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¿Por qué Existimos?

Una vez que reconocemos a Di-s como la realidad absoluta, debemos cuestionar la existencia
humana. Ninguno está aquí por accidente; estamos aquí porque Di-s quiere que existamos.
¿Pero por qué?
Di-s creó el universo y la vida como los conocemos para realizar Su visión como divino
arquitecto. «Di-s deseó tener una morada en los mundos inferiores» (Midrash Tanjumá, Nasó
7:1. Tania, cap. 36). Creó la Tierra, los recursos que descansan dentro de ella, y los seres
humanos que viven sobre ella. Es nuestro deber aprovechar esos recursos para refinar y
perfeccionar el mundo material y hacerlo una morada para Di-s. Éste es el propósito de la vida
humana.
Para que podamos lograr este propósito, Di-s creó este mundo «inferior», el nuestro. Es un
mundo en el que la realidad de Di-s inicialmente está oscurecida, donde vemos la realidad
humana como primordial. ¿Por qué Di-s quiso oscurecer Su «autoría»? Porque, para que el
hombre exista realmente, y haga elecciones en su vida, se nos permite experimentamos a
nosotros mismos como una realidad independiente. Si no tuviéramos independencia, nuestra
existencia sería insignificante; seríamos como meros muñecos tirados por un hilo.
En lugar de eso, Di-s creó un mundo «agnóstico», donde Su realidad no es visible. Oscureció
Su presencia de nosotros con tanta eficacia que realmente nos percibimos a nosotros mismos
como la única realidad. Podemos comprender que Di-s es la realidad, pero experimentamos la
existencia de Di-s como algo fuera de nosotros, como una realidad sobreimpuesta, mientras
que en verdad, es Di-s quien es real y nuestra existencia está «del lado de afuera».
Hay capas y capas de comprensión separando nuestra realidad sensorial de la realidad
absoluta de la energía Divina. ¿Este es un juego que está jugando Di-s, de ocultarse de los
ojos humanos? Por el contrario; en realidad es un don, una oportunidad para nosotros de
acostumbrarnos al paisaje. Antes de que un niño pueda escribir, debe aprender el alfabeto. Y
antes de que podamos comprender la brillante luz de la realidad de Di-s, debemos dejar que
nuestros ojos se acostumbren a la luz que nos rodea. Después podemos usar nuestra luz para
espiar dentro de las muchas capas de una realidad más profunda.
Pero si toda nuestra existencia se basa en el principio de que Di-s está oscureciendo Su
presencia, ¿cómo sabemos que realmente existimos a Sus ojos? ¿Cómo sabemos que
realmente estamos haciendo algo al perfeccionar nuestro mundo material? En la Biblia, Di-s
nos dice que Él quiere que Lo conozcamos, ¿pero cómo podemos conocer a un Di-s que está
totalmente por encima de nosotros? ¿Y realmente le importa a Di-s lo que nosotros hagamos?
La respuesta a estas preguntas está en comprender el proceso misterioso y complejo por el
que Di-s creó la existencia humana. Di-s, que es en Sí mismo indefinible e indescriptible, eligió
crear al hombre y ponerlo en un mundo físico que es a la vez definible y describible. También
eligió manifestarse en este mundo a través de las leyes de la lógica que Él creó, a través del
asombroso plan de la naturaleza y de cada ser humano, y a través de la divina providencia. Se
nos permite experimentar estos divinos atributos para que podamos empezar a comprender a
Di-s y a tener una relación personal con Él. Después aprendemos a abstraerlo, hasta
comprender en última instancia que Di-s está inclusive más allá de cualquier cosa que
podamos abstraer.
Sí, realmente existimos en la perspectiva de Di-s, y Di-s tiene en cuenta que lo hacemos; no
porque debamos existir o porque Di-s deba tomarnos en cuenta, sino porque Él elige que sea
así. De ahí que Su cuidado de nosotros sea absoluto, no arbitrario y no negociable.
El hecho de que Di-s oscurezca Su presencia de nosotros de modo que sintamos que somos
una existencia autónoma, no significa que no existamos en la perspectiva de Di-s. El hecho de
que Di-s oculte Su presencia no es una ausencia de luz; más bien es como una «caja» que
oculta de nuestro ojos lo que hay adentro. Y lo que hay adentro de la caja es la pura luz y
energía de Di-s.
Por nosotros mismos, entonces, no existimos, pues «no hay nada más aparte de Él». Pero
«con Él», existimos. Lo que no es real es nuestra percepción de que nuestra existencia es todo
lo que hay. El intelecto humano no alcanza para comprender cómo Di-s puede ocultar Su
presencia mientras nos permite llevar una existencia independiente. Pero el misterio no limita
nuestra relación con Di-s; en realidad la acentúa, demostrando más aún qué apartado está Di-s
de nuestra existencia, induciéndonos así a una mayor reverencia y anhelo de acercarnos a Él e
integrar Su realidad a nuestras vidas.
Para unirnos con Di-s debemos combinar ambas perspectivas, la de Di-s y la nuestra.
Debemos primero usar plenamente nuestras mentes y corazones para descubrir y comprender
a Di-s tanto como seamos capaces; después debemos aceptar que la mente humana no lo es
todo, que algunas cosas simplemente no pueden comprenderse con nuestra limitada
percepción. Este reconocimiento nos permite relacionarnos mejor con el misterio mismo de la
existencia de Di-s. Reconocemos la paradoja de que Di-s está más allá de la realidad que
conocemos, mientras que al mismo tiempo abarca la realidad. Que Di-s es capaz de crear tanto
lo finito como lo infinito, lo físico y lo trascendente -porque Él está por encima de ambos; Él no
es definido ni indefinido. Al contemplar este misterio, nos elevamos a un plano enteramente
nuevo; sobre todo, llegamos a relacionarnos con Di-s en Sus términos.
Puesto que Di-s quiere que nos unamos con Él, creó un proceso complejo y elegante por el
que podemos hacerlo. Empezamos elaborando y haciendo preguntas, después nos
enfrentamos emocionalmente con nuestro dolor existencial mediante nuestra busca de sentido.
Lentamente escalamos la vasta montaña de realidad, paso a paso, respondiendo algunas
preguntas y descubriendo otras nuevas, encontrando continuamente respuestas más
profundas, hasta que finalmente empezamos a relacionarnos con Di-s y unirnos a Él. Llegamos
a comprender que no podemos definir a Di-s; aceptamos que está más allá de toda definición,
incluyendo el término «más allá de toda definición». Ésta es la definitiva unidad: en un mundo
de definiciones y paradojas, reconocemos a Di-s, que está más allá de todas las definiciones y
paradojas.
Todo en este universo consiste de dos dimensiones, una externa y una interna. Con el tiempo,
llegamos a comprender esta dicotomía dentro de nosotros. Reconocemos que aunque el
cuerpo físico es nuestra dimensión más visible y externa, es nuestra dimensión interna
(nuestras emociones, nuestros deseos y aspiraciones, nuestras almas) la que es, con mucho,
más importante.
Debemos prepararnos para mirar al universo del mismo modo. Es cuestión de cambiar nuestra
perspectiva «de afuera hacia adentro» en «de adentro hacia afuera». En lugar de mirar primero
la capa externa, y después viajar hacia adentro, debemos aprender a ver la capa interior como
nuestra fuerza primordial. Y debemos cultivar la experiencia de esta capa al punto donde
podamos usarla para informar a la capa exterior.
No es una tarea simple, pues pasamos todas nuestras vidas mirando al universo de afuera
hacia adentro. Al principio, puede parecer imposible llegar a conocer a un Di-s que es tan
diferente de nosotros. Pero Di-s nos dio la capacidad de hablar sobre Él, y nos dijo que
debemos hacerlo. Podemos encontrar a Di-s dentro de nosotros, y podemos inclusive
encontrar al Di-s que está muy por encima de nosotros.
Es nuestro deber, y nuestro mayor desafío, reconocer la diferencia entre la realidad humana y
la realidad Divina, y aceptar las oportunidades que Él nos ha dado de transportarnos de un
plano al siguiente.
¿Cómo nos relacionamos con Di-s?
Para encontrar a Di-s, debemos aclimatarnos lentamente al crecimiento espiritual. Debemos
ascender paso a paso hasta que podamos empezar a ver el universo desde una perspectiva
espiritual y, en última instancia, desde la perspectiva de Di-s. Este viaje completa el círculo de
nuestra misión cósmica: empezar en Di-s y terminar en Di-s, concretando de ese modo la visión
de nuestro Creador.
El primer paso en este proceso es simplemente reconocer una realidad que es mucho más
grande que nosotros, y reconocer que nuestra realidad no es real en sí; es sólo una extensión
de la energía divina. El segundo paso es hacer de este mundo una cómoda morada para Di-s.
Por fin, unimos ambas realidades, la nuestra y la de Di-s.
Lo logramos viviendo una vida material al servicio de un objetivo espiritual: haciendo realidad
nuestra alma, nuestra capa más interna, para que dirija a nuestros cuerpos, nuestra capa
externa, hacia un objetivo más alto. Una persona puede pasar el noventa por ciento de su vida
comiendo, durmiendo, ganándose la vida, divirtiéndose, y en general atendiendo a sus
necesidades materiales. Pero si todo esto se hace para dedicar el restante diez por ciento a la
plegaria, el estudio, la caridad y otras tareas Divinas, entonces esa persona está transformando
activamente la naturaleza misma de su realidad física.
Al abrir nuestra mente a una nueva posibilidad -que toda realidad humana no es sino una
pequeña parte de una realidad abarcadora- podemos exceder los límites de la existencia
humana. Empezamos aprendiendo a pensar como Di-s mismo. Aprendemos a abarcar la fe y la
razón, la independencia y la unidad. Una vez que nos hemos alzado por sobre los límites del
pensamiento humano, podemos incorporar este conocimiento más alto en nuestras vidas
físicas: en nuestra lógica, nuestras emociones y, más importante, en nuestra conducta. Como
nos instruyen los sabios: «Como Di-s es piadoso, así tú debes ser piadoso. Como Di-s es
compasivo, así tú también debes ser compasivo (Talmud, Shabat 133b. Sifrí sobre
Deuteronomio 11:22. Maimónides, Código de Leyes, Leyes de la Conducta Adecuada 1:6). Esa
conducta Divina crea una unidad entre el hombre y Di-s; para lograr esta unidad es que fuimos
puestos en la Tierra. Nuestra perspectiva misma del mundo empieza a cambiar; empezamos a
percibir la «luz» dentro de la «caja». Reconocemos a Di-s en todo lo que nos rodea. Cuando
comemos, comprendemos que nos estamos alimentando con fines constructivos y Divinos.
Comprendemos que cada objeto tiene un objetivo divino más grande que la mera consumación
de nuestras necesidades. La mesa es para estudiar, la sala es para sostener conversaciones
importantes. El trabajo ya no es un medio de ganarse la vida, sino una oportunidad de
comportarse de modo más ético y moral, y de introducir a Di-s en nuestro mundo. Un médico
reconoce la maravilla divina dentro del cuerpo humano y un ingeniero ve en su trabajo un
reflejo del plan y la unidad divinos.
Y por último, aprendemos a ser sensibles a la divina providencia. Reconocemos que todo,
desde la agitación de una hoja en el viento al movimiento de las galaxias, es impulsado por la
mano de Di-s. En lugar de mirar la vida desde afuera, aprendemos a mirarla desde adentro. La
próxima vez que hagamos un viaje de negocios o de vacaciones, no nos preocuparán los
aspectos triviales o externos de la gente que encontremos o las cosas que veamos. En lugar
de eso, examinaremos nuestra vida a un nuevo nivel de realidad, y nos preguntaremos: ¿Por
qué Di-s me trajo aquí? ¿Qué lección más profunda debo aprender de este encuentro?
A medida que aprendemos a buscar el sentido en todo lo que pasa en nuestra vida,
encontraremos que nuestra vida misma se hace más significativa. Las interacciones cotidianas,
por triviales que sean, toman nuevo significado. Cuando empezamos a separar las muchas
capas que ocultan la realidad Divina, nuestro intelecto y percepción sensorial se hacen más
agudos. El mundo real empieza a emerger, ya no amortajado en la confusión y la oscuridad,
sino bañado en la luz del conocimiento superior.
En ese punto, logramos una hazaña sin precedentes: A la vez que mantenemos nuestra
existencia, nos reconocemos como una manifestación de lo Divino. Además, introducimos una
energía nueva en este mundo «inferior»; ayudamos a revelar la esencia de Di-s en un universo
que originalmente se vio a sí mismo independiente y opuesto a Di-s. Reconocemos que
nuestro mundo, que siente que no tiene causa, pudo haber sido traído a la existencia sólo por
un Di-s indefinido e indefinible, que no tiene causa.
Para lograr todo esto, el divino arquitecto dio un plano, un mapa de ruta que ilumina los
muchos senderos tortuosos y oscuros del mundo. Este mapa de ruta es la Biblia, que le da a la
humanidad las instrucciones para llevar una vida significativa y productiva. Nos da la
perspicacia para ver más allá de las capas externas de nuestro universo físico y ver lo Divino
que hay adentro. Nos muestra las buenas acciones que cada persona debe realizar, los medios
por los cuales refinar nuestras vidas y nuestro ambiente. Todo ser humano tiene un pequeño
rincón del universo material que debe ser refinado y preparado como hogar para Di-s. Ya sea
un médico o un científico, un empleado o un camionero, un padre o un maestro. Y cuando todo
el universo llega a comportarse de acuerdo con las intenciones de su creador, entramos a la
Era Mesiánica: el tiempo de la redención y la revelación de lo Divino en todo el universo.
Suspendiendo nuestros impulsos egocéntricos y tendiéndonos hacia Di-s, no nos volvemos
menos, sino más. Dado que nosotros y todos nuestros empeños materiales son pasajeros por
naturaleza, también lo son todas nuestras recompensas y objetivos materiales. Cuando
vinculamos nuestras vidas a una realidad que es real y eterna, todas nuestras actividades y
logros se vuelven más reales y eternos. Recordemos: Di-s nos creó a cada uno con
capacidades únicas. La misión que hemos sido elegidos para cumplir en esta tierra no puede
ser cumplida por nadie más que nosotros; es nuestra responsabilidad hacernos conscientes de
nuestra misión y canalizar todas nuestras energías en esa dirección.
Paradójicamente, nuestra vida se vuelve significativa sólo cuando descubrimos lo carente de
sentido que es por sí misma, en relación a la existencia de Di-s. Pero en última instancia, una
vez que alcanzamos la perspectiva de Di-s, vemos que la vida no podría tener más sentido.
Solemos oír a gente que cuestiona la existencia de Di-s. Quizás alguno de ustedes sea uno de
ellos. Es interesante notar que mucha gente tiende a cuestionar la existencia de Di-s con
mucho más rigor que cuestionan muchos otros aspectos de sus vidas. Pensemos en la
frecuencia con que nos apoyamos en el saber especializado de otros para determinar nuestras
decisiones vitales. Aceptamos el juicio de médicos y científicos. Aceptamos el consejo de gente
que nos dice cómo comer y dormir, cómo jugar y trabajar, cómo vestirnos y cómo
comportarnos. ¿Con cuánta frecuencia pedimos examinar la investigación básica en que se
apoya el diagnóstico del médico, o pedimos inspeccionar la cocina del restaurante donde
comemos?
Pero cuando se trata de Di-s, somos mucho más escépticos. ¿Por qué de pronto nos ponemos
tan rigurosamente lógicos? ¿Será que tememos la enorme responsabilidad que estamos
aceptando cuando nos embarcamos en nuestra misión divina de llevar una vida productiva y
plena de sentido?
La gente hoy habla cada vez más sobre Di-s, sobre la necesidad de volver a una busca de
valores más altos y mayor conciencia de nuestra misión espiritual en la Tierra. Todo este
discurso está bien intencionado; ahora es hora de hacer algo al respecto.
Dejemos entrar a Di-s en nuestra vida. No cuesta mucho. Di-s sólo nos pide una pequeña
abertura, el ojo de una aguja, a través del cual Él nos proveerá la más amplia entrada a una
realidad absoluta. Dediquemos apenas un pequeño rincón de nuestra vida a Di-s, pero usemos
ese rincón para ese solo fin.
Somos la generación que completará el proceso de traer a la conciencia la presencia de Di-s
en el mundo. Alcemos por fin la cortina que ha ocultado la presencia de Di-s tanto tiempo.
Estamos cansados de la mascarada. Hemos estado esperando, y Di-s ha estado esperando.
No Lo hagamos esperar más.

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