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Lucien Sève
Traducción: Mariana Maañón
CAPITULO 3
“Materialismo histórico”
[161] 3.1 – Una relación nueva entre ciencia y concepción del mundo
La fundación del marxismo, nuevo modo general de pensamiento teórico, coincidió entonces
con la fundación de una ciencia particular —aunque de inmenso alcance—, la ciencia de la
historia. Esta simple constatación nos pone en presencia de un tipo de relaciones entre ciencia
particular y “concepción general del mundo” completamente inédita en la historia de las ideas,
relaciones que no se pueden comprender en los límites de la “conciencia filosófica anterior” y
que exigen aclaraciones.
1
Cf. Ch. Darwin, L’Origine des espèces [El origen de las especies], Schelicher, sin fecha, p. 212-3 y 555.
formación del concepto de una nueva ciencia —a desarrollar a partir de ahora concretamente
— que coincide con la formación de un nuevo concepto de ciencia —y todo lo que eso implica.
Lo que, en efecto, encontramos en La ideología alemana no es en absoluto aún, ya lo vimos, el
tratamiento científico concreto de un aspecto u otro de un período cualquiera de la historia
sino a título de “ejemplos” (E.Ph., 60; I.A., 21) aún burdos. No, La ideología alemana sigue
siendo un texto de importancia fundamental, porque allí está esbozada por primera vez “una
exposición de la concepción materialista de la historia” (L.F., 7). Su objeto es hacer
comprender la base teórica de una ciencia que no lo era en producciones anteriores, sus
principios, no en el sentido absoluto y metafísico del término —“los principios no son el punto
de partida de la investigación, sino su resultado final” (A.D., 66)—, sino en el sentido relativo y
dialéctico donde, una vez adquiridos, juegan a su vez un rol fundador para nuevos desarrollos
del saber. Los principios fundadores de la nueva ciencia de la historia —dicho de otro modo, el
materialismo histórico, que no se confunde más con la ciencia concreta de la historia de lo que
el materialismo filosófico en general se confunde con las ciencias concretas de la naturaleza —
no tienen nada, entonces, de una interpretación filosófica más o menos arbitraria después. Son
proposiciones científicamente operatorias, y es por su estricta aplicación que, [163] algunos
años más tarde, haciendo en caliente la historia de la revolución de 1848 en Francia, Marx
debía dar idea de su brillante fecundidad. 2
Naturalmente, las visiones teóricas de conjunto están allí implicadas, pero no son en
primer lugar “postulados filosóficos” previos, más o menos extraños en sí mismos a la toma en
consideración de la historia, cuyo carácter de postulado no podrían borrar los trabajos
concretos que a ellas apelen. Si esas visiones teóricas tienen claramente un alcance universal,
sobre lo cual será preciso volver con atención (ver 4.11), es porque su objeto específico, la
historia, es ella misma en muchos aspectos un objeto universal; es porque para tornar posible
la constitución de la historia en ciencia y reconocer su verdadero terreno, fue necesario
elucidar cuestiones teóricas inmensas, formar conceptos nuevos de objetos tan esenciales
como el Estado, el trabajo, el hombre, la alienación, la dialéctica, la esencia, la práctica, la
relación social, la ideología, la ciencia misma —y elucidarlos, no por vía de construcción
especulativa, sino por el atravesamiento crítico de todo el espesor de la ideología existente,
hasta encontrar el suelo de las presuposiciones reales, aquellas “de las que sólo se puede
hacer abstracción en la imaginación” y que son “verificables por vía puramente empírica” (E.
Ph., 55; I.A., 15). Resultado de esta revolución teórica, de este pasaje del “poder teórico” de un
modo de pensamiento a otro: principios de un estatus hasta ahora sin precedente, donde la
generalidad teórica despojada de la abstracción especulativa y la verdad práctica elevada por
encima de sus limitaciones empiristas llegan a fusionarse en una lógica concreta del objeto
concreto, obligando a redistribuir las relaciones tradicionales entre “ciencia” y “filosofía” [así]
como entre “teoría” y “práctica”, disolviendo las antiguas categorías de pensamiento —igual
que la clase obrera, a cuyo combate están íntimamente ligados, es ya expresión de una
disolución de todas las clases.
2
En Las luchas de clases en Francia, 1848-50, (escrito en 1850, publicado como artículos en 1850 y por
primera vez como folleto en 1859) y El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852).
3.2 – El materialismo histórico, conjunto de los principios fundadores de
la ciencia de la historia
Pero cuidado: esto no significa de ninguna manera que el criterio de la verdad histórica
sea identificado sin embargo con la “conformidad” con los enunciados teóricos de conjunto del
marxismo, con su “filosofía”. De manera general, la “conformidad” de un saber concreto con
principios muy generales no podría ser un hecho preciso ni unívoco y nada tiene, entonces, de
criterio. No alcanza, por ejemplo, con haber expresado un aspecto del desarrollo histórico bajo
[la] forma de [la] contradicción para que esta contradicción sea en el mismo acto una verdad.
Después de todo, el examen crítico de la historiografía marxista —o pretendidamente tal—
desde hace un siglo basta para mostrar que muchos errores pudieron parecer durante un
tiempo “conformes” al materialismo histórico sin que esta conformidad les confiera otra cosa
más que una resistencia privilegiada a la crítica de los marxistas mismos. El único criterio
admisible de la verdad en historia, para un marxista como para cualquiera, es su conformidad
tan completa como sea posible con los hechos. En este sentido, no existe ciencia “marxista” de
la historia, existe ciencia de la historia a secas. Es por eso que historiadores marxistas y no
marxistas pueden encontrar y encuentran en efecto un lenguaje común, porque los primeros
pueden encontrar y encuentran en efecto material científico en muchos trabajos de los
segundos. Pero [165] mirándolo bien, este material científico, si fue elaborado en el
desconocimiento o el rechazo de todo o parte de los principios fundadores del materialismo
histórico, corre el gran riesgo de permanecer en el estado de verdad muda, como el
descubrimiento del “aire deflogisticado” por Priestley antes de que Lavoisier le confiera su
verdadero estatus de oxígeno (E.Ph., 156-7; Cap. II, 1, 20-2).Los principios fundadores del
materialismo histórico no son un quimérico “criterio marxista” de la verdad histórica sino, lo
que es completamente distinto, el enunciado de sus condiciones de posibilidad plena y
consciente. Es en este sentido, y sólo en este sentido, que la ciencia de la historia puede ser
calificada de marxista.
Qué resulta de ese vínculo constitutivo con la historia en cuanto al alcance general del
marxismo, a su valor en relación con objetos que no sean la historia —es decir, en relación con
la naturaleza—, cuáles son sus relaciones con lo que se llamaba hasta él la filosofía, es lo que
queda por aclarar (ver capítulos 4 a 6). Pero estas primeras indicaciones parciales eran
necesarias a fin de definir el objeto de los desarrollos que siguen. Lo que nos interesa aquí en
el materialismo histórico, no es la ciencia concreta de la historia que funda, sino el modo
general de pensamiento teórico, la concepción del mundo que inaugura. Ciertamente, estas
dos caras del mismo descubrimiento teórico sólo podrían ser disociadas abstractamente: no se
pueden analizar los principios del materialismo histórico —de los que sólo se retendrá aquí los
más significativos— ignorando el contenido concreto, los conceptos específicos de la ciencia
histórica. Pero ese contenido específico necesariamente implicado en un análisis de este tipo
no constituye el objeto propio de la exposición: desde el punto de vista particular en que uno
se coloca en una introducción a la filosofía marxista, es sólo su soporte.
Pero si tal es sin duda el sentido de la proposición, ella suscita en seguida una objeción:
¿se puede ignorar “la acción en contrapartida” de la segunda actividad sobre la primera? ¿Las
ideas científicas, por ejemplo, que presuponen ciertamente un estado determinado de la
producción material, no la determinan en contrapartida tomando la forma de técnicas
productivas? ¿Las ideas jurídicas, que reflejan ciertamente un modo dado de relaciones de
producción, no reaccionan sobre él contribuyendo a modelar, por ejemplo, el derecho de
propiedad? En esas condiciones, ¿cómo no ver la unilateralidad del principio [167] que enuncia
sin matices La ideología alemana? Desde el único punto de vista lógico, ¿cómo, por otra parte,
admitir una relación tan poco dialéctica? Incluso en una relación mecánica como el choque de
una bola de billar contra otra, si la primera aparece en primer lugar como causa de la puesta
en movimiento de la secunda, ésta, en el mismo choque, se vuelve causa a su vez, modificando
la trayectoria y la velocidad de la primera. Esta es una verdad dialéctica elemental: en la
relación de causa a efecto, el efecto es él mismo causa, y la causa, efecto. ¿Sería necesario
entonces pensar que, en la formulación del principio fundador por excelencia del materialismo
histórico, Marx y Engels hayan olvidado toda dialéctica? [Sería] estrafalario.
Sea como sea, si se entiende así la proposición, uno se propondrá por supuesto
“completarla” dialécticamente. ¿No es justamente eso lo que debió hacer Engels en las cartas
que escribió al final de su vida, entre 1890 y 1895, en respuesta a preguntas de fondo sobre el
materialismo histórico? Por ejemplo en esta carta a Joseph Bloch: “Según la concepción
materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la
producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que
esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante,
convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la
base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta —las formas
políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una
batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas
estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas,
las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas
— ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan,
predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones
entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de
casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan
difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba
siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la
teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de
primer grado” [C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas, en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú,
1974, t. III. N. de T.]
[168] Y al final de su carta Engels agrega: “El que los discípulos hagan a veces más
hincapié del debido en el aspecto económico, es cosa de la que, en parte, tenemos la culpa
Marx y yo mismo. Frente a los adversarios, teníamos que subrayar este principio cardinal que
se negaba, y no siempre disponíamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la debida
importancia a los demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones”.
[Ídem. N. de T.] Vuelve sobre esto en una carta a Mehring: “Este aspecto del asunto, que aquí
no he podido tocar más que de pasada, lo hemos descuidado todos, me parece, más de lo
debido. Es la historia de siempre: en los comienzos, se descuida siempre la forma, para
atender más al contenido”. [Ídem. N. de T.] ¿No está ahí, expresamente, la confirmación del
carácter unilateral del principio enunciado en La ideología alemana y su corrección
autocrítica? ¿Sería preciso entonces admitir que es, por una parte, la conciencia la que
determina la vida? Pero si afirmar que la vida determina la conciencia —y no a la inversa— es
sin duda lo que funda un materialismo histórico, ¿esto equivaldría entonces a declarar al
materialismo histórico falso por una parte —dicho de otro modo, discutible en su totalidad—
como oposición falaciosa, no dialéctica, al idealismo histórico, y a admitir que la verdadera
ciencia de la historia sólo podría resultar de la “superación” de esta oposición? Lo que es más
estrafalario aún. Eso no es todo: si es necesario esperar las correcciones autocríticas de Engels
en los años 1890-95 para que sean expresamente superadas las simplificaciones ruinosas de La
ideología alemana, es de casi toda la obra de Marx y Engels de la que habría que sospechar de
simplismo teórico en la materia. ¿Y Engels no se habría percatado de que sus planteos
acarreaban consecuencias tan exorbitantes?
Excelente ejemplo de lo que se produce cuando se abordan enunciados teóricos marxistas sin
tener en cuenta lo que fue expuesto a propósito desde el primer capítulo, es decir, cuando uno
pasa ciegamente de los conceptos de la mala abstracción a los conceptos materialistas
dialécticos soportados por las mismas palabras (“la conciencia”, “la vida”) —y la historia de la
“crítica” del marxismo se empobrecería singularmente si se le [169] descontaran los
contrasentidos de este tipo. Hemos partido de un texto crítico, que niega que “la conciencia”,
tomada como una actividad metafísicamente separada, [como] una esencia abstracta, pueda
determinar la vida, para ponernos después a razonar sobre esa relación en el sentido
completamente nuevo que toma con el materialismo histórico, una vez que el concepto de
conciencia fue reelaborado sobre una base completamente diferente. No hay que
sorprenderse si en esas condiciones llegamos a conclusiones absurdas. Lo absurdo está en el
punto de partida, en el hecho de atribuir a los autores de La ideología alemana tal confusión
de pensamiento.
Desarrollo capital —y que no importa sólo para la ciencia de la historia, porque de esta
crítica, que da en el clavo, se desprende una concepción completamente nueva de la
conciencia como categoría fundamental del pensamiento teórico. Asistimos en este texto a la
fundación misma del materialismo histórico, es decir al pasaje de los conceptos de la mala
abstracción y del punto de vista especulativo a la realidad de la historia y a los conceptos
nuevos que implica su ciencia. Creer, [junto] con toda la ideología alemana de Hegel a Stirner,
que la historia se resume “en un proceso de desarrollo de la conciencia” (I.A., 73) y que todos
los problemas serán resueltos cuando ella haya terminado “disolviéndose en la
‘autoconciencia’” [L.I.A., p. 40], es marchar de cabeza, es dar una forma “científica” a “la vieja
ilusión según la cual depende de la buena voluntad de la gente el que cambien las condiciones
existentes, siendo ideas esas condiciones” (I.A., 379). No, no es un movimiento autónomo de la
“conciencia” el que explica la historia, “sino el modo de producción y de intercambio tal como
ha existido hasta ahora y que es tan independiente del concepto puro como la invención de la
máquina de tejer automática y el empleo del ferrocarril lo son de la filosofía hegeliana” (149).
Haciendo de entrada abstracción de esta materialidad de la historia, el filósofo está obligado a
transfigurar la conciencia en una “cosa abstracta”, una entidad que subsiste y se desarrolla de
manera independiente, un “individuo vivo” como la Idea hegeliana. Se vuelve “sustancia”:
sustancia “espiritual” para el idealismo, de la que sólo pueden dar testimonio los que creen en
los espíritus o, para el materialismo vulgar, sustancia “material”, “secreción del cerebro”, que
nadie ha visto ni verá jamás. Planteado en estos términos, el problema de “la conciencia” es
manifiestamente insoluble. Ahí reside la lección general que se desprende de La ideología
alemana: razonar a partir de abstracciones no criticadas como “la conciencia”, o “el hombre”,
o “la libertad”, etc. —lo que hace más o menos toda la filosofía premarxista y, con mayor
razón, la filosofía “espontánea”, la racionalización del “buen sentido” sobre los “grandes
problemas”— no puede conducirnos a ninguna verdad teórica, sino solamente encerrarnos en
falsas contradicciones y especulaciones ociosas.
Para salir de ellas, es necesario pensar la conciencia, no como [171] cosa, sino como
relación: “La concienca es, ante todo, naturalmente, conciencia del mundo inmediato y
sensible que nos rodea” [L.I.A., 31]. A su manera, es precisamente esto lo que, por otra parte,
intentan hacer las corrientes más significativas del idealismo contemporáneo. Así, una de las
tesis centrales de la fenomenología de Husserl es que toda conciencia es “conciencia de alguna
cosa”.4 En lugar de una realidad sustancial, se atribuye entonces a la conciencia un carácter
intencional (la conciencia es “tensada hacia” el objeto al que apunta), y esta intencionalidad la
define como relación con el objeto de su intención. Todo el error de Descartes habría sido
3
Cf. La nota 6 del capítulo 1.
4
Méditations cartésiennes [Meditaciones cartesianas], Vrin, 1947, p. 28.
justamente, planteando el cogito aparte del cogitatum, el “yo pienso” aparte del objeto-de-
pensamiento, hacer del pensamiento una sustancia, lo que torna incomprensible la conciencia.
La fenomenología husserliana marca así un incuestionable progreso en relación a la metafísica
clásica. Pero es un progreso que queda completamente encerrado en la inversión fundamental
del idealismo. Siendo puesta de entrada entre paréntesis toda práctica social, la “relación
intencional” permanece, en efecto, [como] puramente interna a la conciencia, al punto que la
simple suposición de un objeto exterior al cual ella corresponde es para Husserl el arquetipo de
la idea “absurda”.5 La fenomenología es entonces un idealismo aún más radical que el de Kant,
“que cree poder dejar abierta la posibilidad de un mundo de cosas en sí”. 6 El pasaje de la
conciencia-cosa a la conciencia-relación así concebido, lejos de eliminar la abstracción, la
empuja a sus límites: es el ser mismo el que sería una “formación” 7 de la subjetividad
trascendental. Con Husserl, siempre nos sentimos cómodos, medio siglo después de Marx,
dentro de “la ideología alemana”.
Para Marx y Engels, las consideraciones eruditas de esta ideología están lejos de ser todas
falsas, pero en su principio son sin embargo “quimeras idealistas” [La ideología alemana,
Pueblos Unidos, 40], que intentan andarse con rodeos con esta proposición simple y capital:
“La conciencia no puede nunca ser otra cosa que el ser conciente”. Reconocer que la
conciencia es relación no es decir nada todavía si no se reconoce que ella es relación con una
cosa distinta que ella misma, relación con [172] una realidad material, por ende relación
material ella misma. No existe conciencia “pura”. A saber, el ejemplo del lenguaje: “El
‘espíritu’ nace ya tarado con la maldición de estar ‘preñado’ de materia, que aquí se manifiesta
bajo la forma de capas de aire en movimiento, de sonidos… [La ideología alemana, Pueblos
Unidos, 31] La “conciencia sin materia” sólo es un fantasma. Siendo relación material, la
conciencia de la humanidad desarrollada es necesariamente relación social. Ahí reside el
descubrimiento específico del materialismo histórico. Así, “el lenguaje es tan viejo como la
conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real, que existe también para los
otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí mismo; y el lenguaje nace,
como la conciencia, de la necesidad, de los apremios del intercambio con los demás hombres.
(…) La conciencia, por tanto, es ya de antemano un producto social, y lo seguirá siendo
mientras existan seres humanos. [La ideología alemana, Pueblos Unidos, 31] Lo que es verdad
para el lenguaje lo es en todos los aspectos para la conciencia: incluso en sus formas más
interiorizadas e individualizadas, sigue siendo una actividad material y, por consiguiente, un
reflejo y un momento de la práctica social.
Se toca aquí, obviamente, uno de los puntos más ciegos de la ideología dominante,
ricamente nutrida en Francia por tres siglos de materialismo fisiológico y médico burgués.
Ciertamente, este materialismo renunció desde hace tiempo a ver en la conciencia una
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“secreción del cerebro”, reconoció también, a su manera, que es una relación material (la
conciencia es “función” del cerebro). Pero por [el hecho de] que el cerebro es el órgano, el
soporte nervioso de las actividades psíquicas concientes, [este materialismo] exige
absolutamente ver allí también su base productora y explicativa. No comprende el carácter
esencialmente social de la conciencia, que él reduce a una determinación sociológica exterior
(el “medio social”). Esta ceguera excepcionalmente tenaz supera de lejos la estrechez siempre
posible del especialista, es un fenómeno de masa que tiene sus raíces en una profundidad
completamente distinta: en una ideología fundamental de la sociedad burguesa misma —la
que, con el humanismo abstracto, hace del individuo aislado su propio fundamento, si no
incluso el de la historia. Más arriba se han analizado las razones de ello (ver 2.20). En el modo
de producción capitalista, los hombres son despojados de sus fuerzas productivas y de sus
condiciones de existencia sociales, transformadas para ellos en potencias extrañas. La base
material de la personalidad conciente aparece por tanto, con la fuerza de la falsa [173]
evidencia, como reducida al organismo biológico de individuos en sí, separados del “cuerpo
inorgánico” (Gr., 1, 426-29) que constituye la realidad de su esencia: entorno natural,
productos y relaciones sociales, conquistas culturales, etc. De ahí la expectativa incansable y
sin esperanza de la ideología dominante, que siempre espera que los progresos de la biología
nos revelarán finalmente en el interior del individuo lo que precisamente es menos capaz de
encontrarse allí: el mundo social transfigurado en realidad bioquímica, por ejemplo en “gen de
la inteligencia”. Se puede afirmarlo sin temor de ser desmentido por los desarrollos futuros del
saber científico: tampoco una fenomenología idealista de la conciencia, una psico-fisiología del
cerebro o una biología molecular del material genético podrán dar cuenta por sí mismas de los
procesos sociales de la conciencia humanamente desarrollada. Dicho de otro modo, es la
extensión misma del concepto de conciencia la que debe ser repensada a partir del
materialismo histórico, al mismo tiempo que su comprensión: “la conciencia” es tanto la
informatización de la industria como el concepto científico, la concentración capitalista de los
medios de expresión como el juicio estético, la organización revolucionaria de la clase obrera
como el sentimiento de responsabilidad —las relaciones sociales como las relaciones
nerviosas. La conciencia históricamente desarrollada no es una abstracción inherente al
individuo singular, en su realidad es un conjunto de relaciones sociales, materialmente
constituidas y en vías de evolución, sobre la base de las cuales la conciencia del individuo se
forma biográficamente a través de su práctica social y se inscribe corporalmente en actividades
nerviosas innatas o adquiridas.
Así, pues, lo que dejaría escapar una primera lectura confusionista de la proposición fundadora
del materialismo histórico, donde “la conciencia” es sometida a una crítica radical en tanto
mala abstracción, es sencillamente la revolución operada por La ideología alemana a propósito
de una cuestión central de toda la filosofía. No existiendo “la conciencia” abstractamente
entendida, se comprende que no pueda gozar de ninguna “autonomía”. No es entonces a ese
punto, se puede estar seguro por adelantado, al que se refería la autocrítica de Engels al final
[174] de su vida. Releamos su carta ya citada a Mehring. Él ridiculiza allí “el necio modo de ver
de los ideólogos”: “Como negamos un desarrollo histórico independiente a las distintas esferas
ideológicas, que desempeñan un papel en la historia, les negamos también todo efecto
histórico. Este modo de ver se basa en una representación vulgar antidialéctica de la causa y el
efecto de acciones y reacciones.” [Marx & Engels, Obras Escogidas en tres tomos, Ed. Progreso,
Moscú, 1974] Así, en la misma carta donde Engels corrige una subestimación posible del rol
histórico de las ideologías, reafirma su rechazo a reconocer a esas esferas un “desarrollo
histórico independiente”, dicho de otro modo, a pensarlas bajo la mala abstracción de “la
conciencia”. Es la reanudación literal de las formulaciones de La ideología alemana: “Ellas no
tienen historia, no tienen desarrollo”. Presentar sobre este punto el texto de La ideología
alemana como unilateral y simplista por [el hecho de] que es rechazada toda autonomía de “la
conciencia” en relación con la vida social, sería entonces no haber comprendido nada de él, y
hacer en el mismo movimiento una concesión exorbitante al idealismo. No hay que modificar
una palabra de este enunciado fundador del materialismo histórico, que sólo funda la ciencia
de la historia de manera materialista porque acaba de una vez, sin retorno, con la ilusión
fundamental de la autonomía de la “conciencia”, aunque fuese una autonomía “relativa” —
como si una entidad abstracta pudiera existir “relativamente”.
¿Cómo entender, positivamente esta vez, el principio según el cual la vida social
determina la conciencia? En primer lugar, en el sentido que, comprendida correctamente, la
conciencia no es de hecho sino un modo de existencia de la vida social, del ser social. Así como
la distinción entre materia y movimiento, el que se define como modo de existencia de la
materia, la distinción entre la vida y la conciencia no es la de dos realidades, sino la de una
realidad y un aspecto abstracto de esta misma realidad 8 —lo que muestra, de pasada, lo poco
serio de un uso “silvestre”, y extendido, de la dialéctica, que consiste en tratar ciegamente
como dos contrarios reales del mismo tipo términos comúnmente opuestos en cualquier
contradicción ideológica corriente (ver 6.28). Y es justamente la diferencia de naturaleza de los
dos términos, su disimetría, la que explica que si “la vida determina la conciencia”, la recíproca
no es verdadera: a través del movimiento de la conciencia, es siempre la vida en su conjunto la
que se determina a sí misma. Decir que la vida social determina la [175] conciencia, es decir
que una totalidad determina uno de sus momentos, que es necesario partir de la totalidad de
la vida social para comprender la historia, y no de uno de sus momentos aislados por la
abstracción. Al contrario de toda unilateralidad, este principio plantea entonces por primera
vez el concepto de una historia total —no, por supuesto, en el sentido de un conocimiento
exhaustivo de todos los aspectos de la realidad, tarea inagotable, sino en el sentido de que
comprende a su objeto como un todo orgánico —y total precisamente porque [es]
materialista. “Esta concepción de la historia consiste, pues, en exponer el proceso real de
producción, partiendo para ello de la producción material de la vida inmediata, y en concebir
la forma de intercambio correspondiente a este modo de producción y engendrada por él, es
decir, la sociedad civil en sus diferentes fases, como el fundamento de toda la historia,
presentándola en su acción en cuanto Estado y explicando en base a ella todos los diversos
productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la filosofía, la moral, etc., asi como
estudiando a partir de esas premisas su proceso de nacimiento, lo que, naturalmente,
permitirá exponer las cosas en su totalidad (y también, por ello mismo, la acción recíproca
entre estos diversos aspectos)” [La ideología alemana, Pueblos Unidos, 40]. Se advertirá esta
última afirmación, que confirma lo absurdo de adjudicar a La ideología alemana una
8
“El espíritu sólo es la abstracción de la materia.” (C.D.P., 146)
concepción sencillamente economicista de la historia —y eso aunque Marx ya escribía dos
años antes: “El poder material tiene que ser derrocado por el poder material, pero también la
teoría se convierte en un poder material cuando prende en las masas” [“Introducción” a la
Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, en Obras fundamentales T.I, FCE,
México, 1982 , 497].
Una vez descartados los contrasentidos elementales sobre este principio fundamental, el
verdadero problema es entonces el de comprender lo que autoriza a ver en la actividad de
producción material la base determinante de todas las actividades sociales, de manera que
nada puede ser comprendido en la historia sin considerar en primer lugar “el modo de
producción de la época y todo el orden social cuya base es” (I.A., 531). La respuesta es que
“debemos comenzar señalando que la primera premisa de toda existencia humana y también,
por tanto, de toda historia, es que los hombres se hallen, para ‘hacer historia’, en condiciones
de poder vivir. Ahora bien, para vivir hace falta comer, beber, alojarse bajo un techo, vestirse y
algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios
indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la vida
material misma, y no cabe duda de que es éste un hecho histórico, una condición fundamental
de toda historia, que lo mismo hoy que hace miles de años, necesita cumplirse [177] todos los
días y a todas horas, simplemente para asegurar la vida de los hombres. [L.I.A., 28]
9
Cf. El poema de Brecht, Preguntas de un obrero que lee (en línea en
http://unlugareclectico.blogspot.com/2008/01/preguntas-de-un-obrero-que-lee-bertolt.html]
Incluso la producción material no produce solamente los medios para satisfacer las
necesidades primordiales de la existencia humana —lo que sólo haría de ella una condición
previa de la historia. Ella es mucho más el presupuesto directo de toda actividad humana,
precisamente porque toda actividad humana, incluida la de “la conciencia”, es una actividad
material, que exige condiciones materiales determinadas. Así, no existe ciencia sin
instrumentos científicos, por lo tanto sin producción de todo lo que es necesario para la
fabricación de esos instrumentos. Tampoco filosofía sin materialidad de las ideas filosóficas,
aunque solo fuese en sus escritos, y por consiguiente sin fabricación de papiro o de papel, sin
trabajo de copistas o industria del libro, sin construcción de bibliotecas y de lugares de
enseñanza, etc. Se toca aquí con el dedo el grosero error idealista que se comete al separar “la
conciencia” de la vida social material.
Pero el rol de la producción material va mucho más lejos aún. Hasta aquí, en efecto, lo
hemos considerado como el presupuesto necesario de toda existencia y actividad humanas.
Ella sólo es entonces su “base” en el sentido que los cimientos son la base de la casa, es decir
que, para hablar más [178] exactamente, ellos son solamente su soporte. El soporte
condiciona, no determina la cosa en su esencia misma; todo lo contrario, recibe de ella sus
determinaciones esenciales (ver 1.21). No hay casa sin cimientos, pero es la estructura de
conjunto de la casa la que determinó la de sus cimientos. Se ve aquí hasta qué punto es falaz la
imagen de la superposición espacial a través de la cual se piensa a menudo los conceptos de
base (o de infraestructura) y de superestructura: si la base de la historia fuera comprendida
como el simple fundamento del edificio social, ella no sería justamente su base en el sentido
dialéctico materialista, y todo el idealismo histórico retornaría al galope a partir de la teoría de
las superestructuras. Lo que confiere a la producción material su estatus de base real de la
historia es que ella no sólo produce los medios de la existencia y de la actividad humanas, sino
que es el lugar donde se producen en primer lugar esta existencia y esta actividad mismas, que
ella determina su contenido y les asigna su ley de desarrollo esencial. La producción material
es también la de los medios de producción, comenzando por los instrumentos de trabajo [que]
“no sólo son escalas graduadas que señalan el desarrollo alcanzado por la fuerza de trabajo
humana, sino también indicadores de las relaciones sociales bajo las cuales se efectúa ese
trabajo” [El Capital, Siglo XXI, Vol. 1, 218], determinando así los rasgos distintivos de una época
económica y social. Mejor: a través de la producción material, los hombres se producen a sí
mismos. Esa es una de las ideas más novedosas y más audaces que anticipa La ideología
alemana: la producción material no produce solamente algo como para satisfacer las
necesidades sino, en una parte esencial, las necesidades mismas (“esta creación de
necesidades nuevas constituye el primer hecho histórico”, La ideología alemana, Pueblos
Unidos, 29), las capacidades de los individuos (participar en la producción es desarrollar en sí
las “facultades individuales correspondientes a los instrumentos materiales de la producción”,
I.A. 71) y las relaciones fundamentales de los hombres entre sí, las relaciones de producción
(que son “ellas mismas productos y son el resultado constantemente renovado del proceso”,
Chap.VI, 266).
Mucho más que un presupuesto general del desarrollo histórico, la producción
material es entonces su sustancia misma, la base explicativa universal de lo que es la
humanidad en cada época, “el verdadero hogar y escenario de toda la historia” [La ideología
alemana, Pueblos Unidos, 38], el lugar primordial de las relaciones de la humanidad con la
naturaleza y consigo misma, cuyas formas de conciencia son ciertamente un momento
específico, activo, relativamente autónomo [179] pero sin dejar jamás de ser su aspecto
determinado. Se observa el alcance capital de este principio realmente fundador del
materialismo histórico, donde sólo pueden ver inscriptos un economicismo mecanicista, un
“productivismo” reductor, aquellos para quienes la producción material evoca sólo una
fabricación de objetos, mientras que ella es el lugar por excelencia donde la humanidad se
produce a sí misma. Es por eso que también ese principio no tiene nada de una tesis
históricamente transitoria. Ciertamente, las formas sociales bajo las cuales se manifiesta el rol
de base de la producción material no han sido siempre las mismas en el transcurso de la
historia y, con el pasaje general de la humanidad a la sociedad sin clases, ellas todavía
cambiarán. ¿Pero qué es lo que determina a fin de cuentas esos cambios de forma sino, una
vez más, el desarrollo de la producción material? Como Marx responde a un crítico que
declaraba admitir el rol de base del modo de producción material para la sociedad burguesa,
pero no le veía el sentido para la Edad Media “donde reinaba el catolicismo” y para la
antigüedad greco-romana “donde reinaba la política”: “Lo indiscutible es que ni la Edad Media
pudo vivir de catolicismo ni el mundo antiguo de la política. Es, a la inversa, el modo y manera
en que la primera y el segundo se ganaban la vida, lo que explica por qué en un caso la política
y en otro el catolicismo desempeñaron el papel protagónico. Por lo demás, basta con conocer
someramente la historia de la república romana, por ejemplo, para saber que la historia de la
propiedad de la tierra constituye su historia secreta.” [El Capital, Siglo XXI, Vol. 1, 99].
Si viramos hacia el futuro, lo que Engels llamaba “el salto de la humanidad del reino de
la necesidad al reino de la libertad” (A.D., 319) no significa sino que en la sociedad comunista
la consciencia sería convocada a volverse independiente de la producción material porque los
hombres la habrán puesto bajo su control conciente. El comunismo abrirá un nuevo campo de
acción histórica al mismo principio. “La libertad en este terreno sólo puede consistir en que el
hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo
con la naturaleza poniéndolo bajo su control colectivo, en vez de ser dominados por él como
por un poder ciego…”. Pero esta actividad constituirá siempre el “reino de la necesidad.
Allende el mismo empieza el desarrollo de las fuerzas humanas considerado como un fin en sí
mismo, el verdadero reino de la libertad, que sin embargo sólo puede florecer sobre aquel
reino de la necesidad como su base” [El Capital, Siglo XXI, Vol. 8, 1044]. 10 Según la vieja
fórmula de Bacon, sólo se controla a la naturaleza [180] obedeciéndole. El materialismo
histórico no es la verdad transitoria de las sociedad de clases, sino el reflejo teórico de las
condiciones universales de toda vida social humana, la expresión universal de la relación entre
el ser y la conciencia (ver 7.21).
10
Retraduje este pasaje para ceñirlo mejor al original alemán. [La versión del autor no difiere
significativamente de la traducción realizada por la editorial Siglo XXI, por lo cual se decidió tomar la cita
de esta última. N. de T.]
3.8 – El motor de la historia: dialéctica del modo de producción y lucha de
clases
Si el modo de producción material es la base real de la historia —lo que funda al mismo tiempo
una concepción nueva, materialista dialéctica, de las relaciones entre la conciencia y el ser—,
es entonces el desarrollo del modo de producción el que constituye la base del desarrollo
histórico, su motor esencial, y la elucidación de las leyes de ese desarrollo coincide con la
elaboración de una concepción nueva, dialéctica materialista, de la lógica concreta del
movimiento real. Tal es el sentido de un segundo principio fundador del materialismo
histórico, que La ideología alemana formula así: “Según nuestra concepción, todos los
conflictos de la historia tienen su origen en la contradicción entre las fuerzas productivas y el
modo de intercambio” (I.A., 60). Pero aquí nos encontramos frente a una doble dificultad. En
primer lugar, mientras que la formulación del principio precedente parece fijado de entrada en
La ideología alemana y se reencuentra, con pequeñas variantes, en los textos posteriores, en
lo que concierne al motor de la historia encontramos no sólo modificaciones más importantes
de la formulación (el “modo de intercambio” se volverá “relaciones de producción” en 1859)
sino sobre todo un enunciado completamente distinto, que aparece en Miseria de la filosofía y
más aún en el Manifiesto, mientras que se lo buscaría vanamente en La ideología alemana: “La
historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas
de clases” [Manifiesto del partido comunista, Anteo, 34]. Fórmula que se encontrará en
adelante de manera constante (con la pequeña precisión que exige el descubrimiento de la
comuna primitiva, M.C., 34, nota 2), por ejemplo en el Anti-Dühring (E.Ph., 174; A.D., 55), en la
correspondencia (la lucha de clases es “la fuerza motriz directa de la historia”, Cor.ch., 335),y
que Lenin retoma en su artículo sobre Karl Marx escribiendo que “la lucha de clases es el
motor de los acontecimientos” (T.Ph., 232; O.L., 21, 53). ¿Cómo [181] comprender esta
dualidad de formulaciones y la relación entre esos dos enunciados: contradicción entre fuerzas
productivas y relaciones de producción, lucha de clases? Y al mismo tiempo, segunda
dificultad, el segundo enunciado hace aparecer toda la ambigüedad del primero. ¿Cuál es, en
efecto, el rol respectivo de las fuerzas y de las relaciones de producción en el seno de su
contradicción? Pregunta crucial que, hasta nuestros días, no dejó de suscitar interpretaciones
diversas, e incluso opuestas, del materialismo histórico.
Por una primera parte, es el desarrollo de las fuerzas productivas lo que aparece como
el elemento fundamental y el verdadero motor: toda la evolución histórica “consiste en el
hecho de que se reemplaza la forma de los intercambios anterior, devenida una traba, por una
nueva forma que corresponde a las fuerzas productivas más desarrolladas y, por eso mismo, al
modo más perfeccionado de la actividad de los individuos, forma que a su vez se vuelve una
traba y se ve entonces reemplazada por otra” (I.A., 67). La historia sería entonces en último
análisis la “de las fuerzas productivas que se desarrollan y son retomadas por cada generación
nueva, y ella es por tanto la historia del desarrollo de las fuerzas de los individuos mismos”
(67). Es precisamente ésta la idea que expone el prefacio de 1859 a la Contribución a la crítica
de la economía política, en formulaciones clásicas que son consideradas como la quintaesencia
del materialismo histórico: “Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas
productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de
producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones
de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las
fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de
revolución social.” Y más adelante: “Ninguna formación social desaparece antes que se
desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y
más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia
hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua.” [“Prefacio” a la Contribución a la
crítica de la economía política, Anteo, 7-8]
¿Qué es entonces lo que estos textos, y muchos otros, parecen decir? Que el
verdadero elemento motor del desarrollo histórico, son las fuerzas productivas. Son ellas las
que, en cierto estadio de su desarrollo, “entran en contradicción” con las relaciones sociales
existentes, las que no tienen [182] desarrollo propio y se convierten por tanto en trabas. Mejor
aún: las relaciones de producción nuevas sólo pueden surgir en la medida en que el desarrollo
de las formas productivas les haya él mismo provisto sus condiciones. ¿Es entonces forzar las
cosas representar las fuerzas productivas como la sustancia viva de la sociedad y las relaciones
de producción como fuerzas pasivas, inertes por sí mismas, que reciben de afuera [tanto] su
ley de desarrollo como su parada de muerte? Es completamente en este sentido como Stalin
presentaba la cuestión en 1937 en el capítulo IV de la Historia del P.C.(b)de la U.R.S.S., de la
que una parte esencial, titulada Materialismo dialéctico y materialismo histórico (y que parece
directamente inspirada sobre ese punto por páginas entonces clásicas de Bujarin 11), publicada
aparte como folleto, representará el abc del marxismo para toda una generación. Un rasgo
esencial de la producción, puede leerse allí, “es que sus cambios y su desarrollo comienzan
siempre por el cambio y el desarrollo de las fuerzas productivas y, ante todo, de los
instrumentos de producción. Las fuerzas productivas son, por consiguiente, el elemento más
móvil y el más revolucionario de la producción. En primer lugar se modifican y se desarrollan
las fuerzas productivas de la sociedad; después, en función y en conformidad con esas
modificaciones, se modifican las relaciones de producción entre los hombres, sus relaciones
económicas”. Ciertamente, las relaciones de producción “actúan a su vez” sobre el desarrollo
de las fuerzas productivas, en la medida en que éstas les correspondan o no, y por tanto,
aceleran o ralentizan su desarrollo. Pero esto no hace sino subrayar su ausencia de verdadero
dinamismo histórico. A fin de cuentas, “ellas deben tarde o temprano terminar por
corresponder —y es esto lo que hacen efectivamente— al nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas, al carácter de esas fuerzas productivas.” 12
Puede verse el sentido de lo que Stalin, de acuerdo, parece, con las formulaciones mismas de
Marx, llamó “ley de correspondencia necesaria” 13 entre el nivel de desarrollo de las fuerzas
11
Cf. N. Bujarin, La théorie du materialisme historique. Manuel populaire de sociologie marxiste [La
teoría del materialismo histórico. Manual popular de sociología marxista], Editions sociales
internationales, 1927, p. 122 y siguientes, 263 y siguientes, 343.
12
Matérialisme dialectique et matérialisme historique, Editions sociales, 1950, p. 22
13
Les problèmes économiques du socialismo en U.R.S.S. [Los problemas económicos del socialismo en la
U.R.S.S.], Editions sociales, 1952, p. 8
productivas y el carácter de las relaciones de producción. [183] Esta “ley” puede tanto más
fácilmente pasar por tal cuanto que tiene la elegancia de las leyes de la mecánica más simples:
y = f(x). Reposa sobre una interpretación visible: las fuerzas productivas son la variable de la
historia, las relaciones de producción son su función —interpretación que esconde otra:
fuerzas y relaciones de producción son dos realidades distintas detrás de su enlace funcional,
como pueden serlo por ejemplo la temperatura de una barra de hierro y su longitud. Esta
doble interpretación acarrea subrepticiamente una singular consecuencia, [y] es que la lucha
de clases no es en general el motor de la historia, [sino que lo] es el desarrollo de las fuerzas
productivas. En estas condiciones, la lucha de clases puede ciertamente ser la partera de
nuevas relaciones de producción, pero no podría ser su madre. Es exactamente esto lo que
indica el texto de Stalin: cuando “las fuerzas productivas nuevas llegan a la madurez” y las
antiguas relaciones de producción se han vuelto “una barrera insuperable”, entonces “la
actividad conciente”, “la acción violenta” de las clases revolucionarias juega un “ rol inmenso”,
pero se extinguen en su éxito.14 La lucha de clases sólo es entonces motriz a lo sumo con
intermitencias. Por otra parte, es la misma manera en que Mao Tsé Tung trata por la misma
época el problema en Acerca de la contradicción. Criticando a aquéllos que niegan que en toda
contradicción el aspecto principal y el aspecto secundario “se convierten el uno en el otro”
citando el ejemplo de la contradicción entre fuerzas y relaciones de producción, donde según
ellos el aspecto principal estaría constituido siempre por las fuerzas productivas, escribe: “Es
ésta una concepción propia del materialismo mecanicista y no del materialismo dialéctico”. Sí,
las fuerzas productivas juegan en general el rol principal, decisivo, y el que lo niegue no es un
materialista. Es preciso reconocer no obstante que en condiciones determinadas, las
relaciones de producción, así como la teoría o la superestructura, pueden a su vez jugar el rol
decisivo, principal. Cuando, sin modificación de las relaciones de producción, las fuerzas
productivas ya no pueden desarrollarse, la modificación de las relaciones de producción juega
el rol principal, decisivo.”15
15
Oeuvres choisies [Obras escogidas], tomo 1, Editions sociales, 1955, p. 395.
qué libros han leído ustedes que cambios semejantes en el orden histórico habitual son
inadmisibles e imposibles?” (493). La menor reflexión sobre este aspecto de la revolución
soviética muestra que la “ley de correspondencia necesaria” se transforma aquí en su
contrario: es a partir de la conquista revolucionaria de nuevas relaciones de producción
discordantes con el estado de una gran parte de las fuerzas productivas que fue posible —no
sin agudas contradicciones— un poderoso desarrollo ulterior de las bases económicas
tendiente a corresponder con las exigencias del socialismo. Son los Soviets los que hicieron
posible la electrificación de todo el país, no a la inversa.
16
Matérialisme dialectique et materialisme historique, p. 27.
productivas —por ejemplo bajo la forma de las luchas obreras por la limitación de la jornada
de trabajo, que impulsa a los capitalistas a buscar en nuevos progresos de los instrumentos y
en la organización del trabajo el medio para reforzar la explotación de los trabajadores y para
aumentar la tasa de [186] ganancia. Se dibuja entonces una comprensión completamente
diferente de la historia: no es en las fuerzas productivas, en sí cosas inertes y sin voluntad,
donde es preciso buscar el motor de la historia, sino en las relaciones de producción, en la
lucha de clases con intereses opuestos que impulsa el desarrollo de las fuerzas productivas —o
por el contrario manda su estancamiento y su regresión cuando la clase dominante tiene
interés en ello— y les asigna su ley. ¿Cómo mantener en esas condiciones la idea de una
“primacía” de las fuerzas productivas y de su dinamismo “independiente”?
Pero es preciso ir más lejos aún: toda distinción entre fuerzas productivas y relaciones
de producción ¿no es en el fondo el efecto de una mala abstracción? Las fuerzas productivas
¿no son en sí mismas relaciones de producción? Esta es la conclusión que extrae Marx de su
estudio del capitalismo. En el modo de producción capitalista, “los medios de producción, las
condiciones objetivas del trabajo —material de trabajo, medios de trabajo (y medios de
subsistencia)— no aparecen como subsumidos al trabajador, es él quien aparece como
subsumido a ellos. No es él quien los utiliza, son ellos los que lo utilizan. Y es por eso que son
capital. El capital utiliza el trabajo. No son medios para este último, medios para producir los
productos, sea bajo la forma de medios de subsistencia inmediatos o de medios de
intercambio, de mercancías. Es él quien es un medio para ellos, un medio para conservar su
valor, por otra parte para valorizarlos, es decir para acrecentarlos, para absorber sobretrabajo”
(T.P.V., 1, 457). No son, además, solamente esas “cosas inmediatamente materiales” las que se
alzan frente al trabajador como capital, sino “las formas del trabajo socialmente desarrollado,
la cooperación, la manufactura (forma de la división del trabajo), la fábrica (forma del trabajo
social organizado sobre la base del maquinismo) se presentan como formas de desarrollo del
capital, y (…) por consiguiente las fuerzas productivas del trabajo desarrolladas a partir de esas
formas del trabajo social, por lo tanto igualmente la ciencia y las fuerzas naturales, se
presentan como fuerzas productivas del capital”. “Así el desarrollo de las fuerzas productivas
sociales del trabajo y las condiciones de ese desarrollo aparecen como acción del capital,
frente a la cual el trabajador se comporta pasivamente, y la que incluso se realiza contra él”
(459).
Un texto de Stalin expresa en suma perfectamente la ilusión de la que el marxismo tendría que
desembarazarse. En Sobre el marxismo en lingüística, escribe que las máquinas, “indiferentes
respecto a las clases así como lo es la lengua, pueden servir igualmente al régimen capitalista y
al régimen socialista”,17 lo que comenta de esta manera: “Había entre nosotros, en un
momento dado, ‘marxistas’ que pretendían que los ferrocarriles que quedaron en nuestro país
después de la Revolución de Octubre eran ferrocarriles burgueses; que no nos convenía a
nosotros, marxistas, servirnos de ellos; que era preciso desmantelarlos y construirlos de
nuevo, ferrocarriles ‘proletarios’. Esto les valió el apodo de ‘trogloditas’… Va de suyo que esos
puntos de vista de un anarquismo primitivo sobre la sociedad, sobre las clases, sobre la lengua,
no tienen nada en común con el marxismo.” 18 Esos “trogloditas” ¿no serían en realidad mucho
mejores marxistas [188] que Stalin? Esto es lo que sostiene toda una corriente contemporánea
de crítica del marxismo “en nombre del marxismo”. “La división capitalista del trabajo es la
fuente de todas las alienaciones” 19, afirma desde su primera línea un libro representativo de
esta corriente; son las herramientas mismas producidas por esta división del trabajo las que se
trata de destruir. La gran tarea de nuestra época es la de cuestionar de una manera radical
todas las formas de “sociedad industrial”.
Partiendo, parece, de una relectura correcta de Marx, nos unimos entonces por una
transición insensible al campo de los que denuncian al socialismo marxista como tan opresivo
en el fondo como el capitalismo, porque ataca la apropiación capitalista de los medios de
producción y de cambio, lo que no sería sin importancia, y no a esos medios mismos. Ahí
residiría la mistificación por excelencia: la “que consiste en creer que la frustración actual se
debe principalmente a la propiedad de los medios de producción.” 20 “La propiedad colectiva de
las herramientas puede tener dos efectos diametralmente opuestos: puede subordinar las
relaciones sociales a las exigencias de las herramientas poniendo a los hombres al servicio de
las máquinas de una manera aún mucho más eficaz que el capitalismo. Tal es la esencia del
estalinismo. A la inversa, la propiedad colectiva de las herramientas puede significar que la
comunidad se compromete a utilizar las herramientas de manera de promover relaciones
sociales amigables. Pero en este caso, se compromete a renunciar, a la mayor brevedad
posible y sea cual fuere su costo, a las grandes unidades que producen a gran escala, en la
17
A propos du marxisme en linguistique [Sobre el marxismo en lingüística], Editions de La Nouvelle
Critique, 1951, p. 15.
18
P. 25
19
A. Gorz, Critique de la division du travail [Crítica de la división del trabajo], Editions du Seuil, 1973, p. 9.
20
I. Illich, La convivialité [La buena convivencia], Editions du Seuil, 1973, p. 50. El autor llama “amigable”
[convivial] a una sociedad “donde el hombre controla la herramienta” (p. 13), donde las relaciones
humanas escapan a “la alienación tecnológica”.
medida en que esas grandes unidades, por eficientes que sean, requieren un tipo de
organización incompatible con la buena convivencia.” 21 La revolución a la orden del día en este
fin del siglo XX sería de otro modo más importante que la revolución socialista: es la que
consistiría en renunciar al crecimiento de las fuerzas productivas, en descubrir “la pobreza
voluntaria” y “la renuncia alegre”, condición del “reino de la libertad”. 22
En esta revolución, la clase obrera no tiene ningún rol particular que jugar; sin duda
ella misma es más bien reaccionaria en la medida en que está vinculada a las fuerzas
productivas industriales e impulsa por sus reivindicaciones al productivismo. No, el desenlace
“depende de la aparición de elites” nuevas, 23 de hombres y mujeres que no pueden definirse
en términos de clase y [que] “no forman ningún partido”, pero cuya “oposición continua a la
burocracia es la única manera posible de evitar que la revolución se transforme ella misma en
[189] institución.”24 Ya no subsiste entonces ni una pizca de marxismo en esta ideología que
invoca a veces al principio de la “verdadera” lección de Marx contra los marxistas dogmáticos,
productivistas y totalitarios. Se trata, de hecho, de una ideología caracterizada como
distracción [respecto] al análisis real de la crisis del capitalismo, a la lucha por la
transformación real de la sociedad, a la perspectiva del socialismo democrático que madura
obstinadamente en los países capitalistas avanzados. Es una muy claramente inspirada
tentativa de desviar hacia los callejones sin salida del “crecimiento cero”, pintando con los
colores de un naturalismo reaccionario las nuevas fuerzas que comienzan a entrever la
condición fundamental para resolver la formidable acumulación de contradicciones actual:
abolir el modo de producción capitalista.
Tal es pues el dilema aparentemente insoluble al que nos conduce en su doble enunciado este
segundo principio del materialismo histórico: ¿cómo comprender las relaciones reales entre
fuerzas productivas y relaciones de producción, entre el rol motor de su contradicción y el de
la lucha de clases? Consideremos aquí el problema desde el punto de vista del modo general
de pensamiento teórico que está ahí implicado, [que] de hecho es el de la naturaleza de la
contradicción dialéctica, en el sentido materialista del término. Como bien lo señaló Lenin en
su lectura marxista de Hegel, comprender la contradicción en la esencia misma de las cosas, es
comprender la unidad de los contrarios al mismo tiempo que “la génesis inmanente de las
diferencias” (O.L., 38, 95). Ahí reside la base de la contradicción dialéctica, y “ es precisamente
esta base la que expresa la fórmula: unidad, identidad de los contrarios”, (245). 25 Debilitar el
alcance tanto de la unidad de las diferencias como de la diferencia dentro de la unidad, es
falsear todo el análisis, deformar subjetivamente la lógica objetiva de la contradicción. En el
21
I. Illich citado por A. Gorz, Critique de la division du travail, p. 19-20.
22
La convivialité, p. 98.
23
P. 150.
24
P. 152
25
Sobre las relaciones entre la unidad y la identidad de los contrarios, ver más adelante 6.17.
problema que nos ocupa, la interpretación de la “correspondencia” entre fuerzas y relaciones
de producción codificada por Stalin sustituye la unidad, la identidad dialéctica de los
contrarios, por una interacción entre realidades separadas, reduciendo el proceso histórico a
un mecanismo de ejecución periódica de relaciones de producción pasivas a [190] partir de un
crecimiento autónomo de las fuerzas productivas. Inversamente, la ideología de la “contra-
revolución industrial”, que pone en la misma bolsa capitalismo y socialismo en nombre de la
identidad tecnológica de sus fuerzas productivas, borra la dualidad entre términos cuya
relación ella reduce a la unidad, sustituyendo así la contradicción real dentro de esta unidad,
[y] en consecuencia la lucha de clases, por la expresión de deseos de una “civilización distinta”
que invierta el curso del desarrollo de las fuerzas productivas, del salto a otra unidad utópica
que, con el análisis, revela ser sencillamente la idealización reaccionaria de formas históricas
anteriores disueltas por el movimiento mismo del capitalismo.
En efecto, consideremos los tres elementos, los “tres momentos simples y abstractos”
(Cap.,I,1,181) constitutivos de las fuerzas productivas: la naturaleza, los instrumentos de
trabajo y los hombres en tanto productores. Cada uno de ellos es en cierto sentido idéntico a
las relaciones de producción. La naturaleza, ciertamente, es en sí misma independiente de
todo modo de producción particular. Pero es el modo de producción el que “recorta”, en el
conjunto que ella constituye, la naturaleza en tanto [191] fuerza productiva concreta que le
corresponde —así los recursos del subsuelo o las caídas de agua sólo comienzan a “existir” en
tanto fuerzas productivas en un estadio dado del desarrollo económico. Es por eso que tal
como ella se presenta hoy, “salvo tal vez en algunos atolones australianos de formación
reciente” (I.A., 26), la naturaleza es de hecho el producto de innumerables procesos de trabajo
anteriores, y lleva en todas partes la marca de las relaciones de producción que se han
sucedido a través de la historia: un paisaje de planicie o un bosquecillo, un desierto erizado de
torres de perforación traducen un modo de propiedad agraria o una fase característica del
imperialismo. Con mayor razón los instrumentos de producción no son simples cosas, sino
relaciones sociales. No existen medios de producción “en sí”: “Rotaciones de cultivos, abonos
artificiales, máquina de vapor, tejedora mecánica no pueden ser separados de la producción
capitalista, tampoco las herramientas del salvaje y del bárbaro pueden serlo de su
producción.” (Cor.ch., 389). Los medios de producción creados por la “revolución industrial”
del siglo XIX “son relaciones burguesas de producción, relaciones de producción de la sociedad
burguesa”.26 Y de la misma manera “la fuerza colectiva del trabajo, su carácter de trabajo
social, es pues la fuerza colectiva del capital. Lo mismo vale para la ciencia. Y para la división
del trabajo, en tanto aparece como división de los empleos e intercambio correspondiente a
éstos. Todas las fuerzas sociales de la producción son fuerzas productivas del capital, que
aparece pues como su propósito.” (Gr., 2, 75) Por lo que se refiere a los hombres en tanto
productores históricamente concretos —esclavos, siervos, artesanos, proletarios—, el modo
de desarrollo de sus capacidades y de sus necesidades, la forma histórica de su individualidad
son el efecto directo de relaciones determinadas de producción, por lo tanto también de
distribución y de consumo. Cada modo de producción se distingue de los otros no sólo por lo
que produce y su modo particular de producirlo, sino por el tipo de producción que engendra.
Así las fuerzas productivas, consideradas no en abstracto sino en su realidad histórica, son
todas en sí mismas relaciones sociales, relaciones de producción.
Pero entonces, si las fuerzas productivas son ellas mismas relaciones de producción, ¿es
necesario plantear pura y simplemente su identidad, a la manera de un hegeliano? (C.C., 159)
No. La conclusión a la que llegamos no es que unas y otras se confunden, sino que son
“miembros de una totalidad, diferencias dentro de una unidad”. (165) Dicho de otro modo,
como señala Marx en su introducción de 1857, la “dialéctica de los conceptos fuerza
productiva (medios de producción) y relación de producción” es una dialéctica “cuyos límites
están por determinar[se] y que no suprime las diferencias reales”. (E.Ph., 114; C.C., 174)
¿Cómo formular esta diferencia real? Es, no la de dos cosas, sino la de dos órdenes de
relaciones. Describir un modo de producción haciendo el inventario de sus fuerzas productivas,
es considerarlo como un modo de relaciones de los hombres con la naturaleza. Describirlo
caracterizando las relaciones de producción, es considerarlo como un modo de relaciones de
los hombres entre sí. Su diferencia no es la exterioridad de dos tipos de cosas sino la dualidad
de dos órdenes de relaciones al interior de una misma realidad. Es por eso que un aspecto
dado de un modo de producción, por ejemplo el maquinismo industrial capitalista, puede ser a
la vez fuerza productiva y relación de producción en tanto modo de combinación de los
hombres entre sí dentro de la actividad productiva.
Vemos aquí hasta qué punto el espíritu de la clasificación lógica común (una cosa es o
bien esto, o bien aquello) deja escapar la dialéctica de la realidad contradictoria (una relación
es a la vez relación con esto y relación con aquello). Una concretización particularmente
significativa de la identidad de los contrarios que persiste a través de su diferencia e incluso su
oposición es la existencia de un tercer término, forma particular considerada como su
generalidad común —por ejemplo la identidad persistente del trabajo material y del trabajo
intelectual se manifiesta bajo la forma de medios materiales del trabajo intelectual. La
dialéctica materialista, vimos [ver 1.19], no sólo no rechaza la existencia de terceros términos,
26
K. Marx, Trabajo asalariado y capital, Ed. Anteo, p. 37
sino que permite comprenderlos en su materialidad histórica, por oposición a la interpretación
idealista y conservadora que les da Hegel [ver 2.8]. Para Hegel, el tercer término realiza la
mediación [193] de los contrarios, es decir la “superación” de la contradicción en una unidad
“superior” sin que haya ninguna necesidad de suprimir sus bases materiales: ahí reside el
fondo mistificado y mistificador de su dialéctica. Lo que Marx descubrió es que el tercer
término, lejos de representar por sí mismo la “superación” de la contradicción, es por el
contrario, en tanto expresión concentrada de la identidad de los contrarios, un lugar
suplementario y central de su lucha, destinado él mismo a una función completamente
diferente, o a la desaparición, cuando la contradicción haya sido ella misma formal o
materialmente abolida en provecho de un nuevo modo de unidad entre los contrarios o de su
reemplazo por una nueva unidad.
En el caso que aquí nos ocupa, el tercer término está constituido por el aspecto de las
fuerzas productivas que es directamente una relación de producción, o, lo que es lo mismo,
por el aspecto de las relaciones de producción que es directamente una fuerza productiva, es
decir por el conjunto de las formas de la división técnica del trabajo. En tanto modo eficaz de
combinación de los instrumentos de producción y de los trabajadores mismos, la división
técnica del trabajo es una fuerza productiva, e incluso —por ejemplo en el capitalismo, bajo la
forma de la manufactura, después la de la fábrica, después la de la gran empresa de hoy— la
más decisiva de las fuerzas productivas. Pero al mismo tiempo, lejos de ser socialmente
neutra, materializa las relaciones de producción, las relaciones de clase, en tanto modo de
subordinación del proceso de trabajo y de producción a los intereses de la clase poseedora.
Ella es la división del trabajo “considerada como trabajo creador de valores de uso” (C. C., 29),
es decir a la vez la forma inmediata que toman las relaciones de clase dentro del aparato
productivo y la forma inmediata bajo la cual las fuerzas productivas son relaciones sociales. De
este modo, es el lugar inmediato de la contradicción entre la forma de las relaciones de los
hombres con la naturaleza y la forma de su relación social entre ellos, un concentrado de esta
contradicción. Es por eso que en el capitalismo la división técnica del trabajo es ella misma
puramente contradictoria: su forma más general es la de la oposición entre el despotismo de la
producción del taller y la anarquía de la producción en el conjunto de la sociedad. (Cf. Cap, I, 2,
46; A.D., 310) Todo esto es de una importancia determinante para comprender el rol
respectivo de las fuerzas y de las relaciones de producción, es decir para sacar en claro la
cuestión del motor de la historia.
La dificultad se debe al hecho de que el rol de las fuerzas productivas y el de las relaciones de
producción es sin lugar a dudas [para] ambas y permanentemente, [el de] determinantes. Por
una primera parte, las fuerzas productivas, que no son —y en el capitalismo menos que en
cualquier otro modo de producción— fuerzas “en sí” tendentes a satisfacer necesidades
abstractas sino medios de explotación de los trabajadores, no se desarrollan de manera
espontánea ni socialmente neutra, sino sobre la base de intereses de clase que ellas ponen en
juego, y son pues a lo largo de su desarrollo determinadas por las relaciones de producción.
Pero recíprocamente las relaciones de producción son constantemente determinadas en su
evolución por las fuerzas productivas, porque éstas, por no ser socialmente neutras ni dotadas
de desarrollo espontáneo, no son elementos inertes ni indefinidamente maleables.
Precisamente porque constituye la materialización de intereses de clase en un sistema de
relaciones de los hombres con la naturaleza, el aparato productivo tiene sus propias exigencias
objetivas, y su desarrollo obedece a la necesidad natural, a las leyes de la tecnología. “El
trabajo se organiza, se divide de otro modo según los instrumentos de que dispone. El molino
de fuerza supone otra división del trabajo que el molino de vapor.” (M.Ph., 140) En el
maquinismo industrial, “el carácter cooperativo del trabajo se vuelve una necesidad técnica
dictada por la naturaleza misma de su medio.” (Cap., I,2,69) Así, dentro de la unidad del modo
de producción, dos necesidades entran en conflicto porque son a la vez relaciones
heterogéneas una respecto de la otra —y sin embargo obligadas a constituir una unidad en la
división técnica del trabajo, forma inmediata de la unidad del modo de producción. Cada una
tiene su ley propia en la medida en que se la considere de manera independiente. La historia
de las fuerzas productivas tiene su lógica de desarrollo al igual que la evolución de las formas
biológicas,27 pero la historia de las relaciones de producción, y a través de ella la clase
poseedora, escoge permanentemente, a través de una infinidad de luchas económicas,
políticas e ideológicas, de contradicciones secundarias y casualidades, los desarrollos posibles
de las fuerzas productivas que le convienen. Así su rol parece decisivo, pero sobre la base del
rol fundamental de las fuerzas productivas.
27
Esta idea fue desarrollada por A. Leroi-Gourhan en 1943 en L’Homme et la matière [El hombre y la
materia], retomada y enriquecida por Ch. Parain, cf. Ethnologie et histoire, Editions sociales, 1975, p. 41.
El estudio de Ch. Parain al que se abre este volumen es de una importancia fundamental para la
cuestión aquí tratada.
A.D., 210, 317), el hecho mismo de que la sociedad esté dividida en clases antagónicas es una
consecuencia necesaria del débil desarrollo de la producción, [y] será barrido por la historia
cuando “todas las fuentes de la riqueza colectiva surjan con abundancia” (C.G., 32). A partir de
ahora, según la frase luminosa del Manifiesto, desarrollando la gran producción industrial y
con ella el proletariado moderno, “la burguesía produce ante todo a sus propios sepultureros”
y es por eso que “su caída y la victoria del proletariado son igualmente inevitables” (M.P.C., 47;
cf. Cap.,I,3,87-8). Desconocer o minimizar el rol fundamental de las fuerzas productivas, y a
través de él la relación fundamental de los hombres con la naturaleza, como se lo hace desde
diversos lados en nombre del marxismo, nos conduce infaliblemente [196] al idealismo, es
decir, en política, al subjetivismo, al voluntarismo, al utopismo. 28
En primer lugar, nada más falso que interpretar las relaciones de las superestructuras
con la base en términos de escalonamiento espacial, es decir, una vez más, de separarlas como
cosas abstractas, aunque sea en nombre de la “simplificación pedagógica” —como si la
sustitución de la dialéctica por la mecánica pudiera justificarse por esa legítima preocupación.
Es en términos completamente distintos como el problema es abordado —de manera mucho
menos profunda, por otra parte, que la de la base económica— por los fundadores del
marxismo, trátese del derecho o del Estado, de la religión o de la filosofía, de la ciencia o del
arte. Aquí también es preciso partir de la unidad de la identidad y de la diferencia [200] entre
base y superestructuras dentro de la realidad social considerada como un todo. El concepto de
esta totalidad, que es de hecho el concepto más general para la ciencia de la historia, es el de
formación social.29 Dentro de la formación social, modo de producción y superestructuras no
son sólo inseparables; en ciertos aspectos, se interpenetran. Ciertamente el Estado, por
ejemplo, se presenta en general como un poder exterior a la vida económica y superior a ella;
pero esta separación relativa es precisamente el reflejo de la escisión entre las clases
antagónicas, la expresión concentrada de la dominación de la clase poseedora y de su lucha
con la clase explotada, la máscara de su intervención en esta lucha bajo las formas
características de cada formación social en cada estadio de su desarrollo. Es por eso que,
recíprocamente, la lucha económica de las clases, sean éstas concientes de ello o no, es
siempre una lucha política cuyo objetivo es, en último análisis, el poder. Del mismo modo las
ideologías, lejos de reducirse a la elaboración de las formas de la conciencia social en lugares y
bajo formas específicos, están presentes en la esfera misma de las relaciones económicas,
donde hunden sus raíces. Recíprocamente, el modo de producción está presente, de manera
directa o indirecta, en la superestructura y la vida ideológica que, en tanto realidades
materiales, están sometidas a la ley general de la producción. “En todas las formas de
sociedad, es una producción determinada, son las relaciones engendradas por ella las que
asignan a todas las otras su rango y su importancia. Es una iluminación universal donde están
sumergidos todos los otros colores y (que) los modifica dentro de su particularidad.” (E.Ph.,
111; C.C., 172) Sería pues perfectamente inútil preguntarse si el motor de la formación social
hay que buscarlo en el modo de producción o “por el contrario” en las superestructuras: en
realidad ese motor es el conjunto de sus contradicciones, por lo tanto la lucha de clases en
todas sus dimensiones —económica, política e ideológica.
29
Dejo aquí de lado la compleja discusión sobre lo que Marx y Engels tenían en vista cuando hablan de
formación social (Gesellschaftsformation). Sobre esta discusión, cf. Principalmente el número especial
de La Pensée (nº 159, octubre 1971) Sur la catégorie de “formation économique et sociale” [Acerca de la
categoría de “formación económica y social”]. Acepto aquí, y más adelante, la categoría la categoría de
formación social como remitiendo a la totalidad concreta de una sociedad dada, lo que conduce, según
el uso que se extendió en las investigaciones marxistas en Francia, a hablar no sólo de la formación
social de una sociedad dada, sino de una formación social, es decir, de una sociedad dada considerada
en su totalidad concreta.
de lo decisivo. En las luchas y las transformaciones sociales, es de manera general en el nivel
de las superestructuras y de la ideología donde se toma la decisión. Nunca puede operarse una
transformación fundamental del modo de producción sin que, en primer lugar, [201] las
fuerzas revolucionarias se apropien del poder político, clave de esta transformación. Y la
conquista por las fuerzas revolucionarias de lo que Gramsci llama la hegemonía ideológica y
cultural (G.T., 147) es una condición de su victoria en su lucha política misma. Pero el rol del
modo de producción aparece a su vez, al menos en el largo plazo, como fundamental: perderlo
de vista es abandonar el terreno del materialismo histórico. “En todos los casos es la relación
directa entre los propietarios de las condiciones de producción y los productores directos
relación ésta cuya forma eventual siempre corresponde naturalmente a determinada fase de
desarrollo del modo de trabajo y, por ende, a su fuerza productiva social donde
encontraremos el secreto más íntimo, el fundamento oculto de toda la estructura social, y por
consiguiente también de la forma política que presenta la relación de soberanía y
dependencia, en suma, de la forma específica del estado existente en cada caso.” [ El Capital,
Siglo XXI, Vol. 8, 1007] Y esto, no sólo porque el modo de producción determina en el conjunto
la forma de todas las otras relaciones, sino porque constituye la base de la relación de las
fuerzas de clase mismas, de cuya vida política e ideológica es en última instancia el resumen.
La lógica de la contradicción dialéctica aparece así como la forma universal que permite pensar
la historia en movimiento hacia el comunismo.
“El comunismo no es para nosotros ni un estado que debe ser creado, ni un ideal según el cual
la realidad deberá regularse. Llamamos comunismo al movimiento real que suprime el estado
actual.” (E.Ph., 73; I.A., 33) Estas líneas de La ideología alemana esconden un nuevo principio
del materialismo histórico, menos explícito sin duda que los dos precedentes, pero igualmente
esencial, porque vincula al mismo tiempo el materialismo histórico con un socialismo y un
comunismo ya no utópicos —fundados en la proyección subjetiva de una historia imaginaria—
sino científicos —no, por supuesto, en el sentido de las “ciencias exactas”, sino en el sentido
que resulta de un análisis objetivo de la historia real. El primer principio expuesto más arriba
determinaba la base de la historia, el segundo su motor. [202] Este tercero concierne a lo que
uno está tentado de llamar su sentido.
30
La Raison dans l’histoire. Introduction aux leçons sur la philosophie de l’histoire [La Razón en la
historia. Introducción a las lecciones sobre la filosofía de la historia], Plon, 1965, p. 47. Una útil antología
de los textos de Hegel sobre la historia fue publicada por J. D’Hont con el título Hegel, Philosophie de
l’histoire, P.U.F., 1975.
del interior al exterior no sólo en el universo natural, sino incluso en el universo espiritual, en
la historia universal.”31 He aquí el punto central: la historia tiene un sentido en la medida en
que ella realiza un diseño espiritual fijado de antemano: hay sentido porque hay fin —en el
doble sentido de la palabra fin: intención y culminación. “El fin general con el cual comienza la
historia es el de satisfacer al concepto del Espíritu.”32 “El Espíritu debe alcanzar el saber de lo
que es verdadera y objetivamente ese saber, transformarlo en un mundo real y producirse él
mismo objetivamente. Este es el objetivo de la historia universal.” 33
El sentido de la historia no es pues ni una simple dirección objetiva como la que sigue
un proceso puramente natural, ni la significación subjetiva que los individuos y los pueblos dan
a sus actos: “Es su propio bien el que los pueblos y los individuos buscan y obtienen en su
activa vitalidad, pero al mismo tiempo son los medios y los instrumentos de una cosa más
elevada, más amplia, que ellos ignoran y cumplen inconcientemente.” 34 El sentido de la
historia es inmanente. Avanza velado por la masa inmensa de los acontecimientos particulares,
e incluso de las regresiones parciales, que no son más que el efecto de “contingencias
exteriores”.35 Pero la complicación que aportan estas contingencias, en último análisis, no
cambia en nada a “la certidumbre de que lo que sucedió y lo que sucede todos los días, no sólo
no se produce sin Dios, sino que es esencialmente su obra.” 36 Esta concepción del sentido de la
historia no es idealista solamente porque hace de la Razón, es decir de Dios, el verdadero
motor de la historia. Lo es en lo más íntimo de su estructura: todo el curso del desarrollo es
concebido como un proceso que persigue un fin fijado de antemano. El corazón de esta
dialéctica es el concepto hegeliano de negación de la negación, es decir de retorno a sí de una
[203] cosa que en primer lugar no era más que en sí, luego ha devenido para sí poniéndose
fuera de sí misma, y que vuelve a fin de cuentas a sí misma —en sí y para sí— habiendo
adquirido a través del proceso la conciencia que le faltaba. Toda la historia es concebida como
una “gran jornada del Espíritu” 37 a cuyo atardecer el Espíritu alumbró con un sol interior del
saber superior al sol exterior de la mañana. La historia es una totalidad que se vuelve a cerrar
sobre sí misma, y es de este modo que tiene un sentido. Como subraya Ernst Bloch en El
principio esperanza, Hegel habla aquí “en el dialecto del círculo, vuelto hacia el pasado (…), en
síntesis, es el reaccionario el que habla aquí en Hegel, para quien la filosofía, cuando se trata
de transformar, llega siempre de todas maneras demasiado tarde.” 38
31
P. 48
32
P. 109
33
P. 69. Sobre esta cuestión y la manera en la que se transforma en Marx, cf. S. Mercier-Josa, Lire Hegel
et Marx [Leer a Hegel y a Marx], Editions sociales, 1980, en particular el capítulo 1 “Hegel, Marx y la
historia”.
34
La Raison dans l’histoire, p. 280
35
P. 181
36
Leçons sur la philosophie de l’histoire, Vrin, 1963, p. 346
37
La Raison dans l’histoire, p. 280
38
Le Principe Espérance, Gallimard, 1976, tomo 1, p. 296
El materialismo histórico hace más que romper con esta concepción, está fundado
sobre esta ruptura. La idea de que la historia “realiza una abstracción” es la ilusión ideológica
misma contra la cual fue escrita La ideología alemana. Ya en La Sagrada Familia, criticando
toda mistificación de la Historia, Marx y Engels escribían: “No es, estad seguros de ello, la
‘historia’ la que se sirve del hombre como medio para realizar —como si ella fuera una persona
aparte— sus fines propios; ella no es sino la actividad del hombre que persigue sus propios
fines.” (S.F., 116) Pero esta última fórmula está todavía impregnada de humanismo
feuerbachiano, y por eso de idealismo. Cuanto más avanzan en el estudio concreto de la
historia y adquieren experiencia política, más dejan de plantear el problema en términos de
fin. La ideología alemana, negándole al comunismo el carácter de un ideal según el cual la
realidad debe ajustarse, opera aquí también la inversión decisiva. Y es por eso que Lenin
concluye sus notas de lectura sobre la Filosofía de la Historia de Hegel, donde señala al pasar
indicaciones preciosas e incluso gérmenes aislados de materialismo histórico, con esta
apreciación de conjunto: “En suma, la filosofía de la historia aporta muy, muy poco — es
comprensible: porque es precisamente aquí, en este terreno, en esta ciencia donde Marx y
Engels dieron el gran paso adelante. Es aquí donde Hegel ha envejecido más, donde se ha
vuelto una antigüedad.” (O.L., 38, 299)
En estas condiciones, ¿existe una categoría marxista de la negación de la negación? Como esto
fue formalmente negado —y se ha llegado hasta atribuir a Stalin “perspicacia filosófica”, “real
discernimiento teórico” por no haberla mencionado en el total de las “leyes de la dialéctica” 39
— es importante en primer lugar asegurarnos bien del hecho antes de buscarle el sentido.
Sí, según el solo criterio de los hechos, la negación de la negación está presente en la
obra de Marx y Engels40 —como en la de Lenin— de manera no episódica sino constante. En un
capítulo clave de El Capital, Marx, caracterizando en su conjunto “la tendencia histórica de la
acumulación capitalista”, escribe que “La negación de la producción capitalista se produce por
sí misma, con la necesidad de un proceso natural. Es la negación de la negación. Ésta restaura
la propiedad individual, pero sobre el fundamento de la conquista alcanzada por la era
capitalista: la cooperación de trabajadores libres y su propiedad colectiva sobre la tierra y
sobre los medios de producción producidos por el trabajo mismo.” [El Capital, Siglo XXI, Vol. 3,
954] Por sí sola, la presencia explícita de la negación de la negación en un momento tan
importante de El Capital impediría ver allí la “reliquia singular de un tiempo pasado”. 41 Además
Engels consagró a su vez un capítulo entero de su Anti-Dühring a la negación de la negación
39
Cf. L. Althusser, “Sur le rapport de Marx à Hegel” [“Sobre la relación de Marx con Hegel”], en Lénine et
la philosophie [Lenin y la Filosofía], Maspéro, edición de 1972, p. 66-7, y Pour Marx [La revolución
teórica de Marx], Maspéro, 1965, p. 205, nota
40
Al respecto, es lamentable que esta categoría sea ignorada en los índices de materia de Marx-Engels
Werke.
41
Pour Marx, p. 205.
(A.D., 159-71) donde acusa a la identificación de esta categoría dialéctica con la especulación
hegeliana como groseramente mistificadora, y establece que en su acepción materialista ella
refleja, por el contrario, “una ley del desarrollo de la naturaleza, de la historia y del
pensamiento extremadamente general y, precisamente por eso, revestida de un alcance y de
una significación superlativos.” (169) Y todavía, además, Lenin a su vez consagra un largo
pasaje de Quiénes son los “amigos del pueblo”… a retomar contra Mijailovski la polémica de
Engels contra Dühring a propósito de esta categoría (T.Ph., 64-71; O.L., I, 184-90), después él
mismo se sirve de ella muchas veces (así en Un paso adelante, dos pasos atrás, toda la lucha
dentro del [205] partido es presentada como una “negación de la negación”, 7, 430), y la
cuenta, en su artículo sobre Karl Marx, entre el rango de las características esenciales de la
dialéctica materialista: “…un desarrollo que parece reproducir estadios ya franqueados, pero
reproducirlos de otra manera, sobre una base más elevada (‘negación de la negación’)…”
(T.Ph., 226; O.L., 21, 49; cf. T. Ph., 259; O.L., 38, 210)
Pero una vez que se comenzó a comprender este fondo materialista de la negación de
la negación, se percibe que ella opera en Marx y Engels mucho más allá de los casos en que es
expresamente mencionada —y por otra parte, sería dar prueba de una superficialidad extrema
no reconocer las categorías filosóficas más que cuando son nombradas. De hecho, esta
categoría funciona en el marxismo cada vez que un proceso es pensado como cíclico. En este
sentido, El Capital la utiliza centenares de veces. Por otra parte, es fácil ponerlo en evidencia
comparando tal o cual desarrollo del Capital, donde Marx evita en cierta medida el lenguaje
filosófico, con su versión inicial en los Grundrisse, donde, escribiendo todavía para sí mismo,
no se priva de ello. Así, en El Capital señala que una vez que aparece la moneda, el precio de
las mercancías ya no coincide necesariamente con su valor, y que su identidad se realiza “por
el juego ciego de irregularidades que, en promedio, se compensan, se paralizan y se destruyen
mutuamente” (Cap., I, 1, 112). Una lectura irreflexiva puede no hacer aparecer en esta simple
frase la negación de la negación. Pero la misma indicación es formulada así en los Grundrisse:
“El valor de mercado de las mercancías es siempre distinto de este valor medio y es siempre
inferior o superior a él. El valor de mercado se nivela con el valor real a través de sus
oscilaciones constantes: nunca a través de una ecuación con el valor real como tercer
elemento, sino a través de una continua diferenciación (Hegel diría: no mediante una
identidad abstracta, sino mediante una constante negación de la negación, o sea de sí mismo
como negación del valor real).” [Grundrisse, Siglo XXI, 1, 62] Del mismo modo, cuando El
Capital analiza el consumo productivo, es decir el consumo de los medios de producción en la
actividad productiva que los convierte “en productos de un valor superior al del capital
adelantado” (Cap. I, 3, 14), se necesita atención para captar al vuelo la negación de la
negación, que aparece claramente en el pasaje correspondiente de los Grundrisse, [206]
donde el consumo productivo está caracterizado no como simple eliminación de la sustancia
material sino como “eliminación de esta eliminación y por tanto puesta de lo sustancial.”
[Grundrisse, Siglo XXI, 1, 241] De hecho, casi no hay capítulo de El Capital donde no esté
operando la categoría materialista de la negación de la negación, y el hecho sería
universalmente conocido si había un mínimo de atrevimiento en muchas lecturas de Marx.
3. 19 – Concepción idealista y concepción materialista de la negación de
la negación
Dicho esto, una vez operada esta inversión, el contenido lógico de la negación de la
negación ha cambiado de manera profunda. En Hegel, el proceso, concebido como espiritual,
es identificado con un desarrollo racional necesario cuyas “contingencias exteriores” pueden
confundir la forma inmediata pero no podrían determinar el sentido. Cuando, por el contrario,
el proceso es pensado como puramente material, el curso de la historia se parece mucho más
al de un desarrollo natural, y se acabó la bella finalidad racional. Que la historia se presente
como un conjunto de actos más o menos concientes [207] y voluntarios de los hombres no
cambia nada, porque “sólo raramente se realiza el propósito previsto; en la mayoría de los
casos, los numerosos fines perseguidos se entrecruzan y se contradicen, o bien son ellos
mismos a priori irrealizables, o bien los medios para realizarlos son todavía insuficientes. De
este modo, los conflictos de innumerables voluntades y acciones individuales crean, en el
terreno histórico, una situación completamente análoga a la que reina en la naturaleza
inconciente.” (E.Ph., 216; L.F., 67) La historia es pues, en primer lugar, un proceso sin
conciencia, sin “sujeto”, un proceso “asimilable a la marcha de la naturaleza y a su historia”
(Cap., I, 1, 20), donde los acontecimientos están “en resumidas cuentas dominados por el
azar.” Ciertamente, “en todas partes donde el azar parece jugar en la superficie, siempre es
bajo el imperio de leyes internas ocultas, y sólo se trata de descubrirlas.” (E.Ph., 216; L.F., 67)
Pero hay una diferencia fundamental entre una ley histórica así entendida y la necesidad
hegeliana: la ley ciertamente determina el desarrollo, pero sin asignarle un fin previo a realizar.
La historia es abierta.
43
La Raison dans l’histoire, p. 109.
conoce la forma superior.” [Grundrisse, I, 26]. Pero que el hombre sea el fruto de una
evolución biológica tal no significa evidentemente que sea su fin. Para creerlo, hay que prestar
a las fases anteriores la conciencia de la etapa ulterior: es la inversión general del idealismo
aplicada a la sucesión temporal. Se reduce así, sin mucho esfuerzo, todo el desarrollo histórico
a “un proceso de desarrollo de la conciencia” [La ideología alemana, Pueblos Unidos, 81],
“visión imaginaria que hace un brusco desaire a la historia.” (I.A., 73), En cuanto a los
comunistas, no llegan “siquiera a imaginarse que las generaciones anteriores se propusieran o
pensaran suministrarles materiales.” [La ideología alemana, Pueblos Unidos, 82]
¿Qué subsiste entonces del “sentido” de la historia, una vez descartada la forma hegeliana de
la finalidad inmanente que rige el curso de la historia? Quedan las leyes tendenciales de su
desarrollo. Si la historia no es pura contingencia, sino que aparece en último análisis como
necesaria, es porque manifiesta, no una intención espiritual, sino una tendencia material. Por
ejemplo, una vez dadas la producción mercantil y la circulación simple, son dados al mismo
tiempo los presupuestos que pueden conducir al capitalismo, e incluso los que allí conducen
necesariamente si todos los otros presupuestos indispensables se realizan, lo que no es ni fatal
ni espontáneamente universal. “Se ve, en este punto, de manera precisa, hasta qué punto la
forma dialéctica de la exposición sólo es justa cuando conoce sus límites. Del estudio de la
circulación simple se deduce para nosotros la noción general de capital porque, en el marco
del modo de producción burgués, la circulación simple misma sólo existe como condición
previa del capital y la supone. Lo que no conduce a hacer del capital [210] la encarnación de
una idea eterna, sino mostrarlo tal como es en realidad, simplemente forma necesaria, en la
cual debe necesariamente desembocar el trabajo creador de valor de cambio, la producción
fundada sobre el valor de cambio.” (C.C., 253)
En esta necesidad tendencial del desarrollo, la forma cíclica tiene un lugar central. ¿Por
qué? Porque, en el desarrollo de las contradicciones, al menos cuando son no antagónicas (ver
más adelante, 6.17), si la lucha de los contrarios acentúa su diferencia y empuja su oposición al
extremo (donde la desintegración de la unidad es formalmente posible), cada contrario,
desarrollando su particularidad, hace resurgir al otro contrario dentro de sí mismo: inversión a
partir de la cual se despliegan las condiciones de una nueva unidad. Así la división del trabajo
material y el trabajo intelectual es en primer lugar la negación (relativa) de su unidad,
condición de su libre desarrollo. Pero cada contrario reaparece dentro del otro: cuanto más se
desarrolla el trabajo intelectual, más exige condiciones materiales (por ejemplo la producción y
la aplicación de sus medios técnicos); cuanto más se desarrolla el trabajo material, más exige
condiciones intelectuales (por ejemplo la formación profesional y general que necesitan los
medios de producción). En adelante, la exigencia de una unidad superior entre trabajo material
e intelectual es la que deviene tendencia dominante del desarrollo, reclamando esta
formación politécnica del porvenir, condición de la “supresión de la antigua división del
trabajo” (Cap., I, 2, 166) y del desarrollo del “individuo integral” (166), cuya necesidad expone
Marx en El Capital. La primera negación puso en duda la identidad y la unidad de los
contrarios; pero en la medida en que la unidad resurge de su escisión misma, conduce
necesariamente, en el sentido tendencial del término, a la segunda —negación de la negación
— que cuestiona su diferencia y su dualidad. Sucede del mismo modo con las formas opuestas
del valor en la crisis económica. “Es absolutamente necesario que los elementos separados a la
fuerza, que por esencia van juntos, se manifiesten mediante explosiones violentas como
separación de alguna cosa que por esencia va unida. La unidad se restablece por la violencia.”
(Gr., 1, 84) La negación de la negación no es pues el “retorno” a un punto de partida místico,
es la transformación de la unidad inicial en otra, producto inédito del desarrollo de la
contradicción. Es por eso que la negación de la negación no es en realidad un círculo, sino un
movimiento en espiral donde el restablecimiento de [211] la unidad formal recubre la
formación de un contenido nuevo, que no estaba de ninguna manera prefigurado al principio.
Así se explica la presencia en Marx de un lenguaje a veces finalista que, para un lector
superficial, puede parecer todavía tributario de la teleología, aunque constituye su auténtica
inversión materialista. Marx no abandona pura y simplemente el concepto hegeliano de “fin
inmanente”: ese concepto “de un fin que no es introducido en la naturaleza por un tercero que
actúa con intención, por ejemplo la sabiduría de la Providencia, sino que reside en la necesidad
de la cosa misma, conduce continuamente, en las personas que no tienen una cultura filosófica
completa, a suponer a la ligera una acción conciente e intencional.” (A.D., 98) De ese concepto,
Marx conserva el núcleo racional. Desde el punto de vista materialista, los “para” son “porque”
si se considera el proceso en vías de desarrollo, pero esto no impide que los “porque” sean
ellos mismos “para” cuando se tiene delante de sí el desarrollo consumado y su resultado
orgánico. Es precisamente en este sentido que Darwin no duda en escribir por ejemplo que
44
Cf. La carta de Marx a Lasalle del 16 de enero de 1861: “La obra de Darwin es extremadamente
importante y me conviene como basamento científico de la lucha de clases histórica. Naturalmente, hay
que resignarse a la falta de sutileza típicamente inglesa del desarrollo. Pero pese a todas sus
insuficiencias, es en esta obra que, por primera vez, no sólo se dio un golpe mortal a la ‘teleología’ en las
ciencias de la naturaleza, sino que además el sentido racional de éstas es expuesto empíricamente.”
(Cor., 6, 267-6)
45
La logique du vivant, p. 331 y 321
“las flores se han vuelto brillantes, y por consiguiente bellas, para hacer contraste con las hojas
verdes con el fin [212] de que los insectos puedan percibirlas fácilmente.” 46 Naturalmente,
esto no quiere decir que las especies vegetales fecundadas por los insectos han adquirido color
y perfume con la intención de ser visitadas por ellos, sino porque la presión de la selección
natural desembocó en ese resultado. Sin embargo, si se considera la adaptación realizada,
como una totalidad ecológica, está perfectamente justificado decir que el color y el perfume
de esas flores tienen por fin objetivo, el sentido de atraer a los insectos. Lejos de ser una
metedura de pata lógica, es la justa expresión de una adaptación. En ese sentido, Marx no
duda en caracterizar la fase de la primera negación como necesaria para llegar al resultado de
la negación de la negación. Es conocido el célebre pasaje del 18 Brumario donde escribe: “Pero
la revolución es radical. Está pasando todavía por el purgatorio. Cumple su tarea con método.
Hasta el 2 de diciembre de 1851 había terminado la mitad de su labor preparatoria; ahora,
termina la otra mitad. Lleva primero a la perfección el poder parlamentario, para poder
derrocarlo. Ahora, conseguido ya esto, lleva a la perfección el poder ejecutivo, lo reduce a su
más pura expresión, lo aísla, se enfrenta con él, como único blanco contra el que debe
concentrar todas sus fuerzas de destrucción. Y cuando la revolución haya llevado a cabo esta
segunda parte de su labor preliminar, Europa se levantará, y gritará jubilosa: ¡bien has hozado,
viejo topo!”47
¿Hay que ver ahí un simple ejercicio literario de Marx? Si se creyera eso, qué decir
entonces cuando se lee en los grandes trabajos económicos de la madurez tantas
formulaciones como éstas: “La pertenencia al capital de este enorme poder objetivo que ha
levantado frente a él el trabajo social mismo como uno de sus momentos (…) no es en ningún
caso una necesidad absoluta de la producción; es por el contrario una necesidad efímera, y el
resultado y el fin (inmanente) [der Zweck] de ese proceso es la abolición de esta base misma,
tanto como esta forma del proceso.” (Gr., 2, 323) – “Desde el punto de vista histórico, esta
inversión representa una fase de transición que es necesaria para obligar a la mayor parte de
la humanidad a producir la riqueza para sí…” (Ch. VI, 142) – “…De tales fermentos de
transformación, cuyo término48 final [Ziel] es la supresión de la antigua división del trabajo…”
(Cap., I, 2, 166) – y tantas otras análogas. Mejor aún: Marx subraya sin cesar que el desarrollo
de la contradicción crea él mismo las condiciones objetivas de su [213] solución (otra manera
de expresar la negación de la negación). En varias ocasiones se lamenta de que se haya
entendido mal este aspecto esencial del Capital donde, escribe en 1868, él “presenta a la gran
industria no sólo como la madre del antagonismo, sino también como creadora de las
condiciones materiales y espirituales necesarias para la resolución de este antagonismo…”
(L.Cap., 201) Reprocha una “laguna” en el prefacio de su traductor italiano Cafiero que no
muestra que El Capital brinda “la prueba de que las condiciones materiales necesarias para la
46
L’Origine des espèces, p. 219
47
Karl Marx: El 18 Brumario de Luis Bonaparte, Ed. Anteo, Cap. 7, p. 130-31
48
Se capta aquí en vivo y en directo cómo la traducción Roy del Libro I de El Capital quita la gracia y en
última instancia desnaturaliza el texto de Marx. Ziel significa muy precisamente objetivo, y no término.
Aparentemente Roy reculó frente a lo que creyó ser un desvío teleológico de lenguaje. [En la traducción
de Siglo XXI: “…con tales fermentos revolucionarios y con la meta de los mismos, la abolición de la vieja
división del trabajo.” [Negrita mía. N. de T.] [Vol. 2, 594]
emancipación del proletariado son de una manera espontánea engendradas por la marcha de
la producción…” (L.Cap., 297) Es incluso ahí, había señalado en el borrador de su carta, la base
materialista la que “distingue el socialismo crítico y revolucionario de sus predecesores.” Y es
justamente eso lo que permite al comunista afirmar que “el éxito final es absolutamente
seguro.” (Cor. Ch., 291; cf. 348-9) Este aparente finalismo reposa directamente sobre los
principios materialistas ya expuestos: a través de la infinita complejidad del movimiento
histórico concreto, es a fin de cuentas la vida la que determina la conciencia, es el desarrollo
de las fuerzas productivas el que determina el sentido general de las transformaciones
sociales: “Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede
alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen
cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su
realización”. [Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, Anteo, 8]
Hay que restablecer este aspecto, hoy frecuentemente ocultado, de la teoría marxista para
hacer entender en qué el comunismo no es un “ideal” sino “el movimiento real” de la
historia.49 Restituyamos este movimiento necesario tal como Marx lo concibe siguiendo, en
primer lugar, el desarrollo del modo de producción considerado desde el punto de vista de las
relaciones técnicas. Este desarrollo no puede hacerse sin que se profundice la división del
trabajo. La división fisiológica “forma el punto de partida”, división “espontánea” que “se
ensambla con las diferencias de edad y de sexo”, se arraiga en las relaciones entre “familias,
tribus, comunidades”, se profundiza y se extiende [214] con el intercambio de productos que,
al principio marginal, “los convierte poco a poco en mercancías” y franquea un paso decisivo
con la aparición del dinero. (Cap., I, 2, 42) La separación de la ciudad y del campo y la del
trabajo material e intelectual son las formas fundamentales de “la ley de la división del trabajo
que está en la base de la división en clases.” (A.D., 318) Es la primera negación de la unidad
embrionaria inicial, la diferenciación dispersa de las producciones y de los productores
independientes los unos de los otros, que “presupone la parcelación del suelo y la dispersión
de los otros medios de producción” y excluye tanto toda cooperación extendida como “la
unidad en los fines, los medios y los esfuerzos de la actividad colectiva.” (Cap., I, 3, 203)
Cuando es alcanzado un punto suficiente en ese sentido puede aparecer una forma
cualitativamente nueva de división del trabajo: la división manufacturera que, parcializando la
producción de una misma mercancía en operaciones sucesivas o conexas efectuadas por
trabajadores reunidos bajo la dirección de un mismo maestro mayor de obra, hace surgir de la
división del trabajo su contrario, la cooperación. Es de alguna manera una división del trabajo
al cuadrado: división interna de las ramas de actividad ya separadas de manera externa. Al
49
Naturalmente esto no impide a los comunistas decir que el objetivo de este movimiento real es “su
ideal”. Pero importa más aún que ellos comprendan y expliquen claramente que este “ideal” es de una
naturaleza enteramente materialista y se identifica con el movimiento real. Está en juego el “desarrollo
del socialismo de la utopía a la ciencia”, desarrollo que ni está enteramente acabado ni es espontáneo.
(ver más adelante 3.33 y 4.22)
mismo tiempo, inicia una negación de la negación, desarrollando de nuevo la unidad dentro de
la diferenciación. “Ya no tenemos que vérnoslas con la división social del trabajo, en la que
cada rama es autónoma, el zapatero por ejemplo, que vende zapatos y compra cuero y pan,
sino con una división de los elementos de un proceso de producción que en realidad forman un
todo, pero cuya autonomía es empujada hasta el antagonismo y la personificación respectiva.”
(Ch.VI, 184) Es la negación del trabajo parcelario, porque el trabajo es a partir de ahora
“colectivo o combinado.” (Gr., 1, 410) “Lo que corresponde exclusivamente al capital, es
simplemente reunir el montón de brazos e instrumentos que encuentra. Los aglomera bajo su
mando.” (1, 446) Así se desarrolla el carácter ya no individual sino social de la producción, que
se profundiza de manera vertiginosa con el maquinismo industrial, “transformando los medios
de producción individuales y dispersos en medios de producción socialmente concentrados,
haciendo de la propiedad enana de muchos la propiedad colosal de algunos…” (Cap., I, 3, 204)
El capital va a crear él mismo la regimentación, la disciplina estricta, la regularidad estricta, la
armonía dentro de la producción. (Cf. Gr., 2, 77)
Esta separación no afecta solamente a las condiciones materiales sino también “a las
fuerzas intelectuales de la producción, (que) se desarrollan de un solo lado porque
desaparecen en todos los demás.” “La gran industria (…) hace de la ciencia una fuerza
productiva independiente del trabajo y la enrola al servicio del capital.” (Cap., I, 2, 50) “La
habilidad detallista del obrero mecánico individual, privado de contenido, desaparece como
cosa accesoria e insignificante ante la ciencia, ante las descomunales fuerzas naturales y el
trabajo masivo social que están corporificados en el sistema fundado en las máquinas y que
forman, con éste, el poder del ‘patrón’ (master)” [El Capital, Siglo XXI, Vol. 2, 516) Esta ciencia
“no existe en la conciencia del obrero, pero actúa sobre él a través de la máquina como una
fuerza extraña, como una fuerza de la máquina misma.” (Gr., 2, 185) De este modo, los
trabajadores son despojados en todos [217] los planos. “El desarrollo histórico, el desarrollo
político, el arte, la ciencia, etc., se ponen por encima de ellos, en las altas esferas.” El capital
“hizo prisionero al progreso histórico para ponerlo al servicio de la riqueza.” (2, 80)
50
Salario, precio y ganancia (escrito en 1865, publicado por primera vez en 1898), Ed. Anteo, 108
Manuscritos de 1844, y que nos envía directamente a la realidad de la historia. “En la medida
que, desde el punto de vista del capital y del trabajo asalariado, la producción de este cuerpo
objetivo de la actividad tiene lugar en oposición a la fuerza de trabajo inmediata, donde este
proceso de objetivación aparece de hecho como proceso de alienación desde el punto de vista
del trabajo o de apropiación del trabajo ajeno desde el punto de vista del capital —esta
distorsión e inversión es efectiva y no simplemente pensada, mera visión del espíritu en los
trabajadores y los capitalistas.” (Gr., 2, 323) La alienación es la forma antagónica,
históricamente transitoria, que toma la objetivación de la actividad humana en sus productos,
sus condiciones y sus relaciones. Así entendida, es una categoría fundamental del materialismo
histórico, una clave para la comprensión materialista de las ideologías características de esta
forma social: “Así como en la religión el hombre está dominado por las obras de su propio
cerebro, en la producción capitalista lo está por las obras de su propia mano.” [El Capital, Siglo
XXI, Vol. 3, 771; cf. A.D., 354) Es justamente por eso que, cosa demasiado poco observada, la
alienación figura en el corazón de lo que Marx llama la ley general de la acumulación
capitalista: “En el sistema capitalista, todos los métodos para multiplicar las fuerzas del trabajo
colectivo se ejecutan a expensas del trabajador individual; todos los medios para elevar la
producción se transforman en medios de dominar y de explotar al productor: hacen de él un
hombre mutilado, fragmentario, [218] o el apéndice de una máquina; se le oponen [“lo
alienan”, dice el texto alemán: “entfremden ihm”, Marx-Engels Werke, t. 26/1, 674] como
poderes hostiles tanto las fuerzas científicas de la producción…” (Cap., I, 3, 87-8) —idea
retomada en muchos lugares. (Cf. Gr., 1, 246; 1, 398; 2, 34; etc.)
52
La pensée sauvage [El pensamiento salvaje], Plon, 1962, p. 333
53
P. 347
54
P. 336
que sin duda “debe creer” para “jugar el rol de agente histórico”, pero “el rol del hombre de
ciencia” es el de establecer su carácter ilusorio. 56
Nada en la obra de Marx viene a avalar tal concepción, que, creyendo encontrar en los
soportes naturales de la historia la “base de su base” (ver más adelante, 3.29), devalúa desde
el inicio la afirmación constitutiva del materialismo histórico: “Al producir sus medios de
existencia, el hombre produce indirectamente su propia vida material.” [La ideología alemana,
p. 19] De donde, por un verdadero juego de palabras teórico, la sustitución de
“infraestructuras” en la base económica de la sociedad se reduce de hecho a estructuras
naturales que agenciarían la historia “por abajo”. Para Lévi-Strauss la historia, considerándolo
bien, se resuelve “en términos de biología, de geología, y finalmente de cosmología.” 57 Toda
conciencia histórica aparece entonces como ilusoria por definición: al tratar como inesencial la
actividad social productiva, se ha evacuado al mismo tiempo a los hombres de la historia, que
ya no es en última instancia más que la reordenación de las estructuras naturales, cuyos
efectos inconcientes serían los individuos y su universo mental. Dicho esto, la ciencia no tiene
por objeto concebir al hombre sino disolverlo, devolviendo sus formas de conciencia,
comprendidas sus formas revolucionarias, al análisis mitológico. En nombre del materialismo,
este estructuralismo que comienza por descartar los presupuestos de los que no se puede
hacer abstracción sino en la imaginación, y de ese modo la realidad de base de esta historia,
resucita contra la dialéctica materialista, bajo formas modernizadas y “científicas”, el más
tradicional de los idealismos —sea el idealismo objetivo de las “teorías de la forma” de
ascendencia aristotélica, sea el idealismo subjetivo del “trascendental” de inspiración kantiana
(ver más adelante, 5.29).
55
P. 342
56
P. 336-7
57
P. 347
históricamente, por ejemplo el capitalista y el obrero, siendo el primero una “relación de
producción que, reflejada en sí, es precisamente el capitalista” y el segundo “el ser para sí del
trabajo”. (Gr., 1, 242) En los Grundrisse, Marx no duda incluso ante formulaciones como: “las
fuerzas productivas y las relaciones sociales —siendo las unas y las otras dos caras distintas del
desarrollo del individuo social” (Gr., 2, 194) o incluso “la aparición de la sociedad misma, es
decir del hombre mismo en sus relaciones sociales.” (2, 200)
Bien entendido, sobre todo, no hay que confundir estas figuras sociales con el
individuo psicológico, por ejemplo el obrero en tanto figura social opuesta al capitalista con el
“individuo perecedero de la especie obrera” (Gr., 1, 262). Son por el contrario formas
históricas de individualidad inseparables de un modo de producción dado que constituyen,
para los individuos singulares, las “formas necesarias en las que su actividad material e
individual se realiza” (Cor., 1, 448), la bases objetivas de su “desarrollo [222] personal” (I.A.,
62) La historia no es una psicología: es, a la inversa, la base de la biografía de los individuos. Y
es por eso que, sin ningún juego de palabras teórico, puede ser leída completamente como la
historia del desarrollo del individuo social. Es justamente de ahí que pudo nacer la ilusión
según la cual es el Hombre el que se desarrolla directamente él mismo en tanto Sujeto de la
historia, de manera que “todo el proceso fue comprendido como proceso de autoalienación
‘del Hombre’.” (72) Pero invertir esta ilusión idealista no es dejar perder la relación esencial
entre el individuo y la historia. La ilusión de una historia sin individuos desemboca
directamente en imaginar individuos sin historia, cuyo estudio es entonces enviado a ciencias
que, como tales, ignoran la historia, y cuyo modelo moderno es la versión ideológica corriente
del psicoanálisis. Esta dicotomía, idealista por ambos lados, sólo es un nuevo avatar de la
ideología burguesa.
Por el contrario, hay que ver con qué cuidado, en su inmensa investigación económica, Marx
se dedica a revelar a la vez la tendencia general del movimiento histórico y las grandes líneas
del desarrollo análogo del individuo social. De esta excepcional riqueza de materiales o puntos
de partida para la reflexión, sólo se puede dar aquí un breve vistazo. Vemos allí en primer
lugar “la inmadurez del hombre individual —cuya historia no cortó aún, por así decir, el cordón
umbilical que lo une a la comunidad natural de una tribu primitiva…” (Cap., I, 1, 91) En esas
formas iniciales de unidad limitada de los hombres con la naturaleza, [así] como del individuo
consigo mismo, “las facultades del hombre primitivo, aún en germen y sepultadas bajo su
corteza animal, sólo se forman (…) lentamente bajo la presión de sus necesidades físicas.”
(Cap., I, 2, 185) Sin embargo el desarrollo progresivo de los intercambios y de su corolario, la
primera división del trabajo, desarrolla ahí el fermento de la contradicción al ampliar las
capacidades a escala de la sociedad toda, al encerrar a cada individuo en los límites de su
especialidad. Redoblando los efectos contradictorios de la división del trabajo, la división en
clases sociales extiende el campo de las necesidades al precio de la desigualdad de los [223]
individuos. Cuando el trabajo se encuentra ya en cierta medida socializado, “el sobretrabajo de
uno puede devenir una fuente de vida para otro, y esto nunca tiene lugar sin la ayuda de la
fuerza que somete el uno al otro.” (185) “El movimiento del desarrollo de la sociedad no es de
ningún modo que un individuo se crea su superfluo después y porque ha satisfecho sus
necesidades; por el contrario, es porque un individuo o una clase de individuos están obligados
a trabajar más de lo que es necesario para satisfacer sus necesidades —es porque hay
sobrebrabajo de un lado que son puestos del otro no-trabajo y sobre-riqueza.” (Gr., 1, 340)
Estos análisis, aunque tienen un siglo de antigüedad y [son] extraídos solamente del
movimiento de la producción material, no echan menos luz sobre el corazón mismo de lo que
hoy en día está en cuestión en la crisis de la escuela o del trabajo, en la aspiración masiva a la
responsabilidad, a la iniciativa, a la cultura, en la titubeante búsqueda de formas de
individualidad desalienadas. La necesidad real se rebela contra sus formas abstractas
impuestas por la economía capitalista y canonizadas por la ideología burguesa, el trabajo vivo
contra su forma acumulada según la lógica absurda del beneficio. Se ha vuelto necesaria una
base comunitaria de la producción, donde el intercambio mercantil de los productos ya no
sería absolutamente “el medium [intermediario] que permite la participación del individuo
singular en la producción universal.” (Gr., 1, 108) A escala histórica, el comunismo llega al
orden del día. Desde el punto de vista del individuo social, no siendo ya necesaria la mediación
del dinero para hacer valer el carácter social del trabajo (1, 154), el comunismo significa “el
trabajo individual puesto realmente como trabajo social, y viceversa.” (1, 204) “En lugar de una
división del trabajo que se engendra necesariamente en el intercambio de los valores de
cambio, se tendría una organización del trabajo que tiene por consecuencia la participación del
individuo singular en el consumo colectivo. “ (1, 109) El trabajo, el hombre mismo deja de ser
ahí, definitivamente, una mercancía. Más allá de la forma “transitoriamente necesaria” del
capitalismo (T.P.V., 1, 205), se anuncia una forma superior de unidad de los hombres entre sí y
con la naturaleza que pone fin a la época histórica de la alienación —superior, no a escala de
algún ideal arbitrario, sino en el sentido históricamente concreto de la superación de
determinadas contradicciones. Y Marx se pone a soñar (“hay que soñar”, decía Lenin, T.Ph., 93;
O.L., 5, 522): ¿qué será de la riqueza una vez despojada de su forma burguesa, “sino la
universalidad de las necesidades, capacidades, goces, fuerzas productivas, etc., de los
individuos, creada en el intercambio universal? ¿[Qué, sino] el desarrollo pleno del dominio
humano sobre las fuerzas naturales, tanto sobre las de la [226] así llamada naturaleza como
sobre su propia naturaleza? ¿[Qué, sino] la elaboración absoluta de sus disposiciones
creadoras, sin otro presupuesto que el desarrollo histórico previo, que convierte en objetivo a
esta plenitud total del desarrollo, es decir al desarrollo de todas las fuerzas humanas en
cuanto tales, no medidas con un patrón preestablecido? ¿[Qué, sino una elaboración como
resultado de] la cual el hombre no se reproduce en su carácter determinado sino que produce
su plenitud total? ¿[Como resultado de] la cual no busca permanecer como algo devenido sino
que está en el movimiento absoluto del devenir?” [Grundrisse, I, pp. 447-8]
59
Manuscrits de 1861-63, Editions sociales, 1980, p. 196
universal.” (1, 105) Desde este punto de vista, el sentido de la dominación de clase es para la
masa de individuos un fantástico robo de su tiempo, es decir de su vida misma. Es también esto
lo que debe cesar en una forma social donde el tiempo de trabajo deja de ser el fundamento
principal de la riqueza, para dar lugar a la apropiación general de la fuerza productiva y al
desarrollo del individuo social. “El robo de tiempo de trabajo de otro, sobre lo que reposa la
riqueza actual, aparece como una base miserable, comparada a aquélla, nuevamente
desarrollada, que fue creada por la gran industria misma. A partir del momento en que el
trabajo bajo su forma inmediata dejó de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo
deja necesariamente de ser su medida y, en consecuencia, el valor de cambio [deja] de ser la
medida del valor de uso. El sobretrabajo de la masa dejó de ser la condición del desarrollo de
la riqueza general, del mismo modo que el no-trabajo de algunos dejó de ser la condición del
desarrollo de los poderes universales del cerebro humano. Esto significa el hundimiento de la
producción que reposa sobre el valor de cambio, y el proceso de producción material
inmediato pierde él mismo la forma de penuria y de contradicción. Es el libre desarrollo de las
individualidades…” (Gr., 2, 193) El reino de la libertad es hacia lo que sin duda tiende la
historia, medida por la cantidad y la calidad del tiempo libre que, despojado de su forma-cosa,
vuelve a los individuos mismos a su plenitud, tan completa como lo permita el estadio
alcanzado por el desarrollo histórico.
Y eso nos permite volver a la cuestión inicialmente planteada: afirmar que el comunismo es el
“movimiento real” de la historia, ¿es atribuirle un sentido misteriosamente preexistente,
recaer en una teleología idealista? En absoluto. La historia no tiene un sentido dado de
antemano. Comienza en la inconciencia de un desarrollo natural, de un proceso sin sujeto.
Mejor [aún]: al principio, incluso, no existe en tanto desarrollo único. La unidad biológica de la
especie humana, lejos de transformarse de entrada en unidad histórica de la humanidad, en
primer lugar se ha fragmentado en grupos humanos dispersos con intercambios episódicos y
marginales, destinados en muchos casos a la decadencia y la desaparición, teniendo que
recomenzar sin cesar sus magros progresos. De ahí, desde el punto de vista del etnólogo, la
impresión, no de una real historia, sino del deslumbramiento de movimientos estacionarios de
los que solamente se desprenden, con la distancia, las grandes etapas que constituyen los
progresos más memorables de las fuerzas productivas y del modo de vida. Las condiciones
limitadas de la existencia social se reflejan en las formas limitadas de la conciencia inmediata, a
la cual los efectos de las primeras contradicciones sociales destructoras [se le] aparecen
[como] idénticos a los cataclismos naturales, “el producto de una fuerza que actúa como un
todo, de manera inconciente y ciega.” (E.Ph., 240) Con el desarrollo de los antagonismos
internos de clase y su prolongación en conflictos exteriores, toda posibilidad de una historia
dominada por una voluntad colectiva parece totalmente excluida. La historia parece
consagrada a “la necesidad completada y manifestada por el azar.” (E.Ph., 254)
Pero la estructura y la lógica de la historia no son tampoco “otros” dados de una vez
por todas. La esencia de la historia es ella misma histórica. El desarrollo de las fuerzas
productivas y de los intercambios crea poco a poco el mercado mundial, base de una “historia
mundial”, de una “historia universal” naciente (E.Ph., 73-4; I.A., 33) Acelerado y generalizado
por el capitalismo, el proceso de desarrollo de la humanidad adquiere así una unidad y una
universalidad reales, que incluye ciertamente desigualdades profundas y contradicciones
devastadoras, pero que producen cada vez más, en cada paso hacia delante, un alcance de
conjunto. La fundación de la historia como ciencia refleja la constitución de la historia como
objeto efectivo. Por primera vez se perfila, dentro de la necesidad antagónica, la [229]
posibilidad formal de que los hombres se apropien colectivamente y planifiquen
racionalmente sus fuerzas productivas sociales, estén en condiciones de “transformarlas de
amas demoníacas en siervas dóciles” (A.D., 316) y de salirse de las antiguas e ilusorias “formas
de conciencia que sólo se disuelven con la entera desaparición del antagonismo de clases”
(M.P.C., 56). La formación de una “inteligencia teórica del conjunto del movimiento histórico”
(M.P.C., 44), la organización de vanguardias revolucionarias, sean cuales fueren todavía los
titubeos y las contradicciones, comienza a hacer de la historia otra cosa que un simple proceso
de historia natural, que un “proceso sin sujeto”. Su tendencia adquiere cada vez más
visiblemente una significación. Con el pasaje general de la humanidad a la sociedad sin clases,
“los poderes extraños objetivos que, hasta aquí, dominaban la historia, pasan a control de los
hombres mismos. Sólo a partir de ese momento los hombres harán ellos mismos su historia
con plena conciencia; sólo a partir de ese momento las causas sociales puestas en movimiento
por ellos tendrán también de una manera preponderante, y en una medida siempre creciente,
los efectos queridos por ellos. Es el salto de la humanidad del reino de la necesidad al reino de
la libertad.” (A.D., 319) Con la sociedad burguesa “se acaba entonces la prehistoria de la
sociedad humana.” (E.Ph., 122; C.C., 3)
Por lo tanto, la historia aparece como la larga y dolorosa creación de la libertad del
individuo. Pocos problemas permanecieron tan oscuros para la mayoría de las filosofías
tradicionales, pese a los análisis a veces profundos que le consagraron. Y eso se comprende: la
especulación más ingeniosa no podría inventar una solución a un problema que se plantea más
que ningún otro en términos históricos concretos. Hecha abstracción de la historia, la libertad
entonces sólo puede ser un enigma insondable o una palabra hueca. Resumiendo al extremo,
la libertad fue concebida de dos maneras, menos opuestas que complementarias, por la
filosofía clásica: “De un lado, por todos los materialistas, como poder, como dominio de las
situaciones y de las circunstancias de la vida de un individuo; por otra parte, por todos los
idealistas, en particular los alemanes, como autodeterminación, liberación del mundo real,
como libertad puramente imaginaria del espíritu.” (I.A., 296) Pero en la historia, hasta ahora, el
poder del individuo sobre las circunstancias es más bien el poder de las circunstancias sobre el
individuo, y su poder sobre el mismo es [230] sobre todo el de las ideologías morales y
religiosas existentes sobre su conciencia. Así, fatalismo por una parte, moralismo abstracto por
la otra, tales son las dos vertientes concretas de la reflexión clásica sobre la libertad. La fortuna
del estoicismo antiguo, o más bien de su vulgarización moderna, se debe a que reúne estos
dos aspectos, al distinguir en todas las cosas de la vida las que no dependen de nosotros —que
el sabio se ejercita en soportar impasiblemente— y las que dependen de nosotros, pero que se
reducen en última instancia al solo imperio de nuestra razón sobre nuestras pasiones. A través
de tal concepción, no es difícil percibir el hecho de que en toda sociedad de clases el poder del
individuo sobre las cosas y sobre él mismo se detiene ahí donde las condiciones sociales se lo
prescriben, es decir, para la inmensa mayoría de los individuos, en el umbral de la resignación.
Aquí todavía la sociedad burguesa profundiza la contradicción. Al empujar al extremo
la separación del individuo y de las condiciones objetivas de la producción, hace de él un
“trabajador libre” que dispone en apariencia de una autonomía más grande que la de
cualquier forma social anterior. “En la relación monetaria, en el sistema de intercambio
desarrollado (y es [de] esta apariencia que abusa la democracia), los lazos de dependencia
personal, las diferencias de sangre, las diferencias de cultura, etc., son de hecho rotos,
desgarrados”, de manera que “los individuos parecen independientes” (Gr., 1, 100) Pero sólo
son “independientes” porque sus condiciones de producción y de vida se han vuelto
independientes de ellos. “Nuestros poseedores de mercancías descubren, pues, que la misma
división del trabajo que los convierte en productores privados independientes, hace que el
proceso de producción y las relaciones suyas dentro de ese proceso sean independientes de
ellos mismos, y que la independencia recíproca entre las personas se complemente con un
sistema de dependencia multilateral y propio de cosas.” [El Capital, Siglo XXI, Vol. 1, 131] Su
libertad no es señora de la necesidad, sino a lo sumo disfrute de la contingencia: “Este derecho
de poder disfrutar con toda tranquilidad de la contingencia dentro de ciertas condiciones, es a
lo que hasta el presente se llamaba la libertad personal.” (I.A., 65) No es la posibilidad real de
disponer, sino la posibilidad formal de elegir60 en las condiciones dictadas por “la
transformación de las relaciones sociales en una relación social fija, aplastante, que subyuga a
los individuos.” (C.C., 236) Esta independencia de las relaciones sociales respecto a los
individuos significa, pues, “la imposibilidad que existe para los individuos de una [231] clase,
etc., de superarlas en masa sin abolirlas.” (Gr., 1, 100) La revolución socialista, al poner bajo el
control conciente de los hombres asociados las fuerzas colosales que ellos han creado en las
condiciones de la alienación, tiene por tarea histórica inaugurar una nueva era de la libertad,
ya no solamente simple elección formal en los estrechos límites de la contingencia, sino señora
real de la necesidad social [y] a la vez natural, liberación efectiva de las masas y del individuo.
Con la sociedad burguesa se acaba también la prehistoria de la libertad.
Base, motor, sentido de la historia: para estas cuestiones decisivas, vemos a qué respuestas
apelan los principios fundadores del materialismo histórico. Fundadores, estos principios no lo
son como axiomas metafísicos. Si han podido anticipar una manera nueva de comprender y
estudiar la historia —que más adelante condujo a precisarlos y enriquecerlos— eso no puede
ocultar que, desde su formulación inicial en La ideología alemana, de hecho, son resultados:
aquéllos en los que desembocó la crítica radical de las concepciones ideológicas anteriores,
que se mostraron incapaces de conducir a un tratamiento científico de la historia. Ni tampoco
60
Cf. O. Schwartz, Le concept de liberté. L’embarras du choix? [El concepto de libertad. ¿El aprieto de la
elección?], en France Nouvelle, nº del 12 de mayo de 1975.
pretenden determinar de antemano una historia teórica cuyo curso concreto de
acontecimientos no tendría más que ser deducido. Sólo indican las relaciones y procesos
fundamentales dentro de los cuales [la historia] se produce. Es por eso que “no dan de
ninguna manera, como la filosofía, una receta, un esquema según el cual se puede acomodar
las épocas históricas.” (E.Ph., 60; I.A., 21) Hay ahí una idea tan importante que debe
considerársela a su vez como un principio fundador del materialismo histórico, e incluso del
modo de pensamiento dialéctico materialista que lo ha hecho posible: “El principio
fundamental de la dialéctica es que [232] que no existe una verdad abstracta, la verdad es
siempre concreta.” (O.L., 7, 431; Cf. 9, 83; 32, 94; etc.)
[235] Para todo pensamiento no dialéctico tal idea es absurda, en nombre del adagio
milenario de Aristóteles: “Sólo hay ciencia del universal.” 61 En efecto, ésta es una evidencia en
la exacta medida en que, siendo la esencia comprendida como universalidad abstracta, la
ciencia, conocimiento por medio de conceptos, hace por definición abstracción de lo singular.
No cabe duda que es así como parece razonar Aristóteles: la esencia, es decir el género, sólo
puede ser pensado por fuera de los individuos, y dado que los individuos existen en número
infinito, ¿cómo, entonces, es posible adquirir la ciencia de la infinidad de los individuos? Todos
los seres que conocemos, en efecto, los conocemos en tanto son algo único e idéntico, y en
tanto que les pertenece cierto atributo universal.” Hay que admitir entonces que “los géneros
existen por fuera de los individuos.” 62 Pero en estas condiciones, conocer el género es dejar de
lado a los individuos. Supongamos, por el contrario, “que no existe nada por fuera de los
individuos: no habrá entonces nada de inteligible, todos los seres serán sensibles y no habrá
ciencia de ninguno, a menos que se llame ciencia a la sensación.” 63 Por consiguiente, sólo hay
ciencia de lo que es otra cosa que lo individual.
Lo que se olvida al sostener eso es, en primer lugar, que Aristóteles era, en el sentido
antiguo del término, demasiado dialéctico como para quedarse en esta ruinosa separación. Se
olvida que el desarrollo [citado] arriba figura en la exposición de las aporías, es decir de las
contradicciones teóricas que la lógica clásica no permite resolver, pero que la reflexión no
autoriza descartar. Aristóteles nos presenta incluso a ésta como la “más ardua de todas, y la
que es más necesario estudiar.” 64 “Sólo hay ciencia del universal” no es pues, para él, un
principio que va de suyo sino, por el contrario, dice, la proposición que “presenta para
nosotros la dificultad más grande”.65 Dificultad que intenta sortear al distinguir dos sentidos de
la palabra ciencia: la “ciencia en potencia”, universal e indeterminada, y la “ciencia en acto”,
particular y determinada:66 así se puede decir que al conocer tal color determinado, conozco el
color en general. De manera que “es en un sentido que la ciencia es universal; en otro sentido,
no lo es.”67 Esto era tratar de resolver la contradicción del universal y del particular sin
61
La Métaphysique, Libro M, 1 086 b, tomo 2, p. 791
62
Libro B, 999 a, tomo 1, p. 145
63
P. 146
64
P. 145
65
Tomo 2, p. 793
66
P. 794
67
P. 795
disponer de la dialéctica materialista moderna. Pero es notable que Aristóteles haya al menos
percibido claramente que había contradicción en hacer de la ciencia un saber que no alcanza la
realidad singular, y se haya esforzado por [236] pensar realmente a la vez los dos lados de la
contradicción.
Vemos la extensión del menosprecio que habría en comprender los conceptos fundamentales
del materialismo histórico como [237] conceptos del entendimiento abstracto. Es este
menosprecio el que siempre corre el riesgo de producirse cuando, por necesidades
pedagógicas, se pregunta [por] o se proponen definiciones “concretas” de estos conceptos. No
es que sean conceptos demasiado “vagos” o demasiado “complicados” para ser definidos
rigurosamente de manera accesible. No es la simplicidad y la precisión las que constituyen un
peligro, es la mala abstracción la que amenaza siempre con retraducir todo en los términos del
pensamiento predialéctico, con la fuerza de un hábito de pensamiento milenario, ya que la
definición solicitada enuncia relaciones que pueden ser entendidas como propiedades.
Tomemos el ejemplo de los conceptos de base y superestructura. Para quien quiere buscar una
definición completa y rigurosa de ellos en los escritos de Marx y Engels, surge una grave
dificultad con la constatación de que este vocabulario no parece allí verdaderamente
normalizado. Por ejemplo, ¿hay que situar en la base las condiciones naturales, geográficas y
biológicas? No, responde el prefacio de la Contribución: la base es “el conjunto de las
relaciones de producción”, “la estructura económica de la sociedad.” (E.Ph., 21; C.C., 2) Sí,
responde Engels en una conocida carta: “Bajo la denominación de relaciones económicas, que
vemos como la base determinante de la historia”, está incluida “la base geográfica” sobre la
cual se desarrollan relaciones de producción determinadas. (E.Ph., 252) ¿Hay que concluir que,
a propósito de un concepto tan fundamental, la obra de los fundadores del marxismo
manifiesta graves fluctuaciones de vocabulario y de pensamiento? ¿Que entre Marx y Engels
existen contradicciones teóricas? ¿Que entre dos textos, uno de 1859, otro de 1894, son
localizables cambios fundamentales? Sin duda alguna, existen en el vocabulario y el
pensamiento de Marx y Engels imprecisiones, discordancias, evoluciones que sólo una actitud
de reverencia dogmática y de esquematismo excesivo puede desconocer. Pero antes de sacar
de ahí la conclusión de las más graves ausencias de rigor y de tratar a los fundadores del
marxismo con un atrevimiento no menos dogmático a su manera, guardémonos del ridículo
que consistiría en atribuirles los contrasentidos que nos haría cometer una lectura ingenua de
entendimiento abstracto.
Para quien lee dialécticamente, por poco que sea, a Marx y Engels, base y
superestructura no nos remiten a cosas sino a una relación: la base sólo es base con respecto a
una superestructura, y recíprocamente. En este sentido, base y superestructura son conceptos
vacíos: la base no es más esto que [238] aquello, es el elemento fundamental respecto a la
superestructura que, a su vez, juega un rol decisivo en el desarrollo de la base (ver atrás, 3.14).
El contenido que conviene atribuir a la base no puede pues, de ninguna manera, ser definido
independientemente de la determinación más concreta en la cual se considera en cada caso la
relación base/superestructura. Comprendido bien esto, uno no se sorprende de encontrar en
Marx y Engels, y en sus continuadores, al menos cuatro acepciones distintas de los términos
base y superestructura según el contexto.
68
“en su conjunto”: estas últimas palabras rectifican, en la edición de 1977 de la Contribución de
Editions sociales, la traducción anterior, aún utilizada en la edición de 1974 de Etudes philosophiques
actualmente disponible, que hacía decir a Marx: “El modo de producción de la vida material condiciona
el proceso de vida social, política e intelectual en general.” (Cursiva mía) Esta traducción ambigua puede
dejar entender que para Marx la determinación materialista por el modo de producción valdría “en
general”, en otras palabras en la mayoría de los casos pero no en todos. Ahora bien, este no es en
absoluto el sentido de la frase de Marx: “DIE PRODUKTIONSWEISE DES MATERIELLEN Lebens bedingt
den sozialen, politischen und geistigen Lebens prozess über-haupt.” (Edición bilingüe de La ideología
alemana, Editions sociales, 1972, p. 250). Esta significa sin duda posible que el modo de producción
condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en su conjunto, es decir en su totalidad, sino
en todos sus detalles. Sobre este punto, cf. la discusión del Colloque d’Orsay de diciembre de 1971, en
Lénine et la pratique scientifique, Editions sociales, 1974, p. 480, 493 y 495-6
69
Lenin hace aquí alusión al siguiente pasaje de El Capital: “[La manufactura] Descollaba, como obra
económica de artificio, sobre la amplia base de las artesanías urbanas y de la industria domiciliaria
rural.” [El Capital, Siglo XXI, Vol. 2, 448]
Como vemos: no se trata de una sarta de contradicciones en el vocabulario y el
pensamiento de los fundadores del marxismo, sino del hecho de que lo propio de toda relación
reflejada en un concepto es el de ser susceptible de tomar una gran variedad de contenidos
diversos. Base y superestructura no son conceptos del entendimiento cuya definición se
relacionaría con una abstracción comodín. Son conceptos dialécticos que, captando una
relación esencial, son aptos para cargarse de significaciones concretas diferentes en contextos
diferentes.
Lo que se acaba de mostrar a propósito de la base y de la superestructura vale para todos los
conceptos fundamentales del materialismo histórico, incluso por ejemplo el de ideología (ver
atrás, 2.22). Encerrar estos conceptos en una definición menos “vacía” que la de una relación
general volvería a privilegiar una de las acepciones posibles —y constatables en Marx y Engels
mismos— al descartar arbitrariamente las otras. De ahí los innumerables falsos problemas que
alimentan demasiados “debates” sobre el marxismo; de ahí la creencia de que el marxismo
sería “superado” cada vez que surgiesen nuevos problemas que conducen a enriquecer el
contenido concreto de esos conceptos —por ejemplo: ¿el sistema de parentesco no es un
elemento central de la base en las sociedades sin clases que existieron antiguamente y de las
cuales subsisten algunos ejemplos observables? 70 Para comprender bien el materialismo
histórico, lo que importa no es la definición siempre demasiado estrecha de tal o cual
contenido específico, sino la justa concepción de la relación más esencial que el concepto
cubre.
Lo mismo vale para lo que Marx y Engels llaman las leyes de desarrollo histórico. Estas
leyes no pretenden enunciar, como las de la física clásica por ejemplo, “relaciones constantes
entre los fenómenos”, cuya verificación invariable resulta de toda experiencia rigurosamente
reproducida sino, como mostramos, la tendencia necesaria del desarrollo de relaciones entre
realidades que no son nunca “constantes” sino históricamente específicas, tendencia que
nunca se realiza tampoco de manera idéntica, debido a los aspectos contradictorios y las
posibilidades de toda naturaleza que ella incluye. Así la “ley general de la acumulación
capitalista” o la “ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia” son de una naturaleza teórica
muy diferente del principio de Arquímedes o de la ley newtoniana de la gravitación universal:
la necesidad de las primeras no es determinista, sino dialéctica. Todos los malos entendidos
sobre la “pauperización absoluta”, por ejemplo, tal como Marx la expone en El Capital, tienen
su origen en la confusión entre estas dos acepciones de la categoría de necesidad (ver atrás,
3.19). La ley según la cual, en el modo de producción capitalista, la acumulación de la riqueza
del lado del capital es inseparable de la acumulación de la precariedad de las condiciones de
existencia del [241] lado del trabajo no es “menos” necesaria que la ley de la caída de los
cuerpos, y Marx la califica de “absoluta” a propósito. [El Capital, Siglo XXI, Vol. 3, 803] Pero
esta necesidad es, no la de fenómenos que se reproducen siempre y en todas partes
idénticamente, sino la de un desarrollo histórico siempre original y que incluye virtualmente la
70
Al respecto cf. en particular el prefacio de M. Godelier a los textos de Marx y Engels Sur les societés
précapitalistes [Sobre las sociedades precapitalistas], Editions sociales, 1970
acción humana, así, pues, en parte imprevisible. Es por eso que el marxismo, si funda la
convicción de que la historia va hacia el comunismo, no tiene nada en común con la videncia.
Cuanto más se desarrolla y se extiende el capitalismo, y con él el mercado mundial, más vienen
a superponerse e imponerse a esas desigualdades del desarrollo espontáneo las desigualdades
producidas por el capitalismo mismo. Porque si el capitalismo es un factor de universalización
sin precedentes del modo de producción, de vida y de pensamiento, exporta de manera
necesaria sus contradicciones íntimas y las desplaza violentamente en la esfera de las
relaciones internacionales, donde reproduce y agrava las desproporciones y el subdesarrollo.
El análisis leninista del imperialismo agrega un nuevo capítulo al estudio del desarrollo
desigual. “En el régimen capitalista, muestra Lenin desde 1915, el desarrollo igual de las
diferencias económicas y de los diferentes Estados es imposible. (…) La desigualdad del
desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo.” (O.L., 21,354) De donde
extrae consecuencias tan esenciales como la inevitabilidad de las guerras mientras el
imperialismo domine sin competencia, y el hecho de que “la victoria del socialismo es posible
al principio en un pequeño número de países capitalistas o incluso en un solo país capitalista
tomado por separado.” (355; cf. 29, 311)
71
Sobre este punto, cf. los análisis de J.J. Goblot en Matérialisme historique et histoire des civilisations,
Editions sociales, 1973, p. 114-30
acción’, dijeron siempre Marx y Engels, burlándose con razón del método que consiste en
aprender de memoria y repetir tal cual ‘fórmulas’ capaces todo lo más de indicar los objetivos
generales, necesariamente modificados por la situación económica y política concreta en cada
fase particular de la historia.” (24, 33) La revolución socialista es segura, y “crece en todos los
países, pero a qué ritmo y en qué medida, nadie lo sabe.” (269) No somos visionarios.
“Nosotros no aseguramos que Marx o los marxistas conocen en todos sus aspectos concretos
el camino al socialismo. Eso sería absurdo. Nosotros conocemos la orientación de ese camino,
sabemos qué fuerzas de clase allí conducen, pero lo que es concretamente, prácticamente, lo
mostrará la experiencia de millones de hombres, cuando se pongan manos a la obra.” (25, 808;
cf. 31, 67) La regla de la política leninista, es “buscar, estudiar, descubrir, intuir, captar lo que
hay de particularmente nacional, de específicamente nacional en la manera concreta en la que
cada país aborde la solución del problema internacional, el mismo para todos…” (31, 88) —y
esta solución “no está tratada en ningún libro.” (26, 480) Conclusión: “La política se parece
más al álgebra que a la aritmética, y aún más a las matemáticas superiores que a las
matemáticas elementales.” (31, 99)
Que la verdad sea siempre concreta, nada lo muestra mejor que la rapidez con la cual,
en historia y en política, el error surge de la abstracción, de la sustitución de la frase por el
estudio concreto de la realidad. Al respecto, es altamente instructivo reflexionar sobre los
errores de previsión histórica de Marx y Engels. Porque “sí, Marx y Engels se equivocaron
mucho y a menudo en sus pronósticos sobre la proximidad de la revolución, en su esperanza
de la victoria de esta última (por ejemplo en 1848, en Alemania), en su fe en la proximidad de
la ‘República’ alemana (…) Se equivocaron en 1871, cuando estaban ocupados en ‘sublevar el
Midi de Francia, por lo cual (…) hicieron, sacrificaron, arriesgaron todo lo que era
humanamente posible.” (T.Ph., 98-9; O.L., 12, 378-9) Errores que no solamente están ligados a
la confianza en la posibilidad, aunque fuese ínfima, de conseguir una victoria, confianza sin la
cual casi no es posible luchar —en este sentido, agrega Lenin, semejantes errores “son mil
veces más nobles, más majestuosos e históricamente más valiosos y [245] auténticos que la vil
sabiduría del liberalismo oficial, que canta, evoca, clama y proclama la vanidad de las
vanidades revolucionarias” [“Prefacio a la traducción rusa del libro de correspondencia de J. F.
Becker, J. Dietzgen, F. Engels, K. Marx y otros con F. A. Sorge y otros”, Obras Completas, Ed.
Progreso, T. 15]. Traducen también una manera todavía demasiado abstracta de extrapolar el
desarrollo ulterior a partir de la lógica del desarrollo anterior, subestimando hasta qué punto
lo posible formal es más lento en volverse real que en dejarse pensar, hasta qué punto el
movimiento concreto sólo sigue su “lógica” a través de una infinidad de enredadas
contradicciones, de desigualdades de desarrollo, de retrocesos parciales y de dificultades
inesperadas. En este sentido, confirman toda la justeza del materialismo histórico a costa de
sus fundadores: precisamente porque el movimiento lógico, en último análisis, sólo es el
reflejo abstracto del movimiento real despojado de su forma histórica, es siempre muy difícil, y
en última instancia imposible, proyectar el segundo a partir del primero. La historia es siempre
más rica que toda previsión. Los errores de previsión de Marx y Engels son muy a pesar suyo
una ilustración de la dialéctica materialista de la historia. Sólo dan más relieve al hecho de que
el curso de los acontecimientos verificó hasta ahora la tendencia general que ellos revelaron:
el proceso de pasaje de la humanidad al socialismo, pese a todas sus sorpresas, se encuentra
en adelante en el centro de la historia.
3.32 – El “desarrollo del socialismo de la utopía a la ciencia”
Hoy en día, sin embargo, nos es posible señalar al respecto, en Marx y Engels, una ilusión más
amplia e importante que la subestimación de los plazos de la revolución en Alemania: la que
concierne a la lógica misma del proceso concreto de ese pasaje, y de las contradicciones
inmensas a través de las cuales se efectúa. En la época de La ideología alemana, las visiones de
Marx y Engels sobre esta cuestión eran simples: el pasaje de la humanidad a la sociedad sin
clases, universal por esencia, se les aparecía como “el acto ‘repentino’ y simultáneo de los
pueblos dominantes.” (E.Ph., 73; I.A., 37) La revolución comunista, que ellos veían muy
cercana, debía a sus ojos desarrollarse en todas partes más o menos al mismo tiempo,
partiendo del centro, es decir de los países capitalistas más avanzados (Inglaterra, Francia,
Alemania…), y bajo la forma [246] de una violenta “lucha final” cuya señal la daría la crisis
económica. Es por eso también que ellos, incluso, no pensaban en la necesidad de una “fase de
transición”, puesto que las condiciones objetivas del comunismo estarían ya reunidas en los
principales países, edificando juntos la nueva sociedad.
Pero cuanto más estudian concretamente la realidad en los países más diversos, más
perciben Marx y Engels hasta qué punto era demasiado simple su esquema inicial. Así, en 1879
Marx enuncia la que se ha vuelto su regla: “Es necesario observar el curso actual de los
acontecimientos hasta que lleguen a la madurez antes de poder ‘consumirlos
productivamente’, quiero decir de ese modo ‘teóricamente’.” (Cor.ch., 323) Por muchas
razones, ellos contaban con que la revolución socialista, anunciada por “el estridente canto del
gallo galo” (C.D.P., 212), comienza en Alemania y más ampliamente en Europa y en América
del Norte. (L.Cap., 319) Pero hacia fines del siglo comienzan a ver las cosas de otra manera y
consideran otras posibilidades. En 1879, Engels prevé para un futuro próximo que en Rusia “la
aristocracia caerá e, inmediatamente después de la caída de esta gran reserva de la reacción,
otro viento soplará sobre Europa.” (Cor.ch., 339) Poco después, estima que en la próxima
sacudida, la corriente revolucionaria podrá “apoyarse en la tendencia natural milenaria del
pueblo al colectivismo”. (342) Señala “con mucho placer” que “el espíritu teórico y crítico que
casi ha desaparecido de nuestras escuelas alemanas parece, en efecto, haberse refugiado en
Rusia” (380) y en 1885, en una carta a Vera Zasulich, predice que en su país “una vez lanzado
1789, no tardará en seguirle 1793.” (397) En 1893, subrayando el peso de los elementos
arcaicos, considera “que en Rusia el cambio radical debe tener un carácter mucho más
violento, más decisivo y más doloroso que en América” donde el desarrollo fue “burgués desde
el comienzo” (503; cf. O.L., 12, 376-8) Está claro que las revoluciones rusas de 1905 y 1917 no
habrían tomado desprevenidos a Marx y Engels.
Además, a medida que las cosas maduran y se concretan para ellos, la visión de un
pasaje repentino al comunismo les parece ingenua. “El gran error de los alemanes es el de
imaginar que la revolución es algo que puede hacerse de un día para otro. En realidad, es un
proceso que comporta masas inmensas y que exige años, incluso si las circunstancias
favorecen su aceleración.” (Cor.ch., 376) En 1875, en su Crítica del programa de Gotha, Marx
muestra [247] claramente que la abolición del capitalismo no puede dar nacimiento de
entrada a una sociedad comunista. Al día siguiente de la revolución, tendremos que vérnoslas
con una sociedad comunista “que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que,
por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el
intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede” [Crítica del programa de
Gotha,], las señales de “un largo y doloroso alumbramiento.” Hay que prever la existencia de
una “primera fase de la sociedad comunista”: “entre la sociedad capitalista y la sociedad
comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda.”
Esta sociedad de transición creará las condiciones para la sociedad comunista propiamente
dicha, es decir, “que se ha desarrollado sobre su propia base.” Profundizando el análisis, Engels
critica en 1890 a aquéllos que, no considerando la “sociedad socialista” (formación nueva
exigida por la reflexión sobre la fase de transición) “como una cosa que varía y progresa
continuamente, la consideran como una cosa fija, establecida de una vez por todas” (Cor.ch.,
449) y afirma: “La sociedad llamada ‘socialista’, para mí, no es una cosa dada de una vez por
todas; como cualquier otro régimen social, conviene considerarla como estando sometida a
modificación y metamorfosis constante.” (450)
Estos son los primeros jalones para salir de las perspectivas simplistas de La ideología
alemana, para asegurar el largo y difícil “desarrollo del socialismo de la utopía a la ciencia”,
según la traducción literal del título que Engels da a su folleto, conocido en francés [y en
castellano] bajo la forma un poco engañosa de Socialismo utópico y socialismo científico. Si
Marx y Engels hubieran acercado más su descubrimiento de la necesidad de una fase socialista
de transición al comunismo a la posibilidad de que la señal de la revolución socialista sea dada
por un país globalmente retardatario como Rusia, hubieran sido conducidos a reflexionar de
manera mucho más concreta aún sobre la cuestión de la duración de la transición necesaria y
sobre sus contradicciones internas que, todo lo más, rozaron en interrogaciones fugaces, y
perspicaces, como esta: “No podemos negar que la sociedad burguesa vivió por 2º vez su siglo
XVI, un siglo XVI que, espero, doblará sus campanas de la misma manera que en la vida fue
empujado el primero. La tarea propia de la sociedad burguesa es el establecimiento del
mercado mundial, al menos en sus [248] grandes líneas, y una producción fundada sobre esta
base. Como el mundo es redondo, la colonización de California y de Australia y la apertura de
China y de Japón parecen dar el último toque a esta tarea. La cuestión difícil de resolver para
nosotros es la siguiente: en el continente la revolución es inminente y tomará inmediatamente
un carácter socialista. En este pequeño rincón, ¿no será necesariamente crushee [aplastada],
dado que en un sector mucho más vasto el movement [movimiento] de la sociedad burguesa
es aún ascendente?” (Cor., 5, 225) Pero esta juiciosa pregunta no desemboca en nada concreto
en la medida en que sigue siendo evidente para ellos que, arranque donde arranque, la
revolución socialista será inmediatamente la de los principales países capitalistas y se
desplazará en seguida conforme a su “esencia”.
Ahora bien, no es así en absoluto como pasaron las cosas. Por razones que Lenin aclaró muy
bien, la revolución no sólo comenzó en un país por separado, situado no “en el centro” del
mundo capitalista sino por el contrario en un “eslabón débil” de la cadena imperialista, y en un
“momento débil” donde las grandes potencias estaban librando una guerra general sin cuartel.
Sin duda se pudo creer temporariamente en la extensión inmediata de la revolución rusa a
Europa, y principalmente a Alemania. Pero, a fin de cuentas, la desigualdad del desarrollo de la
revolución misma condujo, como él había previsto de manera genial en 1915, al socialismo en
un solo país durante un cuarto de siglo, luego en un grupo hasta ahora limitado de países, casi
ninguno de los cuales era al comienzo económicamente avanzado. De ahí, consecuencias
incalculables. Nacido en un terreno en muchos aspectos atrasado, durante largo tiempo más
débil que sus adversarios, enfrentado a las peores dificultades, el socialismo en su primera
figura histórica llevó a un punto extremo los “estigmas” de sus condiciones de origen. Obligado
a crear la mayoría de las condiciones económicas y culturales que le son necesarias, en un
enfrentamiento despiadado con un mundo capitalista todavía capaz de poderosos desarrollos
pese a la exacerbación de sus antagonismos, tomó la fisonomía, no de una rápida transición al
comunismo, sino de una formación [249] social de larga duración que, a marchas forzadas,
tiene que rehacer de otra manera toda una serie de progresos históricos, efectuados por otra
parte dentro del capitalismo, y marcado de ese modo por violentas contradicciones que la
teoría estaba lejos de prever. En lugar de la bella lógica que debía garantizarle su rápida
universalización, la contingencia de un desarrollo singular, por una amplia desviación histórica,
iba a identificarlo por un largo período con las concepciones y las prácticas estalinistas. En
estas condiciones totalmente imprevistas por los fundadores del marxismo, el socialismo sólo
se arraigó y demostró su superioridad con respecto al capitalismo en puntos esenciales al
alejarse en otros de la imagen que uno se formaba de él, lo que muestra hasta qué punto el
pasaje de la utopía a la ciencia es menos fácil de lo que parecía. Su generalización relativa
desde la Segunda Guerra se operó, en gran medida, a través de la reproducción forzada de
esas particularidades a partir del modelo inicial, estimulando y a la vez oponiéndose a su
progreso, y tornando trabajosa, en países con condiciones muy diferentes, la búsqueda de
nuevas vías de paso al socialismo, paso puesto a la orden del día por la nueva relación de las
fuerzas que él mismo creó.72
Esta inversión general de las perspectivas hasta allí admitidas sólo podía sumergir en la
angustia a los que no han reflexionado lo suficiente en lo que aquéllas aún tienen de abstracto.
En la manera en que a menudo son criticados hoy el desarrollo de los países socialistas y sus
resultados provisorios, se mide hasta qué punto persiste la misma incomprensión del
materialismo histórico que había hecho considerar sus comienzos como la realización de
principios preestablecidos. Es entonces imposible comprender este hecho terriblemente
perturbador: el socialismo actualmente real no es, ni con mucho, lo que “debía ser”. La
abolición de la propiedad privada de los medios de producción y cambio debía conllevar el
rápido desarrollo de la democracia hasta las últimas consecuencias, hasta la decadencia del
Estado: siendo diferente la realidad, es la determinación en última instancia por la base
económica, principio fundador si lo hay del materialismo histórico, que a menudo es
cuestionado, como si el desarrollo de las superestructuras dependiera de una “libre elección”
histórica y la “elección” de los bolcheviques un hubiera sido la correcta. La revolución de las
relaciones sociales debía abrir la vía a la abolición de la esclavizante división del trabajo, a la
desalienación fundamental de los individuos y de las conciencias. Todavía se está lejos de ello.
72
Cf. J. Fabre, F. Hincker, L. Sève, Les communistes et l’Etat, p. 58 y siguientes y p. 237-44. Cf. más
generalmente A. Adler, F. Cohen, M. Decaillot, Cl. Frioux, L. Robel. L’U.R.S.S. et nous [La U.R.S.S. y
nosotros], Editions sociales, 1978
Es así que la revolución de las relaciones sociales [250] no es la que importa, que las fuerzas
productivas modernas son intrínsecamente perversas, que el poder es en sí la fuente de toda
corrupción, que la alienación está en el hombre. La primera patria del socialismo debía ser el
modelo universal: en cuanto la realidad impone renunciar a la idea misma de un modelo, aquí
o allá se llega hasta a ver ahí un “anti-modelo”, 73 como si la ingenuidad de la idea de un
modelo histórico desapareciera por haber cambiado de signo — incluso, [se llega] a
preguntarse si los países socialistas son socialistas, es decir a volver a hacer del socialismo un
“ideal al cual la realidad debería ajustarse” en lugar de estudiarlo como movimiento real de la
historia. En pocas palabras, al no ajustarse el socialismo real, ni mucho menos, conforme a su
esencia abstracta, eso quiere decir que el marxismo está equivocado —a menos que lo esté la
misma historia.
73
Esto es lo que escribía J. Elleinstein en el primero de sus artículos publicados por Le Monde con el
título de conjunto: Du 22º Congrès du P.C.F. à l’échec de la gauche [Del 22º Congreso del P.C.F. al
fracaso de la izquierda]: “No sólo la U.R.S.S. no es un modelo y un ejemplo, sino que constituye más bien
un antimodelo.” (Le Monde del 13 de abril de 1978, p. 9).
inicial, y la que hoy exige que los nuevos pasajes al socialismo incorporen cada vez más a la
democracia como condición misma del pasaje y [como] medio de un desarrollo superior.