
chapters, it tells the universal story of humanity: Adam and Eve, Cain and Abel, Noah
and the flood, Babel and the builders, universal archetypes living in a global culture. In
the opening words of Genesis 11, “The whole world was of one language and shared
speech.” Then in Genesis 12, God’s call to Abraham, the Bible moves to the particular.
This exactly inverts Plato’s order. Plato begins with the particular and then aspires to
the universal. The Bible begins with the universal and then aspires to the particular. That
is the opposite direction. It makes the Bible the great counter-Platonic narrative in
Western civilization.

The Bible begins with two universal, fundamental statements. First, in Genesis 1,
“Let us make man in our image, in our likeness.” In the ancient world it was not unknown
for human beings to be in the image of God: that’s what Mesopotamian kings and the

126
Egyptian pharaoh were. The Bible was revolutionary for saying that every human being
is in the image of God.

The second epic statement is in Genesis 9, the covenant with Noah, the first covenant
with all mankind, the first statement that God asks all humanity to construct societies based
on the rule of law, the sovereignty of justice and the non-negotiable dignity of human life.

It is surely those two passages that inspire the words “We hold these truths to be
self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with
certain unalienable Rights....” The irony is that these truths are anything but self-evident.
Plato or Aristotle wouldn’t know what the words meant. Plato believed profoundly that
human beings are created unequal, and Aristotle believed that some people are born to
be free, other to be slaves.

These words are self-evident only in a culture saturated in the universal vision of the
Bible. However, that vision is only the foundation. From then on, starting with Babel and
the confusion of languages and God’s call to Abraham, the Bible moves from the univer-
sal to the particular, from all mankind to one family. The Hebrew Bible is the first document
in civilization to proclaim monotheism, that God is not only the God of this people and
that place but of all people and every place. Why then does the Bible deliver an anti-
Platonic, particularistic message from Genesis 12 onwards? The paradox is that the
God of Abraham is the God of all mankind, but the faith of Abraham is not the faith of all
mankind.

In the Bible you don’t have to be Jewish to be a man or woman of God. Melchizedek,
Abraham’s contemporary, was not a member of the covenantal family, but the Bible
calls him “a priest of God Most High.” Moses’ father-in-law, Jethro, a Midianite, gives
Israel its first system of governance. And one of the most courageous heroines of the
Exodus — the one who gives Moses his name and rescues him — is an Egyptian
princess. We call her Batya or Bithiah, the Daughter of God.

Melchizedek, Jethro, and Pharaoh’s daughter are not part of the Abrahamic covenant,
yet God is with them and they are with God. As the rabbis put it two thousand years ago,
“The righteous of every faith, of every nation, have a share in the world to come.” Why, if
God is the God of all humanity, is there not one faith, one truth, one way for all humanity?

My reading is this: that after the collapse of Babel, the first global project, God calls
on one person, Abraham, one woman, Sarah, and says “Be different.” In fact, the word
“holy” in the Hebrew Bible, kadosh, actually means “different, distinctive, set apart.”
Why did God tell Abraham and Sarah to be different? To teach all of us the dignity of
difference. That God is to be found in someone who is different from us. As the great
rabbis observed some 1,800 years ago, when a human being makes many coins in the
same mint, they all come out the same. God makes every human being in the same
mint, in the same image, his own, and yet we all come out differently. The religious
challenge is to find God’s image in someone who is not in our image, in someone whose
color is different, whose culture is different, who speaks a different language, tells a
different story, and worships God in a different way.

127
This is a paradigm shift in understanding monotheism. And we are in a position to
hear this message in a way that perhaps previous generations were not. Because we
have now acquired a general understanding of the world that is significantly different
from our ancestors’. I will give just two instances of this among many: one from the
world of natural science and one from economics.

The first is from biology. There was a time in the European Enlightenment when it was
thought that all of nature was one giant machine with many interlocking parts, all
harmonized in the service of mankind. We now know that nature is quite different, that
its real miracle is its diversity. Nature is a complex ecology in which every animal,
plant, bird, every single species has its own part to play and the whole has its own
independent integrity.

We know even more than this thanks to the discovery of DNA and our decoding of
the genome. Science writer Matt Ridley points out that the three-letter words of the
genetic code are the same in every creature. “CGA means arginine, GCG means alanine,
in bats, in beetles, in bacteria. Wherever you go in the world, whatever animal, plant,
bug, or blob you look at, if it is alive, it will use the same dictionary and know the same
code. All life is one.” The genetic code, bar a few tiny local aberrations, is the same in
every creature. We all use exactly the same language. This means that there was only
one creation, one single event when life was born. This is what the Bible is hinting at.
The real miracle of this created world is not the Platonic form of the leaf, it’s the 250,000
different kinds of leaf there are. It’s not the idea of a bird, but the 9,000 species that
exist. It is not a universal language, it is the 6,000 languages actually spoken. The
miracle is that unity creates diversity, that unity up there creates diversity down here.

One can look at the same phenomenon from the perspective of economics. We are
all different, and each of us has certain skills and lacks others. What I lack, you have,
and what you lack, I have. Because we are all different we specialize, we trade, and we
all gain. The economist David Ricardo put forward a fascinating proposition, the Law of
Comparative Advantage, in the early 19th century. This says that if you are better at
making axe heads than fishing, and I am better at fishing than making axe heads, we
gain by trade even if you’re better than me at both fishing and making axe heads. You
can be better than me at everything, and yet we still benefit if you specialize at what
you’re best at and I specialize at what I’m best at. The law of comparative advantage
tells us that every one of us has something unique to contribute, and by contributing we
benefit not only ourselves but other people as well.

In the market economy throughout all of history, differences between cultures and
nations have led to one of two possible consequences. When different nations meet,
they either make war or they trade. The difference is that from war at the very least one
side loses, and in the long run, both sides lose. From trade, both sides gain. When we
value difference the way the market values difference, we create a non-zero sum scenario
of human interaction. We turn the narrative of tragedy, of war, into a script of hope.

So whether we look at biology or economics, difference is the precondition of the


complex ecology in which we live. And by turning to the Bible we arrive at a new

128
paradigm, one that is neither universalism nor tribalism, but a third option, which I call
the dignity of difference. This option values our shared humanity as the image of God,
and creates that shared humanity in terms like the American Declaration of Independence
or the UN Universal Declaration of Human Rights. But it also values our differences,
just as loving parents love all their children not for what makes them the same but for
what makes each of them unique. That is what the Bible means when it calls God a
parent.

This religious paradigm can be mapped onto the political map of the 21st century.
With the end of the Cold War, there were two famous scenarios about where the world
would go: Francis Fukuyama’s End of History (1989) and Samuel Huntington’s Clash of
Civilizations and the Remaking of World Order (1996).

Fukuyama envisaged an eventual, gradual spread first of global capitalism, then of


liberal democracy, with the result being a new universalism, a single culture that would
embrace the world.

Huntington saw something quite different. He saw that modernization did not mean
Westernization, that the spread of global capitalism would run up against
countermovements, the resurgence of older and deeper loyalties, a clash of cultures, or
what he called civilizations — in short, a new tribalism.

And to a considerable extent, that is where we are. Even as the global economy binds
us ever more closely together, spreading a universal culture across the world — what
Benjamin Barber calls “McWorld” — civilizations and religious differences are forcing
us ever more angrily and dangerously apart. That is what you get when the only two
scenarios you have are tribalism and universalism.

There is no instant solution, but there is a responsibility that rests with us all,
particularly with religious leaders, to envision a different and more gracious future. As
noted earlier, faced with intense religious conflict and persecution, John Locke and
Thomas Jefferson devised their particular versions of how different religious groups
might live together peaceably. These two leaps of the imagination provided, each in their
own way, bridges over the abyss of confrontation across which future generations could
walk to a better world.

I have gone rather further than Locke’s doctrine of toleration or the American doctrine
of separation of church and state because these no longer suffice for a situation of
global conflict without global governance. I have made my case on secular grounds, but
note that the secular terms of today—pluralism, liberalism—will never persuade a deeply
passionate, indeed fanatically passionate religious believer to subscribe to them, because
they are secular ideas. I have therefore given a religious idea, based on the story of
Abraham, from which all three great monotheisms—Judaism, Christianity, and Islam—
descend. A message of the dignity of difference can be found that is religious and
profoundly healing. That is the real miracle of monotheism: not that there is one God and
therefore one truth, one faith, one way, but that unity above creates diversity here on
earth.

129
Nothing has proved harder in civilization than seeing God or good or dignity in those
unlike ourselves. There are surely many ways of arriving at that generosity of spirit, and
each faith may need to find its own way. I propose that the truth at the heart of monotheism
is that God is greater than religion, that he is only partially comprehended by any one
faith. He is my God, but he is also your God. That is not to say that there are many gods:
that is polytheism. And it is not to say that God endorses every act done in his name: a
God of yours and mine must be a God of justice standing above both of us, teaching us
to make space for one another, to hear one another’s claims, and to resolve them
equitably. Only such a God would be truly transcendent. Only such a God could teach
mankind to make peace other than by conquest or conversion and as something nobler
than practical necessity.

What would such a faith be like? It would be like being secure in my own home and
yet moved by the beauty of a foreign place knowing that while it is not my home, it is still
part of the glory of the world that is ours. It would be knowing that we are sentences in
the story of our people but that there are other stories, each written by God out of the
letters of lives bound together in community. Those who are confident of their faith are
not threatened but enlarged by the different faiths of others. In the midst of our multiple
insecurities, we need now the confidence to recognize the irreducible, glorious dignity
of difference.

(*)FPRI Wire. The 2002 Templeton Lecture on Religion and World Affairs, Volume 10,
Number 3, July 2002.
http://www.fpri.org/fpriwire/1003.200207.sacks.dignityofdifference.html

EL CHOQUE DE IGNORANCIAS
Edward W. Said (*)

En la primavera de 1993 apareció en el Foreign Affairs el artículo El choque de


civilizaciones, de Samuel Huntington, que suscitó inmediatamente un volumen asom-
broso de interés y reacciones. Dado que la intención del artículo era presentar a los
norteamericanos una tesis original sobre ‘la nueva fase’ de la política mundial tras el
final de la II Guerra Mundial, los argumentos de Huntington parecían amplios, convin-
centes, audaces e incluso visionarios. Era evidente que iban dirigidos a sus rivales
entre los politólogos, teóricos como Francis Fukuyama y sus ideas sobre el final de la
historia, además de a las legiones que habían celebrado la llegada de la globalización,
el tribalismo y la desaparición del Estado. Pero ellos, concedía Huntington, no habían
entendido más que algunos aspectos de este nuevo periodo. Se disponía a anunciar el
‘aspecto crucial, incluso central’ de lo que ‘será la política mundial en los próximos
años’. Insistía sin vacilar:

‘Mi hipótesis es que la fuente esencial de conflicto en este mundo nuevo no será
fundamentalmente ideológica ni fundamentalmente económica. Las grandes divisiones
de la humanidad y la fuente predominante de conflicto serán de tipo cultural. Las nacio-

130
nes Estado seguirán siendo los actores más poderosos en la política mundial, pero los
principales conflictos de dicha política se producirán entre naciones y grupos de civili-
zaciones distintas. El choque de civilizaciones dominará la política mundial. Las líneas
divisorias entre civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro’.

La mayoría de los argumentos que figuran en las páginas siguientes consisten en


una vaga noción de algo que Huntington denomina ‘identidad de civilización’ y ‘las
interacciones entre siete u ocho grandes civilizaciones’; su atención la acapara, sobre
todo, el conflicto entre dos de ellas, Islam y Occidente. Al expresar este tipo de pensa-
miento beligerante, se basa en gran parte en un artículo escrito en 1990 por el veterano
orientalista Bernard Lewis, cuyos colores ideológicos quedan de manifiesto en el título,
Las raíces de la ira musulmana. En ambos artículos se insiste con imprudencia en la
personificación de unas entidades inmensas llamadas ‘Occidente’ e ‘Islam’, como si
unas cuestiones tan complicadas como la identidad y la cultura existieran en un mundo
de dibujos animados en el que Popeye y Brutus se golpean sin piedad y el pugilista más
virtuoso de los dos es el que gana siempre a su adversario. Desde luego, ni Huntington
ni Lewis dedican mucho tiempo a la dinámica interna y la pluralidad de cada civiliza-
ción, ni al hecho de que la gran contienda en la mayoría de las culturas modernas es la
relativa a la definición o interpretación de cada cultura, ni a la posibilidad, nada atracti-
va, de que, cuando se pretende hablar en nombre de toda una religión o civilización,
intervenga una gran cantidad de demagogia e ignorancia. No, Occidente es Occidente
y el Islam es el Islam. El reto de los políticos occidentales, asegura Huntington, es
garantizar que Occidente se haga más fuerte y se deshaga de los demás, especial-
mente del Islam.

Más preocupante es la teoría de Huntington de que su perspectiva -que consiste en


examinar el mundo entero desde una posición ajena a todas las ataduras corrientes y
las lealtades ocultas- es la acertada, como si todos los demás se dedicasen a corre-
tear de un lado a otro en busca de respuestas que él ya tiene. En realidad, Huntington
es un ideólogo, alguien que pretende convertir las ‘civilizaciones’ y las ‘identidades’ en
lo que no son, entidades cerradas y aisladas de las que se han eliminado las mil
corrientes y contracorrientes que animan la historia humana y que, a lo largo de siglos,
han permitido que la historia hable no sólo de guerras de religión y conquistas imperia-
les, sino también de intercambios, fecundación cruzada y aspectos comunes. Esta
historia mucho menos visible queda ignorada por la prisa en llamar la atención sobre
esa guerra ridículamente comprimida y limitada en la que, según ‘el choque de civiliza-
ciones’, consiste la realidad. Cuando publicó el libro del mismo título en 1996, intentó
revestir su argumento de un poco más de sutileza y muchísimas más notas; pero lo
único que consiguió fue confundirse, demostrar que es un escritor torpe y un pensador
poco elegante. El paradigma básico de Occidente contra el resto (el enfrentamiento de
la guerra fría en una nueva formulación) permanece intacto, y es lo que ha seguido
siendo materia de debate, a menudo de forma insidiosa e implícita, desde los terribles
sucesos del 11 de septiembre.

La matanza minuciosamente preparada, el espantoso atentado suicida cometido por


un pequeño grupo de militantes trastornados y llenos de motivaciones patológicas, se
ha utilizado como prueba de la tesis de Huntington. En vez de verlo como lo que es -la

131
apropiación de grandes ideas (en un sentido amplio) por parte de una banda de fanáti-
cos enloquecidos con fines criminales-, lumbreras internacionales como la ex primera
ministra de Pakistán Benazir Bhutto o el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, han
pontificado sobre los problemas del Islam, y Berlusconi ha recurrido a Huntington para
despotricar sobre la superioridad de Occidente: ‘Nosotros’ tenemos a Mozart y Miguel
Ángel y ellos no. (Posteriormente pidió tibias disculpas por su insulto al Islam.)

¿Pero por qué no buscar paralelismos para Osama bin Laden y sus seguidores -
aunque, desde luego, con una capacidad destructiva mucho menos espectacular- en
sectas como los davidianos de Waco, o los discípulos del reverendo Jim Jones en
Guyana, o los japoneses de Aum Shinrikyo? Hasta el semanario británico The Economist,
habitualmente mesurado, es incapaz de resistirse a la generalización, en su número de
22-28 de septiembre, y elogia exageradamente a Huntington por sus observaciones
sobre el Islam, ‘crueles y generalizadoras, pero, aun así, certeras’. La revista mencio-
na con una solemnidad impropia que hoy Huntington dice que ‘los mil millones aproxi-
mados de musulmanes en el mundo están ‘convencidos de la superioridad de su cultu-
ra y obsesionados por la inferioridad de su poder’. ¿Acaso ha interrogado a 100
indonesios, 200 marroquíes, 500 egipcios y 50 bosnios? Y, aun en el caso de que lo
haya hecho, ¿qué muestra es ésa?

Son incontables los editoriales, en todos los periódicos y revistas importantes de EE


UU y Europa, que contribuyen a este vocabulario desmesurado y apocalíptico, cuyo
uso está siempre pensado no para edificar, sino para inflamar la indignación del lector
como miembro de ‘Occidente’ y mostrar lo que tenemos que hacer. Personajes que se
erigen en combatientes emplean de forma inapropiada una retórica digna de Churchill,
en la guerra de Occidente -y, sobre todo, de EE UU- contra quienes lo odian, lo sa-
quean, lo destruyen, sin prestar apenas atención a las complejas historias que contra-
dicen esa simplificación y que se han ido filtrando de un territorio a otro, en un proceso
que acaba con los presuntos límites que nos separan a todos en distintos bandos.

Ése es el problema de etiquetas antipáticas como Islam y Occidente: confunden y


desorientan a la mente que está intentando encontrar sentido en una realidad desorde-
nada y difícil de encasillar o clasificar por las buenas. Recuerdo una ocasión en la que
interrumpí a un miembro del público que se había levantado tras una conferencia que di
en una universidad de Cisjordania, en 1994, y que había empezado a atacar mis ideas
por considerarlas ‘occidentales’, a diferencia de las estrictamente islámicas que defen-
día él. ‘¿Por qué lleva traje y corbata?’ fue la primera ingenuidad, con la que se me
ocurrió responder: ‘También son occidentales’. Se sentó con una sonrisa avergonzada,
pero yo me acordé del incidente cuando empezaron a llegar datos sobre los terroristas
del 11 de septiembre, sobre cómo dominaban todos los detalles técnicos necesarios
para cometer sus crímenes homicidas en el World Trade Center, el Pentágono y los
aviones secuestrados. ¿Dónde discurre la línea entre la tecnología ‘occidental’ y, en
palabras de Berlusconi, la incapacidad del Islam para formar parte de la ‘modernidad’?

No es fácil decirlo, claro, pero qué insuficientes son, después de todo, las etiquetas,
las generalizaciones, las afirmaciones culturales. En ciertos aspectos, por ejemplo, las
pasiones primitivas y los conocimientos complejos se combinan de tal forma que des-

132
mienten la existencia de un muro fortificado, no sólo entre ‘Occidente’ e ‘Islam’, sino
entre el pasado y el presente, entre ellos y nosotros, para no hablar de los propios
conceptos de identidad y nacionalidad, sobre los que existen un desacuerdo y un deba-
te literalmente inacabables. Una decisión unilateral de imponer fronteras, emprender
cruzadas, enfrentar nuestro bien contra su maldad, extirpar el terrorismo y -en el voca-
bulario nihilista de Paul Wolfowitz- acabar por completo con las naciones, no hace que
sea más fácil ver las supuestas entidades; lo que hace es poner de manifiesto que es
mucho más sencillo hacer declaraciones beligerantes para movilizar pasiones colecti-
vas que reflexionar, examinar, desentrañar a qué nos enfrentamos en realidad, la
interrelación de tantas vidas, tanto ‘suyas’ como ‘nuestras’.

En una destacada serie de tres artículos publicados entre enero y marzo de 1999 en
Amanecer, el semanario más respetado de Pakistán, el difunto Eqbal Ahmad hacía
para su público musulmán un análisis de lo que denominaba las raíces de la derecha
religiosa y criticaba con gran dureza las mutilaciones del Islam por parte de absolutistas
y tiranos fanáticos cuya obsesión por regular la conducta personal fomenta ‘un orden
islámico reducido a un código penal, despojado de su humanismo, su estética, sus
búsquedas intelectuales y su devoción espiritual’: una actitud que ‘entraña la reafirmación
absoluta de un aspecto de la religión, en general descontextualizado, y un desprecio
total de otro. El fenómeno distorsiona la religión, corrompe la tradición y pervierte el
proceso político en los lugares en los que se desarrolla’. Como ejemplo oportuno de
esa corrupción, Ahmad procedía a presentar, en primer lugar, el rico, complejo y múlti-
ple significado de la palabra yihad, y luego seguía diciendo que, en la palabra reducida
actualmente al sentido de guerra indiscriminada contra los enemigos, es imposible
‘reconocer... la religión, la sociedad, la cultura, la historia o la política islámicas tal
como la han vivido los musulmanes a lo largo de los siglos’. A los islamistas modernos,
concluía Ahmad, ‘les preocupa el poder, y no el alma, la movilización del pueblo con
fines políticos, y no compartir y aliviar sus sufrimientos y aspiraciones. Su orden de
prioridades es muy limitado y restringido’. Lo que ha empeorado todavía más las cosas
es que, en los discursos ‘judío’ y ‘cristiano’ se producen distorsiones y fanatismos
semejantes.

Fue Conrad, con más fuerza de la que podía imaginar cualquiera de sus lectores a
finales del siglo XIX, quien comprendió que las distinciones entre el Londres civilizado
y ‘el corazón de las tinieblas’ se venían abajo a toda velocidad en situaciones extre-
mas, y que las cimas de la civilización europea podían transformarse inmediatamente
en las prácticas más salvajes, sin ninguna preparación ni transición. Fue también Conrad
quien, en El agente secreto (1907), describió la afinidad del terrorismo con abstraccio-
nes como la ‘ciencia pura’ (y, por extensión, ‘el Islam’ u ‘Occidente’) y, en definitiva, la
degradación moral del terrorista. Porque existen, entre civilizaciones aparentemente
enfrentadas, lazos más estrechos de lo que nos gustaría creer a la mayoría de noso-
tros y, como demostraron Freud y Nietzsche, cuando se tiene cuidado de mantener el
intercambio entre una y otra, hasta las fronteras vigiladas cambian con una facilidad
aterradora. Claro que esas ideas fluidas, llenas de ambigüedad y escepticismo sobre
nociones a las que nos aferramos, no nos proporcionan demasiadas directrices prácti-
cas y apropiadas para situaciones como ésta en la que nos encontramos, y por eso se
recurre a un orden de batalla mucho más tranquilizador (la cruzada, el bien contra el

133
mal, la libertad contra el miedo, etcétera), extraído de la oposición de Huntington entre
el Islam y Occidente, de la que sacó su vocabulario el discurso oficial de los primeros
días. Desde entonces se ha rebajado considerablemente el tono de ese discurso, pero,
a juzgar por el flujo continuo de palabras y acciones inspiradas por el odio, más las
noticias sobre actuaciones de las fuerzas del orden contra árabes, musulmanes e
indios en todo Estados Unidos, el paradigma sigue en pie.

Otra razón más para que siga es la inquietante presencia de musulmanes en toda
Europa y Estados Unidos. Si nos fijamos en las poblaciones actuales de Francia, Italia,
Alemania, España, Gran Bretaña, Estados Unidos, incluso Suecia, debemos reconocer
que el Islam ya no se encuentra en la periferia de Occidente, sino en pleno centro. ¿Y
por qué es tan amenazadora esa presencia? En la cultura colectiva están enterrados
los recuerdos de las primeras grandes conquistas árabes e islámicas, que comenza-
ron en el siglo VII y que, como escribe el célebre historiador belga Henri Pirenne en su
libro fundamental, Mahoma y Carlomagno (1939), hicieron definitivamente añicos la
antigua unidad del Mediterráneo, destruyeron la síntesis cristianorromana y dieron pie
a una nueva civilización dominada por las potencias del norte (Alemania y la Francia
carolingia), cuya misión, parece decir Pirenne, era reanudar la defensa de ‘Occidente’
contra sus enemigos culturales e históricos. Lo que no menciona Pirenne, por desgra-
cia, es que, para crear esa nueva línea de defensa, Occidente aprovechó el humanis-
mo, la ciencia, la filosofía,la sociología y la historiografía del Islam, que ya se había
interpuesto entre el mundo de Carlomagno y la antigüedad clásica. El Islam estaba
dentro desde el principio, como tuvo que reconocer incluso Dante -gran enemigo de
Mahoma- cuando situó al Profeta en el corazón de su Infierno.

Hay que tener en cuenta asimismo el legado permanente del monoteísmo, las religio-
nes abrahámicas, como apropiadamente las llamaba Louis Massignon. Ya con el ju-
daísmo y el cristianismo, cada una de ellas es una sucesora obsesionada por la que le
precedió: para los musulmanes, el Islam cumple y culmina la línea profética. Todavía
no existe una historia decente ni una desmitificación de la complicada rivalidad entre
estas tres religiones -ninguna de ellas monolítica, ni mucho menos- seguidoras del
Dios más celoso de todos, si bien la ensangrentada confluencia en la Palestina actual
proporciona un sustancioso ejemplo secular de lo que tienen de irreconciliable, con
trágicas consecuencias. No es de extrañar, pues, que musulmanes y cristianos estén
dispuestos a hablar de cruzadas y yihad y que ambos prescindan de la presencia judía,
muchas veces con una indiferencia sublime. Un proyecto así, dice Eqbal Ahmad, ‘resul-
ta muy tranquilizador para los hombres y mujeres que se ven atrapados en medio...
entre las aguas profundas de la tradición y la modernidad’.

El caso es que todos nadamos en esas aguas, tanto occidentales como musulma-
nes y otros. Y, dado que las aguas forman parte del océano de la historia, intentar
abrirlas o dividirlas mediante barreras es inútil. Vivimos tiempos de tensión, pero más
vale pensar en la existencia de comunidades poderosas e impotentes, recurrir a la
política secular de la razón y la ignorancia y los principios universales de justicia e
injusticia, que divagar en busca de amplias abstracciones que tal vez ofrezcan una
satisfacción momentánea pero dejan poco sitio para la introspección y el análisis infor-
mado. La tesis del ‘choque de civilizaciones’ es un truco como el de ‘la guerra de los

134
mundos’, más útil para reforzar el orgullo defensivo que para una interpretación crítica
de la desconcertante interdependencia de nuestra época.

(*)Edward W. Said es ensayista palestino, profesor de literatura comparada en la


Universidad de Columbia. Diario El País, Martes, 16 de octubre de 2001.
http://www.elpais.es
articulo.html?d_date=20011016&xref=20011016elpepiopi_7&type=Tes&anchor=elpepiopi

¿CHOQUE DE CIVILIZACIONES?
José Eduardo Jorge (*)

Si hay un punto de acuerdo sobre el 11 de septiembre, es que a partir de ese día el


mundo cambió. Pero ¿qué forma está adquiriendo? ¿Estamos asistiendo realmente a
un choque de civilizaciones? ¿Cómo puede buscarse el diálogo intercultural? En la
nota el lector encontrará una síntesis de los principales trabajos y reflexiones de Samuel
Huntington, Edward Said, Bernard Lewis, Gilles Kepel, Giovanni Sartori, Eric Hobsbawn
y Timothy Garton Ash, entre otros

Tras el atentado del 11 de septiembre contra el World Trade Center, el mundo político
y académico se pregunta si no estamos asistiendo al choque de las civilizaciones
anunciado por Samuel P. Huntington en su ya famoso artículo publicado por Foreign
Affairs en 1993. Escribía Huntington en esa oportunidad:

«Es mi hipótesis que la fuente fundamental de conflicto en este nuevo mundo no será
primariamente ideológica o primariamente económica. Tanto las grandes divisiones de
la humanidad como la fuente dominante de conflicto serán culturales. Los Estados-
nación seguirán siendo los actores más poderosos en los asuntos mundiales, pero los
principales conflictos políticos internacionales ocurrirán entre naciones y grupos de
diferentes civilizaciones. El choque de las civilizaciones dominará la política mundial.
Las líneas de fractura entre civilizaciones serán las líneas de batalla del futuro».

En el mismo escrito, Huntington indicaba que «hay conflicto en la línea de ruptura


que separa la civilización occidental de la islámica desde hace 1300 años», que esta
interacción militar «podría hacerse más virulenta» y que en ambos lados «se ve como
un choque de civilizaciones». Puntualizaba al final que «aquí no se trata de hacer una
defensa de los conflictos entre las civilizaciones, sino de presentar hipótesis descripti-
vas de cómo podría ser el futuro. Y si éstas son hipótesis aceptables, es necesario
considerar qué consecuencias tendrían para la política occidental» (1).

En el libro en el que posteriormente amplió sus ideas, Huntington analizaba las


causas del resurgimiento islámico, la inesperada aparición y ascenso de los movimien-
tos islamistas a partir de los años setenta. Decía que «el problema subyacente para
Occidente no es el fundamentalismo islámico. Es el Islam, una civilización diferente
cuya gente está convencida de la superioridad de su cultura y está obsesionada con la
inferioridad de su poder» (2).

135
Las reacciones iniciales

No sorprende, entonces, que la expresión «choque de civilizaciones» haya sido


desempolvada al día siguiente del ataque terrorista. Las imágenes televisivas de mani-
festantes palestinos celebrando el atentado, las agresiones sufridas en EEUU por miem-
bros de la comunidad musulmana, contribuyeron a reforzar la sensación de un conflicto
entre culturas.

El 13 de septiembre, en un artículo publicado en Financial Times, Dominique Moise,


del Institut Francais des Relations Internationales, decía que la «oscura» predicción de
Huntington «suena repentinamente menos extrema, menos abstracta y más plausible».
Los terroristas habían logrado que Occidente recuperara el sentido de solidaridad debi-
litado después de la Guerra Fría. El mejor ejemplo era la afirmación «Todos somos
Americanos» que había elegido como titular de su primera plana el diario Le Monde,
una publicación, señalaba Moise, «bien conocida en los 50 por sus puntos de vista
neutrales y, más recientemente, por sus posiciones a menudo antiamericanas».

Los líderes políticos en EEUU y Europa intentaron calmar los ánimos y enfocar el
problema en el fenómeno del terrorismo global. El político más popular de Alemania,
Joschka Fischer, del partido Verde, pidió un fortalecimiento del diálogo intercultural.
«Haríamos bien en no dejarnos imponer esta estrategia» del choque de las civilizacio-
nes, buscada por los autores del ataque, sostuvo.

El propio Huntington, entrevistado por el semanario alemán Die Zeit, calificó el aten-
tado como un ataque «contra la sociedad civilizada de todo el mundo, contra la civiliza-
ción como tal». El periodista le preguntó frontalmente si el mundo estaba asistiendo a
un choque de civilizaciones. «No -respondió Huntington-, el mundo islámico está escin-
dido. Que se impida la auténtica colisión depende de si los países islámicos colaboran
o no con Estados Unidos en la lucha contra este terror».

Pero poco después el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, cometió un aparente
exabrupto. Durante una visita a Berlín aseguró que «no podemos poner en el mismo
plano a todas las civilizaciones. Hay que ser conscientes de nuestra supremacía, de la
superioridad de la civilización occidental».

Las réplicas llegaron de todas partes. El presidente de la Comisión Europea, el


italiano Romano Prodi, dijo que «no compartimos el punto de vista del señor Berlusconi»
y que «no caeremos en ningún caso en una guerra de civilizaciones». El secretario
general de la Liga Árabe, Amr Moussa, opinó que Berlusconi había «cruzado los límites
de la razón».

El premier de Italia ofreció sus disculpas. El semanario on line egipcio Al-Ahram


reflexionó si Berlusconi no había expresado acaso lo que muchos pensaban pero no
podían decir, ejercitando «los viejos instintos populistas que le dieron tanto éxito en el
pasado».

136
Orientalismo

El palestino Edward Said es profesor de literatura comparada en la Universidad de


Columbia, también conocido por sus agudos comentarios políticos publicados regular-
mente en el diario británico The Guardian y en El País de España. Su principal trabajo,
que data de 1978, es Orientalismo, una crítica de la investigación académica francesa,
inglesa y norteamericana sobre las sociedades árabes del Medio Oriente y el norte de
África. Said sostiene en su libro que «el Oriente» es una representación, un discurso
particular construido por Occidente, que nunca existió sino en la mente de los occidentales.

Una semana después del atentado contra el World Trade Center, Said advertía en
una de sus columnas que «las pasiones colectivas están siendo canalizadas hacia una
campaña a favor de la guerra que se parece extraordinariamente a la persecución de
Moby Dick por el Capitán Ahab». Arguía que «el Islam y Occidente son banderas
inadecuadas para seguirlas ciegamente» y que «no hay un solo Islam: hay varios Is-
lam, igual que hay varios Estados Unidos» (3).

Su réplica directa al concepto de choque de civilizaciones llegaría un mes después,


con un artículo que el diario El País publicó bajo el título de El choque de ignorancias.
Allí lamentaba que «el espantoso atentado suicida cometido por un pequeño grupo de
militantes trastornados y llenos de motivaciones patológicas se ha utilizado como prueba
de la tesis de Huntington».

El centro de su crítica es que Huntington, igual que Bernard Lewis (ver más abajo),
insisten «con imprudencia en la personificación de unas entidades inmensas llamadas
‘Occidente’ e ‘Islam’, como si unas cuestiones tan complicadas como la identidad y la
cultura existieran en un mundo de dibujos animados en el que Popeye y Brutus se
golpean sin piedad (...) Ni Huntington ni Lewis dedican mucho tiempo a la dinámica
interna y la pluralidad de cada civilización».

«En realidad -agregaba-, Huntington es un ideólogo, alguien que pretende convertir


las ‘civilizaciones’ y las ‘identidades’ en lo que no son, entidades cerradas y aisladas de
las que se han eliminado las mil corrientes y contracorrientes que animan la historia
humana y que, a lo largo de los siglos, han permitido que la historia hable no sólo de
guerras de religión y conquistas imperiales, sino también de intercambios, fecundación
cruzada y aspectos comunes» (4).

En El choque de ignorancias Said decía que Huntington se había basado en sus


ideas sobre el conflicto entre el Islam y Occidente en un artículo escrito en 1990 por
Bernard Lewis (para algunos el principal historiador occidental sobre el mundo árabe):
«Las raíces de la ira musulmana».

En ese trabajo, Lewis hablaba en efecto de un «choque de civilizaciones, la reacción


quizás irracional pero seguramente histórica de un antiguo rival contra nuestra heren-
cia judeo-cristiana, nuestro presente secular y la expansión mundial de ambos».
Remarcaba sin embargo que era «crucialmente importante» no responder con una
«reacción igualmente histórica pero también irracional contra ese rival». Además, sos-

137
tenía que «el movimiento hoy llamado fundamentalista no es la única tradición islámica.
Hay otras, más tolerantes, más abiertas (...) y podemos tener esperanzas de que esas
otras tradiciones prevalecerán con el tiempo (...) Mientras tanto debemos tener gran
cuidado en todos lados para evitar el peligro de una nueva era de guerras religiosas» (5).

Lewis busca la causa de esa «ira musulmana» y comienza por observar que, mien-
tras en el cristianismo hay una separación de la religión y la política («a César lo que es
de César...»), en el Islam «la lucha del bien y el mal adquirió muy pronto dimensiones
políticas e incluso militares». La humanidad quedaba dividida en fieles e infieles, a
quienes los musulmanes debían traer al Islam. La Cristiandad fue reconocida pronto
como un genuino rival y la pugna entre los dos sistemas dura ya catorce siglos. Pero en
los últimos trescientos años el Islam estuvo a la defensiva. Los avances de Occidente
y de Rusia, la invasión de ideas y estilos de vida foráneos e incluso los desafíos dentro
de su propia sociedad, por parte de «mujeres emancipadas y chicos rebeldes», des-
ataron la ira que «debía dirigirse primariamente contra el enemigo milenario y extraer
su fuerza de antiguas creencias y lealtades».

Lewis piensa que el sentimiento antiamericano de muchos musulmanes no puede


explicarse principalmente por el apoyo estadounidense a Israel o a regímenes árabes
tiránicos y corruptos, o por el imperialismo o la explotación. Se pregunta porqué, si no,
la hostilidad hacia Occidente es mucho mayor que la dirigida hacia Rusia, que «todavía
gobierna, y no con mano blanda, sobre muchos millones de musulmanes renuentes».
Sostiene que los grandes cambios sociales, intelectuales y económicos que han trans-
formado al mundo islámico, y en particular el consumismo y el secularismo, llegaron de
Occidente y no de la Unión Soviética.

«Es el capitalismo occidental y la democracia la que provee una alternativa auténti-


ca y atractiva a los modos tradicionales de pensar y vivir. Los líderes fundamentalistas
no se confunden al ver en la civilización occidental el más grande desafío al modo de
vida que ellos desean retener o restaurar para su pueblo», concluía Lewis.

Pluralismo vs. multiculturalismo

Debido a la constante inmigración de musulmanes a Europa y Estados Unidos, las


relaciones de éstos con el mundo islámico ya no están limitadas a los vínculos entre
países.

En su último libro, La sociedad multiétnica (Madrid: Taurus, 2001), el politólogo Giovanni


Sartori sostiene la polémica tesis de que los inmigrantes de otras culturas que no están
dispuestos a integrarse a la sociedad que los recibe no deberían acceder fácilmente a
los derechos de ciudadanía.

Sartori defiende una sociedad pluralista, basada en la tolerancia, el consenso y la


integración dentro de la diversidad, pero se opone al multiculturalismo, pues entiende
que éste defiende una sociedad en la que las culturas minoritarias coexisten sin
interrelacionarse: cuando esas subculturas rechazan el pluralismo, la sociedad abierta
se pone en riesgo a sí misma.

138
El libro de Sartori fue presentado en España en abril. En una entrevista concedida al
diario El País, no tuvo empacho en decir que «el Islam, que pasa ahora por un fuerte
renacimiento, es, yo diría hoy que absolutamente, al cien por cien, incompatible con la
sociedad pluralista y abierta de Occidente».

«Los principios de las dos culturas son antagónicos -añadía- y son ellos los que nos
consideran a nosotros los infieles aunque estén aquí, no nosotros a ellos». Decía creer
que los inmigrantes musulmanes que llegan al sur de España e Italia «no tienen ningún
deseo de integrarse salvo excepciones». Para el politólogo italiano, «si entras en un
país que no es el tuyo y te beneficias de ello (...) debes atenerte a los valores básicos
de la sociedad que te acoge. Si no lo aceptas, no es que yo te vaya a echar, pero no te
hago ciudadano con los mismos derechos de un país cuyas reglas no aceptas».

Las bases sociales del Islamismo

Gilles Kepel es considerado uno de los principales expertos en el movimiento islamista.


El autor de La revancha de Dios (Barcelona: Anaya & Mario Muchnik, 1991) dirige el
programa de doctorado sobre el mundo musulmán del Instituto de Estudios Políticos de
París.

En su último libro, La Yihad. Expansión y declive del islamismo (Barcelona: Penínsu-


la, 2001), Kepel sostiene que el movimiento se ha fracturado, ha perdido su atractivo y,
como afirma el mismo título del trabajo, entró ya en una fase de retroceso.

Kepel piensa que los investigadores han puesto demasiado énfasis en la ideología
del islamismo y que es necesario examinar las fuerzas sociales que participan en él.
Este análisis le permite explicar porqué el islamismo triunfó en Irán y fracasó, por
ejemplo, en Egipto y Argelia, así como diagnosticar su actual debilitamiento y disgregación.

Para Kepel los movimientos islamistas han sido siempre socialmente ambiguos.
Estaban compuestos, de un lado, por la juventud urbana pobre, producto de la explo-
sión demográfica y el éxodo rural, y que tuvo acceso por primera vez a la alfabetiza-
ción. El otro grupo era la burguesía y la clase media religiosa, heredera de los comer-
ciantes del bazar y marginada del poder tras la descolonización. Dentro de este sector
había profesionales que fueron a trabajar a los países árabes productores de petróleo.

Tanto los jóvenes urbanos pobres como la burguesía del bazar se identificaron con
la ideología islamista, que prometía restablecer la sociedad justa de los primeros tiem-
pos del Islam y se oponía a gobiernos ya muy desgastados. Khomeini triunfó en Irán
porque supo atraer y unificar a los dos grupos sociales. En Egipto y Argelia, sin embar-
go, el discurso islámico no fue producido por el clero, sino por jóvenes intelectuales
que terminaron ahuyentando a la clase media. Además, los regímenes en el poder
procuraron todo el tiempo escindir a los dos componentes del movimiento.

En su libro, Kepel sostiene que las nuevas elites que han llegado al poder en algunos
países musulmanes tienen la oportunidad de aprovechar el declive del islamismo para
promover un tipo de «democracia musulmana».

139
En una entrevista concedida un mes antes del atentado al World Trade Center, Kepel
afirmaba que «en los setenta el islamismo era una utopía. Pero ha dejado de serlo. Ha
estado en el poder y ha tenido corrupción, fracaso, injusticia, sexo, ya no tiene carácter
prometedor». En el mundo islámico soplan los vientos de la explosión informativa (de lo
que es un ejemplo el fenómeno de la cadena de televisión Al-Jazeera), que representa
un desafío tanto para los regímenes en el poder como para los islamistas».

En cuanto al movimiento afgano, Kepel indicaba que, a diferencia de lo que hacían


los ideólogos islamistas de los setenta (leer libros y hacer política), en Afganistán se
fue desarrollando una escolástica oscura que «llevó a una nueva generación de jóve-
nes a considerar que la violencia es la única llave del éxito». Así como habían expulsa-
do a los rusos del país, pensaron que podían derrocar a los regímenes de los otros
países musulmanes. «Se equivocaron, por supuesto, porque se olvidaron que para eso
hay que hacer política», sentenciaba el estudioso francés.

Pronósticos del siglo XXI

La caída del muro de Berlín en 1989 marcó, desde un punto de vista histórico, el final
del siglo XX. Con la terminación de la guerra fría, el modelo occidental de democracia
capitalista aspiraba a convertirse en universal. A través de los fenómenos simultáneos
de la globalización y la regionalización, el mundo parecía encaminarse a un sistema de
multipolarismo económico con una única superpotencia militar.

Las reformas de mercado y el libre flujo de capitales e ideas llevarían el desarrollo y


la democracia a todas partes. En algunas de esas concepciones el mundo quedaba
dividido en tres grandes bloques económicos: EEUU, el Este de Asia y Europa.

Muy pronto Huntington vino a contradecir la idea del «fin de la historia». Planteó que
el mundo del siglo XXI sería mucho más multipolar de lo que algunos pensaban. Otras
civilizaciones no sólo habían dejado de sentirse inferiores a Occidente. Con su crecien-
te poder económico, militar y demográfico, empezaban a sentirse seguras de la supe-
rioridad de su cultura. En particular, surgía China como la civilización capaz de despla-
zar a EEUU, en el lapso de algunas décadas, como la potencia hegemónica.

Decía Huntington en El choque de civilizaciones: «Si el desarrollo económico chino


continúa durante otra década, cosa que parece posible, y si China mantiene su unidad
durante el periodo sucesorio, cosa que parece probable, los países del este asiático y
el mundo tendrán que reaccionar ante el papel cada vez más seguro de sí mismo de
este actor, el más grande en la historia humana» (p. 276.)

El atentado contra el World Trade Center obliga a replantear una vez más los pronós-
ticos sobre el siglo XXI. Al evaluar las consecuencias del ataque terrorista, Eric Hobsbawn
recordó que ya había adelantado que las dos grandes novedades del siglo XXI serían
que EEUU no podría gobernar el mundo por sí solo y que las guerras no se librarían
exclusivamente entre Estados, sino además entre éstos y poderosas organizaciones
no estatales.

140
Para Hobsbawn el ataque terrorista abre un periodo de inestabilidad similar al que
tuvo lugar en Europa con la serie de atentados contra los reyes a fines del siglo XIX. La
posibilidad de que el proceso termine o no en una guerra depende de lo que haga
EEUU. Considera probable que haya revoluciones y golpes de Estado en los países de
Medio Oriente y, frente al terrorismo, opina que «hace falta una respuesta colectiva, de
todos los Estados que se ven amenazados. Esto vale también para los chinos y los
rusos».

El periodista e historiador británico Timothy Garton Ash (Historia del presente, Bar-
celona: Tusquets, 2000) cree que el atentado contra el World Trade Center cambió el
mundo porque transformará la mentalidad del hombre medio norteamericano, que nun-
ca se preocupó verdaderamente por el mundo exterior y, desde Vietnam, impidió a sus
líderes arriesgar la vida de soldados estadounidenses. Coincide en que la mejor solu-
ción sería una acción internacional contra el terrorismo, coordinada por Naciones Uni-
das y que incluya a China y Rusia.

«En lugar del choque de civilizaciones de Samuel Huntington -afirma- tendríamos la


defensa de la civilización en singular. Y entre los cimientos de la civilización están los
derechos humanos de todos y el derecho internacional aplicado a todos por igual».

Referencias:

(1) El lector puede leer el artículo original de Huntington en la edición en español de


Foreign Affairs. Volver

(2) Samuel P. Huntington. El choque de civilizaciones (Buenos Aires: Paidós, 2000),


p. 259. Para el autor, el resurgimiento islámico fue a la vez un producto de la moderni-
zación y del esfuerzo por enfrentarse a ella. Los fenómenos de urbanización, moviliza-
ción social, niveles más altos de alfabetización y educación, mayor interacción con
Occidente y otras culturas, habrían debilitado los vínculos de la aldea y provocado
alienación y crisis de identidad, que fueron aliviados por los símbolos y las creencias
islámicas. Las otras causas del resurgimiento habrían sido el fracaso de las soluciones
de origen occidental, como el nacionalismo y el socialismo; el boom del petróleo de los
años sesenta, que incrementó el poder y la riqueza de muchos países musulmanes y,
finalmente, el enorme crecimiento demográfico: los musulmanes serían en el año 2000
el 20% de la población mundial (pp. 137-138.) Huntington observaba además que «don-
de quiera que miremos a lo largo del perímetro del islam, los musulmanes tienen pro-
blemas con sus vecinos» (p. 307). Atribuía esos antagonismos al hecho de que «el
Islam ha sido desde el principio una religión glorificadora de la espada»; al legado de su
expansión original, por el cual musulmanes y no musulmanes son hoy vecinos en toda
Eurasia; al carácter «absolutista» de la fe musulmana que «funde religión y política y
traza una línea claramente marcada entre quienes pertenecen al Dar al-Islam y los que
constituyen el Dar al-Harb»; a la ausencia de uno o más Estados centrales en el Islam
capaces de mediar en los conflictos; por último, al gran número de jóvenes varones
desempleados (pp. 315-318). Subrayaba que «mientras el Islam siga siendo Islam (como
así será) y Occidente siga haciendo Occidente (cosa que es más dudosa), este con-

141
flicto fundamental entre dos grandes civilizaciones y formas de vida continuará defi-
niendo sus relaciones en el futuro lo mismo que las ha definido durante los últimos
catorce siglos» (p. 253.) Volver

(3) Edward W. Said, Pasión colectiva, El País, 19 de septiembre de 2001. Los links a
este y otros artículos del autor, en español y en inglés, están disponibles en http://
www.edwardsaid.org Volver

(4) Edward W. Said, El choque de ignorancias, El País, 16 de octubre de 2001. El link


a este y otros artículos del autor está disponible en http://www.edwardsaid.org Volver

(5) Bernard Lewis, The roots of Muslim rage, The Atlantic Monthly, September 1990,
Volume 266, Nº 3, pages 47-60 (la traducción es nuestra.) Disponible on line en: http://
www.theatlantic.com/issues/90sep/rage.htm Volver

(*)Director de Cambio Cultural. Octubre 2002


www.cambiocultural.com.ar
http://www.cambiocultural.com.ar/investigacion/clash2.htm

142
Ejercicio Autoevaluación

1- ¿Cuáles son las civilizaciones que distingue Huntington en su libro?

2- ¿Cuáles son las principales razones de la decadencia de la civilización occiden-


tal?

3- Huntington publicó su libro “Choque de Civilizaciones” a principio de la década del


90, en la actualidad, ¿son sus postulados aún vigentes?, y ¿mantienen en estos
años los países centrales de civilizaciones sus posiciones como tales’ o, ¿qué
países se erigen como nuevos actores centrales de civilización?.

4- ¿Cuáles son los diferentes tipos de conflicto que se producirían en el escenario de


choque civilizacional que plantea Huntington?.

5- ¿Cuáles son loas principales críticas que se le pueden realizar a la tesis presen-
tada por Huntington?

6- Investigue en diferentes medios, prensa, libros, Internet, sobre el diálogo


intercivilizatorio, acercamientos y actividades en conjunto que realizan comunida-
des, organizaciones o personalidades que representan a diferentes “civilizacio-
nes” y de ejemplo de los mismos.

143
144
UNIDAD III

LA SEGURIDAD INTERNACIONAL

INTRODUCCIÓN

Al intentar definir la naturaleza del sistema internacional tras el fin de la Guerra Fría,
Joseph Nye comenzaba por hacerse la siguiente pregunta: «Si el viejo orden interna-
cional ha colapsado, ¿cuál será la nueva distribución de poder?». Afirma luego que
existían a principios de los noventa cinco respuestas posibles: hegemonía unipolar,
regreso a la bipolaridad, multipolaridad, formación de tres bloques económicos (Esta-
dos Unidos, Europa, Asia con Japón a la cabeza) e interdependencia a múltiples nive-
les.

Lo que interesa destacar aquí es lo siguiente: las tres primeras respuestas nos
ubican en un sistema internacional cuya naturaleza se define en función a la distribu-
ción del poderío militar entre sus principales Estados. La cuarta respuesta nos sigue
remitiendo al Estado como actor fundamental, y a la distribución de poder entre Esta-
dos como criterio de definición, pero la dimensión de poder relevante aquí no es la
fuerza militar, sino la capacidad económica. Por último, la quinta respuesta no solo
admite múltiples dimensiones de poder, sino que además este se distribuye entre acto-
res de distinta naturaleza: no solo habría una redistribución de poder entre los Estados,
sino además desde el Estado hacia actores políticos no estatales.

Aunque dista de ser un proceso homogéneo a nivel global, la soberanía del Estado
se ha visto erosionada en las últimas décadas, tanto de facto como de jure. En el
primer caso, actores privados de carácter transnacional (como las corporaciones mul-
tinacionales o las ONGs internacionales), o actores públicos de carácter multilateral
(como el FMI y el Banco Mundial), han adquirido un poder de negociación frente a los
Estados del que carecían desde la postguerra. De otro lado, el mejor ejemplo del se-
gundo caso es la evolución reciente del derecho internacional humanitario. Por ejemplo,
los fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos son de carácter vinculante
(es decir, de cumplimiento obligatorio), para los países que se someten a su jurisdic-
ción. Sin embargo, siempre cabe la posibilidad de que un Estado se mantenga al mar-
gen de instancias de esa índole o, en caso de pertenecer a ellas, se retire de su
jurisdicción siguiendo los procedimientos establecidos. Ese hecho pone de relieve la
importancia de la creación de una Corte Penal Internacional, puesto que, en principio,
ningún Estado podría sustraer a sus ciudadanos de su jurisdicción alegando el ejerci-
cio de su soberanía. Fue precisamente la relativa erosión del principio de soberanía lo
que permitió el surgimiento de una nueva agenda de seguridad, dado que esta fue
impulsada inicialmente por organismos no gubernamentales, actuando en consonancia
con organismos multilaterales como las Naciones Unidas.

Nada de ello supone sin embargo que el Estado deje de ser un actor medular en la
escena internacional (sobre todo en materia de seguridad), dado que sigue siendo la

145
única forma de organización política no voluntaria con reconocimiento universal. Solo
el Estado puede imponer tributos a sus ciudadanos, y es difícil pensar en otro actor
capaz de asumir el reto de proveer bienes públicos allí donde el mercado no los provee
en forma adecuada. Por ejemplo, es inconcebible que tareas como la protección de la
capa de ozono o la regulación del uso de áreas designadas como patrimonio común de
la humanidad no sean asumidas en forma directa o indirecta por los Estados.

La pregunta clave no es sin embargo si el Estado debe ser reemplazado por otros
actores en el ejercicio de sus atribuciones tradicionales, sino como debe articularse
con ellos para el logro de objetivos comunes. Según Mac Lean, «La seguridad humana
requiere de una aproximación a múltiples niveles, que incluya actores no estatales,
sub-estatales, a Estados nacionales y, en particular, a actores multilaterales o interna-
cionales». Siguiendo este razonamiento más allá de los temas de seguridad, sería
concebible pensar en un sistema en el cual, por ejemplo, el gobierno español comparta
el ejercicio de la autoridad política con gobiernos autonómicos como los de Cataluña y
el país Vasco a nivel nacional, con las instancias de dirección de la Unión Europea a
nivel regional, y con entidades como la Organización Mundial de Comercio a nivel
global. En ese caso, el Estado soberano sería reemplazado no por un gobierno mundial,
sino por una versión moderna y secular del orden político que prevalecía en la Cristian-
dad occidental durante la Edad Media.

Aunque a primera vista los atentados ocurridos el 11 de septiembre del 2001


parezcan reivindicar la visión neorrealista de la seguridad, en realidad no hacen sino
poner de relieve algunas de las tendencias descritas. Por ejemplo, el agresor no es un
Estado, la agresión no es, strictu sensu, un ataque militar, ni se trata de una guerra en
el sentido convencional del término: a diferencia de una guerra territorial, no queda
claro que implica «vencer» en una confrontación de este tipo, entre otras razones por
que no se conoce con certeza ni los frentes de batalla ni la identidad de las partes
beligerantes. Tampoco entran dentro de la concepción tradicional de la seguridad la
naturaleza global aunque privada de la amenaza, ni la permeabilidad de los límites
entre violencia política y crimen organizado transnacional (en particular, el tráfico de
drogas).

Por lo demás, la respuesta militar es solo uno de los componentes de una estrategia
contra organizaciones políticas que emplean el terrorismo como táctica, y no necesa-
riamente el más importante. Por ejemplo, si América Latina se viera expuesta a accio-
nes concertadas para esparcir la espora del ántrax, la principal vulnerabilidad de la
región en materia de seguridad no serían ni sus fuerzas armadas ni sus servicios de
inteligencia, sino la escasa calidad y cobertura de sus sistemas de salud pública. De
otro lado, la experiencia europea demuestra que la coordinación en labores de interdic-
ción e inteligencia suele ser un medio más eficaz que las «bombas inteligentes».

La secuela del 11 de septiembre que resulta particularmente preocupante no se


refiere a la nueva visión de la seguridad esbozada, tanto como a la «guerra contra el
terrorismo de alcance global» declarada por el gobierno de los Estados Unidos. De un
lado, por que soslaya el hecho de que la abrumadora mayoría de las acciones terroris-
tas que se producen en el mundo son de carácter nacional (es decir, están contenidas

146
dentro de las fronteras de un Estado), y que en esos casos el principal perpetrador
suele ser el propio Estado. Ello tiene como consecuencia paradójica el que posibles
inculpados de promover o condonar el terrorismo oficial a nivel nacional (como el
presidente de Rusia, Vladimir Putin), puedan ser a la vez aliados privilegiados en la
lucha contra el terrorismo internacional.

De otro lado, el terrorismo constituye una táctica de acción, por ende no designa a
un agente específico. Se trata por lo demás de una táctica en torno a cuya definición no
existe consenso dentro de la comunidad internacional. Por ejemplo, un militante de
Hamas subió en noviembre del 2001 a un autobús de pasajeros en Tel Aviv con explosi-
vos adheridos a su cuerpo, y los hizo estallar asesinando a cinco pasajeros. Es obvio
que ese atentado calza cualquier definición convencional de terrorismo. Posee, por
ejemplo, los rasgos distintivos comúnmente invocados en las definiciones disponibles:
sus víctimas eran civiles inermes, y su propósito era causar el pánico entre la pobla-
ción de la cual provenían.

Sin embargo contrastemos ese caso con este otro: el mismo mes de noviembre
oficiales de inteligencia israelíes «sembraron» un artefacto explosivo en la calles de
Gaza. Su presunto objetivo eran milicianos palestinos que habrían atacado a colonos
israelíes desde esa zona. Sus víctimas reales, sin embargo, fueron cinco niños palestinos
que, de camino al colegio, activaron accidentalmente el artefacto. Podría afirmarse que
se trató también de un acto terrorista, dado que sus víctimas fueron civiles inermes, y
su efecto práctico fue causar el pánico entre la población de la zona. Sin embargo el
ejército israelí acudió al eufemismo «daño colateral» para describir el incidente, ale-
gando que no tuvo la intención de provocar esas consecuencias.

La definición de terrorismo no dependería entonces de la naturaleza de los hechos,


sino de la intención de los autores. Pero si ese es el caso, la potestad de juzgar esas
intenciones se convierte en una prerrogativa política de primer orden, sobre todo cuan-
do es asumida de motu proprio por un Estado en particular. Más aún si ese Estado es
un causante sistemático de «daños colaterales». En el caso de Israel, por ejemplo, el
«daño colateral» produce más muertes civiles que los atentados terroristas en preven-
ción de los cuales se comete. Ello a su vez nos da un indicio de la intención detrás de
esos presuntos errores, por que si se considera un medio de acción legítimo él «sem-
brar» artefactos explosivos en plena vía pública es por que importa poco que quienes
los detonen sean milicianos o transeúntes.

BIBLIOGRAFÍA:

- PEREZ LLANA, Carlos. “El Regreso de la Historia”. Editorial Sudamericana / Uni-


versidad de San Andrés. Bs. As., 1998. Capítulos I y VII.

147
LECTURAS COMPLEMENTARIAS

CONFLICTO, AMENAZAS Y LA SEGURIDAD


INTERNACIONAL EN EL MUNDO DE HOY
Coronel Gabriel Rivera Vivanco (*)

Que el mundo está en proceso de cambio, nadie lo pone en duda. Hoy, un nuevo
orden internacional se está estructurando a nivel planetario, como consecuencia de la
culminación de un período que, en el ámbito estratégico, finaliza con el término de la
Guerra Fría y, en el político, con el rotundo fracaso del sistema comunista y los
totalitarismos.

Frente a este escenario y ante un nuevo paradigma, el mundo vive un proceso de


transición, en el cual están cambiando las relaciones entre los Estados, lo que configu-
ra un nuevo escenario estratégico, que ha llevado a la aparición de nuevas propuestas
en el plano de la defensa y de la seguridad internacional. Dentro de ellas, no estuvieron
ausentes las que propugnaban el término de los conflictos y que fueron prontamente
desvirtuadas por la realidad. La guerra del Golfo Pérsico, de Perú y Ecuador, los
Balcanes, Argelia, entre otras, fueron ejemplos indesmentibles, que obligaron a los
Estados a mantener un alto grado de preocupación en materias de seguridad.

El Conflicto

En la actualidad, nadie pone en duda la existencia del conflicto. Sin embargo, la


pugna Este-Oeste que fuera su ordenador a nivel mundial, al desaparecer, ha dado
lugar a nuevos problemas y a una percepción de desorden en algunas áreas del planeta.

Por esa razón, el ex Secretario de Defensa de los EE.UU. de América en relación al


tema, indicó que las principales amenazas surgidas de la Guerra Fría tienen relación
con el peligro nuclear que proviene de varios Estados, en su mayoría pertenecientes a
la ex URSS., en los conflictos religiosos, étnicos o regionales, las posibilidades del
fracaso de la democracia y aquellos derivados de cuestiones económicas.

Por su parte, el actual Jefe de Estado Mayor Conjunto de ese país, indicó que exis-
ten nuevas amenazas para la paz mundial. La principal diferencia con la situación
anterior, es que éstas se encuentran disociadas y son independientes, al no existir un
elemento que las ate, provea armas, coordine o limite sus actos, dando como ejemplo
los casos de Libia, Irak, Corea del Norte y Cuba. Es decir, al disminuir las tensiones
que existían en el plano global, han surgido una serie de conflictos regionales, los que
son difíciles de controlar.

En efecto, en muchas naciones existían múltiples problemas que subyacían y se


encontraban ocultos como consecuencia de la pugna ideológica entre las grandes po-
tencias, pero hoy, en un ambiente de mayor libertad de acción, han explotado. De esta

148
manera, rivalidades entre clanes, fracciones religiosas, grupos étnicos, etc., están
originando nuevos conflictos que es necesario conocer.

Unido a lo anterior, se puede indicar también que el conflicto está sufriendo impor-
tantes cambios, entre los cuales destaca la diversidad en cuanto a su duración, los
actores y las capacidades de los países enfrentados. Es así como es factible que se
extiendan por algunas semanas, como es el caso del conflicto Perú-Ecuador, hasta
varios años, como es el conflicto kurdo, o el de la ex Yugoslavia. Pueden intervenir
varias naciones con la más alta tecnología, como sucedió en el Golfo Pérsico, o sólo
tribus con armamentos rudimentarios, como lo demuestran los casos de Ruanda y
Argelia. También puede hacerse multidimensional, cuando el más débil recurre a accio-
nes nunca antes empleadas, como el daño ecológico (Kuwait), la toma de rehenes, el
terrorismo, etc.

Otra característica del conflicto actual es que, junto a la revitalización de viejas


rivalidades, los Estados involucrados han buscado limitar el conflicto internacional al
ámbito geográfico más reducido posible.

Las amenazas

Como en el caso anterior, también las amenazas están cambiando. En especial para
las grandes potencias, las cuales, al desaparecer aquellas tradicionales del enfrenta-
miento Este-Oeste, ahora deben enfrentarse a otras mucho más inciertas.

En este plano, las amenazas son un elemento de gran interés para planificar la
defensa, razón por la que se estima adecuada una revisión de las que se perciben en la
actualidad y respecto de las cuales la mayoría de las opiniones son coincidentes:

- Proliferación de armas de destrucción masiva.


- Problemas limítrofes históricos.
- Lucha por recursos escasos.
- Narcotráfico y narcoterrorismo.
- Inmigración descontrolada.
- Desequilibrio estratégico.
- Problemas tribiales, étnicos y políticos internos.
- Lucha de civilizaciones.
- Nacionalismos.
- Pobreza e injusticia social.
- Crimen organizado.
- Catástrofes naturales.

Sin desconocer la existencia del conflicto, también hay quienes creen que las ame-
nazas han disminuido, cambiado o desaparecido, lo cual no parece lógico, al observar
la actual situación internacional, donde existe una gran cantidad de conflictos en desa-
rrollo y otros tantos en carácter de latentes y que en cualquier momento pueden esca-
lar a un enfrentamiento armado. A manera de ejemplo, se pueden mencionar: Grecia-
Turquía, Venezuela-Colombia, Belice-Guatemala, Irán-Afganistán, India-Pakistán, por

149
nombrar algunos. En este caso, el problema se produce al mirar a todo el mundo con la
perspectiva de las grandes potencias, para las que efectivamente han desaparecido
las amenazas claramente determinadas durante las últimas décadas, apareciendo otras,
que en muchos casos no las afectan directamente.

La Seguridad Internacional

Frente al alto precio que significa el conflicto bélico y la cantidad de amenazas


existentes, han surgido diversos fundamentos filosóficos y jurídicos, los que son toma-
dos como base para las relaciones internacionales y para determinar la forma de es-
tructurar sistemas de seguridad que permitan, si no evitar la guerra, enfrentarla en las
mejores condiciones, para ganarla.

Se entiende por sistema de seguridad, un conjunto de Estados que se han unido para
actuar coordinadamente frente a determinados tipos de amenazas, presentando nor-
mas y procedimientos para reaccionar en forma rápida y eficiente, y donde la fuerza
militar es el factor principal del sistema.

Debe tenerse presente que existe un Sistema de Seguridad Nacional, que es parti-
cular de cada Estado y un Sistema de Seguridad Internacional, el cual, dada su impor-
tancia a nivel mundial, aparece mencionado en el artículo N°1 de la Carta de las
Naciones Unidas.

Los Estados han llegado a la conclusión que una forma de mejorar su condición de
seguridad es la de unirse a otros que tengan los mismos intereses, de tal manera de
enfrentar juntos, si es necesario, cualquier amenaza a su seguridad. Nacen así diferen-
tes alianzas a través de la historia y, luego de la experiencia vivida tras la II Guerra
Mundial, un sistema de seguridad internacional representado por la ONU.

Históricamente el sistema de seguridad más usado fue el de las alianzas, pero,


limitándonos a lo ocurrido durante el presente siglo, es posible indicar que la forma
ideada para enfrentar las amenazas a la seguridad se basó, inicialmente, además de
las alianzas, en el equilibrio del poder, el que, al impedir el predominio de un Estado o
grupo de ellos, permitía disminuir las posibilidades de conflicto bélico. Esta solución
falló, al no ser capaz de impedir las dos guerras mundiales, en las que se vieron
envueltos, principalmente, los países europeos y los EE.UU.

La seguridad Colectiva

El concepto de Seguridad Colectiva podría remontarse a los primeros intentos del


período de la Edad Media, o más tarde, al surgir los estados modernos, tras el Tratado
(Paz) de Westfalia, en 1648. Sin embargo, recién es articulado después de la primera
conflagración mundial, cuando fue necesario buscar un sistema que permitiera regular
las relaciones entre Estados, apareciendo la Sociedad de las Naciones, la que no dio el
resultado esperado, al no ser capaz de centralizar las necesidades de la defensa y de
solución de conflictos, por lo que más tarde, con la creación de la ONU, alcanzó una
real importancia, luego de la experiencia obtenida al término de la II Guerra Mundial.

150
La seguridad colectiva está basada “fundamental e inicialmente en el concepto de
paz dinámica de Francisco de Vitoria, sustentado en la idea de que cada Estado com-
ponente de un sistema de seguridad internacional siente y está seguro en este sistema;
lo que quiere decir que todos los componentes del sistema estarán igualmente segu-
ros”.

Es preciso indicar que este concepto puede ser clasificado, dependiendo del sector
geográfico que abarque, como: seguridad colectiva mundial, continental (o hemis-férica)
y regional. El primero de los sistemas está representado por la ONU, sobre quien recae
la responsabilidad primaria de mantenimiento de la paz.

Como este organismo no era capaz de evitar la guerra por sí solo, fue necesario
establecer una serie de alianzas que podríamos clasificar en el nivel continental y
donde destacan la OTAN, la UEO, el TIAR, la SEATO y la OUA (Organización de Unión
Africana), muchas de las cuales, luego del término de la Guerra Fría, quedaron obsoletas,
al desaparecer las amenazas que deberían enfrentar, razón por la cual han sufrido o
están sufriendo importantes modificaciones.

La Seguridad Cooperativa

Como se expresó, el fin de la Guerra Fría ha traído consigo importantes cambios en


el esquema de seguridad internacional; cambios que afectan fundamentalmente a las
grandes potencias, siendo percibidos inmediatamente por ellas, mientras que en el
ámbito de las potencias medianas o menores, especialmente aquellas que no eran
afectadas en forma directa por el choque Este-Oeste, sus efectos casi no han sido
advertidos.

A modo de ejemplo, en el continente americano, efectivamente ha desaparecido la


amenaza continental que significaba el marxismo y que justificaba la existencia del
TIAR. Sin embargo, aquéllas originadas en conflictos limítrofes o territoriales históricos
no sufrieron cambios; muy por el contrario, han aparecido otras nuevas, derivadas del
proceso de globalización e integración, frente a las cuales es necesario determinar la
forma más adecuada para enfrentarlas. En consecuencia, como la defensa mantiene su
importancia, los Estados buscan nuevas formas de asociación internacional.

En esta búsqueda ha sido posible determinar que frente al actual escenario mundial,
en el cual existe una gran cantidad de conflictos, de diferentes características y donde
las principales potencias han demostrado tener cada vez menos interés en intervenir,
en especial en aquellos casos en los cuales no estén comprometidos intereses vitales
para ellas, la responsabilidad en materia de seguridad internacional se está desplazan-
do a instancias regionales, donde cada uno de los actores locales debe asumir sus
propios conflictos, libre de la internacionalización que antes existía. Es el caso de la
UEO, en Kosovo; o de los países garantes del Protocolo de Río de Janeiro, frente al
conflicto Perú-Ecuador, por dar sólo un par de ejemplos.

Aunque parezca una paradoja, junto con la aparición de nuevas hipótesis de conflic-
to, los Estados también están más abiertos a encontrar soluciones, razón por la que el

151
objetivo ya no es solamente contar con un sistema de seguridad internacional basado
en alianzas entre países con intereses comunes, capaces de hacer frente a cualquier
amenaza externa, sino que, por el contrario, se busca que las relaciones inter-Estados,
a lo menos en el nivel regional, se fundamenten en un deseo real de evitar los conflic-
tos, mediante la colaboración y la contribución a la paz internacional. En consecuencia,
la tendencia actual en la determinación de sistemas regionales de seguridad se orienta
hacia la seguridad cooperativa, la que puede ser entendida como un sistema, cuyo
objetivo es disminuir las posibilidades de conflicto entre sus miembros, sin coartar el
desarrollo de sus legítimos intereses de seguridad.

Esta nueva proposición implicaría modificar los acuerdos internacionales sobre paz
y seguridad, a fin de lograr un enfoque cooperativo en estas materias, basado en la
limitación mutua de armas y el mantenimiento multilateral de la paz, lo cual, idealmen-
te, tendría que iniciarse partiendo por las grandes potencias y los países desarrolla-
dos.

Según sus precursores, contribuiría a desactivar y resolver los conflictos regiona-


les, a fortalecer las instituciones democráticas emergentes y a ahorrar gran cantidad
de recursos económicos.

Randall Forsberg propone cuatro fases para su implementación. Inicialmente, los


diferentes Estados se comprometerían con la creación de un sistema de seguridad
cooperativo y se desarrollarían las directrices principales; luego sería necesario adop-
tar las medidas para generar confianza, entre las cuales están la reducción de fuerzas
y la limitación de importación de armas; a continuación, se reduciría la capacidad de
intervención militar unilateral o ataque a países fronterizos, lo que afectaría a las prin-
cipales potencias; finalmente, y una vez que se hubiera adquirido confianza en el siste-
ma, se limitaría la función y capacidades de las FF.AA., reduciéndolas a la defensa
territorial y el mantenimiento multilateral de la paz.

Aunque algunos planteamientos aparecen muy utópicos, cualquier paso que se defi-
na para establecer un sistema de seguridad como el que actualmente está en boga,
requiere de un enorme compromiso de cada Estado, además de alcanzar una condición
de equilibrio que será básica para el buen funcionamiento de esta propuesta.
En un plano práctico, será necesario avanzar en los siguientes aspectos:

Medidas de confianza mutua

Mediante el establecimiento de una comunicación directa y efectiva, que busque


reducir las tensiones y a la vez, establecer mecanismos que permitan evitar sorpresas
en el desencadenamiento de conflictos, evitando que diversos errores puedan llevar a
una crisis no deseada.

Medidas de control

Busca establecer normas para controlar la adquisición y/o producción de armamen-


tos, así como la transferencia y desarrollo de tecnologías de doble uso.

152
Limitación

Apunta a la fijación de topes o techos para la adquisición o producción de armamen-


to y, en general, del gasto militar, como también sobre la transferencia de armas y
tecnología. Tiene fundamental importancia la limitación de armas de destrucción masi-
va.

Reducciones

Se relaciona con la reducción de fuerzas y del gasto militar, razón por la cual corres-
ponde a uno de los aspectos más sensibles de este sistema de seguridad.

Conclusiones

Tras el término de la Guerra Fría, y frente a un nuevo escenario internacional, el


sistema de seguridad colectiva aún tiene vigencia para algunos Estados (aquéllos que
aún perciben amenazas regionales), pero a la vez, se busca implantar un nuevo siste-
ma de seguridad que permita disminuir las posibilidades de conflicto.

El Sistema de Seguridad Cooperativa, aunque a simple vista es muy llamativo, no


debería ser implementado sólo por algunos Estados, porque ello podría llevarlos a
quedar desprotegidos respecto de otras naciones más poderosas. En consecuencia,
requiere que todos adopten los conceptos y medidas que éste sistema involucra. Por
esta razón y por el hecho de existir una gran heterogeneidad de situaciones entre los
diferentes países, es difícil de implementar, haciéndose necesario que los Estados
más desarrollados den el ejemplo, de tal manera que luego sea seguido por las poten-
cias medianas o pequeñas.

Pese a la conveniencia que la mayor parte del mundo reconoce en un sistema de


seguridad cooperativo, y que potencias menores o medianas están interesadas en
implementar, las grandes potencias, como las que integran la OTAN, mantienen un
sistema de seguridad colectivo, aunque la amenaza que llevó a su creación ha desapa-
recido. Ello les permite hoy contar con una herramienta que les otorga una importante
capacidad de intervención y supremacía sobre el resto del mundo, lo cual se contrapo-
ne al sistema cooperativo. Por lo tanto, es un antecedente que siempre debería estar
presente al tomar decisiones al respecto.

(*) 1998. Este trabajo fue elaborado por el Coronel Gabriel Rivera Vivanco, del CESIM,
basado en antecedentes de distintas actividades de investigación que este Centro de
Estudios desarrolla.

153
EL FUNDAMENTALISMO EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO
Fred Halliday (*)

Este debate sobre el «fundamentalismo» pretende examinar de un modo crítico y


desde la perspectiva de una postura secular, democrática y racional un importante
fenómeno político de nuestro tiempo. El fundamentalismo necesita de un entendimiento
pero también supone un reto para la paz y la libertad de muchas sociedades. Los
temas que se van a plantear aquí son temas que a Charles Darwin le resultarían como
mínimo familiares y creo que el tono de esta intervención merecería su aprobación.

De hecho, el propio término «fundamentalismo» surgió como respuesta a su obra.


Pero si la reacción se centró en particular en el descubrimiento del origen y la evolu-
ción de las especies, también se dirigía más en general contra la pretensión por parte
de las ciencias naturales y el pensamiento crítico de reinterpretar y, de hecho, poner en
cuestión las Sagradas Escrituras. Esta batalla, que estalló en EEUU en los años vein-
te, y de la que procede el término actual de «fundamentalismo», que se asocia con la
doctrina del creacionismo, todavía sigue siendo vigente hoy en día. Este conflicto per-
dura tanto en su forma particular, relativo a los orígenes del género humano, como
también en lo que afecta a las cuestiones intelectuales de más hondo calado que están
en juego.

Este ciclo se centra en problemas del mundo contemporáneo, y es desde esa misma
perspectiva desde la que deseo acercarme a la cuestión de lo que se denomina
«fundamentalismo».

Quiero ofrecer algunas ideas sobre cómo y por qué este fenómeno es tan importante
en el mundo moderno y quiero también incidir sobre su contemporaneidad en dos
aspectos: en primer lugar trataré de demostrar que a pesar de todas sus invocaciones
de tradición y sus pretensiones de una vuelta al pasado, los fundamentalismos son
respuestas al mundo contemporáneo y están enmarcados en gran medida en una es-
tructura de ideas e intereses contemporáneos; en segundo lugar, quiero examinar algu-
nas de las respuestas que el mundo contemporáneo en el que vivimos, Europa Occi-
dental, puede y de hecho necesita aportar frente a este fenómeno y algunas de las
alternativas políticas, y morales, que plantea el fundamentalismo; en el caso de que
reconozcamos finalmente la necesidad y el derecho a una «política de la diferencia»,
este derecho a la diferencia debe aplicarse tanto dentro como entre culturas, religiones
y comunidades étnicas.

Aunque vivamos fuera de las sociedades que están gobernadas o bajo el fuerte
influjo de los movimientos fundamentalistas, el auge de éstos no deja de plantear pro-
blemas difíciles para la política exterior y para una evaluación de tipo ético. De hecho,
una de las cosas que quisiera sugerir aquí es que si nuestras respuestas políticas han
sido tan inseguras, mucho más lo han sido las de tipo moral. El fundamentalismo
causará un importante impacto en el mundo en los próximos años y lo más probable es
que no desaparezca ni se debilite. Podríamos empeorar la cuestión empezando ahora a

154
sumergirnos en una discusión más profunda de este fenómeno para terminar recono-
ciendo lo poco preparados que estamos para ello. Los fundamentalistas tienen una idea
clara y resuelta de lo que quieren. Ya es hora de que los que no somos fundamentalistas
demos una respuesta igualmente clara, y por supuesto resuelta. En cualquier caso, se
trata de un fenómeno que no debería ser subestimado.·

El auge del fundamentalismo: programa y explicación Cuando hablamos de


fundamentalismo en el mundo contemporáneo, nos referimos a una serie de movimien-
tos, en diferentes países, que comparten ciertos rasgos comunes y que se caracteri-
zan por una combinación de dos elementos, sin que haya necesariamente una relación
entre ellos pero que están unidos de manera contingente y repetitiva. Uno de esos
elementos es la invocación de un retorno a los textos sagrados, leídos de forma literal;
el otro es la aplicación de esas doctrinas a la vida social y política. Estos dos elemen-
tos están presentes en el fundamentalismo y lo distinguen por un lado de otros movi-
mientos favorables a políticas autoritarias y por otro de aquellos movimientos que, de
una manera no fundamentalista o no literal, buscan aplicar las doctrinas religiosas a la
política (como la influencia del catolicismo en el nacionalismo polaco e irlandés, o la
iglesia radical en Latinoamérica). Esta definición muy general tiene aplicaciones bas-
tante amplias: podemos pensar primero en el movimiento islámico en Irán que llegó al
poder en 1979 y que ha gobernado el país desde entonces. Pero también podemos
referirnos a los movimientos fundamentalistas de otros países musulmanes —en Egip-
to y en Argelia en particular— que de manera similar buscan establecer lo que ellos
llaman un Estado islámico.

Estos movimientos no se refieren a sí mismos como «fundamentalistas» aunque la


traducción árabe del término, usuliyya, se use en el lenguaje político actual, junto a
otros términos, como mujahidin [ el que se esfuerza, el guerrero], guerreros de la jihad
[ esfuerzo personal de búsqueda, guerra santa], utilizado especialmente por aquellos
que los apoyan o mutatarrifin, extremistas, utilizado por aquellos que no lo hacen. En el
caso de los movimientos islámicos, el término francés intégriste [ integrista] (que su-
giere la pretensión de legislar toda la actividad social) y el término inglés islamist [
islamista] (que denota la aplicación del Islam a la política) son al menos igualmente
apropiados.

Pero aunque se haya puesto mucho énfasis en el mundo islámico, el término


«fundamentalismo» tiene una proyección mucho más amplia. Guarda cierto paralelis-
mo con el esfuerzo ya mencionado en el seno del cristianismo de las sectas protestan-
tes evangélicas que surgieron en los años veinte y que pregonaban una vuelta a la
lectura literal de la Biblia. Como cualquier otro término, el fundamentalismo puede en-
tenderse en parte considerando su opuesto, en este caso el «modernismo» cristiano,
por lo que se refiere a la forma de leer los textos sagrados. En la tercera de las grandes
religiones monoteístas, el judaísmo, también hay corrientes que se consideran de ma-
nera convencional como fundamentalistas, y que representan de algún modo una com-
binación comparable, aunque no idéntica, de lealtad a las escrituras y programas
sociopolíticos como sus homólogos del Islam y del cristianismo. Esto es muy evidente
entre los partidos de la derecha religiosa de Israel, los haredim y también entre los
nuevos militantes religiosos, en especial Gush Emumim y otros: de distintas maneras

155
buscan extender la autoridad de la ley judaica en Israel y establecer un Estado basado
en los textos legales apropiados, en este caso el Halakha.

Aunque el fundamentalismo en su origen es un producto de las religiones monoteístas,


no en último término porque en éstas está muy claro el escrito sagrado al que volver,
no es algo exclusivo de ellas. En la India ha surgido en las últimas dos décadas un
fuerte fundamentalismo hindú que busca establecer el Hindutva, un Estado hindú, y el
Ramraja, un Estado basado en las enseñanzas del dios Rama: el objetivo declarado es
hacer renacer el Estado sagrado de Bharat, que ha sido deshonrado durante siglos por
los enemigos de Bharat, los musulmanes, los judíos, los Sij y en último lugar los
británicos. Tampoco el budismo ha sido inmune a estos fenómenos, como se ha puesto
de manifiesto en la política de Sri Lanka.

Al igual que ocurre con otros términos políticos —comunismo, fascismo, populismo,
nacionalismo— no nos enfrentamos aquí a un objeto único; estos movimientos no son
similares en todos los aspectos. De hecho, más allá de las diferencias teológicas con
las que se definen a sí mismos, hay grandes diferencias entre ellos, por lo que se
refiere al contexto, al contenido y al objetivo. El cristianismo, por ejemplo, tiene bastan-
te menos que decir acerca de asuntos tales como la higiene personal o la dieta que el
judaísmo, el islamismo o el Hinduísmo. El alcance de la ley sagrada es también muy
diferente —la Tora y la Shari’ah tienen más que decir que la Ley Canónica. El cristianis-
mo y el Islam pueden alegar siglos de poder político e incluso de conquista imperial,
mientras que el judaísmo nunca ha disfrutado de esos éxitos temporales. En algunos
contextos es el clero el que juega un papel preponderante —esto es cierto para el
judaísmo, el Protestantismo y el Islam chiita iraní— mientras que en otros lo que hay
más bien es un grupo de líderes laicos, esencialmente líderes políticos que invocan los
valores de la religión, tal como puede observarse en los movimientos islamistas del
Norte de África y en los movimientos hinduistas.

No es necesario decir que los protagonistas de todos estos movimientos se opon-


drían rotundamente a cualquier comparación entre su propio y supuestamente único
retorno a los «auténticos» valores y el fanatismo de los demás.

En este sentido, el tema de la comparación depende en alguna medida de las pre-


guntas que se planteen; ya que si estamos considerando estos movimientos como
movimientos políticos y sociales en el mundo contemporáneo, sería útil incidir en algu-
nas de sus características comunes. Mencionaré cuatro.

En primer lugar, todos estos movimientos pretenden hacer derivar su autoridad de


una vuelta a los textos sagrados, a escritos que, según se afirma, derivan de Dios.
Éste es, en sentido propio, el significado del término fundamentalismo. Para los cristia-
nos, los judíos y los musulmanes, estos textos están muy claros —la Biblia, la Tora y el
Talmud, el Corán, Hadith y figh o los textos legales. Para los hindúes, que carecen de
un texto semejante y de un dios monoteísta, el trabajo ha sido más difícil pero está
ahora resuelto; lo que está ocurriendo en el hinduismo es una reforma diseñada para
hacerlo más parecido a las religiones monoteístas: un solo dios, Rama, cuya identidad
sexual hasta ahora andrógina se ha masculinizado, un conjunto de textos sagrados, las

156
leyendas de Rama, un culto congregacional y, finalmente, una parte esencial de la idea
monoteísta de la religión auténtica, la subyugación de las mujeres.

El argumento de todos estos movimientos es que estos textos proporcionan en sí


mismos la base para definir una vida correcta y lo que es más pertinente en estas
circunstancias, para definir la manera en que la sociedad y el Estado deberían estar
organizados. Sin embargo, lo que ocurre en la práctica es una lectura de estos textos
por parte de autoridades contemporáneas y para usos contemporáneos. De aquí los
interminables debates sobre interpretación, o lo que en el Islam se llama tafsir, como si
una erudición y una autoridad renovadas pudieran de alguna manera decirnos lo que
estos textos «verdadera» o auténticamente imponen acerca de la posición de las muje-
res, la forma correcta de gobierno, lo que hay que comer o beber, cuándo se acabará el
mundo o cuándo empezó.

El segundo rasgo, relacionado con el anterior, de esta vuelta a los «fundamentos» es


la pretensión de que en ellos puede hallarse el modelo para la constitución de un
Estado perfecto en el mundo actual. Los fundamentalistas musulmanes recurren muy a
menudo a la shari’ah, a pesar de que la shari’a en el sentido estricto de prescripciones
legales contenidas en el Corán abarca sólo 80 líneas y toca sólo unos pocos temas
referentes a una posible legislación; el propio término, literalmente «la vía justa», sólo
se menciona unas cuantas veces. La invocación por parte de los musulmanes del
primitivo gobierno islámico del Profeta resulta igualmente forzada: aun asumiendo que
un sistema de gobierno desarrollado para ciudades arábigas del siglo séptimo fuese
apropiado en la actualidad, uno tendría que preguntarse hasta qué punto fue válido,
dado que tres de los cuatro primeros sucesores de Mahoma sufrieron muertes incons-
titucionales, violentas. La invocación judaica del pasado bíblico no es mucho más
sólida: los reinos de Saúl, David y Salomón duraron alrededor de un total de ochenta
años, antes de dar paso a las guerras entre Israel y Judea. Esto difícilmente puede
constituir la autoridad histórica necesaria para reclamar un territorio a perpetuidad, o
una base suficiente sobre la que legitimar un Estado restaurado dos mil años después.

El tercer rasgo común de estos movimientos es que, a pesar de su aparente espiri-


tualidad, aspiran sobre todo a una cosa: al poder social y político.

En el caso del judaísmo, no está claro hasta qué punto los haredim aspiran a contro-
lar directamente el Estado, pero a través de su participación en la arena política, a
través del uso del sistema representativo proporcional, de partidos y otro tipo de activi-
dades políticas, buscan extender el control del poder rabínico sobre gran parte de la
sociedad, del mismo modo que Gush Emunim se hace fuerte en ciertos temas clave,
especialmente los de carácter territorial. En el caso de los otros tres —cristianismo,
Islam, hinduismo— esta pretensión política está mucho más clara: no son movimientos
de conversión, ni movimientos de innovación teológica, sino movimientos que aspiran
a ganar poder, a través de las elecciones, la fuerza o la insurrección, y establecer
Estados apropiados. El fundamentalismo es, en este sentido, un medio para alcanzar el
poder político y para mantenerlo una vez alcanzado. Es, por supuesto, sobre todo por
esta razón por lo que nos concierne a todos.

157
Esto me lleva a la dimensión final compartida por estos movimientos, es decir, su
intolerancia y en gran medida su carácter antidemocrático. Aunque dicen hablar en
nombre del pueblo y perseguir sus metas a través de medios democráticos, son ideoló-
gica y organizativamente grupos políticos autoritarios y potencialmente dictatoriales.
Rechazan las premisas de la política democrática, como la tolerancia y los derechos
individuales, y reivindican una autoridad que no deriva del pueblo; se trata de una
autoridad derivada de la voluntad de dios, inherente a las escrituras e interpretada por
líderes autoelegidos y exclusivamente masculinos tanto si son clérigos como si no.

Todos incluyen como parte importante de su ideología la hostilidad hacia aquellos


que no comparten su fe y, lo que es más importante, hacia aquellas personas de su
propia fe que no comparten su particular orientación. Todos disfrutan condenándonos a
los demás, a los «infieles», a un sufrimiento horrible e interminable. Dado el modo en
que la identidad religiosa se ha entrelazado con lo étnico en el siglo xx, los movimien-
tos fundamentalistas han acabado incluyendo puntos de vista racistas dentro de su
ideología general —contra los judíos (por parte de musulmanes y cristianos), contra
los árabes (por parte de los judíos), contra los musulmanes (por parte de los hindúes),
etc. En la sociedad que conciben, normalmente hay cierto lugar para los que no acep-
tan sus puntos de vista, pero se trata en el mejor de los casos de una posición ambigua
y subordinada y la imposición de las prácticas sociales por las que abogan estos
fundamentalistas a todos aquellos que viven en esa sociedad se considera algo legíti-
mo. Junto a protestas de tolerancia, existe frecuentemente en su literatura agresión y
desprecio hacia aquellos que son diferentes —tanto si se trata del odio de los
fundamentalistas cristianos hacia sus conciudadanos seculares, las diatribas de los
fundamentalistas islámicos contra la corrupción occidental, las «conspiraciones» de
los judíos, la jahiliyya o ignorancia del mundo contemporáneo o el vitriolo que los
fundamentalistas hindúes vierten ahora sobre los musulmanes en la India por traido-
res, inmigrantes ilegales, responsables de la violación histórica de Bharat, etc., o la
hostilidad de los fundamentalistas judíos hacia los asimilacionistas, los judíos laicos,
los cristianos, árabes y similares.

Todos estos movimientos se muestran profundamente indignados por la agresividad


y las conspiraciones de sus enemigos, de las que ellos son las víctimas. Pero hay a
menudo una fuerte dosis de proyección en todo esto. El mundo occidental cristiano y
post-cristiano está dando mucha importancia a la agresividad del «Islam» y a la ame-
naza que supone para Occidente; pero el estudio más elemental de la historia del
mundo de los últimos tres siglos sugiere que el problema está en la otra parte, como
puede verse en muchos lugares del mundo. En Bosnia han sido los ortodoxos serbios y
los católicos croatas, antimusulmanes, quienes más han hecho por envenenar la conviven-
cia entre las distintas comunidades. Pero los islamistas también tienen su parte de culpa.

La retórica islámica acerca de los judíos peca a menudo de racista. Los musulma-
nes andan últimamente preocupados por la cuestión de la blasfemia pero quizá, ya que
están preocupados por el tema, deberían estudiar el Corán más detenidamente ya que
éste nos dice que Cristo no era hijo de Dios, que no fue crucificado y que no resucitó de
entre los muertos -afirmaciones que convencionalmente constituyen formas de blasfe-
mia en el mundo cristiano. En la India, los chauvinistas hindúes, que despotrican en

158
contra de los musulmanes por lo que éstos le han hecho a la India, han acuñado su
propia retórica intolerante: «Musulmanan ke do-hi shtan, pakistan aur kabristan» (para
los musulmanes sólo hay dos sitios, Pakistán o la sepultura). Esta pretensión de que
los musulmanes se marchen a Pakistán no es incompatible con la demanda de que
Pakistán sea abolido como Estado y restituido a la India. Hay algo espantosamente
cínico en el argumento hindú de que los musulmanes son libres de vivir en su Estado
siempre que acepten el carácter cultural y religioso hindú de Bharat y su sistema
político. Cada uno acusa al otro de fanatismo y extremismo, cuando no de terrorismo:
todos los fundamentalismos mencionados hasta ahora han demostrado poseer claros
ejemplos de éstos en la era moderna.

- Explicaciones alternativas: escriturales y contingentes Nos centraremos ahora en


la cuestión de la explicación. Hay, en términos generales, dos posibles aproximaciones:
la que yo llamaría la «escritural» y la «contingente». Entiendo por escriturales aquellas
aproximaciones que consideran a los fundamentalismos sobre todo en cuanto a su
relación con los textos sagrados y a los argumentos religiosos que se siguen de la
interpretación y organización de un movimiento religioso. Un acercamiento semejante
puede encontrarse en la teología, pero también plantea debates dentro de las ciencias
sociales acerca del significado y la influencia determinantes de las creencias religio-
sas sobre el comportamiento social y político: Max Weber, seguramente, tenía mucho
que decir sobre esto. Por lo tanto, para examinar estos movimientos calibrando, diga-
mos, el impacto de la jurisprudencia islámica o de la visión del mundo islámica, o de la
ética protestante, o de la tradición judía e hindú, habría que utilizar ese acercamiento.

Así pues, hay que considerar al fundamentalismo como una vuelta, un renacer de
algo que ya estaba, explicando este retorno por el renovado interés en los textos sagra-
dos, a menudo derivado de cierto miedo a la corrupción o innovación dentro de la
comunidad religiosa de que se trate. En muchos sentidos, este acercamiento escritural
al fundamentalismo corre parejo al enfoque tradicional o «perennialista» del nacionalis-
mo: las ideas, la doctrina, el pasado determinan en gran medida el presente. No es
necesario decir que ésta es la explicación de los fundamentalistas, pues todos procla-
man que están volviendo a una interpretación «verdadera» y a un pasado que estuvo
siempre allí, en un sentido casi arqueológico, esperando ser redescubierto.

De esto se deduce que el fundamentalismo no es específico del mundo contemporá-


neo: además de los períodos y doctrinas cargadas de legitimidad, originales, invocados
por los fundamentalistas, ha habido muchos movimientos a lo largo de la historia de las
grandes religiones en que han surgido corrientes de retorno a las Escrituras y a la
Doctrina - el wahhabismo en el Islam y el metodismo en el cristianismo por nombrar
sólo a dos-.

La aproximación alternativa, que he llamado «contingente», subraya la modernidad y


contingencia de estos movimientos. Ante todo, centra la atención en las causas con-
temporáneas de estos movimientos, que aunque varían de un país a otro y de una
religión a otra, son rasgos del mundo moderno.

159
Así pues, el auge del fundamentalismo en muchos países del tercer mundo se ha
originado como reacción frente a los fracasos de un Estado secular modernizado que
se considera corrupto, a menudo dictatorial e incapaz de resolver los problemas eco-
nómicos y sociales. Esto es válido para el Irán del Sha, para el FLN de Argelia y el
Partido del Congreso de la India. Asimismo, estos movimientos son respuestas a au-
ténticos problemas a los que se enfrentan estos países: urbanización masiva, desem-
pleo, sensación de una dominación extranjera continua.

Muchos surgen en países que han experimentado o continúan experimentando la


dominación extranjera y pueden incluir elementos de nacionalismo y antiimperialismo
tercermundista. Ofrecen una solución simple y aparentemente clara a los problemas
del mundo moderno. Además surgen en un contexto que es en sí mismo moderno: el
Estado-nación, el aparato estatal modernizado, las exigencias sociales y legales de
ese Estado a sus ciudadanos. En algunos casos el fundamentalismo se asocia a gru-
pos sociales que están en declive, en otros a masas urbanas de reciente formación,
como en el caso del Afganistán posterior a 1978, a poblaciones rurales amenazadas,
que reaccionan frente a las exigencias cada vez mayores del Estado central. En el
caso de Israel, el fundamentalismo, a pesar de que algunos hayan cuestionado la posi-
bilidad de un Estado judío antes de la llegada del Mesías, implica una campaña para
determinar la política de este Estado y para configurar el carácter de su población
inmigrante recientemente constituida.

Esta modernidad se hace también evidente en el lenguaje y la ideología de los


fundamentalistas. A pesar de recurrir al pasado y a los símbolos tradicionales el len-
guaje y la política de los fundamentalismos puede considerarse una forma de ideología
contemporánea que usa los temas tradicionales o clásicos con fines contemporáneos,
y que toma prestadas formas eclécticas de las ideologías seculares modernas —de
ahí mi designación de esta aproximación como «contingente».

Las funciones generales de las ideologías políticas son bien conocidas: establecer
una identidad, lo que «nosotros», el pueblo o la comunidad somos, e igualmente impor-
tante, no somos; el ofrecimiento de una historia legítima, incluyendo los actos heroi-
cos, las traiciones y las opresiones; una moralidad de lucha y a menudo de sacrificio,
un programa de movilización y consecución del poder; y en la etapa final, el estableci-
miento de un modelo de construcción de una nueva sociedad, dentro de la cual haya un
conjunto de principios designados para legitimar la denegación del poder a aquellos
que pretendan desafiar el nuevo orden. En el siglo pasado hemos visto muchos casos
de esto -liberalismo, fascismo, comunismo en sus diversas variantes- pero tal vez el
enfoque más apropiado, como han apuntado varios autores, entre ellos Sami Zubeida y
Ervad Abrahamian, es el del populismo. Se trata de una ideología amplia e interclasista,
que destaca la «virtud» del pueblo y corrupción, económica y moral, de los opresores.
Igualmente característicos del populismo son el nacionalismo, la afición a las teorías
conspirativas y la hostilidad hacia los extranjeros, que se presenta de variadas mane-
ras. La sociedad secular moderna y el «liberalismo», su ideología constitutiva, son
objeto de un especial desprecio.

160
Todo esto y más, se encuentra en las ideologías del fundamentalismo. Dichas ideolo-
gías son, especialmente en sus variantes islámicas e hindúes, programas para movili-
zar el apoyo político, para la conquista y mantenimiento del poder político. En el caso
del judaísmo y del cristianismo, no se trata tanto del rechazo a la dominación extranjera
como de la necesidad de luchar contra los elementos seculares, peligrosos y corruptos
dentro de sus propias sociedades.

Sin embargo, estas dos corrientes también tienen un fuerte elemento nacionalista:
los movimientos cristianos y judíos se cuentan entre los elementos más patrióticos e
intransigentes en sus propias sociedades, y son los que, enarbolando la bandera de la
verdad religiosa, han sido los mayores defensores del uso de la fuerza y de la destruc-
ción de sus enemigos. No en vano, al evocar la posibilidad de una guerra nuclear
durante la guerra fría, muchos escritores americanos recurrieron a la idea religiosa-
mente sancionada del Armagedón.

Ninguna idea o contexto moderno es más influyente que el de la nación y el naciona-


lismo: una identificación aparentemente religiosa tiene en muchos casos una significa-
ción étnica, una movilización de religiosidad -de idea, culto, vestido, identidad- en un
contexto de conflicto nacional. Esto es igual de cierto para los musulmanes de Palesti-
na y Bosnia que para los hindúes de India.

Sin embargo, es lo nacional lo que define y moviliza a lo religioso y no al revés. De


hecho, en el caso hindú, lo que se ve con claridad desde los años veinte hasta ahora
con la fundación del RSS, es la elaboración de un programa, basado en las ideas
europeas de nación, para la creación de una nación hindú, una raza aria y una cultura
derivada del sánscrito, que purificará a Bharat de las corrupciones de siglos.

Esto nos lleva al tema de la interpretación y uso de las Escrituras. Donde las aproxi-
maciones escriturales y contingentes tal vez divergen más es en su análisis de cómo
esos movimientos usan los textos. Para la primera, el fundamentalismo constituye una
«vuelta» a los textos, para la segunda, significa usar los textos y dar forma a la inter-
pretación para adecuarse a las necesidades contemporáneas. Incluso los más piado-
sos reconocerían que los textos sagrados contienen muchas ambigüedades y muchas
posibilidades de una interpretación alternativa, algo que los más seculares de entre
nosotros llamaríamos contradicciones.

En la mayoría de las grandes obras del pensamiento humano y de la literatura suce-


de así. Entre los cristianos, tenemos el «poner la otra mejilla» y el «ojo por ojo, diente
por diente», etc. El Corán ordena que no debe haber coacción en la religión (la ikra’a fi
al-din) pero también deja claro en términos bastante primitivos lo que les ocurrirá a los
no creyentes. El judaísmo es ambivalente en sus actitudes hacia los gentiles. El hindui-
smo contiene mucho material que puede usarse para ordenar una ética de no violencia
y tolerancia, como la que Ghandi llevó a cabo con grandes resultados; pero también
contiene una mitología y un lenguaje repletos de términos guerreros y sangrientos,
como nos dicen sus actuales militantes. Lo que sugiere la interpretación ideológica es
que la terminología, las prohibiciones, el propio contenido de estos textos son un recur-

161
so que los movimientos populistas, conscientemente o no, usan con fines contemporá-
neos. De este modo, no hay un Islam, un cristianismo o un judaísmo «verdadero».

En el Islam es posible justificar, por ejemplo, cualquier forma general de sociedad,


no sólo el capitalismo o el socialismo, sino también el feudalismo y la esclavitud. Es
posible citar partes del Corán a favor de la igualdad entre los hombres y las mujeres y
también es posible citar muchos pasajes a favor de la supremacía del hombre. Dentro
del judaísmo, se ha derrochado mucha energía en la interpretación del término Sión, si
se considera un estado de ánimo o del espíritu o si se considera un lugar: una parte, o
todo, Jerusalén, o un Estado-nación con unas fronteras específicas. Lo que es impor-
tante es que en circunstancias modernas, son los deseos contemporáneos, no cierta
interpretación inmanentemente verdadera lo que determina qué uso se hace de esos
textos. Así, Sión ha venido a significar para los judíos algo que no es en absoluto
específico de ellos, es decir, un Estado-nación con un territorio, una población y una
lengua delimitados. Del mismo modo podemos revisar los textos religiosos y mirar
cómo palabras de una procedencia aparentemente antigua se usan para fines contem-
poráneos. Lo que «significan» no es lo que quienes las usaban hace mil o dos mil años
querían decir, sino lo que los ideólogos actuales quieren que signifiquen.

Es evidente que entre estas dos formas de interpretación, la escritural y la contin-


gente, me decanto a favor de la segunda. No son necesariamente excluyentes: incluso
el más ardiente defensor de la escuela de la contingencia reconocería que parte de la
energía y el dinero invertidos en la educación religiosa -en madrasas, yeshivas, clases
donde se enseña la Biblia, reuniones en el templo- son una buena prueba de ello. Sin
embargo, ni las causas, ni el contenido, ni mucho menos el programa y sus consecuen-
cias pueden explicarse de forma adecuada mediante esto. Estamos considerando mo-
vimientos políticos bien organizados y modernos, para los que el todopoderoso es una
legitimación adecuada, bastante posible y objeto de una devoción sincera.

- El caso iraní. En este punto, me gustaría partir de la discusión general y compara-


tiva de los fundamentalismos para examinar con mayor detalle el caso de Irán, el caso
más claro de un movimiento fundamentalista y el país donde un movimiento
fundamentalista al cien por cien se ha mantenido en el poder desde 1979. Estuve en
Irán antes y después de la revolución y entrevisté a muchos de sus líderes. Estuve en
las calles de Teherán y ví decenas de miles de personas desfilar y gritar «Marg bar
liberalizm» («muerte al liberalismo»). No fue una visión agradable.

No es necesario extendernos sobre la originalidad de esta revolución, comparada


con otras dentro de la tradición que empezó en Francia en 1789. No es sólo que haya
sido encabezada por líderes religiosos, clérigos que pretendían el retorno a un modelo
de gobierno derivado del siglo séptimo sino que también en otros aspectos parece
haber rechazado los logros de todas las demás revoluciones posteriores a 1789: recha-
zó el desarrollo material (Jomeini dijo una vez que la economía era una preocupación
de burros), negó la soberanía del pueblo (ésta procedía de Alá) y rechazó cualquier
legitimación anterior por corrupta, decadente, jahil o ignorante -sólo el profeta y sus
sucesores inmediatos contaban y había que renunciar a todo lo que había aparecido

162
desde entonces con algunas ligeras excepciones. No podía haber ejemplo más dramá-
tico de ruptura abierta entre el fundamentalismo y la modernidad.

Si examinamos la cuestión más detenidamente, veremos que no es exactamente


así. Las causas de la revolución iraní incluyen varios factores de tipo más o menos
secular y por supuesto materialista que llevaron a la caída del régimen del Sha: el
aumento de una situación explosiva en las ciudades con migraciones masivas; una
corrupción y una inflación rampantes; la incapacidad del régimen en cuanto a permitir
formas legítimas de descontento político y la represión previa de las fuerzas populares
de carácter laico, el nacionalismo y el comunismo, que habían dominado la escena
política iraní en la década posterior a la segunda guerra mundial.

El éxito de Jomeini a la hora de liderar y organizar un movimiento político de masas


se centró en un conjunto de objetivos simples y de gran resonancia: la expulsión del
Sha y el fin de la influencia occidental en el país, en particular la norteamericana. A
pesar de que en apariencia, Irán experimentó un retorno al pasado y que su revolución
era «tradicional», fue en algunos aspectos moderna, en realidad la revolución social
más moderna que se haya visto nunca. No tuvo lugar entre el campesinado sino entre
las clases medias y pobres urbanas y consiguió sus objetivos no principalmente a
través de la violencia sino a través de medios políticos como la protesta masiva y la
huelga general política. La paradoja de la revolución iraní es que fue al mismo tiempo la
más tradicional y la más moderna de las revoluciones sociales.

Esto es también evidente en las propias ideas, en la ideología política, que expuso
Jomeini. La actitud religiosa de Jomeini estaba basada no sólo en una lectura al pie de
la letra del Corán, sino también en ciertas corrientes propias de la doctrina chiíta iraní:
por una parte, el irfan o misticismo, que fomentaba el desprecio hacia lo inmediato y lo
material y por otra la interpretación del chiísmo, que era históricamente la secta de los
que se oponían al gobierno, que no implicaba tanto una abstención del mundo y de la
política como un compromiso contestatario con éstos. Esto incluía algo que la mayoría
de los teólogos habían rechazado anteriormente, la idea de que pudiese haber un go-
bierno islámico sobre esta tierra antes del retorno del duodécimo Imán. La teoría de
Jomeini del hokumat-i Islami o gobierno islámico, se basaba en una resolución diferen-
te, innovadora, del problema de cómo los musulmanes sinceros pueden influir en la
política en ausencia del Imán, canalizada a través de su teoría de la vicerregencia de la
autoridad legal, o jurisconsulto, velayat-i faqih.

En esta teoría, el intérprete legal, Jomeini en primer lugar, estaba legitimado para
ejercer la autoridad religiosa y establecer un gobierno islámico, por medio de una auto-
ridad derivada de Dios.

Esta solución puramente teológica en apariencia tenía que ser entendida no sólo
como una ruptura teológica sino como algo que perseguía un propósito mucho más
inmediato y material, es decir, cómo adquirir y mantener el poder político. Justificaba la
ocupación del Estado iraní por parte del clero y la devaluación o negación de otras
formas de autoridad. Si se examina la historia ulterior de la revolución iraní no como
escritural sino como una historia política pragmática, con una ideología utilizada para

163
justificar el objetivo mundano y universal de mantener el poder estatal, entonces todo
queda más claro. Los mullahs [ clérigos chiís, con atribuciones doctrinales y, frecuen-
temente, jurídicas] se han apoderado del control y lo han mantenido a través de meca-
nismos que pueden encontrarse en cualquier parte: movilización para la guerra, uso
discrecional del sistema de bienestar, represión de los opositores internos, demagogia
respecto a las amenazas y conspiraciones extranjeras.

Acciones dramáticas tales como el secuestro del personal diplomático norteameri-


cano en 1979 o la condena de Salman Rushdie en 1989 no tienen que considerarse
aberraciones o irracionalidades sino actos calculados de un régimen tendentes a
maximizar el apoyo. La lógica política del asunto Rushdie puede hacerse más evidente
si se sitúa en el contexto de la historia de dichas condenas: vale la pena recordar que
tal vez los cuatro juicios políticos más importantes de la historia de Occidente se
debieron todos a acusaciones de blasfemia - Sócrates, Jesucristo, Galileo y Spinoza.

Este conjunto de preocupaciones materiales y modernas también está presente en


la propia ideología del régimen. Si examinamos la terminología y la política enunciadas
por Jomeini todo empieza a hacerse más familiar, en particular a la luz de los movi-
mientos populistas del tercer mundo de la época de postguerra.

Los conceptos centrales de la ideología de Jomeini, mustakbarin y mustaz’afin,


literalmente los arrogantes y los débiles, corresponden a la oposición pueblo/élite que
encontramos en otros populismos. Los términos populistas usados para menospreciar
a la élite —corrupta, influida por los extranjeros, decadente, parásita— son algo recu-
rrente en Jomeini. Los principales eslóganes políticos de Jomeini -la república islámica,
la revolución, la independencia, la autosuficiencia económica- son los objetivos más
habituales de este nacionalismo tercermundista. Su término para el «imperialismo»,
istikbar-i jahani, la arrogancia del mundo, es inmediatamente reconocible en todo el
mundo y no es además una mala descripción. La denuncia de los opositores como
«liberales» fue tomada de los comunistas. Se podría suponer que estos préstamos
estaban subordinados a una perspectiva teológica del más allá; sin embargo lo que
Jomeini dijo e hizo una vez que llegó al poder dejó bien patente la primacía de la
Realpolitik [ política pragmática]. Así por eso, aunque empezó renunciando al patriotis-
mo y a la identidad iraní, terminó invocando al Irán y el concepto de patria cuando
empezó la invasión iraquí en 1980.

Más interesante aún es el hecho de que en los últimos meses de su vida enunció un
nuevo principio de comportamiento político, basado en la primacía del maslahat o inte-
rés: según esto, lo que importaba eran los intereses del pueblo y del Estado, no las
prescripciones formales de la religión. En situaciones de conflicto entre ambos eran los
intereses del Estado los que prevalecían: no se ha podido dar una enunciación más
clara del principio implícitamente secular de la raison d’état [ razón de Estado].

- Preguntas y respuestas. Hasta ahora he pretendido analizar la difusión del


fundamentalismo y sugerir ciertos rasgos y causas comunes de este fenómeno. Sería
un error exagerar el alcance de la difusión de estos movimientos.

164
La mayoría de los países musulmanes no van a ser invadidos por el fundamentalismo
y la oleada de fundamentalismo cristiano ha tenido una historia intermitente: en los
Estados Unidos, perdió en la gran cuestión que eligió como tema en el período de
entreguerras, la prohibición, y la influencia real de la así llamada Mayoría Moral en los
años ochenta fue menor de lo que muchos temían sobre todo porque su líder electo, un
septuagenario casado dos veces, que no asistía a la iglesia, dejó patente que sus
intereses eran meramente electorales y además acabó haciendo las paces con el
Anticristo.

En Europa del Este, Solidaridad, el movimiento de protesta más influido por la reli-
gión, aunque en todo caso no puede considerarse un movimiento fundamentalista se-
gún la definición usada aquí, llegó al poder en Polonia, para perderlo poco después a
favor de los comunistas reformistas; además pudo comprobar cómo su legislación era
ampliamente ignorada por la población. A pesar de todo, algunos de éstos son movi-
mientos que a fuerza de las crisis internas de los países de los que han surgido y de su
propia determinación, pueden estar con nosotros durante mucho tiempo. En Irán y en
Sudán, los fundamentalistas islámicos están en el poder. Podrían llegar al poder en
Argelia y podrían hacer lo mismo en Egipto.

En la India, nadie puede estar seguro de que se pueda mantener apartado del poder
al BJP y a sus aliados fascistas aunque las cosas parecen ir un poco mejor que hace
un año. En Israel, el fundamentalismo judaico puede provocar con toda seguridad un
impacto nefasto. En las sociedades occidentales, el fundamentalismo todavía tiene un
fuerte arraigo en los Estados Unidos, donde, en su forma evangélica, dispone -según
se dice- de la lealtad de alrededor de cuarenta millones de personas: es posible que no
llegue nunca al poder pero continúa creando muchos problemas intentando legislar
acerca de lo que las mujeres pueden y no pueden hacer y sobre otras cuestiones
«concretas» similares.

En Europa, los movimientos radicales de derecha y de izquierda han sido hasta


ahora seculares, incluso anticristianos, pero pocas personas pueden predecir cómo
evolucionarán las cosas en Europa del Este en los próximos años.

Llegados a este punto, nos queda la cuestión de la respuesta, a dos niveles, el


político y el filosófico. Políticamente hablando, no es posible ignorar la amenaza que
estos movimientos representan para los ciudadanos de los países en los que viven y
por extensión, para el resto del mundo. La revolución en Irán y el auge del fundamentalismo
en otros lugares ha traído consigo la muerte de mucha gente igual que ocurriría a una
escala tal vez mayor en el caso de una victoria del FIS en Argelia.

Es necesario desarrollar una respuesta política basándonos en al menos tres princi-


pios. Primero tenemos que reconocer las fuentes, es decir, la legitimidad de la protesta
de estos movimientos y examinar los problemas sociales, económicos y políticos de
los que son respuesta. No habrá una solución a la crisis de Argelia sin un cambio en la
economía, que proporcione puestos de trabajo y la reforma de un Estado cada vez mas
corrupto. De igual modo, debemos reconocer cómo una serie de problemas pueden
agudizar la militancia nacional y política de los pueblos: en el caso del mundo islámico,

165
la negligencia de Occidente en las cuestiones de Palestina y Bosnia, por sólo citar dos,
ha estimulado el antiimperialismo religioso.

En muchos casos, el auge del fundamentalismo, sea en Gaza, Bosnia o entre las
comunidades musulmanas de Europa Occidental es una contestación a la opresión que
sufren estas comunidades y a la respuesta aparentemente inadecuada de las fuerzas
seculares, tanto dentro de los países en cuestión como internacionalmente. Los racis-
tas y los alarmistas hablan mucho de una quinta columna fundamentalista dentro de
Europa Occidental: deberíamos preguntarnos primero cómo y por qué la gente que fue
animada e invitada a venir a trabajar a Europa ha recurrido a una definición más religio-
sa y militante de su identidad frente a los problemas que ha encontrado.

El problema del «Islam» en Europa Occidental es sobre todo un problema de sus


conciudadanos y gobiernos cristianos, no de ninguna amenaza musulmana a la socie-
dad mayoritaria: hay alrededor de seis millones de musulmanes en una Europa Occi-
dental de más de doscientos cincuenta millones de habitantes.

En segundo lugar, es necesario que en nuestro análisis nos apartemos de la simpli-


ficación y del estereotipo que considera iguales a los musulmanes y a los islámicos: la
mayoría de los musulmanes no son islámicos al igual que la mayoría de los hindúes,
judíos o cristianos no son fundamentalistas. El «Islam» no es, en ningún sentido serio,
una amenaza para Occidente, militar o económicamente: los Estados islámicos no han
sido una amenaza militar desde el siglo xvii, y si existe alguna amenaza económica hoy
en día procede del lejano Oriente, no del Medio Oriente. No hay un «único» Islam al
igual que no hay una «única» Cristiandad y el término «musulmán» no debería ser
usado para denotar algo étnico.

El fallo de las discusiones contemporáneas radica en que no se tiene en cuenta la


variedad y diversidad de estas religiones, tanto en las posibles lecturas de sus textos
sagrados como en la cultura, la literatura y los significados que han estado presentes
en ellas. Aunque la civilización islámica, por ejemplo, posee una rigidez interna severa,
dogmática y ortodoxa, algo que comparte con las otras religiones, también tiene mucho
de escéptica, hedonista, cosmopolita, festiva y humanitaria. Los patriarcas de cada
religión conspiran con sus enemigos creadores de estereotipos para generar confu-
sión, al igual que en el pasado los dogmáticos defendían que el único y «auténtico»
socialismo era el de José Stalin o Enver Hoxha. Sólo cuando se reconozca esta diver-
sidad dentro de las comunidades así como la diversidad y el multiculturalismo entre
ellas se podrán rechazar las proclamas de los fundamentalistas que pretenden ser
auténticas expresiones de una cultura nacional.

Sin embargo, más allá de la política, hay problemas filosóficos y morales que son la
base de estas cuestiones y es un asunto importante y preocupante el hecho de que en
estos momentos, cuando está surgiendo un nuevo conjunto de movimientos dogmáti-
cos y agresivos, haya tanta confusión en el campo de aquellos que están fuera de esos
movimientos. Con esto me refiero, en términos generales, al campo de quienes están
comprometidos con una serie de valores individualistas, críticos, democráticos y ne-
cesariamente seculares.

166
Esta confusión toma al menos tres formas generales: la primera, derivada de la
crítica a la dominación y al etnocentrismo occidental, podría ser denominada la crítica
basada en el relativismo cultural - «¿Qué derecho tenemos a imponer «nuestros» valo-
res a otros pueblos?»; la segunda, muy de moda en estos momentos pero afortunada-
mente en vías de desaparición, es la postmodernidad, en la forma de aquellos que
defienden que no podemos estar seguros de ningún valor racional o ilustrado - abogan
por una indeterminación analítica y ética «deconstruida» e inquietante, una política de
«diferencias»; finalmente, desde dentro del campo de la filosofía moral contemporánea
oímos el argumento de que no podemos estar seguros de ningún principio moral de
carácter general, y mucho menos de aquellos que deberían ser universalmente defen-
didos por encima de tradiciones y comunidades, y que lo único que podemos hacer es
recurrir a procedimientos para zanjar las disputas - esto último es, en términos genera-
les, el argumento de Alasdair Macintyre, Stuart Hampshire, Raymond Plant, personas,
todas ellas, influyentes.

En el contexto de lo que está ocurriendo en las sociedades y en las comunidades


amenazadas por el fundamentalismo, o en situaciones como dictaduras o nacionalis-
mos militantes, este tipo de reflexiones nos llevan a la perplejidad e incluso a la irrita-
ción. Si estás pudriéndote en las cárceles de los guardias islámicos en Irán, u obligado
a llevar ropa de la Edad Media por las calles de Teherán, o si una manada de matronas
acompañadas por parientes del sexo masculino te mutila los genitales en el Sudán, o si
te disparan por tu compromiso con el laicismo en Egipto o en Argelia, o si te roban las
tierras unas personas que dicen que Dios se las dio a ellos, no es precisamente de
gran consuelo si al protestar en nombre de valores universales te dicen que eres un
etnocéntrico o que no eres lo suficientemente postmoderno o que, «lo sentimos, pero
después de todo, no podemos estar seguros de que los derechos que pides que se
defiendan tengan un fundamento claro». Existe en esta atmósfera de agnosticismo
tanto un fracaso a la hora de comprender los problemas de muchas partes del mundo
como una irresponsabilidad cercana a una versión de finales del siglo xx de la trahison
des clercs [ traición de los clérigos].

Es ciertamente evidente que el proyecto de la ilustración y la modernidad tal y como


se concebía a principios de este siglo, fue a menudo inadecuado y toscamente desa-
rrollado. No vivimos en un mundo donde el progreso continuo y lineal sea inevitable o
donde la secularización y el desencantamiento sean universales. Muchas de las pro-
clamas de la razón fueron exageradas, cuando no impuestas de forma represiva. Los
mayores crímenes del siglo xx no fueron cometidos por fundamentalistas religiosos.

El término que se encuentra en el corazón de este debate, «secularismo», también


debería beneficiarse de una revisión: formulado originalmente alrededor de 1840 como
una alternativa a la autoridad religiosa y eclesiástica, se ha dado demasiado por senta-
do en las sociedades democráticas. Pero estos conceptos de la Ilustración siguen
siendo los cimientos sobre los que es posible, y yo diría necesario, construir, al igual
que lo son nuestros conceptos de democracia, individualismo, derechos y tolerancia.
Deberíamos estar dispuestos a redefinirlos y defenderlos. Seamos muy claros al res-
pecto: los fundamentalistas de todo tipo son implacables y resueltos a la hora de con-
seguir sus objetivos y están completamente dispuestos a silenciar y en algunos casos

167
a matar a aquellos que se interponen en su camino, así como a mandarnos a todos al
infierno. En el lado de los que no son fundamentalistas debería haber una mayor clari-
dad, intransigencia y por supuesto combatividad, antes de que sea demasiado tarde.
Estoy seguro de que Charles Darwin habría tenido pocas dudas a la hora de dejar clara
su postura.

(*)Texto de la conferencia pronunciada por el autor en el Darwin College, Cambridge,


el 18 de febrero de 1994.

Algunos conceptos posteriores del texto requieren una explicación complementaria.


En síntesis, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo defienden una triple fuente de
revelación divina: el texto sagrado, la tradición y la ley religiosa.

El texto es la Tora para el judaísmo, es decir la «instrucción» contenida en los cinco


libros atribuidos a Moisés (Pentateuco); la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) para el
cristianismo, y el Corán para el Islam.

La tradición en el judaísmo es la Misná, o «doctrina» formada por la tradición oral


(Halakha); en el cristianismo es la traditio eclesiástica, y en el islamismo es la Sunna,
la prescripción de recta conducta que enuncia cada Hadith.

La ley religiosa se completa en el judaísmo con la Haggadá, «predicación» o «narra-


ción» que junto con la Halakha forma el Talmud; en el cristianismo con el Ius Canonicum
(derecho eclesiástico), y en el Islam con la shari’a, que exige el pensamiento que
aplica los preceptos (figh), idea bíblica de un campo de batalla o gran guerra que
causaría una tremenda destrucción y provocaría el fin del mundo.

Bibliografía:

- Abrahamian, E.: Khomeinnism. Essays on the Islamic Republic, I. B. Tauris, 1993.


- Alavi, H., y Halliday, F.: State and Ideology in the Middle East and Pakistan,
Macmillan, 1988.
- Kepel, G: The Revenge of God. The resurgence of Islam, Christianity and Judaism
in the Modern World, Polity Press, 1994.
- Marty, M., y Appleby, S.: Fundamentalism and the State, University of Chicago
Press, 1993.
- Ruthven, M.: The Divine Supermarket: Travels in Search of the Soul of America,
1989.
- Zubeida, S.: Islam, the People and the State, Routledge, 1989.

Traducción de Helena Campos.


http://www.ccoo.es/arcadia/index.htmlhttp://www.ccoo.es/arcadia/index.html

168
HISTORIA DE ETA

ETA es una organización terrorista de carácter nacionalista que nominalmente persi-


gue la constitución en Euskadi de un Estado independiente y socialista. La actuación
de ETA materializó una trascendental ruptura del movimiento nacionalista vasco, según
se aceptaran o no los medios violentos de actuación política. La práctica terrorista de
ETA ha sido uno de los elementos más desequilibradores durante las últimas décadas
de la historia de España. Además de las millonarias pérdidas materiales causadas, su
actuación alcanza su más triste balance en los casi novecientos asesinatos, los milla-
res de heridos y las decenas de secuestros perpetrados en las tres últimas décadas.

La creación de ETA se remonta a la segunda mitad de los años cincuenta, cuando un


grupo de jóvenes pertenecientes al colectivo EKIN decidió crear una nueva organiza-
ción nacionalista que rompiera con el inmovilismo y acomodo en que había caído el
PNV. En 1959 se fundó Euskadi ta Askatasuna (ETA, Euskadi y Libertad), cuyos princi-
pios básicos eran la defensa del euskera, el etnicismo (como fase superadora del
racismo) y el antiespañolismo. En la celebración de su I Asamblea (1962) se consolida-
ron esas bases, denotándose cierto prejuicio antimarxista. La nueva formación rechazó
toda colaboración con partidos o asociaciones no nacionalistas vascas y realizó una
fuerte campaña concienciadora mediante la labor proxelitista de sus miembros y la
edición de cuadernos de formación (Zutik).

A mediados de los años sesenta, la entrada en contacto con exiliados en Francia y


con otras fuerzas antifranquistas, produjeron una renovación interna tanto en sus com-
ponentes (ingreso de universitarios y de grupos culturalistas), como en su ideología
(desaparición del antimarxismo, radicalización de la oposición Euskadi-España). El
crecimiento de la organización y el aumento del debate interno provocaron los primeros
enfrentamientos ideológicos y la primera escisión, conformándose un núcleo duro que
en la V Asamblea (1966-67) disema el «nuevo nacionalismo revolucionario»: Euskadi
es una nación ocupada militarmente por una potencia extranjera -España-, así que las
«exigencias de la realización nacional» evidencian la necesidad de la lucha contra ella.
En la V Asamblea se fraguó la organización terrorista y la cobertura civil conocida
como MVLN (Movimiento Vasco de Liberación Nacional). Fue en la España de Franco
cuando se realizó la mitificación y mixtificación del empleo de la violencia como medio
para la consecución de la descolonización.

El día 12 de septiembre de 1998, las fuerzas nacionalistas vascas (PNV, Herri


Batasuna y EA) sellaron junto a IU y otras 19 organizaciones políticas, sociales y
sindicales de Euskadi, un acuerdo que intenta sumar, bajo un lenguaje flexible, las
demandas de ETA y el plan de paz de Ardanza. La Declaración de Lizarra parte de la
experiencia del Ulster para proponer un método de diálogo sin límites de toda la socie-
dad vasca.

Cuatro días más tarde, ETA anunció el comienzo de una tregua indefinida, que entra-
ba en vigor el día 18 de septiembre. EL PAÍS ofreció el texto íntegro del comunicado de
la banda terrorista.

169
La respuesta del Gobierno llegó desde Lima, donde el presidente José María Aznar
se encontraba de visita oficial. Es el primer comunicado oficial en relación con la tregua
de ETA.

El 3 de octubre de 1998, el Gobierno aseguraba estar dispuesto a poner en marcha


el proceso de paz si ETA acredita, de forma inequívoca, que su abandono de la violen-
cia tiene carácter definitivo. Así lo proclamó el presidente del Gobierno, en lo que
supone su segundo comunicado oficial en relación con la tregua.

Tras las elecciones vascas, ETA lanzó un segundo comunicado en el que afirmaba
que no está dispuesta a convertir en definitivo el alto el fuego mientras no vea en las
fuerzas nacionalistas vascas una decidida voluntad para desarrollar la Declaración de
Lizarra. El texto íntegro del comunicado fue publicado el 6 de noviembre.

El 20 de noviembre de 1998, el juez Garzón dictó un auto de procesamiento contra


26 implicados en la financiación de ETA. El 18 de diciembre, tras el Consejo de Minis-
tros, el presidente del Gobierno realizó una declaración institucional sobre la situación
creada tras la tregua declarada por ETA. En su alocución, José María Aznar atribuye a
todos los partidos vascos «sin excepciones» legitimidad para el diálogo.

Los partidos conmemoran divididos el aniversario del alto el fuego de ETA.

Actos en favor de los presos en San Sebastián y en pro de la paz en Bilbao.

Euskadi y Navarra vivieron el 18 de septiembre concentraciones de diferente signo


relacionadas con el aniversario del alto el fuego de ETA. Mientras en la movilización de
San Sebastián, liderada por el diputado general de Guipúzcoa, Roman Sudupe, y en la
de Pamplona, se pretendía denunciar el alejamiento y la «instrumentalización» de los
presos de ETA por parte del Gobierno, con el apoyo del PNV, EA y EH; en la de Bilbao,
que reunió a la plana mayor del PNV y a la que no se sumó EH, se apeló genéricamente
al proceso de paz y participó el PSE.

En la capital vizcaína, la concentración silenciosa, de diez minutos, fue presidida


por el diputado foral y el alcalde de la villa, Josu Bergara e Iñaki Azkuna, respectiva-
mente, ambos del PNV, y contó con una nutrida representación de dirigentes de ese
partido, entre ellos Xabier Arzalluz y Joseba Egibar. Los socialistas acudieron a la cita
vizcaína, convocada bajo el lema Bakea behar dugu-Necesitamos la paz, y en favor de
la «superación del conflicto», pero no a la de San Sebastián.

En la cita de la capital vizcaína, no se hacía una mención expresa a los reclusos de


ETA, y los representantes de la izquierda independentista, pese a no apoyar la movili-
zación, acudieron con una pancarta firmada por LAB en la que se exigía la vuelta de los
presos de ETA a Euskadi. El diputado general vizcaíno, Josu Bergara, consideró esta
ausencia un «error» y se congratuló de la presencia de los socialistas.

El líder del PSE-EE, Nicolás Redondo Terreros, indicó que las concentraciones con-
vocadas por ambas diputaciones «confirman que el PNV es un dos en uno». Y aseguró

170
que la presencia de Arzalluz y Egibar en la de Vizcaya, en vez de la de Guipúzcoa,
tenía un «significado político importante». «[Román] Sudupe se ha quedado solo con
HB», remachó en referencia al diputado general de Guipúzcoa, del PNV.

En Guipúzcoa, varios centenares de personas secundaron el llamamiento, entre


ellos ocho diputados forales de la coalición PNV-EA, el líder de Euskal Herritarrok
(EH), Arnaldo Otegi; el secretario general de LAB, Rafa Díez Usabiaga, y el portavoz
de Elkarri, Jonan Fernández.

Tras 10 minutos de concentración silenciosa, Sudupe leyó un comunicado en el que


se apelaba a «seguir cimentando la paz», y se reclamaba «el derecho de los presos a
cumplir la pena en cárceles próximas a su entorno familiar». Además, se celebraron
concentraciones similares en una treintena de municipios guipuzcoanos. En Álava,
cuya Diputación está controlada por el PP, lo mismo que el Ayuntamiento de Vitoria, no
hubo conmemoraciones. Junto a estas dos concentraciones, una treintena de electos
de EH, EA y PNV se reunieron frente al Palacio de Navarra en defensa del acercamien-
to de los presos de ETA.

Definiciones de Nacionalismo:

1. Apego de los naturales de una nación a ella propia y a cuanto le pertenece.


2. Doctrina que exalta en todos los órdenes la personalidad nacional completa, o lo
que reputan como tal los partidarios de ella.
3. Aspiración o tendencia de un pueblo o raza a constituirse en estado autónomo.

IRA (EJÉRCITO REPUBLICANO IRLANDÉS)

De todas las fuerzas que concurren en el escenario delUlster, la más veterana en


importante es el «Irish Republican Army» (IRA). Los antecedentes de este grupo arma-
do se pierden en la noche de la opresión inglesa. El IRA del siglo S.VIII eran aquellos
«Defenders», «White Boys» y «Hearts of Oak», que actuaron contra el invasor, acu-
diendo al único recurso que éste les dejaba libre: la violencia. Y se puede reconocer el
espíritu actual del IRA en los «Irish Volunteers» de 1779; en los «Right Boys» de 1786;
en los «United Irishman» de 1791; en los miembros del movimiento «Joven Irlanda» de
1848; en los «Fenianns» de 1867; en la Hermandad Irlandesa, Voluntarios Irlandeses y
Eje´rcito Ciudadano Irlandés, que nacen a principios del presente siglo como respuesta a la
creación, por el líder protestante Edwrd Carson, del ejército secreto «Ulster Volunteer»...

En realidad el IRA, tal como hoy lo conocemos, lse funda tras los sangrientos suce-
sos de la Pascua de 1916, y más concretamente, a partir de los restos del «Irish
Republican Brotherood»: la facción ultranacionalista responsable de aquel alzamiento y
cuyos siete jefes fueron pasados por las armas.

El Ira, paso por un grave periodo entre Enero de 1970 y agosto de 1971, cuando la
organización se escindió en dos ramas: Los «oficiales» y los «provisionales». El cisma

171
fue una cuestión de tipo político y generacional. Los «oficiales» o «rojos», hablaban de
negociaciones, de calma, de hacer que todo el entramado de la causa irlandesa pasara
por un socialismo de tipo marxista, mientras que los «provisionales» o «verdes», exi-
gían la actuación armada inmediata y contundente, sin bandera política alguna; sin más
bandera que la de la reunificación de Irlanda.

Finalmente quedó el IRA-provisional con su brazo política el Sinn Fein, que primaban
la lucha armada por encima de la política, y que es el grupo que conocemos hoy día
como IRA, y como Sinn Féin, siendo estos los mayoritarios.

Mientras que por otro lado quedó el IRA-oficial, que tras sufrir ciertos avatares se
convirtió en el INLA (Irish National Liberation Army) y su brazo político el IRSP (Irish
Republican Socialist Party), de carácter marxistas, conservando la lucha armada.

Y finalmente otra sección del IRA- oficial se convirtió en el WP (Werkers Party), que
es un partido de izquierda irlandesa.

La gran mayoría de los actuales jefes del IRA son personas que entraron en la
organización de muy jóvenes, con 14 ó 15 años, y que continúan en la lucha de toda su
vida. En muchos casos sus padres y abuelos también fueron del IRA.

En una entrevista concedida al periodista español José Antonio Sierra, y que fue
publicad en 1971 en «El Diario Vasco», Joe Cahill, jefe de los provisionales manifestó lo
siguiente: «El IRA-Provisional nunca ha reconocido a los gobiernos de Belfast, Londres
o Dublin, ni piensa reconocerlos en el futuro hasta que no se firme un auténtico tratado
de paz con la Gran Bretaña, previa condición de la retirada de las tropas británicas de
Irlanda y la reunificación del país... EL pueblo irlandés continuará la lucha todo el
tiempo que sea necesario hasta que no quede un solo soldado británico en Irlanda y
consiga la libertad total... y el Ira-provisional entiende por libertad total la consecución
de la reunificación de Irlanda y de los diez puntos principales del partido «Sinn Féin».

Los diez puntos del Sinn Féin:

1- La nacionalización de la banca y de las principales industrias del país


2- El establecimiento de relaciones comerciales con todos los países del mundo
para diversificar más nuestro comercio exterior y acabar, así, con el monopolio
colonial económico de la Gran Bretaña.
3- La creación de cooperativas, formadas con las industrias nacionalizadas por el
estado y en las que todos sus trabajadores tendrían accidentes.
4- La nacionalización del suelo, en las ciudades, para acabar con la especulación
actual y programar la construcción masiva de viviendas.
5- La nacionalización y reforma de la enseñanza, para acabar con el clasismo so-
cial a través de la educación.
6- La protección de la industria pesquera nacional, vital para la economía del país.
7- El establecimiento gratuito de todos los servicios de sanidad y el perfecciona-
miento de la seguridad social.

172
8- Imposición y enseñanza obligatoria de la lengua irlandesa -idioma nacional- en
todas las escuelas, y que gradualmente iría ocupando el lugar que, hoy, tiene la
lengua inglesa.
9- Formación de un Parlamento Nacional para gobernar el país, en el que estarían
representados los cuatro consejos de la división provincial histórica de Irlanda:
Ulster, Connacht, Leinster y Munster.
10- EL establecimiento de realizaciones diplomáticas con todos los paises del mun-
do, sin distinción de razas, religiones o sistemas políticos.

El IRA cuenta con gran apoyo entre la población católica. El Sinn Féin goza de una
popularidad y su poder de convocatoria es enorme. Sus jefes siempre están en la
primera línea, y son los encargados de dirigir el movimiento patriótico irlandés. El líder
del Sinn Féin es Gerry Adams.

LA AMPLIACIÓN DE LA OTAN, PERCEPCIONES


DESDE ESPAÑA Y OCCIDENTE
Carlos Miranda (*)

España ante la OTAN

«¡OTAN no, bases fuera!». Este slogan representaba el sentimiento de una gran
mayoría de la población española en los años siguientes a la muerte de Franco y muy
especialmente en el período que se inicia con la investidura de Calvo Sotelo a princi-
pios de 1981 y que acaba con el referéndum de marzo de 1986 sobre la permanencia de
España en la Alianza Atlántica. Disgustado por la decisión unilateral del Gobierno de
Unión de Centro Democrático de Calvo Sotelo de pedir nuestro ingreso en la Alianza
Atlántica, y teniendo en cuenta el estado de opinión de esa mayoría del electorado
español, y en especial del suyo propio, el PSOE anuncia el referéndum en el debate
parlamentario celebrado en el Congreso de los Diputados en octubre de 1981 e incor-
pora esa misma promesa a su campaña electoral de las elecciones de octubre de 1982.
Promete el referéndum, pero tiene buen cuidado de no comprometerse con el resultado
que deseaba, si bien el slogan «de entrada, no», empleado durante la campaña contra
el ingreso español en la OTAN, dejó sin duda un sabor de boca ambiguo, sino engañoso,
en buena parte de su electorado que debió pensar que el referéndum sería para pedir la
salida de España de la Alianza. Al final, en un alarde de pericia política, el Gobierno socialis-
ta de Felipe González se fue por la vía de en medio de los dos esloganes. Nuestra pertenen-
cia a la OTAN pasó a ser «de entrada, no» a «de salida, tampoco», acompañándola de una
reducción de la presencia militar estadounidense (además de la no nuclearización de nues-
tro territorio y del no ingreso en la estructura militar integrada de entonces).

Conviene recordar que el referéndum fue ganado por el Gobierno socialista con un
amplio margen y que el mero hecho de que no lo convocara justo después de las
elecciones de 1982 indicaba ya que prefería el mantenimiento de España en la OTAN,
en condiciones especiales, y que, además, supo utilizar este tema en el marco general

173
de la negociación del ingreso de España en la ahora Unión Europea, pues ambas
cuestiones están relacionadas, aunque ello no fuese percibido con tanta claridad como
lo es hoy en día, no ya por la opinión pública, sino tampoco entre muchos especialistas
y muchos políticos. Sin duda, conviene recordar también la actitud del partido de Alian-
za Popular, progenitor del actual Partido Popular, entonces firmemente dominado por
Manuel Fraga, que llegó a pedir la abstención, «aunque el cuerpo le pedía el no»,
perdiendo de vista el interés del Estado, sustituido por el interés partidista.

¿Por qué en España una gran mayoría de los españoles no deseaban el ingreso de
nuestro país en la OTAN cuando, en cambio, deseaban hacerlo en la entonces Comuni-
dad Europea? ¿Por qué, por otra parte, los países centroeuropeos y los que pertene-
cieron, de un modo u otro, al imperio soviético están llamando, y con fuerza, no sólo a
la puerta de la Unión Europea sino también a la de la OTAN? En el caso español la
respuesta radica en una capa interior de antiamericanismo (a pesar de haber asimilado
la cultura Coca Cola y los vaqueros) que aflora, quizás con excesiva facilidad, en
cuanto se rasca la superficie. Este antiamericanismo se encuentra tanto en sectores
de la izquierda como de la derecha por motivos que a veces coinciden y a veces son de
distinta naturaleza. El antecedente histórico puede buscarse en la guerra que Estados
Unidos nos declaró en 1898 y que significó la perdida de nuestras últimas colonias
americanas y de Filipinas, además de una derrota militar, algo que siempre duele,
sobre todo si existe, como es el caso, el sentimiento de que era una guerra injusta.
Además muchos cuestionan, y con razón, el carácter libertador con el que se presentó
Estados Unidos. Puerto Rico tiene un estatuto peculiar que lo sitúa en la práctica
dentro del ámbito interno norteamericano. Hasta la llegada de Castro, Cuba fue, de
hecho, una colonia norteamericana regida por la mafia de ese país. En Filipinas el
neocolonialismo norteamericano ha sido y sigue siendo una realidad. Si a todo lo ante-
rior unimos el apoyo de Washington a regímenes autoritarios en América Latina así
como sus injerencias políticas y militares en países de esta zona, entonces también se
puede comprender que este imperialismo norteamericano disguste en gran medida a
una opinión pública española apegada a sus parientes del otro lado del charco. Pero ahí
no acaba el problema. Tras la Segunda Guerra Mundial, España permanece bajo una
dictadura de corte fascista con la que, además, cuando la Guerra Fría arrecia, Estados
Unidos concluye unos pactos militares que no dejan de reforzar el régimen franquista.

Estos sentimientos antinorteamericanos brotaron fácilmente porque OTAN es sinó-


nimo de Estados Unidos para muchos sino para casi todos. Por otra parte hay que
añadir otro dato muy importante, y es que la opinión pública española nunca ha tenido
una percepción real de la amenaza soviética. Nos hallamos demasiado lejos de Moscú
y las heridas que estamos cerrando son las de nuestra guerra y no las de la Segunda
Guerra Mundial en la cual, afortunadamente, no participamos. Tampoco había una vi-
sión clara de la relación entre la pertenencia a la OTAN y el ingreso en la entonces
Comunidad Europea. Afortunadamente el tema de la OTAN se ha suavizado extraordi-
nariamente desde la celebración del referéndum y ya no divide profundamente a la
sociedad española, como ocurría antes. En cierto modo este tema, tras ser resuelto,
se ha alejado de la opinión pública, y son pocos los irreductibles en su oposición. Pero
la situación española no es la de los países centroeuropeos, ni la de los antiguos
países satélites de la URSS. Con la caída del muro de Berlín la situación geopolítica

174
del continente europeo, y mundial, se ha modificado. La URSS se ha reducido a Rusia.
Es bastante menos, pero sigue siendo mucho. Más cerca se sienten los efectos de una
emergente hegemonía alemana. Conviene pues examinar todos estos aspectos, sin
perder de vista el ánimo de reforma y la percepción de los cambios que implicó en y
para la OTAN la caída del muro de Berlín.

La nueva OTAN

El fin de la Guerra Fría parecía implicar el ocaso de los dos pactos o alianzas
militares que hasta entonces se enfrentaron: OTAN y Pacto de Varsovia. Sin embargo
ello no ocurrió porque ambas tenían finalidades distintas. El Pacto de Varsovia fue
esencialmente un elemento de control de sus países satélites por la URSS que nunca
dudó en llegar al ejercicio de la fuerza militar para volver a controlar a sus satélites si
éstos se desmandaban, como quedó claro en Hungría y posteriormente en Checoslo-
vaquia. Sólo Albania logro salirse del Pacto, pero su situación política interna, que
seguía siendo comunista, y sobre todo, la interposición geográfica de la Yugoslavia de
Tito, distanciada de Moscú, impidieron una reacción militar en este caso. Por el contra-
rio, la OTAN tiene un componente democrático que el Pacto nunca tuvo. Sin duda el
peso de Estados Unidos, el socio mayoritario, es enorme y determinante, pero el con-
senso se logra democráticamente. Si bien es cierto que nada se puede hacer sin
Estados Unidos, también es verdad que Washington tampoco puede imponer por sí
sola su voluntad. La OTAN sigue teniendo como su principal objetivo el mantenimiento
de unos Estados Unidos comprometidos con la seguridad de Europa. El viejo dicho era
que la OTAN se había hecho para «mantener a los norteamericanos en Europa, a los
rusos fuera y a los alemanes bajo control». En inglés la frase suena más lapidaria: «To
keep the Americans in, the Russians out and the Germans down». Hoy en día los rusos
no representan un peligro ni ideológico ni militar (si bien su arsenal nuclear no es
despreciable) para el mundo occidental y en especial para Europa Occidental. En cuan-
to a la Alemania, democrática y unificada, de este fin de siglo ya no despierta los
mismos recelos que a finales de la Segunda Guerra Mundial, hace ya más de cincuenta
años, aunque su renacida prepotencia inquieta a más de uno.

La OTAN se ha transformado profundamente, eliminando la apariencia que hacía de


ella la pareja del fenecido Pacto de Varsovia. Hoy en día es un instrumento de coopera-
ción y diálogo en materia de seguridad en el continente europeo, un medio para opera-
ciones de mantenimiento de la paz, todo ello sin perder su carácter fundamental de
Alianza defensiva. De ahí que, en términos generales, podamos hablar de una nueva
OTAN cuyos primeros pasos fundacionales o transformadores se dieron ya desde la
cumbre de la Alianza de Londres en 1990 y han proseguido no sólo de cumbre en
cumbre, sino también en los consejos ministeriales y en muchos de los ordinarios que
se celebran en la sede de la OTAN en Bruselas. Es más, la Alianza seguirá evolucio-
nando para adaptarse a las condiciones de su entorno y ello simplemente porque el
dicho de antes sigue siendo valido, sin perjuicio de que convenga matizar adecuada-
mente la interpretación que se debe hacer del mismo hoy en día. En primer lugar hay
que mantener a los norteamericanos involucrados en la seguridad europea por la sen-
cilla razón de que, con o sin Unión Europea, los europeos somos incapaces de garan-
tizar la seguridad, y aún menos la defensa, de nuestro propio continente, ni realizar

175
grandes operaciones de proyección militar. Una situación que se prolongará durante
mucho tiempo porque ni la Unión Europea ni sus principales países -agrupados en algo
paralelo como puede ser la Unión Europea Occidental (que, dicho sea de paso, debería
integrarse en el seno de la Unión Europea)- son capaces de tener instrumentos nece-
sarios para su defensa, comparables a los de los norteamericanos. Por diversos moti-
vos, esto será así durante mucho tiempo.

La demostración más reciente está en el conflicto de la antigua Yugoslavia. No ya


unas Fuerzas Armadas de la Unión Europea, sino incluso una puesta en común de sus
propias Fuerzas nacionales de un modo autosuficiente y completo, son hoy en día un
espejismo que no podrá ser realidad más que en un plazo de tiempo muy largo. Para
alcanzar este objetivo, hay que empezar a construir (lo que se hace, pero sin suficiente
rigor) y dejar de soñar como hacen algunos, a veces honestamente, otras intentando
vender a la opinión pública fábulas, lo cual resulta muy inquietante porque a la larga se
acaba engañando y cansando a esa misma opinión pública. En segundo lugar hay que
seguir manteniendo a los rusos fuera en las materias específicamente relativas a la
defensa de Europa Occidental.

Por el contrario, en el campo mucho más amplio de la seguridad militar, conviene


cooperar estrechamente con la Rusia renacida de las cenizas de la URSS. Pero esa
Rusia democrática, estable y pacífica, no tiene aún suficientes credenciales para for-
mar parte de la defensa occidental en términos militares. En términos políticos sí, e
incluso puede participar, como ya lo está haciendo, en operaciones militares controla-
das por la OTAN. Prueba de ello es que no ha pedido su ingreso en la Alianza, y si no lo
ha hecho es porque sabe que ello no es, al menos todavía, realista. Rusia está y estará
durante bastante tiempo bajo observación y prevención hasta que logre ser una demo-
cracia estable tanto política como económicamente, lo cual llevará aún mucho tiempo.
En tercer lugar sigue siendo necesario que Alemania no se quede aislada. Cierto es
que la Alemania de hoy en día no es la del pasado, pero para que ello siga siendo así es
imprescindible que Alemania no esté sola ni se sienta aislada. De ahí la importancia de
tenerla incluida en todos los proyectos comunes europeos, no sólo porque de hecho
resulte imprescindible para ello. En el marco político-económico la respuesta es la
Unión Europea. En el marco político-militar la respuesta es la OTAN, único instrumento
capaz de impedir la renacionalización de las defensas europeas, es decir, un ejército
alemán sin control externo, manteniendo al mismo tiempo la eficacia militar imprescin-
dible, cosa que los europeos no podemos hacer aún en el marco de nuestras propias
instituciones, como ya se ha dicho más arriba. En realidad, Europa Occidental tiene
que poder contener a dos gigantes, uno externo, Rusia, y otro interno, Alemania, lo cual
sólo se puede hacer con el contrapeso de otro gigante, externo pero occidental, como
es Estados Unidos. Ello implica, naturalmente, su precio, pero no queda otro remedio
para contener el peso y el empuje, de naturaleza muy distinta, del ruso y del alemán.

Ahora bien, ¿qué es y qué significa el término Europa Occidental? A efectos geopo-
líticos, durante la Guerra Fría, este término tenía tanto un significado geográfico como
ideológico. Con él se designaba geográficamente a los países que no estaban en la
órbita soviética, o rusa, e ideológicamente a aquellos países de esa Europa libre que
tenían una economía de mercado y eran democráticos.

176
De hecho, no todos los países de la Europa Occidental eran realmente democráti-
cos, pero sí al menos anticomunistas. La península ibérica, hasta la restauración de la
democracia en Portugal y luego en España en la década de los setenta, y, en determi-
nados momentos, Grecia y Turquía son un claro ejemplo de ello. Hoy en día, nuestras
democracias occidentales comparten unos valores semejantes tanto en el aspecto
político como económico. Se pueden encontrar matices diferenciadores, pero, en esen-
cia, se trata de una misma cultura de convivencia, cualquiera que sea el continente, y
muy esencialmente si nos fijamos en Europa y en el norte del continente americano,
donde dos países, Estados Unidos y Canadá, intervinieron militarmente en Europa con
ocasión de las dos guerras mundiales que la azotaron, contribuyendo a salvar las
democracias europeas occidentales, y pagando por ello un precio muy alto en vidas
humanas. Si en tiempos de Roma se llamaba al Mediterráneo el Mare Nostrum porque
en todas sus orillas predominaba la cultura romana, el Mare Nostrum de hoy en día es
sin duda esencialmente el Atlántico Norte. Pero ese conjunto de valores no queda
restringido a los países de esa zona geográfica.

Esta cultura occidental democrática existe también en otros países que no pertene-
cen al Mare Nostrum atlántico antes descrito. Por ahora nadie ha propuesto abrir las
puertas de la OTAN a esos países de mentalidad político-económica occidental pues
su lejanía geográfica no lo justifica. Sin embargo, ello no impide que, respondiendo
recientemente al oportuno mandato de la ONU, países de esta naturaleza participen en
operaciones militares de mantenimiento de la paz en las que la OTAN sirve de núcleo
director y amalgamador. En Europa, no obstante, la caída del muro de Berlín y la
subsiguiente democratización de casi todas las ex colonias europeas de la URSS y de
algunos países que la integraban obligan forzosamente a reevaluar cuáles son los
países europeos que comparten ahora esa misma cultura de convivencia político-
económica. Históricamente Europa nunca se ha limitado a los países que durante la
Guerra Fría se encontraban al Oeste del telón de acero. La caída del mismo permite
pues, por definición, la ampliación del perímetro euroccidental.

Cuatro problemas se plantean entonces. En primer lugar, qué países son los candi-
datos potenciales; en segundo lugar, cuáles de ellos (sin excluir teóricamente su totali-
dad) deben o pueden incorporarse a las dos instituciones que definen sin lugar a dudas
ese carácter euroccidental, es decir, la Unión Europea y/o la Alianza atlántica; en
tercer lugar, cuál es el momento político más oportuno y, en cuarto, de qué manera
hacerlo.

Cuáles, cuándo y cómo

En la Unión Europea, la incorporación de Rusia significaría un desequilibrio tal que el


canciller alemán Kohl ya se encargó en su día de poner un limite geográfico a la posible
ampliación de le Unión hacia el Este: Polonia. Ello parece excluir tanto a Rusia como a
Ucrania y algún otro país menor como Bielarús, estableciendo así por ahora un períme-
tro relativamente definido de posibles ampliaciones de la Unión Europea. En la OTAN el
tema se plantea de un modo distinto por el mero hecho de que la pertenencia de
Estados Unidos a la Alianza obliga a un enfoque de partida distinto y a objetivos de
futuro asimismo diferentes. En efecto, la primera pregunta que cabe hacer es la de si

177
Rusia puede o no ser miembro de la OTAN, con independencia de que quiera serlo o no.
Desde un punto de vista teórico, nada impediría su adhesión al Tratado de Washington.
Otra cosa es determinar si, en ese caso, el Tratado perdería toda razón de ser o
necesitaría una importante readaptacion.

Además el compromiso de defensa mutua se vería muy afectado en función de los


vecinos que tiene Rusia, cuya inclusión, además, sería inconcebible sin la de Ucrania
y Bielarús. Esta cuestión es pues, en gran medida retórica, sobre todo en este momen-
to en el que no se dan las condiciones para una ampliación de la Alianza a Rusia y en el
que tampoco Moscú pretende su ingreso. En realidad lo que los rusos quieren es poder
influir en las decisiones de la OTAN desde su propia perspectiva inicial, llegando inclu-
so a la posibilidad de vetar las decisiones del Consejo Atlántico, algo evidentemente
inaceptable para los miembros de la Alianza. Sin embargo, los mecanismos de consul-
ta establecidos entre Rusia y la OTAN dan a la primera la posibilidad de introducir en el
marco de la OTAN todas las consideraciones que a Moscú le merezca cualquier asunto
relativo a su relación con la Alianza o a las actuaciones de la OTAN (y viceversa). La
Alianza considerará el punto de vista ruso y lo tendrá en cuenta o no, pero tomando sus
decisiones con plena independencia. De este modo la noción de un veto ruso desde
fuera desaparece. Por ahora este sistema debería poder funcionar.

¿Pero qué otros países podrían ser candidatos al ingreso en la OTAN? A estos
efectos la OTAN estableció en su momento una lista de criterios. Pero por muy útiles y
acertados que resulten, a nadie se le escapa que éste es un tema esencialmente
político y que lo importante es que el candidato haya consolidado sus credenciales
democráticas y su transformación hacia una economía de mercado si se trata de paí-
ses que o bien formaban parte de la URSS o estaban bajo el control ruso. Países tales
como Polonia, la República Checa y Hungría, invitados a iniciar unas conversaciones
encaminadas a su ingreso en la Alianza con ocasión de la reciente cumbre de Madrid
constituyen el arquetipo de lo deseable. Desde el punto de vista occidental, sin embar-
go, la designación y aceptación de candidatos se complica en función de diferentes
factores, algunos de los cuales ya han sido mencionados. A Rusia no se le concede un
veto en esta cuestión como en otras, pero los mecanismos establecidos de consulta y
cooperación entre la OTAN y Moscú ponen en evidencia que se quiere contar, al me-
nos, con la no oposición rusa, sin perjuicio de que Moscú pueda expresarse hacia el
exterior del modo más conveniente para sus intereses, sobre todo los de carácter
interno. Es obvio, por otra parte, que el ingreso de Hungría no tiene las mismas implica-
ciones que el de Polonia. Pero hay más, el ingreso de los tres países bálticos (Estonia,
Letonia y Lituania) es algo bastante más delicado.

Llevar adelante una decisión de este tipo requerirá una gran dosis de diplomacia y de
firmeza, sin perder de vista además que, de pretenderlo, la OTAN no puede dar la
impresión que no se atreve a ello pues equivaldría a dejar, o al menos lo parecería,
ciertas partes de Europa en la órbita de influencia rusa aunque cumplan las condicio-
nes de ingreso en la Alianza atlántica (un razonamiento que se aplica también al caso
de la Unión Europea). Por su parte Ucrania, que aún no parece estar suficientemente
vertebrada internamente, contará cada vez más a medio plazo. No hay más que mirar
un mapa. Actualmente los mecanismos de consulta establecidos entre la OTAN y Kíev

178
no conllevan el peso más específico de los que se han establecido con Rusia (que
sigue siendo una potencia nuclear), pero lo que Kíev diga no podrá ser pasado por alto
en futuras ampliaciones que, como en el caso ruso, puedan también acercar la OTAN a
sus fronteras. A todo lo anterior hay que sumar una complicación más, y es la actitud
de ciertos países hacia la OTAN y una defensa europea. Algunos de ellos aún no han
comprendido que no se puede disociar ambos aspectos, pero en ciertos casos, por el
mero hecho de pertenecer a la Unión Europea, tendrán que superar su contradicción e
ingresar en la Alianza. Los ejemplos más evidentes son los de Suecia, Finlandia y
Austria, además del caso especial de Irlanda. Pero habrá otros que caigan también en
esta lógica, como pueden ser los tres países bálticos si consuman su ingreso en la
Unión Europea.

En el fondo, la asimetría participativa de la Alianza Atlántica, de la Unión Europea y


de la Unión Europea Occidental tendrá que tender hacia una mayor simetría desde el
lado europeo. De ahí, pues, que la ampliación de la OTAN no tenga los mismos baremos
geográficos (y, consecuentemente, políticos) que la Unión Europea y la Unión Europea
Occidental, éstas dos últimas europeas por esencia. Por el contrario, la OTAN, de
hecho, ya no tiene fronteras a partir del momento en que ha empezado a actuar en lo
que se llama “fuera de área”, debate que consumió muchas energías, incluso demasia-
das, durante la Guerra Fría. El mero hecho de que la Alianza haya salido de las fronte-
ras autoimpuestas durante la Guerra Fría y esté actuando en la antigua Yugoslavia
pone en evidencia no sólo una capacidad potencial para ser el núcleo integrador de
coaliciones militares en escenarios fuera de Europa (no sólo pues en Europa, como en
el caso de la ex Yugoslavia), sino también la posibilidad que ciertos países no europeos
se vean asociados a las decisiones de la OTAN en determinados casos o, incluso, que
algunos de ellos se conviertan en futuros miembros de la Alianza.

Mientras el marco geográfico de ampliación de la Unión Europea, al igual que sus


objetivos, está bastante bien definido, el de la nueva OTAN es más amplio tanto en la
cuestión de quiénes pueden ingresar en ella plenamente, o asociarse a la misma con
los mecanismos apropiados, como en lo que se refiere a los posibles escenarios de
actuación. En definitiva, la Alianza no tiene límite geográfico alguno que no sea el
reflejado por la voluntad política de sus miembros en un momento determinado (y, en
todo caso, para una operación militar), siempre y cuando los valores compartidos por
los miembros de la Alianza lo sean también por el nuevo miembro o, incluso, el asocia-
do. Si Francia, por poner un ejemplo, ha actuado y sigue actuando militarmente a su
antojo en África, ¿por qué no podría hacerlo la UEO como “brazo armado de la Unión
Europea”? ¿Por qué, en tal caso, debería la OTAN ceñirse al perímetro europeo, y
esencialmente centroeuropeo, como lo está haciendo ahora?

Toda la labor de diálogo que la OTAN realizó hacia el Pacto de Varsovia durante la
Guerra Fría, consiguiendo medidas de confianza y de desarme, no está siendo sufi-
cientemente valorada hoy en día, pero no tiene por qué ser descartada en otros ámbi-
tos no europeos, como, por ejemplo, la Cuenca mediterránea.

La nueva OTAN, sin perder su elemento esencial de pacto de defensa (artículo V) y


su capacidad de actuar fuera de área (artículo IV) se ha convertido en un instrumento

179
de diálogo y cooperación que contribuye a la paz y a la seguridad europea, pero que
puede recurrir, en caso necesario, a métodos militares. Pero este tipo de misión no
tiene por qué ceñirse a Europa. Ciertamente la ONU debería encargarse de ello pero no
tiene, ni tendrá, los medios necesarios para ello, sobre todo si se trata de operaciones
a media o gran escala y que bordean o están claramente en el marco del Capítulo VII de
la Carta de las Naciones Unidas. De ahí que la OTAN pueda cobrar una connotación
mundial que hoy en día no tiene, puesto que aún sigue en su ámbito regional, eso sí,
habiendo roto el tabú de la no participación en operaciones fuera de área. Estados
Unidos soportó el peso militar de la guerra del Golfo, pero apoyándose esencialmente
en sus aliados de la OTAN e incorporando también a Fuerzas de otros países no sólo
de la zona sino incluso tan alejados como Argentina. Pero la guerra del Golfo ocurrió
cuando la URSS y el Tratado de Varsovia existían aún, lo cual centraba esencial y
formalmente la atención de la Alianza.

Hoy en día, en cambio, nada impide que, en ausencia de otras prioridades que
atender en Europa, la OTAN pueda ocuparse de resolver conflictos y mantener la paz
fuera de Europa. Cabe pues afirmar que, a medio plazo, la capacidad de actuación y de
ampliación de la OTAN es muy grande y que la Alianza es un instrumento cuya única
limitación respecto a las ampliaciones es que las nuevas incorporaciones no pongan
en tela de juicio tres elementos: en primer lugar, su autonomía política internacional (la
OTAN no pertenece, por ejemplo, al sistema de Naciones Unidas); en segundo lugar, su
capacidad y eficacia militar, que, siendo uno de sus mayores activos, no sólo no se vea
mermada sino incluso mejorada; y, en tercer lugar, la ampliación ha de acomodarse
apropiadamente a la oportunidad política del momento.

A corto plazo son otras las ampliaciones previstas, como ya hemos visto. Las con-
vencionales, por decirlo de otro modo, o “gente como uno”, como diría una persona con
claros sentimientos clasistas. En este caso tan restringido en el que la Alianza entre-
abre sus puertas con gran prudencia, lo importante no es sólo que los candidatos
cumplan las condiciones exigidas, sino también y sobre todo que estén dispuestos a
compartir los objetivos de la nueva OTAN en la que van a entrar, sin aferrarse a los
antiguos, los de la Guerra Fría. Es evidente que el impulso básico de los tres países
invitados en la Cumbre de Madrid es instalarse no ya bajo el paraguas protector de la
Alianza, sino específicamente del norteamericano. Razones históricas, sobre todo muy
recientes, hacen que se entienda esta reacción ya que desconfían de los rusos.

En política exterior, a ciertos países cercanos al aliento ruso y a otros más alejados,
les cuesta distinguir y separar claramente en términos históricos la política exterior
zarista, luego soviética y la de la Rusia actual: para ellos, y hasta nueva orden, los
rusos siempre han sido los rusos. Pero hay que impedir que por ese instinto básico la
política aliada de cooperación con Rusia, Bielarús y Ucrania quede desbaratada, y que
una visión renovada de la OTAN actual pueda quedar anulada. Debe quedar patente que
la Alianza Atlántica de hoy en día ha evolucionado claramente hacia la cooperación en
temas de su competencia y hacia operaciones de mantenimiento de la paz. Eso sí, la
primacía que ha adquirido en términos prácticos el artículo IV sobre el artículo V del
Tratado de Washington no inválida que el substrato esencial sobre el que dicho Tratado
está fundado es el compromiso de mutua ayuda y defensa del artículo V.

180
El hecho que las operaciones fuera de este artículo V hayan cobrado, junto a la
cooperación y el diálogo, una preeminencia insospechada hace años, y acertada hoy
en día, no debe hacer olvidar cuáles son los compromisos esenciales que los nuevos
miembros van a adquirir, pero tampoco dónde está situada la prioridad actual de la
OTAN. En realidad esta advertencia no sólo habría que hacérsela a los nuevos miem-
bros de la OTAN, sino también a algunos de los actuales, pues la renovación de la
Alianza forma parte del precio a pagar para mantener a Washington vinculada con los
euroccidentales en sus intereses comunes en y fuera de Europa.

Por ser el elemento más importante, hemos repasado ampliamente los parámetros
para determinar quiénes pueden ser en el futuro nuevos miembros de la OTAN renova-
da y quiénes por el momento tienen más probabilidades de alcanzar ese objetivo, todo
ello con un ánimo de prospectiva que, confesamos, es voluntariamente provocante,
sobre todo si acabara prevaleciendo otra tesis, ésta mucho más restrictiva, según la
cual una vez que Alemania tenga sus fronteras rodeadas de países amigos no caben
otras ampliaciones. Como hemos podido apreciar, el quién ya es un tema eminente-
mente de decisión política, sin perjuicio de todos los condicionamientos que se quieran
inventar o catalogar. El cuándo es también una cuestión eminentemente política. De-
pende del candidato y de la situación política internacional en el momento dado. Incor-
porar a, por ejemplo, Irlanda, por poner un ejemplo, o incluso a Austria, no tiene las
mismas implicaciones que la adhesión a la Alianza de Rumania, de un país báltico, o
incluso de la propia Finlandia. Cada cosa tiene su medida y, por lo tanto, su momento
político.

Conviene mirar los nuevos mapas de nuestro continente europeo. Consecuentemen-


te el cuándo es tan político como el quién, y ambos aspectos están profundamente
ligados. El cómo es, en cambio, un tema mucho más técnico. La interoperabilidad de
las Fuerzas Armadas puestas a disposición por los países miembros de la OTAN es un
dato básico pues afecta a la eficacia militar de la Alianza que debe ser real para mante-
ner la credibilidad de su potencial militar del modo más disuasorio posible. Como ya se
ha dicho, la ampliación de la OTAN no sólo no debe debilitar política y militarmente a la
Alianza sino que también debe potenciarla aún más.

En definitiva, la percepción desde Occidente de la ampliación de la Alianza debe ser


considerada dentro de un contexto nuevo, pero sin perder contacto ni con el pasado ni
con la realidad presente. El pasado es simplemente la Historia de nuestro continente,
pero la Historia también es presente y futuro. En este contexto actual y por desarrollar,
tiene gran importancia la aparición de nuevos tipos de focos de inestabilidad en nuestro
continente, pero también su existencia o aparición fuera del mismo y que pueden afec-
tar a nuestra seguridad. Por otra parte no sólo Alemania ya no está dividida, sino que
tampoco lo está Europa. La ampliación de la OTAN, como la de la Unión Europea, es
algo a lo que aspiran legítimamente países reconvertidos a nuestro tipo de democracia
y con economías de mercado. Las ampliaciones deben hacerse de un modo paulatino
por razones de prudencia interna de la OTAN (y de la Unión Europea) para que los
nuevos miembros puedan ser absorbidos sin mermar, debido a entradas masivas, ni la
eficacia de las instituciones a las que se adhieren ni el planteamiento de sus objetivos.
Al mismo tiempo conviene tener en cuenta la perspectiva de quienes no pueden aún

181
adherirse y de quienes no quieran hacerlo. Estamos entrando en una nueva época y la
ampliación, o ampliaciones, de la OTAN se desarrollará en estrecha conexión con la
evolución de la situación internacional.

(*)Diplomático. Embajador de España ante la OTAN de 1991 a 1996.


Anuario Internacional CIDOB, 1997 Fundación CIDOB, Barcelona

ACABAR CON EL TERRORISMO


Ted Glick

Desde el 11 de Septiembre el movimiento progresista ha estado a la defensiva. Sin


embargo, los tiempos están cambiando.

El desbordado escándalo de Enron, la crítica europea al tratamiento de los prisione-


ros en Guantánamo, la incapacidad de Estados Unidos de capturar a Bin Laden o al
Mulá Omar vivos o muertos, la recesión y el aumento del desempleo, la negativa de
Cheney a desvelar la información de su grupo especial de trabajo sobre Energía: todos
estos hechos han puesto a la defensiva a los «hombres del petróleo y de la guerra» de
Bush. Es el momento de que nosotros nos hagamos presentes con un contraataque
político y un activismo visible, de mayor alcance y con franqueza a través de activida-
des como la manifestación del 20 de abril en Washington, D.C. iniciada por la Coalición
Nacional de Jóvenes y Estudiantes por la Paz, campañas electorales expresamente a
favor de la paz y la justicia, y otras campañas.

Para que esta contraofensiva sea lo más eficaz posible, necesitamos ser capaces
de apuntar directamente al tema del terrorismo. Por «terrorismo» quiero decir el uso
deliberado y organizado de la fuerza o la violencia contra civiles inocentes con el fin de
cumplir una agenda política, económica, religiosa o social, involucrando ya sean go-
biernos, organizaciones o individuos.

¿Cuál sería la manera adecuada de combatir este problema, de forma que nos dirija
a un nuevo mundo de verdad?

Primero, en lo que respecta a Al Qaeda en particular, existe un enfoque que podría


haber sido usado y que probablemente habría sido más productivo, a largo plazo y
posiblemente a corto plazo también. Tal enfoque habría implicado una labor diplomática
intensiva pero respetuosa, agotando el apoyo financiero de Al Qaeda -lo cual significa
especialmente ser más duros con los gobernantes de Arabia Saudí, partidarios princi-
pales de Al Qaeda, cambios políticos conjuntos con Israel/Palestina e Iraq, un apoyo
serio a los grupos de oposición de Afganistán más democráticos y no controlados por
los señores de la guerra, y una acción militar y policial en Afganistán limitada a arrestar
a los líderes de Al Qaeda, como es necesario, tras conseguir consiguiendo un amplio
apoyo internacional para tales acciones. Al contrario que la oposición mostrada por la
administración Bush/Cheney, nosotros deberíamos apoyar el establecimiento de un

182
Tribunal Penal Internacional para llevar a la justicia a aquellos acusados de crímenes
como los ataques del 9/11.

Segundo, necesitamos investigar el fallo de las agencias de inteligencia norteameri-


canas con el 11 de Septiembre. ¿Qué había detrás de la dimisión de John O’Neil,
antiguo Subdirector del FBI a cargo de la investigación de Al Qaeda, dos semanas
antes del 11 de Septiembre? Él ha sido citado en un libro publicado en Francia diciendo
que «los mayores obstáculos a la investigación del terrorismo islámico eran los intere-
ses empresariales norteamericanos sobre el petróleo, y el papel jugado por Arabia
Saudí en ello».

¿Qué decir sobre una serie completa de informes indicando que había al menos
algún conocimiento anterior por parte del gobierno de que «algo grande» estaba a punto
de ocurrir y lo poco que se hizo con estas advertencias? ¿Es cierto, como ha estado
circulando por Internet, que un alto oficial de inteligencia hizo mucho dinero a través de
la compra y venta de acciones de compañías aéreas justo antes del 11 de Septiembre?
¿Están nuestras agencias de inteligencia demasiado atadas a las empresas multina-
cionales hasta tal punto de que su trabajo de «inteligencia» esta comprometido o resul-
ta peor?

Necesitamos agencias gubernamentales de una «inteligencia» que realmente nos


defiendan contra grupos como Al Qaeda utilizando información de inteligencia para el
avance de los derechos humanos y el progreso humano, no el poder de las empresas y
la riqueza.

Tercero, necesitamos tomarnos en serio el desarrollo de fuentes alternativas de


energía para no depender del petróleo de Oriente Medio. Esto jugaría un papel primor-
dial ayudando a invertir la crisis del calentamiento global.

Jim Hightower [1] y el senador John Kerry están entre los que han sugerido reciente-
mente este enfoque como un aspecto esencial de la política gubernamental tras el 11/9.
En palabras de Hightower, deberíamos «reclutar a nuestros mejores científicos en un
programa de choque... con el fin de resolver cualquier impedimento tecnológico que
quede para el uso masivo de células carburantes, biomasa, energía solar, viento, ener-
gía geotérmica y otras fuentes de energía abundantes, limpias y baratas.» En 1992 el
candidato a la Presidencia Jerry Brown propuso una cruzada para acondicionar nues-
tros edificios y hogares y hacerlos mucho más eficientes energéticamente.

Hightower de nuevo:

los simples pasos de la conservación por sentido común son soluciones probadas
que pueden recortar a la mitad el uso de la electricidad en América y reducir las
facturas de servicios básicos un total de ¡17 billones de dólares al mes! Hacer esto
daría trabajo a cientos de miles de ciudadanos, inyectando dinero en salarios muy
necesarios en la economía de base y levantando instantáneamente a nuestra nación de
la recesión hacia la recuperación. Deberíamos sacar el dinero del presupuesto del
Pentágono y ponerlo en su lugar para mejorar nuestras líneas ferroviarias, de metro y

183
de autobuses y otras formas de transporte público para que se convirtieran en una
opción económica y atractiva para aquellos que conducen coches.

Cuarto, según damos estos pasos, no tenemos ningún motivo para continuar apo-
yando a los regímenes represivos, antidemocráticos, sexistas o racistas y corruptos
de Oriente Medio y otros lugares. En lugar de apoyar al régimen árabe saudí, podemos
instarles a que comiéncen a democratizar su país y a proporcionar los derechos civiles
y humanos básicos para las mujeres, o que no esperen más tal apoyo. En cooperación
con las Naciones Unidas podemos terminar con las sanciones económicas a Iraq que
son la razón principal por la que entre medio millón y un millón de niños han muerto en
los 11 años transcurridos desde la Guerra del Golfo. Podemos analizar el conflicto
Israel/Palestina de forma imparcial, oponiéndonos a los actos de terror de ambos ban-
dos, exigiendo a Israel que termine su ocupación ilegal de 35 años en Gaza y Cisjordania
y abandone sus colonias, y apoyar una solución binacional como la única respuesta
viable e inmediata a esta crisis creciente. Podemos ser los pioneros en la provisión de
ayuda humanitaria y financiera para la reconstrucción de Afganistán, haciéndolo de
manera que se respete su derecho a la auto-determinación y no actuando de la forma
neocolonialista yankee.

Quinto, deberíamos tomarnos en serio la desmilitarización del mundo, empezando


por nuestra casa. No deberíamos abandonar el tratado de Anti-Misiles Balísticos, y
deberíamos terminar con los esfuerzos desestabilizadores, derrochadores y ridículos
de crear el llamado sistema de «defensa antimisiles». Nada de armas o poder nuclear
en el espacio. Deberíamos dirigirnos hacia una reducción del presupuesto militar esta-
dounidense con el objetivo de recortarlo a la mitad en el 2010, dando nosotros los
primeros pasos pero haciendo cada vez más reducciones en cooperación con otros
países, retándolos a seguir nuestra vía. Necesitamos acabar con el envío de cada vez
más armas cada vez más letales y caras a otros países, lo cual incrementa los benefi-
cios de la industria armamentística pero hace del mundo un lugar más peligroso y
pobre. Deberíamos desarrollar un plan para la conversión de la industria armamentística
en algo útil en tiempos de paz y crear un programa que proporcione nuevos empleos
con un sueldo comparable a todos los trabajadores y soldados desplazados por la
desmilitarización.

Sexto, debemos hacer honor a nuestros ideales y principios democráticos que nunca
han sido completamente llevados a cabo y que están siendo claramente puestos en
peligro más aun por la falsa «guerra contra el terrorismo». Debemos dar marcha atrás
con el Acta Patriótica de EE.UU. con su expansión de la capacidad del FBI, la CIA y
otras agencias gubernamentales para realizar escuchas, espiar e investigar en secreto
a aquellos que elijan perseguir sin ninguna autorización judicial. Debería haber audien-
cias públicas y abiertas en el Congreso -algo que no ocurría antes de la aprobación del
Acta Patriótica— sobre el tema de qué herramientas adicionales se les deberían pro-
porcionar a las fuerzas de la ley para tratar la amenaza de Al Qaeda u otros grupos
similares. El congreso debe defender su papel vigilante para que el poder y la política
militares, no den un cheque en blanco a Bush, Cheney y Rumsfeld para hacer cualquier
cosa que quieran en cualquier parte del mundo. Acabar con los tribunales militares
secretos. Acabar con la persecución por motivos raciales, y actuar con firmeza contra

184
de la brutalidad policial. Tienen que darse los debidos derechos procesales, incluyendo
el acceso de los miembros de la familia y abogados, a aquellos «desaparecidos» en
prisión a raíz del 9/11.

Y si somos realmente serios con la democracia, el sistema electoral bipartidista,


dominado por grandes sumas de dinero y que da todo el poder al que gana, debería
experimentar una transformación fundamental. Necesitamos elecciones con «dinero
limpio», que la elección de cuerpos legislativos utilice una representación proporcional,
y el uso de votaciones rápidas de desempate en las elecciones de un puesto particular.

Finalmente, y cuando el pro-empresarial Foro Económico Mundial está a punto de


reunirse en el Waldorf-Astoria de Manhattan, nuestro país debe alejarse de lo que se
llama «libre comercio» y en su lugar adoptar el «comercio justo» y la justicia social y
económica como la respuesta última y de largo plazo al terrorismo. El TLCAN, el GATT,
el FMI, el Banco Mundial, el ALCA, la OMC: todas estas entidades comerciales o
financieras controladas o fuertemente influidas por EE.UU. están más cerca del siem-
pre creciente dominio de enormes empresas destructivas y dictatoriales que de mu-
chos aspectos de la vida de la gente a lo largo del mundo. Millones de personas se han
manifestado ya o tomado acciones de muchas formas para oponerse a este proceso.
La inmensa mayoría de estas acciones han sido no-violentas y por supuesto no-terro-
ristas. Debemos continuar construyendo este movimiento. Es la única esperanza de
poner fin a todas las formas de terrorismo, ya sea por parte de gobiernos, organizacio-
nes o individuos. Debemos disuadir a nuestro gobierno de apoyar y participar en activi-
dades militares represivas que promueven la injusticia y el beneficio de las empresas.

Necesitamos un programa positivo para redistribuir la riqueza y el poder, incluyendo


impuestos anti-especulación e impuestos sobre la renta para millonarios y billonarios.
Deberíamos apoyar la exigencia de compensaciones resultante de la Conferencia Inter-
nacional sobre el Racismo de Naciones Unidas en Durban, Suráfrica, celebrada sólo
unos días antes del 11 de Septiembre. Debemos hacer desaparecer las condiciones de
vida desesperadas que son el caldo de cultivo en el que crece el terrorismo entre los
desfavorecidos.

La responsabilidad está en nosotros, en aquellos de nosotros que entendemos clara-


mente los peligros que encara nuestro país y el mundo por culpa de los «hombres del
petróleo y la guerra» de Bush y un Partido Demócrata oportunista que continua siendo
prácticamente unánime en su apoyo a la falsa «guerra contra el terrorismo». Su guerra
militarista está sólo engendrando más terrorismo, y está subvirtiendo lo que nos queda
de democracia. Es la hora de que nos hagamos presentes alto y claro.

Notas:

[1] T. Jim Hightower e uno de los disidentes políticos más respetados en EE.UU.
Este escritor, comentarista de radio, conferenciante y analista político tejano lleva más
de veinte años batallando con Washington y Wall Street en defensa de los consumido-
res, los derechos del menor, las familias trabajadoras, los ecologistas, las pequeñas
empresas...

185
EL TERRORISMO: UNA NUEVA BARRERA AL COMERCIO
María Cristina Rosas (*)

En su ya clásico estudio sobre las llamadas nuevas caras del proteccionismo co-
mercial, Ronald Fischer señala que «el nuevo proteccionismo difiere de las formas
clásicas de proteccionismo: las tarifas y las cuotas. Consiste en medidas tales como
estándares mínimos de calidad, acusaciones de dumping ecológico, amenazas de me-
didas antidumping y anti subsidios, restricciones fitosanitarias y otros. Debido a la
importancia que han tomado estas formas de protección, es necesario desarrollar ins-
trumentos de análisis que permitan comprender sus efectos y limitar el perjuicio que
causan al comercio de los países en proceso de apertura».

Hay dos razones por las que las nuevas caras del proteccionismo comercial son
importantes. En primer lugar, porque la atención de las negociaciones comerciales
tanto a nivel bilateral, como regional y multilateral, se aleja crecientemente del desar-
me arancelario y se aboca a atender los desafíos que la ecología, las disposiciones
fitosanitarias, los subsidios, las cuotas, los acuerdos de restricción voluntaria y otras
barreras no arancelaria plantean. Una mirada somera a los contenidos del Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); al Tratado de Libre Comercio,
Concertación Política y Cooperación entre México y la Unión Europea (TLCUA); al
Tratado de Libre Comercio entre América Central y Estados Unidos (CAFTA) -actual-
mente en proceso de gestación-, a los acuerdos de la Ronda de Uruguay del Acuerdo
General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), etcétera, revela la compleji-
dad y amplitud de los temas negociados. Las negociaciones comerciales orientadas a
la desarancelización son cosa del pasado y hoy se tiende no sólo a abarcar considera-
ciones como la solución de las controversias comerciales, y los derechos de propiedad
intelectual relacionados con el comercio, sino tópicos que se alejan incluso, de la di-
mensión económica. Ahí están por ejemplo, las cláusulas democráticas del TLCUE y
del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), y la vastísima agenda de la
Ronda de Doha que desde noviembre del 2001 fue impulsada en el seno de la Organi-
zación Mundial del Comercio (OMC).

Las barreras arancelarias aplicadas a las exportaciones de los países en desarrollo


son un tema de la mayor importancia y que justamente por la atención que han mereci-
do otros rubros, como los anteriormente referidos, no parecen ser un tópico prioritario.
En los países en desarrollo es que si bien la producción de bienes industriales se ha
incrementado en su seno, y por ende, sus exportaciones incorporan crecientemente
ese tipo de productos, una revisión más cuidadosa revela que sobre todo en las econo-
mías del sureste de Asia se ha avanzado en un proceso de industrialización «real» que
lleva a que las ventas de sus productos en el mundo tengan un valor agregado crecien-
temente alto. En contraste, en numerosos países de América Latina y África, las expor-
taciones de materias primas (productos primarios), siguen siendo importantes en sus
relaciones comerciales con el mundo y ese tipo de bienes han padecido una deprecia-
ción en su valor de manera continua en décadas pasadas. Baste mencionar que los
precios del café, del azúcar, del plátano, etcétera, padecen una «caída libre», situación
que se combina con la subsistencia de barreras arancelarias importantes contra esos

186
productos en los mercados internacionales. Esto contribuye a entender la participación
marginal que los países en desarrollo de América Latina y África tienen en el comercio
mundial.

En las negociaciones comerciales multilaterales que se celebraron al amparo del


GATT, se avanzó sustancialmente en la erradicación de aranceles al comercio en bie-
nes industriales. Esta situación, claramente beneficia a los países que elaboran y ex-
portan ese tipo de productos (por ejemplo, las economías desarrolladas y los países de
«industrialización reciente» del sureste de Asia). Sin embargo, la eliminación de aran-
celes al comercio en productos agrícolas, textiles y otros rubros de exportación que
para los países en desarrollo de América Latina y África son prioritarios, enfrentaron un
tortuoso proceso negociador y, hasta antes de la Ronda de Uruguay, fueron motivo de
una postergación en la agenda multilateral. Así, se avanzó de manera fluida en el
desmantelamiento de obstáculos al comercio en bienes industriales y, en cambio, cuando
se abordaban tópicos como el comercio agrícola y/o el de los productos textiles, ante la
falta de consenso en torno a su liberalización se optaba por interrumpir las negociacio-
nes correspondientes.

El proteccionismo imperante al día de hoy, por cuanto toca a las barreras arancela-
rias, prevalece con una amplia dispersión, y por regla general se observa una concen-
tración de altos obstáculos arancelarios contra los productos que son de particular
relevancia para los países en desarrollo, particularmente los agrícolas, los alimentos,
la ropa de vestir y productos de tecnología intermedia.

Es por ello que se insistió en el seno de la OMC y también en la Conferencia de las


Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) que se celebró en Bangkok
en el año 2000, en la relación entre comercio y desarrollo, toda vez que, en la medida
en que prevalezcan obstáculos arancelarios y no arancelarios contra las exportaciones
de los países pobres, difícilmente se podrán generar condiciones propicias para el desarro-
llo de dichas naciones. Así, es menester arancelizar las negociaciones comerciales bilate-
rales, regionales y multilaterales porque el tema, al caer en el olvido, contribuye a limitar el
acceso a los mercados internacionales de parte de los países en desarrollo.

La segunda razón por la que las nuevas formas del proteccionismo son importantes,
es porque la batuta en las negociaciones para desmantelar ese tipo de barreras la
llevan los países ricos, puesto que cuando nació el GATT en 1947, fueron ellos los
primeros en desarancelizar buena parte del comercio internacional -entre ellos, claro
está. Así, al quedar desprovistos de mecanismos arancelarios para la protección de
sus economías nacionales frente a los productos extranjeros, optaron por crear las
barreras no arancelarias. En otras palabras: el auge que han vivido las barreras no
arancelarias es responsabilidad directa de los países más prósperos, quienes ahora
encuentran que tienen que erradicar esos obstáculos puesto que les entorpecen los
flujos comerciales. Así, es del interés de los países industrializados en este momento,
que las negociaciones comerciales se orienten a reducir y eliminar las barreras no
arancelarias, situación que lleva a que a los aranceles no se les prodigue atención.
Baste mencionar que la nueva ronda de negociaciones comerciales multilaterales o
Ronda de Doha, fue promovida ampliamente por la Unión Europea quien se encontraba

187
deseosa, al finalizar la Ronda de Uruguay, de iniciar nuevas negociaciones para tratar,
fundamentalmente, temas vinculados con la eliminación de los obstáculos no arancela-
rios al comercio. Los países en desarrollo, en consecuencia, se resistieron, argumen-
tando que hay temas más «tradicionales» (como los aranceles ya referidos) que mere-
cen atención, puesto que afectan a las exportaciones de esas naciones.

El problema, como es sabido, es que los países en desarrollo, particularmente los de


América Latina, el Caribe y África, tienen una participación crecientemente marginal en
el comercio internacional y ello se traduce en que disminuye de manera sustancial su
poder de negociación frente a potencias económicas de la talla de Estados Unidos y la
Unión Europea, quienes son responsables de alrededor de un 60 por ciento del comer-
cio mundial.

Si el escenario anterior parece preocupante, los atentados terroristas perpetrados


contra Estados Unidos el 11 de septiembre del 2001 complejizan aun más el escenario.
Una de las consecuencias de que las negociaciones comerciales a nivel bilateral,
regional y multilateral se centren en las barreras no arancelarias, derivará en su erradi-
cación en algún momento. En consecuencia, los países que llevan la batuta ya citada
en las negociaciones comerciales, acuñarán nuevos mecanismos de protección para
sus economías internas, en la medida en que los subsidios, las disposiciones
fitosanitarias y las cuotas, entre otras barreras, se vayan desvaneciendo.

Resulta evidente que una nueva barrera al comercio, en tanto no sea motivo de
negociación, obstaculizará el flujo de bienes y servicios a un territorio determinado. En
este sentido, la nueva Ley de Seguridad de la Salud Pública, Prevención y Respuesta
contra el bioterrorismo (conocida popularmente como Ley contra el bioterrorismo),
está generando un gran nerviosismo entre los socios comerciales de Estados Unidos,
particularmente los que poseen sectores agropecuarios de importancia.

La ley es resultado no sólo de los ataques del 11 del septiembre del 2001, sino de la
esquizofrenia que generó la detección de esporas de ántrax en diversos paquetes
postales en EEUU en los últimos meses de ese mismo año. La Ley contra el bioterrorismo
fue aprobada en junio del año 2002 y su objetivo fundamental es garantizar la seguridad
estadounidense ante la amenaza del bioterrorismo. Así, la norma autoriza al Departa-
mento de Salud y Servicios Humanos (DHHS) y a la oficina de Administración de
Alimentos y Medicinas (FDA) a que intervengan para garantizar que los alimentos y los
productos agropecuarios que ingresen a Estados Unidos, estén libres de algún «agen-
te» que pudiera hacer daño a los consumidores de esa nación.

La Ley contra el bioterrorismo prevé que las empresas que deseen exportar -o más
bien, que quieran seguir exportando- productos agropecuarios y alimentos a Estados
Unidos, deben aprobar una certificación efectuada por la oficina de Administración de
Alimentos y Medicinas, previa solicitud, la cual debe ser presentada, a más tardar, el
12 de diciembre del año en curso. Una vez hecha la solicitud, la empresa correspondiente
debe esperar la visita de los inspectores de la FDA, quienes revisarán los procesos produc-
tivos, los materiales empleados, las condiciones de los trabajadores y los insumos usados
para verificar que no hay el riesgo de una «amenaza» o «acción» terrorista.

188
Sobra decir que quien no pida la inspección ni apruebe la certificación correspon-
diente, se expone a que su producto no ingrese al mercado estadounidenses. Y si bien
es legítimo que Estados Unidos cree normas y tome precauciones para garantizar el
bienestar de sus habitantes, ciertamente la Ley contra el Bioterrorismo puede operar
como una barrera al comercio. No es la primera ocasión que en el nombre de la salud
pública se restringe el flujo de alimentos y productos agropecuarios a EEUU. Baste
mencionar que el 13 de marzo de 1989, la FDA halló con un misteriosamente acertado
«ojo clínico» dos granos de uva -de un vasto cargamento- procedentes de Chile, pre-
suntamente contaminados con cianuro. Si bien la cantidad de cianuro encontrada en las
uvas chilenas no era mortal, la FDA convocó a los consumidores estadounidense a no
adquirir el producto y de inmediato se interpuso una prohibición a la compra de las
uvas procedentes del país sudamericano. Adicionalmente, la recomendación de la FDA
impactó también a otros productos frutícolas chilenos que o estaban por ser embarca-
dos o ya se encontraban congelados o en bodegas de distribuidores en Estados Uni-
dos, dado que también se conmino a los estadounidenses a no comer esos productos.

Cuando se difundió la medida recomendada por la FDA, varios países europeos,


más Canadá y Japón, adoptaron restricciones similares en torno la adquisición de
productos chilenos. El gobierno del general Augusto Pinochet, debido a las consecuen-
cias de las medidas tomadas por los países referidos contra uno de los sectores chile-
nos más importante, conformó un «comité de crisis» y desarrolló una serie de medidas
para encontrar una solución pronta al problema. Una de las medidas consistió justa-
mente en que inspectores de la FDA viajaron a Chile para hacer una revisión de las
disposiciones de control y seguridad de los embarques de uvas. El gobierno chileno
deploró que las acciones decretadas originalmente por Estados Unidos pudieran tener
motivaciones políticas -para enviar presuntamente un mensaje a la dictadura militar,
una de las pocas que sobrevivía en América Latina, en esos años. Estados Unidos lo
negó. Tras arduas negociaciones, ambas partes convinieron en un acuerdo que permi-
tiría que Chile pudiera reanudar la venta de sus productos a Estados Unidos el 21 de
marzo del mismo año. El daño, sin embargo, ya estaba hecho, dado que al estadouni-
dense promedio le preocupan poco las consideraciones «políticas», no así el bombar-
deo publicitario de que «las uvas chilenas están envenenadas y si las comes te puedes
morir». Por ello, a pesar de que el embargo de EEUU contra la fruta chilena fue de corta
duración, el daño al pujante y dinámico sector económico chileno, fue mayúsculo, puesto
que los consumidores estadounidense disminuyeron la adquisición de frutas proceden-
tes de Chile por un período prolongado.

Curiosamente una de las líneas explicativas ventiladas por los analistas como justi-
ficación de las medidas adoptadas por EE.UU. contra las uvas chilena, hace referencia
a un atentado terrorista que tuvo lugar un año antes. Se trata del tristemente célebre
vuelo de la Aerolíneas Pan Am que habiendo partido de Londres, explotó un poco
después de despegar, cuando navegaba sobre la localidad de Lockerbie, en Escocia. Al
investigar las causas del siniestro, se encontró que éste fue provocado por una bomba
colocada en una de las valijas del equipaje que el propio avión transportaba. Las 207
personas que estaban a bordo de la aeronave murieron en el siniestro. Las investiga-
ciones revelaron también que el gobierno de George Bush padre había recibido una
advertencia en torno al acto terrorista de referencia, el cual desestimó al no tomar las

189
precauciones correspondientes. De ahí que cuando se advirtió la presencia de cianuro
en dos uvas chilenas del cargamento ya citado, se decidiera «tomar medidas». Que
conste que esta argumentación está muy forzada pero lo interesante de la misma es la
vinculación -igualmente forzada- entre el terrorismo y el proteccionismo.

De manera análoga, la Ley contra el bioterrorismo se produce justo después de un


aparatoso atentado terrorista, por lo que puede afirmarse que el terrorismo se está
erigiendo en una nueva barrera al comercio. Dado que se trata de un tema relativamen-
te nuevo, no hay negociaciones en curso para acotar los ámbitos de acción de las
medidas contra terroristas que están siendo creadas y aplicadas en el contexto actual
por Estados Unidos y otros países. Claramente, el cerco y el monitoreo de las fronte-
ras en las naciones del mundo, frena -o por lo menos entorpece- los flujos de los
bienes y los servicios. La misma OMC ha reconocido que el terrorismo puede afectar
negativamente al comercio mundial.

Por ello, la sombra de la duda sobre el síndrome respiratorio agudo severo (SARS)
que aqueja a China (y ahora también a Canadá, particularmente a la ciudad de Toronto)
subsiste. Para algunos, la ubicación de las personas afectadas por el SARS no es un
hecho fortuito. China, como es sabido, ingresó el año pasado a la OMC, y una de las
consecuencias de este hecho es que los productos chinos están ganando mejores
condiciones de acceso a los mercados internacionales. Baste mencionar que China
superó a México como exportador a Estados Unidos hace unas cuantas semanas
(México era el segundo exportador, y ahora ese lugar lo tienen los chinos). El auge del
SARS no sólo está afectando a los flujos de viajeros a China y a diversos países
asiáticos, con las adversas consecuencias que ello supone para los negocios, el turis-
mo y las aerolíneas. En la medida en que no se determine la especificidad del SARS,
se podría llegar al extremo de limitar los flujos de exportación de productos chinos a
distintos destinos sobre la base de que podrían estar «contaminados».

Queda claro entonces que el terrorismo es una forma nueva de proteccionismo y que
su ámbito de acción rebasa ampliamente el espectro político. Hoy Estados Unidos
renueva el embargo atunero contra México, presumiblemente como parte de las repre-
salias por el hecho de que el gobierno de Vicente Fox no apoyó a Estados Unidos en la
guerra contra Irak. El proteccionismo tiene nuevas caras.

(*)Profesora e investigadora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la


Universidad Nacional Autónoma de México. Su libro más reciente se titula La
economía política de la seguridad internacional: sanciones, zanahorias y garrotes
(México, Universidad Nacional Autónoma de México-Secretaría Permanente del
Sistema Económico Latinoamericano, 2003, 316 pp.). Correo electrónico:
mcrosas@correo.unam.mx Página electrónica: http://www.prodigyweb.net.mx/
mcrosas
La Insignia. México, 30 de abril.

190
LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO NO REQUIERE UNA
MAQUINARIA DE GUERRA
William A. Niskanen (*)

Después de los aterradores acontecimientos del 11 de septiembre del 2001, la ma-


yoría de los estadounidenses apoyaron medidas más efectivas contra el terrorismo.
Por tal motivo, suponemos, la administración Bush ha argumentado que tanto la guerra
en Irak como un gran incremento en el presupuesto de defensa estadounidense son
medidas necesarias en la guerra contra el terrorismo. En ambos casos el gobierno
norteamericano está profundamente equivocado.

En un discurso en Cincinnati el 7 de octubre del 2002, el presidente George W. Bush


afirmó que “confrontar la amenaza presentada por Irak es crucial para ganar la guerra
contra el terrorismo”. Desde la cubierta del portaviones USS Abraham Lincoln el 1° de
mayo del 2003, Bush sostuvo que “la liberación de Irak es un avance crucial en la
campaña contra el terrorismo”. Más recientemente, en una conferencia de prensa con-
junta con el primer ministro británico, Tony Blair, a mediados de julio, Bush concluyó
que “la remoción de Saddam Hussein es una parte integral en ganar la guerra contra el
terrorismo”.

No obstante, repetir un argumento no es convincente. En ningún momento, por ejem-


plo, la administración Bush hizo pública evidencia alguna de que el gobierno iraquí
apoyó los ataques del 11 de septiembre o le brindó asistencia a al Qaeda o a cualquier
otro grupo terrorista internacional. De hecho, el liderazgo de al Qaeda consideraba
infieles a los líderes seculares iraquíes por no hacer de ese país un Estado islámico.

Además, la guerra en Irak pudo haber minado la guerra mundial contra el terrorismo.

Existen muchas razones para esto. Primero, fuentes especializadas de inteligencia


han sido desviadas para apoyar la guerra y la reconstrucción de Irak. Las unidades de
inteligencia estadounidenses cuentan únicamente con un pequeño número de intérpre-
tes y especialistas árabes que no pueden secundar las operaciones iraquíes sin redu-
cir el apoyo necesario para la guerra contra el terrorismo.

Segundo, la guerra de Irak pudo haber disminuido la buena disposición de otros


gobiernos de compartir inteligencia con Washington o arrestar a sospechosos en sus
propios países y extraditarlos a Estados Unidos.

Tercero, el costo de la guerra pudo haber retardado la instalación de medidas defen-


sivas en territorio estadounidense por parte del nuevo departamento de Seguridad
Doméstica.

Por último, es muy probable que la guerra en Irak provoque que al Qaeda y otros
grupos ataquen a estadounidenses tanto en casa como en el extranjero. El mismo Irak
ha sido escenario de violencia contra las fuerzas norteamericanas, los intereses de

191
otros países y, con el ataque a los cuarteles de las Naciones Unidas, contra la misma
comunidad internacional.

Mientras que pudieron existir razones importantes para la guerra estadounidense en


Irak, el raciocinio anti-terrorista es espurio. Sin embargo, la administración Bush tam-
bién ha usado la guerra contra el terrorismo para justificar amplios incrementos en el
gasto de defensa. El primer capítulo del presupuesto para el año fiscal 2004, titulado
“Ganando la Guerra contra el Terrorismo”, propone un presupuesto para el departa-
mento de Defensa que era 34% más alto que el que heredó la administración Bush en el
2001. En mayo, el secretario Donald Rumsfeld defendió el presupuesto presentado
como “el primero en reflejar las nuevas estrategias y políticas de defensa y las leccio-
nes de la guerra mundial contra el terrorismo... Para ganar la guerra contra el terroris-
mo, nuestras fuerzas necesitan ser flexibles, livianas y ágiles”. Esa línea de argumen-
tación fue al parecer lo suficientemente persuasiva para que el Senado aprobara 95 a 0
un presupuesto del Pentágono para el año fiscal del 2004 de $232.000 millones.

La probabilidad de más guerras como la de Irak podría justificar un presupuesto de


defensa aún más grande, pero la guerra contra el terrorismo no. Los terroristas operan
en pequeñas células y usualmente utilizan arsenales primitivos. Ellos no pretenden
derrotar una fuerza militar sino causar suficiente daño para inducir a los gobiernos a
cambiar sus comportamientos. El departamento de Defensa podría necesitar, entre
otras cosas, un sistema balístico de defensa, tres bombarderos de combate avanza-
dos y una nueva nave de superficie—pero no para luchar contra los terroristas.

Una guerra efectiva contra el terrorismo no es una guerra convencional. Las armas
más efectivas son una buena inteligencia—compartida entre los gobiernos nacionales,
las diversas agencias de inteligencia estadounidenses, y entre el FBI y los departa-
mentos locales de policía de Estados Unidos—y un efectivo patrullaje policial local. La
administración Bush aún no explica cómo un ejército ampliado puede defender a los ciuda-
danos estadounidenses de células terroristas que usan bombas hechas de fertilizantes.

Podrían haber razones importantes para aumentar el presupuesto de defensa, pero


la guerra contra el terrorismo no es una de ellas. Casi todos los estadounidenses
apoyan una guerra efectiva contra el terrorismo. La administración Bush debería de-
mostrar un compromiso hacia esta guerra y dejar de utilizar esta preocupación genera-
lizada sobre el terrorismo como un raciocinio espurio para otras políticas.

(*)William A. Niskanen es Presidente de la junta directiva del Cato Institute.


25 de septiembre de 2003

192
OTAN: MÁS QUE INSERVIBLE
Marian L. Tupy (*)

Desde una perspectiva militar, el caso a favor del retiro estadounidense de la OTAN
parece haber sido presentado. Varios comentaristas, incluyendo al historiador británico
Paul Johnson, han argumentado que la OTAN es un anacronismo reducido a la incom-
petencia por la desconfianza y las luchas internas. Pero también hay razones económi-
cas de peso para el retiro de Estados Unidos. Simplemente, la garantía de la seguridad
norteamericana perpetúa los Estados de Bienestar de Europa y por lo tanto fomenta la
esclerosis económica a lo largo del Viejo Continente.

El colapso de la Unión Soviética atestiguó la reducción de los presupuestos militares


de Occidente. De acuerdo al Center for Strategic and International Studies, entre 1990
y 1999 los gastos de defensa de todos los miembros europeos de la OTAN descendie-
ron de un 3% a un 2.3% del PIB. El gasto militar estadounidense cayó de un 5.3% a un
3.1% del PIB durante el mismo período.

Pero el gasto como proporción del PIB no brinda un retrato correcto de las disparidades
de gasto subyacentes. Durante los noventa, la economía de Estados Unidos creció a
un ritmo mucho más rápido que el de las principales economías de la Unión Europea.
Entre 1992 y el 2001, por ejemplo, la economía alemana creció en promedio un 1.45%
al año, y la francesa un 1.88%. En ese mismo período, Estados Unidos experimentó un
crecimiento promedio anual de un 3.46%. Como resultado, a pesar de la “reducción” en
el gasto militar, el presupuesto de defensa estadounidense aumentó de $277.000 millo-
nes en 1995 a $283.000 millones en 1999. En contraste, los gastos militares de todos
los miembros europeos de la OTAN combinados declinaron de $183.000 millones a
$174.000 millones durante el mismo tiempo.

La amenaza terrorista generó el ímpetu para un aumento en el presupuesto de defen-


sa estadounidense a $380.000 millones en el 2003. El presidente Bush aprovechó la
cumbre de la OTAN del 2002 para instar a los europeos a aumentar su gasto militar de
los actuales 150.000 millones de euros al año. Los alemanes de hecho redujeron su
presupuesto al ordenar menos aviones militares de transporte y misiles aire-aire de lo
planeado. La brecha tecnológica entre Estados Unidos y Europa en reconocimiento,
comunicaciones, armas de alta tecnología y movilidad está destinada a ensancharse.
De acuerdo con Richard Perle, ex presidente de la Junta de Política de Defensa del
Pentágono, los ejércitos europeos “se han atrofiado al punto de virtual irrelevancia.”

Y, sin embargo, no hay queja alguna de la autocomplacencia de Europa. Los euro-


peos se comportan de una manera racional. Hasta el tanto Estados Unidos garantice
su seguridad a través de la OTAN, éstos carecerán del incentivo para invertir más en
su defensa. A cambio, los europeos utilizarán el dinero que se ahorraron con el fin de
preservar sus ineficientes Estados de Bienestar. Y aún así, los presupuestos de algu-
nas naciones europeas están al borde de la bancarrota.

193
De acuerdo con la Comisión de la Unión Europea, se espera que la economía del
Viejo Continente crezca únicamente un 1% en el 2003. Debido a una posible contrac-
ción de la economía europea en el primer cuarto del 2003, el estimado quizás tenga
que ser ajustado hacia abajo. Como resultado de la desaceleración económica, varios
países de Europa, incluyendo a Alemania y Francia, han alcanzado ahora el “pacto de
crecimiento y estabilidad” que limita sus déficit presupuestarios anuales a un 3% del
PIB.

La insinuación hecha por el presidente francés, Jacques Chirac, de que los proble-
mas económicos de Francia pudieron haber sido causados por la guerra de Estados
Unidos contra Saddam Hussein constituye un ridículo intento de echarle la culpa a
otros. De hecho, Francia y Alemania se encuentran acosadas por profundos problemas
estructurales, incluyendo mercados laborales rígidos, regulaciones restrictivas,
estándares ambientales y de seguridad dañinos, altos impuestos e inmensos pasivos
de pensiones sin fondos.

Pero ni Schroeder en Alemania ni Chirac en Francia exhiben el liderazgo necesario


para sacar a sus países del malestar económico. Los dos construyeron sus carreras
mediante el populismo. Ambos no poseen el entusiasmo reformista mostrado por Margaret
Thatcher en Gran Bretaña en los ochenta. Se encuentran entonces relegados a realizar
cambios cosméticos dentro de los márgenes de sus Estados de Bienestar. Entre más
continúen tales cambios triviales, más retroceso experimentarán los estados europeos
con respecto a Estados Unidos.

El retiro norteamericano de la garantía de seguridad a Europa galvanizaría una refor-


ma económica seria. En lugar de permanecer indefensos, los estados europeos encon-
trarían necesario generar más ingresos mediante recortes al tamaño del Estado de
Bienestar y aumentos al crecimiento económico. Una Europa vibrante con una econo-
mía fuerte y una fuerza militar creíble podría entonces contribuir a la creación de un
mundo más próspero y seguro. Si esto ocurre o no depende en muchas formas de
Washington.

(*)Marian L. Tupy es Director Adjunto del Proyecto sobre la Libertad Económica


Global del Cato Institute.
16 de mayo de 2003

194
Ejercicio Autoevaluación

1- Investigue y responda: ¿Cuáles son los principales países productores, vendedo-


res y compradores de armas convencionales?

2- Investigue y responda: ¿Qué países son actualmente miembros del “Club Nu-
clear”?

3- ¿Cuáles son los principales convenios y tratados internacionales sobre armas


convencionales, nucleares, biológicas y sobre conflicto en general que rigen ac-
tualmente?

4- ¿Cuáles son las diferencias entre guerrilla y terrorismo?

5- ¿Cuáles son las similitudes y diferencias entre la ETA y el IRA?

6- Investigue y realice un cuadro comparativo sobre los diferentes grupos terroristas


y guerrilleros que operan actualmente en el mundo. Indicando su procedencia,
teatro de operaciones, fuentes de financiamiento, relaciones políticas, cantidad de
integrantes, objetivos o fundamentos de su accionar, cabecillas. Un buen punto de
partida para elaborar este cuadro es el sitio en Internet de la CIA.

7- Elabore un cuadro comparativo de las dos grandes organizaciones de defensa,


Pacto de Varsovia y OTAN, indicando año de establecimiento, países miembros,
estructura de mando, campo de acción, sedes y mecanismos de actuación.

195
196
UNIDAD IV
EL NUEVO PAPEL DE LAS NACIONES UNIDAS

INTRODUCCIÓN

Para abordar esta unidad sobre el nuevo rol de Naciones Unidas tomaremos una
síntesis sobre la reforma de la organización internacional, que se presente en el sitio
de Internet de la misma. Luego pasaremos revista de algunos puntos significativos a
través de las lecturas complementarias, como así también a las críticas que se le
realizan a las UN.

Síntesis de la Reforma de Naciones Unidas: 1997 – 2002 (*)

El Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, asumió su cargo en 1997.
Inmediatamente después tomó medidas para mejorar el funcionamiento de Naciones
Unidas y para continuar con las reformas emprendidas por sus predecesores. Durante
los seis primeros meses de su mandato, el Secretario General consolidó la extensa
estructura organizacional de las Naciones Unidas para reducir la duplicación de funcio-
nes, mejorar la coordinación y distribución de responsabilidades. Creó además un Gru-
po Superior de Gestión y destacó que el capital más importante que posee la Organiza-
ción es su personal.

En los años posteriores a 1997, el Secretario General encabezó una reforma profun-
da de las operaciones de mantenimiento de la paz. La defensa de los derechos huma-
nos se integró a todas las áreas de trabajo de Naciones Unidas, y se establecieron
nuevas formas de asociación tomando en cuenta la relevancia de la sociedad civil y del
sector privado en los asuntos mundiales y de desarrollo.

En el año 2000 se organizó la histórica Cumbre del Milenio, la cual congregó al


mayor número de Jefes de Estado y de Gobierno que jamás se hayan reunido. En la
Cumbre se aprobó la Declaración del Milenio, un acuerdo sin precedentes que marca
con claridad una serie de objetivos y metas para el mundo, los cuales deberían ser
llevados a cabo en el nuevo siglo.

Más que la suma de sus partes, a este esfuerzo de reforma se le reconoce el haber
creado una cultura de mayor apertura, coherencia, innovación y confianza dentro del
organismo internacional. Provee una remodelación significativa de la Organización de
las Naciones Unidas con el fin de responder al desafío de mantener y mejorar el
multilateralismo en el siglo XXI.

Reorganización

El primer paso del Secretario General fue el establecer una estructura organizativa
más racional para las Naciones Unidas, la cual se consolidó durante el primer mes de
su mandato en enero de 1997. Treinta departamentos, fondos y programas de Naciones

197
Unidas fueron agrupados en cuatro áreas: paz y seguridad, asuntos humanitarios, de-
sarrollo y asuntos económicos y sociales. Se estableció un comité ejecutivo para coor-
dinar el trabajo de cada una de estas áreas (ver lista de miembros del Comité Ejecuti-
vo). Durante las mismas fechas, fueron eliminados de manera permanente aproxima-
damente mil puestos de trabajo que estaban vacantes en 1996.

Posteriormente, los Comités Ejecutivos fueron vinculados con la Oficina del Secre-
tario General a través del establecimiento del Grupo Superior de Gestión. Este Grupo
está compuesto por los directores de categoría superior de todos los departamentos,
fondos y programas de Naciones Unidas.

Esta modernización se ha llevado a cabo fusionando tres departamentos en el De-


partamento de Asuntos Económicos y Sociales. También se unificaron dentro de la
Oficina de Fiscalización de Drogas y Prevención del Delito, el Programa de las Nacio-
nes Unidas para la Fiscalización Internacional de Drogas (PNUFID) y la Comisión de
Prevención del Delito y Justicia Penal. El Centro de Derechos Humanos de Naciones
Unidas se integró con la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos.
Como complemento para la consolidación de la oficina de derechos humanos, el Grupo
Superior de Gestión y los Comités Ejecutivos, tomaron medidas con el fin de integrar la
defensa de los derechos humanos en las áreas relacionadas con el mantenimiento de
la paz y el desarrollo y con otras operaciones de Naciones Unidas.

Esta consolidación también se llevó a cabo en la labor operacional de las Naciones


Unidas al interior de los distintos países.

Los equipos de Naciones Unidas operan en 134 países en desarrollo, en transición y


en crisis, por medio de los diversos fondos, programas y agencias especializadas de
Naciones Unidas. En 1997, estas oficinas de las Naciones Unidas ocupaban, en gran
medida, instalaciones separadas. Para ahorrar dinero y mejorar la sinergia operacional
y, tal vez aun más importante, para proyectar una imagen unificada de Naciones Uni-
das dentro de los países, se dio instrucciones a los equipos del país para que actuaran
lo más rápido posible, con el fin de compartir oficinas comunes y utilizar los servicios
de proveedores en común.

En la actualidad existen más de cincuenta «Casas de Naciones Unidas» en los


países en desarrollo, cada una ocupada por lo menos por tres agencias. Además, están
operando más de treinta «Casas Virtuales de Naciones Unidas», las cuales comparten
conexiones de Internet, así como proveedores de servicios. Como resultado de estas
consolidaciones, algunos equipos han reportado ahorros en sus costos de operación
en dólares de hasta cinco y seis dígitos.

En 1997, el Secretario General ordenó también el fortalecimiento del rol del Coordi-
nador Residente de Naciones Unidas con el fin de integrar planes de trabajo a escala
nacional y reunir «bajo una misma bandera» las operaciones de las Naciones Unidas
en cada país. Con el fin de facilitar la coordinación de la asistencia de Naciones Unidas
y de hacerla más acorde con las estrategias y prioridades de los países anfitriones, se
establecieron dos herramientas adicionales. Una de estas herramientas es la Evalua-

198
ción Común para los Países, documento que tiene como objetivo definir con claridad
las necesidades nacionales. La segunda es el Marco de Asistencia de las Naciones
Unidas para el Desarrollo, que establece la división del trabajo entre las entidades de
las Naciones Unidas al momento de asistir a los gobiernos en la promoción del desa-
rrollo y en la implementación de las metas de las conferencias mundiales de las Nacio-
nes Unidas. En julio del 2002, se habían terminado 106 evaluaciones nacionales y 32
se encontraban en curso (en algunos casos éstas evaluaciones se realizan por segun-
da vez); asimismo, se habían establecido 69 marcos de trabajo para la asistencia al
desarrollo. Otros 23 se encontraban en el proceso de formulación.

La campaña de lucha contra el VIH/SIDA nos da un claro ejemplo de cooperación al


interior de los países. Para enfrentar con éxito a la que probablemente es la más
compleja pandemia en la historia por sus implicaciones sociales, tecnológicas y co-
merciales, se necesita una acción conjunta en la que participen no sólo una o dos, sino
muchas agencias de la ONU, incluyendo la ayuda de organismos civiles de base y la
cooperación de las empresas, desde la escala local hasta la escala mundial de los
grandes productores farmacéuticos.

ONUSIDA comenzó a funcionar en 1996 como un esfuerzo consolidado de seis


agencias de Naciones Unidas: el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo,
la Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura, el
Fondo de Población de las Naciones Unidas, el Fondo de las Naciones Unidas para la
Infancia, la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial. Desde entonces, la
Organización Internacional del Trabajo y la Oficina de Fiscalización de Drogas y Pre-
vención del Delito se han unido al grupo inicial. Otras muchas instancias de Naciones
Unidas se han sumado a escala nacional al Grupo Temático sobre el SIDA. Durante el
año 2001, a un nivel organizativo superior, se redactó el Plan Integrado de las Agencias
de Naciones Unidas frente al VIH/SIDA. En este proyecto se unieron los presupuestos
y los planes de trabajo destinados al VIH/SIDA de veintinueve fondos, programas y
agencias de Naciones Unidas.

Una acción clave para revitalizar el funcionamiento de la familia de organizaciones


de las Naciones Unidas fue la renovación de las relaciones con las instituciones funda-
das en Bretton Woods en 1944. La cooperación entre las Naciones Unidas, por un lado,
y el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, por el otro, nunca había alcan-
zado los niveles planteados por los fundadores del multilateralismo al final de la Segun-
da Guerra Mundial. Desde 1998, el Consejo Económico y Social de las Naciones Uni-
das ha sido anfitrión de una serie de reuniones anuales con los ministros de finanzas
de las instituciones de Bretton Woods. Este histórico compromiso ayudó a lograr, en el
año 2002, los éxitos alcanzados durante la Conferencia Internacional sobre la Financia-
ción para el Desarrollo en Monterrey, México, la cual fue organizada por las Naciones
Unidas con la activa participación del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional
y la Organización Mundial de Comercio.

199
Mantenimiento de la paz

A fines de 1999, el Secretario General instó a los Estados Miembros y a los funcio-
narios internacionales, por igual, a reconocer el fracaso de la comunidad internacional
por no haber previsto el genocidio en Rwanda en 1994 y la caída de Srebrenica en
1995. Se solicitó a un grupo de alto nivel que propusiera medidas prácticas y viables
para futuras operaciones de paz. Con anterioridad a la Cumbre del Milenio, en agosto
del 2000, el «Informe Brahimi» -llamado así en honor al presidente del grupo, Lakhdar
Brahimi- fue remitido a los Estados Miembros.

El grupo de alto nivel determinó que algunas de las operaciones de mantenimiento


de la paz emprendidas por la comunidad internacional se llevaron a cabo, en gran
medida, con el propósito de dar la impresión de que se estaba actuando, aún cuando no
existía la voluntad suficiente para hacerlo o se carecía de un consenso sobre cuál
debía ser el modo correcto de actuar. En esencia, el «Informe Brahimi» recomendó dar
fin a las soluciones a medias. Por otra parte, los buenos deseos fueron sustituidos por
un plan de acción claro y bien fundamentado. En casos en donde las condiciones para
alcanzar el éxito simplemente no existan, el panel indicó que en estos casos sería
mejor no llevar a cabo operación alguna. En caso de que se decidiera actuar, las
operaciones deberían contar con el apoyo necesario y los recursos adecuados.

Para mantener una posición militar con credibilidad, el Informe recomienda tener un
mayor número de tropas, bien equipadas y bien entrenadas. El panel solicitó más per-
sonal de apoyo en la Sede y más apoyo político, financiero y material por parte de los
Estados Miembros, particularmente de aquellos que forman parte del Consejo de Se-
guridad de Naciones Unidas. Al mismo tiempo, el Grupo estableció normas más estric-
tas para evaluar la actividad de los encargados de mantener la paz, tanto en el campo
de batalla como en la Sede de Naciones Unidas.

La Asamblea General reaccionó positivamente al aprobar un incremento del cin-


cuenta por ciento del personal en el Departamento de Operaciones de Mantenimiento
de la Paz y cerca de 150 millones de dólares para equipar la Base de Logística de
Naciones Unidas en Brindisi, Italia. En cuanto a la gestión y la logística, la Secretaría
logró que tuvieran mayor flexibilidad, delegando una mayor autoridad en las misiones
de campo.

Después de los eventos del 11 de septiembre y del subsecuente colapso del régimen
Talibán en Afganistán, la comunidad internacional solicitó que las Naciones Unidas
ayudaran en la negociación de un acuerdo político. El Secretario General designó al Sr.
Brahimi para encabezar la planeación inicial y el lanzamiento de la primera operación
de paz desde que se publicó el Informe. De conformidad con el contenido y el espíritu
de dicho informe, el Secretario General asesoró de manera franca al Consejo de Segu-
ridad sobre el modo en que las Naciones Unidas podrían responder eficazmente a
situaciones sobre el terreno. En lugar de desplegar «cascos azules», propuso que las
Naciones Unidas tuvieran un papel político central y que se estableciera una compacta
Misión de Asistencia de la ONU en Afganistán (UNAMA, por sus siglas en inglés), con
el fin de integrar los esfuerzos políticos, humanitarios y de desarrollo en el país. La

200
negociación exitosa del Acuerdo de Bonn, el haber mitigado una inminente catástrofe
humanitaria y la subsecuente conformación de una Administración Afgana interina de-
mostraron la eficacia de esta forma actuar.

La nueva estrategia y doctrina de mantenimiento de la paz fueron también aplicadas


en el caso de la Administración de Transición de las Naciones Unidas para Timor
Oriental (UNTAET, por sus siglas en inglés), que culminó exitosamente el 20 de mayo
del 2002 con la independencia de Timor Oriental. Asimismo, en Sierra Leona, las elec-
ciones se realizaron pacíficamente y en mayo se instaló un nuevo gobierno. La Misión
de las Naciones Unidas en Sierra Leona (UNAMSIL, por sus siglas en inglés) ayudó a
establecer las bases para alcanzar estos logros y para conseguir el desarme y la
desmovilización de más de 47 mil rebeldes.

Personal y gestión

El primero de mayo del 2002 entró en su fase operativa un nuevo sistema de recluta-
miento, colocación y promoción de personal mediante el cual se privilegian méritos y
capacidades por encima de la antigüedad. Como parte de un completo sistema de
nuevas prácticas de personal, el sistema le da a los gerentes de programa la autoridad
para seleccionar a su propio personal, de conformidad con un acuerdo con el Secreta-
rio General que hace a los gerentes responsables de los resultados obtenidos. Los cam-
bios, corresponden al espíritu de la reforma organizativa propuesta por el Secretario Gene-
ral, según la cual las decisiones y responsabilidades son transferidas al nivel operacional.

Los nuevos procedimientos que contiene el informe del Secretario General sobre la
«Reforma de la Gestión de los Recursos Humanos» (A/55/253), presentado ante la
Asamblea General en agosto del 2000, también consideran el tiempo máximo que se
debe emplear para la contratación y la colocación. Debido al compromiso de Naciones
Unidas de tener en cuenta una distribución equitativa de las nacionalidades entre el
personal, un mejor balance de género, y al mismo tiempo calidad del personal, el
reclutamiento de personal no se resuelva tan rápidamente como en otras organizacio-
nes. En los últimos años recientes, el proceso de contratación de un funcionario había
ascendido innecesariamente a un período de 400 días o más. El sistema de selección
instalado recientemente pretende reducir ese número a cerca de 90 días. Además, la
Oficina de Gestión de Recursos Humanos se compromete a aprobar e implementar, en
un período de dos semanas, intercambios de puestos de manera horizontal para fun-
cionarios en activo.

El proceso también es más transparente, pues todas las vacantes se anuncian en el


sitio en Internet de Naciones Unidas.

El informe del Secretario General sobre los recursos humanos aborda también la
cuestión de la movilidad entre los 7.649 miembros regulares de personal de la Secreta-
ria. Con el fin de dar un servicio público más versátil y calificado en diversas áreas. Se
fijan plazos para cubrir las vacantes, se suministra apoyo adicional los puestos en
estaciones de servicio lejos de la Sede y se incrementan y modernizan los programas
de capacitación de personal.

201
Por otra parte, ahora se requiere que los administradores de Naciones Unidas reci-
ban capacitación intensiva sobre el manejo de personal, una inversión que no se había
llevado a cabo con anterioridad, además de la introducción de un nuevo sistema de
evaluación del personal.

Para fortalecer el sistema interno de administración de justicia del personal, se esta-


bleció la oficina del Ombudsman a finales del 2001. Además, con el fin de sustituir al
comité sobre discriminación y otro tipo de quejas, se está estableciendo un mecanismo
informal de mediación. Patricia Durrant, ha sido designada por el Secretario General
como la primera Ombudsman de Naciones Unidas y utilizará la conciliación, la media-
ción informal, y cualquier otro método apropiado para la solución objetiva de los conflic-
tos entre las partes y para evitar recurrir al proceso de quejas formales.

Dada la intensa escalada de amenazas contra el personal de las Naciones Unidas


en la última década, la seguridad del personal de las Naciones Unidas se convirtió en
una preocupación prioritaria del Secretario General. En el 2000, el Secretario General
puso en funcionamiento un programa de dos años para el fortalecimiento del Programa
de Gestión de la Seguridad de la ONU. De esta forma se han fijado normas mínimas en
todas las estaciones de trabajo de Naciones Unidas en lo concerniente a planeación,
entrenamiento del personal, telecomunicaciones y seguridad de las instalaciones. Has-
ta junio de 2002, cerca de cien nuevos oficiales de seguridad en el terreno habían sido
capacitados y desplegados.

La sociedad civil y las empresas

La década de los noventa fue testigo de un impresionante cambio de rumbo en la


proporción de flujos financieros tanto oficiales (asistencia y préstamos gubernamenta-
les) como privados (inversiones de capitales y de empresas) de los países desarrolla-
dos a los países en desarrollo. De 1981 a 1990, el financiamiento oficial representó en
promedió el 60 por ciento del total de todos los flujos mientras que la inversión privada
fue el 40 por ciento. No obstante, de 1991 a 1995, la inversión privada aumentó a más
del 80 por ciento del total de los flujos, mientras que la inversión oficial cayó por debajo
del 20 por ciento.

El Secretario General, al reconocer que las perspectivas de desarrollo están deter-


minadas cada vez más por las actividades del sector privado, tomó medidas con el fin
de que el incremento en la cantidad de comercio e inversión condujera a una mejor
calidad de la actividad empresarial. En 1997, instó a las corporaciones que se estaban
beneficiando de la globalización a cumplir con sus responsabilidades como ciudadanos
mundiales. Bajo los términos del Pacto Mundial que, más tarde, él mismo propondría,
las empresas participantes deberían emprender actividades encaminadas a impulsar
los valores fundamentales de las Naciones Unidas en áreas tales como los derechos
humanos, normas laborales y de medioambiente. En julio del 2000, con motivo de la
primera convocatoria del Pacto Mundial, más de cincuenta presidentes de corporacio-
nes, líderes de organizaciones civiles prominentes y de organizaciones internaciona-
les de trabajadores se reunieron con el Secretario General. Los presidentes de las
corporaciones expresaron el compromiso de los consejos directivos de sus empresas

202
de adherirse a los principios del Pacto Mundial. Desde entonces, el número de empre-
sas participantes ha ascendido a más de 300.

Mientras tanto, las Naciones Unidas continúan trabajando de cerca con organizacio-
nes de la sociedad civil para mitigar los efectos de las enfermedades, la pobreza y los
desastres. En ese tiempo, las ONG han construido una relación de trabajo más cerca-
na en los procesos intergubernamentales. Muchos gobiernos incluyen ahora dentro de
sus delegaciones en las sesiones regulares de la Asamblea General a estas organiza-
ciones. Esta práctica es todavía más frecuente en las delegaciones que acuden a
conferencias internacionales y sesiones especiales. Líderes y expertos de la sociedad
civil participan activamente, con intervenciones cada vez más frecuentes, en las re-
uniones preparatorias de las conferencias mundiales y en los debates de las conferen-
cias.

Los grupos de la sociedad civil, a través de sus vínculos con las Naciones Unidas,
pueden ampliar su papel y maximizar su impacto. Esto quedó evidenciado en la campa-
ña Jubileo 2000 que llevó consigo un plan mundial para reducir la carga de la deuda que
pesa sobre los países pobres. También hay que tener en cuenta la convención firmada
por los gobiernos luego de cinco años de la Campaña Internacional para la Prohibición
de las Minas Terrestres emprendida por la sociedad civil. Las organización de la socie-
dad civil han tenido una influencia especial en la divulgación de las normas universales
de derechos humanos y con motivo del establecimiento de la Corte Penal Internacional.

Esta nueva apertura de Naciones Unidas para interactuar con la sociedad civil y el
sector privado ha traído beneficios también en otras áreas.

En el año 2000, cinco grandes productores de farmacéuticos iniciaron un diálogo con


las agencias de Naciones Unidas para definir estrategias que permitieran que los medi-
camentos retrovirales para el VIH/SIDA fuesen mucho más accesibles a los países en
desarrollo golpeados por la pandemia. La presión para reducir el costo de los medica-
mentos generada por la sociedad civil, junto con la labor del Secretario General en las
conversaciones con las compañías farmacéuticas, llevó a la reducción drástica de los
precios de los medicamentos en muchos países. Con el fin de asegurar que los medi-
camentos de bajo costo puedan ser utilizados, se están tomando medidas para garan-
tizar la calidad de los medicamentos, la entrega segura de los mismos y la infraestruc-
tura clínica necesaria.

El siguiente paso fue la creación de lo que ahora se conoce como el Fondo Mundial
de la lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria, que tuvo lugar durante el
proceso previo a la Sesión Especial de la Asamblea General sobre VIH/SIDA. El Secre-
tario General, Kofi Annan, fue quien impulsó la creación del Fondo y lo concibió como
una colaboración de entidades públicas, de la sociedad civil y del sector privado.

Con el fin de contribuir a salvar la brecha digital, expertos técnicos, líderes de la


sociedad civil y presidentes de compañías de tecnología de punta colaboran en el
Grupo de Trabajo sobre Tecnologías de la Información y Comunicación de las Naciones
Unidas creado recientemente.

203
Con el fin de impulsar los objetivos de las Naciones Unidas se estableció en marzo
de 1998, del Fondo de las Naciones Unidas para la Colaboración Internacional (UNFIP
por sus siglas en inglés), a raíz de la promesa hecha por Ted Turner, en septiembre de
1997, de donar mil millones de dólares. Durante el 2002, el UNFIP, en conjunto con la
Fundación de Naciones Unidas, institución altruista pública establecida gracias a la
donación del Sr. Turner, ha contribuido con 484 millones de dólares a programas rela-
cionados con la salud infantil, población, mujer, medioambiente, paz y seguridad y
derechos humanos. El Fondo desarrolla nuevas relaciones con empresas, fundaciones
y asociaciones filantrópicas y ha establecido nuevas áreas de cooperación con el sec-
tor privado.

Recientemente, durante la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible, 120 pre-


sidentes de corporaciones e importantes líderes industriales se comprometieron con
más de 90 iniciativas en áreas tales como agua, energía, salud, agricultura, turismo,
reforestación, recursos pesqueros y biodiversidad. Asimismo, más de 3.500 ONG fue-
ron acreditadas y participaron activamente en Johannesburgo.

La Declaración del Milenio y las Metas del Desarrollo

En septiembre del 2000, 147 Jefes de Estado y de Gobierno y 191 naciones aproba-
ron, durante la Cumbre del Milenio, la más completa serie de objetivos que jamás haya
sido respaldada a nivel mundial. La Declaración del Milenio establece metas y princi-
pios orientados hacia la búsqueda de la paz y la seguridad, la protección al medio
ambiente, derechos humanos, un buen gobierno, y subraya las necesidades especiales
de África. En el campo del desarrollo, se establecen objetivos con plazos fijos para la
disminución de la pobreza, enfermedades, hambrunas, analfabetismo y discriminación
de género. Se pretende que la mayor parte de estos objetivos se logren antes del año
2015. Las Metas de Desarrollo del Milenio se utilizan como puntos de referencia en la
planeación social y económica a niveles regional, nacional e internacional, y funcionan
como un punto de convergencia para la sociedad civil, así como para los gobiernos y
las agencias multilaterales.

En la víspera del segundo mandato de Kofi Annan como Secretario General, señaló a
la Secretaría que las metas de la Declaración del Milenio deben constituir una priori-
dad. La Secretaría ha mantenido a la comunidad internacional enmarcada en estos
propósitos. Un esquema que precisa lo que se necesita hacer, así como quién y cómo
ejecutar la Declaración. Dicho esquema fue presentado en septiembre del 2001, un año
más tarde, se publicó el primer informe sobre los progresos en las Metas de Desarrollo
del Milenio. Este informe señalaba tendencias en la realización de los objetivos en ocho
áreas relacionadas con el desarrollo. De esta forma, se apreciaba un panorama general
del progreso - y a veces de la falta de él - tanto alrededor del mundo como en ciertas
regiones. Tales informes serán publicados anualmente hasta el 2015.

(*) Dossier sobre la Reforma de la ONU 1997 – 2002.


http://www.un.org/spanish/reforma/renov.htm

204
BIBLIOGRAFÍA:

- PEREZ LLANA, Carlos. “El Regreso de la Historia”. Editorial Sudamericana / Uni-


versidad de San Andrés. Bs. As., 1998. Capítulos I y VII.

LECTURAS COMPLEMENTARIAS:

LA INTERVENCIÓN EN EL DERECHO INTERNACIONAL


HUMANITARIO
Alexis Carrera Reyes - Angela Escobar

El derecho de ingerencia

Luego de la aceptación general por parte de los estados de la Declaración Universal


de los Derechos Humanos en el seno de las Naciones Unidas éstos se volvieron una
ley de aplicación obligatoria para aquellos que la aceptaron.

Este hecho, la ""u""niverzalización, absolutización y dogmatización de la declaración


en cuestión motivó la apertura de una discusión larga y profunda acerca de la conve-
niencia de que ela institución baluarte de los Derechos Humanos y el Derecho Interna-
cional que es la ONU tuviese la capacidad de defenderlos en todos los casos en que su
aplicación y respeto estuviesen en duda.

El derecho de ingerencia o de intervención parte de esta discusión, puesto que este


es, en términos sencillos, la posibilidad, atribución u obligación que un agente tiene
para intervenir en los asuntos de otro agente cualquiera, motivados, en el caso que
aquí se trata, por la defensa de los principios universales en que se convirtieron los
Derechos humanos, y posteriormente, el Derecho Internacional Humanitario como el
apéndice más visible de ellos, así como en ocasiones llegan a confundirse las ingeren-
cias por el respeto al Derecho Internacional con las antes mencionadas.

El sustento legal para una intervención humanitaria proviene no solamente de los


procedimientos internos que el agente en cuestión, por lo general las Naciones Unidas,
o en casos de interés específico un país por sí mismo como es el caso de los Estados
Unidos al justificar invasiones como las de República Dominicana en los años sesenta
o""" de Grenada en los ochenta, sino además del convencimiento total por parte de las
distintas instancias del agente de que los principios del Derecho Internacional o de los
Derechos Humanos son universales y por lo tanto trascienden las fronteras, por lo
tanto existe la obligación de velar por su cumplimiento o de exigir su aplicación, o en
todo caso restablecer su vigencia en cualquier lugar del mundo como si se tratase del
territorio en el cual el agente defensor ejerce soberanía. Dado el caso de la ONU, es de
suponerse que su ámbito de «soberanía» se encuentra en todos y cada uno de los
territorios de sus miembros, así como en las áreas internacionales o incluso en el
territorio de países no miembros, pues este estatus no debe ser tomado como excusa
para irrespetar un principio de aplicación universal, ya que el permitirlo crearía un

205
peligroso precedente para la defensa dogmática y a veces fanática de los Derechos
Humanos.

Se deduce entonces que una vez denunciado un caso de flagrante violación a los
Derechos Humanos por parte de un agente cualquiera la ONU tiene la obligación de
intervenir, previa autorización del Consejo de Seguridad de esta organización, en aquel
lugar donde se atente contra estos principios, generalmente con la participación del ejército
multinacional de los Cascos Azules, que es la fuerza de paz de las Naciones Unidas.

Los elementos hasta ahora presentados permiten inferir que la aplicación del Dere-
cho de Intervención Humanitaria es sumamente conflictivo y se presta a la interpreta-
ción interesada o fanática del mismo, pero antes de analizar este punto se presenta el
desarrollo de un caso real de intervención en el cual se mezclan la intervención por
defensa del Derecho Internacional, los Derechos Humanos y el Derecho Internacional
Humanitario.

Realidad actual de las fuerzas multinacionales

En diversos conflictos internos recientes que han suscitado la atención de la comu-


nidad internacional como consecuencia de las catastróficos sufridas por población
civil, dados por conflictos politivos, culturales y étnicos; concretamente en Somalia,
Ruanda, Haití y Bosnia, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha autorizado
acciones militares coercitivas descentralizadas ante la impotencia demostrada por las
operaciones de mantenimiento de la paz previamente desplegadas en el terreno.

Caso Bosnia-Herzegovina

En la antigua Yugoslavia ha existido un grave conflicto armado desde 1991 entre, por
un lado Croacia y Serbia en las regiones de Eslovenia Oriental y Krajima, y por otra
parte entre las distintas fracciones étnicas al interior de Bosnia-Herzegovina. Desde
hace unos años, tanto las Naciones Unidas como la Unión Europea han unido sus
esfuerzos para la resolución pacífica de la contienda y para ello han implementado los
siguientes recursos:

- Convocado conferencias de la paz en Londres y Ginebra.


- Ofrecido constantes iniciativas de buenos oficios, mediación y conciliación, como
por ejemplo con los copresidentes de la Conferencia de Paz.
- Han organizado y desplegado operaciones de mantenimiento de paz, como la Mi-
sión de Verificación de la Comunidad Europea o la fuerza de protección de los
Estados Unidos.
- Han asistido en labores humanitarias como el envío de cantidades de asistencia
humanitaria con la coordinación del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para
los Refugiados (ACNUR), y apoyado al Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
- Han aprobado distintos embargos, ya de armas para todas las repúblicas ex
yugoslavas, o económicas, culturales y científicos contra la República Federativa
de Yugoslavia (Serbia y Montenegro).
- Han autorizado la vig""ilancia armada de los embargos decretados.

206
- Han creado un tribunal penal internacional para procesar a los responsables de
violaciones graves del Derecho Internacional Humanitario.
- Establecieron zonas desmilitarizadas en Eslovania y la Krajina, y proclamaron
zonas seguras a determinadas ciudades de Bosnia-Herzegovina, autorizando a los
Estados miembros a vigilar su cumplimiento.
- Han prohibido el sobrevuelo no autorizado de aeronaves sobre Bosnia-Herzegovina,
y han autorizado a los Estados miembros a utilizar la fuerza para hacerlo cumplir.
- Y además de todo ello, han logrado que las partes firmen innumerables acuerdos y
compromisos de cese al fuego, que en su mayoría no han sido cumplidos.

Por desgracia, los esfuerzos de las Naciones Unidas para resolver el conflicto me-
diante las habituales técnicas de mantenimiento de la paz no lograron su objetivo como
consecuencia de la falta de voluntad política de los contendientes, especialmente de
los serbios de Bosnia.

Pero desde el verano de 1995 la contundencia militar aliada y la constante presión


diplomática lograron que las partes aceptaran la posibilidad de negociación del plan de
paz presentado por el Grupo de Contacto (Estados Unidos, Francia, Reino Unido y
Alemania). Otro factor fundamental a tener en cuenta fue el cambio operado en el
balance militar en la región, pues Croacia reconquistó la provincia secesionista de la
Krajina a comienzos de agosto de ese año, y los ejércitos musulmán y croata recupera-
ron amplias zonas de Bosnia Occidental, entre ellas Tuzla y Bihac. De este modo, una
tregua se mantuvo en vigor desde mediados de octubre de 1995 durante dos meses,
mientras desde el primero de noviembre se producía la negociación a tres bandas,
entre Serbia, Croacia y Bosnia-Herzegovina, en la base militar de Dayton, bajo el aus-
picio norteamericano. El 10 de noviembre se alcanzó un acuerdo entre bosnios y croatas
para fortalecer la federación entre ambos pueblos, y el 12 de ese mes, Croacia y Serbia
lograron un acuerdo básico sobre Eslovania Oriental, que reconoce la soberanía croata
sobre la región, garantiza el retorno de miles de refugiados croatas, prevee una admi-
nistración internacional de territorio durante un año, renovable por otro año más, y el
gobierno definitivo de la zona mediante un estatuto multiétnico.

Por fin, el 21 de noviembre de 1995 los representantes de Bosnia-Herzegovina,


Croacia y la República Federativa de Yugoslavia anunciaron en Dayton el Acuerdo
Marco General de Paz en Bosnia-Herzegovina que fue formalmente firmado el 14 de
diciembre de ese año por los presidentes de las tres repúblicas, teniendo en cuenta
como testigos a los presidentes estadounidense y francés, el canciller alemán, los
primeros ministros británico y ruso, y el presidente de turno de la Unión Europea, Felipe
González.

Este acuerdo de paz configura a a Bosnia como un Estado único, pero con fronteras
internas entre dos partes: la Federación de Bosnia-Herzegovina, con musulmanes y
croatas, y con el 51% del territorio, y la República de Srpska de los serbios con el resto
de la superficie bosnia. En sus normas se contempla la celebración de elecciones
libres en ambas entidades, de donde saldrá un gobierno central, con presidencia tripartita
y se prevée que Sarajevo sea una ciudad abierta y unificada dentro de la federación
croata-musulmana.

207
Este acuerdo pretendía desligar a las Naciones Unidas del aspecto militar de la
resolución del conflicto, de los balances, y al tiempo potenciar su papel y el de la
Organización para la seguridad de la cooperación en Europa (OSCE) en la parte civil
del proceso de pacificación. De esta forma y en la parte militar se retiró de Bosnia-
Herzegovina la fuerza de protección de las Naciones Unidas (UNPROFOR), y fue
sustituida por una fuerza militar multinacional, compuesta por tropas de OTAN y de
otros Estados aparte, como Rusia y los países islámicos. El traspaso de poderes de
UNPROFOR a la fuerza de ejecución (IFOR) tuvo lugar el 19 de diciembre de 1995.

A diferencia de la fuerza de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas la


fuerza de ejecución cuenta con la autorización y los medios militares necesarios para
compeler a las partes a cumplir el acuerdo, por lo que su eventual empleo de la fuerza
no se limita a la legítima defensa como sucede con las operaciones de cascos azules
de la ONU. Y así mismo, en este acuerdo se invitaba al Consejo de Seguridad a autori-
zar por medio de una resolución a los Estados miembros y las organizaciones y agen-
cias regionales a establecer la mencionada fuerza multinacional.

Todos los contingentes de esta fuerza, incluído el español y salvo el ruso, se en-
cuentran bajo el mando militar de la Alianza Atlántica, y no bajo las instrucciones de
Naciones Unidas. Por lo que se refiere a las tropas rusas, ésta conserva cierta autono-
mía sin romper la unidad de mando de la fuerza, e informan de sus actuaciones al
comandante de las fuerzas norteamericanas en Europa.

El acuerdo señala que en el plazo de un mes serían liberados todos los prisioneros
de guerra, mientras que abandonarían el país todas las fuerzas armadas extranjeras,
salvo de las Naciones Unidas, que quedarían dentro de la IFOR bajo mando de la
Alianza Atlántica (entre ellas la agrupación táctica española), más aquellas otras que
también se incorporen a la fuerza multinacional. Además, el Acuerdo de Dayton señala
que el armamento pesado de todos los bandos sería confiscado en el plazo de 4 me-
ses.

Con el fín de facilitar el proceso de paz, el Consejo de Seguridad, por medio de su


Resolución 1031 (1995), del 15 de diciembre de 1995 aprobó los citados acuerdos de
paz, declaró que el mandato de UNPROFOR terminaría cuando el Secretario General
informara de la transferencia de la autoridad de la UNPROFOR a IFOR, y autorizó a los
Estados miembros actuando a través o en cooperativa con la OTAN, a establecer una
fuerza multinacional de ejecución bajo mando unificado para cumplir las tareas especi-
ficadas. Poco antes, el Consejo había establecido un proceso por etapas para termina-
ra gradualmente el embargo de armas y de equipo militar tras la firma del acuerdo-
resolución 1021 (1995), del 22 de noviembre de 1995, y suspendió de forma indefinida
las sanciones económicas impuestas sobre la República Federativa de Yugoslavia bajo
el Capítulo VII de la Carta, a condición de que firmara y cumpliera el acuerdo de paz-
Resolución 1022 (1995), 22 de noviembre de 1995, suspensión que ha resultado esen-
cial para convencer a Yugoslavia a apoyar el proceso de paz y a presionar a los serbios
de Bosnia en esta dirección. Así mismo, el Consejo de Seguridad, también ha estable-
cido una fuerza internacional de policía y una oficina civil de las Naciones Unidas-
Resolución 1035 (1995), 21 de diciembre de 1995.

208
La estructura de mando de la fuerza internacional (IFOR) se basa en el cuerpo de
reacción rápida del mando aliado en Europa, y se ha desplegado en cuatro sectores en
el territorio Bosnia. Esta fuerza está compuesta en su operativo terrestre por 60.000
soldados procedentes de más de 20 países, entre ellos 20.000 norteamericanos. Ade-
más, cuenta con sendos dispositivos aéreo y marítimo para la realización de su man-
dato, en los que se han integrado los efectivos que hasta el 19 de diciembre del año
pasado formaban parte de los operativos de vigilancia de la prohibición de vuelos no
autorizados sobre Bosnia - Herzegovina (Deny Flight), y de guardia marítima del cum-
plimiento de los embargos decretados en esa región por el Consejo de Seguridad (Sharp
Guard). Entre las funciones de la Fuerza de Ejecución se encuentra lograr un entorno
seguro para permitir la labor de las diferentes organizaciones humanitarias, facilitar el
proceso de paz mediante reuniones negociadoras entre las partes, establecer y vigilar
una zona de separación de cuatro kilómetros de anchura entre los contendientes, que
disponen de un mes para retirarse de las zonas señaladas por el acuerdo; además, la
Fuerza debe supervisar el cese de los enfrentamientos y controlar el espacio aéreo. En
su misión, está autorizada a emplear la fuerza cuando le resulte necesaria - resolución
1031 (1995) del consejo de seguridad del 15 de diciembre de 1995. La IFOR constituye
la primera la primera operación de aplicación de la paz que lleva a caba la Alianza
Atlántica a lo largo de su historia, y también es la primera vez que España participa de
forma activa en una operación militar de estas características.

No obstante, y al mismo tiempo, la Fuerza de Despliegue Preventivo de las Naciones


Unidas de la república ex yugoslava de Macedonia se mantiene en el terreno, y la ONU
también piensa en poner en funcionamiento el acuerdo básico del 12 de noviembre de
1995 sobre la región de Eslavonia Oriental, Baranja y Srijem Occidental firmado por el
Gobierno croata y los representantes locales serbios, que solicita a la Organización
universal la creación de una administración provisional supervisada por una fuerza
internacional apropiada- resoluciones 1023 (1995) y 1025 de (1995), del 22 y 30 de
noviembre de 1995.

El acuerdo de Dayton también fija la estructura del futuro gobierno civil de Bosnia,
incluidas la nueva Constitución y acuerdos especiales sobre derechos humanos y refu-
giados. Y para la puesta en funcionamiento de esa labor civil, el acuerdo confía en la
Organización para la seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y en diversas
agencias del sistema onusiano, como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para
los refugiados (ACNUR) y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD), pues estas organizaciones cuentan con el personal y apoyo necesario para
cumplir estas funciones de asistencia civil en la reconstrucción de las estructuras
vitales. De hecho, se ha nombrado un alto representante para vigilar la ejecución de la
parte civil del acuerdo de paz, así como para movilizar y coordinar las actividades de
las organizaciones y agencias civiles involucradas. Este esquema consiste en com-
prometer a la ONU y a las organizaciones regionales pertinentes en la parte civil de los
procesos de paz, pero al tiempo liberar las Naciones Unidas de la dirección de las
operaciones militares, encomendándoselas a ciertas agencias regionales, puede convertir-
se en el modelo a seguir en un próximo futuro, como única respuesta posible y efectiva.

209
Con todo, el acuerdo de Dayton sólo es una parte del complejo entramado de instru-
mentos normativos de este proceso de paz en la antigua Yugoslavia, entre los que
destacan las resoluciones pertinentes del Consejo de Seguridad, las decisiones de la
Alianza Atlántica para establecer la INFOR, los acuerdos de esta organización con
otros Estados para la participación de éstos últimos en la fuerza multinacional, etc.

Otras Intervenciones

En algunos casos sumados al de Bosnia-Herzegovina, como Ruanda, Haití y Somalia;


el Consejo de Seguridad autorizó el despliegue de fuerzas multinacionales descentrali-
zadas caracterizadas por ser operaciones militares de carácter excepcional, puesto
que fueron creadas a causa de la existencia de situaciones dramáticas que no pudieron
ser controladas por anteriores operaciones de mantenimiento de la paz, ni siquiera se
les había permitido el efectivo despliegue en el terreno.

Con la parcial excepción de la fuerza de ejecución en Bosnia-Herzegovina, fueron


autorizadas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas como instrumento
provisional para garantizar entornos seguros que permitieran su sustitución por poste-
riores operaciones de cascos azules de la ONU.

Eran fuerzas patrocinadas por una gran potencia, en concreto por Francia en el
supuesto ruandés y por Estados Unidos en los otros tres casos. A pesar de ser aproba-
das por el Consejo de Seguridad, no estaban dirigidas ni controladas por este órgano,
sino que se han desarrollado de forma descentralizada. No eran operaciones de mante-
nimiento de la paz, puesto que se desplegaron sin precisar el consentimiento expreso
ad hoc de todas las partes del conflicto, podían utilizar la fuerza armada para el cumpli-
miento de su mandato, no estaban obligadas a actuar con imparcialidad y no se confi-
guraban como un órgano militar integrado, al ser aportadas sus tropas de forma abru-
madora por la gran potencia que auspiciaba la fuerza.

En definitiva, surgieron como una consecuencia altamente discutible de la amplia-


ción del concepto de mantenimiento de la paz y la seguridad de las Naciones Unidas,
siendo apreciadas como funciones casi-gubernamentales asumidas por el Consejo en
los años noventa.

Los Cascos Azules y la intervención humanitaria

Tal cual se había previsto, una vez presentados los elementos que configuran la
realidad de las intervenciones de las Naciones Unidas, se procedería a la crítica de la
forma en que estos ejercicios del derecho internacional son implementados. En princi-
pio, la legalidad de los procesos está fuera de toda duda, sin embargo, ésta emana de
un organismo con una estructura anacrónica y que responde a intereses específicos
que no concuerdan con la realidad del sistema internacional actual.

Esta apreciación, que de sí no es gratuita, pues explicita los cambios que el mundo
ha sufrido desde la creación de las Naciones Unidas al final de la Segunda Guerra
Mundial, implica además un desacuerdo total con la estructura del poder en el Consejo

210
de Seguridad de la ONU, ya que las intervenciones realizadas por este organismo no
solo que dejan mucho que desear en términos de su efectividad real, sino que además
reflejan por autoevidencia el uso de la legalidad que proveen sus resoluciones para
legitimar universalmente acciones que responden al interés específico de países con
capacidades militares superiores y que aprovechan esta situación para ejercer su po-
der con un velo de justicia que es, en última instancia, provisto por todos los demás
países, dada su pasividad.

Conclusiones

La intervención por motivos humanitarios, como instancia dentro de las posibilida-


des que el Derecho Internacional provee al Sistema Internacional es la más drástica de
aquellas que se pueden tomar en cuanto se busque proteger la vigencia de los Dere-
chos humanos en el mundo por cuanto implica directamente una revocatoria de la
soberanía que un Estado ejerce dentro de su territorio.

A pesar de esto último, dada la magnitud de los intereses que algunos miembros de
Naciones Unidas desean proteger, se ha utilizado discrecionalmente y sin procurar
alternativas de solución paralelas ni anteriores que hayan sido coherentemente
implementadas, lo que le ha valido al ejército de paz ser mal recibido por aquellos a
quienes pretende defender, como fue el caso en Somalia.

Aún cuando la justicia de estas determinaciones no es fácilmente apreciable, pues


desde muchos puntos de vista carecen de ella, todas ellas han ganado legitimidad a
través de su proveniencia desde el seno de Naciones Unidas, que en su estructura y
con la complacencia participativa o pasiva de la casi totalidad de sus miembros, en
muchas ocasiones los mismos futuros afectados, revisten de legalidad, justicia y legiti-
midad las acciones que la ONU toma.

(*)Santa Fe de Bogotá, Junio de 1996

LAS NACIONES UNIDAS ANTE LOS RETOS ACTUALES


Francisco Villar (*)

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) nació, hace 50 años, en un contexto


histórico muy determinado, fundamentalmente como consecuencia de los horrores de
la Segunda Guerra Mundial. Pero esta organización ha demostrado, a través de sus
aciertos y sus fracasos, una considerable capacidad de adaptación a las circunstan-
cias enormemente cambiantes del medio internacional a lo largo de este medio siglo de
existencia, lo que es una prueba tanto de la flexibilidad de los mecanismos diseñados
en San Francisco, como de la voluntad de los Estados que integran la comunidad
internacional de contar con una organización global de esta naturaleza, que a pesar de
sus limitaciones y carencias ha demostrado que es insustituible. Como se ha dicho
tantas veces: «Si no existieran las Naciones Unidas, habría que crearlas».

211
El sistema de seguridad colectiva diseñado en la Conferencia de San Francisco no
pudo ser puesto en práctica (salvo en Corea y en el Congo, y ello sólo hasta cierto
punto, de manera un tanto heterodoxa y en circunstancias excepcionales) a causa de la
desaparición del consenso entre los aliados de la Segunda Guerra Mundial. Pero ello no
impidió que la organización realizase avances considerables en relación con algunos
de los propósitos para los que fue creada: cooperación para el desarrollo económico y
social, promoción de los Derechos Humanos, desarme, descolonización y codificación
del Derecho Internacional, etc.; lo que, en ocasiones, se olvida cuando se hace un
balance más bien negativo de la actuación de las Naciones Unidas en su medio siglo
de existencia.

Muchos son los datos que se podrían citar para ilustrar la magnitud de la labor
desarrollada. Mencionaré tan sólo tres muy recientes, a mero título de ejemplo:

- La campaña de vacunación universal del Fondo de las Naciones Unidas para la


Infancia (UNICEF) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) llegó al 80% de los
niños menores de cinco años en todo el mundo, lo que ha salvado la vida de, al
menos, tres millones de niños cada año.
- El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) administró en 1993
más de 1.400 millones de dólares con los que se financiaron más de seis mil
proyectos de desarrollo en unos 150 países y territorios.
- 1.300 millones de habitantes de los países en desarrollo tienen luz y acceso a agua
potable apta para el consumo, en gran parte como consecuencia de las actividades
del Decenio Internacional de las Naciones Unidas para el Agua Potable y el Sanea-
miento Ambiental (1981- 1990).

La gran transformación del sistema internacional desde 1988 y sus consecuencias


para las naciones unidas.

Desde finales de la década de los ochenta hemos asistido a cambios profundos en el


sistema internacional: fin del enfrentamiento entre las superpotencias, desaparición del
«equilibrio del terror» y democratización de los antiguos Estados comunistas del Este
de Europa. Es lo que se ha denominado el final de la Guerra Fría.

Estos cambios han hecho posible, al desbloquearse el Consejo de Seguridad, que


las Naciones Unidas se hayan involucrado a fondo sin continuos obstáculos institucio-
nales en uno de los propósitos para los que fueron creadas: el mantenimiento de la paz
y la seguridad internacionales. Pero este mismo hecho, junto con la proliferación de
conflictos antes larvados que han requerido la actuación de la organización, ha condu-
cido a las siguientes situaciones:

- Una auténtica «sobrecarga» que ha hecho que las Naciones Unidas, con los me-
dios de los que dispone (que, aunque crecientes, siguen siendo muy limitados), no
hayan podido hacer frente con la suficiente rapidez y eficacia a crisis de suma
complejidad y efectos devastadores como las de Rwanda o Somalia.
- Poner plenamente de manifiesto que, si bien el mantenimiento de la paz es tarea
principal de la organización, la paz difícilmente puede mantenerse sin unos niveles

212
mínimos de democracia, respeto de los Derechos Humanos y desarrollo económi-
co y social sostenible.

En resumen, las Naciones Unidas se enfrentan ahora a una enorme tarea, conside-
rablemente aumentada en los últimos años, debido al crecimiento de las expectativas
sobre las posibilidades de actuación de la organización, y han de enfrentarse a nuevas
exigencias y retos, especialmente en estas áreas a las que acabo de referirme: mante-
nimiento de la paz, protección y promoción de los Derechos Humanos y de la democra-
cia, y obtención de unos niveles mínimos de desarrollo.

Voy a esbozar primero algunos de estos desafíos para referirme después a la cues-
tión de la conveniente reforma institucional para hacerles frente con mayor eficacia.

Las nuevas exigencias y retos planteados a las naciones unidas

El mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales en un mundo creciente-


mente complejo e inestable

Acabo de referirme al desbloqueo de las posibilidades de acción de las Naciones


Unidas en el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales en un mundo que,
si bien es más seguro como consecuencia del fin de la rivalidad nuclear entre las
superpotencias, es también más inestable, al haberse desencadenado o recrudecido
conflictos de toda índole.

Las Naciones Unidas han recurrido, en respuesta a este fenómeno, a una serie de
técnicas o modalidades de actuación, recogidas en el Programa de Paz presentado por
el secretario general en 1992. Citemos las principales:

- La Diplomacia Preventiva (Preventive Diplomacy), que incluye medidas tales como


los mecanismos de alerta temprana, las misiones de investigación de hechos o el
establecimiento de zonas desmilitarizadas, destinadas - todas estas medidas- a
evitar que surjan controversias, que las existentes se transformen en conflictos o
que los conflictos, si llegan a tener lugar, se extiendan. Es la más eficiente de todas
las actuaciones en favor de la paz, en términos de relación coste- beneficio, y está
experimentando un auge creciente.
- El Establecimiento de la Paz (Peace Making), que incluye todas aquellas medidas
destinadas a lograr que las partes enfrentadas lleguen a un acuerdo, fundamental-
mente a través de los medios pacíficos de arreglo de controversias previstos en el
Capítulo VI de la Carta (negociación, mediación, conciliación, arbitraje, arreglo
judicial, etc.).
- El Mantenimiento de la Paz en sentido estricto (Peace Keeping), que consiste fun-
damentalmente en el despliegue de una presencia de las Naciones Unidas sobre el
terreno, hasta ahora, habitualmente y como norma, con el consentimiento de todas
las partes interesadas y con la participación de personal militar o policial de las
Naciones Unidas y, frecuentemente, también de personal civil. El recurso a la fuer-
za está previsto para situaciones de legítima defensa o, como sucede en el caso de

213
la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas para Bosnia- Herzegovina
(UNPROFOR), con carácter excepcional.
- La Imposición de la Paz (Peace Enforcement), que son aquellas medidas militares
de recurso a la fuerza, autorizadas por el Consejo de Seguridad en el marco del
Capítulo VII de la Carta.
- La Consolidación de la Paz (Peace Building) después de los conflictos, que incluye
las medidas destinadas a identificar y fortalecer las estructuras que refuerzan o
consolidan la paz, a fin de evitar una reanudación del conflicto. Como ejemplo, cabe
citar la permanencia en Camboya de la presencia de las Naciones Unidas tras la
retirada de la Autoridad Transitoria de las Naciones Unidas en Camboya (UNTAC),
o la prevista para El Salvador tras la retirada de la Misión de Observadores de las
Naciones Unidas en El Salvador (ONUSAL).
- En los últimos años, las actuaciones de las Naciones Unidas en materia de mante-
nimiento de la paz y la seguridad internacionales no solamente han experimentado
un importante aumento, sino que se han visto afectadas por profundos cambios
cualitativos:
- Muchos de los conflictos actuales tienen lugar no entre Estados enfrentados, sino
en el interior de Estados que se desarticulan o desintegran en medio del caos.
Nueve de las once operaciones establecidas a partir del 1 de enero de 1992 han
respondido a conflictos intraestatales, en los que, como hemos visto en Rwanda o
en la antigua Yugoslavia, la violencia y la crueldad con los civiles son la nota
dominante.
- En consecuencia, se han multiplicado las emergencias de carácter humanitario. Un
ejemplo: el número de refugiados registrados por el Alto Comisionado de las Nacio-
nes Unidas para los Refugiados (ACNUR) pasó de 13 millones a finales de 1987 a
26 millones en diciembre del año pasado.
- Las fuerzas de las Naciones Unidas han tenido que asumir, en numerosos escena-
rios, la protección de las operaciones humanitarias, ya que, en las situaciones de
caos a las que acabo de referirme, no pueden llevarse a cabo sin dicha protección.

Como ejemplos cabe citar la actuación en favor de las poblaciones kurdas en Irak o
las intervenciones en Somalia, Haití, la antigua Yugoslavia y Rwanda, primeras mues-
tras de la creciente y afortunada quiebra del hasta no hace mucho tiempo sacrosanto
principio de no injerencia en los asuntos internos de los Estados que contempla el
artículo 2.7 de la Carta.

Posiblemente uno de los retos más delicados a los que han venido enfrentándose las
Naciones Unidas en los tres últimos años sea el de determinar si es posible, cómo,
cuándo y con qué medios y mandato, pasar de acciones de mantenimiento de la paz en
su sentido tradicional a acciones de imposición de la paz por la fuerza. Este problema
se ha planteado tanto con la Operación de las Naciones Unidas para Somalia (ONUSOM
II) como con UNPROFOR en la antigua Yugoslavia y con la Misión de Asistencia de las
Naciones Unidas en Rwanda (UNAMIR). Es una cuestión que está en el origen de
buena parte de las críticas de la opinión pública y los medios de comunicación a la
actuación de las Naciones Unidas y, como el propio secretario general reconoce en su
Suplemento de un Programa de Paz (enero 1995), tiene una difícil solución.

214
El secretario general estima que ni él ni el Consejo de Seguridad tienen, en la actua-
lidad, capacidad para desplegar, dirigir, mandar y controlar operaciones para la aplica-
ción de medidas coercitivas, salvo, quizás, en operaciones a muy pequeña escala, y
que el momento actual no es el más adecuado para dotar a la organización de esa
capacidad, dada la carencia de recursos para ello.

El mantenimiento de la paz requiere de premisas políticas y militares diferentes a las


que rigen para las operaciones de imposición por la fuerza de la paz, por lo que es
peligroso pretender que una operación de mantenimiento de la paz recurra a la fuerza,
salvo en defensa propia, cuando, debido a las limitaciones en su composición, arma-
mento, apoyo logístico y despliegue, no tiene capacidad para ello.

Una posible solución es la de encomendar la aplicación de medidas coercitivas a


determinados Estados o grupos de Estados miembros, tal como sucedió en Corea en
1950, en Kuwait e Irak en 1990, o en Haití más recientemente. Esto tiene sus pros y
sus contras: facilita a la organización una capacidad de actuación de la que ésta por sí
misma carece; pero, al mismo tiempo, la utilización de la fuerza fuera del contexto de la
legítima defensa puede tener repercusiones serias, de lo que son un buen ejemplo los
lamentables problemas de ONUSOM en Somalia.

En momentos como los actuales, en que acabamos de ser testigos de la retirada de


Somalia o de las dificultades para la renovación del mandato de las Fuerzas de las
Naciones Unidas en Croacia, y cuando arrecian las críticas sobre la impotencia de las
Naciones Unidas, hay quienes se plantean si el esfuerzo de contribuir a la paz en
determinados tipos de conflictos, de carácter interno (al menos en su origen), que suelen
acompañar a procesos de desintegración de un Estado merece la pena. Debo decir que sin
ONUSOM cientos de miles de somalíes hubiesen muerto de inanición en los dos últimos
años, y sin UNPROFOR los horrores de la guerra en la antigua Yugoslavia serían muy
superiores a los que nos transmite prácticamente a diario la televisión por satélite.

Cabe preguntarse, asimismo, si no sería preferible dedicar estos recursos al fomen-


to de los Derechos Humanos o al desarrollo. El problema es que paz, democracia,
desarrollo y Derechos Humanos están íntimamente ligados y, a medio y largo plazo, ni
estos últimos son posibles sin un ambiente de paz y estabilidad, ni la paz puede mante-
nerse por mucho tiempo en situaciones de injusticia.

Y con esto paso a referirme al segundo de los grandes retos a los que se enfrentan
las Naciones Unidas en la actualidad.

La promoción y protección de los Derechos Humanos en todo el planeta.

Está íntimamente ligada a la historia de la Organización, cuyos primeros pasos


coincidieron con el conocimiento generalizado, entre otras cosas, de los horrores y
atrocidades cometidos por el régimen nazi: no solamente figura entre los propósitos de
la ONU recogidos en el artículo 1 de la Carta («desarrollo y estímulo del respeto a los
Derechos Humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por
motivos de raza, sexo, idioma o religión») y entre las funciones específicamente enco-

215
mendadas al Consejo Económico y Social, sino que se ha ido ampliando en el transcur-
so de los años, desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada
por la Asamblea General el 10 de diciembre de 1948 hasta la Declaración y el Progra-
ma de Acción adoptado en la Conferencia Mundial de Viena hace dos años, pasando por
importantes instrumentos internacionales como los Pactos de Derechos Civiles y Políticos
y Derechos Económicos, Sociales y Culturales o las Convenciones sobre Discriminación
Racial, Eliminación de la Discriminación de la Mujer, Tortura o Derechos del Niño.

Todos estos convenios internacionales, con sus correspondientes mecanismos de


supervisión del cumplimiento de las obligaciones asumidas por los Estados parte, así
como la importante labor tanto de la Asamblea General como de la Comisión de Dere-
chos Humanos y del recientemente creado Alto Comisionado de las Naciones Unidas
para los Derechos Humanos, suponen, si no la existencia de un sistema verdadera-
mente coactivo para la protección de los Derechos Humanos en cualquier lugar del
mundo, sí al menos el establecimiento de unas normas mínimas reconocidas por la
comunidad internacional que no pueden ser impunemente violadas por los Estados sin
pagar un importante coste político.

En los últimos años, la aplicación del principio de no injerencia en los asuntos inter-
nos del art. 2.7 de la Carta se ha visto crecientemente limitada por la conciencia de los
vínculos existentes entre la paz y los Derechos Humanos, y así el Consejo de Seguri-
dad ha autorizado intervenciones, como las de Haití o Rwanda, estimando que una
violación sistemática y masiva de los Derechos Humanos supone una amenaza para la
paz, lo cual es difícilmente discutible, especialmente en aquellos casos en que dicha
violación sistemática y masiva va acompañada también de violaciones graves del De-
recho Internacional Humanitario.

En este terreno, el escollo más importante al que hemos de enfrentarnos es el de los


intentos de algunos países de negar el carácter universal de los Derechos Humanos o
condicionar su disfrute a peculiaridades locales o al logro de determinadas metas de
desarrollo económico y social.

Los países occidentales en general y los Estados miembros de la UE en particular


hemos venido resistiendo vigorosamente estos intentos. Como señala expresamente la
Declaración de Viena «debe tenerse en cuenta la importancia de las particularidades
nacionales y regionales, así como la de los diversos patrimonios históricos, culturales
y religiosos; pero los Estados tienen el deber, sean cuales fuesen sus sistemas políti-
cos, económicos y culturales, de promover y proteger todos los Derechos Humanos y
las libertades fundamentales».

En resumen, puede afirmarse que, si bien nos encontramos todavía muy lejos de
una situación de respeto universal a los derechos humanos, sí hemos llegado a un
consenso global en cuanto a que los Estados no gozan ya de un poder ilimitado para
decidir la suerte de sus nacionales y en cuanto a que los seres humanos tienen unos
derechos inalienables por el simple hecho de ser precisamente eso, seres humanos. A
ello ha contribuido en buena medida el esfuerzo de las Naciones Unidas, con las limita-
ciones que en este terreno ha impuesto su propia universalidad.

216
El reto del desarrollo

La expansión del papel de las Naciones Unidas en el mantenimiento de la paz ha


dado origen, como ya he indicado, a una preocupación por la necesidad de no perder de
vista el importante papel que, de acuerdo también con sus principios constitutivos, ha
desempeñado y debe continuar desempeñando la organización en la promoción del
desarrollo, económico y social, sin el cual no es posible una paz duradera. Paz y
seguridad por una parte y desarrollo económico y social por otro son, sin duda, las dos
caras de una misma moneda.

La preocupación por la clara insuficiencia de la asistencia al desarrollo es razonable


y, aunque no ha de olvidarse que las Naciones Unidas siguen consagrando a la misma
una parte muy importante de su actividad y de sus recursos, justo es también recordar
que últimamente ha habido una cierta tendencia a la disminución de los recursos desti-
nados al desarrollo por parte de los países más ricos.

Nos enfrentamos, en este terreno, a dos retos a los que me referiré sólo de pasada:
lograr los recursos necesarios para la promoción del desarrollo y la lucha contra la
pobreza y hacer que éste sea sostenible, es decir, que no suponga la destrucción de
los recursos no renovables que pudiese conducir a una pobreza futura.

Para hacer frente al primero de estos retos, es necesario aumentar la asistencia al


desarrollo. El Gobierno español ha adquirido, como ustedes saben, un compromiso
público de aumentar el porcentaje de nuestro Producto Nacional Bruto destinado a la
ayuda oficial al desarrollo, lo que nos sitúa a contracorriente de los principales países
donantes. En este sentido, España en los Presupuesto de 1995 ya aumentó su contri-
bución voluntaria al PNUD en un 31% y a la UNICEF en un 20%.

La segunda de estas cuestiones - lograr que el desarrollo sea sostenible- ha sido


objeto de una atención creciente, lo que ha permitido que el problema del desarrollo
haya adquirido una nueva dimensión en estos últimos años. Como consecuencia de las
Conferencias de Río para la Protección del Medio Ambiente, de Viena sobre Derechos
Humanos, de El Cairo sobre Población y Desarrollo, y últimamente de Copenhague
sobre Desarrollo Social, ha venido surgiendo un nuevo concepto integrado de desarro-
llo en el que confluyen varios factores. Las dimensiones política (incluyendo la defensa
del sistema democrático), humana, socio- económica, financiera y ambiental, entre
otras, forman parte de ese concepto global de desarrollo, siendo la persona, en última
instancia, el objeto final del desarrollo.

El desarrollo, y sobre todo como se confirmó en la Cumbre de Copenhague, el Desa-


rrollo Social, no puede ser hoy entendido como el simple reflejo de una fría estadística
de magnitudes macroeconómicas básicas. Estos indicadores presentan graves limita-
ciones, ya que no recogen los desequilibrios existentes en la distribución de la riqueza.
El hombre y la mujer, en sí mismos considerados, son objeto y sujeto del desarrollo. La
Conferencia de Pekín sobre la Mujer, permitirá, sin duda, profundizar en esta perspec-
tiva.

217
La Organización de las Naciones Unidas ha desempeñado así un papel determinan-
te, no sólo acuñando el concepto de desarrollo sostenible, sino también enriqueciéndolo
y dándole contenido, gracias a las diferentes Conferencias o Cumbres que ha ido con-
vocando.

La adaptación o reforma institucional

Para responder a las esperanzas que la comunidad internacional ha depositado en


ellas y para hacer frente a estos retos, las Naciones Unidas han emprendido un proce-
so de reforma institucional destinado:

- a hacer a sus órganos más eficaces en el desempeño de sus funciones y, en


algunos casos, también más representativos;
- a obtener los recursos financieros necesarios;
- a hacer que estos recursos sean utilizados de forma más eficiente, evitando despil-
farros o innecesarias duplicaciones de esfuerzo, para lo que se necesita una ade-
cuada coordinación dentro del sistema de las Naciones Unidas.

Examinaré brevemente estas cuestiones:

La reforma del Consejo de Seguridad

Las Naciones Unidas cuentan en la actualidad con 185 miembros, frente a los 51 de
1945. El número de miembros del Consejo de Seguridad no ha sido alterado desde la
reforma de 1963, que entró en vigor en 1965 y amplió de seis a diez el número de los no
permanentes. Desde entonces han pasado a formar parte de la organización casi un
centenar de Estados, lo que, unido al renovado papel que ha podido desempeñar el
Consejo en los últimos años en el mantenimiento de la paz y la seguridad internaciona-
les, y a una cierta percepción de que el Consejo trabajaba con mucho sigilo y poca
transparencia, ha llevado a un movimiento generalizado, entre los Estados miembros,
favorable a que haya cambios tanto en la composición como en el funcionamiento de
este órgano principal de las Naciones Unidas.

Estos cambios están siendo examinados por un Grupo Ad Hoc, de composición


abierta, creado por la Asamblea General, y en el que se han formulado ya diversas
propuestas informales, entre ellas:

- La denominada «Propuesta 2+3», que llevaría a Alemania y a Japón a ser miem-


bros permanentes, y a ampliar el número de puestos para miembros no permanen-
tes en tres, uno para el Grupo Asiático, otro para el Africano, y otro para el Latino-
americano.
- La «opción 2+6», similar a la anterior, pero con dos puestos de miembro no perma-
nente adicionales para cada uno de los tres grupos regionales citados.
- La propuesta del Movimiento de los No Alineados que incluye un aumento mínimo
de once miembros no permanentes, lo que nos llevaría a un Consejo con 26 miem-
bros. En este esquema, los once nuevos puestos se asignarían cuatro a África,
cuatro a Asia y tres a Latinoamérica.

218
- La propuesta italiana de ampliación en diez puestos adicionales para miembros no
permanentes; pero estableciendo dos categorías de éstos, con diez puestos en el
Consejo cada una. De una de ellas formarían parte, por rotación, los integrantes de
una lista de veinte o treinta Estados, seleccionados en función de diversos crite-
rios objetivos.
- La propuesta australiana, que incluye dos modelos: el de un Consejo de Seguridad
con veinte miembros, o sea, los quince actuales más otros cinco nuevos miembros
permanentes que no tendrían (a diferencia de los actuales) derecho de veto y que
serían atribuidos tres a África y Asia, uno al WEOG (Grupo Occidental) y otro al
GRULAC (Grupo de de América Latina y el Caribe). El segundo modelo australiano
contempla un Consejo de Seguridad con veintitrés miembros, los quince actuales,
más ocho miembros casi permanentes y alterando el número y la distribución de
los actuales grupos regionales.

En lo referente al derecho de veto, hay un gran número de Estados que son partida-
rios de ponerle límites, cuando no de su eliminación. En la práctica, lo cierto es que los
miembros permanentes han venido restringiendo su utilización. De hecho, en los último
cinco años sólo ha sido ejercido en dos ocasiones, en ambos casos por la Federación
Rusa.

La posición española cabe resumirla en los siguientes términos:

- La reforma del Consejo es una cuestión sumamente importante y compleja, que ha


de hacerse de forma meditada, mediante un proceso continuo de diálogo e inter-
cambio de ideas que conduzca a un consenso del conjunto de los Estados miem-
bros.
- España está a favor de revisar, sin precipitación, la composición y funcionamiento
del Consejo de Seguridad inspirándose en los criterios de representatividad, efica-
cia y transparencia, y con el objetivo último de reforzar la legitimidad de las actua-
ciones del Consejo.
- Hemos planteado, como posible base para la reforma, un aumento moderado del
número de miembros del Consejo, que permitiese la presencia más frecuente en el
mismo de Estados con peso e influencia en las relaciones internacionales, y con
capacidad y voluntad de contribuir de forma significativa al mantenimiento de la
paz y la seguridad internacionales y a los demás propósitos de las Naciones Uni-
das.
- En cuanto al derecho de veto, esta cuestión ha de ser contemplada en el marco
más amplio de la toma de decisiones en el seno del Consejo de Seguridad, ya que
habrá de ajustarse, si aumenta el número de sus miembros, la mayoría necesaria
para la adopción de decisiones y cabría, incluso, reservar el derecho de veto úni-
camente para las cuestiones más importantes, especialmente las relativas a la
aplicación del Capítulo VII de la Carta.
- La cuestión de la eventual ampliación del número de miembros del Consejo no ha
de hacernos perder de vista otros aspectos importantes de la reforma del Consejo
de Seguridad, tales como la de una mayor transparencia en sus actuaciones, en la
que recientemente se han producido ya algunos progresos significativos.

219
La reforma del sector económico y social

Antes he recordado la importancia de la actuación de las Naciones Unidas en mate-


ria de desarrollo económico y social y la interrelación entre la paz y el desarrollo. Por
ello, paralelamente a las reformas institucionales del sector político de las Naciones
Unidas, también se ha llevado a cabo en los últimos años una amplia y profunda revi-
sión y reestructuración de los sectores económico y social.

Esta reestructuración viene motivada, entre otras, por las siguientes razones:

1. Necesidad de una mejor administración y gestión de unos recursos financieros


cada vez más escasos por las dificultades presupuestarias que atraviesan, en
período de crisis económica, los Estados principales contribuyentes (retraso en
el pago de las cuotas, disminución de la financiación voluntaria para la ayuda al
desarrollo, aparición de nuevas Organizaciones dedicadas a cuestiones de desa-
rrollo y que requieren una nueva financiación...)
2. Necesidad de evitar, en consecuencia, la duplicidad de actividades entre órganos
y organismos del Sistema de Naciones Unidas dedicados al desarrollo económi-
co y social.
3. Necesidad de una mayor eficacia y organización de esos mismos órganos y
organismos internacionales.
4. Necesidad de adaptación del Sistema de Naciones Unidas al nuevo concepto al
que me referí anteriormente de desarrollo sostenible como consecuencia de la
Conferencia de Río de Janeiro sobre Desarrollo y Medio Ambiente y de las si-
guientes Conferencias o Cumbres convocadas sobre el desarrollo. Ello ya se ha
traducido en la creación de la Comisión de Desarrollo Sostenible como órgano
adscrito al Consejo Económico y Social (ECOSOC).

El proceso de reforma motivado por estos imperativos se ha centrado fundamental-


mente en la reestructuración del ECOSOC, potenciándolo, revitalizándolo, para hacer
de él el órgano principal que deberá coordinar las actividades de la Organización del
Sistema de Naciones Unidas en su esfera económica y social.

Durante la próxima Asamblea General repasaremos y evaluaremos el alcance y


primeros resultados de estas reformas, que tienen como finalidad fundamental incre-
mentar y hace más efectiva la labor de la Organización en pro del desarrollo económico
y social.

El problema financiero

La crisis financiera de las Naciones Unidas viene dada fundamentalmente por el


pago tardío e incompleto de sus cuotas, cuotas obligatorias, por parte de ciertos Esta-
dos miembros y, en particular, por los EEUU y los países de la antigua Unión Soviética.
Estas cuotas están fijadas de acuerdo con un baremo establecido sobre la base de la
capacidad de pago de cada Estado, fundamentada en el criterio del Producto Nacional
Bruto con una serie de ajustes.

220
El volumen anual de gastos del presupuesto ordinario de las Naciones Unidas es
aproximadamente de 1.300 millones de dólares. A 28 de febrero, el total de las cuotas
no pagadas ascendía a 1.171 millones de dólares. El mayor deudor son los EEUU, con
un total de 527 millones de dólares, seguido de la Federación Rusa con 521 millones de
dólares. España, al igual que el resto de los países de la Unión Europea, no debe nada
al presupuesto ordinario.

Esta situación se agrava más en los presupuestos independientes para la financia-


ción de las Operaciones de Mantenimiento de la Paz, que en 1994 ascendieron a 3.197
millones de dólares. El baremo para la distribución de estas cuotas se basa no sólo en
la capacidad de pago sino también en la especial responsabilidad de los países Miem-
bros Permanentes del Consejo de Seguridad en las funciones de mantenimiento de la
paz y seguridad internacionales. También a 28 de febrero, la Federación Rusa debe en
este capítulo 561 millones de dólares y los EEUU 502. El total de la deuda a estos
presupuestos asciende a 1.700 millones de dólares.

La situación, pues, de la caja de la Organización es gravísima y el secretario general


hizo suyas una serie de propuestas hechas en febrero de 1993 por un grupo indepen-
diente presidido por Shijuro Ogata y Paul Volcker, en el que se hicieron una serie de
propuestas que no tuvieron demasiado éxito, basadas, entre otras cosas, en aplicar
incentivos y penalizaciones a quienes pagaran pronto o fueran morosos, aumentar el
fondo de capital, traspasar los presupuestos de Operaciones de Paz de los Ministerios
de Asuntos Exteriores a los de Defensa, considerar la posibilidad de hacer un presu-
puesto único para Operaciones de Paz en lugar de presupuestos diferenciados para
cada Operación, etc.

La realidad es que el principal problema viene dado por el no pago o el pago tardío de
las cuotas obligatorias como consecuencia no sólo de condicionantes de tipo económi-
co por los que atraviesan algunos países, y en especial los países de la antigua Unión
Soviética sino también, y lo que es peor, por los condicionantes de tipo político. Este es
el caso, en particular, de los EEUU, o más exactamente del Congreso de los EEUU.

En la actualidad, los problemas de la crisis financiera de la Organización son objeto


de estudio por parte de un Grupo de Trabajo de Alto Nivel, presidido por el propio
presidente de la Asamblea General y por un Grupo de Expertos constituido para estu-
diar el tema de la capacidad de pago de los Estados miembros.

Los cambios en la organización de la secretaría de las Naciones Unidas

Desde que asumió su cargo el 1 de enero de 1992, el actual secretario general ha


estado comprometido en un programa de mejora de la capacidad de la Secretaría de
prestar apoyo al conjunto de la Organización. Así, ha presentado un plan para la reor-
ganización del Departamento de Administración y Gestión, se ha reforzado el Departa-
mento de Operaciones de Mantenimiento de la Paz y se ha creado la Oficina de Servi-
cios de Supervisión Interna, bajo la autoridad del secretario general, como autoridad
única e independiente de inspección.

221
Uno de los objetivos básicos de todo este proceso de reorganización es extremar las
medidas para asegurar la utilización eficiente de los recursos disponibles y evitar des-
pilfarros y duplicaciones innecesarias.

Este proceso de reforma interna es importante; pero no ha de hacernos olvidar, que


las Naciones Unidas necesitan del concurso activo de los Estados miembros para
poder llevar a cabo sus actividades y hacer frente a los retos presentes y futuros.
Ciertamente, la organización es algo más que el conjunto de sus miembros; cuenta con
un personal a su servicio formalmente independiente de aquellos; el secretario general,
en la nueva atmósfera de los noventa, hace un uso cada vez más amplio de las atribu-
ciones que le confiere la Carta, y las Organizaciones No Gubernamentales tienen un
peso cada vez mayor, sobre todo en el terreno de los Derechos Humanos y del desa-
rrollo sostenido. Pero también en el marco de las Naciones Unidas los actores decisi-
vos siguen siendo los Estados.

De la actuación de éstos y, sobre todo, de la actuación de aquellos con un mayor


peso específico (si no desde el punto de vista jurídico, sí desde el real) en las relacio-
nes internacionales, dependerá el futuro de la organización.

No quisiera terminar sin recordar una verdad elemental que, en ocasiones, se pasa
por alto al evaluar la labor de las Naciones Unidas: cualesquiera que sean sus imper-
fecciones, el mundo sería hoy mucho menos seguro y justo si la organización no existiese.

Y es que, para recordar unas palabras atribuidas a Dag Hammarskjóld, secretario


general muerto en acto de servicio: «El propósito de las Naciones Unidas no es llevar-
nos al cielo, sino salvarnos del infierno».

(*)Secretario General de Política Exterior, Ministerio de Asuntos Exteriores de España.


Conferencia pronunciada en la sede de la Fundación CIDOB el 28 de marzo de 1995.

OPERACIONES DE PAZ. NUEVOS COMPROMISOS PARA LA


SEGURIDAD COLECTIVA
Excmo. Sr. Don Julián García Vargas (*)

Señoras y señores:

Es para mí motivo de satisfacción ocupar hoy esta tribuna de la Fundación CIDOB


en el acto de apertura de su año académico. Si siempre es grato acercarse a los foros
de pensamiento de nuestro país y constatar el creciente interés que en ellos suscitan
las cuestiones de Relaciones Internacionales y de Seguridad, aún lo es más hacerlo en
esta ciudad, Barcelona, abierta siempre al exterior.

Superada la tendencia aislacionista que España ha sufrido durante una buena parte
de este siglo y lejos ya de tópicos o planteamientos simplistas, comprobamos como

222
nuestra incorporación a los foros internacionales y la reactivación de nuestra acción
exterior han supuesto al mismo tiempo un auge de estas disciplinas en los ambientes
académicos. La contribución de estos ambientes, pausada y reflexiva, resulta siempre
enriquecedora, tanto para los poderes públicos como para la sociedad española, que
progresivamente se va interesando más en los problemas y las soluciones que afectan
a nuestra política de seguridad y defensa.

Me complace reconocer, en este sentido, la labor efectuada por el CIDOB y felicito a


la Fundación tanto por su labor pionera como por su merecido prestigio, ganado en
estos años de experiencia en los campos de la docencia y de la investigación.

No he de recordar en este foro de vocación internacionalista, las transformaciones


fundamentales que el último lustro ha experimentado el mundo. Lo que Dahrendorf
calificó acertadamente como «la revolución más masiva y menos sangrienta de la
historia» no sólo ha transformado los principales rasgos geopolíticos de la vieja Euro-
pa, originado la creación de nuevos Estados u obligado a rediseñar las instituciones
surgidas de Yalta. El fin del sistema bipolar ha reabierto cuestiones que tienen carácter
fundamental y que afectan a la esencia misma de nuestra forma de convivencia entre
naciones y a la manera de entender nuestra propia seguridad.

Hablar hoy de seguridad es hacerlo de un concepto complejo y cambiante, caracte-


rísticas que se han revelado claramente cuando la radicales transformaciones opera-
das en el sistema internacional han urgido su replanteamiento. El término seguridad,
mal definido e identificado en exceso con la defensa, experimenta en nuestros días una
ampliación, que tiende a extender su ámbito de actuación para dar cabida a aspectos
tradicionalmente relacionados con la estabilidad social y con el término «bienestar». La
desaparición de un equilibrio mundial representado por los antiguos bloques determina
que hoy la seguridad incorpore no sólo los aspectos militares y geoestratégicos o las
disputas fronterizas, sino también las amenazas para la paz originadas por la inestabi-
lidad política, económica y social; por las tensiones étnicas y nacionalistas; por los
extremismos religiosos; por la presión demográfica y los problemas medioambientales.

Puede afirmarse que éstas constituyen hoy el eje de la actividad de la ONU en su


más importante cometido: salvaguardar la paz y seguridad internacionales. Sin embar-
go, las operaciones de paz no son un fenómeno surgido de la post guerra fría. Como
ustedes bien conocen, constituyen una realidad efectiva desde hace más de cuatro
décadas. Permítanme una breve mirada retrospectiva sobre estos años de actividad
para ilustrar mejor la metamorfosis que en este período han experimentado.

Las operaciones de mantenimiento de la paz, también conocidas como OMPs, por


economía de lenguaje, no estaban previstas inicialmente entre las acciones para ase-
gurar la paz y seguridad internacionales; fueron paulatinamente imponiéndose según la
realidad las demandaba. El concepto de acción internacional coercitiva, que pretendió
la carta de las Naciones Unidas frente a la ineficacia de su predecesora la Sociedad de
Naciones, quedó superada al inaugurarse la guerra termonuclear. La posibilidad de que
las potencias medias dispusieran del arma atómica determinó que las coacciones no
nucleares se convirtieran en poco eficaces y las que implicaban su uso, en inconcebi-

223
bles. Sin embargo, después de la intervención de los Estados Unidos en Corea y del
fracaso de la Uniting For Peace Resolution, la presión de los acontecimientos interna-
cionales motivó la aparición de estas operaciones, como una forma de acción
institucionalizada de naturaleza preventiva.

Las OMPs no nacieron con la pretensión de sustituir los medios de solución pacífica
y voluntaria de controversias previstos en el Capítulo VI de la Carta de las Naciones
Unidas. No buscaban tampoco reforzar las acciones coercitivas contempladas en el
Capítulo VII para los casos de amenazas a la paz o actos de agresión. Lo que se
perseguía más bien con dichas operaciones era rellenar el hueco existente entre am-
bos capítulos: «el Capítulo VI y medio», en gráfica expresión del entonces Secretario
General de las Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld.

La peculiaridad de sus orígenes explica en parte que carezcan de definición oficial,


de estructura fija o de cierto cuerpo doctrinal, lo que nos obliga referirnos a ellas con
cautela. Ni siquiera hay un consenso universal sobre cual fue la primera operación de
mantenimiento de la paz auspiciada por Naciones Unidas.

En 1948, un primer grupo de observadores militares con bandera azul, color que
simboliza desde entonces la neutralidad internacional, fue enviado a Palestina con el
mandato de supervisar el cumplimiento de la tregua tras la primera guerra árabe-
israelí. Meses más tarde, un grupo similar de observadores recibió el cometido de
supervisar en Cachemira el alto el fuego acordado entre India y Pakistán.

La primera operación de mantenimiento de la paz, como tal, se produjo en 1956 con


el envío del primer contingente armado de cascos azules a Egipto, (UNEF), con la
misión de asegurar y supervisar el cese de hostilidades y la retirada de Francia, Israel
y el Reino Unido de territorio egipcio tras la crisis de Suéz. Esta misión tuvo la virtud de
mantener la paz en una agitada frontera durante once años, aunque recibiera la crítica
de haber congelado una situación que estalló irremisiblemente en 1967.

En 1960 Naciones Unidas volvió a enviar una fuerza expedicionaria al Congo para
facilitar la retirada de las tropas belgas y restaurar la ley y el orden. Sus interferencias
en la política interna y la oposición de la Unión Soviética a su continuidad no resolvió la
situación de modo que, cuando concluyó la misión, el país continuaba sumido en la
anarquía.

Hubo otras once operaciones durante la división de bloques: Líbano en 1958, Nueva
Guinea Occidental en 1962, Yemen en 1963, Chipre en 1964, frontera indo- paquistaní y
República Dominicana en 1965, frontera egipcio- israelí en 1973, Golán en 1974, Líba-
no en 1978, frontera afgano- paquistaní e irano- iraquí en 1988. Cinco de ellas, Palesti-
na, Líbano, Golán, Chipre y Cachemira aún continúan.

Todas tienen unos rasgos característicos que permiten hablar de una primera etapa
homogénea en la actividad de las Naciones Unidas en este ámbito. Siguiendo a Sir
Brian Urquhart, Adjunto al Secretario General de Naciones Unidas entre 1974 y 1986,
considerado padre del peacekeeping, puesto que fue quien asumió la responsabilidad

224
de su organización, podemos señalar los siguientes principios básicos de las operacio-
nes de este período: envío de observadores desarmados o fuerzas ligeramente arma-
das que desarrollan su actividad siguiendo un mandato claro y adecuado, contando con el
consentimiento previo de los países receptores. Estas fuerzas pacificadoras, que actúan
bajo el mando y control del Secretario General, están autorizadas a ejercer un mínimo uso
de la fuerza, normalmente limitado a la autodefensa y siempre como último recurso.

Estas misiones se caracterizan también por la no participación directa de las gran-


des potencias, salvo en casos extremos aunque su papel fuera, no obstante, decisivo,
al prestar el consentimiento previo necesario para su realización. su ejecución recayó
normalmente sobre pequeños Estados o países «no alineados» y su éxito fue, en
muchas ocasiones, fruto del prestigio y peso moral de la organización a la que repre-
sentaban, mas que del trabajo efectivo de estos pequeños contingentes, no siempre
preparados y equipados de la forma más conveniente.

Si bien es cierto que fueron numerosos los conflictos armados en los que Naciones
Unidas no intervino, no es menos cierto que las OMPs de esta época constituyeron un
mecanismo nada desdeñable en el aislamiento de las crisis que pudieran poner en
peligro la paz mundial.

Cualquier observador atento puede fácilmente comprobar como las actuales opera-
ciones llevadas a cabo en Macedonia, Somalia o Bosnia- Herzegovina, no guardan los
rasgos característicos que de forma sucinta acabamos de recordar. En realidad, desde
1988 asistimos a la reactivación del papel de la ONU en su principal cometido de velar
por el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. Vivimos, por tanto, un
nuevo período en el que se está imponiendo progresivamente una nueva percepción
sobre la respuesta que la comunidad internacional puede dar a la hora de prevenir y
controlar conflictos.

Desde hace un lustro, las operaciones de paz no sólo se han multiplicado sino que
se vienen experimentando importantes cambios cualitativos que afectan a su propia
naturaleza. La reactivación de las operaciones de paz desde el fin de la bipolaridad ha
propiciado la puesta en marcha de doce nuevas misiones, casi el mismo número que
las llevadas a cabo durante los largos años de antagonismo entre las superpotencias.
Son las siguientes: en 1989 Namibia, Angola I, Centroamérica y Haití; en 1991 Angola
II, Sáhara Occidental, frontera Irak- Kuwait, El Salvador y Camboya; en 1992 antigua
Yugoslavia y Somalia; por último en el curso del presente año la operación de paz y
ayuda humanitaria en Mozambique. Mientras que en la primera etapa, como acabamos
de ver, puede identificarse una actividad homogénea, hoy se contabilizan diferentes
tipos de operaciones. El término anglosajón peacekeeping operations, que ganó gene-
ral aceptación en el decenio de los setenta, está siendo sustituido por el más amplio de
«operaciones de paz» atendiendo a estas nuevas realidades, abriéndose camino, den-
tro de esa denominación genérica un nuevo concepto que es el de «imposición de la
paz».

Un primer tipo de operación de paz tras la guerra fría, y sin duda de enorme trascen-
dencia futura, lo constituye la diplomacia preventiva. Bajo esta denominación se inclu-

225
yen distintas actuaciones de tipo político así como el despliegue preventivo de fuerzas
de Naciones Unidas a requerimiento de una de las partes y sólo y exclusivamente en
su propio territorio. La idea, propuesta inicialmente por Mijail Gorbachov, ha sido asu-
mida por el Secretario General de Naciones Unidas y está siendo aplicada por primera
vez en Macedonia. Sin duda estamos aquí ante una cierta paradoja. En sus orígenes el
concepto de diplomacia preventiva aspiraba a localizar y concluir las confrontaciones
peligrosas antes de su inicio, mientras que la seguridad colectiva se dirigía básicamen-
te contra los intentos de agresión. La antigua Unión Soviética nunca admitió que las
acciones preventivas así identificadas fueran calificadas como diplomáticas, de ahí
que su desacuerdo sobre estas actuaciones en el Congo abocaran a su fracaso. Por
eso digo que no deja de ser paradójico que hoy rebrote esta concepción por iniciativa
de una antigua personalidad soviética, permitiendo la rectificación de una trayectoria
equivocada.

Las tradicionales operaciones de mantenimiento de la paz integrarían un segundo


tipo en esta clasificación, tipología que no tiene mayor pretensión que la de contribuir a
la claridad de esta exposición y no debe ser tomada más que como tal. Con la puesta
en marcha de una OMP se pretende contribuir a la creación de las condiciones de paz
necesarias en las que pueda desarrollarse una negociación política entre las partes en
conflicto. Una OMP puede incluir contingentes armados de fuerzas multinacionales en
los que puede participar también personal militar desarmado así como personal civil.
Su misión es la de impedir la continuación de las hostilidades, restaurar y mantener el
orden y vigilar el retorno a la normalidad. Con estos fines, podrán establecer zonas de
seguridad, supervisar elecciones o favorecer los procesos de pacificación interna,
actuando siempre dentro de la más absoluta imparcialidad. En esta categoría encontra-
mos múltiples operaciones, entre las que podríamos citar las llevadas a cabo en Chipre
(UNFICYP), Cachemira (UNMOGIP), Sahara Occidental (MINURSO) o en Croacia.

Un tercer tipo estaría compuesto por aquellas operaciones destinadas a garantizar


el cumplimiento de los acuerdos de paz alcanzados entre las parte en conflicto. Esta
modalidad ha sido la de más rápido auge desde 1988, a consecuencia del fin de la
guerra fría y del renovado papel del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Entre su cometidos figuran la desmovilización de tropas, la destrucción de armamento
y el adiestramiento y organización de nuevos ejércitos y cuerpos de policía, como en el
caso de El Salvador (ONUSAL), la supervisión de elecciones, llevada a cabo en Angola
(UNAVEM), o Haití (ONUVEH) o el control de la Administración, en Camboya (UNTAC).

El cuarto grupo son las operaciones de carácter humanitario, de muy reciente apari-
ción, que persiguen la protección del suministro de ayuda humanitaria a poblaciones
civiles víctimas de conflictos armados. Su desarrollo es una clara muestra de que la
comunidad internacional no está dispuesta a permitir los padecimientos y atrocidades
originados en conflictos donde no se respetan los más elementales principios del dere-
cho internacional humanitario. La primera actividad de este tipo llevada a cabo fue la
desarrollada en el Kurdistán iraquí tras la guerra del Golfo. UNPROFOR, que desarrolla
su mandato en Bosnia- Herzegovina es, sin duda, el ejemplo más paradigmático de
este tipo de operación.

226
El despliegue de una fuerza de Naciones Unidas en un país cuyas instituciones
estatales hayan quedados desmanteladas, lo que el Secretario General Butros Gali ha
denominado «construcción de la paz después de un conflicto», constituye el quinto y
último tipo de operaciones de esta relación. Requiere un programa integrado que inclu-
ya ayuda humanitaria, alto el fuego y desmovilización de tropas, así como el apoyo al
restablecimiento de las estructuras políticas y económicas del país. Este ambicioso
proyecto es el inspirador de la actual intervención de Naciones Unidas en Somalia
(ONUSOM) y en él no se descartan actuaciones de peace making, o imposición de la
paz, haciendo uso selectivo de la fuerza contra los grupos que dificultan la reconstruc-
ción nacional.

A pesar de las peculiaridades de cada caso, podemos hablar de ciertos rasgos


característicos de las operaciones de paz de esta nueva etapa. Así, es evidente que el
carácter multifuncional que adquieren las misiones, cuyo componente civil es cada vez
más importante, trabajando en estrecha coordinación los contingentes militares y las
organizaciones civiles. Por otra parte, los trabajos políticos previos están más elabora-
dos y consensuados. «Pintar un país de azul», como calificó el ministro de Asuntos
Exteriores británico Douglas Hurd al complejo proceso de reconstrucción de un país
por parte de Naciones Unidas, requiere algo más que el envío de las fuerzas pacifica-
doras nacionales. Al mismo tiempo, y como consecuencia de los nuevos compromisos
de la ONU atendiendo las numerosas demandas de actuación en conflictos de media y
alta intensidad, el volumen y calidad de medios militares necesarios para desarrollar
adecuadamente los cometidos ha experimentado importantes cambios.

Las operaciones de paz contemporáneas requieren desplazar efectivos altamente


preparados y entrenados, a la vez que su cuantía numérica supera con amplitud la de
la etapa anterior. Otro rasgo definidor es el de la necesaria presencia de organizacio-
nes civiles, ya sean internacionales, gubernamentales o no gubernamentales, impres-
cindibles para que la ayuda humanitaria sea eficaz, se reparen servicios básicos o
pueda devolverse refugiados a su país de origen.

Este es un matiz esencial: en las misiones de paz no debe contemplarse sólo el


componente militar, sino también el civil y la coordinación de ambos.

Una nueva e importante característica de este período es la contribución de organi-


zaciones internacionales de ámbito regional a los esfuerzos de la ONU en sus tareas
pacificadoras. Dada la magnitud de los nuevos cometidos, su colaboración se presenta
como pieza fundamental a la hora de alcanzar el esperado éxito. Las más importantes
organizaciones regionales han adoptado ya líneas generales de actuación en este campo
y algunas de ellas vienen desempeñando sobre el terreno una labor esencial. La parti-
cipación de las organizaciones regionales, cada vez más activa, sobre la base de los
artículos 52 y 53 de la Carta de Naciones Unidas supondrá un cambio decisivo en lo
que tradicionalmente se ha concebido como una operación de paz. Estas organizacio-
nes, aportando un mayor conocimiento de una región concreta,.promoviendo la des-
centralización y la delegación de facultades, podrán no sólo aligerar la carga de las
Naciones Unidas, sino también fomentar un mayor grado de cooperación en los asun-
tos internacionales.

227
Quisiera detenerme brevemente en este punto, tanto por su importancia en el pre-
sente y futuro de las operaciones de paz, como por las implicaciones que estas actua-
ciones representan para España, miembro de las organizaciones a las que a continua-
ción haré referencia.

La CSCE, único foro sobre seguridad en el que participan todos los Estados euro-
peos sin excepción, además de Estados Unidos y Canadá, adoptó en la cumbre de
Helsinki del 10 de julio de 1992 una Declaración en la que se enuncian los principios
sobre los que descansará la organización en un futuro. En dicho documento se recoge
explícitamente su intención de colaborar con las Naciones Unidas en la prevención de
conflictos. En virtud de lo acordado en la capital finlandesa, la CSCE, además de
contribuir al establecimiento del marco adecuado para el arreglo negociado de contro-
versias, puede participar en misiones de mantenimiento de la paz como complemento
al proceso político para la solución de una crisis. Su misión será la de supervisar y
ayudar al mantenimiento de alto el fuego, supervisión de retirada de tropas, apoyar el
orden público, prestar ayuda humanitaria y médica y asistir a refugiados.

La participación de la Organización del Atlántico Norte en apoyo a la labor efectuada


por Naciones Unidas, por su parte, ha superado ya el marco de formulación de objeti-
vos, si bien la organización prepara en la actualidad una serie de documentos con el fin
de establecer el marco y doctrina adecuados en materia de operaciones de paz. Fuer-
zas navales de la OTAN, a las que España contribuye, cooperan en la actualidad en la
realización del embargo marítimo en aguas del Adriático. Al mismo tiempo, la Alianza
presta cobertura aérea a UNPROFOR en la consecución de sus objetivos de carácter
humanitario, así como en el control de la prohibición de vuelos militares sobre la zona
en conflicto, establecida por resolución de Naciones Unidas.

Entre las actuaciones de la Alianza en futuras operaciones merece destacarse la


que pueda desempeñar como apoyo a la ONU proporcionando asesoramiento y asu-
miendo labores de coordinación. Estas actuaciones supondrán aprovechar al importan-
te experiencia de estas décadas de trabajo conjunto y coordinado entre los países
miembros de la OTAN. Este acervo, sin duda alguna, no puede ser olvidado.

Aunque el papel de la Unión Europea Occidental en el campo de las operaciones de


paz se remonta a su participación en el conflicto Irán- Irak, la reciente crisis yugoslava
ha urgido nuevos planteamiento en el seno de la organización. La UEO, único organis-
mo específicamente europeo con competencias en materia de defensa, pilar europeo
de la Alianza, ha incluido en la Declaración de Petersberg de 1992 su postura oficial de
cara a su participación en las operaciones de paz, en las que podrá actuar atendiendo
a requerimientos de la CSCE o del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

En la actualidad, la UEO desempeña con éxito la vigilancia de los embargos decreta-


dos por sendas resoluciones del Consejo de Seguridad tanto en aguas del Danubio
como en el Adriático, contando para ambos cometidos con participación española. La
UEO y la OTAN han unido sus fuerzas para que esta vigilancia en el Adriático sea
conjunta en aplicación de la Resolución 757 del Consejo de Seguridad.

228
La lectura final de esta cooperación es, necesariamente, la eficacia de la suma de
esfuerzos. La creciente confianza en las relaciones de estas instituciones regionales
permitirá disminuir la inseguridad en sus ámbitos de actuación. Se han escuchado
muchas críticas hacia el papel desempeñado por la Comunidad Europea, la OTAN y la
UEO en el conflicto de la antigua Yugoslavia. Yo no quiero sumarme a ellas, aunque la
capacidad demostrada no haya sido la que pudiéramos haber esperado. No estamos
ante una situación que requiera el empleo masivo de potenciales militares, sino ante un
caso emblemático de seguridad colectiva, en el que es preciso hacer convergentes
visiones políticas, sociales e incluso históricas, que no han sido fáciles de conciliar en
estos primeros pasos hacia una Europa unida políticamente. Sin embargo, todas las
instituciones han estado implicadas en una solución, interviniendo activamente y plani-
ficando medidas para incorporar las propias capacidades a las de Naciones Unidas. La
voluntad ha quedado ampliamente demostrada pero su instrumentación ha resultado
insuficiente. Todos esperamos que las acciones emprendidas nos enseñen como enfrentar
mejor en el futuro la solución de estos conflictos a través de una cooperación más ágil.

En este sentido, la sesión conjunta del Consejo de la Unión Europea Occidental y del
Consejo del Atlántico Norte, celebrada en Bruselas el 8 de junio, permitió evaluar los
resultados de esta cooperación en el control del embargo en el Adriático y elaborar
disposiciones para garantizar las operaciones unificadas que puedan realizarse en el
futuro bajo mandato de Naciones Unidas y de la CSCE.

El 23 de diciembre de 1988 puede considerarse la fecha histórica de la presencia


española en este tipo de operaciones, mediante nuestra contribución a la misión de
verificación de Angola (UNAVEM). Tras el mandato recibido de Naciones Unidas en la
antigua colonia portuguesa, España ha participado en otras ya finalizadas: UNTAG, en
namibia; ONUCA, en Centroamérica y en la Misión de Verificación del Proceso Electo-
ral en Haití (ONUVEH). Asimismo, estuvo presente en el embargo a Irak durante la
crisis del Golfo y prestando su ayuda a poblaciones desplazadas de origen kurdo tras
dicho conflicto.

En la actualidad, miembros de las Fuerzas Armadas españolas desarrollan sus co-


metidos como parte de las fuerzas internacionales de Naciones Unidas en la Segunda
Misión de Verificación en Angola (UNAVEM II); en El Salvador (ONUSAL) y en
Mozambique (ONUMOZ), así como en la antigua Yugoslavia, misión esta última que,
por su interés, abordaré con mayor profundidad más adelante.

En estas operaciones, así como en las que España pueda participar en el futuro,
nuestro país ha observado y observa los siguientes criterios de actuación: la operación
ha de realizarse bajo mandato claro y adecuado de las Naciones Unidas y contar con el
consentimiento de las partes en conflicto, tanto en lo que se refiere a la operación en sí
como en la participación de nuestro país, participación que, por nuestra parte, será
estudiada caso por caso. La operación debe tener, asimismo, un plazo de duración
prefijado antes de iniciarse - normalmente seis meses que podrán ser prorrogables- y
el personal participante en ella será siempre profesional o voluntario.

229
Por azares históricos, África Austral fue el escenario de las dos primeras operacio-
nes de Naciones Unidas con participación española. En Angola, la misión de los milita-
res españoles integrados en UNAVEM se concentró en la supervisión de la retirada de
tropas cubanas, así como en la posterior vigilancia del cumplimiento del alto el fuego.
En la actualidad, un reducido grupo de oficiales contribuye a las labores de reconstruc-
ción de las estructuras democráticas del país llevadas a cabo por UNAVEM II. Desafor-
tunadamente, aunque las perspectivas de normalización de la vida política llegaron a
verse cercanas, hoy Angola atraviesa una situación de mayor incertidumbre.

España fue asimismo testigo y partícipe del proceso de independencia de la última


colonia africana: Namibia. En apoyo de una compleja operación política que requería
componentes civiles, militares y policiales, España participó con un destacamento
aéreo y más de doscientos miembros de nuestras Fuerzas Armadas. El mandato in-
cluía la supervisión del alto el fuego, la verificación de la retirada de las tropas
sudafricanas y de los guerrilleros del SWAPO, el desarme y desmovilización de tropas
paramilitares y la contribución a la celebración de unas elecciones libres y democráti-
cas. Nuestra labor cosechó elogios, tanto por parte de Naciones Unidas como por
parte de las autoridades del recién creado país.

La profesionalidad y buen hacer de nuestros cascos azules recibió igualmente el


reconoci- miento internacional con motivo de nuestra participación en la misión de
pacificación de América Central, ONUCA, una de las misiones de mayor envergadura y
más fructíferas de las llevadas a cabo por Naciones Unidas hasta el momento. España
desempeñó un papel pre- dominante en la desmovilización de guerrilleros y fuerzas
paramilitares implicados en la guerra civil en Nicaragua y así fue reconocido por los
cinco países centroamericanos en los que se desarrolló la operación. Nuestro contin-
gente fue el más numeroso de cuantos participaron en la misión, cuya jefatura ostentó
al mismo tiempo un general de nuestras Fuerzas Armadas.

ONUSAL, la misión en El Salvador, presenta perfiles muy similares a los de la


operación ONUCA y concluida prácticamente en sus aspectos militares (si bien conti-
núan allí más de un centenar de miembros de los cuerpos de seguridad del Estado
organizando la nueva policía salvadoreña), su balance es igualmente muy positivo.
Gracias a la presencia de cascos azules, cuyo grueso y mando era español, no sólo se
consiguió la pacificación y desmovilización, sino también la puesta en práctica de
reformas políticas y sociales de gran alcance.

Por su trascendencia en el ámbito nacional e internacional así como por motivos de


interés para todos, quisiera hacer una mención especial a la participación española en
el conflicto de Bosnia- Herzegovina. Esta participación se ha concentrado en la ejecu-
ción del embargo y posterior bloqueo naval y fluvial de los países beligerantes, en el
apoyo y el transporte aéreo de las fuerzas destacadas, en el transporte marítimo y en
la escolta de convoyes de ayuda humanitaria. A ello se ha sumado el transporte de
refugiados y su acogida en territorio español.

La primera aportación del Ministerio de Defensa al conflicto en la antigua Yugoslavia


fue el envío de observadores de la ONU, que se complementarían posteriormente con

230
un equipo más de observadores de la CE, en virtud de los acuerdos de Brioni firmados
con las repúblicas ex- yugoslavas.

Creada la misión de UNPROFOR en Bosnia- Herzegovina, España recibió la peti-


ción de participar y el Gobierno autorizó el envío de una agrupación táctica del Ejército
de Tierra para contribuir a la escolta de convoyes, organizados fundamentalmente por
el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). A media-
dos de septiembre de 1992 quedó constituida la Agrupación táctica «Málaga», que el 18
de noviembre dio escolta al primer convoy de ACNUR.

La misión principal desarrollada por la Agrupación «Málaga» consistió en la escolta


de convoyes entre Metkovic y Kiseljak, o incluso a Sarajevo. Además, su presencia en
el valle del Neretva y sus contactos con los beligerantes y la población hicieron posibles
misiones de evacuación de refugiados y heridos, de intercambio de prisioneros y especial-
mente de mediación entre los bandos contendientes, consiguiéndose resultados notables.

En sus seis meses de permanencia en la zona de conflicto, los boinas azules de la


Agrupación «Málaga» prestaron escolta a 675 convoyes que transportaron 25.000 to-
neladas de combustible, alimentos y medicinas a través de la ruta de su responsabili-
dad, que durante cuatro meses fue la principal fuente de alimentación de la zona de
Bosnia central.

La Agrupación táctica «Canarias», que sustituyó a la anterior, inició sus misiones a


mediados de abril de este año. Su presencia en el área de Mostar, en unas circunstan-
cias de fuertes enfrentamientos, causó la primera de las diez bajas mortales que han
sufrido las tropas españolas aportando medicamentos a los hospitales croata y musul-
mán. A pesar de todo y considerando las dolorosas experiencias sufridas por esta
Agrupación, estos seis meses han sido muy fructíferos. Así, se ha dado escolta terres-
tre a cerca de setecientos convoyes, lo que ha supuesto realizar el veinte por ciento del
total de las escoltas realizadas por unidades de UNPROFOR. Nuestra participación ha
propiciado la entrega de más de 29.000 toneladas de material y víveres de ayuda
humanitaria, fundamental para la población civil asolada por el conflicto. Al mismo
tiempo, la Agrupación «Canarias» ha desempeñado otras misiones de diverso carácter,
entre las que cabe destacar la mediación entre los contendientes, la apertura de corre-
dores, el apoyo a operaciones de intercambio de prisioneros y evacuación de heridos y
la colaboración con organizaciones humanitarias civiles.

El pasado 17 de septiembre, los primeros miembros de la Agrupación «Madrid»


partieron para Bosnia- Herzegovina con el objetivo de relevar a los efectivos de la
Agrupación «Canarias». Junto a ella, las fragatas «Asturias» y «Numancia» continúan
en este momento cumpliendo sus misiones en aguas del Adriático y un grupo de fuer-
zas de la Guardia Civil vigila el cumplimiento del embargo en el Danubio, embargo
dirigido por la UEO.

Todo ello está suponiendo un esfuerzo importante para nuestras Fuerzas Armadas,
que han demostrado su capacidad para realizar operaciones lejos de nuestras fronte-
ras, además de un alto grado de operatividad reconocido por las distintas organizacio-

231
nes a las que presta sus servicios en bien de la paz y de los Derechos Humanos.
Como ministro de Defensa, y como ciudadano, no oculto mi orgullo por la actuación de
nuestros boinas y cascos azules, sentimiento que, estoy seguro, es compartido por
nuestra sociedad.

Es un hecho evidente que, en muy poco tiempo, el buen hacer de nuestros militares
en las operaciones de paz se ha convertido en un importantísimo activo de la política
exterior de España, haciendo que ésta gane protagonismo en la comunidad internacio-
nal. Nuestros cascos azules son en estos instantes uno de los más efectivos argumen-
tos de nuestra diplomacia. Si ésta puede participar con voz propia en ciertos foros es
porque previamente hay militares españoles en misiones de paz con resultados prácticos.

Nuestra participación en las misiones de paz de Naciones Unidas, como ya he


señalado en otras ocasiones, subraya el aspecto internacional y solidario de la defen-
sa. Recogida por la Directiva de Defensa Nacional 1/92 como uno de los principales
objetivos de la política de paz y seguridad, la participación de nuestras Fuerzas Arma-
das en misiones de pacificación y ayuda humanitaria es también uno de los elementos
considerados a la hora de diseñar el plan de modernización y profesionalización de
nuestros Ejércitos.

La contribución española a estos objetivos debe seguir el principio de estar prepara-


dos para actuar en una amplia gama de actividades de mantenimiento o imposición de
la paz. Las fuerzas españolas se pondrán a disposición de la ONU y de las iniciativas
de cooperación internacional que cuenten con el respaldo de aquélla.

Ello supone que todas las unidades integradas en nuestras Fuerzas de Acción Rápi-
da, así como los profesionales y voluntarios de las Fuerzas de Reacción pueden ser
utilizados en las operaciones internacionales. Igualmente lo podrán ser los cuadros de
mando de las unidades que tendrán como misión la defensa del territorio.

Todas estas unidades estarán preparadas para hacerlo con las de otros países y con
organizaciones civiles humanitarias españolas o internacionales.

Estudiamos también la incorporación voluntaria de reservistas, dentro de los tres


años posteriores de la prestación de su servicio militar, de modo que su experiencia
pueda ser útil en cometidos específicos. Esta incorporación se efectuaría mediante un
contrato de militares profesionales definido por el tiempo de la misión.

Los principios que acabo de identificar tienen en cuenta nuestra realidad económica.
En España, al igual que en otros países, se han reducido los gastos de defensa y en el
presente decenio los previsibles y graves problemas de déficit público no facilitarán su
aumento. Sin embargo, nuestro país gasta muy poco en defensa y debe equilibrar su
capacidad militar con la de nuestros aliados, incrementando el esfuerzo en medios
militares si deseamos mantener el peso actual de nuestra política exterior, que se ha
beneficiado notablemente de la actuación de los militares españoles en las organiza-
ciones de seguridad y misiones internacionales.

232
Es voluntad del Gobierno sostener la contribución española a este tipo de misiones
en el futuro y en aquellas áreas de particular interés para España o de especial impor-
tancia para la seguridad mundial. España actuará en este tipo de misiones, como digo,
conforme a unas disponibilidades de efectivos militares que ya estén fijadas en térmi-
nos generales, en coordinación con nuestros aliados y siempre dentro del marco que
señale la ONU para el cumplimiento de sus resoluciones.

Eso significa que España afronta, sin ningún reflejo del aislacionismo mantenido
durante casi todo el siglo XX, la parte que le corresponde de los compromisos y nuevos
retos que ha traído el mundo de la posguerra fría. Un mundo que, disipada la posibilidad
de confrontación nuclear entre las superpotencias, se ha vuelto más seguro, al tiempo
que ha visto aumentados sus focos de inestabilidad, lo que parece explicar «la dramá-
tica expansión de la demanda de los servicios de la ONU», como ha reconocido su
Secretario General.

Como hemos visto, esta demanda de las operaciones evoluciona no sólo en su


aspecto numérico, sino también y sobre todo, en la variedad y complejidad de las
funciones que reflejan los nuevos mandatos. La profunda metamorfosis, en la que nos
hallamos, ha planteado en el seno de la ONU cuestiones de enorme trascendencia. El
debate, que cuestionará principios básicos de la convivencia entre los pueblos y de su
modo de organización, no ha hecho más que comenzar.

La nueva y ambiciosa concepción de las operaciones de paz plantea, de forma gene-


ral, tres tipos de cuestiones que deberán ser objeto de oportuno debate. Son cuestio-
nes de carácter político, de carácter económico y de naturaleza más puramente militar.

Así han sido implícitamente reconocidas por el Secretario General de Naciones


Unidas, en su formulación de propuestas conocida como «Agenda por la paz», sobre
cuyo grado de aceptación por los principales Estados es hoy todavía prematuro hablar.

En primer lugar, las nuevas modalidades de actuación de la Organización en sus


intentos de preservar la paz y seguridad internacional, conllevan un mayor grado de
intervención en los asuntos internos de los Estados. Si bien la soberanía e integridad
de cada Estado sigue siendo uno de los principios básicos sobre los que se asienta la
sociedad internacional contemporánea, es indudable, como sostiene Butros Gali, «que
la vieja soberanía absoluta y exclusiva no se sostiene». Aunque estemos todavía lejos
de un derecho de intervención de carácter humanitario, cuestión recientemente abierta
en el derecho internacional público, la comunidad internacional ha dado ya muestras de
no querer permitir violaciones masivas y flagrantes de los más elementales Derechos
del Hombre. La asistencia a poblaciones especialmente castigadas, como en el Kurdistán
iraquí o Somalia, han sobrepasado ya el marco formal de una nueva declaración de
intenciones sobre la necesidad del respeto a los Derechos Humanos.

Cabe preguntarse si estas actuaciones del Consejo de Seguridad crean un prece-


dente o costumbre internacional o si, por el contrario, estamos ante una aplicación
práctica de la acción humanitaria por Naciones Unidas, que se fundamenta en la com-
petencia del Consejo de Seguridad para declarar que una determinada situación pone

233
en peligro la paz y seguridad internacionales. Hoy los expertos se inclinan por esta
segunda interpretación, porque este incipiente deber o derecho de intervención debe
ser todavía ampliamente matizado, pues toda desviación de estos principios, por pe-
queña que sea, planteará problemas de difícil solución.

Las cuestiones de carácter económico son, sin duda, de menor trascendencia pero,
no por ello, de más fácil solución. El despliegue de nuevas operaciones de carácter
preventivo, de consolidación de la paz o de reconstrucción de la paz son mucho más
costosas que el tradicional peacekeeping. Según diversas estimaciones no oficiales, el
coste anual de estas operaciones sobrepasa los 2.800 millones de dólares, cifra nada
desdeñable para una organización que viene arrastrando crónicos problemas financie-
ros. Como ha admitido su Secretario General, el no cumplimiento por parte de muchos
Estados miembros de sus compromisos económicos con la ONU, pone en peligro «la
viabilidad de estas misiones al tiempo que amenaza la credibilidad de la propia Organi-
zación».

Quisiera, por último, hacer una breve referencia sobre las fuerzas a emplear para
conseguir el éxito en las nuevas operaciones. Las fuerzas pacificadoras de Naciones
Unidas son aportadas de forma voluntaria por los países miembros. Esto plantea gran-
des problemas de organización y calendarios.

Se discute en la actualidad en el seno de las Naciones Unidas la propuesta del


Secretario General de establecer en un futuro las llamadas Stand- by forces, concepto
no suficientemente matizado por el momento, pero que contempla la posibilidad de
desarrollar un sistema de fuerzas de despliegue rápido a disposición del Secretario
General. Se trataría así de tener identificadas las unidades y los apoyos que los países
miembros quisieran voluntariamente proporcionar a las Naciones Unidas para el cum-
plimiento de las misiones. Mientras no sea necesario su empleo, estas fuerzas perma-
necerían bajo control nacional, en su país de procedencia. Una vez establecido el
mandato del Consejo de Seguridad para desarrollar una operación de paz, el Secretario
General, tras analizar las condiciones particulares de cada misión, seleccionaría entre
estos efectivos, los elementos más apropiados para conformar la Fuerza a desplegar y
así lo solicitaría a los Estados Miembros que contribuyen con este tipo de fuerzas.

Los Estados podrían responder a la petición de Naciones Unidas sumando fuerzas a


través de las organizaciones ya existentes, como la OTAN, la UEO u otras similares.

Sea cual sea la futura evolución de esta propuesta, hoy difícil de predecir, las fuer-
zas pacificadoras contemporáneas deben estar entrenadas, armadas y equipadas en
consonancia con las nuevas tareas encomendadas, lo que implica una mejora sustan-
cial en estos tres aspectos. Así lo han asumido los principales países occidentales que
dedican fuerzas altamente especializadas para atender los renovados compromisos en
materia de seguridad internacional que asume la ONU. En España, la Fuerza de Acción
Rápida nació con este posible cometido, entre otros, y viene demostrando desde su
reciente creación su utilidad profesionalidad y buen hacer.

234
En esta línea de acción y con el horizonte de finales de esta década, las Fuerzas
Armadas españolas deben ser capaces de mantener en tiempo de paz unos efectivos
desplegables de forma inmediata equivalentes a una brigada mixta mecanizada, ade-
más del Tercio de la Armada, un grupo operativo naval y tres escuadrones de aviones
de combate.

Esta sería la capacidad de respuesta en una crisis concreta. Todas estas unidades
podrán ser reforzadas tanto en misiones dentro como fuera de España según los ca-
sos. Ya tenemos experiencia en ello: en Bosnia ha habido siempre un refuerzo de inge-
nieros (zapadores y transmisiones) y Caballería; en Nicaragua y El Salvador hubo
oficiales de todo tipo de unidades; la aviación de transporte es siempre imprescindible.
No sólo las fuerzas de elite actuarán en misiones internacionales.

Considerando que un batallón terrestre equivale a dos fragatas o a un escuadrón de


aviones, la capacidad de participación en operaciones internacionales respaldadas por
Naciones Unidas debe llevarse a cabo con el equivalente de cuatro batallones a la vez.
Piénsese que en la actualidad España mantiene algo más del equivalente de dos bata-
llones en la ex- Yugoslavia, sumando al contingente terrestre, los buques y el apoyo
aéreo Esta norma requiere tener un mínimo de dos unidades disponibles por cada una
que se envía fuera, siempre por períodos de seis meses.

Por último, España debe mantener la capacidad logística y de infraestructura para


garantizar el esfuerzo descrito en el punto anterior y generar fuerzas para la defensa
aliada en caso de una amenaza a los países de la UEO y la OTAN, en virtud de los
acuerdos de coordinación.

Termino, señoras y señores. Asistiremos en un futuro inmediato a cambios sustan-


ciales en la Organización de Naciones Unidas y en la percepción de un modelo eficaz
de seguridad colectiva. España, que es un país moderno con evidentes responsabilida-
des internacionales, debe afrontar este reto sin complejos ni temores. En esta encrucijada
la Historia nos exige, más que nunca, comprometernos con la ideas de nuestro tiempo.

(*)Conferencia pronunciada por el Exmo. Sr. Don Julián García Vargas, ministro de
Defensa de España, el 4 de octubre de 1993 en la Fundación CIDOB, con motivo
de la inauguración del curso académico 1993- 1994.

DUDA RAZONABLE: EL CASO CONTRA EL TRIBUNAL PENAL


INTERNACIONAL
Gary T. Dempsey (*)

Introducción

El 17 de Julio de 1998 funcionarios gubernamentales y delegados de los organismos


no gubernamentales de todo el mundo, dieron por finalizada una conferencia de cinco

235
semanas en Roma, Italia, con el propósito de dar los toques finales a un tratado que
estableciera el Tribunal Penal Internacional. Según el proyecto de estatuto, que fue
concluido en las Naciones Unidas a principios de año, el Tribunal estará autorizado
para conducir procesos a personas acusadas de “los crímenes internacionales más
graves de interés para la comunidad internacional”, tales como crímenes de guerra, de
lesa humanidad, genocidio o agresión.[1] No obstante, con 116 artículos y 200 opcio-
nes de redacción debatidos por más de 100 países y organizaciones, la conferencia de
Roma ha creado toda una monstruosidad legal.

El primer debate importante sobre la creación de un Tribunal Penal Internacional


permanente se inició después de la creación de las Cortes de Nuremberg y Tokio
después de la 2da. Guerra Mundial. A la par con la elaboración de la Convención sobre
Prevención y Sanción del Crimen de Genocidio (1948) y las diversas Convenciones de
Ginebra (1949), la Asamblea General de las Naciones Unidas solicitó a la Comisión de
Derecho Internacional, organismo encargado de codificar el derecho internacional, exa-
minar la posibilidad de crear una corte penal internacional permanente. A principios de
los años cincuenta, la Comisión de Derecho Internacional había elaborado dos borra-
dores de estatuto, pero el proyecto fue abandonado cuando parecía evidente que el
clima político de la Guerra Fría haría inviable dicha corte.

En 1989, la delegación de las Naciones Unidas de en Trinidad y Tobago revivió la idea


de establecer una corte penal internacional, al proponer la creación de un organismo
judicial mundial con capacidad para juzgar los crímenes relacionados con el narcotráfi-
co internacional. Mientras que la Comisión de Derecho Internacional reanudaba el tra-
bajo elaborando un estatuto del TPI, las Naciones Unidades creó tribunales penales
internacionales temporales para que vean los casos de crímenes de guerra, lesa hu-
manidad y genocidio cometidos durante los recientes conflictos en la ex Yugoslavia y
Ruanda.

La Comisión de Derecho Internacional presentó un proyecto de estatuto del TPI a la


Asamblea General de las Naciones Unidas en 1994, recomendando que se convocara
a una conferencia internacional para finalizar el tratado. Dos años después, la Asam-
blea convocó a un comité preparatorio para el establecimiento del Tribunal Penal Inter-
nacional que permitió a los estados miembros de las Naciones Unidas y organismos no
gubernamentales iniciar las negociaciones preliminares sobre el texto del estatuto. El
comité preparatorio, a lo largo de seis sesiones, durante más de dos años, finalizó un
proyecto de estatuto que fue enmendado el 3 de abril de 1998. El propósito de la
conferencia de Roma que concluyó el 17 de julio de 1998 era tratar los temas aún no
resueltos en el proyecto de estatuto.

El Modelo de Nuremberg No Es Aplicable

Es común que los defensores del TPI argumenten que éste funcionará igual que el
tribunal permanente de Nuremberg.[2] De hecho, la ciudad de Nuremberg, donde 21
nazis fueron procesados por haber participado en la muerte de más de 20 millones de
personas, inició una seria campaña para convertirse en la sede permanente de la
corte.[3] No obstante, la comparación con Nuremberg no pasa una revisión cercana.

236
Según John R. Bolton, ex secretario de estado adjunto para asuntos de los organismos
internacionales: “Cuando se plantea la idea de un tribunal de crímenes de guerra, se
cita definitivamente el modelo de Nuremberg. No obstante, un Tribunal Penal Internacio-
nal no será similar a Nuremberg”.[4] En efecto, explica Bolton, hay que tomar en cuenta
cómo se desarrollaron los procesos de Nuremberg. Estos vinieron después de la rendi-
ción política y militar incondicional de los poderes del Eje; se tenía bajo arresto a los
posibles acusados; y ya se disponía de evidencia física y documentaria. Más aún, los
aliados compartían una visión común de cómo debía ser un gobierno de post ocupa-
ción y los pueblos derrotados apoyaban la legitimidad de los procesos de los crímenes
de guerra. Basta recordar la historia para ver lo diferente que era Alemania y los tribu-
nales de Nuremberg de los casos contemporáneos, tales como el tribunal de Bosnia y
Yugoslavia, en los que “muchos acusados importantes no se encuentran bajo arresto y
…. la evidencia se manipula, esconde y destruye de forma abierta.”[5]

Alfred P. Rubin, profesor de derecho internacional de la Escuela de Derecho y Diplo-


macia Fletcher en Tufts University, tiene una visión similar acerca de la comparación
con Nuremberg. Declara que: “Existe un precedente frecuentemente citado para utilizar
un tribunal legal y la noción de crímenes de guerra para establecer la ‘justicia’ en un
orden legal que parece incapaz de aplicar reglas que los observadores consideran
esenciales: Nuremberg. Pero este precedente falla porque las dos situaciones no son
análogas... Nuremberg fue un tribunal de los vencedores.”[6] Rubin agrega que en
Nuremberg los archivos nazis capturados estaban abiertos para la defensa así como
para la acusación. El tribunal de Nuremberg estuvo también en medio de la Alemania y
su mayor éxito fue exponer al pueblo alemán los crímenes cometidos por su gobierno.
Pero el TPI propuesto no es un tribunal de vencedores; estará permanentemente ubica-
do en La Haya, Holanda, y encontrará muchos de los problemas tratados por la corte
de Yugoslavia. Rubin explica que:

Los documentos y testimonios requeridos para una defensa eficaz son difíciles de
exponer y de presentar al tribunal; no hay razón alguna para esperar que los serbio-
bosnios publiquen sus archivos internos, y tampoco para pensar que los serbios de
Serbia deseen que dichos archivos, o las actas de su Gabinete que contengan informa-
ción sobre dichos archivos, sean expuestos. Tampoco existe razón alguna para pensar
que los musulmanes de Bosnia o los croatas voluntariamente presenten sus propios
archivos que podrían exculpar a algunos acusados de menor nivel por incriminar a los
funcionarios de mayor nivel.[7]

No obstante, muchos defensores del TPI sugieren que la existencia del Tribunal
tendrá algún efecto disuasivo sobre los futuros criminales de guerra. El ex presidente
Jimmy Carter, por ejemplo, ha dicho que: “lo más importante de saber que el Tribunal
Penal Internacional existe sería, creo yo, que es un gran elemento disuasivo para
aquellos que se inclinarían por perpetrar dichos crímenes.”[8] Igualmente, Norman Dorsen
del Comité Legal de Derechos Humanos y Morton Halperin del Fondo del Siglo XX
sostienen que el TPI es necesario para “disuadir a aquellos que contemplan cometer
crímenes horrendos.”[9] Pero no existe razón empírica de que éste sea el caso de que
un tribunal vaya a reducir la cantidad de amenazas a la paz y seguridad internacional.
En todo caso, lo contrario podría ser cierto: los criminales de guerra probablemente no

237
querrán renunciar al poder y se verán motivados a adquirir armas de destrucción masi-
va como una póliza de seguro para sí mismos o para sus comandantes, en caso de ser
llevados ante el tribunal.

Complementariedad y Soberanía Disminuida

Los defensores del TPI también sostienen que el Tribunal debe ser complementario y
no sustitutivo de los sistemas judiciales penales nacionales. En teoría, el Tribunal ini-
ciará acción sólo cuando los tribunales nacionales no lleguen a cumplir con sus res-
ponsabilidades legales. En efecto, el preámbulo al proyecto de estatuto del TPI estable-
ce que el Tribunal “debe ser complementario a los sistemas judiciales penales del país
en aquellos casos en que los procesos judiciales no sean posibles o puedan ser inefi-
caces.” No obstante, determinar la “inefectividad” de un sistema nacional es una de las
áreas oscuras donde el TPI pierde sus fundamentos. Efectivamente, si el TPI invalida
los juicios nacionales al decidir qué es lo que resulta ser un proceso “eficaz” o “no
eficaz”, ejercería un tipo de poder judicial de revisión sobre todos los sistemas judicia-
les penales nacionales. En otras palabras, el TPI ejercerá una vigilancia judicial supre-
ma de facto. Si, por otro lado, el TPI no puede reemplazar fácilmente a los tribunales
nacionales, el estado que desee evitar que sus soldados sean procesados por críme-
nes de guerra por el TPI sólo requerirá iniciar un proceso simulado o aprobar una ley
que virtualmente los absuelva. [10] Si los estados quedan impunes después de estas
medidas, desaparece la lógica que sustenta un tribunal de este tipo.

Por supuesto que los defensores de la TPI no tienen intención de permitir los proce-
sos simulados ni tolerar cambios legales en un entorno doméstico que podría liberar de
apuros a un criminal de guerra. Pero en tanto que decide qué es lo que considera un
proceso penal nacional “eficaz” o “ineficaz”, el TPI indirectamente estaría obligando a
los estados a adoptar sus normas legales, arriesgándose éstos a que se presenten sus
casos ante el tribunal internacional. Esto constituye un cambio sin precedentes en las
fuentes de la legislación nacional, que menoscaba la noción tradicional de soberanía de
un estado.

Pero este prospecto de soberanía menoscabada no preocupa a muchos defensores


del TPI. La especialista legal Sandra Jamison, por ejemplo, afirma que los EE.UU. y
otras naciones deben estar preparadas para ceder su soberanía tradicional en búsque-
da de un tribunal poderoso. “La doctrina absoluta de que un estado es supremo en su
propia autoridad y no necesita tomar en cuenta los asuntos de otras naciones”, decla-
ra, “ya no es sostenible”.[11] Igualmente, Lloyd Ashworthy, ministro de relaciones exte-
riores de Canadá y defensor del Tribunal sostiene que:

Las Naciones Unidas están frente al gran dilema de decidir si intervenir en las crisis
humanitarias graves o respetar la soberanía nacional. Por el momento, se ha respondi-
do mayormente en forma ad hoc, aunque teniendo siempre presente las terribles lec-
ciones de Africa Central y la ex Yugoslavia. A pesar de ello, están surgiendo gradual-
mente nuevas formas de pensamiento que abordan este dilema: un elemento clave de
este nuevo pensamiento es lo que se llama “seguridad humana”. Esencialmente, se
trata de que los objetivos de seguridad se han de formular y lograr principalmente en

238
términos de las necesidades humanas y no del estado … [Se parte de] la premisa de
que la amenaza a la vida y a la situación de millones de personas debe prevalecer
sobre los intereses de la seguridad nacional y militares.[12]

Y la juez Gabrielle Kirk McDonald, magistrada norteamericana del Tribunal que ve el


caso de Yugoslavia, admite que el TPI crea tensiones entre la “soberanía de estado y el
orden mundial”, pero insiste que el TPI debe emplear “un elemento de coacción” con el
fin de “reparar las graves violaciones a los derechos humanos y al derecho internacio-
nal”.[13] La magistrada McDonald añade que el tratado de la TPI “debería ser de princi-
pios y no de detalles. Ha de tener un estatuto flexible basado en los principios que el
Tribunal pueda desarrollar de acuerdo con las circunstancias y brindar una orientación
suficiente para establecer un marco internacional para que el Tribunal corte opere.” [14]

La Amenaza de la Jurisdicción Expansiva

¿Pero cómo va a juzgar el público los méritos del TPI si sus defensores, tales como
la magistrada McDonald, no desean explicar los detalles? Especialmente dado el he-
cho de que muchos defensores del Tribunal no desean limitar el alcance del TPI a los
crímenes básicos de guerra, lesa humanidad, genocidio y agresión. Desean también
transferir los abusos de derechos humanos que no son de guerra y la actividad criminal
internacional al dominio del Tribunal. Más aún, el estatuto del TPI tiene términos explíci-
tos que permiten que un proceso de enmienda comience siete años después de ser
aplicado por el TPI, dejando así efectivamente la jurisdicción del Tribunal como una
interrogante de interpretación abierta.

Dicha interpretación abierta del TPI es preocupante. Amnistía Internacional, un orga-


nismo no gubernamental que respalda el establecimiento del TPI, declara no sólo que el
Tribunal debe administrar los crímenes de guerra, lesa humanidad, genocidio y agre-
sión, sino también que “los perpetradores de violaciones a los derechos humanos
deben ser procesados.»[15] Con esta opinión, se elevaría la detención ilegal y la
encarcelación política a la categoría de crímenes de guerra. Aunque dichas actividades
son deplorables, incluirlas en la jurisdicción del TPI establecería el precedente de que
el Tribunal Internacional ejerce una jurisdicción “complementaria” no sólo sobre los
crímenes de guerra, lesa humanidad, genocidio y agresión, sino también sobre asuntos
pertenecientes a la aplicación doméstica de la ley y la seguridad interna.

Algunos defensores del TPI quieren incluir el “terrorismo” y el “narcotráfico interna-


cional” bajo la jurisdicción del Tribunal.[16] Pero el Departamento de Justicia está pre-
ocupado de que esto pueda interferir con las operaciones contra el crimen de la Oficina
Federal de Investigaciones (FBI) y de la Agencia contra el Narcotráfico (DEA), espe-
cialmente si los investigadores del TPI expresamente conducen investigaciones de
competencia. Para evitar este problema el FBI y la DEA podrían informar al TPI sobre
sus investigaciones, pero el informar a una organización externa sobre el trabajo confi-
dencial de dichas agencias incrementaría el riesgo de seguridad de que la información
confidencial sea intencionalmente filtrada y el investigador encubierto se vería com-
prometido. Más aún, al someter el narcotráfico a la jurisdicción del Tribunal, se encubre

239
aún más la mal concebida guerra contra las drogas y se da lugar a otro obstáculo para
la reconsideración de la prohibición de drogas y sus alternativas.

Otros desean castigar severamente el uso de Internet en actividades criminales


clasificando dichas actividades a través del World Wide Web como un crimen univer-
sal, similar genocidio o los crímenes de guerra. Pino Arlacchi, jefe de la Oficina de
Naciones Unidas contra el Narcotráfico y para la prevención del Crimen, con sede en
Viena, declara que su oficina ha estado explorando la denominada “jurisdicción univer-
sal” en los crímenes de Internet debido a que estas actividades en el ciberespacio
evaden fácilmente los límites tradicionales de jurisdicción nacional. Debido al carácter
global de los crímenes en Internet, Arlacchi declara, “es extremadamente difícil enca-
minar un caso en una jurisdicción precisa. Pensamos que el problema nos está orien-
tando hacia una jurisdicción universal.” [17]

Algunos defensores del TPI desean que el Triunal tenga jurisdicción sobre diversos
“crímenes” nuevos, incluyendo las “serias amenazas al medio ambiente...[tales como]
los desastres de Chernobyl y Bhopal”.[18] Los partidarios del Tribunal, no obstante,
reconocen que muchos países proceden con cautela cuando tienen que trasladar a sus
funcionarios gubernamentales, líderes empresariales y ciudadanos ante un tribunal
internacional. Por ello, han tomado la decisión expresa de no presionar para añadir más
crímenes no esenciales a la esfera del Tribunal hasta después que el tratado sea ratifi-
cado. Donald W. Shriver Jr., quien dirige un grupo de seguidores que apoyan la creación
del Tribunal Penal Internacional, explica:

Nunca tendremos un TPI ni ningún otro tribunal mundial eficaz si las grandes poten-
cias insisten en ser los jueces de sus propios casos. Esta resistencia compartida por
otros es un argumento en sí para mantener una lista de crímenes de lesa humanidad
más bien corta al principio, para que la comunidad internacional empiece a distinguir
entre los criminales ordinarios y los extraordinarios.[19]

Un Preocupante Legado de Desgobierno

Efectivamente, hay costos no previstos relacionados con las operaciones adminis-


tradas por las Naciones Unidas. El historial del Tribunal de Ruanda es desalentador. En
1997, por ejemplo, el inspector general de las Naciones Unidas, Karl Paschke, descu-
brió que había gran derroche e incompetencia en la oficina principal de administración
del Tribunal de Ruanda en Arusha, Tanzania. También mencionó la negligencia en la
aplicación de los problemas por parte de los funcionarios de las Naciones Unidas en
Nueva York. Paschke concluyó que el Tribunal era disfuncional en todas las áreas admi-
nistrativas. Entre sus hallazgos están:

Un fondo en efectivo en las oficinas del Tribunal en Arusha y en Kigali, Ruanda, que
algunas veces llegaba al importe total de US$600.000 que no tenía reglas escritas para
su desembolso.

Procedimientos de planilla tan irregulares que algunas veces parte del personal no
recibía su sueldo en meses, mientras que otra parte del personal recibía el doble de lo

240
que le correspondía, por el mismo trabajo. Un miembro del personal tenía su contrato
extendido mientras que adeudaba a Naciones Unidas US$34,000 por pagos indebidos.

Los administradores contrataban rutinariamente a empleados que no cumplían con


los requerimientos de las Naciones Unidas, incluyendo un director de finanzas que no
tenía diploma de finanzas, contabilidad o administración y un jefe de logística que no
tenía experiencia en los procedimientos de logística de las Naciones Unidas.

Andrónico Adede de Kenya, administrador jefe del Tribunal se pasaba la mitad del
tiempo viajando por la región por razones oficiales, lo cual lo mantenía alejado de los
problemas del Tribunal.[20]

Un avión fletado por US$27,000 voló para recoger a unos sospechosos detenidos en
un país de Africa Occidental pero regresó vacío porque no se había efectuado ningún
acuerdo para que ese país entregara a los prisioneros.[21]

Desafortunadamente, tales abusos e incompetencia eran consistentes con un am-


plio y triste patrón de conducta en las Naciones Unidas. En Mayo de 1998, Paschke
emitió un informe describiendo la gran corrupción y amiguismo entre los funcionarios
de adquisiciones de las Naciones Unidas en Angola que gastaban millones de dólares.
“Las auditorías revelaban graves deficiencias administrativas y aparentes incumpli-
mientos de las normas financieras, así como incorrecciones e irregularidades en los
procesos de adquisiciones”, declaró Paschke.[22] Entre sus otros hallazgos están:

Algunos funcionarios de las Naciones Unidas trataron de emitir órdenes de compra


innecesarias por más de US$15 millones a intermediarios que habían cobrado enormes
comisiones.

Muchos viajes rápidos para realizar compras en Sudáfrica costaron más de $1 mi-
llón cada uno.

Compradores de las Naciones Unidas pagaron casi US$7 millones por equipos de
inferior categoría al requerido y luego tuvieron que pagar US$1 millón adicional para
hacerlo a funcionar.[23]

Interferencia con las Operaciones de Pacificación

El Artículo 75 del estatuto del TPI está dirigido a «establecer los principios relaciona-
dos con las indemnizaciones a las víctimas, incluyendo restitución y compensación”.
Permitir que el TPI otorgue indemnizaciones podría fácilmente desestabilizar las opera-
ciones de pacificación. Por ejemplo, si el Tribunal decide que los líderes de una facción
anteriormente opuesta deben pagar indemnizaciones o devolver un territorio conquista-
do a los miembros de otra facción, las tropas de pacificación podrían encontrarse en
una posición complicada de aplicar o no aplicar la sentencia del Tribunal. De cualquier
forma, a una facción le molestaría y los pacificadores se encontrarían en medio de
esto.

241
También existe la preocupación de que el TPI pueda socavar los esfuerzos por resol-
ver conflictos internacionales. Por ejemplo, si el Tribunal corte procesa a los líderes de
una facción opuesta mientras que EE.UU. trata de conducir conversaciones de paz,
dicha facción podría responder rechazando el plan de paz resultante o manteniéndose
fuera de la mesa de negociaciones. Este resultado llevaría a más muerte y destruc-
ción, no menos, como sostienen los defensores del Tribunal. Según el enviado británico
David Owen, se desarrolló un escenario parecido en Bosnia en 1993 cuando serbia
rechazó el plan de paz Vance-Owen, por miedo a que sus crímenes de guerra fueran
descubiertos si no lograban una victoria total.[24] El resultado fue que la guerra se
prolongó por 18 meses más.

También existe la posibilidad sutil que el TPI interfiera indirectamente en la forma que
se conducen las operaciones de pacificación cambiando la dinámica de las decisiones
militares y el enfoque de la responsabilidad en el control. En diciembre de 1997, por
ejemplo, surgió un conflicto entre Francia y el Tribunal de Yugoslavia. El ministro de
defensa, Alain Richard, declaró que Francia se negaría a permitir que sus miembros del
ejército que sirvieron en las fuerzas de pacificación multinacional durante la guerra en
Bosnia respondiesen a ordenes de comparecencia y testificaran ante un tribunal sobre
los crímenes que habían presenciado entre las fuerzas serbias. Explicó que Francia no
deseaba exponer a sus uniformados a un posible interrogatorio hostil durante el cual se
pondrían en cuestión las decisiones de los oficiales franceses en situaciones de com-
bate. Si Francia hubiese aceptado este interrogatorio, sus comandantes empezarían en
el futuro a tomar decisiones de combate basadas en cómo un fiscal del TPI las inter-
pretaría, dejando de lado aquello que es de interés para la seguridad o ventaja militar
de los soldados bajo su mando.[25]

El Problema de la Agresión

Aunque el crimen de “agresión” está incluido en la jurisdicción del TPI, el tratado


posterga la definición de aquella conducta que constituye agresión, y así de acusar un
crimen como tal hasta que el Tribunal esté establecido y funcionando por varios años.
Sin embargo, hay algunas indicaciones de cómo el TPI va a definir la agresión. De
acuerdo con el texto propuesto en el borrador del estatuto del TPI, el término “agresión”
podría incluir tales temas como el “bombardeo de las fuerzas armadas de un Estado
contra el territorio de otro Estado” y “el bloqueo de los puertos o las costas del Estado
por las fuerzas armadas de otro Estado”. Sin embargo, incluir dichos actos como cri-
men de “agresión” podría reducir enormemente las opciones militares disponibles de
los EE.UU. al proscribir ataques preventivos y el tipo de bloqueo naval que empleó el
Presidente Kennedy durante la crisis de los mísiles cubana. Efectivamente, esto ataría
de manos a los políticos de los EE.UU. que toman las importantes decisiones de segu-
ridad nacional. Tal como lo explicó el portavoz del Departamento de Defensa, Kenneth
Bacon: “Lo que nos preocupa es que el Tribunal no se establezca de forma tal que
otorgue amplia autoridad y busque una vaga definición de agresión que podría confun-
dirse con una legítima acción defensiva para proteger nuestros intereses de seguridad
nacional o los intereses de seguridad nacional de otros países, aquellos que apoyan la
idea de establecer un Tribunal Penal Internacional.”[26] Más aún, en un memo de tres

242
páginas que circuló entre los agregados militares extranjeros en marzo de 1998, el
Pentágono declaraba que:

Nos preocupa que un TPI sin los límites apropiados, así como un sistema de control
y balance, podría ser utilizado por algunos gobiernos y organismos para fines políticos.
Entendemos la intención loable de algunos en pro de la inclusión de una ofensa de
“agresión” en el estatuto. Sin embargo, esta ofensa es necesariamente de carácter
político, y su inclusión sólo fomenta el uso del tribunal como herramienta política.[27]

Por otro lado está el tema de la jurisdicción del TPI al tratar el crimen de la “agresión”
y otras violaciones contenidas en el estatuto. No existen precedentes. Efectivamente,
el estatuto le otorga al tribunal la autoridad legal para juzgar a los ciudadanos de las
naciones que no han ratificado el tratado del TPI. Tal como ha observado el portavoz
del Departamento de Estado, James Rubin: “Nunca antes ha existido un tratado que se
aplique a aquellos que no lo han ratificado.” Lo que establece específicamente el estatu-
to es que aún si el país no ratifica el tratado del TPI, sus ciudadanos pueden ser
presentados ante el Tribunal en tanto que la nación donde ocurrieron los crímenes
alegados haya ratificado el tratado. En otras palabras, las tropas norteamericanas ins-
taladas en el extranjero podrían ser arrestadas y juzgadas por el Tribunal. Paradójica-
mente, el estatuto del TPI también dice que las naciones que ratifiquen el tratado pue-
den optar por no formar parte de la jurisdicción del Tribunal por crímenes de guerra
durante siete años, mientras que los ciudadanos de dichas naciones que no ratifiquen
el tratado pueden estar sujetos inmediatamente a la jurisdicción del Tribunal.

El Caso Pinochet

La decisión del gobierno de España de exigir audiencias de extradición contra el ex


dictador de Chile, General Augusto Pinochet, quien estaba en tratamiento médico en
Inglaterra en ese momento, dejó algunas notables lecciones sobre lo que se esperaría
del Tribunal Penal Internacional. La primera lección del caso Pinochet es que los juicios
del TPI tendrían probablemente motivaciones ideológicas. En efecto, nadie ha solicita-
do el arresto de Mikhail Gorbachev durante sus próximos viajes por Europa Occidental
por su rol en la guerra sangrienta de Afganistán, ni por los crueles excesos de la KGB
durante su permanencia de seis años en el gobierno. Nadie se ha sorprendido por la
decisión de Italia de no extraditar a Turquía a Abdullah Ocalán, el líder marxista captu-
rado del Partido Laboral Kurdo, donde es buscado como terrorista. Ni por la decisión del
gobierno alemán de no solicitar la extradición de Ocalán a Alemania donde ocurrieron
sus numerosos homicidios alegados. Y sobretodo, nadie se ha sorprendido por la deci-
sión de las autoridades españolas de permitir que el dictador cubano Fidel Castro
circule libremente por España al mismo tiempo que presionan por la extradición de
Pinochet.

La segunda lección que deja el caso Pinochet es que las actividades del TPI amena-
zarían la frágil paz de los gobiernos de transición. Chile ha soportado exitosamente
recientes tensiones políticas y económicas, pero el arresto de Pinochet abrió nueva-
mente viejas heridas. Muchos temen que si Pinochet fuera procesado en un Tribunal de
España se repoblarizaría el pueblo de Chile, creando un clima para la violencia. Sin

243
embargo, se permitió que Pinochet regrese a Chile porque se decidió que tenía una
edad muy avanzada para resistir un proceso, y Chile se ahorró la violencia. Pero esto
podría cambiar la próxima vez que una figura política sea el objetivo de apasionados
fiscales internacionales.

La tercera lección del caso Pinochet es que lograr la paz en primer lugar se hace
más difícil. Veamos como ejemplo el caso del líder de la Organización de Liberación
Palestina, Yasser Arafat, quien se encontraba en EE.UU. negociando el Acuerdo Wye
River la misma semana que Pinochet fue arrestado en Gran Bretaña. ¿Habría negocia-
do Arafat si hubiera pensado que el gobierno norteamericano lo arrestaría cuando llegó
allá y ser enjuiciado por actos de terrorismo de la OLP? ¿Se habría negociado el
reciente acuerdo de paz con Irlanda si los líderes católicos o protestantes hubiesen
estado sometidos a un proceso penal?

La cuarta lección del asunto Pinochet nos enseña que el TPI es una autoridad que
puede ser interpretada de muchas maneras. Por ejemplo, aunque la policía secreta de
Pinochet estuviese implicada en muertes o desapariciones de 3.000 – 4.000 personas
durante 17 años (un promedio de cerca de 250 personas al año), se le acusa del crimen
de genocidio definido por la Convención de Genocidio de 1948 como la matanza siste-
mática con “intento de destruir, total o parcialmente, un grupo nacional, étnico, racial o
religioso”. Los defensores del cargo de genocidio contra Pinochet sostienen que la
eliminación de los opositores políticos mediante asesinato y prisión constituye un tipo
de genocidio “ideológico”. ¡Hasta aquí llega la intención original!

¿Derechos Perdidos?

La característica más peculiar del continuo debate sobre el TPI, no obstante, es la


intención de sus defensores en los EE.UU. de abandonar muchas de las normas del
debido proceso que los norteamericanos elevan a una calidad sacrosanta. En efecto, al
observar al Tribunal de Yugoslavia como modelo de lo que se espera del TPI y, de forma
específica, el estatuto del TPI, pareciera que muchas de las garantías legales que los
norteamericanos gozan por su Declaración de Derechos, particularmente las protec-
ciones de la Quinta y Sexta Enmiendas, dejarían de existir si los norteamericanos
fuesen presentados ante el Tribunal Penal Internacional. Existen muchos ejemplos de
tales privaciones potenciales.

La Quinta Enmienda de la Constitución de EE.UU. establece que: “Ninguna persona


estará sujeta dos veces al mismo delito que pudiera poner en peligro su vida o a su
integridad.” Sin embargo, el estatuto del TPI no reconoce tal derecho. Tal como se
explicó anteriormente, el TPI tendría la autoridad de facto de decidir lo que constituye
un proceso nacional “eficaz” o “ineficaz”. En este contexto, puede darse que una perso-
na acusada posiblemente sea procesada dos veces por el mismo crimen, la primera
vez por un tribunal nacional y la otra por el TPI.

La Sexta Enmienda de la Constitución de EE.UU. establece que: “En todos los casos
penales, el acusado goza del derecho de un juicio por un jurado imparcial.” El estatuto
del TPI no reconoce dicho derecho. Por el contrario, el acusado tiene que comparecer

244
frente a un panel de tres jueces designados por el voto mayoritario de los países que
hayan ratificado el tratado del TPI. No obstante, dichos jueces pueden provenir de los
países donde no existe el concepto de un sistema judicial independiente o de la presun-
ción de inocencia hasta que se demuestre la culpabilidad. De manera más general, el
destino del defendido podría depender de las opiniones de juristas de «oasis de libertad
civil» como son Indonesia, Angola y Saudi Arabia.

La Sexta Enmienda también establece que: “En todos los casos penales, el acusado
goza del derecho a ser confrontado con los testigos en su contra.” Sin embargo, con el
precedente del Tribunal de Yugoslavia, el Tribunal puede “ordenar las medidas apropia-
das para la privacidad y protección de las víctimas y los testigos.”[28] En la práctica,
esto significa que algunos testigos permanecerían anónimos, no sólo para el público
sino para los acusados y sus abogados. No obstante, el derecho de los acusados de
confrontar a sus acusadores es parte esencial de la norma del debido proceso de la
Constitución de los EE.UU. Muchas veces la capacidad de refutar un testimonio depen-
de de conocer la identidad y los antecedentes del testigo. Dicha información puede
brindar claves importantes sobre la posible malicia personal, historia de prevaricato o
una agenda ideológica, financiera o política oculta. Sin el acceso a dicha información,
se realizaría un análisis cruzado de la información a ciegas que podría dar resultados
injustos.

La Sexta Enmienda también establece que: “En todos los casos penales, el acusado
gozará del derecho de tener un proceso preceptivo para obtener los testigos a su favor.”
Nuevamente, bajo el precedente del Tribunal de Yugoslavia, no existe tal derecho. Efec-
tivamente, Mikhail Wladimiroff, que condujo la defensa en el caso contra Dusko Tadic,
declaró que aunque el Tribunal “entendió muy bien los temas que surgieron sobre la
imparcialidad del proceso, aún si no podíamos presentar las pruebas tal como deseá-
bamos, no se podían evitar muchas limitaciones tal como el hecho de que no había
ningún instrumento legal para obligar a venir a un testigo a La Haya.” Wladimiroff agregó
que dicha limitación causó un desequilibrio en las presentaciones del fiscal y de la
defensa debido a que “dichas personas que eran víctimas de Dusko Tadic deseaban
que éste fuera enjuiciado y condenado; por lo tanto, se sentían complacidos de ofrecer-
se a contar sus historias... Pero nadie que estuviese involucrado con él se habría
ofrecido a testificar por el mero hecho que sería incriminado.” Este desequilibrio se vio
agravado por el hecho que “habían muchas cosas que no se podían investigar... Se
había asignado muy poco dinero para financiar a la defensa, pero se asignó mucho más
al fiscal.»[29]

Todo esto hizo que Nick Kostich, un abogado norteamericano defensor de Tadic,
concluyera que el Tribunal de Yugoslavia (precursor del TPI) no concedía al cliente el
derecho a una defensa justa. A Tadic “no se le ha concedido el derecho de confrontar a
sus acusadores” y “a la defensa no se le ha dado los nombres de los testigos”, declaró
Kostich en 1995, y agregó que “Mi cliente más vicioso y atroz [en los EE.UU.] tiene más
derechos constitucionales”.[30] Este análisis de Kostich implica claramente que los
norteamericanos presentados ante un Tribunal del tipo del de Yugoslavia, tal como
proponen los estatutos del TPI, tendrán menos derechos que según la Constitución de
EE.UU.

245
Barreras Constitucionales

En 1803, Thomas Jefferson defendió la supremacía de la Constitución de EE.UU.


sobre los tratados cuando escribió lo siguiente: “Nuestra seguridad particular está en
poseer una constitución escrita. No hagamos de ésta un papel en blanco para interpre-
tar. Digo lo mismo de la opinión de aquellos que consideran que un tratado otorga poder
ilimitado. Si es así, entonces no tenemos una Constitución.”[31] El análisis de Jefferson
parece tener soporte en la jurisprudencia que establece que el gobierno federal de los
EE.UU. no puede adoptar tratados que sean incompatibles con la Constitución de
EE.UU.[32] Doe v. Braden (1853), por ejemplo, afirma que los tribunales de EE.UU.
tienen un “derecho legal de anular o de pasar por alto” las disposiciones de un tratado si
“violan la Constitución de EE.UU.,”[33] y la decisión Cherokee Tobacco (1871) estable-
ce que “un tratado no puede cambiar la Constitución ni ser válido si viola dicho instru-
mento.”[34] En Reid v. Covert (1957), la Corte Suprema reafirmó que “ha reconocido
uniforme y regularmente la supremacía de la Constitución sobre un tratado,” y que: «no
hay nada en el lenguaje de la Constitución que dé a entender que los tratados no tengan
que cumplir con las disposiciones de la Constitución. Tampoco hay nada en los debates
que acompañan el texto y la ratificación de la Constitución que sugiera dicho resultado.
Estaría evidentemente en contra de los objetivos de aquellos que crearon la Constitu-
ción, así como de aquellos que fueron responsables de la Declaración de Derechos,
por no mencionar que es ajeno a toda nuestra historia y tradición constitucional, el
interpretar que el Artículo VI (referente a los tratados) permita a los EE.UU. ejercer el
poder según los acuerdos internacionales sin observar las prohibiciones constituciona-
les. Efectivamente, dicha interpretación permitiría la enmienda de dicho documento de
manera no sancionada por el Artículo V (referente al proceso de enmienda).[35]

Más específicamente, la Corte Suprema ha expresado que el gobierno federal no


puede adoptar tratados que pospongan los derechos constitucionales de los ciudada-
nos norteamericanos. En Geofroy v. Riggs (1890), por ejemplo, la Corte halló que la
facultad de los tratados de los gobiernos federales no les permite “autorizar aquello que
la Constitución prohibe.”[36] En casos posteriores, tales como EE.UU. v. Wong Kim Ark
(1898)[37] y Asakura v. Ciudad de Seattle (1924)[38] se reitera el tema de que los
derechos protegidos constitucionalmente están amparados por el efecto doméstico de
los tratados. Recientemente, en Boos v. Barry (1988), la Corte declaró que “las leyes
de derecho internacional y las disposiciones de los acuerdos internacionales de los
EE.UU. están sujetas a la Declaración de los Derechos y otras prohibiciones, restric-
ciones o requerimientos de la Constitución y no pueden tener efecto en violación de
éstos.”[39] Dado que el estatuto del TPI pondría “en vigencia” las leyes internacionales
y las disposiciones contrarias a la Declaración de los Derechos, es decir, perder todos
los derechos de los norteamericanos según la Quinta y Sexta Enmiendas, cualquier
proceso del TPI contra un ciudadano norteamericano probablemente no resista una
objeción constitucional.

Pero existe un tema más fundamental: si la Constitución de EE.UU. permite que un


norteamericano sea procesado ante el TPI en primer lugar si su delito fue cometido en
terreno norteamericano. Tal como lo señalan los abogados Lee Casey y David Rivkin
Jr. en Commentary, el caso relevante es Ex parte Milligan (1866).[40] Durante la Gue-

246
rra Civil, los funcionarios del gobierno de EE.UU. arrestaron a los políticos antiguerra
en Indiana, incluyendo a Lamdin P. Milligan. Temiendo que el escaso apoyo a la guerra
en Indiana pudiera llevar a la absolución por un jurado de Indiana, el Presidente Andrew
Johnson les negó a los políticos el proceso de un juicio civil y los llevó a una corte
militar. Milligan apeló. Unánimemente la Corte Suprema opinó en su favor, declarando
que “La Constitución de EE.UU. es ley para los legisladores y el pueblo, igualmente
durante la guerra y la paz, y los ampara protegiendo a todas las clases, en todo mo-
mento y en todas las circunstancias.”[41] Puesto que la corte militar no era “una parte
del poder judicial del país”, según el Artículo III de la Constitución de EE.UU., su
veredicto no fue considerado válido. Si este mismo razonamiento legal es aplicado al
TPI, cualquier sentencia del TPI contra un norteamericano que ha cometido un delito en
EE.UU. sería probablemente declarada inconstitucional porque el TPI no es un tribunal
de los EE.UU., según el Artículo III.

La Paradoja de la Justicia Desigual

El proyecto del TPI también destaca el problema de una justicia desigual. Por ejem-
plo, 22 ruandeses fueron ejecutados públicamente el 24 de abril de 1998 después de
haber sido acusados en los tribunales locales por crímenes cometidos durante la cam-
paña de genocidio orquestada por el anterior gobierno de Ruanda. Entre más de 346
personas que siguieron un proceso en los tribunales de Ruanda, cerca de un tercio han
sido sentenciados a muerte y otro tercio a cadena perpetua. El resto ha recibido sen-
tencias menores. Sólo 26 han sido absueltos y hay más de 125.000 personas que aún
esperan un proceso.[42]

La semana siguiente a las 22 ejecuciones públicas, Jean Kambanda, primer ministro


de Ruanda durante los 100 días en que la mayoría Hutus pretendía exterminar a los
Tutsis, admitió ante el Tribunal de Ruanda que era culpable de cometer un crimen de
lesa humanidad y otros cinco cargos relacionados con genocidio. Kambanda es el
funcionario de gobierno de más alto rango que haya sido retenido por el Tribunal, que ha
capturado a 25 sospechosos acusados de desempeñar papeles importantes en rela-
ción con las masacres en las que cerca de medio millón de Tutsis y sus simpatizantes
fueron asesinados. De acuerdo con el reglamento del Tribunal de Ruanda, Kambanda
no puede ser procesado en los tribunales de Ruanda por los mismos crímenes, por lo
tanto, tienen una sentencia de cadena perpetua porque dicho Tribunal no aplica la pena
de muerte. Pero un fiscal del Tribunal ha especulado que Kambanda podría eventual-
mente reducir su periodo en la cárcel si coopera en otros casos.[43] El hecho que
Kambanda pueda obtener una sentencia reducida mientras que otros acusados son
ejecutados públicamente molesta a muchos ruandeses. Tal como lo indica la periodista
australiana Pamela Bone:

Las personas procesadas bajo el sistema judicial de Ruanda no son principalmente


los cabecillas del genocidio. Estos están siendo procesados en Arusha, Tanzania, por
una Tribunal Penal Internacional de las Naciones Unidas para Ruanda. El Tribunal de las
Naciones Unidas debe aún obtener una condena. Y las Naciones Unidas se opone a la
pena de muerte. Esto significa que aquellos que planificaron e incitaron el genocidio
pasarán algunos años en las cárceles de Europa si son condenados, mientras que

247
otros criminales menores tendrán la pena de muerte. Esto no parece ser justicia para
muchos ruandeses.[44]

La paradoja de la justicia desigual también ha surgido en el Tribunal de Yugoslavia


donde el criminal de guerra acusado, Dusko Tadic, ha recibido la misma sentencia por
su participación en el asesinato brutal de cuatro personas (cadena perpetua) que reci-
bió Rudolf Hess por su participación en el holocausto nazi.

Conclusión

En junio de este año, se reunieron diplomáticos de todo el mundo en Nueva York para
tratar algunos detalles restantes de la propuesta sobre el TPI. El embajador de EE.UU.,
David Scheffer, asistió y trató de persuadir a otras naciones de incluir entre otros
detalles la garantía de que ningún miembro de las fuerzas pacificadoras de EE.UU.
estará ante el TPI. Entre tanto, en Washington D.C., los líderes republicanos del Con-
greso presentaron una “Ley de Protección a las Tropas Norteamericanas”, que prohibi-
ría que cualquier tribunal de EE.UU. coopere para la extradición de cualquier individuo
al TPI. Más aún, la legislación propuesta eliminaría la ayuda financiera y la asistencia
militar a cualquier otro país (excepto la OTAN y otros “aliados principales”) que ratifique
el tratado del TPI. Como arma adicional, esta ley daría mayor poder al presidente de los
EE.UU. para tomar “todas las medidas apropiadas” con el fin de garantizar la liberación
de cualquier norteamericano que esté retenido para ser procesado por el TPI.

Pero existen más errores con la propuesta sobre el TPI que la amenaza que repre-
senta para el personal militar norteamericano, que conducen el grueso de las interven-
ciones humanitarias y las operaciones de pacificación mundial. Dado lo antes mencio-
nado, también es evidente que el Tribunal Penal Internacional tiene un mérito dudoso.
Específicamente, la propuesta sobre el TPI amenaza con disminuir la soberanía legal
no sólo de EE.UU. sino también de todos los países; interferir con las operaciones de
pacificación; producir una justicia selectiva y politizada; y convertirse en un monstruo
jurisdiccional. Más aún, si EE.UU. ratifica el TPI, estará votando por descartar los
enunciados de protección legal a los ciudadanos contenidos en la Declaración de Dere-
chos. En conjunto, estos problemas crearían una duda razonable, en primer lugar,
sobre la sensatez de establecer el Tribunal. También sugiere que establecer el TPI
abriría una caja de Pandora de dificultades legales y desatinos políticos.

Notas

[1] Estatuto borrador del TPI, se encuentra en www.un.org/icc.


[2] Ver, por ejemplo, Siddharth Varadarajan, «Imperial Impu-ni-ty, US Hampers World
Criminal Court Plan,» Times of India, 23 de abril, 1998; y Norman Dorsen and
Morton Halperin, «Justice after Genocide,» Washington Post, 13 de mayo, 1998,
p. A17.
[3] Christopher Lockwood, «International: Nuremberg Bids to House World War
Crimes Court,» Daily Telegraph (London), 29 de abril, 1998, p. 16.
[4] John R. Bolton, “An International Criminal Court Won’t Work,” Wall Street Journal
Europe, 30 de marzo, 1998, p. 10.

248
[5] Ibid.
[6] Alfred P. Rubin, “Dayton, Bosnia and the Limits of Law,” Na-tional Interest 46
(Invierno 1996-97): 44.
[7] Ibid.
[8] Jimmy Carter, Entrevista en CNN Morning News, 16 de abril, 1998.
[9] Dorsen and Halperin.
[10] El Tratado de Versalles de 1919 pretendía la instauración de un tribunal interna-
cional para someter a juicio a los oficiales de grados menores por su rol en la
Primera Guerra Mundial; había una lista con cientos de sospechosos. Alemania
hizo una contraoferta para lograr que la Corte Suprema Germana fuera la que
los juzgara. La oferta fue aceptada por los vencedores, pero los tribunales, efec-
tuados en Leipzig en 1921, resultaron ser una farsa; de 901 procesos, 888 fueron
sobreseídos o terminados en acuerdos. Ver “Tipping the Scales of Justice” de
Tina Rosenberg, World Policy Journal, no 3 (1995): 55-64.
[11] Sandra L. Jamison, “A Permanent International Criminal Court: A Proposal That
Overcomes Past Objections,” Denver Journal of International Law and Policy, no.
23, (1995): 432.
[12] Lloyd Axworthy, “The New Diplomacy: The UN, the Interna-tional Criminal Court,
and the Human Security Agenda,” Discurso pronunciado en el Kennedy School of
Government, Harvard University, Cam-bridge, Mass., 25 de abril, 1998.
[13] Citado en Charles Trueheart, “American Heads War Crimes Tribunal,” Washington
Post, 12 de abril, 1998, p. A22; y Gabrielle Kirk McDonald, discurso del 11 de
agosto durante la sesión del Comité Previo al Establecimiento de una Corte
Penal Internacional, 15 de agosto, 1998, Sede de la Naciones Unidas, New York.
[14] Ibid.
[15] Amnistía Internacional, “The Quest for International Justice: Time for a Permanent
International Criminal Court,” July 1995, www.amnesty.it/eventi/icc/docs/
400495_1.htm.
[16] Ver Artículo 5 del borrador del estatuto de la TPI.
[17] Citado en Irwin Arieff, “UN Aide Wants Web Drug Crime Pursued Like Genocide,”
Reuters, 22 de junio, 2000.
[18] “UN: Delegates Differ on Whether Statute of International Criminal Court Should
Cover Crime of ‘Aggression,’”
[19] Donald W. Shriver Jr., “The International Criminal Court: Its Moral Urgency,” Mo-
nitor, no. 7, www.igc.org/icc/monitor.htm. Enfasis añadido.
[20] Craig Turner, “Ruanda War Crimes Tribunal Mismanaged, Report Says,” Los An-
geles Times, 13 de febrero, 1997, p. A8.
[21] John M. Goshko, “UN Probe Finds Mismanagement, Waste in Rwanda War Crimes
Tribunal,” Washington Post, 13 de febrero, 1997, p. A20.
[22] George Archibald, “UN Officials Wasted Millions on Sup-plies,” Washington Ti-
mes, 29 de mayo, 1998, p. A1.
[23] Ibid.
[24] David Owen, Balkan Odyssey (New York: Harcourt Brace, 1995), p. 167.
[25] Charles Trueheart, “France Splits with Court over Bos-nia; Generals Won’t Testify
in War Crimes Cases,” Washington Post, 16 de diciembre, 1997, p. A22.
[26] U.S. Department of Defense, News briefing, M2 Presswire,16 de abril, 1998.

249
[27] U.S. Department of Defense, Memo entregado a los agregados militares extran-
jeros, fechado 27 de marzo, 1998. Documento en posesión del autor.
[28] Ver James Podgers, “The World Cries for Justice,” ABA Journal, Abril 1996, p. 58.
[29] “... And Serious Reform,” Wall Street Journal Europe, 16 de abril, 1997, p. 6.
Extractos de una entrevista de Mirko Klarin, corresponsal eropeo del diario inde-
pendiente Nasa Borba.
[30] Citado en Tim Cuprisin, “Area Lawyer Defending Serbian UN Tribunal Accuses
His Client of War Crimes against Mus-lims,” Milwaukee Journal Sentinel, 20 de
agosto, 1995, p. B3.
[31] Thomas Jefferson, Carta a Wilson Cary Nicholas, Sep-tem-ber 7, 1803, in
Jefferson Writings (New York: Library of America, 1984), p. 1139.
[32] Existe, no obstante, una cierta ambigüedad histórica respecto a este hecho,
porque algunas autoridades legales han interpretado los tratados como normas
de jerarquía igual o superior a la Constitución de los Estados Unidos. Ver, a
modo de ejemplo, Missouri v. Holland, 252 U.S. 416 (1920), en la que el Juez
Oliver Wendell Holmes escribió, “Los actos del Congreso constituyen ley Supre-
ma de estas tierras solo cuando son hechas según la Constitución, mientras que
los tratados son tales cuando se llevan a cabo bajo la autoridad de los Estados
Unidos. Queda abierto a preguntas el hecho de si la autoridad de los Estados
Unidos significa más que los actos formales prescritos para efectuar tal conven-
ción”. (p. 433).
[33] 57 U.S. (16 How.) 635, 656 (1853).
[34] 78 U.S. (11 Wall.) 616, 620 (1871).
[35] 354 U.S. 1, 16 (1957).
[36] 133 U.S. 258, 267 (1890).
[37] 169 U.S. 649, 700 (1898).
[38] 265 U.S. 332, 341 (1924).
[39] 485 U.S. 312, 324 (1988).
[40] Ver Lee Casey y David Rivkin Jr., “Against an International Criminal Court,”
Commentary, mayo 1998, pp. 56-58.
[41] 71 U.S. (4 Wall.) 2, 120-21 (1866).
[42] James C. McKinley Jr., “As Crowds Vent Their Rage, Rwanda Publicly Executes
22,” New York Times, 25 de abril, 1998, p. 1.
[43] Stephen Buckley, “Ex-Leader in Rwanda Admits to Geno-cide: Hutu Premier Pleads
before UN Tribunal,” Washington Post, 2 de mayo, 1998, p. A1.
[44] Pamela Bone, “The Roar of the Crowd and the Pitiless Pursuit of Justice,” The
Age, 7 de mayo, 1998, p. 17.

(*) Gary T. Dempsey es analista de política exterior del Cato Institute y coautor del
próximo libro: Fool´s Errands: Washington’s Recent Encounters with Nation Buil-
ding. Este estudio fue publicado originalmente en su versión en inglés como
“Reasonable Doubt The Case against the Proposed International Criminal Court”
en el Policy Analysis No. 311 del 16 de julio de 1998.
8 de agosto de 2000

250
EL CONSEJO DE SEGURIDAD: RENOVACIÓN O MARGINACIÓN
Ramón Gil-Casares Satrústegui (*)

La ONU ha encarnado durante décadas el ideal del espíritu de diálogo y entendi-


miento entre las naciones, de la solución pacífica de las diferencias, del a paz entre los
pueblos y de la primacía del derecho internacional. Como toda creación humana, la
ONU es hija de su tiempo y acusa la erosión producida por su transcurso. Acabada la
guerra fría, que ató de manos al

Consejo de Seguridad, nos enfrentamos hoy a la realidad de sus defectos, unos


estructurales y otros sobrevenidos.

Hay que tener la honradez y la valentía política necesaria para decirlo sin tapujos.
Sobre todo cuando de lo que se trata es de poner remedio antes de que sea demasiado
tarde.

Ha llegado el momento de actuar si queremos dar una respuesta eficaz a los nuevos:
la aparición a escala global del terrorismo, el peligro real de la proliferación de armas de
destrucción masiva, la desintegración de los Estados fallidos, la necesidad de la inje-
rencia humanitaria en caso de graves y masivas violaciones de los derechos huma-
nos...

El debate sobre la reforma de la ONU se centra en el Consejo de Seguridad: su


composición -para algunos implica ampliación- y el ejercicio del derecho de veto son
los aspectos más destacados.

Los síntomas de ineficacia son claros: países que no se ponen de acuerdo en temas
fundamentales que afectan a la seguridad y la estabilidad del mundo, naciones que
amenazan o utilizan el veto cuando sus intereses estrictamente nacionales no se ven
respaldados, resoluciones que pierden la fuerza y la razón última que las anima porque
son sacrificadas en el altar de una reconciliación de posturas tan alejadas unas de
otras que, al final, las priva de credibilidad.

¿Renovarse o morir? Me temo que, aunque planteado en términos muy dramáticos,


la cuestión no escapa del todo a estos parámetros.

¿Qué propone España? Realismo y democratización sí, pero sobre todo eficacia.

La reforma debe ser realista y orientarse a facilitar la toma de decisiones. Al mismo


tiempo este pragmatismo tiene que ser compatible con la defensa eficaz de unos prin-
cipios que tienen proyección universal.

La dificultad para tomar decisiones en el Consejo (lo vimos el 16 de septiembre al


vetarse una resolución contraria a la deportación de Arafat) produce un peligroso des-
gaste provocado por el abuso de la amenaza o la utilización del derecho de veto que
afecta a su eficacia y, lo que es más grave, a su propia credibilidad.

251
Las divergencias en el Consejo de Seguridad en la cuestión de Irak son buena
muestra de ello. No es nuevo, por desgracia. En Kosovo y Afganistán, fueron coalicio-
nes ad hoc las que pusieron fin a una exterminación masiva en un caso, y a la
«vampirización» de un Estado por un grupo terrorista, en el otro (en Afganistán, era
evidente la legítima defensa consagrada en el artículo 51 de la Carta).

Uno de los términos más oídos es la ampliación del Consejo. Ampliación no es


sinónimo de eficacia. España no se opone por principio a la ampliación de los miem-
bros del Consejo de Seguridad, pero anteponemos la facilitación de la toma de decisio-
nes.

En cambio, sí nos parece antidemocrático y profundamente ineficaz el incremento


de los miembros permanentes, con o sin derecho de veto. Los países que pretenden
acceder a un puesto permanente, y los que los apoyan, no buscan realmente que el
Consejo funcione, sino simplemente garantizarse una mayor esfera de poder nacional.
Ése no es el camino.

Nuestra experiencia como miembros de la Unión Europea nos hace tener una pre-
vención especial hacia los directorios por su inclinación inmovilista. Una hipotética
ampliación debería incrementar únicamente el número de miembros no permanentes,
procedentes de todos los grupos regionales. Los países que aspiren a acceder al Con-
sejo de Seguridad deben someterse al escrutinio de los otros Estados para que deci-
dan quién merece estar en el Consejo. Y, sobre todo, para asegurarse que los nuevos
miembros están comprometidos con la defensa del acervo de Naciones Unidas. No
podemos permitirnos «caballos de Troya».

La eficacia también está reñida con la cuestión de la reforma del derecho de veto.
Éste es el asunto más difícil. La dificultad no puede hacernos titubear sobre el objetivo
a conseguir: su utilización debe ser reformulada en sentido restrictivo. Quizá no sea
posible eliminarlo, pero debemos perseguir la máxima limitación de su uso.

Una posibilidad es reducir su utilización al Capítulo VII de la Carta, esto es, en caso
de amenaza a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión. Otra vía limitadora
es la exigencia de un doble veto o veto compuesto. Es decir, que para que hubiese veto
efectivo fuese preciso el voto en contra de, al menos, dos miembros permanentes.

Estamos ante una encrucijada de la Historia. En poco tiempo se ha evaporado el


orden internacional que hemos conocido durante décadas. Barreras que separaban a
naciones enteras se han desvanecido. Ideologías que parecían inmutables son sólo un
recuerdo. La paz y la seguridad son hoy indisolubles. Hoy, más que nunca, es el mo-
mento de los principios y los valores. Aquellos que están en la base de la dignidad del
hombre. Estos principios no pueden ser otros que el respeto de las libertades funda-
mentales, el imperio de la ley, la universalidad de los derechos humanos, el derecho a
buscar mayores cotas de progreso y bienestar. Son los únicos que pueden asegurar la
paz y la estabilidad internacional.

252
No vacilemos al invocarlos. No dudemos a la hora de que sean los que inspiren
nuestras decisiones. Digamos alto y claro, sin complejos, que son éstos, y no otros,
los únicos capaces de seguir impulsando la gran aventura humana.

(*)Secretario de Estado de Asuntos Exteriores de España.


El País, 02/10/2003.

¿QUÉ SIGNIFICA REFORMAR NACIONES UNIDAS?


Paul Kennedy (*)

Hace aproximadamente un año, la reputación de Naciones Unidas estaba en su


mínimo de todos los tiempos, debido principalmente a las fisuras abiertas en el Conse-
jo de Seguridad respecto a cómo solucionar el problema de Irak. Los conservadores
estadounidenses la tacharon de irrelevante, y quienes se oponían al avance del Pentá-
gono contra Bagdad la calificaron de ineficaz. Sin embargo, desde hace unos meses, el
interés por resucitar la organización mundial ha ido en aumento. El Gobierno de Bush
declara que aceptaría de buen grado la asistencia de Naciones Unidas en Irak (si bien
bajo las condiciones estadounidenses) y más ayuda en Afganistán.

El Consejo de Seguridad está aprobando de nuevo resoluciones prácticamente uná-


nimes. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, ha nombrado una comisión de alto
nivel para recomendar mejoras en todo el ámbito de la seguridad y en la aplicación de
las normas. Proliferan los talleres, los editoriales y los fondos de fundaciones privadas
para tratar el tema de la reforma de Naciones Unidas. Me recuerda a los apasionantes
días de comienzos de los años noventa, cuando se discutía mucho sobre los nuevos
cambios y mejoras; es decir, antes del triple desastre de Somalia, Bosnia y Ruanda-
Burundi, y antes del hundimiento electoral de los republicanos en noviembre de 1994.

Independientemente de que uno crea firmemente en la organización internacional o


desconfíe profundamente de la amenaza que la ONU supone para la soberanía nacio-
nal y/o se muestre escéptico respecto a su eficacia, es importante comprender un par
de hechos clave respecto a este intrincado asunto que es la reforma de Naciones
Unidas. La primera es la cuestión de qué queremos decir con «Naciones Unidas»; y la
segunda es lo que queremos decir con la palabra «reforma». Si piensan que las res-
puestas son evidentes, por favor sigan leyendo.

Los que estudian el organismo mundial y sus múltiples partes en detalle le dirán que
no hay una, sino muchas Naciones Unidas. Por ejemplo, los ministros de Economía de
los países en vías de desarrollo, o de incipientes economías de mercado como Ucrania,
la ven como la ONU de las ayudas económicas y los préstamos, representada por el
Banco Mundial, el FMI y el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas. Los activistas
internacionales a favor de los derechos humanos piensan que es la ONU que tiene que
hacer avanzar sus programas a través de la Alta Comisión de Derechos Humanos y
otros organismos. Los ecologistas presionan para que se apliquen los programas

253
medioambientales del mundo, y las feministas, los programas de género/sociales/
poblacionales.

Los indignados brasileños e indios piensan que es la ONU del injustamente consti-
tuido Consejo de Seguridad, con miembros permanentes con derecho a veto. Los con-
servadores estadounidenses creen que es el organismo que restringe la capacidad de
su nación para actuar de manera unilateral cuando ellos piensan que deben hacerlo.
Los impetuosos escandinavos y canadienses creen que es la ONU de las beneficiosas
operaciones de paz y de ayuda contra el hambre de los cascos azules. Mientras tanto,
las múltiples partes técnicas de la Organización de Naciones Unidas -aquellas relacio-
nadas con el tráfico aéreo, los asuntos marítimos internacionales, las comunicaciones,
los derechos de propiedad intelectual, las normas laborales- continúan con su funcio-
namiento diario absolutamente esencial. Así que cuando alguien dice «reforma de la
ONU», es necesario preguntarle a qué parte de este sistema se refiere.

Se puede apostar con seguridad a que no se refieren a cambios en la Organización


Marítima Internacional o en la Unión Postal Internacional. No, se refieren a asuntos
relacionados con la sesgada naturaleza de la política internacional: los poderes y la
composición del Consejo de Seguridad, el uso del veto, la eficacia de los sistemas de
mantenimiento e imposición de la paz, la naturaleza privilegiada del Banco Mundial y
del FMI. Éstos son los órganos que los reformistas desean ver cambiados, en la creen-
cia de que las reformas propuestas por ellos convertirían la organización mundial en un
organismo mejor y más equitativo, y por consiguiente, más capaz de abordar los in-
mensos problemas del siglo XXI.

Esto es bastante razonable, al menos hasta que llegamos a la segunda cuestión,


relacionada. ¿A qué se refiere exactamente la gente cuando habla de «reforma» de la
ONU? Después de escuchar este debate durante más de una década, he llegado a la
conclusión de que la palabra se usa para exigir cambios en tres niveles distintos, lo
cual, naturalmente, provoca mucha confusión. Los lectores recordarán que tanto el
senador estadounidense Jesse Helms como el Gobierno de India exigieron una reforma
de Naciones Unidas durante toda la década de 1990; pero se referían a cosas comple-
tamente diferentes. Necesitamos distinguir entre ellas.

El primer nivel es muy sencillo, porque es el modelo del senador Helms. Limpiar los
establos de Augías, eliminar la duplicación de trabajo de cuatro organismos de Nacio-
nes Unidas en los campos de la alimentación y la agricultura mundiales y de cinco
organizaciones de Naciones Unidas dedicadas a asuntos de mujeres y (especialmen-
te) recortar los puestos muy bien pagados y no productivos de burócratas sentados en
sus despachos a orillas del lago Ginebra. Sacudir de arriba abajo la ONU, reducir su
tamaño y dejarla que se ocupe de cosas como el control del tráfico aéreo. Esta exigen-
cia de más eficacia es muy razonable, y Kofi Annan y su equipo llevan años trabajando
duramente para racionalizar la organización. El problema es que dichas reformas
reductoras no ayudan realmente a la organización mundial a ayudar mejor al mundo.

El segundo nivel de reforma de Naciones Unidas es el más prometedor, precisamen-


te porque nos hace avanzar de manera práctica y no utópica. Consiste en un paquete

254
de sugerencias procedentes de aquellos que llevan años trabajando dentro y en torno a
Naciones Unidas. Lo que estas ideas tienen en común es que ninguna de ellas supone
una enmienda de la Carta de la ONU propiamente dicha, la cual plantearía unos obstá-
culos formidables. Estas sugerencias piden, por ejemplo, mayores capacidades de
inteligencia para el Departamento de Operaciones de Mantenimiento de la Paz de Na-
ciones Unidas, de forma que éste conozca mejor las crisis inminentes; que los Estados
miembros accedan a proporcionar fuerzas por adelantado, y formarlas en conjunto con
las fuerzas de otros países, de manera que puedan responder con rapidez cuando una
resolución del Consejo de Seguridad establezca la intervención en una terrible guerra
civil o en un conflicto interfronterizo; o que los diversos organismos civiles que Nacio-
nes Unidas envíe a un «Estado fracasado» dispongan de un sistema de coordinación
mejor. Se podrían enumerar otra docena de ideas, muchas de las cuales se están
poniendo en práctica o al menos estudiando en este preciso momento. Lo importante
es que todas estas reformas de segundo nivel se pueden poner en funcionamiento sin
necesidad de modificar la Carta, siempre y cuando los Estados miembros se pongan
de acuerdo y realicen los cambios necesarios.

El tercer y más alto nivel de reforma de la ONU implica de hecho alteraciones en la


Carta original de 1945, algo que sólo se ha producido una vez (en la década de 1960,
cuando el número de miembros temporales del Consejo de Seguridad aumentó de seis
a 10). Se podría alegar que ésta es la maldición de una Constitución escrita. La Carta
de Naciones Unidas no se puede enmendar a no ser que más de dos tercios de los
miembros de la Asamblea General voten a favor y ninguna de las cinco potencias con
derecho a veto se opongan. Para mí tiene sentido -ahora que el número de miembros
de Naciones Unidas ha pasado de 50 a 191 desde 1945- el aumentar el tamaño del
Consejo de Seguridad, pongamos a 23.

Tiene sentido añadir países influyentes del sur, como India, Brasil y Suráfrica, a la
lista de miembros permanentes con derecho a veto (no tiene sentido, a efectos prácti-
cos, proponer que Francia y Reino Unido pierdan sus puestos, ya que ambos países
vetarían la idea). Tiene sentido exigir que el Banco Mundial y el FMI establezcan una
relación más estrecha con el resto de la familia de organismos de Naciones Unidas.
Pero si alguna de las ideas de este nivel no consigue la mayoría de los dos tercios, o si
se opone a ella uno de los cinco países con derecho a veto, se vendrá abajo. Cualquier
propuesta de reforma que no reconozca ese hecho contundente no tiene posibilidad de
sobrevivir.

«Suavecito, suavecito, se caza al mono» era una de las frases preferidas del escritor
británico Rudyard Kipling. Con ella quería decir que la paciencia, la astucia y la volun-
tad de probar diferentes métodos eran un modo mejor de alcanzar las metas de uno que
el asalto puro y duro. Nuestro mundo de comienzos del siglo XXI necesita desespera-
damente la organización que creó en 1945, y también necesita darle nueva vida. Mejo-
rar las funciones y la legitimidad de la ONU es una necesidad que clama al cielo, y
merece el respaldo de todas las naciones, grandes y pequeñas. Pero hay que hacerlo
inteligentemente, y con el debido respeto al arte de lo posible. No se conseguirá me-
diante meros recortes helmsianos, pero se puede hacer mediante reformas sustancia-
les y de segundo nivel. Y cuando dichas reformas entren en vigor, es de esperar que

255
podamos avanzar hacia cambios más sensibles en la propia estructura de Naciones
Unidas.

Hay muchas formas de cazar un mono.

(*)Paul Kennedy es catedrático de Historia y autor, entre otros libros, de Auge y


caída de las grandes potencias. Entre 1993 y 1996 fue codirector del informe
conjunto de la Fundación Ford y la Universidad de Yale Naciones Unidas en su
segundo medio siglo. El País, 28/12/03.

256
Ejercicio Autoevaluación

1- ¿Cuáles son las principales críticas que se le realizan en estos años a la organi-
zación de Naciones Unidas?

2- ¿Cuáles son las Operaciones de Mantenimiento de Paz que operan actualmente?

3- ¿Cómo está integrada y opera la Corte de Justicia Penal Internacional?

4- Busque en Internet el “Informe Brahimi” sobre la reforma en Naciones Unidas y


elabore un cuadro a partir de la lectura del mismo indicando cuales son las modi-
ficaciones aconsejadas para la organización y la manera de llevarlas a cabo.

5- ¿Cuáles son los nuevos integrantes de la Asamblea General de Naciones Unidas


que se incorporaron a la organización a partir de 1990?

6- ¿Cuáles son los temas aún pendientes sobre los que trabaja el Consejo de Des-
colonización de Naciones Unidas?

257
258
UNIDAD V
LA ECONOMÍA MUNDIAL DESDE LOS 90

INTRODUCCIÓN

Situación actual de la economía internacional

En el año 2004 la economía internacional se halla caracterizada por los siguientes


elementos:

1- La firmeza de la economía de Estados Unidos, la recuperación de Japón, el


probable repunte de la Unión Europea y el auge de China, configuran un panorama de
crecimiento prácticamente sincronizado de las principales economías del mundo, lue-
go de un prolongado período en que esto no se registraba.

Por primera vez en más de una década, la economía japonesa disfruta de un creci-
miento que podría sostenerse. Algunos signos relevantes en este sentido, son los si-
guientes:

• la tasa de crecimiento económico fue en 2003 de 2,7%, incluyendo un 7% en el


último trimestre del año, lo cual significó el séptimo trimestre consecutivo de alza;

• se ha reducido el proceso de deflación, con lo cual incluso el PIB nominal ha


dejado de disminuir;

• está bajando gradualmente la carga de los bancos por los créditos en mora;

• las empresas más grandes están arrojando ganancias crecientes, tras su rees-
tructuración y reducción de costos y de deudas.

Según ha señalado “The Economist”, entre los factores que explican la recuperación,
se destaca el auge económico de China que ha impulsado las exportaciones japonesas
y también una reanimación natural luego de un prolongado estancamiento, además de
una política monetaria firmemente expansiva.

A pesar de los aspectos positivos, la misma fuente apunta que “la nube más negra”
sobre la economía de Japón es una deuda pública equivalente a 160% del PIB.

2- Las principales tasas de interés de referencia -fijadas por los respectivos bancos
centrales- últimamente se han mantenido en general estables: 1% en Estados Unidos,
2% en la eurozona y 4% en Gran Bretaña, que tuvo un incremento de 0,25 puntos
porcentuales.

3- Explicado parcialmente por las relativamente bajas tasas de interés en Estados


Unidos, a mediados de febrero el euro alcanzó un nuevo nivel récord frente al dólar, en

259
tanto que la libra esterlina llegaba a su punto máximo en once años con relación a la
moneda estadounidense.

Empresas y Estados

En junio de 2003 apareció el documento estadístico elaborado por la UNCTAD y el


Observatorio de las Finanzas en Suiza, “Globalización Económica y Financiera, lo que
los números dicen”, en el mismo se señalaba que las 800 empresas más grandes del
planeta producen 11% del PBI mundial y emplean a 30 millones de personas (el 1% de
del conjunto de los trabajadores mundiales) y que su capital representa casi el 60% de
los mercados de valores.

En cambio, los 144 países más pobres del planeta producen el equivalente al 11%
del PBI y emplean a más de mil millones de trabajadores.

Agrega que entre las 800 empresas gigantescas cuyas acciones estaban en los
mercados de valores en 2001, sólo 558 cotizaban en 1990, y añade que las restantes
son el resultado de las enormes fusiones registradas en las décadas pasadas.

El documento indica además que el comercio internacional ha registrado un progre-


sivo incremento desde 1960, cuando representaba el 12,6% del valor de la producción,
al 26,8% en 1999. La UE figura como el lider comercial del comercio mundial con
53,3% de las transacciones mundiales de mercaderías.

La OMC

La Organización Mundial del Comercio (OMC) fue creada en 1995 luego de la disolu-
ción del GATT. Esta organización se constituye como un foro en el que se desarrollan
las discusiones entre países y multilaterales. Su sede se encuentra en Ginebra y reúne
a más de 148 miembros, China es uno de los más recientes, las dos terceras partes de
los miembros son países subdesarrollados y representan más del 90% del comercio
mundial.

Las decisiones dentro de la OMC se toman por consenso y existe n sistema de


resolución de diferencias. Aunque las negociaciones son formalmente igualitarias, la
capacidad técnica, la experiencia y la posibilidad de mantener a sus representantes en
forma permanente de los países desarrollados, hace que estos impongan en gran me-
dida sus intereses.

Las negociaciones se hacen a través de rondas de conferencias, que se repiten año


tras año, las más importantes son la de Cancún, donde en el 2004 se realizará la V
Conferencia Ministerial y donde los ministros de economía de los países miembros se
reúnen a discutir temas vinculados con la liberalización del comercio de bienes y servi-
cios, según lo acordado en la otra conferencia importante, la de Doha de noviembre de
2001.

260
La rueda de Doha, capital del Emirato de Qatar elegida para escapar de los
globalifóbicos, planea su fecha de finalización en 2005. En la primera reunión de no-
viembre de 2001 los países subdesarrollados pidieron un trato más equitativo en mate-
ria comercial y mayor atención para los problemas de subdesarrollo. La crítica principal
es que, pese a que se tomaron algunas medidas de apertura comercial, aún se mantie-
nen políticas de proteccionismo y subsidios agrícolas (principalmente por parte de
Estados Unidos, la Unión Europea y Japón), que afectan a los productores que no
tienen la capacidad económica. Aunque los países industriales aceptaron las críticas y
anunciaron ciertas reformas, las mismas aún no se producen.

Al respecto del proteccionismo, en enero de este año, 2004, el representante comer-


cial de Estados Unidos, Robert Zoellick, envió una carta al resto de los países miem-
bros en que proponía la eliminación rápida de todos los subsidios a las exportaciones
agrícolas y la reducción de aranceles sobre importaciones de bienes y alimentos.
Asimismo propuso dejar sin efecto las conversaciones sobre las reglas de inversión y
otros asuntos que habían irritado a los representantes de Brasil, China y otros países
subdesarrollados. Como un gesto de apoyo a los países subdesarrollados, el represen-
tante, apoya en su carta la designación de un delegado de un país como Brasil, Chile o
Paquistán, para guiar las próximas negociaciones.

Esta posición del gobierno de George Bush se produce a consecuencia de que


dispone del permiso del Congreso de su país para realizar negociaciones comerciales
sin su aprobación, es decir el “Fast Track”, que se le vence a mediados de 2005,
además aún debe obtener su reelección en noviembre.

La carta de Zoellick se suma a una serie de idas y venidas entre Europa y Estados
Unidos para avanzar en el punto del proteccionismo luego del fracaso de la reunión en
Cancún del año 2003. Son gestos que pocas veces tienen un efecto real. La verdad se
plantea a través de conversaciones bilaterales en donde cada actor se compromete a
retirar su subsidio a un sector de su economía, para lo cual debe negociar en paralelo
internamente. Por ejemplo la UE proporciona grandes subsidios a la exportación de
carne, lácteos y azúcar y se niega ha poner una fecha determinada para la eliminación
de los mismo. Pero funcionarios de Bruselas han planteado que si Estados Unidos deja
de sostener las exportaciones de sus productores de algodón, la UE eliminaría sus
subsidios a los productores de azúcar.

En las negociaciones de la OMC influyen por supuesto las grandes corporaciones


multinacionales, ejemplo de esto es que en la Reunión de Doha de 2003 por presión de
Brasil y de la India, los países ricos habían aceptado que los periféricos desarrollaran
medicamentos para utilizar en crisis sanitarias (en contraposición con lo establecido
sobre propiedad intelectual y régimen de patentes establecidos en la organización),
como la provocada por la expansión del Sida. Estados Unidos había aceptado en una
primera instancia esa alternativa, pero luego por el lobby de los laboratorios farmacéu-
ticos, el gobierno de George Bush se retractó.

Para Diana Tussie, investigadora argentina de FLACSO, lo que en realidad traba las
negociaciones comerciales no es tanto el tema agrícola, sino la capacidad, o incapaci-

261
dad, para negociar de la gran cantidad de países en vías de desarrollo que ingresaron a
la OMC. El tema agrícola sería una cortina de humo que tapa el verdadero problema,
este es el desacuerdo entre los países subdesarrollados, e internamente dentro de
ellos, entre los gobiernos y las empresas exportadoras. Esta situación también se da
en el contexto de las conversaciones por el establecimiento del ALCA, donde según
Tussie los gobiernos deberían tomarse su tiempo para actuar con firmeza y lograr las
mejores condiciones, sobre todo para establecer sistemas de mitigación para reestruc-
turar los sectores que serían afectados por la apertura, pero por otro lado están las
empresas de sectores que creen saldrían beneficiados por la reducción de las barreras
no arancelarias y las medidas antidumping que le darían un mejor acceso al mercado
norteamericano.

Por otro lado esta vuelta a la rueda se debe a que la vigencia de la llamada “cláusula
de paz” tuvo su fin el 31 de diciembre pasado. Esa norma se originó en 1992 dentro del
GATT, diseñada básicamente por Estados Unidos y la Unión Europea, y por la misma
las naciones más industrializadas se protegieron contra la posibilidad de que otros
países miembros de la Organización Mundial de Comercio (OMC), GATT en ese mo-
mento, interpusieran acciones o denuncias ante ese organismo contra los subsidios a
la producción y la exportación de productos agrícolas.

A partir de 2004, los países perjudicados por dichos subsidios y apoyos podrán
accionar así solicitando la formación de “paneles” en el órgano de solución de contro-
versias de la OMC. Pero ese accionar requiere la existencia de la demostración me-
diante pruebas de que los subsidios causan un daño o perjuicio a la producción nacio-
nal del país demandante. Ese proceso abarca una considerable cantidad de elementos
y de tiempo en el ámbito de la OMC.

América Latina: Un modelo regional-desarrollista

En el díario El Clarín del 8 de enero de 2004, el actual embajador brasilero en


Argentina, -José Botafogo Goncalves, plantea que viene surgiendo un nuevo modelo de
desarrollo, denominado “regional-desarrollista”, que paulatinamente sustituye al ante-
rior “nacional-desarrollismo”, que se había agotado en la década del 70.

Las características del nuevo paradigma serían las siguientes:

• la integración regional es fundamental en términos de ampliación de mercados, de


ambiente estable y, sobre todo, en la complementación de ventajas para el desa-
rrollo de la región como un todo;

• siendo inevitable y deseable una mayor inserción de nuestros países en la econo-


mía internacional, será mejor hacerlo en forma gradual, empezando por los países
vecinos;

• los Estados regionales recuperan importancia planificadora, pero considerando el


límite geográfico de la región -no sólo el del país-, a la vez que se define más

262
claramente su papel como agente regulador, sin dejar sus funciones de ejecución
cuando política y socialmente las circunstancias lo exigen;

• una política pública de agregado de valor -tanto para la industria como para la
agricultura- sustituye el viejo concepto de política industrial de protección del
mercado interno, al tiempo que se elimina la dicotomía rígida entre mercado inter-
no y externo;

• los recursos de los Estados son canalizados progresivamente hacia los servicios
públicos “naturales” (educación, salud, infraestructura, ciencia, etc.), y

• la brecha de recursos se cubre con una agresiva política regional de exportación


y por la atracción de inversión directa de largo plazo, a la vez que se estimula la
internacionalización de las empresas de capital nacional.

Teniendo en cuenta los elementos desarrollados, podemos comenzar ahora con la


lectura del libro de Pérez Llana y de los trabajos presentados en las “Lecturas Comple-
mentarias”. Los ejercicios de Autoevaluación nos permitirán profundizar sobre determi-
nados puntos aquí vistos.

BIBLIOGRAFÍA:

- PEREZ LLANA, Carlos. “El Regreso de la Historia”. Editorial Sudamericana / Uni-


versidad de San Andrés. Bs. As., 1998. Capítulos I y VII.
- CHOMSKY, Noam. “Democracias y Mercado en el Nuevo Orden Mundial”. On-line
en http://www.rebelion.org/libroslibres.htm

LECTURAS COMPLEMENTARIAS:

EL MUNDO SEGÚN DAVOS


Manuel Castells (*)

La elite global existe y se reúne cada año, a finales de enero, en Davos, una pintores-
ca estación de esquí en los Alpes orientales suizos. Allí, encerrados durante seis días
en un búnker de congresos y en los hoteles de la localidad, los ricos y poderosos del
mundo discuten el estado de la cuestión e intercambian ideas sobre cómo resolver los
problemas del mundo y, de paso, los suyos. También asisten —asistimos— a la reunión
de los “Fellows”, seleccionados por el Foro Económico Mundial entre científicos, aca-
démicos, intelectuales, escritores, artistas y líderes sociales, para proporcionar mate-
ria de reflexión al encuentro. Y cientos de periodistas encargados de transmitir al mun-
do lo que ahí sucede, aún dentro de reglas bastante estrictas de respeto del off the
record.

263
El tema de este año era La globalidad responsable. Y es que hay consenso en que el
proceso de globalización se está desarrollando de forma irresponsable, en el sentido
literal de la palabra. O sea, sin que nadie tenga control o responsabilidad sobre el
mismo. Se considera asimismo que sus efectos son cada vez más perturbadores en
casi todo el mundo, cuando, después de la crisis mexicana y del hundimiento del mila-
gro asiático, se han producido la bancarrota de Rusia y la devaluación del real brasile-
ño, que amenaza la estabilidad económica latinoamericana. Se constata que la globali-
zación es imparable. Es un proceso objetivo, y fuera de ese proceso sólo hay marginación
económica, al menos en el marco de la economía de mercado, que al final se ha
impuesto como forma universal. Pero el consenso se detiene ahí. En cuanto se trata de
encontrar fórmulas para hacer frente a los problemas suscitados por la globalización,
los intereses dividen, las situaciones propias sesgan la receta, las ideologías chocan y
la intensidad de la implicación en la búsqueda de nuevas políticas depende de la inten-
sidad con que se viven los problemas.

No puedo decir quién dijo qué porque lo prohíben las reglas de Davos, pero sí puedo
contar lo que, desde mi apreciación subjetiva, saqué en conclusión. La opinión domi-
nante es que, en lo esencial, aunque sería deseable controlar la globalización, no se
puede hacer sin quebrar el mercado, sin resucitar la excesiva intervención guberna-
mental y sin espantar a los innovadores, que crean la tecnología, y a los inversores,
que ponen el dinero. La idea, en principio mayoritaria, de avanzar hacia una nueva
arquitectura de regulación internacional, choca, cuando se intenta concretar, con la
oposición de Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional, el rechazo de las
grandes empresas financieras y de los mercados bursátiles y el desacuerdo profundo
entre Gobiernos y entre técnicos sobre en qué podría consistir esa regulación. Se
aceptan algunas fórmulas limitadas, como el control de la entrada de capitales especu-
lativos a corto plazo, a condición de que el control se haga mediante mecanismos
fiscales e incentivos de mercado, según la fórmula chilena, pero no yendo tan lejos
como los controles malayos o chinos. Se coincide en exigir transparencia informativa
sobre la situación económica y financiera de países y empresas. Y se pone el acento
en la legislación que permita a los inversores recuperar su dinero en caso de crisis o
devaluación. Es decir, lo que se entiende por regulación es cómo salvar a los inversores
globales, evitar que se metan en un lío y ayudarles a salir del lío una vez que se hayan
metido. Pero nadie piensa que se puedan controlar los mercados financieros globales,
determinantes de las economías, una vez que turbulencias de información, no leyes
económicas, desencadenan gigantescos desplazamientos de capital en un mundo
electrónicamente interconectado y con transacciones financieras casi instantáneas.
Los ejemplos de China e India, economías relativamente a salvo de los impactos de la
crisis asiática hasta ahora, se descartan por tratarse de economías cuya conexión
global es todavía muy limitada. Ya les tocará la hora cuando, para desarrollarse, se
globalicen de verdad.

Así que, en último término, parece que hay que instalarse en la volatilidad financiera
y en la inestabilidad económica, y aprender a vivir en ese mundo incierto y arriesgado,
pero creativo y con potencial de ganancia. Y, de momento, hay que replegar la inversión
sobre los mercados financieros de Norteamérica y la Unión Europea, siendo mucho
más selectivo y cuidadoso con los mercados emergentes, o sea, el resto del mundo

264
menos Japón. Japón sigue siendo el punto de peligro. Demasiado incontrolable para
fiarse de su evolución, pero demasiado importante para poder ignorarlo. En el fondo, lo
que traslucía en Davos era una cierta confianza de que los países más avanzados
siguen siendo capaces de vivir, crecer y, para la mayoría, disfrutar del mundo como es.

La imparable expansión de la economía estadounidense, que creció a más del 5%,


sin apenas inflación, en el último semestre, y que está creando una media de 250.000
empleos nuevos por mes, parece asegurar una reserva inagotable para el capitalismo
mundial. La continua ascensión de valores bursátiles en Wall Street, empujada por la
espectacular valorización de las acciones de las empresas de Internet y de alta tecno-
logía, sigue desmintiendo, en la práctica, las previsiones catastrofistas. La Unión Euro-
pea no participa del mismo dinamismo, pero la euforia asociada con el éxito del euro y
la estabilización política resultante de las últimas elecciones en los principales países,
parecen situar a Europa al abrigo de una crisis.

De modo que el lado oscuro de la globalización se sitúa, sobre todo, en el drama


humano que para cientos de millones de seres representa —y esa responsabilidad se
transfiere a las instituciones internacionales humanitarias, a las religiones y a la filan-
tropía— un tema recurrente entre algunas de las más destacadas figuras empresaria-
les. Por otro lado, se espera que la promesa tecnológica, con tecnologías cada vez
más potentes y más baratas, que se difundirán entre toda la población, contribuya
decisivamente a resolver los problemas. De modo que, aun aceptando que estamos en
una tormenta de transición a un nuevo orden económico internacional caracterizado
por el desorden como forma de vida, se confía en que el dinamismo del sistema tecno-
económico que hemos creado supere por sí mismo las actuales contradicciones. Y
cuando haya crisis sociales, económicas, políticas, habrá que tratarlas con fórmulas
específicas para cada una. O sea, que revolución tecnológica, globalización económi-
ca, liberalización sostenida, filantropía caritativa, estabilidad geopolítica cogestionada
por los países poderosos, la ONU y la OTAN, repliegue sobre los mercados centrales,
incorporación selectiva y controlada de economías emergentes y tratamiento pragmá-
tico y específico de las crisis cuando y donde vayan surgiendo. Ése es, según yo, el
mundo según Davos.

(*) El País, 12-2-1999.

SEATTLE Y EL CINISMO NEOLIBERAL


Manuel Castells (*)

O sea, que ahora la elite neoliberal, desde los editoriales del prestigioso The Economist
a la respetada página de opinión de Vargas Llosa en EL PAÍS, llora por la suerte de los
pobres del mundo como resultado de la protesta de Seattle contra la globalización sin
representación. Como no creo que sean ignorantes, me atrevo a concluir que son
cínicos. Ignorantes: los datos muestran (sin ir mas lejos, el informe sobre desarrollo
humano de Naciones Unidas publicado en julio de 1999) que en esta década de cambio

265
tecnológico y globalización se han incrementado la desigualdad, la pobreza y la exclu-
sión social en la mayor parte del mundo. Más de dos terceras partes de la humanidad
no se benefician del nuevo modelo de crecimiento económico, Internet llega a menos
del 3% de la población y los desequilibrios ecológicos se han agravado. Y esto es así
porque, en lo esencial, el incremento del comercio internacional y el desarrollo de las
nuevas tecnologías se ha regido prioritariamente por mecanismos de mercado.

Así, África subsahariana tiene un porcentaje de comercio exterior sobre producto


interior bruto en torno al 29%, más alto que la media de la OCDE, pero, con términos de
intercambio desigual y sin infraestructura tecnológica y educativa, lo que eso ha provo-
cado es el enriquecimiento de las elites locales que exportan lo poco exportable que
hay en el país sin redistribuir hacia adentro. Más aún, oponer los pobres del mundo a
las tortugas y a los delfines es demagogia irresponsable, porque los pobres también
quieren tener un planeta que dejar a sus hijos y tampoco quieren parir bebés deforma-
dos por nutrición química o genética incontrolada. El debate no es sobre comercio
internacional (que puede ser muy positivo para todos) o sobre nuevas tecnologías (que
son fuente posible de creatividad y calidad de vida), sino sobre cómo se hace la transi-
ción a la era de la información y a la economía global, en función de qué valores y bajo
qué mecanismos democráticos de información, representación y decisión política.

Percibiendo en estos días el nerviosismo de las elites tecnocráticas en todo el mun-


do, se puede apreciar la importancia de lo que ha ocurrido en Seattle. Lo que era la gran
apuesta de Clinton para pasar a la historia en el cambio de milenio como el actor clave
de la globalización se ha convertido en la crisis de una Organización Mundial de Co-
mercio semisecreta y en la crisis de la hegemonía americana para dictar los términos
de dicha globalización. Porque, por primera vez, se oyeron las voces de quienes quie-
ren saber qué pasa en esos pasillos del poder en donde no se decide qué hacer sino,
más bien, cómo se desmontan los mecanismos de control existentes para que los
mercados actúen por su cuenta.

Y los mercados hacen algunas cosas bien (como asignar recursos escasos y ase-
gurar selección mediante competitividad) y otras mal (igualdad social) o muy mal (va-
lorar lo que no tiene precio asignado, como la conservación del planeta o el sentido de
la vida). Por tanto, los mercados necesitan instituciones que los regulen, que canalicen
su dinamismo generador de riqueza. Tanto más cuanto que nuestra extraordinaria ca-
pacidad tecnológica actual puede acelerar los efectos, tanto positivos como negativos,
de los mercados. Y lo que está ocurriendo es que las instituciones políticas, a instan-
cias, sobre todo, de Estados Unidos, el FMI y la OMC, están haciéndose el haraquiri
para dejar paso libre a la competencia sin restricciones. Porque eso, en último término,
beneficia a los fuertes (países, empresas, personas), como es bien sabido.

Lo que Seattle significa es el fin la ilusión neoliberal de un planeta autogestionado


por los mercados para el beneficio de los más fuertes, de los más listos y, también, de
los más pillos. La sociedad civil global, en su pluralidad contradictoria y necesariamen-
te incoherente, ha irrumpido en los salones del des-poder diciendo aquí estamos, que-
remos saber y queremos influir en el proceso, debatir, negociar. Sintiéndose, por prime-
ra vez, bajo la presión de sus opiniones públicas, cada Gobierno se refirió (en buena

266
medida demagógicamente) a sus ciudadanos, no a sus interlocutores políticos o eco-
nómicos. Y, por tanto, no hubo acuerdo. Y no habrá acuerdo, ni globalización estable,
mientras no se abra el juego y se integren los delfines y las tortugas y los trabajadores
y las mujeres y los pobres y los niños, y el Tercer Mundo y, naturalmente, las empresas
y la tecnología y las finanzas, y todo lo que hace la economía y la sociedad. Pero todo,
sin exclusión de nadie, ni siquiera de las tortugas, que aunque son lentas tienen su
función en el ecosistema planetario. Entre otras cosas, nos enseñan que ir despacio
alarga la existencia.

Seattle fue un punto de inflexión en la dinámica de nuestro mundo. Múltiples intere-


ses y valores se encontraron. Primero por Internet. Luego, en las calles. Y, en fin, a
través de los medios de comunicación. Y por Internet y los medios de comunicación
conectaron con el mundo y hablaron del roquefort y de trabajo esclavo de los niños, de
derechos humanos y de derechos sindicales, de controles a la ingeniería genética y de
conservación de los bosques, de identidad gastronómica y de representación demo-
crática. No importa ya la opinión de cada cual sobre el tema. Lo que ha cambiado
Seattle es que a partir de ahora hay que informar, hay que discutir, hay que negociar. Y
decidir juntos. No sólo porque es más ético y más democrático, sino porque es la única
manera. La globalización será democrática, informada y controlada por la gente o no
será, deshecha por resistencias múltiples e intereses incompatibles. Lo que se plantea
es un nuevo contrato social global. Rousseau en el ciberespacio de los flujos de poder
y de riqueza del siglo XXI. No será fácil, llevará tiempo y obligará a concesiones de
todas las partes, a explicaciones reiteradas, a malentendidos recíprocos. Pero puede
salir y, entonces sí, beneficiar a los pobres del mundo y a todos los demás. Pero lo que
se acabó es la tiranía del mercado, presentada como ley natural. O el no digo y hago.
Porque no se puede acallar a Internet. Porque estamos dispuestos a identificarnos con
las tortugas -lloré, junto con una niña, por la muerte de una tortuguita siberiana-. Y
porque, en último término, los que trabajamos, consumimos, pensamos, sentimos y
vivimos somos nosotros.

(*) El País, 3-1-2000

EL FMI VUELVE A FALLAR


Joseph E. Stiglitz (*)

Han pasado seis años desde la decisiva reunión del FMI en Hong Kong, justo antes
de la crisis económica global. Yo estuve ahí, y fue una reunión de lo más peculiar. Para
los que prestaban atención, estaba claro que una crisis se perfilaba en el horizonte. El
culpable era la liberalización del mercado de capitales, que expuso a los países a los
caprichos de los movimientos de capital internacionales, y a un pesimismo y un opti-
mismo irracionales, por no hablar de la manipulación de los especuladores. Sin embar-
go, el FMI seguía ejerciendo presiones para cambiar sus estatutos a fin de obligar a los
países a liberalizar sus mercados de capital, haciendo caso omiso de los indicios de
que esto no llevaba a una mejora del crecimiento o a un aumento de la inversión, sino

267
únicamente a una mayor inestabilidad. Las crisis que estallaron ese año socavaron la
confianza en el FMI y condujeron a discusiones sobre la “reforma de la arquitectura
financiera global”.

Transcurridos seis años, podemos afirmar que esas discusiones no desembocaron


en muchos cambios reales. Algunos señalan que una frase tan escogida como “reforma
de la arquitectura financiera global” ya lo decía todo. El Departamento del Tesoro de
Estados Unidos y el FMI sabían, o al menos esperaban, que, una vez que pasara la
crisis, la atención mundial se centraría en otras cosas. Aunque se equivocaron respec-
to a lo que había que hacer durante la crisis, en este punto tenían razón. Pero ha habido
cambios, aunque a veces más retóricos que reales. En la actualidad, el FMI es más
consciente del impacto que sus programas tienen sobre la pobreza, aunque sigue sin
presentar una declaración del “impacto sobre la pobreza y el desempleo” cuando pro-
pone un programa. El Fondo ha reconocido la importancia de la participación y la
propiedad. Los programas ya no son un asunto exclusivo del FMI, los gobernadores de
los bancos centrales y los ministros de Economía. El FMI ha reconocido que había
demasiadas condiciones, y que esas condiciones llevaban a una falta de concentra-
ción.

Sin embargo, el FMI no ha acabado de entender del todo que, con frecuencia, las
condiciones estaban peligrosamente descaminadas y que a menudo se ocupaban de
problemas políticos que iban más allá de su misión. Después de criticar a los países
del este de Asia por su falta de transparencia, el Fondo reconoció que él tampoco era lo
suficientemente transparente e hizo reformas (aunque a veces da la impresión de que
piensa que una página en Internet mejorada es un sustituto para la verdadera transpa-
rencia). Desgraciadamente, no ha reconocido un principio básico de las democracias
modernas: el derecho de los ciudadanos a la información.

Después del fracaso de la ayuda de emergencia a Argentina, el FMI reconoció la


necesidad de un planteamiento alternativo. Con anterioridad había ignorado los llama-
mientos en favor de moratorias y quiebras, porque afirmaba que eso conllevaría la
abrogación del contrato de la deuda. Al final, el FMI acabó reconociendo que, al igual
que los individuos, los gobiernos también necesitan el derecho a empezar de nuevo.
Desafortunadamente, no aceptó que como principal acreedor nunca se le podría consi-
derar un juez imparcial y que, por tanto, no podría desempeñar un papel central. Nunca
entendió del todo los problemas políticos y económicos que subyacen tras la elabora-
ción de las leyes de bancarrota. Bajo la presión de la sociedad civil global, el FMI
accedió finalmente a reforzar el programa de condonación de la deuda para los países
más pobres. Lamentablemente, estableció unos procedimientos y condiciones tales
que pocos países alcanzan el alivio de la deuda que necesitan. Al menos en el este de
Asia, el FMI reconoció que el excesivo rigor fiscal disminuía la actividad económica,
pero a pesar de ello siguió imponiendo un rigor fiscal excesivo en Argentina cuando ese
país entró en crisis, con predecibles resultados desastrosos.

Es una buena noticia que el FMI haya admitido las limitaciones de sus medidas y
posturas, pero no basta con esperar que se limite a hacer menos daño que en el
pasado. Incluso sin la liberalización de los mercados de capital, el mundo seguirá

268
enfrentándose a una enorme volatilidad. Las crisis no serán cosa del pasado. Es muy
posible que los que esperaban reformas importantes en la arquitectura financiera glo-
bal estén muy decepcionados por lo que ha ocurrido en los últimos seis años. Y es que
cualquier reforma básica debe abordar no sólo los difíciles problemas que plantea el
sistema global de reservas y las cargas de riesgo que recaen en los países en vías de
desarrollo, sino también la autoridad global. Pero hay fuertes intereses creados que
pretenden mantener el statu quo. Una cosa es reordenar las sillas alrededor de la mesa
y otra muy distinta cambiar la mesa en sí o a los que se sientan a ella.

Así que no es ninguna sorpresa que otra reunión anual del FMI haya concluido sin
que se hayan dado pasos importantes hacia la “reforma de la arquitectura financiera
global”.

En cambio, hubo muchas discusiones sobre otro de los síntomas de que algo anda
mal. El tema del día fue si el tipo de cambio de China está sobrevalorado y, de ser ése
el caso, qué se debe hacer al respecto. A los países en desarrollo se les dijo una vez
más que pusieran sus asuntos en orden, que abordaran los problemas de gobierno y
que emprendieran “dolorosas” reformas estructurales. Naturalmente, siempre es mu-
cho más fácil recomendar a otros que emprendan reformas dolorosas que mirarse uno
mismo. El fracaso de la reunión de la OMC en Cancún hace dos semanas debería
servir de advertencia: hay algo que funciona básicamente mal en la forma en que se
gestiona el sistema económico global. También hay algo que funciona básicamente mal
en el sistema económico mundial. ¿Cuántas reuniones del FMI tendrán que pasar,
cuántas crisis tendrán que producirse antes de que se asimile esta dura verdad?

(*)Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es catedrático de Economía en la


Universidad de Columbia y fue presidente del Consejo de Asesores Económicos
del presidente Clinton y vicepresidente del Banco Mundial.
EL PAÍS | Economía - 04-10-2003

LAS TENDENCIAS ACTUALES EN MATERIA DE PRODUCCIÓN Y


COMERCIO INTERNACIONAL
Rubens Ricupero

A partir de la caída del Muro de Berlín y la desintegración tanto de la Unión Soviética


como de todo el sistema del socialismo real, hemos transitado por un período excep-
cional en la historia del sistema internacional en el cual, problemas que parecían con-
gelados, se encaminaron y solucionaron.

La Guerra Fría, que se extendió por más de cincuenta años, produjo un efecto de
enfriamiento de los problemas, aun de aquellos que no guardaban con ella una relación
directa. Al concluir esta última era glacial en materia de política internacional, los pro-
blemas comenzaron a manifestarse, como si el hielo empezara a derretirse. Esto se
puede advertir en diferentes áreas y sectores. Por ejemplo: se solucionaron problemas

269
como el de la guerrilla en Afganistán, el de la guerra civil de Camboya, el de Namibia;
se pacificó Centroamérica y terminó el problema de Nicaragua, de El Salvador y de
Guatemala.

Los problemas remanentes de la Guerra Fría se han ido solucionando poco a poco.
Alemania se ha reunificado; el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, acaba de
visitar Vietnam; y hasta Corea del Norte, que parecía el último bastión de los duros y de
los puros, hoy se abre a las negociaciones. Problemas que aparentemente no tenían un
vínculo estrecho con la Guerra Fría -como el apartheid de Sudáfrica-, finalmente tam-
bién llegaron a una solución.

En los casos en que la resistencia se llevó a cabo en forma violenta, la utilización del
poderío norteamericano, concertado con otros poderes, encaminó los problemas hacia
una solución. Por ejemplo: si bien Saddam Hussein todavía conserva el poder en Irak,
está totalmente neutralizado. Irán, un país extremadamente radical y fundamentalista
que llegó al punto de sentenciar a muerte al escritor Salman Rushdie, hoy está empe-
ñado en abrirse, tanto a la economía mundial como a todo tipo de relaciones.

Incluso los Estados aparentemente más peligrosos, como Libia o Sudán, comienzan
a cambiar. El coronel Kaddafi aceptó finalmente que sus funcionarios sean juzgados en
el ámbito internacional y, además, ha actuado como mediador en el caso de los rehe-
nes de Filipinas. Y finalmente, Milósevic fue derrotado, primero en Bosnia y después en
Kosovo.

Este período es, en efecto, una época de alta densidad en la historia del sistema
internacional, donde van apareciendo soluciones para problemas que parecían secula-
res. Así, se fue creando la sensación de que no había ningún problema insoluble; de
que todos, finalmente, serían resueltos, ya sea por la racionalidad, ya sea por el poder
incontrastable de Estados Unidos.

Sin embargo, existe un problema internacional que persiste obstinadamente, y que


tiene ya medio siglo de existencia: el conflicto de Medio Oriente. (Otros problemas
comparables son el de Cachemira -entre India y Pakistán-, o el de Taiwán con China,
pero éstos no tienen ni la importancia global ni las consecuencias económicas del de
Medio Oriente que, tanto por su antigüedad como por sus componentes religiosos y
culturales, no deja indiferentes a mil millones de musulmanes. Tampoco tienen la posi-
bilidad de afectar lo que Samuel Huntington ha llamado el crash de las civilizaciones).
Este problema -que hasta una fecha reciente, a pesar de las dudas que suscitaba,
parecía encaminado hacia una solución-, repentinamente da señales de retroceso: fra-
casa el diálogo de paz, se desencadena una gran violencia y se alejan las perspectivas
de orientar el proceso.

La crisis de Medio Oriente es un caso que muestra los límites del poder que en este
momento enfrenta el sistema internacional. Porque el hombre más poderoso del mundo
-el presidente de los Estados Unidos, es decir, de la nación más poderosa-, se compro-
metió personalmente -quizás también por su propia gloria- y se esforzó por todos los
medios para llegar a una solución, sin lograr resultado alguno. Aunque pueda decirse

270
que ha equivocado su estrategia, si no ha adoptado otras políticas es porque no conta-
ba con las condiciones internas o internacionales para hacerlo. Por otra parte, siempre
se mantuvo a las Naciones Unidas al margen del problema, y si bien ahora fueron
convocadas ha sido en forma secundaria.

En resumen: no existe hoy ningún mecanismo dentro del sistema internacional -ya
se trate de la gran potencia predominante, Estados Unidos; de las Naciones Unidas o
de la Unión Europea- que sea capaz de hacer frente a este problema. Y, si bien -
personalmente- espero que se encuentre la manera de abrir al menos una ventana de
esperanza, mientras eso no ocurra, mientras se agrave la situación, el sistema interna-
cional sufre una pérdida de confianza en su capacidad de encontrar solución para los
problemas graves.

Esto resulta todavía más preocupante porque el deterioro del problema de Medio
Oriente ocurre, precisamente, cuando se había acumulado una serie de golpes a la
confianza, particularmente en el terreno económico.

El primer gran factor que ha menoscabado el optimismo fundado en una economía


que crecía cada vez más y sin problemas, es el aumento del precio del petróleo; éste
se ha triplicado y, si bien tal aumento no está en principio relacionado con el problema
político, adquiere esa dimensión ya que, si la situación en Medio Oriente se agrava,
tendrá un fuerte impacto sobre los países árabes. Contrariamente a la afirmación con-
vencional de los expertos, que hablaban de una nueva economía de servicios y de
información, cada vez menos dependiente de la energía, en materia de transporte
seguimos tan dependientes del petróleo como antes, o más. Sin transporte, uno no
puede siquiera llegar al lugar donde están sus computadoras. En Europa, este aumento
ha provocado cantidad de reacciones y problemas de inflación.

Por otra parte, la erosión continua del euro -que perdió cerca del veinticinco por
ciento de su valor en poco más de un año- y la incertidumbre sobre el futuro de la
economía norteamericana también han deteriorada la confianza en la economía internacio-
nal. (En esta última nación, la caída en la bolsa -el índice Nasdaq cayó un treinta por ciento
durante este año-, se reflejará seguramente sobre el comportamiento de los consumidores
que hasta ahora no habían dejado de comprar, en parte debido al efecto riqueza).

La historia siempre está llena de sorpresas. Cuando parecía que todo andaba bien,
el Fondo Monetario Internacional hablaba de un crecimiento de la economía mundial del
4,7 por ciento, y la OCDE comenzaba a decir que la revolución de la tecnología de la
información abría nuevamente un ciclo comparable al de los treinta gloriosos años que
tuvo la Europa de la posguerra, de pronto una sucesión de problemas (petróleo, euro,
dudas sobre la economía norteamericana, crisis en Medio Oriente) hace aumentar la
tasa de incertidumbre sobre el futuro inmediato y, de una manera u otra, resquebrajan
la confianza en el sistema internacional.

Si bien el sistema que prevaleció durante la Guerra Fría tenía muchos aspectos
negativos -como la inmovilización de todos los grandes problemas-, era un sistema
altamente previsible.

271
Raymond Aron definía la Guerra Fría como paz imposible, guerra improbable. Hoy la
guerra (no la guerra total, pero sí las guerras locales, internas) no sólo es probable sino
frecuente: es un fenómeno casi semanal. Dentro del sistema anterior, de una manera o
de otra, los dos polos controlaban a su aliados y, cuando no lo hacían, con frecuencia
era con el fin de probar las respectivas defensas.

Hay que tener cuidado con ciertas fórmulas superficiales, como la que plantea que
hemos pasado de un sistema bipolar -el de la Guerra Fría-, a uno unipolar, con una sola
potencia absoluta -Estados Unidos- que concentra todos los poderes. Esto es verdad
hasta un cierto punto, pero Estados Unidos no es el Imperio Romano, ni lo que los
tratadistas antiguos llamaban la Monarquía Universal, donde no existe más que un
único poder, que impone su ley.

Lo que caracterizaba a la Pax Romana, de la que hablaba el poeta Juvenal, era el


hecho de que los romanos estaban dispuestos a sacrificar la vida de sus legionarios
para impedir guerras o rebeliones dentro de su imperio. Hoy los norteamericanos no
están dispuestos a hacerlo: los límites internos son muy grandes.

Cuando los imperios alcanzan el punto más alto de su poder, es el momento en que
empiezan a sufrir mayores debilidades internas. Tendemos a pensar que si un imperio
tiene mucho poder, también tiene mucha cohesión interna; pero no es así. El Imperio
Romano comenzó a deshacerse desde adentro; y no por los golpes de los bárbaros. Su
sistema político -que le había permitido afirmar ese tremendo poder- se corrompió,
perdió su cohesión y fue la clase dirigente romana la que finalmente terminó por liqui-
dar su propio imperio.

En repetidas ocasiones a lo largo del último cuarto de siglo, el poder norteamericano


y sus instituciones han dado muestras de debilidad. Mientras que la reelección del
presidente era casi una regla, ahora se ha vuelto más bien una excepción. Un presiden-
te tuvo que renunciar para no ser enjuiciado; y el impeachment contra Clinton y la
amarga disputa sobre el resultado de las últimas elecciones, muestran la acentuada
lucha por el poder entre republicanos y demócratas. El grado de disenso interno a
causa de problemas de disputa del poder, evidentemente, traerá consecuencias para el
sistema mundial. Luego del impasse en la sucesión presidencial es difícil imaginar,
para los próximos dos o tres años, un liderazgo con claridad de ideas y energía en las
propuestas. Y si Estados Unidos -que, dentro de este sistema, concentra una parte
extraordinaria de poder- no es capaz de proporcionar este liderazgo, es difícil saber de
dónde vendrá.

Eso se aplica tanto a los problemas políticos de las Naciones Unidas como a los
problemas económicos. Hoy existe la impresión de que todos los grandes temas eco-
nómicos están en un compás de espera.

La década del noventa se puede dividir casi perfectamente por la mitad. La primera
parte corresponde al momento triunfal de la globalización, y culmina con la conclusión
de la Ronda Uruguay y la fundación de la Organización Mundial de Comercio. La OMC
es la primera gran organización internacional que no es Pos-Segunda Guerra Mundial,

272
sino Posguerra Fría; y su fundación marca el apogeo y, a la vez, el declive de la fuerza
expansionista de ese movimiento. Porque, desde entonces, las tres grandes negocia-
ciones que debían completar el cuadro de la globalización económica se han paralizado.

En primer lugar, la que impulsaba el Fondo Monetario Internacional para liberar la


cuenta capital de la balanza de pagos. Actualmente, no hay ninguna regla que le prohi-
ba a un país crear obstáculos a la libre circulación de capital. El FMI propuso que la
completa apertura de la cuenta capital de la balanza de pagos pasara a ser una obliga-
ción. Pero esta propuesta ha sido víctima de la crisis asiática de 1997, y desde enton-
ces se ha estancado.

La segunda gran negociación tenía por objeto crear, en el marco de la OCDE, un


código mundial de inversiones que limite el poder de los países para obstaculizar la
libre circulación de las inversiones extranjeras directas. Esto también ha encontrado
dificultades y es una negociación que ha sido suspendida sine die.

La tercera gran pretensión era completar la liberalización del comercio, logro que
hasta ahora ha sido parcial. En agricultura se ha avanzado muy poco; en el sector
textil, aún se está lejos de completar la liberalización; por otra parte, falta incorporar
otros sectores a las reglas del sistema de comercio.

Esas tres grandes negociaciones se han paralizado, no tanto -como se dice- a causa
de las manifestaciones de Seattle, o porque las ONG se hayan opuesto al código
mundial de inversiones -todo esto no es más que un síntoma del problema fundamen-
tal-, sino debido a la frecuencia e intensidad destructiva de las crisis financieras y
monetarias. El problema fundamental comenzó con la crisis mexicana de diciembre de
1994, que inmediatamente incidió sobre la Argentina. Le siguió la crisis del Sudeste
Asiático de 1997, que más tarde se extendió a Corea, Rusia, Brasil y otros países y
que, por muy poco, no afectó a Estados Unidos.

Desde entonces, no se han visto iniciativas para romper ese impasse. La sensación
es que estamos en un compás de espera, el cual tiene mucho que ver con las eleccio-
nes norteamericanas. Pensamos que, luego de las elecciones, la nueva administración
de Estados Unidos puede reimpulsar este proceso; sin embargo, teniendo en cuenta el
actual estado de las cosas, con el Congreso tan dividido, eso no va a ocurrir por el
momento.

Para países como los nuestros -Argentina, Brasil-, no siempre la espera es algo
malo. Estamos retrasados en materia de competitividad, no hemos alcanzado la misma
situación de los países asiáticos o de China y el tener un poco más de tiempo para
prepararnos resulta un alivio. Sin embargo, ganar tiempo sólo tiene sentido si se hace
algo con el tiempo que se gana; porque tarde o temprano tendremos que enfrentar los
retos.

Espero que podamos reflexionar sobre qué vamos a hacer con ese tiempo.

273
LA ESPADA Y EL ESCUDO EN EL NUEVO COMERCIO GLOBAL
Septiembre, 27. 2003

El Grupo de los 22 es una coalición de países conformada para definir las negocia-
ciones de la Organización Mundial de Comercio que se reunió en Cancún la semana
pasada para impulsar nuevos compromisos en materia de comercio global. Es un blo-
que liderado por la India, China y Brasil. El reclamo de esos países no alcanzó para
conmover los argumentos de la alianza de los poderosos –liderada por Estados Unidos
y la Unión Europea-, que se negaron a aceptar compromisos ciertos en materia de
recorte de subsidios agrícolas, pero fue tan importante como para forzar que esa
cuestión estuviera expresamente mencionada en el documento final de la reunión. Aun-
que sin fijar compromisos en materia de plazos y montos de esos recortes.

La Unión Europea y Estados Unidos representan cerca de la mitad del comercio


global.

En el pasado, las negociaciones sobre el comercial global, reclamadas por los paí-
ses más poderosos, nunca derivaron en un escenario de conversaciones más o menos
equitativas. Pero la novedad de esta semana, es que tanto Estados Unidos como Euro-
pa están enfrentando una intensa negociación con esos países, transformados ahora
en una coalición consistente y de poder creciente: el G-22.

Ese grupo de países reclama de Estados Unidos y de la Unión Europea, que hagan
mucho más para acelerar el libre comercio global, sobre todo en las transacciones
donde están involucrados los países más pobres. Básicamente reclaman que se libere
el comercio de los productos agrícolas, pero no parecen dispuestos a abrir sus propias
economías a los productos industriales de los países centrales.

El G-22, que se conformó en las reuniones previas a las deliberaciones de Cancún,


está liderado por países que comparten dos características: importantes niveles de
pobreza y altas tasas de población.

Este grupo no puede mostrar que controla la mitad del comercio mundial, sin embar-
go es claramente el grupo de naciones que representa más de la mitad de la población
mundial. En las negociaciones del jueves 11 de septiembre, el G-22 presentó una serie
de propuestas radicales para transformar el comercio internacional en el sentido de
terminar con los subsidios que afectan a los países emergentes. Esas propuestas
generaron una reacción negativa en Estados Unidos y Europa que percibieron clara-
mente que por primera vez los países más poderosos de la tierra se sentían presiona-
dos para tomar sus decisiones de comercio global. La India acusó a los países más
ricos de negociar la cuestión de los subsidios blandiendo una espada y un escudo. Pero
esa descripción también podría ser aplicada a las propuestas del G-22, porque ellos
quieren que Estados Unidos y la Unión Europea desmantelen sus propios sistemas de
subsidios, pero no ofrecen lo mismo para sus propios sistemas de protección de la
producción local.

274
Las políticas de promoción agrícola de los países más ricos, pueden ocupar clara-
mente el lugar de la espada. América, por ejemplo, gasta más de 4 mil millones de
dólares cada año, solamente, en los subsidios a favor de la producción de algodón.
Esta generosidad del presupuesto federal, ha transformado a Estados Unidos en un
importante exportador de algodón. Los subsidios no son solamente una carga para los
contribuyentes norteamericanos; esos subsidios ayudaron a que los precios mundiales
del algodón se redujeran a la mitad entre 1997 y 2002, de acuerdo a los registros del
Financial Times.

Las exportaciones de algodón representan para Burkina Faso y Mali un tercio de sus
exportaciones y para Chad más de un cuarto de sus ingresos externos. El colapso en
los precios del algodón ha golpeado duramente a los granjeros de esos países. En el
momento culminante de la reunión de Cancún, esos tres países, más Benin –que toda-
vía no son miembros del G-22- reclamaron a Estados Unidos que elimine los subsidios
a la producción de algodón durante más de tres años, y que compense a los granjeros
de África Occidental por esas diferencias. Los negociadores de Estados Unidos en
Cancún, no rechazaron directamente las demandas africanas, pero tampoco aceptaron
claramente esas propuestas. Argumentaron que los subsidios eran sólo uno de los
factores que hicieron caer el precio del algodón, y que éste era solamente uno de los
productos altamente subsidiados que deberían ser objeto de las discusiones sobre
subsidios y comercio global.

El G-22 rápidamente apoyo la causa comercial de los países de África Occidental,


pero con el claro objetivo de apoyar sus propios reclamos (Sudáfrica quiere que Esta-
dos Unidos bajen sus subsidios al azúcar) para presionar sobre las posiciones del
gobierno norteamericano. La posición de los países africanos finalmente no tuvo éxito
porque todos estaban de acuerdo en que estas rondas de negociaciones no son para
resolver cuestiones referidas a un solo producto, sino para fijar criterios generales en
las relaciones comerciales globales.

Si las políticas agrícolas de Estados Unidos son malas, las de la Unión Europea son
peores. La Política Agrícola Común de los países europeos sigue siendo un insulto a la
inteligencia económica. Pero si se mantiene en el tiempo ese insulto podría estar per-
diendo su capacidad de sorprender, aunque siga repitiendo hasta el final su lógica
perversa.

Esa lógica perversa indica que bajo la bandera de apoyar a la población rural, la
Unión Europea asegura niveles de precios por arriba de las decisiones de los merca-
dos mundiales. De hecho, los precios de la Unión Europea son demasiado altos, no
solamente para los mercados mundiales sino también si consideramos los costos rea-
les de producción de los agricultores y los precios que debería pagar el público por
esos productos. Aquello que es no querido por los consumidores locales por su baja
calidad o por sus altos precios son exportados a terceros países gracias a la ayuda de
subsidios que suman 2.500 millones de dólares anuales.

En otras palabras, los precios subsidiados de la producción agrícola europea, termi-


nan deprimiendo los precios internacionales y distorsionando los frágiles y volátiles

275
mercados globales. Y eso no eso todo. La Unión Europea debe imponer grandes tarifas
de importación para detener los productos generados en otros mercados en condicio-
nes de mejores precios y calidad. Una distorsión invita a la otra, lo cual crea la oportu-
nidad para una peligrosa cadena de distorsiones.

¿Quién ganaría si la Unión Europea reforma de una manera dramática su política


agrícola? La propia Unión Europea, pero de un modo extraño e inesperado. La reforma
podría bajar dramáticamente los precios de la comida en los países integrantes de ese
bloque, llevando a algunos granjeros y agricultores a abandonar sus negocios. Pero la
nueva situación permitiría a los consumidores ahorrar millones de euros, ante la inevi-
table baja de gastos que generaría el recorte drástico -o el final- de los subsidios. Es
evidente que los beneficios en ahorros fiscales serían altos, pero también implicarían
un cambio dramático en el punto de vista acerca de la organización económica del
bloque continental europeo.

Sin embargo, los beneficios no pararían en los limites de la Unión Europea. Remo-
viendo los subsidios y los tarifas que controlan las importaciones en productos agríco-
las, estabilizarían el precio de los productos en los mercados globales. Esa situación
beneficiaría a los grandes exportadores de productos agrícolas como Brasil y la Argen-
tina.

El G-22 tiene razón cuando reclama a los países más ricos que se abran a los
productos de los países emergentes. Pero no está claro si aceptan actuar con recipro-
cidad. Las tarifas y los aranceles agrícolas en países como la India son más altas que
las que registran los países más ricos. El Banco Mundial calcula que un 80 por ciento
de las ganancias que produciría una reforma de las políticas agrícolas globales, debe-
ría venir de la reducción de las barreras comerciales entre los propios países emer-
gentes.

Algunos de los más grandes exportadores del G-22, como Brasil y la Argentina
probablemente aceptan esta lógica. Otros miembros de esa misma coalición, sin em-
bargo, se muestran más entusiastas en preservar su especial y diferente tratamiento
en la OMC. Ellos quieren mayores niveles de libertad que los países ricos para prote-
ger sus industrias nacionales. De hecho, esos países no aceptan desproteger sus
propias industrias a cambio de beneficiar a sus nuevos socios del G-22 especializados
en productos agrícolas.

Después de años de retórica en torno al libre comercio global, en la hora de las


definiciones los intereses nacionales, evaluados desde un punto de vista tradicional,
son más importantes que las modas ideológicas.

http://www.forosur.com.ar/pag_analisis74.htm

276
EL FIN DEL NEOLIBERALISMO
Ulrich Beck (*)

Los atentados terroristas y el peligro de la enfermedad del carbunco plantean una


cuestión que no es posible evitar: ¿se ha cumplido ya el breve reinado de la economía?
¿Asistimos a un redescubrimiento del primado de la política? ¿Se ha quebrado en su
impulso la marcha triunfal del neoliberalismo, que parecía irresistible?

La irrupción del terror global, en efecto, equivale a un Chernobyl de la economía


mundial: igual que allí se enterraban los beneficios de la energía nuclear, aquí se entie-
rran las promesas de salvación del neoliberalismo. Los autores de los mortales atenta-
dos suicidas no sólo han demostrado claramente la vulnerabilidad de la civilización
occidental, también nos han ofrecido un anticipo del tipo de conflictos a los que puede
llevar la mundialización económica. En un mundo de riesgos globales, la consigna del
neoliberalismo, que llama a reemplazar la política y el Estado por la economía, se
vuelve cada vez menos convincente.

La privatización de la seguridad aérea en Estados Unidos es un símbolo especial-


mente poderoso. Hasta ahora no se han prestado mucha atención a este hecho, pero la
tragedia del 11 de septiembre, en este sentido, es en gran medida un desastre casero.
Mejor dicho: la vulnerabilidad de Estados Unidos parece claramente ligada a su filoso-
fía política. Estados Unidos es una nación profundamente neoliberal, poco dispuesta a
pagar el precio de la seguridad pública.

Al fin y al cabo, se sabía desde hacía tiempo que Estados Unidos era un posible
blanco de los ataques terroristas. Pero, a diferencia de Europa, Estados Unidos ha
privatizado la seguridad aérea, encargándola al ‘milagro del empleo’ que constituyen
esos trabajadores a tiempo parcial altamente flexible, cuyo salario, inferior incluso al de
los empleados de los restaurantes de comida rápida, gira en torno a los seis dólares
por hora. Por tanto, estas funciones de vigilancia, vitales para el sistema de la seguri-
dad civil interna, estaban desempeñadas por personas ‘formadas’ en sólo unas horas y
que por término medio no conservan más de seis meses su trabajo en la seguridad fast
food.

Así, la concepción neoliberal que Estados Unidos tiene de sí mismo (por un lado, la
tacañería del Estado; por el otro, la trinidad desregulación-liberalización-privatización)
explica en parte la vulnerabilidad de Estados Unidos frente al terrorismo. A medida que
se impone esta conclusión, la influencia hegemónica que el neoliberalismo había adqui-
rido estos últimos años en las mentes y los comportamientos se desmorona. En este
sentido, las imágenes de horror de Nueva York son portadoras de un mensaje que aún
no se ha dilucidado: un Estado, un país, se pueden neoliberalizar a muerte.

Los analistas económicos de los grandes diarios del planeta lo saben bien, y juran
que lo que era cierto antes del 11 de septiembre no podrá ser falso después. Dicho de

277
otro modo, el modelo neoliberal se impondrá incluso después de los atentados terroris-
tas, porque no hay una solución alternativa a este último. Ahora bien, esto precisamen-
te es falso. Aquí se expresa más bien una ausencia de alternativas en el pensamiento
mismo. El neoliberalismo siempre ha sido sospechoso de ser una filosofía de los bue-
nos tiempos, que sólo funciona a condición de que no surjan crisis o conflictos clamo-
rosos. Y de hecho, el imperativo neoliberal viene a decir que el exceso de Estado y el
exceso de política -es decir, la mano reguladora de la burocracia- son el origen de
problemas mundiales como el paro, la pobreza global o las crisis económicas.

La marcha triunfal del neoliberalismo se basaba en la promesa de que la desregulación


de la economía y la mundialización de los mercados resolverían los grandes proble-
mas de la humanidad, que la liberación de los egoísmos permitiría combatir la des-
igualdad a escala global y velar así por una justicia también global. Más de una vez me
he preguntado con angustia quién podría preservarnos del destello en los ojos de
nuestros rectificadores de errores neoliberales. Pero la fe de los revolucionarios capita-
listas ha terminado por revelarse como una peligrosa ilusión.

En tiempos de crisis, el neoliberalismo se encuentra manifiestamente desprovisto


de toda respuesta política. Cuando el hundimiento amenaza o se convierte en un he-
cho, contentarse con aumentar radicalmente la dosis de la amarga poción económica
para corregir los efectos secundarios de la mundialización se basa en una teoría iluso-
ria cuyo precio vemos bien hoy día.

Por el contrario, la amenaza terrorista recuerda algunas verdades elementales que


el triunfo neoliberal había rechazado: una economía mundial separada de la política es
ilusoria. Sin Estado y sin servicio público no hay seguridad. Sin impuestos no hay
Estado. Sin impuestos no hay educación, no hay política sanitaria accesible, no hay
seguridad en el ámbito social. Sin impuestos no hay democracia. Sin opinión pública,
sin democracia y sin sociedad civil no hay legitimidad. Y sin legitimidad tampoco hay
seguridad. De donde se deriva que a falta de foros o de modalidades que garanticen a
escala nacional, pero también, de ahora en adelante, global, una resolución de los
conflictos jurídicamente regulada (es decir, reconocida y no violenta), no habrá, a fin de
cuentas, ninguna economía mundial, tenga la forma que tenga.

¿Dónde hay que buscar la solución alternativa al neoliberalismo? Desde luego, no en


el proteccionismo nacional. Lo que necesitamos es una concepción amplia de la políti-
ca que esté en condiciones de regular el potencial de crisis y conflictos inherentes a la
economía mundial. El impuesto Tobin sobre los flujos de capitales desenfrenados, tal
como reivindica un número cada vez mayor de partidos en Europa y en el mundo, no es
más que un primer paso programático en esta dirección.

Durante mucho tiempo, al neoliberalismo le ha interesado que la economía se separe


del paradigma del Estado-nación y se dé a sí misma reglas transnacionales de funcio-
namiento. Al mismo tiempo partía del principio de que el Estado seguiría desempeñan-
do el papel de costumbre y conservaría sus fronteras nacionales. Pero, desde los
atentados, los Estados han descubierto a su vez la posibilidad y el poder de forjar
alianzas transnacionales, aunque, de momento, sólo en el sector de la seguridad interior.

278
De pronto, el principio antinómico del neoliberalismo, la necesidad del Estado, reapa-
recía por todas partes, y en su variante hobbesiana más antigua: la garantía de la
seguridad. Lo que resultaba impensable hace poco -es decir, una orden de arresto
europea exenta de las sacrosantas soberanías nacionales en las cuestiones de dere-
cho y de policía- parecía de repente al alcance de la mano. Y quizá asistamos pronto a
convergencias similares con ocasión de las posibles crisis de la economía mundial.
Una economía que debe prepararse para nuevas reglas y condiciones de ejercicio. La
época del cada uno en su ámbito de excelencia y predilección está ciertamente supera-
da.

La resistencia terrorista a la mundialización ha producido exactamente lo contrario


de lo que pretendía e inaugura una nueva era de mundialización de la política y de los
Estados: la invención transnacional de la política por la entrada en red y la cooperación.
Así se confirma esta ley extraña, que de momento ha pasado desapercibida en la
opinión pública, que establece que la resistencia a la mundialización -lo quiera o no-
acelera su ritmo. Se trata de comprender esta paradoja; el término mundialización
designa un proceso extraño cuya realización avanza sobre dos vías opuestas, tanto si
se está a favor como si se está en contra.
Los adversarios de la mundialización hacen algo más que compartir con sus adep-
tos los medios de comunicación mundiales. Actúan igualmente sobre la base de los
derechos mundiales, de los mercados mundiales, de la movilidad mundial y de las
redes mundiales. Piensan y se comportan de acuerdo con categorías globales a las
que sus actos proporcionan una atención y una publicidad globales. Pensemos, por
ejemplo, en la precisión con que los terroristas del 11 de septiembre pusieron en mar-
cha su operación en Nueva York, catástrofe y masacre a las que dio forma una emisión
televisiva en directo. Podían contar con el hecho de que la destrucción de la segunda
torre con un avión de pasajeros transformado en cohete humano sería retransmitida en
directo a todo el mundo por las cámaras de televisión ahora omnipresentes.

¿Hay que considerar, por tanto, que la mundialización es la causa de los ataques
terroristas? ¿Se trata, eventualmente, de una respuesta comprensible a la apisonadora
neoliberal que, según sus detractores, intenta estirarse hasta el último rincón del pla-
neta? No, eso son necedades. Ninguna mundialización, ninguna idea abstracta, ningún
Dios, podrían justificar o excusar estos ataques. La mundialización es un proceso
ambivalente que no puede dar marcha atrás. Los Estados más pequeños y más débi-
les, justamente, renuncian a su política de autarquía nacional y reivindican el acceso a
un mercado mundial. ¿Qué se leía en la primera página de un gran diario ucranio con
ocasión de la visita oficial del canciller alemán?: ‘Perdonamos a los cruzados y espera-
mos a los inversores...’. Porque, si hay algo peor que ser invadido por los inversores
extranjeros es no serlo.

Sin embargo, sigue siendo necesario unir la mundialización económica a una política
cosmopolita. En el futuro, la dignidad de los hombres, su identidad cultural, la alteridad
del prójimo, deben tomarse más en serio. El 11 de septiembre se abolió la distancia
entre el mundo que aprovecha la mundialización y el que se ve amenazado por ella en
su dignidad. Ayudar a los excluidos no es sólo una exigencia humanitaria, sino el inte-
rés más íntimo de Occidente, la clave de su seguridad interna.

279
Para secar las fuentes de las que se nutre el odio de millares de seres humanos y de
donde surgirán sin cesar nuevos Bin Laden, los riesgos de la mundialización deben
hacerse previsibles, y las libertades y los frutos de la mundialización deben distribuirse
más equitativamente. Existe un gran peligro de que se produzca exactamente lo con-
trario, que los torbellinos de peligros imaginados ahora, unidos a las promesas de
seguridad de los Estados, desencadenen una espiral de esperanzas que, a fin de cuen-
tas, no podrán sino ser defraudadas.

Con el redescubrimiento del poder de cooperación de los Estados, la amenaza es


que se erijan Estados-fortalezas transnacionales, donde tanto la libertad de las demo-
cracias como la libertad de los mercados sean sacrificadas en el altar de la seguridad
privada. Importará en gran medida que los actores de la economía mundial tomen clara
y públicamente posición contra esta evolución demasiado previsible, que vuelvan al
dogma de la inutilidad del Estado, y se comprometan a transformar los Estados nacio-
nales en Estados cosmopolitas y abiertos, protegiendo la dignidad de las culturas y las
religiones del mundo.

Los grandes grupos industriales, las instituciones supranacionales de regulación


económica, las organizaciones no gubernamentales y Naciones Unidas deben unirse
con el fin de crear las estructuras estatales y las instituciones que preserven la posibi-
lidad de apertura al mundo, teniendo en cuenta a la vez las diversidades religiosas y
nacionales, los derechos fundamentales y la mundialización económica.

(*)Ulrich Beck es profesor de Sociología en la Universidad de Múnich.


EL PAÍS, 15 de noviembre de 2001.

LIBERTAD O CAPITALISMO: EL INCIERTO FUTURO DEL


TRABAJO
Ulrich Beck (*)

Quien asegura tener una receta para garantizar el pleno empleo falta a la verdad. Es
cierto que a la sociedad moderna de mercado no le falta trabajo, pero se puede decir
que estamos contemplando el final de la sociedad de pleno empleo en el sentido clási-
co, en el que fue inscrito como principio básico de la política tras la II Guerra Mundial
en las Constituciones de las sociedades europeas y de la OCDE. El pleno empleo
significaba tener trabajo normal, que cada uno aprendía una profesión que ejercía du-
rante toda su vida quizá cambiando una o dos veces de empleo, una actividad que le
proporcionaba la base de su existencia material. Hoy, sin embargo, nos encontramos
ante una situación totalmente diferente, pues la tecnología de la información ha revolu-
cionado la forma clásica del trabajo. El resultado es su flexibilización; el trabajo es
desmembrado en sus dimensiones temporales, espaciales y contractuales: de esta
forma cada vez hay más seudoautónomos, empleados a tiempo parcial, contratos ba-
sura (en Alemania, empleos de 330 euros, sin seguridad social), trabajos sin contrato,
trabajos que se hallan en esa zona gris entre trabajo informal y desempleo. Esto se

280
aplica también, por cierto, al trabajo de mayor cualificación y retribución. El principio
hasta ahora válido de que la ocupación se basaba en una seguridad relativa y en una
previsibilidad a largo plazo pertenece ahora al pasado. En el centro de la sociedad y su
sistema laboral también gobierna ahora el régimen del riesgo.

Esta economía política de la inseguridad se expresa en un efecto dominó: lo que en


los buenos tiempos se complementaba y fortalecía mutuamente -el pleno empleo, las
pensiones aseguradas, elevados ingresos fiscales, amplio margen para la política de la
Administración pública- es ahora peligro mutuo. El trabajo se precariza; las bases del
Estado social se resquebrajan; la trayectoria normal de las personas se fragiliza; se
programa la pobreza para los jubilados del futuro; los presupuestos exangües de los
municipios no pueden financiar el asalto que se produce en requerimiento de sus servi-
cios de asistencia social.

Por doquier se demanda hoy flexibilidad. Dicho de otra forma: los empresarios pre-
tenden poder despedir a sus empleados con más facilidad. La flexibilidad también signi-
fica traspasar los riesgos del Estado y las empresas al individuo. Los empleos se
hacen más de corto plazo, fácilmente rescindibles, es decir, ‘renovables’. Al final, flexi-
bilidad viene a significar que hay que alegrarse de que tus conocimientos y experiencia
estén pasados y nadie puede decirte lo que tienes que aprender para que alguien pueda
necesitarte.

Y con ello nos encontramos ya en el meollo del problema, y es que se puede alabar
la ‘destrucción creativa de la economía’ (Schumpeter), pero no la de las personas. Para
que pueda haber un incremento estadístico de dos millones de puestos de trabajo han
tenido que desaparecer primero 10 millones y crearse 12 millones, posiblemente fuera
de las fronteras nacionales. Es meridianamente claro que los Gobiernos, para abrir
perspectivas vitales a las personas, deben fomentar lo que se llama producción de
mayor valor y que genere mayor salario. Pero precisamente a causa de los elevados
costes salariales se ha elevado también el grado de automatización de la economía. Y
así nos encontramos en una rara dialéctica: cuanto más elevados son los costes salariales,
tanto más procura el empresario introducir máquinas y así emplear a menos personas.Y el
Estado incluso le recompensa por ello. Pero si el empresario sustituye trabajadores por
máquinas y energía, los impuestos y contribuciones sociales tienden a disminuir. Y si em-
plea a más gente es castigado por los elevados costes laborales y sociales.

Para la política estatal esto crea un dilema que en la campaña electoral en Alemania
está personificada por los contendientes, el canciller federal Schröder y el aspirante
Stoiber (CSU). Parece que el estatalizador Stoiber también quiere mantener con vida
ramas anticuadas, auténticos ‘muertos’, mediante subvenciones y ayudas artificiales,
pues el peso de los votantes afectados es grande. Así, por ejemplo, pretende estimular
la industria de la construcción, utilizada muy por debajo de su capacidad pero con un
fuerte exceso de personal, con un programa coyuntural de miles de millones, pese a
que un incremento del gasto público atraería nuevamente la amenaza de la amonesta-
ción de Bruselas. Es un verdadero dilema: el mercado, se destruye a sí mismo, y las
consecuencias -desempleo, medidas de reconversión profesional, descontento del elec-
torado- las tienen que solucionar los políticos.

281
Tampoco hay una varita mágica en otros países. Aunque algunos hayan optado por
mejores soluciones que Alemania, en la cuestión fundamental todos coinciden. Saben
que el trabajo ya no es lo que era y que su importancia para la creación de valor
disminuye. En EE UU y en Gran Bretaña esta disminución de importancia lleva apareja-
da la disminución de los salarios reales. En otros países significa que, aunque queden
asegurados los empleos se reducen las oportunidades de su remuneración. En casi
todos los países de la OCDE los salarios son una parte cada vez menor de la renta
nacional, o dicho de otra forma, la cuota salarial baja, y si en EE UU se mantiene casi
estable es porque los americanos tienen que trabajar cada vez más para seguir ganan-
do lo mismo.

En ningún país democrático del mundo, y desde luego no en Alemania, votarán los
electores por su ruina colectiva a menos que creamos en la existencia de un masoquis-
mo democrático del ciudadano. Ante nosotros está la tarea de configurar la vía al futuro
de manera no sólo técnica y económica, sino humana. ¿Cómo debería ser una concep-
ción política que armonizara de una forma nueva el Estado, el ciudadano y el trabajo? A
continuación se exponen tres tesis:

Primera. Mucha gente ha confundido modernización con privatización, es decir, con


la idea del Estado neoliberal. Pero tras el 11-S la divisa del neoliberalismo de sustituir
política y Estado por economía ha perdido mucha fuerza. Un ejemplo descollante es la
privatización de la seguridad aérea en EE UU. Esta autoridad de control clave para el
sistema de la seguridad interior se ha encomendado a empleados a tiempo parcial y
con condiciones de suma flexibilidad. Su sueldo estaba por debajo del de los emplea-
dos de los restaurantes de comida rápida. Se les dieron unas pocas horas de ‘forma-
ción’ para este empleo basura de seguridad basura por periodos que en promedio no
excedían los seis meses.

Hay que reconocerlo con tristeza: esta concepción neoliberal que complace a EE
UU, que comprende la cicatería del Estado por un lado y por otro la trinidad de
desregulación, liberalización y privatización, ha vuelto al país vulnerable a los ataques
terroristas. En este sentido las terribles imágenes de Nueva York contienen el mensaje
que también ha sido captado en los EE UU: un país puede suicidarse por exceso de
neoliberalización. Entretanto, la seguridad aérea ha sido estatalizada y convertida con-
secuentemente en un servicio público.

No sólo en América, también en Europa se escuchan cada vez más voces solicitan-
do la vuelta del Estado. Sobre todo en Gran Bretaña, que ha experimentado un auténti-
co desastre con la privatización de los ferrocarriles. Como tras esa experiencia ha
quedado claro que posiblemente privatización y modernización sean conceptos opues-
tos, cada vez se plantea más la idea del Estado activante. Este Estado permite una
nueva definición del trabajo que comprende actividades públicas y útiles para la comu-
nidad y que se desempeñan tanto dentro como fuera del sector público estatal.

Se trata de concebir una reforma de gran envergadura y bien interconectada de


impuestos, cargas y Estado social, pero por supuesto con una meta bien definida: abrir
mayores espacios en el mundo laboral para la participación y el compromiso civil de

282
los ciudadanos. Cuanto más problemático se hace el viejo mercado laboral, tanto más
creativos deben ser el Estado y los ciudadanos. Que no haya malentendidos: no se
trata de privatizar completamente el gigantesco sector del servicio público y así abolir-
lo. De lo que se trata es de ofrecer dentro de su esfera posibilidades para actividades
empresariales sociales y para iniciativas creativas desde abajo. Por lo tanto, la pregun-
ta más importante es: ¿Cómo organizamos la educación, la ciencia, los servicios so-
ciales... para obtener más agilidad y capacidad de renovación de los servicios públi-
cos? Por citar un ejemplo negativo, la actual reforma universitaria alemana contradice
esto de forma radical y en último término supone un crimen contra el espíritu.

Pues precisamente, cuando se habla de trabajar por el bien común, el principio de la


autonomía y autodeterminación dentro de la sociedad civil ha de tener la prioridad
absoluta. Cuando un grupo de personas se encarga de, pongamos por caso, la investi-
gación, la protección del medio ambiente o la revitalización de los centros urbanos,
podría, y debería hacerlo con criterio empresarial. Semejante reforma del servicio pú-
blico con criterio de sociedad civil equivale a matar dos pájaros de un tiro: por una
parte se emplea el dinero público de un modo más sensato que financiando el desem-
pleo; por otra, se contribuye a que las personas avancen por la vía de la configuración
de su propia vida. A través de una actividad social autónoma, reconocida y retribuida
obtendrían no sólo más calidad de vida, sino también mayor cualificación en su trayec-
toria vital.

Quien pretenda eliminar el desempleo masivo debe empezar sobre todo en la escala
inferior de la jerarquía social. Si a la caída de precios del trabajo de baja cualificación le
sigue la disminución de la renta del trabajo, como indica el abecedario del neoliberalismo,
se puede reducir el desempleo masivo eficazmente. A continuación se recuperan y
florecen los ingresos públicos. Aplicado al nicho de bienestar que es Alemania en el
contexto mundial ello significa que el capitalismo más depredador fagocita los sistemas
reguladores de la autonomía negociadora de convenios y del Estado social, fragiliza el
equilibrio del nivel de vida y del poder y pone en peligro consiguientemente las bases
mismas de la libertad.

Segunda. Por estas razones en el futuro nos tendremos que enfrentar a la contrapo-
sición de ‘libertad o capitalismo’. Es una inversión irónico-histórica del viejo eslogan
electoral conservador: ‘Libertad, sí; socialismo, no’. Dado el riesgo que corren hoy los
puestos de trabajo, el Estado activador debe armonizar de una manera nueva Estado,
igualdad y libertad. El artículo 1 de la Ley Fundamental alemana ya lo dice: ‘La dignidad
de la persona trabajadora es inviolable’. Por eso una política no puede jactarse de ser
moderna si abre de par en par las puertas al dumping laboral, de ingresos, social y
medioambiental. Se podría dar la siguiente respuesta: sacar a la luz de una vez las
fuentes del trabajo llamado precario, de corto plazo y mal pagado, lo que constituye hoy
ya en los EE UU casi la mitad de los empleos, y situarlo dentro de una regulación legal
perfectamente delimitada. Con ello se harían controlables los riesgos que conlleva
mediante una política social que asegurara lo básico (atención sanitaria y pensiones
independientes de los ingresos laborales, es decir, financiando con los impuestos).
Una segunda respuesta sería: dar un lifting económico a las actividades de baja cuali-
ficación y las prestaciones de servicios simples en forma de un salario combinado con

283
subvención estatal. Así el empleo se hace atractivo para todos, empresas y emplea-
dos.

Por doquier se plantea la pregunta de cómo organizar la espontaneidad en el merca-


do laboral. ¿Cómo se puede evitar el dumping salarial, o lo que es lo mismo, cómo
evitar las actividades empresariales parasitarias?

Schröder confiaba en que la disminución de la natalidad redujera también el desem-


pleo. Se ha equivocado, pues si bien la disminución de la natalidad es un hecho, hasta
ahora no ha ayudado a solucionar el problema.

Tercera. Por el contrario, hay argumentos muy contundentes a favor de la inmigra-


ción. Es un antídoto contra el envejecimiento de la sociedad, algo que asusta a los
inversores. Se va imponiendo la visión elemental de que ese periodo de crecimiento
deseable para todos sólo es posible con fronteras abiertas, movimientos migratorios
bien enfocados y rejuvenecimiento de la población. Según los cálculos de expertos de
la ONU, la población de Alemania bajaría de los 82 millones actuales a 59 millones en
el año 2050 si no hubiera inmigración. El número de componentes de la población
activa entre 15 y 64 años incluso bajaría en un 40%. Si se pretende evitar el envejeci-
miento, la explosión de costes, la quiebra del sistema de pensiones y los movimientos
emigratorios se tiene que luchar a favor de la apertura de las fronteras y procurar que
los alemanes abran por fin los ojos a su globalización interna.

Dicho con otras palabras: la buena gestión económica moderna requiere una miras
abiertas al mundo. Y el candidato Stoiber, que reniega de esto, tendrá que enfrentarse a
la resistencia organizada del capital y sus organizaciones, pues le negarán la capaci-
dad de realizar una buena gestión económica.

Un tema europeo de campaña electoral será por tanto si se interpreta al Estado


activo como un Estado controlador (Stoiber) o un Estado cosmopolita (Fischer /
Schröder). Los Estados controladores amenazan con convertirse en Estados-fortaleza
después de la experiencia del acto terrorista del 11 de septiembre, Estados en los que
las palabras seguridad y militar se escriben con mayúsculas, pero libertad y democra-
cia con minúsculas. Hay que contar con que Stoiber, igual que Berlusconi, se opondrá a
los que representen otra cultura en nombre de una fortaleza occidental. Con ello se
corre el peligro de forjar una política de autoritarismo estatal que se comportaría de
manera adaptativa, flexible hacia fuera, hacia los mercados mundiales, mientras que
hacia dentro sería autoritaria. De los ganadores de la globalización se encargaría el
neoliberalismo, para los perdedores de la globalización se atizarían el temor al terroris-
mo, la xenofobia y se le añadirían dosis calculadas de racismo. El resultado final sería
la victoria de los terroristas, porque los países europeos se privarían a sí mismos de lo
que los hace atractivos y superiores: de la libertad y la democracia.

(*) Ulrich Beck es profesor de Sociología en la Universidad de Múnich.


EL PAÍS, 24 de febrero de 2002

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Ejercicio Autoevaluación

1- ¿Cuáles son los objetivos y temas que se tratan en la cumbre que se realiza todos
los años en Davos?.

2- ¿Cómo se organiza y funciona el Fondo Monetario Internacional?

3- ¿Cuáles son las tendencias actuales del comercio global?

4- ¿Cuáles son las principales críticas que se le han realizado al proceso económico
neoliberal que se estableció en el mundo a partir de la caída del muro de Berlín?

5- ¿Cómo se organiza y sobre qué temas trata la Organización Mundial del Comer-
cio?

285
286
FICHA DE EV AL
EVAL UACIÓN
ALU
MÓDULO 1

Sr. alumno/a:

El Instituto de Educación Abierta y a Distancia, en su constante preocupación por mejorar la


calidad de su nivel académico y sistema administrativo, solicita su importante colaboración para
responder a esta ficha de evaluación. Una vez realizada entréguela a su Tutoría en el menor
tiempo posible.

1) Marque con una cruz

MÓDULO En gran medida Medianamente Escasamente

1. Los contenidos de los módulos fueron


verdadera guía de aprendizaje (punto 5
del módulo).

2. Los contenidos proporcionados me ayu-


daron a resolver las actividades.

3. Los textos (anexos) seleccionados me


permitieron conocer más sobre cada
tema.

4. La metodología de Estudio (punto 4 del


módulo) me orientó en el aprendizaje.

5. Las indicaciones para realizar activida-


des me resultaron claras.

6. Las actividades propuestas fueron acce-


sibles.

7. Las actividades me permitieron una re-


flexión atenta sobre el contenido

8. El lenguaje empleado en cada módulo fue


accesible.

CONSULTAS A TUTORIAS SI NO

1. Fueron importantes y ayudaron resolver mis dudas y actividades.

2) Para que la próxima salga mejor... (Agregue sugerencias sobre la línea de puntos)

1.- Para mejorar este módulo se podría ................................................................................................................................

.......................................................................................................................................................................................................

3) Evaluación sintética del Módulo.

.......................................................................................................................................................................................................
Evaluación: MB - B - R - I -

4) Otras sugerencias.............................................................................................................................................................
.......................................................................................................................................................................................................

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