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HISTORIA ECONÓMICA

Y SOCIAL DE COLOMBIA I
\
1537-1719
\~

por
GERMÁN COLMENARES

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Universidad
del Valle BANCO DE LA REPÚBLICA COLCIENCIAS EDITORES
T
EDITORES
•TERCER MUNDO S.A. SANTAFÉ DE BOGOTA
TRANSV. 2a.A. No. 67-27, TELS. 2550737 -2551539,AA. 4817, FAX 2125976

EDICIÓN A CARGO DE HERNÁN LOZANO HORMAZA


CON EL AUSPICIO DEL FONDO GERMÁN COLMENARES
DE LA UNIVERSIDAD DEL VALLE

Diseño de cubierta: Héctor Prado M., TM Editores

Primera edición: noviembre de 1973, Universidad del Valle


Segunda edición: diciembre de 1975, La Carreta, La Oveja Negra
Tercera edición: junio de 1978, La Carreta
Cuarta edición: agosto de 1983, TM Editores
Quinta edición: agosto de 1997, TM Editores

© Marina de Colmenares
© TM Editores en coedición con la Fundación General de Apoyo
a la Universidad del Valle, Banco de la República y Colciencias

Esta publicación ha sido realizada con la colaboración financiera de Colciencias,


entidad cuyo objetivo es impulsar el desarrollo científico y tecnológico de Colombia

ISBN: 958-601-719-2 (Obra completa)


ISBN: 958-601-603-X (Tomo)

Edición, armada electrónica, impresión y encuadernación:


Tercer Mundo Editores

Inipreso y hecho en Colombia


Printed and made in Colombia
L'historien n'est pas celui qui sait
Il est celui qui cherche.

Luden Febvre

•,
.•
CONTENIDO

ÍNDICE DE CUADROS ix
ÍNDICE PE GRÁFICOS X

ÍNDICE DE MAPAS X

ABREVIATURAS UTILIZADAS xi
FUENTES PUBLICADAS xii
NOTA DE LOS EDITORES xiii
PRÓLOGO XV

INTRODUCCIÓN xxi

Capítulo l. LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 1


La naturaleza de la Conquista 1
Etapas de la ocupación 5
La fijación de una frontera provisoria 11

Capítulo U. LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR


A LA CONQUISTA 29
Los grupos originales y sus transformaciones 29
La población indígena 68

Capítulo 111. LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 109


La encomienda 109
El tributo 135
El trabajo 161

Capítulo IV. LA TIERRA 199


La apropiación de la tierra: ¿un problema histórico o un problema
jurídico? 199
El proceso histórico de la apropiación de la tierra 203
Las composiciones 217
·viii HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

Los resguardos indígenas 231


La magnitud de los resguardos 240'
Conflictos de los resguardos 251
. La extinción de los resguardos en la provincia de Tunja 253

Capítulo V. EL ORO 267


Ciclos del oro y expansión geográfica 267
Los distritos mineros 273
Minas: técnicas, empresarios y mineros 288
Los esclavos 299
Las cifras de producción 321
Las crisis 343

Capítulo VI. EL TESORO REAL 361


Las cajas reales y el sistema de finanzas 361
los guardianes del tesoro 367
Los quintos del oro 375
La reforma fiscal de 1590 378

Capítulo VII. EL COMERCIO 385


Los caminos 385
La moneda 404
Los comerciantes y sus operaciones 413

Capítulo VIII. LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 425


El poder 425
La sociedad de los «españoles-americanos» 434
Los mestizos 446

AUTORES CITADOS EN EL TEXTO 455


ÍNDICE ONOMÁSTICO 457

ÍNDICE GEOGRÁFICO 469


ÍNDICE DE CUADROS

1. Tribus del occidente colombiano (según Trimborn) 34


2. Visitas de la tierra 82
3. Población indígena de la Nueva Granada. 1558-1564 (1567) 89
4. Cifras de población y tasas de decrecimiento 92
5. Población indígena de la región de Pasto 95
6. Provincia de Tunja. Población por corregimientos (tributarios) 96
7. Pueblos y encomiendas de la provincia de Cartagena 102;
8. Índices por tributario 107
9. Encomenderos de las primeras expediciones (según F. de Ocáriz) 116
10. Encomenderos y tributarios por encomienda, hacia 1560 123
11. Número de tributarios por encomienda en la región de Pasto 124
12. Tabla de salarios indígenas (Auto de 2 de septiembre de 1598) 166
13. Composiciones en el corregimiento de Duitama 225
14. Avalúas de las propiedades de la provincia de P9payán,
según los pagos de la? composiciones (1637) 230
15. Avalúas de las propiedades del corregimiento de Duitama,
según los pagos de las composiciones (1640) 230 ·
16. Producción de trigo en la estancia de Chiquinquirá 241
17. Remates de los resguardos indígenas 260
18. Comercio de esclavos negros en Cáceres. 1620-1644 313
19. Importación de esc~avos a Cartagena 319
· 20. Producción de oro en el distrito de Santa Fe' 329
21. Producción de oro en el distrito de Cartago 329
22. Producción de oro en el distrito de Popayán 331
23. Producción de oro en·el distrito de Antioquia 331
24. Llegadas de oro a España y producción en la Nueva Granada 332
25. Oro acuñado en la Casa de la Moneda de Santa Fe 334
26. Pr.oducción de oro en la Nueva Granada. 1682-1696 337
27. Producción de oro en la provincia de Popayán. 1660-1749 339
28. Distancias desde Santa Fe hasta los centros mineros
más importantes 364
29. Reparto del derecho de alcabala en la ciudad de Tunja 384
ÍNDICE DE GRÁFICOS

1. Curvas de población indígena (Tunja, Cartago, Pamplona) 93


2. Producción de oro en la Nueva Granada. Curva de Hamilton 268
3. Importación de esclavos negros a Cartagena 320
4. Producción de oro en el distrito de Santa Fe 326
5. Producción de oro en el distrito de Popayán 326
6. Producción de oro en el distrito de Remedios 327
7. Producción de oro en el distrito de Cartago 327
8. Producción de oro (crisis) en el distrito de Santa Fe de Antioquia 330
9. Producción de oro (crisis) en el distrito de Zaragoza 330
10. Producción de oro (crisis) en el distrito de Cáceres-Guamocó 330
11. Producción de oro en el distrito de Popayán-Anserma 341
12. Acuñación de moneda en Santa Fe 341
13. Producción de oro en la Nueva Granada. Proporciones 348
14. La renta de los quintos y las demás rentas 377
15. Envíos de oro a España 381

ÍNDICE DE MAPAS

1. Nuevo Reino de Granada. Ocupación española 15


2. Caminos y divisiones adminis.trativas 17
3. Indígenas no sometidos y Cfl.mpañas militares 1575-1675 25
4. Nuevo Reino de Granada. Densidad de la población indígena 87
5. Provincia de Tunja. Densidad de la población indígena.
1600-1603. Visita de L. Henríquez 97
6. Provincia de Tunja. Densidad de la población indígena.
1635-1636. Visita de J. de Valcárcel 98
7. Distritos mineros de la Nueva Granada 275
8.. Yacimientos de la Nueva Granada (Según R. West) 276
ABREVIATURAS UTILIZADAS

AGL Archivo General de Indias de Sevilla. Dentro de este archivo, las


referencias se hacen a varios fondos, así:
Patr. Patronato
Cont. Contaduría
Contr. Contratación
Santa Fe Audiencia de Santa Fe
Quito Audiencia de Quito
Eser. Cám. Escribanía de Cámara
Ind. gral. Índice general
AHNB. Archivo Histórico Nacional de Bogotá:
Vis .. Boy. Visitas .de Boyacá
Vis. BOl. Visitas de Bolívar
Vis. Tal. Visitas del Tolima
Vis. Sant. Visitas de Santander
Min. Cauea Minas del Cauca
Min. Ant. Minas de Antioquia
Min. Sant. Minas de Santander
Min. Tal. Minas del Tolima
Min. Ant. y Cund. Minas de Antioquia y Cundinamarca
Neg. y ese. Ant. Negros y esclavos de Antioquia
Neg. y ese. Tal. Negros y esclavos del Tolima
Tierras Boy. · Tierras de Boyacá
Resg. Boy. Resguardos de Boyacá
Pob. Boyaeá Poblaciones de Boyacá
Rl. Hda. Real Hacienda
Rls. Céds. Reales Cédulas
Cae. e ind. Caciques e indios
N ot. 1ª Tunja. Lo.s volúmenes no están numerados y se distinguen
por el año que aparece en el lomo. Se conserva la foliación original.
FUENTES PUBLICADAS

CDI. Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento, conquista


y colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía (Edit.
por Pacheco, Cárdenas y Torres de Mendoza). La cifra romana
designa la serie, los números arábigos, el volumen y la página.
DIHC. Documentos inéditos para la historia de Colombia (Edit. por Juan
Friede).
FCHTC. Fuentes coloniales para la historia del trabajo en Colombia (Edit. por
G. Colmenares, M. de Melo y D. Fajardo).
ACHSC. Anuario colombiano de historia social y de la cultura. Universidad
Nacional de Colombia.
BHA. Boletín de historia y antigüedades de la Academia Colombiana de
Historia.
BCB. Boletín cultural y bibliográfico de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
CCRAQ. Colección de Cédulas Reales dirigidas .a la Real Audiencia de Quito.
NOTA DE LOS EDITORES

En la trayectoria editorial de la Historia Económica y Social I ocurre un


cambio crucial en la segunda edición. La primera (1973), es deficiente y
torpe, tanto en los aspectos verbales como en los gráficos. La segunda
(1975), en cierto sentido normaliza y estabiliza la obra. Las ediciones
ulteriores siguen la pauta de la segunda, pero lejos de conservar el texto
o de corregirlo, muestran un proceso creciente de estragamiento.

Para esta quinta edición se ha tomado como prototipo un ejemplar de la


tercera, anotado por el autor. Se ha hecho un cotejo generalizado de lqs
notas de pie de página tomando como prototipo las de la segunda
edición. Se ha hecho un esfuerzo deliberado de cotejar las que remiten a
otras obras. En lo referente a las que remiten a archivos se ha
considerado prácticamente imposible la verificación: por consiguiente se
toman como válidas también las remisiones que aparecen en la segunda.
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PRÓLOGO

La publicación de las Obras completas de Germán Colmenares representa


una importante contribución al desarrollo de la investigación histórica co-
lornbiaµa. Corno lo podrán ver los lectores, a los libros más conocidos de
Colmenares, a los que todo historiador ha leído o al menos revisado, se
unen decenas de artículos y de textos que sólo sus estudiosos más fieles
pudieron seguir, para configurar una obra de amplitud sorprendente y ex-
traordinaria solidez. Casi todo tiene que ver con ternas históricos, pero aun .
para quienes conocían los amplios intereses literarios o la afición al cine de
Colmenares va a resultar insólita la variedad y el volumen de las notas y
artículos dedicados a estos asuntos, y la calidad y brillantez de muchos de
sus análisis.
Por la cantidad de material disperso reunido aquí por primera vez, por
la variedad de los ternas tratados, por la oportunidad de revisar textos pu-
blicados en remotas revistas, esta excelente edición -que debernos al afec-
to, la erudición y la paciencia benedictina _de Hernárr Lozano- resulta de
vital interés para los conocedores de la obra de Colmenares, para quienes
siguieron paso a paso su trabajo desde los sesentas hasta su muerte en ·
1990. Esta nueva lectura probablemente reconstruirá en forma abreviada
el diálogo, que originalmente siguió una inevitable secuencia cronológica,
con un autor que a lo largo de treinta años transformó muchas de las for-
mas de concebir la historia de Colombia. Se tratará, sin embargo, de una
reconstrucción llena de ventajas, pues será posiple encontrar en las obras
tempranas los esbozos, los puntos de partida, de meditaciones y estudios
que sólo se desarrollaron plenamente en otros trabajos. El lector sabe a
dónde se dirigía la ruta, extraordinariamente coherente, de Colmenares, y
ese saber no puede dejar ae influir la relectura de todos sus trabajos.
Sin embargo, poder mirar la evolución de las concepciones e interpre-
taciones del autor a lo largo de tres décadas no debe llevar a convertir las
obras iniciales en simples orígenes, etapas en una marcha que adquiere
gradualmente su sentido. En realidad, desde las obras iniciales los libros
de Colmenares son bastante autónomos y autosuficientes. Los nuevos lec-
tores que esta edición atraerá, las nuevas generaciones de historiadores,
xvi HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

menos interesados quizás en la evolución de un historiador ejemplar que


los contemporáneos de éste, menos preocupados por las transformaciones
de una disciplina que a lo largo de treinta años ha tenido un complejo y
apasionante devenir, podrán encontrar allí una serie de obras cuyo interés
es del todo independiente, y que ofrecen al estudioso de la historia una
introducción inmejorable a los temas abordados en ellas.
La calidad de esta introducción se deriva ante todo de que se trata de
obras en las cuales es posible seguir el pensamiento del autor, la forma en
que se plantea las preguntas que definen su campo de interés y los pro-
cedimientos por los cuales un determinado corpus documental viene a
sustentar una discusión de los diferentes aspectos estudiados. No son sim-
plificaciones ni obras de síntesis, que realmente Colmenares nunca quiso
hacer: los artículos que escribió para obras colectivas, como el Manual de
historia de Colombia o la Nueva historia de Colombia fueron pequeños ensayos
sobre asuntos ligados al tema que se le había encomendado, bastante re-
motos de las convenciones expositivas de los trabajos informativos.
Lo que sí hacía en forma impecable Colmenares era enfrentar un pro-
blema de investigación histórica y desde el comienzo generar una serie de
desplazamientos en los temas de interés y en las preguntas que guiaban el
análisis, que abrían el campo a un tratamiento siempre original del mate-
rial documental. En cierto modo, es como si su obra se hubiera escrito con
base en un procedimiento metodológico aparentemente simple: a partir de
un área general de interés, identificar un conjunto de documentos que pu-
dieran iluminarlo, y simultáneamente, apoyado en la lectura de estudios
sobre temas similares realizados por historiadores de gran creatividad,
redefinir y transformar radicalmente el horizonte de interpretación y aná-
lisis, para leer los documentos a la luz de este horizonte: hacerse las pre-
guntas que la historiografía tradicional no había hecho sobre los temas
estudiados. Es fácil detectar a lo largo de sus libros la corifu1ua polémica
con una historia convencional y académica que se mantiene presa de cues-
tiones irrelevantes, y sobre todo de una orientaeión ideológica originada
en el proceso de creación, tras la independencia, de una tradición de in-
terpretación histórica para liberales o conservadores decimonónicos. Esta
polémica -que de algún modo está en la raíz de su último libro, Las con-
venciones contra la cultura- sirve para mostrar cómo la historiografía tra-
dicional es incapaz de preocuparse por la historia real, por la complejidad
de los procesos sociales, por las formas como el poder se construye y ejerce,
porque sólo la mueve un discurso justificatorio o condenatorio, o un some-
timiento al documento como si de éste pudiera derivarse, sin interpreta-
ción, un sentido de los procesos.
PRÓLOGO xvii

Upa rápida y superficial mirada a sus obras principales permite poi' lo


menos señalar cómo en cada uno de sus trabajos intentó replantear el tema
estudiado y reformularlo para dar una visión alternativa a la historia aca-
démica. En sus tres primeros trabajos, el terreno nuevo coincide en térmi-
nos globales con el ámbito de problemas planteados por Jaime Jaramillo
Uribe, uno de sus profesores en la Universidad Nacional. Sin embargo, si
las preguntas eran afines -y Colmenares siempre subrayaría, con Luden
Febvre, que en historia lo importante eran las preguntas -usualmente se
distanció bastante de las respuestas de Jaramillo Uribe. Su tesis de grado,
que se convirtió, probablemente a partir de los argumentos de Lukacs en
Historia y conciencia de clase, en Partidos políticos y clases sociales, es un inten-
to de mirar en su complejidad las formas de conciencia sociopolítica de los
dirigentes y escritores de la Nueva Granada. Escrito cuando apenas se pu-
blkaba el libro de Jaime Jaramillo sobre Las ideas colombianas en el siglo XIX,
Colmenares intentaba una aprehensión alternativa del-pensamiento políti- ·
co en los aftas cruciales de 1848 a 1856, dejando en un plano muy marginal
los problemas .de influencias y filiaciones ideológicas, y tratando de vei: la
ideología com~ algo inscrito en una práctica social integral, muchas veces
herramienta de combate de intereses vinculados a procesos de constitu-·
ción de clases y de creación de formas de conciencia colectivas.
Su segundo libro estuvo dedicado a Las haciendas jesuitas en el Nuevo
Reino de Granada. Aunque el tema correspondía a lo f!Ue Jaramillo Uribe y
Friede estaban señalando en:sus clases y estudios como central-el análisis
de la estructura social y económica de la Colonia, a partir de documenta- .
cióri de archivos- el diálogo del autor se realiza ante todo con historiado-
res latinoamericanos y eiiropeos. El trabajo fue escrito en Chile, con base.
en un fondo documental jesuíta conserva.do allí. Es un libro competente, y
aunque no tiene ni la audacia de su primer libro ni la ambición de su si-
guiente trabajo, son varias las nociones que incluye y que serán d~sarrolla­
das luego: la idea de una economía colonial, la afirmación. de la existencia
de órdenes de magnitudes locales, el análisis de las estrategias emp~esaria­
les de los jesuitas, el nacionalismo postulado por lÓs historiadores hispa-
noamericanos en el período posterior a la independencia.
Otra vez,· sin embargo, vale la pena subrayar que Historia económfr:a y
social de Colombia nombre del libro publicado en 1972, se mueve en el ám-
bito de los problemas que en Colombia proponían Jaramillo Uribe y, en
menor escala, Juan Friede. Ambos habían iniciado la discusión sobre la
población indígena en el momento de la Conquista, apelando a fuentes
tributarias: Jaramillo había optado, en 1964, por una lectura cuidadosa
pero muy restrictiva de los datos, mientras que Friede, en trabajos menos
xvili HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

bien argumentados y técnicamente más deficientes, había intuido lo que


a partir de Colmenares se iría trasformando radicalmente en la dirección·
apuntada por Friede: que los recuentos hechos por razones tributarias per-
mitían postular poblaciones tres o cuatro veces mayores que las que hasta
Jararnillo se habían aceptado. Algo similar ocurre con ternas corno el de la
encomienda y su presunto carácter feudal, el tributo, el comercio, la circu-
lación monetaria, el trabajo indígena. Eran todos ternas tratados localmen-
te por Jararnillo y Friede, que Colmenares desarrolló con base en un uso
muy eficiente de las fuentes documentales y bajo la influencia de historia-
dores corno Earl Harnilton, Lesley B. Simpson, W. Borah y Magnus Moer-
ner, además de un apoyo más conceptual en el grupo de los Annales, en
especial Fernand Braudel y Pierre Vilar.
Historia económica y social ofrece un panorama muy completo de la so-
ciedad colonial neogranadina en los siglos XVI y XVII, con énfasis en los
temas de estructura social y organización de la economía. Incluso la po-
lítica recibe un tratamiento que, aunque breve, resuita novedoso, al su-
brayar -otra vez en contraposición con la historiografía tradicional- el
carácter conflictivo de la Colonia y la existencia de un conjunto de luchas
políticas alrededor del poder regional. El libro muestra algunos rasgos de
apresuramiento -el manejo de cifras de población y de producción de oro
está lleno de descuidos menores-, se concentra, pese a su título, en el aná-
lisis del oriente colombiano -el Nuevo Reino-- y termina en forma un
poco abrupta e inesperada, sin un esfuerzo por redondear los argumentos
o integrar las narrativas: este último rasgo sería común a casi todos los
libros de Colmenares. Y sin embargo, es un libro extraordinario, con una
visión compleja e integral de la primera fase de la Colonia. Nunca antes se
había escrito un libro de tanto valor y amplitud este período. Con los artículos
de Jaime Jararnillo Uribe y la obra de Friede-cuya recepció11 en el medio
universitario fue más tibia- constituyó a partir de 1972 el punto de parti-
da inevitable para todo tratamiento de la Colonia, y en esta función influyó
decisivamente todo el desarrollo de la investigación histórica posterior.
La negativa de la Universidad de los Andes de recontratarlo como do-
cente en 1971, cuando llegó recién doctorado de Francia, condujo a su vincu-
lación a la Universidad del Valle, donde enseñaría hasta 1990. Allí entraría
en forma inmediata a someter a un amplio análisis la documentación de las
notarías caleñas, que le permitió publicar en !975 un libro que en buena
parte completaba La historia económica y social. En Cali: terratenientes, mine-.
ros y comerciantes, Colmenares analizó lo_s pr9cesos sociales que configura-
ron la sociedad de grandes propietarios caleños, la conformación de su
· rígida jerarquización y la evolución de sus actividades económicas, hasta
PRÓLOGO xix

la crisis a la que fueron arrastrados todos los grupos por el hundimiento


de la minería chocoana a comienzos del siglo XIX. Este libro, además de
tratar de un occidente que había sido ignor~d~ en buena parte en el libro
anterior, reforzó en Colmenares la conciencia de la importancia de los es-
tudios regionales, pues le permitió subrayar la gran autonomía de las es-
tructuras provinciales frente al poder central y la constitución en el marco
de esta autonomía local de los núcleos y temas de la política neogranadina,
desde la época colonial hasta bien entrado el siglo XIX.
Pero Cali era una provincia marginal, incluso en términos del occidente
colonial: el verdadero eje de la economía y la sociedad regionales pasaba
por Popayán, y Colmenares dedicó un poco más de.un año de investiga-
ción a los documentos del Archivo Central del Cauca. Las estructuras de
la sociedad esclavista -par3. cuya caracterización cbnceptual Eugene Ge-
novese le resultó muy sugerente, aunque extendiera su ámbito a una
región que Genovese había considerado excluida de ella, así como Fogel y
Engermann lo llevaron al debate sobre rentabilidad de la esclavitud- fue-
ron reconstruídas sobre todo a partir de documentos notariales, así como
las relaciones que convertían a todo el occidente colombiano, sobre todo a
las regiones de Popayán, Cali y Chocó, en un espacio económico integrado,
en una economía regional. El libro, para cerrar el esfuerzo de ofrecer una
visión global de la Colonia, recibió el nombre, algo forzado, de Historia
económica y social de Colombia 11: Popayán, una economía esclavista 1680-1800.
Forzado, porque el ámbito temporal tratado no iba reálmente hasta finales
del siglo XVIII, y porque cada uno de los dos tomos se refería a su región en
épocas muy distintas. El gran ausente era, por supuesto, el oriente durante
el siglo XVIII, pues en el volumen I sólo la eliminación de los resguardos
había recibido una diséusión amplia. Pero otra vez la calidad del trabajo se
impone, sobre todo por la capacidad de ofrecer nuevas perspectivas y por
la discusión detallada del proceso de formulación de los planteamientos
del autor.
Si los diez años que se cerraron con el tomo II de la Historia económica
y social se movieron en el ámbito de lo que en sentido convencional se ha
denominado historia económica y social, los trabajos principales de la dé-
cada siguiente representaron una evolución de Colmenares que de alguna
manera lo llevaba, temáticamente, a su punto de partida -la histo.ria de
las ideas o de la cultura o de las representaciones- pero con una estructu-
ra conceptual mucho más compleja y un dominio mucho más seguro del
conjunto de los procesos históricos. Un interesante primer desvío hacia la
historia cultural lo constituyó el libro Rendón una fuente para el estudio de la
opinión pública, de 1984, en el cual las caricaturas políticas del dibujante
XX HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

antioqueño se presentaron -alguna influencia tuvo la lectura de Gorn-


bricht y Panofsky de estos años- corno indicadores de una opinión públi-:-
ca que por primera vez se conformaba en el país, y corno guías para una
visión renovada de la política. El libro tiene más la estructura de un argu-
mento sugerente y brillante que de un tratamiento integral: sin estudios
adecuados sobre la prensa, sobre el papel del clero y quién sabe sobre qué
otros ternas, definir la opinión pública a partir de un sólo caricaturista tie-
ne mucho de tour de forc.e, y lo mismo ocurre con la historia de los conflidos
políticos, apenas esbozados. .
Pero el verdadero fruto de este retorno a la historia intelectual resultó
ser una pequeña obra maestra, Las convenciones contra la cultura, escrito en
1986 y en el que se anudó el conocimiento de la sociedad colonial con la
percepción de los procesos de conformación de las historiografías naciona-
les, con sus convenciones narrativas y estilísticas,. su rechazo al pasado y
su creación de héroes y símbolos nacionales, a partir de la independencia.
En la medida en que los primeros historiadores nacionales- tuvieron que
ajustar cuentas con el pasado colonial, al que endurecieron en una imagen
de quietud ahistórica, este ajuste permitía a Colrnenares·revisar otra vez
esa máscara que él mismo había destruido, y retornar, desde un punto de
vista totalmente diferente, en un texto no siempre claro pero audazmente
generalizador y sugerente, las intuiciones que había manifestado desde
sus trabajos de la década del sesenta. ·
De este modo, un libro cuyo terna se inscribía en el siglo XIX constituyó
de todas maneras un excelente cierre de discusión al problema de la socie-
dad anterior a la Independencia y una culminación indirecta pero estrecha-
mente pertinente de todo el esfuerzo de Colmenares por redefinir nuestro
pasado colonial. Al comenzar su trabajo corno historiador, la visión conven-
cional de la Colonia comenzaba a sufrir las transforrnacio_nes impulsadas
por Jararnillo Uribe y Friede. Al escribir el libro sobre las historiografías
coloniales, bajo la inspiración. de Hayden Whit1=, de Roland Barthes y de
otros estudiosos de las retóricas del discurso, esa imagen había sido ya
transformada, y la misma visión de la historia económica y social se sacu-
día por el surgimiento de nuevos problemas y nuevas preguntas. La fami-
lia, la mujer, la ciudad corno trama social -al morir preparaba, además de
una edición revisada de la Historia económica y social, un libro sobre la his-
toria de Bogotá- la lectura, la ciencia: viejos y nuevos ternas que definen
hoy los intereses de los historiadores, pero que se inscriben inevitablemen-
te en el ámbito creado por Germán Colmenares.

Jorge Orlando Mela


INTRODUCCIÓN

Este libro es el resultado de algunas investigaciones iniciadas en 1968 den-


tro de un programa del Departamento de Historia de la Universidad de
los Andes. En 1970 y 1971 se ampliaron en el Archivo de Indias de Sevilla
para sostener una tesis de doctorado en la Universidad de París, auspicia-
da por la Escuela Práctica de Altos Estudios. En 1972 y 1973, con el apoyo
de la Corporación para el Fomento de las Investigaciones Económicas, pu-
dieron integrarse de tal manera que presentara un panorama de la historia ·
social y económica de la Nueva Granada en los siglos XVI y XVII.
El estudio cubre, en esenCia, el períodq que va desde 1537 hasta 1719.
Respecto a algunos problemas específicos se amplió hasta 1780, pero esta
, transgresión no afecta mayormente el plan del libro. En él se busca mostrar
con algún detalle las formas peculiares de un desarrollo histórico, que se
inscriben dentro de dos polos: uno, ascendente, a partir de la Conquista
hasta fines del siglo XVI y comienzos del XVII; otro,zde declive, desde la
segunda o tercera década del siglo XVII hasta comienzos del siglo XVIII, cuando
aparecen síntomas de una vitalidad renovada. La fecha límite, 1719, es ape-
nas indicativa y coincide con las reformas de Pedroza y Guerrero y la crea-
ción del virreina.to de la Nueva Granada.
La visión que aqufse expone parecerá familiar a muchos estudiosos de
otras áreas del Imperio español. La temática y los métodos de investiga-
ción que se esbozan no ·son nada nuevos y por eso este libro no podría ser
sino una forma de homenaje a estudiosos de otros países y a algunos colom-
bianos. Ciertos fenómenos indican, por ejemplo, la similitud de los proble-
mas de las colonias españolas. Así, la fórmula redactada para la atribución
de las encomiendas se repite con escasas variantes en todas las :regiones de
la América española. El proceso de uniformización del tributo es semejante
en México y en la Nueva Granada. La institución del «repartimiento» de
los indios que se destinaban al trabajo agrícola sucede al monopolio de la
encomienda con rasgos semejantes en estas dos regiones.
Con todo, existe un desfase cronológico que debe tenerse en cuenta para
comprender la evolución propia de cada una de las colonias. Así, en el
otorgamiento de las encomiendas se anula la prestación de servicios per-
xxii HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

sonales en México a partir de su prohibición en 1548, en tanto que en la


Nueva Granada, a pesar de la abolición en 1564, las formas de servidumbre.
indígena permanecen intactas a todo lo largo del siglo XVI. La uniformiza-
ción de los tributos se llevó a cabo en México entre 1557 y 1563, pero en la
Nueva Granada solamente a fines del siglo XVI y comienzos del XVII se lo-
gra fijar, en algunas regiones, un tributo de dos pesos per cápita. Finalmen-
te, el repartimiento mejicano data del período 1568-1580, en tanto que este
desarrollo en el monopolio de la mano de obra indígena no se produce en
la Nueva Granada sino hasta 1593-1604.
Todas estas medidas de orden administrativo obedecen a un cierto gra-
do de madurez de los fenómenos que les sirven de base, pero ellas no los
crean. En México, como en la Nueva Granada o en el Perú, estas medidas
surgen de una evolución sui géneris de la población indígena, del creci-
miento urbano, de la extensión de las apropiaciones de tierras por parte de
los españoles. Algunos fenómenos no se reproducen a la misma escala ni
con igual intensidad. La estructura agraria mejicana, por ejemplo, no en-
cuentra una equivalente, sino por aproximación, en otros países de Amé-
rica. En la Nueva Granada ni la hacienda ni el peonaje reemplazan el viejo
sistema de repartimientos en el curso del siglo XVII. Los con~~ertos de tra-
bajo se perpetúan hasta el aniquilamiento casi total de la población indíge-
na y las haciendas acuden siempre a las reservas de mano de obra que se
enquistan en los resguardos. El minifundio y el latifundio coexisten, como
en otras partes, gracias a los resguardos. Éstos, a su vez, van a ser hereda-
dos por los mestizos en el siglo XVIII.
La decadencia de las explotqciones de aluviones auríferos, localizados
sobre todo en la parte occidental del país y en las tierras bajas del distrito
de Santa Fe (corregimiento de Mariquita), es paralela a la de las poblacio-
nes indígenas. El recurso al trabajo de los esclavos negros, ·qe los cuales
.Cartagena se convirtió en la factoría para toda A!llérica del Sur desde 1587,
no parece haber sido capaz qe colmar el vacío dejado por los indígenas.
Aunque existía un consenso social sobre la importancia de las explotacio-
nes mineras para la supervivencia económica de la colonia, éstas terminaron
por volverse impracticables debido al aislamiento creciente de los distritos
mineros. La atonía aparente del siglo XVII no es citra cosa que el signo de
una liquidación: la de las posibilidades (en indígenas y en oro) de la fron-
tera fijada desde la Conquista. El siglo XVIII vá a ver reaparecer la explota-
ción de aluviones en gran escala pero esta vez localizados en una nuevá
frontera, el Chocó, que pertenece casi exclusivamente a la provincia de Po-
payán.
INTRODUCCIÓN xxili

El empobrecimiento de la colonia en el papel que le había sido asignado


en el conjunto imperial americano se refleja en la actitud de españoles y
criollos. La rigidez de un sistema aristocrático se atempera para incorporar
elementos cuya riqueza deriva de muchas fuentes. El éxito económico in-
dividual, ora en la explotación de la tierra, ora en el comercio o en las mi-
nas, se ve reconocido y sancionado por alianzas familiares. En medio de la
incertidumbre de las empresas económicas durante el siglo XVII, el acceso
a escalones intermediarios del poder político corona la promoción y coloca
a ciertos individuos en una posición privilegiada. Este carácter patrimo-
nial de la sociedad y del Estado va a desembocar en la vocación burocrática
de los criollos, manifestada tan ávidamente en el siglo XVIII, vocación que
se prolonga hasta nuestros días. Las minas de oro son el primer fracaso de
una larga serie y la respuesta al fracaso casi no varía.
Mi deseo, en el momento de redactar este trabajo, es el de que todos
aquéllos que me han ayudado con sus enseñanzas o su simpatía puedan
encontrar algunas huellas en él. En el curso de su elaboración y aun antes,
he contraído deudas de gratitud con muchas personas. Con mis profesores,
Antonio Antelo, Jaime Jaramillo Uribe, Álvaro Jara y Rolando Mellafe de
las universidades Nacional de Colombia y la de Chile. Con el profesor Fer-
nand Braudel, quien gentilmente se prestó a dirigir mis investigaciones en
Sevilla. Con los profesores Pierre Vilar, Fredéric Mauro y Ruggiero Roma-
no, quienes, como jurados de la tesis, expresaron reservas que he procurado
allanar posteriormente. Con Jean Meyer, Sy1via y JeaD.t Vilar, cuya amistad
y simpatía fueron un estímulo. Con los profesores John Phelan, W. Borah,
J. P. Berthe, Magnus Morner y Marcelo Carmagnani por el interés tan ha-
lagador que han mostrado por este trabajo. Con Francisco Pizarro de Bri-
gard, Miguel Urrutia yJos miembros de la CORP, sin cuyo auxilio oportuno
no hubiera podido iniciar ni terminar este trabajo. Con la Universidad de
los Andes y la Fundación Ford, por su ayuda financiera. Con Leda Elvira
Casas y Antonio Useche; quienes trabajaron en los gráficos. Con mi esposa,
que hace parte tan entrañable de este libro. ' .

Universidad del Valle, 1972


_J
Capítulo 1
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA

LA NATURALEZA DE LA CONQUISTA

E1 examen de los contratos, que se conocen con el nombre de «capitulacio-


nes», acordados entre la Corona española y los conquistadores, ha reve- ··
lado hace tiempo e_~ter privado de los i!lt~reE_~_s_q1:1~ÍE;I.Yini~
-la.co_ll.qg_ista de Américé!_ . A este análisis jurídico han sucedido estudios
acerca de los mecanismos propiamente económicos que permitieron las
aventuras individuales de penetración, primero en las islas del Caribe y
luego en el continente. Finalmente, se ha subrayado en estas aventuras la
presencia de factores más o menos complejos que jugaron también su pa-
pel, de una acumulación -por llamarla así- de elementos no cuantita-
tivos.
No hay duda de que en la Conquista intervinieron no solamente osados
«empresarios», aventureros y caudillos de huestes, sino también -entre
bambalinas- algunos comerciantes avisados de las islas o de Sevilla. Exis-
te la certidumbre de que la acumulación de capital necesaria para las ·
empresas más vastas (la conquista de México, del Perú y de la Nueva Gra-
nada) se obtuvo a través de la misma conquista, concebida globalmente
como empresa. La explotación inmisericorde de los primeros sectores de
esta empresa y el prov~·cho obtenido por los comerciantes que abastecían
las avanzadas españolas bastaban para financiar 1as penetraciones ulterio- [.
res. Un mecanismo de «reinversión» operaba no solamente en las especu- _
laciones de los comerciantes establecidos en Sevilla o en las islas, sino que '
se reproducía, en escala más modesta, entre los soldados mismos. Después

1 Cf. Silvio Zavala, Las instituciones jurídicas en la conquista de América, Madrid, 1935. Un
resumen de la tesis central en Ensayos sobre la colonización espafiola en América. Buenos
Aires, 1944. El historiador chileno ÁlvaroJara subraya ese aspecto en la guerra secular
contra los araucanos en Guerre et société au Chili. Essai de sociologie coloniale. París, 1961.
Un análisis local de los mecanismos económicos de la conquista en Mario Góngora, Los
gnipos de conquistadores en Tierra Finne (1509-1530). Santiago de Chile, 1962.
2 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

de jornadas agotadoras, cuando el premio alcanzado no parecía suficiente,


se pagaba cualquier precio por un arnés guerrero para proseguir la bús-
queda de una recompensa mejor.
La expectativa de un simple salario no hubiera bastado para desenca-
denar las energías que se desplegaron en esta empresa. Los argumentos de
índole económica no bastan, pues, para explicarla en su totalidacf. Una buena
parte del esquema tradicional sobre la Conquista permanece intacto y los
relatos de Bernal Díaz del Castillo, Agustín de Zárate y Cieza de León (o
la versión más moderna de Prescott) siguen actuando en la imaginación
histórica que trata de desentrañar el sentido y las líneas de fuerza de la
ocupación del suelo americano. Si se despojan estos relatos de su ropaje de
ingenuidad épica y de apología interesada siguen constituyendo una fu en- -
te de primera mano para intentar una sociología de la Conquista.
Se ha insistido demasiado, por ejemplo, en que 1ª_.conquista.de Améric.a
no-constituye-sino-una-especie-de·prolongaeión-de-lasluchas-de-la-recQ_Il._-
..9.!ÜSJa_español-ª· Se supone la continuidad de una cruzada expansiva para
la cual España se había estado preparando por siete siglos. En realidad, se
trataba de una experiencia mucho más reciente. Sólo a mediados del siglo
XV los castellanos comenzaron a asediar las plazas musulmanas del norte
de África y a practicar razzías muy parecidas a las que llevaron a cabo más
tarde en las Antillas2 • La experiencia continental, a su vez, fue el fruto de
una experiencia adquirida en las islas y en las costas de Tierra Firme. Cier-
tas maneras de guerrear (guerra de emboscadas_y de exterminio) constitu-
yeron así un elemento muy difícil de estimar hoy día pero cuyo valor era
muy apreciado por los caudillos que querían penetrar en el continente.
En el caso de la conquista de la Nueva Granada, que se benefició de la
experiencia adquirida tanto en las razzías de las Antillas y de la Tierra Fir-
me como de las «cabalgadas» o empresas permanentes de pillaje en la costa
·i del Caribe, se distinguen algunos tipos de caudillos cuyos rasgos corres-
ponden a su experiencia militar o a la fuente financiera de sus actividades.
No sobra advertir que ningún esquema de esta clase podría reflejar con
precisión una realidad que no se desenvolvió a partir de centros exclusivos
de decisión. Ni la Corona· de Castilla, ni la banca de los Welsner, ni los
créditos acorda_dos por comerciantes _de Sevilla y Santo Domingo podían
controlar en muchos casos la actividad des~nfrenada de un puñado de
aventureros. pin embargo, existe siempre la tentación de s4!}.plifi_ccélr uní
...____..-- -- --~--~-.

2 Cf. Pierre Vilar, Oro y moneda en la historia, 1450-1920. Barcelona, 1969, p. 59.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 3

>f"poc~_i:lE!oce~<:>_c!t:l~ ~o!lq~islli,_~u!as granAes líneas enmacl_ejan con~:


j;amentEU:~nJosi:eJªt.os_de_tipo hero1c9. , ~""
· Se_Q.~be_p:i~ncionar, ante todo, a los verdaderos empresarios de la Con-l
quista, gentes que se habían ~stablec~d?, en Santo Domi~go y q.ue ~cumu- '('
laban capitales con el comerc10. Su afic10n por los negoc10s los mchnaba a \
hacer inversiones todavía más provechosas, principalmente en el comercio _c.
de esclavos que se sustraían de las costas de Tierra Firme con la ayuda de
algunos navegantes expertos. Estos rapaces empresarios, de la especie 'dé
Rodrigo de Bastidas, Fernández de Oviedo, Pedro de Heredia o Alonso
Luis de Lugo condujeron más tarde las «cabalgadas» a lo largo de la costa
sin arriesgarse a una conquista definitiva del interior. Habiendo adquirido
un cgmpromiso contractual con la Corona para poblarTa-Tíéi:ra Firme a su
costa, recibieron privilegios desproporcionados con respecto a una tarea
que riunca llevaron a término. La Corona decidió confiarla entonces a fun- ·
cionarios de la Audiencia de Santo Domingo, como los licenciados Vadillo
y Santa Cruz, o a hombres ya vinculados a los asuntos coloniales en España
y en otras partes, como García de Lerma, Fernández de Lugo o Miguel Díez
de Armendáriz.
\ Pero la Conquista no constituía simplemente un asunto administrativo
'º financiero. Aun si hoy en día tiende a subestimarse el problema militar
~orno una reacción natural contra la epopeya fantasista, no debe olvidarse
en ningún momento qu~ Conquista era_un~nturtt militar tanto como
~up,a e_mpref?a__ comer~ La experiencia en este dominio era altamente
valorada y las prácticas colonizadoras iniciadas en las Canarias, en las Azores
y en Santo Domingo, constituían un elemento indispensable de la aventu-
ra. El papel de hombres como Quesada, Robledo, Belalcázar, Orsúa y sus
equivalentes en toda América, que habían participado en las guerras de
Italia o de Flandes y que habían completado su experiencia en las islas o
en la asolación de las costas de Tierra Firme, sa reveló decisivo. Allí en
donde los simples comerciantes, los funcionarios o los letrados habían fra-
casado, estos hombres, que sabían afirmar su prestigio en medio de tropas
f1disciplinadas y llegaban a dominarlas, tenían abiertas las puertas del éxito.
/ ,:i, Así, una buena parte de la Conquista habría sido el fruto deJa actividad

J, de ávenfuréros sedientos de oro y de preseas, hombres insaciables y vio-


/ lentos desplazados de un campo de operaciones ya agotado en el viejo con-
:\ tinente. Esta imagen tan difundida de un conquistador audaz, temerario y
\~in~scrúpulos contiene su parte de verdad. Un inconveniente reside en 1
que, forjada por la historia-epopeya y adaptada al uso de los manuales
escolares con un excesivo patriotismo hispánico, esta imagen vela la-pre-
4 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

senda de realidades mucho más banales pero tan persistentes que a la lar-
ga fueron más decisivas.
Ante todo, los conflictos frecuentes entre los empresarios financieros o
los abogados destacados de la Audiencia de Santo Domingo y los soldados
que entraban a saco en los pueblos indígenas para apropiarse de un botín.
El reparto suscitaba siempre querellas acerca de los privilegios de los hom-
bres de negocios y respecto a la flaqueza de lo que tocaba a los soldados.
Los oficiales de la Corona se quejaban también de los .abusos cometidos
por los caudillos en detrimento del Tesoro real 3 . Est~s querellas podían

l surgir tanto de la ausencia de una verdadera jerarquía militar y de la im-


. popularidad de los caudillos improvisados como de la insuficiencia misma
1 del botín que debía repartirse. '!:.a~onql!is_ta. ¡:¡e imponía entonces como un
/ hecho militar destinado a ampliar las disponibilidades de distribución y a
--.. calmar las ambiciones nutridas en la espera.
Ningún tesoro, sin embargo, hubiera bastado para saciar las oleadas·de
aventureros que se embarcaban para América. Agotadas las riquezas acu-
muladas por las sociedades indígenas, se hacía necesario alimentar con
regularidad las huestes que se habían internado profundamente en el con-
tinente, sin posibilidad de retorno. Era preciso sistematizar la explotación
de sociedades indígenas para mantener los frutos de la conquista. En mu-
chos casos bastaba sustituir las jerarquías de la misma sociedad indígena
y adoptar modos señoriales de vida, familiares en la sociedad europea. Por
. '-/, e_E;qJa-Gonquista.sigujfic:<)Jª_i:onstrucció:Il de 11n sist~ma de poder y~
solamente el saqueo sin freno que habían practicado funcionarios Y.~~i:ner-
' dantes entre 1502 y 1537. Mientras que Pedro de Heredia o García de Ler- ·
ma reivindicaban constantemente los límites muy vagos de sus provincias
con el fin de mantener intacto un coto de caza, la finalidad de estas mismas
reclamaciones en el caso de un Belalcázar o de los Quesada~ era la de pre-
servar las bases de un verdadero poder político. Así, todo un sistema de
poder se veía lesionado cuando un capitán decidía emprender tma nueva
fundación, utilizando los recursos de una más antigua. Este fenómen9 ex-
plica, por ejemplo, el rencor asesino de Belalcázar contra su lugarteniente
Robledo, quien había mermado el dominio de los encomendadores de Cali
con la fundación de Anserma y Cartago.
/n Í _El_ :11:c:_ho g{ás sJg!!!f_ic_ati~Q .d~.Ja..C::onquista _lo c:gustij1Íyó la fundación
'Ci\~ / de ci~~ades. El hj.storiador sueco Magnus Morner ha explorado en detalle
\ . r el complejo ideológico del cual se derivaba esta política, iniciada a partir

3 DIHC. I, 216. II, 11, 18, 64, 127, 177, 193. III, 113, 2~1, 297, 317. IV, 133, 184.
(
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 5

del gobierno de Ovando en Santo Domingo (1501-1509) 4 • Frente a civiliza--\


dones extrañas, el europeo sentía la necesidad de agruparse para.subordi- 1
nadas y al mismo tiempo para preservar su «ser europeo». La afirmación
de ciertos valores culturales sólo podía darse en ese contexto urbano, pues
vivir en «república» equivalía a «... llevar una vida urbana bien arreglada
y ordenada» 5 . Tal vez se haya insistido con exceso en el carácter individua-,.
es
lista de la conquista española. ~cierto que las huestes d~él_<::'.2-1}qgista
sólo alcanzán un reconocimiento polífic~rtidi-~-Ona a partir q~
~s~prlricipicfide!ltificad~r': el núcleo urbano. Éste constituye no sólo una
concentración de fuerza que subordiii.a a sus necesidades el contorno «ru-
ral» indígena sino que se erige como nexo de continuidad entre la civiliza-
ción urbana mediterránea y el Nuevo Mundo conquistado. Son entonces
l.Q,S.~PJ:ivilegios_deJas_ciudadesJo.s_quelntegr.an_UILprim_~r núcle_o de poder
~~~i:o,y-derivan-hon~res_~privilegiospa.:a-sus~~<~~EÍ!!~~>. Así, no resulta
extrano que toda la h1stona de la Conqmsta este Jalonada por la funda-
ción de ciudades. Núcleos urbanos que son las mallas que aprisionan un
espacio y que hacen retroceder una frontera que las rodea. En la funda-
ción de la ciudad termina la conquista para recomenzar delante de una
frontera.

ETAPAS DE LA OCUPACIÓN

Carl Ortwin Sauer y Mario Góngora6 han subrayado la precariedad de las
primeras ocupaciones españolas a lo largo de la costa norte de la Nueva
Granada, la personalidad peculiar de los ocupantes y, sobre todo, el alcan-
ce económico de las empresas de pillaje conocidas como «cabalgadas» y que
se desarrollaron a partir de 1510. De estos análisis se desprende la ausencia
de una actitud colonizad?ra, (ocupación permanente del suelo o de un pro-
yecto de largo aliento) de parte de los españole,s. Los contí:¡.ctos con las
civilizaciones indígenas fueron pasajeros -la necesidad misma de tales
contactos estaba determinada por las condiciones demográficas cada vez
peores en Santo Domingo- y fueron, en general, devastadores. Este fenó-/ "-
meno de inestabilidad se debe en parte, sin duda, al hecho de que los con-IV ':'
quistadores no pudieron conocer sino muy tardíamente la extensión réal \
\

4 Cf. Magnus Morner, La corona española y los foráneos en los pueblos de indios de América.
Estocolmo, 1970, pp. 18 y ss.
5 Ibid.
6 Góngora, op. cit., C.0. Sauer, The Early Spanish Main. Berkeley and Los Ángeles, 1966.
6 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

de sus primeros descubrimientos7. La visión del espacio jugó esta vez un


papel paralizador, postergando indefinidamente una exploración prome-
tedora pero llena de incertidumbres.
El estudio de M. Góngora ha demostrado la rentabilidad de esta prime::
ra empresa, la «cabalgada», de la cual se señalan también los aspectos SO::
ciológicos. El análisis de Sauer, mucho más descriptivo, coloca la geografía
de la costa del Caribe _en el contexto general de un_ primer núcleo del Im-
perio español. Estos dos estudios, como muchos otros, advierten las difi-
cultades contra las cuales tropezaban los conquistadores, la usura de la
primera empresa acometida en las islas, la larga espera de treinta añm; (el
término de una generación) al acecho de una ocasión favorable para aco-
meter una a.ventura que se presentía fructuosa. El poblamiento de Santa
Marta, aun si éste responde a los rasgos de las ocupaciones efímeras des-
critas por Góngora, pudo finalmente constituir un punto de apoyo indis-
pensable para relanzar las expediciones que conducirían a la ocupación de
las altas mesetas de la Nueva Granada. ·
En 1522, Gonzalo Fernández.de Oviedo había fletado una carabeia baJo
el mando de dos navegantes expertos, Juan de la Cosa y Alonso de Ojeda.
Muy poco después, Fernández pedía una autorización real para hacer una
fundación en los alrededores de Cartagena. La aventura fracasó y Juan de
la Cosa encontró la muerte en man indígenas de la costa8 • Éste era uno
de los numerosos episodios que habían ca terizado la caza de esclavos a
lo largo de las costas de la Tierra Firme desde 02. Aunque no fue el últi-
mo, debe tenerse en cuenta, sin embargo, porque apenas tres años déspués
se verificaba la fundación de Santa Marta.
Hasta la llegada de García de Lerma (1529), los habitantes del villorrio
habían vivido del botín que les procuraban las «cabalgadas». Continuaban
también las incursiones de piratas que despojaban· las co.stas de sus habi-
tantes a pesar de existir un privilegio otorgado a los gobernadores de la
1
provincia. El nuevo gobernador se preocupó por organizar expedicicmes a
las que se fijaba una finalidad más ambiciosa que la de vegetar en unvillo-
rrió de frontera. Puesto que cada desembarco de españoles planteaba cada
yez con mayor acuidad el problema de ocuparlos y alimentarlos; se hacía
'preciso agrandar el campo de operaciones. El 10 de abril de 1529,e[gober-
nac!_ot:Janzaba una primera expedición compuesta de 250 infantes-y 5-o de
--. a c~?allo. Su objetivo era llegar hasta el mar del Sur, idea que se acordaba

·7 Cf. Juan Friede, Los We/ser en la conquista de Venezuela. Caracas, Madrid, 1961 pp. 94 y ss.
Idem, Invasión del país de los chibchas, Bogotá, 1966, pp. 24 y ss.
8 DlliC. I, 97.
LA ocUPACIÓN.ESPAÑOLA 7

con la de la existencia no de un continente sino de una isla que se alargaba


desde Panamá. Al mismo tiempo quería asegurarse el abastecimiento de la
colonia y
... remedi~r algo de la pobreza que padece y ... pacificar por bien lo que
pudiere... .

A partir de ese momento el gobernador alterna expediciones simple-


mente punitivas contra indígenas insumisos con otras que pretenden ser
de descubrimiento pero que no conducen sino a rapiñas cada vez más ex-
10 .
tendidas . . .
Con todo, García de LerJ.!la fue el primero en salirse, por poco que fuera,l
del cuadro de fa simple cabalgada, El gobernador pensaba que este s~m---ª- 1
d_e rar-ifiª' cuy:a f!!!_é;llidad ec_~mómica a12enas_permitíala.subsistencia,_debía_
re~p!ª~é!!!>~- p()r_ una _y~rdacit:!f a _coJQ_n~a_cjQ:i;i.~cAQJ\ªf'.él con una empresa
Iñllig_r c::le g¡-a_J:l_ ei::tY~J::gél:ciE-!é:l_ Y._ C()n un poblamiento sistemát!co, _con una_
cadena de fortalezasJI~-aseg:uraranJa:.exis.tencia_del-tráfiGo-comer.ct!h En
fébrero de T53Téshozó estas ideas que se inspiraban en las experiencias
castellanas en el norte de África. Santa Marta; como muchas de las fortale-
zas arrancadas a los infieles musulmanes, le parecía el puesto de avanzada
d-e una frontera que daba sus espaldas al mar. De allí que un poco más
tarde, a comienzos de 1532, intentara una vez más una expedición que debía
seguir el curso del Gran Río, el Magdalena. Esta aventµra fue un fracaso en
apariencia pero ella señalabq la ruta de las expediciones en el futuro 11 . .
La financiación de esta empresa fue posible gracias al descubrimientol '
de «sepulturas», los montículos apenas perceptibles en donde yacían jefes ·)
indígenas rodeados d~ objetos de orfebrería. Hasta entonces los ocupantes :
españoles habían subsistido gracias a la expoliación de los indígenas de los '
alredeciores y a los créditos que los mercaderes de Santo Domingo les acor-
daban a largo plazo12 • L.as mercancías que debían recibir los conquistadores
pasaban por las manos del factor real y éste descontaba los ven.cimientos so br<:_
los beneficios de las «cabalgadas» 13 • Como el pillaje se había convertido en-
sistema, la Corona también participaba en él y el factor descontaba asimismo
los quintos reales sobre estas ganancias dudosas 14• Ante la perspectiva de una

9 Ibid. Il, 52.


10 fbid. 74 y SS. 207, 265, 269.
11 fbid. 200 y SS.
12 Ibid. I, 58.
13 Ibid. 56.
14 Ibid. 127.
8 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

«cabalgada», los habitantes del villorrio se endeudaban para procurarse


armas y caballos. Los gobernadores intervenían como capitalistas y encon-
traban la manera de aumentar su participación en el botín adelantando
dinero a sus soldados.
Esta precaria situación cambió un poco con el descubrimiento de las
sepulturas. El 1Ode abril de 1529, García de Lerma comunicaba el hallazgo
. que habían realizado <!lgunos canteros. Éstos,

... yendo a buscar canteras para sacar piedra y otros vecinos de esta ciudad
con ellos, hallaron y descubrieron ciertos entierros y sepulturas de indios.
de donde se hubieron y sacaron hasta doce mil pesos de oro bajo que redu-
15
cidos en bueno, quilatado, fueron cuatro mil pesos ...

! Las primeras excavaciones no fueron muy alentadoras pues solamente


, !tres resultaron fructuosas entre cien16 . El tesorero de la ciudad concluía
~.,· l
i correctamente que los tesoros sólo podrían encontrarse en las sepulturas
i de los jefes17.
( Por el contrario, en Cartagena los hallazgos fueron más durables. Desde
j 1535, el gobernador Pedro de Heredia comenzó a hacer excavaciones con
1 esclavos negros en la región del Sinú (o Cenú) 18• Al cabo de un año, los oficia-
lies de la Corona escribían que las sepulturas parecían agotarse19 • El licenciado
Vadillo afirmaba lo mismo algunos meses después, pero en febrero de 1537
comunicaba nuevos descubrimientos20 • A fines de este año, sin embargo, pa-
recía evidente que los tesoros de las sepulturas se habían agotado21 .
ELepJs.odio de las sepulturas fue la primera._ ocasión que se ofreció a los
españoles demontauma.explotadón.económicaque_no_es_tu_v:iera fundada
en.la.-.r:apiña_de los combates. Se trataba, en escala muy modesta~- de un
preludio de la futura economía minera. La explotación se desenvolvía en
los límites estrechos de una acumulación indígena anterior a la conquista
y en el contexto de una búsqueda afiebrada. Muy pocos pudieron benefi-
ciarse con los hallazgos, puesto·que los dos núcleos, el Sinú y la región del
Darién, estaban alejados de 'Cartagena, el abastecimiento era difícil y la

15 Ibid. II, 50.


16 Ibid. 57.
17 Ibid.
18 Ibid. III, 260.
19 Ibid. IV, 94.
20 CDI.I, 41, 356 y SS.
21 Jbid. 397 y SS.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 9

mano de obra muy escasa. Algunos, como el mismo gobernador, podían dis-
poner de algunos .esclavos n~gros, ~rivil~g_io reserva~~ e~tonces m_edi~nte un
sistema de licencias a los dignatanos civiles y eclesiasticos. Al termino del
episodio, los oficiales de la Corona concluían que sólo 35 personas se habían
22
aprovechado y que más de 500 no tenían un pan qué comer .
Sin embargo, el episodio de las sepulturas atrajo la atención de los con-¡
quistadores hacia las fuentes presumibles de tantas riquezas. Pedro de He-\
redia se obstinó en hacer averiguaciones entre los indígenas utilizando la
tortura con largueza23 . se supoma , correet ament e que ex1s. t'1a un comerc10
.
del oro entre los indígenas del Sinú y del Darién y aquéllos que debían
encontrarse del otro lado de las sierras. Después de la expedición de Fran-
cisco César a la región de Antioquia, enviada en 1536, este cálculo se reveló
exacto. Según el licenciado Vadillo -quien más tarde se vio impulsado a
repetir la expedición él mismo-, los indios del Sinú debían remóntar el
río para llegar hasta el mercado en donde intercambiaban el oro. La pala-
bra que designaba este mercado, Mocly, era repetida constantemente por
los indígenas y los españoles llegaron a pensar que se trataba de la provin-
cia en donde se encontraba el oro • Jin :r:_~fü:lCLcUosjl}s!_ígenas_deLSinú_eranl
24

apenas los orfebres del oro en br~Jº ~e recibía_E,__~~~pi.~!2-Q.~Jnantas, 1


sal, es~s>-~_y_piezas de orfebrería .. Vadillo sacaba la conclusión de que,¡
p'lleSto que el oro de la costa representaba una cantidad considerable y f
provenía únicamente del comercio, sus fuentes debjan ser excepcional-(
mente ricas. ·
Las noticias sobre el descubrimiento del Perú reforzaron las esperanzas.
Los gobernadores de Cartagena y de Santa Marta debían recurrir alterna- ·
tivamente a las promesas y a las amenazas para retener a sus soldados y al
mismo tiempo se obstinaban en alcanzar, a través del Gran Río de la Mag-
dalena, el término de este mundo que debía ser el mar del Sur. Este deseo
de marchar hacia el sur explica las enemistades que surgieron entre las
provincias de Cartagena, Santa Marta y Venezueia. Eran siempre los otros,
particularmente los alemanes de Venezuela, los que al internarse más pro-
e!
fundamente devastaban país. Las expediciones se sucedían y siempre

22 DIHC, V, 148.
23 !bid. IV, 38.
24 CDI. l, 41, 397 y ss.
25 !bid. 406. Los testimonios de los cronistas acerca de la explotación y del comercio de oro
entre los indígenas han sido cuidadosamente analizados por Hermann Trimborn, Se1io-
río y barbarie en el valle del Cauca (estudio sobre la antigua civilización quimbaya y grupos afines
del oeste de Colombia). Madrid, 1949, Cf. especialmente pp. 160, 167, 174, 175, 178. -
10 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

encontraban las huellas lamentables que habían dejado a su paso los con-
quistadores de otras provincias. Por eso se pedía con insistencia a la Coro-
na que prohibiera la penetración a los vecinos y se les acusaba de usurpar
los supuestos dominios de la provincia 26 •
Hasta finales de 1534, García de Lerma abrigó la esperanza de llegar por
tierra hasta el Perú27 • La empresa, mucho más ambiciosa de lo que suponía
entonces, se veía complicada por el hecho de que el gobernador se encon-
traba trenzado en escaramuzas constantes con los indígenas de la misma
provincia de Santa Marta. Así, todos sus esfuerzos se saldaron en fracasos.
La penetración no había ido más allá de los umbrales del Magdalena Me-
dio y sólo había logrado ampliar el campo de operaciones de las «cabalga-
das». Hacían falta capitales, abastecimientos, armas y soldados. Éstos sobre
todo no debían inmigrantes bisoños sino que se requerían hombres de las
islas, habituados ya a este tipo de empresas. ~
Con todo, la experiencia acumulada no resultaba inútil a la larga. Cuando
uno de los lugartenientes de Pedro Fernández de Lugo llevó a término la
aventura definitiva a las altas mesetas andinas, una buena parte de la ruta
había sido explorada y se había calculado el costo en hombres y en mate-
rial. Fernández de Lugo, el adelantado de las Islas Canarias (el título lo
había heredado de su padre), se encontraba en mejores condiciones que sus
predecesores en la gobernación. Él podía aportar recursos financieros y,
como el momento era propicio, se había asegurado un ªEºYº de parte de
la Corona con el que los otros no habían contado del todo 28 . El adelantado
ofrecía conducir mil infantes y ciento cincuenta hombres de a caballo, cons-
truir tres fortalezas y seis naves, todo a su costa. La Corona, por su parte, le.
garantizaba privilegios desconocidos hasta entonces por los gobernadores.
No cabe duda de que el descubrimiento del Perú estimuló este último
esfuerzo. Otro tanto puede decirse de la ocupación del occidente de la Nueva
Granada, llevada a cabo por lugartenientes de Pizarra. Hasta ese momento
(1533) la concepción geográfica estaba limitad.a por el nlícleo en torno al
mar interior del Caribe y por la idea de que la Tierra Firme confinaba hacia
el sur con el mar Pacífico. La aventura peruana amplió esta noción, aun
cuando los nuevos descubrimientos se ubicaran en la imaginación como
los últimos confines concebibles de ese mar ignoto. La certidumbre era tran-
quilizadora y podía empujar a los devastadores de la franja costera hacia
empresas mayores en un espacio que ya se había limitado.

· 26 DIHC. Il, 269, 277 y ss. ill, 63, 97, 155. N, 127.
27 Ibid. m, 155.
28 Jbid. 170 y SS.
LA ocUPACIÓN ESPAÑOLA 11

En agosto de 1536, Juan de Vadillo, entonces gobernador de Cartagena,


había enviado una expedición bajo el mando de Francisco César hacia el
sur29. A su retorno, César relató que había encontrado en las sabanas, más
allá de las montañas de Abibe, treinta mil indios y jefes rodeados de respe-
to. Según los oficiales reales,

... Créese, según esto, que están cerca de los fines y confines del Perú, por-
que and¡m con sus mantas atadas por debajo del brazo como gente de la
Nueva España o del Perú y las mujeres vestidas con dichas mantas cubier-
tas sus vergüenzas y gran reconocimiento de vasallaje, especialmente a un
30
Nutibara Cinufana que es el señor de estas primeras sabanas ...

El descubrimiento de los grandes imperios americanos había desperta-


do tales expectativas que cualquier signo de alta cultura se asociaba con la
vecindad de riquezas sin cuento. Pero antes de que el espacio de la Nueva
Granada fuera enteramente circunscrito era preciso que se siguieran hue-
llas perdidas y extravíos repetidos. El encuentro de tres conquistadores,
que habían partido de tres puntos diferentes, en la altiplanicie chibcha era
así la recompensa de una larga serie de fracasos. Aquel año, 1537, señalaba
un mojón definitivo en la Conquista. A partir de entonces bastará unir los
puntos de un periplo ya conocido. Robledo sigue las huellas de Belalcázar
en la conquista de Antioquia (1539-1540) y recorre a la inversa el camino
de Francisco César y del gobernador Vadillo 31 • Orsúa recorre parte del ca-
mino de Hernán Pérez de Quesada y vuelve a encontra'r la ruta de Alfínger. f ,
A partir de la meseta chibcha se abren los caminos hacia los muzos, los l'
panches, los calimas. Por lo pronto, los ocupantes van a heredar las fron- . 1
teras del reino chibcha. )

LA FIJACIÓN DE UNA FRONTERA PROVISORIA

La fundación de ciudades

Las Leyes Nuevas 32 de 1542 intentaron atajar la dinámica expansiva de la


ocupación española en América o al menos regularla. La prohibición de

29 cm. Loe; cit. Pedro Cieza de León, [¡¡ crónica del Pení. Madrid, 1947, pp. 362 y SS.
30 DIHC. IV, 247.
31 Cf. Juan Friede et al., Historia de Pereira. Pereira, 1963, pp. 190 ss. La fuente más conocida
para estas expediciones en cm. I, 2, 267 y SS. También Cieza de León, op. cit., PP· 362 y SS.
32 Cf. El texto publicado por Antonio Muro en Anuario de Estudios Americanos, Vol. 2. Sevi-
lla, 1942.
12 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

toda nueva conquista que no estuviera autorizada por las Audiencias obe-
decía al designio de la Corona de retomar la carga que ella había abando-
nado a la iniciativa de los particulares desde el comienzo. Se quiso ante
todo hacer cesar un derroche de vidas humanas, las de los indígenas que
eran arrancados de sus comunidades para servir en las expediciones de
donde no retornaban jamás y las de los pueblos conquistados, tratados
como enemigos y arrojados a las minas o torturados para sonsacarles «el
secreto de la tierra».
En la Nueva Granada, sin embargo, la fundación de ciudades se prosi-
guió después de 1537 y la prohibición contenida en las Leyes Nuevas no
fue óbice para continuar la penetración del territorio aun después de su
promulgación, en 1548. Cada expedición desencadenaba otras, destinadas
a aumentar los bienes a repartir. Siempre quedaban descontentos que que-
rían obtener una encomienda o escalar los rangos sociales y convertirse en
alcaldes y regidores de una ciudad, por modesta que fuera. Se trataba casi
siempre de fundaciones que no sobrepasaban los cien vecinos, y a veces no
llegaban a cincuenta.
r Frente a la inmigración española a otras partes de América, un estudio
33
-1 reciente demuestra que, entre 1520 y 1538, correspondió a la Nueva Gra-
1
! nada un 7.3% del total de inmigrantes españoles. México, Santo Domingo,
Perú y aún Río de la Plata y Panamá recibieron muchos más en el mismo
período. Para el período subsiguiente (1540-1559), posterior a la ocupación
de las mesetas andinas, la Nueva Granada asciende su participación a 10.2%
y se coloca en tercer lu~ar después del Perú y la Nueva España (37% y
23.4%, respectivamente)3 • Aun así, hacia 1547 no habitaban más de ochocien-.
tos españoles en todo el Nuevo Reino35 . Esta cifra de ocupantes tan modesta
pesaba, sin embargo, demasiado sobre los recursos indígenas. De allí que Díez
de Armendáriz se preocupara por organizar una expedición destinada a so-
correr al licenciado La Gasea en el Perú y, cuando este objetivo se volvió in-
necesario por la victoria sobre los revoltosos, enviara a los mismos hombres

33 Cf Peter Boyd-Bowman, «Regional Origins of the Spanish Colonist of America: 1540-


1559», en Buffalo Studies on Latin America: A Miscellany. Vol. IV, Nº 3, August, 1968,
pp. 3yss.
34 !bid. p. 16.
35 Según un despacho de Miguel Díez dé Armendáriz. (DJHC. VIII, 312). Sin embargo,
Pedro López afirmaba que Díez de Armendáriz-había encontrado 200 vecinos (enco-
menderos) y diez mil mercaderes, soldados y estantes y apenas 200 mujeres. Cf. Pedro
López, Rutas de Cartagena de Indias a Buenos Aires y sublevaciones de Pizarra, Castilla y
Hemández Girón.1540-1570. Transe. de Juan Friede. Madrid, 1970, p. 53. Naturalmente,
debe preferirse la aseveración del mismo Díez.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 13

a descubrir una ruta más expedita al Magdalena, lo que dio por resultado
la fundación de Pamplona. Por el contrario, cuando, en 1541, Hernán Pérez
había comunicado su decisión de emprender la búsqueda del Dorado, los cabil-
dos de Tunja y Santa Fe se habían opuesto porque las dos ciudades quedaban
desamparadas y desprovistas de hombres para defenderlas.
La fundación sucesiva de Vélez, Tunja, Tocaima y Pamplona alcanza-
ron los últimos confines de la influencia chibcha. La llegada de los oidores
de la Audiencia marca un término convencioné3_:1 a la Conquista. En reali-
dad, a partir de entonces crece el número de gentes deseosas de entrar a
saco en nuevos territorios. Una vez que la paz se restableció en el Perú
(1548), el Nuevo Reino se vio asediado por una oleada de aventureros que
intentaban atravesarlo puesto que la travesía por Nombre de Dios había
sido prohibida. Del sur llegaban también rebeldes en busca de refugio, de-
seosos de incorporarse a cualquier expedición. Con ellos se fundó, por ejem-
plo,San Sebastián de la Plata, en 1550. La Audiencia, por su parte, autorizó
la expedición de Andrés López de Galarza y la fundación de !bagué, lo
mismo que una expedición de Melchor Valdez destinada a pacificar a los
muzos. Según la Audiencia,

... por la necesidad en que la tierra se ponía, y por la vejación que los espa-
ñoles y naturales recibían en los sustentar, ha parecido ser cosa conveniente
que se enviase a poblar los dichos pueblos que hemos dicho, y por cualquier
vía que posible sea, procuraremos desaguar la más gente que queda en este
36
Reino, ppr los inconvenientes que de estar en ella gente holgada se sigue ...

Hombres salidos de los rangos de las tropas de Belalcázar, Quesada,


Lebrón o de la comitiva de Díez de Armendáriz y de los oidores empren-
diéron estas nuevas expediciones. Según la Audiencia, era necesario «po-
(
blar», es decir, someter a la influencia de un núcleo urbano un espacio
hostil'. Se debía también «desaguar» el Nuevo RE!ino de un exceso de hom-
bres descontentos que no habían encontrado todavía una recompensa. El
argumento vuelve a repetirse algunos años después. En 1558-1559, el capi-
(
tán de Angulo, en nombre de las ciudades del Nuevo Reino eleva una
.instancia para· que se autÓricen nuevas fundaciones. Según el ;apitán,

... además del bien que se hace a los dichos naturales, saldrán del Nuevo
Reino mucha copia de gente de españoles que están ociosos y sin tener ofi-

36 DIHC. Ibid. X, 336.


14 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

cio alguno de que todo el Reino recibe gran daño y perjuicio por ser la tierra
37
pobre y estrecha ...

Por ninguna parte, pues, se vislumbra un comienzo de colonización es-


pañola. Los españoles que habitan en las fundaciones más antiguas es-
peran al acecho una oportunidad para emprender nuevas expediciones,
alojados y alimentados en las casas de los encomenderos. Sólo la autoridad
del primer presidente de la Audiencia, Andrés Díez Venero de Leiva, im-
puso una pausa a la expansión entre 1564 y 1574. Fueron diez años de res-
piro en los que la nmgresión de una frontera_c_edió el paso aJanecesidad
deJn13..tau~~dentro del espacio ya conquistado. De este perío-
do datan las visitas de la tierra más importantes, las de Angulo de Caste'-
jón, Diego de Villafañe, García de Valverde, López_de Cepeda y Juan de
Hinojosa. De allí se derivan ta:s primeras victorias alcanzadas por la Coro-
na por poner término a los abusos de los encomendadores al imponerles
las primeras sanciones, tasar a los indios e intentar la abolición de la servi-
dumbre personal. · .
El preside~te impidió la salida de dos expediciones ya preparadas; una
de Diego de Vargas que intentaba una vez más alcanzar el Dorado, que se
situaba en los Llanos Orientales, en los confines con Venezuela; otra de Diego
d~Ospina a la región de Antioquia38 • Estas dos fronteras debían esperar
todavía: la de Antioquia hasta el descubrimiento de sus yacimientos de oro
y la de los llanos hasta nuestros días.
Sin embargo, los grandes ejes de la Nueva Granada habían sido fijados
ya desde 1542. Habían bastado apenas cinco años para recorrer todo el
territorio que iba a colocarse bajo la jurisdicdón de la Audiencia. Una ju-
risdicción más bien teórica, sin duda. Todavía quedaba el problema de co-
municar las fundaciones unas con otras, de animar un comercio; de abrír
caminos a través de malezas impenetrables a lo largo de los. flancos de las
cordilleras y en los valles profundos que las separan. . '
Un vistazo sobre un: mapa da cuenta de la organización de~ espacio ga-
nado por los conquistadores .entre 1537 y 1550. Las ciudades· fundadas en
esos años (v. Mapa 1) se alinean en dos ejes casi paralelos, el de la:s altipla-
nicies que se prolongan desde la sabana de Bogotá hasta Pamplona y el de
la ruta de Vadillo y de Robledo sobre las márgenes del Cauca39 • Quedan

37 AGL Patr. L. 27, r. 22.


38 Ibid. Justicia L. 516 cit. por lllises Rojas, Corregidores y justicias mayores de Tunja. Tunja,
1962. p. 70 y ss. También AGI. Patr. L. 156 r. 6.
39 El relato dé Cieza de León, por ejemplo, se desenvuelve en un recorrido lineal que va
desde Cartagena hasta Pasto. Cf. Cieza, op. cit., p. 360 y ss.
LA ocUPACIÓN ESPAÑOLA 15

MAPAl
NUEVO REINO DE GRANADA. OCUPACIÓN ESPAÑOLA

76º 72º

CONVENCIONES

e Limites de la ocupación

Q Indios no sometidos

@ Sentido de la ocupación
16 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

los espacios vacíos de las tierras calientes, las vertientes de las cordilleras que
caen sobre el valle del Magdalena y que separan netamente las conquistas de
Belalcázar y de Robledo de las de Quesada y sus capitanes. Era necesario lle-
nar este espacio y hacer ceder una frontera interior para comunicar las dos
regiones.
En 1550 se establecen las ciudades de Neiva e Ibagué. La de Neiva que-
da ubicada a medio camino entre Timaná y Tocaima, los accesos a Popayán
y Santa Fe. Ibagué sirve de etapa intermedia en el recién descubierto cami-
no a Cartago, a través de la selva del Quindío (v. Mapa 2). En el caso de
Ibagué existía un interés suplementario para su fundación. Según la Au-
diencia, la región estaba

... muy cerca de donde son l¡is minas que al presente este Reino trata ... Pi-
dióse por parte de esta ciudad que se fuese a poblar, así por lo que convenía
al sustento y seguridad de dichas minas, como por la mucha gente que en
40
este Reino había perdida ...

El oro, pues, era el que despertaba el interés por estas regiones y que
multiplicaba las fundaciones de las tierras bajas, pobres en indígenas y
muy lejos de los recursos agrícolas del Nuevo Reino. En 1562, el fiscal Gar-
cía de Valverde mostraba su desaprobación por estas fundaciones al rendir
su concepto sobre la petición de los vecinos de Vitoria:

... con no tener los dichos vecinos de Vitoria más que una mina consumen
y acaban los indios en ellas trayéndolos con gran desorden en las dichas
minas porque como aquella tierra es de arcabucos cerrados y de grandes
montañas de mal temple y sin ninguna recreación y adonde ni se dan plan-
tas ni se crían ganados y la comida de maíz muy poca y caro, ningún otro
intento tienen si no es echar los indios a minas, como gente que está de paso
y va de camino y que en aquel paso y poco tiempo han de sac.ar y aprove-
charse sacando todo el oro que pudieren aunque sea con sangre y a costa
de las vidas de los dichos indios y aun de las almas, porque todo va para lo
ir a gastar y vivir a otras pai:tes, porque de más que aquella tierra no es para
41
perpetuarse, los indios son pocos y se acabarán con brevedad ...

La ocupación de estas !egiones fue la más lenta puesto que duró más de
treinta años sin asegurar una verdadera colonización y sin poner al abrigo
a sus habitantes de rebeliones indígenas. Fueron también estas regiones las
que proporcionaron rasgos de violencia pe:rdurable a la sociedad colonial

40 DIHC. X, 333.
41 AHNB. Min. Tol., t. 5 f. 737 v.
LA ocUPACIÓN ESPAÑOLA 17

MAPA2
CAMINOS Y DIVISIONES ADMINISTRATNAS

76' 72'

4'

CONVENCIONES
Caminos
_.,. Vfas fluviales
Gobernaciones
.. -.... Corregimientos
......,., Provincias
1, ~ ,,) Zonas de frontera
18 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

y que prolongaron en ella el espíritu de la Conquista. El encajonamiento


del valle del Magdalena y los flancos de la cordillera Central se imponían
como límites naturales a la expansión del Nuevo Reino y las expediciones
iban hasta allí en búsqueda del oro que no habían encontrado entre los
chibchas.
Las guerras y las rebeliones indígenas, que seguían amenazando la
frontera del reino chibcha, atrajeron primero empresas de «pacificación» y
luego la ocupación del territorio. No es sino después de haber ahogado
rebeliones de esta clase en Tocaima, Mariquita e Ibagué que las tropas es-
pañolas avanzan y fundan Vitoria (1557) y Remedios (1560). Después de la
interrupción impuesta por el presidente Venero de Leiva, el adelantado
Jiménez de Quesada, que ha debido combatir primero a los indios rebeldes
de Gualí, funda Santa Agueda (1574). Al sur, y a partir de Ibagué, se avan-
za hasta la región de Páez para fundar allí la última avanzada del Nuevo
Reino, San Vicente, rodead~ por todas partes de indígenas rebeldes 42 • .
¿Era preciso ir tan lejos para asegurarse una defensa militar? La política
de las fundaciones parece responder más bien a la sed de oro que al deseo
de fijar una frontera destinada a defender actividades pacíficas de coloni-
zación. Cuando, en i573, los oficiales de la Corona comprueban que las
minas son cada día más flacas 43, no dudan en desaprobar la política de
abstención de Venero de Leiva. Aconsejan emprender nuevas fundaciones
para ganar territorios de los cuales se dice que recelan una gran riqueza
aurífera. Aún más, estos territorios poseían el elemento indispensable para
las explotaciones: mano de obra no utilizada hasta entonces. Por eso los
oficiales instaban para que se hiciera retroceder la frontera infestada de
indígenas rebeldes (sutagaos, pijaos) y se los empleara en las minas 44 •
El episodio de la conquista de Antioquia (o de la provincia de «entre-
ríos») combinaba el cálculo con la necesidad de rechaz.ar ataques indí-
genas. La provincia de Antioquia estaba reducida, todavía·.en 1570, a la
jurisdicción de un puesto fronterizo en las márgenes del Cauca. La ciudad
de Santa Fe de Antioquia subsistía penosamente como un centro minero de
escala muy modesta, asediad.a por todas partes de tribus hostiles. Después
de la ejecución de su conquistador, el mariscal Jorge Robledo, fue preciso
que transcurriera una gen~ración para disipar los rencores que el episodio
había suscitado. Un hombre muy joven en esa época, Gaspar de Rodas, fue
designado por Belalcázar para gobernar la provincia. Al cabo de treinta

42 Cf. Pedro de Aguado, Recopilación historial. Bogotá, 1966. T. II, pp. 19 y 80.
43 AGI. Santa Fe L. 68 r. I Doc.
44 !bid. Doc. 19.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 19

años, Rodas llegó a ser muy rico pues añadía a sus explotaciones mineras
actividades agrícolas y ganaderas. En 1576, frente a una rebelión indígena
provocada por las incursiones del gobernador Andrés de Valdivia en el
interior de la provincia, Rodas se propuso la conquista de los territorios
situados entre los dos ríos, el Cauca y el Magdalena.
Evidentemente, la conquista era necesaria si la ciudad de Santa Fe iba a
sobrevivir. Arrinconada en un valle estrecho, las propiedades-principal-
mente las de Gaspar de Rodas- se veían a cada momento amenazadas por
las hostilidades de los indígenas. El interés de Gaspar de Rodas era casi
personal pues se trataba de un propietario

... de mucho posible e de repartimiento de indios, cuadrilla de negros escla-


vos que le sacan oro, cantidad de ganados, de vacas, puercos, yeguas,
potros, todas haciendas conjuntas en las comarcas de las dichas tierras y
conquista y es persona que él solo tiene más cantidad de ganados que tÓdos
45
sus vecinos juntos de la villa de Santa Fe de Antioquia ...

De otro lado, se sabía que la región entre los dos ríos poseía muy ricos
yacimientos de oro. Santa Fe de Antioquia no pqdía menos de aspirar a
constituirse un territorio que le sacara de la tutela de Popayán. Por esta
razón había proporcionado armas, soldados y víveres a la fracasada expe-
dición de Andrés de Valdivia, un minero de la ciudad que había logrado
capitular con la Corona para la creación de la provincia y a quien los gober-
nantes de Popayán tachaban de usurpador4-6 • Así, Rocfas no hacía otra cosa
que suceder a Valdivia despúés de la muerte de éste.
La fortuna de las fundaciones de Gaspar de Rodas fue sorprendente.. ·
Apenas habían transcurrido cinco meses de la fundación de Cáceres (1576),
cuando sus habitantes· encontraron ricos yacimientos. Zaragoza, fundada
poco después (1581), se convirtió casi inmediatamente en el centro minero
más productivo de toda. la historia colonial47 •
Con estas fundaciones culmina un período en el que la ciudad y el cen-
tro minero se confunden a menudo. A partir de 1570, en ·efecto, la ocuf
J pación de las regiones bajas no persigue otro objeto que la búsqueda d , 1
! yacimientos, puesto que el sometimiento de los indios con fines puramente/
í agrícolas resulta imposible. Se trata casi siempre de indígenas insumiso~
· que ponen en peligro las fundaciones. De veintidós fundaciones establecí-'

45 Ibid. Patr. L. 160 NQ 1 r. 8.


46 Ibid. Santa Fe L. 65 Docs. 3 y 36.
47 Sobre los primeros tiempos de Cáceres y Zaragoza y las rebeliones indígenas y de escla-
vos que ocurrieron, ibid. Patr. L. 165 NQ 4 r. l. L. 166 Nº 3 r. 1 L. 168 NQ 3 r. 1 y NQ.5 r. l.
20 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

das a partir de 1570 subsistirán apenas la mitad en el siglo siguiente48 • Mu-


chas fueron destruidas por los indios, otras arrastraron una vida miserab,le
hasta su abandono o su traslado a un sitio más seguro.
Esta situación contrasta con la de las fundaciones de los períodos ante-
riores. En la época de las primeras fundaciones (1537-1550) el interés de los
españoles consistía más bien en hallar un emplazamiento apropiado para
la ciudad, un sitio provisto de aguas, pastos, bosques y sobre todo de indí-
genas. Enseguida venía el interés por las minas que podían encontrarse,
por azar, muy cerca de la ciudad, como en el caso de Pamplona. El hallazgo
mismo podía conducir a la fundación y así surgieron Tocaima, Mariquita,
La Plata o Remedios. Estas ciudades quedaban sujetas en todo caso a la
jurisdicción o a la influencia del centro que las había originado, con mayo-
res posibilidades de abastecimientos y de mano de obra. Así, de las veinte
ciudades que fueron fundadas entre 1537 y 1550, solamente dos fueron
· abandonadas más tarde. A partir de 1550, la Audiencia estimuló la funda-
ción de centros mineros y entre 1550 y 1560 se cuentan once fundaciones,
contra seis apenas entre 1561y1570, la década en que el presidente Venero
se preocupó más bien de la fundación de colonias agrícolas como la que
lleva su nombre, Villa de Leiva.

El Nuevo Reino y las provincias

La geograña de la Nueva Granada aparece (aún hoy) como el hecho más


decisivo de su historia. La cadena de las tres cordilleras que la atraviesan
la compartimentan en regiones irreductibles. De un lado, la región orien- .
tal, a caballo sobre la cadena oriental de los Andes, extiende su influencia
a las vertientes que dan sobre el valle del Magdalena y abre algunas puer-
tas a los Llanos Orientales. De otro lado, el occidente col9mbiano, encajo-
nado entre los valles que se amplían o que se estrechan lo largo del río a
Cauca.
La ruta que comunica las dos regiones en el siglo )(VI debe buscar un
paso de acceso por la cordillera Central desde Popayán para descender al
valle profundo del Magdalena. Desde Timaná se extiende una región de
frontera que debía atravesarse con el temor que despertaban los indígenas
más aguerridos del país (pijaos, paeces, natagaimas y coyaimas) hasta la
ciudad de los Panches (Tocaima), la puerta del Nuevo Reino. El descenso

.48 Cf. Juan Flórez de Ocariz, Genealogías del Nuevo Reino de Granada. Bogotá, 1943. T. l. pp.
353 y ss. Aguado, op. cit., passim. Lucas Femández de Piedrahíta, Historia general de las
conquistas del Nuevo Reino de Granada. Bogotá, 1942. T. IV, passim.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 21

brusco desde los páramos al clima ardiente del valle era letal para los in-
dios que se empleaban como acémilas. Según Sebastián de Magaña, el te-
soro de Popayán, -
... los indios ... parte en los páramos, parte en el valle de Neiva, de los que
acá fueren, han de quedar muertos, y los que escaparen no quedarán muy
. 49
vivos ...

Hacia 1550, casi por azar, se descubre otra ruta. Francisco Treja, que
había llegado a la Nueva Granada con Alonso Luis de Lugo en 1543, había
participado en el descubrimiento de los lavaderos de Tocaima (Sabandija,
Venadillo, Portillo) y había acompañado a López de Galarza en la funda-
ción de !bagué, relata que

... luego como se pobló la dicha ciudad de Ibagué, tuvo noticia que pasada
la cordillera del páramo estaba un pueblo de españoles que entendió era la
ciudad de Cartago, fue por todo aquel despoblado y abrió el camino hasta
50
llegar a ella y llevó caballos ...

Se trataba de la ruta del Quindío, apenas un sendero en medio de la


selva que los indígenas ya transitaban, pero por donde era posible transitar
con bestias de carga (v. Mapa 2).
Así, no resulta fácil visualizar las relaciones entre estas dos regiones
cuyo acceso recíproco resulta tan difícil. Y, sin embargo, se trataba de dos
zonas en cierto modo complei;nentarias. Los- españoles se veían atraídos, de
un lado, por la riqueza de aluviones innumerables en los afluentes del Cau-
ca. De otro, tenían la oportunidad de establecerse a poca costa y de manera
permanente en los altiplanos que atraviesan oblicuamente la cadena orien-
tal de los Andes. Dos ejes, dos densidades de población (v. Mapa 2), dos
geografías: los nexos entre las dos regiones parecen muy frágiles desde el
principio. Lo serán mucpo más a partir de 1564, cuando se creó la Audien-
cia de Quito que atrajo a su jurisdicción y a su influencia la gobernación de
Popayán. -
El acceso de las tropas de Quesada a la región de los altiplanos, en 1537,
originó un establecimiento·durable, provisto de los recursos necesarios para
asegurar la supervivencia de varias ciudades. La presencia de un pueblo
de indios pacíficos que poseían ya una organización social y política avan-
zada simplificó el proceso de apropiación de excedentes destinados a ali-

49 DIHC. X, 142. Despacho de 12 de noviembre de 1549.


50 AGI. Patr. L. 161 Nº 2 r. 2.
22 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

mentar la «república» de los españoles, es decir, el primer núcleo de un


establecimiento urbano. La sujeción de los antiguos vasallos de los ca~i­
ques de Tunja, Bogotá y Sogamoso fue una tarea que se llevó a cabo en un
lapso muy breve. Aparte de algunas resistencias provocadas por la violen-
cia de los conquistadores, la sola presencia de éstos bastaba casi siempre
para imponer su dominación.
) Fue así como surgió el Nuevo Reino, cuyos límites no fueron otros du-
AI/ rante los primeros años que los que habían correspondido al reino chibcha
y a sus zonas de influencia. Se trataba, desde el comienzo, de una entidad
distinta de la antigua provincia de Santa Marta, de donde había salido la
expedición de Quesada. Así lo hicieron saber los cabildos municipales a
Jerónimo Lebrón, que se había internado en 1540 para reclamar lo que él
consideraba todavía como una dependencia de su gobierno.
En los años siguientes, el Nuevo Reino se extendió con la fundación de
nuevas ciudades en el sur hasta la región de Páez, reivindicada por la pro-
vincia de Popayán (v. Mapa 2) y en el norte hasta Vitoria y Remedios. Ex-
pediciones salidas de Pamplona fundaron a San Cristóbal y a Ocaña y otras
salidas de Tunja dieron al Nuevo Reino una jurisdicción vaga sobre los
llanos orientales, en donde se fundaron algunas ciudades: Medina de las
Torres, Santiago de las Atalayas, San Juan de los Llanos.
En cuanto a la provincia de Popayán, ésta había sido conquistada por
lugartenientes de Pizarra y algunos factores confluían para que la región
se integrara a la influencia del virreinato peruano. Desde muy temprano,
por ejemplo, las rebeliones indígenas impidieron establecer una comuni-
cación s\'ermanente con el Nuevo Reino, como en 1544 la revuelta de los .
paeces . - ·
Inclusive las opiniones de los habitantes de la región se dividían entre
aquéllos que pensaban que Popayán debía incorporarse al Nuevo Reino y
los que preferían una unión más estrecha con Quito, de donde provenían
muchos de sus abastecimientos52 . Según el obispo de Santa Marta, fray
Martín de Calatayud, a quien originalmente correspondía toda esa vasta
diócesis, las ciudades de Popayán, Cartago, Arma y Anserma estaban más
cercanas al Nuevo Reino que a Quito. Bastaba pues abrir una ruta más
directa entre Cali y Neiva para aproximarlas aún más 53 •
La actitud del mismo·Belalcázar era ambigua, si no de un claro distan-
ciamiento. Durante las guerras peruanas, suponiendo que el caudillo po-

. 51 DIHC. VII, 173.


52 Ibid.
53 Ibid. TX, 27.
Li\ OCUPACIÓN ESPAÑOLA 23

día inclinarse del lado de los revoltosos, la Corona retardó la residencia


que debía instruir el juez Díez de Armendáriz. El episodio de muerte de
Robledo, nombrado gobernador de Antioquia por Díez, y condenado y eje-
cutado por Belalcázar, distanció aún más al conquistador del juez real y de
su sede en el Nuevo Reino. Díez pensaba, por el contrario, que la provincia
de Popayán debía abastecerse en el Nuevo Reino

... porque aquí es mucha la abundancia que hay de puercos y de lo fcho


5
allá mucha falta y, a lo que se entiende, mucha grosedad de minas ...

Las vacilaciones de Belalcáza.r a propósito de la apertura de la Provincia


hacia el Nuevo Reino eran compartidas por sus partidarios. Cuando se tra-
tó del establecimiento de una Audiencia, Pedro Cepero -teniente de go-
bernador y encomendero- insistía en que debía escogerse como sede a
Popayán. Afirmaba que la autonomía de la región era completa respecto al
Nuevo Reino puesto que mantas y puercos que se consumían allí prove-
nían de Quito y de Guayaquil y que desde estos puntos podía llegarse fá-
cilmente a Buenaventura55 . Inclusive un oficial de la Corona, el contador
Luis de Guevara, apoyaba estas pretensiones haciendo notar las distancias
que separaban a Popayán del Nuevo Reino y las dificultades del trayecto,
en el cual se sucedían tierras ardientes o muy frías en el curso de ciento
diez leguas.
Sin embargo, la Audiencia fue establecida en Santa Fe y la comunicación
con Popayán resuelta en parte por el camino del Quindío, que acortaba el
viaje en más de veinte días. A fines de 1550, los miembros de la Audiencia
informaban que las comunicaciones con Popayán eran satisfactorias y des-
tacaban a uno de los oidores, el licenciado Briceño, para que practicara las
residencias pendientes, revisara las cuentas de las Cajas reales y despacha-
ra el producto de los quintos a Santa Fe56 • Pocos años después, en 1564, una
buena parte de la provincia fue desmembrada y ,colocada bajo la jurisdic-
ción de la Audiencia de Quito, recién creada.
No obstante, los límites reales entre las provincias no podían ser fijados /
por una simple decisión administrativa. Los territorios conquistados de-
pendían de la influencia de un núcleo urbano y de su control sobre el con-
torno rural o sobre otras ciudades que le habían debido su fundación. Esta
dependencia tendía a debilitarse a medida que cada centro iba cobrando

54 Ibid. X, 185.
55 Ibid. 97.
56 Ibid. 332.
-,,-

24 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL 1

importancia debido a la abundancia de sus propios recursos. Santa Fe, por


ejemplo, podía afirmarse fácilmente sobre Tocaima, Vélez'y Mariquita pe~o
difícilmente sobre Tunja y Pamplona. Buga dependía de Cali pero ésta ten-
día a guardar cierta autonomía frente a Popayán y aun a disputarle su pre-
eminencia en el territorio de la provincia.
Este particularismo de las ciudades se comprende mejor si se piensa en
, la precariedad de los lazos que podían unirlas al contorno rural. La base
de sustentación de la «república» de los españoles eran las economías agra-
rias de los pueblos sometidos, a los que sólo la vinculación directa y per-
(
sonal podía arrancar los excedentes necesarios para mantener el núcleo
\ urbano. Éste no se presentaba, pues, como un mercado al que afluyeran los
productos dentro de un intercambio natural sino como un simple reducto
de poder que sometía a sus exigencias las regiones vecinas. Ahora bien,
¿hasta dónde podían hacerse tales exigencias? Esto dependía, naturalmente,
del grado de control que se alcanzara sobre un espacio dado. Los contornos
de este espacio eran necesariamente una «frontera» cuando no alcanzaban
a estar sometidos por otro núcleo urbano. Los vacíos no podían ser colma-
dos ni siquiera por intercambios entre ciudades que por eso mismo tendían
a la autarquía.
La precariedad de estos lazos ha sugerido al historiador chileno Rolan-
do Mellafe la existencia de una «frontera» en el seno mismo de las funda-
ciones españolas para el caso del virreinato peruano57 • Mellafe designa como
frontera el conjunto de relaciones no integradas entre las dos sociedades (es-
pañola-india) pero que estaban en camino de formarse. Subraya todo aquello
que parece provisorio en estas relaciones debido a la novedad de los contactos.
y, al mismo tiempo, describe de una manera notable el carácter forzosamente
dinámico de este choque entre dos horizontes culturales. Dentro de este con-
texto puede hablarse, en rigor, de un movimiento dialéctic.o que afectaba
todos los dominios de un complejo muy vasto en relaciones. Histórica-
mente, esta frontera coincide con los procesos de asimilación de una socie-
dad por la otra, que se realiza entre 1533 y 1590 (en el caso del Perú) y cuya
primera manifestación consiste en la investidura de un mero poder políti-
co. De esta manera el concepto tiende a mostrar la precariedad de t,al po-
der, su ausencia de medios para alterar las estructuras existentes y, sobre
todo, la dependencia profunda de los núcleos urbanos con respecto a los
recursos de las sociedades indígenas. ··

57 Cf. Rolando Mellafe, «Frontera agraria: el caso del virreinato peruano en el siglo XVI»,
en Tierras Nuevas. Edit. por A. Jara, México, 1969. pp. 11 a 42.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 25

MAPA3
INDÍGENAS NO SOMETIDOS Y CAMPAÑAS MILITARES 1575-1675.

76º 72•

CONVENCIONES
~ Pijaos
'15221 Cararés (1602)
~ Sutagaos
~ Moanamas cirambiras
1'57.0ll Sindaguas
..,...,. Paeces
26 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

El concepto de frontera, como todas aquellas palabras de uso corriente


que pugnan por elevarse al rango de concepto científico, arrastra consigo
una multiplicidad de contenidos que lo hacen muy sugestivo pero que lo
dotan también de una esencial ambigüedad. Con este concepto trata de
explicarse la conformación de individualidades históricas en el interior de
un espacio definido. Los cambios que se operan en el interior de esta indi-
vidualidad histórica o el impacto que sufre del exterior por la acción de
otras individualidades del mismo tipo modifican la frontera. Así, el análi-
sis pone de manifiesto varios elementos que configuran el concepto. Uno,
el de la individualidad histórica o grupo social que actúa dentro de un
espacio. Otro, la noción misma de este espacio. Finalmente, un elemento
dinámico que tiende a modificar las relaciones entre el grupo y el espacio
que lo contiene.
Pero partamos de la noción mucho más simple de la línea divisoria o de
linde o límite que asociamos corrientemente al concepto de frontera. Pare-
cería que este elemento sólo puede surgir como una elaboración conscien-
te, al final de un proceso al que precede la identificación del grupo social58 •
Obsérvese, sin embargo, que-el espacio está-definido_de.antemano-p.JJ.I-el
contenido-de-sus-reeursos.La-apropiación·de estos recursos es la·que--mue-
ve a la ocupación del espacio y su explqtación la que sustenta la·vida-del
.grupo..: A partir de allí surgen todas las elaboraciones que animan este es-
pacio y lo modifican. La frontera no puede definirse entonces en función
exclusiva de la actividad consciente de un grupo, de su organización (ci-
vil, militar, económica), pues ésta sólo tiende a perpetuar un hecho más
simple, el de la ocupación y la explotación de ciertos recursos indispensa-.
bles para la vida humana.
1. Frente a la conquista española estamos ante una ocupac:ión y una apro-
;\ piación su~ géneris d~ los rec~~os que _brindaban_ :ociedades ya estab_lecidas.
Pero, ¿que coherencia adqmna esta implantac1on frente a las sociedades
\sometidas? ¿Acaso no se percibe una línea de ruptura~ en alguna parte, que
podamos llamar una frontera? Obviamente existía un deslinde puramente
espacial entre las regiones sometidas desde un principio a la dominación
española, en donde las jerarquías autóctonas fueron sustituidas por las
pretensiones del dominio de los conquistadores, y aquellas otras que pre-

58 Owen D. Lattimore, de quien se ha tomado el análisis del concepto de «frontera», hace


excesivo hincapié en esta elaboración consciente. Aquí se hace énfasis más bien en fa
existencia de recursos que determinan la ocupación. Cf. O. D. Lattimore, «The frontier
in History», en Theon; in Anthropologi;. Edit. por Robert O. Manners y David Kaplan.
Chicago, 1968. pp. 374 y ss.
LA OCUPACIÓN ESPAÑOLA 27

sentaron resistencias y que no pudieron ser sometidas sino al cabo de mu-


cho tiempo.
En el caso de la Nueva Granada, la frontera tiene este sentido mucho
más literal de un espacio que confina con otro, ambos replegados sobre sí
mismos. Se trata, ante todo, de una división geográfica cuyos rasgos mar-
can distintamente la región oriental, el Nuevo Reino, de la parte occidental
del país, la provincia de Popayán. Las fundaciones que se establecen a lo
largo del valle del Magdalena, desde Timaná hasta Ibagué, son una tenta-
tiva de comunicar estas dos zonas. El río es también un rasgo de unión
puesto que a través de ambas márgenes se distribuye el comercio que pro-
viene de Cartagena, A través de Mompox, Ocaña, Rionegro, Carare y Hon-
da se alcanzan los centros mineros de la región antioqueña, Pamplona,
Mariquita, Santa Fe y Popayán. Rasgo de unión, es cierto, pero frontera
también, permanentemente amenazada por indígenas hostiles.
Ai hecho geográfico se superpone el hecho histórico. Los límites políti-
cos y administrativos de la Nueva Granada reflejan el fenómeno de la Con-
quista y no una voluntad política o un designio racional de organización
interna. Provincias, gobernaciones, corregimientos no derivan de un orden
constitucional sino que son un hecho que se desarrolla según su dinamis-
mo propio. La subordinación de una ciudad a otra o el lugar que ocupa
cada una dentro de una jerarquía tiene un origen puramente histórico, de-
terminado en muchos casos por un desarrollo regional anterior a la Con-
quista. Así, la pretendida «invención de _América»" 9 encuentra ciertas
limitaciones. En las divisiones administrativas no existía ninguna lógica
elaborada conscientemente por los conquistadores. Se trataba de meras si-
tuaciones de fuerza, en las que una frontera retrocedía paulatinamente a
partir de núcleos separados, los establecimientos urbanos.
Santa Marta, Cartagena, Santa Fe, Tunja o Popayán constituyen el ori-
gen de esta penetración. y poco a poco van esbozando su propio espacio
que un día llegará a ser su jurisdicción. Por eso el Nuevo Reino desconoce
muy pronto la autoridad del núcleo primitivo, la ciudad de Santa Marta.
En cuanto a Popayán, sus lazos con el virreinato del Perú son demasiado
débiles.
1 Los límites del Nuevo Reino, como los de Popayán, son los de las con-
1 quistas de sus capitanes: al norte hasta Mérida y Barinas, al sur hasta Neiva
\y San Vicente de Páez. Esto explica la enorme extensión del corregimiento

59 Cf. las ideas inspiradas por la filosofía de Husserl y Heidegger y aplicadas de una ma-
nera sibilina por Edmundo O'Gorman en La invención de América (el universalismo de la
cultura de occidente). México, 1958.
28 HISTORIA ECONÓMICA Y

de Tunja, que incluye las provincias de Vélez, Guane, Pamplona


O la jurisdicción de Santa Fe sobre las dos vertientes de la cordillera Orien-
tal y sobre el corregimiento de Mariquita que se extiende a lo largo del
valle del Magdalena.
Capítulo 11
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN
POSTERIOR A LA CONQUISTA

LOS GRUPOS ORIGINALES Y SUS TRANSFORMACIONES

Estructura social y aculturación

L3SQ!Lquistci_española_y: el sistema de la encomienda implantado en segui-


da tuvieron como efecto l~tegración de las sociedades indígenas ameri-
canas. La c0nsecuencia más palpable de la ocupación española fue, sin duda
alguna, la desaparición casi fulminante de vastas masas humanas allí en
donde los conquistadores se iban asentando. Las Antillas, México, Tierra
Firme y el Perú experimentaron este fenómeno que ha dado origen a con-
troversias enconadas desde el momento mismo de la Conquista.
El fenómeno de la desintegración social indígena {y creemos, sus con-
s~uencias demográficas) puede verse, como lo sugiere Elman R. s~1:
en función de la relativa complejidad de los grupos aborígenes afectados
por las relaciones impuestas a raíz de la Conquista. ;El choque de dos cul-
~ tuvo que producir desajustes violentos en aquella que, por su grado
'de evolución, estaba condenada a dobl~arse frente a la_cnlhu:aJnvasora.
Al referirse a las altas culturas que se desarrollaron en los altiplanos (el
caso, principalmente, de los grandes imperios americanos), Service encuentra
s~_des estructurales con la cultura euro12ea de la época. En esenci¡:t,
a~lturas estaban basadas en una agricultura_intensiJ[_a,_y~n la e_xplo-
ta~~Q.11 de ~a 1Ilªs~c!E!J!.~QJ:ljadores__agrícolas. Este fundamento material
era posible gracias a una jerarguización adecuada en lo político y en lo
r~~ig_ipso-:- q__ue mantenía una cohesión social2• La coincidencia de tales ras-
gos sugiere a Service que estas sociedades indígenas habrían podido pre-

1 Cf. «lndian-European Relations in Colonial Latin America», en Theory in Anthropologi;,


cit. pp. 285 y SS.
2 Ibid. pp. 288-289.
30 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

servar intactos muchos cj.e los elementos de su organización original. Por


el contrario, grupos menos evolucionados habrían encontrado mayores di-
ficultades en el ajuste, pues éste podía producirse sólo en virtud de la des-
trucción de la estructura original.
Para Service, y en general para cualquier antropólogo, esta distinción
puede explicar larapidez con que se operan fenómenos de aculturación en
el conti.t_l~eilli~ricaiio-.. Lentamente en las regiones en donde plidé:)C()ñ:.
servarse en parte la organización social primitiva (aun comp medio de do-
minación de los conquistadores), más rápidamente allí donde se operaron
procesos de mestizaje, y de manera casi nula en regiones marginales 3.
Frente ª1-~_ch_g hl$t_qz:ico de la exterminación física de los indígenas, el
conc~pto de_aculhirª¡:i§B.~!l_sTientra-ciertash~J!~j:~Q_J.i~--:¿ffastaqÜépüñfo,
por ejemplo, un proceso de adaptación a nuevos patrones culturales pudo
preservar físicamente a las sociedades americanas? Las sociedades indíge-
nas que presentaban rasgos c:l~1IlAY<2!_ comp_lejidad efi~~fiíií:tura -soCial
eran asimismo aquellasque poseían t!.!l_éi.J'.!lAYor deil§iº=ªci_ g~ Eoblación. Si
bien es cierto que miení:@S-.iiie_no~!§ti;nc;:.ia§_ofre_c;:i~ron e3_tªs sociedades
aformas <le-aculturación fueron menos :vulnerables a la exterminación Vio-
lenta, tampoco el sometimiento ~oi~~t~rio pu"49 preseivarlas.-Así~ él he-
cho de que aún subsistan vestigios de estas altas culturas se explicaría por
su importancia numérica original y no por el hecho de que fueran menos
vulnerables.
Juan Friede llega a sostener4, refiriéndose sin duda a grupos de escasa
e~~~c~ e_n Alll.érica no se cumplió un pro-ce~iilltifa­
ción del indio sino que simplemé:ritese Teaestruyó. Según este autor, las
leyes de la Coroná-éspafiofa que quisieron evitar. éste resultado no perci-·
bieron su causa real, la debilidad económica y política del indio. Esta de-
bilidad era relativa. La exter~i_:rgi._s_ic)!!.ill9Jg~na fue al menos más lenta allí
qonde pudieron_c:IarseJ§i:Iri¡s cie_ ª..ciª IJgció11-d~Ji~.sti::_i1ctura sodaITrld1ge-
ni!__~.J2ª trones _g,il turalei:;_c;:9.!:1! y~~E!_es.
Tampoco el mestizaje significó una forma dep_i:.eservªción. ALCQntrario,
este féñomeno creó m.ievasTensiones en el seno de la dualidad social esta-
blecida a·raíZde laCémqu!sta.~El mestizo nofüé-ünelementode transición
entre las dos «repúblicas~> sino.que s~_me_nucj.g_c;ol!lo instrumento di-
recto de dominación. Su status jurídico estaba mal determfoado~das
:rñarierasse1ücno-:fior segregarlo de las sociedades indígenas de donde pro-

.3 Ibid. p. 292.
4 Cf. J. Friede, Los Andaki (1538-1947). Historia de la aculturación de una tribu selvática. Méxi-
co-Bs. As. 1953,·p. 120.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 31

venía. Socialmente, el mestizo sufrió los prejuicjos y hasta el rechazo de la


sociedad española pero fue un hombre libre, no sometido a la carga del
tributo. En sus orígenes era un elemento urbano -es decir, pertenecía a la
«república» de los españoles- y sólo un largo proceso histórico lo convirtió
en el campesino actual. Cuando -en el siglo XVI- salía del ámbito urbano
era para convertirse en «calpisque» o capataz al servicio de los encomen-
deros.
Desde otro punto de vista, el esquema antropológico explica el hecho
histórico del asentamiento español. Los conquistadores buscaron estable-
cerse allí donde la jerarqui_zación d_~J.éÍ? relaciones sociales indígenas podía
suplantarse-a poco costo y en donde ya existfauñacastaaifigen:te.Yaen
laépoca de laConquista,C1eza aeteón asociaba correctamente la cohe-
sión social, a través de una jerarquía establecida, con el sometimiento a los
españoles, una vez que se operaba una simple sustitución de poder. Según
Cieza,
... los del Perú sirven bien y son dóciles y domables, porque tienen más
razón que esos y porque todos fueron sujetos por las leyes incas, a los cuales
5
dieron tributo, sirviéndoles siempre, y con aquella condición nacían ...
l-
Por estas razones, el estudio de_ la organizac_ión.social-indígena,_aparece ¡!
cada vez como menos gratuito. No se trata de un mero objeto de curiosidad
pretendidamente científica, cuya conocimiento esté qrientado como una
concesión a problemáticos ancestros. Tampoco de un tema justificativo, en
el que se busquen las «raíces;> de la nacionalidad y en el que no se pone
demasiada convicción. Es, en cambio, en los estudios históricos, uno de los
elementos esenciales para comprender el resultado de un choque inicial.
Como lo observa Service, áreas enteras en Latinoamérica conserva- :
ron remanentes de población indígena (Perú, Bolivia, México), en tanto
que otras experimentaron un proceso acelerado de mestización (el caso,
precisamente, de la Nueva Granada). El clima de las relaciones sociales
imperantes en estas zonas nunca' fue el mismo. P--énórnen-es de violencia
esporádica denuncian todavía desajustes evidentes, mal encubiertos por la
imposición de patrones de.conducta. Naturalmente, las tensiones sociales
de Latinoamérica no pueden referirse a componentes raciales sino en casos
muy localizados. Pero, en cambio, queda mucho por investigar acerca de

5 Citado por J. Friede, Ibid. p. 101, nota 49. Esta idea era muy generalizada entre los espa-
ñoles de la época. Aguado se expresa en términos muy parecidos. Cf. Recopilación, TI, p.
428. Citado por D. Fajardo en El régimen de la encomienda en la provincia de Ve1ez (población
indígena y economía). Bogotá, 1969, p. 6.
32 HISTORIA ECONÓMICA Y

las estructuras de dominio que comenzaron a actuar en el momento mismo


de la Conquista y que entonces sí tenían fundamentos raciales evidentes.

Grupos indígenas del occidente colombiano


(Trimborn y la sistematización de los cronistas)

Si se atiende al sustrato económico de la organización social indígena, y se


adopta el esquema antropológko6 de sus estadios de evolución, puede in-
tentarse una clasificación regional de los grupos que habitaban en laNue•
va Granada en el momento de la Conquista. Estas distinciones ponen de
manifiesto puntos neurálgicos, zonas en donde perduraron relaciones de
frontera durante algún tiempo o en donde los grupos indígenas se mostra-
ron impermeables al contado europeo. Los efectos de la encomienda -ya
fuera como sujeción simplemente personal o como vínculo que acarreaba
el pago de un tributo uniforme--, de la política de «poblamientos» y de la
organización de doctrinas, de la regulación del trabajo en las minas o en el
campo según patrones europeos, etc., tuvieron efectos diferentes según el
grado de evolución de la sociedad indígena.
En el territorio de la Nueva Granada coexistieron los tres tipos de socie-
dades tipificadas por Service7• Agrupaciones que poseían una estructura so-
cial compleja, capaces_de prodm::ir-excedenfos agrícolas considerables, de una
elevada densidad con respecto a los altiplanos que ocupaban. Habitant~ifle
las vertientes y delos valles interandinos, organizados en pueblos multifami-
liares y con una cultura comunitaria, cazadores y pescadores, a veces hór-
_ticultores (que empleaban el sistema de roza_s), de menor densidad que los
anteriores. Finalmente, pueblos marginales, organizados como banda o como
familia extensa, simples recolectores-y cazadores, dotados de una gran mo-
vilidad. ... ------..
El análisis más detallado no podría reducir todos los grupos que habi-
taban el territorio de la Nueva Granada a las líneas muy generales de este
esquema. Trimborn8 encuentra, por ejemplo, que en el occidente colombia-
no no sólo coexistían diferentes estados de evolución sino que muchos gru-
pos apuntaban hacia formas de cohesión suprafamiliar o intertribal. E;n la
base de esta evolución,_Trimborn afirma una unidad original de todos los
grupos que habitaban las márgenes del Cauca. Esta unidad étnica (chib-

6 Cf. E. R. Service, Primitive Social Organization. An Evolutionan1 Perspective, Nueva York,


1966.
7 Idem. Aft. cit., pp. 290-291.
8 Op. cit., pp. 244 y SS.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 33

cha), poseedora ya de una alta cultura, habría sido modificada por la in-
fluencia de pueblos asimilados y por las diferencias del medio ambiente9 •
Con todo, excepto por los testimonios materiales de estas culturas, los
datos que poseemos sobre su organización social son casi siempre pre-
carios. Los testimonios históricos son muy desiguales y van desde la ob-
servación casual de los cronistas y de los conquistadores hasta respuestas
precisas, aunque muy tardías, a cuestionarios relativos a la organización
social indígena. Ambos tipos de fuentes, sin embargo, presentan dificul-
tades de interpretación. El estudio de Trimborn, por ejemplo, sobre los
grupos del occidente colombiano está basado en el examen exhaustivo de
cronistas y observadores de la época de la Conquista. El autor aprovecha
no sólo la uniformidad de las noticias sobre puntos concretos de etnografía
sino también todos los vestigios de cultura material que pudieran con-
firmarlos. No obstante, si reducimos las observaciones a un cuadro de
frecuencias, inmediatamente saltan a la vista ciertas peculiaridades de los
testimonios de la época de la Conquista (véase Cuadro 1).
Las observaciones más frecuentes, aquellas que se refieren a cerca del
50% de los 44 grupos estudiados, indican más bien las preocupaciones pe-
culiares de cronistas y conquistadores. Así, el uso de un arma determinada
está señalada para 29 pueblos, la antropofagia de 26 y la poligamia en 12.
Aunque existe hoy en día una tendencia a dar cada vez menos crédito a los
testimonios de los conquistadores sobre los actos de canibalismo que dicen
haber pres<¡!nciado, o la interpretación se limita a hacer• énfasis sobre el ca-
rácter ritual y más bien excepdonal de este fenómeno, no hay duda de que
los testimonios de cronistas y conquistadores constituyen un material et-
nográfico cuyo valor ha sido puesto de relieve por la obra de Trimborn.
Con todo, como puede observarse en el cuadro, relaciones más complejas y
menos aparentes no impresionaban mucho la imaginación de estos observa-
dores y por eso se consignaron raramente. No menos de veinte grupos indí-
genas identificados al norte del cañón de Arma apctrecen apenas con algunas
características distintivas, con mucho menos frecuencia que en el sur, lo que
hace pensar en la deficiencia de nuestros datos sobre regiones enteras.

La estructura social de los chibchas

Los testimonios históricos contenidos en las visitas y que provienen de los


mismos indios son muy tardíos. Casi todos son posteriores a 1560 y en

9 . Jbid. pp. 52 y SS.


úJ
CUADRO! ,¡:..
TRIBUS DEL OCCIDENTE COLOMBIANO (SEGÚN TRIMBORN)

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23
1. Coconuco X X X X X X X X X
2. Timbía
3. Guambia X
4. Paez X X X X X
5. Aguales X

6. Jamundí X X X X

7. Timba X X X

8. Lile X X X X X X X X X X X X

9. Gorrones X X

10. Buga X

11. Pijao X

12. Chanco X X
13. Quimbaya X X X X X X X X X X X X X

14. Carrapa X X X X X X X X X

15. Picara X X X X X X X X X X
¡;
.•

16. Pozo X X X X X X X X X X X X X
Cfl
17. Paucura X X X X X X
d
18. Arma X X X X X X X X X X X X X X
~lTl
19. Anserma X X X X X X X X X X X X X X X X X
n
20. Caramanta X X X X X X X X X X X X X o
:z:O·
21. Cartama X X X X
22. Cori X X X X X X n~
23. Iraca X X X X >
><
24. Cenufara X X Cfl
o
25. Murgia X X X n
:;
r-'
(Continuaci6n Cuadro 1)
(n
o
1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23
n
lTl
o
26. Aburrá X X X X >
o
27. Toryura
28. Corume X ~¡;:;·
29. Penco X
ztT1
30. Hevéjico X X X X X X X >
31. Nore X X X x, X X X X X X X
-<
(/)

32. Tatabe X X X X X
e:
tT1
33. Dabeiba <
o
r
34. Guaca X X X X X X X X X X x e:
n
35. Abibe X X X 5,
36. Catío X X X X X X X X X
z
>ti
37. Buriticá X X X X X X X X X
o
(/)

38. Pequi X X X X X X

~
39. Norisco o::<:!
40. Huango X X X
41. Guacuceco
.
X X X X X X X
42. Guarcama X X X X X
43. Nutave X X X X X X X X X
44. Tahami X ... X X

1. Endogamia (de consanguinidad) 9. Explotación de oro 17. Mazas (macanas)


2. Poligamia (de caciques y nobleza) 10. Explotación de oro en filones 18. Lanzas
3. Mujeres con ofrenda funeraria 11. Sacerdotes 19. Da~dos
4. Sucesión de los sobrinos 12. Nobles 20. Hondas
5. «Casas grandes» 13. Esclavos .21. Tiradera
6. «Cercados» 14. Realeza con atributos 22. Arcos
7. Producción de mantas finas 15. Focos de resistencia a los españoles 23. Canibalismo
8. Producción de sal 16. Prestadón personal de los súbditos úJ
CJl
-,--

36 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

algunos casos señalan más bien el proceso de descomposición que se había


operado en la sociedad original. Para los grupos marginales los testimo-
nios históricos son todavía más tardíos. Algunos de estos grupos fueron
conocidos en el curso _del siglo XVI pero muchos permanecieron ignorados
hasta el siglo XVII.
En el caso excepcional del reino chibcha existen numerosos testimonios
de ambos tipos. Los cronistas no sólo fueron atraídos por la descripción de
guerras y rivalidades entre los reinos chibchas sino que a través de ellas
entrevieron un proceso integrador. El esquema más conocido señala las
jerarquías de los grandes cacicazgos frente a unidades subordinadas o que
conservaban todavía cierto grado de autonomía. Es posible que en la con-
solidación del reino chibcha hayan jugado presiones externas o factores de
saturación demográfica.
Testimonios más confiables confirman en detalle las descripciones de
los cronistas. Una encuesta ordenada en 1543 por Alonso Luis de Lugo 10
señala la exteµsión de dos grandes cacicazgos. El cacique de Duitama de-
claró haber tenido cuarenta capitanes sujetos en el momento de la entrada
de los españoles y el cacique de Sogamoso declaró haber tenido treinta y
cuatro. Testimonios contenidos en las visitas a partir de 1572, cuando se
efectuó la visita de Juan López de Cepeda, hasta las visitas de Miguel de
Ibarra y de Luis Henríquez en 1593 y 1600, confirman también la sujeción
de caciques en Tunja y de capitanes de Santa Fe a los señores de Bogotá,
Ramiriquí, Duitama y Sogamoso11 • Una estructura parecida existía en el
reino vecino de los laches, separado de los reinos chibchas por el río So-
gamoso.
Los términos de la provincia de Tunja incluyeron originalmente los do-
minios de los caciques de Ramiriquí-Tunja, Duitama y Sogamoso. El domi-
nio más importante, de Ramiriquí-Tunja, fue el primero en desintegrarse
debido a la fundación de la ciudad en el sitio mismo que ocupaba su cen-
tro. Hacia 1562, ei grupo indígena de Ramiriquí apenas era una encomien-
da mediana (de 500 tributai:ios), a comienzos del siglo XVII hacía parte del
corregimiento más diezmado en población, el partido de Tenza, y en 1636
estaba casi extinguido.
Las visitas de los oidores efectuadas en el siglo XVI dejaron testimonio
de la autonomía de Duitama y Sogamoso. Al menos poseían sus propios

10 AGI. Justicia L. 115, citado por J. Friede en «Algunas consideraciones sobre la evolución
demográfica de la provincia de Tunja», en ACHSC. N2 3, Bogotá, 1965, pp. 17 y ss.
11 Cf. Hermes Tovar, Documentos sobre tributación y dominación en la sociedad chibcha, Bogotá,
1970.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 37

feudatarios e inclusive se menciona el hecho de que el cacique de Coaza


era nombrado por el de Sogamoso12• El grado de sujeción de los diferentes
grupos indígenas a los grandes cacicazgos, sin embargo, no puede ser pre-
cisado, ni lo fue tampoco en el siglo XVI. Sogamoso y Duitama se contaron
entre los primeros repartimientos colocados directamente bajo la Corona,
después de que Alonso Luis de Lugo se apropió el de Duitama ejerciendo
arbitrariamente su poder como gobernador. En adelante, los encomenderos
de los repartimientos vecinos trataron de restar importancia al primitivo
dominio de estos dos caciques para impedir que sus propias encomiendas
cayeran bajo el dominio de la Corona. Así, al otorgar por primera vez la
encomienda de Duitama a Baltasar Maldonado, el capitán Gonzalo Suárez
le había desmembrado las capitanías de Tobasía y Tuche para otorgar una
encomienda más. En 1573, el cacique de Duitama, por medio de Juan de
Avendaño, elevó un alegato en el que sostenía tres puntos principales: pri-
mero, que el derecho de los caciques prevalecía sobre el de los encomende-
ros porque a éstos no les pertenecía la encomienda sino por el término de
dos vidas, en tanto que los caciques poseían una autoridad tradicional des-
de antes de la venida de los españoles. Segundo, que un mismo pueblo
podía pagar tributo a varios encomenderos sin que fuera preciso desmem-
brarlo. Y tercero, que el rey de España reconocía la autoridad de los caci-
ques y por eso había otorgado rentas a Moctezuma, para indemnizarlo de
la pérdida de su señorío. El cacique alegaba una impo;tancia parecida a la
del emperador azteca y pedfa que se le restituyeran los términos de su
primitivo dominio13 .
La capitanía de Tuche, que el cacique de Duitama sostenía ser suya, era
disputada también por_ los indios de Busbanzá. Éstos, o mejor, su encomen-
dero Diego Rincón, sostenían en 1559 que hacía 20 años (¿ 1539?) el capitán
Baltasar Maldonado los había despojado con violencia de este señorío y lo
había pasado al caciqu~· de Tobasía. El capitán Maldonado -quien había
debelado una revuelta indígena-:- inspiraba tanto temor a los indios que
éstos no habían osado reclamar. La encomienda pasó así a Juan de Quin-
coces de la Llaña por un arreglo (posiblemente una venta) con el capitán,
y en 1569 a Antón Rodrígúez Cazalla14 • ·
De manera parecida, Antonio Bravo Maldonado (sucesor de Pedro Bra-
vo de Molina) sostenía en 1586 que el principal y los indios de Tutasá, que

12 AHNB. Vis. Boy., t. 2 f. 526 r., t. 4 f. 382 r., t. 13 f. 217 r., t. 17 f. 904 r., t. 15 f. 60 r.
13 Ibid. Cae. e ind., t. 48 f. 685 r.
14 Ibid. f. 684 r.
38 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL 1

estaban en poder del cacique de Sogamoso, eran naturales y sujetos del


cacicazgo de Tópaga, su encomienda. Bravo Maldonado afirmaba que .
... aunque el cacique de Sogamoso, antes de los cristianos entrasen en esta
tierra, era señor universal del partido de Tunja, era de tal manera que no
todos eran sus capitanes sino que los caciques como Tópaga y otros tenían
sus capitanes conocidos que les acudían a los tales caciques con los dichos
15
reconocimientos de labranzas y servicios, y no el cacique de Sogamoso ...
. 1

Como se sabe, el reconocimiento de la autoridad de los caciques entre


los chibchas se traducía en el pago de algunas prestaciones en trabajo o en
especie. Los sujetos ayudaban a levantar el cercado del cacique, le hacían
labranzas o le contribuían con oro, mantas y coca. El texto citado sugiere
que existían instancias de autoridad y que los caciques tributaban directa-
mente al señor de Sogamoso (o de Duitama y Tunja) pero que, a diferencia
de los capitanes sometidos inmediatamente a la autoridad de este cacique,
ellos gozaban también del reconocimiento de otros capitanes. En la época
colonial sólo vino a reconocerse esta dependencia directa, en tanto que se
ignoraron los vínculos en formación de los grandes cacicazgos.
La provincia de Tunja incluía también otros grupos no chibchas que
fueron anexados a la jurisdicción de la ciudad en expediciones posteriores
a 1540. Así, el del cacique del Cocuy, compuesto de indios laches a los que
se agregaron más tarde indios tunebas. Estos últimos ascendían por la cor-
dillera desde los llanos, y posiblemente algunos grupos aislados cambia-
ron su forma de vida nómada por un asentamiento estable, debido a la
influencia de laches y chibchas. Los laches, d~scritos en Aguado como gen-:
te más belicosa que los chibchas 16, debían sostener con éstos relaciones al-
ternativamente hostiles17 y de comercio, sobre todo de coca que se cultivaba
en territorio lache18 . .
También ~l dominio del cacique de Moniquirá y Saquertcipa (en donde
se fundó Villa de Leiva en 1572) parece haber sido independiente, o al me-
nos haber gozado de una mayor autonomía 19 . Otros indios, los teguas,
que procedían de los llanos, se sometieron al dominio de los indios de
Tata o al cacique de Sogamoso20 . Éste sostuvo un pleito hacia 1550 con

15 Ibid. Ene., t. 14 f. 281 v.


16 Aguado, Recopilación, cit., I, p. 332.
17 AHNB. Vis. Boy., t. 9 f. 19 r.
18 Ibid. t. 12 f. 271 r.
19 Ibid. t. 7 f. 569 r.
20 · Ibid. t. 4 f. 417 r. f. 479 r.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 39

Pedro Niño por la capitanía de Morcote. La Audiencia falló a favor del


cacique pero el proceso se perdió en el incendio de la casa del escribano
Alonso Téllez, por lo cual el fiscal Venero volvió a pedir la restitución para
21
el cacique en 1551 • .
Sylvia M. Broadbent ha examinado con exactitud la organización inter-
22
na de los grupos locales en la sociedad chibcha . La investigación concentra
su atención en las subdivisiones de estos grupos, identificadas en los docu-
mentos como parcialidades, capitanías o partes. Es evidente, como lo afirma la
autora, que las designaciones españolas son equivalentes, puesto que se utili-
zaban indistintamente para designar el mismo fenómeno. A la cabeza de cada
parcialidad había un capitán con cuyo nombre, en ocasiones, se distinguía al
grupo entero. Lo mismo ocurría, con los cacicazgos, al menos en los títulos de
los primeros otorgamientos de encomiendas.
Ahora bien, ¿cuál era la naturaleza de estos grupos? Broadbent rechaza
- -con argumentos antropológicos- la tesis de Guillermo Hernández Ro-
dríguez, quien afirma que se trataba de clanes exógamos. Ella, por su par-
te, adelanta dos hipótesis. Por un lado, las relaciones de los capitanes
con los caciques habrían sido las de feudatarios. También, que las capita-
nías constituían unidades territoriales. Ambas hipótesis describen bien la
situación pero no son conclusivas respecto a la formación o a la evolución
de estos grupos. Al examinar el proceso histórico de las capitanías, for-
zado, es cierto, por la intervención de la sociedad española, se observa la
transformación de primitivos cacicazgos en partes o•capitanías de otros.
Puede suponerse un proceso· similar en la sociedad chibcha anterior a la
Conquista, es decir, la sucesiva incorporación de unos cacicazgos a otros
en calidad de partes. Existen indicios de que la sucesión de los capitanes
era análoga a la de los caciques, es decir, matrilineal. En uno y otro caso, la
sucesión del señorío recaía en el hijo mayor de la hermana (también ma-
yor) del cacique o del capitán. Así lo reconoció el presidente Sancho Girón
al otorgar el título al capitán de Chachetiba, par~ialidad de Sogamoso, en
contra de las pretensiones de un hijo del capitán anterior23 .
Que los capitanes hubieran tenido en alguna época la autonomía de que
gozaban los caciques proporciona un indicio de cómo se estaba llevando a
cabo la integración de la sociedad chibcha a la llegada de los españoles.
Esta autonomía no se había perdido del tddo en la época histórica y por eso
los capitanes solían separarse de los cacicazgos cuando surgían disensio-

21 Ibid. Ene., t. 24 f. 587 r. ss.


22 Cf. Sylvia M. Broadbent, Los chibclzas. Organización socio-política. Bogotá, 1964.
23 AHNB. Vis. Boy., t. 8 f. 616 r.
40 HISTORIA ECONÓMICA Y

nes internas, trasladándose con todos sus indios a otro repartimiento.


bién explica por qué a cada capitanía correspondía una unidad
que distanciaba a las diferentes partes entre sí. Si bien en torno al ce:rca1do i
del cacique existía el principio de un asentamiento nuclear, el primer tipo
integración que intentaron los españoles (hacia 1560) fue precisamente
de las capitanías, que entonces se hallaban asentadas a distancia del
principal.
De los testimonios contenidos en las visitas aparece claramente que los
vínculos externos de cohesión en la sociedad chibcha fueron rotos en pro,
vecho de la encomienda. Cada comunidad, que había tributado
mente a un señor, se veía ahora sujeta a un encomendero individual. Es
probable que en los primeros años de la dominación española los antiguos
señores se hayan servido de sus propios vínculos de dominación para des-
cargar el peso de los tributos en sus capitanes. En 1544, el cabildo de Tunja
se quejaba de que muchos de los caciques principales,

por no venir a servir a sus amos que los tienen encomendados ... en su lugar
y por ellos envían a indios esclavos de baxa suerte para que los tales escla-
vos se nombren caciques y en fama de tales sirvan a los dichos sus amos
(con ~l tributo) ...
24

La supuesta malicia de los caciques no era sino un acto de prudencia.


En muchas ocasiones los encomenderos los sometían a tortura para obte-
ner la revelación de un enterramiento y era natural que los jefes-prefirieran
que sus sujetos corrieran este riesgo. Los caciques alentaron también entre
sus vasallos el espíritu de insumisión. Alg1mos incitaban a los indios los
días de mercado a que no pagaran oro a los españoles y se menciona al
cacique de Guatavita que se resistió cuatro años al pago del tributo.
Con la sustitución del poder que introdujeron los ocupantes españoles,
las capitanías primitivas perdieron importancia como eslabones en la jerar-
quía de la sociedad indígena. Los encomenderos emplearon a los capitanes
para cobrar los tributos de.los indios que les estaban sujetos directamente.
Como un reconocimiento a su autoridad, las tasas eximieron a los capita-
nes del pago del tributo. Ellos recibían también los salarios que el encomen-
dero adeudaba a la comunidad por trabajos colectivos (siegas, desyerbas),
o más frecuentemente, se les descontaban de los tributos que de_bían entre-
gar. Estas funciones pudieron atraer la des_confianza y el desconocimiento

24 «Cabildos de la ciudad de Tunja». Libro Segundo. En Revista Archivos. ACH. Vol. I,


Nº 1, enero-junio de 1967. Bogotá, p. 10.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 41

de su autoridad de parte de los indios 25 . En adelante necesitaron de un


título de parte de las autoridades españolas para ejercerla. El progresivo
endeudamiento de las comunidades indígenas en razón de tributos que no
podían satisfacer porque pertenecían a indios ausentes o huidos volvió el
cargo insoportable y muchos pidieron ser relevados de 1650 en adelante 26 •
También fueron frecuentes los casos en que se incluyeron capitanes en las
listas de tributarios. Inclusive el visitador Valcárcel (1635-1636) llegó a su-
primir capitanes en Cómbita, debido a que los indios habían disminuido a
tal punto que bastaba un cacique para gobernarlos 27 • Las agregaciones de
pueblos, realizadas a partir de 1602, constituyeron nuevas capitanías al
incorporar como capitanes dentro de un pueblo «agregado» a los que ha-
bían sido caciques. Estos nuevos capitanes conservaron la función de co-
brar tributos hasta el siglo xvrn.
La, ocupación española modificó también la pertenencia a lás parciali-
- dades (que se daba por línea materna), lo mismo que las reglas de residen-
cia. El interés de los encomenderos entraba a menudo en conflicto con una
estructura social del todo extraña y, por tanto, tendían a modificarla en su
provecho. Si bien la residencia podía ser indistintamente patrilocal o ma-
trilocal, el marido debía en todo caso pagar el tributo a la capitanía o al
cacicazgo a los que perteneciera por línea materna. Según el cacique de
Soracá, en 1572,
... conforme a nuestro estilo y fuero, que de tiempo inmetnorial lo tenemos,
los hijos han de seguir el vientre ...

En otro memorial volvía a repetir el argumento, sin duda en interés de


su encomendero y por iniciativa de éste (el cacique era chontal y por lo
tanto no sabía escribir):

... porque fueron es y t,Iso y costumbre que aunque la madre esté casada y
resida fuera de su natural y en extrañas tierras, tódos sus hijos y descen-
dientes de ella sirven a su cacique y natural que la mujer no puede ser me-
nos de seguir la voluntad de su marido, ni nosotros la podemos quitar, y
esto es costumbre probada y usada y guardada en toda la comarca y per-
vertir este orden y fuero sería ir en gran damnificación de toda la tierra y
28
se acrecentasen muchos pleitos y daños ...

25 AHNB. Vis. B01;., t. 13 f. 636 r.


26 Ibid. Cae. e ind., t. 10 f. 80 r., t. 18 f. 247 r.
27 Ibid. Vis. Boy., t. 14 f. 698 r.
28 Ibid. t. 9 f. 795 r. f. 798 r.
42 HISTORIA ECONÓMICA Y

Es lógico pensar que los encomenderos tendieron a restringir las


bilidades de la residencia matrilocal y aun de las uniones exogámicas. En
el primer caso corrían el riesgo de perder el tributo de un indio
Pero si la mujer seguía la residencia del marido, otro encomendero r<>Tlr"h,,_
que entrar a discutir la pertenencia de los hijos. Este tipo de conflictos
muy frecuente y por eso es posible que las restricciones introducidas
los encomenderos hayan contribuido a la declinación de la población indí-
gena29. . .
La acción de la Iglesia y las conveniencias de obtener un control político
y económico más efectivo de los pueblos indígenas indujeron a modificar
otro aspecto de su estructura social: las formas de asentamiento. La
insistía en la necesidad de congregar a los indios dispersos, para facilitar
la labor de los doctrineros; y las autoridades, por su parte, consideraban
esencial un proceso rápido de aculturación, introduciendo prácticas de
«policía» y «civilidad». La motivación económica era quizá más apremian-
te, aunque se aludiera mucho menos a ella, pues era preciso agrupar
tingentes de mano de obra y estimular la producción indígena.
Los reiterados esfuerzos de la administración española por reducir a los
indígenas a poblaciones, dan una idea de los patrones de asentamiento de
los chibchas. La lectura de los cronistas ha sugerido la existencia de
sos poblados, pero la descripción es siempre demasiado vaga como para
poder concluir que no se trata de una metáfora. En el curso de. las visitas,
en cambio, los doctrineros se quejaron de que los indios andaban disper-
sos, junto a sus labranzas. Aunque tales testimonios son tardíos (1595-
1602), por esta misma razón refuerzan la idea de la insignificancia original
de las aldeas nucleadas, si se tiene en .cuenta la actividad desplegada por
la administración española para poblar a los indios, es decir, reducirlos a
ciertos patrones similares a los de la vida municipal. Luis.Henríquez quiso
introducir de manera sistemática estos patrones y fracasó ante la obstina-
ción de los indios que querían permanecer junto a sus labranzas.
Esta resistencia se explica, en parte, por la presión que ejercían los es-
pañoles sobre las tierras no utilizadas inmediatamente por los indígenas.
Es posible, también, que las exigencias de mano de obra y de tributos con-
tribuyeran a dispersar Ta población. En la visita de Juan López de Cepeda
(1572) se mencionaban indios «arcabuqueros», es decir, cimarrones, que
huían del tributo y de las imposiciones deja vida española. Los encomen-
deros solían quejarse de que la resistencia de los indios a poblarse provenía

29 Ibid. t. 12 f. 322 r. f. 708 r.


LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 43

de su aversión por el adoctrinamiento y el deseo de reunirse en lugares


30
apartados para poder celebrar libremente sus ritos paganos • Pero todas
estas situaciones eran más o menos excepcionales, como la de los indios
que huían a otros repartimientos para refugiarse de las exigencias desme-
suradas o de las crueldades de un encomendero en particular. El fenómeno
de la dispersión era mucho más general y no puede identificarse con cir-
cunstancias más o menos fortuitas. Al contrario, los testimonios que ha-
blan de indios asentados en aldeas nucleadas sugieren siempre la idea de
la acción administrativa española. Paradójicamente, estas concentraciones
se originaron a raíz de la alarmante disminución de la población indígena~
La política de los poblamientos, iniciada en el siglo XVI y sistematizada a
partir de 1602, era un intento para procur~r cierta densidad de los asenta-
mientos indígenas, que evitara su desmoronamiento.
· No cabe duda, eso sí, de que originalrr}ente existió un principio de con-
centración en torno a los cercados de los,·caciques. Con todo, la existencia
de partes o capitanías, identificadas con ia posesión de tierras de labranza,
introducía una cierta variedad en los patrones de poblamiento. Así, puede
afirmarse de manera general que la cohesión de la sociedad chibcha está
indicada por estas modalidades contradictorias. En unos casos se daba un
principio de nucleización que dependía de la autoridad de cacique (y que
podría identificarse con su importancia), en otros la existencia de capita-
.
de estas entidades.
.
nías significaba la presencia de una fuerza centrífuga, según la autonomía

Naturalmente, la hipótesis de la dispersión depende de t'estimonios


tardíos: Como lo afirma Broadbent, sólo una evidencia arqueológica puede
dar una respuesta definitiva sobre este asunto. Por el momento, sólo cabe
inclinarse a una respuesta eri que se dé más o menos énfasis al problema
de la nucleización en torno a los cercados de los caciques, es decir, al grado
de integración política. ~especto a la manera de cómo se daba esta nu-
cleización, sólo se ha encontrado un testimonio documental relativamente
temprano que cabe mencionar. A fines de 1544, el adelantado Alonso Luis
de Lugo ordenó una visita a los pueblos de la provincia de Tunja con el
objeto de averiguar el tamaño de las encomiendas y si los indios recibían
malos tratamientos de sus encomenderos. En enero de 1545, Hernando de
Garabay, encargado de la visita, interrogó a los caciques de Ocavita y Tu-
pachoque, encomienda de Mateo Sánchez Cogolludo. Los dos pueblos es-
taban ubicados en la parte más septentrional de la provincia, sobre la

30 Ibid. t. 4 f. 499 r., t. 14 f. 904 r.


44 HISTORIA ECONÓMICA Y

margen izquierda del río Sogamoso, es decir, confinando con el territorio


de los laches. Las respuestas de los caciques y de los capitanes fueron si<
milares, indicando claramente la existencia de viviendas multifamiliares/
en cada pueblo seis u ocho bohíos, con cuatro y cinco familias cada unoi .
según el modelo arawak31 •

Bandas y tribus: el caso de los muzos y de los chitareros

El asentamiento español en el Nuevo Reino coincidió, en principio, con los


límites del reino chibcha y de sus zonas de influencia (las regiones de gua-
nes y laches, por ejemplo). La hostilidad que existía por parte de grupos
que no tenían acceso al altiplano fue heredada por la sociedad española ...
Esta hostilidad contribuyó también a la fijación y al sometimiento de los
chibchas, inmovilizados en la meseta por la presencia de sus enemigos tra-
dicionales en las vertientes y en las regiones bajas. La reducción de estos
grupos (muzos, panches, coyaimas, natagaimas y pijaos) fue mucho más
costosa que la de los chibchas. La necesidad de tener acceso al río Magda-
lena (a través de Rionegro y el camino del Carare), y de comunicarse con
el occidente (a través de Neiva y 'fimaná o de Ibagué-Cartago) indujo a los
españoles a verdaderas guerras de fronteras que sólo terminaron en las
primeras décadas del siglo XVII.
La primera frontera en ceder fue la de los muzos, al noroeste del Nuevo
Reino. Hacia 1560, estos indios estaban completamente sometidos y redu-
cidos a encomiendas. En 1584, el oidor Guillén Chaparro pract.icó entre
ellos una visita y los indios declararon que -ellos

... no pagaban ni han pagado tributos a caciques ni capitanes, porque entre


ellos nunca jamás hubo ni tuvieron caciques naturales ni extranjeros en quien
reconocer vasallaje, y si hubo algunos capitanes entre ellos ·fue en tiempo
de guerra y para sólo efecto de la guerra, así para ganar la tierra a los moscas
32
como para defenderla de·los españoles ...

Estos indígenas que hacían presión sobre los chibchas apenas alcanza-
ban el nivel de la banda. Según sus propias declaraciones,

31 !bid. Cae. e ind., t. 24 f. 564 r.


32 AGI. Patr. L. 196 r. 15. Documentos reproducidos por J. Friede bajo el título «Informe
colonial sobre los indios de Muzo», en BCB. Vol. XI, Nº 4. Bogotá, 1968, pp. 36-46. Cf pp.
40-41.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 45

... nunca estuvieron poblados juntos en forma de pueblo sino por sus par-
cialidades que son parentelas o barrios, porque como fueron indios que
viniendo ganando la tierra andaban en la guerra, y así como iban ganando
la tierra a los indios moscas así se iban rancheando en ella, gozando de sus
labranzas y labores y rozas que ganaban a los contrarios, y así cada parcia-
. 1 . , 33
lidad se que d ab a con 1o que me3or es parecia ...

Al practicar el reparto de las encomiendas, los españoles debían apro-


vechar esta precaria estructura social de algún modo y así procedieron a
repartirlos «por sus apellidos» 34 . Aún más, los encomenderos introdujeron
innovaciones calcadas de la estructura más compleja de los chibchas e ins-
tituyeron «capitanías» destinadas a regimentar el trabajo de los indios. La
imposición del trabajo forzado modificó también profundamente no sólo
el carácter de esta sociedad sino sus relaciones con los chibchas. Antes de
la llegada de los españoles, los muzos se encontraban en vías de expánsión,
a costa de territorios vecinos de los chibchas y de los guanes35 . La conquis-
ta y la necesidad de pagar un tributo impusieron la producción de exce-
dentes agrícolas que debían entrar en un circuito económico. Por esto, al
mismo tiempo que los indios se.quejaban de la dureza del trabajo en los
cultivos de maíz y de algodón señalados por los encomenderos, afirmaban
que ahora sostenían relaciones comerciales con los chibchas, sus antiguos
enemigos, intercambiando maíz, frutas, resina y algodón36 •
Más al norte, en la provincia de Vélez y en la de Ppmplona, existieron
grupos organizados en comunidades aldeanas autónomas, que no recono-
cían una instancia más alta que la del señor de cada comunidad37 .
Aguado hace una descripción más o menos detallada de los pi:imitivos
habitantes de Pamplona38 • Escribía según su propio testimonio en 1574,
apenas 25 años después de la ocupación. Esta descripción sería irrecusable
si se hubiera basado en una observación directa y atenta de la sociedad en
cuestión. Sin embargo, e~ mismo Aguado dependía, a pesar de ser contem-
poráneo, de relatos orales recogidos de testigos: Por esta razón parecen
dudosas sus afirmaciones (al menos en presencia de una información más
detallada contenida en fuentes documentales) acerca de la organización
social de los indios que los· españoles llamaron chitareros.

33 Ibid.
34 Ibid. p. 43.
35 Ibid. p. 37. D. Fajardo, op. cit., p. 18.
36 Ibid. Friede, p. 46.
37 !bid. Fajardo, p. 16.
Aguado, Recopilación I, p. 465.
46 HISTORIA ECONÓMICA Y

Según Aguado, los naturales del valle del Zulia -y en general de


la provincia- no tenían cacique y cada pueblo obedecía al indio más
y más valiente y lo seguía como capitán en sus guerras 39 • El cronista
referirse a la ausencia de una organización social compleja -como la
cha-, con la cual estaba mucho más familiarizado. No existía, es
una jerarquía centralizadora entre los distintos «pueblos» de la
y aun es posible que en ésta coexistieran grupos heteróclitos. Pero había
cierto grado de unidad, como lo demostró el «poblamiento» llevado a
en 1623 por el oidor Villabona Zubiaurre, el cual pudo reunir a todos los
indios en diez doctrinas cuyos miembros estaban ligados por vínculos de
parentesco y hablaban la misma lengua o dialectos afines.
En cuanto a la organización social misma, no debe descartarse la com-
plejidad dentro de los grupos. Los autos de la visita de Cristóbal Bueno,
realizada en 1559, es. decir, apenas diez años después de la ocupación es-
pañola, sugieren la existencia de una jerarquía, pues se mencionan por lo
menos 63 agrupaciones en las que había más de dos «capitanes», y en oca-·
siones se designan como «cacique» y «capitanes» o «caciques» y «principa-
les». La falta de uniformidad en las designaciones, tanto como el hecho de
que en cada caso el visitador hubiera tenido que valerse de un intérprete
(o «lengua») -el mismo para varios «pueblos»-, muestra por lo menos el
desconcierto que existía entre los españoles frente a los primitivos habitan-
tes de la provincia.
Los autos de la visita de Beltrán de Guevara -que se llevó a cabo 52
años después de la ocupación-, y los inter!ogatorios que contestaron los
caciques, son mucho más explícitos en cuanto a la organización social de
los chitareros. El lapso transcurrido, sin embargo, introduce un elemento
de incertidumbre respecto de la realidad a la que se referían las declaracio-
nes. Es posible discernir los restos de una organización so.éial, pero al mis-
mo tiempo se puede sospechar que el contacto español la había alterado
por completo. Esta ambigüedad permite inclinarse hacia la primera alter-
nativa, si se considera que el proceso de aculturación fue tan lento que
todavía el visitador debía valerse de intérpretes. Es cierto que todos los
indios estaban sujetos á una encomienda pero aún vivían entre arcabucos
y sierras, sin que hubiera sido posible reducirlos a pueblos. Los esfuerzos
por adoctrinarlos tampoco eran excesivos puesto que el cura doctrinero
sólo podía permanecer algunos días en cada parcialidad.

39 !bid.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 47

Con todo, las respuestas mismas de los caciques no son uniformes. En


veinte interrogatorios en los cuales los caciques respondieron a la pregunta
que se refería a la manera de suceder en el cacicazgo y sobre si pagaban o
no tributo a los caciques, trece respondieron que sucedían los sobrinos ma-
ternos. De los veinte, solamente once admitieron que los indios les hacían
alguna labranza en reconocimiento de su autoridad y dos mencionaron el
pago de tributos en mantas, antes de la venida de los españoles.
En cada caso los caciques afirmaron que así tenían entendido que ocu-
rría antes de que vinieran los españoles. Esta tradición parece muy incierta
y los indios no estaban de acuerdo siquiera sobre la autoridad del cacique.
En tanto que los de Loatá respondieron, por ejemplo, que cuando moría un
cacique hacían cacique a su hijo,·
40
... y tenía señorío en los indios y respetaban como a tal señor ...

- los de Taqueroma afirmaron que no pagaban nada al cacique antes de que


vinieran los españoles, porque
. 1e tuvieron
.. 41
... siempre poco respe t o ...

En algunos casos, el olvido por parte de los indios era completo. Así, el
cacique de Tapagua declaró que él había sucedido a un hermano. No sabía
cómo había operado la sucesión en tiempos antiguos, pero ahora, cuando
mona , un cacique,
. 1o suce d'ia e1 panen
. t e mas
, cercano42 ,
Todos los testimonios, a pesar de estas incertidumbres, coinciden en
afirmar el caráeter hereditario de la sucesión. Este carácter aparece subra-
yado por un incidente que se registró en el pueblo de Laverigua. Los indios
declararon allí que no tenían cacique ni persona digna de ocupar el puesto,
ya que se habían muerto todos los principales. El visitador les preguntó
que a quién querían por cacique y «unánimes y conformes» los indios nom-
braron a un indio llamado Pedro, cuyo mérito consistía en haberse casado
con la viuda del cacique.No hay duda de que esta alianza parecía legitimar
en alguna manera la sucesión puesto que, según el recuento practicado en
la visita, Pedro tenía apenas 24 años, y.la viuda ¡60! 43
Aguado menciona tamDién los productos cuyo cultivo y cuyo comercio
constituían la vida económica de la región. Excluye el oro que, efectiva-

40 AHNB. Vis. Sant., t. 5 f. 534 r.


41 Ibid. t. 8 f. 510 r.
42 Ibid. t. 3 f. 44 r.
43 Ibid. t. 5 f. 93 r.
48 HISTORIA ECONÓMICA Y

mente, los españoles descubrieron y explotaron sólo después de 1551 44•


noticia de Aguado coincide con las observaciones de la visita de Cristóbal
Bueno, practicada en 1559. Colocando los pueblos en el orden en que se
efectuó la visita, se observa el carácter homogéneo de ciertas regiones, te-
niendo en cuenta que los pueblos visitados eran contiguos. Todos los pue-
blos cultivaban maíz que, lo mismo que la papa, era el objeto más frecuente
de intercambio. Esta solidaridad en el traspaso de excedentes agrícolas era
posible por una especie de monopolio en algunos de los pueblos del cultivo
de la bixa (achiote) que Aguado menciona -junto con el algodón- como; .•·
producto de rescate, es decir, como moneda45 • Los españoles aprovecharon
las posibilidades de comercialización de estos artículos y por eso algunos
encomenderos declararon que recibían panes de bixa en pago de las demo-
ras. También lasa.lera producto de rescate aunque al parecer sólo tres pue-
blos, ubicados en la parte más meridional de la provincia, actuaban como
intermediarios entre los indios de toda la zona y los productores, posible-
mente los indios del Cocuy. La artesanía muestra también un cierto grado
de especialización pues sólo algunos pueblos se ocupaban del cultivo de
algodón. La confección de mantas de lana, alfarería, mochilas, etc., estaba
concentrada en la región del valle de Labateca y sus cercanías.
Según el cronista, los indios vivían en valles que tendían «más a calien-
tes que a fríos», observación que coincide con los datos obtenidos de la
visita de 1559. Dadas las características topográficas de la región de Pam-
plona, no es extraño que el visitador observara casi siempre que los indios
andaban poblados entre sierras, en las faldas de las montañas y casi total-
mente dispersos. Sólo una vez, al descubrir los pueblos de Bichaga, Caraba,
Reuta y Tabarata -encomendados a Pedro Quintero- el visitador pudo
notar que la tierra era
46
... toda una, cercanos los unos de los otros ...

Es posible que en los diez años que habían transcurrido desde la ocupa-
ción los encomenderos hubieran logrado desalojar parcialmente a los indios
de los valles estrechos y de las vegas de los ríos. Estos valles (Labateca,
Arboledas, Cámara, Rabicha, Chopo, Valegra, Chinácota, etc.) imponían
una cierta concentración, y por eso más del 80% de los habitantes se ubican

44 En la edición de Aguado aparece erróneamente 1561. Cf. Recopilación I, p. 476.


45 Ibid. p. 466. «.. .los rescates de que estos indios usan en algodón y bija, que es una semilla
de unos árboles como granados, de la cual hacen un betún que parece almagre o berme-
llón con que pintan los cuerpos y las mantas que traen vestidos... ».
46 AHNB. Vis. Sant., t. 3 f. 780 v.
LA socIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 49

n las descripciones en tierras templadas, otros en climas cálidos y sólo


~os pocos (más tarde reunidos en la doctrina de Silos) en tierra fría.
Aguado encuentra varias coincidencias entre estos indios y los muiscas.
Vestían, como ellos, mantas de algodón, eran idólatras y tenían
... santeros o mohanes que hablan con el demonio, el cual les hace entender
que él hace llover, entre los cuales hay uno que es principal, y éste es un
capitán del pueblo llamado Cirivita, que los españoles llamaron Fontibón,
47
por la similitud que tiene a un pueblo de indios moscas ...

Finalmente, que sus cantos, borracheras y entierros eran como los de los
chibchas. En fuentes documentales existen indicios de poligamia pero sólo
entre los caciques. En 1572, el juez Juan Suárez de Cepeda interrogó a uno
de los caciques de Panaga y Tutepa y halló que tenía tres mujeres y seis
hijos. A estos mismos indios se les atribuía un conocimiento rudimentario
- de la astronomía y, según los intérpretes,
... cuenJ¡jm el año de dos partes porque cojen en cada doce lunas dos veces
maíz ...

Aculturación religiosa y creencias tradicionales

Los cronistas no ahorraron descripciones detalladas acerca de las creencias


religiosas de los pueblos americanos. El problema teolpgico de la revela-
ción los conducía naturalmente a especular sobre la carencia fundamental
de estos pueblos y aún suscitaba dudas en los más pertinaces teóricos si,
no estando al abrigo de la verdad revelada, se trataba realmente de seres
humanos. Por eso las o_bservaciones de fray Pedro Simón, por ejemplo,
muestran una especie de preocupación angustiosa por descubrir indicios
-aun los más leves o los más arbitrarios- capaces de establecer un paren-
tesco entre las creencias J,'eligiosas indígenas y la espiritualidad cristiana.
Evidente~ente, éste no era un pro"!:>lema indígena y el choque ideológico
no podía provenir sino de la exaltación o el excesivo celo religioso de los
europeos. El indígena se contentaba con oponer una resistencia pasiva,
cuya persistencia puede explicarse por la obstinación misma de los con-
quistadores.
Los mejores espíritus comprendieron muy pronto que la labor de evan-
gelización sería lenta y dependería más bien de su superioridad moral de-

47 Recopilación historial I, p. 466.


48 AHNB. Cae. e ind., t. 32 f. 361 r.
50 HISTORIA ECONÓMICA Y

mostrada con el ejemplo que de una extirpación violenta de las creencias


indígenas. Para la administración española, en cambio, las formas sociales
que revestían las creencias autóctonas eran una forma de desafío. En au-
sencia de cualquier vínculo con la ortodoxia cristiana, las prácticas rituales
de los pueblos indígenas no podían ser sino ofrendas diabólicas, ejercidas
vanamente para impetrar un poder de signo opuesto al de los mismos con-
quistadores.
En mayo de 1569, el visitador Juan:López de Cepeda comprobó que los.
caciques y principales de la provincia de Tunja continuaban con sus anti-
guas prácticas. Hasta entonces la labor de los doctrineros había sido muy
reducida y aun se había visto interrumpida casi radicalmente en 1558; a
causa de una gran epidemia de viruelas. La escasez de frailes era el prin-
cipal obstáculo, según los encomenderos, para que ellos pudieran cum-
plir con su obligación de adoctrinar a los indios. Sólo desde septiembre de
1569 se mencionan 40 religiosos de San Francisco y Santo Domingo que
hizo traer el presidente Venero de Leiva para que fueran efectivamente a
las encomiendas49 . Sin embargo, unos meses antes, López se mostraba sor-
prendido de que continuaran las prácticas de los indígenas, a pesar de que
se les hubiera predicado el evangelio. Por eso autorizaba a.los es¡
añales a
perseguir los santuarios indígenas y apropiarse de las ofrendas5 •
Desde el punto de visfa de la historia social deben destacarse más bien
ciertas circunstancias de las prácticas religiosas que su significación pro-
piamente dicha. Según el testimonio de don Alonso de Silva, el mestizo que
pretendía el cacicazgo de Tibasosa, la autoridad que exhibían los. caciques
dentro de la sociedad chibcha estaba ligada a tales prácticas. En ciertas
ocasiones, el cacique oficiaba de sacerdote o al menos hacía ofrendas pro-
piciatorias en nombre de la comunidad:

... asimismo, cuando hay alguna tempestad, o seca, o yelo de maíz, el tal
cacique ordena y hace c~erto sacrificio y mata a un niño, y ofreciendo la
sangre al ídolo falso que ellos tienen, y para la fiesta de dicho sacrificio hace
cierta borrachera, a la cual acuden todos los indios e indias sin faltar nin-
guno y todos ofrecen.oro y mantas en cantidad, así para el dicho cacique
51
como para el ídolo ...

49 Ibid. t. 63 f. 916 r.
50 Ibid. t. 70 f. 614 r.
51 Ibid. t. 61 f. 382 r.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 51

También se asociaba al reconocimiento de la autoridad del cacique el


rito de pubertad, puesto que el indio que quería ceñirse una manta de adul-
to debía entregar un presente de oro y mantas al cacique.
El licenciado López de Cepeda asociaba también de alguna manera la
autoridad de los caciques a la persistencia de los ritos indígenas. Según el
visitador, los indios dejaban de reconocer esta autoridad para no asistir a
la doctrina y andar vagando de unos pueblos a otros con sus ritos y su
comercio. Por eso ordenaba que los indios reconocieran la autoridad de sus
caciques y encargaba a éstos que persi~uieran los ídolos, tunjos, santua-
rios, ofrecimientos, mohanes y santeros 2 •
A esta vaga conciencia de una oposición fundamental que implicaban
las prácticas religiosas de los indígenas a las formas de policía cristiana,
vino a sumarse el oportunismo de funcionarios y encomenderos. La Con-
quista había reducido tales prácticas a una especie de actividad privada y
clandestina que hacía muy vulnerable a quienes las ejercitaban. De allí que
la persecución de santuarios en 1577 haya revestido la apariencia de una
cruzada implacable, no tanto contra prácticas supersticiosas sino como un
medio de acceder a tesoros ocultos hasta entonces. En esta cruzada inter-
vinieron los oidores Auncibay y Cortés de Mesa, el arzobispo Zapata de
Cárdenas, el arcediano y algunos clérigos y frailes. Según una averigua-
ción de 158253, los indios habían sido torturados y por esta razón el cacique
de Duitama se había suicidado. En sólo diez pueblos de 1
las jurisdicciones
de Tunja y Santa Fe se sacaron 44.129 pesos de oro de los santuarios indí-
genas y, no obstante, existía una presunción muy fuerte de que la mayoría
de las riquezas confiscadas a los indios no habían sido denunciadas.
Esta cruzada fue la más violenta y general contra los ritos indígenas. De
épocas posteriores apenas se encuentran testimonios aislados, en la mayo-
ría de los casos querellas interesadas de los encomenderos, que deseaban
deshacerse de algún cacique. Entonces los acusaban de prácticas paganas
y aun de hechicería. En 1580, el encomendero de E.enguazaque, Lázaro Ló-
pez de Salazar, acusó al cacique de haber envenenado a su mujer, Juana
Núñez. Según la evidencia que López pudo reunir en su contra, el cacique
había usurpado su cargo envenenando a todos los herederos. En el siglo
siguiente, Francisco Niño, encomendero de Sátiva, puso querella al caci-
que casi en los mism_os términos que en el caso anterior. Su mujer, doña

52 Ibid. t. 70 f. 616 r.
53 Cf. Ulises Rojas, El cacique de Turmequé y su época. Tunja, 1955. También Vicente Cortez
Alonso, «Visita a los santuarios indígenas de Boyacá, en 1577», Revista Colombiana de
Antropología. Bogotá, Vol. IX, pp. 199-273.
52

Francisca de Rojas, y él mismo habían enfermado porque el cacique


había dado yerbas. Sin fórmula de juicio, Jerónimo de Rojas, alférez
de Tunja y hermano de doña Francisca, envió al cacique a la
En 1595, en el curso de la visita de Egas de Guzmán, se hicieron
guaciones en Lenguazaque sobre la existencia de santuarios. El alcalde
dio declaró que ya había entregado uno a Juan Cerón, su encoime~nd.ern
que representaba sesenta pesos en ofrendas. Denunció enseguida a su
pio hermano y esta primera denuncia dio origen a otras más y a una
quisa detallada sobre la manera como se practicaban los ritos u l \..u¡,;,i::u;as:r
Según las declaraciones del alcalde, eran los indios viejos del pueblo
nes guardaban el lugar de culto llamado cuca,

... que en lengua española quiere decir casa santa ...

A nadie se permitía el acceso a este lugar,

... si no es el índio que tiene a su cargo el miralla, que en lengua de indios se


llama chicua, que en lengua española quiere decir sacerdote...

El indio chicua debía ayunar antes de entrar en la cuca. Allí ofrecía


meraldas y quemaba moque,

... que es el sahumerio que ellos tienen para los santuarios ...

En estos lugares se encontraron petacas con plumas y mantas ....,,,,,...,,,~.;:


utilizadas para el culto. La pesquisa da una idea tanto de las~~-·~~-·~·'""'"-ªº'''
de los santuarios como del interés cargado de expectativas que
ban en los españoles:
... preguntado si este confesante ha tenido y tiene sari.tu¡¡.rio o ha tenido
alguna iglesia de plum.ería a cargo y ha ido latrando y ofre.ddo al demonio
y cuántas veces, y qué otros indios la tienen y en qué tienen los dichos san-
tuarios, si son en oro o en mantas o en otros metales y qué orden se tiene en
guardar las dichas cosas, dijo:
Que es verdad que el confesante ha tenido a cargo y ha guardado una casa
de plum.ería que na.man casa santa y que ésta ha guardado desde niño, que
se la dejó un pariente suyo llamado Nebquesecheguya y que la orden que
tiene en guardar la dicha casa santa es que no ha de entrar allí ningún indio
ni india ni otra persona si no es el que tiene cuidado de guardarla, y ansíen
la casa de este confesante no entraba nadie, y que algunos años agora que-

54 AHNB. Cae. e ind., t. 24 f. 2 r. ss., t. 67 f. 874 r. ss.


53

y trementina, y que antes lo quemaban cada día y agora es año


a año y que no sabe por qué usa esto más de que lo aprendieran de sus
antepasados, y que en la dicha casa no entra nadie porque si entrase le
causaría enfermedad o alguna desgracia ... y que este confesante tenía un
santillo de oro y unas chagualas que le dejaron sus antepasados con la dicha
, 55
plumena ...

En la misma visita se hizo un proceso parecido contra el gobernador de


Iguaque56, en el que aparece en evidencia otra vez el carácter tradicional y
subrepticio de las prácticas rituales indígenas. Los santuarios constituían
legados cuyo cuidado se convertía en una especie de punto de honor para
quienes lo recibían. El visitador Henríquez encontró resistencia a su polí-
tica de poblamientos precisamente entre los indios viejos, quienes se reti-
raban a labranzas apartadas para poder gozar de esta libertad57 •
En 1635-1636, el cura de Oicatá-Nemuza denunció ante el visitador Juan
de Valcárcel a una pareja de ancianos que no acudían a misa por visitar un ,
ídolo que el doctrinero anterior había roto y que los indios habían pegado
con trementina. Gaspar de los Reyes, doctrinero de Monguí, pidió también
que se cortara de raíz el tronco de un árbol de cedro que, según él, los
indios adoraban58 • Sin embargo, el mismo Reyes hacía notar, respecto a la
imagen de la Virgen del Socorro,

... la general devoción que con esta sagrada y milagrosa imagen se tiene en
todo este Reino y en particular en estos distritos comarcanos y la mucha
gente que acude a novenas y romerías al consuelo y socorro de sus necesi-
59
dades ...

Los indios de Soaza habían entregado voluntariamente un santuario al


corregidor para que lo llevára a Santa Fe y lo hiciera fundir pues pensaban
dedicar el producto a cosas tocantes al servicio de Nuestra Señora de las
Nieves, de quien eran <:tevotos60 .
La vigilancia de los doctrineros pudo sustihtir más o menos las prácti-
cas religiosas de los indígenas al 'cabo de dos o tres generaciones. En algu-
nos casos se daban recurrencias, casi siempre por ausencia de doctrinero.
En marzo de 1634, por ejemplo, el cura de Chita, doctor don Pedro Guillén

55 Ibid. t. 16 f. 564 r. f. 570 v.


56 Ibid. Vis. Bay., t. 12 f. 836 v., t. 19 f. 775 r.
57 Ibid. t. 18f. 725 v.
58 Ibid. t. 4 f 404 r. SS.
59 Ibid. t. 8 f. 402 r.
60 Ibid. Vis. Tal., t. 2 f. 652 r.
54 HISTORIA ECONÓ:MICA Y SOCIAL f

de Arce instruyó un proceso a los indios por el uso ritual de un alucinóge-


no que se había traído de los Llanos.
Se trataba de indios del grupo lache, a quienes su cacique había induci-
do a tomar yapa para celebrar su elección en el cargo. El cacique, un indio
ladino de 19 años, había procedido por consejo de los ancianos y había
manifestado a los indios « ... que habían de hacer todas las cosas de sus an-
tiguos», a pesar de que hacía cosa de 30 años que la práctica había sido ..
abolida por los doctrineros.
Los indios se reunieron de noche en un bohío en donde se había ahor-
cado un viejo indio tuneba, ... gran mohan de yapa, por orden del demo.-
nio ... El cacique los había hecho ayunar el día anterior y

aquella noche, al demonio invocándolo y llamándolo con sus ritos y cere-


monias, pesándoles de ser cristianos y tener el santo bautismo, y llorando
el que hubiesen entrado los españoles a hacerlos cristianos, y el que les
hubiesen quitado la yopa los padres, y que de esta manera la estuvieron
tomando toda la noche el cacique y los indios que con él estaban hasta que
quedaron borrachos, haciendo torpes visajes mostrando ver al demonio y ·
hablar con él, sacando la dicha yopa molida un viejo llamado Pedro de un
caracol tapado con una cola de león y repartida con unas cucharas de güeso
de león por mano de otro viejo llamado Alonso, padre de dicho cacique, y
que así duró hasta el amanecer, y que luego a la mañana, tenía el dicho
cacique aparejadas las indias con mucha comida y bebida que almorzaron,
y que a las dichas indias no dejó entrar aquella noche con sus maridos,
diciéndoles el dicho cacique que las hembras no podían entrar allí...

El cura concluía que se trataba de un flagrante pecado de idolatría,

por ordenarse a saber, por consejo del demonio, los buenos o malos sucesos
futuros, enfermedades o muertes que han de tener los dichos naturales, sus
y
mujeres o sus hijos, conforme les cae aquella agua inmunda sucia que les
sale de las narices por donde toman yopa, mirándose a unos espejuelos,
todo lo cual son llamadas reliquias de idolatría por Santo Tomás en su Se-
61
cunda Secundae, en la cuestión 96, en el artículo 3... .

Aculturación y mestiz·aje. La política de poblamientos y agregaciones

El americanista sueco Magnus Morner ha_explorado en todas sus deriva-


ciones el complejo ideológico suscitado por la existencia de un dualismo

61 Ibid. Vis. Boy., t. 13 f. 450 r. ss. f. 660 r. ss.


LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERI_OR 55

62
acial enAmérica . Desde 1503, la Corona sostenía, en instrucciones dadas
:1gobernador Obando, que los indios debían repartirse

3
en pueblos en que vivan juntament~ y que los unos no estén ni anden apar-
tados de los otros por los montes... .

Esta preocupación porque los indios vivieran en «policía» entró en con-


flicto con las. depredaciones de los españoles, originadas en el contacto casi
permanente con las sociedades indígenas. Finalmente vino a imponerse
una política segregacionista, que se refleja en la Nueva Granada en la pro-
hibición casi simultánea de los cabildos de Tunja y Santa Fe (en 1543 y
1544) de que los españoles penetraran en los pueblos de indios en el cami-
no que debían recorrer de Santa Fe a Tunja y de allí a Vélez y Duitama64 .
La polli!ca de_~~gn~g~ción y de concentrac;ión de los indios en núcleos U
_ de forma urbana se vio afecta-dá por la éaída vertical de la población indí-1
gena. La congregación de obispos de México, en 1546, había recomendado
juntar a los indios para facilitar su adoctrinamiento. En 1559, el visitador
Tomás López debió ejecutar el contenido de una instrucción para «poblar»
a los indios en los términos de su visita, que comprendían a Santa Fe, Tun-
ja, Tocaima y Pamplona 65 . ·
Según la instrucción, debían crearse concentraciones indígenas de no
menos de cien tributarios, según los patrones de la vida municipal españo-
Ía. Se preveía el trazado de las calles, el tamaño de léis habitaciones, los
recursos agrícolas que debían sustentar la vida material de los habitantes
y hasta se tenían en cuenta ciertas peculiaridades de la vida comunitaria
indígena, al ordenar que no se juntaran en un mismo pueblo parcialidades
contrarias o de origen diferente. Aun si se trataba de parcialiades afines o
aliadas, debían reunirse en calles o barrios separados dentro de la misma
población66 . . .

62 Cf. M. M6mer, op. cit. El profesor M6mer había avanzado un resultado parcial de su
investigación, la parte que se refería a la Nueva Granada, en un artículo aparecido en el
ACHSC. Nº l. Bogotá, 1963, pp. 63 y ss., bajo el título «Las comunidades indígenas y la
legislación segregacionista en el Nuevo Reino de Granada».
63 lbid. La Corona, cit., p. 21.
64 G. Hernández de Alba, «Los primeros cabildos de Santa Fe de Bogotá», en BCB. Vol. XI,
Nº l. Bogotá, 1958, p. 49. AGI. Eser. Cam. L. 785. B. cit. por U. Rojas, Corregidores, cit.
p. 33.
65 AHNB. Cae. e ind., t. 49 f. 752 r.
66 lbid.
--;¡

56 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIA!..!

Existe la certeza documental de que la instrucción se ejecutó en térmi-


nos de Santa Fe y se inició en Tocaima y Pamplona. Respecto a Tunja sólo
se sabe que el visitador comisionó al alguacil mayor de la visita, Baltasar
Carrillo, para que procediera a los poblamientos ordenados en noviembre
de 1559. Todo parece indicar que en esta ocasión no se procedió a agregar
unos pueblos a otros, como se hizo más tarde, sino simplemente a reunir
en una localidad a los indios dispersos de parcialidades ya identificadas
con un nombre común y atribuidas como un solo repartimiento a un enc~­
mendero. Así, los términos de Santa Fe se dividieron en siete partid()~
(Bogotá, Suba, Ubaté, Guatavita, Ubaque, Pasea, Fusagasugá) que compreri-
dían 53 pueblos y se comisionó a una persona por cada partido para que
procediera a juntar los indios de cada localidad 67 • En 1561, el fiscal Gar-
cía de Valverde se quejó de que los poblamientos emprendidos no se
hubieran terminado, a pesar de que se hubieran llevado a cabo en gran
parte, y de que ahora se corriera el riesgo de que los indios congregados
en localidades volvieran a dispersarse.
Otras medidas del mismo tipo dieron lugar a agregaciones de pueblos
de las cuales se han encontrado muy escasos testimonios para el siglo XVI.
Parece evidente que se llevaron a cabo en algunas ocasiones, aunque no de
manera sistemática, porque 146 pueblos de la provincia de Tunja, cuya
existencia se ha podido comprobar para 1562, se habían reducido a 125 en
1602-1603. Las agregaciones encontraban resistencia, tanto en el sector de
los encomenderos, renuentes a perder el control sobre la parcialidad veci-
na a sus propios aposentos, como entre los mismos indígenas, cuyos patro~
nes de vida tradicionales se veían afectados radicalmente .
. ~En 1602-1603, el visitador Luis Henríquez propuso la reducción de 83
pueblos de indios en Santa Fe a sólo 23, y de 125 que existían en Tunja, a
40 68 • Cada una de las nuevas poblaciones tendría entre 3.0_Q__y_400 tributarios,
cantidad que se juzgaba suficiente para mantener una doctrina 69 • Hasta ert-
tonces los doctrineros habían tenido que desplazarse dentro de un circuito

67 Ibid.
68 La lista de las refundiciones en AGI. Panamá (mapas y planos) 24. Asuntos parciales en
AHNB. Vis. Boy., t. 2 f. 672 r. ss., t. 4 f. 167 r. f. 191 r., t. 5 f. 88 r., t. 6 f. 632 r. f. 696 r., t. 7
f. 116 v. f. 896 r., t. 8 f. 264 r., t. 10 f. 400 r. f. 413 r. f. 426 r. f. 383 v., t. 14 f. 92 v. f. 223 v., t.
13 f. 35 r., t. 15 f. 109 r., t. 18 f. 453 r. Vis. Sant, t. 10 f. 834 r. f. 904 r. Vis. Tal., t. 2 f. 6461'.
f. 685 r. Vis. Bol., t. 4 f. 987 r. y 996 r. ,
69 En algunos casos se trataba de más de 400 tributarios. Un promedio de 400 tributarios
en 40 pueblos da un total de 16 mil tributarios, cifra cercana a los 18 mil que aparecen·
en el recuento de la visita.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 57

de varias leguas, residiendo en cada uno de los pueblos que comprendía


su doctrina por varios meses. Ahora se ordenaba, con la nueva distribución
de los poblados indígenas, levantar iglesias doctrineras con capacidad su-
ficiente y con una traza definitiva . .::(,..:7°-:=_ ·-:: . - - e:~, e~_·. ::,,._~
Sin embargo, esta reducción tan drástica no podía tener éxito. Al prin-
cipio los indios solicitaron aplazamientos para los traslados con el pretexto
de que todavía debían recoger sus cosechas. Más adelante, la mera resis-
tencia pasiva logró anular la voluntad del visitador. En algunos casos, in-
clusive los indios obtuvieron de la Audiencia que revocara la decisión.
Para proceder a juntar las poblaciones, Henríquez realizó algunas ins-
pecciones oculares, cerciorándose de la aptitud de los sitios en que podrían
realizarse las concentraciones. Los sitios deberían disponer de tierras
suficientes, agua, leña y espacio para los ganados.·La elección obedeció en
algunos casos a un acuerdo con ~º?. encomenderos o al parecer del cura
doctrinero o de los propios indios. L~ue~los m_ismos que debían juntar-
se J'!9--e_staban elegidos al azar sino que se trataba, en !amayoría di:'nos
casos, de comüTI.fd.ádes c~fCiiias entre-las cuales se había -repartido hasta
entoncesJ.él_!"_esidencia del doctrinero en elrurso del año, en una propor-
ción variable de meses según el 11ú:rñero de indios, es decir, según su capa-
cidad para participar con sus tributos en el estipendio del curap
El acuerdo con los encomenderos no podía ser una tarea fácil. El interés
de cada uno_~Qru~;jst~tenerIOsTridios ·a mano para las labores agrícolas
de sus p_~p_osentos, confíguos-á. las-moradas él.e los- füdibs, o-para
empleados en peg_ueños obrajes, en curtiembres, molinos, etc. 70 . Por eso,
en algulioscasOs;el sitio elegido no corresponaía al de uno de los pueblos
que integrarían la concentración sino que_,se trataba de un lugar entera-
mente nuevo, escogidó como una transacción. Sin embargo, el poblamien-
to ordenado y el desplazamiento de los indios que traía consigo podían
beneficiar a algunos de.los encomenderos y seguramente a aquéllos cuya
encomienda era elegida' para la población. Además, el visitador podía con-
tar con el apoyo del sector no encomendero puesto que las nuevas pobla-
ciones significaban también una redistribución de los recursos de mano de
o~se sustr~_~!!_así de1 monopolio de los ericoménderos. En ~ucli.os
casos, también éstos ni siquiera-füterviri.ieron, tal vez con la certeza de que
más tarde podrían obstaculizar la realización del proyecto71 •

70 AHNB. Vis. Boy. t. 10 f. 383 v.


71 Ibid. f. 402 r.
--;¡

58 HISTORIA ECONÓMICA Y

La verdadera oposición provenía de los indios. Frente a la autoridad del


visitador se mostraban conformes y hasta deseosos de colaborar. Los caci-
ques y capitanes ayudaban a señalar el sitio posible para la concentración 0
argumentaban en favor del propio sitio, señalando sus ventajas y las des-
ventajas de los otros. Naturalmente, esto creaba conflictos entre las diferentes
parcialidades 72 . Se explica también por qué la elección de los sitios fue, en
general, desafortunada. Los indios de Tutasá y Betéitiva, por ejemplo, acor-
daron poblarse juntos, en un sitio equidistante de sus primitivos asientos.
y que les permitía acceder fácilmente a sus tierras. El dueño de lo que sería
el asiento de la nueva población, Rodrigo López de Araque, se declaró con-
forme y cedió el terreno. Pero muy pronto los indios de Tutasá se dieron
cuenta de que el sitio era malsano y reclamaron alegando que habían muer-
to muchos de entre ellos. La solicitud de regresar a su asiento primitivo fue
apoyada por el corregidor de indios y por el doctrinero, quien afirmaba
haber enfermado él mismo 73 . El cacique de Nemuza se quejó de que la re-
comendación del encomendero y del doctrinero de hacer la población hacia
Motavita los perjudicaba, puesto que quedarían cortados de sus labranzas
por un río que no podían vadear en tiempo de lluvias. Además, segl].n el ca-
cique, la tierra en donde querían poblarlos era mala e infructuosa 74 .
El problema que representaba la falta de contigüidad de las tierras de
los pueblos que pretendían agregarse fue, sin duda, el mayor obstáculo. El
visitador señaló nuevos resguardos a las agregaciones, englobando los que
ya estaban otorgados por Egas de Guzmán a la población prineipal y posi-
blemente partes de los resguardos de los pueblos agregados. Para facilitar
aún más la colaboración de los indígenas, ~ncluyó en cada caso, dentro de
los autos que ordenaban las concentraciones, una disposición por la cual
se amparaba a los indios desplazados en la posesión de sus tierras y de sus
sitios antiguos. La eficacia del -amparo dependía, como es natural, de la
contigüidad de los resguardos pues en este caso el desplazamiento no signi-
ficaba para los indios quedar separados de sus tierras. En el caso contrario,
podían temer, con razón,.que se verían sustituidos por propietarios espa-
ñoles, prontos a denunciar como vacantes las tierras que no estaban ocu-
padas por los indios.
Por esta razón el a:qiparo sirvió de pretexto a los indígenas p_ara oponer
una'resistencia pasiv~\nos poblamientos ordenados~ El traslado había sido
confrado a juec-espobladores quienes, a pesar de la oposición de los enco-

72 Ibid. t. 5 f. 88 r.
73 Ibid. t. 6 f. 632 r.
74 Ibid. t. 14 f. 92 v., t. 18 f. 563 r.
LA soCIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 59

rnenderos, lograron que los indios se trasladaran y comenzaran a edificar


en los nuevos asentamientos. Pero éstos se vieron abandonados muy pron-
to debido a las dificultades que encontraban los indios para trasladarse a
sus propias tierras. Casi siempre preferían habitar en ellas o muy cerca, en
sus antiguos poblados. Cuando los jueces pobladores encontraron alguna
dilación provocada por los indios -quienes pretextaban que antes de tras-
ladarse debían recoger lo que ya habían sembrado- la tarea del traslado
se difirió a los corregidores de indios y a los curas. Éstos, sin embargo, no
parecen haber tomado muy en serio su cometido. Todavía en 1630, Diego
Vásquez Gaitán, cura beneficiario de Paipa, Sátiva y Bonza, se quejaba de
que la población de estas tres comunidades, que se había ordenado hacer
en el sitio de Paipa, no se había llevado a cabo por el descuido de los curas
y de los corregidores. Él mismo había sido engañado por don Esteban, ca-
cique de Sátiva, quien le había hecho creer que tenía una autorización de
- la Audiencia para no poblarse75 •
En el curso de la siguiente visita, la de Juan de Valcárcel, en 1635-1636,
pudo medirse la extensión del fracaso de los poblamientos. En esta ocasión
se mencionaban apenas 55 pueblos como agregados a otros 1976 . Aunque
nominalmente tenían casas en el sitio ordenado para poblarse, el visitador
las encontró vacías y cubiertas de hierba.
Así, los indios de Ocusá, Chimiza, Chivatá y Gámeza, que Henríquez
había ordenado agregar a Sotaquirá, habían terminado por regresar a sus
sitios de origen. Inclusive algunos indios de Sotaquirá y Gámeza continua-
ban divididos en el seno de sus propias comunidades para poder cuidar
sus labranzas de tierra caliente. No obstante, el visitador Valcárcel insistió
en el poblamiento y ordenó a Jerónimo Mar.tín de Sotomayor que lo reali-
zara. Para obligar a losfadios declaró vacías las tierras no incluidas en los
resguardos y ordenó demoler los bohíos que se encontrara en ellas 77 •
Sin embargo, en algunos casos, el visitador tuvo que rendirse a la evi-
dencia del fracaso y aun a lo justificado de la res.istencia por parte de los
indios. En el poblamiento de Nobsa (en el que Henríquez había agregado
Chámeza y Tibasosa) se había incurrido en el error de escoger el peor sitio
de los tres. Según pudo cmp.probarlo el visitador, se trataba de tierras ane-
gadizas, de las cuales sólo podían aprovecharse unas cien fanegadas de
sembradura, en tanto que Chámeza disponía de 150 y Tibasosa de 250.

75 Ibid. t. 15 f. 174 r. SS.


76 AHNB. Gobierno, t. I f. 4 r. ss. Reproducido en el ACHSC. Nº 2, 1964, p. 410 y ss. Una
copia en mejor estado del mismo documento en Vis. Boy., t. 11 f. 299 r. ss.
77 Ibid. Vis. Boy., t. 10 f. 888 r. ss.
,~,-¡¡

60 HISTORIA ECONÓMICA Y

Para el poblamiento se había elegido el sitio intermedio de Nobsa y se ha.:


bía amparado a los indios de Chámeza y Tibasosa en la posesión de, sus
propios resguardos. Los de Chámeza optaron por asistir a la doctrina de
Nobsa, pero sin poblarse, y los de Tibasosa siguieron asistiendo a su pro-
pia iglesia. Ante la obstinación de los indios, el presidente Borja suspendió
el poblamiento por un auto de 3 de junio de 1621.
En este caso Valcárcel comprobó que la concentración no ayudaría en
nada al incremento de la actividad económica de los indios. Tanto los de
Chámeza como los de Tibasosa necesitaban tierras para potreros, pues con-,
taban con un buen número de ganados. Ochenta bueyes, 50 vacas y torosí
500 caballos, yeguas y potrancas, los de Chámeza, y 50 yuntas, 300 caba-
llos, 50 mulas de recua y más de 2.000 ovejas, los de Tibasosa. Estos últimos,
además, eran muy buenos labradores, según el visitador, y su traslado no
podía sino redundar en perjuicio de su productividad 78 •
Todavía en 1755, cuando la población indígena de la provincia de Tunja
había quedado reducida a 24.882 almas, es decir, que apenas representa-
ban el 50% de la que se había hallado en el momento de las concentraciones
proyectadas, subsistían 64 pueblos, muchos más de los que el visitador.
Henríquez había previsto.
Para esta fecha, las condiciones de la población habían cambiado radi-
calmente. El visitador Verdugo y Oquendo observaba este cambio, opera-
do en 120 años. La inversión de proporciones numéricas entre indios y los
llamados vecinos (blancos y principalmente mestizos) obligaba, según el
visitador, a sustraer parte de los resguardos de los indios para hacer frente
a las exigencias de tierras de los vecinos, convertidos en arrendatarios de
los indios. ,
Para llegar a este resultado el visitador proponía, según las circunstan-
cias, tres tipos de medidas: la restricción de los resguardos, la autorización
a los vecinos de residir en pueblos de indios y la extinci<Sn de algunos de
estos pueblos y su traslado a otros. Así, propuso la extinción de Soatá, Mo-
tavita, Pare (en Vélez) y Sutamerchán, y lue9.o la de Tenza, Garagoa y So-'
mondoco, estos últimos en el valle de Tenza 9•
Estos pueblos se convirtieron, efectivamente, en parroquias de «espa'-
ñoles», sumándose a lqs ya existentes, y sus resguardos fueron vendidos.,
Ninguno alcanzaba a tener cien indios, en tanto que la población mestiza
excedía, en todos los casos, de mil personas. Sin embargo, cuando se trató

78 Jbid. f. 672 r. SS.


79 lbid. t. 7 f. 39 r. ss. El informe del visitador Verdugo y Oquendo se halla publicado en el
ACHSC. Nº 1, 1963, pp. 131 y ss.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 61

de la extinción de Rarniriquí, con un poco más de cien habitantes, Verdugo


se apresuró a consultar al virrey Solís80 . El 24 de marzo de 1756, el virrey
optó por la negativa, recordando que las leyes municipales prohibían sacar
a los indios de su natural.
En 1763, el corregidor del partido de Chivatá volvió a insistir en la ex-
tinción, pues la presencia de los indios dificultaba la venta de una parte de
los resguardos de la que habían sido privados. Entonces los indios apenas
alcanzaban la cantidad de 14 tributarios. Sin embargo, todavía en 1765 re-
sistían con éxito la agregación, a pesar de las presiones de los postores
interesados en comprar el fragmento de sus resguardos, restringidos por
Verdugo y Oquendo. El protector de indios recordó cómo una cédula de
1760 requería por lo menos el consentimiento de los indios para que se
pudieran agregar a otro pueblo y mencionó el fracaso de las agregaciones
anteriores que, corno en el caso de Chiquinquirá y Sutarnerchán, habían
_ reducido a los indios a la nada. Finalmente, una junta de tribunales reuni-
da en Santa Fe el 20 de marzo de 1766 sostuvo el decreto del virrey Solís
que rechazaba la extinción.
La posición adoptada por el visitador Verdugo no puede compararse
con la que, veinte años más tarde, conduciría al criollo Moreno y Escandón
a proponer reducciones sistemáticas de los pueblos de indios. En febrero
de 1755, Verdugo escribía al virrey Solís, a propósito de la extinción de
Sutamerchán, la cual ya se había propuesto en mayo de 1754 por el cura
del lugar:

V. E. no extrañe los arbitrios que tengo propuestos porque mi genio no se


acomoda a dar arbitrios que pueda dimanar distinguir (sic., por extinguir)
un pueblo por pequeño que sea a su Majestad,' sin que se verifique extrema
necesidad... ·

Los documentos dan a entender que al principio Verdugo se mostró


renuente a los traslados, aunque terminara por recomendar algunos. Así,
en octubre de 1755 escribía al virrey:

Como la materia a mi cortedad le parece tan escabrosa, de no procurar ca-


minar con ella con la seguiidad posible para que no se me introduzcan al-
gunas espinas de que se me originen melancólicos e inútiles ayer por haber
callado ... El mudar, excelentísimo señor, los indios de unos pueblos a otros
nunca se ha adaptado a mi dictamen, pues aunque les demos los nombres
honestos de agregación y unión, incluyen éstos el verdadero nombre de

Ibid. t. 15 f. 355 r.
-·;r

62 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL!

destierro, que consiste en obligar a una o muchas personas que dejen su


propia patria y vayan a morar otra, y por eso no se practica con otras que
con los delincuentes ...

La Audiencia no se mostró tan cautelosa y el 1º de diciembre autorizó


las agregaciones de Suta, Monquirá, Pare y Soatá, alegando como prec~~
dentes dos cédulas de 1707 y de 1754, y la agregación recién efectuada de
Tunjuelo a Usme, en términos de Santa Fe81 . Estas extinciones, propuestas
por Verdugo y Oquendo, parecían obedecer a una necesidad evidente. Ei
número de indios de estos pueblos era insignificante al lado de la poblél.
ción mestiza que se veía obligada a arrendar los resguardos de los indio~.
Prácticamente se trataba sólo de reconocer el hecho de la consunción de los
indios cuando saltaba a la.vista. En otros casos menos nqtorios, la adminis-
tración virreinal pudo resistir las presiones de los mestizos, sin adoptar
medidas más radicales.
Éstas vinieron con una Cédula Real de 3 de agosto de 1774, según la cual
los corregimientos demasiado pequeños debían agregarse a otros para fa~.
cilitar su administración. A este respecto la organización de la provincia
de Tunja era un poco caótica. A pesar de que, según el documento de su
fundación, sus términos apenas abrazaban lo que había sido dominio pri~
mitivo de los caciques de Tunja, Duitama y Sogamoso, la jurisdicción del
corregidor de Tunja fue extendiéndose indefinidamente debido a que de
allí habían salido las expediciones conquistadoras hacia el noroeste del
Nuevo Reino. Hacia 1580 comprendía las ciudades de Pamplona y Mérida
y la villa de San Cristóbal. Todavía en el siglo xVIII conservaba Vélez, Pam· ·
plona, las villas de San Gil y Socorro y el-partido de Servitá, fuera de los
nueve partidos de la provincia propiamente dicha. Sin embargo, Socorro,
Sogamoso y Duitama se habían sometido a un teniente de corregidor que
escapaba a la jurisdicción del corregidor y justicia mayor. de Tunja, en tanto
que los siete partidos restantes tenían a la cabeza a un simple corregidor
de naturales.
La Cédula sirvió de pretexto para una interpretación que nada tenía
que ver con el tamaño de los corregimientos. Al parecer, la intención de la
Corona consistía en establecer qué corregimientos serían proveídos por la
Audiencia y cuáles por la Corona misma82, es decir, suponía todavía una
separación entre blancos e indios y zonas delimitadas de poblamiento para
las dos razas. La realidad, sin embargo,.era muy diferente. En los 20 años

81 Ibid. Cae. e Ind., t. 3 f. 314 v., t. 23 f. 348 r. f. 356 r. f. 430 v. f. 414 r.


82 Ibid. Vis. Boy., t. 13 f. 496 r. ss.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 63

que habían transcurrido desde la visita de Verdugo y Oquendo, los llama-


dos vecinos habían aumentado en una proporción considerable y seguían
cohabitando con los indios.
Es fácil imaginar cómo esta convivencia forzada producía roces conti-
nuos que los interesados se apresuraban a calificar de motines indígenas.
Desde 1765, los vecinos de Sogamoso habían insistido en la separación de
los indígenas por esta causa y representaban ante el virrey Messia de la
Cerda su temor constante de reales o supuestas represalias de los indios.
El capitán Alonso Romero Duarte, corregidor de Sogamoso y Duitama,
apoyó calurosamente las peticiones de los vecinos pintando con vivos co-
lores las tensiones sociales que provocaba la convivencia, los fraudes al
derecho de alcabala en que incurrían los vecinos valiéndose de los indios
que estaban exentos de pagarla, los estragos que causaba entre los indios
la tolerancia obligada de bebidas y los frecuentes motines de los indios que
. 83
- amenazab an a 1os vecmos .
La necesidad de guardar la ortodoxia en la discriminación de los indios
y las otras castas inspiró a Francisco Moreno y Escandón -el criollo «pro-
tector de indios» y fiscal de la Audiencia- la interpretación que daría hi-
gar a las más drásticas concentraciones de pueblos indígenas desde 1602 y,
de paso, a la pérdida de sus resguardos.
Moreno y Escandón había sido comisionado para llevar a cabo las ta-
reas administrativas que suponía el cumplimiento de,la Cédula de 1774.
Sin embargo, por hallarse impedido, el fiscal comisionó esta labor a José
María Campuzano y Lanz, corregidor interino de Tunja. Éste actuó de
acuerdo con instrucciones precisas redactadas por Moreno en agosto de
177684 • Según el fiscal, fa orden impartida pór la Corona implicaba no sólo
la extinción de corregimientos demasiado pequeños sino también la extin-
ción de pueblos de indios puesto que, si debía mantenerse la política segre-
gacionista de la Corona, .no podía pensarse en expulsar a los vecinos, diez
veces más numerosos que los indios. '
Como la Cédula no mencionaba en ninguna parte la extinción de pue-
blos indígenas, Moreno especulaba respecto al número de indios que jus-
tificaría la extinción. Según otra Cédula de 1707, dada para el Perú, las
encomiendas con menos de 25 indios deberían extinguirse y agregarse a
otras. Moreno pensó que este precedente podría servir, aunque no para
atenerse a él literalmente puesto que podría convenir también la extinción

83 Jbid. t. "16 f. 744 r. SS.


84 Jbid. t. 7 f. 830 r. SS.
-¡¡

64 HISTORIA ECONÓMICA Y

de pueblos con 30, 40 o aun más tributarios, teniendo en cuenta su aisla-


miento.
José María Campuzano actuó de acuerdo con estas instrucciones, y en
el curso de 1777 procedió a la extinción de pueblos en los corregimientos
de Tenza, Sogamoso, Chivatá, Duitama, Gámeza y el Cocuy. Más tarde, en
1778, el mismo Moreno propuso extinciones en los corregimientos restan-
tes de Paipa, Sáchica y Turmequé. Con la visita de Campuzano, 40 pueblos
quedaban reducidos a 16. Moreno propuso la extinción de otros ocho, de
tal manera que los nueve corregimientos quedarían apenas con 27 pueblos
de indios, de los 60 que existían, y en su lugar se erigirían parroquias de
«españoles».
En realidad, ni Campuzano ni Moreno se atuvieron a los límites im~
puestos de 25, 30 o 40 tributarios que justificarían la extinción de los pué~
blos de indios y su agregación a otros. Y tampoco parece haberse tenido en
cuenta el criterio que aconsejaba extinguir los pueblos alejados de toda
ruta comercial. Más bien parece haber jugado todo el tiempo la presión de
la población mestiza sobre los resguardos indígenas. El traslado de Soga;
moso, por ejemplo, muestra a las claras cuál era la intención verdadera que
perseguían las extinciones.
Según los autos de visita, So§amoso tenía una población suficiente: 76.
tributarios y 589 indios en total 5 . Tampoco su situación recomendaba el
traslado puesto que se hallaba en el corazón mismo del antiguo reino chib-
cha. En cambio, los vecinos habían aumentado de 2.112, en 1756, a 3.246,
en 1777, y los indios de Sogamoso poseían las tierras más fértiles de todo
el Nuevo Reino. Parece probable que por esta razón Campuzano. ordenó el
traslado de los indios de Sogamoso al pueblo de Paipa, si bien cuidó de
consultar antes con Santa Fe, pues un decretó del 22 de mayo de 1777 or~
denaba este procedimiento en el caso de que los tributarios excedieran de
80. El 19 de julio, el fiscal Moreno y Escandón recomendó el traslado aun~
que dejaba la decisión a una junta general de tribunales." Él 5 de septiem-
bre, la junta ordenó que se inspeccionaran ios resguardos de Paipa, pues
quería asegurarse de que serían suficientes para albergar a los agregados
de Sogamoso86 • Campuzano decidió el traslado apenas diez días después.
El auto consideraba qve los vecinos carecían de tierras y por eso quedaban
al arbitrio de los indiós, quienes podían expulsarlos. El corregidor agrega-
ba la piadosa intención de salvar el alma de los vecinos, al sacar a los indios
sujetos a sus agravios. Además, resultabaindispensable reunir a los indios

85 Ibid. t. 14 f. 574 r.
86 Ibid. t. 16 f. 800 r. SS.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 65

... en donde les resulten mayores utilidades en lo espiritual y temporal,


pues su mayor bien no consiste en complacerles en lo que por capricho
apetecen, sino en obligarlos a lo que por razón y justicia les es más prove-
87
choso y de menor gravamen al real erario ...

Estas consideraciones, teñidas de paternalismo, contrastaban vivamen-


te con las que había formulado 20 años antes Verdugo y Oquendo, para
quien los trqslados equivalían pura y simplemente a un destierro. El tras-
lado de Sogamoso, sometido al corregidor del partido, Tomás Antonio de
Laiseca, se llevó a cabo el 29 de abril de 1778. Según el cura de Paipa, se
llevaron 700 indios, los cuales no tenían en dónde alojarse ni tierras en
dónde sembrar pues no se les habían señalado todavía dentro de los res-
guardos de Paipa. Los indios padecían hambre y frío y no había nada que
pudiera hacerse por ellos puesto que las habitaciones de los indios de Pai-
- pa eran muy reducidas y no podían darles albergue. El cura utilizó la igle-
sia para tal fin y propuso que los vecinos de Sogamoso construyeran casas
a los indios de Paipa a cambio de las que habían dejado. Debía evitarse que
los vecinos pagaran a los indios en dinero, porque darí.an muy poco y los
indios lo gastarían inmediatamente.
Inicialmente, Moreno y Escandón se mostró de acuerdo con los puntos
de vista del cura, pero Campuzano se apresuró a desmentir sus afirmacio-
nes asegurando que no se trataba de 700 indios sino de mucho menor nú-
mero. Culpaba a los mismos indios de lo que había oclirrido, pues habían
sido informados un mes antes del traslado y por desidia no habían querido
construir casas en Paipa. Estimaba, además, que no debían ser indemniza-
dos por los vecinos puesto que sus chozas y sus sementeras no valían nada.
Esta vez Moreno dio entero crédito al corregidor y desechó las observacio-
nes del cura, ordenando, de acuerdo con Campuzano, que los indios de
Sogamoso se acomodaraIJ, en las casas de los mestizos y mulatos que se
encontraban en Paipa88 . · ,
La actitud de los vecinos es también significativa. Apenas un mes des-
pués de que el corregidor ordenara la extinción del pueblo de indios, se
reunieron los vecinos princtpales y otorgaron poder a Juan de Dios Díaz
Granados y a Dionisio Romero para que adelantaran todas las 9-iligencias
necesarias para la erección de Sogamoso en parroquia89 . En febrero de 1778,
el corregidor Campuzano recomendó que las tierras que iban a se! destinadas

87 Ibid. t. 3 f. 925 v.
88 Jbid. t. 14 f. 367 r. SS.
89 Jbid. f. 350 r. SS.
-¡¡

66

para el asentamiento urbano de la nueva población española se avaluaran


y se vendieran separadamente de los resguardos. En marzo nombró .tres
personas, las cuales procedían de las parroquias de Tibasosa y Santa Rosa
y del pueblo de Pesca, para que avaluaran los resguardos y conceptuaran
sobre el tamaño del núcleo urbano. Los rentos fijaron una extensión de un
poco menos de 16 hectáreas con este fin9 , y, partiendo del marco de la plaza,
estimaron en cuatro reales la vara de tierra dentro de ese marco y las calles
contiguas. El precio de las manzanas restantes sería de tres y dos reales la
vara, según la distancia con respecto a la plaza. •
En agosto de 1778, el fiscal y protector de indios en persona prosiguió
las diligencias que por su comisión había adelantado el corregidor de Tun~
ja. Fue a Sogamoso y comprobó que, después de un año de ordenada la
extinción, no se había adelantado mucho en la erección de la parroquia.
Por esta razón conminó a los vecinos para que se presentaran en Santa Fe
y obtuvieran el título formal de la erección en el término de un mes. Al
mismo tiempo les advirtió que si bien los resguardos se parcelarían para
facilitar a cada vecino la adquisición de un pedazo de tierra, en caso de nó
haber posturas se procedería a enajenarlos como un solo globo a la persona
individual que ofreciera su precio. Encontró también que todavía perma-
necían 132 indios en el pueblo, que se habían resistido a trasladarse a Paipa
y habían sembrado una vez más su tierra. Moreno insistió en que salieran
y ordenó que se avaluaran sus sementeras. Según el avalúo, las labranzas
de 49 indios valían 56 pesos y 7 reales. Pero los indios no encontraron com2
pradores entre los vecinos.
Hasta el momento, lo actuado por Mm:eno y Escandón y el corregidor
Campuzano no había encontrado sino una oposición muy débil de parte dé
Francisco Javier Serna, quien había reemplazado a Moreno en el cargo dé
defensor de indios91 • El nuevo defensor se mostraba favorable a la extin"
ción de los pueblos más pequeños, al menos de aquéllos.que no alcanzaran
a tener 40 tributarios. Pero, en todo caso, le parecía que a cada extinción
debía precederla el consentimiento de los indios92 •
Moreno presentó un informe general el 18 de noviembre de 1778 y, ape:
nas transcurrido un mes, encontró la primera oposición seria del oidor más
reciente, Joaquín Vasco y Vargas, que había sido nombrado fiscal de la
Audiencia. El oidor expresaba su conmiseración por los indios, sometidos

90 Midieron un rectángulo de cinco cabuyas por cuatro. La cabuya empleada era equivalente
a cien varas de la tierra. Como ésta tenía 0.89 m, la superficie medida fue de 158.420 m2,
91 AHNB. Vis. Boy., t. 13 f. 943 r.
92 Se basaba en una Real Cédula destinada a Panamá. Ibid. f. 945 r.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 67

a los vejámenes de las otras castas. Según él, la comisión otorgada a More-
no había sido un fracaso pues no había logrado la separación de los indios
prevista en la Cédula de 1774, y éstos habían quedado más subyugados
que antes puesto que lo actuado sólo había tenido como consecuencia pri-
varlos de las tierras más fértiles en provecho de las otras castas. Además,
el fiscal había excedido sus facultades pues nunca había tenido la calidad
de visitador sino que apenas había sido comisionado para hacer un recuen-
to de tributarios e informar a la Audiencia sobre qué corregimientos po-
dían ser suprimidos. El oidor concluía que las tierras debían ser restituidas
a los indios y la Real Hacienda indemnizada93 •
El virrey Flórez pidió también el parecer del regente Juan Gutiérrez de
Piñeres sobre el asunto. Éste quiso examinarlo minuciosamente y pidió los
expedientes que habían culminado con los autos de agregación. Dos meses
y medio después, el 3 de febrero de 1770, rindió un dictamen que compren-
- día 111 observaciones a lo actuado por Moreno y Escandón y el corregidor
Campuzano. El visitador procedía a examinar minuciosamente, punto por
punto, los argumentos del fiscal, que habían dado lugar a las extinciones.
Ni el escaso número de indios, ni la necesidad de separarlos de las otras
castas, ni el hecho de que los pueblos reducidos ofrecieran dificultades ad-
ministrativas o fueran incapaces de asegurar la subsistencia del cura po-
dían justificar las extinciones y los traslados de pueblos, según el visitador.
Había en el asunto una cuestión moral evidente, afirmaba Gutiérrez de
Piñeres, y el procedimiento adoptado por Moreno y Escandón• no daba ga-
rantías de acierto. Recordaba cómo los testigos que habían informado a los
comisionados habían sido los mismos vecinos interesados en ocupar las
tierras que dejaban los indios.
Su conclusión er;a la misma que había expresado el oidor Vasco y Var-
gas. Moreno y Escandón había excedido sus facultades al ordenar la extin-
ción de 33 pueblos de indios en la provincia de Tunja y algunos otros en la
sabana de Bogotá. No qu,edaba otro camino que sllspender las diligencias
de agregación, pues el asunto era éie tanta gravedad que debía esperarse
una decisión definitiva de España94 .
El virrey Flórez se plegó al parecer del regente y ofreció suspender in-
mediatamente las agregaciones. La Audiencia, por su parte, aprobó tácita-
mente lo actuado por Moreno y argumentó a su favor las ventajas que

93 Jbid. f. 946 r. SS.


94 Ibid. t. 8 f. 884 y 912 r. El texto ha sido publicado por Margarita González, El resguardo en
el Nuevo Reino de Granada. Bogotá, 1970, pp. 150 y 154.
-¡¡

68 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

obtenía el Erario con la venta de los resguardos 95 . Esta vez el oidor Vasco
y Vargas, actuando como fiscal y en desacuerdo con sus colegas, dirigió
una verdadera requisitoria contra el proceder de Moreno y Escandón. Se-
gún el oidor,

... aquellas producciones de los comisionados, desde su origen, vinieron


revestidas de apariencias de utilidad pero con poquísima sustancia de bien
y de verdadera y solícita virtud y por lo tanto vimos un gran número de
hombres cebados en estos infelices (indios), aforrados aquellos en una fin-
gida simplicidad, vestidos de falsa alquimia de una aparente bondad, em-
pero que llenos de engaños, artificios y maquinaciones, con falsos pretextos
de santísimos fines, han tirado a despeñar a su prójimo en el profundo de
ca1anu"d a d es y rrusenas
. . ... 96

El oidor volvía a insistir en la tesis de que sólo el rey podía privar a los
indios de los privilegios que les había otorgado y que, por lo tanto, debían
restituirseles los resguardos.
Suspendidos los efectos de los autos de agregación, al menos los indios
de Sogamoso pudieron regresar a sus tierras, que hallaron en poder de los
vecinos. El 13 de mayo de 1779, finalmente, se les autorizó a que las culti-
varan, amparándolos contra las molestias de los mestizos.

LA POBLACIÓN INDÍGENA

La controversia

Lewis Hanke se complace en citar una frase del historiador sueco Severkei
Arnoldsson, según el cual

los problemas económicos, sociales y raciales que surgieron durante la con-


quista del Nuevo Mundo persisten todavía. La conquista, por tanto, es en
e1 sentí"d o mas
, ampl"10 un pasa d o con v1"d a ...97

Posiblemente muchos americanos y aun algunos españoles estarán de


acuerdo con el enunciado general de esta frase. Curiosamente, muy pocof

95 Ibid. f. 905 r. y 912 r.


96 Ibid. t. 14 f. 380 v.
97 Cf. Lewis Hanke, «Más polémica y un poco de verdad acerca de la lucha española por
la justicia en América». Trad. de «The Hispanic American Historical Review», en Revista
Chilena de Historia y Geografía, Nº 34, ed. dic., 1966.
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 69

se han detenido a pensar o a investigar de qué problemas «económicos,


sociales y raciales» se trata.
La retórica de los manuales escolares, trasunto de efemérides patrias,
suele resumir muy sucintamente la cuestión afirmando que «España nos
dio lengua, religión y raza». Esta manera de ver las cosas inspira también
una fiesta continental en la cual se celebra el «día de la raza». Los espíritus
inás generosos suelen conceder que puede muy bien tratarse de una «fiesta
de las razas» o que, admitiendo la generalidad del mestizaje en América,
la fiesta hace alusión a un hipotético hombre americano. En realidad, por
desconcertante que sea, sobre este punto cualquier americano se siente in-
clinado a la conciliación.
Pero el acuerdo, aún tácito, no parece tan fácil cuando se abandona el
terreno de las celebraciones. Muchos problemas que suscita la presencia de
España en América tienen implicaciones ideológicas mal disimuladas por
un sistema republicano. Apenas ha transcurrido siglo y medio desde que
los americanos se deshicieron del control político de la metrópoli. Un lapso
demasiado breve como para eliminar las contradicciones profundas que
surgieron de tres siglos de dominación. Un ejemplo palpable de ello se
revela en la controversia sobre el tamaño original de las poblaciones abo-
rígenes americanas. Ni siquiera este problema, aparentemente tan lejano,
puede mirarse con alguna imparcialidad, ateniéndose a métodos raciona-
les de investigación ciéntífica.
El escándalo relativo a _las cifras de la población indígena en América
ha provocado desde el siglo xvm98 el escepticismo de las gentes que abor-
daron la cuestión. El espíritu racionalista del siglo XVIII se resistió a creer
en la complejidad de las culturas americana,s y en sus magnitudes demo-
gráficas. El espíritu conciliador cfe las academias hispanoamericanas acep-
tó siempre, sin mucha controversia, el punto de vista español sobre este
problema. Así, las llama9-as «raícés espirituales» de la historiografía lati-
noamericana la inhiben por completo de repensar: el problema.
La indignación de un Las Casas desconcierta todavía a muchas gentes
para quienes la «cuestión» indígena en América no ha sido jamás suficien-
temente probada. Según los «hispanizantes», la conquista española no ha-
bría sido radicalmente difeºrente de las de otros imperios. Siempre que se
tropiece con relatos de violencias inauditas de parte de los españoles, debe
pensarse que se trataba de propaganda luterana destinada a acrecentar la
antipatía europea hacia el imperio español.

98 Cf W. Borah y Sh. F. Cook, The Aboriginal Population of Central Mexico on the Eve of the
Spmzish Conquest, Berkeley y Los Ángeles, 1963, p. l. ..
-;¡

70

Sin embargo, a la vista de infinidad de testimonios indígenas que reiteran


siempre las mismas quejas, el pathos de Las Casas parece la única respuesta
adecuada a lo que estaba ocurriendo. En su caso no se trataba de un testt"
monio sobre atrocidades (más o menos de ocurrencia excepcional) cometidas
por los conquistadores, sino de la denuncia de un sistema entero de relaciones
que aplastaba a las sociedades indígenas y que implicaba de suyo la violencia.
Hoy, con la preocupación generalizada por los trastornos ecológicos, puede.
admitirse más fácilmente, por ejemplo, que las alteraciones en el medio
ambiente significaban una forma de violencia, sin hablar de cambios más
aparentes en un sistema social, económico o político.
Así, no parece que las interpretaciones modernas de la catástrofe dem 0 2
gráfica de los indígenas americanos obliguen a cada momento a discu~
siones espinosas sobre problemas morales. No hay duda de que también
España produjo respuestas -y no sólo en el plano moral- a los problema¿
que surgían de las relaciones entre indígenas e invasores. Sólo que su ine-
ficacia quedó probada y la catástrofe demográfica se produjo.
Al margen de fuentes documentales, cuyo uso se ha generalizado en
análisis de demografía histórica a partir de los trabajos de Borah, Simpsori
y Cook, vale la pena destacar otro tipo de testimonios sobre el problema ..
Es bien conocido el hecho de que muchos españoles no se dieron cuenta
cabal de lo que estaba ocurriendo. El problema en sí era demasiado com~
plejo y podía atribuirse simplemente a la violencia física, a las epidemias
o -mucho más expeditivamente- a la voluntad divina. Por esto son tanto .
más preciosos los raros testimonios que se repiten de una generación a.
otra, los destellos de las pocas conciencias que, en América, se detenían· en.
el problema y descubrían algunos de los resortes de la tragedia.
En muchos casos no se trataba de una discusión expresa, fundamentada
en argumentos de origen filosófico o teológico, sobre la cuestión indígena,
· Eran más bien observaciones laicas, a veces comprobaciones de orden ad"
ministrativo y, como tal~s, sin pasión. La continuidad burocrática permitía
familiarizarse con los hechos y, cuando los funcionarios escapaban a la
rutina de verse mezclados con intereses ajenos, cuando se trataba de fun-
cionarios o de clérigos simplemente celosos o benévolos, la comprobación:
acababa por imponerse.
Fue esto lo que ocurrió con García de Valverde, fiscal de la Audiencia y del
séquito de Venero de Leiva. Siendo fiscat·fue encargado, en 1563, de ejercef
simultáneamente el cargo de protector de naturales. García se quejó de
LA. soCIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 71

99
... querer usar con él de costumbre y cosa nueva ... ,

uesto que la defensa de los indios había estado encomendada hasta en-
fonces a las autoridades eclesiásticas. En septiembre de 1563, una Real Cé-
dula decidió la cuestión anexando los oficios en adelante.
En realidad, el fiscal ya había intervenido en defensa de los indios.
Cuando, en octubre de 1561, se decidió que el oidor Angulo de Castejón
efectuara una visita y retasara a los indios de las provincias de Tunja y
Vélez, el licenciado García de Valverde elaboró una instrucción sobre las
medidas que deberían tomarse en el curso de la visita para el bien espiri-
tual y temporal de los indios 100• En 42 puntos, el fiscal resumía todo aque-
llo susceptible de mejoramiento respecto a los indios, es decir, exponía una
verdadera política indigenista. Según el fiscal, debía buscarse el aumento
de la población indígena, o al menos que no disminuyera,

... porque en algunas provincias y partes de este distrito se han del todo
acabado y han quedado yermas después que españoles las ocuparon ...

La representación del fiscal, que debía servir de pauta para la retasa de


Angulo de Castejón, revela en forma dramática hasta qué punto la socie-
dad indígena había entrado en descomposición. Según el fiscal, los indios
padecían hambres y necesidades porque se negaban a sembrar y entre ellos
mismos se cometían hurtos y muertes. Por eso recomendaba que se dicta-
ran ordenanzas que regularan el comportamiento sociai de los indios, pues
con la entrada de los españoles se habían olvidado de sus propias costum-
bres.
Todavía en 1562 -y a pesar del controLque las Leyes Nuevas habían
depositado en la Audiencia_:_ se emprendían «entradas» que, según el fis-
cal, eran muy perjudiciales por la cantidad de indios que empleaban en
servicios y cargas. Esto tenía como consecuencia

... que el marido quedara sin mujer y la mujer sin marido, y el padre sin
hijos ...

Naturalmente, el territorio mismo recién conquistado escapaba al con-


trol de la Audiencia y por eso los conquistadores entraban en «derrota aba-
tida» contra los indígenas, es decir, imponían una rendición incondicional
y los echaban a las minas, se servían de ellos en servicios personales, los

99 CCRAQ. I, 30.
100 AHNB. Cae. e ind., t. 5 f. 462 r. ss.
-¡r

72

cargaban como bestias, etc., tal como había ocurrido en Mariquita, Tocai-
ma y otras partes.
El desarraigo de la sociedad indígena era una consecuencia de éstas y
otras prácticas españolas. El fiscal recomendaba, por ejemplo, que se po~
blara a los indios en tierras fértiles ·
... porque los encomenderos (... ) para sí queden y para sus ganados y se-
menteras las mejores, echan a los indios a pantanos y tierras inútiles ...

Además, los encomenderos empleaban el trabajo de los indios en sus


aposentos, estancias, hatos, etc., y por eso los indios preferían emigrar ·
... para irse a buscar tierras adonde labrar ...

El despojo, según el fiscal, no sólo afectaba las tierras sino los otros ha-
beres de los indios a través de tributos excesivos
... y otras cosas que les han tomado sus encomenderos para comer, vestir y
gastos suyos y de sus hijos e criados sin pagárselo e tomándoles oro, esme-
raldas y otras riquezas ...

A todo esto atribuía el fiscal la disminución asombrosa de los indios quE!


se había operado. Pedía entonces que se tomara cuenta a los encomenderos
de los indios que habían recibido originalmente, pues se encontraría que
faltaba la mayor parte. El mismo García de Valverde se mostraba aún mu~
cho más enfático sobre este punto después de la visita de Angulo de Cas~
tejón. Al objetar la retasa, observaba cómo º

... habiendo después pasado por los tales pueblos tantas muertes, tantas
persecuciones, tantas guerras, tantas pestilencias y e:ri.fermedades que pue-
blo que tenía en otro tiempo mil vecinos, como es notorio y por tal lo alego,
no tiene agora cincuenta o cien vecinos, y esto es muy general en toda la
tierra, y así digo que, si agora se echa la cuenta al justo y se saca en limpio
la cantidad cierta de los indios, no hay la tercia parte de aquella cantidad y
número porque se retasaron ...

En 1564, al crearse. la Audiencia de Quito, se encargó al fiscal de lago~


bernación de Popayán de que instruyera la residencia de Pedro de Agreda;
el gobernador anterior. También allí García Valverde encontró los ·
males que afligían la población indígena del Nuevo Reino. En una de sus
cartas al Consejo de Indias, expresaba:
Harta lástima es que habiéndose repartido en esta ciudad de Popayán más
de sesenta mil indios no haya agora más de hasta ocho mil y éstos han
LA. socIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 73

quedado por ser tantos los que hubo cuando se pobló, que en otras desta
gobernación que hallaban a ocho, diez y a doce mil indios tienen agora a
mil y a mil quinientos y a dos mil, como es Cali, Cartago, Anserma, Arma;
y en esta villa de Arma cuando se pobló es cosa notoria y cierta que había
más de veinte mil, no hay agora de ochocientos arriba; los vecinos y enco-
menderos se descargan diciendo que enfermedades y pestilencias y guerras
unos con otros los han acabado y no tienen razón pues desde que Dios creó
el primer hombre y pecó todo han sido enfermedades y contiendas en ha-
biendo gentes y con todo ello se multiplicaba el género humano y así lo
estaba multiplicando y acrecentando aunque no les faltaba guerras y enfer-
medades, pero sobrevínoles una pestilencia nueva que ellos no conocían y
conocida fue su acabamiento, que fue el español que con manoseallos los
acaban y consumen y ésta es una enfermedad y la guerra que ha acabado
· d a d es ... 101
· d.10s en l as v1·llas e c1u
los m

Las requisitorias de García de Valverde no son en modo alfüuno excep-


cionales. Se expresaron con la misma energía Juan del Valle 1 2, Diego de
Torres, un mestizo cacique de Turmequé103, el oidor Luis Henríquez y los
visitadores Monzón, Prieto de Orellana y Juan Cornejo. En despachos ad-
ministrativos de la Audiencia la referencia es constante a la falta de natu-
rales o a su abundancia en tiempos antiguos. Posiblemente, la familiaridad
con este hecho haya silenciado clamores parecidos a los de Las Casas o
García de Valverde. Pero ningún funcionario que conociera los documen-
tos relativos a las «visitas de la tierra» podía ignorar qtie la extinción de la
raza indígena se estaba produciendo bajo sus ojos.

El proceso demográfico de la población indígena

La reconstrucción de las cifras de población aborigen (recogidas en las vi-


sitas de la tierra después.de 1560) permiten formarse una idea del proceso
de aniquilación a que se' vieron sometidos los diferentes grupos después
de la conquista española. Este proceso no puede reducirse a una rígida
jerarquización causal, en la cual se correría el riesgo de introducir prefe-
rencias subjetivas respecto.a tal o cual teoría sobre este fenómeno. Baste
saber que hoy está suficientemente probado que la ocupación europea del

101 AGL Quito L. 16. Despacho de 1564.


102 Cf. Juan Friede, Vida y luchas de don Juan del Valle, primer obispo de Popayán y protector de
indios. Popayán, 1961.
103 Cf. el memorial que dirige don Diego de Torres al emperador. U. Rojas, El cacique, cit.
p.417 SS.
74 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL!

suelo americano produjo a todo lo largo y ancho de éste una catástrofe


demográfica sin antecedentes en la historia humana.
Este hecho, que durante largo tiempo estuvo asociado a la «leyenda ne-
gra» española, parece al presente mucho más complejo de lo que suelen
presentarlo los argumentos morales vindicativos contra un tipo específico
de conquista. La sola presencia europea -sin aludir a los tipos de violen-
cia o de coerción puramente física a que se vieron sometidos los aboríge-
nes- bastaba para causar rupturas profundas en el seno de las sociedades
americanas, no sólo en su contexto específicamente social y económico
'j
sino también con respecto a sus relaciones ambientales. Desequilibrios que
iban desde la célula familiar hasta el sistema de jerarquías más complejas
de sociedades que habían alcanzado un elevado grado de evolución, se
completaban con una sistemática destrucción de apoyaturas en el mundo
de los valores específicos de esas sociedades y en el contorno físico que las
sustentaba.
La imagen de la Conquista, con sus relatos de violencias y el tono épico
de sus apologías, ha contribuido sin duda a oscurecer el hecho fundamen~
tal de que esta destrucción no se logró sino mediante la implantación de
un sistema colonial, es decir, que la aniquilación de los indígenas y de sus
posibilidades biológicas de supervivencia fueron el fruto de un proceso de
erosión acelerada y no del simple impacto producto en los años de la Con~
quista.
El primer impacto recibido por las sociedades indígenas resulta impo-
• sible de medir en cifras. Inclusive se lE!_Euede restar importancia fr_~nte..a.
• tonna~istemati?;füÍfü'i _cl_<:!_Qpr:~síonque se pusieron a punta cop _elrep_arto_
de enc9_:rpien.slél!?· La primera rebelión indígena de que se tiene noticia entre
los pacíficos chibchas, en 1540104, se originó precisamente en la exigencia
por parte de los encomenderos de un tributo al que los indios no estaban
acostumbrados. Según el relato de Aguado, la repres°ión española se opero
·-esta vez casi exclusivamente sobre los caciques indígenas, a quienes se
diezmó en una embosca.da. Los textos sugieren que otra rebelión, acaecida
en Duitama un poco más tarde, implicó el despliegue de una verdadera
operación militar dirigida por el alguacil mayor del reino, Baltasar Maldo:
nado 105 • _
En principio se buscó debilitar la organización social indígena ejercien·
do violencia sobre los jefes y sólo excepcionalmente sobre la población ge::
neral. Como consecuencia de la rebelión quimba ya de 1542, las acusaciones

104 Aguado, I, p. 339.


105 Ibid. p. 359.
INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 75

de muertes de españoles, yanaconas y esclavos negros recaloeron casi ex-


clusivamente sobre los caciques que se habían confabulado 06 • Más tarde,
en 1550, cuando el oidor Briceño tomó residencia al capitán Juan Muñoz,
teniente de gobernador de la provincia, algunos de los cargos principales
se referían a violencias cometidas contra caciques que hostilizaban a los
espano- 1es107. ·
Sobre sublevaciones mucho más generales, como la ocurrida en 1557,
cuando participaron paeces, sutagaos, gorrones, bugas, pijaos, panches, y
aun indios de zonas pacificadas como en Cartago y Vélez, los datos relati-
vos a las violencias individuales pierden significación. En zonas de fronte-
ra la guerra se hacía con la devastación de regiones enteras, que buscaba el
repliegue de los indios hacia bosques y regiones inhóspitas. Así, la lucha
de resistencia de los indios del Alto Magdalena condujo a su desplaza-
miento constante hacia las cordilleras y la ocupación de los valles fértiles
por 1os espano- 1es108 .
La guerra podía limitarse también -en las regiones sometidas- contra
un grupo específico que ofreciera resistencia. En 1561, el cacique de Gara-
goa se querelló contra Juan Valenciano porque hacía 22 o 23 años (c. 1539)
éste había puesto presos al cacique y a dos capitanes y los había llevado a
Tunja. Allí el capitán de Guáquira fue «aperreado» y murió de las morde-
duras recibidas. Los otros dos presos pudieron huir y refugiarse en su pue-
blo. El cacique afirmába que Valenciano había incitado a Suárez Rendón
para que les hiciera una guerra en la cuaLhabrían rrtuerto cuatrocientos
indígenas.
Este tipo de violencia debió tener efectos diferentes en zonas de frontera yT·
en aquellas que se sometieron sin mayores sobresaltos para los conquista-/
dores. En las primeras; el choqúe significó desplazamientos y devastado-!
nes cuyos resultados son incalcu}ables. En las segundas, los efectos más 1

duraderos deben medir('le en el graao de desintegración social que pudo\


lograrse. Se trataba, sin duda, de sociedades cuya organización era más ·
compleja y en las cuales la violencia perduró en forma latente mientras
existió el régimen de la encomienda. Son incontables las querellas indivi-
duales de indígenas contra encomenderos por malos tratamientos infligi-
dos y aun así subsiste la impresión de que la mayor parte de los hechos se
silenciaban. El siste~a entero_~:tl<:Hª- a propici.ar pretensione~_desorbi~
de dominio oa-ex.acerbar alguna incli~ª-ción p~rsonaT hacia la crueldad y~

i06 Cf. Juan Friede, Los quimbayas bajo la dominación española. Bogotá, 1963, p. 57.
Ibid.
Idem. Los Andaki, cit. pp. 47 y 154.
76 HISTORIA ECONÓMICA Y

aun el sadismo. En casos así, la consecuencia más notoria era la de inducir


a migraciones de familias enteras que buscaban un refugio en capitanías,
: cacicazgos o aun tribus extrañas. '
( De otro lado, no es fácil establecer una lín~ª- divisoria entre aquellos
', casos que pueden identificarse como :VfOlencia física -fuera individualo
: colectiva- de parte de los conquistad.ores, y las consecuencias de un sis-
C~eexplota.CíOD,:. En ambos casos se lograba debilitar la organización
sociaCíñdígena, se operaban desplazamientos masivos de población 0 se
_buscaba intensificar hasta el límite las formas de trabajo. ·
Algunos autores tienden a subrayar la importancia de la mera violencia
física en el proceso de desintegración de las sociedades americanas. Con
todo, cuando se examina más de cerca el fenómeno, comienzan a insinuaf-2
se otros factores que explican mejor las pérdidas de una generación a otra,
así no haya intervenido una hecatombe excepcional. En 1559, el escribano
Cristóbal Bueno encontró que el pueblo de Caraquese, en Pamplona, tenía
337 «muchachos» (de 2 a 16 años) y solamente 101 adultos. El intérprete
explicó que
.-
... mueh as ma d res d e es t os runos .-
y nmas se h a b'ian muerto ... 109

Una anomalía parecida, aunque en menor escala, se daba en Labayam~:


ri y Barna. Naturalmente, este tipo de desequilibrio solía darse mucho má~
frecuentemente a la inversa. Era la población infantil la que ~ufría con ma~
yor dureza el impacto de la dominación y es muy verosímil que los índices
de fecundidad hayan descendido por el solo hecho de las migraciones, de
la separación forzosa impuesta por el trabajo en minas y estancias y aun
por un bloqueo sicológico en las mujeres. ·
El descubrimiento de minas de oro en Pamplona (c. 1551) y, mucho má~,
tarde, de las de plata en Mariquita, así como las necesidades del tráfico de,
los desembarcaderos de Vélez y Río del Oro y otras regiones, significara~;
un drenaje permanente de población indígena que debía trasladarse de unos
climas a otros o hacinarse en centros mineros en donde era muy alta la'.
incidencia de enfermedades infecciosas. Según una información recogida
en 1579 sobre los indios de Tamalameque, los cuales eran empleados paf
sus encomenderos en la navegación del río Magdalena, ·
... no hay al presente la décima ·parte, ni aun la duodécima parte de los que
solía haber en la comarca de esta ciudad. .La causa, dicen los naturales y aún
los españoles, que fue una general enfermedad que hubo de viruelas y sa·

109 AHNB. Vis. Sant., t. 3 f. 742 v.


•LA socIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 77

rampión, la cual asoló muchos pueblos y así sus encomenderos, por ser
que les quedaban en algunos pueblos, los redujeron y pasaron a
Pocos los 110 '
otros ...

Las noticias de los cronistas sobre las epidemias entre los indígenas han
despertado últimamente cierto escepticisn;o ante la escasez de la informa-
ción documental que pueda confirmarlas. Esta era también la impresión de
García de Valverde, para quien la mención de las epidemias no pasaba de
ser un pretexto, ya que la verdadera causa de la extinción de los indígenas
residía en la encomienda y en el régimen del trabajo. Sin embargo, algunos
testimonios documentales confirman la ocurrencia de enfermedades que
contribuían a diezmar a los indios. En el curso de la visita de Tomás Lópezl
en 1560, por ejemplo, indígenas de Pamplona y Tunja aludieron a una epi- \
demia que había ocurrido recientemente. Aguado se refiere a ella y la sitúa /
en 1558. En esta ocasión murieron, según el cronista, más de quince mil ¡
indígenas. Algunos de los informantes del visitador Tomás López asocia-~
ban a este acontecimiento trastornos en la doctrina, en el trabajo y en la
regularidad del pago de los tributos 111 . _
La investigadora Kathleen Romoly menciona dos violentas epidemias
de viruela sufridas por la población de Almaguer en 1566 y en 1588112• Estas
fechas coinciden de cerca con las de las epidemias que asolaron también el
oriente del país en 1568-1569 y en 1587113• Tunja experimentó otra.epidemia 1
de viruelas en 1607 y en esta ocasión el Cabild_o solicitó a•la Audiencia que se j
suspendieran las obras de iglesias en las que trabajaban los indí~enas, ' .···
Jo mismo que el alquiler de aq4ellos que trabajaban para los vecinos 14• La , ·
epidemia de 1633 dejó huellas profundas y J}º sólo afectó a los indios sino . ·
también a los españoles, negros y mesti:i;os. ·
Además de las viruelas,~_~n también frecuentes 19-s enfermedades p.J!l:
-~onadas pox_Jg§_trasfád·ó·s-masf~ºª-·g~__p_o.bladó.ILde_u~
mas a otros. Según García de Valverde, en 1564 t,odavía quedaban 25 mil
indios en Pasto.

110 AGI. Patr., L. 27 r. 20/Doc. reproducido por J. Friede en el BCB. Vol. XI, Nº 1, 1968, pp.
57-79.
111 AHNB. Vis. Boy., t. 3 f. 557 r., t. 8 f. 803 r., t. 11 f. 777 r. f. 816 r. ss., t. 18 f. 305 r.
112 Cf. K. Romóly, «El suroeste del Cauca y sus indios al tiempo de la conquista española,
según documentos contemporáneos del distrito de Almaguer», en Revista Colombiana de
Antropología. Vol. XI (1962), p. 258.
113 Aguado, op. cit., I, p. 426, y Osías S. Rubio y Manuel Briceño, Tunja, desde su fundación
hasta la época presente. Bogotá, 1906, p. 67.
114 Cf. Ulises Rojas, Juan de Castellanos, Tunja, 1958, p. 171.
-,·-,¡

78 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCJAq


l

... que la causa de haberse conservado en este pueblo tantos ha sido lo uno,
porque hasta ahora no ha habido minas; lo otro, porque es tierra fría, en el
cual temple aunque se trabaje el indio más de lo que pueden sus fuerzas,
- tan presto como en 1a ca1·iente115 .
no se d esentrana
1
¡--- La violencia, las epidemias o los cambios de clima parecen causas mu- 1
cho más evidentes que las presiones ejercidas por el sistema mismo de la 1
dominación española. Lo cierto es que el tipo de trabajo impuesto a los 1
indígenas de una región podía implicar todas estas cosas juntas. Una eco- 1
nomía minera, por ejemplo, que carecía de bases de sustentación agríéoia !
-como en algunas regiones del occidente colombiano- podía resultar 1 mu-
· cho más mortífera que la servidumbre en los campos o en los transportes. I
La presencia de ganado podía también devastar una región al operar una
· sustitución pura y simple de dos niveles biológicos: el de los hombres por
el de los animales. · 1

Las visitas y las cifras de Juan López de Velazco l


Hasta la aparición de los trabajos de la escuela de Berkeley (1948-1960), fijar
las cifras de la población aborigen en América parecía un problema inso-
luble. Hasta entonces se había desdeñado el material contenido en fuentes 1
fiscales y administrativas del imperio español en América. Los profesore.s 1
Simpson, Borah y Cook llamaron la atención sobre las posibilidades est~- I
dísticas de este material y, a partir de 1960, Borah y Cook han venido refi-
nando métodos y explorando nuevas fuentes que han conducido al totál
replanteamiento del problema116 . _ -- . ·
En Colombia, el historiador Juan Friede puso de. relieve, por primera
';ez, la importancia de los datos demográficos contenidos en las visitas. 1
Estas se originaron en la necesidad de control administrativo por parte de
la Corona respecto a sus nuevos vasallos, explotados· sin medida por los 1
. . 1

115 AGI. Quito L. 16, Despacho de 1564 dt.


116 La peculiar estructura de la universidad norteamericana se resiste a la identificación de
una escuela. Sin embargo, el aporte de la serie iberoamericana sobre este problema cril·
dal ha sido tan importante que, al menos en Francia, se designa al grupo de investiga·
dores de Berkeley como escuela. Los trabajos de Borah y Cook son ya muy abundantes.
Entre 9tros, Price Trends of some Básic Commodities in Central Mexico, 1531-1570, Berkeley 11
y Los Angeles, 1958. The Population of Central Mexico in 1548. An Analysis of Suma de visitas 1
de pueblos, 1960. The Indian Population of Central Mexico, 1531-1610. 1960. También nume- 1
rosos artículos, entre los cuales cabe destacar, «The Rate of Population Change in
Central Mexico, 1550-1570», en The Hispanic American Historica/ Review, Vol. 37, Nº4,
noviembre de 1957, pp. 463-470.
LA soCIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 79

encomenderos. En teoría, los oidores debían realizar cada año «visitas de


la tierra». En el curso de la visita el oidor debía inquirir, de acuercl.o con un
cuestionario elaborado por anticipado, sobre la organización social pecu-
liar de cada comunidad, sobre la efectividad de la evangelización, sobre las
actividades económicas de los indígenas y sobre sus relaciones particula-
res con los encomenderos y la manera como se cumplían las tasas de tribu-
tos. El visitador modificaba en ocasiones las tasas de tributos, escuchaba
las quejas de los indígenas y procedía a sancionar sumariamente a los en-
comenderos que encontraba culpables de abusos contra los indios. Aque-
llas visitas en las cuales se fijaba una nueva tasación de tributos suelen
contener recuentos de indígenas tributarios, es decir, de población mascu-
lina adulta, entre los 17 y los 55 o 60 años.
Desde este punto de vista, las visitas de la tierra pueden clasificarse, a
grandes rasgos, en dos tipos según el objetivo principal que perseguían.
Unas estaban destinadas a determinar la población tributaria y a establecer
una tasa genérica en frutos y en trabajo. A este grupo corresponde la casi
totalidad de las visitas efectuadas entre 1550 y 1572. Un segundo grupo de
visitas tenía no sólo por objeto determinar el tributo, esta vez individuali-
zado, sino también «poblar» a los indígenas reduciéndolos a centros semi-
urbanos, «a la manera de los españoles». Este tipo de visitas se efectuó
entre 1593 y 1635. En ellas se cuidaba de establecer no sólo la población
tributaria sino también la de mujeres e hijos («chusma»), el número de re-
servados y el de indígenas que había huido de los repartimientos.
El empleo de las cifras contenidas en las visitas plantea, en la mayoría
. de los casos, el problema de estable~er la proporción que existía entre un
número dado de tributarios y la _población total. A menudo, el número de
tributarios ni siquiera representaba el total de la población masculina activa
en ciertas regiones. El recuento de Jos indígenas por grupos étnicos tampo-
co podría hacerse sino de manera hipotética. Además de que el desarraigo
entre los indios fue uno 'de los efectos más constantes de la ocupación es-
pañola, todas las cifras contenidas en las visitas de la tierra se refieren al
espacio efectivamente dominado por los españoles, es decir, al ámbito so-
bre el cual la ciudad irrad~aba su influencia. En este sentido la expresión
«indios de visita» equivale a indios sometidos a la carga del tributo. Un
grupo de encomenderos se identificaba a través del centro urbano en el
cual eran vecinos y en donde, por obligación, debían tener «casa poblada».
Podía ocurrir que la ciudad se fundara cerca de un grupo indígena especí-
fico sin que esto significara que los indios encomendados pertenecieran
todos a ese grupo. Entre los vecinos de Pasto, por ejemplo, estaban enco-
mendados indios pastos, sibundoyes y quillacingas. Tunja tenía bajo su
80 HISTORIA ECONÓMICA Y

jurisdicción indios chibchas, laches, chiscas y «capitanías» o grupos han~


dales que provenían de los llanos.
Aunque en algunos recuentos se menciona a los indios «huidos», éste
no es el caso de las primeras visitas. Además de este fenómeno migratoridI
que debió ser muy frecuente en los primeros tiempos, los grupos margina~·
les -que acogían con frecuencia a los fugitivos- debieron quedar siempre
fuera de los recuentos. Regiones enteras permanecieron replegadas durani
te mucho tiempo y ajenas en lo posible a contactos con los españoles. IndÍ- ·
genas que habitaban en el curso medio del Magdalena (carares, yareguíes)
'\
y en la costa del Pacífico (cuevas, noanamas, chancos, etc.) fueron reduci~
dos muy tardíamente y, por lo tanto, no aparecen consignados en recuen~
tos de visitas. ·
Éstos son algunos de los problemas, entre muchos otros, que plantea la
utilización de las visitas como fuente estadística para establecer el tamañÓ
de las poblaciones aborígenes en América. Con todo, su empleo represent~
ventajas inconmensurables con respecto a los datos más comúnmente cita:
dos hasta ahora y contenidos en cronistas y relaciones de la Conquista. En
este tipo de documentación suele encontrarse un recorte ficticio y general-
mente convencional en «provincias» y «valles». A pesar de esta preocupa~
ción de cronistas y observadores de la época de la Conquista para hacer
una distinción -aun fuera superficial- entre los grupos étnicos, enlama-.
yoría de los casos se ven excedidos por las necesidades «dramáticas» de Sl.l
género literario o por el deseo de maravillar. Los conquistadores son asal:
tados por «nubes de indios» o bien encuentran valles y pueblos que nadie
sabría identificar en un mapa con alguna certidumbre. Una «provincia;>
designa a veces una región no explorada y cuya vaga noción ha sido reco;
gida de los decires de los indios, probablemente deseosos de desembara-
zarse de sus huéspedes. Un «valle» puede designar io mismo un hábitat
indígena que la unidad territorial que corresponde a un grupo definido
pero que hoy resulta imposible identificar.
Así, el método que consiste en sumar las cifras indicadas aquí y allá en
una crónica de la Conquista parece mucho más inseguro que atenerse a los
recuentos de las visitas. Éstas, si bien son tardías con respecto a la época
de la Conquista, se repiten en varias regiones de manera que señalan co11
cierta regularidad la tendencia décreciente de la población indígena. Y aun·
cuando estamos limitados a los solos datos recopilados para los núcleos
urbanos y sus alrededores el espacio efectivamente dominado por los es~
pañoles, no hay duda de que este espacio contenía la parte más consid~
rable de la población indígena.
Li\ soc!EDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 81

En el caso de la Nueva Granada, se conservan testimonios (o autos de


visita) de por lo menos 25 visitas de la tierra verificadas entre 1558 y 1657.
Éstas cubren, en general, las regiones más importantes en cuanto a la den-
sidad de población indígena. Algunas regiones como Tunja, Pamplona y
Cartago tuvieron de cuatro a siete visitas, lo cual permite conocer con al-
gún detalle la evolución de la población de estas regiones específicas. En
otras (Santa Fe, Popayán) se conocen cifras que no provienen de las visitas
sino de informes de corregidores sobre el pago de tributos. La sistematiza-
ción de estos informes, mucho más abundantes que las visitas, permitirá
sin duda una aproximación más adecuada al problema.
Como puede observarse en el Cuadro 2, entre 1558 y 1568 se realizaron
trece visitas, un poco más de la tercera parte de todas las que se llevaron a
cabo en un siglo. Bien es cierto que antes de 1558 ya se había realizado una
visita.
Tan pronto como se instaló la Audiencia en el territorio de la Nueva
Granada, s_e ordenó la primera «visita de la tierra», que se llevó a cabo en
la provincia de Tunja. Según el relato de A9uado, fue designado con este
propósito el capitán Juan Ruiz de Orejuela 11 . Los autos de esta visita no se
conservan aunque han podido cónsultarse dos referencias documentales.
Una menciona el envío de los autos de varias visitas al licenciado Angulo
de Castejón, quien los había solicitado a la Audiencia el 26 de enero de 1562
para iniciar su propia visita a la provincia de Tunja118 . Según la referencia
del envío, la visita constaba de 228 folios. Más tarde,•en 1564, el capitán
Gonzalo Suárez Rendón la menciona y alude al hecho de que esa visita
sirvió para fijar!ª primera tasación de.tributos (en 1556), tal como lo mencio-
na Aguado 1 9 . Este hace una descripción mir;mciosa de la visita y su relato
se ajusta perfectamente.a las prácticas de las primeras visitas. Es evidente
que el cronista consultó los autos originales y, por lo tanto, sus informaciones
(entre otras, la que se refiere al número de indios) merecen entero crédito.
Aguado hace notar que la visita fue posible grc;.cias a que

... estaban ya algo asentadas las cosas del Perú de las alteraciones pasadas
120
de Pizarro ...

Debe recordarse que aún en la Nueva Gn;mada las Leyes Nuevas causa-
ron sobresalto entre los encomenderos y que su aplicación se suspendió

117 Op. cit., I, p. 404.


118 AHNB. Cae. e ind., t. 5 f. 470 r. ss.
119 Op. cit., I, p. 409.
120 Ibid. p. 404.
d

CUADR02 00
N
VISITAS DE LA TIERRA*

Tunja Santa Fe Vélez Pamplona Popayán Cartago Pasto


1558 T. López
1559 C. Bueno T.López T. López
1560 T.López T.López T.López
1562 Angulo C. Angulo
1562 Villafañe An!?lllo
1568 Angulo C.
1569 Hinojosa
1570 G. Valverde
1572 Cepeda Cepeda
1585 Tuesta
1586 Montalvo
1591 F. Berrío
1593 M. !barra
1596 EgasG.
1600 Henríquez
1602 Beltrán G. t!;:
(/)
1617 Lesmes .....¡
o
1623 Villabona
1627 Lesmes
~
tri
1635 Valcárcel n
1637 S. Isidro M.
~

1641 Carrasquilla n~
1657 Baños >
-<
LA soCIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 83

rudentemente. Ahora bien, corno lo observa Aguado, en el momento de


~sta primera visita todavía pesaba sobre los encomenderos la amenaza de
las Leyes Nuevas que condenaban el sistema de la encomienda a la extin-
ción. Entre otras cosas, estas leyes ordenaban que se redujera el número de
indios encomendados cuando pareciera excesivo y una parte se pusiera en
la Corona o se encomendara de nuevo entre los conquistadores que no hu-
bieran obtenido esta merced. En noviembre de 1548, el rey ordenó que se
averiguara el número de indios en la Nueva Granada y se procediera a su
reparto,
121
... lo más justo e igualmente que pudiéredes ...

Así, este primer recuento habría tenido por objeto introducir una regla
de equidad en el repartimiento de encomiendas, de tal manera que algunos
_ de los conquistadores no se vieran defraudados. Esto explica una afirma-
ción del capitán Gonzalo Suárez Rendón, según la cual en la visita de Ruiz
de Orejuela no se había enumerado ni la tercera parte de los indios, pues
los encomenderos habían persuadido de antemano a los caciques y capita-
nes para que declararan un número de sujetos menor, en la creencia de que
. ,
les qultanan par t e d e 1os m. d"10s122.
En noviembre de 1558, el licenciado Tomás López comenzó la visita
más completa de que se tenga noticia. Recogió cifras de población en Pasto,
Popayán, Cali, Cartago, Anserrna y Cararnanta123 • Entre abril y agosto de
1560, el oidor visitó la provincia de Tunja. Allí no hizo recuento de pobla-
ción sino que se limitó a averiguar la-s condiciones generales de la vida de
los indios y los abusos de los encomenderos, Al mismo tiempo -mayo de
1560- fue hasta Pamplona y allí recibió informes de los caciques de esta
provincia acerca de la doctrina, los trabajos en las minas y el tamaño de la
población. . ' ·
Pamplona había sido visitada"'seis meses antes. (en 1559) por el escriba-
no de Díez de Armendáriz, Cristóbal Bueno. El escribano no asistió perso-
nalmente a cada pueblo sino que comenzó su recorrido desde la parte más
septentrional de la provinc;ia y la visitó en dirección norte-sureste-oeste-
noroeste-sur, trazando un círculo alrededor de Parnplona124 y situándose
cada vez en alguna parcialidad. Desde allí podía hacer venir hasta él a los

121 DIHC. IX, 305, R. C. de 27 de noviembre de 1548.


122 AHNB. Cae. e ind., t. 5 f. 517 r.
123 AGI. Quito L. 60.
124 AHNB. Vis. Sant., t. 3 f. 690 r. ss.
84 HISTORIA ECONÓMICA Y

caciques o principales de cada pueblo, a veces el pueblo entero o parte


él. Por eso la casi totalidad de los recuentos se hicieron de manera inc:lirec-
ta, valiéndose de un intérprete y de granos de maíz para contabilizar a lo~
indios ausentes. Debieron ocurrir, naturalmente, malentendidos, cuent~s
erróneas, omisiones o accidentes de este tipo. · ··
En 1560 también se llevó a cabo una visita en Cartagena, efectuada por
el oidor Melchor Pérez de Arteaga 125 . La fecha de esta visita es la más ta~~
día, si se tiene en cuenta que los primeros contactos de los españoles cq~
los indígenas de la región databan de comienzos del siglo. ··
Estos indios, en otro tiempo excelentes orfebres, habían conocido la es•
clavitud y las razzias de los mercaderes de Santo Domingo desde 1502. Hasta.
el momento de la visita habían sido obligados a proporcionar no sólo el
abastecimiento de Cartagena sino también el de los navíos que llegaban
allí. Servían, al lado de esclavos negros, en las casas de los españoles de·
Cartagena o en sus estancias.
Los indios que quedaban constituían apenas el vestigio de lo ~ue había
sido una alta cultura cuya filiación no ha sido bien establecida12 . En 1560
tampoco se perciben huellas de su organización social primitiva. Sólo restan
los nombres con que se designaban a los miembros de estratos superiores
(guauzarites, nemolnes, pan, chimaes, micaya) y algunas formas comunitarias
en el trabajo agrícola que se compensaban con bebidas y alimentos. Los
indios eran excesivamente pobres y no cultivaban sino maíz o mantenían
unos pocos cerdos y gallinas. Algunos grupos que habitaban a orillas del
mar eran exclusivamente pescadores y debía obligárseles a cultivar para
satisfacer el tributo. Aunque se mencionan ciento treinta pueblos, las for~
mas de poblamiento eran anárquicas y los indios huían de todo contad()
con los españoles. Según el visitador,

estaban algunos pueblos apartados en espacio de una y dos leguas y metido


cada bohío en los montes y arcabucos y ellos mismos no se podían comuni-
car ni ver ... se hallaron tan rústicos y zahareños que no se dejaban comuni-
car, que los niños y las mujeres huían de los españoles y se escondían en los
dichos montes ...

El cuadro sombrí9 que deja entrever la visita de 1561, la única conocida


para este período en las regiones de la costa, se completa con algunas cifras

125 AGI. Santa Fe L. 56. Relación de las visitas y tasas de los indios naturales de la Gobemació11c[e·
Cartagena, costa de Tierra Firme y mar del Norte, que se hicieron por el licenciado Melclzor de
Arteaga, oidor de la Real Audiencia del Nuevo Reino de Granada: mio de 1561.
126 Cf. C. O. Sauer, op. cit., p. 268.
LA soCIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 85

arciales. El visitador había enviado comisiones a diferentes partes pero


Pn el momento de redactar su relación no le habían llegado todavía datos
~e Mompox, Valle de Upar y Villa María. Así, tuvo que contentarse con
fijar la tasa de, los indígenas de los alrededores de Cartagena y de los de la
región de Tolu.
Las visitas del período 1558-1568 culminan con las que realizaron los
oidores Diego de Villafañe en Santa Fe (1564) y Angulo de Castejón en
Tunja, Vélez (1562), Cartago y Anserma (1568). Estas visitas tenían por ob-
jeto volver a fijar los tributos que habían sido señalados originalmente por
el lincenciado Briceño en el Nuevo Reino y por el licenciado Tomás López
en el occidente. Esta «retasa» tenía que tomar en cuenta las transformacio-
nes operadas en la población indígena desde las visitas de Ruiz de Orejuela
yde Tomás López. Sin embargo, las objeciones del fiscal García de Valver-
de a la retasa de Angulo arrojan serias dudas sobre la verosimilitud de las
cifras que se conservan de la visita. El visitador había adoptado el mismo
procedimiento de Ruiz de Orejuela y había convocado a los caciques, quie-
nes.- por medio de granos de maíz, le manifestaron el número de sus suje-
tos. Pero, además, Angulo de Castejón confío el control de las cifras a seis
diputados de la ciudad de Tunja, encomenderos ellos mismos. Esta vez el
interés de los encomenderos sí tendía a aumentar el número de tributarios.
Según el cacique de Turmequé

... en la visita que hizo el Licenciado Angulo, como no pa~ecieron los indios
personalmente, sino por los números que los encomenderos les hicieron
dar a cada cacique, no dándoles a entender con qué fin se hacía la dicha
visita, dieron número de dos tercio~ más de indios de los que realmente
127
tenían, con el cual engaño fueron muy cargac;los en los tributos ... .

En el curso del proceso en que el mestizo don Alonso de Silva se enfrentó


a su encomendero Miguel Holguill para obtener el cacicazgo de Tibasosa,
se puso de presente también cómo los encomenderos exigían a los indios
un tributo muy por encima de las .tasas ordenadas por Angulo. Alonso de
Silva argumentó que, aun ateniéndose a las tasas la tributación, eran exce-
sivas puesto que las cifras de tributarios no correspondían a la realidad.
Para probar su alegato se valió de una confrontación entre las cifras obtenidas
por Angulo y las más recientes del licenciado López de Cepeda (1572). En
52 pueblos mencionados la diferencia era de 6.763 tributarios, los cuales
equivalían a un 72% de disminución entre 1561-1562y1572128 .

127 Cit. por U. Rojas, El cacique, p. 447.


128 AHNB. Cae. e ind., t. 61 f. 399 r. ss.
86 HISTORIA ECONÓMICA Y

A pesar de que los puntos de vista de Diego de Torres y de Alonso


Silva coincidían con los del fiscal García de Valverde en el sentido de
siderar excesivas las cifras de Angulo de Castejón, surge, sin embarg0t.
cierta contradicción al considerar el sentido de los argumentos expuesto~.
Según el fiscal, las cifras de Angulo eran inverosímiles porque no recon~
cían en toda su extensión la catástrofe demográfica indígena. Por el contra;·
rio, Alonso de Silva suponía que la diferencia entre las cifras 1561-1562.y;
las de 1572 no podía ser tan grande, es decir, que en diez años no podía
haberse operado una disminución tán drástica de la población indígena; ·
Habría entonces que concluir, forzosamente, que las cifras del licenciad~
Cepeda tampoco merecen confianza.
En Vélez, Angulo acudió también a diputados de los encomenderos para.
que declararan el número de indios sujetos a cada encomienda129 . Esta·
provincia había sido visitada dos años antes por el oidor Tomás Ló'-
pez130. La confrontación de algunas cifras tomadas de las dos visitas'
arroja un resultado desconcertante: algunos pueblos que aparecen con me-:
nos de cien tributarios en 1560, dos años más tarde declaran, por boca de·
los diputados, más de 150 y hasta 200.
De la visita de Diego Villafañe al distrito de Santa Fe no se conservan
sino las cifras relativas a Tocairna 131 . El recuento de Angulo de Castejón en
Cartago ha sido reproducido por el profesor Friede en su estudio sobre
los quimbayas 132 pero de su visita a Anserrna sólo quedan algunos frag"
rnentos133 .
Ahora bien, todos estos recuentos -practicados desde 1558 hasta
1568- constituyen una base parcial para determinar la poblaciÓJ1 indígena
en el territorio de la Nueva Granada. Parece superfluo advertir que la uti~
lización de estas cifras no pretende sino establecer un orden de magnitudes
que, por el momento, sólo puede calificarse de meramente descriptivo. Ellas
pueden ayudar a comprender el hecho cierto de la aÍi.iquilación de la po~
blación aborigen y la mecánica de este fenómeno. Con todo, corno se ha.
visto con las cifras recogidas en la retasa de Angulo de Castejón, hay tantas
incertidumbres al respecto -no susceptibles de corrección con las herra-'

129 Cf. Hermes Tovar, «Estado actual de los estudios de demografía hlstórica en Colombia»,
en ACHSC. Nº 5, Bogotá, 1970, p. 98, y Doc. 2, p. 119. ..
130 Ibid. Doc. 4 p. 127. ·
131 AGI. Patr. L. 195 r. 24.
132 Friede, op. cit., p. 123.
133 AGI. Patr. L. 162, Nº 1 r. 9. Tasa de Pirsa y AHNB. Vis. Cauca, t. 1 f. 834 r. f. 569 r. Tasas
de Tabuya y Supinga. Friede menciona (Los quimbayas, cit. p. 117) la cifra de seis niil
tributarios en Anserma en el momento de la visita de Angulo.
INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 87

r.fAPA4 , ,
NUEVO REINO DE GRANADA. DENSIDAD DE LA POBLACION INDIGENA
Cifras de López de Velazco (1670)

CONVENCIONES

• DE 3500-2500 TRIBUTARIOS (PROMEDIO)


• DE 2000-1000
G DE 900-150
9 DE 100-00
88 HISTORIA ECONÓMICA Y

mientas usuales de la estadística- que resultaría pretencioso y •.u•LLLJLt:filtl•


fico exhibir algún resultado como definitivo y no susceptible de correccio-". .·
nes interminables. Este margen razonable de duda sobre la magnitud Yla'·
precisión de las cifras no afecta la hipótesis central, basada en testimonios
de la más diversa índole.
Las cifras conocidas para el período 1558-1564 (o a más tardar, 1568)
presentan una ventaja que hasta ahora no había habido oportunidad de
advertir. Se trata de su coincidencia, con las que trae la Geografía y descrin- .
ción universal de las Indias, de Juan López de Velazco. No se trata en modo.
alguno de un hecho fortuito. López de Velazco tuvo acceso a los documen~
tos recién llegados de las Indias cuando redactó su Geografía y debió con~
sultar las visitas que se efectuaron entre 1559y1564(o1568) en el territorio
de la Nueva Granada. Así, algunas cifras que faltan para ciertas regiones
pueden ser suplidas por los datos del cronista y otorgárseles un margen de
credibilidad equivalente. En algunos casos no hay indicios de que las cilias
de López de Velazco procedan de una visita (el caso de Santa Fe de Antio-
quia, por ejemplo) pero pueden tener un origen todavía confiable. Debía
tratarse de los apU1Úamientos hechos por los caudillos de la Conquista, en
los cuales se precisaba el número de indios repartidos entre los encomen-
deros de una región. En todo caso y prescindiendo de su coincidencia con ·
los recuentos de las visitas, las magnitudes de López de Velazco no traspa-
san en ningún momento los límites dela verosimilitud.
Esta coincidencia (véase Cuadro 3) afecta a casi la mitad de los centros
urbanos que existían entonces en la Nueva Granada. Si se descuenta el caso
de Pamplona y otras discrepancias menores debidas a la necesidad de re-
dondear las cifras o errores aritméticos, la equivalencia es casi del 100%
(las cifras de López suman 126.300 y las de las visitas 123.478). En cuanto
a las cifras mismas, las de las visitas conocidas repres~ntarían un 39% de
la totalidad representada por las de López de Velazco. ·
Como se ha sugerido, no todas las cifras de López de Velazco provienen
de las visitas. Las de los ·pijaos, por ejemplo, pueden provenir de un informe
del presidente Venero de Leiva quien, según fray Alonso de Zamora, habría
recorrido la región y encontrado 18.000 indios de macana 134 • Las cifras
de Santa fe de Antioquia, Timaná, La Plata, Neiva y algunas otras pro-
vendrían de «apuntamientos» hechos por los mismos conquistadores.

134 Cit. por Enrique Ortega Ricaurte, Los inconquistables (la guerra de los pijaos). Docs. del
AHNB. Bogotá, 1949, nota de la p. 106.
J,¡\SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 89

cu.ADRO 3
pOBLACIÓN INDÍGENA DE LA NUEVA GRANADA. 1558-1564 (1567)

Tributarios Tributarios
Ciudades López de Velazco* (visitas) Visita de:
oriente (N. Reino)
Tunja 53.000 53.465 Angulo de Castejón 1562
Santa Fe 50.000 Diego de Villafañe 1562
Pamplona· 20.000 10.603 Cbl. Bueno 1559
Tomás López 1560
Vélez 6.000 5.472 Angulo de Castejón 1562
Muzos y colimas 15.000 En 1584 Guillén Chaparro
encontró 8.982 tributarios.
La Palma 13.000
Tocaima 3.200 3.982 Diego de Villafañe 1564
Mariquita 2.000
Ibagué 3.000
San Miguel 10.000
Totales 175.200 73.522

Grupos marginales
Paeces Pijaos 30.000
Neiva 2.500
Totales 32.500

Occidente
Pasto 24.000 22.857 TomásLópez 1558
Popayán 9.000 8.320' Ibid. 1559
Cali . 3.000. 3.254 Ibid. 1559
Cartago 4.500 4.573 Ibid. 1559
Anserma 3.050 Ibid. 1559
Almaguer 3.600
Iscancé 5.000 8.364 Ibid. 1559
Caramanta 1.000 1.050 Ibid. 1559
Arma 17.000
Timaná 4.500
La Plata 4.0ÓO
Buga 5.000
Madrigal· 1.200
Yutango** 15.000
Sta. Fe de Ant. 6.000
Totales 107.800 51.468

(Continúa en la página sigz.¡iente)


~··

90 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l


(Continuación Cuadro 3)

Tributarios Tributarios
Ciudades López de Velazco* (visitas) Visita de:
La Costa
Cartagena 2.000 2.562 Melchor Pérez de Arteaga
Tolú 1.700 3.249 Ibid.
Villa María 1.800
Mompox 2.000 2.500 López de Cepeda
Tenerife 1.500 780 Ibid.?
Tamalameque 500
La Ramada 400
Totales 9.900 9.091
* Transcripción tomada del artículo de H. Tovar, El Estado actual ... , cit. p. 104.
** Ituango (?). Aqui puede tratarse de un error en la transcripción o de una mención errónea
de una localidad peruana. Los 15.000 tributarios se excluyen de los cálculos posteriores.

Si se aceptan las cifras de López de Velazco corno un complemento de


las visitas, puede concluirse que, en el período comprendido entre 1sss:
1564 -y a más tardar 1568-, existía una población indígena cuya base era
de 300.000 tributarios. Se supone también que esta cifra apenas representa
la población sometida al régimen de la encomienda (con excepción de los
30.000 pijaos y paeces), ubicada en torno a centros urbanos españoles. Mu~
chos indígenas, en efecto, no se sometieron jamás a la tutela de los enco-
menderos y andaban huidos en sitios inaccesibles y refugiados entre otros
grupos rebeldes. La región del Chocó, por ejemplo, debió recibir oleadas
de fugitivos de Antioquia y del valle del Cauca. Las regiones selváticas del
valle del Magdalena opusieron también una resistencia obstinada a los es-
pañoles y sólo a comienzos del siglo XVII se sometieron al control de un
fortín militar ubicado en Barrancas Bermejas. ·
El reparto de 175.000 tributarios en el Nuevo Reino y de 92.000 en la
región occidental del país apenas es indicativo de una hipotética distribu~
ción de densidades demográficas en las dos zonas. Corno se verá más ad~
lante, la zona occidental del país debió sufrir una merma mucho más
considerable que la oriental. Así, sólo un estudio comparativo de la evolu-
ción demográfica de las dos zonas puede indicarnos algo de lo que pudo
ocurrir en el lapso de lbs 22 o 26 años que habían transcurrido entre el !

momento de la Conquista y las visitas -del licenciado Tomás López y el


oidor Angulo de Castejón. En cuanto:ª la región de la costa y los grupos
marginales, resulta dificil precisar la suerte que corrieron. La cifra de 9.900
tributarios para la Costa es indudablemente precaria. Habiendo transcurrí-
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 91

do más de medio siglo desde los primeros contactos con los conquistado-
res, ni aun las cifras completas de la zona podrían darnos un indicio de lo
que debió ser la población original.

Las cifras de las visitas


El proceso de la aniquilación de los indígenas es claramente perceptible a tra-
vés de los recuentos sucesivos efectuados en el curso de las visitas de la tierra.
Como se ha visto, se conservan autos de más de treinta visitas realizadas en
el territorio de la Nueva Granada en el lapso de un siglo. Estas cifras, aun
refiriéndose a diferentes épocas, no cubren sino una fracción del país. Aunque
la jurisdicción de la Audiencia comprendía más de treinta centros urbanos en
los cuales existieron encomiendas, algunos de ellos no fueron jamás visitados
0 lo fueron sólo muy tardíamente. Así, para el efecto de obtener una visión
- cronológica del proceso sólo poseemos datos utilizables para seis y, a lo sumo,
ocho regiones del país. Las cifras, felizmente, están repartidas equitativamen-
te entre el oriente y el occidente de la Nueva Granada.
Debe advertirse también que no todas las cifras recogidas en una visita
aparecen completas en los autos que se conservan. Y aun cuando los autos
se hallan intactos, existe casi la certidumbre de que no todo el territorio
aparece representado en ocasiones. Traslados de pueblos, refundiciones,
cambios de toponimia, etc., dificultan tomar las regiones como unidades
equivalentes. El fenómeno demas.iado frecuente de migraciones masivas
de indígenas y su refugio en otras comunidades contribuye a la confusión
con respecto a las cifras que poseemos.
Con todo, la tendencia general de curvas.'elaboradas a partir de estas
cifras muestra claramente un proceso gradual de aniquilamiento, cuyas
proporciones suelen variar de una región a otra. Resumiendo la informa-
ción que ha podido reconstruirse a_ través de los autos de visita, tenemos el
Cuadro 4135 . · '

135 Las fuentes para estas reconstrucciones se indican a continuación: AGI. Quito L. 60 f. 1
r. ss. contiene las cifras de la viSita de Tomás López a Pasto, Almaguer, Popayán, Cali y
Cartago. Cifras parciales de esta visita en Pamplona en el AHNB. Vis. Sant., t. 9 f. 930 r.
Mise., t. 15 f. 916 r. SS., t. 58 f. 688 r. SS., t. 85 f. 955 r. SS., t. 94 f. 344 r. SS., t. 77 f. 325 r. SS.,
t. 57 f. 912 r. SS., t. 77 f. 898 r. SS. f. 214 r. SS. Cae. e ind., t. 46 f. 166 r. SS., t. 32 f. 640 r. SS. Las
cifras que sirvieron para la retasa de Angulo de Castejón en AHNB. Cae. e índ., t. 5 f. 574
r. ss. Reproducido por Jaime Jaramillo Uribe en su ensayo «La población indígena en
Colombia en el momento de la conquista y sus transformaciones posteriores», en el
ACHSC. N 9 2, 1964, pp. 266 y ss. Reproducido una vez más, con algunas correcciones,
en el mismo Anuario Nº 5, 1970, pp. 115 y ss. Completan estas cifras las que trae el
"TV ..

92 HISTORIA ECONÓMICA y

CUADR04
CIFRAS DE POBLACIÓN Y TASAS DE DECRECIMIENTO*

Visita Tunja Vélez Pamplona Popayán Cartago Pasto·


1558 22.857 l
1559
1562 53.465 5.472
31.855 8.284
t
-0,0291
4.573

-0,0512
t
l
-0,0497.
1568
t t ! t
2.876

1
1569 -0,0329 -0,0213 6.228
t
1570
l ! -0,0302 -0,0570 12.612
1572
1585
1590
38.495

t
-0,0233
t
4.348

I l I -0,0228
!
1.100
t
-0,153
t
-0,0301

f
6.938
1602 18.572 -0,0212 8.663
!
1605
t 1 0,140
1607
1 1 -0,008 2.564?
t
1617 -0,0233 1.683
! -0,007
1623 10.149
J !
1627 1 t -0,0287 0,119
1635 8.610 -0,0454
!
1637
1641
!
4.526
1.117

* Los decimales precedidos por el signo menos indican la tasa.de decrecimiento anual entre
la cifra que los precede y la subsiguiente.

(Continuación nota 135)


profesor Friede para Duitama y Sogamoso en su artículo «Algunas consideraciones so-
bre la evolución demográfica en la provincia de Tunja», en el ACHSC. Nº 3, 1965, pp.17
y ss. Las cifras de Angulo para Vélez en AHNB. Tributos, t. 6 f. 4 r. ss., reproducidas por
H. Tovar en su artículo «Estado actual», cit. p. 121. Este autor reproduce también en
detalle la visita realizáda por Cristóbal Bueno a Pamplona en 1559,lbid. p. 131. Las res-
tantes cifras para Vélez en D. Fajardo, op. cit. Otras cifras para Pamplona en el AHNB.
Vis. Sant., passim. Las cifras de la visita de Luis Henriquez en AGI. Cont. L. 1775. Los
autos parciales en elAHNB. Vis. Boy. (v. nota68). Las visitas de Pedro de Hinojosa y de
García de Valverde para Popayán y Pasto en AGI. fusticia L. 639 f. 119 r. ss. Quito L. 60.
La cifra citada para Pasto en 1.590 en ACG. Popayán, CL Sign. 785 ff. 1-4, cit. por Jaime
Jaramillo U., art. cit. La visita de Miguel de !barra. en AGI. Santa Fe L. 164 Doc. 1 bis.
Otras cifras en los libros y artículos citados de J. Friede.
LA socIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 93

GRÁfICO 1 , ,
cURVAS DE POBLACION INDIGENA (TUNJA, CARTAGO, PAMPLONA)
PROVINCIA DE TUNJA
Tributarios
60.000
50.000
.......
40.000
"'
30.000

20.000
' ' .... ........
10.000

" ~

...
o

Población total PROVINCIA DE PAMPLONA

30.000
25.000
20.000
15.000
..........
........... ~
10.000
. . . K ··.., .. ~
5.000 ...

CARTAGO (químliayas) ~egún JUAN FRIEDE


Tributarios
15.000 - .
10.000 \
.\ \
5.0QO

\
' ~ "-..
94 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIA.¡;[

El Cuadro 4 contiene cifras que se refieren tanto al oriente como al O<{


cidente de la Nueva Granada. Las regiones de Tunja, Popayán y Pasto pr~.
sentan similitudes geográficas que se veían alteradas por la inclusión et\
esta última zona de grupos indígenas de las vertientes. Cartago, Pamplo-
na, y en parte Pasto y Popayán, eran regiones mineras. En Vélez, los indios
no sólo eran empleados en la minería sino que debieron servir, hasta 1560,
en el transporte de los géneros europeos que se desembarcaban en el puerto
del Carare. Las seis regiones no sólo poseen una documentación satisfac~
toria respecto a cifras de población, comparables cronológicamente, sino
que exhiben una gran variedad climática, eran el asiento de culturas cuya
evolución se escalona entre la organización tribal y el logro de unidades
más complejas y, durante la época colonial, fueron explotadas económica-
mente de diversas manera·s.
Ahora bien, todos estos factores contribuyen sin duda a explicar la va-
riedad en las tasas de decrecimiento que pueden calcularse en diferentes
épocas. Si, de acuerdo con el método de Borah y Cook, se aplica a las cifras
obtenidas de las visitas la fórmula de desintegración de un elemento
radioactivo136 se obtiene una visión de conjunto del proceso por el que atra-
vesaban estas regiones posteriormente a la Conquista. Estas tasas de decreci-
miento no son en modo alguno exageradas. Borah y Cook han encontrado
tasas parecidas para el valle central de México. Dividiendo la zona en once
regiones descritas como altiplano y costas o tierras bajas, encuentran que en~
tre 1532 y 1568 estas últimas tienden a declinar mucho más rápidamente que
las primeras (con -6,87% contra -3,74% al año) 137 .
En el caso de la Nueva Granada se presenta un panorama similar. En la
región de Pasto, por ejemplo, los índices de disminución varían entre los
diferentes grupos, según habiten o no el altiplano y se les dedique o no a
labores de minería. Si se comparan las cifras de la visita de Tomás López,

136 W. Borah y Sh. Cook, «The rate ...», art. cit. p. 466. La fórmula es:
dN
dt = KN Integrada,

-log. nat. N + C = Kt, en donde N =población, t =tiempo y K =constante, entre los límites
t = a y t ,; b. Así:
Nb
log.nat. Na = K (ta - t¡,)

En el caso concreto de Tunja, por ejeipplo,Nb=poblaciónen 1562,Na =población en 1572


ta 1572, tb = 1562.
137 The Indian Population, cit. pp. 33 y 42.
LA socIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 95

en 1558, con las que tomó doce años más tarde el fiscal García de Valverde
puede comprobarse cómo la disminución más fuerte se opera entre abades
y cibundoyes, obligados a trabajar en lavaderos de oro.
La región de Cartago, sede de la cultura quimbaya, presenta una situa-
ción característica. Los indígenas de la región fueron castigados sucesiva-
mente en las rebeliones de 1542 y 1557 y empleados en las minas vecinas
de Anserma y Arma desde 1544. Sus tasas de decrecimiento, muy altas
hasta 1600, debieron ser similares a las de los indios de Anserma, más nume-
rosos. Hacia 1627 ya no quedaban en Cartago sino 119 tributarios y apenas
541 en Anserma. Alcanzado un cierto límite de despoblación, es natural
que no se hayan ejercido las mismas presiones sobre el trabajo indígena, y
así las tasas de disminución se reducen. En Anserma, por ejemplo, después
de 1620 tuvieron que introducirse cuadrillas de esclavos negros para aten-
der la labor de las minas.

CUADROS
POBLACIÓN INDÍGENA DE LA REGIÓN DE PASTO

Disminución
Indios No. Trib. 1558 Rata anual(-) No. Trib. 1570 absoluta
Abades 2.902 -9,55 923 68,2
Cibundoyes 3.200 -6,88 1.371 57,2
Pastos 9.779 -4,59 5.700 42
I. del Valle 2.415 -4,49 1.425 • 41
Quillacingas 4.561 -3,02 3.197 30

En el oriente, las regiones de Vé'Iez y Pamplona -en las que se emplea-


ron igualmente indios en las minas- presentan dificultades para el análisis
dada la manera como se presentan· las cifras de población que se conocen.
El primer recuento practicado en Yélez se llevó a cabo cuando la población
indígena ya había sufrido el impacto que signifü:aba el duro trabajo de
transportar mercancías por el camino del Carare. En 1564 se abrió otra
ruta, el camino de Rionegro, transitable con recuas. En cuanto a las minas,
los indios que trabajaban en el Río del Oro se vieron en parte relevados por
esclavos negros. Para Pamplona, la tasa deducida de las cifras de 1559 y
1602 es más ambigua puesto que este lapso no coincide con la época de la
más intensa población de las minas. Si se tratara de un lapso más corto
-de 1559 a 1570, por ejemplo, cuando debió comenzar a declinar el trabajo
en las minas- es probable que la tasa fuera mucho más elevada.
Para el resto de las regiones est1:1-diadas la tasa puede calcularse en el
período comprendido entre 1558-1562 y 1568-1572. Se trata de una época
1 1

96

relativamente temprana aun cuando ya había transcurrido una generació!t


desde la época de la Conquista. Es probable que las tasas de disminución
de este período sean mucho más similares a las de la época antecedent~
(1537-1562) que las tasas calculadas para el período subsiguiente (1570-1600) 1
las cuales tienden a disminuir. La tendencia declinante de las curvass~
atenúa aún más en la primera mitad del siglo XVII y es posible que el pro't~
seso de disminución sea aún más lento en el curso de la segunda mitad;,
Esta al menos es la tendencia observada en los nueve corregimientos de!~
jurisdicción de Tunja, como puede comprobarse en el Cuadro 6.

CUADR06
PROVINCIA DE TUNJA
Población por corregimientos (tributarios)

Tributarios Tasas dismin. Tributarios Tasas dismin. Tributarios


Corregimientos 1600-1603 % 1635-1636 % 1688
Chivatá 2.244 -2,22 1.097 -0,71 686 ;·,,:
·~~

Sáchica 2.946 -1,70 1.574 -1,58 796


Turmequé 2.201 -2,49 920 -1,00 544
Tenza 1.821 -3,03 512 -0,11 478
Sogamos o 2.354 -1,98 1.173 -1,26 622
Paipa 1.443 -1,42 847 -0,39 688
Duitama 2.354 -3,18 790 -1,76 317
Gámeza 2.228 -2,65 872 -0,43 693
Cocuy 669 -1,26 428 -1,28 216

Si nos atenemos solamente a las tasas de decrecimiento registradas~~


el siglo XVI, cabe la posibilidad de avanzar, de manera .hipotética, cifras4~.
población indígena en el terr.itorio de la Nueva Granada para el moment°'
de la ocupación española. No sobra advertir que una extrapolación parecE
da se presta a objeciones más o menos obvias. En primer término, la d~.
basarse en un número indefinido de presunciones. Si se toma una tasa d.é
disminución -aunque se deduzca de dos recuentos conocidos entre (1S6q.
y 1570, por ejemplo)..2... presumimos automáticamente que el ritmo de di~;
minución de veinte o treinta años fue idéntico al de estos diez. Si se tiene,.
en cuenta un lapso más amplio, entre ~560 y 1600 por ejemplo, cuando el
ritmo es mucho más lento que el anterior, se incurre en el riesgo de pecar
por moderación.
Otro problema no menos arduo se presenta cuando se trata de aerer11u~.
nar el lapso de la extrapolación. Es conocido el hecho, por ejemplo, de
.M"APA s'.
PROVINCIA DE TUNJA. DENSIDAD DE LAPOBLACIÓNINDÍGENA.1600-1603. VISITA DE L. HENRÍQUEZ

~
- e=;·

••
CONVENCIONES [Tj

250 tributarios z
>
200 tributarios -<
C/l
e::
G 150 tributarlos [Tj

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5.
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CD
0
CD 10
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• • o::<:!

CORREGIMIENTOS
1- CHIVATÁ
2- SÁCHICA
3- TURMEOUÉ
4- TENZA
5- SOGAMOSO
6- PAIPA
7- DUITAMA
8- GÁMEZA
9- COCUY
10-TÁMARA


-...::¡
~

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MAPA6 00
PROVINCIA DE TUNJA. DENSIDAD DE LA POBLACIÓN INDÍGENA. 1635-1636. VISITA DE J. DE VALCÁRCEL

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CONVENCIONES
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......
[,A SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 99

tos indios de Pamplona tuvieron un primer contacto con los españoles en


1532,. con ocasión de la aventura de Ambrosio Alfínger. Los indios de Al-
maguer debieron así mismo ser afectados por el paso de las tropas de Be-
Jalcázar por la región, en 1536. Pero la ocupación definitiva de la provincia
de Pamplona sólo tuvo lugar en 1548 y la de Almaguer en 1550. ¿Pueden
extrapolarse entonces, en el primer caso 27 años y, en el segundo, 14 con
respecto a las visitas de 1559? ¿O sólo deben tomarse en cuenta los años
transcurridos desde el momento de la sujeción efectiva de los indígenas a un
sistema al que se le atribuye la catástrofe demográfica? Aparentemente la sola
presencia de los españoles bastaba para crear la posibilidad de una epidemia,
por ejemplo, o su avance podía dar ocasión a migraciones o a presiones entre
Jos grupos que ni siquiera habían entrado en contacto con ellos.
Sin embargo, para un cálculo global de la población indígena en el mo-
mento de la Conquista estas objeciones pasan a un segundo términó. La
- imprecisión misma de las cifras que se poseen, aunque más seguras que las
proporcionadas por los cronistas, no permiten sino moverse en un terreno
hipotético. Así por ejemplo, tiene que presumirse que las cifras de López
de Velazco -respaldadas en buena parte por datos contenidos en las visi-
tas- pueden servir como dato inicial para verificar una extrapolación.
Luego, cabe la posibilidad de moverse dentro de un límite máximo al es-
coger la tasa que debe emplearse. Finalmente, las fechas en que se sitúa la
extrapolación deberán fijarse de acuerdo con la versión,más corriente so-
bre los efectos catastróficos de la ocupación española.
Respecto a las cifras de López de Velazco, se sabe que fueron recogidas
entre 1559 y 1564. Posiblemente una, la'de'Mompox, proviene de la visita
de López de Cepeda, en 1.567. La mayoría, sin embargo, se sitúa entre 1559
y 1560. Así, puede escogerse esta última fecha como el punto de partida
para la extrapolación. El punto anteéedente no puede ser otro que el de la
fecha de penetración y de ocupación efectiva por parte de los españoles del
territorio de la Nueva Granada, que .puede fijarse en 1537.
Las tasas de decrecimiento fluctúan entre -3,29% y -2,50% en la región
de Tunja, si se toman diez años o todo el período comprendido entre 1562
y1635. En Pamplona, las tasas son de -3,02 y de -2,38 para períodos de 43
y de 82 años. En Vélez, la disminueión parece constante, con una tasa de
-2,12. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que a partir de 1560 los indios
de Vélez no son gravados con la carga de mercancías en el Ca11are. Santa Fe
experimenta una disminución un poco más rápida que la de Tunja, con una
tasa de -3,08 entre 1562, época de la visita de Villafañe (50.000 tributarios),
y 1593 (19.161 tributarios). Varias cifras de la región de Muzo, a partir ~e
~··

100 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL!

1584138, revelan también un descenso de -3,53 hasta 1617 y, a partir de esa ,


fecha, hasta 1629, de -4,25. Así, los límites para la región oriental de la 1
Nueva Granada pueden fijarse en las tasas de Santa Fe y Tunja, con llll j
máximo de -3,00 y un :trtínimo de -2,50. Estos extremos parecen basta.n..te
mo,derados y se da por descontado que la disminución pudo ser mayor. La 1
región occidental del país presenta tasas mucho más elevadas. Popayán al- l
canza el límite de -3,00 entre 1559 y 1569; Cartago sube a -5,12 y Pasto a 1
-4,97. Así, los extremos de esta zona, quedarían fijados entre -3,00 y-5,00%.
Si se aplican estas tasas de decrecimiento a las cifras de López de Vel.ai~ 1
co, obtenemos los siguientes resultados: · 1
Tributarios en la zona oriental en 1537
(baja: 175.000) (tasa de -2,5) = 311.000
Tributarios en la zona occidental
(baja: 92.000) (tasa de -3,0) = 183.000
Con el límite máximo de las tasas de decrecimiento, los resultados sóll
los siguientes:
Tributarios en la zona oriental en 1537 (tasa de -3,0) = 349.000
Tributarios en la zona occidental (tasa de -5,0) = 290.000
Posiblemente la realidad haya estado más cerca de la segunda hipóte-
sis. La población de las dos zonas debió de ser más o menos equivalentev
el impacto de la Conquista y la ocupación subsiguiente de-los españole"s
mucho más catastrófico en la zona occidental. No sólo muchas tribus de
esta zona ofrecieron una resistencia obstinada a la penetración española
sino que los indios fueron empleados masivamente en las minas. Si bien se
trataba de altas culturas, como lo ha demostrado Trimborn, su cohesión
social estaba muy lejos de haber alcanzado la evolución de los reinos chib:
chas. Los españoles solían justificar la desolación entre los indígenas atri~
buyéndola a luchas intestinas. Los cronistas describen un estado de guerra
casi permanente en el que resalta la frecuencia del canibalismo. Es posible
que, antes de la Conquista, haya habido luchas tendientes a la constitución
de unidades políticas de creciente complejidad. Pero, como lo había ofiser-
vado García de Valverde, los efectos de estas guerras no podían comparar-
se a los que causaba la presencia europea. La imagen de tribus pugnaces,
en guerra perpetua por los recursos disponibles, no concuerda con los es·
tadios antropológicos modernos que señalan una unidad subyacente entre
los grupos que habitaban el valle del Cauca. Trimborn ha discernido en.los

138 Cf. J. Friede, Informe cit.


LA socIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 101

relatos de los cronistas testimonios que se refieren no sólo a similitudes


Jillgüísticas y culturales sino también a la presencia de unidades dinásticas
en el norte de Antioquia y en la región de Popayán139 • Se trataba, en la
¡11ayoría de los casos, de sociedades en transición hacia formas señoriales
rígidamente jerarquizadas140 • Lo que debilita a estos grupos, en compara-
ción con los grupos más compactos del oriente colombiano, era precisa-
mente la diversidad que presentaban los estadios de esta evolución141 •
Las luchas de que dan cuenta los cronistas tanto en el occidente como
entre los reinos chibchas indican no sólo movimientos étnicos y presiones
entre los grupos sino también una relativa saturación del espacio. Por eso,
sí suponemos una población estacionaria y adoptamos un índice de 4 per-
sonas por cada varón adulto, pueden fijarse límites para la población total
de ambas zonas entre 2.000.000 y 2.500.000 habitantes. Estas cifras, muy
rnodernas todavía, no incluyen vastas regiones del territorio colombiano
para las cuales las cifras que se poseen son muy precarias.
La región de la costa, por ejemplo, ofrece problemas casi insolubles.
Aquí la alusión de los cronistas y de los conquistadores a la abundancia de
los indígenas es más frecuente que en otras partes. La región fue conocida
a partir de una época muy temprana y para cada expedición los relatos
rnencionan «nubes» de indios. Tanto más que su resistencia a los invasores
les atrajo la vaga denominación de «caribes» y la reputación de «comedores
de carne humana», convirtiéndose así en una mercancía fructuosa en los
mercados de esclavos de las Antil~as en las primeras détadas del siglo XVI.
Los relé;ltos de los cronistas y las relaciones oficiales revelan la existencia
de una gran variedad de grupos indígena¡;.~n el momento de los primeros
contactos eón los españoles. La primera éxpedición que llegó a penetrar
más allá de la provincia ·de Santa.Marta, la del alemán Ambrosio Alfínger,
• dejó una gran cantidad de nombre:; que se vuelven a encontrar más tarde
en los relatos de otros cronistas. La localización geográfica de tales nom-
!. bres o su identificación con algún· grupo que haya .subsistido resulta a me-
1 nudo imposible. Aun los grupos cuya identificación parece segura por
algunos rasgos culturales sobresalientes o por su localización en algún lu-
gar determinado (los tairOn.fiS, los arahuacos), en los relatos de los cronis-
tas aparecen sumergidos dentro de grupos más amplios142 .

1.39 Cf. Trimbom, op. cit., pp. 134 y 226.


140 Ibid. p. 209.
141 Jbid. p. 244 SS.
142 Cf. Gerardo Reichel D. Datos histórico-culturales sobre las tribus de la antigua gobernación de
Santa Marta. Bogotá, 1951, passim.
¡ i

102 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCfALJ

A raíz de su establecimiento en Cartagena y en Santa Marta, los espa.


ñoles sostuvieron frecuentes escaramuzas con los indígenas. Las cabalga~
das, como se ha visto, se convirtieron entonces en una fuente de ingresos.
Esta misma circunstancia retardó el otorgamiento de encomiendas, lo cua)
dificulta una estimación más o menos correcta del número de los indíge-
nas. Así, ninguna cifra podría dar cuenta de la magnitud inicial de las tri-
bus de la costa, mucho más diezmadas que las del interior del país durante
mucho más tiempo. El obispo de Cartagena mencionaba de paso una cifra
en 1544. La provincia habría tenido entonces cuarenta mil indígenas. Éste
no es un número elevado, aun si se trata solamente de tributarios. ·
Muchos indicios sugieren que las cifras de esta población han sido
subestimadas hasta ahora. A mediados del siglo XVI, Flórez de Ocariz, quien
había tenido acceso a toda la documentación de la Audiencia como escribano
de cámara, compuso un «tratado de encomiendas», hoy perdido, pero del
cual se conserva, en una copia del siglo XVIII, una relación de pueblos de la
provincia de Cartagena143 . Según esta relación, la provincia de Cartagena
contaba, en 1533, con un número de pueblos casi equivalente al de los rei-
nos chibchas. El nombre de cada pueblo 144 correspondía al de su cacique,
casi sin excepciones. Algunos de estos pueblos rendían en ocasiones tribu-
tos a un señor más poderoso, lo cual indica un grado superior de cohesión
política y social. La relación de Flórez se presenta como sigue:

CUADR07 1
PUEBLOS Y ENCOMIENDAS DE LA PROVINCIA DE CARTAGENA

1533 1560 1610


Localidad Pueblos Encomiendas Pueblos Pueblos Doctrinas
Cartagena 70 36 52 25 11
Tolú 88 68 78 24 6
Villa María 58 20
Mompox 44 23
Totales 260 147

Como puede observarse, en el curso del siglo XVI se había operado una 1

drástica concentración de los pueblos, reducidos aparentemente para faci- 1

143 Cf. Eduardo Rodríguez Piñerez, Docwnentospara la historia del Departamento de Bolívar, 1

Cartagena 1924, p. 103 ss. «Tratado de indios naturales de la provincia de Cartagena,


según su estado en el año de 1533, en que principió su formal conquista y pacificación
hasta el 1610».
144 Ibid. p. 209. Anotación de J. P. Urueta.
Li\socIEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 103

[itar la evangelización. En 1560, por ejemplo, Melchor Pérez de Arteaga


edujo 52 pueblos de Cartagena a 22 y 78, de Tolú, a 21. Se sabe, sin embargo,
~ue tales concentraciones se veían provocadas en realidad por la misma
catástrofe demográfica. El número inusitado de encomenderos hace pen-
sar también que se trataba de verdaderas aldeas, una sola de las cuales
podía dar cuerpo para la atribución de una encomienda.
Hacia 1625 existía todavía un número apreciable de encomiendas en la
sola provincia de Santa Marta: 21 en Santa Marta, con 681 tributarios; 6 en la
Ramada (122 tributarios); 17 en Córdoba y Sevilla (127 tributarios); 19 en Te-
nerife (286 tributarios); 4 en Tamalameque (286 tributarios), etc. En total, 106
encomiendas en las que se repartían 1.603 indígenas. El promedio de quince
indígenas por encomienda sigiere una pérdida considerable de población.
Existe, pues, la certidumbre de una declinación absoluta de la población
indígena como consecuencia de largos años de lucha con los españoles. Que-
dan por determinar los órdenes de magnitud que permitirían algunas com-
paraciones con otras regiones, de acuerdo con los rasgos de poblamiento
español, la actividad económica o el simple desarrollo histórico. Si nos ate-
nemos a las cifras de López de Velazco, las cuales provienen -como se ha
visto- de la visita de Melchor Pérez de Arteaga y probablemente de las
reglamentaciones que dio Juan del Junco para la navegación de los mali-
búes por el Magdalena, la cifra de algunas regiones de la costa ascendería
a250 mil indígenas hacia 1503.
Otras regiones como el Chocó,.Neiva y el Alto Magdalena sostuvieron
luchas que se prolongaron hasta bien avanzado el siglo XVII. La región de
Barbacoas no fue sometida sino en el cu~-q de la primera mitad de este
siglo. Si bien existen algunos recuentos, éstos datan del siglo XVIII y son
demasiado tardíos para dar una imagen aproximada de lo que debió ser la
población indígena original. Tribus ,de los llanos orientales fueron diezma-
das sistemáticamente también en el siglo xvn. Si bien se poseen algunas
cifras para esta región, qué provie~en de las visitas de Luis Henríquez y de
Valcárcel, su contenido no es comparable dada la movilidad de los grupos.
Se trataba casi siempre de bandas d~ recolectores y cazadores a los que se
constreñía a poblarse en torno a una doctrina o que se agregaban a pueblos
diezmados de chibchas y laches.
Así, no parece exagerado avanzar una cifra de tres millones para la po-
blación total del territorio de la Nueva Granada en el momento de la Con-
quista. Elaboraciones estadísticas mucho más minuciosas pueden elevar
todavía este guarismo, si se tiene en cuenta que las tasas locales de decre-
. cimiento son todavía más elevadas que los extremos adoptados en esta
hipótesis.
~··

104 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCL\IJ¡

El proceso de desintegración de la familia indígena

A grandes rasgos, la catástrofe demográfica de los indios de la Nueva Gra.


nada señala algunas conexiones con respecto al grado de evolución social
el régimen de trabajo, las condiciones climáticas, etc. Estas conexiones s~
expresan muy someramente con índices o tasas de decrecimiento que resul-
tan ser más altos en regiones mineras, allí donde la evolución social y po-
lítica no había alcanzado su estadio más elevado o simplemente en regiones
cuya variedad climática imponía resultados desfavorables a los traslad~s
de población. Así, la relación entre el grado de evolución social y los efectos
demográficos sufridos por las poblaciones americanas no parece decisiva sino
que tiene que combinarse con otras explicaciones. Por el momento, al menos
su influencia no puede ponderarse mediante un resultado cuantitativo d~
alguna precisión. ~:':1~.cl~L~~-º sí,__~~-~~tirse com?_hipót~_sis ge~~~al_~~
r~!?iiones._q1:1_t= p_!esi:11!abaJ:! ~asgas _de 111ªYºr cohesión sociéil p~dier~n coé-
~-por.Elgún tiempo a!J~-~E- ~<!~P.11bli~a~>__g_~Jgi:;_~~pªñ_()l~~

nab_¡;¡_g_E;~ll11.? los ~2<'._cedentes
---~--
ecoQQmic()s necesªrigs_pªr:a_Sl!_sµpf!rvivencia.
-- ---·- --· ----......._

i En el caso de la Nueva Granada, sólo los grupos marginales (que no


/ sufrieron una extinción total) conservaron los rasgos de su organización
j social primitiva. Esta preservación fue posible gracias a sus raros contactos
con los españoles y no a la virtualidad de su propia cohesión como grupos.
En las otras regiones, aparte de la más o menos rápida extinción indígena,
la consecuencia más notoria de la ocupación española fue la aparición de
_ núcleos crecientes de mestizaje.
El mestizaje, como todo proceso de aculturación145 , no pudo darse sino
a nivel individual, una vez rotos los lazo·s suprafamiliares que integraban
las comunidades indígenas. De otro lado, la desvertebración de la familia
indígena debe mirarse como una de las causas inmediatas de las pérdidas
_de población en los siglos XVI y xvrr. No sólo la socied?d indígena se des-
. plomaba en su conjunto por la acción de las epidemias, el régimen de explo-
tación que se le impuso o el impacto cultural, sino que cada grupo sufría
· aisladamente las pretensiones excesivas de los encomenderos, y aún indi-
vidualmente los indígenas se veían separados de su comunidad de origen
para trabajar en las minas, en hatos, estancias y en la casa de sus amos. Las
oportunidades del trato sexual entre los indígenas se veían disminuidas
por la organización del trabajo que asignaba tareas localmente separadas
a hombres y mujeres. A comienzos del siglo XVII, la proporción de mujeres
_que trabajaban en las casas de los españoles era tan notoria que el jesuita

145 Cf. Service, art. cit. p. 292.


LA socJEDAD INDÍGENA y su EVOLUCIÓN POSTERIOR 105

Diego de Torres escribía alarmado a Felipe III sobre el daño que recibía la 1
sociedad indígena puesto que en los pueblos no quedaban indias. con las:
. 146
que los varones se pu d1eran casar . .'
Las pérdidas de población que ocasionaba este fenómeno no podían
verse sino parcialmente compensadas por el crecimiento de la población
¡11estiza, es decir, por el acrecentamiento de contactos sexuales interracia-
!es. Sólo en el curso del siglo XVII, la presencia de los mestizos comenzó a
ser notoria en el medio rural. En sus orígenes el mestizaje tuvo mucha ma-
yor importancia en las ciudades, residencia permanente de los españoles.
Los cambios operados en el seno de la familia indígena pueden estu-
diarse también a través de las visitas, teniendo en cuenta las proporciones
deducidas entre los tributarios y el resto de la población. Como se ha visto,
la mayor parte de las cifras conocidas para la población indígena en la épo-
ca colonial suele referirse a tributarios, es decir, a la población maséulina
activa, entre los 17 y los 60 años. Es bien conocido el hecho de que las
visitas tenían por objeto principal hacer descripciones de los recursos huma-
nos y materiales que podían ser cobijados por un sistema fiscal. Si bien en
el curso del siglo XVI los encomenderos recibían directamente el tributo,
debían, sin embargo, participar la quinta parte a la Corona. Los recuentos
de población se efectuaban para prevenir posibles fraudes y tener una idea
del monto que los encomenderos debían participar a las Cajas reales.
La descripción, es decir, el recuento de los indígenqs, podía ser más o
menos completa. Podían incluirse, por ejemplo, los hijos y con ellos los in-
dios cas.ados y en concubinato sin que, por otra parte, figuraran las muje-
res, como en la visita que practicó el licenciado Juan López de Cepeda, en
1572. O podía contabilizarse la población total, clasificada en un resumen
final en «tributarios», «reservados», «chusma» o «toda gente» y enfermos
y viejos, como en las visitas de Egas de Guzmán (1595-1596); Luis Henrí-
quez (1602-1603) y Juan de Valcárcel (1635-1636). El interés se concentraba
en todo caso en los tributarios y en los reservados, 'estos últimos no sujetos
a tributo por invalidez, enfermedad o vejez en el siglo XVI, o por ejercer
algún cargo honorífico dentro de la comunidad indígena (alcaldes, sacris-
tanes, alguaciles de doctrina) después del siglo XVII. La chusma o toda gen- .
te, constituida por el grueso de la población de mujeres, niños y adolescentes
menores de 17 años, sólo se tenía en cuenta en la medida en que, con el
transcurso del tiempo, vendría a engrosar las filas de tributarios.

146 Carta de 28 de enero de 1606. AGI. Santa Fe L. 242 cit. por Juan Manuel Pacheco S. I. Los
jesuitas en Colombia. I. Bogotá, sin fecha, p. 54.
~··

! :

106 HJsTORIA ECONÓMICA Y SoCJA¡j'


's: "·~ l

Esta característica se refleja forzosamente en las fuentes. Si bien se con_5


servan algunas descripciones completas en los autos de las visitas, en la
mayoría de los casos no ocurre así. Datos utilizables para la provincia cté ·1
Tunja, por ejemplo, se encuentran dispersos a lo largo de 19 volúmenes ·¡
(unos 19.000 folios) dedicados a las visitas. En muchos casos no existe u1l' ¡
resumen de todos los pueblos y debe buscarse el número de tributarios el\ ¡
autos aislados de tasación o de poblamientos. 1
!
Así, el problema radica en encontrar, para cada época, una proporción~
cierta -o al menos probable- entre las cifras reconstruidas de tributarios
y la población total. Debe descartarse por anticipado la posibilidad de un'~'
generalización arbitraria, la cual se basaría en la presunción de que esta·'
proporción se mantuvo constante a través de un lapso indefinido, o de qu~'
puede aplicarse un índice por tributario «razonable», es decir, una propor~~
ción confirmada por la experiencia en otras latitudes o en otras épocas;
Este tipo de presunciones tiende a desconocer la peculiaridad sorprenden~·
te de la catástrofe americana en los siglos XVI y XVII. De otro lado, renund~.
a contemplar el fenómeno en su contexto puramente histórico, esto es, so~·
metido a una serie de variantes que por sí solas son significativas
La proporción entre población tributaria y el total de la población no es'
constante. Corno lo ha señalado Rolando Mellafe, la variación indica pro-'
fundas transformaciones en la estructura familiar y social de las comuni-
dades indígenas. También -puede añadirse- refleja la efectividad de
control administrativo sobre el cobro de los tributos al aumentar o disminuir
los contingentes de personas sometidas a la capitación, es decir, alterando la.
relación entre «tributarios» y «reservados». Un estudio más detallado mo.s-.;
traría la aparición de otros fenómenos o su generalización: La presenciad~
«forasteros», por ejemplo, o el recuento de «ausentes», categorías que mh
den la importancia de fenómenos migratorios y, por cqnsiguiente, el pro-..
ceso de descomposición de sociedades primitivamente estables.
Los índices por tributario deducidos de algunas visitas que aparecen com:;
pletas demuestran cómo ·el proceso de desvertebración de la célula familiár1
tendía a disminuir las oportunidades para el relevo de la población adulta ..El.
índice más frecuente oscila entre 2,8 y 3,3 corno aparece en el Cuadro 8.
Las cifras agrupadas de la visita de Luis Henríquez en Tunja en 160~·{;
1603 proporcionan una tabla de frecuencias cuyo rango fluctúa entre 2,'.fy.
4,2. Es posible que este mismo rango exi~ta para otras regiones cuyo índice.'
promedio es semejante (de 3,2). Es decir, puede asumirse que una véz
sufrido el primer impacto (el cual debió traer profundas alteraciones) la. .•
estructura de la familia y de la sociedad indígena no se alteró sustancial;
mente en los años siguientes. Este primer período se caracteriza entonces
LA SOCIEDAD INDÍGENA Y SU EVOLUCIÓN POSTERIOR 107

or una drástica reducción en el tamaño de la familia, en comparación con


~na hipotética normalidad en la preconquista.

CUADRO 8
íN!)JCES POR TRIBUTARIO

Provincia Año Población total Tributarios Índice


pamplona 1559 31.855 9.278 3,3
Popayán 1569 19.883 6.228 3,2
1572 12.174 2,8147
Vélez
Santa Fe 1593 62.791 19.161 3,2
Tunja 1600/1603 18.572 3,2
Tunja 1635/1636 41.328 8.610 4,8
Anserma148 1627 2.411 421 (465) 5,7 (ó 5,1)

En ef lapso de 1602 a 1650 debió operarse un proceso inverso de agre-


gación, cuando el potencial demográfico se acercaba a su punto más bajo
en una curva declinante. Ya ni siquiera podría hablarse de familias en sen-
tido estricto sino más bien de unidades heterogéneas en las que sería más
difícil distinguir rasgos estructurales. Esta hipótesis se basa en el hecho de
que el índice por tribu_tario es ahora anormalmente elevado. Los rangos
fluctúan entre 4:00 y 6:00, es decir, dos unidades más que en el período
anterior. Además, los valores má~ frecuentes se mueveh entre 4,5 y 4,8.
En Tunja, un análisis de las proporciones entre los reservados y tribu-
tarios, por una parte, y entre reservados y población total, por otra, permi-
te atribuir este fenómeno, al menos parcialmente, a los cambios operados
en la organización del tributo y a la manera como éste afectaba a la pobla-
ción indígena. Según las cifras de las visitas de Luis Henríquez, Juan de
Valcárcel y Gómez Campuzano, lé)-S proporciones entre reservados y tribu-
tarios y población total eran las siguientes:

% (reserv.
Año Reservados Tributarios % reserv. Pobl. total depobl. t.)
1602 398 5.365 7 16.647 2
1635-1636 244 1.209 20 5.729 4.
1777 570 1.320 43 7.715 7

147 Cf. D. Fajardo, op. cit., p. 34.


148 AHNB. Vis. Cauca. t. 1 f. 388 r. ss. Hay 44 indios en las minas que rebajan el índice a 5,1.
108 HISTORIA ECONÓMICA Y

El porcentaje de reservados con respecto a los tributarios en 1602-1603


es muy bajo, comparado con el mismo porcentaje en 1635-1636. Puede con~·
cluirse que la presión del tributo sobre la sociedad indígena era entonces
mayor, por lo cual el índice que puede adoptarse para ambas fechas es.
forzosamente diferente. Sin embargo, esta diferencia no puede atribuirse; I
de manera exclusiva al hecho de que el visitador Valcárcel hubiera dismi-;
nuido el número de tributarios en 1635-1636 para excluir un porcentaje
mayor de población del peso del tributo. Si se comparan las dos columnas: ,
l
(% reservados con respecto a tributarios y los reservados con respecto a;. 1
población total) se observa que mientras la primera proporción aumenta ; '
en término de 1 a 3, la segunda apenas se duplica. Esto significa que el
aumento de los reservados no modifica en una forma paralela los índices
que expresan la relación entre tributarios y población total. En muchos años
se trataba de eximir efectivamente del tribu~o a los ancianos. Como los··
hijos de las personas mayores de 60 años ya figuraban por lo general como
tributarios, el hecho de que sus padres fueran reservados no alteraba sino
parcialmente la proporción entre tributarios y población.
Habría, pues, que buscar la explicación del aumento de los índices por.··.
tributario en el siglo XVII en otros fenómenos que afectaban a la sociedad
indígena, además de la composición variable de la población sometida a
tributo. Los ausentes, por ejemplo, engrosaban la población total sin que
se contaran como tributarios. Además, el fenómeno migratorio 9-fectaba de
manera diferente a la población masculina activa que al resto de la sociedad·
indígena. Eran precisamente los tributarios los que tenían tendencia a emi-
grar, como lo prueba el intento de recoger indios dispersos de los si=is repar-;
timientos de la Corona, en mayo de 1598. José de Valtierra, comisionado para
este objeto, sacó de diferentes pueblos 523 indios con sus familias para regre- ·
sarlos a Turmequé, Samacá, Chivatá, Duitama, Sogamosoy.Soatá, sus lugares
de origen. En este caso los tributarios equivalían al 52.3% de'la población que
se había recogido, unos mil indios 149 . Debe tenerse en cuenta también que la.
ausencia de los varones adtiltos no siempre era voluntaria. Las llamadas «con-
ducciones» a las minas de plata de Mariquita (Las Lajas, Bocaneme, etc.) pe-
saron como una amenaza de deterioro constante de los pueblos indígenas en
el siglo XVII .. Muchos indios reclutados para este trabajo (sobre la base de cuo-:
tas constantes y obligatorias para cada pueblo) preferían hui! en el curso del
trayecto y otros, que ya habían prestado_el servi_cio, no regresaban a sus
pueblos, temerosos de ser reclutados de nuevo.

149 AHNB. Vis. Boy., t. 18 f. 630 r. t. 15 f. 60 r.


Capítulo 111
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN

LA ENCOMIENDA
1
¿Feudalismo o capitalismo?

La simple afirmación de que América «nació» bajo el signo del capitalis- -


- mo ha desatado una polémica, la cual sugiere que, en alguna medida, exis-
te interés por las cuestiones que suscita este problemático nacimiento. La
polémica se refiere a la manera como el Nuevo Mundo se incorporó a la
historia europea, es decir, de si negaron a implantarse aquí instituciones .
feudales o si, por el contrario, la explotación de los pueblos indígenas co-
noció las formas más evolucionadas del sistema capitalista.
Tal como se ha planteado, la discusión conlleva una excesiva dosis de
interés por la historia europea y muy poco por lo que pupo ocurrir en Amé-~­
rica. Ambas argumentaciones se .fundan en esquemas más o menos abs-
. tractos de lo que constituyó el feudalismo y el capitalismo en Europa1
dándose por sentado que América apenas puede verse como una prolon-
gación de los sistemas imperantes en Europa. La manera como se discute
parece implicar tambiéri que se conoce de antemano (o que no merece la
pena conocerlo) el proceso entero que pudo llevar a esta asimilación.
Vale la pena recordar que esta inquietud se ha desarrollado entre gru-
pos políticos de la izquierda latinoamericana que buscan justificar sus
estrategias a través de una «correcta apreciación de la realidad» y de un
conocimiento teórico del «verdadero carácter de nuestros pueblos». Curio-
samente, la izquierda vuelve a plantear una preocupación que estuvo
siempre presente en las elucubraciones de historiadores del más rancio tra-
dicionalismo, los hispanizantes, a los que les preocupaba el origen de la

En este literal se han introducido algunas rectificaciones con respecto a la edición original.
Ellas no tienen el sentido de una «autocrítica» sino que tratan de despejar equívocos sobre
su intención verdadera: la de servir de introducción a un tema específicamente americano,
l.Jz encomienda. Un desarrollo ulterior de estas ideas, en Ideología y Sociedad, Nº 12.
110 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL J

«latinidad» americana y quienes se preguntaban de qué manera el Nuevo


Mundo vino a reflejar la Europa del siglo XVI.
Esta preocupación se expresa ahora de manera diferente y busca, evi-
dentemente, objetivos diferentes. Pero en ambas formulaciones se tiende a
olvidar el proceso histórico real y se postula un universalismo occidental
ya sea de formas culturales, ya sea de contenidos materiales. En tanto qu~
los historiadores tradicionales buscaban, a través de la filiación de institu-
ciones jurídicas, la permanencia del hecho europeo, los grupos de izquier 0

da se preguntan por el carácter, también europeo, de la explotación del


suelo americano. Así, la cuestión queda reducida, para estos últimos, a sa-
ber en qué momento dejó de tener vigencia en Europa el «modo de produc~
ción feudal» y si es lícito o no hablar de capitalismo en el siglo XVI. De
manera aún más sorprendente, cuando se presta alguna atención al hecho
mismo americano se recurre a una expresión entresacada de Marx sobre
«¡modo de producción asiático!»
Feudal o capitalista, lo cierto es que el proceso del subdesarrollo ame"
ricano posee su propia entidad. Al hacer esta afirmación no quiere negarse
de modo alguno el valor teórico de la discusión entablada. Desde PirenneÍ
Troeltsch, Weber y Sombart nuevos elementos de juicio se han incorpora~
do para hacer una clara distinción entre el capitalismo mercantil de los
siglos XVI y XVII y los alcances de la revolución industrial de finales del
siglo XVIII. Pero, ¿de qué manera afectan estas investigaciones nuestra apre-
ciación de la realidad americana? Hasta hace poco tiempo, cuando nos
referíamos al presente, resultaba violento afirmar que nuestras sociedades
eran «capitalistas». Pero hablar de feudalis].llo, en nuestros días, constituye
un claro anacronismo. El equívoco parece residir en la referencia constante
-y casi obligada en discusiones abstractas- a una experiencia histórica
ajena, la cual permite, por el hecho de su permanente.revisión, la elaborá-
__ción de esquemas teóricos inaplicables a nuestro propio ·mundo.
Quienes afirman el carácter feudal del modo de producción implantado
inicialmente en América ·encuentran apoyo en el examen de la institución
de la encomienda. Se trataba, evidentemente, de un sistema que no conocía
el salariado y en el cual se lograba una transferencia de excedentes econó-
; , micos mediante una vinculación personal, no económica. El agotamiento
de este sistema -por el hecho histórico de la catástrofe demográfica indí~
gena- no dio paso, sin embargo, a formas de «modernización» de la agri-
cultura sino que, por el contrario, recrudeció las vinculaciones personales
_a través de variadas formas de «colonato» de la población mestiza. Esta
involución, debida a un fenómeno histórico, perpetuó sin duda lo quepo-
dría llamarse modo feudal de producción en América. Pero sería difícil encon-
LA5 FORMAS DE DOMINACIÓN 111

trar un paralelo con la sociedad europea de la época feudal. Por eso con-
viene despejar el equívoco de que cuando se habla de «modo feudal de
producción» no se alude a un proceso histórico localizado en el tiempo y
en el espacio sino a una categoría abstracta.
Tanto en Europa como en América los procesos que recubren el mismo
concepto son totalmente diferentes. El «feudalismo» europeo asociaba como
modo de producción -según la definición marxista- todo un complejo
de relaciones de producción y de superestructuras que, tradicionalmente,
se han estudiado como valores sociales y culturales. Resulta inconcebible,
al menos históricamente, que todo este complejo se haya trasplantado a
América a la altura del siglo XVI, cuando precisamente entraba en crisis en
Europa.
En el mismo terreno económico, los paralelismos sólo conducen a con-
tradicciones insolubles. Según Marc Bloch, por ejemplo, la penuria inane-
- taria de la sociedad feudal europea explica en gran parte que no haya
existido un salariado. Para pagar los servicios sin tener que recurrir a la
moneda, los señores tenían que hacerse cargo de sus subordinados, tenién-
dolos en su casa para alimentarlos, alojarlos, vestirlos. Este hecho se expli-
ca por el hambre de metales experimentada por Europa en la «primera
edad feudal», cuando el oriente drenaba las pócas especies monetarias eu-
ropeas. Parece inútil recordar que fue América precisamente, después del
África, la que contribuyó a equilibrar lqs intercambio~ entre Europa y el
oriente. Este fenómeno reviste tanta importancia que algunos historiadores
atribuyen a los metales americanos la virtud de haber contribuido al naci-
miento del «capitalismo» (mercantil). De otro lado, debe advertirse que las
vinculaciones personales en América se produjeron por el hecho mismo de
la conquista y que la ausencia de salarios puede explicarse no en razón de
una penuria monetaria sino por el carácter de las sociedades indígenas,
que difícilmente podían integrarse a un circuito monetario.
Aunque en la teoría abstracta los. modos de. producción definen con ma-
yor precisión un sistema económico, no por eso las relaciones de mercado
pueden desdeñarse. A través de estas últimas se operó una acumulación
de capital que significó una- transición entre el mundo feudal y el mundo
capitalista. Cuando se habla de «modernización» y de «industrialización»,
usualmente se adopta un doble punto de vista. De un lado se comprueba
la existencia -en Inglaterra, particularmente- de un movi¡niento expan-
sivo, fundado sobre la producción industrial de textiles a partir de la se-
gunda mitad del siglo XVIII. De otro, se trata de explicar este fenómeno por
la liquidación de un pasado en el que las rentas sobre la tierra tenían mayor
112 HISTORIA ECONÓMICA Y

importancia que la actividad productora de los centros urbanos y en el que


esa preponderancia se fundaba en un sistema social de servidumbre o de
cuasiservidumbre de los campesinos. El proceso de liquidación no se pro-
dujo, sin embargo, uniformemente, para toda Europa. Ni el mom~nto de la
revolución industrial coincidió con ella. Lo que se denomina históricamente
«feudalismo» venía erosionándose desde el siglo XVI: en Inglaterra, con los
primeros «cercamientos» (enclosures) y la participación «capitalista» en la
agricultura; en Italia, en Flandes y el norte de Alemania con la vigorización
de los centros urbanos. Así, el llamado «capitalismo» mercantil fue una
etapa necesaria para el surgimiento del moderno capitalismo.
Esta transición coincidió con la incorporación del Nuevo Mundo a un
circuito mundial. Por su misma peculiaridad, América desarrolló contra-
dicciones que reflejaban cabalmente el paso de unas formas a otras. La re-
lación de América con Europa sólo puede definirse entonces como colonialí
es decir, como una prolongación surgida a raíz del expansionismo comer-
cial europeo. La riqueza de los yacimientos americanos pudo sustentar un
tráfico mucho más activo en el siglo XVI, cuando todavía los efectos de la
catástrofe demográfica no afectaban tan drásticamente la producción de
metales. La depresión del siglo siguiente, común a los dos continentes, su~
giere relaciones todavía insuficientemente exploradas.
Debe insistirse~ pues, en la necesidad de investigar sobre la naturaleza
de la inserción del mundo colonial americano en el complejo de una econo-
mía que ya comenzaba a ser mundial. Debe tenerse en cuenta que la im-
plantación del europeo en América moldeó una realidad preexistente pero
que, así mismo, este hombre europeo no pudo sustraerse a la influencia de 1
sociedades indígenas altamente organizadas. Esta relación no puede integrarse
tan simplemente dentro de un esquema teórico sin que al menos se conozcan sus .1
,
mecanismos. Como tampoco el nacimiento del moderno capitalismo puede
hallar una explicación convincente sin que s_e tenga en cuenta la aparición
del mundo colonial. El dE;sarrollo europeo está íntimamente ligado -des-
de el siglo XVI hasta el XX- a luchas hegemónicas cuyos corolarios fueron
ampliándose hasta alcanzar una escala mundial.
Para señalar la debilidad inherente a las economías coloniales no basta
entonces colocarlas bajo un signo anacrónico o de regresión con respecto a
las economías europeas. Su verdadera naturaleza estaba determinada -en
los siglos XVI y XVII- tanto por sus componentes internos como por sus
relaciones de dependencia con respecto a una Europa que ya no era ente-
ramente feudal ni había traspasado aún los umbrales del capitalismo.
DE DOMINACIÓN 113

Los encomenderos

Los relatos de los cronistas han dado lugar, en la historiografía tradicional,


a una caracterización impresionista de las peripecias de los conquistado-
res, y tal vez sin proponérselo, a una tipología. Se han hecho esfuerzos
notables por reunir datos dispersos sobre los compañeros de caudillos
2
como Jiménez de Quesada, Belalcázar o Pedro de Orsúa en los que un
patriotismo local y provinciano exalta los rasgos biográficos que suelen
aparecer en las crónicas o acumula noticias genealógicas.
Este tipo de trabajos permite la construcción arquetípica de una imagen
del conquistador, valedera en cuanto señala rasgos comunes a todos los
conquistadores. Generalizando muy someramente respecto a los compañe-
ros de Quesada, por ejemplo, puede hablarse de un punto de partida: la
llegada a Santa Marta con Pedro Fernández de Lugo, primer adelantando
- de Canarias. En algunos casos notables había existida· una experiencia mi-
litar en Europa. En la mayoría, una experiencia reiterada de cabalgadas
con Alonso Luis de Lugo, el ambicioso hijo del adelantado. Muy pocos de
los 170 personajes que sobrevivieron a la aventura quedaron anónimos. En
alguna parte de la conquista pudieron llamar la atención de los cronistas
realizando algún hecho excéntrico y notable. Ademái:¡, después de la con-
quista del Nuevo Reino las ocasiones se multiplicaron para participar en
otras expediciones de exploración, de conquista o siJ;nplemente punitivas.
La fundación de ciudades: Vélez; Neiva, Pamplona, etc., abrió un sitio a
muchos en los rangos del poder y del prestigio. Al final, después de las
inquietas jornadas y .de las primeras luchas de cará~ter político, algunos
entraron en el goce indisputable de las preeminencias otorgadas a los «be-
, neméritos».
Desde el punto de vista de la historia social, llaman la atención los he-
chos menos vistosos de este proceso pero cuya frefuencia permite identi-
ficar ciertas polaridades, que no son otra cosa que el norte de la ambición
o la concentración de los factores del poder político y económico. Así, pa-
rece preferible estudiar como un hecho más duradero la formación de es-
tructuras sociales a través dela concentración del poder. En otras palabras,
las secuelas de las primeras distribuciones de encomiendas, las rivalidades
que trajeron consigo y las modificaciones que se operaron en ellas en vir- -
tud de las formación de grupos más o menos antagónicos. •

2 Cf. por ejemplo Raimundo Rivas, Los fundadores de Bogotá. Bogotá, 1938, 2 ts., y Luis
Eduardo Páez Courvel, Estudios históricos sobre Pamplona y Ocaña. Bogotá, 1950.
i i

114 HISTORIA ECONÓMICA Y

: Así, se comprende mejor la sociedad y la economía coloniales a


: del estudio de la institución de la encomienda. Ésta era la fuente de 'j

las relaciones de poder y puede decirse que el marco que encuadraba¡~


situación de cada uno en relación con la sociedad entera. De la encomienar I
e se derivaba tanto el poder político como el económico, ella estrechaba el 1
nudo de alianzas o podía dar lugar a rupturas y rivalidades. Los conflictoll
: no faltaban en los primeros tiempos de la sociedad colonial y en casi todoi;. 1
-~ellos puede verse la ambición por el poder que implicaba la encomiendá!f j
¡ En su interior, el sistema de la encomienda ofrecía variantes que de~·!
pendían ora el grupo conquistador, ora de la sociedad indígena repartida 1
1
como botín de una empresa militar. Respecto al primero, hay que tenereff
cuenta el número de los conquistadores, su procedencia regional, su adhesió{
a un caudillo determinado, para comprender de qué manera un repartí!.
miento podría frustrar esperanzas y dar lugar a un conflicto. Los compáñe~
ros de Quesada se sintieron despojados por las concesiones hechas a los ele
Belalcázar y a los de Federman, quienes llegaron casi al mismo tiempo1af 1
1
_Nuevo Reino. Las expediciones subsiguientes de Jerónimo Lebrón y Aloi:t~ 1
so Luis de Lugo reavivaron algunas esperanzas y añadieron sentimientos 1
de frustración~ . . . , · . .. 1

Los campaneros del licenciado Gonzalo Jrmenez de Quesada sumaban; l


al llegar al Nuevo Reino, algo más de 170 hombres 3 y entre ellos debíári 1
repartirse, en teoría, los beneficios de la conquista. Desde el eomienzo, s~-J
embargo, la jerarquización de tipo militar -y con ésta una correlativa ae.1
tipo social- creaba ventajas a once capitanes y cuatro caporale.s cuya cu(f'. 1

ta en los beneficios se aceptaba que debía ser mayor. Con todo, algunos 1

capitanes notables como Juan del Junco y Antonio de Lebrija prefirieron


regresar a España o avecindarse en otras partes, cua_ndo no continuar hci~
ciendo parte de expediciones con la esperanza de verse mejor retribuido~.
La concentración de repartimientos en unos pocos contribuía a hacer in~
quitativa la primera distribución. Muchas encomiendas se depositaron
valiéndose de noticias vagas sobre su ubicación o sobre el nombre de los
caciques, esperando premiar con una promesa a quienes no habían r~éi"
bido repartimientos. en el corazón mismo del Nuevo Reino. Tampoco sé
premió exclusivamente a los compañeros de Quesada puesto que algunos
seguidores de Belalcázar y de Federman, como Antón de Esquivel, Juan de

3 AGI. Justicia L. 599, Nº 2. Este.documento sobre el reparto del botín fue publicado origi·
nalmente en el BHA. t. XVI, 1927. También en Juan Friede, Gonzalo Jiménez de Quesadail
través de documentos históricos. I, Bogotá, 1960, pp. 136 ss.
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 115

A.vendaño y Francisco Arias Maldonado, obtuvieron importantes enco-


4 '
míen d as . .
Según Flórez de Ocariz, los compañeros de Quesada habrían recibido
53 encomiendas en Tunja, Santa Fe, Vélez, Tocaima y Remedios. Con segu-
ridad, las cifras de Flórez d.e Ocariz no rinden cuenta de todos los conquis-
tadores que recibieron encomiendas en algún momento. Sus datos deben
proceder de una fecha posterior al establecimiento de la Audiencia, cuan-
do los procesos a propósito de las encomiendas fueron menos frecuentes y
su posesión más estable. Pero si se tiene en cuenta un perfodo más largo,
resulta que en la sola provincia de Tunja 46 de los compañeros de Quesada
recibieron alguna vez un repartimiento5 . Sin embargo, hacia 1558 existían
58 encomiendas en Tunja y 50 en Santa Fe~ Entonces sólo 26 de las primeras
pertenecían a los antiguos compañeros de Quesada y 19 en términos de
Santa Fe6 . Así, los datos de Flórez de Ocariz resumen la situación a partir
- de 1550 (muy probablemente hacia 1560).
Después de 1550, la recompensa inicial se había desvanecido para mu-1
chos de los conquistadores puesto que de las 108 encomiendas que existían 1
en Tunja y en Santa Fe habían perdido 61. Del total de 265conquistadores1
mencionados por Flórez de Ocariz -y que hicieron parte de las expedido- J
nes que se internaron entre 1537y1543-, noventa solamente conservaron'/"
su encomienda o la ganaron en otras partes y el resto se. convirtieron en ·
simples habitantes de las nuevas ciudades. Esta situ~ci9n explica, en gran ¡
parte, los tropiezos que se experimentaron para lograr la estabilidad de :
gobiernos sucesivos que debían apoy~rse en fidelidades creadas a través ,
_;
de una recompensa. ,
La ausencia de Jiménez de Quesada, y luego la de su hermano Hernán
Pérez en 1541, contribuyó a crear incertidumbres en aquéllos que habían
sido favorecidos inicialmente. En 1539, apenas recién fundadas las dos pri-
meras ciudades del Nuevo Reino, lo&'" habitantes e~presaron su temor res-
pecto a la estabilidad de las encomiendas que habían sido depositadas. Era
un temor bien fundado. Quesada había sido apenas teniente de goberna-
dor de Pedro Fernández de Lugo, sin facultad explícita para otorgar enco-
miendas, y la jurisdicción sobre las nuevas ciudades podía ser reclamada
por la gobernación de Santa Marta, como efectivamente ocurrió. En 1539,
los pobladores solicitaron que el gobernador que se nombrara no procedie-

4 Repertorio Boyacense, Nº 14 dic. 1913, p. 543.


5 Cf. R. Rivas, op. cit., passim.
6 AHNB. Ene., t. 19 f. 239 r. ss.
i;

116 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCfAUJ~

ra a otorgar repartimientos de indios entre su propio séquito sin antes há~'


ber satisfecho a los primeros conquistadores7. . ;;~ l

CUADR09
ENCOMENDEROS DE LAS PRIMERAS EXPEDICIONES
';~.
2':~":'.·~
¡
1

(según F. de Ocariz) 8 ;; 1

-----------,----E_xp_e_d_i_c1_·o_n_e_s_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ ~~;¡
Quesada Belalcázar Federman Lebrón Lugo Totales;; 1
~-
Ene. Vec. e.* v. e. v. e. v. e. v. e. v.•.;;·
Tunja 25 37 4 5 7 11 3 17 8 39 78·~
Santa Fe 22 10 2 1 7 9 3 7 3 5 37
Vélez 4 15 19 2 3 4
Tocaima 1 2 1 1 1 9 2 3 4 6
Pamplona 1 1 1
Mariquita 1 1
!bagué 1 2 2 1 2
Remedios** 1 1
Panches 1
Totales 53 66 8 8 17 51 6 28 6 22 90

* Ene. (e.) Encomendero. Vec. (v.) Vecino.


** Fundada en 1560, fecha que señala el límite menor de la información de·F. de Ocariz.

Al año siguiente, en septiembre de 15~0, Jerónimo Lebrón vino a TUl\j~


a reclamar la jurisdicción de Santa Marta, de la cual había sido nombrado
gobernador por la Audiencia de Santo Domingo. Según el relato de Aguado~;
los vecinos de Vélez se plegaron al nuevo gobernador y aún le solicitaroII
que confirmara las encom}endas depositadas por Jiméri:ez de Quesada y sil,
hermano Hernán Pérez. Este, que había reemplazado al licenciado en s~
ausencia como capitán general, decidió ofrecer resistencia al nuevo gober-
nador. Para los conquistadores que la apoyaron era claro que la expediciop
de Lebrón vendría a crear un nuevo equilibrio de poder dada ·1a precari~.
dad de sus títulos 10 • Lebrón se retiró, no sin antes negociar con Hernári
Pérez de Quesada ropas y caballos por seis mil castellanos de oro que había:

7 F. de Ocariz, Genealogías cit. passim.


8 DIHC. V. 172.
9 Op. cit., I, p. 367.
10 DIHC. VI, 31 ss.
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 117

ado de las Cajas reales para financiar su proyectada expedición a las


saC 11
sierras nevadas .
Ese mismo año, en diciembre12, se proveyó la gobernación de Santa
Marta en Alonso Luis de Lugo, quien había sucedido a su padre, el adelan-
tado de Canaria. Según la impresión de los contemporáneos13, el licencia-
do Jiménez de Quesada habría tratado de comprar la gobernación pero una
intriga palaciega se lo había impedido. En realidad, el adelantado había
llegado a un acuerdo con Alonso Luis de Lugo, del cual desistió éste, aun
cuando el Consejo de Indias era favorable al traspaso de la gobernación a
14
Jiménez de Quesada •
Esta vez, proviniendo del emperador mismo el nombramiento, los con-
quistadores no pudieron oponerse a la autoridad del nuevo gobernador.
En ausencia de Hernán Pérez de Quesada, quien había partido a su infor-
tunada expedición en el sur, Lugo hizo una probanza el 28 de junio de 1543
- para reivindicar la jurisdicción de Santa Marta. Entre otras cosas pedía un
testimonio en contra de los Quesada por haber repartido indios entre per-
sonas que no habían participado en la conquista. Para esta probanza Lugo
podía valerse de disensiones entre los mismos conquistadores, ocasionadas
por el reparto de las encomiendas. De un lado, como se ha visto, la posibi-
lidad de los repartimientos era limitada y de hecho no se podía premiar a
todos los que habían participado en la conquista o eh las expediciones de
Belalcázar, Federman y Lebrón. De otro, los sucesivos gobiernos de Quesada',
Hernán Pérez y Gonzalo Suárez l)abían introducido algunas mudanzas en
los repartos y por eso los conquistadores se quejaban de su inestabilidad.
Desde el 27 de julio de 1540, los moradores del Nuevo Reino habían
obtenido una Cédula Real por la que se prohibía privar de encomiendas de
indios a los primitivos agraciados sin antes ser oídos y vencidos enjuicio.
Este mandato se originó en la queja de los conquistadores de que los repar-
timientos daban lugar a numerosos yleitos con los gobernadores y entre
los mismos conquistadores15 . Lugo parece haber explotado esta situación
en su provecho puesto que al menos 30 conquistadores (algunos de ellos,
de la expedición de Lebrón) firmaron una representación en la que solici-
taban un nuevo reparto, quejándose de favoritismos de los Quesada. Lugo .
procedió como se le pedía y en noviembre de 1543 el Cabildo de Santa Fe

11 Ibid. pp. 88 y 280.


12 Ibid. p. 67.
13 Aguado, op. cit., I, p. 388.
14 J. Friede, Gonzalo Jiménez, cit. pp. 74 ss.
15 AHNB. Cae. e ind., t. 24 f. 577 v.
i t.

118 HISTORIA ECONÓMICA Y

escribió al rey endosando los nuevos repartimientos del adelantado de Ca, •


naria y aprobando calurosamente que él mismo hubiera tomado para sílos
mejores. Pocos días más tarde, otros 36 vecinos de Tunja hicieron una pe-
tición semejante a la que habían elevado -por incitación de Lugo- los
descontentos de Santa Fe 16. Los vecinos de Tunja se sentían excluidos del
poder y alegaban que los gobernadores anteriores habían elegido a los re-
gidores de los cabildos entre sus propios aliados.
Alonso Luis de Lugo se valió del nuevo reparto para tomar para sí los
repartimientos más ricos del Nuevo Reino: Duitama, Sogamoso, Saboyá;
Bogotá, Guatavita, Fontibón y Guataquí, en las provincias de Santa Fe¡
Tunja y Vélez. La encomienda de Duitama había pertenecido al alguacil
mayor del reino, Baltasar Maldonado, que había partido en enero de 1541
a la expedición de las sierras nevadas por orden de Hernán Pérez de Que:
sada. En otros casos, como el de Sogamoso, que pertenecía al fundadorde
Tunja, el despojo se realizó otorgando un repartimiento menor al enea•
mendero, que se veía privado de una rica encomienda. Además, el gober,
nador poseía un arma legal para justificar la privación de las encomiendas:
el maltrato a los indios por parte de los encomenderos. Prácticamente nin-
guno podía librarse de este cargo puesto que todos perseguían ansiosa-
mente el hallazgo de algún santuario y los casos de indios torturados por
esta causa eran demasiado frecuentes. La insistencia en percibir el tributo
~n oro o en completar una cierta cantidad de mantas o de frutos enfrentaba
también a encomenderos y caciques con violencia.
A fines de 1544, el adelantado de Canaria nombró a Hernando de Gara-
bay para que hiciera una visita a los pueblos de Tunja y averiguara los malos
tratamientos que los indios recibían de los españoles y el número de indios
sujetos a los caciques. La pesquisa sobre estos dos puntos da una idea del
carácter político de la visita. De un lado, el gobernador se procuraba un arma
legal contra los encomenderos y, por otro, compulsaba erpoder relativo de
cada uno. Lugo, como los gobernadores que le habían precedido, buscaba
apoyarse en facciones de descontentos procurándoles el acceso a la fortuna y
al poder que significaban las encomiendas. Desde su llegada había logrado
reacomodar los repartimientos, alterando sustancialmente las bases del poder
de sus predecesores. Ahora podía iniciar una serie de procesos legales contra
aquellos encomenderos que no habían sido sometidos desde el principio.
1' De estos procesos se conserva el de Mateo Sánchez Cogolludo, enco-
:~
mendero de Oca vita y Tupachoque desde 1541, a quien Lugo ordenó poner

16 DIHC. VII, 112 SS.


LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 119

reso en 1545 a pesar de que aquél lo había apoyado en su probanza de


f543 contra los Quesada. Sánchez permaneció preso desde comienzos de
1545 hasta octubre de 1548, cuando el licenciado Díez de Armendáriz lo
condenó a destierro perpetuo de las Indias y a la pérdida de sus bienes y
17
de su encomienda . La sentencia probablemente no se llevó a cabo o sólo
wvo un efecto temporal pues Sánchez hizo la dejación de otra encomienda,
la de Coaza, a favor de Pedro Rodríguez de Salamanca, en 156618 •
Afines de marzo de 1544 se recibieron en Cartagena las Nuevas Leyes 19 •
A comienzos del año siguiente, el nuevo gobernador, licenciado Díez de
Armendáriz, envió a Santa Fe a su primo Pedro de Orsúa y al obispo de
Cartagena, Fray Martín de Calatayud, para que las promulgaran. Las Nue-
vas Leyes se conocieron primero en la provincia de Popayán, y a fines de
1544 se elevaron las primeras suplicaciones de las ciudades del sur20 • Ade-
más, las noticias de la rebelión de Pizarra en el Perú pusieron en guardia a
_ Jos encomenderos del Nuevo Reino. La inquietud que pudieron observar
Jos enviados de Díez sirvió en todo caso para aplazar la decisión de pro-
mulgar las restricciones más severas. Para aplacar un poco los ánimos, Or-
súa procedió severamente contra el lugarteniente de Alonso Luis de Lugo,
Lope Montalvo de Lugo, quien como los gobernadores que le habían prece-
dido, había utilizado el reparto de encomiendas par_~~~r:. su _eode_!. .
21

El mismo Díez de Armendáriz no procedió en otra forma aunque los


nuevos repartos podrían interpretarse más bien como un esfuerzo para
restablecer una situación de equilibrio frente a los <;onquistadores despo-
seídos. Advirtiendo que la precariedad de ios títulos (simples depósitos
sujetos a una confirmación ulterior) ot~rgados anteriormente obedecía a la
falta de poderes de los gobernadores, en julio de 1~45 pidió a la Corona
esta facultad 22 • Su escribano, Alonso Téllez, registró numerosos pleitos por
despojos y elHcenciado procedió a las restituciones 23 .
Puede pensarse que la Audiencia, que apoyó lo actuado por Díez de
Armendáriz, introdujo un elemento de estabilida~ en el goce de las enco-
miendas al otorgar, después de 1550, títulos inexpugnables. Hasta entonces,
como lo afirmaba fray Jerónimo de San Miguel en 155024, los gobernadores

17 AHNB. Cae. e ind., t. 24 f. 562 r.


18 Cf. R. Rivas, op. cit., II, p. 287.
19 DIHC. VII, 196 y 200.
20 Ibid. 235, 276, 278, 291.
21 Ibid. VIII, 310 SS.
22 Ibid. 67.
23 Ibid. IX, 62, X, 329.
24 Ibid. X, 304.
120 HISTORIA ECONÓMICA

habían usado los repartimientos de indios para premiar a sus amigos. Con
esto los indios habían quedado en manos de ··
... gente advenediza y escribanos y procuradores ... adictos al gobernador de
turno ...

Con todo, los enfrentamientos del grupo de los antiguos conquistado!


res con las nuevas autoridades no quedaron del todo excluidos. En marta
de 1554, el Cabildo de Tunja acordó las instrucciones que debería seguir
Pedro de Colmenares, procurador enviado por las ciudades del Nuevo Reí-
no ante la Corona25 • En esta ocasión, los regidores se quejaron de que los
cuatro oidores otorgaban las encomiendas a sus parientes y «aficionados;>
multiplicando por cuatro los perjuicios que habían recibido los conquista~
dores de los gobernadores anteriores. Para evitar estos daños, proponían
que se permitiera intervenir al Cabildo en la elección de los agraciados. El
Cabildo pr~sentaría cuatro candidatos a la Audiencia cada vez que se tu-
viera que proveer una encomienda vacante y con esto podría asegurarse la
elección de una persona merecedora del beneficio. En este momento, segúii
el Cabildo, poseían indios sastres y herreros y por eso pedía que se prohi~
biera otorgar encomiendas a los artesanos. No es probable que los artesanos.
llegados con posterioridad a la conquista hayan recibido encomiendas y la
petición estaba dirigida más bien a acentuar una discriminación entre los mis-
mos conquistadores. Uno de ellos, Martín Ropero, había ejercido efectiva: .
mente el oficio de albéitar (herrero-veterinario) y poseía la encomienda de i
Moniquirá26 . En todo caso, el sentido de las peticiones del Cabildo muestra
hasta qué punto se confiaba en una trama ya establecida de relaciones de pO:
der en las que el mismo Cabildo desempeñaba la función más visible. ·
En el curso de la visita del licenciádo Tomás López, en 1560, pudo verse
cómo los repartimientos habían cambiado repetidas yeces de encomende-
ro. En el lapso de 23 años, muchos habían tenido tres y cuatro encomende-
ros y la mayoría cinco y seis. Algunos de .los agraciados por Jiménez de
Quesada pudieron obtener la restitución y algunos de los favorecidos por
Alonso Luis de Lugo pudieron conservar sus títulos. Pero la mayoría de los
títulos que se mencionaron en 1560 ya provenían de la Audiencia.
Los frecuentes ca:r;nbios de encomenderos no obedecían solamente a las
fluctuaciones del poder, aunque éstas hubieran causado la mayor parte de
,~ , los trastornos. Algunas encomiendas quedaban vacantes por la voluntad

25 Repertorio cit. Nº 8, Feb. 1913.


26 Cf. R. Rivas, op. cit., II p. 258.
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 121

nüsroa de los encomenderos, ya fuera por abandono definitivo o temporal.


Eran rouy frecuentes las «dejaciones» en virtud de las cuales los encomen-
deros renundaban a sus repartimientos para que fueran encomendados a
otra persona, que ellos mismos señalaban y de la cual, muy posiblemente,
habían recibido un precio. La Corona se opuso siempre a que se efectuaran
transacciones de este tipo sobre las encomiendas pero no pudo evitarlas~
En 1549, al ordenar la descripción de la provincia de Santa Fe, se ordenó
excluir de la «descripción» (o censo, con fines fiscales y administrativos) a
aquellas personas que hubieran partido a España sin dejar casa poblada ni
un representante en la Nueva Granada27 .
La encomienda podía quedar también por algún tiempo en manos de /
algún comerciante que hubiera adelantado un préstamo al encomendero. ; / .
En enero de 1550, por ejemplo, Pedro Galeano otorgó como prenda su re-
partimiento de Cuqueita-Gacha a Pedro de Córdoba, quien le había pres-_.
tado 300 pesos para viajar a España. Córdoba podría servirse de los indios
en su ausencia y Galeano los recuperaría a su regreso, mediante el pago de
la deuda 28 • En abril del mismo año, el capitán Baltasar Maldonado, notable
conquistador empeñado continuamente en empresas de tipo militar29, con-
certó un préstamo de 401 pesos 5 tomines con Juan García Manchado para
hacer frente a sus acreedores. A cambio de esta suma, le dio derecho a
percibir la mitad de los aprovechamientos de su encomienda de Cerinza30 •
La privación de una encomienda y los pleitos subsiguientes podían dar
lugar también a un arreglo privqdo. En~1550, Franciscb González de Silva
decidió renunciar a toda pretensión sobre los indios de Pisba, los cuales
había poseído antes de que Díez de Armendáriz los encomendara a Diego
Rincón. Según declaraba en la carta de renuncia, tanto él como Rincón eran
de los primeros conquistadores y pobladores y su concesión obedecía a los
servicios que había recibido de Rincón, probablemente dinero 31 • En 1543,
el capitán Francisco Salguero particpó en las quejas de los conquistadores
contra el gobierno de los Quesada y firmó el reclamo que impugnaba los
repartimientos anteriores. Posiblemente, en esta ocasión recibió la enco-
mienda de los indios de Toca pero inmediatamente después fue nombrado
por Alonso Luis de Lugo p;:ira hacer una población en el Valle de Upar. En
su ausencia, Lugo encomendó los indios de Toca a Ortún Velazco, y Sal-

27 DIHC. X, 33.
28 Not. 1ª, Tunja, 1540, f. 10 r.
29 Cf. R. Rivas, op. cit.; II, p. 33.
30 Not. 1ª, Tunja, 1540, f. 17 v.
31 Ibid. 1544-1550, f. 5 v.
122 HISTORIA ECONÓMICA Y

guero inició un pleito por despojo ante Díez de Armendáriz. En diciembre


de 1554, Salguero renunció finalmente a la encomienda en favor de su.po~
seedor, Pedro García Ruiz, por amistad con éste y, se~ún declaraba, para.
evitar los gastos de un pleito ya demasiado prolongado 2 . El acomodamien,
to no era difícil puesto que Salguero gozaba de las encomiendas de Ura-Chevá
y Ogamora, Gámeza y Mangua, a cuya renta (la de Mangua) renunció en 1575
a favor del convento de Santa Clara, fundado por su esposa Clara Macías33 :
· Así, la primera generación de encomenderos estuvo integrada por hom-'
bres de las expediciones de Quesada, Belalcázar y Lebrón y de los séquitos
de Alonso Luis de Lugo y el licenciado Díez de Armendáriz. Los intereses
.· asociados a las encomiendas vincularon facciones a los sucesivos goberna-
dores y por esta razón los cambios en el poder revistieron la forma de una
imposición, como en los episodios protagonizados por Lebrón, Luis de
Lugo y Montalvo de Lugo. En algunos casos, la adhesión a un caudillo se
-~daba con claros matices de oportunismo político. Francisco Arias Maldo-
nado, compañero de Belalcázar, había regresado con Lebrón usando el
cargo de veedor del rey. En Tunja y Santa Fe se puso de parte de los pobla~
dores contra Lebrón y sostuvo que éste no traía títulos del Consejo de Indias
sino apenas de la Audiencia de Santo Domingo 34 . En tiempos de Alonso
Luis de Lugo, ocupó el cargo de regidor de Santa Fe y recibió la encomien-
da de Viracachá. Según el licenciado Díez de Armendáriz, Arias Maldona-
do era uno de los responsables de los abusos del adelantado de Canaria35 •
A la llegada del licenciado, había huido y formulado cargos mntra Díez
ante el alcalde de Nombre de Dios. Establecida la Audiencia, los oidores
Galarza y Góngora legalizaron su destierro por haberse opuesto a la autori-
dad de Jerónimo Lebrón. La misma suerte corrieron Luis Lanchero, Francisco
de Lugo, Antón de Olalla, Lázaro López Salazar, Juan de Moscoso, Martín
Pujol, Francisco de Velandia y otros que habían recibido encomiendas de Lugo.
i Estos incidentes tipifican las luchas protagonizadas-. en los primeros
i tiempos, tanto entre conquistadores y representantes más o menos oficio-
_sos de la Corona, como entre grupos de conquistadores que prestaban su
·adhesión a caudillos diferentes. El establecimienfo de la Audiencia intro-
. dujo un factor de estabilidad pero no aquietó del todo las rivalidades que
_suscitaba el reparto qe encomiendas. Todavía en 1584, el cacique de Tur-
- mequé denunciaba el hecho de que las encomiendas no se otorgaban a per-

32 Ibid. f. 175 r.
33 Cf. R. Rivas, op. cit., II, p. 275.
34 Aguado, op. cit., I, p. 368.
35 DIHC. X, 330.
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 123

sanas «beneméritas» (descendientes de conquistadores) sino que se pre-


miara con ellas a los allegados de quienes gobernaban o a los que podían
.
obtener1as por casamientos y otros me d'10s36 .
En la provincia de Popayán, la expedición de Robledo al interior de Antio-
quia muestra los mismos rasgos esenciales: fundación de ciudades, someti-
U1Íento y reparto de los indígenas, búsqueda de medios de subsistencia. Al
atribuir encomiendas, Robledo se atrajo el odio de Belalcázar puesto que de
esta manera debilitaba su poder. Según Belalcázar, lo que él había atribuido a
cien de sus hombres, Robledo lo había repartido entre trescientos, empobre-
ciendo la parte de cada uno 37 . Para reafirmar su autoridad, Belalcázar fundó
la ciudad de Arma, más allá de las fundaciones de Robledo, y desmembró las
encomiendas que éste había repartido entre los vecinos de Cartago38 .
Debe señalarse también que el reparto de encomiendas fue muy desi- -¡
1
- gual en la Nueva Granada. Esta desigualdad se originó tanto en el grado
de densidad demográfica de los pueblos aborígenes corno en el fenómeno
de ía resistencia que opusieron a los conquistadores. La despoblación
indígena contribuyó a empobrecer repartos que originalmente debieron ·
ser más abundantes. En una época más bien tardía, 1560, se deducen los
promedios siguientes:

CUADRO 10
ENCOMENDEROS Y TRIBUTARIOS POR ENCOMIENDA, HACIA 1560

Ciudad Tributarios NºEnc. Trib. Ene.


Santa Fe 50.000 50 1.000
Tunja 53.465 58 922
Pasto 22.857 32 714
Popayán . 8.284 25 • 331
Almaguer 8.364 26 ' 321
Cartago 4.573 18 254
Anserma 3.164 20 158
Pamplona 8.552 59 145
Tocaima 3'.982 28 142
Cali 3.506 29 121
Caramanta 1.084 12 90

36 Ulises Rojas, El cacique, pp. 417 ss.


37 DIHC. VI, 133.
38 Ibid. VII, 171.
124

Los encomenderos más favorecidos eran, naturalmente, los de las regio.


nes de los altiplanos, menos afectadas por la despoblación. En líneas gene~
rales, el número de encomenderos debió corresponder originalmente a las
cifras de población y en algunas regiones debieron disminuir como conse•·
cuenda de la despoblación. Excepto en el caso de Pamplona, en donde eL
número de encomiendas era excesivo en proporción a la población indíge~
na, en el resto de las ciudades se buscó un equilibrio que permitiera a cada
encomendero sustentarse con holgura. Pero sólo en las regiones de los altiplt
nos el promedio de tributarios por encomienda sobrepasaba los quinierti
tos, hacia 1560. Naturalmente, dadas las jerarquías existentes de anteman6
entre los conquistadores, la distribución real de tributarios por encomien"'
da debía tender a la concentración, quedando los mejores repartimientos.
en manos de los caudillos. En Pasto, por ejemplo, la distribución era la ·
siguiente: ·· · ..--·- ... -- -- · - -·-··-

CUADRO U
NÚMERO DE TRIBUTARIOS POR ENCOMIENDA EN LA REGIÓN DE PASTO

Número de encomiendas Nº de tributarios


11 menosde500
15 500 a 1.000
3 1.000 a 1.500
1 másde3.000

Parece evidente que el trabajo en las minas debilitó más rápidamente la


institución en algunas regiones que en otras, teniéndose que recurrir al
traslado masivo de indígenas y aniquilando una economía agrícola tradi"
cional. Según la relación del padre Escobar, los indios de Iscancé eran tras"
ladados a ALmaguer, antes de que se descubrieran en la·nlisma región de
Iscancé yacimientos muy ricos de oro39 • Entre las declaraciones de oro de
--=-minas en la Caja de Cart!'lgo, en 1557 y 1558, se observaba el nombre de
once encomenderos de Cartago. Este oro se explotaba en los yacimientos
de la región vecina de Anserma y los encomenderos de Cartago empleaban
a sus indios allrº. Los indios del norte de la provincia de Tunja fueron
/empleados en Pamplona, desde el año mismo en que se descubrieron yaciJ
{/C:mientos (1551). Mucho más tarde, indios de Santa Fe y de Tunja fueron'
· i empleados también en los yacimientos de plata de Mariquita.

39 CDI.I, 41, 438 SS.


40 AGI. Cont. L. 1488.
{.AS FORMAS DE DOMINACIÓN 125

En el curso de las dos primeras generaciones de encomenderos, esta}


fuente de mano de obra se agotó. Hacia 1575 era ya evidente que las enea- ¡
rniendas de las tierras calientes del distrito de Santa Fe habían perdido su ·
valor por la merma de la población indígena. Durante la presidencia de Lope ¡
de A.nnendáriz, los conflictos alrededor de las encomiendas se renovaron. .J
Por una parte, la Corona quería reivindicar una fuente de ingresos a la
que había renunciado para recompensar el esfuerzo privado de la conquis-
ta. Por otra, los descendientes de los conquistadores querían prevenir toda
usurpación de lo que juzgaban una herencia legítima. Finalmente, los re-
cién llegados -que pertenecían a veces al séquito de la Audiencia- saca-
ban partido de su influencia para apoderarse de algunas encomiendas y
aún los mestizos, descendientes de los conquistadores, aspiraban al reco-
nocimiento de su sucesión.
Desde el momento de la distribución de las primeras encomiendas, la-
' .
Corona se había reservado algunas y percibía directamente los tributos. Se
trataba de una de sus fuentes más seguras de ingresos y por eso algunos
oficiales de la Corona se esforzaban porque aumentaran, en virtud de las ·
transferencias previstas por las Leyes Nuevas a favor del rey, en caso de la
muerte de un poseedor sin descendencia. Hacia 1550, la Corona poseía ya
ricas encomiendas, como las de Sogamoso, Fontibón y Guasca; en el Nuevo
Reino, y la de los Gorrones, en Popayán. -
~11adores y encomendero_~_~sty._yiero!!..§~!l:!I~re al~l;w_gf_~tªª
posesiones de laTorOria.- Afonso Luis de' Lugo y Díez de Armendáriz lo-
graron por uñrilümento atribuirseias 41 , bajo el pretexto de dirimir las riva-
lidades que se habían creado en torno a las encomiendas. Cuando una
-...-..:--... -~·--~- .~------------ -----
encomienda quedaba vacante y debía_p_Esar a la Corona, los gobernador~§_
. ------;-------- · : - - - -
ins1stían en otorgarla para-favorecer a un~_p!ln~pte o un «cnado». Encu-
brían también la venta de encomierufas,de las cualeS-eftitular hacía «de-
j~desígnandoalsucesoi\Segfuílina-cieñunda:de-GárCíad~ Valvi~e~
encargado de instruir la residencia de Pedro de ~greda, gobernador de
Popayán, éste habría distribuido encomiendas mediante el pago de una
suma de dinero. Según el fiscal, Agreda había otorgado una encomienda a
su propio hermano y había vendido otras tres a personas de baja condi-
ción, que ejercían oficios artésanales 42 .
Para eludir los efectos de las Leyes Nuevas, los encomenderos cerraron
filas y la alianza matrimonial se convirtió en uno de los elementos del jue-
go para obtener la continuidad en el goce de las encomiendas. A partir de

41 Ibid. Santa Fe L. 68 r. 1 Doc. 3 Nº 7.


42 Ibid. Quito L. 16 Despacho de 1564.
126 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCL\L{

1590, durante la presidencia de Antonio González, se efectuaron numero.


sas composiciones de encomiendas que se habían trasmitido por causa de
matrimonio. No se trataba, en muchos casos, de las gentes de baja condi-
ción que había denunciado el cacique de Turmequé. El capitán Francisco
de Cárdenas, por ejemplo, recibió la encomienda de Bonza por su matri~
monio con Ana de Herrera, parienta del oidor Chaparro, en 1558, y efectuó
la composición, es decir, la legitimáción de su título mediante el pago de
mil pesos en 1590. Cárdenas había servido bajo el mando del gobernador
Francisco de Cáceres en Guayana, La Grita y Barinas. Se le dio encomienda
por la dejación que había hecho de ella Francisco Cabrera, quien había r~
cibido la de Cocuy, también a causa de su esposa, El vira Holguín de Figue:;
roa, hija de Miguel Holguín43 . También el gobernador Bernardino Mojica
de Guevara se convirtió eh encomendero de Guachetá a causa de su enlace
con Isabel de Leguízamo, quien había sucedido a su primer marido, el ca-
pitán Melgarejo. Venero de Leiva otorgó la encomienda a Mojica en 1573 y
el presidente González admitió composición mediante el pago de 300 p~
sos, debido a la prolongación disimulada por tres vidas en el goce de la
encomienda. En forma casi idéntica, el capitán Martín de Rojas renunció a
una encomienda que tenía en Mérida, al casarse con Catalina de Sanabria
para gozar la que su mujer había heredado de Luis de Sanabria. En 1594 se
efectuó la composición por 200 pesos 44 .
En Santa Fe, Diego Maldonado de Mendoza obtuvo la encomienda de
Bogotá, la más rica del distrito, por su matrimonio con Jerónima de Olalla45,
Esta encomienda, que había pertenecido al conquistador Antón de Olalla,
había provocado ya una conmoción polí_tica cuando el hijo del visitador
Monzón había desposado a la rica heredera. Una de las más cuantiosas
encomiendas de Popayán, la de Espandi (con más de 1.500 tributarios en
1560), pasó a Diego de Villavicencio, gracias a su matrimonio con la viuda
del encomendero anterior. Hacia 1565, un tercer matrimonio de la enco-
mendera -que tenía entonces más de setenta años- con Francisco Mos¿
quera, que había venido el año anterior como teniente de gobernador'a
Popayán, hizo pasar la encomienda a este funcionario 46 .
Es sorprendente el número de encomiendas que pasaron, a través de las
viudas de los conquistadores, a un segundo marido. Muchos matrimonios
se concertaban para facilitar este arreglo. Ésta era, sin duda, una reminis~

43 AHNB. Vis. Boy., t. 12 f. 907 r. ss.


44 Jbid. t. 3 f. 536 r. SS.
45 AGI. Santa Fe, L. 164 Doc. 4 y L. 17 r. 2 Doc. 51 f. 95 r. ss.
46 Ibid. L. 19. Despachos de los oficiales reales de 1565. También una R. C. en CCRAQ. I,210.
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 127

cencia del carácter militar atribuido a la encomienda, según el cual la mer-


ced obligaba al beneficiario a «tener casa poblada», armas y caballo. En
funja, Catalina Pineda, Elvira Zambrano, María de Monsalve, Catalina
carvajal, Constanza Rodríguez Hermoso, María de la Hoz y Berrío, Isabel
Maldonado, Catalina Valero e Isabel Ruiz pasaron a segundas nupcias y
con ellas la encomienda que había gozado su primer marido.
Como se ha visto, también las hijas de los encomenderos trasmitieron
por causa de matrimonio encomiendas heredadas de sus padres. Entre los
títulos presentados en 1602, con ocasión de la visita de Beltrán de Guevara
a Pamplona, diez al menos tenían su origen en sucesiones y cartas dotales
ycasi todos habían sido confirmados por el presidente González entre 1590
y1595 47 . En este aspecto, la encomienda se diferenció radicalmente del ma-
yorazgo español y de las instituciones feudales europeas. El 12 de mayo de
1552, la Corona había aclarado que en el caso de que el hijo mayor no pu-
suceder al encomendero por causa de alguna incapacidad (entrar en
religión, ser casado con mujer que ya tuviera encomienda, etc.), lo sucede-
ría su mujer. La encomienda podía pasar también al segundo hijo o al ter-
cero y, en defecto de hijos varones, podía atribuirse a las hembras48 • Así, a
mediados del siglo XVI se juzgaba que la Conquista había concluido y con
ella el carácter militar (o «feudal») de la encomienda. La Corona perseguía
ahora fines puramente fiscales, signo evidente de su carácter centralizador
yantifeudal.
La mecánica social del matrimonio putlo servir para ~naltecer a algún
inmigrante reciente o a algún aventurero afortunado, pero este fenómeno
debe considerarse excepcional. La regla .parece haber sido la de que el ma-
trimonio contribuyera a cerrar un círculo estrecho de descendientes de
conquistadores. En las sucesivas generaciones, los descendientes de enco-
menderos, cada vez más numerosos, iban estrechando sus filas y haciendo
cada vez más dura la comP.etencia para obtener la :rp.erced. Los conquista-
dores mismos negaban este derecho a <<'gentes de baj~ condición», como los
artesanos. Y aun era mal visto que escribanos y procuradores gozaran de
encomiendas, como lo atestigua el texto de fray Jerónimo de San Miguel
citado más arriba. Pedro de Acebo Sotelo, por ejemplo, siendo uno de los
compañeros de Quesada, recibió inicialmente la encomienda de Sasa. En
1539, el escribano acompañó al licenciado a su regreso a España y Hernán
Pérez volvió a .encomendar los indios de Sasa a Hernando de Rojas. A su

47 AHNB. Vis. Batj., t. 3 f. 145 r. ss. f. 109 r. ss. Vis. Sant., t. 8 f. 492 r. ss., t. 3 f. 565 r. ss., t. 8
f. 630 r. SS., t. 5 f. 345 r. SS., t. 4 f. 698 r. SS., t. 8 f. 760 r. SS., t. 5 f. 559 r. SS., t. 7 f. 830 r. SS.
48 Ibid. Ene., t. 14 f. 425 r.
;¡---- 1

128 HISTORIA ECONÓMICA Y

regreso con Alonso Luis de Lugo, Sotelo intervino como procurador d~


causas en la mayoría de los reclamos de los encomenderos. En 1583 postuló I
su nombre, en competencia con otras trece personas, para que se le otorga.=::
ra la encomienda de Boyacá, vacante por la muerte de Diego de Partearro'-:
yo. Puso de presente su pobreza y la insignificancia de una encomiend~
que poseía en La Palma, de indios que ni siquiera estaban sometidos49 • Ncr ·
obstante, la encomienda de Boyacá se otorgó a Pedro Cabrera de Sosa. No
cabe duda de que los intereses de Sotelo estaban estrechamente vinculados
a los de los encomenderos pero puede pensarse también que una línea sutil
lo separaba de ellos.
Esta línea parece haber sido trazada por la constitución de linajes/ a
cuya cabeza figuraban uno o más conquistadores. A la tercera generaciórt
(c. 1600), las encomiendas se acumulaban en descendientes de conquista<
dores unidos entre sí por una intrincada red de parentescos. En esta forma.
podría decirse que las mejores encomiendas del reino, como las de Turme'.-
qué, Paipay Oicatá, estaban vinculadas por una especie de alianza tácita
en virtud del linaje establecido por los conquistadores Gómez de Cifue11:.
tes, Juan de Torres y Pedro Ruiz Corredor. Al tronco principal se adherían
ramificaciones menores como las encomiendas de Suta, Chíquiza, Icaga;
Iza y Chitagoto, poseídas por yer,nos o colaterales.
Para comprender la naturaleza del poder de los encomenderos, sus al3
canees y la manera tan peculiar de ejercerlo, habría que examinar la totali:
dad de sus relaciones sociales y económicas a la luz de este concepto de
linaje o, más sencillamente, examinando de antemano sus relaciones de
parentesco. Debe advertirse, sin embargo,_que en ningún caso la encomiell:~
da se fijó como bien patrimonial en cabeza de una familia. Es posible qul
la prohibición contenida en las Leyes Nuevas de gozar de una encomienM
por más de dos vidas haya contribuido indirectamente a la cohesión fami~ _1
liar del círculo de encomenderos. Es indudable, en todo caso, que la cons 1
::"
1

titución de linajes permitió la perpetuación del privilegio más allá de las j


previsiones de la Corona. El goce de muchas encomiendas se prolongó por
espacio de tres, cuatro y cinco vidas mediante el sencillo expediente d~
forzar la distribución de los repartimientos entre colaterales a la tercer~
generación, en lugar ·de hacerlo por sucesión directa. Además, en cuanto
quedaba ~acante una encomienda los encomenderos podían captarla al~:-,
gando los méritos de sus alianzas matriI_noniales. Así, en 1596, a la muerte
de Luis de Monsalve, compitieron por sus encomiendas de Somondoco f

49 Ibid. t. 24 f. 112 r.
{,AS FORMAS DE DOMINACIÓN 129

de los indios panches, en Tocaima, no menos de 16 personas, entre las que


econtaban antiguos funcionarios de la Corona o sus viudas, capitanes que
~abían participado en alguna expedición reciente y aquéllos que alegaban
el privilegio de ser descendientes de conquistadores. La encomienda de
soroondoco se difirió finalmente a Francisco Maldonado, encomendero de
Bogotá, teniendo en cuenta que estaba casado con Jerónima de Castro, una
50
hija de Antón de Olalla • _
No hay duda de que después de la primera generación de encomende-
ros, particularmente después de las presidencias de Venero de Leiva y el
licenciado Briceño, rio se volvieron a producir los cambios intempestivos
que caracterizaron las primeras gobernaciones. Este resultado puede atri-
buirse tanto a la existencia de una autoridad visible e indiscutible como a
la evolución social del estamento de los encomenderos que constituyeron
linajes más o menos cerrados. Las composiciones aceptadas por el presi-
dente González y ordenadas por la Corona por razones fiscales consolida-
ron la posición de los encomenderos que habían logrado repartimientos a
título privado, en virtud de matrimonios o dejaciones.
Aportes de dinero, vertidos directamente a las Cajas reales, debieron
jugar también un papel en el otorgámiento de encomiendas, especialmente
a fines del siglo XVI, durante la presidencia de Antonio González. Las com-
posiciones aceptadas no tienen otro significado aunque en muchos casos
su cuantía no excediera de 500 pesos. Francisco Maldonado, en cambio,
alegaba haber gastado veinte mil p_esos eñ el auxilio de Cartagena y el otor-
gamiento de Somondoco parece haber implicado un reconocimiento de
este «auxilio>~ 51 • En 1592, el presidente González premió a uno de los yer-
nos del conquistador Bartolomé Camacho no sólo por los servicios de su
suegro, sino también porla promesa de pagar 1.400 pesos52 . Cristóbal de
Rojas, quien había sido corregidor y teniente de gobernador en Mérida,
pagó tres mil pesos de oro .de veinte quilates por la ~ncomienda de Cuítiva
yTupía, en 1591. A su muerte (1606), .el fiscal Cuadrado Solanilla pidió la
nulidad del título puesto que había operado una dejación de Isabel Ruiz de
Quesada, que había sucedido a su marido Pedro López Monteaguado, al
pasar a segundas nupcias co11 Cristóbal de Rojas 53 .
El presidente Borja procedió, a su vez, a revalidar títulos otorgados por
el presidente Antonio González, y en 1606-1608 recibió 21.976 pesos de oro

50 Ibid. Cae. e ind., t. 45 f. 260 r. ss. Vis. B01;., t. 11 f. 351 r.


51 Ibid. Vis. Boy., loe. cit.
· 52 Ibid. f. 740 r.
53 Ibid.
130 HISTORIA ECONÓMICA y socL\~I.

de 13 quilates por la composición de 10 encomiendas en la provincia: de


Tunja. Entre el 18 de diciembre de 1605 y el 11 de enero de 1628-el térnu;
no de su larga presidencia-, Borja admitió la composición y otorgó títuiós
originales y de sucesión de 217 encomiendas en el territorio de la Ntréva
Granada (comprendida Mérida), 47 de las cuales estaban ubicadas en'la
. . d e T un1a
provmc1a . 54 . . ''
Hacia 1610, el presidente Borja buscó recompensar con encomiendas a
quienes habían intervenido en las guerras contra los pijaos. Los otorga"
mientas no recayeron en simples soldados sino en familias de encomenderos
ya poderosas que habían aportado armas, caballos y dinero para la guérfa!
La familia Vargas, por ejemplo, poseía tres encomiendas hacia 1626. Fer~
nando de Vargas, Pedro Ordóñez y Vargas y Adrián de Vargas alegabal{
haber intervenido en las guerras contra los pijaos y haber contribuido en
las expediciones del capitán Pedro Daza, pero al mismo tiempo reclamaba!Í
su descendencia de los conquistadores Diego de Vargas y Diego Mont~~
ñez 55 • El capitán Juan Bautista de los Reyes fue recompensado con el repa'tl
timiento de Garagoa por haber llevado · ·
56
... la mayor parte de los soldados que iban a esta guerra a su costa ... 1

De la misma manera, Pedro Merchán de Velasco fue favorecido -de 1


manera e~cepcional para es:a época- con la prolon~ación de una ;id~ en
la encomienda que heredana de su padre, Alonso Sanchez Merchan. Este
estaba casado con una hija del conquistador Pedro Ruiz Corredor, y su hijo
con María de Monsalve, viuda del segu.ndo Gómez de Cifuentes. Pe.dro
Merchán aportó a la guerra contra los pijaos 60 soldados armados, pertre"
chados y pagados a su costa y 200 cabalgaduras57 • 1
Otras empresas de este tipo fueron recompensadas a fines del siglo xví. 1
El fundador de Santiago de las Atalayas, capitán Pedro Daza, pudo retener
así la encomienda de Pesca y Bombaza que había sido de su padre, el cori"
quistador Pedro de Madrid. La encomienda pasó primero a un cuñado de
Daza, Bartolomé de Alarcón, y luego a su hijo, Pedro Daza, en 1592. Alirl
eón se había hecho adjudicar un año antes la encomienda de Toquecháy
Moquech_a58 • ·.

54 Jbid. t. 31 f. 248 V. SS.


55 Ibid. t. 7 f. 780 r., t. 10 f. 4 v.
56 Ibid. Vis. Sant., t. 6 f. 775 r.
57 Ibid. Vis. Boy., t. 10 f. 432 r.
58 Ibid. t. 3 f. 770 r., t. 12 f. 467 r.
{.A5 FORMAS DE DOMINACIÓN 131

Todavía la guerra contra los pijaos, en la primera década del siglo XVII,
uede verse como una oportunidad para justificar la función guerrera atri-
huida originalmente a los encomenderos. En sus comienzos, éstos solían
Jbergar en sus casas o en los «aposentos» de la encomienda un cierto nú-
~ero de soldados. Sostener esta costosa clientela era esencial para el pres-
tigio de su casa. Pero existía también la posibilidad de utilizarla realmente
en una expedición que trajera consigo el reconocimiento de servicios pres-
tados a la Corona. Todo indica, en cambio, que la guerra contra los pijaos
fue una empresa más bien ruinosa, excepto por las fértiles tierras que se
conquistaron y que fueron atribuidas a Diego de Ospina. Hacia 1610, una
encomienda no significaba una recompensa adecuada de los gastos incu-
rridos en hombres, armas y ostentación, pues la población indígena había
declinado y muy pocos repartimientos rebasaban la cifra de 300 tributarios
yni siquiera de 200. ·
- · Por esto, ya a finales del siglo XVI comienzan a advertirse los síntomas
de un debilitamiento cada vez más pronunciado de los encomenderos. El
establecimiento definitivo de los corregidores en 159359, a los que se atri-
buíá el privilegio de mediar en la cj.istribución de mano de obra indígena y
de controlar un régimen salarial que quería fortalecerse, junto con la
abolición subsiguiente del monopolio de la mano indígena que se llevó a
cabo en las tasas de tributos de Miguel de Ibarra, Egás de Guzmán y Luis
Henríquez (1593-1602), son apenas un ~igno del campio profundo que
había comeniado a operarse en la ·sociedad colonial.·
En la actitud de la Corona se produjo consiguientemente un cambio
significativo con respecto a los encomenderos. Las Nuevas Leyes habían
querido abolir el régimen de la encomienda en dos o tres generaciones para
prevenir la amenaza de una .casta militar que desafiaba demasiado a me-
nudo la autoridad de la monarquía española. Con el tiempo, la amenaza se
disolvió ella sola por la precariedad de las bases de! poder de los encomen-
deros. En primer término, debido éfl deterioro de 'la población indígena.
Luego, por la presión de otros grupos sociales (agricultores, comerciantes,
mineros, antiguos funcionarios de la Corona), que estuvo favorecida por
un éxito económico relativo,"frente a la pasividad ruinosa de los encomen-
deros. Éstos habían terminado por constituirse en una aristocracia difusa
cuya existencia podía tolerarse. El hecho mismo de que las encomiendas
no hayan poseído nunca un carácter patrimonial tuvo consec.µ.encias socia-
les muy importantes. Una de ellas, que sólo a través de la persistencia de

59 !bid. Cae. e ind., t. 42 f. 81 r. ss.


132 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCJAI;J

ciertos moldes sociales (matrimonios, parentescos) los encomenderos pu;


dieron tener briznas de poder y de influencia que poco a poco iban esca.
pándose de su círculo, a medida que éste se iba ampliando. Otra, el que las
empresas económicas apoyadas en esta base de preeminencia social hayan
sido siempre muy inestables.
En abril de 1629, la Corona dilató el privilegio del goce a las encomien:
das por tres vidas, con la condición de que los que estuvieran gozándolas
en primera vida cedieran dos años de tributos y los que las gozaran eir
segunda vida pagaran tres, tratándose de encomiendas cuya renta anuai 1
no excediera los 800 ducados. En 1637 se suspendió el privilegio de conc~
der esta gracia a virreyes y gobernadores y se reservó al Consejo de Indias:
El 1º de junio de 1654 se volvió a autorizar a los gobiernos locales para que
tramitaran este tipo de composición60 • En virtud de esta Cédula, el presi;
dente Dionisia Pérez Manrique comenzó a otorgar masivamente el privil~
gio que había sido antes excepcional y muy costoso. Bernardino de la Serna
Mojica, por ejemplo, había pagado en 1607 la suma de 18.000 pesos oro de
13 quilates para obtener la posesión de la encomienda de Guachetá-Sa-
quencipa-Moniquirá que había gozado su tío, el gobernador Bernardillo
Mojica de Guevara. En recompensa por este auxilio extraordinario para la
guerra contra los ¡ijaos, el rey prolongó por tres vidas el goce de la enco·
mienda, en 16166 • A partir de 1654, el privilegio se generalizó y en diez
años se aceptaron 88 composiciones por esta causa en la Nueva Granada;
En Santa Fe se prorrogaron 18 encomiendas, de las cuales la Corona espe~
raba recibir 70.143 pesos; en Tunja, 8; en Pamplona, 10, y en Mérida 26.El
importe de las 88 composiciones ascendía a 126.945 pesos, dentro de ios
cuales· la cuota de Santa Fe representaba el 55% y la de Tunja el 17%. Otras
diez provincias apenas totalizaban el 28% restante62 • . . ...
A mediados del siglo XVII, la curva de la población indígena había al·
canzado probablemente su punto más bajo y con ella el poder de los enea:
menderos. Según las cifras del visitador Valcárcel para la provincia _de
Tunja, en 1536 pocas encomiendas alcanzaban la cifra de cien tributarios1
y en una carta del presidente Martín de Saavedra y Guzmán afirmaba que

... muchas personas, o las más que tenían estas encomiendas, eran nobles,
hijos y nietos de conquistadores~ y algunas de ellas (las encomiendas) tan

60 !bid. Ene., t. 14 f. 12 v.
61 !bid. t. 9 f. 200 v.

J
62 !bid. f. 122 v.
DE DOMINACIÓN 133

tenues que, pa~adas las doctrinas y lo demás, a muchos no les quedan cin-
cuenta pesos... .

El informe de Saavedra sugiere, hacia 1645, la existencia de una aristo-


cracia empobrecida e iletrada, luchando vanamente por la perpetuación de
su exiguo privilegio o por la consecución de una renta de las Cajas reales.
Con el tiempo, casi todas las encomiendas quedaron pesadamente grava-
das con una pensión o renta fija que el encomendero se obligaba a recono-
cer a la viuda de algún funcionario o a los descendientes empobrecidos de
los conquistadores.
El proceso entero puede ilustrarse con el destino de Chita y sus anexos
(en los llanos), la rica encomienda de los sucesores de Quesada. La sobrina
del adelantado y sus descendientes la gozaron hasta la segunda mitad del
siglo XVII. Cuando en 1626 se otorgó a Martín de Mendoza y Berrío, nieto
de Maríá de Oruña, la sobrina del adelantado, la totalidad del usufructo
quedó gravada a favor de doña Ana de Alauiza, viuda del gobernador San-
cho de Alquiza, por término de seis años 6 • Al cumplirse este lapso, el en-
comendero debía acudir con la mitad del producto de la encomienda a su
madre, María de la Hoz y Berrío, pagar 500 ducados a su hermana María
de Oruña y una renta vitalicia de 200 ducados a una hermana monja. En 1679
se volvió a gravar la encomienda con una pensión y en 1·684 se otorgó parte
de sus frutos a las hijas del licenciado Diego de la Puerta, que había sido oidor

·en la Audiencia. En 1707 volvió a otorgar~e, gravada estfl vez en favor de
la viuda del encomendero preced~nte y de la viuda de un contador65.
Los poseedores de la encomienda en los siglos XVII y XVIII contaban en-
tre sus antepasados a una buena cantidad de conquistadores aliados con
otros aventureros notables. Antonio de Berrío, el marido de la sobrina de
Quesada, había guerreado en Flandes y en Italia. Acompañó a Quesada en
su expedición al Dorado y más tarde fue hecho prisignero por los corsarios
en la isla de Trinidad. Fernando de Berrío, su hijo, hizo numerosas entradas
en los llanos de Venezuela, fue hecho· prisionero por piratas berberiscos en
1622, cuando viajaba a España en un navío suelto y murió en Argel 66 • Los
últimos poseedores en el sigl9 XVII descendían de Antón de Olalla, Pedro
López de Orozco y Martín de Rojas, compañeros de Quesada. En los paren-
tescos sucesivos de la prole de estos conquistadores se exhibían títulos es-

63 Ibid. t. 24 f. 983 r.
64 Ibid. Vis. Boy., t. 9 f. MO r.
65 Ibid. Ene., t. 26 f. 11 r. ss.
66 Ibid. Vis. Boy., t. 9 f. 640 r.
134 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCfAtJ,

pañoles de hidalguía y aun de nobleza: parentesco con la Casa Real de


Navarra, mayorazgo de la casa de Dávila en Ciudad Real y de los Gaviria
de Mondragón, en Guipuscoa. Algunos ocuparon cargos elevados en la
administración española y colonial. Alonso Dávila Gaviria, por ejemplo,
fue maestro de campo en Mérida, pasó a España, en donde fue familiar de
la inquisición de Toledo, ocupó una posición semejante en Cartagena ele
Indias y fue contador de la Audiencia de Santa Fe. El general Antonio Mal~
donado de Mendoza participó en las guerras contra los pijaos, fue gobef.'.
nadar en Santa Marta, corregidor y justicia mayor en Quito y sirvió en las
guerras de Chile. Su padre, Francisco Maldonado, había sido capitán, al-
mirante de la flota española y, por su matrimonio con Jerónima de Olalla,
uno de los más ricos enco.menderos de Santa Fe. ·
El estilo de vida de una aristocrática familia de encomenderos podía
llegar a gravar sus rentas de manera reducirla a la indigencia. Martín cle
Mendoza y Berrío, por ejemplo, contrajo deudas con Jerónimo de Agandu~
ru, el capitán Lorenzo de Artajona y Pedro Salazar Falcón. Su insolvend~
llegó al punto de verse obligado a ceder la administración de la encomien:
da al capitán Artajona, en 1631. Éste le pasaría la tercera parte de los tribu~
tos para alimentos y pagaría las pensiones que gravaban la encomienda,
tres mil ducados a Aganduru y 629 pesos a Salazar Falcón. Artajona debía
recuperar 1.875 pesos durante siete años, después de pagar la doctrina, los
diezmos, alcabalas, mayordomos, pensiones y acreedores. El encomendero
debió verse envuelto en nuevas dificultades de dinero puesto que no res;
petó el acuerdo y en 1638 trató de recupe_rar un obraje (entre los chiscas),:
los pozos salinos del Pueblo de la Sal, para los cuales nombró como admi;
nistrador a Juan Rodríguez Freyle, y las pesquerías de los llanos. La Au-
diencia tuvo que prohibirle expresamente toda injerencia para proteger a
sus acreedores 67 • ·. ·

La situación de los sucesores en el siglo XVIII fue todavía más precaria;


En 1761 se otorgó la encomienda a la hija de Nicolás Antonio Dávila Mal-
donado teniendo en cuenta su viudez, su pobreza y sus hijos numerosos.
A la muerte de Ana Dávila, en 1763 José Antonio Maldonado pidió la en~
comienda( que pretendía como descendiente de conquistadores y persona
muy pobre,

... por la injusticia de los tiempos ...

67 Ibid. t. 13 f. 544 r. SS.


[.¡\S FORMAS DE DOMINACIÓN 135

1.· Con ocasión del cobro de los tributos a corregidores y cobradores, Mal-
i donado emprendió varios pleitos, los cuales, según su hija, acabaron con
'd 68
1suv1a.
· Chita y sus anexos eran un caso excepcional. En sus orígenes, la enco-
l ¡Jlienda incluíap~lbpueCbhl~ de Chi)ta, chon siehte capitaníasby otrEos d o ce pu~-
blos (Támara, is a, 1pa, etc. 1ac es, c iscas y tune os. n 1572 tema
t.139 tributarios y era, por lo tanto, una de las encomiendas más grandes
de la provincia de Tunja. Todavía en la segunda mitad del siglo xvm ren-
taba más de mil pesos anuales pues los indios pagaban sus tributos en lienzos
deMorcote que los comerciantes remataban para venderlos al por menor.
Así, en 1754 se habían acumulado en las Cajas de la Real Hacienda 32.246
varas de lienzo que valían cerca de diez mil pesos y que se remataron a
Juan Antonio Suárez69 • Ninguna otra encomienda alcanzó una vida tan lar-
ga pues a comienzos del siglo XVIII la mayoría se había extinguido. Según
- un informe del capitán Nicolás de Santamaría, corregidor de Duitama, al
primer virrey de la Nueva Granada, Antonio de la Pedroza y Guerrero
(1719), las encomiendas del partido estaban vacas con excepción de Te-
quia, de don Nicolás Guzmán y Susa -apenas con 8 t~ibutarios-, que
pertenecía al comisionado general de la caballería, Pedro Angel de Angulo.
Duitama misma pertenecía hacía mucho tiempo a la Corona, lo mismo que
Soatá 70• •
En toda la provincia de Tunja apenas quedaban 44 encomiendas, de las
setenta que existían a comienzos del siglo anterior y 3r en Santa Fe. La
disminución era todavía más fuerte en Vélez y PamJlona, pues no queda-
ban allí sino 14 y 22 encomiendas, resp~ctivamente . ·,

EL TRIBUTO

!
El problema del tributo indígena

El tributo que impuso el sistema español sobre las sociedades indígenas


significó una relación constante en la que las variaciones reflejaron siem-
pre transformaciones de fonQ.o en la sociedad misma española, en sus re-
laciones con los pueblos indígenas, o en las posibilidades declinantes de la
economía de estos pueblos. Definida de la manera más simple, esta rela-

68 Ibid. Ene., t. 10 f. 459 r. ss.


69 Jbid. t. 26 f. 11 r. SS.
70 Jbid. t. 12 f. 80 r. SS.
71 AGI. Santa Fe. L. 370 Doc. 189.
'i}-·

136 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCI).¡J

ción no fue otra cosa que la transferencia de excedentes de la producció


indígena a manos del sector dominante de la nueva sociedad. Este esqu:
ma inicial sufrió modificaciones considerables en sus componentes, apé-
sar de que la estructura misma permaneciera idéntica.
\ En primer lugar, sufrió modificaciones en cuanto a los beneficiarios de!
' tributo. Una primera etapa se caracterizó por la manera anárquica de la
exacción, que reflejaba bien los rasgos individuales de la primera empresa
_, española. Los conquistadores españoles no representaban la autoridad de
un Estado que buscara su reconocimiento a través de una forma de partt~
cipación en las cargas fiscales. Representaban apenas la mera voluntad in-
--dividual con medios a su alcance para procurarse la supervivencia, o aúlt
el enriquecimiento, y esta voluntad estaba más o menos sancionada por fa
fuerza de las cosas. El tributo se convirtió así en un instrumento de transfé-
rencia del poder sin control (en el caso de sociedades indígenas jerarquizadas)
al poder sin control de los conquistadores, identificado vagamente cmfe!
poder de un caudillo.
Una segunda etapa se caracterizó por los intentos de regulación estat~t
El Estado español buscó una forma de racionalizar la exacción ateniéndose
a los marcos mismos tradicionales que buscaba encontrar en las sociedades
indígenas. Al mismo tiempo, asumió el control de la percepción de los tJ:'j:
bu tos intentando limitar las demandas excesivas de los conquistadores. En
~-muchos casos, esta acción reguladora se vio forzada por las exigencias .de
la evolución económica, o mejor, por el ritmo declinante dé. la población
indígena que imponía coerciones cada vez más angustiosas a una econo-
mía sustentada por el sistema de la enco:r;nienda.
A pesar de todo, la Corona no pudo suprimir completamente la media-
ción que había tolerado desde el comienzo. Así, no fue la voluntad políticá
la fuerza capaz de transformar el carácter dualista de la sociedad que la
encomienda tendía a perpetuar. La encomienda misma tuvo que erosionar~
se por la excesiva presión que ejerció sobre la masa indígena que la susten-
taba. Cierta diversidad ·que se introdujo en la sociedad española desde'e!
comienzo, y que fue ganando importancia en el sector rural, contribuyó'a
esta erosión. Sectores no encomenderos hicieron presión también sobre lá
sociedad indígena, cuyos excedentes económicos, y sobre todo su fuerza
de trabajó, se redistribuyeron con más amplitud. El tributo tenía que desá-
parecer así, al menos en su primitiva significación de un «premio» para los
descendientes de los conquistadores. -
Las transformaciones del tributo indígena abarcaron algo más de tres
siglos. La mera descripción de estos cambios refleja con fidelidad transfor-
maciones paralelas de la sociedad colonial. Este hecho no debe sorprender-
{,¡\5 FORMAS DE DOMINACIÓN Í37

nos puesto que el tributo significaba la materialización de una relación de f


a0111inio entre dos sociedades. Es significativo el hecho de que a él no es-¡
tuvieran sometidos los mestizos y que desde los pueblos de indios se fue-
ran multiplicando las pretensiones de mestizaje para sustraerse a él. Acaso
ésta haya sido la transformación más importante.

Las etapas de,1 tributo

Los dos períodos en la historia del tributo indígena en la Nueva Granada


están separados nítidamente por la existencia de una primera tasación en
1555. En la primera etapa, un poco confusa, se operó la transición de los
grupos dé conquistadores aformas estables de asentamiento. De la expo-1
Jiación pura y simple de riquezas acumuladas por la sociedad indígena se :
_ pasó a una exacción más sistemática de excedentes económicos. A la vio- i
Iencia de los primeros contactos entre las dos sociedades, a los que van '
asociados imágenes conocidas de conquistadores ambiciosos y crueles, su- ,
cedió una lucha obstinada por procurarse el sustento cotidiano. Éste sólo ·
podía obtenerse mediante la regulación de las formas de exacción de oro,
trabaJ·º yrvítllañas.--".'
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El sistema, que ya se había experimentado en otr~s partes, parecía la


prolongación natural de un premio otorgado por los trabajos de la Con-
quista. La recepción de un tributo se deQ.ucía de la enc¡omienda como el J

modus operandi de la institución. El título, que proverua al principio de un


caudillo, autorizaba al conquistador a percibir tributos (demoras) en oro,
frutos, mantas y -en una forma indiscriminada- la fuerza del trabajo
indígena para sus estancias y labranzas. •
Durante mucho tiempo, e~te sistema escapó al poder regulador del Es-/_
tado. Las formas del asentamiento español dependían de sus propios me-; '
dios, es decir, de las facilidades que le.s procuraba la tierra. Una y otra vez
se esgrimió este argumento para evita; cualquier forma de intromisión del
Estado español. Los conquistadores concebían una especie de relación «na-
tural» con los indígenas, que derivaba del hecho físico de la Conquista, y
cualquier limitación les pareda ruinosa.
El proceso entero está tipificado por las nuevas Leyes y por los inciden-
( tes y por los argumentos que provocaron con su promulgación.~ códig~-, .
~15J? tJ::ató de regularizar -mediante la experiencia que s~ había adqui- ..
rido- no sólo las relaciones estables de los encomenderos sino también los
primeros contactos eventuales de futuras conquistas. Así, el texto se ocupaba
sucesivamente de los descubrimientos y de la tasa de los tributos indígenas,
estableciendo en esta forma una relación característica. En adelante, y para
138 HISTORIA ECONÓMICA

evitar el desorden de las entradas que los conquistadores hacían por


propia, debía solicitarse autorización de la Audiencia y rendirle cuantas al .
cabo de la jornada 72 . A renglón seguido, se abolía, legalmente al menos 1
costumbre de capturar un botín entre los indios sometidos. La intenctó~
era la de sustituir esta práctica por la del comercio (rescates) con los indio~
y someter las transacciones a la vigilancia de la Audiencia. ··
En la misma forma, la percepción del tributo debía regularizarse inmi
diatarnente después de la conquista. Las Nuevas Leyes ordenaban a: lo~
descubridores hacer una tasación de los tributos y de los servicios que de-
bían dar los indios corno vasallos de la Corona. Con esto se proveía í.lllá
limitación temporal y se confiaba su ejecución a los empresarios de latón:
quista. Aparentemente, el rey estatuía el reconocimiento por parte de ~{¡~·
nuevos vasallos a través del tributo. Pero, en el fondo, era mucho más tif~•
gente poner un dique a la rapacidad de los descubridores. ~~r:..eso se insis~
~--en la 1:':1-~~eración del tr~l,ltQL que debía imponerse de tal ~.
los iri.Cifos lo pudieran pagar. El cobro mismo debía ser vigilado por parte
de las audiencias o de los oficiales reales. ·· ··
La historia del tributo indígena a partir de la Conquista ilustra muf
bien el carácter de las relaciones entre la Corona y los empresarios conquis~
tadores. En las Nuevas Leyes, el rey se conformaba con señalar apenás fa.
conexión del tributo con el supuesto de su soberanía. En la práctica, los
conquistadores y los pobladores españoles esgrimían repetidamente el ar-
gumento de que su subsistencia dependía de la expoliación de los indíge:.
··nas. Todavía en 1547, y a su pesar de que la promulgación de las Nuevas
Leyes se hubiera dilatado por años en espera de una coyuntura propici~,
los encomenderos del Nuevo Reino tenían la idea de que la tasación del:>í~
regular solamente el pago de oro y esmeraldas pero que podrían esperar
en forma gratuita -y al parecer ilimitada- otras prestaciones tales como·
comida, ropas, casas, sementeras y otros servicios, ·sin los cuales no pd-·
_drían sustentarse73 . · · · ·•
Sin embargo, el estado de excepción impuesto por las modalidades de
la Conquista debía cesar tan pronto corno la autoridad real lograra implan-
tarse en los nuevos territorios. Por eso, a partir del establecimiento de la
Audiencia en el territorio de la Nueva Granada, se sucedieron varios intei{.:
tos para normalizar ·é1 pago del tributo indígena.
Según la Real Provisión de 1543 (que había adicionado las Nuevas Leyes),
los encomenderos no podían cobrar tributos de los indios sin que este tributó

72 Nuevas Ú!ljes, edic. cit. f. 7 r. y v.


73 DIHC. VIII, 253.
f,AS FORMAS DE DOMINACIÓN 139

fuera fijado de antemano por los virreyes o las audiencias. Por eso se en-
rgaba a los presidentes de las cuatro audiencias que se habían establecido
~~anto Domingo, México, Panamá y Lima) que se informaran de aquello que
1 5 indios podían pagar buenamente y con este conocimiento procedieran a
fijar las tasas de los tributos. Se recomendaba especialmente que estas tasas
no excedieran lo que los indios pagaban a sus propios caciques y señores
antes de la Conquista, con lo cual la Corona entendía mostrar su benevo-
lencia y, naturalmente, su intención de sustituir la autoridad de aquéllos.
La misma recomendación se había repetido casi sin variaciones a partir
de 153874 y aún después de promulgadas las Nuevas Leyes, en 1549, volvió
a reiterarse por petición del licenciado Jiménez de Quesada 75 . El licenciado
observaba que, hasta entonces, la tasación, tantas veces ordenada, no había
podido llevarse a cabo y por eso los encomenderos seguían cobrando a
bulto y de manera excesiva los tributos. También Díez de Armendáriz con-
fesab~ su impotencia a este respecto, en una carta dirigida al rey en febrero
de 1547. La promulgación de las Nuevas Leyes era todavía muy reciente y
el gobernador no se atrevía a desafiar una vez más a los encomenderos
.
limitand o sus exigencias . d'1genas76 .
. respec t o a 1os m
Sólo a partir de 1550 se hizo posible la tasación de los tributos indígenas
y esto con las limitaciones inherentes a un poder recién establecido. Un
poder cuyo radio de influencia se debilitaba con la distancia, como lo prue-
ba el hecho de que las tasaciones que se hicieron no pudieran operar uni-
formemente en los territorios ocupados por español~s y en algunos ni
siquiera se hicieran. En cada oca~ión, los encomenderos se resistieron obs-
tinadamente a que se normalizara: el pago del tributo puesto que sin esta
limitación podían disponer a su antojo de los productos y del trabajo indí-
genas. Con ello no hacían sino afirmar su «derecho de conquista», negando
su apoyo voluntario a una política centralizadora.
Tal corno estaba prevista la tasa en la Real Proyisión de 1543, encontra-
ba varios obstáculos en la práctica, aun sin contax con la ausencia de una
autoridad cuyo poder la hiciera efectiva. Es cierto que la intención de la
Corona era benévola al disminuir los nuevos tributos en relación con los
que ya conocían las socied~des indígenas, pues algo podía sacrificarse, en
teoría, al reconocimiento de su carácter soberano. Pero, como lo anota el
profesor Friede77, muchas de estas sociedades no poseían una coherencia

74 Ibid. V, 16.
75 AHNB. Vis. Bm;., t. 11 f. 668 r. ss.
76 DIHC. VIII, 309.
77 J. Friede, Vida y luchas, cit. p. 107 ss.
140

de jerarquías que se reconocieran a través del pago de un tributo o quF


facilitaran su imposición. En otras palabras, los ocupantes españoles no
podían atenerse a precedentes consuetudinarios sino que debían valerse
de cierta violencia para apropiarse los excedentes de las economías in~
dígenas. Así, resultaba inútil la intención benévola de la Corona española¡
Dada la ausencia de un sistema de tributos ya establecido, sólo era posible•
una relación que entrañaba violencia y a la que los conquistadores estaban
más inclinados de antemano.
1
De otro lado, la fijación de la tasa -o de aquello que, según la Corona
los indios podían pagar buenamente- exigía una observación constantey'
compleja de la sociedad indígena en cuestión. Debía establecerse una ecua~.
ción entre el número de indios y las cantidades que deberían pagarse, así
,_como el género de cosas susceptibles de tributación. Ambos requisitos exigían
un enorme esfuerzo administrativo debido a problemas de comunicación!
en primer término, así como la necesidad de actualizar constantemente una
información que debía variar por fuerza debido a la declinación fatal de los
recursos indígenas. Las dilaciones en la tasación de los tributarios obede-
cieron no sólo a la resistencia de los encomenderos sino también a está
dificultad en el reconocimiento de la tierra y en la contabilización de los
indígenas. Una vez establecida la Audiencia, los oidores fueron encarga-
dos de realizar visitas periódicas que comenzaron efectivamente en 1551.'
Como se ha visto anteriormente, una visita tendía a averiguar el núme-
ro de indios de edad de tributar (a menudo se designaban a los tributarios;
entre los 17 y los 60 años, como indios de visita), cuyos nombres se consig-
naban en una descripción. El visitador inquiría igualmente mediante una
pesquisa entre los indios, el cura doctrinero y, más adelante, el corregidori
por una serie de cuestiones entre las cuales se incluía lo relativo a granjería[;,
de los indios, es decir, al comercio («tratos»L la artesan.ía y los frutos que
cultivaban. Estos datos servían para fijar la tasa.
En 1555, el licenciado Briceño y el obispo fray Juan de los Barrios hicie-
ron la primera tasación para las provincias de Santa Fe y Tunja78 • Esta vez
no se trataba simplemente de una tasa arbitraria, como la que había fijad()
para su diócesis Juan del Valle, obispo de Popayán, en 1554. La tasa arbi~
traria era l,ma tasación extraoficiaC sin que estuviera basada en un recuento
de tributarios, que el obispo había señalado en su carácter de protector de

78 No se tasaron todos los pueblos pero sí una gran parte. De los autos de 58 repartimientos
visitados por Tomás López entre abril y agosto de 1560 en la provincia de Tunja, 40
hacen alusión a la tasa anterior.
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 141

turales, por razones morales, y para subsanar el fracaso de las visitas de


~:dro Escudero Herresuela y el licenciado Flórez79 •
La tasa del oidor Briceño y del obispo de Santa Fe había tenido en cuenta,
en efecto, una visita anterior, practicada en 1551 por Juan Ruiz de Orejuela80 •
Es decir, esta tasación no se limitaba a establecer en abstracto un tributo
eventual en relación con el número de indios que hubiera sino que mencio-
naba una cantidad fija de géneros para cada repartimiento.
Es posible que, tratándose del primer intento de limitar las exigencias
arbitrarias de los encomenderos, la tasa de 1555 haya transigido con mu-
chas de las prácticas habituales de exacción.
Aunque los autos originales de esa tasación no se conservan, traslados
posteriores dan una idea de la cuantía de los tributos y del procedimiento
de la imposición81 • El defecto principal de la tasa consistía en señalar una
buena parte del tributo en oro, al menos para algunos rapartimientos. Esta
exigencia parecía presumir que los indios (chibchas) todavía podían echar
mano-18 años después de la Conquista- del oro acumulado por sus an-
tepasados o que el vigor de su comercio con otros pueblos era parecido a
los tiempos anteriores a la Conquista. Pero aun si hubieran existido estas
posibilidades, la tasa todavía permitía un amplio margen de arbitrariedad
puesto que la cuantía del oro no se expresaba de una ~anera uniforme. Los
indios debían entregar-en los diferentes repartimientos un número varia-
ble de pesas equivalentes, cada una a 10., 40, 56 o 62 pe,sos. Y ni aun la ley
del oro se establecía en la misma f.orma para todos lós casos. En general, se
pedía oro de muy baja ley, entre siete y medio y doce quilates82 •
La dificultad de pagar los tributos 'en oro se revela en el hecho de que
algunos pueblos solicitaron que el tributo se conmutfil.a en mantas. En 1557,
por ejemplo, los indios de Faracuca (encomienda de Juan de Quincoces)
pidieron al oidor Briceño que les conmutara los 300 pesos que tenían que
pagar como tributo · "

79 J. Friede, Vida y luchas, cit. p. 109.


80 AHNB. Cae. e ind., t. 5 f. 472 v. Se mencionan visitas de: Baltasar Maldonado, en 338
folios, la de Juan de Orejuela en Tunja, en 228 folios y una «descripción» en 475 ff. Otra
del licenciado Venero, fiscal de la Audiencia, de los indios moscas, en 727 ff., y una de
Vélez, del mismo licenciado. Otra de Juan Pardo, también en Vélez, an 135 ff. y la visita
de Cristóbal Bueno en Pamplona, la única cuyos autos se han localizado.
81 Ibid. Vis. Boy., t. 9 f. 774 r., tasa de Ramiriquí, t. 14 f. 874 r. Cuqueita, t. 5 f. 388 r. Moni~
quirá, etc.
82 Aguado, op. cit., I, p. 405 y DIHC. IX, 223.
142 HISTORIA ECONÓMICA

... por cuanto nos es mucho trabajo allegar el oro, porque nuestros tratos
83
contratos es comprar algodón e hilar mantas ... .

El oidor accedió aunque es dudoso que el cambio no se convirtiera, al


fin de cuentas, en un pretexto para aumentar el tributo. Pues, de acuerdo
con dos «entendidos», el oidor estableció una equivalencia de tres mantas
por cada peso de oro, teniendo en cuenta que, según sus informes, losh\.
dios tenían buena tierra y grandes «contrataciones». ··
En un caso similar, los indios de Chárneza, de la encomienda de Miguel
Holguín, recurrieron al alcalde ordinario de Tunja, Francisco de MonsaH/~:
El cacique declaró que prefería pagar 750 mantas (que era lo que acostu.m~
braba dar antes de la tasa) a los 200 pesos de 7 quilates en que estaba tasa~
do. Aunque el encomendero accedió a recibir sólo 600 mantas, aún así los
indios resultaban pagando seis mantas por cada peso de «buen oro» (de 20
quilates). Más tarde, en el curso de la visita de Tomás López (en 1560)}'ei
encomendero admitió que las mantas valían más que el oro en que los in;
dios estaban tasados. Aunque declaró no saber el precio de las mantas (su-
jeto a variaciones), en 1555, cuando se hizo el cambio, las mantas no valían
tanto corno en 1560. El visitador ordenó finalmente que el encomendero
restituyera a los indios 400 mantas o 200 pesos, es decir, estimó en 4 tomi•
nes cada rnanta 84 . •
,. En 1559, el fiscal de la Audiencia, García de Valverde, comprobó qué
los indios ofrecían resistencia a pagar en oro y que los encomenderos nó
habían tardado en sacar provecho de esta situación. Según el fiscal, los
indios estaban dispuestos a pagar mayor cantidad de mantas que su equi7
valen te en oro y los encomenderos accedían al cambio puesto que, por un
lado, podían comerciar con las mantas en la provincia de Popayán y en.el
Perú, y, por otro, se consideraban exentos de pagar a la Corona el quirlto
L del tributo. Por esta causa se inició un largo proceso contra la totalidad de
los encomenderos de Santa Fe, Tunja y Vélez, que se prolongó más ~llá de
1567, cuando los autos se agregaron para hacer un solo expediente8 • · ·
Con ocasión de esta demanda, García de Valverde pudo formular como
funcionario real un concepto nítido de la soberanía del Estado español.
Según el fiscal,

... toda persona ha de ser sujeta a su príncipe e rey e señor natural, y en


señal de sujeción y reconocimiento de supremo poderío se le ha de contri-

83 AHNB. Vis. Boy., t. 8 f. 813 r. ss.


84 !bid. t. 3 f. 561 v. f. 565 r. f. 567 r.
85 !bid. Ene., t. 19 f. 241 r. ss.
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 143

buir con tributos, y en esta tierra no hay otros si no es el quinto de oro y


mantas que los dichos encomenderos han sido obligados a dar y han de dar
I en cada un año, pues que de indios y españoles, como está dicho, vuestra.

'¡·.
1 alteza no tiene ningún otro aprovechamiento ...

Mencionaba luego García de Valverde las ventajas que los españoles


derivaban del Estado: el mantenimiento de un sistema administrativo, el
cuidado de sus necesidades religiosas y el acondicionamiento de puertos
l. yde barcos para mantener el comercio con España.
1 A~!..J>.E$2_~!1:.2~QJ~~!:1:~!~!~_g_!'.~yoso para los indígenas, no hay_
. duda de gue la tasa tendJª-ªi!_rnin~9-r 19.JL~~gencias arbitrarias de_l9_~-~!!:-
'·•.· ~os. El caéique de Chivatá, por ejemplo, declaró que antes de la
tasa entregaba doce pesos de oro a su encomendero. La tasa las redujo a
t·. seis pero el encomendero, Pedro Bravo de Rivera, se negó a aceptar esta
_ limitación y, todavía en 1560, exigía once pesas y media de oro cada año 86 •
Bravo de Rivera adujo, para defenderse de los cargos que se le formularon
a raíz de la declaración del cacique en su contra, que los indios de Chivatá
eran ricos, que comerciaban con mantas en Tunja, muy cerca de su repar-
timiento, y que aún tenían capacidad para pagar el doble del tributo irn-
87
~~· -
Como se ha señalado, no todos los repartimientos pagaban en oro, sino,
al parecer, los más ricos, es decir, aquéllos que podían obtenerlo mediante
el comercio88 • En cambio, todos estaban -tasados en JTiantas de algodón. Es
posible que el número de mantas guardara alguna proporción con el nú- /
mero de los indios (es decir, con la fl).erza de trabajo disponible) y no se
refiriera, corno en el caso del oro, a la riqueza potel}cial de la comunidad
indígena. Ésta, al menos, fue
la práctica seguida casi invariablemente en
las tasas posteriores, aunque con respecto a la tasa de 1555 no haya posibi-
lidad de comprobar esta ~elación. ..
La tasa incluía también, por razones de convenjencia pública, la obliga-¡
ción para los indios de hacer labranzas a sus encomenderos. Se establecía, :
para cada cultivo, un número de hanegas de sembradura, reservando la •
mayor extensión para los cultivos de trigo. Aún la cebada gozaba de pre-
ferencia frente al maíz, lo cual puede atribuirse al bajo rendimiento por .
fanegada de los cereales europeos, corno a la atención explicable de los_
españoles, dedicada a sus propios consumos. Se entendía que los· indios

86 Ibid. Vis. Bai;., t. 18 f. 265 r.


87 Ibid. f. 270 r.
88 Cf. Aguado, op. cit., loe. cit.
144 HISTORIA ECONÓMICA Y SOC!Ad¡f'
debían sembrar, beneficiar y co_ger todas estas labranzas, y fi~a~mente, p~S
ner los productos en la casa misma del encomendero. Esta última obliga.
ción implicaba uno de los llamados «servicios personales», tal vez el Illás
reiterado y expresamente prohibido: el de cargar a los indios. . e;
El encomendero tenía derecho a recibir cargas de leña a diario, lo mism&
que forraje para los caballos que estaba obligado a mantener para las nec~
sidades militares de la colonia. Los indios debían suministrarle tambféti
madera para la casa que debía construir en los términos de la ciudad y, por
último, un número variable de indios para servirle de gañanes y pastores:;~:
Otras prestaciones no eran tan generales pero dependían de los recul~
sos excepcionales de ciertas comunidades o de su medio ambiente. Así, ldl
tributos consistentes en sal, pescado, coca, venados, cabuya, cal, o la obti!
gación de sembrar caña de azúcar.
La variedad de las prestaciones impuestas por la tasa puede sugerlf
todas las dificultades que hallarían los indios en cumplirla. Según los fil:.
dios de Chicamocha89, debían entregar a Juan Rodríguez Parra, su enea:
rnendero, cuatro piezas grandes de oro, cien mantas y veinte cargas ci~
coca. La epidemia de viruelas de 1558 diezmó la población y con ello se acre:
centó la dificultad para pagar todo el tributo. Por la misma razón, otros
repartimientos como Suta90 no alcanzaban a pagarlo completamente y qu'eL
daban endeudados con su encomendero. Según los indios de Pesca, tenían
que andar de repartimiento en repartimiento pidiendo prestadas las man~
tas del tributo 91 • •
Muchos de los testimonios de la visita de 1560 hicieron evidente que fa
tasa no podría mantenerse. Por eso la Ap.diencia acordó el año siguie.rí.fe
(en octubre) que se practicara una visita que debía llevar a cabo el licenciadq
Angulo de Castejón, oidor en la misma Audiencia. Según el acuerdo dela
Audiencia, debía buscarse ante todo la conservación de los indios, los cua"
les eran empleados en servicios personales y usados corno bestias de cargá~

... con el cual trabajo se han muerto y disminuido en tanto número como se
ha visto y entiende ...

La Audiencia atribuía también a estos tratamientos el hecho de que los


indios conservaran sus «vicios» y «costumbres bárbaras», es decir, que lós
encomenderos descuidaran su obligación principal de procurar la cristia·

89 AHNB. Vis. Boy., t. 9 f. 848 r. ss.


90 Ibid. t. 18 f. 199 r. SS.
91 Ibid. t. 19 f. 593 r., t. 8 f. 845 r.
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 145

·zadón de los naturales. Por eso prohibía hacer tapias, casas y edificios,
~trabajo en las minas, las cargas (tamenes), y la cuasiservidumbre (nabo-
efas). Exceptuaba los trabajos agrícolas puesto que de ellos dependían los
r · · tosdelas cm ·dd 92
Jllantenim1en a es .
El acuerdo de la Audiencia disponía una retasa de los tributos que
debía moderarlos. Como en otras ocasiones, los encomenderos se sintieron
a!llenazados y por eso varias ciudades del Nuevo Reino suplicaron el
acuerdo. Sin embargo, una Real Cédula de 1562 lo mantuvo contra las pe-
ticiones de los encomenderos. Para esa fecha, el licenciado Angulo de Cas-
tejón ya había dado comienzo a su visita en la ciudad de Tunja (enero de
1562) después de tomar juicio de residencia a los justicias y oficiales cuyas
, termma
funciones h ab ian . d o 93 .
Como en el caso de la tasa de 1555, se conservan algunos autos de la
retasa de 1562. También esta vez el visitador procedió en muchos cásos a
fijar el tributo en oro, aunque con dos modificaciones importantes. En pri-
mer término, la cantidad ordenada guardaba una relación constante con el
número de indios de cada repartimiento, a razón de medio peso de oro
-en realidad, un peso de medio oro, es decir, oro de baja ley, de unos 12
quilates- por cada tributario. Esta circunstancia m~rece ser destacada
puesto que el hallazgo de los autos de retasa permitiría inferir el número
de tributarios en 1562, cuya cifra se desconoce en algúnos casos94 •
Por otro lado, la obligación de pagar, en oro no era ,imperativa puesto
que los indios podían pagar en mantas, a razón de cfuco tomines la manta.
Aun así, un poco más tarde, el fiscal de la Audiencia, García de Valverde,
criticó duramente la tasa puesto que los indios de la provincia de Tunja no
tenían minas dentro de sus términos y, por lo tapto,' el oro no era ·uno de
sus frutos naturales, exigencja establecida por las Cédulas Reales para po-
der fijar los géneros en que debía pagarse el trib.uto. El fiscal añadía que los
indios daban oro hacía tanto tiemp0 que aunque este metal corriera como
el agua ya debería haberse agotado'. Finalmente, que el pago de oro debía
estipularse solamente en los sitios en:donde los indios se dedicaban al comer-
cio y no a otras labores o en aquéllos en donde podían obtenerlo sin necesidad
de salir de su pueblo. El fise:al pensaba tal vez, con respecto a esta última
situación, en algunos repartimientos que obtenían provechos del cultivo de la
coca o, como cerca de Chita, en la explotación de los pozos salinos95 •

92 Ibid. Cae. e ind., t. 5 f. 495 v. ss.


93 /bid. f. 470 r. SS.
94 Ibid. t. 5 f. 574 r. ss. V. nota 135 del Cap. JI.
95 Ibid. f. 476 r. SS.
146 HISTORIA ECONÓMICA Ysorr..• ~1
~'l\Ll

Además del oro, el oidor Anguló había tasado a cada indio en una nía
ta. Según el fiscal, la manta, añadida al peso, era un tributo excesivoyau~
sobrepasaba la tasa primitiva, en la que se había tenido cuidado de qú~·
cada indio no pagara más de un peso. Se mostraba adverso al carácteruni~
forme de la tasa puesto que algunos pueblos eran más ricos que otros.Aña.
día que aún dentro de un mismo repartimiento el visitador debería haber 1
relevado del pago de oro y mantas por lo menos a las dos terceras partt?sqe
los tributarios pues ya era suficiente que contribuyeran con las labranzas.
Como en la tasa primitiva, la retasa imponía a los indios la obligactó~
de cultivar para el encomendero labranzas de trigo, cebada, maíz, Yen
ocasiones garbanzos, habas y fríjoles. El fiscal consideró esta vez que fas
labranzas autorizadas eran excesivas puesto que el encomendero tendría
con ellas no sólo para su propio mantenimiento sino que aún podría djg.;
poner de excedentes para vender. García de Valverde aclaraba que los in.
dios tendrían que trabajar todas estas labranzas con la pura fuerza de sus:-
brazos, y muchas veces con la ayuda de sus mujeres, y hacía la reflexión de
que si la misma carga se impusiera sobre un español, o sobre un homb;e
de una nación cualquiera, ·

... por robusto o valiente que fuese, en dos o tres años corría peligro cono-
cido su vida, cuánto más una gente tan ~~ca, tan miserable y tan mal enten-
dida y de tan pocas fuerzas como ésta... ·····
1
Otras prestaciones, según el fiscal, implicaban llanamente la imposi-
ción de servicios personales. La obligación, por ejemplo, deHevar hasta.la
casa del encomendero las mantas y las cosechas, lo mismo que pescado~
miel, coca, algodón o cabuya. El fisca:I observaba que los indios debían trans~
portar estos objetos trayectos larguísimos, de 15, 20, 30 y hasta 40 leguas.
Para ilustrar sus puntos de vista, García de Vaiverde hacía notar cónid,
en algunos casos ·concretos, la retasa excedía la tasa de 1555. En el caso d.e
Duitama, por ejemp~or si bien se había rebajado el pago de 25 pesosde
buen oro, en cambio se habían añadido 350 mantas cuyo valor era de 175
pesos. En otros casos se había aumentado el número de mantas o la canti·
dad de oro. · · .,
Los encomend~ros de Tunja contestaron inmediatamente.a las objedO-
nes del fiscal a la retasa de Angulo. Según el procurador de la ciudad, Juan
de Quincoces (encomendero él mismo de Susacón, Faracuca y Tobasía), no
era cierto que los indios de la provincia fueran pobres, antes bien, se trat~-

96 Ibid.
DE DOMINACIÓN 147

b de las comunidades más ricas de las Indias por su comercio. Estos in.,-
;05 comerciaban con esmeraldas, sal, mantas y coca con otras provincias,
flletª del Reino. Podían disponer entonces de oro a través del comercio
( unque el oro mismo faltara en la provincia) y -Quincoces hacía un re-
~ércano con la comparación del fiscal- antes se agotaría el río Magdalena
ue este metal. Además, la actividad comercial de los indios incluía tam-
6¡énla venta a los españoles de Tunja de forraje para los caballos, ají, algodón,
réatas y bestias sueltas, alpargatas, hilos de todos los colores, pescado,
aves, venados, etc., de tal manera que todo el oro que tributaran volvería
aellos.
El procurador añadía, en defensa de la retasa, que los vecinos españoles
estaban sumidos enla mayor pobreza. Por un lado, dependían de los su-
ministros que venían de España y que tenían que comprar a precios exce-
sivos, especialmente consumos como vino y ropa .. Por otro, se refería-de
manera contradictoria-
u• 97
a la miseria· de la tierra y a la exigüidad de las
demoras . ·
En esta forma, los encomenderos de Tunja pintaban el cuadro de dos
sociedades antagónicas y cuya prosperidad era inconciliable. De una par-
te, la sociedad indígena, gozando todavía de los beneficios de su artesanía,
de sus cultivos y de la preponderancia de su comercio con otros pueblos y,
de otra, la presencia del núcleo urbano español que dependía tanto de los
artículos españoles (vino, aceite, telas, quincallería) como de los suminis-
tros que provenían del trabajo in9-ígena.' •
La Audiencia, sin embargo, se inclinó hacia el parecer del fiscal y el 28
de octubre de 1564 suspendió la aplicación de la retasa de Angulo de Cas-
tejón. Tuvo en cuenta, principalmente, el hecho de que los indios no habían
sido contados por el visitador sino que Angulo sé había atenido a los datos
inciertos suministrados por·los caciques. Se volvió a poner en vigencia la
tasa de 1555 pero se ordenó que no.podría exigirs~ sino lo que la tasa esti-
pulaba en oro y mantas~ suprimiendo con ello todo. género de servicios
personales, aunque quedara subsistente la obligación de hacer labranzas
de trigo y cebada98 . •
La abolición de servicios .personales se debió a la intervención del primer
presidente de la Audiencia, Venero de Leiva. Según Aguado 99 , lo apoyaron·
los oidores Juan López de Cepeda, Melchor Pérez de Arteaga, Angulo de
Castejón y Diego de Villafañe, como también el fiScal García de Valverde

97 Ibid. f. 517 r. ss. FCHTC. p. 185 ss.


98 Jbid. f. 481 r. SS.
99 Op. cit., I, p. 429 SS.
148
: ,~: '' '

y varios religiosos de San Francisco y Santo Domingo. La medida afectab~r


al aprovisionamiento de combustibles y de forraje, los servicios doméstit
cos (una amplia gama) y el empleo de los indios como pastores. La agricU!{:
tura no podía verse tan afectada puesto que entonces casi no provenía.d~
la iniciativa de los encomenderos y la tasa preveía el cultivo de cerealés
europeos por parte de los indios. 7 T1c
Las ciudades de Tunja y Santa Fe enviaron a Gabriel Vega como proc~~
rador general a España con instrucciones para pedir el restablecimiento de
los servicios personales. Los vecinos encomenderos alegaban que por ha(
berlos suprimido faltaban caballos y que sin ellos no podría hacerse frent;
a una emergencia100 • La ciudad de Tunja volvió a intervenir pidiendo!~
revocación del auto y el capitán Gonzalo Suárez escribió una representación
con el mismo objeto. Afirmaba que ya el visitador Angulo había suprimidÓ
muchas prestaciones impuestas por la tasa de Briceño, las cuales no hacían
sino consultar las necesidades de los vecinos españoles. Insistía en que se
trataba de los indios más ricos y prósperos del Reino y que aun hubiera
podido imponérseles dos pesos y una manta a los repartimientos ricosy
un peso y una manta a los pobres.
El 1ºde junio de 1565, un nuevo auto del presidente Venero de Leiva y.
de fray Juan de los Barrios volvió a restablecer la tasa de Angulo de Casté-:
jón, pero con modificaciones importantes por petición de los vecinos y en~·
comenderos de la ciudad de Tunja 101 • En los dos autos se suprimía uno de
los capítulos de la tasa de Angulo, según el cual, si el encomendero entré:
gaba las tierras aradas y «beneficiarias», es decir, preparadas para la siem-·
bra, los indios debían sembrar una cantidad doble de la que fijaba la tasa(
La reforma atendía a uno de los reparos ae García de Valverde, al estable:
cer que el encomendero debía hacer este trabajo puesto que, de no ser a~í,
los indios no estarían obligados a hacer las labranza'.'·
El auto de octubre de 1564 había querido suprimir de una vez por todas
los servicios personales implicados en la variedad de cultivos que se exigía
a los indios en provecho de su encomendero y por eso se limitaba a los
cereales de mayor consumo, el trigo y la cebada. Se atendía así otra obj~
ción de García de Valverde, según la cual los encomenderos sólo debían
recibir lo indispensable para su sustento. El auto de junio de 1565 sugier~
que la medida resultó impracticable puesto que, no existiendo todavía un
sistema generalizado de salarios, no podía· atenderse al cultivo de otro§
géneros de consumo europeo, tales como arroz, caña y lino. Por eso los

100 AHNB. Ene., t. 9 f. 263 r.


101 !bid. Cae. e ind., t. 5 f. 544 r. f. 568 rr. FCHTC. p. 185.
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 149

tos de 1565 establecían un proporción fija entre el número de tributa-


ª~s102 y los indios que debían dedicarse a los diferentes oficios. Así, cada
~ºce indios debían ocuparse de sembrar una hanega de trigo o cebada. Si
1ºencomendero prefería sembrar maíz, los indios sembrarían solamente
~os hanegas por cada tres de trigo o cebada 103 • La diferencia obedecía, sin
duda, al mayor rendimiento del maíz por fanegada de sembradura. Es po-
sible también que se tuviera en cuenta la técnica en el cultivo de los tipos
de cereales puesto que no se esperaba que los indios utilizaran bueyes y
rejas para cultivar el maíz. .
El auto de junio accedió a autorizar otros cultivos (garbanzos, arroz,
caña dulce y lino) en los sitios en donde la tierra fuera apta para ellos. Así,
cada cien indios de visita podrían cultivar una hanega de garbanzos, otra
de lino y media de arroz. Por cada 400 (indios) podía cultivarse una suerte
de caña. En donde no se pudieran dar todos estos géneros se autorizaba al
encomendero a conmutar una sementera por otra. En cuanto a los indios
que debían servir como gañanes y pastores, un auto de mayo señalaba el
3% v el de junio el 4%, recomendando que se empleara .a los indios más
.. y misera
pobres . bles d e1 repar t"1m1en
. t o 104. . ·
Como puede verse, la política de la Audiencia en los dos años que si-
guieron a la retasa de Angulo de Castejón obedeció a una serie de presiones
que le hicieron fluctuar entre dos extremos. Por un lado, las observaciones
penetrantes del fiscal García de Valverde pudieron obtener, por un mo-
mento, la supresión de los aspect9s más'gravosos del ftibuto. Por otro, el
empeño de los encomenderos para que no se los privara de la oportunidad
de realizar ganancias con el cultivo de ciertos géneros. Al final, la Audien-
cia pareció penetrarse de la convenit:;ncia de ;estimular estos cultivos, aun-
que de todas maneras quedaran suprimiqas aquellas prestaciones que
implicaban más directamenf"e un servicio personal, particularmente las de
cargar forrajes, leña o los.producto~ que se exigía,11 como tributo. Esto no
quiere decir que la situación de los indios mejorani. de una manera absolu-
ta. Puede decirse que más bien empeoró respecto a la extensión de tierra
que deberían sembrar en adelante. Las tasas de 1555 y 1562 señalaban ape-

102 La proporción es diferente en dos autos que se dictaron el mismo año de 1565. Ún auto
de mayo autprizaba elevar el número de indios por hanega a veinte si la tierra era de-
masiado abrupta, es decir, si era preciso roturar.
103 Según la famosa descripción de la provincia de Tunja en CDI. 9, 401, que data de 1610,
« ... el trigo acude de ordinario a 10 y a 15 por fanega y a veces a 40 y 50; la cebada de 20
hasta 30, y algunas veces a 50 y a 60; el maíz de 50 hasta 100; las turinas de 20 y a 30 más
por fanega; los garbanzos y habas de 20 a 25... ».
104 AHNB. Cae. e ind., t. 5 f. 754 r. ss.
150 HISTORIA ECONÓMICA y SOC!Atf ·

nas de 6 a 15 fanegadas de sembradura de maíz o de trigo y unas pocas d


cebada y papas en cada repartimiento. El auto de junio de 1565 autorizab~:
a los encomenderos -mediante el sistema de aplicar una proporción d~
tributos a los diferentes cultivos- a recibir, en ocasiones, más de cien Íá:,:
negadas de sembradura de trigo o cebada, además de arroz, garbanzos
linaza y caña. Y aunque ahora se exigía que el encomendero entregará·!~..
tierra preparada, el auto agregaba, de manera contradictoria, que en dorid~
no se pudiera arar con bueyes y mulas del encomendero, los indios debé~
rían hacerlo de la manera tradicional105 . •
Diez años después de la tasa de Angulo de Castejón, entre 1571 y 1572.
el oidor Juan López de Cepeda volvió a tasar los pueblos de la provinci~
de Tunja. Para entonces el número de tributarios había disminuido en Un
27 a 30%, y sin embargo, d~ los pocos autos de tasación que se conservan;·
puede deducirse que tampoco esta vez la fijación del tributo tendió a mejorar
la condición de los indios, aunque es posible que se hayan introducido
distinciones entre pueblos ricos y pueblos pobres. Así parece indicarlo el
hecho de que se tasara a algunos pueblos en oro y a otros no (como en 1i·
tasa anterior) pero abandonando el sistema de la uniformidad, es decir, ae
medio peso por cabeza. Por ejemplo, a los indios de Icabuco y Gacha se les
señalaron dos pesos de oro de 18 quilates por cada tributario, lo mismo que
a los indios de Moniquirá 106 • Los indios de Oicatá y Nemuza fueron tasa7
dos también en oro pero solamente se les exigieron cien pesos de 18 quila"
tes por 383 tributarios 107. is
Sin embargo, la regla general parece haber sido la de tasar a cada indio
en dos mantas de algodón de la marca, es decir, de dos varas y sesma por.
cada lado (las llamadas mantas éomunes eran más pequeñas). Se fijaba tam:.:
bién un número menor de mantas de lana, siendo de cargo del encamen'.'
dero entregar la lana a los indios, que solamente debían tejerla. De estas
mantas se asignaba un porcentaje que debía ser entregado al protector de
naturales para socorrer a los indios pobres.
Como en las tasas anteriores, se establecía la obligación para los indios
de sembrar a su encomendero trigo, cebada, maíz, y en algunos casos, pa~
pas, lino, garbanzos, etc. El sistema de aplicar de manera mecánica un por,
centaje de los tributarios a los diferentes cultivos parece haber sufrido
alteraciones importantes aunque, de los pocos autos que se conservan, no
puede deducirse el alcance de estas alteraciones. Las tasas de Tata y Guá-

105 Ibid. f. 696 r.


106 Ibid.
107 Vis. Boy., t. 7 f. 590 v. f. 716 r.
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 151

uira sugieren que estas tasas eran acomodaticias. Inicialmente se exigió a


[0s indios de Tata sembrar 12 fanegadas de trigo y a los de Guáquira 6
f negadas. Esta cantidad correspondía, en términos latos, a la proporción
fijada por!ª Audi~~cia en.1565 de 12 ind.i~s por cada. fanegada de semb:a-
dura de tngo. Casi inmediatamente, el visitador fue informado que los in-
dios podían trabajar aún más y por esto procedió a aumentar el número de
fanegadas ordenando que los de Tata cultivaran 25 fanegadas de trigo y
Jos de Guáqí.rira 20 108 . Es posible entonces que la disminución de tributa-
rios se haya reflejado en una presión más grande para los supervivientes.
Naturalmente, las tasas tenían en cuenta ciertas variaciones en la pro-
ducción regional. Así, tanto en la tasa de Angulo de Castejón como en la
del licenciado Cepeda se exigía a Icabuco y Gacha entregar 70 cargas de
coca (de arroba y media) la primera vez, cuando todavía no cultivaban
trigo, y 40, la segunda109 . Tata, según la tasa de 1572, debía entregar 50
cargas de algodón, 20 calabazos de miel de abejas, 20 panes de sal de una
arroba cada uno y 50 cargas de pescado de arroba y media, además de las
mantas y de los cultivos de trigo, c.ebada y maíz110.
La excepción más importante en este sentido la constituían los pueblos
del llamado rincón de Chita, encomienda del adelantado Gonzalo Jiménez
de Quesada. Algunos de estos pueblos no eran chib~has sino laches y tu-
nebos, separados de los primeros por el río Sogamoso. La diferencia cultu-
ral y la proximidad a los llanos de Casanare y Arauqt es.taba subrayada por
variantes en el tributo, es decir, ·en la economía. Los indios de Támara y
Guaicuro, por ejemplo, debían entrega,r algodón, pescado y miel de abejas.
Angulo de Castejón llegó a tasar a fisba el) dos arrpbas de yopa, vegetal
que provenía de los llanos y que lo's indio~ de esta región utilizaban con
fines rituales, como se ha visto. El Pueblo de la Sal (la salina) tuvo que
tributar siempre en este género, coi: el. que surtía!} las regiones mineras de
Pamplona.
Así, la tasa de 1572 introducía una }.Ilayor variedad dentro de las moda-
lidades del tributo, teniendo en cti'ei;i.ta, sin duda, las posibilidades regio-
nales, mejor conocidas ent~nces. Aún más, se reservaba expresamente el
derecho, tanto al encomendero como a los indios, de introducir modifica-
ciones en la tasa. Se preveía, por primera vez, que las condiciones sobre las
que se sustentaba el tributo podían cambiar radicalmente, es decir, que el

108 Ibid. t. 4 f. 435 r. f. 437 r.


109 Ibid. t. 7 f. 650 r. y 716 r.
110 Ibid. t. 4 f. 435 r.
152

número de indios podía aumentar o disminuir, lo mismo que sus posibUt


dades económicas. ·.>
Tanto el fiscal de la Audiencia -en nombre de los indios- como io'F
encomenderos no tardaron en acogerse a esta autorización tan amplia. tasi
inmediatamente, las tasas fueron apeladas y suplicadas ante la Audiend~
y ésta accedió a modificarlas en el curso de los años 1575, 1576 y 15771.rn
En algunos casos, como el de Onzaga y Soatá 112, se conmutó el pago deor~
por mantas. En otros -Oicatá, Nemuza 113- se aumentó precisamente'Ia'
cantidad de oro y se disminuyeron las mantas de algodón. ... ,,
Fuera de las conmutaciones y de las modificaciones en la cuantía -que,
en general, tendían a favorecer a los indios-, la Audiencia agregó algliri~~
modificaciones importantes. En primer término, dispuso que en las labrafiz
zas de trigo y cebada se ocuparan diez indios por cada hanega, es decirjs~
introdujo de nuevo el sistema adoptado en 1565, con una carga adicioríá! J1
para los indios que traducía la disminución experimentada por la pobJa¿ 1
ción. Es presumible que esta disminución forzara la decisión de la AudieR~ j
cia en el sentido de asegurar topes mínimos a la productividad aunquesfü 1
el rigor casuístico que había aplicado el licenciado Cepeda.
La obligación de hacer labranzas de maíz para el encomendero se suprÍ'-
mió y, en cambio, se dispuso que los indios entregaran un número de faneg4r
das de maíz seco y desgranado. Para cumplir con esta parte del tributo;k{s
indios debían mantener una labranza de comunidad cuya· extensión (en
fanegadas de sembradura) conservaba una proporción constante, conre1,
pecto a la cantidad que debía pagar, de. 1 a 14, es decir, una fanegad.a ae
sembradura por 14 fanegadas de maíz seco y desgranado. Con esto se bus~
caba suprimir para los indios la obligación de hacer labranzas que el encg~
mendero pudiera ampliar a su antojo. De todas maneras se manteníaél
tributo en maíz porque era necesario asegurar la prodl:icción de este cere~l
para el mercado 114 . •

Las revisiones hechas por la Audiencia en 1575-1577 añadieron un tri~


buto que los indios debían reconocer a sus caciques y que consistía en hHat
para él cierto número de mantas de algodón y hacerle una pequeña labr#-
za de m~íz, junto con papas y fríjoles, según la costúmbre indígena. ·

111 No es posible conocer la amplitud de las modificaciones, pues no se conservan sino unos
pocos autos de la revisión de las tasas.
112 AHNB. Vis. Boy., t. 17 f. 914 r.
113 lbid. t. 5 f. 499 r.
114 lbid. t. 2 f. 366 r. ss.
f,¡\S fORNfAS DE DOMINACIÓN 153

Todas las tasas, hasta 1577, habían señalado un número variable de in-
dios que debían servir a su encomendero como gañanes y pastores median-
te la retribución de un salario. Así, desde 1565, el 4% de los tributarios
debía servir a los encomenderos en estos oficios. En 1575, al mismo tiempo
ue comenzaba a modificar las tasas del licenciado Cepeda, la Audiencia
derogó las ordenanzas que el visitador había promulgado para Tunja, uno
de cuyos capítulos principales debía referirse a los salarios de los indios 115 .
Al parecer, casi todo lo dispuesto por el visitador no recibió el beneplácito
de la Audiencia, que procedió a modificarlo en forma sustancial.
Este cambio no significaba, por otra parte, nada excepcional si se tiene
en cuenta que a partir de 1555 se habían introducido cinco modificaciones
irnportantes en las modalidades del tributo indígena en la provincia de
runja. Éstas fueron, en resumen: .

1555 Primera tasación del oidor Berrío y el obispo fray Juan


de los Barrios.
1562 Retasa del oidor Angulo de Castejón.
1564 (octubre) Suspensión de la retasa.
1565 (autos de la Audiencia de mayo y junio) Modificaciones
de la retasa.
1571-1572 Tasación del licenciado Juan López de Cepeda.
1575-1577 Modificaciones individuales de la Aud.iencia a la tasa
del licenciado Cepeda.
Todas estas modificaciones obedecieron, como es natural, tanto a las
presiones que podían ejercer los encomenderos. como a las posibilidades
mismas de la sociedad indjgena. Así, los puntos más importantes que se
debatieron tenían que ver, por un lado, con la conveniencia alegada por las
ciudades de asegurar su·mantenimiento y, por otro, con la posibilidad de
que los indios pagaran parte del t:r;ibuto en oro. •
Respecto al primer punto, la Allldiéncia terminó por limitar las posibili-
dades de explotación agrícola de los encomenderos señalando una reladón
ñja entre las áreas sembrad~s de trigo y cebada y el número de tributarios,
lo mismo que el número de trabajadores asalariados que el encomendero
podía tener a su servicio (4%). En cuanto al cultivo indígena tradicional, el
maíz, con respecto al cual no existía la preocupación de intr-oducir técnicas

115 «Las ordenanzas de Tunja: 1575-1576». Transe. de Juan Friede, en BCB. Vol. XI, Nº 8 p.
139 SS., 1968.
154 HISTORIA ECONÓMICA

agrícolas europeas, se sustituyó la costumbre de sembrar para el encome .


clero por la de entregar una cantidad proporcional del grano. ,,~
Estas limitaciones fueron una consecuencia lógica del intento de ~b~¡t
los servicios personales, es decir, servicios no retribuidos por un salario;
disimulados por ciertas prestaciones del tributo. En términos generales

puede afirm~r~e qu~ partir .de 1577 se llegó a una especie de statu q'K4
entre la adm1mstrac10n colonial y los encomenderos, y en los 17 años si:
guientes no hubo otro intento de modificar la situación. Se había intro¿uc
ciclo, a la postre, un sistema uniforme y proporcional (dos mantas por cad~
tributario, 10 indios por cada fanegada de sembradura, 4% de tributario~
como trabajadores asalariados, etc.) y se preveía que la cuantía del tributó
podría variar con la condiciones económicas y demográficas. · ····
116
Una Real Cédula, expedida el 18 de mayo de 1562 , mencionaba con-
cretamente esta situación y ordenaba que se corrigiera el abuso de cobrar
a los indios un tributo desproporcionado. Su aplicación, sin embargo, exi- -
gía una observación constante de los estragos entre la población indígena.
Aunque en algunos casos la disminución era tan evidente que el cobrode
lo que la tasa estipulaba no podía ser menos que escandaloso, nadie estaba
interesado en modificar la situación y las quejas de los indios se acumula~
ban en la Audiencia, eri espera de ser atendidas en una visita futura. En
1593, al crearse la institución de los corregidores de indios, se prohibió q~e
los encomenderos intervinieran en el cobro de los tributos. El corregidor sé
haría cargo en adelante de este cobro, pagaría la doctrina y se entenderi~
con el encomendero para hacer las cuentas de lo cobrado. Para la percep-
ción del tributo, el corregidor debía mantener al día las listas de tributarios
(indios varones entre 17 y 50 años), cuidando de inscribir a los varones
mayores de 17 años y borrando a lós muertos para que el tributo se cobrara
117
por cabeza • . . '.
Los primeros corregidores parecieron atender las obligaciones estipula:
das por las ordenanzas del presidente González, de 1593. En ese mismo
año, por ejemplo, el cqrregidor de Ceniza encontró que el repartimiento de
Oca vita, encomienda de Jerónimo de Lizarazo, se había visto reducido de
400 indios tributarios a 180, y el de Tupachoque, encomienda de Juán
Sáenz Hurtado, hal;Jía disminuido de 247 tributarios a 85. En uno y otro
caso se había operado una merma (55% y 66%) de la población tributaria
y, sin embargo, se seguía cobrando el tributo que correspondía al 100%;
Los encomenderos mismos se vieron forzados a manifestar esta situación

116 AHNB. Vis. Boy., t. 10 f. 356 v.


117 lbid. Cae. e ind., t. 42 f. 81 r. ss. Ordenanzas de corregidores, de 1593.
{.AS FORMAS DE DOMINACIÓN 155

óinala ante la Audiencia y ésta accedió a rebajar la tasa que había fijado ·
an
. 1577, d e una manera proporc10na
· 1 a 1a d'ismmuc10n
· · d'10s118 .
· ' d e 1os m
en Al examinar los autos de visita de Andrés Egas de Guzmán (1595-1596),
uede verse cómo el fenómeno era general. Los encomenderos seguían co-
hrando de acuerdo con las tasaciones de la Audiencia de 1575-1577 y aún
con la «tasa vieja» de Juan López de Cepeda, y el visitador pudo compro-
bar que las posibilidades de los indios estaban muy por debajo de las exi-
gencias de cada tasa. El cacique de Pesca representó que en tiempos de la
visita del licenciado Cepeda tenía alguna gente y había sido tasado por eso
en cierta cantidad de mantas pero que desde entonces habían muerto mu-
chos indios e indias, sobre todo gente joven119 • El visitador pidió un infor-
me sobre esta disminución y el defensor de indios nombrado por la visita
éncontró que, de acuerdo con las cifras de Cepeda y las del propio Egas de
Guzmán, faltaban 56 indios útiles en los repartimientos de Pesca y Tobasía
(que habían sido anexados), es decir, que se había operado una disminu-
ción del 45%. Según el cacique, cada indio debía pagar ahora 4 o 5 mantas
en lugar de dos en que había sido tasado 120. Algo parecido ocurría con las
labranzas: Entre ambas parcialidades debían entregar 91 fanegadas de maíz
desgranado y cultivar 18 fanegadas de sembradura de trigo. Según los au-
tos, el maíz valía 1 peso de oro corriente la fanegada ·y el cultivo de trigo a
ra~ón de 1 peso y 4 torñines por fanegada. Así, los .178 indios contados por
López de Cepeda pagaban, entre. todos,"118 pesos por~ste concepto, o se-
gún el cálculo del visitador, 5 tomines c;:ada uno, además de las mantas.
Ahora, teniendo en cuenta la proporción en que había disminuido la po-
blación, los indios pagaban 37 pesos en excE¡Jso 121 • •
Hasta ahora había ocurrido que ningún encomendero tenía en cuenta la
disminución de los indios eñ el momento de cobrar el tributo. Es cierto que
Ja Audiencia había introducido ciertas propordomes en relación con el nú-
mero de tributarios pero éstas se aplicaban casuísticamente en cada tasa y
no existían independientemente, a ~manera de regla general. Al no tomarse
en cuenta la disminución de los indios, las proporciones se alteraban; tanto
en el número de mantas, en el maíz que los indios debían entregar y en las
labranzas que debían cultivar, como en el 4% de lós tributarios que el en-
comendero podía concertar para los trabajos de sus haciendas.

118 Ibid. Vis. Boy., t. 10 f. 355 r.


119 Jbid. t. 3 f. 783 r. SS.
120 Jbid. f. 776 r. SS.
121 Jbid. t. 4 f. 38 r. SS.
156 HISTORIA ECONÓMICA y soc~';
La visita de Egas de Guzmán trató de poner remedio a esta situacióJ'.''
consideró, como no lo había hecho ninguna otra de las anteriores, ladisJ
nución de los indios. Para entonces el fenómeno era mucho más aparen(
pues afectaba cerca del 60% de la población contabilizada en la visita antena~
Por esto Egas de Guzmán procedió a fijar un tributo único y prácticam~n:;~
uniforme, teniendo en cuenta la capacidad de los indios. Aparentemente~
el visitador se atuvo a la diferencia ~stablecida por las tasas de la AudÍ~tl:
cia entre los indios que podían pagar en oro y aquéllos que sólo poctíáfi .i
hacerlo en mantas. En uno y otro caso ordenó que el tributo debía cobr~rs~ J
por cabeza y solamente de los indios que estuvieran vivos. Si moría aISAA 1
id'ndbi_? y obtro indio (o india) 'lbo sucdedía en su1fiohcío y sus labrdanbzas, no'fe J
e 1a co rar a1 sucesor e1 tri uta e1 muerto . on esto que a a abotlci~
cualqu~er justificación para e.obrar los tributos de los indios que moría«*ó
l
de hacerselos pag~r a las m~Jeres. . . '." J
El monto del tributo podia ser de tres mantas (media para el qumto réal)
o de cuatro y cinco pesos de 13 quilates. Se cobraba una manta más qué'.é'n
las tasas anteriores pero se suprimía la obligación de hacer labranzas:'El
visitador aclaraba que la razón por la cual quitaba las labranzas obedec'ía
al abuso de los encomenderos, los cuales hacían cultivar muchas más q~é
aquellas que autorizaba la tasa 123 . ·,~
El hecho de que ya no se insistiera en la necesidad de los mantenimiefi~
tos para los centros urbanos españoles es significativo. Esta omisión hafé ·
pensar que para ese momento el sistema entero de la ecónomía y del~
sociedad coloniales descansaba sobre bases muy diferentes a las de media-
dos del siglo XVI, cuando los encomend¡;!ros y la misma Audiencia insistÍah
en la necesidad de mantenimiento para la república. La mano de obra'fü:
dígena ya no era un privilegio exclusivo de los encomenderos y el sistema
de alquiler de los indios para propietarios no encomenderos se había gene-
ralizado suficientemente. Ya desde 1565 se había limitado el número de
indios que los mismos encomenderos podían <<concertar» para sus propias
labores. Pero, hasta 1595, los encomenderos gozaron de ventajas evidentes:
podían disponer de ciertos géneros (trigo, cebada, maíz, etc.) que les pro:
porcionaba el tributo, además de la posibilidad de concertar indios de,s11
propia encomienda y de descontar el salario de los tributos o de no pagár;
selos. Con la visita de Egas de Guzmán, ambos privilegios cesaron legi\l;
mente para los encomenderos y la competencia por mano de obra indígena
pudo plantearse sobre bases institucionales diferentes.

122 Ibid. t. 12 f. 929 v.


123 Ibid. t. 3 f. 814 r.
DE DOMINACIÓN 157

, v·--- a partir de esta visita se distribuyeron resguardos entre algu-


11
_. .

as comunidades indígenas. Como sobre ellos no pesaba ya la obligación


~e hacer labranzas para sus encomenderos, los indios podían disponer de
na mayor libertad de contratación, tanto de su fuerza de trabajo como de
~s frutos y de los ganados que explotaban. Así parecían entenderlo los
encomenderos, quienes se opusieron a un tributo fijo y uniforme. Juan de
Otálora, encomendero de Iguaque, objetó la tasa de Andrés Egas de Guz-
íitán, con el pretexto de que el visitador había tasado a los indios en oro,
que éstos tuvieran minas. Según el encomendero, debía tasarse a los
en mantas y labores agrícolas porque de no hacerse así cesaría todo
Como era bien sabido, los indios eran «perezosos» y sin ellos,

... no hay otra gente que los pueda hacer, y de la esperiencia que dellos. se
tiene muestra que los tales, por ser para sí aprovechados, no lo harán, cesa-
124
rá Ja dicha contratación y ventas, como cosa no digna de ser permitida ...

La renuencia de pagar en oro no provenía siempre de los indios. Para


éstos resultaba preferible pagar en oro siempre y cuando la tasa excluyera
otras obligaciones y con ello pudieran ejercer sus ocupaciones con alguna
libertad. Así, el procurador Martín Camacho, en nomhre de la encomendera
de Sitaquecipa, objetaba la tasa impuesta por Luis Henríquez, con argu-
mentos parecidos a los de Juan de Otálora. Según . el procurador, Henrí-
quez había procedido erróneamente al tasar a los indios en oro pues_to que
éstos hacían mantas de algodón y de l.ana, s.embraban grandes cantidades
de papa y maíz que, por estar cerca de Tunja,, podían vender alli, lo mismo
que leña, forrajes y carbón, y, además, teníqn yeguas y caballos que alqui-
Iábán para transportes a Santa Fe. Según el curioso razonamiento del pro-
curador, tasarlos en oro . · ,,

... da ocasión a que no tejan ni usen aquello que tienen de naturaleza y se


_hagan holgazanes, y esto se verific:'a muy bien porque dejándoles a su vo-
luntad qué es lo que quiereq pagar, d~claran en las veintitrés preguntas que
pagarán tres pesos y medio de dinero, y esto es porque, como digo, lo ad-
quieren de los alquiles de yeguas y caballos y de la venta de leña, yerba y
carbón ...125

124 Jbid. t. 12 f. 942 r. SS.


125 lbid. t. 7 f. 967 r.
158 HISTORIA ECONÓMICA Y SOC[AI.l ·

El argumento debió convencer a los oidores del escándalo de una acn.


vidad remunerativa ejercida por los indígenas, puesto que el 3 de febrer
de 1604 la Audiencia modificó la tasa exigiendo parte del pago del triburº
-que inicialmente había sido fijado en oro- en mantas de lana, de alg:
dón y gallinas. Esta nueva tasa, sin embargo, introducía una nueva moda~
lidad digna de tenerse en cuenta. La Audiencia pretendía ahora tasar n()9ó
indios .que fig~raban ~n el recuento del visitador sino sólo. 87, « .... de qll~
van bajado~ diez p~r ~1ento, ~amo.se ~co~tumbra ... », es decrr:_adm1tía que
en cuatro anos los md10s habian d1smmmdo en esta proporc1on. Esta ven:
taja no cambiaba, naturalmente, el hecho de que, al exigir mantas en lugar
de oro, la Audiencia había aumentado el monto de la tasa pues avaluába
las mantas de algodón en un peso cuando en realidad valían peso y medio
o dos pesos. ·
Así, en últimas, el pago de una cantidad fija y moderada en oro signifi.
caba admitir la libertad de contratación de los indios y, sobre todo, introducir
la sociedad indígena en un sistema monetario para sustraerla de exigencias
arbitrarias de trabajo y de géneros avaluados sin equidad. Por eso el fiscal
de la Audiencia y defensor de los indios, Juan Alonso de la Torre, conocido
por sus intervenciones a favor de la población indígena, se mostraba favÓ-
rable a este sistema. Según el fiscal, era cierto que los indios no teníanmi7
nas pero, en cambio, podían obtener el oro comerciando con las provincias
cercanas de Vélez y Pamplona. En el mismo sentido se Eronunció el suc~­
sor de De la Torre, el fiscal Gaspar Fernández de Sierra 26 . >
El pago del tributo en oro tenía -como se verá más adelante, al estudiar
el trabajo de los indios en las minas- otras implicaciones en las regiones
mineras. Allí, la mecánica de los servicios personales podía convertir fáéil;
mente esta obligación en un privilegio para los encomenderos que se dedi:
caban a la minería o que podían alquilar sus indios a los mineros. Én
Cartago, por ejemplo, en donde los indios eran lleva'dos a las minas de ,
Anserma, el visitador Tomás López cuidó de tasarlos en frutos de la tie:-
rra127. En 1568, Angulo de Castejón volvió a tasar a estos indios en una
manta y con la obligación de que 16 tributarios sembraran una fanega de
maíz de nueve almudes en dos sementeras anuales128 . Finalmente, en 1627,
Lesmes de Espinoza'introdujo la capitación y la uniformización del tributo
fijándolo.en cinco pesos de oro corriente para cada indio 129 .

126 Jbid. t. 6 f. 552 V. SS.


127 Cf. J. Friede, Los quimbayas, cit. cuadro de la p. 104.
128 Ibid. p. 129.
129 Ibid. p. 222.
j)S FORMAS DE DOMINACIÓN 159

como consecuencia de la visita de Egas de Guzmán a la provincia de


funja, la Audiencia decidió ejercer un control efectivo sobre las posibilida-
des individuales de los indios de pagar el tributo. En un auto de 29 de

..·
!llayo de 1600, la Audiencia hacía notar que tanto los corregidores (recién
instituidos) como los encomenderos, y aún los caciques y capitanes de los

l
repartimientos, participaban en el fraude de seguir cobrando a la comuni-
dad los tributos de los indios muertos y ausentes. En adelante, los visita-
dores debían hacer cumplir a los corregidores su obligación de llevar la
1 cuenta de los indios que morían en el curso del año, lo mismo de aquéllos
que entraban a tributar por pri:rr'era vez.
Esta medida, de cuyo cumplimiento se encargó al visitador Luis Henrí-
quez, depositaba en un funcionario real la responsabilidad del control
sobre los tributos, especialmente de la parte del tributo que debía ingresar

.
al erario real. El mismo auto disponía que el corregidor, que ya poseía una
función de control sobre las condiciones en que se efectuaban las contrata-
clones del trabajo indígena, debía velar porque las comunidades, una vez

!.
. hechas sus labranzas, acudieran a trabajar a las estancias de los vecinos
para que pudieran ganar salarios y jornales130 •
Puede señalarse, entonces, una ruptura con respecto al sistema anterior
a fines del siglo XVI y comienzos del XVII. En este momento se reconoció la
necesidad de institucionalizar formas salariales que hicieran independiente
el pago del tributo de la sujeción personal. Naturalmetlte, esta necesidad
no surgió como una mera previsión del Estado español. Más aún, todas las
disposiciones anteriores relativas al pago de tributos y de salarios habían
chocado cori una sociedad modelada por las exigencias de los encomende-
ros. Tenían, pues, que háber surgido elementos :O:uevos en el seno mismo
de esa sociedad, capaces de 'contrai:r~star las presiones ejercidas por los
encomenderos. · ~
La tasa de Luis Henríquez, cuya visita no fue.otra cosa que la prolonga-
ción de la de Egas de Guzmán, que ~e había visto interrumpida por la opo-
sición de los encomenderos, establecía'. que por lo menos una región pagara
íntegramente el tributo en oró. Se trataba del corregimiento de Sáchica, la
región aledaña a Villa de Leiva, el granero del Nuevo Reino. En las demás,
el tributo se repartía en mantas y oro, de la siguiente manera:

130 AHNB. Vis. Boy., t. 2 f. 665 r.


160 HISTORIA ECONÓMICA y

TRIBUTOS 131

Corregimiento Pesos oro de 13 k. Mantas ~


Chivatá 3.894 2.698
Sáchica 12.300
Turrnequé 1.634 3.880
Tenza 644 3.595
Sogamoso 480 4.118
Paipa 2.190 1.770
Duitama 2.196 3.301
Gámeza 780 4.068
Cocuy 1.402

La necesidad creciente de mano de obra no sujeta a prestaciones per~o~


nales se refleja también en la última de las grandes visitas que se practicarÓn
en la provincia de Tunja en el curso del siglo XVII, la de Juan de Valcárcei .1
en 1635-1636. Todos los repartimientos fueron tasados uniformementey~l
tributo se fijó por cabeza en dos mantas de algodón de la marca y dos ga:
llinas. Sin embargo, en algunos pueblos de reconocida actividad agrícola
-Sogamoso y Monguí, por ejemplo- se estipuló un precio de 3 pesos de
8 reales que los indios debían pagar por cada manta. En otros -en Sátivá,
Soatá y Susacón- se modificó la regla en el sentido de exigir sólo .una
manta en uno de los llamados «tercios» (la mitad del año) y el pago de tres
patacones en el otro, teniendo en cuenta la actividad agrícola de la regÍÓ11
y el hecho de que los indios solían servir a los vecinos labradores ;.:<n¡)
tenían tiempo para tejer mantas. En unós pocos casos (principalmenfeJa
región de Villa de Leiva: Samacá, Cucaita, Sora, Iguaque y demás pueblcls
del corregimiento de Sáchica), la demora debía pagarse íntegramente éÍ¡
oro por la misma razón (7 pesos, en ocasiones). · . ·
La excepción más importante a la regla.la constituíaii todavía los indios
procedentes de los llan~s que se iban agregando a los repartimientos del
rincón de Chita. Así, los indios teguas -agregados en 1602- debían pagar
tres arrobas de algodón en bruto, maíz y maní. El Pueblo de la Sal debíá
seguir pagando doce. arrobas de sal.
La tasa de Valcárcel se m~ntuvo casi sin alteraciones hasta la época rf?
publicana: Sin embargo, el tributo fue perdiendo importancia debido a Iªs
dificultades para cobrarlo. Los· indios se ausentaban de sus pueblos para
rehuirlo y las deudas fueron acumulándose indefinidamente sobre los ca·

'
131 AGI. Cont. L. 1775 Doc. 36.
(,As FORMAS DE DOMINACIÓN 161

'tanes, responsables de su cobro. Las doctrinas y los curas doctrineros,


P~ a organización definitiva se había llevado a cabo con las agregaciones
~/Luis Henríquez (1601-1602), contribuyeron también a deteriorar el sis-
telllª· El trabajo exigido para la construcción de las iglesias doctrineras
uso a disposición de los curas y de los contratistas a gran parte de la po-
hiación indígena. Luego, por petición del obispo, el presidente Martín de
Saavedra y Guzmán dispuso, el 16 de noviembre de 1639, que los indios
que se dedicaran a sacristanes y fiscales se reservaran de demoras, requin-
tos y servicios personales. Como cada año debía elegirse un sacristán y un
fiscal para cada encomienda, aunque estuvieran unidas en un solo pueblo,
el número de indios empleados en estos oficios se multiplicaba 132. Los cu-
ras buscaban también que se reservara a los indios cantores o a los que
tocaban a1gun , ms
. t rumen t o133 .
En las visitas que se efectuaron en el siglo XVIII (1755-1777y1778), pudo
r comprobarse hasta qué punto la población indígena había quedado sujeta

. avicios
un nuevo sistema
y para de cobros,
la celebración
1······.·:··············.·.·. deimpuesto
un númeroporvariable
el cura para gratificar
de fiestas sus ser-
del santoral
cristiano. Casi todos cobraban por los entierros, bautismos, misas de vela-
ción matrimonial y certificaciones de edad para reservarse de los tributos.
1 Cada pueblo debía mantener tres cofradías y pagar limosnas para las fies-
tas de Corpus, Semana $anta, Nuestra Señora del Rosario, la Inmaculada
Concepción la Virgen de la Candelaria, la Asunción, el patrón del pueblo
yalgunas otras fiestas de santos m~nores. 'Tanto el cura cbmo el corregidor
servían de los indios en servicios personales y empleaban las tierras de
comunidad en su propio provecho o para mantener las tres cofradías. Los
frecuentes reclamos de los indios contra los CIJl"aS y los corregidores sugie-
ren, al menos, que éstos· heredaron los privjlegiós de los encomenderos
cuando el sistema comenzó a ·deteriorarse.

EL TRABAJO

El trabajo agrícola
.
La movilización de mano de obra indígena indispensable para las labores
agrícolas, que debían procurar el sustento a las ciudades recién fundadas,
río se operó desde un principio. La posibilidad de una mera exacción de
excedentes a través del mecanismo de la encomienda, por una parte, y, por

132 AHNB. Cae. e Ind., t. 54 f. 585 r.


133 !bid.
162 HISTORIA ECONÓMICA y

otra, las dificultades para introducir un sistema de producción enterame .


te nuevo (entre otras, la apropiación de las tierras cultivadas por los in~~
genas) confi~aron las actividades de los espa~oles a la.:xplotación d~¡~
huertas que lmdaban con el marco urbano, la mtroducc10n de ganado, que
muchas veces mortificaba a los habitantes del poblado, y naturalmente ~
actividad comercial o «rescates» con los indios, ejercida paralelamente ~o~
el despojo de un tributo informal. ····
El empleo de la población indígena en las labores agrícolas por los.es~
pañoles está especialmente vinculado a la historia del tributo y de su ev~i
lución. Para los primeros pobladores era evidente que la ocupación de 16$
nuevos territorios sólo era posible mediante la exacción de excedentes;de
la economía indígena. Al promulgarse las Nuevas Leyes, los procuradores
del Nuevo Reino llegaron a admitir que se pusiera en vigor una tasa sob~e
lo que los encomenderos percibían en oro y piedras preciosas pero no acé~­
taron una limitación en cuanto a los servicios de los indígenas o la obliga;
ción de retribuirles un salario134 • ··.
Como se ha visto, la visita del capitán Juan Ruiz de Orejuela, de 155ií
en el Nuevo Reino dio lugar a la primera tasación de fray Juan de los Ba,
rrios y el licenciado Briceño, en 1555. A partir de este momento comenzó a
distinguirse claramente entre aquello que los indios debían sembrar para
su encomendero en sus propias tierras -y que estaba señalado dentro dé
la tasa como una cantidad variable de «hanegas de sembradura» dedicadas·á
cultivos de maíz, trigo, cebada, turmas, fríjoles, caña de azúcar, etc.-yla
cantidad de indios de los cuales el encomendero podía disponer como asa- ·1
lariados en los empleos específicos de gañanes y pastores. No obstante, la
tasa era demasiado gravosa para los indios, y a menudo no podían cumpiirfa;
por lo cual es muy probable que el trabajo que se pretendía asalariado Vi-
niera a constituir una prestación más de parte de los indios. La retasa de
Angulo de Castejón, de 1562, ni siquiera incluyó esta.distinción. Como lo
señalaba un poco más tarde García de Valverde, la retasa había impuesto11Il
número excesivo de la'!Jranzas, con las que usufructuaban gran parte dela5.
tierras de los indios. En 1565, el presidente Venero de Leiva y el obispo fray
Juan de los Barrios volvieron a introducir la distinción destinando un 4%
de los tributarios pa:ra que pudieran «concertarse» con su encomendero. Esta
proporción no fue modificada en las tasaciones de la década siguiente1 ~~'¡
La mayoría de las tasaciones del licenciado Cepeda (1572) fueron mogk
ficadas sustancialmente por la Audiencia entre 1575 y 1577. En diciempr~

134 DIHC. VIII, 248.


135 AHNB. Cae. e ind., t. 5 f. 574 r.
\: . fOn" AS DE DOMINACIÓN 163
·¡,AS "'"

d 1575, la Audiencia procedió también a modificar las ordenanzas que el


~ itador había dado para la provincia de Tunja, concernientes a los indios.
~ las nuevas ordenanzas se mencionaba expresamente el hecho de que los
15

. ndios que habían servido a los encomenderos como pastores y gañanes no


~cibían salarios136 . Por esta razón, la Audiencia procedió a fijar remune-
~aciones en mantas de algodón o de lana, raciones y maíz, trigo, potrancas,
becerras, puercos y ovejas, según se tratara de gañanes, yegüerizos, vaque-
ros, porqueros o pastores. Los conciertos de estos indios asalariados debían
hacerse delante de justicia y escribano en Tunja, y los encomenderos que los
utilizaran debían llevar un libro para asentar los pagos de salarios.
· Las ordenanzas reconocían también la posibilidad de que a ca.usa de las
labranzas ordenadas en las tasaciones la iniciativa de los encomenderos
decayera y se produjera una penuria de abastecimientos. Por esta razón,
autorizaban expresamente el cultivo de trigo, cebada, garbanzos y otras
«legumbres» valiéndose de concertados y de esclavos negros. Para las sie-
gas y las deshierbas se permitía el empleo de un número de indios que
debían moderar las justicias y que procedían de los mismos rapartimientos
de los encomenderos. Para estas labores se pagaría un peso a cada indio.
De la misma manera, se autorizaba sembrar 75 pasos en cuadro de caña
dulce (0.7 ha) en donde hubiera el número de indios suficiente para una
doctrina, posiblemente los 400 exigidos por el auto dé 1º de junio de 1565.
El salario era también de un peso mens~ual y se prohipía que los indios
trabajaran en los trapiches. ·
En marzo de 1575 se volvieron a modificar estas ordenanzas por peti-
ciones de los encomenderos. Es signifiCativo que la Audiencia accediera a
cambiar lo relativo a los salarios que se ordehabq pagar en dinero y auto-
rizara el pago en especies. E;n adelante, los 'encomenderos podrían pagar
una fanega de trigo, papas, fríjoles Q habas, por_ cada diez que se cogieran,
yuna de garbanzos, maíz·o lino, por ca·da quince.~
La organización del trabajo agrícola a través· del tributo revistió mayor
iilportancia en el Nuevo Reino que. en· otras partes debido, sin duda, a la
preexistencia de una economía agrícola entre los indios. Durante la época
colonial, esta región abastectó no sólo los centros urbanos de Tunja y Santa
Fe sino aun la plaza fuerte de Cartagena y los centros mineros de Mariqui-
ta, Remedios, Zaragoza, etc. En la costa, por ejemplo, en donde un largo
contacto con los invasores había resultado fatal para la pobla.ción indígena
yen donde, hacia 1560, apenas quedaban huellas de la organización primi-

136 «Ordenanzas de Tunja», cit.


164 HISTORIA ECONÓMICA y

tiva, la tasa de Melchor Pérez de Arteaga resulta sorprendente por su


deración137 • El tributo fijado por el oidor consistía en la obligación para lo
indios de sembrar una sementera de maíz a razón de una hanega por cal
diez y ocho o veintidós indios. Esta última proporción tenía en considera':
ción la falta de hábitos agrícolas entre algunas comunidades de pescadore¡

... por no ser de su natural inclinación los dichos indios labradores ...

Con todo, se obliga a los indios a trabajar en seJ?:lenteras para asegurar,


al menos en parte, el aprovisionamiento de Cartagena. La precariedad J~
las labores agrícolas en esta región queda indicada por una observación del
oidor respecto a la conveniencia de fijar el tributo en trabajo y no en ·
pecies:

... Que han de dar en labranza y no en número ni cantidad de hanegas por-


que la miez y frutos de la dicha labranza no quede a riesgo de los dichos
naturales y porque se podría perder y talar, así en la esterilidad de los tiem-
pos como por los puercos y ganados que se crían por los dichos encomen-
deros ... 138

El establecimiento definitivo de un salario en dinero coincidió con otras


medidas no menos importantes introducidas durante la presidencia de
Antonio González, en la última década del siglo XVI: la distribución dé
resguardos entre los indígenas. la uniformización del tributo y su_indivi-·
dualización, la creación de corregimientos indígenas y la quiebra del mo-
~polio de la mano de obra indígena de que habían gozado hasta entonces.
- los encomenderos. Desde 1593 se introdujo la instituciónfie los corregidQ-
res de indios, los cuales estaban destinados a suprimir prácticamente la;
mediación de los encomenderos con n~~pecto a la sociedad indígena. Éstos
.....-n o podían entenderse ya directamente con los caciques 'y los indios para la,
percepción del tributo sino que lo recibían del corregidnr139 . Al mismo
tiempo, quiso atribuirse una función económica autónoma a la poblacif?!l:
al disponer que los indios deberían tener tierras suficientes ··

... donde hagan sus labranzas en común y en particular, pues las tierras son
suyas'y no se les pueden quitar sino las que les sobraren, estando ellos ya
proveídos de todas las tierras y términos que hubieren menester, así para

137 AGI. Santa Fe L. 56 «Relación ... », cit.


138 Ibid. f. 53 v.
139 AHNB. Cae. e ind., t. 42 f. 81 r. Ordenanzas de Corregidores, NQ 11.
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 165

sus sementeras como para criar sus ganados..., lo cual irá a poner en razón uno
.d 140
de los 01 ores ...

El resultado de esta previsión fue la distribución de resguardos, por una


parte, y, por la otra, la abolición del 4% de los tributarios que los encomen-
deros podían concertar de su propio repartimiento. A partir de 1598, cual-
quier a~ricultor podía hacerse asignar los indios que necesitara para sus
labores 41 de los repartimientos más cercanos. Esta medida estaba destina-
da a crear un salariado libre entre la población indígena,

... conforme se alquilan y hace en los reinos de Castilla ...

El jornal por cualquiera de las labores propias del campo (« ... acamello-
nar la tierra para maíz estando arada y amelgada ... », sembrar, desyerbar,
coger, segar, trillar con caballos, yeguas o trillos) sería de medio tomín
para cada indio o india empleados, los cuales trabajarían desde las 8 de la
mañana hasta la puesta del sol. El trabajo colectivo se estimaba por el área
beneficiada. Para el maíz se pagarían cinco pesos y medio de oro corriente
(de 13 quilates) por cada hanega de sembradura, estando ya la tierra arada y
amelgada, es decir, los indios debían sólo acamellonar, sembrar, desyerbar
y coger. Para el trigo y la cebada se pagaría un pes9 por cada hanega de
sembradura. En este caso se suponía que la siembra corría a cargo de
gañanes y mayordomos y que los indios sólo deb~an,desyerbar, segar y
encerrar en carretas. En tierra ca:liente, en donde la práctica consistía en
rozar y quemar y no se araba ni cavaba, el salario sería de cinco pesos para
cada hanega, siempre que se tratara de arcabuco brayo. Si la tarea de rozar
y quemar no implicaba .tanto trabajo, el salÍrio se rebajaba a cuatro pesos.
En cuanto a los salarios de los trabajadores permanentes, los concertados
por año, se estipulaban parte en dinero, parte .en especie y una ración, tal
como se reproduce en la tabla de salarios. La costumbre había establecido
que las mujeres trabajaran al lado de sus maridos en tareas accesorias tales
como limpiar y despajar la harina• o :hacer quesos en los hatos. Por estos
oficios no recibirían dinero Rero, en cambio, podrían ayudar a descontar el
tributo de sus maridos al recibir dos mantas de algodón al cabo del año.
También se les pagaría un maure o faja que usaban las indias y recibirían
la ración común a todos los trabajadores concertados.

140 Ibid. Nº 15.


141 Ibid. f. 94 r. ss. Auto de Miguel de Ibarra, visitador del distrito de Santa Fe, de 2 de
septiembre de 1598.
166 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL J

CUADR012
TABLA DE SALARIOS INDÍGENAS (Auto de 2 de septiembre de 1598)

Oficio Salario en.metálico En especie Ración


Pastores 9 pesos de 13 quilates 1 sombrero, 6 p. Media fan. de maíz en
de alpargatas tusa cada 15 dias =8
fan. maíz desgranado
al año
Muchachos pastores 6 pesos Ibid. Ibid.
Gañanes 12 pesos Ibid. Ibid.
Arrieros Ibid. Ibid. Ibid.
Mujeres de gañanes 2 mantas de alg. Ibid.
1 maure
Vaqueros y yegüerizos 14pesos 1 sombrero, 6 p. Ibid.
de alpargatas
Mujeres de vaqueros (v. mujeres gañanes)
Molineros 13 pesos Ibid. Ibid.
Mujeres de molineros (v. mujeres gañanes)
Indias de servicio
en estancias 10 pesos 1 maure, 1 tocador

No puede pensarse que una reforma legal haya cambiado enteramente


la situación, al menos para la población indígena. Es posible, inclusive, que.
en adelante surgiera una presión insostenible de parte de los corregidores
-asociados a veces con los encomenderos-y de agricultores no encomen-
deros. Pero es evidente que, a partir de entonces, el ritmo de lá catástrofe
demográfica indígena se hizo más lento. Las visitas ulteriores testimonian'
el pago de salarios, aunque disminuidos la mayoría de las veces o desean"
tados de los tributos. La situación, en todo caso, no po~ía ser peor que la
que dejaban entrever las innumerables querellas de los· indígenas contra~
sus encomenderos en el curso del siglo XVI. Al menos ahora era dable en"
contrar testimonios no disimulados de esta situación. En septiembre de;
1599, por ejemplo, el cacique y los indios de Soracá dirigieron un memorial.
de 26 puntos al visitador Luis Henríquez para denunciar los manejos dé
su encomendero, Francisco Rodríguez142 . Este poseía la encomienda hacíq:
--más de veinte años y los hacía trapajar sin descanso en sementeras de trigo Y:
cebada, sin pagarles salarios. Según los :tudios, el encomendero cogía 1.300
fanegas de trigo y otras tantas de cebada sin pagarles salario alguno:

142 lbid. Vis. Bay., t. 7 f. 190 r.


LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 167

... y no hallarnos a quien quejarnos, que si venirnos a esta ciudad el escriba-


no es su amigo, el juez es amigo de su suegro ... pues si nos quejarnos al
corregidor de naturales no nos oye por ser amigo de nuestro encomendero
porque le cohecha con carnerq~¡ trigo, frazadas ... de suerte que por todas
partes somos desconsolados...

Según el punto de vista de los encomenderos y de los propietarios españo-


les, el pago de salarios era ruinoso y pesaba demasiado sobre la iniciativa de
Jos empresarios agrícolas. A comienzos del siglo XVII, una descripción de la
144
provincia de Tunja indicaba una decadencia general que se atribuía, en
primer término, a la disminución constante de los indios y al crecimiento
de la población española, tanto de criollos como de inmigrantes. Según el
documento,

... la labranza y crianza es demasiado costosa y de poco provecho por lo


mucho que se les paga a los indios que se ocupan en ella, y poco que vale
lo que se saca de ellas. La granjería y trato es de rn'.l.cha costa y poco caudal,
por ser tierra pobre y no haber minas ...

Y más adelante:

... todos los tratos y haciendas de los vecinos de esta ciudad han venido de
muchos años a esta parte en notable disminución; de t~l manera que si no
son los encomenderos gruesos y algunos mercaderes ricos, los demás veci-
nos se sustentan con mucha dificultad, con mucho aprieto y conocida mi-
seria, tanto que casi todo el año asisten en el campo en sus haciendas y
estancias por no poder sustentarse de.ordinario en la ciudad, sino son los
que tienen grandes haciendas, y aún estos le ,habitan mucho tiempo ....

A pesar de las reformas; los encomenderos, efectivamente, siguieron


gozando por algún tiempo de sus antiguos privilegios. El 4% de los tribu-
tarios que, según la tasas.de tributGs del siglo xv(aquéllos podían concer-
tar de sus propios repartimientos había ido aumentando progresivamente
con la extinción de la población indígena. Introducido el régimen de sala-
rios, 26 pueblos daban toda':ía a sus encomenderos, hacia 1600-1603, el 5%
de los tributarios para gañanes, vaqueros, pastores, etc., aunque este por-
centaje representa apenas un promedio arbitrario, el porcentaje real varia-
ba según las necesidades de cada encomendero, es decir, de sus empresas
agrícolas, y podía ascender a más del 15%.

143 Ibid. f. 160 v.


144 CD!. loe. cit.
168 HISTORIA ECONÓMICA

A partir de las visitas de Luis Henríquez y de Miguel de !barra (cuya


tasaciones abolieron expresamente el privilegio de concertarse con el en~
comendero), la población indígena se redistribuyó en poblados que con.
centra~an la mano de ob:a y ~acían posible su c~i:tratación a simples
estancieros. Como se ha visto, sm embargo, esta pohtica de poblamientos
encontró uno de los mayores obstáculos en los hábitos de los encomende-
ros. En 1621, el oidor Antonio de Obando comprobó en el valle de Tenza.14s
que los indios no residían en los lugares asignados por Luis Henríqu~i~
Algunas veces se habían retirado a sus antiguos poblados, otras, conel
permiso del encomendero, residían muy cerca de sus aposentos, trapiche~;
hatos y estancias. De esta manera, los encomenderos podían retener y aiíri
incorporar como agregados en sus haciendas a los indígenas que gozab~rt
ahora de una cierta libertad de contratación. Muchos indios, por huir de'!~
carga del tributo, se habían ausentado de sus repartimientos y eran acogi-
dos en haciendas a títulos de «concertados». Según O bando estos indios no
gozaban de garantía alguna puesto que el encomendero podía llegar a un
acuerdo con el corregidor para deducir de sus salarios lo que debían de
tributos. En este caso no había manera de controlar si tales indios eran
pagados o no pues se trataba de agregados de las haciendas y los propie-
tarios procedían como si se tratara de gentes «nacidas y criadas» en sus
casas 146 .
Las ordenanzas sobre salarios del oidor Miguel de !barra también fue-
ron eludidas ateniéndose a la costumbre de utilizar la totalidad de lapo-
blación indígena en ciertas labores. Según las ordenanzas, los propietarios
debían entregar la tierra arada y los indios debían solamente sembrar, des-
yerbar y cosechar. La distinción era importante puesto que obligaba a 1os
propietarios a emplear tracción animal y no valerse de los indios como
bestias de tiro. Para las labores de arado debían pagarse gañanes y em,
plearlos establemente por seis meses o un año, es decir, concertarlos. En
virtud de la autorización del trabajo colectivo contenida en las ordenanzas;
los propietarios (estancieros y encomenderos) empleaban en masa a las
poblaciones y a las familias indígenas y las hacían arar y remover la tierra
sin emplear animales de tiro. Con ocasión de estos conciertos colectivos;
pueblos y familias enteras se trasladaban al sitio de los trabajos con sus
comidas, ollas y piédras de moler. Recibían como pago, en vez de los cinco
pesos y medio de oro de 13 quilates estipulados, cinco pesos y medio ~é
plata por cada hanega de sembradura.-5egún Obando, esta forma de pago

145 AHNB. Vis. Boy., t. 18 f. 367 r.


146 Ibid. f. 375 r. y v.
f,AS FORMAS DE DOMINACIÓN 169

0
compensaba ni de lejos los días de trabajo efectivo individual. Cada
~ndio venía a recibir solamente 2 o 3 granos y no el medio tomí:n que se
~abía fijado para el trabajo individual.
A.un el pago de este exiguo salario era distraído y no llegaba realmente
a 111 anos de los indios. Podía ocurrir que los caciques y capitanes reci~ieran
los cinco pesos y se quedaran con ellos o los emplearan en pagar tributos
de indios que no habían trabajado o de indios ausentes. En cuanto a los
indios que trabajaban con los encomenderos, tenían aún menos oportuni-
dad de verse pagados. Siguiendo la antigua práctica, éstos se contentaban
con persuadir al corregidor de que descontara tributos a los indios o, peor,
que cobrara tributos atrasados que se iban acumulando (rezagos) por la fre-
147
cuencia de las fugas de tributarios .
Ante esta situación, el oidor Obando procedió a abolir el trabajo y el ....
salario colectivos en el valle de Tenza. En adelante, los encomenderos y los
estancieros deberían pagar cuatro tomines por cada seis días de trabajo
individual. Redujo también la jornada de trabajo de nueve horas y ordenó
que los pagos se hicieran efectivamente al indio, india o muchacho que
trabajara sin que pudieran entregarse a los caciques y capitanes o descon-
tarlos de los tributos. En cuanto a los indios forasteros, debía contarse con
el corregidor para poder concertarlos.
La visita del licenciado Obando había sido provoéada por las quejas de
los indios de Guateque. El protector de }.ndios, Juan Rqdríguez Corchuelo,
representó ante la Audiencia que, no siendo más de 80 tributarios, los co-
rregidores los compelían a trabajar en Tenza en sementeras, trapiches y
cañaverales. En mayo de 1619, la Audiencia ordenó la visita pero ésta sólo
se llevó a cabo dos años más tarde, hacia m{irzo.de 1621 148 •
El oidor pudo comprobar que, efectivamente, los indios de Guateque y
Súnuba eran empleados en trapiches por sus _encomenderos Luis Cabeza
de Vaca y Diego Núñez de Estupiñán. En Guateque, el encomendero tenía
un trapiche en el que empleaba dtez indios. Guaho o cinco eran gañanes
que se ocupaban de tres sementeras de caña (con cuatro hanegas y media
de sembradura) y los restantes ejercían oficios en el trapiche: un hornero,
un espumador, uno que ser~Ía y revolvía la caña en la atahona, un muchacho
que arriaba el caballo de la atahona, un cajero y un prensador. El encomen-
dero de Súnuba empleaba apenas a un indio en el trapiche, que estaba ser-
vido por un negro y varios mestizos.

147 Jbid. f. 384 r. SS.


148 lbid. t. 15 f. 315 v.
170 HISTORIA ECONÓMICA y SOCJAtf

j
En los dos casos, la técnica era muy diferente. El de Súnuba era un ver-
dadero trapiche, con tres masas o tornos, un horno, pailas y canoas.-El de
Guateque consistía apenas en un bohío con una viga atravesada, níuy
grande y gruesa, qu~ ~xprimía el bagazo contra una piedra de a tahona mo~
vida por un caballo 4 .
A raíz de estas averiguaciones, el oidor dictó un auto de abril de 162!.
por el que prohibía a los encomenderos del valle de Tenza servirse de los
150
indios para estos oficios . Según Obando, en el valle había muy pocos
mestizos y mulatos que se ocuparan en los oficios de moledores de caña;
espumadores y horneros, por lo cual los encomenderos empleaban a los
indios contra prohibiciones reales y contra lo dispuesto durante la visita
de Luis Henríquez. Naturalmente, los encomenderos habían negado ha-
berse valido de los indios pero, según el oidor, lo habían hecho concertán-
dolos con los corregidores bajo el nombre de gañanes o utilizando indios
huidos de otros repartimientos, a los cuales ocultaban afirmando que se
habían criado en las casas.
El dominio de la economía agrícola por parte de los encomenderos era
evidente todavía en las primeras décadas del siglo XVII. Con todo, la dis;
minución de la mano de obra disponible enfrentaba de manera cada vez
más aguda los intereses de los encomenderos con los de otros habitantes
de las ciudades, con otros propietarios y aun entre sí mismos. La institu-
ción del corregidor de indios se había introducido como ul}a manera de
equilibrar estas pretensiones contrapuestas y defender a los indígenas de
cargas excesivas. Al principio, los corregidores tomaron partido por los
encomenderos, luego dividieron sus preferencias y, finalmente, trataron
ellos mismos de sacar partido a la situación estableciendo ciertas cargas en
su provecho. Propietarios y encomenderos se defendieron del proceder ar-
bitrario de los corregidores solicitando directamenté a_la Audiencia manl
_damientos para obtener el servicio de indios que requerían sus labores;
Tales mandamientos eran apenas un acto administrativo en el que jugaba
el favoritismo y la intriga para su otorgamiento. Dos o más propietarios y
encomenderos podían obtener mandamientos similares sobre una misma
población indígena que no podía cumplirlos todos. El cambio de un presi-
dente de)a Audienda invalidaba prácticamente las mercedes otorgadas
por el presidente anterior y había necesidad de renovar los mandamientos
con la nueva administración.

149 Jbid. f. 206 r. SS.


150 Ibid. t. 18 f. 371 r. ss. FCHTC. p. 236.
LAS FORMAS DE DOMINACIÓN 171

La situación era particularmente conflictiva en Villa de Leiva, en donde


jos simples vecinos agricultores se oponían terratenientes y encomende-
:os. En agosto de 1654, el Cabildo se quejó a la Audiencia de que los indios
de Iguaque se resistían a trabajar en las siegas de los vecinos porque algu-
nos propietarios los acaparaban con mandamientos de la Audiencia. Por
su parte, los indios de Chíquiza eran acaparados por su encomendero y los
·de Su ta (merchán) por Sebastián Merchán de Velasco, un cura hermano del
151
encomendero . Los pueblos que no tenían encomendero sino que perte-
necían a la Corona, como Sogamoso, Duitama, Turmequé, Chivatá, Samacá,
Soatá, etc., sufrían una presión todavía mayor puesto que los propietarios
se los disputaban con mandamientos contradictorios.
El presidente Dionisio Pérez Manrique quiso poner término a esta situa-
ción y, con este objeto, proveyó un auto el 7 de agosto de 1657 que debía
aplicarse en las jurisdicciones de Santa Fe, Tunja y Villa de Leiva. En primer
término, el presidente limitaba el número de indios que podían ser concer-
tados a una cuarta parte de los tributarios, y se ordenaba que se remudaran
cada seis meses. Los salarios apenas sufrían modificaciones con respecto a
los ordenados en 1598 aunque esta vez se estipulaban en moneda acuñada,
es decir, pesos de plata (patacones) de 8 reales y no pesos de oro de 13 qui-
lates. Los concertados debían recibir 14 patacones por año, media fanegada
de maíz en tusa cada quince días, seis pares de alpa'I'gatas y un sombrero
basto. Luego, una reforma capital: el concierto, es decir, el contrato más
estable de seis meses, sólo podía verificarse en adelé1nte con dueños de
hatos que tuvieran de doscientas reses vacunas para arriba o con estancie-
ros que sembraran quince hanegas de sembradura de trigo o cebada o ha-
naga y media de maíz o cinco de papas. Par~ sembrar podían concertar tres
gañanes por tres mesefr para cada diez han egas de sembradura y para ser-
4

gar podían disponer de un·pueblo entero, repartidos por capitanías para


cada estancia. ~

Las estancias más pequeñas no'podían dispon.er de concertados. La re-


forma parece haber tenido en cuenta la capaciaad de los propietarios para
pagar salarios pues en este últimb casó se permitía solamente contratar
jornaleros a quienes debía pagarse un real y cuartillo a los varones y un
real a las hembras. Se favorecía de una manera no disimulada a una clase
tradicional de propietarios, excluyendo a otras categorías. Así, no podrían
disponer de «concertados» las haciendas nuevas ni se debía dar indios a
los mestizos

151 Ibid. Cae. e ind., t. 18 f. 262 r. y v.


172 HISTORIA ECONÓMICA

... y otros de esta calidad y natural servil...

Los simples arrendatarios sólo podían disponer de jornaleros. Propiet;;


rios y encomenderos, sin embargo, se veían privados del monopolio def
mano de obra al disponerse que los «agregados» a las estancias haciendaª8 ts ·1
debían estar disponibles para los diferentes tipos de contratos 52 •
El auto del presidente Pérez Manrique coincide con el punto más bajo
de la curva de población indígena. Al mismo tiempo, hace sospechar enun
momento culminante de la lucha entre propietarios y encomenderos,.10
mismo que en un crecimiento perceptible del grupo mestizo. Este grupo
podía medrar al lado de las posesiones indígenas de los resguardos y e&
posible que a mediados del siglo XVII hubiera alcanzado ya cierta impor-
tancia en el contexto rural.
La diversificación de grupos sociales dentro de la sociedad española
misma puede percibirse a través de los conflictos que los enfrentaban p~r
el goce de la mano de obra indígena. En el caso de la Villa de Leiva~ el
proceso reviste un mayor interés debido a las circunstancias en que se fun¿
dó la villa, notoriamente por fuera de los patrones de fundaciones más
antiguas.
La fundación había sido solicitada en Tunja al presidente Venero ae
Leiva por varios labradores, inmigrantes recientes que ·habían salido de.
España con ánimo de colonizadores. La fundación fue autorizada el 29 de
abril de 1572. En mayo, algunos vecinos de Tunja declararon que los «be:.
neméritos», es decir, los descendientes de los conquistadores, debíanser
preferidos a los nuevos pobladores en el otorgamiento de solares, huertas;
y estancias de la villa que debería fundarse. Los colonizadores se quejaron
de que la fundación ordenada estaba siendo obstaculizada y objetaron á
los vecinos de Tunja que para recibir solares deberían avecindarse en la
nueva fundación. El 21 de mayo, el presidente Venero de Leiva encargó de
la fundación a Hernán Suárez de Villalobos y éste procedió a hacerla el 12
de junio junto con Migµel Sánchez, alcalde ordinario de Tunja, y los regi-
dores perpetuos Francisco Rodríguez y Diego Montañez 153 • ·'
El fundador procedió a distribuir solares pero sólo desde el 15 de dif
ciembre de 1572 se repartieron las estancias. El reparto se encargó esta vez
al contador Juan de Otálora, quien entonces ocupaba el cargo de corregidor
y justicia mayor de Tunja. Otálora repartió 215 fanegas de sembradura en-,
tre nueve personas de las que se habíanavecindado en la villa como labra~

152 Ibid. Tierras Boy., t. 17 f. 817 v. ss. FCHTC. p. 293.


153 Ibid. Pob. Boy., t. 2 f. 340 r. ss.
173

d res, entre otros a Elvira Báez, viuda de Juan de la Barrera, en cuyas es-
t ~cias de Saquencipa se había llevado a cabo la fundación • Los caciques
154

:eMoniquirá y Saquencipa iniciaron un pleito con los vecinos por despojo


de sus tierras pero al final accedieron a hacer dejación de 150 fanegadas de
embradura que se repartirían entre los vecinos (1576). Hacia 1592, las es-
:ancias se habían multiplicado a 31 en Saquencipa y 12 en Moniquirá, siem-
: re en d etnmen
. t o d e 1os m
. d.10s155 .
P Apenas 13 años después de la fundación de la villa, se suscitó el primer
conflicto con la ciudad de Tunja. Desde 1572, la villa había quedado sujeta
a Ja ciudad por haberse fundado en su términos, en, tierras encomendadas
a vecinos de Tunja y por iniciativa de su Cabildo. Este conservaba la pre-
'rrogativa de nombrar alcaldes y regidores de la villa como señal visible de
. su tutela. En abril de 1585, el procurador general de la villa, Salvador de la
Hoya, se quejó de que el Cabildo de Tunja empleaba esta prerrogativa en
desmedro de la villa, eligiendo personas que ni siquiera eran vecinos. Atri-
buía la política de Tunja a una rivalidad económica puesto que en los tér-
. minos de la villa se cosechaba trigo en abundancia y de la mejor calidad y
por eso acudían allí las recuas de los comerciantes y no a la ciudad de
. 156
Tun¡a .
El elemento preponderante de la villa estaba constituido por labradores
que apenas podían disponer de la mano de obra de lÓs repartimientos ve-
cinos, del partido de Sáchica. Según un aJegato de 1588,,la ciudad de Tunja
podía emplear 25.000 indios, en tanto que la villa sólo contaba con unos
3.000157• Esta situación enfrentaba a los vecinos labradores con los enco-
.menderos y, más tarde, con los corregidores. En 1638, los labradores del
·valle de Ecce Horno se quejaron precisament'-e de.que'los encomenderos de
pueblos que estaban en.tér~inos de Vélez acaparaban la mano de obra y
ocasionaban la ruina de sus cosechq.s. Un labrador, Pedro Núñez de Losa-
da, acusó al corregidor Juan de Gu,zmán de procurar también la ruina de
los vecinos para hacerse rico él mismo pues hacía ~embrar a los indios 200
fanegas de sembradura de trigo158 .:En: esta ocasión el corregidor Guzmán
rindió un informe a través del cual puede apreciarse la situación de Villa
de Leiva. Según el corregidor, en la villa había 36 vecinos labradores, es
decir, población urbana cuyo sustento económico era la agricultura, 4 en-

154 Ibid. Resg. Boy., t. 3 f. 350 v.


155 Ibid. f. 331 r.
156 Ibid. Pob. Boy., t. 2 f. 337 r.
157 Ibid. Cae. e ind., t. 34 f. 702 r.
158 Jbid. t. 63 f. 64 r. SS.
174 HISTORIA ECONÓMICA

comenderos dueños de estancias, 31 propietarios rurales y 20 pegujaler


o arrendatarios de pequeñas porciones de tierra. Entre éstos se reparrºs
250 indios de los pueblos de Moniquirá, Sáchica, Tinjacá, Vrancha, Ráqur.an
y Tijo. Los seis encomenderos de estos pueblos usaban como concertád~a
(gañanes, pastores, vaqueros, etc.) a 106 indios, es decir, el 403, y elresrs
debía repartirse entre los 87 labradores restantes. Un solo encomendero e~
capitán Bartolomé Bermúdez Olarte, encomendero de Tijo, empleaba'
44
indios, es decir, el 16% el total159 •
La importancia agrícola de Villa de Leiva era reconocida y por esta cáti-
sa el presidente Martín Saavedra y Guzmán accedió, en 1644, a que Íós
pueblos de Iguaque y Chíquiza, del corregimiento de Paipa, sirvieran alos
vecinos de la villa y que los indios del corregimiento de Sáchica fueran
reservados de conducciones a las minas de plata de Mariquita. En 1654se
intentó desagregar a los dos pueblos del corregimiento de Paipa para h{.
corporarlos al de Sáchica pero el corregidor de Paipa ofreció dar el servicio
a los vecinos de la villa y la agregación se suspendió en 1656. Ésta'debió
tener lugar más tarde puesto que en el siglo XVIII Chíquiza (al que se había
agregado Iguaque) pertenecía al corregimiento de Sáchica160 .
De lo expuesto, parece claro que, en regiones agrícolas en donde lapó-
blación indígena contaba todavía para algo, la crisis del sistema de la en-
comienda había dado paso a formas de contratación que beneficiaballa
propietarios no encomenderos. La competencia por lo que restaba de la
mano de obra indígena contribuyó, sin duda, a desintegrar todavía más las
comunidades indígenas mediante la captación de «agregados». En algÍliia
medida, los indígenas quedaban adscritos a las haciendas y eran retenidos
allí con la complicidad de los corregidores. No debe perderse de vista, sm
embargo, que los resguardos, en lo que se criaba también una población
mestiza, contribuyeron a mantener una reserva de-mano de obra, papel
que se atribuye modernamente al minifundio. ·· ··
También se comprueba la existencia, en algunas regiones del altiplano,
de «pegujaleros» o arrendatarios, probablemente mestizos o españoles po-
bres, desde una época muy temprana. La proporción de estos .arrendata-
rios debió crecer paralelamente a la población mestiza, como lo indica11I~s
limitaciones impúestas, a mediados del siglo XVII, por el presidente Dioni-
sia Péréz Manrique.

159 Jbid. f. 74 r. SS.


160 Jbid. t. 18 f. 260 r. SS.
'.5 Li\S FORMAS DE DOMINACIÓN 175

El trabajo en las minas


La imagen más frecuente sobre la explotación de los españoles del suelo
Jllericano se ha conservado en la iconología de la época que pinta los tra-
:ajos en los lavaderos de oro. Los procesos de extracción, el transporte,
!llétodos rudimentarios de purificación de las escorias, y no pocos detalles
·dramáticos que indican los métodos de coerción impuestos sobre el trabajo
indígena, aparecen minuciosamente consignados. Estas imágenes, deriva-
das del ciclo antillano del oro y de los escritos de Las Casas, daban cuenta
en Europa de los aspectos menos placenteros de los Dorados americanos.
Una vez apropiadas las acumulaciones de metal que las civilizasiones in-
dígenas habían exhibido ante los ojos codiciosos de los conquistadores, és-
tos se apresuraron a utilizar la mano de obra que se les brindara mediante
el sistema de la encomienda y de la mita en el laboreo de las minas ..
Con las excepción de las minas de plata de Mariquita, para las cuales se

. organizó un sistema de «conducciones» de indígenas desde los altiplanos


á fines del siglo XVI, el sistema de la mita no fue utilizado en el territorio

l
de la Nueva Granada. Si bien, como se ha visto, en muchas regiones exis-
. tieron entre los indígenas nexos ·de subordinación y jerarquías que, en el
mom~nto -~e la C?n quis~a, evolucionaband_hacia forma_s más elaborad as de
11
'
orgamzac10n socia , os mvasores no pu ieron recunrr -como en e1 caso
· del Perú- a estructuras preexistentes de trabajo colectivo y de canaliza-
f dón de excedentes en un sistema pareddo a la mita. •
J Muchos indígenas conocían ei trabajo en las minas e inclusive el oro se
contaba entre los artículos de trueque más frecuente entre las tribus. Pue-
blos de orfebres, los más notables de Amérjca, explotaban el oro o lo reci-
bían en bruto de otras tribus para su elabor¡,i.ción: Inclusive, los jefes podían
llegar a tener una participáción en los metales extraídos, los cuales exhi-
bían como símbolo de prestigió o tledicaban a p:t,ácticas rituales. A partir
de la Conquista, la mano de obra dedicada a estos menesteres fue el privi-
legio de los encomenderos quienes, algunas veces, podían derivar también
una renta del alquiler de sus indios a otros españoles dedicados exclusiva-
mente a la minería. .
El trabajo en las minas, como en la agricultura -y en mucho menor
grado el trabajo en las ciudades, en donde se estableció el sistema de la
«mita urbaná»:- fue objeto de críticas y aun se intentó suprimirlo muchas
1

veces. La abolición de servicios personales para los encomenderos, que


nunca pudo realmente llevarse a cabo, quiso liberar est~ mano de obra y
crear un sistema de salariado. Estos intentos se reforzaban con el proyecto
de sustituir a los indígenas, cuyo número declinaba en forma alarmante,
176 HISTORIA ECONÓMICA

con esclavos negros. Per? la política .de la Corona española.fue demasiélclo


fluctuante en esta matena y las pres10nes en contra demasiado apremia ·: ·
tes como para que pudiera operarse un cambio súbito. En todo el perío:
que va desde 1540 a 1729, los hechos económicos -concretamente, el rrlá~
gen de rentabilidad de las explotaciones mineras- superaron todas:1~·
buenas intenciones expresadas por la Corona e hicieron flaquear su polítl!
ca de abolición de la servidumbre en las minas. Puede discutirse todavía$;
el empleo de los indígenas en las minas era de algún modo inevitable y:~}
su agotamiento no era más catastrófico para el conjunto de la econonuá
colonial. Pero, en todo caso, el contexto social y los esquemas de la docii:
nación española imponían este empleo pues la encomienda, como sistem~
privado de explotación, implicaba un índice muy alto de derroche de fe:
cursos humanos. ·
Así, los encomenderos agotaron primero la mano de obra casi gratuita
de los indígenas. Como se verá más adelante, el recurso los esclavos negros
fue tardío y se confinó a las regiones en donde prácticamente los indíge.nas
habían desaparecido. En 1544, cuando se conocieron las Nuevas Leyes q~f
prohibían formalmente echar a los indios a las minas, los encomenderos ele
toda la provincia de Popayán hicieron oír sus quejas. Según ellos, resultaba
imposible mantenerse en las ciudades sin el concurso del trabajo indígena.
Encomenderos de Cali, Popayán, Cartago y Anserma añadían como argif
mentas que los indios de esas regiones poseían una organización social
precaria, que se mantenían en guerras perpetuas y que resultaba imposiple
integrarlos a un circuito económico del que la ciudad española era Ún
centro permanentemente amenazado161 • Los indios -agregaban- no e~an
muy numerosos y cada encomendero apenas había recibido repartinü~Íh
tos de doscientos y trescientos. La falta de capitales para hacer inversionés
en esclavos imponía el empleo de los indios en las minas que comenzaban
a explotarse 162 . Aunque bien es cierto que las mismas ciudades solicitaban
franquicias para introducir, mil, dos mil y tres mil esciavos. La insisten~~ª
en la necesidad de emplear a los indígenas hace sospechar que estas licep~
cias de importación de esclavos se pedían solamente para revenderlaSep
el mercado de Sevilla. ·
Todavía en 1549, la prohibición no había entrado en vigor y, según des,
pachos c;l.el tesorero Sebastián de Magaña, resultaba imposible su prómuk
gación sin provocar inquietudes entre los habitantes de la provincia. P~ro
ni aun la publicación final de las Nuevas Leyes fue capaz de cambiar la

161 DIHC. VII, 247, 295.


162 Ibid. 322; VIII, 21, 24, 48.
177
•..~· LAsFORMAS DE DOMINACIÓN

· · uerte de los indios. Según los oficiales de la Corona, los indígenas que
~abajaban en las minas estaban más contentos que los otros y ellos mismos
eclaroaban ese trabajo.
r Esta situación se prolongó hasta el momento de la tasación de los tribu-
tos por el obispo Juan del Valle y el oidor Tomás López. Las visitas que se
sucedieron en la década de 1560 estaban asociadas a los dos problemas que
reocupaban principalmente a la administración de Venero de Leiva: el
~el tributo, para determinar si se debía tasar en oro o en otros «frutos de la
tierra», y el del trabajo de los indígenas en las minas y en la agricultura,
problema que, sin duda, estaba íntimamente ligado al primero.
El oidor Tomás López y el obispo Del Valle habían cuidado de tasar los
tributos de la región en «frutos de la tierra», según el deseo expresado ep.
Jas Nuevas Leyes. Debido a la presión de los encomenderos y de los habi-
tantes de las ciudades, cargaron también a los indios con trabajos agrícolas
en regiones propicias. Poco más tarde, los oidores Angulo de Castejón y
Diego de Villafañe tasaron de manera análoga los tributos en el Nuevo
Reino. Este tributo contravenía de manera flagrante el principio estableci-
do de ahorrar a los indios la servidumbre personal, puesto que se les obli-
gaba a un trabajo forzado y no retribuido por un salario. En ambos casos,
como se ha visto, el fiscal García de Valverde impugnó este tributo que
gravaba a los indígenas más allá de sus fuerzas 163 • •
Después de haber colaborado en Santa Fe con el presidente Venero de
Leiva, en el intento de suprimir 19s servfcios personale~, García de Valver-
de fue designado como oidor de la· Nueva Audiencia de Quito. En este
carácter, el antiguo fiscal firmó la orden que disponía una nueva visita a
Popayán por uno de sus colegas, el oidor Ped¡o de Hinojosa, en 1568. Según
sus instrucciones, Hinojosa debía proceder. a la supresión de los servicios
personales y a tasar de nuevo los tributos que García de Valverde juzgaba
excesivos. .., ~
En 1569, Hinojosa inquirió entr'e varios personajes de Popayán acerca
de la estimación del monto del tributo_ y sobre la conveniencia de fijarlo en
oro. Según los encomenderos, la tasa de Tomás López había sido nefasta
para los indios de la provincia que se veían constreñidos a comprar mantas
para satisfacer el tributo o pagar simplemente su equivalenté en oro164 • El
cura Bartolomé Ruiz declaró que los encomenderos se aprovechaban de
esta situación para hacer trabajar a los indios en las minas, entrando en
arreglos con los caciques. El obispo de Popayán, fray Agustín de la Coruña,

163 AHNB. Cae. e ind., t. 5 f. 476 ss. AGI. Quito L. 16. Despacho de 1564.
.164 AGI. Justicia, L. 369 Doc. 1 f. 31 v.
178 HISTORIA ECONÓMICA

había reprendido a menudo a los encomenderos por esta causa y se hab;" 1


atra1'd o su avers10n.
., 1a
El mismo obispo se apresuró a advetir al oidor que la tasación deltr';;
buto en oro resultaría perjudicial a los derechos de la iglesia. El obispo i
mostraba interesado en los diezmos que deberían pagarse sobre los pr~
duetos agrícolas si el tributo se establecía en estos frutos. La intervencfóll ll
del eclesiástico provocó una respuesta muy áspera por parte de los enco~
menderos. Su líder, el heredero de Belalcázar, replicó que no estaban eri
juego los diezmos eclesiásticos sino el tributo y la protección de los indios. ~
Por otra parte, según los encomenderos, el visitador no podía ejercersu
jurisdicción en materia de diezmos ni determinar, por lo tanto, si los tribu~
tos debían pagarlos o no.
Sin embargo, Hinojosa se decidió por el pago de los tributos en oro. Eri
casi todos los pueblos de indios que circundaban a Popayán, los hombres
casados, mayores de veinticinco años y hasta la edad de cincuenta, debían
pagar tres pesos anuales. Los indios de diez y siete hasta veintiún años
pagarían solamente dos pesos. En cuanto a los indios que habitaban las
montañas; mucho más pobres, pagarían dos pesos y medio y dos pesos, en
cada caso.
La fijación de los tributos en oro era evidentemente una concesión a los
encomenderos. Pero la intención del oidor era que las cosas se detuvieran
allí puesto que, por otra parte, prohibía todo tipo de servicio personal, así
se tratara de trabajos agrícolas. En adelante, se suponía que el trabajo indí-
gena sería libre y mediando el pago de un salario, sin que se pudiera invo~
car la obligación del tributo para dedicar a los indios a cultivar la tierra. En
cuanto a las minas, el trabajo indígena quedaba terminantemente prohibi-
do. El mismo Hinojosa se vanagloriaba más tarde de haber

hecho que todos los naturales queden fuera de minas y servicios personales
y cargas y esto queda ejecutado de tal manera y al parecer tan asentado
165
como si nunca les hubiera habido ni hayan de retornar a ello ...

Lo contundente de la afirmación parece recelar una duda invencible.. Ni


siquiera transcurrió_ un año sin que los hechos vinieran a contradecir la
aparente_ seguridad del oidor. Y lo que parece más extraño, fue García de
Valverde~ el funcionario que hasta ahora había defendido con tanto coraje
a los indios, quien se encargó de deshacer lo que Hinojosa había logrado.
García prosiguió en 1570 la visita de Hinojosa, comenzada en el año ante-

165 !bid. Doc. 2 f. 4 r.


LA5 fORMAS DE DOMINACIÓN 179

·or. En esta ocasión, la actitud del antiguo fiscal de la Nueva Granada


~ebía reflejar un cambio sobrevenido, entretanto, en la actitud de la Coro-
11
ª española hacia los indios.
cuando García emprendió la tasación de los indios de Pasto y Alma-
er, pidió la opinión de dos personajes influyentes de la región. Según el
rarecer del cura Juan Bautista Reina, no se debía obligar a los indios en las .
n:únas sino imponerles más bien un tributo, como se había hecho en Cali y
en p0 payán. Naturalmente, los encomenderos de Pasto, como los de Popa-
yán y Almaguer, defendían el punto de vista opuesto. Según ellos, los in-
dígenas eran incapaces de pagar regularmente un tributo, tanto a causa de
su pobreza como porque eran perezosos. Así, resultaba mucho más seguro
enviar a las minas cierta cantidad de indígenas cuyo número sería fijado
por anticipado por el visitador, en la tasa de los tributos. .
En realidad, ésta era ya una práctica corriente, según se deduce de una
averiguación practicada por el oidor. El recuento mismo de los indígenas
que se llevó a cabo en el curso de la visita mostraba, sin lugar a dudas, que
¡05 indios sometidos a este trabajo, abades, sibundoyes e indios de Alma-
guer, desaparecerían mucho más rápidamente que los del valle de Pasto,
empleados en la agricultura.
Es fácil imaginar hacia qué lado se inclinaba García de Valverde, quien
en 1562 y 1564 había fulminado contra la venalidad de otros oidores atra-
pados como una presa fácil en la red de 1.os intereses de,los encomenderos.·
Conocía bien, por otra parte, los efectos mortíferos d'el trabajo en las minas
y así lo había expresado en 1564 cuando era gobernador interino de Popa-
yán. Y, sin embargo, su decisión final fue la de autorizar el trabajo de los
indios en las minas, al ll1enos de aquéllos qíie ya. trabajaban en las de Al-
maguer, y de los abades y lQS sibundoyes, t::n la región de Pasto.
García limitó esta autorizaciqn con ordenanzas que reglamentaban las
condiciones del trabajo: sólo la quinta parte de los tributarios, desde los
diez y siete hasta los cuarenta años, irían a las·mfüas ocho meses del año
(desde el primero de marzo hasta.el 31 de octubre, es decir, la estación
seca) y los indios que hubieran servido un año debían ser reemplazados al
siguiente. La jornada de trabajo se fijaba desde la aurora (seis de la maña-
na) hasta una hora antes de la caída de la noche (seis de la tarde) 166 .
La permisión de García de Valverde, acordada a través del tributo -es
decir, como servidumbre personal-, contrasta de manera c,hocante con la
certidumbre expresada por su colega Hinojosa de haber abolido para siem-

166 Ibid. L. 60. passim.


180 HISTORIA ECONÓMICA y SOC:L\~t~:

pre el trabajo de los indios en las minas. Apenas un año antes, éste hab;:,.
pronunciado en Popayán varias sentencias de muerte, azotes y galeras coÜ;
tra los mineros empleados por algunos encomenderos para administrar
los indios. Ahora, lo que había sido tan severamente reprimido se tornab~
~d . ~~
Seguramente, el antiguo protector de indios podía alegar, corno lo hizJ
que un cambio sobrevenido en la política de la Corona dictaba su decisió~
Los encomenderos de Popayán habían defendido su causa ante la Corona
y obtenido, en 1568, una Real Cédula por la cual se autorizaba el trabajo:d.e :
los indios en las minas,

... porque hay falta de negros y no hay gente qué traer en las
. 167
romas... ·

Así, hasta 1570, la política de reemplazar a los indios por esclavos ne.; 1

gros había fracasado. Los encomenderos rehusaban hacer inversioneséff


esclavos por razones evidentes. Seguramente, ellos podían optar por el t'f[~
bajo esclavo en las minas y reservar a los indios para los trabajos agrícol~~.
Pero, desde su punto de vista, no valía la pena este exceso de previsión~i
se tiene en cuenta el número muy reducido de vecinos que habitaban fa~
ciudades: doscientos o doscientos cincuenta en Pasto, en 1582; cien en Po:
payán; ciento veinte en Cali168 • Una población de treinta o cuarenta mil
indígenas, aun si se encontraba ya muy diezmada, podía fácilmente sopot~
tar la carga de alimentar concentraciones urbanas tan modestas. Natural~
mente, ahorraba también a los encomenderos una inversión onerosa~~
esclavos. Sólo en los momentos más críticos de la despoblación indígenase
contempló esta inversión corno una alternativa, pero no antes. ·
El pago de una parte del tributo en forma de tr¡;tbajo dispensaba a ló's
encomenderos de la obligación de pagar salarios a los.indios. Las exige}l;
cias sobre el trabajo multiplicaban el valor de las rentas de las encomienda~
pues no sólo se imponía una carga mucho más pesada que la que estaba
fijada por las tasaciones, sino que los encomenderos podían arrendaré!
trabajo de los indios cuando aquéllos no poseían minas o no ocupaban lati~
rra. Según los oficiales de la Corona en Popayán, los indios de la encornie.n~
da de Francisco Mosquera,

167 FCHTC. p. 51.


168 CDI. I, 41 p. 438 ss. Relación del padre Escobar. Cali había venido en decadencia, pues
llegó a tener hasta 600 vecinos antes de la crisis de 1570.
RMAS DE DOMINACIÓN 181
LAS FO
son de los mejores desta provincia, que dan dos mil i;>esos de tasa, y si an-
.
dan en 1as rrunas valdran
, mas, d e cua tr o o cmco
. mil ... 169 .

Las prohibiciones reiteradas de la Corona de hacer trabajar a los indios-¡


las minas no surtieron jamás el efecto deseado entre los encomenderos,
e~ienes veían en el oro explotado por los indígenas la fuente más segura ;_
Je su sustento y, sobre todo, la manera de atraer artículos de consumo que : /<
de ()tra manera hubieran sido inaccesibles. Pero el cambio operado a partir
de 1570 en la política de la Corona no se explica porque hubiera prevaleci-
do este punto de vista. Felipe II tenía entonces necesidades aprerr_!.iantes de_
dinero y la Corona esperaba simplemente ver crecer los quintos. Estos erarc-
los años de la represión en los Países Bajos, de la guerra marítima contra
las potencias protestantes, de la rebelión interior en las Alpujarras, de la
preparación para Lepanto. El virrey del Perú, Francisco de Toledo, invoca-
ba a la cabeza de las ordenanzas destinadas a reglamentar el trabajo de los
indios en Potosí las luchas crecientes del Imperio contra la herejía que se
expandía en Europa, y contra el peligro del Islam17 º.
Apenas un mes antes de que fueran expedidas las ordenanzas de Tole-
do en el virreinato peruano, la Audiencia de la Nueva Granada redactó sus
propias ordenanzas sobre el trabajo indígena en las minas 171 • En 1568, la
Corona había consultado la Audiencia

... sobre si es cosa conveniente que anden los dichos i_ndips en las minas y
entretanto den sobre ello la orden que mejor pareciere convenir...

De la misma manera que las ordenanzas contenidas en las tasaciones de 1


García de Valverde y las del virrey Toledo, lcls de.la .Audiencia de la Nueva y;
Granada se fundaban en la jdea de que si no era posible prescindir de la • ·
mano de obra indígena, podía, aJ m.enos, ~~nas limitaciones en ·
~ em~ Se insistía sobre la natu,raleza voluntaria del trabajo en las mi-
nas y se admitía que los indios pudi~ran trabajar en ellas en su propio
provecho: ·

... que los dichos indios sepan y entiendan que contra su voluntad no han
de ser llevados ni apremiados a sacar oro, ni piedras, ni plata, ni otra cosa
contra su voluntad, sino que como personas libres que son, queriéndolo
ellos hacer, lo han de hacer libremente y para su aprovechamiento, de ma-

169 AGI. Quito L. 19. Despacho de 1567.


170 Ibid. Patr., L. 238 Doc. 1.
171 AHNB. Cae. e ind., t. 44 f. 966 r. ss. FCHTC. pp. 54 ss.
182 HISTORIA ECONÓMICA

nera que todo el oro o plata y piedras y otra cosa que sacaren sea para ellos
mismos, pues les cuesta su trabajo, para comer y vestir y sustentar su casa
y familia y para lo que debieren de sus tributos y demoras y finalmente
hacer 1ello como de cosa suya propia lo que quisieren y por bien tuvie-;
17
ren ...

Los indios que se contrataran corno jornaleros debían recibir seis graiici~
de oro (medio tomín) diarios, más la comida y las herramientas necesarias'
sin que la jornada de trabajo pudiera exceder de siete horas diarias.Lo~'
indios no debían ser trasladados a clima diferentes al suyo para los trabajo~
ni ser empleados en otros oficios. Se autorizaba a los encomenderos alqU.i;
lar sus indios a los mineros, pero los indios alquilados no podían exceéié~
de la décima parte de los tributarios del repartimiento y debían tener,!~
edad y las fuerzas requeridas para el trabajo. ··.•
Los visitadores fueron encargados en adelante de hacer cornprender'i
los indios la naturaleza voluntaria del trabajo en las minas. La lectura dé
un documento redactado con este propósito se convirtió así en una pa~t~
del ritual que daba comienzo a cada visita. Sin embargo, esta lectura so-
lemne delante de todos los indios reunidos no podía impedir que, una vez
que el funcionario abandonaba el lugar, los indios fueran echados de nue:
vo a las minas por la fuerza 173 • e
Una crisis provocada por la rareza creciente de la mano de obra indíg~~
na debía ocurrir muy pronto. Apareció por primera vez en P_opayán a más
tardar en 1573, con la rebelión de los paeces que forzaron el abandono de
las minas de Guarnbia y despoblaron la villa de San Vicente de Páez. Hacia
1587; poco después del descubrimiento de las minas de plata de Mariquita,
la crisis afectaba a todas las explotaciones del distrito de Santa Fe situadas
en «tierra caliente». Por esta razón, los propietarios solicitaban con insistencia
préstamos a las Cajas reales para introducir esclavos negros174. La epidemia
de 1586 asoló de nuevo la población indígena y la producción de oro en el
distrito cayó a menos de cien mil pesos175 . Sólo la tercera parte de lo que sé
envió ese año a España· con la flota correspondía a los quintos del oro.
Según los oficiales de la Corona, la falta de indígenas elevaba los gastos
de producción y la explotación se volvía cada vez más difícil para aquéllos
que no P?seían esclavos 176 . Fue entonces cuando, por primera vez, se-pro"

172 Ibid. f. 967 r.


173 AGI. Patr. L. 238 Nº 3 r. 1.
174 Ibid. Nº 4 r. l.
175 Véase Gráfico 4.
176 AGI. Santa Fe L. 17 r. 1 Doc. 5.
{,AS FORMAS DE DOMINACIÓN 183

so adoptar el sistema de la «mita» que se practicaba en el Perú. Se trata-


h: de trasladar masivamente a los indios de los altiplanos de Tunja y Santa
fe hacia los lugares en donde se trabajaban las minas, a Mariquita sobre
¡odo.
casi marginalmente a las explotaciones auríferas tradicionales, surgie-
ron, a partir de 1580, las minas extraordinariamente ricas de Zaragoza, Cá-
ceres y la nueva Remedios. Su auge casi inmediato facilitó, sin duda, la
introducción de esclavos en las dos últimas décadas del siglo XVI. Sin em-
bargo, el hecho de que estas regiones carecieran de una abundante pobla-
ción indígena hizo siempre precarias estas explotaciones por la falta de
cultivos para asegurar el mantenimiento de los esclavos.
El presidente González, encargado de estimular la explotación de los
yacimientos de plata y oro que se acababan de descubrir, pidió año tras año
desde el momento de su llegada el envío de dos mil esclavos negros por
cuenta de la Corona y con la garantía de los quintos que se acrecerían
en el futuro. Entre tanto, ordenó trasladar quinientos indios de Santa Fe y
Tunja a la región de Mariquita, en donde comenzaban a explotarse las minas
177
de plata .
En 1594, el presidente propuso enviar también quinientos indios a Re-
medios, en donde los mineros tropezaban con el obstáculo de la falta de
tierras de labor; los indios podrían roturar allí nuevas tierras y asegurar así
el abastecimiento de las minas 178 • Con todo, esta penuria de mano de obra
agrícola no impedía a los propietq.rios de minas de Remedios emplear a los
indios en las minas. Al mismo tiempo que el presidente vacilaba en enviar
allí indios sacados de las encomiendas de la Corona, el fiscal Villalonga
ordenaba que los indios empleados en las 1p.inas se.dedicaran más bien a
la agricultura179 . · · • ·
Las necesidades de mano de obra en las minas de plata de Mariquita,
desprovistas de esclavos .todavía en 1605, hicieroii desaparecer muy pron-
to las mejoras obtenidas en las conéliciones del trabajo indígena. Las orde-
nanzas de Miguel de !barra (1598), que habían consagrado un sistema
salarial para los indios, y las tasas ·de tributos del mismo Ibarra y de Luis
Henríquez (1593-1602.), qu~.habían intentado romper el monopolio de la
mano de obra indígena detentado por los encomenderos, no constituyeron
un obstáculo a la participación de los indios en el trabajo de las minas. El
sistema de las «conducciones», inaugurado por el presidente González con

177 Ibid. r. 2 Docs. 64 y 67.


178 Ibid. r. 3 Doc. 102.
179 Ibid. Doc. 123 f. 5 r.
184 HISTORIA ECONÓMICA y SOCJAC~z ',

indios «Viciosos, jugadores y haraganes» 180 fue continuado por el pret. j


dente Borja en 1606. A partir de esta fecha, el sistema se regularizó,·fijá~J
dose en una proporción del 2% los tributarios que debían ser trasladado~
desde los altiplanos a Mariquita 181 . }·
En 1605, Borja había visitado las minas de Mariquita. Encontró allí ap~
nas cien indios, de los ~uinientos que habían sido llevados en 1591, y cin:,
cuenta esclavos negros 82 • Al año siguiente encargó de la conducción·~·
Diego de Ospina, «el Mozo», propietario de minas y de esclavos en Rem¿::
dios e hijo del fundador de esta ciudad. Resulta curioso comprobar ques~
tío, Diego de Ospina, «el Viejo», había sido condenado tres años antes paf
el delito de haber vendido treinta indios de su encomienda de Mariqtiifa-~
Juan del Toro, minero de Remedios. ·
En 1615, el fiscal Cuadrado Solanilla pidió al presidente Borja que los
indios fugitivos de los distritos de Tunja y Santa Fe fueran compelidos¡¡
trabajar en las minas de plata recién descubiertas en Pamplona (Montuosa
Baja). Los indios de esta provincia eran ya muy escasos y, por no estaf
tasados a-4n, sus encomenderos los empleaban exclusivamente en la explÓE
tación de minas de oro o en sus hatos y estancias 183 . Así, una parte de.lo~
indios de la provincia de Tunja, los que habitaban la parte septentrionaLde
la provincia (corregimiento del Cocuy), fueron conducidos en adelanteá
las minas de la Montuosa y Mongora, en Pamplona. Los de los ocho cofré;
gimientos restantes se destinaban a Las Lajas y Santa Ana, en Mariquita.'
Lucas Fernández de Piedrahíta, el cronista del siglo XVII, no exageraba
cuando denominaba a Mariquita y a sus minas «sepulcro lastimoso de l~s
indios de este Reino» 184• Las minas, tanto como las epidemias de 1618'y
1633, diezmaron la población indígena de Tunja y de Santa Fe en másde
un 50%, entre 1600 y 1635, apenas con un ritmo menor que en el siglo xVI.
Las conducciones eran un episodio lamentable que·se renovaba cada año
y al que los indios llegaron a temer como a la muerte. ··
A pesar de que el trabajo en las minas de Mariquita fue el primero en
organizar un sistema salarial por cuyo cumplimiento velaban funcionarfos
reales (los alcaldes de minas), el reclutamiento de mano de obra revistió
siemp~e un carácter compulsivo que ahuyentaba a los indios en el momen-
to de la~ conducciones. En 1628, por ejemplo, Alonso Rodríguez Bernal!

180 Ibid. Doc. 64 cit.


181 Ibid. L. 18 r. 1 Doc. 48.
182 Ibid. Doc. 28.
183 AHNB. Mise., t. 76 f. 43 r. Cae. e Ind., t. 32 f. 244 r. FCHTC. pp. 77 ss.
184 Op. cit., p. 97.
• {.AS FORMAS DE DOMINACIÓN 185

ceptor de la Audiencia, sólo p:udo enviar a Las Lajas 98 indios de 182 que
retaban designados para el repartimiento de Duitama. En el momento de
e~ anizar la conducción, los indios huían a los llanos o, una vez que se
~e~aban a la mita, se escapaban o al regreso se quedaban en hatos y estan-
ias para no ser conducidos desde sus pueblos una segunda vez 185 • En
~ 6 75 1 también en Duitama, volvía a registrarse el mismo fenómeno, a pesar
dela energía desplegada por los corregidores, quienes hacían responsables
a los caciques y los amedrentaban con castigos para que reunieran a los
186
indios de la mita . En 1687, en el partido de Tenza, el corregidor ordenó
que se enviara a los reservados de Suta puesto que todos los demás habían
huido del pueblo. En la conducción de ese año figuraban también un hijo
del cacique y el gobernador del pueblo de Somondoco. De los cinco pueblos
del partido, apenas pudieron enviarse 39 indios, todos casados, con excepción
187
de uno . -
Andrés Pérez de Pisa, contador del Tribunal de Cuentas de Santa Fe y
encargado de la alcaldía mayor de las minas de Mariquita en 16'.20, ensayó
introducir métodos racionales para aumentar la productividad de los indios.
El contador buscó, ante todo, asegurar el abastecimiento de los indígenas
y, para conseguirlo, hizo que cada indio cultivara maíz en una parcela.
Más tarde, Pérez de Pisa resumía su experiencia explicando que

... no hay prisión pata el indio como ver nacer y crecer y esperar lograr
188
el fruto de lo que él mismo ha trabajado y cultivadc;i pa,ra sí...

Este método muy simple de asegurar la alimentación y, además, el pago


efectivo de los salarios produjo frutos cuya abundancia dio un gran pres-
tigio a Pérez de Pisa. Sus reformas arrojaron un provecho de 51.303 duca-
dos a la Corona en ocho años; es decir, que en Mariquita se produjeron cien
mil pesos de oro en promedio cada año en las minas de plata. Sin embargo,
estas reformas no pudieron det~n~r la mortalídacd de los indios. En 1628,
como consecuencia de una averiguación, se su.spendieron temporalmente
las conducciones. '

Esta fecha debe mirarse como un hito en el interés que hasta entonces
había merecido la actividad minera. La averiguación de 1627 y la interrup-
ción de las conducciones no podían provenir de otra parte que de los en-
comenderos, alarmados a causa de la disminución creciente de sus rentas.

185 AHNB. Cae. e ind., t. 25 f. 248 r. ss.


186 Ibid. t. 40 f. 926 r.
187 Jbid. t. 10 f. 289 r. SS.
188 AGI. Santa Fe L. 26 r. 1 Doc. 11 f. 3 v.
186 HISTORIA ECONÓMICA

Así, las conducciones llegaron a propiciar un debate cuyo tema era el de¡
supervivencia de lo que podía quedar de los indios, así como el de la con~
tinuidad de las labores agrícolas.
En 1644, cuando se discutía la renovación de las conduccioi:es, Pérezcte
Pisa observaba la actitud contradictoria de los encomenderos. Estos se que::
jaban del aniquilamiento de los indios en las minas y de los perjuicios cau:
sados a sus rentas cuando las minas se trabajaban. Si la explotación cesaba
se quejaban del mismo modo de la ineficacia del gobierno. En el fondo; fo~
argumentos del contador tendían a probar que el Nuevo Reino no podía
prescindir de la actividad minera. Las minas de plata proveían a todoslós
otros sectores del vehículo indispensable para las transacciones y la riqué:!
za que representaban se repartía entre todos. Según Pérez de Pisa,

... todo lo que costean se reparte entre los indios que van a su labor, tratan-
tes que llevan mantenimientos y labradores que siembran maíces, arrieros
que llevan la sal, y de unos a otros se van comunicando la plata en todo el
. 189
cuerpo d e1 Remo ...

Los minerales se representaban, pues, como la fuerza vivificadora d~


todo el complejo económico. A diferencia de las minas de oro, las de plata
no aparecían vinculadas directamente a las necesidades del comercio con
la metrópoli y, por esta rázón, el contador no se detenía en el análisis de
esta vinculación sino que prefería identificar la plata con la moneda que
empezaba a acuñarse.
La respuesta de los encomenderos cuestionaba los puntos fundamenta"
les de la argumentación de Pérez de Pisa. ¿Eran realmente los metales kis
que aseguraban la existencia de una riqueza en el interior del Reino? Frente
al hecho cierto de la despoblación, era necesario escoger entre la supervil
o
venda de los pocos indios que todavía quedaban q:mtinuar con la ex-
plotación de las minas que los aniquilaba. Esta toma cie conciencia de lós
encomenderos era seguramente tardía pero indica hasta qué punto las
actividades mineras habían sido abandonadas. Curiosamente, entre estás
nuevos defensores de los indios figuraban algunos hijos de aquéllos que
habían amasado una fortuna, sea con el comercio de Popayán y Antioquia;
sea con lé).s minas. Eran, por ejemplo, Félix Beltrán de Caicedo, cuyo padre
había explorado y se había enriquecido con la mina de Manta, en Mariqui-
ta, y cuyo abuelo había sido propietario de minas en Remedios, Francisco
Martínez de Ospina, nieto del fundador de Remedios e hijo de Diego de

189 Ibid. f. 2 r.
f,AS FORMAS DE DOMINACIÓN 187

Qspina, Ferna~d~ de Be~ío y José de Gauna, todos nombres bien conoci-


dos en los yac1m1entos mmeros. .
Tal vez por esta causa, tenían el cuidado de señalar que la prosperidad
del Reino en el siglo anterior no había provenido de la plata sino del oro
que se sacaba, según ellos, sin perjuicio para los indios:

... tampoco ha de negar el que con atención hubiere experimentado la gro-


sedad antigua de esta tierra y lo que hoy la sustenta, que esto no nace ni ha
estribado en la saca de plata sino en la del oro, que con la abundancia de
naturales se sacaba y hallaba en todas partes, sin que este útil fuese de los
. . . que ocas10na
per¡mc1os . 1a d"1ch a saca d e p 1a t a ...190

Los mineros de Mariquita ya no representaban, como en la generación


anterior, en la que habían figurado Beltrán de Caicedo y Mena Loyola, un
grupo poderoso que controlara el flujo de metales empleados en el comer-
cio interno. La actividad comercial de algunos de los habitantes de Ma-
a
riquita había desplazado, en parte, este grupo, y mineros avisados se
habían convertido sencillamente en terratenientes o aun en encomenderos.
La decadencia misma de los encomenderos (o mejor, de la población indí-
gena) había arrastrado consigo el sector de la minería. Ahora, los nuevos
encomenderos advertían que anteriormente no hab,ía existido nunca un
conflicto de intereses entre su propio grupo y el de los comerciantes y mi-
neros. Como grupo dominante, es ciertQ¡ ellos habían 171anejado la casi to-
talidad del complejo económico en el curso del sigló XVI y sólo la crisis del
XVII podía diferenciar sus intereses de los de los otros sectores. Natural-
mente, los encomenderos velaban este fenómeno con la imagen de una pa-
sado mejor. Según ellos, 1 '

... no hay quien ignore que en los tiempos que había en este Reino cantidad
gruesa de naturales abundaba ~n todo género de frutos, y ropa de lana y
algodón que se hallaba todo por muy cortos pr¡:;cios, con que tenía saca de '
191
Popayán, de Anserma y otras tierras de oro en mucha cantidad ...
4 .

Sostenían que ahora, además de que estos artículos se habían hecho ra-
ros en el mercado, la ruina de los distritos mineros se había consumado
precisamente a causa del aniquilamiento de los indígenas. En el fondo, los
encomenderos reprochaban a los pocos mineros que quedaba su obstina-
ción en mantener una actividad ingrata que ellos mismos, 'Conve¡:tidos en

190 lbid. f. 10 v.
191 lbid.
188 HISTORIA ECONÓMICA

terratenientes y regidores en las ciudades, habían abandonado en el mo~


mento oportuno.
Este mismo problema se había suscitado también en Popayán, en 1633
Allí, la respuesta fue completamente diferente y se buscó más bien un com~
promiso entre el sector minero y el de la agricultura. El problema, es cierto
se planteaba en Popayán de manera diferente a la del Nuevo Reino. "
En este último, como se ha visto, los oidores Miguel de Ibarra y Luis
Henríquez habían intentado debilitar el sistema de la encomienda introdu~
ciendo un salario libre entre los indígenas. Con esta medida se pretendía ,
liberar mano de obra y estimular a pequeños productores que se crearían
con el proceso de las «composiciones» de tierra. Aunque este esquema no
estaba explícito en las reformas introducidas a partir de 1590 -ideadas
simplemente como medios de arbitrar recursos fiscales extraordinarips
para la Corona-, Ibarra y, mucho más abiertamente, Luis Henríquez las
encauzaron en este sentido. Su designio fracasó en gran parte pero al mé: -
nos los encomenderos no pudieron usufructuar en adelante el monopolio
de la mano de obra indígena, al introducirse el sistema de los «conciertos~
y al abolirse los servicios personales. · '
En Popayán, el oidor de la Audiencia de Quito, Diego de Armenteros,
impuso una nueva tasa de tributos en 1607. De esta tasa se deduce un co11:
cepto diametralmente opuesto del que había inspirado las medidas tomadas
por Ibarra y Henríquez. El oidor Armenteros actuaba, según sus propias
palabras, · ···

... enteramente teniendo atención y consideración al estado que hoy tiene


esta tierra, pues en ella ... no hay otra grañjería ni sustentación si no es el oro
192
que della se saca ...

Así, la tasa tenía en cuenta los intereses de los encomenderos más bien
que el bienestar de los indígenas o del conjunto de la sociedad. Pues eran
los encomenderos quienes poseían la tierra, se ocupaban de empresas mi-
neras y comerciales y detentaban el monopolio de la mano de obra indíge-
na. Allí no parecía que hubiera cambiado nada desde los primeros tiempos
de la ocupación, excepto que los indios ya no encontraban defensores como
Juan del Valle y Aglistín de la Coruña ni los visitadores se complacían en
mostrar hacia ellos la benevolencia del oidor Hinojosa.
Sin embargo, debe observarse que -el acento se había desplazado de la
actividad que se reconocía como sustancial, la minería, hacia los proble-

192 Ibid. Quito L. 16.


t {,AS FORMAS DE DOMINACIÓN 189

as que se derivaban de la falta de mantenimientos. La tasa se ocupaba


~tes que nada de los cultivos y se insistía en la necesidad de que los indios
:rabajaran en ellos más bien que en las minas. Al mismo tiempo que la tasa
arantizaba el empleo de la totalidad de los indígenas en trabajos agríco-
fas, limitaba el número de los que se podían emplear en las minas a un 20%,
y, en el caso de encomenderos que no poseyeran explotaciones agrícolas, a
• un 25%. Las condiciones de trabajo en la agricultura eran mucho más duras
todavía que las que se habían impuesto en el Nuevo Reino en 1564; sólo
. tres indios debían ocuparse de cultivar una fanegada de trigo, contra doce
en 1564, o 18 en una fanegada de maíz, contra 20 en la retasa de Angulo
para el Nuevo Reino. ·
Parece evidente que, en el curso de la segunda mitad del siglo XVI, se
había producido un desfase en el desarrollo social de las dos regiones.
Mientras que en Santa Fe el sistema de la encomienda había evolucionado
en un sentido favorable al est¡:iblecimiento de un salariado, en Popayán las
condiciones de trabajo se volvían mucho más duras para los indígenas. En
Santa Fe los encomenderos habían tropezado con la competencia de otros
españoles y, sobre todo, de mestizos que les disputaban la tierra y que
requerían mano de obra para emprender trabajos agrícolas. En Popayán,
por el contrario, la.estructura social parece haber sido mucho más rígida y
haberse mantenido por mucho más tiempo en control económico por parte
de los encomenderos y de sus allegados.
Todavía en 1633, volvía a surgir allí el problema de la servidumbre per-
sonal de los indios. El gobernador Villaquirán, quien comenzaba a ejercer
el cargo, recibió ese año la orden de elabora~ una nueva tasa de tributos. El
gobernador consultó con miembros del clero y concluyó que la tasa de Ar-
menteros podía mantenerse pues atendía a las necesidades de la provincia.
·No obstante, la intencióµ de léP Corona al orden~r una nueva tasa había
sido la de abolir los servicios personales admitidos en la tasa de los Armen-
teros. La Corona quería, como en el Nuevo Reino, liberar la mano de obra
indígena, con el objeto de debilitar a los encomenderos y de estimular el
trabajo de otros sectores sqciales. El gobernador mismo parecía proceder
de una manera neutral al atender el consejo de la Iglesia, más bien que las
presiones de los encomenderos.
Sólo que, aparentemente, no parecía existir ninguna contradicción entre
ambos. La opinión del obispo y de la Compañía de Jesús· mostró ser un
pragmatismo sorprendente, sin nada que hiciera pensar en consideraciones
teológicas y morales, alegadas en otro tiempo por Juan del Valle y Agustín
de la Coruña. Según el obispo,
190 HISTORIA ECONÓMICA y

... estos indios son holgazanes y si no hicieran rozas y sementeras de trigo


perecería toda la tierra pues todos cuantos estarnos en ella vivimos de
que ella produce mediante el sudor y trabajo de los indios, sin que haya otro
trigo, ni maíz, ni fruto, ni hortaliza, legumbres, carnes o ganados más de los' '
193
que con su trabajo crían... > •

Esta afirmación, en la cual las conclusiones no se acuerdan con la pre;.


misa de la supuesta holgazanería de los indios, tendía a probar la necesidad
de una coerción sobre el trabajo indígena. Se justificaba la existencia de la
servidumbre consagrada por la tasa en provecho de los encomenderos, 0 CUal-
. quier tipo de medidas -aun el salario- que atrajera los indios al trabajo,
La Compañía de Jesús -ajena al interés de la diócesis por los diez-
mos- aconsejaba tener en cuenta más bien el carácter minero de la regió~.
Por esta razón la agricultura debía subordinarse a las necesidades de las
minas y contribuir a mantener un margen de provecho para esta actividad.
Sin duda, muchos mineros se dedicaban también a la agricultura y esta -
combinación les permitía ahorrar en los gastos de mantenimiento de escla-
vos. Por ~sta razón los jesuitas razonaban
... que para el mantenimiento de las minas son menester mantenimientos
de carne y maíz, para los cuales es fuerza que los vecinos que las tienen [las
minas] hagan sementeras y los que pudieran tengan hatos de ganado ma-
yor y menor, sin lo que sería mayor o equivalente el gasto que el provecho
194
de las rninas ...

Ya no se trataba, como a comienzos del siglo, de destinar a los indí~enas


a la explotación directa de los yacimientos. Según algunas evidencias 95, el
número de esclavos había crecido en fa provincia y ahora se prefería que
los indígenas contribuyeran a su abastecilniento. La concentración de los
recursos en manos de una delgada capa social permitía que se pensara en
la integración de las dos actividades y que las minas se siguieran explotan-
do con el concurso de la mano de obra indígena.

La mita urbana y los obrajes

Difícilmente puede medirse la intensidad del impacto que la mera presen-


cia de núcleos urbanos a la europea produjo en las sociedades indígenas

193 Ibid.
194 Ibid.
195 Cf. Peter Marzahl, The Cabildo of Popayan in the Seventeenth Centzm;: The Emergence of tltt
Creole Elite. Tesis de doctorado inédita.
r f,¡\S FORMAS DE DOMINACIÓN 191

¡J1ericanas. La ciudad surgió como un centro de concentración del poder


ªcomo un reciento privilegiado. A ella debían confluir todos los exceden-/
fes de la economía indígena y sus necesidades crecientes ser satisfechas de ¡
rado o por fuerza. La vida señorial de los encomenderos tuvo allí su prin- 1
~¡pal escenario y, a pesar de que todos sus recursos provenían del contorno ·
rural, se veían obligados, tanto por razones legales como para mantener su .
restigio, a «poblar» casa en el recinto urbano. Sólo su empobrecimiento
;aulatino los obligó a refugiarse en posesiones rurales, desde comienzos , 1 .
del siglo XVII. ·
La construcción de la ciudad misma exigió desde muy temprano la utili-
zación de los recursos de mano de obra que inicialmente parecían ilimitados.t

·.• Casas, iglesias, conventos, acequias, molinos, reparaciones, etc., exigían la


organización de un sistema de reclutamiento periódico de trabajadores,
l. que se introdujo con el llamado «alquile», conocido más comúnmente con
el nombre de «mita urbana».
En 1599, los indios de Soracá afirmaban haber edificado casi íntegra-
mente la ciudad de Tunja sin haber recibido paga ni premio alguno. Sin
embargo, el alquiler se había estélblecido como un sistema salarial, con un
administrador de indios que debía velar porque cada pueblo aportara una
cuota mensual de mano de obra y pagar él mismo los salarios que deven-
garan los indios. Según una Cédula de 1578 para la 'Nueva Granada (que
tenía antecedentes en otras dadas para Gpatemala desde,1558), se autorizaba
el alquiler de indios que habitaran a ocho leguas dé la ciudad y debía pre-
ferirse los indios ociosos y que no se ocuparan en las labores del campo196 •
Este tipo de trabajo, que ponía en contacto a los indios con el centro
urbano y sus habitantes españoles, fue aprotechado por éstos para disimu-
lar abusos y servicios personales que habían querido abolirse desde 1560.
En enero de 1584, el fiscal y dejensor de indios Pedro López se quejó de
que los habitantes, de Ttinja se sei;vían no sólo d'e los indios de las enea-
·. miendas sino también de los mitayos para procurarse combustible, hacién-
1 doles traer leña de regiones distantes más de cinco leguas. La Audiencia
1 ordenó que el corregidor, el administrador de indios y las justicias de Tun-
ja impidieran este abuso pero en mayo siguiente un nuevo defensor de
indios, el licenciado Bernardino de Albornoz, volvió a hacer el mismo recla-
mo en nombre de los indios de la provincia. Jerónimo Holguín, procurador
de la ciudad, arguyó que no podía prescindirse de los inqios de alquiler
porque Tunja ya poseía edificios que debían conservarse. Así, los indios

196 AHNB. Cae. e ind., t. 70 f. 635 r. FCHTC. p. 194.


192 HISTORIA ECONÓMICA

venían al alquiler al principio de cada mes y servían en traer agua, leña¡


forrajes y :n la repara~ión de los edifici~s públicos. El procura~~r equip~
raba los mitayos a los JOrnaleros de Castilla por el hecho de recibir salario:
estipulados. Se oponía al empleo de caballos para los transportes puess
además de ser escasos, los indios dejarían de ser alquilados, si se emple¿:.
ban bestias de carga, y no recibirían en adelante los salarios, que Holgu~
calculaba en 1.200 pesos mensuales 197 • ..••(
La mita urbana, lo mismo que ~os trabajos agrícolas, vino a reflejariá'
progresiva declinación demográfica indígena. Los administradores de jn3.
dios fueron excediendo el radio inicial de las ocho leguas para obligar a lÓ~
indios de pueblos cada vez más distantes a alquilarse en la ciudad. Se~
Cristóbal Martínez de Herrera, defensor de los indios de la visita de Luis
Henríquez, por estar los indios de Chipatá, Tópaga y Satova apartados de
Tunja .. 1
·-'

... en distancia de once y doce leguas, nunca han ido al alquiler general, así
por estar tan lejos como por los inconvenientes de ríos y quebradas ... Agora
D. Antc:mio de Pedraza, administrador de la dicha ciudad, ha enviado a los
requerir. para que se vayan a a1quilar ... 198

Los indios de Busbanzá y los de Tobón, a 12 y 13 leguas de Tunja, tam:


poco habían ido al alquiler hasta la administración de Pedraza, en 1601. El
administrador, de manera similar a los corregidores, abusaba de su auto~
ridad y compelía a los indios ejerciendo presión sqbre los caciques y capi-
tanes para que dieran los indios, aun si no estaban obligados, o para que
dieran un número mucho mayor del que_estaba previsto. Tampoco era raro'
que los salarios que debían pagarse a cada comunidad que servía mensual¡
mente en la ciudad se distrajeran por el corregidor o por el mismo admi-:
nistrador de mitayos 199 • . . <

La mita urbana, como los trabajos agrícolas, fue presionando cada vez.
más sobre la población indígena, a medida que se experimentaba su dismint1~
ción. Los administradores se basaban en recuentos practicados hacía años.
para fijar la cuota mensual que debían proporcionar los pueblos pero no
tenían en cuenta la disminución asombrosa de los indios 200 • Los indios
del corregimiento de Sáchica, colocados bajo la jurisdicción de Villa d~
Leiva se .quejaban especialmente de ser empleados con exceso 201 • Segú,~

197 Ibid. t. 35 f. 750 r. SS.


198 Ibid. Vis. Boy., t. 13 f. 250 r. ss.
199 Ibid. f. 129 r., t. 10 f. 419 r., t. 18 f. 691 r.
200 Ibid. t. 10 f. 594 r. Vis. Tal., t. 2 f. 639 r.
(,;\SFORMAS DE DOMINACIÓN 193

tos indios del pueblo de Sáchica, encomienda de Juan Pérez de Salazar,

... muy molestados con el alquiler general de la Villa de Leiva porque nos
piden muchos indios cada mes, que respecto de los pocos que somos no lo
podemos dar y porque agora vuestra merced (Luis Henríquez) ha mandado
dar indios de nuestro pueblo aDoña Isabel Leguízamo para el beneficio de
su hacienda y damos indios para la obra de Nuestra Señora de Chiquinqui-
rá y para San Agustín de la Villa de Leiva y a Francisco Rodríguez de Mo-
rales por provisión de la Real Audiencia, de manera que cada mes andan
alquilados y fuera del pueblo más de sesenta indios y éstos llevan otros
tantos más que les ayuden, y el pueblo no puede tolerar tanto trabajo, que
desto resulta huirse y despoblarse y no tener tiempo ni comodidad para
acudir a sus haciendas a la Villa de Leiva pide veinte y ún indios cada mes
Y a esta 202
cuenta no hay indios en el pueblo para acudir a tantos particu-
lares ...

Los vecinos. de la villa se quejaban, a su vez, de no disponer de indios


suficientes. Para los servicios urbanos apenas les estaban repartidos 200
indios, de los cuales 55 eran suministrados por el pueblo de Tinjacá. La
villa encontraba, además, resistencia de parte de los encomenderos que se
obstinaban en limitar el número de mitayos a un 5%'de los tributarios, lo
cual, según los vecinos, reduciría el servicio a sólo 50 indios. En junio de
1697, la Audiencia decidió a favor de la villa que se le tepartieran los 200
indios pero al año siguiente el contador, Juan de Otálora, se opuso en for-
ma violenta a que el administrador de los mitayos, Juan González, sacara
Jos indios de su encomienda de Iguaque. Según expresaba el contador en
una carta, él había obtenido una promesa del corregidor de Tunja de que
éste le daría alquilados a sus propios indios « ... para reservarlos de la mala
paga y trabajo de la villa ... ». La d'posición del encomendero provocó cierta
exaltación entre los vecinos, quienes, bajo la direq:ión. de dos de los regidores,
se pusieron casi en pie de guerra pára allanar la encomienda de Iguaque y
prender a Juan de Otálora y a su cu'.'ñado Alonso Carrillo203 •
Otra consecuencia notable del mercado urbano fue también la de afec-
tar la manufactura tradicional de géneros entre los indios. A partir de las
tasas de 1571-1572 se había obligado a los indios a hilar no sólo mantas de
.
algodón sino también de lana, siendo de cargo del encomendero propor-
.

201 Ibid. Vis. BCJ!j., t. 12 f. 655 r., t. 18 f. 562 r. f. 737 r.


202 Ibid. t. 18 f. 562 r.
203 Not. 1ª Tunja, 1570 f. 63 r.
194 HISTORIA ECONÓMICA y

donar la lana en bruto. Un año antes de la tasa, en febrero de 1570, ele~


comendero de Suta, Antón de Santana, se había hecho construir de los fu_!
dios un obraje en los términos de su encomienda. Santana les descontó p<
el trabajo 80 mantas del tributo y los concertó de nuevo por 150 peso~r
también del tributo, para que construyeran una acequia destinada a con~
<lucir el agua que accionaría el batán204 • Contrató también a Francisfo
Méndez, maestro batanero, por 250 pesos de oro fino (de 21 quilates) para
que enseñara a los indios el arte de hacer paños205 . ··
En junio de 1570, el encomendero de Oicatá-Nemuza, Miguel Ruiz Ca.:
rredor, contrató por 120 pesos el trabajo de los indios de su encomienda
para una construcción parecida206 • Este obraje había sido autorizado por el
presidente Lope de Armendáriz, el 8 de octubre de 1578. Una vez construi.
do, el encomendero solicitó indios para que lo atendieran, no sólo de su
propia encomienda sino también de los repartimientos de Chivatá, Mota.
vita, Suta, Cómbita y Moniquirá, en los cuales había -según Ruiz Corre-
dor- cerca de tres mil indios. Pedía 50 indios adultos para cardadores • I
tejedores y bataneros y 50 muchachos (de 10 a 12 años) para que hilaran en
tornos. Como para hacer frazadas y paños se requería mucho hilo de es:
tambre hilado, pedía también que las indias se ocuparan de hilarlo, dándolés
la lana cardada y por peso fijo (tareas). Consultado el Cabildo de Tunja,
recomendó que los indios solicitados se sacaran de la misma encomienáa
de Ruiz Corredor porque los demás estaban muy alejados y se necesitabán
para atender el alquiler de la ciudad. ·
Lope de Armendáriz procedió a fijar las condiciones de trabajo de los 1

indios, el 16 de diciembre de 1578. Autorizaba que trabajaran los 100 indios ·


solicitados, de la encomienda de Miguel Ruiz Corredor. Exigía, además;
que se pagara a cada indio adulto 5 mantas de algodón de la marca, 5 pesos
de oro corriente (de 18 quilates) anuales, más las raciones. Los muchachos
ganarían 3 mantas y 2 pesos de oro. El encomendero alegó que el salario
acordado para los muchachos era excesivo y el presidente accedió a mód~
rarlo reemplazando cada manta de algodón por 1 peso207 .
En la visita de Luis Henríquez, veinte años más tarde, se estableció que
el encomendero no había pagado la obra construida por los indios. En 1601
se hizo avaluar y del avalúo resultó que Miguel Ruiz adeudaba a los indias
450 pe~os y nos les había pagado sino cien mantas, a pesar de que les había

204 Cae. e ind., t. 34 f. 702 r.


205 Not. 1ª Tunja. 1570 f. 69 r.
206 AHNB. Vis. Boy., t. 2 f. 652 r.
207 !bid. f. 637 r. SS.
[.AS FORMAS DE DOMINACIÓN 195

o!lletido doscientas. En 1600 ocupaba 16 cardadores, 8 tejedores, 3 tinto-


~:ros, 4 perchadores y 40 muchachos hiladores: .
... y los muchachos cada día para hacer paños y perguetas una libra de lana
cada uno. Y a los cardadores les daban de tarea a cada uno para paños ocho
libras a cada uno. Y a los tejedores daba de tarea a cada uno cinco varas de
paño y otra frezada y media cada día a cada uno, y otros cinco varas de
sayas cada día y jergueta y costales cinco varas cada uno. Y a los perchado-
. · res cada día tenían de tarea perchar una frazada. Y que cada uno lavaba
cada día cinco arrobas de lana. Y que la leña se traía con los bueyes del
encomendero y la cortaban los gañanes y que también alquilaba indios y
que el agua estaba cerca, que estaba y corría en el mismo batán. Y que todos
estos indios ... han estado concertados por todo este tiempo a doce pesos
cada año y a cada uno y los muchachos a cinco pesos y que el encomendero
les ha pagado su trabajo en descuento de sus demoras y lo demás en oro y
208
a los muchachos les ha pagado en sayas, a medio peso vara ...

En febrero de 1591, la Audiencia autorizó a Juan Rodríguez de Morales,


encomendero de Soracá, para que construyera un obraje y se valiera de los
indios de su encomienda. Sin embargo, el visitador Henríquez prohibió a
Morales tener el obraje dentro de los resguardos de los indios, decisión que
fue confirmada por la Audiencia en noviembre de 1601 2 9 • º
En 1539, el presidente González recomendó a los corregidores que esti-
mularan a los indios para que hicieran dbrajes de paños, sayales, frazadas
~. ysombreros210 • En virtud de esta autorización, don Alvaro, cacique de Duita-
1 ma, junto con ocho capitanes, acordó construir un obraje en compañía del
obrajero español Marcos Martín, el 10 de sepqembre de 1596. El cacique y los
indios aportarían los materiales necesarios P.,ara la construcción del obraje y
la materia prima para atenderlo, además de la mano de obra. Se comprome-
tían a hacer una labranza .de corrfllnidad de 25 fane,gadas de sembradura de
maíz para sustentara los trabajadorés, y el reparto de las raciones quedaba a
cargo de Marcos Martín. Los indios ganarían un 'salario de 9 pesos de 13 qui-
lates, los varones adultos, y las mujefes y los muchachos, 6. Los productos del
obraje se depositarían en un .bohío con dos llaves que guardarían Martín y el
1
cacique. Ambos debían rendir cuentas al corregidor de lo que se hiciera. Mar-
. tín debía llevar, además, un libro sobre la producción, las ventas y el pago de
los salarios. Éstos se pagarían cada seis meses y lo que sobrara, después de

208 Ibid. f. 587 r. SS.


209 Ibid. t. 7 f. 128 v.
210 Ibid. Cae. e ind., t. 67 f. 320 r. ss. FCI-ITC. pp. 444 ss.
196 HISTORIA ECONÓMICA

satisfechos los tributos, se emplearía en comprar ovejas para atenderla


necesidades del obraje. El contrato con Martín se extendía por ocho.años~
el obrajero se llevaría una quinta parte del producto líquido211 . •
El obraje funcionó, efectivamente, a partir de septiembre de 1596~ En
1602 tenía 10 telares y 30 tornos. Según el cacique, trabajaban 10 tejedore~
12 cardadores, 8 perchadores, 2 bataneros, 4 tintoreros, 4 lavadores de lana, i
apartadores, 2 urdidores, 4 devanadores, 4 indios mozos canilleros y 3p
muchachos mozos y pequeños que se ocupaban en hilar en otros tal\tos
tornos y dos indios picadores de palo brasil,

... y cada uno de ellos en su oficio tiene otro ayudante, que son doblados, y
la lana se ha repartido entre las indias de este pueblo, a cada una una libra
y lo ha traído hilado cada quince días ... 212 '

Las dificultades no tardaron en surgir. A comienzos de 1600, el presi~


dente Sande recibió quejas sobre la competencia de obrajero y sobre hurtos
de ropa en que intervenía también el cacique del pueblo. El 3 de febrero,
Alonso Dpmínguez Medellín, corregidor del partido, fue al pueblo de Dui-
tama y exigió cuentas al obrajero. Según las cuentas se habían vendicicí;
desde septiembre de 1596, mercancías por valor de 6.819 pesos, de los cúa-
les se descontaron 3.366 pesos de gastos. Las ganancias, 3.453 pesos, se
repartieron, según lo acordado, entre el obrajero Marcos Martín y el caci~
que y los capitanes de Duitama213 .
El corregidor quiso hacerse cargo del obraje y prescindir del obrajero
pero los indios se opusieron. Sin embargo, pudo adueñarse de la adminis~
tración y exigió a los indios el pago de ~00 pesos anuales por este servicio.
En adelante se encargó de comprar lana,

... y todo lo que procedía lo vendía y se aprovechaba dello sin dar a los
indios cosa alguna ni pagarles, y en el dicho tiempo no _acabó de enterar a
214
la caja lo que los indios debían de demora y requinto de lcis dos años ...

Finalmente, Domínguez Medellín pudo deshacerse de Martín pero los


indios se reunieron y juntaron 500 pesos para comprar cardas, palo brasil
y lana. Sin embargo, el corregidor hostigaba a los indios y les exigía reza•
gos de los tributos de años anteriores. Según un capitán del pueblo, ·

211 Ibid.
212 AHNB. Vis. Bol., t. 5 f. 667 r.
213 Ibid. Cae. e ind., t. 67 f. 596 r. ss.
214 Ibid. Vis. Bol., t. 5 f. 677 r. ss.
{,A5 FORMAS DE DOMINACIÓN 197

... porque dí una petición ante vuestra merced pidiendo que se asentase a
cuentas conmigo sobre la ropa del batán, se enojó y me prendió a mí y a
otros ocho capitanes del dicho pueblo y nos echó en un cepo diciéndonos
que nos había de llevar a Sogamoso presos y de allí a Santa Fe, pidiéndonos
215
demoras de tres años atrasados ...

¡ Según Cristóbal Ruiz de Herrera, defensor de naturales en la visita de


t Luís Henríquez, 61 indios que trabajaban en el obraje no había recibido
1•. salario y ni ·siquiera ración sino que el corregidor les descontaba la totali-

.l·
1 dad de los tributos del pueblo, obligándolos a pagar por otros216 • El cura
doctrinero, Cristóbal de Sanabria, se puso de parte de los indios y manifes-
. tó que en servicio de Dios y del rey, ni Domínguez ni otro corregidor debía
tener la administración del obraje sino una persona designada por la Real
Audiencia. Le parecía, además, que con buen orden y acudiendo los indios
al trabajo, se podían sacar del obraje siete mil pesos al año 217 . ·

..

215 Ibid. f. 696 r.


216 Ibid. f. 688 r.
217 Ibid. f. 674 r.
Capítulo IV
LA TIERRA

LA APROPIACIÓN DE LA TIERRA: ¿UN PROBLEMA HISTÓRICO


OUN PROBLEMA JURÍDICO?
A fines del siglo XVI, dos generaciones de españoles habían vivido en el
suelo de la Nueva Granada. Para esta época, prácticamente la totalidad de
las tierras que habían sido roturadas por los aborígenes antes de la llegada
de los conquistadores, y muchas que se incorporaron después al espacio
aprovechable, habían pasado a manos de la casta· ~ominan te española. Sin
embargo, precisamente a fines del.siglo XVI, la Corona española desconoció
la validez de los títulos que se alegaban sobre los dominios y puso en mar-
cha una operación fiscal destinada a sanearlos. Esta medida, que de manera
inexplicable se ha calificado como una «reforma agrária», no podía modi-
ficar esencialmente una situación de hecho. Si desde el, punto de vista de
~

las abstracciones jurídicas los títulos no existían (aúnque bastaba el pago


de una suma irrisoria para «componerlos»), el dominio sobre la tierra era
en cambio real. ¿Cómo se había llegado a esta situación?
Entre las contradicciones de la política españo.la hacia sus colonias pue-
de discernirse, a veces, una intencicín mal formulada de establecer colonias
agrícolas. El laboratorio que había sido la isla de La Española había visto
sucederse esquema!' económicos~ba.sados en las premesas de los yacimien-
tos de oro, en el drenaje de los excedentes agrícolas de la sociedad indígena
mediante el sistema del tributo y, finalmente, en el establecimiento firme
de una economía de plantación en ia que tuvo que recurrirse a la mano de
obra esclava. Con todo, Colón había aportado en su segundo viaje ganado
y semillas destinadas a implantar costumbres españolas en las nuevas re-
giones. Pero este designio podía difícilmente llevarse a cabo en medio de
la excitación d~ la rapiña.
La idea, sin embargo, no abandonaba del todo a la Corona española.
Esto explica por qué, en el momento de capitular la conquista del Hinter-
land de Santa Marta en 1535, Pedro Fernández de Lugo recibió la autoriza-
ción de repartir herras y solares entre los conquistadores. Esta capitulación
200

se refrendó con una Cédula de 22 de enero de 1535. Pedro Fernández n


0
tuvo sin duda ocasión de ejercer su prerrogativa. Alonso Luis de Lugo, qu
sucedió a su padre en la gobernación de la Nueva Granada a fines de 1540e
recibió un duplicado de la Cédula el 29 de noviembre de 15401 • Como 8;
ha visto, Lugo verificó a su llegada una redistribución de las encomiendas
depositadas originalmente por Jiménez y Hernán Pérez de Quesada. Mu-
chas de las atribuciones de tierras que contienen los títulos de encomienda
de la Nueva Granada pueden tener este origen.
Posteriormente a los trabajos del historiador mexicano Silvio Zavala,s·e.
suele hacer una cuidadosa distinción entre los orígenes de la propiedad
1
¡ territorial y el sistema de servidumbre que se deriva de la encomienda,
l §~gfu1~é!.Y¿lla, los orígenes de la hacienda mexicana no pueden confundh.
} se, de ninglín modo, con la atribución de las encomiendas. Existió un régi-
men de la tierra bien dif~ren?iª~º: es deci.r, una atribución independiente
,J que, desde el punto de vrnta 1und1co, no tiene nada que ver con el otorga:
miento de las encomiendas.
No obStante, existe el hecho cierto de que muchos títulos de encomien-
da otorgados por los conquistadores, y aun por la misma Audiencia, men-
cionaban ambiguamente las labranzas de los indios como parte de lo que
recibían los beneficiarios. Si se exceptúan los títulos otorgados por Alonso
Luis de Lugo, esta gracia constituía una evidente infracción al principi()
general y, por lo tanto, es dudoso que, de jure, equivalieran a un título cons:
titutivo de dominio. Es más probable que el usufructo de las tierras ser~
cibiera, junto con la encomienda, por e~ término de ésta, es decir, por dos
vidas, y que el sucesor gozara del mismo privilegio siempre y cuarido lo
especificara su propio título. Es probable también que para ciertas enc.o7
miendas se perpetuara la costumbre de incluir en los títulos la mención de
las tierras de los indios. Así, el contador Juan de OtálÓra, al pedir la pose:
sión de su encomienda en Iguaque en 1575, reclama también la tenencia y
posesión

... de las tierras y estancias y aposentos y labranzas y bohíos y casa y sitios


dellos que están y: quedaron por fin y muerte del dicho Pedro Rodríg!,!ez Ca:
2
rriórty que estuvieron en el término del dicho pueblo de Iguaque ...

'
1 AGI. Santa Fe L. 1174 Lib. 2 f. 35, R. C. ti.e 22 enero 1535, en DIHC. ID, 211. El texto de las
capitulaciones en Ibid. 199. La R. C. de 29 noviembre 1540 en «Cabildos de la dudad de
Tunja», cit. p. 16.
2 AHNB. Vis Boy., T. 12 f. 766 v.
201

Existió, ciertamente, un régimen jurídico diferenciado tanto para las en- l


co~s~cümÜpara las mercedes de tierra. Y, sin embargo, el problema
histórico es completamente distinto en otros sitios que no sean México 3.
priJnero, porque la configuración de la hacienda mexicana data del siglo
XVII como resultado de un desarrollo tardío y ajeno a la encomienda. Las
haciendas sucedieron a la encomienda en México cuando la mano de obra
indígena comenzó a faltar y se hizo preciso fijarla a la tierra.
No está probado, sin embargo, que este proceso haya sido semejante en
el resto de Hispanoamérica. Los grandes latifundios del valle del Cauca (lo
!llás semejante que podernos encontrar en la Nueva Granada a las hacien-
das mexicanas) tuvieron su origen en atribuciones de tie~ra en el curso del
siglo XVI. Allí los indios faltaron desde el principio casi totalrnente4 y los
propietarios se esforzaron, en consecuencia, por juntar indios dispersos y
fundar pueblos en el centro mismo de sus propiedades. Estos pueblos, de
donde se sacaba una parte de la mano de obra (también se empleaban es-
clavos que se trasladaban periódicamente de las minas), se convirtieron en
parroquias a fines del siglo XVIII, como consecuencia de un proceso de mes-
tizaje de la población5 . Este proceso presenta similitudes con respecto a la
hacienda mexicana. Sin embargo, las condiciones demográficas de la re-
gión permitieron que surgiera en el mismo siglo XVI y que sus característi-
cas fueran reforzadas.por el sistema de encorniendá.
En otras zonas, en donde las masas indígenas eran mucho más densfla,
Ja tesis de Zavala no encuentra una co~firmac~ón. Al éstudiar el origen de .
fa propiedad territorial no se trata de examinar la función de una ley o de 1 ·
deducir un proceso concreto a partir de un principio abstracto. Admitamos !
que durante el siglo xvl
existieron dos rneca~srnos jurídicos que tenían 1
como fin, sea distribuir un cierto p.úrnero <lle indios entre beneficiarios que /
Jos utilizaban a su antojo, sea otorgar la propiedad de ciertas tierras. Ahora \
bien, en el rnome11to de la distri'bu,ción de los indios o del otorgamiento de \
_--1
3 Sobre las relaciones de la encomiendá y de la hacienda en México Cf. la tesis de Zabala,
op. cit., Francois Chevalier, Lajonnation des grands domaines au Mexique. Terre et société aux
XVIe-XVIIe siecles. París, 1952. Ch. Gibson, Los aztecas bajo el dominio español. México 1967
pp. 229 ss. y la tesis más reciente de James Lockhart, «Encomienda and hacienda, The
Evolution of the Great Estate in the Spanish Indies», en The Hispanic American Historical
Review. VoL XLIX p. 411-429, 1969.
4 Cf. Cieza de León, op. cit., p. 377.
5 Cf. Tulio Enrique Tascón, Historia de la conquista de Buga. Bogotá, 1938, pp. 239 ss. y
Gustavo Arboleda, Historia de Cali. 1928, passim. Estas dos «historias» resultan útiles por
el hecho de que transcriben, al azar de la cronología, las actas de los cabildos de Cali y
Buga. Una edición literal de estas actas prestaría mejores servicios.
202 HISTORIA ECONÓMICA

tierras esta diferencia sutil no contaba para nada. Entonces se imponía u>
sistema de poder y un nudo complejo de relaciones que eran, en toda 11\
jerarquía de las relaciones sociales, concretos a más no poder. a
En teoría, era la Corona la que acordaba derechos sobre indios y tierra;
En la práctica del siglo XVI, eran los cabildos, compuestos casi siempre por
encomenderos, los que daban títulos sobre las tierras. Aquellos que a su
vez se hacían otorgar la tierra eran los mismos que disponían de la mano
de obra de las encomiendas. Así, no cabe duda de que los encomender~s
hayan gozado, en usufructo al menos, las tierras de sus encomendados. El
papel del tributo, al determinar los cultivos que los indios debían hacer en
provecho de sus señores, no podía sino reforzar ese usufructo. De alifa
apropiarse de las tierras, a mec;lida que se extinguía la población indígena~
no había más que un paso.
Solo un obstáculo impedía la formación de grandes dominios explota-
dos con un mínimo de eficiencia: la precariedad de los títulos y el cambfo
de encomenderos. La posesión derivada de la encomienda no estimulaba
empresas·agrícolas estables. Los encomenderos preferían hacer pastar ga-
nados en las cercanías de los cultivos indígenas, lo cual les permitía ustl.~
fructuar enormes cantidades de tierra a un costo muy bajo y con uría
rentabilidad relativamente elevada. Pero aun si una familia lograba rete:.
ner la encomienda durante tres o cuatro generaciones, superando el límite
de las dos generaciones previstas en las Nuevas Leyes, no podía tampoco.
impedir los recortes que imponían a su posesión los otorgamientos a otros
pretendientes. Al cabo de las dos, tres, o cuatro generaciones, los poseed().
res se veían constreñidos a abandonar las tierras frente a la nueva ati:ibu.-
ción de la encomienda y a la consiguiente privación de un privilegio sobre
la mano de obra. Ésta era más bien una situación de hecho puesto que mu-
chos encomenderos obtenían títulos de las tierras que usufructuaban. En
1603, el oidor Luis Henríquez, quien había examinado la situación de cer-
ca, podía afirmar que .

... En lo tocante a estancias, tierras de pasto y labor se dice que (de) las más
poseen o tienen títulos de los gobernadores o cabildos de Santafé y Tunja
los encomenderós, los cuales -junto a los indios encomendados-, siem-
pre han procurado las mejores de labor y las demás para criar ganados y
ensancharse con estos títulos de forma _que ninguno se les llegue cerca, y así
hay hombres de veinte, treinta, cuarenta y más estancias y tanto duran estas
haciendas cuanto dura la encomien_da, porque muerto el encomendero, si
sucede algún extraño, es fuerza vender las estancias y granjerías porque el
sucesor no consiente salgan los indios que son necesarios para la adminis-
203

tración de las haciendas y se han de perder por fuerza o ceder la misma


. d a... 6
haoen .

Esta situación inestable de las explotaciones agrícolas explica en parte


la efectiva supresión de los servicios personales en 1598. El salariado indí-
gena (o sistema de «conciertos») hacía más fluidas las relaciones con la
Jllano de obra indispensable para las haciendas de antiguos encomenderos
0 para todo aquél que quisiera explotar la tierra. Las composiciones de
fines del siglo XVI y de 1636 vinieron a estabilizar aún más las explotacio-
nes agrícolas. Sin embargo, todo el proceso de los otorgamientos por parte
de los cabildos en el curso del siglo XVI había creado ya situaciones de
hecho que las reformas de 1590 no hacían sino sancionar-._

EL PROCESO HISTÓRICO DE LA APROPIACIÓN DE LA TIERRA


La ocupación económica de la tierra por parte de los españoles debió ser
forzosamente muy lenta en sus comienzos. Los primeros núcleos de la ocu-
pación española en América fueron las «ciudades». Este espacio primor-
dial obedecía a un concepto jurídico y político más bien que significar una
concentración propiamente urbana que se justificara por la especialización
económica. La ciudad como espacio concreto buscába la implantación de ¡
una «república» de españoles qué no i,ptegraba forzo¡amente su contexto
rural ~edi~~te rel~~iones e:?nómicas n~rmales si~o que se af~an~aba por
la dommac1on pohhca y m1htar en med10 de un sistema econom1co pree-. ·
r.
xistente. En las regiones de frontera, ciudades como !bagué, Vitoria, Buga
o La Plata ni siquiera poseían una base fin'ne d.e dominación política y ju-
gaban entonces el papel exclusivo de avanzadas militares.
La dominación política o mJlitar bastaba casi siempre para asegurar la ·
subsistencia de las ciudades en sus comienzos. El sistema del tributo dre-
naba de las sociedades indígenas. los excedentes' económicos necesarios y
en las regiones de frontera la expk>tadón de yacimientos de oro proporcio-
naba una base de sustentación aleatoria, es cierto, pero suficiente.
El emplazamiento privilegiado de estas ciudades les aseguraba una re-
serva, muy pronto agotada, de pienso para las bestias que los conquistado-
res debían mantener, y de maderas combustibles. Desde el momento en
que estos dos elementos comenzaron a faltar en los alredi;dores de la ciu-
dad, los indios debieron proporcionarlos. Esta servidumbre fue cada vez

6 AGI. Santa Fe L. 18 r. 1 Doc. 15.


204 HISTORIA ECONÓMICA

más pesada a medida que las fuentes de abastecimiento de maderas y d .


pastos naturales se alejaban de las ciudades. . · e
La repartición de las tierras no sobrepasaba entonces lós límites asigná.
dos a los «términos» de la ciudad. Es cierto que el asentamiento urbano
como tal, despojaba de hecho a los indios par asegurar sus propios ejidoJ
y para proveer a los vecinos de algunas caballerías. Según el acta del Pri~
mer cabildo de Tunja (18 de agosto de 1539), se avecindaron en la ciudad
veinte conquistadores. El 24 de diciembre fueron aceptados como vecinos
otros 28 7 . Todas estas personas debían recibir solares para edificar sus cal
sas y huertas y caballerías para su sustento. En cuanto a los indios que se
congregaban en torno al cercado del cacique de Tunja, sus viviendas ha::
brían sido desplazadas, como lo prueba el hecho de que se prohibiera a los
vecinos desmantelar el cercado para proveerse de madera en la construc-
ción de sus propias casas8 . Los pueblos vecinos también sufrieron despo~
jos. El 27 de septiembre de 1541, el encomendero de Chivatá, Pedro Rivera
pidió al Cabildo que
... por cuanto en la pertenencia de los indios que en el dicho Rivera están
depositados, sus mercedes han proveído caballerías de tierra para sembrar
en ellas, que pide a sus mercedes no se consienta, ni den lugar a que los
9
dichos indios, por desposeerlos de su tierra, se rebelen ...

Es evidente que los frecuentes otorgamientos de tierra por parte de los


Cabildos debían suscitar conflictos entre los conquistadores. En 1543, el
procurador de Santa Fe representaba ante el Cabildo de la ciudad que

... se han dado tierras a personas que ni 1iabían servido cuando se les dio,·
ni sirvieron después, y entonces dieron un decreto inútil diciendo que den-
10
tro de un mes presenten todos sus títulos ...

Esta queja indica que en muy pocos años se había producido una satu-
ración del espacio disponible. Dada la dependencia de la ciudad respecto
a los abastecimientos que provenían de los cultivos indígenas, este espacio
no era ilimitado. De otro lado, el otorgamiento de caballerías a los vecinos
podía usurpar tierras de indígenas encomendados. Como se ha visto en el
caso del encomendero de Chivatá, los encomenderos se oponían a que se
otorgaran las tierras de sus indios. Este celo no era, claro está, desinte~

7 Repertorio Boyacense, Nº 3, sep. 1912, pp. 87 ss.


8 Libro de Cabildos de la ciudad de Tunja, 1539-1542, Vol. I, Bogotá, 1941p.15.
9 Ibid. p. 148.
10 Cf. G. Hernández de Alba, «Los primeros cabildos», cit. p. 46.
205

sado. Además de que ellos recibían de estas tierras todos sus abasteci-
:ientos, se sentían con más derecho a obtener su título que cualquier otro
retendiente. Por esta razón los cabildos ordenaron, en ocasiones, que
ks primitivos beneficiarios abandonaran tierras otorgadas en «perjuicio
. d. 11
delos m ws» .
Entre 1539 y 1542 se otorgaron en Tunja muchas más huertas y solares
que caballerías. No obstante, llegó a darse una crisis en el otorgamiento de
estas últimas por la escasez de tierras y, a comienzos de 1542, el Cabildo se
!llostró renuente a seguirlas concediendo. En Santa Fe llegaron a pedirse
justificaciones de títulos sobre la tierra ocupada. Juan de Pineda, procura-
dor de Tunja en 1542, pidió por dos veces que se ensancharan los términos
de la ciudad para que todos los vecinos tuvieran caballerías en dónde hacer
12
sus sementeras .
En los primeros años, cuando se usufructuaban plenamente los dere-
chos de conquista, nada impelía a los conquistadores a apoderarse de las
tierras de los indios. Todos los habitantes podían disponer de algunas ca-
ballerías, que se destinaban a mantener ganados, en las cercanías de la ciu-
dad. Aun aquellos que no poseían una encomienda vivían a la espera de
recibir una. La ciudad podía replegarse voluntariamente sobre sí misma
para vivir de los despojos de la conquista. El conquistador vivía entonces
al acecho de nuevas empresas y nada lo urgía a emprender una labor colo-
nizadora. Casi simultáneamente (en 1544), los cabildos de Tunja y Santa Fe
señalaban la ruta que debía com,,unicar 'a las dos ciudhdes y a Tunja con
Vélez y Duitama. Esta medida no obedecía solamente al criterio fijado por
la política segregacionista española en defensa de los indios, y que prohi-
bían penetrar en sus pueblos. Era también l)lla manera de indicar el espa-
cio controlado por la ciudad y la irreductible separación de las dos
«repúblicas» 13 • El establecimiento.de los españoles condujo, poco a poco,
a la ocupación de tierras cada vez más alejadas dt:ü núcleo inicial. Al tiem-
po de la fundación' de Villa de Leiva, por ejemplo> se repartieron entre los
vecinos las tierras de los indios del pueblo de Sáchica. En el asentamiento
mismo de la villa se utilizaron las· tierras de los indios de Moniquirá-Sa-
quencipa. Dos meses antes. <le la fundación, el licenciado Juan López de
Cepeda había visitado este pueblo y los indios le habían informado que
Juan de Angulo y Juan de Mayorga (vecinos de Vélez), sus encomenderos,

Ibid. p. 46-47.
Libro de Cabildos, cit. p. 168 y 187.
C{ Hernández de Alba, transe. cit. p. 49. AGI. Eser. Cam. L. 785 cit. por U. Rojas, Corre-
gidores, cit. p. 33.
206

les habían tomado sus tierras. En diciembre, el contador Juan de Otálo~f ¿;.
hizo «apuntamiento» de algunas personas que se avecindarían en la v~
para otorgarles t!erras. Diez _vecinos ~eci~ieron así 21~ fanegadas. de selll..
bradu:a que hab~an per.tenec1do a lo~ md10s. En ~576, estos se que1aron:u~¡
despojo ante el 01dor Diego de Narvaez pero al final llegaron a un acuerdo 1
con los vecinos, según el cual a los indios se les restituirían 65 fanegadaáy 1
cederían las restantes 150. No obstante, el proceso de apropiación de tÍe'..
rras por parte de los españoles continuó como si el acuerdo no hubi~ra
existido: en 1592, el alguacil Juan Díaz de Martas encontró que se habían
repartido en los dos pueblos, fuera de las primeras otorgaciones, 43 estan.
cías más, en las cuales los indios habían tenido quinientas labranzas14; ~;
El proceso de la apropiación de la tierra por parte de los españoles estaba
sin duda, ligado a un problema de equilibrio entre sus propias necesidades y
la capacidad de las economías indígenas para satisfacerlas mediante la insü.
tución del tributo. Este equilibrio tendía a romperse muy pronto dado el ai.¡;
mento constante de los vecinos y las resistencias de la sociedad indígena a
abastece¡; las ciudades. Aparecen entonces las primeras «estancias», las cuáles
se forman dentro de los límites de una encomienda. El tributo se convierte en
un pretexto para forzar el trabajo de los indios en provecho del encomendero.
Éste pasa a ser así el usufructuario de las tierras de los indios.
La declinación de la población indígena y los consiguientes «pobfa.
mientas» contribuyeron a confinar a los indios, cortándolos de sus tierras.
Como se ha visto, los poblamientos se intentaron en diferentes épocas/a
partir de 1560. Cada uno obligaba a los indios a abandonar tierras que los
españoles se apresuraban a solicitar c9mo tierras vacas. Hacia 1560, con
ocasión del primer poblamiento ordenado por Tomás López, se ven apare'.-
cer las primeras grandes estancias de Popayán que pertenecían a Diego
Delgado, Francisco Mosquera, Pedro de Velazco y Bartolomé Godoy. En
todas ellas los indios habían sido sacados de su encomienda para servir en
la estancia. Para justificar este empleo abusivo de la mano de obra enco-1
mendada, los «propietarios» pretendían que los indios recibían un favor al
ocupar sus propias tierras. Así, en 1569, los propietarios de Popayán pre-
tendían que los indios les pagaran arrendamiento puesto que
... a. vuestra merced le consta que en algunas estancias y caballerías que
tenemos por nuestras posesiones están algunos indios poblados y éstos se-
rían obligados a nos pagar la ocupación que en tales nuestras tierras tienen.
Pedirnos y suplicarnos a vuestra merced (el oidor Hinojosa) aclare lo que

14 AHNB. Vis. Boy., t. 18 f. 564 r., t. 7 f. 569 r. Resg. Boy., t. 3 f. 350 v. ss. f. 331 r. ss.
207

C
ada uno podrá dar porque le dejásemos vivir y sementar en nuestras pro-
15
piedades... .

Se trataba todavía de propiedades vecinas a la ciudad, corno en Pasto,


donde el valle en donde está asentada la ciudad reunía indios quillacingas
·y pastos mantenidos allí para trabajar en los cultivos de los españoles. Los
. ¡ndios forasteros no poseían una sola pulgada de tierra y los oriundos del
valle ya habían sido despojados. Según el fiscal García de Valverde,
... el cabildo desta ciudad ha proveído tantas tierras y estancias en las tie-
rras de los propios indios, que asimismo están sin ellas y tienen menos de
16
lo que cada uno ha menester...

En la región de Tunja eran frecuentes las ocupaciones de hecho. En


1572, en el curso de la visita de Juan López de Cepeda, el defensor de na-
turales Gabriel Górnez represe~taba que los encomenderos Jerónimo de
Carvajal, Juan de Avendaño, Andrés Jorge y Górnez de Cifuentes
... han tomado y tienen unas estancias de labores en tierras destos indios de
Motavita, de la encomienda del adelantado <leste Reino, los cuales indios
me han hecho relación de que los susodichos reciben mucho daño y moles-
17
tia porque a causa de lo susodicho no tienen en que la?orar ni sembrar ...

Obsérvese que Mota vita era una de los pueblos de indios más próximos
a Tunja. En lugares más apartadps, los indios continuli.ron trabajando sus
tierras y asistiendo a sus mercados tradicionales. Claro que ahora el enco-
mendero participaba más y más de los excedentes de esta economía y en
sitios próximos a la ciudad tornaba la iniciativa fundando estancias que se
hacía atribuir por el Cabildo. • ·
·En la región vecina de Santa Fe"-la Sabana de Bogotá- el proceso está
ilustrado por la formación de úno de los más importantes dominios de la
Nueva Granada, lá hacienda de Francisco Maldcmado de Mendoza, cuya
extensión era más o menos de 45 ·mil hectáreas, la tercera parte del área
total de la Sabana de Bogotá. •
De las medidas de la ha~ienda puede colegirse la antigüedad de los otor-
gamientos. Diez y siete estancias «antiguas» de ganado mayor habían sido
otorgadas antes de 1585, cuando las mercedes utilizaban una medida de
seis mil pasos por seis mil para la estancia de ganado mayor y de tres mil

15 AGI. Justicia L. 639 f. 107 r.


16 Ibid. Quito L. 60 f. 601 v.
17 AHNB. Vis. Boy., t. 2 f. 12 r.
208 HISTORIA ECONÓMICA y

por tres mil para las estancias de pan, o tierras de labor, es decir, unas 2.5
40
hectáreas y 635 respectivamente (el «paso» equivalía a una vara de castUI' .
de 0,84 m). Las estancias, como unidades de mensura agraria, variaban e~
cada lugar, de acuerdo con disposiciones del Cabildo. A partir de 1585,siii'
embargo, las enormes medidas utilizadas primitivamente para los otorga~.
mientas se redujeron considerablemente en Tunja y en Santa Fe. Según ar?·
denanzas expedidas en estas dos ciudades, la estancia de ganado mayor';;~:
redujo a 370 hectáreas en Tunja y a 327,5 en Santa Fe. La estancia de pª1\'.
midió en adelante 69 hectáreas en Tunja y 90,3 en Santa Fe 18 . ···
La hacienda de Maldonado de Mendoza incluía también ocho estancias
modernas, o de otorgamiento posterior a 1585, y seis estancias de pan de··
la nueva medida. Las estancias más antiguas habían pertenecido a con-.
quistadores que habían preferido marchar a España, cediendo sus dere:
chas a Antón de Olalla, el encomendero del pueblo de Bogotá, en torno al
cual se encontraban las estancias. Según los títulos de la hacienda, los otor.;
gamientos se habían efectuado así:

Juan de Avellaneda -título de 1543 Juan de Alcalá -título de 1543.


Honorato Bernal 1543 Juan Fuerte 1547
Pedro de Orsúa 1547 Pedro Martín 1547
Hernando del Prado 1547 Cap. Feo. de Alava 1578
Cristóbal Marquina 1586 Rodrigo Pardo 1583
Luis López Ortiz ? Alonso Coronado ?
Hernando Pardo 1586 Cap. Hernando Velazco 1586

Tres de los títulos provenían de la época de Alo.nso Luis de Lugo, cuatro.


de la de Díez de Armendáriz y los restantes de Lope de Armendáriz. Antón
de Olalla recibió la estancia original en 1568, bajo la presidencia de Venero
de Leiva. Su propia mujer y su hija recibieron también estancias antiguas
en 1583. Lope de Armendáriz y el presidente Antonio González otorgaron
también varias estancias «modernas» a Francisco Maldonado de Mendoza,
quien sucedió a Olalla por el matrimonio con su hija, Jerónima de Olalla19•

18 AGI. Santa Fe L. 66 cit por U. Rojas, Corregidores, p. 184. Eser. Cam. L. 763 pieza 2ª f. 41 r.
ss. Cf. Ernest W. Aitken, «La estancia de ganado mayor en los siglos XVI y XVII». BHA.
Vol. XXIX, Nº 338. Dic. 1492, p. 1023. El aufür discute, basado en documentos del Cabil-
do de Tocaima, una tesis de Páez Courvel. La polémica podría ampliarse todavía, puesto
que las estancias no eran uniformes en toda la Nueva Granada y su extensión dependía:
de ordenanzas municipales.
19 AGI. Eser. Cam. L. 763.
209

A comienzos del siglo XVII, este dominio podía mantener siete u ocho mil
•.•. ·. bezas de ganado, mil mulas (24 mil arrobas, o sea 270 toneladas) y se reco-
¡ ~an allí cuatro mil «hanegas» de trigo. Ubicada en el extremo noroccidental
' feia Sabana y atravesada por el camino que conducía a Tocairna, la hacienda
· cogía ganado que venía de Neiva, a razón de un peso y medio cada cabeza,
~ cual se vendía en Santa Fe a seis pesos, después de seis meses de engorde.
·ª Esta propiedad creció en el siglo XVI a expensas de las tierras de los
indios de Bogotá (hoy Punza), cuyo cacique era uno de los más importantes
del reino chibcha. Un dibujo del dominio de 1614, conservado en el Archi-
vo de Indias 20, muestra cómo el cercado del cacique había sido desplazado
yarrinconado en tierras pantanosas, muy cerca de la estancia principal del
encomendero. Los cultivos de los indígenas rodeaban el pueblo y el caci-
qúe poseía una estancia de ganado. La estancia principal del encomendero
(sus «aposentos») estaba cercada y servía evidentemente para el cultivo de
trigo. Todas las tierras restantes, cortadas por el camino a Tocairna, esta-
ban reservadas para la ganadería. Se trataba, en gran parte, de tierras inun-
dadas por el río Bogotá pero en donde había también un pantano salado
que las hacía especialmente aptas para la ganadería.
A pesar de la antigüedad de los títulos sobre estas tierras, es poco pro-
bable que los españoles las hayan ocupado antes de 1960. En agosto de ese
año, el Cabildo de Santa Fe contrató con Pedro Navarro la construcción de
un puente sob:re el río Bogotá. En octubre.del año sig~ieµte, el fiscal García
de Valverde observaba que en la ciénaga de Fontibón los indios se ahoga-
ban todos los años y que era preciso construir un camellón21 • ._
Este proceso de paulatina ocupación de tierras fé,rtiles o aptas para la
ganadería, que irradiaba desde un núcleo urBano.español, puede confinar-
se a la región de los altiplanos (Santa Fe, Tunja, Pasto y Popayán). El interés
por estas tierras, que ya habían s4J.o roturadas por los indios, contrasta con
el abandono en que permanecieron por mucho tiempo vastas zonas despo-
bladas de indígenas. El origen de la hacienda ·«cimarronas» ilustra este
fenómeno. ·En 1582, Gregorio Astigarréta -un rico comerciante de Cali-
reclamaba las tierras que iban desde la ciudad de Buga «hasta por bajo de
La Palma». El origen de esta tlemanda no estribaba en el valor de las tierras

20 Ibid. Panamá. Nº 342. «Pintura de las tierras, pantanos y anegadizos del pueblo de Bo-
gotá, hecha por mandato de la Real Audiencia desta ciudad de Santa Fe <leste Nuevo
Reino de Granada, en la causa que en ella trata el señor fiscal don Francisco Maldonado
de Mendoza. Por nos, Alonso Ruiz Galdámez, receptor, y Juan Aguilar Rendón, pintor,
en el mes de abril <leste año de 1614 años».
21 AHNB. Rl., Hda., t. 17 f. 401 r. y f. 428 r.
210

sino en el hecho de que allí pastaba una gran cantidad de ganado cimartéi. ·.
Según Astigarreta, quien poseía una estancia entre las jurisdicciones:~·
Cali y Buga y llevaba ganado desde allí hasta los yacimientos antioqueñ();,
el ganado cimarrón procedía de algunas reses que se le habían extraviads~
por el camino trece años antes. Según otra versión, este ganado proced?
de reses extraviadas durante la expedición del capitán Estupiñán que na¿.
bía ido a poblar la ciudad de Buga. El pleito que se originó de estas dos .
versiones duró desde 1578 hasta 1613, cuando se pronunció sentencia cBih
tra los herederos de Astigarreta. El ganado, que pastaba libremente, deoió
multiplicarse enormemente en estos años y dio origen a la propiedad ql.le
a comienzos del siglo XVII explotaba Antonio Maltés 22 •
Así, mientras que en el occidente el traslado de Buga desde los flancos
de la cordillera al valle del Cauca, y su transformación de «presidio» de·
frontera en un centro agrícola, encierra el valle del Cauca y da comienzo a
la formación de grandes latifundios con muy poca mano de obra, enlós
altiplanos del Nuevo Reino la ocupación de tierras en desmedro de los
indígenas culmina en la década de 1575-1585.
Según el testimonio del oidor Guillén Chaparro, el otorgamiento detil:-;
rras por parte de los cabildos había sido tan desordenado que los indios.se
veían empujados a tierras ardientes o a páramos improductivos23 • El teso"
rero Gabriel de Limpias sostenía que algunos beneficiarios revendían las.
tierras otorgadas en forma ilimitada por los cabildos. Algunos, como. el
alguacil Pedro Xuárez, especulaban con las tierras de las que habían obte-=
nido un título para regresarse a España 24 •
En 1583, el mismo año en que estos-funcionarios escribían sus quejas,
25
una Cédula Real recomendaba que se restituyera a los indios las tierras.
que los encomenderos habían usurpado en su provecho y en el de sus hijos
y amigos. Posiblemente, esta Cédula fue una de las ca~sas que provocaron·
la fronda municipal contra la autoridad de los visitadores Monzón y Prieto
de Orellana. Es posible también que la presión sobre las tierras de los in-
dios fuera una consecüencia de la crisis minera de los años setenta en los
yacimientos del Nuevo Reino. Según los oficiales reales, en esa época los
mineros abandonaban las minas Y: vendían sus esclavos por no tener yaci-
mientos en los cuales emplearlos26 •

22 Jbid. t. 20 f. 90 r. SS.
23 AGI. Patr. L. 27 r. 4
24 Ibid. Santa Fe L. 68 r. 1 Doc. 33.
25 AHNB. Resg. Boy., t. 6 f. 51 r. R. C. de 1º nov. 1583.
26 AGI. Santa Fe L. 68 Doc. 32.
211

A partir de 1580 se observa una creciente presión sobre las tierras de los
. dios en la región de Tunja. En ese año, el encomendero de Paipa, Gómez
~- Cifuentes, pidió para su hijo Francisco de Monsalve una estancia de
tierras que afirmaba ser baldías, en su repartimiento. Su petición entró en
• onflicto con otra similar de Juan Antonio de Ahumada, yerno de otro po-
-~eroso encomendero de Tunja (Bartolomé Camacho). Ahumada obtuvo la
estancia pero chocó con la oposición del encomendero, quien indujo a los
indios a incendiar sus bohíos en 1584.
Según D. Martín, capitán del repartimiento de Paipa, los indios habían
poseído tierras en ambas márgenes del río Paipa -hasta los confines de
-Sátiva, Tu ta y Ocusá- en donde sembraban maíz y papas. Desde hacía
cinco o seis años, sin embargo,
... muchas personas españoles han pedido estancias de ganados mayores y
menores ... como son Gómez de Cifuentes e Bartolomé Camacho e Juan An-
tonio y Fulano de Cáceres, diezmero, y otras muchas personas, de tal ma-
nera que nos han despojado de la mayor parte de nuestras _tierras y -no
tenemos adonde sembrar, ni menos adonde traer yeguas y ganado, ni para
hacer labranzas de comunidad ... -

La Audiencia intervino en este conflicto y comis!onó al corregidor de


Tunja, Antonio Jove, para que hiciera justicia a los indios. El corregidor
ordenó en julio de 1586 devolver Ías tierras que los iJ;i.dios necesitaran y
prohibió al Cabildo proveer estancias en perjuicio de los naturales, so pena
de perdimiento de oficios. El 1º de agosto, un nuevo auto de la Audiencia
dispuso que se otorgaran resguardos a los indios, aun privando de tierras
a quienes las estuvieran gozando por merc~des del Cabildo27 .
Algo similar ocurrió con tierras de los fndios de Suta, enc_omienda de
Alonso Sánchez Merchán. En 1~86, Juan Núñez Maldonado, quien había
llegado al Nuevo Reino en 1582 y.afirmaba haber participado ya: en una
expedición contra los indios de Mu;z:o, pidió al Cabildo de Tunja un pedazo
de tierra en Su ta. Bernardino de Afüoni.oz, fiscal de la Audiencia y defensor
de los indios, se opuso a que se otorgara hasta que se aseguraran resguar-
a
dos a los indios. Se nombró· Pedro Bustamante Quijano juez de comisión
para que midiera la estancia que Núñez había pedido, cuidando de dejar
resguardos a los indios. Bustamante informó que los indios tenían tierras
de sobra pues ya no quedaban sino 230 tributarios, los cuali:::s disponían de
tierras en las que podían cultivar 1.500 a 2.000 fanegadas de sembradura.

27 AHNB. Tierras B01;., t. 44 f. 494 r. ss. L 542 r. ss. f. 604 v.


212 HISTORIA ECONÓMICA y

Señalaba, con evidente exageración, que los indios no aprovechaban est


tierras y apenas tenían cultivadas cuatro o cinco fanegadas en quincé~
brancillas dispersas. Aun éstas se habían apresurado a sembrarlas cuando;
enteraron de que un español había pedido estancias. Se trataba, segúns~
juez de comisión, de tierras muy buenas, capaces de remediada escasezJ
cereales, pues se podrían coger en ellas cuatro o cinco mil fanegadas:d e 1
trigo. Acto seguido procedió a medir para la estancia de Núñez siete mÜ 1
varas por tres mil quinientas, es decir, un área equivalente a f.904,6 ha.2§ ·.
Ni aún los dominios de la Corona se encontraban al abrigo de los asalt·o·· ;1
de los cabildos que sancionaban con títulos ocupaciones de hecho. En 1584" ·.
el visitador Prieto de Orellana denunció a uno de los corregidores de Tuíl~ .
l
ja, Martín de Rojas, quien había usurpado veintidós estancias a los indios
de Sogamoso. Ese mismo año, el visitador intentó restituir algunas tierras
a los indios. Para ello envió a su yerno, Cristóbal Chirino, y al escribano de
la visita, Juan de Trujillo, a los pueblos de la Sabana de Bogotá y a Melchor
Vásquez a la provincia de Pamplona. A pesar del testimonio del visitador,
según el cual los encomenderos no habían puesto obstáculos a las restitu.
dones, la visita originó finalmente una serie de conflictos que hicieron que
se suspendiera antes de tiempo.
Estos años están marcados por la lucha de los cabildos de Tunja y Santa
Fe para mantener sus privilegios frente a la Audiencia y los visitadores
reales. Como respuesta a la intervendón frecuente de éstos en el problema
"cle tierras, el Cabildo de Tunja elaboró en 1585 unas ordenanzas en las que 1
atribuía el privilegio de otorgar o de rehusar tierras en su jurisdicción, en·
tonces las más importantes de la Nueva Granada para la agriculturá. Las
ordenanzas fijaban las unidades de mensura (estancias, huertas, solares y
cuadras) propias de la provincia y reservaba el privilegio de recibir tierras
para aquellos vecinos que habían habitado ocho años y poseían «casa po~
.· blada» en los términos de la ciudad.
Los. simples ocupantes de las tierras serían desposeídos. Sin duda, el
: Cabildo entendía que la situación de hecho se producía cuando él mismo
no oforgaba un título. Por eso el rigor de esta ordenanza se atenuaba en lo
! que concernía a los vecinos de la propia ciudad. Éstos serían preferidos ~n •
~ otorgamientos, aún si eran ocupantes de hecho, pues como vecinos

28 Ibid. Vis. Boy., t. 10 f. 596 r. ss. En 1598, Isabel Zambrano compró una parte de la estancia
a Núñez y su mujer. En 1620 declaró que la había comprado actuando como testafe.iro
del encomendero de Suta, Pedro Merchán de Velazco. En 1621, éste permutó un pedazo
por otro de los resguardos de los indios de Suta. Ibid. f. 549 r. ss.
213

ie!llpre podían obtener el título del Cabildo. Se prohibía también la venta


~e las tierras otorgadas hasta que no se comenzara su explotación.
Como consecuencia de estas ordenanzas, el Cabildo otorgó el mismo
año de 1585 un número inusitado de estancias. Así, en el solo territorio de
Oicatá-Nemuza (encomienda de Miguel Ruiz Corredor) se repartieron en
Jos meses de marzo y abril seis estancias de ganado menor. En Toca tam-
.bién pidieron tierras los vecinos. A raíz de estas peticiones se originó un
pleito entre~el encomendero, Antonio Ruiz Mancipe, y los que pretendían
las tierras. Estos se quejaron de que el corregidor de Tunja, Gabriel López
de Lurueña (quien había recibido una estancia en Oicatá-Nemuza), favo-
recía al encomendero y dilataba la entrega de las tierras. Se envió a un juez
de comisión, Juan Chacón de Porras, para que midiera mil pasos (en cua-
dro) que se reservaban para los indios. Más tarde, los vecinos afirmaban
que el juez de comisión había favorecido también al encomendero al ásignar
casi todas las tierras a los indios, con el solo objeto de que el encomendero
pudiera utilizarlas para pastos, pues tenía doce mil cabezas de ganado 29 .
Finalmente, en 1586, el fiscal Bernardino de Albornoz intento una vez
más que se ejecutara la Cédula de 1584, en la que se ordenaba restituir las
tierras a los indios. El 7 de octubre, la Audiencia ordenó que los españoles
a quienes se había proveído estancias comenzaran ~ explotarlas en el tér-
mino de tres meses. Si esto no ocurría se autorizaba a los caciques e indios
de los repartimientos en que estabá'n ubicadas para qu~ penetraran en ellas
y las cultivaran30 . • ·
Para esa época, sin embargo, no podía fijarse un criterio económico so-
bre explotación de la tierra y limita~ así el proceso. de apropiación. Si los
españoles no poseían una encomienda que les pr.ocurara mano de obra gra-
tuita, o ésta era insuficiente, bast>aba con que introdujeran ganados para
considerarse que las tierras esta,ban explotadas. Por eso Pedro de Santana,
hablando por los indios 'de Suta, se quejaba en agosto de 1587 de que no
sólo el Cabildo de Tunja sino también la Audien~ia había quitado las me-
jores tierras a los indios y éstos ya no podían sembrar trigo ni mantener sus
propios ganados. En diciefl1bre de 1589, el cacique se volvió a quejar y de-
nunció el exceso en el modo de medir las estancias otorgadas a los españo-
les. Agregaba que si bien se habían reconocido resguardos a los indios de
Suta, el encargado de medirlos había sido un Juan Estévez, quien había
recibido él mismo tres estancias de tierra en las posesiones de los indios.

29 lbid. Resg. Boy., t. 6 f. 604 r SS. f. 125 r. SS. f. 338 r. SS.


30 lbid. Vis. Boy., t. 10 f. 573 v.
214 HISTORIA ECONÓMICA ySOCIAuf" éi

1
En julio de 1588, la Audiencia volvió a proveer una estancia de pan
Catalina Escudero, después de que el alcalde de Villa de Leiva, Pedro./
Rivera, rindió concepto favorable al otorgamiento. Según el alcalde, se tra~
taba de tierras vacas y eriales, en las que apenas quedaban rastros de antt-.
guas labranzas indígenas. Mucho más tarde, en 1636, la estancia tuvo qu;
ser devuelta a los indios por el oidor Juan de Valcárcel, quien encontró que
no tehían más tierras en donde hacer sus labranzas 31 • ·
En teoría, al menos, se reconocía una especie de dominio útil a los L11;;
dios antes de la época del reconocimiento definitivo de los resguardos. Eh
los primeros tiempos, los otorgamientos no debían lesionar a los indios .

puesto que de sus cultivos dependía casi íntegramente el abastecimiento 1

de la ciudad. En 1593, las ordenanzas destinadas a los corregidores lleg~- _il,

ron hasta reconocer que las tierras pertenecían a los indios y que las que si!
otorgaban a los españoles no podían ser sino aquéllas que sobraran. Por
eso los otorgamientos de los cabildos se efectuaban con el requisito previo
de examinar las tierras solicitadas para cerciorarse de si en ellas había 0 no
labranzas de los indios. ·
Esta precaución parece haber sido puramente formal. Muy a menudo
intervenía el favoritismo de los cabildos hacia los vecinos que pedían tierras.
Una situación característica, la de Diego Vásquez Botella, quien solicitó
dos estancias en términos de Tobasía (encomienda de Antón Rodríguez
Cazalla) el 12 de junio de 1591. Vásquez pretendía que estas tierras eran
vacas y baldías, y para comprobarlo se comisionó al regidor Diego Rincón.
Éste declaró que si bien los indios de Tobasía se oponían a la petición, las
tierras podrían otorgarse por no haber labranza en ellas. El Cabildo acce-
dió al otorgamiento el 9 de julio de 1592. Los indios se quejaron en Sá.nfa
Fe y el presidente González comisionó al corregidor de Tunja, Pedro· de
Arellano, para que hiciera una averiguación y «desagraviara» a las partes;
El corregidor se limitó a aconsejar al capitán del pueblo, don Cristóbal Tu-
che, que procura un acuerdo con Vásquez Botella, a cambio de una yunta
de bueyes y cuarenta oyejas. El capitán se negó y esto provocó un incidente
con el corregidor, quien envió al indio a la cárcel. Al cabo de cuatro días lo
soltó y el capitán terminó por aceptar, de mala gana, el precio ofrecido por
Vásquez. El 19 de abril de 1595 se formalizó la venta ante escribano32 •
Así, en las zonas que inicialmente estaban densamente pobladas por
indígenas, el proceso de apropiación de la tierra por parte de los españoles
tuvo que verificarse en contra de los derechos consuetudinarios de los in-

31 Ibid. f. 616 r.
32 Jbid. t. 12 f. 868 r. SS.
••• [;i\TIERRA 215

d. 05 • Los encomenderos se reclamaban beneficiarios de los cabildos muni-


~ ales, casi siempre integrados por ellos mismos, sus parientes y sus ami-
'1~. pero al lado de la trapacería legal, lo más notable resulta de la ausencia
~~cualquier consideración económica sobre el problema. Apenas sí el
¡dor Guillén Chaparro observa incidentalmente que todo los que los es-
~añoles comen o gastan se sonsaca de los indígenas entendiéndose, claro,
l. q.ue se trata también de sus propias tierras y de que parece justo dejarles
1 algunas para que las cultiven33 . .
r Pero nada de esto podía inquietar a los encomenderos puesto que, como
se ha visto, el tributo les permitía gozar de un control casi absoluto sobre
la producción agrícola. La combinación del poder municipal (o la apropiación
de la tierra, que es lo mismo) y el tributo les permitía eliminar la compe-
tencia indígena en los mercados. Bastaba privar a los indios de sus tierras
yde infligir a los tributarios una carga muy pesada para que no pudieran
ocuparse de sus propios cultivos.
El control de los mercados urbanos no significaba, por lo tanto, que los
encomenderos fueran capaces ni que estuvieran dispuestos a abastecerlos
de manera conveniente. Preferían casi siempre enviar los productos obte-
nidos de los indígenas a las regiones mineras, en donde corría el oro y en

·. donde los cereales alcanzaban precios muy ventajosos. Las ciudades se


veían así desprovistas de granos y, en algunos casos/fue necesario obligar

! a los encomenderos a vender allí una parte de su producción34 • En poco


.más de veinte años se había co~ormado un mercado ~uficientemente ex-
tenso, gracias a las explotaciones de lavaderos, para que los encomenderos
pudieran escapar a las mallas de la cjudad más próxima.
Este comercio sirve para indicar la exteqsión de Jas apropiaciones y el
interés que representaban. En 1569, por eje!Jlplo;las gentes pobres de Tun-
ja morían de hambre porque, a pesar de la abundancia de las vituallas, los
encomenderos preferían vendetlas en Pamplona y Mariquita35 • En agosto
de 1579, los habitantes de Santa Fé se quejaron de la falta de cereales que
les hacía prever una hambruna y pidieron que se obligara a los indios a
producir trigo y maíz, fuera del qué debían pagar a sus encomenderos como
tributo. El presidente Lop~·de Armendáriz ordenó a sesenta pueblos de
indios que sembraran 256 fanegadas (563 hectáreas) de trigo y 211 (464 ha)
de maíz para abastecer la ciudad36 .

33 AGI. Patr. L. 27 r. 34.


34 Cf. las ordenanzas reproducidas por U. Rojas, Corregidores, cit. pp. 66 ss.
35 Ibid. pp. 94 y 95.
36 AGI. Santa Fe L. 189.
216 HISTORIA ECONÓMICA Yso~.~¡.•J;Yi
'""'tP::
Durante la presidencia de Venero de Leiva se había intentado fija!'~~,'';
límite a los cereales que los encomenderos podían recibir a titulo de tribu~ .·.
to. García de Val verde quiso impedirles disponer de la casi totalidad dej~ j
excedentes agrícolas de la producción indígena y pidió que se redujera~s !
las cantidades indispensables para el consumo de los encomenderos/suª 1
familias y los soldados que solían mantener en sus casas. Fue así confol 1
fijó una proporción variable de fanegas de sembradura que debían cultivafs:I
por cuenta del tributo, según el número de tributarios de cada enconu~~ J
da 37• Esta proporción nunca se respetó. Numerosos testimonios de Ias\1; '.
s~.tas muestran hasta qué ?unto los e~com~nderos excedían l~ que se h~~fa j
fi1ado en la tasa de los tributos. Segun Pneto de Orellana, diez fanegadits ·
de trigo se convertían en veinte, cien y aún doscientas, según el carácte.·r.·.· ..··0 j
~ ·~
la avidez de cada encomendero . •
,,.-- El monopolio de la mano de obra conducía al de la tierra. Nada m~s l
natural frente a la escasez de brazos y a la abundancia relativa de la sesnn. l
da. Los encomenderos, dispuestos a aprovechar hasta el límite la mano de
obra de que disponían, se hacían otorgar todas las tierras que podían obt~
ner de los cabildos. Además, se apropiaban el usufructo de las pocas que
quedaban a los indios señalando tareas a la comunidad. Podían recurrir
también a la ganadería con el fin de ocupar más tierras y de impedirla
presencia de pequeños propietarios, españoles o mestizos, de los cuales se
temía la competencia en los mercados y respecto a la mano de obra in·dí.'· 1
gena.
Así, además de que los agricultores. independientes se veían privados
de mano de obra, la disponibilidad de tierras disminuía a causa de la am-
bición de los encomenderos, aun si eran incapaces de explotar las tierras
que se apropiaban. Esta disminución fue tal que en 1~84 surgió un proyec-
to para desecar tierras pantanosas entre Tunja y Villa de Leiva (en Sama-
cá). La Audiencia contaba con sacar un provecho de dos mil ducados de
renta para la Corona al distribuir mil quinientas fanegadas de sembradura
(casi cuatro mil ha) entre gentes que habían mostrado interés por estable-
cerse allí. El proyecto fracasó debido a la oposición de los encomenderos 1
de Tunja39 • ·

37 AHNB. Cae. e ind., t. 5 f. 544 r. f. 568 r. FCHTC. p. 185.


38 AGI. Santa Fe L. 17 Doc. 4 bis.
39 Ibid. Doc. 5.
217

LAS COMPOSICIONES

Los últimos años del reinado de Felipe II culminan con todo el proceso que
en la segunda mitad del siglo XVI había opuesto tan frecuentemente a las
dos «repúblicas». Un nuevo auge de los yacimientos mineros coincidió con
el aumento de la población española y con la demanda de tierras. Además,
la reforma fiscal del gobierno de Antonio González encontró una ocasión
para aplicarse en el problema de la tierra. En 1591, González recibió la or-
den de revisar los títulos otorgados por cabildos, gobernadores y audien-
cias. En principio, los simples ocupantes debían ser desposeídos y aquéllos
que pudieran exhibir un título precario se admitían a «composición» me-
diante el pago de una suma a la Corona. Se debían reservar las tierras ne-
cesarias para ejidos propios, pastos, calles y plazas en los lugares poblados
se reconocerían a los indios las tierras que hubieren menester para sus
Y 40
ganados y sementeras .
La amplitud de las reformas fiscales del presidente González fue tal que
algunos han pretendido ver en las composiciones y en el otorgamiento de
Jos resguardos una «reforma agraria» al pie de la letra. Aun si no se tiene
en cuenta el caráéter anacrónico de esta interpretación, debe al menos cono-
cerse el hecho de que las imposiciones sobre la tierra representaban apenas
un solo capítulo de la reforma fiscal, y si ha de creerse al mismo presidente,
' .
se trataba de uno de los menos pfoductivos41 . El tesoro esperaba mucho
más de las composiciones de encomiendas y, sobre todo, de la introducción
de la alcabala.
No fue sino dos años después de<su llegada, y después de haber asegu-
rado las entradas mucho más considerable& de l¡i alcabala, que el presiden-
te decidió examinar la éuestión de.Jos títules sobre las tierras. No se trataba
en ningún modo de «reforma>~ sino de obtener el consentimiento de los
habitantes a propósito de una nueva fuente impositiva. Después de los dis-
turbios provocados por el establecimiento de las alcabalas, el presidente se
mostraba cauteloso para no lesiorÍ.ar aún más fos intereses de propietarios
y encomenderos. Se prometía dejar
'
... a los pueblos de los españoles e indios lo justo y necesario y a los posee-
42
dores de lo demás satisfechos y contentos del proceder que se tuviere ...

40 AHNB. Vis. B01j., passim. Cf. Orlando Fals Borda, El hombre y la tierra en Boyacá. Bogotá,
1957, p. 72. .
41 AGI. Santa Fe L. 17 r. 2 Doc. 74. Despacho de noviembre de 1592.
42 Ibid. Doc. 67 f. 7 v.
218 HISTORIA ECONÓMICA y soc:
•.':.~··<" .;

Asegurar bienes comunales a las ciudades e iniciar un proceso de l~·f:~


timación de las usurpaciones territoriales, pero sin molestar a los ocupf~
tes que pudieran contribuir a las finanzas reales con un regalo razonabf~<
no era precisamente ~n programa de reforma muy audaz y su ejecucl
debía ser muy lenta. Este era también el espíritu de las instrucciones q~n.
el presidente González había recibido en 1591 y que estaban calcadas sobl
las que se habían enviado al virrey del Perú. 1 :~'
Para recaudar el impuesto debía comenzarse por tener una idea de1i1;~ j
lor y de la extensión de las propiedades. En 1592 se envió al distrito at
Tunja al alguacil de la Audiencia, Juan Díaz de Martas, quien pasaba.p~r
experto en medidas agrarias adoptadas en el Nuevo Reino. Existen algl¡~ j
nos testimonios del paso de este funcionario por Villa de Leiva, en donde I'

los indios se quejaron del número excesivo de estancias otorgadas porél


Cabildo de Tunja en detrimento de sus propiedades 43 . La comisión de Díaz
de Martas, sin embargo, se suspendió poco después, con el pretexto deq!Je !
las mensuras resultaban muy caras. Se prefirió atribuir esta tarea a la visita .
que el licenciado MiguE'l de Ibarra, oidor de la Audiencia, debía iniciar ai 1
año siguiente. · 1
El fundamento de las composiciones proyectadas reposaba en el hecho 'I
de que las tierras del Reino no habían salido hasta ahora del dominio dela j
Corona española puesto que casi nadie podía exhibir un título que provi-
niera de ella 44 • Era necesario contar, sin embargo, con los otorgamientos de
los cabildos, de los gobernadores y de la Audiencia, cuyos títulos eran sus- 1
ceptibles de saneamiento. Existían también tierras ocupadas por españo- j
les, sobre las cuales no se había otorgado ningún título, tierras.vacas de j1ire
pero de las cuales los encomenderos solían ser los usufructuarios de jacto.
Se trataba de tierras que nadie discutía a sus antiguos propietarios, los in-
dígenas, como el lugar de su asentamiento y que la. Corona se había apr~­
piado por el hecho de la Conquista. Era allí en donde Jos encomenderos
establecían estancias expulsando a los indios con ganado o imponiéndoles
pesadas tareas en las parcelas cultivables. Según Miguel de Ibarra, era im"
posible hacerse a una idea del justo valor de estas tierras puesto que todo
el mundo se abstenía de estimarlas, por el temor del precio que alcanzaría
la composición. Citaba el caso concreto de 68 estancias en Guasca y Guafa·
vita, en:el distrito de Santa Fe, que sus ocupantes querían gozar sin some-
terse al proceso de la composición45 .

43 AHNB. Resg. Boy., t. 3 f. 331 r.


44 Ibid. AGI. Santa Fe L. 17 r. 2 Doc. 78 f. 7 v.
45 Ibid. f. 8 r.

J
219

.. . . . !barra terminó su visita en marzo de 1595 en el distrito de Santa Fe, y


;¡ ·• seguida comenzó la de Egas de Guzmán en jurisdicción de Tunja. Egas
enocedió según las instrucciones de Ibarra, declarando como propiedad de

•.·.r r:corona las tierras detentadas por los españoles y fijando resguardos a
los indios. ·
pero el resultado final de las composiciones no pudo ser más decepcio-

I
h
;· ·. ·.•· nante. La imposibilidad de avaluar las tierras y la resistencia de los ocu-
. pantes se refleja en las sumas recaudadas. Entre 1595 y 1602, el período
durante el cual se efectuaron los pagos de las composiciones, la Caja real
de Santa Fe percibió por este concepto cerca de trece mil pesos de oro 46 .
Esta cifra era muy inferior a lo que se había recibido de los encomenderos
por la composición de las encomiendas (46.139 pesos oro entre 1590y1603)
yrepresentaba apenas una parte del requinto impuesto adicionalmente al
tributo indígena en favor de la Corona (17.345 pesos oro en 1596 y 21.982 en
1606).
Años más tarde se reprochó al presidente González por no haber obte-
nido casi nada de un impuesto que hubiera podido producir millares de
ducados 47 . No todas las propiedades habían sido objeto del saneamiento
de sus títulos y, de hecho, las que lo fueron apenas representaba].l una frac-
ción insignificante del total (según los pagos efectuados a las Cajas reales,
no fueron más de ciento cincuenta}. En cuanto al precio pagado por cada
una de ellas, Luis Henríquez sostenía que el presidente González había
48 • .
sido groseramente engañad o .
En ningún momento se puso en eyi.tredicho la buena fe del presidente.
El crítico más enconado de su actuación, e~ oidor Luis Henríquez, no du-
daba de que en todo momento se había trªtado' de un problema político.
Las instrucciones de González subrayaban el carácter voluntario de la presta-
ción fiscal que se derivaba de las composiciones. Por otra parte, no existían
medios de coercióñ capaces de inducir a los ocupantes a comprar tierras
que ellos podían gozar con o sin título. Al parecer, sólo los propietarios
más importantes fueron obligados a pagar algo por las tierras que deten-
taban. Entre ciento ocho personas cuyos nombres se registraron al pagar
en las Cajas reales, solamente diez y nueve eran encomenderos, catorce de
Santa Fe y cinco de Tunja49 •

46 Ibid. Cont. L. 1294 A y B.


47 Ibid. Santa Fe L. 18 r. 1 Doc. 15, Doc. 33, Doc. 58 y Doc. 81.
48 Ibid.
49 Ibid. Cont. L. 1294 A y B.
220 HISTORIA ECONÓMICA

El caso más notable fue el de las propiedades de Francisco -·---~~vittm


de Mendoza que, como se ha visto, eran las más considerables de todoF'.
Nuevo Reino. Estas tierras eran de una extensión y una importancia tal:~ ·
que, según la Audiencia, eran los verdaderos ejidos de la ciudad, de dond \
ésta se proveía de todo el ganado para su consumo • SiJ.!. embargo, la tota~~
50

lidad de las 45 mil hectáreas se compusieron por 568 pesos oro, una suµl~
insignificante aun para la época. El escándalo sobrevino cuando Fernancio .
de Caicedo, un minero de Remedios que se había establecido en Santa p;;~'
ofreció pagar cuatro mil ducados por sólo dos estancias de las 25 y más qu~
comprendía la propiedad~ 1 . ;'t,
Acerca de ésta como de las otras composiciones, el presidente Gonzále~·
debió ser objeto de presiones intolerables. El presidente era un miembro~
del Consejo de Indias y había sido elegido para el puesto en razón de que"
sólo una persona de prestigio podía ll~var a cabo una reforma fiscal muy
onerosa para los habitantes del Reino. Estos ya estaban mal dispuestos pól"'
anticipado y se habían visto fracasar dos visitas sucesivas frente al espírití.l.
revoltoso de los encomenderos. González estaba encargado de apaciguar·
todos los conflictos que habían dejado los esfuerzos de Monzón y Prieto de
Orellana por reprimir los abusos. Se trataba de dos tareas contradictorias
que debían conducir al presidente a buscar apoyo en los notables del NueF
vo Reino.
Era pues natural que el presidente González cultivara la amistad de un
español como Maldonado de Mendoza. Llegado a América hacia 1565, esfel
segundón de una casa noble española había comenzado su carrera en La
Florida, en donde había combatido contra los indígenas. Luego sirvió en la
flota de las Indias y allí escaló todos los puestos de la jerarquía hasta alCan~:
zar el grado de general. Establecido en el Nuevo Reino hacia 1583, aquí
logró casarse con la dote más cuantiosa, la de Jeró~ma de Olalla, hija de·
Antón de Olallf, compañero de armas de Quesada y encomendero del pue;
blo de Bogotá5 . .
Desde el comienzo <;le su mandato, el presidente mostró predilecció11,
por Maldonado, y en una carta al Consejo de Indias se felicitaba por haber7•

50 Ibid. Santa Fe L. 18 r:i Doc. 58 f. 9 v.


51 Cf. Cfillos Rodríguez, Vida de D. Francisco Maldonado de Mendoza, caballero del hábito de
Santiago, Bogotá, 1946, pp. 204 ss. El presidente otorgó también dos estancias a Francisco
de Berrío y a Diego de Ospina. La familia de lbs Maldonado logró recuperar estas tierras
en 1615. Alrededor de ellas, como se ve, gravitaron las ambiciones de los personajes más
notables del Reino. Muchos lograron usufructuarlas como consecuencia de sus enlaces
con las herederas.
52 AGI. Santa Fe L. 164, Doc. 4.
221

encontrado en Santa Fe. Cuando se trato de enviar una expedición a


:: 10 rtagena, amenazada por los pira tas, González le confió el mando y le
.cªornetió que obtendría para él una confirmación real de su encomienda.
' P~ Sin embargo, el conflicto de las alcabalas y la ,resistencia que provoca-
•..• · n los otros impuestos aislaron al gobernante. Este no pudo contar más
ro su aliado, que se había puesto al lado de sus enemigos, el secretario de
lo·f',uu.1<=••~··~, Francisco Velásquez, el factor Rodrigo Pardo y el inquieto
de Ospina, propietario de minas en Mariquita. Según el presidente,
eran gentes hacendadas y cuya parentela comprendía encomende-
ros, propietarios y mineros importantes. Además, estaban

... acostumbradss a supeditar a todos y a no sufrir que la justicia la hicieran


en sus causas ...

A pesar de su resentimiento con Maldonado, el presidente insistió para


que la.Corona le confirmara la encomienda de la que gozaba por causa de
su matrimonio. Más tarde, González escribía al Consejo de Indias que, es-
tando enfermo, sus enemigos de ayer se habían acercado a cumplimentar-
lo. Es posible que entonces se haya sellado una alianza que el presídente
requería para llevar a cabo sus reformas. Lo cierto es que los propietarios
de tierras se vieron favorecidos y las composiciones de tierras no se lleva-
ron adelante.
En 1600, el oidor Luis Henríquez prosiguió la visita que Egas de Guz-
mán había comenzado y que éste había débido interrumpir a causa de la
hostilidad general. Henríquez -que llegó ., a profesar un odio cerval a los
encomenderos y a sus abusos- se mostró más enérgic.o que su predecesor.
Como se ha visto, quiso aplicar al pie de la letra los preceptos que, después
de 1548, ordenaban reducir a los indios en poblados. 'Al visitar la provincia
de Santa Fe redujo 83 pueblos a 23iiy en Tunja no dejó sino 40, de los 125 que
existían, para crear doctriri.as a las que tuvieran acc_eso todos los indios.
Esta reforma -que tuvo otros efectos, como se verá más adelante- pre-
tendía atacar el centro del problem~ agrario al desvincular las pequeñas
comunidades indígenas del cpntrol de los encomenderos y al romper los
lazos ambiguos que hacían de la tierra, de la mano de obra y de la enco-
mienda un todo indiscernible54. Este cambio radical había sido ya propi-
ciado por la intención de suprimir los servicios personales y de sustituirlos
por prestaciones reales en las tasas de tril;mtos. Además, las ordenanzas de

53 lbid. L. 17 r. 1Doc.102.
54 lbid. L. 18 r. 1 Doc. 15.
222

Miguel Ibarra, de 1598, habían establecido un sistema salarial que los coJ
gidores (instituidos de nuevo en 1590) debían velar porque se cumplier ~;
Henríquez quiso ir más lejos todavía y propuso que las tierras cuya posesi¿-
no había sido justificada pür un título, se vendieran en pública subast n.
En esta política contaba con el apoyo de mestizos y de nuevos inmigrant:·,
españoles cuyo número creciente aseguraba una demanda de tierras ns
explotadas. Algunos de entre ellos, según el oidor, podrían aumentar·fa~:
entradas del Tesoro puesto que ofrecían de dos a doce mil pesos porJas:
tierras. Henríquez veía claramente que ya -en esta época temprana.-...:.'se
había creado una iniquidad en el reparto de la tierra. Según sus propias·
palabras, muchas gentes no saciaban su ambición con leguas de tierras
mientras otras no poseían una pulgada55 • Calculaba que si se comenzaba~
sanear verdaderamente los títulos exigiendo el justo valor de las tierras,

... quedarían muchos' con propiedad, la tierra más poblada y con ocasión de
, . 56
ser mas nea ...

En todos los textos del oidor Luis Henríquez, como había ocurrido con
los de García de Valverde, es palpable una cierta clarividencia que los hace
aparecer curiosamente modernos. El oidor conocía a fondo la situación:
pues había escuchado miles de testimonios que denunciaban la sevicia:de
los encomenderos, sus abusos sobre el trabajo indígena, sus exigencias des~.
mesuradas en materia de tributos. Había recorrido durante dos años las
regiones de Tunja y Santa Fe y había visto la manera como se explotabaJa
tierra. Como había practicado los recuentos de indígenas, sabía que en
treinta años habían disminuido en casi un 50% y que este resultado increí-
ble había que achacárselo al sistema de la encomienda.
Por eso proseguía una crítica implacable contra el sistema: según él, el
monopolio de la mano de obra indígena por parte de los encomenderos
impedía el establecimiento de pequeños propietarios pues éstos se veían
en la incapacidad de competir con un siStema que hacía desaparecer los
salarios de los indios. Citaba como prueba las encomiendas que la Corona
había-recuperado: en sus alrededores las estancias de los españoles estaban
mejor provistas de mano de obra y los indios eran efectivamente pagados.
¿La conclusión? La existencia misma de los encomenderos, cuya decaden-
cia podía adivinarse contemplando la miseria de una parentela ya mur
extensa, no se justificaba más. Según el oidor, debía comenzarse por favo-

55 Ibid. Docs. 4 y 42.


56 Ibid. Doc. 15.
223

·
r 0
cera otros sectores de la sociedad, comerciantes, funcionarios y agricul-
res que bastarían para mantener en marcha la «república» 57 •
Sin embargo, los encomenderos no podían soportar pasivamente que se
usiera en ejecución un programa parecido. Ya en 1596 habían logrado inte-
~pirla visita de Egas de Guzmán apelando a la Iglesia, que excomulgó al
oidor. Éste se había hospedado en Tunja en casa de un español al·que Antón
pardo y Francisco Velásquez, hijos del escribano y del factor que habían com-
batido al presidente González, apalearon en la plaza pública. Un clérigo de
órdenes menores se hallaba mezclado en este oscuro asunto y Egas lo redujo
a prisión violentando un convento. El vicario de la ciudad inició un juicio de
excomunión contra el oidor y ésta se llevó a cabo de una manera un poco
extraña. Toda la clerecía de la ciudad marchó a la casa del oidor para de-
positar un ataúd en su puerta. Alli comenzaron a dar voces diciendo que en
el ataúd yacía el cuerpo del oidor y que su alma estaba en los infiernos58 •
De manera muy característica, el oidor Luis Henríquez se vio mezclado
también en otro asunto cuya substancia consistía en la seducción de una
mujer casada. El visitador Saldierna de Mariaca redujo a prisión al celoso
funcionario y, en el curso del proceso que siguió, fue evidente que los pro-
pietarios actuaban atemorizados por el rigor sin matices del oidor59 •
El presidente Sande suspendió el proceso de las composiciones y no
volvió a hablarse de ellas en adelante. Solamente algÍlna vez se discutió si
debía cobrarse lo que se debía por ellas, de acuerdo con un precio hipoté-
tico que hubieran tenido las tier¡as antes de su ocup~ción o si el precio
debía tener en cuenta las mejoras introducidas por los ocupantes.
Transcurrieron muchos años sin qué se inqúietara de nuevo a encomen-
deros y «propietarios». La tierra constituyó &iiempre un delicado problema
político que ni Sande rti Borja qu!sieron encarar. En el curso de una ge-
neración, en el cual la población indígena continuó disminuyendo en for-
ma alarmante, los encomenderos encontraron la oportunidad de seguirse
apropiando de las tierras de los indios. Las concentraciones mismas orde-
nadas por Luis Henríquez favorecieron esta tendencia. En 1621, el oidor
Femando de Saavedra intentó cobrar las sumas que se debían desde finales
del siglo anterior pero el pr,!iJSidente Borja se lo impidió.
Solamente hasta 1632, el visitador Antonio Rodríguez de San Isidro vol-
vió a insistir en el problema de las composiciones. Como en 1590, Rodrí-
.
guez de San Isidro veía en el gran número de estancias que explotaban los

57 Ibid. Doc. 8.
58 Ibid. L. 17 r. 3 Doc. 128.
59 Ibid. Doc. 26.
224

españoles una fuente de ingresos fiscales y calculaba que el provechopa 1; Ci


la Corona sería de unos 240 mil pesos, aun si los pagos por parte ·de 1~~ :;,:
ocupantes eran mo d era d os 60 . c orno resu1ta d o d e su propos1c10n
.. , recibió!·
os ·i¡
orden, en marzo de 1633, de efectuar composiciones de tierras en todo y
territorio de la Nueva Granada, comprendida la provincia de Popayán::~-~ ¡
Esta vez la voluntad de la Corona no encontró obstáculos. No hay dudad ¡
que -para esta época- la influencia de los encomenderos había sufrido men~~ l
guas considerables. La epidemia de 1633 había no sólo diezmado la poblacióti 1
indígena sino que, por primera vez, había tocado también a los español~' j
negros y mestizos. Por su causa habían muerto el arzobispo Bernardinoci~
Almanza, tres canónigos, el arcediano y el tesorero de la catedral y algunc):¡
encomenderos. Cuando el visitador Rodríguez de San Isidro exhlbió su mán.I
dato ante el Cabildo de Santa Fe, éste se apresuró a manifestarle la situación
crítica en que se encontraba la colonia pero sólo obtuvo llegar a un arreglbí
según el cual el mismo Cabildo cargaba con la obligación de pagar una smna
fija por concepto de las composiciones de tierras de su distrito.
Las demás ciudades del Nuevo Reino llegaron a un arreglo parecido;
Las sumas del «encabezonamiento» debían repartirse a su vez entre lo~
propietarios, a razón del 2,5% sobre el avalúo de la propiedad. Como las
composiciones cubrían todo el área de la jurisdicción del Cabildo, éstes~
reservaba el derecho de otorgar en adelante títulos de dominio sobre Ia's
tierras baldías. Con todo, a partir de 1640 los títulos emanaron casi siempre
de los presidentes de la Audiencia. Es posible que el incumplimiento de la
ciudad en el pago de la suma que le había sido asignada haya conducido
al cobro directo del 2,5% por parte de las Cajas reales o que el otorgami_ento
se haya hecho por petición del Cabildo. Como quiera que sea, los presiden~
tes Martín de Saavedra y Sancho Girón distribuyeron una cantidad de tí:
tulos, muchos de los cuales lesionaban los resguardos de los indios, y la
Caja real de Santa Fe cobró directamente el derecho del 2,5% sobre el ava~
lúa de la propiedad por concepto de la media anata 61 •
Las sumas obtenidas dan una idea de la importancia agrícola de las di~
ferentes regiones. Tunja y Santa Fe se colocaban a la cabeza con 18 y 12 mil
pesos de plata cada una, lo cual implicaba que sus propiedades se avalua.~
ban someramente ~n algo más de un millón de pesos de plata. Venían en-
seguida: Villa de Leiva y Pamplona, con cinco mil quinientos y tres mil
quinientas pesos. Las ciudades· de tierra caliente (Tocaima, Vélez e Ibagué)
debían pagar entre dos mil y dos mil quinientos pesos. Finalmente, La Pal:

60 !bid. L. 193.
61 !bid. L. 26 r. 1 Docs. 9 y 15. Cont. L. 1327 y 1329.
225
"~s
~.· . :Muzo y Mariquita se comprometían a pagar apenas mil cuatrocientos
r Jl'Illil
lª' quuuentos
.. pesos de plata62 . .

Y De los repartos que hicieron los cabildos entre los :propietarios no se


:j
• noce hasta ahora sino una información fragmentaria. Esta, que se refiere
r 'ºdos corregimientos de la provincia de Tunja y a tres ciudades de la pro-
:mcia de Popayán, permite, sin embargo, hacerse a una idea de la manera
estaba distribuida la propiedad territorial en la Nueva Granada. En
corregimie.nto de Duitama se compusieron 64 propiedades, avaluadas
en 48.594 pesos de plata, es decir, que debieron pagar 1.215 por la media
anata. En la época de la visita de Juan de Valcárcel, apenas un año después
acordadas las composiciones, el corregimiento de Duitarna apenas tenía
trece pueblos de indios y había llegado a ser uno de los menos poblados de la
provincia (ocupaba el séptimo lugar entre los nueve corregimientos de la pro-
vincia). Esto explica que su contribución a los 18 mil pesos que debía pagar el
Cabildo de Tunja haya sido una de las más bajas. Resumiendo la información
que se posee sobre las composiciones, se ha elaborado el Cuadro 13.

CUADRO 13 .
COMPOSICIONES EN EL CORREGIMIENTO DE DUITAMA63

No. Av.ps. No.


Pueblo Encomendero propiedades plata trib.
Corona Real 11 11.612 168
Soatá Coronal Real 13 6.249 126
Chitagoto Félix Buitrón de Mora 2 9.307
Ocavita y Jacinto Lizarazo y Andrés
Tupachoque Bautista de los Reyes 7 6.081 47
Tequia Juan de Enciso y Cárdenas 2 4.500 61
Sátiva Diego de Carvajal Manrique 6 2.790 95
María de la Peña 2 2.067 83
Juan de Enciso 4 1.373 15
Pedro Feo. Bei;erra 1 670 29
Feo. de Cifuentes Monsalve 2 530 195
(?) 1 325 44
Coromoro Pedro Ordóñez y Vargas 1 200 42
Quebrada de Vera 1 520
Valle de la Miel 1 600
Totales 54 47~024

62 !bid. Cont. L. 1322, L. 1323 y L. 1569.


63 AHNB. Tierras B011. t. 33 f. 9 v. ss. Gobierno, t. 1 f. 4 r. ss. publicado en el ACHSC. Nº 2 cit.
1
226 HISTORIA ECONÓMICA

Las encomiendas de la Corona no sólo totalizaban el mayor número d


indígenas sino también el mayor número de propiedades. En el puéblo(le
Duitama, aparte de las propiedades de Juan de Contreras -que admfu¡ ~
traba su tutora, goña Juana Bravo-, avaluadas en seis mil pesos, el resi
de las propiedades se distribuían entre nueve españoles. Inclusive el cae¡~
que y los indios del pueblo habían sido admitidos a componer una estancia
fuera de sus resguardos por cuatrocientos pesos. En Soatá, trece españoles
se distribuían las propiedades. Allí, una de las estancias admitidas a com-
posición, perteneciente a Andrés de Heredia, fue otorgada por el oidor
Valcárcel a los indios como resguardo. La propiedad más considerableer~
la del capitán Antonio Mancipe, comerciante de Tunja y antiguo encomeit"
dero de Toca, avaluada en mil pesos. ··
En las encomiendas de particulares, los mismos encomenderos poseían
tierras avaluadas en 13.832 pesos de plata (el 29% del total). Félix de Mojica
y su propio padre, Sebastián de Mojica Buitrón, se repartían todas las tie-
rras de Chitagoto, avaluadas en 9.307 pesos. El capitán Juan de Enciso po:
seía nada menos que catorce estancias en Tequia, avaluadas en cuatro mil
pesos. El encomendero de Ocavita poseía la estancia más importante tam-
bién, avaluada en 1.414 pesos. También poseían tierras dos encomenderos
de otros corregimientos: Bartolomé de Velosa, encomendero de Garagoa,
propietario en Ceniza de tierras avaluadas en doscientos pesos, y Fernan-
do de Orellana, encomendero de Susa, con cinco estancias en Onzaga cuyo
valor era apenas de 507 pesos. El resto de las propiedades, distribuidas
entre cincuenta españoles no encomenderos, apenas rebasaban los qui"
nientos pesos, con la excepción de las d.e españoles emparentados con en-
comenderos. Sin duda, les hubiera resultado imposible explotar más de
una estancia sin disponer de la mano de obra accesible a los encomenderos.
De la información disponible, aparece claro que lC?s avalúos no se efec-
tuaron teniendo en cuenta exclusivamente la extensión de las tierras. Al
menos el valor de éstas no es uniforme en los distintos lugares. Tampoco
la unidad de mensura, la estancia, es la misma puesto que puede tratarse
de una estancia de pan o una estancia de ganado mayor. Al parecer, el
precio de la estancia de pan fluctuaba entre ochenta y ciento sesenta pesos:
ochenta en Ocavita, 100 en Soatá, 160 en Chicamocha. En Duitama, el valor
de las tierras parece haber sido mucho más elevado: cuatrocientos por es~
tanda de pan y mil seiscientos por una de ganado mayor. Las estancias de
ganado mayor podían valer de trescientos a seiscientos pesos. Subsiste el
equívoco, sin embargo, de saber si se aludía a la unidad de mensura o ala
unidad de explotación con la misma palabra. Es muy probable, sin embar·
go, que en el momento de los avalúos se haya tenido en cuenta sobre todo
227

eivalor económico de las explotaciones. Si bien, por ejemplo, los encomen-


1 d ros poseían más tierras, es indudable también que estaban en mejores
/ · endiciones para explotarlas. Esto explicaría, en parte, el mayor valor de
· :~s propiedades. Con todo, en ningún caso se trataba de pequeñas propie-
dades. Algunas podían ser de más de cinco mil hectáreas, como las catorce
stancias que poseía en Tequia Antonio de Enciso; la menor debía ser de
1o hectáreas (una estancia de pan), cuando no se trataba de «estancias an-
tiguas» que equivalían, como se ha visto, a 235 y 2.540 hectáreas.
· En 1637, el visitador Rodríguez de San Isidro marchó a la provincia de
popayán, en donde procedió a efectuar las composiciones y a distribuir res-
guardos entre los indios64 . Se sabe que la ciudad de Pasto se comprometió
apagar siete mil pesos de plata por las composiciones65 pero no se conoce
con certeza lo que arreglaron las demás ciudades de la provincia. Posiblemen-
te, Popayán pagó tres mil, Cali dos mil y Buga mil, según se desprende de
los pagos efectuados en las Cajas reales, que se examinarán más adelante.
Es evidente que, exceptuando la región de Pasto -en que se daban
aproximadamente las mismas condiciones que en el Nuevo Reino-, las
características de la apropiación de la tierra en la provincia de Popayán
(meseta de Popayán y valle del Cauca) diferían radicalmente de las del
Nuevo Reino. El aniquilamiento de la población no permitió concentracio-
nes considerables de los indígenas en pueblos que gozaran de cierta auto-
nomía, como en los altiplanos de Santa Fe y Tunja. Allí los indios dispersos
eran poblados por los encomenderos propietarios en sus propias hacien-
das. Así, Rodríguez de San Isidro encontró que los indios de Napunima,
encomienda del capitán Andrés Alderete del Castillo -vecino de Cali-,
estaban poblados en su hacienda. Los indios de su ~ntenado, Lorenzo de
Cobo (hijo de Catalina Palacios Alvarado, sJ mujer), estaban poblados en
la hacienda de San Jerónimo, uno de los primeros ingenios del valle. Sebas-
tíán de Aguirre Astigarreta tam@ién tenía poblados a los indios de su en-
comienda en una estancia' de Amayme,
... sin que los unos ni los otros te~gan tierras propias suyas, porque los
encomenderos anteriores los han sacado de sus naturales y puesto en las
dic. h as estancias...
. 66
••

Las condiciones de estos indios no eran nada envidiables. Según el mis-


mo visitador,

64 Cf. G. Arboleda, op. cit. edic. de la Univ. del Valle, I, p. 192.


65 AGI. Cont. L. 1494.
66 AHNB. Vis. Cauca, t. 5 f. 750 r.
228 HISTORIA ECONÓMICA

... los sitios adonde al presente tienen sus casas los indios ... son pantanosos·.·
67
y con las lluvias y crecientes de los ríos se anegan ... ·

Los grandes latifundios del valle del Cauca se explotaron traslad~~d:i '
1
mano de obra indígena, primero, y luego esclavos de las explotaciones;Ifü~
neras a los ingenios que comenzaron a aparecer a fines del siglo XVI. B~~¡'
1590, Ana Ponce de León, la viuda de Gregorio Astigarreta, hizo una coiht
pañía con su hijo, según la cual ella debía aportar las tierras, los bieNe~
muebles y los útiles del ingenio, mientras que su socio proporcionab¡¡¡¡
mano de obra para explotar el ingenio de San Jerónimo 68 • Un contrato pare..
cido se concertó entre este mismo hijo, Gregorio Astigarreta y Avendaño
y su cuñado, veinte años más tarde, cuando Gregorio heredó el ingenió'.
Esta vez la obligación del socio, el capitán Zapata de la Fuente, consistta
en proporcionar esclavos que debía sacar de sus minas 69 . En 1628, la vib.da
de Cristóbal Quintero Príncipe se asoció también con un hijo que debía
prestar la mano de obra de su encomienda de Polindará, con el objetq de
explotar el ingenio de La Candelaria. Este mismo ingenio pertenecía eñ
1679 a María Quintero Príncipe, quien tuvo que arrendarlo a su hijo,~¡
encomendero Cristóbal Silva Saavedra, para que lo explotara con la mano
de obra de que disponía 70 •
El control de las familias sobre la escasa mano de obra disponible fav0:
reda, sin duda, una gran concentraeión de tierras en muy pocas manos.
Ésta es también la impresión que dejan los pagos individuales de las com~
posiciones en la Caja real de Popayán a partir de 1637 hasta 1646, fecha en
la cual las series de las cuentas se interrumpen71 •
Se trata de 117 capítulos, de los cuales 39 corresponden a los habitantes
de Popayán, 43, a los de Cali, 28, a los de Buga y solamente 4, a los del
centro minero de Caloto. Habiendo arreglado las cjudades el pago de urta
cantidad fija, el contenido de estas cuentas se refiere·a la cuota-parte aslg~
nada a cada propietario, según la importancia de su explotación.
Como se ha visto, en el caso del corregimiento de Duitama, es poco
probable que el avalúo de la tierra se haya efectuado según su extensión.

67 Ibid.··.
68 Cf. G. Arboleda, op. cit., I., p. ns:
69 Ibid. p. 169.
70 Ibid. pp. 180 y 314.
71 Al menos las cifras relativas a Popayán:parecen estar completas. P. Marzahl, quien con·
sultó una «Memoria de las composiciones de tierras» (AGI. Quito L. 12), anota que Rodrígúez
de San Isidro otorgó composiciones a 38 personas.
229

I{ay que tener en cuenta que ésta era muy considerable y que el proceso de
Jllensura resultaba demasiado dispendioso. Siendo así, se recurría a menu-
do a convenciones tales como designar el número de cabezas de ganado
que podían pastar en la propiedad, cuando no se hablaba simplemente de
leguas, es decir, un cálculo basado en la distancia que podía recorrerse en
··. un día. Según un título de 1568, Rodrigo Díez de Fuenmayor había recibido

!.·
( ·dos estancias en Buga, la una de pan y la otra de ganado mayor. No cono-
cemos las dimensiones de las estancias destinadas a tierras de labor en el
·· occidente. En cuanto a la estancia de ganado mayor, ésta se definía en el
título simplemente como dos leguas en cuadro, o sea más de ocho mil hec-
táreas72. Parece pues evidente que el avalúo de las tierras no guardaba en-
tera proporción con sus dimensiones. También en Buga, Francisco Serrano
debió pagar seis pesos por la composición de cinco cuadras, es decir, que
tres hectáreas aproximadamente se avaluaron por 240 pesos, en tanto que
Francisco Rengifo pagó veinticinco pesos por dos estancias -equivalentes
por lo menos a setecientas hectáreas- que debieron avaluarse en mil pe-
sos. Igualmente, las tierras de Zabaletas, del contador Pedro Morillo de Figue-
roa, se avaluaron en tres mil seiscientos pesos. Se trataba de una le~a en
cuadro de tierras de pastos y media legua en cuadro de tierras de labor73 •
Popayán y Cali tienen un número más o menos equivalente de propie-
. dades, avaluadas por una cifra parecida. Sin embargo, es evidente que en
1... Popayán existe una fuerte concentración de propiedades avaluadas en más

! de cuatro mil pesos. Debe insistirse que no se trata dE! una estructura que
indique las características más o menos laHfundiarias de las dos zonas. Exis-
tiendo tan pocos propietarios, el latifundio debía sin duda existir. Sólo que en
Cali o Buga las propiedades no podían alcanzar los. valores que tenían en
'
Popayán merced a una explotación, así fuer'! incipiente, de la tierra.
.
Es explicable, entonces, que los mayores valores de la tierra se hayan
concentrado en Popayán, en dm1de se sabe que la explotación agrícola era
más intensiva aunque la disponibilidad de tierra.s fuera menor que en el
valle. Así, los avalúos practicados para efectuar el reparto del encabezona-
miento revelan más bien la importancia económica de las propiedades y,
posiblemente, de sus ocupa:Q.tes, según patrones de criterio local. Tomados
globalmente, estos avalúas· sirven para indicarnos la estructura de la pro-
piedad en las regiones para las cuales se conocen en detalle. Resumiendo
la información, se obtienen los resultados siguientes:
t.
72 Cf. T. E. Tascón, op. cit. p. 67.
73 Idem. Historia de Buga en la Colonia. Bogotá, 1939. En donde reproduce actas de cabil-
dos y algunos protocolos de escribanos. AGI. Cont. L. 1493.
230 HISTORIA ECONÓMICA

CUADR014
A VALÚOS DE LAS PROPIEDADES DE LA PROVINCIA DE POPA YÁN,
SEGÚN LOS PAGOS DE LAS COMPOSICIONES (1637) 74

Valores No. Vr. Vr. %d~


(pesos plata) propiedades total promedio total >

Popayán 120 a 800 20 8.560 428 8~


801 a2.000 7 10.000 1.432 9
2.001 a 4.000 4 11.400 2.444
4.001 y más
Totales
8
39
46.600
76.560
10.440
10
73
1
Cali 120 a800 21 9.250 440 14
801 a2.000 9 12.760 1.417 19
2.001 a 4.000 10 32.000 3.200 43
4.001 y más 3 16.200 5.400 23
Totales 43 70.210
Buga 120 a800 15 6.880 458 19
801 a2.000 8 11.400 1.425 32
2.001 a 4.000 4 12.400 3.100 34
4.001 y más 1 5.600 5.600 15
Totales 28 36.280

Este fenómeno salta a la vista si comparamos el conjunto de los datos


que se poseen de la región occidental con los que poseemos de un solo
corregimiento de la provincia de Tunja. En Duitama, los avalúas se regis~
tran como sigue:
1
CUADR015
AVALÚOS DE LAS PROPIEDADES DEL CORREGIMIENTO DE DUITAMA,
SEGÚN LOS PAGOS DE LAS COMPOSICIONES (1640) .

Valores No. de propiedades Vr. total Valor promedio % del total


Menosde120 9 656 73 1,3
121a800 42 14.277 339 29,3
801 a2.000 10 14.701 1.470 30,2
2.001 a 4:000 1 4.000 4.000 8,2
4.001 y más 2 14.960 7.480 31
64 48~594

74 AGI. Cont. L. 1493.

J
231

Aunque se trata en este caso de propiedades grandes, sus dimensiones


0
alcanzan el gigantismo de las estancias del valle del Cauca. En .un espa-
~io comparativamente mucho más pequeño existen más propietarios y el
eso de los menores valores es mucho mayor: 30.6% contra 8, 14y19%. La
~resencia de concentraciones indígenas importantes permite pensar que
no se trataba, como en el valle del Cauca, de propiedades dedicadas casi
exclusivamente a la ganadería. Si bien, como se ha visto, los encomenderos
-o personas emparentadas con la casta de los encomenderos- poseían
una buena parte de estas tierras, existían asimismo propietarios no enco-
menderos que debían aprovecharse cada vez más del sistema de concertaje,
introducido en 1598. Esta posibilidad no existía en el occidente colombia-
no, en donde los ingenios o las estancias dedicadas a la ganadería debían
emplear mano de obra esclava.
Naturalmente, no puede llegarse a una conclusión apresurada respecto
a lo que se ha convenido en llamar aquí la «estructura» de la propiedad de
Jas dos zonas. Sólo pueden entreverse, a través de los pocos datos cuanti-
ficables que nos han llegado por azar, algunos de los rasgos más salientes
de esta estructura. Nada puede qfirmarse con certeza respecto a la exten-
sión de los latifundios en el occidente, ni a la proporción entre tierras apro-
vechables y aquéllas que simplemente eran pantano o «arcabucos», es
decir, tierras no roturadas o no aprovechables, debí.do a las condiciones
técnicas de la época. Con todo, las éom12osiciones que ?e llevaron a cabo a
partir de 1635 constituyeron un paso fundamental ·en el devenir histórico
de la Nueva Granada. Ellas fueron la sanción institucional de un proceso
que, con las variantes anotadas para las dos regiones, venía gestándose
a
desde el momento de la Conquista. Posiblemente partir de ese mismo
instante se hayan fijado las condiGiones definitivas, éstas sí estructurales,
de nuestro desarrollo histórico ~ntero.

LOS RESGUARDOS INDÍGENAS

El reconocimiento de resguJl!dos indígenas se llevó a cabo a partir de 1593


y el proceso se prolongó hasta 1635-1637, época de las últimas composiciones
generales. Los primeros resguardos fueron asignados a los indios de Santa
Fe por el oidór Miguel de !barra, entre 1593 y 1595. A partir de este último
año, el oidor Egas de Gll1imán comenzó la distribución de résguardos entre
los indios de la provincia de Tunja, pero su visita tuvo qt,Ie interrumpirse.
De 1600 a 1603, el oidor Luis Henríquez hizo una nueva redistribución de
los resguardos en Tunja y Santa Fe, de acuerdo con su política de «pobla-
232 HISTORIA ECONÓMICA

mientas». Durante la visita de Juan de Valcárcel (1635-1636) se distribu


ron también algunos resguardos en la región de Tunja. ~~
En otras reg~~nes, el recon?cimien;o de resguardos fue ,más tardío.·~n
Pamplona, el visitador An:tomo Beltran de Guevara «poblo» a los indíg
nas y les asignó resguardos en 1601-1602. En 1623, el oidor Villabonaz~
biaurre llevó a cabo una reagrupación de los indígenas en forma much'
más drástica reduciendo todos los pueblos de la provincia a diez doctrin~o
solamente, lo cual implicaba, como en el caso de Santa Fe y Tunja, \tiis
alteración de los resguardos otorgados inicialmente. En 1617, el oidor Les~
mes de Espinoza y Saravia había llevado a cabo concentraciones seme}~­
tes en Vélez, Muzo y La Palma 75, y diez años más tarde hizo lo mismo;~ri
la región de Cartago-Anserma. Francisco de Herrera Campuzano «poblÓ>>
también los pocos indios que quedaban en Antioquia en 1614, y, en 1637
Rodríguez de San Isidro intentó poblar y asignar resguardos a los indÍ~~
dispersos en los latifundios del valle del Cauca. .
Ya se ha visto cómo -según Morner- la idea de la coexistencia de dos
«repúblicas» presidía esta política de poblamientos. Sus consecuencias
respecto ·a la tenencia de la tierra, parecen bastante claras. Las concentr~~
ciones, que iban a perdurar por más de siglo y medio, se llevaron a cabo ~n
el momento en que la población indígena apenas representaba cercadél
10% de su tamaño original. Esto significaba, simplemente, que concentrar
a los indios permitiría dejar grandes espacios libres a la eventual ocupa~
ción de «colonos» españoles y mestizos. De la misma manera que las com~
posiciones, el otorgamiento de los resguardos significó la culminación de
un proceso que había venido gestándose en el siglo XVI. Generalizando un
poco arbitrariamente, puede afirmarse que si las composiciones dieron ori-
gen al latifundio colombiano, los resguardos son un antecedente de lÓs
minifundios en algunas regiones. El hecho de que las poblaciones indíge-
nas reagrupadas fueran la fuente de la mano de obra y que ahora, mediante
el sistema del concierto, esta mano de obra estuviera desvinculada del sis-
tema de la encomienda se puede señalar también como un antecedente a
las relaciones que suelen existir entre latifundio y minifundio.
Los primeros otorgamientos de resguardos entraron a menudo en conflic-
to con las pretensiones de encomenderos y ocupantes españoles. Los inctios
tuviero.n que hacer valer títulos y amparos sobre su posesión tradicional,
en contradicción con otorgamientos a españoles, que provenían de los cá-
bildos y de la Audiencia o de las simples ocupaciones de hecho. Algunas

75 D. Fajardo, op. cit., J. Friede; «Las minas de Muzo y la peste acaecida a principios del siglo
XVII en el Nuevo Reino de Granada». BCB. Vol. IX, Nº 9 Bogotá, 1966, p. 1826.
233

de estas tierras, ocupadas por españoles, habían sido primitivamente


«aposentos» de los encomenderos. Se trataba casi siempre de las mejores
tierras, de las cuales los indios habían sido desplazados. En ellas solían
cultivar los cereales que pagaban como tributo cuando el encomendero no
sacaba de la comunidad indígena mano de obra adicional para cultivarlas,
convirtiéndolas en «sus» estancias.
Sobre lo que Egas de Guzmán quería señalar como resguardos de Chi-
vatá, por ejemplo, pesaban las pretensiones de Jerónimo de Rojas, quien
alegaba haber recibido estas tierras de la Audiencia, y de Juan Rodríguez
de Vergara. Ocurría, sin embargo, que se trataba de la vega de un río (Sia-
toque), el único sitio fértil que podía ponerse a disposición de los indios
para que hicieran sus cultivos. A pesar de las pretensiones de los dos
españoles, el visitador y el presidente González ampararon a los indios 76 .
También Bernardino de Mojica, encomendero de Guachetá, a quien el
presidente González había confiado la pacificación de los pijaos en 1591,
alegaba que había iniciado un proceso de composición con la Corona por
tierras que poseía en el pueblo de su encomienda desde hacía 25 años. El
visitador había ordenado destruir sus aposentos y bohíos para entregárse-
los a los indios. Esto, según el encomendero, daría ocasión a que se perdie-
ran 1.500 fanegadas de cereales y no tener en donde albergar a los soldados
que reclutaba para la guerra contra los pijaos77 . •
En ocasiones se compensaron lq,s posesiones de españoles sobre las cua-
les se alegaba tener un titulo. Así, al otorgar los resguardos de Bonza, Egas
de Guzmán compensó tierras que habían pertenecido a Pedro Núñez Ca-
brera y Elvira Holguín, con tierras de los indios. Inclusive ·autorizó a la
señora para permanecer dentro de las tierras otorgadas a los indios como
resguardo hasta que recogiera las cosechas que tenía sembradas. En los
demás casos, el visitador procedió a declarar vacas las tierras sobre las
cuales no se había exhibido un~tulo o cuyo título era inválido, adjudicán-
dolas a la Corona. Como se ha visto, se esperaba gue esta declaración diera
origen a compras y composiciones que nunca se llevaron a efecto 78 •
Luis Henríquez prosiguió la visita inconclusa de Egas de Guzmán, cin-
co años más tarde, en 1601-}603. Sin embargo, la decisión de repoblar a los
indios trajo consigo alteraC:iones en los resguardos que ya habían sido asig-
nados por Egas de Guzmán. La concentración de pueblos tenía como con-
secuencia natural una restricción en las tierras que disfrutaban los indios
t.
76 AHNB. Vis. Bol., t. 3 f. 581 r.
77 Ibid. Vis. Boy., t. 17 f. 60 r.
78 Ibid. t. 12 f. 993 r. f. 479 r.
234

puesto que su traslado las dejaba fuera de su alcance. En algunas ocasi ·


nes, también la necesidad de ampliar los resguardos de los pueblos en :
debía hacerse la concentración afectaba las posesiones de otros pueb1!,e
daba lugar a conflictos entre los mismos indios. y
A pesar de que, formalmente, el visitador amparó a los pueblos de lo
indios que debían trasladarse, en los resguardos que ya poseían, mucho~
españoles no tardaron en pedir las tierras que quedaban abandonadas. Asíí
Juan de Novoa Sotelo, Juan de Torres y Francisco Verdugo se apresurarQn·
a pedir las tierras que quedaron fuera de los resguardos de Pesca. Henií-
quez inspeccionó estas tierras y comprobó que los indios tenían allí la má-
yoría de sus labranzas porque los resguardos eran insuficientes y no .tan
fértiles como las tierras que pedían los españoles. Juan de Torres ofreció
por ellas primero 200 pesos oro, más tarde 400 y, finalmente, cuando tuvo
noticias que se habían otorgado a Novoa, ofreció mil pesos» 79 •
Sin duda, el temor de verse desposeídos hizo que los indios se resistie:..
ran sistemáticamente a reducirse a las poblaciones señaladas por Henrí-
quez. Esta amenaza no provenía solamente de los españoles sino también
de otros indios. Los de Soaza -que habían recibido orden de poblarse
en Pesca- pidieron amparo de sus tierras y de paso aprovecharon la
oportunidad para hacerse otorgar un pedazo que les disputaban los de
Cormecho~ue, puesto que éstos pasarían a poblarse un poco más lejos; en
Siachoque8 .
Juan de Valcárcel encontró en el curso de su visita que algunas poblá-
ciones de indios no habían recibido asignación de resguardos en las visitas
anteriores81 . Otros no sólo no se habían poblado según lo dispuesto por
Henríquez sino que ni siquiera estaban-en forma de pueblos y andaban
dispersos, junto a sus labranzas. Es evidente que los indios buscaban pro-
tegerse de la desposesión a la que los había condenado la orden de trasla-
darse a otros pueblos.
En el curso de la visita, pudo verse cómo estos traslados habían agudi-
zado los conflictos con q.lgunos propietarios españoles, quienes oponían su
prestigio y su capacidad de intriga local, a la voluntad de la Audiencia de
proteger a los indios. Españoles como el regidor de Tunja, Juan de Novoa
Sotelo, podían usar .de su influencia para hacerse adjudicar tierras que ha-
bían pertenecido a los indios. El 2 de enero de 1602 obtuvo del presidente

79 !bid. t. 4 f. 87 r. ss. Otros casos en t. 12 f. 425 r., f. 399 r., f. 395 r., t. 13 f. 39 r., t. 11 f. 431 r.,
t. 15 f. 125 rr. d. 122 r. f. 167 y Vis. Bol., t. 12 f. 425 r.
80 !bid. Vis. Tal., t. 2 f. 641 r.
81 !bid. Vis. Boy., t. 4 f. 657 r.
235

Sande título de una estancia de ganado mayor que había pedido para su
hija (estaba casado con Leonor Suárez), con el compromiso de pagar la
composición en el momento en que se le exigiera. La estancia en cuestión
estaba situada en tierras de los indios de Sitaquecipa, encomienda de Isa-
bel de Zambrano. Inmediatamente después de conseguido el título, Novoa
procedió a ocupar la estancia pero los indios alegaron el amparo que les
había dado Henríquez en el momento de poblarlos en Soracá. Se quejaron
de que Novoa había hecho lo mismo en tierras de los indios de Pesca, To-
basía, Boyacá, Icaga y Guatavita.
En junio de 1604, los indios y Novoa obtuvieron simultáneamente man-
damientos de amparo. El de Novoa procedía del corregidor de Tunja, An-
tonio Beltrán de Guevara, y fue el primero en ejecutarse. Por orden del
corregidor, el alguacil mayor de Tunja procedió a echar a los indios con el
pretexto de que continuaban cultivando sus propias tierras para no poblar-
se en Soracá. Apenas un mes más tarde, los indios hicieron efectivo su pro-
pio mandamiento de amparo, el cual provenía de la Audiencia. Lo ejecutó
el corregidor de naturales, Gonzalo Méndez, después de recoger una infor-
mación sumaria entre los caciques de Guatecha, Tocavita y Turga. Novoa
contradijo el amparo alegando su título y el hecho de que había poseído las
tierras por cuatro años, sin contradicción de los indios. Sostenía que Gon-
zalo Méndez había procedido por amistad con la e;,_comendera Isabel de
Zambrano y sus deudos, pues una'sobrina de la enco~endera estaba casa-
da con el encomendero de Soracá, Juan Rodríguez de Morales82 • Sin embar-
go, Novoa tampoco podía defenderse del mismo cargo puesto que, además
de ser regidor de Tunja, había empleado en el curso del proceso a su cuña-
do, Jerónimo Grimaldo, quien había actuado como juez y escribano en la
causa contra los indios y había intervenid() también en su traslado a Sora-
cá, por orden del visitador He11.,ríquez.
Por esta vez los indfos de Sitaquecipa pudieron conservar sus tierras
aunque la decisión de poblarlos en otra parte los.condenara, finalmente, a
su pérdida. En 1653 volvieron a sufrir otra acometida del capitán Francisco
de Cifuentes Monsalve, quien vendió las tierras de los indios de Sitaqueci-
pa como si pertenecieran a·ios de su propia encomienda de Viracachá. Una
vez más, los indios obtuvieron el amparo del corregidor de su partido, Je-
rónimo Palomino. Un siglo más tarde, sin embargo, José María Campuza-
no declaró que estas tieíras no prestaban ninguna utilidad a los indios de
Soracá por estar separadas de su resguardo y las declaró vacas. Las tierras

82 Ibid. t. 9 f. 948 r. SS.


236 HISTORIA ECONÓMICA

se remataron en Santa Fe el 4 de febrero de 1778 a Fernando Moreno


Quintero, vecino de Tunja, en la cantidad de 310 pesos. Z
En Pamplona, durante la visita de Beltrán de Guevara, los caciques res-
pondieron a una pregunta específica sobre el goce de sus tierras, y cas:
todos dieron a entender que hasta entonces habían tenido tierras suficien~
tes. La uniformidad de estas respuestas, sugiere, sin embargo, que el visitado~
no esperaba algo diferente, es decir, que habría existido alguna coacción ··.·i
por parte de los encomenderos para que los indios respondieran en es~ •
sentido. Si bien es cierto que en algunos casos se recalcaba el hecho de que
la disminución del número de indígenas había tenido como consecuencj~
1

acrecentar s.u participación en las tierras, sin embargo, la realidad parece


haber sido diferente.
Aunque existe alguna confusión respecto a la ocupación de la tierra por
parte de los encomenderos, es indudable que, de hecho o de derecho, casi
todos tenían «aposentos» en el sitio mismo de la encomienda. Algunos,
como se ha visto, habían obtenido mercedes de tierras del Cabildo de Pam-
plona en la proximidad de su encomienda o simplemente las ocupaban de
hecho. Lo cierto es que la casi totalidad del tiempo los indios útiles estaban
ocupados en labores en los «aposentos» de su encomendero y que el área
del cultivo del trigo crecía a expensas de la del maíz. En tanto que para l<Í •
l
primera se señalaban de 10 a 20 fanegadas de sembradura, el maíz apenas
constituía «labrancillas» de media o dos fanegadas recuperadas trabajosa~
mente de los montes. En ocasiones, el encomendero optaba ·por trasladar; 1
todos los indios a sus aposentbs, en donde les asignaba un pedazo de tierra
para sus labores de maíz o les distribuía una ración. Tampoco se mern::io.:
nan ganados pertenecientes a los indígenas antes de 1602, lo cual constitu.:
ye un indicio claro de la exigüidad de sus parcelas.
En algunos casos, los indios declararon que sus .términos estaban tan
lejos de Pamplona que no temían una intrusión de los eºspañoles. Según los
indios de Tompaquela (del menor Francisco Gómez), ni siquiera había un
camino para su tierra. Sin embargo, denunciaron a Jerónimo Arias, quie!l
quería quitarles un pedazo de tierra 83 . El cacique de Mogotocoro atribuía
la abundancia de sus tierras a que estaban lejos de Pamplona y a que los
indios eran pocos 84 . Según el cacique de Loatá, nadie usurpaba sus tierras
porque, aunque fértiles, eran también de difícil acceso («ásperas y frago-
sas» )85. En algún caso excepcional, cuando los indios no estaban completa.:

83 Ibid. t. 3 f. 138 v.
84 Ibid. Vis. Sant. t. 5 f. 489 r. ss.
85 Ibid. f. 534 r.
237

ente sometidos, todavía podían gozar de la tierra sin cortapisas. El caci-


, ~e de Támara afirmaba orgullosamente que su pueblo era el «último»,
!ue allí nadie tenía estancia y

... ansí eran señores y poseían muchas tierras, en donde se cogían muchos
maíces y otras legumbres y semillas y criaban sus ganados, que algunos
indios tenían vacas y yeq¡igas y que no las habían tenido con linderos porque
6
· eran señores de todo ...

Los indios de Gemara, vecinos de los de Támara, declararon algo seme-


¡ánte, pues sólo recientemente habían sido sacados de la montaña.
Todo esto sugiere la situación precaria de los indios respecto de la po-
sesión de la tierra, una vez que los pobladores españoles se interesaban en
los cultivos agrícolas. Sin embargo, hacia 1602 parecía haber tierras su-
ficientes debido a la disminución de los indios y a la precariedad de la
ocupación española. Por eso el otorgamiento de resguardos parece haber
buscado, sobre todo, concentrar a los indígenas sobrevivientes en torno a
poblaciones para procurar su acrecentamiento y para facilitar la labor de
los doctrineros, los cuales se quejaban de que tenían que recorrer distan-
cias enormes para cumplir con sus deberes.
Pero aun si los indios gozaban de pequeñas parc¡;las que los encomen-
deros y los pobladores españoles no, reivindicaban para sí, siempre estaban
sujetos a las depredaciones de los ganados que past~ba:µ libremente, según
la costumbre española. Desde el primero de abril de 1553, el Cabildo había
dispuesto que el ganado de los vecinos de Pamplona se guardara en un
corral para evitar daños en las inmediaciones ~e la ciudad y para que el
valle pudiera sembrarse87 . En marzo del año sigúiente se nombró a uno de
los vecinos con 170 pesos oro de salario pata que cuidara de la guarda de
estos ganados. En abril se dispuJ>o que los dueños debían pagar los daños
que causara el ganado y en junio se limitó a 20 el número de cabezas de
puercos que cada vecino podría tener dentro de lbs ejidos de la ciudad88 .
En diciembre se limitó asimismo a S:uatro las cabezas de vacuno para cada
vecino. El resto debería sacarse de los términos de la ciudad en 30 días 89 .
En abril de 1560, Juan Ramír'ez de Andrade se quejó al Cabildo de que los
indios de Hichirá (¿Chichirá?), los cuales se habían poblado muy cerca de

86 Ibid. t. 3 f. 680 r. SS. t.


87 Primer libro de actas del cabildo de la ciudad de Pamplona en la Nueva Granada (1552-1561).
Bogotá, 1950. pp. 14 y 15. ·
88 Ibid. pp. 82 y 94.
89 Ibid. p. 114.
238 HISTORIA ECONÓMICA

Pamplona y se habían encomendado a Ramírez, se despoblaban porque}


ganados de los vecinos les comían sus labranzas. Entonces el Cabildo aos
torizó a los indios de la comarca para que mataran el ganado intruso, perot
noviembre del mismo año retiró esa autorización90 • n
Como puede verse, las disposiciones del Cabildo se referían siempre
los términos más inmediatos de la ciudad puesto que de ellos dependía:
los abastecimientos más comune9 de hortalizas y legumbres. Pero ninguna
disposición encaraba el problema más general, particularmente en cuanto
afectaba las labranzas de los indios. En estos años, sin embargo, se autorizó
a 16 vecinos a usar una marca para su ganado, hubieran o no recibido.~s­
tancias previamente. Todo parece indicar que, como en otros territoriÓs
americanos, el ganado se multiplicaba a su antojo a expensas de los culti-
vos de los indígenas, entonces dispersos y sin cercas. .. .l
Así, el otorgamiento de resguardos iba a limitar -aun fuera de manera 1l
precaria- esta especie de dominio eminente de los propietarios españoles •.'1.·

del ganado. Por otro lado, es posible que, como consecuencia de la unificación
de las parcelas de los indios, se liberaran globos de tierras que los españo~
les podían pretender en adelante. La reducción en los resguardos significa,
en todo caso, un título cierto, el cual parecía preferible a un reconocimiento
teórico de los derechos tradicionales de los indios sobre la tierra.
Los resguardos iban a quedar expuestos, sin embargo, a presiones ext~
riores. En 1607, por ejemplo, apenas cinco años después d.e otorgados.los
resguardos, Cosme de Sierra, mayordomo del encomendero Luis Jurado;
obtuvo a título de venta una estancia del cacique de Guaca. Según el con-
trato, el cacique había recibido en pagoúO pesos oro de veinte quilates pero
en realidad Sierra sólo pago tres caballos de carga y dos mulas cerreras:
Diego de Sierra, hijo de Cosme, heredó la estancia y la poseía en 1623. Vi~
llabona Zubiaurre declaro la nulidad de la venta pUe.sto que el cacique no
podía haberlas vendido, ya que pertenecían a los indios en comunidad91;
Así, las posibilidades de aprovechamiento de los resguardos por parte
de los indios eran muy limitadas. Por un lado, la disminución constante de
la población y su traslado a los asientos españoles; por otro lado, la usur-
pación, como en el caso que acaba de verse, o la ocupación de los resguardos
con cul.tivos de los encomenderos. La reagrupación misma de poblaciones
contribuía a cercenar los resguardos primitivos puesto que al otorgarse
nuevamente se tenía en cuenta el número de indios que quedaban.

90 Ibid. pp. 300 y 323.


91 Ibid. Vis. Boy., t. 9 f. 182 r. ss.
239

En Anserma, una región casi exclusivamente minera y que dependía del


xterior para abastecerse, algunos encomenderos habían introducido ga-
:ado y recibían de sus indios cierta cantidad de cereales como tributo 92 • En
· l627, el oidor Lesmes de Espinoza y Saravia inspeccionó las tierras que
habían pertenecido a los indios de Anserma. Muchas de estas tierras, que
habían sido otrora fértiles, habían sido ganadas por el monte. Algunos in-
'·• dios, como los de Supinga, gozaban todavía de sus tierras gracias a que sus
¡ encomende.ros vivían en Cali. Estos indios declararon que tenían buenas
¡ uerras a tres leguas de Anserma,
}-'
l:

... de sabanas y lomas que aran con bueyes y también en vegas del dicho
río de Supinga ... han tenido y tienen sus tierras conocidas por sus quebra-
das, ríos y linderos, donde han fecho sus labranzas para su sustento y
algunos dellos tienen caballos, yeguas de carga y bueyes de arada y mansos
. de carg~ y que a estos indios no los han sacado de sus tierras a otras dife-
rentes...
3

Sólo las tierras inmediatas a las explotaciones mineras estaban ocupa-


das por hatos de españoles. El visitador tuvo que despojar de ellas a los
a
ocupantes para poder «poblar» los indios de la vega de Supía y del Peñol.
Estas tierras no tenían otro título que la ocupación de hecho de los enco-
menderos, quienes, e:Q ocasiones, las habían enajenádo a los mineros. Así,
un Martín de Zárate había comprado una estancia en el Peñol al encomen-
dero de Tabuya, capitán Franci~co Ramírez de la ·Sefna94 • Cristóbal Sán-
chez Hellín, minero que poseía una estancia en la vega de Supía, afirmaba
que estas tierras habían sido ocupadas con hatos de españoles desde hacía
más de cincuenta años y que se habían venido transmitiendo por ventas
sucesivas95 • Finalmente, el mismo encomepdero de Tabuya, Ramírez·de la
Serna, defendía su ocupación afiimando 'que tenía las ·tierras por compra
que había hecho de ellas al cad"que del Peñol96 • ·
Curiosamente, todos los que fueron despojados de tierras para poblar y
asignar resguardos a los indios pidieron compensación en el mismo sitio,
las tierras que habían sido de los mdios de Andica, a quienes Lesmes había
hecho poblar en otro sitio~ .De estas tierras decía Francisco Ramírez de la
Serna que

92 Ibid. Min. Cauca, t. 3 f. 337tir. ss.


93 Ibid. f. 547.
94 Ibid. f. 442 r.
95 Ibid. f. 425 r.
96 Ibid.
240

... me han parecido y parecen las mejores de los términos de la dicha


así para estancias de ganados como para sembrados, y ninguna en los
chos términos conozco tan capaces para lo sobredicho, en las cuales
capacidad de tres estancias de las modernas ...

Se verá, un poco más adelante, que esta situación se repite en


na, otra región minera.

LA MAGNITUD DE LOS RESGUARDOS

Desde el :11?-?"1ento en que se otorgar~n, los resguardos atra~esaron por>


muchas v1cISitudes. Con todo, las pres10nes de que fueron obJeto no pue:'."
den explicarse solamente por el hecho de que españoles y mestizos ambi~
donaran apoderarse de ellos para acrecentar sus propias posesiones.Sise
tiene en cuenta la extensión real de los resguardos indígenas, parece más·
probable que estas presiones hayan operado en función de la escasez ere)
ciente de la mano de obra y de la necesidad de establecer un sistema d~
97
«colonato» para asegurársela • :
Es posible que el otorgamiento de resguardos haya privado a los encb~
menderos de algunas buenas tierras cercanas a los pueblos de indios. Lo~
amos tenían la costumbre de considerar esas tierras como suyas, destiná.Íl~
dalas al pago del tributo en especies (trigo, maíz, cebada). En el momentB
de distribuir esas tierras entre los indios, casi siempre se encontraron ocup~-'
1
das por cultivos que, se afirmaba, pertenecían al encomendero. Con todo,
no es probable que, como lo sostenían los encomenderos, el reconocimieii:.'.
to de los resguardos haya contribuido a-su ruina. . · ..•. ·
El administrador de la encomienda de Susa, por ejemplo, se quejaba d~
que después de la atribución del resguardo la productividad del domini()c
del encomendero (se trataba de la estancia de Chiquínquirá) había descén.'.
dido, como consecuencia de que las mejores tierras habían sido distriblli.'.
das a los indios. Sin embargo, según las cuentas de la estancia, desde 1590
hasta 1605, las cantidades de trigo destinadas para semillas son más o me-
nos equivalentes aunque el rendimiento sea desigual (véase Cuadro 16). ·
Los resguardos habían sido metidos en mayo de 1592 y los indios 4e
Susa haqían recibidó 80,2 hectáreas (para cerca de 311 tributarios). El ofor~
gamiento no fue confirmado por Miguel de Ibarra sino en 1594. La cosecha
del año siguiente fue normal, pero los años 1596, 1597 y 1598 parecen haber

97 Sobre el colonato Cf. Magnus Morner, «El colonato en la América meridional desde el
siglo XVIII» (Informe preliminar). Estocolmo, 1970.
241

~,ufrido los efectos de la nueva situación. Con todo, a partir de 1599 las
fi 5 sas parecen retornar al estado anterior, al menos en cuanto a la cantidad
~.·~~semillas reservadas para la siembra. Así, el otorgamiento de resguardos
habría modificado la proporción del rendimiento por hectárea y no la can-
', tidad de tierras disponibles por parte del encomendero que, seguramente,
liada que los indios roturaran otras nuevas.

1CUADRO 16
p&ODUCCIÓN DE TRIGO EN LA ESTANCIA DE CHIQUINQUIRÁ"
~ (de Isabel Rmz Lanchero)

Fanegadas Producto Rendimiento Sem. consumo Harina Precio pesos


Año sembradas (faneg.) % diezmos (arrobas) oro 13 carts.
1590 96 1.046 10,8 519 2.635 1.365
1591 300 2.960 9,8 733 11.165 4.195
1592 317 1.057 3,3 581.5 2.380 892
1593 350 2.477 7,0 704.5 8.872 3.553
1594 331 2.526 7,6 700 8.160 3.765
1595 322 2.304 7,1 662 9.828 3.071
1596
1597 1.027 143 5.307 1.625
1598 662 464 1.212 371
1599 302 766 2,5 , 476 1.893 579
1600 298 1.114 3,z 522 3.552 1.087
1601 278 1.350 4,8 536 4.884 1.607
1602 244 755 3,1 533 1.296 486
1603 302 1.107 3;6 577 3.227 1.121
1604 323 1.971 6,1 691 7.517 2.215
1605 392 1.366 3,4. ·º938 2.541 741
..
En cuanto a los resguardos, se trataba evidentemente de buenas tierras.
Pero lo que los convertía en objeto ambicionado por los encomenderos era
la proximidad de los indios. Así, menos que sobre las tierras otorgadas, las
quejas de los encomenderos.se referían a la negativa de los indios a trabajar
como antes y a la obligación de pagarles un salario. A pesar de las ventajas
que los encomenderos podían encontrar en los «poblamientos» en cuanto

c.
98 AGI. Eser. Cám. L. 764, pieza Nº 1 f. 774 v. y pieza 2ª f. 22 r. La fanega de trigo rendía
entre cinco y seis arrobas de harina. El precio del trigo, muy bajo °(2, 2,5 y 3 tomines la
arroba), se explica por el hecho de que era vendido al por mayor a comerciantes que lo
revendían en las ciudades.
242 HISTORIA ECONÓMICA

a la disponibilidad de tierras que habían sido otorgadas como resguard


y que los indios debían abandonar, ellos mismos se oponían a menud ~s
esta medida que los privaba d.e la presencia inmediata de una mano-~!
obra que controlaban a su capricho. •·e·;
En 1593, en el momento de emprender la primera distribución de 1: r;
guardas entre los indígenas de Santa Fe, el oidor Miguel de !barra fijó}~
reglas de los otorgamientos. Según una de ellas, la extensión de tierra qus.
sería atribuida a los indígenas debería depender del número de tributario:
y en ningún caso podía exceder de 1,5 hectáreas por tributario 99 • ·•
Aunque no se conservan para la región de Tunja sino unos pocos aU.t~k
de las visitas (posteriores a la de Egas de Guzmán) en los que consten'Iás
medidas de los resguardos, todos tienden a confirmar esta regla. Cuando
Egas de Guzmán hizo las primeras atribuciones, muchos resguardos ni si-. ]
quiera se midieron ante el obstáculo que presentaba un terreno demasiado ~
quebrado. En tales casos se procedió a fijar los linderos tomando como •.l·

puntos de referencia las elevaciones más notables y a señalar como tierras j


aprovechables las vertientes que confluían a las poblaciones. Cuando no 1
existían estancias de españoles cercanas, se estimaba que la mensura ¡fo .•
representaba utilidad alguna puesto que siempre se hacía en previsión de ;
un pleito o con ocasión de uno. ···
En tierras más parejas, el resguardo era casi siempre un rectángulo per-
fectamente regular, al que se asignaban tantos «pasos» en redondo y que
se medía con una cabuya ajustada en 76 o 100 varas(= 100 pasos). Las varas
eran usualmente «de la tierra», es decir, equivalentes a unos 89 centímetros.
Se posee la información más completa respecto a los resguardos de So"
gamoso. El 30 de agosto de 1596, Egas de Guzmán procedió a inspeccionar
las tierras de los indios y encontró que el cacique arrendaba varios pedazos
a personas que no hacían parte de la comunidad _indígena. Así, Antonio
Bravo Maldonado, encomendero de Tópaga, tenía arrendado un pedazo de
180 fanegadas de sembradura (¿unas 540 ha?), en el que mantenía cultivos
de trigo, maíz y lino. ,También disfrutaban tierras de los indios, en arren-
damiento, un tal Hernán García, un Moreno, criado de Bravo Maldonado,
un mulato, el doctrinero y algunos indios de Tópaga 100 •
El mismo día procedió a asignarles como resguardos un rectángulo de
5.000 pasos por 3.700. Como medida adoptó una cabuya de 67 varas «... con
que se mide la ropa de Castilla ... », es decir, una vara equivalente a unos
0,84 m para cada cien pasos. Así, los-indios disponían de 204 ha 4.748 m2

99 Ibid. Santa Fe L. 17 r. 2 Doc. 78 f. 4 v.


100 AHNB. Vis. Boy., t. 10 f. 289 r. ss.
243

'lo para sus labranzas puesto que las tierras que se destinarían para ga-
s~dos (en las partes altas) no se midieron y apenas se calculó que tendrían
diez mil pasos en redondo. En el rectángulo se incluyeron parte de las 180
fanegadas de sembradura arrendadas a Bravo Maldonado. En cuanto a las
que el cacique tenía arrendadas y que no se incluyeron en el res-
guardo, se declararon vacas. Asimismo, se prohibió a los indios que arren-
daran las tierras del resguardo a españoles o mestizos, con la amenaza.de
que si lo hacían se declararían tierras vacantes 101 •
En abril de 1639, los resguardos otorgados por Egas de Guzmán a los
3 indios tributarios de Sogamoso se midieron en su totalidad. En esta
63
~casión se empleó la vara de la tierra (de 0.89 m) y se ajustó una cabuya de
100 varas. Según la nueva medida, los res~ardos tenían 35 cabuyas por
34 es decir, una extensión de 942 ha 5.990 m 2 (o 942,6), de las cuales 738 se
1

déstinaban para pastos, si se tiene en cuenta la medida anterior102 • ·


Las tierras otorgadas por Egas de Guzmán eran notoriamente insufi-
cientes, pues apenas significaban media hectárea de labor para cada tribu-
tario. Si se incluyen las tierras destinadas para pastos, la relación alcanza
apenas a 2,5 ha por tributario. La misma estructura social indígena contri-
buía a restringir la tierra para muchos de los indios dé Sogamoso. Los he-
rederos del cacicazgo disponían, de hecho, de las porciones más grandes y
Jos capitanes se atribuían pedazos mayores para sus'capitanías. En 1636, el
visitador Valcárcel encontró que prácticamente la tierra del resguardo es-
r
taba monopolizada por el caciqu.e porlos herederos 8.e dos capitanes, D.
Pascual Martín y D. Pedro Tobaca1 3. Este último, capitán de la parcialidad
de Tobaca, había dejado, a su muerte, las tierras que pertenecían a su capi-
tanía a sus dos hijas, Juana y Jerónima, casadas con los mestizos Blas
Martín y Francisco Pérez 104 • Poseí:in las dos mujeres 40 fanegadas de sem-
bradura, en las .que mantenían 1.600 ovejas y 50 reses. Su padre había de-
fendido con éxito, estas tierras,"de Diego de Vargas, quien había obtenido
un título sobre ellas del president~ Borja105 • Su propiedad databa de antes
de señalarse los resguardos de los indios, de un título concedido por el
presidente González en 1591. Más· adelante, en 1625, Tobaca obtuvo otras
26 fanegadas de sembradurn dentro del resguardo. La familia Iracansa,
heredera del cacicazgo, poseía también propiedades importantes. Según

101 Jbid. t. 8 f. 388 r. SS.


102 Ibid. f. 632 r.
103 Ibid. f. 651 r.
104 Ibid. f. 698 r. ss.
105 Ibid. f. 547 r.
244

doña Juana Iracansa, su hermano Pascual había muerto dejando en pode


de doña Jerónima, su mujer, muchos bienes e inclusive esclavos 106•. · r
La autoridad del visitador pudo persuadir a estas familias a mostrar$
generosas. Posiblemente temieron una discusión de sus títulos y prefin~
ron ceder a las presiones de Valcárcel para abandonar parte de sus bienes
en favor de otros indios. El 25 de abril de 1636, el cacique Juan de Iracal1Sa
ofreció treinta fanegadas de sus propias tierras para que se repartieran'etl~
tre sus súbditos menos favorecidos. Otro tanto hicieron Blas Martín, doña
Jerónima de Angulo y doña Juana Iracansa. En total, pudieron distribuirse
82 fanegadas, una porción considerable si se tiene en cuenta que las tiedas
aprovechables del resguardo apenas se apreciaban en unas 700 fanegadas101;
El corregidor Martín Ni_ño y Rojas repartió al tierra donada por los nota~
bles de Sogamoso, el 2 de noviembre de 1636. Se asignaron tres fanegada:s
de tierras de comunidad a la capitanía de Tobaca, tres para los indios de
esa misma parcialidad y las restantes a otros tantos indios que no poseían
tierras dentro del resguardo.
En contraste con los indios de Sogamoso, sus vecinos de Paipa, Sátiva,y
Bonza parece que pudieron gozar de tierras suficientes. En 1602, Sátiva3 '.•J

Bonza habían sido agregadas a Paipa, sumándole sus propios resguardos, .


aunque la agregación no había tenido lugar todavía en 1636. Los resguar~
dos reunidos de los tres pueblos sumaban 3.531,4 ha, y a cada tributario •l
venían a tocarle, hacia 1602, cerca de 7 ha 108• ..
?!
Pero la regla general parece haber sido la de otorgar a cada tributarfó
una cantidad de tierra cercana a la una y media ha, dispuesta por las ins-
trucciones de !barra. Los resguardos de Moniquirá, por ejemplo109, tenían
110,2 ha. Hacia 1636, época de la visita de Valcárcel, habrían correspondi-
do a los indios de Suta los 2.500 pasos en cuadro otorgados un poco antes
por el presidente González. Reducidos a la cabuya de 67 varas empleada
por Egas, equivalían a 1.491 varas de la tierra, o sea que se trataba de 22,3
ha, extensión casi insignificante al lado de la estancia de 1.904,6 ha otorga~
da a Juan Núñez Maldonado en 1586 y que en 1620 pasó al encomender<>

106 Jbid. f. 698 r. SS.


107 Jbid. f. 626 r. SS. f. 649 V.
108 Fueron medidos por orden de José María Campuzano / en enero de 1778. Se encontraron
8.491 v por 5.250. Según el visitador, pocos resguardos tendrían la extensión de éste de
Paipa en toda la provincia. Ibid. t. 14 f. 857 r.
109 Se midieron en 1755.
245

de suta, Pedro Merchán de Velasco 110 . Según esta medida, habría corres-
ondido a cada tributario 1,3 ha, en la época de la confirmación ..
P Un poco más tarde apareció un concepto diferente. En 1632, el presiden-
te Sancho Girón ordenó asignar resguardos a los indios de Tequia. En esta
oéasión, el corregidor procedió a señalarles 1.300 varas en cuadro,« ... habida
consideración a que el resguardo de trescientos indios se mide con cinco
mil pasos que hacen cuatro mil varas ... »111 • El corregidor se refería, sin duda,
·a la equivalencia de 100 pasos a una cabuya de 76 varas, es decir, aproximaba
las 3.800 varas de los 5.000 pasos a 4.000. Según este criterio, a cada tributario
corresponderían 3,8 ha(= 1 fanegada de sembradura).
No es verosímil que en los otorgamientos originales se haya procedido
de este modo. Los visitadores echaban mano de las tierras disponibles, o
de aquéllas que no estaban ya ocupadas por los españoles -corno se ha
visto en el caso de Suta-, para distribuirlas entre los indios. Así, Egas de
Guzmán otorgó 2.500 pasos en cuadro a los indios de Ocusá, casi 2 ha, para
cada tributario, con la advertencia de que los aposentos del encomendero
Francisco Niño quedarían fuera del resguardo «... por estar como está muy
desviado del dicho pueblo de Ocusá ... »112•
Naturalmente, con la declinación de la población indígena la propor-
ción de tierra por tributario aumentó, a pesar de las r.resiones de los dueños
españoles de estancias. El aumenh? hizo que se generalizara la costumbre
de arrendar las tierras de los indios aJa crecient~ pQblación mestiza. El
indio, por su parte, no podía aprovecharlas porque sobre él pesaban las
exigencias de mano de obra de las propiedades de españoles. Los curas
también distraían una gran parte de las tierras ele los indios, en especial las
que se habían asignado por los visitadores para labranzas de la comuni-
dad. Estas tierras se cultivaban en-el siglo XVII! para mantener las cofradías,
para la celebración de las innumerables fiestas introducidas en cada doc-
trina o aun para asegurar el pago del estipendio 9-el cura.
En Pamplona, los otorgamientos originales se vieron afectados por los
«poblamientos» de 1623. Como la•población indígena había experimenta-
do un ligero aumento para. esta última fecha, se llevaron a cabo algunas
mediciones de los resguardos otorgados en 1602, con el objeto de buscar
una proporción equitativa entre los antiguos resguardos y los que se otor-
garían a las nuevas poblaciones agrupadas en doctrinas.
t.
110 AHNB. Vis. Boy., t. 4 f. 428 r., t. 10 f. 549 r. ss. f. 592 r.
111 Ibid. t. 1 f. 486 r.
112 Ibid. t. 11 f. 758 r.
246 HISTORIA ECONÓMICA y

En el caso de Babega, por ejemplo, se comprobó que los indios dispc)~


nían de dos y media estancias de pan y una estancia de ganado menor.Así
descontando la estancia para ganado, resulta que los indios podían aprov~
char para sus cultivos 1.800 pasos por 1.600, equivalentes a 117 hectáreas'
3.757 m 2 . Como este pueblo tenía 35 indios útiles, resulta que correspondí~
a cada uno 3,35 ha. Si se tiene en cuenta el total de 115 personas, corres-
pondería una hectárea aproximadamente a cada una • Las 117 ha equiva: .ll
113

lían a 35 fanegas de sembradura, pero, según los autos, el encomendero ~


tenía 14 ocupadas con sus propios cultivos, quedando así reducidoslos
indios a 21 fanegas (63 ha 4.000 m 2) y cada tributario a menos de dos
ha114.
En la misma forma, correspondieron a los indios de Icota 44 ha 8.310 m2,
o sea 1,9 ha por tributario, y a los de Chitagá 2,3 ha, por tributario115• Para
1623, los datos están referidos a doctrinas enteras y se conocen los delá
doctrina de Labateca116 y los de la doctrina de Chopo 117• En ambos casos
se dan los pasos que correspondían al «ancho y frente» de los resguardos,
siendo entendido que el largo era constante, igual a 1.600 pasos -estancia
de pan o ganado menor-.
La doctrina de Labateca, con 7.502 pasos de ancho y frente, tendría en-
tonces 489 ha en total, o 1,9 ha, por tributario. Chopo, con 4.600 pasos de
ancho y frente, tendría 315 ha, en total, o 1,5 ha, por tributario.
Al parecer, los indios no ganaron nada con la nueva distribución. El 19
de julio de 1623, Gregqrio García de Moros midió los resguar.dos que ha~
bían sido asignadps a los indios de Labateca en 1602 y comprobó que t~
nían 7.500 pasos .de ancho y frente 118, es decir, que se trataba de la misma
cantidad de tierra que ahora se asignaba a la doctrina entera.
Tampoco la calidad de la tierra era la misma. El cacique de Chitagá se
quejó de que los habían poblado en Cácota, que era ti~rra fría, y que ellos

113 El cálculo se ha realizado teniendo en cuenta que se contabilizaron 2.600 pasos por 1.600
para la totalidad de los resguardos. Si se descuenta la estancia de ganado menor (¿1.600
x 800 pasos? Véase nota 18. También Ibid. t. 9 f. 622 r), quedan 1.800 x 1.600 pasos. Cada
cien pasos equivalían a 76 varas de 0.84 m.
114 En M,éxico la fanega de sembradura equivalía a 3.57 ha en el s. XVIII. En Nueva Granada
parece haber sido un poco menor. Cf. Manuel Cabrera Stampa, «The evolution of
weightsandmeasures inNew Spain>>, en The Hispanic American Hist.Rev.Febrero1949.
Part 1 pp. 2-25. -
115 AHNB. Vis Boy., t. 9 f. 67 r. ss.
116 Jbid. f. 567 r. SS.
117 Ibid. f. 757 v.
118 Ibid.
247

erúan de tierra caliente. Además, que en el sitio de su asiento primitivo


vogían dos cosechas al año y en Cácota cada cosecha demoraba. nueve y
~¡ez meses, « ... especialmente que no había tierra bastante para que los
indios tuvieran año y vez, por ser lo más, y tierra doblada ... » -es decir,
dos cosechas y la posibilidad de dejar descansar la tierra-. También ha-
bían perdido el amparo de que gozaban sus antiguos resguardos, los cua-
Jes consistían en una estancia de ganado mayor « ... en que labraban 17
¡ndios sin sus familias ... ». Como se ha visto un poco más arriba, ahora sólo
recibían una estancia de ganado menor (56.16 ha). Finalmente, el cacique
acusaba a su encomendero y a otras personas de pretender la adjudicación
de sus antiguos resguardos (183,40 ha) 119 • Los indios de Babega también
se quejaron de haber sido poblados eri tierras infructíferas y de pedre-
gales, en tanto que la tierra que habían dejado era muy fértil. Asimismo,
[os indios de Caraba querían regresar a su primitivo asiento, en donde
Luis de Buitrago tenía en 1623 dos estancias, una de pan y otra de gana-
120 .
domayor .
Al examinar la conveniencia de los poblamientos, el visitador escuchó
precisamente el parecer de los encomenderos, como gentes experimenta-
das en la bondad de las tierras que se trataba de poblar. Es obvio que en
este caso el interés de los encomenderos era opuesto al de los indios. En
algunos casos, los vecinos españolE¡s mostraron un interés especial porque
el poblamiento se llevara a cabo cerca de sus propi_os aposentos, pues con
ello podrían disponer de una mano de obra abundante. Miguel Suárez Pa-
bón, quien ya poseía 20 piezas de esclavos negros, ofreció pagar, junto con
dos encomenderos de Cá.chira ocho meses de doctrina (120 pesos de oro),
a condición de que los indios regresaran a sus asientos. Cáchira estaba en
mitad de camino entre Pamplona·y Ocaña (distantes 30 leguas entre sí) y
los indios proveían de bastimeRtos a los pasajeros, sin duda, en provecho
de Suárez y de los dos encomenderos121 • • ·
Por todo esto, no es extraño que Alonso de Aranda se quejara poco des-
pués, en nombre del Cabildo de Pamplona, de que los indios que el visita-
dor había agregado salían. de su~ tierras y resguardos y se iban a labrar
otras tierras distantes, y así los pueblos se hallaban deshabitados y los in-
dios no asistían a misa. Añadía que muchos morían sin confesión y que los
muchachos que iban y venían de dichas labranzas se ahogaban en quebra-
t.

119 Jbid. 33 V. SS.


120 Jbid. f. 288 r. SS.
121 Jbid. f. 622 r. SS.
248

das y ríos. Los indios retomaban a sus antiguos resguardos, a pesar de. •
, · · , s1· semb rab an en e11os 122 . . que
ya no t eruan runguna pro t ecc10n · ·
El procurador, en nombre de los encomenderos del valle de Los loe
se quejaba también de que el visitador había mandado hacer la pobla~t§,
en un sitio que carecía de agua. Además, que los indios de Irna, Pisacuill
Támara y otros no habían recibido tierras suficientes, en tanto que 0 ~~'
tenían más c~~tidad ~e}ª que podían oc~par. Fina!111ente, pedía que·~~
mudara tamb1en a Chinacota, P1:1es se hab1a constrmdo en parte muy h.~.
meda y los naturales padecían con ello muchas enfermedades. · ··
Las dificultades no surgían solamente de la oposición de intereses en~~
indios y encomenderos .o el interés embozado de éstos en apropiarse d~fos
asientos en que habían estado poblados los indios y de tener acceso a r!f.
cursos más abundantes de mano de obra. El visitador había dispuestó in
cada doctrina que las tierras de los resguardos se repartieran entre los iJ\'.
dios,

... teniendo en consideración que los caciques y capitanes, por ser los más
ricos y principales, se les dé más cantidad que a los demás indios, de suerte
que cada uno tenga suficientemente en qué sembrar, labrar, y cultivar, con7.,.,·
forme a su posibilidad y familia que tuviera, acomodándose todos de ma- ·
nera que de la repartición y señalamiento de las dichas tierras no resulten
123
ningunos inconvenientes, quejas ni discordias entre los dichos indios.'..

Pero las quejas y las discordias no tardaron en presentarse124 • A pésar


de la afinidad de los grupos, algunos sintieron que habían sido tratados
con injusticia en provecho de otro y así lo manifestaron. No se conocen, en
cambio, quejas individuales, es decir, de los miembros de un mismo grupo,
entre los cuales los caciques y capitanes repartían los pedazos de tierra.
La redistribución y agrupación de los indios en doctrinas presentaba
ventajas evidentes para algunos pobladores espafioles. Aparentemente se
buscaba la conservación y el mejoramiento de los indios. En ocasiones, sin
embargo, el traslado. no podía justificarse con estas razones. Es significati-
vo, por ejemplo, que los indios desertaran de sus nuevos asientos, como

122 Ibi4. f. 620 r. ss. Según las palabras del procurador, « ... no siendo como no son de los
dichos indios las tierras a donde así van a hacer sus sementeras, ni tienen amparo en
ellas, antes bien, les están quitadas por el dicho oidor visitador... ».
123 Jbid. f. 1 r. SS.
124 Ibid. f. 33 v. ss. El 30 de julio de 1623, el visitador ordenó inspeccionar los repartimientos
de Tane, Zulla y Chichera, en donde habían surgido diferencias, pues cada parciálidad
variaba los mojones de los resguardos, « ... mezclándose unos con otros en las laboresy
sementeras, alterando el orden y forma de los dichos resguardos ... ».
249

ctlfrió con los de Tequia125 • La Audiencia pidió un informe al visitador y


~te adujo que los había traslado a un clima má: templado ~Ser:itá), « .... más
,' ónfonne a la naturaleza humana ... », pues, segun su expenencia, las tierras
t.'alientes eran insalubres y en ellas los indios vivían más pobres y misera-
(.~¡es. Además, según el visitador,
... siempre se ha visto que en las dichas tierras calientes se han consumido
y consumen los indios que las habitan, o por la malicia de las yerbas que
usan y tienen a la mano para matarse unos a otros, o porque con el desaho-
go de vivir sin ropa y desnudos les sobrevienen las dichas enfermedades,
ayudando a ello los trabajos excesivos y lavarse después en los ríos y que-
126
brada tan a menudo .

Un poco más adelante, sin embargo, el visitador expresa un argumento


menos peregrino. Según él, las tierras de Tequia no servían para el cultivo
de trigo y cebada por ser muy húmedas, aunque fueran buenas para el
maíz y.otras legumbres,
... y no es justo que los que gobiernan se contenten con que los indios coman
y se harten sin que con su industria y ministerio se introduzcan a hacer
labores con que se sustenten los españoles, para que una república ayude a
otra, inclinándolos por todos los medios posibles y justos a que comercien
y se aquerencien a su amistad y .fi~municación, y así sérán convenientes las
sementeras de trigo y cebadas... ,

También debía buscarse una füstribución más equitativa de la mano de


obra. Por esta razón el visitador decidió poblar en Cácota a los indios de
Zulla y Chichera. Según el auto, quería
... quitarlos de la opresión que padecen generalmente con los servicios que
hacen de ordinario, cargándose sobre ellos casi. el trabajo de todos ...
' 9 ,

Juan Ramírez de Andrade, el éncomendero, <!J.Uiso cambiar el parecer


del visitador y le escribió una carta recomendando que se poblaran en Chopo.
Pero el visitador declaró saber que lo que pretendía el encomendero era
ten~rlos más cerca de sus ~stancias y labores128 .
Este fue, sin embargo, el resultado que obtuvieron los encomenderos de
los sitios elegidos como cabeza de doctrina. Como los indios debían poblar-

125 Ibid. f. 135 r.


126 Ibid. f. 168 r.
127 Ibid. f. 169 r.
128 Jbid. f. 9 r. SS.
250

se en diez doctrinas y los primitivos resguardos de la población eleg¡ci


para esta reagrupación no hubieran bastado para las nuevas agregaciones ~
visitador examinó en cada caso los sitios más convenientes y ordenó aÍe
comisionados que señalaran tierras de resguardos en cantidad suficiente ; os I

... aunque para el dicho efecto se quiten las necesarias a los encomende-
. . 129
ros y otras personas crrcunvecmas ...

Los encomenderos no se opusieron a la expropiación puesto que les


brindaba la oportunidad de obtener una compensación en los antiguos res.
guardos indígenas, además de la presencia en sus inmediaciones de úna
mano de obra abundante.
Así, Luis de Buitrago cedió una estancia de ganado mayor y otra de pan
coger que se requerían para poblar a los indios de Caraba. Declaró que se
trataba de
... tierras todas la más útiles y de mejor cultivo que hay en toda aquella
comarca ...

Además, que tenía aradas y cultivadas más de sesenta fanegadas de


sembradura (214 ha) y había cedido a los indios 24. Mostraba, sin embargo,
la mejor voluntad en que se acomodara primero a los naturales, siempre y
cuando ·
... Su Merced sea servido de compensarme las dichas tierras con los res-
guardos que los dichos indios de Caraba dejan, respecto de que en ellas yo
. aposentos y casa d e vivien
tengo nus . . d a ...130

En otro caso se compensó una y media estancia de pan con una y media
estancia de ganado mayor en los antiguos resguardos de Chona y Monaga.
Se trataba de tierras que pertenecían al padre Cristóbal de Vivar y se tuvo
en cuenta que eran «las mejores tierras del valle de Suratá ... que de cada
fanegada de trigo que se siembre se cogen más de treinta fanegas ... » y que no
era necesario sacar sus frutos a otras partes por estar muy cerca de los reales
. 131
de minas de la Montuosa y Vetas

129 Jbid. f. 243 r. SS.


130 Jbid. f. 293 r. SS.
131 Ibid. f. 361 r. ss. Se tomaron también para el poblamiento de Cácota: dos estancias de pan
coger, con un trilladera, casa de trigo y platanal, a Alonso de Parada; una estancia de
pan coger con un trapiche y un moliri.o, a Antonio Osorio de Paz. El molino siguió per·
teneciendo al encomendero que disponía también de una cuadra de tierra. Finalmente,
una estancia de pan y una de ganado menor, a Mateo del Rincón.

J
251

:t
.''coNfLICTOS DE LOS RESGUARDOS

l;.!l otorgar los resguardos, los visitadores se limitaron casi siempre a seña-
lar sus linderos ateniéndose a la toponimia indígena. A pesar de que en la
ueneralidad de los casos sólo se efectuaban mensuras para determinar las
áreas que los indios debían dedicar a labranzas de comunidad, en algunos
(asos Egas de Guzmán especificó que el resguardo no se mediría por no
haber estancias de españoles colindantes o que se hubieran otorgado en
uerras de los indios, es decir, que no existía el peligro de un litigio inme-
. diato132 • De todas maneras, las mensuras de resgúardos eran excepcionales
ylos visitadores sólo se preocuparon por dejar establecidos puntos de re-
ferencia que sirvieran para identificarlos. Esa precaución tenía por objeto
evidente precaver conflictos con los propietarios españoles y entre los in-
dios de repartimientos diferentes.
Los conflictos, sin embargo, parecían inevitables. Entre los indios, por-
que no podía seguirse una regla para determinar sus posesiones tradicio-
nales sino que esto se hacía de una manera arbitraria. Mucho antes de que
se otorgaran los resguardos se habían presentado diferencias de esta clase,
como lo indica un auto del visitador López de Cepeda de 27 de enero de
·1573, con el cual arreglaba una controversia entre los indios de Suta y los
de Somondoco por la posesión de las vegas del río Tafur133 .
Los indios se veían presionados y enfrentados entre ellos mismos, no
sólo por la presencia de propiet&rios españoles sino támbién por el hecho
de estar divididos en encomiendas. Lo~ encomenderos tenían como obliga-
ción defender las posesiones de los indios pero sólo se inclinaban a hacerlo
cuando miraban estas posesiones como propias:Así, en 1596, el cacique de
Paipa se quejó de que, a causa de un pleito entre Francisco Cifuentes, su
encomendero, y Martín González,"encomende¡Q de Soconsuca, se había se-
parado este repartimiento que" dependía del oacicazgo de Paipa. Como
consecuencia de la separación, muéhos indios de P.aipa que tenía labranzas
en Soconsuca se veían enfrentados a los indios de esta parcialidad, a los
cuales apoyaba su encomendero134 • .
A menudo, los indios p~ían títulos de amparo para protegerse de in-
vasiones de otros indios. Así, en 1638, el cacique de Tuta obtuvo un título
sobre sus propias tierras, que se le habían dado de las sobras de una estan-
cia del capitán Francisco de Avendaño, para defenderse de las invasiones
¡, •

132 Ibid. t. 4 f. 163 r. resguardo de Bombaza y t. 15 f. 115 r. resguardo de Paipa.


133 Ibid. t. 11 f. 407 r.
134 Ibid. t. 15 f. 184 r.
252 HISTORIA ECONÓMICA y s

de los indios de Paipa 135 . Los capitanes, dependientes de un cacica¿:~~~ ·~


buscaban también obtener amparo sobre tierras que habían poseídó in~°,~: ··~
pendientemente de las otras parcialidades sujetas al mismo caciquE!;itf ~J
hecho, algunas de estas parcialidades quedaban desfavorecidas en elm~
mento del otorgamiento de los resguardos puesto que éstos se señaláoa·
i;
para la comunidad entera que dependía de un cacique, cercenando ped~ i

zas para obligar a los indios a concentrarse . Este problema se agudii,6~ ·~


136

raíz de las agregaciones ordenadas por el visitador Henríquez, pues a!gtri ~l


nos primitivos cacicazgos pasaron a ser meras parcialidades de otros: {\~f,'" '.·.'l

Juan de Valcárcel encontró en Samacá que los indios agregados de Chaut~


no tenían tierras en tanto que los patricios las tenían en exceso. Cerca dé16
indios ricos de Samacá disponían inclusive de las tierras de la comunigad
1il
¡~
y los caciques y capitantes goza.!Jan de las mejores tierras dentro del res- ~
-.~
137
guardo • Tanto Valcárcel como más tarde (en 1755) el visitador Verdu:
go y Oquendo trataron de poner remedio a esta situación y dispusierqn ¡
que la posesión individual de los indios cesaría si las tierras no se cultiva~
ban por espacio de tres años. En este caso pasarían a ser tierras vacas v
cualquier indio podría ocuparlas para remediar sus propias necesidades:
Muchos indios dentro de los resguardos buscaron un amparo indi\iil
dual para pequeñas posesiones familiares en que habían sucedido a stis · ~·
antepasados, y de la misma manera procedieron los caciques y los capita- .
nes con tierras que no debían pasar a sus hijos sino a los herederos del
cacicazgo138 . Así, el amparo podía buscarse para violar ciertas restriccid-
nes de la misma sociedad indígena. Un indio de Ceniza, casado con una
india de Duitama, pidió amparo de un pedazo de tierra dentro del resguar-
do de su pueblo, que había heredado de sus antepasados. El cacique y lOs
capitanes del pueblo estuvieron de acuerdo en que se diera el amparo pero
con la condición de que, después de la muerte del indio, las tierras que
pedía quedaran para sus sobrinos del pueblo de Ceniza y no a sus hijos, los
cuales debían pagar tributo en el pueblo de su madre139 • Las indias casada.s
con mestizos procuraban asegurar la sucesión para sus hijos mediante es-

135 Ibid. t. 4 f. 635 r.


136 Ibid. f. 688 r.
137 Ibid. t. 12 f. 682 r. f. 720 r.
138 Ibid. t. 5 f. 695 r. f. 958 r., Í:. 8J. 254 r. f. 256 r., t. 11 f. 432 r., t. 13 f. 424 r. f. 687 r., t. 15 f. 118
r., t. 18 f. 584 r.
139 Ibid. 19 f. 1001 r. 1042 r.
253

':
tz tos n'tulos de amparo y esto provocaba, a la larga, equívocos sobre la casta

l
• 140
~;de Jlluchos habit~ntes de los resguardos . . ,
,: . puede conclmrse que todas estas tens10nes obedecian, en gran parte, a
' J~presión ~jer:ida sobre los resgu~rdo~ y sobre_ las po~esiones tra.diciona-
~ fes de lo~ 1_nd1genas .por los. prop1etano~ espanoles. Estos no de1aron de
!'hacer pe:1c10nes de tierras m aun despues. de otorgados lo~ resguar~os, o
ff de invadirlos en una u otra for~a. Los p_leltos por este m~tlvo eran mcon-
[~ Í¡bles y, con el transcurso del tiempo, fueron cada vez mas desfavorables
~ alos indios debido a la pérdida de los títulos o a la referencia imposible a
Cuna toponimia que había desaparecido. En 1755, por ejemplo, los indios se
quejaron de es.casez de tierra deb~do a que todo el c~~torno estaba ~sfixia­
do por las haciendas de Basa y Topaga, de los dominicos; la de Chiguata,
de los herederos de Tomás Rojas, y la de Suta, de las religiosas de Santa
141
Clara, de Tunja •
Además, las agregaciones de Luis Henríquez separaron a muchas co-
munidades de sus tierras y crearon vacíos que los españoles se apresuraron a
dermnciar como tierras vacantes. Este proceso culminó en 1755, cuando el
oidor Verdugo y Oquendo ordenó que los indios tuvieran tierras conti-
nuas, sin interpolación de las de lós españoles, y, para obligarlos a concen-
142
trarse, recortó los extremos distantes de los resguardos .

l LA EXTINCIÓN DE LOS ~ESGUAR~ÓS EN..LA PROVII\!CI4- DE TUNJA


La visita de Verdugo y Oquendo, en 1755, suscitó una serie de cuestiones
que condujeron, a la postre, a la extinción de una gran parte de los resguar-
dos indígenas. Para el visitador era evidente qué la situación había cam-
biado en el curso de 120 años, post~riores a la visita de Juan de Valcárcel.
Al rendir su informe, insistía en la desproporción en que se encontraba la
población mestiza con respecto a! n'!mero mengúante de indígenas. Según
el argumento del visitador, los indios, disminuidos en un 50%, disponían
de la totalidad de los resguardos ci:ue les habían sido otorgados, sin que
143
pudieran aprovecharse de ellos •. Por eso solían arrendarlos a los «veci-
nos» pero sin recibir un prov-ecp.o aparente puesto que percibían el canon
en bebidas o se veían suplantados en el pago por los gobernadores y capi-
tanes. En muchos casos era el cura quien arrendaba los resguardos (o las

140 Ibid. Vis. Bol., t. 5 f. 782 r.


141 Ibid. Vis. Boy., t. 18 f. 330 r.
142 Ibid. t. 2 f. 967 r.
[lb;d. t 7f. 19 '·
254 HISTORIA ECONÓMICA

· tierras destinadas a labranzas de comunidad) para sostener cofradías opa


perc1ºbºir lºimosnas. . ·era
Ante esta situación, el visitador recomendaba que se restringieran::}
resguardos de los indios y se dieran los sobrantes a los vecinos. Para jus~~
ficar esta expoliación argumentaba que las tierras eran improductivas et
manos de los indios y que aun arrendándolas no les producían benefi~f~
alguno. Sugería también que los indios carecían de dominio pleno sobr~ 1
estas tierras puesto que se les habían otorgado sujetas a condiciones: ;,ór .
un lado, la facultad que se reservaban los visitadores de ampliarlas o rectU:~ ••
144
cirlas; por otro, su condición inalienable . Finalmente, concluía qué se
•¡··
trataba apenas de una concesión del usufructo, en la medida en que la ti~ ·•·
rra se otorgaba en proporción al número de indios y de sus necesidades';
Con todo, el visitador no embozaba el argumento capital: la presión~~
los habitantes no indígenas que tenían necesidad de tierras. Por estoiii
siquiera se oponía a que los vecinos arrendaran las tierras de los indios ,v,I
pues le parecía imposible poner en vigor la prohibición original. Creía más
lógico cercenar los resguardos en sus extremos para ir restringiendo a 165
indios hacia un núcleo en donde pudieran ser mejor adoctrinados y admi-
nistrados.
A pesar de todas las ventajas, aparentes o reales, que el visitador enume-
raba, proponía al menos un límite para las restricciones. Éstas sólo debía:n
verificarse, como regla general, en aquellos pueblos que no conservaran
sino la tercera parte de la población que tenían cuando se les habían otor-
. gado los resguardos. En algunos casos concretos, el visitador propuso la
extinción de los pueblos y su agregación a otros, cuando no alcanzaban á
tener más de 100 habitantes145 . ···•
En el pueblo de Ramiriquí, por ejemplo, el visitador se encontró con ful
caso límite entre las dos alternativas. Los indios habían disminuido de 905
a 113 y por esto el visitador consultó al virrey Salís sobre ¡i debía procede;
a trasladarlos o simp1emente cercenaba los resguardos 1 6 . Se optó por _lo
último y, en seguida, se nombraron tres avaluadores para el pedazo de los
resguardos que debía rematarse. El 15 de junio de 1756 se pregonaron las
tierras y el 6 de noviembre se remataron en José de Vargas por 600 pesos,
a pesar-de que se habían avaluado en 800.

144 Ibid. f. 26 v. f. 27 r.
145 Ibid. f. 30 r.
146 Jbid. t. 15 f. 355 r. SS.
255

rnmediatamente después del remate, Ignacio Arias Maldonado, vecino


de Tunja, pidió su nulidad. Alegaba que Antonio de la Pedroza, corregidor
del partido, no había hecho los pregones estipulados por la ley y por eso él
0
había tenido oportunidad de hacer una postura a pesar de su interés,
;ues poseía tierras contiguas a las del resguardo, que se vendían. Un año
después, el 7 de octubre de 1757, se declaró la nulidad del remate y se
·admitió la postura de Arias Maldonado que mejoraba en 200 pesos el pre-
do ofrecido por José de Vargas.
El remate definitivo demoró otros diez años. En 1759 se ordenó arren-
dar las tierras pero ni siquiera esto tuvo lugar. En febrero de 1763, el corre-
cidor del partido de Chivatá instó para que se agregaran los indios (que
habían disminuido a 14 tributarios) al pueblo de Viracachá, pero, en 1765,
Ja Audiencia sostuvo la decisión inicial del virrey Salís. Finalmente, en
1766, la porción del resguardo se remató en Diego Ignacio Caicedo, un ve-
cino de Tunja que la obtuvo disimulando su identidad con un testaferro,
en Santa Fe. Caicedo pagó 700 pesos de contado en septiembre y a princi-
pios de octubre obtuvo que se notificara a 27 vecinos para que desalojaran
Jas tierras. Seis meses después, éstos se resistían todavía a abandonar los
resguardos. También hubo resisténcia de parte de los indios y el corregidor
DoJJ1ingo Antón de Guzmán los acusó de amotinarse y encarceló algunos
de los cabecillas en Tunja. '
Ni este primer remate ni otros que se llevaron a cabo veinte años más
tarde tuvieron mucha suerte. Por un l~do, en ocasio:ies, ni siquiera los
vecinos, en cuyo beneficio se había ideado la expropiación, pudieron
competir con los criollos de Tunja o con los vecinos más ricos en las
ofertas para adquirirlos y, por otro, la Real Hacienda no obtuvo en mu-
cho tiempo otra ventajá que la d~ las dilaciones interminables de la ad-
ministración.
Los resguardos de Soatá, unas 167 ha (se miél.ieron40 cabuyas por 22),
avaluadas en 1.500 pesos, se remataron en Gabriel Martínez, procurador
de la Real Audiencia, por 2.728 pes~s. Martínez no actuaba en nombre pro-
pio pero tampoco reveló el nombre de su poderdante, limitándose a decla-
rar que se trataba de una p~tsc¡ma que quería beneficiar a los vecinos de la
futura parroquia. Esta persona resultó ser el español Tomás de Peñalver,
quien en ningún momento tuvo la intención de comprar los resguardos
para compartirlos en forma altruista con los vecinos. Según un informe
del alcalde partidario d~ Sáchica, el español había vendido 27 pedazos
de tierra por una suma que alcanzaba los 5.555 pesos, casi el doble de lo
que había pagado por todo el resguardo, y todavía le quedaban algunos
terrenos para vender. Ante esta situación tuvo que declararse la nulidad
256

del remate, después de que los vecinos afianzaron la cantidad ofrecida po


Peñalvet 47 . . r
Veinte años después de la visita de Verdugo y Oquendo, la situación
había empeorado para la población mestiza, aunque en muchos casos ocu,
para las tierras de los indios y aun sin pagarles arrendamientos. Estas ocu~
paciones de hecho se habían originado desde el comienzo del mestizaje, en
virtud de matrimonios con indias o de lazos de consanguinidad con. los
propietarios de las parcelas dentro de los resguardos. En julio de 1754, el
virrey Solís ordenó hacer averiguaciones sobre las personas que arrend~­
ban tierras de los indios o se aprovechaban de ellas. En esta ocasión, Pedro
de Ugarte informó haber advertido que

... se aprovechan de los resguardos varios que dicen son hijos de mestizo y
. d'ia, o a 1 con tr ano,
m . t os ... 148
. y me

Al cabo de algunas generaciones, cuando los mestizos se asimilaban a


los blancos, esta situación no podía menos que degenerar en un conflicfo.
abierto. Los llamados vecinos alegaban estar sujetos al capricho de los m~
dios y de cargar sobre sí gran parte de las imposiciones de la comunidad,
especialmente las fiestas religiosas, sin alcanzar por ello cierto grado dé
segun'd a d149 .
A partir de la visita de Verdugo y Oquendo se había iniciado, tímida~
mente, es cierto, el proceso de extinción de los resguardos indígenas. Puede
concebirse cómo desde ese momento la administración virreinal fue pre.:
sionada cada vez más a tomar una decisión radical. Los vecinos pugnaban
por convertir los pueblos de indios, en los cuales vivían precariamente, en
parroquias de «españoles». En 1767, a raíz de reiteradas peticiones de los
vecinos de Sogamoso, el virrey Messia de la Cerda prometió prácticamente
la separación de indios y vecinos, pero pospuso el asunto hasta que se re-
alizara una visita de la tierra 150 • En diciembre de 1776, cuando aún no se
había iniciado siquiera la anunciada visita de Campuzano y Lanz, los ve-
.
cmos se apresuraron a·record ar es t a promesa 151 .
Las extinciones de 1755 encontraban una justificación aparente en el
crecimiento incontrolable de la población mestiza que no hallaba su aco-
modo dentro de la éstructura institucionalizada de una sociedad dualista.

147 Ibid. Resg. Boy., t. 4. f. 1 r. ss. Especialmente-f. 71 v. ss., f. 123 v. f. 186 r. y f. 228 r. ss.
148 Ibid. Cae. e ind., t. 3 f. 383 r. ss. f. 390 r. ss.
149 Ibid. Vis. Boy., t. 16 f. 744 r. ss.
150 Jbid. f. 791 r. SS.
151 Ibid. f. 800 r.
257

~Co!llº se ha visto, el status indígena estaba definido por la imposición de


un tributo. Verdugo y Oquendo llegaba hasta concebir que sólo el pago del
tributo había originado el usufructo transitorio de las tierras entregadas a

in 1genas como resguar d os 1~ .
105 d
En realidad, el reconocimiento de los resguardos había coincidido con
laracionalización del tributo, como un esfuerzo por asegurar el pago de
salarios en dinero, y con la supresión del monopolio de la mano de obra
l ~dígena de que gozaban los encomenderos. Con estas medidas quería in-
fegrarse a la sociedad indígena en procesos de producción más activos que
Jos que habían sido organizados casi exclusivamente en torno a la relación
personal de la encomienda. Con todo, y a pesar de que el proceso de decli-
nación demográfica de los indios se hizo menos sensible a partir de ese
1110mento, las reformas no lograron alterar sustancialmente la primitiva
estrUctura y el peso de las cargas sociales que recaían sobre la condición
1del indio.
· Un siglo y medio más tarde, el visitador Verdugo y Oquendo no pudo
discernir los resultados de esta políticas. Los encomenderos habían desa-
parecido, es cierto, pero no el tipo de relación personal que inmovilizaba
toda iniciativa en el seno de la sociedad indígena. Las concentraciones orde-
nadas por Luis Henríquez habían debilitado aún más )a encomienda pero
en cambio habían sentado las bases para sustituir la sujeción personal en
otros dos tipos de personajes: el doctrin€ro y el cor!egidor de indios. El
primero, ahora casi siempre perteneciente al clero secular, aseguraba su
subsistencia no sólo a través del estipendio (que se satisfacía con parte del
tributo) sino que imponía, además, la obligación 9.e pagar una serie inter-
minable de fiestas y aun la prestación de servicios personales. La frecuencia
con que los doctrineros arrendaban fas tierras de los indios, para asegurar
su congrua, muestra a las claras ~fracaso de libe,rar a los indios de la su-
jeción personal. Los corregidores de indios, por Sll; parte, disponían a su
antojo de la facultad de concertar indios a los españoles propietarios de
estancias. Esto los convertía en aliad'Ds naturales del sector más influyente
de la sociedad criolla.
Tanto para Verdugo y Oqü~rldo, como más tarde para Moreno y Escan-
dón y el corregidor Campuzano, era evidente que la sociedad indígena
jugaba un papel muy precario en el proceso de producción. El tributo, que
había serv:ido para fijar lastirelaciones entre las dos sociedades por más de
dos siglos, ya no desempeñaba esta función puesto que los indios no tenían

152 Ibid. t. 7 f. 27 v.
258

a menudo siquiera con qué pagarlo. Pero a pesar de que Verdugo y Oque :
do discutía las bases racionales de la organización existente, apenas se~­
mitó a restringir los resguardos en la proporción que creyó convenient ·
para asegurar su primitiva función, es decir, la supervivencia de los ihd~
genas.
Moreno y Escandón, por el contrario, encontraba sin sentido una distin~
153
ción de castas que ya era indiscernible en la práctica y por eso proporiía
que se eliminara, junto con las castas, el tributo. La existencia de pueblos
tan disminuidos, según el protector de indios, sólo ocasionaba gravámenes
inútiles al erario, sin que lograra desarrollarse en ellos una vida económi~a
que justificara los gastos y dificultades de su administración. Los corregí~
dores nunca visitaban estos pueblos por hallarse tan apartados, y los curas,
para cuyo estipendio el tributo era ya insuficiente, extorsionaban a los in-
dios con toda clase de limosnas.
Según Moreno y Escandón, -el incremento económico podía asegurarse
con la modificación sustancial de la estructura vigente. Por eso los pueblos
indígenas debían reducirse a un mínimo que asegurara su supervivencia,
si quería seguirse manteniendo la ortodoxia de la Corona española de la
discriminación de las razas. Curiosamente, no tenía en cuenta para nada el
fracaso de esta política, llevada a sus últimas consecuencias por Luis Hen,
ríquez, en 1602. Pero a Moreno no le interesaban para nada los pueblos de
indios sino el fenómeno ya incontrovertible de la población mestiza. En
lugar de pueblos de indios se erigirían parroquias españolas, vendiendo
las tierras de los indios a los «vecinos» que ya las ocupaban de hecho como
arrendatarios.
En cuanto a los indios, si bien se reconocía que su agregación a otros
pueblos era muy problemática dado el apego a los lugares tradicionales de
su asentamiento, su escaso número los eliminaba· cqmo una fuerza social
que debiera considerarse con seriedad. Por eso Campllzano atribuía el fra:
caso de 1755 a que no se había conseguido radicar a los indios agregados
pues éstos estaban siempre en condiciones de inferioridad con respecto a
los indios patricios. Ahora proponía una política radicalmente inversa a Ja
que había presidido las agregaciones hasta entonces: en lugar de señalar
tierras. por separádo a los agregados, las cuales serían siempre de menos
calidad que las de los indios que ya tenían sus propios resguardos, debería
buscarse integrar a los agregados repartiéndoles pedazos de tierra en me:
dio de los otros. Esto, según el corregidor, ayudaría a crear vínculos de

153 Jbid. t. 7 f. 872 r. SS.


259

!, Pª.rentesco y compadrazgo
1s4
entre agregados y patricios y borraría toda di-
~renda entre ellos .
[·. e La actitud de estos dos criollos frente al problema indígena y la inter-
1Puede
retación tan personal de Moreno y Escandón a la Cédula Real de 1774 no
atribuirse al espíritu de las reformas borbónicas. Si así fuera, no se
[•~xplicaría la oposición enconada que los dos criollos encontraron en los
1 dos personajes que encarnaban con propiedad en ese momento el nuevo
r espíritu de la administración española. Por un lado, el visitador regente
1 Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, que había llegado a Santa Fe el 16 de
enero de 1778, cuando ya se había iniciado el proceso de extinción de los
resguardos e inclusive se estaban rematando. De otro, el oidor Joaquín Vasco
yVargas, el oidor más reciente puesto que apenas había llegado a Carta-
gena el 30 de mayo de 1777. El mismo virrey Flórez se defendió de las
1 críticas del regente arguyendo que a su llegada (el 9 de abril de 1776)ya se
1 habían verificado agregaciones de indios en Fusagasugá, las cuales habían
[ sido ordenadas por la Audiencia el 20 de noviembre de 1775 y habían sido
: ratificadas por el virrey Guirior.
La oposición de los funcionarios españoles a las iniciativas del criollo
más visible por aquel entonces, es significativa. Según el oidor Vasco y
Vargas, sólo al rey competía privar a los indios del amparo y de los privi-
legios que les había otorgado. El regente también esta6a de acuerdo en que
Moreno había excedido sus funciones. Lps incidentes que se presentaron
en el curso de los remates de los resguardos muestran también una serie
peculiar de oposiciones, suficientes para ilustrar acerca del peso y la inter-
vención de cada una de las fuerzas sociales en juego.
De los autos de los remates que se conservan '(véase Cuadro 17), puede
colegirse que las tierras no siempte se remataron entre los «vecinos», a
pesar de que hicieran posturas ..,En ocasion~s •se vendieron a criollos de
Tunja, en otras a algunos de sus vednos más puél.ientes (que podían ade-
lantar fianzas a satisfacción del Cabildo de Tunja) ó a vecinos de otros pue-
blos. La actitud del fiscal Moreno y ~scandón a este respecto era ambigua.
En general se mostraba partidario de que los resguardos quedaran par-
celados entre los vecinos. Pero; en la mayoría de los casos, éstos no tenían
capacidad económica suficiente para competir con los criollos más ricos.
A fines de 1778, cuando se había llevado a cabo gran parte de los rema-
tes, Frarn;:isco Domínguez de Tejada, un vecino de Santa Fe, Jlego a ofrecer
20.000 pesos de contado ~ las Cajas reales, con la condición de que se le

154 Ibid. t. 16 f. 852 r.


260 HISTORIA ECONÓMICA

pagaran en los resguardos que debían rematarse en las jurisdicciones·d


Tunja y Villa de Leiva. El rico postor ni siquiera debía molestarse enintei
venir en los remates pues reclamaba el derecho del tanto, es d~cir, quedaisr~
con el resguardo pagando otro tanto de la cantidad en que se hubierar~
matado. Moreno y Escandón se mostró muy favorable a esta propuesta. · .
subrayó el gesto, en su concepto altruista, de Domínguez, quien ofrecl
arrendar a los vecinos las tierras que comprara. Además, según el fisca.l"nª
,, o
podía evitarse que las tierras fueran compradas por unos pocos vecL.'los
suficientemente ricos, como había ocurrido con los resguardos de Toca's~.

CUADR017
REMATES DE LOS RESGUARDOS INDÍGENAS156

Fecha Pueblo Rematador


1 X 1777 Tasco Juan S. Villamarín, Alejo
Nieto, Juan A. de Vargas
Machuca y vecinos 2.300 2.020
1 X 1777 Monguí vecinos 1.500
8 X 1777 Sátiva Jerónimo Riaño, vecino de 2.000 4.100
Tunja
16 X 1777 Betéitiva-Tutasá vecinos 1.050 1.050
1 XII 1777 Cerinza Juan Antonio Gallegos, 3.000 3.800
español
15 XII 1777 Busbanzá Nicolás Rincón, vecino de
Santa Rosa 1.000 1.850
13 I 1778 Pesca 16 vecinos 3.500 3.350
9 IV 1778 Viracachá Francisco Hipólito Barreto,
vecino de Somondoco 2.500 2.525
9 IV 1778 Tota Roque Díaz, colindante 700 700
27 V 1778 Guateque Francisco José Mudarra,
corregidor
29 X 1777 Tibasosa Joaquín de Gaona, vecinos 3.000 3.000
28 I 78 Tibasosa · Nuevo remate en vecinos
de Firavitoba 5.125

En otra ocasión, el parecer del fiscal fue exactamente el opuesto. Los


resguardos de Cerinza eran disputados por sus vecinos y los de las parro-
quias de Belén, de Cerinza y Santa Rosa de Viterbo. Intervino un español,

155 Ibid. Resg. B01;., t. 3 f. 426 r. ss.


156 Ibid. t. 5 f. 21 r. SS.
261

..... Juan Antonio de Gallegos, quien en el curso del remate pujó hasta 3.800
pesos (sobre un avalúo inicial de 3.000) contra Javier Olalla, quien repre-
. sentaba a los vecinos de la parroquia de Cerinza. Gallegos se adjudicó el
retnate y alegó estar representando al vecindario de Santa Rosa. Esta pa-
rroquia necesitaba las tierras pues no poseía sino una estancia de ganado
menor, en donde se había fundado, y las tierras circunvecinas pertenecían
a los conventos de San Francisco, San Agustín y Santa Clara, en Tunja. El
fiscal Moreno conceptuó que Gallegos no podía representar a toda la pa-
rroquia puesto que se había presentado solo al remate y, por lo tanto, los
resguardos debían pasar a los de Cerinza, en cumplimiento de un decreto
157
de 9 de enero de 1778 •
La venta de los resguardos de Tibasosa es también característica. Cam-
puzano había ordenado la demolición del pueblo y declarado vacantes las
tierras del resguardo, el 27 de julio de 1777. En seguida se avaluaron las
tierras en 3.000 pesos y se pregonaron para el remate. Joaquín de Gaona,
en representación de los vecinos, hizo postura por el avalúo y consiguió
adjudicarse el remate el 29 de octubre. Una semana más tarde, Lorenzo
Rincón, vecino de Paipa, ofreció mil pesos más por las tierras y esta nueva
oferta condujo a declarar la nulidad del remate por lesión enorme para el
fisco. Al año siguiente, el 28 de enero, se llevó a cabo un remate. En esta
ocasión intervinieron h1mbién los vecinos de Firavitoba y un vecino de Santa
Fe, Pedro Sarachaga. En el curso de pujas sucesivas, éste llegó a ofrecer
5.100 pesos, que pagaría de cont~do, pero los vecinos tle Firavitoba logra-
ron obtener los resguardos mejorando esta postura en 25 pesos, aunque a
deber a censo redimible158 •
Los vecinos de Guateque no fueron tan aforl;unados. Las tierras fueron
avaluadas en 3.000 pesos por tres vecinos de la parroquia de Tenza pero
los de Guateqtí'e hallaron que el avalúo era e.xcesivo porque, según ellos,
las tierras eran escasas, estérileg y les faltaba ªl?ftlª· Por eso apenas ofrecie-
ron 2.200 pesos. Intervino Francisco José Mudarr.a, corregidor del partido
de Tenza, e hizo una postura de L400 pesos, con la condición de que si se
remataban cuadras para la poblaé'ión de los vecinos, éstas no pasarían de
tres y se le descontarían del valor del remate. Su intención era la de desa-
lojar enteramente a los ve"cidos puesto que solicitaba también tener una
opción en el remate de estas cuadras. Para proceder al remate se invitó a
los vecinos a equiparar la cifra del avalúo y éstos accedieron, pero, llegado
t.
157 Ibid. Vis. Boy., t. 10 f. 694 r. ss
158 Ibid. Resg. Boy., t. 4 f. 331 r. f. 726 r., t. 5 f. 21 r. f. 248 r. f. 437 v., t. 6 f. 483 r. Vis. B0tj., t. 3
f. 935 r., t. 4 f. 887 r., t. 10 f. 694 r., t. 11 f. 862 r., t. 14 f. 452 r., t. 15 f. 588 v. ss.
262 HISTORIA ECONÓMICA

el día del remate, no pu~ieron com_reti:; con Mudarra debido a que su apo~
derado no estaba autorizado a pu1ar smo hasta 4.000 pesos, en tanto q .\
Mudarra ofreció 4.200. Ut;!
Inmediatamente, los vecinos expresaron el temor de que Mudarrai~"
extorsionara exigiéndoles arrendamientos excesivos, pues se había funda:
do la parroquia hacía ya cuatro meses. Mudarra quiso impedir que la ven(
se rescindiera y se apresuró a ofrecer 500 pesos más. Moreno y EscandÓ~
conceptuó que si bien él era partidario de que las tierras quedaran entrelos ·
vecinos, éstos deberían ofrecer tanto como Mudarra para tener derecho a
que se cons1.d erara 1a resc1s10n
.. , d e1 remate159 .
El curso de los remates se vio interrumpido, en febrero de 1779, porel
parecer adverso del Regente: los indios habían ofrecido resistencia a los
traslados y querían al menos averiguarse si ofrecían alguna viabilidad.·EI
virrey Flórez nombró comisiones para los partidos de Basa y Zipaquiráy
el corregimiento de Tunja. Los comisionados debían buscar el testimonio
de personas imparciales, es deci:r, de aquéllos que no habían intervenido
en los remates, y averiguar si los indios podían poblarse en otro sitio y cuál
era la verdadera condición de sus resguardos 160 •
Esta diligencia fue interpretada por los indios como una promesa de
que se les retornarían sus tierras y muchos se apresuraron a regresar a ellas.
Por su parte, el oidor Joaquín Vasco y Vargas presionaba para que se
restituyeran los resguardos, particularmente los de los indios de Sogamo:
so 161 • El virrey Flórez mencionaba un grito general que se levantaría entre
los pueblos si se hacía la concesión en uno solo. Finalmente, Gutiérrez .de
Piñeres aplazó toda decisión hasta tener una información adecuada de lo
que ocurría con cada una de las agregaciones que se intentaban. ·
A pesar de todo, el remate de los resguardos había creado una situación
irreversible en muchos casos. La Audiencia se había pronunciado en favor
de lo actuado por Moreno y Escandón y el mismo regente no podía modi-
ficar la situación entera. El comisionado para Tunja, Nicolás Tobar, reco-
rrió los pueblos afectad9s por agregaciones y extinciones, en abril y mayo
de 1779. Según los informes que comenzó a rendi:r en junio, los indios agre"
gados sufrían estrecheces y muchos se resistían a ser trasladados. Algunos
resguardos, como los de Iza y Fi:ravitoba, especialmente fértiles, ya estaban
ocupados por los vecinos: este último había sido rematado por un solo
comprado'r, José Antonio de Lagos, el cual arrendaba parcelas a los anti-

159 !bid. Vis. Boy., t. 15 f. 588 r. hasta f. 671.


160 !bid. t. 1 f. 905 r.
161 Jbid. t. 14 f. 380 V. SS.
263

guos vecinos, a precios excesivos según el comisionado162 . Sin embargo,


!os informes más o menos circunstanciados de Tobar no podían menos que
eflejar una situación contradictoria, en la que los hechos cumplidos pare-
rían muy difíciles de abolir. Al menos su comisión no dio lugar a una de-
~isión inmediata de parte de las autoridades de Santa Fe.
Sólo la revolución de los comuneros vino a dar un nuevo giro a la cues-
tión de los resguardos indígenas. Si bien parecería ingenuo atribuir a los
revolucionarios una sensibilidad especial respecto a la cuestión indígena,
no cabe duda de que podían, en cambio, aprovecharla. Las capitulaciones
deZipaquirá, de 5 de junio de 1781, admitieron los remates como un hecho
cumplido pero al mismo tiempo exigieron

... que los indios que se hayan ausentado del pueblo que obtenían, cuyo
resguardo no se haya vendido ni permutado, sean devueltos a sus tierras
de inmemorial posesión, y que todos los resguardos que de presente posean
les queden, no sólo en el uso, sino en cabal propiedad para poder usar de
ellos corno tales dueños ... (capitulación séptima).

El clima agitado de esos días forzó a la Audiencia a conjurar el peligro


social que la concentración de indios descontentos podía añadir a la revo-
lución mestiza de los comuneros. El 21 de julio de 178), la Audiencia acce-
dió al regreso de los indios a sus re,sguardos, pero admitiendo, al mismo
tiempo, la presencia de los vecinos de cGlor. De he~ho, las ventas, los re-
mates y las enajenaciones que había efectuado la Real Hacienda quedaban
rescindidas pero esta disposición no fue suficiente para expeler a los veci-
nos de las tierras que ya consideraban como suy;;is. Además, las autorida-
des de Santa Fe no podían correr el riesgo de crear nuevos descontentos
entre los mestizos. Por eso se juzgó que éstos debían permanecer en los
pueblos de indios, contra la idea tradicional de 1á,discriminación. Ahora se
justificaba su presencia argumentando que las gente? de color habían vivido
desde tiempo inmemorial en los pueblos de indios y que, como vecindario
español, podían contribuir a la civilitlad de los naturales y aun para « ... con-
tenerles en los levantamiento.s que•fácilmente suelen promover ... » 163 .
A raíz de esta decisión, se presentaron, en la mayoría de los casos, si-
tuaciones conflictivas que derivaron en una guerra sorda entre los indios
y los vecinos. En Pesca, por ejemplo, se ocultó a los indios el mandato de
la Audiencia. Los vecinos J1abían adquirido las tierras por 3.'650 pesos y el

162 Ibid. t. 16 f. 984 r. Vis. Bol., t. 5 f. 963 f. 826 r. f. 853 v., t. 6 f. 630 r. f. 613 v. f. 650 r. ss.
163 Ibid. Resg. Boy., t. 4 f. 406 r.
264

corregidor Antonio Navarro las había distribuido. Sin embargo, los indio
no podían dejar de enterarse, por el rumor popular, de las restituci 0 nes;
fueron introduciéndose en los resguardos. Según Tomás de Guevara, uno
de los vecinos que ahora ocupaba el cargo de alcalde, los indios arruinaban
las sementeras y amenazaban con prender fuego a las casas de los vecinos.
Una vez se amotinaron contra José Antonio Rivera, quien había intervenj.
do en el remate en representación de los vecinos: le obligaron a abandonar
el pedazo de tierra que le había tocado y a huir a Santa Fe. Los indios;.al
parecer, obedecían las órdenes de su gobernador, un indio, Juan Albino
Patiño, quien finalmente obtuvo para ellos que se despachara el decreto en
que se ordenaba la restitución 164 •
En Tibasosa se presentó una situación similar. Los indios fueron resti-
tuidos diez días después del decreto de la Audiencia y, según el procurador
de los vecinos (los de Firavitoba, quienes habían rematado los resguardos),
José Antonio Maldonado, los indios habían entrado de nuevo en posesión
de sus resguardos injuriando a los vecinos, burlándose del remate y de su
recién fundada parroquia. Ahora se desquitaban impidiendo que los veci-
nos cultivaran la tierra, ni aun por vía de arrendamiento, o proponiendo
condiciones inaceptables. Esta situación se prolongó hasta 1782 cuando, el
23 de septiembre, con el pretexto de mantenerse la fe pública, se decidió
entregar a los vecinos parte de los resguardos que se habían rematado.
Agustín Justo de Medina, un rico propietario de Paipa, procedió a separar
las tierras de unos y otros, en ausencia del corregidor. Avaluó la porción
que quedaría a los vecinos en 2.175 pesos y declaró que distribuía diez
cuadras de tierras a cada una de las 69 c_abezas de familia de los indios165•
En otros casos no parece haber habido siquiera lugar a esta restitución
parcial. Los vecinos de Monguí, por ejemplo, adquirieron los resguardos
en 1.500 pesos, el primero de octubre de 1777. Casi inmediatamente redi-
mieron el censo y cuando se trató de la restitución púdieron obtener am~
paro, con el argumento de que la venta se había perfeccionado y que en
este caso debía preservarse la fe pública. Aparentemente, los indios obtu~
vieron una Cédula real de restitución en 1784 pero todavía en 1804 la situa-
ción se mantenía inalterada porque la Cédula se había <<extraviado» 166 •
A pesar de las restituciones, la situación no se modificó sustancialmente
para los'indios, con respecto a _la situación anterior a 1777. Ahora se acep~

164 Ibid. Vis. Boy., t. 4 f. 406 r. ss.


165 Jbid. t. 10 f. 694 r. SS.
166 Ibid. t. 14 f. 452 r. ss. Por esta misma razón tampoco se devolvieron los resguardos de
Tasco. Ibid. Resg. Boy., t. 6 f. 843 r. ss.
265

taba institucionalmente la presencia de los mestizos -asimilados a los


«blancos»- quienes arrendaban la tierra de los indios por precios irriso-
. ríos. Según un informe del corregidor al virrey, en 1794,
... el abandono, miseria y estupidez que con la mayor lástima notamos en
los indios, proviene de la absoluta tolerancia a avecinadarse entre éstos los
españoles, quienes no sólo se hacen dueños de los pueblos y resguardos por
un poco de bebida, sino que cuentan con tantos criados (por no decir escla-
vos), cuantos naturales los cercan. La mayor parte de los excesos de los
indios la motiva la embriaguez que les proporcionan y fomentan los intru-
167
sos en sus tierras o la relajación que constantemente miran en éstos ...

La política racial discriminatoria que la Corona había preconizado des-


de el siglo XVI para salvaguardar la otra «república» se veía de esta manera
superada por los hechos. Una nueva marea demográfica sumergía en el
siglo XVIII los restos irreconocibles de los antiguos reinos indígenas. Esta
situación, sin embargo, debe limitarse a las regiones de los altiplanos. En
otras partes, los reductos indígenas fueron mucho más pequeños y la dis-
ponibilidad de las tierras mucho mayor. Por eso se dieron todavía en el
curso del siglo XIX movimientos de colonización interior que deben colo-
carse en el origen de nuevas estructuras.

"

167 Jbid. t. 5 f. 464 r. SS.


Capítulo V
EL ORO

CICLOS DEL ORO Y EXPANSIÓN GEOGRÁFICA

En la economía metalífera del Nuevo Mundo se distinguen ciclos tempo-


rales cuya definición varía, según diferentes criterios. Hay, por ejemplo,
un ciclo de oro y un ciclo de plata si se considera sea el valor, sea el peso .
de estos dos metales. El ciclo del oro abarcaría desde 1503 hasta 1530, de
acuerdo con la importancia de su peso (Hamilton) frente al de los envíos
de plata a España, o se prolongaría hasta 1560 si, prescindiendo de una
comparación respecto al peso, se atiende más bien a la relación de valor
entre el oro y la plata 1. Esta relación tiende a favorecer al oro a medida que
las cantidades de plata en circulación aumentan: de-1:10,11 a comienzos de
la expansión españofa, se eleva a 1:14,84 a mediados del siglo XVII.
En este caso, el ciclo corresponde a 1a idea de una inversión en el orden
de importancia cuantitativa de fos dos metales. Tal inversión se ha operado
no sólo en virtud del descubrimiento de yacimientos de plata muy ricos en
México y en el Perú, sino también a causa d~ una innovación técnica, el
método de separación de la plata mediante su amalgama con el azogue.
En la obtención del oro se distingue, a su vez, una etapa inicial, en la
que los conquistadores. se apropiaron de los tesoros acumulados por las
civilizaciones indígenas. Luego sú.cede un primer ciclo del oro, en el que la
extracción se concentró en lavaderos fluviales con el concurso del trabajo
aborigen. Se distingue todavía un•segundo ciclo, cuyos comienzos fluctúan
de acuerdo con las curvas fie la desintegración demográfica de los indios,
y que estaría caracterizado pbr la explotación de minas de veta y el empleo
de mano de obra negra.
El factor de expansión geográfica puede conjugarse también para determi-
nar la extensión de los q.iclos del oro. Así, en la curva Hamilton (véase Grá-

Cf Álvaro Jara, Tres ensayos sobre economía minera hispanoamericana. Santiago de Chile,
1966, p. 25. Gráfico de la p. 51.
268 HISTORIA ECONÓMICA y

fico 2) que indica las remesas de oro a Sevilla puede precisarse la incor-
poración del espacio sometido por las empresas de conquista en las brus-
cas subidas de la ca_ntidad de oro llegado a Europa. Hay un ciclo de oro
antillano, sucedido por el acrecentamiento experimentado a raíz de la in-
corporación de la Tierra Firme y, finalmente, a partir de 1540, por un ciclo
continental.

GRÁFIC02
PRODUCCIÓN DE ORO EN LA NUEVA GRANADA. CURVA DE HAMILTON
CONVENCIONES
- Oro llegado a España (según E.J. HAMILTON) _ _ _
- Producción de oro en el Nuevo Reino de Granada _ _ _ __
- Sepulturas (Cartagena) y Tesoro de Tunja • • • , , •

r ...
kg.
21.
20.000
.. 1
19.
18.

1
-
17.
16.
15.000

_,.. 1
L
1 ....
10.000

i .,_
- l. q f Lf1 Lh n_
5.000
- -- u -
L. ... -U-""
- r Ln
1.000
- . ·.

La misma curva de Hamilton (y cuantificaciones estadísticas parecidas)


sugiere.otra interpretación del ciclo del oro, cuya significación específi-
camente económica queda determinada por las fluctuaciones de la curva.
En este se.!ltido, el cido económico del oro, ligado a la expansión de fron~
teras, puede ser descrito como un proceso de desarrollo. La dinámica de
este desarrollo está limitada y encuentra_9bstáculos que desembocan en su
agotamiento. La posibilidad de renovarla depende casi siempre de la exis-
tencia de una nueva frontera puesto que las condiciones técnicas de explo-
tación permanecen, en esencia, idénticas. En gran medida, la explicación
de las oscilaciones de la curva está ligada a fenómeno? de expansión geo-
269

ráfica. Así, el análisis de la economía minera no se atiene a la explicación


~e un desarrollo puramente económico en el que los ciclos de expansión
ueden atribuirse a factores inherentes a esa economía, a menos que se
Pstirne que la apertura de fronteras y la búsqueda y el hallazgo subsecuen-
:e de yacimientos sean típicos de una economía minera.
El concepto de ciclo económico adquiere en cambio su verdadero relie-
ve cuando el análisis se refiere a aquellos elementos que, en el interior de
una economía minera ya establecida, trabajan en el proceso de descompo-
sición. No se trata de ninguna manera de deducir de los ciclos de la economía
minera regularidades que sólo son propias de economías desarrolladas de
tipo capitalista sino más bien de percibir sus limitaciones. Es indudable
que a través de la persistencia secular de una economía minera se dieron
períodos de auge, a los que sucedieron períodos de crisis y de depresión.
Sin tratar de forzar los hechos mismos, puede esquematizarse esta oscilación
dentro de una cronología y con ella intentar una explicación de fenómenos
concomitantes en el mismo plano económico y en su trasfondo social.
El historiador francés Pierre Chaunu ha ensayado construir una crono-
logía histórica racional observando los movimientos de expansión y de de-
presión del tráfico comercial atlántico, es decir, construyendo un modelo
cíclico. Este modelo encuentra una coincidencia con los ciclos metalíferos
del Nuevo Mundo, tal como han sido definidos por Hamilton. Valiéndose
de cifras abrumadoras, Chaunu distingue en el tráfico atlántico cuatro gran-
des ciclos:

l. Un interciclo de alza (fase A) entre 1504 y 1550.


2. Una gran recesión (fase B') de 1550 a 1562-1S63.
3. Un segundo interciclo de expansión, entre 1562 y 1610.
4. Una fase de depresión de medio siglo, a pa,,rtir de 1610.

Resume sus observaciones punfüalizando la existencia de dos tenden-


cias opuestas en el Atlántico español-americano: una tendencia ascendente
desde el comienzo del siglo XVI ha'Sta 1610 y una tendencia descendente,
de pendiente simétrica, mái:¡ allá de 1610, las cuales se superponen a la
curva de Hamilton. Chaumi insiste, sin embargo, en que estas observacio-
nes reposan en una generalización a posteriori pues el empleo de un modelo
cíclico como tal significaría introducir presunciones de la ciencia económi-
ca en la masa de hechos 2 .c. •

2 Cf Pierre Chaunu, Séville et l' Atlantique. VIII 1 (Les structures) y VIII 1-2, París, 1959,
pp. 14ss.
270 HISTORIA ECONÓMICA y soa ....
i\[{

Sería tentador suponer que a la fase depresiva de un ciclo del oro su


de automáticamente una fase de expansión. Pero lo cierto es que ·si e~(~
última se da, su aparición está ligada a la de una nueva frontera, es dec· a
que depende de un hecho externo. ir,
Podemos preguntarnos si, por las condiciones que determinaron la' ex:
pansión geográfica y la búsqueda incesante de yacimientos de metales pre-
ciosos, la implantación de economías mineras -un hecho reconocido para
toda Hispanoamérica- no se debió a un puro azar. Para explicar este he-
cho se ha insistido en el carácter deflacionista de la economía europea du~
rante la Baja Edad Media y el «hambre» de metales consiguiente. El tesoro
americano habría remediado esta situación y favorecido el auge de un cíi-
pitalismo primitivo, provocando una subida de los precios3 .
Se ha sostenido también, desde un punto de vista europeo, que el des..
cubrimiento de América significó la creación de una economía a escala
mundial, en la que el Atlántico se convirtió en un mar mediterráneo. A
partir de entonces, las condiciones de intercambio entre los continentes
quedaron fijadas por esta estructura atlántica de una economía-mundo
(Chaunu). Dadas las condiciones técnicas de la navegación de la épocaí
debía imponerse una selección de bienes transportables en función de su
elevado valor intrínseco. Productos tintóreos que debían sustituir en el
mercado europeo a aquéllos que había suministrado el oriente, azúcaiy
otros frutos tropicales y, sobre todo, los metales preciosos, llegaron a ser
así los géneros coloniales por excelencia. ·
El mismo Colón esbozó un plan colonial que se apoyaba en la posibili-
dad de esclavizar a los indios. El oro se_ convirtió desde su primer desem~
barco en una obsesión. En sus relaciones, la Corona española buscaba sin
duda justificar su empresa prometiendo un resultado cierto, basado en las
posibilidades de explotación de la riqueza nativa4 . La presencia del oro era
una garantía de recuperación del aporte de la Cororta. Esta certidumbre
debió animar también a los inversionistas privados en las subsecuentes
empresas de conquista. Según Álvaro Jara 5, la necesidad de recuperar rá-
pidamente el capital privado invertido en estas empresas habría encauzado
la atención de los conquistadores hacia la explotación de metales precio~
sos. A este factor añade un elemento psicológico: la aspiración de los con~
quistadores a mantener un tren de vida señorial. ·

3 Cf. Earl J. Harnilton, «El tesoro americano y el florecimiento del capitalismo», en El flo-
recimiento del capitalismo y otros ensayos de historia económica. Madrid, 1948, pp. 10 ss.
4 Cf. Carl Ortwin Sauer, The Early Spanish Main, Berkeley and Los Ángeles, p. 23 y p. 34,
5 Cf. A. Jara. op. cit., pp. 24 y 32.
271
li ELoRO
La búsqueda del oro se impuso, pues, como necesidad condicionada
por una relación típicamente colonial. Las penetraciones sucesivas al inte-
rior del continente debían asegurarse contactos necesarios con el mundo
exterior. De allí la urgencia de procurarse una mercancía cuyas posibilida-
des de intercambio atrajeran mercancías europeas. Las expediciones que se
¡nternaban en la Tierra Firme sentían la necesidad de objetos familiares:
armas, trajes, vino, aceite, quincallería.
En Santa· Marta, en medio de frecuentes incursiones contra los indios de
la región, Domingo Álvarez Palomino encontraba el tiempo para solicitar
a un comerciante de Santo Domingo todos los refinamientos de vestuario
imaginables: calzas, «del mejor paño que se pudiera haber», «seis camisas,
fas más ricas que se pudiera haber», 20 varas de holanda, «la más delgada
que se pudiera haber», 2 gorras «muy finas», borceguíes, «los más largos
que se pudiera hacer y hallar» 6• Esta preocupación por la moda y el refina-
miento parece sin duda extravagante en 1528, cuando Santa Marta era to-
davía una verdadera frontera.
En algunos casos, sin embargo, la afición por lo superfluo cedía el paso
a Ja necesidad más apremiante. En 1540, por ejemplo, en el Nuevo Reino,
dos conquistadores, Juan de Trujillo y Jerónimo Díaz, establecían una «com-
pañía hermanable». Trujillo aportaba a la compañía un.caballo con freno y
silla y se comprometía a ir con la expedición de Hernán Pérez de Quesada
«a sierras nevadas». Allí esperaba hacer rancheas y hallar sepulturas cuyo
botín compartiría con su socio. Éste patticipaba con véinte puercos y una
india del Perú7• • .
Este tipo de contrato era frecuente
.
en toda América durante la época de
~
la Conquista. En el Nuevo Reino, en el Perú, en Popayán, un caballo, una
espada, una silla o un freno constituían objetos preciosos que se aportaban
como capital en las empresas de conquista. La rareza de estos objetos hacía
crecer su precio desmesu_radamente hasta el p'irnto de empobrecer a todos
, los que participaban en operacionE!s de rapiña.
La relación de dependencia con respecto a las mercancías europeas no
varió sustancialmente en épocas sú'cesivas. Por esto la minería se entendió
siempre como la clave del sjstema económico. Para mantener nexos, aun
precarios, con la metrópoli,.se requirió retornar cada vez cantidades de oro
y plata. La situación de crisis que se experimentó a partir de la segunda
década del siglo XVII agudizó la percepción de los contemporáneos con re-
lación a la necesidad de ~antener la producción de metales preciosos. En

6 DIHC. I, 263 ss. II, 14.


7 Not. lª. Tunja, 1540 f. 393 r.
272 HISTORIA ECONÓMICA

1620, por ejemplo, el contador Pérez de Pisa sostenía la necesidad de


plea~ a los indios en Mar~quita, y ap_en~s u~ año más tarde el capitán
Martín de Ocampo, corregidor de Manqmta, ideaba un esquema parad~
mostrar cómo las rentas reales derivadas del comercio crecían proporci e~
0
nalmente al aumento de la productividad de los yacimientos de oroª. ·
La dependencia generó, a su vez, un dinamismo de los movimientos expan~
sivos en el interior de la Nueva Granada. Cuando la fuente de los metales
preciosos se cegaba, la afluencia·de mercancías europeas se interrumpí~
súbitamente y se producía el aislamiento. Para mantener este suministtó
era preciso entonces abrir una nueva frontera. Así, el mantenimientO efe
una economía minera no estuvo asociado a un espíritu empresarial-cómb
lo entendemos modernamente- sino a la continuidad de las empresas'aé
conquista. Los capitales mismos se formaban al ritmo de estas conquista~~~
Puede verse, en cierta medida, al conquistador como empresario. Élno
conocía una especialización que lo confinara dentro de una actividad ecéi:'.
nómico-profesional demasiado rígida. Con una encomienda disponía ci~
mano de obra que podía dedicar indiferentemente a las labores agrícolas()
la minería. La producción agrícola lo inducía a un comercio muy prod\íc~
tivo de abastecimiento de centros mineros. Podía disponer de recuas p~fü
transportar estos abastecimientos y aun verse tentado a invertir en esq~~
vos negros.
En algunos casos, la expansión tenía por objeto eliminar.territorios mar7
ginales que daban acogida a indígenas fugitivos. Así, en 1598, Gaspardé
Rodas propuso ocupar las tierras circunvecinas al río Cimitarra y pobliit
una villa de españoles para cortar el éxodo de los indios de Zaragoza, presioo
nadas hacia allí por los habitantes de Remedios y los indios patangoros10, •..J
Es así como más tarde tuvo lugar la fundación de Guamocó. El comie~~() l
de la ocupación de las vertientes del Pacífico se originó también en la n~ '
cesidad de acabar con reductos de indígenas fugitivos y con las incursiones
periódicas de los timbas, los cacahambres y los sindaguas.
La culminación de la catástrofe demográfica acabó con la flexibilidad
de este tipo peculiar de empresario, el conquistador. A partir de 1580 se
hizo necesario el empleo masivo de esclavos en los nuevos distritos mine¡
ros y, seguramente desde entonces, los comerciantes tuvieron mayor inje'
rencia en las explotaciones mineras, que anteriormente. .

8 AGI. Santa Fe L. 26 r. 1 Doc. 11 y AHNB. Min. Cauca, t. 2 f. 266 r.


9 Cf. A. Jara, op. cit., p. 32.
10 AHNB. Min. Ant., t. 6 f. 550 r. y v.
273

situación explica que en el curso del siglo XVII se hayan operado


7. mbios en el seno de la sociedad española dominante, a .pesar de la apa-
='ªnte rigidez jerárquica impuesta por la Conquista y el sistema de enco-
~enda. Si bien el siglo XVII conoció todavía empresas de conquista, el premio
f 0 residía entonces en la labor gratuita de los indígenas sino que los nue-
~05 yacimientos exigían el empleo de capitales y una fuerte inversión en
í.inano de obra esclava.
h A partir de ent~nces, la econ?mía. del oro s~ convir~ió en una e~presa
!~librada a sus prop10s recursos. Si el sistema social dualista establecido por
"la Conquista favorecía la rapiña de los encomenderos, la dilapidación de
~tecursos humanos que produjo este sistema sólo podía subsanarse, muy
~parcialmente, con enormes inversiones de capital.
La economía minera había contribuido, además, a desvertebrar el sector
agrícola tradicional de las sociedades indígenas. Los recursos alimenticios
se desplazaban no en función de la subsistencia de esas sociedades sino en
virtud de las exigencias de los centros mineros. Las ciudades mismas se
vi~ron afectadas por este fenómeno y esto condujo a nuevas modalidades
ei{Ia apropiación de la tierra. Ésta, sin duda, fue una de las consecuencias
!Ilás durables de la economía metalífera implantada en el Nuevo Mundo .
•Con todo, hasta el siglo XIX, nada hubiera podido persuadir a los espa-
ñoles-americanos acere.a de los desequilibrios profundos que creaba esta
economía. Por eso, cuando quiso abolirse el llamado «Sistema colonial» a
.mediados del siglo XIX, se pensó más bi~n en la comerciálización de la agri-
cultura. Paradójicamente, este cambio implicaba, lo mismo que la minería,
;iniciar el proceso de una nueva frontera. Esta vez se comenzaba la tarea
9ue había desdeñado la conquista española: la de emprender una verdade-
ra farea de colonización interior.

Los DISTRITOS MINEROS .

La historia de la economía minera en la Nueva Granada es una historia de


fronteras sucesivas. Los desplazamientos y los h~llazgos, el hostigamiento
de los indígenas rebeldes, que no se sometían a la servidumbre de las mi-
nas, y la apertura de vías de acceso a los yacimientos jalonan la historia
agitada de las explotaciones auríferas en los siglos XVI y XVII.
El período de la Conquista, entre 1536 y 1550, estableció una primera
frontera y varios distritos mineros én su interior, cuyo agotamiento, aso-
ciado a la extinción de los habitantes indígenas, se produjo hacia 1570. Las
conquistas de Gaspar de Rodas abrieron un nuevo horizonte a partir de
1580, con el hallazgo de los yacimientos de Cáceres y Zaragoza. La riqueza
274 HISTORIA ECONÓMICA y

de los aluviones del río Nechí atrajo a los habitantes de Remedios, quien
hacia 1590 mudaron la ciudad hacia esa zona y tropezaron con filones e~~
cepcionalmente ricos. Unos cuarenta años más tarde, cuando la decadenci
de estos yacimientos era ya indudable, se emprendió la apertura de la fron~
tera del Pacífico.
Así, los ciclos del oro pueden identificarse en la Nueva Granada a ªª"
vés de los hitos de la expansión geográfica más bien que mediante ladis! •.
·.•·.·.•.i.·.

tinción entre explotaciones aluviales y minas de filón. El trabajo esclavo


intervino, eso sí, en mayor escala a partir de 1580, sin ser por eso exclusivb)
Los yacimientos eran casi siempre aluviones y la explotación de minasde
filón fue un hecho más bien excepcional (véase Mapa 8). Se explotaron filo::
nes en Buriticá, en la región de Antioquia. En Remedios, los más productivos;
se explotaron al tiempo con minas de aluvión, lo mismo que en Almaguer
y Chisquío y en Marmato, Supía y Quiebralomo. Las minas de Monfüosa
y Vetas, en Pamplona, en ningún momento emplearon trabajo esclavo como
tampoco los filones efímeros de Vitoria.
Para tener una imagen concreta del proceso de expansión, puede diVi-
dirse el mapa de la Nueva Granada en distritós mineros. La distribución
geográfica de los distritos se ubica en relación con algunos establecimién~
tos españoles y, por consiguiente, de acuerdo con su desarrollo histórico
(véase Mapa 7). Salta a la vista que la mayoría están situados en el occidente
de la Nueva Granada (Nos. l, 2, 3, 4, 7, 8 y 9), sobre las riberas del río Cauca
y sus afluentes (Nos. 1, 2, 7), sobre las vertientes de la cadena central defos
Andes (Nº 3) y sobre la costa del Pacífico (Nos. 4 y 9). En el centro se e.ii-
cuentran las explotaciones de oro y plata de Mariquita y algunos yacimie1l~
tos aluviales en Tocaima, Neiva e Ibagué (Nº 6). El oriente posee solamente
las minas de filón de Pamplona y los aluviones del Río del Oro, en la región
de Vélez (Nº 5).
De la contigüidad de los centros urbanos se desp.rende una cierta uni-:
dad puesto que la fundación de ciudades acompañó siempre los procesos
de expansión. Por ejemplo, un eje central contiene las explotaciones del
valle central del Magdalena, desde la antigua Remedios hasta la región de
Neiva, que estuvieron colocadas bajo la jurisdicción de Santa Fe de Bogotá
(Nº 6).,Se trata dei corregimiento de Mariquita o el conjunto de las tierras
calientes de la provincia de Santa Fe. Un eje paralelo y separado del primero
por las crestas de la cadena central cq:rre a lo largo de las riberas del Cauca
y une las ciudades de Arma, Anserma y Cartago (Nº 2). Un tercer eje se
extiende a lo largo de los ríos Atrato y San Juan, en la costa del Pacífico (Nº
9). Son los yacimientos del Chocó, cuya apertura y explotación debió espe~
rar más de un siglo (hasta 1660) para hacer la fortuna de Popayán eri el
:z

{¡\!'A 7
~¡5rRJ:TOS MINEROS DE LA NUEVA GRANADA

76" 72"

CONVENCIONES
8 Minas de aluvión
0 Minas de filón
O Minas de plata

l
276 HISTORIA ECONÓMICA y SOClft.l..í

MAPAS
YACIMIENTOS DE LA NUEVA GRANADA (SEGÚN R. WEST)

CONVENCIONES
~ Aluviones
e Filones
277

siglo XVIII. En cuanto a la parte sur de la vertiente del Pacífico, su explota-


ción data de la primera mitad del siglo XVII (c. 1630), cuando los habitantes
de Cali y Popayán hicieron varias entradas para someter ·a los Indígenas
rebeldes de la región (minas de Dagua, Raposo, Iscuandé, Barbacoas, Nos.
3,4, 8).
Esta compartimentación ayuda a comprender no solamente una reali-
. dad geográfica sino también un hecho histórico de aislamiento. Existieron,
1.• Claro está, dificultades casi insuperables en las comunicaciones, pues la
1 cordillera Central se eleva como un muro infranqueable entre los valles
· jnterandinos de los dos grandes ríos, el Magdalena y el Cauca. Existió tam-
.bién rigidez en las relaciones de las ciudades que abandonaban a su suerte
tada región. Los distritos mineros dependían de un único centro de poder,
fuera éste Santa Fe, Popayán o la ciudad de Antioquia.
Ya se ha visto cómo la aparición de algunos de estos villorrios·que se
adornaban con el nombre 9.e ciudades derivaba del hecho de un reparto
inicial de recursos, destinado a asegurar la supervivencia de algunos grupos
de españoles. Pero, ¿cómo activar la vida económica en medio del aisla-
miento? Con algunas excepciones, toda la Nueva Granada parecía destinada
alas empresas mineras. Fray Pedro de Aguado, que presenció esta búsque-
da afiebrada, pudo escribir:

... en los pueblos del Nuevo Reino que no tienen minas de oro les parece
que... no tienen ni poseen riqueza alguna, porque el.oro, dejado aparte su
estimación sobre todos los otros metales, parece que en alguna manera tie-
ne la propiedad de la piedra imán ... porque adondequiera que haya minas
de oro ... allí más que en otra parte acuden en más abundancia las mercade-
, . . 11
nas y mantemrmentos,.. .

Este esquema muy simple, fundado en las virtualidades de intercambio


.del metat colocaba la búsqueda del oro en el centro de las preocupaciones
de toda población y rechazaba cualquier idea de ·equilibrio económico.
El prestigio, y a veces la supervl.vencia misma de las ciudades, dependía
de la riqueza aurífera de sus alrededores. Los centros urbanos guardaban
celosamente los límites de su jurisdicción, litigando interminablemente con-
tra cualquier intrusión. Los pobladores de Zaragoza, por ejemplo, no se
preocuparon mucho por emprender una labor colonizadora y su atención
se vio acaparada por los ricos yacimientos del Nechí. La~ insurrecciones
indígenas y la rápida extinción de los indios de la región limitaron aún más

11 Aguado, op. cit., IIl, p. 333.

~
278 HISTORIA ECONÓMICA y soc•.• 7
"'lll
esta posibilidad. Atraídos por la riqueza de Zaragoza, los habitantes d
Remedios fueron desplazando la ciudad, primero a la comarca del río Nue
y luego a su emplazamiento definitivo. Allí tropezaron con la «lomarrica:
que explotaron con ayuda de los indios. Más tarde se procuraron negr~
y emprendieron la explotación de algunas quebradas afluentes del Nech~
(Cana, Nitiniti, Pocoro, Perimana y Niyaba) que Zaragoza reivindicaba conr~
pertenecientes a su jurisdicción.
Es evidente que esta intrusión había sido posible en virtud de la desidia
de los habitantes de Zaragoza y de su incapacidad para emprender tÍrta
labor colonizadora. Niyaba, por ejemplo, distaba apenas dos leguas de z~~
ragoza y se afirmaba que el asiento mismo de Remedios pertenecía a su
jurisdicción. Pero los mineros de Zaragoza no podían sostener sino una
pretensión meramente teórica sobre los afluentes del Nechí. Según ellos, se
trataba de regiones comarcanas de los indios encomendados a vecinos de
Zaragoza. Mencionaban estancias, pesquerías y poblaciones de los indios
pero ninguna explotación agrícola de los habitantes españoles. Finalmen-
te, en 1604, el lugarteniente de Gaspar de Rodas, su yerno Bartolomé de
Alarcón, amenazó con privar de abastecimientos a los mineros de Reme-
dios que explotaban las g_uebradas para obligarlos a quintar y fundir el oro
en la Caja de Zaragoza12 •
La vecindad otorgaba privilegios de los que no podían participar los
habitantes de otra comarca, así se tratara de personas influyentes. El espí-
ritu de cuerpo y las rivalidades de campanario tenían formas muy concre-
tas de expresarse e implicaban siempre el acaparamiento de los recursos
que sustentaban a la «república de españoles». Cada población defendía
celosamente su jurisdicción sobre minas y aguas, tanto como sobre tierras
e indios, fijada inicialmente por un derecho de conquista.
La región del Río del Oro fue siempre motivo de conflicto entre Pamplo-
na y Vélez. Hacia 1554 había muchas cuadrillas en este.río, que pertenecían
a encomenderos de Pamplona. Tantas, que al distribuir una contribución
para cubrir los gastos de un procurador de la ciudad en España, correspon~
dió pagar a los mineré)s del Río del Oro trescientos pesos, en tanto que los
mineros de los páramos sólo pagaron doscientos 13. Este mismo año, el Ca-
bildo de Pamplona nombró los primeros alcaldes de minas y uno de ellos,
Nicolás,de Palencia, encomendero de Pamplona, debía residir en Río del
Oro 14 • En agosto, la ciudad quiso afirmar una vez más su derecho territo-

12 AHNB. Min. Ant., t. 6 f. 540 r. y f. 543 r. •


13 Primer libro de actas, cit. pp. 70 y 71.
14 Jbid. pp. 78 SS.
279
L
~· ·al, y para esto asignó tres estancias de ganado a encomenderos de Pam-
fliona en la mesa de Gerira, contigua a los lavaderos 15 • El Cabildo manifes-
~ba abiertamente su propósito en una carta dirigida a Qrtún Velazco, l1Ilº de
¡os fundadores de la ciudad al que se había otorgado una de las mercedes.
La ciudad de Vélez también nombró un alcalde de minas para Río del
Oro, en 1557. En ese año, las dos ciudades sostenían un pleito pues Río del
Oro no era sólo un centro de explotación minera sino que sobre él estaba
ubicado el desembarcadero de Pamplona, el cual le daba acceso al río Mag-
dalena 16. Tres años más tarde, el oidor Tomás López prohibió a los enco-
fuenderos de Pamplona llevar a sus indios al Río del Oro para que hicieran
allí sementeras y labranzas de maíz17• Aunque no se mencionara, la prohi-
bición se extendía con mayor razón al trabajo en las minas, pues la tierra
era «enferma» y de clima diferente al de los indios.
El problema de la jurisdicción se resolvió en favor de Vélez, aunque los
vecinos de Pamplona se resistieran a aceptar esta decisión. En 1570, Ortún
Velazco pidió una provisión de amparo a la Audiencia para construir una
acequia en sus minas del Río del oro. Con ello no se vería obligado a com-
partir las aguas. Los mineros de Vélez se quejaron de que Tomás Aguirre,
encargado de construir la acequia, encauzaba el agua en perjuicio de sus
minas. El alcalde de minas nombrado por Vélez ordenó que no se hiciera
Ja acequia pero Aguirre apeló de esta decisión alegando que el agua se
sacaba de los términos de Pamplona y que el alcalde no tenía jurisdicción
allí18 • Diez y ocho años mas tarde, el conflicto se renovó. Esta vez los acto-
res eran el hijo de Ortún Velazco y Juan de Mayorga, rico encomendero de
Vélez. Éste alegaba que había construido una acequia en Río del Oro hacía
más de diez años y que ahora Juan de Chávez, minero de Juan de Velazco
Montalvo, intentaba usurpar su derecho19 •
El hallazgo de oro rompía el aislamiento y dotaba a la ciudad de un
poder de compra que antes no poseía. Según la tradición (hay huellas en
los Archivos de una fiebre del oro en Pamplona en 1552-1553), la ciudad
de Pamplona mereció el sobrenombre de «Pamplonita la loca», a causa de
la extravagancia de sus hal]itantes, quienes gastaron el dinero a manos lle-
nas cuando se descubrió un filón que se agotó en muy poco tiempo.

15 Ibid. p. 99.
16 Ibid. p. 224.
17 Ibid. p. 316.
18 AHNB. Min. Sant., tomo único f. 203 r. ss.
19 Jbid. f. 210 r. SS.
280

La productividad de los primeros distritos mineros dependió de la co •


centración de la mano de obra indígena. Ya se ha visto cómo, en principin
el asentamiento español estuvo determinado también por la presencia ~,
masas indígenas capaces de asegurar su supervivencia. Belalcázar estabe
persuadido de que sólo la concentración de las encomiendas en pocas ma~
nos permitiría la perpetuación de las ciudades que había fundado. Las re-
giones pobres en población indígena, o allí donde los indios oponían una
resistencia constante, permanecían inhabitadas por los españoles. Sólo la
atracción del oro podía vencer este obstáculo. Esto explica la fugacid~d
de fundaciones tales como San Vicente de Páez, Toro, Vitoria, etc. Allí Íos
españoles habían permanecido durante el lapso muy corto de una paz J>~
nosamente obtenida, que el trabajo excesivo impuesto a los indios recién
sometidos había terminado por romper.
La región occidental, la más rica en yacimientos, llegó a ser muy pobre
en hombres, como se ha visto. Las encomiendas debían concentrarse en
pocas manos para mantener una tasa de provecho elevada y sostener con
abundancia a sus propietarios. Aun si Belalcázar no conquistó las regiones
de Cartago y de Antioquia, se apresuró a reivindicarlas en cuanto le llegó
la noticia de que allí había oro y población indígena 20 • '
El interés se vio atraído primero gor el oro de Buriticá pues de sus nti.
nas procedían los hallazgos del Sinú 1 . La región, que había sido cruzada
por expediciones de Cartagena y de Popayán, fue disputada por las dos
gobernaciones. El primer gobernador del Nuevo Reino, el licenciado Díez
de Armendáriz, intervino también nombrando al mariscal Robledo como
su lugarteniente. Éste introdujo los primeros esclavos negros para trabajar
en las minas, en 1546. El gobernador mfsmo parece haber tenido intereses
en las minas pues un poco más tarde envió esclavos y ganado con Ochoa
de Barriga, a quien designó tesorero de la Caja real 22 •
La fama de las minas de Buriticá proviene de una: ·leyenda pues en los
archivos no existen huellas de su riqueza 23 • La montaña de Buriticá había
estado ligada a las historias que los españoles habían escuchado en el

20 DIHC. VI, 134.


21 Cf. G,. Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias. Madrid, 1959. T. III,
p. 168. Refiriéndose a las minas d_e Buriticá, Oviedo confirma esta noticia del licenciado
Vadillo (CDI. I, 41, 397 ss.). Según Oviedo, « ..• Créese, por los dichos indios e por lo que
les pareció a los españoles que fueron coh el licenciado, que éstas son las mayores e
mejores minas de la Tierra Firme, e de donde se ha sacado todo el oro que ha ido a la
provincia de Cartagena, y el que baja por el río grande de Santa Marta e del Darién...».
22 AGI. Cont. L. 1488 f. 137 r.
23 Ibid. L. 1377.
281

parién y en las costas de Cartagena. Los filones, descubiertos cerca de Santa


Fe de Antioquia, parecían así la culminación de una larga búsqueda. Esto
explica por qué, al referirse a Buriticá, Cieza de León habla en pretérito y
se extiende más bien sobre el oro de aluvión que se ha encontrado cerca de
Santa Fe de Antioquia. Dice Cieza:
... saliendo de la ciudad de Antioquia, y caminando hacia la Villa de Anser-
ma, verse ha aquel nombrado y rico cerro de Buriticá, que tanta multitud
de oro ha salido dél en tiempo pasado ...

Y un poco más adelante:

... vimos también allí los nacimientos y minas donde lo cogían y las maca-
nas o coas con que lo labraban. En otro río ví yo a un negro del capitán Jorge
Robledo de una bateada de tierra sacar dos granos de oro bien crecidos ...
Las minas se han hallado muy ricas junto a este pueblo, en el río grande de
Santa Marta que pasa junto a él. Cuando es verano sacan los indios y negros
en las playas harta riqueza, y por tiempos sacarán mayor cantidad, porque
, , 24
h ab ra mas negros .

Díez de Armendáriz conoció la existencia de estas minas en 1546 y quiso


interesar en su explotación a comerciantes de Santo.Domingo, Cuba y Pana-
má25. No obstante, Belalcázar decidió la cuestión pendiente de jurisdicción
ejecutando a Robledo algunos meses d~spués de su ll~gada (en 1547)26 .
Para debilitar a los habitantes de Cartago, que eran partidarios de Roble-
do, Belalcázar había fundado la villa de Arma en 1542 y otorgado encomien-
das que cercenaban las de los encomenderos de Cartago. Poco después (en
1544) se anunciaba el descubrimiento de minas en la región vecina de An-
serma27. De esta época; precisamente, datan los descubrimientos de minas
más importantes en el occidente de la Nueva Granada. Las rebeliones in-
dígenas de 1542 habían impedido a los vecinos de Popayán proseguir ex-
plotaciones comenzadas un poco antes, pero ya· en 1544 las ciudades de
Popayán, Cartago y Anserma solicitaban la autorización real para emplear
a los indios en las minas y para procurarse esclavos negros28 .
También en el Nuevo Reino se mantenía vivo el interés por los descu-
brimientos de minas. El tesorero Briceño pensaba que

24 Cieza de León, La crónica del Pení, cap_. XIV.


25 DIHC. VIll, 79 y 167.
26 Jbid. 203 SS. IX, 183.
27 Ibid. VII, 166y171.
28 Jbid. 174, 296, 322. Vill, 20 SS.
282 HISTORIA ECONÓMICA y SOcL\u1

29
... sin ellas ... , esta tierra con dificultad podrá durar muchos días ...

Por eso el mismo tesorero emprendió una búsqueda hacia la orilla i'.1.-
quierda del Magdalena en 1548. Inclusive exploró un poco el flanco orient;l
de la cordillera Central a la altura de Cartago, Arma y Anserma, convenci-
do de que por allí debía haber oro o de que al menos era posible abrirse un
camino a través de la cordillera para enviar vituallas desde el Nuevo Reino
hasta esas tierras ricas en oro30 •
Las previsiones del tesorero se confirmaron, y a partir de 1550 no sólo
se abrió la ruta del Quindío sino que se fundaron centros mineros en Ma-
riquita, Vitoria y Remedios. Con el descubrimiento de minas en Pamplona, en
1551,31 se apoderó del Nuevo Reino la fiebre del oro y los encomenderos
de Tunja se apresuraron a enviar allí cuadrillas de indios o el producto de
sus estancias.
En el siglo XVI, además del oro que se declaraba en Santa Fe proveniente
de Pamplona, Vélez, Mariquita, Vitoria y Remedios, se pagaba también alü
el diezmo del oro extraído en Sabandija, Palenques, Venadillo, Guarinó,
Chisacá, Amaní, Ortama y el cerro de Bustamante, tierras calientes de los
flancos interiores de la cordillera Oriental y del valle del Magdalena, en
donde los indios se agotaban en los lavaderos32 •
Estos primeros distritos se ampliaron todavía e:o. el curso del siglo XVI
con fundaciones que desaparecieron rápidamente, como San Vicente, San-
ta Agueda o, más durables, como las de Gaspar de Rodas, que aseguraron
la continuidad de la producción aurífera, casi agotada en los distritos más
antiguos. En el interior de los distritos también se sucedieron los hallazgos:
en 1559, en Anserma, un filón produjo más de cien mil castellanos eri me-
nos de una semana33 • En 1597 se informó de un nuevo hallazgo en Alma-
guer, de donde se sacaron mil pesos en cuatro días34 • El descubrimiento de
oro en la montaña de Iscancé, cerca de Almaguer, fue·tardío, en 1636, y se
decía

29 Ibid. IX, 198.


30 Ibid. X, 43.
31 AGI. Patr. L. 197 r. 25.
32 Sobre las minas de Tocaima, Cf. Álejandro Carranza B., San Dionisia de los Caballeros de
Tocaima. Bogotá, 1941, p. 115. Sobre los lavaderos del Tolima, Cf. Vicente Restrepo, Es-
tudio sobre las minas de oro y plata en Colombia. Bogotá. 1952, p. 122.
33 AGI. Quito 19. Despacho del factor de Cali, Miguel de Lersundi, con fecha 8 de septiem-
bre de 1559.
34 Ibid. L. 16. Despacho del gobernador Sancho Garcla de Espinar.
283

35
... que es la mayor riqueza que se ha descubierto en las Indias .

Al finalizar el siglo XVI la importancia de la producción de Zaragoza,


Cáceres y Remedios había relegado a un segundo lugar la de los distritos
111ás antiguos. El presidente Sande tenía la impresión, en 1597, de que

... todo el tesoro de oro, criaderos y minas dél, se halla (lo que es de subs-
tancia) entre los dos grandes ríos que son el río Grande de la Magdalena y
36
1 otro río grande llamado Cauca ...

Según el presidente, fuera de esta región nadie se ocupaba de buscar


yacimientos, lo que parece un poco exagerado. Es verdad que en Santa Fe
y en Tunja, y aun en Popayán, el espíritu emprendedor parecía haberse
agotado en el curso de la tercera generación que sucedió a la de los conquis-
tadores. Ahora los encomenderos preferían las ganancias menos arriesga-
das de la agricultura. La extinción de los indios de tierra caliente había sido
como una advertencia. Los encomenderos procuraban entonces guardar
los pocos indios gue les quedaban y que ya comenzaban a faltar en las
labores agrícolas 37 . Se describía, por ejemplo, a los ricos de Tunja, una re-
gión que todavía podía contar con alguna densidad demográfica, como
espíritus pusilánimes para arriesgar capitales en empresas mineras. Aún
allí, los indios hacían falta y los encomenderos se oponían a que fueran
empleados ·en las minas,
.
... que ninguna otra cosa reputan por de mayor sentimiento
. . 38
.

Como consecuencia de la crisis de 1570, que afectaba sobre todo a los


lavaderos de tierra caliente· del Nuevo Reino, el interés de las autoridades
de Santa Fe se desvió hacia la explotación de minas de plata, cuya existen-
cia se descubrió en Mariquita en 1583. Este interés se explica por la necesi-
dad de una moneda acuñada, cuya urgencia era más sensible dentro del
circuito comercial de Tunja, Santa Fe y Cartagena. Las regiones mineras
empleaban habitualmente como moneda el oro en polvo y esto permitía a
los mineros evadir el pago de los quintos y a los «tratantes» aumentar sus
ganancias. En Santa Fe, en donde no circulaban sino los pedazos de oro de

35 Ibid. Despacho del gobernador Villaquirán.


36 Ibid. Santa Fe L. 17 r. 4 Doc. 149.
37 Ibid. L. 100. Despacho del corregidor de Tunja, Fernando Ramírez de Berrío, fechado en
junio de 1613. Cit. por U. Rojas, Corregidores, cit. p. 268.
38 Ibid.
284 HISTORIA ECONÓMICA

ley muy incierta que los indios pagaban como tributo, la necesidad de un
moneda se hacía sentir cada vez más. - a
La fortuna de Mariquita en el siglo XVII estuvo asociada no solamente
un ciclo fugaz de la plata, impuesto por las necesidades comerciales c:lef
Nuevo Reino, sino también a su ubicación excepcional. Muy próxirna á
Honda, el puerto donde desembarcaban todas las mercancías que venía~
de Cartagena, la ciudad estaba rodeada de tierras en donde pastaban cerca
de ochenta mil cabezas de ganado39 •
El descubrimiento de los yacimientos de plata fue contemporáneo de
los de Cáceres y Zaragoza pero su explotación fue retardada, a causa de la
fiebre del oro despertada entre los habitantes del Nuevo Reino, por los
nuevos yacimientos de Remedios. También hacía falta mercurio (azogue)!
cuyo envío debía ser gestionado con las autoridades de la metrópoli. Al
momento de recibir su nombramiento, el presidente Antonio González fue
encargado de velar por la explotación de estos yacimientos 40 • Fue precisa:
mente lo que hizo desde el momento de su llegada, en 1590, con una efica7
cia poco habitual entre los gobernantes españoles. A su paso por Honda
visitó las minas y dejó consignadas sus impresiones en una «Relación»41 •
Al año siguiente envió cuatrocientos indios desde el Nuevo Reino inaugu-
rando así el sistema de drenaje de los indios del altiplano, que iba a perpe:.
tuarse a partir de 1606.
Las primeras décadas del siglo XVII vieron declinar la producción delos
nuevos yacimientos incorporados en el siglo anterior. En 1623, los oficiales
del Tribunal de Cuentas de Santa Fe comprobaban que,

... por experiencia se ha visto y se ve por las ci.lentas del distrito <leste tribu-
nal, en que se incluyen las que hay en el de la dicha Real Audiencia deste
Reino, que por no tener los mineros, por falta de los-in\iios naturales, la
ganancia necesaria en la labor de las dichas minas de oro para comprar
esclavos negros, han ido disminuyéndose y minorándose las labores cada
año y al mismo paso los dichos derechos de los quintos de oro, de suerte
que hoy valen mucho menos de lo que hasta agora han valido y se tiene por
cierto (que por el camino que va), no dándose otra orden que sea provecho-
42
sa a los mineros se minorará al mismo paso adelante...

39 AGI. Santa Fe L. 17 r. 1 Doc. 37A.


40 !bid. Patr. L. 238 N 2 3 r. l.
41 !bid. L. 196 r. 23.
42 AHNB. Min. Cauca, t. 2 f. 272 v.
285

Entonces se juzgaba que el trabajo gratuito de los indios era una fuente
de capitalización para adquirir esclavos negros. Así, manteniéndose inva-
riables las condiciones técnicas del laboreo, la posibilidad de acrecentar el
rendimiento de las minas, o de mantenerlo, dependía de nuevos aportes de
Jilano de obra y del descubrimiento de yacimientos cada vez más ricos.
A comienzos del siglo XVII se emprendieron verdaderas guerras de fronte-
ra para despejar los caminos que conducían a la parte occidental del país,
la provincia· de Popayán. Los habitantes de Popayán, a su vez, buscaban
una nueva frontera. Durante la primera mitad del siglo XVII, esta provincia
43
sobrevivió gracias a las minas de Caloto y a las actividades agrícolas • El
resurgimiento de su economía minera se asocia al acceso a la región de
Barbacoas. En 1601, el gobernador Vasco de Mendoza intentó llevar allí
una expedición pero la Audiencia de Quito se le adelantó. Más tarde, el
virrey del Perú prohibió a su sucesor, el gobernador Sarmiento, que pene-
trara en la provincia por las armas pues quería favorecer un ensayo de
evangelización. Esta política pacifista experimentó un serio revés cuando
Jos indios mataron a los religiosos. Sarmiento fue autorizado en seguida a
proseguir la conquista a su manera.
Hacia 1620 había ya un puerto de Barbacoas, Santa Bárbara (en la isla
del Gallo), y una población minera en las márgenes del río Telembí, Santa
María del Puerto. Los indios de los alrededores fueron obligados a servir
a los españoles44 y los indígenas rebeldes del valle del Patía fueron pacifi-
e
cados en 1636 instalados ·cerca de las minas, en Santa María 45 .
La historia del Chocó es también una historia de frontera. La región era
conocida desde los primeros tiempos de la Conquista y en 1538 se erigió
en gobernación, señalándole límites vagos con Popayán y Castilla de Oro.
Pascual de Andagoya, el prilner gobernador, ni siquiera tuvo la intención
de establecerse allí y prefirió, en ausencia de Belalcázar, apropiarse de Po-
payán. Su hijo heredó la gobernación e hizo el en.sayo de establecerse en
las márgenes del río San Juan. La experiencia duró muy poco. Según un

43 Cf. Peter Marzahl, «Documen'.tos para la historia social de Popayán en el siglo XVIll»
(sic), en ACHSC. Nº 5, Bogotá, 1970, p. 144.
44 Según Marzahl, la mayoría de los fundadores de Santa María del Puerto eran mestizos
y mulatos. Cf. Tlze Cabildo of Popayan in the Seventeenth Century: The Emergence of a Creole
Elite. Tesis de doctorado, inédita. Sobre la fundación misma, AGI. Quit'o L. 16, despachos
del gobernador Villaquirán y CCRAQ. II, 259.
45 Según el mismo Marzahl, «... en realidad los Sindagua no parecen en absoluto haber sido
una tribu sino más bien un conglomerado de agrupaciones que hacían salidas ocasiona-
les contra viajeros, establecimientos españoles y estancias... » (trad. nuestra).
286

informe de un oficial de la Corona que lo acompañaba, el heredero prefir·,


10
saquear a los indígenas a ocuparse del gobierno de pantanos y selva846
Desde esta lejana época, el destino de Chocó parecía estar ligado aj ·
iniciativas que se tomaran en Popayán. Durante el siglo XVI hubo várts
tentativas de ocupación que partieron de Popayán o de Anserma. En 15;;
se fundó la ciudad de Toro, que no pudo mantenerse, y en 1587 fue trasla-
dada hacia el oriente. El oro recogido allí había sido tan abundante que·
treinta años después del abandono definitivo de la ciudad, su recuera6
47
impresionaba la imaginación de los mineros de Anserma . La colonia ha-
bía debido afrontar no solamente el sitio de los noanamas, que infligían
grandes pérdidas a los mineros matando a los esclavos y a los indios de
servicio, sino también los efectos de un aislamiento geográfico que hacía
casi imposible el abastecimiento 48 •
En 1592 se había encontrado una solución, la cual debía prevalecer más
tarde: alcanzar los distritos mineros remontando el río San Juan, a partir
de su desembocadura en el Pacífico. Se intentó así una primera expedición
en 1593 ~todavía otra en 1601, poco antes de que se despoblaran las minas
de Toro 9 .
Los gobernadores de Popayán asociaban sus funciones administrativas
a la gestión de negocios mercantiles y a la explotación de minas. En com-
p~nli-.ía de notab lCehs d~ CEali ~ de ~opaydá~, buscaron ~arias v e c es ocupar •.·•1
mi tarmente e1 oca. ste mteres con UJO una vez mas, en. 1 628
, a1gober: .
.

nadar Bermúdez de Castro a intentar una guerra de conquista y a proponer


capitulaciones a la Corona.
Solicitaba la prolongación de su nombramiento y la licencia de llevar un
navío de 250 toneladas a la costa del Pacífico para introducir por allí fos
abastecimientos que requería la expedición. Debía otorgársele el título de .1
adelantado y el gobierno de la provincia durante su v_ida y la de un heré-
dero, gozar de un título nobiliario y de la facultad de distribuir encomiendas
y aun de nombrar los funcionarios encargados de la Caja real. El goberna~
dar ofrecía por su parte llevar a cabo la conquista y gastar en ella 50 mil
ducados, fundar un puerto y tres poblaciones y asegurar las comunicacio-
nes con los centros mineros.

46 DIHC. II, 84, 96 y 97. VI, 112, 132 y 299. VII, 68 y 69.
47 AGI. Quito L. 31. Testimonio del capitán Márcos de la Yuste, en 1631.
48 Ibid. L. 16. Despachos del gobernador Francisco de Berrío, de 1599, y de Vasco de Men·
doza, de 1603.
49 Ibid. Cf. también Historia documenta/ del Chocó (colee. de doc. publicada por el AHNB).
Bogotá, 1954, pp. 85 y 96.
287

1;; Además de un principio de ejecución de la conquista, el gobernador


odía garantizar la ~olabor~ción de a~gunos asoci~dos, pers?najes poderosos
l.·.·
k~e Cali y de Popayan. Segun acusac10nes del obispo Vallejo, el gobernador
• Bel111údez de Castro tenía, en efecto, asociación con encomenderos y comer-
ciantes de Popayán. Así, estaba ligado con los hermanos Muñoz y con Juan de
¡\randa en asuntos comerciales. En Popayán había nombrado corno lugarte-
1. iüente a uno de los personajes más importantes, don Iñigo ,de Velazco, y man-
! tenía relaciones estrechas con otro, Antonio Hurtado del Aguila50.
¡; En 1631, el gobernador anunciaba que, después de haber gastado ya 30
,~~il ducados, contaba con sus amigos, quienes le habían ofrecido dinero,

... para continuar cosas tan grandiosas p ~rque, gloria al señor, los tengo a
todos gratos y sin enemigo considerable...
5

Al año siguiente volvía a anunciar que en la provincia había propieta-


rios dispuestos a enviar al Chocó cuadrillas de 300 esclavos negros.
Sin embargo, no fue este recursivo gobernador quien logró abrirse camino
hasta los yacimientos cuya riqueza se conocía. Sólo hasta 1668, Antonio Guz-
mán de Toledo redujo a los noanarnas, chancas y citaraes que durante más de
1 un siglo habían impedido la ocupación del Chocó. Hacia 1670, los habitantes

1 de Anserma habían instalado allí cien esclavos negros y los de Popayán se


1 prestaban a introducir cincuenta52• Se enviaron también algunos religiosos
¡ franciscanos, con la esperanza de mantener. la pacificación,,y se prohibió otar-
! gar encomiendas por un término de diez años. Esta prohibición no estimulaba
1 alos habitantes de Popayán a establecerse en la provincia pero se contaba con
los religiosos para proseguir la tarea de pacificación53 •
Al mismo tiempo que las expediciones salidas de Popayán fundaban un
centro minero cuyo centró era Nóvita, los habitantes de Antioquia probaban
fortuna también y fundaban una población sobre las márgenes del Atrato,
al norte de la provincia. Esta ocupación, lo mismo que una orden real de
1666 que había confiado el sometimiento del Chocó-simultáneamente a las
audiencias de Quito y de Santa Fe y a las gobernaciones de Popayán, An-
tioquia, Panamá y Cartagena, se encuentra en el origen de los conflictos
suscitados respecto a la jurisp.j.cción del Chocó.
Poco antes de 1680 se comunicaba la existencia de numerosas minas
explotadas por los habitantes de Antioquia con negros esclavos en la re-

:llCf. Marzahl, The Cabildo.


51 AGI. Quito L. 16.
52 Ibid. Despacho del gobernador Díaz de la Cuesta, 1670.
53 Ibid. Cont. L. 1444. Historia Documental, cit. p. 109 ss.
288

gión de Citará, en los contornos de la población de Negua. En 1684 , 8•


embargo, una rebelión indígena en la región condujo a una guerra d~ein
terminación. La nueva frontera quedaba abierta, esta vez en forma defin~~
tiva, pero la guerra dejaba detrás de sí problemas de abastecimientos Yd:
mano de obra casi insuperables. e

MINAS: TÉCNICAS, EMPRESARIOS Y MINEROS

La técnica empleada en las minas de aluvión de la Nueva Granada era la


misma que ha sido descrita por Fernández de Oviedo para los yacimientg~
54
de La Española. Las tierras aluvialet? se lavaban en bateas, imprimiendo
al instrumento un vaivén regular, y el oro quedaba depositado en el fondo.
Cuando el metal se hallaba en el lecho de los ríos, el curso de éstos se des-
viaba (se hacían «colgaderos») para extraerlo

... de entre las piedras y hoquedades resquicios de las peñas, y en aquello


que estaba en la canal de la madre o principal curso del agua, por donde.
primero iba el río o arroyo ...

Respecto a la técnica de la explotación y sobre los problemas que susci-


taba, las ordenanzas de minería son bastante ilustrativas. Se conocen, para
el siglo XVI, dos ordenanzas que provienen de las provincias de Pamplona
y de Antioquia. Las más antiguas fueron dictadas por el Cábildo de Párn-
plona en mayo de 1553 para modificar las que habían sido promulgadas
poco antes por Pedro de Orsúa. Otras,_rnás conocidas, fueron elaboradas
por Gaspar de Rodas, a raíz de los descubrimientos de Zaragoza, en 158455•
Debe advertirse que este tipo de ordenanzas difiere en cuanto a su obc
jetivo de aquéllas que fueron dictadas por la Audien~ia y por los visitado-'
res para reglamentar el trabajo de los indios en las minas. La Audiencia se
preocupaba por este aspecto, que envolvía supuestos generales de la poli~
tica indígena de la Corona, en tanto que el Cabildo o el gobernador de Ja
provincia se referían a los derechos reales derivados de la existencia dé
yacimientos dentro de su jurisdicción.

54 Sobre los tipos de aluviones auríferos de la región de Antioquia, Cf. V. Restrepo, op. cit.,
p.65.
55 Cf. Primer libro de actas, cit. pp. 24 ss. y AHNB. Min. Ant., t. 3 f. 335 r. ss. Rodas promulgó
por primera vez unas ordenanzas en 1584. En 1587, teniendo en cuenta que los descu·
brimientos de Zaragoza se multiplicaban, se vio obligado a introducir algunas modifi·
caciones. Este último texto es el que se conoce.
c:JJLORO 289

[. ],.sí, por ejemplo, tanto las ordenanzas de 1553 como las de 1587 reco-
ocían privilegios especiales a los descubridores. En ambos casos, el des-
~ubridor tendría derecho a tres otorgamientos de terrenos para explotar.
Éstos se fijaban en unidades de una cierta dimensión. En Pamplona, la me-
dida era de 30 y de 22 varas cuadradas por minas de «sabana» (tierras de
aluvión) y de 45 y 22 varas cuadradas en el lecho de los ríos, reservándose
Ja medida mayor para los descubridores. En Zaragoza, los otorgamientos
eran mucho .mayores: de 60 varas cuadradas en «sabana o aventadero» y
de 80 varas cuadradas en el lecho de los ríos. En las minas de veta, el des-
cubridor podía gozar de 40 varas cuadradas en Pamplona, y en Zaragoza,
de dos minas de 50 varas cuadradas.
Las ordenanzas de Pamplona y Zaragoza distinguían entres simples mi-
neros y «señores de cuadrilla». Éstos tenían derecho en Pamplona a una
mina por cada 5 piezas de esclavos hasta completar tres otorgamientos. En
Zaragoza, en cambio, en donde las minas eran mucho más ricas y el empleo
de esclavos general, el dueño de dos cuadrillas (de cinco esclavos cada una)
apenas podía gozar de una mina, a menos que empleara a dos mineros.
Las ordenanzas. de Gaspar de Rodas son mucho más explícitas en lo
relativo a detalles técnicos de explotación. En tantq que el Cabildo de Pam-
plona se había limitado (ord. 34) a establecer de manera general que los
mineros no debían retener el agua indispensable para lavar los minerales
1 de oro, las ordenanzas de Zaragoza dedicaban a este punto ocho capítulos
I (ord. 15, 21, 22, 23, 24, 26, 2? y 32). • . •
· Abrir un canal de 300 varas para conducir el agua hasta la explotación
daba derecho en Zaragoza a un otorgamiento de 120 x 80 varas y a otra
mina de 100 varas cuadradas, en lugar de las 80 reglamentarias. Se legisla-
! bacon detalle el derecho de acceso a los cursos de agua y se procuraba que
i todo el mundo pudiera disponer de ellos tanto como la protección de de-
rechos adquiridos.
. La importancia acordada a la reglamentación del. uso de las aguas en Za-
. ragoza parece natural tratándose de lavaderos. La frecuencia de los conflictos
era muy gran<;le a causa del registro de minas que no se explotaban, como de
aguas no utilizadas o utiljzad,as en detrimento de otros. A pesar de la promul-
gación de las ordenanzas, Gaspar de Rodas comprobó, en 1593, que

... los dueftos de cuadrillas y otros tienen registradas muchas aguas y minas
en excesiva cantidad y con registros que se juntan unos a otros de tal ma-
56
nera que desto resulta haber muchos pleitos ...
i

11' 56 Ib id. f. 340 V. SS.

L
290

Aunque aparentemente muy rudimentaria, la técnica de los lavader .·


exigía inversiones considerables para poder conducir las aguas hastaº~
sitio mismo de la explotación. Uno de los capitanes de Gaspar de Rodae
Pedro Martín, declaró haber registrado una quebrada para conducir:}:~
aguas hasta sus minas del cerro de San Salvador. Para conseguirlo, habí
hecho construir un «mampuesto» de trece estados de alto. El salario Üe~
constructor había sido de dos mil pesos anuales y el costo total de la ace:-
quia y el estanque llegaba a 30 mil pesos57 • En Río del Oro, el capitán Ort:!J.n
Velazco, fundador de Pamplona, había pagado 800 pesos a Tomás de Aguirré
un técnico que había hecho venir de Mariquita58 . '
Cuando se trataba de sedimentos aluviales situados a cierta altura Oo-
mas), la escasez de agua podía convertirse en una dificultad insuperable
para la explotación. Sólo alguien que pudiera disponer de un capital para
emprender obras de conducción, y de suficiente influencia política pará
acaparar las aguas, podía enfrentar este problema. Así, en 1631 tuvo lugat -
en Remedios un pleito entre Francisco Pardo Velásquez y Francisco Bel~
trán de Caicedo, el propietario más poderoso del Nuevo Reino. Beltráll
había heredado de su hermano Fernando minas y una encomienda en Re-
medios. Hacia 1590, éste había registrado las aguas de la quebrada de Po-
cune, que corrían a través de las tierras de su encomienda. Este monopolio
originó conflictos en los que se vieron involucrados los personajes más un~
portantes del centro minero: Diego de Berrío, alcalde ordinario de la ciu~
dad, hijo del gobernador Francisco de Berrío y sobrino del mismo Beltrán
de Caicedo, quien protegía a la parte contraria, Juan de Caicedo Salazar,
quien administraba los bienes que su primo Beltrán poseía en Remedios,
Francisco Ordóñez Maldonado, teniente del corregidor de Mariquita, y
Francisco Pardo Velásquez, pariente de Beltrán59 •
Los conflictos suscitados por derechos de agua no sólo se referían a lás
explotaciones mineras y a los intereses de propietarios de cuadrillas sino
que, en ocasiones, se derivaban de una incompatibilidad entre las necesi-
dades de la explotación del oro y las de la agricultura. Hacia 1550, por
ejemplo, los indios de Butaregua y de Chocoa -de la región de Guane-
habían sido trasladados desde su asiento primitivo (a ocho y tres leguas)
para que trabajaran en los lavaderos de Río de Oro. Empobrecidos los ya-
cimientos, los indios fueron dedicados a la agricultura, y para que regaran

57 Jbid. t. 6 f. 335 r. SS.


58 Ibid. Min. Sant., t. único f. 205 r. ss.
59 Ibid. Min. Ant., t. 2 f. 3 r. ss. Especialmente f. 326, en donde Velásquez atribuye la deca·
dencia de Remedios a la falta de aguas.
291

us cosechas, Juan de Angulo, su administrador, les hizo construir una ace-


5uia.En 1564, Alonso Domínguez Beltrán, encomendero de Gerira, obtuvo
~ administración de estos indios que pertenecían a la Corona. Ese mismo
afío, un minero, Juan Peronegro, quiso apoderarse de la acequia para rea-
. nudar la explotación de los yacimientos que habían sido abandonados
l· años atrás. Los indios fueron inducidos por Domínguez a oponerse a las
1 pretensiones del minero. Alegaban que ellos mismos trabajaban las minas,

1
... cuando podemos y tenemos comida, porq't~ muchas veces nos falta para
1 el sustento por las malas cosechas de maíz ...

En cuanto a las minas de veta, su excavación se reducía a seguir el filón con


tajos abiertos o mediante socavones o tiros inclinados61 • Lo rudimentario de
la técnica imponía muy pronto limitaciones. Según un minero, interrogado
sobre este punto en las minas de la Montuosa (en Pamplona) en 1622,

... Hay otras minas que han sido ricas y-ha oído decir- ha mucho tiempo,
desde el descubrimiento de esta tierra, se comenzaron a labrar y este testigo
las vio en labor y habrá dichos diez y ocho años poco más o menos que se
dejaron de labrar por el mucho costo y hondura en que estaban los socavo-
62
nes, que por el riesgo de los indios se dejó la labor ...

Tanto en Pamplona como en Anserma y Remedios se .utilizaban moli-


nos o ingenios movidos por agua. Del mineral sólido se.separaban los frag-
mentos de cuarzo que contenían oro y se volvían a moler manualmente
para proceder al lavado en bateas 63 . La pirita (margajita o marcasita) se
desechaba debido a su dureza.
El procedimiento, como puede verse, excluía técnicas de fundición y de
amalgamación. En 1621, observando que la ganga de pirita era desechada,
el capitán Martín Ocampo, corregidor de Mariquita, propuso beneficiarla
con un procedimiento secreto que guardaba celosamente. El capitán había
sido alcalde mayor de minas en Buenaventura y en Cuenca y conocía sin
duda las técnicas perfeccionadas por Bartolomé de Medina en México y
por Fernando de Velazco en el Perú. Con todo, defendía la originalidad de
su invención afirmando que·

60 Ibid. Min. Sant., t. único f. 1 r. ss.


61 Cf. Modesto Bargallo, La minería y la metalurgia en la América española durante la época
colonial. México, 1955, p. 87.
AHNB. Minas Cauca, t. 2 f. 259 v.
Ibid. f. 245 r. y v.
292 HISTORIA ECONÓMICA y

... el modo y punto de quemar los metales de que yo uso y la fábrica


64
hornos y molienda es muy diferente delos comunes ...

Apremiado por el gobernador de Popayán, en 1624 procedió a vari~l


experiencias en Anserma. Los mineros que las presenciaron estuvieronl
acuerdo en la utilidad del método, que consistía en quemar la pirita;in0:
lerla y mezclarla con salmuera y azogue. Sólo que el empleo de hornosncle
molinos y de azogue parecía rebasar en ese momento su capacidad deirl~
versión. Las minas de Anserma estaban por entonces en plena decaden~ia
y la falta de brazos impedía absolutamente que se introdujera la innova-
ción. Los mineros se atenían al método tradicional, que todavía daba algún
rendimiento, sin atreverse a arriesgar capital o dedicar mano de obra para
extraer oro de la pirita65 • · ··

Esta resistencia a las innovaciones técnicas puede atribuirse, en parf~


al aislamiento de los distritos mineros. En parte, también al tipo de empr&.
sarios que se dedicaban a la minería. Pero, sobre todo, al hecho de que el
laboreo de las minas haya pesado en gran parte sobre los hombros de la
población indígena, cuya mano de obra los encomenderos obtenían en
compensación del tributo.
Al contrario de los comerciantes, los mineros constituyeron durante el
siglo XVI un grupo mal definido, cuya actividad parece haber derivado más
bien de ciertas facilidades de ma_no de obra y de la presencia de yacimien-
tos, que de una dedicación profesional. Como se ha visto, las ordenanzas
de Pamplona y de Zaragoza distinguían entre «señores de cuadrilla»/es
decir, propietarios de esclavos y enco_menderos, y simples «mineros>~.
Existían; pues, mineros de oficio, es decir, hombres que poseían alguna
experiencia en la prospección de minas. Pero el saber de estos hombres ~ra
puramente empírico, señal precisamente de que ejercían un oficio circuns-
tancial. A veces eran llamados de otras partes, como ocurrió en Pamplona
en 1552, para confirmar la importancia de un descubrimiento o para am~
pliarlo. Es posible que de vez en cuando hayan llegado personas que ha~
bían estado en Méxko o en el Perú pero su aporte técnico debió de haber
encontrado resistencias y chocado contra hábitos seculares.
En Pamplona, al menos, un minero conocía la técnica de la amalgama-
ción del.azogue y la empleaba en 162266 • Pero, según otro testimonio,

64 Ibid. f. 283 r.
65 Jbid. f. 355 r. SS.
66 Ibid. f. 261 v.
293

... a esta tierra han venido muchos hombres que han dicho haber sido mi-
neros en Nueva España y en el Perú y muchas partes y han dicho sac.arán
cantidad de oro de la margajita y tratado de otros beneficios así de plata
como de oro y llegado al efecto no han hecho nada y se ha proseguido con
el estilo y beneficio que se han usado y usan en esta tierra sin que haya
. . d e mas
deja d o arb itrio . t o ... 67
' aprovech amien

Las técnicas muy rudimentarias que se utilizaban permitían, en todo


éaso, empleár a capataces o calpixques para que vigilaran el trabajo de los
lhdios o de los esclavos. Estos capataces, que recibían el nombre de mine-
ros, estaban casi siempre a sueldo de un encomendero, de un comerciante,
0 de un funcionario. Corno se trataba de mestizos o de mulatos, de portu-
gueses o de españoles pobres, ellos y no' los señores de cuadrilla eran res-
ponsables de los maltratos que recibían los indígenas. En 1559, cuando el
visitador Hinojosa procedió severamente contra los que habían maltratado
a los indios en las minas y las haciendas de Popayán, las penas más rigu-
tosas se impusieron a estos capataces, en tanto que el visitador se contentó
con condenas pecuniarias para los encomenderos a quienes se sindicaba de
los mismos delitos. Así, Jerónimo Trocera, minero de Sebastián Quintero, fue
condenado a muerte, y su amo solamente a pagar 600 pesos. Gaspar Díaz,
minero portugués, fue condenado a 400 azotes y a gaJeras, y Lucas Estado,
un mulato, recibió 300 azotes.
Las ordenanzas de Gaspar de Rodas. preveían e~ ca¡;o de que estos mi-
neros a sueldo fueran verdaderos prospectares. Cuando descubrían una
mina, el señor no podía despedirlos mientras el yacimiento se mantuviera
en explotación o de lo contrario debía pagarles su salario durante todo ese
tiempo. Por su parte, el_ minero que dejaba el servicio de un señor de cua-
drilla no podía entrar a servir a otro en el término de dos años. Además, el
hecho de trabajar para otro impedía adquirir derechos sobre minas, aun-
que se poseyera una cua'drilla de esclavos. Esto implicaba que el minero
adquiría para el señor, de la rnismé;l manera que sus esclavos.
Puede imaginarse fácilmente la cantidad de conflictos que generaba esta
dependencia. En 1597, Francisco Maldonado de Mendoza, quien además de
la hacienda más importante ·de Santa Fe poseía recuas de mulas en Reme-
dios, y recientemente había comprado una cuadrilla de esclavos a Andrés
Caballero para explotar minas en Zaragoza, se asoció con Antonio Gonzá-
Iez, un minero que había registrado aguas para explotar minas en la loma
de Archidona. Una vez que se descubrieron las minas, González las reda-

67 Ibid. f. 257 v.
294

mó para sí y Maldonado de Mendoza se querelló alegando que la tnin


debía haber sido registrada en su nombre, como señor de la cuadrilla6B ª
En otra ocasión, Juan Martínez de Leturia, minero de Vitoria, descub~·-
unas mmas.. corno no poseia ., recursos para exp1otar1as, acce d.1ó a que 1º
1
hiciera el gobernador Diego de Ospina, asociado con doña Teresa de Berr:
ra, que poseía 16 esclavos. El minero trabajaría con la cuadrilla y recibid
el 10% del producto. Concertada en mayo de 1592, la compañía se disolví~
un año después por cesión de los derechos de la señora a Diego de Ospina
por la cantidad de 10.540 pesos oro. Como resultado de esta disolución: el
minero quedó sin empleo y, naturalmente, sin las minas que había deséh~
69
bierto • • ·•
El descubrimiento de una mina era, claro está, una tentación para que
el minero se est~bleciera por su cuenta. En Quiebralomo, en 1603, un mi-
nero que servía a Francisco Jaramillo de Andrada descubrió una veta muy
rica en las minas de éste. En ausencia de Jaramillo, que andaba en una -
expedición por el Chocó, el minero decidió explotarla en su provecho. Con
el producto, que se calculaba en seis mil pesos, compró nueve esclavos
negros por intermedio de su hermano. Jaramillo, que era teniente delgo-
bemador Vasco de Mendoza en Anserma, lo obligó, por vía de transacción
a retornarle 1.500 pesos70 • · '
Fuera de estos esbozos de una dedicación profesional, las empresas nti·
neras fueron durante el siglo XVI la actividad más extendida entre gentes
de toda condición. En 1568 y 1576, algunos habitantes de Tunja, entre los
que se contaban un sastre, un albañil, un notario y varios comerciantes y J
encomenderos, otorgaron poderes para que el capitán Melchor Valdez, uri
conquistador que había participado en fa pacificación de los indios m~zos
y que entonces residía en Ibagué, registrara minas en su nombre en Ibagué
y en Mariquita. Al parecer, Diego de Partearroyo y .Alonso González de la
Gala fueron ese último año a Mariquita con el mismo'objeto71 •
El título de señor de cuadrilla pertenecía a cualquiera que quisiera in-
vertir dinero o trabajo (de indios o de esclavos) en las minas. Había, con
seguridad, una limitación pues no todo el mundo podía disponer de capi-
tal o de mano de obra. También se requería influencia para acaparar ciertos
recursos y para manejar todas las argucias legales que eran indispensables
para hacerlo. Por eso, igual que con respecto a la agricultura o a los trans~

68 !bid. Min. Ant., t. 3 f. 1 r. ss.


69 !bid. t. 6 f. 973 r.
70 !bid. Min. Cauca, t. 3 f. 313 r. ss.
71 Not. 1ª Tunja. 1578, f. 118 r.
295

portes, los encomenderos se hallaban en una situación excepcional para


eXplotar las minas. En Popayán, en Almaguer, en Anser.ma, en Tocaima, en
Nfariquita y en Pamplona, ellos preferían emplear a los indios de sus enco-
nüendas en el laboreo de las minas que en la agricultura.
No era solamente la proximidad de los yacimientos la que invitaba a
este género de inversiones. En 1556, los habitantes de Pamplona se queja-
ban de que ellos habían sacado muy poco provecho de los ricos yac~ien­
tos de la región a causa de la competencia de los habitantes de Tunja. Estos
poseían en~omienda~ mucho más ~ra?des y podía~ enviar abastecimien-
tos a las mmas. A raIZ del descubrimiento de las mmas, en 1551, muchos
encomenderos de Tunja enviaron cuadrillas de indios y algunos esclavos a
Pamplona. Según una pesquisa de Tomás López en 1560, unos 15 enco-
menderos habrían enviado cerca de 500 indios a las minas (los autos de la
visita están incompletos). Esta cifra da una idea de la inferioridad en que
se hallaban los encomenderos en Pamplona pues entre todos apenas po-
dían disponer de unos 1.500 indios; Baltasar Maldonado, encomendero de
Duitama, habría enviado 200 indios; Juan de Orozco -de Baganique-,
100; Pedro Bravo de Rivera -de Chivatá-, 70; Mateo Sánchez -de Mota-
vita-, 60, y Martín Pujol-del Cocuy-, 40. Estas cifras, individualmente,
excedían a las de cualquier encomendero de Pamplona. Otros encomende-
ros habrían enviado 10 y 20 indios72 • ,
Los encomenderos no sólo disponían de la mano de obra cuyos salarios
descontaban de los tributos (cuando la tasa misma no hnponía este tipo de
prestación, como en Almaguer y en Pasto), sino que, a través del Cabildo
y de los alcaldes de minas, podían excluir a los forasteros y a los no enco-
menderos del acceso a los yacimientos. Las ordenanzas de Pamplona no
permitían tomar ininas a nombre de otros, sino a los vecinos. Un simple
soldado, o un «estante», no tenía derecho sino a 15 varas cuadradas, en
tanto que los vecinos, que no fueran mineros o señores de cuadrilla, podían
tomar 30 varas por 22. ·
Los encomenderos más afortunados no eran aquéllos que se dedicaban
exclusivamente a la minería. En general, ésta solía ser ruinosa cuando no
se acompañaba de actividades complementarias que permitieran cierta au-
tonomía a la explotación. Én Popayán y en Pamplona, los encomenderos
dedicaban sólo una parte de sus indios a los yacimientos y es posible atri-
buir la rápida decadencia de algunos centros mineros a la falta de esta diver-
sificación. En algunos casos, los _encomenderos se doblaban todavía en

72 AHNB. Vist. Boy., t. 3 f. 557 r., t. 8 f. 810 r. f. 865 r. f. 778 r. f. 821 r. f. 807 r., t. 9 f. 848 r.,
t. 11 f. 777 r., t. 18 f. 212 r. f. 265 r. f. 294 r., t. 19 f. 553 r. f. 537 r. f. 579 r. f. 582 r.
296

c~merciantes, a~emás de ser mineros y agricultores. Tales.fueron: Miguel


San~hez, de Tun~a, Alonso Olalla, de Santa Fe, o el legendano Juan DíazJa-
ram1llo, de Toca1ma. <

Este último ha sido, en el folclor popular, el prototipo de mineros afQ ~


tunados cuya riqueza ostentosa se atribuye a algún pacto con el diablo y f
catástrofe final al castigo de Dios. Sin embargo, Juan Díaz fue un person/
histórico, compañero de Belalcázar y uno de los fundadores de Tocaim~~
Díaz tuvo compañías menos censurables que el demonio, pero igualmente
provechosas, con algunos comerciantes. Primero con Luis López Ortiz,su
suegro, para emplear seis mil pesos en mercancías en España. Luego con
su yerno, Hernando del Campo, que llevó a España ocho mil setecientas
pesos de Díaz Jaramillo con el mismo objeto 73 • ···•
Las actividades mineras de Juan Díaz no tuvieron nada de extraordina-
rio. Entre 1557 y 1560, el año en que se casó con Francisca Ortiz74, la hija de
su socio (quien la dotó con 5.800 pesos), Díaz hizo 34 declaraciones de oro
extraído con seis esclavos, por un monto de 16.889 pesos 4 tomines. ·'
Por esta época ya poseía tierras (cinco estancias) que contenían algunas
mil cabezas de ganado, trescientas mulas y trescientos puercos. En 1578,
poco antes de morir, Díaz pidió una encomienda que obtuvo del presiden-
te Lpe de Armendáriz. Se trataba de 30 indios del río Juan Cabrera~en
donde poseía una estancia. Aunque tenía ya una encomienda, el número
de indios que podía dedicar a la agricultura no era muy grande. En total,
la fortuna del minero no sobrepasaba los treinta mil pesos oro aunqu~la
enorme extensión de sus tierras haya legado su nombre a la posteridad.;
En Zaragoza, los dueños de minas y cuadrillas eran gentes más heterog~
neas. Los capitanes de Gaspar de Rodas, que habían recibido en encomien-
da los pocos indios que habitaban la región, tenían, claro está, yacimientos
y pudieron comprar esclavos. Algunos soldados, sin embargo, se quejaban
de que el fruto de la conquista había ido a parar a manos de comerciantes
y recién llegados que podían disponer de capitales. De todas maneras, no
es dudoso que las encomiendas sirvieron, como en todas partes, para pro-
curarse algún dinero destinado a comprar esclavos.
Los yacimientos de Zaragoza eran demasiado ricos y atrajeron una gran
varieda?- de gentes. A los habitantes de Remedios, por ejemplo, quienes

73 AGI. Eser. Cam. L. 760 A.


74 Era su segundo matrimonio. La primera vez, DíazJaramillo se casó con Isabel de León.
En 1581, los hijos de este primer matrimonio pidieron cuentas a la segunda mujer de los
bienes de su padre. Del proceso que se siguió se han tomado los datos sobre la fortuna
de Juan Díaz.
297

disputaron a los de Zaragoza la explotación de varias quebradas afluentes


del Nechí. Según Benito Machuca, vecino y conquistador de Zaragoza, los
rnineros de Remedios,

... con la necesidad de minas que tenían se vinieron a unas sabanas que los
conquistadores llamarnos de Porcucho, junto o en comarca del río de San
Bartolorné y Nas, y después, no hallando allí el oro, conforme a su necesi-
dad se vinieron acercando a esta dicha ciudad de Zaragoza por la fama del
mucho oro que en ella se sacaba, y cateando en el asiento y loma que ellos
llaman rica descubrieron muchas vetas y riqueza de donde se hicieron ricos
y cornpra:o.n rnuch~s ~~grºrs que allí no trujeron sino algunos naturales
con que h1c1eron prmc1p10... -

Ya se ha visto cómo un rico propietario de tierras de Santa Fe, Francisco


Maldonado de Mendoza, poseía una cuadrilla en Zaragoza en 1597. ¿Qué
pudo inducirlo a con:iprar esclavos y explotar minas con ellos? Maldonado
poseía una recua de mulas que dedicaba al abastecimiento de Remedios.
Los productos debían provenir de su hacienda, unas 45 mil hectáreas que
poseía en torno a la encomienda_ de Bogotá. No es aventurado pensar que
la cuadrilla la adquirió de un minero en apuros. Lo cierto es que el enco-
mendero no persistió en esta actividad y en 1599 había vendido la cuadrilla
a Hernando de Caicedo, quien explotaba minas en Remedios.
El descubrimiento de las minas estimuló el comercio de esclavos en Carta-
gena y con ellos penetraron en Zaragoza muchos comerciantes que vincu-
laron sus intereses a la explotación de las minas. Algunos se dedicaron a
explotarlas directamente. En 1589 aparece como minero y propietario de 21
esclavos un comerciante de Cartagena, Lorenzo de la Villa. También Juan Mi-
llán de Orozco, comerciante de Mompox, cuyos esclavos estaban a cargo del
minero Alonso Sánchez 76 . A comienzos del siglo XVII, otro comerciante de
Mompox, Diego Hernández Rosado, hereda minas y esclavos de un colega.
El caso de Alonso Pérez Ortiz y de su hermano, Fernando Díaz Ortiz,
dos comerciantes que habían traído de España 50 mil pesos en mercancías,
no debió ser excepcional. En 1597, los mercaderes se quejaban de que los
mineros de Zaragoza les cl,e]:>ían cerca de 40 mil pesos. Los hermanos en-
contraban dificultades en ejecutar a los mineros que les oponían un viejo
privilegio otorgado por Carlos V, según el cual no podían hacer ejecuciones
en accesorios de las minas 77 .

75 AHNB. Min. Ant., t. 6 f. 543 r.


76 Ibid. Neg. y escl. Ant., t. 1 f. 997 r. ss. f. 910 r.
77 Ibid. t. 4 f. 899 r.
298

Pocos años después, los dos comerciantes se habían convertido enseñ


res de cuadrilla, con 46 esclavos en total. A la muerte de Alonso Pérez o-
1602, su hermano le sucedió en 31 esclavos (avaluados en 8 mil pesos) ytn
créditos que aún subsistían de los mineros, por un monto de 7.277 pes~s
oro. En 1604, Fernando Díaz vendió todas las inversiones en minas a An~
drés Díaz Calvo, contador de la Caja real de Zaragoza, por 12.800 pes 087s
En Remedios, una fundación de Santa Fe, no hay que olvidarlo, fue má~
frecuente la presencia de encomenderos y comerciantes del Nuevo Reino.
En 1609, And~és Alonso Valbuena vendió minas y 24 esclavos a Jerónimo
de Quesada. Este se convirtió en uno de los mineros más importantes de
Remedios y se casó con una hija de Juan Vargas, el escribano de Tunja. A
la muerte de Quesada, su viuda, doña María de Tordoya y Vargas se volvió
a casar con el capitán Bernardino de Laserna Mujica, rico encomendero de
Tunja. En 1632, la señora y su nuevo marido vendieron las minas con 109
piezas de esclavos, rancherías, rozas, herramientas, aguas y mulas a otr~
encomendero de Tunja, Juan de Osa. Las minas valían 31.500 pesos de oro
de 20 quilates y Juan de Osa pagó 15.759, de contado79 .
Tanto como el auge de las minas de la región de Antioquia atrajo em-
presarios, su rápido declive generó un proceso a la inversa. En el curso dél
siglo XVII, algunos antiguos mineros de Remedios y Zaragoza se traslada-
ron a Santa Fe, Cartagena y Mornpox, en donde compraron dignidadesy
se convirtieron en propietarios de tierras o en comerdantes. Es posible que
entonces haya surgido un nuevo tipo de empresario cuyos ·orígenes no se
afincaban en el privilegio de las encomiendas y en los derechos de conquis-
ta sino en la tenacidad y en los logros de una carrera accidentada. En Po-
payán, Jacinto de Arboleda parece un prototipo, y en Antioquia, en menor
escala, los pequeños empresarios que surgieron a raíz de la d_esintegración
económica del sistema esclavista en esa región.
Arboleda, un español de Granada, llegó a Porto Belo hacia 1617. Enton-
ces tenía apenas 18 años y aparecía inscrito corno comerciante. Trajo algu-
nas mercancías de España con las cuales evolucionó hasta que, en 1623, se
trasladó a Anserma. En 1626 fue elegi_do alcalde ordinario de la ciudad y,
al año siguiente, en el curso de la visita de Lesmes de Espinoza, fue proce-
sado por vender mantas de algodón, paños de «ruan», vinos y lienzos de
la tierra· a los indios y a los esclavos de las minas, con quienes estaba pro-
hibido comerciar. Más tarde poseyó minas, intervino en expediciones al
Chocó y sirvió como oficial de la Caja·real de Cartago.

78 Jbid. t. 6 f. 514 r. SS.


79 Ibid. Min Ant., t. 6 f. 690 r.
299

.AJ.rededor de 1635, Arboleda se casó con Teodora Olea, hija de un espa-


ñol radicado en Popayán. Cuando se agudizó la decadencia de An.serma se
trasladó a Popayán, en donde volvió a servir como oficial real. En 1659
poseía 53 esclavos, la mayor cuadrilla de toda la provincia, y en 1671, se-
gún su testamento, sus esclavos habían aumentado a 93. Arboleda enviudó
yse hizo eclesiástico. Alcanzó varias dignidades, al mismo tiempo que crecía
su fortuna. Fue provisor del obispado en 1661, tesorero en 1665, chantre y
arcediano en 1668.
Su hijo, Francisco de Arboleda Salazar, fue uno de los primeros que
explotaron minas en el Chocó. Hacia 1706 estaba asociado con los Mosque-
ra y con Bernardo Alfonso de Saa para explotar las minas de Iro con dos-
cientos esclavos 80 . ·
Como lo señala Marzahl81 , en el curso del siglo XVII se conjugaron en
p0 payán elementos nuevos con un sustrato de la sociedad tradicional de
encomenderos y descendientes de conquistadores. El hecho de que las ex-
plotaciones mineras requirieran ahora el empleo masivo de mano de obra
esclava favorecía particularmente a comerciantes y hombres que, como Ja-
cinto de arboleda, podían adaptarse a las nuevas condiciones. Este proceso
es parecido a todo lo largo de la Nueva Granada aunque Popayán, debido
a la vecindad de ricos yacimientos, sea más notorio.,

LOS ESCLAVOS

El período de las licencias (1530-1580)

En el curso de la primera generación que sucedió a la Conquista (1536-


1570), el trabajo en las minas fue en parte responsable de la aniquilación
de la poblaeión indígena. Usualmente se supone que el trabajo indígena
fue sustituido por la mano de obra esclava a partjr de un cierto momento
y que desde entonces las explotaciones mineras aseguraron la regularidad
de su producción. Está probado, sin embargo, que el trabajo de los indios
en las minas no cesó por completo hasta el momento de su extinción casi
total. De otro lado, el empÍe"o de esclavos negros planteó siempre proble-
mas que, sumados a otros, explican la decadencia de los centros mineros.

80 Ibid. Min. Cauca, t. 3 f. 197 r. Gustavo Arboleda, Diccionario biográfico y genealógico del
antiguo departamento del Cauca. Bogotá, 1952, p. 24. FCHTC. pp. 128 ss. Marzahl, The
Cabildo.
81 Op. cit.
300 HISTORIA ECONÓMICA y SOCfAtl

En 1577, los oficiales de la Caja Real de Santa Fe comprobaban la disnu-


nución de los quintos de oro y la atribuían a la extinción de los indios. E
1584 volvían a insistir sobre la decadencia minera, aduciendo que n
... este reino está pobrísimo porque las minas van faltando y los naturales
de tierra caliente con que se saca el oro son muy pocos y de aquí a diez años·
no quedarán ningunos ...

Proponían que se disminuyera la participación real del quinto a .un


diezmo de manera definitiva y que sólo se cobrara un vigésimo a quienes
emplearan esclavos negros en las minas. Como los mineros no poseían ca-
pitales para esta inversión, pedían que se enviaran dos o tres mil esclavos
por cuenta del Tesoro real. Las ciudades se responsabilizarían de la deuda
y venderían los negros a crédito a los mineros, a razón de doscientos pesos
. 82
1a pieza .
La década siguiente conoció el auge extraordinario de las minas de Cá- -
ceres, Zaragoza y Remedios, cuyo descubrimiento atrajo un flujo extraer~ ·
dinario de esclavos desde las costas de Cartagena. Esta introducción masivá
de esclavos coincidió también con cambios en la política de las licencias
otorgadii!S hasta ahora por la Corona para la trata de esclavos en las Indias ..
Hasta entonces, la Corona se había reducido a vender licencias indivi~
duales para introducir esclavos negros. El abastecimiento de mano de obra
esclava no estaba asegurado con regularidad y la presencia de negros afri:
canos en las Indias obedecía a un privilegio azaroso alcanzado por indi-
viduos o por los cabildos mediante el pago de un derecho. Gozaron ~n
especial de este privilegio los funcionarios civiles y eclesiásticos, a quienes
se permitía pasar a las Indias uno o dos esclavos para su servicio, aquéllos
con quienes se había concertado capitulaciones de conquista, las ciudades,
las comunidades religiosas y algunos comerciantes· (g~noveses, portugu~
ses y sevillanos) que podían, en un momento dado, sacar de apuros fina~
cieros a la Corona83 . ·

82 AGI. Santa Fe L. 68 r. 1 Doc. 17 y Doc. 35.


83 Cf. GeorgeScelle, La traite negriereaux Indes de Castille. París, 1906. I, pp. 198 ss. La biblia-'
grafía sobre los problemas de la trata es abundante. Además de la obra clásica de Scelle,
la cual explora todas las peripecias jurídicas de la trata, existen dos trabajos regionales
importantes: el de Rolando Mellafe, La introducción de la esclavitud negra en Chile. Tráfico
y rutas. Santiago de Chlle, 1959, y el de:Elena F. Studer, La trata de negros en el Río de la
Plata durante el siglo XVill. Buenos Aires, 1958. Para Colombia, merecen citarse los tra-
bajos de Aquiles Escalante y las investigaciones en curso de Jorge Palacios en el AGI.
301

En la Nueva Granada pueden citarse ejemplos de estos tipos de licen-


cias. En 1535, Pedro Fernández de Lugo obtuvo 100 que el adelantado trocó
en Santo Domingo por caballos. Andagoya recibió 50 licencias en 1539 y
Andrés de Valdivia, con quien se había capitulado la conquista de Antio-
quia en 1569, 40. El capitán Cepeda de Ayala, que se ofreció a descubrir y
explotar minas de esmeraldas en Muzo, obtuvo la partida más cuantiosa,
. de 500 esclavos 84 .
1
I Puesto que las licencias eran negociables, la llegada de estos esclavos a
: la Nueva Granada no puede afirmarse en absoluto. Es probable que los
beneficiarios hayan hecho como Fernández de Lugo y sólo reservaran para su
uso algunas licencias.
Ciudades como Cartagena y Santa María de los Remedios (en el Cabo
de la Vela) recibieron licencias colectivas -en 1546 y 1565- que debían
repartirse entre los vecinos. En Remedios, los esclavos se destinaban a la
pesquería de perlas y el reparto de cie:i licencias correspondía a 33 vecinos.
Sin embargo, apenas se sacaron del Africa 35 esclavos. En Cartagena, los
500 esclavos de las licencias deberían dedicarse por mitades a la agricultu-
ra y a la minería. De éstos parece que sólo se sacaron del África 226 entre
1569 y 157285 . Otras ciudades (Pámplona, Cartago) insistían en obtener di-
nero prestado de las Cajas re.ales para comprar negros. Los vecinos de Car-
tago consiguieron así cuatro mil pesos en 1559, con ún plazo de seis años 86 •
En el período comprendido entre 1530 y 1542 han podido contabilizarse
473 licencias, cuatrocientas de las cuales cupieron a sólo' 4 personajes: al ade-
lantado Pedro Fernández de Lugo y a su hijo Alonso Luis, al conquistador
Pedro de Heredia y al gobernador de Santa Marta. Las restantes, de uno a diez
esclavos, se distribuían entre obispos, clérigos, oficiales reales y regidores de
Cartagena y Santa Marfa87. De esta clase fue también la licencia otorgada al
tesorero de Popayán, Juan de Magaña, en 1576. Sin embargo, 48 ¡:>iezas de las
54 que se les autorizaron fueron despachadas a la Nueva España88 •
Entre 1530 y 1570 se expidieron, sin duda, una gran cantidad de licen-
cias cuyo rastro sería imposible de seguir. A partir de 155, por ejemplo, las
necesidades apremiantes de la Corona obligaron a otorgar 23 mil licencias
para toda América, que se.vendieron a ocho ducados cada una 89 • En la

84 Cf. Scelle, op. cit., I pp. 239 y 247. AGI. Contr. L. 5761 Nº 2 f. 262 r. f. 131 r.
85 Cf. Scelle, op. cit., J. p. 244. AGI. Contr..L. 5761 Nº 4 f. 207 r. ss. L. 576@ Nº 2 f. 336 r;
86 AGI. Cont. L. 1488.
87 DIHC. passim.
88 AGI. Contr. L. 5761 f. 138.
l89 Cf Scello, op. dt., I, p. 203.
302 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIA{.¡ ··~

década de 1560, el número e importancia de las licencias vinieron a menos


En las dos décadas siguientes se otorgaron de nuevo licencias cuantiosa.
que se encuentran citadas en documentos procedentes de Zaragoza. Ns:
un Juan Francisco de Espinosa recibió autorización el 13 de enero de 157Í
para pasar 2.400 esclavos. En 1583, los asentistas que, controlaban el merca.;.
do africano de Cabo Verde, Guinea y Santo Tomé (Alvaro Méndez Castro
y Juan Bautista Revalesca) obtuvieron 4.800 licencias90 • Estas grandes licenL
das preceden en pocos años la implantación del sistema de los «asientos>>
Si se exceptúan estas licencias de 1572 y 1583, con las cuales sabemo~
que se beneficiaron los nuevos yacimientos de Zaragoza, Cáceres y Remedió~ .. I
cabe preguntarse si este sistema anárquico pudo proveer de un númerÓ
suficiente de esclavos a l?.s explotaciones mineras de la Nueva Granada.
Según Arroyo 91, ya en 1556 los negros introducidos en Anserma y enÍá
cordillera de Chisquío se habían sublevado dos veces. Arboleda habla, para
1577, de negros fugitivos y amotinados que
92
... por centenares penetraban la ciudad y asaltaban los caminos ...

Aun un testimonio de la época, el de Díez de Armendáriz en 1575, se


refiere a una sublevación de negros en la costa93 • ••

Tales noticias sugieren que la población negra era tan abundante que
podía provocar conflictos de cierta magnitud y causar inquietud entre los
españoles. Obsérvase, sin embargo, que en el último caso Díez agrega que
se trata sólo de cuatro negros a la cabeza de treinta o cuarenta indios. En
cuanto a las sublevaciones citadas por Arroyo y Arboleda, resulta difícil ap~e-:
ciar su importancia sin tener acceso a la información de los dos autores.
El número mismo de licencias otorgadas puede también inducir a enga~
ño. Muchas se.otorgaban libres de derechos y, siendo.negociables, no es
extraño que .se solicitaran con ahínco. Cartago, por ejemplo, pedía en 1545
mil quinientos negros

... horros de todos derechos, para los echar a las minas y con ellos sacar oro
94
y aumentar las rentas reales ...

90 Ibid. p. 335 AHNB. Neg. y escl. Ant., t. I f. 937 y f. 997 r.


91 Op. cit., p. 96.
92 G. Arboleda, op. cit., I, p. 91.
93 DIHC. VIII, 68.
94 Ibid. 23.
303

Al mismo tiempo, la ciudad vecina de Anserma, mucho más rica en


yacimientos, pedía apenas doscientos. Y, con todo, las mismas ciudades
insistían en que se les permitiera emplear a los indios en las minas,
95
... porque de otra manera los vecinos de ella no se podrían sustentar ...

Debe recordarse también que Cartago obtuvo un préstamo de cuatro


Jllil pesos para comprar negros, suma que representaba el valor de unos 20
. esclavos. ¡Y la ciudad había solicitado 1.500!
Si se examina la licencia colectiva otorgada a Cartagena en 1565, puede
verse cómo a cada vecino le tocaban siete esclavos. Algunos, claro está,
resultaban privilegiados con más de 25 esclavos y otros ni siquiera inten-
taban reclamar sus licencias. Pero aquéllos a quienes se favorecía en el re-
parto negociaban las licencias en Sevilla y los esclavos iban a parar a
México o al Perú.
No es entonces probable que antes de 1580 se hayan empleado esclavos
de manera masiva en los distritos mineros. Y aún después su empleo estu-
vo confinado a los nuevos yacimientos de Zaragoza y Remedios. En 1581,
cuando ya habían transcurrido algunos años desde la fundación de Cáce-
res, el Cabildo de la ciudad solicitaba la merced de quinientos esclavos
para repartir a crédito entre los mineros 96 . '
Popayán sufrió siempre penuria de m~mo de obra. E111592, el licenciado
Auncibay redactó un Discurso · ·

... sobre los negros que conviene se lleven a la gobernación de Popayán, a


las ciudades de Cali, Popayán, Almaguer y Pasto, que son necesarios hasta
97
dos mil negros, !Os mil· doscientos varón y los ochocientos hembras ...

El título del discurso anunciaba el .apremio de la gobernación respecto


a la mano de obra esclava. Según el licenciado, los habitantes de la provin-
cia ofrecían pagar cuatrocientos pesos oro de veinte quilates por cada es-
clavo, una suma demasiado elevada en la época.
Seis años más tarde, el ,procurador de Popayán solicitaba de nuevo
ochocientos esclavos. En 1603, lo hacía el gobernador Vasco de Mendoza y
Silva. Y, todavía en 1615, el tesorero Jerónimo de Ubillus y el Cabildo de la
ciudad reiteraban la demanda. Según Vasco de Mendoza,

95 Ibid. 21.
96 AGI. Santa Fe L. 67 r. 1 Nº 3.
97 Ibid. Patr. L. 240 r. 6. Publicado en el ACHSC. Nº 1, Bogotá, 1963, pp. 197 ss.
304

... la necesidad y pobreza de aquesta gobernación y vecinos della, nacida de


haber venido los naturales en disminución, es tan grande que temo se ha de
venir a acabar dentro de breve tiempo, o por lo menos los lugares de tierra
caliente como son Popayán (sic), Cali, Buga, Toro, Cartago, Anserma y
Arma, si V. Md., doliéndose de los vecinos della, no los remedia con man-
dar hacerles merced de dos o tres mil negros al costo y costa que tuvieren
98
puestos en Honda, fiados y a largo plazo .

En el curso del siglo, el número de esclavos de Popayán debió ir en aui"


mento. En 1628 había al parecer 250, y en 1659 se encontraban en las minas
313 99 • En esta última fecha, algunos estaban dedicados a la agricultura
pues los propietarios se quejaban frecuentemente de que se veían obliga~
dos a sacar esclavos de las minas con este propósito.

Los «asientos» y el contrabando

El caso de Zaragoza y Remedios parece haber sido excepcional. Estos ya~


cimientos se beneficiaron con la política de las grandes licencias otorgadas
a partir de 1570 y con los «asientos» inaugurados en 1587 con Pedro de
Sevilla y Antonio Méndez Lamego, ~uienes se comprometían a pasar alas
Indias tres mil esclavos en seis años10 . · ••
A la sombra de las grandes licencias y del monopolio de los asientos,
las costas americanas vieron arribar una gran cantidad de navíos «sueltos»
que venían directamente del África. Muchos no podían exhibir ante las
autoridades licencias de los asentistas o sólo podían justificar con ellas una
parte de su cargazón. Sin embargo, tiatáñdose de un negocio de tanta en-
vergadura, las autoridades locales se mostraron siempre más que compla-
cientes.
En 1589, apenas llegado a Cartagena, el presidente González comprobó
cómo llegaban embarcaciones sin registro, abiertamente o pretextando una
«derrota» 101 • El mismo a,ño envió al factor Rodrigo Pardo a Zaragoza para
que averiguara por los esclavos que habían entrado sin pagar derechos a
la Corona y sin el conocimiento de los asentistas. Algunos mineros decla-

98 AGI. Quito L. 16. Cf. Marzahl, The Cabildo, cit.


99 Ibid.
100 Cf. Scelle, op. cit., I, p. 790 Doc. 23 y pp. 323 ss. Para Scelle, el contrato con Sevilla y
Lamego tiene todas las características jurídicas de un asiento. Sin embargo, usualmente
se toma como fecha de la iniciación de los asientos generales la del contrato celebrado
con Pedro Gómez Reynel en 1595.
101 AGI. Santa Fe L. 17 r. 1 Nº 42 f. 2 r.
305

aron 20 y 30 piezas102 y exhibieron justificaciones, casi todas del contador


~e Cartagena, Alonso de Tapias. Según el fiscal nombrado para actuar en
Ja encuesta por el factor Pardo, los mineros ocultaban muchas piezas y se
encubrían unos a otros en las averiguaciones103 • Además, las justificacio-
nes no eran auténticas y muchas correspondían a esclavos muertos.
Al parecer, el fiscal tenía razón pues cuatro años más tarde el doctor
Luis Téllez de Erazo, oidor de la Nueva Granada, probó que con la firma
del contador Alonso de Tapias se habían falsificado 375 justificaciones104 •
! El mismo gobernador de Cartagena se hallaba implicado en los fraudes
r pues había dejado de embargar 228 esclavos que habían llegado sin re-
gistro.
A partir de 1590 se sucedieron en Cartagena varios funcionarios encar-
gados de inquirir sobre el problema del contrabando de negros: el fiscal
Villagómez, en 1594; en el mismo año; el doctor Téllez de Erazo; en 1595,
1Francisco Méndez de Puebla; en 1619, el licenciado Espino de Cáceres, y el
visitador Diego de Medina Rosales y el licenciado Fernando de Sarria, en
1620 y 1621. Todavía en 1641, el oidor Bernardino de Prado Guevara ave-
riguaba por los fraudes cometidos desde 1622. Todos estos funcionarios
denunciaban los mismos ilícitos: navíos sin licencia, complicidad de los
funcionarios, intereses creados entre los moradores de los puertos105 •
Dada la complejidad .del problema, resulta imposi15le avanzar una cifra
probable de los esclavos desembarcados ~n Cartagena a partir de 1580. Se
calculaba que en 1594, por.ejemplo, el 47,9% de los· na;,íos llegados a la
Indias eran negreros. Cartagena, debe recordarse, era un puerto privilegia-
do del tráfico y, como lo expresaba el fiscal Villagómez en 1595,
106
... el trato de negros es ahora el más importante que hay acá ...

Con todo, cualquier cifra que se avance107 apenas da cuenta de una mano
de obra virtual, no siempre al alcance dé los mineros .de la Nueva Granada.
En 1598, el presidente Sande escribía que en Zaragoza trabajaban tres
mil esclavos negros y que en toda la provincia de Antioquia había un?s seis

102 AHNB. Neg. y ese!. Ant., t. 1 f. 869 r. f. 910 r. f. 937 r. y f. 997 r.


103 Ibid. f. 925 r.
104 AGI. Santa Fe L. 56 r. 1.
105 Ibid. y L. 57 passim.
106 Ibid. L. 17 r. 3Nº123 f. 1. Cf. también R. Mellafe, La esclavitud en Hispanoamérica, Bs.As.
1964, p.59.
107 Mellafe, por ejemplo, muestra inclinación por un guarismo muy alto: estima que entra-
ron a las Indias tres millones de esclavos durante el período colonial. Ibid. loe. cit. -
306 HISTORIA ECONÓMICA y socr ,,
AI:I

mil108 . Por otra parte, ya en 1597 se había producido una sublevación d


los esclavos, fortificados en «palenques». Este fecha marca posiblen'íent;
un tope en el número de los esclavos que llegaron a trabajar en los yac·~
mientas antioqueños. Apenas cinco años más tarde, los vecinos de Rem~­
dios se quejaban de que la región,

... de algunos años a esta parte va en notable disminución porque respecto


de los grandes gastos que tienen los: dueños de minas en el beneficio dellas
y en haberse empeñado en negros a excesivos precios se han perdido algu-,
nos, y otros por falta de bastimentos suficientes se han salido de la dicha
ciudad sacando sus cuadrillas, y esto ha sido de manera que de tres partes
de negros que beneficiaban las dichas minas en sus términos falta la una, y
, . , d. . . , 109
se espera que ca d a d ia ira en mayor ismmuc10n ...

La mortalidad de los esclavos en regiones como Zaragoza y Remedios,


desprovistas casi por completo de una base de sustentación agrícola, debió
ser muy alta. Los esclavos nuevamente adquiridos se dedicaban a reempla~
zar a los que iban muriendo y es dudoso que la cifra señalada por Sande
haya sido rebasada en algún momento, pese a que los verdaderos asientos
sólo entonces comenzaron a realizarse.
El asiento subsiguiente al de Gómez Reynel es un poco mejor conocido.
Se trata del contrato concertado con Juan Rodríguez Coutinho 110, a quien
sucedió su hermano Báez Coutinho en 1603. El 10 de abril de 1601, Rodrí-'
guez Coutinho dio poder al capitán Manuel López de Extremos, residente
en Cartagena, para que lo representara mientras llegaban sus factores. Un
año después llegó a Cartagéna un hermano del asentista, Manuel de Sossa
Coutinho, como administrador general del asiento 111 . Sólo en marzo de 1603
comenzaron los despachos. Entre esta fecha y marzo de 1605 debieron
llegar a Cartagena por cuenta del asiento 1.046 esclayos. Los envíos se
reanudaron en octubre de 1606 y hasta marzo de 1611 llegaron por lo me-
nos 11.890 esclavos. El asiento, que debía durar nueve años, preveía que se
llevaran a las Indias séis mil piezas por año. En total, Báez trajo 27.379
licencias, de las cuales cupo a Cattagena el 46% 112 •
El volumen del tráfico debió disminuir en los años siguientes pues, a
partir de.la conclusíón del asiento de Báez Coutinho, la Corona, que tomó

108 AGI. Santa Fe L. 17 r. 4 Nº 157.


109 Ibid. L. 18 r. 1 Nº 43.
110 Cf. Scelle, op. cit., I. p. 386, nota 2 y p. 387. AGI. Contr. L. 5763.
111 R. C. del 1ºde mayo de 1600.
112 AGI. Contr. L. 5763 passim.
307

la administración directa de las licencias, libró muy pocas. A partir de 1615,


con el asiento concluido con Antonio Fernández D'Elvas, Cartagena y Ve-
racruz se habilitaron como únicos puertos de la trata 113 . Esto explica ql.1.e,
a pesar de la decadencia de las minc1s de oro, los esclavos hayan seguido
afluyendo al interior de la Nueva Granada, tanto los legalmente introduci-
dos como los que entraban de contrabando. El licenciado Sarria comunica-
ba en 1621, a propósito de este último asiento, que desde su iniciación (en
111ayo de 1615) habían entrado a Cartagena 4.816 esclavos hasta abril de
1619, Y desde esa fecha hasta el 19 de diciembre del año siguien~e se habían
introducido más de seis mil piezas, muchas de ellas ilícitamente.
Él mismo había decomisado en 1620 más de mil piezas 114 • En.1621, el
licenciado Medina Rosales denunciaba una situación parecida. Calculaba
que apenas en seis años (el asiento había sido previsto por ocho) ya se ha-
bía introducido la totalidad de las licencias, las cuales eran 28 mil. El cálcu-
1 ¡0 era exacto: según los registros de la contratación, en seis años se habían
introducido 29.754 negros por cuenta de este asiento 115 . ·
La concentración de esclavos en Cartagena era tan grande que a cada
momento se temía una sublevación. En 1624 se impuso un derecho de seis
reales por cada cabeza de negro para mantener una cuadrilla dedicada a
dar caza a los negros cimarrones. En un terreno mucho más favorable, la
cimarronería existía en Zaragoza desde 1595. En 1610 se calculaban allí 200
esclavos amotinados. Según el gobernador Bartolomé de Alarcón, los ne-
gros recorrían el triángulo formado por ios centros mineros de Zaragoza,
Cáceres y San Jerónimo dei Monte infestando las minas y las poblaciones.
Acomienzos del año, los negros habían asaltado las minas de Diego Rodrí-
guez, vecino de Cáceres, y se habían llevado otros siete esclavos. Ensegui-
da fueron a Zaragoza y .asaltaron tres rancherías y una estancia. Es muy
dudoso que en estas condiciones los propietarios, aun si hubieran dispues-
to de caritales, se hubieran animado a echar leña al fuego comprando más
esclavos 116. ·

El enfrentamiento de comerciantes y mineros

La crisis de iá producción minera de la segunda década del siglo XVII mues-


tra cómo, a pesar de la proximidad de una fuente de mano de obra poten-

113 Cf. Scelle, op. cit., I, pp. 418, 427 y 430.


114 AGI. Santa Fe L. 56 r. 4.
115 Cf Scelle, op. cit., I, p. 446.
116 AGI. Santa Fe L. 65 r. 1.

l
308 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAJ]I

cial, este tipo de economía había creado profundos desequilibrios que i _


posibilitaban tener acceso a ella. La necesidad creciente de mano de obm
había conducido a una cerrada dependencia del sector minero con respec!ª
0
a los comerciantes de esclavos. Por eso los mineros insistieron siempre e
liberarse de las obligaciones legales en que incurrían al tomar a crédito Ion
esclavos. También pedían insistentemente que la Corona tomara a su carg~
operaciones de crédito a largo plazo. Usualmente, el minero sólo podía
contar con una expectativa de elevada productividad de los yacimientós
para saldar sus deudas. Para lograrlo debía contraer más deudas, hipote-
cando sus negros para adquirir otros. Era un círculo vicioso cuyo mecanis-
mo ha sido descrito con exactitud por los habitantes de Zaragoza. En 1595
el Cabildo alegaba que, )
... para sustentarse al seguimiento y labor de las minas de oro de dicha
ciudad y que vayan en aumento y crecimiento como cada día van, los que
las labran y siguen no lo pueden hacer si no es mediante las compras de
negros que hacen, tomándolos fiados, hipotecándolos a la paga, en confianza
de que con los mismos negros sacarán de qué hacer la paga. Y mediante la expe-
riencia que desto se tiene todos los más negros que se compran en la dicha
ciudad es des ta manera y es causa que las dichas minas se sustentan y vues-
tros reales quintos y alcabalas van en aumento, el cual irá en engrandecimiento
respecto de la mucha riqueza, que demás de la que haya, van prometiendo
minas nuevamente descubiertas. Y de otra suerte es imposible poder susten-
tarse la dicha ciudad y minas por no poderse comprar de contado los ne-
gros necesarios. para su 1ab or ... 117

En las décadas de 1580 y 1590 se confiaba en que los yacimientos éran


inagotables. Pero atin entonces los acreedores urgían y si no recibían la
satisfacción de las obligaciones contraídas demandaban la ejecución y el l
remate de los esclavos. Los mineros sacaron a relucir una vieja Cédula de
Cadrlos v de~ 19 tdedjuli.o dd~ !549, según la c~al tgozaban dedl privbile.gio de no .1.·

po er ser e1ecu a os JU 1c1a1mente en sus ms rumentos e tra ªJº· .


El conflicto ya había aparecido durante la crisis de 1570. En 1567, los
habitantes de Vitoria pretextaban que la abolición de servicios personales
había obligado a comprar recuas de mulas y esclavos para abastecer ala
ciudad. Ésta se halÍaba en terrenos inútiles para la agricultura y la ejecu-
ción de fos vecinos que habían tomado a crédito esclavos y mulas podrí:á
acarrear la incomunicación de Vitoria y sus yacimientos 118 .

117 AHNB. Neg. y ese. Ant., t. 4 f. 890 r. ss.


118 Ibid. Neg. y ese., To/. t. 4 f. 183 r. ss.
309

En 1570, las ciudades de Mariquita, Vitoria y Remedios anunciaban que


Ja mortalidad incontenible de los indios causaría la ruina de los .distritos
¡nineros de «tierra caliente» y que con ella sobrevendría la de Santa Fe y
. funja. En diciembre de este año obtuvieron de la Audiencia una provisión
.que prohibía ejecuciones en las herramientas, las recuas y los esclavos que
, en 1as mmas
servian . 119 .
Este privilegio provocó peticiones semejantes de todos aquellos quepo-
seían esclavos y recuas de mulas en los distritos de Anserma, Santa Fe de
Antioquia y San Sebastián de la Plata. A las peticiones individuales suce-
dieron las demandas colectivas hasta 1580.
En 1583 intervino un personaje muy influyente, el factor Rodrigo Pardo,
para hacer revocar la primitiva decisión de la Audiencia. En Santa Fe de
Antioquia, un minero, García Jaramillo de Andrada, le debía muchos pesos
de oro y el factor buscaba el embargo de 60 esclavos con los que el minero
explotaba los filones de Buriticá. Como allí el rendimiento era casi nulo,
Jaramillo quiso trasladar su cuadrilla a Zaragoza,

... en donde es mucho el oro que se saca y donde con más facilidad podrá ...
sustentar la dicha cuadrilla y antes aumentarla ...

Sin embargo, el factor obtuvo el 10 de marzo de 1584 que la Audiencia


ordenara el embargo de todos los bienes del minero 12º.
Cuando el empleo masivo de esclavd's negros se hizt> indispensable, los
intereses de mineros y comerciantes resultaron inconciliables. Unos y otros
alegaban que ellos sostenían el pulso de la actividad que se desarrollaba
en Zaragoza. Según los comerciantes, la Cédula de 1549 se había librado
en un momento en que- no existían prácticamente esclavos en las Indias y
ahora su aplicación no tenía razón de ser. Gracias a que la Audiencia de
Santa Fe había prescindido de ella y permitido las ejecuciones desde 1584,
el número de negros había aumentado en Zaragoz9- de trescientos a dos mil
y la producción de oro había pasado de cincuenta a trescientos mil pesos.
Si los mineros de Zaragoza -agregaban los comerciantes- no quedaban
sujetos a la restricción del embargo en caso de insolvencia, la suerte de este
distrito sería idéntica a la de los viejos yacimientos de Mariquita y de An-
serma, adonde los comerciantes de esclavos no arrimaban. Aun más, Zara-
goza era mucho inás vulnerable puesto que, debido a su aislamiento, los
abastecimientos dependían de los ~omerciantes que llegaba.u hasta allí con

119 Ibid. f. 203 r.


120 Ibid. f. 220 r. SS.
310 HISTORIA ECONÓMICA Ysocr·.
"1.l;f

ganados de Quito y de Santa Fe. Si se rehusaban garantías a los créditos. es


comerciantes se abstendrían de proveer el abastecimiento de la ciud~d. os
Frente a una amenaza parecida, los mineros no podían insistir demasia:~
do en que la Cédula que los privilegiaba fuera aplicada literalmente; Pó
eso, a pesar del parecer favorable del fiscal de la Audiencia para que s~
guardara en su integridad, accedieron a que la ejecución fuera posible pero
sólo sobre aquellos esclavos que hubieran originado la obligación121 • ·
En el fondo, el fiscal, y posiblemente las autoridades de Santa Fe, con"
cedían la razón a los comerciantes. En 1598, el fiscal Villagómez escribía al
Consejo de Indias que la Cédula de Carlos V causaba trastornos en el co~
mercio de los esclavos al prohibir la ejecución de los deudores. Proponía
que al menos se pudieran rematar los esclavos a otros mineros, con el com~
promiso de no sacarlos de los distritos en donde trabajaban. Sin embargo;
los mineros obtuvieron de Felipe II una confirmación de la Cédula del Em~
perador el 3 de abril de 159612 •
Esta decisión debió desanimar a los comerciantes pues a comienzos del
siglo XVII el internamiento de esclavos fue mucho menor que en las déca-
das anteriores. Los vecinos de Zaragoza se quejaban de que se habían
muerto muchos esclavos y no podían reemplazarlos. Las minas empezaron
a ser menos productivas y era necesario desplazarse de Zaragoza para bus-
car otras. El abastecimiento de las nuevas explotaciones se volvía más di-
fícil y los negros más vulnerables a las enfermedades. En 1606, los mineros
pedían que la Corona les diera crédito de dos mil esclavos pues hacía ya
- que no se ven d'ian en zaragoza 123 .
tres anos
Esta situación coincide con lo que sabe?1os respecto a la trata de negros.
Del asiento de Báez Coutinho habrían llegado a Cartagena apenas 290 pi~
zas en 1603, 762 en el año siguiente y solamente 190 en febrero y marzo de
1605. A partir de entonces, el asiento se interrumpió momentáneamente
hasta octubre de 1606. En este año, en sólo los últimos fres meses, llegaron
a Cartagena 2.980 esclavos por cuenta del asiento. En 1607 no se enviaron
sino 80 pero el ritmo de.los envíos se aceleró a partir de 1608, cuando ven~
cía el asiento y Báez tenía necesidad de cumplir con la cuota que le fuera
.
asigna d a 124 .
La irregularidad en el envío de los esclavos a Cartagena debió producir
grandes fluctuaciones en los precios, lo que dificultaba aún más su adqui"

121 Jbid. f. 892 r. SS.


122 AGI. Santa Fe L. 17 r. Nº 162.
123 Jbid. L. 65 Nº 8.
124 Jbid. Contr. L. 5763.
311

¡ción. Es dudoso, por otra parte, que el contrabando haya compensado las
~onsecuencias de esta irregularidad. Hacia 1589 se registraron operaciones
de venta de esclavos en Zaragoza, cuyo precio fluctuaba entre 250 y 300
esos oro 125 . En 1602 se avaluó allí mismo un lote de 31 esclavos, a razón
~e 260 pesos la pieza126, lo cual indica que el precio debía ser más bien de
300 pesos. Más al interior, en Mariquita, un comerciante de esclavos, Fran-
cisco García de la Jara, vendió en 1590 una partida de 28 esclavos a Juan
Martín, vecino de Vitoria. Más tarde se alegó que los esclavos venían en-
ferrnos y_ cubiertos de llagas. Con todo, su precio había sido de 280 pesos
la pieza 127 . En 1616, el cura Pedro de Villabona Zubiaurre informaba
que en Remedios un negro bozal valía 350 pesos oro y si estaba adies-
trado en la minería podía valer 400 y 450 pesos 128 . Todos estos precios eran
excesivos pues en otras partes de las Indias valían la mitad y aun la tercera
129
parte . .
No es raro que los mineros se quejaran continuamente de deudas, de
falta de esclavos, de sus precios excesivos y de su elevada mortalidad. Los
oficiales reales y aun el presidente de la Audiencia se hacían eco de estas
quejas e instaban a la Corona para que tomara en sus manos el monopolio.
Con ello se buscaba el abaratamiento de los esclavos y la obtención de cré-
ditos a muy largo plazo. La Corona española, sin embargo, tenía adquiri-
dos compromisos con asentistas portugueses que le.aseguraban al menos
el acceso a las factorías africanas. Los intentos de España de manejar por
su cuenta este negocio complejo revelaren ser un fra,caso, como en el perío-
do 1611-1615, cuando se adoptó el sistema de administrar directamente las
licencias desde Sevilla.
La importancia de Cartagena como centro del tráfico negrero durante
las primeras décadas del siglo XVII puede crear una distorsión en la idea
sobre la participación del trabajo esclavo en las minas de la Nueva Grana-
da. Ya se ha indicado que los tres mil esclavos que Sande atribuía a Zara-
goza en 1598 (o los dos mil de que hablaban los mismos comerciantes de
esclavos tres años antes) constituyeron un tope jamás rebasado. En 1616, el
cura Villabona Zubiaurre respondía a una encuesta que en Remedios,

125 AHNB. Neg. y ese/. Ant., t. 1 f. 1006 r. ss. Por la misma época, un esclavo valía en Reme-
dios de 350 a 400 pesos. Alcabalas, t. 11 f. 579 r., en donde aparecen ventas de un cura, el
licenciado Francisco de Montes de Ücg, por más de 15 mil pesos entl'e 1592 y 1599.
126 Ibid. Neg. y ese. Ant. cit., t. 6 f. 532 r. ss.
127 Ibid. Neg. y ese. Tol., t. 4 f. 717.r.
128 AGI. Santa Fe L. 63 Nº 72 bis. f. 4 v.
129 Cf. R. Mellafé, La esclavitud, cit. p. 67.
312

... vid o por sus ojos que cuando entraron en esa tierra, por ser tan grande y
de tanto oro como hubo en ella, todos compraron negros que vino a haber.
en esta ciudad más de dos mil negros y después que las vetas y minas que
se descubrieron al principio se acabaron y fue el oro siendo menos, como se
morían muchos negros y otros se sacaban, respecto de irse acabando el oro
, . '130 .
por la mueh a costa que teman en esta tierra ...

Estas noticias se ven confirmadas por las cifras de producción, por un lado
y, por otro, por lo que sabemos de la mecánica de las inversiones en esclavc5 s:
Ya en las últimas décadas del siglo XVI, los comerciantes encontraban difiCu¡_
tades en hacer efectivos sus créditos131 . En el siglo siguiente, Zaragoza pedía
a cada rato la intervención de la Corona para asegurarse el suministro. ·
Una de las dificultades para apreciar la verdadera importancia de la
mano de obra esclava en las minas reside en la imposibilidad de conoc~r
en detalle el proceso de internamiento, las transacciones, la cuantía de los
capitales dedicados a este comercio, la distribución de las cuadrillas en los
centros mineros. En Zaragoza, por ejemplo, el número de esclavos de que
podía disponer cada minero no debía ser excesivo. La cuadrilla de sesenta
esclavos que García Jaramillo de Andrada quiso trasladar en 1584 era ya muy
considerable, lo mismo que la que poseían los hermanos Ortiz en 1602, de 46
esclavos. En 1589, a raíz de las averiguaciones del factor Antón Pardo, semen-
cionan 10, 20 y máximo 30 esclavos. En las primeras décadas del siglo XV:U,
Jerónimo de Quesada llegó a poseer más de cien esclavos en Remedios
pero se trataba de uno de los mineros más importantes de la región.
La misma disposición de las minas, que se sucedían unas a otras en un
espacio muy reducido, imponía límites al hacinamiento de los esclavos132•
Debe tenerse en cuenta también la ausencia de un frente agrícola que sus-
tentara esta masa de trabajadores o al cual pudiera trasladarse la mano de
. obra improductiva en los yacimientos. No debía exisfü'; en todo caso, nada
parecido, por ejemplo, a las enormes cuadrillas que trabajaban en el Chocó
a mediados del siglo XVIII, de 100, 200 y 500 esclavos 133 .

130 AGI. Santa Fe L. 67 r. 3 Nº 72 bis. f. 5 v.


131 AHNB. Min Ant., t. 3 f 53 r. Carta de 20 septiembre 1597 de Martín de Ulibarri, apode-
rado de Juan de Arteaga, comerciante de Santa Fe. Sobre una venta simulada de esclavos
para eludir la ejecución, !bid. t. 2 f. 1022 r. ss. También, t. 4 f. 898 r. y 899 r.
132 !bid. Sección Mapas y planos Nº 529 A. Muestra la disposición de varios yacimientos,
otorgados de acuerdo con las ordenanzas de G. de Rodas.
133 Cf. Jaime Jaramillo Uribe, «Esclavos y señores en la sociedad colombiana del siglo
XVIII», en ACHSC. Nº 1 cit. Apéndice de la p. 56 Reproducido en Ensayos sobre historia
social colombiana, Bogotá, 1968 p. 79. '
313

Los datos sobre comercio interior son raros 134 y en general se descono-
cen los nombres de los comerciantes que se dedicaban a internar esclavos.
Algunos mineros iban personalmente a Cartagena a comprar los esclavos
que necesitaban, tal un capitán Juan de Hinestrosa, vecino de Cali y fami-
liar del Santo Oficio, quien en 1596 rehusaba pagar el derecho de almojari-
fazgo que se cobraba en Honda, por 30 piezas ~ue llevaba para dedicarlas
al trabajo de sus minas y al servicio de su casa1 5 .
La mayoría de los mineros, sin embargo, preferían tomar los escla~os a
crédito, de los comerciantes. Para finales del siglo XVI se conoce el nombre de


algunos: doña Isabel de Busto, por ejemplo, quien heredó los negocios de su
marido, un licenciado Hidalgo. Puede tratarse de Diego Hidalgo, un escriba-
no. Juan de Arteaga, del cual se sabe con certeza que estaba radicado en Santa
·. Fe y que tenía acreedores en Zaragoza, en 1597, entre otros el capitán Pedro
Martín y Francisco Maldonado de Mendoza. Juan Amarillo, quien oéupó el
cargo de protector de indios en Santa Fe. Gaspar López, quien en 1600 había
comprado el cargo de alguacil mayor de la Audiencia de Santa Fe. En 1605, en
Remedios, un Pedro Sánchez Cabezada vende dos cuadrillas por valor de
24.300 pesos, una de ellas de unos 40 esclavos, al capitán Diego de Ospina136 .
Sobre la base de datos de alcabalas ha podido construirse el siguiente
cuadro que da una idea de las transacciones llevaqas a cabo en Cáceres
durante el período de decadencia minera137 • ·

CUADR018
COMERCIO DE ESCLAVOS NEGROS EN CÁCERES, 1620-1644

No. Esclavos por


Años transacciones No. esclavos Vr. ps. oro Vr.ps. oro transacción
1620-1624 13 70 25.550 365 5
1625-1629 17 50 10.159 203 3
1630-1634 5 16 2.225 140 3
1635-1639 3 12 2.355 196 4
1640-1644 2 26 5.355 206 13
Totales 40 }(4 45.644

134 La única fuente posible son los archivos de escribanos que, con raras excepciones, han
desaparecido para las regiones mineras. Una fuente accesoria, las Ctfentas de alcabalas,
presenta la misma dificultad.
135 AHNB. Neg. y ese. Tol., t. 2 f. 927 r.
136 Ibid. Neg. y ese. Ant., t. 4 f. 890 v. AGI. Cont. L. 1295.
137 AGI. Cont. L. 1605 y 1606.
314 HISTORIA ECONÓMICA y SOCL\1.;J

La tendencia general del comercio es evidente: las transacciones dis .


nuyen ca d a vez mas, y, en ausencia
· d e una d eman d a, 1os precios
· bajan ..nu-
"
Se trata, en la mayo:ía de los cas?s, de operaciones en las cuales el~ú­
mero de esclavos vendidos no es mas que tres o cuatro. No se introduc
esclavos sii:o que se enajenan los que ya existen ~n la región. Sólo figu:r:~
dos comerciantes regulares, Juan Lanza Jara y Lopez de San Julián, cuy~s
operaciones se elevan a cerca de 15 mil pesos (un 30% del total). Un tercero
el capitán Juan de Urbina que vend.e 18 esclavos, parece ser más bien u~
minero que liquida sus actividades.

La desintegración de las cuadrillas (s. XVII) y su aparición


en el Chocó (s. XVIII)

Fuera de los centros mineros de la región de Antioquia, la mano de obra


esclava ocupó un lugar secundario en el resto de las explotaciones de la
Nueva Granada durante los siglos XVI y XVII. Ya se ha visto cómo hacia
1628 había apenas 250 esclavos en Popayán. En 1623 no se empleaban ~n
138
Río del Oro sino 64 esclavos negros . La región de Cartago y Anserma no
atraía a los comerciantes de esclavos, y entre 1611 y 1614 apenas se regis-
tran allí transacciones por cuantía de 3.302 pesos oro, es decir, la venta de
. . 139 .
unos diez esclavos .
En el curso de la visita de Lesmes de Espinosa, a comienzos de 1627, él
oidor encontró 237 esclavos que trabajaban en las minas, distribuidos en
29 prop1e . t anos,
.
as1,140 :

Minas de: No. propietarios Negros Negras Niños Otros Total


Vega de Supía 10 35 16 10 18 79
Marmato 7 40 28 3 71
Quiebralomo 12 41 31 15 87
Total 29 116 75 13 33 237

Las cuadrillas más numerosas habían sido introducidas recientemente.


Una pertenecía a doña Cecilia de Villalobos y era administrada por su yer-
no Gaspar de Borja, con 29 esclavos. Otra cuadrilla, de 36 esclavos, pertenecía
al capitán Francisco Zapata de la Fuente. Todas las demás tenían menos de
10 esclavós. Ningún encomendero poseía esclavos pero muchos emplea-

138 AHNB. Impuestos varios, t. 16 f. 405 r. ss.


139 AGI. Cont. L. 1598.
140 AHNB. Vis. Cauca, t. 1f.154 r. ss.
315

ban a sus indios en las explotaciones. En medio de una población comple-


tarnente diezmada, todavía se ocupaban en las minas cien indios, el 15%
., 1i . 141
de lapoblac1on mascu na activa .
Para Mariquita se conocen dos operaciones importantes, la venta de 28
esclavos por 7.840 pesos en 1590 y, más tarde, en 1605, ventas sucesivas del
142
capitán Leal Fragoso por 9.500 pesos . Tales operaciones no debían ser
frecuentes pues a partir de 1592 Mariquita se abastecía merced a las con-
ducciones de .indios de las regiones de Tunja y Santa Fe. Es dudoso, por
otra parte, que los mineros de plata hayan dispuesto de capitales para
comprar esclavos. Todos debían sumas apreciables a las Cajas reales por el
azogue que les suministraba la Corona. Por eso confiaban más bien en pre-
sionar a las autoridades de Santa Fe para obtener, de año en año, las con-
ducciones.
Las resistencias suscitadas por este sistema entre los encomenderos de
tos altiplanos desembocaron, finalmente, en 1638, en la decisión de em-
plear esclavos negros. El tribunal de cuentas, del que formaba parte Fran-
cisco Beltrán de Caicedo, propietario de una de las minas más ricas de
Mariquita, de esclavos en Remedios y encomendero en Tunja y en Santa
Fe, representaba en mayo de 1638,

... cuánta es la necesidad que las minas de plata de Mariquita tienen de que
se labren con esclavos negros, por ser un trabajo más continuo y de mayor
beneficio que el de los indios, cuya conservación se debe I'hirar con notable
atención, pues se va expe.rimentando bien a costa <leste Reino cuán perju-
dicial es para él labrarse estas minas con indios desta ciudad y la de Tunja,
pues en 16 años (sic) que ha que se conducen para aquellos reales han fal-
tado tantos que no se puede referir sin mucha lástima; además de la que ha
causado los que mueren y enferman en aquel trabajo tan excesivo, es mucha
la que se puede tener a estas dos ciudades pues con su falta y disminución
143
no hay ya quien labre los campos ni quien cuide de los ganados ...

El tribunal proponía arbitrios fiscales para comprar 800 piezas de escla-


vos en Cartagena y mencionaba de paso que ya había 500 en Mariquita. La
. operación se financiaría prqlongando el otorgamiento de las encomiendas
l por una vida y cobrando para la Corona dos o tres años de tributo. Ade-
más, podría exigirse una contribución de los mismos indios, que la darían
gustosos al verse exonerados de las conducciones.

141 Ibid. f. 388 r. SS.


142 Ibid. Neg. y ese. To/., t. 4 f. 717 r. y AGI. Co11t. L. 1295.
143 AHNB. Mi11 To/., t. 4 f. 152 r. ss.
316 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIA(.¡

Los mineros de Mariquita aceptaron esta proposición pero agregara


otras peticiones que, según el fiscal, harían pesar sobre la Corona todas lon
gastos de las explotaciones144 . Cuando finalmente se llego a un acuerdo es
1642, era ya demasiado tarde pues la trata había cesado debido al a~:
miento de Portugal.
La interrupción de la trata de negros a partir de 1640 fue un golpe defi-
nitivo para los propietarios de Cáceres, Zaragoza y Remedios. Hacía mu.:.
chos años, sin embargo, que la introducción de esclavos se había reducido
al mínimo y ya no bastaba para sustituir a los que se iban muriend 0 14S. En
1633 se contabilizan apenas 25 propietarios con 225 esclavos en Zaragoza,
allí en donde había habido hacía una generación 300 propietarios con más
de tres mil esclavos146 . En 1663, el alcalde de Zaragoza describía una comple.:.
ta desintegración de las cuadrillas. Había muchos negros emancipados, otros
recogían raíces para sustentarse, otros se dedicaban a oficios domésticos,

... que pocos hay, o ningunos se ocupan en ministerio de minas por la gran-
147
de hambre y lo acabado y arruinado de los minerales de oro ...

Apenas dos años después, cuando ya se había reanudado la trata, el


procurador de la ciudad se quejaba de que ahora los esclavos venían mu-
cho más caros que antes y que ningún comerciante se arriesgaba a llevarlos
a Zaragoza. La mayoría de las cuadrillas que subsistían se componían so-
lamente de seis, ocho y diez piezas, contando los viejos, los lisiados y los
enfermos 148 • Diez años más tarde, en 1675, el capitán Juan Bueso Valdés
reportaba que el número total de los esclavos en la región de Antioquia no
excedía de 400 y que en Zaragoza no quedaban sino 60 149. ·
Según Scelle, las colonias españofas fueron mejor provistas en esclavos
durante el período de interrupción de la trata, entre 1.640y1660, gracias al
comercio de contrabando de los holandeses 150 • Si era así~-esta coyuntura no
podía favorecer sino a aquellas regiones de América que habían desarro-
llado una economía de plantación y en donde la demanda de esclavos fue-
ra efectiva. Cartagena, por su parte, había gozado de un cuasi monopolio
como centro distribuidor a partir de los grandes asientos (1595) y aún en-

·.
144 Ibid. f. 173 r.
145 AGI. Santa Fe L. 65 Nº 12 f. 2 r.
146 Ibid. r. 2 Doc. 15.
147 Ibid ..
148 Ibid. Doc. 14.
149 Ibid. Doc. 17.
150 Cf. Scelle, op. cit., I, p. 490.
317

,'¡onces había atraído también el contrabando. La nueva situación la dejaba


1desamparada y ahora sólo penetraban los pocos esclavos que correspon-
dían a la demanda real y que podían pagarse en efectivo.
Las condiciones en que se vendían los negros de contrabando parecen
haber sido más favorables. El asiento concertado con Grillo y Lomelin el 5
de julio de 1663, con el que se reanudaba la trata, provocó vivas reacciones
pues desde entonces los esclavos resultaban más caros. Se trataba de un
verdadero monopolio que suprimía la venta de licencias y con el que los
asentistas podían controlar los precios. Según el obispo de Popayán, un
1 ~sclavo valía entonces en la Nueva Granada 400 pesos oro, suma inaccesi-
. 151
ble para 1os mmeros .
El asiento de Grillo tropezó con dificultades en su ejecución pues los
portugueses rehusaban librar los esclavos de sus factorías en África. A par-
tir de entonces, los holandeses impusieron su predominio en el negocio de
la trata hasta que, como una consecuencia de la guerra de sucesión y luego
de la dominación inglesa de los mares, el suministro de las colonias espa-
ñolas quedó en manos de la Compañía Francesa de Guinea y, posterior-
mente, de la South Sea Company.
El aporte de los esclavos en las explotaciones mineras de la Nueva Gra-
nada cobró importancia de nuevo a partir de la pacificación del Chocó.
Con todo, el tráfico negrero sólo es perceptible a partir de fines del siglo
1
XVII. Los esclavos que trabajaban entonces en el Chocó :erovenían de explo-
1 taciones abandonadas en Popayán o del sector agrícola 162• No es probable,
1 pues, que a comienzos del siglo XVIII haya sido abundante el número de
esclavos que trabajaban en los nuevos yacimientos.
I Si bien los indios del Chocó no fueron empleados sistemáticamente en
1

. el trabajo de las minas cómo en otras partes, sobre ellos pesaba el abasteci-
miento de maíz y plátanos para las cuadrillas de 19s ríos Atrato y San
Juan153 • Hacia 1706, la familia de los Mosquera de Popayán había logrado
utilizar en esta forma a la mayor parte de los indios de la provincia de
Noanama. Aun más, había desplazado el pueblo indígena de Tadó hacia
sus minas del río Iró 154 •
Este monopolio derivaba ,de la influencia política de la familia, al mismo
tiempo que de la importancia de sus explotaciones. Cristóbal, Jacinto y Nico-
lás Mosquera Figueroa poseían títulos militares ganados en las guerras contra

151 AGI. Santa Fe L. 65 r. 2Nº17E.


152 FCHTC. p. 135.
153 Jbid. pp. 128 SS.
154 Ibid. p. 143.
318 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAI.I

los chocoes, y Cristóbal era lugarteniente del gobernador en la ciudad <l


Popayán. Asociados con Francisco de Arboleda Salazar y con Bernardo Alo ·~
so de Saa, poseían cerca de doscientos esclavos negros, en tanto que l~
mineros más importantes de la región tenían apenas sesenta, setentay s
veces menos 155 . En to d a 1a provmcia
. . ex1stian
. , entonces se t ec1entos
.
esclavosa
negros, quinientos de los cuales se distribuían entre propietarios menores;
Hacia 1726-1730, todavía el número de esclavos en toda la regiónde
Popayán, comprendidas las vertientes del Pacífico, no alcanzaba los cuatr()
mil. Según una información practicada en 1727, en las minas vecinas de
Popayán (Quinamayo, Jelima, Chisquío y San Antonio) había ochocientos
esclavos. En los lavaderos de los ríos que desembocan en el Pacífico (Rapo~
so, Mi:ay, ~aya, Anchi~~~á, Calima, San Juan y sus afluentes; véase Gráfico
3) habia mas de tres mil 6 . Este dato concuerda con el que proporciona el
gobernador del Chocó, Francisco Ibero, quien había encontrado más de
tres mil esclavos en la provincia de Nóvita y cerca de ciento cincuenta en
la de Citará, en 1729157. Gustavo Arboleda, cuyas fuentes no conocemos,
menciona también la misma cifra 158 .
El aumento paulatino de los esclavos en el Chocó se explica por el iri~
cremento de la trata159 . Ya se ha mencionado cómo el aprovisionamiento
de esclavos a las Indias quedo sometido a los resultados eventuales de lu-
chas que enfrentaban entonces las potencias europeas por la hegemonía.
Así, la guerra de sucesión española impuso la Compañía Francesa de Gui-
nea, cuyas actividades son mal conocidas en Cartagena. Es dudoso que
esta compañía haya contribuido sensiblemente a la internación de negros
en el Chocó. Además de que eran pocos los que allí trabajaban, hay que
tener en cuenta las piezas que fueron trasladadas desde Popayán y que
explotaban antes los yacimientos de Caloto o que habían sido dedicadas a
la agricultura. También existen huellas de contrabando de esclavos, preci-
samente en la región del Chocó160 ·
Solamente a partir de 1718 se aseguró un aprovisionamiento regular de
esclavos, gracias al contrato celebrado entre la Corona española y la Com-
pañía de los Mares del Sur (South Sea Company). Esa compañía podía pasar

155 !bid. p.156.


156 Cf. Miguel Lasso de la Vega, Los tesoreros de la Casa de Moneda de Popayán (1729-1816).
Madrid, 1927, pp. 1 y 10. -
157 AGI. Santa Fe L. 307. Despacho de 22 de octubre 1729.
158 Op. cit., Il, p. 71.
159 Las afirmaciones que siguen están basadas en las cifras recogidas por Jorge
160 AGI. Cont. L. 1501.
319

a las Indias 4.800 esclavos negros cada año. Debían recibirlos los puertos
de Buenos Aires, Caracas, Cartagena, Panamá y Veracruz. No obstante, la
compañía quedaba autorizada para introducir todos los esclavos solicita-
dos por las colonias a través de puertos accesorios: Santa Marta, Campeche
y La Habana.
El contrato con la compañía inglesa puso de relieve cambios profundos
acaecidos en el interior de las colonias españolas. La atención de los nue-
vos asentistas se vio atraída, más que por su obligación contractual de pro-
veer de mano de obra al Imperio español, por la tentación de llenar un
vacío comercial e inundar los mercados americanos con mercancías de con-
trabando. Las regiones más desguarnecidas. del Imperio (Chile, Buenos
Aires) vieron desviarse las rutas marítimas en su provecho y contribuye-
ron a pasar las mercancías hacia plazas mucho más prometedoras161 . Este
fenómeno explica que la importancia de Cartagena como centro distribui-
dor de mano de obra esclava haya pasado a un segundo plano y que las
introducciones a través de Buenos Aires hayan sido más importantes 162 .
Respecto al número total de esclavos introducidos q Cartagena por la
compañía inglesa, debe tenerse en cuenta que las actividades de esta últi-
ma se desarrollaron durante 18 años, entre 1714,y 1736, con dos interrup-
ciones (de 1719 a 1721yde1728 a 1729). Se distinguen así tres períodos de
la trata manejada por lp. Compañía de los Mares del Sur, que se resumen a
continuación (véase Gráfico 3).

CUADR019
IMPORTACIÓN DE ESCLAVOS A CARTAGENA
(Por la Compañía de los Mares del Sur)

Primer período Segundo período Tercer período


Año No. esclavos Año No. esclavos Año No. esclavos
1714 174 1722 480 1730 731
1715 616 . 1723 789 1731 1.077
1716 117 1724 692 1732 718
1717 352 .:: 1725 1.298 1733 700
1718 298 ' ·1726 420 1734 840
1727 320 1735 401
1736 452
Totales 1.557 3.999 4.919

161 Cf. Sergio Villalobos, op. cit., passim.


162 Cf. Elena Studer, op. cit.
GRÁFIC03
IMPORTACIÓN DE ESCLAVOS NEGROS A CARTAGENA
~
(por trimestres. Según las, cifras de Jorge Palacios)

Número de esclavos

600
500

400

300

200

100

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primer periodo segundo período tercer período §
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321

' Se importaron a Cartagena alrededor de diez mil esclavos en el curso


j de los tres períodos señalados. Solamente 14% durante el primer período,
cuando se esperaría que la demanda hubiera sido mayor debido al hecho
de que la Nueva Granada era una colonia minera. Pero son precisamente
esos los años en que se experimenta el auge paulatino de las explotaciones
mineras del Chocó, estimuladas por la importación regular de esclavos.
Las cifras de la compañía inglesa dan cuenta al menos de los tres mil escla-
vos que existían allí hacia 1727-1730. Hacia 1740 ya eran más de diez mil
en los lavaderos, el número total de las importaciones de la Compañía163 •

LAS CIFRAS DE PRODUCCIÓN

Posteriormente al lib~o ya clásico de Earl J. Hamilton 1 ~ 4, trabajos recientes


de Álvaro Jara y Encarnación Rodríguez Vicente exploran más específica-
mente las fuentes seriadas contenidas en los fondos del Archivo General
165
de Indias de Sevilla • Se conocen pues las ventajas de trabajar sobre fuen-
tes históricas cuya riqueza está muy lejos de estar agotada. Sus debilidades
(el término inconsistencia sería excesivo) son también aparentes. Es preci-
so, acaso, insistir todavía más en la precariedad de las cifras que nos vienen
de una época que, después de los trabajos de P. Chau,nu, se suele denomi-
nar «pre-estadística». Todos los refinamientos del cálculo estadístico que
se emplearan para corregir s_eries histór.i.cas no sen~irí~n para colmar las
1 lagunas que se produjeron por simple descuido o por un deseo deliberado
de disimular la realidad. Los problemas que suscitan estas cifras son toda-
vía mayores cuando se trata de regiones que, como los centros mineros,
estaban lo suficientemente retiradas para que todo control resultara impo-
sible. Allí, la exactitud en una cuenta hubiera sido juzgada como un hecho
realmente extraordinario y la probidad de los encargados de llevarlas hu-
biera sido una excentricidad.
La consistencia de las cifras de lc;>s libros de cuentas llevados por la ad-
ministración española se .afirma entonces solamente en relación con su
constitución interna. Se trata -la expresión ha llegado a ser corriente para
expresar a la vez la incertidumbre en las partes y la confianza en la totali-

163 Cf. Lasso de la Vega, op. cit., p. 14. Según un censo practicado en Nóvita, en 1759 traba-
jaban allí 56 cuadrillas con un total de 4.322 esclavos. Cf. J. Jaramillo U., art. cit., loc. cit.
164 Earl J. Hamilton, American Treasure and the Price Revolution in Spain 1500-1650. Cam-
bridge, Massachusetts 1934.
165 P. Chaunu utiliza también el fondo de Contaduría del AGI para dar cuenta del movi-
miento comercial en Lima y otras ciudades. Cf. Séville et l'AtlanHque, cit.
322 HISTORIA ECONÓMICA y SOC{;\t!

dad- de «órdenes de magnitudes». Gracias a ellos se percibe una tend


cia (trend) y un movimiento más bien que un dato de valor absoluto.-E~ni
análisis de estas cifras sólo cuenta el conjunto y las posibilidades de co e_
paración con otros conjuntos análogos. En el fondo, se confía en las re~­
laridades de un error, el cual no alcanza a modificar las inflexiones de un
. .
curvq su f1c1entemente 1arga. a
En el caso del oro, se tiene la suerte al menos de poseer cifras de pro-
ducción de un artículo comercial. Y ocurre que este artículo constituye la
pieza clave para la comprensión de una economía. Es conocido el hecho de
que las cifras que se refieren a la producción son muy raras en la época
pre-estadística. Como aquéllas que interesan para los estudios de hístoria
social se refieren a bienes fungibles, se recurre siempre -para hacerse a
una idea de la producción- al análisis de series de precios o al modelo de
un consumo hipotético. ·
El oro-mercancía fue objeto de una vigilancia especial por parte de las
autoridades españolas en América, lo mismo que la plata. Así, se posee un'a
doble serie de cifras de los metales preciosos: la que corresponde a su
recepción en España y aquélla que se llevaba en los lugares mismos de
extracción. Hasta ahora el oro y la plata han merecido la atención de los
investigadores, en la medida en que constituían el vehículo más universal
de intercambio; es decir, como moneda166 . Hamilton se sirvió de las cifras
de los metales llegados a Sevilla para explicar el movimiento de los precios
en España y para construir una teoría «monetarista» del derrumbe econÓ;
mico del Imperio español. En la Nueva Granada, por tratarse de una región
minera, el volumen del oro no representp. un dato accesorio sino la cu¡;inti-
ficación del principal artículo de exportación.
Esta diferencia no afecta solamente un punto de vista. El oro-mercancía
no es idéntico al oro empleado como moneda en las transacciones comer,-
ciales con la metrópoli. La mercancía (oro) escapaba á menudo a los con-
troles impuestos por el sistema fiscal (los quintos) y por la mecánica del
monopolio comercial. Hay que atribuir, sin duda, al carácter peculiar de
esta mercancía no sólo el impacto que ejerció sobre los precios europe9s
sino también la atracción de un abundante contrabando hacia las Indias.
Así, al 111argen de los fenómenos señalados por Hamilton, puede pensarse

166 Retornando las teorías «rnonetaristas» de Hárnilton, Pierre Vilar proporciona orientacio-
nes metodológicas y llama la atención sobre aspectos no contemplados de la realidad
americana en Crecimiento y desarrollo, Barcelona, 1964. Cf. también un curso dictado en
la Sorbona durante los años académicos de 1965-1966y1966-1967, publicado en español
bajo el título Oro y moneda en la historia. 1450-1920, Barcelona, 1969.
323

que la fluidez de los metales preciosos producidos en América contribuyó,


en gran parte, a abrir una brecha en la estructura monolítica del Imperio.
A este propósito, se impone una primera comprobación: superponien-
do la curva de producción de oro (en peso) en la Nueva Granada a la que
proporcionan las cifras de Hamilton (véase Gráfico 2) se observan ensegui-
1 da las diferencias de nivel entre el volumen de la producción y las llegadas
de oro a Sevilla.
Para el péríodo comprendido entre 1540 y 1560, en el cual las llegadas
1.de oro crecieron c. onsiderablemente, Hamilton supone que. la Nueva Gra-
l•nada contribuyó con una producción muy elevada 167 . Sin embargo, las se-
ríes que. pueden obt~n~rse. con las c~entas d:
los quintos ~el oro están lejos
l de confirmar esta hipotes1s. ¿De donde salieron las cantidades de oro se-
fialadas por Hamilton? Veinticuatro mil kilogramos entre 1541 y 1_550 y
cuarenta y dos mil en el decenio siguiente: las cifras son las más elevadas
que se registran en los siglos ·xvI y XVII.
El Perú produjo 14.618 kilogramos entre 1531y1540, una cantidad equi-
valente a la que llegó a España en el mismo decenio 168 . ¿Cómo explicar la
subida experimentada en los dos decenios siguientes? Una coincidencia
cronológica (la ocupación de la Nueva Granada se llevó a cabo precisa-
mente durante ese período) sugiere que estas enormes cantidades de oro
fueron extraídas de la Nueva Granada. Con todo, a menos de suponer un
error fundamental en las fuentes, se impone la conclusi<Jn de que esto nun-
ca ocurrió. Queda la posibilidad de admitir la ausencia casi absoluta de
control fiscal en los primeros tiempos de la ocupación española y pensar
que el fraude afectó cerca del 90% de la producción.
Según las cifras de los quintos, la producción de la Nueva Granada fue
de 8.950 kilogramos entre 1540 y 1560, o sea el 13% de las cantidades indica-
das por Hamilton. Para la reconstrucción de esta cifra se tuvieron en cuen-
ta los quintos de las Cajas reales de Cartagena, de Santa Fe, de Popayán y
de Santa Fe de Antioquia.
La contribución de Cartagena estuvo constituida, sin lugar a dudas, por
el oro extraído de las sepultµras indígenas del Sinú y por las expediciones
que se internaron en Antioquia entre 1535y1540169 . Entre 1540y1545 se re-
gistraron allí todavía 223.960 pesos (cerca de mil kilogramos) para descender
a 21.040 pesos (90.693 g) en el quinquenio siguiente .

. 167 Op. cit., pp. 40-42.


168 Cf. P. Vilar, Oro y moneda, cit. p. 120.
169 AGI. Cont. L. 1379. DIHC. IV, 239 ss. CDI. I, 41, 384 ss.

l
324

Respecto a Santa Fe, debe recordarse que las grandes explotaciones


menzaron apenas hacia 1550 con los descubrimientos de Mariquita, Vitóc?7
y Pamplona. En pocos días, los conquistadores habían arrebatado a fª
chibchas 225.027 pesos en 1537 y un poco más entre 1539 y 1544 .(286.0~~
pesos de oro fino). Los lavaderos de Tocaima y Vélez produjeron cercad
150 mil pesos entre 1545 y 1550. Pero solamente con la explotación de la~ .:·. .·
minas de Pamplona, Vitoria y Mariquita la percepción de quintos (rebafa~
dos al diezmo) llego a ser regular después de 1555.
La provincia de Popayán, más rica en aluviones pero en donde la mano
.. ·1
1
de obra indígena escaseaba, no llegó tampoco a regularizar la explotación
hasta cerca de 1550. De un lado, los conflictos estallaban entre los mismo~
conquistadores y, de otro, los indígenas hostigaban a los españoles, rehusan~
do ser echados a las minas. El período de 1545 a 1550 arroja el rendimiento
más débil de la producción de oro a causa de las rebeliones indígenas. Las
minas de Almaguer comienzan a explotarse sólo a partir de 1551 y las dé
la región de Cartago y Anserma rinden cerca de quinientos mil pesos en l~
década que sigue a la rebelión indígena de 1548170 .
Antes de la llegada de los españoles, la montaña de Buriticá (en la re-
gión de Antioquia) había proporcionado el oro en bruto que labraban los
orfebres del Sinú. Estas piezas, encontradas en sepulturas y como atuendo·
de los indígenas, estimularon la ambición de los conquistadores asentados
en las costas del Darién y de Cartagena. Pero las cifras de la Caja real de
Antioquia no tienen nada en común con la expectativa que provocaron las
expediciones de César y de Vadillo. En la década de 1550, la «montaña de
oro» rindió cerca de ochenta mil pesos de oro, cantidad mucho menor que
. • - 171 .
las de los restantes yacmnentos de la Nueva Granada . Este resultado se
explica por los disturbios que siguieron a la Conquista y por la resistencia
de los indígenas. Debe tenerse en cuenta también .que, si bien los datos
sobre el número de la población son inciertos, todo pa:rece indicar que en
la época de la Conquista los indígenas de Ja región no eran tan numerosos
como en otras partes. Así, la población fundada por Robledo debió esperar
más de treinta años para hacer la fortuna de sus habitantes con las expedi-
ciones conducidas por Andrés de Valdivia y Gaspar de Rodas, simples mi-
neros en los cincue!lta, al interior de la provincia.
De 1560 en adelante, la producción de la Nueva Granada se ajusta a la
tendencia de las cifras de Hamilton. El distrito de Santa Fe, con los filones
de Pamplona y Vitoria y los lavaderos de «tierra caliente» (Vélez, Tocaima,

170 AGI. Cont. L. 1488 f. 133 ss.


171 Jbid. f. 95 V. SS. L. 1377.
325

Jbagué, Mariquita), más bien que Popayán, constituye la fuente principal


del oro extraído (véanse gráficos 4 y 5). Y continuará siéndolo hasta el des-
cubrimiento de los yacimientos de Cáceres y Zaragoza. Aún entonces el
traslado de Remedios vendrá a colmar la Caja real, empobrecida por el
aniquilamiento de los indios de «tierra caliente» y la menor productividad
de las minas (véase Gráfico 4).
~ La curva de Hamilton desciende en la década de 1570. En esta época,
Santa Fe mantiene una producción estable pero no ocurre lo mismo en Po-
payán. Aunque no se conocen las cifras de este período para la región, se
sabe, en cambio, que la explotación sufre allí una crisis y que los habitantes
C:Ie Popayán deben abandonar las minas a causa de los ataques de paeces y
pÍjaos. En 1575, por ejemplo, los oficiales de la Corona informan sobre la
ruina de las minas de Guambia:

... los indios se alzaron y mataron muchos españoles y naturales y despo-


blaron las minas de Guambia, de donde ordinariamente cada año se saca-
ban sesenta mil pesos y más y V.M ha perdido de sus quintos reales casi
172
veinte mil pesos en tres años que ha que están despobladas ...

Poco antes, durante el gobierno de Álvaro Mendoza Carvajal (1566-1571),


Popayán había sufrido una rebelión de esclavos negr;os y una epidemia de
viruelas que afectó también la región de Almaguer 173 • Éstos son anos de
inquietud en la provincia delante de una frontera q1:1e ('}.Strecha su cerco. Se
contempla entonces, por primera vez, la posibilidad de emplear la mano
de obra en empresas agríeolas. Faltan las cifras, sin embargo, para medir
la amplitud del desastre en las minas.
Más al norte, el producto de la Caja real de Cartago es enviado cada año
a Santa Fe desde 1564, época en la que esta Caja fue sustraída de la juris-
dicción de Popayán. Se trata también de una región amenazada constante-
mente por incursiones de los pijaos, pero la producción se mantiene hasta
1580, cuando comienza a descender (véase Gráfico 7).
Si se tienen en cuenta las cifras globales, las crisis regionales de los se-
tenta fueron despejadas por la apertura de los yacimientos de Antioquia
en la década siguiente. Como ocurrió en el distrito de Santa Fe, estas crisis
afectaron mucho más la densidad de la población indígena que el volumen
de la producción del oro. Mantener el ritmo de esta producción debió sig-
nificar una presión intolerable sob_re las poblaciones indígenas y una dis-

172 Ibid. Quito L. 19, despacho de 1575.


173 Ibid. Patr. L. 162 N 2 1 r. 9 Kathleen Romoly de A., art. cit., p. 258.
326

GRÁFICO 4
PRODUCCIÓN DE ORO EN EL DISTRITO DE SANTA FE

según cifras de la Caja Real de Santafé (promedios móviles -escala semilog.)


Miles de pesos
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GRÁFICO 5
PRODUCCIÓN DE ORO EN EL DISTRITO DE POPAYÁN

Miles de pesos SEGUN CIFRAS DE LA CAJA REAL DE POPAYAN

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327

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, pRODUCCIÓN DE ORO EN EL DISTRITO DE REMEDIOS

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Remesas a Santa Fe
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GRÁFICO 7
PRODUCCIÓN DE ORO EN EL DISTRITO DE CARTAGO

Míles de pesos Según las cifras de la Caja Real de Cartago (o de Toro y Anserma)

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~
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~ ~
328

minución drástica de las actividades agrícolas. Ciertas regiones quedaro


asoladas casi para siempre como efecto del empleo de los indígenas en¡n
1s
lavaderos, particularmente en tierra caliente, en los flancos interiores dé
cordiller~ Oriental y el _valle del M_agdalena (Tocaima, Mariquita, !bagué~
Fue preciso esperar mas de tres siglos para recuperar estas regiones me-
diante un verdadero movimiento de colonización surgido de Bogotá. Aun
el país de los chibchas sufrió los efectos de la despoblación causada por el
drenaje de indígenas hacia tierra caliente o por su empleo en las minas de
Vélez y Pamplona. ··
Aunque faltan las cifras más importantes (Cáceres, Remedios, Zarago-
za) para el período 1580-1595, las de Hamilton sugieren fuertes subidas en
ese período. Una simple ojeada a la superposición de las curvas permite
suponer que entre 1580 y 1595 la curva de Hamilton guarda una propor-
ción parecida con la de la producción de la Nueva Granada a la de los
períodos de 1556-1580y1595-1660. La semejanza de las tendencias en esos
períodos es tal que permite colmar nuestra laguna. Se puede entonces afir-
mar que, a partir de 1580, la producción de oro se recupera y sobrepasa los
niveles de 1565-1570, gracias a las nuevas explotaciones de la región antio-
queña (véase Gráfico 2).
La década de 1590 contempla un auge sin precedentes en la producción
de oro en la Nueva Granada. Es el momento, ya se ha visto, de la mayor
concentración de esclavos en los distritos de Zaragoza y Remedios. Los
comienzos del siglo XVII marcan el preludio de una crisis que se prolonga ,¡
hasta lo que parece el fin de la economía del oro en la Nueva Granada, en ]
1660. Debe observarse de paso que ésta es también la fecha límite fijada por
Hamilton y Chaunu para sus investigaciones. ·
En esta larga crisis es preciso distinguir de nuevo el origen del oro. La
economía minera impone diferencias regionales muy acusadas y serfa
absurdo atenernos a cifras globales para tipificar el co'njunto de la Nueva
Granada. El aislamiento de cada región confiere un significa¡:lo peculiar a .
j
las oscilaciones y hace que las crisis se distribuyan en una cronología irre- ,
ductible a la unidad. Este fenómeno, como consecuencia, marca ritmos de .
desarrollo desigual, de acuerdo con los recursos qe cada región. La relativa ..
abundancia de mario de obra, por ejemplo, o ·el recurso a la agricultura ·•
·1.·
•.
·.·.•.•

podían retardar o amortiguar los efectos del agotamiento de yacimientos.


Sólo las consideraciones fiscales de los administradores españoles al infor-
mar a la Corona englobaban artificialmente las diferencias regionales.
Como puede observarse en las curvas de producción, existen inflexio-
nes que no coinciden cronológicamente. Las de Popayán y Santa Fe son las
primeras en reflejar el impacto producido por la disminución de los indí-
329

genas. El comportamiento de la curva antioqueña es diferente pues no


Jllantiene ninguna estabilidad: a un brusco ascenso sucede también una
pendiente brusca. En cuanto a las magnitudes, éstas se presentan, según
Jas cuentas de las Cajas reales, de la siguiente manera (véanse gráficos 4, 5,
6, 7, 8, 9, 10).

cUADR020
pRODUCCION DE ORO EN EL DISTRITO DE SANTA FE
(Por períodos de cinco años). Pesos oro de 22.5 quilates

Años Santa Fe Remedios Pamplona Totales


1555-1559 508.570
1560-1564 545.480
1565-1569 867.670
1570-1574 779.310
1575-1579 792.239
1580-1584 746.160
1585-1589 583.280
1590-1594 493.850 229.250 723.100
1595-1599 404.825 994.880 1.349.505
1600-1604 269.310 657.945 927.255
1605-1609 368.535 375.810 744.345
1610-1614 343.215 332.715 675.930
1615-1619 328.680 316.369 57.69Qt 705.735
1620-1624 152.925 281.910 68.290 503.125
1625-1629 159.910. 117.835 111.435 451.180
1630-1634 89.200 137.445 67.725 294.370
1635-1639 158.870 141.405 28.815 329.090
1640-1644 . 82.540 14.370 96.910

CUADR021
PRODUCCIÓN DE ORO EN EL DISTRITO DE CARTAGO

Pesos oro de Pesos oro de


Años 22.5 qililates Años 22.55 quilates
1551-1554 203.928 1585-1589 235.070
1555-1559 371.136 1590-1594 151.140

1565-1569 416.540 1605-1609 54.390


1570-1574 376.150 1610-1614 92.280
1575-1579 421.100 1615-1619 34.995
1580-1584 317.400 1620-1624 55.305
330 HISTORIA ECONÓMICA

GRÁFICOS
PRODUCCIÓN DE ORO (CRISIS) EN EL DISTRITO DE SANTA FE DE ANTIOQUIA
Miles de pesos Según cifras de la Caja Real de Santa Fe de Antioquia

20

GRÁFICO 9
PRODUCCIÓN DE ORO (CRISIS) EN EL DISTRITO DE ZARAGOZA

Miles de pesos Según la Caja Real de Zaragoza


300
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250 _::,,..
200

150

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GRÁFICO 10
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PRODUCCIÓN DE ORO (CRISIS) EN EL DISTRITO DE CÁCERES-GUAMOCÓ


Miles de pesos Según las casas Reales de CáCeres y Guamocó

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331

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cVA.DRO 2~ ,
pRODUCCION DE ORO EN EL DISTRITO DE POP A YAN

Pesos oro de Pesos oro de


Años 22.5 quilates Años 22.55 quilates
1551-1555 241.462 1615-1619 189.400
1556-1560 263.015 1620-1624 134.410
1560-1570 600.000 1625-1629 179.3%
1595-1599 344.825 1630-1634 159.850
1600-1604 1635-1639 85.400
1605-1609 283.564 1640-1644 46.500
1610-1614 221.775
1656-1659 18.710

CUA.DRO 23
PRODUCCIÓN DE ORO EN EL DISTRITO DE ANTIOQUIA
(Pesos oro de 22.5 quilates)

Años Antioquia Zaragoza Cáceres Guamocó Totales


1550-1554 25.950
1555-1559 57.000
1595-1599 100.526 1.400.000 248.000 1.748.526
1600-1604 66.168 1.350.000 205.000 1.621.168
1605-1609 93.256 1.149.065 181.267 1.423.588
1610-1614 63.142 1.078.885 152.264 1.294.291
1615-1619 45.490 991.717 135.033 1.172.140
1620-1624 34.839 780.835 126.296 214.190 1.156.150
1625-1629 55.106 672.269 148.848 246.780 1.122.994
1630-1634 70.735 454.717 82.513 213.145 821.310
1635-1639 103.483 370.710 61.198 175.940 717.331
1640-1644 108.500 194.902 41.155 92.857 437.414
1645-1649 93.000 135.000 26.500 81.200 335.700
1650-1654 67.000 87.000 14.900 48.200 217.100
1655-1659 59.455 • ·36.825 4.661 30.385 131.326
1660-1664 73.060 20.367 2.953 13.396 109.756

A partir de 1580, el aporte de la región de Antioquia coh sus yacimien-


tos de Cáceres y Zaragoza (Remedios continúa siendo una fundación de
Santa Fe de Bogotá, pese a su traslado cerca de Zaragoza en 1590) supera
al de los antiguos distritos de Santa Fe, Popayán y Cartago en una propor-
332 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIA(¡

ción de 3 a 1. Pero la fortuna de esta región se desvanece en pocas décad


Por ausencia de mano de obra indígena, la explotación de los lavaderosas.
lleva a cabo con esclavos negros que perecen casi tan rápidamente co~e
0
los indios de las otras regiones. Más bien que a la ventaja del empleo d
esclavos con relación al trabajo indígena (en uno y en otro caso las técnicae
son las mismas), debe atribuirse el rendimiento a la riqueza excepciona~
del río Nechí y de sus afluentes.
El crecimiento del volumen de la producción aurífera en este segundo
ciclo plantea otro problema con respecto a la curva de Hamilton. Desde
1580 en adelante ocurre un fenómeno inverso al que se observaba para el
período de 1540-1560. Ahora la producción de la_Nueva Granada sobrepa-
sa en mucho a las cifras citadas por Hamilton. Este habla de «cantidades
absolutas» de oro llegadas a Sevilla, es decir, la adición de los quintos
reales y de los envíos de los particulares, representados por los pagos d.e
comerciantes y por la exportación de capitales privados. En teoría, estas
· cantidades debían ser equivalentes a la producción total de oro en Améri~
ca. Pero no ocurría nada parecido. El hecho no tendría nada de sorprenden-
te si la diferencia existiera durante 5 o 10 años y estuviera compensada en
un período subsiguiente. Tampoco, si existiera la certeza de que los meta-
les se acumulaban en América bajo cualquier forma. Obsérvese, primero,
que el fenómeno se repite con intensidad variable (véase Cuadro 24).

CUADR024
LLEGADAS DE ORO A ESPAÑA Y PRODUCCIÓN EN LA NUEVA GRANADA174
(en gramos)

Años Llegadas (Hamilton) Producción


1531-1540 14.466.360
1541-1550 24.957.130 2.277.531
1551-1560 42.620.080 6.172.508
1561-1570 11.530.940 . 12.165.128
1571-1580 9.429.140 10.109.438
1581-1590 12.101.650
1591-1600 19.451.420 30.000.000
1601-1610 11.764.090 21.590.126
1611-1620 8.855.940 18.883.312
1621-1630 3.889.760 15.527.035
1631-1640 1.240.400 10.375.684
1641-1650 1.549.390 8.354.981
1651-1660 469.430 8.680.837

174 Estas cifras se calcularon de acuerdo con las acuñaciones de moneda en Santa Fe. Cf.
A.M. Barriga Villalba, Historia de la Casa de Moneda. Bogotá, 1969, I, p. 95.
333

si la tendencia de la curva es semejante, la diferencia entre las can-


tidades es demasiado grande. ¿Cómo se produjo esta diferencia? Es. dudoso
ue el sistema de flotas que aseguraba el comercio con las colonias espa-
~olas haya tenido más que un éxito mediocre en mantener el monopolio de
Sevilla. En todo caso, nunca pudieron captar todo el oro que aportaban los
comerciantes a las ferias y es seguro que una gran parte se escapaba en
virtud del contrabando.
De otro lado, debe excluirse la hipótesis de que el oro permanecía en la
Nueva Granada. Durante los años de 1615 a 1620, cuando la crisis de la
producción fue claramente perceptible a los ojos de los funcionarios y la
Corona se inquietaba con la disminución progresiva de los quintos175, los
oficiales de la Caja de Santa Fe no encontraron oro en el mercado para
enviar a España. Muchas de las rentas reales eran pagadas en plata y para
hacer los envíos debía trocarse su producido en oro, pues la Nueva Grana-
da siempre había enviado oro. En 1619, los qficiales recurrieron a los depó-
sitos de la Caja de bienes de difuntos (herencias no reclamadas) e hicieron
préstamos de plata a particulares quienes se comprometieron a devolver
su equivalente en oro al año siguiente176. En 1622 se volvieron a prestar 45
mil pesos de plata que había en la Caja real, con el compromiso de devolver
25 mil pesos de oro. El fenómeno se repitió en 1623, con 22 mil pesos de
oro, y en 1626, con 23 ~il 177 • '
No hay duda de que la producción absoluta de oro podía responder de
estos envíos más bién modestos. Pero ef oro quedaba e'n las manos de co-
merciantes que debían emplearlo en otras partes y no en la compra de gé-
neros que traían los navíos de la flota a Cartagena. Más tarde, cuando se
acuñó moneda en Santa Fe, pudo comprobarse la necesidad de acuñar sin
interrupción pues, según el Cabildo de la ciudad, el comercio y el fisco
drenaban toda la moneda que existía en el Reino:
... en llegando la ocasión de armadas -decía el Cabildo- toda la (moneda)
que se ha labrado desde los (años) antecedentes se lleva y conduce al pueblo
de Cartagena, ya por las cobranzas del real patrimonio, o ya los mercaderes
para su emp1eo, sm . que d ar en este remo . muy limiºta d a cantida d ...178
. smo

Si se atribuye la fuga de 'o'ro al contrabando, puede medirse en parte la


importancia del fenómeno si se tiene en cuenta que las llegadas de oro a

175 R. C. ·de 12 de julio y 12 de dic. 1617. AGI. Santa Fe L. 68 r. 3 Doc. 69.


176 Ibid. Doc. 73.
177 Ibid. Cont. L. 1316 A.
178 Informe de 1668 cit. por Barriga Villalba, op. cit., I, p. 294.
334 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAÚ

Sevilla (recogidas por Hamilton) representan el intercambio legal. La dife-


rencia, con respecto a la producción de la Nueva G;anada, representaí:í
los pagos de mercancías introducidas ilegalmente. Esta, naturalmente eª
una parte apenas de este tipo de comercio pues debe tenerse en cu:n.t:
también el oro que salía de la colonia sin haber pagado siquiera los quintos
reales. Ateniéndose a la sola cuantificación posible del contrabando, es de-
cir, a la diferencia entre el oro llegado a Sevilla y la producción en la Nueva
Granada, puede observarse cómo el porcentaje del oro que no alcanza la
metrópoli va creciendo paulatinamente. Mientras que para el período
1560-1570 la diferencia es apenas perceptible, en las décadas posteriores'a
1590 la proporción se eleva de 1 a 2 y de 1 a 4. Para esta época, el oro-mer~
canda busca y encuentra otros mercados. El aumento mismo de la produc-
ción de oro a partir de 1580 estimula el tráfico de contrabando de esclavos
negros y este comercio, a su vez, contribuye a alcanzar los niveles de pro-
ducción inigualados de los noventa.
Más allá de la fecha fijada por Hamilton para su investigación (1660) y
en la cual supone que el oro deja de llegar a España, la Nueva Granáda
continúa todavía la producción. Ésta mantiene ahora una cierta estabilidad
aunque el volumen representa apenas una fracción de lo que se extraía en
el período anterior. Con todo, las cantidades acuñadas en la Casa de la
Moneda de Santa Fe son todavía considerables. Según lás cifras de acuña~
ción, las cantidades de oro producidas serían del orden siguiente:

CUADR025
ORO ACUÑADO EN LA CASA DE LA MONEDA DE SANTA FE179
(Por períodos de cinco años). En gramos

Años Oro acuñado Años Oro acuñado


1630-1634 1.283.917 1685-1689 3.591.563
1635-1639 2.325.395 1690-1694 2.718.215
1640-1644 4.774.620 1.695-1699 2.481.879
1645-1649 '3.580.361 1700-1704 2.457.795
1650-1654 4.410.771 1705-1709 3.122.081
1655-1659 4.270.166 1710-1714 3.313.315
1660-1664 1.621.678 1715-1719 3.569.441
1665~1669 2.495.685 1720-1724 4.487.842
1670~1674 2.922.565 1725-1729 4.749.672
1675-1679 2.257.969 1730-1734 5.942.451
1680-1684 3.513.291 1735-1739 5.483.795

179 Ibid. pp. 94, 109 y 121.


335

Entre 1638y1684 se acuñaron en Santa Fe 2.591.389 pesos oro, Los quin-


tos percibidos en el mismo período correspondían a una prodl1cción de
919.802 pesos. Según el tesorero de la Casa de la Moneda, la diferencia se
explicaría por el hecho de que allí no sólo se acuñaba el oro que se extraía
en la Nueva Granada sino también el que afluía de Quito, del Perú y aun
de México. Esta aplicación era evidentemente interesada puesto que se
daba para justificar una acusación de fraude.
Comerciantes de Popayán, de Pasto y aun de Quito transitaban por en-
tonces la ruta de Honda para dirigirse a Cartagena. ¿Pero es verosímil que
haya afluido a Santa Fe oro de México o del Perú? El hecho de que se tra-
tara -según la versión del tesorero- de cantidades mucho más importan-
tes que las extraídas en la Nueva Granada, hace dudar todavía más de sus
árgumentos. La producción de oro en la Audiencia de Quito, la más impor-
tante después de la de la Nueva Granada, era ya muy modesta. Según los
informes de los oficiales de la Corona en Quito, una crisis semejante a la de
Ja Nueva Granada había afectado, por la misma época, las minas de Zaru-
ma, Cuenca, Laja y Yaguarsongo. De cerca de trescientos mil pesos que se
producían anualmente hacia 1570 en estos distritos, la extracción había
descendido a ciento treinta mil, en 1590, a setenta mil, en 1600, y a cerca de
cincuenta mil, de 1610 en adelante 180 •
Debe atribuirse entonces al fraude de los quintos la diferencia enorme
con respecto al oro amonedado. Según el fiscal de la Audiencia, Fernando
Prado, este fraude habría alcanzado en ocasiones el orden del 80%. En el
curso de la segunda mitad del siglo XVII se sacaban de Santa Fe de Antio-
quia sesenta mil pesos anuales, de los cuales no se registraban sino doce o
catorce mil. Algo semejante ocurría en Cáceres, Zaragoza y Remedios, aun-
que estos centros mineros estuvieran ya en completa decadencia. El fraude
más considerable -según el fiscal- se registraba en Popayán, en donde
(hacia 1678) se extraía más oro que en el conjunto de los restantes distritos
mineros 181 •
Con todo, el establecimiento dela Casa de la Moneda en Santa Fe (1627)
contribuyó a disminuir el impacto de los fraudes en los quintos reales. En
adelante, toda persona podía declarar el oro en Santa Fe, no habiéndolo
declarado antes en el sitio 'de la extracción, sin incurrir en sanciones lega-
les. La afluencia del oro a la Moneda se explica fácilmente puesto que allí
apenas se cobraba el 5% de derechos reales mientras que en ciertas regio-
nes todavía se mantenía el «quinc~avo». Al mismo tiempo,Jos derechos de

180 AGI. Quito L. 19 f. 120. Informe de 1618.


181 Ibid. Santa Fe L. 117. Informe de 30 Dic. de 1678.
336

fundición (o «cobos», .equivalentes al 2.5%) que se cobraban en las Cajas


reales, quedaban eliminados. ·
Sobre estos dos aspectos, los funcionarios locales de la Corona, y pa'r~
ticularmente los que estaban adscritos a la Casa de la Moneda, tendieron a
favorecer ciertas pretensiones de los mineros. En 1677, por ejemplo; fas
compras de oro y plata para la Moneda de Santa Fe son todavía conside.:
rables. Según las cifras de la Casa de la Moneda, el español Francisco Sara:;;
súa obtuvo que la Audiencia lo dispensara de manifestar el oro que recibía
sin quintar. Sarasúa ofreció pagar una indemnización global de dos illu
pesos cada año 182 • En otra ocasión, el tesorero de la Moneda, el comerciant~
Salvador Ricaurte, obtuvo que se suprimieran los derechos de fundición ~!l
todas las Cajas reales. Con.esto se pretendía que las Cajas reales no queda~
ran en desventaja frente a la Casa de la Moneda. Los dos negocios se investi~
garon y en ellos se vio comprometida seriamente la buena fe de los oidore~
de la Audiencia y de los funcionarios del Tesoro 183 . ·
La disminución gradual de los quintos obligó a la Corona a endurecer
su política fiscal. A partir de 1664, esta política se hizo más exigente y se
suprimieron por un tiempo los privilegios que reducían los quintos a un s
y a un 7.5% (quinceavo y veinteavo). Una certificación del tribunal de cuentas'
sobre los quintos pagados entre 1682y1696184 muestra que, en el curso de
este período, los quintos se elevaron al 20%. Ésta debió ser una invitación
abierta al fraude. A pesar de que en esos años, precisamente, se experimen~
tó un alza en la producción, ésta apenas se registra en las cuentas de amo::
nedación. Según los libros de la Casa de la Moneda, entre 1682 y 1696 se
produjo un promedio de 132.920 pesos anuales contra uno de 109.184 en el.
185 "
período de 1652-1674 .
La situación varía radicalmente, si nos atenemos a los.datos de los libros
de las Cajas reales. Según éstos, la producción había pasado de un prome~
dio de 39.603 pesos anuales a 116.098 en el curso de los dos períodos. Es
evidente que la Casa de la Moneda dejó de recibir el oro no declarado en
las Cajas reales desde el momento en que cesó la posibilidad de pagar so-
lamente el 5%. Con todo, las series de la Casa de la Moneda siguen refle-
jando mejor el volumen de los metales extraídos.

182 lbid. passim.


183 lbid. L. 370 Doc. 309 y 371.
184 Cit. por Barriga V. op. cit., I, p. 103.
185 lbid. pp. 95 y 102.
337

Después de 1680, Popayán se había puesto a la cabeza de la producción


en la Nueva Granada. Según el informe que acaba de citarse, está produc-
ción era la siguiente:

é:UADRO 2~
pRODUCCION DE ORO EN LA NUEVA GRANADA (1682-1696)
(Oro manifestado en la Casa de la Moneda)

Distritos Total (pesos) Promedio anual %

Popayán 719.602 47.973 41


Ansenna 54.905 3.660 3
Antioquia 342.302 22.820 20
Mompox (Simib') 2.401 160 0.1
Mariquita 103.855 6.923 6
Santa Fe 482.200 32.146 28
Pamplona 8.100 540 0.5
Chocó 28.150 1.876 1.4

La fortuna de Popayán estuvo asociada a la explotación tardía de los


aluviones de la costa del Pacífico (véase Mapa 8). Las :p,rimeras explotaciones
se hicieron en la provincia de Barbacoas, en donde el conquistador Fran-
cisco de Prado y Zúñiga señalaba, hacia.1630, la riq~eza de los ríos Micay,
Timbiquí, Iscuandé, Patía y sus afluentes.
La historia de estas primeras explotaciones es confusa y faltan fuentes
numéricas para apreciar su importancia. En 1640 se propuso que se abrie-
ran caminos de los puertos de Santa María y de Santa Bárbara hasta Pasto
y Popayán. Los mineros que se habían establecido en Barbacoas venían de
estas dos ciudades y se encontraban aislados. Recibían abastecimientos de
Panamá y Guayaquil a través del puerto de Sant.a Bárbara. Los indios, a
quienes se acababa de someter y de juntar en las poblaciones de Mallama,
Guaypuer y San Pablo, se empleaban en el transporte de provisiones que
llegaban al puerto y debían ser internadas hasta las explotaciones.
Se sabe, sin embargo, qu'e1os aluviones más importantes no eran explo-
tados a causa de la falta de abastecimientos y de mano de obra. Según Fran-
cisco de Prado, el camino de Popayán serviría precisamente para asegurar
el aprovisionamiento regular de laª cuadrillas de esclavos que se introdu-
jeran186. Por el momento, los cultivos de los indígenas eran insuficientes.

186 AGI. Santa Fe L. 112. CCRAQ. II, p. 312.


338 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAT.;{

P~rece que, ~orno en otras partes, se emplearon ta,mbién indios en el


trabajo de las mmas. En 1647, el gobernador de Popayan se quejaba de u
jesuita, el padre Francisco Ruje, a quien acusaba de utilizar a los indios l
Santa Bárbara para sacar oro del Telembí. Aun si la acusación era falsa, en:
revela sin duda la competencia de los mineros por la mano de obra indí-
gena 187. Todavía en 1668, el visitador Inclán Valdés estuvo a punto de pro~
vocar una revuelta entre los mineros de Barbacoas, al prohibir el trabajó
forzado de los indios. . · ·
Hacia esta época también se comenzaron a percibir con alguna regula:
ridad derechos de quintos (reducidos al vigésimo), aunque las cantidades
declaradas parecen ínfimas con respecto a la reconocida riqueza de los ahi-
viones. Entre 1659 y 1662, los propietarios de minas de Barbacoas mani-
festaron 24 partidas y pagaron 403 pesos de derechos. Los de Timbiquí
pagaron 2.647 pesos de oro y 5.293 pesos de plata, o sea alrededor de cinco
mil pesos oro en total. Más tarde aparecen manifestaciones individuales
considerables como las de Gabriel Estado de Amara! por doce mil pesos,
en 1677, y las de Juan de la Cruz Martín por tres mil, en 1666188.
Con todo, tales manifestaciones fueron siempre muy irregulares en
Barbacoas. Los gobernadores de Popayán solían ir hasta allí de tiempo en
tiempo para reclamar de los mineros los quintos atrasados. Estos viajes
solían ser muy remunerativos pues los gobernantes aprovechaban la oca-
sión para vender allí mercancías y esclavos 189 . Sólo desde 1709 se estable-
cieron en Barbacoas lugartenientes de los oficiales reales de Popayán. Pero
los envíos a Popayán no se regularizaron (cada uno o dos años) hasta 1720.
Así, entre 1720 y 1724 se recibieron en Po_payán tres mil pesos anuales.en
promedio.
El oro declarado en la Caja real de Popayán, que refleja un brusco au;
mento de la producción en el quinquenio de 1680-1685 a casi 300 mil pesos,
viene sin duda de las explotaciones próximas del Dagua y de Raposo. Pos-
teriormente, en 1720, cuando la producción vuelve a elevarse a casi 500 mil
pesos, no hay duda de que intervienen manifestaciones procedentes del
Chocó. Pero entre 1670y1690 sólo un minero de Popayán, el capitán Frán-
cisco de Arboleda, declara el oro que proviene del Chocó 190 .
Aunque las cifras proporcionadas por las cuentas de las Cajas reales de
Popayán y de Anserma (adonde se llevaba el oro del Chocó) sean apenas

187 AGI. Quito L. 16. Cf. también G. Arboleda, op. cit., I, pp. 246 ss.
188 AGI. Cont. L. 1495y1468.
189 !bid. Santa Fe L. 362. Averiguaciones de 1722.
190 !bid. Cont. L. 1497 y 1498. En ese lapso, Arboleda declaró más de 17 mil pesos oro.
339

indicativas de lo que ocurría en el hinterland de las ciudades de Popayán,


Cali y Anserma (teniendo en cuenta la proporción incalculable de los frau-
des), no hay duda de que a partir de 1680 se opera una recuperación de la
economía minera de esas regiones, gracias a la frontera del Pacífico.
Por otra parte, hay indicios abundantes del desorden que reinaba en la
percepción de los quintos del oro extraído de los yacimientos del Pacífico.
Hacia 1680, cuando ocurrió la pacificación del Chocó, no se tenía una idea
exacta de la magnitud de las riquezas aluviales de la provincia, aunque ya
se había comenzado su explotación. A comienzos del siglo XVIII se encuen-
tran allí algunos personajes muy conocidos en Popayán. Entre ellos, los
hermanos Mosquera, Francisco de Arboleda, Bernardo Alfonso de Saa,
Miguel Gómez de la Asperilla y Agustín de Valencia, propietarios de
esclavos negros. Estos personajes, que gozaban de influencia política en
Popayán, ejercieron, cada uno a su turno, el gobierno delegado de-la pro-
vincia. No es sorprendente que el fraude haya alcanzado proporciones es-
canda1osas 191 .

CUADR027
PRODUCCIÓN DE ORO EN LA PROVINCIA DE POPAYÁN, 1660-1749
(según los quintos)

Pesos oro de Pesos oro de


Años 22.5 9.uilates Años 22.5 quilates
1660-1664 9.631 1705-1709 301.760
1665-1669 20.705 1710-1714 392.985
1670-1674 23.947 1715-1719 381.885
1675-1679 51.590 1720-1724 480.770
1680-1684 286.300 1725-1729 533.710
1685-1689 280.240 1730-1734 466.995
1690-1694 239.155 1735-1739 511.390
1695-1699 149.995 1740-1744 409.465
1700-1705 126.142 (faltan 2 años) 1745-1749 291.385
q
Según un informe de 17ii, los gobernadores de Pophán vendían el pues-
to de lugarteniente en el Chocó por seis u ocho mil pdsos 192• Para esa época
ya se habían introducido muchos esclavos y se cal~ulaba que sacaban un
millón de pesos anualmente de lo_s lavaderos. Aunque posiblemente exa-

191 Ibid. L. 1604.


192 Ibid. Santa Fe 1, 362.
340 HISTORIA ECONÓMICA y SOCJAt:I

gerada, esta cifra sugiere la enormidad de los abusos de los propietarios y


la ventaja de los mineros al controlar la administración local. Además, su
dominio se extendía al conjunto de la economía pues solamente ellos esta-
ban en capacidad de comprar esclavos, hierro y acero o proveerse de ali-
mentos desde Cali, Buga, Popayán y Anserma.
Las quejas repetidas de los pequeños mineros dieron origen a las refor-
mas de Antonio de la Pedroza y Guerrero, funcionario que había sido en~
cargado de reorganizar la administración de la Nueva Granada, a la que
iba~ erigirse en virreinato. Pedroza se ocupó, a partir de 1717, de poner
orden en todos los negocios que el desgano o la corrupción de los funcio-
narios habían permitido alargarse después de muchos años. Para esto ins"
truyó ciento setenta expedientes, de los cuales una buena parte se referían
al comercio de contrabando que había sido estimulado por las concesiones
otorgadas a los asentistas de esclavos. Así, para poner fin al contrabando
de oro en polvo, Pedroza decidió separar el gobierno del Chocó de la juris-
dicción de Popayán y colocarlo bajo el de la Audiencia de Santa Fe.
Los resultados de esta simple reforma administrativa fueron sorpren-
dentes. El primer administrador del Chocó, nombrado directamente por
Pedroza, envió a la Caja real de Anserma 16.909 pesos oro entre abril de
1719 y diciembre de 1720, en tanto que sus predecesores habían enviado
17.105 pesos en diez años (entre 1710 y 1719). Desde entonces se manifes-
taron anualmente ochenta mil pesos en promedio en las Cajas de Nóvita y
Citará193 • De las cuentas, muchas veces incompletas, de estas dos Cajas,
pueden establecerse los promedios siguientes para los quintos, del 5% más
1.5% de derechos de fundición:

Promedio anual
1720-1728 5.748 pesos oro
1729-1739 4.505
1739-1746 4.722

Las Cajas de Popayán y Anserma (véase Gráfico 11) aumentaron su par-


ticipación en los quintos y la acuñación de la Moneda de Santa Fe dio tam-
bién un salto (véase Gráfico 12).
Sin empargo, el contrabando que amenazaba arruinar completament~
el sistema de monopolio, establecido después del siglo XVI en el Imperio
español, era ya incontenible. A la sombra del aprovisionamiento de escla-
vos, vital para la existencia de las explotaciones mineras, los «navíos de

193 Ibid. Cont. L. 1603 y 1604.


341

GRÁfICO 1~ ,
pRODUCCION DE ORO EN EL DISTRITO D~ POPAYAN-ANSERMA

SEGUN CIFRAS DE LA CAJA REAL DE POPAYAN


Miles de pesos
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GRÁFICO 12
ACUÑACIÓN DE MONEDA EN SANTA FE

ACUÑACIOl!ES.Dl':_QB.O_Y Di;_ PLllTIU:N l,/\J;"'5AlliUl\MQNEDA-DE_ SA!ITAEE


(PROMEDIOS MOVILES, SEGUN CIFRAS DE BARRIGA VILLALVA)
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342 HISTORIA ECONÓMICA y SOCL\Ü

permisión» inundaban el mercado de Cartagena antes de que llegaran la


flotas españolas. s
La apertura del Chocó y el oro que se extraía de allí favoreció este co-
mercio a través de los ríos Atrato y San Juan. En 1718 se prohibió el paso
por el Atrato y se colocó un puesto de vigía pero sin éxito: en 1730, el pri~
mer gobernador de la provincia fue destituido por el oidor José Martínez
Malo, quien lo acusó de complicidad con los contrabandistas194 •
A partir de esa fecha, la prohibición se acompañó con la amenaza de la
pena de muerte para los que la contravinieran. El oidor Martínez estableció
también limitaciones para el comercio legal habilitando los puertos de Buena-
ventura, Iscuandé y Santa Bárbara como los únicos que podían introducir
las mercancías que se traían de Panamá. Los puertos del Chocó quedaban
excluidos y la región debía recibir la mayor parte de sus abastecimientos
por tierra, aun si venían del Perú: vinos y aguardiente de Pisco y Nasca, y
sal, sobre todo. El hierro y el aceite de oliva debían haber pagado previa-
mente el almojarifazgo en Buenaventura y en Guayaquil. El ganado y otros
víveres se introducían de Cali, Buga y la región de Anserma 195 •
Estas medidas sólo venían a confirmar las que habían tomado Antonio
de la Pedroza y el primer virrey de la Nueva Granada. Éste había intentado
como medida extrema, en 1721, que todo el oro que se extrajera del Chocó
se llevara a la Casa de la Moneda en Santa Fe. Los mineros no debían hacer
ningún pago en especies metálicas sino que sus consumos debían ser satis-
fechos por medio de obligaciones libradas sobre Guayaquil196.
El problema del contrabando existió, sin duda, desde el siglo XVI. Pero
nunca como en el siglo XVIII las oportuniqades fueron más favorables. De
un lado, las potencias europeas no sólo hostigaban el comercio español en
el mar interior del Caribe sino que habían logrado penetrar al Pacífico e
inundaban los mercados del virreinato peruano desde. los puertos chilenos
hasta Guayaquil. De otro, el eje de los distritos mineros se.había desplaza-
do del corazón de la Nueva Granada a su periferia, la región del Chocó y
Barbacoas. Los ríos Atrato y San Juan se convirtieron así en la salida natu-
ral del oro que se extraía, sin que hubiera control posible.
La ciudad de Popayán conoció un auge súbito, pero esta prosperidad
quedaba confinada en el aislamiento tradicional de los centros mineros.
Estos se habían desarrollado mediante saltos bruscos que incorporaban re-
giones de frontera a la explotación para abandonarlos después a su suerte,

194 Ibid. Santa Fe f. 307.


195 Cf. G. Arboleda, op. cit., II, p. 318.
196 AGI. Santa Fe L. 374.
343

agotada su riqueza. El oro atrajo la ocupación de vastos territorios, es cier-


to, pero la unidad aparente de todas estas regiones fue apenas un· espejis-
!llº entretenido por las virtualidades del metal. Nombres como Zaragoza,
Cáceres, Quiebralomo, Marmato, etc., tuvieron una resonancia cuyos ecos
se han perdido completamente. No es exagerado afirmar entonces que la
consecuencia más durable de la economía minera fue la de dejar detrás de
1
1 regiones enteras devastadas demográficamente y desarticuladas, hasta

1 el punto de que aún hoy resulta difícil reconocer los nexos que pudieron
ligarlas un día a la economía de un imperio.

LAS CRISIS

Numerosos testimonios que aparecen desde fines del siglo XVI, y que se
repiten con intensidad variable a todo lo largo del siglo siguiente, contie-
nen la misma queja, expuesta en términos casi idénticos. «Pobreza de la
tierra», «disminución de los quintos reales», «extinción de los naturales»,
son expresiones reiteradas en los despachos de los oficiales del Tesoro y de
los oidores de la Audiencia. Como puede verse, se confundía la situación
económica con sus prolongaciones fiscales, único aspecto interesante para
la Corona española.
No faltan, naturalmente, testimonios inás directos de quejas de propie-
tarios de minas y de encomenderos. Hubo un momento,ssin embargo, hacia
mediados del siglo XVII, cuando las quejas cedieron el lugar a pleitos inter-
minables sobre precedencias honoríficas, discusiones sin término y sin un
fin aparente pero que revelan un estado de espíritu. Se estaba muy lejos de
los años en que ricos mineros de Mariquita, Zaragoza y Remedios se disputa-
ban cargos secundarios en la administración y los pagaban, literalmente, a
peso de oro. Ahora, en medio de la pobreza generalizada, el poder y la consi-
deración social tenían atractivos desconocidos en épocas más rudas.
La primera generación del siglo XVII podía mirar con nostalgia la dis-
tancia que la separaba del siglo anterior. Hacia 1640, un testigo excepcio-
nal, Juan Rodríguez Freile19; .precisaba que la ruptura se había producido
1

exactamente con la venida del doctor Antonio González, en 1590. El cro-


nista era consciente de la rudeza del siglo anterior, en que se dieron

... los bullicios y revueltas de las Au,diencias y los visitadores. •

.
197 El carnero. Bogotá, 195, p. 255.
344 HISTORIA ECONÓMICA y Sor., ..
~U\l.:l

Con todo, se apresuraba a agregar, estos conflictos no afectaban sino


los estratos más altos del poder y a

... esto no topaba con los naturales ni con el común.

El siglo XVI bien merecía llamarse dorado pues

... el trato y comercio estaba en su punto, la tierra rica de oro, que de ello se
llevaba en aquellas ocasiones harto 'a Castilla ...

La exaltación barroca de una edad dorada respondía bien a un senti-


miento de depresión dominante en el siglo XVII. Todo el sistema económico
de la Nueva Granada reposaba sobre la continuidad de las explotaciones
mineras. Por eso, antes de que se llegara al derrotismo, se propusieron me~
didas muy variadas para salir del marasmo y aún se llegó a corregir un
poco la situación entre 1620y1630. ·
A la vista de las cifras de producción de oro y de la pendiente que incfü
na las curvas casi fatalmente desde comienzos del siglo XVII, puede hablar-
se de crisis. Si se piensa en esta inflexión, en esta tendencia más bien, y no
en la masa total de oro extraído (principalmente de distritos periféricos),
no hay duda de que una crisis minera se había extendido en toda la Nueva
Granada en la segunda década del siglo. No debe pensarse, sin embargo,
que esta crisis afectara simultáneamente a todos los distritos mineros y por
las mismas razones. El aislamiento de las explotaciones y la dinámica ex~
pansiva de la economía minera imponía un movimiento diacrónico que
aumentaba las aprehensiones y multiplicaba los testimonios sobre la deca~
dencia. ·
Si nos atenemos a las cifras de los quintos, la decadencia del distrito de
Sa.nta Fe debió comenzar hacia 1580, lo mismo que la qe Cartago. Sin em~
bargo, ya la alarma había cundido entre los oficiales reales en la décad.a
anterior. Estas dos Cajas eran las que proporcionaban los salarios de fos
funcionarios españoles 'y éstos eran más sensibles a su evolución. Además,
el distrito de Santa Fe comprendía explotaciones dispersas a todo lo largo
del valle del Magda.lena, desde Neiva hasta Remedios, lo mismo que en
Pamplona, Vélez y Tocaima. Como estas explotaciones dependían íntegra-
mente de la mano de obra indígena, la mortalidad mucho más frecuente en
las regiones cálidas tenía que alarmar _a los oficiales reales. La evolución
demográfica de regiones como Ibagué, Mariquita, Vitoria, Santa Agueda,
Remedios y Tocaima era forzosamente paralela a la disminución de la pro-
ducción aurífera y de los quintos reales. Por eso, ya en 1570 los oficiales
reales preveían una catástrofe.
345

La crisis económica no estuvo propiciada por un agotamiento absoluto


de las explotaciones. Hay que tener en cuenta, por un lado, que los hallaz-
gos periódicos renovaban los yacimientos y por esto la decadencia de los
distritos no es sincrónica. La economía minera parece marcada más bien
por una crisis perpetua que se disimula de cuando en cuando merced a
estos hallazgos. Por otro lado, las insuficiencias técnicas y la penuria de
111ano de obra, impuesta por la precariedad de los nexos sociales, entraña-
ban una dilapidación de recursos.
Desde este punto de vista, no habría habido sino una sola crisis estruc-
tural que se prolongaría desde 1570 y que se habría atenuado poco antes
del colapso definitivo con la aparición súbita y casi simultánea de Cáceres
(1576), Zaragoza (1580) y la nueva Remedios (1590). Éstos elevan la pro-
ducción, en el curso de la década 1590-1600, a una cima no alcanzada antes
ni después. De hecho, su aparición aplaza una crisis definitiva que se con-
sumará hacia 1630 y contribuye a hacerla más sensible. Subraya también el
significado ambiguo de las crisis mineras, puesto que la prosperidad de los
nuevos yacimientos era coetánea con la decadencia de los distritos más
antiguos, y señala la dependencia estrecha de la economía minera con los
hallazgos, es decir, su carácter fortuito. ·
Desde otro punto de vista, las crisis mineras están asociadas a la deca-
dencia del tipo de trabajo empleado en las explotaciones. La crisis de 1570
corresponde al agotc:miento de las posi~ilidades del trfbajo indígena. La
crisis de los yacimientos antioqueños, en cambio, se ·vio precipitada por la
imposibilidad de mantener un ritmo de inversiones en mano de obra escla-
va. Esta nueva crisis se insinúa a partir de 1600 y se hace evidente hacia
1615.
Aquí surge el problema de circunscribir cronológicamente esta segunda
crisis. Existen, sin duda, numerosos testimonios subjetivos acerca de la pe-
nuria que atravesaba en ese momento la Nueva Granada. Pero esto no puede
constituir un indicio concluyente acerca de la agravación de una tendencia
1 que existía desde comienzos del sigfo. La cuantía total de la explotación del
oro dio un salto más brusco entre la última década del siglo XVI y la prime-
ra del XVII como para atribuir. el despertar de esta conciencia de la crisis a
una apreciación -aún difusa- de las magnitudes del metal disponible.
Aún más, esta apreciación se extiende a lo largo de.todo el siglo: ya no se
trata, empero, de crisis, sino de una recesión secular.
El sigfo entero estuvo tocado por una depresión económic~ cuyo período
crítico se sitúa entre 1610-1630. No sería adecuado, sin embargo, definir este
fenómeno en relación directa con el volumen decreciente de la producción
metalífera. Debe tenerse en cuenta el aislamiento de los distritos mineros
346 HISTORIA ECONÓMICA y SOrt, ·
~"'t I

y lo difuso de sus relaciones con las regiones dedicadas a la agricultur


Estas relaciones eran más bien negativas puesto que el estímulo provocadª·
0
por el crecimiento de la minería no hacía sino reforzar presiones destructor
sobre el trabajo agrícola de los indios. Las relaciones con respecto al comer~s
eran, en cambio, mucho más directas. Puede decirse que la economía minerº
existía en virtud de la necesidad de mantener nexos comerciales con 1:
metrópoli española. Por esa razón, la conciencia de la crisis sólo podía ex~
tenderse a la totalidad de las actividades económicas de la colonia en rela-
ción directa con el problema de los intercambios con la metrópoli.
Si se examina el volumen del comercio en Cartagena, puede verse cómo
el momento en que la crisis se hace evidente a los ojos de los contemporá-
neos está ligado a una reducción drástica de las importaciones de géneros
europeos. Según las cifras de Chaunu, Car-tagena registró un auge a partir
de 1580, coincidencia significativa con el aporte creciente de los yacimien-
tos antioqueños. Hacia 1595, el movimiento portuario de las importaciones
paso el cabo de las dos mil toneladas anuales. En 1598y1608 se registró un
movimiento máximo, con casi tres mil toneladas. El quinquenio de 1595-
1605 y, en menor escala, el de 1605-1610 registraron el mayor movimiento:
diez mil y ocho mil toneladas, respectivamente. A partir de 1610, el volu-
men de las mercancías europeas se redujo y en el decenio 1615-1625 apenas
alcanzó las seis mil toneladas. En este momento debió producirse un ajuste
con respecto al volumen del oro-mercancía que marca, tanto como las ci-
fras de las Cajas realés, la amplitud de la decadencia minera.
En el centro de la crisis minera se vuelven a encontrar, para cada región,
los mismos problemas esenciales: escasez de mano de obra, desequilibrio
de la producción agrícola o ausencia de ella, dependencia de los mineros
en relación con los abastecedores.
Con respecto a la mano de obra, la crisis de los. setenta se diferencia
radicalmente de la que se experimentó en la segunda década del siglo XVII.
Esta última se debió a los problemas suscitados por la compra de esclavos
negros y no a la extinción de una población aborigen. La disponibilidad de
mano de obra indígena, gracias al sistema de la encomienda y a los prime-
ros ingresos de una riqueza aurífera a ras de suelo, estimuló la compra de
esclavos en los yacimientos antioqueños. Pero esta inversión debía cesar
de golpe.desde el momento en que la promesa inicial de los yacimientos
comenzara a desvanecerse. Entonces los mineros no se mostraban tan en~
tusiastas en invertir sus ganancias en una empresa que se volvía incierta y
repleta de dificultades.
Como casi siempre, los esclavos se compraban a crédito, el margen de
utilidad debía esperarse que fuera excepcionalmente elevado para decij
347

alos propietarios a invertir en esclavos. Sin embargo, esta inversión no


estaba incluida en un cuadro de previsiones normales de la empresa sino
que estaba forzada por la escasez de indígenas. Aún más, la despoblación
iI1dígena de otras zonas agravaba el problema pues cada vez resultaba más
difícil abastecer a la población esclava.
La dependencia con respecto a la mano de obra esclava explica la con-
figuración de las curvas de Cáceres, Zaragoza y Remedios, en donde la
caída parece más regular que en otras partes (véase gráficos 6, 9, 10). En
1 tanto que en Santa Fe, en Cartago y en Popayán la producción logra man-
' tenerse en ocasiones corno consecuencia de presiones renovadas sobre el
trabajo indígena, la caída en las regiones en donde se empleaban esclavos
no se atenúa en ningún momento. La villa de Santa Fe de Antioquia es una
excepción. Acaso puede atribufrse la regularidad de su producción (muy
débil por otra parte) a condiciones favorables de abastecimiento agrícola,
' de las cuales Cáceres y Zaragoza estaban desprovistas.
El problema de la dependencia con respecto a un tipo específico de
mano de obra (indígena o esclava) puede resurnfrse totalizando las cifras
de producción de las regiones y en los dos períodos en que sabernos que
su uso fue casi exclusivo (véase Gráfico 13). A partir de 1590 hasta 1640
(cuando suponernos que la interrupción de la trata y la desintegración de
las cuadrillas en Antioquia acarrean el surgimiento cíe los productores in-
dependientes descrit_os por Parsons), el 7~% de la produfción se localiza en
Remedios, Cáceres, Zaragoza y Santa Fe de Antioqúia, es decir, en las re-
giones que empleaban mano de obra esclava. Pero en todo el período de
1550 a 1640 la mano de obra indígena da cuenta de un 45% de la producción;
es decfr, que su aporte resulta equivalente al de la mano de obra esclava.
El aislamiento de los distritos mineros, librados a sus propios recursos,
plantea uno de los problemas esenciales de la economía minera a comien-
zos del siglo XVII. Aunque la casi totalidad de los españoles que vivían en
el distrito de la Audiencia estaban afectados, de cl:!rca o de lejos, por este
tipo de producción, el aporte de capitales a las explotaciones debía gene-
rarse en los distritos mismos. Era mucho más verosímil que un propietario
de minas de Remedios, Cáceres o Zaragoza se desplazara con su fortuna
hacia Cartagena o Santa Fe, que a la inversa. Sólo las zonas próximas de
Mariquita y Pamplona atrajeron la atención de los encomenderos de Tunja
y de Santa Fe, quienes colocaron allí parte de sus indios.
Había. también un sector mal definido de la población española que sa-
caba partido, gracias al comercio, de los provechos de la actividad minera,
sin compartir sus riesgos. Había, claro está, comerciantes profesionales al
por mayor (mercaderes) y minoristas o simples «tratantes». Pero la ocasión
348 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIA.fJ

de amasar una fortuna con el comercio se ofrecía a todos, y los funcionari


españoles tanto como los encomenderos participaban en esta actividad e~~
tre bastidores.

GRÁFICO 13
PRODUCCIÓN DE ORO EN LA NUEVA GRANADA. PROPORCIONES

Trabajo esdav0= 75%

El aislamiento regional de los distritos impone por eso peculiaridades


en su decadencia que están ligadas, a veces, al problema sustancial de la
decadencia demográfica, a problemas técnicos de la:· e~plotación, a la im~
posibilidad de procurarse esclavos negros, o peor, a la dificultad de asegu-
rar su supervivencia por falta de abastecimientos.
La disminución de la población aborigen no sólo afectó los distritos mine.:.
ros de tierra caliente de Santa Fe. Desde 1556, treinta y cuatro años después
de su establecimiento, la villa de Arma manifiesta síntomas de decadencia.
Ya no quedan allí siilo quinientos indios de encomienda, repartidos entre
diez vecinos. Los habitantes de la villa se quejan de su pobreza y de la
amenaza de los indios chocoes, quienes, efectivamente, lograrán destruir
la ciudad vecina de Caramanta, en 1598 198 .

198 AGI. Santa Fe L. 67 r. 1 Doc. 6.


349

1608, los oficiales del Tribunal de Cuentas, el cual acababa de insta-


larse, comprobaron una disminución creciente de los quintos reales en la
Caja real de Cartago, que venía desde 1580. En Anserma:, en donde se ex-
traía la mayor parte del oro de la región, se había tropezado con dificulta-
des técnicas en la explotación de los filones de Marmato y Quiebralomo199 •
En las cuatro ciudades que componían el distrito (Cartago, Arma, Anser-
iiia y Toro) habitaban apenas ciento cincuenta y siete españoles, de los cua-
les cincuenta y seis eran encomenderos que se repartían el trabajo de 518
indígenas.
Varios testimonios recogidos en Anserma, en 1622, dan cuenta del esta-
do miserable en que se encontraban las explotaciones. Según un minero, en
Quiebralomo había no menos de quinientas minas pero la mayoría perma-
necía sin explotar por falta de gente. Los cerros de Loaysa y de Salazar, en
~,formato, tenían cada uno más de doscientas minas, pero

... ha más de treinta años que no se labran por falta de negros y que sola-
mente en el cerro de Salazar trabajan algunos negros ...

Según otros testigos,

... ha ido decayendo esta tierra de treinta años a esta parte y ha venido a
tanta disminución que el día de hoy no hay más de una Ia.bor en el cerro de
Quiebralomo y con poca gente, y en las minas de Supía no hay labor nin-
200
guna... '

Después de 1622 se introdujeron más de doscientos esclavos negros que


el visitador Lesmes de Espinosa encontró allí en 1627201 • Pero encontró,
asimismo, que los mineros no se tomaban el trabajo de acudir con el oro
hasta la Caja de Cartago para manifestarlo 202 . Lesmes de Espinoza impuso
multas cuantiosas por esta razón y decidió el traslado de la Caja a la misma
ciudad de Anserma 203 .
Diez años más tarde, los oficiales de la Caja real de Santa Fe observaban
que Anserma era uno de los sitios más alejados que pudieran hallarse en
el Nuevo Reino. Y, sin embargo, en las épocas de prosperidad, esta región
había sido más bien un sitio de tránsito para los mercaderes que llegaban
allí por la ruta del Quindío. En 1637, los indios habían disminuido todavía

199 Ibid. Doc. 3. .


200 AHNB. Vis. Cauca, t. 2 f. 245 r. v. f. 247 v.
201 Jbid. t. 1 f. 154 r. SS.
202 Ibid. f. 452 r. El traslado se efectuó dos años más tarde, en 1629.
203 Jbid. f. 157 r. SS.

,,
350 HISTORIA ECONÓMICA y SOCJAf¡

más y los esclavos negros que se habían introducido no podían reempl _


zarse. Los oficiales terminaban por preguntarse cómo se podía ser mine;
. . 204 o
en ta1es con d ic10nes .
La decadencia de las minas de Pamplona llegó también a un punto Crí-
tico hacia la segunda década del siglo XVII. A partir de 1614-1615, el presi~
dente Borja decidió nombrar él mismo a los alcaldes de minas, privilegio
del que siempre había gozado el Cabildo de Pamplona. Con esta medida
quería limitarse el abuso de los encomenderos respecto al trabajo de ÍCís
indios. Los vecinos atribuyeron siempre la responsabilidad de la disminu-
ción de las sacas a esta intervención del poder central. En 1626, el procura-
dor de la ciudad afirmaba que cuando el Cabildo había gozado del derecho
de nombrar anualmente a los alcaldes de minas, las sacas habían llegado a
sesenta y ochenta mil pesos de oro, en tanto que de 1615 en adelante el
producto más grande había sido de treinta mil pesos anuales y en muchas
ocasiones había bajado de quince mi12 5 • º ·
Desde los años 1617-1618, en que se produjeron 32 mil pesos, se experi-
mentó efectivamente una baja continua hasta 1626, en que apenas llego a
la mitad de esa cifra206 • A instancias del procurador de la ciudad, el corre-
gidor de Tunja, Alejandro Martínez de Arellano, practicó ese último año
una visita a los reales de minas de Vetas y Montuosa. Aun antes de llegar
allí, el corregidor advirtió que la ciudad de Pamplona se encontraba casi
deshabitada. En el valle de Suratá, cercano a las minas de Montuosa y Mon-
gora, encontró que sólo quedaban en pie tres o cuatro molinos de quince o
diez y seis que habían funcionado primitivamente. Al examinar las minas
del cerro de Nuestra Señora de Monserrate, en la Montuosa, las encontró
cegadas, lo mismo que la mina de Guaca.
Según los vecinos, gran parte de la responsabilidad. recaía sobre los al-
caldes de minas nombrados por el presidente de la Audiencia. Éstos favo-
recían a los mercadere~, los cuales fiaban y vendían mercancías a precios
excesivos. Se trataba, claro está, de forasteros, a quienes el alcalde debía
garantizar el pago de sus acreencias. El último alcalde, agregaban, había
permitido que los indios regresaran a sus pueblos y los había inducido a
que no trabajaran en las minas de veta. Él mismo les aconsejaba que traba-
jaran en fos aluviones por su cuenta para que pudieran pagar sus tributos.

204 AGI. Santa Fe L. 63 Doc. 12 f. 3 r.


205 AHNB. Min Sant., t. 1 f. 535 r.
206 Ibid. Rls. Céds., t. 2 f. 543 r. ss.
351

También se culpaba al visitador Villabona Zubiaurre, quien, en 1623,


había tasado por primera vez a los indios. Según una información que re-
cogió el corregidor Martínez de Arellano,
... los indios de las dichas minas y los demás desta jurisdicción después que
los visitaron y demoraron han cobrado tanta avilantez y soberbia, que ni
·por paga ni sin ella han querido acudir al beneficio y labor de las dichas
minas, ni de las sementeras, ni a la custodia y guarda de los hatos de ga-
1 na dos ...
207 .

Además de la resistern:::ia pasiva de los indios, a quienes sólo hasta 1623


había llegado la liberación de los servicios personales, los mineros tenían
problemas también con los abastecimientos. El 8 de agosto de 1626, el co-
rregidor de Tunja dispuso que todo el maíz, el hierro y el acero _de que
disponían los comerciantes de Pamplona se comprara y se entregara a los
mineros. Para .ello, despachó comisiones que debían recoger el maíz de
todos los pueblos, repartimientos y estancias de la provincia. El corregidor
mismo visitó todas las-tiendas de mercaderes de la ciudad pero no halló
sino cinco libras de acero en la.de Bartolomé de Cáceres y Alonso Pérez del
Arroyo. Ordenó enseguida que los dueños de minas las poblaran y comen-
zaran a explotarlas en el término de quince días. Afirmaba haber prestado
dinero para traer doce quintales de azogue hasta el puerto de Ocaña para
ponerlo a disposición de los mineros que quisieran explotar las minas de
plata de la Montuosa.
Las medidas cÍel corregidor parecen haber tenido resultados favorables
pues la.producción se elevó ese año a 25 mil pesos y se mantuvo por end-
ma de los 20 mil pesos hasta 1632. Pero, en adelante, la producción cayó
aún más que en el curso de la década anterior. Con ocasión de la visita de
Diego Carrasquilla Maldonado, en 1642, los mineros volvieron a quejarse
de la avidez de los comerciantes y de los efect.os negativos de la regulari-
zación del tributo. Según el procurador de Pampl9na, un encomendero, la
producción había disminuido desde el momento de la visita de Villabona
Zubiaurre, en 1623208 • · .
Antes de la venida del visitador, estaba prohibido a losmercaderes ven-
der en las minas ropas de Castilla, vino y géneros del Nuevo Reino. Enton-
ces el comercio estaba en manos de los dueños de minas, que realizaban
utilidades adicionales para pagar a los mineros e invertir en herramientas
e ingenios. El sistema permitía ta~bién eludir el pago de .salarios de los

207 Ibid. Min. Sant., t. 1 loc. cit.


208 Ibid. t. 11 f. 290 r. SS.

·I'
352 HISTORIA ECONÓMICA y soc¡
ALI

indios mediante el endeudamiento de éstos. En el fondo, se acusaba al visit _


dor de haber hecho efectivo el pago de los salarios, acusación que, como:
ha visto, también se dirigía al alcalde mayor de minas nombrado por e~
presidente de la Audiencia. ·
Pero las quejas de los encomenderos con respecto a los comerciantes
los alcaldes de minas o los visitadores no podían ocultar el hecho de qu~
la decadencia se había producido por el agotamiento del trabajo indígena.
La apertura de nuevos yacimientos compelía a forzar el trabajo de los in-
dios más allá de toda proporción. ··
En 1602, las minas recién descubiertas de la Montuosa apenas tenían
cinco cuadrillas con 66 indios. En 1623 trabajaban allí 135 indios y en 1642
se conservaban todavía quince cuadrillas con 118 indios. Tanto en 1623
como en 1642 había más indios en el real de Vetas (211 y 154 en las dos
ocasiones), pero varias veces se solicitaron traslados de los indios de Vetas
a la Montuosa. En 1634, el procurador de Pamplona, Gregario García de -l
Moros, declaraba que, a pesar de que en los reales de minas se habían agre:-
gado más de quinientos indios por orden de Villabona Zubiaurre (en reali-
dad 273, a no ser que se refiera a la población de la doctrina de Cácota de
Suratá), apenas se ocupaban en las minas sesenta o setenta y los demás
andaban vagando en juegos y borracheras. Por eso solicitaba que, una vez
repartidos los indios de las Vetas -que eran el mayor número- los que
sobraran fueron compelidos a trabajar en la Montuosa. Cuatro años más
tarde, el presidente Sancho Girón autorizó que se sacaran veinte indios de
las Vetas para trabajar en la Montuosa209 •
Lo mismo que en Anserma, los filones presentaban ya dificultades téc-
nicas insalvables para su explotación. En 1642, Carrasquilla Maldonado
encontró que sólo existía un molino en Vetas, del encomendero Andrés de
la Parra, y aun éste estaba arrendado por 42 patacones y medio, en contra-
vención de las ordenanzas de minería. Además, de los catorce encomende-
ros que disponían de cuadrillas de indios en las Vetas, se hicieron cargos a
doce por no haber explotado las minas en períodos tan largos como siete,
diez y veinte años 210 • Según el testimonio del licenciado Antonio de la Gar-
za, cura beneficiado y vicario de las Vetas, cuando los indios no iban al
cerro con sus mineros, explotaban el oro de los ríos por su cuenta porque
no había·quien los ocupara. El alcalde de minas agregaba que se buscaban
minas y se descubrían pero que no se explotaban por falta de mineros y
señores de cuadrilla.

209 !bid. f. 288 v.


210 !bid. f. 307 r. SS.
353

La región de los yacimientos antioqueños se vio más afectada por el


aislamiento y por la falta de una base de sustentación agrícola. Las ciudades
J!lineras estaban encajonadas en terrenos abruptos, en donde la agricultura
era apenas concebible. En las épocas de auge, y gracias a la extraordinaria
productividad de las minas, los abastecimientos se traían de Cartagena por
1 eUvfagdalena y el Cauca hasta Cáceres y de allí hasta Zaragoza por el Ne-
cJú. El Nuevo Reino, que vinculaba sus intereses a la región de Mariquita y a
¡05 yacimientos de Remedios, introducía mercancías hasta Zaragoza por el
puerto de Nare, en el Magdalena. Este viaje duraba treinta días, y los precios
de los géneros alimenticios en los centros mineros estaban en consonancia con
las enormes distancias que había que recorrer para llegar hasta ellos.
Santa Fe de Antioquia, mejor situada para el aprovisionamiento agríco-
1~ que Cáceres, Zaragoza y Remedios, se mantiene todavía cuando los otros
centros han desaparecido prácticamente, y podrá asegurar la existencia de
la provincia con una nueva fundación, la villa de Medellín, donde las po-
sibilidades agrícolas son todavía mejores.
Por esta razón, la caída vertiginosa de la producción de oro en Cáceres
yZaragoza parece tan regular (véanse gráficos 9, 10). Este proceso agudo
contrasta con la recuperación, desde 1625, de la producción en Santa Fe de
Antioquia (véase Gráfico 8). A partir de entonces, la curva se mantiene sin
alteraciones demasiado.bruscas. El contraste es todavía más notable si se
tiene en cuenta que el oro declarado en la Caja de Santa Fe de Antioquia
pagaba un 7% de.«quintos», en tanto que las fundacio'nes más recientes
gozaban del privilegio del 5%. El fenómeno podría explicarse por un cam-
bio radical operado en las condiciones de explotación y en nuevos despla-
zamientos que habrían encontrado su base de partida en la vieja capital de
la provincia.
La ciudad de Antioquia no atrajo, como Zaragoza, comerciantes y em-
presarios dispuestos a invertir en esclavos. Es posible que allí se hayan
dado las condiciones de movilidad y los hábitos individualistas de trabajo
con los que Parsons caracteriza a los antioqueños 211 • Lo cierto es que tales
características no aparecen en el resto de la provincia hasta que se produce
la desintegración de las cuaqr.illas, posteriormente a 1640.
Remedios, que se había desplazado desde las cercanías de Vitoria, al
norte de Mariquita, hasta muy cerca de Zaragoza, había aniquilado cerca
de nueve mil indios desde su fundación, en 1563212 . En su nuevo emplaza-

211 James P. Parsons, Antioqueño Colonization in Western Colombia. Berkeley and Los Ángeles,
1968, p. 2.
212 211. Ibid. p. 45.

.
354 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL!

miento (1590) encontró yacimientos tan ricos que los habitantes pudiera
proveerse de esclavos negros, cuyo número paso ráfiidamente a mil·do;
cientos en 1595 y a mil quinientos o dos mil en 1600 13• La decadencia so•
brevino muy rápido y en 1608 no quedaban sino 32 españoles, de los cuales
ocho eran encomenderos, con sesenta indios. De éstos, veinte se ocupaban
en labores agrícolas y cuarenta en las minas, al lado de quinientos esclavos
negros.
Mientras que existieron indios fue posible asegurar alimentos a los es~
clavos que trabajaban en las minas. En 1616, la situación había cambiado
radicalmente y las provisiones más indispensables (sal, maíz, carne) de-
bían llevarse desde el Nuevo Reino por el río Magdalena. La labor agota-
dora de las minas, tanto como una dieta alimenticia muy pobre, se cuenta
entre las causas de la mortalidad muy elevada de los esclavos. Por esto
algunos propietarios habían abandonado la región con sus esclavos, tras-
ladándose a otras explotaciones. Antón Pardo, por ejemplo, mudó cincuenta
esclavos a Guamocó, en 1613. Estos yacimientos atrajeron también escla-
vos de Zaragoza, y entre 1604 y 1613 se cuentan 16 propietarios que se
trasladan allí y declaran 19.114 pesos en la Caja de Zaragoza, en 1612214:
Mucho más elocuente es la partida áel capitán Diego de Ospina, quien se
vinculó a los notables del Nuevo Reino dedicando los esclavos que tenía
en Remedios a la explotación ganadera en el valle de Neiva.
En Cáceres, en donde inicialmente se repartieron encomiendas, los indios
presentaron una resistencia obstinada a ser empleados en las minas 215 • Por
eso los habitantes pidieron el envío de esclavos, desde la fundación de la
ciudad216 • Treinta años más tarde, el visitador Herrera Campuzano no en-
contró allí sino 300 tributarios 217 • Estos indios desaparecieron tan rápida-
mente como en otras partes pues en 1620 no quedaban sino 158 y en 1631
se reducían a 65, repartidos entre trece encomenderos ...
En esta última fecha, los habitantes sabían que los quintos habían dis-
minuido en más de la mitad con relación a los comienzos del siglo. Entre
1620 y 1627 se había insinuado una recuperación pero a partir de 1630 la
producción no alcanzaba los veinte mil pesos. Desaparecidos los indíge-
nas, los gastos de aprovisionamiento se habían elevado. Los propietarios

213 AGI. Santa Fe L. 52 r. 2 L. 67 r. 3 Doc. 72 bis f. 13 v. Testimonio de un minero, Andrés de


Cárdenas, en 1616. -
214 !bid. Patr. L. 166 Nº 5 r. l.
215 !bid. L. 168 Nº 3 r. l. Sobre la rebelión de estos indios en 1577 (?).
216 !bid. Santa Fe L. 67. r. 1 Doc. 13 f. 9 r.
217 !bid. Cont. L. 1605. Cuentas de 1620.
355

de rninas y esclavos debían fletar ahora embarcaciones no solamente con


¡t1ercancías sino también con maíz desde Tamalameque y Tenerife. Los
gastos de una sola embarcación de cinco toneladas (50 tercios) ascendían a
300 pesos oro, el valor de un esclavo. El endeudamiento progresivo de los
¡t1ineros alejaba de día en día a los comerciantes que se negaban a otorgar
218
! ¡t1ás créditos o a traer esclavos como antes •
En 1636, Francisco Beltrán de Caicedo, entonces contador del tribunal
•de cuentas, elaboró un informe que quería explicar las causas del deterioro
1
1
de la minería 219 • Este personaje, que sin duda era el más influyente del
Reino, afirmaba de sí mismo en 1631:
... yo tengo en la ciudad de Remedios la mayor parte de mi hacienda en
negros, minas, hatos, arrias y otros géneros en tanta cantidad que exc.ede a
todas las demás que hay allí, y Woedo decir sin lisonja que soy por cuya
causa se sustenta aquella tierra ...
1 Su punto de vista era entonces el de un gran propietario que, según sus
propias palabras, poseía minas en Remedios, en las que mantenía una cua-
drilla de esclavos, la mina más importante de Mariquita y hatos en Aburrá.
Estaba en capacidad de proveer sus minas con carne y maíz de las estancias
del río Magdalena o con frutos de tierra fría de sus encomiendas de Tunja
y Santa Fe, con negros que podía procurarse en Cartagena o con herra-
mientas traídas de España. Agregaba que muy pocos estaban en una si-
tuación parecida a la suya. Mencionaba ·a Juan de Osa~ que también era
1 encomendero de la región de Tunja y había comprado la mina más rica de
. Remedios un año antes, lo mismo que a su propio socio, Gaspar de Mena
1 Loyola, quien controlaba todo el comercio de embarcaciones en Honda.
1 Beltrán atribuía la responsabilidad de la decadencia minera al sistema fis-
1 cal impuesto por la Corona española. Su interpretación responde a los intere-
ses de un criollo acaudalado y resulta tan interesante debido a que inaugura
la respuesta tradicional a problemas estructurales mucho más complejos.
El contador criollo pedía que se /suprimiera la media anata, la cual se
acababa de introducir para gravar las mercedes otorgadas por la Corona.
Dentro de estas mercedes se ~Qntaban las rebajas en los quintos al quinceno
y al veinteno, reconocidas desde fines del siglo XVI para estimular inver-
siones en esclavos. Según Beltrán, la decadencia de las minas se originaba
en los precios excesivos de los abastecimientos, tanto de las cosas que se

218 Ibid. Santa Fe L. 67 r. 1 Docs. 15 y 17.


219 AHNB. Rls. Céds., t. 2 f. 533 r. ss.
220 Ibid. Min. Ant., t. 2 f. 3 r.

,,
356 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL!

traían de España, por los derechos que se pagaban allí y acá, como deJ
productos de la tierra, . os

... por los rigurosos años, y falta de los indios que las labran y benefician ....

Los mineros compraban al fiado lo indispensable para mantenerse 0 lo


pagaban en oro en polvo, sin quintar, para poder ocultarse de sus acreedo-
res. En este caso, los mineros perdían dinero, pues entregaban el oro por
menos de lo que valdría fundido y quintado. Los comerciantes que lo rééi-
bían tampoco lo manifestaban para evitar el pago de la media anata. En
esta forma, la Real Hacienda no sólo perdía la media anata sino los mismos
derechos de quinceno y veinteno y los de fundición y ensayo, los cuales
representaban diez y doce veces la media anata. Además, el oro se sustraía
a la circulación dentro de la Nueva Granada, pues estando sin quintar te-
nía que llevarse subrepticiamente a España y para eso se labraba en cade-
nas en Mompox y Cartagena o se sacaba en bruto.
El contador concluía su informe con una visión generalizada de las con-
secuencias que traería consigo la ruina de la economía minera. Faltando el
oro y la plata,

... el alma con que se sustentan y conservan todos los tratos ... ,

pronto cesaría el comercio. Y si no se ayudaba a los mineros, los más po-


bres suspenderían sus labores en tres años y disminuiría la actividad de los
que poseían capitales. Entonces la pobreza sería general y aun afectaría a
la misma España,

... en la porción de lo que deste reino se lleva, como se ve en la pobreza e


imposibilidad en que se hace a todo este dicho reino, en que no alcanza
ningún oro ni plata para su comercio... ·

Para la época en que Beltrán escribía su informe, la decadencia de las


minas de la Nueva Granada era ya inevitable. En 1641, el presidente Juan
Fernández de Córdoba, al dictar ordenanzas minuciosas para la explota-
ción de minas de plata descubiertas en Bocaneme, aludía al

... descaecimiento general de los ánimos y mucha pobreza a que ha venido


este Reino y la gran falta de los negros que solían traerse a las minas de oro
221
y plata y la minoración y consumo de los indios ...

221 Ibid. Min. To/., t. 1 f. 841 r.


357

Como se ha visto, la interrupción de la trata inició la desintegración de


Jas cuadrillas de la región de Antioquia. Los yacimientos, antes tan ricos,
no eran ya de fácil acceso y los propietarios de esclavos debían buscar otros
para emplear la mano de obra de que disponían. Con todo, debe observar-
se que la minería practicada por barequeros y prospectores independientes
no existió desde siempre en la región antioqueña. Esta forma de produc-
ción fue una consecuencia tardía de la desintegración de las cuadrillas de
esclavos, aunque se encuentren antecedentes de trabajadores libres en los
alrededores de Santa Fe de Antioquia. Puede señalarse, a partir de 1640,
una etapa de transición en la que acabó de operarse la completa desinte-
gración de las cuadrillas. Pero éstas, aunque diezmadas, subsistieron al-
gún tiempo. Nada en las fuentes de la primera mitad del siglo XVII sugiere la
imagen estimulante de trabajadores libres (libertos o mestizos) que se de-
dicaron a la recolección de oro en cualquier quebrada. Pero, en cambio, las
fuentes proporcionan numerosos testimonios sobre la penuria financiera
de los propietarios de esclavos. Éstos se encontraban a todo momento en
dificultades con sus acreedores, los comerciantes que les otorgaban un cré-
dito en el momento de emprender una explotación prometedora.
El movimiento expansivo originado en la ruina de los antiguos yacimien-
tos debió ir acompañado de transformaciones en la base social esclavista
que había predominado hasta entonces en las explotáciones. Mientras que
Zaragoza se exting~ía y los habitantes e!Ilpleaban los erclavos para procu-
rarse algún sustento, así fueran raíces, viendo sus casas caer en ruinas,
222
... desiertos los solares y las calles casi inhabitables, llenas de monte ...

los habitantes de Santa Fe de Antioquia se desplazaban durante quince y


veinte días a través de los montes en busca de yacimientos.
El emplazamiento original de las ciudades mineras de la región antio-
queña (Cáceres, Zaragoza, San Jerónimo, Remedios) no había buscado cernir
el espacio de la provincia. Ya se ha visto cómo, por ejemplo, el desplaza-
miento de Remedios fue posible gracias a que no encontró resistencias en
una jurisdicción bien marcé:1qa de Zaragoza. Ésta, que en ningún momento
había emprendido una acción colonizadora, reivindicaba apenas los luga-
res del primitivo asentamiento de los indígenas que se habían encomenda-
do a los habitantes. La extinción de los indios privó al centro minero de las
posibilidades de autoabastecerse, así fuera en una mínima parte. Tampoco

222 AGI. Santa Fe L. 65 r. 2 Doc. 14 d. 13.


358 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL}

se operó allí, como en otra parte, una conversión a la agricultura. Aún·má


el centro minero existía sólo gracias a la riqueza de sus yacimientos, enea~:
trándose para todo lo demás perfectamente aislado. Según Antonio Serra~
no del Espejo, quien proponía en 1636 el descubrimiento de la región.de
Osos,
. : . . .. .
... desde el río que llaman de los Osos, en la jurisdicción de este gobierno
(Santa Fe de Antioquia) hasta la ciudad de Cáceres y Zaragoza habrá más ·
de cuarenta lefil!aS despobladas, ricas de ffiinerales de oro y plata y noticía
. 223 .
de naturales ...

En 1678 se explotaban con algunas cuadrillas todavía el río Chiquito, La


Concepción, San Jerónimo y las quebradas de Guadalupe, Santa Ana y La~
Cruces. Se intentó también reanudar la explotación de las minas de,Buri~
ticá, y una señora, Luisa Vásquez de Espinosa, se dedicó a ello durante
cinco años con una cuadrilla de esclavos pero sin ningún éxito224 •
La dispersión de los esfuerzos en yacimientos alejados de los antiguos
centros mineros no permitía, sin embargo, que subsistiera la base esclavis:
ta de las explotaciones. En ocasiones se empleaban esclavos todavía para
abrirse camino hasta los nuevos yacimientos pero, una vez allí, su mante-
nimiento se convertía en un problema mucho más grave que en los centros
habitados. Si ya en las épocas de prosperidad, a cqmienzos. del siglo, las
ganancias se veían reducidas a causa de la carestía de los transportes}
de la escasez de artículos alimenticips, ahora, lejos de las concentrado~
nes urbanas y de los sitios de tránsito, el abastecimiento era mucho más
difícil. - .
Con muy poca mano de obra disponible, las dificultades técnicas dé la
explotación de lavaderos aumentaban y cualquier empresa que se intenta;
ra para desviar el cauce de las quebradas estaba des.tinada al fracaso.· Se
debía trabajar muy rápido en los colgaderos que una avenida, en cuanto
llegaba la estación de las lluvias; iba a destruir seguramente. El exceso o. la
falta de lluvias afectaban por igtial este tipo de explotaciones y el tiempo
aprovechable en el curso del año quedaba reducido a menudo a sólo tres
meses225 . · · . · ·
Así, desde mediados del siglo XVII se opera la regresión a una economía dé
frontera en la región antioqueña. A consecuencia de la deterioración de sus
yacimientos, la región quedó aislada y en su interior comenzaron a produ~

223 AHNB. Min. Ant., t. 4 f. 993 r.


224 AGI. Santa Fe L. 64 Doc. 17 i. f. 20 r. ss. Doc. 19 f. 80 v.
225 Ibid. Doc. 9 f. 6 v. L. 52 r. 4 Doc. 128.
359

cirse fenómenos que, como lo ha mostrado A. López Toro mediante un


convincente modelo teórico226, tendían oscuramente al equilibrio entre el
sector agrícola y una economía minera que ahora estaba basada en un es-
quema social diferente al que había implantado la conquista española.

.. /
I
Capítulo VI
EL TESORO REAL

LAS CAJAS REALES Y EL SISTEMA DE FINANZAS

E1 sistema entero de finanzas del reino reposaba en la existencia de Cajas


reales, las cuales centralizaban los ingresos y los gastos. Para ser exactos,
habría que hablar más bien de ingresos que de gastos. En materia de gas-
tos, las Cajas reales se limitaban a pagar los salarios de los funcionarios
reales más importantes: presidentes, gobernadores, oidores. El rey apenas
velaba por mantener su autoridad ejecutiva, de la cual no se disociaba la
función jurisdiccional en, su instancia más elevada. Durante el siglo XVI se
socorrió con vino y aceite a las comunidades religiosas, y en ocasiones se
cedieron rentas para la edificación de iglesias. Excépcionalrnente, los par-
ticulares recibiero~ algún auxilio de ep.corniendas vé\cantes pero este pri.:.
vilegio señala apenas una transición entre la administración privada del
sistema de. tributos indígenas y su recuperación por parte de la Corona.
Las Cajas reales estaban concebidas entonces corno un receptáculo pro-
visional del Tesoro real, el cual debía trasladarse a España lo más íntegra-
mente que se pudiera: Las comunicaciones de los funcionarios reales a la
Corona expresaban siempre esta preocupación, así fuera corno un pretexto
para mostrar el celo por los intereses reales. Los gastos incurridos en man-
tener las relaciones de subordinación entre el poder central de la colonia y
las provincias, lo mismo que ciertas inversiones que se atribuyen hoy al
Estado, tenían entonces otro origen. Las visitas de la tierra, por ejemplo, se
pagaban con las multas que los visitadores imponían a encomenderos y
vecinos. Cuando algún vecino de una localidad distante pretendía la inter-
vención de una instancia superior en un pleito, los resultados de éste invo-
lucraban el pago de «salarios», contados por días, del funcionario que se
había desplazado, lo mismo que El.e su escribano. •
En algunos casos, el poder central decidía intervenir motu proprio para
impartir justicia o para clarificar alguna confusa situación administrativa.
Se nombraba un «juez de comisión», cuyos gastos debían ser satisfechos
362 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL l

por la localidad. Las quejas eran muy frecuentes sobre la voracidad d


estos funcionarios. Podía ocurrir que los personajes responsables de algú~
abuso sintieran lesionados sus intereses con la intervención del juez y lo
acusaran injustamente, pero era probable también que los funcionarios in-
currieran en concusiones.
La justicia, en primera instancia, era impartida por funcionarios muni-
cipales (los alcaldes ordinarios). Se trataba de cargos honoríficos, lo mismo
que el resto de cargos municipales. Cuando intervenía alguna remunera-
ción (escribanos, relatores, alguaciles), ésta provenía directamente de los
vecinos que requerían un servicio o resultaban sancionados.
Originalmente, el sistema financiero de las Cajas reales era bastante sim-
ple. En el curso del siglo XVII se fue complicando con la distinción entre
«rentas ordi~~rias» y los gravá:rrien<:s ~1llPl1eSt<?SJLfiDal~.$~1 si~­
ca:t?alas, requintos, préstamos «graciosos» composiciones,. ~te.) y nuevos
impuestcis.~cº_fr:t.o elaefa Annada de Barlovento y el_a.!!J!9j?rtfazgo.-A media-
dos del siglo xVII, fos préstamos «gradosos» se convirtieron eñ un verda-
dero drepaje de capitales con.el sistema de juros, por los cuales la Corona
debía _satisfacer intereses regularmente.
Dos funcionarios, el tesorero y el contador, compartían la responsabili-
dad c:Ie la Caja real y ejercían un control mutuo. En las Cajas principales se
añadía un tercero, el factor, que administraba los bienes de la Corona que
debían pasar por un circuito comercial (pagos en especie, como el de las
mantas de los tributos). El papel de este último parece haber sido mucho
más importante dural}te el perío.do de las primeras conquistas, cuando se
requería abastecer a las expediciones con _9.rtículos que los particulares to-
maban a crédito de la Corona. A su fado figuraba también un veedor que
velaba por los intereses de la Corona en el reparto del botín. El cargo de
.tesorero creció en importancia cuando los ingresos se volvieron regulares
y se hizo necesario enqirgarse de la guarda de un verdadero tesoro. Los
tres funcionarios, sin embargo, compartían solidariamente la responsabili-
dad de las decisiones que tomaran sobre los pagos o sobre el envío del
tesoro a España .
.La regularización de los ingresos y los envíos anuales del tesoro a Espa-
ña. tardaron bastante.Lo mismo que el provecho de los conquistadores, las
rentas reales qependieron al comienzo del atesoramiento original de las
sociedades indígenas. La Coroná participaba del quinto de todo el oro re-
cogido, se tratara del producto de los tributos, de la extracción en quebra:-
das y ríos (oro de minas) o que tuviera un origen menos confesable, los
llamados «rescates» con los aborígenes.
EL TESORO REAL 363

Lq? simples hallazgos de tesoros o de sefulturas pagaban al princ:!pio el


q~-ª-PªItii:cl.e 1536, la cuarta·parte. De estos descubrimienfos, Pe-
dro de Heredia envió a la Corona s:-u. participación en1535, la cual ascendía
a diez mi!pesos-de oro «fino» (de 12 a 17 quilates) y seis mil de oro <i'~p».
RetuvoenlaCaja real de Cartagena treinfa·y cinco mil pesrn3-por·er temor
de que-los corsarü5sfranceses que andaban al acecho asaltaran las nav~s2 •
En-una sola «entrada»; Heredia llevó a Cartagena más de cincuenta mil pe-
sos, de los cuales correspondieron al rey 11.280. En total, desde enero de
.1533 hasta marzo de 1537 los quintos de sepulturas y «rescates» produje-
ron 71.206 pesos de oro fino y 24.672 de oro bajo que el gobernador envió
a España en dos viajes de las flotas 3 . La expedición de Quesada produjo
225.026 pesos, de los cuales la casi totalidad había sido tomada del zipa de
Tunja en el curso de tres meses, en 1537°1.
La importancia del Nuevo Reino como fuente de ingresos hizo que el
tesorero Pedro Briceño se trasladara desde Santa Marta, en 1543. Sin. em-
bargo, el botín de las conquistas no podía sustentar un sistema de finanzas.
Además de que el oro obtenido en esta forma era sustraído en su mayor
parte por los conquistadores, la importancia de los hallazgos venía a me-
nos y ni aun las torturas infligidas a los indios para que revelaran «el se-
creto de la tierra» resultaban eficaces.
Sólo el descubrimiento de minas a partir de 1550 fue capaz de equilibrar
la balanza de esto$ ingresos inseguros.. En cuanto a los envíos a España,
éstos fueron todavía inciertos. El establecimiento de la Audiencia entrañó
gastos que crearon una situación deficitaria. Desde el comienzo se echó
mano de los ingresos de la Caja real de Popayán para pagar los salarios de
los oidores y en 1555 se volvió a recurrir a esta Caja para atender una exi-
gencia urgente de dineros por parte del emperador. En octubre de ese año,
el gobernador Pedro Fernández del Busto entregó a los oficiales reales de
Santa Fe 39.900 pesos, que se habían acumulado en Popayán, para enviar-
los a España5• Cuatro años más tqrde, la Caja deºPopayán contribuyó con
49.870 pesos de los 71.870 que debían ir a Sevilla en la flota 6 • Pero las re- ·
mesas del oro desde Popayán por el camino de Timaná eran demasiado
arriesgadas. Por eso se em)Jleó en ocasiones el puerto de Buenaventura

1 DIH:C. N, 1 SS.
2 Ibid. 'III, 258 SS.
3 Ibid. N, 239 ss. CDI. l, 41, 384 ss.
4 DIHC. N, 79 ss.
5 AHNB. Rl. Hda., t. 37 f. 459 r. ss.
6 AGI. Cont. L. 1292.
364 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIA!.; I

para enviarlo directamente a Panamá. Cuando se creo la Audiencia de Qui-


to, en 1564, la Caja real de Popayán (que funcionaba en Cali) quedó bajo la
jurisdicción de Santa Fe. Con todo, los envíos del oro no se hicieron a través
de Santa Fe sino de Buenaventura y Guayaquil.
A partir de 1560, la contabilidad de las Cajas reales se hace más clara y
las cuentas se separan de una masa informe de asientos ordenados crono-
lógicamente. Ahora se acompaña un resumen anual que debía permitir la
apreciación fácil de la importancia de cada renta.
La organización de un sistema de finanzas implicó también la funda-
ción de Cajas subordinadas a las de Santa Fe, Popayán y Cartagena. Para
llegar hasta ciertas regiones en donde se explotaba el oro, era preciso reco-
rrer inmensas regiones en condiciones muy penosas. Según una informa-
ción de 1621 7, esta odisea era más o menos así:

CUADR028
DISTANCIAS DESDE SANTA FE HASTA LOS CENTROS MINEROS
MÁS IMPORTANTES

Punto de partida en Santa Fe a: «leguas» «jornadas»


Mariquita 24
Muzo 24
Remedios 92 22
Pamplona 80 15
Antioquia 117 30
Cáceres 143 38
Zaragoza 176 47
Cartago 55 12
Popayán 93 19

Era, pues, muy improbable que los dueños de minas fuerán hasta la
sede de la Caja real cada vez que tuvieran oro para declarar. Los oficiales
reales estaban igualmente imposibilitados para desplazarse a todos los si-
tios de su jurisdicción. Por eso se imponía el establecimiento de cajas reales
subsidiarias. El descubrimiento de yacimientos importantes tenía entonces
como resultado la fundación de una Caja real manejada por lugartenientes
de los oficiales titulares.
Estos lugartenientes no eran funcionarios de la Corona y su designación
y su salario dependía de un acuerdo privado con _el titular. Se trataba, casi

7 Ibid. Santa Fe L. 53.


f;L TESORO REAL 365

siempre, de propietarios de minas o de comerciantes del lugar. Aunque el


puesto no conllevara la dignidad de los oficiales reales, y en ocasiones ni
siquiera un salario, debía tener muchas ventajas, pues comerciantes y mi-
neros se lo disputaban.' Además de los beneficios seguros que se derivaban
de «guardar» sumas cuantiosas cuyo envío a la Caja principal podía espe-
rar un poco, los lugartenientes añadían cierto prestigio a su condición de
propietarios o de comerciantes.
Con pocas excepciones, casi todas las Cajas de los centros mineros fue-
ron mantenidas así hasta la elevación de los lugartenientes al rango de ofi-
ciales reales. Una de las más antiguas, la de Cartago, dependió desde la
época de su fundación de los oficiales de la Caja real de Popayán, la cual
funcionaba en Cali. En 1557, los oficiales de Cali quisieron prescindir de
sus lugartenientes en Cartago y percibir directamente los quintos de oro
que se recibían allí de los distritos mineros vecinos (Anserma y Arma). Los
habitantes de Cartago se opusieron obstinadamente y apelaron a la Au-
diencia. Ésta decidió en favor de Cartago y ordenó no introdµcir «ninguna
8 '
novedad» . . , ,, ,
En el momento de la erección de la Audiencia de Quito (1564), bajo cuya
jurisdicción administrativa quedo comprendida Popayán, la Audiencia de
Santa Fe ordenó que el. oro que se recibía en Cartago pasara anualmente a
la Caja real de Santa Fe para ser enviado a España desde allí. Esta decisión
fue el origen de fricciones con los oficiales de Cali puesto que la Caja de
Cartago continu¡¡iba: siehdo subsidiaria de la de Popayá'n. Bien es cierto que
la misma Caja de Popayán dependía de la de Santa Fe aunque la provincia
estuviera sometida a la: Audiencia de Quito. Esta situación anómala no va-
rió cuando, en 1606, co:rpenzó a funcionar en Santa Fe un Tribunal de Cuen-
tas, que sustituía el control directo en la metrópoli, y los lugartenientes de
Cartago se convirtieron en oficiales de la Corona 9•
La doble jurisdicción a que estaba sometida la provincia de Popayán
creaba también ocasiones de conflicto entre las dos Audiencias. En 1619,
por ejemplo, un visitador de la de Quito denunció malos manejos de los
oficiales reales de Cali. La Audiencia de Quito intervino y envió a su algua-
cil mayor a hacer averiguaciones. Éste suspendió de sus cargos a los oficia-
les por algunos años. La A'.tidiencia y el Tribunal de Cuentas de Santa Fe
reclamaron su jurisdicción y le ordenaron al capitán Martín Bueno, lugar-
teniente del gobernador de Popayán, que redujera a prisión al alguacil ma-

8 Ibid. Cont. L. 1488. ,


9 Ibid. Quito L. 19. DespaCho de 20 nov. 1567. L. 16 Desp. de 1579. Santa Fe L. 17 r. 2 Doc.
66. Cont. L. 1363.
366 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL l

yor de Quito. El enfrentamiento de los funcionarios de las Audiencias no


podía dejar de suscitar facciones entre los habitantes de la provincia,·liga-
dos a uno o a otro por el favor, por el interés o por el parentesco10•
Santa Fe recibía también los quintos percibidos en Remedids. En 1567.
el Cabildo de esta ciudad pidió que se estableciera allí una fundición par~
el oro, puesto que los mineros debían recorrer una ·distancia demasiado
grande para declararlo en Santa Fe11 • La petición no fue satisfecha sino en
el momento en que la distancia se multiplicó debido al traslado de la ciu-
dad y se descubrieron yacimientos· muy ricos en sus alrededores. La Caja
de Remedios se fundó en 1590 pero el oro de los quintos continuó pasando
por Santa Fe para ser embarcado en Cartagena12. En Mariquita y Pamploná,
en donde se fundaron Cajas reales en 1608y1617, ocurrió algo semejante.
Santa Fe de Antioquia dependió a su vez de la Caja real de ·cali hasta.
1685, cuando se erigió en provincia bajo el gobierno de Gaspar de Rodas 1 ~.
Ya en 1571, a raíz de las capitulaciones acordadas con Andrés de Valdivia, -
el gobierno de Popayán se había sentido lesionado porque el conquistador
pretendía tener jurisdicción sobre la Caja Real de Santa Fe de Antioquia. ·
La Audiencia resolvió una demanda al respecto en el sentido de que,··

... la dicha villa se estuviese en el estado en ·que estaba al presente y fuese


regida y gobernada por los alcaldes ordinarios della sin que ninguno delos
dichos gobernadores de Popayán ni Antioquia pusieran en ella. tenientes, e
con.que el dicho gobernador Andrés de Valdivia sacase luego nuestra Caja
e oficiales reales .que en la dicha villa tenía y la asentase y pusiese en º~º
14
pueblo de la provincia de Antioquia de su 15obernación . . · · ·

Cuando se conquistó efectivamente la llamada·<~provineia de Entre Ríos»,


los descubrimientos de Cáceres y Zaragoza obligaro11 al establecimient_o de
dos nuevas Cajas, colocadas bajo la jurisdicción de _la de Santa Fe dé An-
tioquia. La importancia d~ la producéi;ón de Zaragoza ysu ubicación, rri.ás
cercana a Cartagena, hideron que seHevatan allí los quintos recpgidos en
Cáceres y Santa Fe de Ahtioquia. En 1595 y 1596, el doctor Antonio Gonzá-
lez ordenó que el oro de estas Cajas pasara primero por Santa Fe, antes de'
ser conducido a Cartágená. El presidente quería no sólo evitar fraudes sino.
también ?-Parecer con;to un celoso gobernante que había aumentádo con-

10 AHNB. Rl. Hda., t. 39 f. 281 r.


11 AGI. Santa Fe L. 67 r. 3 Doc. 69.
12 Ibid. Cont. L. 1363.
13 Ibid. Santa Fe L. 65 Doc. 3.
14 AHNB. Min. Ant. y Cund., t. único f. 696 v. ss.
EL TESORO REAL 367

siderablemente los envíos a España. El sistema no duro sino esos dos años
en adelante continuó enviándose el oro de la región de Antioquia direc-
Y
tarnente a cartagena 15 .
A través de la existencia de las Cajas reales puede medirse la importan-
cia relativa de las ciudades que tenían el privilegio de poseer una. Si bien
de estas Cajas apenas se pagaban los salarios de los funcionarios reales y
algunos auxilios a religiosos y a particulares, las ciudades se disputaban
su sede. Pues a la sede de la Caja real debía afluir el oro que llevaban los
Jllineros a declarar y allí se gastaban los salarios de los empleados reales.
El gobernador fijaba su residencia en donde funcionaba la Caja más produc-
tiva. El gobernador de Antioquia prefería vivir en Zaragoza que en Santa
Fe de Antioquia, pues de aquella ciudad provenía su salario. El goberna-
dor de Popayán vivió en Cali hasta el momento en que la Caja que funcio-
naba allí se trasladó a la cabecera de la gobernación y ni aun una· orden
expresa del Consejo de Indias fue capaz de obligarlo a mudarse mucho
antes, en 160916 • Cuando el oro venía de las explotaciones del Chocó y de
Barbacoas, el gobernador vivía en Anserma o se trasladaba muy frecuen-
ternerite a Barbacoas.

LOS GUARDIANES DEL TESORO

Los empleados del Tesoro.fueron los primeros representantes de la autori-


1 dad real en América. Si bien, como se ha insistido~ lak Conquista era una
1 empresa privada en la que los particulares asumían la mayor parte de los
riesgos, la Corona.tenía en ella al menos una participación en las utilida-
1
des. Por eso los oficiales reales, colocados al lado de los empresarios de la
Conquista, debíanvelar por los intereses de la Corona española. Para lle-
var a cabo esta misión, asistían a todos los repartos del botín obtenido de
los indígenas, del cual correspondía la quinta parte a los reyes de España.
Los oficiales reales estaban siempre allí, aun donde no existía siquiera
la apariencia del gobierno real sino la autoridad incontestada de un caudi-
llo despótico. Éstos no ocultaban su aversión por esta vigilancia y por eso
no es raro que se suscitaran,cpnflictos entre los conquistadores y los oficia-
les reales. Las denuncias mutuas eran muy frecuentes y la competencia de
autoridades un motivo permanente de fricciones.
En Santa Marta y en Cartagena se nombraron un tesorero y un factor
inmediatamente se establecieron como provincias. El halla.igo de sepultu-

15 AGI. Cont. L. 1605 y 1441. Santa Fe L. 17 r. 3 Doc. 116 f. 8 v.


16 Cf. G. Arboleda, op. cit., I, p. 158.

l
368 HISTORIA ECONÓMICA y SOC!At l

ras indígenas y su excavación sistemática, en busca de oro enterrado con


los jefes indígenas, dieron bastantes ocasiones para quejarse a los oficiales
reales. Los gobernadores tomaban siempre la parte del león en detrimento
de los soldados y aun de la Corona, sin que la vigilancia de los oficiales
haya constituido un obstáculo. Según éstos, los caudillos procuraban desem-
barazarse de ellos en las expediciones para repartir el botín a su guisa17.
En Popayán se estableció una casa de fundición en 1638, apenas dos
años después de la fundación de la ciudad. Como el nombramiento de ofi-
ciales estaba reservado a la Corona, se decidió que por el momento traba-
jarían allí dos lugartenientes de los oficiales reales de Santa Marta mientras
se decidía si la ciudad iba a tener una casa de fundición o no.
La provincia de Popayán fue la primera en tener oficiales titulares a partir
de 1540, los cuales vinieron con Belalcázar, quien había regresado de España.
Estos dos funcionarios, el tesorero Luis de Guevara y el contador Sebastián de
Magaña, sirvieron sus puestos más de treinta años, hasta su muerte.
En Santa Fe, compañeros de Quesada (Hernán Venegas, Pedro de Col-
menares y Juan Tafur) ejercieron las funciones de los oficiales hasta la llegada
del tesorero de Santa Marta, Pedro Briceño, en enero de 1543. La autoridad
de estos conquistadores frente a sus jefes debía ser poca, pues no pudieron
oponerse a que Hernán Pérez de Quesada sacara todo el oro de la Caja real
en dos ocasiones: una para dar a su hermano trece mil pesos y la segunda
para pagar a Jerónimo Lebrón caballos y otros implementos que necesitaba
para su proyectada expedición al Dorado18 .
Estos desórdenes explican la presencia de Briceño. En adelante, la sede
de la Caja real estaría en Santa Fe aunque los funcionarios se denominaran
a sí mismos oficiales de la Caja real de Santa Marta y Nuevo Reino de Gra~
nada, Briceño, por su parte, se atrajo la enemistad de Alonso Luis de Lugo,
que lo arrojó a prisión. En su lugar, nombró a tres conquistadores que le
eran adictos, Gregorio Suárez de Deza, Hernán de Villalobos y Luis de
Moscoso 19 . .
En las rivalidades y las facciones que surgieron a raíz de la lucha por
las encomiendas, los oficiales de la Corona tenían que jugar sin duda un
papel político. El gobierno de la metrópoli quiso asegurarse el concurso dé
sus propios funcionarios en la lucha que lo oponía a las pretensiones de los
encomenderos. Por esto, al entrar en vigencia las Nuevas Leyes, los oficia"
les del Tesoro fueron privados del derecho de poseer encomiendas. En al-

17 DIHC. II, 63, 69, III, 289. V, 148.


18 Ibid. VIII, IX, X passim AGI. Santa Fe L. 68 r. 1 f. 1 r.
19 DIHC. VII, 117. IX, 164, Cf. U. Rojas, Corregidores, cit. pp. 86 y 71. ·
EL TESORO REAL 369

gunos casos, esta prohibición fue capaz de reavivar el celo de los funcionarios
que ensayaron hacer revertir la posesión de las encomiendas al dominio
real. Sus intereses ya no coincidían íntegramente con los de los encomen-
deros, es cierto, pero esta circunstancia no era suficiente para extinguir su
deseo de llegar a ser encomendero o gozar de las ventajas de una alianza
con la sociedad local.
Se encargó, por ejemplo, a Sebastián de Magaña de promulgar la prohi-
bición, dirigida a los encomenderos de Popayán, de emplear a los indios
en las minas 20 • Mientras que el contador se abstenía de hacer la promulga-
ción por razones políticas, su colega, el tesorero Luis de Guevara, defendía
abiertamente ante la Corona el punto de vista de los encomenderos. Según
el tesorero, los indios que trabajaban en las minas estaban mejor tratados
que en cualquier otra actividad y ellos mismos pedían ocuparse en esto. Es
verdad que el tesorero alimentaba la esperanza de que su propia enco-
mienda pasara a su hijo pero fue privado de ella. A partir de entonces,
Guevara se opuso en varias ocasiones a los gobernadores que distribuían
las encomiendas entre sus allegados o sus partidarios21 •
En Santa Fe, Pedro Briceño se atrajo la malevolencia de los encomende-
ros que habían sido favorecidos por Alonso Luis de Lugo. Los encomende-
ros se quejaban de que el tesorero se mostraba demasiado inquisitivo sobre
el origen del oro que declaraban en la Caja real. Este celo no impidió que
Briceño exhibiera los aires de un conquistador y reclamara una recompen-
sa como tai22 . En '1547 se quejó de no tener otro recurso que su salario para
procurarse las vituallas que los otros españoles obtenían gratuitamente de
sus ·encomiendas23 • Al año siguiente, el gobernador Díez de Armendáriz
favoreció su matrimonio con la viuda de Robledo, quedando así como can-
didato a la herencia del mariscal24 • Fue entonces cuando el tesorero em-
prendió la búsqueda de minas, alentado por el mismo gobernador25 • A su
muerte, en 1552, en el inventario de sus bienes se.encontraba una casa en
el centro de Santa Fe, un molino cercano a la ciudad, tres propiedades ru-
rales en sus confines (Teusacá, Usme y Bosa) y numerosos bienes muebles
cuya descripción de una id7é! del desahogo del finado tesorero26 .

20 DIHC. X, 136 y 176.


21 AGI. Quito L. 19. Despacho de 1565 y 1575. Santa Fe L. 69 r. 1 Doc. 18..
22 Ibid. Santa Fe L. 68 D. 1 Docs. 3, 4 y 15. ·
23 DIHC. IX, 164.
24 Ibid. '227.
25 Ibid. X, 34.
26 AGI. Cont. L. 1293.
370 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIA¡;¡

Su sucesor, Andrés López de Galarza (1553-1557), era el hermano deun


oidor, y en 1550, autorizado por la Audiencia, había fundado la ciudad de
Ibagué. En 1551 había recibido también de la Audiencia -o mejor, de su
hermano- la rica encomienda de Tenza y Samacá. Al abandonar el puesto
de tesorero, resultó un alcance en su contra de seis mil pesos, por lo cual le
fueron embargados los bienes y vendidos en pública subasta. A pesar de este
percance, López de Galarza pudo legar a su viuda varias propiedades ru-
rales y ganado en abundancia 27 • · ..
La carrera del contador Juan de Otálora, aunque no pueda decirse que
sea típica, muestra, sin embargo, la importancia otorgada al puesto y los.
lazos que podían unir a un funcionario colonial a la alta burocracia espa-
ñola.
Antes de ser contador de la Caja real de Santa Fe, Otálora, el hijo de un
secretario del Consejo de Castilla, había sido secretario de la Casa de la
Contratación de Sevilla, 3obernador de Santa Marta y visitador en Popa~
yán. Ejerció el cargo de contador de 1563 a 1576, más o menos el término
de la presidencia de Venero de Leiva. El presidente lo nombró visitador en
varias ocasiones, ejerció el cargo de alcalde ordinario de Santa Fe, fue luego
elegido alférez dos veces por el Cabildo de la ciudad y, finalmente, Venero
de Leiva lo nombró corregidor de la provincia de Tunja, en 1572. En este
mismo año, el contador pidió una encomienda y ofreció en cambio dejar su
puesto en la Caja real, siempre y cuando la renta de la encomienda alcan-
zara a ser de cuatro mil pesos. En 1575, Otálora recibió los títulos de enco-
mendero de Socotá, Siachoque e Iguaque, beneficio que se debió, sin duda,
a la influencia de un hermano que era miembro del Consejo de Indias28 •
Esta venta disimulada del cargo, aunque no fuera la primera, se señala
como el origen de la venalidad de los puestos de la Caja real, circunstancia
que contribuyó, sin duda, a la disminución de su prestigio29 •
La,s funciones de los oficiales del Tesoro aparecen como las mejor defi:
nidas de un aparato político y administrativo en donde la regla era loin~.
definido y la casuística. Esto no impedía que los presidentes los éncargaran
de comisiones delicadas, de encuestas judiciales y aun de negocios políti:
cos. Por esta razón, una Real Cédula del 3 de abril de 1567 prohibía que los
oficiales de la Cororia se ocuparan en comisiones diferentes a las de sus

27 El inventario de sus bienes fue publicado en el BHA. XLilI. Bogotá, 1956, p. 873 cit. por
Vicenta Cortez en «Tunja y sus vecinos», Revista de Indias Nos. 99-100, enero-junio, 1965,
pp. 155-207. Cf. también U. Rojas, Corregidores, cit. p. 35.
28 AGI. Santa Fe L. 68 Doc. 11 Ese. Cám. L. 824, cit. por U. Rojas, Corregidores, cit. pp. 177 ss.
29 AGI. Santa Fe L. 68 r. 3 Doc. 71.
TESORO REAL 371

funciones 30 • Esta prohibición, dada en gracia de las numerosas ocupacio-


nes del contador Juan de Otálora, probablemente no se cumplió .nunca.
El poder político en el siglo XVI se definía en función de principios abs-
tractos heredados de la Edad Media. La justicia conmutativa y la justicia
distributiva, en la práctica, no eran otra cosa que la búsqueda de un equi-
librio del poder político mediante la distribución de privilegios o fa parsi-
moniosa persecución de abusos y delitos inocultables. El particularismo
político de provincias y municipalidades se defendía de toda intervención
del poder central que se juzgaba como un atentado contra fueros y privile-
gios muchas veces inexistentes. Por esta razón, los gobernantes empleaban
a los oficiales reales en negocios administrativos y judiciales, pues ellos
estaban rodeados del aura que les confería el manejo de los intereses más
caros a la Corona española. A menudo se les confiaban visitas y juicios de
residencia de funcionarios locales. En muchos de estos negocios~ cláro está,
estaban involucrados los intereses fiscales de la Corona.
Los oficiales reales gozaban, pues, de una confianza cuyo predo era
tanto más elevado cuanto que todo el sistema político de las colonias espa-
ñolas reposaba sobre la desconfiari.za generalizada y la denunciación pri-
vada. Aún más, los oficiales del Tesoro mostraron siempre aptitudes para
~incularse a los intereses de la sociedad iocal. ¿Pero, justificaban esta con-
fianza? ·
Las actividades·de los funcionarios del Tesoro atrafan forzosamente las
suspicacias. Muy a menudo, el Consejo de Indias debía prestar oídos sordos
a denuncias suscitadas por los celos. Aunque no era raro que la sospecha
encontrara algún fundamento, las acciones de los oficiales podü;m ofrecer
un margen de legalidad más o menos estrecho o ser abiertamente fraudu-
lentas. Pero, en todo caso, estaban colocados en una situación muy favorable
para enriquecese. La guarda de un tesoro que podía esperar varios meses
antes de que se encontrara una ocasión de enviado a España los exponía a
la tentación de hacer fructificar entre tanto los dineros del rey.
En las regiones mineras, el fraude y la ocultación eran hechos corrientes
y previsibles. Se ha visto ya. cómo las Cajas de estas regiones eran maneja-
das por lugartenientes de los oficiales reales. Sólo estos últimos incurrían
en responsabilidades delante del Tribunal de Cuentas. De esta manera, el
control, más o menos riguroso para los oficiales reales; no .existía práctica-
mente para sus lugartenientes.

30 AHNB. Rl. Hda., t. 33 f. 752 r.


372 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL I

Muchos factores se combinaban para favorecer la impunidad de los en-


cargados de las Cajas reales de provincia. En regiones alejadas, la rendi-
ción de cuentas podía dilatarse durante un lapso suficientemente largo
como para embrollar todas las cifras o no producirse jamás. La averigua-
ción podía comprometer también a muchos vecinos importantes de una
localidad, parientes o amigos de los encargados, de manera que hacer luz
en un asunto resultaba imposible.
En 1550, el oidor Briceño fue comisionado para que tomara las cuentas
de las Cajas de la provincia de Popayán. En enero de 1552, los lugartenien-
tes de los oficiales de Cali en Santa Fe de Antioquia comparecieron delante
del oidor que los esperaba en la ciudad de Arma. Llegaron con mucho re-
tardo a causa de las dificultades del viaje y, según decían, del riesgo de
abandonar a Santa Fe de Antioquia en el preciso momento en que los indíge-
nas de los alrededores andaban rebelados. En la encuesta apareció también
que antes del nombramiento de estos lugartenientes, en 1546, el puesto -¡
había sido ocupado por otros funcionarios que ni siquiera habían rendido
cuentas31 • ·
Cinco años después de la visita de Briceño, cuando el gobernador de
Popayán, Luis de Guzmán, emprendió una segunda verificación, los lugar-
tenientes de Santa Fe de Antioquia rehusaron salir de la ciudad. Se excu-
saron diciendo que temían que se produjera una rebelión de los indígenas
durante su ausencia. La ciudad estaba prácticamente sitiada y no queda-
ban en ella sino trece españoles para defenderla. Así, la dificultad para
tomar las cuentas era muy real y los lugartenientes podían encontrar un
pretexto para no rendirlas en las regiones_ de frontera. .
Cuando la Caja real de Santa Fe de Antioquia comenzó a funcionar de
manera autónoma frente a la de Popayán, el control de los oficiales sobre
las Cajas subsidiarias de Cáceres, Zaragoza y Guamocó era igualmente pre-
cario. Según una Real Cédula de 1637, dirigida al contador Jerónimo de
Aganduru, era sabido que los gobernadores sacaban dinero de ellas pre-
textando que cobraban sus salarios. Todavía más, los encargados de la Caja
de Zaragoza,
... han fiado las cantidades que me pertenecían de mis quintos y derechos
reales del oro que en ella se funde y marca a las personas que lo han mani-
festado y llevado a despachar, por vales que han hecho de que lo paga-
, 32
nan ...

31 AGI. Cont. L. 1377 y L. 1488 f. 137 ss.


32 AHNB. Rl. Hda., t. 45 f. 321 r.

L
EL TESORO REAL 373

Aun en Santa Fe, en donde el control mutuo de los funcionarios podía


evitarlos, estos abusos se producían. En 1570, el presidente Venero de Lei-
va acusó al tesorero Antonio de Cubides de haber sacado dineros de la Caja
real en el tiempo que había ejercido su oficio. Cubides, para evitar una
ejecución, se apresuró a vender el cargo al comerciante Gabriel de Limpias
.
y a ena1enar to d os sus b"1enes33...
En 1581 llegó a Santa Fe Fernando de Sierralta, funcionario encargado
por la Corqna para tomar las cuentas a los funcionarios del Tesoro. Des-
pués de once meses de labor, el visitador no había logrado desembrollar
Jas cuentas de un año. Un poco burlones, los oficiales reales comunicaban
los resultados al Consejo de Indias: ·

... en sólo las dichas cuentas de un año sé detuvo los dichos once meses y al
cabo de ellos ni él las entendió ni supo desenmarañarlas de los yerros que
34
en ellas hizo contra V.M .... ·

La malevolencia de este comentario indica hasta qué punto la impunidad


podía rodear la actividad de los oficiales de la Corona. La maquinaria bu-
rocrática era tan lenta que un funcionario podía seguir aspirando a puestos
y privilegios sin que se hubiera llegado a una conclusión sobre sus faltas
precedentes.
La venalidad de los cargos, introducida en 1576,-rebajó todavía más su
prestigio. Ahora aspiraban a ellos los comerciantes, cuya familiaridad con
prácticas contaqles los convertía en candidatos aptós para manej~r los
asuntos de Hacienda. Bien es cierto que los comerciantes siempre ronda-
ron en torno a las Cajas reales o los oficiales mismos se ocuparon de asun-
tos comerciales. Ya se ha visto cómo un comerciante, Gabriel de Limpias,
había sucedido al tesorero Antonio de Cubides. En Cali, el factor Miguel
de Lersundi se había asociado con Gregario Astigarreta para introducir
mercancía35, y lo mismo había hecho en Cartagena el contador Pedro de
Során con un comerciante de Santa Fe, Juan de Alvis. En cuanto a los lu-
gartenientes de las Cajas subsidiarias, era natural que el nombramiento
recayera sobre ~ersonas solventes, casi siempre comerciantes o propieta-
rios de esclavos 6 •
En Santa Fe, los comeréiantes se adueñaron del manejo de la Caja real.
En 1582 recibió el título de factor Rodrigo Pardo, comerciante, hermano del

33 Ibid. t. 34 f. 868 r. ss.


34 AGL Santa Fe L. 68 r. 1Doc.32.
35 Ibid. Justicia L. 639 Nº 1 f. 19 v.
36 AHNB. RI. Hda., t. 12 f. 652 r. ss. t 31 f. 715 r. ss.
374 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL!

secretario de la Audiencia. Pardo se vio obligado a pedir una licencia para


continuar ejerciendo su profesión pues esperaba cuatro mil pesos en mer-
37
cancías que había enviado traer desde España • En 1590, Juan Beltrán de
Lasarte, mercader que había llegado al Nuevo Reino en 1574, se casó con
la hija del contador Jerónimo Tuesta. Este último, que también era comer-
ciante, había comprado el cargo por seis mil ducados al sucesor de Juan de
Otálora. Al casarse su hija con Beltrán de Lasarte, la dotó con cuarenta mil
pesos plata. A su muerte, el yerno obtuvo la sucesión del suegro pagando
catorce mil ducados por el puesto38 • ·
El presidente Antonio González envió a Beltrán de Lasarte a Zaragoza,
Cáceres y Remedios a recoger el oro de -las Cajas reales. El contador fue
acusado de concusión y procesado. La sentencia de la Audiencia confirmó
los cargos en primera instancia pero lo exoneró en la segunda39 • Beltrán de
Lasarte volvió a merecer la confianza del presidente Sande, quien lo envió
a España para que llevara la residencia de su antecesor, el presidente Gon-
zález40.
En 1598, el contador solicitó una encomienda para su hijo, que le fue
acordada, gracias tal vez a su influencia con el presidente Sande. Pero, fi-
nalmente, la buena fortuna lo abandonó y sus bienes fueron confiscados
para pagar alcances de la Caja real. En ese momento, su fortuna ascendía
a 124.667 pesos de plata (de 352 maravedís) y comprendía tierras y ganado
(6.091 pesos), explotaciones de caña de azúcar (7.734 pesos) y mercancías
depositadas en Santa Fe y en Cartagena. La parte más considerable de sus
bienes consistía en vales de crédito que había otorgado corno comerciante
(32.809 pesos).
Éste no era un caso aislado. Los capitales invertidos en el comercio eran
de recuperación lenta en la época y no es extraño que los oficiales hayan
recurrido a los dineros que les estaban confiados para mantener el giro de
sus negocios. Pedro de Sarán, en Cartagena, y los hermanos Ortiz, en Za-
ragoza, defraudaron las Cajas reales para pagar acreedores e invertir en
mercancías. En la misma. época en que se condenó a Beltrán de Las arte, los
oficiales de Cali se vieron acusados también de peculado. Cuando murió
uno de ellos, Juan de Palacios Alvarado, el Tribunal de Cuentas de Santa
Fe hizo confiscar y vender sus tierras41 . Palacios había servido el cargo

37 AGI. Santa Fe L. 68 r. 1 Doc. 29.


38 AHNB. Rl. Hda., t. 66 f. 934 r. ss.
39 AGI. Santa Fe L. 68 r. 2 Doc. 46.
40 Ibid. L. 17 r. 4 Doc. 159.
41 Ibid. L. 18 Doc. 18. Cf. también G. Arboleda, op. cit., I, pp. 167 y 184.
EL TESORO REAL 375

desde 1592 hasta 1631. Se le señala corno empresario con minas en Alrna-
guer, adonde había llevado un minero desde Quito. Después de _la guerra
contra los pijaos, contribuyó a abrir las minas de Caloto42 . También en
1632, el arzobispo Bernardino de Alrnanza denunció a Andrés Pérez de
Pisa por concusión43 . Esta acusación puso en contra del prelado a las auto-
ridades del Nuevo Reino, que se sintieron aliviadas cuando, un año más
tarde, el obispo fue víctima de la peste.

LOS QUINTOS DEL ORO

Lo~ quintos del oro fuermi.Ja_espina_ dorsal del sistema de finanzas de la


Nueva Granada en el curso del siglo XVI. La proporción de este gravamen
so_J::re e! 9~~ s~traía 9e las minas cambió varias veces sin que variara
su nombre. Estos cambios son uno de los datos más significativos; a pro-
pósitode-·los mal llamados «quint0>_>~_:_
besde~rnuy próntü;i~r~pieta_r:!ºi?s!~i:ninas habían pedido una reduc-
ción del impuesto p__r:~textando la compra de esclavos negros. La Corona se
las acordó, con el fin de estimular la producción minera. No obstante, la
concesión no fue uniforme: los propietarios del distrito de Santa Fe recibieron
la gracia del diezmo mientras que los de Popayán debían pagar la octava
parte del oro declarado 44 • En enero de 1559, Popayán recibió, a su turno, la
gracia d~l diezmo y pocos meses después.se rebajó aún más (a un duodéci-
mo). El privilegi9 iie reñovó sucesivamente en 1569, 1972, 1580 y 158445 •
····con estas reducciones, la Corona quería otorgar una gracia temporal,
cuya finalidad era la de_favorecer la búsqueda de yacimientos y la inver-
sión en_esclavos. Estos supuestos no podían prever que la disminución de
la mano de obra sería ·permanente. Como se ha visto, los indios fueron
raramente reemplazados por esclavos negros hasta la crisis de 1570-1580.
Aún más, fue precisamente su extinción la que produjo la crisis y ésta obli-
gó, a su vez, a prolongar y aun ampliar la gracia inicial.
Las conquistas de Gaspar de Rodas gozaron desde un comienzo (1580)
de la gracia del «vigésimo» (5%), lo mismo que la ciudad de Toro (1584).
Esto las colocaba en una situación privilegiada con respecto a los restantes
distritos mineros. Privilegio: por lo demás, bien calculado si se piensa en
el aislamiento y en la escasez de mano de obra de estos nuevos yacimien-

42 Cf. Marzahl, op. cit.


43 AGI. Santa Fe L. 22 r. 1Doc.19.
44 Ibid. Cont. L. 1488 f. 62.

l~
AHNB. Rl. Hda., t. 12 f. 705 ss.
376 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL I

tos. La producción, siempre declinante, obligaba periódicamente a la reno-


vación. Además, una reducción tan radical debía generalizarse. Por eso
desde 1598, los distritos de Santa Fe, Cartago, Popayán y Santa Fe de An~
tioquia comenzaron a gozar de la gracia del «quinceavo».
A partir, pues, de la primera rebaja, la mecánica de la producción del
oro tendía a la disminución paulatina del impuesto. El privilegio se reno-
vaba periódicamente de una manera casi automática. Aunque se otorgaba
solamente por un lapso de cuatro, cinco o diez años, los Cabildos gestiona-
ban su renovación mucho antes de que se agotara. Cuando la respuesta
favorable se dilataba, las municipalidades solían recurrir a la Audiencia 0
al gobierno provincial, que tomaba una decisión provisional, condicionada
a la aprobación del Consejo de Indias. Es fácil imaginar, sin embargo, el
malestar que podía causar entre los mineros esta incertidumbre que se re-
novaba cada seis o cada diez años.
La falta de uniformidad del impuesto provocaba también problemas en
la percepción puesto que las Cajas favorecidas con una mayor reducción
atraían el oro extraído en distritos vecinos. Así, los oficiales de Remedios
se quejaban de que el oro extraído allí, y que debía pagar el «quinceavo»,
iba a parar a Zaragoza en donde sólo satisfacía un 5% por derecho de quin-
tos. Igualmente podía ocurrir con el oro de Popayán y de Santa Fe de
Antioquia. Los mineros se abstenían de declarar el metal y pagaban a los
comerciantes en oro en polvo. Éstos lo sacaban del distrito y lo declaraban
en condiciones más favorables o simplemente lo sacaban de contrabando
de la Nueva Granada.
Ya se ha visto cómo la percepción de los quintos había multiplicado el
establecimiento de Cajas reales en regiones remotas durante el siglo xvi. Al
parecer, las crisis de las explotaciones mineras tuvieron un efecto parecido
en el curso del siglo siguiente. Sin duda, la pérdida gradual de los quintos
obligaba a recurrir a otras fuentes de ingresos. Así, eri: .1608 había catorce
Cajas reales. Veinte años después habían aumentado a veintiocho.
Para muchas Cajas, el oro había estado en el origen de su establecimien-
to. Puede decirse que en algunos casos no era otra su razón de ser. En Car-
tago, Remedios, Cáceres y Zaragoza la decadencia de las explotaciones
mineras significó almismo tiempo la disminución de los restantes ingresós'
que alim-entaban sus Cajas. Tanto como los quintos, las alcabalas, las ven-
tas de oficios, la armadilla, etc., que representaban la actividad comercial
o el auge social de las comunidades mineras, fueron disminuyendo a un
ritmo vertiginoso.
Éste no era el caso de las regiones que poseían una economía más diver-
sificada. Santa Fe, por ejemplo, podía recurrir a otras fuentes de ingresós,
·;EL TESORO REAL 377

el tributo indígena, principalmente. Popayán, en donde se había desarro-


llado una actividad agrícola, echó mano durante largos períodos de las
rentas de la sede vacante del obispado, constituidas por diezmos, censos,
capellanías, etc., que afectaban a las propiedades rurales.

GRÁFICO 14
LA RENTA DE LOS QUINTOS Y LAS DEMÁS RENTAS

CAJA REAL DE SANTA FE

-EVOLUCION DE LOS QUINTOS-


indice

300 " J
250: '\ /1
200 a

150
INGRESOS TOTALES
~- . I'
100
, _VAf• ~
\_ '\J w V\J.
INGRESOS
100 =28.298 pesos


%
75
QUINTOS
~~ A ....
., ""' ./ f\¡\, '\""
50 50
• .¡
,,.
40
"\
.,11io. 30
\
. \;~ .
QUINTOS:%
10

Esta dependencia relativa de las finanzas del Nuevo Reino con respecto
a los quintos del oro se ilustra en las curvas del Gráfico 14. La línea supe-
rior representa un índice de los ingresos de la Caja real de Santa Fe, que
toma el año de 1559 como base (ingresos de 1559: 28.298 = 100). Debe ad-
vertirse que sólo se han tenido en· cuenta los ingresos producidos dentro
del distrito de la Caja real de Santa Fe, desechando de esta manera el pro-
ducto de las Cajas subsidia:¡-i,.as (Remedios), o los envíos de otras Cajas (Po-
payán, Zaragoza). La línea inferior representa el porcentaje de los quintos
sobre el total de los ingresos.
Como puede apreciarse en el gráfico, los quintos mantienen su impor-
tancia hasta 1580. Después de esta fecha no retornan jamás al nivel del
50%, porcentaje alrededor del cual se habían movido dentro del total de los
ingresos. Éstos, en contraste, tienden a aumentar. Los resultados de las re-
formas fiscales emprendidas a partir de 1590 por el presidente González se

L
378 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL l

aprecian claramente al triplicarse el producto de las solas rentas ordina-


rias. Pero los quintos no contribuyen para nada a este aumento pues' su
porcentaje, dentro del total, desciende a un 10%. Sólo en la disminución
global de los ingresos el porcentaje de los quintos se recupera.
El caso de Santa Fe es de todas maneras excepcional. En las regiones
propiamente mineras, la disminución de los quintos significaba un recorte
total de los ingresos de la Caja. Las reformas del presidente González coin-
cidieron con el auge de la producción minera en la región de Antioquia v
con un momento avanzado de la decadencia en la región de Santa Fe. Per~
esta región podía aportar a la fiscalidad creciente de la España de los últi-
mos años de Felipe II otros recursos diferentes a los, quintos. La comercia-
lización de sus productos agrícolas en regiones mineras más prósperas y
la dinámica general impuesta por este auge minero de regiones hasta eñ-
tonces marginales beneficiaban al Nuevo Reino.
Cabe preguntarse, sí, por el alcance y por los efectos económicos de las
exigencias fiscales de la metrópoli. Si no puede sostenerse que la fiscalidad
voraz del último decenio del siglo XVI haya sido la causa de la crisis minera
del siglo XVII, parece en cambio que ella ayuda a agudizarla. Los impuestos
sobre el comercio (alcabalas), sobre las encomiendas y sobre la tierra (com-
posiciones) drenaron capitales o los desviaron hacia inversiones improduc-
tivas, tales como la compra de cargos oficiales y de honores. Estas reformas
iniciales se vieron acrecentadas todavía en el curso del siglo XVII con gravá-
menes al comercio interior (almojarifazgos y armadilla) o con el drenaje masivo
de capitales bajo la forma de «préstamos graciosos» a la Corona o la coloca-
ción de dineros para obtener una renta de las Cajas reales (juros).

LA REFORMA FISCAL DE 1590

La lucha de la Corona española por imponerse al particularismo de sus


colonias con una reforma fiscal, fue llevada a cabo por el presidente Anto-
nio González a partir de 1590. Tras el fracaso de las visitas de Monzón y
Prieto de Orellana, en la década de los ochenta, que había inclinado la ba-
lanza en favor de la sociedad criolla y de sus intereses, el Consejo de Indias
decidió, en 1587, enviar a la Nueva Granada a uno de sus propios miem-
bros, el doctor González. Se trataba, sin lugar a dudas, de una medida ex-
traordinaria que preludiaba reformas de fondo, apoyadas esta vez por la
autoridad del Consejo mismo. El nombramiento sugiere también los temo- ~
res de la Corona de que las reformas encontraran una oposición inusitada.
El presidente debía afrontar una tarea difícil, todavía más si se tiene en
cuenta la posición peculiar de la Nueva Granada en ese momento. Hasta
EL TESORO REAL 379

el Consejo de Indias habían llegado rumores de las facciones y los distur-


bios que inquietaban a la colonia, desgarrada entonces por conflictos que
oponían a todos los sectores de la sociedad.
Podría parecer paras!.Qji~o que la respuesta haya venido como una re-
forma fiscal. Puede pensarse que-faToroni:rnotoíriabaen cuenta para nada
lostl!sfllrbíQ.S sociale~ Cle sus.coloruas para aplicar la política fiscal excesiva
de-los-UlHmos años cíe Felipe II.-ErTesoro real, siempre exhausto, exigía
esta vezun--esfu.erZ-osTn pi:ece.denfes a los vasallos de ultramar. Con todo,
¡ esta exigencia no era en fin de cuentas sino una afirmación de principios
contra esos vasallos, listos en todo momento a desconocer los lazos que
1
debían unirlos al soberano español.
Las réformas del presidente González, en todo caso, sobrepasaron en
ocasiones un mero designio fiscal. Todas estaban destinadas, en su conjun-
to, a acrecentar los envíos de oro a España, y el presidente se mostró celoso
por superar los envíos precedentes. Pero, al mismo tiempo, algunas de las
nuevas imposiciones tenían por objeto recuperar para el Estado una espe-
cie de dominio eminente sobre ciertos bienes que le pertenecían por el de-
recho de conquista. Tales medidas evitaban cuidadosamente competir con
Jos intereses privados y buscaban por esta razón un provecho fiscal sola-
mente. Así, en el caso de las composiciones de tierras no se trataba, como
se ha afirmado, de una «reforma agraria». TaJl!p~co Ías composiciones de
encomiendas eran uµa reforma social e111prendida ex p¡ofeso. Pero ambas
médlaas~qu.e-produ1eron ingresos importantes alTeSoro real,-fovieron tam-
bién como efecto abatfr fa iiisólencia delos encomenderos y afirmár él cen-
trillfsrno~Tcffüonarquía·española:-- · ··
~Las·reformasoeT590 j5resentán pues un aspecto ambiguo, en el que
resulta difícil discernir la parte que cabe al mero deseo de remediar una
situación de penuria de las rentas reales, por un lado, y, por el otro, la
intención de eliminar toda fuerza centrífuga en las colonias y aun de instaurar
un nuevo orden. Esta ambigüedad obedece a la deficiencia de los instru-
mentos políticos puestos a la tarea de emprender las reformas. La monar-
quía española sólo podía intentar el incremento de sus rentas coloniales,
jamás llevar a cabo una «reforma agraria», una «reforma social» o ejecutar
un programa de «política económica». Estos conceptos son obviamente ana-
crónicos para tratar de aplicarlos al programa de reformas que se había
encargado al presidente González. •
Desde el momento mismo de la Conquista, existía una pugna entre los
intereses de la Corona y los de los particulares, que debía resolverse final-
mente en favor de la primera. La discusión giraba en torno de aquello que
pertenecía al Estado español en la conquista y la apropiación de hecho por
380 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL l

parte de los conquistadores, las tierras, por ejemplo,· o los tributos de los
indios. Ahora, en 1590, había llegado el momento para la Corona de recu-
perar el dominio eminente sobre las tierras y al menos una parte de los
tributos indígenas. De allí las composiciones de tierras y de encomiendas
y el establecimiento del «requinto» sobre el tributo.
~ ¿Pero qué pensar del interés que suscitaron las explotaciones mineras?
Desde su llegada, el presidente González visitó las minas de Mariquita. En
Cartagena ya se había interesado por el comercio de esclavos y, después de
una corta permanencia allí, se encaminó hacia el interior. En enero de 1590
pasó por Tolú y por Mompox y promulgó ordenanzas respecto a los indios
que bogaban por el Magdalena. En febrero, ya en Mariquita, redactó un

... Discurso y relación de lo que son las dichas minas y el camino que se ha
46
de tener en beneficiarlas ...

El presidente hizo eco a las instancias de los propietarios de minas y en


varias ocasiones pidió el envío de esclavos negros. Su venida no sólo coin-
cidió con el descubrimiento de yacimientos de plata en Mariquita sino con
el auge de los nuevos yacimientos de oro en la región de Antioquia. Des-
pués de años de quejas reiteradas de los oficiales del Tesoro sobre la deca-
dencia de las explotaciones mineras y la disminución consiguiente de los
quintos, ahora se ofrecía una oportunidad para incrementarlos. Es caracte-
rístico, sin embargo, que el presidente haya buscado con igual insistencia
el control fiscal de esta nueva riqueza, enviando primero al factor Rodrigo
Pardo a Zaragoza a fines de 1589, con el objeto de recoger el producto de
los quintos y de controlar el comercio de esclavos, y luego a Martín de
Lusuriaga, quien debía tomar cuentas a los oficiales reales de Antioquia47•
La protección de los indígenas parece también sobr_epasar un mero pro-
grama de reformas fiscales. Pero no debe olvidarse qu:e todas las quejas
sobre la crisis de los 70 iban acompañadas con observaciones que la asocia-
ban al aniquilamiento d~ los indios. En este caso, la política respecto a los
indígenas buscaba efectos económicos pues ya no se ocultaba el hecho de
que su falta predecía los mayores trastornos y, en últimas, el desmedro
de los ingresos de la _Corona. Por eso las ordenanzas del oidor Miguel de
!barra, en:1598, consagraron por primera vez un sistema salarial. Estas
medidas iban acompañadas de una limitación efectiva de los servicios
personales que los indios podían prestar a sus encomenderos y ya no se

46 AGI. Patr. L. 196 r. 23. Santa Fe L. 17 r. 2 Doc. 47.


47 AHNB. Rl. Hda., t. 23 f. 331 r. ss.
EL TESORO REAL 381

co~tentaban, como antes, con recomendar que no se abusara del trabajo


indígena. Las tasas de tributos de Egas de Guzmán y de Luis Henríquez
(1596-1602) estaban encaminadas a poner fin al monopolio de los enco-
JJlenderos sobre la mano de obra indígena y a ponerla al alcance de cultiva-
dores independientes. En cuanto al otorgamiento de los resguardos, es
preciso considerarlo no sólo en el mismo sentido que las composiciones de
tierras, es decir, como la concesión de un derecho domanial del Estado,
sino también en sus efectos económicos.
Se trataba, pues, de un programa que se proponía obtener ingresos ex-
traordinarios de las colonias pero que al mismo tiempo sentaba las bases
económicas para ampliar la base impositiva. Los dos aspectos estaban aso-
ciados pues ya se concebía que el Tesoro real podía beneficiarse con las
actividades de los particulares. Esto, que podría emparentarse en alguna
medida con un programa de «política económica», encontraba limitacio-
nes en una estructura social demasiado rígida y en la voracidad misma del
sistema fiscal español. Por esto las reformas no obtuvieron sino un creci-
miento pasajero de los envíos de oro a España, sin estimular realmente la
economía (véase Gráfico 15).

GRÁFICO IS
ENVÍOS DE ORO A ESPAÑA

Miles de pesos
110
100

90

80 RENTAS EXTRAORDINARIAS

70
. Fll
\

60 \
\
·.
'\.\
50
\, \ ...
, ..
..
40 \ \ a
l .fl 1
V11 :
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30 l l!"J
I 111 : ~

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• \ ... : ' ~ IJ
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10
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RENTAS ORDINARIA!
1
'
1
382 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL l

A partir de 1610, las quejas repetidas dejan entrever una situación de


regresión con respecto a la época que había precedido a las reformas; Mí..:
neros y encomenderos se quejaban de que la situación rnás favorable de los
indios había tenido corno efecto obstaculizar la producción. Se silenciaba
el hecho de que la decadencia había estado propiciada precisamente por
una catástrofe demográfica sin precedentes, tal vez, en la historia humana
y de que las reformas encaminadas a la protección de los indígenas no té-
nían cabal cumplimiento .
.___Los nuevos impuestos introducidos señalan, lo mismo que los quintos
la evolución general de la economía de la colonia y su d~pendencia det
sector millero·.-Eí presidente González comenzó por imponer la contribu-
ción~oñcic1cfa:en España c;:on el nombre de alcabalél:_ Se trataba de un·gr~­
vamen dél2% sóbre el valor de todas las transacciones en objetos mueblés
e in¿~eb1es. Estas últimas no tenían mucha importancia para eHiSco-dad~
la·-~~e:z;a de_'!as enajenaciones inmobiliarias y su cuantía insignificarii:e.
Pero, en cambio, se gravaba el crédito, que era mucho más corriente-;en
forma de hipotecas (censosfsobr-éla propiedad raíz._ ···-·· ----
De hecho, el impuesto afectaba principalmente el comercio, particular-
mente elite las «ropas» (o géneros) de Castilla. El consumo de estos artículos
estaba reservado casi exclusivamente a la población española y en oéasio~
nes se restringía todavía más al sector de esta población que, por razones
de prestigio, podía adquirirlos a precios prohibitivos. Esto explica por qué
el impuesto fue considerado como un «pecho» intolerable, del que se con-
sideraban exentos los nuevos hidalgos de las Indias. En 1592-1593 hubo en
Tunja y en Santa Fe algún revuelo que se temió que degenerara en rebelión
abierta antes de que los Cabildos se resignaran a la nueva imposición.
Para asegurar su percepción se aceptó que los Ca,bildos tomaran a su
cargo la administración mediante el_pago.de.un& cantidad fija a las Cªjas
reales (sistema de «encabezonarníento»). Los Cabildos repartían a su vez
la carga entre los encomenderos -por comercializaciQn de los productos
de sus encomiendas-, los «mercaderes» o comerciantes ál por mayor, los
«tratantes» o minoristas y los «vecinos particulare~», artesanos o perSC!nas_
que verificaban transacciones ocasionales sobre tierras u objetos muebles.
La ciudad de Santa Fe pagó ciñcfühilp-ei'H:>s-d·é-platade-;<encabezonamíen-
to» a partir de 1603 y su contrato debía renovarse cada cinco años. El con-
trato con la ciudad duró hasta 1637 cuando el Cabildo no pudo continuar
haciendo honor a su compromiso. En adelante, la administración del impues-
to corrió a cargo de los oficiales de la Corona (administración directa),
quienes nombraron a un perceptor.
EL TESORO REAL 383

El descenso en el producto del impuesto fue evidente en todas partes


desde el momento en que cesaron los encabezonamientos. En Santa Fe, el
promedio anual descendió a 3.851 pesos de plata entre 1638 y 1648. En la
década siguiente, el promedio fue de 2.288 pesos de plata y descendió to-
davía a 1.575 pesos entre 1658y1661 48 • En los distritos mineros, el descen-
so fue paralelo al de los quintos del oro. En Remedios, de 2.468 pesos oro
en 1601, se llegó a 88 pesos en 1678-168249 • De manera similar, Zaragoza
pasó de 2.615 pesos oro en 1596 a 89 pesos en 1666 y a 34 en 1683.
No s(>lo los distritos mineros se vieron afectados por la disminución
del comercio. Como puede observarse en el Cuadro 29, al reparto del «enca-
bezonamiento» hecho en Tunja a partir de 1603 tendió a pesar cada vez más
sobre los hombros de los encomenderos y de los «vecinos particulares».
A pesar de que el producto de las alcabalas debe mantener ciert~ esta-
' bilidad puesto que el Cabildo se ha obligado a pagar una cantidad fija a Ja
Caja real, sin embargo, elreparfi51:=wes--el1Ilismo. Los comerciantes, que
pagan-a1-princ1p10 un39yun 45%aerfofara.efaS-alcabalas, terminan pa-
garn:In-11ñ2i5- y U:n.21 %. Los pequeños comerclantes son los más afectados
pues su porcentaje desciende de un 10 al 3% y su número pasa de más de
30 a menos de veinte. La cuota de los encomenderos mantiene cierta esta-
bilidad (excepto en dos años) y son los vecinos quienes, en últimas, saldan
lo que falta para pagar, con una cuota que se eleva al 40 y al 45%.
Esta tendencia del comercio coincide con el fin del tmge minero. En su
momento culmi~ante, los envíos de oro a España pasaron, entre 1590 y
1600, de los cien mil ducados anuales (véase Gráfico 15). Esta cifra podía
enorgullecer al presidente González puesto que no fue superada jamás. En
1608, al comienzo de la presidencia de Juan de Borja, las composiciones de
encomiendas produjeron todavía una buena cantidad de dinero 50 pero que
no era gran cosa comparada con el producto de las alcabalas, de las composi-
ciones, de las donaciones a la Corona (servicio gracioso), de la venta de cargos,
etc., en una época en la que el rend.imiento de las minas estaba en su apogeo.
Todos estos capítulos fueron objeto de una percepción especial como
había ocurrido antes con la,<tbula de la cruzada». Sus cuentas y los envíos
a España figuraban por separado de las rentas llamadas ordinarias o anti-
guas rentas (quintos, tributos, diezmos, etc.). Para los gastos de la adminis-
- ------ --

48 AGI. Cont. L. 1353.


49 Ibid. L. 1548.
50 AGI. Santa Fe L. 17 r. 2 Doc. 51 f. 2 v. Cont. L. 1294 A y 1294 B. Las composiciones de
encomiendas produjeron 23.6S5 pesos de oro en 1608. Ibid. Cont. L. 1303 NQ 5.
384 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL{

tración colonial sólo podía recurrirse a esta~ últi!llCJ.S,_de manera que el pro-
dudo de las nuevas imposiciones lleg-ara intacto a España_._ -

CUADR029
REPARTO DEL DERECHO DE ALCABALA EN LA CIUDAD DE TUNJA51

Encomenderos Mercaderes Tratantes Vecinos Total pesos


Año No. pagan % No. pagan % No. pagan % No. pagan % de 13 quil:
1603 72 960 30 23 930 29 34 332 10 272 1005 31 3.227
1604 77 1139 33 30 1184 35 37 328 10 226 762 25 3.413
1605 78 1178 34 23 991 29 37 351 10 194 914 27 3.434
1606 75 1043 36 27 1015 35 28 219 8 177 636 21 2.913
1607 73 827 37 25 400 18 27 108 5 162 888 40 2.223
1608 79 1242 45 31 606 22 27 109 4 178 793 29 2.750
1609 75 1135 52 57 222 10 229 815 38 2.172
1610 75 1407 44 31 819 26 23 108 3 238 832 27 3.166
1611 70 1205 34 29 765 22 25 130 4 263 1454 40 3.554
1612 69 1408 34 26 724 18 19 129 3 239 1856 45 4.117

Con la excepción de las alcabalas y c..e los requintos sobre el tributo indí-
gena, se trataba de ingresos extraordinarios cuya perpetuación no estaba pre~
vista. La venta de oficios existía ya aunque en este período de prosperidad la
prisa por adquirirlos haya respondido con largueza a las instancias del presi-
dente. Mientras que el producto de estas ventas había sido de 12.417 pesos
durante el quinquenio de 1585 a 1589, en el quinquenio siguiente alcanzó la
cifra de 69.579 pesos. La sociedad criolla parece haber reaccionado en este·
aspecto por el deseo de congraciarse con los _nuevos gobernantes españole~.
Por eso el comienzo de un nuevo período presidencial coincidía con un au'.'
mento brusco de la demanda de puestos. Así, el período del presidente Sande
se inauguró con una subida de 13.301 pesos oro, en 1597, sobré 4.104 del año
anterior. La llegada de Borja hizo subir las compras a 16.005 pesos en 160S'..
Y, sin embargo, sólo el 'requinto sobre el tributo indígena se convirtió ·
en una renta regular de cuantía considerable. La venta de encomiendas, el
saneamiento de tierras o la venta de cargos se practicaron de cuando en vez
en el curso del siglo xVII pero estos ingresos inciertos no podían asegurar ·
la regularidad exigida por las finanzas de la colonia. En cuanto a los envíos
de oro a España, se fundaron en adelante en el tributo de los indígenas y,
ocasionalmente, en los préstamos de los particulares (juros).
'

51 AHNB. Alcabalas, t. 6 f. 120 r. SS. f. 130 r. SS. f. 139 r. SS. f. 146 r. SS. f. 152 r. SS. f. 428 r. ss.
Capítulo VII
EL COMERCIO

LOS CAMINOS

En el siglo XVI, el comercio de la Nueva Granada debió buscar vías de


acceso a la región andina, en donde el asentamiento español parecía defi-
nitivo. Lós indios de los farallones de Cali se agotaron transportando mer-
cancías desde Buenaventura hasta el valle. En el centro del país, el ascenso
por la cordillera Oriental, desde la depresión del río Magdalena, tardó
mucho tiempo en encontrar una solución satisfactoria.
Quesada, Lebrón, Alonso Luis de Lugo y Díez de Armendáriz siguieron la
misma ruta, guiados por el curso del río Opón, hasta la región de Vélez y el
valle de Moniquirá. Este camino, repleto de dificultades/prolongaba la ruta
terrestre y abandonaba demasiado pronto el curso más fácil del río Magdalena.
Los gobernantes .que sucedieron a Quesada aprovechafon la ocasión de
su venida para iniciar las primeras operaciones comerciales. Los compañe-
ros de Quesada se habían repartido el botín de la conquista pero no tuvie-
ron, hasta que entraron esos primeros géneros comerciales, mucha ocasión
para gastarlo. Por su parte¡ Lebrón se resignó al rechazo que le infligieron
los Cabildos de Tunja y Santa Fe como gobernante y aun a las pérdidas que
había.sufrido en el trayecto desde Santa Marta. Tal vez viera compensados
sus descalabros con lo que obtuvo cediendo mercancías y pertrechos a los
primeros expedicionarios, ávidos ~e emprender nuevas conquistas. Her-
nán Pérez, por ejemplo, sacó diez mil pesos de la Caja real para comprarle
algunos caballos que necesitaba para su proyectada expedición al Dorado.
Las rivalidades políticas no impedían que los negocios siguieran adelante.
La dureza. del trayecto imponía pérdidas cuantiosas. Así, Alonso
Luis de Lugo perdió en el Magdalena ochenta soldados, numerosos escla-
vos negros, ciento cincuenta caballos y gran cantidad de garntdos 1 . Estos

Cf. Antonio Ybot León, La arteria histórica del Nuevo Reino de Granada. Bogotá, 1952, p. 36,
y el apéndice, Doc. Nº 1, p. 233, Nos. 3 y 4.
386 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCL\t l

riesgos debían resarcirse con los precios inauditos que alcanzaban los pro-
ductos.
Por esto, los primeros tiempos de la Conquista se caracterizaron por la
rareza de artículos de procedencia europea. Ya se ha visto cómo en los
contratos celebrados hacia 1540-1545 por los conquistadores se aportaban
a menudo vestigios apenas de lo que Lebrón y Lugo habían introducido al
Nuevo Reino: un caballo, una espada, estribos, puercos. Esto era suficiente
para recurrir al escribano, asentar con toda solemnidad un contrato e ir a .
la búsqueda de la fortuna que revestía la forma de tesoros o de encomien-
das que los contratantes se comprometían a compartir fraternalmente. Mu-
chos conquistadores se endeudaron y dieron en prenda encomiendas que
habían recibido, para equipar una expedición o, más modestamente, para
proveerse de un aparejo gtierrero.
En 1543, el adelantado Alonso Luis de Lugo envió al capitán Luis Lan"
chero con cuarenta hombres a descubrir un camino diferente del Opón2•
Lanchero se internó por la región de Vélez y dio con el que más tarde iba
a ser el «desembarcadero» del Carare.
A partir de entonces, el acceso al Magdalena indujo a una serie de lu-
chas contra las tribus indígenas (guanes, muzos, colimas) que ofrecían ré-
sistencia a la ocupación española y hacían inseguro cualquier camino. Díez
de Armendáriz, por ejemplo, envió a su primo Pedro de Orsúa a «pacifi-
car» a los guanes y a los muzos, en 1548. A comienzos del año, el juez de
residencia había aprestado una expedición de cien hombres de a caballo
para auxiliar al licenciado La Gasea que enfrentaba a los rebeldes del Perú.
Como esta expedición quedara sin objeto p.or la victoria de La Gasea, Díez
decidió emplearla en abrirse un camino hasta el Magdalena. Orsúa reco-
rrió el camino que su rival, Luis Lanchero, había descubierto y regresó por
la región que habitaban muzos y colimas3 . Lanchero, que se mantuvo fiél
a Alonso Luis de Lugo, fue perseguido por Armendáriz: Logró escapar y
traer un juez de residencia contra el gobernante, en 1552. A partir de en-
tonces ocupó una situación preeminente en Vélez como descubridor de la
ruta que privilegiaba a la ciudad4 .
El desembarcadero de Vélez y el camino del Carare no permitían, sin
embargo, el empleo de bestias de carga. En 1549, los vecinos de la Nueva
Granada habían obtenido dos mil pesos prestados por la Corona para
comprar esclavos negros que se dedicaran a tener en buen estado los ca-

2 Aguado, op. cit., II, p. 207.


3 Ibid. p. 211.
4 Juan de Castellanos, Elegías de varones ilustres de Indias, N, 503.
EL COMERCIO 387

rninos 5 . Pero esta mano de obra no era suficiente para abrir un camino tran-
sitable con recuas de mulas. Por eso los indios guanes, recién sometidos,
debían cargar las mercancías desde el «desembarcadero» hasta Vélez. Se-
gún una probanza efectuada en 1551,

... es público y notorio que los indios de la dicha ciudad de Vélez van por
las dichas mercancías al desembarcadero y los indios de la ciudad de Tunja
van por ellas a Vélez, y los de esta ciudad de Santa Fe van por ellas a la
6
ciudad de Tunja ... ·

Estos relevos sucesivos habían sido ordenados por la Audiencia, que


prohibió al mismo tiempo el empleo de los guanes, ya demasiado diezma-
dos. El sistema de transporte colocaba a cada ciudad en una especie de
dependencia de la más cercana al río. Por esta razón, los encomenderos de
_Tunja alegaron que la ciudad y la provincia de Vélez estaban imposibilita-
das para atender el tráfico porque allí había muy pocos indios. Ellos ofre-
cían los suyos para que fueran directamente al desembarcadero, pues

... los dichos indios de la dicha provincia de Tunja, que estaban cerca del
dicho embarcadero, estaban descansados y tenían mucha comida y había
mucha cantidad dellos, por lo cual podían ir al dicho des~mbarcadero traer
las cosas necesarias para el sustento de los vecinos de la dicha ciudad de
Tunja, pues recuas ~o lo podían traer, suplj.cándonos los m~ndásemos pro-
veer, atento lo susodicho y a la mucha vecindad de españoles en la dicha
7
ciudad de Tunja ...

Como consecuencia de esta petición, la Audiencia decidió, en marzo de


1553, otorgar licencias anuales a los encomenderos del norte de la provincia
de Tunja con el objeto de que pudieran traer provisiones destinadas a su
uso personal. El primer agraciado con esta concesión fue Garci Arias Mal-
donado, encomendero de Sora y Tinjacá y compañero-de Federrnan. Es dudo-
so que los encomenderos se limitaran a traer objetos para sus casas. Garci
Arias, por ejemplo, era un activo comerciante, asociado con otros comer-
ciantes corno Miguel Sánchez;.(encornendero también) y Juan de Fonseca,
y que actuaba por intermedio de un dependiente, Juan de Seisdedos 8 •

5 AHNB. Rl. Hda., t. 17 f. 104. R. C. de 4 de st. 1549.


6 Ibid. Cae. e ind., t. 74 f. 432 Nº 9. FCHTC. p. 15.
7 Ibid. t. 23 f. 546 v. FCHTC. p. 18.
8 Not. 1ª Tunja, 1568, f. 9 v.
388 HISTORIA ECONÓMICA YSOCIALI

De las declaraciones tomadas por Tomás López a los caciques en 156Q


se deduce la frecuencia de estos viajes y sus efectos en la población indíge-
na. Según los caciques, los indios regresaban con calenturas o morían por
el camino, casi siempre ahogados 9 •
Pedro de Colmenares, procurador del Nuevo Reino ante la Córona, po-
nía de presente las dificultades del acceso a los altiplanos pues desde el
desembarcadero del Carare hasta Vélez había treinta leguas de sierras muy
ásperas y despobladas, por donde no podían transitar cabalgaduras. En
1555, la Corona accedió a prestar seis mil pesos para buscar y abrir otro
camino y aliviar de esta manera a los indios 10 •
Puede otorgarse seguramente el beneficio de la duda a la veracidad de
las razones humanitarias alegadas por la ciudad de Santa Fe para conse-
guir el apoyo de la Corona en la apertura de un nuevo camino. Lo cierto es
que, indios o bestias, los encomenderos ya habían mostrado a las claras
que la alternativa no tenía mucha importancia. En cambio, la situación dé
dependencia del comercio de Santa Fe con respecto a la ciudad de Tunja
tenía como consecuencia redoblat los esfuerzos para encontrar una ruta
más directa al río Magdalena.
En 1555, el oidor Montaña ordenó a Alonso de Olalla que fuera a des•
cubrir un nuevo camino. Olalla lo consiguió y, según él mismo declaraba
más tarde,

... el dicho camino y puesto descubrí a mi costa y mención, sin me dar cosa
alguna por ello, por muy grandes sierras y montañas, ásperas muchas de
. 11
e11 as, no vistas m. sa b.d
1 as ...

Se trataba del camino al «desembarcadero» de Mariquita, conocido por


otro nombre como puerto de Montaña o puerto viejo de Vitoria. En 1558,
Olalla fue requerido para que abriera un nuevo camino,. desde el puerto
viejo de Vitoria hasta el nuevo desembarcadero en Rionegro 12 . Diez años
más tarde, este trayecto fue inutilizado por derrumbes y el mismo Olalla
debió trasladar el desembarcadero a Angostura 13 . En 1592, el desembarca-
dero se mudó transitoriamente al Carare pero los ataques de los indígenas
decidieron su traslado a la desembocadura del río San Bartolomé.

9 AHNB. Vis Boy., t. 8 f. 865 r.f. 821 r., t. 9 f. 855 r. f. 884 r., t. 18 f. 199 r. f. 212 r. f. 235 r.,
t. 19 f. 515 r.
10 Ibid. Rl. Hda., t. 17 f. 112 r.
11 Ibid. t. 14 f. 364 r.
12 !bid. f. 524 r. f. 578 r.
13 I/Jid. t. 17 f. 270 r.
:EL COMERCIO 389

La ubicación de los «puertos» que daban acceso al Nuevo Reino es muy


incierta. Los cambios sucesivos, a partir de 1558, obedecieron a dos.tenden-
cias contradictorias. De un lado, la práctica preconizada por la Audiencia
de descargar a los indios de Mompox de la boga, en un trayecto del río
Magdalena. De otro, los intereses de comerciantes y dueños de recuas que
buscaban un camino más seguro desde el río para remontar la cordillera
hasta Santa Fe.
Aparentemente, el desembarcadero de Mariquita o puerto viejo de Vi-
toria estaba ubicado en las cercanías de estas dos ciudades y posiblemente
se tratara de Honda. Otero D'Costa supone que el desembarcadero de Rio-
negro quedaba mucho más al norte, en la confluencia de este río con el
1
Magdalena 14. El traslado, según Olalla,

... fue muy gran bien y conservación de los indios Malibús, que bogaban las
canoas que traían la ropa a este Reino, que se les quitaron dos jornadas, las
mas ,, asperas
, que h ay en to d o e1 no
, 15 .

Desde Rionegro, las mercancías se trasladaban en recuas hasta Honda.


En 1567, sin embargo, los huracanes derribaron los árboles que bordeaban
el camino y éste se hizo intransitable. Los encomenderos de Honda y To-
caima, entre ellos Jiménez de Quesada, aprovecharon la ocasión para em-
plear a los indios de sus encomiendas y enviaron canoas desde Honda,
pues al descender el.río apenas se gastaban dos h01:as,,contra dos días al
remontarlo. Para evitar este nuevo abuso, el presidente Venero de Leiva
envió a Francisco de Santiago a reparar el antiguo camino. Jiménez de Que-
sada se opuso y probablemente desde entonces se per¡etuó la costumbre
de emplear a los indios qe estas regiones como bogas1 •
En 1568, el desembarcadero se trasladó todavía más al norte, a Angos-
füra. Pero entonces los mercaderes decidieron pasar de largo, a Mariquita,
Vitoria e !bagué, pues el nuevo puerto no tenía to~avía un camino que lo
comunicara con Santa Fe 17 • El desembarcadero de Angostura sirvió, sin
embargo, hasta 1592. Posiblemente estaba situado en las cercanías del ac-
tual Puerto Olaya y caía bajo la jurisdicción de La Palma18 . Los indios de
Mompox debían navegar hasta allí y regresarse. Las mercancías se desem-

14 Enrique Otero D'Costa, BHA. N2 393-395.


15 AHNB. Rl. Hda., t. 14 f. 542 r.
16 !bid. Mejoras materiales, t. 24 f. 322 r. ss.
17 !bid. Rl. Hda., t. 17 f. 334 r. ss.
18 Cf. el mapa levantado por Humboldt en 1808, reproducido en el BCB. Vol. XIII N2 1.
Bogotá, 1970.
390 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

barcaban para pagar los derechos del puerto (1 tomín por arroba de mer-
cancía) y eran trasladadas en canoas hasta Honda por indios de la región.
La falta de un camino obligaba a este relevo que estaba destinado también
a aliviar un poco a los indios que venían desde Mompox. Éstos sólo llega~
ban hasta Honda cuando venía un pliego de Es~aña para la Audiencia y
no encontraban canoas de relevo en Angostura 9• El agotamiento de los
indios obligó también a trasladar el puerto una vez más al Carare, en 1592.
Hasta allí podían llegar «fragatas» sin riesgo alguno, con lo cual se ahorra-
ba mano de obra 20 .
En 1601, sin embargo, el desembarcadero se había fijado en Honda. Se-
gún el oidor Luis Henríquez, los sitios anteriores, Carare, Angostura y San
Bartolomé eran bajos y anegadizos y no tenían un camino que fuera hasta
. . 21
Honda o directamente a Santa Fe .
A pesar de que Olalla no recibió sino en 1578 el reconocimiento de 4.500
pesos que se le habían prometido por sus servicios, desde 1558 monopolizó
el tráfico fluvial por el Magdalena. Según una probanza de servicios levan-
tada en octubre de 1559, Olalla y un socio, Fernando de Alcacer, habían
hecho construir dos barcos que enviaron a Cartagena con frutos de la tie-
rra. Los barcos naufragaron pero los socios hicieron construir otros cuatro
que navegaban todavía en 1559 con una tripulación de esclavos ne-
gros22.
Los socios se vieron en dificultades financieras y la empresa debió liqui-
darse muy pronto. Para iniciarla, Alcacer y Olalla habían comprado en
1558 tres esclavos negros de los bienes del factor Bartolomé González de la
Peña, a quien se ejecutaba para pagar un alcance de la Caja real. En 1559,·
los oficiales reales trataron a su vez de ejecutar a los dos socios por un poco
más de mil pesos que se habían comprometido a pagar por los esclavos.
Los deudores alegaban que

... como a vuestro presidente y oidores consta, nosotros debemos mucha


cantidad de pesos de oro a personas particulares de cosas que nos dieron
para el aviamento de la navegación del Río Grande de la Magdalena, por
las cuales cada quien nos molestan o piden que les paguemos, por la cual
23
dicha navegación nosotros hemos perdido mucha de nuestra hacienda ...

19 AHNB. Rl. Hda., t. 38 f. 336 r.


20 Ibid. t. 55 f. 206 r.
21 Ibid. t. 17 f. 524 r.
22 AGI. Eser. Cam. L. 761.
23 AHNB. Rl. Hda., t. 67 f. 649 r.
EL COMERCIO 391

En agosto del año siguiente, para escapar al remate de sus bienes, Olalla
hada venta simulada de un molino y ocho esclavos por dos mil cien pesos.
El supuesto comprador era un carpintero, Pedro Sánchez. La venta no po-
día convencer al factor Rodríguez de Ledesma que perseguía la deuda a la
Caja real y quien remató el molino y un negro a Pedro Navarro, un albañil
de Santa Fe, por setecientos noventa pesos 24 .
A pesar de este descalabro, Alonso de Olalla se recuperó y lo volvemos
a encontrar en 1570 en Mariquita, como minero y propietario de esclavos.
En cuanto a Fernando de Alcacer, era encomendero, desde 1548, de los
indios de Boyacá, Cubiasuca, Pasquilla y Chiusaque, en los cuales le suce-
dió su mujer, Inés Galeano, en 1592. En 1571 arrendó los derechos de puertos
por tres años y en 1572 sostuvo un pleito para obtener que los comerciantes
en frutos de la tierra pagaran también un tomín por arroba de mercancía
de las que se llevaban del interior para el abasto de Cartagena25 .

l
1

l
- Aun si en ocasiones Honda no fue el «puerto» del Nuevo Reino, allí iban
a parar de todas maneras las mercancías que debían remontar la cordillera.
Por eso este camino fue objeto de continuos cuidados. En 1560, el Cabildo
de Santa Fe ordenó que se construyera un puente sobre el río Bogotá26 . En
octubre de 1561, el fiscal García de Valverde advirtió que los indios de
ciénaga de Fontibón se ahogaban continuamente todos los años al vadearla
cargados de mercancías. Ese mismo año se destinarán 3.540 indios de 20
encomiendas de Santa Fe para construir un camellón semejante al que se
había construido sobre el río 27 . El trayecto de RionegrÓ a Villeta también
se hizo «aderezar» en 1561, 1567 y 1568. La tarea incumbía a los propieta-
rios de recuas de la Villeta de San Miguel, entre los que se contaba Alonso
de Olalla28 .
En 1581, la Corona hizo merced al Nuevo Reino de los derechos sobre
las mercancías que se cobraban en los puertos, unos seiscientos pesos
anuales, para que se d.estinaran al arreglo de los caminos. La Cédula se
recibió en marzo de 1582 y en octubre se contrató con Rodrigo del Río para
que reparara el trayecto de Honda á Villeta. Éste debía emplear en la tarea
a los indios encomendados del distrito de «tierra caliente» y pagarles un
tomín de oro por su trabajo diario. El contratista se ocupó de las reparacio-
nes cuatro años y, después de su muerte, la Audiencia reconoció quinien-

24 Ibid. f. 702 r.
25 Ibid. t. 17 f. 388 v.
26 Ibid. t. 14 f. 428 r. Contrato con Pedro Navarro por 200 pesos. 5 de agosto 1560.
27 Ibid. f. 401 r.
28 Ibid. f. 452 r., t. 17 f. 236 r.
392 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

tos pesos a su herederos. En 1595, el procurador de Santa Fe reclamaba


todavía el dinero asignado por la Corona para la reparación de los cami-
nos. Se trataba de 3.600 pesos, el producto de seis años de los derechos de
puertos, de los cuales sólo se habían asignado 897 ~esos para los caminos
de Honda, Guaduas, Vélez y el puente de Fontibón 9 . ·
Los caminos de Honda y de Rionegro permitieron intensificar el tráfico
del Nuevo Reino. Entre 1558 y 1562, treinta y un comerciantes de Santa Fe,
Mariquita y Tunja transitaron por ese camino con más de medio millón de
pesos en mercancías. En 1570, cuarenta y cuatro comerciantes introdujeron
582 mil pesos oro. Los comerciantes más importantes empleaban treinta
mil pesos y más en cada viaje a Cartagena. Eran, en 1557-1562, Francisco
de Ludueña, Diego de Ortega, Juan Sánchez de Toledo, Alonso Mora y el
capitán Antonio Gómez. En 1570, Luis Feijó, Cristóbal Rodríguez Cano,
Pedro Fernández del Busto, Luis López y Juan de Al vis.
Pero no todos los comerciantes empleaban el camino de Rionegro. To-
davía se transitaba el camino del Carare, especialmente por algunos co-
merciantes de Tunja30 . En 1555, los habitantes de Vélez se quejaron de la
decisión de la Audiencia de abrir otro camino al Magdalena. Los vecinos
se sentían especialmente afectados por la firohibición consiguiente de tra-
jinar mercancías sirviéndose de los indios 1.
El tránsito de mulas por el camino de Rionegro, sin embargo, imponía
limitaciones, no sólo legales sino también de competencia comercial, al em-
pleo de los indios de Vélez. A pesar de las propuestas de los encomende-
ros, comenzaron a formarse recuas y aun algunas comunidades indígenas
llegaron a especializarse en el flete de caballos y mulas. Así, en el norte de
la provincia de Tunja, los indios de Cerinza alquilaban recuas a los merca-
deres que procedían de Tunja y de Santa Fe, en tránsito pará Pamplona y
sus yacimientos de oro32 . . .
Por esta razón, los habitantes de Vélez se esforzaron por habilitar la
antigua trocha del Carare en camino transitable con recuas. En 1559, dos
vecinos, Juan Alonso de la Torre y Luis Hernández, propusieron abrir el
camino y obtuvieron de la Audiencia un préstamo de ochocientos pesos33 •
El siete de mayo de ese mismo año llegó a Vélez una recua de cinco bestias,
que traía vino de uno de los contratistas. El procurador de la ciudad rodeó

29 Ibid. t. 44 f. 791 r. SS. f. 805 r. SS.


30 Ibid. t. 14 f. 583 r.
31 Ibid. t. 17 f. 99 r. SS.
32 Ibid. Vis. Boy. t. 19 f. 1035 r. ss.
33 Ibid. Rl. Hda., t. 17 f. 206 r. ss.
EL COMERCIO 393

el acontecimiento de toda solemnidad, pidiendo que se levantara una in-


formación notarial, para verificar que las botijas de vino habían llegado
intactas, ad perpetuam reí memoriam.
La ciudad luchó en adelante para mantener el camino en buen estado y
conservar así su preeminencia como sitio de tránsito. Todavía en 1572, el
Cabildo insistía en arreglar el camino pues, de no hacerlo, vendría la des-
trucción del pueblo. Se vio la necesidad de adquirir seis esclavos para man-
tenerlo y 23 vecinos ofrecieron entre veinte y cien pesos para comprarlos.
El regidor Juan de Castro hizo diligencias en Tunja y en Santa Fe tratando
de adquirir los seis esclavos pero no los halló en el mercado. Finalmente,
él mismo decidió dedicar esclavos suyos a la reparación del camino, a cam-
bio de ciertos privilegios sobre los derechos del puerto34 .
Estos esfuerzos por mantener el monopolio del tráfico comercial choca-
ron con la decisión del presidente Venero de Leiva de retornar todos los
puertos para la Corona. En 1553, ya los oficiales reales hacían notar que, a
pesar de que la Audiencia había reservado las rentas de los puertos para la
Corona, éstas continuaban en manos de las ciudades. Para los cabildos mu-
nicipales, retener este privilegio no sólo significaba gozar de una fuente
fiscal que se agregaba a los «propios» de la ciudad. En el caso de un sitio
de tránsito forzoso, como Vélez o Tocaima, era la vida misma de la ciudad
la que estaba en juego. Para controvertir los derechós de la Corona se hacía
.
valer una situación. de hecho, de la que pretendía derivarse
, una tradición.
Pero la política centralizadora de la Audiencia tendía a eliminar tales pri-
vilegios, en provecho de su propia sede. Vélez y Tunja, que habían gozado
en los primeros tiempos de una situación excepcional como centros comer-
ciales, iban a perder pronto su carácter debido a un desplazamiento de la
ruta.
El siete de septiembre de 1566, el presidente Venero de Leiva puso en
vigor el principio de que los derechos de los puertos pertenecían a la Co-
rona. Se trataba entonces de unos pocos sitios que distribuían el comercio
desde el río Magdalena a las distintas regiones del Nuevo Reino. Eran

... el puerto de Vélez llai¡n.§ldo Carare y el Puerto del Río del Oro por do
suben a Pamplona y el puerto de Rionegro, el paso de Vitoria que es en el
puerto viejo de Mariquita que descubrió Alonso de Olalla y el paso de Mon-
tero en Tocaima y el paso de Gallo en el río Cauca, término y jurisdicción
35
de la ciudad de Cartago ... . • •

34 Ibid. f. 375 r. SS.


35 Ibid. t. 67 f. 675 r.
394 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

La navegación por el río Magdalena era un negocio reservado a los en-


comenderos de Mompox. En 1541, Pedro de Heredia había distribuido allí
22 encomiendas que producían ocho mil pesos de tributos, lo que signifi-
caba que existían por lo menos tres o cuatro mil indios que podían ser em-
pleados como remeros 36 . En 1549, los indígenas se rebelaron mientras la
región era disputada por las provincias de Cartagena y Santa Marta37• Tres
años más tarde, una Cédula Real prohibió el empleo de los indios en la
boga del Magdalena38 . Éste fue el primer ensayo de aliviar la suerte de los
indios, condenados a remar por sus encomenderos. La prOhibición se repi-
tió infructuosamente en 1570, en 1576 y en 1598, en ordenazas locales que
no fueron nunca respetadas 39 .
En varias ocasiones se intentó introducir la navegación de barcos mane-
jados por una tripulación de esclavos negros. Ya se ha visto cómo, por
ejemplo, Alonso de Olalla y Fernando de Alcocer fracasaron en esta empre-
sa, en 1560. En 1570 y 1578 se habla de nuevo de canoas con capacidad de
ochenta y cien «botijas». La «botija», como medida de arqueo, se refería sin
duda a la capacidad de las canoas para transportar vino, uno de los artícu-
los españoles de comercio más frecuente. De un testimonio de 1577 se des-
prende que una botija equivalía al peso de dos arrobas40 . A fines del siglo,
a raíz de la llegada del presidente González, vuelven a mencionarse «fra-
gatas», cuya capacidad era de 600 a 1.300 botijas. Al parecer, su empleo fue
pasajero pues en 1636 vuelven a mencionarse las canoas como el transporte
regular.
Un Auto de la Audiencia de 1568 (véase FD HNRG-VI-73), autorizó la boga
de 328 canoas desde Mompox y Tenerife, cada una manejada por diez in-·
dios remeros. En 1570, Juan del Junco limitó el número de canoas a 13l41•

36 AGI. Patr. L. 27 r. 6 y DIHC. VI, 155.


37 DIHC. X, 38.
38 AGI. Ind. Gral. L. 532 r. 1 f. 95 át. por A. Ybot León, op. cit., p. 237, Doc. 2.
39 AGI. Patr. L. 196 r. 4 y r. 24. Cf. también Ybot León, op. cit., p. 57, t. 65. No estarnos de
acuerdo con las fechas suministradas por este autor. Así, las ordenanzas de Juan de
Junco no son de 1560 sino de 1570. Cf. los docs. acabados de átar con las págs. 41, 59 y
239 de la oJ?ra de Ybot León. Supone _también que la visita de Juan López de Cepeda se
efectuó entre 1552y1560. Del período dE'! este oidor, parece claro que su visita tuvo lugar
entre 1567 y 1568. Se observa, de paso, que el documento átado en la pág. 323 como si
hubiera sido redactado entre 1550 y 1581 no pueae ser anterior a 1590 pues allí semen-
áona a Zaragoza, fundada en 1581, con tres mil esclavos, la áfra menáonada por el
presidente Sande.
40 AHNB. Rl. Hda., t. 38 f. 330 v.
41 AGI. Patr. L. 196 r. 4.
EL COMERCIO 395

Así, mil trescientos indios debían hacer tres viajes cada año. La navegación
del río se cerraba de marzo a mayo y de septiembre a noviembre, la época
de las lluvias.
Después de la visita de Antonio González, quien dejó redactadas nue-
vas ordenanzas sobre la navegación en el río a su paso para el Nuevo Reino
en 1590, se estimuló el empleo de esclavos negros. Para entonces, los indios
de Mompox debían haber disminuido en tal forma que el control de la
navegación lo tenían ahora propietarios de esclavos. Las ordenanzas del
presidente preveían el empleo simultáneo de negros y de indios en la na-
vegación de las «fragatas» y estipulaban que la tripulación de cada una
debía componerse de trece o catorce hombres. En las embarcaciones que
emplearan más de cinco esclavos negros se autorizaba un aumento propor-
cional en los fletes. Si el número de esclavos subía a diez, el propietario
quedaba en libertad de negociar los fletes sin someterse a la tarifa.
La navegación por el Magdalena y el control del tráfico por el puerto de
Honda, que pertenecía a la jurisdicción de Santa Fe, imponían servidum-
bres que las otras ciudades no se mostraban inclinadas a tolerar. Ya en
1543, Tunja había pretendido convertirse en un sitio privilegiado para el
tránsito sustituyendo a Cartagena por Maracaibo como puerto de entrada
a la Nueva Granada.
Pamplona, como se ha mencionado, se aseguraba el abastecimiento a
través del Río del Oro. Por eso, en 1557, el Cabildo comisiona a Juan An-
drés Varela

... para que vaya y visite la tierra desde la Matanza para abajo hasta el Río
de Oro, todo el término de esta ciudad, y tome la posesión del desembarcadero
de ella ... 42 . .

En 1580, el tráfico se desvió hacia el llamado «puerto» de Ocaña, a raíz


de la fundación del Puerto Nuevo de Orozco, a.16 leguas de Tamalame-
que43. . .
La ciudad dependió siempre de la mediación de otras regiones para su
abastecimiento. Por eso, en 1594, U:\10 de los encomenderos de la ciudad,
Cristóbal de Araque -un éomerciante que había llegado a ser regidor y
depositario de Pamplona-, quiso ensayar una nueva ruta para el acceso
de mercancías españolas, por Maracaibo, a través del río Zulia. La ciudad
apoyó esta iniciativa y el procur~dor Nicolás de Palencia solicitó que se

42 Primer libro de actas, cit. p. 200.


43 Cf. Páez Courvel, op. cit., p. 191, nota 2.
396 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

autorizara la navegación de dos o tres embarcaciones menores cada año


las cuales se sumarían en Maracaibo a las flotas de Nueva España y Tierr~
Firme para ir a España.
A esta petición se agregó una probanza destinada a explicar la facilidad
de la navegación, sin los riesgos de la navegación por el Magdalena, ame-
nazada esta última por los asaltos de los indios carares. Se ponía de pre-
sente, además, que ya no venían embarcaciones a la Nueva Granada tan a
menudo como antes (en 1590 y 1591 las flotas se abstuvieron de pasar por
Cartagena debido al riesgo de ataques piratas) y que el transporte de mer-
cancías de Cartagena hasta el Magdalena y de allí a Ocaña o a Honda -de
donde se llevaban a Pamplona- las encarecía aún más, a causa de los pe-
ligros del río y la escasez de los bogas 44 •
Las dificultades de la navégación por el río Magdalena se aumentaban
efectivamente con los asaltos de los indígenas no sometidos. Éstos acecha-
ban las embarcaciones en un trayecto demasiado largo, que iba práctica-
mente desde Mompox hasta Honda. Por esta causa, en 1601, el oidor Luis
Henríquez emprendió una campaña militar y logró establecer un fortín en
las Barrancasbermejas, en el que se mantuvo en adelante una guarnición45 •
La decadencia de los puertos sobre el Magdalena y su reemplazo suce-
sivo ilustra no sólo el esfuerzo por hallar trayectos más cortos sino también
la importancia mudable de las ciudades y de los centros mineros. Por eso
Tunja y Pamplona podían reclamar un puerto particular en el siglo XVI y
aun proponer una separación comercial de Vélez, de Santa Fe y de Carta-
gena para ser abastecidas directamente desde Maracaibo.
Honda sucedió como puerto a Rionegro, A_pgostura, San Bartolomé y el .
Carare. Su camino sirvió en cambio, desde su descubrimiento en 1555, a las
regiones de Santa Fe y de Mariquita. Por el contrario, el camino del Carare
fue perdiendo progresivamente importancia. En 1592 y en 1603 se intentó
abrirlo de nuevo pero en 1638 había sido abandonado definitivamente46 •
Otras regiones se convirtieron en sitios privilegiados para el comercio.
Los centros mineros de Cáceres y Zaragoza se mudaron convenientemente
para convertirse en puertos fluviales, de manera qué hasta ellos llegaron
canoas desde Mompox. Remedios tuvo su propio puerto en Nare, y Gua-
mocó en Simití. San Juan de Girón, una ciudad fundada en 1631, se convir-
tió muy pronto en un centro agrícola importante (se cultivaba tabaco y
cacao) con seiscientos habitantes eli 1650. Éstos se procuraron su propio

44 AHNB. Mise, t. 124 f. 167 v. ss.


45 Ibid. Rl. Hda., t. 17 f. 524 r. ss.
46 Cf. U. Rojas, Corregidores, cit. p. 237. AGI. Santa Fe L. 12 r. 1 Doc. 66A. ·
COMERCIO 397

acceso al Magdalena, a través del puerto de Botijas (o Cañaverales) sobre


el Río del Oro 47 . .
El mantenimiento de estos puertos y el cuidado de las «bogas» fueron
dejados a cargo de los particulares. Se trataba de simples enramadas en
donde las mercancías esperaban, casi a la intemperie, la llegada de las re-
cuas que debían internarlas por las cordilleras. Un Juan Pérez Cordero re-
cibió, en 1584, el privilegio de construir depósitos en Honda para atender
a las necesidades de los viajeros que querían llegar hasta N are para dirigir-
se luego a Remedios. El llamado «puerto» de Nare, por su parte, apenas
ofrecía un desembarcadero a las mercancías que se llevaban desde Honda.
Un capitán, Juan Ospina, quien comerciaba después de veinte años con los
habitantes de Remedios y que afirma conocer bien la ruta, declaró en 1675
que

... ~o ha visto en el dicho puerto de Nare haya habido casas de vivienda ni


que sirvan de bodegas ni otra habitación por ser muy despoblado, por cuya
falta se han perdido diferentes partidas de haciendas considerables por oca-
sión de las dichas bodegas y falta de seguridad dellas, y también por ser
camino muy áspero, de grandes cuestas, y para salir a las sabanas que lla-
man de Cancán y buscar avío de mulas para sacar cargas, dejan la hacienda
sm. mnguna
. segun"d a d ...48 ,

Los puertos mismos fueron arrendados a partir d~ 1565, cuando sus


rentas pasaron a la Corona y dejaron de depender de los cabildos munici-
pales. En ese año, Juan Rodríguez ofreció 1.250 pesos por los derechos que
debían pen:ibirse en Rionegro y 550 pesos más por los del puerto del Ca-
rare, por un térn:tino d~ tres años 49 • El Cabildo de la ciudad de Vélez se
opuso al principio, lo mismo que el de Mariquita. Las dos ciudades sostu-
vieron un largo pleito ante la Audiencia pero al final tuvieron que ceder.
El arrendatario percibía un tomín de oro por cada ~rroba de mercancía que
se trasladaba desde los dos puertos.hasta Santa Fe, Pamplona, Vélez, Vito-
ria o Remedios. El siguiente arrendatario, Fernando de Alcacer, sostuvo un
pleito en 1572 para cobrar también los mismos derechos sobre productos
de la tierra. En ese año había gran cantidad de harina y «bizcochos» que se
enviaban desde el Nuevo Reino para el abastecimiento de la plaza de Car-
tagena. Los comerciantes de Tunja se negaban a pagar el tomín pues en

AGI. Santa Fe L. 113. Información de 1650.


Ibid. Ese Cám. L. 773.
AHNB. Rl. Hda., t. 67 f. 228 r. f. 254.
398 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL l

este caso las harinas (que se vendían a 3 tomines la arroba) alcanzaban un


. • 50
prec10 excesivo .
El producto de la renta de los puertos aumentó rápidamente. El capitán
Diego de Ospina sucedió a Alcacer y pagó dos mil pesos anuales por el
arrendamiento51 • En el curso de los períodos siguientes se pagaron los mis-
mos seis mil pesos (por los tres años) pero en 1586 se remataron en diez
mil, incorporando a Cáceres y Zaragoza52 . La inseguridad respecto a la
llegada de las flotas, amenazadas por corsarios, hizo bajar la renta en los
años siguientes a nueve y ocho mil pesos53 • Pero a partir de 1600 continuó
el ascenso y en 1621 los derechos se remataron a Alonso Ruiz Galdamez,
en 27.000 pesos. La cifra se mantuvo para el período siguiente de 1624 a 1627.
Desde 1627, el período se prolongó a cinco años y el arriendo subió a 31.000
pesos. En 1635 se experimentó la primera baja importante pues no sepa-
garon sino 23.000 pesos por el quinquenio. En 1640, algunos poderosos
vecinos de Mariquita entraron en colusión para hacer descender aún más
el producto de la renta y obtenerla por sólo 19 mil pesos54 • En 1647-1653 se
obtuvieron de nuevo 27 mil pesos y 30 mil en 1653-165955 .
Los arrendatarios de los puertos solían ser comerciantes acaudalados y
los remates eran muy competidos. Regiones enteras pugnaban por contro-
lar los derechos. El postulante pujaba abonado por fianzas de los notables
de su ciudad, pues los pagos a la Real Hacienda se hacían año por año,
cuando ya se habían percibido los derechos. Los únicos riesgos en que se
incurría consistían en la eventualidad de que las flotas no llegaran a Car-
tagena o que los comerciantes lograran eludir la vigilancia de los arrenda-.
tarios.
Vecinos y comerciantes de Mariquita obtuvieron varias veces el arren-
damiento: Diego de Ospina, en 1575; Juan de Vidarte,-por dos períodos
sucesivos, en 1590 y 1593; Alonso Ruiz Galdamez, en 1621~ quien volvió a
arrendarlos en 1635, y en 1641 su yerno, Martín de Urquijo, qu~ en ese año
ocupaba el cargo de alcalde ordinario de Mariquita y pudo presionar sobre
los postulantes para hacer descender el arriendo a 19 mil pesos56 •

50 Ibid. t. 17 {388 v. AGI. Cont. L. 1293.


51 Ibid. Rl. Hda., t. 17 f. 474 r.
52 Ibid. t. 38 f. 330 r., t. 55 f. 396 r. ss.
53 Jbid. t. 55 f. 348 r. SS.
54 Ibid. f. 289 r.
55 AGI. Cont. L. 1583 y 1363.
56 AHNB. RI. Hda., t. 57 f. 911 r. ss.
EL COMERCIO 399

En 1621, un vecino de Zaragoza, Rodrigo Pereira de Castro, intervino


en el remate para ofrecer 5.500 p_esos por los puertos de Zaragoza, Nare,
Cáceres y San Jerónimo. Estos puertos producían un poco menos que los
de Mompox, Honda y Carare y posiblemente allí el contrabando era mu-
cho mayor. Los comerciantes que remontaban el Cauca y el Nechí desde
Mompox alcanzaban directamente los reales de minas o descargaban en
. y ranch enas
estancias , 57 .
En el período de 1653-1659 tomaron el arriendo dos socios, también de
Mariquita. En 1658, uno de ellos, Antonio Verdugo Coello, se quejaba de
haber experimentado pérdidas pues en todo el período sólo había llegado
a Cartagena una flota (en enero de 1654) y cuatro galeones. La guerra con
los ingleses había interrumpido el tráfico,

... cosa tan irregular y tan impensada, que desde que se descubrieron estos
58
reinos de Indias no se ha visto ...

El arrendatario pedía que se le rebajaran doce o seis mil pesos de los


treinta mil que había ofrecido pagar. Con todo, el fiscal argumentaba que
en realidad

... nunca ha cesado el comercio de los frutos y mercaderías de este Reino


con la costa, y todas las ciudades donde se saca oro, que importan mucha
cantidad, ni tampoco han dejado de venir algunas mercaderías de navíos
que h an entrad en ·eartagena...59
.º •
· ,

Así, a mediados del siglo XVII se confiaba en que el producto de la renta


fuera saldado por el comercio interno frente a las dificultades que crecían
para el comercio-español. No hay duda de que este último alcanzó suma-
yor volumen al mismo tiempo que crecían las cantidades de oro extraídas
en los yacimientos antioqueños. Es lo que indica el movimiento de navíos
registrado en Cartagena por Pierre Chaunu entre.1590 y 1610 y la evolu-
ción del derecho de alcabalas. El aumento posterior de la renta obedeció a
mayores imposiciones fiscales, especialmente el llamado «almojarifazgo»
que gravaba el mayor valor de las mercancías alcanzado por su interna-
miento. En 1622, el presidehle Borja quiso privilegiar el comercio interno
y dispuso que los géneros que bajaban a Cartagena desde el Nuevo Reino
pagaran apenas dos tomines por carga de derechos de puerto (privilegio

57 Ibid. f. 917 r.
58 Ibid. t. 64 f. 289 r.
59 Ibid.
400 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL¡

que ya existía para las harinas, el bizcocho y los jamones). Con esto se re-
bajaba el 80% de los derechos pues cada carga contenía diez arrobas que
usualmente deberían haber pagado diez tomines 60 • Un nuevo impuesto, el
de armada de Barlovento, introducido en 1635 y que debía gravar todas las
transacciones sobre frutos de la tierra, lo mismo que la epidemia de 1633
fueron respons~bles del descenso experimentado en el período de 1635~
1640.
La ruta del Magdalena no varió hasta mediados del siglo XVII, cuando
se abrió el Canal del Dique. Hasta entonces había sido necesario conducir
las mercancías a lomo de mula 22 leguas al interior desde Cartagena para
comenzar a remontar el río desde Barrancas. De allí hasta Mompox se em-
pleaban embarcaciones de cinco o seis toneladas, y de Mompox hasta Hon-
da canoas de tres o cuatro toneladas 61 . Las pérdidas en el curso del viaje
eran enormes. El viaje duraba veinticinco y más días y se estaba expuesto
a los ataques de indígenas no sometidos que hábitaban las márgenes del
río. Los viajeros y las mercancías se veí:l.n sujetos a toda clase de contra-
tiempos: el naufragio de las embarcaciones, el saqueo de las mercancías
por parte de los bogas, la intemperie.
Y, sin embargo, esta ruta fue casi la única para acceder a los altiplanos
del Nuevo Reino durante todo el período colonial. Desde allí las mercan-
cías españolas se distribuían a la región de Antioquia a partir de Mompox;
a Pamplona y a Mérida por Ocaña; a Vélez y a Tunja por el Carare; a Santa
Fe, al corregimiento de Mariquita y a la provincia de Popayán desde Hon-
da. Mercancías y sobre todo esclavos negros llegaban también a Cartago,
Anserma y Popayán a través del gran río. Puede decirse que la suerte de la
parte occidental de la Nueva Granada, tanto como la región oriental de los
altiplanos, estaba ligada a esta arteria. Sin embargo, en el curso de los
siglos XVI y XVII la provincia de Popayán buscó siempre una salida por el
Pacífico.
Más que a las minas, la ciudad de Cali debió su prosperidad en los prime-
ros tiempos que sucedieron a su fundación a su acceso al puerto de Buena-
ventura. La clausura de este puerto, a comienzos del siglo XVII, consumó
su ruina. Según la relación del padre Escobar62, Cali había sido en sus co-
mienzos un punto de afluencia de las mercancías que se traían de Buena-
ventura desde Panamá y Guayaquil. La ciudad había tenido hasta dos mil
y más habitantes españoles, y ocho mil indios de la cordillera.Occidental

60 !bid. t. 22 f. 930 r.
61 AGI. Santa Fe L. 12 r. 1 Doc. 66A. Informe del contador Juan de Sologuren.
62 CDI. I, 41, 438 SS.
EL COMERCIO 401

(los farallones) se ocupaban ·de cargar las mercancías a través de la sierra


que separa a la ciudad del océano Pacífico. En 1560, el visitador Tomás
López no halló más que mil cien de estos indios63 pero, todavía en 1567, los
oficiales de la Corona informaban sobre el gran movimiento de mercancías
que venían de Panamá y Nombre de Dios y cuyo comercio -decían- era
mucho más provechoso que en el Perú64 •
En este mismo año, sin embargo, el gobernador Mendoza Carvajal pre-
veía el acabamiento ineludible de los indios de la montaña, a menos que se
abriera un camino transitable por recuas hasta Buenaventura65 • Hacia 1580,
las previsiones del gobernador se habían cumplido, los navíos no llegaban
más al puerto y faltaba aun la sal indispensable para los ganados que se
mantenían en el valle del Cauca66 • La ciudad de Cali decidió entonces abrir
un camino, cuyos trabajos duraron diez años (hasta 1593). Este esfuerzo no
fue recompensado porque en 1601 el tráfico debió interrumpirse a causa de
los ataques de los c:hocoes. Éstos volvieron a asaltar el puerto en 1603 y las
pérdidas en mercancías depositadas se calcularon en cien mil ducados 67 •
Hacia esta época, el gobernador Vasco de Mendoza y Silva buscó otra
ruta a través del río Dagua en donde, como resultado, se descubrieron
yacimientos de oro. En 1602, Francisco Jaramillo de Andrada, un minero,
emprendió los trabajos que debían comunicar a Cali con el río. El proyecto
se abandonó muy pronto y Jaramillo afirmaba haberse arruinado con los
gastos 68 • .
En 163i, cuando el gobernador Bermúdez de Castr01se comprometía a
la apertura del Chocó, uno de sus socios, Cristóbal Quintero Príncipe (pro-
pietario y comerciante de Cali) intentó trasladar el puerto a esa región.
Según el gobernador, el nuevo emplazamiento ofrecía más ventajas para
comunicar la provincia con Panamá y con las minas de Toro. Ese mismo
año llegó allí un navío con treinta toneladas de sal y una gran cantidad de
botijas de vino 69 • El fracaso de este puerto debió seguir al del proyectado
establecimiento en las minas del Chocó.
Parece que el sucesor de Bermúdez volvió a abrir el puerto de Buena-
ventura. En 1638 se señala allí la presencia de un navio que había venido

63 AGI. Quito L. 60 cit. por J. Friede, Vida y luchas, cit. p. 232 ss.
64 Ibid. L. 19. Despacho de 1567.
65 Ibid.
66 Cf. G. Arboleda, op. cit., I, p. 100. .
AGI, Cont. L. 1449. Santa Fe L. 18 r. 3. Doc. 90.
Ibid. Quito L. 16. Despacho de 16.03. CCRAQ. II, p. 108. G. Arboleda, op. cit., II, pp. 120
y137.
AGI. Quito L. 16. Despacho de 163.
402 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL I

de Panamá. Debía tratarse de expediciones de contrabando más o menos


toleradas por las autoridades pues en 1641 aparece de nuevo el mismo bar-
co, sin registro y trayendo artículos vitales para el comercio de Cali: sal y
vino 70 .
Finalmente, en 1640, Jerónimo Paneso logró abrir el camino. A partir de
entonces, las explotaciones auríferas del Dagua y del Raposo cobraron im-
portancia para los habitantes de Cali y de Popayán y se reanudó el comer-
cio que había estado ausente de esta ruta C1.urante largos años.
La introducción de mercancías europeas a la Nueva Granada ofrecía,
pues, obstáculos tanto por el lado del Caribe como del océano Pacífico. Su
distribución, tanto como la de los frutos de la tierra, entrañaba dificultades
peores si no se podía recurrir a la navegación. El uso de los cursos de agua
(Magdalena, Cauca, Río dei Oro, Dagua, etc.) y de antiguas trochas indíge-
nas señalan la precariedad de la ocupación española. El trayecto de Santa
Fe a Cartago, por ejemplo, debía ser una primitiva vía de comunicación de
los aborígenes «descubierta» por los españoles en 1550. El mantenimiento
de la vía pesaba sobre las ciudades de Ibagué y Cartago. Los vecinos no
debían cuidar mucho de esta obiigación como lo prueba el hecho de que,
en 1627, el oidor Lesmes de Espinoza debiera comunicar su intención de ir
a Cartago para tener abierto el camino. Estando en Tocaima, recibió la no-
ticia de que los habitantes de Ibagué no habían podido salir a «aderezar»
el camino porque los indios de la región no habían recogido su cosecha de
maíz y faltaban mantenimientos. Finalmente, salieron algunos indios a
arreglar los caminos,

... pues sin este reparo fuera imposible pasar por ellos por ser como son y
.
es no t ono, ,
muy asperos y f ragosos ... 71

Estando en Ibagué, el oidor ordenó que salieran más indios, los cuales
deberían ser abastecidos por los vecinos dela ciudad. Después de cuatro
días de camino, Lesmes encontró al alcalde ordinario de !bagué que dirigía
una cuadrilla de 25 indios en el trabajo. Desde allí la obligación incumbía
a los vecinos de Cartago y el oidor tuvo que enviar otros cuatro indios para
que fueran
. 72
... picando el monte y aderezando algunos malos pasos ...

70 Ibid. Despacho de 1635. Cont. L. 1493y1494.


71 AHNB. Vis. Cauca, t. 1 f. 512 r. ss.
72 Ibid.
EL COMERCIO 403

La fragosidad de estas simples trochas, que el monte volvía a cubrir


muy pronto; impedía la mayor parte del tiempo el acceso de bestias. En los
primeros tiempos de la Audiencia, el empleo de los indios como bestias de
carga era general. Según la probanza levantada en 1551,

... en las provincias de Popayán y en la ciudad de Cartago y villa de Anser-


ma y Caramanta y Villa de Pasto, y en los demás pueblos de la gobernación,
se cargan ~os indios naturales, especialmente en la ciudad de Cali lleva cada
indio por una carga que trae de Buena Ventura a la ciudad de Cali tres
pescis y medio, y de la ciudad de Cartago, al paso de Meneses, que es en el
Río Grande de donde desembarcan las balsas, dan por cada una carga de
indio de mercancías un peso, es un ducado lleva el dueño del indio y los
3
dos tomines lleva cada ciudad de propios7 .

Cuando se abrieron caminos transitables para recuas, los indios siguie-


- ron empleándose co°:1o arrieros. Algunos sitios de tránsito forzoso como
,
1 Ocañay Villeta mantuvieron recuas que fletaban a los comerciantes. Algu-
1 nos encomenderos poseían sus propias recuas con las que sacaban los pro-
.1 duetos de sus haciendas a los mercados. Catalina Pineda, la mujer de Garci
Arias Maldonado, quien había heredado la encomienda de Guacamayas de
¡ Francisco de Monsalve, su primer marido, declaraba en 1574 que no tenía

... recua común -para andar con ella en tratos ni en granjerías como suelen
andar los arrieros rnmunes por este rein-0 sino tan solamente para llevar
1 la cosecha y aprovechamientos de nuestras labranzas y crianzas y demo-
74
ras ...

La señora, que estaba asociada con su marido en varios negocios, se


quejaba de que lüs vecinos de Ocaña se oponían a que ella pasara por la
villa hacia el desembarcadero con abastecimiento para Cartagena75 • Los mis-
mos ocañeros se oponían al paso de las recuas de un comerciante, Miguel
de Gamboa, y aun las de un personaje tan poderoso en Pamplona como
Ortún Velazco76 • . ·

73 Ibid. Cae. e ind., t. 74 f. 430 v. FCHTC. p. 12.


74 Ibid. Policía, t. 10 f. 855 r.
75 Ibid. Sobre las actividades comerciales de Catalina de Pineda, Not. la. Tunja, 1564 f. 113
r. 1568; f. 10 v. 1570 f. 121 v. La personalidad de la señora, tal vez üna de las pocas
mujeres que se hayan dedicado al comercio en esa época, aparece muy bien reflejada en
los pleitos que la opusieron a su hija, María de Monsalve, a quien quiso desheredar. AGI.
Eser. Cám. L. 760.
76 AHNB. Policía, Loe. cit.
404 HISTORIA ECONÓMICA

El particularismo de las «ciudades» siempre fue un obstáculo para los


comerciantes. Los mineros desconfiaban de ellos y los acusaban de contri-
buir al fraude de los quintos. Como lo muestra el episodio de la visita de
Lesmes de Espinoza en 1627, la incomunicación de los centros urbanos se
debía en gran parte a la imposibilidad de confrontar el poder central con
ciertas pretensiones de autonomía regional. Esto no quiere decir que en las
ciudades no hubiera demanda de artículos traídos desde España y que cir-
culaban por todo el Reino. Sólo que este comercio era posible por la atrac-
ción ejercida por la abundancia de metales, capaz de superar el obstáculo
de caminos casi inexistentes o de jornadas demasiado penosas a través de
las arterias fluviales.

LA MONEDA

Al tiempo de la Conquista española, los indios de los altiplanos estaban


acostumbrados ya a utilizar pedazos de oro en sus intercambios. Los
chibchas exigían oro de sus vecinos de tierra caliente a cambio de sal y de
mantas. Otros grupos en el occidente colombiano eran artífices y por eso
el oro figuraba entre los objetos que consumían y por el cual daban en
cambio sal o aun objetos de orfebrería. Naturalmente, se trataba en todos
estos casos de una mercancía más que se incorporaba al rango de los obje-
tos susceptibles de un trueque. Aún más, el oro elaborado por los artífices
se convertía en un objeto cultural o decorativo, que podía subrayar el pres-
tigio social, pero cuyo empleo como moneda era desconocido. Fueron los
españoles quienes aprovecharon de la acumulación de este tipo de objetos
y, a la larga, habituaron a los indígenas a su empleo como moneda.
Como se ha visto, los españoles que recibieron encomiendas en la re-
gión chibcha se obstinaron en sonsacar de los indios el pago de un tributo
en oro. Para éstos, sin embargo, el valor del metal sólo existía en función
de su uso. Por esta razón, acosados por los españoles, continuaban ligando
el oro con el cobre como·había sido su práctica en la orfebrería. En 1544,
casi simultáneamente, los Cabildos de Santa Fe y de Tunja deliberaron so-
bre el problema de estos pagos en oro de muy baja ley. Según el Cabildo
de Tunja, los vecinos y pobladores se perjudicaban por no poder pagar

... sin vejación y molestia lo que compran y contratan con los mercaderes
que a este Reino vienen, así con caballos como con otros mantenimien-
tos ... 77

77 Archivos cit. I, p. 9.
EL COMERCIO 405

El Cabildo de Santa Fe enfrentó la situación con un rigor muy propio de


los conquistadores. Se prohibió a los indios que ligaran el oro c.on otros
metales, so pena de ser desterrados al territorio de los muzos. No era otra
cosa que condenarlos a muerte, dadas las rivalidades entre chibchas y
rnuzos.
Con todo, forzados a pagar el tributo, los indios comprendieron el uso
del oro como moneda mucho más rápidamente de lo que suele admitirse.
En 1548, el gobernador Díez de Armendáriz observaba cómo los indios que
venían al mercado de Santa Fe exigían oro a cambio de las vituallas que
traían78 • Los indios no sólo necesitaban el oro para satisfacer el tributo sino
también para mantener sus antiguas práct~cas culturales. A pesar de la la-
bor evangelizadora de la Iglesia y de su obstinación en perseguir santua-
rios, celo en el que rivalizaba con los mismos conquistadores 79, los indios se
aferraban a esas prácticas y buscaban a menudo sustraer oro a la circula-
ción para mantenerla?ªº. Con todo, las cantidades de metal destinadas a
este úso debían ser insignificantes en relación con la masa total de los pa-
gos qúe los indígenas estaban obligados a satisfacer.
El oro acumulado por los chibchas y sonsacado por los españoles fue,
durante largó tiempo, la fuenté que alimentaba la circulación monetaria.
Se trataba de oro de baja ley (de siete a trece quilates) o piezas de «medio
oro» indispensables para las transacciones pequeñas~ Muchas veces debían
circular la piezas de orfebrería (tunjos) _que no son familiares y que se ex-
hiben en el Museo del Oro de Bogotá. Las huellas de·est'a práctica son abun-
dantes en la contabilidad de las Cajas reales. Así, los tributos se exigieron
siempre en oro de trece quilates o de «medio oro». Todavía más significa-
tivo, este mismo oro se pagaba en Tunja y Santa Fe para satisfacer las alca-
balas a partir de 1590, prueba de que el comercio interno se alimentaba con
los pedazos de metal (tunjos y guanines) que los indios ponían en circu-
lación.
En cuanto al oro de minas, cuya ley oscilaba entre los 19 y los 22 quila-
tes, estaba reservado al comercio al por mayor, es decir, a la exportación.
Los precios exorbitantes de las regiones mineras, de un lado, y, de otro, el
consumo excesivo de los mineros permitía a los comerciantes drenar el oro

78 DIBC. IX, 223.


79 Cf. U. Rojas, El cacique, cit. y V. CortezJ art. cit.
80 AGI. Santa Fe L. 22 Doc. 35 c. En un resumen de su visita, efectuada en 1635-1636, el oidor
Juan de Valcárcel insiste en la superviyencia de estas prácticas que atribuye a la evange-
lización insuficiente de los indios. El mismo persiguió con obstinación mohanes y
enterramientos.
408 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL¡

con la autorización del presidente González de utilizar fragmentos de este


metal como moneda.
Al margen de este circuito económico tradicional, mantenido a través
de la sujeción personal en las relaciones de trabajo y del tributo indígena,
existían las relaciones comerciales con la metrópoli .. La práctica había esta-
blecido, tanto p·ara el comercio al por mayor que se pagaba con barras de
oro como en las cuentas de los oficiales de la Corona, la contabilidad én
pesos de oro. Se trataba de una moneda de cuenta que valía en el siglo XVI
450 maravedís y que los oficiales reales calculaban reduciendo el oro baj 0 9I
a oro de ley de 22,5 quilates. Como se tallaban cincuenta pesos en cada
marco, el peso de oro equivalía a una pieza teórica de 4,6024 gramos 92 • Esta
moneda se revalorizó posteriormente varias veces sin que el valor que se
le asignara de 556 maravedís en 1578 o de 589 maravedís en 1612 ]laya
modificado la ley o el peso, puesto que el valor en maravedís era puramen7
te teórico 93 • .

El descubrimiento de los yacimientos de plata en Mariquita (1583) vino


muy oportunamente a colmar la falta de piezas pequeñas que se requerían
para las transacciones ordinarias. Hasta entonces, los comerciantes españo7
les habían recurrido con largueza a operaciones de crédito que acumulaban
en cabeza de sus clientes deudas lo suficientemente grandes como para ser
saldadas con oro de minas o con el oro de baja ley que provenía de los
tributos. En 1591~ cuando la producción de plata en Mariquita apenas co-
menzaba, el presidente González autorizó su empleo para pagar salarios y
abastecimientos 94 . - .
La producción de plata, sin embargo, fue siempre muy inestable a causa
de la falta de mercurio. En el momento en que llegaba una remesa de mer-
curio desde España, los mineros debían tomarla a crédito y recomenzar
trabajos interrumpidos en minas inundadas. Las deudas a la Caja real se
iban acumulando por este concepto y muchas veces faltaba la mano de
obra indispensable, pues ias conducciones de indios de Tunja y de Santa
Fe también se interrumpían.

91 De una ley ya muy elevada: 19 a 22 quilates el de Mariquita y Pamplona, por ejemplo~


El de Timaná, Anserma y Remedios tenía una ley más baja: 14 a 16 quilates. AGI. Cont.
L. 1301 a 1308. -
92 El marco español equivalía a 230.1232 gramos. Cf. J. M. Barriga Villalba, op. cit., I, p. 30,
Nota a).
93 AGI. Cont. L. 1568 Santa Fe L. 68 r. 1 Doc. 21 CCRAQ. II, 462.
94 Ibid. Santa Fe L. 17 r. 2 Doc. 51 f. 5 r.
EL COMERCIO 409

El privilegio otorgado de utilizar casi exclusivamente mano de obra in-


dígena pudo mantener la explotación de la plata en el curso del siglo XVII,
cuando los yacimientos de oro habían recurrido ya al trabajo de esclavos
negros.
Con todo, los costos de la explotación eran muy elevados. En el momen-
to mismo en que comenzaba el auge de estas minas, en 1590, el presidente
González redactó una
... relación de las minas de plata descubiertas en la ciudad de Mariquita y
designio y advertencias que el Doctor Antonio González, del Consejo de
India~ del Rey Nuestro Señor, ha apuntado y va siguiendo en beneficio de-
llas,..
5 .

En este documento el presidente consignaba sus observaciones sobre la


disposición de las minas y calculaba los costos de moler los minerales de
platá para extraer el metal. El funcionario suponía que cada quintal de
estos minerales contenía un promedio de cinco onzas de plata pura y que
cada indio empleado en las minas podía sacar doce quintales por semana.
Sobre estas bases, los costos serían los siguientes: ·

COSTOS DE MOLER DOCE QUINTALES DE MINERALES DE fLATA

Salario del indio 12 reales


Herramientas '8 reales
Transportes 36 reales (3 X 12)
Molienda 96 reales (8 X 12)
Sal 24 reales (2 X 12)
Pérdida de azogue 84 reales (7 X 12)
Total 260 reales

Éste, pues, era el costo de 7,5 marcos de plata para (5 onzas x 12) o sea
de 375 reales (tallados 50 en cada marco). Así, la utilidad de 105 reales sólo
podía mantenerse si el contenido de los minerales permanecía constante.
Este contenido debió dis~inuir en promedio en el curso del siglo XVII,
además de que periódicamente faltaban el azogue y la mano de obra indí-
gena.
Entre 1592 y 1596, la producción sobrepasó los cinco mil marcos anuales
pero luego comenzó a descender9 ~. Después de 1620, cuando Andrés Pérez

95 AGI. Patr. L. 196 r. 2.


96 Ibid. Santa Fe L. 137. Cont. L. 1568.
410 HISTORIA ECONÓMICA y

de Pisa se hizo cargo de las minas y logró aumentar las conducciones de


indios de Santa Fe y Tunja, se alcanzó un promedio anual de diez mil mar-
cos. En 1628, las minas se vieron privadas de nuevo de la mano de obra
indígena y la producción cayó a menos de dos mil marcos en promedio
anual97 .
El desplazamiento de las explotaciones de oro fuera del distrito de San-
ta Fe a fines del siglo XVI creó problemas respecto a la disponibilidad de
metal que debía enviarse a España. Desde 1611, los oficiales reales se que-
jaban de no encontrar en el mercado oro fino que debían trocar por el oro
de baja ley y la plata corriente que ingresaba a la Caja real de Santa Fe. Esta
anomalía se repitió varias veces y ella determinó finalmente el estableci-
miento de una Casa de Moneda en Santa Fe. La Casa se ordenó abrir el 20
de abril de 1620 y debía acuñar escudos y doblones de oro, reales y pesos
de plata y moneda de cobre o «vellón rico» 98 •
Hasta entonces, los cambios se habían resentido de una gran inseguri-
dad. Los comerciantes debían portar pesas y ninguno estaba al abrigo de
burdas falsificaciones 99 . Gran parte del oro que circulaba no había sido
siquiera fundido en las Cajas reales y, por lo tanto, su ley era incierta.
Los comerciantes debían calcular de antemano una merma del oro en
polvo que recibían. Si bien esto se prestaba a especulaciones provecho-
sas, creaba un margen muy grande de inseguridad. En 1597, por ejem-
plo, Martín de Hulibarri, dependiente de Juan de Arteaga, comerciante de
Santa Fe, le escribía desde Zaragoza:

... lo que al presente se ofrece es que tengo juntos para su cuenta de V.M.
mil y ochocientos pesos de oro en polvo, que-no sé lo que saldrá fundido
. que es como sa1e d e 1a mma
porque es t a, suc10, º
. ...10

En las regiones mineras circulaba el oro de la ley usual. en cada región,


más o menos conocida por la experiencia. En los altiplanos sólo se conocían
los pesos de «medio oro» que corrían como de 13 quilates pero que podían
oscilar entre siete y trece. El pago de salarios, y en general cualquier pago
estipulado en favor de los indígenas, presentaba dificultades prácticas, dado
el valor altísimo del oro con respecto a su peso. Así, un jornal -que solía
ser de un tomín de oro_:_ apenas significaba 0,57 gramos de oro. Esto ex-
plica que los'.pagos se hayan dilatado durante meses o que no se hayan

97 Ibid. Santa Fe L. 26 Doc. 11 f. 2 v.


98 Barriga, op. cit., I, Doc. 1 p. 151 ss.
99 AHNB. Min Sant., t. único f. 740 r. ss.
100 Ibid. Min. Ant., t. 3 f. 53 r.
EL COMERCIO 411

efectuado nunca. Encomenderos y propietarios preferían pagar en especie


y los mismos indios perpetuaron un circuito económico tradicional, ajeno
a las prácticas españolas.
La Cédula Real que ordenaba la acuñación de moneda en la Nueva Gra-
nada estipulaba que los tipos de moneda que deberían batirse serían
... escudos sencillos y de a dos reales de a ocho y de a cuatro y de a dos
sencillos y medios cuartillos de vellón rico ligados a cuatro marcos de cobre
. 101
y uno de plata ...

Con todo, la práctica estableció que sólo se labraran escudos, doblones


y moneda de plata (reales y patacones). Estas acuñaciones satisfacían sin
duda las necesidades del comercio con España pero dejaban desamparadas
las transacciones internas cuando eran pequeñas y, sobre todo, las relacio-
nes económicas con la sociedad indígena. Según la disposición real, estas
monedas tenían un valor demasiado elevado. Así, se tallaban 67 reales de ·
plata en cada marco, lo que daba un peso igual a

230,1232_ = 3,43467 gramos


67
El real de a ocho (peso de plata o patacón) equivalía entonces a 3,43467
x 8 = 27,48 gramos. - '
En cuanto a la moneda de oro, se tqllaban 68 escupos en cada marco, o
sea:
230,1232
Peso de un escudo = = 3,38416 gramos
68
La relación entre los dos metales se fijaba, pues, así:
Ratio = marco de oro 1.088 reales = 16 2388
marco de plata 67 reale~ '
Aunque se autorizó también lá. acuñación de moneda de cobre

... para la contratación Y. comercio por menor de dicho Reino ... 102,

esta medida apenas tuvo efecto. Se trataba de «vellón rico», aleación de


cuatro partes de cobre por una de plata (es decir, ley de 0,200 de fino). Esta
acuñación debía hacerse en Cart~gena, la principal plaza. comercial de la

101 Barriga. op. cit., I, p. 152.


102 Ibid. p. 31 y 154.
412 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL!

Nueva Granada. Los comerciantes de Cartagena se opusieron y lograron


detener la acuñación. Su punto de vista era el de comerciantes mayorita,..
ríos, dependientes del monopolio sevillano, que aspiraban a recibir siem-
pre «buena moneda». Sus intereses no coincidían, en todo caso, con el de
las masas indígenas del interior del Nuevo Reino, que ahora gozaban de la
condición de asalariadas. La ausencia de moneda fraccionaria las cortaba
del circuito económico monetario y perturbaba la exacciones de encomen-
deros y propietarios. ·
Es curioso anotar que la acuñación de la moneda comenzó precisamen-
te en el momento en que la crisis de la producción del oro alcanzaba su
apogeo. La plata acuñada en los primeros años (63.890 marcos desde 1627
hasta 1632) provenía de la acumulación de lo que había sido extraído de
Mariquita y Pamplona y que solía circular como moneda (plata corriente).
La nueva moneda tenía 34 maravedís por real (272 maravedís cada peso),
en tanto que la plata corriente pesaba un poco más: 39 maravedís por real
o 312 cada peso. Esta diferencia explica que la plata haya acudido inmedia-
tamente a la Casa de la Moneda, en tanto que el flujo del oro sólo se regu-
larizó después de 1640 (véase Gráfico 12).
En 1630 y 1634 se acuñaron 66 mil pesos oro en promedio cada año.
Durante el quinquenio siguiente, el promedio se eleva al doble y se duplica
una vez más entre 1640 y 1644. Con todo, estas cantidades apenas repre-
sentaban una fracción de lo que se había producido entre 1595 y 1599. A
partir de 1660, las cantidades de oro amonedado apenas sobrepasan los
dos mil marcos anuales. Sólo hacia 1680 se opera una pequeña recupera-
ción (se sobrepasan los tres mil marcos anuales), cuando se pacifica la re-
gión del Chocó. Sin embargo, será preciso esperar hasta 1720, cuando se
prod1=1cen las reformas administrativas del organizador del virreinato,
para ver afirmarse esta tendencia.
La acuñación de la moneda de oro no nos informa sobre· el movimiento
de los bienes ni sobre otros sectores de la economía que no sean el comercio
exterior. Sólo los pagos de los grandes comerciantes se saldaban con esta
moneda, destinada a salir del Nuevo Reino. Las fluctuaciones de este comer-
cio deben coincidir con la masa de metales producidos y acuñados aunque
el volumen total sea diferente, dada la frecuencia de los fraudes y la salida
del oro sin ari\onedar. Ateniéndonos a la sola tendencia de la curva, puede
decirse que durante casi todo el siglo XVII, en comparación con el período
anterior a la fundación de la Casa de la Moneda, el comercio sufrió un
estancamiento con una depresión muy fuerte hacia 1660 y hacia 1695.
La circulación de la moneda de plata ilustra mejor las condiciones inter-
nas de la economía. Que las grandes fortunas criollas se avaluaran en pesos
COMERCIO 413

de plata (patacones) o en plata corriente muestra la acumulación de este


metal en el interior del país. A pesar de las irregularidades de la acuñación
de la plata, su acumulación permitió mantener la hegemonía económica de
los altiplanos en medio de la pobreza general. En cierta medida, las regio-
nes en donde circulaba la plata eran las que conocían los beneficios del oro.
Era de allí de donde salían los «frutos de la tierra» y descendían por el río
Magdalena hasta el Nare y Mompox para alcanzar los centros mineros de
Remedios, Cáceres y Zaragoza. Los mineros mismos cambiaban gustosos
oro en polvo por estas piezas de plata que les permitían una mayor estabi-
lidad en sus transacciones. . .
Ya se.ha visto, sin embargo, el costo demográfico de la producción de
plata en Mariquita y Pamplona. Después de 1670, su acuñación fue cada
vez más rara y en 1690 se producen verdaderas revueltas en la Nueva Gra-
nada ante la escasez de moneda fraccionaria 103 . La exigencia de este tipo
de moneda indica sin duda un desarrollo social que tendía a eliminar el
circuito tradicional de los intercambios indígenas. Para esta época, su peso
numérico debía haberse invertido con respecto al de las masas mestizas
que ejercían oficios artesanales, cultivaban pequeños lotes de tierra dentro
de los antiguos resguardos indígenas o ejercían el comercio al por menor
(tiendas y pulperías). Dentro de ellos debían contar~e asalariados que ya
no se contentaban, como los indígenas, con recibir pagos en especie puesto
que no estaban ligados por una relación.de cuasiservidumbre.

Los COMERCIANTES y sus OPERACIONES


La ciudad colonial era una unidad cerrada cuyo núcleo inicial estaba cons-
tituido por algunas familias de vecinos. La rigidez de las relaciones socia-
les estaba determinada en gran parte por el carácter inmutable de los lazos
familiares. Nada más fuerte que estos nexos ni más complicado que lama-
deja de intereses que implicaban. En la ciudad, el poder y el éxito econó-
mico dependían de los apoyos familiares, sea para lograr un privilegio, sea
para encontrar garantes de ,una operación y aun para intimidar a terceros,
en caso de conflicto, con la solidez de una situación bien establecida. Como
un todo, la ciudad reaccionaba en defensa de los intereses de sus vecinos
y en ocasiones la suerte de cada uno parecía ligada indisolpblemente a la
del resto.

103 Ibid. p. 104.


414 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL 1

Dentro de este contexto, la situación de los comerciantes parece un poco


ambigua. En la mayoría de los casos se trataba de gentes desarraigadas, en
espera siempre de un golpe de suerte que les permitiera regresar a España.
Lo que escribía Juan de Alvis a Pedro de Során el 20 de abril de 1568 pare-
cía un sentimiento generalizado entre los comerciantes:

... es menester se compre esto y con esto quedamos en pie, placiendo a Dios,
para nos ·rr 1
a a·tierra a d escansar ... 104

En los primeros tiempos, los comerciantes fueron prácticamente los be-


neficiarios de las empresas de conquista. Apremiados por la necesidad de
capitales para emprender nuevas expediciones, los conquistadores les pig-
noraron a menudo las rentas de sus encomiendas o contrajeron con ellos
cuantiosas obligaciones 105 •
Los encomenderos, inmovilizados por sus compromisos hacia la Coro-
na (se suponía que deberían tener una casa habitada en la ciudad), no se
mostraban inclinados, durante el siglo XVI, a abandonar la tierra para via-
jar a España en busca de mercancías pues temían verse desposeídos duran-
te su ausencia. Muchas veces, cuando disponían de un capital, preferían
anudar compañías con comerciantes profesionales.
A primera vista existía una oposición de interés entre comerciantes y
encomenderos, acentuada por el confinamiento institucional de los estra-
tos sociales. Las ganancias de los comerciantes fueron siempre mayores
que la de los otros sectores sociales y se realizaban a expensas de éstos. Esta
circunstancia bastaba para atraer sobre los comerciantes la antipatía gene-
ral. No obstante, esta oposición tenía límites como lo prueba el incidente
de las alcabalas en 1592, cuando el interés de los comerciantes resultó ser
un motivo de identificación para la naciente sociedad criolla.
Encomenderos y propietarios no se reducían a ser meros consumidores.
Los encomenderos dominaban el abastecimiento local coi:llos productos
de sus encomiendas y muchos llegaron a emplear capitales en «ropas de
Castilla», asociándose en comandita con comerciantes profesionales.
En general, puede decirse que el comercio permeaba todas las capas
sociales. Se trataba, evidentemente, de una sociedad rural pero en la cual cier-
tas características señoriales, de un lado, y, del otro, las necesidades engen-
dradas por él extrañamiento privilegiaban el tráfico de géneros europeos.
Éstos alcanzaban precios tan halagadores que ni aun los mismos funciona-

104 AGI. Eser. Cám. L. 759 B.


105 Cf. por ejemplo. Not. la. Tunja, 1540, f. 17 v., f. 392 r., f. 387 v. etc.
EL COMERCIO 415

ríos reales desdeñaban aprovechar las ocasiones que ofrecían las Indias
para aumentar sus magros sueldos. Los dos mil ducados de salario acor-
dados a los gobernadores o los mil de los oficiales de la Corona parecen
haber sido insuficientes para pagar los precios demasiado elevados que
eran corrientes en la Nueva Granada. La situación de los funcionarios era
claramente desventajosa con relación a la de los encomenderos, por ejem-
plo, quienes sacaban de sus encomiendas todas las vituallas que necesita-
ban. Esta desventaja podía acentuarse aún más como cuando, en 1578, se
ordenó que el peso, moneda de cuenta, se tomara por 560 maravedís en el
pago a los funcionarios, mientras que en todo el Reino siguió valiendo 450
maravedís. Una pérdida, pues, de la quinta parte del salario de los funcio-
narios, que se calculaba en ducados, cuyo valor de 370 maravedís se con-
servó sin modificación106 . ·
Los funcionarios reales (oidores, gobernadores, oficiales del tesoro) so-
lían recibir franquicias de los derechos de almojarifazgo con el objeto de
que pudieran traer los muebles destinados a su uso, de acuerdo con el ran-
go de cada funcionario. De esta suerte, podían traer mercancías y algunos
esclavos, lo mismo que su comitiva. Ésta, muy numerosa a veces, se com-
ponía no solamente de sus familiares sino de sus «criados» o protegidos
que venían a engrosar los rangos de las gentes ávidas de un empleo, de un
beneficio eclesiástico, qe una encomienda y, en el peor de los casos, de una
comisión en las provincias. Para mantener el fasto de su casa, muy pocos
funcionarios dejaban pasar la ocasión efe traer mercarlcías para la venta,
sobrepasando la franquicia de almojarifazgo. El presidente Lope de Ar-
mendáriz, por ejemplo, hablaba de cien caballos cargados de mercancías
que el visitador Monzón había traído. Ésta no era una exageración: el visi-
tador había embarcado mercancías en siete canoas, cada una de 200 arro-
bas; es decir, que las mercancías destinadas supuestamente para su uso
¡representaban unas quince toneladas! 107. Denuncias de este género eran fre-
cuentes y alcanzaron a oidores como Lesmes de Espinoza y Juan de Valcárcel,
a varios gobernadores de Popayán y Antioquia y aun a algunos obispos108•
Sin duda, estas prácticas se juzgaban deshonrosas cuando se trataba de
funcionarios españoles. Mqc.ho más si en el curso de las operaciones se
echaba mano al contenido de las Cajas reales. Para los encomenderos que

106 AGI. Santa Fe L. 68 Doc. 21, CCRAQ. JI, p. 452.


107 Ibid. Santa Fe. L. 16 Despacho de 15 abr. de 1580 y AHNB. RI. Hda., t. 38 f. 330 v. ss.
108 AGI. Santa Fe L. 193 L. 17 r. 4 Doc. 142 L. 25 r. 3 Doc. 72 Quito L. 19. Despacho del
contador Palacios Alvarado, de 1611, y L. 16, carta de Sebastián de BelalcázarSarmiento,
de 1604.
416 HISTORIA ECONÓMICA y SOC!AI.; l

ocupaban con frecuencia cargos locales existía una laxitud mayor. Con todo
la costumbre había establecido que se utilizaran los servicios de un <lepen~
diente cuando se abría una tienda pública o que se ejerciera el comercio al
por mayor por medio de comanditarios.
El siglo XVII vio desaparecer paulatinamente los prejuicios que pesaban
sobre los comerciantes. En el siglo precedente, los comerciantes habían ejerci-
do su oficio en el seno de una corporación cuyos miembros eran fácilmente
identificables. Este confinamiento institucional les cerraba el acceso a las .
encomiendas o a ciertos cargos. Pero los cargos y las encomiendas fueron
perdiendo su prestigio. A fines del siglo XVII un comerciante, José de Ri-
caurte, se elevó a la cima de la sociedad criolla cuando compró el cargo de
tesorero de la Casa de la Moneda por cuarenta mil pesos de plata 109 • Bien
es cierto que desde hacía mucho tiempo los comerciantes habían estado
asociados a los puestos públicos ejercidos por criollos y españoles, al
menos de una manera indirecta. Eran ellos quienes casi siempre fiaban a
los candidatos y a menudo pagaban su insolvencia. Por esto les permitía
compartir los beneficios del poder dentro de ciertos niveles intermedios.
Contadores «ordenadores» (o de segundo rango), alguaciles, corregidores,
administrador~s de algunos bienes fiscales (salinas, Cajas de diezmos, Cajas
de bienes de difuntos), etc., todos estos puestos se multiplicaban capricho-
samente para sonsacar el dinero a una sociedad ávida de preeminencias o
de gentes deseosas de hacer una inversión estable.
Las operaciones comerciales eran de dos tipos. Por un lado, el comercio
al por mayor de bienes procedentes de España. Era este comercio el que
daba la calidad institucional de comerciante, por oposición a la de simple
«tratante». Los capitales más cuantiosos estaban dedicados a la importa-
ción de estos bienes y su consumo atraía la mayor parte del oro extraído de
las minas. Sin embargo, este consumo era muy restringido puesto que se
refería a bienes que satisfacían costumbres europeas: tefas, paños, aceite,
vino, quincallería.
En las operaciones comerciales de la época colonial interviene un factor
que debe tenerse en cuenta para comprender no sólo la mecánica de esas
operaciones sino también el margen extraordinario de sus beneficios. Se
trata del rit.p:i.o temporal lentísimo impuesto por las distancias y por el va-
lor demasiado elevado de la moneda. ¿En cuánto tiempo se esperaba recu-
perar un capital invertido en el comercio7_Esta expectativa dependía de la
presencia anual de las flotas, cuando el capital se enviaba directamente a

109 Ibid. Santa Fe L. 117 passim.


EL COMERCIO 417

España. Entonces las ganancias eran mucho mayores pero el ritmo de re-
cuperación mucho más lento. A fines del siglo XVI, cuando los comercian-
tes disponían de grandes capitales proporcionados por sus actividades en
los centros mineros, ellos mismos afrontaban los riesgos de traer cargazón
considerable desde España. A mediados del siglo XVII, los comerciantes
criollos preferían comprar las mercancías en Cartagena a mayoristas espa-
ñoles, quienes corrían con los riesgos de la inversión110.
Pero ni aun así la recuperación se lograba al término de las ventas en el
interior de la Nueva Granada. Generalmente, los lotes de mercancías se
vendían a crédito, mediante el otorgamiento de una escritura ante notario.
El comerciante debía esperar a que los funcionarios fueran pagados o a que
los encomenderos recibieran, cada medio año, sus tributos.
Para cobrar en Cartago la alcabala correspondiente a 1592, por ejemplo,
el funcionario receptor ordenó levantar una relación de todas las escrituras
notariales de ese año. Las operaciones ascendieron a un total de 241.713
pesos oro. De éstos, 15 comerciantes participaban con el 40%. Algunos de
entre ellos habían realizado operaciones individuales por más de 500 y de
mil pesos. El promedio, para todos (95.113 pesos y 384 operaciones) era de
250 pesos por venta. Tratándose de ventas tan cuantiosas, era natural que
se recurriera al crédito y a una escritura con fianzas suficientes. Un solo
comerciante, el capitán Juan Palomino, había vendido más de 34 mil pesos,
el 14% del total d·e las operaciones. PalQmino era teniE¡nte del gobernador
de Popayán y justicia mayor de la ciudad. Las mercancías que vendió ha-
bían sido traídas para él desde España por otro comerciante, un Diego de
Aponte. El capitán no era propiamente un «mayorista», en el sentido de
que vendiera mercancías a pequeños comerciantes que las destinaran a la
reventa, sino que operába directamente con los consumidores. Éstos eran
encomenderos, clérigos y mineros que se obligaban por sumas cuantiosas
para disponer de lotes de mercancías destinadas a su propio consumo 111 •
Un proceso que se siguió cont~a el comerciante Juan de Alvis en 1570
nos proporciona un ejemplo en donde este tipo de operación comercial se
describe en detalle. En 1568, Alvis trajo de España 17.303 pesos en mercan-
cías. De éstos, siete mil habfan sido aportados por el contador de la Caja
real de Cartagena, Pedro de Során. La muerte inesperada del contador
puso en evidencia el empleo fraudulento del Tesoro real en una operación
comercial. El proceso da cuenta de ~ada gasto de Juan de Ah.ris, y sus cartas

110 AHNB. Aduanas t. 11 f. 679 r.


111 Ibid. Vis. Cauca, t. 5 f. 756 r. ss. y Alcabala, t. 13 f. 221 r. ss.
418 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

a Pedro de Során, poco antes de su muerte, nos ilustran acerca de la men-


talidad con la cual se condujo la operación.
El 20 de abril de 1568, el comerciante comunicaba al funcionario sus
esperanzas de obtener ganancias superiores al 100%. Al mismo tiempo que
le aconsejaba discreción, lo instaba a mostrar cierta audacia, puesto que el
negocio era considerable:

... hay necesidad -escribía Alvis- de que vuestra merced no dé cuenta a


nadie de lo que aquí escribo ni tampoco de sus cosas, aunque es muy común
descubrirse a todos ... en este negocio no es menester cobardía sino abalanzar-
112
nos, pues va tanto en ello ...

Según el comerciante, era necesario escoger bien las mercancías. Se


mostraba preocupado por el gusto de los clientes, quienes mostraban pre-
ferencia por el paño negro y los encajes. El vino era un artículo de venta
segura mientras que otros eran desaconsejables puesto que los almacenes
de Santa Fe estaban abarrotados de ellos. Para guiar a Során en las com-
, pras, Alvis le prometía enviar una «memoria» de los géneros más deman-
dados en el interior. De resto, Alvis era categórico sobre un punto: para
atraer a los clientes y aumentar las ganancias no se debía proveer el alma-
cén de Santa Fe con pequeños lotes de mercancías comprados a precios al
detal sino que ellos debían disponer de cargazones enteras llegadas direc-
tamente a Cartagena en los navíos.
Esta preocupación de Juan de Alvis se explica dada la magnitud de sus
operaciones. Todas las mercancías eran distribuidas a crédito en Tocaima,
Mariquita, Ibagué, Vitoria, Remedios, Tunja; Vélez, Pamplona, La Palma y
Muzo, lo cual obligaba al comerciante a continuos desplazamientos y, se-
guramente, a escoger con cuidado a los deudores y a sus fiadores. Entre
éstos sólo se consideraban personas solventes: funcionarios (Lope de Rioja,
Juan de Otálora, Díaz de Martos), encomenderos (Hernán V-anegas), mine-
ros (Alonso de Olalla) o pequeños comerciantes locales. En cierto momento,
Al vis llegó a inquietarse de los rumores que corrían sobre la salud de uno
de sus deudores más considerables, el emprendedor Alonso de Olalla. Alar-
mado, el comerciante corre hasta Mariquita en donde encuentra al minero
ocupado en-sus negocios y en buena salud. Entonces escribe a su socio:

... Alonso de Olalla aquí entendiendo en sus minas, el cual me debe cinco
mil y tantos pesos, y aunque es persona muy abonada entendí estar mal

112 AGI. Eser. Cám. L. 759 B. f. 120 r. ss.


EL COMERCIO 419

dispuesto de calenturas y vínele a ver, al cual topé en el camino que iba a


113
su casa ...

Una vez reasegurado sobre la salud de su cliente, Alvis aprovecha la


ocasión para ir hasta Honda, en donde debe contratar el transporte a Santa
Fe de algunas botijas de vino que tiene en las bodegas.
A pesar de las lisonjeras esperanzas de los socios, el negocio concluyó
en desastre ..A la muerte de Során, los oficiales reales de Santa Fe embarga-
ron todos ~os bienes de Alvis y liquidaron el negocio por cuenta del Tesoro,
a favor del cual se había deducido un alcance al contador. Cobraron 44.926
pesos de las mercancías vendidas a crédito y embargaron en total 55.527
pesos ql,le estaban en poder de Alvis. Después de un largo proceso, éste
logró reducir su pérdida a 14.087 pesos, que era la parte de Során, contabi-
lizadas las ganancias. Con todo, la carrera del comerciante no terminó aquí:
en 1577 reaparece como secretario de la Audiencia. Su hijo, Iñigo de Alvis,
llegó a ser alcalde ordinario de Santa Fe y en 1631 ocupó el cargo de teso-
rero de la Casa de la Moneda114•
La decadencia minera entrañó seguramente una cotratacción en el co-
mercio. Parece también que, en el curso del siglo XVII, los comerciantes
criollos perdieron autonomía frente a los comerciantes españoles radica-
dos en Cartagena. Según una R. C. de octubre de 1666, en la última armada
los mercaderes que habían bajado a Cartagena sólo habían manifestado 54
mil pesos. Esta cifra no permitía el pag0 de cincuenta mil ducados que se
habían asignado al comercio de la Nueva Granada para pagar los derechos
de avería que se destinaban a financiar las flotas. Por esta razón el grava-
men se rebajó a veinte mil pesos de plata pero todavía en 1681 el comercio
local sólo había satisfecho 21.489 patacones y adeudaba los derechos cau-
sados por dos armadas. Según los comerciantes,

... no hallaban forma como se pudiera hacer (el pago) y más estando como
está en tanto descaecimiento su negociación por no venderse nada sino los
115
forasteros que han venido a esta ciudad con ropa y otros géneros ...

113 !bid. f. 128 r. Carta de 10 de j~o de 1568.


114 Barriga, op. cit., p. 35.
115 AHNB. Aduanas, t. 11 f. 744 r. Años más tarde, en 1674, se encontraban en Santa Fe varios
comerciantes de Sevilla y Cádiz. Algunos, como Juan Antonio de Quesada y Juan de
Salazar, vecinos de Sevilla, declararon sumas cuantiosas: ocho y veinte mil pesos de
plata. Un Francisco de Rivera, a quien le adeudaban escrituras por 19.000 pesos, declaró
tener «correspondientes» en Cartagena. Otros eran comerciantes más modestos. Como
un Miguel Gutiérrez, español también que apenas manejaba un capital de 800 patacones
y se dedicaba al comercio de «frutos de la tierra».
420 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

No hay duda de que el comercio en «ropas de Castilla» fue el más cuan-


tioso de la época colonial. Esta actividad canalizaba la casi totalidad de los
capitales disponibles y permitía una concentración de la que no podían gozar
ni la minería ni la agricultura. Con todo, los comerciantes se vieron afectados
por las incertidumbres de la explotación minera. La suerte de sus negocios
dependía de créditos acordados con largueza y éstos tenían que cesar en el
momento en que las actividades mineras comenzaron a decaer. Pero aun
entonces su participación en las utilidades generales en las minas sobrepa-
saba a la de quienes se ocupaban directamente en las explotaciones.
En 1692, por ejemplo, los oficiales de la Caja real de Santa Fe compro-
baron que en Popayán no había sino 17 propietarios de minas. Allí comenza-
ban a formarse grandes cuadrillas y sólo figuraban como mineros, a
diferencia de Antioquia por la misma época, personajes tradicionalmente
poderosos. Con todo, su participación en el producto bruto de las explota-
ciones no llegaba a veces sino al 10% y, excepcionalmente, hasta el 20%. El
resto quedaba en manos de los comerciantes, quienes aparecen como de-
clarantes en la Caja real 116 • En Antioquia también la participación de los
mineros en el oro declarado era mínima. Entre 1691y1695, de 86.251 pesos
manifestados en la Caja real, solamente 9.839 lo habían sido por propieta~
rios de minas, es decir, cerca del 10%. Según una anotación de los oficiales
reales, la mayor parte del oro había sido manifestado por

... mercaderes forasteros, tratantes y otros, de cobranzas y géneros que vendie-


117
ron, refiriendo ser oro de minas de la jurisdicción de la dicha ciudad ...

Por esta razón se atribuyó siempre a los-comerciantes la responsabili-·


dad de los fraudes en el oro que trasladaban de Santa Fe a Cartagena o de
Popayán a Buenaventura y Guayaquil, sin pagar los quintos reales. Desde
los comienzos del período colonial, los comerciantes sabían .procurarse mer-
cancías que cambiaban por oro en polvo con los contrabandistas. Hacia
1560, por ejemplo, existía en Tunja un mercado de esclavos. Éstos venían
de Venezuela, en cuyas costas fondeaban barcos de corsarios ingleses y
franceses 118 .
El fenómeno del contrabando se perpetuó a lo largo de toda la historia
colonial y pi:odujo como reacción la clausura de costas y de ríos a la nave-

116 AGI. Cont. L. 1499.


117 Ibid. L. 145 y L. 1446.
118 AGI. Justicia L. 516. Instrucciones del presidente Venero de Leiva al corregidor de Tunja.
Cit. por U. Rojas, Corregidores, cit. Ibid. Quito L. 16. Despacho del gobernador de Popa-
yán, Sancho Garáa de Espinar, de 1579.
EL COMERCIO 421

gación. El contrabando llegaba, sin embargo, al puerto mismo de Cartage-


na a través de los navíos extranjeros que se dedicaban a la trata de negros.
En la segunda mitad del siglo XVII, los comerciantes de Santa Fe llevaban
moneda acuñada a Honda y allí la cambiaban por oro en polvo antes de
proseguir su viaje a la feria de Cartagena119. La ruta de Honda presentaba
ventajas para los comerciantes que venían desde Quito, Pasto y Popayán
puesto que en Santa Fe podían hacer amonedar el oro en polvo que habían
obtenido en sus transacciones con los mineros. Así, las especulaciones mo-
netarias venían a reforzar las oportunidades abiertas para el contrabando
por el acecho de navíos de otras potencias europeas.
El oro era una mercancía como cualquier otra, que podía obtener mer-
cancías en retorno. No importa en dónde, ni a qué precio. La teoría econó-
mica de la época pretendía que el oro atraía la prosperidad, animaba el
comercio, estimulaba la agricultura, símbolo de riqueza o imagen más con-
creta de un tesoro que se acumula cuidadosamente y que aun si se gasta
con largueza permanece dentro de un circuito cerrado y puede retornar
siempre a su fuente original por los azares de la fortuna. Pero la realidad
estaba muy lejos de las especulaciones de los mercantilistas. El oro era, en
la Nueva Granada, un producto cuyos beneficios quedaban en manos de
los comerciantes. Ciertamente, el oro estimulaba el comercio, pero en una
sola dirección: la de Cartagena y la de la flota que llegaba todos los años
de Sevilla. El circuito económico se ampliaba así de una manera ilusoria y
no dejaba en retorno sino bienes que se consumían a .precios demasiado
elevados.
Al lado de este comercio prestigioso, que alimentaba la imagen de la
prosperidad o se presentaba como el síntoma más visible de una decaden-
cia, existía un comercio paralelo de «frutos de la tierra». Esclavos y mestizos
vestían mantas de lana o de algodón que subrayaban su condición social y
que mantenían una producción concentrada en los altiplanos. Este tipo de
manufacturas (los obrajes) que los encomenderos ~stimulaban entre los in-
dios, ayudados con cadenas y cerrojos, evitaba con frecuencia que éstos
fueran echados a las minas.
Los encomenderos se dedicaban también en cierta medida al comercio
de «ropas de Castilla». De esta manera, el dinero que se sacaba de los tri-
butos o las ganancias obtenidas en el comercio de granos y de frutos ·de la
tierra trabajados por los indios iban a engrosar la corriente comercial que
afluía a la metrópoli. Los mercado~ de las regiones mineras y de la plaza

119 AGI. Santa Fe L. 114. Proceso seguido en 1660 contra Benito Matorel y Femando Monte-
negro.
422 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL J

fuerte de Cartagena atraían las vituallas que producían las encomiendas y


proveían de capitales a los encomenderos. Desde las regiones de Tunja y
de Santa Fe se enviaban a Cartagena, a Mariquita, Remedios, y aun a Cá-
ceres y Zaragoza, harinas, quesos, jamones, alpargatas, mantas, pollos, etc,
Para el empleo de sus capitales en España, era frecuente la asociación
de los encomenderos. Garci Arias Maldonado, encomendero de Tunja, es-
taba asociado hacia 1560 con Juan de Fonseca, un comerciante, para traer
mercancías de España. Más tarde, en 1568, se asoció con Miguel Sánchez
con el mismo objeto. En enero de ese año entregaron a Fonseca ocho miÍ
pesos que éste debía emplear en «dos buenos navíos». La operación culmi-
nó en 1573, cuando se anularon las fianzas que había prestado Fonseca120.
La mujer de Garci Arias, Catalina Pineda, contribuyó también con parte
del dinero que había aportado su marido. Como se ha mencionado, la se~
ñora obtenía su capital de la comercialización de los productos de su enco~
mienda en Guacamayas. Los vendía no sólo en Cartagena sino también en
Mariquita. En abril de 1570, por ejemplo, otorgó un poder a Pedro Rivas;
un arriero que residía en Mariquita, para que cobrara en su nombre dinero,
, y esclavos que 1e d eb'ian en M anqmta
gana d os, mercancias . . 121 .
En 1583 encontramos un contrato semejante. Esta vez se conciertan P~
dro García Ruiz, encomendero de Toca, y Francisco Suárez de Villena, en~
comendero de Susa, cuya mujer, Catalina Ruiz Lanchero era pariente del
primero. Cada socio aportaba seis mil pesos que un comerciante de Moro~
pox, Diego Hernández·Rosado, debía emplear en mercancías-en Españá¡
Las ganancfas de esta operación sobrepasaron, como estaba previsto, el
100%. Pero todavía en 1597, Isabel Ruiz, heredera de Francisco Suárez, se
empeñaba en hacerse pagar la parte que haoía correspondido a su marido'.
No hay duda de que el capital inicial para estas empresas provenía de las
rentas obtenidas en las encomiendas. La misma Isabel Ruiz, quien decidió
vivir en España a la muerte de su marido, confió la administración de sú
estancia en Chiquinquirá a Antonio Mancipe, en 1596. Mancipe había lle~
gado a la Nueva Granada ~n 1574 y participó en las expediciones de Gas;;
par de Rodas. Asistió así a la fundación de Cáceres y Zaragoza, en donde
ejerció el cargo de contador. En 1598 heredó a su primo, Antonio Ruiz Man-
cipe, encomendero de Toca. Hacia 1600, Mancipe se dedicaba a un come~::
cio muy provechoso de ganado y de granos que vendía en Tunja, Muzo; La
Palma, Mariquita y Honda. En los centros mineros podía vender la arrobá
de harina a seis o siete tomines de oro de-veinte quilates, en tanto queen

120 Not. la. Tunja, 1564 f. 103 r. y 1568 f. 9 r. ss.


121 Ibid. 1570 f. 121 v.
EL COMERCIO 423

Santa Fe apenas se pagaba a cuatro tomines de oro de trece quilates. La rica


estancia de Chiquinquirá y su propia encomienda de Toca le permitían
mantener un almacén en Tunja, en donde los frutos de la tierra se codeaban
con las «ropas de Castilla». Según las cuentas de alcabalas, Mancipe era
uno de los encomenderos que realizaba, año tras año, las operaciones más
. 122
cuantiosas .
Con todo, a pesar de la seguridad de sus ingresos, los encomenderos no
podían rivalizar con la concentración de capitales que lograban los comer-
ciantes profesionales. Es característico, por ejemplo, que los Mancipe hayan
hecho construir la morada más fastuosa de Tunja y hayan dedicado una
capilla en la catedral con lienzos de Medoro. Las exigencias de una vida
señorial eran incompatibles con la austeridad requerida por un empleo más
productivo de los capitales.
Durante la primera década del siglo XVII, en la cual se insinúa la crisis
que va a cristalizar hacia 1615, pudo observarse cómo el volumen de las
operaciones de los comerciantes de Tunja tiende a disminuir. Al contrario,
la participación de los encomenderos mantiene cierta estabilidad123 • Pero,
evidentemente, existe una mayor concentración de capitales en manos de
los primeros. Un encomendero como Mancipe o Diego Holguín Maldona-
do o Francisco de Berrío nunca paga más de cincuenta o sesenta pesos de
alcabalas, en tanto que_un comerciante como Bartolofué de Cepeda o Diego
García de Robles tiene que pagar cien o doscientos pesos. Con todo, la si-
tuación de los encomenderos debía parecer envidiablé a los comerciantes.
Bartolomé de Cepeda, por·ejemplo, que vendía cerca de diez mil pesos en
mercancías cada año a comienzos del siglo, ~n 1606 compra tierras· a Diego
Holguín Maldonado. En los años siguientes ya no figura como comerciante
sino como «vecino» de la ciudad pero su contribución a la alcabala descien-
de a la mitad. Sebastián de Mojica Buitrón, quien en 1605 manejaba 5.410
pesos tomados a censo del convento de La Concepción y pagaba alcabalas
por la venta de otros cinco mil pesos en mercancías, compró en 1609 la
encomienda de Chitagoto para su hijo Félix de Mojica 124 .
Sin duda, los comerciantes aspiraron siempre, cuando no estaban simple-
mente de paso por la Nuevp.PGranada, a la consideración social que acom-
pañaba la posesión de tierras o de una encomienda. Ésta era, sin duda, una
base económica mucho más estable, no sometida a los riesgos y a los tra-

Eser. Cam. L. 762 B. f. 292 r. ss. Ibid. Santa Fe L. 164 r. 2 Doc. 15 f. 22 v. Cont. L. 1295
1602. AHNB. Alcabalas, t. 6 f. 120 r. ss.
Cuadro 29 de la pág. 382 Cap. V.
Alcabalas, t. 6 f. 139 r. ss. Ene. t. 31 f. 459 r.
424 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

bajos que implicaba el tráfico de mercancías. El comercio mismo que se


derivaba de los «frutos de la tierra» fue durante mucho tiempó privilegia-
do. No pagaba, por ejemplo, los derechos de aduana (almojarifazgos) que·
gravaban tan pesadamente las «ropas de Castilla». Cuando sobrevino la
crisis, este último refugio de la prosperidad criolla fue gravado también
con un impuesto destinado a sostener la armada de Barlovento. Como en
el caso de la alcabala, este nuevo impuesto (conocido con el nombre de
armadilla) estuvo a punto de provocar una seria crisis en el seno de la so-
ciedad colonial. Conocido en 1635, el gravamen vino a turbar aún más el
Nuevo Reino que todavía no se sobreponía a los efectos de la epidemia de
1633.
El impuesto de armadilla, destinado a financiar una armada que prote-
giera el tráfico por el Caribe, se basaba en el volumen creciente de los gé-
neros coloniales. Su establecimiento es indicativo de una inversión del
equilibrio entre este tipo de comercio y el que mantenía el monopolio e~?
pañol. Esto, al menos, era verdad para una región como Venezuela o las_
Antillas, en donde las plantaciones desarrollaban una economía que po_día
prescindir del mercado metropolitano. Éste no era el caso de la Nueva Gra,..
nada, en donde la producción de metales había estimulado un comercio
i~usorio y en donde, según el presidente Sancho Girón, los «frutos de lq.
tierra» apenas abastecían el consumo interno. Esta carencia era al menos
perceptible a los ojos. de los comerciantes después de la segunda mitad del
siglo XVII cuando afirmaban que, ·

··· aunque se presumía que la tierra era rica, no lo es por no tener frutos qué
comerciar a otras y faltar gente para la labor de minas ... 125 .

125 AHNB. Aduanas, t. 11 f. 738 r.


Capítulo VIII
LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII

EL PODER

U no de los lugares comunes en la historiograña tradicional en Hispanoa-


mérica y que casi reviste el valor de un axioma consiste en afirmar que las
autoridades coloniales eran «malas». La historia política identifica, de ma-
nera inexplicable, a los llamados «españoles» precisamente con esas auto-
ridades. Apenas sí vale la pena aclarar que esta identificación es arbitraria
y obedece a una distorsión de la perspectiva republicana del siglo XIX. En
la época propiamente colonial, la distinción entre «españoles» y «españo-
les americanos» no alcanzó nunca la relevancia que ,pudo prestarle la se-
gunda mitad del siglo XVIII. Rara vez, es cierto, los «españoles americanos»
alcanzaron situaciones de preeminencia en los rangos d~ la administración
colonial. Pero ésta era una desventaja que compartían con casi todos los
españoles de la península, a menos que éstos se hubieran iniciado en una
carrera burocrática. Por otra parte, las sociedades locales de españoles que
habitaban en América gozaban de un poder real que les hubieran envidia-
do no pocos de los habitantes de la península. Estas sociedades podían
reproducir modos señoriales de vida y aun gozar de las preeminencias del
poder político y social sin tener que asumir responsabilidades parecidas a
las que implicaban los juicios de residencia a los que se sometía a los fun-
cionarios de origen peninsular. ·
Estos juicios, los mismo que las visitas generales de los siglos XVI y XVII,
constituyen la fuente más segura para formarse una idea acerca de la ma-
nera como funcionaba la administración española. ¿Era tan mala corno lo
dejan entrever los cargos demoledores aducidos contra presidentes, oido-
res y oficiales de la Corona? Acusaciones de peculado, de copcusión y aun
de simonía eran moneda corriente y ni la vida privada de los funcionarios
se encontraba al abrigo de averiguaciones indiscretas. Estos cargos tenían
un fundamento cierto en un número suficiente de casos corno para dudar
de la devoción individual de los representantes de la Corona en América.
426 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

Pero los abusos de los funcionarios no bastaban para representarse los


verdaderos mecanismos del poder. Prescindiendo de los individuos que
encarnaban una administración deficiente y sin instrumentos adecuados
de coerción, cabe preguntarse por las fuentes reales del poder en América.
Aludir simplemente a la moralidad de los individuos que representaban el
sistema político colonial carece de sentido si se piensa en este sistema como
una abstracción. Existía, evidentemente un conjunto de leyes que regula-
ban, como en cualquier sistema político, la conducta de los funcionarios,
prescribiéndoles derechos y obligaciones. Y estas leyes eran indudablemente
buenas y benévolas, teñidas de paternalismo y preocupadas por el bienes-
tar de los indígenas y la quietud de los vasallos de ultramar.
¿Constituía este conjunto de leyes el verdadero sistema de la administra-
ción española? ¿O puede decirse que la voluntad dolosa de los funcionarios
las distorsionaba hasta convertirlas en una caricatura? Tradicionalmente,
la discusión acerca de la bondad del gobierno español ha girado en torno
al problema que plantean las Leyes de Indias y su incumplimiento por par-
te de los funcionarios. Se ha insistido hasta el cansancio sobre la excelencia
de las Leyes de Indias aunque, naturalmente, siempre puede argumentarse
que constituyen un monumento a la ineficacia. Para los historiadores de
raigambre liberal, cuya convicción ha sido fijada por la lectura lejana de
algún manual del siglo XIX, la maldad de los funcionarios españoles no
admite prueba en contrario. Estos hombres, designados por la monarquía
española, demuestran hasta qué punto la elección de funcionarios era des-
cuidada y cómo las colonias quedaban abandonadas a su suerte .. Por el
contrario, los hispanizantes ponen de relieve Ia sabiduría de las institucio- ·
nes e~pañolas. Aunque admiten que ningún poder humano hubiera podido
asegurar su funcionamiento perfecto, tal era el grado de,su benevolencia.
La rudeza de los tiempos, la distancia que separaba a la metrópoli de sus
colonias, las ignorancia de los indígenas, etc., dificultaba la realización de
las intenciones reiteradas de la Corona española. Simples accidentes que
no podrían poner en entredicho un simple ejemplar en muchos aspectos.
Sin embargo, el sistema de gobierno y la administración de las colonias
sugieren problemas que no tienen nada que ver con esta discusión entabla-
da ya hace demasiado tiempo. Si se mira de cerca el funcionamiento real
del sistema, pronto se percibe que existían relaciones concretas de poder
entre los funcionarios españoles y los administrados, los llamados colonos
o «españoles americanos», a quienes se identifica simplemente con los «es-
pañoles» o se les supone sojuzgados, de una manera semejante a la de los
indígenas.
LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO xvn 427

La exaltación del «criollismo» por parte de los primeros historiadores


republicanos ha creado suficientes equívocos sobre esta cuestión,. ¿En qué
momento los «criollos» dejaron de ser españoles? En el momento mismo
de la independencia, Camilo Torres afirmaba -por él y por todos los de
su casta- ser tan español como los descendientes de Don Pelayo. En esen-
cia, esto podía ser verdad. Pero lo cierto es que ya en el siglo XVI había una
sociedad de españoles americanos. El esquema usual que contrapone los
«españoles», es decir, los funcionarios españoles, a los «indios» suele prescin-
dir de las complejidades sociales creadas a raíz de la ocupación española. La
delgada película de hechos que hilvana la historia política tradicional no
puede penetrar siquiera los hechos más evidentes que plantea una sociolo-
gía histórica.
Dada la mediación de la encomienda, la administración española tenía
en realidad muy poco que ver con los indígenas. Sus intrusiones en este
- terreno siempre fueron mal vistas y peor acatadas. Ni aun la creación tar-
día de corregidores de indios permitió a la Corona ejercer sus benévolas
intenciones sobre ellos puesto que estos cargos casi siempre fueron ejer-
cidos por «españoles americanos». Ya se ha visto, por ejemplo, el pobre
resultado de las visitas de la tierra, la única ocasión en que la administra-
ción española se podía poner en contacto con los indígenas. Es indudable
que los «españoles» siempre vieron contrastado su- poder colonial por la
existencia de poderes locales. Puede inclusive afirmarse que este poder,
para ser ejercido realmente, tuvo siempre que negodarse con instancias
locales no institucionalizadas. No importa cuál fuera la actitud de los fun-
cionarios respecto a la(> Cédulas y reales órdenes emanadas de la Corona,
lo cierto es que su acción se veía circunscrita por relaciones concretas de
poder.
Para abordar la cuestión de las fuentes del poder y del funcionamiento
del sistema colonial español, es preciso entonces dejar de lado el examen
de las instituciones formales y seguir atentamente un desarrollo histórico
material. Las fuentes para el estudio de este desarrollo no son las Cédulas
reales ni las recopilaciones de las Leyes de Indias sino las visitas generales,
en ocasiones las visitas de \a~s tierras y los juicios de residencia. Todos estos
documentos sugieren un esquema casi invariable, en los personajes, en la
violencia apasionada de las aéusaciones, en las mezquindades que se exhi-
ben delante del Consejo de Indias.
Aunque los funcionarios estuvieran sometidos a un juicio de residencia
al término de su mandato, en ocasiones se precipitaba este acontecimiento
con la ocurrencia de una visita general. Estas visitas se originaban casi siem-
pre en un conflicto entre la sociedad criolla y los funcionarios y eran_pro-
428 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL l

vacadas por denuncias repetidas. Se encuentra por lo menos un caso en el


que la visita fue provocada por una sola denuncia: se trataba de una carta
anónima dirigida al Consejo de Indias el 16 de octubre de 1669 y en donde
se acusaba al presidente Diego de Villalba y Toledo de robos, hurtos, pecula-
do y simonía. Según el denunciante -probablemente un clérigo- la vida
del presidente habría sido francamente escandalosa puesto que sostenía
simultáneamente relaciones con una mujer casada y dos doncellas. El cargo
más grave, y que debió despertar el celo del Consejo de Indias, consistía en
que el presidente empleaba el Tesoro real en especulaciones comerciales1.
La visita podía confiarse a cualquier funcionario que saliera de España
a ocupar un cargo en América: oidores y fiscales de la Audiencia de Lima,
oidores de Panamá y Charcas y aun un obispo, el de Popayán, promovido
a Charcas. Se trataba de un negocio complicado que podía durar años en-
teros. Era también una prueba temible para el pobre funcionario al que le
tocaba en suerte. En ocasiones, los conflictos suscitados obligaban a relevar
una y otra vez a los visitadores de manera que la visita podía prolongarse
casi indefinidamente. Así, la visita inconclusa del licenciado Monzón fue
proseguida por Prieto de Orellana (1580), la de Saldierna de Mariaca, quien
murió en su transcurso, por Nuño de Villavicencio y todavía por Álvaro
Zambrano, ocupando toda la primera década del siglo XVII. Rodríguez de
San Isidro Manrique empleó cuatro años en la visita que tuvo por objeto
principal las composiciones de tierras (1634-1638) y Juan Cornejo se vio
expulsado por la violencia al cabo de un año, en tiempos del presidente
Manrique.
La labor de los visitadores parece, a primera vista, agotadora. Debían.
residenciar a cada funcionario de la Corona y a los regidores de las ciuda-
des, emprender la revisión de las cuentas de las Cajas reales, tomar muchas
de las decisiones de gobierno cuando suspendían en el ejercicio de su cargo
a presidentes y oidores, y luchar obstinadamente contra un· torrente de tri-
quiñuelas y de denuncias ante el Consejo de Indias. La menor indiscreción
(a veces obtenida mediante el soborno) del escribano de la visita, delante
del cual se exponía una multitud de testimonios capaces de comprometer
la honra de los funcionarios, podía provocar enfrentamientos abiertos con
las autoridad.es del lugar, mal dispuestas por anticipado ante la perspecti-
va de un juicio que se invocaba en secreto.
Los conflictos suscitados por las visitas sobrepasaban con largueza el
contexto de las responsabilidades administrativas de los funcionarios, Las

1 AGI. Santa Fe L. 58.


LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 429

averiguaciones daban lugar a revelar el juego sutil de un equilibrio y de un


verdadero reparto de poder entre los funcionarios en cuestión y las instan-
cias del poder local. Sobornos, favoritismos, concusiones, nepotismo o
abusos de poder, todos -o casi todos- los delitos que se imputaban a los
funcionarios desenmascaraban un juego de alianzas consentido en el que
los miembros de la sociedad criolla participaban ·como socios activos.
Ya se ha mencionado un primer conflicto originado por las pretensiones
de los encomenderos en el curso del siglo XVI. El fracaso de las visitas de
Monzón y de Prieto de Orellana a partir de 1580 revela hasta qué punto el
poder local de los encomenderos se ejercía sin contradicción. Un detalle
significativo: los encomenderos quisieron atraer de su parte al visitador
Monzón favoreciendo las pretensiones de su hijo a casarse con una de las
herederas más ricas del Nuevo Reino.
Durante el siglo XVII ya no eran los encomenderos quienes animaban las O
facciones sino que los ricos propietarios se emparentaban con funcionarios
de la Corona u obtenían para ellos mismos puestos de responsabilidad ad-
ministrativa en virtud de la venalidad de los cargos. La decadencia minera
y la depresión económica del siglo XVII hicieron todavía más evidente la
existencia de escalones intermedios del poder. En 1678, por ejemplo, casi
todos los pa_tricios de Popayán podían optar por un puesto en la adminis-
tración local. En este momento, la Corona ofrecía 24 oficios en venta, de los
cuales 19 eran regimientos en el Cabild9 municipal. Cqmo ya existían ocho
regimientos a perpetuidad, su número se elevaba a 27. Además, había ne-
cesidad de hacer eleceiones para otros puestos. Pero los vecinos elegibles
eran apenas 43, entre los cuales se contaban ancianos y propietarios empo-
brecidos que preferían no residir en la ciudad ante la imposibilidad de
mantener el prestigio dé sus casas2 •
El patriciado criollo buscó siempre captar a los funcionarios recién lle-
gados de España. Era raro el oidor, el funcionario de la Corona o aun el
presidente que podía resistirse a los halagos o a las presiones de esta socie-
dad. Si bien los funcionarios llegaban rodeados del aura de prestigio que
les confería el cargo y a veces añadían algunos cuarteles de nobleza, lo
cierto es que dependían de·11n salario cuyo monto era irrisorio si se le com-z
para con las rentas de algunos patricios locales. Así, no era raro que desde o
el comienzo se anudaran lazos de «amistad» entre los funcionarios y los
patricios criollos. Éstos llegaban hasta acordar una especi~ de protección
al funcionario sirviéndole como fiadores en el momento de tomar posesión

2 Cf. G. Arboleda, op. cit., I, p. 214.


430 HISTORIA ECONÓN[!CA Y SOCIAL I

de su cargo. En 1629, por ejemplo, los notables del Reino figuraban como
fiadores del contador Pedro Henríquez de Novoa: Francisco Beltrán de
Caicedo, Agustín Suárez de Villena, Juan Ortiz Maldonado, Cristóbal Cla-
vijo, Francisco de Poveda, Antonio de Ulloa Villarreal, Gaspar de Mena
Loyola, Juan Capa de Lagos. El hijo del contador, quien ocupó también el
puesto, recibió el apoyo casi de las mismas personas y de Francisco Martí-
nez de Ospina, Luis de Berrío y Juan de Zárate3 . Tratándose de los perso-
najes con mayor influencia económica y social del Reino, cuyas fortunas
derivaban de encomiendas, minas, haciendas y todo tipo de privilegios
acordados por la administración española, es natural que se vuelvan a en-
contrar los mismos nombres asociados a facciones muy activas en el mo-
mento de las visitas.
Los lazos entre funcionarfos y patricios locales podían encontrar toda-
vía un camino mucho más directo a través de préstamos locales de dinero
y de compañías comerciales. En 1635, el visitador San Isidro Manrique en-
contró que el oidor Francisco de Sosa debía más de dieciocho mil pesos, de
los cuales cuatro mil quinientos a Francisco Beltrán de Caicedo4 • Éste, que
mantenía innumerables pleitos en razón de la variedad de sus intereses
económicos, resultaba casi siempre favorecido por las autoridades al decir
del visitador5 • Hacia la misma época, uno de los rivales de Beltrán de Cai-
cedo, el español Andrés Pérez de Pisa, quien había sido contador ordena-
dor del tribunal de cuentas, ejercía el comercio en Santa Fe y, favorecido
por el oidor Juan de Vakárcel, monopolizaba el abastecimiento de ganados
en la capital6 . El mismo oidor poseía una recua de mulas que alquilaba a
los cornerciantes7 .
El arco toral del complicado sistema de alianzas entre la sociedad local
y los. recién llegados funcionarios lo constituían, en última instancia, los
lazos de parentesco. Corno en los linajes medievales, era el parentesco el
que reforzaba los simples acuerdos civiles o el que definíá, en el terreno
político, el campo de los amigos o de los adversarios. Podía ocurrir que el
funcionario llegara a ocupar su puesto acompañado ya de una numerosa
clientela de parientes y «criados» a quienes había prometido desde España
una encomienda, un corregimiento o una «comisión» remunerativa. Cuan-
do los beneficios del poder se repartían en esta forma, los patricios criollos

3 AGI. Santa Fe L. 58.


4 Ibid. L. 57.
5 Ibid. L. 193.
6 Ibid. L. 23 Doc. 23.
7 Ibid. L. 57. Despacho de 11 de agosto de 1635.
LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 431

se sentían desplazados y el funcionario solía ser blanco de una animadver-


sión declarada. Por el contrario, éste podía atenerse a los notables locales
para repartir los puestos y conseguir su apoyo. Este fenómeno explica en
gran parte la simpatía despertada por un gobernante como Dionisia Pérez
Manrique, quien, según el visitador Juan Cornejo, había colocado a José de
Pisa como alcalde de minas en Mariquita, a Juan-Gómez de Salazar,
8
... minero y el más rico y poderoso de aquella tierra ... ,

como gobernador de Antioquia, a Juan Chacón y Martín de Osa como com-


pradores de oro y plata en la Casa de la Moneda. Sus amistades abarcaban
notabilidades locales en las regiones mineras, como Jacinto de Arboleda,
en Anserma; Ambrosio de Salazar, en Timaná, y algunos otros en Cáceres,
Remedios y Guamocó.
Las alianzas y las simpatías eran todavía más seguras si el mismo fun..::>
cionario no desdeñaba el anudar lazos de parentesco con algún miembro
del patriciado. Así, el oidor Lesmes de Espinoza casó una de sus hijas con
Pedro de Osma Sanabria, lo que le valió a este último el otorgamiento de
una encomienda 9 . El oidor Pedro Baños Sotomayor casó también dos hijos
en el Reino y sus descendientes contaban entre los «nobles» 10 • Este tipo de
alianzas podía acarrear la destitución del funcionarip o su traslado pero la
tentación de mejorar una situación precaria era demasiado grande. Por
esto los rangos de los patricios criollos se nutrían ccm apellidos de fun-
cionarios: Acuña, Flórez de Acuña, Velásquez,' Mendoza (en Popayán),
Baños, etc.
Las facciones que solían perturbar el curso de las visitas se fundaban
pues en la identificación con intereses muy concretos, perceptibles a sim-
ple vista. Según Juan Cornejo,
... Desde que entré en esta ciudad reconociendo el estado de las cosas y la
calidad de las personas y sujetos, comprendí cómo.el presidente y capitán
general de este Reino tenía hecha coadunación con las personas poderosas
de ella y comprendidas en la Visita, para efecto de embarazar mis procedi-
mientos ... 11

Algunos presidentes, en efecto, pudieron poner de su lado a la sociedad


local para enfrentar las visitas y los juicios de residencia. En ocasiones, los

8 Ibid. L. 58.
9 Ibid. L. 114.
10 Ibid. L. 30 r. 1 Doc. 6.
11 Ibid. L. 58. Despacho de 26 nov. 1659.
432 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL I

patricios mostraban una adhesión demasiado sospechosa por el presidente


de turno. Cuando Juan Fernández de Córdoba, marqués de Miranda, quiso
renunciar al cargo pretextando una enfermedad, algunos notables, entre
quienes se contaban Diego de Ospina, Beltrán de Caicedo, Pedro Salazar
Falcón y Simón de Sosa, escribieron al Consejo de Indias instando a que se
quedara 12• En 1691, toda la «nobleza» del Reino protestó cuando el licen:..
ciado Fernando de la Riva Agüero, quien había sido nombrado oidor de la
Audiencia de Panamá, suspendió en el ejercicio del cargo al presidente Gil
de Cabrera y Dávalos para iniciar averiguaciones respecto a su administra-
ción. Esta vez figuraban entre las adhesiones al gobernante los nombres de
los clanes de Ospinas y Caicedos: Alonso de Caicedo Maldonado, su cuña-
do, marqués de Quintana de las Torres; Diego de Ospina y su primo, Jeró.:.
nimo Berrío13 . ·
Estas adhesiones se manifestaron de manera todavía más ruidosa eón
ocasión de la visita que practicó Juan Cornejo a la administración de Dio-
nisia Pérez Manrique. Cuando uno de los oidores quiso colaborar con el
visitador, su casa fue apedreada y se encontraron libelos en los muros. El
escribano de la visita fue sobornado y se obtuvo que el obispo Lucas Fer-
nández de Piedrahíta excomulgara al visitador de sus funciones, y el pre:.
sidente, que había sido suspendido, fue repuesto en las suyas 14 •
Según la versión del visitador Cornejo, esta medida desesperada de re-
beldía había sido inspirada por el temor de personajes muy importante de
verse desenmascarados. Evidentemente, si se da crédito a sus acusaciones,
muchos funcionarios tenían algo que temer: el presidente y el obispo prac.,.
ticaban la simonía al vender las doctrinas, el presidente recibía dinero tam:
y
bién por el otorgamiento de encomiendas corregimientos, el alcalde dé
miné;ls de Mariquita compartía beneficios abusivos con el presidente, eLt~:
sorero de la Casa de la Moneda cometía fraudes con los quintos del oro y
muchos comerciantes sacaban provecho al comprar oro· en polvo en los
distritos mineros para hacerlo amonedar en Santa Fe15 •
La actitud de los visitadores ante los abusos cometidos con los inClios
tenía que enfrentarlos también con un sistema de intereses creados. Ya se
ha visto cómo, por ejemplo, Prieto de Orellana había denunciado la usur-
pación sistemática por. parte de los españoles de las tierras de los indíge-
nas. El Cabildo de Santa Fe se quejaba en 1660 de que,

12 Ibid. L. 27 Doc. 42.


13 Ibid. L. 59. Carta del Cabildo de Santa Fe y de la «nobleza» del Reino, mayo de 1695.
14 Ibid. Santa Fe L. 58 y L. 114.
15 Ibid. L. 58. Despacho de 14 de ag. 1660.
LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 433

... el dicho señor doctor don Juan Cornejo dio acogida a causas y quejas de
los indios que tocaban al gobierno, y en favor de ellos hizo algunas demos-
traciones, oyéndoles en ellas y despachando jueces con crecidas costas de
los vecinos y personas contra quienes los indios introducían sus demandas,
de que resultó ensoberbecerse y tomar tal avilantez que no había servicio
de ellos y faltaban al respeto de las órdenes del gobierno, a la obediencia de
sus corregidores y doctrineros, con tal exceso que faltó quién beneficiase y
cultivase los campos y de que resultó daños irreparables en las haciendas,
así de sementeras como de ganados y demás géneros que con ellos se bene-
fician, de manera que hasta hoy se experimentan los efectos de este daño en la
16
falta de harina y otros géneros ...

El visitador, en efecto, había atendido las quejas de los indios de Sogamo-


so, suspendiendo del cargo al corregidor Francisco de Vargas. Esta medida
debió suscitar la más enconada oposición en los círculos más influyentes
puesto que el corregidor era hermano de Andrés Betancur, provincial de
los franciscanos, y de Marcos Betancur, quien había sido también provin-
cial de los dominicos.
Pero no siempre existió un acuerdo tan unánime para rechazar las con-
secuencias de una visita o de un juicio de residencia. A diferencia de las
visitas, los juicios de residencia eran practicados ppr el funcionario que
debía reemplazar al residenciado. Tal vez por esta razón, sus efectos no
eran tan aparentes como los de las visitas. No es probijble tampoco que el
juez procediera con el mismo rigor respecto a los funcionarios criollos puesto
que debía permanecer en el lugar una vez concluida la residencia. Es más,
todo parece indicar que se inclinaba más bien a atender las acusaciones
contra el funcionario saliente, que se convertía en un chivo emisario de
todas las faltas, reales o supuestas, cometidas bajo su administración. Los
abusos no compartidos por las instancias locales de poder creaban un cli-
ma de indignación moral muy propicio para reve~ar los malos manejos de
los funcionarios. Así, Sancho Girón,.marqués de Sófraga, resultó en 1638 con
57 cargos y fue condenado a pagar ochenta mil pesos para indemnizar los
intereses de la Corona17 • El marqués, es verdad, había tenido la mala suerte
de poner en vigor dos nuevós impuestos que gravaban a los sectores más
opulentos de la sociedad criolla: el impuesto de Armada de Barlovento,
· gravaba las transacciones internas, y la media anata, que afectaba no

Ibid. L. 57. El juicio de residencia fue instruido por el oidor Bemardino Beltrán de Gue-
vara.
434 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL I

sólo las composiciones de tierras sino también las reducciones en los quin-
tos que debían pagar los mineros. .
En 1672, el obispo Liñán de Cisneros acusó al presidente Diego de
Villalba y Toledo de simonías, peculados y otros abusos. El presidente
separado del cargo y exiliado en un pueblo de la sabana, se quejaba amar~
gamente de todos aquéllos de los que sospechaba haber puesto en su con-
tra. Éstos no eran otros que Diego de Ospina, descendiente de la familia
que había intervenido siempre en los asuntos políticos del Reino desde los
días del visitador Monzón; José de Mesa Cortez, caballero de Santiago, ca-
sado con una de las hijas de Gaspar de Mena Loyola, y Antonio Salazar,
secretario de la Audiencia, quien había sucedido en el cargo al hijo de Fran-
cisco Velásquez, el opositor del presidente González. El presidente Villalba
anotaba con razón que estos personajes eran los que causaban la intranqui-
lidad del Reino y los que querían supeditar a sus ambiciones a los funcio-
narios de la Corona. Salazar y Mesa Cortez, por ejemplo, habían provocado
ya la caída de Cornejo y a ellos se atribuía la responsabilidad de haber
colocado los libelos en contra del visitador 18 . ·•

LA SOCIEDAD DE LOS «ESPAÑOLES-AMERICANOS»

La sociedad española de la Nueva Granada vivía, en el siglo XVII, una vida


urbana a la modesta escala de villorrios que no sobrepasaban los cinco mil
habitantes. En el siglo anterior, sólo los habitantes privilegiados, los veci-'
nos, generalmente encomenderos, podían ser elegidos al Cabildo de la ciú::
dad. La creación de los regimientos perpetuos y la venalidad del targo lo.
hicieron menos exclusivo. En el siglo XVII se distinguía en Cali y en Popayán
entre ·«vecinos feudatarios» y «vecinos soldados», categorías que evocan
instituciones paramilitares o una especie de organización informal desti-
nada a la defensa contra ataques eventuales de los indígenas. Es posible
que en esta región, en donde se organizaron frecuentes expediciones con~
tra pijaos y paeces y los indígenas de Barbacoas y el Chocó, esta distinción
haya tenido un significado semejante. Muchos regidores exhibían título~
militares y algunos hasta llegaban a participar como caudillos en las expedí-:
dones. En las c;iudades dél Nuevo Reino, la distinción entre vecinos encomel\;
cleros y vecinos ordinarios parece equivalente aunque ya no se subrayara
en este caso la función militar atribuida originalmente a los encomenderos.
!O La vecindad, en todo caso, se había ampliado a todos aquellos españoles

18 lbid. L. 58 Despacho de 15 de jul. 1672.


LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 435

que poseían una casa poblada en el perímetro urbano aunque la democra-


cia tan alabada de los Cabildos quedara todavía reservada a los vecinos
«nobles», aquéllos que podían justificar cualquier grado de parentela con
los fundadores de la ciudad, o a comerciantes y mineros enriquecidos que
pudieran comprar el cargo.
En esta sociedad, cuya vocación parece haberse definido en un marco
netamente urbano, los únicos esparcimientos de la vida cotidiana eran su-
ministrados por las funciones públicas y por la satisfacción del rango que
cada uno ocupaba en las ceremonias de la Iglesia y del Estado. Según una
disposición del Cabildo de Tunja, la procesión del Corpus de 1585 debía
desarrollarse con un orden riguroso de la representación de los oficios, así:
1º sastres (por no haber armeros oficiales), 2º carpinteros y albañiles, 3º
herreros, 4º zapateros y curtidores, 5º arrieros, 6º indios y negros 19 . Este
ordenamiento, que recuerda la dignidad inherente a cada oficio, acordada
por convenciones medievales, indica también la posición de mestizos y ar-
tesanos españoles frente a la sociedad indígena y al estrato más elevado de
«vecinos» españoles.
Respecto a los indígenas, su estratificación derivaba -dentro de los
«pueblos de indios»- de su organización original. En las ciudades, como
se ha visto, su presenci~ obedecía casi exclusivamente al sistema de «mita»
urbana o a relaciones de servidumbre con un encomendero o sus familia-
res. En cuanto a los mestizos, como se verá más adelant~, casi siempre ejer-
cían oficios artesanales y pugnaban por hacerse a una «situación» dentro
del marco de una economía agrícola.
Las ciudades constituían, pues, el dominio casi exclusivo de la «repú-
blica de los españoles». Ellas eran el teatro de luchas por el poder y, sobre
todo, por la preeminencia social. Cuestiones de precedencia se suscitaban
a cada momento y se convertían en objeto de alegatos interminables frente
a las autoridades de la Audiencia y aun del Consejo de Indias. Un tema
aparentemente superficial, las querellas en torno a las precedencias hono-
ríficas, define bastante bien el espíritu que animaba al menos una parte de
la sociedad colonial, la de fos españoles americanos.
precedencia de los miembros de la sociedad criolla no se establecía
en relación con una población mestiza o indígena, cuya sUmi-
se daba por sentada, sino también en relación con el re@ién llegado, el
o el funcionario de la Corona colocado frente a los vasallos de

Repertorio Bm;acense, Nº 9, marzo de 1913.


436 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL¡

Jas Indias. En ambos casos se suscitaba una cuestión de competencia social


que los criollos hubieran querido resolver en su provecho.
Éste era, por otra parte, el aspecto puramente formal del problema más
sustancial del poder. Pues se sabía por anticipado que el poder de la Coro!
na era demasiado lejano para entrabar efectivamente el poder de hecho del
patriciado criollo. Parecía esperarse que la Corona sancionara, cada vez
que fuera necesario, los manejos de los notables o de lo contrario se la ig.,.
noraba simplemente. Cuando desde España se emprendía una acción más
vigorosa en contra de los abusos y de los pretendidos privilegios del patri...
ciado, quedaba siempre el refugio de los procedimientos interminables, de
las apelaciones y las probanzas interesadas, de tal manera que, al cabo d~
un proceso muy largo, la verdad y aun el objeto mismo de la averiguación
eran ya indiscernibles cuando no era que desaparecían los actores.
A menudo se atribuye el afán por las distinciones sociales a un rasgo
del espíritu español. Se pretende, por ejemplo, que los títulos de hidalgllí~
y aun de nobleza se discernían de tal manera que no tenerlos era más bien
un hecho excepcional. En América, estas distinciones fueron una canse:.
cuenda forzosa del reparto implícito de poder que establecía una especie
de equilibrio entre los principios de soberanía del Estado español y las pre-
tensiones provincianas de los naturales de las colonias. Sin hablar de fas
ventajas fiscales que derivaba la metrópoli con la venta de hidalguías~ car-'
gos honoríficos o el acceso a las órdenes militares.
Esta participación en un cursos honorem de segundo rango debía creár
en la capa dominante española categorías y compartimientos. En casi todás
las ciudades se reconocía la preeminencia de uno o dos patricios capaces
de congregar en torno suyo fidelidades de linaje y de detentar un puesto
honorífico como el de alférez real o alguacil mayor. En algunos casos, estos
personajes debían su situación a su ascendencia pues contaban entre sus
antepasados a algún caudillo notable. En la mayoría, sin embargo, era la
simple concentración de poder económico, unida a una vasta parentela, la
que determinaba las distinciones excepcionales. Así, no se sabría dist4t~
guir exactamente aquello que, en la persona o en la familia a la que se
pertenecía, definía el lugar o el rango de la preeminencia. Es indudable, sin
embargo, qu~ ésta se cristalizaba sólo en el momento en que se verificaban,
0
después de varias generaciones, injertos en un tronco muy conocido.Por
eso el privilegio de las alianzas familiare~ significaba un reconocimien.~o
implícito del «valor» del recién llegado. A falta de una denominación mejqr,
puede llamarse a esta estructura un sistema aristocrático.
o La venalidad de muchos cargos, introducida a fines del siglo XVI, con-
tribuyó a reforzar el poder de ciertos sectores de la sociedad criolla, Yál
LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 437

mismo tiempo, e.stimuló una alianza entre la nueva riqueza y el grupo más
cerrado de encomenderos. Como se ha visto, durante la presidencia de
Antonio González la venta de cargos se convirtió en un capítulo muy im-
portante de las rentas reales. No obstante, el presidente prefirió ver los
puestos ocupados por gentes de su confianza y proscribió su remate. Por
el contrario, su sucesor, el presidente Sande, recurrió con largueza a las
ventanas de cargos en pública subasta y se preocupó porque los adquirie-
ran ricos mineros de Remedios y de Mariquita 20 . El cargo más ambicionado
del Reino, la.vara del alguacil mayor, fue ofrecido en 1601 a Hernando de
Caicedo, minero de Remedios, por veinte mil ducados, suma enorme en la
época. Caicedo desistió de la compra y el puesto pasó a Diego de Ospina,
también minero de Remedios, por treinta mil ducados. Aunque el ejercicio
del cargo debía proporcionar al alguacil mayor no pocas ventajas, Ospina
insistía todavía en que se le asignara un puesto bajo el dosel de la Audien-
cia en las funciones públicas y en tener un asiento con cojines de raso al
lado de la corporación dentro de la iglesia21 • Los treinta mil ducados ofre-
cidos le obtuvieron sin duda estas muestras adicionales de consideración
y Ospina gozó del puesto hasta 163522 .
Las necesidades fiscales del Imperio multiplicaron los puestos que se
vendían en pública subasta. El Cabildo de Santa Fe contaba ya en 1601 con
catorce regidores con _derecho a voto. El presidenté Borja añadió cuatro
regimientos más y obtuvo por ellos diez mil ducados 23 • Con el correr de los
años, estas distinciones fueron menos deseadas, al mehos si tenía que pa-
garse por ellas sumas demasiado elevadas. En 1644, el presidente Martín
de Saavedra se quejaba.de que después de los días del presidente Borja los
puestos permanecían vacantes y ya nadie se apresuraba a comprarlos como
en otras épocas24 • · ·
Este fenómeno está asociado sin duda a una coyuntura económica des-
favorable pues los días en que los mineros de Remedios, Mariquita o Zara-
goza se trasladaban a las ciudades con el ánimo· de hacer una inversión
provechosa habían quedado atrás. Las dos primeras décadas del siglo XVII,
cuando apenas se insinuaba la segunda crisis minera, habían visto el éxodo
de los mineros más poderm¡q.s hacia centros urbanos en donde podían pro-
curarse un goce tranquilo de _las riquezas acumuladas. A mediados del

AGI. Santa Fe L. 18 r. 2 Doc. 81.


lbid. Doc. 9. Cont. L. 1602.
lbid. Santa Fe L. 22 r. 1 Doc. 9.
lbid. L. 18 r. Doc. 88 y 105.
lbid. L. 26 r. 1 Doc. 4.
438

siglo, los capitales ya no eran tan abundantes ni su colocación en la compra


de i:reemin~nc~as parecía tan seg~ra. La. venta de l?s cargos, sin embargo,
hab1a contnbmdo a desterrar la v10lenc1a que hab1a acompañado tan fre-
cuentemente las pretensiones de los encomenderos en el curso del siglo
anterior. En adelante, sólo algunos nombres atrajeron el poder y quedaron
en capacidad de detentar la influencia y el prestigio. Los cabildos, fuentes
de las «libertades» para unos pocos privilegiados, fueron perdiendo im-
portancia frente a esta concentración de poder.
Los encomenderos, ya se ha visto, recibieron un rudo golpe cuando se
los privó del monopolio de la mano de obra indígena entre 1598 y 1603. El
decrecimiento de su influencia se reflejó en la actitud de dos generaciones:
la de aquéllos que habían hecho fracasar las visitas de Monzón y Prieto de
Orellana y se habían opuesto a las reformas del presidente González, y una
nueva generación que colaboró con el presidente Borja en la guerra contra
los pijaos y llegó a obtener una participación en los asuntos de gobierno;
En este sentido, la actitud de un Diego de Osyina, «el Mozo», contrasta
con la de su tío, Diego de Ospina, «el Viejo». Este había sido soldado en
Flandes y había participado en la batalla de San Quintín. Llegó a la Nueva
Granada en 1561 y participó con su hermano Francisco de Ospina en la
conquista de Remedios y en la «pacificación» de indígenas rebeldes en el
valle del Magdalena 25 • En 1580 se vio mezclado en los conflictos que opo-
nían la Audiencia y los encomenderos a la autoridad del visitador Monzón.
En esta ocasión, la Audiencia solicitó sus servicios para que, al frente de
gente armada reclutada en la región de Mariquita, atemorizara a los parti:-
darios del visitador y redujera a éste a prisión26 • En 1600, la Audiencia I~
siguió un proceso en el que los cargos le hacían aparecer poco menos que·
como un facineroso: fuera de su actuación propiamente política, se enjui~
ciaba una serie de ilícitos que comprendían cuarenta y cinco acusaciones.
Ospina, jefe de una de las facciones de Mariquita, era aparentemente el
paradigma de caudillos de horca y cuchillo que mantenían su poder me:-
diante la intimidación y la yiolencia 27 . ·
El sobrino, Diego de Ospina, «el Mozo», mostró mejores aptitudes par~
ganarse la confianza de las autoridades. El presidente González lo encargó
de algunas misiones delicadas y colaboró con el presidente Borja en la gue~
rra contra los pijaos. Su actuación debió ser brillante pues Borja lo recom-
pensó con la gobernación de la provincia de Neiva y uno de los dominios

25 Ibid. Patr. L. 156 r. 6.


26 Ibid. Santa Fe L. 16, cit. por U. Rojas, El cacique, cit. pp. 164 ss.
27 Ibid. Santa Fe L. 25 Doc. 5.
LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 439

más extensos de la Nueva Granada en el valle del Magdalena, la nueva


frontera abierta a raíz de la guerra. Ospina, minero y encomendero de Re-
medios, se convirtió así en propietario territorial28 • Su hijo, Francisco de
Ospina Maldonado, le sucedió en la gobernación y se casó con Ana Maldo-
nado de Mendoza, entroncándose de esta manera con otra familia de pro-
pietarios y encomenderos de Santa Fe. La hija de éste, Catalina de Ospina,
estuvo casada primero con Antonio Villarreal; oidor de Santa Fe, y luego
con Diego Zorrilla, oidor en Quito. Francisca Zorrilla, hija de Catalina, es-
tuvo casada también con uno de los oidores de Santa Fe, Gabriel Álvarez
de Velasco 29 •
El poder político en las ciudades se perpetuaba a través de linajes y de
clanes sabiamente reforzados con alianzas matrimoniales. La preocupación
de los genealogistas, aparentemente desprovista de otra finalidad que no
sea halagar la vanidad provinciana, conduce sin embargo a los umbrales
de estudios más serios sobre verdaderas estructuras de poder. Juan Flórez
de Ocariz, el genealogista por excelencia, ¿no fue también acaso el autor de
un tratado sobre las encomiendas de la Nueva Granada, desgraciadamente
perdido? Innumerables transacciones (tanto en el terreno político y social
como en el económico) sólo pueden comprenderse a la luz de este tipo de
estudios sobre los linajes pues a través de ellos es como se transmiten la
propiedad, el prestigio de las alianzas, y en una palabra, el poder. Los ne-
gocios, las tierras, las minas, nada queda fuera de las previsiones familia-
res en cartas de dote, testamentos, donaciones y contral!os de todo tipo. Los
mismos puestos públicos, u.:i:ia escribanía, un corregimiento, un alguacilaz-
go, etc., se transmiten como un honor hereditario.
Nombres españoles· se injertan de cuando en vez al viejo tronco para
renovar la «purezá de la sangre» de que los españoles americanos se sienten
orgullosos y, tal vez en el fondo, perpetuamente temerosos de ver mancillada.
Funcionarios de la Corona (gobernadores, oficiales de las Cajas reales, magis-
, trados del tribunal de cuentas y aun oidores de la Audiencia), comerciantes,
militares de carrera y, no pocas veces, aventureros son acogidos en el seno del
patriciado criollo para ser iniciados en sus intereses. Al cabo de algunos años,
de una generación a más tardar, el nuevo nombre figurará entre aquéllos que
cuentan en la ciudad. Casadó con una dote, el español recibido puede contar
con un lugar en los negocios que decide gravemente el Cabildo: concesiones
de tierras o de minas y, en el mejor de los casos, de una encomienda:

28 Ibid. L. 17 r. 3 Doc. 130 a. L. 114. Patr. L. 156 r. 6.


29 Cf. Felipe de Vergara, Relación genealógica. Bogotá, 1962, p. 171. AGI. Santa Fe L. 25
Doc.5.
440 HISTORIA ECO!'{ÓMICA Y SOCIAL I

La resistencia de la sociedad criolla a las órdenes emanadas del poder


real dependía de esta capacidad de asimilación. Es lo que pudieron expe-,
rimentar a sus expensas los funcionarios demasiado celosos, inclinados a
introducir reformas capaces de vulnerar los intereses del patriciado criollo;
por eso debían plegarse a los hábitos y a los sobreentendidos de un equilibrio
de poder o arriesgarse a verse arrastrados a una lucha de facciones. Ésta
fue la suerte de los visitadores Monzón, Prieto de Orellana, Saldierna de Ma-
riaca y Juan Cornejo, y de los oidores Egas de Guzmán y Luis Henríquez.
El mismo presidente González se quejaba de la obstrucción de dos per-
sonajes, íntimamente vinculados a la sociedad criolla: el escribano Francisco
Velásquez, secretario de la Audiencia, y su hermano Rodrigo Pardo Das-
mariñas, factor de la Caja real y comerciante. Según el presidente, se trata-
ba de dos hombres,

... muy hacendados e interesados por sí y sus hermanos, hijos, yernos, so-
brinos y deudos que son tantos que no hay lugar en este Reino que no haya
muchos de ellos ni se pueden hallar dos leguas de tierra en el que no sea
por repartimientos, estancias, ganados y otras haciendas de los dichos ...,
mueven bandos y parcialidades y desensiones, valiéndose de los muchos
deudos que tienen y de los malos medios que usan procurando para sí y sus
deudos todas las :Jóreeminencias y aprovechamientos de la tierra, oprimien-
do la república ...
. .
A fines del siglo XVI y en el curso de la primera mitad del siglo XVII, este
tronco familiar agregó los nombres de algunos poderosos mineros: Olmos,
Berríos y Caicedos. En 1638, Tomás Velásquez., hijo del escribano y herede-
ro de la Secretaría de Cámara, se casó con la hermana del oidor Blas Robles
de Salcedo. Este matrimonio provocó un comentario del presidente Sancho
Girón para excusar la participación del funcionario: los contrayentes eran
de edad tan madura que él matrimonio no podía achacarse 'a una ligereza
sentimental sino a sólidas consideraciones de conveniencia31 • Los primos
de Tomás Velásquez eran los hermanos Caicedo, mineros de Remedios y
de Mariquita. Hijos de un español que llegó con el presidente Venero en
1564 y que probablemente hizo fortuna en los yacimientos de Vitoria y de
Remedios, los dos Caicedo ilustran la trama complicada de las alianzas y
del monopolio del poder, pues ambos desplegaron una energía sin igual
para conseguir puestos y honores.

30 Ibid. L. 17 r. 2 Doc. 79 f. 4 v.
31 Ibid. L. 22 r. 1 Doc. 20.
LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 441

En 1595, Hernando de Caicedo, quien había sucedido a su padre en una


encomienda y en la explotación de minas en Remedios, ofreció treinta mil
ducados por la encomienda de Turmequé, la cual había pasado al dominio
de la Corona32 . Como fracasara en su intento de conseguir una de las en-
comiendas más ricas del Reino, ofreció veinte mil ducados por la vara de
alguacil mayor. Entre 1600y1605 fue varias veces contador de la Caja real
de Remedios y, en 1603, alcalde ordinario de Santa Fe. En 1605 ofreció pa-
gar cuatro mil ducados por tierras de «El Novillero», cuya composición se
resistía a pagar Francisco Maldonado de Mendoza.
La carrera de su hermano, Francisco Beltrán de Caicedo, fue todavía
más notable. En 1600, siendo menor, su madre compuso para él la enco-
mienda de Suesca -,-que había poseído su padre- por mil pesos oro. En
1624, Beltrán compró el título honorífico de alférez real de Santa Fe por
cinco mil ducados, colocándose así a la cabeza del Cabildo. Fue alcalde
ordinario de la ciudad en 1615, 1630y1640 y depositario general. En socie-
dad .con Gaspar de Mena Loyola adquirió y explotó la mina de Manta en
Mariquita, de la cual se decía que era la más rica del Reino y por la cual
pagó cuarenta y tres mil pesos. El presidente Sancho Girón, marqués de
Sófraga, favoreció el casorio de su páriente Juan Vélez de Guevara, mar-
qués de Quintana de las Torres, entonces gobernador del distrito minero
de Zaragoza, con Jerónima, hija de Beltrán de Caicedo. En recompensa, éste
recibió el nombramiento de contador del tribunal de cuentas, un honor ex-
cepcional para un criollo. Como se esperaba, el flatrtante contador dotó
muy ricamente a su hija, sqlo que jamás pagó los cien mil pesos de plata
que prometió al marqués 33 • A su muerte, Beltrán dejó seiscientos mil pesos
a sus herederos, .de los cuales cuarenta mil para ser distribuidos en obras
pías.
Caicedos, Ospinas, Maldonados, Berríos, los nombres se repiten cons- 6
tantemente en el curso del siglo XVII, entrelazados en parentescos que se
reiteran y se entrecruzan. En cada ciudad de provincia ocurre otro tanto.
Al ojear las actas levantadas al comienzp de todos los años por los cabildos,
pronto se percibe que los «puestos honrosos de la república» recaen casi
siempre en las mismas personas. En Cali, por ejemplo, cuarenta y dos ape-
llidos se reparten 306 nomfüamientos de alcaldes entre 1566 y 1790. Est_o
significa que cada familia fue elegida siete veces en promedio. En realidad,
las elecciones son mucho más frecuentes en algunos casos. Trece miembros
de la familia Caicedo, por ejempl9, figuran treinta veces (.veintidós como

32 Ibid. Cont. L. 1295 Santa Fe L. 17 r. 3 Doc. 116 f. 8 r.


33 Ibid. Santa Fe L. 193. Despacho Nº 36.
442 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL 1

alcaldes de «primer voto», es decir, como representantes de vecinos en-


comenderos), entre 1647 y 1690. A partir de 1568 hasta 1768, ocho miem··
bros de la familia Cabo son elegidos dieciocho veces; también entre 1612 y
1777, cuatro Saas (el primero era un portugués, posiblemente ligado a la
trata de negros), dieciséis veces -uno de ellos ocho veces-, entre 1612 y
163634 •
La continuidad de los linajes no puede filiarse a partir de la Conquista
pues, como se ha visto, en muchos casos un nombre influyente podía apa-
recer mucho más tarde. Funcionarios, mineros o comerciantes se integraban
así en el seno de una sociedad ya establecida y compartían sus privilegios.
En algunos momentos propicios, el flujo de inmigrantes fue tal vez capaz
de alterar un patrón establecido pero estos momentos debieron ser muy
raros. Así, entre 1580y1610, el descubrimiento de nuevos yacimientos y la
actividad del comercio negrero debieron atraer multitud de inmigrantes.
En 1604, el corregidor de Tunja aconsejaba poner término a ese flujo des-
controlado, especialmente de portugueses35 • La crisis minera coincidió con
una disminución de estas oleadas. En 1618, los oficiales de la Corona calcula-
ban una disminución del 80% -una cifra se~amente alarmista- en la po-
blación blanca con respecto a las cifras de 159036 . En ese período, los españoles
que reclamaban alguna hidalguía fueron bien acogidos en el seno de las fami-
lias criollas, a veces numerosas y cargadas de hijas.
Ya se ha visto que puede describirse esta sociedad de «españoles ame-
ricanos» como una aristocracia. El control sobre la tierra y la servidumbre
disimulada por el tributo indígena la señalan también como una sociedad
señorial, en la que el factor racial contribuía a fijar la primera barrera entre
las castas. Sin embargo~ la estratificación -al menos en el sector español-
no se_ atenía a un patrón en el que la exclusividad del linaje o elementos
tradicionales jugaran un papel decisivo. Por su parte, la, palabra «casta»
designaba simplemente la pertenencia a una raza cualquiera· de las compli-
cadas variantes que resultaban del mestizaje y no podía evocar en ningún
momento una idea religiosa o algo parecido. En el sector español las barre-
ras estaban mal definidas y el patriciado era permeable a los recién llega-
dos y a los criollos enriquecidos. Si existía una discriminación con respecto
a los artesanos y a los que ejercían oficios «serviles», ésta no podía existir
en la misma forma cuando se trataba de una actividad mucho más renta-

34 Cf. G. Arboleda, op. cit., passim.


35 AGI. Santa Fe L. 56. Despacho de 30 de mayo de 1604 y L. 91. Despacho de 31 de ag. 1607.
Cit. por U. Rojas, Corregidores, pp. 253 y 291.
36 Ibid. L. 68 r. 3 Doc. 69.
LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 443

ble. Ésta es la razón por la cual no existió una distinción precisa que sepa-
rara a los encomenderos de los mineros, de los propietarios, de los comer-
ciantes y de los funcionarios.
Los conflictos entre criollos y españoles sólo se desarrollaron tardía-
mente y están ligados a una serie de factores que no pueden localizarse con
precisión sino a partir de la segunda mitad del siglo xvm. La oposición
bien conocida entre «españoles americanos» y funcionarios de la metrópo-
li, por ejemplo. En el curso del siglo XVII, estos funcionarios no pudieron
substraerse jamás a las alianzas, a las complicidades y a los matrimonios
de conveniencia que les ofrecía la sociedad local. A pesar de la prohibición
que sancionaba con la pérdida del puesto al funcionario que contrajera pa-
rentescos en el-sitio para el cual había sido designado, muchos infringierón
esta regla y se casaron en las Indias o casaron a sus hijos y parientes. El
presidente' Martín de Saavedra, quien se mostró especialmente puntilloso
- en esta materia, denunció varios casos de infracción. Así, el fiscal de la
Audiencia, Juan de Grijota, era un abogado oriundo del país37; el oidor
Gabriel Álvarez de Velasco se había casado con una señora de la familia de
los Ospinas38; los oidores Sancho de Torres y Gabriel de Tapias estaban
casados con dos limeñas y figuraban como padrinos de los hijos de Ospinas,
Maldonados y Venegas39 • Muchas familias de Santa Fe y de Popayán con-
taban en sus orígenes a algún funcionario real e innumerables beneficios ecle-
siásticos eran disputados para colocar a hijos y parientes de los oidores.
Naturalmente, el acuerdolácito que se derivaba del lihaje podía romperse O
en algún momento. Infinidad de pleitos entre parientes, en razón de heren-
cias o de créditos no satisfechos, dan testimonio de motivos ocasionales de
conflicto. Lo mismo podía ocurrir con las precedencias asignadas con mo-
tivo de las ceremonias públicas. Así, en 1644, con ocasión de la muerte de
Francisco Beltrán de Caicedo, se suscitó una vez más este conflicto secular.
En el momento de los funerales, los alcaldes de ia ciudad de Santa Fe qui-
sieron ir adelante de los miembros del Tribunal.de Cuentas. Éste puede
parecer un motivo de conflicto baladí pero, sin embargo, era el más fre-
cuente. Desde 1579, los oficiales de la Corona se habían quejado con amar-
gura de que el Cabildo municipal pretendía ocupar un puesto preferente
al lado de la Audiencia. A 'partir de entonces se elevaron ante el Consejo
de Indias infinidad de reclamos sobre este punto. El Consejo terminó por
prohibir la presencia de los oficiales de la Corona en cualquier ceremonia

37 !bid. L. 22 r. 1Doc.41.
38 !bid. Doc. 5.
39 Ibid. Doc. 12 y L. 26 Doc. 21.
444 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL l

que no estuviera prevista en el calendario oficial de celebraciones, en las


cuales las precedencias se establecían de acuerdo con el rango del funcio-
nario. Esta medida excluía prácticamente a los oficiales reales de la vida
social de la colonia puesto que, en calidad de particulares, debían conten-
tarse con un lugar al lado del «común» y aun de los indios en las ceremo-:
. que no reves t'ian una especia
mas . 1 so1emruºd a d 4 . º
¿Pero qué ocurría cuando el funcionario real era un criollo? Era impo-
sible impedirle asistir a los matrimonios, a los entierros o a los bautismos
de sus parientes. O de desconocer su calidad de funcionario real, por enci.,
ma del Cabildo municipal. Beltrán de Caicedo había llegado a ocupar un
puesto como contador del Tribunal de Cuentas y su sucesor era también
un criollo, emparentado, lo mismo que Caicedo, con las familias más po-:
derosas del Reino. Se trataba de Alonso Dávila Gaviria, casado con una
nieta de Francisco Maldonado de Mendoza. Esta alianza alineaba a su lado
veintidós encomenderos, entre los cuales se contaban Maldonados, Vene-:
gas, Ospinas y Caicedos.
En el conflicto que oponía este funcionario a los regidores de la ciudad
pueden discernirse claramente razones más profundas que el simple deseo
de subrayar precedencias. Se trataba, en el fondo, de la pérdida creciente
de poder y de prestigio de los cabildos municipales y de la colaboración
que prestaban en su desmedro algunos criollos a la administración metro-
politana. El Cabildo sostenía contra Dávila Gaviria que los puestos muni-
cipales habían _perdido su prestigio y que ya ni siquiera se vendían debido
a la actividad prepotente de los oficiales de la Corona. Éstos replicaban que
no eran ellos sino el presidente mismo de la Audiencia quien había inter-:
venido en las elecciones de los cabildos para asegurarse un apoyo político. ·
A partir de la presidencia de Antonio González 0590-1595), los cabil..:
dos habían perdido su control de hecho sobre los otorgamientos de tierras.
El sistema de los «conciertos», introducido bajo la presl.dencia de Sandé
algunos años más tarde, había reservado también el reparto de mano de
obra a la administración central y su control directo había pasado a los
corregidores designados por ella. Todavía más, la oposición de los cabildos
a las reformas fiscales de 1591 había sido abatida y en 1634 el presidente San-
cho Girón había intervenido en las elecciones de los alcaldes municipales
cuando los regidores y algunos notables de Santa Fe quisieron presentar
un frente de oposición a la «sisa» o impuesto de la Armada de Barlovento
. . 41
que gravab a e1 comerc10 mterno . -

40 Ibid. L. 68 r. 1 Doc. 23. Despacho de 23 jun. 1629. L. 17 r. 3 Doc. 137 f. 2 v. L. 54 passim.


41 Ibid. L. 22 r. 2 Doc. 78.
LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 445

Así, no es raro que algunos criollos hayan alimentado cierto resenti-


miento contra el sistema que los despojaba de su autonomía. Otros encon-
traron una manera de asimilarse al nuevo sistema y de incrustarse en los
rangos del poder. El mismo Dávila Gaviria se encontraba en conflicto con
otros propietarios de tierras debido a la escasez de mano de obra. El con-
tador había recibido en dote una parte del antiguo dominio de los Maldo-
nado, las estancias de Fu te y Tena, y compartía, por orden del presidente,
sesenta indios que quedaban en la encomienda de Bogotá, con la encomen-
dera, su mujer. Solamente seis indios de esta encomienda se destinaban a
los cultivos de Jacinto y Alonso Ramírez Floriano. Ahora bien, este último
había estado casado con la heredera anterior del mayorazgo de Bogotá, de
donde tal vez derivara su derecho a la mano de obra que empleaba de la
encomienda. Sin embargo, Dávila Gaviria se la disputaba, quejándose
de no tener indios suficientes para recoger una cosecha de mil fanegas de
. 42
trigo .
Así, el proceso de deterioración de los cabildos era paralelo a un crecimien-
to en los poderes de los presidentes y de la Audiencia. Esta tral}sformación
institucional traducía una pérdida de la influencia de los encomenderos y la
decadencia misma de la encomienda como sustento de un poder económi-
co. Pero estos cambios no hacían perder pie a un sector de los «españoles
americanos» que buscaban aproximarse a las nuevas fuentes del poder. En éJ . !
el fondo, era la larga crisis ~el siglo XVI! la que marcaba con ciertos rasgos ~
una sociedad muy débil demográficamente y que· debía apoyarse en los 0
.

signos de autoridad que iban afirmándose para poder subsistir.


Bien es verdad que el poder, el verdadero poder en cuanto este signifi- d
caba privilegios económicos y sociales, o el que implicaba la posibilidad de
seguir gozándolos en medio de una economía empobrecida y reducida a
los límites de la subsistencia, permaneció siempre ligado a la posesión de
la tierra. La estructura económica que había sido fundada en el siglo XVI y
que atribuía tanta importancia a los hallazgos de·oro era demasiado débil
y demasiado inestable como para desplazar en provecho de mineros y de
comerciantes los vínculos más sólidos fundados en la posesión de la tierra.
En una economía cada vez• más cerrada, era esta última la que alimentaba
los mercados urbanos y la que mantenía cierto movimiento. Por esto no
existieron nu_nca barreras inflexibles .entre los sectores que ejercían las ac-
tividades más remunerativas. Al cabo de una generación o cjos, las familias
de comerciantes afortunados podían aspirar a un regimiento en el Cabildo

42 Ibid. L. 54 passim. Vergara, op. cit., p. 171.


446 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL 1

de una ciudad o los mineros llegar a convertirse, cuando lo quisieran, en


propietarios de estancias. En el fondo, también era la coyuntura económica
la que fijaba ciertas reglas en las alianzas y en el juego complicado de los
matrimonios.
A medida que avanzaba el siglo, las intervenciones de los presidentes y
de la Audiencia eran cada vez más notorias en el seno de los cabildos. En
1684, el alguacil Pedro de Vargas denunciaba la intervención del presiden-
te en las elecciones del Cabildo de Santa Fe de 1682, 1683 y 1684. En 1692,
el Consejo de Indias decidía que, en adelante, los funcionarios españoles
deberían intervenir en la designación de las personas encargadas de abastecer
Pde ganado a las ciudades y en la distribución de las aguas43 • Los notables,
alentados por las autoridades españolas, buscaban ahora puestos subalter-
nos que los colocaban en situación de poder influir en las decisiones. Este
proceso, interrumpido en el siglo siguiente por las reformas borbónicas,
iba a engendrar los conflictos conocidos entre «españoles» y «españoles
americanos» y provocar la ruptura final.

Los MESTIZOS

El vacío creado por la catástrofe demográfica indígena tenía que resque-


brajar necesariamente los nexos de una dominación personal, reconocidos
en la institución de la encomienda. Estos nexos, sin embargo, nunca desa.:
parecieron totalmente con respecto a las «castas» inferiores de la sociedad.
O El monopolio sobre la tierra, las minas y el comercio iban a pesar sobre los
mestizos de una manera análoga a como habían pesado sobre los indios. ·
r:i En las instituciones sociales forjadas en el curso del siglo XVI, nada se
había previsto respecto a los mestizos que no fuera de una manera negativa.
Ésta es la razón por la cual el estudio de mestizaje -que debiera ser capital
para la comprensión de nuestras sociedades- plantea problemas comple~
jos y difíciles de resolver. Mientras que para los indígenas y para el sector
dominante de la sociedad se' poseen fuentes en abundancia, los mestizos
apenas merecieron una mención ocasional en los documentos oficiales.
·1il Este vacío no obedece a su importancia real en el seno de la sociedad
colonial sino más bien a una ausencia de identidad jurídica que permitiera
su asimilación; sea a los mismos indígenas, sea a los españoles pobres. Los
mestizos gozaban, ciertamente, de la condición de «libres», es decir,' de
personas no sometidas al pago de un tributo y, por tanto, a una sujeción

43 Ibid. L. 61 Despacho de 4 enero 1684.


LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 447

personal. Por lo tanto, estaban colocados, teóricamente, en el mismo rango


que los españoles pobres, generalmente artesanos o pequeños cult~vadores
y comerciantes. Los mestizos ejercían también oficios artesanales en las
ciudades (su permanencia estaba prohibida en los pueblos de indios) o
ejercían el comercio en pequeña escala («tratantes») o incluso llegaron a
poseer pequeñas estancias. A través de estas actividades, puede recelarse
su presencia en los protocolos de los escribanos o en las actas de los cabil-
dos municipales. Según estos últimos, los mestizos eran casi siempre una
fuente de conflictos en las ciudades, sobre todo con ocasión de crisis pro-
longadas.
La primera generación tuvo en su favor el privilegio de estar entronca-
da directamente con los conquistadores. Muchos de estos mestizos goza-
ron de consideración social y algunos recibieron órdenes eclesiásticas y se
desempeñaron como doctrineros 44 • En muchas causas de indígenas apare-
- ce como procurador ante las autoridades locales de Tunja Sebastián Ropero,
un mestizo, hijo de Martín Ropero, que había sido encomendero de Moni-
quirá. El encomendero de Cómeza, Ortuño Ortiz, reconoció como hijo a
Juan Ortiz, habido en una unión que duró veinte años con Elvira de Tena.
El reconocimiento y aun el hecho de que este hijo mestizo sucediera a su
padre en la encomienda no parece haber merecido el repudio o la desapro-
bación por parte de los compañeros del conquistador. Cuando, en 1563, la
india pidió un curador ad litem para reclamar la sucesión del encomendero,
el alcalde Diego Montañez designó para este efecto a Juan de Chinchilla,
encomendero de Chiramita. En el juicio que prosiguió para establecer la
filiación, Chinchilla hizo comparecer a Bartolomé Camacho, Diego Pare-
des Calderón ls Francisco Rodríguez, todos compañeros de Quesada y nota-
bles de Tunja 5 . El mismo Juan de Chinchilla tuvo hijos mestizos. En 1568,
su viuda, Inés Pinta, hizo donación de dos esclavos a los nietos mestizos
del que había sido su marido46 • En los testamentos de los conquistadores
es muy frecuente encontrar reconocimientos parec;idos o cláusulas de lega-
dos que favorecían a las madres indígenas.
El crecimiento de la población mestiza fue paralelo al de cierta hostilidad
de parte de la sociedad española, que pronto se tornó en prejuicio arraiga-
do y que acompañó al auge ttemográfico de los mestizos hasta el siglo XVIII.
A lo largo de toda la colonia se vio en ellos una fuente inagotable de dis- o
turbios, de pretensiones injustificadas y de ociosidad. Uno de los casos

44 Cf. R. Rivas, op. cit., passim.


45 AHNB. Ene. t. 26 f. 725 v.
46 Not. la. Tunja, 1568. f. 201 r.
448 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL I

más notorios en el que se utilizó este prejuicio como arma durante el siglo
XVI lo constituyeron los reclamos de cacicazgos por parte de mestizos. A
pesar de ser hijos de conquistadores, D. Diego de Torres y D. Alonso de
Silva disputaron durante mucho tiempo su calidad de caciques legítimos
de Turmequé y Tibasosa. Los dos mestizos encontraron el apoyo de sus
propios sujetos indígenas y del presidente Venero de Leiva. Sus encamen..:
deros y el protector de indios Alonso de la Torre arguyeron que se trataba
de gente indeseable por ser mestizos y que la experiencia había demostra-
do cómo éstos se mostraban más inclementes que los mismos españoles
para con los indígenas. D. Alonso de Silva alegó en su favor que, por el
contrario, los mestizos habían demostrado ser gente laboriosa y buenos cris-
tianos. Los encomenderos más influyentes de Tunja intervinieron para
apoyar una petición del procurador de la ciudad, Juan Rodríguez Parra,
que trataba de impedir el acceso de D. Alonso al cacicazgo.
Esta actitud se explica por el hecho de que los conflictos que opusieron
en 1580 los encomenderos a los funcionarios, venidos de España como vi-
sitadores, habían hecho sqrgir temores a propósito de la actitud que irían
a asumir los mestizos. El más influyente entre éstos, D. Diego de Torres, go~
zaba de la protección del visitador Monzón y esto ocasionó que el Cabildo.
de Tunja ordenara confiscar todas las armas que se encontraban en poder
de los mestizos de la región. Se elaboró una lista que comprendía setenta
y cinco nombres de mestizos que habitaban en Tunja. Entre ellosrun enco-
:i mendero, Juan Ortiz, y otro que llegaría a serlo más tarde, Miguel de Par-
'" tearroyo. Se mencionan también trece artesanos: tres herreros, tres sastres,
)·'... cuatro plateros (el oficio más considerado), dos silleros y un zapatero. La ·
0
..J mayoría parece haber estado compuesta por «calpixques» o por pequeños
cultivadores. Estos últimos ponían de presente su lealtad hacia la Corona
y se quejaban de no tener tierras puesto que todas habían sido distribuidas
entre los regidores y los vecinos españoles:

... nos hemos recogido algunos de nosotros a las estancias que nuestras te-
nemos en -que aramos y labramos, y algunos de nosotros que no las tene-
mos, alquilando tierras para el dicho efecto, con que sustentamos nuestras
mujeres e hijos ... y otros con un poco de ganado que criamos en algunos
pedazos de tierra, que son bien pocos los que se nos han dado y proveído
por el cabildo de Tunja porque se tienen toda Ja mejor y más della los dichos
47
vecinos y regidores de la dicha ciudad ...

47 AGI. Eser. Cám. L. 824. cit. por U. Rojas, El cacique, cit. p. 138.
LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 449

Esta controversia relativamente temprana (1571-1580) ilustra la quere-


lla que habría de perpetuarse a lo largo del período colonial. Los mestizos,
como lo afirmaba D. Alonso de Silva, ejercieron oficios artesanales en el
ámbito urbano y no podía tachárseles de gente ociosa o especialmente de-
pravada. Con todo, dado el carácter de dualidad social que se imponía a
todas las relaciones por la presencia de dos grupos raciales y, sobre todo,
el confinamiento de estos dos grupos en áreas definidas (ciudad-campo).
que componían un esquema de dominación muy simple, la presencia de lJ
los mestizos no hallaba acomodo sino corno grupo subordinado en el ám-
bito urbano. Tan pronto corno. escapaba de esta condición, atraía hacia sí la
desconfianza y hasta el odio. Además, su crecimiento tendía a romper el . ,
confinamiento urbano al crear una población flotante, forzosamente ociosa,
que debía emigrar a los campos para buscar un medio de vida. Al principio
pudieron jugar un papel intermedio corno administradores o calpixques de
- las encomiendas, contratándose por un salario fijo o, más a menudo, por
una participación en los frutos de las cosechas. Este tipo de contrato era tan
beneficioso para los encomenderos corno para los mestizos y por eso no
resulta extraño que éstos, como administradores de los intereses de los en-
comenderos, hayan justificado la creencia general de que se trataba de gente
codiciosa, dispuestos siempre a explotar inrnisericordernente a los indios.
La ciudad era, pues, un medio más propicio a las actividades de los
mestizos. Allí encontraban oportunidades de alcanzar puestos como escri-
banos y procuradores, de ser curas y pequeños comefciantes, de ejercer
oficios artesanales. Los puestos más elevados les eran, no obstante, inacce- ')
sibles. Cuando por alguna circunstancia excepcional los alcanzaron, fue-
ron acusados de villanía o de actuaciones que, con o sin razón, los mismos
españoles no concebían que se cometieran entre ellos. Así, el hijo natural
de Belalcázar fue acusado de cobardía48 , y del hijo de Gaspar de Rodas,
para quien su padre quería la sucesión en el gobierno de la provincia de
Antioquia, se afirmaba que había apuñalado nada menos que a un oidor
de la Audiencia49 . Algunos mestizos llegaron a actuar ante la Audiencia
como procuradores o escribanos, tales como Martín Camacho, Juan Sán-
chez, Diego de Aponte y Lázaro Xuarez. Unos pocos llegaron a ser regidores:
Diego García Zorro, cuyo hermano era canónigo en el capítulo de Santa Fe,
y Antonio Verdugo y otros, encomenderos: Cristóbal Riaño, Miguel López
de Partearroyo y Francisco Ortega50 •

48 Cf. Aguado, op. cit., II, p. 559.


49 AGI. Santa Fe L. 17 r. 2 Doc. 67 f. 51.
50 !bid. L. 38 r. 1 Doc. 18 Cont. L. 1301.
450 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL 1

Mientras los mestizos fueron una minoría, su asimilación no parece ha-


ber sido tan problemática, aun si eran objeto de un desprecio mal disimu-
lado o de la sospecha de ligereza. Según el presidente González,

... el inconveniente que hay de tenerlos (los oficios) en su facilidad en cual-


51
quier cosa y regularmente la opinión de poco crédito ...

Pero en el curso del siglo XVII la presencia de los mestizos fue tornándose
demasiado notoria. En 1631, el visitador Rodríguez de San Isidro compro-
bó que la mayoría de los doctrineros eran mestizos52 • En 1650, el presidente
Fernández de Córdoba observaba que

... se ha introducido otro daño en los escribanos reales, por haber consegui-
do títulos dellos mestizos que no son nada a propósito y que su naturaleza
53
es inclinada al mal...

A comienzos del siglo XVII (en algunos casos, al amparo de su «admi~


nistración»), algunos mestizos ya poseían propiedades en el medio rural.
En una de las regiones de más acentuado decrecimiento indígena y, posible-
mente, de más rápida mestización, el valle de Tenza, los indios se quejaron
hacia 1600 de que Santiago, Juan, Diego, Bartolomé, Felipe y Sebastián de
Roa, descendientes mestizos de su encomendero anterior, les quitaban sus
frutos, les usurpaban sus tierras y se servían de ellos en estancias y trapi-
. pagar1es sa1.54
ch es sm anos . .
Nada indica que la presencia de mestizos cerca de los indios haya sido
más perniciosa que la de los españoles, fueran encomenderos o simples·
propietarios. Prohibiciones sucesivas a partir de 1541, les vedaba a todos
residir en pueblos de indios55 • A pesar de que se quiso exceptuar a los mes-
tizos nacidos en los pueblos mismos, cuando se trataba de poner en vigor
la prohibición el funcionario no se paraba a hacer este distingo. Durante su
visita a Iguaque, el licenciado Andrés Egas de Guzmán ordenó que se sa-
cara del pueblo siete mestizos, seis de los cuales eran criaturas que no podían
ser todavía separadas de sus madres. El visitador otorgó que la expulsión
se aplazara por tres años 56 • .

51 Ibid, Santa Fe L. 18 r. 1 Doc. 18.


52 Ibid. L. 193 Despacho 39.
53 Ibid. L. 27. Despacho de 1650.
54 AHNB. Cae. e ind. t. 73 f. 523 r. y 682 r.
55 Sobre este punto, Cf. Magnus Morner, op. cit., art. cit.
56 AHNB. Vis. Boy. t. 12 f. 822 r. ss.
LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 451

Puede afirmarse que la interdicción se ejecutaba en la práctica casi ex-


clusivamente contra los mestizos. En 1636, por ejemplo, durante. la visita
de Juan de Valcárcel a Samacá, un repartimiento de la Corona, se hicieron
averiguaciones sobre los vecinos que se servían de los indios abusivamen-
te. A pesar de ser un buen número, sólo se les impusieron sentencias pecunia-
rias, en tanto que a tres mestizos, naturales del valle y que habían poseído
allí una estancia más de 30 años, se les prohibió entrar al pueblo de Sama-
cá, ni siquiera con el fin de asistir a misa. En cambio, se les autorizó para
oírla en Cugusita o Sora57 •
La presencia de mestizos se acusaba en algunas regiones, particular-
mente en aquéllas en donde había repartimientos de la Corona. El valle de
Sogamoso, por ejemplo, llamó siempre la atención de las autoridades por
el número de mestizos que habitaban en el pueblo y tenían pulperías, ejercían
oficios artesanales58 o poseían estancias en las inmediaciones. El 25 de abril
de 1636, el visitador Valcárcel dictó un auto prohibiendo una vez más la
residencia de mestizos y vagabundos en Sogamoso59 • El 20 de noviembre
de 1668, el presidente Diego de Villalba y Toledo declaró, por medio de un
auto, haber recibido información de que en Sogamoso habitaban toda clase
de gentes, como si se tratara de- un pueblo de españoles, a pesar de las
insistentes prohibiciones de residir en los pueblos de indios. Comisionó al
relator de la Audiencia, José Gil de Soria, para que fuera a Sogamoso y
expulsara a los extraños 60 • En diciembre, el comisionado procedió a la ave-
riguación. Encontró que en él pueblo mismo residían c~rca de 80 personas
mestizas, algunas de las cuales arrendaban tierras de los resguardos para
sembrarlas, y otras ejercían oficios artesanales 61 . La expulsión ordenada
por Gil de Soria suscitó reacción entre los mestizos, quienes pusieron un
libelo insultante en la puerta del corregidor del partido, el capitán D.
Francisco de Useche y Cárdenas.
A comienzos del siglo XVIII, el crecimiento de la población mestiza hacía
ya nugatorias todas las medidas que se tomaran para alejarla de los pue-
blos de indios. El fiscal de la Audiencia pidió sucesivamente en 1701, 1705,
1706 y 1707 que se cumpliera la legislación pero sin resultados aparentes.
En 1705 escribía que en Sogamoso eran tantos los mestizos, mulatos y zam-
bos que vivían entre los indios,

57 Ibid. f; 560 r. SS. f. 666 r. SS.


58 Jbid. t. 8 f. 320 r. SS.
59 Ibid. f. 637 r.
60 Ibid. t. 13 f. 1023 r.
61 Ibid. f. 1032 r. ss. Morner, art. cit.
452 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL l

... que casi no se distinguen los unos de los otros, siendo éstos los que en el
sentir del fiscal destruyen los pueblos a causa de los continuos agravios que
ejecutan contra los miserables indios y sus bienes y juntamente quitándoles
el cultivo de sus tierras porque para mantenerse han, so color de arrenda-
mientos que hacen de sus solares, por cortas cantidades se aprovechan de
lo mejor y más fructífero; a que se llega que éstos se mezclan con las indias
de donde redunda luego el tratar de exonerarse los hijos de las descripción
y paga de los tributos y servicios personales, por decir son hijos de mes-
tizos ... 62

'<::> Ni la legislación ni los prejuicios arraigados podían modificar el creci-


miento de la población mestiza. En el momento en que la curva demográfica
indígena alcanzó su punto más bajo, a mediados del siglo XVII, comenzó a
(J operarse un proceso de sustitución demográfica que, a largo ·plazo, aca-
rrearía el fin del dualismo racial. Esta sustitución no significó, en ningún
momento, la modificación de un sistema social rígidamente jerarquiza~9
puesto que las bases de este sistema descansaban en el control económico
y en el poder político. La ideología racista que rebajaba la condición de
mestizo se esgrimía como un arma de competencia contra cualquier posi-
bilidad de ascenso social. El mestizo, a diferencia del indio, no estaba
sometido a pagar tributo y, en teoría, podía alquilarse libremente. Esta si-
tuación ambigua, que lo equiparaba al español, desataba contra él todo el
desprecio social que fuera capaz de aniquilarlo. Un auto de 1657, del pre-
sidente Dionisia Pérez Manrique, en el que se reglamentaban la formas del
trabajo indígena, prohibía que estas gentes ~e baja condición tuvieran in- .
dios a su servicio. Esta prohibición, y el hecho de que no pudieran residir
en pu,eblos de indios, tendía a eliminarlos como propietarios agrícolas. Su
crecimiento, sin embargo, anulaba de hecho cualquier prohibición,y fue
así como se convirtieron en arrendatarios o poseedores de los resguardos
indígenas.
La reducción secular de la población indígena (a un 10% de lo que había
sido originalmente) hizo ceder, finalmente, el prejuicio. En el siglo XVIII se
experimentaron nuevas formas de organización social e inclusive quisie-
ron borrarse distingos que ya no justificaban el esquema de dominación
original. Des~parecida la población indígena, desaparecía con ella el tribu-
to y la dualidad racial que hacía convergir él un centro urbano privilegiado
los productos agrícolas y la disponibilidad de mano de obra. En adelante,

62 AHNB. Cae. e ind. t. 63. f. 1035.


LA SOCIEDAD COLONIAL EN EL SIGLO XVII 453

había que tener en cuenta otra realidad social impuesta por el mestizaje y,
por lo tanto, adoptar formas de organizaciones diferentes.
Ya a fines del siglo XVII comenzaron a erigirse parroquias constituidas
por vecinos «españoles» y destinadas a dar un asentamiento urbano a es-
tancieros y pequeños propietarios independientes. Se fundaron así Santa
Rosa de Viterbo, Sátiva y Sotaquirá. Hacia 1756, y a raíz de la visita de
· Verdugo y Oquendo, algunos pueblos de indios se convirtieron en parro-
quias debido a la preponderancia de los mestizos sobre la población indí-
gena casi extinguida. Surgieron así como parroquias Sutamerchán, Soatá,
Tenza, Somondoco, La Uvita, Miraflores y Chiquinquirá. En 1777, por ini-
ciativa de Moreno y Escandón, quisieron sustituirse finalmente la mayoría
de los pueblos de indios por parroquias.
AUTORES CITADOS EN EL TEXTO

Aguado, Pedro (Fray) 18, 20, 38, 46, López de Velazco, Juan, 78, 87, 88, 89,
48,74,77,81,83,116,147,277,407 90, 98, 99, 102
Arboleda, Gustavo, 318 Marzahl, Peter, 299
Arnoldsson, Severker, 68 Mellafe, Rolando, XVII, 24, 105
Arroyo, Jaime, 302 M6rner, Magnus, XVII, 4, 5, 54, 232
Bloch, Marc, 111 Otero, D'Costa, 389
Borah, YVoodrovv,70,78,94 Parsons, J., 347, 353
Broadbent, Silvia M., 39, 43 Pirenne, Henri, 110
Chaunu, Pierre, 269, 270, 321, 328, Prescott, 2
346,399 Rodríguez Freile, Juan, 134, 343
Rodríguez Vicente, Encarnación, 321
Cieza de León, 2, 11, 14, 31, 281
Romoly~ Kathleen, 77
Cook, S.F. 70, 78, 94
Sauer, Carl Oftvvin, 5, 6
Díaz del Castillo Berna1, 2 Schelle,316
Escobar (Pbro.), 124, 400 Service R. Elma:h, 29, 30, 31, 32
Flórez de Ocariz, Juan, 20, 101, 115, Simón, Pedro Fr., 49
116, 439 Simpson, L.B., 70, 78
Friede, Juan, 6, 11, 12, 30, 31, 78, 86, Sombart, Ernest, 110
139 Trimborn, H., 9, 32, 33, 34
Góngora, Mario, 1, 5, 6 Troeltsch, E., 110
Hamilton, Earl J., 267-269, 321-325, Vilar, Pierre, 2
328;332,334 YVeber, Ma?C, 110
Hanke, Levvis, 68 YVest, Robert, 276
Hernández Rodríguez, Guillermo, 39 Zabala, Silvio, 1
Jara, Álvaro, XVII, 1, 270, 321 Zárate, Agustín de, 2
López Toro, Álvaro, 359
ÍNDICE ONOMÁSTICO

Acebo Sotelo, Pedro de, 127, 128 Aranda, Alonso de, 247
Aganduru, Jerónimo de, 134, 372 Aranda, Juan de, 287
Aguirre Astigarreta, Sebastián de, Araque, Cristóbal de, 395
227 Arboleda Salazar, Francisco de, 299,
Aguirre, Tomás, 279, 290 318, 338, 339
Agreda, Pedro de, 72, 125 Arboleda, Jacinto de, 298, 299, 431
Ahumada, Juan Antonio de, 211 Arellano, Pedro de, 214
Alarcón, Bartolomé de, 130, 278, 307 Arias Maldonado, Francisco, 115, 122
Alava, Francisco de, 208 Arias Maldonado, Garci, 387, 403,
Albornoz, Bernardino de, 191, 211, 422
213 Arias Maldonado, Ignacio, 255
Alcalá, Juan de, 208 Arias, Jerónimo, 236
Alcacer, Fernando de,_ 390, 394, 397 Armendáriz; Lope de, 125, 194, 208,
Alderete del Castillo, Andrés, 227 215, 296, 386, 415
Alfínger, Ambrosio, 11, 98, 100 ·Armenteros, Diego de, 188, 189
Almanza, Bernardino de, 244, 375 Artajona, Lorenzo de, 134
Alquiza, Ana de, 133 Arteaga, Juan de, 313, 410
Alquiza, Sancho de, 133 Astigarreta y Avendaño, Gregario;
Álvarez Palomino, Domingo, 271 228
Álvarez de Velasco, Gabriel, 439, 443 Astigarreta, Gregario, 209, 210, 228,
Álvaro, cacique de Duitama, 195 373
Alvis, Iñigo de, 419 Auncibay (Lic.) 51, 303
Alvis, Juan de, 373, 392, 414, 417-4J9 Avellaneda, Juan de, 208
Amaral, Gabriel Estado de, 338 Avendaño, Francisco de, 251
Amarillo, Juan, 313 Avendaño, Juan de, 37, 115, 207
Andagoya, Pascual, 285, 3@} Báez, Elvira, 173
Ángel de Angulo, Pedro, 135 . Baños Sotomayor, Pedro, 431
Angulo de Castejón, 13, 14, 71, 72, 81, Barrera, Juan de la, 173
85, 86, 89, 90, 144-151, 153, 158, Barreta, Francisco Hipólito, 260
162, 177 Barriga, Ochoa de, 280
Angulo, Jerónima de, 244 Barrios, Juan de los (Fray), 140, 148,
Angulo, Juan de, 205, 291 153, 162
Aponte, Diego de, 417, 449 Bastidas, Rodrigo de, 3
458 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

Bautista de los Reyes, Andrés, 225 Buitrago, Luis de, 247, 250
Bautista de los Reyes, Juan, 130 Buitrón de Mora, Félix, 225
Becerra, Pedro Francisco, 225 Bustamante Quijano, Pedro, 211
Belalcázar, Sebastián de, 3, 4, 11, 13, Busto, Isabel de, 313
16, 18, 21, 23, 98, 112, 114, 116, Caballero, Andrés, 293
117, 122, 123, 178, 280, 281, 285, Cabeza de Vaca, Luis, 169
295,368,449 Cabrera, Francisco, 126
Beltrán de Guevara, Antonio, 46, 127, Cabrera y Dávalos, Gil de, 432
232,235 Cabrera de Sosa, Pedro, 128
Beltrán de Caicedo, Félix, 186, 187 Cáceres, Bartolomé de, 351
Beltrán de Caicedo, Francisco, 290, Cáceres, Francisco de, 126
315, 355, 356, 430, 432, 441, 443, Caicedo Maldonado, Alonso de, 432
444 Caicedo, Fernando de, 220
Bermúdez de Castro (Gob.), 286, 287, Caicedo, Hernando de 297, 437, 441,
401 Caicedo, Diego Ignacio, 255
Bermúdez Olarte, Bartolomé, 174 Caicedo Salazar, Juan de, 290
Bernal, Honorato, 208 Calatayud, Martín de (Fr.), 22, 119
Berrío (oidor), 153 Camacho, Bartolomé, 129, 211, 447
Berrío, Antonio de, 133 Camacho,Martín, 157;449
Berrío, Diego de, 290 Campo, Hernando del, 296
Berrío, Fernando de, 133, 187 Campuzano y Lanz, José María, 63,
Berrío, Francisco de, 290, 423 64, 65, 66, 67, 235, 256-258
Berrío, Jerónimo, 432 Capa de Lagos, Juan, 430
Berrío, Luis de, 430 Cárdenas, Francisco de, 126
Betancur, Andrés, 433 Carlos V, 297, 308, 310
Betancur, Marcos, 433 Carrasquilla Maldonado, Diego, 351,
Borja, Gaspar de, 314 352 -
Borja, Juan de, 60, 129, 130, 184, 223, Carrillo, Alonso, 193
243,350,383,384,399,437,438 Carrillo, Baltasar, 56
Bravo Maldonado, Antonio, 37, 38, Carvajal, Catalina, 127.
242,243 Carvajal Manrique, Diego de, 225
Bravo,Juana,226 . Carvajal, Jerónimo de, 207
Bravo de Rivera, Pedro, 143, 295 Casas Bartolomé de las (Fr.), 69, 70,
Bravo de Malina, Pedro, 37 73, 175
Briceño (Lic.), 23, 75, 85, 129, 140, 141, Castro Jerónima de, 129
148, 162,372 - Castro, Juan de, 393
Briceño, Pedro ·(Tes.), 281, 363, 368, . Cepeda de Ayala (Cap.), 301
369,406 Ceped_a, Bartolomé de, 423
Bueno, Cristóbal, 46, 48, 76, 83, 89, Cepero, Pedro, 23
407 Cerón, Juan, 52
Bueno, Martín, 365 César, Francisco, 9, 11, 224
Bueso Valdés, Juan (Cap.), 316 Chacón de Porras, Juan; 213, 431
ÍNDICE ONOMÁSTICO 459

Chaparro (Oidor), 126 Domínguez de Tejada, Francisco,


Chaves, Juan de, 279 259, 260
Chinchilla, Juan de, 447 Enciso, Antonio de, 227
Chirino, Cristóbal, 212 Enciso y Cárdenas, Juan de, 225, 226
Cifuentes Monsalve, Francisco de, Escudero, Catalina, 214
225,235,251 Escudero Herresuela, Pedro, 141
Clavija, Cristóbal, 430 Espino de Cáceres, (Lic.), 305
Cobo, Lorenzo de, 227 Espinosa, Juan Francisco, 302
Colmenares, Pedro de, 120, 368, 388 Espinoza y Saravia, Lesmes de, 158,
Colón, Cristóbal, 199, 270 232, 239, 298, 314, 349, 402, 404,
Contreras, Juan de,· 226 415, 431
Córdoba, Pedro de, 121 Esquivel, Antón de, 114
Cornejo, Juan, 73, 428, 431-434, 440 Estado, Lucas, 293
Coronado, Alonso, 208 Esteban, cacique de Sátiva, 59
Cortés de Mesa, 51 Estévez, Juan, 213
Coruña, Agustín de la, 177, 188, 189 Estupiñán (Cap.), 210
Cosa, Juan de la, 6 Federman, Nicolás de, 114, 116, 117,
Coutinho Báez, 306, 310 386
Cuadrado, Solanilla, 129, 184 Feijó, Luis, 392
Cubides, Antonio de, 373 Felipe II, 181, 217, 310, 378, 379
Dávila Gaviria, Alonso, 134, 444, 445 Felipe III, 104
Dávila, Ana, 134 Fernández d'lfUvas, Antonio, 307
Dávila Maldonado, Nicolás Antonio, Fernández de Sierra, Gaspar
134 . • (Fis. Aud.), '158
Daza, Pedro, 130 Fernández de Oviedo, Gonzalo, 3, 6,
Delgado, Diego, 206 288
Díaz Calvo, Andrés, 29.8 Fernández de Córdoba, Juan, 3561
Díaz Ortiz, Fernando, 297, 298 432,450
Díaz, Gaspar, 293 Fernández de Piedrahíta, Lucas, 184,
Díaz, Jerónimo, 271 432
Díaz Granados, Juan de Dios, 65 Fernández del Busto, Pedro, 363, 392
Díaz Jaramillo, Juan, 296 Fernández de Lugo, Pedro, 3, 10, 113,
Díaz de Martas, Juan, 206, 218, 418 115, 199, 200, 301
Díaz, Roque, 260 Flórez, Manuel Antonio (Virrey), 66,
Díez de Armendáriz, Miguel, 3, 12, 259,262
13, 23, 83, l 19, 121, 122, 125, 139, Flórez, (Lic.), 141
208, 280, 281, 302, 369, 385, 386, Fonseca, Juan de, 387, 422
405 Fuerte, Juan, 208
Díez de Fuenmayor, Rodrigo, 229 · Galarza (Oid.), 13, 2i, 122
Domínguez Beltrán, Alonso, 291 Galeano, Inés, 391
Domínguez Medellín, Alonso, 196, Galeano, Pedro, 121
197 Gallegos, Juan Antonio, 260, 261
460 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

Gamboa, Miguel de, 403 González, Martín, 251


Gaona, Joaquín de, 260, 261 Grijota, Juan de, 443
Garabay, Hernando de, 43, 118 Grillo, Juan Bautista, 317
García de Robles, Diego; 423 Grimaldo, Jerónimo, 235
García Zorro, Diego, 449 Guevara, Luis de, 23, 368, 369
García de la Jara, Francisco, 311 Guevara, Tomás de, 264
García de Moros, Gregario, 246, 352 Guillén de Arce, Pedro, 54
García, Hernán, 242 Guillén Chaparro, Francisco, 44, 89,
García Manchado, Juan, 121 210, 215
García de Lerma, 3, 4, 6, 7, 10 Guirior, Manuel (virrey), 259
García de Valverde, 14, 16, 56, 70, 71, Gutiérrez de Piñeres, Juan Francisco,
72, 73, 77, 85, 86, 95, 99, 125, 142, 67, 259, 262
143, 145-149, 162, 177-179, 181, Guzmán, Andrés Egas de, 52, 58, 104,
207,209,216,222,391 131, 155-157, 159, 219, 221, 223,
García Ruiz, Pedro, 122, 422 231, 233, 242, 243-245, 251, 381,
Garza, Antonio de la, 352 440,450
Gasea de la (Lic.), 12, 386 Guzmán, Domingo Antón de, 255
Gauna, José de, 187 Guzmán de Toledo, Antonio, 287
Gil de Soria, José, 451 Guzmán, Juan de (Correg.), 173
Girón, Sancho, 39, 224, 245, 352, 424, Guzmán, Luis de (Gob. Popapán),
433,440,441,444 372
Godoy, Bartolomé, 206 Guzmán y Susa, Nicolás, 135
Gómez, Antonio, 392 Henríquez, Luis, 36, 42, 53, 56, 57, 59,
Gómez Campuzano, 106 60, 73, 97, 102, 104, 106, 131, 157,
Gómez de Cifuentes, 128, 130, 207, 159, 161, 166, 168, 170, 183, 188,
211 192-195, 197, 202, 219, 221-223,
Gómez, Francisco, 236 231, 233, 234, 235, 252, 253, 257,
Gómez, Gabriel, 207 258,381,390,440
Gómez de Salazar, Juan, 431 Henríquez de Novoa, Pedro, 430
Gómez de la Asperilla, Miguel, 339 Heredia, Andrés de, 226
Góngora, (oíd.), 122 Heredia, Pedro de, 3, 4, 8, 9, 301, 363,
González de la Gala, Alonso, 2~4 394
González, Antonio, 293, 343, 366 Hernández Rosado, Diego, 297, 422
González, Antonio (presidente), 126, Hernández, Luis, 392
127, 129, 154, 164, 183, 195, 208, Herrera, Ana de, 126
214, 217-219_, 220, 221, ·223, 233, Herrera Campuzano, Francisco de,
243, 244, 284, 304, 374, 377, 378, 232,354
379, 380, 382, 383, 394, 395, 408, Herreré!, Teresa de, 294
409,434,437,438,440,444,450 Hidalgo, Diego, 313
González de la Peña, Bartolomé, 390 Hine¡:¡trosa, Juan de, 313
González de Silva, Francisco, 121 Hinojosa, Juan de, 14
González, Juan, 193 Hinojosa, Pedro de, 177-179, 188, 206
ÍNDICE ONOMÁSTICO 461

Holguín Maldonado, Diego, 423 Lizarazo, Jacinto, 225


Holguín de Figueroa, Elvira, 126, 233 Lizarazo, Jerónimo de, 154
Holguín, Jerónimo, 191, 192 Lomelin (asentista), 317
Holguín, Miguel, 85, 126, 142 López de Galarza, Andrés, 370
Hoya, Salvador de la, 173 López de Lurueña Gabriel, 213
Hoz y Berrío María de la, 127, 133 López, Gaspar, 313
Hulibarri, Martín de, 410 López Salazar, Lázaro, 51, 122
Hurtado del Águila, Antonio, 287 López Ortiz, Luis, 208, 296
Ibarra, Miguel de, 36, 131, 168, 183, López, Luis, 392
188, 218, 219, 222, 231, 240, 242, López de Cepeda, Juan, 14, 36, 42, 50,
380 51, 85, 90, 98, 104, 147, 150, 152,
Ibero, Francisco, 318 153, 155, 162,205,207,251
Inclán Valdés, Melchor, 338 López de Extremos, Manuel, 306
Iracansa, Juan, 244 López, Pedro (fiscal), 191
Iracansa, Juana, 244 López, de Orozco, Pedro, 133
Iracansa, Pascual, 244 López,Monteguado,Pedro, 129
Jaramillo de Andrada, Francisco, 294, López de Araque, Rodrigo, 58
401 López, Tomás, 55, 77, 83, 85, 86, 89,
Jaramillo de Andrada, García, 309, 90,94,120, 142, 158,177,206,279,
312 295,388,401
Jiménez de Quesada, Gonzalo, 3, 13, Ludueña, Francisco de, 392
16, 18, 21, 22, 113-117, 119, 120, Lugo, Alonso Luis de, 3, 21, 36, 37, 43,
122, 127, 133, 139, 151, 200, 230, 113, 114, 116-122, 125, 128, 200,
363,368,385,389,447 • 208, 368, 36~ 385, 386
Jorge, Andrés, 207 Lugo, Francisco, 122
Jove, Antonio, 211 Lusuriaga, Martín, 380
Junco, Juan del, 102, 114, 394 Machuca, Benito, 297
Jurado, Luis, 238 Macías, Clara, 122
Lagos, José Antonio de, 262 Madrid, Pedro de, 130
Laiseca, Tomás Antonio de, 65 Magaña, Juan de, 301
Lanchero, Luis, 122,386 Magaña, Sebastián de, 21, 176, 368,
Lanza Jara, Juan, 314 369 .
Lasarte, Juan Beltrán de, 374 Maldonado de Mendoza, Ana, 439
Laserna Mujica, Bernardino, 298 Maldonado de Mendoza, Antonio, 134
Leal Fragoso (Cap.), 315 Maldonado, Baltasar, 37, 74, 118, 121,
Lebrija, Antonio de, 114 295
Lebrón, Jerónimo, 13, 22, 114, 116, Maldonado de Mendoza, Diego, 126
117, 122,368,385,386 Maldonado de Mendoza, Francisco,
Leguízaino, Isabel, 126, 193 129, 134, 135, 207, 208, 220, 221,
Lersundi, Miguel de, 373 293,294,297,313,441,444
Limpias, Gabriel de, 210, 373 Maldonado, Isabel, 127
Liñán de Cisneros, 434 Maldonado, José Antonio, 264
462 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL 1

Maltés, Antonio, 210 Moctezuma, 37


Mancipe, Antonio, 226, 422 Mojica de Guevara, Bernardino, 126,
Marquina, Cristóbal, 208 132, 233
Martín, Blas, 244 Mojica Buitrón, Félix de, 226, 423
Martín cacique, 211 Mojica Buitrón, Sebastián de, 226, 423
Martín, Juan, 311 Monsalve, Francisco de, 142, 211, 403
Martín, Juan de la Cruz, 338 Monsalve, Luis de, 128
Martín, Marcos, 195, 196 Monsalve, María de, 127, 130
Martín, Pascual, 243 Montalvo de Lugo, Lope, 119, 122
Martín, Pedro, 208, 290, 313 Montañez, Diego, 130, 172, 447
.Martín de Arellano, Alejandro, 350, Montaña (oidor), 388
351 Monzón, Juan Bautista, 73, 126, 210,
Martínez de Herrera, Cristóbal, 192 220, 378, 415, 428, 429, 434, 438,
Martínez de Ospina, Francisco, 186, 440,448
430 Mora, Alonso, 392
Martínez, Gabriel, 255 Moreno y Quintero, Fernando, 236
Martínez Malo; José, 342 Moreno y Escandón, Francisco, 61,
Martínez de Leturia, Juan, 294 63, 64, 65, 66, 67, 68, 257-262, 453
Marx, 110 Morillo de Figueroa, Pedro, 229
Mayorga, Juan de, 205, 279 Moscoso,Juande, 122
Medina, Agustín Justo de, 264 Moscoso, Luis de, 368
Medina, Bartolomé de, 291 Mosquera Figueroa, Cristóbal, 317,
Medina Rosales, Diego de, 305, 306 318
Medoro, 423 Mosquera, Francisco, 126, 180, 206
Melgarejo (capitán), 126 Mosquera Figueroa, Jacinto, 317
Mena Loyola, Gaspar de, 187, 355, Mosquera Figueroa, Nicolás, 317
430,434,441 Mudarra~ Francisco José, 260-262
Méndez Castro, Álvaro, 302 Muñoz, Juan, 75
Méndez Lamego, Antonio, 304 Narváez, Diego de, 206
Méndez, Francisco, 194 Navarro, Antonio, 264
Méndez de Puebla, Francisco, 305 Navarro, Pedro, 209, 391
Méndez, Gonzalo, 235 Nebquesecheguya,52
Mendoza Carvajal, Álvaro, 325', 401 Nieto, Alejo, 260
Mendoza y Berrío, Martín de, 133, Niño, Francisco, 51, 245
134 Niño y Rojas, Martín, 244
Mendoza y Silv:~a, Vasco de, 285, 294, Niño, Pedro, 39
303,401 . Novoa Sotelo, Juan de, 234, 235
Merchán de Velasco, Pedro, 130, 245 Núñez_de Estupiñán, Diego, 169
Merchán de Velasco, Sebastián, 171 Núñez, Juana, 51
Mesa Cortez, José de, 434 Núñez Maldonado, Juan, 211, 212,
Messia de la Cerda, 63, 256 244
Millán de Orozco, Juan, 297 Núñez Cabrera, Pedro, 233
ÍNDICE ONOMÁSTICO 463

Núñez de Losada, Pedro (labrador), Palacios Alvarado, Catalina, 227


173 Palacios Alvarado, Juan de, 374
Obando, 55 Palencia, Nicolás de, 278, 395
Obando, Antonio de (oidor), 168-170 Palomino, Jerónimo, 235
Ocampo, Martín de, 272, 291 Palomino, Juan, 417
Ojeda, Alonso de, 6 Paneso, Jerónimo, 402
Olalla, Alonso, 296, 388-391, 393, 394, Pardo,Antón,223,312,354
418 Pardo Velásquez, Francisco, 290
Olalla, Antón de, 122, 126, 129, 133, Pardo, Hernando, 208
208, 220 Pardo, Rodrigo, 208, 221, 304, 305,
Olalla, Javier, 261 309,373,374,380,440
Olalla, Jerónima de, 126, 134, 208, 220 Paredes Calderón, Diego, 447
Olea, Teodora, 299 Partearroyo, Diego, 128, 294
Ordóñez Maldonado, Francisco, 290 Partearroyo Miguel, López de, 448,
Ordófj.ez y Vargas, Pedro, 130, 225 449
Orellana, Fernando de, 226 Parra, Andrés de la, 352
Orozco, Juan de, 295 Patiño, Juan Albino, 264
Orsúa, Pedro, 3, 11, 113, 119, 208, 288, Pedraza, Antonio de, 192
386 Pedraza, Antonio de la, 342
Ortega, Diego de, 392 Pedroza y Guerrero, Antonio de la,
Ortega, Francisco, 449 XV, 135,255,340
Ortiz, Francisca, 296 Peña, María de la, 225
Ortiz Maldonado, Juan, 430 Peñalver, Tomás de, 255, 256
Ortiz, Juan, 447, 448 Pereira de Castro, Rodrigo, 399
Ortiz, Ortuño, 447 Pérez Cordero, Juan, 397
Oruña, María de, 133 Pérez de Arteaga, Melchor, 84, 90,
Osa, Juan de, 298, 355 102, 147, 164
Osa, Martín de, 431 Pérez de Pisa, Andrés, (Cont.), 185,
Osma Sanabria, Pedro de, 431 186,272,375,409,410,430
Ospina, Catalina de, 439 Pérez de Quesada, Hernán, 11, 13,
Ospina, Diego de, 14, 131, 187, 294, 115-118, 127, 200, 271, 368, 385
313,354,398,432,434,437 . Pérez de Sálazar, Juan, 193
Ospina, Diego de (el Mozo), 184, 438, Pérez del Arroyo, Alonso, 351
439 Pérez, Francisco, 243
Ospina, Diego de (el Viejo),, 1.84, 221, Pérez, Martín, 243
438 Pérez Manrique, Dionisia, 132, 171,
Ospina, Francisco de, 438 172, 174,431,432,452
Ospina Maldonado, Francisco de, 439 Pérez Ortiz, Alonso, 297, 298
Ospina, Juan, 397 Peronegro, Juan, 291 •
Otálora, Juan de, 157, 172, 193, 200, Pineda, Catalina, 127, 403, 422
206,370,371,374,418 Pineda, Juan de, 205
Ovando, Nicolás de, 5 Pinta, Inés, 447
464 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

Pisa, José de, 431 Rivera,Pedro,204


Pizarra, 10, 22, 81, 119 Rivera, Pedro de, 214
Ponce de León, Ana, 228 Roa, Bartolomé, 450
Poveda, Francisco de, 430 Roa,Diego,490
Prado Guevara, Bernardino de, 305 Roa, Felipe, 450
Prado, Fernando, 335 Roa, Juan, 450
Prado y Zúñiga, Francisco de, 337 Roa, Santiago, 450
Prado, Hernando del, 208 Roa, Sebastián de, 450
Prieto de Orellana, Juan, 73, 210, 212, Robledo, Jorge, 3, 4, 11, 14, 16, 18, 23,
216, 220, 378, 428, 429, 432, 438, 123,280,281,324,369
440 Robles de Salceso, Blas, 440
Puerta, Diego de la, 133 Rodas, Gaspar de, 18, 19, 272, 273,
Pujol, Martín, 122, 295 278, 282, 288-290, 293, 296, 324,
Quesada, Jerónimo de, 298, 312 366,375,422,449
Quincoces de la Llaña, Juan, 37, 141, Rodríguez de San Isidro, Antonio,
146, 147 223,224,227,232,428,430,450
Quintero Príncipe, Cristóbal, 228, 401 Rodríguez Bernal, Alonso,
Quintero Príncipe, María, 228 (Recpt. Ad.), 184
Quintero, Pedro, 48 Rodríguez Cazalla, Antón, 37, 214
Quintero, Sebastián, 293 Rodríguez, Diego, 307
Ramírez, Floriano Alonso, 445 Rodríguez Hermoso, Constanza, 127
Ramírez, Floriano Jacinto, 445 Rodríguez Cano, Cristóbal, 392
Ramírez de la Serna, Francisco, 239 Rodríguez de Morales, Francisco,
Ramírez de Andrade, Juan, 237, 238, 166, 172, 193, 447
249 Rodríguez de Morales, Juan, 195, 235
Rengifo, Francisco, 229 Rodríguez Parra, Juan, 144, 448
Reina, Juan Bautista, 179 Rodríguez, Juan, 397
Revalesca, Juan Bautista, 302 Rodríguez Corchuelo, Juan,
Reyes, Gaspar de los, 53 (Df. Indios), 169
Reynel Gómez, 306 Rodríguez Freile, Juan, 134, 343
Riaño, Cristóbal, 449 Rodríguez Coutinho, Juan, 306
Riaño, Jerónimo, 260 Rodríguez de Vergara, Juan, 233
Ricaurte, José de, 416 Rodríguez de Ledesma, (factor), 391
Ricaurte, Salvador, 336 Rodríguez Carrión, Pedro, 200
Rincón, Diego, 37, 121, 214 Rodríguez de Salamanca, Pedro, 119
Rincón,Lorenz9,261 Rojas, Cristóbal de, 129
Rincón, Nicolás; 260 . Rojas, Francisca de, 52
Riva Agüero, Fernando de la, 432 Rojas, ~ernando de, 127
Río, Rodrigo del, 391 Rojas, Jerónimo de, 52, 233
Rioja, Lope de, 418 Rojas, Martín de, 126, 133, 212
Rivas, Pedro, 422 Rojas, Tomás, 253
Rivera, José Antonio, 264 Romero Duarte, Alonso, 63
ÍNDICE ONOMÁSTICO 465

Ropero, Dionisio, 65 Sande, Francisco, 196, 223, 235, 283,


Ropero,1\.1artin, 120,447 305,306,311,374,384,437,444
Ropero, Sebastián, 447 San Julián, López de, 314
Ruiz Galdamez, Alonso, 398 San 11iguel, Jerónimo, (Fr.), 119, 127
Ruiz 11ancipe, Antonio, 213, 422, 423 Santa Cruz, (Lic.), 3
Ruiz, Bartolomé, (cura), 177 Santamaría, Nicolás de, 135
Ruiz Lanchero, Catalina, 422 Santana, Antón de, 194
Ruiz, Isabel, 127, 422 Santana, Pedro de, 213
Ruiz Lanchero, Isabel, 241 Santiago, Francisco de, 389
Ruiz de Quesada, Isabel, 129 Sarachaga, Pedro¡ 261
Ruiz de Herrera, Cristóbal, 197 Sarasúa, Francisco, 336
Ruiz de Orejuela, Juan, 81, 83, 85, 141, Sarmiento, (Gob.), 285
162 Sarria, Fernando de, 305, 306
Ruiz Corredor, 11iguel, 194, 213 Seisdedos, Juan de, 387
Ruiz Corredor, Pedro, 128, 130 Serna 11ojica, Fernando de la, 132
Serna, Francisco Javier, 66
Ruje, Francisco, 338
Serrano del Espejo, Antonio, 358
Saa, Bernardo Alonso de, 299, 318,
Serrano, Francisco, 229
339
Sevilla, Pedro de, 304
Saavedra, Fernando de, 223
Sierra, Cosme de, 238
Saavedra y Guzmán, 1\.1artin de, 132,
Sierra, Diego de, 238
133, 161, 174,224,437,443
Sierralta, Fernando, 373
Sáenz Hurtado, Juan, (Ene.), 154
Silva, Alonso de, 50, 85, 86, 448, 449
Salazar, Ambrosio de, 431 Silva Saavedra, Cristóbal, 228
Salazar, Antonio, 434 Solís, Folch de Cardona, 61, 254, 255,
Salazar Falcón, Pedro, 134, 432 256
Saldierna de 11ariaca, 223, 428, 440 Során, Pedro de, 373, 374, 414, 417,
Salguero, Francisco, 121, 122 · 418,419
Sanabria, Catalina de, 126 Sosa, Francisco de, 430
Sanabria, Cristóbal de, 197 Sosa, Simón de, 432
Sanabria, Luis de, 126 Sossa Coutinlo, 11anuel de, 306
Sánchez, Alonso, 297 Sotomayor; Jerónimo 1\.1artin, 59
Sánchez 1\.1erchán, Alonso, 130, 211 Suárez de Cepeda, Juan, 49
Sánchez Hellín, Cristóbal, 239 Suárez de Villena, Agustín, 430
Sánchez de Toledo, Juan, 392. Suárez de Villena, Francisco, 422
Sánchez,Juan,449 Suárez de Villalobos, Hernán, 172
Sánchez,1\.1ateo,295 Suárez de Deza, Gregorio, 368
Sánchez Cogolludo, 1\.1ateo, 43, 118, Suárez, Juan Antonio, 135
119 Suárez, Leonor, 235 •
Sánchez, Wguel, 172, 295, 387, 422 Súarez Pabón, 11iguel, 247
Sánchez Cabezado, Pedro, 313 Suárez Rendón, Gonzalo, 37, 75, 81,
Sánchez,Pedro,391 83, 117, 148
466 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

Tafur, Juan, 368 Varela, Juan Andrés, 395


Tapias, Alonso de, 305 Vargas, Adrián de, 130
Tapias, Gabriel de, 443 Vargas, Diego de, 14, 130, 243
Téllez, Alonso, 39; 119 Vargas, Francisco de, 433
Téllez de Erazo, Luis, 305 Vargas, Fernando de, 130
Tena, Elvira de, 447 . Vargas, José de, 254, 255
Tobar, Nicolás, 262, 263 Vargas Machuca, Juan, 260, 298
Tobaca,Pedro,243 Vargas, Pedro de, 446
Toledo, Francisco de, 181 Vasco y Vargas, Joaquín, 66, 67, 68,
Tordoya y Vargas, María de, 298 259,262
Toro, Juan del, 184 Vásquez Botella, Diego, 214
Torre, Juan Alonso de la, 158, 392, 448 Vásquez Gaitán; Diego, 59
Torres, Camilo, 427 Vásquez de Espinosa, Luisa, 358
Torres, Diego de, 73, 86, 104, 448 Vásquez, Melchor, 212
Torres, Juan de, 128, 234 Vega, Gabriel, 148
Torres, Sancho de, 443 Velandia, Francisco, 122
Trejoí Franciso, 21 Velazco, Remando, 208
Trocera, Jerónimo, 293
Velazco, Fernando de, 291
Trujillo, Juan de, 211, 271
Velazco, Iñigo de, 287
Tuche, Cristóbal, 214
Velazco Montalvo, Juan de, 279
Tuesta, Jerónimo, ·374
Velazco, Ortún, 121, 279, 290, 403
Ubillus, Jerónimo de, 303
U garte, Pedro de, 256 Velazco, Pedro de, 206
Ulloa Villarreal, Antonio de, 430 Velásquez, Francisco, 221, 223, 434,
Url:>ina,Juan de, 314 440
Urquijo, Martín de, 398 Velásquez, Tomás, 440
Useche y Cárdenas, Francisco de, 451 Velosa, Barfolomé de, 226
Valbuena, Andrés Alonso, 298 Vélez de Guevara, Juan, 441
Vadillo,.Juan de, 3, 8, 9, 11, 14, 324 Venegas, Hernán, 368
Valcárcel, Juan de, 41, 53, 59, 60, 97, Venero de Leiva, Andrés Díez, 14, 18,
102, 104, 106, 107, 132, 160, 214, 20, 39, 50, 70, 88, i26, 129, 147,
225, 226, 232, 234, 243, 244, 252, 148, 162, 172, 177, 208, 216, 370,
253, 415, 430, 451 . 373,389,393,440,448
Valdez, Melchor, 13, 294 Verdugo, Antonio, 449
Valdivia, Andrés de, 19, 301, 324, 366 Verdugo Coello, Antonio, 399
Valencia,·Agus!:µt de, 339 Verdugo, Francisco,234
Valenciano, Juan, 75 Verdugo y Oquendo, 60, 61, 62, 63í
Valero, Catalina, 127 65,252,253,256-258,453
Valtierra, José de, 107 Vidarte, Juan, 398
Valle, Juan del, 73, 140, 177, 188, 189 Villa; Lorenzo de la, 297
Vallejo (obispo de Popayán), 287 Villabona Zubiaurre, Pedro de, 46,
Vanegas, Hernán, 418 232,238,311,351,352
ÍNDICE ONOMÁSTICO 467

Villafañe, Diego de, 14, 85, 86, 89, 98, Xuárez, Lázaro, 449
147 Xuárez, Pedro, 210
Villagórnez (fiscal), 305, 310 Zarnbrano, Álvaro, 428
Villalba y Toledo, Diego de, 428, 434, Zarnbrano, Elvira, 127
451 Zarnbrano, Isabel de, 235
Villalobos, Cecilia de, 314 Zamora, Alonso de (Fr.), 88
Villalobos, Hernán de, 368
Zapata de Cárdenas, 51
Villalonga (fiscal), 183
Villarnarín, Juan, 260 Zapata de la Fuente, Francisco, 228,
Villarreal, Antonio, 439 314
Villaquirán (gobernador), 189 Zárate, Juan de, 430
Villavicencio, Diego de, 126 Zárate, Martín de, 239
Villavicencio, Nuño de, 428 Zavala, Silvio, 200, 201
Vivar, Cristóbal de, 250 Zorrilla, Diego, 439
Welsner, 2 Zorrilla, Francisca, 439

.,
ÍNDICE GEOGRÁFICO

Abibe (serranía), 11 Azores (islas), 3


Aburrá, 355 Babega,246,247
África, 2, 7, 111, 301, 304, 317 Baganique, 295
Alemania, 112 Basa, 253
Almaguer, 77, 89, 98, 123, 124, 179, Barbacoas, 102, 277, 285, 337, 338,
2~4,282,295,303,324,325,375 367, 434
Alpujarras, 181 Barinas, 27, 126
Amaní, 282 Barrancas, 400
Amayme,227 Barrancas Bermejas, 90
América, passim. Belén, 260
Anchicayá, 318 Betéitiva, 58, 260
Andes, 21, 274 Bichaga, 48
Andica, 239 Bocaneme,108,356
Angostura,388-390,396 Bogotá, 14, 22, 36, 56, 67, 118, 126,
Anserma, 4, 22, 73, 83, 85, 86, 89, 95, 129, 207:-209, 212, 220, 274, 297,
106, 123, 124, 158, 176, 232, 239, 328, 331, 391, 445
274:, 281, 282, 286, 287, 291, 292, Bogotá (río), 209
294, 295, 298, 299, 302-304, 309, Bolivia, 31
314, 324, 337-342, 349, 352, 365, Bombaza, 130
367, 400, 403, 431 Bonza,59, 126,233,244
Antillas, 2, 29, 100, 424 Borna, 76
Antioquia, 9, 11, 14, 18, 23, 90, 100, Bosa, 262, 369
123, 186, 232, 274, 280, 287, 288, Botijas (puerto), 397
298, 301, 305, 314, 323-325, 331, Boyacá, 128,235,391
337, 347, 353, 357, 364, 366, 367, Buenos Aires, 319
378,380,400,415,420,4~1,449 Buenaventura,23,291,342,363,364,
Arauca, 151 385,400,401,403,420
Arboledas, 48 Buga, 89, 203, 209, 210, 227-230, 304,
Archidona (loma de), 293 340,342
Argel, 133 Buriticá, 274, 280, 28'1, 309, 324
Arma, 22, 73, 89, 95, 123, 274, 281, Busbanzá,37, 192,260,407
282,304,348,349,365,372 Bustamante (cerro de), 282
Atrato (ríot 274, 287, 317, 342 Butaregua, 290
470 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I

Cabo de la Vela, 301 176, 232, 274, 280, 281, 298, 301-
Cabo Verde, 302 304, 314, 324, 325, 327, 329, 331,
Cáceres, 19, 183, 273, 283, 284, 300, 344, 347, 349, 364, 365, 376, 393,
302, 303, 307, 313, 316, 325, 328, 400, 402, 403, 417
330, 331, 335, 343, 345, 347, 352, Casanare (llanos de), 151
354, 357, 364, 366, 372, 374, 376, Castilla de Oro, 192, 242, 285, 344,
396,398,399,413,422,431 351,382,414,420,421,423,424
Cácota, 246, 247, 249, 352 Cauca (río y valle del), 14, 18-21, 90,
Cáchira, 247 99, 201, 210, 227, 228, 231, 232,
Cali, 4, 22, 24, 73, 83, 89, 123, 176, 179, 274, 277, 283, 353, 393, 399, 401,
180, 209, 210, 227-230, 239, 277, 402
286, 287, 303, 304, 313, 339, 340, Ceniza, 154,226,252
342, 364-367, 372-374, 385, 400- Cenú (ver Sinú),
403, 434, 441 Cerinza, 121, 260, 261, 392
Calima, 318 Cimarronas, 209
Caloto, 228, 285, 318, 375 Cimitarra (río), 272
Cámara, 48 Cirivita, 49
Campeche, 319 Citará, 288, 318, 340
Cana, 278 Coaza, 37, 119
Canaria, 117, 118, 122 Cocuy, 38, 48, 64, 96, 126, 160, 184,
Canarias (islas), 3, 10, 113 . 295
Cancán (sabanas de), 397 Cómbita, 41, 194
Candelaria La (ingenio), 228 Cómeza, 447
Cañaverales (puerto), 397 Concepción La, 358, 423
Caraba,48,247,250 Córdoba, 102
Caracas, 319 Cordillera Central, 18, 20, 274, 277
Caramanta,83,89, 123,348,403 Cordillera Occidental, 20
Caraquese, 76 Cordillera Oriental, 20, 28, 35, 36
Carare,27,44,94,95,98,386,388,390, Cormechoque, 234
392,393,396,397,399,400 Coromoro, 225
Caribe (mar), 1, 2, 6, 10, 342, 402, 424 Cruces Las (quebrada), 358
Cartagena, xvi, 6, 8, 9, 11, 27, 84, 85, Cuba, 281 ·
90, 101, 102, 119, 129, 134,' 163, Cubiasuca, 391
164, 221, 259, 280, 281, 283, 284, Cucaita, 160
287, 297, 298, 300, 301, 303-307, Cuenca, 291
310, 311; 313., 315, 316,º318-321, Cugusita, 451
323, 324, 333; 335, 342, 346, 347, C:uítiva, 129
353, 355, 363, 364, 366, 367, 373, Cuqueita, 121
374, 380, 390-392, 394-400, 403, Chachetlba, 39
411, 412, 417-422 Chámeza, 59, 60, 142, 407
Cartago, 4, 16, 21, 22, 44, 73, 75, 81, 83, Charcas, 428
85, 86, 89, 92-95, 123, 124, 158, Chausa, 252
ÍNDICE GEOGRÁFICO 471

Cheva, 122, 406, 407 Europa, passim.


Chicall1.ocha, 144,225,226,406,407 Faracuca, 141, 146
Chichera, 249 Firavitoba, 260-262, 264
Chichirá, 237 Flandes, 3, 112, 133, 438
Chiguata, 253 Florida La, 220
Chile, 134, 319 Fontibón,49, 118, 125,209,391,392
Chill1Íza, 59 Funza, 209
Chinácota, 48, 248 Fusagasugá,56,259
Chinatá, 59 Fute (estancia), 445
Chipa, 135 Gacha, 121, 150, 151,407
Chipatá, 192 Gallo (isla del), 285
Chiquinquirá, 240, 241, 422, 423, 453 Gallo (paso del), 393
Chiquito (río), 358 Gáll1.eza, 59, 64, 96, 122, 160
Chíquiza, 128, 171, 174 Garagoa,60,75, 130,226,407
Chirall1.ita, 447 Gell1.ara, 237
Chisacá, 282 Gerira, 279, 291
Chisquío, 274, 302, 318 Girón (San Juan de), 396
Chita, 53, 133, 135, 145, 151, 160, 407 Granada, 298
Chitagá, 246 Grita La, 126
Chitagoto, 128, 225, 226, 406, 423 Guaca, 238, 350
Chivatá, 59, 64, 96, 107, 143, 160, 171, Guacamayas, 403, 422
194, 204, 233, 255, 295 Guacha, 225 '
Chiusaque, 391 Guachetá, 126, 132, 233
Chocó, xvi, 90, 102, 274, 285-287, 294, Guadalupe, 358'
298, 299, 312, 314, 317, 318, 321, Guaduas, 392
337-340,342,367,401,412,434 . Guaicuro, 151
Chocoa, 290 Gualí, 18
Chona, 250 Guall1.bia (Il1.inas de), 182, 325
Chopo, 48, 246, 249 Guall1.ocó, 272, 330, 331, 354, 372, 396,
Dagua,277,338,401,402 431
Darién, 8, 9, 281, 324 · Guane, 28, .290
Dique (Canal del), 400 Guáquira, 75, 150, 151
Dorado El, 13, 14, 133, 368, 385 Guarinó, 282
Duitall1.a, 36-38, 51, 55, 62-64, 74, 96, Guasca, 125, 218
107, 118, 135, 146, 160, '1'71, 185, Guataquí, 118
195, 196, 205, 225, 226, 228, 230, Guatavita, 40, 56, 118, 218, 235
252,295,406 Guatecha, 235
Ecce-Holl1.o (valle del), 173 Guatell1.ala, 191 •
Entre RÍos (provincia), 366 Guateque, 169, 170, 260, 261
Espandi, 126 Guayana, 126
España, passim. Guayaquil, 23, 337, 342, 364, 400, 420
Española La, 199, 288 Guaypuer, 337
472 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL 1

Guinea,302,317,318 283, 328, 344, 352, 354, 355, 380,


Guipuscoa, 134 385, 386, 388-390, 392-397, 400, .
Hichirá, 237 402,413,438,439
Honda, 27, 284, 304, 313, 335, 355, Mallama, 337
389-392, 395-397, 399, 400, 419, Manta, 186, 441
421,422 Mar del Sur (ver Pacífico), 6, 9
Ibagué, 13, 16, 18, 21, 27, 44, 89, 116, Maracaibo, 395-396
203, 224, 274, 294, 325, 328, 344, Mariquita, xvi, 18, 20, 24, 27, 28, 72,
402,418 76, 89, 108, 116, 124, 163, 174,175,
Icabuco, 150, 151 182-185, 187, 215, 221, 225, 272,
Icaga, 128,235,407 274, 282-284, 290, 291, 294, 295,
Icota, 246 309, 311, 315, 316, 324, 325, 328,
Iguaque, 53, 157, 160, 171, 174, 193, 337, 343, 344, 347, 353, 355, 364,
200,370,450 366, 380, 388, 389, 391-393, 396-
Ima, 248 400, 408, 409, 412, 413, 418; 422,
Inglaterra, 111, 112 431,432,437,438,440,441
Irá (minas), 299 Marlllato,274,314,343,349
Irá (río), 317 Matanza, 395
Iscancé, 89, 124, 282 Medellín, 353
Iscuandé, 277, 337, 342 Medina de las Torres, 22
Italia, 3, 112, 133 Meneses (paso de), 403
Ituango, 89 Mérida, 27, 28, 62, 126, 129, 132, 134,
Iza, 128, 262 400
Jelima, 318 México, xv, xvi, 1, 12, 29, 31, 55, 94,
Juan Cabrera (río), 296 139, 201, 267, 291, 292, 303, 335,
La Habana, 319 406
Labateca, 48, 246 Micay, 318, 337
Labayamari, 76 Miraflores, 453
Las Lajas, 108, 184, 185 Mogotocoro, 236
Laverigua, 47 Molllpox, 27, 85, 90, 98, 101, 297, 298,
Lenguazaque,51,52 337, 356, 380, 389, 390, 394-396,
Lepanto, 181 399,400,413,422
Lima, 139, 428 Monaga,250
Loatá, 47, 236 Mangara, 184,350
Loayza (cerro de), 349 Mangua, 122
Los Locos (valle de), 248 Monguí, 53, 160, 260, 264
Laja, 335 . Monquirá, 62
Llanos Orientales, 14, 20, 54 Moniquirá, 38, 120, 132, 150, 173, 174,
Madrigal, 89 194,205,244,385,447
Magdalena (río y valle del), 7, 9, 10, Montero (paso de), 393
13, 16, 18-20, 27, 28, 44, 75, 76, 80, Montuosa (Illina), 184, 250, 274, 291,
90, 102, 147, 274, 277, 279, 282, 350-352
ÍNDICE GEOGRÁFICO 473

Moquecha, 130 Pacífico (mar y costa del), 10, 80, 272,


Morcote, 39, 135 274, 277, 286, 318, 337, 339, 342,
Motavita, 58, 60, 194, 207, 295 400-402
Muzo,98,211,225,232,301,364,418, Paipa, 59, 64-66, 96, 128, 160, 174, 211,
422 225,244,251,252,261,264,407
Napunima, 227 Palenques, 282
Nare,353,396,397,413 Palma La, 89, 128, 209, 224, 225, 232,
Naya, 318 389,418,422
Nasca, 342 Pamplona, 13, 14, 20, 22, 24, 27, 28, 45,
Nechí (río), 274, 277, 278, 297, 332, 48, 55, 56, 62, 76, 77, 81, 83, 89,
353,399 92-95, 98, 106, 113, 116, 123, 124,
Negua,288 127, 132, 135, 151, 158, 184, 212,
Neiva, 16, 21, 22, 27, 44, 88, 89, 102, 215, 224, 236-238, 240, 245, 247,
113,209,274,344,354,438 274, 278, 279, 282, 288-292, 295,
301, 324, 328, 329, 337, 344, 347,
Nemuza,53,58, 150, 152, 194,213
350-352, 364, 366, 392, 393,
Nitiniti, 278
395-397,400,403,407,412,413,418
Niyaba, 278
Panaga,49
N oanama, 317
Panamá,7, 12, 139,281,287,319,337,
Nobsa, 59, 60
342,364,400-402,428,432
Nombre de Dios, 13, 122, 401
Pasquilla, 391
Novillero El, 441. Páramos, 276,
Nóvita, 318, 340 Pare, 60, 62
Nuestra Señora de Monserrate (cerro), Pasea, 56
350 Pasto, 77, 79, 83, 89, 92, 94, 95, 123,
Nueva España (ver México), 11, 12, 124, 179, 180, 207, 209, 227, 295,
301, 396 303,335,337,403,421
Nueva Granada, passim. Patía (río y valle del), 285, 337
Nuevo Mundo, .passim. Peñol, 239
Nuevo Reino, passim. Perimana, 278
Nus (río), 278 Perú, xvi, 1, 9, 10-13, 24, 27, 29, 31, 63,
Ocaña, 22, 27, 247, 351, 395, 396, 400, 119, 142, 175, 181, 183, 218, 267,
403 271, 285, 291-293, 303, 323, 335,
Ocavita, 43, 118, 154, 225, 226, 406 342,401,406
Ocusá,59,211,245 Pesca, 66, 130, 144, 155, 234, 235, 260,
Ogamora, 122 263
Oicatá, 53; 128, 150, 152, 194, 213 Pisacuta, 248
Onzaga, 152, 225, 226 Pisba, 121, 135, 151
Opón (río), 385, 386 Pisco, 342
Ortama, 282 Plata La (v. San Sebastián), 20, 88, 89,
Osos (río), 358 203
Páez (San Vicente), 18, 22 Pocoro, 276
474 HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL J

Pocune, 290 Samacá, 107, 160, 171, 216, 252, 370,


Polindará, 228 451
Popayán, passim. San Antonio, 318
Porcucho, 297 San Bartolomé, 297, 388, 390, 396
Portillo, 21 San Cristóbal, 22, 62
Porto Belo, 298 San Francisco, 50, 148
Portugal, 316 San Gil, 62
Potosí, 181 San Jerónimo, 228
Pueblo de la Sal, 134, 151, 160 San Jerónimo (hacienda), 227
Puerto Nuevo de Orozco, 395 San Jerónimo del Monte, 307, 357,
Puerto Olaya, 389 358,399
Quebrada de V era, 225 San Juan (río), 274, 285, 286, 317, 318,
Quiebralomo, 274, 294, 314, 343, 349 342
Quinamayo, 318 San Juan de los Llanos, 22
Quindío, 16, 21, 23, 282, 349 San Miguel, 89
Quito, 21-23, 72, 134, 177, 188, 285, San Pablo, 337
287, 310, 335, 364-366, 375, 421, San Salvador, 290
439 San Sebastián de la Plata, 13, 309
Rabicha, 48 San Vicente (Páez), 18, 27, 182, 280,
Ramiriquí,36,61,254,407 282
Ramada La, 90, 102 Sélnta Ana (minas), 184
Raposo,277,318,338,402 Santa Ana (quebrada), 358
Ráquira, 174 · Santa Agueda, 18, 282, 344
Remedios, 18, 20, 22, 115, 116, 163, Santa Bárbara, 285, 337, 338, 342
183, 184, 186, 220, 272-274, 278, Santa Fe, passim.
282-284, 290, 291, 293, 296-298, Santa Fe de Antioquia, 18, 19, 88, 89,
300-304, 306, 309, 311-313, 315, 281, 309, 323, 330, 335, 347, 353,
316, 325, 327-329, 335, 343-345, 357,358,366,367,372,376
347, 353-355, 357, 364, 366, 374, Santa María del Puerto, 285, 337
376, 377, 383, 396, 397, 413, 418, Santa María de los Remedios, 301
422, 431, 437-441 Santa Marta, 6, 7, 9, 10, 22, 27,
Reuta, 48 100-102, 113, 115-117, 134, 199,
Rionegro,27,44,95,388,389,391-393, 271, 281, 301, 319, 363, 367, 368,
396,397 370,385,394
Río del Oro, 76, 95, 274, 278-290, 290, Santa Rosa (de Viterbo), 66, 260, 261,
314, 393, 395, 397, 402 453
Río de la Plata, 12 Santiago de las Atalayas, 22, 130
Sabandija, 21, 282 Santo Domingo, 2-5, 7, 12, 50, 84, 116,
Saboyá, 118 122,-139, 148, 271, 281, 301
Sáchica,64,96,160,173,174,192,193, Santo Tomé, 302
205,255 Saquéncipa, 38, 132, 173, 205
Salazar (cerro de), 349 Sasa, 127
ÍNDICE GEOGRÁFICO 475

Sátiva, 51, 59, 160, 211, 225, 244, 260, Tadó,317


406,453 Tafur (río), 251
Satova, 192 Tamalameque,76,90, 102,395
Servitá, 62, 249 Támara, 135, 151,237,248,406
Sevilla (Esp.), 1, 2, 176, 268, 311, 321- Tapagua,47
323, 333, 334, 421 Taqueroma, 47
Sevilla (Col.), xv, xvii, 102, 303, 370 Tasco, 260
Siachoque, 234, 370 Telembí, 285
Siatoque, 233 Tena (estancia), 445
Sichacá, 407 Tenerife, 90, 102, 394
Silos, 49 Tenza, 36, 60, 64, 96, 160, 168-170,
Simití, 337, 396 185,261,370,450,453
Sinú (o Cenú), 8, 9, 280, 323, 324 Tequia, 135,225-227,245,249
Sitaquecipa, 157, 235 Teusacá, 369
Soatá, 60, 62, 107, 135, 152, 160, 171, Tibasosa, 50, 59, 60, 66, 85, 260, 261,
225, 226, 255, 453 264, 448 .
Soaza,53,234 Tierra Firme, 2, 3, 6, 10, 29, 396
Soconsuca,251 Tijo, 174
Socorro, 62 Timaná, 16, 20, 27, 44, 88, 89, 363, 431
Socotá, 370 Timbiquí, 337, 338
Sogamoso, 22, 36-39, 62-66, 68, 96, Tinjacá, 174, 193, 386
107, 118, 125, 160, 171, 197, 212, Tobaca,243,244
243,244,256,406,407,433,451 Tobasía, 37, 146, 155, 214, 235
Sogamoso (río), 36, 44, 151 · Tobón, 192
Somondoco, 60, 128, 129, 185, 251, Toca, 121,213,226,260,422,423
260' 262, 453 Tocaima, 13, 16, 18, 20, 21, 24, 55, 56,
Sora, 160,387,451 72, 86, 89, 115, 116, 123, 129, 209,
Soracá, 166, 191, 195,235 224, 274, 295, 296, 324, 328, 344,
Sotaquirá, 59, 453 389, 393, 402, 418
Suba,56 Tocavita, 235
Suesca, 441 Toledo, 134
Súnuba, 169, 170 Tolú, 85, 9Ó, 101, 102, 380
Supía, 239, 274, 314, 349 Tompaquela, 236
Supinga, 239 Tópaga,38, 192,242,253
Suratá,250,350,352 Toquecha, 130
Susa, 226, 240, 422 Toro,280,286,304,349,375,401
Susacón, 146, 160,225,406 Tota,38, 150, 151,260
Suta, 62, 128, 144, 185, 194, 211, 213, Trinidad (isla), 133
244,245,251,253 Tuche, 37
Sutamerchán, 60, 61, 171, 453 Tunjuelo, 62
Tabarata, 48 Tupachoque,43, 118, 154,225
Tabuya,239 Tupía, 129
476 HISTORIA ECONÓMICA y SOCIAL 1

Turrnequé, 64, 73, 85, 96, 107, 122, Vetas, 250, 274, 350, 352
126, 128, 160, 171,441,448 Villa de Leiva, 20, 38, 159, 160, 171-
Tunja, passim. 174, 192, 193, 205, 214, 216, 218,
Turga,235 224,260
Tuta, 211, 251 Villa María, 85, 90, 101
Tutasá,37,58,260 Villeta de San Miguel, 391, 403
Tutepa, 49 Viracachá, 122, 235, 255, 260
Ubaté, 56 Vitoria, 16, 18, 22, 203, 274, 280, 282,
Ubaque, 56 294, 308, 309, 311, 324, 344, 353,
Ura, 122,406,407 389, 393, 397, 418, 440 .
Usrne, 62, 369
Vrancha, 174
Uvita La, 453
Yaguarsongo, 335
Valegra, 48
Valle de la Miel, 225 Zabaletas, 229
Valle de Upar, 85, 121 Zipaquirá, 262, 263
Vélez, 13, 24, 28, 45, 55, 60, 62, 71, 75, Zaragoza, 19, 163, 183, 272, 273, 277,
76, 85, 86, 89, 92, 94, 95, 98, 106, 278, 283, 284, 288, 289, 292, 293,
113, 115, 116, 118, 135, 142, 158, 296-298, 300, 302-313, 316, 325,
173, 205, 224, 232, 274, 278, 279, 328, 330, 331, 335, 343, 345, 347,
282, 324, 328, 344, 385-388, 392, 353, 354, 359, 364, 366, 367, 372,
393,396,397,400,406,418 .374, 376, 377, 380, 383, 396, 398,
Venadillo, 21, 282 399,410,413,422,437,441
Venezuela, 9, 14, 133, 420, 424 Zarurna, 335
Veracruz, 307, 319 Zulia (río y valle del), 46, 249, 395
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