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“UN LIBRO CONVERTIDO EN DESTINO”: KÜNG Y LA JUSTIFICACIÓN SEGÚN

BARTH (II)
Leopoldo Cervantes-Ortiz
22 de abril, 2021
A la memoria del P. Gonzalo Balderas Vega, ejemplo de amor cristiano y pasión por la verdad
evangélica común

Me impresiona cómo la teología de Barth, basada en el testimonio bíblico, se responsabiliza


constantemente de la historia y al mismo tiempo se confronta enérgica y a veces polémicamente
con el presente. De amplio horizonte y a la vez concentrada. Nada que ver con la teología de
tesis romana, que utiliza la Escritura sólo como cantera. Es, al contrario, una teología penetrada
por la Escritura por todos sus poros, basada como único centro en Jesucristo. 1
H.K., Libertad conquistada. Memorias (2003)

Bajo el preciso membrete de “Libertad de cristiano”, capítulo IV de su primer tomo de


memorias, Hans Küng se ocupa minuciosamente de exponer los entretelones de su estudio
sobre la justificación por la fe en Karl Barth, tema de su tesis doctoral ampliamente difundida
y discutida a partir de su publicación en 1957. Diez años después apareció en español. En casi
60 páginas discute la evolución de su proyecto, las dificultades para sacarlo adelante, el
contacto con Barth y el contexto de su defensa. Presiden esas páginas, como epígrafe, estas
palabras del teólogo reformado: “Cual Noé, desde la ventana de mi arca saludo su libro como
un nuevo claro síntoma de que, aunque no del todo pasado, está amainando el diluvio de los
tiempos en que teólogos católicos y protestantes sólo querían hablar entre ellos o polemizando
o con un pacifismo indiferente o de ninguna manera” (p. 157).
Cada apartado del capítulo (20, en total, aunque los cinco últimos están dedicados a
otras cosas) desglosa algún aspecto de la obra que lo dio a conocer al gran mundillo teológico
del momento, con toda la carga de controversia que el tema implicaba. En “Buscando un
tema” describe cómo fue hurgando en sus intereses personales hasta alcanzar la claridad
suficiente para dedicarse al autor de la Dogmática de la Iglesia: “Ya el 3 de noviembre de
1952 presento a mi padre espiritual (y sólo un año más tarde, cuando todo está previsto, al
rector) mi plan: tras la licenciatura en teología en otoño de 1955 querría trasladarme a París. A
él le parece bien, pero me convence para que la tesis doctoral la dedique no a la teología de la
historia (sobre este tema había yo tenido, con buena aceptación, una intervención pública) sino
a la teología de mi paisano Karl Barth” (p. 158). Desde más atrás en sus memorias, la figura
de Barth ya es alguien familiar, como cuando se refiere a Hans Urs von Balthasar como
expositor e intérprete de sus ideas (p. 121), o al hablar de la teología evangélica: “En mis
últimos años de Roma me doy cuenta de que también la teología evangélica, que por entonces
conozco poco a poco leyendo los escritos de Karl Barth, tiene problemas en esta cuestión:
¿hay que abandonarse de antemano a la palabra de Dios en esta cuestión fundamental?,
¿sencillamente leer la Biblia?, ¿y qué pasa con quienes no leen la Biblia por su origen, su
formación o su actitud...?” (pp. 128-129). También menciona a Yves Marie Congar como
lector de Barth (p. 138) y sus años en Roma en la lectura apasionada de la Dogmática
barthiana (p. 150).
Narra, así, cómo inició los contactos en el Instituto Católico de París a fin de encontrar
al director de la tesis, hasta optar por Louis Bouyer (1913-2004; autor de La descomposición
del catolicismo), “un convertido del luteranismo y excelente conocedor de la espiritualidad
1
H. Küng, Libertad conquistada. Memorias. Madrid, Trotta, 2003, p. 165.
cristiana, al que podría confiar la dirección de mi tesis como profesor del Instituto Católico.
Escribo a éste a comienzo de febrero, pero hasta abril de 1954 no recibo la carta en la que me
acepta como doctorando” (p. 159). Autorizado por el obispo de Basilea para ir a París, con la
condición de concluir los estudios en dos años, comienza entonces su “estudio en serio” de
Barth:

empiezo con los escritos menores especialmente sobre Iglesia y teología, leo, naturalmente, la célebre
Carta a los Romanos de Barth y empiezo con algunos capítulos escogidos (por ejemplo, sobre el
conocimiento natural de Dios) de su monumental Dogmática eclesial, que tiene ya diez volúmenes, en la
medida en que me es posible compatibilizarlo con la preparación de mi examen de licenciatura (y los
estudios de la teoría de la evolución biológica). A la vez estudio intensamente obras clave de la recepción
de Barth en el mundo católico: mientras me resulta magistral la interpretación de Hans Urs von Balthasar,
el trabajo del dominico Jéróme Hamer, que intenta clasificar a Barth en el “ocasionalismo”, me parece
deudor de prejuicios escolásticos (p. 160).

A continuación, relata su contacto personal con “El maestro de una orden laica: Hans
Urs von Balthasar”, teólogo cuya obra de análisis de Barth se había establecido ya como
obligada, un espíritu culto, pero con quien no sintió deseos de abrir su corazón. En “¿Por qué
precisamente Karl Barth?” explica los prolegómenos de su investigación y cómo de los
diálogos intensos con Henri Bouillard (1908-1981), otro teólogo francés muy conocedor de
Barth (su estudio en dos volúmenes sobre él es, también, de 1957) se derivó el tema central de
su tesis, la justificación, que afinará con Bouyer en reuniones posteriores, quien le recomendó
leer a Calvino, Lutero y Newman. La pregunta del apartado es particularmente sensible y
necesaria, y la responde Küng en tres párrafos fundamentales, en los que refulge su entrega a
una obra teológica que aún estaba en plena expansión:

Un primer argumento, puramente externo, me lo había dado ya el padre Klein: Karl Barth es paisano mío
[…] Sobre todo la lucha de la Iglesia contra los nazis con Barth a la cabeza, que desde que fue apartado de
su cátedra en Bonn en noviembre de 1934 era profesor en Basilea, lo había hecho muy popular también en
Suiza, sin que fuera del agrado de todo el mundo. […]
…un segundo argumento es para mí que este suizo escribe un alemán brillante. […] Leer no sólo
alemán teológico, como el de Karl Rahner, por ejemplo, sino teología en buen alemán es una auténtica
experiencia. […]
Pero lo más importante para mi elección de Karl Barth es su teología. Estoy convencido: ningún
teólogo protestante de este siglo cuenta, por razón de su lucha contra el nazismo, con una autoridad más
grande; ninguno, con una obra más amplia y más profunda por mor de su ingenio y su incansable trabajo
(énfasis agregado). Después de su Carta a los Romanos, que hace época (1919, totalmente reelaborada en
1922), y de otros muchos escritos, a partir de 1932, volumen tras volumen, publica su Dogmática eclesial
(KD). Después de la teología sobre la palabra de Dios (“Prolegomena”: KD I, 1-2), tres grandes temas: la
elección (KD II, 1-2), la creación (KD III, 1-4) y la reconciliación (KD IV). Cuando para mi tesis empiezo
a leer el volumen IV, 1 de la Dogmática eclesial (en realidad el tomo XI), escribo en mi diario:
“Sencillamente grandioso” (p. 164).

La admiración creciente por la obra de Barth, en pleno estudio de ella, encontró más
razones de peso para seguir acometiendo el análisis, pues la valoración que hizo de ella se
situó en puntos específicos de su desarrollo: le impresionaron su estructura, su apego a la
Biblia, su cristocentrismo y la reelaboración original de los grandes temas. Su arrobamiento es
detallado con un estilo que atrapa y convence al mostrar las características de esa teología:

¿Qué es lo que encuentro grandioso en la teología de Barth? No sólo su capacidad de formulación de ideas
y palabras; sobre todo, su lograda arquitectura, que a mí me recuerda a Tomás de Aquino, pero para la que
Barth se inspira sobre todo en la Institutio de Calvino y sobre todo en la Doctrina de la fe de
Schleiermacher. Y en todo ello un permanente cristocentrismo, que permite una nueva definición, ya hace
tiempo echada de menos por mí, de la relación entre fe y conocimiento, naturaleza y gracia, creación y
salvación. Y a partir de esta base radicalmente cristológica, una reelaboración original hasta en los detalles
de los grandes contextos (p. 164).

La forma en que expone su estructura interna es magistral al apuntar hacia los tres
oficios de Cristo, tema de la teología reformada más clásica:
En concreto siguiendo tres ideas paralelas (a cada una se dedica un volumen): Primero, el Señor como
siervo (el ministerio sacerdotal de Jesucristo): soberbia del hombre, su justificación por la fe a pesar de
todo y la convocación de la comunidad. Luego, el siervo como Señor (su ministerio real): inercia del
hombre, su salvación por el amor y construcción de la comunidad. Finalmente, Jesús como testigo
verdadero (su ministerio profético): la mentira del hombre, pero llamado a la esperanza, y la misión de la
comunidad (Ídem, énfasis agregado).

Asimismo, al abordar la absoluta otredad de Dios, derivada de las lecturas de


Kierkegaard y Rudolf Otto: “Tras la insistencia en la divinidad de Dios, del totalmente Otro,
en la trascendencia, en la diferencia cualitativa infinita entre Dios y todas las criaturas en los
primeros años de Barth, se hace cada vez más importante la afirmación de la humanidad de
Dios y del hombre a la luz de la encarnación de Dios en Cristo” (pp. 164.-165). Con todo, en
1953 aún no se sintió con la fuerza para visitar a Barth:

Todavía he estudiado poco su Dogmática eclesial. ¡Qué insolencia visitar a esta celebridad sin haber
trabajado su obra más importante!”. La cercanía incansable con la Dogmática, que ya alcanzaba las ¡9 mil
páginas! Le produjo todo lo contrario de cansancio: “¡Nada de fatiga; un placer intelectual y una
experiencia espiritual! Porque de ese modo puedo recorrer entero el amplio y bien estructurado
pensamiento teológico de Barth y al mismo tiempo las grandes tradiciones cristianas, especialmente la
luterana y reformada, y obtener información y orientaciones básicas sobre las controversias teológicas
importantes del siglo XX. A ello me ayudan la Historia de la teología protestante del siglo XIX de Barth y
sus antecedentes (p. 165).

Ya desde entonces se asoma la dualidad que tantos problemas le causaría años más
tarde: la percepción clara de que lo católico y lo evangélico podían fundirse en una obra
teológica honesta y sin dobleces, especialmente al leer a Von Balthasar:

Del libro de Balthasar sobre Barth, sin el que mi propio trabajo sobre éste hubiera sido apenas posible,
aprendo lo siguiente: que lo católico y lo evangélico pueden reconciliarse precisamente allí donde ambos,
de la manera más consecuente, son ellos mismos. Estoy de acuerdo con Balthasar en que Barth,
precisamente porque encarna la plasmación más consecuente de la teología evangélica, se acerca al
máximo a la teología católica: al centrarse por completo, como evangélico, en Cristo, su concepción es
precisamente por eso, como la católica, universal. ¡Es aquí donde reconozco la posibilidad de una nueva
teología ecuménica acorde con la Escritura y con los tiempos! (Ídem, énfasis agregado).

Confiesa, además, que leyó a los “antípodas” de Barth, como Bultmann y conversó con
Heinrich Schlier (1900-1978) un discípulo suyo, converso al catolicismo. Todo ese contexto le
sirvió para arribar a un “Resultado estimulante y alentador”, lo que le permitió desembocar
“en la doctrina de Barth sobre la justificación del pecador, después de haber ya trabajado
intensamente en el decreto sobre la justificación del concilio de Trento y también en otros
documentos eclesiásticos” (p. 166). Desde allí deslindará lo que está en juego: “se trata del
articulus stantis et cadentis ecclesiae, del artículo de fe, según Lutero, de una Iglesia que está
de pie y cae”. Estaría ahora, frente a frente, “con el impedimento fundamental para un
entendimiento entre católicos y protestantes. Que me sea posible llegar no ya a un
acercamiento (convergencia) sino a una coincidencia (consenso) entre Trento y Barth, no me
atrevo ni a esperarlo”. ¡Cuántos puntos intermedios no debían plantearse entre esas dos
palabras tan simples, pero tan exigentes: convergencia y consenso! ¡Cuántos debates y
controversias teológicas entre católicos y protestantes en la historia se escondían detrás de
ambas! Küng estaba consciente de ello al momento de trasponer ese umbral que lo llevaría
hacia espacios desconocidos.
Finalmente sale de sus manos el manuscrito de 220 páginas, en el semestre de verano de
1955, en Roma. Küng estaba en condiciones de formular un postulado crucial:

“En cuanto a la doctrina de la justificación, en conjunto, hay una coincidencia básica entre las tesis de
Barth y las de la Iglesia católica”. De ahí, por tanto, no deriva razón alguna para una división de la Iglesia.
Ésta carece de meollo, de un motivo básico, teológico. Tanto desde el lado católico como desde el
evangélico puede decirse que la justificación del hombre acaece sólo por la gracia de Dios en virtud de la
fe confiada, la cual, de todos modos, ¡tiene que actuar en obras de amor! Empiezo a darme cuenta del
resultado tan rico en consecuencias para la ecumene que tengo entre mis manos ahora, en 1955 (p. 167).

El 9 de junio de 1955 le escribió Küng a Barth para informarle que ha terminado el texto
y que deseaba hablar con él. Para Barth “será más fácil, aunque se trate de tesis opuestas,
hablar cara a cara” y estuvo dispuesto a leerlo. Por teléfono, le preguntó su edad, y al enterarse
(¡27 años! ¡La misma de Calvino al publicar la Institución…!) quedaron de acuerdo en
reunirse pronto. Ése sería el comienzo de una genuina amistad.

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