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A partir de los siglos XI y XII se dan una serie de profundas transformaciones en el occidente cristiano,
una aceleración en el ritmo agrícola y un aumento del excedente que dio impulso a nuevas
relaciones e intercambios comerciales y a un notable auge urbano.
Por lo tanto, el desarrollo agrícola y el excedente que generó, abrió las puertas a la renovación
comercial y al desarrollo tecnológico (motorizado por los saberes prácticos orientados a fines
concretos). Ya sea por rutas terrestres en caravanas, por vías fluviales o marítimas, renovando
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La vitalidad del ritmo económico estimuló la fundación de nuevas ciudades y propició el renacimiento
de muchas ya existentes, al compás del comercio se multiplican las ciudades y aglomeraciones
(Pirenne, 1925-1970). Desconocemos los detalles del poblamiento de las primeras ciudades, pero no
olvidemos que “el auge de estos enclaves urbanos no puede separarse de la levadura agrícola que
los rodea” (Anderson, 1985). Pobladas en un principio por escasos artesanos y comerciantes, éstos
aumentan considerablemente impulsados por la expansión económica y comercial y el empuje de la
construcción se vuelve “irresistible”.
Si bien las murallas de las ciudades acogen una pequeña parte de la población global medieval,
mayoritariamente campesina, es en las ciudades, libres de la servidumbre feudal, donde comienzan a
desarrollarse innovaciones escolares (Petitat, 1982). Porque las ciudades, cada una en diferente grado,
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conquistaron o compraron franquicias o libertades ya sea a los señores, a los obispos o a los reyes y,
liberadas de los lazos feudales, lograron su autonomía administrativa y judicial.
Se desarrollan entonces como un nuevo conjunto de relaciones y grupos sociales, según Pirenne
“forman un cuerpo, una universitas (…) una [comunidad]…” con una marcada organización
corporativa. Coinciden los historiadores en señalar la diferencia de las ciudades medievales (germen de
la cultura occidental) con las ciudades de los antiguos imperios, de Asia o las del Imperio romano,
debido a la autonomía corporativa y política (Pirenne, Anderson, Petitat, Le Goff). Un patriciado urbano,
compuesto en su mayor parte por un grupo restringido de mercaderes y artesanos enriquecidos y en
algunas ciudades del norte de Italia también por miembros de la nobleza, ejerce el poder municipal
junto con las principales corporaciones de grandes mercaderes y artesanos y, más adelante, las grandes
fortunas de la banca. Así, “el modelo de gobierno municipal variaba de acuerdo con el peso relativo de
la actividad ‘manufacturera’ o ‘mercantil’ de las respectivas ciudades” (Anderson, 1985), pero se
evidencia la unión de los intereses económicos comerciales y los poderes políticos. En todas partes a
partir del siglo XII y XIII el poder municipal estaba en manos de un grupo muy restringido de familias.
El mundo de los oficios en las ciudades no es homogéneo, se subdivide en artes menores y artes
mayores y, es a éstas últimas (las artes mayores) que se asocia el poder político municipal. Había oficios
considerados despreciables aunque necesarios como el carnicero, el barbero, por el contacto con la
sangre. En el interior de cada comunidad de oficios podemos distinguir los maestros, la más alta
jerarquía; oficiales y un gran número de aprendices. Por debajo de todos ellos y sin gozar de beneficios y
en lo más bajo de la escala social, se encuentra un número importante de jornaleros.
Desde el siglo XII la ciudad no sólo fue centro de consumo y de intercambios, la mayoría de ellas se
convirtieron en centro de producción de manufacturas y producción de bienes culturales y centro de
difusión, o, como tan bien lo expresó Le Goff en su libro Los intelectuales en la Edad Media,
“Las ciudades son las plataformas giratorias de la circulación de los hombres, cargados
de ideas así como de mercaderías, son los lugares de intercambio, los mercados y los
puntos de reunión del comercio intelectual. En el siglo XII (…) los productos raros, los
objetos de precio llegan del Oriente, de Bizancio, de Damasco, de Bagdad, de
Córdoba; junto con las especias, la seda, llegan los manuscritos que aportan al
Occidente cristiano la cultura grecoárabe. (…) Dos zonas principales de contacto que
reciben manuscritos orientales son Italia y más aún España. (…) A través de sus obras
los árabes transmiten a los cristianos las palabras cifra, cero, álgebra, al mismo tiempo
que suministran el vocabulario comercial: aduana, bazar, gabela, cheque…”
Los saberes prácticos, el de los artesanos, constructores, etc. (las llamadas por Aristóteles
“artes mecánicas”), “se transmiten a través del aprendizaje, de patrón a obrero, de maestro
a discípulo, de acuerdo con procedimientos empíricos y orales (…) en la práctica concreta”,
en el estar haciendo (Verger, 2001), en la copia. El “aprendizaje” corporativo, basado en un
contrato entre el maestro y tutor (Sennett, 2009) y resultaba difícil escapar de las condiciones
de trabajo impuestas por el maestro (Petitat, 1982).
Escuelas del ábaco, o escuelas municipales, se desarrollaron en las ciudades destinadas a los
hijos de los comerciantes; en las que se enseñaban determinados saberes con una
funcionalidad concreta, la práctica del oficio.
Según el historiador Carlo Cipolla, el estímulo a la enseñanza tuvo su momento decisivo entre los
siglos XI y XII con el crecimiento de las ciudades y el desarrollo de una sociedad de comerciantes y
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artesanos y el nacimiento de una compleja división del trabajo. Hasta ese momento, en la alta Edad
Media europea el modo tradicional de aprender “el arte de escribir” era en las abadías, pero el
impulso comercial de las ciudades llevó a que a mediados del siglo XII se abrieran las primeras
escuelas públicas en Gante y en Ypres1 (aunque en permanente conflicto con la Iglesia que tenía el
monopolio de la enseñanza). No se requería la enseñanza tradicional de la Iglesia en latín, sino que
los hijos de los burgueses supiesen “tener el registro de los negocios y de los débitos” (Cipolla, 1983).
La educación que se otorgaba en estas escuelas era sobre todo una cultura práctica, basada en la
escritura en lengua vulgar o vernácula y la aritmética, con un fin concreto, práctico.
La escritura está muy unida a las necesidades a las que responde. La utilización de la
letra cursiva responde al “movimiento económico, social e intelectual” de los siglos XII y
XIII y a las necesidades comerciales. “La regla de oro del mercader” es: “escribirlo todo,
escribirlo enseguida y bien”, “antes que se haya ido de la mente”.
Las lenguas vulgares desplazaron en el ámbito mercantil al latín (que continuó siendo la lengua de la
cultura erudita): el italiano, el alemán en las ciudades hanseáticas, para comunicarse entre los
mercaderes, las actas comerciales y los libros de cuentas.
Antes del renacimiento urbano europeo las escuelas y la enseñanza de la escritura estaban limitadas
casi por completo a la esfera religiosa. A partir del auge urbano se inicia una “secularización” de la
escritura (Petitat, 1982).
Fue en el Norte de Italia, donde la antigua educación laica logró sobrevivir, donde las escuelas
municipales recuperaron su lugar. Según algunas fuentes a principios del siglo XIV “en Florencia
había entre 8.000 y 10.000 niños y niñas (aproximadamente el 25% de la población total)
aprendiendo a leer y escribir en lengua vulgar y unos 1.000 a 1.200 niños que aprenden el ábaco y la
aritmética en seis escuelas. Sin embargo, no todas las ciudades del norte de Italia tenían el nivel de
Florencia en la que por un documento de 1313 era común que un artesano supiese “escribir, leer y
hacer cuentas”, en cambio en Venecia, a mediados del siglo XV su población era masivamente
analfabeta (Cipolla, 1983). Si bien estos números parecen importantes, Petitat nos advierte que
antes de entrar a la escuela se realizaba una selección social, de modo que la casi totalidad de los
alumnos pertenecían a familias dedicadas al comercio a mediana y gran escala.
“La enseñanza del cálculo comienza con el empleo de instrumentos prácticos que sirven al
escolar, luego al financista y al comerciante para calcular. Son el ábaco y el tablero. (…) A
partir del siglo XIII se multiplican los manuales de aritmética elemental”, algunos de gran
importancia para la contabilidad y la matemática.
Fueron los árabes quienes difundieron al mundo cristiano las matemáticas y el empleo de
las cifras árabes, (de origen hindú), que, junto con la introducción del cero, fueron las
grandes innovaciones tanto para el comercio como para el cálculo en general y la
geometría. Jacques Le Goff (1986) Mercaderes y banqueros. Buenos Aires, Eudeba.
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. Centros de producción textil de alta calidad y de comercialización en el noroeste de Europa.
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Estas escuelas destinadas casi fundamentalmente a los hijos de los comerciantes en su mayoría se
encontraban en la Toscana (Italia) y Flandes. Junto con los “manuales de comercio”, los pequeños
tratados de contabilidad, ejercicios de cálculo y escritura testimonian el impulso que la creación de
barreras aduaneras, el control de los oficios, las ferias y el desarrollo internacional de los bancos
italianos (Verger, 2001), dieron a otros saberes destinados a una práctica comercial y administrativa.
La enseñanza no estaba organizada en una división en grados; el alumno frecuentaba estas escuelas
durante un tiempo y de acuerdo a sus necesidades. Se aprendía a resolver los problemas concretos
que planteaban fundamentalmente la práctica del comercio y, en menor medida, el “aprendizaje”
artesanal. Este inicio de escolarización transmitía fundamentalmente un saber para las actividades
comerciales, los saberes específicos de la producción de manufacturas (ya sea fabricación de vidrio,
productos de hierro, cuero, tintoreros, etc) se realizaban en el taller artesanal, de maestro a
aprendiz.
Ese aprendizaje corporativo artesanal tenía un carácter patriarcal: a través de un contrato (primero
oral y con el tiempo escrito) entre el maestro y el padre o tutor del aprendiz, se establece el precio y
la duración del aprendizaje, los deberes. (Ver Ficha de Cátedra: Meschiany, Talia y Sorá, Carlos
(2018) “Talleres artesanales en la sociedad feudal”). Si bien el contrato en principio era transitorio,
en la práctica se “eternizaba”, ya sea por no contar con el dinero suficiente para instalarse en su
propio taller o debido a “la mala voluntad” de maestros y jurados en otorgar la maestría a los
candidatos que no eran hijos de maestros (Petitat, 1982). De todo ello resultó una relación
conflictiva en los oficios entre maestros y aprendices y jornaleros y el establecimiento de artesanos y
pequeños talleres independientes.
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Como dijimos más arriba, a partir del siglo XII hubo un desplazamiento de los centros de difusión de
saberes y conocimientos de los monasterios a las ciudades. Ya vimos los saberes prácticos que en
algunas ciudades comienzan a otorgarse para la formación del mercader. Sin embargo, como vimos
también más arriba, la enseñanza en la Alta Edad Media (hasta el renacer urbano) era una enseñanza
fundamentalmente eclesiástica que se otorgaba en las abadías o monasterios y en las escuelas
catedralicias urbanas para la formación del clero (y sobre todo el alto clero). Transmitida en latín (la
lengua de la Iglesia: de las sagradas Escrituras, del culto, de los sacramentos) comprendía un corpus
general basado en las siete artes liberales (para el siglo XI y XII superado y reducido a gramática y
lógica o dialéctica) y la “ciencia sagrada” (la Biblia y las interpretaciones de la verdad divina revelada
y propagada en los escritos de los llamados “Padres de la Iglesia”.
A partir del siglo XII, con la expansión agrícola y el auge urbano, se produjo un renacimiento de las
escuelas episcopales como centros de formación del alto clero. Algunas escuelas ya existentes
comienzan a ser reconocidas y a recibir un gran número de estudiantes por el prestigio de sus
maestros, quienes se destacaban en alguna de las artes liberales, ya sea gramática (gramática latina),
lógica o dialéctica.
Este renacimiento del siglo XII (fruto de los intercambios comerciales y la circulación intelectual) fue
estimulado por la herencia greco-árabe, transmitida a la cristiandad por los musulmanes y
principalmente a través de España, gracias a los traductores. En su gran mayoría judíos, serán los
“pasantes” del legado científico del árabe al latín y, sobre todo, de “un espíritu” científico, de un
método opuesto a la autoridad dogmática de los antiguos, basado en la observación y la experiencia.
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Es en las escuelas urbanas, de las que Abelardo (un maestro de la dialéctica) será uno de los
representantes más brillantes, donde comienza a construirse la (auto)conciencia de un nuevo oficio
profesional y nuevos artesanos: el oficio escolar scolares y magistri de donde van a nacer las
universidades y los universitarios (Le Goff, 1983). De todos modos, no es el único origen. Y es en el
medio urbano que se construyen como profesionales diferenciados de los claustros de los
monasterios.
Paolo Rossi se refiere a las universidades como “mercado único”, es decir, a la configuración de una
identidad propia a partir de un universalismo cristiano y cultural, basado en estudios compartidos y
en el latín como lengua de reconocimiento social (Verger, 2001).
Como corporaciones universitarias adquirieron privilegios (no sin grandes luchas) que las
distinguieron de las corporaciones artesanales: de jurisdicción (no se regían y sus miembros
tampoco, por los tribunales correspondientes), de excepción (de impuestos), derecho de huelga y
secesión, de autonomía: contratar maestros, dictar su propio estatuto, libertad de enseñanza,
organización y duración de los estudios (Verger, 2001) y el monopolio de la concesión de los grados
universitarios (surge así una nueva figura, la del graduado), el otorgamiento de la “licentia docendi”.
Al mismo tiempo que surge un nuevo sujeto de transmisión, con las universidades se constituye un
sujeto de aprendizaje con derechos.
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A mediados del siglo XIII el papado les otorgó protección y validez universal, como studium generale,
pero hacia fines de la Edad Media muchas universidades, ante la necesidad de formar las elites
religiosas y administrativas, comienzan a quedar bajo la tutela del rey, de sus parlamentos y algunos
de sus profesores recibían su paga de las autoridades reales o principescas.
Marcela Ginestet
Historia de la Educación General (PUEF/Materias Optativas)
Bibliografía de referencia
Le Goff, Jacques (1957-1965) Los intelectuales en la Edad Media. Buenos Aires, Eudeba.
Le Goff, Jacques (1974) La baja Edad Media. Madrid, Siglo XXI editores.
Le Goff, Jacques (1974) “La ciudad como agente de civilización; C. 1200-C. 1500”, en Cipolla, Carlo
(coord.) Historia económica de Europa. Vol. I La Edad Media. Barcelona, Editorial Ariel.
Le Goff, Jacques (1983) Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval. Madrid, Taurus.
Petitat, André (1982) Production de l’ école – Production de la société. Genève, Librairie Droz S.A.
Pirenne, Henri (1925-1970) Las ciudades medievales. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión.
Riché, Pierre, Verger, Jacques (2013) Maîtres et élèves au Moyen Âge. Paris, Hachette Pluriel.
Sennett, Richard (1994) Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Madrid,
Alianza editorial.
Verger, Jacques (2001) “Gentes del saber (en la Europa de finales de la Edad Media)”. Madrid,
Editorial Complutense.