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RESUMEN, La Función Social Del Historiador
RESUMEN, La Función Social Del Historiador
Curso: Historia
Pág. 62- 88
Estudiante normalista:
NL: 18
Esas manipulaciones del pasado crearon “comunidades imaginadas” como las ha llamado
Benedict Anderson, siendo así, construcciones simbólicas que más tarde desafiaron la
comprensión y el análisis del historiador. Según afirma Anthony Smith, la nación es un
concepto artificial, inventado, sin raíces en la historia real y la construcción del Estado-
nación en México es un buen ejemplo de creación de “comunidad imaginada”.
Por un lado, estaba la nación histórica formada por etnias, estamentos y grupos
corporativos, cuya unidad se fundaba en las costumbres y tradiciones colectivas
instauradas por el propio desarrollo histórico, como “el producto de una larga historia, a lo
largo de la cual se han forjado sus valores, sus leyes, sus costumbres, es decir, su identidad”.
Y por otro lado, estaba el proyecto de nación moderna que los liberales deseaban
implantar, integrada por ciudadanos libres, convocados a fundar una nación de iguales,
autónoma y soberana. El enfrentamiento entre los grupos étnicos tradicionales y las
nuevas ideas políticas se produjo cuando se creó el llamado Estado-nación. Al contrario de
la nación histórica, el Estado-nación fue concebido como una asociación de individuos que
se unen libremente para construir y llevar adelante un proyecto
Para construir la nueva nación se unifica la lengua en primer lugar y enseguida el sistema
educativo; luego se uniforma el país bajo un único sistema económico, administrativo y
jurídico. Y cuando en el mismo territorio conviven varias culturas, la cultura de la nación
hegemónica sustituye la multiplicidad de culturas nacionales. El proyecto de Estado-
nación que maduró en México durante la segunda mitad del siglo se impuso como tarea
someter la diversidad social de la nación a la unidad del XIX Estado. Y apoyado en estas
ideas, Luis Villoro observa que “la constitución del nuevo Estado es obra de un grupo de
criollos y mestizos que se impone a la multiplicidad de etnias y regiones del país, sin
consultarlos. Los pueblos indios no son reconocidos en la estructura política y legal de la
nueva nación”. Entonces los conceptos de patria y nación se redefinieron entonces. Patria
no es más el minúsculo lugar de origen, sino el territorio comprendido por la República
Mexicana. Nación no es más el grupo social unido por la lengua, la etnia y un pasado
compartido, sino el conjunto de los ciudadanos que conviven en el territorio.
Las obras históricas y los museos que entonces se crearon ambicionaron unificar estos
distintos pasados, borrar las cruentas batallas partidarias, armonizar las épocas
contradictorias y afirmar una sola identidad, así la historia patria se convirtió en el
instrumento idóneo para construir esta nueva concepción de la identidad nacional. La
primera forma en que se manifestó fue en el eje de un programa educativo que transmitió
la idea de una nación integrada, formada por épocas históricas que se sucedían de modo
evolutivo, cohesionada por propósitos comunes.
LA NACIÓN DE CIUDADANOS
La Constitución de 1812 puso fin a la transmisión hereditaria del poder “por derecho divino”
y trasladó la soberanía al pueblo, una decisión que desencadenó la crispada discusión sobre
el régimen político que habrían de adoptar los países que nacieron con el
desmoronamiento del imperio español. En los umbrales de la nueva nación, el registro del
cronista y del historiador participa en la creación del imaginario político de la
independencia, exalta los principios y virtudes que animaban a sus caudillos, recoge el
itinerario de sus batallas y rescata los textos que legitimaban las razones de la insurrección.
Tal es la nueva función que cumple el cronista o el historiador en la primera mitad del siglo
XIX, una tarea que se prolonga a lo largo del siglo y a la que se unieron más tarde el museo,
la pintura, la novela histórica, la poesía, los monumentos públicos, el periódico, la música,
la fotografía y el mapa, los nuevos medios de comunicación. La construcción de la idea de
nación en el siglo es una “comunidad imaginada” XIX tanto por políticos como por
escritores, artistas, científicos y creadores de diverso linaje. Cuando la búsqueda de la
identidad nacional coincidió con la implantación de los derechos ciudadanos, ambos
contribuyeron a fortalecer el Estado nacional y fueron el sustento de la república
democrática.
En contraposición con los proyectos liberales del siglo XIX, que negaban al indio y
proponían como destino del país la imitación de modelos europeos, la revolución se definió
como un movimiento de búsqueda de la identidad primaria, como el movimiento
regenerador que incorporó al indígena y al campesino en un proyecto histórico nacional.
De ahí que en las décadas posrevolucionarias se contemple una continua recuperación del
pasado prehispánico, centrada en la arquitectura, la escultura, los mitos y los logros más
altos de esa civilización, como las artes o la astronomía.
En los dos últimos siglos, pero sobre todo en el que acaba de terminar, el estudio de la
historia dejó de ser una memoria del pasado y se convirtió en análisis de los procesos del
desarrollo humano, en una reconstrucción crítica del pasado. La investigación histórica
estableció entonces la regla que dice que “una afirmación no tiene derecho a producirse
sino a condición de poder ser comprobada” y nos advirtió que de todos “los venenos
capaces de viciar un testimonio, la impostura es el más violento”. Un paso adelante en la
verificación de los hechos y en la lectura crítica de los testimonios lo dio el historiador
Leopold von Ranke (1795-1886).
La exhumación de nuevos testimonios y la disposición de instrumentos críticos para
autentificarlos, llevó a pensar que el historiador podía explicar el sentido real de los
acontecimientos y evitar apreciaciones subjetivas, pues la abundancia de las fuentes y su
crítica rigurosa permitirían “mostrar lo que realmente ha sucedido. Marx pensó que el
conocimiento objetivo era posible de ser sistematizado y ordenado, y llegó al extremo de
afirmar que ese conocimiento se expresaba a través de “leyes” que mostraban el desarrollo
histórico. Marx sostenía que la fuerza motora de la historia no eran las ideas, sino las
fuerzas productivas, la lucha de clases. Cuestionó el principio de la economía política
clásica que afirmaba que el mundo podía ser comprendido en términos de las fuerzas
económicas que operaban sobre él, y demandó que esas fuerzas fueran consideradas en
función de las acciones y necesidades humanas.
A partir de Ranke, y sobre todo de Wilhelm Dilthey, Wilhelm Windelband y Heinrich
Rickert, los pensadores alemanes se preocuparon por hacer que la historia pasara de los
asuntos particulares a los temas más amplios del proceso histórico y social. Éstas y otras
obras hicieron contribuciones importantes en el análisis histórico y ampliaron los
horizontes de la disciplina. En la medida en que el historiador tuvo mayor cuidado en la
crítica y selección de sus fuentes, mejoró sus métodos de análisis y entró en contacto con
las ciencias y las disciplinas humanísticas. Así, en lugar de buscarle un sentido trascendente
a los actos humanos, de legitimar el poder o de servir a las ideologías, la práctica de la
historia se convirtió en un ejercicio crítico y desmitificador, en una “empresa razonada de
análisis”.
Aun cuando los historiadores del siglo pensaron algunas veces que se podría XX equiparar
el conocimiento histórico con el científico, después de ensayos desafortunados acabaron
por reconocer que la función de la historia no es producir conocimientos capaces de ser
comprobados por los procedimientos de la ciencia experimental, el historiador de nuestros
días acepta que la objetividad es una relación interactiva entre la inquisición que hace el
investigador y el objeto que estudia: “La validez de esta definición proviene de la
persuasión más que de la prueba; pero sin prueba no hay relato histórico digno de ese
nombre”.
Así, la concepción más aceptada de la disciplina profesional de la historia es la de que este
oficio nunca ha tenido el “rigor conceptual de las ciencias sociales analíticas” por la
presencia de los aspectos volitivos, intencionales o de sentido propios de “la conducta
humana que desafían el grado de abstracción en el conocimiento que reside en las ciencias
duras”. La tarea del historiador “demanda su adhesión a una lógica de inquisición
compartida por la mayoría de sus colegas”, gracias a la cual los resultados de la indagación
histórica pueden ser “verificados, confrontados y validados de la misma manera como se
hace en otras disciplinas”