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“MOZART Y SALIERI” DE ALEKSANDR SERGEYEVICH PUSHKIN

Por: Margarita Medina Peñaloza.

¿Alguna vez has sentido celos por el talento innato de alguien? ¿Alguna vez has pensado que tus
esfuerzos son vanos frente a la genialidad espontánea del otro? ¿Hay justicia en un mundo que
premia la ligereza y castiga el sacrificio? A doscientos veintisiete años de la muerte de Mozart, su
obra vive aún como repertorio de lo sublime creado por el hombre y ¿quién recuerda a Salieri?

“Los personajes no nacen como los seres humanos del cuerpo de su madre, sino de una situación,
una frase, una metáfora en la que está depositada, como dentro de una nuez, una posibilidad
humana fundamental que el autor cree que nadie ha descubierto aún o sobre la que nadie ha dicho
aún nada esencial”.   — Milán Kundera.

 Aleksander Sergeyevich Pushkin, leyó en 1823 un diario de Viena. Siete años estuvo latente una
posibilidad, y en 1830, “Mozart y Salieri”,nacieron como personajes del poeta ruso. Seguramente
germinaron de un Mozart y un Salieri de carne, hueso y espíritu. Para nosotros, dos desconocidos; y
aunque icónicos, ajenos en tiempo y espacio, pero aliados nuestros en este vaivén de ser humanos.
La obra titulada Mozart y Salieries una pieza teatral en verso, escrita en ruso. Se presentó por
primera vez en 1832. Seguramente, nuestra referencia inmediata es “Amadeus”, la obra
cinematográfica, escrita por Shaffer y dirigida por Milos Forman, cineasta de origen checoslovaco,
en 1982.
El relato que hace Pushkin implica una trama bien sencilla: un hombre, llamémosle Antonio Salieri,
absorto en su monólogo, reflexiona en torno a la justicia. Otro hombre, llamado Mozart, acude a él
para enseñarle una fruslería que Salieri juzga como obra de un dios. Acuerdan comer juntos, y
durante la espera, Salieri toma la decisión de envenenar a Mozart. Al clavecín, Mozart interpreta
el Réquiem que ha hecho por encargo de un desconocido vestido de negro. Salieri llora conmovido.
Mozart, se despide, desmejorado, mientras Salieri le desea sueño eterno.
La repentina muerte de Mozart, el 5 de diciembre de 1791, dio lugar a toda clase de especulaciones
sobre su verdadera causa. Su viuda, Constanze Weber, contó que Mozart, en su lecho de muerte
sospechaba que, en efecto, Salieri lo había envenenado. En 1823, Ignaz Moscheles, un discípulo de
Beethoven visitó en un hospital de Viena al anciano Salieri quien le aseguró bajo palabra de honor,
que no había nada de cierto en ese rumor: “Cuéntele al mundo, querido Moscheles, lo que el viejo
Salieri, que morirá pronto, acaba de contarle”.
Nunca sabremos si Salieri acabó con la vida Mozart, o si el veneno sólo es una metáfora de la
envidia. En todo caso, Pushkin y Shaffer prueban que acertó la célebre profecía de otro desdichado
compositor, que, como Salieri y Puccinni, no es hoy sino una nota al pie de la gloria
inconmensurable de Mozart. Al escuchar al niño prodigio, el músico Hasse exclamó “Questo
ragazzo ci fará dimenticar tutti”: “Este muchacho hará que nos olviden a todos”.
Pushkin nos acerca a la evidencia, cuando lo hemos olvidado, de la compleja profundidad del ser,
de que nuestro presente se construye de la suma de nuestras intersubjetividades universales, desde
todos los tiempos; que somos protagonistas de un ahora que, como un deja vu se nos presenta en el
contundente espejo la literatura.

“la envidia no siente su propia felicidad sino la que resulta cuando ella se compara con la miseria
de los otros” Samuel Johnson, poeta inglés

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