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Andy Hargreaves
Durante los últimos treinta años, sin embargo, una sutil revolución que ha
tenido lugar en las ciencias sociales ha desafiado el modelo de aprendizaje
mantenido por nuestras escuelas. Los psicólogos cognitivos han propuesto una
visión constructivista del aprendizaje, al que ya no se concibe lineal, sino interactivo.
Afirman que existe un mundo real que experimentamos pero que el significado que le
damos viene impuesto por nosotros, en lugar de ser algo que existe en el mundo,
independiente de nosotros. Existen muchas formas de estructurar el mundo, y para
cualquier acontecimiento o concepto hay muchos significados o perspectivas (Duffy y
Jonassen, 1992). Ateniéndose al principio de que las cosas deberían tener sentido,
los constructivistas han sugerido que el aprendizaje es un proceso en el que los
estudiantes absorben información, la interpretan, la conectan con lo que ya saben y,
si es necesario, reorganizan su comprensión para acomodarla (Shepard, 1991). Esto
significa que los estudiantes elaboran su propia comprensión basándose en nuevas
experiencias que aumentan sus conocimientos. Gardner (1985) lo describe del
siguiente modo:
... los sujetos humanos no realizan tareas como quien llena pizarras vacías: tienen
expectativas y esquemas bien estructurados, dentro de los cuales abordan diversos
materiales..., el organismo, con sus estructuras ya predispuestas al estímulo,
manipula y reordena la información nueva que encuentra (pág. 126).
Uno de los descubrimientos más significativos en esta exploración del
aprendizaje como un proceso de elaboración es la increíble ignorancia y la
comprensión superficial que sobre las ideas, el conocimiento y los conceptos
demuestran los estudiantes, y no sólo en una disciplina, país o nivel de enseñanza,
sino en todas partes donde se han llevado a cabo estos estudios (White, 1992). Los
estudiantes son capaces de reproducir información que han memorizado, pero son
ya menos competentes cuando se trata de actuar bajo condiciones nuevas que
exijan su aplicación. En La mente no escolarizada, Gardner (1991) argumenta que
aprender para comprender supone mucho más que producir una respuesta
«correcta». Cuando un individuo aprende algo de un modo que haya supuesto una
comprensión profunda, esa persona puede asimilar el conocimiento, los conceptos,
las estrategias y los datos, y aplicarlos a situaciones nuevas y apropiadas (Gardner,
1994). Las escuelas están llenas de estudiantes capaces de combinar números en
una fórmula, pero incapaces de utilizar esa misma fórmula para solucionar un
problema que no se les haya presentado antes, y en las universidades abundan los
jóvenes que estudian física, pero que están convencidos de que allí donde no hay
aire, no existe la gravedad; todos estos estudiantes son capaces de expresar un
fenómeno complejo que han estudiado en la escuela, sin embargo sólo ofrecen
respuestas simplistas cuando sucede algo complejo en el mundo real. Gardner
(1991) describe lo que él llama la mente «no escolarizada» o del «niño de cinco
años», que se ha desarrollado sin ninguna educación formal. Es una mente
maravillosa que elabora teorías acerca de todo aquello con lo que se encuentra,
teorías sobre la materia, la vida, su propio ser, los demás, etcétera. Por desgracia,
muchas de las ideas grabadas en nuestra mente a partir de esas primeras
experiencias son erróneas. Tal y como Gardner (1994) expresa de manera
evocadora:
...en la escuela, esos grabados están recubiertos con un polvo muy fino, la
materia que la escuela trata de enseñar. Si en la escuela se observa la mente,
parece, a primera vista, bastante adecuado, porque sólo se ve el polvo. Pero, por
debajo del polvo, el grabado no se ha visto afectado en lo más mínimo. Y cuando
se deja la escuela y se cierra la puerta de golpe por última vez, el polvo se disipa y
el grabado inicial sigue allí (pág. 27).
El conocimiento previo
En la misma línea, Barell (1991) argumenta que uno de los resultados clave de
la escolarización debería ser la capacidad de reflexión. Según explica, la reflexión
combina dos aspectos de nuestras vidas: las operaciones intelectuales o cognitivas,
y los sentimientos, actitudes y disposiciones. Ser reflexivo significa poseer un
pensamiento esencialmente cognitivo. También significa ser considerado y prudente
en términos de disposición (Clark, 1996). Las operaciones cognitivas son intentos de
buscar significado a situaciones complejas y no rutinarias, aventurar soluciones e
interpretaciones y, durante todo el proceso, intentar tomar decisiones y hacer juicios
razonables, que resulten útiles. La reflexión integra el pensamiento con el sentimien-
to. Es una unión del corazón y de la mente; un componente importante del
aprendizaje y del desarrollo de los preadolescentes, que se esfuerzan por encontrar
su identidad y un lugar al que pertenecer.
A estas alturas ya debería haber quedado claro que los estudiantes son los
arquitectos, ingenieros y constructores de su propia construcción. Pero la enseñanza
y la escolarización no han sido organizadas fundamentalmente para reconocer y
destacar la forma que la gente joven tiene de aprender. La construcción de su propia
comprensión por parte de los chicos y las chicas ha sido erigida sobre unos
cimientos débiles, asentados sobre la roca inapelable de nuestro sistema escolar
actual. Los jóvenes, y de hecho, toda la gente, aprende de forma adecuada cuando
presta atención a su aprendizaje, controla su propia comprensión, pone de manifiesto
sus cualidades y trata de solventar sus carencias (White, 1992; Perkins y Blythe,
1994). Las escuelas tienen que buscar métodos adecuados que les permitan tener
un papel activo en este tipo de aprendizaje.