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EPISTEMOLOGÍA SISTÉMICA.
3. EL PRECEPTO DE PERTINENCIA.
Uno de los aspectos que clarifican y caracterizan al pensamiento sistémico es el
precepto de pertinencia. Precepto éste que se apoya sobre un presupuesto de
carácter general: el de la naturaleza finita e incierta de los resultados de la ciencia.
Es el primer presupuesto se despliega sobre dos consideraciones fundamentales: la
existencia de la mutua implicación entre sistema-observador/sistema-observado, o
si se quiere, entre el investigador y el investigado, por un lado; en la concepción de
la naturaleza finita e incierta de los resultados de investigación científica por otro.
Estas dos consideraciones expresan los términos de uno de los puntos de discusión y
oposición del sistemismo al dogmatismo y cientificismo típicos de la corriente
positivista.
El precepto de pertinencia se opone al precepto de evidencia. Este último se vio
constituido como la base primera de la constitución de los conocimientos científicos
«la verdad se compone de evidencias originarias, simples, y reductibles, o de
nociones relacionadas con ellas». Este principio de evidencia hace de los
conocimientos científicos y por lo tanto, de las verdades científicas adquisiciones
«seguras», «ciertas» y «definitivas».
En realidad, lo que se discute es la naturaleza de los conocimientos científicos y los
tipos de verdad que produce. El sistemismo, en este sentido, se coloca en una
posición anti-dogmática, para constituirse como discurso relativista e historicista.
Posición ésta que hace que se pueda considerar el sistemismo comparte mucho de lo
dicho desde las posiciones que se defiende desde «la nueva filosofía de la ciencia».
La pertinencia viene a modificar la actitud ante la ciencia y sus resultados porque
pretende terminar con la obsesión por lo evidente, lo seguro y lo definitivo de
nuestros conocimientos, para situarse en una posición donde queda reconocida y
asumida la posibilidad de la «subjetividad», del «error», la «incertidumbre», y, por
tanto, lo inseguro de las verdades científicas. Esta nueva actitud ante la ciencia
viene en parte, a modificar el papel y el sentido de la actividad científica.
Ahora bien, el punto de partida de esa nueva actitud esta en la introducción de la
categoría de lo subjetivo a los procesos de constitución de formulaciones científicas.
La legitimación de la subjetividad, la interrelación e interdependencia del sistema
observador/sistema observado, desvelan el presupuesto de aquella nueva actitud
ante la ciencia, y que provoca, a su vez, el desarrollo de nuevas concepciones en
torno a la «verdad» científica y también de la explicación de que sea la
«racionalidad» del discurso científico. Porque la introducción de lo subjetivo en los
procesos de conocimiento no es otra cosa que la introducción auto-reflexiva y auto-
crítica del sujeto en el mismo proceso de conocer. El conocimiento no es ni tan
definitiva ni tan objetivo porque no es mera reproducción de lo real, sino una
traducción de la realidad. Desde ahí es posible entender, en parte, la idea de la
pertinencia: en tanto que proceso donde el investigador, miembro de una comunidad
cultural, social e histórica, selecciona e interpreta de una manera peculiar
determinante lo relevante y significativo de la información que posee.
Más allá de esta cuestión, hay que plantearse el tema de la pertinencia en el
sistemismo traspasándolo al terreno de los límites y posibilidades de la ciencia
misma. El progreso científico, la cantidad de conocimientos alcanzados por el
hombre han venido a verificar la inmensidad de dimensiones, de posibilidades de
relaciones intersistémicas, y en cierto sentido, han venido a desplazar al hombre
como centro del universo. Como dice Morin (1977) hemos perdido el trono de
certeza que ponía nuestro espíritu en el centro del universo: «hemos aprendido que
somos, nosotros, ciudadanos del Planeta Tierra, los habitantes de las afueras un sol
de extrarradio, él mismo exiliado en la periferia de una galaxia periférica de un
universo mil veces más misterioso de lo que nadie habría imaginado hace ni un
siglo». En ese sentido se debe afirmar que el progreso de la verdad, de la
certidumbre científica conduce a la incertidumbre. Y esa consideración adquiere una
significación importante en lo que concierne al papel y el sentido de la ciencia actual.
Si partimos del presupuesto anterior, el de que el progreso de la ciencia es el
progreso de las incertidumbres y si aceptamos que, en la civilización actual, el
trabajo de la ciencia no es tanto «controlar» la naturaleza, sino «pactar» con ella,
habrá que modificar nuestro esquema, a veces estrecho y simplificante, de la
actividad científica e introducir en ella elementos que hasta ahora no han sido
admitidos como «dominables» desde el método científico.
Esa modificación de los presupuestos de la actividad científica, como maquinaria
de desvelamiento y desciframiento de la realidad a una ciencia que busque
«alianzas» y «pactos» con la naturaleza, supone hacer de la ciencia ya no un
procedimiento explicativo, sino un proceso de creación, de hacer camino, de
búsqueda de vías de comunicación entre las distintas ciencias, y en cierto sentido,
de introducción por la vía de la aventura. Porque, el paradigma de la complejidad
asume como propio de la actividad científica el azar, la creatividad, lo contrario, lo
aleatorio, fenómenos estos que recorren tanto al proceso de investigación como al
fenómeno investigado. La ciencia debe potenciar sus mecanismos auto-reflexivos y
auto-críticos para poder dar respuestas válidas y viables a los fenómenos que trata
de investigar.
El paradigma de la complejidad recoge el precepto de pertinencia como expresión
de la necesidad de lo contrario, lo negativo, lo tensional, como necesarios para la
emergencia de la realidad. Y, tal vez, uno de los modos explicativos que da
fundamento y desarrollo a ese precepto sea lea explicación teleológica, como
definición de los mecanismos conformadores de los comportamientos de los
sistemas.