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Perspectivas
Contemporáneas de las
CIENCIAS SOCIALES

MIGUEL ÁNGEL BELTRÁN VILLEGAS

Colección
Asoprudea
N o. S e i s
2 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Colección
Asoprudea
Bloque 22 Oficina 107 Ciudad Universitaria
Teléfono: 219 53 60
Fax: 263 61 06
E-mail: asoprudea@udea.edu.co

PERSPECTIVAS CONTEMPORÁNEAS DE LAS CIENCIAS SOCIALES

© Colección Asoprudea, No. Seis


Primera edición, mayo de 2011
ISBN: 978-958-98566-4-2
1.200 ejemplares

Miguel Ángel Beltrán Villegas


Profesor Asociado
Departamento de Sociología Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá

Comité Editorial de Colección Asoprudea:


Óscar Castro García
Maestro en Letras (Literatura Iberoamericana),
Universidad Nacional Autónoma de México
Darío Gil Torres
Magíster en Salud Colectiva, Universidad de Antioquia
Marco Antonio Vélez Vélez
Magíster en Filosofía, Universidad de Antioquia

Editor:
Víctor Villa Mejía
Magíster en Lingüística, Universidad del Valle

Impreso por:
Producciones Colombianas, Medellín.
Email: producolmedellin@yahoo.es
3

CONTENIDO

Presentación........................................................................5
Prólogo ................................................................................9

Teoría de las Ciencias Sociales


Perspectivas contemporáneas de las Ciencias Sociales .......23
El dilema: acción o estructura. ............................................45
¿Pensar la Historia en tiempos posmodernos? .....................81
Entre la Historia y la Sociología: .......................................................111
Los clásicos y la Sociología contemporánea .......................141
La Sociología hoy: Nuevos horizontes y viejos problemas .161
Globalización y Sociología ..................................................181

Práctica de las Ciencias Sociales


Estudiantes, política y universidad ......................................203
Colombia: guerra y política .................................................223
México: revolución, hegemonía y transición .......................241
4 Miguel Ángel Beltrán Villegas
5

PRESENTACIÓN
6 Miguel Ángel Beltrán Villegas
7

Las efemérides y celebraciones como este 15 de Mayo, Día


del Profesor Universitario, abren la posibilidad del don, como
es el caso en todo evento de esta índole. Don de la palabra y la
escritura es lo que podemos hacer entre nosotros miembros de
comunidades académicas. El fluir de la escritura está allí para
testificar la experiencia de del ser común propio de nuestra
condición de profesores. Solo podemos dar de aquello que
tenemos: textos, palabras, argumentos, razones.

Ser docente universitario abre un compromiso mayor. Una


forma de excelencia reclamada por ser portadores de un saber
en su más alta expresión de cientificidad. Y allí, tanto los
discursos de las Ciencias Naturales y Exactas, como de las
Ciencias Sociales y Humanas, nos reclaman como portadores
de algo que damos a los otros como conocedores de un más
allá de las evidencias de la vida natural y social.

Un docente universitario solo puede dar testimonio de sí, desde


los flujos escriturales; y eso es lo que han posibilitado los seis
números de la Colección Asoprudea. O como diría el filósofo
francés Michel Foucault, es necesario inscribirse como
docente en el devenir de un discurso anónimo e impersonal
8 Miguel Ángel Beltrán Villegas

que todos construimos en el día a día del discurrir de las


universidades, en tanto espacios donde se mueve el saber,
sobre la base de los supuestos de la democracia, la autonomía
y el ejercicio de la libertad del pensar.

Libertad del pensar, crítica del pensamiento. Algo de lo que


a veces nos olvidamos como universitarios, pendientes solo
de la eficacia de los discursos articulables al mercado de los
símbolos, que como todo mercado deprecia y aprecia, según
sus inefables leyes. Libertad del decir, aun cuando ese decir
rompa, como dice un sociólogo contemporáneo como Alain
Touraine, con el Discurso Interpretativo Dominante. Discurso
hecho de justificaciones, dominaciones y legitimaciones de
aquello que es injustificable: la reducción de la gran mayoría
a la pobreza material y mental.

Con este número seis, cuyo título es Perspectivas Contemporáneas


de las Ciencias Sociales, del Profesor Miguel Ángel Beltrán, nos
adentramos en el debate sobre las Ciencias Sociales y su rol como
discurso crítico interpretativo de la realidad de un capitalismo
cognitivo, globalizador e individualizador. El profesor Beltrán
da cuenta críticamente, desde un referente de Teoría Crítica de
la Sociedad, de la confrontación a esta realidad social, cada vez
más asfixiante y lacerante. Los análisis del profesor Beltrán son
sólidos teóricamente y se apoyan en lo mejor de la tradición
clásica y contemporánea de la Sociología. Es esto lo que se
denomina hoy pensamiento crítico, cuyo ejercicio demanda la
invocada libertad de pensar.

Marco Antonio Vélez Vélez


Presidente Asoprudea
9

PRÓLOGO
10 Miguel Ángel Beltrán Villegas
11

PRÓLOGO

Dice Zygmunt Bauman que el arte del pensamiento


sociológico se centra en ofrecer argumentos, ampliar las
explicaciones, comprender las relaciones humanas, realizar
abstracciones de la multiplicidad de los hechos, y que como
tal, el arte del pensamiento sociológico contribuye a aumentar
el panorama de la libertad1. Puede decirse entonces que a
la Sociología y a los sociólogos les corresponde la tarea de
promover el conocimiento de la sociedad y de ellos mismos
y, también, la de alcanzar más sensibilidad, en tanto el saber
sociológico “aguza nuestros sentidos, nos abre los ojos para
que podamos explorar las condiciones humanas que hasta
ahora habían permanecido casi invisibles para nosotros”2.
Esta tarea de la Sociología toma como preocupación central
al individuo, su vida y sus condiciones sociales, y convierte
en fuente de producción teórica lo que las personas buscan,
hacen, viven o sufren.

1
Bauman, Zygmunt. Pensando sociológicamente. Buenos Aires: Nueva
Visión, 1990, p. 22.

2
Ibid.
12 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Se ha dicho que la función del académico e intelectual


es propiciar las condiciones de emergencia de discursos
con pretensión de verdad, que estimulen el pensamiento,
la reflexión y la critica a las condiciones sociopolíticas
y económicas en las que se desenvuelve la sociedad. En
tal medida, un intelectual es un individuo que asume la
responsabilidad de hablar para producir efectos y motivar
acciones a favor de las ideas que defiende con argumentos.

Los textos reunidos en este volumen, con el titulo Perspectivas


Contemporáneas de las Ciencias Sociales, muestran la
vigencia que para el investigador y docente universitario tiene
la teoría y el pensamiento en la comprensión de los problemas
de su tiempo. En efecto, el profesor Beltrán presenta a lo
largo de estos ensayos una panorámica amplia y rigurosa de
lo que ha sido el debate y el transcurrir analítico de las teorías
sociales y, de la teoría sociológica más específicamente.
En sus páginas, el texto ilustra con suficiente detalle y
fundamentación los elementos centrales que han hecho mover
la reflexión y el análisis de la investigación sociológica, y va
mostrando, sistemáticamente, la presencia del pensamiento
sociológico en los grandes debates de la Sociología clásica
y contemporánea.

Bien sea que la sociología adopte el interés por los problemas


cruciales de su tiempo, o por generar construcciones cada
vez más abstractas y complejas, su misión esencial es
estrictamente científica y, como tal, se trata de una empresa
interpretativa que aporta y da vigencia a las teorías científicas
producidas en su campo.
PRÓLOGO 13

Sin embargo, el trabajo del científico social no lo excluye de


comprometerse con el mundo en que vive y con frecuencia
su responsabilidad como intelectual lo empuja a producir
reflexiones que expresan su visión del mundo y sus posturas
frente a los problemas más cruciales de la sociedad. Es ésta
la manera como el científico social observa y participa de
la realidad más inmediata: interpretando, proponiendo,
evaluando y ejerciendo la crítica.

En tal sentido al sociólogo, además de un papel científico e


investigativo, también le corresponde expresar sus propios
puntos de vista que, valga decir, también son sociológicos,
puesto que han sido formulados desde la lógica del discurso
sociológico y responden a las exigencias de la reflexión y
el análisis teórico. Aunque, no obstante, el sociólogo como
individuo también expresa sus sentimientos y valoraciones
del mundo que lo rodea y tiene una particular visión de los
fenómenos más significativos de la realidad social y política:
la justicia, la libertad, el poder, la democracia y los derechos
humanos que, entre otros aspectos centrales de la sociedad
moderna, constituyen un eje de preocupación constante en la
actividad pensante de los científicos sociales.

En cualquier caso, el sociólogo expresa un “oficio” que se


reclama de la construcción teórica y la capacidad crítica. Este
último aspecto, el de la crítica, adquiere plena validez en las
ciencias sociales, toda vez que, ante un modelo de científico
colocado en una torre de marfil, alejado de los problemas
reales de su sociedad, se ofrece la opción de un investigador
asumiendo que parte de su tarea es interpretar problemas
complejos e indicar soluciones prácticas. Por lo tanto, el
14 Miguel Ángel Beltrán Villegas

sociólogo –como lo propone Bourdieu– está en condiciones


de mantener una relación teórica con la práctica y a su vez
una relación practica con la práctica misma3.

En efecto, el científico y el investigador participan con su


conocimiento en la sociedad, adoptan perspectivas, sugieren e
indican salidas y, en tanto lo que hacen, los convierte en agentes
sociales del juego científico; y desde ese campo despliegan
intereses y elaboran estrategias para razonar desde la ciencia y
a su nombre. Por otro lado, el científico social adopta un papel
como intelectual en la sociedad y desde allí habla, se pronuncia,
produce académicamente y manifiesta su interés por lo universal,
con autonomía e independencia, pero sin indiferencia4.

El sociólogo, investigador y académico, miembro de la


comunidad de científicos sociales, actúa en nombre de la
razón: sus ideas lo guían y le garantizan autonomía frente a los
poderes que pretenden encasillarlo. De allí es posible afirmar
que es “en la autonomía más completa con respecto a todos
los poderes, donde reside el único fundamento posible de un
poder propiamente intelectual, intelectualmente legitimo”5.

La función científica, social y política del sociólogo y, en


general de los científicos sociales cuando actúan como

3
Cfr. Bourdieu, Pierre. Intelectuales, política y poder. Buenos Aires: Eudeba,
2009.

4
Véase: Bobbio, Norberto. La duda, la elección. Intelectuales y poder en
la sociedad contemporánea. Buenos Aires: Paidós, 1998.

5
Bourdieu, op.cit., p. 172.
PRÓLOGO 15

intelectuales académicos, es admitir que tienen el deber y


la responsabilidad de encontrar explicaciones a los grandes
problemas de su sociedad, identificando sus causas y
ofreciendo alternativas para su solución.

Los artículos que a continuación se publican en esta edición


corresponden a las reflexiones que el profesor Beltrán ha
desarrollado, desde diferentes ángulos y en momentos
distintos, sobre diversos tópicos desde la sociología,
especialmente; pero también desde la historia y la política
actual.

Los problemas, ciertamente la mayoría de ellos teóricos, que


aquí se plantean, obedecen al interés y a la preocupación
académica que el autor ha tenido a lo largo de su vida
intelectual y la cual le ha llevado a considerar un conjunto
de fenómenos, que en la sociología y en las ciencias sociales
han sido centrales y objeto de preocupación y debate
científico. Cabe destacar la discusión que, en su momento,
los más importantes exponentes de la sociología actual han
desarrollado en torno a la relación de los clásicos con los
contemporáneos; discusión que ha motivado la intervención
de sociólogos como Giddens, Bourdieu, Gouldner, Alexander,
entre otros, que han fijado su posición sobre esta tensión, que
al parecer es inapropiada e innecesaria.

Sin duda, entre clásicos y contemporáneos la relación no


puede ser de oposición ni exclusión; más bien, en el campo de
las teorías sociológicas, anteriores y actuales, lo que existen
son líneas de continuidad, desarrollos, fundamentación de
nuevos proyectos, insinuación de formulaciones teóricas y
16 Miguel Ángel Beltrán Villegas

propuestas analíticas que contribuyen a completar ciclos de


profundización en la investigación teórica y en la aplicación
de la sociología a problemas contemporáneos.

Otro de los temas centrales que ha quedado planteado en este


texto es el de la crisis de la Sociología, un asunto un tanto
recurrente en el campo de las teorías sociales; pero a su vez
apasionante para el historiador y analista de la disciplina. Esta
preocupación pone a flote una constatación necesaria: que la
disciplina sociológica es hija de las circunstancias históricas y
de las sociedades en las cuales ella expresa su conocimiento;
por lo tanto, sus crisis también hacen parte de las crisis de la
sociedad. No obstante, no se trata de las mismas crisis, ni de
sucesos iguales, puesto que en las ciencias sociales la crisis es
propia de sus debilidades de orden teórico, epistemológico y
metodológico, que continuamente les obliga a cuestionarse y
reconstruirse, haciéndose cada vez más sólida y fundamentada
en su quehacer científico.

Todos los ensayos aquí publicados fueron en su momento


presentados en revistas universitarias locales, nacionales
e internacionales y obedecieron a trabajos de reflexión
y análisis que el profesor Beltrán ha mantenido desde
la cátedra universitaria y de las preocupaciones que han
quedado expresadas en sus proyectos de investigación.
Los artículos pueden ser clasificados de dos maneras: una
parte de ellos son propios de la teoría sociológica, en los
cuales se ofrece una visión de conjunto de lo que han sido
importantes espacios de discusión y análisis de las tradiciones
teóricas de la Sociología; caben en esta clasificación los
ensayos sobre la teoría sociológica clásica, la teoría social
PRÓLOGO 17

contemporánea, la crisis de los paradigmas, la relación entre


teoría clásica y contemporánea en el pensamiento social, los
debates de la teoría social contemporánea en torno a actores y
estructuras, la relación Historia y Sociología, el análisis sobre
Globalización y Sociología y, finalmente, la discusión sobre
Historia y Posmodernidad. De otro lado, están los ensayos
que podríamos denominar de Sociología e Historia aplicada,
en donde se analizan acontecimientos y procesos políticos
latinoamericanos que han marcado la historia reciente de sus
naciones; cabe aquí resaltar los ensayos sobre “Universidad,
democracia y estudiantes”; “Guerra y política en Colombia”,
y el ensayo, que podríamos clasificar como de análisis de
coyuntura, sobre las últimas elecciones mexicanas y su
impacto en la democracia política de dicho país.

Por tratarse de ensayos publicados en momentos y circunstancia


diferentes, no existe una línea de continuidad, ni una unidad
argumentativa; sin embargo sus contenidos se relacionan y,
en algunos casos, reformulan los ejes de análisis planteados.
No obstante, los artículos muestran un ejercicio analítico y
crítico sobre los problemas de la sociología actual y permiten
con claridad constatar el hecho según el cual la investigación
sociológica –como lo afirma Giddens– no puede colocarse
al margen de la sociedad y la realidad que es objeto de sus
investigaciones y descripciones6. Los trabajos del profesor
Beltrán pueden inscribirse en el campo de una sociología
crítica o reflexiva, que desarrolla una actitud teórica cada vez
más comprensiva del ámbito social y de la practica académica

6
Giddens, Anthony. En defensa de la Sociología. Madrid: Alianza,
2000, p. 14.
18 Miguel Ángel Beltrán Villegas

y científica del investigador; sociología reflexiva que a decir


de Gouldner “no es un conjunto de habilidades técnicas, sino
una concepción de cómo vivir y una praxis total”7.

En consecuencia, la sociología crítica es mucho más que


una manera de pensar y razonar científicamente, puesto
que implica unas prácticas que abarcan el modo de obrar y
vivir del académico. También se trata de la manera como los
científicos sociales hacen un compromiso pedagógico y crítico
para enseñar un conocimiento abierto, flexible y propositivo.
Es en esta otra dirección en donde los ensayos del profesor
Beltrán retoman la vertiente educativa de la pedagogía crítica,
que hace de la labor docente una relación crítica y a la vez
democrática.

Sociología reflexiva y pedagogía crítica son dos fundamentos


que acompañan la labor académica de Beltrán, lo cual se ve
reflejado ampliamente en la forma como aborda los difíciles
y complejos problemas de la sociología y las ciencias sociales
clásicas y contemporáneas, en un estilo claro, ameno y a la vez
riguroso en su enfoque teórico y en su exposición temática.
Los ensayos reunidos aquí tienen la virtud de haber sido
escritos en el marco de la actividad docente e investigativa.
A cada uno le corresponde una preocupación central por
esclarecer la dimensión teórica de las disciplinas sociales y

7
Gouldner, Alvin. La crisis de la Sociología Occidental. Buenos Aires:
Amorrortu, 1973, p. 456. Según Loïc Wacquant, la reflexividad para Bourdieu
consiste en “descubrir lo social en el corazón del individuo, lo impersonal por
debajo de lo íntimo, lo universal enterrado profundamente dentro de lo más
particular”. En: Bourdieu, Pierre; Wacquant, Loïc. Una invitación a la Sociología
reflexiva. Buenos Aires: Siglo XXI, 2005, p. 80.
PRÓLOGO 19

por encontrar el marco general desde el cual estas ciencias


buscan encontrar explicaciones a los múltiples fenómenos
del mundo moderno. Desde sus escritos, el profesor Beltrán
formula las distinciones analíticas necesarias para interpretar,
con ayuda de las teorías más destacadas de las ciencias
sociales, problemas propios de la práctica científica actual y
del debate en el que se inscriben hoy las ciencias sociales:
globalización, democracia, conflicto, crisis de paradigmas,
historia y sociología, entre otros.

Por ello, justamente, el valor de los trabajos aquí reunidos


consiste en ofrecer a los universitarios un ejemplo de
disciplina académica y de persistencia teórica e intelectual
por mantener vivo el interés por los debates de las ciencias
sociales. Estos escritos indican con claridad que la teoría
social es una oportunidad para conocer cómo funciona y se
estructura la sociedad y contribuyen a pensar en profundidad
sobre nuestras crisis, mostrando que el conocimiento es una
oportunidad de razonar y decidir.

Podemos pensar que cada uno de estos ensayos se inscribe


en la preocupación del profesor Beltrán por integrar en el
estudio de lo social tanto las vertientes teórica y analítica
de la disciplina sociológica como el rigor analítico de la
Historia, campos de formación de los cuales él ha recibido
su preparación académica e investigativa y con la cual se ha
orientado para comprender las dinámicas y transformaciones,
que desde la lentitud o los veloces movimientos del tiempo
histórico permiten visualizar e interpretar las vastas
transformaciones, que con frecuencia acontecen en la difícil
y compleja realidad colombiana y latinoamericana.
20 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Este libro es el resultado de la labor pedagógica, del


análisis sociológico, de las preocupaciones por los cambios
disciplinares, por los estudios históricos y, finalmente, es el
resultado de una labor intelectual, académica y social en la
cual el profesor Beltrán ha integrado su vocación científica
con sus preocupaciones sociales y políticas.

Dejamos a los lectores, profesores y estudiantes de la


Universidad de Antioquia, la tarea de valorar y juzgar la
actualidad y pertinencia de estos escritos, que en su totalidad
han sido producidos por el autor en el ejercicio de la docencia
en la universidad pública colombiana.

Luis Javier Robledo Ruiz

Sociólogo, Doctor en Educación y Sociedad. Docente e investigador


U de A. Coordinador Grupo de Investigación Cultura, Política
y Desarrollo social: Departamento de Sociología, Facultad de
Ciencias Sociales y Humanas
21

TEORÍA DE LAS
CIENCIAS SOCIALES
22 Miguel Ángel Beltrán Villegas
23

PERSPECTIVAS CONTEMPORÁNEAS DE
LAS CIENCIAS SOCIALES*

Pensar las perspectivas contemporáneas de las ciencias sociales


es un ejercicio académico necesario en un mundo cada vez más
cambiante; un mundo globalizado, multicultural, informatizado
y, al mismo tiempo, fragmentado y con profundas desigualdades
sociales que obliga al pensamiento a un proceso de reflexión
sobre Io que han sido los procesos teóricos de explicación de
la realidad social, los paradigmas hegemónicos, los enfoques
privilegiados, las preocupaciones dominantes y los modos de
aproximación a una realidad dinámica y contradictoria.

Esta labor reflexiva ha sido emprendida periódicamente por


diferentes exponentes de las ciencias sociales. Cabe recordar
aquí el estimulante libro de Daniel Bell, escrito a finales de
los años setenta, Las ciencias sociales desde la Segunda
Guerra Mundial; y para la década del ochenta, los aportes del
sociólogo norteamericano Jeffrey Alexander, con Las teorías
sociológicas desde Ia Segunda Guerra Mundial; así como el
trabajo compilado par Anthony Giddens y Jonathan Turner,
La teoría social hoy, donde los autores realizan un balance

* Tomado de Revista Trabajo Social. Medellín, No. 2, 2005 pp. 29-44


24 Miguel Ángel Beltrán Villegas

de los cambios y tendencias en las ciencias sociales hasta el


momento de su escritura.

Más recientemente, en julio de 1993, la Fundación Guibenkian


creó una comisión interdisciplinar presidida por Immanuel
Wallerstein en la que participaron diez especialistas de las
ciencias naturales, sociales y humanas, quienes trabajaron
en función de elaborar un amplio informe sobre el presente
y el futuro de las ciencias sociales. El resultado de este
estudio –publicado en español par Ia editorial Siglo XXl
y la Universidad Autónoma de México– traza un derrotero
de las ciencias sociales a la luz de los desafíos y debates
contemporáneos (Wallerstein, 2001).

Estos análisis, sumados a las elaboraciones hechas desde


América Latina por connotados científicos sociales como
Pablo González Casanova, Edgardo Lander y Heinz Sonntang,
entre otros, comparten –pese a la diversidad de enfoques– una
cierta insatisfacción acerca del estado actual de las ciencias
sociales y la necesidad de una apertura hacia nuevas teorías
que puedan explicar convincentemente los fenómenos sociales
contemporáneos1.

Las reflexiones que adelantaré en las páginas siguientes, lejos


de reclamar una pretendida originalidad, solo aspiran a recrear
algunos elementos del debate sobre el “futuro de las ciencias
sociales”, para lo cual dividiré mi exposición en dos partes:
en la primera abordaré la pregunta acerca de cómo se han
1
Cf. Yrayma Camejo Ron, El debate actual en las ciencias sociales
latinoamericanas. Caracas, Universidad Central, 1997; Tosca Hernández (compilador)
Las ciencias sociales: reflexiones de fin de siglo. Caracas, Tropykos, 2001
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 25

constituido las ciencias sociales y en particular Ia sociología


y cuáles son sus perplejidades hoy. En Ia segunda parte
intentaré dar respuesta al interrogante de cuál es el horizonte
de expectativas de las ciencias sociales contemporáneas2.

¿CÓMO SE HAN CONSTITUIDO LAS CIENCIAS


SOCIALES?

Una mirada retrospectiva a las ciencias sociales supone


examinar sus desarrollos teóricos y discursivos, pero
también sus procesos de institucionalización que, a la postre,
constituyen expresiones de un mismo fenómeno, como una
construcción del mundo moderno, surgida de Ia necesidad
de desarrollar un conocimiento secular sistemático sobre la
realidad con algún tipo de validación empírica.

A este respecto, hay que señalar que la visión clásica de las


ciencias sociales se constituye a lo largo del siglo XlX sobre
la base de varias premisas: se trata, ante todo, de un discurso
especulativo basado en “grandes y vastas generalizaciones que
pretendían dar cuenta de Ia historia de toda la humanidad”3,
sustentado en un modelo positivista de las ciencias naturales,

2
Cabe señalar que la reflexión aquí propuesta surge de un panel sobre “El
futuro de las ciencias sociales”, realizado en el marco de las jornadas “200 años
de Ia Universidad de Antioquia” en marzo de 2003.

3
La esperanza original de Augusto Comte era presentar una visión unificada
del conocimiento humano mediante la unidad de la ciencia, una visión de Ia
unidad del hombre y la naturaleza (Bell, 1984). La propuesta de Spencer iba en el
mismo sentido: una historia de toda la humanidad (sociedades militares/sociedades
industriales); en esa misma línea encontramos en Marx la pretensión de explicar
una historia total (comunidad primitiva, feudalismo, capitalismo y comunismo).
26 Miguel Ángel Beltrán Villegas

interesado en la búsqueda de leyes objetivas, que permitiera


dar cuenta de la realidad, con una preocupación por estudiar
y entender las reglas que gobiernan el cambio, y subsidiario
de una concepción teleológica del progreso.

Esta concepción viene acompañada de un proceso de


disciplinarización, profesionalización e institucionalización
del conocimiento, definido ya para la primera guerra mundial
a través de un consenso general en torno a unos nombres
específicos: la historia, la economía, la sociología, la ciencia
política y la antropología (Wallerstein, 2001). Dicho proceso
“coincide” con el afianzamiento de la hegemonía europea
sobre el resto del mundo, por lo cual no sorprende que
durante estas décadas Ia ciencia social encuentre su principal
impulso en Inglaterra (Spencer), Francia (Comte y Durkheim),
Alemania (Marx, Weber y Simmel), Italia (Pareto) y, ya al
despuntar el siglo XX, en Estados Unidos (Albion Small,
Robert Park y George Herbert Mead).

Al concluir la segunda guerra mundial, en 1945, ese período


fundacional y de consolidación de las ciencias sociales
parece agotarse, en un contexto qua afecta profundamente su
estructura interna. Por un lado, la guerra y sus secuelas en la
sociedad europea, con su carga de irracionalidad y destrucción,
llevó a que la intelectualidad heredera de la tradición clásica
abandonara el escenario geográfico europeo y buscara nuevas
oportunidades para refundar el pensamiento sociológico en
las condiciones y oportunidades que ofreció para la vida
intelectual la sociedad norteamericana, con su posición liberal
y democrática más interesada por la integración y la reforma
qua por el conflicto y la revolución.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 27

Por otro lado, Ia rivalidad científica derivada de Ia Guerra Fría


generó un enorme esfuerzo de investigación apoyado por el
gobierno y las fundaciones norteamericanas, dada la necesidad
de especialistas en campos como la economía, la psicología, la
sociología y las ciencias políticas. Estas fundaciones jugaron
un papel elemental en la reconstrucción e institucionalización
de la sociología después de la segunda guerra mundial tanto
en Estados Unidos como en Europa.

Concomitante con este proceso de Guerra Fría, el análisis


teórico en ciencias sociales resultaba cada vez más
hegemonizado por dos grandes perspectivas teóricas:
el marxismo y el estructural-funcionalismo. Fue Alvin
Gouldner quien mejor interpretó este proceso en su libro
La crisis de la sociología occidental, donde contrapone a la
sociología norteamericana, identificada con una perspectiva
funcionalista, una sociología marxista ‘oficial’, que tenía su
centro en la Unión Soviética y se extendía a todas sus zonas
de influencia. De esta forma, el análisis teórico en las ciencias
sociales, que hasta el momento había constituido una empresa
diversificada, terminó hegemonizado por estas dos corrientes.

Pero este esquema fue rápidamente puesto en cuestión. Desde


finales de los años cincuenta la sociología radical (Wright
Mills, 1997) advierte sobre las limitaciones del enfoque
estructural-funcionalista: su ahistoricidad, su naturaleza
apologética del statu quo, su centramiento en el equilibrio real
del sistema, la subestimación de sus conflictos y Ia negación
del cambio. Otro tanto ocurre en el campo del marxismo,
donde numerosos autores plantean una renovación del mismo,
en términos de una “teoría crítica de la sociedad capitalista”,
28 Miguel Ángel Beltrán Villegas

radicalmente distinta a la sociología marxista oficial y


dogmática, predominante en los medios académicos. Crítica
que toma mayor contundencia con los sucesos de mayo del
68, en un largo ciclo que se extiende hasta la caída del muro
de Berlín y el fin de la Guerra Fría.

LA LLAMADA “CRISIS DE LOS GRANDES


PARADIGMAS”

Ya para los años setenta resulta claro que las bases sobre
las cuales se erigieron las ciencias sociales en las décadas
anteriores empezaban a resquebrajarse y que sus promesas
teóricas parecían cada vez más lejanas de cumplirse. Es así
como en los años ochenta cobra fuerza la idea de lo que algunos
autores denominan “una crisis paradigmática de las ciencias
sociales”4. Esta crisis no era otra cosa que el reconocimiento
de la incapacidad de los marcos teóricos de las ciencias
sociales –hasta entonces hegemónicos– para dar cuenta y
explicar en forma global, una realidad social crecientemente
compleja: además del reconocimiento de las limitaciones de
sus herramientas conceptuales para alcanzar interpretaciones
omniexplicativas de las nuevas realidades soclales y políticas.

Esta situación venía acompañada de una serie de perplejidades


teóricas que estremecían la base, hasta entonces firme, sobre
la cual se habían fundamentado las cienclas soclales.

4
En torno a la crisis paradigmática, Cfr. Lidia Girola. “Desafíos Teóricos
después de la crisis” Sociológica No. 20, México, septiembre-diciembre de 1992,
pp. 159-181; Rigoberto Lanz. “Pensar en tiempos posmodernos”. En Lanz. El
Pensamiento social hoy. Crítica de la razón Académica. Caracas, Tropycos 1992.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 29

En primer lugar, un fracaso en la pretensión holística5 (presente


específicamente en la perspectiva estructural-funcional y en
el marxismo) y el reclamo de una instancia desde la cual se
invalidan las pretensiones de generalizar y alcanzar verdades
absolutas, reivindicando las interpretaciones individuales. En
este sentido el filósofo francés Jean Francois Lyotard (1993)
habla del “fin de los grandes relatos”.

En segundo lugar, una promesa insatisfecha de universalidad,


pues cada vez era más clara que lo que aquello que las ciencias
sociales habían presentado coma aplicable al mundo entero,
en realidad representaba sólo las opiniones de una pequeña
minoría de la humanidad. El fin del dominio político de
Occidente sobre el resto del mundo ponía al desnudo el
carácter eurocéntrico de las ciencias sociales desarrolladas
en Europa y Estados Unidos, y permitía el ingreso de nuevas
voces al escenario no sólo de la política sino de la ciencia
social: las mujeres, los pueblos no occidentales, las minorías
étnicas y religiosas, y otros grupos históricamente definidos
como marginales política y socialmente6.

5
El holismo hace referencia a una perspectiva metodológica que reconstruye
al orden social a partir de Ia realidad ya constituida o preexistente al análisis
sociológico, a un modo de considerar Ia realidad como una totalidad, como un
todo, en contraste con las perspectivas individualistas que reconstruyen el orden
social a partir de Ia perspectiva del actor intencional. A este respecto Cfr. Corina
Yturbe “Individualismo Metodológico y Holismo en las explicaciones de las
Ciencias Sociales”. En Sociológica. México, No. 14, 1990, pp. 49-81.

6
Cfr. Edgardo Lander (ed.). La colonialidad del saber: eurocentrismo y
ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Caracas, Facultad de Ciencias
Económicas y Sociales-Unesco, 2000.
30 Miguel Ángel Beltrán Villegas

En tercer lugar, una crítica a las concepciones “objetivistas”7


del mundo, y la reivindicación, en el análisis de los fenómenos
sociales, de posturas subjetivistas y constructivistas.

Finalmente, el planteamiento de nuevas formulaciones


teóricas que anunciaban una transición de Ia sociedad de clases
(descritas por Marx y Engels en el siglo XIX) a un nuevo tipo
de sociedad que algunos caracterizan como la “sociedad del
riesgo” (Beck, 2002), “del conocimiento” (Vattimo, 1989)
o “sociedad red” (Castells, 1996), donde los conflictos de
clase se verían rebasados por amenazas globales (riesgos
nucleares) y por la configuración de una sociedad cada vez
más interconectada.

EI HORIZONTE DE LAS CIENCIAS SOCIALES

Situados en este punto, podemos visualizar mejor el nuevo


horizonte do las ciencias sociales, que formularé en forma muy
esquemática, no sin antes insistir en la necesidad de superar
dos posiciones extremas: por un lado, la de considerar que
nada ha cambiado y que los presupuestos sobre los cuales se
erigieron las ciencias sociales en el siglo XIX no han sufrido
ninguna modificación; y por otro, una actitud inversa de pensar
que los rápidos y profundos cambios que se llevan a cabo en

7
El objetivismo, que considera el objeto como una realidad que subsiste
en sí misma con independencia de todo conocimiento o idea, concibe el mundo
social como un espectáculo que se le ofrece a uno observador que adopta un
punto de vista sobre Ia acción. El objetivismo pretende establecer regularidades
objetivas (estructuras, leyes).
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 31

el mundo moderno requieren de una revisión sustancial de los


presupuestos teóricos que han fundamentado el quehacer de
las ciencias sociales en las dos últimas centurias.

El punto de partida que aquí propongo es mirar estos procesos


desde la continuidad y la ruptura, con base en cinco ejes de
análisis que considere relevantes para abordar esta reflexión:
la vigencia de los clásicos, el carácter multiparadigmático de
las ciencias sociales, las relaciones micro/macro, la validez
de los conceptos y categorías do las ciencias sociales en
el contexto de Ia globalización y la reconfiguración de los
saberes académicos.

1. La vigencia de los clásicos

En los debates contemporáneos en torno a las ciencias sociales,


ha cobrado la fuerza la afirmación de que en un mundo de
rápidas y profundas transformaciones –donde todas las esferas
de la actividad social son estremecidas desde sus cimientos
por los cambios en el campo de la informática, el transporte,
la cibernética y la genética– las interpretaciones teóricas
aportadas por los pensadores clásicos en el siglo XIX y en Ia
primera mitad del siglo XX, resultan hoy obsoletas.

En su versión más radical, este ataque al pensamiento clásico


viene acompañado de posturas que pretenden reducir la
función de las ciencias sociales a una simple acumulación
de datos empíricos y como corolario terminan por oponer el
pensamiento clásico (basado en dates carentes de vigencia)
al moderno. Esta interpretación está cargada de un juicio
valorativo sobre la pertinencia de un clásico en la realidad
32 Miguel Ángel Beltrán Villegas

social, pues en estos dos polos de la ecuación, lo moderno


se identifica con el presente, mientras que lo clásico se
remite a un pasado que ha perdido vigencia y que no tiene
ninguna relevancia, más allá de su significación histórica.
La relación entre lo clásico y lo moderno, sin embargo, es
mucho más compleja: “Lo moderno se apoya en lo clásico
para construir nuevos significados y formas de reflejar Ia
realidad, pero al mismo tiempo lo cuestiona. Lo clásico
adquiere así un significado distinto que, en lugar de basarse
en su contraposición a lo moderno, enfatiza la continuidad y
su recíproca influencia” (Laraña, 1996).

De este modo, un autor clásico, lejos de constituir una reliquia


del pasado, conserva toda su actualidad porque muchos de
sus planteamientos siguen siendo válidos para interpretar
y comprender la realidad social, o trazan senderos para su
investigación. Los clásicos se constituyen así en una pieza
fundamental para la reflexión teórica, y ocupan un lugar
preeminente en la investigación, en la cátedra y en todas las
discusiones referidas a ese campo de conocimiento. No se trata
de descubrir verdades absolutas en una obra clásica, más allá
de cualquier consideración espaciotemporal pero sí de valorar
suficientemente el sentido de las preguntas y las respuestas
de los autores, y su pertinencia para iluminar problemas de
nuestro tiempo, que transcurren en contextos diferentes a los
que llevan su formulación.

Existe, entonces, una correspondencia dialéctica entre el


pensamiento clásico y el contemporáneo. En tal sentido,
los esfuerzos de construcción teórica en la sociología hoy
remiten necesariamente a una relectura de los autores
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 33

clásicos, los cuales pueden ser entendidos como “productos de


investigación a los que se los concede un rango privilegiado
frente a las investigaciones contemporáneas del mismo
campo”. Aquí, el concepto de rango privilegiado significa
que “los científicos con temporáneos dedicados a esa
disciplina creen que entendiendo dichas obras anteriores
pueden aprender de su campo de investigación tanto como
puedan aprender de la obra de sus propios contemporáneos”
(Alexander, 1990).

Desde esta perspectiva, puede decirse que si bien hoy estamos


en una situación privilegiada para conocer las sociedades de
los siglos XIX y XX, las obras clásicas, que pensaron esas
sociedades, no aportan solamente datos o información empírica
sobre las mismas. Hay en ellas preguntas, intuiciones, modelos
de análisis de lo social que nos proporcionan herramientas
para pensar los problemas contemporáneos. Es por ello que
cualquier balance sobre las ciencias sociales contemporáneas
debe tomar en consideración la existencia de una significativa
tradición teórica, sin olvidar que comprender Ia tradición es
superarla, darle continuidad a la constitución de un saber que
no es estático ni definitivo.

2. El carácter multiparadigmático de las ciencias sociales

Actualmente, se plantea una nueva filosofía de la ciencia


que desecha muchos de los puntos de vista admitidos hasta
ahora: “Se rechaza la idea de que puede haber observaciones
técnicamente neutrales; ya no se canonizan como ideal
supremo de la investigación científica los sistemas de leyes
conectados de forma deductiva: pero lo más importante es que
34 Miguel Ángel Beltrán Villegas

la ciencia se considera una empresa interpretativa, de modo


que los problemas de significado y comunicación adquieren
una relevancia inmediata para las teorías científicas” (Giddens
y Turner, 1990:11).

Una consecuencia inmediata de esta nueva perspectiva


epistemológica ha sido la revaloración, por parte de la
sociología contemporánea, de corrientes teóricas que en
su momento fueron relegadas a un segundo plano por las
visiones marxistas ortodoxas y estructural-funcionalistas:
por ejemplo la fenomenología (Schutz), la hermenéutica
(Gadamer), el interaccionalismo simbólico (Mead) y el
enfoque dramatúrgico (Goffman), entre otros.

¿Cómo interpretar esta situación? Para algunos autores esta


proliferación de escuelas y tradiciones es, de nuevo, una
confirmación de la debilidad de la teoría y la necesidad de
enfatizar la investigación empírica. Desde otra perspectiva
diametralmente opuesta, la diversificación de la teoría social
es valorada positivamente, y se argumenta que la competencia
entre tradiciones de pensamiento es sumamente deseable,
dado que la proliferación de teorías sería una forma de evitar
el dogmatismo fomentado por el compromiso dominante con
un solo marco de pensamiento.

A este respecto, yo debo señalar que si bien no comparto


la perspectiva posmoderna que valida una pluralidad de
discursos vaga o indeterminada, y reduce el saber a una simple
narrativa múltiple y a una suerte de relativismo discursivo
donde todo es válido, me parece que la elección entre diversas
propuestas hechas por diferentes tradiciones teóricas no es,
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 35

en modo alguno, una actividad negativa, ni supone tampoco


abandonar por completo la aspiración a una universalidad
del conocimiento. La pregunta a resolver aquí sería: ¿cuál es
entonces el camino más idóneo para llevar a cabo esta tentativa
de integración entre diferentes perspectivas teóricas?

3. Las relaciones micro-macro

Las relaciones entre lo micro y lo macro constituye uno de los


problemas fundamentales de las ciencias sociales, que se hace
explícito en el interrogante de ¿cómo hacer análisis globales,
análisis de la totalidad sin ignorar las unidades menores:
lo micro, lo regional, lo local y el individuo? Y viceversa,
¿cómo considerar estos elementos micro en el análisis, pero
reconstruyendo la unidad de lo diverso?

Este es un debate que atraviesa transversalmente las ciencias


sociales baja diferentes formas: ¿ciencias nomotéticas o
idiográficas?, ¿ciencias de las estructuras o de los sujetos?,
¿ciencias cuantitativas o cualitativas?, ¿ciencias macrosociales
o microsociales? Las respuestas a estos interrogantes
han conllevado en las ciencias sociales a dos formas de
reduccionismo: bien aquellos que asumen un sesgo holístico
y globalizador (por ejemplo el estructuralismo), bien aquellos
que reducen las ciencias sociales al pequeño relato de actores
y contextos (por ejemplo la microsociología).

Un horizonte promisorio para el desarrollo de las ciencias


sociales se encuentra en las construcciones teóricas que
logren articular las explicaciones generales de la sociedad,
las miradas macro, con las explicaciones micro; y que puedan
36 Miguel Ángel Beltrán Villegas

integrar las configuraciones estructurales de lo social


con la capacidad de acción de los sujetos. Al respecto,
el pensamiento clásico constituye un punto de partida
necesario para el avance teórico en esa dirección. Así
lo han puesto de presente las grandes síntesis teóricas o
los enfoques multidimensionales contemporáneos8 como
la teoría de la estructuración de Giddens, la teoría de
la práctica (Bourdieu), la sociología multidimensional
(Alexander), la teoría de la acción comunicativa (Habermas)
y el paradigma sociológico integrado (Ritzer), que cuentan
con un importante antecedente en la sociología figuracional
de Norbert Elías.

4. La validez de los conceptos y categorías de las ciencias


sociales en el contexto de la globalización

Si bien el concepto de globalización se ha convertido en un


lugar común en el discurso de las ciencias sociales, frente
al cual debemos desarrollar un pensamiento crítico, no es
menos cierto que la referencia al mismo hace explícito un
ámbito de cambio en el mundo contemporáneo, en el cual
las relaciones de trabajo, la economía, las producciones
culturales y los diversos aspectos de la realidad se ven
penetrados por un conjunto de fuerzas que redefinen el
marco de las relaciones sociales, cuya aprehensión supone
repensar aspectos de las ciencias sociales, y éstas de la
misma manera, se ven enfrentadas al reto de formular

8
Un interesante estudio en este sentido puede consultarse en Miguel Ángel
González y Misael Gradilla. “La recuperación de los clásicos en la obra de
Jurgen Habermas y Anthony Giddens: ¿eclecticismo o superación?”. Estudios
Sociológicos IV: 12. 1986, pp. 459-471.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 37

y actualizar sus conceptos centrales y sus contenidos


tradicionales9.

¿Cómo calificar esos cambios y de qué manera inciden en el


pensamiento que busca comprenderlos? Para algunos autores,
los actuales procesos de globalización acelerada cuestionan
seriamente Ia tradicional preocupación de los cientistas
sociales, y podrían incluso replantear un objeto de estudio
que ha concebido las sociedades modernas en términos de
Estados-nacionales. El proceso de globalización “altera en
forma sensible el objeto de las ciencias sociales; en la medida
en que atraviesa, desigual y diferencialmente, las diversas
formaciones sociales del planeta, las clases y los grupos
sociales, resulta necesario preguntarse por su lógica, por sus
nexos estructurales” (Ortiz, 1999:36).

Desde una perspectiva incluso más radical, se afirma que el


enfoque en términos de una sociedad nacional no expresa
empírica, metodológica, histórica y teóricamente toda la
realidad en la cual se insertan individuos y clases, naciones y
nacionalidades, culturas y civilizaciones para concluir que el
Estado-nación ya no puede seguir siendo considerado como
la unidad fundamental de análisis (Ianni, 1996).

El surgimiento de esta perspectiva global estaría justificado,


entre otros factores, por el desarrollo de movimientos

9
Así, por ejemplo, conceptos como identidad nacional, partidos, historia
nacional o modernización fueron acuñados cuando el Estado-nación era el
referente central en el estudio de los procesos sociales en el ámbito de las ciencias
sociales, particularmente en la economía, la ciencia política y la sociología.
38 Miguel Ángel Beltrán Villegas

transnacionales con claros objetivos regionales o globales


como la protección del ecosistema y la lucha contra las
amenazas nucleares; la emergencia de comunidades, actores,
agencias e instituciones que se estructuran alrededor de temas
internacionales y transnacionales; el compromiso con los
derechos humanos; la configuración de una suerte de sociedad
civil global, y la pérdida de protagonismo de los estados
nacionales como agentes de modernización, mientras aumenta
el poder político de estructuras transestatales como el Banco
Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización
Mundial de Comercio.

Interpretaciones como éstas conllevan a una sobre enfatización


de la dinámica global a costa del entendimiento de los
fenómenos locales; pero la discusión va más allá de esta
simple corroboración. En primer lugar, si bien es cierto que
las ciencias sociales han tornado como marco analítico el
Estado nación, hay que reconocer que la reflexión sobre lo
global no ha estado ausente de su quehacer; una razón más
para repensar la vigencia que tienen los clásicos en el intento
de comprender las complejidades del mundo actual.

En segundo lugar, es apresurado plantear, sin más, Ia


conformación de una sociedad global. La nueva tecnología
de las comunicaciones, al confrontar una multiplicidad de
culturas y discursos, favorece una toma de conciencia de la
pluralidad, de la existencia de otras culturas y subculturas, de
otros marcos de referencia y, por ende, de la existencia de otras
concepciones del mundo (Vattimo, 1989). Al mismo tiempo,
las nuevas redes de la tecnología de las comunicaciones y la
información no sólo estimulan nuevas formas de identidad
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 39

cultural sine qua también fortalecen e intensifican las viejas


identidades.

En tercer lugar, resulta exagerado plantear la cuestión


como una alternativa entre una “perspectiva global” y
una “perspectiva del Estado-nación”. En realidad existen
fenómenos que parecieran contradecir la existencia del
proceso globalizador, como el renacimiento de las distintas
nacionalidades de Europa y la importancia de la conformación
de identidades expresadas en términos fundamentales:
identidades territoriales, regionales, étnicas, religiosas,
de género, etc., en un proceso que supone por un lado el
renacimiento de las identidades negadas y, por el otro, el
surgimiento de nuevas identidades10.

Cabe agregar que, relacionadas con la globalización, están


presentes otras discusiones; algunas nuevas coma el impacto
que ésta tiene sobre las comunidades científicas nacionales e
internacionales, y otras que adquieren renovado interés como
el debate entre particularismo/universalismo y la crítica al
eurocentrismo.

10
Muchos autores consideran qua las tendencias hacia la globalización
y el reforzamiento de identidades locales son dos fenómenos contradictorios
expresados en las polaridades de lo global vs. la local, lo global vs. lo “tribal”,
la internacional vs. lo nacional, la universal vs. lo particular, y convertidos
en principios axiales del mundo moderno en permanente tensión. En esta
perspectiva los nacionalismos contemporáneos y las manifestaciones de identidad
nacional aparecen como formas de antiglobalidad o de antiglobalización, que
se constituirían como una reacción de las diferentes comunidades para exigir su
participación de manera autónoma y no a través de la mediación de un Estado
que no las representa ni las reconoce.
40 Miguel Ángel Beltrán Villegas

5. La reconfiguración de los saberes académicos

Aunque cada vez menos autores discuten el hecho de que el


análisis de los fenómenos sociales no se vincula tan claramente
a la fragmentación en distintos ámbitos disciplinares como la
economía, la psicología, la antropología o la sociología, resulta
evidente que el desarrollo de las ciencias sociales durante el
siglo XX ha avanzado en un sentido de especialización, y que
desde estos marcos disciplinares se han definido sus preguntas,
sus problemas y sus métodos de investigación. Es cierto
también que estas fronteras se han visto permanentemente
cuestionadas, y las discusiones que hoy prevalecen acerca de
la inter/multi/pluri y transdisciplinariedad revelan justamente
este debate en el interior de las ciencias sociales.

A este respecto puede decirse que –sin adentrarnos en la


discusión sobre los alcances y pertinencia de la utilización
de uno u otro término, acerca de los cuales existe una gran
confusión11– el diálogo, la interacción y la apertura entre las
diferentes disciplinas resulta fructífero para la comprensión
de la complejidad social. En este sentido, cabe destacar
realizaciones prácticas como “la constitución de núcleos
de investigación alrededor de temas específicos reuniendo
investigadores de diversos horizontes; programas de formación
profesional y de investigación científica que trascienden las
disciplinas; incentivos a la formación pluridisciplinaria de los
alumnos de posgrado” (Ortiz, 1999:31).

11
Para una aproximación a este debate, véase el artículo del sociólogo Jaime
Rafael Nieto, “La interdisciplinariedad en las ciencias sociales y los desafíos para
la universidad”, en La interdisciplinariedad en las ciencias sociales. Medellín:
Universidad de Antioquia, CISH, Colciencias, 2003.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 41

El ya mencionado informe de la comisión Gulbenkian para


la reestructuración de las ciencias sociales, sugiere algunas
fórmulas en esta dirección: “La expansión de instituciones,
dentro de las universidades o aliadas con ellas, que agrupen
estudiosos para trabajar en común y por un año en torno
a puntos específicos urgentes […] 2. El establecimiento
de programas de investigación integrados dentro de las
estructuras universitarias, cortando transversalmente las
líneas tradicionales, con objetivos intelectuales concretos y
fondos para períodos limitados (alrededor de cinco años) [...]
3. Nombramiento conjunto obligatorio de los profesores [...]
4. Trabajo adjunto para estudiantes de posgrado” (Vallerstein,
2001:111-4).

La propuesta de Wallerstein va incluso en un sentido más


profundo que se aparta de las tradicionales discusiones en
torno a la “inter”, “pluri”, “trans” y “multidisciplinariedad”
para lo cual se entiende “que el conjunto de las ciencias
sociales no debe tener más que un campo de trabajo unificado,
con una sola metodología, dado que todas las realidades
que estudia están gobernadas por una sola lógica” (Aguirre,
2003:337).

CONCLUSIÓN

Este debate sobre unidisciplinariedad vs. multidisciplinariedad,


junto con los ya mencionados acerca da la vigencia de los
clásicos, las relaciones entre los enfoques micro y macro,
la sociedad global y el carácter multiparadigmático de las
ciencias sociales, nos pone de presente que esta última se
42 Miguel Ángel Beltrán Villegas

encuentra en un estado de ebullición intelectual y que la


pretendida crisis de las ciencias sociales lejos de paralizar el
conocimiento, nos propone nuevos desafíos, en cuya búsqueda
todavía puede aportar mucho una relectura –crítica y abierta–
de los pensadores clásicos.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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sistema mundo capitalismo. México, Era.

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México, Siglo XXI - UNAM.

Wright Mills (1977). La imaginación sociológica. México, Fondo de


Cultura Económica.
44 Miguel Ángel Beltrán Villegas
45

EL DILEMA: ACCIÓN Y ESTRUCTURA. UNA


VISIÓN DESDE JEFFREY ALEXANDER Y
ANTHONY GIDDENS*

El problema de la relación entre el actor y la estructura


constituye una de las cuestiones centrales de la teoría social
moderna. Dicho problema nos remite a la pregunta acerca de
si somos actores que consciente y creativamente reproducimos
y transformamos las estructuras sociales o, por el contrario,
nuestras acciones son, en gran parte, el resultado de fuerzas
anónimas que escapan a nuestro control (Giddens, 1998:714).
Las diferentes maneras como se ha dado respuesta a este
dilema teórico cuentan con una larga tradición que se remonta
a los orígenes mismos del pensamiento sociológico y que ha
llevado a los sociólogos a alinearse en dos tipos de enfoques.

Por un lado, los que priorizan el concepto de acción y pretenden


explicar los fenómenos colectivos, partiendo de la volición
individual. Esta perspectiva −que se desenvuelve en un plano
contingente y procesual− tiene como protagonistas a hombres
y mujeres de carne y hueso, que actúan con una autonomía

* Tomado de Revista Colombiana de Sociología. Bogotá, No. 24, 2005, pp. 251-271.
Editada por el Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia.
46 Miguel Ángel Beltrán Villegas

propia, movidos por intereses, sentimientos o pasiones,


donde las estructuras sociales solo son cristalizaciones de
acciones individuales. En esta tradición de pensamiento se
desenvuelve una variada gama de matices, que suelen ser
referenciados como accionalistas, individualistas, subjetivistas
o voluntaristas.

Por otro lado, los que enfatizan el concepto de estructura y


otorgan prioridad a fuerzas sociales que constriñen la acción
humana y escapan al control del actor. Los protagonistas de
este enfoque son por lo general fuerzas sociales abstractas
−sean económicas, culturales, demográficas, biológicas o
físicas− que determinan el curso de acción de los agentes.
Las personas, al ocupar un lugar en el modo de producción,
en las clases sociales, en los mercados de trabajo, en los
partidos políticos, quedan relegadas a ser simples portadoras
pasivas de fuerzas ajenas a sus conciencias y voluntades. Este
enfoque comúnmente es definido como sistémico, colectivista,
estructuralista u holístico.

Cabe anotar que la relación actor/estructura suele ser


tematizada también a través de la reflexión sociológica
en torno a «lo micro» y «lo macro», y aunque existen
particularidades en cuanto al abordaje de una u otra cuestión,
resulta un lugar aceptado aludir a los enfoques «micro»,
como teorías centradas en el actor consciente y creativo,
los individuos, las subjetividades y las acciones sociales; en
tanto que los enfoques «macro» se ocuparían de las grandes
estructuras sociales y de los dominios institucionales. No sin
razón afirma el sociólogo norteamericano Jeffrey Alexander
que “el esfuerzo de cerrar la brecha micro/macro es pues un
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 47

afán de relacionar la acción individual y la interacción con la


teorización sobre la estructura social” (Alexander, 1992:297)1.
Más allá de cómo enunciamos este debate, interesa subrayar
que a través de la historia del pensamiento sociológico este
vínculo actor-estructura ha sido estudiado desde diversos
paradigmas de manera muy diferente, siendo posible hacer un
rastreo de él en los clásicos de la sociología, de quienes puede
decirse adoptan posturas estructuralistas o individualistas,
según le atribuyan mayor importancia a las estructuras sociales
o a la acción de los individuos en tanto variables explicativas
del orden o el cambio.

Ya el padre fundador de la Sociología, Augusto Comte, se


refería a este dilema teórico, definiéndolo como el «gran
dogma sociológico». Para el filósofo francés “[Esta relación]
no es, en el fondo, más que el pleno desarrollo de la noción
fundamentalmente elaborada por la verdadera biología sobre
la subordinación necesaria del organismo respecto al medio”
(Comte, 1979:98). De una manera más compleja y ambigua,
otro de los gestores de la sociología, el inglés Herbert
Spencer, ofrecía una visión individualista de la sociedad
donde la naturaleza de las partes determinaba por completo

1 Esta tesis es igualmente compartida por Vania Salles (2001). En contra de


esta asociación se ha pronunciado George Ritzer (1992) para quien sólo existen
«coincidencias superficiales» entre la cuestión micro/macro y la relación acción/
estructura, pues si bien la acción corresponde al nivel micro (actores humanos
individuales) también puede hacer referencia a la actuación de colectividades.
Asimismo, la estructura suele hacer referencia a las grandes estructuras sociales,
pero también pueden existir estructuras micro, tales como las implicadas en la
acción humana. Ritzer considera que los términos del debate estarían formulados
más en términos de relación acción/estructura, mientras que su contraparte
norteamericana estaría relacionada con la vinculación de lo micro y lo macro.
48 Miguel Ángel Beltrán Villegas

las características del todo, mientras formulaba una visión


organicista donde el organismo social parecía cobrar vida por
encima de sus partes.

Desde enfoques muy diversos y con marcadas diferencias,


los desarrollos posteriores de la teoría clásica europea no
fueron ajenos a esta discusión, de tal modo que en esta
tradición podemos identificar algunos autores con preferencias
sistémicas y otros con inclinaciones accionalistas, según le
atribuyan mayor importancia a las estructuras sociales o a
la acción de los individuos en tanto variables explicativas
del cambio o el orden social. Sin embargo, subsiste en todos
ellos una permanente tensión entre «acción y estructura», que
nunca lograron resolver satisfactoriamente2. Esto hace posible
reinterpretar sus obras, mostrando que en ninguno de ellos
están ausentes una y otra dimensión; así, ni Durkheim puede
ser rotulado de holista absoluto, ni Weber de individualista
total.

El hecho de que exista un largo antecedente en las obras de


estos autores clásicos no supone afirmar que el problema de
la acción y la estructura renace siempre de la misma manera.

2
Cfr. Ferdinand Tonnies con sus conceptos acerca de la voluntad esencial
o natural (basada en relaciones emotivas/afectivas) y la voluntad instrumental
(basada en el raciocinio y el cálculo); Emilio Durkheim, a partir de sus
formulaciones colectivistas y su defensa del individualismo moral; George
Simmel, con el análisis de la cultura objetiva y la cultura subjetiva; Karl Marx,
al explicar el surgimiento de la propiedad privada y la explotación social; Max
Weber al destacar, junto a su individualismo metodológico, el creciente proceso
de racionalización de la sociedad moderna; o Schutz, al llamar la atención
sobre «el mundo de la vida». De igual modo, en la sociología norteamericana
George H. Mead abordó el problema desde la perspectiva del “Self” y el “Me”.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 49

La teoría social contemporánea ha explorado, enriqueciéndola,


esta antinomia clásica, de manera tal que se ha apartado de
esta falsa disyuntiva, y se ha ocupado de superar este escollo,
formulando soluciones tentativas de continuidad entre el actor
y la estructura a través de propuestas teóricas integradoras
que incorporen en forma consistente la dimensión analítica
de los actores sociales sin perder de vista su dimensión
histórica y estructural . Los conceptos de «campus» y
«habitus» (Bourdieu); «mundo de la vida» y «mundo del
sistema» (Habermas), constituyen un ejemplo en favor de
este postulado.

El objetivo del presente ensayo es reflexionar en torno a los


esfuerzos de la teoría social contemporánea por restablecer el
vínculo acción/estructura y la relación micro/macro a partir
de las propuestas de dos teóricos actuales de la sociología:
Jeffrey Alexander y Anthony Giddens, que nos posibilite
hacer un balance general del debate sociológico clásico y
contemporáneo en torno a la acción y la estructura y las
principales vertientes que lo han organizado. Es de señalar

3
Este giro teórico ha sido posibilitado por el surgimiento de nuevas
problemáticas sociales, de actores diversos a los tradicionales y, sobre todo,
por la llamada «crisis de los paradigmas» por la que atraviesa la Sociología, la
cual ha favorecido el interés por el estudio de aspectos de la vida social, antes
ocultos a una mirada estructural. En esta perspectiva, el reconocimiento de
la capacidad de los sujetos para interaccionar y transformar su entorno se ha
constituido en una preocupación de primer orden en el pensamiento sociológico
contemporáneo, con claros efectos sobre la discusión en torno a los sujetos
sociales, los actores colectivos, las características de los movimientos y su relación
con las instituciones. Por otro lado, la creciente especialización y complejización
de las sociedades modernas, producto de los grandes cambios ocurridos en
la división del trabajo y la diversificación de las sociedades, ha permitido
importantes transformaciones de las relaciones entre el individuo y la colectividad.
50 Miguel Ángel Beltrán Villegas

que la selección de estos autores no se ha hecho de manera


arbitraria sino que está orientada por algunos criterios: en
primer lugar, se trata de autores cuyas reflexiones y trabajos
han intentado contribuir y sostener, en las tres últimas
décadas, propuestas de análisis con pretensiones integradoras
y globalizantes; en segundo lugar, tanto el uno como el otro
responden a tradiciones teóricas geográficamente distintas:
en el caso de Alexander, la sociología norteamericana y en
el de Giddens, la sociología europea; finalmente, mientras
la propuesta de Alexander nos señala la ruta teórica que han
seguido las ciencias sociales, desde la crítica al modelo de
Parsons; la perspectiva de Giddens ilustra el curso de las
ciencias sociales, a partir de la critica del positivismo filosófico
y social4.

JEFFREY ALEXANDER: EL ENFOQUE


MULTIDIMENSIONAL

Para el sociólogo norteamericano Jeffrey Alexander el


discurso sobre el actor versus la estructura surge como una
reacción a la propuesta estructural/funcionalista de Talcott
Parsons, quien en su reflexión sobre el individuo intentó
reunir idealismo y materialismo en la teoría de los sistemas,
la acción voluntarista y la determinación estructural, trazando
nuevos rumbos a la teoría y la investigación en el período
de posguerra. Sus formulaciones desencadenaron −a finales

4
Cabe advertir que este ensayo tiene una pretensión muy modesta de ilustrar
la participación de estos dos autores en el mencionado debate en torno al actor y la
estructura, sin que, en ningún momento, pretenda dar cuenta de la trayectoria teórica,
analítica y metodológica, presente en la vasta obra desarrollada por estos dos autores.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 51

de los años cincuenta− una «revuelta teórica» que trató de


conceptualizar la acción y el orden, en confrontación con la
perspectiva parsonsiana, pero que terminaron atrapadas en un
enfoque unilateral que Alexander somete a crítica y trata de
superar a través de una perspectiva sintética5.

En su modelo, Alexander busca la interrelación entre la


acción individual y la estructura social, a través de una visión
integradora que, de manera sistemática, incluya diferentes
enfoques teóricos y dimensiones analíticas de la realidad
empírica. Este enfoque multidimensional constituye, a
juicio de este autor, “la única posición que puede explicar el
mundo social de manera total, coherente y satisfactoria (y)
también la única perspectiva desde la cual toda la variedad
de las teorías sociológicas rivales se pueden interpretar con
justeza sin dejar de lado ninguno de sus intereses parciales”
(Alexander, 1992:299).

A lo largo de su recorrido por el pensamiento sociológico,


Alexander se esfuerza por hacer visibles los elementos
particulares de su teoría multidimensional, a través de
tres ejes problemáticos: de una parte, proponiendo una
relectura de los pensadores clásicos, a los que le otorga una
posición central en la teoría social; por otra, formulando una

5
Los planteamientos de Jeffrey Alexander serán desarrollados básicamente
a partir de sus siguientes escritos: «El nuevo movimiento teórico», en Estudios
Sociológicos No. 17, El Colegio de México, 1988, p. 259-307; en colaboración
con Paul Colomy, «El neofuncionalismo hoy: reconstruyendo una tradición
teórica», en Sociológica No. 20, México, septiembre-diciembre 1992, p. 195-234;
«Después del neofuncionalismo: acción, cultura y sociedad», en Perspectivas
teóricas contemporáneas de las ciencias sociales, México: UNAM, FCPYS, 1999,
p. 317-337; y el libro Teorías sociológicas desde la Segunda Guerra Mundial.
52 Miguel Ángel Beltrán Villegas

revaloración de la obra de Talcott Parsons (que lo aproxima


hacia posturas «neofuncionalistas») y, finalmente, planteando
una interpretación crítica de la llamada «revolución
microsociológica» −iniciada tras finalizar la II Guerra
Mundial− tratando de convertir el énfasis concreto de cada
teoría unilateral en elementos analíticos de un conjunto teórico
más amplio.

1. La centralidad de los clásicos

Contrariamente a los argumentos positivistas e historicistas6,


que pretenden negar la existencia de los clásicos, Alexander
defiende la centralidad de los mismos y los define como
“productos de la investigación a los que se les concede un
rango privilegiado frente a las investigaciones contemporáneas
del mismo campo; el concepto de rango privilegiado significa
que los científicos contemporáneos dedicados a esa disciplina
creen que entendiendo dichas obras anteriores pueden aprender
de su campo de investigación tanto como puedan aprender de
la obra de sus propios contemporáneos” (Alexander, 1990:23).

De esta manera, vincula el significado de los textos clásicos


con los intereses teóricos contemporáneos.

6
Las perspectivas positivistas están sustentadas en la idea que existe un
conocimiento objetivo que se va acumulando, de donde la noción de clásico resulta
inconsistente, pues cualquier aspecto científicamente relevante que pudieran
aportar dichos autores o bien debería estar verificado e incorporado a la teoría
contemporánea o bien falsado y eliminado como un conocimiento no verdadero.
Por otro lado, la perspectiva historicista considera que los textos clásicos deben
considerarse exclusivamente desde un punto de vista histórico (algo así como piezas
de museo), por lo que su valor es puramente informativo (Alexander, 1990:23).
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 53

Esta posición privilegiada de los clásicos hace que la exégesis


y reinterpretación de sus obras −dentro o fuera de un contexto
histórico− llegue a constituir corrientes destacadas en varias
disciplinas, que incluso disputan entre sí el «verdadero
significado» de una obra clásica. Pero, justamente, las
obras de los clásicos se caracterizan por ser ambivalentes y
contradictorias, y cualquier pretensión de abordarlas como
totalidades consistentes no es más que una tentativa frustrada
de tratar de revivir el viejo ideal positivista. En las disciplinas
sociales no se puede hablar de textos en sí mismos, sino más
bien de las interpretaciones que de ellos se han hecho. De
lo que se sigue que existen múltiples fórmulas para abordar
la lectura de un clásico. Esta labor la emprende el mismo
Alexander en su obra Theoretical logic in sociology7.

Asimismo, los textos clásicos cumplen otra función importante


y es la de poner en claro los desacuerdos que existen en las
ciencias sociales. Las conceptualizaciones de los «clásicos»
se constituyen en puntos de referencia obligatorios para
situarnos en el debate teórico, lograr comprender las diferentes
perspectivas que existen en la sociología y aclarar nuestra
propia terminología (Zabludovsky, 1995). Como veremos en
las líneas siguientes, este mismo ejercicio es el que realiza
Alexander en relación con la obra de Talcott Parsons.

7
Esta obra aún no traducida al español comprende cuatro volúmenes:
I. Positivism, Presuppositions, and current controversies (El positivismo,
presuposiciones y controversias); II. The antinomies of c!assical thought:
Marx and Durkheim (Las antinomias del pensamiento clásico a través de
Marx y Durkheim); III. The c!assical attempt at theoretical síntesis: Max
Weber (El intento clásico para lograr una síntesis teórica: Max Weber); y
IV. The modern reconstruction of classical thought: Talcott Parsons (La
reconstrucción moderna del pensamiento clásico a través de Parsons).
54 Miguel Ángel Beltrán Villegas

2. Una relectura de la obra de Parsons: el neofuncionalismo

Para Alexander, la sociología de la posguerra tiene el sello


indiscutible de Talcott Parsons, quien enriqueció, como
ningún otro lo había hecho, el «continuum sociológico», en un
contexto social y político caracterizado por un desplazamiento
del centro de gravedad de las teorías sociológicas después de
la Segunda Guerra Mundial de Europa a Norteamérica, debido
al impacto que tuvieron en estas tradiciones sociológicas los
propios acontecimientos bélicos y el desarrollo en los Estados
Unidos de un ambiente cultural, político y social que propició
el desarrollo de la sociología.

Alexander distingue varios momentos en la trayectoria teórica


de Parsons y señala cómo su obra temprana, plasmada en la
Estructura de la acción social –1937– constituye una propuesta
alternativa para pensar desde «la teoría voluntarista de la
acción» los actos humanos, la interpretación y las pautas
morales, tratando de explicar el orden colectivo sin eliminar
de él la subjetividad y la libertad. El camino que conduce
a esta formulación arranca de una crítica a los supuestos
utilitaristas de la acción8 y de un reconocimiento de la acción
no racional como significativa −a través de una exégesis de la
obra de Durkheim y Weber− donde los elementos morales y
normativos pueden ser vistos como «sistemas» organizados.
Esta reflexión inicial de Parsons, aunque con problemas y
ambigüedades según Alexander, sentó las bases de una nueva
tradición teórica que iba a socavar el edificio de la ciencia
social durante los veinte años siguientes, de 1940 a 1960,
8
Este modelo, sustentado en la economía clásica, fórmula una explicación empírica
de la forma como las decisiones individuales se suman, para formar las sociedades.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 55

con sus proposiciones teóricas y modelos analíticos que se


irradiarían en diversos ambientes intelectuales y académicos
de Estados Unidos y América Latina.

Tras la publicación de La estructura de la acción social −1937−


el esfuerzo teórico de Parsons se centró en avanzar desde una
visión del actor como una entidad física y concreta, hacia
una concepción en la cual los actores se constituyen como
especificaciones de amplios patrones culturales que entran en
relaciones de rol e identidades a través de la socialización. De
esta manera “en vez de describir individuos que toman parte
en una ‘sociedad’ externa a ellos, Parsons adoptó una visión
analítica en la que se sugiere que los actores y las sociedades
son mucho más, y mucho menos, que la imagen concreta que se
ve a simple vista; son, de hecho, composiciones de diferentes
niveles, de significados emparentados −el sistema cultural−,
de necesidades psicológicas −el sistema de la personalidad− y
las experiencias institucionales e interaccionales −el sistema
social−” (Alexander, 1999:318).

Este modelo sistémico propuesto por Parsons hace corresponder


el sistema social con la interacción e interdependencia de las
personas, bien en términos de cooperación o bien en términos
de antagonismo, con instituciones y estructuras que cumplen
la función de ofrecer resultados acordes con el mantenimiento
del sistema social. Junto al sistema social y al individuo está la
cultura, que ofrece el marco de sentido y valor a los individuos
y a la sociedad. A este «modelo trisistémico» −cultura,
personalidad y sociedad−, Parsons agrega el concepto de rol
social, instituido socialmente y asociado al cumplimiento de
normas, sanciones y recompensas.
56 Miguel Ángel Beltrán Villegas

La teoría de Parsons en su «período intermedio», como la clasifica


Alexander, constituyó un valioso esfuerzo por “integrar las
tradiciones instrumental e idealista, sintetizando el voluntarismo
puro con la teoría de la coerción pura mediante el desarrollo de
un esquema general que marcara el inicio de una nueva teoría
sociológica ‘posclásica’” (Alexander, 1992:38). Así, su teoría
buscaba conciliar escuelas conflictivas de la sociología clásica
y aportar una vía para integrar el orden cultural con el material,
reivindicando al actor sin subestimar el papel de la estructura
y posibilitando la articulación de los niveles micro y macro,
subjetivo y objetivo (Alexander, 1999:318).

El balance que realiza Alexander tanto de su «obra temprana»


como de su «período intermedio» nos ofrece la pauta para
entender las contribuciones de Alexander a la discusión que
nos ocupa en este ensayo. De acuerdo con Alexander, Parsons
transitó de una teoría multimodal, que reconoce las diferentes
dimensiones de la acción, a una teoría unidimensional, que
reduce la acción a una serie de conductas por una estructura
previa de roles que fija la orientación del actor (Farfán, 1999).
Y si bien Parsons ofreció un “confiable modelo general
de interpenetraciones culturales, sociales y psicológicas,
no produjo un registro de acciones como tal. Esto es, de
actores reales, concretos, vivientes que actúan a través del
tiempo y el espacio; lo que Parsons produjo fue una teoría
macrosociológica constructiva de los microfundamentos de
la conducta; mientras lo hacía, ignoró el orden que emerge de
la interacción como tal” (Alexander, 1999:318).

Es cierto que el modelo trisistémico de Parsons precedió


históricamente la revolución del enfoque microsociológico,
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 57

que se inicia a finales de los años cincuenta. Sin embargo,


Parsons no supo incorporar las reflexiones que aportaban
las microsociologías. “Esta resistencia −agrega Alexander,
p. 319− fue particularmente dañina porque después de la
revolución del enfoque micro, las teorías generales de
la sociedad simplemente tuvieron que cambiar; la nueva
teorización del enfoque micro estimuló los más grandes y
nuevos desarrollos en la teoría macrosociológica”. Además,
que puso de presente a los teóricos que el ser socializado
era el punto de partida y no de llegada de las teorías de
la acción.

3. La revolución del enfoque microsociológico

Según Alexander, hasta mediados de los años sesenta la obra


y el pensamiento de Parsons mantuvo una plena hegemonía en
la teoría sociológica y se constituyó en una referencia obligada
para todos los teóricos contemporáneos. Pero ya desde
finales de los años cincuenta se fue forjando, principalmente
en los EEUU, un movimiento antifuncionalista de crítica al
pensamiento de Talcott Parsons. La «revuelta contra Parsons»
−como también se le conoció a este movimiento− abrió un
nuevo escenario para la reflexión sociológica contemporánea.
De tal modo, las teorías sociológicas de posguerra elaboran
sus formulaciones a partir de los vacíos y debilidades que
creen ver en la obra del sociólogo norteamericano Parsons,
dedicándose cada una de ellas al estudio de un segmento de
su trabajo. En estas críticas, teóricas y analíticas, construyen
propuestas específicas y parciales acerca de la teoría general
expuesta por Parsons, lo que las hace unilaterales y limitadas,
arrastrando los defectos de la teoría de la cual pretendían
58 Miguel Ángel Beltrán Villegas

escapar, e incorporando de una manera u otra «categorías


residuales»9 de la teoría que aspiraban a superar.

Las nuevas teorías que surgen para salir del planeta


Parsons son: la teoría del conflicto 10, que rechaza los
postulados del sociólogo norteamericano sobre el orden; el
consensualismo y el enfoque funcional, para explicar los
sistemas sociales y se interesa por la dimensión del conflicto
en la sociedad; la teoría del intercambio11, que renueva la
visión utilitarista criticada por Parsons, insistiendo en que
las formas elementales de la vida social no son elementos
extraindividuales −como los sistemas de símbolos− sino
actores individuales de una inclinación exclusivamente
‘racionalista’; el interaccionismo simbólico, representado
en Blumer12, que enfatiza el intercambio comunicativo que
9
Alexander llama categorías residuales a “estos conceptos ad hoc porque
están fuera de la línea de argumentación explícita y sistemática del teórico. Las
categorías residuales son como arrepentimientos teóricos: el teórico las inventa
porque teme haber pasado por alto el punto crucial” (Alexander, 1992:22).

10
Son representantes de la teoría del conflicto autores tan destacados como Lewis
Coser, Ralf Dahrendorf y John Rex, entre otros, quienes asumen la responsabilidad
de las teorías sociológicas y de las ciencias sociales contemporáneas de explicar
la realidad y los sistemas sociales a partir de la dicotomía «equilibrio/conflicto».

11
El principal representante de esta teoría es George Homans. Junto a él,
otros importantes exponentes de la teoría del intercambio son James Coleman,
Peter Blau, Alvin Gouldner, Meter Ekek, Charles Kadushin y William Goode.

12
Además de Blumer, el interaccionismo simbólico ha generado varias
tendencias, entre quienes se destacan teóricos como Howard Becker, Ralph Turner,
Manfred Khun, Sheldon Stryker, Joseph Gusfield e Erving Goffman. Uno u otro de
estos autores ha sido responsable de las cuatro líneas del pensamiento interaccionista
1.Tradición de las etiquetas, 2.Teoría de la conducta colectiva, 3. Escuela de
Iowa y 4. Dimensión colectiva de la acción social (Alexander, 1992:185-93).
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 59

emana de la relación entre sujetos y que insiste −recuperando


a Mead− en la interpretación como elemento constitutivo
del actor; la etnometodología13, que le da validez al orden
normativo y destaca la importancia de las prácticas que una
colectividad tiene para explicar el orden y la acción de los
individuos que responden a lo que ha sido institucionalizado;
la sociología cultural14, que busca significados a la acción
humana mediante métodos interpretativos; y, finalmente, el
retorno a concepciones marxistas que, como la de Marcuse,
reaccionan críticamente no sólo contra la teoría parsonsiana,
sino contra el marxismo soviético.

La conclusión a la que arriba Alexander después de este


recorrido por las diversas teorías es que Parsons ha sido
superado en términos históricos, pero no en su pretensión
teórica: ‘’La teoría de Parsons –escribe Alexander– era
ambiciosa y en muchos sentidos profunda; también
tenía muchos inconvenientes originados en profundas
ambivalencias de Parsons; dado el clima social, cultural e
intelectual de la década de 1960, estos inconvenientes tenían
que aflorar, y las ambivalencias volvieron imposible que
Parsons y sus seguidores alteraran decisivamente la teoría;

13
Escuela sociológica que tiene como su más destacado exponente a Harold
Garfinkel, su fundador en el decenio de los sesenta. Otros teóricos le han
dado continuidad a esta escuela entre los que se reconocen Harvey Molotch,
Gaye Tuchman, Kenneth Leiter, Don H. Zimmerman, John Kitsure, Melvin
Pollner, Aaron Cicourel, Thomas P. Wilson, Harvey Sacks, Emmanuel
Schegloff, Anita Pomerante y Gail Jefferson (Alexander, 1999: 185 y ss.).

14
Esta nueva teoría está agenciada por el antropólogo norteamericano Clifford
Geertz; otro impulsor de esta corriente socio-antropológica ha sido Rober N.
Bellah (Alexander, 1992:242-62).
60 Miguel Ángel Beltrán Villegas

los retadores señalaron problemas cruciales y los mejores de


ellos hicieron exposiciones formidables; en 1980 la batalla
estaba ganada” (Alexander, 1992:295).

4. Proposiciones fundamentales de la teoría


multidimensional

Aunque Alexander afirma que la obra de Parsons constituye


la teoría general más elaborada y de mayor alcance hasta hoy
concebida; reconoce que fracasó en su propósito de articular
las teorías de la acción y de la estructura, ya que no llevó a
cabo su síntesis de manera uniforme: “A la vez que reconoció
la acción contingente, se interesó más en la individualidad
socializada; si bien concluyó formalmente las estructuras
materiales, dedicó mucho más tiempo a teorizar sobre el control
normativo” (Alexander, 1988:275). Asimismo, Alexander
valora positivamente las aportaciones realizadas por los
enfoques «micro», al tiempo que señala sus limitaciones: ‘’Ya
que si bien han evitado los resultados negativos de la pretensión
deconstructiva de Parsons, no han incorporado, en cambio,
sus logros; al enfocar la acción, los planteamientos micro han
concebido al actor sólo en una forma concreta; el reto para
la teorización de la acción en el presente es ir más allá de su
propia posición” (Alexander, 1999:319). Para Alexander, este
«nuevo movimiento teórico» −como él lo denomina− viene
siendo desarrollado por una joven generación de teóricos,
cuya pretensión es −con obvias diferencias fundamentales− la
articulación de lo micro y lo macro y la reintegración de la
acción y la estructura, del voluntarismo subjetivo y la restricción
objetiva. Justamente, la concepción multidimensional de
Alexander hace parte de este «nuevo movimiento».
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 61

En el proceso de la elaboración de su matriz conceptual,


Alexander divide las tradiciones sociológicas a partir de dos
problemas que considera fundamentales: el problema de la
acción y el problema del orden15.

Relación con el problema del orden

Existen diferencias frente al modo como se genera este orden:


para el enfoque colectivista, los patrones sociales son previos a
todo acto individual específico y son en cierto sentido producto
de la historia. El orden social es un dato «externo» que enfrenta
el individuo en el momento de nacer. Así, todo acto individual,
según la teoría colectivista, va impulsado en la dirección
de la estructura preexistente; se trata de un orden previo y
exterior a la acción del individuo16. Por su parte, los teóricos
individualistas insisten en que los patrones estructurales son
producto de la negociación individual y consecuencia de la
opción individual. Los actores no son simples portadores de

15
Para Alexander éstos no son problemas opcionales: “Toda teoría debe
asumir una posición con respecto a ambos. Las permutaciones lógicas entre estas
presuposiciones constituyen las tradiciones fundamentales en la sociología. Como
tales, forman los ejes más importantes en torno a los cuales gira el discurso en
la ciencia social” (Alexander, 1988:280).

16
Alexander aclara que es posible que “los colectivistas pueden admitir
que el orden social existe tanto en el interior del individuo como fuera de él;
se trata, de hecho, de un requisito importante sobre el que hemos de volver.
Sin embargo, ya sea que se conceptualice como interno o externo al actor, la
posición colectivista no considera el orden como producto de consideraciones
totalmente inmediatas, del momento actual. De acuerdo con la teoría colectivista,
cada actor individual se ve impulsado hacia estructuras preexistentes; si esta
dirección es una mera probabilidad o un destino predeterminado depende del
refinamiento de la postura colectivista, que abordaremos más adelante” (p. 279).
62 Miguel Ángel Beltrán Villegas

las estructuras sino que las producen en los procesos concretos


de la interacción individual y pueden alterar los fundamentos
del orden social en cada momento del tiempo histórico.

Alexander considera que las tradiciones individualistas


tienen un gran atractivo, porque asumen la defensa de la
libertad individual en forma abierta y explícita, al tiempo
que reflejan una preocupación central de la sociedad moderna
por el individuo17. No obstante, estas preferencias por el
individualismo se ven opacadas por sus debilidades teóricas:
“Al rechazar radicalmente el poder de la estructura social,
la teoría individualista a fin de cuentas no le hace ningún
favor a la libertad; fomenta la ilusión de que los individuos
no necesitan a los demás o a la sociedad en su conjunto;
también ignora el gran sostén que pueden proporcionar las
estructuras sociales a la libertad” (Alexander, 1988:282). La
teoría colectivista reconoce que los controles sociales existen y
en consecuencia puede someter dichos controles a un análisis
explícito. En este sentido el pensamiento colectivista tiene
ventajas sobre el pensamiento individualista, tanto en lo moral
como en lo teórico.

Relación con el problema de la acción

Alexander hace una distinción entre dos grandes teorías de


la acción: de un lado la acción racional18, que privilegia la

17
Recordemos que “la sociología surgió como disciplina a raíz de la diferenciación
del individuo en la sociedad, pues fue la independencia del individuo lo que vuelve
problemático el orden, y lo problemático del orden hace posible la sociología” (p. 280).

18
No supone una valoración de la acción en términos de bueno o malo.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 63

acción instrumental y considera que el actor recibe impulso de


fuerzas externas; y de otro, la acción no racional (normativa),
que concibe a las personas idealistas, normativas y morales
y nos presenta un mundo regido por emociones y deseos
inconscientes. Los enfoques no racionales implican que la
acción está motivada desde adentro (Alexander, 1992:18).

Con base en estos dos niveles de análisis (problema del orden


y la naturaleza de la acción) Alexander construye una matriz,
que nos permite dar cuenta de las diferentes tradiciones
sociológicas existentes:

* Teorías individualistas / racionales. Tienen una larga


tradición en las ciencias sociales que se inicia con Maquiavelo,
se continúa con los contractualistas y algunos pensadores
ilustrados y llegan a la sociología a través de la concepción
utilitarista de la economía clásica.

* Teorías individualistas / no racionales (individualistas /


normativas). Se han configurado a partir de tradiciones que
rechazan el utilitarismo y la ilustración. Cabe señalar aquí las
teorías de Freud, el existencialismo, la tradición hermeneútica
y el interaccionismo simbólico.

* Teorías colectivistas / racionales. Las estructuras colectivas


se describen como si fueran externas a los individuos en un
sentido material. Estas estructuras controlan a los actores
desde fuera. Lo hacen disponiendo de sanciones punitivas
y recompensas positivas. Son las teorías, en cierto modo, de
Marx, Weber y la teoría utilitarista.
64 Miguel Ángel Beltrán Villegas

* Teorías colectivistas / no racionales (colectivistas /


normativos). Percibe que los actores pueden ser guiados por
los ideales y las emociones (situados dentro y no fuera). Estas
estructuras extraindividuales se internalizan con el proceso de
socialización. La volición individual se convierte en parte del
orden social y la vida social real implica negociaciones entre
un «yo social» y el «mundo social» (individuos socializados
por los sistemas culturales). En esta tradición se inscribe la
perspectiva de Durkheim.

Los teóricos generalmente se mueven en territorios ambiguos


que posibilitan su reinterpretación, mientras que sus seguidores
son por lo general más sensibles a los dilemas que él enfrentó,
por lo que escogen las categorías residuales de una tradición
y tratan de elaborarlas de manera más sistemática, sin escapar
al dilema teórico general, circunstancia ésta que los conduce
a una «peligrosa unidimensionalidad», haciéndoles pasar por
alto aspectos vitales de la condición humana y que sólo puede
ser superada con una perspectiva multidimensional19.

19
La pretensión de Alexander es superar esta dicotomía a través de una teoría
que califica de multimodal, porque es capaz de incorporar las dimensiones
del orden y la acción en una teoría integral. No obstante, pese a su interés por
centrarse en las relaciones entre sus cuatro niveles, a través del establecimiento
de un continuum que va de lo materialista (objetivo) a lo idealista (subjetivo)
y de lo individual (micro) a lo colectivo (macro), resulta claro que Alexander
termina por inclinarse por el nivel colectivo-normativo y por las teorías que
parten de este nivel (aquí reaparecen las raíces parsonsianas de Alexander).
Como él mismo señala “la esperanza de combinar el orden colectivo y el
voluntarismo individual reside en la tradición normativa más que en la
racionalista. Lo más importante en su opinión es la idea de que esta orientación
es preferible porque las fuentes del orden son internas (en la conciencia)
más que externas, como defiende la orientación colectivo-instrumental.
Ello permite tanto el orden como la acción voluntaria” (Ritzer, 1992:465).
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 65

ANTHONY GIDDENS:
LA TEORÍA DE LA ESTRUCTURACIÓN

La teoría de la estructuración del sociólogo inglés Anthony


Giddens constituye otro importante esfuerzo teórico por
trascender el dualismo clásico entre estructura y acción;
individuo / sociedad, sujeto / estructura, dimensiones micro/
macro sociales, que han orientado los enfoques unilaterales
de las diferentes tradiciones sociológicas. La teoría de
la estructuración se presenta entonces como una síntesis
coherente de los niveles analíticos aportados por perspectivas
hasta entonces consideradas excluyentes20, donde la acción
no es determinada por la estructura ni la acción determina la
estructura.

Esta síntesis conceptual de Giddens propone una perspectiva


sociológica centrada en las prácticas sociales, las relaciones
sociales y las potencialidades de la vida social, que proporciona
elementos para la reconceptualización de la producción,
reproducción y transformación de la vida social. Dicha síntesis
discurre sobre tres ejes analíticos: en primer lugar a través de
una relectura de los clásicos que Giddens acompaña de una
crítica a la filosofía positivista de la ciencia; en segundo lugar,
por una crítica al funcionalismo de Parsons y Durkheim que

20
Este pluralismo teórico es el resultado, en palabras del mismo Giddens, de
la declinación del empirismo lógico como resultado del surgimiento de una
«nueva filosofía de la ciencia», en la cual “se rechaza la idea de que puede haber
observaciones teóricamente neutrales; ya no se canonizan como ideal supremo de
la investigación científica los sistemas de leyes conectadas de forma deductiva;
pero lo más importante es que la ciencia se considera una empresa interpretativa,
de modo que los problemas de significado, comunicación y traducción adquieren
una relevancia inmediata para las teorías científicas” (Giddens et al., 1990:11).
66 Miguel Ángel Beltrán Villegas

hace extensivo a algunas versiones del marxismo; y en tercer


lugar, por una recuperación de las sociologías hermenéuticas.

1. La relectura de los clásicos y la crítica a la filosofía


positivista de la ciencia

La reelaboración de los conceptos de acción y estructura en


la obra de Giddens parte de una lectura crítica de los clásicos,
particularmente de lo que él denomina padres fundadores
de la teoría sociológica europea21: Comte, Marx, Weber y
Durkheim. La reflexión de Giddens en torno de los clásicos
avanza paralela con una crítica al ideal positivista de ciencia
−aceptado en el siglo XIX− centrado en la preocupación
por establecer una ciencia de la sociedad con una estructura
lógica similar a las ciencias naturales. En este sentido Giddens
rechaza lo que él considera «los elementos fuertemente
positivistas» de los escritos de Marx que, al igual que Comte y
Durkheim −con sus obvias diferencias− trataron de naturalizar
las ciencias sociales (Giddens, 1987:14)22.

21
Giddens establece una diferenciación entre fundadores y clásicos. Al
respecto señala: “Todas las disciplinas intelectuales tienen fundadores, pero
normalmente sólo las ciencias sociales reconocen la existencia de ‘clásicos’.
Según mi punto de vista, los clásicos son los fundadores que nos hablan de algo
que aún se considera pertinente. No se trata simplemente de anticuadas reliquias,
sino que se les puede leer y releer, y constituyen un foco de reflexión sobre los
problemas y las cuestiones de actualidad” (Giddens, 1997:16).

22
Es de anotar que la preocupación de Giddens por el pensamiento clásico
es anterior a esta obra. Ya en su libro El capitalismo y la moderna teoría social
−1971−, Giddens había criticado y reformulado las interpretaciones de Weber
y Durkheim presentes en la obra de Parsons, a tiempo que reivindicaba el
pensamiento de Marx y sus aportaciones a la obra de Max Weber.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 67

Esta pretensión positivizante de las ciencias sociales no daba


lugar a la interpretación, a la que consideraba como una suerte
de «caja negra», de elemento negativo que debía desecharse
en favor de una observación externa. Y aunque algunos
pensadores clásicos −entre los que sobresale Max Weber−
trataron de reconciliar el problema de la comprensión con el
proyecto de una ciencia objetiva de la sociología, fracasaron en
su intento al considerar que la comprensión arroja un material
objetivo y por ende intersubjetivamente verificable: “Mas lo
que estos autores [Weber y Dilthey] llamaban ‘comprensión’
no es simplemente un método para entender lo que hacen
los demás, ni requiere de alguna manera misteriosa y oscura
una captación empática de su estado de conciencia, sino que
la comprensión es la misma condición ontológica de la vida
humana en sociedad como tal23 (Giddens, p. 21).

En su análisis crítico de los clásicos, Giddens se refiere


también al interaccionismo simbólico y −aunque no lo aborda
directamente− destaca de él la primacía que otorga al sujeto
como actor hábil y creador. Los conceptos de Mead, en
torno a la reciprocidad del «Yo», y el «Mi», constituyen sin
duda una aporte importante en este sentido. No obstante la
insistencia de este filósofo norteamericano en el self social,

23
Giddens agrega que ésta es la idea central de Wittgenstein y de ciertas
versiones de la fenomenología existencialista. La comprensión de uno mismo está
conectada integralmente con la comprensión de los otros. La intencionalidad, en
el sentido fenomenológico, no debe ser considerada −afirma Wittgenstein− corno
la expresión de un inefable mundo interior de experiencias mentales privadas,
sino como algo que depende necesariamente de las categorías comunicativas del
lenguaje, que a su turno presuponen formas definidas de vida. La comprensión
de lo que uno hace solo se torna posible comprendiendo (o pudiendo describir)
lo que hacen otros y viceversa.
68 Miguel Ángel Beltrán Villegas

en lugar de la actividad constituyente del «Yo» derivó su


interpretación hacia un «self socialmente determinado»
que lo aproxima a posturas funcionalistas. “Esto explica
−anota Giddens− porqué ambos pudieron ser reunidos en
la teoría social norteamericana de nuestros días; en ella, la
diferenciación entre el interaccionismo simbólico −que de
Mead a Goffman carece de una teoría de las instituciones y
el cambio institucional, y el funcionalismo− ha pasado a ser
considerada típicamente como una mera división del trabajo
entre la ‘micro’ y la ‘macrosociología’” (p. 23).

2. Crítica al funcionalismo de Parsons y Durkheim

Giddens critica las nociones de acción y estructura en el


pensamiento de Talcott Parsons y señala la necesidad de una
reformulación de los mismos. Por una parte, admite que si
bien en los primeros escritos del sociólogo norteamericano
hay una teoría de la acción (el esquema voluntarista de la
acción), advierte que en sus desarrollos teóricos termina por
identificar el voluntarismo con la «internalización de valores»
en la personalidad y por consiguiente con la motivación
psicológica. De tal modo que “en el ‘marco de referencia
de la acción’ de Parsons no hay acción; sólo hay conducta
impulsada por disposiciones de necesidad o expectativas de
rol. La escena está montada, pero los actores sólo actúan según
libretos que ya han sido escritos para ellos” (Giddens, p. 18).

De otra parte, Giddens cuestiona la noción de estructura en


Parsons, la cual tiene un carácter descriptivo y supone que
los actores se guían solo por disposiciones de necesidad
(previa interiorización de valores). Todo lo cual conduce
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 69

a una suerte de reduccionismo estructural, donde el sujeto


queda perdido en la trama relacional de la sociedad, y
termina dando preeminencia a la determinación funcional
de la acción y de la estructura «como una fuerza constrictiva
total sobre el comportamiento humano»24. Esta última crítica
la hace extensiva al marxismo al que categoriza −junto con
el funcionalismo− como un enfoque estructural25, cuya
convergencia se manifiesta en los siguientes aspectos: “Los
fenómenos sociales son considerados como independientes
de los individuos; la noción de estructura es asumida como
una fuerza externa que constriñe o limita las formas de acción
y los significados con los cuales la gente se compromete;
el individuo es visto como un producto de las influencias
coercitivas de la estructura social; ambas perspectivas centran
la atención en el problema de la reproducción social. Y
24
Señala Giddens cuatro críticas al funcionalismo de Durkheim y Parsons:
“Primer: el reducir la intervención humana a una ‘interiorización de valores’.
Segundo: la concomitante omisión que se niega a considerar la vida social
humana como activamente constituida, a través de las acciones de sus miembros.
Tercero: el tratamiento del poder como un fenómeno secundario, y de la norma
o el ‘valor’ en estado solitario como el rasgo básico de la actividad social y,
por ende, de la teoría social. Cuarto: el hecho de no otorgar un lugar central
en la conceptualización al carácter negociado de las normas, en el sentido de
estar abiertas a ‘interpretaciones’ divergentes y antagónicas en relación con
‘intereses’ divergentes y antagónicos de la sociedad” (Giddens, 1987:22).

25
Frente a lo que podría calificarse como una consideración plana del marxismo,
Giddens es consciente de que algunas versiones del marxismo pueden ser
conciliadas a nivel de la ontología con su teoría de la estructuración. Mención
especial merecen los esfuerzos renovadores del marxismo protagonizados por
la Escuela de Frankfurt y los historiadores marxistas británicos (en particular la
aguda polémica Thompson-Althusser, desarrollada por el marxista inglés en su
libro La miseria de la teoría, encaminados a superar la propensión economicista
subyacente al modelo base/superestructura y a recuperar la dialéctica entre
sujeto y objeto, reivindicando para ello a figuras como Lukács, Gramsci o Sartre.
70 Miguel Ángel Beltrán Villegas

finalmente Giddens señala que las dos perspectivas contienen


una concepción evolucionista” (Andrade, 1999:179).

Partiendo de la crítica a estos enfoques estructurales, Giddens


se pronuncia por una perspectiva que restituya las intenciones
y razones de los actores al mismo nivel de la estructura y la
determinación funcional de la acción.

3. Recuperación y reelaboración de las diferentes


corrientes microsociológicas

En su obra Las nuevas reglas del método sociológico −1976−


Giddens emprende −como lo anuncia en el subtítulo de su
libro26− un análisis de las diferentes escuelas de teoría social
y filosofía social que abarca desde la fenomenología de Schutz
hasta los desarrollos recientes de la filosofía hermenéutica
y la teoría crítica, pasando por las contribuciones de la
etnometodología de Garfinkel y la sociología interpretativa
de Winch, aclarando qué toma de cada una de estas escuelas
y cuáles son sus limitantes.

A juicio de Giddens, la contribución fundamental de las


sociologías interpretativas a la teoría de la estructuración es
que centran su atención en el actor como agente libre que

26
Una «crítica positiva de las sociologías interpretativas». Giddens aclara
que el concepto de «Sociologías Interpretativas» resulta “una designación
impropia para las escuelas de pensamiento que aparecen en el primer
capítulo, puesto que algunos de los autores cuyas obras se consideran allí
se esfuerzan por separar de la ‘sociología’ lo que ellos quieren decir”.
Giddens recurre a este término porque “no hay otro fácilmente disponible
para reunir un conjunto de escritos que revelan determinadas preocupaciones
que son compartidas por la ‘acción significativa’” (Giddens, 1987:10).
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 71

crea las realidades en torno suyo, atribuyendo un peso muy


importante a las experiencias subjetivas de los actores y los
significados de sus acciones (producción social). Pero esta
relevancia que confiere al actor se hace en detrimento de la
reproducción social, negando la influencia de las instituciones
y otros patrones constantes en la vida social. La acción queda
reducida a un acto con atribución de sentido, que desconoce
la centralidad que tiene el poder en la vida social y que les
impide explicar los problemas de transformación histórica.
Asimismo, no toma en consideración que las normas o reglas
sociales pueden ser interpretadas de manera diferencial
por los diferentes actores. De tal modo que las sociologías
interpretativas dejan planteados serios vacíos en cuanto “el
obrar y la caracterización de la acción, la comunicación y el
análisis hermenéutico y la explicación de la acción dentro del
marco del método sociológico” (Giddens, p. 181).

Asumiendo estas limitaciones de las teorías interpretativas,


Giddens se propone demostrar “cómo es posible e importante
sostener un principio de relatividad al tiempo que se rechaza
el relativismo […] escapando a la tendencia de algunos de los
autores mencionados, si no de todos, a tratar los universos del
significado como ‘autosuficientes’ o carentes de mediación.
Así como el conocimiento del self es adquirido desde la
primera experiencia del infante a través del conocimiento
de los otros (como lo demostró G. H. Mead), el aprendizaje
del juego de lenguaje, la participación en una forma de vida,
ocurre en el contexto del aprendizaje acerca de otras formas de
vida que son específicamente rechazadas o que se distinguirán
de aquella” (Giddens, p. 20).
72 Miguel Ángel Beltrán Villegas

4. Conceptos fundamentales de la teoría de la estructuración

La vía que propone Anthony Giddens para superar la


oposición, que hasta aquí hemos discutido, entre acción/
estructura, micro/macro y otros, es través de las nociones de
dualidad de la estructura, estructuración y reflexividad de la
acción.

Dualidad de la estructura

Este concepto supone, en primer lugar, un rechazo a las


concepciones «objetivistas» de la estructura, que definen a ésta
en términos descriptivos (funcionalismo norteamericano) o en
un sentido reduccionista (estructuralismo francés) eliminando
conceptualmente el sujeto activo (Giddens, p. 23). Para
Giddens, la estructura no existe por sí sola en el tiempo y en el
espacio, pues no constituye un elemento externo y coercitivo
para la acción humana sino mediante las actividades de los
agentes humanos, de modo tal que “las estructuras son internas
a la actividad, no operan independientemente de los motivos
y las razones que los agentes tienen para hacer lo que hacen;
en la medida que no tienen una existencia independiente de
la situación en que los agentes actúan, tampoco tienen una
existencia continua y tangible, ni actúan sobre las gentes como
fuerzas de la naturaleza” (Andrade, 1999:186).

En segundo lugar, el concepto de dualidad de la estructura,


sin negar los constreñimientos que existen sobre los
agentes, coloca un fuerte acento en la acción y el poder del
actor, de tal modo que éstos tienen capacidad de introducir
transformaciones en el mundo social. De esta forma, el actor
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 73

participa activamente en la constitución de la sociedad, se


reproduce a sí mismo en la interacción cotidiana y se realiza
por la necesidad de comprender y explicar el mundo social
(Aronson, 1999:34). «En sus desempeños los actores no se
conducen ni optan siempre de la misma forma frente a las
circunstancias, pues tienen la capacidad reflexiva sobre la
propia conducta, la de otros actores y las circunstancias; esto
les permite resistir, en cierta forma, la presión que sobre ellos
impone la sociedad y, en consecuencia, de influir y transformar
sus situaciones sociales” (Andrade, 1999:186).

En tercer lugar, la dualidad de la estructura supone considerar


que “la constitución de agentes y la de estructuras no son
dos conjuntos de fenómenos dados independientemente,
no forman un dualismo sino que representan una dualidad;
con arreglo a la noción de la dualidad de estructura, las
propiedades estructurales de sistemas sociales son tanto un
medio como un resultado de las prácticas que ellos organizan
de manera recursiva” (Giddens, 1995:61). Lo cual nos obliga
a tomar en consideración tanto los sentimientos y emociones
variables de los seres humanos, como las fuerzas exteriores.

Bajo estos presupuestos, Giddens define la estructura


como “reglas y recursos que recursivamente intervienen
en la reproducción de los sistemas sociales. Una estructura
existe sólo como huellas mnémicas, la base orgánica de
un entendimiento humano, y actualizada en una acción”
(Giddens, 1995:396). En otras palabras, las reglas y los
recursos que se aplican a la producción y reproducción de
una acción social son, al mismo tiempo, los medios para la
reproducción sistémica. He aquí el dualismo de la estructura.
74 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Noción de estructuración

Para comprender cómo concibe Giddens la articulación entre


acción y estructura, además de señalar las características de
ambos conceptos, es necesario dar cuenta del método que
emplea para producirlos y vincularlos lógicamente; esto es,
la noción de estructuración, la cual supone “la articulación de
relaciones sociales por un tiempo y espacio, en virtud de la
dualidad de la estructura” (p. 396); vale decir, la producción
y la reproducción de la vida social27, que incluye como
elementos al actor, la interacción, las reglas y los recursos.

La interacción, en cuanto elemento de la estructura, se entiende


como el conjunto de actos reproducidos por los actores en
relación con otros actores, constituyendo un entramado de
relaciones que dan forma a la sociedad. El formato de estas
relaciones sociales delimita un cierto tipo de orden que no
es siempre igual a sí mismo, sino que varía al compás de las
relaciones entre producción y reproducción social. Interactuar
27
La «producción social» en Giddens tiene que ver “con la forma en que la vida
social es producida o creada por la gente que participa en las prácticas sociales.
En las prácticas sociales los seres humanos son creadores de significado y de
realidad social. El carácter reflexivo y el comprometimiento de los actores hace
posible que la acción constituya, sostenga y cambie las formas de vida social,
tales como instituciones y estructuras, dado que éstas no tienen una existencia
aparte de las actividades que integran”. La «reproducción social» “se refiere a
la cuestión de cómo la vida social llega a formar patrones y rutinas; cómo es
que las formas del orden social ya sea en la forma de armonía y cooperación
o de disidencia y conflicto persisten a pesar de las capacidades creativas y
transformadoras de los individuos. La perspectiva estructuracionista se interesa
por las formas en que las instituciones, las organizaciones y los patrones culturales
son reproducidos en el tiempo, más allá de la vida de los individuos. La cuestión
de la reproducción social o réplica tiene que ver con la manera en que la actividad
social provee continuidad y patrones en la vida social” (Andrade, 1999:186).
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 75

significa producir y reproducir la sociedad, conectando la


estructura con la estructuración (Aronson: 1999, p. 34). Para la
teoría de la estructuración ‘’la interacción social y las prácticas
sociales son realizadas por agentes humanos que son capaces
de conocer que se desempeñan diestramente, valiéndose de
un conjunto de conocimientos y herramientas o recursos a su
disposición, que son empleados regularmente en las rutinas
ordinarias y en su trato con otros” (Andrade, 1999:183).

Giddens se refiere a las reglas no como prescripciones


formalizadas o codificadas sino, más bien, a los aspectos de
la vida rutinaria, que se acompaña de fórmulas −así no estén
establecidas como tales− que permiten que la gente actúe,
haga cosas, produzca diferencias en el mundo social28. Las
reglas se utilizan −entre los elementos estructurales− para
orientarse en el mundo social; facilitan las prácticas, pero a
la vez le imponen restricciones a las relaciones sociales que
promueven. Constituyen la cara restrictiva de la acción, en
cuanto definen un modo de comportamiento que espera que
realicen actores sociales idóneos, es decir, sujetos conocedores
de la reglamentación que regulan las relaciones sociales
(Aronson, 1999:34). Las reglas son convenciones sociales, y
el conocimiento de ellas incluye el de sus reglas de aplicación
(similares a las reglas del lenguaje).

Las reglas están asociadas a los recursos, los cuales denotan


los modos por los cuales relaciones trasformativas se integran,
en acto, a la producción y reproducción de prácticas sociales.

28
Al colocar las reglas entre los elementos estructurales, el autor se vale de conceptos
de la etnometodología de Garfinkel y de nociones criticadas de la teoría de juegos.
76 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Los recursos permiten que se efectúen las relaciones sociales,


dando lugar a diversas modalidades de interacción. Por
constituir medios para la acción, tienen la cualidad de generar
relaciones de poder que sustentan la habilidad de las personas
para efectuar cambios en sus circunstancias sociales29.

Entre las reglas y los recursos existe una relación directa


que define al actor, tal como Giddens lo entiende “ya que el
conocimiento de las reglas lo convierte en un teórico social,
alguien que puede interpretar sus propios actos en términos de
esas reglas. Esto le permite dar razones de su propia acción y
además, por implicar procedimientos metodológicos, hace del
actor un especialista, capaz de utilizarlas en la vida práctica y
de interpretarlas en el nivel de la conciencia discursiva. De este
modo, las reglas no poseen un carácter fijo o mecánico, sino
que se vinculan directamente con la esfera de la estructuración,
es decir, con la dinámica de la producción y la reproducción”
(Giddens, 1995:35). Esto nos lleva a un tercer concepto: el
de reflexividad.

Reflexibilidad y conciencia

La reflexividad parte de unas hipótesis generales acerca de los


agentes: en primer lugar, los agentes controlan continuamente

29
Giddens clasifica estos recursos en dos tipos: recursos distributivos u
objetos materiales que permiten a la gente hacer cosas y los recursos autoritativos
o hechos no materiales (posiciones) que permiten ejercer mando sobre otros
seres humanos. Se trata de recursos que los sujetos han acumulado a lo largo
de sus vidas, tanto a través de medios formales como la educación y de medios
informales como en la familia y en sus relaciones con sus amigos. Ejemplo de
recursos: el conocimiento formal del lenguaje, de los ambientes, del trato con
los otros, saber qué hacer en situaciones de riesgo o circunstancias de amenazas.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 77

sus propios pensamientos y actividades, así como sus


contextos físicos y sociales; en segundo lugar, los actores
tienen la capacidad de racionalización (esto es, el desarrollo
de rutinas que les capacitan para manejar eficazmente la vida
social); y, en tercer lugar, los actores tienen motivaciones
para actuar, y estas motivaciones implican deseos que
impulsan la acción (Giddens, 1987: 115). Pero mientras que la
racionalización y la reflexividad están implicadas en la acción,
las motivaciones son potenciales para la acción (suelen ser
inconscientes). Existe una conciencia discursiva, que implica
la capacidad de expresar con palabras las cosas y la conciencia
práctica que implica sólo lo que hacen los actores y no entraña
su capacidad de expresar lo que hacen con palabras (la cual
tiene una mayor importancia en la teoría de la estructuración).

De acuerdo con la teoría de Giddens, el agente humano tiene


la capacidad de controlar reflexivamente su comportamiento
en curso, pero de ello no se sigue necesariamente que los
resultados de sus acciones correspondan linealmente a sus
intenciones. La diferencia que existe entre intenciones y
acciones Giddens la explica en términos de «las consecuencias
no deseadas de las acciones» y que se integran a éstas como
parte de lo que posibilita al mismo tiempo que restringe la
acción (Farfán, 1999:44).

A MODO DE CONCLUSIÓN

Esperamos a lo largo de este rápido recorrido, centrado en las


aportaciones de Jeffrey Alexander y Anthony Giddens, haber
ilustrado las discusiones en torno al actor y la estructura en la
78 Miguel Ángel Beltrán Villegas

teoría social y más específicamente en la teoría sociológica.


No es posible ampliar y desarrollar algunos conceptos que
han sido apenas esbozados aquí, ni tampoco encarar las
críticas que se le han formulado a uno u otro enfoque desde
otras perspectivas igualmente integradoras. Los debates en
sociología son discusiones abiertas, donde ningún autor puede
decir que tiene la última palabra, mucho más en lo que respecta
a este dilema teórico que hemos abordado a lo largo de estas
páginas, y que coincidimos con Margaret Archer (1999:9)
en que “ha llegado a verse justificadamente como la cuestión
básica de la teoría social moderna”.

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contemporáneo. México: Porrúa.
81

¿PENSAR LA HISTORIA EN TIEMPOS


POSMODERNOS?*

El concepto de postmodernidad es un concepto demasiado


amplio y ambiguo y su caracterización no admite una única
lectura. El prefijo “post” generalmente aparece asociado a
períodos de toma de conciencia de un cambio. Desde esa
perspectiva suele englobar una multiplicidad de fenómenos
que no logran ser explicados dentro de un paradigma vigente.
Independientemente de la calificación que se asuma resulta
evidente que hoy día se asiste a la definición de los contornos
de una nueva época y una nueva sensibilidad. Para algunos se
trata del advenimiento de la sociedad postindustrial (Daniel
Bell), para otros de la “sociedad compleja” (Luhmann)1,
“sociedad de la comunicación o sociedad transparente”
(Vattimo); “aldea global” (MacLuhan), “sociedad de riesgo”
(Ulrich Beck) y aunque cada una de estas conceptualizaciones

*
Tomado de Anuario de Historia de la Universidad de Navarra. No 4, 2001,
págs. 19-41.

1
En el caso específico de Niklas Luhmann, no se trata de una condición
“post” sino del despliegue mismo de la modernidad. En ese sentido no se asistiría
estrictamente a una nueva época.
82 Miguel Ángel Beltrán Villegas

prioriza uno o varios ángulos de análisis, ya sea social,


económico, cultural o de otra índole, todas ellas tienen como
referente de reflexión el espacio de experiencias que brinda
la modernidad. Las reiteradas referencias al posmodernismo,
el neomodernismo, el transmodernismo o la modernidad
radicalizada son solo una expresión de ello.

Lo que se trata con estas designaciones es precisamente marcar


un corte en relación con la modernidad. En este sentido la
posmodernidad aparece como la síntesis de los fracasos del
proyecto ilustrado que se expresa en una crítica a los grandes
relatos, un reclamo en favor de la autonomía individual negada
por el dominio de una racionalidad técnica e instrumental y
la evocación de una sociedad fragmentada y particularizada
carente de una fundamentación última.

A esta imagen de la sociedad contemporánea ha contribuido


las transformaciones sociales, políticas y económicas que
caracterizaron el cierre de siglo que acaba de concluir y donde
1989 es una “una suerte de punto culminante dentro de la
curva de todo un conjunto tumultuoso de acontecimientos
importantes y espectaculares, que van desde las vicisitudes
del movimiento de solidaridad en Polonia, y el lanzamiento de
la perestroika, hasta la reunificación alemana, la desaparición
de la Unión Soviética y la desintegración de Yugoslavia,
pasando sin duda por las revoluciones checa, rumana y por las
jornadas históricas del 8 y 9 de noviembre en Berlín” (Aguirre,
1993:175). Cambios a los cuales se suman los crecientes
procesos de interdependencia económica y cultural conducentes
a la configuración de un nuevo orden global facilitado, entre
otros factores, por el desarrollo de los sistemas de información.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 83

En el terreno del debate teórico se insiste en la “crisis de los


grandes paradigmas” que durante mucho tiempo sustentaron el
quehacer teórico en las Ciencias Sociales, el agotamiento tanto
de las visiones omnicomprensivas como de las explicaciones
deterministas que pretendieron dar cuenta de la acción del
hombre por causas únicas y, junto a ello, la búsqueda de
nuevos modelos y referentes teóricos.

Los anteriores planteamientos han servido de trasfondo para


el debate en torno a la naturaleza del conocimiento histórico
y la actividad historiográfica en esta nueva centuria: mientras
algunos apuestan abiertamente por una historia de corte
posmoderno caracterizada por el predominio de una lógica
fragmentaria, que rompe las aspiraciones unificadoras de la
gran teoría, afirma la relatividad de los lugares de observación,
rechaza una pretendida objetividad y recupera la narración
como tarea primordial del historiador, otros reclaman para
la historia un lugar específico como disciplina científica y
rescatan su papel como discurso que da cuenta de una realidad
objetiva.

Mi propósito en esta ponencia es reflexionar en torno a ¿qué


ocurre hoy con la historia frente a los retos de la llamada
“posmodernidad”, no sin antes especificar tres presupuestos
básicos que orientarán dicha indagación.

Un primer presupuesto apunta a señalar que el discurso


posmoderno describe situaciones aparentemente nuevas
que bajo una mirada más profunda se revelan como
fenómenos conocidos, de tiempo atrás, como característicos
de la modernidad. Esta confusión se explica por la falta de
84 Miguel Ángel Beltrán Villegas

rigurosidad de algunos de sus analistas para entender lo que


podría denominarse “la ambigüedad de la modernidad”(cf.
Wagner, 1997)2. La descripción que de la sociedad moderna
nos legaron autores clásicos como Marx, Weber y Simmel, dan
cuenta de ese doble carácter de la modernidad que aunque abre
posibilidades para la realización de la libertad y la autonomía
individual, termina por sojuzgar y someter a los individuos.

En un conocido pasaje del Manifiesto comunista Marx y


Engels (1974:116) nos advierten cómo la sociedad burguesa
moderna a pesar de haber creado fuerzas productivas más
abundantes y grandiosas que todas las generaciones pasadas
juntas “se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las
potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros”.
De igual modo Max Weber recurre a la imagen de la “jaula de
hierro” para colocar de presente que la racionalización de la

2
Es indispensable distinguir entre el discurso del proyecto de la modernidad
y el desenvolvimiento histórico de esa modernidad. En esta perspectiva analítica
la modernidad se revela, en su discurso, como un proyecto sustancialmente
emancipador de lucha contra el pasado feudal, contra las opresiones del antiguo
régimen, contra las creencias religiosas y a favor de la autonomía individual. Este
discurso al hacerse experiencia se va vaciando de contenido y su lugar es ocupado
por un tipo de racionalidad técnica, instrumental, un poder social que penetra
las esferas del mundo de la vida, acompañado de invocaciones carismáticas,
del renacimiento de los particularismos nacionalistas, de los fundamentalismos
religiosos, y de incremento de la violencia. En nuestros países es claro cómo
este proceso se inicia tardíamente no como resultado de un desarrollo interno
sino favorecido por un impulso exterior, esto es, el capitalismo en expansión, en
confrontación con una tradición histórica y cultural ya existente, lo que confiere
especificidades a este proceso que adquiere la forma de una modernización que
como bien señala Habermas “desgaja a la modernidad de sus orígenes europeos
para estilizarla y convertirla en un patrón de procesos de evolución social
neutralizados en cuanto al espacio y al tiempo” (Habermas, 1989:12). Esta
experiencia de modernidad es la que hoy se encuentra en crisis.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 85

sociedad moderna conduce a un confinamiento progresivo del


hombre en un sistema deshumanizado: “Nadie sabe –escribe
en las páginas finales de la Ética Protestante y el Espíritu del
Capitalismo– quién ocupará en el futuro el estuche vacío , y si
al término de esta extraordinaria evolución surgirán profetas
nuevos y se asistirá a un pujante renacimiento de antiguas
ideas e ideales, o si, por el contrario, lo envolverá todo una
ola de petrificación mecanizada y una convulsa lucha de todos
contra todos” (Weber, 1984:225). Expresiones similares se
pueden encontrar en la obra de Simmel cuando se refiere a la
expansión de la “cultura objetiva”3.

Un segundo presupuesto está orientado a desterrar la idea


de que hay que abandonar lo viejo por el simple prejuicio
de que “lo nuevo elimina lo viejo”, pues si bien es cierto
que este nuevo clima teórico, político y cultural no pueden
ser soslayado en el análisis, también lo es que no podemos
desechar sin una suficiente reflexión, adquisiciones teóricas
y conceptuales que, provistas de una mayor flexibilidad y
afinación, podrían dar cuenta de aspectos de nuestra realidad
social, máxime cuando los desarrollos de los últimos años
han restado piso al discurso posmoderno4.

3
Para Simmel, el mundo cultural y el mundo social adquiere vida propia
llegando a someter a las personas que las crean y que diariamente las recrean.
En otras palabras, la cultura objetiva termina dominando la cultura subjetiva (cf.
Simmel, (1986).

4
Después de la caída del muro del Berlín y la desintegración de la URSS, que
marcó el auge del pensamiento posmoderno. En el último lustro hemos asistido a
un resurgimiento de grandes relatos emancipatorios (v. gr. EZLN), un renacimiento
de los particularismos nacionalistas (v. gr. la guerra en los Balcanes), un reiterado
fracaso del modelo neoliberal y una agudización de los problemas sociales.
86 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Un tercer y último presupuesto constituye ante todo un


llamado exhortativo en el sentido de despojar el debate de
su tono plañidero de nostalgia por la pérdida de “referentes
sólidos” y aboga por una actitud más propositiva, que pasa por
admitir la necesidad de construir nuevas perspectivas teóricas
o redefinir las ya existentes, para entender una sociedad que
ya no es la sociedad ni del siglo XVIII ni del siglo XIX, ni
siquiera de la primera mitad del siglo XX. Una sociedad en
la que se perfilan hoy, elementos completamente nuevos,
una sociedad que en términos de uno de sus más agudos
observadores ha incrementado notablemente sus niveles de
complejidad (cf. Luhmann, 1998).

Reconociendo, entonces, que la práctica histórica hoy


se desenvuelve en un nuevo ámbito intelectual −llámese
posmoderno o no− me referiré a cuatro aspectos que
dan cuenta de ese cambio: La pérdida de vigencia de las
grandes visiones omnicomprensivas de la sociedad, el fin
de la dominación europea sobre el conjunto del mundo
(eurocentrismo) y con ella la crisis de la idea de progreso, la
globalización económica y cultural y la irrupción de la llamada
“sociedad de la información”.

LA PÉRDIDA DE VIGENCIA DE LAS GRANDES


VISIONES OMNICOMPRENSIVAS DE LA SOCIEDAD

La pérdida de vigencia de los grandes paradigmas puede


entenderse como una crisis de las teorías omnicomprensivas
de la sociedad que pretendieron dar cuenta de los procesos
histórico-sociales a través de una concepción única y
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 87

totalizante del desarrollo humano y, junto a ella, una renuncia


a las determinaciones últimas que trataron de fundamentar
el mismo. Formulaciones estas que tomaron fuerza a partir
de visiones positivistas, estructuralistas o marxistas de la
sociedad y que conviene especificar muy brevemente, para
valorar el alcance de su crisis.

El discurso histórico decimonónico que se afirma con el


proyecto de la modernidad es el de una historia “empirista
y objetivista”5 sustentada en el modelo de las Ciencias
Naturales como paradigma de investigación científica. Bajo
este postulado, la historia se revela como un cuerpo de
hechos objetivos susceptibles de ser verificados y la tarea
del historiador se reduce a la conocida fórmula rankeana de
“mostrar lo que realmente aconteció”.

En su obsesiva búsqueda por alcanzar el “rigor científico”


la historia positivista cree establecer a través de la crítica
“interna” y “externa” de la documentación, un procedimiento
de investigación que garantiza su cientificidad y le permite
deslindar su territorio de otros campos de conocimiento “no
científico” muy próximos a ella (v. gr. la literatura, el arte, etc).
Esta pretensión desembocará a la postre en “una progresiva
disolución de las antiguas historias legendarias, míticas y
religiosas, historias que poco a poco van a ser completamente

5
Utilizo aquí la denominación que proporciona el historiador mexicano
Carlos Aguirre en su sugerente artículo “Repensando las ciencias sociales
actuales: el caso de los discursos históricos en la historia de la modernidad”.
Revista Mexicana de Sociología. México, No.3, 1999. México: Instituto de
Investigaciones Sociales.
88 Miguel Ángel Beltrán Villegas

abandonadas en beneficio de esa historia ´real´, basada


en verdades firmemente comprobadas y empíricamente
establecidas. Historia que al discriminar y separar las fuentes
o los elementos literarios o de ficción, frente a las fuentes o
elementos estrictamente históricos y “objetivos” va también
a intentar superar el anacronismo histórico, prohibiendo la
mixtura de elementos de diversas épocas.

Estos supuestos de la historia objetivista y empirista empiezan


a ser revisados a principios del s. XX, a través del trabajo
histórico de los iniciadores de la corriente francesa de los
Annales, Lucien Febvre y Marc Bloch, quienes advierten que
el hecho histórico no existe en forma pura en los documentos
pues siempre hay una refracción al pasar por la mente de quien
los recoge. Esta nueva perspectiva se enriquece al avanzar el
siglo, con el desarrollo mismo de los Annales pero, también,
con los aportes de otras tendencias historiográficas buena
parte de ellas inspiradas en el marxismo, como lo había sido
la misma Escuela de los Annales6.

No obstante, esta renovación historiográfica que se inicia


a partir de las primeras décadas del presente siglo, si bien
cuestiona seriamente el ideal de objetividad en los términos
que el positivismo lo había concebido, no renuncia en el

6
Entre otras corrientes cabe destacar la contribución de la llamada “historia
social inglesa” (Thompson, Hobsbawm, Rudé) que permitió ampliar la noción del
documento y del hecho histórico, acentuando la participación de la conciencia
humana y de la acción en la historia. Este tipo de historia hecha “desde abajo”
busca reconstruir una totalidad con sentido, en una doble dimensión: por una
parte, con el sentido que posee o poseería para los agentes sociales-históricos
objeto de su estudio y, por otra parte, con significación para el sujeto analizador
y para los destinatarios de su obra.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 89

fondo a la pretensión de dar cuenta de una realidad objetiva,


aunque mediada por la subjetividad social del historiador y
su compromiso con el presente y formulada en términos de
un cuadro estructural de los hechos o del devenir histórico.
Se trata de una historia que al estudiar los acontecimientos
de un espacio-temporal intenta establecer un sistema de
relaciones causales y de analogía, articulados a grandes
unidades que guardan en sí mismas su principio de cohesión
y que encuentran su mejor expresión en la historia económica
y social.

Desde luego estas contribuciones historiográficas no están


exentas de ambigüedades, desarrollos internos divergentes
y algunas variaciones producto de su articulación con otras
tradiciones teóricas propias de espacios culturales diferentes
al de su origen. En el caso concreto del marxismo el debate
en torno al papel de las estructuras y la participación de la
acción y de la conciencia humana en la historia es recurrente
y cubre un amplio espacio temporal que se extiende desde
las discusiones iníciales en torno al derrumbe inevitable del
capitalismo y el paso al socialismo hasta las más recientes
favorecidas por el marxismo analítico y las teorías de la
elección racional, sin olvidar las propiciadas en los años
sesenta por Edward Thompson y la historia social inglesa,
en contra de las visiones estructuralistas de Althusser. Por
otra parte se trata de un debate que tiene un antecedente
importante en las polémicas adelantadas en el seno de la
historiografía alemana de finales del siglo XIX, algunos de
cuyos representantes tratan de recuperar, frente al concepto
de causalidad, la noción del azar como factor de explicación
de los fenómenos históricos y la libre voluntad del individuo
90 Miguel Ángel Beltrán Villegas

concreto que busca fines y con arreglo a ellos trata de incidir


en el curso de los acontecimientos7.

De tal modo que los modelos históricos que enfatizan la


actividad humana o la estructura siempre han coexistido,
sólo que durante mucho tiempo estos últimos parecieron
tener un lugar privilegiado en las Ciencias Sociales, lo cual
fue posibilitado por el auge y desarrollo explicativo en su
interior de corrientes de pensamiento tan disímiles como
el marxismo y el estructural-funcionalismo. Situación que
hoy en día ha cambiado sustancialmente con el surgimiento
de nuevas problemáticas sociales, de actores diversos a los
tradicionales y, sobre todo, por los cambios políticos, sociales
y culturales de la sociedad contemporánea8.

Más allá del desconcierto e incertidumbre que genera el


colapso de los grandes paradigmas en las ciencias sociales
–acentuado por ciertos argumentos posmodernistas de corte
7
Llamo la atención sobre los aportes del historiador alemán Eduard
Meyer (1982:40) quien señala que “aunque dispongamos de todo el material
asequible en lo que se refiere a las personalidades más descollantes, los reyes,
los grandes estadistas, los grandes generales, etc., necesitamos conocer, para
comprender en todo su valor su conducta y sus victorias o sus derrotas, otros
elementos relacionados con el comportamiento, la personalidad y los motivos
de otros personajes, de los ministros, embajadores y altos oficiales del ejército,
y así sucesivamente, hasta llegar a los funcionarios de las cancillerías y –en
las elecciones, supongamos– hasta los más insignificantes individuos, o, en las
guerras, hasta los sargentos y los soldados rasos”.

8
Con esta afirmación no estoy queriendo significar que el marxismo ya no
tenga significancia para el historiador, pues este sigue siendo de algún modo
paradigmático. La obra de Edward Thompson, Eric Hobsbawm, Albert Soboul,
Pierre Vilar, constituyen ejemplos de una aplicación abierta y enriquecedora del
marxismo para la investigación histórica.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 91

nihilista que impiden valorar lo verdaderamente nuevo– esta


crisis ha tenido un efecto saludable en el sentido de generar
un ambiente propicio para nuevos desarrollos en el ámbito
de las Ciencias Sociales.

Por un lado, ha favorecido un flujo transdisciplinario que


propicia un rompimiento de las fronteras existentes entre las
diferentes especialidades y que permite una reapropiación
cognitiva de categorías y estrategias de conocimiento
provenientes de otras tradiciones en el interior de un discurso
disciplinario que –como en su momento lo puso de presente el
historiador francés Fernand Braudel– siempre ha propendido
a las apropiaciones conceptuales de numerosos campos.

La consecuencia de todo esto es una permanente renovación


de los estudios históricos, “una multiplicidad de puntos de
vista, los cuales a su vez iluminan la diversidad y relatividad
de las perspectivas historiográficas, sin que pueda hablarse de
un modelo único de cientificidad, comparable a las ciencias
naturales. Esta enorme variedad se debe a las divisiones
en cuanto a la orientación ideológica, a la multiplicidad
de campos de investigación, que a su vez dan lugar a una
diversidad de métodos y a la constitución de verdaderas
´escuelas´ historiográficas sobre una base académica, es decir,
con base en perspectivas compartidas y en el uso de métodos
de investigaciones comunes, aun cuando existan diferencias
ideológicas importantes” (Yturbe, 1993:221).

Por supuesto que esta propensión a la interdisciplinariedad


conlleva a la aparición de nuevos problemas de orden
metodológico y epistemológico que el historiador se verá
92 Miguel Ángel Beltrán Villegas

abocado a tratar de resolver en su quehacer práctico si pretende


ir más allá del plano discursivo: dificultades, entre otras, de
lenguaje, de aplicación de viejos y nuevos conceptos, del
desconocimiento de contextos específicos y de una inadecuada
combinación de perspectivas. Aún así, ante una cómoda
actitud defensiva de las fronteras disciplinares, el historiador
no debe olvidar que una disciplina puede reivindicar su
particularidad sólo en cuanto se convierte a sí misma en
interdisciplinar.

Por otra parte, el cuestionamiento a este tipo de historia que


privilegia los colectivos sociales, las estructuras sociales
y económicas, ha permitido tanto una recuperación de los
elementos puramente individuales y volitivos en la historia,
como un desplazamiento hacia el campo de lo simbólico y
lo cultural. La primera situación no supone una vuelta a la
historia acontecimental, descriptiva y heroicista contra la
que se erigió la Escuela de los Annales, ni consecuentemente
un abandono de cualquier tipo de concepción estructural.
El gran reto del historiador sigue siendo el de articular en
investigaciones históricas concretas la dimensión estructural
y la actividad transformadora de los sujetos a partir de la
consideración de la vida cotidiana como ámbito espacio-
temporal de producción y reproducción de las estructuras9.

9
En este sentido propuestas teóricas como la de Anthony Giddens apuntan en
esa dirección: “La constitución de agentes y la de estructuras -dice este sociólogo
británico- no son dos conjuntos de fenómenos dados independientemente, no
forman un dualismo sino que representan una dualidad” y enseguida aclara:
“La dualidad de estructura es en todas las ocasiones el principal fundamento de
continuidades en una reproducción social por un espacio-tiempo [...] El fluir de
una acción produce de continuo consecuencias no buscadas por los actores, y estas
mismas consecuencias no buscadas pueden dar origen a condiciones inadvertidas
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 93

En este sentido ya hay un importante camino trazado a través


de los trabajos de Norbert Elías sobre la sociedad cortesana
(cf. Elias, 1996) y, más recientemente, en el campo de la
microhistoria italiana con los trabajos de Carlo Ginzburg y
Giovanni Levi10, sin olvidar, desde luego, los aportes de la
misma Escuela de los Annales11.

Junto al interés por la microhistoria y la historia cultural, la


crisis de los paradigmas ha favorecido la vuelta a otros tipos
de historias como la historia política que, desde principios del
siglo XX, cayó en descrédito bajo el influjo de la crítica de
los primeros Annales12. Hoy la política es considerada como
una esfera en que se toman decisiones fundamentales para el
conjunto de la sociedad y, más allá de cualquier determinismo,

de la acción en un proceso de retroalimentación. La historia humana es creada


por actividades intencionales, pero no es un proyecto intentado; escapa siempre
al afán de someterla a dirección consciente. l pero ese afán es puesto en práctica
de continuo por seres humanos que operan bajo la amenaza y la promesa de la
circunstancia de ser ellos las únicas criaturas que hacen su ´historia’ a sabiendas”
(Giddens, 1995:61-3).

10
Cfr. Carlo Guinzburg. El queso y los gusanos. Barcelona: Muchnick, 1994
y Geovanni Levi. La herencia inmaterial. La historia de un exorcista piamontés
del siglo XVII, Madrid: Nerea, 1990.

11
V. gr. George Duby, Guillermo el Mariscal, Madrid. Alianza, 1997 y Jacques
Le Goff, Lo maravilloso y lo cotidiano en el occidente medieval. Barcelona.
Gedisa, 1991.a

12
No hay que olvidar que como resultado de la influencia de la Escuela de
los Annales y en general la llamada “Nueva historia”, la historia política, que
generalmente se le identificó con la historia tradicional, anecdótica, cayó en
descrédito y fue sustituida por una historia que hacía énfasis en los problemas
estructurales, en especial por aquella que estudiaba las variables económicas
como las claves para entender nuestro pasado.
94 Miguel Ángel Beltrán Villegas

como un campo autónomo, con una dinámica propia, no


dependiente de variables económicas, y en relación con otros
componentes de la sociedad influenciados recíprocamente de
manera desigual en el tiempo y en el espacio13.

LA CRISIS DE LA IDEA DE PROGRESO

El pensamiento ilustrado, fundador de la moderna


historiografía incorpora la visión teleológica judeo-cristiana
del renacimiento, restableciendo el carácter racional del
propio proceso histórico, a través de la secularización de una
meta que se eleva por encima del tiempo para dar sentido a
lo existente. La historia aparece entonces como el relato del
desenvolvimiento de la humanidad hacia la consecución de su
perfección terrenal. Bajo esta perspectiva Ilustrada, la historia
no sólo sigue una dirección determinada si no también una
dirección moralmente justa.

Ahora bien, siendo esta noción de progreso eminentemente


occidental parece “natural” que el pensamiento decimonónico
identifique la fe en el progreso de la humanidad con la
supremacía occidental. De esta forma, el concepto de
historia como un singular colectivo funge como condición
para que pueda constituirse la noción de historia universal
(Koselleck, 1993), estableciéndose a través de la idea de
progreso un vínculo entre la “historia relato” y “la historia
acontecimiento”, entre un pasado que se considera superado
y un futuro que se haya predeterminado.
13
Para un panorama de estos cambios, Cf. René Remond (comp.). Por uma
história política. Rio de Janeiro: UFRJ, 1996.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 95

Esta noción de progreso que empezó a ser cuestionada


desde los albores mismos del siglo XX y a todo lo largo de
él14, ha entrado en crisis con el fracaso más o menos grande
de todos los grandes sistemas socioeconómicos y políticos
del globo. Hoy día es notorio el desencanto frente a la
creencia en una marcha hacia el progreso, que caracterizó el
pensamiento ilustrado. El ideal “eurocentrista” compartido
desde diferentes ángulos por la ilustración, el positivismo, el
historicismo o el marxismo de una historia como realización
de la civilización del hombre moderno, unido a la creencia en
que la humanidad avanza hacia una meta racional de bienestar
resulta inadmisible.

El pensamiento postmoderno ha puesto de presente que no


existe una historia única, sino “imágenes del pasado propuestas
desde diversos puntos de vista” y que resulta ilusorio pensar
en la existencia de “un punto de vista comprehensivo capaz
de unificar todos los demás” (Vattimo, 1990:11), lo que
hace insostenible la caracterización global de una época
como ruptura y como origen. En la práctica, esto supone un
reconocimiento del mundo y de las culturas que fueron negadas
y marginadas por el proyecto “civilizatorio” occidental, pese
a encarnar desarrollos diferentes y alternativos a la idea
de modernidad europea, que terminó imponiéndose como
dominante en el mundo actual. Igualmente implica una pérdida

14
A esto coadyuvaron hechos históricos como las dos guerras mundiales, los
genocidios perpetrados en los campos de concentración nazis, el uso de la bomba
atómica y la violación de los derechos humanos no sólo en los países llamados
del “Tercer Mundo” sino también en las “naciones civilizadas”, así como los
excesos estalinistas que debilitaron profundamente las esperanzas humanistas
abiertas por la revolución rusa en 1917 (cf. Le Goff, 1991:223).
96 Miguel Ángel Beltrán Villegas

definitiva de la hegemonía europea en la producción de lo


social y, junto a ello, la pluralización de las fuentes posibles
de conocimiento y reflexión sobre lo social: “Todos los
continentes y todos los océanos, todas las culturas y todas las
formas de organización política que se han desarrollado en las
diversas partes de la tierra se vuelven objeto de investigación.
La pluralidad de civilizaciones autónomas, en lugar de una
pretendida unidad del proceso histórico, y el estudio de cada
civilización en su desarrollo interno y en su encuentro con
otras, implican el rechazo de construir un cuadro que abarque
el proceso histórico en su totalidad, dando cuenta de él con
unas cuantas categorías que se muestran válidas sólo para
ciertas regiones del mundo” (Yturbe, 1993:226).

¿Qué implicaciones tiene esto para el trabajo del historiador?


Ante todo estos planteamientos han permitido que el
historiador, al no encontrar un buen abrigo en la historia
continua, vuelva su mirada hacia problemáticas como la
discontinuidad: “Para la historia en su forma clásica –nos
dice Foucault (2002:13)– lo discontinuo era a la vez lo dado
y lo impensable: lo que se ofrecía bajo la especie de los
acontecimientos dispersos (decisiones, accidentes, iniciativas
y descubrimientos), y lo que debía ser, por el análisis rodeado,
reducido, borrado para que apareciera la continuidad de los
acontecimientos”. Hoy lo discontinuo ha sido integrado
en el discurso del historiador y ha pasado a convertirse
en un “concepto operatorio”, desplazando la pretensión
de cierto tipo de historia por establecer nexos causales,
reconstruir encadenamientos y buscar uniformidades entre
acontecimientos dispares.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 97

En el mismo sentido, el historiador francés Michel de Certeau


se refiere a que la función de la historia en el conjunto de
las ciencias actuales no consiste más en procurar objetos
“auténticos” al conocimiento, ni proveer a la sociedad de
representaciones globales de su origen. La historia ya no
conserva esa función totalizadora. “Cada tiempo ´nuevo´ –dice
Certeau– ha dado lugar a un discurso que trata como ´muerto
a todo lo que le precedía”, pero que recibía un ´pasado´ ya
marcado por rupturas anteriores”.

El trabajo determinado por este corte es voluntarista. Opera


en el pasado, del cual se distingue una selección entre lo que
puede ser ´comprendido´ y lo que debe ser olvidado para
obtener la representación de una inteligibilidad presente” y
enseguida aclara que “todo lo que esta nueva comprensión
del pasado tiene por inadecuado –desperdicio abandonado al
seleccionar el material, resto olvidado en una explicación–
vuelve, a pesar de todo, a insinuarse en las orillas y en las
fallas del discurso” (Certeau, 1993:18).

Se replantea así la noción misma de documento considerado,


cada vez menos, la prueba de verdad, el rastro que permite
la reconstrucción del pasado, para dar lugar a un trabajo más
desde su interior: La historia organiza, recorta, distribuye
y ordena; distingue lo que es pertinente y lo que no lo es;
trata de definir conjuntos, series, relaciones. La historia
tiende así “a la arqueología, a la descripción intrínseca del
documento”. Se diría siguiendo la propuesta de Chartier que
los documentos históricos, al igual que los libros de lectura,
están revestidos de significaciones plurales y cambiantes en
el punto de articulación entre la proposición y su recepción,
98 Miguel Ángel Beltrán Villegas

entre las formas y motivaciones que originan su estructura


discursiva y las capacidades y expectativas de los públicos que
se adueñan de él. Recíprocamente, toda creación discursiva
refleja en su morfología y en sus temáticas una relación con las
estructuras que, en un tiempo y en un espacio dado, organizan
y distribuyen el poder (Chartier, 1994).

Este reconocimiento del papel del lenguaje, de los textos y


las estructuras narrativas en la construcción de la realidad
histórica lleva a revivir, sobre nuevas bases, las discusiones
metodológicas y epistemológicas planteadas en la Alemania de
la segunda mitad del siglo XIX, acerca del modo de concebir
el objeto y las tareas de la historiografía, en concreto, sobre el
lugar de la comprensión y explicación en la historia. En este
sentido la obra de Max Weber resulta de gran interés por sus
aportaciones a este debate tratando de conciliar el optimismo
de las filosofías iluministas de la historia, que reivindican la
construcción de un mundo inteligible a través de la razón
(su modelo explicativo es prueba de ello) y las concepciones
antirracionalistas que plantean una crítica al legado de la
modernidad15.

15
Para Weber la comprensión no excluye la explicación causal sino que
coincide con una forma particular de ésta: la determinación de relaciones de
causa y efecto individuadas. Las ciencias histórico-sociales se sirven de la
interpretación, procurando encontrar relaciones causales entre fenómenos
individuales, es decir, explicar cada fenómeno de acuerdo con las relaciones,
diversas en cada caso, que lo ligan con otros (Cfr. Max Weber Ensayos sobre
metodología sociológica, Buenos Aires: Amorrortu, 1973. Véase también la
Introducción de Pietro Rossi, la cual aporta muchas luces para la comprensión
del planteamiento weberiano)
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 99

LA GLOBALIZACIÓN

Es importante subrayar que la globalización no es un


fenómeno reciente pues está estrechamente ligado a la
modernidad, que es en sí mima un proceso globalizador. Así
lo pusieron de presente los pensadores clásicos16 y así lo han
destacado, más recientemente, algunos de sus estudiosos
como Roland Robertson quien, a tiempo que afirma que la
globalización ha tenido lugar aproximadamente durante los
últimos 250 años, reconoce que a partir de los años sesentas
ésta ha venido adquiriendo nuevos rasgos centrados “en el
final de un sistema internacional marcadamente organizado
en patrones, como la separación de la ‘nación’ respecto del
‘Estado’; la tematización política de la polietnicidad y la
multiculturalidad; la inestabilidad en las concepciones de la
ciudadanía, y un agudo incremento tanto en las perspectivas
supranacionales y globales como en la conciencia nacional”
(Robertson, 1998:114).

Si admitimos entonces que la globalización, encierra elementos


de un cambio cualitativo que requiere de nuevas perspectivas
de análisis es preciso reconocer también que abre nuevas

16
“Mediante la explotación del mercado mundial –escribe Marx– la burguesía
ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los
países [...] En lugar del antiguo aislamiento y la amargura de las regiones y las
naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal
de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la
intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio
común de todas. La estrechez y el exclusivismos nacionales resultan de día en
día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma
una literatura universal” (Marx y Engels, 1974:114).
100 Miguel Ángel Beltrán Villegas

perspectivas en el quehacer del historiador para la lectura del


presente y la reinterpretación del pasado. Durante un largo
período de tiempo la historia moderna y contemporánea
ha sido contemplada desde la óptica del estado-nación. La
mirada del historiador se ha ocupado entonces de estudiar
la conformación misma de sus estructuras, y junto a ella
las revoluciones nacionales, las luchas nacionales, la guerra
entre naciones. Hoy en un mundo globalizado, en el que
emergen nuevos centros mundiales de poder, esta perspectiva
resulta estrecha e insuficiente. La emergencia de realidades
internacionales hace necesario que las preocupaciones del
historiador se dirijan hacia el análisis de relaciones, procesos
y estructuras que desbordan los marcos del estado nacional,
para inscribirse en el ámbito de lo regional, lo multinacional
y lo transnacional.

Esta última afirmación pareciera entrar en contradicción con


lo que hemos venido sosteniendo a lo largo de este trabajo en
relación con la crisis de los enfoques holistas. Sin embargo,
visto más de cerca el problema la contradicción es sólo
aparente, pues la globalización no necesariamente supone
homogenización: “No tiene sentido –anota Robertson– definir
lo global como si excluyera a lo local. En términos de alguna
manera técnicos, definirlo así indica que lo global radica más
allá de todas las localidades, como si tuviera propiedades
sistémicas por encima y más allá de los atributos de las
unidades de un sistema global. Esta manera de ver las cosas
corre paralela a las líneas señaladas por la diferenciación
macro-micro, la cual ha ejercido gran influencia en la
disciplina de la economía, y recientemente se ha vuelto un
tema al que se ha dedicado gran atención (aunque ahora está
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 101

decayendo) en la sociología y en otras ciencias sociales”


(énfasis mío).

Algunos sociólogos consideran que las tendencias hacia la


globalización y el reforzamiento de identidades locales son
dos fenómenos contradictorios expresados en las polaridades
de lo global versus lo local, lo global versus lo “tribal”,
lo internacional versus lo nacional, lo universal versus lo
particular, convertidos en principios axiales del mundo
moderno en permanente tensión. En esta perspectiva, los
nacionalismos contemporáneos y las manifestaciones de
identidad nacional aparecen como formas de antiglobalidad o
de antiglobalización, que se constituirían como una reacción
de las diferentes comunidades para exigir su participación de
manera autónoma y no a través de la mediación de un Estado
que no las representa ni las reconoce. Siguiendo esta línea de
reflexión Castell afirma la emergencia de “otra historia, otra
dinámica, que se está desarrollando, no paralelamente, sino
en reacción y contradicción al sistema de flujos globales: la
afirmación de la identidad, histórica o reconstruida”, de tal
modo que “La creación y desarrollo en nuestras sociedades
de sistemas de significación se da cada vez más en torno
a las identidades expresadas en términos fundamentales.
Identidades nacionales, territoriales, regionales, étnicas,
religiosas, de género, y, en último término, identidades
personales: el yo como identidad irreductible” (Borda y
Castells, 1997:30).

Lo anterior no necesariamente supone que el concepto de


estado-nación pierda vigencia. Éste por el contrario cobra
nuevos contenidos y se redimensiona en un mundo donde
102 Miguel Ángel Beltrán Villegas

lo local y lo nacional reviste connotaciones de globalidad.


Pero esta globalidad no implica una “historia universal”
en y a través de la cual las personas puedan unirse “Toda
la evidencia nos indica claramente la persistencia de una
pluralidad de marcos de significados y referencias políticas
–no una historia política universal en gestación–” (Held,
1997:158). Este fenómeno estrechamente asociado con el
desarrollo acelerado de las tecnologías de la comunicación y la
información que favorece –más allá del monopolio que pueda
ejercer sobre ellos el gran capital– una toma de conciencia de
la pluralidad, de la existencia de otras culturas y subculturas,
y por ende de la existencia de otras concepciones del mundo
(Vattimo, 1990:12). Esto me lleva a plantear el último punto
que abordaré en este artículo.

LA IRRUPCIÓN DE LA “SOCIEDAD DE LA
INFORMACIÓN”

El desarrollo de los medios de comunicación está en el centro


de los rápidos cambios de la sociedad contemporánea. Algunos
analistas sociales conceptualizan este fenómeno como el
tránsito hacia un nuevo paradigma basado en la información
y equiparan su alcance al proceso de la revolución industrial.
Para estos autores, la conformación de este nuevo paradigma
está basado en “las tecnologías de información que incluyen
la microelectrónica, la informática, las telecomunicaciones y
también, aunque con una marcada especificidad, la ingeniería
genética” (Borda y Castells, 1990:23). Los efectos de este
cambio de paradigma en “el mundo de la vida”, constituye un
importante campo de reflexión de las Ciencias Sociales. En los
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 103

renglones siguientes me referiré a dos de estos aspectos que


resultan cruciales para la práctica del historiador: el primero
es el relacionado con la noción del tiempo en la sociedad de la
información y el segundo el de la incorporación de las nuevas
tecnologías informáticas, específicamente el computador, al
trabajo del historiador.

En relación al primer punto es preciso recordar con Koselleck


que la noción de “historia moderna” está estrechamente
vinculada con el concepto de “tiempo nuevo”, que se configura
con el fenómeno mismo de la revolución francesa para dar
cuenta de un cambio acelerado de la experiencia histórica
y la intensificación de su elaboración por la conciencia. A
partir de la revolución francesa –señala otro estudioso de
la modernidad, Marshal Berman (1988)– surge abrupta y
espectacularmente el gran público moderno, el cual comparte
la sensación de estar viviendo una época revolucionaria en
todas las dimensiones, personal, social y política.

Esta idea de “tiempos nuevos” se presenta asociada a la


ilusión de origen y ruptura, replanteando la concepción misma
del pasado, el presente y el futuro. El registro histórico de
estas experiencias inéditas permite redefinir la noción de un
pasado como fundamentalmente diferente y delimitar épocas
específicas en el devenir de la historia, confiriendo al pasado
en su conjunto la condición de historia universal. Por su parte,
el presente no aparece como lo nuevo, en sentido estricto, sino
en la medida en que abre tiempos nuevos. La modernidad,
escribe Baudelaire es “lo transitorio, lo fugaz, lo contingente”
(cit Habermas, 1989:19).
104 Miguel Ángel Beltrán Villegas

A la noción de “tiempo nuevo” la modernidad agrega la


existencia de un tiempo cronológico, continuo y progresivo
“que remite los numerosos calendarios y medidas del tiempo
que se han dado en el curso de la historia a un tiempo
común: el de nuestro sistema planetario calculado físico-
astronómicamente” (Koselleck, 1993:12). Se trata de un
tiempo absoluto y natural, en el que se desenvuelven todos
los acontecimientos humanos medidos por el reloj newtoniano
de los planetas.

Frente a esta concepción abstracta y universalizadora del


tiempo se reconoce hoy la existencia de un “collage de tiempos
múltiples”17, con lo cual resulta insostenible la caracterización
global de una época como “ruptura” y como “origen”, que
a través de la idea de “tiempo nuevo” se atribuyera a la
modernidad. El historiador se ve enfrentado así a un tiempo
profundo, que hace que pierda sentido la idea de una filosofía
de la historia que pretendía dar cuenta de todo el proceso
histórico y, junto a ella, la noción de un tiempo único y válido
para todos los hombres18.

Ahora bien, esta discusión no es nueva. Como se recordará,


el reconocimiento de la pluralidad temporal constituye un
componente fundamental en la obra de Fernand Braudel y
aparece como su preocupación central en su reflexión sobre

17
La expresión es de Bárbara Adam, autora de numerosas publicaciones
sobre el tema, citada por Ramos (1997:26).

18
Para una reflexión sobre el tiempo histórico remito al lector a la monumental
obra de Paul Ricoeur, Tiempo y narración, México: Siglo XXI, 1995, 3vols.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 105

la “Larga Duración”19, escrita hace ya más de tres décadas


cuando los fundamentos de la revolución tecnológica
apenas empezaban a insinuarse. Hoy cuando esta revolución
tecnológica ha golpeado las puertas de nuestros hogares para
convertirse en algo cotidiano, a través de tecnologías como
el internet y la telefonía celular, la pluralización del tiempo
aparece en toda su dimensión. El rápido flujo de ideas e
imágenes revela otros ritmos de la vida social y coloca de
presente nuevas formas y experiencias del tiempo.

Pero no se trata simplemente de reconocer la multiplicidad


temporal como pluralidad de niveles temporales, ni tampoco
de establecer una pirámide jerárquica donde algunos tiempos
predominen sobre otros. Lo verdaderamente novedoso e
interesante resulta de su estrecha imbricación que “conecta
en simultaneidad sus distintos elementos de tal forma
que lo instantáneo resulta también duracional, el tiempo
de la naturaleza se descubre como un tiempo social, el
ritmo repetitivo desemboca en emergencia de lo nuevo e
irreversibilidad” (Ramos, 1997:31). Así, la rápida velocidad
de las comunicaciones repercute en las percepciones de un
tiempo que se coloca más allá de la experiencia humana, en
el que se multiplican las asincronías y los anacronismos y
donde lo pretérito se mezcla con lo presente generando nuevas
tramas de lo no contemporáneo. De tal modo que el dato
inmediato, cotidiano, que la critica a la historia positivista
había desechado, cobra significación en un mundo social

19
Cfr. La Historia y las ciencias sociales. Madrid: Alianza, 1980. Para una
comprensión de las temporalidades en la obra de Braudel, Cfr. Carlos Antonio
Aguirre. Braudel y las ciencias humanas. Barcelona: Montesinos, 1996.
106 Miguel Ángel Beltrán Villegas

donde el instante adquiere universalidad y el pasado es


recreado permanentemente por el presente.

El segundo punto que quiero aludir en relación con el


desarrollo de las tecnologías informáticas está referido a
la importancia del computador en la transformación de la
práctica histórica hoy, particularmente en lo que respecta al
tratamiento de las fuentes y la revolución de la noción misma
de documento.

En la actualidad el computador se revela como una


herramienta de múltiples aplicaciones en el quehacer práctico
del historiador. Su función más evidente es la de permitir
el manejo de un gran volumen de información, lo que ha
favorecido no sólo la conformación de amplias bases de
datos cuantitativos estimulando el desarrollo del campo
de los métodos estadísticos, sino también el manejo de
datos cualitativos, a través de una permanente renovación
de programas que permiten un manejo cuantitativo de la
información cualitativa. Así mismo, el microcomputador ha
facilitado al historiador su tarea de la escritura, facilitando
el tratamiento de textos y cumpliendo las funciones de un
fichero electrónico20.

20
“El usuario del ordenador como gestor de archivos, -escribe Antonio
Rodríguez- descubre otra cara de esta herramienta polifacética: El ordenador
se puede presentar aquí como un espejo indiscreto. Su potencia para tratar
los registros de información produce muchas satisfacciones y estímulos para
seguir explotando una información bien estructurada, pero también esa misma
potencia deja al descubierto las fisuras del historiador a la hora de estructurar la
información que debe entrar en el ordenador. Sobre fichas de papel las carencias
teóricas y metodológicas que origina una deficiente tipología, y la consiguiente
clasificación de los datos, y una arquitectura de la información registrada
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 107

Sin embargo más significativo aún para la reflexión que hemos


venido proponiendo en esta exposición, es el impacto que
el computador puede tener en la modificación de la noción
tradicional del documento en lo que el historiador francés
Michel de Certeau califica como una verdadera “revolución
documental”, en la cual se pasaría de una perspectiva
puramente “documentalista” hacia la noción del archivo
como una totalidad. Lo anterior significa que con la ayuda
del computador es posible hacer la reconstrucción a partir del
diseño de un modelo, la construcción de un banco de datos y la
formulación de una(s) pregunta(s). En historia, dice Certeau,
todo comienza con el gesto de aislar y de reunir para trocar
en “documentos” algunos objetos repartidos de otro modo,
esto es convertirlos en unidades que llenan los agujeros de un
conjunto establecido a priori. De esta manera el historiador
organiza, recorta, distribuye y ordena, al mismo tiempo
que define conjuntos series y relaciones. En este sentido –
concluye Certeau– “la revolución documental tiende también
a promover una nueva unidad de información: en lugar del
hecho que conduce al acontecimiento y a una historia lineal,
a una memoria progresiva, privilegia el dato, que lleva a la
serie y a una historia discontinua. Se convierten en necesarios

bastante endeble, apenas pueden ser denunciadas, pues la explotación de los


datos es bastante reducida en comparación con la que ofrece un ordenador.
Por eso cuando el computador amplifica de manera espectacular la capacidad
de relacionar datos por múltiples criterios, con gran velocidad y precisión,
aparecen variadas manifestaciones del mal trabajo, o al menos insuficiente, que el
historiador ha tenido que hacer antes de introducir los datos. Es entonces cuando
la pantalla del ordenador se hace espejo indiscreto: agujeros negros en donde se
pierden registros, ambigüedades, repeticiones, pobre explotación de la masa de
información registrada para el trabajo que ha supuesto su introducción, ´ruido´,
etc.” (Rodríguez, 1992:222).
108 Miguel Ángel Beltrán Villegas

nuevos archivos en los que el primer puesto está ocupado por


el corpus, la cinta magnética” (Certeau, 1993:85).

Este y otros cambios exigen del historiador, hoy más que


nunca, una profunda reflexión teórica sobre su práctica. En el
recorrido, realizado a lo largo de esta exposición, he querido
mostrar algunos de los trazos de este debate a través de la
pérdida de vigencia de los grandes sistemas explicativos, la
crisis de la idea de progreso, el fenómeno de la globalización y
el desarrollo de las tecnologías informáticas. Huelga decir que
se trata de un debate que sigue abierto, entre otras cosas porque
nunca se ha cerrado. No queda más, entonces, que recuperar
el optimismo inicial que ha inspirado estas líneas y concluir,
que ha llegado la hora de avanzar en esta discusión. Se trata
entonces –parafraseando al filósofo alemán Niklas Luhman–
de “darle ánimos al búho para que ya no siga sollozando en
su rincón y emprenda su vuelo nocturno”.

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111

ENTRE LA HISTORIA Y LA SOCIOLOGIA:


ENCUENTROS Y DESENCUENTROS*

[La historia y la sociología]... constituyen una sola y única


aventura del espíritu, no el envés y el revés de un mismo paño,
sino este paño mismo en todo el espesor de sus hilos.
Fernand Braudel

INTRODUCCIÓN

Tradicionalmente la relación historia y sociología no ha


sido de buena vecindad. En nuestras universidades estos
dos campos del conocimiento no solo funcionan como
departamentos separados sino que en la práctica se han
convertido en verdaderas subculturas, con lenguajes, valores
y estereotipos propios, reforzados a través de los actos por
procesos de aprendizaje y socialización. Esto ha dado como
resultado una serie de clichés que han pasado a formar parte
del imaginario que hoy día tiene una disciplina de la otra,

* Tomado de La interdisciplinariedad en las ciencias sociales. Medellín, Centro


de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas -CISH-,
2003, p. 41-60.
112 Miguel Ángel Beltrán Villegas

y en el que abundan las detracciones, caricaturizaciones y,


ante todo, un mutuo desconocimiento de sus más recientes
desarrollos1.

En este juego de incomprensiones todavía se piensa en


una historia preocupada únicamonte en narrar los grandes
acontecimientos en un lenguaje llano y sencillo, apto para
toda clase de público; en oposición a una sociología densa,
con altos niveles de abstraccidn, dirigida solo a especialistas,
indiferente al tiempo y al espacio e insensible al cotidiano
acontecer de los individuos.

Presos de estas visiones, muchos sociólogos no logran


imaginar una historia que vaya más aIlá de la tarea que Ranke
le propusiera en el siglo XIX: “Describir los hechos tal y como
sucedieron”; en contraparte, un gran número de historiadores
suponen, no sin cierta ingenuidad, que la sociología no ha
trascendido las grandes teorizaciones a la manera de Comte
o Spencer. Es común, entonces, que los sociólogos califiquen
un ensayo de “histórico” para llamar la atención sobre su
carácter descriptivo y, reciprocamente, los historiadores
caractericen un escrito como “sociológico” para destacar su
lenguaje confuso y pesado.

Atendiendo a estas presunciones, no sin razón anota Fernand


Braudel, uno de los principales impulsores del diálogo entre
la historia y la sociología, que el encuentro entre estas dos
disciplinas ha estado acompañado de “falsas polémicas” y
1
A este respecto, cf. Peter Burke. Historia y sociología. Madrid, Alianza,
1988.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 113

“falsos problemas”, al identificarse cierto tipo de historia con


“la historia” y cierto tipo de sociología con “la sociología”.

Paradójicamente esta asimilación del todo por la parte ha


hecho que, en determinados momentos, historiadores y
sociologos hayan convergido en su pretendido “imperialismo”
de considerar su disciplina como ciencia social única, a la vez
que base y síntesis de las demás ciencias sociales. Esta idea
estuvo presente en los fundadores mismos de la sociología,
quienes pretendían dar a este nuevo campo de conocimiento
el carácter de una ciencia social global ocupada de estudiar lo
que consideraban fenómenos sociales “indivisibles”. Visión
que en el siglo XX toma fuerza en autores como Sorokin, quien
considera quo la sociologia “estudia al hombre y al universo
sociocultural como realmente son, en toda su multiplicidad [...]
en contraste manifiesto con las otras ciencias, que por razones
analíticas los consideran artificialmente en solo un aspecto
de este todo múltiple” (Sorokin, 1964). Estas apreciaciones
no están lejos de las sostenidas unas décadas después por
Braudel con respecto a la historia, a la que define como una
ciencia global “en la medida en que es todas las ciencias del
hombre en el inmenso campo del pasado” y que al abrírsele
las puertas de lo actual puede “encontrarse en todos los lugares
del banquete” (Braudel, 1980:116).

La verdad es que cuando abrimos los campos de la historia


y la sociología y damos a estos la suficiente amplitud para
enriquecerlos con los aportes de las otras ciencias sociales, las
fronteras entre estas dos disciplinas se hacen difusas y llegan a
confundirse. De tal modo que cualquier análisis de la relación
historia y sociología carece de sentido, si no explicitamos en
114 Miguel Ángel Beltrán Villegas

qué orientación de Ia sociología nos estamos situando y desde


qué concepción de la historia estamos hablando.

De allí que mi interés en este escrito sea el de hacer un


recorrido sintético y, por tanto nocesariamente parcial, a
lo largo del siglo XX, tomando como hilo conductor los
encuentros y desencuentros entre estas dos disciplinas y
deteniéndome en algunas propuestas que han planteado la
necesidad de un trabajo interdisciplinario como posibles vías
para la solución de este aparente conflicto.

LA SOCIOGÍA CLÁSICA Y LA HISTORIA

Desde sus inicios la sociología estableció una estrecha relación


con la filosofía de la historia y con diferentes visiones del
desorden que habían creado al conjunto de la sociedad europea
tanto el proceso de Ia revolución industrial como la revolución
política en Francia. Estas interpretaciones, que trataban de
dar cuenta de los rápidos procesos de cambio de la época
en el marco de una teoría general de Ia historia, ejercieron
una profunda influencia en los primeros sociólogos. Augusto
Comte trató de condensar la evolución de Ia sociedad en
su famosa “ley de los tres estadios” (religioso, metafísico
e industrial), mientras que otro de los fundadores de la
sociología, Herbert Spencer, la sintetiza en el paso de las
sociedades militares a las sociedades industriales.

Asimismo, autores como Marx y Engels adoptaron este


enfoque histórico al explicar el surgimiento de la propiedad
privada y la explotación social. Incluso en los albores del siglo
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 115

XX el trabajo de dos sociólogos, críticos del evolucionismo


comteano, como Max Weber y Emilie Durkheim, no
pudieron sustraerse de una concepción filosófica del proceso
social. El primero a través de la explicación de la creciente
racionalización de la vida social en la sociedad moderna y
el segundo en su análisis de la solidaridad mecánica y la
solidaridad orgánica.

Esta reflexión sociológica, aparentemente interesada en un


ejercicio de abstracción general por fuera de la actividad
humana, pasó con el tiempo a caracterizar la sociología
clásica. Sin embargo, y pese al grano de verdad contenido en
esta imagen, una observación más cuidadosa de la obra de
estos sociólogos revela en ellos un permanente interés por la
comprensión histórica de los procesos sociales combinado con
un esfuerzo hacia la construcción teórica acerca de la estructura
social. Basta citar algunas obras histórico sociológicas como
el 18 Brumario de Luis Bonaparte de Marx, Las guerras
campesinas de Engels, La historia de la educación en Francia
de Durkheim o la Historia económica general, de Max Weber,
para no hablar de sus obras más conocidas como El capital,
El origen de la familia, La propiedad privada y el estado, La
división social del trabajo, y Economía y sociedad, verdaderos
tratados de erudición histórica.

No deja de ser irónico, por tanto, que mientras los primeros


sociólogos consideraron el enfoque histórico y sociológico
mutuamente complementario, sus herederos intelectuales no
resultaron tan cordiales en el trato. El temprano matrimonio
entre estas dos disciplinas, que en su momenta dio a luz a
un conjunto de brillantes reflexiones sobre las sociedades
116 Miguel Ángel Beltrán Villegas

humanas, muy pronto se vio enrarecido par las disputas


domésticas, que habrían de llevarlas al divorcio en la primera
mitad del siglo XX. Cómo se llegó a esta situación es lo que
trataré de mostrar en las líneas siguientes.

LA RUPTURA

El distanciamiento entre la historia y la sociología es el


resultado de un rápido proceso a través del cual esta última
va definiendo su campo como una ciencia social distinta a las
otras. Dicha diferenciación estuvo marcada por el gran debate
metodológico, que se inició en la segunda mitad del siglo
XIX en Alemania entre los representantes del historicismo y
Ia llamada escuela neokantiana. La discusión que pretendía
definir la especificidad de las ciencias histórico-sociales en
relación con las ciencias naturales tuvo en Wilhem Dilthey y
Heinrich Rickert sus más claros exponentes. Para el último
de ellos –representante de la corriente neokantiana– existen
ciencias orientadas hacia la construcción de un sistema de
leyes generales (ciencias nomotéticas) y ciencias orientadas
hacia la determinación de la individualidad de un fenómeno
específico (ciencias idiográficas). De lo que concluía que
mientras el método de las ciencias naturales se ocupaba de la
formación de conceptos específicos generales conducentes
a la elaboración de leyes de la realidad, el método histórico
se imponía fines como, “captar, a toda costa, el objeto
histórico, ya sea de una personalidad, un pueblo, una época,
un movimiento económico o político, religioso o artístico
[...] en lo que tiene de único, en su individualidad irrepetible”
(Rickert, 1961:50).
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 117

Ahora bien, si Ia historia podía ser caracterizada coma una


ciencia idiográfica, que fijaba su mirada en lo único, singular
e irrepetible, no sucedía lo mismo con la sociología, que
más allá del detalle se ocupaba de estudiar las regularidades
sociales, buscando la abstracción y la generalización, por lo
cual rápidamente empezó a ser clasificada como una ciencia
nomotética.

Al establecerse esta diferenciación se incurría en un grave


error, pues se identificaba la historia en su conjunto con
un tipo particular de hacer historia, esto es, una historia
fundamentalmente política, concentrada en las disputas por
el poder, en sus instituciones y en sus transformaciones.
Esta forma de hacer historia, orientada a exaltar la gloria
de los grandes hombres: reyes, emperadores, presidentes
o generales, en lo fundamental era una historia heroicista,
episódica y descriptiva, preocupada por narrar en un espacio
y tiempo muy definidos, los grandes hechos, batallas, actos
diplomáticos, sin posibilidad de explicarlos, ni de establecer
comparaciones entre ellos.

Esta concepción acerca del quehacer histórico, alimentada


por los presupuestos de la corriente positivista, se generalizó
en la segunda mitad del siglo XIX y pasó a representar
el punto de vista que de la historia se hicieron las demás
disciplinas sociales. No es de extrañar por tanto que bien
entrado el siglo XX, pensadores de la profundidad de Norbert
Elias siguieran hablando de la historia que se practica como
“un amontonamiento de acciones particulares de hombres
concretos que sencillamente no tienen ninguna relación,
[donde] las relaciones y dependencia de los hombres, de las
118 Miguel Ángel Beltrán Villegas

estructuras y de los procesos a largo plazo, que se repiten


frecuentemente y a las que se refiere conceptos tales como
Estados, estamentos, sociedades feudales, cortesanas o
industriales, va de ordinario más allá de la esfera tradicional
de los estudios históricos” (Elias:1987).

Pero el debate no se agota aquí. La concepción individualizadora


y nomotética aplicada al estudio del ser humano llevaba
consigo otras dificultades, cuyas soluciones tanto en el
campo de la historia como en el de la sociología habrían de
conducir, a la postre, a un mayor distanciamento entre estas
dos disciplinas. Nos referimos al problema de la observación;
la pauta de referencia para las ciencias sociales estaría
constituida, de nuevo, por las ciencias de la naturaleza. Se
piensa, entonces, que mientras estas últimas se ocupan de
objetos reales y completos ubicándose en el plano de la “la
observación directa”, la historia constituye un conocimiento
fundamentalmente indirecto. Situación que no compartiría
con la sociología, que tendría la posibilidad de establecer
comunicación con su objeto de estudio.

La búsqueda de un método rigurosamente científico que


permitiera recrear las condiciones de una relación directa
entre el observador y el objeto observado constituyó
asi una preocupación permanente de los historiadores
decimonónicos. Para Langlois y Seignobos, autores de la
conocida Introducción a los estudios históricos –de obligada
lectura para quienes a principios del siglo ingresaban a la
carrera de historia en la Sorbona de París– el método de la
crítica histórica a los documentos (entendido como crítica
interna y externa), constituía la llave mágica que posibilitaría
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 119

esa aproximación entre el observador y el objeto observado.


Deslindando su campo de otras áreas de conocimiento “no
científico”, v.gr., la literatura o el arte.

Dentro de esta visión conocida como “positivista”, la historia


aparece reducida a un cuerpo de hechos verificados donde
la tarea del historiador se concreta en la ya citada fórmula
Rankeana de “mostrar lo que realmente aconteció”2. Dicha
forma de concebir el trabajo histórico, parte de la falsa
presunción de que el historiador encuentra los hechos en los
documentos o en las inscripciones, lo mismo que los pescados
sobre el mostrador de una pescadería –para usar la imagen
que nos ofrece Carr–, los reúne, los lleva a casa, los guisa y
los sirve como a él más le apetecen.

El problema de la observación es abordado de manera


diferente por los representantes de la corriente neokantiana,
quienes consideran que por meticulosa y detallada que sea ésta,
resulta imposible captar toda la multiplicidad individual de una
realidad, ya que en cualquier momento el número de hechos
y sucesos es infinito, por lo que siempre debe procederse a
una selección. Para un historiador contemporáneo a Rickert,
Eduard Meyer, el que algunos hechos sean o puedan ser
objetos de la historia, deben responder –además de la selección
que realiza el azar al permitir la conservación de determinados
2
Esta concepción sobre el trabajo histórico estuvo estrechamente ligada a una
serie de ideas, en torno a problemáticas como el documento histórico. Respecto
a este punto escribían Langlois y Seignobos: “La posibilidad de probar un hecho
histórico depende del número de documentos, independientes, conservados acerca
del mismo, y también de que los documentos se hayan conservado por el azar”.
Fuera del documento –generalmente entendido como un texto escrito– no es
posible hacer historia.
120 Miguel Ángel Beltrán Villegas

materiales o testimonios históricos– al “interés histórico que el


presente pone en cualquier efecto, en cualquier resultado del
desarrollo y que le hace sentir la necesidad de averiguar las
causas o los hechos que lo han producido” (Meyer, 1955:34).

De este argumento se desprende un postulado para la


investigación histórica que abrirá un nuevo abismo frente
a la sociología: los sucesos del presente nunca son hechos
históricos, ni pueden enfocarse desde este punto de vista, pues
si producen o no efectos, sólo el porvenir puede juzgarlos, ya
que es el único llamado a apreciar los efectos futuros de los
hechos presentes.

Por otra parte, los sociólogos abordan desde un ángulo distinto


el problema de la observación, contribuyendo de una u otra
forma a acentuar esta dicotomía entre pasado y presente. Si
en las ciencias sociales –afirman– el hombre es al mismo
tiempo sujeto y objeto de la observación, en Ia sociología el
observador puede además comunicarse con los observados,
lo que plantea múltiples y complejos problemas con respecto
al método de investigación. Estas cuestiones epistemológicas,
se pensaba, sólo podían ser resueltas reconociendo tácita a
abiertamente la insuperabilidad del obstáculo y acudiendo
a otros dominios de las ciencias sociales donde los mismos
no asoman.

En este sentido la sociología encontró en los estudios


demográficos un campo relacionado con el comportamiento
del individuo en su calidad de organismo biológico, donde
aparentemente no se tocaban sus actitudes ni sus valores.
Así, resultaba posible estudiar acontecimientos como el
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 121

nacimiento, la muerte, la fecundidad, las migraciones, el


crecimiento y movimiento de una población, con igual
objetividad y casi igual exactitud que la lograda en la física
o en la biología.

Paralelo a este creciente interés de la sociología por los


estudios de población, cobraron particular importancia los
métodos estadísticos, cuyo uso empezó a generalizarse
después de la Primera Guerra Mundial. Para ese entonces
su aplicación contaba con un importante antecedente en
las investigaciones del conocido sociólogo francés Emile
Durkheim, en torno al suicidio. Junto a este interés por los
métodos estadísticos el estudio de los procesos de interacción
social encontró en el método de análisis del documento
personal, particularmente la entrevista y la autobiografía, una
valiosa técnica para interrogar el presente.

El uso de estos métodos de investigación se fortaleció con los


desarrollos empíricos de la llamada Escuela de Chicago que, en
su preocupacion por comprender los cambios desestructurantes
que en ese momento vivía la sociedad norteamericana, se
interesó por los temas actuales de la ciudad, especialmente sus
suburbios y la situación de los negros americanos, los judíos
socialistas y los inmigrantes de diferentes nacionalidades3.

3
La Escuela de Chicago comprende un conjunto de investigadores sociales
agrupados en el Departarnento de Sociología de la Universidad de Chicago,
fundado en 1892, y que por muchos años se convirtió en el centro de esta disciplina
en los Estados Unidos. Pese a la heterogeneidad de sus integrantes la Escuela,
que tuvo en Robert Park y W.I.Thomas sus figuras más representativas, compartió
como características comunes su preocupación por los problemas humanos, su
orientación empírica y sus estudios descriptivos etnográficos centrados en la
observación personal, que los llevó a estudiar los fenómenos aquí mencionados.
122 Miguel Ángel Beltrán Villegas

De esta forma, mientras la historia aparecía como una


disciplina reacia a cualquier intento de cuantificación e
inmersa en los archivos documentales para dar cuenta del
pasado, la sociología se presentaba en el primer cuarto del
siglo como una disciplina llena de vitalidad, que cuantificaba
y medía siempre que le era posible y examinaba, cada vez
más, la sociedad contemporanea, recurriendo al uso de las
encuestas, las entrevistas, el cuestionario, el diario de campo
y las estadísticas oficiales. Esta falsa división del trabajo
serviría para diferenciar, hasta el día de hoy, estos dos oficios.

Pese a lo anterior, es Talcott Parsons quien, a través de su


enfoque estructural funcionalista centrado en los problemas
teóricos del orden, propiciará una verdadera ruptura entre
la sociología y la historia. Esta preocupación ligada de
algún modo a las expectativas políticas de revitalización
generadas en Ia posguerra, habría de tener su expresión en
América Latina en los modelos de modernización y desarrollo
que, desde una mirada ahistórica, pretendían relacionar la
modernización social y económica de los países periféricos
con su estabilidad política.

En este modelo teórico –que tendría preeminencia hasta


comienzos de los años 60– la sociología optaba por una
visión sincrónica de la sociedad, donde los procesos a largo
plazo eran sustituidos par formulaciones generalizantes
sobre la sociedad, basadas únicamente en la experiencia
contemporánea, sin una referencia concreta al tiempo, y en
contraposición a una historia ceñida a la construcción de su
discurso en una secuencia cronológica.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 123

Consecuencia de estas tendencias intelectuales fue que los


sociólogos del siglo XX se dedicaran al estudio del presente
y otorgaran a la historia una atención cada vez menos
importante; mientras que los historiadores absortos, a su
vez, en el pasado rehuyeran de los problemas del presente.
Sin embargo, a finales de los años 20 y comienzos de los
30 empezaron a escucharse voces, aunque en forma todavía
aislada, en contra de esta dicotomía. Una de ellas fue la del
sociólogo Norbert Elías, quien para entonces se desempeñaba
como asistente de Karl Manheim en la Universidad de
Frankfurt, Alemania.

LA SOCIEDAD CORTESANA: UNA MIRADA


SOCIOLÓGICA A LA HISTORIA

La obra de Elías, La sociedad cortesana, uno de los


trabajos pioneros de la sociología histórica, fue publicado
por primera vez en 1969, aunque realmente el libro fue
escrito a principio de los años 30, en el momento de ascenso
del nacional socialismo alemán, circunstancia ésta que
obligaría a su autor a exiliarse en París y posteriormente en
Londres, donde radicaría a partir de 19384. Esta precisión
cronológica nos permite enfocar La sociedad cortesana en
un contexto intelectual donde la presencia de Max Weber en
el pensamiento sociológico alemán es dominante; de allí que
uno de los interlocutores privilegiados de la obra de Elías sea

4
Mientras que su obra El proceso de la civilización: investigaciones
sociogenéticas y psicogenéticas, fue escrita con posterioridad, aunque su
publicación precedió treinta años a su libro La sociedad cortesana, posteriormente
fue reeditada en 1968, incluyendo una nueva introducción del autor.
124 Miguel Ángel Beltrán Villegas

el autor de Economía y sociedad, y junto a él otros pensadores


como Wernert Sombart yVeblen5.

En su introducción a La sociedad cortesana, escrita


para la edición del libro en 1969, Elías, sin escapar a las
representaciones del oficio del historiador de su época, define
los elementos que considera característicos del enfoque
histórico, al que critica y contrapone el enfoque sociológico,
dentro del cual ubica su investigación, sin abandonar el campo
de la historia.

Por una parte, Elías llama la atención respecto a cómo su


punto de vista histórico se limita a destacar las acciones de
ciertos individuos concretos; por ejemplo, al estudiar la corte
francesa de los siglos XVII y XVIII no va más allá de los
hechos y carácteres de aquellos individuos que ostentaban
el poder. Contrariamente a esta concepcion observa que los
aspectos únicos e individuales de las relaciones históricas
están estrechamente vinculados con aspectos sociales
repetitivos. Por otra parte, Elías señala que una de las
grandes debilidades del enfoque histórico es la de postular
que la libertad del individuo constituye la base de todas sus
decisiones y acciones.

Contra esa interpretación, la sociología –dice Elías– debe dar


cuenta de las evoluciones de larga duración, incluso las muy
largas, que permiten comprender, por filiación o diferencia,
las realidades del presente. La sociología tiene así un objetivo

5
Estas influencias son señaladas explícitamente en su “Nota preliminar” a
La sociedad cortesana, Norbert Elías. op. cit., p. 53-59.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 125

plenamente histórico (situado en el pasado), pero no se dedica


a los individuos supuestamente libres y únicos, sino a las
posiciones que existen en forma independiente de ellos y a
las dependencias que rigen el ejercicio de su libertad.

Aunque, como veremos más adelante, muchos de los rasgos


que en su introducción a La sociedad cortesana Elias atribuye
a la historia eran ya criticados, a finales de los años 20, por
las nuevas corrientes historiográficas y en particular por lo
que se habría de llamar la Escuela Francesa de los Annales6,
la propuesta metodológica de Elías conserva hoy toda su
actualidad para comprender las relaciones entre la historia y
la sociología.

En el desarrollo de la investigación, que con creces supera lo


planteado por el autor en su introducción, Elías advierte que
desde la perspectiva del objeto de estudio, de las relaciones
históricas mismas, las cortes principescas y las sociedades
cortesanas parecerían poseer menor importancia que otras
formaciones elitistas (los parlamentos y partidos políticos).
Sin embargo, precisa que admitir como cierta esta evidencia
sería ubicarnos en la escala valorativa político-social
dominante en nuestro tiempo, y subordinar a ella la de la
formación social que constituye el objeto del análisis, es decir,
la corte. En este sentido Elías llama la atención, a lo largo
de su obra, sobre los peligros de transponer a las épocas por
investigar las vaIoraciones políticas, religiosas e ideológicas
de este tiempo, ignorando los vínculos y escalas axiológicas
específicos de la sociedad que se va a estudiar.

6
De esta corriente historiográfica nos ocuparemos en el siguiente apartado.
126 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Desde esta perspectiva, Elías nos propone considerar Ia


corte como una formación social donde los sujetos sociales
configuran una serie de relaciones y donde se engendran
códigos y conductas particulares a partir de las dependencias
recíprocas que unen a los individuos unos con otros. Asimismo,
nos dice que la sociedad cortesana debe ser entendida como
una forma particular de sociedad, organizada a partir de una
corte7. Es precisamente en este punto donde Elías nos ofrece
las pautas para un trabajo interdisciplinario entre la historia y
la sociología, a través del análisis de una situación histórica
concreta (Ia corte francesa de Luis XIV) en clave sociológica,
colocando a prueba datos empíricos, hipótesis y conceptos.

La riqueza y profundidad de este libro de Norbert Elías, cuyos


conceptos serán desarrollados con mayor claridad en su obra
cumbre El proceso de la civilización, hacen difícil cualquier
esfuerzo por medir sus aportes. Baste señalar por ahora que
su propuesta metodológica interdisciplinaria conserva una
gran vigencia y explica el gran interés que ha suscitado en
los últimos años el estudio de su obra.

LA ESCUELA DE LOS ANNALES: UN


REENCUENTRO DE IA HISTORIA CON IA
SOCIOLOGÍA

Pero mientras en la Alemania de los años treinta la hegemonía


intelectual de Max Weber opacaba el brillo de pensadores que

7
Roger Chartier. Formación social y economía psíquica: Ia sociedad cortesana
en el proceso de civilización. En: El mundo como representación. Historia cultural:
entre práctica y representación. Barcelona, Gedisa, 1992, p. 83.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 127

como Norbert Elías tomaban una distancia crítica frente a la


sociología comprensiva en favor de una sociología histórica; y en
Norteamérica, el autor de la Estructura de la acción social, Talcott
Parsons, ofrecía un nuevo modelo de interpretación sociológica
donde la historia parecía condenada al ostracismo; en Francia
se producía una gran revolución historiográfica que habría de
trastocar para siempre las formas tradicionales de hacer historia,
favoreciendo un reencuentro entre la historia y la sociología.

Los impulsores de esta nueva concepción histórica fueron


Marc Bloch y Lucien Febvre, quienes en 1929 publicaron el
primer número de la revista Anales de Historia Económica
y Social que, con el tiempo, habría de constituirse en una
verdadera empresa colectiva a partir de los trabajos de
Fernand Braudel, Georges Duby, Jacques Le Goff, Philippe
Ariés, Emmanuel Le Roy Ladurie, André Burguiére, Jacques
Revel y, más recientemente, Roger Chartier, contando con la
participación de reconocidos historiadores marxistas como
Pierre Villar, Maurice Agulhon y Michel Vovelle.

Los trabajos de Marc Bloch y Lucien Febvre, que inauguraron


la etapa fundacional del movimiento 8, contribuyeron

8
Los estudiosos de Annales, entre ellos el historiador mexicano Carlos
Antonio Aguirre y el británico Peter Burke, identifican tres grandes generaciones o
periodos en el desarrollo de esta corriente historiográfica: un primer periodo, que
corresponde a su fase fundacional, y que se extiende hacia 1945, caracterizado par
la lucha frontal que libran sus iniciadores, Lucien Febvre y Marc Bloch, contra
la historia tradicional, política y acontecimental; un segundo periodo, dominado
por los trabajos paradigmáticos de Fernand Braudel; y un tercer periodo, que
arranca hacia 1968, caracterizado por su heterogeneidad y cuyo interés se centra
no tanto en la historia económica como en la sociocultural, retornando a la historia
política e incluso narrativa.
128 Miguel Ángel Beltrán Villegas

a un ensanchamienta del campo de la investigación


histórica, abriendo nuevos horizontes y planteando nuevas
problemáticas. La noción de documento fue ampliada,
superando la idea de una historia fundada exclusivamente en
documentos escritos: “La historia [escribe Fébvre] se hace
con documentos escritos, por cierto, cuando existen. Pero se
la puede hacer, se la debe hacer sin documentos escritos, si
no existen. [...] con toda esa que, perteneciendo al hombre,
depende del hombre, sirve al hombre, expresa al hombre,
demuestra la presencia, la actividad, los gustos y los modos
de ser del hombre”9.

En la misma línea de reflexión, los iniciadores de la Escuela


de los Annales arremeten contra la interpretación positivista
del hecho histórico como un dato objetivo de la realidad. Para
esta nueva forma de hacer historia, el hecho no constituye una
unidad irreductible de Ia realidad, sino un objeto construido.
Los datos –encontrados en documentos– son elaborados por
el historiador antes de hacer uso de ellos. De tal modo que
los hechos nunca nos llegan en estado puro, ya que ni existen
ni pueden existir como tales, produciendose una refracción al
pasar por la mente de quien los recoge.

En síntesis, las ideas rectoras que sustentaran la Escuela


de los Annales abonaron el terreno para un trabajo
interdisciplinario entre la historia y la sociología a partir de
tres aportes fundamentales: “En primer lugar, la sustitución

9
Citado por Jacques Le Goff. El orden de la memoria. Buenos Aires, Paidos,
1991, p. 231.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 129

de Ia tradicional narración de los acontecimientos por una


historia analítica orientada a un problema. En segundo lugar,
se propicia la historia de toda la gama de las actividades
humanas en lugar de una historia primordialmente política.
En tercer lugar –a fin de alcanzar los primeros dos abjetivos–
colaboración con otras disciplinas” (Burke, 1993:11).

Esta manera interdisciplinaria de pensar lleva a los iniciadores


de Annales a interesarse por la economía, la geografía, la
psicología, la linguística, la antropología social y, en el
caso de Marc Bloch, muy especialmente por la sociología
durkheimiana, pues como alumno de la Escuela Normal
Superior –de la cual su padre también era profesor– tuvo
conocimiento del trabajo del sociólogo francés10.

La aproximación de Marc Bloch a la sociología puede


apreciarse en su obra, tal vez más importante, titulada La
sociedad feudal, publicada en dos volúmenes entre 1939 y
1940, y fruto de 15 años de investigación. En este libro, Bloch
construye un modelo explicativo de la sociedad feudal europea
entre los siglos IX y XIII, a partir de una exhaustiva revisión
de los trabajos existentes hasta el momento sobre el tema.

Superando una historia estrictamente económica y


descriptiva, Bloch se ocupa de los vínculos de los hombres

10
Burke anota que Durkheim “comenzaba a enseñar en la Ecole más o menos
en el momento en que llegaba a ella Bloch” (Ibid., p.22.) Io cual es un dato errado
ya que en 1879, cuando Durkheim se vincula como docente en dicha institución,
Bloch no había nacido. Cfr.Steven Lukes. Emile Durkheim: su vida y su obra.
Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, Siglo XXI, 1984, cap. 2.
130 Miguel Ángel Beltrán Villegas

en el feudalismo, examinando, con una orientación


claramente durkheimiana, algunas formas de solidaridad
social expresada en los vínculos de sangre, baja la forma
de “solidaridad del linaje” y los “amigos carnales”. Esto
explica que el primer tomo haya sido publicado bajo el
significativo subtítulo de “Ia formación de los vínculos de
dependencia”.

Asimismo, en La sociedad feudal Bloch retoma su


preocupacion –inspirada también en Durkheim– sobre el
método comparativo del cual se había ocupado en su temprano
estudio sobre Los reyes taumaturgos –1924– donde examina
la creencia en los poderes curativos del rey en Francia e
Inglaterra durante la Edad Media. Haciendo uso de este
método, Bloch elabora en La sociedad feudal una rica y
detablada tipología de las variantes de feudalismo asentados en
el espacio europeo.Y deja abierta en la conclusión de su libro
la necesidad de futuros comparativos: “El feudalismo –dice
Bloch– no ha sido un acontecimiento ocurrido una vez en el
mundo. Como Europa –aunque con inevitables y profundas
diferencias– el Japón atravesó esta fase. ¿Ha habido otras
sociedades que hayan pasado por ella? Y si es así, ¿bajo Ia
acción de qué causas, quizá comunes? Este es el secreto que
encierran los futuros trabajos” (Bloch, 1979:194).

Desafortunadamente, Bloch nunca pudo culminar su


proyectada investigación. Miembro de la resistencia francesa
durante los años de la ocupación alemana, Bloch cae en manos
de los servicios secretos nazis y es fusilado el 8 de marzo de
1944, truncándose con su muerte la obra de uno de los grandes
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 131

historiadores de la primera mitad del siglo XX11 y que junto


a Elías bien puede ser considerado pionero en el impulso a
las investigaciones en el campo de la sociología histórica.

Con la muerte de uno de sus fundadores, la Escuela de los


Annales cobra sus posteriores desarrollos en la obra de
Fernand Braudel, quien fuera uno de sus más connotados
continuadores, y quien dirigió todos sus esfuerzos a la
construcción de una “historia total”, planteando un diálogo
abierto con otras ciencias sociales, particularmente con la
sociología a la que consideraba muy próxima porque, al igual
que la historia, se esforzaba en ver la experiencia humana
como un todo.

No obstante, más que un trabajo inter-pluri-multi-disciplinario


sería más exacto afirmar que la obra de Braudel apunta hacia
la construcción de un nuevo horizonte epistemológico que
trascienda las estrechas fronteras del conocimiento disciplinar.
En una palabra, Braudel nos propane una nueva y diferente
aproximación hacia lo social, obviando las fronteras entre las
disciplinas, y retomando libremente de ellas lo que se necesitara
para dar cuenta de su objeto ya que “lo social es, en el punto de
partida, una unidad, y por lo tanto el conocimiento de esa misma
realidad humano-social tiene que comenzar a partir desde la
asunción radical de esta unidad” (Aguirre, 1996).

Una de las formas de acercamiento hacia esa problemática


global la encantramos en su concepción acerca de las
11
Sobre Ia vida y obra de Marc Bloch, cfr. Carlos Antonio Aguirre. “Marc
Bach: in memoriam”, en Carlos Aguirre. Los Annales y Ia historiografía francesa.
México, Quinto Sol, 1996.
132 Miguel Ángel Beltrán Villegas

temporalidades, ya que precisamente el tiempo constituye una


preocupación compartida por las diversas ciencias sociales.
De esta forma distingue Braudel tres niveles temporales de
la historia: “En la superficie, una historia episódica, de los
acontecimientos, que se inscribe en el tiempo corto: se trata
de una microhistoria. A media profundidad, una historia
coyuntural de ritmo más amplio y más lento […] estudiada
hasta ahora, sobre todo, en el pIano de Ia vida material, de las
ciclos e interciclos económicos [y] Ia historia estructural o de
larga duración, [que] se encuentra en el límite de lo móvil y
lo inmóvil” (Braudel, 1980:122).

Baja esta perspectiva, Braudel inicia una reflexión en torno


al tiempo partiendo de la experiencia de los historiadores,
pero pensando en la posibilidad de utilizar este concepto
coma instrumento de análisis para el conjunto de las demás
disciplinas sociales. Así, en el nivel de la larga duración la
historia y la sociología podrían confundirse al dirigir su mirada
a las estructuras sociales. Y hoy, de igual modo –aunque
en el momento en que Braudel escribiera apenas sí tenía
aceptación la idea– podría pensarse en una microsociología
que privilegiara eI plano de la corta duración. Esto a su vez
supondría la eliminación de la falsa muralla tendida por la
sociología y la historia, entre el presente y el pasado, pues
tanto una como otra, buscarían dar cuenta del conjunto social,
poniendo en contacto estos tres niveles, correspondientes a las
estructuras, las coyunturas y los acontecimientos.

El planteamiento braudeliano, formulado a finales de los


años cincuenta y que hoy reviste una gran actualidad,
contó con una recepción más bien pobre dentro del medio
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 133

intelectual de su época. Los continuadores de Ia Escuela de los


Annales prosiguieron sus investigaciones históricas en otras
direcciones, pero manteniendo esa mirada interdisciplinaria
que les llevó a ampliar el espectro de la investigación histórica
hacia temas como la niñez, los sueños, el cuerpo, los olores,
perfumes, la historia de la familia, el trabajo y las mujeres.
Otros llegaron incluso a plantear un retorno a la “historia
política”.

En el conjunto de esta heterogénea produccion historiográfica


la obra de Philippe Ariés, junto con la de los medievalistas
Jacques Le Goffy y George Duby, cobra especial importancia
por sus aportaciones a la historia de las mentalidades. Las
investigaciones realizadas en este campo, en una perspectiva
necesariamente interdisciplinaria, contribuyeron a la
comprensión de las actitudes del hombre medieval frente
al espacio, el tiempo y la muerte, a la vez que ofrecieron
una nueva lectura de las fuentes literarias, esta vez desde la
perspectiva de una historia social y cultural interesada en el
estudio de las actitudes y los valores12.

Paralelo a este desarrollo de la tercera generación de Annales,


tomaba fuerza, desde los inicios de los sesenta en Inglaterra,
un nuevo movimiento historiográfico que alimentaba, desde
nuevas perspectivas, las propuestas de diálogo entre las
ciencias sociales. Nos referimos a la llamada Historia Social
Inglesa.

12
Cfr. Philippe Ariés. El hombre ante la muerte. Madrid, Taurus, 1983;
Jacques Le Goff. El nacimiento del purgatorio. Madrd, Taurus, 1987; y de George
Duby, Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo, Madrid, Taurus, 1992.
134 Miguel Ángel Beltrán Villegas

EL APORTE DE LA HISTORIA SOCIAL INGLESA

Las innovaciones historiográficas en los años sesenta


condensan, en cierto modo, los cambios ocurridos en las
estructuras políticas, sociales y económicas del momento.
La creencia en que se iniciaba un nuevo mundo excento de
las contradicciones y conflictos del pasado, que acompañó
los primeros años de la posguerra, pronto empezó a cambiar
con la emergencia de los nuevos movimientos de Iiberación
nacional en Asia, Africa y, sobre todo, con el afianzamiento de
la “guerra fría”. Es en este ambiente histórico que surgen las
primeras críticas a la “teoría del orden” de Parsons, en la pluma
de quienes se les conocería como los “teóricos del conflicto”.

En el mismo terreno, el del marxismo, se libra una enconada


lucha contra las que se consideraban “lecturas estructuralistas”
del marxismo y que tenían en Althusser su más claro
exponente. Esta corriente que cobra fuerza en los años 60,
chocó en Inglaterra con una sólida tradición marxista, surgida
de las luchas de la clase obrera inglesa e iniciada a través de
la obra de los grandes historiadores ingleses como Dona Torr
y Maurice Dobb, y proseguida con Rodney Hilton, Cristopher
Hill, Eric Hobsbawm y Edward Thompson13.

La crítica del marxismo británico a los planteamientos


“estructuralistas” de Althusser tomó cuerpo en un trabajo de
Thompson titulado Miseria de la teoría donde, en un tono
13
Esta tradición, divulgada en publicaciones como Past and Present, se había
alimentado de la obra de Gramsci, cuya introducción en el mundo anglosajón se
inició en 1957, con la traducción de sus Notas sobre Maquiavelo: la política y el
Estado moderno.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 135

abiertamente polémico, el historiador inglés argumentaba


que la historia debía ser examinada y comprendida como un
producto de la actividad humana y no como resultado de la
simple lógica inherente a la estructura social.

Los ejes de discusión que proponía Thompson cuestionaban


al marxismo ortodoxo de dos maneras: en primer lugar,
argumentando que los individuos hacen su propia historia,
aunque la hagan bajo condiciones que no son de elección propia
y, en segundo lugar, desafiando la visión “economicista” o
reduccionista, según la cual la acción humana, al menos en sus
formas políticas, jurídicas e ideológicas, aparece determinada
en última instancia por su base económica.

Para avanzar de manera concreta en este debate teórico,


Thompson propone la utilización de conceptos sociológicos
como el de “clase social”, como una categoría de análisis
histórico, derivada de Ia observación del proceso social a lo
largo del tiempo y no como un modelo conceptual estático,
susceptible de ser medido cuantitativamente en términos del
número de asalariados, trabajadores, etc. Asimismo, considera
necesario volver la atención a conceptos de la tradición
sociológica clásica (Tönnies, Durkheim o Weber), buscando
superar el reduccionismo económico que terminaba por dejar
de lado las motivaciones, conducta, función e intencionalidad
de los agentes.

Thompson, por ejemplo, recogiendo las aportaciones del


sociólogo alemán Fernidand Tonnies, hace extensivo al
campo de la historia el concepto de “comunidad”. Este se
convierte en pieza fundamental para la elaboración de su
136 Miguel Ángel Beltrán Villegas

modelo de “economía moral de la multitud”. Como se sabe,


en Tonnies las relaciones sociales de dominación, fundadas
en pnincipios de comunidad, pueden convertirse a menudo en
una dominación violenta o una relación de carácter societario
entre el dominador y los dominados. En este último caso,
las funciones de dominación pueden comportar funciones
como la de amparo y abrigo, mediación en el conflicto,
ayuda y protección contra lo adverso, y dirección en luchas
y dificultades de toda especie (Tönnies, 1987:66). Y es
precisamente esta forma societal a la que recurre Thompson
para explicar ciertas formas de protesta en las sociedades
preindustriales.

En esa misma línea explicativa, Thompson incorpora la idea


de Durkheim según la cual las sociedades preindustriales se
mantienen unidas mediante ideas y sentimientos comunes,
gracias a normas y valores compartidos que imponen creencias
y prácticas uniformes a todo el mundo14.

Junto a la obra de Thompson se destacarían otros nombres de


su generación como Eric Hobsbwamn y George Rude quienes,
haciendo uso de modelos sociológicos, aportarían estudios
paradigmáticos en el análisis de la multitud revolucionaria,
el bandolerismo social y la ideología popular.

Aunque la productividad intelectual de este prestigioso grupo


de historiadores británicos se mantendría activa hasta bien
entrados los años ochentas, la influencia de su obra empezaría

14
Estas ideas fueron desarrolladas por Durkheim en su libro, La división
social del trabajo.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 137

a perder, relativamente, peso desde la década anterior para


dar paso a una nuea generación de jóvenes académicos,
iniciados políticamente en las movilizaciones en favor del
desarme nuclear y las luchas del movimiento estudiantil del
68, e intelectualmente en publicaciones aparecidas en los
años setentas como Economy and Society –1972–, Critique
–1973–, History Workshop –1976–, Social History –1976–,
Capital and Class –1977–15 y, en menor medida, de la década
anterior como la New Left Review –1959–, dirigida por Stuart
Hall y Perry Anderson.

Este grupo de autores, en el que sobresalen Anthony Giddens,


Walter Runciman, Chris Wickham, Michael Mann, Stuart Hall
–a los que se suma el nombre del ya veterano profesor de la
Universidad de Harvard, Barrington Moore16– dan la vida a lo
que algunos bautizarían como Ia Sociología Histórica y que
no es otra cosa que el resultado de esta reconciliación entre
la historia y la sociología acaecida en las dos últimas décadas
del siglo que acaba de transcurrir, donde estos dos campos de
conocimiento se funden en un solo cuerpo para dar cuenta de
problemas comunes, emprender análisis comparativos de los
15
A este respecto puede consultarse Ia revista española Zona Abierta, 57/58,
1991, dedicada al debate en Ia sociología historias britránica, con ensayos de
Michael Mann, Perry Anderson, Wader Runciman y Charles Wickharn. En cuanto
a la trayectoria de este grupo resulta particularmente ilustrativo el artículo de
Perry Anderson “Una cultura a contracorriente”, publicado allí mismo.

16
Barrintong Moore ya era conocido en los años 60 por su clásica obra
los orígenos sociales de la dictadura y la democracia. Junto a él, destacaría
también su adelantada discípula Theda Sckopol.Por su parte autores Como Neil
Snaelser, Reinhard Bendix, Charles Tilly, Inmanuel Wallerstein y PerryAnderson
pueden ser señalados como precursores de esta corriente que posteriormente se
identificaría como la “Sociología Histórica”.
138 Miguel Ángel Beltrán Villegas

fenómenos sociales y utilizar un acervo de teorías para dar


cuenta de dichos fenómenos.

CONCLUSIÓN

Hasta aquí hemos explicado las recurrentes y enconadas


disputas entre la historia y la sociología por determinar
las fronteras de sus objetos de estudio y sus intentos de
supremacía de una sobre otra. Lo que deja presente el final
de este recorrido es la indispensabilidad de un abierto y
permanente diálogo entre estas dos disciplinas, la necesidad
de sus mutuos préstamos y la inevitabilidad de que sus objetos
de estudio se superpongan continuamente, conduciéndolas
hacia lo que se vislumbraba como la solución final de todos
estos conflictos: la interdisciplinariedad.

Esta es la gran lección que deja Elías con su crítica a la


clásica división individuo-sociedad como una pareja de
opuestos y sus nociones de configuración, interdependencia
y variabilidad histórica, como forma de superar esta aparente
polaridad. Queda claro, en la obra de Elías, que la historia y la
sociología nos prestan su mutua cooperación para dar cuenta
del carácter específico de cada formación o configuración
social, ya sea a una escala macro a micro de las evoluciones
históricas y de las formaciones sociales, donde las relaciones
intersubjetivas son pensadas no como categorías invariables
y consustanciales con la naturaleza humana, sino en sus
modalidades variables desde el punto de vista histórico,
directamente dependientes de las exigencias propias de cada
formación social.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 139

Es en cierta medida el legado que, también, nos brindan la


Historia social inglesa y la sociología histórica, al propugnar
por un cambio de perspectiva en el análisis histórico, que
incorpore métodos, técnicas y conceptos de las demás ciencias
sociales, que se interese tanto por la comprensión del actor
como por la explicación del observador, que integre lo micro y
Ia macro, y que mantenga una aguda perspectiva comparativa
y de cambio.

La exigencia metodológica de una historia global y su


materialización práctica, planteada por la Escuela de los
Annales, sigue siendo un antídoto eficaz contra Ia injustificada
parcelación del estudio de lo social humano en el tiempo
y la constitutión epistemológica de una serie de saberes
especializados. Frente a esta fragmentación artificial del
conocimiento cobra actualidad el llamado que hiciera Braudel,
hace ya más de cuatro décadas, en su conocido ensayo sobre
la larga duración: “Desearía que las ciencias sociales dejaran,
provisionalmente, de discutir tanto sobre sus fronteras
recíprocas, sobre lo que es o no es ciencia social, sobre lo que
es o no es estructura... Que intenten más bien trazar, a través
de nuestras investigaciones, las líneas –si líneas hubiere– que
pudieran orientar una investigación colectiva y también los
temas que permitieran alcanzar una primera convergencia”
(Braudel, 1980:105).
140 Miguel Ángel Beltrán Villegas

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Aguirre, Carlos (1996). Braudel y las ciencias humanas. Barcelona:


Montesinos.

Bloch, Marc (1979). La sociedad feudal: las clases y el gobierno de los


hornbres. México: Uteha.

Braudel, Bernard (1980). “Historia y sociología”, en Historia y ciencias


sociales. Madrid, Alianza.

Burke, Peter (1993). La revolución historiográfica francesa. La Escuela


de Ios Annales: 1929-1989. Barcelona, Gedisa.

Elias, Norbert (1987). La sociedad de los individuos. Madrid: Ed.


Península.

Meyer, Eduard (1955) “La teoría y metodología de Ia historia”, en


El historiador y Ia historia antigua. México, Fondo de Cultura
Económica.

Rickert, Heinrich (1961). Introducción a los problemas filosóficos de


la historia. Buenos Aires: Nova.

Sorokin, Pitirim (1964). Sociedad y cultura. Madrid: Aguilar.

Tönnies, Ferdinand (1987). Principios de sociología. México: Fondo


de Cultura Económica.
141

LOS CLÁSICOS Y LA SOCIOLOGÍA


CONTEMPORÁNEA: ¿OPOSICIÓN,
SUPERACIÓN O DIÁLOGO?*

No existe más regla fundamental para juzgar a los clásicos que la


de examinar si están de acuerdo con nuestra manera de ver y de
sentir (la realidad); en el grado en que lo estén o no lo estén, en
ese mismo grado estarán vivos o muertos. Su vitalidad depende de
nuestra vitalidad.
Azorín, Clásicos y modernos.

EL DEBATE EN TORNO A LOS CLÁSICOS DE LA


SOCIOLOGÍA EUROPEA Y NORTEAMERICANA

En los debates de la sociología contemporánea se respira una


atmósfera adversa al pensamiento clásico1. Las teorías de

*
Tomado de Émile Durkheim: entre su tiempo y el nuestro. Tejeiro, Clemencia
–ed–. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2009, p. 35-49.

1
En esta primera parte del texto utilizaré al concepto de clásico
fundamentalmente, en el sentido de los clásicos de la sociología europea y
norteamericana, advirtiendo al lector que en la parte final introduciré una
discusión en torno a los clásicos latinoamericanos. También es importante
establecer, siguiendo a Giddens, la distinción entre fundadores y clásicos:
142 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Augusto Comte, Herbert Spencer, Karl Marx, Emile Durkheirn,


Max Weber y Talcott Parsons, entre otras, producidas en lo
fundamental a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX,
parecieran no colmar ya las expectativas intelectuales de
un nuevo siglo que ha declarado pomposamente el “fin de
la modernidad” y con éste, la crisis de todas las formas de
pensamiento asociadas a ella.

Hoy día las ideas de los autores clásicos, cuyas obras cobraron
vital importancia en su tiempo y jugaron un papel protagónico
en el desarrollo de la sociología, han entrado en un completo
descrédito y se reputan como anacrónicas o, a lo sumo, sus
alcances se reservan a un interés puramente histórico. En los
departamentos de sociología son cada vez más las voces que
se pronuncian por un desplazamiento de las teorías clásicas
en favor de las nuevas teorías que den cuenta de la sociedad
contemporánea.

Por su parte, en las dos últimas décadas las casas editoriales


publicaron numerosas obras de autores que hoy constituyen
una referencia obligada para los debates actuales: Pierre
Bourdieu (teoría de la práctica); Nikias Luhmann (teoría
general de sistemas); Jurgen Habermas (teoría de la acción
comunicativa); Norbert Elias (sociologia figuracional); Ulrich
Beck (sociedad del riesgo) y Erving Goffman (enfoque
dramatúrgico). A ellos se suma una generación más reciente:

“Los clásicos son los fundadores que nos hablan de algo que aún se considera
pertinente. No se trata simplemente de anticuadas reliquias, sino que se les
puede leer y releer, y constituyen un foco de reflexión sobre los problemas y las
cuestiones de actualidad” (Giddens, 1997:16).
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 143

Anthony Giddens (teoría de la estructuración); Jeffrey


Alexander (enfoque multidimensional) y Jon Elster (marxismo
analítico).

Frente a esta “ofensiva renovadora” de las Ciencias Sociales,


es natural que surjan reacciones defensivas favorables al
rescate de los autores clásicos. Infortunadamente, estos
llamados, lejos de mostrar la vitalidad de los mismos, insisten
en visiones dogmáticas, atrincheradas en verdades absolutas,
simplificadoras en la mayoría de los casos, y con pretensiones
de validez universal, que hacen de la lectura de los clásicos
una nueva teología.

El debate en torno a la vigencia del pensamiento clásico


aparece, entonces, en su versión más generalizada, como
una confrontación teórica entre antiguos y modernos, entre
dogmáticos y renovadores, entre conservadores y radicales,
entre reaccionarios y revolucionarios. En otras palabras, como
un conflicto entre los defensores de un pasado que se concibe
muerto y los adalides de un presente en permanente cambio.

Frente a estas falsas oposiciones antinómicas, que privilegian


la confrontación generacional, en este escrito trataré de señalar
la imposibilidad de pensar la sociología contemporánea sin
la lectura de los clásicos, no desde un culto a su hegemonía,
sino desde una perspectiva más viva, abierta y dinámica, que
trascienda los contextos y los tiempos que le dieron origen y
que posibilite una lectura más creativa de sus escritos.

En este sentido, adelantaré algunas razones respecto a porqué


debemos insistir en el estudio de los clásicos. Preguntas tales
144 Miguel Ángel Beltrán Villegas

como ¿qué es un clásico?, ¿cuál es la relación entre lo clásico


y lo moderno?, ¿cómo puede abordarse hoy el estudio de los
clásicos?, ¿cómo se inscribe el estudio de los clásicos en el
debate actual?, ¿cuál es la pertinencia de los clásicos para
el estudio de los cambios de la sociedad contemporánea y
específicamente para América Latina? serán abordadas a lo
largo de este ensayo.

LOS MERCADOS EDITORIALES Y LA RECEPCIÓN


DE LOS AUTORES CONTEMPORÁNEOS

Ante todo habría que dejar en claro lo saludable que resulta,


para una ciencia que se plantea multiparadigmática, la apertura
hacia nuevas corrientes de pensamiento. El conocimiento
y la referencia a obras y autores contemporáneos es una
condición necesaria para el desarrollo de cualquier perspectiva
sociológica que aspire a dar cuenta de los acelerados
cambios del mundo moderno. Particularmente, en nuestras
comunidades científicas, consideradas “periféricas”, resulta un
imperativo la diversificación de lecturas en torno a corrientes
y autores, cuyas reflexiones teóricas están insertas en el debate
contemporáneo, y cuya comprensión es condición previa para
cualquier crítica que se les pueda formular. Cerrarnos a estas
nuevas propuestas teóricas solo contribuiría a profundizar
nuestra marginalidad intelectual, en un mundo que se concibe
cada vez más interdependiente.

Sin embargo, son muchas las críticas que pueden formularse a


estas recepciones que se hacen de los pensadores y sus teorías
en América Latina. Por un lado, se acoge a estos autores de una
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 145

manera fragmentaria, sin que medie una reflexión crítica, en


una suerte de moda intelectual que nos imponen las Ciencias
Sociales europeas y norteamericanas. Se termina así adoptando
conceptos y reproduciendo debates fuera de los contextos
sociales e históricos que les dieron sentido. Ejemplos de estas
situaciones pueden verse en algunas versiones de los debates a
propósito de la modernidad-posmodernidad, la sociedad civil
y la ciudadanía o las discusiones en torno a la democracia y
los llamados “nuevos movimientos sociales”.

Por otra parte, la adhesión incondicional o el rechazo


apasionado hacia la obra de un autor sigue siendo la nota
predominante en nuestras comunidades académicas, reacias
a examinar, evaluar y reinterpretar desde una óptica propia
los textos fundamentales en el campo teórico. A lo sumo,
puede visualizarse la conformación de pequeños grupos de
interés –formados casi siempre al azar– en torno a la obra de
un autor, y cuya admiración por el maestro en ocasiones se
confunde con la apología.

Del mismo modo, la divulgación de los escritos de un autor


no siempre corresponde a inquietudes exclusivamente
intelectuales. En ocasiones su popularización en los medios
académicos corre de la mano de las ofertas editoriales,
del interés de una fundación para la investigación o de
circunstancias puramente contingentes. La difusión de la
obra de Anthony Giddens, por ejemplo, no resulta ajena
a los esfuerzos de modernización de la socialdemocracia,
triunfante a finales de la década de los ochenta en varios
países de Europa Occidental y cuyo principal impulsor
fue el ex primer ministro británico Tony Blair, quien a su
146 Miguel Ángel Beltrán Villegas

vez recogió las teorías del entonces director de la London


School of Economics and Political Sciences2. Asimismo,
podría afirmarse que el empeño puesto en la difusión de la
obra de Niklas Luhmann por la Universidad Iberoamericana
de México –en donde el sociológo alemán impartió varios
cursos sobre su teoría general de sistemas a principios de los
noventa– ha posibilitado el conocimiento del pensamiento
luhmaniano en América Latina3.

Este entusiasmo febril por la obra de un sociólogo puede


darse en detrimento del pensamiento de otros autores e
incluso de aspectos de su misma obra. El “programa fuerte”
de Jeffrey Alexander ha despertado el interés de una joven
generación de sociólogos interesados en los temas de la
sociología cultural, pero muchos de ellos –críticos de la
tradición clásica– desconocen que su maestro es autor de
una monumental obra, Theoretical logic in sociology4, en

2
Resulta significativo que su obra The third way, cuya primera edición se dio
a conocer en 1998, fue traducida rápidamente al español, por el grupo editorial
Santillana, con el sugestivo subtítulo de “La renovación de la socialdemocracia”
(Giddens 1999).

3
Antes de su visita a México en septiembre de 1991, los escritos de Luhmann
eran prácticamente desconocidos en el mundo de habla hispana. A partir de
entonces, y gracias al interés de Universidad Iberoamericana, en particular de uno
de sus discípulos y traductores, Javier Torres Nafarrate, las obras de Luhmann
empezaron a ser conocidas en América Latina. Incluso algunos de sus libros,
como Sociología del riesgo –1992–, fueron traducidos casi simultáneamente a
su aparición en español. También coadyuvó a esta tarea la presencia en México
de uno de sus más destacados colaboradores, Rafael Di Giorgi.

4
Esta obra, aún no traducida al español, comprende cuatro volúmenes:
1) Positivism, Presuppositions, and Current Controversies (El positivismo,
presuposiciones y controversias); 2) The Antinomies of Classical Thought: Marx
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 147

la cual hace una revisión de toda la sociología clásica hasta


Talcott Parsons.

Consecuentemente, no siempre la traducción de un autor supone


un impacto inmediato en las comunidades académicas. La obra
de Norbert Elias, traducida al español desde 1982 por el Fondo
de Cultura Económica, no significo la inmediata difusión de su
pensamiento. En la última década, sin embargo, en nuestro medio
académico se ha despertado un gran interés por las contribuciones
teóricas de este sociólogo alemán. En el Departamento de
Sociología de la Universidad Nacional de Colombia se han
adelantado significativas reflexiones en torno a la obra de Elias
(Perez, 1998). Asimismo, cabe destacar los estudios de la
historiadora Vera Weiller (1998), quien se ha convertido en una
importante difusora e intérprete del pensamiento de Elías en el país.

Otro tanto puede decirse de los trabajos investigativos de


Immanuel Wallerstein, cuya obra El moderno sistema mundial,
de la cual se han publicado y traducido al español los tres
primeros tomos escritos por el autor5, junto con un numeroso

and Durkheim (Las antinomias del pensamiento clásico: Marx y Durikheim); 3) The
Classical Attempt at Theoretical Synthesis: Max Weber (El intento clásico para lograr
una síntesis teórica: Max Weber) y 4) The Modern Reconstruction of Classical Thought:
Talcott Parsons (La reconstrucción moderna. del pensamiento clásico: Parsons). En
Colombia, la obra de Alexander es conocida por su programa en sociología cultural.
En México ha tenido una más amplia divulgación a través de los artículos publicados
en prestigiosas revistas de sociología como Sociológica y Estudios Sociológicos. Cabe
resaltar también la labor desarrollada por Ia socióloga Gina Zabludovsky (1995).

5
Los tres tomos fueron editados en 1974 (tomo I), 1982, (tomo II) y 1989
(tomo III) y traducidos al español por la editorial Siglo XX1 en 1979, 1984 y
1999 respectivamente.
148 Miguel Ángel Beltrán Villegas

volumen de artículos, ensayos, entrevistas y conferencias, no


ha generado, al menos en el ambiente académico colombiano,
una discusión de sus tesis originales en torno al desarrollo del
capitalismo y la modernidad6.

Sería un reduccionismo pensar que la hegemonía intelectual


de estos autores contemporáneos depende exclusivamente
de factores extra-académicos, pero igualmente es ingenuo
creer que no existe relación alguna. Como bien lo anota el
historiador francés Roger Chartier: todo texto refleja en sus
formas y en sus temáticas una relación con la manera en
que, en un marco espacio-temporal se organizan el modo de
ejercicio del poder, las configuraciones sociales o la economía
de la personalidad. El escritor produce su obra sujeto a la
lógica del mercado o mecenazgo, que definen su condición, y
por otras determinaciones no conscientes que están presentes
en la obra, expresando una continua tensión entre la capacidad
creativa de los individuos singulares o de las comunidades de
interpretación con los constreñimientos y normas que limitan
lo que es posible pensar y enunciar (Chartier, 1994:24).

Lo anterior lleva al sociólogo italiano Franco Ferrarotti a


afirmar que los clásicos de la sociología son tales porque no
han esperado del mercado ni de los contratistas, públicos o
privados, que les fijaran sus temas de indagación [y porque
han mantenido su] no disponibilidad respecto a la moda

6
En México, Carlos Antonio Aguirre ha realizado una aproximación crítica
a las principales tesis y contribuciones desarrolladas por Immanuel Wallerstein
(véase Aguirre, C., Immanuel Wallerstein: crítica del sistema-mundo capitalista.
México: Era, 2003).
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 149

intelectual, sea para colocarse de manera franca y leal de


frente a los problemas históricamente maduros de la época en
que se encuentra, o vivir independientemente de su presunta
o real atendibilidad (Ferrarotti, 1997: 272)

Vale la pena reflexionar sobre el concepto mismo de lo clásico,


sujeto a múltiples indeterminaciones y confusiones.

EL CONCEPTO DE LO CLÁSICO Y SU RELACIÓN


CON LO MODERNO

Existe una tendencia generalizada a ver en lo clásico la


antítesis de lo moderno. Dicha interpretación está cargada
de un juicio valorativo sobre la pertinencia de lo clásico a
la realidad social, pues en estos dos polos de la ecuación lo
moderno se identifica con el presente, mientras que lo clásico
se remite a un pasado que ha perdido vigencia y que no tiene
ninguna relevancia más allá de su significación histórica.
La relación entre lo clásico y lo moderno, sin embargo, es
mucho más compleja: “Lo moderno se apoya en lo clásico
para construir nuevos significados y formas de reflejar la
realidad, pero al mismo tiempo lo cuestiona. Lo clásico
adquiere así un significado distinto que, en lugar de basarse
en su contraposición a lo moderno, enfatiza la continuidad y
su reciproca influencia” (Laraña, 1996:16).

De tal modo que un autor clásico, lejos de constituir una


reliquia del pasado, conserva toda su actualidad porque
muchos de sus planteamientos siguen siendo válidos para
interpretar y comprender la realidad social o trazan senderos
150 Miguel Ángel Beltrán Villegas

para su investigación. Los clásicos se constituyen así en una


pieza fundamental para la reflexión teórica, y ocupan un lugar
preeminente en la investigación, en la cátedra y en todas las
discusiones referidas a ese campo de conocimiento. No se trata
con esto de descubrir en una obra clásica verdades absolutas,
más allá de cualquier consideración espaciotemporal, pero sí
de valorar suficientemente cuál fue el sentido de sus preguntas
y sus respuestas, y su pertinencia para iluminar problemas de
nuestro tiempo, que transcurren en contextos muy disimiles a
aquel en el que fueron formulados originalmente.

Hechas estas precisiones conceptuales, podemos concluir que


existe una correspondencia dialéctica y complementaria entre
la sociología clásica y la contemporánea. En tal sentido, los
esfuerzos de construcción teórica hoy remiten necesariamente a
una relectura de los autores clásicos. Coincidimos plenamente,
entonces, con Jeffrey Alexander, cuando afirma que “los
clásicos son productos de investigación a los que se les
concede un rango privilegiado frente a las investigaciones
contemporáneas del mismo campo”. El concepto de rango
privilegiado, continúa el sociólogo norteamericano, “significa
que los científicos contemporáneos dedicados a esa disciplina
creen que entendiendo dichas obras anteriores pueden aprender
de su campo de investigación tanto como puedan aprender de
la obra de sus propios contemporáneos” (Alexander, 1991:23).

Una revisión de la obra de Jurgen Habermas y Anthony Giddens


permite corroborar la anterior afirmación. Los escritos de estos
dos autores –por cierto muy representativos de la sociología
europea contemporánea– se erigen en dos sólidas tentativas de
reinterpretación crítica de la obra de Marx, Weber, Durkheim
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 151

y Parsons (en el caso específico de Habermas). Trátese de la


teoría de la acción comunicativa (Habermas) o de la teoría de la
estructuración (Giddens), cada uno de ellos intenta reconstruir
el proceso de producción de la vida social, integrando la doble
perspectiva del agente/estructura al tomar como punto de partida
los debates de la sociología clásica.

Esfuerzos paralelos pueden encontrarse en la sociología


norteamericana, a través de otros autores que intentan
una recuperación de las tradiciones micro/macro, acorde
con las necesidades de interpretación de la realidad social
contemporánea. Mención aparte requiere la obra de Nikias
Luhmann, que tiene como interlocutor permanente a la
sociología clásica en el campo de la teoría de la sociedad,
aunque ubicándose en una perspectiva radicalmente crítica.

Para algunos autores, la reconstrucción y confrontación de


teorías antagónicas es un ejercicio frustrado y estéril que no
puede más que conducir a un “eclecticismo espurio”, con el
argumento de que son teorías que se asume o se demuestra
que son contrarias y que se anulan mutuamente. Cuando se
cambia de paradigma, se hace de tal forma que no cabe la
posibilidad de comparación entre el nuevo y el precedente7.

¿CÓMO ESTUDIAR A LOS CLÁSICOS?

Una vez admitida la importancia que tienen los autores


clásicos –europeos, norteamericanos y latinoamericanos– en

7
En el fondo de estos planteamientos está el argumento de Thomas Kuhn
acerca de la inconmensurabilidad.
152 Miguel Ángel Beltrán Villegas

la reflexión sociológica contemporánea, cabe preguntar ¿cómo


aproximarnos a su pensamiento? Para algunos la respuesta a esta
pregunta no tiene mayores dificultades: basta con establecer un
inventario cronológico de sus escritos, hacer una lectura atenta
de los mismos y dejar en claro sus posturas intelectuales en
función de los grandes hechos políticos del momento. Ésta es,
sin embargo, la vía más rápida para momificar su pensamiento
y construir un altar para su veneración.

Contrariamente, la lectura de los clásicos exige un refrescante


ejercicio de iconoclastia, que trate de oponer a las pretensiones
de búsqueda de lo inamovible del autor, la actualidad viva de
un Marx, un Weber o un Mariátegui, para reflexionar el aquí
y el ahora; que reconozca sus diferentes juegos intelectuales
frente a una lectura lineal de su pensamiento; que dialogue con
las interpretaciones cambiantes de sus discípulos, venciendo
el principio sacralizado de que el pensamiento del maestro
es inmaculado.

De lo anterior se desprende que existen múltiples fórmulas


para abordar la lectura de un clásico. Como lo señala Jeffrey
Alexander, en su ya citado artículo “La centralidad de
los clásicos”: todas las grandes obras son ambivalentes y
contradictorias, y el pretender asumirlas como totalidades
cerradas no es más que tratar de revivir el viejo ideal
positivista, de donde se sigue que en las disciplinas sociales
nos enfrentamos no tanto a los textos en sí mismos, sino a las
interpretaciones que de ellos se han hecho (Alexander, 1991).

Dando cuerpo al debate que hasta aquí hemos propuesto, y


recogiendo las aportaciones del sociólogo de la Universidad
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 153

de California arriba mencionado, podríamos trazar algunas


pautas para el estudio de los clásicos que, a su vez, pueden
hacerse extensivas para los clásicos latinoamericanos hoy.

En primer lugar, y tomando en consideración que el sociólogo


no plantea su trabajo por encima de las ideologías y los
intereses políticos sino que es hijo de su tiempo, un punto
de partida para la aproximación a la teoría clásica es el
conocimiento de los autores que le dieron luz y el contexto
histórico en el cual se desenvolvieron: ¿cuándo y cómo
vivieron?, ¿dónde desarrollaron su actividad intelectual?,
¿por qué pensaban así? Son interrogantes que pretenden
rescatar la dimensión humana de la sociología, más allá de
las abstracciones puramente teóricas.

No se trata de establecer una relación unicausal entre la


biografía del autor, el contexto histórico y sus planteamientos
teóricos, pero sí de descubrir, detrás de los textos teóricos,
seres humanos con pasiones, debilidades y aprehensiones,
inmersos en el espíritu de su época: las relaciones de Marx con
su amigo Engels y su exilio forzado en Inglaterra; las tensiones
de un Max Weber entre sus padres y sus aspiraciones políticas
bajo la República de Weimar; las preocupaciones políticas e
intelectuales de Durkheim frente al caso Dreyfus y el impacto
que tuvo en su vida el suicidio de su compañero de estudios
en la Escuela Normal, Víctor Hommay; el presidio político
que vivió José Marti en sus primeros años de juventud y su
periplo por España, América Latina y Estados Unidos; los
quebrantos de salud de Mariátegui y su vivencia en la Italia
de los años veinte son hechos que marcaron la obra intelectual
de estos autores.
154 Miguel Ángel Beltrán Villegas

En segundo lugar, el lector también debe estar en capacidad


de identificar las trayectorias intelectuales de los clásicos.
Es imposible que una historiografía crítica de acceso a los
clásicos acepte un punto de vista homogéneo desde el cual
llevar a cabo la comprensión de un autor o de un contexto
histórico. Las preocupaciones teóricas del Parsons de los
años treinta no son las mismas que las del Parsons de los
años cincuenta, que ya ha asimilado muchas de las críticas
que se le plantearon a su obra temprana sobre la estructura
de la acción social. Otro tanto puede decirse de Mariátegui:
él mismo distinguía entre dos grandes etapas en su historia
vital separadas por su viaje a Europa en 1919; lo que no quiere
decir que no existan líneas de continuidad en sus reflexiones.
La incomprensión de estos recorridos intelectuales llevó en su
momento a contraponer el “Marx joven” al “Marx maduro”.

En tercer lugar, las obras clásicas no pueden ser estudiadas


como textos cerrados en si mismos. Alexander considera
que, en vez de limitarnos a estudiar las obras (lo cual es
indispensable), es necesario hacerlo en el marco de tradiciones
interpretativas que nos permitan darnos cuenta de cómo
los diferentes textos han sido reconstruidos a través de
interpretaciones. La lectura de los libros debe vincularse con
los diferentes periodos del debate interpretativo de los mismos.

Siguiendo los planteamientos trazados por el historiador


Roger Chartier, podemos afirmar que las obras no tienen
sentido estático, fijo, universal, sino que están revestidas de
significaciones diferentes y cambiantes que se construyen en
el espacio de encuentro de una propuesta y una recepción.
Los sentidos atribuidos a sus formas y a sus motivos están
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 155

en función de las competencias o de las expectativas de los


diferentes públicos que se adueñan de ellas. Esta relación no
es la misma en todas partes, ni aplicable para todos; de allí
que el historiador del libro deba reconocer sus variaciones y
captar las diferencias entre las comunidades de lectores y sus
prácticas de lectura. Los libros son descifrados “a partir de los
esquemas mentales y afectivos que constituyen la ‘cultura’ (en
el sentido antropológico) de las comunidades que los reciben,
se convierten para estas en un recurso precioso para pensar
lo esencial: la construcción del vinculo social, la subjetividad
individual, la relación con lo sagrado” (Chartier, 1994:21).

Los clásicos no admiten una única lectura. La lectura de los


mismos debe verse en relación con los diferentes marcos
interpretativos que entran en contradicción entre si. Esto hace
posible las interpretaciones divergentes de la obra de Max
Weber, en autores como Richard Bendix, Talcott Parsons
y Jurgen Habermas. Del mismo modo, son contrastantes
las lecturas de Lewis Coser y Anthony Giddens en torno
al conservadurismo de Durkheim. En América Latina son
conocidos los debates que ha suscitado la apropiación
de la obra de Mariátegui. Cabe reseñar por ejemplo las
interpretaciones realizadas por el Partido Comunista Peruano
y el Partido Aprista a intelectuales como José Arico. Sin
embargo, la aceptación de un pluralismo de interpretaciones
no puede quedar reducida a un simple juego plural de
historias sin sentido, porque esto sería tanto como admitir la
proliferación acrítica de relatos desvertebrados.

En cuarto lugar, la aproximación a los clásicos debe hacerse


estableciendo un círculo de problemáticas, crisis o momentos
156 Miguel Ángel Beltrán Villegas

en que se cortan tales cuestiones y, en último término,


estableciendo como esas crisis o momentos inciden sobre los
diferentes autores. Cuando leemos El suicidio de Durkheim,
no nos interesa tanto la exactitud de sus tablas estadísticas
–que posteriores investigaciones empíricas han corregido e
incluso refutado– sino las relaciones que establece el autor,
por ejemplo, entre Ia filiación religiosa y las tasas de suicidio;
tal, como el mismo sociólogo francés lo señala en su prólogo,
es posible inferir allí “algunas indicaciones sobre las causas
del malestar general que sufren actualmente las sociedades
europeas y sobre todo los remedios que puedan atenuarlo”.

LOS CLÁSICOS LATINOAMERICANOS

Para finalizar, quisiera enumerar, rápidamente, algunas líneas


problemáticas presentes en los clásicos latinoamericanos
y de las cuales podría alimentarse hoy la sociología
latinoamericana.

Una primera línea de interés nos remite a las reflexiones


críticas en torno al colonialismo y su defensa de la libre
autodeterminación de los pueblos. En ese sentido, los
diagnósticos y las intuiciones políticas formuladas por autores
como Martí a fines del siglo XIX, en los que denunciaba
las pretensiones de Estados Unidos sobre América Latina,
guardan particular vigencia. “Conozco el monstruo porque
viví en sus entrañas”, escribía Martí, cuya estancia en dicho
país por cerca de quince años le permitió describir y analizar
con gran agudeza los rasgos de la sociedad estadounidense
de aquellos tiempos. En su intervención en la Conferencia
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 157

Monetaria Internacional –1891– advertía Martí: “A todo


convite entre pueblos hay que buscarle las razones ocultas.
Ningún pueblo hace nada contra su interés; de lo que se deduce
que lo que un pueblo hace es lo que está en su interés. Si dos
naciones no tienen intereses comunes, no pueden juntarse.
Si se juntan, chocan. Los pueblos menores, que están aún en
los vuelcos de la gestación, no pueden unirse sin peligro con
los que buscan un remedio al exceso de productos de una
población compacta y agresiva, y un desagüe a sus turbas
inquietas, en la unión con los pueblos menores” (Martí,
1997:308).

Al releer estas palabras resulta inevitable pensar en el interés


manifiesto de Washington por implantar su hegemonía en
el continente, a través del impulso al ALCA –Área de Libre
Comercio de las Américas– y los Tratados de Libre Comercio
–TLC–, con todas sus implicaciones.

Ante estos hechos, la necesidad de fortalecer la unidad


latinoamericana como fórmula para hacer frente al avance
expansionista de los Estados Unidos constituye una tarea
pendiente, que supo visualizar tempranamente Simón Bolívar
y, hacia finales del siglo XIX fue retomada por autores como
José Martí, José Ingenieros y José Enrique Rodó.

Otra línea de interés para la sociología latinoamericana la


constituye Ia asunción de una perspectiva sociológica que
intenta pensar la realidad cultural de la región desde la
observación atenta de su pluriculturalidad. En este nivel,
tanto Martí como Mariátegui aportan una perspectiva para
abordar la realidad latinoamericana, sustentada en una actitud
158 Miguel Ángel Beltrán Villegas

de apertura hacia el conocimiento de los otros, sin renunciar


con ello a la capacidad de decantar, seleccionar y valorar lo
propio. En una palabra, se trata de buscar respuestas a nuestros
problemas, sin ignorar las ideas ajenas, pero, al mismo
tiempo, sin quedarse en ellas. Esta cualidad mental cobra
particular importancia en un momento en que los fenómenos
de globalización pretenden Ia uniformización cultural.

Habría muchos temas más para abordar; sin embargo,


atendiendo a que el objetivo de este artículo es simplemente
sugerir algunas líneas de debate en torno a los clásicos, solo
quisiera finalizar realzando la importancia que tiene este
encuentro conmemorativo del natalicio de Durkheim. La
lectura de su obra nos ofrece un buen ejemplo de que es posible
(y necesario) un diálogo de los clásicos con los problemas que
hoy nos plantea Ia sociología contemporánea.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Alexander, J. (1991). “La centralidad de los clásicos”, en Giddens, A.


& J. Turner. La teoría social hoy. México: Alianza, p. 23.

Chartier, R. (1994). El orden de los libros. Lecturas, autores y bibliotecas


en Europa entre los siglos XIV y XVIII. Barcelona: Gedisa.

Ferrarotti, F. (1997). El pensamiento sociológico, de Augusto Comte a


Max Horkheimer. Barcelona: Peninsula.

Giddens, A. (1999). La tercera vía. La renovación de Ia democracia.


Madrid: Taurus.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 159
Laraña, E. (1996). La actualidad de los clásicos y las teorías del
comportamiento colectivo. Revista Española de Investigaciones
Sociológicas,No. 74, p. 15-43.

Martí, J. (1997) Obras completas. Tomo IV. La Habana: Felix Varela.

Perez, H. (1998). Norbert Elias: un sociólogo contemporáneo. Teoría


y método. Bogotá: Fondo de Ediciones Sociológicas.

Weiller, V. (1998). Figuraciones en proceso. Bogotá: Universidad


Industrial de Santander, Universidad Nacional y Fundación Social.

Zabludovsky, G. (1995). Sociología política, el debate clásico y


contemporáneo. México: Porrúa - UNAM.
160 Miguel Ángel Beltrán Villegas
161

LA SOCIOLOGÍA HOY: NUEVOS


HORIZONTES Y VIEJOS PROBLEMAS*

Cuando se emprende un balance de la sociología


contemporánea, la primera sensación que se tiene es de una
cierta perplejidad frente a los rápidos y profundos cambios que
parecen operarse allí. Éstos aparecen generalmente asociados
a la necesidad de una revisión completa de los criterios
tradicionales que fundamentaron el quehacer sociológico en
la segunda mitad del siglo XX. Los recurrentes debates que en
un cierto tono apocalíptico anuncian el “fin de la modernidad”,
“el fin de la historia”, “el fin de los grandes relatos”, “el fin
del sujeto”, “el fin de la razón ilustrada”, “el fin de los estados
nacionales”, “el fin de las ideologías”, “el fin de las utopías”,
son indicativos de que efectivamente algo está concluyendo
y que se perfila un nuevo momento cuyos contornos aún no
acaban de definirse.

*
Tomado de Sociología. Revista de la Facultad de Sociología de Unaula.
Medellín, No. 27, 2004, pp. 26-36. El presente artículo tiene como base
una conferencia impartida el 24 de octubre de 2000 en Ia Cátedra Abierta,
“Perspectivas y Lecturas Sociológicas”, organizada por la Facultad de Sociología
de la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín.
162 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Resulta revelador de estos cambios que temáticas como la de


las clases sociales, la neutralidad valorativa, la objetividad,
la caracterización de las formaciones económico-sociales, la
vigencia de los estados nacionales, las luchas de liberación
nacional y las formas de dependencia, que ocuparon la
atención de los cientistas sociales en las décadas que siguieron
a la segunda postguerra, hayan sido desplazadas hoy por un
creciente interés hacia la subjetividad, las identidades étnicas
y de género, la ciudadanía, el análisis de la vida cotidiana, la
perspectiva global y el multiculturalismo, entre otras.

Asimismo, el constante esfuerzo de los sociólogos por ofrecer


una definición de la sociedad contemporánea en términos
de “sociedad postindustrial”, “sociedad trasparente”, “aldea
global”, “sociedad del riesgo global”, “sociedad compleja”,
“sociedad de la información”, “sociedad red”, “modernidad
radicalizada”, “neomodernidad”1, reflejan un interés teórico
por construir nuevas categorías conceptuales que den cuenta
de las transformaciones sociales que estamos viviendo, y que
parecieran modificar sustancialmente los modos de vida actual
y de interacción de la experiencia humana.

La creciente ampliación de los campos de especialización


sociológica, v.gr. sociología de la vejez, sociología de la

1
Cf. Daniel Bell. El advenimiento de la sociedad postindustrial. Madrid:
Alianza, 1991; Vattimo, Gianni. “Posmoderno: ¿una sociedad transparente?”, en
La sociedad transparente, Barcelona: Paidós, 1989; Ulrich Beck. Sociedad del
riesgo global. Madrid: Siglo XXI, 2002; Luhmann, Nildas. Sociedad y sistema.
La ambición de la teoría. Barcelona: Paidós, 1990; Manuel Castells. La era de
la información. La sociedad red. Madrid: Alianza, 1996; Giddens, Anthony.
Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza Universidad, 1993.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 163

infancia, sociología de las emociones, sociología de la


reproducción, sociología del deporte, que dan cuenta de un
saludable intercambio con otras disciplinas como la ecología,
la antropología, la biología, la psicología, los estudios
culturales y de género, constituye un indicio más de los nuevos
horizontes temáticos que preocupan a la sociología hoy.

De otra parte, la misma disciplina ha ganado un mayor


reconocimiento social, entre otras razones por el papel
protagónico que han jugado algunos sociólogos en la escena
contemporánea. El siglo XXI abrió sus puertas con el sociólogo
brasileño Fernando Henrique Cardoso, como presidente de una
de las doce economías más ricas del mundo; mientras que en
dos años consecutivos los noticieros informaron de la entrega
del premio “Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales” a
dos prestigiosos sociólogos: Anthony Giddens –2002– y Jurgen
Habermas –2003–, el primero de ellos ya reconocido por ser
uno de los principales impulsores de la llamada “Tercera Vía”
y asesor del primer ministro británico Tony Blair.

Concomitante a ello, la producción sociológica ha logrado niveles


de divulgación inimaginables. En la última década, las casas
editoriales han publicado, traducido y reeditado numerosas obras
de autores europeos y norteamericanos como Norbert Elías, Alain
Touraine, Pierre Bourdieu, Niklas Luhmann, Jurgen Habermas,
Erving Goffman, Anthony Giddens, Jeffrey Alexander, Jon Elster,
Ulrich Beck, Immanuel Wallerstein, Manuel Castells, cuyos
escritos hasta hace una década eran prácticamente desconocidos
para el lector de habla española, pero que en los últimos años se
han convertido en referencia obligada para cualquier estudioso
de las ciencias sociales en nuestros países.
164 Miguel Ángel Beltrán Villegas

No obstante, pasada esta primera impresión “sensacionalista”


de la sociología contemporánea surgen inevitablemente
algunos interrogantes: ¿Realmente los cambios en Ia
realidad social anuncian el surgimiento de novedosas
formas de vida y organización social que se apartan de
aquellas promovidas por las instituciones modernas? ¿Han
perdido vigencia los sociólogos clásicos en favor de nuevas
elaboraciones teóricas que estarían dando cuenta de la
sociedad contemporánea? ¿Estamos asistiendo a una gran
revolución teórica, metodológica y temática en la sociología?

Mi interés en este artículo es abordar estas preguntas desde


una triple perspectiva: la relación teoría/ideología y crisis
paradigmática; la dialéctica de lo clásico y lo contemporáneo;
y la caracterización epocal, con el fin de demostrar que los
cambios temáticos, conceptuales y de autores en la sociología
contemporánea nos revelan tendencias y situaciones
contradictorias que pueden ser explicadas recurriendo a las
tradiciones mismas de la sociología clásica.

TEORÍA SOCIOLÓGICA, IDEOLOGÍA Y CRISIS


PARADIGMÁTICA

Los criterios que han guiado el análisis sociológico de la


realidad social han sido objeto de continuos debates no solo
epistemológicos sino, también, de orden político e ideológico.
La sociología del “orden” y el “progreso” definida por Augusto
Comte es una buena muestra del papel social y político que,
desde sus inicios, desempeñó esta disciplina, en un mundo
conmocionado por los profundos cambios que generó la
revolución francesa (cf. Marcuse, 1976:331-49).
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 165

Es por ello que la reflexión sociológica no puede pensarse por


fuera de los marcos socioeconómicos, políticos y culturales
que le dan vida, ignorando la incidencia que tienen estos
contextos sobre las orientaciones de la investigación social
y sus aparatos teórico-metodológicos. En este sentido, el
interés hacia ciertos problemas de investigación no es el
simple resultado de la confrontación misma de la sociedad
y de su teoría, sino que está mediado, también, por factores
extradisciplinarios.

En cada período histórico emerge una teoría social hegemónica


reflejo de una narrativa dominante, adoptada y desarrollada
por el entramado intelectual más influyente que pretende dar
“al mundo en que viven una coherencia formal de la que en
gran parte carece” (Alexander, 2000:66). Esta teoría social
dominante no sólo tiene una epistemología particular sino
una codificación del mundo que se percibe simplificando
la complejidad de las visiones sociales y estableciendo una
dicotomía y oposiciones polarizadas que sirven para dar
sentido al tiempo presente y un horizonte futuro2. Desde luego,
esto no significa que no haya contracorrientes que enfrentan
este pensamiento hegemónico e incluso que asumen una cierta
hibridez discursiva, pero que en lo fundamental permanecen
ocultas y silenciadas por la teoría social dominante.

En la segunda posguerra las formulaciones teóricas que


se hicieron dominantes fueron las visiones positivistas,
estructural-funcionalistas y marxistas de la sociedad, como

2
Las tipologías binarias: tradición/modernidad; socialismo/capitalismo;
modernidad/postmodernidad, son una expresión de este fenómeno.
166 Miguel Ángel Beltrán Villegas

expresión de la configuración de un mundo políticamente


definido por la llamada “guerra fría” entre Estados Unidos
y la URSS.

La hegemonía política y económica de los Estados Unidos3


significó que la actividad científica social se desarrollara
principalmente en instituciones estadounidenses en una
medida inusitada y afectó el modelo en que los científicos
sociales definían sus prioridades, primando fundamentalmente
motivaciones políticas: Estados Unidos, debido a su papel
político de potencia mundial, necesitaba conocer y por lo
tanto tener especialistas acerca de las realidades actuales de
esas regiones que estaban bajo su dominio, especialmente en
el momento en que tenían cada vez más actividad política.

La política de las fundaciones americanas jugó un papel muy


importante en la reconstrucción e institucionalización de la
sociología después de la Segunda Guerra Mundial, tanto en
Estados Unidos como en Europa4. Los fondos de la Fundación
Rockefeller fueron aplicados a Estados Unidos, Europa
y América Latina. Junto a ella otras fundaciones como la

3
Estados Unidos salió de Ia Segunda Guerra Mundial con una fuerza
económica abrumadora; es un período de prosperidad y de optimismo. Mientras
que Europa vive una etapa difícil: de reconstrucción (con Ia intervención de los
Estados Unidos), de crisis de su dominio colonial y de auge en su interior de los
partidos comunistas (Francia e Italia), en esta etapa prima en América Latina un
enfoque universalista que se expresa, p. ej. en los enfoques sobre las teorías de
Ia modernización; pero es un panorama que cambia radicalmente al iniciar la
década de los 60 con el triunfo do la revolución cubana.

4
Para un papel de las fundaciones americanas cf. Joseph Picó. Los años
dorados de la Sociología (1945-1975). México: Alianza, 2003, cap. II.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 167

Gugenheim, la Carnegie, el American Council, la Fullbright


y Ford financiaron becas y ayudas para que estudiantes
estadounidenses realizaran estudios fuera del país, a tiempo
que contribuyeron al patrocinio de conferencias y periódicos,
fundación de librerías o el financiamiento de bibliotecas y
profesores visitantes.

Durante el período de la guerra mundial universidades como


Columbia, Harvard y Chicago se vieron beneficiadas por el
protagonismo creciente de dichas fundaciones. Esta política
se vio reforzada con la emigración obligada y, en algunos
casos, voluntaria de intelectuales europeos a EEUU. Una
vez concluido el conflicto, muchos de ellos retornaron a
sus países de origen, lo que favoreció la importación de
técnicas de investigación y teorías y la difusión de autores
norteamericanos que fueron conocidos en Europa.

Por otro lado, el ensanchamiento del campo socialista y la


hegemonía dentro de él de la Unión Soviética conllevó al
predominio de un marxismo osificado. A partir de 1946 la
URSS inicia una fuerte campaña ideológica, cuyo objetivo
fue la glorificación de Stalin, el PCUS y el Estado soviético.
Estas directrices tomaron cuerpo, durante los últimos años
del período estaliniano con la publicación de una serie de
manuales de materialismo dialéctico e histórico, orientados
a difundir las premisas del marxismo5. Proceso que estuvo

5
Ejemplos típicos son el Materialismo histórico editado por F. V.
Konstantinov –1951– y el Diccionario de filosofía, compilado por Yudin y M.
Rozental. La característica de estos manuales era la de condensar todos los
principios del marxismo-leninismo en una serie de fórmulas simples.
168 Miguel Ángel Beltrán Villegas

acompañado de la unificación del campo socialista en lo


referente a su política e ideología, donde la URSS se erigía
como modelo para los países que estaban sentando las bases de
una sociedad socialista y como ejemplo y guía de los partidos
comunistas occidentales6.

Es en este contexto histórico-social que el estructural-


funcionalismo y el marxismo se erigen en paradigmas
hegemónicos de las Ciencias Sociales. Como en su momento
lo advirtió el sociólogo norteamericano Alvin Gouldner “la
sociología mundial sufrió una fisión binaria; la ‘mitad’ de
ella pasó a ser sociología académica, dentro de la cual la
tradición funcionalista terminó por convertirse en síntesis
teórica predominante, mientras que la otra ‘mitad’ se hacía
marxista” (Gouldner, 1973:407).

Pero estos dos modelos de teoría social –aparentemente


irreconciliables – luego del deshielo de la guerra fría
terminaron convergiendo hacia un mismo paradigma de hacer
ciencia, que compartía elementos comunes: “Sospechaban
de la metafísica, deseaban definir con nitidez qué era lo que
había que considerar científico, insistían en la verificabilidad
de los conceptos, y tenía cierta inclinación a construir teorías
de corte hipotético-deductivo” (Giddens y Turner, 1990:10).

6
Uno de los instrumentos utilizados por Stalin para conseguir Ia obediencia
de los partidos comunistas gobernantes en la Europa del Este, y de todos los demás
comunistas fue el Buró de Información de los Partidos Comunistas (Kominform),
que incluía representantes de todos los partidos comunistas en el gobierno de la
Europa Oriental, excepción hecha de Albania y Alemania del Este (soviético,
polaco, checoslovaco, húngaro, búlgaro y yugoslavo), además del francés y el
italiano.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 169

El mundo social aparecía visto de una manera dicotómica,


donde se contraponían lo objetivo vs lo subjetivo, la estructura
vs el individuo, lo macro vs lo micro, lo material vs lo ideal, la
explicación causal vs la interpretación, tomando partido por lo
objetivo, la estructura, lo macro, lo material y la explicación causal.

Contra estas antinomias la sociología contemporánea ha ido


definiendo, en las dos últimas décadas, un nuevo espacio de
interrogantes, explorando nuevos campos de investigación
que toman partido por las visiones microsociológicas e
individualistas, que recuperan la subjetividad, la comprensión
interpretativa y, en no pocos casos, apuntan a superar
las tradicionales oposiciones entre macrosociología y
microsociología, los aspectos objetivos y subjetivos del
mundo social, estableciendo lazos entre el punto de vista
exterior del observador y las formas en que los actores
perciben y viven lo que hacen mientras actúan.

Bajo estas premisas podemos entender la llamada “crisis


de los grandes paradigmas”, como una crisis de las teorías
omnicomprensivas de la sociedad que pretendieron dar cuenta
de los procesos histórico-sociales a través de una concepción
única y totalizante del desarrollo humano y que hegemonizaron
la teoría social en el período de la segunda postguerra. Una
consecuencia inmediata de esta crisis paradigmática ha sido
la revalorización, por parte de la sociología contemporánea,
de corrientes teóricas que en su momento fueron relegadas
a un segundo plano por las visiones marxistas ortodoxas y
estructural-funcionalistas, v.gr. la fenomenología (Schutz),
la hermenéutica (Gadamer), el interaccionismo simbólico
(Mead) y el enfoque dramatúrgico (Goffman), entre otros.
170 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Por otro lado, el desarrollo de nuevas propuestas hacia la


integración de lo micro/macro, las grandes síntesis teóricas
o los enfoques multidimensionales: v.gr. teoría de la
estructuración (Giddens), teoría de la práctica (Bourdieu),
sociología multidimensional (Alexander), teoría de la acción
comunicativa (Habermas) y paradigma sociológico integrado
(Ritzer) que, hay que decirlo, cuentan con un importante
antecedente en la sociología figuracional de Norbert Elias.

EL DEBATE POSMODERNO:
DESENCANTO Y RETOS TEÓRICOS

Al finalizar la década de los sesenta, la reflexión postmoderna


empieza a abrirse campo en el terreno de las Ciencias Sociales7.
Algunos de los teóricos más representativos de este debate
son el sociólogo de la Universidad de Harvard, Daniel Bell,
el filósofo alemán y representante de la Escuela de Frankfurt,

7
El debate postmoderno hunde sus raíces en las discusiones suscitadas en
el campo de lo estético a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Es en este
período cuando las corrientes modernistas cuestionan las reglas sobre las que
el arte se había fundamentado hasta el momento y tratan de mirar el mundo
con ojos nuevos, colocando su acento en la creatividad e imaginación personal:
el escritor abandona el relato lineal y secuencial para dar vida a una narrativa
caracterizada por una simultaneidad de experiencias, donde se entremezclan
el pasado, el presente y el futuro; el artista transforma su objeto formal en un
juego de percepciones múltiples, asimilando todos los temas y materiales; el
urbanista modifica las dimensiones espacio-temporales de la ciudad, propiciando
un ambiente de mayor libertad. No obstante, el carácter innovador de este
movimiento, para los años quo siguieron al fin de la II Guerra Mundial, logra ser
institucionalizado por el mercado. El arte propiamente postmoderno irrumpirá
como una reacción a esta institucionalidad, buscando nuevas alternativas y
declarando Ia Iibertad del artista para expresar en cualquier forma lo que desee.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 171

Jürgen Habermas, y el filósofo francés Jean Francois Lyotard.


Para 1979 este último publica en Francia su libro La condición
postmoderna que, concebido inicialmente como un informe
sobre el saber en las sociedades más desarrolladas, propuesto
al Conseil des Universités del gobierno de Québec, muy
pronto se convierte en una suerte de manifiesto de este
movimiento. En sus páginas introductorias el autor define el
postmodernismo como “el estado de la cultura después de
las transformaciones que han afectado a las reglas del juego
de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo
XIX” (Lyotard, 1993:9).

Desde esta perspectiva, el pensamiento postmoderno puede


verse como una teoría social explicativa que ha hecho
contribuciones muy importantes en el campo de la reflexión
de Ia cultura, la ciencia, la epistemología y las perspectivas de
género. Sin embargo –y como bien lo ha puesto de presente
Alexander– “el postmodernismo ha confeccionado una
importante y aglutinante teoría general de la sociedad [...]
debe concebirse en términos extracientíficos, no solo como
un recurso explicativo” (Alexander, 2000:84). En este sentido,
el postmodemismo pretende plantear nuevas tendencias en la
historia, la estructura social y la vida moral.

De este modo, por más que Ia postmodernidad haya anunciado


Ia muerte de los grandes relatos, no ha dejado de formularse
a sí misma como otro gran relato; por más que pregone la
diversidad del mundo, no deja de proclamar su uniformización
intelectual, negando las posibilidades de nuevas alternativas
económicas, políticas o culturales. Asimismo, la existencia
de problemas globales de la humanidad, los límites de la
172 Miguel Ángel Beltrán Villegas

expansión capitalista y las inconsistencias de los órdenes


políticos basados en la democracia liberal, restan piso a Ia
visión posmoderna.

La posmodernidad concibe a los actores encerrados en su


subjetivismo, obsesionados por su identidad y sólo ve en los
demás lo que los diferencia de él mismo. Esta diferenciación
absoluta, este multiculturalismo sin límites, tal como se ve
en vastas partes del mundo y que a veces toma la forma
de una presión ideológica que proclama e impone este
multiculturalismo absoluto, lleva consigo el racismo y la
guerra religiosa.

Vista la teoría postmoderna en esta dimensión extracientífica,


ésta aparece como una ideología del desencanto intelectual
y como un intento de enmendar el problema del sentido
ocasionado por el fracaso acaecido en los sesenta. No por
azar los intelectuales marxistas y postmarxistas articularon
el pensamiento postmoderno como reacción al hecho de que
el período del radicalismo heroico y colectivo pareciera estar
diluyéndose.

Los sucesos intelectuales tienden a invertir el código binario


de la teoría hegemónica precedente. Para el postmodernismo,
el nuevo código implica una mayor ruptura con los valores
occidentales universalistas que con el código tradicionalismo-
modernismo del período de posguerra o que con la dicotomía
modernismo capitalista/antimodernización socialista que le
sucedió. Es una confrontación en términos binarios, lo que
en los años cincuenta se le criticaba al capitalismo; esto es,
su provincianismo, fatalismo, particularismo y aislamiento
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 173

hoy aparece como lo positivo: la privacidad, las expectativas


menos ambiciosas, el subjetivismo, la individualidad, la
particularidad y el localismo (Alexander, 2000).

Pero el pensamiento postmoderno no puede reducirse a su


simple función ideológica, pues al mismo tiempo ha generado
un ambiente propicio para nuevos debates en el ámbito de las
Ciencias Sociales (Beltrán, 2002).

Por un lado, ha favorecido un flujo transdisciplinario que


propicia un rompimiento de las fronteras existentes entre las
diferentes especialidades y que permite una reapropiación
cognitiva de categorías y estrategias de conocimiento
provenientes de otras tradiciones en el interior de un discurso
disciplinario. La consecuencia de todo esto es una permanente
renovación de los estudios sociológicos, una multiplicidad de
puntos de vista y relatividad de las perspectivas sin que pueda
hablarse de un modelo único de cientificidad, comparable a
las ciencias naturales.

GLOBALIZACIÓN: ENTRE LO VIEJO Y LO NUEVO

El fenómeno de la globalización ha suscitado numerosas


discusiones en el campo de las ciencias sociales: primeramente
fueron las teorías de la comunicación las que se ocuparon de ella,
posteriormente fue asumida por la economía y las relaciones
internacionales, y más recientemente ha pasado a constituir una
preocupación de la sociología. Cuando hablamos de globalización
estamos haciendo referencia fundamentalmente al surgimiento
de “regiones supranacionales”, las cuales buscan constituirse
174 Miguel Ángel Beltrán Villegas

en nuevos polos de poder económico y político (la Comunidad


Económica Europea, la Cuenca del Pacífico, Mercosur).

Concomitante con la idea de la condición postmoderna crece


la conciencia acerca de que el mundo se ha convertido en un
sistema social único, como resultado de los crecientes vínculos
de interdependencia. El término general para referirse a esta
situación es el de globalización8. Este concepto es más reciente
que el de internacionalización e implica una integración
funcional entre las actividades dispersas internacionalmente,
asociada fundamentalmente al surgimiento de “regiones
supranacionales”, las cuales buscan constituirse en nuevos polos
de poder económico y político. Particularmente desde la década
anterior, esa forma de estructuración mundial se caracteriza
por la intensificación en la dinámica mundial de los capitales,
las tecnologías, las comunicaciones, las mercancías y la mano
de obra, integrándose en un mercado de escala internacional.

Sin embargo, la globalización no se limita al ámbito


tecnológico, a los intercambios de mercancías y a los esquemas
de producción a escala internacional, sino que influye también
en la cultura, la comunicación y las instituciones, donde las

8
Algunos autores, como el historiador mexicano Carlos Antonio Aguirre,
consideran que el concepto de Globalización constituye un “invento de los medios
de comunicación, como una ideología y como un concepto autolegitimador del rol
creciente que ellos han ido ganando en los últimos treinta años, y que se explica
a partir de los múltiples efectos que tuvieron las fundamentales revoluciones de
1968 en todo el mundo. Desde este punto de vista, el concepto de globalización
no es un concepto riguroso”. Cf. Carlos Antonio Aguirre. “Una visión histórica del
mundo después del 11 de septiembre de 2001”. Entrevista realizada por Miguel
Ángel Beltrán para la revista Contrahistorias No. 2. México, marzo-agosto 2004.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 175

formas de expresión que se generan en una región determinada


afectan las manifestaciones culturales que se producen en
lugares distantes. El impacto globalizante de los medios de
comunicación modernos, y en particular la digitalización
de los mensajes audiovisuales impresos, interpersonales,
ha permitido mayores flujos de información que suponen
una creciente expansión del conocimiento de las diferentes
sociedades, propiciando un ensanchamiento de la interacción
social, política y económica (Held, 1997:155).

El hecho de que los individuos y los grupos puedan establecer


contacto más allá de las fronteras geográficas y acceder a una
gama de experiencias sociales y culturales antes impensables,
resulta de gran relevancia para el análisis sociológico
contemporáneo. Para algunos autores, estos procesos de
globalización acelerada cuestionan seriamente la tradicional
preocupación de los sociólogos, e incluso replantean el objeto
de estudio de una sociología que ha concebido las sociedades
modernas en términos de estados nacionales, que parte de
una concepción de la cultura que enfatiza la integración
y la homogeneidad y que, por tanto, no da cuenta de las
diversidades étnicas y las diferencias regionales9.

9
Octavio Ianni. “Sociología de la globalización” en Teorías de la
globalización. México: Siglo XXI - UNAM, 1996. El surgimiento de esta
perspectiva sociológica global estaría justificado, entre otros factores, por el
desarrollo de movimientos transnacionales básicos con claros objetivos regionales
o globales como la protección del ecosistema y la lucha contra las amenazas
nucleares; la emergencia de comunidades, actores, agencias o instituciones que se
estructuran alrededor de temas internacionales y transnacionales; el compromiso
con los derechos humanos como componente indispensable de la dignidad y la
integridad do todos los pueblos; la configuración de una suerte de sociedad civil
global.
176 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Frente a estas formulaciones es importante subrayar que


la globalización no es un fenómeno reciente pues está
estrechamente ligado a la modernidad, que es en sí misma
un proceso globalizador. Así lo pusieron de presente los
pensadores clásicos, particularmente Marx quien señalaba
hace ya más de un siglo y medio que “mediante la explotación
del mercado mundial la burguesía ha dado un carácter
cosmopolita a la producción y al consumo de todos los
países [...] En lugar del antiguo aislamiento y la amargura
de las regiones y las naciones, se establece un intercambio
universal, una interdependencia universal de las naciones.
Y esto se refiere tanto a la producción material, como a
la intelectual. La producción intelectual de una nación se
convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el
exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles;
de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una
literatura universal” (Marx y Engels, 1974:114).

El hecho de que los clásicos hayan tematizado el fenómeno


de la globalización no puede ocultar que en las dos
últimas décadas la globalización ha adquirido nuevos
rasgos, centrados “en el final de un sistema internacional
marcadamente organizado en patrones, como la separación
de la ‘nación’ respecto del ‘Estado’; la tematización política
de la polietnicidad y la multiculturalidad; la inestabilidad en
las concepciones de la ciudadanía, y un agudo incremento
tanto en las perspectivas supranacionales y globales como en
la conciencia nacional” (Robertson, 1998), transformaciones
que requieren de renovadas perspectivas de análisis.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 177

Resulta, entonces, un falsa disyuntiva enfrentar a una


“sociología del Estado-nación” una “sociología global”.
Como el propio Giddens y otros autores más lo han señalado,
en realidad en lo relacionado con la globalización, lo que
se produce es una paradoja, pues existen fenómenos que
parecen contradecir la existencia del proceso globalizador: el
renacimiento de las distintas nacionalidades en Europa y la
importancia de la conformación de identidades expresadas en
términos fundamentales, identidades territoriales, regionales,
étnicas, religiosas, de género, etc., en un proceso que supone
por un lado el renacimiento de las identidades negadas y, por
el otro, el surgimiento de nuevas identidades.

PANORAMA DE LA SOCIOLOGÍA
CONTEMPORÁNEA

A estas alturas de nuestro ensayo podemos afirmar que


nada ilustra mejor las preocupaciones de la sociología
contemporánea que el “tormento de Sísifo”, aquel personaje
de la mitología griega condenado a realizar la penosa tarea
de empujar una enorme piedra hasta la cima de una montana,
y una vez alcanzada ésta verla descender por la pendiente
hasta el pie de la misma, no teniendo otra alternativa que
reiniciar, día a día, su enorme esfuerzo. Como Sísifo, la
sociología contemporánea recorre, una y otra vez, con su
pesado cargamento de viejos temas e interrogantes el sendero
que la ha de llevar a vislumbrar el conocimiento de la verdad.

Con ello no se pretende negar que en las dos últimas


décadas el quehacer teórico de la sociología haya vivido
178 Miguel Ángel Beltrán Villegas

cambios significativos. Quizá el más importante de ellos


es la inexistencia de un enfoque predominante que pueda
presentarse como el único válido o como el más cercano a la
verdad. El cuadro que a continuación se presenta* hace una
revisión de algunas perspectivas teóricas actualmente en boga.
En él se define la naturaleza de cada una de estas propuestas
teóricas a partir de cuatro perspectivas: el individualismo
metodológico, el interaccionismo, la teoría de sistemas y el
enfoque posmoderno. En cada caso se señalan sus autores
más representativos, estableciendo su país de origen y el
lugar donde ha desarrollado su labor teórica, lo que nos
permite identificar cuáles son los centros universitarios
que están hegemonizados la producción sociológica hoy.
Al mismo tiempo el cuadro indica cuáles son las obras más
representativas del autor mencionado y, en lo posible, señala
las fechas de traducción de su obra al español, dato que resulta
útil para contextualizar el pensamiento de cada autor.

Toda elección implica una selección y simplificación en cierto


modo arbitraria, por lo que no sobra advertir que este cuadro
es apenas un bosquejo elaborado con una modesta pretensión
sistemática. De allí que esta síntesis debe ser entendida como
una especie de guía que permita orientarnos en los actuales
debates teóricos que se libran en el pensamiento sociológico
contemporáneo. América Latina ha sido deliberadamente
excluida, la riqueza de su aporte amerita una reflexión
profunda que escapa los límites propuestos en este ensayo.

*
N. del E.: Por razones técnicas, fue imposible incorporar el cuadro.
Remitimos al lector a las páginas 37-44 de Sociología, No. 27.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 179

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Alexander, Jeffrey (1991). “La centralidad de los clásicos”, en Giddens,


Anthony y Turner, Jonathan. La teoría social hoy. México: Alianza
Editorial.

Alexander, Jeffrey (2000). “Moderno, anti, post y neo: cómo se ha


intentado comprender en las teorías sociales el ‘nuevo mundo’
de ‘nuestro tiempo’”, en Jeffrey Alexander. Sociología cultural.
Formas de clasificación en las sociedades complejas. México:
FLACSO – Anthropos.

Beltrán, Miguel Ángel Beltrán (2001). “Pensar la historia en tiempos


posmodernos”, en Anuario de Historia. Universidad de Navarra,
No. 4, p. 19-41

Giddens, Anthony y Turner, Jonathan (1990). La teoría sociológica hoy.


México: Alianza - Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Gouldner, Alvin (1973). La crisis de Ia Sociología Occidental. Buenos


Aires: Amorrortu.

Held, David (1997). La democracia y el orden global. Del estado


moderno al gobierno cosmopolita. Barcelona: Paidós.

Laraña, Enrique (1996). “La actualidad de los clásicos y las teorías del
comportamiento colectivo”. Revista Española de Investigaciones
Sociológicas. Madrid, No. 74, p. 15-44.

Lyotard, Joan Francois (1993). La condición posmoderna. México:


Planeta.

Marcuse, Herbert (1976). Razón y revolución. Madrid: Alianza.

Marx, Carlos y Engels, Federico (1974). Obras escogidas. Moscú:


Progreso.
180 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Robertson, Roland (1998). “Identidad nacional y globalización: falacias


contemporáneas”. Revista Mexicana de Sociología. México, No.
1, p. 3-19.

Vattimo, Gianni (1989). “Posmoderno: ¿una sociedad transparente?”,


en La sociedad transparente. Barcelona: Paidós.
181

GLOBALIZACIÓN Y SOCIOLOGÍA:
ALGUNOS DESAFÍOS
PARA EL FIN DE SIGLO*

En la actualidad los hombres buscan en todas partes saber dónde


están, a dónde van y qué pueden hacer –si es que pueden hacer algo-
sobre el presente como historia y el futuro como responsabilidad.
Esas preguntas no puede contestarlas nadie de una vez por todas.
Cada época da sus propias respuestas. Pero precisamente ahora
hay una dificultad para nosotros. Estamos a fines de una época y
tenemos que buscar nuestras propias respuestas.

Wright Mills. La imaginación sociológica (1959)

INTRODUCCIÓN

En los últimos años la sociología ha experimentado cambios


temáticos y conceptuales significativos. Nociones como
clase social, lucha de clases, luchas de liberación nacional,
superestructura, unidos a los de nación, revolución y
explotación, parecen hoy obsoletos. En su lugar han tomado
*
Tomado de La sociología en sus escenarios. Medellín, No. 4, 2000. Centro
de Estudios de Opinión, Universidad de Antioquia.
182 Miguel Ángel Beltrán Villegas

fuerza ideas como individuo, actor social, identidad,


género, movimiento social, a tiempo que se enfatiza en lo
cotidiano, lo subjetivo, la diferencia y la integración. Todo
esto enmarcado en las configuraciones y movimientos de la
llamada globalización.

En el mismo sentido se habla de la crisis de los grandes


paradigmas que durante mucho tiempo fundamentaron el
quehacer teórico en ciencias sociales (estructuralismo y
marxismo) y de la incapacidad de las teorías clásicas para dar
cuenta de las transformaciones de la sociedad contemporánea.
Se insiste, también, en el agotamiento tanto de las visiones
omnicomprensivas como de las explicaciones deterministas
que pretendieron dar cuenta de la acción del hombre por causas
únicas. Pensadores como Emilie Durkheim, Talcott Parsons
y particularmente Carlos Marx aparecen hoy rotulados como
anacrónicos.

En su lugar, nuevas perspectivas teóricas parecen colonizar las


ciencias sociales: algunas como la teoría general de sistemas
de Niklas Luhman pretenden rescatar para la sociología una
visión holística de la realidad social a partir de una crítica
radical a la tradición sociológica ilustrada (cf. Luhmann,
1991). Otras, por el contrario, desde un enfoque individualista
de acción racional intentan trasladar los paradigmas de la
economía al análisis sociológico, para explicar los fenómenos
sociales como resultado de la interacción de agentes
maximizadores.

Asimismo, han tomado vuelo desarrollos recientes como


la teoría de la estructuración de Anthony Giddens, la
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 183

teoría de la práctica de Pierre Bordieu (1991) y el enfoque


multidimensional de Jeffrey Alexander (1988) que, desde
perspectivas integradoras, tratan de dar cuenta de la
complejidad de las sociedades contemporáneas. Paralelo a
ello está el rescate de algunas tradiciones de pensamiento
que en el pasado habían sido relegadas a un segundo plano,
pero que hoy cobran de nuevo vida: la fenomenología de
Alfred Schutz, la hermeneútica con Gadamer y Ricoeur y el
interaccionismo simbólico de Blumer. A ellos se suman nuevos
esfuerzos orientados a una revisión crítica del marxismo,
incorporando el instrumental de la teoría de juegos, la elección
racional y la filosofía analítica, para actualizar sus premisas y
ponerlas a tono con los nuevos cambios paradigmáticos (cf.
Pseworsky, 1987).

La constatación de estos hechos lleva a preguntarnos acerca


de la naturaleza de estos cambios: ¿Se trata de cambios
puramente ideológicos? o ¿se trata de cambios objetivos de
la realidad? En cualquiera de las situaciones mencionadas
(no excluyentes, por supuesto), cabe interrogarnos ¿cómo
afectan estos cambios el quehacer sociológico en América
Latina?

Por lo pronto, es preciso admitir que el discurso de la globalidad


responde, sin lugar a dudas, a una realidad inobjetable: las cada
vez más estrechas interrelaciones de las economías nacionales
y la emergencia de un sistema transnacional dominante, cuyo
ascenso coincide con un debilitamiento real de la soberanía
de los estados-nación. Asimismo, es innegable el surgimiento
de nuevos actores sociales y la creciente complejización de
las dimensiones y variables del mundo actual.
184 Miguel Ángel Beltrán Villegas

El registro de estos cambios novedosos implica


necesariamente una transformación sustancial en las
ciencias sociales, abocada a la tarea de construir nuevos
conceptos y nuevas categorías sociológicas que den cuenta
de estas transformaciones. Hoy el abordaje sociológico de las
luchas nacionales en favor de una justicia social y contra la
explotación no puede sustraerse de un cuidadoso análisis de
las luchas globales por la democracia. Las luchas étnicas y las
luchas por los derechos individuales deben ser incorporadas
también a esta reflexión teórica.

Ahora bien; si concedemos que efectivamente ha habido


cambios significativos en la realidad y en los categorías
conceptuales para aprehender esa realidad, es válido
preguntarnos: ¿Hasta dónde esta necesaria renovación teórica
y conceptual de las ciencias sociales y esta búsqueda de
instrumentos más finos para captar la realidad no nos está
llevando a abandonar muy rápidamente, y tal vez sin una
suficiente reflexión, categorías de análisis que provistas de una
mayor flexibilidad y afinación podrían dar cuenta de aspectos
de nuestra realidad social? ¿Hasta dónde nos estaremos
dejando arrastrar por modas intelectuales que en el curso de
unos pocos años tendremos que abandonar, por su falta de
rigurosidad? ¿No estaremos rindiendo un excesivo culto a lo
nuevo y abandonando lo viejo por el simple prurito de que lo
nuevo elimina lo viejo? ¿Podemos hablar hoy a un auditorio,
embebido del pensamiento posmodernista, de la miseria y
la explotación como categorías del análisis sociológico?
¿Podemos hablar a nuestros estudiantes de lucha de clases
y explotación sin temor a sonrojarnos? Es preciso descubrir
qué de lo viejo vive como presente y qué elementos nuevos
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 185

hay en la persistencia de lo viejo1. La preocupación tiene


sentido en un mundo efectivamente globalizado, donde 1.000
millones de seres humanos, esto es algo cercano a la quinta
parte de la humanidad, vive en la miseria absoluta; donde
40 mil niños mueren diariamente por factores asociados a la
desigualdad social, y, todavía más tiene sentido en un país
como Colombia que registra uno de los mayores índices de
violencia en el mundo.

Porque querámoslo o no, detrás de las realidades de la


globalización del capitalismo están todavía pendientes las
soluciones económicas y sociales de millones de desposeídos,
el reclamo de esa gran masa marginada de los beneficios de la
integración económica, el avance tecnológico y el desarrollo
de las comunicaciones. Porque tras el rostro de la lucha global
por la democracia está el cinismo de las potencias imperiales
prontas a una “intervención humanitaria” que detenga
cualquier movimiento que coloque en peligro sus intereses.
En fin, porque detrás de la lucha por el respeto al derecho
internacional están los millones de migrantes sometidos a
la discriminación racial y a las agresivas manifestaciones
xenófobas.

Ante estos hechos paradójicos, la sociología tiene frente a


sí un gran reto: el dar cuenta de las transformaciones del

1
Una interesante reflexión en este sentido puede encontrarse en el artículo de
Alejandro Labrador Sánchez “Viejos y nuevos paradigmas en la transformación
de las Ciencias Sociales hoy” en Juan Felipe Leal (Coord.). La sociología
contemporánea en México: perspectivas disciplinarias y nuevos desafíos.
México: UNAM. 1994.
186 Miguel Ángel Beltrán Villegas

mundo moderno, el rápido crecimiento de las interconexiones


e interrelaciones entre los Estados y las Sociedades, la
comprensión multidimensional de los nuevos sujetos sociales,
mentalidades individuales y colectivas, la explicación y
comprensión de las amenazas globales provenientes de
las relaciones entre los sistemas sociales y la explotación
de los recursos, como realidades epistémicas legítimas.
Pero, al mismo tiempo, la sociología tiene que repensar los
efectos nocivos de esta globalización sobre nuestros países
mal llamados del tercer mundo. Examinar críticamente los
múltiples rostros de la actual globalización, que al tiempo que
abre algunas oportunidades para los países capaces de asimilar
estos cambios tecnoeconómicos, mantiene y reformula las
antiguas estructuras de dominación.

Mi interés en las líneas siguientes es, a partir de una rápida


aproximación sociológica al fenómeno de la globalización,
abrir algunos interrogantes que apunten a identificar ciertos
desafíos para la sociología en el momento actual.

CONCEPTO DE GLOBALIZACIÓN

La llamada globalización o mundialización está referida “a


la existencia de relaciones entre las diferentes regiones del
mundo, y a la influencia recíproca que ejercen las sociedades
unas sobre otras” (Amin, 1997). Esta forma de estructuración
mundial se caracteriza, desde la década anterior, por la
intensificación de la dinámica mundial de bienes y capitales
y la integración a un mercado de escala internacional de las
tecnologías, las comunicaciones, las mercancías y la mano de
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 187

obra. Existe un cierto consenso entre sus estudiosos en señalar


la globalización como un fenómeno estrechamente ligado a la
modernidad. Ésta es vista como un proceso inherentemente
globalizador. Así lo han destacado sociólogos como Roland
Robertson y Anthony Giddens. Este último sostiene que
la globalización es un resultado del intenso proceso de
comunicación entre diferentes regiones a través de redes de
intercambio en todo el globo.

La tesis fundamental que defiende Giddens (1993) subraya el


desarrollo del ‘espacio vacío’ en términos de la separación del
espacio y el lugar: en las sociedades premodernas –argumenta
Giddens– estas dos variables generalmente se superponen dado
que las actividades localizadas, para la mayoría de la población,
dominan las dimensiones espaciales de la vida social. Sin
embargo, con el advenimiento de la modernidad, el espacio
se separa gradualmente del lugar y los contextos locales son
configurados por influencias sociales que se generan a gran
distancia de ellos. La globalización está asociada entonces con
este “desanclaje” que Giddens define como “el ‘despegar’ de
las relaciones sociales de sus contextos locales de interacción
y reestructurarlas en indefinidos intervalos espacio temporales”
(Giddens, p. 32). La intensificación de las relaciones mundiales
permite establecer nexos entre diferentes localidades, de tal
forma que lo que sucede en una de ellas determina lo que
ocurre en las otras.

Pero si la globalización está vinculada con la génesis de


la modernidad ¿podemos entenderla como una simple
profundización de situaciones previas, favorecida por la
potenciación cuantitativa de las telecomunicaciones y el mercado
188 Miguel Ángel Beltrán Villegas

de las tecnologías, o hay aquí un cambio novedoso que marca


un precedente desde la perspectiva de la experiencia humana y
que requiere de nuevas perspectivas teóricas para su análisis?

El interrogante ha sido abordado por diferentes estudiosos


de las ciencias sociales. El mismo Giddens señala que no
hemos ido ‘más allá’ de la modernidad, sino que precisamente
vivimos la fase de su “radicalización”, pero que estamos en
situación de “vislumbrar algo más que unos pocos destellos del
surgimiento de modos de vida y formas de organización social
que divergen de aquellos impulsados por las instituciones
modernas” (Giddens, 1993:32).

Para dar mayor claridad a esta discusión resulta apropiado


especificar las diferentes fases de la globalización. Así lo
ha propuesto Roland Robertson, quien considera que la
globalización es un fenómeno que se ha venido constituyendo
en unidad con las diferentes fases históricas de los
nacionalismos. Robertson (1998) propone concebir el proceso
de globalización de la siguiente manera:

1. La fase germinal: desde la Europa de principios del siglo


XV hasta mediados del siglo XVIII;

2. La fase incipiente: de mediados del siglo XVIII a la década


iniciada en 1870, nuevamente sobre todo en Europa;

3. La fase decisiva del despegue: desde la década que inicia


en 1870 hasta mediados de los años veinte de este siglo y
que incorporó a las sociedades no europeas del hemisferio
norte, así como a los Estados-nación de América Latina;
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 189

4. La fase de la lucha por la hegemonía: de mediados de


la década de los veinte a finales de los años sesenta, que
comprende la expansión del principio de autodeterminación
nacional para incluir al llamado Tercer Mundo;

5. La fase de incertidumbre: desde finales de la década de los


sesenta hasta el periodo actual, y que se centra en el final
de un sistema internacional marcadamente organizado en
patrones, como la separación de la “nación” respecto del
“Estado”; la tematización política de la polietnicidad y
la multiculturalidad; la inestabilidad en las concepciones
de la ciudadanía, y un agudo incremento tanto en las
perspectivas supranacionales y globales como en la
conciencia nacional.

Esta última fase correspondería a la etapa de globalización


propiamente dicha, cuyo rasgo distintivo lo constituiría
el surgimiento de un nuevo modelo de organización
sociotécnica que Castells (1995:22) llama “modo de
desarrollo informacional”, y que está acompañado de una
reestructuración del capitalismo como matriz fundamental
de la organización económica e institucional de la sociedad”.
Según este mismo sociólogo, lo que caracterizaría esta
última etapa no sería un cambio puramente cuantitativo sino
“la interpenetración cada vez mayor de todos los procesos
económicos a nivel internacional con el sistema funcionando
como unidad, a nivel mundial y en tiempo real”.

Este proceso de mundialización se ha acelerado en los últimos


años y ha pasado a convertirse en un proyecto promovido por
las principales potencias mundiales que buscan controlar y
reestructurar un Nuevo Orden Mundial acorde con sus intereses.
190 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Esta faceta político-ideológica de la globalización no


puede subvalorarse. La sociología debe advertir sobre sus
efectos nocivos en países que, como el nuestro, adolecen de
instituciones y estructuras económicas débiles y dependientes
en el sistema de relaciones internacionales: “Lo que caracteriza
a la nueva economía global –anotan Borja y Castells– es su
carácter extraordinariamente incluyente y excluyente a la
vez”. Incluyente de lo que crea valor y de lo que se valora,
en cualquier país del mundo. Excluyente de lo que se devalúa
o se minusvalora (Borja y Castells, 1997:24).

Concretamente, en América Latina la globalización viene


siendo entendida en los marcos de una apertura económica
exigida por el modelo neoliberal hegemónico, donde la
racionalidad instrumental, expresada en las lógicas de
competitividad del mercado, sustituye los proyectos de
emancipación social y favorece la desintegración del
tejido social. La otra alternativa que se nos presenta, la
integración regional, está fracturando la solidaridad regional,
especialmente por las exigencias de competitividad entre los
grupos y la ingerencia de los entes financieros transnacionales:
“Las tecnologías de la información y la comunicación,
aceleran la integración de estos países a una economía global,
bajo la hegemonía del mercado propiciando un movimiento de
neutralización y borramiento de las señas de identidad tanto
nacionales como de lo latinoamericano” (Martín-Barbero,
1998:76), en tanto que el crecimiento de la desigualdad y
la polarización social atomiza la sociedad deteriorando los
mecanismos de cohesión política y cultural.
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 191

LA GLOBALIZACIÓN CULTURAL

Hoy nadie coloca en cuestión que la globalización no se


limita al ámbito puramente tecnológico, de los intercambios
de mercancías y de los esquemas de producción a escala
internacional, sino que influyen también en la cultura, la
comunicación y las instituciones. Como ya se señaló, en un
sistema interdependiente, las formas de expresión que se
generan en una región determinada, afectan las manifestaciones
culturales que se producen en lugares distantes.

El impacto globalizante de los medios de comunicación


modernos, y en particular la digitalización de los mensajes
audiovisuales impresos, interpersonales, ha permitido
mayores flujos de información que suponen una creciente
expansión del conocimiento de las diferentes sociedades,
propiciando un ensanchamiento de la interacción social,
política y económica. Como bien lo destaca David Held,
a propósito de sus reflexiones sobre el orden global,
“los nuevos sistemas de comunicación son un vehículo,
si no el vehículo, fundamentales para los desarrollos
legales, organizacionales y militares que transforman las
comunidades políticas modernas y el sistema de Estados en
general” (Held, 1997:55).

El hecho de que los individuos y los grupos puedan establecer


contacto, más allá de las fronteras geográficas, y acceder a una
gama de experiencias sociales y culturales, antes impensables,
resulta sociológicamente relevante para el análisis de la
interacción social.
192 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Por una parte, los nuevos sistemas de comunicación crean


nuevas experiencias, nuevas coincidencias y nuevos marcos
de significado independientemente del contacto directo con
las personas, transformando así las coordenadas de la vida
política y social. Ello quiere decir que los procesos simbólicos
cobran mayor importancia, en tanto que el procesamiento de la
información se convierte en un instrumento de manipulación
de dichos símbolos.

Por otra, el crecimiento de las comunicaciones globales


abre nuevos caminos para que los individuos participen de
los desarrollos globales. Específicamente, el uso cada vez
más generalizado del correo electrónico y la consulta de
la página Web abre espacios de comunicación fluida y de
coordinación de acciones conjuntas entre diversas instancias,
posibilitando respuestas oportunas a problemas comunes.
Esto crea, en principio, la posibilidad de nuevos mecanismos
de identificación, generando sentidos de pertenencia globales
que trascienden las lealtades del Estado-nación. Dichos
cambios obligan a repensar las identidades nacionales, que
ahora, desligadas de sus lugares y tradiciones particulares,
parecieran disolverse en lo internacional. Esta intensificación
de los flujos culturales ha llevado a algunos autores a
identificar una marcada tendencia hacia la configuración de
una cultura global por encima de las tradicionales fronteras
del estado nación.

Sin detenernos en tales consideraciones, que por sí solas


ameritarían otra discusión que escapa a los límites de este
artículo, es necesario reconocer las asimetrías que caracterizan
estos flujos culturales: “El acceso a, y el control sobre,
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 193

los nuevos sistemas de comunicación –anota Held– está


distribuido en forma muy irregular en el planeta, entre las
regiones y entre los diferentes grupos de población dentro
de las regiones y los Estados-nación. Existen relaciones de
poder desiguales en el núcleo mismo de los flujos culturales
y de las comunicaciones que afectan profundamente lo que
los distintos actores producen y reciben”.

En este sentido, enfoques como la teoría de la dependencia2


resultan útiles para reflejar las desigualdades del proceso
de globalización. Los flujos culturales se realizan dentro de
una asimetría centro-periferia, en un continuo proceso de
intercambios.

Paradójicamente, a pesar de su relevancia para comprender


algunos fenómenos que hoy plantea la globalización, las
teorizaciones acerca de la dependencia han sido prácticamente
abandonadas por la sociología latinoamericana. Es cierto
que en este rechazo hay un legítimo distanciamiento del
reduccionismo e ideologismo sociológico y un reconocimiento
de las insuficiencias reales de las teorías y los conceptos
utilizados, pero vale preguntarnos con Zemelman ¿por qué

2
Cabe aclarar que hablar de “dependencia” en términos generales puede
resultar impreciso en la medida en que dicha teoría engloba un cuerpo muy
heterogéneo de aportaciones, no siempre compatibles entre sí. Sin embargo utilizo
aquí la expresión para referirme a una tradición intelectual que trató de adaptar
el marxismo a la realidad latinoamericana para dar cuenta de su especificidad,
bajo el presupuesto que nuestras sociedades estaban definidas por su relación
subordinada en un sistema económico internacional que acumula recursos
y decisiones en el centro y cuyo crecimiento general va acompañado de una
desigualdad centro-periferia.
194 Miguel Ángel Beltrán Villegas

junto a los errores se ha descartado también las conquistas


teóricas?3.

Estos comentarios nos conducen a un último problema que


quisiera dejar planteado en los párrafos siguientes: el de la
construcción de una perspectiva sociológica global

¿HACIA UNA SOCIOLOGÍA GLOBAL?

Para algunos autores, los actuales procesos de globalización


acelerada colocan en cuestión el objeto de estudio de una
sociología que ha abordado el estudio de las sociedades
modernas en términos de Estados-nacionales, que parte de
una concepción de la cultura que enfatiza la integración
y la homogeneidad y que, por tanto, no da cuenta de las
diversidades étnicas y las diferencias regionales. Desde una
perspectiva incluso más radical se afirma que el enfoque
sociológico en términos de una sociedad nacional no expresa
ni empírica, ni metodológica, ni histórica, ni teóricamente
toda la realidad en la cual se insertan individuos y clases,
naciones y nacionalidades, culturas y civilizaciones. De donde
se concluye que el Estado-nación ya no puede seguir siendo
considerado como la unidad fundamental de análisis4.

3
Hugo Zemelman. “Los desafíos del conocimiento sociohistórico en América
Latina” en Juan Felipe Leal (coord). Op. cit. Reflexiones en el mismo sentido
pueden encontrarse en los ensayos de Enrique Nieto Sotelo, Lucio Oliver y de
Alejandro Labrador.

4
Octavio Ianni. “Sociología de la globalización”, en Teorías de la
globalización. México: Siglo XXI, UNAM, 1996. Puede consultarse también el
sugerente texto de Gina Zabludovski, Sociología y política: el debate clásico y
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 195

El surgimiento de esta perspectiva sociológica global


estaría justificado, entre otros factores, por el desarrollo
de movimientos transnacionales con claros objetivos
regionales o globales (v.gr. la protección del ecosistema
y la lucha contra las amenazas nucleares); la emergencia
de comunidades, actores, agencias e instituciones que
se estructuran alrededor de temas internacionales y
transnacionales; el compromiso con los derechos humanos
como componente indispensable de la dignidad y la
integridad de todos los pueblos; y la configuración de una
suerte de sociedad civil global.

Estas interpretaciones acerca de una perspectiva global en


sociología suscitan varios comentarios.

En primer lugar, si bien es cierto que la sociología se ha


centrado en buena medida en el Estado nación, la reflexión
sobre lo global no ha estado ausente de sus consideraciones.
Las reflexiones de Marx acerca de la dialéctica de la historia
o de Max Weber sobre la teoría de la racionalización, es la
mejor prueba de ello. De allí que resulta pertinente repensar
la validez que tienen los clásicos hoy para comprender las
complejidades del mundo actual5.

contemporáneo. México Porrúa/Unam, 1995, particularmente la segunda parte:


“Democracia y globalización en la sociedad moderna”. La discusión allí planteada
ha sido retomada en el presente artículo.

5
Sobre el lugar de los clásicos en la ciencia social contemporánea Cfr. Jeffrey
Alexander “La Centralidad de los Clásicos” en Anthony Giddens y Jonathan
Turner. La teoría social hoy, México: Alianza - Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes, 1990.
196 Miguel Ángel Beltrán Villegas

En segundo lugar, resulta apresurado plantear sin más la


conformación de una sociedad global. La nueva tecnología
de las comunicaciones al confrontar una multiplicidad de
culturas y discursos favorece una toma de conciencia de la
pluralidad, de la existencia de otras culturas y subculturas,
de otros marcos de referencia y, por ende, de la existencia
de otras concepciones del mundo (cf. Vatimo, 1989); pero
como lo anota Held (1997:157): “Aunque esta conciencia
puede promover el entendimiento, puede también conducir a
la acentuación de lo diferente, fragmentando aún más la vida
cultural; la conciencia del ‘otro’ de ninguna manera garantiza
el acuerdo intersubjetivo”. Por otra parte, las nuevas redes
de la tecnología de las comunicaciones y la información, no
sólo estimulan nuevas formas de identidad cultural sino que
también, al permitir una interacción más fluida entre miembros
de las comunidades que comparten rasgos culturales comunes,
especialmente el idioma, fortalecen e intensifican las viejas
identidades.

En tercer lugar, no parece apropiado plantear la cuestión en


términos de una disyuntiva entre una “sociología global” y una
“sociología del Estado-nación” (Zabludovski, 1995). Muchos
autores consideran que las tendencias hacia la globalización
y el reforzamiento de identidades locales son dos fenómenos
contradictorios expresados en las polaridades de lo global
vs. lo local, lo global vs. lo “tribal”, lo internacional vs.
lo nacional, lo universal vs. lo particular, convertidos en
principios axiales del mundo moderno en permanente tensión.
En esta perspectiva, los nacionalismos contemporáneos y las
manifestaciones de identidad nacional aparecen como formas
de antiglobalidad o de antiglobalización, que se constituirían
TEORÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 197

como una reacción de las diferentes comunidades para exigir


su participación de manera autónoma y no a través de la
mediación de un Estado que no las representa ni las reconoce.

Pese a la fuerza de estos argumentos, estamos todavía lejos de


clarificar el problema. Para un estudioso de la globalización
como Roland Robertson (1998) declarar que las afirmaciones
nacionales o etnorraciales de identidad han surgido en defensa
de una marejada amorfa de globalización homogeneizante o
como protesta en su contra es falso desde un punto de vista
histórico-sociológico y refleja una interpretación “Jihad
contra McMundo” o “tribalista” del mundo contemporáneo
como un todo que no puede resistir el examen serio e
históricamente informado. El nacionalismo contemporáneo,
afirma Robertson, ha sido sustentado por un “culto global a la
nación”. La noción misma de “identidad” (nacional o de otro
tipo) tiene un carácter globalizador y, más específicamente,
las ideas referentes a la autodeterminación y al carácter único
de lo nacional se encuentran arraigadas en acontecimientos
esencialmente globales, desde finales del siglo XVIII.

Sobre este punto y en general sobre el proceso de la


globalización es difícil encontrar respuestas definitivas y
pienso además que ésta tampoco puede ser la pretensión de
una ciencia que se renueva día a día. El debate sigue abierto
y, como lo señalé al comienzo de este artículo, invocando el
espíritu teórico de Wright Mills, “cada época da sus propias
respuestas y nosotros tenemos que buscar nuestras propias
respuestas”; pero para ello necesitamos hoy, más que nunca,
de esa cualidad mental que el impulsor de la sociología radical
norteamericana llamaba “imaginación sociológica”.
198 Miguel Ángel Beltrán Villegas

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Sociológicos VI: 17, México.

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ciudades en la era de la información. Madrid: Taurus.

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regional. Madrid: Alianza.

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moderno al gobierno cosmopolita, Barcelona: Paidós.

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México: Instituto de Investigaciones Sociales (versión electrónica).

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Zabludovski, Gina (1995). Sociología política, el debate clásico y


contemporáneo. México, Porrúa, Unam.
200 Miguel Ángel Beltrán Villegas
201

PRÁCTICA DE LAS
CIENCIAS SOCIALES
202 Miguel Ángel Beltrán Villegas
203

ESTUDIANTES, POLÍTICA Y UNIVERSIDAD:


A PROPÓSITO DEL 8 Y 9 DE JUNIO*

La conmemoración de los cincuenta años de la masacre


estudiantil del 8 y 9 de Junio, bajo la dictadura del general
Rojas Pinilla y, junto a esta histórica fecha, el asesinato del
estudiante Gonzalo Bravo Pérez, el 7 de junio de 1929, del
cual se cumplen tres cuartos de siglo, constituye, más allá del
formalismo con que algunos puedan mirar esta efeméride,
un pretexto para el ejercicio analítico y polémico orientado
a reflexionar, en forma colectiva y académica, el significado
y la trascendencia del papel que ha jugado el estudiantado
en estos años.

EL MANIFIESTO DE CÓRDOBA

Fue hace ya más de nueve décadas, un 21 de junio, que


los estudiantes de la Universidad de Córdoba Argentina,
concluyeron varios meses de huelgas, luchas callejeras y
* Tomado de Revista Debates Universidad de Antioquia. Medellín, No. 38,
agosto de 2004, p. 33-39. Presentación de la III Semana de Reflexión Sociológica,
realizada del 7 al 11 de junio en el Teatro Universitario Camilo Torres en
conmemoración de los cincuenta años de la masacre de estudiantes en 1954.
204 Miguel Ángel Beltrán Villegas

paros estudiantiles, con un vigoroso llamado al cambio


social y cultural en el que exigían una profunda renovación
estructural del Alma Máter −en ese momento aprisionada por
el pensamiento clerical− para que se diera paso a la enseñanza
de las nuevas ideas.

El documento final titulado La juventud Universitaria de


Córdoba, a los pueblos libres de Sudamérica, y que hoy ha
pasado a la historia como el Manifiesto de Córdoba, declaraba
en sus primeras líneas: “Hombres de una República Libre,
acabamos de romper la única cadena que en pleno siglo XX
nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica.
Hemos resuelto llamar a las cosas por el nombre que tienen”
(Portantiero, 1978:131).

Para el momento en que se hacía este pronunciamiento, la


población estudiantil, en las tres naciones europeas más
desarrolladas y con mayor cobertura educativa, apenas rozaba
los 150 mil universitarios, esto es el 0.1% de la población total
de esos países (Hobsbawm, 1996). Las cifras para América
Latina eran mucho menores y no obstante el movimiento
universitario imprimía ya su sello personal, trascendiendo
su contexto histórico e imponiendo, con signos propios y
originales, una nueva visión de la universidad, que incorporaba
los contenidos fundamentales de la americanidad, la crítica
social y la hegemonía de los sectores populares, agitando las
banderas de la excelencia académica, la libertad de cátedra,
la gratuidad de la educación y la democratización de los
organismos universitarios.

Entre 1918 y 1930 el llamado de Córdoba se propagó


rápidamente más allá de las fronteras argentinas, y con
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 205

expresiones específicas se hizo sentir en los movimientos


estudiantiles registrados, sucesivamente, en las universidades
de Lima, Santiago de Chile, México, Montevideo, La Habana,
Quito, Panamá, La Paz, Asunción, Bogotá y Medellín. Al
llamamiento de la juventud se unieron, también, muchos
intelectuales de la vieja generación: José Vasconcelos, José
Ingenieros, Alfredo Palacios, entre otros.

En Lima, el líder de la Federación de Estudiantil del Perú,


Víctor Raúl Haya de la Torre, en abierta oposición a la política
dictatorial del presidente Leguía, moviliza a los estudiantes en
defensa de las libertades constitucionales y, particularmente, en
contra de la consagración del país al Corazón de Jesús. Desde
la dirección de la Federación Estudiantil, Haya de la Torre
hace un vehemente llamado a “hacer del profesional un factor
revolucionario y no un instrumento de la reacción, un servidor
consciente y resuelto de la mayoría de la sociedad, es decir,
de las clases explotadas, tender hacia la universidad social y
educar al estudiante en el contacto inmediato y constante con
las clases trabajadores” (Haya de la Torre, 1984:127). Estos
postulados, años más tarde, serían incorporados al programa
de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, APRA.

En Cuba, la reforma universitaria constituye el crisol en el que


se conjugan el pensamiento del prócer de la independencia
José Marti y un marxismo en rápido proceso de maduración,
todo ello bajo el impulso de Julio Antonio Mella. Para el
líder cubano “lo que caracteriza la revolución universitaria
es su afán de ser un movimiento social, de compenetrarse
con el alma y necesidades de los oprimidos, de salir del lado
de la reacción, pasar ‘la tierra de nadie’ y formar, valiente
206 Miguel Ángel Beltrán Villegas

y noblemente, en las filas de la revolución social en la


vanguardia del proletariado” (Mella, 1978:170).

Pocos meses después −a sus escasos 26 años− el luchador


estudiantil caía en ciudad de México, víctima de las balas
de la dictadura de Machado. Con la muerte de Mella se
inauguraba una modalidad, que se generalizaría en las décadas
siguientes, como estrategia de silenciamiento del movimiento
estudiantil y que en nuestro país no tardaría en implementarse
con el asesinato el 7 de junio de ese mismo año del estudiante
Gonzalo Bravo Pérez. Esta fecha marcaría por el resto de su
historia al movimiento estudiantil colombiano.

Era claro que en los años veinte el continente parecía estar


viviendo su gran “hora americana” y la universidad se
constituía en el motor de este nuevo cambio: “En la universidad
−escribía Deodoro Roca, verdadero autor del Manifiesto de
Córdoba− está el secreto de la futura transformación. [Hay
que] ir a nuestras universidades a vivir, no a pasar por ellas; ir
a formar allí el alma que irradie sobre la nacionalidad: esperar
que de la acción recíproca entre Ia Universidad y el Pueblo,
surja nuestra real grandeza” (Roca, 1988:148).

Bajo esta orientación proliferaron, en toda América Latina, las


universidades populares: González Prada en el Perú, José Martí
en Cuba, Victorino Lastarria en Chile; verdaderos espacios
para la alianza de trabajadores manuales e intelectuales, en
los cuales se empezaba a preparar a la nueva generación
universitaria para comprender el fenómeno del imperialismo
en nuestra América. De sus maestros y estudiantes surgirán las
voces vibrantes que, en los años posteriores, darán contenido
a la lucha antimperialista.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 207

EL ASCENSO DEL FASCISMO

Pero los años treinta no parecían tan prometedores. El ascenso


del nacionalsocialismo en Alemania significó la liquidación
de cualquier forma de oposición, considerada un obstáculo
intolerable para la unidad monolítica del pueblo alemán. La
opresión Nazi, y con ella la nueva conflagración mundial,
dejó muchas universidades en ruinas. En Alemania disciplinas
enteras −como la Sociología y la Psicología− fueron borradas
por completo de los programas académicos universitarios,
mientras que en los países ocupados numerosos científicos,
escritores y artistas fueron sistemáticamente eliminados.

Con la derrota de la República Española −1939− y el


nuevo régimen falangista implantado por la fuerza de
las armas, más de 22 mil ciudadanos fueron pasados por
las armas, mientras que 270.000 españoles y españolas
permanecían en las cárceles (7 mil de ellos profesores y un
número indeterminado de estudiantes). Los dos tercios del
profesorado universitario fueron destituidos y condenados al
exilio, deteniendo con ello la obra educativa de la revolución
española (Bisecas y Lara, 1983:16). Como lo expresara
un intelectual testigo de la época, Julio Caro Baroja: “Era
la época de los exámenes patrióticos, de los alféreces y
tenientes o capitanes que iban a clase con sus estrellitas,
cuando no con el uniforme de la Falange. Al entrar en cada
clase se alzaba la mano, se cantaba el Cara al Sol, se decían
palabras rituales’’ (Bisecas y Lara, p. 45).

Para 1945, los efectos devastadores del conflicto armado se


dejaban sentir en toda Europa: 50 millones de víctimas, más
208 Miguel Ángel Beltrán Villegas

otros tantos heridos y mutilados; países como Polonia habían


sacrificado el 20% de su población, mientras que en la Gran
Guerra Patria ofrendaron su vida 20 millones de rusos. Esto
sin olvidar los seis millones de judíos muertos en los campos
de concentración.

Paradójicamente, América Latina se vio “beneficiada” por


estos acontecimientos. Numerosos pensadores perseguidos
por los nazis se instalaron en el Nuevo Mundo y realizaron
importantes contribuciones al desarrollo de sus disciplinas y de
la vida intelectual del continente: Claudio Sánchez Albornoz,
José María Ots Capdequí, José Medina Echavarría, José
Gaos, Gino Germani son apenas algunos de los numerosos
intelectuales europeos que arribaron a estas tierras. A sus
nombres están asociados la traducción y difusión de los
autores clásicos del pensamiento europeo.

LOS AÑOS DE POSGUERRA

Sin embargo, el mundo que se abría con la posguerra ya no era


el mismo del lustro anterior. La conflagración había significado
un sensible golpe para el sistema colonial: Alemania, Italia
y Japón, perdedores de la guerra, tuvieron que retirarse de
los territorios invadidos; las viejas potencias coloniales
como Inglaterra, Francia, Bélgica y Holanda salieron de la
confrontación sensiblemente debilitadas. A lo que se sumó el
fortalecimiento de los Movimientos de Liberación Nacional
que empezaron a presionar por su independencia y, en algunos
casos, por profundas transformaciones revolucionarias.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 209

Entre 1953 y 1954 varios acontecimientos marcaron la


conciencia de los jóvenes revolucionarios de finales de los
años cincuenta y comienzos de los sesenta: Ia consolidación
del proceso de independencia en Ghana, que hará de esta
colonia británica la primera nación libre de África; la derrota
del colonialismo francés en el fuerte de Dien Bien Fu, el 7
de mayo de 1954, que puso fin a siete años de guerra; y el
comienzo de la insurrección en Argelia, el 1 de noviembre de
1954. En este período los estudiantes constituirán un sustento
importante de los movimientos anticolonialistas de liberación
nacional, y aunque muchos de ellos fueron formados en las
universidades europeas y norteamericanas, se transformarán
en líderes políticos e intelectuales de sus países.

En América Latina se producen fenómenos similares: a las


transformaciones democráticas emprendidas por el gobierno
guatemalteco de Jacobo Arbenz se suma el triunfo de la
revolución nacionalista en Bolivia −1952−, mientras que en
Cuba Fidel Castro, al mando de un grupo de jóvenes −en su
mayor parte estudiantes de Ia Universidad de La Habana−
asalta el cuartel Moncada, dando vida al Movimiento 26 de
Julio, M26, en un proceso que desembocará en el triunfo
revolucionario el 1 de enero de 1959.

Colombia tampoco fue ajena a esta situación. Bajo la dictadura


del general Gustavo Rojas Pinilla, el 8 de junio de 1954 los
estudiantes de Ia Universidad Nacional que han organizado
una marcha en homenaje de los 25 años del asesinato de
Gonzalo Bravo Pérez son hostilizados por la fuerza pública
y en el campus universitario cae asesinado el estudiante de
Medicina Uriel Gutiérrez.
210 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Al día siguiente −el 9 de junio− un desfile de protesta por este


crimen es respondido por fuego de artillería de un contingente
de soldados del Batallón Colombia que recientemente había
participado en la guerra de Corea. En las calles del centro de
Bogotá quedaron dispersos los cadáveres de una decena de
estudiantes. Desde entonces el 8 y 9 de junio se convertiría
en una fecha conmemorativa para el movimiento estudiantil
(cf. Medina, 2004).

UNA DÉCADA DE REBELDÍA

Pese a estos antecedentes, fueron los sesentas por excelencia


los años de la rebeldía frente al orden establecido; la década
de los retos e interrogantes, solo comparable con los lejanos
años veintes. El desmoronamiento de los imperios coloniales,
el accionar de los movimientos de liberación nacional en Asia
y África, la lucha por los derechos civiles de los negros en el
país del norte, así lo presagiaban.

Pero, sin lugar a dudas, fueron los cambios revolucionarios


en Cuba los que agregaron un ingrediente nuevo a todos estos
procesos: en el imaginario de millones de latinoamericanos
el socialismo dejó de ser una utopía para convertirse en una
realidad objetiva. Cuba aparecía entonces, en el escenario
continental, como la concreción en el plano de los hechos,
de los anhelos de libertad e independencia. A escasas noventa
millas de los EEUU, la isla caribeña se convertía en el
horizonte de centenares de revolucionarios que, a lo largo de
la década, ejercerían una crítica radical al statu quo.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 211

Y nuevamente los estudiantes fueron protagonistas: en mayo


de 1968, Paris se transformó en el epicentro de una rebelión
planetaria que inauguraba el poder de la participación juvenil.
En la entrada principal de la Sorbona, cercados por un
piquete de policías, los estudiantes grabaron su declaración
de principios: “Queremos que la revolución que comienza
liquide no solo la sociedad capitalista sino también la sociedad
industrial. La sociedad de consumo morirá de muerte violenta.
La sociedad de la alienación desaparecerá de la historia.
Estamos inventando un mundo nuevo original. La imaginación
al poder”.

Medio siglo después de los sucesos de Córdoba, los


estudiantes −convertidos sin proponérselo en vanguardia
política− parecían desterrar a la clase obrera como sujeto
histórico del cambio. Los hechos inclinaban la balanza a
favor del filósofo Herbert Marcuse quien, aclamado como el
gran líder ideológico del movimiento estudiantil en EEUU,
Alemania y Francia, proclamaba que “en la oposición de la
juventud, rebelión a la vez instintual y política, está implícita
la posibilidad de liberación [...] y aquella posibilidad ya [no]
pertenece a la clase obrera, que, en la sociedad de abundancia,
está confabulada con el sistema de necesidades, no con su
negación” (Castellet, 1969:141).

Fue así como las jornadas de protesta, que habían tenido


como bandera inicial el rechazo a “una universidad cuyo
único objetivo es el de formar los patrones de mañana y los
instrumentos dóciles de la economía” (Cohn-Bendit, 1969:65),
muy pronto se transformaron en reclamos por el cambio a
fondo de “un sistema social autoritario y jerárquico”. De norte
212 Miguel Ángel Beltrán Villegas

a sur del planeta surgía una consigna universal: “Todo lo que


existe merece perecer”. De este cuestionamiento no escapaban
los burocratizados regímenes del socialismo real. El avance
de los tanques rusos para aplastar la rebelión checoshovaca,
en lo que se conoció como “la primavera de Praga”, en
agosto de 1968, desmoronaba las esperanzas puestas en una
revolución autogestionada: “abajo el realismo socialista viva
el surrealismo” será la frase que condensará este desencanto.

En Paris, en Berlín, en Roma o en Turín, las barricadas y los


adoquines se convirtieron en el lenguaje de una generación
rebelde. “La barricada es el orden del deseo [...] es el orden
revolucionario contra el orden burgués. La barricada es la
delimitación de un lugar de la palabra, de un lugar donde
el deseo puede inscribirse y llegar a ser palabra” escribía
Alain Geismar, líder de la revuelta. A las barricadas siguió
la ocupación de fábricas y las huelgas obreras. “Nosotros
ocupamos las facultades, ustedes ocupan las fábricas. ¿No
combatimos unos y otros por lo mismo? [...] vuestra lucha
y nuestra lucha son convergentes. Es necesario destruir
todo lo que aísla unos de otros” (Cohn-Bendit, p. 65) rezaba
un comunicado. Mayo del 68 se había convertido en un
movimiento generalizado de protesta social.

La rebeldía juvenil forjaba nuevos símbolos, nuevos


vocabularios y nuevas formas de asumir la vida. Ya desde 1962
un grupo musical que componía canciones en los suburbios de
Liverpool movilizaba con sus guitarras eléctricas a millones
de jóvenes del mundo; después vendrían las interpretaciones
de los Rolling Stones y los nuevos ritmos musicales del pop
y el rock and roll; el 21 de agosto de 1969, en las praderas de
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 213

Woodstock, al norte del Estado de Nueva York, cerca de medio


millón de jóvenes se dieron cita en el “Festival de las flores”.
Allí el movimiento hippie adquiría carta de presentación bajo
la consigna, que luego habría de popularizarse, “Paz y Amor”.

Las voces del Mayo Francés se escuchaban en todo el globo


y en todos los idiomas, como cristalización literaria del
deseo revolucionario: “No sé lo que quiero, pero lo quiero
ya”, “Gracias a los exámenes y a los profesores el arrivismo
(sic) comienza a los seis años”, “un policía duerme en cada
uno de nosotros, es necesario matarlo”, “abraza a tu amor sin
dejar tu fusil”, “desabrochen el cerebro tan a menudo como
la bragueta” y, desde luego, no faltarían las referencias a los
sociólogos: “cuando el último de los sociólogos haya sido
colgado con las tripas del último burócrata, todavía tendremos
problemas” (Cohn-Bendit, 1969).

Más allá del escenario europeo, con la consigna “la rebelión


contra los reaccionarios se justifica”, Mao declaraba su apoyo
a los Guardias Rojos de Ia Universidad de Pekín y anunciaba
una profunda “revolución cultural” en nombre de la juventud
y de los obreros. Millares de estudiantes universitarios y
de secundaria, con el Libro rojo de citas, debajo del brazo,
emprendieron brigadas por todo el país en una cruzada política
y cultural en las zonas rurales y en las fábricas, en tanto
centenares de obreros y campesinos ingresaban a los centros
universitarios para divulgar sus conocimientos prácticos
y participar en la actividad intelectual. Muchos creyeron
encontrar en esta revolución una alternativa al anquilosado
socialismo soviético. Los jóvenes Guardias Rojos, con Mao
a la cabeza, despertaban el entusiasmo en el corazón juvenil
214 Miguel Ángel Beltrán Villegas

del Tercer Mundo. A fin de cuentas, la pradera china parecía


más cálida que la fría estepa siberiana.

DE LA REVOLUCIÓN A LA CONTRARREVOLUCIÓN

Después vino la reacción. Para ser más exactos, ésta vino de


la mano con la revolución. Ya lo advertía con toda claridad
Marcuse: “La defensa del sistema capitalista requiere la
organización de la contrarrevolución, tanto en casa como
afuera” (Marcuse, 1973:11).

Para empezar, el símbolo de la revolución africana y primer


presidente de la República Independiente del Congo, Patricio
Lumumba, caía asesinado en 1961; por su parte, en Harlem,
Nueva York, mientras impartía una conferencia, un disparo
segaba la vida del dirigente radical negro Malcolm X en 1965;
a esta muerte se sumarían, años después, los nombres de
Martin Luther King, Fred Hampton y George Jackson; 1966
vio morir al sacerdote revolucionario Camilo Torres Restrepo
y un año después, en tierras bolivianas, el llamado del Che
resonaba como un eco en todo el continente: “En cualquier
lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre
que ese, nuestro grito de guerra, haya llegado hasta un oído
receptivo y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas,
y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos
con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y
de victoria”. ¡Hasta la victoria siempre! ¡Comandante Che
Guevara! era el himno que se escuchaba en las reuniones y
marchas estudiantiles.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 215

Otros símbolos de la revolución no parecían correr mejor


suerte: bajo la transformación cultural china, y en nombre
del marxismo-leninismo, Shakespeare, Beethoven, Balzac,
fueron denunciados como expresiones decadentes del sueño
burgués y sus obras ardieron en las hogueras de las Calles
de Pekín, mientras que escritores, artistas y en general la
vieja intelectualidad revolucionaria eran juzgados como
revisionistas. Veinte años después −bajo la misma lógica
autoritaria− más de un millar de estudiantes serían sacrificados
en la Plaza de Tiananmen.

En México, los Juegos Olímpicos se inauguraron teñidos


con la sangre de centenares de estudiantes caídos en la Plaza
de Tlatelolco, cuando protestaban contra el autoritarismo
gubernamental del Partido Revolucionario Institucional, en
cabeza del presidente Gustavo Díaz Ordaz. El 2 de octubre de
1968 marcaría un quiebre en la política mexicana.

En mayo de 1965 los estudiantes colombianos salen a las


calles a expresar su rechazo por la intervención de Estados
Unidos en Santo Domingo. Pocos días después la Federación
Universitaria Nacional, FUN, convoca a un paro nacional
estudiantil que concluye en enfrentamientos con la policía, en
el transcurso de los cuales es asesinado Jorge Enrique Useche,
estudiante de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

Ante la creciente beligerancia que adquiere la protesta


estudiantil en Colombia, los gobiernos del Frente Nacional
adoptan entre otras medidas la implantación del estado de
sitio en todo el país y el toque de queda en algunas ciudades,
el cierre y militarización de las universidades públicas, la
216 Miguel Ángel Beltrán Villegas

prohibición de las huelgas estudiantiles, la reglamentación


del calendario académico y cancelación de semestres, la
expulsión de estudiantes y profesores, el arresto y el consejo
verbal de guerra a dirigentes estudiantiles. Todas ellas
dirigidas a desarticular la organización estudiantil e impedir
su movilización.

La frustración de las esperanzas y la radicalización de los


jóvenes alimentó proyectos armados, en su mayor parte
malogrados, como las Brigadas Rojas en Italia, la fracción del
Ejército Rojo en Ia República Federal Alemana y el Partido
Pantera Negra en EEUU. En la Universidad de Ayacucho
la juventud universitaria y un grupo de intelectuales dan
vida a Sendero Luminoso; en México, sobrevivientes de la
represión del 68 abrazarán la vía armada; en Colombia, a
las organizaciones insurgentes ya existentes −FARC, ELN
y EPL− se suma la emergencia del M-19 que en su primera
etapa actuará como guerrilla urbana.

Al cerrarse la década de los sesenta, la izquierda atomizada


y dividida encuentra en la guerra de Vietnam un elemento
movilizador y aglutinador. Días después de que la prensa
informara sobre la masacre cometida por soldados
estadounidenses en la aldea vietnamita de My Lai, más de
250 mil personas marchan por las calles de Washington
rechazando la participación de los Estados Unidos en esta
guerra fraticida. Las protestas de 1970 desembocan en la
matanza de estudiantes en las universidades Ken State y
Jackson State, mientras que en Harvard y Columbia crece
la agitación.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 217

Los años 70 resultan sombríos para el Cono Sur. AlIí, las


dictaduras causarán un verdadero genocidio, cobrando la vida
de 35.800 personas, entre estudiantes, sindicalistas, políticos,
obreros, profesionales que militaban en la oposición. El
Plan Cóndor borró las fronteras nacionales para eliminar a
los adversarios de los regímenes militares: “En Argentina,
hubo un exterminio en masa y el lanzamiento de cadáveres
en cementerios clandestinos, en el Río de la Plata o en alta
mar. En Brasil, la dictadura abusó del terror psicológico
y de la contrapropaganda. En Chile, el general Augusto
Pinochet patentó los fusilamientos colectivos, experimentó
con la cremación de cuerpos en hornos de cal y fabricó el
gas sarín. En el Paraguay, don Alfredo Stroessner se hizo
famoso por los campos de concentración, los golpes con
barras de hierro hasta la muerte y la corrupción generalizada.
En el Uruguay, la táctica fue el encarcelamiento prolongado,
de cinco a diez años, en diminutas mazmorras, y regulares
sesiones de torturas” (Mariano, 1998). En los años ochenta,
el brazo del “Plan Cóndor” llegó tardíamente a nuestro país,
asesinando a centenares de militantes de la Unión Patriótica
y otras organizaciones políticas y sociales de oposición (cf.
Cepeda, 1986). Y una vez más los universitarios se erigieron
en los principales focos de resistencia al autoritarismo.

PERSPECTIVAS ACTUALES

A estas alturas cabe, entonces, preguntarnos ¿qué balance


puede hacerse de los ideales y las experiencias que han
alimentado las revueltas estudiantiles a lo largo del siglo
XX?
218 Miguel Ángel Beltrán Villegas

A la concepción de universidad que esgrimiera el movimiento


de Córdoba, convocando a los estudiantes a conocer la realidad
de sus respectivos países con una perspectiva liberadora en
lo político y en lo social, se opone una visión que pretende la
homogeneización cultural y política, a través del “pensamiento
único” neoliberal, la creación de técnicos y especialistas,
de espaldas a los problemas que plantean Ias necesidades
de un futuro humano, pero funcionales para las empresas
multinacionales.

Sin embargo, a lo largo de este último siglo que ha transcurrido,


las movilizaciones estudiantiles han puesto de presente que es
justo rebelarse y que es posible poner fin al autoritarismo. Así
lo dejó en claro Gonzalo Bravo Pérez en su lucha contra la
hegemonía conservadora y así lo demostraron Uriel Gutiérrez
y los estudiantes que en esa fecha luctuosa se movilizaron
contra el régimen militar del General Rojas Pinilla.

En la coyuntura actual, la reconstrucción del movimiento


estudiantil pasa por la recuperación de su memoria histórica,
pues ésta constituye un punto esencial en la definición de
su identidad. Sin embargo, esta memoria no debe olvidar
que, en este interregno, las clases dirigentes también han
aprendido a cooptar sus mejores cuadros esencialmente de las
universidades. Ya nos lo advertía Camilo Torres en su Mensaje
a los estudiantes: el inconformismo del estudiante “tiende
a ser emocional (por sentimentalismo o por frustración)
o puramente intelectual; esto explica también el hecho de
que al término de la carrera universitaria el inconformismo
desaparezca, o por lo menos, se oculte, y el estudiante rebelde
deje de serlo para convertirse en un profesional burgués
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 219

que para comprar los símbolos de prestigio de la burguesía


tiene que vender su conciencia a cambio de una elevada
remuneración” (Torres, s.f.:289).

Sin duda, Daniel “el Rojo”, líder carismático del 68, ilustra
esta parábola, que convertido en adjunto a la alcaldía de
Francfort y posteriormente en diputado del Parlamento
Europeo optó por un cambio de color: el verde; aunque el
cambio de color de otros haya sido mucho más significativo.
Desde luego este no es un destino inexorable. Muchos
estudiantes permanecen vivos en la memoria de las luchas
populares inmunes a cualquier olvido, como lo sigue siendo
Gonzalo Bravo Pérez, y como todos aquellos que persisten
en esta difícil tarea de organización estudiantil, con espíritu
crítico, inventando nuevas y creativas formas de acción.

Así lo han evidenciado los estudiantes colombianos que en el


último cuarto del siglo XX protagonizaron “1.700 luchas, de
las cuales eI 58% corrió a cargo de universitarios y estudiantes
de carreras intermedias profesionales y tecnológicas, el
41.5% fue realizado por estudiantes de educación media y el
porcentaje restante correspondió a protestas de escolares de
primaria” (Archila, et al., 2003:169).

Cabe concluir entonces con las palabras del profesor


Juan Guillermo Gómez, en su reciente prologo al libro
conmemorativo del Bicentenario de la Universidad de
Antioquia −bicentenario sobre el cual, valga decir, pesa
una gran sombra de duda histórica−: “La universidad ha
sido siempre y es obra del espíritu estudiantil, esto es, de
un arraigado espíritu de rebeldía e inconformismo elevado.
220 Miguel Ángel Beltrán Villegas

El estado de juventud tiene aquí su más definida expresión


antropológica. La justificación de una universidad no descansa
en sus resultados materiales o pragmáticos puestos como
mercancía en exhibición; descansa en la irreprimible sed
de una utopía colectiva [...] el mantener viva la llama del
espíritu de una universidad contestataria es el destino de esta
comunidad” (Gómez, 2003:46).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Torres Restrepo, Camilo (s.f.). “Mensaje a los estudiantes” en Camilo


Torres: el cura que murió en las guerrillas. México: Nova Terra.
222 Miguel Ángel Beltrán Villegas
223

COLOMBIA: GUERRA Y POLÍTICA AL


COMIENZO DEL NUEVO SIGLO*

Como hace cien años, Colombia ha iniciado el nuevo siglo


con un conflicto armado interno que lejos de resolverse
pareciera profundizarse aún más. No obstante, a diferencia de
la guerra que a principios del siglo XX envolvió al país y que
enfrentó a conservadores y liberales excluidos del poder por
años1, el conflicto que hoy vive el país ha sufrido sustanciales
transformaciones que tienen que ver con las formas de
desenvolvimiento de la violencia, sus móviles, sus recursos,
sus estrategias, el ejercicio de la política misma y, en general,
las identidades que estas acciones armadas promueven entre
la ciudadanía.

En contraste con la confrontación bipolar que caracterizó la


Guerra de los Mil Días, en el actual conflicto colombiano se
pueden identificar actores organizados con fines y estrategias

*
Tomado de Wifala. Lima, No.1, 2004, p. 73-88.

1
Esta guerra civil es conocida en Ia historiografia nacional como “la guerra de
los Mil Dias” y se desenvolvió en el período 1899-1902 (cf. Sanchez y Aguilera,
2001).
224 Miguel Ángel Beltrán Villegas

para el logro de sus objetivos, como las guerrillas, los


paramilitares, los narcotraficantes y, junto a ellos, otros
agentes que desarrollan una violencia desorganizada asociada
con la violencia social, barrial, cotidiana, difusa. Esta última
facilita y amplía la violencia organizada gracias a los apoyos,
las facilidades y los entrecruzamientos que se dan entre una y
otra. Lo cual significa que en Colombia, cada vez se hace más
difícil establecer fronteras claras “entre la violencia política
y aquella que no lo es” (Pecaut, 1997a:3).

Estas complejidades de la realidad política y social del país han


llevado a muchos estudiosos del fenómeno a negar el carácter
político y social de la confrontación interna que vive el país.
De tal modo que expresiones como “guerra sin política”,
“degradación del conflicto”, “guerra contra la población civil”
son recurrentemente utilizadas por los analistas de la situación
colombiana para caracterizar el actual conflicto armado.

¿DEGRADACIÓN DE LA GUERRA?

En un libro recientemente publicado, los sociólogos Jaime


Nieto y Luis Javier Robledo llaman la atención sobre este
fenómeno y, tras un juicioso análisis de la relación guerra y
política en el país a lo largo de los siglos XIX y XX concluyen
que la actual “bandolerización y degradación de la guerra”
está asociada fundamentalmente a “la vinculación de las
guerrillas al negocio del narcotráfico, asi como a la utilización
sistemática y profusa de formas depredadoras y extorsivas de
financiamiento de la guerra, como el secuestro y la vacuna”
(Nieto y Robledo, 2002:48).
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 225

Esta tesis sobre la “degradación y descomposición del


conflicto armado” viene generalmente acompañada de
afirmaciones acerca de la pérdida de legitimidad del proyecto
insurgente, por la ausencia creciente de un discurso político
pero, sobre todo, por los efectos de su accionar militarista
sobre la población civil. Situación que se expresaría por el
uso recurrente de armas no convencionales como los cilindros
bomba, los ataques a la infraestructura económica del país, el
asesinato selectivo y las masacres contra la población civil2.

Dichas tesis llevan la consideración, no explícita pero


fundamental en la argumentación, de que en algún momento
de la historia pasada, la guerra transitó por los canales de
un conflicto civilizado, “no degradado”, donde los actores
armados guardaban una mayor consideración por la población
civil. Incluso, un estudioso de las guerras civiles del siglo XIX
como Fernán González habla de los “generales-caballeros”
y de los “pactos de caballeros” entre jefes regionales, para
evocar así la naturaleza del conflicto decimonónico.

Hay en estas interpretaciones del conflicto una cierta


idealización de las guerras civiles que, sin duda, nos ha venido
de la mano a través de las evocaciones garciamarquianas
sobre las contiendas civiles del siglo XIX y de los relatos del

2
Cf. en Análisis Político No. 46, del 2002, los trabajos de William Ramirez
Tobón, Alvaro Camacho Guizado, Eduardo Pizarro y Gonzalo Sanchez; Posada
Carbó, Eduardo. ¿Guerra Civil?. El lenguaje del conflicto en Colombia: Bogotá:
Alfa-Omega, 2001; Pecaut, Daniel. Midiendo fuerzas. Bogotá: Planeta, 2003;
Lair, Erick. “Colombia: una guerra contra los civiles”. Colombia Internacional.
Bogotá, No. 49-50, 2001. Pecaut, Daniel. Guerra contra la sociedad. Bogotá,
Espasa Hoy, 2001.
226 Miguel Ángel Beltrán Villegas

coronel Aureliano Buendía. Sin embargo, nada más lejano de


esta visión idílica de la realidad.

Describiendo el vandalismo y las depredaciones que dejaban


los conflictos armados en el siglo XIX, anota el historiador
Tirado Mejía que “el paso de los ejércitos era el peor flagelo que
podía caer sobre la población: los campesinos eran reclutados;
sus víveres, aves y ganados expropiados”. Frecuentemente la
toma de las ciudades era seguida de saqueo por parte de los
alzados en armas. “Nuestras tropas −escribe un guerrillero
liberal− cometieron robos dignos de mayor vituperio, pues
materialmente saquearon a la población” (Tirado, 1996:73-4).
Otro tanto puede decirse de la guerra como negocio, hasta el
punto que el mismo historiador identifica el lucro económico
como una de las causas de la guerra, que al mismo tiempo
permitiría explicar “porqué algunas se prolongaban cuando
había elementos militares para decidirlas” (Tirado, p. 77).

Por su parte, el sociólogo Carlos Eduardo Jaramillo, en


su documentada investigación sobre los guerrilleros del
novecientos, la cual se ocupa de los aspectos estructurales
de la Guerra de los Mil Días, se refiere a temas como las
donaciones forzosas (hoy Ilamadas “vacunas”).

Al respecto escribe: “En la aplicación de esta fórmula


para conseguir recursos compitieron tanto liberales como
conservadores, y fue la fuente más importante de ingresos
para la guerrilla. La justificación de ambos contendientes a
tal expoliación disfrazada se basó en el argumento de que
sobre el enemigo deberia hacerse recaer la responsabilidad del
mantenimiento de la guerra. Con base en esta argumentación
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 227

se emplearon mecanismos como la expropiación de bienes –


que cubría desde dinero, cosechas, bestias, aperos y ganados,
hasta ropa y utensilios de cocina–, la toma de rehenes y el
establecimiento de medidas impositivas. Cuando la guerrilla
tomaba un prisionero o retenía personas, ya fueran civiles
u oficiales gobiernistas, solo existían dos fórmulas para
recuperar la libertad: se pagaba en dinero o en especie,
o se hacía una promesa bajo palabra de caballero. La
primera producía rendimientos económicos, en tanto que la
segunda apuntaba a generar efectos políticos y militares. La
correspondiente al pago era sencilla: se pagaba por la libertad
cuando el conservador no era muy conocido o no tenía cuentas
pendientes con ninguno de los miembros de la guerrilla; o
se pagaba por conservar la vida cuando sucedía lo contrario.
La práctica de esta última modalidad llevó a extremos como
tener que pagar por una muerte piadosa, en los casos en que
la víctima tenía que comprar la bala con que se le dispararía,
para evitar una muerte gratuita con puñales o machetes”
(Jaramillo, 1991:133).

Frente a estas evidencias podría argumentarse que las normas


jurídicas para regularizar los conflictos internos es una
construcción, que se materializa en la segunda mitad del siglo
XX. No obstante, si nos referimos al conflicto de los años
cincuenta pueden tomarse los testimonios de excombatientes
como los de Franco Isaza, quien señala las sangrientas
acciones contra los conservadores que realizaban líderes de
la insurrección armada liberal como Eliseo Velasquez3.
3
“Ese Velasquez, que encarnó en un momento de reacción popular, y bajo
cuyo nombre se hicieron los primeros, dolorosos y dramáticos intentos de lucha,
era un patán. La otra cara de Ia medalla liberal; por una entrega, prudencia,
228 Miguel Ángel Beltrán Villegas

De igual modo, para los años sesenta contamos con las


vivencias de Arenas (1975), quien coloca al desnudo las
actuaciones de Fabio Vásquez Castaño, uno de los líderes
y fundadores del Ejército de Liberación Nacional, ELN.
Incluso, cabe citar testimonios más actuales como los de
Villarraga y Plazas (1995) en relación con el Ejército Popular
de Liberación, EPL.

Lo anterior no significa afirmar que en el escenario reciente


de la violencia y la confrontación armada en Colombia no se
hayan operado importantes transformaciones, que requieren la
refIexión de los investigadores sociales. En relación con estos
cambios, se hace necesario reflexionar sobre la importancia de
caracterizar el conflicto colombiano más allá de las simples
evidencias y enriquecer el análisis con otras variables que
coloquen de presente no sólo los efectos de un conflicto que
se ha prolongado en el tiempo, sino también los cambios en el
contexto internacional, que han llevado a la deslegitimación
de la lucha armada y la calificación de “terrorismo” a formas
legítimas de protesta.

El entramado de violencias que se conjugan y refuerzan en


el país plantea situaciones en los que la violencia tiene un
papel preponderante por su capacidad de desestructuración
y generación de desorden al interior de la institucionalidad

legalismo; por otra, venganza, muerte y saqueo. En el subconsciente de cada


liberal había nacido un Eliseo Velásquez que no quería saber de razones,
cálculos, ni de nada, como no fuera gritar, maldecir, destruir y matar. A medida
que la violencia y los métodos fríos y despiadados de los chulavitas crecían en
intensidad, la consigna de Velásquez no era sino muerte y reacción”. Cf. Eduardo
Franco Isaza. Las guerrillas del Llano. Caracas: Universo, 1955, p. 37.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 229

del país. Esta diversidad de violencias no permite delimitar


claramente sus fronteras, haciendo de la realidad política y
social del país un complejo escenario de contradicciones
y situaciones de hecho, ciertamente desestabilizadoras del
orden social.

La violencia en el país no tiene un solo centro, un solo lugar,


un solo componente o un solo actor, pues, con recuencia
copa diversos escenarios de la realidad tanto rural como
urbana, trátese de la violencia politica, de la violeria barrial
−desarrollada por milicias o por bandas delincuencuenciales o
por grupos de justicia privada o paramilitares− o, también, las
violencias de orden “difuso”, delincuencial o desorganizada
que toma cuerpo de manera peligrosa e insinúa altos índices
de criminalidad delincuencial.

Esa complementariedad y reforzamiento constante del


orden y la violencia, la guerra y la politica, se explican en
la realidad colombiana por la fragilidad y la precariedad
visible y permanente del Estado y su incapacidad de ser una
instancia de orden, de justicia y regulación institucional de los
conflictos y las dificultades propias del sistema social. La falta
de presencia del Estado en muchas regiones del país –aunado a
la corrupción, la presencia del narcotráfico, la connivencia de
la fuerza pública con el paramilitarismo, y el apoyo de actores
sociales, políticos y económicos al accionar contrainsurgente–
constituye un factor de desinstitucionalización que favorece
la agudización del conflicto armado.

La generalización de violencia en Colombia ha significado su


“cotidianización”, en el sentido de ser un instrumento que se
230 Miguel Ángel Beltrán Villegas

utiliza por diversos sectores de la sociedad para imponer sus


intereses y sus objetivos. Esta generalización y cotidianización
de la violencia lleva a su ‘banalización’, por cuanto en el
imaginario político colombiano “la violencia ha terminado
por ser algo trivial, como si hubiera existido siempre en la
historia nuestra, haciendo que los fenómenos de violencia
aparezcan como connaturales y necesarios, desconociendo las
especificidades y particularidades que ofrecen hoy las distintas
violencias y sus manifestaciones y, sobre todo, impidiendo
que amplios sectores sociales tomen conciencia del riesgo
que implica su generalización, por su capacidad disolvente
del orden social” (Pecaut, 1997b).

A esta “banalización” contribuyen los medios de comunicación,


las élites políticas y económicas, las propias instituciones
del Estado quienes desestiman y pretenden minimizar la
dimension del conflicto político armado en Colombia. Sin
embargo, el avance de la guerra y de las violencias continúa
en una suerte de fase de “aceleración” en el que el conflicto
tiende a agudizarse y a extenderse mucho más.

La cotidianización de la conflictividad violenta en el país,


y las interacciones y lógicas estratégicas que los actores
utilizan para ganar espacio dentro de la confrontación de
ningún modo significan que el conflicto haya perdido su
carácter eminentemente politico. Particularmente, en el caso
de las guerrillas, éstas continúan teniendo una finalidad y una
esencia política4, en tanto se reconoce que la estrategia de este
despliegue de fuerza corresponde a una lucha por el poder, y
4
Cf. Pecaut, Daniel. Prólogo a Rangel, AIfredo. Guerra insurgente. Bogotá.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 231

en cuya búsqueda ha logrado de tiempo atrás construir una


importante base social, particularmente en el campo.

EL PÉNDULO DE LA PAZ Y LA GUERRA

Desde el gobierno de Andrés Pastrana −1998-2002−, se


dibujó un escenario importante en relación a la posibilidad
de diálogo y negociación del conflicto político armado con
las guerrillas, y durante más de tres años constituyó la gran
esperanza nacional para encontrar una salida negociada al
conflicto armado en el país5. Sin embargo, estas posibilidades
se dilapidaron en función de los intereses de la guerra, porque
finalmente fue la militarización de la política en la dinámica
de la confrontación armada la que terminó predominando y
direccionando el curso de los acontecimientos y de la propia
acción de las actores.

Por un lado, fue evidente una actitud poco clara del gobierno
en relación con una agenda de negociación y el establecimiento
de unas reglas de juego que crearan las condiciones para llegar
a acuerdos concretos que pudieran materializarse en cambios
efectivos que favorecieran a amplias sectores de la población
colombiana. Por otro lado, el proceso contó con la resistencia

5
El 14 de octubre de 1998 el recién posesionado presidente de Ia República
Andrés Pastrana ordenó la desmilitarización de los municipios de La Uribe,
Mesetas, Macarena, Vista Hermosa y San Vicente del Caguán con el fin de
facilitar los diálogos entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia, FARC, dando inicio a una nueva etapa en los procesos de diálogo y
negociación en el país que se le prolongó hasta el 20 de tebrero del 2002, cuando
tras un período de crisis el presidente Pastrana dio por terminado el proceso.
232 Miguel Ángel Beltrán Villegas

de sectores de la clase dirigente que hicieron todo la posible


para bloquear el proceso, a lo que contribuyó, sin lugar a
dudas, la actitud de los medios de comunicación ocupados en
distorsionar y agrandar las dificultades que se presentaban en
la dinámica del proceso6, todo ello basado en la incapacidad
del gobierno para articular los intereses nacionales con los
internacionales y materializar los compromisos que en lo
político y en lo social implicaba una negociación con las
guerrillas.

De agosto de 1998 a febrero del 2002 el país tuvo una gran


oportunidad histórica de encontrar caminos que condujesen
a una salida política de la confrontación armada 7. Sin
embargo, su fracaso generó una nueva frustración para
el pueblo colombiano y, una vez más, los militarismos
triunfaron y la guerra se colocó en primer lugar impidiendo

6
Para una crítica a la zona de despeje Cfr. Pizarro Leongómez, Eduardo,
“Los microcosmos del autoritarismo”, El Espectador, Bogotá, agosto 7 de 1999;
ÁIvaro Valencia Tovar, “Realidad de la zona de despeje”, El Tiempo, Bogotá:
30 de julio de 1999. Una visión contrastante con estos dos autores puede leerse
en Miguel Ángel Beltrán, “La zona de despeje: un laboratorio para la paz en un
país de guerra”, Revista de Derecho y Ciencias Políticas y Sociales. Popayán,
No. 3, 1999-2000. Para una visión de conjunto sobre el proceso cf. Edgar Téllez,
Óscar Montes y Jorge Lesmes. Diario íntimo de un Fracaso. Historia no contada
del proceso de paz con las FARC. Bogotá: Planeta, 2002.

7
Sectores de la sociedad civil tuvieron oportunidad de debatir, presentar y
confrontar diversas tesis sobre los diferentes problemas de la vida nacional. Lo
que significó, sin lugar a dudas, la posibilidad de que la sociedad civil pensara
con realismo los aspectos más neurálgicos de nuestra conflictiva y traumática
realidad, pero también significó que el país pudiera politizarse por un momento
por la oportunidad que se le brindó a Ia política –aún en medio de la guerra– (cf.
Nieto y Robledo, 2002:105).
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 233

que la política dirimiera y se impusiera sobre la fuerza de


las armas8.

Esta nueva realidad permite vislumbrar un panorama nacional


bastante complejo, pues los actores de la guerra profundizan y
escalonan el conflicto, sin percibirse siquiera si esa dinámica
puede extenderse o ahondarse cada vez más. Aunado a ello,
la presencia del paramilitarismo le da fuerza a los sectores
militaristas y a los propios sectores de la fuerza pública que
lo asumen como un aliado incondicional con el que se hacen
cálculos optimistas para definir favorablemente Ia guerra.

UN NUEVO ESCENARIO

Este nuevo escenario que a partir de agosto del 2002 se


dibuja en la realidad nacional corresponde a la llegada a
la presidencia de Álvaro Uribe Vélez y con él un proyecto
politico basado fundamentalmente en la idea de la seguridad
por la vía de la militarización de la politica9 a través de la

8
Nieto y Robledo, 2002:106-7. A este proceso se deben sumar otras
coyunturas en las cuales se ensayaron salidas negociadas al coflicto politico-
armado en el país: vgr. gr. Belisario Betancur –1982-1986–; Virgilio Barco –1986-
1990–; cesar Gaviria –1990-1994–. Menos clara fue la situación bajo el gobierno
del presidente Ernesto Samper –1994-1998–, dado que su pérdida de legitimidad
por sus señalamientos en cuanto a la infiltración de dineros del narcotráfico en su
campaña generaron una situación de permanente ingobernabilidad. Sobre estos
procesos de paz existe una amplia bibliografía en la que cabe destacar: Mauricio
Garcia Durán. De La Uribe a Tlaxcala. Procesos de paz. Bogotá: CINEP, 1992,
así como, Nieto y Robledo, 2002.

9
Un análisis de la política de “seguridad democrática” del presidente Uribe
Vélez puede leerse en Daniel Pecaut: “Daniel Pecaut comenta los resultados de Ia
234 Miguel Ángel Beltrán Villegas

intención de derrota de las guerrillas, basado en un proyecto de


reinserción de combatientes a cambio de su “reincorporación a
la civilidad”. Un modelo que está atravesado por la convicción
de los sectores de la fuerza pública y del alto gobierno de
que es posible ganar la guerra y derrotar militarmente a las
guerrillas.

Este nuevo ciclo de la historia colombiana se perfila como


un ciclo en donde la militarización ascendente de la política
conduce, cada vez más, a una militarización de la sociedad
y a una continua aplicación de modelos de gestión de la
gobernabilidad por la vía del autoritarismo.

Por un lado, su política de “seguridad democrática”10 no ha


resultado ser otra cosa que una estrategia militar de guerra
que combina la doctrina de la guerra de baja intensidad
en lo social con la guerra convencional y la utilización de
equipos militares sofisticados, “basados en el uso de pequeñas

política de ‘seguridad democrática’”, Lecturas Dominicales. El Tiempo. Bogotá:


agosto 1 de 2003; y Álvaro Guzmán. “Política de seguridad democrática”, El
País. Cali: agosto 6 de 2003.

10
La política de “seguridad democrática” contempla los siguientes aspectos:
1) unos principios, 2) los intereses nacionales, 3) las amenazas, 4) los objetivos
estratégicos, 5) los instrumentos y 6) el plan de seguridad que concreta la esencia
de sus propósitos: tres billones de presupuesto adicional para la guerra con el
impuesto del 1,2% sobre el patrimonio, la red de un millón de cooperantes
encargada del espionaje a los ciudadanos, las Zonas de Rehabilitación, las cuatro
nuevas brigadas móviles, los batallones de alta montaña, los soldados campesinos,
los doce grupos de anti-terrorismo urbano y los sofisticados equipos militares
como los localizadores y rastreadores satelitales (Cf. http://www.vialterna.com.
co/pdefensa.htm.)
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 235

unidades autónomas, previstas de gran poder de fuego, un buen


entrenamiento e información en tiempo real, lo que representa
un cambio radical frente a las concepciones militares basadas
en despliegues masivos de capacidad artillera, armamento
blindado, grandes concentraciones de tropas y organización
del ejército en cuerpos, divisiones, brigadas y batallones de
gran envergadura como los de montaña, francamente inútiles”
(Castells, 2001:184).

Las consecuencias de esta política ha sido un exagerado


incremento en el gasto militar, ahondando la crisis fiscal del
país y el fenómeno de la corrupción que se da al interior de
las FFAA; un fracaso del gobierno en su intento por recuperar
aquellas zonas llamadas de “rehabilitación” y donde la
guerrilla ha tenido una gran influencia, agudizando aún más
el conflicto armado (v.gr. Arauca y Bolívar); una sistemática
violación a los derechos humanos, de centenares de personas
que han sido judicializadas como cómplices o auxiliadoras
de la guerrilla, sin que se respeten las más mínimas garantías
procesales y de presunción de inocencia.

De este modo, el gobierno de Álvaro Uribe ha abierto las


puertas no para que el conflicto se resuelva sino para que el
conflicto se profundice y se degrade cada vez más, sin ofrecer
verdaderos escenarios de diálogo que permitan una eventual
salida negociada al ejercicio de la guerra; pero aunado a
ello, el modelo uribista ha desencadenado una suerte de
derechización del imaginario político de muchos colombianos
que encuentran viable y –lo que es aún peor, legítimo– la
utilización del paraestado, es decir de los paramilitares, para
resolver los problemas de violencia y conflicto que agobian
236 Miguel Ángel Beltrán Villegas

hace más de cuarenta años a la sociedad colombiana. El


modelo que ofrece hoy el Estado colombiano para salir del
conflicto es el de una paz basada en la rendición incondicional
de los actores armados, en tanto las guerrillas ofrecen una
perspectiva de diálogo basada en el reconocimiento de su
estatus político y de su control de amplias zonas del territorio
nacional.

En cuanto al actor paramilitar, el gobierno promueve una


desmovilización y reinserción de sus estructuras militares
a la vida civil, sin que quede clara cuál será la suerte de
esos combatientes que se van a desmovilizar y si –como
lo señalan algunos analistas– se trata de una artimaña del
gobierno y de sectores de la fuerza pública para legalizar a
estos combatientes en actividades de inteligencia en los cascos
urbanos, con el fin de ejercer control sobre la guerrilla, o con
la intención de vincularlos a la fuerza de seguridad. Tampoco
queda claro qué va a pasar con sectores disidentes de las
Autodefensas Unidas de Colombia que no están dispuestas
a negociar su desmovilización con el gobierno nacional11.

Lo que hace pensar, como lo han puesto de presente algunas


organizaciones políticas y de defensa de los derechos humanos

11
De acuerdo con el proyecto de “ley de alternatividad penal” con el cual
se pretende dar viabilidad a la desmovilización de los grupos de autodefensas,
para acceder al beneficio de suspension condicional de la pena se exige “cese de
hostilidades del grupo armado, a menos que se trate de entrega individual; dejación
de las armas; compromiso expreso de no regresar a las filas; cumplimiento de una
pena alternativa a la prisión; realización de actos de reparación a las víctimas; y el
compromiso de no cometer en adelante delito doloso”. (Cf. Luis carlos Restrepo.
“Ley de alternatividad penal”. El Espectador. Bogotá, septiembre 7 de 2003.)
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 237

“que en las zonas de presencia de la guerrilla se continuarán


realizando operativos de ‘limpieza social’ y de guerra sucia
contra los movimientos sociales”12.

Reforzando este panorama de conflictividad y de violencias


difusas, como ya lo hemos señalado, está la permanente
invocación que el gobierno nacional y grupos de poder hacen
para que intervenga en nuestro conflicto interno el gobierno
de los Estados Unidos. Hecho que ha ido cobrando cada vez
más fuerza por las ayudas militares en hombres, equipos y
recursos económicos que el gobierno de este país provee a la
fuerza pública en Colombia13.

El riesgo de esta intromisión en los asuntos internos −avalada


por el gobierno nacional− es la posibilidad de extensión
del conflicto a otras regiones de America Latina y la
internacionalización del conflicto, que encuentra su puntal en
los esfuerzos de la diplomacia colombiana entre naciones y
12
“Carta abierta a la opinion pública nacional e internacional. No a la
legalización del paramilitarismo”, septiembre 1 de 2003. Versión electrónica.

13
En los últimos tres años Colombia ha recibido US$ tres mil millones de
ayuda norteamericana. Bajo la presidencia de Álvaro Uribe Vélez, las relaciones
se han estrechado aún más, dos meses antes de su posesión, y ya como presidente
electo Uribe Vélez se reunió en Washington con el secretario de Estado de los
EEUU, Cohn Powell; más recientemente, el 19 de agosto (2003), el secretario
de Defensa de EEUU, Donald Rumsfeld, llegó a Bogotá para una visita oficial
de ocho horas, con el claro objetivo de respaldar la política de “seguridad
democrática” del presidente Uribe. Junto con Rumsfeld ya son varios los
funcionarios de alto rango de los Estados Unidos que han visitado Colombia en
este año [2004]. Anteriormente lo hicieron el jefe antidrogas, el representante
comercial y el jefe del estado mayor conjunto de las fuerzas armadas de los
Estados Unidos.
238 Miguel Ángel Beltrán Villegas

organismos internacionales (Comunidad Económica Europea,


ONU) para buscar apoyo a la política que se está desarrollando
en Colombia. Sin duda, esto puede poner en riesgo la seguridad
y estabilidad de algunos países vecinos, pues es previsible
que los intereses del gobierno de Washington consistan en
aprovechar el conflicto interno colombiano para establecer
una política de desestabilización a gobiernos vecinos que
como en el caso de presidente de Venezuela, Hugo Chavez, se
convierte en una amenaza para los intereses norteamericanos.
En estas condiciones es previsible, a corto y mediano plazo,
que la solución del conflicto se aleje, todavia más, de las vías
políticas para entrar en un proceso de agudización y expansión,
por los nuevos ingredientes que pueda aportar la creciente
intervención de los Estados Unidos14.

La derrota en las urnas del referendo, así como el nuevo mapa


electoral que dejan los pasados comicios para la elección
de alcaldes, concejales y gobernadores, golpea duramente
la euforia triunfalista del presidente, y de la cual venían
haciendo eco los medios de comunicación. Pese que a que el
referendo se desenvolvió en medio de un tremendo despliegue
publicitario por parte del gobierno, la intervención abierta
del presidente en el debate politico público, la expedición de
decretos a última hora otorgando beneficios electorales para
los que votaran, sin dejar de lado las amenazas de los grupos
paramilitares y la detención masiva de opositores sindicados
de ser auxiliares de la guerrilla, después de un prolongado

14
Las metas del llamado “Plan Colombia”, aprobado bajo la administración
Pastrana (1996-2000) y su iniciativa andina busca erradicar el 50% de los cultivos
ilícitos en seis años; esto es más de 600.000 hectáreas. El 90% de estos cultivos
se encuentran en el Amazonas.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 239

silencio el presidente se ha visto abocado a asumir su derrota,


y a trazar un “plan B” buscando la superación de la crisis
fiscal a través de mayores impuestos y, dándole a su discurso
un tímido viraje hacia lo social.

Por otra parte, la victoria de Luis Eduardo Garzón como alcalde


mayor de Bogotá, de Angelino Garzón como gobernador del
Valle, de Apolinar Salcedo en Cali y de otros candidatos
que contaron con el apoyo electoral del Polo Democrático
Independiente es ciertamente un hecho novedoso. Pero, si bien
para muchos analistas nacionales e internacionales el naciente
Polo Democrático lndependiente (PDI) se perfila como una
alternativa de oposición a Uribe, no hay que olvidar que se
trata de una fuerza con una composición bastante heterogénea,
que incluye sectores independientes y de izquierda, también
cuenta en su interior con un significativo peso de los sectores
políticos de los partidos tradicionales.

Contamos ya con experiencias como México y Brasil donde


las autoridades locales y nacionales conviven, sin mayores
problemas, con fuerzas políticas contradictoras. Dependiendo
de cómo trabaje y qué resultados muestre, el nuevo alcalde
de Bogotá podría abrir las puertas para verdaderos cambios
democráticos en las costumbres políticas del país.
240 Miguel Ángel Beltrán Villegas

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Arenas, Jaime (1975). La guerrilla por dentro. Análisis del ELN


colombiano. Bogotá: Tercer Mundo.

Castells, Manuel (2001). La galaxia Internet. Barcelona: Plaza y Janés.

Jaramillo, Carlos Eduardo (1991). Los guerrilleros del Novecientos.


Bogotá: CEREC.

Nieto, Jaime Rafael y Robledo, Luis Javier Robledo (2002). Guerra y


paz en Colombia, 1998-2001, Medellin: Universidad Autónoma
Latinoamericana.

Pecaut, Daniel (1997a). “Presente, pasado y futuro de Ia violencia”.


Análisis Político. Bogotá, No. 30.

Pecaut, Daniel (1997b). “De la violencia banalizada al terror: el caso


colombiano”. Controversia. Bogotá, No. 171, p. 9-31.

Sanchez, Gonzalo y Aguilera, Mario –eds– (2001). Memoria de un


país en guerra. Los Mil Días 1899-1902, Bogotá: Planeta - IEPRI
- Unijus.

Tirado Mejia, Álvaro (1996). Aspectos sociales de las guerras civiles en


Colombia. Medellín: Autores Antioqueños, 1996.

Villarraga Álvaro, y Plazas, Nelson (1995). Para reconstruir los sueños.


Una historia del EPL. Bogotá: Progresar - Fundación Cultura
Democrática.
241

MÉXICO: REVOLUCIÓN, HEGEMONÍA


PARTIDISTA Y ¿TRANSICIÓN
DEMOCRÁTICA?*

El pasado primero de diciembre de 2006 rindió juramento


como presidente constitucional de México, Felipe Calderón
Hinojosa. La ceremonia de posesión del primer mandatario
–que escasamente tuvo una duración de cinco minutos–
estuvo acompañada de un clima de alta tensión política,
en el que se vieron enfrentados, por un lado los Diputados
del Partido de Acción Nacional (PAN) –con el apoyo del
Partido Revolucionario Institucional (PRI)– y, por otro, los
legisladores de la coalición “por el bien de todos”. En un país,
en donde la figura presidencial ha sido por décadas el centro
político indiscutible del sistema, resultaba irónico que, ante la
clausura de las puertas principales de acceso al salón por parte
de la oposición, el nuevo presidente tuviera que ingresar al
recinto por la puerta de atrás, en medio de grandes silbatinas
y rechiflas.

*
Tomado de ¿Hacia dónde va América Latina? Bogotá, Universidad Distrital
Francisco José de Caldas, 2007, pp. 115-153.
242 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Mientras en el Palacio Legislativo de San Lázaro transcurría


esta apresurada ceremonia –inédita en los anales históricos
de México– ese mismo día, en la Plaza de la Constitución
(conocida popularmente como el “Zócalo capitalino”), miles
de manifestantes, presididos por el exjefe de Gobierno del
Distrito Federal Andrés Manuel López Obrador y los líderes
del llamado Frente Amplio Progresista y la Convención
Nacional Democrática, se expresaban pacíficamente en
contra del fraude electoral y hacían evidente su rechazo a lo
que consideraban “la imposición de un presidente espurio”.

Estos dos escenarios que acabamos de reseñar colocan de


presente la crisis institucional que actualmente vive México,
un país con una extensión de 22.000 kilómetros cuadrados,
más de 100 millones de habitantes, donde el 90 por ciento de
la población gana menos de cuatro salarios mínimos mientras
que diez mexicanos están incluidos en la reciente lista de
multimillonarios elaborada por la revista Forbes (2006).
Entre ellos, cabe destacar a Carlos Slim, empresario de las
telecomunicaciones, quien ocupa el tercer lugar entre la lista
de los hombres más ricos del mundo, con una fortuna estimada
en 30 mil millones de dólares y una ganancia de 17 millones
de dólares diarios1.

1
La Jornada. México, marzo 10 de 2006. En México el “10 por ciento de
los mexicanos más pobres apenas tienen el cuatro por ciento de la riqueza del
país; mientras que el 10 por ciento más rico del país concentra 40 por ciento
de los ingresos” Cfr. derechoshumanos.org.mx “Balance de la política social
durante el sexenio de Vicente Fox: programa Oportunidades”, 18 de agosto del
2006. Tema: Noticias. Investigadoras: Ana Luisa Nerio y Salomé Almaraz. Con
la colaboración de Angélica Gay Arellano.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 243

MÉXICO: CRISIS DE GOBERNALIDAD


Y DUALIDAD DE PODERES

No resulta exagerado afirmar que México vive, en este


momento, uno de los escenarios más críticos por los que ha
atravesado el país en los últimos tres cuartos de siglo de su
historia. Esta afirmación se refrenda por la existencia de dos
presidentes que reclaman su triunfo en los pasados comicios
electorales del dos de julio de 2006: por un lado, Felipe
Calderón, reconocido como presidente constitucional por el
Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF),
máximo organismo electoral del país, y, por otro lado, Andrés
Manuel López Obrador, quien ha sido proclamado “presidente
legítimo” por una Convención Nacional Democrática (CND),
reunida el 16 de septiembre del año pasado.

Según los cómputos oficiales –que terminaron por prevalecer–


el triunfador de los comicios electorales del 2 de julio fue el
candidato del Partido Acción Nacional (en ese momento en el
poder), y a quien se le reconoció el triunfo con 15 millones 284
votos (35.89%), frente a 14 millones 756 mil 350 (35.31%)
de su opositor Andrés Manuel López Obrador, candidato de
movimiento “Por el Bien de Todos”, una coalición constituida
por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el Partido
de los Trabajadores (PT) y Convergencia2.
2
En tanto, el aspirante de la Alianza por México, Roberto Madrazo,
alcanzó 9 millones 301 mil 441 votos, 22.26 por ciento del total; Alternativa
Socialdemócrata y Campesina obtuvo el registro como partido político y su
candidata, Patricia Mercado, alcanzó un millón 128 mil 850 sufragios, 2.7 por
ciento, por arriba del 2 por ciento requerido por ley. Por su parte, Roberto Campa,
de Nueva Alianza, registró 401 mil 804 votos, que equivalen a 0.96 por ciento.
(La Jornada. México, julio 7 de 2006).
244 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Estos resultados electorales fueron impugnados ante el


Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación
(TEPJD) por Andrés Manuel López Obrador, quien presentó
como pruebas: la injerencia del presidente Vicente Fox en
beneficio de su partido, la identificación de urnas que fueron
rellenadas con votos a favor del candidato del PAN, la
sustracción de votos favorables a López Obrador y casillas
que fueron contabilizadas dos veces. Y aunque el máximo
organismo electoral reconoció algunas irregularidades en los
comicios, concluyó que no existían pruebas fehacientes de
que la elección y su proceso hubiesen sido ilegales.

Las evidentes irregularidades que rodearon la jornada


electoral del 2 de julio desencadenaron en México un gran
clamor popular, por lo que miles de mexicanos salieron a
las calles del Distrito Federal a expresar su indignación y
protesta en rechazo de lo que consideraban un abierto y
descarado fraude electoral. La protesta, que rápidamente fue
en ascenso, cristalizó en la convocatoria a una Convención
Nacional Democrática, en la que participó más de un millón
de delegados de todos los estados de la República y que el
pasado 20 de noviembre posesionó a Manuel López Obrador
como “presidente legítimo de México”.

No es la primera vez que en México se presenta lo que


algunos analistas denominan una “elección de Estado”, esto
es, que el partido que está en el gobierno impone de manera
fraudulenta su candidato. En 1988 sucedió algo similar
cuando el entonces aspirante a la presidencia por el PRD, el
ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, denunció “el robo de las
elecciones” a favor del candidato del PRI, Carlos Salinas de
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 245

Gortari. Sin embargo, la situación no es igual por cuanto en


estas casi dos décadas transcurridas el pueblo mexicano ha
vivido importantes procesos de toma de conciencia política,
y si en 1988 en el imaginario social era impensable la derrota
del partido oficial, hoy muchos tienen la convicción de que en
México es deseable y posible la instauración de un gobierno,
respaldado por un programa verdaderamente popular.

Pero la crisis política de México no se agota aquí. Desde hace


ya varios meses en la ciudad de Oaxaca ha tomado fuerza un
movimiento popular, de grandes dimensiones, que replica
en el orden local la situación de doble poder que vive el
país y cuya consigna central es la remoción del gobernador
del Partido Revolucionario Institucional Ulises Ruiz, cuyo
triunfo electoral fue ampliamente cuestionado en 2005 y cuyo
mandato se ha caracterizado por la corrupción y la represión
a las protestas sociales.

El movimiento de Oaxaca se desencadena cuando, a mediados


de junio del 2006, el gobernador Priísta Ulises Ruiz ordena el
desalojo violento de un grupo de maestros que permanecían
concentrados en el centro de la ciudad; la acción policial
que dejó decenas de heridos, algunos de ellos de gravedad,
provocó la reacción de la comunidad que pocos días después
marchó por las calles de la ciudad, exigiendo la renuncia del
mandatario local. La movilización popular en Oaxaca cobró
fuerza con la conformación de la llamada Asamblea Popular de
los Pueblos de Oaxaca (APPO), convertida en un mecanismo de
coordinación del movimiento, al que se sumaron organizaciones
sindicales, estudiantiles, asociaciones de padres de familia y,
particularmente, organizaciones indígenas.
246 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Desde entonces, la Asamblea Popular de los Pueblos de


Oaxaca (APPO) se ha convertido en un importante movimiento
popular, con una dinámica propia y con una amplia base que
combina elementos de resistencia urbana, sindical y ejidal y
que con sus acciones como el bloqueo de calles, el cierre del
comercio, la toma de edificios públicos e incluso del mismo
palacio municipal –sin desestimar acciones de desobediencia
civil– ha cuestionado los poderes del Estado, transformándose
en una verdadera alternativa de gobierno local, ejerciendo
funciones propias de los tres poderes y rebasando con creces
los objetivos iniciales de la protesta.

Por sus características asamblearias de dirección colectiva, sus


prácticas autogestionarias, la pluralidad de actores sociales
que aglutina, así como su funcionamiento democrático y
horizontal en la toma de decisiones, la APPO se inscribe en
esta nueva generación de movimientos sociales que han hecho
irrupción en América Latina en las últimas décadas como el
“Movimiento Sin Tierra” en el Brasil, los “Piqueteros” en
Argentina, los movimientos indígenas en Ecuador y Bolivia,
sin olvidar, claro está, el mismo movimiento neozapatista en
México3.

3
No compartimos la denominación de “nuevos” movimientos sociales, pues
si bien en estos movimientos participan actores tradicionalmente marginados,
con una mínima o nula experiencia de lucha anterior, cuentan en su saber con
un amplio acumulado de resistencias sociales que se han venido gestando por
décadas. Esta afirmación es particularmente válida para el caso de Oaxaca que
siendo uno de los estados con mayores indicadores de pobreza del país, ha sido
cuna de importantes expresiones de lucha social, cabe destacar aquí la actividad
desarrollada por la sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Educación (SNTE).
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 247

La respuesta a la insurgencia popular en Oaxaca –tanto en


las postrimerías del gobierno de Vicente Fox como en los
primeros meses del presidente Calderón– ha sido la violencia.
De acuerdo con el Informe de la Comisión Civil Internacional
de Observación por los Derechos Humanos, presentado el 27
de enero del 2007, “Las acciones represivas se han ejercido
de forma indiscriminada contra la población civil: hombres,
mujeres, niños y ancianos, utilizando gases lacrimógenos, gas
pimienta, agua con químicos, armas de medio y alto calibre,
vehículos y helicópteros militares. En ellas han participado
cuerpos policiales federales, estatales, municipales y grupos
de elite, incluso con intervención de efectivos militares en
tareas logísticas y de coordinación. Grupos de personas
no uniformadas con armas de alto calibre han practicado
secuestros, detenciones ilegales, cateos y disparos, en algunos
casos utilizando vehículos policiales y con la participación
de funcionarios públicos”4. Dicho informe registraba para la
fecha un saldo de 23 muertos plenamente identificados.

Pero el tratamiento represivo dado a la movilización popular


en Oaxaca no constituye un caso aislado. En los hechos de
Salvador de Atenco, el 4 de mayo de 2006, centenares de
personas fueron detenidas y golpeadas en un operativo policial
desarrollado como respuesta a una movilización liderada
por la organización campesina “Frente de los Pueblos en

4
“Conclusiones y Recomendaciones Preliminares sobre el Conflicto
Social de Oaxaca de La Comisión Civil Internacional de Observación por los
Derechos Humanos (CCIODH)”. Ciudad de México, enero 20 de 2007. Este
documento puede ser consultado en la página de Internet: http://cciodh.pangea.
org/quinta/070120_inf_conclusiones_ recomendaciones_ cas.shtml.
248 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Defensa de la Tierra”. Posteriormente pudo corroborarse que


en la acción militar varias de las mujeres detenidas fueron
violadas por integrantes de la Policía Federal Preventiva, en
un caso que despertó la solidaridad nacional e internacional
de personalidades y organismos defensores de los Derechos
Humanos.

Al cuadro anterior se suma el funesto balance que puede


hacerse para México del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN), luego de doce años de
aplicación; entre otros efectos puede señalarse: el aumento
de las tasas de desempleo, la disminución de los niveles
salariales, la violación sistemática al derecho de organización
sindical, la quiebra de pequeñas y medianas industrias e
incremento de las maquilas, el ahondamiento de la brecha
entre ricos y pobres, la crisis de producción en el campo, que
ha llevado a México a importar más de un de un quinto del
maíz y un tercio del trigo que se consume en el país. Esto sin
contar el deterioro que ha sufrido el medio ambiente, debido
a la falta de regulación del uso sustancias tóxicas por parte de
las multinacionales en territorio mexicano (cf. Arroyo, 2002).

El presente ensayo busca, a partir de una perspectiva


de mediana y larga duración identificar algunas claves
fundamentales que aporten elementos para la comprensión
de la actual crisis que vive México hoy. Para ello he dividido
esta presentación en cuatro grandes apartados: en el primero
de ellos, destacaré el carácter geoestratégico de México,
definido principalmente por su proximidad a los EEUU y
su gran riqueza biótica; en un segundo acápite señalaré las
particularidades específicas del proceso histórico mexicano,
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 249

particularmente en lo relacionado con su revolución de 1910;


en un tercer momento abordaré la naturaleza del sistema
político mexicano y sus más recientes cambios, para finalizar
con una reflexión sobre las fuerzas de oposición.

EL CARÁCTER GEOESTRATÉGICO DE MÉXICO

México constituye una pieza clave para la política económica


y de seguridad de los Estados Unidos, tanto por la amplia
frontera compartida por los dos países (la cual se extiende
desde el golfo de México hasta el Océano Pacífico, con una
longitud de más de 3.100kms) como por la gran riqueza y
diversidad biótica que caracteriza a este país y que lo ha
convertido en zona de interés de numerosos organismos
internacionales como el Banco Mundial y de organizaciones
no gubernamentales.

1. El problema fronterizo

Nada más cierta que aquella frase atribuida al presidente


Porfirio Díaz: “Pobre México tan lejos de Dios y tan cerca
de los Estados Unidos”. Esta proximidad, sin duda ha tenido
múltiples consecuencias nocivas para México: para empezar,
en 1848 Estados Unidos le cercenó más de la mitad del
territorio, esto es 2’400.000km2, que incluye los territorios de
Texas, Nuevo México y Nueva California, a cambio recibió
una “indemnización” de 15 millones de dólares. Años más
tarde, el presidente Porfirio Díaz en su esfuerzo por detener
lo que llegó a considerar como una invasión de capitalistas
norteamericanos, volvió su mirada hacia las potencias
250 Miguel Ángel Beltrán Villegas

europeas, invitándolas a invertir en su país, desafiando con


ello la hegemonía norteamericana. La creciente presencia
de inversionistas europeos en tierras mexicanas, a la postre
desataría un gran malestar en los gobernantes estadounidenses,
que los llevaría a retirar el apoyo al dictador mexicano (cf.
Katz, 1982). Otro capítulo importante en las relaciones
bilaterales EU-México lo constituyó la ley de expropiación
de los bienes de las compañías petroleras conocida como
‘ley de nacionalización del petróleo’ (18 marzo de 1938)
bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas que desencadenó
airadas protestas por parte de las compañías petroleras
norteamericanas.

La estabilidad política y el crecimiento económico que alcanzó


México, luego de la institucionalización de la revolución
mexicana, disminuyó el interés de Estados Unidos por este
país. Sin embargo, a partir de los años ochentas del siglo
pasado, con la crisis de la deuda externa, la expansión del
fenómeno del narcotráfico, la creciente inestabilidad política
y los levantamientos armados en Chiapas y otras regiones del
país, México ha estado nuevamente en el centro del debate de
los Estados Unidos. Parte de este interés, es la preocupación
de EU por mantener un control económico, político y militar
en la frontera entre ambas naciones, bajo el pretexto de
detener la inmigración de indocumentados, el narcotráfico y
el terrorismo5.

5
El volumen y extensión del fenómeno migratorio, así como su diversidad
y complejidad han convertido la cuestión migratoria en uno de los temas más
controvertidos y de gran tensión en la relación bilateral.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 251

De acuerdo con cifras proporcionadas por investigadores de


la Secretaría de Gobierno y el Consejo Nacional de Población
(Conapo), en los Estados Unidos residen cerca de doce
millones de mexicanos. Lo que equivale a 29% del total de
inmigrantes de EU y el 3.5% con respecto a la población total
de la Unión Americana y el 9% en relación con la población
residente en territorio mexicano (Durán, 2006:13). A esto se
suma el flujo permanente de migrantes. Así, cerca de 800
mil indocumentados mexicanos ingresan cada año a Estados
Unidos, de los cuales alrededor de 500 mil logran permanecer
allá6. Sólo uno de cada cinco migrantes de origen mexicano
tiene la ciudadanía estadounidense (21%). La condición de
indocumentados de miles de migrantes mexicanos coloca
a éstos en una situación de suma vulnerabilidad, en lo que
se refiere a la cobertura de servicios de salud, educación,
condiciones laborales, etc.

La política seguida por los Estados Unidos para dar salida


a esta problemática ha sido la del reforzamiento de los
controles sobre las fronteras y las deportaciones masivas de
indocumentados y, como si esto fuera poco, la construcción
de un muro en parte de la frontera. En los años 90 fue a través
de la “Operación Guardián” (con un costo de mil millones de
dólares) que Estados Unidos puso en marcha el sellamiento
de su frontera con México para impedir –sin mucho éxito–
el paso de indocumentados. Después del ataque del 11 de

6
Si se incorporan en la contabilidad a los estadounidenses de origen mexicano
(alrededor de 15 millones), es posible afirmar que en la vecina nación del norte
se encuentran establecidos casi 24 millones de personas (nacidas en México o
en los Estados Unidos), que cuentan con estrechos vínculos consanguíneos con
México (poco más del 8% de la población total de los Estados Unidos).
252 Miguel Ángel Beltrán Villegas

septiembre de 2001, a las Torres Gemelas, se ha insistido


en que la presencia masiva de millones de indocumentados
constituye un problema de seguridad nacional.

Recientemente se divulgó un informe de la Comisión de


Seguridad Interior de la Cámara de Representantes donde
se señala que la frontera entre Estados Unidos y México
presenta riesgos de “infiltración” de terroristas desde
América Latina, especialmente desde Venezuela7. Según este
informe, investigaciones de las autoridades de migración y
aduanas señalan que extranjeros fueron llevados desde Medio
Oriente a regiones de América del Sur y América Central,
“antes de ser ilegalmente introducidos en Estados Unidos”.

Así, las políticas de “guerra contra el terrorismo y el


narcotráfico” ha sido un pretexto para el endurecimiento del
control fronterizo. En el 2005 el representante a la Cámara
James Sensenbrenner, propuso un endurecimiento de la
política migratoria, que criminaliza el ingreso ilegal a los
Estados Unidos, niega cualquier posibilidad de legalizar la
residencia de extranjeros que tienen una residencia irregular en
ese país, considera delincuentes a quienes brinden asistencia
a emigrantes irregulares y establecer la obligación para los
empleadores de verificar la situación legal de sus potenciales
empleados. Esta iniciativa, tuvo su máxima expresión con la
aprobación el pasado 29 de septiembre en el Senado de Estados
Unidos (80 votos a favor y 19 en contra), la construcción de
un muro de 1125 kilómetros en la frontera con México, para
7
“Riesgo de ingreso de terroristas desde Venezuela” en http://otraexpresion.
com/category/estados-unidos/
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 253

intentar frenar la migración indocumentada. Como se sabe,


la iniciativa Sensenbrenner generó grandes movilizaciones de
rechazo en Chicago, Los Ángeles y otras ciudades del país
en proporciones antes no vistas. Como nunca antes, una gran
masa de migrantes mexicanos está participando activamente
en política y saliendo a las calles a plantear sus demandas.

La creciente migración irregular de mexicanos a Estados


Unidos es una expresión del incremento de los índices de
pobreza y de la situación de polarización social que vive
México, como lo demuestra el hecho de ser uno de los países
que cuenta con el más bajo salario para sus trabajadores8 y
su solución requiere medidas muy específicas –distintas a
las consideradas para el combate contra el terrorismo–, que
comprometa a los dos gobiernos. Las promesas electorales
del expresidente Fox en el sentido de lograr con los Estados
Unidos un acuerdo migratorio que incluyera una legalización
de los mexicanos indocumentados y un programa de visas
para los trabajadores que quisieran emigrar, terminó en un
rotundo fracaso y constituye otra de las frustraciones que ha
dejado su gobierno.

Es importante aclarar que las políticas estadounidenses de


criminalización creciente de los migrantes, no se limitan a la

8
Está sólo arriba de Honduras, Bolivia y El Salvador. Cfr. Roberto
González Amador. “México, entre los cuatro países de AL en que más bajo es
el salario” en La Jornada, México, agosto 5 de 2006; Cifras aportada por el
Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), señalan
que los mexicanos afectados por el desempleo o que cuentan con condiciones
ocupacionales precarias asciende a 31 millones 700 mil, lo que representan el
30% de la población del país.
254 Miguel Ángel Beltrán Villegas

frontera norte. Existe un “corredor de seguridad básica” que


se extiende desde Estados Unidos hasta la frontera sur de
México, y si en el pasado ésta constituía un paso importante
para el tránsito de refugiados que huían de la guerra civil en
el Salvador y Nicaragua, hoy es un lugar identificado como
de alta peligrosidad y donde el Estado mexicano, bajo las
presiones de los Estados Unidos, ha incrementado la presencia
de cuerpos policiales, muchos de ellos acusados de violación
de derechos humanos a tiempo que ha impulsado la firma de un
Acuerdo de Repatriación Segura y Ordenada de Extranjeros
Centroamericanos.

2. Biodiversidad

México es desde la perspectiva de su diversidad biológica,


un país privilegiado, alcanzando el 12% de toda la riqueza
biótica del mundo. Esto explica el interés de los Estados
Unidos por poner en marcha el Tratado de Libre Comercio
de América del Norte (TLCAN) y el “Plan Puebla Panamá”.
Este último, con una cobertura de más de un millón de
kilómetros cuadrados, cruza varios estados mexicanos y los
países centroamericanos con la pretensión de conectar los
Estados Unidos con Centroamérica. De esta manera, tendrá un
acceso ilimitado a las riquezas naturales y mineras, a tiempo
que permite consolidar la presencia de las trasnacionales del
petróleo y brindar protección a los terratenientes empeñados
en el desarrollo agroindustrial y ganadero extensivo en
perjuicio de los propietarios indígenas del sureste.

Además de su interés económico, el Plan Puebla Panamá


cuenta con un componente represivo-militar de tipo
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 255

contrainsurgente que se expresa en la militarización y


paramilitarización de estados como Chiapas, Oaxaca y
Guerrero, bajo asesoría castrense estadounidense. Así mismo
el proyecto de instalar un contingente militar de 12 mil
soldados norteamericanos en Guatemala, sin duda ejercerá
presión sobre la insurgencia zapatista y otras guerrillas que
puedan operar en el sureste mexicano. No por casualidad
los estados mexicanos mencionados son considerados los de
mayor biodiversidad del país.

En este sentido, el caso de Chiapas es paradigmático,


pues su ubicación geográfica le concede una importancia
geoestratégica de primer orden no sólo para el capital nacional
sino mundial. La sola selva Lacandona representa más del
20 % de la biodiversidad de México. Tal como lo han puesto
de presente los investigadores Ana Esther Ceceña y Andrés
Barreda, Chiapas resulta de vital importancia económica, por
las posibilidades de exportación que ofrece su territorio hacia
América Latina, y la mano de obra barata centroamericana, los
proyectos de construcción de nuevos canales interoceánicos;
sus reservas de petróleo y la gran riqueza acuífera en un país
que adolece de una crónica escasez de este estratégico recurso
(cf. Ceceña y Barreda, 1995). Pero las ambiciones del gran
capital han encontrado un serio obstáculo en las reclamaciones
y movilizaciones de estos pueblos en su mayoría indígenas,
con prácticas milenarias de uso de la tierra, y que tienen su
mejor expresión en el movimiento zapatista y la Coordinadora
de los Pueblos de Oaxaca. Estas regiones tienen niveles muy
altos de miseria social y no gozan de los servicios básicos de
electricidad, drenaje y agua potable.
256 Miguel Ángel Beltrán Villegas

ESPECIFICIDADES DEL PROCESO HISTÓRICO


MEXICANO

Si bien México comparte con los demás países de América


Latina una historia común de dominación extranjera,
luchas de resistencia, lengua, al mismo tiempo tiene ciertas
particularidades que han construido su particular historia.
Entre ellas cabe destacar: las características de guerra
social que asume su proceso de independencia con respecto
a la metrópoli española, la gran fuerza que ha tenido el
fenómeno caudillista, la aguda confrontación entre liberales
y conservadores durante el siglo XIX y el hecho de contar
con una de las más grandes movilizaciones campesinas
del continente que hoy conocemos como “la revolución
mexicana”.

De las colonias españolas que lograron su independencia


en las primeras décadas del siglo XIX, México (en ese
entonces Nueva España) es quizás el país donde el proceso
de independencia adquiere mayores dimensiones tanto por
sus contenidos programáticos como por la intensidad del
conflicto. No sin razón escribe Octavio Paz que en México
“la guerra de independencia fue una guerra de clases y no se
comprenderá bien su carácter si se ignora que, a diferencia
de lo ocurrido en Suramérica, fue una revolución agraria en
gestación. Por eso el ejército (en el que servían ‘criollos’ como
Iturbide), la Iglesia y los grandes propietarios se aliaron a la
corona española” (Paz, 2002).

En efecto, fueron más de 8000 hombres entre peones de


hacienda, miembros de comunidades indígenas, trabajadores
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 257

de minas, que armados de garrotes, hondas y machetes y


amparados en la imagen de la Virgen de Guadalupe, se
sublevaron al grito de “!Viva México!”. No se trató, entonces,
de una revolución de los criollos contra la metrópoli, sino del
pueblo contra la aristocracia local. La chispa insurreccional,
iniciada por el cura Miguel Hidalgo, fue continuada por José
María Morelos, luego del fusilamiento de su líder, y rebasó
en sus contenidos programáticos las reivindicaciones de los
criollos para plantearse: la supresión de castas, la restitución
de las tierras para las comunidades indígenas, la abolición de
la esclavitud, la expropiación de los ricos y la repartición de
riquezas (cf. Morelos, 1985).

De igual manera el fenómeno caudillista, que constituye una


constante en toda la historia decimonónica de América Latina
–luego del vacío de poder que dejara el resquebrajamiento del
dominio español en nuestro continente– asume en México un
particular desarrollo (sólo comparable con Venezuela). Así,
mientras en países como Argentina el caudillismo desaparece
tempranamente con la derrota de Juan Manuel Rosas en la
batalla de Caseros –1852–, para reaparecer en el siglo XX
en forma de populismo, en México encontramos una larga
lista de caudillos que se suceden a todo lo largo de los siglos
XIX y XX.

El arquetipo de estos caudillos es, sin lugar a dudas, Antonio


López de Santa Ana llamado por sus contemporáneos
“monarca sin corona” y quien se nombrara a sí mismo
“Alteza Serenísima”. Entre 1833 y 1855, Santa Ana ejerció de
manera intermitente el mandato en 11 ocasiones, por lapsos
que oscilan entre los 13 días y los dos años y cuatro meses.
258 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Siendo este último el período de tiempo más prolongado de


permanencia en el poder. Cuentan sus biógrafos que al final
de su carrera dispuso honras fúnebres para la pierna que
había perdido en una de las tantas batallas que participó. En
las décadas siguientes el caudillismo tendrá continuidad con
los nombres de Porfirio Díaz, y luego de él reaparecerá en las
grandes figuras de la revolución mexicana: Emiliano Zapata,
Francisco Villa, y el general Lázaro Cárdenas (el “tata”), para
no hablar aquí de otros caudillos que no alcanzaron estas
dimensiones nacionales.

Finalmente, cabe mencionar que en ningún otro país de


América Latina fue tan encarnizada la lucha entre liberales
(republicanos, federalistas y laicistas) y conservadores
(promonárquicos). Enfrentamiento que desembocó en una
cruenta guerra civil, donde el partido conservador una vez
derrotado, recurre a la ayuda francesa y con el apoyo de
Napoleón III, establece el imperio de Fernando Maximiliano
de Habsburgo y que culminará con su fusilamiento en 1867,
para dar paso a las leyes de reforma liberal que promueven la
separación de la Iglesia y del Estado, la desamortización de
los bienes de manos muertas y la libertad de enseñanza, hasta
entonces controlada por las comunidades religiosas.

LA REVOLUCIÓN MEXICANA

Si bien la revolución mexicana fue el resultado de la


confluencia de una serie de factores, el más decisivo entre
ellos fue el problema de la tierra: Por un lado, porque “con el
fortalecimiento del aparato estatal durante el régimen de Díaz y
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 259

la construcción de ferrocarriles que aumentaron enormemente


el valor de la tierra, las comunidades campesinas, así como
sus instituciones y propiedades, no tardaron en ser objeto de
una serie de agresiones. En su esfuerzo por ‘modernizar’ el
país, el régimen de Díaz se embarcó en una política agraria
radicalmente nueva. Cerrando filas con los hacendados
locales lanzó una campaña de expropiación en gran escala
de las tierras comunales y de sometimiento político de los
pueblos” (Katz, 1982:22). Esta política agraria generó una
amplia cadena de levantamientos en el centro y sur del país.

Por otro lado, la gran transformación económica que vivía


el norte de México –Sonora, Chihuahua, Coahuila – en
gran parte inducida por los inversionistas norteamericanos,
afectó a un significativo sector de campesinos, que habían
fundado allí colonias militares a lo largo de la frontera
norte, y habían enfrentado los grupos indígenas de la región.
Porfirio Díaz estableció allí fuertes controles políticos y
económicos, arrebatándoles la autonomía que hasta entonces
habían mantenido, sometiendo los caudillos regionales y
tratando de conectar al Norte con el centro del país, a través
de la expansión de los ferrocarriles. Todo lo cual derivó en
un debilitamiento de las colonias agrícolas que “no sólo
perdieron sus tierras sino también sus derechos políticos”
(Katz, 1982:25).

Al tema agrario se sumó el de la participación política: la


prolongada permanencia de Porfirio Díaz en el poder (más de
35 años) bajo el recurso del fraude electoral, suscitó una gran
inconformidad entre sectores de la clase media que exigían
una mayor participación en el poder y que lograron aglutinarse
260 Miguel Ángel Beltrán Villegas

en el partido antireeleccionista bajo la consigna de “sufragio


efectivo no reelección” lanzada por Francisco Madero. Cabe
destacar, sin embargo, que más allá de esta consigna la
revolución mexicana –a diferencia de otras revoluciones– no
contó con un proyecto ideológico claro. Éste se fue gestando
y articulando junto con el proceso armado y en respuesta
a situaciones concretas que dicho proceso iba planteando:
el problema agrario, la educación, la incorporación de los
trabajadores al sistema político.

En este sentido, no se trató de una revolución que contara


visiblemente con un núcleo de intelectuales y políticos
profesionales. Con esta afirmación quiero subrayar el hecho
significativo de que las principales figuras de la revolución
fueron en lo fundamental hombres surgidos de la entraña
popular9, sin con ello desconocer la labor que jugaron
algunos intelectuales que acompañaron la actuación de los
diferentes jefes militares: es el caso de Luis Cabrera con
Venustiano Carranza; Luis Terrazas y Martín Luís Guzmán
con Francisco Villa; Antonio Soto y Gama, Gildardo Magaña,
Eulalio Gutiérrez y José Vasconcelos con Emiliano Zapata.
Sin olvidar aquí el importante papel que jugaron los hermanos
Flores Magón10.

9
A este respecto pueden consultarse las tesis formuladas por Friedrich Katz
en su entrevista concedida a Juan José Doñán. La Jornada Semanal, México: 21
de abril de 1996.

10
Sobre el papel jugado por los intelectuales en este período puede consultarse
la investigación realizada por James D. Cockcroft. Precursores Intelectuales de la
Revolución Mexicana. México: Siglo XXI, 1976; así mismo, el libro de Enrique
Krauze. Caudillos Culturales en la Revolución Mexicana. México: Siglo XXI,
1976.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 261

La revolución de 1910 puso al descubierto una serie de


tensiones que continuarían marcando su impronta en la
sociedad mexicana durante las décadas siguientes y de
las cuales quisiera destacar tres 11: en primer lugar las
contradicciones existentes entre el “centro” y la “periferia”
regional, tensión que avivó Porfirio Díaz con su proyecto
modernizador y que trató de resolverse, a través de la
consagración de una república federalista aunque en la práctica
siguió funcionado con un modelo de centralización política.
Este desconocimiento de las autonomías locales se constituiría
a la postre, en el telón de fondo para el surgimiento y desarrollo
de numerosos movimientos a favor de una mayor participación
política, fiscal y financiera y una verdadera autonomía para
sus entidades federativas.

En segundo lugar hay que señalar la oposición entre los


sectores rurales tradicionales y los sectores urbanos: “La
dicotomía tradición/modernidad –escribe la historiadora
Andrea Revueltas– coincidía en cierta medida con la
oposición campo/ciudad: el obrero se sentía más próximo de
los partidarios de Venustiano Carranza que de los campesinos
indígenas; el milenarismo y la religiosidad vuelta hacia
el pasado (reivindicación de la propiedad comunal del
movimiento zapatista) se oponía a la orientación más bien
‘racionalista y jacobina’, dirigida hacia el porvenir, de los
obreros y las clases medias radicales” (Revueltas, 1992:157).

11
En este punto seguimos los planteamientos formulados por la historiadora
Andrea Revueltas en su trabajo investigativo. México: Estado y Modernidad.
México: Universidad Autónoma Metropolitana. Unidad Xochimilco, 1992 (págs.
155-158).
262 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Finalmente habría que señalar las rivalidades entre el norte


y el sur de México. El primero de ellos conformado por una
sociedad con un mayor mestizaje y la influencia modernizante
de los EU, mientras que el segundo con un carácter económico
y socialmente más estratificado y una gran presencia de
comunidades indígenas. Así lo pone de presente el premio
nobel mexicano en su desafortunado artículo sobre Chiapas,
escrito pocos días después del levantamiento zapatista en enero
de 1994: “[Chiapas] es una región del sur de nuestro país que
padece un tradicional rezago histórico y cuya situación tiene
indudables parecidos, en el orden social e histórico, con las de
Guatemala y el Salvador. La presencia indígena es muy viva
y es la que da fisonomía y personalidad al estado. La cultura
tradicional, aunque postrada por siglos de dominación, no es una
reliquia sino una realidad. Se conservan las lenguas indígenas,
las creencias –fusión de catolicismo e idolatría mesoamericana–
y muchas formas tradicionales de organización social […] la
población campesina –en su inmensa mayoría descendiente
de uno de los pueblos prehispánicos más ilustres: los mayas–
ha sido sometida desde hace siglos a muchas humillaciones,
discriminaciones e ignominias” (Paz, 1994).

En el campo económico y social, la revolución dejó resultados


positivos y el más evidente de ellos fue la eliminación de la
propiedad latifundista y la consolidación del ejido, como
forma colectiva de propiedad. La constitución de 1917 legalizó
el reparto agrario “de tal manera que esta reivindicación
se convirtió en una demanda plenamente legítima, en una
exigencia ineludible y en un derecho que el Estado tendría que
cumplir tarde o temprano” (Escobar, 1990) y que finalmente
cobró vida en el código agrario de 1940, expedido bajo el
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 263

impulso del general Lázaro Cárdenas durante su sexenio


presidencial –1934-1940– y que sentó las bases para una
profunda transformación de la estructura agraria mexicana.

En el plano de la educación, la revolución de 1910 también


dejó un importante legado, que fue recogido en la constitución
de 1917, donde se declara que “la educación será laica en el
sentido estricto de la palabra; se hace obligatorio el deber
de educarse; el Estado se impone la obligación de impartirla
gratuitamente; se obliga, de acuerdo con el artículo 123, a
las empresas privadas a organizar escuelas para sus obreros,
y para los hijos de éstos, y se restaura a los municipios la
obligación de fomentar la enseñanza en todos los sitios del
país” (Monroy, 1985:25). Estos principios serán profundizados
con las acciones emprendidas por José Vasconcelos, quien
fuera nombrado Secretario de Educación Pública en 1921.

Pero si bien hay un consenso respecto a los logros alcanzados


por la revolución 12 , no es menos cierto que existen

12
En 1951 el sociólogo José Iturriaga resumía así los logros de la revolución:
“En materia agraria, casi dos millones de jefes de familia recibieron cerca de
treinta millones de hectáreas en un plazo de tres décadas, desde la promulgación
de la conocida ley del 6 de enero de 1915, hasta principios de 1945 [...] una Ley
Federal de Trabajo que protege con amplitud y justicia los derechos del obrero y
que es tenida como modelo en su género por muchos países del mundo[...] en el
terreno educativo se ha logrado que de cada cien mexicanos sepan leer cincuenta
y cinco, en contraste con la cifra de un 28% de alfabetos que ofrecía el porfirismo
en sus postrimerías [...] en materia de cultos, ha aparecido en los últimos años
una tolerancia [...] Nuestra revolución ha arraigado el respeto a la libertad de
pensamiento escrito o hablado en contraste con las prácticas de la Dictadura [...]
En las Relaciones Exteriores la Revolución ha seguido una política que ha dado
a nuestro país una personalidad importante [...] En materia vial, se han gastado
más de mil millones de pesos en construcción de carreteras que han contribuido
264 Miguel Ángel Beltrán Villegas

controversias acerca del rumbo tomado por México durante


los sexenios presidenciales que siguieron a la etapa cardenista.
Todavía en los años cincuentas, en amplios sectores de la
población estaba vivo el sentir que la revolución mexicana
no había concluido y que era necesario profundizarla. Las
aspiraciones populares incorporadas a su ideario (reforma
agraria, legislación del trabajo, desarrollo económico del
país sobre una base independiente, nacionalización del
subsuelo, educación laica y avanzada) representaban todavía
un programa de acción para los sectores populares interesados
en imprimir un nuevo impulso a la Revolución Mexicana.

Esta reflexión sobre el papel y los alcances de la revolución


mexicana fue formulada tempranamente por el economista
Jesús Silva Herzog, en un artículo publicado en 1943 en la
Revista Cuadernos Americanos de la cual era su editor. Silva
señala allí la crisis “moral e ideológica” que atraviesa la
revolución y plantea la necesidad de su superación a través de
una reafirmación de la misma. Sin embargo, seis años después
esa esperanza parecía no acompañarlo: “Ahora –escribía
Silva– después del tiempo transcurrido, pienso con cierta
tristeza y siento con claridad que la Revolución Mexicana ya
no existe; dejó de ser, murió calladamente sin que nadie lo
advirtiera; sin que nadie, o casi nadie lo advirtiera todavía”
(Silva, 1949). Asimismo, en su Ensayos sobre la crisis de
México, el historiador Daniel Cosio Villegas sentenciaba,
también, el agotamiento de las metas de la revolución: “Por

a dar mayor vigor económico al país[...]” Cf. José Iturriaga, “México y su crisis
histórica”, Cuadernos Americanos, XXXIII, mayo-junio, 1947, págs. 21-37 en
Stanley Ross (ed.). ¿Ha muerto la revolución mexicana?, causas, desarrollo y
crisis, México: SEP. 1972, p.119.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 265

una parte –escribía en 1947–, la causa de la Revolución ha


dejado ya de inspirar la fe que toda carta de navegación da
para mantener en su puesto al piloto; [por otra] los hombres
de la Revolución han agotado su autoridad moral y política”
(Cosio Villegas, 1947).

Fue precisamente en la solución del problema agrario,


donde el ideario revolucionario mexicano, reveló un mayor
estancamiento. Así lo manifestaba uno de los protagonistas
del proceso revolucionario, el general Heriberto Jara: “Mucho
ha hecho la Revolución para resolverlo [el problema agrario],
pero le falta mucho todavía por hacer. Es verdad que se ha dado
ya buena parte de la tierra a quienes la trabajan, pero eso no es
suficiente; es necesario también que se les den créditos, aperos
de labranza y enseñanza técnica adecuada. Es cierto también
que se han construido muchas y muy grandes presas y que, en
general, existe hoy un mejor aprovechamiento de los recursos
hidráulicos del país, pero tampoco eso basta; es indispensable
que esas presas y que esos recursos beneficien a las grandes
masas campesinas, y no a los nuevos latifundistas”13.

LA HEGEMONÍA DEL PRI:


ENTRE LA ESTABILIDAD Y EL AUTORITARISMO

Luego del triunfo de la Revolución se da una trasformación


social relativamente pacífica. En este sentido –señala Katz
(1982)– la excepcionalidad del caso mexicano donde
13
“Enjuiciamiento de la Revolución: habla Heriberto Jara”, Mañana, #466,
2 de agosto de 1952.
266 Miguel Ángel Beltrán Villegas

“luego del triunfo de la Revolución, sobre todo durante el


cardenismo: se da una trasformación social prácticamente
sin derramamiento de sangre”. Esta institucionalización de
la ideología revolucionaria en los años veinte y treinta del
siglo XX, tuvo su piedra angular en la conformación del
Partido Revolucionario Institucional (PRI) como expresión
organizada de determinados intereses y concepciones sociales.
El Partido surge en 1929 en el contexto de la crisis política
generada por el asesinato del general Álvaro Obregón, –en
ese momento presidente electo de la república y el más
claro representante de las fuerzas políticas y sociales de la
revolución mexicana–. Desde entonces el PRI gobernará
ininterrumpidamente durante 71 años, hasta su caída en 2000
con el triunfo del presidente Fox del Partido Acción Nacional
(PAN)14.

A través del PRI, el Estado logró el control y sometimiento


de los sectores fundamentales del país (obrero, campesino y
popular), dando paso a una especie de corporativismo estatal,
basado en una lógica vertical y patrimonialista de poder,
alimentado por el intercambio de apoyos y lealtades en el nivel
de la burocracia política y las direcciones sindicales. De esta
forma, el PRI, en tanto partido hegemónico, cumple funciones

14
En su primera etapa, el PRI se funda como Partido Nacionalista
Revolucionario (PNR), una coalición de numerosos partidos locales y unos
cuantos nacionales. Una vez consolidada su estructura, estos partidos tuvieron que
disolverse para dar lugar en 1932 a la afiliación individual. Seis años después, el
presidente Lázaro Cárdenas lo transformó en Partido de la Revolución Mexicana
(PRM), reconociendo oficialmente su naturaleza pluriclasista y sólo hasta 1946
el Partido adopta, su denominación actual (Partido Revolucionario Institucional)
bajo el lema de la “unidad nacional”.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 267

básicas en la reproducción y conservación del régimen:


monopolio de los puestos públicos, formación de la clase
política y legitimación del gobierno. Esta forma de organización
de los trabajadores fue producto de un pacto intersectorial
legitimado en el nacionalismo revolucionario propalado por
el régimen, a través del cual se hizo concesiones a las clases
populares a cambio de la subordinación de su acción política a
los intereses del Estado (Meyer y Reyna, 1989).

Lo anterior explica porqué desde sus inicios y particularmente


desde el sexenio de Cárdenas, la negociación y la búsqueda
de consenso, más que la coerción, se constituyeron en
instrumentos básicos del grupo gobernante, que hizo
suyas en su discurso y en alguna medida en los hechos, las
demandas de los campesinos, obreros, y en general de los
grupos definidos como populares limitando la acción política
de las organizaciones de masas. El régimen de Cárdenas
constituyó, sin lugar a dudas, el hito culminante dentro del
proceso de la Revolución Mexicana. Bajo su mandato sus
principios fundamentales tomaron fuerza con el impulso
a la reforma agraria, el programa educativo orientado a la
manera socialista, la expropiación de las acciones petroleras
en 1938 y la organización y sindicalización de la fuerza
obrera urbana y de los sectores campesinos. Todo lo cual
dio origen a la organización de grandes centrales y sindicatos
de industria: la Confederación Nacional Campesina (CNC),
la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y la
Federación de trabajadores al servicio del Estado (FTSE),
cuyos miembros, afiliados al partido gobernante, se erigieron
en la base social del Estado Mexicano, desde la posrevolución
(cf. González, 1981).
268 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Pese a que los gobiernos que sucedieron al general Cárdenas


mantuvieron su adhesión al ideal revolucionario, en la
práctica, las demandas de los llamados sectores populares,
empezaron a perder peso en la determinación del rumbo
tomado por la gestión oficial. Las prácticas presidencialistas
se abrieron campo dentro del sistema político mexicano,
erigiéndose la institución presidencial en el centro indiscutible
de la iniciativa política y el gran árbitro de los innumerables
intereses sociales y económicos en pugna. Por otra parte, se
consolidó el monopolio del partido oficial sobre los gobiernos
municipales, el senado y la cámara de diputados.

La institucionalización de la revolución de 1910 condujo a


una democracia limitada, caracterizada por la existencia de un
partido oficial que logra integrar corporativamente los sectores
fundamentales del país y que se mantiene en el poder durante
71 años consecutivos gracias a un estricto control sobre
el proceso electoral (que comprende desde la elaboración
del padrón electoral hasta la supervisión de los resultados
electorales) y el predominio de un fuerte presidencialismo, que
centraliza la toma de decisiones, controla las gobernaciones,
la cámara de representantes y el senado y que, en la práctica,
carece de un contrapeso real, pues los partidos de oposición
(tanto de izquierda como de derecha) quedan reducidos a su
mínima expresión.

1. El Control de la Oposición: Las Tensiones Sociales en


los años 60 y 70

Valiéndose de prácticas como la corrupción, la cooptación,


el fraude y la acción represiva, el PRI logra controlar
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 269

la oposición política y social. Así lo ejemplifican los


movimientos renovadores en contra de las viejas direcciones
sindicales, que adquirieron particular importancia a final de
la década de los cincuentas y comienzos de los sesentas. El
caso más significativo lo constituyó la huelga ferrocarrilera
en pro del reconocimiento de las nuevas directivas elegidas
democráticamente y en favor de una política nacionalista
en la conducción de la empresa. Estas acciones tuvieron
como respuesta por parte del gobierno la toma militar de
las instalaciones paralizadas, el despido de decenas de
trabajadores tanto de las líneas en huelga como de aquellos
que realizaron paros de solidaridad y la aprehensión de miles
de trabajadores, incluyendo a los principales líderes del
movimiento15.

En el mismo período las movilizaciones del Magisterio,


lideradas por Othon Salazar, junto con las luchas del
Sindicato de Trabajadores Petroleros (STPRM), el Sindicato
de Telefonistas de la República, el Sindicato Mexicano de
Electricistas (SME) y el Sindicato de la Aviación y Similares
(SNTAS), protagonizaron importantes luchas reivindicativas a
favor de la democracia sindical, aumento salarial y en defensa
de los presos políticos16. Uno de los instrumentos para hacer

15
Dos semanas después de su aprehensión, el secretario general de los
Ferrocarrileros, Demetrio Vallejo es acusado, junto con otros detenidos más, del
delito de “disolución social”, y sólo hasta 1971 recobrará su libertad, en un proceso
colmado de irregularidades.

16
Estos movimientos demandaban un incremento salarial del gremio, a la vez
que expresaban su rechazo a la política represiva adelantada por la dirigencia sindical
“charrista” contra las bases trabajadoras, sustentada en el uso de medios coercitivos
para mantener el control de los agremiados, incluyendo los despidos injustificados.
270 Miguel Ángel Beltrán Villegas

frente a estos movimientos fue la aplicación del artículo 145


del código penal que reglamentaba la “disolución social” y
la lucha por su derogación se convirtió, a finales de la década
de los cincuentas, en factor de movilización de las fuerzas
democráticas a nivel nacional17.

Luego de la sangrienta masacre de Tlatelolco (octubre de


1968), al despuntar la década de los setentas el agotamiento
del desarrollo estabilizador, la iniciación del proceso
inflacionario, la política de restricción de salarios y, en
términos generales, las orientaciones económicas dictadas por
organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI),
crearon un terreno favorable para el desarrollo de las luchas
sociales en México. Esto fue posible gracias a los cambios
sociales que venían ocurriendo en el país desde la década
anterior y, aunado a ello, el accionar de nuevas organizaciones
sindicales y políticas, a cuyas filas se vincularon militantes
del movimiento de 1968 y de otras corrientes de oposición

En relación con la dinámica huelguística debe destacarse que hacia 1958 el número
de conflictos sindicales aumenta de 93 a 740 huelgas, para disminuir ostensiblemente
como efecto de la represión, hasta 1962 en que nuevamente ese número se eleva
con la reducción de los salarios y la crisis de algunos sindicatos controlados por
dirigente “charros”.

17
El delito de disolución social había sido incluido en el código penal, como
medida de emergencia durante la II Guerra Mundial, con el objeto de reprimir los
delitos que tendieran a subvertir la vida institucional del país, afectaran la soberanía
nacional, u obstaculizaran el funcionamiento de las instituciones legítimas del país.
Al concluir el conflicto bélico, el decreto se mantuvo y fue utilizado, en los años
siguientes, como instrumento para enfrentar el movimiento popular. La redacción
del decreto era de tal forma imprecisa que permitía la aplicación de severos castigos
por simples “tentativas o interpretaciones de hipótesis”.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 271

actuantes en la década anterior (maestros, ferrocarrileros,


médicos y algunas organizaciones campesinas).

Como expresión de estos fenómenos, en los inicios de


la década de los setentas, las movilizaciones y huelgas
se generalizan en todo el país y surgen nuevas prácticas,
organizaciones y proyectos de oposición sindical, en un
proceso que se conoce como de “Insurgencia Sindical”; al
mismo tiempo, se conforman algunos núcleos guerrilleros
urbanos integrados fundamentalmente por estudiantes y
que rápida (y sangrientamente) serán desarticulados. Pero
el hecho más significativo es, tal vez, la emergencia de un
importante contingente de organizaciones que darán vida
al movimiento urbano popular. El análisis de estas luchas
sociales, reviste particular interés, ya que nos permitirá
entender las continuidades y discontinuidades de las luchas
sociales en el México actual.

En primer lugar, la llamada “insurgencia sindical” estuvo


asociada a una serie de reajustes en el interior de la burocracia
sindical, en las relaciones entre ésta y otros sectores sociales
y, consecuentemente, en las posiciones del conjunto del
movimiento obrero. La búsqueda de mayores espacios para la
acción sindical, derivó durante los primeros años del sexenio
de Luis Echeverría (1970-1976) en la proliferación de nuevos
sindicatos en diferentes ramas de la producción y en sectores
donde tradicionalmente el sindicalismo no había tenido mucha
presencia (v. gr. sector bancario y de servicios), a tiempo que
se profundizaron los conflictos internos en varios sindicatos
nacionales (Trejo, 1979).
272 Miguel Ángel Beltrán Villegas

En esta coyuntura cobran presencia las distintas formas


de oposición sindical, cabe destacar aquí: la llamada
“Tendencia Democrática”, los sindicatos de trabajadores y
profesores de la UNAM, la Unidad Obrero Independiente,
el Frente Auténtico del Trabajo, así como los movimientos
de oposición en el interior del sindicato del magisterio, en
petróleos mexicanos, en el sindicato ferrocarrilero, en el
sindicato de trabajadores de la industria nuclear y la liga de
soldadores. Estos procesos de democratización sindical vienen
acompañados de la lucha contra las direcciones sindicales
“charristas”, la ocupación de terrenos urbanos y la constitución
de movimientos de solidaridad. Frente a estos procesos, el
gobierno y sus representaciones sindicales responden con
nuevas negociaciones salariales y, cuando sus demandas
políticas se hacen más claras, con la represión indiscriminada
que termina por debilitar estas organizaciones.

Pero la “insurgencia obrera” no vino sola, también a


comienzos de los años 70 se conforman grupos guerrilleros
urbanos como el Frente Urbano Zapatista, el Movimiento
Armado Revolucionario, los Comandos Armados del Pueblo
y el Movimiento Guerrillero de Chihuahua, constituidos
por jóvenes radicalizados –algunos de ellos pertenecientes
a las juventudes del partido comunista– y que vieron en la
sangrienta represión del movimiento estudiantil de 1968,
la confirmación de que las vías legales para la oposición
estaban ya agotadas. Estas nuevas organizaciones se sumaban
a otras dos experiencias armadas ya existentes en el estado
de Guerrero y que contaban con una amplia base campesina:
la llamada Asociación Cívica Nacional Revolucionaria
(ACNR), orientada por Genaro Vásquez y el núcleo guerrillero
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 273

encabezado por Lucio Cabañas, que posteriormente dará


origen al Partido de los Pobres18.

Contrariamente a estas organizaciones, básicamente rurales,


los núcleos urbanos surgidos a finales de los 60 y comienzos de
los 70, respondían a una diversidad de planteamientos tácticos
y estratégicos: “Algunos consideraban la lucha armada
como el único camino para la construcción de una futura
organización revolucionaria, otros privilegiaban la formación
de una vanguardia militar dentro de una formación política
más amplia, más vasta, y finalmente otros más entendían la
lucha armada como una forma de lucha entre otras, necesaria
en las condiciones de clandestinidad y represión bajo las
cuales había tenido que operar el movimiento revolucionario”
(Bellingeri, 1994:65).

El primer momento de auge de estos movimientos lo


constituye el año de 1971 y, no obstante que para 1972,
algunos de ellos logran ser desarticulados o debilitados,
esto no impide su avance hacia un proceso de federación
de las organizaciones armadas. En este proceso, la ‘Liga
23 de septiembre’ cumple un papel muy importante. Dicha
organización surgida de la lucha ideológica desarrollada en el
seno del III Congreso de la Juventud del Partido Comunista
Mexicano, celebrado en diciembre de 1970, privilegia en sus
18
Sobre las experiencias armadas en este período, puede consultarse: Marco
Bellingeri. “La Imposibilidad del odio: la guerrilla y el movimiento estudiantil
en México, 1960-1974” en Ilán Semo et.al. La transición interrumpida. México:
1968-1988. México: Universidad Iberoamericana, Nueva Imagen, 1994; Gustavo
Hirales. Memoria de la guerra de los Justos. México: Cal y Arena, 1996; Carlos
Montemayor. Guerra en el Paraíso. México: Diana, 1991.
274 Miguel Ángel Beltrán Villegas

inicios las labores político-organizativas sobre las armadas.


Luego de la represión de 1971 y la detención de muchos
de sus cuadros dirigentes, su nueva dirección plantea una
reorientación de la lucha armada, para lo cual “tenían que
desterrarse algunas tendencias negativas en el movimiento y
que eran identificadas como militaristas, foquistas. Por otro
lado, la violencia debía volverse también de masas, penetrar
en los movimientos populares, expresarse en una ilegalidad
difusa y sobre todo en el sabotaje” (Bellingeri, 1994:68-9).

Para 1973, estas organizaciones armadas se esfuerzan


por constituir una federación militar que promueve
enfrentamientos callejeros con la fuerza pública, adelanta
algunas acciones armadas y de sabotaje en el país. Sin
embargo, para mediados de la década de los 70, el proyecto
de constituir una sólida organización constituía ya un fracaso:
la guerrilla rural de Guerrero es aniquilada, y los movimientos
armados urbanos corren la misma suerte como consecuencia
de una intensa represión estatal, a lo que coadyuva las
debilidades internas de sus organizaciones (particularmente
las tensiones entre la dirección y sus componentes federados),
su aislamiento y la ausencia de una base popular. Pese a ello,
algunos sobrevivientes de esta represión, darán continuidad
a esta experiencia armada –bajo otras orientaciones y
presupuestos– en lo que años más tarde se conocería como el
Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

Junto al fenómeno de la insurgencia obrera y el auge de la


guerrilla urbana, entre 1968 y 1972 México asiste a un período
de emergencia de las luchas urbanas expresadas en el auge
de demandas colectivas en torno a la vivienda, la tierra, los
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 275

servicios públicos. Se trata de luchas, en términos generales,


orientadas hacia un mejoramiento de los medios de vida
urbana que, a diferencia de los dos procesos anteriores, se
prolongarán hasta el primer lustro de los años ochentas y
vendrá acompañado de la conformación de nuevas formas
organizativas: se crean “frentes populares y comités de defensa
popular” en el norte del país, mientras que en algunos estados
como Nayarit, Michoacán, Querétaro, San Luis Potosí y
Puebla se constituyen movimientos de pobladores urbanos,
para la defensa física de terrenos que han invadido o que no
han sido reconocidos legalmente por el Estado, reivindicando
el derecho a la posesión y la introducción de servicios (cf.
Tamayo, 1989).

En la década de los setentas los llamados “frentes populares”


se hacen extensivos y se fortalecen en estados como Zacatecas,
Monterrey, Durango y el Distrito Federal incorporando varias
colonias populares y articulando en un proyecto unitario –que
escapa al control oficial– sectores de trabajadores, campesinos
y estudiantes. En Monterrey, 1971, surge una incipiente
coordinadora de colonias que promueve numerosas invasiones
y abre un espacio para la vinculación de nuevos sectores
afectados por la escasez de vivienda, así como de pobladores
pobres de la ciudad (inquilinos, solicitantes, vendedores
ambulantes, pequeños comerciantes y estudiantes). Este
proceso cristalizará en la conformación del “Frente Popular
Tierra y Libertad” –1976–, que integra a todas las colonias
invasoras y a otros contingentes populares y campesinos.

En Durango, 1972, se conforma el Frente Popular Independiente


(FPI), constituido fundamentalmente por inquilinos; esta
276 Miguel Ángel Beltrán Villegas

experiencia se hace extensiva al valle de México dando origen,


tras una escisión posterior, a la Unión de Colonias Populares
del Valle de México. El surgimiento y expansión de estos
movimientos en las principales ciudades del país, confluye
en la conformación en 1975 del efímero “Bloque Urbano de
Colonias”, que constituye un primer intento de coordinación
de estas luchas. Sin embargo, estos movimientos perderán
fuerza a mediados de la década de los setentas cuando, en
el contexto de la crisis económica que vive el país, México
endurece su política contra el movimiento popular.

Las medidas económicas adoptadas por el presidente Luis


Echevarría, al final de su mandato y por su sucesor, José López
Portillo, sumado al incremento de la represión estatal, marcarán
el inicio de una nueva etapa del movimiento urbano y popular,
en la que se incorporan nuevas reivindicaciones. Es así como
las movilizaciones contra el alza del transporte y el incremento
en los precios de los artículos de primera necesidad cobra
centralidad en esta nueva etapa. En 1977 se realizan tomas de
buses en las ciudades de Monterrey, Veracruz y Tehuantepec,
en tanto que las luchas de los inquilinos, adquiere gran
importancia en algunas colonias de Monterrey y la ciudad de
México. Aunado a ello, para finales de la década de los setentas
y comienzos de los ochentas, se gestan procesos unitarios
que tienen su hito más importante en mayo de 1980, cuando
sesiona el Primer Encuentro Nacional del Movimiento Urbano
Popular, que dará nacimiento a la “Coordinadora Provisional
del Movimiento Urbano Popular”, en la que participan
organizaciones de diferentes estados de la República y a la que
se sumarán, en los años siguientes, nuevas corrientes y fuerzas
políticas actuantes en el sector urbano popular.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 277

2. ¿Hacia la Transición Democrática?

La presión ejercida por el ascenso del movimiento obrero


y popular en los años setentas (particularmente la crisis en
sus formas tradicionales de control estatal), así como la
creciente deslegitimación del Partido Oficial y con ella la
pérdida de credibilidad del sistema político mexicano en
su conjunto, aunado a la crisis generalizada del capitalismo
mundial en los años 1974-1976, constituyen las razones
fundamentales que motivaron la reforma política de 197719,
impulsada por el entonces presidente José López Portillo,
con la cual “se crea un sistema mixto de representación
mayoritaria y proporcional, con trescientos diputados de
mayoría y cien electos por representación proporcional
de aquellos partidos de voto minoritario. Además de la
presentación de 65 mil firmas, se crea la modalidad del
registro condicionado a la obtención de cuando menos
el 1.5% de la votación total en la elección en la que se
participe. Se otorga, asimismo, durante el período de
campaña electoral, un tiempo limitado en radio y TV, un
conjunto de 20 minutos por mes” (Semo, 1989:39).

Gracias a la Reforma, en 1978 el PRI, PAN, PARM y PPS,


obtuvieron su registro definitivo, mientras que el Partido

19
Durante el gobierno de Luis Echevarría (1970-1976) también se adelantaron
algunas reformas, en cierta medida como respuesta política al movimiento de 1968
y que comprenden la reducción de la edad para ser electo diputado y senador y la
ampliación del sistema de representación de los partidos, a través de una rebaja de
los índices de votación. Estas medidas estuvieron acompañadas de una reforma a
la legislación electoral que busca ampliar la participación de la sociedad en la vida
electoral del país.
278 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Social Demócrata (PSD), el Partido Socialista de los


Trabajadores (PST) y el Partido Comunista (PCM) fueron
reconocidos como partidos con registro condicionado20.
De esta manera la izquierda pudo participar en el proceso
electoral como fuerza independiente, aunque no logró hacerlo
como una alternativa electoral unificada, en tanto partidos
con una orientación claramente derechista como el PAN21,
incrementaron aceleradamente su caudal de votantes22. No
obstante, en la coyuntura electoral de 1988 “la separación
de la Corriente Democrática del PRI y la candidatura de
Cauhtémoc Cárdenas a la presidencia crearon una nueva
situación. Cárdenas se convirtió rápidamente, a los ojos del
pueblo, en el hombre providencial capaz de vencer al grupo
en el poder para revertir el deterioro de los niveles de vida y

20
Samuel León y Germán Pérez. De Fuerzas Políticas y Partidos Políticos.
México: Plaza Valdés Editores, 1988. Un análisis de los alcances de esta reforma
puede consultarse en: Octavio Rodríguez Araujo. La Reforma Política y los Partidos
Políticos, México: Siglo XXI, 1984, séptima edición corregida.

21
El PAN se formó en 1939 como reacción a las políticas de transformación
social impulsadas por el gobierno del general Cárdenas. En su nacimiento estuvo
influido por corrientes fascistas aunque nunca se llegó a identificar plenamente
con ellas y su influencia más importante y permanente en el PAN ha sido la del
pensamiento social de la Iglesia Católica. La clientela del PAN es básicamente
urbana y preponderantemente de clase media, pero también busca y recibe votos de
las clases populares y la gran burguesía. En los gobiernos de Echeverría y López
Portillo, el PAN cuestionó las políticas populistas –postura que le ganó el apoyo
de grupos empresariales, sobre todo norteños–, aunque terminó aceptando las
reformas políticas de esos sexenios. Cfr. Octavio Rodríguez, Op.cit.

22
Pese a su orientación derechista, el PAN fue igualmente víctima del fraude
electoral. Cabe destacar aquí la elección de gobernador en Chihuahua de 1986,
que generó denuncias y movilizaciones por parte del PAN rechazando lo que
consideraron una elección fraudulenta que le dio el triunfo al PRI.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 279

la pérdida de soberanía nacional. El movimiento político que


se constituyó a su alrededor rebasó rápidamente a los partidos
que lo postulaban como candidato” (Semo, 1989:141).

Pero en las elecciones de julio de 1988 el sistema recurrió


una vez más al fraude y, pese a la impugnación de los
resultados oficiales por parte de la oposición23, finalmente la
comisión electoral reconoció el triunfo al candidato del PRI,
Carlos Salinas de Gortari, quien asumió la presidencia en
diciembre de 1988 con los niveles más bajos de legitimidad
que presidente alguno hubiese tenido durante la hegemonía
del Partido Oficialista24.

El nuevo presidente se comprometió con un programa de


modernización que significó la profundización de las políticas
neoliberales iniciadas en el gobierno anterior y que tuvo como
rasgos centrales: “la privatización de empresas paraestatales y la
reducción del déficit del sector público mediante la contención
del gasto y la expansión de la base impositiva; la reducción o
contención de los salarios reales, y por lo tanto del consumo
interno; el aliento a la inversión privada, especialmente a la
extranjera; privilegiar el papel del mercado como principal
regulador de las relaciones económicas, internas y externas,
apertura de la economía y promoción de las exportaciones de

23
Cabe destacar aquí la actitud del Partido Acción Nacional (PAN) que si
en un principio se sumó a las protestas en contra del fraude electoral, terminó
por legitimar el mandato del presidente Salinas: no sólo estuvo de acuerdo con
que se quemaran los paquetes electorales de esa votación, sino que terminó por
declarar que el presidente Salinas había hecho suya su política económica.
24
Con un índice de abstención Salinas obtuvo el 50.4% de los votos frente
al 31.1% de Cárdenas y el 17.1% de Clouthier.
280 Miguel Ángel Beltrán Villegas

manufacturas”25. En el plano electoral se impulsaron algunas


reformas con el claro objetivo de reconstituir la legitimidad
perdida por el fraude de 1988, fue así como en 1990 se sustituyó
la Comisión Federal Electoral –un organismo dependiente
de la secretaría de gobernación que hasta el momento había
ejercido el control absoluto sobre los procesos electorales–
por un organismo imparcial constituido por un consejo de
personalidades con prestigio académico y solvencia moral.
Nace así el Instituto Federal Electoral (IFE), que en los años
posteriores será objeto de sucesivas reestructuraciones en
dirección a otorgarle una mayor autonomía. De esta manera el
gobierno federal fue perdiendo paulatinamente el control de las
elecciones y se allanó el camino para la llegada del Partido de
la Revolución Democrática a la alcaldía del DF y finalmente
el triunfo de Vicente Fox en el 2000, en unas elecciones
consideradas de transparentes26.

Durante su campaña presidencial, el candidato del PAN y el


Partido Verde, ofreció solucionar el conflicto de Chiapas en
15 minutos y habló de la necesidad de reducir la pobreza,

25
Área de Procesos Políticos UAM-I. “México: el tren de la modernidad
(un análisis del sexenio de Salinas) en Gustavo Ernesto Emmerich. Procesos
Políticos en las Américas. México: UAM Iztapalapa, P. 232.

26
El triunfo de Fox estuvo precedido por el sexenio presidencial de Ernesto
Zedillo. Esta última elección presidencial se vio marcada por acontecimientos
como el recrudecimiento de la situación política en Chiapas y el asesinato del
candidato del PRI, Luis Donaldo Colosio, así como de su presidente. Su gestión
no fue más afortunada: crisis económica y devaluación del peso, surgimiento
de nuevos grupos armados, aumento del narcotráfico y un cierre prolongado de
la UNAM, cuyo campus universitario terminó ocupado por la Policía Federal
Preventiva.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 281

mediante “un esfuerzo integrado de políticas sociales de


inclusión que generen capacidades humanas, y políticas
económicas orientadas a la generación de oportunidades de
inversión, producción y empleo para las mexicanas y mexicanos
excluidos” (Boltnivik, 2000). Para muchos analistas políticos
e incluso intelectuales de izquierda, la derrota del PRI en las
urnas había consolidado en México el proceso de “la transición
a la Democracia” y se abría paso a una profunda reforma del
Estado que acabaría con el régimen político heredado del
priísmo. Pero la euforia que creó el triunfo de Vicente Fox,
se agotó rápidamente en los primeros meses de su gestión y el
presidente que llegó a la Casa de los Pinos con una gran aureola
de legitimidad política, terminó su mandato, cercado de un
grueso cordón de seguridad, sin siquiera poder pronunciar su
último informe ante el Congreso, situación sin precedentes en
la historia parlamentaria de México.

Para empezar hay que señalar que si bien el PAN con Fox a
la cabeza había ganado la contienda presidencial, no obtuvo
la mayoría en el Congreso y apenas alcanzó el 42.1% de los
diputados y el 35.9% de los senadores, en contraposición
al PRI que obtuvo un significativo 42.2 por ciento de los
diputados y 46.8 por ciento de los senadores, lo que le
proporcionaba un gran amplio margen de veto y negociación
sobre los proyectos legislativos27. De tal modo que el nuevo
presidente terminó por pactar con el PRI para alcanzar la
gobernabilidad, aplazando así las urgentes reformas que
reclamaba la nación.
27
Por su parte, el PRD, perdió importantes posiciones en el Congreso, en
el que sus integrantes tuvieron una disminución considerable de 125 a sólo 50
diputados; su triunfo importante fue retener el Distrito Federal.
282 Miguel Ángel Beltrán Villegas

En cuanto al conflicto de Chiapas, lejos de resolverse éste se


acrecentó y al final lo único que propuso fue una iniciativa de
reforma constitucional sobre derechos y cultura indígenas, que
desconocía los acuerdos de San Andrés y hacía caso omiso
de las demandas formuladas por los mexicanos en la gran
movilización en torno a la “Marcha del Color de la Tierra”
impulsada por los zapatistas. En el plano social los resultados
fueron todavía más desastrosos: “Entre 2001 y el primer
trimestre de 2006 la planta laboral ocupada en los grandes
establecimientos económicos que operan en México registró
un desplome de 59.5 por ciento, que significó una reducción
de 5.3 millones en el número de trabajadores, según los
informes del INEGI. Al inicio del gobierno del presidente Fox
los grandes establecimientos daban ocupación directa a 8.9
millones de trabajadores. Al término del primer trimestre del
último año de su mandato la plantilla laboral había descendido
a 3.6 millones. En tanto, en el ámbito agropecuario el universo
ocupacional resintió una contracción de 16 por ciento en el
mismo periodo, lo que significó un descenso de 1.2 millones
de personas con ocupación”28.

Como si esto fuera poco su estilo “tosco y chabacano” terminó


por ridiculizar la investidura presidencial y el “rancherito de
botas” –como el mismo se describió– terminó siendo objeto de
las más duras caricaturizaciones29. El sexenio foxista termina
28
Juan Antonio Zúñiga. “Se suman al desempleo 6.6 millones” en La Jornada,
martes 1 de agosto de 2006.

29
La prensa destacó situaciones como el de referirse a las mujeres como
“lavadoras de dos patas”; o confundir al célebre escritor Jorge Luis Borges
con “José Luis Borgues” así como sus relaciones maritales con Marta Sahagún
–esposa no “autorizada” por la Iglesia.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 283

en medio de uno de los escenarios más críticos por los que


ha atravesado el país en los últimos tres cuartos de siglo tras
la brutalidad del fraude electoral.

LA ALTERNATIVA DE IZQUIERDA

Con la deslegitimación del Partido Acción Nacional y el


Partido Revolucionario Institucional se abren en México
dos alternativas desde la izquierda: por un lado, la liderada
por el Partido de la Revolución Democrática (PRD), cuya
cabeza visible es Andrés Manuel López Obrador, y que
avanza hacia la constitución del Frente Amplio Progresista,
constituido por el PRD, el Partido de los Trabajadores (PT)
y Convergencia, que movilizó un importante sector de la
sociedad civil en contra del fraude electoral y que ha esbozado
en la Convención Nacional Democrática, sus lineamientos
programáticos. Por otro lado, el proyecto neozapatista
liderado por el subcomandante Marcos (aunque el mismo
se resista a esta caracterización como líder) y que encuentra
en la VI Declaración de la Selva Lacandona, una propuesta
programática para México. El primero se inscribe en esta línea
de políticos progresistas, algunos de los cuales ocupan hoy
la presidencia de sus países y cuya expresión más radical es
Hugo Chávez en Venezuela; mientras que el segundo recoge
un amplio espectro de sectores excluidos, comprometidos con
un programa anticapitalista y que plantea una alternativa de
modificación radical de las estructuras económicas, sociales,
políticas y culturales.
284 Miguel Ángel Beltrán Villegas

1. El Partido de la Revolución Democrática (PRD)

Tres vertientes dan origen al Partido de la Revolución


Democrática (PRD): en primer lugar, un desprendimiento
del PRI que demandaba cambios democráticos en los
mecanismos de sucesión presidencial, y que se dio a conocer
como “Corriente Democrática” encabezada por el Ingeniero
Cuauhtémoc Cárdenas –heredero político de su padre, el
general Lázaro Cárdenas, presidente de México entre 1934-
1940– y Porfirio Muñoz Ledo –expresidente nacional del
PRI–; en segundo lugar, una vertiente proveniente de los
movimientos sociales (campesinos, urbanos, populares) en
la que participan cuadros políticos de la izquierda comunista,
socialista y nacionalista30 y, finalmente, una Corriente de
la izquierda partidista que dos años antes había creado el
Partido Mexicano Socialista (PMS). El PRD obtiene su
registro en mayo de 1989 y su antecedente más inmediato es
el Frente Democrático Nacional, creado para las elecciones
presidenciales de 1988.

En su momento El PRD logra establecerse como una


nueva expresión política de la izquierda mexicana que
cuestiona las políticas neoliberales y las privatizaciones

30
La Izquierda Social, que englobaba lo mismo a organizaciones sociales
como la Coalición Obrera, Campesina, Estudiantil del Istmo (COCEI), la Central
Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC), la Asamblea de
Barrios de la Ciudad de México, la Unión de Colonias Populares, la Unión Popular
Revolucionaria Emiliano Zapata, que a agrupamientos de activistas políticos con
presencia en el medio social como la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria
(ACNR), la Organización Revolucionaria Punto Crítico (ORPC), la Organización
de Izquierda Revolucionaria-Línea de Masas (OIR-LM, particularmente en el
D.F.) y el Movimiento al Socialismo.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 285

respaldadas por el PRI y el PAN, defiende los derechos


sociales ciudadanos, se opone a la privatización del seguro
social, vota negativamente el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN), critica la política migratoria de
los Estados Unidos; reclama la participación directa de los
ciudadanos en las decisiones de interés público; se opone al
fraude electoral, denuncia la corrupción oficial y propugna
por una reforma electoral verdaderamente democrática. De
esta manera logra transformarse en uno de los tres grandes
partidos del país, alcanzando en 1997 la alcaldía del DF,
algunas gobernaciones –predominantemente en el centro y el
sur del país– y aproximándose a la primera magistratura en los
comicios electorales del 2006, sobre los cuales pesa –como
ya se señaló– un gran manto de duda en cuanto al verdadero
triunfador31.

No cabe duda que el PRD logra un innegable avance en


relación con los estrechos espacios que, hasta el momento,
ocupaba la izquierda independiente y los sectores del
nacionalismo revolucionario. El asesinato de más de 600
militantes es, sin lugar a duda, expresión del rechazo a un
proyecto que reivindica el tema de la justicia social, las
libertades democráticas y el rescate de la soberanía nacional

31
El desempeño electoral del PRD ha sido irregular: En los comicios
intermedios de 1991, en los cuales el PRD participó ya con sus siglas, fue un
verdadero retroceso con respecto a la elección de 1988; en 1994, Cárdenas sólo
sumó 16.9% del total de los votos, muy por debajo de su desempeño anterior. Sin
embargo, en 1997 el nuevo partido conoció un notable ascenso. Cárdenas ganó
el Distrito Federal con un gran margen respecto a sus adversarios y el PRD elevó
considerablemente su votación para las cámaras. A nivel municipal, ha ganado
muchas elecciones, pero en la mayoría de los casos no ha tenido continuidad en
los siguientes comicios.
286 Miguel Ángel Beltrán Villegas

en un país marcado por el autoritarismo. Sin embargo,


son también muchas las debilidades y contradicciones que
han puesto en tela de juicio su viabilidad como proyecto
alternativo: en primer lugar, cabe resaltar el carácter
caudillista del movimiento –que está en los orígenes mismos
del movimiento– y que conspira en contra de las formas
democráticas para la toma de decisiones, de tal modo que
los actos y declaraciones del líder desempeñan un papel
determinante a la hora de trazar los rumbos políticos de la
agrupación.

En segundo lugar, la actividad política del PRD se ha


limitado, cada vez más, a las campañas electorales, los
escenarios parlamentarios y el gobierno. Muchos cuadros de
los movimientos sociales que han adherido al partido, han
terminado absorbidos en actividades puramente electorales,
con la consecuente pérdida de su dinámica reivindicativa. Esta
actitud quedó muy clara en el comportamiento asumida por
los legisladores electos del PRD, en la coyuntura poselectoral
de julio de 2006, ya que mientras por un lado apoyaban la
concreción de un gobierno en rebeldía, con Manuel López
Obrador a la cabeza, por otro se negaban a suspender la
aceptación de sus cargos en el Congreso y demás órganos
legislativos.

A lo anterior se suman, los escándalos de corrupción que han


permeado sus filas, como el que comprometió a René Bejarano
–secretario particular del, entonces, alcalde de ciudad de
México Manuel López Obrador– a quien se le acusó de haber
recibido dineros del empresario Carlos Ahumada. Todo lo cual
ha desdibujado la imagen pública del Partido.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 287

Finalmente, hay que señalar que el PRD adolece de una falta


de un programa coherente a largo plazo. Su naturaleza inicial
estuvo signada por el propósito de refundar el nacionalismo
revolucionario sobre el cual se legitimó el estado mexicano en
la perspectiva de construir una democracia participativa. No
obstante, “el carácter improvisado que marcó su constitución,
a partir de una coalición disímil e inestable, dio como resultado
un partido fragmentado y en ciertos momentos polarizado;
los diferentes grupos y corrientes políticas que conviven en
el partido distan mucho de tener una concepción homogénea
con respecto a lo que éste debe ser; esto ha propiciado
desavenencias con respecto al lugar jerárquico de cada uno
de los grupos que los constituyen, y a la postura ideológica
que debe ser adoptada; también ha habido desacuerdos en
relación con las estrategias de largo plazo y con la actitud del
partido ante ‘asuntos coyunturales’”32.

Es cierto que la iniciativa formulada por los dirigentes del


PRD de convocar una Convención Nacional Democrática,
en septiembre del 2007, se constituyó en la posibilidad
de constituir un gran frente social y político compuesto
por organizaciones políticas y sociales, ONG y grupos de
intelectuales alrededor, en torno a un programa de cinco
puntos básicos: impulso a un Estado de Bienestar, defensa
del patrimonio de la Nación: contra las privatizaciones
(petróleo, gas y electricidad), la educación, salud y los recursos

32
Yolanda Meyenberg. “El PRD. La pugna por un nuevo liderazgo”. Ponencia
presentada al VII Congreso Español de Ciencia Política y de la Administración.
Democracia y Buen Gobierno. Grupo de Trabajo 23. Partidos y Sistemas de
Partido en nuevas Democracias. Madrid 21-23 septiembre de 2005. Versión
Electrónica.
288 Miguel Ángel Beltrán Villegas

naturales estratégicos; derecho público a la información y


lucha contra la corrupción y la impunidad y la renovación de
las instituciones políticas nacionales. Sin embargo, éste se ha
limitado a dar el apoyo plebiscitario a Andrés Manuel López
Obrador sin que todavía haya hecho mucho en la posibilidad
de constituir un gran programa que recoja las reivindicaciones
concretas, de clase, de cada sector y de cada localidad que
participa en esta Convención Nacional.

2. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)

México cuenta con una rica y larga historia de movilizaciones


y rebeliones armadas que tiene como punto de partida los
ejércitos de peones, campesinos e indígenas organizados por
los curas Miguel Hidalgo y José María Morelos durante la
lucha por la independencia de España; pasa por la llamada
“guerra de castas” en Yucatán a mediados del siglo XIX, se
continúa en el siglo XX con las luchas agraristas de Emiliano
Zapata, Pancho Villa y Saturnino Cedillo al despuntar el
decenio de los diez, tiene luego otro momento importante
con la movilización de los cristeros en los años veintes, para
entroncar en un período más reciente con las guerrillas rurales
de Lucio Cabañas y Genaro Vásquez, las organizaciones
armadas urbanas de los años setentas, y llegar así al Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el Ejército Popular
Revolucionario (EPRI) y su desprendimiento el EPRII.

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) surgido


de las entrañas de las selva Lacandona (Chiapas), el 1 de
enero 1994, en el preciso momento en que entra en vigor el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 289

firmado por México, Estados Unidos y Canadá no constituyó


una acción improvisada, sino que es el resultado de una larga
labor de preparación político-militar. No es mi propósito
examinar aquí las circunstancias objetivas y subjetivas que
hicieron posible la irrupción del EZLN pero si me parece
importante destacar las diferentes corrientes que confluyen
en la conformación del movimiento neozapatista y que nos
permiten construir un perfil del movimiento:

Por un lado, está el desarrollo político-ideológico de un amplio


movimiento campesino, indígena y popular, conformado a lo
largo de dos décadas de luchas y movilizaciones sociales y
que tiene un momento importante en 1974 con la realización
del Congreso Indígena en San Cristóbal de las Casas, con
motivo de los 500 años del nacimiento de Bartolomé de
las Casas, y bajo el impulso del gobierno chiapaneco y la
Diócesis de esta región y que logró aglutinar a varios pueblos
indígenas. Paralelo a éste, pero por fuera de la influencia
oficial, se proyectan otras experiencias organizativas como
“los comuneros de Venustiano Carranza; el levantamiento de
indígenas tzotziles en el municipio de San Andrés Larráinzar,
el violento despertar de los chamulas y, por último, el
resurgimiento de la lucha agraria de los campesinos mestizos
de la región de la Frailesca, principalmente, en el municipio
de Villa Flores, cuyo movimiento se extendió a los de Chiapa
de Corzo, Tzimol y Socoltenango y que en 1976 fundaron la
Alianza Campesina ‘10 de abril’” (González y Pólito, 1995).

Por otro lado, está el decidido apoyo de las comunidades


eclesiásticas de base de la diócesis de San Cristóbal,
convertida en un centro importante de prédica de la “teología
290 Miguel Ángel Beltrán Villegas

de la liberación” y su compromiso con una opción hacia los


pobres. Al frente de la diócesis, cumple una importante labor
de catequización el obispo Samuel Ruiz33, quien desde 1959 es
consagrado como tal, y a través de largos años logra establecer
fuertes vínculos con las comunidades indígenas transmitiendo
“un mensaje cristiano distanciado de la normal prédica
conformista de una iglesia al servicio de los hombres de oro,
y más cercana a la prédica liberadora de los tan esperados
hombres de maíz” (Camú y Totoro, 1994:87).

Una tercera vertiente que confluye en el levantamiento


armado de Chiapas es la conformada por un contingente de
militantes de izquierda quienes llegan a finales de los años 70 y
comienzos de los ochentas al estado de Chiapas para articularse
con el movimiento campesino y las comunidades indígenas.
Estos militantes provenían de núcleos sobrevivientes de la
sangrienta represión ejercida contra la guerrilla urbana, por
el gobierno de Luís Echeverría y según el polémico libro
escrito por el periodista Carlos Tello Díaz, eran militantes de
las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN), y uno de cuyos
cuadros más sobresalientes sería el hoy conocido como
Subcomandante Marcos (Tello, 1995:95).

Para el escritor e historiador Adolfo Gilly los verdaderos


protagonistas de la rebelión zapatista son las comunidades
agrarias con sus creencias, valores, relaciones internas, su
cosmovisión del mundo, desde esta perspectiva, “la rebeldía

33
Sobre la labor pastoral desarrollada por el obispo Samuel Ruiz en San
Cristóbal de las Casas, puede consultarse el libro del historiador mexicano Jean
Meyer (con la colaboración de Federico Anaya y Julio Ríos). Samuel Ruiz en
San Cristóbal. México: Tusquets, 2000.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 291

rural termina insertándose, en los tiempos largos, como uno de


los modos de conformación y de existencia de la comunidad
estatal mexicana. O, en otras palabras, como uno de los
elementos potenciales constitutivos de la relación de mando-
obediencia entre dirigentes y dirigidos, entre gobernantes y
gobernados” (Gilly, 1997:30). En este sentido, sostiene Gilly,
la revolución mexicana puede ser interpretada como una
revolución donde los campesinos adquieren una idea de nación
a través de su experiencia vivida en los años del conflicto y que
cristaliza en un acuerdo, que se plasma en el artículo 27 de la
constitución de 1917, en donde los líderes de las comunidades
agrarias hacen concesiones a sus dominadores con el fin de
garantizar el derecho a la tierra.

El mencionado artículo que otorga a la nación mexicana la


propiedad de los recursos naturales del país y consagra como
mexicanos todos los títulos que daban derecho a tierra y agua,
al tiempo que dispone la expropiación de los latifundios para
subdividirlos en granjas pequeñas y propiedades rurales de
carácter comunal. Ese pacto se rompió a finales de 1989
cuando la élite mexicana, en el marco de las negociaciones
del TLCAN, modificó el artículo 27 y “cerró la posibilidad
de futuros repartos agrarios; legalizó la privatización de las
tierras ejidales y comunales, que en adelante podrán venderse,
comprarse o usarse como garantía de créditos; y facilitó la
compra en bloque de parcelas, tierras y bosques por empresas
privadas de accionistas” (Gilly, 1997:40). Desde entonces, el
camino para la insurrección quedó allanado.

No es una casualidad que el 1 de enero de 1994, cuando se


pone en vigencia el TLCAN, estallará la rebelión indígena en
292 Miguel Ángel Beltrán Villegas

Chiapas que reivindica en su primera declaración, el derecho


constitucional que tiene el pueblo de alterar o modificar la
forma de su gobierno, declara la guerra al ejército federal,
ordena a las fuerzas militares del EZLN avanzar hacia la
capital y hace un llamado al pueblo de México para que
participen en la lucha por sus demandas básicas de trabajo,
tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia,
libertad, democracia, justicia y paz (EZLN, 1994:33-5).
Numerosos factores inciden en la rápida receptividad y
solidaridad que despierta el movimiento insurreccional de
Chiapas, entre otros: la legitimidad de su lucha, la utilización
de un lenguaje renovado que incluye utilización de símbolos
que combinan imágenes de lo tradicional y lo moderno, la
recuperación de valores hasta entonces opacados por los
discursos hegemónicos, la invocación al problema de la
identidad nacional.

El EZLN se inserta en una nueva generación de movimientos


sociales que se vienen consolidando hoy en América Latina
(vb.gr. los movimientos indígenas en Ecuador y Bolivia, los
piqueteros en Argentina y el movimiento “sin tierra” en el
Brasil) y que coloca sobre el tapete algunos temas importantes
de discusión relacionados con el poder, la autonomía y la
autogestión, las formas organizativas y las forma de hacer
política, que encuentran en el “oxymoron” o el mandar
obedeciendo su principio fundamental “pues si el protagonista
principal, activo y fundamental de estos nuevos movimientos
son las masas y las clases populares, y no sus ‘líderes’ ni sus
‘políticos’ ‘profesionales’, ni sus ‘intelectuales’, entonces el
rol de todos estos últimos sólo puede ser el de ‘portavoces’,
‘voceros’, ‘enlaces’ o ‘representantes’, que son en todo
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 293

tiempo y lugar revocables […] que son capaces de ‘mandar’


sólo y en la justa medida en que ‘obedecen’ realmente a los
intereses genuinos y a las demandas específicas de ese fuerte
movimiento social al que representan y expresan” (Aguirre,
2006).

Desde el 2003, los neozapatistas vienen impulsando la creación


de espacios de autonomía local y regional, experiencia
que debe decirse no es exclusiva de este movimiento (en
Ecuador y Colombia hay prácticas organizativas en tal
sentido) a través de las los llamados “Caracoles” y “Juntas
de Buen Gobierno”, los cuales se han venido configurando
mediante largas discusiones, acuerdos (y silencios) y cuyo
objetivos, en palabras del subcomandante Marcos, es, entre
otros, “contrarrestar el desequilibrio en el desarrollo de los
municipios autónomos y de las comunidades. Mediar en
los conflictos que pudieran presentarse entre municipios
autónomos y entre municipios autónomos y municipios
gubernamentales. Atender las denuncias contra los Consejos
Autónomos por violaciones a los derechos humanos, protestas
e inconformidades, investigar su veracidad, ordenar a los
Consejos Autónomos la corrección de estos errores, y vigilar
su cumplimiento. Vigilar la realización de proyectos y tareas
comunitarias en los municipios autónomos”.

En sus 13 años de existencia se han operado cambios


significativos en el EZLN y aunque hoy siga siendo una
organización político-militar con una amplia base social,
se ha transformado ante todo en un movimiento político
social, que ejerce control y autoridad sobre un territorio,
bajo la protección de milicias armadas. De otro lado, si en
294 Miguel Ángel Beltrán Villegas

un principio sus demandas estuvieron centradas en la lucha


por las demandas de los pueblos indígenas, hoy la estrategia
neozapatista pasa por acumular fuerzas y tejer alianzas para
reconstituir la sociedad desde abajo. Esto quedó claramente
expresado en la VI Declaración, donde se expresa: “1. Vamos
a seguir luchando por los pueblos indios de México, pero
ya no sólo por ellos ni sólo con ellos, sino que por todos
los explotados y desposeídos de México, con todos ellos y
en todo el país. Y cuando decimos que todos los explotados
de México también estamos hablando de los hermanos y
hermanas que se han tenido que ir a Estados Unidos a buscar
trabajo para poder sobrevivir. 2. Vamos a ir a escuchar y hablar
directamente, sin intermediarios ni mediaciones, con la gente
sencilla y humilde del pueblo mexicano y, según lo que vamos
escuchando y aprendiendo, vamos a ir construyendo, junto con
esa gente un programa nacional de lucha, pero un programa
que sea claramente de izquierda o sea anticapitalista o sea
antineoliberal, o sea por la justicia, la democracia y la libertad
para el pueblo mexicano.3. Vamos a tratar de construir o
reconstruir otra forma de hacer política, una que otra vuelta
tenga el espíritu de servir a los demás”.

Este es el propósito de “la otra campaña” que ha sido definida


en contraposición a la campaña electoral que concluyó con
el fraude electoral de julio de 2006, y que busca abrir una
vía alternativa a la crisis social que vive México, diferente al
camino de la represión que viene aplicando Felipe Calderón
pero, también, que vaya mucho más allá de los objetivos
generales y limitados que ha definido la Convención Nacional
Democrática, liderada por Manuel López Obrador y emprenda
el avance por senderos alternativos al capitalismo.
PRÁCTICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES 295

A MODO DE CONCLUSIÓN

En el lapso desde el levantamiento armado de Chiapas, el


primero de enero de 1994 hasta la coyuntura poselectoral del
6 de julio de 1997, México ha tenido cambios significativos:
el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó el
país de manera hegemónica y autoritaria durante más de 70
años, fue derrotado en las urnas, en los comicios electorales
del 2000. Pero Vicente Fox, su sucesor, no llevó a México
por los senderos de la transición democrática, contrariamente
a ello acentuó el modelo económico excluyente y la crisis
política, económica y social del país es más profunda que la
vivida en 1994, la violencia se ha diversificado y extendido
en todo el país y los procesos electorales locales y nacionales,
pese a la presencia de nuevos organismos de control como el
Tribunal Electoral del Poder Judicial, siguen siendo altamente
cuestionados. De tal modo que si antes se creía que las luchas
por el poder se resolverían en las urnas, ahora es claro que
las elecciones –como en los tiempos de Porfirio Díaz– sirven
para legitimar el poder de las élites; si antes, algunos pensaban
que el PAN, pondría fin a 71 años de una hegemonía corrupta,
hoy el PAN ha demostrado que no tiene mientes en recurrir
a los mismos métodos de su otrora adversario y ahora aliado
incondicional el PRI.

Pero también en el escenario del 2007 hay elementos nuevos


que crean condiciones favorables para el cambio democrático
en México, cuando amplios sectores de la población han salido
a las calles a protestar contra el fraude electoral y han lanzado
su clamor por una verdadera transformación social. Y si en
1994 Chiapas marcó el inicio de un camino, hoy la “comuna
296 Miguel Ángel Beltrán Villegas

de Oaxaca” está mostrando a México y al continente,


experiencias inéditas de resistencia popular. Por lo que se hace
necesario tejer redes de acción y coordinación más orgánica de
todos los movimientos y expresiones de lucha social, lo cual
exige de actores como el PRD una ruptura definitiva con sus
lastres priístas y caudillistas; y del EZLN y el subcomandante
Marcos, un verdadero diálogo con todos estos movimientos
de resistencia, que permita pasar de sus frases declaratorias
bellamente construidas al campo de los hechos.

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