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Resumen
La lingüística interaccional se propone estudiar la manera en que las personas
ajustan y sincronizan su acción comunicativa en situaciones de la vida
cotidiana y en las instituciones. En este texto, se platearán las perspectivas
que originan la emergencia de la lingüística interaccional, algunos de los
conceptos con que opera y la mentalidad analítica que preside su forma de
trabajar. Así mismo, se presentarán sus aportaciones para el análisis de la
comunicación en las aulas, para la comprensión de los procesos de
construcción de conocimientos y para la formación del profesorado.
Palabras clave
Lingüística interaccional, análisis de la conversación, etnometodología,
aprendizaje de lenguas, comunicación en el aula, formación docente
Introducción
La lingüística interaccional se propone estudiar el uso del habla en la
interacción (talk-in-interaction), entendido como un proceso de ajustes
recíprocos y simultáneos entre las personas para regular y sincronizar sus
acciones en conversaciones cotidianas o en encuentros institucionales. El
análisis de la interacción se interesa por el uso del lenguaje para organizar la
acción social y para cumplir finalidades prácticas, hacia las cuales se orientan
los participantes, turno a turno, de manera retrospectiva y prospectiva,
construyendo el contexto interpretativo de manera reflexiva.
Esta corriente tiene, hoy por hoy, escasa repercusión en la enseñanza de
lenguas consideradas primeras, a pesar de aportar nuevas miradas sobre el
uso del lenguaje, aspecto central en lingüística. En didáctica de lenguas
segundas y extranjeras, se considera que la competencia de interacción es una
habilidad que el alumnado debe alcanzar. Así, ciertas nociones de la lingüística
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El estudio de la interacción
La lingüística interaccional es un apelativo que abarca enfoques para analizar
la intersubjetividad; es decir, la manera cómo los participantes explicitan
mutuamente su interpretación de la actividad en curso, la reciprocidad de sus
perspectivas y hacen públicos procesos cognitivos, socialmente compartidos.
Este vasto campo de estudio, todavía emergente frente a otras perspectivas de
la lingüística, tiene sus raíces en ciertas orientaciones para la exploración del
uso del lenguaje surgidas en los años 60-80 del siglo pasado. Entre estas
orientaciones, cabe destacar la microsociología de Goffman, el interaccionismo
simbólico –desarrollado por la escuela de Chicago y los discípulos de Mead–,
la etnometodología, propuesta por Garfinkel, la etnografía de la comunicación
–sobretodo en los trabajos de Gumperz–, la sociología de la vida cotidiana en
los trabajos de Schutz, la pragmática –particularmente, la teoría de las
implicaturas conversacionales de Grice–, el amplio abanico de propuestas para
el análisis del discurso, ciertas perspectivas para el estudio de la enunciación,
surgidas de la lectura de Bajtín, y el análisis conversacional, iniciado por Sacks
y sus colegas.
A partir de los años 80 del siglo pasado, este conjunto de orientaciones se
expande de manera espectacular y da lugar a numerosos trabajos coincidentes
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desde aquéllas en que habla el docente a todo el grupo mediante turnos largos,
sin solicitar la participación pública del alumnado, hasta aquéllas en que el
alumnado construye interacciones autogestionadas, como ocurre en el trabajo
en grupo, formato próximo a la conversación ordinaria, puesto que, sin la
presencia inmediata del docente, el alumnado tiene que interpretar la tarea
propuesta (task-as-a-workplan) y desarrollarla (task-as-a-process)
distribuyendo su participación, eligiendo los medios oportunos para llevarla a
cabo y construyendo colectivamente el sentido (Breen, 1989). Entre los dos
polos, se encuentran las secuencias IRC –Iniciación del docente / Reacción del
alumnado / Comentario del docente–, cuyos componentes han sido objeto de
atención por parte de numerosos trabajos, tanto por su forma (las preguntas
del docente, por ejemplo, en el movimiento I) como por sus consecuencias
prácticas en la intervención siguiente.
La orientación interaccional se interesa particularmente por las formas de
tomar la palabra en el aula (McHoul’s, 1978; van Lier, 1988; Markee, 2000,
2005, entre otros). La distribución de la palabra puede tener una orientación
prospectiva (selección del hablante siguiente mediante diversos métodos:
nombrándole, mirándole, señalándole, o franqueando la participación abierta),
una orientación retrospectiva (respondiendo a una heteroselección,
autoseleccionándose como hablante siguiente) o una orientación simultánea
(señales de escucha, continuadores de tipo ‘mm’, ‘vale’, ‘sí’, etc., así como las
interacciones entre alumnos vecinos mientras el docente habla). Estas formas
de tomar la palabra pueden indicar el carácter de la propuesta didáctica: más o
menos participativa, más o menos centrada en el alumnado. El análisis
interaccional permite detectar hasta qué punto se considera el alumno como
actor de su aprendizaje o bien como un mero receptor de contenidos. Así por
ejemplo, Seedhouse (2004, 2011) identifica la relación reflexiva existente entre
el tipo de actividad propuesta por el docente y la organización de la
participación, la cual comporta menor o mayor agentividad (posibilidad de
acción y de transformación de la realidad) por parte del alumnado y, por lo
tanto, mayor o menor oportunidad de aprendizaje (véase más abajo). En este
sentido, algunos estudios muestran cómo las actividades pueden realizarse de
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manera colectiva y cómo las secuencias IRC pueden ser modificadas (o incluso
invertidas) por la participación del alumnado (Waring, 2009).
El análisis interaccional incorpora, de manera sistemática y gracias a las
tecnologías disponibles, la imbricación de los recursos multimodades con el
habla en la interacción en las clases (Dausendschön-Gay, 2003; Hellermann,
2007; Olsher, 2004; Mori y Hayashi, 2006, Moore y Nussbaum, 2011, entre
otros) y, particularmente, en la participación del alumnado, incluso cuando esa
no se manifiesta públicamente mediante la toma de la palabra (Evnitskaya y
Pochon-Berger, en revisión).
El AC no pretende documentar el aprendizaje; sin embargo aporta, por lo
menos, medios útiles para quienes buscan hacerlo. En efecto, los enfoques
llamados socioculturales entienden el aprendizaje como una actividad social
(Rogoff, 1990; Lave y Wenger, 1991; Lantolf, 2001; Mondada y Pekarek, 2004,
entre otros). Estos enfoques consideren a los aprendices como personas que
se socializan en prácticas de una comunidad determinada, actuando con
personas expertas-docentes o con iguales. Esta concepción coincide con la
visión vygotskyana sobre el papel crucial de la interacción social en el
aprendizaje, y, más recientemente, con perspectivas de la PD (Edwards, 1997;
Edwards y Potter, 1992; Potter y Edwards, 2001), que describen cómo las
personas emplean los recursos verbales y no verbales para construir el sentido
de les sus actividades en la interacción.
Según estos planteamientos, aprender no sería un proceso de interiorización
de procedimientos y/o de conceptos, alojado únicamente en la mente de las
personas, sino un proceso de aumento de las posibilidades de participación en
comunidades de práctica como el aula. Desde estas perspectivas, el
aprendizaje no se mediría mediante productos (pruebas o ejercicios tipo test),
sino mediante la observación de cambios en la manera de participar de un
aprendiz en contextos definidos (Donato, 2000). Por lo tanto, el aprendizaje de
cualquier materia –incluidas las lenguas– estaría vinculado a la competencia de
interacción socialmente situada. Así, el fracaso en el aprendizaje no sería pues
sólo atribuible a factores individuales (motivación, estrategias, personalidad,
etc.), sino a problemas de acceso a la comunidad de práctica (marginación,
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Referencias
BREEN, M. (1989): “The evaluation cycle for language learning” en R. K.
JOHNSON: The Second Language Curriculum. Cambridge. Cambridge
University Press, 187-206.
207-228.
VAN LIER, L (1998): The Classroom and the Language Learner: Ethnography
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