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Etnicidad y poder
en los países andinos
Christian Büschges, Guillermo Bustos y
Olaf Kaltmeier
COMPILADORES
2007
Primera edición:
ISBN Corporación Editora Nacional: 978-9978-84-451-9
Universidad Andina Simón Bolívar: 978-9978-19-178-1
Derechos de autor: 027319 • Depósito legal: 003812
Impreso en el Ecuador, septiembre de 2007
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Impresión: Ediciones Fausto Reinoso, Av. Rumipamba El-35 y 10 de Agosto, ofic. 203, Quito
Supervisión editorial: Jorge Ortega • Diagramación: Sonia Hidrobo Corrección de textos:
Santiago Cabrera, Manuel Mesa • Cubierta: Raúl Yépez
Contenido
Introducción 7
Christian Büshges, Guillermo Bustos y Olaf Kaltmeier
I. ENFOQUES GENERALES
La etnicidad como recurso político. Etnizaciones y de-etnizaciones
de lo político en la América Andina y Asia del Sur 15
Christian Büschges
Clase, etnicidad y política en el contexto de los Andes centrales 37
Heraclio Bonilla
Etnización de la política: una lectura desde la teoría crítica 43
José Antonio Figueroa
V. ETNICIDAD Y RELIGIÓN
Evangelización y movilización étnica: el aporte de la misión
salesiana al movimiento indígena de Cotopaxi 261
Carmen Martínez Novo
Brujas y santos en la disputa del poder; un estudio de caso
sobre la politicidad implicada en la devoción a San Gonzalo 275
Raúl Mideros Morales
ENFOQUES GENERALES
Esta sección contiene tres ensayos que discurren acerca del rol que la etni-
cidad ha tenido en la experiencia histórica y política de América Andina y Latina.
Los trabajos reflexionan también sobre el tratamiento que el tema ha recibido en
la literatura especializada y el pensamiento latinoamericano; exploran, además,
las distintas maneras en que autores y corrientes han conceptualizado la diferen-
cia étnica.
En el ensayo "La etnicidad como recurso político. Etnizaciones y de-etniza-
ciones de lo político en la América Andina y Asia del Sur", el historiador Christian
Büschges sitúa las coordenadas conceptuales que guían la propuesta de investiga-
ción que él y sus colegas de la Universidad de Bielefeld pusieron en marcha. El en-
sayo da cuenta del interés por incorporar la óptica de una nueva historia política al
análisis de la etnicidad y, bajo esta perspectiva, postula que la etnicidad juega un
papel importante en los procesos de inclusión y exclusión del espacio político. El
trabajo incluye una periodización del tránsito del Estado-nación al Estado multiét-
nico basado en la consideración de los problemas de construcción de la unidad na-
cional, el intento de asimilación de las minorías étnicas y los procesos de negocia-
ción política ocurridos en la formación de los Estados multiétnicos.
Por su parte, en "Clase, etnicidad y política en el contexto de los Andes cen-
trales", el historiador Heraclio Bonilla ofrece una perspectiva diacrónica sobre los
cambios que la dimensión étnica ha experimentado en el mundo andino, en la lar-
ga duración, desde el pasado colonial hasta el presente. Analiza cómo las brechas
sociales se segmentaron en términos étnicos como parte del legado colonial que
experimentaron los países andinos. Sostiene que la etnicidad solo puede ser ade-
cuadamente considerada en relación con la categoría de clase social. Empero, el
análisis de ambas dimensiones no está exento de ambigüedades, cuya base provie-
ne tanto de la abigarrada realidad social andina, como de los marcos conceptuales
provistos por la antropología cultural y el marxismo.
En "Etnización de la política: una lectura desde la teoría crítica", el antropó-
logo José Antonio Figueroa examina el surgimiento del neoindigenismo, en las tres
últimas décadas del siglo XX, como una reacción al marxismo y a las predominan-
tes teorías del desarrollo. El trabajo analiza los antecedentes del neoindigenismo y
su crítica ante las corrientes que preconizaban el mestizaje y la consolidación del
Estado-nación. Concluye con algunas consideraciones sobre las transformaciones
que las nociones de subjetividad y de 'lo público' han tenido en relación a la cues-
tión de la defensa de la tradición, que algunos autores posmodernos han adjudica-
do a los actores étnicos.
PERSPECTIVAS HISTÓRICAS
ETNICIDAD Y RELIGIÓN
Como bien señala el primero de los dos trabajos reunidos en este acápite, son
pocos los estudios que analizan el papel jugado por las organizaciones religiosas
en la organización de los movimientos indígenas. Esta sección incluye dos estudios
que se aproximan, de un lado, al estudio de la iglesia implicada en la organización
étnica; y, de otro, al análisis de las prácticas de religiosidad popular.
La antropóloga Carmen Martínez Novo contribuye con el estudio "Evangeli-
zación y movilización étnica: el aporte de la misión salesiana al movimiento indí-
gena de Cotopaxi". Este trabajo se ocupa de analizar la influencia que determina-
dos grupos religiosos, inspirados en la doctrina social de la Iglesia, ejercieron en la
gestación, movilización y articulación del movimiento indígena en una de las pro-
vincias de la Sierra central ecuatoriana, otrora sometida al poder hacendatario. La
influencia de la orden salesiana a través de la educación y el trabajo con los cam-
pesinos se tradujo en la formación de organizaciones de base como la Federación
Ecuatoriana de Indios (FEI), el Movimiento Indígena y Campesino de Cotopaxi
(MICC) y, más tarde, Pachakutik. Instancias que, desde mediados de los años cin-
cuenta del siglo XX han incrementado su participación en el ámbito político.
En el trabajo "Brujas y santos en la disputa del poder: un estudio de caso so-
bre la politicidad implicada en la devoción a San Gonzalo", el antropólogo Raúl
Mideros explora los vínculos entre etnicidad y religiosidad popular en el caso del
culto a San Gonzalo en la ciudad de Ambato, localidad de la Sierra central ecuato-
riana. Luego de analizar la trayectoria de esta imagen, el autor examina los diver-
sos usos de la devoción popular.
14
Christian Büschges*
INTRODUCCIÓN
2. Respecto al concepto amplio del término "medios" que utiliza el programa de investigación, ver
Frevert y Braungart (2004).
18
ETNICIDAD Y POLÍTICA
mundo, entre ellos en América Andina y sur de Asia, existe una alta coyuntura del
"paradigma étnico", que de ninguna manera debe verse solamente como un fenó-
meno histórico contemporáneo, sino que se trata mucho más de un fenómeno de
procesos de separación de grupos que reclaman para sí una identidad particular, fe-
nómeno que se basa en criterios culturalistas y en formas de exclusión social, que
más tarde fueron puestos en marcha con la fundación del Estado-Nación. Junto con
el concepto de la nación, entendida como una comunidad de ciudadanos, surgido
igualmente en Europa a finales del siglo XVIII, la creencia de descender de una co-
munidad original culturalmente homogénea formó, de ahí en adelante, una base
importante de la conformación social y política del Estado-Nación y después, so-
bre todo a finales del siglo XX, de la crítica del concepto del mismo, hasta ser
reemplazado por un modelo de estado que se ha denominado, con diferentes mati-
ces, como multiétnico o multicultural.
El programa trata, por consiguiente, de abarcar las dimensiones más impor-
tantes de la etnización de la comunicación política en (1) la modernidad (siglo XIX
y XX) y (2) desde una perspectiva de la historia contemporánea (a partir de fines
de los años sesenta del siglo pasado hasta la actualidad). Entendemos como "etni-
zación de lo político" la imposición y el desarrollo del "paradigma étnico", además
de sus representaciones públicas, así como su carga emotiva e instrumentalización
en negociaciones socio-políticas. Se trata de la exclusión e inclusión pública de te-
mas (agenda-setting) y la admisión o exclusión de actores de espacios de comuni-
cación política. Estos actores pueden ser tanto activistas étnicos individuales como
colectivos, así como también personalidades, movimientos o agrupaciones que tra-
tan de evitar o rechazan abiertamente la etnización o proponen discursos políticos
alternativos que se oponen a la etnización de lo político.
Para poder abordar el tema de la "etnización de lo político" este programa
de investigación analiza los discursos, las identidades políticas y las figuras argu-
mentativas, su conceptualización jurídico-institucional y -según el caso— su im-
plementación a través de estructuras e instituciones.5 O sea, en el contexto del
programa general de investigación, cuando hablamos de una etnización de lo po-
lítico, nos referimos al hecho que actores y semánticas, étnicamente justificadas,
entran al espacio político, entendido éste como un espacio de comunicación cu-
yas fronteras se definen por la negociación y la competencia de diversos actores,
semánticas y medios. También en nuestro programa de investigación, los proce-
sos de negociación y competencia tienen una importancia particular, porque son
estos quienes constituyen las fronteras del espacio de la comunicación política.
5 Entre las formas más importantes de implementación de demandas étnicas se ven actualmente
"modelos" democráticos de integración "o diseños democráticos", como formas culturales de au-
tonomía, modelos de concordancia, federalismo, reglas de cuotas (Y. P. Gay, 2002:141-170; Pfaff-
Czarnecka, 2004).
22
Fase (a): Cimentación estatal del modelo de unidad nacional con la persistencia
simultánea de grupos de la población jurídicamente y/o localmente se-
parados por idioma, religión y/o costumbres étnicas propias (Ecuador
1810-1895; Nepal 1818-1951).
Fase (b): Asimilación de minorías étnicas en el transcurso de procesos de moder-
nización dirigidos por el Estado (Ecuador 1895-1960/70; Nepal 1951-
1990).
Fase (c): Negociación política de la integración de grupos de la población étnica-
mente diferentes en un Estado multiétnico o post-multiétnico (Ecuador
1960/70-actualidad; Nepal 1990-actualidad).
Los elementos más importantes de estos tres modelos han sido tomados de la
literatura correspondiente y de trabajos previos realizados por los responsables del
programa de investigación.7 Estos serán resumidos en los siguientes puntos:
Con la revolución liberal de 1895, se impuso en Ecuador, entre las élites po-
líticas criollas-mestizas de la sociedad mayoritaria, un discurso de modernidad que
7. Ver, por ejemplo, Büschges (2002: 67-90; 1999: 133-151); Büschges y Pfaff-Czarnecka (2003);
Büschges y Potthast (2001: 602-620), y Pfaff-Czarnecka (1999: 142-190; 1997:419-470).
24
A partir de fines de los años sesenta del siglo XX se da una resistencia cre-
ciente en contra de los discursos, así como de otras dimensiones de exclusión de
minorías étnicas. Esta se manifestó a través de una movilización étnica y la pene-
tración creciente de prácticas étnicas, discursos y símbolos en la comunicación po-
lítica. Mientras grupos de personas se politizaban progresivamente y se unían, con-
formando movimientos y organizaciones de la sociedad civil, los temas relaciona-
dos con la etnicidad fueron ganando más espacio en los debates públicos; con es-
25
a) En el contexto ecuatoriano
b) En el contexto nepalés
8. Para Ecuador el caso más reciente es Selverston-Scher (2001). Ver la reseña de este libro por
Büschges (2004: 296-298); ver, además, la posición crítica de Blum (1993: 213-242); para Lati-
noamérica en general, Wade (1997).
9. Ver, entre otros, Kalin (2000).
29
tante que fue cimentado en garantías constitucionales del Estado muy semejantes
para grupos étnicos de la población.
Otras paralelas de la época contemporánea se encuentran en los siguientes
ámbitos:
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Clase, etnicidad y política en el
contexto de los Andes centrales
Heraclio Bonilla*
EL ESTADO DE LA CUESTIÓN
El umbral del nuevo siglo para el conjunto de la región andina encierra una
serie de paradojas. En lo que concierne a las discusiones que vamos a tener en el
marco del Coloquio Internacional "El reto de la etnicidad en el espacio político.
El caso ecuatoriano en el contexto de la América Andina (siglos XIX y XX), or-
ganizado por la Universidad Andina y la Universidad de Bielefeld, dos de estas
paradojas se refieren justamente a las dimensiones de clase y etnia en la región,
así como a sus cambiantes condiciones desde el lejano pasado colonial. Es el
propósito de esta ponencia plantear esta situación, sus cambios, así como tam-
bién describir las coordenadas analíticas que intentaron e intentan dar cuenta de
esta situación.
Para empezar, aludamos a la dimensión étnica. Los Andes, al igual que Me-
soamérica, constituyen los dos espacios que albergan una muy heterogénea pobla-
ción en términos étnicos y raciales, y cuyo proceso histórico es el más denso en re-
lación al conjunto de la América Latina. Esta situación por cierto no es nueva, si-
no que constituye el legado más visible de su condición colonial. Antes de 1492,
en efecto, los cerca de 20 millones de mesoamericanos, y los 10 millones de andi-
nos conformaron a lo largo de su historia "tribus", reinos, civilizaciones e imperios
como los Azteca, los Maya, o los Incas. Con toda seguridad existieron diferencias,
oposiciones, jerarquías sociales, cuya naturaleza aún se discute, pero esas barreras
internas estuvieron atenuadas por políticas de inclusión, implementadas por las
maquinarias políticas de esos Estados. Lo ocurrido desde 1492 fue completamen-
te diferente. Luego de un brutal proceso de despoblamiento que en el marco de
cuatro décadas implicó la desaparición de 9 de cada 10 nativos, la política del
emergente Estado colonial significó la separación y la exclusión de la población in-
dígena. Las "repúblicas" de españoles y de indios tradujeron esa nueva situación,
logia, y los antropólogos, tenían el secreto de estas recetas, y tanto los Institutos de
Integración, como los Ministerios de Trabajo y Asuntos Indígenas, se convirtieron
en los principales escenarios desde donde tales políticas se Ímplementaron. En ese
contexto, esta clasificación cultural era completamente inmune a todo razonamien-
to que aludiera a las coordenadas sociales y de clase de la población indígena.
En los Andes, al igual que en América Latina, el cuestionamiento a estos pa-
radigmas culturales, o de la teoría de la modernización, fue asumida por las ver-
tientes más ortodoxas del marxismo, y cuya consecuencia produjo una situación to-
talmente opuesta a la anterior en términos analíticos. En las sociedades andinas no
habían sino explotadores y explotados, y en sus espacios rurales, repentinamente
feudalizados, solo terratenientes y campesinos. Entre unos y otros la única barrera
era la de clase, porque ni el color ni la etnia contaban más.
Hoy en día la población indígena en Colombia está estimada en 1.106.490
sobre un total de 37.000.000 habitantes; en el Ecuador, en 830.418 sobre un total
de 12.156.608; en el Perú, en 9.000.000 sobre un total de 26.749.000; y en Boli-
via, en 5.600.000 sobre un total de 8.497.700. Estas cifras son además consisten-
tes con el hecho de que Bolivia y Perú son los países de la región andina donde es-
pacios étnicos como comunas o comunidades de indígenas mantienen tradición y
vigencia, mientras que los resguardos de Colombia y las comunas del Ecuador, con
excepción de los Saraguro, de los Salasaca y de los Otavalo, son, en la gran ma-
yoría de los casos, el resultado de recreaciones recientes. Cuentan, además de sus
organizaciones y jefaturas étnicas tradicionales, con organizaciones étnicas y polí-
ticas nuevas, como es el caso de los Kataristas, en Bolivia, o la Confederación Na-
cional de Indios Ecuatorianos (CONAIE), que en el pasado reciente, y ante el des-
mantelamiento casi completo de sindicatos, partidos políticos, o movimientos so-
ciales convencionales, se convirtieron en los protagonistas centrales del escenario
político, liderando protestas que derrotaron las tradicionales élites políticas, y que
incluso colocaron a sus más visibles representantes en el poder ejecutivo de sus
respectivos países. Esta transformación, que en modo alguno se limita a la expe-
riencia de los Andes, es el resultado no solo de los cambios sociales y políticos de
los indios y de los organismos que asumieron su representación, sino que también
traduce la reacción defensiva de estos segmentos ante los embates de la globaliza-
ción. La cultura, por consiguiente, en lugar o conjuntamente con la clase, terminó
por convertirse en el fulminante de estas movilizaciones.
La clase, como concepto y como praxis, no está igualmente exenta de ambi-
güedades tanto en su definición como en su articulación política. Cuando se alude
a los paradigmas fundamentales, aquellos que derivan de las propuestas centrales
de Marx o de Weber, es claro que su concepción es distinta y opuesta. Pero inclu-
so en los escritos de Marx estas ambigüedades y contradicciones se reproducen. En
el proceso de configuración completa de las clases sociales, Marx estableció la dis-
tinción central entre la clase an sich, por una parte, y la clase flir sich, por otra. Es
41
decir, la clase en sí, y la clase para sí, para aludir a la dimensión objetiva y subje-
tiva de su constitución, afirmando que la primera dimensión es una condición ne-
cesaria pero no suficiente, para que las clases sociales aparezcan. Es esta la tesis
central del 18 Brumario de Luis Bonaparte, cuando sostiene que los campesinos
son y no son una clase, porque para serlo tienen que compartir la conciencia de in-
tereses y lealtades comunes que solo se configuran en el marco del conflicto con
el adversario. Pero esto no es todo.
Si la distinción entre ser y conciencia es una clave central de su análisis, no
es menos problemático, como lo evidencia gran parte de la historia del marxismo,
conocer la naturaleza de su articulación y de la primacía de una de esas dimensio-
nes sobre la otra. Además, para continuar con el enunciado de este campo proble-
mático, Georg Lukács en su Historia y Conciencia de Clase postuló que, si bien
las premisas objetivas de la constitución de la clase, como división del trabajo y,
sobre todo, propiedad, hunden sus raíces en los lejanos tiempos de la historia, la
dimensión de la conciencia de clase sería en cambio concomitante con el capitalis-
mo, porque solo este modo de producción por vez primera en la historia establece
las bases materiales para que este tipo de conciencia emerja y se consolide. En la
discusión internacional que se produjo, con motivo de la traducción al inglés del
libro de Lukács, Eric J. Hobsbawm, cuya familiaridad con los textos de Marx es
ampliamente conocida, hizo suya esta argumentación pero señalando que los no-
bles del antiguo régimen, por sus condiciones de vida, constituían la excepción de
esta situación.
Otra importante reflexión en este contexto fue formulada por Maurice Gode-
lier, cuyos análisis de los textos de Marx sobre las sociedades pre-capitalistas son
igualmente conocidos, en su libro Lo Ideal y lo Material al señalar que no solo la
conciencia de clase era concomitante con el capitalismo, sino igualmente la propia
dimensión objetiva de la clase, porque solo con el capitalismo aparecía la concep-
ción de propiedad necesaria a la configuración de la clase.
Pero el concepto de clase en relación a los campesinos abre igualmente otro
campo problemático, distinto al de si son o no son una clase. Y este problema tie-
ne que ver con su homogeneidad. En efecto, ni en los Andes ni en cualquier otra
parte del planeta donde los campesinos aún existan, pueden desconocerse las con-
siderables brechas sociales y económicas que existen en su seno, brechas que em-
píricamente han sido traducidas como campesinos ricos, campesinos medios, y
campesinos pobres, fundando la distinción en el desigual acceso de recursos en tie-
rra, ganado, y capital circulante. Pero es igualmente claro que esta clasificación
descriptiva es de muy poca o nula utilidad, si se quieren establecer correlaciones
más estables con otras dimensiones de la vida social y política de los campesinos.
Si el análisis por separado de los conceptos de clase y etnia, plantea proble-
mas como los señalados en los apartados anteriores, estas dificultades se incremen-
tan cuando se procede a la articulación de ambos, y cuando además se reconoce
42
INTRODUCCIÓN
* Georgetown University.
44
importaciones, que dominó el período comprendido entre los años veinte y los años
sesenta, y al de la pérdida de la confianza relativa que el modelo sustitutivo depo-
sitó en la figura del Estado nacional.
En este artículo quisiera proponer algunas reflexiones sobre las condiciones
que permitieron que en América Latina, ciertas formas de participación política li-
deradas por el marxismo, que estaban en formación en la década de los setenta y que
pusieron cierto énfasis en problemas de clase, fueron competidas por las formas de
convocatoria basadas en patrones de identidad. Para esto haré unas reflexiones ge-
nerales sobre el paso del indigenismo al neoindigenismo contemplando el tema del
mestizaje. Como veremos en detalle, uno de los ejes de la crítica del neoindigenis-
mo está dirigida al Estado nación y al mestizaje, al que concibe como uno de sus
tropos dominantes. A partir de la crítica al mestizaje, el neoindigenismo formuló una
crítica global a los proyectos de modernización, a los proyectos de inclusión que se
supone caracterizan al Estado nacional, y reclamó la creación de nuevas formas de
participación opuestas a la política. En este artículo propongo, también, explorar al-
gunas de las condiciones internacionales que facilitaron la crisis en Latinoamérica
tanto del Estado nación, como de los tropos de inclusión del indigenismo y el mes-
tizaje y las convocatorias políticas que acentuaban la noción de clase. Finalmente,
propondré una reflexión sobre contribuciones etnográficas que permiten repensar la
política y la crítica cultural desde los sectores subalternos.
NEOINDIGENISMO Y TRADICIÓN:
LA CRÍTICA AL MESTIZAJE Y AL ESTADO NACIÓN
... se fundamenta en la visión cósmica de la vida y del mundo que para el indio sig-
nifica el equilibrio y la armonía entre los distintos elementos de la naturaleza, de la
cual él mismo es parte integrante. El indianismo es también la búsqueda y la identifi-
cación con el pasado histórico, pues pasado y presente forman un todo inseparable ba-
sado en la concepción colectivista del mundo ... Es así cómo el indianismo empieza a
identificarse con un proyecto civilizatorio diferente del occidental, caracterizado por
el capitalismo a ultranza, el desarrollismo y el consumismo hasta su extremo más al-
to, la degradación contaminante del medio ambiente ...
El indianismo como base ideológica de la acción política se halla enfrentado a un
marxismo revolucionario, matizado quizá de un cierto culturalismo que constituye ge-
neralmente la base ideológica de los movimientos indios de México y América Cen-
tral. (1990: 15)
En esta cita de Alcina nos encontramos con una serie de presupuestos que se-
rán claves en las nuevas formas de aproximación al problema de la etnicidad: la
presunción de que los indígenas constituyen un mundo radicalmente aparte de la
sociedad occidental, que son el equilibrio y la armonía, que constituyen una alter-
nativa al desarrollismo y al consumismo y, como vemos, se hace explícita la con-
frontación entre neoindigenismo y el marxismo.
Igualmente, Alcina establece que el cisma establecido por el indianismo
constituye una ruptura con un modelo colonial, representado por un indigenismo
que desde la colonia temprana con Las Casas, hasta los años setenta, había tratado
de integrar a los indios a la civilización occidental, tendencia que, en su opinión,
afortunadamente sería rota a partir de intelectuales como Arturo Warman, Marga-
rita Nolasco, Guillermo Bonfil, Mercedes Oliveros y Enrique Valencia. Las contri-
buciones de estos autores están en una compilación hecha por el propio Warman
en 1970. (Ibíd.: 37)
Por su parte, en la misma recopilación, Juan Ossio mostró cómo el marxis-
mo y el neoindigenismo ocupaban lugares antagónicos, en su análisis sobre la trau-
mática muerte de 8 periodistas y un guía, a manos de los comuneros de Ucchurac-
cay ocurrido el 26 de enero de 1983. Este acontecimiento, que produciría el poste-
rior asesinato de 134 comuneros y la diáspora de toda la comunidad, contó con la
responsabilidad del Estado y de Sendero Luminoso quienes empujaron a la comu-
nidad a participar en la guerra que se libraba en el país en ese momento. Para Os-
sio el asesinato se había producido por una distancia cultural insalvable entre las
comunidades indígenas y la sociedad nacional blanco mestiza. Según Ossio, las co-
munidades indígenas del Perú andino exhibían comportamientos endogámicos e
irreconciliables con los blancos. Estos comportamientos podían ser rastreados en
fuentes como El primer Coránica y Buen Gobierno de Guarnan Poma de Ayala, en
el mesianismo andino y en las oposiciones entre indios y mistis1 (Ossio, 1990:
1. Mestizos.
46
Esta imagen impersonal y metafísica del Presidente, y por extensión del Estado,
corresponde, hasta cierto punto, con la naturaleza del ambiente social donde transcu-
rre la existencia de los pobladores de las comunidades andinas. Debido al tamaño re-
ducido de estas comunidades y a su orientación endogámica, las relaciones sociales
que tienen lugar en su seno son mayormente de carácter interpersonal (cara a cara) y
basadas en el parentesco. Consecuentemente, el mundo más allá de la comunidad se
les presenta como extraño y misterioso, particularmente aquel de los principales cen-
tros urbanos. En estas circunstancias es comprensible que no logren entender los me-
canismos del sistema político nacional, especialmente cuando este último tampoco ha
hecho mayores esfuerzos por adecuarse a este mundo diferente por su actitud centra-
lista y homogeneizadora. Ante este panorama, no es de extrañar que las reacciones del
mundo andino contra la sociedad dominante hayan asumido, generalmente, un matiz
mesiánico {Ibíd:. Vil).2
Para Ossio, la forma cómo la izquierda evaluó la situación era una muestra
del desconocimiento y del irrespeto que ésta tenía de la diferencia cultural, lo que
la equiparaba a las empresas coloniales que se instauraron en América Hispana. En
ese momento, un editorialista del periódico La República, sacó un artículo en el
que criticaba la categoría indígena por las asociaciones que ésta tenía con el racis-
mo, lo que para Ossio' mostraba como la izquierda:
2. Para el caso del Ecuador encontramos una serie de narrativas similares desde la década de los se-
tenta. En un trabajo previo (Figueroa, 1997) señalé algunas relaciones entre los procesos organi-
zativos de los grupos indígenas y algunas de estas narrativas en los años 1990.
47
conformaban. Así, por ejemplo, los postulados dominantes en la segunda mitad del
siglo XIX y que marcaron obras como El hampa afro-cubana. Los negros brujos,
de Fernando Ortiz, publicado por primera vez en 1906, ofrecían perspectivas muy
negativas sobre el mestizaje al que calificaban de causa principal del atraso regio-
nal. Esto se vio, también, en las obras de Domingo F. Sarmiento, José Ingenieros,
Euclides Da Cunha, Alcides Arguedas; entre otros. (Martínez Echazabal, 1998). En
el caso de Fernando Ortiz, su obra posterior muestra la urgente necesidad de supe-
rar el determinismo racial que caracterizó su primera producción y lo logró, como
veremos, a través del concepto de transculturación, más acorde con las exigencias
de un proyecto de creación de una imagen nacional en Cuba.
Hay que señalar que el mestizaje se conforma por una amplia serie de discur-
sos que pueden ser definidos como ideología, como cuando es asumido institucio-
nalmente por el Estado, los partidos políticos, o por los sectores académicos. Pero
además de ser una ideología, es decir, de ser un cuerpo de saberes relativamente
sistematizados, el mestizaje es también una práctica que ha sido asumida de manera
contradictoria y ambigua por parte de distintos sectores sociales. Así, en unos
casos el mestizaje ha sido una estrategia anti-corporativista que sectores indígenas
han utilizado en contra de los mecanismos de coerción tributaria implementados a
los indígenas comunitarios (Clark, 1998).5 Hay una amplia documentación que nos
muestra cómo, en el caso de los indígenas, estos han impulsado estrategias de mes-
tizaje tendientes a conseguir una participación más igualitaria en el acceso a los
bienes económicos y políticos. Esta temática fue, además, uno de los núcleos cen-
trales del pensamiento y de la obra de José María Arguedas y ha sido etnográfica-
mente documentada en obras como The People of Aritama, de Gerardo Reichel
Dolmatoff, (1961) en Colombia.
Los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, de Mariátegui
(1982), es un texto fundamental para aproximarnos a la coyuntura que, en la se-
gunda década del XX, obliga a la reformulación del papel del Estado-nación y a la
incorporación de los sectores indígenas al nuevo Estado nacional. Mariátegui es-
cribe su texto consciente de que la burguesía peruana era incapaz de liderar la cons-
trucción de lo nacional. A partir de una indagación que cubre desde lo precolonial
hasta el advenimiento del indigenismo, encuentra que la forma de construcción de
una nación moderna pasa por la incorporación activa del sector indígena a través
de una revolución agraria que destruye el gamonalismo y el latifundio, que son las
muestras de la pervivencia de lo colonial en el Perú de principios de siglo. La in-
corporación activa del indígena serrano al modelo nacional implicaba, también, la
eliminación de otro de los mecanismos de expresión de lo colonial, como era la
centralización de Lima, que venía acompañada de una serie de prejuicios racistas
y en la exclusión de la producción intelectual serrana.
Entendemos que el vocablo transculturación expresa mejor las diferentes fases del
proceso transitivo de una cultura a otra, porque éste no consiste solamente en adqui-
rir una distinta cultura, que es lo que en rigor indica la voz angloamericana acultura-
ción, sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de
una cultura precedente, lo que puede decirse una parcial deculturación, y, además, sig-
nifica la creación de nuevos fenómenos culturales que pueden denominarse neocultu-
ración (1978: 96).
... la base social del principio de la división, la lucha de clases, se difuminó hasta
el punto de perder toda radicalidad, encontrándose finalmente expuesto al peligro de
perder su estabilidad teórica y reducirse a una "utopía" o a una "esperanza", a una
protesta a favor del honor alzado en nombre del hombre, o de la razón, o de la crea-
tividad, o incluso de la categoría social afectada in extremis por las funciones ya bas-
tante improbables del sujeto crítico, como el tercer mundo o la juventud estudiantil.
(Lyotard, 1994, 33)
8 Es evidente cómo se ha venido generalizando en cualquier ciudad por pequeña que sea la
construcción de "moles" (malte) totalmente independientes del espacio exterior: puede ser una
zona marginal, un barrio residencial o una zona bombardeada. La característica es la misma: una
total independencia de lo exterior y la sensación de autonomía total en el espacio comercial.
57
ción de los shopping center se expresa, también, en las imágenes que promueven el
traspaso inmediato de un almacén a otro, de un punto de venta a otro, permitiendo
generar la fantasía de que todo deseo puede ser satisfecho. En opinión de Sano, es-
tos diseños de venta niegan la profundidad de la percepción subjetiva, ya que pro-
mueven el traspaso de un plano a otro sin permitir que el transeúnte vea qué límites
está atravesando. De igual manera, los shopping promueven el ascetismo político
porque rompen la visibilidad de miseria creciente; así estén colocados en los barrios
más pobres o en una autopista, son estructuras cerradas que no permiten ver al ex-
terior. Igualmente, tienen una artifícialidad plana que presupone que no hay diferen-
cia entre el día y la noche, produciendo una sensación de intemporalidad -análoga
a la lúdica de los casinos de las Vegas- y se inserta en una insaciable búsqueda de
objetos que calmen el deseo. Sarlo plantea que uno de los resultados de la insacia-
ble búsqueda de satisfacción del deseo es el del reposicionamiento del cuerpo que
ocupa un nuevo lugar, fundamentado en los mitos de la belleza y la eterna juventud.
A esta hiper abundancia de la lógica mercantil se corresponden fenómenos contem-
poráneos como son la sustitución de los discursos por la presencia de la policía, el
aumento de correccionales, y la medicalización de los sujetos; una sustitución de la
política por los movimientos sociales, y una lenta pero firme sustitución de los mo-
vimientos sociales por los movimientos religiosos (Sarlo, 1997).
Sin embargo, algunas etnografías empiezan a descubrir cuáles son los puntos
en los que se ha ido quebrando este modelo que intenta dominar. En este sentido,
el texto Intercultural Utopias, de Joanne Rappaport (2005), constituye un aporte
significativo para pensar el lugar de la política en movimientos étnicos contempo-
ráneos. En este texto, Rappaport desmenuza los procesos de construcción de las
identidades étnicas, en medio de una serie de biografías intelectuales y de dinámi-
cas políticas entre las que se incluyen, entre otras, las tensiones entre lo local, lo
nacional y lo trasnacional, la tradición y la modernidad, lo dominante, lo subalter-
no y las perspectivas de género.
A partir de una serie de entrevistas a intelectuales indígenas, activistas y co-
laboradores mestizos vinculados a los procesos organizativos y a las luchas políti-
cas adelantadas por los indígenas del Cauca, en Colombia, Rappaport explora con
minucioso detalle las implicaciones que tiene el reconocimiento de que la identi-
dad étnica es un proceso político; este proceso se contextualiza en las luchas que
los grupos indígenas han venido desarrollando contra las desigualdades regionales.
Rappaport propone una noción de interculturalismo que apunta a reconocer las mu-
tuas apropiaciones y los diversos orígenes de discursos que circulan entre indíge-
nas y colaboradores permanentes y ocasionales de las organizaciones regionales,
en unas dinámicas políticas que apuntan a la conformación de esferas comunes en-
tre los distintos actores de las luchas. Es decir, que las luchas de los grupos indíge-
nas del Cauca no son luchas parciales, que apuntan a la simple esfera étnica sino
que son luchas que apuntan a constituir lo que algunos llaman la esfera pública pie-
58
beya. Las dinámicas de los grupos indígenas del Cauca, sin perder la especificidad
del contexto local y regional, han impulsado el diseño de plataformas de acción po-
lítica que incluyen a grupos afrocolombianos, campesinos y mestizos que, a su vez,
reclaman por un lugar en el espacio nacional. A diferencia de ciertos enfoques post-
modernos que construyen una imagen de lo local como una oposición alternativa
al Estado, el texto de Rappaport permite ver cómo los intelectuales orgánicos indí-
genas, sin perder de vista el dominio del Estado, apuntan a la construcción de una
ciudadanía plena en un contexto intercultural.
De otro lado, los intelectuales indígenas reconocen el carácter artificial de la
construcción de las identidades. En este trabajo se muestra la importancia crucial
que tienen las experiencias por fuera del grupo para la conformación de una con-
ciencia crítica. Estos desplazamientos, que pueden ser geográficos o a través del
conocimiento, hacen que los intelectuales indígenas expresen dudas sobre su sitio
de origen o sobre su lugar. Los desplazamientos contribuyen a que tengan perspec-
tivas seculares que se expresan en ambigüedades sobre las creencias culturales o
sobre las tradiciones. Los viajes, las dudas, las conversaciones, los contactos hori-
zontales con sujetos en condiciones análogas a las de los intelectuales indígenas,
las disputas y controversias con los adversarios, muestran que la reflexión política
de los actores étnicos sufre los mismos procesos de secularización de cualquier
otro intelectual y saca la actividad intelectual del soso papel de defensor de la tra-
dición asignado por los conservadores. A partir de estas contribuciones etnográfi-
cas, podremos ver cómo se dan, en espacios locales específicos maneras de recu-
peración de universales, entre las cuales se incluye la recuperación de la política
por parte de los sectores subalternos.
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"igualdad", 1845-1875
Juan Maiguashca*
INTRODUCCIÓN
Los hombres públicos que gobernaron al Ecuador entre 1830 y 1845 hicieron
del concepto de 'libertad' la idea clave de su discurso político (Maiguashca, 1994:
373-377). Las razones que explican esta tendencia fueron múltiples. En esta parte,
bastará mencionar dos. La primera fue la dificultad que tuvo el nuevo país para or-
ganizarse como Estado soberano, puesto que, conseguida la independencia, tuvo
que luchar contra las pretensiones territoriales del Perú y Colombia, sus vecinos.
La segunda fue el afán de implantar el sistema republicano reemplazando, por lo
menos legalmente, la antigua sociedad de vasallos con una de ciudadanos libres.
Con la aparición de una nueva generación de hombres públicos en los años
50, el discurso político cambió significativamente. Críticos de la gestión de la
generación anterior, la gente nueva mantuvo que no bastaba la libertad para fun-
dar un Estado fuerte y un orden republicano, que era igualmente importante for-
mular y poner en práctica el concepto de 'igualdad' (ibíd:. 377-383). Los facto-
res que impulsaron este cambio fueron endógenos y exógenos. Respecto a los
primeros, estos tuvieron que ver con la situación interna que afrontó la segunda
generación. En efecto, a mediados de siglo, no solo era cuestión de consolidar las
bases políticas de la nueva república, era también urgente cimentar sus estructu-
ras económicas y sociales. En cuanto a los factores exógenos, el principal fue la
onda de reformas liberales que se expandió por toda la América Latina a media-
dos de siglo, reformas que tuvieron un sesgo marcadamente egalatario (Bushnell
y Macaulay, 1998: cap. 9).3
El líder indisputable de la segunda generación fue el general José María Ur-
vina. Alineado con la ideología liberal, articuló un discurso de igualdad que, refle-
to. Una versión de este artículo en forma de ponencia fue presentada en aquella ocasión. La "et-
nización de lo político" se refiere a un proceso de larga duración iniciado a fines del siglo XVIII y que
continúa vigente. Nosotros lo utilizaremos aquí de otra manera. Puesto que nuestra tarea, en esta
ocasión, es ofrecer un análisis coyuntural del período 1860-1875, lo definiremos adecuadamente para
este propósito; además, lo emplearemos junto a otro concepto: a saber, "la politización de lo étnico".
Nuestra definición de estos dos términos es la siguiente: la etnización de lo político se produce
cuando en una coyuntura específica, la contienda política se define en términos de los intereses y
agendas de diversos grupos culturales. La politización de lo étnico, mientras tanto, sucede cuando se
activa el factor étnico en una lucha política que gira, fundamentalmente, en torno a intereses y
agendas de individuos y de clases. En otras palabras, es una instrumentalización de lo étnico. En
ambos casos, estos procesos son reversibles, razón por la cual hablaremos, también, de la
'despolitización' de lo étnico y de la 'de-etnización' de lo político. Cabe advertir dos cosas más: ambos
procesos se dieron en el Ecuador secuencial y simultáneamente, entre 1845 y 1875; en este artículo
los estudiaremos, preferentemente, como estrategias gubernamentales. 3. Hay que tener en cuenta que
las reformas liberales en la América Latina fueron fuertemente influenciadas por las revoluciones
europeas de 1848, gran parte de las cuales utilizaron el discurso de la igualdad. Sobre este tema ver
Thompson (2002).
63
atribuían para ser los dirigentes del país, pues por haber continuado el sistema de
dominación colonial, les acusaron de ser enemigos de la república. En tercer lu-
gar, los urvinistas se empeñaron en politizar a las clases subalternas, especial-
mente a los indígenas serranos. Esto explica por qué dieron al concepto de igual-
dad liberal dos sentidos: uno de clase y otro étnico. El mejor ejemplo de esta dua-
lidad es la Ley de 1854, la que defendió los derechos de los indios como ciuda-
danos y como miembros de la comunidad indígena (ibíd.: 721). Esta dualidad de-
muestra además el afán de crear una alianza anti-aristocrática que incluyera tan-
to a los pobres del mundo hispanizado como a las poblaciones étnicas del país.
Los urvinistas tuvieron bastante éxito en la realización de estos tres empe-
ños. Nos detendremos en el último, porque nos permite abordar la politización
de lo étnico y la etnización de lo político, conceptos centrales de esta ponencia.
Los primeros grupos para ser politizados pertenecieron a la clase media y baja,
residentes en Guayaquil, Quito y Cuenca y otras ciudades del interior. Organiza-
dos por agentes gubernamentales en "sociedades democráticas", publicaron fo-
lletos, periódicos y hojas volantes y participaron activamente en las elecciones
de la época. El propósito de estas sociedades fue, por un lado, promover la difu-
sión de la ideología liberal tan en boga a comienzos de los años 50, y, por el otro,
canalizar los agravios de los pobres, la ambición de ascenso social y político de
la juventud perteneciente a grupos medios y los deseos de la clientela urvinista
(Le Gouhir, 1935: 517-519; Pólit Laso, 1923: 399, 402, 403; Tobar Donoso,
1938: 229; Loor, 1956: 211, 230, 252 y 283). En cuanto a los negros y mulatos,
estos fueron politizados por las fuerzas armadas. En efecto, un gran número de
ellos se incorporaron al servicio militar, llegando a ser uno de los componentes
más característicos de las tropas del general Urvina. Finalmente, en lo que se re-
fiere a los indios, Derek Williams ha estudiado las reacciones de los conciertos e
indios sueltos a la Ley de 1854 y a la abolición del tributo de 1857, a lo largo de
la Sierra ecuatoriana. Según este autor, los indígenas reaccionaron de tres mane-
ras: abandonaron las haciendas donde la opresión era intolerable, buscaron pa-
trones que les ofrecieran mejores condiciones de vida, y defendieron sus dere-
chos ante las autoridades locales (Williams, 2003: 715-721).
A más de politizar lo étnico, los urvinistas trataron de etnizar lo político. En
efecto, la defensa de la comunidad indígena presente en la Ley de 1854 movilizó a
la población comunitaria. Según Hernán Ibarra, entre 1845 y 1875, tuvieron lugar
14 conflictos entre haciendas y comunidades en la Sierra Central ecuatoriana: 2 entre
1845 y 1854, 8 entre 1854 y 1858, y 4 entre 1858 y 1875 (Ibarra, 1980: 24-25). Hay
razones para creer que un proceso semejante tuvo lugar en otras partes de la
Sierra (Williams, 2003: 721). En vista de esto, se puede concluir que las leyes urvi-
nistas (1854 y 1857) provocaron un conflicto social generalizado a lo largo del país,
que se encarriló sobre dos ejes: el de clase y el de la etnia. En síntesis, a fines de los
años 50, los grupos subalternos estaban en creciente movilización e inclusive hubo
65
Por una serie de razones que por falta de espacio no podemos discutir, el mo-
vimiento urvinista inesperadamente entró en crisis en 1858.8 Bastará decir que este
proceso se agravó de pronto cuando el Perú invadió al Ecuador con ambiciones
territoriales en noviembre de ese año. Lejos de presentar un frente común ante el
enemigo, el país se balcanizó en cuatro gobiernos: Quito, Cuenca, Loja y Guaya-
quil. Por un tiempo pareció que el Ecuador sería dividido entre Perú y Colombia.
Sorprendentemente no sucedió así. Tras muchos esfuerzos, el gobierno de Quito
organizó una campaña política y militar gracias a la cual pudo rechazar a los inva-
sores, derrotar a sus aliados internos y comenzar el proceso de reconstrucción na-
cional. Fue este el momento en el que los terratenientes serranos escogieron para
desmantelar lo que quedaba del Estado urnivista, neutralizar sus medidas económi-
co-sociales e imponer un orden de cosas a su imagen y semejanza.9
Los componentes más importantes de esta campaña fueron cuatro: la elección
de García Moreno a la presidencia de la república, la Constitución de 1861, la Ley
Municipal de ese mismo año, y los Reglamentos laborales impuestos a nivel local du-
rante el resto de la década. En cuanto al primer componente, los terratenientes eligie-
ron a García Moreno por algunas razones importantes: fue un anti-urvinista empe-
dernido, mantuvo estrechas relaciones de parentezco con ellos y tuvo una distinguida
actuación durante la crisis de 1859. Una vez en el poder, empero, como veremos
más adelante, García Moreno defendió los intereses nacionales, dejando a un lado a
los latifundistas.10 Esta orientación, sin embargo, solo se concretó durante su segunda
administración (1869-1875), cuando la Constitución de 1861 fue reemplazada por la
de 1869. A la larga, entonces, la elección de García Moreno no respondió a las ex-
pectativas terratenientes. Estos, tuvieron más éxito con los otros componentes de su
campaña política. Por falta de espacio, los abordaremos en conjunto.11 Desde esta
perspectiva, lo que salta a la vista es que la Constitución de 1861, La ley Municipal
8. Para un breve análisis de esta crisis ver Ayala (1982: 107-112); Maiguashca (1994: 382-383).
9. Una extensa descripción y análisis de la reacción terrateniente contra el urvinismo se encuentra en
Williams (2003: 721-730).
10. Sobre este punto, Williams y el autor de esta ponencia no están de acuerdo. Williams mantiene que
García Moreno y los terratenientes trabajaron en concierto no solo para combatir el urvinismo si
no también para imponer el programa latifundista. Ver Williams (2003: 718-719 y 726-727). En
nuestra opinión, García Moreno ideó y puso en práctica una política independiente.
11. Para información sobre cada uno de ellos ver Williams (2003: 721-730). Ver, también, Maiguash
ca (1994: 368-69).
66
de ese año y los Reglamentos laborales tuvieron dos objetivos claros: disminuir ra-
dicalmente el centralismo estatal organizado por los urvinistas y restablecer la auto-
ridad de los notables en la periferia. La Constitución, por ejemplo, instituyó una des-
centralización administrativa radical a nivel provincial, cantonal y parroquial (Tra-
bucco, 1975: 201). La ley Municipal y los Reglamentos, mientras tanto, pusieron en
sus manos la reglamentación de la vida social, económica y cultural de las localida-
des (Maiguashca, 1994: 368; Williams, 2003: 722-726). Es así cómo los terratenien-
tes se equiparon para anular o por lo menos neutralizar las reformas políticas y so-
ciales del urvinismo, cosa que lo hicieron sistemáticamente entre 1858 y 1869.
El activismo político que acabamos de bosquejar fue acompañado de un dis-
curso que cuestionó frontalmente la "igualdad liberal" como principio y como
práctica (Williams, 2003: 727-729). De acuerdo a los terratenientes, el ataque con-
tra la jerarquía social menoscabó el principio de autoridad y fomentó la inmorali-
dad, el desorden público y la posibilidad de una guerra de castas. En lo que se re-
fiere a la práctica, se quejaron de que las reformas laborales decretadas por la Ley
de 1854 desorganizó el manejo de las haciendas serranas, cosa que destruiría la
agricultura de la región y del país. Para evitar estos males, era urgente restablecer
el principio social jerárquico. Sin él no se podía garantizar el orden y el progreso
nacional, pues el Ecuador estaba condenado al fracaso si no se reconocía una ver-
dad irrefutable, a saber, que entre el mundo hispanizado y el mundo indígena ha-
bía una desigualdad cultural inmensa. Abandonado a su suerte, el indígena inevi-
tablemente se degeneraría y caería en la barbarie (ibíd.: 729). Para salvarlo era in-
dispensable civilizarle con una firme tutela. Más que de la escuela, esta tutela de-
bía provenir de la Iglesia, del patrón y de la hacienda. Mientras la primera velaría
por su bienestar espiritual, las dos últimas se encargarían de su adelanto social y
material (ibíd.: 727-728).
A más del discurso sobre la "desigualdad cultural", los señores de la tierra
también articularon otro sobre su misión en la vida del país. La idea urvinista de un
Estado socialmente neutral, les pareció disparatada. En su opinión, el Estado debía
estar en manos de la clase dirigente y representar sus intereses. Esta clase en el
Ecuador solo podía ser la terrateniente. También, el país necesitaba una clase em-
presarial. Puesto que la agricultura era el principal recurso económico del país, nue-
vamente eran los terratenientes los únicos capaces de ejercer esta función. Final-
mente, por ser de origen europeo y por ser católicos, eran ellos los verdaderos por-
tadores de la moralidad y civilización. En vista de todo esto, los notables concluye-
ron que la igualdad entre los mundos hispánico e indígena era una necia utopía. En
su lugar, se imponía la necesidad de institucionalizar la "república aristocrática", el
único proyecto estatal que tenía asidero en la realidad ecuatoriana (ibíd.: 727-728).
En resumen, los señores de la tierra quisieron restaurar la paz y el control so-
cial depolitizando lo étnico. Los indios y los ex-esclavos debían salir del espacio
cívico y regresar a la periferia social, pues estaban obstaculizando la labor que solo
67
una clase dirigente podía ejercer. En cuanto al futuro, quisieron dar un vuelco a la
etnización de la política inaugurada por los urvinistas. Lejos de abandonarla, la
"república aristocrática" la usaría, esta vez, para defender los derechos de los blan-
cos y sus grupos auxiliares. Es verdad que, a primera vista, esta república se com-
prometía a incorporar paulatinamente la población india a la sociedad nacional. En
el fondo, empero, la restauración de la jerarquía social se encaminaba a mantener
sujetos indefinidamente a los "inferiores culturales" o simplemente "bárbaros".
En general, como ya hemos dicho, los terratenientes hicieron de las suyas du-
rante la primera administración de García Moreno (1861-1865).12 En la segunda
(1869-1875), las cosas se desarrollaron de otro modo. Esta vez, este líder ascendió
al poder, no por elección sino por un golpe de estado dirigido por él mismo. Apro-
vechando de esta momentánea autonomía, formuló una serie de instrumentos lega-
les con el fin de cancelar, o por lo menos neutralizar, los efectos de la Constitución
de 1861, la ley de Municipalidades de ese mismo año y los Reglamentos laborales.
El más importante entre ellos fue la Constitución de 1869, la famosa "Carta Ne-
gra". Con esta constitución García Moreno se opuso abiertamente a la idea de la
"república aristocrática" y fundó, en su lugar, la "república católica". Para muchos
lectores, estas dos repúblicas son idénticas; para García Moreno, sin embargo, fue-
ron muy diversas: mientras la primera era jerárquica, la segunda fue niveladora. Y
por esto el concepto de igualdad es esencial para esta última. Ha llegado el momento,
entonces, de discutir lo que llamaremos la "igualdad católica". Como veremos a
continuación, la posición garciana es, en cierto modo, una síntesis de algunos as-
pectos de los discursos urvinistas y terratenientes pero también es algo nuevo. Pero
antes de adentrarnos en este tema, nos conviene precisar las diferencias entre las tres
posiciones que acabamos de aludir.13
12. En enero de 1864 García Moreno dio rienda suelta a su frustración de este modo: "La reforma del
clero como base de la reforma moral del país escolló por el concierto inmenso de odio al Concor
dato que todos formaron en la República. La reforma a la instrucción pública, sin la cual el país
será siempre lo que es, es decir nada, escolló porque tuvieron miedo que yo hiciese etudiar a las
generaciones nuevas. La reforma económica, fundada en abrir buenas vías de comunicación, es
colló porque el consejo de Estado, es decir los mismos que me rodean, se opuso al empréstito sin
el cual el camino no podrá concluirse en tres años. En fin para todo progreso he encontrado una
resistencia y un encono como si yo fuera a labrar mi fortuna" (Loor, 1954: 216). Meses más tar
de escribía al general J. J. Flores identificando al grupo más efectivo entre sus opositores: "estoy
cansado de luchar, le decía, no con los enemigos, sino con los que deberían ser mis amigos y au
xiliares y han sido casi siempre mis adversarios encubiertos o declarados". (Ibíd:. 246).
13. Para una discusión de la originalidad del garcianismo ver: Maiguashca (2005: cap. 8; 1994:383-390).
68
Regresemos por un instante a los años 50. En 1854 García Moreno saludó
con entusiasmo la emancipación de los esclavos y en 1857, como senador, fue uno
de los arquitectos de la abolición de la contribución indígena (Pólit Laso, 1923:
276-283; Tobar Donoso, 1992: 129-146). Sin embargo, como ya lo señalamos, fue
un anti-urvinista implacable. ¿Por qué? Porque, en su opinión, las reformas de Ur-
vina promovían el cambio social, político y cultural en forma totalmente destruc-
tiva. Ideadas como un aspecto de la "igualdad liberal", fomentaban el individualis-
mo, la atomización social, minando el sentido de comunidad. Además, atacaban a
la religión y a la moral desorientando al pueblo en cuestiones normativas (Mai-
guashca, 1994: 238-239). En cuanto a su ejecución, las reformas fueron impuestas
por un aparato militar prepotente, método que agravó conflictos de todo orden, a
nivel étnico, clasista, ideológico y regional. Por fin, para García Moreno, el verda-
dero objeto de la campaña egalitaria urvinista no fue redimir a las clases subalter-
nas, sino conseguir beneficios para el caudillo liberal y su clientela (García More-
no, 1923: 266-274).
Como ya lo puntualizamos anteriormente, García Moreno fue también muy
crítico del discurso terrateniente. Este es un tema controvertido que requeriría un
análisis más detenido. Desafortunadamente, por razones de espacio solo hago un
muestreo de las diferencias principales entre el discurso garciano y el de los terra-
tenientes. Una de las más importantes tuvo que ver con la concepción de la insti-
tución estatal. García Moreno no aceptó el modelo del Estado descentralizado pre-
sente en la Constitución de 1861. Por el contrario, dadas las circunstancias del país,
creyó indispensable la organización de un poder central que tuviera la capacidad
de imponer un control férreo sobre el territorio nacional. Tampoco aceptó la idea
de un Estado que fuera una mera agencia de los señores de la tierra. Habiendo es-
cuchado atentamente la retórica urvinista, convino con ellos en la necesidad de un
poder neutral que velara por el interés de todos. Otra diferencia notable entre Gar-
cía Moreno y los terratenientes surgió en torno al rol de la Iglesia y de la hacienda
en el proceso de cambio social. Mientras estos últimos creyeron que estas institu-
ciones tal como estaban eran capaces de moralizar y civilizar al indio, García Mo-
reno pensó que esto era imposible sin que fueran drásticamente reformadas. Otra
diferencia se dio sobre la cuestión del liderazgo a nivel nacional. El lector recordará
que los terratenientes creyeron que eran ellos la clase dirigente y empresarial por
excelencia. Para García Moreno estos roles no dependían del rango social, sino del
mérito. Empero, la principal divergencia con los notables radicó en su populismo.
Como ya hemos mencionado arriba, García Moreno no favoreció la idea de una re-
pública aristocrática. Todo lo contrario, defensor de los derechos de las clases su-
balternas, propuso y trabajó por una que fuera de talla democrática.14
14. Todos estos puntos son debidamente documentados en Maiguashca (1994: 10-15, 21-22, 25). Po-
demos ilustrar la relación que García Moreno tuvo tanto con los terratenientes como con los po-
69
Por lo visto, la posición garciana fue tercerista. Veámosla ahora más de cerca
con el propósito de sondear su dimensión egalitaria. El lector recordará que entre
1859 y 1860 el Ecuador estuvo a punto de desaparecer como Estado-nación.
Diez años más tarde, según García Moreno, la situación seguía siendo crítica. Los
conflictos de clase, étnicos, regionales e ideológicos provocados por el experimento
de la "igualdad liberal" no habían disminuido. A esto se juntó la reacción terra-
teniente contra esta iniciativa, reacción que obstaculizó la recuperación nacional
por su localismo y por su enconada defensa del statu quo. Ante esta situación de
conflicto, fragmentación y estatismo, García Moreno se propuso poner las bases
del orden, la armonía y el progreso. Comenzó depolitizando todas las cisuras so-
ciales dominantes en el país, particularmente la étnica, y politizando, en su lugar,
la religión católica. Pensó que por ser el único vínculo que unía a la población
ecuatoriana, la religión podía servir para apaciguar la discordia y para abrir un es-
pacio discursivo y de acción en el que se podía finalmente emprender la búsqueda
del bien común ecuatoriano. Caracterizado por la historiografía dominante como
contradictorio, poco se ha estudiado los méritos de este planteamiento. Y, sin em-
bargo, como veremos a continuación, los tuvo en abundancia.
Los objetivos políticos más importantes del programa garciano que se ancla-
ron en el nexo religioso fueron la creación de una comunidad de ciudadanos y la
invención de una comunidad imaginaria. En cuanto al primero, García Moreno se
empeñó en ampliar y en democratizar el ámbito de la ciudadanía. Prueba de ello es
que, muy temprano en su primera administración, abolió el requisito económico,
medida que dio acceso al voto a todos los pobres del Ecuador, indios y no indios
(Maiguashca, 1996: 87-115; 1994: 395-409). En su segunda administración, se de-
dicó a ampliar este ámbito aún más. Para que la condición de analfabeto no obsta-
culizara su incremento, decretó que la instrucción primaria fuera obligatoria y gra-
bres citando una carta que él dirigió al gobernador de Tungurahua en mayo de 1873. Refiriéndo-
se a la Ley sobre educación del 3 de noviembre de 1871 decía: "Cierto que ley que declara obli-
gatoria la instrucción primaria, conmina con multas a los que no den o hagan darla a los niños que
están a su cuidadado; pero es claro que antes de aplicar este castigo, deben emplearse otros me-
dios menos fuertes, como las represiones y amenazas verbales, cuando los consejos sean insufi-
cientes. Sin castigo alguno he conseguido que en la Escuela que sostengo a mi costo en Guacha-
lá, envíen los indios a sus hijos dos veces por semana, imponiéndoles esta obligación en vez de la
faena de longos. Por otra parte, la justicia exige que se haga respetar y obedecer la ley por los más
poderosos, por los habituados a violarla, es decir los ricos y propietarios. Principie, pues, por es-
tos amenazándoles con la multa, si no enseñan o hacen enseñar a los hijos de sus peones y cria-
dos; y entonces pase a los pobres campesinos y a los indios sueltos, los cuales, sin necesidad de
multa, harán lo que hagan los señores Holguín, Villagomes, Alvarez, etc ......" (Loor, 1955: 347).
Como hemos visto en este ensayo, los urvinistas en los años 50 y García Moreno en los 70 se in-
ternaron en las haciendas y las parroquias del país con el afán de imponer el control del poder central.
Es necesario, por lo tanto, matizar la generalización de Andrés Guerrero sobre lo que él llama "la
privatizacón de la administración de la población indígena". Sobre este punto ver Guerrero
(2003: 274).
70
tuita para todos los ecuatorianos y organizó un programa que se extendió a todas
las parroquias del país (Maiguashca, 2005: 244-245). Por fin, en la Constitución de
1869 promulgó un nuevo requisito: el de ser católico. Esta medida fue considerada
entonces, y lo que es ahora también, como un gran paso atrás en términos de-
mocráticos. Su objetivo, sin embargo, fue radicalmente incluyente: por un lado,
quiso institucionalizar y dar carácter legal al 'único vínculo' que unía a los habi-
tantes del país, reforzándolo aún más; por el otro, fue una manera de incorporar
normativamente al espacio ciudadano a toda la periferia social, inclusive a la indí-
gena (Maiguashca, 1995: 9-11).
García Moreno utilizó también el nexo religioso para inventar una "comuni-
dad imaginaria" (Maiguashca, 2005: 247-249). Convencido que este lazo podía ser
la base de una identidad nacional, organizó dos campañas para incorporar a los in-
dios a la "familia" ecuatoriana. Una fue de moralización en general y la otra de ex-
tirpación de costumbres paganas con el fin de estandarizar al catolicismo del
país.15 Un ejemplo de la primera fue la eliminación del concubinato, tan común en
la población aborigen. Un ejemplo de la segunda, la supresión de prácticas y sím-
bolos de religiosidad nativa. La palabra clave en este contexto es "estandarizar".
En efecto, García Moreno se propuso forjar una identidad uniforme para convertir
al país en un agente histórico potente.
Como se puede ver, en manos de García Moreno, tanto la comunidad políti-
ca como la nacional, fueron niveladoras y fuertemente incluyentes. Hubo otros as-
pectos del proyecto garciano que tuvieron una lógica semejante y esto, en general,
es lo que llamamos "la igualdad católica".16 Esta apertura, empero, fue costosísima
para el indio ecuatoriano porque el precio que se le impuso fue claramente el
etnocidio (Williams, 1997: 7) En efecto, García Moreno nunca vio en las identida-
des nativas visiones del mundo que se debían salvaguardar e incorporar a un todo
pluralista. Compartió el weltanschauung de los terratenientes, a saber, que la civi-
lización europea, particularmente aquella formada por el catolicismo era la civili-
zación por excelencia. Cabe advertir, sin embargo, que el etnocidio, o mejor dicho,
la "asimilación garciana" fue diversa de la liberal que vendría veinte años más tar-
de. Mientras la segunda fue impersonal y mecanística, la primera tuvo algo de ca-
lor humano.17 Y nuevamente tenemos que remitirnos al concepto de "igualdad ca-
tólica". Para García Moreno, el modelo de la comunidad imaginaria fue la 'fami-
lia'. Como tal, el vínculo que unía a sus miembros tenía características que no exis-
15. Para un análisis detallado ver Williams (2001: 149-174, particularmente 153-156, 162-166).
16. Para otros aspectos niveladores del garcianismo ver Maiguashca (2005: 242-246).
17. Sobre el liberalismo y la cuestión del indio a principios del siglo XX ver Prieto (2004: cap. 1). En
este capítulo la autora hace un análisis del debate político sobre el concertaje entre 1895 y 1924
tal como tuvo lugar en varios contextos. En el que se dio en la Academia de Abogados, la autora
identifica tres perspectivas: la liberal, la conservadora y la católica. La liberal se opuso a la pri
sión por deudas porque obstaculizaba el funcionamiento de las leyes de la oferta y la demanda. La
71
tían en una comunidad liberal, concebida como la mera suma de sus partes. Una de
estas fue la 'simpatía' concebida no como una dimensión de racionalidad social si-
no como un sentimiento de solaridad humana.18 Este no es el momento de elaborar
este tema, pero es algo que amerita ser investigado.19
Resumiendo, entre 1845 y 1859 el concepto de igualdad entra de lleno en el
discurso y la actividad política ecuatoriana. Una de sus consecuencias fue la poli-
tización de la etnicidad y la etnización de la política, medios que los urvinistas con-
sideraron indispensables para la creación de una república democrática. Los terra-
tenientes serranos reaccionaron contra este planteamiento. En la década de 1859-
1869, esgrimiendo la noción de "desigualdad cultural", se empeñaron en despoli-
tizar lo étnico y etnizar lo político con el objeto de construir una república jerár-
quica. Finalmente, entre 1869 y 1875, García Moreno reunió elementos de la tesis
urvinista y la antítesis terrateniente en una gran síntesis. Para lograrlo, como aca-
bamos de ver, despolitizó lo étnico y de-etnizó lo político, pues era necesario ex-
cluir las diferencias y acentuar afinidades. El resultado fue la "igualdad católica"
que, por un lado, rescató la preocupación por las clases subalternas presentes en la
igualdad liberal y, por el otro, estuvo de acuerdo con los terratenientes en valora-
rizar la contribución que la moral, la religión y la Iglesia podían hacer para la for-
mación de la nación ecuatoriana. Empero, advertimos que no aceptó lo medular de
los proyectos urvinista y terrateniente porque el garcianismo desarrolló su propia
médula, a la que en otro texto hemos llamado la "modernidad católica". Gracias a
ella, los elementos dispares del garcianismo, ciencia y religión, por ejemplo, se in-
tegraron en un plan coherente de cambio económico, social, político y cultural he-
cho a medida para el Ecuador de ese entonces (Maiguashca, 2005: 233-259).
conservadora, mientras tanto, la defendió argumentando que servía para reglamentar el trabajo
agrícola. Representado la perspectiva católica, Ricardo Félix, se acercó a la primera y se distanció
de la segunda porque pensó que, abolido el concertaje, los indígenas participarían en un mercado
laboral que mejoraría su condición material. Pero Félix añadió una nueva dimensión al debate. Pa-
ra él, la abolición también significaba una redención moral y emocional. "Déjense ya -dijo Félix
en su intervención- de considerar a nuestros aborígenes como a conquistados, para estimarlos co-
mo hermanos, compatriotas, connacionales...!" (ibíd:. 61-62 y nota 48 en 77). García Moreno hu-
biera aplaudido estas palabras.
18. Para captar la empatia y simpatía de García Moreno hacia los pobres, particularmente los indios,
es necesario leer su copiosa correspondencia. Anoto un rápido muestreo, ver Loor (1954: 137 y
182; 1955: 176, 337,405 y 527). Sobre este asunto ver también Kingman (1996: 99-117). En es
te trabajo el autor mantiene que el liberalismo disuelve poco a poco las "viejas solidaridades" e
introduce nuevas formas de la caridad, las que se basan en el "descubrimiento del hombre y sus
potencialidades". El proyecto garciano, por ser egalitario, también cuestionó las "viejas solidari
dades" y propuso el cultivo de otras nuevas. ¿Cómo se diferencia, entonces, la solidaridad liberal
de la garciana? En nuestra opinión, la primera dio primacía al individuo y la segunda a la comu
nidad. Sobre los defectos del comunitarismo de García Moreno, ver Maiguashca (2005: 254-55).
19. Una obra que ilumina esta cuestión es la de Scheler (1970).
72
en la historia ecuatoriana, modelo que ha sido ignorado por los estudiosos de cues-
tiones étnicas.20
El segundo cambio que nos parece necesario se refiere al contenido de la se-
gunda fase. Si el garcianismo fue el primer episodio del período asimilacionista, el
centenio que va de 1869 a 1960 no puede ser considerado como un todo homogé-
neo. Sería indispensable, entonces, distinguir por lo menos tres episodios de "asi-
milación", cada cual con su lógica propia: el garciano (1869-1875), el liberal
(1885-1925) y el que llamaremos por falta de mejor nombre, el juliano (1925-
1960). Si no se hace esta diferenciación, se proyectaría la asimilación liberal hacia
atrás y hacia adelante interpretando mal el proceso histórico.
Pasemos ahora a los conceptos de 'etnización de lo político', 'asimilación' y
'modernidad'. Sobre el primero, ya hemos dicho algunas cosas en el curso de este
texto. Por ejemplo, que mientras nosotros lo usamos para el análisis de la coyun-
tura, Bielefeld lo emplea para estudiar la larga duración. Lo que haremos a conti-
nuación es examinar brevemente esta última aternativa con el objeto de mostrar sus
limitaciones y justificar el empleo de nuestro análisis coyuntural.
Los autores del Proyecto Bielefeld entienden "como etnización de lo político
la imposición y el desarrollo del 'paradigma étnico'" (Proyecto Bielefeld, s.f.: 15).
¿Qué es el paradigma étnico? Su respuesta es como sigue. El paradigma étnico es
un modelo de identidad nacional que se inventó en Europa a fines del siglo XVIII
y que se basó en la creencia de que todo Estado-nación desciende de una comuni-
dad original culturalmente homogénea. Creado para superar la fragmentación social
e integrar a grupos culturales diversos, el modelo monocultural tuvo gran acepta-
ción en Europa y en el resto del mundo. El período de su auge va desde comienzos
del siglo XIX hasta mediados del XX. A partir de entonces, ha sido crecientemente
cuestionado por nuevos modelos de identidad nacional: los multiculturales y los
multinacionales. En lo que al Ecuador se refiere, los autores del Proyecto Bielefeld
dicen que este país reprodujo las tendencias que se dieron a nivel mundial: adoptó
el modelo monocultural entre 1810 y 1960, tuvo dudas al respecto en los cuarenta
años siguientes y en 1998 terminó aceptando el modelo multicultural.
Utilizados en esta forma, los modelos antedichos ofrecen una tipología y un
vistazo panorámico del estado-nación ecuatoriano en términos de identidad étnica.
Pero, claro, aunque importante, esta clasificación es demasiado general. Si uno
busca una periodización más matizada, es necesario utilizar una metodología que
permita comprender el funcionamiento de la etnicidad a corto y a mediano plazo.
Esta metodología el lector ya la conoce: se trata de la "politización de lo étnico" y
la "etnización de lo político" siempre y cuando, estos conceptos sean definidos en
términos coyunturales.21 Si se acepta esta propuesta se puede decir que la "etniza-
20. Tres autores que no lo han hecho son: Tobar Donoso (1992:171-190), Williams (1997) y Maiguashca
(2005: 242-256).
74
24. Los capítulos del libro de Liévano Aguirre que tratan sobre el origen, desarrollo y ocaso de la mo
dernidad jesuítica son: IX, X, XI, Xü, XHI y XTV (pp. 223-410). Ver, también, Echeverría (1996:
21-37).
25. Para Colombia ver Froysland (2004); para Bolivia, Thiessen-Reilly (2004). Ambos trabajos fue
ron presentados en el panel intitulado "Piedad, Patria y Progreso: Catholic Modemity in Nine-
teenth Century Latín America". 115th Annual Meeting of the American Historical Association,
Washington, D.C., 2004. Ver, también, Williams (2006: cap. 17).
26. Maiguashca (2005: 242-256; 1994: 410-414). Cabe advertir al lector que esta por publicarse el
manuscrito de Williams intitulado "A truly catholic nation: religión and modemity in nineteenth-
century Ecuador".
27. Las obras más célebres sobre este tema son: The Protestant Ethic and the Spirit ofCapitalism, de
Max Weber publicado por primera vez en forma de artículo en Archiv fur Sozialwissenschaft und
Sozialpolitik, volúmenes XX y XXI, 1904-5, y Religión and the rise of capitalism, de Richard
Henry Tawney impresa en 1926.
76
Católica: "igualdad
1860-1875 Despolitización De-etnización Monocultural
católica"
Juliana: "igualdad
1925-1960 Politización Etnización Monocultural
social"29
Y para terminar con nuestros comentarios, nos gustaría hacer un par de suge-
rencias. Hasta donde conocemos, todavía no se ha hecho un estudio "histórico" de
lo que el Proyecto Bielefeld llama la tercera etapa de la "etnización de la política"
(1960-2006). Debido a este vacío, se corre el riesgo de trabajar con generalizacio-
nes que tienen un débil asidero en el acervo documental existente. Nuestra suge-
rencia sería que se haga con la coyuntura 1960-2006, lo que nosotros hemos inten-
tado hacer con la de 1845-1875. Pero atención, no se trata de juntar estudios temá-
ticos y enmarcarlos entre dos fechas. Lo que se necesita es una investigación que
vea al período entero como una unidad de análisis cuya lógica o lógicas tienen que
ser desentrañadas.
La segunda sugerencia es más general. En nuestra opinión, la periodización
del Proyecto Bielefeld no tiene una base monográfica adecuada. La verdad es que
no existe suficiente investigación sobre la cuestión étnica en el Ecuador en los si-
glos XIX y XX. Trabajos como los de Andrés Guerrero, Galo Ramón, Gerardo
Fuentealva, Mercedes Prieto, Martha Moscoso, los esposos Costales, Hernán Iba-
rra y Blanca Muratorio, entre otros, hacen un gran aporte al tema, pero no bastan.
Sería una gran cosa si los investigadores del proyecto en cuestión contribuyeran,
por lo menos en parte, a llenar este vacío.
CONCLUSIÓN
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Cultura popular y proyectos
civilízatenos en Quito, 1860-1930
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1 Quisiera destacar, entre otros, los trabajos de Rossana Barragán de Bolivia; Marisol de la
Cadena del Perú; Diego Armus, Adrián Gorelin y Beatriz Sarlo de Argentina; Frederique Langue
sobre Venezuela. En el caso del Ecuador hay aportes importantes para la compresión de lo urbano
en términos históricos en los estudios de Hernán Ibarra, Guillermo Bustos, Kim Clark y Ana
María Goetschel, así como en la tesis doctoral aún no publicada de Ernesto Capello.
82
dentro de ellas de los maestros de gremio sobre los aprendices y oficiales, del pa-
ter familias con relación a la mujer, los hijos y sirvientes, los caciques con respec-
to a los barrios y pueblos de indios, así como la importancia de un engranaje de
mandos intermedios. Al interior de la ciudad hay un juego entre un tipo de poder
dividido en órdenes y estamentos, redes y vasos sociales comunicantes que hacen
posible la comunicación entre ellos.
La noción de ciudad señorial adquiere entonces otro significado: se trata de
sociedades estamentales, más no por eso de una sola clase, aunque solo fuere por
el hecho de que los unos dependen de los otros en el ejercicio de su hegemonía.
Con la República, la ciudad se convierte en espacio ciudadano, pero esta condición
ciudadana no impide la presencia de los no-ciudadanos en la mayoría de las prác-
ticas cotidianas y en los juegos de representación urbanos. Estoy hablando de una
situación aparentemente contradictoria, en la que se reproduce el privilegio y al
mismo tiempo se promueve la participación. Se puede sostener, además, que se
asiste a la reproducción aparentemente paradójica de un tipo de relaciones perso-
nales pero, por otro lado, se da un desarrollo escaso de la autonomía individual. En
la sociedad del siglo XIX los individuos no valen por sí mismos, sino por su per-
tenencia a un grupo corporativo, a un linaje, a un gremio o cofradía, a una red de
parentesco y afinidad.
Es posible que en el siglo XIX y sobre todo en la primera mitad de ese siglo,
se dé un cruce muy fuerte entre los distintos estamentos, cuyas mayores muestras
son los trajines callejeros, las ferias y las fiestas populares (los monos y sacharu-
nas que desordenan las procesiones tal como aparece en las imágenes de los pinto-
res costumbristas). Estos cruces se hacen manifiestos de modo significativo en la
vida cotidiana, pero también en las formas extremas de representación de un orden,
en el cual a diferencia de lo que sucede en la sociedad contemporánea, se da un
juego directo de fuerzas con el otro, en la medida en que se intenta reducirlo o se
lo aplasta: el poder soberano se muestra, en toda su magnitud (y en toda su impo-
tencia). La propia diferenciación entre la población blanca e india se basa en un
elemento que a la vez que las separa las integra: el 'Tributo de Indios".
Al interior de la ciudad, y como parte de una cultura que a pesar de los proyec-
tos ilustrados, continuaba siendo barroca, se daban encuentros permanentes entre los
diversos estamentos, los mismos que generaban sincretismos y transculturaciones,
cuya mejor expresión fueron los usos de la plaza pública. Esto ha sido descrito por
Luis Miguel Glave en términos de una "comunidad de fiestas" (Glave, 1989).
Los registros de Quito, en la primera mitad del siglo XIX, al mismo tiempo
que dan cuenta de un sistema jerárquico, muestran ciudades plebeizadas en donde
las formas culturales "que escapan a las normas" están generalizadas y en la que
"se han mezclado" los estilos de vida.2 A pesar del proyecto republicano de cons-
2. Esto ya se podía observar a finales de la colonia. Ver, al respecto, Terán Najas (1992: 135-174).
84
Las corridas de toros eran recibidas y vistas, no con entusiasmo sino con furor por
nuestros pueblos. Ni el tiempo, constantemente reparador de nuestros errores y fla-
quezas, ni la razón y civilización, ni la manía de destruir todo lo vetusto para reinar
sobre los escombros de ese pasado de bárbara fisonomía; nada era bastante para mo-
derar el entusiasmo que produce no más que el anuncio de una corrida de toros; pues
ahora mismo, sin embargo de lo prohibidas que están las dichas corridas, vuelven los
deseos y el ahínco de tenerlas. Si nuestra raza no se regenera con la mezcla de otras,
no hay remedio, la humanidad y la civilización se andarán, entre nosotros, abatidas y
postradas por la impotencia de tan arraigadas costumbres (ibíd.).
3 En realidad el proceso de extirpación del carnaval lleva mucho tiempo y solo ha comenzado a
dar ñutos en años recientes. Fotografías y reportes de la prensa de los anos cincuenta y sesenta del
pasado siglo nos hacen pensar hasta qué punto la guerra contra el carnaval se prolongó hasta
nuestro tiempo. Y esto a pesar de los intentos de civilizarlo mediante prohibiciones, festivales y
corzos de flores.
86
Las corridas de toros, al igual que el carnaval, las peleas de gallos, las fies-
tas de santos inocentes son lugares a los que confluye gente de distintas edades,
género y orígenes sociales. La modernidad, tal como se va generando a partir de
la segunda mitad del siglo XIX, es percibida, sobre todo en términos culturales
como formación de una cultura ciudadana diferenciada, concebida bajo paráme-
tros europeos, y como extirpación de lo que es clasificado como atrasado, bárba-
ro o ausente de decoro.
Se trata de un proceso civilizatorio generado de manera coercitiva, desde
arriba, que no necesariamente se corresponde con los comportamientos, percepcio-
nes y deseos cotidianos, por eso Cevallos se muestra escéptico de que algo cam-
bie, mientras no se produzca un mejoramiento racial. Solo varias décadas después
las corridas de toros pasan a constituirse en espacio de representación auténtica-
mente aristocrática, al igual que el teatro y mucho más tarde el hipódromo.
Ahora bien, lo que evidencia el texto de Cevallos no es solo un proceso de
diferenciación ciudadana sino su aspecto contrario: la existencia de un fondo cul-
tural común entre las distintas capas sociales, a pesar de las medidas de distin-
ción tomadas a partir de la segunda mitad del siglo XIX, a las que he hecho re-
ferencia. La base de esos flujos son, posiblemente, los lazos de dependencia mu-
tua que vinculan de manera práctica a los distintos sectores sociales. Un alto por-
centaje de la población de las ciudades está sujeta a relaciones de servidumbre o
mantiene vínculos clientelares con las élites. Las propias redes de parentesco, le-
gítimas e ilegítimas, atraviesan distintas capas sociales blancas y mestizas. Pero
además se da aún espacios de cohabitación y prácticas relacionadas con ello que
operan en sentido contrario a los dispositivos de separación social. Los registros
del siglo XIX muestran en qué medida los lugares de habitación y de trabajo de
los distintos estratos sociales se encuentran yuxtapuestos. Aun cuando en los al-
tos de las casas se han comenzado a diferenciar salones, oratorios, estudios y ha-
bitaciones privadas de acuerdo a la edad, el género, el estatus, en los que se de-
sarrolla una sociabilidad diferenciada existen espacios abiertos a las relaciones
con los otros como los zaguanes, los patios interiores, las cocinas. Estos consti-
tuyen verdaderos umbrales o fronteras en las que se ponen en juego una diversi-
dad de significados. Las tiendas de los artesanos y los pequeños comercios están
ubicadas en los bajos de las casas de los señores y permiten el encuentro de los
ciudadanos, los no ciudadanos y los ciudadanos de segundo orden. Pero, además,
existen otras formas de dependencia típicamente urbanas, como las que se dan al
interior de los talleres entre los maestros y los aprendices o las que se dan entre
personas vinculadas por lealtades como el compadrazgo, o entre los pobres y las
familias e instituciones que los protegen y a las que sirven, a su vez, de justifi-
cativo y base de apoyo.
87
4. La noción de "modernidad católica" ha sido desarrollada por Juan Maiguashca en polémica con
otros historiadores. "El proyecto garciano de modernidad católica republicana del Ecuador, 1830-
1875", en Irurozqui (2005).
89
"policía moral" y de las formas de control coloniales (así, del sistema de cargos y
obligaciones al interior de los barrios y pueblos de indios, montubios y negros).
Las funciones de la Policía eran controlar y disuadir. Se hablaba de la necesidad de
organizar una policía rural a más de la urbana, pero como forma de urbanizar el
campo. En un documento de esa época se decía que "tan eficaz como la Policía Ur-
bana es la Rural, pues la experiencia nos demuestra que los campesinos en los ca-
minos y despoblados se desbordan por aquello que no hay autoridad competente
que le mantenga en los límites de la Ley y la moral". Pero, además, la Policía de-
be cumplir funciones civilizatorias. En el caso de Esmeraldas, por ejemplo, parte
de esas funciones eran impedir que los pueblos cayapas se mezclaran con los ne-
gros, "en espera de que puedan mezclarse con razas superiores".5
Hacia finales del siglo XIX e inicios del XX, la modernidad se identificaba
sobre todo con valores y formas de vida urbanos. Sin embargo, en la vida cotidia-
na las ciudades guardaban aún una estrecha relación con el campo.
5 Archivo del Palacio Legislativo (APL), Mensajes e Informes. Informe del Ministro de lo Interior,
junio de 1903. En el mismo informe se muestra como en el caso de la provincia de Esmeraldas
parte de esas funciones radican en impedir que los pueblos cayapas se mezclaran con los negros,
"en espera de mezclarse con razas superiores".
6 Sobre la noción de zonas de contacto ver Pratt (1997).
90
educación de los operarios evangélicos".8 Podemos decir que con García Moreno
y la acción del Estado teocrático se dio una expansión de la frontera civilizatoria
(construcción de vías que terminasen con el aislamiento de las regiones, amplia-
ción de las misiones y doctrinas, incorporación de la familia y la escuela a la ac-
ción del Estado).
El ajardinamiento de las plazas se inició durante esos años y continuó en los
gobiernos siguientes; pero fue solo a partir del liberalismo y en relación con los
centenarios, cuando las plazas se convirtieron en el escenario por excelencia de las
representaciones cívicas, ya sea que se marche por las calles adyacentes, lo sufi-
cientemente anchas para dar lugar al paso de los regimientos, las paradas escolares
y los corzos de flores o que se lo haga de manera ordenada, en pequeños grupos
representativos, para dejar ofrendas a los héroes. El retiro de las pilas como resul-
tado de la instalación de grifos de agua en las casas facilitó los nuevos usos dados
a las plazas. El jardín, los senderos y las verjas fueron diseñados a la manera de es-
pacios interiores, adecuados para el recogimiento individual, o espacios sagrados
organizados alrededor de los altares patrios. Estaban, además, concebidos para fa-
cilitar el encuentro y la conversación entre ciudadanos. Al mismo tiempo, esos es-
pacios ajardinados impedían la presencia de la muchedumbre con su desorden.9
El liberalismo intentó desarrollar dispositivos modernos de control de las po-
blaciones basados en el salubrismo, el ordenamiento urbano, el sistema escolar y
la Policía. En contraposición con la idea de ciudad conventual, aplicada a Quito co-
mo a otras ciudades andinas, la ciudad de las primeras décadas del siglo XX sirvió
como metáfora del progreso. Las celebraciones de los centenarios dieron lugar a
un amplio repertorio de representaciones que incluían tanto discursos, hitos e ico-
nos, como medidas de control de los espacios. Se levantaron monumentos y tem-
pletes a los héroes, siguiendo la tradición neoclásica y más tarde modernista, pero
además, se fabricaron imágenes ideales relacionadas con la Patria y con las "iden-
tidades patrias", así como con los referentes simbólicos significativos como el mo-
numento a Sucre en Quito o el encuentro de Bolívar y San Martín en Guayaquil.
El grueso de la población no era ajeno a esos cambios. Si bien asistía a muchos
eventos cotidianos en calidad de espectador, no lo hacía de modo necesariamente
pasivo. Las fiestas cívicas, que remplazaron en parte al ceremonial religioso, cap-
taron la atención popular. Los desfiles militares y escolares, los corzos de flores,
las juras de la bandera, pasaron a ser parte importante de la cotidianidad urbana.
Aunque las representaciones públicas habían sido diseñadas desde instancias esta-
8. Ibid.
9. Las plazas de las ciudades de provincia siguieron a la larga el mismo modelo. Una fotografía de
la plaza de Riobamba, a finales del siglo XIX la muestra como un espacio abierto, carente de ador
nos, apropiado para ferias a las que acudían tanto indígenas y campesinos de los alrededores co
mo gente de la ciudad, mientras que fotografías de inicios del siglo XX muestran el ajardinamien
to de la mayoría de esas plazas.
92
cilio entre la ciudad y el campo, así como la de quienes asumiéndose como urba-
nos reproducían en la ciudad comportamientos y formas de vida propios del cam-
po. En la ciudad surgieron nuevos sectores sociales: no solo obreros manufacture-
ros y fabriles sino trajinantes, arrieros y pequeños comerciantes indígenas y mes-
tizos, gente jornalera, empleados y "sirvientes de estado". Igualmente creció y se
fortaleció la clase media integrada por maestros de escuela y colegio, empleados
públicos, profesionales medios, empleados de comercio, artesanos y medianos co-
merciantes de origen plebeyo.
Cuando las élites miraban a Europa y Norteamérica pensaban sobre todo en
ciudades y en determinados hitos relacionados con la idea de cultura (salones, tea-
tros, monumentos, vitrinas). Sabemos, sin embargo, que la modernización se dio
tanto en la ciudad como en el campo y tanto desde lo que incluía como desde lo
que se posponía y dejaba de lado.
Se trataba de una modernización paradójica que innovaba en determinados
aspectos relacionados con el consumo y la tecnología pero que al mismo tiempo
reproducía relaciones de servidumbre y desigualdad social, étnica y de género.
Hasta inicios del siglo XX las propuestas de modernización no expresaban tanto
los requerimientos de la industrialización como del fortalecimiento del sistema de
hacienda y las formas de acumulación especulativas. Se vivía una ampliación del
mercado y del capital comercial, pero esto no se veía acompañado por mejoras so-
ciales. Los cambios culturales que se producían en los sectores ciudadanos respon-
dían a un ethos internacional, basado en la adopción de nuevos patrones de consu-
mo, cuyo telón de fondo era la inserción al mercado mundial en calidad de provee-
dores de materias primas y consumidores de productos manufacturados provenien-
tes de Europa. Si bien la vida popular se vio impactada por esos cambios, respon-
día aún a una dinámica interna que le permitía reconstituirse y desarrollarse. Tes-
timonios de esos años muestran la reproducción de un rico mundo festivo popular
en medio de los primeros embates de la modernidad. En todo caso me da la impre-
sión que sabemos, en términos generales, que en las primeras décadas del siglo XX
se produjo una ampliación del mercado y de las actividades urbanas y se asistió al
surgimiento de sectores sociales urbanos, pero se han estudiado muy poco los cam-
bios culturales que se dieron en medio de ese proceso.
Todo hace pensar que la modernidad, tal como se desarrolló en el Ecuador, si
bien se convirtió en dominante, no constituía un proyecto aplicable de manera ho-
mogénea al conjunto de sectores sociales. Si bien asistimos a una ampliación y me-
joramiento de los medios de transporte -fundamentalmente gracias al ferrocarril-
a una renovación de las ciudades y una ampliación y diversificación de los consu-
mos, la modernización, y menos aún la modernidad, no llegó de igual manera pa-
ra todos ni a todas partes. Aunque se había generado un mercado interno, seguía
teniendo peso un tipo de economía doméstica de auto-subsistencia y una economía
moral basada en el intercambio de dones y contra-dones. Por otra parte* la mayo-
94
ría de la población conservaba aún elementos de sus culturas locales. Las propias
fiestas cívicas se conjugaban con fiestas religiosas y los "ceremoniales serios" con
el carnaval. Todo esto estaba relacionado con las dificultades que tenía el propio
Estado para incorporar al conjunto de sectores sociales a la ciudadanía, dadas las
profundas separaciones sociales y étnicas (y de las bases históricas que hacían po-
sible su reproducción, en primer lugar el sistema de hacienda) sobre las cuales, de
manera paradójica, el propio proyecto ciudadano se levantaba. Recordemos, por
ejemplo, que la mayoría de la población era excluida social y racialmente o por ra-
zones de género, era analfabeta, a la vez que estaba escasamente secularizada, de
modo que no participaba de buena parte de los imaginarios a partir de los cuales se
intentaba construir la sociedad nacional.
Las propias élites no eran completamente modernas y en muchos aspectos su
modernidad se reducía a los signos exteriores. En el caso de ciudades como Quito
y Riobamba, los señores de la ciudad eran, al mismo tiempo, grandes terratenien-
tes, de modo que su paso a la modernidad, fue, hasta muy avanzado el siglo XX,
resultado del incremento de las rentas hacendatarias y el desarrollo del capital co-
mercial y especulativo, antes que del productivo. Una "modernización tradicional"
que se conjugaba con muchos elementos de la sociedad de Antiguo Régimen, tan-
to en términos sociales, como culturales y morales. Se trataba de una modernidad
incipiente pero que, sin embargo, había dado lugar al desarrollo de las clases me-
dias y de nuevos sectores populares, así como a una modificación de muchos ele-
mentos de la vida cotidiana.
Las reformas impulsadas por García Moreno no afectaron solo a los espacios
públicos sino a los espacios interiores. No se trataba solo de cambios en la arqui-
tectura sino en el sentido de su funcionamiento. Me refiero a la reorganización del
sistema carcelario, escuelas, hospicios, casas de temperancia, hospitales. En un es-
tudio en marcha intento analizar algunos de esos cambios con el fin de poder com-
pararlos, pero en este artículo me limitaré a los casos del Hospital San Juan de Dios
y el Camarote de Santa Marta.
El espíritu reformista garciano estaba interesado en la modernización de las
casas de beneficencia en el sentido de una plena medicalización, pero también en
que retomasen los principios de la caridad Cristina. Esto último tenía un signifi-
cado simbólico pero también práctico. Por un lado, en su discurso tanto la plebe
urbana como los indios formaban parte del pueblo cristiano, de modo que existía
una obligación moral ante ellos (Démelas y Saint Geours, 1986). Por otro, los
mecanismos de la caridad permitían ejercer un tipo de control sobre esas pobla-
95
El Anfiteatro Anatómico se lo construye con amplitud más que sobrada para pocos
alumnos, que no pasaban de ocho. Una gran sala de disección con cuatro mesas de ta-
blero pizarra traídos de Francia, asientos distribuidos en semicírculo para los estu-
diantes, al fondo una salita para conferencias teóricas, en la planta baja depósitos para
cadáveres e implementos de enseñanza (jbíd.).
En los años siguientes las demandas por este tipo de enseñanza se hicieron más
frecuentes. En 1896 el Doctor Manuel Casares defendía el criterio de que la ense-
ñanza de la medicina no tenía aún un carácter práctico, y que no se podía seguir en-
señando "las ciencias de aplicación tan solo por medio de la teoría". En 1911 se de-
cía que la Junta de Beneficencia "ha puesto todo empeño en que la asistencia a los
enfermos que acuden al Hospital, corresponda, en lo posible, a la importancia de la
institución y a los progresos siempre crecientes de las ciencias médicas".12 Esos
años, en particular, fueron de institucionalización del saber médico, y la Universidad
intervino activamente en ello. En 1919 se señalaba que todos los estudiantes de me-
dicina asistían al hospital con el objeto de recibir las clases prácticas y "presenciar
la visita diaria".13 A esto había que sumar la incorporación práctica a un "habitus
hospitalario": a cargo de los alumnos internos y externos estaba la realización de la
mayoría de las curaciones, incluso de algunas operaciones para las que no siempre
estaban preparados, a más de que "aprendían a tratar a los enfermos". En algunas
ocasiones se presentó la queja de que las visitas a los enfermos las realizaban los es-
tudiantes y no los médicos y que eran estos los que hacían los diagnósticos.14
¿Cuál era la situación de los moribundos en la segunda mitad del siglo XDC?
Si la función de los hospitales era cuidar del enfermo, parte importante de ese cuida-
do era contribuir a su "buen morir". Los capellanes cumplían esa función, mientras
que los propios enfermos y sus familiares se mostraban preocupados porque al en-
fermo se le administrasen los óleos y demás cuidados necesarios para la muerte. Sin
embargo, en la práctica existía un divorcio entre las nuevas funciones que el saber
médico comenzaba a dar a los hospitales y la administración cristiana de la muerte.
En el reglamento de 1884 se decía de modo muy claro que no señan admitidos en el
hospital los que padeciesen de una "enfermedad irremediable". En medio de todo esto
existía una relación entre hospital y hospicio que no es suficientemente clara. Buena
parte de los enfermos que se asilaban en el hospital eran incurables, no existían
12. Archivo Histórico Municipal de Quito (AHM/Q), Junta Central de Beneficencia, Comunicaciones
Recibidas, 1915, fs 365.
13. AHM/Q, Junta de Beneficencia, Comunicaciones recibidas, año 1919, Carta del Director del Hos
pital Civil, del 18 de diciembre de 1919.
14. Anales de la Universidad Central, No. 83, Quito, marzo de 1898, p. 464.
98
remedios ni paliativos para sus males, los médicos no se ocupaban de ellos y se con-
vertían en un estorbo para las prácticas hospitalarias; sin embargo muchos de los en-
fermos indigentes declarados incurables permanecían en el hospital meses y aun
años, antes de ser trasladados al hospicio, que era el umbral natural de la muerte.
El anfiteatro constituye una de las claves para entender el funcionamiento de
un tipo de economía hospitalaria, estrechamente relacionada con la enseñanza de
la medicina. Lo que se buscaba a través del anfiteatro era introducir una racionali-
dad en el uso de los cadáveres: un control sobre su número, su procedencia, y su
utilización. La Universidad reclamaba que se asignase a sus estudiantes cadáveres
suficientes para sus prácticas.15 La Dirección del Hospital hacía todo lo posible por
satisfacer esas demandas:
De acuerdo con lo ordenado por Ud. (el Director de la Junta Central de Asistencia
Pública) me es grato poner en su conocimiento que, según el libro de cadáveres lle-
vado en este Hospital han fallecido durante el mes de marzo cuarenta y seis personas,
de las que veinticuatro han pasado al Anfiteatro y veintidós a las familias, por haber
sido reclamados por sus parientes íntimos, como hijos, padres y esposos.16
15. AHM/Q, "Comunicación dirigida por la Facultad de Medicina en la que se da cuenta de los recla
mos que hacen los estudiantes de cadáveres para sus estudios prácticos", en Junta Central de Asis
tencia Pública, Comunicaciones recibidas, 1929, 7 de febrero.
16. AHM/Q, Junta Central de Asistencia Pública, Comunicaciones recibidas, 1929, 5 de abril.
17. AHM/Q, Junta Central de Asistencia Pública, Comunicaciones recibidas, 1919, folio 106, 20 de
agosto.
99
El Jefe Político del Cantón cuestionaba que los directivos del Hospital no
proporcionaban información sobre los fallecidos, así entre enero y mayo de 1919
se había omitido hacer la inscripción de noventa y dos personas.
Las presiones por la utilización de cadáveres por parte de la Universidad eran
permanentes, mientras que las reacciones de los miembros del Hospital, frente a
esas demandas, iban desde la aceptación al reclamo. Así, en una de las comunica-
ciones uno de los directores del San Juan de Dios se mostraba tajante:
Los restos de los cadáveres que no eran reclamados eran llevados en una ca-
rreta y enterrados en fosas comunes. En una comunicación se hablaba de "deshe-
chos" y del estado calamitoso de las carretas en los que se hacía el traslado.19 En
más de una ocasión los cadáveres eran traslados a espaldas; para justificar esa prác-
tica se argüía que la única bestia que servía para jalar la carreta estaba ya vieja,
junto al hecho de que "con la miserable suma de cincuenta centavos por cada tras-
lado, que hoy se paga, no podemos tener en ese puesto sino estúpidos que tan solo
la necesidad y la falta de aptitud para ganarse la vida de otro modo les obligue a
servir tan repugnante cargo".20
18. AHM/Q, Junta Central de Asistencia Pública, Comunicaciones recibidas, 1929, 5 de abril. Junta
Central de Asistencia Pública, Comunicaciones Recibidas, 1929, 8 de marzo.
19. AHM/Q, Junta Central de Beneficencia, Comunicaciones recibidas, 1923, fs 162.
20. AHM/Q, Junta Central de Beneficencia, Comunicaciones recibidas, 1909, fs 223.
21. AHM/Q, Junta de Beneficencia, Comunicaciones recibidas, 1903, folio 88.
100
nes de los internos: la de los pacientes, la de "los que eran sometidos a cirugía" y la
de los sifilíticos. El gobernador de Pichincha comentaba en un informe del año
1870, que faltaban profesores para atender el gran número de enfermos y que la ma-
yor parte de ellos eran sifilíticos (Samaniego, 1957: 190). El informe nos permite
poner en evidencia un tipo de relación entre el hospital y la ciudad: el San Juan de
Dios cumplía un papel como espacio de separación de los sifilíticos. El control del
Hospital no puede entenderse fuera de un orden urbano. La idea de que la ciudad re-
quería de una policía moral se impuso a partir del garcianismo y a esto no eran aje-
nas instituciones asistenciales como el Buen Pastor, el Hospicio o el Hospital. For-
maban parte de los dispositivos de orden de la ciudad. La noción de policía moral
tal como se entiende en el contexto de este trabajo permite establecer un puente en-
tre pautas derivadas del sentido moral católico y pautas disciplinarias.
Uno de los casos que más llama la atención, por la relación directa que al in-
terior del Hospital se establecía entre Policía y salubridad pública es el del Camaro-
te de Santa Marta. Se trataba de una prolongación de la antigua idea de hospitali-
dad, pero modificada por las circunstancias morales de la época.24 El 25 de julio de
1875 el gobierno encargó a las Hermanas de la Caridad la vigilancia de las mujeres
del "camarote denominado Santa Marta", el mismo que estaba adscrito al Hospital.
Se trataba de "mujeres de mala vida" recogidas en las calles, de acuerdo a lo que
consta en una comunicación del Intendente de Policía, de 1880; pero entre las re-
cluidas en el Camarote también se incluían mujeres sorprendidas en concubinato o
encerradas a solicitud de sus maridos por problemas de conducta, como el adulterio
y la "embriaguez". Muchas veces, el acusarlas de adulterio o de locura era uno de
los recursos que utilizaban los hombres para deshacerse de sus mujeres (el Cama-
rote no era, por cierto, el único centro que cumplía esta función). Pero además ha-
bía una utilización de las mujeres prisioneras en el servicio del Hospital. El edificio
de Santa Marta se mostraba vetusto, casi en ruinas. El Director de cárceles comuni-
có al Consejo que era urgente su reparación, "a lo que tienen derecho las presas que
también trabajan en beneficio del publico, lavando la ropa de los enfermos del hos-
pital y arreglando colchones y almohadas de ese establecimiento".25
Entre el Hospital y el Camarote se estableció una relación de reciprocidad
forzada; las presas dependían del Hospital para su alimentación; al mismo tiempo
el Hospital utilizaba a las presas en los servicios. Esta situación se mantuvo por al-
rededor de cinco décadas bajo condiciones posiblemente muy duras. En 1917 la
Dirección del Servicio de Sanidad Pública alertaba que se habían presentado casos
de fiebre tifoidea entre las presas que prestaban su servicio al Hospital.
24. De acuerdo a Astudillo desde un inicio se había expresado el interés de que en el hospital San Juan
de Dios se amparase a "señoritas en orfandad y pobreza", de modo que "la casa pequeña, que lue
go pasó a ser el camarote de Santa Marta, fue adoptada como refugio de doncellas", en Astudillo,
Celín (1992: 63).
25. AHM/Q, Oficios y solicitudes, septiembre de 1878.
102
26. AHM/Q, Junta Central de Beneficencia. Comunicaciones recibidas, julio, diciembre 1917, fs 40,
9 de noviembre.
27. AHM/Q, Junta Central de Beneficencia, Comunicaciones recibidas, 19° 6, fs 17.
103
vertirse en "escuelas del crimen" se narraba el caso de una doncella de más o me-
nos veinte años, buenas costumbres, laboriosa y "con un sentimiento de pudor in-
nato", cuya crianza se hizo "en una casa honrada y de austeridad suma". La pobre
doncella, por un "abuso de autoridad" fue llevada al Camarote para que "desquite
una deuda". "El ambiente que respiró, en comunión íntima con diestras prostitutas,
fue tan pernicioso que salió de ese lugar de reclusión a buscar un hombre que des-
florara el capullo inviolado todavía y se corrompió por completo, ejerciendo el me-
retricio hasta quedar escuálida y enferma".28
El Camarote había pasado a convertirse en uno de los dispositivos de protec-
ción sanitaria de la ciudad, sin embargo el director de la Oficina de Profilaxis Ve-
nérea, dependiente de la Dirección de Higiene Municipal, se quejaba de que el Ca-
marote no cumplía su función en el control de las sifilíticas:
En el Hospital San Juan de Dios no hay absolutamente garantía ninguna para la po-
blación cuyo bienestar persigue esta oficina; pues las sifilíticas enviadas de aquí para
que no infesten a los pobladores, no merecen de parte de las Madres cuidado de nin-
guna naturaleza, ya que son diarias las evasiones de estas en el peor estado de infec-
ción.29
28. Anales de la Universidad Central, Nos. 47 y 48, agosto, septiembre de 1916, p. 47.
29. AHM/Q, Junta Central de Beneficencia, Comunicaciones recibidas, 1911, fs 203.
30. AHM/Q, Junta Central de Beneficencia, Comunicaciones recibidas, 1916, fs 50.
104
cer una acción educativa y regenerativa a través del trabajo pero, además, estaba
relacionado con las acciones de la Policía. La ciudad debía cuidarse de las pestes,
pero también de los enfermos peligrosos: los lázaros, los locos, los sifilíticos, los
incurables. Al igual que el cuidado de las calles y plazas, la economía de la ciudad,
los abastos, requiere de las acciones de la Policía y ésta abarca tanto los espacios
exteriores como los interiores.
Este texto ha sido organizado a partir de dos narrativas distintas. Por un lado
he intentado mostrar el proceso de separación de la élite con respecto a la cultura
popular, el mismo que tomó forma, en el caso de Quito, en la disputa por los espa-
cios públicos y, por otro, los procesos tempranos de constitución de dispositivos
disciplinarios generados (de manera dispersa y de alguna manera experimental) en
espacios interiores como los del Hospital San Juan de Dios.
A partir de lo que se ha dado en llamar época garciana (1859-1875, aunque
García Moreno no gobernó todo el tiempo), y hasta avanzada la primera mitad del
siglo XX, el Ecuador vivió un proceso de ampliación del mercado interno y de acu-
mulación originaria que, si miramos desde la larga duración, contribuyó a sentar las
bases para un desarrollo posterior del capitalismo. Esto se expresó en términos cul-
turales como avance de las ideas del progreso, "civilidad" y adecentamiento urba-
no y como oposición a lo que, desde esa perspectiva, se percibía como atraso en las
costumbres y modos de vida. Por esto la modernidad implicó una larga batalla con-
tra las manifestaciones más visibles de la cultura popular que se libró sobre todo
(aunque no exclusivamente) en los espacios públicos y estuvo orientado a generar
"otros usos de lo público". Si seguimos a Norbert Elias podemos hablar de un mo-
mento de racionalización de las emociones y de cambios en los hábitos.
Aunque el garcianismo se planteó una incorporación del conjunto de la so-
ciedad a la dinámica civilizatoria (este sería el otro lado de lo que algunos histo-
riadores llaman ampliación de la ciudadanía) los únicos sectores realmente com-
prometidos con ello fueron las élites. La propuesta garciana de regeneración moral
formaba parte del proyecto de racionalización y modernización de la sociedad
ecuatoriana bajo los principios de la modernidad católica. García Moreno decía
que su objetivo era hacer del Ecuador "un país moral y libre, civilizado y rico".31
La libertad era sobre todo libertad de comercio y de circulación mientras que la
moralidad estaba directamente relacionada con la idea de civilización y superación
de la barbarie. Las campañas de García Moreno contra la embriaguez, el castigo de
31. "Carta de García Moreno a la Sociedad Conservadora del Azuay del 16 de diciembre de 1868", en
Pólit Laso, comp. (1923: 386).
105
De índole naturalmente buena, franca y apacible desde niflo (José Ignacio Checa)
encontró verdadero encanto en la práctica de la virtud y sentía horror instintivo al vi-
cio, así como pronunciada tendencia al orden y la disciplina [...] En sus ojos se leía la
pureza de su alma y la inocencia de sus costumbres; sus hermosas facciones, sus agra-
dables maneras, su afable trato y su exquisita urbanidad daban a conocer la fina y es-
merada educación que había recibido en perfecta armonía de sus dotes naturales.36
36. "Semblanza de José Ignacio Checa" aparecida en La Libertad Cristiana, 19 de abril de 1887, ci
tado por José Félix Heredia, S.J. (1935).
37. Ibíd.
38. Estoy hablando de un fenómeno que se extiende mucho más allá de las primeras décadas del si
glo XX. Algunos videos de los años 1950 5' 1960 muestran la participación del pueblo en marchas
y espectáculos patrios. Existe un gusto por los desfiles: el civismo ocupa buena parte de la aten
ción popular. hos gremios, las escuelas y colegios participan en esas representaciones cívicas, or
ganizan representaciones dramáticas con temas patrios, entre las que se destacan las coreografías
masivas que organizan los colegios femeninos. Al mismo tiempo, se han ido formando esferas pú
blicas paralelas, con sus propios ceremoniales, en las que participan mujeres e intelectuales de cla
se media, obreros, artesanos, estudiantes.
107
Todo esto nos da una idea de los cambios en la vida cotidiana que se genera-
ron con las primeras formas de modernidad, tanto durante el garcianismo como en
los años del liberalismo. Pero hay algo a lo que no se ha dado suficiente importan-
cia y que he intentado ilustrar con el caso del Hospital San Juan de Dios y es que
desde los mismos años del garcianismo la ciudad fue escenario del avance de un
conjunto de dispositivos disciplinarios, relacionados con la Policía, pero también
con el ordenamiento urbano y la higiene, que se conjugaron con los dispositivos
(propiamente culturales) a los que hice referencia en la primera parte de este tex-
to. No solo se trataba de encontrar nuevas formas de organización de los espacios
sino nuevos sistemas de gobierno de las poblaciones y esto implicaba una nueva
arquitectura, tanto de los espacios exteriores como de los interiores.
En la ciudad no solo se diferencian y disputan espacios sino que con la mo-
dernidad los espacios tienden a convertirse en dispositivos disciplinarios. Se trata
de mecanismos sociales nuevos que se aplican en el ordenamiento, higienización
y vigilancia de la urbe y de los grupos sociales, pero que no desplazan, sino que
más bien se superponen a los antiguos mecanismos republicanos relacionados con
el ornato.39 En realidad, los distintos aspectos se encuentran relacionados: (o por
lo menos no están necesariamente separados). Las políticas de higienización de las
ciudades de un modo u otro se encuentran relacionadas con criterios de distinción
y separación social, pero también con políticas poblacionales y con cambios socia-
les relacionados con la urbanización. Un ejemplo de eso es la sustitución de las pla-
zas de mercado por los mercados cerrados: se trata tanto de una medida salubrista
como racista, ya que se dirige a imponer nuevos hábitos y comportamientos entre
los pobladores urbano-rurales así como a establecer clasificaciones sociales. Cuan-
do hablamos de disciplinamiento nos referimos, en todo caso, a innovaciones rela-
tivamente lentas (muchas veces experimentales) en el manejo de las poblaciones
cuyo punto de partida puede ser la época garciana (y posiblemente un momento an-
terior, el de las reformas borbónicas y de los reformistas ilustrados como Espejo)
pero que solo toman forma durante el siglo XX y, en algunos aspectos, únicamente
en años recientes. La ciudad constituye un espacio dinámico, sujeto a cambios en
su composición social como resultado de las transformaciones económicas y de las
migraciones. La urbanización genera anomias, reales o imaginadas, que generan
dispositivos de control.
Si a finales del siglo XIX y en los primeros años del XX lo que rigió con re-
lación a la ciudad fue la idea de "ornato y embellecimiento urbano", lo que comen-
zó a operar a partir de los años 1930 fueron parámetros positivistas -salubristas pri-
mero y de planificación urbana después- orientados a establecer criterios de orga-
nización de la sociedad y de los espacios, así como a intervenir sobre la vida de los
grupos sociales y los individuos con el fin de ordenarlos y disciplinarlos. Esto su-
sentido. Desde los días de la Colonia la ciudad era para muchos un lugar de esca-
pe. Desclasificarse era una forma de escapar. Con la modernidad temprana se fue
generando una tendencia estructural favorable a las desclasifícaciones la misma
que no tomó peso sino años después, en la segunda mitad del siglo XX. Mi hipó-
tesis es que no solo las élites buscan formas de separación sino los propios secto-
res populares. Vivir en barrios separados, de modo independiente es, de alguna ma-
nera, escapar a las clasificaciones. La ciudad como espacio de anonimato favorece
los procesos de individuación pero permite, además, la afirmación de identidades
de grupo y de clase, incluso si estas tienen un carácter efímero. La literatura histó-
rica nos habla sobre todo de la ciudad como dominio y exclusión, pero pocas ve-
ces como posibilidad. No solo la participación obrera o de grupos de mujeres se hi-
zo posible en la ciudad sino la propia presencia indígena y campesina. La ciudad
no es solo fuente de trabajo y de intercambio de productos, sino que brinda la po-
sibilidad de acceso a recursos culturales que no existen en otros lados.
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La hispanización de la memoria
pública en el cuarto centenario
de fundación de Quito
Guillermo Bustos*
cimiento del Municipio español en Quito, ciudad india ocupada por los Castella-
nos. Así la fecha que debe conmemorarse especialmente es, a mi juicio, el 28 de
agosto."5
Resulta de sumo interés apreciar la manera en que se intentó zanjar el deba-
te y las implicaciones que se derivaron del informe. Aunque la discusión incluía un
contenido histórico especializado, tuvo una amplia relevancia pública puesto que
el contenido de la conmemoración aludía directamente a cómo se asumía el lega-
do de España en territorio ecuatoriano. El hecho de que el informe haya sido soli-
citado a una personalidad del talante de Jijón y Caamaño, no se debió solo al he-
cho casual de que formara parte del Concejo, sino a que él combinaba las facetas
de historiador y político. Jijón y Caamaño había sido director de la Academia Na-
cional de Historia en diferentes ocasiones, fue además el principal discípulo del ar-
zobispo-historiador Federico González Suárez, acreditaba numerosas publicacio-
nes especializadas y era una figura intelectual de prestigio. Era descendiente de una
prominente familia de cuño aristocrático y abultada fortuna, así como conspicuo
militante del Partido Conservador. Por lo tanto, el pronunciamiento de Jijón y Caa-
maño venía acreditado por la autoridad del saber histórico (léase Academia Nacio-
nal de Historia) y por su prestigio social.
El informe incluía algunas sorpresivas conclusiones. Establecía con claridad,
por ejemplo, que los conquistadores españoles Almagro y Benalcázar no fueron los
fundadores de Quito, debido a que la ciudad tenía un origen indio. Se podía supo-
ner que la elección del 28 de agosto como fecha de la conmemoración representó
un alineamiento de Jijón y Caamaño con la postura del desaparecido arzobispo-his-
toriador. No obstante, me parece que hubo otra razón. Si la pregunta fundamental
era qué se debía conmemorar, la última parte de su argumentación designaba la res-
puesta: el "establecimiento del Municipio español en Quito". Cabe recordar que el
cabildo era una institución muy representativa de la cultura española y para este
personaje fue una instancia nuclear en su universo histórico y político hispanista.6
No he encontrado reacciones críticas directas al informe de Jijón y aparente-
mente su pronunciamiento fue recibido ex cátedra. Empero el decurso de los acon-
tecimientos vinculados a la conmemoración indica que finalmente las dos fechas
fueron celebradas tanto por el gobierno municipal como por el Congreso Nacional.
El mismo Jijón debió pronunciar sendas y solemnes alocuciones en agosto y di-
ciembre, respectivamente. Al comparar los festejos de ambas fechas, encontramos
que las actividades y ceremonias de diciembre denotaron mayor boato y participa-
5 Jacinto Jijón y Caamaño, "La fecha de fundación de Quito. Informe del comisionado del
Ilustre Concejo", El Comercio, 31 marzo 1934, p. 3. Se puede ver el mismo informe en Gaceta
Municipal, No. 73, marzo de 1934.
6 En su obra Política Conservadora, publicada en 1929, desarrolla un análisis histórico, jurídico
y sociológico del cabildo.
116
ción popular. Se puede conjeturar que la segunda fecha, tres meses después de la
primera, permitió ganar tiempo y organizar mejor las actividades de celebración.
La posteridad desatendió completamente la fecha de celebración que Jijón y
Caamaño propuso, así como algunos de sus razonamientos, no obstante la amplia
recepción que se dio a su perspectiva de celebración de los valores hispanos. Mu-
chas ciudades del Ecuador contemporáneo conmemoran con gran pompa sus festi-
vidades de fundación española. La festividad actual de fundación de Quito no pro-
viene directamente de la conmemoración de 1934, cuya memoria ha desaparecido.
Más bien, se origina en un proceso de invención de tradición ocurrido a finales de
los años cincuenta y que se mantiene anualmente cada 6 de diciembre. La desbor-
dante carga de hispanofilia que la fiesta contemporánea mantiene, activada por el
Municipio y alimentada por un conglomerado empresarial y comercial, proviene
precisamente de un proceso cultural de asimilación de la matriz histórica del pen-
samiento hispanista que se estructuró entre los años veinte y cincuenta.7
7 Esta descripción última no supone que el visible hispanismo de las festividades quiteñas se
haya mantenido incontestado. Aunque este no es el lugar para ocupamos del tópico, cabe recordar
que en los años noventa, especialmente a propósito de la conmemoración de 1992, se produjo un
debate en la opinión pública sobre qué se celebraba cada 6 de diciembre y así surgió por un
breve lapso la conmemoración adicional del 5 de diciembre como "día de la resistencia".
117
les, en su mayoría conservadores pero también liberales, pensó que España podía
recuperar algo de la posición internacional perdida, mediante la activa y sistemáti-
ca proyección de "su presencia espiritual en América". Un postulado básico del his-
panismo fue la creencia en "la existencia de una 'gran familia' o 'comunidad' o 'ra-
za' transatlántica que distingue a todos los pueblos que en un momento de su histo-
ria pertenecieron a la Corona española." En esta ocasión, España volvió nuevamen-
te sus ojos hacia Hispanoamérica e intentó poner en marcha un proyecto político y
cultural transnacional de restauración de una comunidad de naciones hispánicas, so-
bre las que intentaría ejercer un liderazgo (Pike, 1971; Pérez, 1992).
Esta postura obtuvo un importante apoyo estatal durante la dictadura fascista
de Primo de Rivera (1923-1930).8 El régimen se propuso regenerar España y escalar
posiciones en el ámbito internacional. Con la idea de reconquistar espiritualmen-te
América Latina, el régimen primoriverista estableció una constelación de institu-
ciones dedicadas a cultivar el panhispanismo. En este contexto se crearon el Centro
Internacional de Investigaciones Históricas Americanas, el Centro de Cultura His-
panoamericana, el Instituto Iberoamericano de Derecho Comparado, el Centro Ibe-
roamericano de Cultura Popular, la Junta de Fomento de Relaciones Artísticas y Li-
terarias Hispanoamericanas, y la Unión Iberoamericana. Se auspició varios congre-
sos internacionales en diferentes ciudades españolas y Sevilla fue la anfitriona de la
espectacular Exposición Iberoamericana de 1929 (Pérez, 1992: 15-23).
El discurso hispanista se dedicó a exaltar la cultura y civilización ibéricas, y
abogó por el desarrollo de un culto hacia ese legado espiritual que creaba un sen-
timiento de identidad transnacional. El hispanismo se estructuraba alrededor de
cuatro aspectos clave que funcionaban como pilares de una imaginada comunidad
hispana universal: la religión católica, el idioma castellano, la organización jerár-
quica o corporativa de la sociedad y un acentuado etnocentrismo cultural que pri-
vilegiaba las contribuciones del espíritu hispano en todas las interacciones con
pueblos diferentes (Bustos, 2001).
Esta elaboración intelectual peninsular obtuvo gran receptividad en el ámbito
cultural latinoamericano, particularmente en sectores ideológicamente ubicados a
la derecha. A pesar de que existen algunos trabajos pioneros sobre la cuestión de
cómo y por qué fue adoptado el hispanismo en América Latina (Pike, 1971; Pérez,
1992; Martínez Riaza, 1994), el tema demanda muchísima más investigación. El
impacto y el desarrollo del hispanismo en el Ecuador solo ha sido estudiado de for-
ma inicial en años recientes (Bustos, 2001; Capello, 2004). La historiografía del ar-
9. Sobre el debate político e intelectual que el concertaje suscitó en las primeras décadas del siglo
XX ver Prieto (2004: cap. 1).
119
1934
Ese año fue parte nuclear de un ciclo de crisis política, protesta social y de-
sarrollo de una crítica (intelectual, ideológica y artística) del orden establecido. En-
tre los años veinte y cuarenta, un activo protagonismo de "los de abajo" desbordó
los marcos tradicionales e instaló en el centro de la esfera pública el "problema
obrero" y la "cuestión social". El campo político, por su parte, se había tornado tan
volátil que entre 1931 y 1934 se sucedieron nada menos que siete jefes del poder
ejecutivo, entre encargados del poder y presidentes electos. La descalificación de
un presidente electo, en agosto de 1932, desembocó en un enfrentamiento armado
entre facciones militares, bautizado como la "guerra de los cuatro días". Quito co-
mo ciudad capital sentía de manera directa la inestabilidad y experimentó doloro-
samente el sangriento enfrentamiento.
En 1934 Quito fue escenario de dos acontecimientos que se revelaron muy
significativos en el corto y mediano plazo. En ese año tuvo lugar la primera huelga
urbana protagonizada por un sindicato de obreros fabriles, que incluyó un im-
portante contingente femenino. El hecho ocurrió en la fábrica textil La Internacio-
nal, la más grande del país. Este episodio de la historia laboral no fue aislado, in-
tegró una onda expansiva de organización y movilización popular urbana y cam-
pesina.12 La huelga de La Internacional se volvió emblemática porque detonó un
ciclo de creación de organizaciones sindicales, de alianza con organizaciones arte-
sanales, de uso generalizado de la huelga y de legitimación de la lucha por efecti-
vizar unos incumplidos derechos laborales, mejora de salarios y desarrollo de una
nueva ética del trabajo (Bustos, 1991).
12. Tomando como referente la "lógica de organización sindical" aparecieron una diversidad de orga-
nizaciones en esos años: Sindicato de la Madera, Sindicato de Vendedores de Mercados, Sindicato
de Empleados de la Caja del Seguro, Sindicato de Trabajadores de Farmacias, Sindicato de
Egresados de la Escuela de Artes y Oficios, Sindicato de Escritores y Artistas del Ecuador, una va-
riedad de organizaciones artesanales y hasta un Sindicato de Desempleados (ver Bustos, 1991).
Entre las movilizaciones indígenas y campesinas, en los años inmediatos, constan Simiátug (prov.
Bolívar, 1931), Palmira (Chimborazo, 1932), Pastocalle (Cotopaxi, 1932), Mochapata (Tungura-
hua, 1933), Rumipamba (Imbabura, 1934), Llacta-urco (Cotopaxi, 1934), Salinas (Bolívar, 1934),
ver (Almeida Vinueza, 1990: 179).
121
En ese mismo año apareció impresa la primera edición de Huasipungo del es-
critor Jorge Icaza (1906-1978), narrativa de un realismo social y telúrico, de con-
tenido indigenista, que se convirtió en una de las obras más reputadas y controver-
tidas de la literatura ecuatoriana.13 Se trata de una narrativa de denuncia y protesta
sobre la opresión del indígena por parte del terrateniente, el cura, el teniente po-
lítico y el capital extranjero. La obra muestra que la vida del indio transcurre en
medio de un cuadro desolador en el que campea el hambre, el desamparo, la injus-
ticia social y el dolor colectivo. La fuente de la resistencia nace precisamente de la
negativa a aceptar el despojo del último pedazo de tierra que el indio posee (el hua-
sipungo), para cuya defensa el único camino que le queda es la revolución. Huasi-
pungo apareció como un documento social conmovedor de inspiración socialista,
que participó de la fundación de una "estética de lo horrible". Junto a decenas de
obras que se publicaron en esos años,14 fue parte importante de la creación de un
lenguaje "más cercano de las hablas ecuatorianas" y de la incorporación al domi-
nio de las letras de "personajes, idiosincrasias y culturas hasta entonces menospre-
ciadas: las de los indios, los cholos, los montubios ... los mulatos, los negros y los
habitantes suburbanos y proletarios del país". Este ejercicio literario y político su-
puso la apertura de "una nueva visión de la historia, de la sociedad en general y de
sus múltiples conflictos." (Cueva, 1988: 634-639; Ojeda, 1991: 39-45)
Me he detenido en esta cuestión porque ilustra directamente un aspecto cru-
cial del contexto de enunciación de la conmemoración de la fundación de Quito.
Aunque ambos acontecimientos, la huelga y la publicación, correspondieron a di-
mensiones diferentes de la realidad social, transmitieron un mensaje común, ape-
laron a un referente similar y compartieron un mismo "horizonte de expectativas".
En el primer caso, se trata de nuevas prácticas sociales que produjeron "serios dis-
locamientos en las relaciones sociales existentes entre dominantes y dominados" y
condujeron a una "crisis de la autoridad paternal". Los lenguajes a los que apela-
ron los subalternos ilustraron el proceso de transición que la sociedad experimen-
taba. Acudieron, de un lado, a una línea discursiva de deberes, derechos y recipro-
cidades propias de una sociedad más tradicional (una "economía moral" de los po-
bres); y, de otro, a fuentes más modernas como el socialismo, sindicalismo y co-
munismo. No se trataba de una sociedad plenamente moderna, con clases consti-
tuidas de rango nacional, sino de clases en formación, atravesadas por estructuras
13. Según Cueva (1986: 161), la novela alcanzó más de una veintena de ediciones en lengua españo
la (incluyendo tirajes de hasta 50 mil ejemplares) y traducciones a 16 idiomas, algunas adaptacio
nes al teatro y, de acuerdo al Diccionario de la Literatura Universal Laffont Bompiani, file, a ni
vel mundial, una de las cinco obras maestras publicadas en 1934.
14. Entre otros autores de esta época figuran Fernando Ghávez, Pablo Palacio, Joaquín Gallegos La-
ra, Demetrio Aguilera Malta, José de la Cuadra y Humberto Salvador. En la línea de la producción
plástica ya sobresalían, entre otros, Pedro León, Camilo Egas, Leonardo Tejada, Galo Galecio,
Diógenes Paredes y Eduardo Kingman.
122
15. Se trataba de una noticia remitida por un corresponsal. Ver "El monumento a Atahualpa", El Co-
mercio, 23 de abril de 1934, p. 3.
16. "Atahualpa", El Comercio, 25 de abril de 1934, p. 3.
124
tos históricos (acaecieron porque tenían que ocurrir de esa manera). De otro la-
do, el presente (léase la condición de miseria en que estaban los indígenas) pro-
vee de una confirmación de la pretendida inferioridad de los vencidos y, por ex-
tensión, de los hechos pasados.
No he podido encontrar en la prensa de 1934 más alusiones significativas a
la cuestión del monumento de Atahualpa. Así, la memoria del último Inca mantu-
vo un bajo perfil público a lo largo de 1934. Las alusiones al Inca aparecían como
parte de la meta-narrativa de la conquista y del desarrollo de la "época hispánica".
En este campo discursivo, la memoria del Inca frente a la de los conquistadores se
volvió irrelevante y el recuerdo de estos últimos copó toda la escena. Una prueba
de esto ocurrió el 28 de Agosto cuando el Congreso Nacional decretó que se debía
"perpetuar" el aniversario mediante la erección de una estatua al Mariscal Diego
de Almagro, al mismo tiempo que declaró fiesta cívica nacional a la fecha.17 ¿Por
qué se silenció la memoria de Atahualpa en el marco de la conmemoración de la
fundación de Quito? El tema de la celebración implicaba de forma inobjetable la
presencia de dos grupos de actores históricos: los indios y los conquistadores. ¿Có-
mo aparecieron representados unos y otros en las ceremonias de la conmemora-
ción? A responder este interrogante dedico los siguientes párrafos.
Una mirada a las ediciones extraordinarias que el principal periódico de la
ciudad, El Comercio, dedicó a celebrar el 28 de agosto y el 6 de diciembre, respec-
tivamente, nos permite explorar cómo se representaron a los actores históricos de
la conquista.18 Por razones de espacio solo me detendré en el análisis de las porta-
das de ambas ediciones y en menor medida de otros contenidos interiores.19 Ob-
servo estas intervenciones de la prensa escrita como ejercicios persuasivos y nego-
ciados de construcción de la memoria pública. El periódico El Comercio fue un
agente muy significativo en la promoción de la conmemoración y contribuyó no-
tablemente a dotar de sentido el aniversario. Además, fue una tribuna de exposi-
ción de las ideas de un conjunto de actores intelectuales, políticos y sociales que se
convirtieron gracias a estas acciones en "agentes de la memoria".20
La edición del 28 de agosto desplegó los retratos de Carlos V y Felipe II, en
la mitad superior de su primera página. En medio de ellos se ubicó un titular que
anunciaba el Acuerdo del Congreso Nacional que confería a la conmemoración el
máximo estatus oficial. En él se aludía a la ciudad en términos de "Muy Noble e
Hidalga" y se exaltaba con rimbombancia los vínculos presentes y pasados con la
península ibérica: "Que a través del espacio y del tiempo, las fulguraciones del sol
21. El acuerdo legislativo fue firmado por el vicepresidente Adolfo Gómez y Santistevan y por el se-
cretario C. Puig V.
126
22. Este artículo estuvo dedicado a Roberto J. Páez, como muestra de admiración por el gran amor
que este profesaba a Quito.
127
La composición del cuadro siguió seguramente una serie de pautas con el pro-
pósito de representar la escena fundacional de manera plausible. Dejo de lado el
análisis artístico propiamente dicho y paso a considerar la representación visual co-
mo un ejercicio de imaginación histórica, dedicado a ilustrar y persuadir de algo. En
vista de que carezco de más información sobre el lienzo, su autor y, lamentablemen-
te, de cuál fue la recepción de la obra, me limito a intentar volver inteligibles las ba-
ses cognitivas y sociales del hecho histórico representado, valiéndome del análisis
de la disposición material que mantienen las imágenes en el espacio visual. ¿Qué fi-
gura u objeto está en el centro del cuadro y qué relación mantiene con los restantes
elementos? Es evidente que la composición gira en torno a la presencia del conquis-
tador (y su gesto), quien atrae la atención de todos los individuos presentes. Acom-
pañan al jinete una serie de figuras dedicadas a extender y cualificar el significado
del hecho representado. De un lado, estas figuras representan la presencia de la ley
(el notario), la religión católica y el respaldo divino (el cura), y el brazo armado (la
hueste conquistadora). De otro lado, constan las figuras indígenas guardando una
disposición que denota aceptación y sumisión ante la presencia española. De la
composición se desprende una actitud indígena de bienvenida a los castellanos.
Cualquiera que haya sido el entendimiento histórico que el pintor tuvo de la
conquista, se puede suponer que este fue constreñido por el evento de la conmemo-
ración y fundamentalmente por la visión dominante de la que precisamente se deri-
vaba. La representación visual de la fundación de Quito que hemos descrito funcio-
128
histórico intitulado "Labor indigenista del cabildo en una época histórica". Las es-
cuelas municipales, por su lado, participaron de un nutrido desfile con ofrendas
florales dirigido hacia el monumento de Fray Jodoco Ricke, un franciscano fla-
menco, con el propósito de recordar la hazaña de haber introducido el trigo en Qui-
to, por primera vez en 1535.
Según la prensa, las escuelas católicas, denominadas "escuelas particulares de
enseñanza libre", protagonizaron "el número más suntuoso" de la conmemoración.
Más de treinta establecimientos educativos, regentados por diferentes comunidades
de monjas, hermanos cristianos y otras órdenes, desfilaron en espléndidos carros
alegóricos, por las principales calles del centro de la ciudad, con dirección a la plaza
central para colocar una ofrenda floral. El Presidente de la República José María
Velasco Ibarra observaba el acto desde una tribuna especial. La audiencia que tuvo
la ceremonia fue multitudinaria. Se decía que "medio Quito" salió a las calles y la
gente se agolpó para mirar el desfile a lo largo de la mañana del 8 de diciembre.
Uno de los carros alegóricos escenificó una alegoría denominada "Abrazo de
dos razas". Según la descripción de la prensa: "De un vergel de flores emergían dos
hermosas niñas: una blanca y otra bronceada. La primera en sitio superior, al pie de
la cruz del conquistador, y la segunda casi rendida entregando su suelo y sus rique-
zas". Al pie se ubicaba un grupo de niñas en representación de "la raza vencida".23
Las alegorías que correspondían a otros carros eran muy elocuentes: "Gloria
a España", "España en Quito colonial", "El primer cabildo quiteño", "El primer
impresor". Alumnos de la Escuela "Hermano Miguel" portaban retratos del Rey de
España y los primeros corregidores. Hubo una representación acerca de "La prime-
ra escuela mercedaria" en la que figuraba el primer maestro de esta orden, Padre
Martín de Victoria, catequizando a los indios que escuchaban en cucullas. Final-
mente otra escuela escenificó la entrada de Benalcázar y su hueste, integrada por
más de doscientos individuos, que simulaban la posesión de los nuevos dominios.
El desfile fue calificado de "inolvidable" por la intensa emoción que desper-
tó. Se lo elogió como una manifestación del "espíritu cívico", producto de la "con-
cordia, orden y buena voluntad". Se puede afirmar que alrededor de un año de dis-
cusiones públicas sobre la historia de la fundación y conquista de Quito habían da-
do sus frutos. Los agentes de la memoria hispanista de Quito habían triunfado. La
entusiasta dramatización de los pasajes de la conquista, el esmero que se puso en
la preparación y realización del desfile, la encarnación de figuras históricas hispa-
nas en un espectáculo público validado por las autoridades locales y nacionales, y
el público de la ciudad, nos provee de un indicio importante acerca de cómo la co-
munidad había asimilado el mensaje de la conmemoración.
La conmemoración brindó, además, la oportunidad de reintegrar la comuni-
dad de la ciudad manteniendo sus jerarquías, estableciendo la calidad de sus miem-
bros, ratificando el orden social, consolidando simbólicamente una visión sobre los
derrotados y el lugar que la historia les asignaba. Las ceremonias cristalizaron una
memoria plagada de alegorías hispanistas y una adhesión profunda hacia esa visión
del pasado. ¿De qué política de la memoria se trataba?
CONMEMORACIÓN (Y OLVIDO) DE
UNA MEMORIA PARA LA NACIÓN
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aprovecharon la abertura política para promover sus causas políticas. Los estudian-
tes, trabajadores, mujeres, campesinos, indígenas, agricultores y otros, se reunían
durante los meses de junio a agosto de 1944. Era un período de mucha esperanza
para que se realizara un cambio profundo. Los izquierdistas creían que el 28 de ma-
yo fue el comienzo de una revolución marxista. A pesar de la fuerza que tenían, los
movimientos populares no pudieron realizar cambios fundamentales en la estruc-
tura estatal. El hecho de que las élites cooptaran la revolución frustró el intento por
ganar una voz dentro del gobierno y, como resultado, se produjo la marginalización
de los pobres de la república.
advirtió, después, que la idea de que la mujer jugara un papel en la política era tan
incomprensible para las élites que no había ni un baño para mujeres en el Palacio
Legislativo, solo habían baños para hombres. "Jamás se han imaginado que una
mujer podía irse al parlamento, (observó después) que una mujer podría estar allí
discutiendo como señores".2 Las restricciones de alfabetización excluyeron a la
mayoría de los indígenas, campesinos, y trabajadores pobres de la ciudadanía de
las campañas electorales o de ejercer cualquier papel en el congreso nacional. Una
pequeña pero creciente clase media trajo a más personas al electorado dispuestas a
articular estas preocupaciones, pero las élites continuaron excluyendo a las masas
indígenas, trabajadores, y mujeres del discurso político.
Los debates en la asamblea empezaron con un tono de consenso. El diputado
independiente Carlos Zambrano precisó que la revolución de mayo pertenecía al
pueblo ecuatoriano y no a la izquierda ni a la derecha. Aún con la conciencia de que
la gente había participado en la Revolución de Mayo para llamar la atención sobre
los problemas de la pobreza extrema y la miseria, y no para escribir constituciones,
los diputados de la izquierda declararon su dedicación a la unidad nacional y a la ar-
monía, y prometieron no usar el congreso para promover una revolución social. Re-
presentando a los trabajadores, el diputado Pedro Saad declaró que los comunistas
"no quieren hacer la revolución de la extrema izquierda, como se dice por la calle".3
Tratando de calmar los informes del periódico El Día que decían que la asamblea
planeaba pasar leyes que dividirían los terrenos grandes, el diputado socialista Da-
vid Altamirano de Chimborazo precisó que no había por qué preocuparse puesto
que no tenían la intención de promulgar ninguna ley de reforma agraria.4 Agustín
Vera Loor, un diputado de la provincia costera de Manabí, observó que a los comu-
nistas les interesaba más una transformación política y judicial que beneficiara al
pueblo en general que una revolución de ideas.5 Desde el principio se veía que el
deseo de la izquierda de no enajenar a sus colegas conservadores de la ADE signi-
ficaría que no incorporarían a los subalternos ni a sus reclamos en la política.
EL PROBLEMA INDÍGENA
SUFRAGIO UNIVERSAL
con el argumento de que a las personas incultas les faltó el desarrollo intelectual
para entender los problemas políticos y, por lo tanto, tomarían decisiones no infor-
madas y potencialmente peligrosas en las urnas. Por ejemplo, el diputado comunis-
ta de Manabí José Santos Rodríguez reconoció que con esta política "se priva del
voto a un gran porcentaje de ecuatorianos" aunque esta población analfabeta, a pe-
sar de su falta de educación formal, "tiene una conciencia cívica y patriótica muy
elevada que le acredita suficientemente para terciar en los debates políticos". De
cualquier modo, creyó que era peligroso dar el voto a los analfabetos porque con
"la falta de organización de las clases trabajadoras y la modalidad económica feu-
dal imperante, se correría el peligro de entregar a la mayoría de la población rural
en manos del gamonal del pueblo o del cacique de aldea". Si éste no fuera el caso,
Santos Rodríguez concluyó, "seríamos partidarios del voto para todos los ecuato-
rianos sin limitación de preparación y de cultura".13 Un profundo racismo yacía de-
bajo de estas posiciones. Los requisitos de alfabetización se volvieron simplemen-
te un mecanismo para prevenir que las masas subalternas no llegaran al poder.
Se pronunciaron argumentos similares para negar a las mujeres el derecho del
sufragio. En 1929, Ecuador se convirtió en el primer país en América Latina en con-
ceder el derecho al voto a las mujeres. Lejos de considerarse un derecho firmemente
establecido en 1944, los diputados debatieron si las mujeres debían ser mencionadas
explícitamente en la Constitución. Unos mantenían que "los hombres" era un térmi-
no general que abarca a todas las personas.14 Por esta norma, las mujeres de los indí-
genas tenían el derecho de votar en el siglo diecinueve, pero esto simplemente llama
la atención a la realidad de que la tradición liberal que teóricamente veía a todos los
ecuatorianos como iguales ante la ley, en la práctica consideraba a los hombres blan-
cos con más prerrogativas que los demás. En 1924 Matilde Hidalgo, una médica de
Quito, defendió que la Constitución de 1906 no excluía explícitamente a las mujeres
de los derechos de ciudadanía y que ellas debían poder votar (Estrada, 1985: 95). Al
final, la Constitución de 1945 les permitió a las mujeres que votaran porque, como
observó Santos Rodríguez, "las corrientes modernas de derecho nos han demostrado
que no hay ninguna razón para establecer diferencias entre unos y otros en el campo
de la vida constitucional" (ibíd:. 3). La participación de la mujer no tenía un impac-
to electoral tan significativo como algunas personas habían esperado o habían temi-
do, y era quizás este fracaso de la franqueza como una herramienta eficaz para hacer
cambios políticos que les permitió a las mujeres retener el derecho.
Los diputados presentaron, también, la idea de limitar los derechos del sufra-
gio en maneras que no se habían intentado antes. Algunos de los debates más largos
se produjeron en torno a la propuesta de Eduardo Ludeña, diputado socialista de Lo-
ja, quien propuso la exclusión de los religiosos y personal militar del derecho al vo-
to. Por ejemplo, Gustavo Buendía, representativo socialista, reflejando sentimientos
liberales anti-clericales, defendió la idea de que el clero y los soldados funcionaban
dentro de una orden disciplinada y estructurada, por lo tanto ellos no podían ejercer
su voluntad libre al votar y por eso se les debía negar el derecho. Miguel Ángel Agui-
rre, diputado socialista de Loja, puntualizó que tales restricciones minaban la idea de
sufragio universal. Guillermo Bustamante, representante funcional para la agricultu-
ra, sostuvo que las acciones de los soldados en la Revolución de Mayo revelaron la
habilidad de aquellos para funcionar independientemente y, por consiguiente, se les
debe confiar el voto. Abogando por una interpretación más amplia del derecho al su-
fragio, el comunista José María Roura mantenía que debía permitírseles a los sacer-
dotes y a los soldados, y que la asamblea necesitaba poner restricciones en la envol-
tura política de las instituciones religiosas y militares. El coronel Carlos Pinto, repre-
sentante funcional para el Ejército, discrepó, sosteniendo que la corrupción en los es-
calones superiores del ejército hacía peligroso darles el voto a los soldados, porque
su independencia sería difícil o imposible de asegurar. Finalmente, se decidió no po-
ner ninguna restricción ni al clero ni al personal militar, aunque se retuvieron las res-
tricciones de alfabetización.15 Estos debates indican la falta de poder político de los
subalternos en la asamblea, y cuánto poder e influencia ejercían las élites tradiciona-
les en el discurso constitucional. El fracaso de la asamblea por llevar a cabo el sufra-
gio universal era, quizás, uno de sus fracasos más grandes.
REACCIONES
Al derrocar el gobierno de Carlos Arroyo del Río, según Velasco Ibarra, to-
dos los ecuatorianos, "el rojo con el conservador; el fraile con el soldado; la mujer
y el hombre; el universitario y el obrero" se unieron momentáneamente para hacer
La Gloriosa de mayo (Araujo, 1946: 309). Pero fue imposible solidificar estas
fuerzas diversas en un frente común para transformar el país luego del derroca-
miento. Muchos de los logros claros de la "Revolución" de mayo fueron limitados,
y la revolución no produjo cambios profundos permanentes. No redefinió la ciuda-
danía para incluir a los indígenas, los campesinos, ni los trabajadores pobres. Aun-
que los indígenas y mujeres habían jugado papeles importantes en el derrocamien-
to de la dictadura de Arroyo de Río, después de la Revolución de Mayo fueron
15. Actas de la Asamblea Constituyente de 1944, 5 septiembre 1944: t. 2,417 f; El Comercio, 6 sep-
tiembre 1944, p. 3; 8 septiembre 1944, p. 3,11; 18 octubre 1944, p. 3; 27 octubre 1944: p. 5.
144
16. Ver los coméntanos del comunista Gustavo Becerra en Actas de la Asamblea Nacional Constituyen-
te de 1944, 23 septiembre 23,1944, L 3, p. 511.
17. Citado en Gerassi (1965: 143).
145
María Roura. Por toda la Sierra las comunidades indígenas se manifestaron por un
aumento de sueldo y derecho a la tierra. La Revolución de Mayo había aumentado
sus esperanzas por una vida mejor. En Chimborazo, ia policía mató a una persona y
hirió a otros al tratar de arrestar a Feliciano Pilamunga, a quien le acusaron de diri-
gir un levantamiento indígena. El gobierno mandó dos unidades del ejército, trece
tanques y dos aviones de guerra a Cayambe bajo el pretexto de aplastar el supuesto
levantamiento indígena.18 Revelándose lo que realmente era, Velasco Ibarra se alió
con los ricos terratenientes y echó la culpa por los levantamientos a agitadores de
afuera, también dijo a los indios que dejaran de causar problemas y que regresaran
a trabajar. Parecía que La Gloriosa no había resuelto los problemas del país.
Dentro de dos años la mayoría de los socialistas y comunistas se habían ale-
jado del gobierno, mientras que Velasco Ibarra daba la espalda a sus anteriores par-
tidarios, reprimió al movimiento obrero, empezó a perseguir a los "bolcheviques"
y "terroristas" y, por primera vez en la historia del país, hizo que el partido comu-
nista se volviera clandestino. Cerró el periódico socialista La Tierra, el cual enca-
bezó la oposición al nuevo gobierno dictatorial y mandó a sus editores y trabaja-
dores al penal García Moreno en Quito. Velasco Ibarra empezó a construir otra cár-
cel en la Isla Isabela del archipiélago Galápagos, lejos de la Costa de Ecuador, donde
exilió a sus enemigos políticos más feroces. A pesar de su retórica populista, Ve-
lasco Ibarra quedó clara y deliberadamente aliado con la oligarquía conservadora.
Sus reformas nunca alteraron las relaciones políticas y económicas del Ecuador.
El 30 de marzo de 1946 Velasco Ibarra disolvió la Asamblea Constituyente,
que se había elegido en julio de 1944, manteniéndose en el poder hasta agosto de
1946; se declaró dictador, deshizo la Constitución progresista de 1945, la que ape-
nas llevaba un año de promulgada, y reinstaló la Constitución de 1906. Esto repre-
sentó un rompimiento definitivo entre el gobierno de Velasco Ibarra y las fuerzas iz-
quierdistas. En agosto de 1946 Velasco Ibarra formó una nueva Asamblea Constitu-
cional para que escribiera una nueva carta magna más conveniente a sus intereses.
Los izquierdistas se negaron a participar, prefiriendo adherirse a la Constitución que
se había implementado el año pasado. El resultado fue que los conservadores tenían
mayor influencia en escribir el documento que gobernaría al país durante los próxi-
mos veinte años. Los críticos de la nueva Constitución la denunciaron porque re-
nunciaba los avances democráticos que había incorporado la Constitución de 1945
(Bossano, 1975: 181). Esta nueva Constitución dio una base para la continuación
del latifundio como el modo principal de producción agraria. La representación fun-
cional limitada de la cual habían aprovechado los indígenas y campesinos en las
constituciones de 1929 y 1945 no aparecía en esta Carta Magna, aunque los ricos
agricultores y vendedores mantenían su representación. Tampoco reconoció la im-
18. El Comercio, 13 de enero de 1945, p. 1; 17 de enero de 1945, p. 10; 30 de enero de 1945, pp. 1,2;
Vega Ugalde (s.f.: 117); Cueva (1982); Muñoz (s.f.: 86-88).
146
CONCLUSIÓN
José Mana Velasco Ibarra manifestaba que "Ecuador es un país muy difícil
de gobernar" (Blanksten, 1951: VI). Muchas veces la república ha experimentado
gobiernos muy inestables y frecuentes cambios de gobierno. Solo hay tres ejem-
plos en su larga historia (1912-1924,1948-1960 y 1979-1996) en que el país ha pa-
sado por una serie de transiciones gubernamentales pacíficas, legales y constitucio-
nales. En los años cincuenta, el cambio de uno de los países latinoamericanos más
inestables a uno de los sistemas más estables hizo que muchos observadores polí-
ticos concluyeran que el país por fin "había llegado a un nivel político 'maduro'"
147
(Fitch, 1997: 150). Sin embargo, los dos períodos de gobierno militar en los años
sesenta y setenta y los sucesos de la historia reciente han puesto en duda esta in-
terpretación. La economía de exportación de los años cuarenta, particularmente
con la demanda creciente por el banano (igual que con la producción de cacao al
principio del siglo XX), condujo a una reducción de las tensiones entre las élites.
En este ambiente político más relajado las élites no necesitaban competir por el po-
der político. Esto es lo que causó la estabilidad política (Cueva, 1982: 41-45).
La importancia de las reformas estructurales fundamentales se hizo más evi-
dente y urgente durante tiempos de crisis económica. Cuando empeoraba la situa-
ción económica las élites presionaban más, la participación política y económica
se hacía más excluyente y volvía la inestabilidad. Las divisiones entre las élites
crearon más fragmentación política. Esto ocurría tanto en la economía (había com-
petencia tanto entre los varios productos de exportación como entre un mercado de
exportación y un mercado interno) como al nivel regional (también había compe-
tencia entre la Costa y la Sierra, y entre el norte y el sur de estas regiones). Ade-
más, una falta de respeto hacia las instituciones democráticas por parte de muchos
políticos causó que no se respetaran los procedimientos constitucionales ni las es-
tructuras estatales. Aunque las reformas constitucionales abrieron el proceso polí-
tico, la política electoral continuó siendo un asunto mayormente minorista y elitis-
ta. Las masas podían hacer sentir su presencia política solo por vía de acciones di-
rectas como marchas, huelgas, u otras acciones extra-constitucionales. La inestabi-
lidad política no es un componente inherente de la cultura ecuatoriana sino que es
una característica artificialmente creada por una élite pequeña determinada a go-
bernar el país según sus propios intereses, excluyendo al resto de los habitantes. La
inestabilidad era un resultado de este fracaso por modificar las estructuras estata-
les para permitir la participación de todos los habitantes del país.
Se pueden aprender varias lecciones de los repetidos fracasos de los movi-
mientos populares deseosos de aprovechar los levantamientos sociales, como los
que se produjeron durante la revolución de mayo de 1944. En primer lugar, en vez
de consolidar su poder, los movimientos populares se aliaron con populistas quie-
nes, luego, traicionaron sus intereses. El intelectual socialista Manuel Agustín
Aguirre echó la culpa a las estrategias izquierdistas, incluso la estrategia del Frente
Popular. Se preguntaba si ayudaría más a la república ecuatoriana, una revolución
burguesa o una proletaria; Concluyó que tratar de construir frentes populares con
los burgueses impediría una revolución democrática. Durante los sucesos de
mayo de 1944 "la burguesía demostró, una vez más, su carácter contrarrevolucio-
nario y su incapacidad para llevar adelante ninguna tarea revolucionaria democrá-
tico burguesa, dados sus vínculos con los terratenientes y el capital imperialista".
Solo una revolución proletaria, según Aguirre, podía lograr los cambios revolucio-
narios necesarios (Aguirre, 1985: 116; s.f.: 234). Años después, Rene Maugé, en
calidad de Secretario General del Partido Comunista, lamentó el error estratégico
148
de dejar que Velasco Ibarra cooptara las masas después de la revolución de mayo
(Maugé, 1987: 232). Hasta los observadores extranjeros observaron que después
de luchar tan ferozmente fue un gran error, por parte de la izquierda, confiar en un
líder populista como Velasco Ibarra (Blanksten, 1951: 69).
Repetidas veces, trabajadores y otros subalternos han puesto sus esperanzas
políticas en manos de líderes populistas oportunistas que han manipulado la clase
popular para ganar poder, pero una vez en el gobierno han llevado a cabo políticas
que van directamente en contra de sus intereses económicos. La izquierda no apo-
yó a Velasco Ibarra con interés ni respeto para las instituciones democráticas, sino
que lo utilizó como una herramienta oportuna para liberar el país del gobierno libe-
ral oligárquico (De la Torre, 2000: 76). Esta parece ser una lección que todavía las
organizaciones populares no han podido aprender. En los años noventa, los miem-
bros de los movimientos populares continuaron poniendo sus esperanzas y aspira-
ciones en las manos de los líderes populistas como Abdalá Bucaram, que una vez
en el poder se volvió inmediatamente en contra de los intereses de sus partidarios.
Aunque los indígenas, mujeres, trabajadores y otros que participaron en la
coalición que derrocó a Arroyo del Río tenían sus propias organizaciones y podían
articular sus propias demandas, sin los derechos de ciudadanía no podían usar las
vías políticas formales para luchar por los cambios legales y estructurales como,
por ejemplo, incrementar el salario mínimo y promulgar un programa de reforma
agraria. Se enfrentaron a lo que O'Donnell había definido como una "ciudadanía
de baja-intensidad" donde hay un hueco notable entre el principio liberal de igual-
dad y la práctica de exclusión política (O'Donnel, 1993: 1361). Era una forma de
democracia "poliárquica" en que un pequeño grupo de élites manipula el proceso
con el propósito de mantener su control sobre el sistema (Robinson, 1996). Este
contexto político causó una situación de democracia parcial que continuó exclu-
yendo a la mayoría de la gente de sus derechos de ciudadanía. La ciudadanía ha si-
do históricamente muy exclusiva en Ecuador, y las aperturas políticas solo han ve-
nido como resultado de feroces luchas populares. Las presiones populares han obli-
gado a las organizaciones populares a poner en acción su retórica para amplificar
definiciones de democracia y derechos de ciudadanía. Hasta que los movimientos
populares encuentren una manera de lograr esta meta, su visión de los cambios so-
ciales no se podrá realizar.
Históricamente el Ecuador ha tenido movimientos populares bien fuertes y
organizados. Sin embargo, estos movimientos no han podido recobrar los recursos
necesarios para efectuar los cambios fundamentales en las estructuras del Estado.
Las organizaciones populares necesitan movilizar sus recursos comunales para for-
zar una expansión de los conceptos de la democracia y la ciudadanía para que una
sociedad más justa e igualitaria pueda surgir. Lograr la unidad necesaria para mo-
vilizar todos los recursos necesarios para comprender estos cambios era un aspec-
to significativo para el movimiento popular en 1944 y continúa siéndolo hoy en
149
día. Solo mediante la construcción de alianzas exitosas con los sectores de la so-
ciedad profunda y verdaderamente comprometidos en el proyecto de incluir a las
masas subalternas, en el acceso a los recursos básicos, se podrán promover los
cambios políticos y económicos necesarios para que los movimientos populares lo-
gren sus metas.
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¿Identidades post-clasistas? La
protesta indígena de fin de siglo
P. ¿Cómo se definirían como indígenas? ¿Qué cosa es ser indio aquí? ¿Indio es ser
comunero, el que vive en el páramo?
R. Nosotros aquí, la gente, aquí, los que vivimos en el campo nos hacemos valer,
asimismo nosotros sabemos nuestras costumbres, así como los mishus [mestizos] can-
tamos, comemos, caminamos, trabajamos así. Asimismo, también vivimos los hom-
bres, sufrimos y olvidamos, pero nosotros vivimos solidariamente, más unidos que
otros. Y a nuestros hijos tratamos de superarlos, haciendo los modos posibles, noso-
tros los padres y las madres, superando sufrimientos. Hacemos que los niños vivan
mejor, como gente. Vemos nuestra cultura quichua, vemos por nuestro propio vesti-
do, así nosotros nos ponemos nuestro poncho, tratando de no hacer perder nuestra tra-
dición. Pero nosotros tratamos de superarnos cada vez más. Y así cuando nos ve la
gente, los mishus piensan entre sí: 'a esos hombres no, no hay que darles educación,
no debemos darles salud, ellos no deben estar junto con nosotros, no deben superarse
dicen, si no nos van a tumbar, dicen; y nos deben silenciar'. Nosotros como gente, co-
mo habitantes del páramo, nosotros sobrevivimos luchando hasta ahora. Y así a sus
grandes oficinas llegamos aunque ellos no quieran (subrayado nuestro).
4. Según Bourdieu, "todo conocimiento del mundo social, es un acto de construcción que elabora
unos esquemas de pensamiento y de expresión, y que entre las condiciones de existencia y las
prácticas o las representaciones se interpone la actividad estructurante de los agentes que, lejos de
reaccionar mecánicamente a unos estímulos mecánicos, responden a los llamamientos o a las ame-
nazas de un mundo cuyo sentido ellos mismos han contribuido a crear" (Bourdieu, 2000: 478).
155
¿Por qué tumbar al presidente de la República? ¿Al Jamil Mahuad? Porque, no se,
no manejaba bien, él como rico, él como es millonario solo entre los ricos quería ha-
cer más apoyo, ellos querían salir más grandes, más altos. Mejor a nosotros pobres
como indígenas, [decían]: 'como viven ellos en el campo, en [el] páramo, ellos que
estense nomás viviendo en campo, en [el] páramo, como un perrito, como un gato,
que estese nomás por ahí metido, a los indígenas no pasemos ni educación, ni salud,
nada, ellos que sigan trabajando como antes, que siga nomás trabajando, cultivando'.
Los productos de nosotros, de trabajo de nosotros no hace valorar, hasta el momento
totalmente está en el suelo, pero los mercados de ellos, los empresarios de ellos como
están haciendo subir día, noche, por eso hemos organizado, por eso [nos] hemos sen-
tado a dialogar, a conversar entre nosotros.
Eso nosotros no queremos que [nos] pase [con] otros banqueros que quieren com-
prar. Nosotros no queremos ¿por qué? Nosotros de donde vamos a pagar, hasta lo que
nosotros utilizamos, claro que estamos pagando poco. Hasta año que van a venir más,
cuanto nos costará, no se qué hará con nuestros hijos, nuestras familias, como vivirán,
hasta el momento nosotros hemos avanzado a sacar [la] luz, por eso nosotros no que-
remos que [se] venda, que [se] privatice. Que siga manteniendo el gobierno mismo, a
todo el pueblo ecuatoriano, no solo al indio, a todos, la luz no es solo para [los] indí-
genas. Eso quiere hacer entre los ricos, pero nuestros guaguas, los que van a venir có-
mo vivirán, de dónde van a sacar la plata, por eso es que nosotros estamos luchando,
por eso es lo que nosotros estamos organizando. ¿Cómo hacemos, cómo dejamos?
rirnos a las alianzas políticas, aquí recogeremos más bien un concepto de Marc Bec-
ker: una alianza interétnica, y añado en pro de la ciudadanía social).
Segundo, este interlocutor construye su utopía en la antípoda: ricos (banque-
ros) - pobres (indígenas, pueblo ecuatoriano). Se trata de una clara alusión a pola-
ridades de orden social y de clase. En este caso, la demanda de derechos sociales
puede ser vista como un referente de clase, y en ella se expresa la reacción a los
impactos de las políticas económicas neoliberales, estando también latente el pa-
pel del Estado en el tema de la redistribución de la riqueza, en la garantía de con-
diciones para la producción agrícola y pecuaria. Sugiero también que aquí subya-
ce también una respuesta a la presión ejercida por la "descampesinización", en el
cese del proceso de reforma agraria, a partir del año 94, debiendo los campesinos,
que siguen siendo tales en función de su referente geográfico de origen, involucrar-
se en lógicas urbanas de sobrevivencia, tales como el servicio doméstico, la alba-
ñilería, el comercio informal y aun la indigencia.
Tal fusión, sobre todo en el levantamiento del 2001, se coronó con la procla-
ma universalista "Nada solo para los indios", lo que produjo una amplia interpela-
ción a diversos sectores "étnicos" y "pobres" cobijados bajo una demanda de ciu-
dadanía social. Recordemos, en ese sentido, el significativo respaldo de la población
de Quito a los indígenas acampados en la Universidad Politécnica Salesiana. En la
agenda de los 21 puntos planteada al gobierno de Noboa, como recordamos, se con-
sideraba, entre otras demandas, la no revisión de las tarifas de transporte y de los
precios del cilindro de gas y los combustibles, al igual que la reestructuración y ca-
pitalización del Banco Nacional de Fomento para facilitar los créditos al sector agrí-
cola, el impulso a los mecanismos jurídicos para la recuperación por vía coactiva de
los recursos entregados a la banca, el incremento de financiamientos a los organis-
mos indígenas (Consejo Nacional de Desarrollo de los Pueblos del Ecuador, CO-
DENPE, Dirección Nacional de Educación Intercultural Bilingüe, DEVEIB, etc.), la
búsqueda de consensos para la reforma a la Seguridad Social y el pago de la deuda
al Seguro Social Campesino. (Véase Acosta, et al, 2001: 203-205). Quizá es difícil
encontrar una expresividad mayor de la confluencia de las vertientes étnico-cultu-
ral, clasista (en un sentido amplio de lo "campesino") y multiclasista-popular.
Tercero. Es verosímil pensar que el entorno geográfico-cultural local en el
que se mueve cotidianamente J.L. dificulta la exacerbación de la narrativa identi-
taria, pues al abrigo que brinda la comunidad, se atenúan los efectos de las relacio-
nes conflictivas que se establecen con los mestizos.
SOBREVIVIENDO
blecer contrastes con el modelo explorado en la sección anterior y ver con más cla-
ridad cómo las autoadscripciones y las evaluaciones del otro dependen de una geo-
grafía del sentido.
Nuestro ya conocido MM, dirigente de Tigua y del movimiento provincial de
indígenas cotopaxenses, es un hombre de cuarenta años y, decíamos, reside a me-
dio tiempo en Quito. Al sostener el diálogo, él fue menos ambiguo respecto a los
mestizos, y en su relato sobresale el tema de la gestión de financiamientos para el
desarrollo por sobre las "referencias de clase". Este interlocutor presenta a los in-
dígenas como ejecutivos y "poco teóricos" (el término "teórico" aquí tendría una
connotación negativa), mientras que, según el interlocutor, los nüshus, los mesti-
zos, serían propensos a no hacer nada, a la lentitud. Además, como rasgo cultural,
los indígenas serían favorecidos por la sensibilidad, pues "los indígenas somos dé-
biles con nuestros animales, no somos (...) como los mestizos, que matan venden
y no sienten nada".
Es notable también que MM deja en suspenso la barrera de la confrontación
entre pobres y ricos. Y aun cuando, de todas maneras se apuesta a liderar lo que he-
mos denominado una coalición interétnica "con tanto negro, tanto mestizo pobre",
(...) a los ricos no hay que entrar a atacar porque estos tienen poder, entonces lla-
mar a un diálogo y decir oye, tienes un poco más, rebájate un poco, pues, no cojas,
acá necesita o ponga para tal o cual obra. Eso hay que poner a entender, no le topa-
mos a usted, usted es multimillonario, pero no le podemos dar tantos tanques de gas
que regala el gobierno, sí te voy a dar pero no te voy a dar todo, rebaje un cincuenta
por ciento. Entonces todas esas cosas hay como rectificar, conversar. Yo que sé, con
un comandante o general, vea queremos hacer esto, conversemos, no para mí; aquí
hay un canal riego de cincuenta kilómetros, pero que va a beneficiar a doscientos mil
ciudadanos o poblaciones; queremos disminuir esto, mándenos un trabajo concreto.
Si es que el indígena va contra los grupos (...) no serviría de nada.
gresar a las instalaciones de la Municipalidad de Quito, pues no era raro que los
guardias le impidiesen la entrada, al reparar en su circunstancia étnico-social. Se
torna, entonces, comprensible la disposición de MM a la negociación-regateo, des-
de la perspectiva de unas metas pragmáticas de consecución de fondos para el de-
sarrollo y procurar ciertos ingresos para el sostenimiento de la familia.
Por otra parte, considero que también el análisis de este testimonio deja in-
subsistente la oposición entre "movilización por lo expresivo-identitario" y "movi-
lización instrumentalista de clase", pues, junto a la autoadscripción étnica, está cla-
ro un sentido instrumentalista, aunque más bien cercano al modelo de negociación,
de escamoteo y resistencia estudiado por James Scott. En su obra Los dominados
y el arte de la resistencia, este autor menciona toda una gama de prácticas de los
sectores subordinados en la perspectiva de lograr, por así decirlo, una redistribu-
ción de la justicia sin mayor dispendio de energía política (ver Scott, 2003). En este
sentido, los recursos de MM frente a "los ricos" son minimalistas y se afincan en
la extensión de las lógicas del regateo doméstico y cotidiano a la esfera de la
política. La eficacia político-estatal de tales estrategias es un tema muy interesan-
te y polémico que merece ser analizado e incluido en las agendas de investigación,
aunque por su complejidad no lo podamos profundizar en este ensayo. Sin embar-
go, me adelanto con la inquietud sobre si la lógica de negociación presentada ¿es
eficaz para la construcción de la ciudadanía social y política?
En otro trabajo, analizábamos las restricciones de la extensión de las lógicas
cotidianas al ámbito de la esfera pública. Decíamos que tal procedimiento conlleva
el riesgo de confundir las relaciones de orden impersonal con las relaciones de
amistad y de parentesco, que en tales situaciones el acceso a cierto bienestar y a
servicios sociales tales como salud, educación, vivienda, es tomado como dona-
ción de un superior benefactor a un inferior. La noción de "derechos", en tales cir-
cunstancias, se desvanece, junto con la de ciudadanía; por otro lado, el mandatario
se transforma en protector y benefactor. Evidentemente, es en la suplantación de
las nociones de "derecho" y "mandato" por las categorías domésticas y del paren-
tesco, en la sustitución de la polis por el oikos, lo que permite evitar el dispendio
de la energía política. Y es justamente en esta alegorización de la ciudadanía don-
de tiene el populismo su caldo de cultivo (León, 2006). En el caso que nos encon-
tramos estudiando, en las apuestas de negociación que menciona MM, también se
suprimen las instancias públicas y, con ellas, las posibilidades reales de redistribu-
ción de la riqueza social; con lo que se fomentan nuevas posibilidades para el po-
pulismo, esta vez, de lo que se ha denominado "etnopopulismo", es decir, las tra-
tativas de los sectores subalternos con quienes pretenden erigirse en nuevos patro-
nes, ahora políticos. Entonces, otra vez; quedarían en el baúl de las utopías las bús-
quedas de construcción de una nueva ciudadanía, de una autoestima étnica plena,
de una instancia abstracta y pública que garantice el acceso y el cumplimiento de
los derechos económicos, sociales, políticos y culturales.
159
5 Es válido mencionar que J.L. se pronunció también por la necesidad de "hacer política", lo
que significaría, de acuerdo a lo que pude entender, mantener tratativas con partidos de diferente
signo, es decir, lo que se ha denominado "etnopopulismo".
160
SINTETIZANDO
Los procesos de formación de las identidades han sido analizados aquí, co-
mo decíamos, a través de una perspectiva de "formación", de una oscilación y dia-
léctica entre la "etnicidad" y la "clase", a través de "posicionalidades" del sujeto,
de las "geografías del sentido" y las interacciones con los "otros". Queda, enton-
ces, claro que al hablar de "etnia" o de "clase" no se trata de entidades rígidas, con
fronteras delimitadas y reificadas en ciertos grupos sociales, sino de una relación,
en este caso, de sentidos políticos entre alteridades.
A continuación se hará el intento de esclarecer los mecanismos de la articu-
lación recíproca entre estas dos formas de experiencia social (Es menester anotar
que, además de las mencionadas modalidades de la experiencia social, existen
otras, como las de "actores del desarrollo", pero su análisis in extenso rebasa los
propósitos del presente trabajo).
164
AJUSTANDO CUENTAS
7. El revoltoso estudiante de los 60 y 70 pasa a ser suplantado por el "joven", imagen que podría
también compactar la idea de joven y exitoso emprendedor o del yuppie al servicio del orden. La
imagen del sindicalista en cambio no es sustituida por ningún icono alternativo, y su interdicción
se basa en la perenne degradación, unas veces con verdades sobre la burocracia sindical y las más
de las veces con la hiperbolización de las maldades de esta burocracia.
166
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La nación movilizada: la experiencia
aymara-quechua boliviana
en la "guerra del gas" de 2003
INTRODUCCIÓN
ANTECEDENTES GENERALES
Breve contextualización
la Constitución Política del Estado. Mediante la Ley No. 2631 del 20 de febrero de 2004, se refor-
mó la Constitución Política, donde se contempla, entre otras cosas, la realización del Referéndum
y la Asamblea Constituyente.
3. Según el último Censo de Población y Vivienda en 2001 (INE, 2003b: 27), Bolivia cuenta con
8.274.325 habitantes. La población indígena asciende a 4.133.138 personas, de las cuales
1.857.342 residen en el área urbana (44,94%) y 2.275.796 en el área rural (55,06%). El 62% de la
población se autoidentifica como indígena; entre ellos, el 30,71% es hablante de quechua. Los Ay-
marás suman el 25,23%; los Chiquitanos el 2,22%; los Guaranís el 1,55%; los Mójenos el 0,85%,
y otros hablantes de idiomas de la Amazonia, oriente y chaqueña (se incluye a los Unís del alti-
plano), suman el 1,49% (INE, 2003a: 158).
171
En las calles, en las sedes sindicales o mercados vecinales de los barrios po-
pulares de la ciudad de La Paz, los adultos y los jóvenes estuvieron en permanen-
te diálogo. La gente mayor contaba los sucesos ocurridos en la revolución de 1952
y la época de la Unidad Democrática y Popular, conocida como la UDP {1983-
1985)4. Entre los temas de mayor conversación estuvieron las muertes,5 la escasez
de alimentos,6 la persecución a los líderes políticos de izquierda y la presencia de
militares golpistas.
En fin, en estas reuniones abiertas o cabildeos espontáneos, el aprendizaje
fue el de testimoniar el pasado histórico-político mediante el diálogo de las gene-
raciones. La juventud, que casi siempre es reacia a escuchar a los viejos y más aún
si ellos hablan de sus logros o fracasos históricos, ahora estaba más atenta y re-
ceptiva que nunca. Hasta los más incrédulos trataban de entender qué era lo que
estaba sucediendo y cómo las experiencias pasadas podían ayudar en la coyuntura
presente.
Era muy gratificante escuchar a los jóvenes y a la gente mayor que, además,
dialogaban sobre temas como la dignidad nacional o la necesidad de que los go-
bernantes siempre escuchen al pueblo; incluso se discutía la posibilidad de una re-
belión armada generalizada. Esto último tema no era conversación exclusiva de los
varones, sino también de las mujeres. Por ejemplo, algunas vendedoras de los mer-
cados decían "hay que sacarle al gringo,7 que nos den armas".
Entre el 11 y el 17 de octubre, día tras día, incluso se puede decir que hora
tras hora, en los barrios populares con fuerte población indígena urbana, obrera y
popular, suceden una serie de cambios al fragor de la resistencia diaria.
Una de estas transformaciones se da al interior de las "juntas de vecinos",8
organización vecinal que representa a los pobladores de las villas. Antes de la re-
belión de octubre, existía -y aún existe- cierta peculiaridad en las organizaciones
barriales. Por un lado, el "quemeimportismo" de los vecinos; y, por otro, la repre-
sentación permanente de unos cuantos vecinos. Generalmente estos dirigentes son
de la tercera edad o jubilados, que han cumplido con la vida laboral activa.
Estas particularidades hacían que muchas de estas personas, llamadas a ve-
ces como "gente con tiempo", asumieran la condición de ser dirigentes barriales.
A raíz de la promulgación de la Ley de Participación Popular de 1994, el panora-
ma arriba descrito se matiza. Ser dirigente vecinal se torna más atractivo, princi-
palmente porque posibilita el acceso a recursos económicos, mediante la copartici-
pación tributaria de los distritos o subalcaldías urbanas.
Esta peculiaridad ha hecho que los "viejitos" tengan casi un control total en
la representación vecinal y tengan, también, la "libertad" para actuar, en muchos
casos, con intereses ajenos a los del barrio. Pese al matiz participativo de la últi-
ma década, muchos dirigentes vecinales han continuado desarrollando ese rol
mediador de los partidos políticos, en funciones del gobierno nacional y/o muni-
cipal. La finalidad no siempre fue la de buscar el desarrollo de los barrios, sino
la de beneficiarse personalmente con los recursos económicos vecinales, a través
de manejos dolosos.
En los días de la rebelión indígena y popular de octubre, esta forma preben-
dal de hacer dirigencia barrial comenzó a resquebrajarse a través del cuestiona-
miento a sus principales dirigentes. Muchos de estos representantes "viejos y
mañudos" -como se los calificó- fueron desconocidos al calor de las batallas
diarias.
Se justificaron estas acciones radicales por el silencio que mostraban los vie-
jos dirigentes vecinales en la lucha que se libraba en la ciudad y en el país. Los di-
rigentes vecinales comprometidos con la política del gobierno del Movimiento Na-
7. "Gringo", se emplea para referirse a Gonzalo Sánchez de Lozada por su acento parecido al nor
teamericano.
8. Aquí nos referimos a su nivel de organización local, ya que existen niveles de organización depar
tamental y nacional.
173
10. La Plaza Pérez Velasco y la Plaza San Francisco son el corazón geográfico de la ciudad de La Paz.
11. Del aymara Ch 'uñu: alimento deshidratado de la papa.
12. Frase contrapuesta de la consigna del MNR: "Sí se puede, sí se puede", que utilizaron en las elec-
ciones nacionales de 2002.
13. Se refiere a Jaime Paz Zamora del MIR, que fue uno de los aliados del gobierno del MNR y Sán-
chez de Lozada.
14. Se refiere al capitán Manfred Reyes Villa jefe del NFR, que fue otro de los aliados del gobierno
del MNR y Sánchez de Lozada.
175
vocaba más indignación y acortaba todo espacio de acercamiento posterior que im-
plicase un consenso sobre su permanencia en el poder.
15. El arribo de cientos de mineros de Huanuni la noche del 17 de octubre fue extraordinario. Desde
la ex tranca de Senkata hasta la Plaza San Francisco, la colectividad vecinal salió a las puertas de
sus casas con banderas (tricolor y wiphalas) y gritos de júbilo, para aplaudir el paso de los mine-
ros en camiones. Esta enorme gratitud y solidaridad son otras muestras más de la formación de la
conciencia nacional.
16. Warisat'a, ubicada en la provincia Omasuyos del departamento de La Paz, tiene larga tradición re-
belde. En este lugar, en los años treinta del siglo XX, se fundó y se desarrolló una de las experien-
cias interesantes sobre la educación indígena denominada escuela-av//« de Warisat'a, bajo la con-
ducción de Avelino Siñani y Elizardo Pérez.
17. Bolivia y Perú, protagonizaron con Chile la llamada guerra del Pacificó en 1879.
176
Las masivas movilizaciones de los días del conflicto de octubre nos permiten
preguntarnos ¿qué práctica política y democrática se ha desarrollado en los barrios
populares, o sobre qué base organizativa operaron los vecinos? Una primera res-
puesta se obtiene al constatar que la organización barrial funciona bajo los criterios
predominantes de la "democracia" del Thakhils andino. Algunos ejemplos son la
rotación de las villas para las marchas multitudinarias diarias hacia el centro de la
ciudad de La Paz o las vigilias que tuvieron lugar principalmente en El Alto. Esta
es una de las explicaciones que permite comprender por qué la rebelión duró once
días en El Alto y seis días en la "hoyada". La identidad étnica jugó otro papel de-
terminante al sostener estrategias de resistencia y movilización social, al hacer apa-
recer mecanismos ancestrales de relacionamiento social cuya referencia estaba en
la vida comunitaria.
En efecto, el comportamiento de los barrios urbanos respondió al estilo de las
comunidades andinas, con mucha solidaridad y prácticas de reciprocidad comunal.
Esto se observa, por ejemplo, en el hecho de que en ciertas horas de la mañana fun-
cionarán los qhatus o mercados barriales, que conjuraron cierta preocupación ciu-
dadana por el desabastecimiento de víveres. Todo esto permitió que no se llegara a
la desesperación, porque había un margen de reserva de víveres para días más ex-
tremos; y lo más interesante es que la lógica de mercado actuaba bajo los criterios
de reciprocidad y no bajo el individualismo egoísta. No se puede desconocer alguna
actitud de especulación a través de la subida de precios en algunos productos,
pero se trató, más bien, de un fenómeno circunstancial.
CONCLUSIONES
18. Remito a mi trabajo sobre el Thakhi o "camino" que ejercitan las autoridades locales en los ayllus
o comunidades andinas (Ticona, 2003).
177
mientos sociales y sus relaciones con los contenidos identitarios que perviven en
las ciudades y que actúan en estas circunstancias como operadores de resistencia y
propuesta política.
Sin embargo, no termina de cristalizarse el ascenso de los/as jóvenes en la di-
rigencia vecinal y los movimientos sociales. La pregunta es ¿por qué?, o qué fac-
tores influyen?
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"Bajo el árbol de manga". Resistencia
y justicia indígena en medio del
conflicto colombiano
Roland Anrup*
1. El Tiempo, 21 de mayo de 2004. Ver, también, la carta de ACIN a Kofi Arman publicada en el web-
site de Via Alterna.
181
puesto con más de cien policías, con los cuales la mayoría de los habitantes re-
chazan cualquier tipo de contacto, el 80 por ciento de las edificaciones han su-
frido algún tipo de daño. Como la policía depende del Ministerio de Defensa, al-
gunos de sus cuerpos están totalmente militarizados. Estos cabildos, por lo tan-
to, han demandado del Ministerio de Defensa el retiro de la fuerza pública de sus
territorios. Ante la negativa a aceptar sus demandas, los indígenas y organizacio-
nes campesinas han realizado marchas multitudinarias para hacer pública su si-
tuación y exigir soluciones de paz. Más de 65.000 indígenas acompañados por
organizaciones campesinas y afrocolombianas marcharon por la Vía Panameri-
cana hasta llegar a Cali, en la más ejemplar muestra de lo que significa una pro-
testa pacífica.2
En una Carta al presidente Uribe, presentada durante el Consejo de Seguri-
dad del Cauca celebrado en Popayán el 15 de diciembre de 2003, El Consejo Re-
gional Indígena del Cauca, CRIC, rechazó la presencia de actores armados en sus
territorios y en particular de los Batallones de Alta Montaña del Ejército, manifes-
tando que:
Paulo Emilio Latín Chate, indígena Páez, fue detenido por una patrulla de la poli-
cía el 22 de diciembre, amarrado y golpeado en la cabeza, al tiempo que se le acusaba
de ser miliciano [de las FARC] y culpable de lanzar cilindros [y que] Lusi Quitum-bo
Canas, indígena Páez de 23 años de edad, fue detenido por una unidad del ejército
cuando se dirigía hacia la vereda El Sesteadero, introducido en una casa que se en-
contraba abandonada debido a las confrontaciones del 21 de diciembre, interrogado y
ofendido verbalmente. Además se lo amenazó con un machete recalentado en el fo-
gón de leña y golpeado en la espalda con el mismo.5
Frente a este tipo de sucesos las organizaciones indígenas del Cauca insisten
en la necesidad de reforzar sus propios mecanismos de seguridad y de consolidar y
expandir las Guardias Indígenas. Los indígenas paeces citaron, en agosto de 2005,
a representantes de la III Brigada del Ejército. En "audiencia pública" el general
Hernán Pérez Molina, comandante de esa unidad militar, fue convocado para que
presente las pruebas de sus afirmaciones de que en Toribío ha existido un cogobier-
no con las FARC y que se han desviado recursos internacionales hacia esa organi-
zación insurgente. Bajaron de las montañas del Cauca unos tres mil paeces para ha-
cer denuncias en una audiencia pública, denominada "Por la verdad y la dignidad
de los pueblos". Los dirigentes paeces precisaron que en Toribío, donde ocurrió un
ataque de las FARC en abril 2005, han comenzado a circular volantes en los que se
amenaza a reconocidos líderes indígenas de la región por tener presuntamente algún
familiar en la guerrilla. Luis Acosta, coordinador general de la Guardia Indígena, pi-
dió que se investigue la procedencia de los volantes, debido a que el pueblo se ha-
lla militarizado, y señaló que miembros del Ejército y la Policía acantonados en esa
zona intentaban convencer a jóvenes de ese municipio para que se unan a grupos
paramilitares.6 Los paeces ya se habían pronunciado, a partir de las dolorosas expe-
riencias vividas en carne propia, en un documento llamado Minga en resistencia de
La Asociación de Cabildos Indígenas del Norte de Cauca (ACIN): Existe una no-
toria complicidad entre la Fuerza Pública y los grupos paramilitares, al punto que
resulta difícil diferenciar sus acciones y con el paso del tiempo han dado pruebas
inequívocas de ser una política de Estado.7
En febrero del 2004 ondeaban las banderas blancas en el resguardo indígena
de Tacueyó ubicado en la Cordillera Central, a tres kilómetros más allá del último
retén montado por el Ejército y sobre la carretera que cruza las montañas del no-
roriente del Cauca. Los paeces las habían colocado formando un gran círculo alre-
dedor del caserío El Crucero, una bifurcación de las vías hacia López y Santo Do-
mingo. Allí se aglomeraron unos 300 indígenas que dejaron sus veredas cuando lle-
gó el Ejército y comenzaron los combates con el sexto frente de las FARC. Los
paeces manifestaron que el Ejército había detenido a ocho habitantes del resguardo
señalados por un encapuchado los mismos que, según dijeron, habían aparecido
luego fotografiados con objetos que nunca les decomisaron. A pesar de la represión
los paeces se niegan a abandonar sus resguardos y siguen resistiendo con la idea
indeclinable de que abandonar sus territorios es lo mismo que morirse en vida.8
Un documento programático de ACIN dice al respecto:
Para nosotros el que nos obliguen a salir de nuestra tierra es tanto como que nos
quiten la vida, que nos quiten todo lo que es de nosotros, porque fuera de nuestra tie-
rra no nos valoran, no nos valoran como lo que somos. Abandonar nuestra tierra es
abandonar nuestra cosmovisión, es abandonar todo aquello que nos pertenece, todo lo
que hemos construido alrededor de nuestra cotidianidad, pues es muy distinta a la que
llevan las personas en la ciudad.10
Ay hermano, siento que el corazón se me sale por la boca. Usted no sabe lo que es
tener que salir corriendo para que no le maten y, después escuchar los gritos de los pe-
laditos, de mis dos hijitos a quienes me quemaron vivos sin que yo pudiera hacer na-
da. Los quemaron vivos dentro de mi camioncito. También le cortaron la cabeza a mi
mamá y a mis sobrinas las picaron en pedacitos. No les dispararon, sino que las tor-
turaron y con una motosierra las cortaron vivas, hermano.12
bierno les garantizó su seguridad y se mostró asombrada de que hubiera pasado al-
go tan grave en el lugar donde se encuentra el Ejército.13
El informe de la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos observó ya en marzo del 2004 que en las re-
giones con mayor presencia de la fuerza pública se registra al mismo tiempo, la
persistencia de los grupos paramilitares.14 Refiriéndose a la violencia paramilitar
en Colombia el ex ministro de Justicia y Relaciones Exteriores del Perú, Diego
García-Sayan en un estudio para la Comisión Andina de Juristas señala que:
La responsabilidad del Estado por acciones u omisiones de sus agentes es, en todo
esto, importante. Los asesinatos, masacres, desapariciones forzadas, torturas y otras
violaciones de los derechos fundamentales atribuidas a miembros de las fuerzas de se-
guridad, socavan el Estado de Derecho. Siendo muy grave la violencia de los grupos
subversivos y paramilitares, la arbitrariedad y el terror que ejercen funcionarios del Es-
tado para reestablecer el orden público es doblemente irregular ya que las autoridades
tienen como objetivo el respeto a la Constitución y al Estado de Derecho.15
garquías del Cauca, en contubernio con el gobierno, se han ido apoderando de las
tierras de los indígenas, para lo cual se han servido impunemente de argucias lega-
les, de connivencias notariales y del plomo de la fuerza pública".17 A principios de
septiembre de 2005,500 indígenas del resguardo Huellas, de Caloto se tomaron la
hacienda "La Emperatriz" y unos mil indígenas de las comunidades de Tacueyó,
Toribío, Jámbalo, San Fransisco y Caldono, ocuparon la hacienda "El Guayabal"
en la vía de Caloto a El Palo. Vino de inmediato la represión de la fuerza pública
con el fin de desalojarlos y se produjeron verdaderas batallas campales. Según Víc-
tor Javier Meléndez, Defensor del Pueblo del Cauca, hubo más de cien heridos, en-
tre ellos un niño con un fuerte trauma craneal.18
La Asociación de Cabildos del Norte de Cauca ya tenía claro su análisis de
las lógicas de dominación del Estado colombiano:
(...) son casi siempre infralegales, tal como ha operado en Colombia durante los
últimos 50 años en un caso particular de aplicación constitucional selectiva, por me-
dio del cual el Estado democrático faculta a sus agentes de actuar de manera fascista,
asumiendo comportamientos que se legitiman a través de la utilización recurrente del
estado de excepción. Pero cuando tal modelo se hizo insuficiente para garantizar la
dualidad de la actuación estatal, parte de éste empieza a recorrer las sinuosidades de
la guerra sucia instaurando así una excepción a la excepción para procurarse el con-
trol fascista.19
nal sesionaba basado en los derechos de autonomía y jurisdicción indígena que con-
fiere la Constitución Nacional. De hecho, la Constitución colombiana de 1991,
constantemente amenazada por el régimen uribista, consagra la jurisdicción espe-
cial indígena. El artículo 246 dispone que "las autoridades de los pueblos indígenas
podrán ejercer funciones jurisdiccionales" (Castro Blanco, 2004: 81-90). La Corte
Constitucional ha reiterado en varias sentencias que se trata de una potestad, de una
atribución que la Constitución otorga a las autoridades indígenas (Sánchez Botero,
2002). Sin embargo, la ley estatal establecerá las formas de coordinación de esta ju-
risdicción especial con el sistema judicial nacional (Bonilla Maldonado, 2006: 148-
226). Pero las aspiraciones indígenas de los nasa o paez van más allá:
Nosotros le llamamos Derecho Mayor y Ley de Origen, porque está ahí desde an-
tes del Estado. El derecho propio no es solo Ley para adentro, sino que es un derecho
frente a los demás: los otros pueblos y los otros derechos. No vamos a renunciar nun-
ca a él, porque sería renunciar a vivir como somos y desaparecer. Pero se trata de dos
derechos distintos, y en algunos casos enfrentados (Sánchez Botero, 2002).
... las masas cuando reconocen en alguien a un enemigo, cuando deciden castigar
a este enemigo -o reeducarlo- no se refieren a una idea universal abstracta de justicia,
se refieren solamente a su propia experiencia, a las lesiones que han sufrido, al modo
cómo han sido perjudicadas, cómo han sido oprimidas; y finalmente, su decisión, no
es una decisión de autoridad, es decir, no se apoyan en un aparato de Estado que tie-
ne la capacidad de hacer valer sus decisiones, sino que las ejecuta pura y simplemente
(2001: 44).
comunicado del 19 de febrero 2004 del colectivo de Abogados "José Alvear Restrepo"; "Asam-
blea Indígena Nasa del Norte del Cauca persistirá en el proceso de investigación al ejército nacio-
nal hasta cuando se haga justicia", comunicado del 19 de febrero 2004 de la Asociación de Cabil-
dos Indígenas del Norte de Cauca, ACIN.
188
recho de los concejos en las experiencias revolucionarias europeas (1988: 77). An-
tes de Santos, el jurista siciliano Santi Romano ya había afirmado que son muchas
y variadas las instituciones u ordenamientos jurídicos que interactúan en el mundo
social; el Estado tan solo es una de aquellas instituciones y lo que éste distingue
como legal e ilegal es solo una parte del mundo jurídico. Lo jurídico no se reduce
a lo legal sino que lo desborda, por lo tanto ciertas formas sociales independientes
pueden ser consideradas ilícitas para la organización jurídica de un Estado, pero no
por ello dejan de ser jurídicas (Romano, 2004: 25). En Colombia existe, junto a la
justicia estatal, la justicia guerrillera y miliciana, la comunitaria y la indígena.21 El
sociólogo colombiano Mauricio García Villegas y el ex magistrado de la Corte
Constitucional Rodrigo Uprimny Yepes afirman que: "La justicia comunitaria re-
quiere ante todo de una comunidad integrada; de lo contrario tiende a convertirse
en un conjunto de prácticas de justicia privada motivadas por la venganza y la vio-
lencia entre pobladores. Es bien sabida la importancia que tiene la integración de
la comunidad en términos valorativos, culturales y en general normativos, para ex-
plicar el éxito de la justicia comunitaria" (García Villegas y Uprimny Yepes, 1999:
33-72). Estos sujetos sociales colectivos niegan el sujeto abstracto y metafísico
descrito por la tradición liberal individualista; son paradigma de un sujeto "vivo"
y "colectivo" que busca que las acciones humanas pasen por la "comunidad"
(Wolkmer, 2003: 247-258; Palacio, 1993). El ejemplo actual más notorio de plura-
lismo jurídico de tipo cultural es la existencia y consolidación de los regímenes ju-
rídicos indígenas, que no solo permanecen sino que se han fortalecido con el des-
pertar de los movimientos que reclaman el derecho a la diferencia (García Villegas
y Rodríguez, 1999: 33-72).
Aceptar el pluralismo jurídico y la autonomía de los pueblos indígenas choca
contra el poder que reclama el Estado como poseedor único de poder político y pro-
ductor exclusivo de derecho. Roto el monismo hay lugar a distintas normatividades
que sirven a distintos focos de poder, y sugiere, por lo tanto, pensar en términos de
fuerzas en constante lucha que cuestionan la soberanía estatal. En Colombia no
existe un solo poder, sino una multitud de poderes. Si entendemos el poder como
una red de relaciones múltiples e irreductibles, como mecanismos diseminados por
todo el tejido social, veremos entonces que las relaciones de fuerza están involucra-
das en enfrentamientos incesantes que las transforma, las refuerza y las invierte
(Foucault, 1977: 112). Mediante la doctrina de la soberanía, el Estado moderno ha
intentado obtener la capacidad de ejercer legítimamente la violencia y el derecho,
siendo estos sus pilares fundamentales. De esta forma, el Estado pretende monopo-
lizar las prácticas represivas y de castigo a través de la legislación e imponerse co-
mo un sujeto político hegemónico. Sin embargo, las pretensiones del Estado de
21. Sobre la justicia guerrillera ver Espinosa (2003: 117-146), y Aguilera Peña (2001, y 2004: 557-
598).
189
22. Norberto Bobbio, Giusnaturalismo e positivismo giwidico, 3a. ed., Milán, Edizioni di Comunitá,
p. 25. Ver, también, Norberto Bobbio, Dalla struttura allafunzione: Nuovi studi di teoría del di-
ritto, Milán, Edizioni di Comunitá, p. 91.
190
Referencias bibliográficas
23. Para Rousseau la soberanía no es el dominio por parte de otros, ni un consenso ante la ley de otros,
sino la autoproducción de cada uno como pueblo a través de la conformación de su propia ley.
Rousseau establece una fórmula en la que no hay antagonismo entre ley y libertad: la forma de re-
conciliar la oposición entre libertad y ley consiste en asociarlas. No se trata de escoger entre ser
libre o estar sometido a la ley; la ley existe para permitir la libertad. A diferencia de Hobbes, la li-
bertad no es la ausencia de restricciones, sino el ejercicio de imponerse las propias reglas. El único
gobierno popular, es el que toma la forma de la democracia directa, en la que los ciudadanos
pueden estar presentes y legislando en la asamblea comunal.
191
sar sus fronteras. Ranciére no llama esta forma política, sino policía. Para él esta
policía es la que tiene el objetivo de despolitizar para mantener el orden, contrario
a la política entendida como conflicto fundamental.
Con el concepto de policía Ranciére hace referencia, sin lugar a dudas, al tra-
bajo de Michel Foucault. En realidad, pensamos que en la actualidad es mejor
reemplazar el concepto de policía por el de gubernamentalidad. Más allá de con-
flictos políticos se pone el enfoque en las 'técnicas de gobernar' individuos y po-
blaciones, lo que implica la formación de estructuras y sujetos.
Dudamos de la universalidad del concepto de lo político de Ranciére y defen-
demos, como lo mostramos con referencia a los trabajos de Scott y Bourdieu, un
concepto más amplio de lo político que va más allá de la revuelta contra-hegemó-
nica. Sin embargo, en este artículo solo podemos explorar la idea de lo político de
Ranciére, proponiendo para esto el concepto de politización. Entonces, podemos de-
cir que la "politización" es el proceso en el cual se forma "una parte de los que no
tienen parte" que entra en un conflicto profundo con el orden de dominación vigen-
te. Ranciére nos da ejemplos de la lucha obrera y la emancipación de la mujer.
Otro aspecto que podemos observar en el Ecuador es la politización de lo ét-
nico, es decir, sobre la base de una auto-definición etnizada se forma una "parte de
los que no tienen parte" que cuestiona las bases de la sociedad. Y, como veremos,
podemos identificar 'técnicas de gobernar' que son reacciones a esta politización
con el objeto de "hacerlo manejable" dentro de los márgenes del orden dominante.
ses populares mestizas. Por fin se mantuvo la lógica colonial con tributos de parte
de la población indígena, hasta la abolición del tributo indígena en 1857.
Sin embargo, no quedó resuelto el problema de la administración de la pobla-
ción y la modernización del Estado, superando las herencias coloniales y aspirando
a la modernidad. La solución que buscó el Estado fue la igualación legal de los in-
dígenas con el resto de la población blanco-mestiza. A nivel macro constatamos la
abolición del tributo indígena, lo que llevó a la desaparición de lo indígena en las
leyes, códigos, etc. El Estado ocultó a su población indígena. Sin embargo, a nivel
del micro-poder observamos el pleno funcionamiento de la administración étnica
heredada del tiempo colonial, especialmente a través del dispositivo de la hacienda.
Desde entonces, hasta mediados del siglo XX "la administración étnica adoptó la
modalidad de un hecho antes privado que público-estatal" (Guerrero, 2000: 21).
Esta privatización de la administración étnica tuvo un fuerte impacto para el
espacio político. Todas las demandas étnicas/indígenas que se refieren a sus cali-
dades de etnia/raza son excluidas del espacio político. Asimismo, no existe una ins-
titucionalidad indigenista ni leyes o códigos. Pero esta exclusión de los indígenas
de ninguna manera significa una de-etnización del espacio político. Todo lo con-
trario: la ocultación de lo indígena es la expresión de un espacio político sumamen-
te etnizado, de una sociedad que se basa en una división racista entre indígenas y
blanco-mestizos, con un ímpetu civilizador por aniquilar lo indígena asimilándolo
a lo moderno-mestizo.
Sin embargo, a partir de la revolución liberal de 1895 hasta mediados de los
años setenta del siglo XX, podemos observar, aparte de la administración étnica a tra-
vés del dispositivo de la hacienda que siguió vigente hasta las reformas agrarias
(1964 y 1973), un segundo movimiento: lo que podemos caracterizar como asimila-
ción a través de procesos de modernización dirigidos por el Estado. Este movimien-
to asimilador se revela institucionalmente, por ejemplo, en el Código de Trabajo
(1938), la Ley y Estatuto Jurídico de Comunas (1937), la Constitución de 1945, la
implementación del programa de la Misión Andina con su política de "desarrollo de
la comunidad" y las reformas agrarias (1964 y 1973). Estas políticas de integración
se inscriben en un espíritu integracionista-asirnilatorio del indigenismo, apelando a
lo indígena a través del estatuto de campesinos-ciudadanos, haciendo referencia a su
función dentro del sistema capitalista y su rol en la democracia parlamentaria.
Con Andrés Guerrero argumentamos que con la reforma agraria -a pesar de
sus limitaciones en la entrega de tierra, que se debe a su inserción en la política an-
ti-comunista estadounidense dentro de la "Alianza para el Progreso"- se dio térmi-
no al sistema de la administración étnica, debilitando el papel político del hacen-
dado. De hecho, se creó un vacío de poder en las áreas locales que fue llenado por
las comunidades y nuevas organizaciones indígenas (OSG) que no pertenecían a la
lógica clasista de las organizaciones indígenas-campesinas anteriores (sobre todo
la FEI). (Guerrero, 1993: 106).
199
En nuestro modo de ver, las protestas indígenas a partir de 1990 deben ser en-
tendidas en términos de una politización de lo étnico, o como Grey y Zamosc lo
llaman una "politización de la cuestión étnica". En este sentido, resume Guerrero:
"En el Ecuador, el gobierno de poblaciones no es una cosa pública desde la segunda
mitad del siglo XIX y desaparece de lo político hasta los levantamientos indí-
genas que en 1990 y 1994 paralizan el país" (ibíd.: 39-40).
Con el levantamiento de 1990 los "indios/naturales" se hicieron visibles y sus
voces audibles. Sin embargo, no queremos reducir los levantamientos de ahí en ade-
lante a cuestiones étnicas, sino que pensamos que el movimiento indígena logra re-
presentar, también, a otros sectores subalternos en el espacio político, lo que se re-
fleja en la tematización de la política neoliberal, la dolarización, los precios del gas,
etc. Creemos que no es adecuado entender estas problematizaciones solo en térmi-
nos de estrategias para poder negociar mejor las "propias" demandas étnicas (Za-
mosc, 2005: 212-213). Más que nada hay una inseparable intersección entre identi-
dades y discursos étnicos y clasistas. Por lo tanto, sí podemos entender los levanta-
mientos desde 1990 en términos de una "politización de lo étnico", en el sentido an-
tes descrito, pero eso es solo un aspecto particular de los levantamientos.
ETNIZACIÓN DE LO POLÍTICO
ticas del control migratorio (Wehrhófer, 1997). En un sentido más amplio encon-
tramos, también, una "etnización de conflictos"; o sea, etnicidad surge cada vez
más fuerte como explicación única de conflictos bélicos, olvidando la economía
política de los conflictos que se inscriben en procesos de globalización.
Por otro lado, vemos, también, posturas críticas que en parte provienen del
ámbito (neo-)marxista y critican la falta de la dimensión clasista y la política eco-
nómica; por otra parte hay autores que identifican la etnización de lo social como
estrategia biopolítica dentro de una gubernamentalidad neoliberal.1 Queremos partir
en este trabajo desde la segunda perspectiva interrogando ¿Cómo se presenta el
problema de la raza/etnia en el contexto de un forzado proceso de globalización y
una nueva gubernamentalidad neoliberal? La discusión alemana sobre la etniza-
ción de lo social enfoca el estatus del emigrante, argumentando que también el Es-
tado construye el grupo de los Auslander (extranjeros) en un proceso de etnización
a través de leyes y según la forma de apelación. Sin embargo, la constitución es
ambigua; por un lado, es la construcción de un "ajeno" deficiente que se debe in-
tegrar; por otro lado, es una apelación a las diferencias para activarlos e integrar-
los al modelo del capitalismo neoliberal, por ejemplo, como ethnic buisness (Gu-
tiérrez, 2003). El resultado es la etnización de la constitución del sujeto del "em-
presario de sí mismo" (Unternehmer seiner selbst).
1. Esta corriente tiene como punto de partida los trabajos de Michel Foucault. Ahora no podemos
entrar en detalles, pero cabe recalcar que el nacimiento de la llamada modernidad en el siglo
XVII está caracterizada por una lucha de razas bajo del orden superficial. Este hecho no suena muy
nuevo en el contexto de la conquista y colonización de América Latina, pero lo interesante es que
Foucault lo analiza precisamente también para Francia, la sede de la modernidad. En su lectura
incluso la lucha de clases que surgió a principios del siglo XIX no es nada más que una
reformulación de la lucha de razas ocultando los elementos de raza. La raza -no en el sentido
biologista, sino más bien en un sentido que hoy día llamaremos etnia- es así la base de una
sociedad dividida. De ahí que Foucault desarrolla su vasto interés en políticas de la
administración de poblaciones y de la bio-política.
201
2. La noción de las reformas de primer y segundo grado provienen del Banco Mundial y del FMI.
Especialmente la CEPAL discute desde 2002 la perspectiva de la tercera generación.
202
ralismo solo en términos económicos, sino que hay que entenderlo, también, en sus
aspectos socio-culturales, en sus maneras de producir instituciones y subjetivida-
des y en sus formas de gobernar (Schild, 2004).
A nuestro modo de ver no podemos analizar los cambios en la política indí-
gena en los años noventa, sobre todo en términos de reconocimiento, sin tomar en
cuenta sus conexiones con la política neoliberal. Se destaca aquí la creación de
CODENPE y sobre todo la instalación del programa PRODEPINE del Banco
Mundial.
En el Ecuador se institucionalizaron especialmente, a raíz de las movilizacio-
nes masivas de los indígenas en la década de los noventa, las demandas del reco-
nocimiento cultural. Primero hay que mencionar la creación del Ministerio de
Asuntos Indígenas bajo el gobierno Bucaram, ya anunciado en 1991 y, por supues-
to, la Asamblea Constituyente y la nueva Constitución de 1998 que define al país
como pluricultural. Ahí se destaca, también, la creación de Compladein, bajo el go-
bierno transitorio de Alarcón, que abrió el camino para la instalación de CODEN-
PE -una institución para el fomento del desarrollo indígena similar a la CONADI
en Chile- y, paralelamente, la instalación del proyecto PRODEPINE.
El movimiento indígena ecuatoriano logró institucionalizar sus conceptos en
CODENPE que reconoció el sistema étnico de la CONAIE. Según este, los indí-
genas del Ecuador se organizan en nacionalidades que, en el caso de la nacionali-
dad más grande, la de los kichua de la Sierra, se subdividen en Pueblos. Estos con-
ceptos identitarios-territoriales no son conceptos tradicionales o primordiales, sino
construcciones recientes del movimiento indígena (Lucero, 2003: 23-48). Estos
permiten crear vínculos y canales de comunicación de forma piramidal, desde las
comunidades hasta la cúpula de la CONAIE. Dichas formas de colectividad llega-
ron a ser puntos de vinculación con proyectos de desarrollo del Banco Mundial,
creándose así el PRODEPINE (Proyecto de Desarrollo de los Pueblos Indígenas y
Negros del Ecuador) como primer programa del Banco Mundial diseñado para los
pueblos indígenas.
El programa PRODEPINE es una iniciativa constituida desde el Banco
Mundial, con una duración pensada, inicialmente, de cuatro años (1998-2002). Sin
lugar a dudas es una reacción al poderoso movimiento indígena del Ecuador. Ade-
más es el proyecto, a nivel latinoamericano, que más ha priorizado el fortalecimiento
organizativo, recogiendo así las aspiraciones del grupo de trabajo sobre el capital
social del Banco Mundial que ve en el capital social el "motor del empodera-
miento de los excluidos" (Bretón Soto de Zaldívar, 2001). Desde esta perspectiva,
las organizaciones indígenas -especialmente las llamadas organizaciones de segun-
do grado- son vistas como capital social para vincular a las comunidades y asocia-
ciones de base alrededor de un conjunto de intereses económicos, políticos y cultu-
rales comunes. Bretón concluye: "Se trata de un nivel estratégicamente muy impor-
tante, puesto que está cerca de las bases (al contrario de las organizaciones regiona-
203
les o nacionales, muy alejadas ya del sentir de la cotidianidad popular) y, por ello,
permiten la participación individual al tiempo que la condensan y proyectan hacia
un nivel micro-regional más amplio. De ahí la relevancia del PRODEPINE como
programa piloto, dirigido a explorar las posibilidades del fortalecimiento organiza-
tivo -vía OSG- de cara a maximizar el potencial de desarrollo de los pueblos indí-
genas del Ecuador" (Bretón Soto de Zaldívar, 2001).
Después del levantamiento indígena de 1990, constatamos una masiva poli-
tización de lo étnico que abrió el campo político, permitiendo el ingreso de discur-
sos y actores indígenas. Mientras las demandas en torno a la redistribución de la
tierra no encontraron mucho eco, las demandas del reconocimiento en términos de
la pluriculturalidad fueron aceptadas rápidamente (la plurinacionalidad no se lo-
gró). Posiblemente son más visibles en la nueva constitución de 1998 (Büschges y
PfaffCzarnecka, 2003).
Argumentamos que la "etnización de lo político" en los años 90 en el Ecua-
dor no es una estrategia del movimiento indígena, sino una estrategia estatal (o me-
jor dicho de los grupos hegemónicos que dominan el aparato estatal) para enfrentar
un fuerte movimiento reivindicativo que ponía en jaque el funcionamiento po-
lítico, económico y cultural del Estado ecuatoriano. Ahora sí es de central interés
observar cómo reaccionó el movimiento indígena al reto de esta etnización y la ins-
talación de una administración étnica neoliberal. Para acercarnos al tema queremos
mencionar tres lecturas críticas:3
Una primera lectura entiende la nueva participación de los indígenas en los
aparatos estatales y las ONG de desarrollo como cooptación de líderes de los mo-
vimientos sociales quitándoles su espina transformadora. El teflón de esta lectura
es individualista y moralista, es decir, el Estado, entendido como sujeto-actor, trata
de corromper (comprarse) a los dirigentes que por su debilidad moral caen en la
trampa de la cooptación y que, por ende, son traidores de las verdaderas metas.
Una segunda lectura más sofisticada del problema la tienen Fernando Guerrero
y Pablo Ospina (2003), que entienden la integración de líderes y organizaciones
indígenas en el aparato estatal con el concepto gramsciano del transformismo. Inte-
resantes en su lectura de Gramsci son, sobre todo, dos aspectos: Primero, el trans-
formismo apunta no solo a la cooptación de movimientos radicales, sino también a
los compromisos formulados que también cambian hasta cierto punto la sociedad,
pues son cambios radicales. Entonces abre la perspectiva de medir el grado de coop-
tación comparándolo con el grado de transformación. Segundo, Guerrero y Ospina
tienen un concepto amplio del transformismo, que no solo apunta a situaciones re-
volucionarias. Así, atribuye al Estado ecuatoriano en su totalidad la característica de
3. Nos referimos a las lecturas que ven en las nuevas políticas gérmenes (o árboles) de una nueva
ciudadanía étnica, que cuenta con formas de participación. Aunque hay que admitir que este dis-
curso de la participación democrática está muy presente, especialmente entre las ONG.
204
ser transformista; eso quiere decir que el Estado ecuatoriano es débil, pero que es-
conde su debilidad teniendo siempre una cierta apertura para los movimientos de
protesta. El resultado es una política zigzagueante. Eso se acerca al argumento de
Bustamante de una cultura política consensualista con un ethos común.
Víctor Bretón nos ofrece una tercera lectura (2005). Él ve en los procesos a
finales de los noventa un neo-indigenismo "etnófago". Con respecto a la participa-
ción y sus posibles efectos al movimiento indígena político, Bretón destaca que se
trata de una suerte de etnofagia porque los programas son con frecuencia gestiona-
dos y ejecutados, parcialmente, por indígenas. En el siguiente acápite discutimos,
desde una perspectiva del poder con referencia al neo-indigenismo, el surgimiento
de una nueva administración étnica. En la última parte retomamos las reflexiones
sobre hegemonía e incluimos estrategias contra y anti-hegemónicas.
Alicia Ibarra tiene el mérito de haber introducido el concepto crítico del neo-
indigenismo en el debate ecuatoriano. Esta autora data el surgimiento del neo-in-
digenismo en el período del retorno a la democracia a finales de los 70 y lo define
con las siguientes características: "se centró en enfatizar aspectos étnico culturales
(con un discurso) que ubican el problema indígena en un nivel superestructural;
idealiza los sistemas socioeconómicos no capitalistas, niega o vela las contradic-
ciones existentes en las comunidades indígenas" (Ibarra, 1992: 187). Asimismo, el
neo-indigenismo niega las articulaciones de las comunidades con la formación de
producción capitalista.
Víctor Bretón retoma y reformula este concepto analizando la política indí-
gena de los 90, especialmente el PRODEPINE, y llega a la conclusión de que se
trata de un neo-indigenismo etnófago. "Lo de neo-indigenistas viene porque se nos
antojan similares a los del indigenismo clásico en su afán de situar la etnicidad en
un plano político asumbible", o sea se trata de un movimiento estratégico en reac-
ción al movimiento indígena para "la neutralización de su potencial revulsivo".
"La etnofagia, por su parte, alude a la peculiaridad más sutil del nuevo indi-
genismo: al hecho de que los programas sean con frecuencia gestionados y ejecu-
tados por indígenas" (Bretón Soto de Zaldívar, 2005: 24).
Compartimos en gran parte de esta argumentación, pero queremos poner
otros acentos. Primero nos distanciamos del término indigenismo, porque está re-
lacionado estrechamente con políticas del Estado. El Estado es el punto de referen-
cia del indigenismo. Nosotros proponemos descentrar el enfoque estatal y a su vez
poner más atención a las maneras de gobernar en un sentido foucaultiano. Foucault
rechaza una historia de instituciones que las esencializa, proponiendo en vez de di-
cha historia pensarlas desde afuera, descentrarlas. En el caso de instituciones co-
205
nivel nacional, formaron alianzas con el sector ONG y sectores radicales, como
también con los movimientos indígenas, como es el caso de una fracción de los Ka-
taristas en Bolivia (Albo, 1994: 55-82).
4. La mirada a la institución OSG esconde que las diferentes OSG tienen lógicas políticas-culturales
muy diferentes. Albo y Ramón, 1994, y Vallejo, 2005 (inédito).
5. La misma discusión encontramos también en el ámbito económico donde, por un lado, la econo
mía de la subsistencia es vista como remedio comunitario y solidario en contra la lógica capitalis
ta de la maximización de las ganancias; mientras por otro, autores como Hernán de Soto ven pre
cisamente en las economías informales el prototipo de un capitalismo puro, obstaculizado por in
tervenciones estatales.
207
No doubt a whole range of other local shifts in vocabulary in diverse sites contri-
buted to the emergence of community as a valorized alternative, antidote or even cure
to the ills that the social had not been able to adress-or even to the ills of the social
itself. But what began to take shape here was a new way of demarcating a sector of
government, a sector whose vectors and forces could be mobilized, enrolled, deplo-
yed in novel programmes and techniques which operated through the instrumentali-
zation of personal allegiances and active responsibilities: government through com-
munity (Rose, 2000: 332).
6. Tanto en el Banco Mundial como en ciertas ONG hay la tendencia de llegar a la conclusión de
que las comunidades indígenas/campesinas tienen, por definición, un alto nivel de capital social. El
sociólogo Luciano Martínez rechaza esta actitud mostrando en un estudio de caso en la Sierra
ecuatoriana que la existencia de Organizaciones de Segundo Grado no corresponde necesariamente
con la existencia de capital social en la base. (Martínez, 2005: 306-323).
208
rrollo y una integración al mercado. La idea es formar comunidades que sean au-
tónomas, autogestionadas, con vías propias de desarrollo dentro del marco neoli-
beral, quitándole la espina a las organizaciones que llevaron a cabo protestas polí-
ticas a nivel local y regional. Por ende, depende de la moral de cada comunidad si
logra alcanzar su desarrollo o no.
Aparte de estos argumentos morales y administrativos hay también un impacto
económico. El discurso de capital trata de involucrar más ámbitos de la vida a la
esfera de la mercadería, tendencia general en el capitalismo de robo actual. El argu-
mento central de Foucault, con respecto al neoliberalismo de la Escuela de Chica-
go, es que lo económico coloniza lo social hasta que se esfuman las diferencias en-
tre lo económico y lo social. Lo económico llega a ser la única racionalidad legíti-
ma (lo que Bourdieu llama pensée unique neoliberal) que reclama su validez para
todos los ámbitos de la acción humana. Formas de solidaridad mutua, de intercam-
bio, relaciones de amistad llegan a ser un capital que entra cuantificado en dólares
en la lógica de los proyectos. Cabe mencionar que el 27,6% de las inversiones tota-
les de PRODEPINE se suman del "capital social" "invertido" por las comunidades,
sobre todo bajo la fórmula de mingas (Bretón Soto de Zaldívar, 2001: 51).
La gubernamentalidad permite pensar cambios macroestructurales junto con
cambios en las formas de la constitución de sujetos, recalcando que los programas
de gobierno no deben ser entendidos bajo el paradigma de la dominación, sino que
hay que entenderlos bajo el paradigma de la producción. Un aspecto clave es guiar
a los indígenas para que sean "ciudadanos indígenas" (Grey Postero, 2000: 7). Ante
la fragmentación de políticas de integración nacional se trata de crear un marco
participativo que deben nutrirse por los propios actores, en este caso los indígenas.
Tienen que ser empoderados -con programas especiales como el Andean capaci-
tation program del Banco Mundial o el eje de fortalecimiento de las organizacio-
nes indígenas y negras de PRODEPINE- para lograr una gobemabilidad local y en
conjunto con ONG ejecutar programas de desarrollo. Lejos de producir un sujeto
del Estado, la idea es formar ciudadanos étnicos activos que no protestan ni se le-
vantan, sino que orientan responsablemente sus demandas, a través de los canales
establecidos y que resuelven ellos mismos la mayoría de sus problemas.
ca un grupo delimitado (en este caso los indígenas) para poder dirigir programas
"policiales". Esto lleva consigo una des-politización de las demandas, es decir, ya
no son (especialmente después de la constitución de 1998) discutidas mayoritaria-
mente en el campo político para cambiar el orden simbólico de la sociedad, sino
que son transferidos a un campo despolitizado de desarrollo.
Por el otro lado, al destinar fondos especiales a un grupo determinado (los in-
dígenas) surge el problema del mainstream-multiculturalism (Fraser, 2001); o sea,
otorgar derechos y recursos especiales a un grupo determinado, no cambia el sis-
tema de racismo y exclusión, que provocan reacciones como la envidia, que pue-
den fomentar aún más el racismo. Así, el multiculturalismo queda incompleto y se
dirige solo a las llamadas "minorías", negando el papel transformador que puede
tener para la sociedad entera. En este caso nos confrontamos con la paradoja de que
es el propio Estado quien apunta a la "etnización" del movimiento indígena-popu-
lar. Trata de negar su lado subalterno reduciéndolo a su aspecto étnico con el efec-
to de hacerlo "calculable" (Ranciére), integrar sus élites a programas y hacerlo ma-
nejable. Esto ha tenido un efecto político en el Ecuador, en cuanto a que el capital
político que el movimiento indígena adquirió a principios de los 90 sobre todo en-
tre sectores subalternos no-indígenas, se erosionó a inicios del nuevo milenio. El
argumento más escuchado es que los indígenas se volvieron políticos (o sea co-
rruptos) tal como los otros.
Cabe recalcar que la política de la administración étnica neoliberal no cam-
bia las injusticias entre ricos y pobres en el espacio social, dado que, precisamen^
te, en la época de la etnización de lo político somos testigos de una pobreza cre-
ciente tanto absoluta como relativa entre los estratos más ricos y los más pobres.7
Bretón muestra para la Sierra ecuatoriana que la existencia de ONG de desarrollo
y OSG no corresponden con una baja de índices de pobreza. Es decir, que el obje-
tivo de lograr desarrollo a través del capital social de las organizaciones indígenas
no ha resultado (Bretón Soto de Zaldívar, 2001).
Con la destinación de fondos y puestos de trabajo en las agencias del etno-
desarrollo, se puede observar un nuevo fraccionamiento en las organizaciones in-
dígenas que se revela entre las organizaciones (por tener "su" gente en las posicio-
nes claves, por adquirir proyectos) y en las organizaciones (fraccionamiento para
adquirir fondos, broncas entre equipos técnicos y líderes tradicionales, etc.). A ni-
vel individual se produce, también, una nueva competencia para ocupar cargos,
7. Solo con respecto a la pobreza según el ingreso cabe mencionar que la pobreza entre 1995 y
2000, una época de un auge de reconocimiento de demandas étnicas, el número de los pobres
subió de 3,9 millones a 9 millones, lo que significa que el 71 por ciento de los ecuatorianos vive
bajo la línea de pobreza. El número de los indigentes se duplicó de 2,1 a 4,5 millones. Este proceso
de empobrecimiento está acompañado por una concentración de la riqueza, o sea el 20 por ciento
de los más pobres recibió el 2,5% de los ingresos, mientras los 20 por ciento más ricos recibieron
el 61 por ciento de los ingresos. (Acosta, http://www.llac-ta.org/notic/020109a.htm)
210
8. Parece que se encuentran paralelas históricas al surgimiento de una nueva administración étnica
cuando a mitades del siglo XIX se crearon masivamente juntas parroquiales y tenencias políticas,
como instancias del poder estatal, terminando con el poder político de los curagas indígenas. (Gue-
rrero, 1990).
211
The key elements of an anarchist logic of affinity are: a desire to créate alterna-
tives to state and corporate forms of social organization, working «alongside» the
existing institutions; proceeding in this via disengagement an reconstruction rather
than by reform or revolution; with end of creating not a new knowable totality
(counter-hegemony), but of enabling experiments and the emergence of new forms
of subjectivity; and finally, focusing on relations between these subjeets, in the ña-
me of inventing new forms of community (Day, 2004: 740).
Sin embargo, eso no quiere decir que la CONAIE haya abandonado la lu-
cha contra-hegemónica. La "etnización de la política" es una estrategia de los
grupos dominantes para mantener el orden simbólico en vista de un fuerte movi-
miento político con posiciones heterodoxas. En una situación de amplia hegemo-
nía del Estado esta política neo-indigenista estatal puede convenir a grupos indí-
genas que tratan de promover sus intereses étnicos particulares en el campo po-
lítico. En este sentido representa el movimiento un grupo relativamente pequeño
y homogéneo del espacio social, que se autodefine como indígena. Esta política
sería muy temporal, pues una vez satisfechos los intereses particulares con una
política de reconocimiento parcial, el grupo pierde su influencia y posiblemente
su capital político de representación en el espacio político. Al parecer, esta visión
no está muy fuerte en el movimiento indígena del Ecuador. El rechazo a una se-
gunda fase del proyecto PRODEPINE de parte de la CONAIE revela que por lo
menos la dirigencia del movimiento no se limita a satisfacer las demandas de un
grupo determinado.
La segunda opción es ampliar la contra-hegemonía, es decir, utilizar el capi-
tal político ganado en los noventa (y debilitado por la participación en el gobierno
de Lucio Gutiérrez) para representar en el campo político también a otros ámbitos
subalternos que no se autodefinen como indígenas. Para constituir este nuevo gru-
po o esta nueva comunidad que no se sustenta en grupos pre-definidos, es necesa-
rio formar una comunidad abierta.10 Y es necesario crear un sentido común en la
vida cotidiana. Parece que la resistencia a políticas neoliberales es un primer punto
de articulación que, junto con la referencia a conceptos unlversalizados como
derechos (humanos) o políticas de redistribución, abre perspectivas para la forma-
ción de tales comunidades políticas. En este sentido podemos entender también el
significado de la reciente movilización contra la firma del TLC y la presencia de
la transnacional Occidental (Oxy) en el país. Este primer levantamiento después de
la presencia en el gobierno de Lucio Gutiérrez, hace meses planificado, es una es-
trategia por buscar representación política en otros sectores no-indígenas. Con el
discurso anti-neoliberal y popular logró poner en discusión el tema del TLC y de
la Oxy en esferas de comunicación nacionales. Asimismo, logró fortalecer la uni-
dad hacia adentro y especialmente entre las etnias amazónicas y serranas, primero
con la doble tematización de la Oxy y del TLC, y segundo, con el acto simbólico
de la marcha del Oriente pasando por las provincias serranas.
Sin embargo, queda abierta la interrogante: ¿hasta qué punto el movimiento
logra el spagat entre las reivindicaciones indígenas y subalternas, sin perder poder
representativo ni en el uno ni en el otro ámbito? Una pregunta central es, ¿hasta
qué punto los sectores no-indígenas toleran lo étnico y hasta qué punto se puede
"de-etnizar" el movimiento "indígena"?
10. Pensamos con Jean-Luc Nancy en una "communauté désoevrée" (Jean-Luc, 1988).
213
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Cambio político y política de la cultura
en una democracia conservadora:
la conquista de derechos colectivos en
la Constitución ecuatoriana de 1998
INTRODUCCIÓN
nismos que hacen posible el ejercicio fáctico de la autoridad pública, incluida, por
supuesto, la selección de quiénes son dirigentes y quiénes gobernados. La política
democrática y lo simbólico democrático (lo político) están en permanente tensión,
de hecho es porque existe esa tensión que lo uno y lo otro no pueden confundirse,
y que la esperanza de una sociedad plenamente libre, sin desigualdades, y fraterna
está condenada a ser solo eso: fantasma, imagen, imaginación.
Un elemento en particular de esa tensión permite captar la especificidad de
la vida política ecuatoriana. He dicho que el régimen simbólico de la democracia
tiende permanentemente a poner en duda a todo referente último, a vaciar toda re-
ferencia de unidad y sobre todo a desnaturalizar la posesión del poder por un solo
conjunto de dirigentes. ¿Cómo, entonces, reconciliar estos imperativos simbólicos
con la necesidad de los dominantes de permanecer en su lugar, o mejor dicho de
asegurar que aquellos que son dominados se mantendrán en el suyo? La respuesta
me parece que tiene que ver con la obsesión constante -tanto en siglos anteriores
como en el presente- de la política ecuatoriana con la estabilidad.
La aspiración de la política ecuatoriana ha sido la de estabilizar un conjunto
dado de relaciones entre el Estado, la nación, y el derecho de forma tal que no pue-
da cambiarse fácilmente. El orden existente es, desde esta perspectiva, considera-
do siempre como el mejor posible. Esta aspiración ha construido un conjunto de
referentes de naturalidad cuya intención no ha sido solamente la de reconciliar a la
sociedad consigo misma y con el poder encarnado en el Estado, sino aún más la de
impedir que las divisiones sociales se manifiesten políticamente, es decir, que ad-
quieran el estatuto simbólico de una distancia entre lo que las instituciones (los me-
canismos del poder) expresan y lo que la sociedad puede pensar y representarse so-
bre sí misma.
En esta versión de la sociedad, vista por así decirlo, desde arriba, o para ser
más exacto desde la posibilidad de construir al Estado como un lugar exclusivo, si-
tuado por encima de la sociedad y cuyo acceso está restringido por estrictas rela-
ciones de prelación social, se han propuesto varias figuras imaginarias de reconci-
liación de la sociedad con el orden fáctico del poder, cuyo éxito y fracaso han cons-
tituido el marco de continuidad de una forma acotada de sociedad democrática, la
que se sueña bien ordenada: la democracia conservadora. Es necesario recalcar que
así como la sociedad democrática sin apelativos es imaginaria -es proyecto y no
realidad- también lo es la sociedad democrática conservadora, pero esto último no
me impide el postular que tal fantasma haya dejado de tener eficacia en la confor-
mación de una realidad en particular, la ecuatoriana.
Creo que existe evidencia histórica suficiente -y si no es así, la ventaja que
tiene este encuentro es que hay varios historiadores presentes- para afirmar que
han habido tres formas imaginarias centrales para la democracia conservadora
ecuatoriana: la república aristocrática, la nación homogénea y la institucionalidad
neutralizante. Creo también que cada una de estas formas no excluye ni necesaria-
220
zarían el orden provendrían de una educación cívica que al mismo tiempo que ins-
tauraba un idioma común que permitiera la comunicación entre los miembros de la
sociedad, aseguraba su lealtad a los mismos referentes de destino. El reino del de-
recho se hacía extensivo a esta empresa civilizadora, el conjunto de la sociedad era
potencialmente titular de derecho en la medida que la religión cívica fuese apro-
piada por todos los ecuatorianos. Su legado institucional más fuerte puede verse en
la secuencia ideal de movilidad social de los ecuatorianos: del campo hacia la ur-
be, en la ciudad y a través del paso por la educación básica y superior, hacia el re-
clutamiento militar, y de éste hacia la educación superior pública. A diferencia de
la figura republicana, la de la nación homogénea asume la ruptura de la naturali-
dad de los referentes no jurídicos, estos pueden desplazarse por la incorporación en
un cuerpo social más moderno, cuya encarnación son las grandes empresas y el
servicio al Estado.
Finalmente, está la figura de la institucionalidad neutralizante. Otra forma de
referirnos a ella sería el sueño de una democracia liberal plena. La democracia li-
beral requiere no solo la posibilidad de una continua expansión de la esfera de de-
cisiones que quedan por fuera del dominio estatal, reduciendo al gobierno a una
función puramente decisional y administrativa. Esta es una tarea rutinaria que asu-
me que la lucha política está bien ordenada, y en la cual las instituciones del orden
político no son constantemente cuestionadas en sus sesgos fundamentales. Este
funcionamiento supone la existencia de una continua alteración de las relaciones
de poder, que ocurre en plazos largos y de manera acumulativa, de forma que even-
tualmente las nuevas constelaciones de poder -traducidas en sucesivas coaliciones
gubernamentales- produzcan nuevas instituciones políticas o cambien algunas fun-
ciones centrales de las existentes. La figura supone un grado tolerable de democra-
tización de las relaciones de poder, que además ocurre a un ritmo relativamente
lento permitiéndole a las élites mantener el control general del proceso político,
mediante partidos políticos relativamente no-ideológicos, pero con aparatos nacio-
nales que "sustituyesen la ideología".
El problema estrictamente político acá aparece como resultado de dos condi-
ciones fundamentales: en primer lugar, que todos los habitantes del país sean ciu-
dadanos investidos de la capacidad de voto y que exista una relación estricta entre
las instituciones de representación política (particularmente el parlamento y los
partidos políticos) y la expansión de la ciudadanía. El eje de la articulación entre
Estado, sociedad, nación y derecho, recae en la representación como expresión de
la voluntad popular. Si todos forman parte del soberano, pero se admite que el so-
berano solo expresa su voluntad en las urnas, entonces debe haber un número su-
ficiente de partidos políticos que representen a los electores y de lugares donde se
constituye la representación. La expansión de la representación puede realizarse,
por tanto, simultáneamente en dos ejes: mediante la creación de partidos (o la re-
forma de los existentes) de manera que quede garantizada la agregación de intere-
222
día ejercerse toda vez que estos ciudadanos individuales tenían, simultáneamente,
garantizadas una serie de condiciones para el conjunto de su vida social: libertad
de opinión, de expresión, de asociación, de circulación y los derechos asociados a
su condición como trabajadores. Si bien la constitución de 1978 afirmaba que el
Estado garantizaba a los individuos-ciudadanos las demandas que estos podían ha-
cer por estar naturalmente investidos de tales derechos, también y simultáneamen-
te establecía que estaba en manos de esos ciudadanos el ejercicio pleno de los de-
rechos civiles y humanos. Si se pierde de esta vista esta nueva relación propiamente
política de los ciudadanos entre sí, entre estos y el derecho, y entre éste y el Estado
se vuelve incomprensible la emergencia de los derechos colectivos en 1998.
Antes de profundizar en el sentido político de la nueva relación sociedad (he-
cha de individuos ciudadanos), derecho y Estado, voy a hacer una breve excursión
por el suelo histórico en el que se desplegaba la sociedad democrática imaginada.
Las potencialidades de la democracia ocurrían sobre el trasfondo de una sociedad
que había sufrido dos importantes modificaciones. Primera, las tendencias demo-
gráficas que habían favorecido la creciente urbanización de la sociedad ecuatoria-
na, desde la década de los cincuenta, se habían acelerado en los sesenta y setenta,
conformando un conjunto de estímulos para la formación de partidos políticos de
base urbana y que buscaban capturar las lealtades de los electores urbanos; estos
estímulos se afirmaban además en las instituciones políticas establecidas por la
Ley de Régimen de Partidos y Elecciones de 1978. Segunda, en las áreas rurales si
bien las tímidas reformas agrarias de 1964 y 1974 no habían logrado una signifi-
cativa distribución de la tierra desde los terratenientes hacia los campesinos, sí en
cambio habían puesto fin en la Sierra al sistema de administración privada de lo ét-
nico al poner fin a la tríada hacendado-teniente político-cura párroco.
El significado político de estas dos transformaciones en conjunto era bastante
simple. Por un lado, los partidos para ser efectivos en la competencia electoral de-
bían otorgar prioridad a la organización y captación del voto urbano, descuidando
en gran medida la politización de los sectores rurales. Los partidos políticos que tra-
dicionalmente habían operado en los sectores rurales, se debilitaron tanto por el fac-
tor demográfico como por la desaparición de la estructura de poder tradicional. Así,
el partido conservador perdió su base de apoyo, tanto por la auto-transformación de
los terratenientes hacendados en empresarios ganaderos y agrícolas, pero también
por la pérdida de legitimidad simbólica dado que la Iglesia Católica ecuatoriana,
orientada por la teología de la liberación, desde los años sesenta, que había movido
su lealtad desde los terratenientes hacia los campesinos, siendo uno de los apoyos
fundamentales de este grupo en sus luchas por la tierra. Igual cosa ocurrió con los
sectores del partido liberal que habían logrado lealtades entre los terratenientes se-
rranos. Los partidos de izquierda (Comunista, Socialista, Movimiento Popular De-
mocrático y otros varios grupos), aliados al incipiente movimiento campesino que
se había desarrollado en los sectores rurales ecuatorianos desde los años treinta -por
224
xisten en una sociedad, puesto que ellas constituyen "formas de vida" (potencial-
mente) investidas de derechos específicos. En sus versiones más cercanas al libe-
ralismo (Kymlicka, 1995; Taylor, 1994) esta visión se traduce en la necesidad de
revaluar y nutrir las diferencias identitarias (culturales) dentro del marco de las ins-
tituciones liberales existentes, muy particularmente en la ciudadanía como forma
política en la que los derechos liberales alcanzan eficacia práctica y simbólica. En
sus formas más críticas al liberalismo, la política cultural lleva a una renovación de
la tradición comunitaria-democrática, al avanzar la pretensión de las identidades a
autogobernarse como comunidades en formas que éstas consideren consonantes
con sus tradiciones (Tully, 1995).
El supuesto fundamental de esta visión es que los derechos civiles y políticos
clásicos de la tradición democrática occidental -más los derechos sociales- aluden
a un tipo de ciudadanía que es culturalmente específica, suponen un cierto tipo de
naturaleza humana que es propia solo del devenir histórico occidental. ¿Es esto
cierto?, veamos, en principio los derechos son efectivamente remitidos a una cierta
idea de naturaleza humana, lo han sido desde la Declaración de los Derechos del
Hombre de la Revolución Francesa, pero ¿es esa naturaleza ajustable solo a la no-
ción de un individuo abstractamente separado de sus referentes sociales y dotado
de un tipo específico de racionalidad (moderna), como creían los contractualistas
del siglo XIX, la crítica marxista, y parecen creer ahora los ideólogos de la política
de la cultura? No, los derechos individuales y sociales establecen que los hombres
pueden hablar sobre sí mismos y definir su "naturaleza" en un espacio público,
pero tan pronto los individuos enuncian esas definiciones quedan sujetas a la
prueba del reconocimiento por los otros miembros de la sociedad. Lefort (2004:
162) ha formulado esta relación de tensión pública entre los individuos de la si-
guiente manera: "las libertades individuales y las libertades políticas pueden no ser
reconocidas de hecho más que en un espacio limitado, pero, tan pronto lo son, se
revelan incondicionales, no relativas, constitutivas de un modelo de existencia y de
coexistencia propiamente humanos".
Las libertades democráticas, si bien afirman la idea de la soberanía del pue-
blo, la de la identidad de la nación y la independencia del individuo y del hombre,
no hacen coincidir entre sí estas figuras, que pueden tendencialmente separarse pe-
ro solo para remitirse la una a la otra. Si la identidad pretende construirse única-
mente bajo la égida de la independencia individual, inmediatamente se abre la in-
terrogación de su capacidad para ejercerse como voluntad general o soberanía del
pueblo; en nombre de una nación a la que se reclama pertenecer. Igual ocurre con
cada uno de los ejes simbólicos de esta tríada, esta dialéctica que origina un tipo
de comunidad irrepresentable en términos específicamente culturales, es borrada
las objeciones culturalistas.
Reformularé la objeción culturalista de otra manera, ¿puede decirse que en la
sociedad ecuatoriana tal y como se instituyó -se dio forma a sí misma- los dere-
226
ya había ocurrido en 1978, lo que hacen los nuevos derechos es abrir la posibili-
dad de que las injusticias sufridas por los que ya eran miembros de la sociedad po-
lítica pudieran ser expresadas de manera específica, en este sentido puede hablar-
se de una etnización de lo político.
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La participación política del movimiento
indígena en Ecuador (enseñanzas de
los casos de Cotopaxi y Cotacachi)*
Pablo Ospina**
1. Un modelo parecido a lo que podría ser demandado funcionó en los "parlamentos populares" a
inicios de los años noventa. En 1994, por ejemplo, se reclamó lo que podría ser caracterizado co-
mo una representación funcional específica para los pueblos indios equivalente al 30% de la re-
presentación nacional.
2. Esta consigna también fue utilizada durante el gobierno de Gonzalo Sánchez de Losada por su Vi-
ce Ministro de Asuntos Indígenas en la Bolivia de los años noventa (Grey Postero, 2005: 284).
233
Haber cambiado la configuración del poder local y del acceso a las institu-
ciones públicas, constituye un resultado de efectos psicológicos y sociales consi-
derables. El racismo y la discriminación étnica tienen siglos de historia: los cam-
bios son necesariamente lentos aunque perceptibles por los propios actores. No hay
duda de que el solo hecho de "llegar" al gobierno, con todas las limitaciones que
ello pueda entrañar, tiene un valor político y un efecto social difícil de despreciar.
Pero no alcanza. No basta con llegar al gobierno, para consolidar el respeto hay que
gobernar bien. Hay que cumplir lo prometido, demostrar que las expectativas no
eran falsas. Los estereotipos degradantes de la condición étnica solo pueden refor-
zarse si las administraciones indígenas terminan en un fracaso estrepitoso. Esto nos
lleva a considerar los otros dos objetivos del movimiento indígena.
La "democracia participativa" aparece como el gran logro del movimiento
indígena ecuatoriano en sus administraciones locales, especialmente en Cotacachi.
¿Cuáles eran, al inicio, las razones del optimismo? Primero, que surgían desde el
seno de grupos sociales tradicionalmente excluidos del poder. El ingreso de nue-
vos actores ajenos a las élites dominantes, hacía presagiar una democratización
real. Segundo, que el poder local en la Sierra central y norte sufrió un cambio de
consideración cuando el gamonalismo empezó a retroceder de manera permanente.
Se produjo un "vacío de poder" en el campo, en cuyos intersticios se perfiló el
movimiento étnico: se constituía, pues, en un contexto en el que se podían desmon-
tar prácticas y redes de poder tradicionales que habían sostenido la desigualdad y
el atraso. Tercero, que ese vacío de poder podía ser llenado por la "democracia co-
munitaria" que contempla, cuando menos, en medio de sus limitaciones y diferen-
ciaciones internas, dos ventajas. Está fundada en la revocatoria de los electos, en
la constante presión colectiva para que los representantes cumplan mandatos espe-
cíficos que requieren constantes regresos a la consulta interna. Los jefes de la co-
munidad no tienen la misma libertad de acción que los jefes de las democracias li-
berales. En forma idealizada, esta práctica comunitaria se expresa en la fórmula de
"mandar obedeciendo". Además, las sociedades campesinas o de tradición campe-
sina resisten constantemente, con éxito relativo pero con tenacidad, las poderosas
tendencias a la diferenciación social. Es una característica atestiguada por décadas
de investigación antropológica. Su éxito, como dijimos, es muy parcial, pero la
existencia misma del esfuerzo apunta a una de las bases sociales fundamentales de
cualquier democracia: la igualdad social sin la cual no existe democracia estable.
Frente a estas expectativas, el modelo práctico de democracia perfilado en las
experiencias de Cotopaxi y Cotacachi puede exhibir logros importantes pero am-
bivalentes. En Cotacachi las instituciones o "espacios" de participación ciudadana
están más institucionalizados que en Cotopaxi, donde no han logrado funcionar es-
tablemente. La información que fluye en ellos, la oportunidad de debatir y ser to-
mados en cuenta son apreciados no solo por los dirigentes del proceso, sino por la
mayoría de la población local a la que se le ha preguntado directamente. Pero en
234
Cotacachi, solo el 10% de la población admitió haber asistido a algún evento par-
ticipativo, sea éste el presupuesto, las asambleas o las reuniones de comités técni-
cos. Además, solo participan grupos organizados, cuando el 67 por ciento de los
encuestados dijeron no pertenecer a grupo organizado alguno (Ospina, et al.,
2006). Pero más importante aún: los indígenas y sus organizaciones (la UNOR-
CAC y el MICC) asisten usualmente a los talleres o asambleas de debate amplio,
pero hablan muy poco. Se sienten fuera de lugar, en desventaja. Los actores urba-
nos, menos organizados pero más hábiles en el discurso público, dominan el esce-
nario. Los indígenas asisten pero, salvo unas pocas excepciones, se mantienen en
un silencioso segundo plano. Sus modos de actuar y de influenciar en las decisio-
nes no dependen de la capacidad de hablar en público, en castellano y con argu-
mentos bien ordenados. Tienen sus propios modos, pero que eluden parcialmente
los espacios institucionalizados de participación que sus propios dirigentes contri-
buyeron a crear.
Esta ambivalencia en los modos de participación ha hecho difícil y tumultuo-
sa la forja de alianzas políticas estables entre actores rurales y urbanos en las dos lo-
calidades, aunque por razones estructurales que no podemos profundizar aquí, en
Cotopaxi ha sido incluso mucho menos estable que en Cotacachi. Los altos dirigen-
tes o las autoridades electas juegan en el fiel de la balanza, pero no siempre alcan-
za. Tal vez una de las más claras evidencias de ello sea el proceso de diferenciación
interno en el que la participación electoral se produce y se injerta. Las zonas indí-
genas son aquellas en las que las relaciones clientelares tienen su más larga histo-
ria. El origen social de las relaciones clientelares, su modelo histórico, el molde des-
de el cual se difundió hacia el Estado es el tipo de relaciones a la vez paternalistas
y familísticas de las haciendas serranas. Se trata de relaciones fundadas en las dádi-
vas paternales del "patrón" y en la lealtad, siempre inestable, de las familias amplia-
das de los trabajadores. El peso de esa "cultura política", sobre todo en Cotopaxi,
resuena con trescientos años de profundidad: no solo los nuevos patrones reprodu-
cen las relaciones clientelares, sino que en muchos casos es una demanda de las mis-
mas comunidades que forman la base social del movimiento indígena.
Aunque Cotacachi proviene de la misma matriz histórica y social, su historia
local tiene algunas peculiaridades. Cotopaxi es una provincia mucho más empo-
brecida y descapitalizada. La falta de agua y la crisis de la agricultura son mucho
más radicales que en Cotacachi, donde la disponibilidad de tierra se puede, ade-
más, complementar con trabajo migratorio o actividades artesanales. En Cotopaxi,
especialmente en el occidente, área de predominio indígena y base social funda-
mental del MICC, la agricultura complementa mucho más la migración que al re-
vés. Martha, una joven estudiante de Cotacachi, de 18 años, nacida en la comuni-
dad de Chilcapamba, que trabajó como encuestadora tanto en la zona andina de su
municipio como en Pujilí, provincia de Cotopaxi, quedó impresionada de los nive-
les de pobreza, sequía y desatención que existen en el cantón más poblado del oc-
235
lio la relación del movimiento con sus expresiones orgánicas parece atravesar tres
fases: la primera es la de "coagulación". En ella los propósitos del movimiento
aparecen de forma disgregada y su expresión orgánica es más bien la de una "red"
poco articulada aunque con oportunidades de unión muy altas. La segunda es la de
"institucionalización". En ella el movimiento y sus principales organizaciones pa-
recen identificarse. Se consiguen logros políticos y sociales en términos de con-
quistas concretas y reconocimiento estatal. Estas conquistas y ese reconocimiento
crean presiones nuevas y alientan divisiones internas: hay que proteger las con-
quistas y hay que decidir sobre su profundidad deseada. Una tercera fase es la de
"difusión". En ella, si el movimiento es exitoso, sus demandas se dispersan en la
sociedad, se vuelven parte del "sentido común" y pierden potencia sus referentes
organizativos específicos, que pueden convertirse en el equivalente de oficinas de
organismos estatales. Esta puede ser La fuente de una nueva fase de "coagulación"
en la que se remozan sus demandas o, por el contrario, de un período de acumula-
ción de cambios lentos, institucionales y sociales, en las condiciones específicas
que dieron origen al movimiento y que pierden su capacidad de movilización con-
testataria. Puede pensarse que el movimiento indígena ecuatoriano está en algún
momento entre la segunda y la tercera fase.
Sobre el objetivo del "desarrollo", es decir, de la reducción drástica de la po-
breza y la desigualdad, los logros son mucho más modestos. La capacidad de in-
tervención de los gobiernos locales en el cambio económico de sus territorios ha
sido casi tan limitado como el de la multitud de proyectos de desarrollo llevados a
cabo por Organizaciones No Gubernamentales y Organizaciones campesinas de
Segundo Grado. En Cotacachi, por ejemplo, luego de 10 años de intentos, en la En-
cuesta de opinión realizada en septiembre de 2005, un significativo 40 por ciento
de los encuestados piensa que su situación "ha mejorado" en educación, salud,
combate al analfabetismo y provisión de agua potable, pero solo un 10 a 15 por
ciento piensa que está mejor en trabajo, seguridad y disponibilidad de agua de rie-
go. De hecho, cuando se preguntó específicamente sobre la situación económica de
su familia, la proporción de los que consideran que su situación económica fami-
liar mejoró jamás supera el 20 por ciento del total (Ospina, et al., 2006).
Lo que ocurre es que mientras en la lucha por el respeto intercultural y la de-
mocracia participativa existen incentivos positivos del contexto, para la transfor-
mación económica hay que bregar desesperadamente contra la corriente. Las refor-
mas liberales de las economías no están precisamente diseñadas para favorecer a
las economías campesinas, las regiones empobrecidas o a los sectores sociales en
desventaja estructural. La tarea económica escapa ampliamente no solo a las atri-
buciones y habilidades tradicionales de los gobiernos locales, sino a las fuerzas so-
ciales condensadas en el movimiento indígena. No es una tarea para la que basten
sus solas fuerzas, ni para la que tengan propuestas tan claras como para la demo-
cracia o el respeto.
237
Tal vez en este tema, más que nunca, más que en ningún otro, dependen de
lo que puedan construir junto a otros sectores sociales empobrecidos. Las organi-
zaciones sociales y los militantes políticos que confluyeron con la CONAIE en la
creación de Pachakutik pueden respetar y luchar honestamente por la conquista de
las reivindicaciones étnicas. Pero en fin de cuentas no son sus reivindicaciones. Lo
que puede mantener unidos a esos grupos diversos y lo que los atrajo al polo de
gravedad de la CONAIE está fuera de la agenda india de la lucha identitaria por el
reconocimiento. Está en cierta vaga promesa que el movimiento indio parece ha-
ber hecho y que ciertos oídos interesados parecen haber escuchado. Según algunos,
el movimiento indio nunca la hizo, pero sus verdaderas palabras fueron mal inter-
pretadas por los que se obstinaron en oír aquello que querían escuchar desespera-
damente. Oyeron lo que querían, sin importarles lo que les estaban diciendo. Era
la promesa de vincular la reivindicación india con la reivindicación de los derechos
de todos los pobres; la promesa de que su suerte está ligada a la del resto del mo-
vimiento social. Que no esperan ganar solos; que nada será solo para los indios. El
contenido real y el alcance histórico de esa promesa están todavía en sus manos.
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Indianidad y movilización
político-electoral en Colombia: la
apuesta de "lo indio" en un país mestizo*
Virginie Laurent **
INTRODUCCIÓN
Desde principios de los años 1990 Colombia es testigo, como otros países de
América latina, de la elección de representantes indígenas no solo en el ámbito lo-
cal o regional (alcaldes o concejales en los municipios, gobernadores de departa-
mentos, diputados o miembros de la Cámara de Representantes) sino también a es-
cala nacional (senadores de la República). Semejante "aprendizaje de la política
moderna"1 se expresa al lado de otras vías indígenas de ejercicio del poder: en la
mayoría de los grupos que constituyen la población indígena de Colombia se en-
cuentran autoridades que se sitúan al lado de las esferas de poder -ejecutivo, legis-
lativo, judicial- de índole nacional y que gozan de un reconocimiento legal por
parte del Estado en cuanto autoridades tradicionales (Decreto 2164 de 1995).
Sin precedente en la historia del país la presencia actual de la indianidad en
el escenario político-electoral hace eco al nacimiento en décadas anteriores de las
primeras organizaciones indígenas, destinadas a encarnar demandas sociales y ét-
nico-culturales, las cuales contribuyeron a la formación de un movimiento indíge-
na de amplitud nacional. Puede explicarse igualmente por un entorno nacional fa-
* Este artículo presenta de manera sintética datos y reflexiones frutos de una investigación doctoral
sobre la experiencia político-electoral indígena en Colombia {Comunidades indígenas, espacios
políticos y movilización electoral en Colombia, 1990-1998. Motivaciones, campos de acción e im-
pacto, Bogotá, ICANH/ IFEA, 2005) y de investigaciones post-doctorales llevadas en el marco del
Instituto Francés de Estudios Andinos-Colombia, 2004-2007 (Indianidad, 'juegos'y retos políti-
cos. Propuesta de enfoque comparativo en América andina a partir del caso colombiano) y del
proyecto Idymov: Identidades y movilidades: las sociedades regionales en los nuevos contextos
políticos y migratorios. Una comparación México-Colombia, CIESAS-México/ICANH-Colom-
bia/IRD-Francia, 2003-2006 (Identidades, 'juegos'y retos políticos en Colombia. Reflexiones en-
torno del caso del Cauca: ¿un departamento bajo autoridad indígena?).
** Instituto Francés de Estudios Andinos, IFEA-Colombia.
1. Se toman prestadas aquí las palabras de Roberto Santana a propósito de la experiencia de los in-
dígenas del Ecuador (1992: 153).
240
vorable con la adopción en 1991 de una Constitución política que plantea un trato
fundado en el reconocimiento de los llamados "grupos étnicos" -indígenas y afro-
colombianos. En este sentido el caso colombiano se inserta en una dinámica co-
mún a varios países de la región: nacimiento, expansión y fortalecimiento de los
movimientos indígenas a partir de los años 1960-1970 y voluntad de participación
política a través de sus organizaciones; implementación de políticas a favor de una
apertura democrática y modernización del Estado con reformas constitucionales y
demás cambios institucionales en las décadas 1980-1990. Al contrario de sus veci-
nos latinoamericanos, Colombia se destaca sin embargo por la baja proporción de
la población indígena: estimada en menos del 2 por ciento del total de habitantes
en un país considerado como altamente mestizo (Arango, Sánchez, 1998: 20).
¿Cómo entonces, explicar el auge indígena en un contexto tan "poco indio"?
¿De qué manera, más concretamente, la indianidad se da a ver y/o a escuchar en el
escenario público colombiano? ¿Cuáles son sus alcances y límites en los procesos
electorales frente a un electorado compuesto no solamente de votantes indígenas?
¿Cómo conjugar la movilización indígena en el escenario electoral con otros mo-
dos -indígenas y no-indígenas- de hacer política: implementados a través de las
llamadas autoridades tradicionales o desde las organizaciones regionales y nacio-
nales que siguen jugando un importante papel de representación de las comunida-
des indígenas2 pero también entre los demás sectores y ámbitos de la sociedad co-
lombiana?
De hecho, si bien se destaca una posición claramente respetuosa de la alteri-
dad con la definición constitucional de la nación colombiana como multiétnica y
pluricultural desde 1991, queda el interrogante de la aplicación de semejantes prin-
cipios en la práctica. Así mismo se plantean posibles efectos perversos para la op-
ción del multiculturalismo promovido por la Carta Magna -y las demás normas na-
cionales implementadas en los últimos años en Colombia. En nombre de la defen-
sa de una identidad "pura" el multiculturalismo puede favorecer el repliegue y la
estigmatización. Asimilada a una concepción fija de la etnicidad tal fórmula resul-
ta homogeneizante, reconociendo la diversidad de los grupos, pero rechazando to-
da diferencia dentro de las llamadas comunidades (Adler, 1997; Barber, 1995; Tou-
raine, 1997). La pertenencia a un grupo antes desfavorecido, que ahora garantiza
el acceso a algunos privilegios y derechos en el marco del multiculturalismo, puede
igualmente fomentar procesos de victimización (Todorov, 1995; Feher, 1995).
También genera la dispersión de individuos, viéndose superadas las asociaciones
creadas para defender intereses de grupo, por líderes motivados sobre todo por in-
2. La palabra comunidad está entendida aquí, como sinónimo de parcialidad o vereda, para designar
a la unidad territorial y administrativa en la que está asentada gran parte de la población indígena
en Colombia, por lo general dentro de un territorio colectivo (el resguardo); por extensión, tam-
bién, a sus habitantes.
241
De hecho, la lucha indígena de los años 1970 nace sobre las bases de una or-
ganización campesina inicialmente creada desde el Estado, pero que rápidamente
tiende a radicalizarse para emprender operaciones de recuperación de tierras, a las
243
ración a una organización realmente indígena" (Cartilla CRIC 1980, s.f.: 3, subra-
yado en el original).
A pesar de todo, en este caso también, el proyecto de "política indígena" que
se busca implementar, pretende ser abierto al conjunto de la sociedad colombiana
aunque sea a base de un precepto explícito: "juntos, pero no revueltos". De hecho,
gozará del apoyo de un grupo de Solidarios, los cuales a su vez declararán:
[n]o vacilamos en respaldar esta lucha puesto que enfrenta a los mismos enemigos
que como colombianos soportamos. Nos llena de alegría que se desarrolle un proceso
de afirmación y unidad del pueblo guambiano. Ello es un valioso aporte a la lucha del
pueblo colombiano, pues son estos procesos de afirmación e identidad los que hacen
posible la construcción y el fortalecimiento de un torrente libertador que aglutine los
diferentes pueblos, clases, sectores, partidos y personas que sufren o les indigna la
opresión a que estamos sometidos (Movimiento de Solidarios, 1980: 6-7).
nidades de las tierras bajas, y la Alianza Social Indígena (ASI), encarnando bá-
sicamente las de la zona andina.3
Para acercarse a la lógica interna de estas organizaciones, es valido llamar la
atención sobre una precisión terminológica. En primer lugar, nunca aluden a sí mi-
mas como a partidos -dada la connotación negativa este término asociado a los
"partidos tradicionales" frente a los cuatíes, precisamente, buscan afirmarse como al-
ternativas. Recurren más bien a designaciones tales como movimiento o alianza -li-
gadas a la doble idea de dinamismo y coalición. Es importante anotar igualmente
que en contraparte dichas organizaciones no dudan en afirmarse como indígenas.
Esto se ha traducido en la puesta en escena de lo indio, en palabras e imágenes, a
través de temas y lemas privilegiados por los candidatos del movimiento indio,
quienes buscan presentarse como idóneos y marcar una diferencia frente a las de-
más agrupaciones políticas. Resaltando su asociación a la idea de una "sabiduría in-
dígena" hacen por ejemplo referencia aJ medio ambiente, a la armonía entre el hom-
bre y la naturaleza, a sociedades equitativas y trabajos comunitarios -la minga- a la
vez que se respaldan con elementos dotados de una fuerte carga simbólica: el uso
de vestimenta con poncho y sombrero reivindicada como tradicional, plumas o el
pelo largo ya que en política "el hábito sí hace el monje" (Bayart, 1996: 196; Lau-
rent, 2005) (ver fotos en anexo 1). Así mismo tanto en los modos de selección de
candidatos como en las campañas electorales, usos considerados como propios al
mundo indígena -el recurso a chamanes o la utilización de lenguas autóctonas- se
agregan a aspectos más "clásicos" de las épocas de elecciones -los mítines en las
plazas públicas, la preparación de afiches o mensajes de propaganda en la radio.
De esta forma, se afirma lo que hay de "más indio" con el objetivo de que se
marque una diferencia frente a los actores de las demás agrupaciones políticas. Por
esta vía puede operarse un doble efecto de identificación de los candidatos del mo-
vimiento indígena ante el electorado: identificación como "semejante" dentro de
3. 1994 es el primer año en el cual compiten estas tres fuerzas, AICO, ASI y MIC. Anteriormente, el
Movimiento de Autoridades y la ONIC se habían movilizado a nivel nacional en el momento de
la elección de la Asamblea Nacional Constituyente. En 1991 sin embargo, el desacuerdo de algu-
nos dirigentes y organizaciones regionales de la zona andina -Antioquia, Cauca y Tolima, princi-
palmente- frente a la elección de un líder amazónico como candidato de la ONIC para el Senado,
llevó a una disidencia y a la creación de la Alianza Social Indígena. Dos afios después, la decisión
de la ONIC de retirarse del escenario electoral para devolverse a un trabajo "con las bases", con-
dujo a su vez a la creación del MIC por parte de sectores y líderes de la amazonia y la orínoquia.
Además de estas organizaciones hay que hacer mención de algunas candidaturas indígenas dentro
de los partidos tradicionales o, más recientemente, entre fuerzas independientes (Polo Democráti-
co Independiente, Huella Ciudadana, Cambio Radical) -sobre todo para elecciones para el Sena-
do-. Así mismo se puede subrayar la aparición y desaparición sucesivas de varias agrupaciones
cuya denominación buscaba reflejar un vínculo directo con el movimiento indígena. No obstante,
solo el Movimiento de Autoridades, la Alianza Social Indígena, la Organización Nacional Indíge-
na de Colombia (hasta 1993) y el Movimiento Indígena Colombiano (hasta 1998) lograron cons-
tituirse como opciones políticas de alcance nacional.
247
las comunidades ("el candidato es indio como yo") e identificación como alterna-
tivo entre los votantes no indígenas (es decir, indio que, se supone, no es dado a las
prácticas de corrupción frecuentemente asignadas a los "partidos tradicionales" y
que al contrario se propone encarnar otro "modo de hacer política").
No obstante, más allá de sus apelaciones estas organizaciones se caracterizan
por su contacto permanente con elementos no limitados solo a lo indígena: por ejem-
plo en cuanto al contenido de los proyectos que quieren encarnar, a los candidatos y
asesores que agrupan en su seno, así como a las alianzas que concretan. Desde su sur-
gimiento en los setenta el movimiento indígena tenía como propuesta no solo la de-
fensa de derechos territoriales e identitarios, sino también una transformación de fon-
do de la sociedad. Años después, su inserción en el escenario electoral va en la mis-
ma dirección: las plataformas políticas que defienden sus representantes buscan diri-
girse a un electorado amplio. Las fuerzas políticas indígenas cuentan además con
abogados, politólogos y demás profesionales, que actúan como sus asesores en sus
sedes o en los despachos de los elegidos, y sobre todo es de resaltar el hecho de que,
al lado de líderes de ascendencia indígena, agrupan a no-indígenas entre sus filas.
La mayoría de estos apuntan a puestos de menor visibilidad: concejos muni-
cipales o asambleas departamentales. Pero algunos tienen aspiraciones mayores:
las alcaldías de capitales departamentales como Bogotá o Medellín; ser concejal de
Bogotá; una curul en la Cámara de Representantes a través de la circunscripción
especial para comunidades afrocolombianas (en 1994, una parlamentaria negra fue
elegida en nombre de la Alianza Social Indígena); o incluso para aspirar al primer
cargo de la República (en el 2006, Alianza Social Indígena presentó un candidato
no-indígena para las elecciones presidenciales). A estos acercamientos a hombres
y mujeres no-indígenas susceptibles de fortalecer la imagen de las organizaciones
indígenas dada su popularidad, se suman compromisos preelectorales con diversos
sectores políticos y de la sociedad, no-indígenas (Laurent, 2005).
genas llegará a concretarse no solo en respaldos a través del voto sino también a
partir de coaliciones con múltiples sectores populares reivindicándose como alter-
nativos a los llamados partidos tradicionales.5
En el 2003 sin embargo las organizaciones indígenas acusaron una sensible
caída -cuarenta y seis elegidos menos que en el 2000-, la cual fue confirmada por
una baja considerable del número de votos que obtuvieron con motivo de las con-
tiendas electorales de 2006 (Registraduría Nacional del Estado Civil, 2006). En
gran parte esta regresión se explica por la introducción de una serie de cambios en
el sistema electoral colombiano, en cuanto a los procedimientos utilizados para la
elaboración de las listas, el conteo de los votos y la repartición de las cumies (Re-
forma política de 2003). Además de la obligación que tienen las organizaciones po-
líticas de competir por medio de listas únicas, se destacan las modalidades del voto
preferente,6 del umbral1 y de la cifra repartidora91 medidas que, según sus de-
fensores, fueron implementadas para evitar la dispersión y las "microempresas
electorales" pero que también signfican una amenaza para la sobrevivencia de los
partidos pequeños.
5. Para dicha oportunidad se operó una "reconciliación" entre la ASI y el Movimiento de Autorida-
des -ambas organizaciones dándole su aval al candidato guambiano- al lado de múltiples agrupa-
ciones cívicas del departamento, de índole local, sub-regional o regional, rural o urbana: organi-
zaciones de campesinos, centrales obreras, sindicatos de profesores o personal de la salud, orga-
nizaciones de población negra, etcétera.
6. Las listas no establecen alguna orden entre los candidatos posibles; son los electores los que de-
ciden a quien escoger entre los aspirantes.
7. El umbral corresponde al número mínimo de votos que debe lograr una lista para poder entrar en
la asignación de cumies y conservar su personería jurídica.
8. También conocida como ley d'Hondt -del nombre de su inventor-, la cifra repartidora asegura la
asignación de cumies de manera proporcional en función del número de votos obtenidos.
250
Por otra parte, vale la pena subrayar la manera cómo, en un contexto marca-
do por un multiculturalismo todavía incipiente, inaugurado por la Constitución de
1991, la apropiación o el rechazo de usos y costumbres considerados tradicionales,
en algunos casos han llegado a jugar un papel central a través de batallas jurídicas,
donde se oponen normas nacionales y consuetudinarias y en las que elegidos del
movimiento indígena se han enfrentado: por ejemplo, para asegurar su acceso a
una curul, pelearse un liderazgo, justificar o impedir sanciones en cuanto a tomas
de posiciones contrarías a las directivas de sus organizaciones (Laurent, 2005).
Al respecto, se puede señalar por ejemplo el pleito que opuso dos represen-
tantes indígenas después de las elecciones parlamentarias de 1998, ambos candida-
tos al Senado dentro de la circunscripción especial en nombre de organizaciones ri-
vales. El perdedor del Movimiento Indígena Colombiano (MIC) demandó al gana-
dor -y recién elegido senador del Movimiento de Autoridades (AICO>- por no te-
ner 30 años en el momento de su elección (condición requerida para ser senador,
conforme al artículo 172 de la Constitución). En respuesta, el demandado fundó su
defensa en dos tipos de argumentos: uno, que el artículo 171, dedicado a la circuns-
cripción indígena, en ningún momento hace referencia a la edad sino que privile-
gia el poder comprobar un vínculo directo con comunidades indígenas; y dos, que
la noción de edad biológica sería un concepto ajeno al mundo indígena -dado que
en algunas comunidades no seria nada raro contar con autoridades de menos de 15
años. Un aspecto interesante es que la responsabilidad de zanjar este litigio le co-
rrespondió a un órgano del poder judicial nacional (el Consejo de Estado) -el cual
efectivamente canceló esta elección.9
9. Más recientemente ocurrió un hecho similar: una dirigente arhuaca, Atí Quigua, elegida como con-
cejal de Bogotá en el 2003, fue demandada por la misma razón: no tener la edad necesaria para
ejercer esta función. Esta vez, sin embargo, la Corte Constitucional -otro órgano judicial nacio-
nal- le reconoció a la líder indígena el derecho de llegar a su cargo.
251
En relación con estos "asuntos indígenas" la posición del Estado es más bien
confusa. De un lado, reconoce una especificidad territorial e identitaria a los "gru-
252
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Anexo I
* FLACSO-Ecuador.
1. Una versión preliminar de este artículo fue publicado como "Los misioneros salesianos y el mo-
vimiento indígena de Cotopaxi, 1970-2004", en Ecuador Debate, No. 63, pp. 235-268.
262
líticas, y sobre todo cómo este proyecto se articula con las necesidades, deseos e
interpretaciones de la realidad de los campesinos de la zona.
La bibliografía sobre movimientos indígenas en América Latina y Ecuador,
aunque en ocasiones reconoce el destacado papel que han jugado los religiosos en
la conformación de estos movimientos, no estudia este fenómeno en detalle. Quizás
esto se deba a un temor justificado a restar agencia a los indígenas o a reproducir
estereotipos coloniales de estos como sujetos pasivos que solo pueden ser moviliza-
dos por agitadores externos. O tal vez la resistencia a estudiar el papel de los reli-
giosos en los movimientos indígenas se deba a las tendencias anticlericales de algu-
nos investigadores. Una excepción son los estudios sobre el movimiento Zapatista
mexicano, donde jugó un papel destacado la teología de la liberación. Autoras có-
mo June Nash (2001), Lynn Stephen (2002) y Xoxitl Ley va (2002) han explorado
la importancia de los religiosos en la movilización política chiapaneca, y argumen-
tan que considerar esta relación no resta capacidad de movilización a los indígenas,
ya que precisamente la teología de la liberación buscó fomentar su capacitación,
agencia, e independencia. Además, las autoras sostienen que es importante entender
la relación con los religiosos para una mejor comprensión de la cultura política del
movimiento indígena. León Zamosc (1993: 292) señaló hace más de una década en
un importante artículo sobre los orígenes del movimiento indígena ecuatoriano:
"(...) es sorprendente que el tema de las relaciones entre la Iglesia y las organiza-
ciones campesinas e indígenas, a pesar de su gran centralidad, permanezca aún vir-
tualmente inexplorado en la investigación social en el Ecuador." Un análisis cultu-
ral en profundidad de la relación entre religiosos e indígenas está presente en otro
cuerpo bibliográfico que se centra en el tema religioso y su articulación con la iden-
tidad étnica (ver Muratorio, 1981; Lyons, 2001; Kohn, 2002; Andrade, 2004, y Ru-
benstein, 2005), sin embargo, estos trabajos solo se han centrado tangencialmente
en el impacto de esta relación en la cultura política indígena.
La zona de Zumbahua desde el siglo XVII hasta principios del XX fue una
hacienda de los Agustinos, una orden religiosa católica. Era una hacienda ganadera
de páramo que aportaba principalmente lana para un obraje que la misma orden
tenía cerca de Latacunga. Además producía cereales y caña de azúcar en la zona
del subtrópico hacia donde la hacienda se extendía. En 1908 con la ley de benefi-
cencia que nacionaliza las propiedades de la Iglesia, Zumbahua pasa a manos de la
Asistencia Social que a su vez la cede a una serie de arrendatarios temporales pa-
ra financiar obras de beneficencia urbanas. La hacienda de Zumbahua sujetó a sus
trabajadores a través del concertaje y más tarde el huasipungo, y las condiciones
de trabajo eran sumamente duras en relación a otras haciendas, de acuerdo a los in-
vestigadores que han estudiado esta propiedad (Weismantel, 1988; Becker y Clark,
2004). Esto es corroborado por los testimonios de los campesinos e incluso de los
hacendados arrendatarios que aún viven (Rafael Gómez de la Torre, comunicación
personal). En 1965, con la primera ley de reforma agraria, Zumbahua, como otras
263
haciendas públicas, se reparte entre los campesinos. Diferencias sociales que data-
ban de la época de la hacienda entre mayordomos, huasipungueros con mayor o
menor cantidad de tierra, arrimados, yanaperos y ayllus más o menos poderosos se
reprodujeron en el reparto y dieron lugar a desigualdades y tensiones que fueron
confrontadas más tarde por los salesianos en su búsqueda de una comunidad más
igualitaria. En zonas cercanas como Tigua y Guangaje había haciendas privadas
por lo que los campesinos llevaron a cabo tomas de tierras para presionar a los ha-
cendados a venderlas a un precio razonable. Estas tomas eran organizadas por par-
tidos marxistas (PCE o PCMLE) que, como señalan Fiallo y Ramón (1980) y Bec-
ker y Clark (2004) tuvieron gran influencia en toda esta zona del páramo de Coto-
paxi desde los años treinta hasta los setenta. Desde la época de la hacienda existía
una tradición de migración de los campesinos de la zona para trabajar temporal-
mente en plantaciones de la Costa y más tarde en la construcción en Quito y Lata-
cunga. La migración se acentuó después de la reforma agraria debido a que las tie-
rras repartidas no fueron suficientes, eran tierras ganaderas de páramo que difícil-
mente permitieron una agricultura intensiva, lo cual fue agravado por la erosión de
los suelos, el crecimiento demográfico, y las sucesivas subdivisiones que dieron lu-
gar a un marcado minifundismo.
Según su proyecto inicial escrito a fines de los años sesenta,2 los salesianos
buscaron combinar la evangelización de los campesinos con su "desarrollo huma-
no," el cual entendieron como acompañar y asesorar a los campesinos en su lucha
por el acceso a la tierra y por una mejor explotación de este recurso. Para la lucha
por la tierra, para conseguir créditos para comprarla, o para convertirse en interlocu-
tores válidos de las agencias de desarrollo agrario gubernamentales y no guberna-
mentales, los campesinos necesitaban de capacitación política y organización social,
por lo que los salesianos fomentaron ambas a través de la educación intercultural bi-
lingüe y del fortalecimiento de las organizaciones, aspectos sobre los que hablaré
más tarde. Desde el punto de vista del desarrollo agrario, los salesianos tenían unos
objetivos que pueden parecer contradictorios: por un lado buscaban promover una
comunidad campesina autosuficiente, basada en la tradición kichua, y por otro bus-
caban modernizar la agricultura para mejorar las condiciones de vida de la pobla-
ción. Esta tensión entre tradición y modernización era una de las características del
proyecto salesiano. Entre sus primeros objetivos estuvo la mejora de carreteras y ca-
minos, la introducción de semillas, cultivos, y nuevas técnicas agrarias y la búsqueda
de una mayor eficiencia ganadera e incluso de su industrialización. Sin embargo,
estos buenos propósitos se encontraron con limitaciones debido a la pobre calidad
de la tierra, al minifundismo, y a la erosión. Desde la reforma agraria, los campesi-
nos del páramo de Cotopaxi no han podido vivir exclusivamente de la agricultura si-
no de una combinación de actividades que incluyen el comercio, el contrabando, el
Mientras que las publicaciones sobre los indígenas y su política conjuran cosmo-
logías naturales, organizaciones campesinas y agricultura, la gente indígena por su
parte vive una mezcla de vida rural y urbana. Trabajan en ciudades, rentan apartamen-
tos, bautizan a los niños en barrios urbanos, compran en los mercados y organizan
asociaciones políticas y económicas en las ciudades. (...) Viviendo en las ciudades, la
gente indígena interactúa repetidamente con sus comunidades y fuera de ellas de for-
mas fluidas que no están atadas a divisiones categóricas de gente y lugares.
La educación de los sectores indígenas es uno de los principales objetivos del Mi-
nisterio de Educación y Ciencia (MEC) que, en conformidad con las leyes vigentes,
busca impulsar programas y proyectos en diferentes sectores del país. Con la fecha 4
de julio de 1984 se celebró un convenio entre el Estado ecuatoriano y la Sociedad Sa-
lesiana, mediante el cual el MEC se comprometerá a unir esfuerzos en procura de al-
canzar los objetivos de la educación indígena, ratificando los acuerdos especiales rea-
lizados hasta la fecha y facultando la celebración de nuevos convenios educativos. En
el año de 1987, los educadores comunitarios y el equipo de apoyo con la colaboración
de otras personas se empeñaron en oficializar la experiencia educativa, con proyecto
educativo del SEIC.
Lo que quiero mostrar con esta cita es la importancia que para los educado-
res y líderes indígenas tiene el ser reconocidos por el Estado. Nada más lejos de un
movimiento que pretenda cuestionar al Estado. Este interés no responde tan solo a
un deseo de ser reconocidos, sino de llegar a formar parte de las estructuras esta-
tales, lo cual es comprensible, ya que la oficialización conlleva una contraparte
económica: los maestros indígenas comienzan a recibir bonificaciones y otros be-
neficios del Estado de los que ya disfrutaban los maestros mestizos.
Estos datos cuestionan el lugar común, a menudo repetido por la literatura so-
bre movimientos indígenas en Latinoamérica, de que lo que buscan estos grupos
por medio de la educación intercultural bilingüe y de su organización política es
cuestionar al Estado y proponer una opción separatista. En ocasiones, la creación
de organizaciones de corte étnico no responde a un deseo separatista sino que es
una reacción a la exclusión del ámbito de lo nacional. Por ejemplo, en Cotopaxi,
los maestros del SEIC crearon una organización de maestros indígenas debido al
rechazo que sufrieron por parte de la Unión Nacional de Educadores (UNE).
¿Qué entiende el proyecto salesiano por promover la cultura indígena y qué
impacto tiene esto en la cultura política? Los salesianos piensan que se debe fo-
mentar la cultura y la identidad, entre otras cosas, para reforzar la autoestima de
los campesinos, pero esto paradójicamente no implica una opción esencialista y
tradicionalista sino un objetivo modernizante. Piensan que se debe enseñar el idio-
ma y la filosofía kichuas pero purificados, ya que de acuerdo a los salesianos los
campesinos hablan un kichua impuro, corrompido por la influencia del castellano.
La cultura kichua también debe preservarse pero depurándola de aquellos aspectos
que se consideran negativos como la exclusión de la mujer, la reciprocidad andina
que según un salesiano debe ser progresivamente sustituida por el valor cristiano
de la gratuidad, de dar sin esperar nada a cambio, y otros aspectos que puedan im-
pedir el desarrollo o la mejora de la calidad de vida. En otras palabras, aquello que
se cruce con el proyecto modernizadoi.
267
Como hemos visto, tanto la lucha por la tierra, el desarrollo agrario y la edu-
cación bilingüe impactaron la organización política indígena: para conseguir tie-
rras y créditos hacía falta organización. La educación bilingüe promovió la con-
ciencia política étnica y formó a los líderes. Los salesianos también promovieron
la organización política de forma directa. El proyecto de Zumbahua de 1971 (p. 20)
daba prioridad a este aspecto:
En la solución del problema indígena, los indígenas mismos tienen que ser los su-
jetos activos de su acción liberadora (...) a través del proceso de concientización que
les lleve al cambio de toda estructura económico-social injusta. Así pues, el objetivo
fundamental de toda nuestra acción debe ser llevar a la comunidad indígena a una ver-
dadera autogestión. Nuestra acción como agentes de cambio no es sino temporal, pa-
sajera, subsidiaria.
Yo por mi parte estaba en Zumbahua y en ese tiempo ya habían comenzado las es-
cuelas indígenas de Cotopaxi, además era promotor de FODERUMA y comenzamos
en Chugchilán un proceso de adquisición de tierras (...). En alguna reunión de esas
que se hacen de pastoral, veíamos el modelo del movimiento indígena de Tungurahua
y el de Chimborazo, entonces vimos la necesidad de apoyar una serie de posibilida-
des para que las comunidades indígenas de Cotopaxi tuvieran una instancia de por lo
menos conocerse... Así que hicimos una primera convocatoria, creo que fue en Chug-
chilán si mal no recuerdo. Nosotros poníamos todo, llamamos por la radio a la gente,
poníamos los buses para que la gente venga (...). A los tres años y medio nuestro pa-
pel seguía siendo evidentemente central, de animación, de capacidad de convocatoria.
En ese momento era el apoyo a la lucha por la tierra. En ese sentido no hacíamos
nada nuevo o diferente a lo que hacía la FEI.4 Yo como promotor de FODERUMA y
4. Federación Ecuatoriana de Indios. Una organización que fue importante en la movilización indí-
gena por la tierra desde los años treinta y que estaba articulada al Partido Comunista del Ecuador
(PCE).
269
del Banco Central me interesaba la organización para facilitar la acción que hacía el
Estado a las comunidades, porque evidentemente sin organización no hay apoyo. Co-
mo radio, porque también era director de la radio. Como plano general lo que busca-
mos era crear una instancia en donde la gente pueda y decida por sí. No veíamos con-
tinuar en los sistemas organizativos tradicionales de nuestra zona (...) no porque eso
lo manejara la FEI u otras organizaciones de izquierda, sino porque eso era una pirá-
mide que se dirigía desde la capital. Yo viví varios años yendo y viniendo a Quito a
cada rato a la oficina del Dr. Gualle que era abogado de la FEI. A ellos no les intere-
saba que la tierra pase a las comunidades, a ellos no les interesaba resolver los pro-
blemas de la gente, sino mantener a la gente en permanente movimiento y el primero
de mayo llenar las calles de Quito (...).
CONCLUSIÓN
cuidar las políticas étnicas. Parece que los habitantes de la zona no están dispues-
tos al grado de sacrificio que a veces les exigen los religiosos pues, quizás con mu-
cha razón, consideran que son sujetos a los mismos derechos y deberes que el res-
to de los ecuatorianos. Por su parte la orden salesiana y la iglesia católica también
han entrado en un proceso de cambio hacia una mayor despolitización y énfasis en
lo espiritual. La pregunta es si se seguirán las tendencias de la jerarquía eclesiásti-
ca o continuarán este tipo de experiencias de corte utópico, pero que han tenido un
fuerte impacto en la realidad social sobre el terreno.
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... era un varón sin mácula. Nunca conoció el mal ni tuvo oportunidad de arrepen-
tirse de acciones nimias. Incluso en el Paraíso donde nadie entra de balde, destacaba
por su historial. Se le envidiaba porque su mente límpida jamás conoció un pensa-
miento extraviado y en los corrillos celestiales lo consideraban el mejor, sin embargo
en el único templo con imagen suya nadie recurría a sus oficios de mediador.
Pero un día, sin ponerse de acuerdo, empezó a visitar la representación maravillo-
sa de San Inmejorable una cohorte de ladrones, prostitutas, viciosos, adúlteros, sodo-
mitas, necrófilos, hechiceros, asesinos, coprófagos, polígamos. Había apiñamientos y
motines para acercarse a la imagen y, poseídos de una odiosa confianza, los reprobos
le narraban al santo sus asquerosidades y demandaban perdón guiñándole el ojo. El
aludido, arriba, se negaba a oír, detestaba el aire de intimidad, hallaba increíbles y da-
ñinas las confesiones, se turbaba y se horrorizaba, divulgaba que él no era milagroso
(por lo menos no tenía noticias previas) y que les convendría diversificar su venera-
ción, invocar y frecuentar otro Elegido del Señor, y dejarlo en paz.
Pero la canallada no mermó y desbordó el recinto, los feligreses más conspicuos y
generosos huyeron y ya no regresaron y el cura y los sacristanes se alarmaron sabiendo
que, para colmo, la infame turba no daba limosna, ni un céntimo. En la diócesis, el
templo adquirió pésima reputación y cura y sacristanes debieron implorarle a todos los
santos el alejamiento de tanto inicuo. A todos, menos a San Inmejorable, el causante
de la mala fama.
El puro entre los puros se afligió. ¿Por qué sus únicos fieles eran la escoria del
mundo? ¿Por qué lo frecuentaban esos rufianes cuyos pecados sin remisión palidecían
frente a su aspecto? Su prestigio celeste se fue eclipsando, los superiores le retiraron
la confianza y él dio en desmoronarse de tristeza. Esto, digo, antes de que fuese de-
gradado y remitido al Purgatorio.
Y nadie supo bien a bien si los malos feligreses perjudican a tal punto las buenas
intercesiones.
Gonzalo García:
¿De quién se trata? Para unos un mestizo converso, para otros un típico eu-
ropeo, para otros un nativo de las Indias Orientales, casi un portugués, casi un bir-
mano, casi un filipino, casi sacerdote (ya que era hermano lego), de lo que sí es se-
guro para la Santa Iglesia Católica es que fue un mártir de la fe, no eligió morir pe-
ro fue sospechoso de sedición, al menos para el emperador japonés constituyó una
amenaza, él y su grupo misionero, una avanzada de extranjeros que traen la con-
signa de expandir la "palabra de Dios", una religión con pretensiones universales.
El poder hegemónico, sea de la Iglesia o del Estado, se imagina o construye
al "otro" subordinado, en este caso con variados recursos:
La Compañía de Jesús, al educar y evangelizar a Gonzalo García, intenta sal-
var su alma a través de la palabra.
Los Franciscanos, al convertirlo en hermano lego, pretenden que sea discipli-
nando el cuerpo en el servicio.
El emperador de Japón, al crucificarlo lo reconoce sujeto de poder.
La Iglesia Católica, al nombrarlo santo y transformar su biografía, semantiza
el camino de la salvación.
La imagen fue sacada de la iglesia, tal vez porque estorbaba o por su mala
apariencia, por su gesto, sin duda no estaba entre los preferidos del panteón cató-
lico, tal vez fue la decisión de un superior franciscano o por el obispo, primero en
una esquina de un patio de carros, luego en una urna de cemento armado construi-
da por las limosnas de su devotos, más tarde acomodado en un cuarto donde fun-
cionaba una oficina parroquial, finalmente en una habitación de cristal donada por
el Banco Central del Ecuador.
Su feligresía ha ido creciendo en los últimos cien años, su fama se ha exten-
dido por Costa, Sierra, Amazonia, llega a ser conocido incluso en Colombia y Pe-
rú, se lo conoce como "el Santo de la Justicia", "el Señor de la pisada", a él acu-
den mestizos e indígenas, por propia iniciativa o, las más de las veces, por reco-
mendación de un brujo, el cual ha dispuesto un cierto orden en los procedimientos:
pagar una misa en la Iglesia de la Medalla Milagrosa, regentada por las hermanas
Lauritas y luego acudir a retirar el nombre o la pisada donde los Gonzalitos.
El santo que no se da abasto para tanto pedido tuvo que ser clonado y sus re-
producciones, que tampoco son muchas, son cuidadas por "priostes" encargados de
los negocios terrenales del santo.
... la cogida de la pisada conlleva la pérdida del espíritu debido a la acción de al-
guna persona envidiosa o rencorosa (157).... Es una creencia muy extendida por to-
da la Provincia (Zumbahua, Angamarca, Moraspungo, etc.) ...
Cuadernos
de apuntes
de los
petitorios a
Gonzalito
Los autores
Biblioteca de Historia
1. Roberto Andrade, HISTORIA DEL ECUADOR, I.
2. Juan León Mera, LA DICTADURA Y LA RESTAURACIÓN EN LA RE-
PÚBLICA DEL ECUADOR.
3. Camilo Destruge, HISTORIA DE LA PRENSA DE GUAYAQUIL, I.
4. Camilo Destruge, HISTORIA DE LA PRENSA DE GUAYAQUIL, II.
5. Roberto Andrade, HISTORIA DEL ECUADOR, II.
6. Eloy Alfaro, NARRACIONES HISTÓRICAS.
7. Roberto Andrade, HISTORIA DEL ECUADOR, III.
8. Alberto Muñoz Vernaza, ORÍGENES DE LA NACIONALIDAD ECUA
TORIANA.
9. Roberto Andrade, HISTORIA DEL ECUADOR, IV
10. Enrique Ayala Mora, edit, LA HISTORIA DEL ECUADOR: ensayos de in-
terpretación.
294
Colección Quitumbe
1. Hugo Burgos Guevara, RELACIONES INTERÉTNICAS EN RIOBAM-
BA: dominio y dependencia en una región indígena ecuatoriana
2. Pío Jaramillo Alvarado, EL INDIO ECUATORIANO, I.
3. Pío Jaramillo Alvarado, EL INDIO ECUATORIANO, II.
Estudios Jurídicos
1. José Vicente Troya, ESTUDIOS DE DERECHO TRIBUTARIO
2. Aníbal Guzmán Lara, DICCIONARIO EXPLICATIVO DEL DERECHO
DEL TRABAJO EN EL ECUADOR, I.
3. Aníbal Guzmán Lara, DICCIONARIO EXPLICATIVO DEL DERECHO
DEL TRABAJO EN EL ECUADOR, II.
4. José Vicente Troya, DERECHO INTERNACIONAL TRIBUTARIO
5. Orlando Amores Terán, DERECHO ECOLÓGICO ECUATORIANO
295
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