PABLO STANCANELLI IGNACIO RAMONET TARIQ ALI ERIC HOBSBAWM 

NOAM CHOMSKY AKRAM BELKAÏD GABRIEL PURICELLI SERGE HALIMI

el Dipló, una voz clara

en medio del ruido
Capital Intelectual S.A.
SEPTIEMBRE 2021 Paraguay 1535 (1061)
Buenos Aires, Argentina
Publicación mensual
Año XXIII

www.eldiplo.org

20 AÑOS DEL 11-S

AUGE Y CAÍDA
de la pax americana
2|
Hijos de Bush
por Pablo Stancanelli
“No era el Corán”, viñeta de Dan Wasserman, The Boston Globe, reproducida en International Herald Tribune, París, 19-5-05.
“O están con nosotros, o están con los terroristas...”
D
George W. Bush, discurso ante el Congreso de
Estados Unidos, 20 de septiembre de 2001
icen que veinte años no es na-
da. Sin embargo, alcanzan pa-
ra sumir al mundo en el caos y
marcar a fuego una nueva era.
Porque aun cuando existieran
tendencias y fuerzas previas,
es evidente que los atentados terroristas perpetra-
dos por la red Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001
contra los símbolos del poder financiero, militar
–y por poco, político– estadounidense en Nueva
York y Washington, tan atroces como espectacu-
lares, marcan un quiebre en los destinos de la hu-
manidad. Una explosión desgarradora, disrupti-
va, que, con las Torres Gemelas del World Trade
Center, derrumbó las certezas y falacias que re-
gían el mundo desde los colapsos precedentes, los
del Muro de Berlín y de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas.
No obstante, no fueron el acontecimiento en
sí mismo, las miles de muertes ni la humilla-
ción sufrida por la potencia hegemónica global
los que provocaron las siniestras mutaciones
que siguieron. Fue la respuesta, la venganza. La
“guerra contra el terror” lanzada por el gobier-
no republicano neoconservador y cristiano de
George W. Bush, injustificable sin el 11 de Sep-
tiembre, y convertida en una guerra preventi-
va, deslocalizada y perpetua contra un enemi-
go indefinido, que convirtió a todos los ciudada-
nos del mundo en sospechosos, con particular
enfásis en aquellos de fe musulmana. Y que, al
igual que la “guerra contra las drogas” o cual-
quier otra entidad abstracta, devino en una gue-
rra imposible de ganar, aspiradora de recursos,
destructora de vidas y multiplicadora de los ma-
les que pretendía combatir. Un “choque de bar-
Edición especial | septiembre 2021
baries”, y no de “civilizaciones” (1). Una caja de
Pandora que desató una vorágine de violencias y
derivó en un rotundo fracaso. Con una precisión
casi quirúrgica, la estrepitosa retirada estadou-
nidense de Afganistán, devolvió al régimen tali-
bán –el primero de sus objetivos– al poder, vein-
te años después de su expulsión por los bom-
bardeos y la ocupación que buscaban capturar a
Osama Ben Laden, líder de Al Qaeda.
Ben Laden, una vez encontrado por un cuer-
po de la fuerza militar especial SEAL, en mayo
de 2011, no fue llevado a la justicia. Como había
anticipado George W. Bush, el 20 de septiem-
bre de 2001, en su discurso de lanzamiento de la
“guerra contra el terror” ante un Congreso es-
tadounidense que lo aplaudía de pie, “la justicia
fue llevada a él”: fue asesinado y su cuerpo arro-
jado al mar. Bush ya había sido reemplazado en
la Casa Blanca por Barack Obama, que a pesar de
sus brillantes discursos liberales y progresistas,
mantuvo y profundizó el legado.
El fin justificó todos los medios
Frankensteins de sus guerras anteriores, esos
fundamentalistas religiosos medievales que
Estados Unidos había financiado y armado en
los años 1970 para combatir el comunismo, sa-
ludándolos como “combatientes de la libertad”
eran ahora los “enemigos de la libertad” que ha-
bía que aniquilar a toda costa. Y para ello, Esta-
dos Unidos puso bajo ataque esa misma liber-
tad y todos los valores democráticos que decía
defender y querer exportar. El alegado fin jus-
tificó todos los medios, y la lista de los mismos
es tan larga como abrumadora: mentiras, tortu-
ras –y obscena justificación de las mismas–, Abu
Ghraib, campos de concentración –Guantána-
mo–, cárceles secretas, detenciones arbitrarias,
asesinatos selectivos, daños colaterales, armas
químicas –fósforo blanco–, golpes de Estado,
ausencia del debido proceso, espionaje, censu-
ra, persecuciones, violaciones a la privacidad y
a la libertad, corrupción...
En junio de 2005, tras varias desmentidas, el
Pentágono debió admitir diversas profanacio-
nes al Corán en el centro de Guantánamo, como
el hecho de que un guardia había orinado sobre
un detenido y su libro sagrado. En una corrosiva
crítica del ilustrador Dan Wasserman –reprodu-
cida en esta página– se observa una conferencia
de prensa en la que un portavoz del Pentágono
le miente a la prensa afirmando “No era el Co-
rán”. Detrás suyo, oculto, se encontraba lo que
el gobierno de Bush realmente estaba pisotean-
do –para decirlo de forma elegante–: la Consti-
 |3

Staff

Di­rec­tor: José Natanson

Re­dac­ción

Pablo Stancanelli (editor)

Creusa Muñoz (editora)

Luciana Garbarino

Nuria Sol Vega

Co­rrec­ción

Alfredo Cortés

Diagramación

Ariana Jenik

Co­la­bo­ra­do­r lo­ca­l

Gabriel Puricelli

Diseño original

Javier Vera Ocampo

tución de Estados Unidos, el derecho y las conven-
ciones internacionales, el multilateralismo. Y en su
propia misión divina de imponer la Pax Americana
a todos los rincones del planeta, también se llevó
puesta la solidaridad de la que fue objeto tras los
atentados, cumpliendo la asombrosa hazaña de di-
lapidar en unos pocos años el poder unilateral glo-
bal que Washington ostentaba tras la derrota so-
viética, convirtiendo a su país en una potencia im-
potente, solo sostenida por su indiscutible poderío
militar y la obsecuencia de sus acólitos europeos.
Porque, con la invasión y ocupación de Irak
que siguió en paralelo a la guerra en Afganistán,
basada en demostradas mentiras y exhibiciones
lamentables –como la del general Colin Powell
agitando un tubito lleno de polvo blanco en el
Consejo de Seguridad de la ONU, afirmando que
demostraba la existencia de armas de destruc-
ción masiva en Irak, o las paranoicas evacuacio-
nes de edificios públicos por supuestas cartas
conteniendo Antrax–, Bush mostró su intención
de construir un “Gran Medio Oriente”, símbolo
de un nuevo orden mundial a la medida de los
intereses y los aliados del imperio como Israel
o Arabia Saudita, que puede desmembrar perio-
distas en sus embajadas sin que nadie la acuse de
atentar contra la libertad de expresión. Desató
un caos de proporciones bíblicas, convirtiendo
a África, Medio Oriente y parte de Asia en un re-
guero de guerras y atentados, desde Libia a Pa-
kistán, pasando por el Sahel, el Cuerno de África,
Yemen, Somalia o Siria, generando un gigantes-
co no man’s land en el que circulan tráficos de to-
do tipo y brotan organizaciones yihadistas como
hongos –que a su vez encuentran terreno fértil
en los jóvenes europeos desencantados y margi-
nados–, generando una crisis de refugiados sin
po y en el espacio. En su último infor- Publicidad
me anual, el Costs of War Project de
Maia Sona
la Universidad de Brown, señala que Editorial
desde sus inicios en 2001, la “guerra publicidad@eldiplo.org
contra el terror” costó unos 8 billio- contacto@eldiplo.org
nes de dólares y provocó cerca de un
millón de muertes. Esta última cifra,
aclaran, incluye sólo aquellas muertes
que fueron consecuencia directa de la SOBRE EL ESPECIAL DEL 11 S
guerra, debido a bombas, balas o fuego cruzado. Ya en octubre de 2001, con el
No tiene en cuenta todas aquellas provocadas pesar de los atentados aún a
por los desastres sociales que la guerra originó,
cuestas, Le Monde diplomatique,
como enfermedades, desplazamientos, hambru-
nas, destrucciones, que también se cuentan de a edición Cono Sur, advertía que
millones. Mientras, señala el informe, la guerra la guerra no era la solución a
prosigue: entre 2018 y 2020, Estados Unidos li- la violencia terrorista “Guerra
deró operaciones de contraterrorismo en unos non sancta”, titulábamos. A
85 países (2). lo largo de los años fuimos
Pero los costos de la guerra no sólo se reflejan señalando las derivas y los
en las pérdidas de vidas humanas y en los inmen-
peligros del “terrorismo contra
sos gastos (y negociados) presupuestarios. De-
rivaron en la imposición de una nueva american terroristas”. Esta edición
way of life, que lleva al mundo a un régimen de especial digital, exclusiva para
vigilancia permanente. La elevación de un ene- suscriptores del Dipló, recupera
migo a todas luces indefendible al rango de única algunos de los artículos que
alternativa, justificó la implementación de regí- marcaban las tendencias en
menes de excepción y control social, favoreció
curso y ofrece artículos inéditos
el auge de las empresas líderes de Silicon Valley,
para comprender las causas y
en connivencia con el sector militar-industrial
estadounidense, a través de su acceso a los da- consecuencias del acontecimiento
tos personales impulsado por la Patriot Act (3) y que marcó una nueva era.
empujó a todas las democracias hacia regímenes
securitarios y represivos –ni hablar de los go-
biernos autoritarios y dictatoriales–. Reforzó la ww­w.el­di­plo.org
versión maniquea del mundo, desatando fuerzas Redacción, administración, publicidad, suscripciones,
de derecha que estaban contenidas. Desinfló asi- cartas del lector: Tel/Fax: (5411) 4872 1440 / 4872 1330
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mismo el impulso de las protestas globales con- En internet: www.eldiplo.org. Marca registrada®.

precedentes y por sobre todas las cosas, provo-
cando, a lo largo de estos veinte años millones
de muertes y otros tantos resentidos. Como to-
tra el auge de la globalización financiera, con-
virtiendo a las nuevas luchas, contra el racismo,
la contaminación, la desigualdad y la discrimi-
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prohibida la reproducción de todos los artículos, en
cualquier formato o soporte, salvo acuerdo previo con
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dos aquellos árabes que lucharon y arriesgaron
sus vidas por su libertad en la Primavera de 2011
y vieron cómo las potencias occidentales soste-
nían feroces dictaduras cuando los resultados de
las tan ansiadas elecciones democráticas no eran
los deseados.
Los costos de la guerra
No alcanzó la puesta en escena a bordo del
USS Abraham Lincoln el 1° de mayo de 2003,
con Bush enfundado en una bombardera mili-
tar declarando “Misión cumplida”, para poner
fin mágicamente a la “guerra contra el terror”:
los conflictos militares, confesionales, geopo-
líticos, sociales, se expandieron en el tiem-
nación en combates defensivos, compartimen-
tados, que requieren de manera urgente de una
nueva utopía que los englobe y abra nuevos hori-
zontes, antes de que el mundo soñado por Bush y Capital intelectual S.A.
sus secuaces termine de cristalizar. g
1. Achcar, El choque de barbaries. Terrorismo y desorden mundial, Le Monde diplomatique (París)
Capital intelectual-Le Monde diplomatique, Buenos Aires, 2009.
2. Costs of War Project, Watson Institute for International and Fundador: Hubert Beuve-Méry
Public Affaires, Universidad de Brown, Providence (Rhode Presidente del Directorio y
Director de la Redacción: Serge Halimi
Island, Estados Unidos): https://watson.brown.edu/costsofwar/
3. Véase, por ejemplo, Thibault Henneton,
Jefe de Redacción: Benoît Bréville
“Silicon Army”, Le Monde diplomatique, edición
1-3 rue Stephen-Pichon, 75013 París
Tél.: (331) 53 94 96 21
Cono Sur, Buenos Aires, abril de 2016. Fax: (331) 53 94 96 26
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 4| Edición especial | septiembre 2021
Dossier
La era de la
guerra perpetua

El crimen de lesa humanidad perpetrado el 11 de septiembre de 2001 inauguró un

nuevo período histórico en que la globalización financiera coexiste con la globalización
del terror y la de múltiples formas de la criminalidad, favoreciendo el vaciamiento de
los Estados débiles. La supremacía militar de Estados Unidos se tornó aplastante.
Después del 11 de Septiembre

El nuevo rostro del mundo

por Ignacio Ramonet*

A
Keith Mayerson, 9-11, 2007 (fragmento)

casi tres meses de los acontecimien-
tos del 11 de septiembre [diciembre
de 2001], es hora de hacer un primer
balance de todo lo que ha cambia-
do en la geopolítica planetaria y va a
afectar nuestras vidas. Sucediendo al
ciclo iniciado el 9 de noviembre de 1989 con la caída
del Muro de Berlín, es indiscutible que empieza a des-
pegar un nuevo período histórico.
Todo comenzó ese fatídico martes 11 de septiembre
con el descubrimiento de un arma nueva: un avión de lí-
nea, cargado de combustible y convertido en misil des-
tructivo. Desconocida hasta entonces, esa monstruosa
bomba incendiaria golpea varias veces, por sorpresa y
en el mismo momento a Estados Unidos. El impacto es
de una violencia tal que sacude al mundo entero.
Lo que se modifica de entrada es la percepción mis-
ma del terrorismo. Enseguida se habla de “hiperterro-
rismo” (1), para significar que ya no será como antes.
Se ha franqueado un umbral impensable, inconce-
bible. La agresión es de una tal desmesura que no se
parece a nada conocido. Hasta el punto de que no se
sabe cómo designarla. ¿Atentado? ¿Ataque? ¿Acto de
guerra? Los límites de la violencia extrema se extien-
den. Y ya es imposible volver atrás. Todos sabemos
que los crímenes inaugurales del 11 de septiembre se
van a reproducir (2). Tal vez en otra parte, y sin duda
en circunstancias diferentes, pero se van a repetir. La
historia de los conflictos enseña que cuando aparece
un arma nueva, por monstruosos que sean sus efectos,
siempre se la vuelve a usar. Así fue con el uso del gas de
combate después de 1918, con la destrucción de ciu-
dades mediante bombardeos después de Guernica en
1937. Por otra parte es el miedo que alimenta el terror
nuclear, cincuenta y seis años después de Hiroshima…
La agresión del 11 de septiembre revela en sus auto-
res una crueldad fantástica y un alto grado de sofisti-
cación. Quisieron pegar fuerte, en el corazón y en los
espíritus. Y se propusieron generar al menos tres tipos
de efectos: daños materiales, un impacto simbólico y
un gran impacto mediático.
Los daños materiales ya se saben: destrucción de
unas 4.000 vidas humanas, las dos torres del World
Trade Center, un ala del Pentágono, y si el cuarto avión
no se hubiera estrellado en Pensilvania, la Casa Blan-
ca. Es evidente sin embargo que estas depredaciones
no apuntaban a un objetivo principal. Porque enton-
ces los aviones se hubieran dirigido por ejemplo a cen-
trales nucleares o embalses, provocando devastaciones
apocalíptícas, con decenas de miles de muertos (3)…
El segundo objetivo apuntaba a impactar en la ima-
ginación, envileciendo, ofendiendo y degradando los
principales signos de la grandeza de Estados Unidos,
los símbolos de su hegemonía imperial en materia
económica (el World Trade Center), militar (el Pen-
tágono) y política (la Casa Blanca).
Menos destacado que los dos anteriores, el tercer
objetivo era de orden mediático. Mediante una suerte
de golpe de Estado televisivo, Osama Ben Laden, su-
puesto cerebro de la agresión, buscó ocupar las pan-
tallas, imponer desde allí sus imágenes, las escenas de
su obra de destrucción. Para mal de la administración
estadounidense (4), se apropió del control de todas las
pantallas de televisión de Estados Unidos, y del mun-
do entero. Así pudo poner al descubierto la insólita
vulnerabilidad estadounidense, exhibir en el seno de
los hogares su propio maléfico poder y poner en esce-
na la coreografía de su crimen.
Un modo de narcisismo que completa la otra ima-
gen dominante del comienzo de esta crisis: la del mis-
mo Ben Laden. Contra un fondo de caverna afgana, el
autorretrato de un hombre de mirada curiosamente
dulce… Ampliamente desconocida la víspera del 11 de
septiembre, de la noche a la mañana esta imagen hizo
de él el hombre más famoso del mundo.

Desde que un dispositivo técnico global permite di-
fundir imágenes en directo sobre el conjunto del plane-
ta, se sabía que todo estaba preparado para la aparición
de un “mesianismo mediático”. El caso Lady Di en par-
ticular nos había enseñado que los medios, mucho más
numerosos que antes, en realidad están más unificados
y uniformizados que nunca. Y que algún día una suerte
de profeta electrónico lo capitalizaría (5).
Ben Laden fue el primero. A través de su agresión del
11 de septiembre, tuvo acceso a todas las pantallas del
mundo y pudo emitir su mensaje planetario. Genio del
mal o moderno Mabuse para unos, Ben Laden apareció
como un héroe ante los ojos de millones de personas,
especialmente en el mundo árabe-musulmán. Más que
como héroe en realidad, como un mesías, “el que envia-
do por Dios viene a liberar a la humanidad del mal”…
Con ese objetivo, y por paradójico que resulte, no
vacila en inventar un nuevo tipo de terrorismo (6). To-
dos hemos comprendido que en adelante nos las te-
nemos que ver con un terrorismo global. Global en su
organización, pero también en su alcance y objetivos.
Que no reivindica nada muy preciso. Ni la indepen-
dencia de un territorio, ni concesiones políticas con-
cretas, ni la instauración de un régimen en particular.
Ni siquiera reivindicó oficialmente la agresión del 11
de septiembre. Esta nueva forma del terror se mani-
fiesta como una suerte de castigo contra un “compor-
tamiento general”, sin mayores precisiones, de Esta-
dos Unidos y en general de los países de Occidente.
Tanto el presidente George W. Bush (al hablar de
“cruzada” antes de retractarse), como Ben Laden, des-
cribieron este enfrentamiento en términos de un choque
de civilizaciones, y aun de una guerra de religiones: “El
mundo está dividido en dos campos, afirmó Ben Laden,
uno bajo la bandera de la cruz, como dijo Bush, el jefe de
los infieles, y el otro bajo la bandera del islam” (7).
Supremacía absoluta
Atacado por primera vez en su territorio (8), en el
santuario de su propia metrópoli y de una manera
particularmente mortífera, Estados Unidos decidió
reaccionar trastornando la situación política inter-
nacional. En un primer momento el mundo contuvo
el aliento, temiendo una respuesta precipitada e im-
pulsiva de su parte. Sin embargo, bajo la influencia del
secretario de Estado Colin Powell, que ha resultado
ser la personalidad más lúcida de la administración
estadounidense (9), Estados Unidos logró conservar
su sangre fría. Y supo capitalizar la conmoción inter-
nacional y la solidaridad manifestada por casi todas
las cancillerías (con la notoria excepción de Irak) para
consolidar su hegemonía planetaria.
Desde diciembre de 1991 y el derrumbe de la
Unión Soviética, sabíamos que Estados Unidos era la
única superpotencia. Pero algunos recalcitrantes co-
mo Rusia, China, a su manera Francia, vacilaban en
admitirlo. Los acontecimientos del 11 de septiembre
barrieron las dudas: Moscú, Pekín, París y muchos
otros reconocieron explícitamente la supremacía
estadounidense. Muchos dirigentes, el primero de
ellos el presidente francés Jacques Chirac, se abalan-
zaron a Washington, oficialmente para expresar sus
condolencias, en realidad para aliarse incondicio-
nalmente… Todos comprendieron que el momento
no se prestaba a sutilezas. “El que no está con noso-
tros está con los terroristas”, había advertido Bush,
añadiendo que se acordaría de todos los que perma-
necieran pasivos en esa coyuntura…
Una vez confirmada esta alianza universal, que in-
cluyó a la Organización de Naciones Unidas (ONU) y a la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN),
Washington se comportó de manera soberana, es decir,
sin tener en cuenta en absoluto las recomendaciones o
deseos de los países aliados. La coalición constituida
obedece a una geometría variable. Washington siempre
elige a su socio, le fija unilateralmente la misión a cum-
plir y no le deja ningún margen de maniobra. “La parti-
cipación de Europa en esta guerra, constata un analista
estadounidense, se hace sobre bases unilaterales que
suponen la clara aceptación de una sola autoridad: el co-
mando de Estados Unidos” (10).
Y no solamente en el terreno militar. En el terre-
no de la información –la “guerra invisible”– más de
cincuenta países pusieron sus servicios a las órdenes
de la Central Intelligence Agency (CIA) y del Federal
Bureau of Investigation (FBI). En todo el mundo se
detuvo a más de 360 sospechosos, acusados de tener
vínculos con la red Al Qaeda y Ben Laden (11).
Si la supremacía de Estados Unidos era grande,
ahora es aplastante. A su lado, las otras potencias occi-
dentales: Francia, Alemania, Japón, Italia e incluso el
Reino Unido, son liliputienses. El impresionante po-
der de intimidación que ejerce Estados Unidos dio su
prueba más contundente a partir del 11 de septiembre.
Al ordenar el asesinato del jefe militar de la Alianza
del Norte afgana comandante Ahmad Masud el 9 de
septiembre, Ben Laden creyó eliminar una baza deci-
siva que podría usar Washington después de los aten-
tados. Creyó que Estados Unidos ya no podría apoyar-
se en la Alianza del Norte. Si persistía en ese intento
para derrocar al régimen talibán, su protector, se topa-
ría con Pakistán, una potencia militar temible, con 150
millones de habitantes y en poder del arma nuclear.
Ben Laden supuso que Islamabad no aceptaría nun-
ca el desmantelamiento del régimen talibán, gracias
al cual Pakistán había logrado su ambición ancestral:
controlar por fin Afganistán y reducirlo de hecho al
rango de protectorado.
Más al norte, Rusia, distanciada de Washington
debido al grave desacuerdo sobre el proyecto del es-
cudo antimisiles caro al presidente Bush, tampoco
colaboraría con los estadounidenses, ni ofrecería
ninguna facilidad entre sus aliados de Asia Central,
Uzbekistán y Tayikistán. Según este razonamiento,
acuñado en el troquel del sentido común, después
del 11 de Septiembre Estados Unidos debería resig-
narse a bombardear de muy lejos, con ayuda de misi-
les crucero. Una respuesta espectacular tal vez, pero
sin consecuencias reales…
El Estado vacío
Tal como lo demostraron los acontecimientos ulte-
riores, Ben Laden se equivocó. En menos de veinti-
cuatro horas, ante la opción de ayudar a Estados Uni-
dos o asumir los considerables riesgos en los terre-
nos estratégicos prioritarios que son Cachemira, la
rivalidad con India y la posesión de poder nuclear, el
alto comando paquistaní no vaciló. Como sabemos,
sacrificó a Afganistán…
En cuanto a Rusia, tampoco dudó un segundo. Vla-
dimir Putin fue el primero en contactar a Bush el 11 de
septiembre para manifestarle su solidaridad. Solidari-
dad que en Asia Central llegó tan lejos que conmovió
a la jerarquía del ejército. Ahora hasta es posible que
Rusia se sume a la OTAN (12)…
Esta nueva actitud de Rusia significa que a escala
planetaria ya no hay ninguna coalición militar sus-
ceptible de constituirse que esté en condiciones de
funcionar como contrapeso de Estados Unidos. Su
dominio militar es ahora absoluto. En este sentido,
el “castigo” que inflige a Afganistán desde el 7 de oc-
tubre bombardeándolo día y noche representa una
advertencia aterradora a todos los países del mun-
do. Quien esté contra Estados Unidos se encontra-
rá solo frente a él, sin ningún aliado, y se expondrá a
ser bombardeado hasta ser remitido a la edad de pie-
dra… La lista de los próximos eventuales objetivos se
anuncia públicamente en las columnas de los diarios
de Estados Unidos: Irak, Irán, Siria, Yemen, Sudán,
Corea del Norte…
Otra lección posterior al 11 de Septiembre es que la
globalización continúa y se afirma como la principal
característica del mundo contemporáneo. Pero la cri-
sis actual puso en evidencia su vulnerabilidad. Es la ra-
zón por la cual Estados Unidos sostiene que es urgente
instaurar lo que cabe denominar el aparato de seguri-
dad de la globalización. Con la alianza de Rusia, el in-
greso de China en la Organización Mundial del Comer-
cio (OMC) y el pretexto de la lucha mundial contra el
terrorismo, que permite restringir en todas partes las
libertades y el perímetro de la democracia (13), parecen
haberse reunido las condiciones para que ese disposi-
tivo global de seguridad se instale rápidamente, y sea
confiado sin duda a la nueva OTAN (14).
Pero también se hacen escuchar voces que res-
ponsabilizan en parte a la globalización liberal de los
|5
acontecimientos del 11 de Septiembre. Porque agravó
las injusticias, las desigualdades y la pobreza a escala
planetaria (15). Y fortaleció en consecuencia la deses-
peración y el rencor de millones de personas dispues-
tas a rebelarse y, en el caso del mundo árabe-musul-
mán, a aliarse a los grupos radicales islámicos, entre
ellos Al Qaeda, que recurren a la violencia extrema.
Al debilitar a los Estados, al devaluar la política y
desmantelar las reglamentaciones, la globalización
favoreció el surgimiento de organizaciones de estruc-
tura flexible, no jerárquica, no vertical, reticular. Tan-
to las firmas globales como las ONG capitalizaron esta
nueva situación y se multiplicaron. Pero en las mismas
condiciones también proliferaron organizaciones pa-
rasitarias, capitalizando de manera caótica los espa-
cios así abiertos: mafias, redes delictuosas, criminales
de todo tipo, sectas, grupos terroristas (16).
En este sentido, Al Qae-
da es una organización
Tanto Bush, perfectamente adaptada a
la era de la globalización,
como Ben Laden, con sus ramificaciones
multinacionales, sus re-
describieron este des financieras, sus cone-
xiones mediáticas y de co-
enfrentamiento municación, sus filones de
en términos de abastecimiento, sus polos
humanitarios, sus emiso-
un choque de ras propagandísticas, sus
filiales y subfiliales…
civilizaciones. En el curso de la his-
toria, el mundo conoció
ciudades-Estado (Atenas, Venecia), regiones-Esta-
do (en la época feudal), Estados-nación (en los siglos
XIX y XX), pero con la globalización vemos surgir la
red-Estado, incluso el individuo-Estado, cuyo primer
ejemplo evidente es Ben Laden. Aun cuando por el
momento todavía necesita como el cangrejo ermita-
ño la caracola vacía, un Estado vacío (ayer Somalia,
hoy Afganistán) para ocuparlo y ponerlo al servicio
de sus ambiciones.
La globalización favorece eso, así como mañana alen-
tará la aparición de empresas-Estado que a la manera de
Ben Laden ocuparán un Estado hueco, vacío, desestruc-
turado, presa de un desorden endémico, para utilizarlo a
su antojo. También en este sentido Ben Laden habrá sido
en cierta medida un precursor terrorífico. g
1. François Heisbourg, Hyperterrorisme: la nouvelle
guerre, Odile Jacob, París, 2001. Véase también Pascal
Boniface, Les guerres de demain, Seuil, París, 2001.
2. ¿Cómo no preguntarse, después del 11-9, si es razonable persistir en la
construcción del futuro super Airbus gigante, aberración ecológica que
en manos de un piloto enloquecido se convertiría en arma demencial?
3. En esta oportunidad se supo que ni las centrales nucleares ni
los embalses están construidos a prueba de aviones-bomba…
4. Washington comprendió enseguida la importancia del desafío
y trató de responder –equivocadamente en nuestra opinión–
con la prohibición de exhibir los cuerpos de las víctimas, para
no dar a los autores del atentado el placer de contemplar el
aspecto más trágico de la vulnerabilidad estadounidense.
5. Ignacio Ramonet, La tiranía de la comunicación, Debate, Madrid, 1999.
6. Jean Baudrillard, “L’esprit du terrorisme”, Le Monde, París, 3-11-01.
7. Le Monde, 3-11-01.
8. Pearl Harbor, el 7-12-1941, se situaba en Hawai, la
que todavía era una colonia de Estados Unidos.
9. Paul Marie de la Gorce, “La guerra de Washington”, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, noviembre de 2001.
10. International Herald Tribune, París, 21-11-01.
11. International Herald Tribune, 24-11-01.
12. Ibidem.
13. “El Estado de Derecho se detuvo un momento después del 11
de Septiembre en Estados Unidos y Europa”, declaró Freinmut
Duve en Le Monde, 7-11-01. Véase también Patti Waldmeir y Brian
Groom, “In liberty’s name”, Financial Times, Londres, 21-11-01.
14. International Herald Tribune, 21-11-01.
15. Véase la entrevista a Kofi Anan, Le Figaro, París, 5-11-
01. También Financial Times, Londres, 21-11-01, El País,
Madrid, 19-11-01, y la entrevista a Joseph Stiglitz, nuevo
Premio Nobel de Economía, Le Monde, 6-11-01.
16. Geopolítica del caos, Le Monde diplomatique Edición
Española, Temas de Debate, Madrid, 1999.
*Ex director de Le Monde diplomatique. Este artículo fue publicado
en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, diciembre de 2001.
Traducción: Marta Vassallo
 6|
Tras el 11 S, una mayoría de analistas reflotó la teoría del
“choque de civilizaciones” de Samuel P. Huntington. Pero los
atentados no fueron resultado de un choque de culturas, sino
consecuencia de las políticas “occidentales” del siglo XX.
Ideología para decisores
¿Choque de
civilizaciones?
L
por Tariq Ali*
a caja de Pandora del Imperio perma-
nece abierta, liberando monstruos que
se esparcen por un mundo que Estados
Unidos aún no controla por completo.
Desde el 11 de Septiembre, uno de ellos
salta de un estudio de televisión a otro
para denunciar la amenaza que representan esos bárba-
ros para nuestra civilización capitalista mundial.
En 1993, Samuel P. Huntington, otrora experto en
contrainsurrección de la administración Lyndon B. Jo-
hnson en Vietnam, y director del Instituto de Estudios
Estratégicos de Harvard, publicó El choque de civilizacio-
nes, concebido como un panfleto contra un teórico rival
del Departamento de Estado: Francis Fukuyama, defen-
sor de la tesis del “fin de la historia”. Para Huntington, la
derrota de la Unión Soviética había puesto fin a las que-
rellas ideológicas, pero no a la Historia. La cultura –no la
política o la economía– dominaría el mundo.
Enumeró ocho culturas: occidental, confucianista, ja-
ponesa, islámica, hindú, eslava ortodoxa, latinoamerica-
na y –tal vez– africana (¡no estaba seguro de que África
fuese verdaderamente civilizada!). Cada una encarnaba
un sistema de valores simbolizado a su vez por una reli-
gión, “sin duda la fuerza central que motiva y moviliza a
los pueblos”. La principal línea de fractura pasaba entre
“Occidente y el resto”, pues sólo el Oeste valoriza “el indi-
vidualismo, el liberalismo, la Constitución, los derechos
humanos, la igualdad, la libertad, el reino de la ley, la de-
mocracia, los mercados libres”. Por ello, el Oeste (o sea,
EE.UU.) debe prepararse militarmente para enfrentar a
Dossier
La era de la
guerra perpetua
Las civilizaciones según
Samuel Huntington
las civilizaciones rivales, sobre todo las dos más peligro-
sas: el islam y el confucianismo, que de unirse, amenaza-
rían el corazón de la civilización. Concluía: “El mundo
no es uno. Las civilizaciones unen y dividen a la humani-
dad… La sangre y la fe, he aquí aquello con lo que la gente
se identifica, aquello por lo que luchan y mueren”. Osa-
ma Ben Laden firmaría sin problemas esta declaración.
Resentimiento desbordante
Simplista, pero “políticamente correcto”, este análisis
ofrecía a los decisores e ideólogos de Washington y del
mundo una cobertura útil. Si el islam aparecía como la
principal amenaza, es porque Irán, Irak y Arabia Saudita
producen la mayoría del petróleo mundial. La Repúbli-
ca Islámica llevaba entonces catorce años combatiendo
el “Gran Satán”; la guerra del Golfo y sus consecuencias
acusaban un golpe a la potencia iraquí, mientras que Ara-
bia Saudita permanecía como un remanso seguro, con su
monarquía defendida por tropas estadounidenses. [...]
Estas tesis exigen dos respuestas fundamentales. La
primera es que el islam jamás fue monolítico. Las dife-
rencias entre musulmanes senegaleses, chinos, indone-
sios, árabes y de Asia Meridional son aun más grandes
que las que los distinguen de los no-musulmanes de la
misma nacionalidad. En el último siglo, el mundo mu-
sulmán conoció guerras y revoluciones, como todas las
sociedades. El conflicto entre EE.UU. y la URSS afectó a
cada “civilización”. Los partidos comunistas se benefi-
ciaron de un apoyo masivo tanto en la Alemania luterana
como en la China confucionista y en la Indonesia musul-
Edición especial | septiembre 2021
mana. En los años 1920-1930, el llamado cosmopolita del
marxismo y el desafío populista de Mussolini y de Hitler
dividieron tanto a los intelectuales árabes como a los eu-
ropeos. Percibido como una ideología del Imperio Britá-
nico, el liberalismo gozaba entonces de una popularidad
menor. En la actualidad, los fundamentalistas pueden
ser considerados como la versión musulmana del Fren-
te Nacional francés o de los neofascistas italianos. [...]
Segunda observación: tras la Segunda Guerra Mun-
dial, Estados Unidos apoyó los elementos más reaccio-
narios, como una muralla contra el comunismo o el na-
cionalismo progresista. A menudo, reclutaba sus alia-
dos entre los fundamentalistas religiosos: los Hermanos
Musulmanes contra Nasser en Egipto; el Sarekat-i-islam
contra Sukarno en Indonesia; el Jamaat-i-islam contra
Bhutto en Pakistán; y, en Afganistán, Ben Laden y otros
contra el comunista laico Mohamed Najibullah, al que
fueron a sacar de su refugio (las oficinas de la ONU en
Kabul) antes de matarlo y de colgar su cadáver desnudo
en Kabul, en 1996, con el pene y los testículos en la boca.
Ni un solo dirigente occidental manifestó su desacuerdo.
Únicas excepciones: Bagdad y Teherán. En 1960,
Irak no ofrecía un terreno fértil para la creación de
un grupo político confesional. El Partido Comunista
representaba la fuerza más popular, pero estaba fuera de
cuestión permitirle ganar. Washington apoyó entonces
el ala mafiosa del Partido Baas, incitándola a diezmar a
los comunistas y a los sindicatos de obreros del petró-
leo. Saddam Hussein se encargó de ello y obtuvo armas
y acuerdos comerciales en recompensa, hasta su fatal
error de interpretación en agosto de 1990. En Irán, Occi-
dente apoyó al Sha, quien se comportó como un déspota,
pisoteó los derechos de su pueblo y aniquiló, por medio
de la tortura y el exilio, al partido Tudeh (comunista). Los
religiosos explotaron el vacío político y dirigieron la su-
blevación popular que derrocó a la monarquía.
En Medio Oriente, Occidente fundó su estrategia so-
bre dos pilares. Arabia Saudita cambió por completo con
el descubrimiento del petróleo y la creación, en 1930, del
gigante petrolero Aramco, que necesitaba de un Estado
local para defender sus intereses. En aquella época, la tri-
bu de los Al Saud venía de triunfar en la feroz guerra ci-
vil que oponía a las tribus que poblaban el Hedjaz. Así se
impuso una tendencia particularmente virulenta y ultra-
puritana del islam: el wahabismo, que predicaba las vir-
tudes de una yihad contra los modernizadores islamistas
y los infieles. El wahabismo, religión de Estado en Arabia
Saudita, se exportó a golpes de petrodólares, financiando
el fundamentalismo en todo el mundo musulmán, inclu-
so en las escuelas religiosas de Pakistán.
Segundo pilar: Israel, el relevo regional más fiel de
EE.UU. En otros tiempos, musulmanes y judíos mante-
nían relaciones relativamente armoniosas en la región.
En la España musulmana, los judíos hasta eran protegi-
dos por los dirigentes musulmanes. Lo mismo hizo Sala-
dino en el Medio Oriente árabe, al retomar la ciudad de
Jerusalén de manos de los Cruzados y regresar a judíos y
musulmanes a la ciudad. Tras la victoria de la reconquis-
ta católica en España, los judíos recibieron asilo en el se-
no del Imperio Otomano. La Nabka (catástrofe) de 1948
marcó la primera ruptura verdadera entre judíos y ára-
bes. Llenos de culpabilidad reprimida respecto de los pa-
lestinos desplazados, los dirigentes israelíes se tornaron
más belicosos y más arrogantes: cumplieron su rol, tanto
en 1956 (Guerra de Suez), como en 1967 (Guerra de los
Seis Días), en 1982 (Guerra del Líbano) y en la actualidad.
Por miedo a desestabilizar su principal brazo mili-
tar en la región, Occidente se reveló totalmente incapaz
de garantizar la creación de un Estado Palestino viable
e independiente. Este fracaso mantiene el descontento
del mundo árabe-musulmán, sobre todo en Egipto y en
Arabia Saudita, de donde provienen algunos de los te-
rroristas responsables de la tragedia del 11 de Septiem-
bre. La causa profunda de la crisis actual se encuentra
en la doble vara que inspira la estrategia política y eco-
nómica de Occidente. Una nueva guerra sólo provocará
un resentimiento que desbordará los ríos. g
*Escritor paquistaní-británico. Autor, entre otros libros, de El choque de
los fundamentalismos, Alianza, Madrid, 2005. Este artículo fue publi-
cado en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, octubre de 2001.
Traducción: Pablo Stancanelli
1953-2003: medio siglo de guerras e intervenciones extranjeras en el mundo árabe
Mer
Gol­ pe de Es­ ta­do en Irán (1953). Mo­ham­mad Sep­tiem­bre ne­gro (1970). El 7 deNoir sep­tiem­ Irán-Irak (1980-1988). Tchétchénie
En sep­tiem­bre de Gue­rra del Gol­ fo (1990-1991). El 2 de ¿Qué es­ta­tus pa­ra los kur­dos?. La au­to­no­mía pre­
Grozn OUZBÉKISTAN
Mos­sa­degh, pri­mer mi­nis­tro de Irán des­de el 28 de GRÈCE
bre de 1970 una or­ga­ni­za­ción pa­les­ti­na des­ 1980 el pre­si­den­te Sad­dam Hus­sein lan­za agos­to de 1990 Irak in­va­de Ku­wait. El 16 vis­ta pa­ra los kur­dos por el Tra­ta­do de Sèv­res (1920)
abril de 1951, na­cio­na­li­za el pe­tró­leo. “El pe­tró­leo vía y ha­ce es­ta­llarIstanb
tres avio­nes en el ae­ro­ sus tro­pas al asal­ RUSSIE en jo­mei­nis­ta
to del ré­gi­mDaghestan de ene­ro de 1991, for­ta­le­ci­do por el apo­yo zo­zo­bró en el de Lau­ sa­
na (1923). A pe­ sar de las
es nues­tra san­gre, el pe­tró­leo es nues­tra li­ber­tad”, puer­to jor­da­no de Zar­ka. Es la pro­vSamsu o­ca­ción de­ Te­he­rán. GÉORGIE
Irán re­sis­ te pe­se a que Bag­dad
Tbiliss de la ONU, Es­ta­dos Uni­dos en­tra en gue­rra re­be­lio­nes a lo lar­go del si­glo XX, es­pe­cial­men­te en
que es­pe­ra el rey sein pa­ra aplas­tar la uti­
li­ Batou
za ar­mas quí­ mi­cas. Ocho años yMer un
can­tan los ma­ni­fes­tan­tes. En agos­to de 1953 un BursHus­ con­tra Bag­dad, con vein­ti­séis alia­dos. Las 1970 con­tra Bag­dad, es­te an­ti­guo pue­blo si­gue di­vi­
re­sis­ten­cia: del 16 al 27 los com­ba­tes de­jan mi­l lón de muer­ t os des­pués, la gue­ Caspienne
rra se
gol­pe de Es­ta­do or­ga­ni­za­do por la CIA en co­la­bo­ Trabzo ope­ra­cio­nes, pri­me­ro aé­reas y lue­go di­do en­tre Irán, Tur­quía, Irak y Si­ria, que se opo­nen
ra­ción con Lon­dres po­ne fin al go­bier­no de Mos­sa­ de­ce­nas de mi­les de Eskisehi
víc­ti­mas.Ankar
Crea­da pa­ra de­jan­doARMÉNI AZERBAÏDJAN
paí­ses ex­haus­tos.
de­tie­ne Erzuru a am­bosHaut-Karabak te­rres­tres, se de­tie­nen a fi­nes de mar­zo. a to­da for­ma de Es­ta­do kur­do. An­ka­ra es­pe­cial­men­te
degh. El Sha apro­ ve­
cha pa­ra afir­mar su po­ der ­bre Ne­gro
ven­gar­las, la or­ga­ni­za­ción Sep­tiemTURQUIE De­ce­nas de paí­ Ereva
ses apor­ta­rán su apo­yBako o a Pe­ro las tro­pas es­ta­dou­ni­den­ses de­jan que te­me que una nue­va gue­rra es­ta­dou­ni­den­se con­tra
dic­ta­to­rial, y Es­ta­dos Uni­dos pa­ra reem­pla­zar a or­ga­ni­za­rá múl­ti­ples acciones te­rro­ris­tas. una u otra par­te. Es­ta­dos Uni­dos y Fran­cia el ré­gi­men aplas­te los le­van­ta­mien­tos kur­ duz­ca una ava­lan­cha de re­fu­gia­dos y re­lan­ce
Irak pro­DOUCHANBE
Gran Bre­ta­ña co­mo “tu­tor” del país. se des­ta­can en su apo­yo al ré­gi­men ira­quí. do y chii­ta, que la Ca­sa Blan­ca apo­ya­ba. los en­fren­ta­mien­tos en el Kur­dis­tán tur­co.

Gue­rra con­tra Nas­ser (1956). Ju­lio de 1956: el T Tabriz Asjabad Mary

Ceyha Go­lán, 36 años de ocu­pa­ción. Cas­ti­llo de agua de

igr
co­ro­nel Ga­mal Ab­del Nas­ser anun­cia la na­cio­na­li­ Kurdistán turco

is
Lago TURKMENISTÁN Me­dio Orien­te, la me­se­ta si­ria del Go­lán fue ocu­pa­da
za­ción de la em­ pre­
sa del Ca­ nal de Suez. Tres Mosul de Urmia por Is­rael en 1967, y ane­xa­da en 1981. En 2000, el
me­ses des­pués, el ejér­ci­to is­rae­lí en­tra en el Si­naí, CHIPRE Erbil Masshad vi­ra­je del pri­mer mi­nis­tro is­rae­lí Ehud Ba­rak hi­zo
mien­tras los sol­da­dos bri­tá­ni­cos y fran­ce­ses Nicosia
Líbano - 1958 fra­ca­sar la ne­go­cia­ción ini­cia­da so­bre la ba­se de la
de­sem­bar­can al­re­de­dor del Ca­nal. Pe­ro to­dos los SIRIA IRAK Kirkuk Teherán
Mar a de Itz­hak Ra­bin de una re­ti­ra­da to­tal de
pro­me­sKABOU
agre­so­res tie­nen que re­ti­rar­se ba­jo la pre­sión... LÍBANO Guerra Golpe de Herat Is­rael a cam­bio de una paz to­tal.
es­ta­dou­ni­den­se: es el fi­nal del do­mi­nio bri­tá­ni­co Mediterráneo Beirut contra Qom Estado
Damasco 1953
en Me­dio Orien­te. Conflictos Irak
ISRAEL Guerras Irak - 1958 y Bagdad Úl­ti­mo con­ten­cio­so en el Sur del Lí­ba­no. En ma­yo
Cuan­do los ma­ri­nes de­sem­bar­ca­ron en Bei­rut
árabe-israelíes civiles 1991-2003 AFGANISTÁN de 2000 ba­jo la pre­sión de la re­sis­ten­cia ar­ma­da de
Tel-Aviv Isfahán
(1958). Quin­ce me­ses des­pués de Suez, Nas­ser une Amán Hez­bo­llah, Is­rael re­ti­ró uni­la­te­ral­men­te sus fuer­zas de
Puerto Saíd Jerusalén la zo­na de­no­mi­na­da “de se­gu­ri­dad”, que ocu­pa­ba des­
Egip­to y Si­ria en el se­no de la Re­pú­bli­ca Ára­be Uni­ PALESTINA Guerra Yazd
da, gal­va­ni­zan­do así el mo­vi­mien­to na­cio­nal. En el El Cairo JORDANIA
Éu de su pri­me­ra in­ter­ven­ción en el País del Ce­dro en
Guerra del Golfo frat Nasiriy
es Irán-Irak 1978. Su alia­do, el ejér­ci­to del Lí­ba­no Sur fue aplas­ta­
Lí­ba­no, la opo­si­ción re­cha­za la ree­lec­ción an­ti­cons­ Suez Ma’an 1990-1991 IRÁN Quett
ti­tu­cio­nal del pre­si­den­te Ca­mi­lle Cha­moun. El 15 de Eilat Septiembre Basora Abadán do. Pe­ro Is­rael no res­ti­tu­yó el sec­tor de “gran­jas de
Kerman Cha­baa” que rei­vin­di­ca el Lí­ba­no.
ju­ lio de 1958, al día si­ guien­ te de la caí­
da de la Akab
Akaba negro
mo­nar­quía pro oc­ci­den­tal de Irak, los ma­ri­nes Suez - 1956 Fronteras marítimas
noviembre de 1994 KUWAIT PAKISTÁN
de­sem­bar­can en Bei­rut, don­de so­fo­can la gue­rra Ciudad de en el norte del Golfo Gue­rras ci­vi­les en Su­dán. El nor­ te de Su­ dán es
us

ci­vil. Los bri­tá­ni­cos se des­plie­gan en Am­man. Jordania - 1958 Kuwait ma­yo­ri­ta­ria­men­te ára­be y mu­sul­mán. El sur, ne­gro y
nd

Nil
ani­mis­ta, con una mi­no­ría cris­tia­na. Des­de 1955 se

o
Golfo Arábigo- Estrecho
El Lí­ba­no des­ga­rra­do (1975-1989). Mo­der­ni­za­ Pérsico de Ormuz de­sa­tó una gue­rra ci­vil que con­clu­yó en 1972 con un
ción del país, in­cre­men­to de las de­si­gual­da­des so­cia­ BAHREIN Islas de Tumbs y acuer­do. Pe­ro co­mo Jar­tum vio­ló sus com­pro­mi­sos, la
EGIPTO ARABIA Manama gue­rra se rea­nu­dó en 1983. Des­de fi­nes de 2002 hay
les, cre­ci­mien­to de­mo­grá­fi­co mu­sul­mán, es­pe­cial­ SAUDITA de Abú Musá
men­te chii­ta, pre­sen­cia ma­si­va pa­les­ti­na, etc. El sis­ marzo de 2001 ne­go­cia­ cio­nes en cur­so en­tre Jar­tum y el Ejér­ci­to de
Karach
Medina QATAR
te­ma li­ba­nés no po­día so­bre­vi­vir sin re­for­mar­se. Al (Islas Hawar) Doha Dubai Acuerdos de octubre de Li­be­ra­ción del Pue­blo de Su­dán (APLS). Pe­ro cho­can a
no ha­ber­lo com­pren­di­do así, las eli­tes cris­tia­nas Asuán Yanbu Abu Dhabi 1992 y de mayo de 1999 pro­pó­si­to de la dis­tri­bu­ción del po­der y las ri­que­zas
su­mie­ron al Lí­ba­no en una gue­rra ci­vil car­ga­da de Ras-Banas Riad marzo de pe­tro­le­ras y el ca­rác­ter is­lá­mi­co del ré­gi­men.
con­se­cuen­cias. Con­tan­do, co­mo en 1958, con el Hala’ib 2001 EMIRATOS Mascate
ex­tran­je­ro pa­ra im­po­ner­se, los fa­lan­gis­tas no du­da­ ÁRABES Pa­les­ti­na en el co­ra­zón de los con­flic­tos.
ron en 1976 en lla­mar al ejér­ci­to si­rio... que vein­ti­ UNIDOS Líbano
séis años des­pués si­gue ocu­pan­do el país. Los acuer­
Acuerdo de 1974
(estatuto provisorio) El 29 de no­ viem­bre de 1947 la Asam­ blea Ge­
ne­
ral de Siria
dos de Taef de 1989 po­nen fin ofi­cial­men­te a los Djedda La Meca Na­cio­nes Uni­das de­ci­día di­vi­dir Pa­les­ti­na en dos Es­ta­dos,
com­ba­tes y di­bu­jan un nue­vo equi­li­brio con­fe­sio­nal. uno ju­dío y otro ára­be. El abor­to de ese plan hun­dió a ALTOS
SUDÁN Acuerdo de DEL
OMÁN Me­dio Orien­te en la gue­rra. GOLÁN
Puerto Sudán marzo de 1990
Cincuenta años de guerras Campos de petróleo y de gas
(estatuto provisorio) La in­ter­ven­ción de los Es­ta­dos ára­bes en 1948 cul­mi­nó
Conflictos antiguos Mar

Nilo
Zonas de exclusión con la ex­pul­sión de 800.000 pa­les­ti­nos. Des­pués del
Intervenciones extranjeras aérea en Irak impuestas Rojo fra­ca­so de 1956, Is­rael lo­gró en 1967 ocu­par el res­to
por Estados Unidos y el Abha junio de 2000 de Pa­les­ti­na: Cis­jor­da­nia y la Fran­ja de Ga­za, ade­más
Intervenciones multinacionales Reino Unido octubre de 1992 del Si­naí egip­cio y el Go­lán si­rio. En 1973 los éxi­tos
Jizán Salala
Guerras actuales Dhofar ini­cia­les de Egip­to y Si­ria des­blo­quea­ron el ato­lla­de­ Palestina
ERITREA Isla Camarán 1973-1975 ro di­plo­má­ti­co. Pe­ro los acuer­dos de Camp Da­vid (Cisjordania)
Conflictos mayores activos Asmara
YEMEN (1978) no per­mi­tie­ron avan­zar en el le­ga­jo pa­les­ti­
Frontera entre Saná no. En 1982 Is­ rael in­ va­dió el Lí­ba­no sin lo­grar
Conflictos congelados y problemas en suspenso Jordania
Al Hudayda aplas­tar la re­sis­ten­cia pa­les­ti­na.
Controversias territoriales y conflictos fronterizos Etiopía y Eritrea Islas Océano
Hanish Isla Guerras civiles Índico Israel
En curso de negociación Con la Or­ga­ni­za­ción por la Li­be­ra­ción de Pa­les­
Perim Socotra
Conflictos recientemente resueltos (fecha de resolución) Frontera entre Adén (Yemen) ti­na (OLP) pri­va­da de re­ta­guar­dia, los pa­les­ti­
Yibuti y Eritrea nos del in­te­rior re­lan­za­rían el com­ba­te por la
0 100 200 300 400 500 km au­to­de­ter­mi­na­ción. De­bi­do a su ca­rác­ter
YIBUTI
Gue­rras ci­vi­les en Ye­men (1962-1970). El ejér­ci­to ETIOPÍA ma­si­vo y no ar­ma­do, la pri­me­ra In­ti­fa­da, Palestina
des­ti­tu­ye en sep­tiem­bre de 1962 al ré­gi­men re­tró­gra­do Gue­rra ci­vil en Ye­men (1994). De­ci­di­da en 1989, la uni­ de fi­ nes de 1987 a 1991, con­ tri­
bu­yó (Franja
del imán y pro­cla­ma la Re­pú­bli­ca. Si­gue una pro­lon­ga­da Gue­rri­lla en Dho­far (1963-1975). En 1963 es­ta­lla Mar
dad en­ tre los dos Ye­ men, tra­ di­ cio­na­
lis­
ta el del Nor­ te y am­plia­men­te a crear las con­di­cio­nes de Gaza) Muerto
gue­rra ci­vil, ali­men­ta­da por la in­ter­ven­ción ma­si­va del una re­be­lión de fuer­te con­no­ta­ción mar­xis­ta-le­ni­nis­
ta en Dho­far, pro­vin­cia del oes­te de Omán. Se ex­tien­ so­cia­lis­ta el del Sur, sus­ci­ta múl­ti­ples ten­sio­nes. El Par­ti­do de los acuer­dos de Os­lo de 1993. A
ejér­ci­to egip­cio al la­do de los re­pu­bli­ca­nos y por la ayu­ So­cia­lis­ta (PSY) que di­ri­ge el Sur se sien­te gra­dual­men­te la se­gun­da In­ti­fa­da el go­bier­no
da ac­ti­va de Ara­bia Sau­di­ta a los mo­nár­qui­cos. Con­clu­ de rá­pi­da­men­te, a fa­vor del ca­rác­ter pro­fun­da­men­te Zonas A y B Colonias israelíes
re­tró­gra­do del so­be­ra­no. Es­te úl­ti­mo se­rá de­rro­ca­do
Lorem ipsum
mar­gi­na­do, tan­to más cuan­to que mu­chos de sus cua­dros is­rae­lí res­pon­dió vol­vien­do a Cordones de seguridad establecidos por las fuerzas
ye en 1970 me­dian­te un acuer­do en­tre El Cai­ro y Riad. son ase­si­na­dos. Se ge­ne­ra una di­si­den­cia que cul­mi­na en ocu­par el con­jun­to de los te­rri­
Des­de en­ton­ces y has­ta 1990 el país se ca­rac­te­ri­za­rá por su hi­jo Qa­bous en 1970, con la ayu­da de los bri­ israelíes alrededor de los principales centros urbanos
tá­ni­
cos que se­ gui­rán pe­ san­do en la vi­ da del país, una in­ter­ven­ción del ejér­ci­to del Nor­te pa­ra la re­con­quis­ta to­rios au­tó­no­mos y li­qui­dan­ palestinos
por una gran ines­ta­bi­li­dad, una gue­rra ci­vil li­bra­da por del Sur, que pa­ra­dó­ji­ca­men­te re­ci­bi­rá el apo­yo de Ara­bia
pe­se a su in­de­pen­den­cia en 1970. Se pre­ci­sa­rá una do ca­si to­dos los lo­gros de Muro de seguridad israelí construido o en
la opo­si­ción de iz­quier­da con el apo­yo de Adén, y una Sau­di­ta. La gue­rra se pro­lon­ga en­tre abril y ju­lio de 1994. Egipto
in­ter­ven­ción de los sol­da­dos bri­tá­ni­cos y de un con­ las ne­go­cia­cio­nes de paz. proyecto
bre­ve gue­rra con Ye­men del Sur en 1979. Ter­mi­na con el exi­lio de par­te de la di­rec­ción del PSY.
tin­gen­te ira­ní pa­ra aplas­tar la in­su­rrec­ción en 1975.
|7

PHILIPPE REKACEWICZ
Fuentes: Alain Gresh y Dominique Vidal, 100 claves para comprender Oriente Próximo, Paidós, 2004; Ramin Seddiq, “Border Disputes on the Arabian Peninsula”, Policywatch, Nº 525, The Washington Institute for Near East Policy, Washington, DC, marzo de 2001.
 8| Edición especial | septiembre 2021
Dossier
La era de la
guerra perpetua

En este artículo Noam Chomsky desarrollaba poderosos argumentos para demostrar

la tesis que sostuvo a lo largo de los años, mucho antes de la invasión estadounidense
a Irak: que Estados Unidos, su país, actúa como un Estado terrorista en el exterior y
además protege a numerosos terroristas, siempre que sirvan a sus intereses.

Frente a las hipocresías de guerra

Terrorismo contra
terroristas
por Noam Chomsky*

C
Gerhard Richter, September, 2005 (fragmento)

ontrariamente a lo que podría
suponerse, la ocupación mili-
tar de un país, aun cuando sea
obra de conquistadores brutales,
puede tener éxito. Tomemos co-
mo caso la ocupación de Euro-
pa Occidental por parte de Hitler, o la ocupación
de Europa del Este por parte de Rusia en la pos-
guerra. En ambas ocasiones, los países ocupados
estaban dirigidos por colaboradores que dispo-
nían de aparatos locales civiles y militares, y só-
lo apoyados por las tropas del conquistador. Una
valiente resistencia se desarrolló contra Hitler,
pero sin ayuda exterior hubiera sido liquidada.
En Europa del Este (como en Rusia) Estados Uni-
dos trató de apoyar a la resistencia antisoviética
hasta comienzos de la década de 1950, sin éxito.
Observemos por contraste la invasión de Irak,
que puso fin a dos regímenes monstruosos, de
uno de los cuales podemos hablar, pero no del
otro. El primero era el reino del tirano Saddam
Hussein; el segundo, el de las sanciones impues-
tas por Estados Unidos y Gran Bretaña, que ma-
taron a cientos de miles de personas, destruyeron
la sociedad, reforzaron el poder del dictador y
obligaron a la población a apoyarse en él para po-
der sobrevivir (gracias al racionamiento). De esa
manera se impidió que Saddam Hussein corriera
el mismo destino de otros dictadores sostenidos
por diversos gobiernos estadounidenses, funda-
mentalmente por los miembros y amigos de la ac-
tual administración –Suharto, Marcos, Duvalier,
Mobutu, etc.– que fueron derrocados desde el in-
terior. Perspectiva que era plausible en Irak antes
de la guerra.
No caben dudas de que la población recibió
positivamente el fin de las sanciones y del régi-
men de Saddam Hussein, al igual que los oposi-
tores a la guerra contra Irak en todo el mundo,
a pesar de que eso fue ocultado por la actual ad-
ministración. Pero se hubiera podido suprimir
el régimen de las sanciones sin llegar a un con-
flicto; por otra parte, si esas medidas hubieran si-
do abolidas, la población iraquí hubiera logrado
deshacerse de la dictadura. La investigación del
inspector David Kay, designado por el presiden-
te Bush luego de la victoria, desmintió de mane-
ra clarísima la pretendida existencia de armas de

destrucción masiva en Irak. Pero la investigación
demostró además que en los años previos a la in-
vasión estadounidense el poder de Saddam Hus-
sein era muy frágil. Eso confirmó a posteriori las
tesis de numerosos expertos que conocían bien la
situación interna iraquí, como por ejemplo Denis
Halliday y Hans van Sponeck (1), coordinadores
de la ayuda humanitaria de la ONU. Ambos ha-
bían insistido en afirmar que si el embargo y las
sanciones impuestas por Estados Unidos y el Rei-
no Unido no hubieran afectado a la población, los
propios iraquíes hubieran derrocado a Saddam
Hussein.
Infamias
Todos sabemos que las intervenciones militares
pueden tener efectos secundarios positivos: así,
el bombardeo de Pearl Harbor por la aviación ja-
ponesa en diciembre de 1941 derivó en la expul-
sión de las potencias imperiales occidentales de
Asia, salvando así millones de vidas que se hubie-
ran perdido en guerras de liberación. ¿Pero eso
justifica acaso el fascismo japonés y sus críme-
nes? Por supuesto que no. Estoy convencido de
que la agresión japonesa contra Estados Unidos
fue un crimen de guerra, el “crimen capital” se-
gún el tribunal de Nuremberg.
Arthur Schlessinger, el más respetado de los
historiadores estadounidenses, recordó de ma-
nera oportuna ese precedente de Pearl Harbor
cuando comenzó el bombardeo de Irak. El pre-
sidente Franklin D. Roosevelt –escribió Schles-
singer– tenía razón al decir que el ataque japonés
marcaría una fecha en la historia de la infamia.
Y añadió que ahora los estadounidenses deberán
vivir sabiendo que el ataque contra Bagdad fue
una infamia comparable a la de la política impe-
rial japonesa.
Con la desaparición de los dos regímenes, el
de las sanciones y el de Saddam Hussein, Estados
Unidos disponía de inmensos recursos para re-
construir Irak. La población se sentía aliviada y la
resistencia no tenía prácticamente ningún apoyo
exterior. Pero ésta comenzó a desarrollarse des-
de el interior, fundamentalmente como respues-
ta a la violencia y a la brutalidad de los invasores.
Verdaderamente, se requería mucho talento para
lograr semejante fracaso…
Ocurre que la invasión desató un círculo de
violencia que, a su vez, generó mayor violencia,
como prueban los terribles combates de Fallujah,
cuyas primeras víctimas son los civiles iraquíes.
Las vinculaciones entre el pasado régimen ira-
quí y la red terrorista Al Qaeda jamás existieron;
en cambio, es evidente que luego de la ocupación
Irak se convirtió en un “santuario de terroristas”.
Esto fue particularmente puesto en evidencia
por Jessica Stern, especialista en terrorismo de la
Universidad de Harvard, en un estudio publicado
por The New York Times (2) luego de la destruc-
ción de la sede de la Organización de las Naciones
Unidas (ONU) en Bagdad.
La guerra contra Irak tuvo lugar a pesar de la
oposición de la opinión pública internacional,
que temía que esa agresión llevara a una disemi-
nación del terrorismo. La administración Bush
consideró ese riesgo como despreciable, com-
parado con la perspectiva de tomar el control de
Irak y de sus riquezas, de lanzar la primera “gue-
rra preventiva” y de reforzar su dominio sobre la
escena interior estadounidense.
Por otra parte, la “guerra contra el terrorismo”
resultó un fracaso: cada vez hay más atentados
mortíferos en todo el mundo. Para desgracia de
sus habitantes, el número de ciudades víctimas
de actos terroristas luego del 11 de septiembre de
2001 no deja de crecer, especialmente desde que
se desató la guerra contra Irak. Actualmente, esa
nómina incluye a Bagdad, Casablanca, Estambul,
Yakarta, Jerusalén, Haifa, Ashdod, Mombasa,
Moscú, Riad y Madrid. A este ritmo, es posible
que tarde o temprano terrorismo y armas de des-
trucción masiva acaben juntándose en el seno de
una misma organización violenta, cuyos ataques
podrían ser verdaderamente aterradores.
El concepto de “guerra preventiva” que de-
fiende Bush reveló su verdadera esencia: se tra-
ta de un simple eufemismo para poder agredir li-
bremente a quien se desee. Fue el carácter arbi-
trario, peligroso y regresivo de esa doctrina, y no
sólo su aplicación en Irak, lo que generó en febre-
ro de 2003 las grandes manifestaciones contra la
invasión. Ese rechazo no cesó de aumentar con
el tiempo, fundamentalmente porque Washing-
ton no pudo probar que Saddam Hussein poseía
armas de destrucción masiva, acusación que en
realidad fue una gran mentira de Estado.
Ya en abril de 2003 las encuestas revelaban
que los ciudadanos estadounidenses querían que
la ONU ejerciese la principal responsabilidad en
la reconstrucción política y económica de Irak
en la posguerra. El fracaso de la ocupación resul-
ta sorprendente, dado el poderío militar y los re-
cursos con que cuenta Estados Unidos. Es a raíz
de ese fracaso que la administración Bush tuvo
que dar marcha atrás y resignarse a pedir ayuda a
Naciones Unidas, que quiere saber si Irak puede
ser otra cosa que un Estado subordinado a Wash-
ington. Actualmente Estados Unidos construye
en Bagdad su nueva misión diplomática, que será
la más grande del mundo, con más de 3.000 fun-
cionarios, lo que significa que la transferencia de
soberanía prevista para el 30 de junio de 2004
será muy limitada.
“Combatientes de la libertad”
Esa idea se ve reforzada por el reclamo estadou-
nidense para mantener en Irak importantes ba-
ses militares y una considerable presencia de sus
Fuerzas Armadas. Esa voluntad de poner a Irak
en una situación de vasallaje se confirma con las
órdenes dadas por Paul Bremer, el procónsul de
Washington, para que la economía local siga es-
tando abierta y controlada por los extranjeros.
La pérdida de control de la economía reduce ra-
dicalmente la soberanía política al igual que las
perspectivas de un desarrollo sano. Esa es una de
las más diáfanas lecciones que nos dejó la histo-
ria: ningún país colonizado pudo desarrollarse
mientras su política económica estuvo dominada
por la potencia ocupante.
En diciembre de 2003 una encuesta de PIPA/
Knowledge Networks mostró que incluso la pro-
pia población estadounidense apoyaba con muy
poco entusiasmo la decisión de la administración
Bush de mantener una fuerte presencia militar
en Irak de manera permanente. Esa inquietud
popular se debe a que la gente no cree que se trate
de una causa justa. Si eso se tradujera en las ur-
nas en noviembre próximo podría darse un cam-
bio político de gran importancia, aun teniendo en
cuenta que en Estados Unidos la oferta electoral
es muy reducida y que la gente sabe que las elec-
ciones son generalmente compradas. El candida-
to demócrata John Kerry es a menudo descripto
como un “Bush de bajas calorías”. Sin embargo,
ocurre a veces que las dos facciones de lo que se
da en llamar el “partido de los patrones” tienen
políticas diferentes. Pequeñas diferencias inicia-
les entre ambos candidatos pueden tener al final
efectos gigantescos y muy distintos, según el ele-
gido sea Bush o Kerry. Y será tan cierto en no-
viembre próximo como lo fue en 2000, cuando se
enfrentaron Bush y Gore.
Bush formula su doctrina en los siguientes tér-
minos: “liberar al mundo del mal del terrorismo”.
Luego del 11 de septiembre de 2001 ya había afir-
mado que “declarar la guerra al terrorismo signi-
fica también declarar la guerra a todo Estado que
brinde refugio a los terroristas. Pues un Estado
que acoge en su territorio a terroristas es un Es-
tado terrorista, y por lo tanto debe ser tratado co-
mo tal”. En nombre de esa doctrina, Bush lanzó la
guerra de Afganistán en 2001 y la de Irak en 2003.
Y ahora amenaza a otros países, como Siria. Pero
cabe preguntarse si Bush es verdaderamente co-
|9
herente, pues hay muchos otros Estados que al-
bergan terroristas, que los protegen y que no son
ni bombardeados ni invadidos. Comenzando…
por el propio Estados Unidos.
Es sabido que desde 1959 Estados Unidos pa-
trocinó ataques terroristas contra Cuba: la inva-
sión de Bahía de los Cochinos en 1961, ametralla-
mientos aéreos contra civiles, bombas en lugares
públicos en La Habana y en otros sitios, asesina-
tos de funcionarios, destrucción en vuelo de un
avión de línea cubano en 1976 que causó más de
ochenta muertos, además de decenas de conspi-
raciones para asesinar a Fidel Castro. Uno de los
terroristas anti-castristas más notorios, acusado
de ser el cerebro del atentado contra el avión ci-
vil en 1976, es Orlando
Bosch. En 1989 Geor-
El concepto ge Bush padre anuló la
decisión del Departa-
de “guerra mento de Justicia, que
rechazaba un pedido
preventiva” es un de asilo presentado por
Bosch. Es así que hoy en
simple eufemismo día el hombre vive tran-
para poder agredir quilamente en Estados
Unidos, donde conti-
libremente a quien núa con sus actividades
anticastristas.
se desee. La lista de terroris-
tas que hallaron refu-
gio en Estados Unidos incluye también a Emma-
nuel Constant, de Haití, conocido como “Toto”,
un ex líder paramilitar de la época de Duvalier.
“Toto” es el fundador del Frente Revolucionario
para el Avance y el Progreso de Haití (FRAHP),
grupo paramilitar que –a las órdenes de la Junta
que había derrocado al presidente Aristide– ate-
rrorizó a la población entre 1990 y 1994. Según
informaciones recientes “Toto” vive en el distri-
to de Queens, en Nueva York, pero Washington
rechazó el pedido de extradición presentado por
Haití. ¿Por qué? Por que “Toto” podría revelar las
vinculaciones entre Estados Unidos y la Junta,
responsable de haber hecho asesinar –por hom-
bres del FRAHP– entre 4.000 y 5.000 haitianos…
Hay que agregar que entre los gangsters que par-
ticiparon –junto a fuerzas estadounidenses– en
el reciente golpe de Estado contra el presidente
Aristide figuran varios ex dirigentes de la organi-
zación terrorista FRAHP…
Washington nunca entrega a quienes le pres-
taron servicio, aun tratándose de terroristas. Así,
en febrero de 2003 Venezuela pidió la extradi-
ción de dos oficiales que habían participado en
el golpe de Estado del 11 de abril de 2002 contra
el presidente Hugo Chávez. Esos hombres, luego
de organizar un atentado en Caracas, habían hui-
do a Miami, donde hallaron refugio. Por supues-
to, Washington se negó a conceder la extradición.
Porque no todos los terroristas son iguales. Y los
que colaboran con los intereses de Estados Unidos
no pueden ser calificados con el oprobioso adjetivo
de “terroristas”. Son los nuevos “combatientes de la
libertad”, como los medios de comunicación califi-
caban antaño al mismo Osama Ben Laden, en la épo-
ca en que se ocupaba de aterrorizar a los soviéticos
por cuenta de Estados Unidos. g
1. Denis Halliday, “Des sanctions qui tuent”, Le
Monde diplomatique, París, enero de 1999.
2. Jessica Stern, “How America Created a Terrorist
Haven”, The New York Times, 20-8-03.
*Investigador y profesor emérito del Instituto Tecnológico de Massa-
chusetts (MIT). Fundador de la gramática generativa transformacio-
nal, Chomsky es reconocido, además de por su actividad científica,
por sus polémicas intervenciones críticas sobre la sociedad, la eco-
nomía y la política mundial. Ha recibido numerosos premios y hono-
res académicos, entre los cuales se destacan los concedidos por las
universidades de Chicago, Cambridge, Autónoma de Madrid, Autó-
noma de México, de Buenos Aires y de Pekín. Este artículo fue publi-
cado en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, mayo de 2004.
Traducción: Carlos Zito
10 |
La campaña de Afganistán, en el otoño boreal de 2001, postergó los
proyectos de un ataque militar estadounidense contra Irak. Férreos
partidarios del derrocamiento del régimen de Saddam Hussein, los
neoconservadores se dedicaron entonces a tornar ese objetivo
coherente con la intervención contra los talibanes.
La construcción del enemigo
Después de Kabul,
objetivo Bagdad
por Akram Belkaïd*
E
l 15 de septiembre de 2001,
mientras las ruinas del World
Trade Center siguen hu-
meantes, el presidente Geor-
ge W. Bush reúne un pequeño
comité en Camp David. Están presentes,
entre otros, el secretario de Defensa Do-
nald Rumsfeld, el número dos del Pen-
tágono Paul Wolfowitz, la consejera de
Seguridad Nacional Condoleezza Rice
y el general Tommy Ray Franks, quien
dirige el Comando Central de Estados
Unidos para Medio Oriente. Según las
informaciones que se filtraron con el
paso del tiempo (1), las conversaciones
primero se centran en la respuesta mili-
tar –que comandará Franks– a los aten-
tados de Nueva York y Washington. En
la mira: Al Qaeda y el emirato instaura-
do por los talibanes. Pero, enseguida,
el Presidente recuerda el objetivo so-
bre el que su administración reflexiona
desde su asunción, en enero: derrocar a
Saddam Hussein, el dictador iraquí que
reina con mano de hierro su país hace
tres décadas. Wolfowitz aboga entonces
por un ataque simultáneo contra Afga-
nistán e Irak, sin éxito. Si bien se le con-
cede la puesta en marcha de una célula
de preparación de cambio de régimen
en Bagdad, la acción militar deberá es-
perar la captura de Osama Ben Laden y
la derrota de los talibanes, que dan re-
fugio al jefe de Al Qaeda y se rehusan a
entregarlo.
Así se ponía en marcha una doble me-
cánica belicista. Por una parte, la guerra
en Afganistán, que –emoción obliga tras
los ataques en suelo estadounidense–
suscitaría un mar de solemnes declara-
ciones y que se beneficiaría de una am-
plia mediatización presentándola como
la legítima respuesta a los atentados, así
como del apoyo de una gran parte de la
“comunidad internacional” y del aval de
la Organización de las Naciones Unidas
(ONU), sin olvidar el muy amplio apo-
yo de la opinión pública occidental. Por
otra, la futura invasión de Irak, cuya
preparación sería, en sus inicios, muy
discreta. Motivada por una implacable
voluntad de provocar un cambio de po-
der en Bagdad, sería mucho más com-
plejo hacerla aceptar, incluso por los
estadounidenses.
¿Por qué, en efecto, agarrárselas con
ese país aislado, empobrecido, someti-
do a un severo embargo y que no pare-
cía representar ninguna amenaza seria
para Estados Unidos (2)? Ciertamen-
te, Saddam Hussein ya había invadi-
do a dos de sus vecinos, Irán en 1980 y
Kuwait en 1990. Feroz con sus oponen-
tes, incluso con su propio entorno, tam-
bién había sofocado en sangre todas las
revueltas en su contra, no dudando in-
cluso en usar armas químicas contra las
Forkscrew graphics, 2004
poblaciones kurdas, particularmente en
1988. La invasión de Kuwait había con-
vertido a Irak en un paria y provocado la
intervención militar –de enero a marzo
de 1991– de una coalición liderada por
Washington. Pero el rais no tenía nin-
gún vínculo con Ben Laden y Al Qaeda,
y menos aun con los atentados del 11 de
Septiembre. Su régimen, de naturale-
za secular, conforme con los principios
Edición especial | septiembre 2021
laicizantes del Partido Baas en el poder,
era incluso considerado como impío por
aquellos que se comenzaba a llamar yi-
jadistas. No obstante, las autoridades
estadounidenses intentaron en vano
respaldar la tesis de su connivencia con
la nebulosa de Al Qaeda. La afirmación
según la cual Mohammed Atta, que pi-
loteaba uno de los dos aviones que se
precipitaron sobre el World Trade Cen-
ter, se habría encontrado con un miem-
bro de los servicios secretos iraquíes en
Praga era uno de los escasos argumen-
tos que podía esgrimir Washington para
implicar a Irak.
Prioridad estratégica
Para comprender por qué esta guerra
estuvo en los planes estadounidenses
desde septiembre de 2001, hay que vol-
ver a mediados de los años 90. En 1997,
dos intelectuales, William Kristol y Ro-
bert Kagan, fundaron en Washington el
Project for the New American Century
(“Proyecto para el Nuevo Siglo Esta-
dounidense”, PNAC), un think tank que
buscaban poner al servicio, entre otras
cosas, del fortalecimiento de la presen-
cia militar estadounidense en el mundo
(se disolvió en 2006). El 26 de enero de
1998, el PNAC dirigió una carta abierta
al presidente demócrata William Clin-
ton en la que denunciaba el carácter “es-
téril” de la política de Estados Unidos
respecto a Bagdad y hacía un llamado a
usar la fuerza para derrocar a Saddam
Hussein (3). Estimaba indispensable
“terminar el trabajo de 1991”, dicho de
otra manera, echar a este último del po-
der –lo que el ejército estadounidense
que liberó Kuwait no había podido ha-
cer, ante la falta de decisión en ese sen-
tido del presidente George Bush padre
(4)–. Entre los firmantes de ese docu-
mento se encontraban varios miem-
bros de la administración que ocupa-
rían puestos de poder en 2001: Rums-
feld y Wolfowitz, pero también Elliott
Abrams, consejero de la Casa Blanca
para Medio Oriente (5); John Bolton,
subsecretario de Estado encargado del
control de armas; y Richard Perle, en ese
entonces dirigente del Defense Policy
Board, un think tank vinculado al Pentá-
gono. Estas personalidades, que encon-
trarían una oreja atenta en el vicepresi-
dente de Bush, Richard “Dick” Cheney,
estimaban que la caída del presiden-
te iraquí permitiría remodelar Medio
Oriente e instaurar allí un nuevo orden
democrático garantizado por la poten-
cia militar estadounidense. Veían tam-
bién allí la garantía de liberar a Israel y a
las monarquías del Golfo –todos aliados
de Washington– de un peligro perma-
nente. “Un golpe radical y devastador
contra Saddam Hussein, seguido de un
esfuerzo apadrinado por Estados Uni-
dos para reconstruir Irak y ponerlo en
la senda de una gobernanza democráti-
ca, tendría un impacto sísmico positivo
sobre el mundo árabe”, escribían nue-
vamente Kagan y Kristol algunos meses
antes de los atentados (6).
Los neoconservadores no lograron
convencer a Clinton. En diciembre de
1998, este último sin embargo ordenó el
bombardeo de Irak para castigarlo por
su falta de cooperación con los inspec-
tores de la ONU y del Organismo Inter-
nacional de Energía Atómica (OIEA).
Durante todo su segundo mandato se
aseguró de mantener, e incluso de endu-
recer, las sanciones económicas contra
Bagdad. Consultada en 1996 acerca del
terrible costo humano del embargo so-
bre numerosos productos alimenticios
o farmacéuticos, considerado responsa-
ble de la muerte de más de 500.000 ni-

Forkscrew graphics, 2004
ños durante los años 90 (7), Madeleine
Albright, en ese entonces embajadora
de Estados Unidos ante la ONU y futura
secretaria de Estado de Clinton (1997-
2001), pronunció unas palabras que se
harían célebres: “Creo que era una elec-
ción muy difícil, pero el precio... Cree-
mos que el precio vale la pena” (8).
En su trabajo de lobby, los neocon-
servadores se beneficiaron del apoyo
decisivo del sector petrolero, intere-
sado en una futura explotación de las
reservas iraquíes de petróleo conven-
cional –las segundas (140.000 millones
de barriles) después de las de Arabia
Saudita (300.000 millones de barri-
les)–. Cheney, su más preciado aliado,
es quien mejor simbolizó esta conni-
vencia. A la cabeza de la compañía de
ingeniería petrolera Halliburton entre
1995 y 2000, luego responsable, como
vicepresidente, de la elaboración de la
política energética estadounidense, no
cesó de colocar a Irak en el centro de
las prioridades estratégicas y diplomá-
ticas de la Casa Blanca (9).
Armas de destrucción masiva
En septiembre de 2001, los neoconserva-
dores estaban en plena faena. Les hacía
falta solamente superar las reticencias
del Departamento de Estado y de cier-
tos responsables militares y encontrar
la mejor estrategia para que, después de
Afganistán, el ejército invadiera Irak.
El discurso oficial fue entonces vin-
culando poco a poco el destino de los dos
países. El objetivo era simple: era nece-
sario que el electorado estuviera con-
vencido de la continuidad lógica entre
las dos intervenciones. ¿Los talibanes y
Al Qaeda? Saddam Hussein era tan peli-
groso como ellos. ¿La posguerra en Afga-
nistán? Estaría dedicada al “democratic
regime-building”, cuyas lecciones serían
muy útiles cuando se tratara de construir
un nuevo Irak. Precisamente, así como la
Ley de “autorización del uso de la fuerza
militar” (Authorization for Use of Mili-
tary Force) le dio el poder al ejército esta-
dounidense para perseguir a los autores
de los atentados del 11 de septiembre de
2001, el arsenal jurídico concebido pa-
ra “reconstruir” Afganistán serviría sin
lugar a dudas para gobernar el “nuevo
Irak”, como, por ejemplo, las disposicio-
nes legales que permitían recurrir a sub-
contratistas privados para operaciones
de tipo militar.
Para darle coherencia a su estrategia,
Bush no temió evocar, en enero de 2002,
un “Gran Medio Oriente” (“Great Midd-
le East”). Un conjunto geográfico incon-
gruente y heterogéneo que se extendía
desde Marruecos hasta Afganistán, pero
que Washington presentaba como ho-
mogéneo por el hecho de pertenecer al
mundo musulmán, sus retrasos en ma-
teria de democratización y la persisten-
cia en su seno de corrientes hostiles a
Estados Unidos e Israel. Aun cuando la
hipótesis de la complicidad de Saddam
Hussein con Al Qaeda surtió efecto an-
te cierta parte de la opinión pública, la
administración Bush comprendió rá-
pidamente que tenía que encontrar ar-
gumentos más persuasivos. La psicosis
provocada por el envío, a partir del 18
de septiembre de 2001, de cartas conte-
niendo ántrax a periodistas y responsa-
bles políticos dio crédito a los discursos
alarmistas y a las advertencias sobre la
amenaza iraquí en materia de armas de
destrucción masiva. El discurso era sim-
ple: Saddam Hussein poseía un arsenal
capaz de destruir una parte del planeta
e infligir a Estados Unidos daños mucho
más apocalípticos que los ataques del 11
de Septiembre. Sus regulares rechazos,
Era necesario
que el electorado
estuviera
convencido de la
continuidad lógica
entre las dos
intervenciones.
desde el fin de la primera guerra del Gol-
fo, a colaborar con los inspectores de la
ONU y de la OIEA eran prueba de que
sus programas de armamento continua-
ban de manera clandestina.
Fue entonces cuando entró en escena
la hasta entonces muy fantasmal oposi-
ción iraquí en el exilio. Liderada por el
empresario Ahmed Chalabi, condenado
por la justicia jordana en 1992 por quie-
bra bancaria fraudulenta, contribuyó a
difundir inverosímiles mentiras acerca
de armas de destrucción masiva y por
ende se convirtió en una fuente privi-
legiada de información para la pren-
El fin de la era Bush
Una tragedia histórica
Marcelo Cantelmi
Capital Intelectual; Buenos Aires,
diciembre de 2008. 110 páginas.
En sus últimos discursos en el poder, Geor-
ge W. Bush sostuvo que la Historia permi-
tirá evaluar sus dos gobiernos con mayor
perspectiva. Tiene razón, pero se equivoca
al creer que el tiempo jugará a su favor. A
medida que se desclasifiquen documentos
y que se profundicen investigaciones sal-
Forkscrew graphics, 2004
sa estadounidense. Chalabi y sus pares
elaboraron un retrato aterrador de las
capacidades letales de Irak y prometían
todo lo que se podía desear escuchar en
Washington: una vez en el poder, esta-
blecerían un Estado democrático, pro-
estadounidense, en paz con Israel y hos-
til a las ambiciones hegemónicas de Irán.
Apoyada por la cuasi totalidad de los
medios de comunicación, con The New
York Times y The Washington Post a la
cabeza, la invasión de Irak se convirtió
así en una prioridad general. El 29 de
enero de 2002, apenas un mes después
del fin de la campaña de Afganistán,
Bush pronunció un discurso en el que
acusaba al régimen de Saddam Hussein
de formar parte, junto con los regíme-
nes de Corea del Norte e Irán, de un “eje
del mal”. Hizo un llamado al mundo pa-
ra eliminar la amenaza de las armas de
destrucción masiva iraquíes. La suerte
estaba echada. Menos de catorce meses
después, los marines entraban en Bag-
dad y Saddam Hussein huía (fue captu-
rado en diciembre de 2003 y colgado en
2006). Los neoconservadores ganaron
la partida. g
1. Philip S. Golub, “Comment s’est décidée l’offensive
contre Bagdad”, en “L’Empire contre l’Irak”, Manière
drán a la luz con toda seguridad nuevas
atrocidades de una administración que
deja entre sus legados el empleo sin pudor
alguno de la tortura. Cantelmi, editor jefe
de Política Internacional de Clarín, no nece-
sitó esperar para analizar los ocho años de
gobierno de Bush y afirmar que “es difícil
hallar desde la época de Adolf Hitler una
estructura tan aceitada para la mentira”.
Mentiras que sirvieron para justificar el
desprecio a las instituciones y convencio-
nes internacionales, la invasión de Irak, la
proliferación de cárceles ilegales, el des-
mantelamiento de los derechos civiles en
Estados Unidos y un monumental “proyec-
to de control y transferencia de riquezas”.
Éste, sostiene el autor, constituyó el punto
central de toda esa arquitectura, que se
desmoronó al estallar la burbuja de Wall
Street y quedar en evidencia la gigantesca
trama de corrupción financiera que rige a
la economía mundial.
Pero este libro urgente no se detiene a
describir los acontecimientos centrales
que siguieron a la dudosa victoria electoral
de 2000, la quiebra fraudulenta de Enron
| 11
Forkscrew graphics, 2004
de voir, Nº 67, París, enero-febrero de 2003. Véase
también J. Kael Weston, The Mirror Test: America
at War in Iraq and Afghanistan, Vintage Books,
Nueva York, 2017 (1º edición: 2016), y Ron Suskind,
The Way of the World: A Story of Truth and Hope in
an Age of Extremism, Harper, Nueva York, 2008.
2. Alain Gresh, “Muette agonie de l’Irak”, Le
Monde diplomatique, París, julio de 1999.
3. “Blast from the past: PNAC’s 1998 letter to
Clinton”, Daily Kos, 28-1-08, www.dailykos.com
4. Micah L. Sifry y Christopher Cerf, The
Gulf War Reader: History, Documents,
Opinions, Times Books, Nueva York, 1991.
5. Eric Alterman, “¿Quién es Elliott Abrams”,
Le Monde diplomatique, edición Cono
Sur, Buenos Aires, marzo de 2019.
6. Robert Kagan y William Kristol, “What to do about
Iraq”, The Weekly Standard, Washington, DC, 21-1-01.
7. “Rappport sur la nutrition et l’alimentation
en Irak”, Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura
(FAO), Roma, 1995. En 1999, un nuevo estudio
del Fondo de las Naciones Unidas para la
Infancia (UNICEF) confirmó estas cifras.
8. “60 Minutes”, CBS, 12-5-96.
9. Kurt Eichenwald, “Dick Cheney’s biggest
lie”, Newsweek, Nueva York, 19-5-15.
Jefe de redacción adjunto de Le Monde diplomatique, París.
Traducción: Micaela Houston
y los atentados del 11 de septiembre de
2001, sino que coloca al gobierno de los
“neocons” en la culminación de un proce-
so de profundas reformas del capitalismo
que lideraron Ronald Reagan y Margaret
Thatcher en sus inicios y que luego se
conoció como globalización. “Bush no es
un estúpido” y su gobierno mucho menos
un accidente, afirma el autor. Al contrario,
“fue la respuesta a ese desvío” que cons-
tituyó la Tercera Vía –que pretendía mori-
gerar el neoliberalismo–, y vino a impo-
ner el destino manifiesto del “nuevo siglo
estadounidense”.
Para ello, sostiene Cantelmi, a falta de los
caídos comunistas, encontró en el enemi-
go musulmán “un adversario cultural que
extinga cualquier desafío ideológico a la
concepción del libre mercado y la demo-
cracia liberal”. Fue justamente ese estre-
chamiento ideológico, su fundamentalis-
mo maniqueo, lo que lo llevó a derrumbar
en menos de una década el unilateralismo
imperial estadounidense.
Pablo Stancanelli
 12 | Edición especial | septiembre 2021

En Kabul, el 26 de agosto pasado, unos atentados reivindicados por Finalmente, Afganistán fue presen-
tado como un país de tribus –una visión
la organización del Estado Islámico dejaron cientos de muertos. La orientalista inspirada en la relectura de
los textos etnográficos del periodo colo-
intervención occidental en Afganistán acabó en caos, erosionando nial–. Se puso una pseudo-antropología
al servicio de la guerra: “Las estructuras
aun más el prestigio estadounidense. Pero una pregunta persiste: de seguridad nacional deben ser alimen-
tadas por la antropología, una disciplina
¿cómo hicieron los talibanes para ganar la guerra? inventada para apoyar los combates en
las zonas tribales”.

El Estado, una cuestión clave Negocios humanitarios

Montgomery McFate, quien pronunció

¿Cómo ganaron
esas palabras en 2006 (3), fue conseje-
ra científica del comité de jefes del Es-
tado Mayor interarmas. En este marco,
puso en marcha el Human Terrain Sys-
tem, que apuntaba a integrar a los an-

los talibanes?
tropólogos (en realidad, quienes fueran
titulares de una licencia o de un master
en Ciencias Sociales) en el seno de las
unidades estadounidenses. También
contribuyó a la redacción del manual
de contrainsurgencia FM. 3.24, que pro-
por Adam Baczko y Gilles Dorronsoro*
Boukhara Samarcande KIRGHIZSTAN mueve la implicación de los militares
estadounidenses en los conflictos so-
ciales para conseguir aliados y recolec-
tar información: “Ir en el sentido de la
Diversidad étnica CHINA
población local, y no a contracorriente.
Dushambé
dhaba y fronteras políticas TAYIKISTÁN Primero, ganarse la confianza de algu-
UZBEKISTÁN nas aldeas, luego trabajar con quienes
comercian, se casan o hacen negocios.
Faizabad
Esta táctica permite obtener aliados lo-
YAUZYÁN
cales, una población movilizada y redes
TURKMENISTÁN BALJ Taloqan
KUNDUZ de confianza” (4).
Mazar-e Kunduz BADAJSÁN Un oficial estadounidense, el mayor
- C H E M I R A
Maimana Sarif
TAKHAR
C A Jim Gant, cuenta cómo ayudó a un no-
SAMANGAN BAGHLAN GILGIT-BALTISTÁN table en un conflicto territorial mientras
FARYAB Territorios administrados
dirigía un destacamento de las fuerzas
PANSHIR
SAR-E-POL
NURESTÁN
por Pakistán, pero especiales en la provincia de Kunar en
Charikar reivindicados por India
BADGHIS KUNAR 2003: “La población de las montañas ha-
BAMIAN PARWAN 1
2 JAIBER
PASTUNJUÁ bía tomado y explotaba la tierra que per-
Herat Kabul
4
Djalalabad Paso AZAD tenecía a los habitantes de los valles. El
In do

CACHEMIRA
WARDAK LOGAR 3 de Jaiber malik [ jefe] me dijo que la tierra había
GHOR
HERAT
Peshawar Islamabad INDIA sido entregada a su tribu por el ‘rey de
DEYKANDI GAZNI PAKTIA Afganistán’ hacía mucho, mucho tiem-
Gazni
JOST po, y que me mostraría los documentos.
PUNJAB Le dije que no era necesario: su palabra
URUZGÁN
FARAH
Waziristán era suficiente. [...] Decidí apoyarlo. ‘Ma-
IRÁN ZABUL PAKTIKA Grupos etnolingüísticos lik, estoy con usted. Mis hombres y yo
HELMAND Rama iraní iremos con usted a hablar con los monta-
Lashkargah Kandahar Pashtunes Hazaras ñeses. Si no le devuelven la tierra, com-
NIMROZ Tayikos Aimakos batiremos con ustedes’”. El mayor Gant
Zarandj
Pamiris Baluchis no cuenta cómo terminó la historia; só-
KANDAHAR lo lo sugiere, con un lacónico “basta con
Rama turca Otra rama decir que el problema fue resuelto”, que
Uzbecos Nuristaníes
Helman
d PAKISTÁN ayudó a su “amigo” a apropiarse de las
Turkmenos Brahuis
tierras en disputa (5).
Kirguises En realidad, el interés proclamado
BALUCHISTÁN Otros Cuasi-ausencia por la “cultura afgana” disimula la falta
grupos de población
de consideración de las (verdaderas) in-
1. KAPISSA 3. NANGARHAR Principales ejes de circulación vestigaciones antropológicas realizadas
2. LAGHMAN 4. KABUL
"Línea Durand", frontera
desde los años 1980, que muestran una
no reconocida por Afganistán, destribalización y los límites de una lec-
en curso de fortificación por
parte del gobierno paquistaní tura étnica de la sociedad (6). La alergia
0 100 200 300 km
Fuentes: Jacques Leclerc, "L’aménagement linguistique dans le monde", Universidad Frontera reforzada por Irán
al Estado por parte del “reino de la inso-
Laval, Quebec; Michael Izady, "The Gulf 2000 project", Universidad de Columbia, Nueva York. lencia” (7) fue un tema especialmente
Cécile Marin apreciado, sobre todo porque justifica-

E
n un conflicto a primera vis-
ta tan desequilibrado, la de-
rrota occidental se debe a
una visión errónea de Afga-
nistán, generada por un con-
junto de expertos donde se mezclan usi-
nas de pensamiento, administraciones,
universidades, organizaciones no gu-
bernamentales (ONG) internacionales
o afganas y empresas privadas. Esta in-
terpretación construyó una antropolo-
gía imaginaria que definió a la sociedad
afgana como localista en sus intereses
y reacia a cualquier forma de presencia
estatal. Aunque refutada por la historio-
grafía reciente (1), la visión de una opo-
sición cultural a Kabul se repite de for-
ma recurrente en los informes, artículos
y obras dedicadas a la intervención, y
hasta en los discursos más oficiales.
ba los fracasos, cada vez más difíciles de
Así, en vísperas de su nombramiento mún que permitía eludir al Estado esta- disimular, de la “comunidad internacio-
al frente de las tropas occidentales, en blecido. El elogio de lo local justificó la nal”. Si se consideran las sumas gastadas,
2009, el general Stanley McChrystal de- ausencia de coordinación con el poder la iniciativa de state-building (construc-
claraba: “Los reclamos históricos refuer- afgano en nombre de la legitimidad de ción del Estado) fue una de las más am-
zan los lazos con la identidad tribal o ét- las asambleas locales (jirga, shura). Pre- biciosas desde la ocupación estadouni-
nica y pueden disminuir el atractivo de sentadas como tradicionales, fueron en dense de Japón y de Alemania después
un Estado centralizado. Todas las etnias, realidad creadas por las organizaciones de la Segunda Guerra Mundial. En los
en particular los pashtunes, tradicional- que implementaron la ayuda internacio- años 2000, la totalidad del presupuesto
mente buscaron obtener una cierta in- nal: así fue con las shuras de aldea para del gobierno afgano provenía de présta-
dependencia frente al gobierno central” el Programa Nacional de Solidaridad del mos; hoy, la proporción es del 75%. A es-
(2). La mayoría de los expertos contra- Banco Mundial. La obsesión por lo local tas sumas se agregan las decenas de miles
ponen un Estado “lejano”, “ilegítimo” y, también condujo a una etnicización de de millones de dólares invertidos en el fi-
por último, “artificial”, a una esfera lo- las políticas públicas. Se invocaron las nanciamiento de la policía, la justicia y el
cal “cercana”, “legítima” y “natural”. La tradiciones pashtunes para eludir el de- ejército, así como en la construcción de
proximidad sería garantía de familiari- recho positivo, por ejemplo sobre la he- escuelas, hospitales, infraestructura vial
dad y relaciones personales frente a las rencia o el casamiento, y se ofreció un es- y edificios públicos.
aguas heladas de la razón burocrática. pacio para las reivindicaciones etnona- Esta ayuda se caracterizó por una se-
Al igual que los militares, las institu- cionales de empresarios uzbekos, haza- paración sistemática de los programas y
ciones encargadas del “desarrollo” re- ras o tayikos, lo que les permitió ocupar una mala gestión generalizada. La sub-
currieron con frecuencia a este lugar co- cargos y enriquecerse. contratación en cascada de los proyec-

tos se tradujo en connivencias sistemáti-
cas en la atribución de los mercados y en
una captación de los financiamientos, en
beneficio, principalemente, de las em-
presas occidentales. Tomando el ejem-
plo de la justicia, Ronald Neumann, ex
embajador estadounidense en Afganis-
tán (2005-2007), admitió: “Nuestra pro-
pia inmersión en la asistencia jurídica
era caótica. La USAID [Agencia de Esta-
dos Unidos para el Desarrollo Interna-
cional] gestionó ciertos programas por
medio de empresas privadas. El Depar-
tamento de Estado tenía sus propios lla-
mados a licitaciones, pero también pa-
gaba a varios procuradores experimen-
tados, enviados del Departamento de
Justicia, que a menudo parecían actuar
de manera independiente. Por su parte,
los militares estadounidenses financia-
ban sus propios programas, pero ni ellos
ni nosotros sabíamos lo que hacía la otra
parte. La coordinación entre nuestros
engranajes era débil y las relaciones ten-
sas” (8). Además, el personal extranjero,
que muy raramente hablaba las lenguas
locales, vivía en enclaves, distante de la
población afgana. En Kabul, las prácti-
cas de la burbuja humanitaria –es decir,
los miles de extranjeros que vivían en la
capital– tuvieron mucho que ver con el
descrédito de la presencia occidental.
La credibilidad de los “French doctors”,
lograda con mucho esfuerzo en los años
1980, fue así dilapidada por una nueva
generación de expatriados que traba-
jan en la intersección entre los negocios
(business) y lo humanitario.
Por otra parte, las instituciones ex-
tranjeras encargadas de la reconstruc-
ción del Estado socavaron sistemática-
mente las instituciones afganas que se
supone debían sostener. Con la Consti-
tución de 2004, los dirigentes estadou-
nidenses impusieron un régimen presi-
dencial que marginó al Parlamento y a
los partidos políticos. A veces, las can-
cillerías occidentales redactaban leyes
luego promulgadas por el Presidente,
gracias a un artículo de la Constitución
que autoriza a hacerlo durante las vaca-
ciones del Parlamento.
La iniciativa de
state-building fue
una de las más
ambiciosas desde
la posguerra.
En el área de la seguridad, Estados
Unidos eligió instalar un doble sistema.
Además de los órganos oficiales afganos
(ejército, inteligencia, policía), se apoya-
ron en diversos grupos armados: milicias
bajo la autoridad directa de la Central In-
telligence Agency (CIA), ex mujaidines
que habían combatido contra los soviéti-
cos y que fueron nombrados gobernado-
res, etc. Estos sirvieron inicialmente de
ayudantes del Ejército estadounidense
en su caza de los militantes de Al Qaeda,
y luego contribuyeron a la lucha contra
los talibanes proveyendo traductores y
guías para las incursiones de las fuerzas
especiales y los ataques de drones. Esta-
ban en posición de manipular a los mili-
tares estadounidenses, que no hablaban
las lenguas afganas e ignoraban las con-
figuraciones locales, para eliminar a sus
rivales presentándolos como miembros
de la insurrección (véase “La fábrica de
conflictos tribales”). A partir de 2011, du-
rante la fase en la que Washington pre-
paraba su retirada, la formación de mili-
cias se convirtió en un elemento central
de la estrategia para frenar el avance de
la insurrección, particularmente en las
provincias de Kunduz, Wardak, Kan-
dahar y en el Loya Paktia (Paktia, Jost y
Paktika). Los abusos de las milicias y el
desorden que provocaron (conflictos en-
tre comunidades, bandidismo) debilita-
ron de modo duradero las instituciones
estatales y deslegitimaron al gobierno a
los ojos de la población.
Un movimiento centralizado
Sorprendentemente, la coalición jamás
entendió la envergadura de su adver-
sario. Así, en noviembre de 2008, el co-
mandante de las tropas occidentales,
el general David McKiernan, declara-
ba: “No veo coherencia entre estos gru-
pos insurgentes en el nivel operacional
y estratégico. Veo una insurrección que
está muy localizada, regionalizada, cu-
yos grupos a veces cooperan y otras ve-
ces combaten, y que no tiene apoyo [...]
del pueblo afgano” (9). La contrainsur-
gencia fue entonces llevada a cabo ba-
jo el presupuesto de que el movimiento
talibán reagrupaba a decenas de grupos
que se enfrentaban por motivos triba-
les, étnicos o económicos. Por ejemplo,
| 13
se impuso sin confirmación alguna que
los combatientes recibían 300 dólares
por mes, una suma considerable para los
afganos. Del mismo modo, los expertos
consideraron durante mucho tiempo
que la red Haqqani era independiente
de los talibanes, aunque nada justifica-
ba esta hipótesis. Al contrario: el propio
Sirajuddin Haqqani se presentó como
adjunto de su dirigencia en una columna
de opinión publicada por The New York
Times titulada “Lo que nosotros, los tali-
banes, queremos” (10).
En realidad, este movimiento está cen-
tralizado y posee una ideología estructu-
rada. Sus principales cuadros provienen
de las madrasas deobandis (11) de Pakis-
tán, que enviaban regularmente a sus es-
tudiantes a combatir en Afganistán. Esta
red de escuelas religiosas forma a ulemas
que comparten una visión fundamenta-
lista y poseen un espíritu de cuerpo y las
competencias necesarias para constituir
la base de una burocracia.
La rotación regular de cuadros de
una provincia a otra y la coordinación
de los grupos indican sin ambigüedad
una organización jerarquizada y rela-
tivamente eficaz –con sus límites de-
bido a las eliminaciones selectivas que
diezmaron los cuadros del movimien-
to–. Los comandantes disponen de una
autonomía táctica, pero deben respetar
las órdenes de sus mandos jerárquicos.
Numerosos jefes militares fueron rele-
vados de sus funciones por falta de dis-
ciplina. A partir de 2006, los talibanes
distribuyeron a sus combatientes un có-
digo de conducta que recupera elementos
de derecho islámico y, en su versión re- d
14 |
d visada de 2009, ciertos principios del
derecho humanitario internacional. Está
oficialmente prohibido robar, ejercer vio-
lencia contra civiles y ejecutar espías sin
un juicio previo, lo que no impide que se
cometan regularmente crímenes de gue-
rra. Pero, contrariamente a la organiza-
ción del Estado Islámico (EI, o Daesh),
que reivindica los atentados espectacu-
lares contra blancos civiles (como el del
aeropuerto de Kabul el 26 de agosto pa-
sado), los talibanes practican sobre todo
el asesinato político.
Por otra parte, las sucesiones en la
cúpula del movimiento y la coherencia
de las posiciones en las negociaciones
confirman la estabilidad de la organi-
zación. Así, cuando los servicios secre-
tos afganos anunciaron en 2015 que el
mullah Omar estaba muerto desde 2013
y que la noticia había sido ocultada, las
disidencias fueron marginales. Cuan-
do su reemplazante, el mullah Akhtar
Mansur fue asesinado el año siguiente
por un dron en Pakistán, Haibatullah
Akhundzada se impuso sin dificultad.
Estas sucesiones contrastan con las tres
últimas elecciones afganas, en las cua-
les los dos candidatos del ballottage
reivindicaron la victoria para sí. Local-
mente, la insurrección reemplazó a sus
cuadros sin problemas, mientras que
la eliminación de un gobernador hace
temblar con frecuencia el equilibrio po-
lítico de una provincia.
Finalmente, los talibanes supera-
ron ampliamente su reclutamiento ini-
cial, compuesto mayoritariamente por
pashtunes del Sur. Se extendieron hacia
el Norte y el Oeste, donde movilizaron
a combatientes originarios de todas las
comunidades, y están presentes en to-
do el país, con la excepción del valle de
Panshir y de Hazarajat, la región chiita
del Centro. En 2016, su órgano supremo,
el Consejo de Mando, tenía entre sus 12
miembros a un tayiko, un uzbeko y un
turkmeno, aun cuando el equilibrio se-
guía siendo favorable a los pashtunes
(cerca del 40% de la población). Al re-
chazar todo discurso étnico, a diferencia
de los partidos que cada vez más, en Ka-
bul, funcionan sobre dicha base, el movi-
miento se posicionó como líder del na-
cionalismo afgano. Las políticas de ma-
nipulación comunitaria, en particular la
de las fuerzas occidentales, terminaron
creando una reacción favorable a los ta-
libanes. En Kunduz, estos últimos pu-
dieron utilizar la multiplicación de las
milicias de carácter étnico o tribal, es-
tablecidas por los militares alemanes, y
luego los estadounidenses, para reclutar
a la vez a pashtunes, uzbekos, tayikos y
turkmenos, y así tomar dos veces la ciu-
dad, en 2015 y 2016.
Gobierno en las sombras
La estrategia de la insurrección fue pa-
liar las deficiencias del gobierno cen-
tral, respondiendo de ese modo a la
demanda popular de servicios públi-
cos. Los talibanes se implantaron en
los campos instalando un gobierno en
las sombras con gobernadores, jueces y
responsables de las cuestiones escola-
res (control de los programas, exclusión
de las niñas de más de 12 años) y sanita-
rias, así como de las relaciones con las
ONG. Como en los años del gobierno del
emirato islámico (1996-2001), cuando el
movimiento había construido su repu-
tación en base al retorno del orden, los
tribunales han sido las instancias esen-
ciales de su administración. A partir de
2005, lograron nombrar a jueces en los
lugares donde se implantaron. Actual-
mente, están presentes en prácticamen-
te todos los distritos.
Desde un punto de vista material, es-
tos tribunales se revelan sumarios. Los
jueces, vestidos sin signos distintivos,
ejercen en las mezquitas de las aldeas,
en casas privadas o bajo los árboles.
“Los tribunales talibanes funcionan de
manera muy simple –dice uno de ellos–.
El juez talibán está sentado con una ta-
za de té verde delante que termina por
enfriarse. Recibe en persona los reque-
rimientos. Luego llama a un miembro
del movimiento y le dice que vaya a lla-
mar para el día siguiente a la gente con-
tra la cual ha sido planteada una deman-
da” (12). Los jueces interrogan a los tes-
tigos, examinan las pruebas aportadas
por las partes litigantes y dan su vere-
dicto, con frecuencia al término de algu-
nos días, a lo sumo algunos meses para
los asuntos más delicados. La mayoría
Al rechazar todo
discurso étnico, el
movimiento talibán
se posicionó
como líder del
nacionalismo
afgano.
de las disputas conciernen a bienes in-
muebles o cuestiones matrimoniales,
pero los jueces también castigan los ro-
bos, las muertes y los adulterios con pe-
nas en ocasiones muy severas (ejecucio-
nes, amputaciones, lapidaciones).
Esta aparente simplicidad oculta un
sistema judicial sofisticado. En conti-
nuidad con el sistema del emirato is-
lámico derrocado en 2001, cuenta con
tres niveles de jurisdicción: los tribuna-
les de primera instancia en los distritos,
los tribunales de apelación en cada pro-
vincia y una Corte Suprema. Los jueces,
formados en una madrasa, deben pasar
un examen que versa sobre su conoci-
miento de la jurisprudencia islámica.
Luego los reclutas son nombrados fue-
ra de su provincia de origen. Existe un
sistema de rotación que apunta a garan-
tizar que sean imparciales frente a la po-
blación y los combatientes locales. Co-
mo explica uno de ellos: “Es para evitar
cualquier incidente desagradable. A ve-
ces, cuando usted se queda en el poder
durante mucho tiempo, se acostumbra
a todo, llega a conocer bien a todos pe-
ro, por otro lado, usted se convierte en
alguien despótico y es probable que se
deje corromper. Por eso los talibanes es-
tablecieron un sistema para transferir a
todo el mundo después de un mandato
fijo para que no haya posibilidad de que
esto ocurra”. El movimiento también
envía inspectores para verificar la pro-
bidad de los jueces, y varios de ellos han
sido castigados por haber recibido dine-
ro o aceptado regalos.
La imparcialidad reconocida gene-
ralmente a los jueces los ha hecho po-
pulares en los medios rurales: “Si fuera
rico, recurriría a los jueces del gobier-
no: alcanza con pagar para ganar. Pero
cuando se es pobre, los talibanes son la
única solución”, asegura un usuario en
la provincia de Logar. Tuvo que presen-
tar un recurso porque su futura familia
política negó haber recibido el pago de
la dote necesaria para el casamiento. El
recibo de la oficina de Western Union en
Inglaterra, donde trabajó varios años, le
permitió ganar el juicio.
La misma motivación anima a una
persona cercana a Faizal Akbar, goberna-
dor de la provincia de Kunar entre 2002
y 2005. A pesar de su oposición política
a los talibanes, se vio obligado a recurrir
a ellos por un robo de ganado, porque al
ser “corruptos” los jueces del régimen,
los gastos ocasionados por una demanda
presentada ante la policía y por un juicio
oficial habrían sido muy superiores al va-
lor del ganado robado. Originario de una
aldea, pero residente generalmente en
Kabul, comenta con lucidez la oposición
entre la población rural, que aprecia a los
jueces talibanes, y la urbana, que rechaza
esta forma de justicia.
En el campo, el carácter más accesible,
pero también más familiar, de estos tri-
bunales es atractivo. En el curso de las úl-
timas décadas, muchos jueces recibieron
su educación primaria en una madrasa y
poseen algunas nociones de derecho islá-
mico. Por el contrario, el derecho estatal
aparece como hermético en una sociedad
con dos tercios de su población analfabe-
ta. El manejo, incluso mínimo, de los có-
digos y las normas islámicas permite a los
hombres de las regiones rurales evaluar
la coherencia e imparcialidad de la deci-
sión. Como el juicio obedece a las reglas
–las personas presentes en la audiencia
pueden dar fe de ello–, las decisiones ra-
ra vez son objetables. Obviamente, este
sistema favorece a los hombres a expen-
sas de las mujeres, pero esta exclusión de
la mitad de la población, que tiene pocos
medios para combatir las costumbres y
la dominación que sufren, no perjudica
a la insurrección, sobre todo en el medio
pashtún, que es (aun) más opresivo pa-
ra las mujeres. El derecho que surge de
la sharia, tal como es interpretado en los
cursos, supone una naturalización del
sistema patriarcal tan eficaz que los dis-
cursos feministas, incluso los más mode-
rados, se hacen inaudibles por su identi-
ficación con los países occidentales.
Frente a una intervención extranjera
que eludía las instituciones que ella mis-
ma construía y a un sistema estatal cada
vez más corrupto, los talibanes pudieron
encarnar el derecho a los ojos de nume-
rosos afganos. Irónicamente son ellos,
más que la coalición, quienes supieron
La fábrica de
conflictos tribales
L
a incapacidad de los militares estadou-
nidenses para verificar las informacio-
nes que les ofrecían brindó a numerosos
afganos un medio cómodo de desembarazarse
de un primo molesto en un asunto de herencia,
un vecino con el que tenían un conflicto de pro-
piedad o un rival político. Muchas personas de-
tenidas o asesinadas no tenían nada que ver con
la insurrección, lo que alimentó las rivalidades
individuales, familiares o comunitarias.
Así, en 2003, en la provincia de Kunar, luego de
un ataque de los talibanes contra una base si-
tuada en el valle de Gandjgal, los militares es-
tadounidenses recibieron una denuncia que los
orientaba hacia un personaje notable de la tri-
bu shinwari, Abdul Wali. El 21 de junio de 2003,
por consejo del gobernador de la provincia, Fai-
zal Akbar, el acusado se presentó en la base es-
tadounidense en compañía del hijo del goberna-
dor. Fue arrestado apenas llegó. El gobernador
necesitó varios días para descubrir que sucum-
bió a violencias cometidas durante el interroga-
Edición especial | septiembre 2021
pensar la reconstrucción del Estado. Esta
es probablemente la condena más severa
que se pueda pronunciar contra 20 años
de intervención. g
1. Véase Gilles Dorronsoro, Le Gouvernement
transnational de l’Afghanistan. Une si
prévisible défaite, Karthala, col. “Recherches
internationales”, Paris, 2011.
2. Stanley McChrystal, “Comisaf Initial Assessment
(Unclassified)”, Departamento de Defensa,
Washington, DC, 21-9-09. Documento publicado
en el sitio internet de The Washington Post.
3. Montgomery McFate, “The military utility of
understanding adversary culture”, Oficina de
Investigación Naval, Arlington (Virginia), 2005.
4. The United States Army and Marine Corps, The
US Army/Marine Corps Counterinsurgency Field
Manual, University of Chicago Press, 2007.
5. Jim Gant, One Tribe at a Time: A
Strategy for Success in Afghanistan, Nine
Sisters Imports, Los Ángeles, 2009.
6. Bernt Glatzer, “The Pashtun tribal system”,
en Georg Pfeffer y Deepak Kumar Behera (dirs.),
Contemporary Society: Concept of Tribal Society,
Concept Publishers, Nueva Delhi, 2002.
7. Michael Barry, Le Royaume de l’insolence.
L’Afghanistan 1504-2011, Flammarion, col. “Au fil
de l’histoire”, París, 2011 (primera edición: 2002).
8. Ronald E. Neumann, The Other War:
Winning and Losing in Afghanistan, Potomac
Books, Lincoln (Nebraska), 2011.
9. “Transcript: General David McKiernan speaks at
Council’s Commanders Series”, Atlantic Council,
Washington, DC, 19-11-08, www.atlanticcouncil.org
10. Sirajuddin Haqqani, “What we, the Taliban,
want”, The New York Times, 20-2-20.
11. La madrasa de Deoband (India) es una
corriente renovadora del Islam, fundada en
1867 en reacción al colonialismo británico.
12. Las citas que siguen están extraídas de Adam
Baczko, La Guerre par le droit. Les tribunaux talibans
en Afghanistan, CNRS Éditions, París, 2021.
*Respectivamente, investigador del Centre National
de la Recherche Scientifique - Centre de Recherches
Internationales (CNRS-CERI), autor de La Guerre par
le droit. Les tribunaux talibans en Afghanistan, CNRS
Éditions, París, 2021; e investigador del Centre Euro-
péen de Sociologie et de Science Politique (CESSP),
Universidad París-1, autor de Le Gouvernement trans-
national de l’Afghanistan. Une si prévisible défaite, Kar-
thala, col. “Recherches internationales”, París, 2021.
Traducción: Pablo Rodríguez
torio por un agente temporario empleado por la
Central Intelligence Agency (CIA), David Passa-
ro. Según la versión oficial, falleció por una crisis
cardíaca. Los parientes de la víctima no tardaron
en descubrir al autor de la denuncia: Mahmud
Miran, un comandante salarzai, enemigo perso-
nal de Wali. La deuda de sangre cambió la natu-
raleza de la hostilidad. Los notables shinwari de-
cidieron entonces vengarse denunciando a los
salarzai, cercanos a los talibanes, ante los milita-
res estadounidenses, que los arrestaron.
En 2007, Passaro fue juzgado culpable de asesi-
nato por una jurisdicción federal estadouniden-
se y condenado a ocho años de prisión. Pero la
noticia llegó demasiado tarde para transformar
la dinámica local. La rivalidad entre Wali y Miran
se convirtió en un conflicto entre redes de co-
mandantes shinwari y salarzai, alimentando la
inseguridad creciente en la provincia. g
A.B. y G.D.
 Michel Potage, de la serie "Wars", 2002

Dossier

La espiral
del terror
El terrorismo “islámico” –calificación religiosa que no
suele adosarse a terroristas de otros credos– es obra de
fundamentalistas inspirados en ideologías rigoristas del
islam, procedentes del wahabismo o de los Hermanos
Musulmanes. Desde el 11 S, distintas organizaciones
compiten para impactar globalmente e imponerse en el
mundo musulmán. Pero el terror también puede tomar
otras formas, más asépticas, pero no menos bárbaras.

Génesis del yihadismo  por Nabil Mouline 16 | Al Qaeda vs. Estado Islámico por Julien
Théron 18 | Dron, el anti-kamikaze. Atentados fantasma por Grégoire Chamayou 20
16 | Edición especial | septiembre 2021

Dossier
La espiral
del terror

Michel Potage, de la serie “Wars”, 2002

La yihad, esfuerzo de elevación espiritual, puede significar también el combate

contra los infieles y los hipócritas. Para justificar una conducta ultraviolenta,
los yihadistas se inspiran en una ideología rigorista con una doble filiación: los
Hermanos Musulmanes y el salafismo wahabita, difundido desde Arabia Saudita.

De los Hermanos Musulmanes al wahabismo

Génesis del yihadismo

E
por Nabil Mouline*

l yihadismo, fenómeno multidi-
mensional, es ante todo una ideo-
logía global. Mediante un brico-
laje intelectual que resulta de la
desviación de conceptos, símbo-
los e imágenes de origen musul-
mán y europeo, sus depositarios pretenden ofre-
cer a los “creyentes” un nuevo comienzo, una
nueva identidad y un nuevo modo de vida para
triunfar aquí abajo y en el más allá.
En suma, una representación del mundo que
ofrece la certeza de pertenecer a algo más gran-
de que sí mismo: el grupo de elegidos encargado
por Dios de restablecer la verdadera religión y
reunificar la umma (la comunidad de creyentes)
bajo la égida del califato –la monarquía univer-
sal islámica–, antes de lanzarse a la conquista del
mundo y obtener la salvación. Volver a trazar la
génesis y el desarrollo de los principales afluen-
tes de la ideología yihadista permite comprender
mejor su atractivo y su eficacia, de Saint-Denis,
en Francia, a Karachi, en Pakistán.
A semejanza de otras ideologías extremistas,
el yihadismo hunde sus raíces en el desencanto
provocado por la Primera Guerra Mundial. El
desmantelamiento del Imperio Otomano, la abo-
lición del califato por Mustafá Kemal Atatürk, la
dominación occidental y el auge de nuevas for-
mas de socialización provocaron un verdadero
desconcierto en algunos ámbitos musulmanes.
Para salir de esta crisis existencial, algunos
militantes, eruditos y ulemas ( juristas y teólo-
gos) vieron en el islam el único remedio. Varios
proyectos más o menos logrados surgieron así
entre las dos guerras. El más importante de ellos
es sin duda el de los Hermanos Musulmanes.
Cultura de enclave
La cofradía de los Hermanos Musulmanes nació
en Egipto, en 1928, inspirada en la Young Men’s
Christian Association. Para su fundador Hassan
Al Banna, el islam es un orden superior y total
que debe reinar sin divisiones en el espacio so-
cial musulmán, pues es a la vez “dogma y culto,
patria y nacionalidad, religión y Estado, espiri-
tualidad y acción, Corán y sable”. Con este obje-
tivo, plantea una estrategia teleológica: primero,
hay que islamizar la sociedad desde abajo, supe-
rando todas las escuelas jurídicas y teológicas,
antes de tomar el poder y de crear Estados islá-
micos. Estos Estados, que aseguran la suprema-
cía de la sharia (ley islámica), se comprometen
poco a poco en un proceso de integración a través
de los programas de cooperación. Este proceso
debe culminar finalmente en la abolición de las
fronteras y en la proclamación del califato.
El fundador de los Hermanos Musulmanes
no precisó nunca los principios y las estructuras
del Estado Islámico que deseaba instaurar. Siem-
pre se contentó con eslóganes y fórmulas vacías,
a veces incluso contradictorias. Pero las huellas
encontradas aquí y allá en sus escritos, al igual
que su acción a la cabeza de la asociación-cofra-
día, muestran que tenía una inclinación por el
elitismo, el dirigismo y el autoritarismo. Al Ban-
na se declaró de manera bastante clara en con-

tra de varios principios democráticos, en parti-
cular la libertad, la separación de lo político y lo
religioso, el multipartidismo y la separación de
poderes. Para enfrentar a los desafíos internos y
externos, la umma debe ser, según él, dirigida
por una sola ley, la sharia, por un solo partido,
los Hermanos Musulmanes, y por un solo jefe,
el califa.
Gracias a la simplicidad relativa de su discur-
so y al celo de sus miembros, la cofradía amplió
considerablemente su base de apoyo en Egipto
y en otras partes del mundo árabe. No logró, sin
embargo, realizar su principal objetivo: conquis-
tar el poder, condición indispensable para resta-
blecer la ciudad de Dios y obtener la salvación.
Desde fines de los años 1940, este fracaso im-
pulsó a una minoría resuelta a adoptar posicio-
nes cada vez más radicales, particularmente en
lo que concierne al uso de la violencia. Los he-
chos se aceleraron de manera dramática duran-
te la década siguiente en razón de la represión
sin precedentes conducida por la junta militar
recientemente instalada en el poder en El Cairo.
Sayyed Qotb, un intelectual afligido, se unió
a la cofradía durante ese período de crisis. En
las cárceles del presidente Gamal Abdel Nas-
ser, operó un giro ideológico que tendría conse-
cuencias enormes en el campo político-religioso
árabe-musulmán. En efecto, para Qotb el mun-
do en el cual vivía había caído en la ignorancia
y el descreimiento (al-jahiliyya). Los verdaderos
creyentes, ya ultraminoritarios, debían realizar
un éxodo (al-hijra) y separarse espiritual y físi-
camente de las sociedades impías. Después de
crear una plataforma espiritual y temporal sóli-
da, estos elegidos debían lanzarse a la conquista
del mundo impío en el marco de una yihad in-
tegral. Inspirándose en el indo-paquistaní Abul
Ala Mawdudi, un partidario encarnizado de la
idea del califato, Qotb incitó a los elegidos a res-
tablecer la soberanía absoluta de Dios (al-haki-
miyya) a través de la instauración del Estado y de
la ley islámicos para liberar a los creyentes del
materialismo occidental. Esta cultura de encla-
ve, que no es nueva en la historia musulmana, rá-
pidamente se convirtió en la base política del yi-
hadismo contemporáneo.
A pesar de su popularidad, y de su adopción
por grupos radicales a partir de los años 1960, las
ideas de Al Banna y de Qotb se vieron frenadas en
su difusión por un obstáculo estructural: sus au-
tores no eran ulemas depositarios de una tradi-
ción secular, sino simples intelectuales y militan-
tes islamistas, una categoría que todavía no había
encontrado su lugar en el campo político-reli-
gioso. Durante los años 1960-1970, varios grupos
yihadistas (Shabab Muhammad, Al Yihad y Al
Takfir wa Al Hijra) se esforzaron por remediar
este problema utilizando hasta el hartazgo refe-
rencias clásicas, particularmente los escritos del
jurista-teólogo Ibn Taymiyya (1263-1328) y de su
discípulo Ibn Qayyim Al Jawziyya. Fue en vano.
Una nueva ortodoxia
En 1979, la invasión soviética a Afganistán le permi-
tió al yihadismo procurarse una doctrina teológica
y jurídica bien establecida: el wahabismo. Gracias
a los petrodólares de Arabia Saudita, esta tradición
pudo imponerse en el campo islámico como una
nueva ortodoxia. El wahabismo, que nació duran-
te la segunda mitad del siglo XVIII en Arabia Cen-
tral, es un avatar del hanbalismo, una de las cuatro
grandes escuelas jurídicas del sunnismo. Predicador
intransigente, su fundador Muhammed Ibn Abdel-
al-Wahhab (1703-1792), no retrocedió ante nada pa-
ra imponer lo que él consideraba como la única reli-
gión verdadera, la del Profeta y sus piadosos ances-
tros, “al-salaf al-salih”, de allí el término “salafismo”,
otra denominación de esta tradición. En 1744, se alió
a los Saúd para construir sobre la base de su doctri-
na una entidad política: el primer Estado saudita, vi-
gente hasta 1818.
Seguido ciegamente por sus discípulos, Ibn Ab-
del-al-Wahhab aseguraba que la única vía posible
para la salvación es la restauración de la religión
“pura”. Para alcanzarla, hay que (re)descubrir el
concepto fundamental del islam: la unicidad divina
–al-tawhid, epónimo de muchos de los movimien-
tos yihadistas–. Esta unicidad no puede realizarse
sino con una condición: la observación estricta de
la ortodoxia y de la ortopraxis, conforme a la doc-
trina hanbalí. Todos aquellos que no adhieren a es-
te dogma son calificados de hipócritas, de perdidos,
de heréticos, incluso de infieles. Muchas doctrinas y
prácticas del sufismo, tales como el culto a los santos,
los peregrinajes extracanónicos o las prácticas adi-
vinatorias, son asimiladas a formas de idolatría que
hay que combatir por todos los medios. Del mismo
modo, los individuos y los gobiernos que recurren a
leyes consideradas como no islámicas son declara-
dos apóstatas.
Convertirse y permanecer como un verdadero
monoteísta supone aplicar estrictamente las pres-
cripciones divinas en todos los ámbitos de la vida.
Para alcanzar este objetivo, los wahabitas preconi-
zan una interpretación rigurosa de los textos sagra-
dos. La sharia y, en particular los castigos corporales,
deben según ellos ser aplicados al pie de la letra.
Para trazar fronteras, simbólicas y reales, entre
la religión auténtica y las falsas, los defensores del
wahabismo desarrollaron el principio “al-wala wa’
al-bara’” (“la lealtad y la ruptura”). El creyente de-
be una fidelidad y una lealtad absolutas a todos los
miembros de la comunidad. Por el contrario, las re-
laciones con los infieles se limitan teóricamente a la
conversión, la sumisión o la guerra. En esta lógica,
los musulmanes que viven en territorios impíos de-
ben tarde o temprano cumplir con una hijra, (éxodo),
hacia la morada del islam para nutrirse de fuerza sa-
grada antes de volver a partir a la yihad.
Al Qaeda y el Estado Islámico
Apoyados en el proyecto de Al Banna, la hoja de
ruta de Qotb, la ortodoxia wahabita y la victoria
El sueño de los mártires
Meditaciones sobre
una guerra actual
Dardo Scavino
Anagrama; Barcelona, febrero de 2019.
248 páginas.
En este ensayo ganador del Premio Anagrama, Dardo
Scavino, filósofo argentino residente en Francia, sos-
tiene la existencia de lo que define como la “primera
guerra global”. Ignorando las soberanías territoria-
les y las fronteras estatales, el islamismo radicali-
zado, por un lado, y la respuesta occidental en la así
llamada “guerra contra el terrorismo”, por otro, no
libran una guerra tradicional ni, mucho menos, un
“choque de civilizaciones”, sino un conflicto donde
las mediaciones simbólicas que adoptan y encarnan
los diversos actores determinarían los acontecimien-
tos, incluso los más sanguinarios.
El propósito de Scavino no es condenar los actos
sino comprender las representaciones que movilizan
a los actores. Retomando la inversión foucaultiana
de la célebre consigna de Clausewitz, para el autor
la política como representación es aquí la continua-
ción de la guerra por otros medios, y condiciona las
acciones de los protagonistas. Así, las conversiones
al islamismo extremo de jóvenes europeos de ori-
gen musulmán y su adopción repentina e intensa de
narraciones, identidades y mitos teológico-políticos
que hasta ayer ignoraban no son el origen de la vio-
lencia, sino un fenómeno estimulado por la escalada
del propio conflicto. Esta radicalización del enfren-
tamiento y sus relatos, señala Scavino, explica los
cruces entre modernidad técnica, lógica espectacular
y opciones fundamentalistas que retoman un pasado
mitificado, acelerando los antagonismos hasta nive-
les trágicamente despiadados.
Germán Conde
| 17
contra los soviéticos, los yihadistas creyeron ha-
ber conseguido al fin la fórmula ideológica ideal
para revivir el califato y la edad de oro del islam.
Como lo demuestran las profesiones de fe que
circulan en Internet, particularmente la que pu-
blicó el jefe de la organización del Estado Islá-
mico (EI) de Irak, Abu Omar Al Baghdadi, en
2007, esta ideología evolucionó muy poco du-
rante las últimas décadas. Las únicas novedades
para destacar son el auge del discurso anti-chii-
ta –debido a los contextos saudita, iraquí y si-
rio–, el desarrollo de los escritos que legitiman
todas las formas de violencia y el de los relatos
mesiánicos.
Para hacer triunfar a la que ellos consideran
la verdadera religión, los yihadistas elaboraron
desde principios de los años 1990 varias estra-
tegias, a la vez competitivas y complementarias.
Al Qaeda funda su razón de ser en la idea de que
la umma es el blanco de agresiones interiores y
exteriores incesantes. Los musulmanes del mun-
do entero tienen la obli-
gación, según ella, de
En el wahabismo, prestar socorro a sus co-
rreligionarios en peligro.
las relaciones Esta solidaridad orgáni-
ca se expresa a través de
con los infieles la práctica de una yihad
global, a la vez contra las
se limitan grandes potencias y con-
teóricamente a tra los regímenes árabe-
musulmanes que las apo-
la conversión, yan. El objetivo final es
expulsar a esas potencias
la sumisión o la de la morada del islam,
derrocar los regímenes
guerra. considerados apóstatas
y restablecer el califato.
Al considerarse como la
vanguardia de la comunidad de los creyentes, los
miembros de Al Qaeda pensaron hacer de Afga-
nistán el hogar de una nueva epopeya. En 1998,
Osama Ben Laden y sus lugartenientes prestaron
además lealtad al jefe de los talibanes, el mullah
Omar, como comendador de los creyentes, y de-
clararon la yihad a las potencias occidentales. Si-
guió una serie de grandes atentados como el del
11 de septiembre de 2001.
Sacando conclusiones de los fracasos de Al
Qaeda, el EI adoptó un método “glocal”, es de-
cir que desarrolló su capacidad de pensar global-
mente y actuar localmente. Los dirigentes de la
organización, que se consideran a su vez como
los nuevos elegidos, han preferido procurarse,
en primer lugar, de una plataforma en el centro
mismo del mundo árabe-musulmán y asegurar
su autonomía financiera antes de enviar sus sol-
dados al asalto del mundo. Para lograrlo, siguie-
ron un plan en tres etapas, publicado entre 2002
y 2004: “De la administración del salvajismo: la
etapa más crítica que franqueará la comunidad
de los creyentes”. En términos simples y direc-
tos, este opúsculo explica cómo los yihadistas
pueden aprovechar acontecimientos y circuns-
tancias en el plano local o internacional para
echar mano a un territorio. Una vez conquistado,
este puede volverse una plataforma, no solo por
medio del recurso a una violencia extrema y a
una propaganda implacable, sino también inspi-
rándose en el arte de la guerra y del savoir-faire
administrativo occidentales. El éxito parcial de
esta estrategia y la proclamación de un “califa-
to” en junio de 2014 consiguió seguidores en el
mundo musulmán y en otras partes, en el Sinaí,
en Libia, en el Sahel, en Túnez, en Arabia Saudita
y en Francia... g
*Investigador en el Centro Nacional de la Investigación Cien-
tífica (CNRS) de Francia. Autor, entre otros libros, del ensayo
Le Califat, Flammarion, París, 2016. Este artículo fue publi-
cado en Le Monde diplomatique, París, diciembre de 2015.
Traducción: Florencia Giménez Zapiola
18 |
Dossier
La espiral
del terror
Los atentados del 11 S le permitieron a Al Qaeda presentarse ante Occidente como
el líder del fundamentalismo islámico. Pero la guerra civil en Siria, comenzada en
marzo de 2011, revelaría a un nuevo actor de ambiciones políticas más osadas: el
Estado Islámico (EI), que pretende imponer un califato en Siria e Irak.
Fundamentalismos en guerra
Al Qaeda vs. EI
C
por Julien Théron*
uando, en 1989, Osama Ben Laden
y Abu Musab al Zarqawi se encon-
traron en las montañas de Afga-
nistán, adonde habían llegado pa-
ra combatir al enemigo soviético,
probablemente no sospechaban el
papel que desempeñarían en la expansión del isla-
mismo radical. El saudita soñaba con convertirse
en el líder revelado de un islam de escala planetaria,
mientras que el jordano anhelaba la implementa-
ción de un régimen salafista en el corazón de Medio
Oriente, para reemplazar así al reino hachemita, al
que aborrecía. Estos proyectos milenaristas –eva-
nescente y profético, uno; preciso y concreto, el
otro– anunciaban el camino de estos hombres, así
como también el de Al Qaeda y la organización del
Estado Islámico (EI).
Después de la invasión estadounidense de 2003,
Al Zarqawi, jefe del ya internacional grupúsculo Ja-
maat Al-Tawhid wal-Jihad, decidió trasladar las ac-
tividades de su grupo desde Jordania hasta Irak, por
lo que recibió el apoyo de Ben Laden. Su vehemente
antiamericanismo era comparable, por la variedad de
tácticas y su recurso a la violencia, a las tradiciona-
les técnicas terroristas de la Guerra Fría (asesinatos
por encargo, atentados y coches bomba) que el grupo
practicaba con pericia. Al Zarqawi agregó métodos
espectaculares (explosivos improvisados, atentados
suicidas y decapitaciones). En un territorio especí-
fico, su organización multiplicó los blancos: tropas
estadounidenses con sus aliados, la embajada jorda-
na, el gobierno y la policía iraquíes, pozos petroleros,
mezquitas chiitas, responsables políticos, puestos
fronterizos iraco-jordanos, rehenes civiles extran-
jeros, muchedumbres en los mercados, la Organiza-
ción de las Naciones Unidas (ONU), el Comité Inter-
nacional de la Cruz Roja (CICR), entre otros.
La pleitesía oficial que el grupo le rendía a Ben
Laden lo llevó a convertirse, en 2004, en Al Qae-
da en Irak (AQI) o, más exactamente, en Al Qaeda
por la yihad en el país entre ambos ríos (el Tigris y
el Éufrates), en referencia a la Mesopotamia, pues
como quedó demostrado a través de su estrategia,
Al Zarqawi no se ceñía a las fronteras coloniales.
En junio de 2006, fue asesinado por los estadouni-
denses. Cuatro meses más tarde, la organización,
ya muy debilitada, se convertía en el Estado Islá-
mico en Irak (EII), dirigido por un tal Abu Bakar al
Baghdadi. Actuaba junto a Fatah Al Islam, un grupo
que desestabilizaba el norte del Líbano en 2007 y
cuyo jefe habría organizado, junto a Al Zarqawi, el
asesinato del diplomático estadounidense Lauren-
ce Foley, en Amán, en 2002.
La guerra en Siria dio un vuelco a la situación. A
pesar de un vivo rechazo, el presidente sirio, Bashar
Al Assad, liberó cientos de islamistas radicales en la
primavera de 2011; muchos de ellos pasaron a inte-
grar los cuadros yihadistas. El EII no esperaba tanto.
Así surgió el Frente Al Nusra, que quiere decir lite-
ralmente “Frente de la Victoria”. Se trata de la rama
siria de la organización, que se encuentra bajo el ala
de Al Qaeda. Esto le permitió a Al Assad reforzar su
Edición especial | septiembre 2021
Michel Potage, de la serie “Wars”, 2002
propaganda contra la revolución presentándola co-
mo la obra de la red yihadista.
En 2013, Al Baghdadi anunció la fusión bajo su
mando del EII y el Frente Al Nusra. Sin embargo, es-
te último, respaldado por Al Qaeda, se negó, lo que
desencadenó la ruptura. El EII buscó su propia iden-
tidad, se convirtió en el Estado Islámico en Irak y Si-
ria y luego simplemente en EI. La afirmación de su
independencia, la acción transfronteriza, sus méto-
dos extremadamente brutales, el concepto de con-
quista territorial, todo convergió para que el movi-
miento consumara su transformación. Sólo faltaba
un detalle, un título, una firma, un símbolo, una iden-
tidad, un objetivo, lo que el propio Ben Laden no se
había atrevido a hacer: proclamar el califato.
Cuando Ben Laden desapareció en mayo de
2011, Al Baghdadi le infundió un nuevo impulso a
la galaxia yihadista, reafirmó su autoridad y pasó,
motu proprio, de emir a califa. El antiguo “príncipe”
o “gobernador” se presentó, desde ese momento,
como jefe supremo de la comunidad musulmana,
sucesor del profeta Mahoma, investido de un poder
tanto temporal como espiritual.
Similitudes y diferencias
El EI y Al Qaeda tienen en común la fraternidad de
sus combatientes y el llamamiento a un yihadismo
mundial en el que la umma, la comunidad musulma-
na, trasciende cualquier otra estructura social: Esta-
do, nación, etnia, cultura o lengua. No obstante, entre
ambos existen diferencias.

Al Qaeda se creó a partir de una fraternidad tejida
entre mujahidines provenientes de las montañas del
Hindu Kush (Afganistán), de Hadramaut (Yemen)
o de Adrar de los Ifoghas (Malí). Estos hombres son
considerados figuras espirituales autónomas por las
redes islamistas y son seguidos por cierto número de
adeptos en comunidades restringidas, cerradas y dis-
crecionales, que se comunican a través de mensajes
cifrados y simbólicos.
La fraternidad que promueve el EI no es selectiva,
sino abierta a todos. El movimiento busca expandir-
se al conjunto de los musulmanes, pero también a los
no musulmanes, quienes deberán convertirse o mo-
rir. Está basado en una comunicación extensiva que
apunta a la mayor audiencia posible a través de situa-
ciones de combate trabajadas principalmente como
crónicas y propagadas ampliamente a través de los
medios de comunicación y de las redes sociales. Al
Qaeda, por su parte, difundía con cuentagotas videos
de mala calidad de sus cabecillas en las grutas.
Esta diferencia está relacionada con la estruc-
tura de ambos movimientos. La red que constituye
Al Qaeda fue inventada por necesidad, para que la
desaparición de una célula clandestina no afectara
al resto del grupo. Pero la organización jerárquica
del movimiento reposa en un principio de doble au-
toridad: militar y religiosa. Es por esta razón que, a
pesar de tener orígenes extremadamente diferen-
tes, Abdelmalek Droukdel (Al Qaeda en el Magreb
Islámico, AQMI), Abu Musab al Zarqawi (AQI),
Anwar al Awlaki (Al Qaeda en la Península Arábi-
ga, AQPA) e incluso los dirigentes de movimientos
aliados como el Mullah Omar (talibanes afganos) y
el somalí Ahmed Godane (Al Shebab) representan
o representaron la autoridad regional de Ben Laden
y luego de Ayman al Zawahiri, figuras tutelares, cal-
cos de la imagen del Profeta y de sus compañeros en
una proyección escatológica.
La noción de jefe también está presente en el EI;
el propio Al Baghdadi ha sido objeto de redundantes
antífonas laudatorias que concluyen con el litúrgico
Allahu Akbar (Dios es grande). Sin embargo, la idola-
tría absoluta hacia el dirigente no prevalece como sí
lo hace en Al Qaeda. Mediante la bandera, el símbolo
del dedo levantado hacia el cielo y los combatientes
anónimos mediatizados, lo que debe sobresalir es el
propio movimiento.
Curiosamente, el EI volvió realidad la voluntad re-
presentativa contenida en el propio término “Al Qae-
da”: “la base”. Base popular, base fundadora, base terri-
torial y base militar; el EI es todo eso. Y contrariamen-
te al carácter disperso de las acciones puntuales de Al
Qaeda en Nueva York, Bombay, Madrid o Bali –que si
bien constituyen notables hechos de armas para la ga-
laxia yihadista, no son más que tentativas aisladas sin
un proyecto concreto– es a partir de esta base múltiple
que el califato pretende cumplir su objetivo: conquis-
tar el mundo. Para poder llevarlo a cabo, el EI se tuvo
que adaptar. Y es allí donde su estrategia se distingue
de la de Al Qaeda en cuatro puntos fundamentales. En
primer lugar, se establece en un territorio permanente
para afianzar geográficamente el movimiento. En se-
gundo lugar, el EI pasó de intentar desestabilizar el te-
rritorio a buscar su soberanía, en tanto que Al Qaeda
apunta a la desestabilización del territorio y no a su ad-
ministración directa. En tercer lugar, el EI estableció
la idea de una conquista impregnada de referencias
históricas, construida en base a la toma de sitios his-
tóricos (Raqqa, Tikrit, Mosul…) y destinada a destruir
el antiguo orden regional. Finalmente, se trata de una
lucha local, de proximidad y continua, que recurre a
diversos medios que van del terrorismo al uso con-
vencional de la fuerza, lo que caracteriza la capacidad
operacional del EI frente a la de Al Qaeda, constituida
por golpes intermitentes a intereses o símbolos occi-
dentales, en sus propios países o en países aliados, por
parte de redes clandestinas restringidas.
El objetivo de la estrategia del EI es la clara do-
minación sobre todos los demás: sunnitas mode-
rados, chiitas, alauitas, cristianos, judíos, yezidís
o alevis. El antichiismo, la lucha contra los kurdos,
considerados impíos, y la inferioridad de las otras
creencias constituyen, para el EI, un fundamento
ideológico, mientras que las bases de Al Qaeda re-
posan en motivos antioccidentales.
La violencia desenfrenada del EI evidencia un pa-
radigma muy claro: la total ausencia de concesiones.
Si Al Qaeda se financia con los rescates de los rehenes
liberados, el EI los ejecuta públicamente. Esta radi-
calidad extrema le sirve para ganar adeptos, aquellos
que piensan que ya no es posible ningún tipo de co-
existencia con el resto del mundo. En ocasiones, los
miembros de Al Qaeda viven clandestinamente en las
sociedades que condenan. Los miembros del EI re-
chazan dichas sociedades para vivir en el califato au-
toproclamado. Allí es donde se supone que se encuen-
tra el centro de expansión de un pensamiento único,
circunscripto, literalista y rigorista: el salafismo yiha-
dista, a saber, la unión de todos los seres humanos en
un califato austero y la eliminación de todo lo que no
emane del islam sunnita tal como se lo interpreta y se
lo aplica, usando la violencia como primera opción.
Nuevos adeptos
La idea no es nueva –Al Qaeda había sido su pala-
dín–, pero el terror del EI es más profundo, más vio-
lento, está más mediatizado, mejor organizado y se
lo practica día a día. No es tanto un nuevo fenómeno
como la reinvención de algo a lo que el mundo ya se
había acostumbrado parcialmente. Más allá del im-
pacto emocional generado por cada uno de sus ata-
ques, Al Qaeda nunca volvió a llevar a cabo un acto de
la magnitud que tuvo su irrupción en la escena me-
diática, es decir, los atentados del 11 de Septiembre.
Con la desaparición de su líder y el desplazamiento
de su centro de Afganistán a Pakistán, la organiza-
ción de Ben Laden comenzaba a mostrar signos de
agotamiento frente a las embestidas militares, los
asesinatos dirigidos y la persecución permanente.
La aparición del EI representa una renovación del
yihadismo para las poblaciones que prácticamente
no habían sido sensibles al fenómeno en 2001, como
los sunnitas de Irak y Siria, quienes sufrieron la san-
grienta guerra civil iraquí posterior a la invasión es-
tadounidense de 2003 y la represión desenfrenada
operada por el régimen sirio desde 2011.
En librerías y www.editorialcapitalintelectual.com.ar
| 19
Es probable que la mayor parte de los combatien-
tes extranjeros que se unen a las filas del EI no cono-
cieran la existencia de Al Qaeda antes de 2001. Ya sea
por su corta edad –un joven de veinte de hoy, en ese
entonces tenía siete años– o porque todavía no se ha-
bían volcado hacia este islamismo radical, que con-
tó con una comunicación sin punto de comparación
con la de sus adeptos y tampoco –ironía de la histo-
ria– con la de sus adversarios.
En los años 90, a ningún joven escandinavo o chino
se le hubiese ocurrido ir a combatir junto a mujahi-
dines afganos o argelinos, aceptar la lógica del tafkir
o ir de madrasa en madrasa escuchando relatos que
pasan de doctas reflexio-
nes teológicas a una movi-
La violencia del lización ideológica belige-
rante. En la actualidad, los
EI evidencia un combatientes extranjeros
en el califato que no pro-
paradigma muy vienen de los países ára-
bes se cuentan de a miles.
claro: la total De 2001 a 2014, de Al
Qaeda al EI, la globaliza-
ausencia de ción de los intercambios
concesiones. permitió la transforma-
ción del yihadismo a tra-
vés del acceso a la infor-
mación, la ideología, las
redes y finalmente al combate. El EI reinventó Al
Qaeda y lanzó una invitación a su santuario para pro-
bar lo que se presenta como la gloria escatológica del
mártir. Al Qaeda buscaba la dispersión: Magreb, Sa-
hel, Cuerno de África, Península Arábiga, Medio
Oriente, Pakistán, India, Sudeste Asiático. El EI incor-
pora y atrae antes de expandirse. Es centrípeto, cuan-
do Al Qaeda se perfilaba centrífuga. Así, va absorbien-
do, como nuevas wilayas del califato, entidades autó-
nomas engendradas –al menos ideológicamente– por
su hermana mayor.
Surgido de AQI, el EI incorporó, en un primer mo-
mento, grupos de combatientes sirios. En la actuali-
dad, las adhesiones son numerosas, de Ansar al-Sha-
ria en Libia al Movimiento para la Unicidad y la Yihad
en África Oriental (MUJAO). La cuestión de las ad-
hesiones excita y divide a las células esenciales de Al
Qaeda, como sucedió con AQMI: Abu Abdallah Oth-
man al Acimi, uno de los fundadores del Grupo Sala-
fista para la Prédica y el Combate (GSPC), antecesor
del AQMI, desertó, juró lealtad a Al Baghdadi y creó
una nueva rama del EI en Magreb, Yund al Jilafa (Sol-
dados del Califato). En el Sinaí egipcio, Ansar Bait al
Maqdis, principal grupo salafista local, combatiente
y autónomo, también se sumó a las filas del EI. Inclu-
so el alborotador del yihadismo, Abubakar Shekau, lí-
der de Boko Haram, lanzó un “que Alá te proteja, Abu
Bakar al Baghdadi”.
Pero la importancia de saber si el EI triunfará so-
bre Al Qaeda está en un segundo plano ya que, si bien
sus métodos y sus objetivos difieren, las dos organiza-
ciones persiguen paralelamente el mismo fin. g
*Politólogo y asesor en geopolítica de conflictos.
Traducción: Georgina Fraser
LAVES DEL SIGLO XXI
EL CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ
100 preguntas y respuestas
Pedro Brieger
MEDIO ORIENTE, LUGAR COMÚN
Siete mitos sobre la región más caliente del mundo
Ezequiel Kopel
HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MEDIO ORIENTE
Detrás de los mitos
Leyla Dakhli
Disponibles en ebook
20 |
Dossier
La espiral
del terror
El uso de los drones –aviones sin piloto– que transformó las reglas de la guerra, no
despierta un rechazo masivo en la opinión pública de Occidente. Sin embargo, es esa
misma opinión la que condena los atentados suicidas como el colmo de la barbarie.
Dron, el anti-kamikaze
Atentados fantasma
por Grégoire Chamayou*
E
Para mí, el robot es nuestra respuesta al atentado suicida.
Bart Everett (1)
l filósofo Walter Benjamin re-
flexionó sobre los drones, los avio-
nes teledirigidos que los pensado-
res militares de mediados de los
años 30 ya imaginaban. Este ejem-
plo le servía para ilustrar la dife-
rencia entre lo que denomina la “segunda técni-
ca” guerrera, característica de las industrias moder-
nas, y la “primera técnica”, que se remonta al arte de
la prehistoria. La diferencia entre ambas, desde su
punto de vista, radicaba menos en la inferioridad o el
arcaísmo de una respecto de la otra que en su “dife-
rencia de tendencia”: “La primera involucra al hom-
bre tanto como sea posible; la segunda, lo menos po-
sible. La hazaña de la primera, me atrevo a decir, es el
sacrificio humano; la de la segunda se anunciaría en
el avión sin tripulación comandado a distancia por
ondas hertzianas” (2).
Por un lado, las técnicas del sacrificio; por el
otro, las del juego. Por un lado, el compromiso
absoluto; por el otro, la ausencia total de com-
promiso. Por un lado, la singularidad de un acto
humano; por el otro, la reproductibilidad indefi-
nida de un gesto mecánico: “El lema de la prime-
ra técnica fue el ‘de una vez por todas’ (ya sea el
error irremediable o el sacrificio de la vida eter-
namente ejemplar). El lema de la segunda técni-
ca es ‘una vez no es nada’ (cuyo objeto consiste en
repetir sus intentos, variándolos incansablemen-
te)” (3). Por un lado, el kamikaze, o el autor del atentado
suicida, que se destruye de una vez por todas en una sola
explosión; por el otro, el dron, que lanza sus misiles de
repetición como si nada sucediera”.
Mientras que el kamikaze implica la fusión total del
cuerpo del combatiente con su arma, el dron asegura
su separación radical. Kamikaze: mi cuerpo es un ar-
ma. Dron: mi arma no tiene cuerpo. El primero impli-
ca la muerte del agente. El segundo la excluye de mane-
ra absoluta. Los kamikazes son los seres humanos de la
muerte segura. Los pilotos de drones son los seres hu-
manos de la muerte imposible. En este sentido, repre-
sentan dos polos opuestos en el espectro de la exposi-
ción a la muerte. Entre ambos, están los combatientes
clásicos, los hombres que se arriesgan a morir.
Se habla de suicide bombing, atentado suicida, pero
¿cuál sería el antónimo? No existe una expresión especí-
fica para designar a aquellos que pueden matar con una
explosión sin jamás exponer su vida. No sólo no necesi-
tan morir para matar, sino sobre todo, es imposible que
los maten matando.
La reacción estadounidense
Contrariamente al esquema evolucionista, que Ben-
jamin sólo sugiere en realidad para subvertirlo me-
jor, kamikaze y dron, arma de sacrificio y arma de au-
topreservación, no se suceden de manera linealmen-
te cronológica, uno desechando al otro como la histo-
ria a la prehistoria. Emergen, en cambio, de manera
conjunta, como dos tácticas opuestas respondiéndose
históricamente una a la otra.
A mediados de la década de 1930, un ingeniero de
la empresa de radiocomunicación Radio Corporation
of America (RCA), Vladimir Zworykin, leyó un artícu-
Edición especial | septiembre 2021
Michel Potage, de la serie “Wars”, 2002 (fragmento)
lo sobre el ejército japonés que lo preocupó enorme-
mente. Los japoneses, se enteró allí, habían comen-
zado a formar escuadrones de pilotos para aviones-
suicidas. Mucho tiempo antes de la trágica sorpresa
de Pearl Harbor, Zworykin había comprendido la di-
mensión de la amenaza: “La eficacia de este método,
por supuesto, queda por demostrarse, pero si seme-
jante entrenamiento psicológico de las tropas fuera
posible, esta arma se volvería de las más peligrosas.
Como difícilmente podemos esperar que semejantes
métodos se introduzcan en este país, debemos remi-
tirnos a nuestra superioridad técnica para resolver el
problema” (4). En esa época, Estados Unidos ya dis-
ponía de prototipos de “aviones de radiocontrol” que
podían servir de torpedos aéreos. Pero el problema ra-
dicaba en que estos aparatos teledirigidos eran ciegos:
“Pierden su eficacia desde que se interrumpe el con-
tacto visual con la base que los dirige. Los japoneses,
evidentemente, encontraron la solución a ese proble-
ma”. Su solución era el kamikaze: ya que el piloto tiene
ojos y está dispuesto a morir, puede guiar el aparato
hasta el final sobre su objetivo.
Pero Zworykin era también, en la RCA, uno de
los pioneros de la televisión. Y allí, por supuesto, re-
sidía la solución: “Un medio posible para obtener
prácticamente los mismos resultados que el piloto-
suicida consiste en equipar el torpedo teledirigido
con un ojo eléctrico” (5). El operador estaría enton-
ces en condiciones de ver el objetivo hasta el final, y
guiar visualmente el arma hasta el punto de impac-
to por radiocontrol.
Dejar en la carlinga del avión sólo la retina eléctri-
ca del piloto, al estar su cuerpo relegado en otra parte,
 | 21

fuera del alcance de las defensas antiaéreas enemigas.
Con ese principio de acoplamiento de la televisión y
el avión teledirigido, Zworykin descubría la fórmula
que mucho más tarde sería a la vez la de la smart bomb
y el dron armado.
Dominio técnico de la muerte
Si el texto de Zworykin es notable, es porque concibe,
y ello a partir de una de sus primeras formulaciones
teóricas, el ancestro del dron como el anti-kamikaze.
No solamente desde el punto de vista lógico, el de su
definición, sino también y sobre todo en el plano tác-
tico: es el arma la que le responde, a la vez como su an-
tídoto y su estrella gemela. Dron y kamikaze consti-
tuyen dos opciones prácticas opuestas para resolver
un mismo problema: guiar la bomba hasta su objeti-
vo. Lo que los japoneses pretendían realizar mediante
la superioridad de su moral sacrificial, los estadouni-
denses lo llevarían a cabo mediante la supremacía de
su tecnología material. Lo que los primeros espera-
ban alcanzar mediante el entrenamiento psicológico,
los segundos tratarían de hacerlo mediante procedi-
mientos puramente técnicos. La génesis conceptual
del dron tiene lugar en una economía ético-técnica de
la vida y la muerte donde el poder tecnológico viene
a reemplazar una forma de sacrificio inexigible. Allí
donde, por un lado, habrá valerosos combatientes,
dispuestos a sacrificarse por la causa, por el otro, no
habrá más que aparatos fantasma.
Se observa actualmente este antagonismo del ka-
mikaze y el telecomando. Atentados suicidas contra
atentados fantasma. Esta polaridad es ante todo eco-
nómica. Enfrenta a aquellos que poseen el capital y la
tecnología con aquellos que, para combatir, no tienen
más que sus cuerpos. Sin embargo, a estos dos regíme-
nes materiales y tácticos corresponden también dos
regímenes éticos: ética del sacrificio heroico, por un
lado; ética de la autopreservación vital, por el otro.
pan por la vida humana, ni siquiera la de sus fami- terson, es también una imagen-espejo del atentado
liares”, Eyad El-Sarraj, director del programa de suicida en el sentido de que él se aparta también,
salud mental de Gaza, respondió de esta manera: aunque en una dirección opuesta, de nuestra ima-
“¿Cómo se puede creer en la propia humanidad si gen paradigmática del combate” (11). g
no se cree en la humanidad del enemigo?” (8).
Horror por horror, ¿por qué sería menos horri- 1. Citado por Peter W. Singer, Wired For War: The Robotics Revolution
ble matar sin exponerse a perder la vida que hacer- and Conflict in the 21st Century, Penguin, Nueva York, 2009.
2. Walter Benjamin, L’Œuvre d’art à l’époque de sa reproduction
lo compartiendo la suerte de sus víctimas? ¿Por qué
mécanisée. Ecrits français, Gallimard, París, 1991.
un arma que permite matar sin ningún riesgo se- 3. Ibidem.
ría menos repugnante que lo opuesto? Jacqueline 4. Vladimir K. Zworykin, “Flying
Rose, sorprendida del hecho de que “lanzar bom- El poder Torpedo with an Electric Eye”,
bas de racimo desde el aire no sólo sea considerado 1934, en Arthur F. Van Dyck,
menos repugnante, sino además, para los dirigentes tecnológico del Robert S. Burnap, Edward T.
occidentales, superior moralmente”, sostiene: “La Dickey y George M. K. Baker
razón por la cual morir con otra víctima debe consi- dron viene a (directores), Television, Vol.
IV, RCA, Princeton, 1947.
derarse un pecado mayor que estar a salvo al hacer-
lo, no está clara” (9). Un “antropólogo proveniente reemplazar una 5. Ibidem.
6. Richard Cohen, “Obama
de Marte, agrega Hugh Gusterson, podría señalar
que muchos, en Medio Oriente, sienten los ataques
forma de sacrificio needs more than personality
to win in Afghanistan”, The
de drones estadounidenses exactamente como Ri- inexigible. Washington Post, 6-10-09.
chard Cohen los atentados suicidas. Los ataques de 7. Richard Cohen, “Is
drones son allí percibidos en gran medida como co- the Afghanistan surge
worth the lives that
bardes, porque el piloto del dron mata gente en el
will be lost?”, The Washington Post, 8-12-09.
terreno desde el espacio seguro de un caparazón 8. “Suicide bombers: dignity, despair and the need for hope.
climatizado en Nevada, sin el menor riesgo de ser Interview with Eyad El-Sarraj”, Journal of Palestine Studies, Vol. 31,
asesinado por aquellos a los que ataca” (10). N° 4, verano boreal de 2002. Citado por Jacqueline Rose, “Deadly
Talal Asad sugiere que el horror suscitado por los embrace”, The London Review of Books, Vol. 26, N° 21, 4-11-04.
atentados suicidas en las sociedades occidentales se 9. Jacqueline Rose, ibidem.
basa en el hecho de que el autor del atentado, con su 10. Hugh Gusterson, “An American suicide bomber?”, The
gesto, impide a priori todo mecanismo de justicia re- Bulletin of the Atomic Scientists, 20-1-10, www.thebulletin.org
11. Ibidem.
tributiva: muriendo con su víctima, cristalizando en
un solo acto crimen y castigo, vuelve la punición im-
posible y desactiva así el resorte fundamental de una
justicia pensada desde un punto de vista penal. Nun-
ca podrá “pagar por lo que hizo”.
El horror que suscita la idea de una muerte ad- *Filósofo, investigador del Centro Nacional de Investiga-
ción Científica (CNRS). Este artículo fue extraído de su libro
ministrada por aparatos sin piloto se debe sin duda Teoría del dron, Futuro Anterior, Buenos Aires, 2016.
a algo similar: “El operador del dron, agrega Gus- Traducción: Gustavo Recalde

Preservar la vida… propia www,trineo.com.ar

Dron y kamikaze se responden como dos motivos
opuestos de la sensibilidad moral. Dos ethos que se
enfrentan en espejo, cada uno de los cuales es a la vez
la antítesis y la pesadilla del otro. Lo que está en jue-
go en esta diferencia, al menos tal como aparece en la
superficie, es cierta concepción de la relación con la
Estados que cuentan con un programa militar Tipos de drones
muerte, la propia y la del prójimo, con el sacrificio o operativo de drones
Peso
la preservación de sí, con el peligro y el coraje, la vul- Dispone de drones de clase III Autonomía
nerabilidad y la destructividad. Dos economías polí- Busca desarrollar o adquirir Misiones
ticas y afectivas de la relación con la muerte, aquella drones de clase III
Reaper (estadounidense) Clase I
que se da y aquella a la que uno se expone. Pero tam- Dispone de drones Clase III
Menos de 150 kilos
bién dos concepciones opuestas del horror, dos vi- de clase II o I
Entre 1 y 3 horas
siones del horror. Realizó ataques Reconocimiento y
Richard Cohen, editorialista de The Washington con drones vigilancia
Post, dio su visión de las cosas: “En lo que respecta a + de 21.000 Clase I I
los combatientes talibanes, no sólo no aman la vida, drones de uso Entre 150 y 600 kilos
sino que la desperdician gratuitamente en atenta- militar
10 horas promedio
dos suicidas. Es difícil imaginar a un kamikaze es- en el mundo
Puede cargar
tadounidense” (6). Insiste: “Un kamikaze estadou- Países municiones ligeras
95
nidense no existe. Nosotros no exaltamos a los au- Clase I I I
60
tores de atentados suicidas, no hacemos desfilar a 8
Más de 600 kilos
2010 2019 10
sus hijos frente a las cámaras de televisión para que 6
9
12 24 horas o más
otros niños los envidien por la muerte de un parien- 5 7
13 Soportan cargas de
1
te. Para nosotros es molesto. Nos paraliza. Es fran- 11
varios cientos de
4 kilos, como misiles
camente repugnante”. Y agrega, complaciente: “Pe- 3
2 14

ro quizás nosotros amamos la vida demasiado” (7).

Lo que es pues “molesto”, “paralizante”, “repugnan-
te” es estar dispuesto a morir en su lucha y vanagloriarse
de ello. El viejo ídolo del sacrificio guerrero, caído direc-
tamente de su pedestal en la escarcela del enemigo, se Wing Loong (chino)
volvió el peor de los contrapuntos, el colmo del horror Clase III
moral. Al sacrificio, incomprensible e inmundo, que se Afganistán
5.888 ataques
interpreta inmediatamente como un desprecio a la vida confirmados desde 2015
sin percatarse de que más bien implica ante todo un des- + de 3.959 muertos
precio a la muerte, se opone una ética del amor a la vida, + de 161 civiles
+ de 37 niños
cuya expresión acabada es sin duda el dron. Grupos armados no
Pakistán
Coquetería última, reconozcamos que “nosotros” estatales que utilizaron drones 430 ataques confirmados
amamos la vida tanto que a veces la protegemos sin du- 1 México Cartel Jalisco
desde 2004
Somalia Yemen + de 2.515 muertos
da de manera excesiva. Un amor desbordante que sería 2 Venezuela Desertores del Ejército 139 ataques 329 ataques confirmados + de 424 civiles, + de 172 niños
ciertamente excusable si tanta autocomplacencia no 3 Colombia FARC confirmados desde 2007 desde 2002
+ de 965 muertos
pusiera en duda el amor propio. Porque, contrariamen- 4 Nigeria Boko Haram + de 10 civiles, 11 niños
+ de 1.020 muertos
+ de 174 civiles, + de 44 niños
te a lo que el autor señala, son efectivamente “nuestras” 5 Libia Ejército Nacional Libio,
vidas, y no la vida en general lo que “nosotros” amamos. facciones rebeldes
Siria Brigadas Ahrar al Sham, 11 Yemen Rebeldes hutíes
Si el caso del kamikaze estadounidense es inconcebible, 6 Territorios 9
Frente Al Nusra, grupo
Palestinos Hamas, Yihad Islámica 12 Afganistán Talibanes
una casilla vacía en el mapa de lo pensable, es porque 7 Líbano Hezbollah
Jorosán, Estado Islámico
13 Pakistán Al Qaeda
sería un oxímoron. La vida, aquí, no podría negarse a sí 8 Ucrania Separatistas prorrusos 10 Turquía Partido de los Trabajadores
14 Filipinas Grupo Maúte
misma. Y con razón: sólo niega la de los demás. del Kurdistán (PKK)

Consultado por un periodista que deseaba sa- Fuentes: Le Monde, París; Drone Warfare Project, The Bureau of Investigative Journalism, www.thebureauinvestigates.com
ber si era “verdad que los palestinos no se preocu-
22 |
El imperio estadounidense difiere de los imperios históricos
mundiales, por su carácter “global”. Pero la superioridad tecnológica
y militar de Washington contrasta con su vulnerabilidad económica;
la impopularidad de sus políticas actúa como un boomerang.
Vulnerable en lo económico, inalcanzable en lo militar
Un Imperio que no es
como los demás
por Eric Hobsbawm*
L
a actual situación mundial no
tiene precedentes. Los grandes
imperios mundiales de otrora,
como el español de los siglos
XVI y XVII y muy particular-
mente el Imperio Británico de los siglos
XIX y XX, en poco se parecen al actual Im-
perio estadounidense.
La globalización alcanzó un punto in-
édito en tres planos: la interdependencia,
la tecnología y la política. Ante todo, vivi-
mos en un mundo a tal punto interdepen-
diente, que las operaciones corrientes se
encadenan y cualquier interrupción tiene
consecuencias globales inmediatas. Tome-
mos como ejemplo la epidemia del Síndro-
me Agudo Respiratorio Severo (SARS) cu-
yo origen se sitúa seguramente en China:
esa enfermedad tomó proporciones de fe-
nómeno global. Su efecto perturbador so-
bre la red mundial de transporte, sobre el
turismo, sobre todo tipo de conferencias y
de instituciones internacionales, sobre los
mercados mundiales e incluso sobre toda
la economía de ciertos países, se hizo sentir
con una rapidez impensable en cualquier
época anterior.
Luego, el enorme poder de una tecno-
logía constantemente revolucionada se
afirma en el terreno económico y sobre to-
do en el militar. La tecnología es más deci-
siva que nunca en cuestiones militares. El
poder político a escala global exige hoy el
dominio de esa tecnología combinado con
Jasper Johns, Flag (Moratorium), 1969 (fragmento)
un Estado geográficamente muy grande.
La extensión no era algo que contara an-
teriormente. Gran Bretaña, que reinó so-
bre el imperio más extenso de su tiempo,
era apenas un Estado de tamaño mediano,
aun para los criterios de los siglos XVIII y
XIX. En el siglo XVII, Holanda –Estado de
un tamaño comparable al de Suiza– podía
convertirse en un actor global. Hoy en día,
es inconcebible que un Estado, por más ri-
co y tecnológicamente avanzado que sea,
se convierta en una potencia mundial si no
es relativamente gigantesco.
Por último, la política presenta actual-
mente un carácter complejo. Nuestra época
es aún la de los Estados-naciones, única área
en la que la globalización no funciona. Pero
se trata de un Estado de un tipo particular,
en el cual –y virtualmente esto se aplica a to-
dos– la población común juega un papel im-
portante. En el pasado, quienes gobernaban
tomaban sus decisiones sin preocuparse de-
masiado de lo que pensara la mayoría de los
habitantes. A fines del siglo XIX y principios
del XX, los gobiernos podían contar con una
movilización de sus pueblos. En cualquier
caso, hoy en día deben tener en cuenta más
que antaño lo que piensa o lo que está dis-
puesta a hacer la población.
A diferencia del proyecto imperial esta-
dounidense –y esa es la gran novedad– to-
das las grandes potencias y todos los im-
perios sabían que no eran los únicos y na-
die procuraba dominar todo el mundo por
sí solo. Nadie se consideraba invulnerable,
aun cuando es cierto que todos se creían el
centro del planeta, como por ejemplo Chi-
na, o el Imperio romano en su apogeo. En el
sistema de relaciones internacionales que
gobernó el mundo hasta el final de la Gue-
rra Fría, el máximo peligro podía venir de
una dominación regional. No hay que con-
fundir la posibilidad de acceder a todo el
planeta –que se materializó en 1492– con
su dominación global.
Alcanzar un poder global
El Imperio Británico en el siglo XIX fue el
único realmente “global”, en el sentido de
que operaba en todo el planeta. Desde ese
punto de vista, es sin dudas un precedente
respecto del Imperio estadounidense. En
cambio, los rusos de la era comunista, que
también soñaban con transformar el mun-
do, sabían perfectamente –incluso cuando
estaban en la cumbre de su poderío– que el
dominio del mundo estaba fuera de su al-
cance: contrariamente a lo que sugería la
retórica de la Guerra Fría, nunca trataron
verdaderamente de conseguirlo.
Pero las actuales ambiciones estadouni-
denses difieren totalmente de las que tenía
Gran Bretaña hace un siglo o más. Estados
Unidos es un país físicamente extenso, con
una de las poblaciones más numerosas del
planeta y una demografía en alza (contra-
riamente a la Unión Europea) debido a una
inmigración virtualmente ilimitada.
Edición especial | septiembre 2021
Además, existen diferencias de estilo. En
su apogeo, el Imperio Británico ocupaba y
administraba un cuarto de la superficie del
globo (1). Estados Unidos nunca practicó
verdaderamente el colonialismo, con una
breve excepción durante la moda del impe-
rialismo colonial, a fines del siglo XIX y co-
mienzos del XX. Se apoyó más bien en Esta-
dos dependientes o satélites, fundamental-
mente en el Hemisferio Occidental, donde
no temía a ningún rival. Contrariamente a
Gran Bretaña, Estados Unidos desarrolló
en el siglo XX una política de intervención
militar en esos Estados.
Como en aquellos tiempos el brazo ar-
mado del imperio mundial era la marina,
el Imperio Británico se apoderó de bases
marítimas y de puertos de escala de im-
portancia estratégica en todo el mundo.
Esto explica por qué la Union Jack flota-
ba –y flota aún– desde Gibraltar hasta las
Malvinas, pasando por Santa Helena. Los
estadounidenses, fuera del Pacífico, sólo
necesitaron esas bases después de 1941 y
las consiguieron gracias a lo que realmen-
te podía llamarse entonces una “coalición
de buena voluntad” (coalition of the wi-
lling). Ahora la situación es diferente: sien-
ten la necesidad de controlar directamen-
te un gran número de bases militares, pero
a la vez prefieren continuar controlando
indirectamente a los países.
Además, existen diferencias importan-
tes en la estructura del Estado, en el plano
interno y su ideología. El Imperio británico
tenía un objetivo británico y no universal,
a pesar de que sus partidarios le encontra-
ban móviles más altruistas. Así, la abolición
del tráfico de esclavos sirvió para justificar
el poderío naval británico, tanto como los
Derechos Humanos sirven a menudo para
justificar el poderío militar estadouniden-
se. Al igual que Francia y que la Rusia re-
volucionaria, Estados Unidos encarna una
gran potencia basada en una revolución
universalista, y –por lo tanto– animada por
la idea de que el resto del mundo debe se-
guir su ejemplo y que incluso debe ser libe-
rado por ella. No hay nada más peligroso
que los imperios que defienden exclusiva-
mente sus intereses imaginándose que así
ayudan a toda la humanidad.
Sin embargo, la diferencia esencial con-
siste en que el Imperio Británico, a pesar de
haber sido global –y en cierto sentido más
aun que el Imperio estadounidense actual,
ya que poseía un dominio de los mares co-
mo ningún otro país tuvo del cielo– no tra-
taba de adquirir un poder global, ni siquiera
un poder militar y político terrestre en re-
giones como Europa o Estados Unidos. El
Imperio servía a los intereses fundamenta-
les de Gran Bretaña, es decir, a sus intere-
ses económicos, tratando de inmiscuirse lo
menos posible en los asuntos de los demás.
Era siempre consciente de sus límites en
términos de tamaño geográfico y de recur-
sos. A partir de 1918, el Imperio tomó pro-
fundamente conciencia de su decadencia.
Por otra parte, el Imperio mundial de la
primera nación industrializada supo apro-
vechar el viento de una globalización que la
expansión de la economía inglesa tanto hizo
por desarrollar. Ese Imperio representaba
un sistema de comercio internacional que,
a medida que se desarrollaba la industria en
la metrópolis, dependía esencialmente de
la exportación de productos manufactura-
dos hacia los países menos desarrollados.
A cambio, le permitía a Londres convertir-
se en el mayor mercado de materias primas
del planeta (2). Cuando dejó de ser el taller
del mundo, Gran Bretaña se convirtió en el
centro del sistema financiero mundial.
No ocurrió lo mismo con la economía es-
tadounidense. Esta se basaba en la protec-
ción de la industria nacional respecto de la
competencia externa en su propio merca-
do, potencialmente gigantesco. Este factor

sigue siendo aún hoy uno de los elementos
importantes de la política estadounidense.
Pero el hecho de que esa economía ya no
ocupa en el mundo industrializado actual
la posición dominante de antaño constitu-
ye precisamente uno de los puntos débiles
del Impero estadounidense del siglo XXI
(3). Estados Unidos importa del resto del
mundo grandes cantidades de bienes ma-
nufacturados, lo que despierta de parte de
sectores comerciales y del electorado esta-
dounidense una reacción proteccionista.
Existe una contradicción entre la ideología
de un mundo dominado por el librecambio
bajo control estadounidense por una parte,
y por otra los intereses políticos de elemen-
tos importantes en Estados Unidos, que se
ven debilitados por esa ideología.
Coalición de buena voluntad
Una de las maneras de resolver ese proble-
ma fue desarrollar el tráfico de armas. Es
otra de las diferencias entre el Imperio Bri-
tánico y el estadounidense. Particularmen-
te después de la Segunda Guerra Mundial,
la acumulación de armas en tiempo de paz
alcanzó en Estados Unidos un nivel inaudi-
to, sin precedentes en la historia moderna, y
que puede explicar la dominación ejercida
por el “complejo militar-industrial”, denun-
ciado en su tiempo por el presidente Dwight
D. Eisenhower. Durante los cuarenta años
de Guerra Fría, ambos campos hablaban y
actuaban como si en realidad existiera una
guerra física, o como si estuviera por esta-
llar. El Imperio Británico alcanzó su cenit
durante un siglo (de 1815 a 1914) que no tu-
vo guerras internacionales importantes. Y a
pesar de la manifiesta desproporción exis-
tente entre el poderío de Estados Unidos y
el de la URSS, el impulso dado a la industria
armamentista estadounidense se aceleró
todavía más, incluso antes de terminar la
Guerra Fría, y prosiguió después.
Esa industria transformó a Estados Uni-
dos en potencia hegemónica del mundo oc-
cidental. Dicha hegemonía, sin embargo,
se ejercía al frente de una alianza. Pero, por
supuesto, nadie se hacía ilusiones sobre la
importancia relativa de los otros socios: el
poder estaba exclusivamente en Washing-
ton. De alguna manera, Europa reconocía
entonces la lógica del Imperio mundial es-
tadounidense. Y actualmente Washington
se indigna de que su Imperio y sus objetivos
ya no sean verdaderamente aceptados. Ya
no hay más “coalición de buena voluntad”,
pues la política actual de Estados Unidos es
la más impopular nunca desarrollada por
un gobierno de ese país, y probablemente
por cualquier otra gran potencia.
En otros tiempos, los estadounidenses
manejaban sus relaciones con Europa con
la tradicional cortesía reinante en los asun-
tos internacionales, dado que los europeos
se hallarían en primera línea en caso de
combate con las fuerzas soviéticas. Ello no
debe ocultar que en el fondo se trataba de
una alianza apoyada fundamentalmente en
Estados Unidos, pues dependía de su tec-
nología militar. Washington se opuso siste-
máticamente a la creación de una fuerza ar-
mada europea independiente. El viejo des-
acuerdo entre estadounidenses y franceses,
que data de la época del general De Gaulle,
se origina en la negativa de París a aceptar
una alianza inamovible y en su voluntad de
mantener un potencial independiente pa-
ra dotarse de un equipamiento militar de
alta tecnología. A pesar de las tensiones, la
alianza constituía una verdadera “coalición
de buena voluntad”. Luego del derrumbe
de la URSS, Estados Unidos se convirtió en
la única superpotencia que ninguna gran
nación quería o podía desafiar. Esa repen-
tina exhibición de fuerza, extraordinaria,
brutal y hostil, resulta aun más difícil de en-
tender pues no coincide ni con la política
imperial –de larga y probada eficacia– de-
sarrollada durante la Guerra Fría, ni con los
intereses económicos estadounidenses. La
política que domina desde hace poco tiem-
po en Washington parece tan insensata pa-
ra los observadores exteriores que resulta
difícil identificar su real objetivo. Para quie-
nes conocen a la perfección, o al menos a
medias, el proceso que siguen las decisiones
en Estados Unidos, se trata manifiestamen-
te de afirmar una supremacía global a través
de la fuerza militar, aunque el fin último de
esa estrategia sigue siendo oscuro.
Washington se
indigna de que
su Imperio y
sus objetivos
ya no sean
verdaderamente
aceptados.
¿Tiene posibilidades de éxito? El mundo
de hoy es demasiado complicado para ser
dominado por un solo Estado. Sin olvidar
que, dejando de lado la superioridad
militar, Estados Unidos depende de
recursos cada vez más escasos. A pesar de
que su economía es fuerte, su proporción
en la economía mundial va en disminución
y es vulnerable a corto y a largo plazo.
Imaginemos que la Organización de
Países Exportadores de Petróleo (OPEP)
decidiera mañana facturar el barril de
petróleo en euros en lugar de dólares…
Es inevitable comprobar que en los úl-
timos dieciocho meses [junio de 2003] los
estadounidenses despilfarraron la mayoría
de las cartas ganadoras de que disponían
en el terreno político. Aunque todavía les
quedan algunas. Sin dudas, sigue vigente la
influencia preponderante de su cultura y
de la lengua inglesa. Pero la principal ven-
taja con que cuenta su proyecto imperial es
militar. En ese plano, el Imperio estadouni-
dense no tiene rivales y es probable que esa
situación perdure en un futuro previsible.
Esa ventaja, decisiva en los conflictos loca-
lizados, no lo es necesariamente en térmi-
nos absolutos. Pero en la práctica, ningún
país, ni siquiera China, cuenta con el nivel
tecnológico de Estados Unidos, aunque ca-
be reflexionar sobre los límites de una su-
perioridad puramente técnica.
Por supuesto que, teóricamente, los es-
tadounidenses no planean ocupar todo el
planeta. Su objetivo es hacer la guerra, ins-
talar gobiernos amigos y retirarse. Pero eso
no va a funcionar. En términos puramente
militares la guerra en Irak fue un gran éxito.
Sin embargo, absorbido por ese objetivo, el
gobierno de George W. Bush pasó por alto
las necesidades que se imponen cuando se
ocupa un país, al que hay que administrar y
mantener, como hicieron los británicos en
el caso de India, ejemplo del colonialismo
clásico. La “democracia modelo” que los
estadounidenses desean brindar al mundo
entero a través de Irak, en realidad no tiene
nada de modelo. Creer que pueden prescin-
dir de otros países como verdaderos alia-
dos, o que no necesitan contar con apoyo
dentro de los países que actualmente son
capaces de conquistar militarmente (aun-
que no de administrar), es una vana ilusión.
“Imperialismo de los DD.HH.”
La guerra en Irak es un ejemplo de la frivo-
lidad de quienes toman las decisiones en
Washington. Irak es un país derrotado, pe-
ro que se negó a someterse. Estaba en tal es-
tado de debilidad que era fácil vencerlo. Si
bien no hay que olvidar su riqueza petrolífe-
ra, el objetivo fundamental de la operación
fue realizar una demostración de fuerza a
nivel internacional. La política que evocan
los extremistas de Washington, es decir, una
total reestructuración de Medio Oriente, no
tiene sentido. Si piensan hacer caer al régi-
men saudita, ¿con qué lo reemplazarán? Si
verdaderamente quisieran cambiar la situa-
ción en la región, es sabido que lo que debe-
rían hacer es presionar a Israel. El padre de
George W. Bush lo hizo en 1991, luego de la
primera guerra del Golfo, pero no su sucesor
en la Casa Blanca. En lugar de ello, la actual
administración destruyó uno de los dos go-
biernos laicos de Medio Oriente y se dispo-
ne a hacer lo propio con el restante.
El anuncio público de esa iniciativa su-
braya su vacuidad. Lejos de corresponder a
la formulación de una estrategia, expresio-
nes como “eje del mal” u “hoja de ruta” son
apenas frases hechas, que pretenden conte-
ner en sí mismas un cierto poder. Esa neo-
lengua que se abate sobre el mundo desde
hace dieciocho meses evidencia la falta de
una real política. El propio George W. Bush
no hace política. Responsables como Ri-
chard Perle o Paul Wolfowitz hablan como
Rambo, tanto en público como en privado.
Lo único que cuenta es la omnipotencia es-
tadounidense. Traducido, eso significa que
Estados Unidos puede invadir cualquier
país, a condición de que no sea demasiado
grande, y que se lo pueda vencer en poco
tiempo. No se puede llamar a eso una estra-
tegia, ni imaginar que pueda funcionar.
Las consecuencias pueden ser muy pe-
ligrosas para Estados Unidos. En el pla-
no interno, un país que piensa controlar el
mundo fundamentalmente por medios mi-
litares corre el peligro –hasta ahora seria-
mente subestimado– de militarización. En
el plano internacional, el riesgo sería una
desestabilización del mundo.
Prueba de lo dicho es la inestabilidad que
reina actualmente en Medio Oriente, ma-
yor que hace diez, o incluso cinco años. La
política estadounidense debilita todos los
esfuerzos, oficiales u oficiosos, destinados a
hallar una solución a la crisis. En Europa lo-
gró demoler la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN), lo que no es una
gran pérdida, al tratar de transformarla en
fuerza de policía militar mundial al servicio
de Estados Unidos, lo que parece una bro-
ma. Washington sabotea deliberadamen-
te a la Unión Europea y también procura,
de manera sistemática, liquidar una de las
grandes conquistas de la posguerra: el “Es-
tado de Bienestar”, democrático y próspe-
ro. En cambio, la crisis de credibilidad de las
Naciones Unidas me parece menos grave: la
organización nunca estuvo en condiciones
de desarrollar más que una acción marginal,
pues depende totalmente del Consejo de
Seguridad y del uso que los estadouniden-
ses hacen de su derecho a veto.
¿Qué hará el mundo frente a Estados
Unidos? ¿Tratará de contenerlo? Algunos
consideran –naturalmente– que no tienen
los medios para ello y preferirán aliarse a
Washington. Más peligrosos son aquellos
que detestan la ideología propagada por el
Pentágono, pero apoyan el proyecto esta-
dounidense con el pretexto de que acabará
eliminando ciertas injusticias locales y re-
gionales. Esta especie de “imperialismo de
los Derechos Humanos” se nutrió del fra-
caso de Europa en los Balcanes en la década
de 1990. Durante el debate público sobre la
guerra contra Irak, sólo una minoría de inte-
lectuales influyentes –como Michael Igna-
tieff o Bernard Kouchner– llamaron a apo-
yar la intervención estadounidense, al esti-
mar necesario el uso de la fuerza para poner
orden en las desgracias del orbe. Sin dudas,
algunos gobiernos son tan peligrosos que su
desaparición sería algo positivo para todo el
mundo. Pero ello no justifica correr el riesgo
que representa para el planeta una potencia
| 23
mundial que, a la vez que se desinteresa de
un mundo que no entiende, es capaz de in-
tervenir por la fuerza armada contra cual-
quiera que no le caiga bien.
Como telón de fondo se ve crecer la pre-
sión sobre los medios de comunicación: en
un mundo donde la opinión pública tiene
tanta importancia, esos órganos son objeto
de enormes manipulaciones (4). Durante
la Guerra del Golfo (1990-1991), para evi-
tar que se repitiera lo ocurrido en Vietnam,
la “coalición” trató de impedir que los me-
dios se acercaran al campo de batalla. Pero
no lo logró: en Bagdad había medios, como
la CNN, que cubrieron los acontecimientos
de una manera diferente de la que deseaba
Washington. Durante la guerra contra Irak,
al contrario, se integró a los periodistas en
el seno de las tropas para influenciar su vi-
sión. Nada de eso realmente funcionó. En
el futuro, seguramente se buscarán medios
de control más eficaces, posiblemente di-
rectos, en último caso tecnológicos. De to-
das formas, la colusión entre los gobiernos
y los dueños de los monopolios de la comu-
nicación aspira a ser aun más eficaz que
Fox News (5) en Estados Unidos o que el
imperio de Silvio Berlusconi en Italia.
Resulta imposible decir cuánto tiempo
durará ese dominio estadounidense. Lo
único de lo que estamos seguros es que se
tratará de un fenómeno temporario en la
historia, como lo fueron todos los imperios.
En el curso de una vida hemos visto el fin de
todos los imperios coloniales, el del preten-
dido “Imperio de mil años” de Hitler –que
sólo duró doce– y el fin del sueño soviético
de la revolución mundial.
El Imperio estadounidense podría hun-
dirse por motivos internos, de los cuales
el más inmediato es que el imperialismo
–en el sentido de dominación y mane-
jo del mundo– no es algo que interese a la
mayoría de los estadounidenses, más pre-
ocupados por lo que ocurre en su país. La
economía está tan debilitada que tanto el
gobierno como el electorado acabarán de-
cidiendo algún día que es más importante
concentrarse en ese problema que lanzarse
a aventuras en el exterior (6). Más aun te-
niendo en cuenta que, como ocurre ahora,
serán los propios estadounidenses quienes
deberán financiar en gran medida esas in-
tervenciones militares, lo que no fue el ca-
so durante la Guerra del Golfo ni en buena
parte de la Guerra Fría.
Desde 1997-1998 la economía capita-
lista mundial está en crisis. Por supuesto
que no va a derrumbarse, pero es impro-
bable que Estados Unidos siga desarro-
llando una política exterior ambiciosa si
se le presentan serios problemas inter-
nos. La política económica nacional de
George W. Bush no responde necesaria-
mente a los intereses locales. Además, su
política internacional tampoco es nece-
sariamente racional, ni siquiera desde el
punto de vista de los intereses imperiales
de Washington y mucho menos desde los
del capitalismo estadounidense. [...] g
1. Eric Hobsbawm, La era del imperio, Grijalbo,
Colección Crítica, Buenos Aires, 1998.
2. Ibid.
3. Chalmers Johnson, Blowback. The costs and consequenses
of American Empire, Owl Book, Hudson, 2001.
4. “France protests US media ‘plot’ in Le Monde”,
International Herald Tribune, París, 16-5-03
5. Eric Alterman, “¿Liberales, los medios de
Estados Unidos?”, Le Monde diplomatique, edición
Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2003.
6. “US unemployment hits an 8 year high”,
International Herald Tribune, París, 3-5-03.
*Historiador (1917-2012). Declaraciones recogidas
por Victoria Brittain. Este artículo fue publicado en Le
Monde diplomatique, edición Cono Sur, junio de 2003.
Traducción: Carlos Zito
24 |
Al desviar la atención de Washington, el 11 S profundizó una
tendencia de autonomización regional que coincidió con el auge de los
gobiernos progresistas suramericanos. Pero Estados Unidos mantuvo
su presencia en otros aspectos que resuenan en la actualidad.
Estados Unidos y América del Sur
De la autonomía
a la securitización
por Gabriel Puricelli*
“
Es una lucha conjunta de todos los
gobiernos democráticos que cree-
mos en los valores de los derechos
del hombre y en la necesidad de
la justicia.” Así expresaba el Pre-
sidente de Chile Ricardo Lagos (2000-
2006) su solidaridad con la reacción in-
mediata de Estados Unidos ante los aten-
tados terroristas del 11 de septiembre de
2001 en Nueva York y Washington. Sin
embargo, no pasaría mucho tiempo hasta
que Chile viviera un momento de tensión
y posiciones encontradas con los esta-
dounidenses. En 2003, ese país y México
se rehusaron a acompañar a Estados Uni-
dos en el Consejo de Seguridad de la Or-
ganización de Naciones Unidas en su pre-
tensión de obtener el consentimiento de
la comunidad internacional para invadir
Irak, bajo el falso pretexto de que ese país
almacenaba armas de destrucción masi-
va. América Latina se desmarcaba de un
ataque contrario al derecho internacional
y ponía a Washington sobre aviso respecto
del estado de las relaciones con la región.
La IV Cumbre de las Américas de 2005
en Mar del Plata marcó quizás el apogeo
de las relaciones recientes entre Estados
Unidos y América del Sur. El abandono
del proyecto de Área de Libre Comercio
de las Américas (ALCA) graficó el estira-
miento máximo de la distancia entre los
países del Sur del Hemisferio Occidental
y el centro gravitatorio del poder global.
No se trataba, claro, de una diferencia cir-
cunstancial, sino de un síntoma de un pe-
ríodo de extrañamiento mutuo (que no
de enfrentamiento) que se precipitó con
el mortífero ataque de los seguidores de
Osama Ben Laden.
Regionalismo post-hegemónico
La reacción del gobierno estadounidense
ante el ataque sufrido en 2001 reubicó el
pivote de sus políticas de defensa y exte-
rior muy lejos de su vecindario inmedia-
to. La iniciativa librecambista del ALCA,
entonces, no contaba para seguir avan-
zando con mucho más que la inercia re-
sidual del decidido empujón inicial que
le había dado William Clinton y no era un
elemento decisivo de lo que su sucesor
George W. Bush imaginaba como su le-
gado. Cuando se canceló su boda comer-
cial, estadounidenses y suramericanos
atravesaban el primero de tres lustros de
magnífica indiferencia.
Con todo, y su atrocidad, la masacre
perpetrada por Al Qaeda resulta uno más
de esos eventos que se usan para señali-
zar cambios que, a decir verdad, se venían
gestando desde antes. El pesimismo que
agobió a Estados Unidos con la polvareda
del derrumbe de las Torres Gemelas estu-
vo precedido de impugnaciones al opti-
mismo global de impronta clintoniana co-
mo la llamada “Batalla de Seattle”, librada
en 1999 entre quienes manifestaban con-
tra la cumbre de la Organización Mundial
del Comercio y las fuerzas de seguridad,
las protestas en Génova en 2001 duran-
te el siguiente encuentro mundial de la
OMC o en Quebec ese mismo año contra
la III Cumbre de las Américas. De más es-
tá decir que la naturaleza de estas protes-
tas globales ciudadanas no tiene nada que
ver con el terrorismo fundamentalista: és-
te irrumpió matando ante un telón de fon-
do de insatisfacciones variadas y demolió
en ese acto, también, las condiciones de li-
bertad que eran precondición para la ex-
presión pública del descontento social.
Esas insatisfacciones fueron también el
terreno en el que germinaron una serie de
gobiernos de orientación genéricamente
progresista en América del Sur. Sus líde-
res coincidían en tratar de sacar el mejor
provecho posible para los sectores popu-
lares de unas circunstancias económicas
nacionales muy variadas, que iban des-
de iniciales reconstrucciones post crisis,
en Venezuela y Argentina, hasta cambios
de énfasis en la distribución del ingreso
en países con consensos de política eco-
nómica fuertes, como Brasil y Chile. Más
crucialmente, para definir su relación con
Estados Unidos, había una vocación com-
partida por ampliar los márgenes de auto-
nomía en política exterior.
Con el fin de la Guerra Fría, Washing-
ton ya había flexibilizado su política ha-
cia América Latina en su conjunto, pero
fue recién cuando Medio Oriente acapa-
ró toda su atención y la parte del león de
sus enormes recursos cuando se desple-
gó en mayor medida la creatividad polí-
tica de los países sudamericanos. Aun-
que la fragilidad de las iniciativas que se
emprendieron traicionó las expectativas
tempranas, la idea de un regionalismo
post-hegemónico (1) dio pasos significati-
vos. Las tímidas cumbres sudamericanas
que arrancaron en 2000, terminaron en
el establecimiento de la Unión de Nacio-
nes Sudamericanas (UNASUR) en 2008 y
en el Consejo de Defensa Sudamericano
en 2009. Atrayendo al geopolíticamente
norteamericano México, en 2010 se puso
en marcha la Comunidad de Estados Lati-
noamericanos y Caribeños (CELAC), que
resultó menos muscular que la UNASUR,
pero que concretó la separación de Esta-
dos Unidos de los asuntos latinoamerica-
nos. En paralelo, y con una retórica abier-
tamente antiestadounidense que iba más
allá del consenso regional, el gobierno del
presidente Hugo Chávez lanzó su Alter-
nativa Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América (ALBA), a la que atrajo
a Ecuador, Bolivia y una serie de países de
América Central y el Caribe que depen-
dían mucho del petróleo venezolano.
“Narcoterroristas”
Ahora bien, las ganancias de autonomía
que implicaron esas acciones sudameri-
canas no significaron que Estados Unidos
resignara toda su influencia en la región.
Asistimos, sí, a una reorganización de las
agencias gubernamentales estadouniden-
ses que se ocupaban de tratar con los paí-
ses sudamericanos. Bajo el imperio de la
Cuando se canceló
su boda comercial,
estadounidenses
y suramericanos
atravesaban
una magnífica
indiferencia.
retórica de la “guerra contra el terror”, el
Departamento de Estado resignó su pre-
ponderancia en beneficio del Departa-
mento de Defensa y, dentro de éste, del
Comando Sur.
Más allá de la disputa intraburocráti-
ca por recursos, el cambio de peso relati-
vo entre áreas de Estado fue el resultado
de cambios en la doctrina gubernamen-
tal y, en especial, del renacimiento de los
discursos de antiterrorismo y contrain-
surgencia. En cuanto a lo primero, se tra-
tó de un efecto probablemente inevitable
de haber recibido un ataque en el propio
suelo. En lo que hace a lo segundo, la resis-
tencia talibán, con sus tácticas de golpear
y desaparecer y con sus bases de apoyo ru-
ral, puso a Estados Unidos frente a un ene-
migo con el que no podía lidiar en el terre-
no de la guerra convencional.
Esos discursos, como lo ha señalado
el investigador alemán Markus-Michael
Müller (2), se centran en postular como
evidente el nexo entre crimen, terror e in-
surgencia. Esto dio lugar a una “epistemo-
logía de seguridad militarizada” que llevó
a tratar cuestiones que las más de las veces
están separadas, como si fueran parte de
un continuo. La “securitización” del deli-
to común o del crimen organizado brindó
Edición especial | septiembre 2021
oportunidades al Comando Sur para re-
clamar de su gobierno presupuestos ca-
da vez más abultados y para alcanzar un
protagonismo decisivo en la proyección
del poder estadounidense en América del
Sur. De la mano de la acción gubernamen-
tal, vinieron también los expertos (con-
sultores, académicos) que han estableci-
do sus redes mediante el asesoramiento,
la difusión de ideas y la formación de ex-
pertos locales en la región.
Las acciones del gobierno de Estados
Unidos al amparo de esta concepción in-
cluyeron la puesta en práctica del “Plan
Patriota” durante los mandatos presi-
denciales de Álvaro Uribe en Colombia
(2002-2010). En la formulación de éste
aparece la caracterización de “narcote-
rroristas”, que es la que abre la puerta a la
derivación de fondos originalmente des-
embolsados al gobierno colombiano para
erradicar narcocultivos, hacia acciones de
contrainsurgencia (3). La obsesión por la
Triple Frontera entre Argentina, Brasil y
Paraguay es otra consecuencia de este gi-
ro semántico con consecuencias bien tan-
gibles: la más importante, convocar a la
“cooperación” de agencias de inteligencia
y seguridad extrarregionales.
Esta evolución del accionar propia-
mente gubernamental de Estados Unidos
y de la comunidad epistémica asociada
en nuestra región (4), con posterioridad
a los ataques terroristas de 2001, resue-
na fuerte en algunos discursos políticos
de la actualidad. El relato del gobierno
de Jair Bolsonaro, análogamente a la co-
nexión entre crimen, terror e insurgencia
de la que habláramos antes, describe a sus
adversarios políticos como inescindible-
mente corruptos y comunistas. Más grá-
ficamente aun, podemos citar también la
hipérbole que denuncia a una supuesta
Resistencia Ancestral Mapuche como un
peligro inminente en la Patagonia.
Un balance de los 20 años transcurri-
dos desde el trauma del 11 de septiembre
de 2001 nos muestra cómo un aprovecha-
miento inicial del alejamiento estratégi-
co de Estados Unidos no pudo ser con-
solidado más allá del período de predo-
minio de gobiernos progresistas. En este
sentido, las instituciones regionales que
impulsaron se agotaron de modo pare-
cido a lo que sucedió con las políticas de
crecimiento económico que esos gobier-
nos (al menos en los países más grandes)
pusieron en práctica a nivel doméstico.
Al mismo tiempo, la securitización de la
agenda de Washington hacia la región,
independientemente de los tres cambios
de color político de su gobierno en este
período, indica que la superpotencia no
dejó de estar, sino que pasó a estar pre-
sente de otro modo. La forma en que ese
modo ha contribuido a formatear ciertos
discursos políticos nos pone hoy frente a
una paradoja: el actual gobierno de Es-
tados Unidos termina por encontrarse
frente a actores políticos sudamericanos
reticentes (si no abiertamente hostiles) a
renovar las relaciones con Washington g
1. Pia Riggirozzi y Diana Tussie (eds.), The Rise of
Post-Hegemonic Regionalism, Springer, 2012.
2. Markus-Michael Müller, “Enter 9/11: Latin America
and the Global War on Terror”, Journal of Latin
American Studies, Vol. 1, N° 29, Cambridge, 2020.
3. R. Guy Emerson, “Radical Neglect? The ‘War on
Terror’ and Latin America”, Latin American Politics
and Society, Vol. 52, N° 1, Cambridge, 2010.
4. Markus-Michael Müller, op. cit.
*Sociólogo, coordinador del Programa de Política
Internacional del Laboratorio de Políticas Públicas
(lppargentina.org.ar), profesor de la Especializa-
ción en Estudios Contemporáneos de América y
Europa (Facultad de Ciencias Sociales, UBA).
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
|25
26 |
La “guerra contra el terrorismo” sumió a Medio Oriente en una
nueva Guerra Fría. La región sufrió una transformación considerable
de su paisaje geopolítico cuya batalla principal se libra entre Irán
y Arabia Saudita. Dentro de la inestabilidad, prevalece la idea de
mantener las fronteras existentes como último resguardo al caos.
Medio Oriente
La nueva
Guerra Fría regional
por Hicham Ben Abdallah El Alaoui*
E
n Medio Oriente, los regímenes
políticos que enfrentan dificul-
tades económicas y sociales in-
tentaron avivar las tensiones re-
gionales para silenciar sus pro-
blemas internos. Motivados, como siempre,
por imperativos de seguridad y superviven-
cia, contribuyeron a la escalada de tensio-
nes y conflictos ignorando los principales
reclamos de los ciudadanos, entre ellos, la
necesidad de ser escuchados y el deseo de
ser tratados con dignidad. Sin embargo,
fueron estos mismos reclamos los que ha-
bían desencadenado la “primavera árabe”,
a partir de diciembre de 2010.
Actualmente, la región vive lo que mu-
chos observadores han denominado una
“nueva Guerra Fría regional”, cuyos frentes
resultan a veces contradictorios: el primer
conflicto involucra a los Hermanos Musul-
manes y la dimensión transnacional de su
ideología islamista; el segundo adquiere la
forma de una lucha entre chiitas y sunnitas.
Enfrentamientos similares ya provocaron
masacres, pero nunca con tantas víctimas.
Los Estados involucrados en esta nueva
Guerra Fría regional se dividen en dos sub-
conjuntos. Por un lado, países como Jorda-
nia, Irán y Egipto, que pusieron freno a las
reformas políticas, prometidas o en curso,
destinadas a ampliar el campo de partici-
pación popular y avanzar en el camino de
Mahmoud Obaidi, Morpheus and the Red Poppy 2, 2013 (fragmento)
la democratización. Por otro lado, Estados
que postergaron cualquier proyecto de re-
forma estructural, como Arabia Saudita,
Qatar y Emiratos Árabes Unidos.
Contrariamente a lo que había podido
observarse en la segunda mitad del siglo
XX, las partes beligerantes no cuentan si-
no rara vez con una ideología o un proyec-
to viable para el futuro. ¿Su ambición? So-
brevivir, eternizando las estructuras que
garantizan la actual distribución del po-
der en su seno. Desde luego, otro camino
se presenta a estos regímenes: abrevar en
su legitimidad tradicional así como en sus
recursos humanos y financieros para res-
ponder a las aspiraciones populares de sus
sociedades. Hace cuatro años, su negativa
a escuchar esta ambición fue lo que desa-
tó la “primavera árabe” en gran parte de la
región. Pero, antes que pagar los elevados
costos de semejante reforma, su estrate-
gia consiste en avivar los conflictos en la
región, de manera de consolidar el statu
quo dentro de sus fronteras, tal como lo de-
muestran las violentas conflagraciones en
Siria, Irak, Libia y Yemen.
Egipto y Libia
En Egipto, el gobierno de Abdel Fatah Al Si-
si no se conforma con prolongar el sistema
autoritario de Hosni Mubarak; lo agrava.
Si la voluntad del nuevo presidente de am-
pliar su poder coincide con la de su prede-
cesor, los problemas económicos y sociales
a los que se enfrenta recuerdan también a
aquellos que condujeron a la destitución de
Mubarak, en enero de 2011. De esta transi-
ción interrumpida, sólo el ejército sale ai-
roso. No existe, pues, estabilización en vista
para el país más grande del mundo árabe, ya
que la mentalidad castrense que caracteri-
za al Estado egipcio le impide percibir las
corrientes sociales que rugen bajo la super-
ficie, dispuestas una vez más a movilizarse.
Desempleo, pobreza y desigualdad,
conjugados con una fuerte suba del por-
centaje de jóvenes en la población, con-
tribuyeron al estallido en las calles y a
derrocar al régimen de Mubarak, hace
cuatro años. Estos problemas continúan.
Si bien la estrategia estatal de desarrollo
impulsada por el presidente egipcio se-
duce, no puede resultar exitosa mientras
el ejército siga siendo una fuerza econó-
mica importante, con sus propios intere-
ses financieros y políticos. En teoría, los
grandes proyectos, como el nuevo Canal
de Suez, marean. Pero lo que menos ofre-
cen es una panacea a lo que Egipto necesi-
ta desde hace décadas: un sector privado
dinámico que coexista con un sector pú-
blico más eficaz, una economía estimu-
lada por un sistema educativo e infraes-
tructura adaptados a las necesidades.
Edición especial | septiembre 2021
El sistema político cerrado agrava la si-
tuación. El Estado egipcio poco a poco se
fue balcanizando. Desprovistos de un apa-
rato unificado, los órganos de justicia y se-
guridad sufren la aparición de múltiples
enclaves de autonomía. Esta situación fa-
voreció al régimen, ya que permitió a las
instituciones judiciales y policiales invadir
la esfera pública, acallar a los medios de co-
municación y eviscerar a la “sociedad civil”
a nivel local, impidiendo así el surgimiento
de un movimiento nacional de oposición.
Sin embargo, se profundiza la brecha entre
el Estado y la sociedad; el primero ya no ve
en la población ciudadanos a quienes servir
y proteger, sino una amenaza que exige un
control permanente. Se necesitan perspec-
tivas más atractivas para el futuro.
Al asumir, Al Sisi gozó de cierta popula-
ridad entre los egipcios laicos que temían
a los Hermanos Musulmanes. Esto no sig-
nifica que disponga del apoyo duradero de
una base social popular, susceptible de res-
paldarlo durante la crisis que no tardará en
estallar. Mubarak disponía de un Partido
Nacional Democrático (PND) hegemónico,
que le permitió mantenerse en el poder du-
rante aproximadamente tres décadas. Sin
embargo, ni el PND pudo impedir la revo-
lución de enero de 2011. Al Sisi no creó una
infraestructura organizativa de este tipo,
limitándose a perpetuar la mentalidad de
búnker propia del Estado autoritario.
En estas condiciones, el régimen esti-
ma poder sacar provecho del fogoneo de
los conflictos regionales. Desde el golpe de
Estado de julio de 2013 contra Mohamed
Morsi, Egipto arrastró a otros países, como
Arabia Saudita y Jordania, a una campaña
destinada a eliminar a los Hermanos Mu-
sulmanes, empezando por su organización
egipcia. Ésta no había sufrido una represión
tan violenta desde la época de Gamal Abdel
Nasser (1956-1970). La mayoría de sus di-
rigentes huyeron o se pudren en la cárcel,
miles de militantes fueron asesinados por
las fuerzas de seguridad, y decenas de mi-
les aún se encuentran detenidos a la espera
de juicios simulados. Qatar intentó apoyar
a los Hermanos Musulmanes, pero Arabia
Saudita y Emiratos Árabes Unidos ven en
ellos una amenaza. A pesar de las crecien-
tes tensiones con Qatar, estos países brinda-
ron a Egipto miles de millones de dólares en
ayuda económica desde el golpe de Estado
para aliviar su crisis financiera. Arabia Sau-
dita, en particular, actuó como en los años
60, cuando se veía rodeada por las fuerzas
del nasserismo y el baasismo. A los ojos de
Riad, los Hermanos Musulmanes repre-
sentan una amenaza transnacional que po-
dría apoderarse del Golfo.
Sin embargo, estos flujos de ayuda cons-
tantes que provienen de los Estados pe-
troleros del Golfo no son la solución, entre
otras cosas porque avivan las tensiones en la
Península Arábiga. En Egipto, la inyección
de liquidez exterior –astronómica– genera
un aumento de la inflación. Semejante per-
fusión agrava además la dependencia de un
régimen rentista, en el que el financiamien-
to externo no alienta a tomar las medidas,
costosas pero necesarias, que se imponen
para desarrollar la economía.
Yemen
Mientras Egipto involuciona hacia el au-
toritarismo, Yemen, Siria e Irak sufren el
trauma de la violencia y la guerra. Estos
tres países padecen un cuestionamiento
brutal que involucra a otros actores regio-
nales que prefieren intensificar los con-
flictos en vez de resolver sus problemas en
la esfera interna.
En Yemen, Ansar Allah, el brazo militar
del movimiento insurreccional hutí, aplas-
tó toda resistencia y, desde septiembre pa-
sado [2014], controla la capital, Saná. Los
rebeldes hutíes –no debe confundírselos

con los miembros de Ansar Al Sharia, un
grupo cercano a Al Qaeda– son adeptos
al zaidismo, una rama del islam chiita (1).
Los militares del antiguo orden autorita-
rio abrieron deliberadamente el camino a
la ofensiva de las milicias y no les opusieron
ninguna resistencia. Las fuerzas de la opo-
sición establecida, como el partido Al Islah,
fueron rápidamente superadas por los di-
rigentes hutíes. Al mismo tiempo, fuerzas
centrífugas hicieron pedazos al Estado en
otras regiones de Yemen, como los conflic-
tos separatistas en Hadramaut y en el Sur.
Los hutíes recién aparecieron en los
radares occidentales hace algunos años.
Muchos sunnitas consideraban que la fe
zaidita era tan cercana a la doctrina sun-
nita que la designaban como la quinta es-
cuela de la jurisprudencia islámica. Pero
los hutíes recibieron un apoyo y una le-
gitimación constantes por parte de Irán.
Teherán considera a Yemen como una
arena donde rivalizar con Arabia Saudita,
que ve tradicionalmente a ese país como
una extensión de su propio territorio.
En consecuencia, se constituyó una
alianza transnacional de minorías religio-
sas, situación que se asemeja en gran medi-
da a lo que sucedió en el Líbano y Siria. Los
alauitas de Siria son considerados actual-
mente como parte del paisaje chiita, lo que
justifica la intervención del Hezbollah por
cuenta del régimen sirio. Del mismo modo,
Ansar Allah, a través de su padrinazgo iraní,
obtuvo un nivel de credibilidad chiita que
ubica plenamente al grupo del lado iraní en
este conflicto regional. Gracias a la ayuda fi-
nanciera y los recursos militares obtenidos,
el movimiento zaidita devino también un
actor del Estado, a semejanza de Hezbollah.
Siria
Durante la “primavera árabe”, Siria fue uno
de los primeros países que vivió manifes-
taciones pacíficas. Empero, ese momento
en el que la democracia era posible cedió
lugar a una guerra civil, una economía de
guerra y un desastre humanitario, que fue-
ron agravándose. El régimen de Bashar Al
Assad no goza más que de una aparente
soberanía, controlando el territorio nacio-
nal fuera de Damasco a través de los check-
points militares, al no poder imponer una
verdadera presencia legal y civil. Incapaz
de proveer servicios sociales y económi-
cos que consoliden la legitimidad, el Esta-
do perdió gran parte de la infraestructura
de la que disponía. Frente a él, organizacio-
nes y grupos extranjeros de oposición se
han transformado en fuerzas militares de
ocupación que se caracterizan por su gran
diversidad, un hecho que los medios de co-
municación occidentales suelen ignorar. El
Estado Islámico (EI) no es Al Nusra.
Estos actores no se encuentran unidos.
En Siria, el EI es menos una organización
que aspira a convertirse propiamente en un
“Estado” que una confederación yihadis-
ta que intenta transformarse en imperio. Al
igual que los otomanos, el EI administra su
territorio confiando la gestión a actores loca-
les. Su capacidad funcional resulta limitada
en tanto Estado centralizado. Las siniestras
decapitaciones transmitidas por los medios
de comunicación no dan cuenta de un nue-
vo sistema de ley islámica (sharia) que sería
la señal de un nuevo orden político. Consti-
tuyen más bien campañas de relaciones pú-
blicas tendientes a multiplicar a los reclutas.
Es allí donde reside su punto débil. De-
bido a este marco casi imperial, el EI no dis-
pone de la capacidad para comportarse co-
mo un verdadero Estado, ya sea en términos
de organización de las instituciones o de re-
caudación de impuestos. Su modelo es el
del botín, que los combatientes se disputan:
un sistema que funciona bien en las zonas
rurales pero que resulta inadaptable a la ad-
ministración de ciudades enteras.
En este caos, el régimen de Assad adop-
tó una estrategia simple: existir. No necesi-
ta reconquistar los territorios perdidos para
ganar esta guerra. Desacreditado, no puede
optar por una estrategia de salida imple-
mentando las reformas políticas que le re-
clamaron anteriormente. Mientras el régi-
men no se desmorone, puede sin embargo
aspirar a una victoria perversa. Lo que ex-
plica su política de tierra arrasada. Las fuer-
zas del régimen, que renunciaron actual-
mente a preservar la vieja Siria, destruyen
La estrategia
consiste en avivar
los conflictos en la
región, de manera
de consolidar el
statu quo dentro
de sus fronteras.
las ciudades y los pueblos donde predomi-
nan los grupos de la oposición, aplicando el
principio de que si Damasco no puede apo-
derarse de ellos, entonces nadie lo hará.
Esta carnicería es producto en gran me-
dida de la acción de actores externos. Las
intervenciones regionales en Siria son muy
conocidas. Estados Unidos conduce una
coalición de países occidentales y árabes
que bombardea al EI, lo que, paradójica-
mente, le hace el juego a un régimen auto-
crático que Washington declaró ilegítimo.
Entre sus aliados, Turquía, Jordania, Egipto
y Arabia Saudita. Por su parte, el régimen de
Assad puede contar con la ayuda económi-
ca y militar del Hezbollah e Irán, así como
con la complicidad de Rusia.
Antes del crecimiento del EI y Al Nusra,
los Estados árabes sunnitas habían inscrip-
to a Siria en una “media luna chiita” que se
extendía del Líbano a Irán. Buscaban des-
alojar a Al Assad, alimentando divisiones
confesionales en el seno de sus propias po-
blaciones. Pero se vieron obligados a cam-
biar de rumbo y hacer frente al problema
yihadista. Sólo Irán mantuvo su posición
de apoyo al régimen sirio, lo que revela la
evolución de su imperativo revolucionario.
Al no haber podido propagar la revolución
en las calles de los países árabes después
de 1979, los dirigentes iraníes hicieron su
entrada a la escena regional a través de la
geopolítica, sacando provecho de las tensio-
nes en el marco de esta nueva Guerra Fría.
Sin embargo, esta retórica confesional
debe ser tratada con prudencia. El EI no es
producto de una división entre sunnitas y
chiitas, como pudo imaginarse, aunque sus
combatientes hayan lanzado una campaña
contra estos últimos. Para muchos, los jó-
venes que fueron reclutados para combatir
en Siria provienen menos de un adoctrina-
miento religioso que del impacto de las po-
líticas desastrosas, donde las desigualdades
sociales, la apatía económica y los callejones
sin salida políticos se conjugan para privar a
los ciudadanos de su propia dignidad.
Casi todos los países árabes proveyeron
voluntarios al EI, empezando por Túnez,
Arabia Saudita, Jordania y Egipto. La ironía
es que algunos de estos países preconizan
eliminar la organización del EI. Esta ob-
servación trastorna las ideas clásicas sobre
el terrorismo y el extremismo: desde hace
mucho tiempo se piensa que se puede hacer
fracasar a los terroristas radicales agotando
su fuerza de combate, su financiamiento y
sus santuarios. El EI demuestra que eso es
falso y que un extremismo violento pue-
de surgir de casi nada. Unos años después
de que Occidente creyó haber vencido a Al
Qaeda, se enfrenta hoy con un nuevo avatar,
territorializado, del fenómeno.
Irak
El EI también está activo en Irak, pero su
presencia esconde problemas más impor-
tantes de desintegración social y desigual-
dades políticas. La organización del EI se
inscribe en un esquema más vasto de resis-
tencia e insurrección sunnitas contra los
abusos de un gobierno dominado por los
chiitas, instalado por Estados Unidos des-
pués de la invasión de 2003. Para muchos
iraquíes sunnitas, la violencia potencial del
EI no representa una amenaza más grande
que las brutalidades cometidas por las mi-
licias chiitas que apoyan a diversas perso-
nalidades políticas, como el ex primer mi-
nistro Nuri Al Maliki. Muchos de estos sun-
nitas se sintieron traicionados tras la apari-
ción de las Sahwa, una milicia sunnita que
apoya al gobierno, y el despliegue en 2007
de tropas estadounidenses adicionales ba-
jo el mando del general David Petraeus, que
contribuyó a estabilizar el país.
Sin embargo, también debe conside-
rarse cuidadosamente la dimensión con-
fesional. Las conexiones iraníes con el go-
bierno iraquí de la posguerra incrementa-
ron y alentaron una discriminación secta-
ria contra la cual Estados Unidos no deseó
luchar, y que alcanzó ahora un umbral po-
cas veces visto antes en la historia del Irak
moderno. Explotada y exacerbada por
el clima regional, la división confesional
combina allí una verdadera fractura social
con injerencias geopolíticas, lo que torna
la salida aun más incierta.
Se observa también en Siria e Irak otra
importante evolución de la realidad so-
cial. Antes de la “primavera árabe”, los
ciudadanos eran sujetos que debían su-
puestamente fidelidad al Estado. Más al
haberse pulverizado la autoridad estatal,
cada uno busca la seguridad orientándo-
se primero hacia los actores locales, el ba-
rrio, las milicias y los movimientos.
Perspectivas regionales
Las divisiones regionales son producto de
la acción de varios actores, pero actualmen-
te se observa con claridad un hilo común.
Las preocupaciones de la coalición árabe
sunnita no recaen solamente sobre sus opo-
sitores regionales–como Irán– o las amena-
zas ideológicas–como la de los Hermanos
Musulmanes–. Surge una tercera amenaza,
en este caso interna: su propia sociedad. Es-
tos países tratan a las voces disidentes con
suspicacia. Sin embargo, negándose a apro-
vechar la ocasión ofrecida por la “primave-
ra árabe” de orientarse hacia adentro y res-
ponder eficazmente al reclamo masivo de
libertad y dignidad de sus poblaciones, es-
tos regímenes se equivocan. Optan por un
camino que conlleva riesgos políticos a me-
diano y largo plazo. Como por reflejo, pro-
yectan sus problemas a nivel regional sin
atacar las carencias estructurales que exis-
ten internamente.
La reciente caída del precio del petróleo
demostró que esta nueva Guerra Fría regio-
nal puede tener importantes cambios de
rumbo. Hasta ahora, Irán mantenía la de-
lantera en el conflicto confesional contra
Arabia Saudita; su política regional, más co-
herente, lo llevaba a intervenir directamen-
te en sus guerras por encargo sin recurrir a
intermediarios. La estrategia saudita resul-
ta más fragmentada, ya que la política exte-
rior se encuentra en manos de múltiples ac-
tores, desde los servicios de seguridad hasta
los príncipes, pasando por el Ministerio de
Relaciones Exteriores, al tener cada uno de
estos centros de poder sus propios interme-
diarios en el extranjero.
Es más, a diferencia de Arabia Saudita,
Irán presenta un modelo de soberanía po-
pular que, aun cuando no sea enteramen-
| 27
te democrático, permite la celebración de
elecciones regulares y la existencia de un
pluralismo controlado, aunque el poder
siga estando en última instancia en manos
del Guía Supremo. Finalmente, Irán provo-
có trastornos en gran parte del Golfo em-
pujando a los intereses estadounidenses a
comprometerse en un acuerdo nuclear, lo
que anuncia una brecha diplomática ma-
yor. La caída del precio del petróleo hace
barajar de nuevo. Arabia Saudita se las arre-
gla mejor debido a sus mayores reservas fi-
nancieras. Para ambos países, la batalla fi-
nal se libra actualmente en Siria.
Así, la nueva Guerra Fría regional trans-
formó considerablemente el paisaje geopo-
lítico de Medio Oriente. Por primera vez en
la historia moderna de la región, Egipto, Si-
ria e Irak no son los matones del “barrio”.
Estos países sufren las réplicas de la “pri-
mavera árabe” y son el campo de batalla de
un cuestionamiento que implica a actores
externos. La lección es clara: nadie, por más
poderoso que sea, escapa a la historia.
En cambio, Túnez es un ejemplo cons-
tructivo para la región en términos de pro-
mesas democráticas. Los compromisos
innovadores entre fuerzas islámicas y lai-
cas que logró este Estado en transición, al
igual que la regularidad de las elecciones
democráticas y el imperio del derecho, de-
muestran que es posible liberarse de la he-
rencia autoritaria. Aunque la democracia
tunecina cayera nuevamente en las som-
bras, es a la vez un símbolo de esperanza
para los demócratas y una espina insidiosa
en el pie de los regímenes autoritarios que
desaparecerían.
En vista de estos acontecimientos, Es-
tados Unidos ya no puede ser la potencia
hegemónica incuestionable de la región.
Su progresiva desvinculación de los asun-
tos regionales refleja un importante giro en
su estrategia global. Aprendieron la lección
de su fracaso en Afganistán e Irak. Además,
Asia reviste actualmente mayor importan-
cia estratégica que Medio Oriente. La do-
minación mundial ya no está acompañada
de la ocupación de espacios territoriales y
lugares físicos, sino del control de los mer-
cados financieros y las rutas comerciales
marítimas. Washington seguirá buscando
controlar el flujo del petróleo regional, pe-
ro regulando el grifo antes que los pozos.
Sin embargo, una herencia de la histo-
ria habrá dado muestras de su resiliencia.
Las fronteras geográficas definidas por el
Acuerdo Sykes-Picot revelaron una conti-
nuidad inesperada. Los actores de la región
no luchan para rediseñar el mapa, sino para
controlar las fronteras existentes. Los go-
biernos y los pueblos aún comparten hoy
implícitamente la sacrosanta idea de que
estas fronteras ofrecen la última amarra de
estabilidad en Medio Oriente. Constituyen
una realidad social, para bien o para mal.
Después de todo, cada refugiado víctima de
las recientes crisis regresó supuestamente
a su país. Y, cualesquiera sean los vencedo-
res de los conflictos civiles en Libia, Siria,
Irak y Yemen, no se espera de estos Estados
que cambien de forma. La idea que preva-
lece en gran medida es que, si las fronte-
ras geográficas existentes desaparecieran,
la inestabilidad actual se transformaría en
una espiral de caos. g
1. Véase Laurent Bonnefoy, “Un nuevo poder en
Yemen”, Le Monde diplomatique, edición Cono
Sur, Buenos Aires, noviembre de 2014.
*Investigador en la Universidad de Harvard (Estados
Unidos), autor de Journal d’un prince banni. Demain, le
Maroc, Grasset, París, 2014. Este artículo se publicó en Le
Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2015.
Traducción: Gustavo Recalde
 28 |
28|
¿Quién será el
próximo enemigo?
por Serge Halimi*
L
a tarjeta de felicitaciones de An-
ders Fogh Rasmussen no esperó
hasta la víspera de Año Nuevo. El
ex secretario general de la Orga-
nización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN) resumió así la misión
que esta debería cumplir, según él, no bien Donald
Trump haya dejado la Casa Blanca: “En 2021, Esta-
dos Unidos y sus aliados tendrán una oportunidad
que solo se presenta una vez por generación. La de
invertir la retirada global de las democracias frente
a las autocracias como Rusia y China. Pero para eso
será necesario que las principales democracias se
unan” (1). Algo que hicieron muchas de ellas, hace
una generación, justamente, al invadir Afganistán,
y luego Irak. Es tiempo, aparentemente, de arreme-
ter contra adversarios más poderosos...
El relevo antichino
Pero ¿por cuál empezar? Dado que Washington
pretende asegurarse el “leadership” de la cruza-
da democrática –“Estados Unidos está de regreso,
listo para dirigir el mundo”, proclamó Joseph Bi-
den el 24 de noviembre de 2020–, los países saté-
lites harían bien en entender que Estados Unidos
ya no se pone de acuerdo en cuanto a la identidad
de su adversario principal. Sus razones poco tienen
que ver con la geopolítica mundial, y todo con sus
grietas internas. Para los demócratas, el enemigo
es en primer lugar ruso, dado que, desde hace cua-
tro años, los dirigentes de este partido repitieron, al
igual que Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de
Representantes, que “con Trump todos los caminos
llevan a Putin”. Del lado republicano, en el registro
del “ojo por ojo” que evoca los revuelos del jardín
de infantes, responden con el eslogan “Beijing Bi-
den”. Porque el segundo hijo del nuevo Presidente,
Hunter Biden, hizo negocios en China; y la globali-
Edición especial | septiembre
Edición 142 | abril 2011
2021
Editorial
Sumario
Editorial:
Hijos de Bush 2
por Pablo Stancanelli
Staff 3
Dossier
La era de la guerra perpetua
El nuevo rostro del mundo 4
por Ignacio Ramonet
¿Choque de civilizaciones? 6
por Tariq Ali
zación, que se les imputa a los demócratas, fue un Terrorismo contra terroristas 8
negocio para China. QED. por Noam Chomsky
El 10 de diciembre, el secretario de Estado Michael
Pompeo se dedicó entonces a agrandar la brecha exis- Después de Kabul, objetivo Bagdad 10
tente entre los dos países. Invocando, sin reírse, su pre- por Akram Belkaïd
ocupación por el respeto de la vida privada, quien tam-
bién fuera director de la Agencia Central de Inteligen- ¿Cómo ganaron los talibanes? 12
cia (CIA) primero alertó al mundo: “[El presidente chi- por Adam Baczko y Gilles Dorronsoro
no] Xi Jinping tiene el ojo puesto en cada uno de noso-
tros”. Luego arremetió, por turnos, contra los 400.000
estudiantes chinos que llegan a Estados Unidos cada Dossier
año, de los cuales una parte iría a robar secretos indus-
triales y científicos; contra las universidades estadou-
La espiral del terror
nidenses, “muchas de las cuales fueron compradas por
Génesis del yihadismo 16
Pekín”; finalmente, contra los productos de la empresa
por Nabil Mouline
Huawei, con los cuales cada usuario estaría poniéndo-
se “en manos del aparato de seguridad chino” (2). Este
es el estribillo que los republicanos le van a oponer a
Al Qaeda vs. Estado Islámico 18
por Julien Théron
Biden. Va a relevar a los cuatro años de paranoia an-
tirrusa alimentada por los demócratas contra Trump.
Mar de China, Taiwán, el destino de los Uigures, Hong Dron, el anti-kamikaze 20
Kong: todo será pretexto para poner a prueba la deter- por Grégoire Chamayou
minación antichina de la nueva administración.
Rasmussen vio claro al menos en un punto: “Una Un imperio que no es como los demás 22
fila de aliados inquietos espera al presidente electo por Eric Hobsbawm
Joe Biden delante de su puerta”. Pero, al permanecer
en una alianza que dirige una potencia mentalmente América del Sur, de la autonomía a la
estremecida, no les resultará tan fácil recuperar su securitización 24
tranquilidad. g por Gabriel Puricelli
1. Anders Fogh Rasmussen, “A new way to lead the free Medio Oriente, la nueva Guerra Fría
world”, The Wall Street Journal, Nueva York, 16-12-20. regional 26
2. Michael R. Pompeo, “The Chinese Communist Party on
the American campus”, discurso en el Georgia Institute
por Hicham Ben Abdallah El Alaoui
of Technology, Atlanta, 9-12-20, www.state.gov
*Director de Le Monde diplomatique. Este editorial fue publicado
Editorial: ¿Quién será el próximo
en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2021. enemigo? 28
Traducción: Aldo Giacometti por Serge Halimi