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I. INTRODUCCIÓN
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Este texto tuvo como precedente el art. 3 de la Declaración americana de Derechos del
Hombre, en el que se declara que «toda persona tiene el derecho de profesar libremente una creencia
religiosa y de manifestarla y practicarla en público y en privado».
A la vista de estos textos podrá interpretarse que la libertad reconocida y garantizada era
precisamente la libertad religiosa, utilizando para ello tres expresiones reconducibles al ámbito
religioso:
a) la conciencia (religiosa), dimensión interiorizada de la persona creyente; b) las creencias
(religiosas), expresión de las diferentes doctrinas y organizaciones religiosas.
c) el culto_ (religiosas), que supondrá la exteriorizacion de la actividad ritual y litúrgica de
las comunidades religiosas.
Esta interpretación lineal, basada en los documentos de trabajo de la Declaración, se verá
pronto alterada al introducir la expresión libertad de pensamiento y de conciencias desapareciendo
así cualquier referencia expresa a las creencias religiosas.
El resultado del texto resulta así plural, de tal manera que, el derecho protegido en este
artículo «no sólo es un derecho a la libertad de creencia religiosa sino también a la libertad de
pensamiento y de conciencia. Esto incluye el derecho a sostener una creencia que puede ser
considerada como un sistema de filosofía más que como una religión establecida. También incluye
el derecho individual a adoptar el ateísmo como creencia».
La interpretación del art. 18, realizada por el Comité de Derechos Humanos de Naciones
Unidas, reafirma esta significación al decir que: «El art. 18 protege las convicciones teístas, no
teístas y ateas así como el derecho de no profesar ninguna religión o convicción. Los términos
convicción o religión deben ser interpretados en sentido amplío. El art. 18 no está limitado, en su
aplicación, a las religiones tradicionales. El Comité está preocupado por toda tendencia
discriminatoria contraria a una religión o a una convicción, cualquiera que sea la razón.
Para lograr una más efectiva protección de los derechos humanos reconocidos en la
Declaración Universal se aprobaron en 1966 dos actos Internacionales: uno relativo a los derechos
civiles y políticos y otro referente a los derechos económicos, sociales y culturales.
Por lo que aquí interesa, nos vamos a referir al primero, ya que en su art. 18 reconoce que:
1. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión este
derecho incluye la libertad de tener o adoptar una religión o las creencias de su elección,
así como la libertad de manifestar una religión o sus creencias individual o
colectivamente, tanto en público como en privado, mediante el culto la celebración de los
ritos, las practicas y la enseñanza.
2. Nadie será objeto de medidas coercitivas que puedan menoscabar su libertad de tener o de
adoptar la religión o las creencias de su elección.
3. La libertad de manifestar la propia religión o las propias creencias estará sujeta
únicamente a las limitaciones prescritas por la ley que sean necesarias para proteger la
seguridad, el orden la salud o la moral públicos o los derechos y libertades fundamentales
de los demás.
4. Los Estados partes en el presente Pacto se comprometen a respetar la libertad de los
padres y, en su caso, de los tutores legales para garantizar que los hijos reciban la
educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.
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Dos aspectos cabe resaltar en este artículo en relación con el anteriormente comentado art. 18
de la DUDH. En primer lugar, la distinción nítida entre la libertad de tener y la libertad de
manifestar en relación con los niveles de protección jurídica respectivos. En segundo lugar, la
conexión que establece el artículo del PIDCP entre la libertad de creencias y la libertad de educación
religiosa y moral.
Por lo que se refiere al primer aspecto, hay que advertir que la libertad de tener o adoptar una
creencia es un derecho absoluto que no puede ser objeto de coacción (inmunidad de coacción), pero
tampoco puede sufrir ninguna limitación ni restricción.
La libertad de elegir, conservar y cambiar de religión o creencias pertenece esencialmente al
fuero de la fe interior y de la conciencia del individuo. Desde este punto de vista puede pensarse que
cualquier intervención externa no sólo es ilegitima, sino imposible.
La libertad de manifestar la religión o las propias convicciones puede ser ejercida
individualmente o en grupo, en público o en privado. Abarca el ejercicio del culto y de los ritos, las
prácticas y la enseñanza. El concepto de rito comprende los actos rituales y ceremonias que
expresan directamente una convicción, así como diferentes prácticas propias de estos actos, y
comprende la construcción de lugares de culto, el empleo de fórmulas y de objeto rituales, la
presentación de símbolos y la observancia de días de fiesta y de reposo. La celebración de los ritos y
la práctica de la religión o de la convicción pueden comprender no sólo los actos ceremoniales, sino
también costumbres tales como la observancia de prescripciones alimentarias, el uso de vestidos o
sombreros distintivos, la participación en los ritos a ciertas etapas de la vida y la utilización de una
lengua común hablada por un grupo.
Esta variedad de actividades son manifestaciones de la libertad de creencia. La libertad de
manifestar estas creencias estará sujeta únicamente a las limitaciones prescritas por la ley que sean
necesarias para proteger la seguridad, el orden la salud o la moral públicas o los derechos y
libertades fundamentales.
El mérito de art. 18 del PIDCP reside, en este aspecto, en haber sabido diferenciar netamente
la libertad de tener que es un derecho absoluto e ilimitado, y la libertad de manifestar, que constituye
un derecho que puede ser limitado de acuerdo con los criterios antes señalados.
Delimitado así el ámbito de la libertad de creencias que puede ser objeto de restricciones o
de limitaciones, hay que subrayar que estas restricciones, en todo caso, han de ser tasadas por ley. Se
requiere, por tanto, que la ley establezca los supuestos que limitan la manifestación de la libertad de
creencias y además que éstas estén orientadas a salvaguardar la seguridad, el orden la salud o la
moral públicas, así como los derechos y libertades fundamentales de los demás.
Es evidente que en este último caso los derechos y libertades están enunciados y no existe
indeterminación en cuanto al catálogo de derechos y libertades que puedan actuar como límite de la
libertad de creencias.
Más dificultades encierra la interpretación y aplicación, en su caso, de las cláusulas
limitativas por razón de seguridad orden salud o moral públicas. Aquí estamos en presencia de
conceptos jurídicos indeterminados cuya concreción, generalmente, precisa la intervención judicial
para precisar el contenido y los términos en que se produce la colisión con la libertad de creencias.
La libertad de creencias, reconocida en la DUDH y el PIDCP, ha sido desarrollada en una
Declaración posterior,, en la que se especifican los derechos individuales y colectivos en los
siguientes términos:
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a) La de practicar el culto o de celebrar reuniones en relación con la religión o las
convicciones y la de fundar y mantener lugares para estos fines.
b) La de fundar y mantener instituciones de beneficencia o humanitarias.
c) La de confeccionar, adquirir y utilizar en cantidad suficiente artículos y materiales
necesarias para los ritos y costumbres de una religión o convicción.
d) La de escribir, publicar y difundir publicaciones pertenecientes a estas esferas.
e) La de enseñar la religión o las convicciones en lugares aptos para esos fines.
f) La de solicitar o recibir contribuciones voluntarias financieras y de otro tipo de
particulares e instituciones.
g) La de capacitar, nombrar, elegir y designar por sucesión los dirigentes que correspondan
según las necesidades y normas de cualquier religión o convicción.
h) La de observar días de descanso y de celebrar festividades y ceremonias de conformidad
con los preceptos de una religión o convicción.
i) La de establecer y mantener comunicaciones con individuos y comunidades acerca de
cuestiones de religión o convicciones en el ámbito nacional e internacional.
La otra novedad que presenta el art. 18 del PIDCP es la referencia que hace al derecho de los
padres y, en su caso, de los tutores legales para garantizar que los hijos reciban la educación
religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.
Esta disposición vincula la libertad de creencias de los padres con su derecho a elegir la
formación de los hijos en el plano de las creencias y de la ética. Situado en el mismo artículo, en el
que se garantiza la libertad de creencias, este derecho de elección de la formación de los hijos
traspasa el ámbito de la educación para manifestar de manera directa e inequívoca el ámbito de la
libertad de creencias. De ahí que la mención realizada en el art. 26 de la DUDH, en la que se
reconoce que los padres tienen derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse
a sus hijos, deberá interpretarse también como una manifestación de la libertad ideológica o
religiosa.
Entendida la educación como el pleno desarrollo de la personalidad humana y el
fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales, es indudable
que no se limita a la transmisión de conocimientos, sino también a la formación en los valores.
Este derecho de los padres aparece nuevamente sancionado y, si cabe, ampliado en el art.
13.3 del Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales, en el que se declara
que: «Los Estados partes en el presente Pacto se comprometen a respetar la libertad de los padres de
escoger para sus hijos o sus pupilos escuelas distintas de las creadas por las autoridades públicas,
siempre que aquellas satisfagan las normas mínimas que el Estado prescriba o apruebe en materia de
enseñanza y de hacer que sus hijos o pupilos reciban la educación religiosa o moral que esté de
acuerdo con sus propias convicciones.».
En este texto, en el que se reconoce expresamente la libertad de educación, se advierte que
esta libertad no restringe el derecho de los padres de elegir una determinada formación moral o
religiosa, sino que incluye también el derecho de elección del centro educativo excluyendo así la
obligatoriedad y el monopolio de la enseñanza pública.
La doble dimensión de la formación de los hijos – en el ámbito familiar y en el ámbito
educativo – ha quedado certeramente plasmada en la Declaración sobre la eliminación de todas
formas de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o en las convicciones cuyo art. 5
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declara:
1. Los padres o, en su caso, los tutores legales del niño tendrán el derecho de organizar la
vida dentro de la familia de conformidad con su religión o sus convicciones y habida cuenta de la
educación moral en que crean que debe educarse al niño.
2. Todo niño gozará del derecho a tener acceso a la educación con los deseos de sus padres o,
en su caso, sus tutores legales, y no se le obligara a,instruirse en su religión o convicciones contra
los deseos de sus padres o tutores legales, sirviendo de principio rector el interés superior del niño.
3. El niño estará protegido de cualquier forma de discriminación por motivos de religión o
convicciones. Se le educará en un espíritu de comprensión, tolerancia, amistad entre los pueblos, paz
hermandad universal, respeto de la libertad de religión o de convicciones de los demás y en la plena
conciencia de que su energía y su talento deben dedicarse al servicio de la humanidad.
4. Cuando un niño no se halle bajo la tutela de sus padres ni de sus tutores legales se tomarán
debidamente en consideración los deseos expresados por aquéllos o cualquier otra prueba que se
haya obtenido de sus deseos en materia de religión o de convicciones, sirviendo de principio rector
el interés superior del niño.
5. La práctica de la religión o convicciones en que se educa a un niño no deberá perjudicar su
salud física o mental ni su desarrollo integral, teniendo en cuenta el párrafo 3 del art. 1 de la presente
Declaración.
Este texto constituye una de las exposiciones más completas en las que se establece la
estrecha relación entre la libertad de creencias, la libertad ética y la libertad de educación.
La libertad de elección de los padres de la formación de los hijos –creencias y valores éticos–
queda perfectamente descrita, abarcando la educación en casa y la educación en el centro de
enseñanza.
Este texto internacional, no obstante, subraya otros dos aspectos que es oportuno comentar.
El respeto a la libertad de elección por parte de los padres de la educación moral o religiosa
de los niños es compatible, por tanto, con la educación de estos niños en unos valores compartidos
por la Comunidad Internacional, tales como: el espíritu de comprensión, la tolerancia, la amistad
entre los pueblos, la paz la hermandad universal, el respeto de la libertad de religión y de
convicciones de los demás y la plena conciencia de que su energía y sus talentos deben dedicarse al
servicio de la humanidad.
La posible colisión entre las creencias o convicciones elegidas por los padres y estos valores
cuyo fomento propugna la Comunidad Internacional había que interpretarlo como una vulneración
de los límites propios de la libertad de creencias y, consecuentemente, la posible ilicitud de
contenido de aquellas creencias contrarías a esos valores comunitarios, como son el fomento de la
intolerancia, de la violencia, del enfrentamiento entre los pueblos por razones étnicas, culturales o
religiosas.
El derecho de los padres en orden a la elección de la formación moral o religiosa del niño es
un derecho por sustitución es decir, un derecho ejercido por los padres mientras el hijo no alcanza
la edad de poder ejercer personal y directamente esa facultad de elección.
Por ello, los padres deberán actuar en todo momento – como es el caso del ejercicio de la
patria potestad y de la custodia del niño – bajo el principio rector del superior interés del niño. Si las
creencias elegidas y su práctica perjudican la salud física o mental el menor o el libre desarrollo de
su personalidad es evidente que se está produciendo una vulneración de ese principio rector y
actuando en contra del superior interés del niño, por lo que en este caso la actuación no estaría
amparada por el derecho de elección de la formación moral o religiosa del niño.
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IV. LA PROTECCIÓN INTERNACIONAL DE LAS MINORÍAS RELIGIOSAS
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El concepto de minoría religiosa – según esta Declaración – vendría a confundirse con el de
grupo religioso utilizado en la Declaración sobre la eliminación de todas formas de intolerancia y
discriminación fundadas en la religión o las convicciones.
Estas observaciones vuelven a situar el problema en el marco previo de esta exposición es
decir, ¿Es necesario añadir a las normas generales de protección de la libertad religiosa garantías
especiales dirigidas a las minorías? ¿Cuáles son las diferencias cualitativas entre minorías y grupos
religiosos? En nuestra opinión, en el supuesto de que existan esas diferencias – la Declaración no lo
precisa –, entendemos que esas diferencias entre minorías y grupos podrían residenciarse en dos
criterios posibles: la identidad de la comunidad y su relevancia en el ámbito político.
Hay en esta intolerancia religiosa las connotaciones propias de la confrontación de ideologías
políticas, que aspiran a monopolizar las señas de identidad de un pueblo o comunidad política con
exclusión de cualquier ideología o creencia religiosa distinta. Es por ello que, al hablar de minorías,
se incluyan aquellos elementos que han constituido las características culturales que históricamente
han contribuido a la conformación de la identidad propia de una comunidad, ya fuera políticamente
independiente, ya estuviera sometida a otra comunidad política; es decir, la etnia, la lengua y la
religión.
La identidad de la comunidad, como conjunto de unos presupuestos culturales comunes,
significa que esa comunidad política se identifica por las tradiciones, costumbres, creencias e
instituciones legadas por los antepasados, que conforman, en definitiva, «el conjunto de modos de
vida y costumbres», así como de «manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un
pueblo». Algo que la doctrina, desde el pasado siglo XIX, y, en la actualidad, el propio Diccionario
de la Lengua Española define como cultura.
El reconocimiento de esta libertad individual ha ido acompañada de la progresiva ruptura
entre comunidad política y comunidad cultural. Como expresión de esta ruptura las creencias
religiosas han dejado de formar parte en numerosos Estados de los elementos culturales integrantes
de la comunidad política.
Es oportuno advertir que el proceso de separación entre la Iglesia y el Estado – necesario, en
nuestra opinión, para que exista una plena e igual libertad religiosa – no ha supuesto siempre una
mejora de la situación de las minorías religiosas. El separatismo ha ido acompañado con frecuencia
de una ideología contraria o excluyente de las creencias religiosas.
El laicismo pretendió reducir las creencias religiosas al ámbito íntimo y personal de la
conciencia, con su consiguiente destierro del ámbito público y social. El ateísmo científico
simplemente sustituyó una concepción estatal deísta por una ideología estatal atea y, en general,
intolerante con las creencias religiosas y, por tanto, también con las minorías religiosas.
En los Estados en los que no se ha producido la separación Iglesia y Estado, conservando la
confesionalidad estatal la situación es desigual. En los Estados democráticos el reconocimiento de la
libertad religiosa es general y garantiza el correspondiente ámbito de libertad a las minorías
religiosas, si bien no siempre queda garantizada la igualdad en relación con la confesión estatal o
confesión dominante. Los Estados no democráticos no suelen reconocer un estatuto jurídico a las
minorías religiosas que garantice su actuación en libertad.
Un ejemplo de la intolerancia política actual, en pleno corazón de Europa, lo podemos
encontrar en la antigua Yugoslavia en 1993.
Sirvan estas palabras como ejemplo de intolerancia religiosa, causa o efecto de una guerra
civil, donde el conflicto de religiones ha tenido una relevancia singular y la llamada limpieza étnica
un significativo contenido de eliminación de minorías religiosas.
Los Informes de los Relatores Especiales de Naciones Unidas, desde la aprobación de la
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Declaración de 1981, reflejan con precisión el alto grado de discriminación e intolerancia por
motivos religiosos existente todavía hoy en numerosos países del mundo, siendo víctimas directas
de esta intolerancia las minorías religiosas.
Como decíamos anteriormente, el objetivo de esta Declaración para la eliminación de todas
las formas de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o en las convicciones, aprobada
en 1981 y la posterior Declaración sobre los derechos de las personas pertenecientes a minorías
nacionales o étnicas, religiosas y lingüísticas, aprobada en 1992 coinciden en el propósito de
garantizar a todas las personas los derechos humanos y libertades fundamentales, sin discriminación
alguna por motivos religiosos.
Por discriminación religiosa se entiende «toda distinción, exclusión, restricción o
preferencia fundada en la religión o en las convicciones cuyo fin o efecto sea la abolición o el
menoscabo del reconocimiento, el goce o el ejercicio en pie de igualdad de los derechos humanos y
de las libertades fundamentales».
Además de condenar la discriminación como una violación de los derechos humanos y de las
libertades fundamentales, la doctrina de Naciones Unidas establece las siguientes reglas para
remover o impedir todo tipo de discriminación religiosa:
a) los Estados deberán adoptar medidas eficaces para prevenir y eliminar toda
discriminación por motivos de religión en todas las esferas de la vida civil, económica,
política, socia y cultural.
b) la promulgación o derogación de leyes que tengan por finalidad prohibir toda
discriminación de este tipo y tomar todas las medidas adecuadas para combatir la
intolerancia por estos motivos.