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Historia social y económica de la Baja Edad Media

2º Humanidades
Profª. Drª. Mª José Lop Otín
Año académico 2010/2011

Alejandro García Naranjo


Laura María Ginés Deza
María del Pilar Maroto Moraleda
NOMBRES PROPIOS DE LA EDAD MEDIA SUGER DE SAINT-DENIS

Suger es una de las figuras más sobresalientes de la Historia Medieval de


Francia atendiendo a los tres papeles fundamentales que desarrolló: jefe y reorganizador
de la abadía de Saint-Denis, a la que otorgó importancia política y riqueza territorial y
artística; regente de Francia durante la Segunda Cruzada y «leal consejero y amigo» de
dos reyes franceses en una época en la que la Corona empezaba a reafirmar su poder
tras un largo período de gran debilidad.

1. Biografía de Suger (¿1081?-1151)


A pesar de su omnipresencia en la Francia del siglo XII, Suger nació en el seno
de una familia de campesinos en las proximidades de París y fue ofrecido como oblato
por sus padres en el monasterio de Saint-Denis. A su debido tiempo se convirtió en
monje hasta ser elegido abad en 1122. Pese a ello, nunca dejó de enorgullecerse de su
humilde origen. La abadía sería su hogar hasta su muerte. Su educación en la escuela de
Saint-Denis-de-l’Estrée le permitió entablar, siendo un chiquillo, la amistad que habría
de durar toda su vida con el futuro Luis VI el Gordo y, posteriormente, con su hijo Luis
VII el Joven.
Suger consideraba al monarca de Francia como su padre y frecuentemente se
refería a la abadía como a su madre; y de este modo, puso sus cualidades al servicio de
dos ambiciones: fortalecer el poder de la Corona de Francia y dar grandeza a la abadía
de Saint-Denis. Para el abad, estas ambiciones no estaban reñidas entre sí, puesto que el
rey de Francia era un «vicario de Dios».
Suger destacó por su humanidad: murió como un hombre bueno tras una vida
bien empleada. En el otoño de 1150 enfermó de malaria y antes de Navidad ya no había
esperanza. Finalmente murió en 13 de enero de 1151, el octavo día de Epifanía, que
pone fin a las fiestas navideñas. Como su biógrafo, Willelmus de Saint-Denis nos
transmitió, Suger «no tembló ante la visión del fin porque la vida había sido gozo para
él, sino que partió de buen grado porque sabía que después le aguardaban cosas
mejores».

2. Suger y la Corona de Francia


Suger trabajó infatigablemente por mejorar las relaciones entre la Corona de
Francia y la Santa Sede, que habían sido más que tensas en la época de Felipe I. Antes
de ser elevado a la dignidad de abad, se confió a Suger misiones especiales en Roma, en
las que demostró una dirección tan habilidosa que las relaciones entre la Corona y la
curia llegaron a convertirse en fuerte alianza que fortaleció la posición del rey muy
considerablemente.
En política exterior e interior Suger se convirtió en un mediator et pacis
vinculum, es decir, en un mediador y vínculo de paz, que no sólo consiguió frustrar en
1124 la invasión del enemigo externo más poderoso del reino, Enrique V de Alemania;
sino que también evitó un conflicto armado con Gofredo de Anjou y de Normandía,
impidió el divorcio de Luis VII y Leonor de Aquitania (que acabaría produciéndose un

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año después de morir Suger) y reprimió el golpe de estado que intentó Roberto de
Dreux, el hermano del rey, durante su regencia.
Este último aspecto determina la importancia política de la figura de Suger de
Saint-Denis. En 1145 Luis VII tomó la cruz para ocuparse únicamente de la preparación
de la Segunda Cruzada, que le tendría ausente hasta 1149. Durante estos cuatros años,
Suger gobernó como regente con prudencia y energía, muy a disgusto de la reina y de
sus amigos. Una vez que Luis VII regresó de Tierra Santa, Suger le entregó un país en
paz y unificado como pocas veces había estado antes, hasta ser llamado incluso «Padre
de la Patria».

3. La abadía de Saint-Denis: de San Dionisio a Suger


San Dionisio había predicado el cristianismo en Francia en el siglo III y fue el
primer obispo de París. Tras ser martirizado y decapitado, se cuenta que anduvo durante
seis kilómetros con su cabeza bajo el brazo y que, al final de su trayecto, en el punto
exacto donde murió se erigió en su honor la gloriosa basílica de Saint-Denis. En un
legendario viaje a Tierra Santa, Carlomagno consiguió las reliquias sagradas que fueron
depositadas en Saint-Denis. Todo ello provocó que, en el siglo XI, este monasterio
benedictino fuera el más importante de Francia y, tal vez, de toda Europa.
No es extraño, por consiguiente, que Luis VI y Suger coincidieran en Saint-
Denis, una abadía «real» sometida al monarca ―y exenta de derechos feudales―, que
se convirtió en el lugar de enterramiento de la gran mayoría de los reyes franceses, en
un símbolo del apoyo de la institución real a la Iglesia y en el principal centro de
educación de los príncipes de sangre regia.
No obstante, si bien es cierto que la abadía ya era uno de los núcleos religiosos
más importantes de Occidente, lo será aún más después de 1124 tras las amenazas de
invasión por parte Enrique V de Alemania y de Enrique I de Inglaterra. Como
consecuencia de las mismas, se produjo la entrega del estandarte de Saint-Denis, la
llamada «oriflama» a Luis VI, que pasó a ser el estandarte real y que convirtió al rey en
vasallo del abad y de San Dionisio. A ello se une la donación por parte de Luis VI a
Saint-Denis de la corona de su padre, Felipe I. A partir de entonces, la abadía se
convertiría en el lugar definitivo de enterramiento de los monarcas franceses y el
depositario tradicional de la corona de Francia. Por último, la abadía se vio favorecida
por la concesión por parte de Luis VI del derecho de albergar una nueva feria, que sería
una de las más lucrativas de la Edad Media.
Junto a todo ello, Suger hizo de su abadía un archivo real y escribió una
biografía de Luis VI (Vita Ludovici regis) y otra de Luis VII (Historia gloriosi regis
Ludovici). Junto a estos dos documentos, Suger dejó un conjunto de Cartas y la historia
de la planificación, construcción y consagración de la reconstruida iglesia abacial de
Saint-Denis (Liber de rebus in administratione sua gestis). Todo ello pudo hacerlo una
vez que Luis VII sucedió a su padre en 1137, es decir, cuando Suger dejó de formar
parte de la administración real, permitiéndole disponer del tiempo necesario para

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escribir su crónica histórica y para la reconstrucción de la abadía. Suger logró reformar


la abadía de Saint-Denis, aumentando su importancia política y otorgándola gran
independencia, prestigio y prosperidad.

4. La reforma administrativa de Saint-Denis


Poner en marcha una reforma como la que Suger llevó a cabo no era, desde
luego, una tarea fácil, ya que las condiciones de Saint-Denis anteriores a Suger distaban
de ser satisfactorias, no sólo por sus muros agrietados y sus reliquias perdidas, sino por
el conjunto de problemas administrativos que rodeaban a la abadía. Afortunadamente,
Suger tuvo una experiencia parecida cuando fue trasladado a Toury-en-Beauce, cerca de
Chartres, cuya caótica situación no tardó en estabilizar ―elevando los ingresos en un
cuatrocientos por ciento―.
Para comenzar la reforma, el abad inició una campaña para obtener fondos. Una
de las virtudes de Suger era su habilidad para embolsarse donaciones privadas y para
descubrir olvidadas reclamaciones de tierras y de derechos feudales; con los que obtuvo
numerosos privilegios y donaciones reales. Una cuarta parte de los fondos se obtuvieron
de los ingresos ordinarios de la abadía, y el resto se consiguió del incremento de los
beneficios de las propiedades que había mejorado, de los ingresos de las ferias y de una
serie de donantes a quienes se les prometía la intercesión personal del santo y a los que
se concedía el título de frankus S. Dionysii. La campaña se prolongó durante trece años
antes de que comenzaran las obras. Una vez que Suger estableció una seguridad física y
jurídica, se embarcó en un programa de reconstrucción y rehabilitación que resultó
beneficioso para el bienestar de los arrendatarios y para las finanzas de la abadía.
Mediante este programa se instaló a nuevos arrendatarios en muchos lugares con el fin
de trasformar las tierras baldías en campos de trigo y viñas.
La administración de la abadía por parte de Suger fue objeto de críticas desde un
principio. Suger, por su parte, se jactaba de haber reformado la vida de la abadía
pacíficamente y él mismo dio el ejemplo de moderación esperado en una figura
eclesiástica de su talla. Sin embargo, cuando Suger dedicó su atención al decrépito
edificio de la iglesia abacial no fue, ciertamente, moderado.

5. La reforma arquitectónica de Saint-Denis: Suger, el padre del gótico


Bajo el precepto de que la casa de Dios debía ser la «imagen del cielo», Suger
pidió que se utilizaran cálices sagrados, piedras preciosas y todo aquello valioso para
recibir la sangre de Cristo. El atractivo que ejercían sobre él la magnificencia y el lujo
de su iglesia se encuadra una época de ascetismo militante.
Suger eligió, no obstante, un prudente camino intermedio entre la mística y el
racionalismo, encarnados por dos contemporáneos suyos: Bernardo de Claraval y Pedro
Abelardo, respectivamente. San Bernardo escribió, a pesar de abogar por una mayor
sencillez, escribió carta de felicitación a Suger por su obra en la que ambos se
reconciliaron dándose cuenta del daño que podían hacerse mutuamente si eran enemigos

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―al ser Suger el consejero de la Corona y del mayor poder político de Francia y san
Bernardo el mentor de la Santa Sede y la principal fuerza espiritual de Europa―.
Gracias al abad Suger se manifestó en la Europa occidental de la Plena Edad
Media un primer estilo arquitectónico nuevo cuya característica más destacada era la
luz, al que los feligreses dedicaron el calificativo de «arquitectura moderna» y que los
arquitectos del Renacimiento bautizarían con el nombre de «gótico».
Suger, atendiendo a este nuevo estilo, dedicó su atención a la belleza de la luz.
Se sentía cautivado por la teología ambiciosa de Dionisio el Areopagita 1, el supuesto
fundador de Saint-Denis, que en su Jerarquía celestial describía a Dios como la luz
absoluta y a la luz como la fuerza creativa del universo. Los elementos que embellecían
una iglesia debían ser una mera ayuda para trasladarse «de lo material a lo inmaterial»,
de los fieles a Dios, «el Padre de las luces», y a Cristo, «el primer resplandor» que
revela al Padre al mundo.
No hay que olvidar, sin embargo, que la obra se Suger se sitúa en la perspectiva
arquitectónica del siglo XII, dominada por el románico de sólidos muros, gruesas
columnas y bóvedas de cañón. Si bien es cierto que la arquitectura gótica de Suger no
inundaba de luz el interior de la iglesia, creó en cambio nuevos efectos de luz únicos. El
abad se vio obligado a partir de cero al realizar la planificación de la nueva iglesia. Pese
a no haber visto los modelos que ocupaban su imaginación ―Santa Sofía de
Constantinopla y el templo bíblico de Salomón en Jerusalén―, fue capaz de encarnar la
teología trascendente de su santo patrono y crear los rasgos distintivos del gótico.
Para alcanzar su objetivo la iglesia sería reconstruida en tres fases. El material
con el que se construyó la abadía procedía de una cantera «enviada por Dios» de la que
se obtenía una piedra muy sólida. Con este material se reformó la primera parte, la
fachada occidental de la iglesia, símbolo de la autoridad real, a la que se añadió tres
elementos: un rosetón de vidrio coloreado que coronaba tres portadas ricamente
talladas, almenas que remataban la fachada y tres arcos en la entrada, que simbolizaban
la Trinidad.
La segunda parte en la que Suger se centró fue el extremo oriental, el coro. Esta
es la parte verdaderamente gótica y más original. Los estilos normando y románico, que
definían una iglesia militante, son sustituidos por un nuevo «esqueleto» luminoso que
hablaba de una Iglesia que se elevaba en la oración hacia Dios y que se abría triunfante
al mundo de la arquitectura de la luz. Todo ello lo consiguió gracias a la utilización de
la bóveda de crucería, que permitía abrir ventanas más amplias en los muros, a las que
acompañó de vidrieras que permitían el paso de una luz multicolor que se reflejaba en el
suelo pulimentado de mosaico y en el altar, adornado de oro y piedras preciosas. La luz
que penetraba por las vidrieras sería un rasgo distintivo del gótico en las iglesias
1
Personaje que fue convertido al cristianismo San Pablo y al que Suger atribuyó la fundación de la iglesia
de Saint-Denis. Pedro Abelardo trató de demostrar en su Theologia que el santo patrono de la abadía y de
toda Francia no era el personaje bíblico Dionisio el Areopagita; ganándose el odio de los monjes de Saint-
Denis. Suger concedería a Abelardo el permiso necesario para abandonar la abadía.

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medievales que se construyeron posteriormente. También en ello fue pionero Suger. Por
primera vez en las vidrieras de Saint-Denis se utilizaron una serie de medallones para
contar una historia. Estas vidrieras narrativas iluminaban la vida de Moisés, narraban
alegorías de las epístolas de san Pablo y representaban la vara de Jesé.
Los dos extremos de la iglesia reconstruida debían unirse por medio de una
nave, que Suger incluyó en el plano pero que nunca terminó. Esta tercera fase sería
terminada después de su muerte, en la que las bóvedas de crucería y los muros
luminosos del coro se trasladarían al resto de la iglesia. Todos cuantos trabajaron en la
obra, afirmó Suger, se elevarían por encima de la teología terrena y serían bendecidos al
poder obtener la visión de la armonía divina; de modo que los propios constructores
serían «edificados».
Con ocasión de la consagración de la iglesia y la dedicación del coro, en 1144 el
monarca Luis VII encabezó una procesión de las reliquias en presencia de Leonor de
Aquitania, cinco arzobispos y los nobles del reino; que selló el vínculo existente entre el
monarca y Saint-Denis y la paz entre el rey Luis VII y sus vasallos feudales.

Saint-Denis continuó tras la muerte de Suger siendo un centro de gran esplendor


religioso y la «necrópolis real de Francia». Sin embargo, en 1793, obedeciendo la orden
de «destruir de forma implacable» un monumento al poder monárquico como Saint-
Denis, devastaron la obra de Suger y numerosas tumbas fueron profanadas. El edificio
fue totalmente abandonado, mancillado por las aves de paso y por la lluvia, y las
vidrieras que aún quedaban se convirtieron en un objetivo codiciado por los
«preservadores» de antigüedades y por los admiradores del gótico.
La obra de Suger, sin embargo, no resultó desmerecida. La abadía de Saint-
Denis, restaurada por orden de Napoleón Bonaparte tras los desperfectos originados por
la Revolución Francesa, es hoy el mejor testimonio del esplendor de la monarquía
francesa y el arquetipo de las admiradas catedrales de París, Chartres, Reims y Amiens.
Pero por encima de todo, Saint-Denis es el símbolo de la vitalidad de Suger, un
personaje enamorado de la grandeza y, no obstante, con los pies bien en la tierra en los
asuntos prácticos y moderado en sus costumbres personales; muy trabajador y sociable,
vanidoso, ingenioso e irreprimiblemente vivaz.

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BIBLIOGRAFÍA

BOORSTIN, Daniel J., Los creadores, Barcelona, Crítica, 1994.


DUBY, Georges, La época de las catedrales: arte y sociedad (980-1420), Madrid,
Cátedra, 2005.
PANOFSKY, Erwin, El abad Suger: sobre la abadía de Saint-Denis y sus tesoros
artísticos, Madrid, Cátedra, 2004.
SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis, Manual de historia universal (III), Madrid, Espasa-
Calpe, 1980.

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