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DRA. MARÍA LUISA VELASCO CAMPOS
Maestra Normalista (ENM)
Doctora en Psicología Clínica (UNAM)
Especialista en Terapia Familiar (UIA)
Fundadora y Directora del Instituto
de Terapia Familiar "Cencalli"
Investigadora del Instituto de Terapia Familiar "Cencalli"
DR. J. F. JULlÁN
SINIBALDI GóMEZ
Médico Cirujano (UFM)
( Especialista en Ginecología y Obstetricia (UFM)
Especialista en Biología de la Reproducción Humana
(UNAM)
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Maestría en Terapia Familiar (ITFC)
,{ Investigador Docente del Instituto
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de Terapia Familiar "Cencalli"
Editor responsable.
Lic. Iliana T. Rojas
Editorial El Manual Moderno
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Editorial El manual moderno, S.A. de c. v. Edltorlai El manual moderno, (Colombla), Ltda
Av. SOnora 206. 201 Col. Hipódromo, C.P. 06100 México, D.F. Carrera 12-A No. 79-03/05 Bogotá, OC
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Editorial El Manual Moderno, S_.A. de C.V., • Novedades
Av. Sonora núm. 206, (
Col. Hipódromo, · ·
• Pruebas psicológicas en líneas y más
Deleg. Cuauhiémoc, www.manualmoderno.com
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Editorial El Manual Moderno, S.A. de C.V.
Dedicatoria
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Agradecimientos
VII
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Prólogo
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IX
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X • Manejo de/enfermo crónico y su familia (Prólogo)
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Prólogo • XI
Este esfuerzo común, estaco-construcción que nos presentan dos terapeutas fami-
r liares (ella, doctora en psicología; él, médico, biólogo de la reproducción humana y
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ginecoobstetra) es, además, una obra escrita que constituye un regalo a la mirada. A la
manera posmoderna, vierte, invierte, revierte y subvierte el significado de las palabras,
dependiendo de su uso en los intercambios lingüísticos e invitándonos a la diversidad.
Si hemos de encontrarle un origen, podríamos retornar a los antiguos griegos, con su
hypomnemata (su libro de anotaciones, la primera escritura) donde, con el paso del
( tiempo y de lectura en lectura, las citas, ejemplos, acciones, reflexiones y pensamien-
tos, se convierten eh técnicas y operaciones, en habilidades profesionales, en un tesoro
( material y concreto.
El dilema está en que a este tesoro cada uno de nosotros ha de darle su propia
interpretación; por eso es imposible hablar de un libro como una "obra acabada"; es, por
el contrario, una "obra viviente", una co-construcción que nos incluye a todos sus lecto-
res. Espero, sin embargo, que nuestra lectura sea exigente, prudente y explora-dora,
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que en cada momento nos enfrente a nuestros pensares, a nuestros decires, a nuestros
haceres; que a cada instante nos enfrente al Otro, a ése en cuyos ojos nos miramos
alguna vez, a ese Otro que ya es nuestro, ése que yace en nuestro interior.
Leamos, entonces. Hagámoslo como práctica, como disciplina, para ejercitarnos
en nuestra filosofía de la vida, en nuestro ethos. Inventemos nuevos significados, mis-
mos que iremos agregando a los que ya nos han dado María Luisa y Julián. Pero,
también participemos activamente, responsabilicémonos. Y como ellos, reconozcamos
la subjetividad de nuestras palabras, de nuestra mirada; asumamos una posición ética
que nos permita entablar un combate contra el dolor, contra ese líquido dolor del
cuerpo que roe y desintegra nuestra carne; contra ese dolor del "alma" ante nuestra
propia inhumanidad que surge primordialmente por nuestro apego a las dicotomías, a
la tiranía del saber; ese dolor que tanto nos aísla y nos fragmenta.
Si no, ¿por qué la marginación que hacemos del "Otro", del "enfermo", de quien
nos desligamos nosotros, los "sanos"? Si no, ¿por qué su exclusión, su estigmatización?
¿Por qué le apuntamos con el dedo como si fuera el único "culpable" de su mal? ¡Qué
atrevimiento! Pero es la consecuencia del pensamiento lineal que nos permite creer que
el padecer -el padecimiento- puede no existir, que el "error" (o el horror) puede no
ser cometido.
En su obra, en cada palabra escrita, María Luisa y Julián nos abren los ojos al
hecho de que todos somos individuos pensantes y con capacidad de sentir, miembros de
una comunidad, que ya sea que lo sepamos y lo sintamos o no, somos parte de la
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\ ' totalidad, de esa totalidad organizadamente desorganizada, continuamente discontinua,
formada y desformada siempre por las relaciones de poder (¿poder?). Sí, el poder que
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\.. jamás podremos disolver, el poder que sólo podremos aprender a utilizar mejor, para
nuestro beneficio y el dé la comunidad, como nos lo recuerda con tanta pasión Foucau!t.
Sí, distinguir entre "poder ser" y tener "poder sobre el otro". Sí, reconocer que no existe
1 el control unilateral ... He aquí el quid.
\
¿Qué reglas, técnicas de manejo, prácticas personales y ética elegiremos para men-
guar la dominación inherente a este "juego" del poder? Con la marcha del tiempo ,Y,:,:
con las actividades derivadas de la convivencia y del intercambio, al decir de Sararnago,
XII • Manejo del enfermo crónico y sufamilia (Prólogo)
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Prefacio
XIII
I
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XIV • Manejo del enfermo crónico y su familia (Prefacio)
La lectura del libro propicia que la labor del equipo médico incida a través de un
manejo integral de los casos tanto en el ámbito preventivo como curativo y de rehabi-
litación del paciente y su familia.
Por último, Manejo del enfermo crónico y su familia (sistemas, historias y creen-
cias) incluye conceptos moderrios sobre algunos enfoques psicoterapéuticos útiles para (
el manejo psicológico, haciendo énfasis en el sistema de mitos y creencias que las fami-
lias tienen acerca del padecimiento que las aqueja y cuyas repercusiones influyen en el
curso <l'ei tratamiento físico, psicológico, familiar y social del mismo.
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-Contenido
Dedicatoria V
Agradecimientos VII
Prólogo IX
Prefacio , XIII
Introducción XIX
XV
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XVl • Manejo del enfermo crónico y su familia (Contenido)
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Contenido • XVII
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XVIII • Manejo del enfermo crónico y su familia (Contenido)
Referencias 297
Índice 327
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Introducción
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( XIX
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XX • Manejo del enfermo crónico y su familia (Introducción)
Los esquemas o mapas familiares surgieron a raíz del trabajo publicado por la Dra.
María Luisa Vélasco Campos en 1983, en la revista Family Systems Medicine, acerca de
las consecuencias que tenía la presencia -de la leucemia en uno de los hijos sobre la
dinámica familiar. Desde entonces estos mapas se han desarrollado con fines didácticos
ya que permiten reunir y plasmar gráficamente las observaciones interaccionales y
organizacionales encontradas con mayor frecuencia en las familias con un determina-
do padecimiento.
Estos mapas o esquemas ofrecen la ventaja de facilitar al personal de salud una
visión rápida de las áreas de mayor disfunción familiar, lo que le permite el estableci-
miento de hipótesis terapéuticas en poco tiempo. Así también, la utilización de estos
mapas familiares da pie a la toma de decisiones y acciones necesarias para una mejor
orientación del paciente con el padecimiento crónico y de su familia. La visión sistémica
gráficamente representada a través de los mapas, mereció un reconocimiento especial
del Dr. Donald Block, M.O., editor en jefe de la revista Family Process en 1983.
Por otra parte, se hace referencia a ciertos aspectos psicológicos, familiares y socia-
les de aquellos padecimientos que se han reportado como los de mayor frecuencia en la
consulta diaria, entre los que figuran cáncer, síndrome de inmunodeficiencia adquirida 1
(HIV/SIDA), diabetes mellitus, insuficiencia renal crónica (IRC), infarto agudo del
miocardio y otros trastornos cardiacos, así como enfermedades somatoformes y
somatoides.
Los autores decidieron incluir en esta obra los mapas familiares con la finalidad
de clarificar el impacto que la enfermedad crónica tiene sobre la dinámica familiar, de
acuerdo con la fase del ciclo vital por la cual cursa la familia y con la etapa del ciclo
personal por la que atraviesa quien la padece.
Se presenta la aplicación de los mapas en cada uno de los padecimientos anterior-
mente descritos, así como ciertas particularidades que ofrecen estas enfermedades desde
el punto de vista familiar y que han sido detectadas y analizadas ampliamente por los
autores en diversas publicaciones previas. Por ejemplo, se hace referencia a la selección
del donador para un trasplante renal desde el punto de vista familiar; los factores fami-
liares que facilitan la rehabilitación en el paciente posinfarto; las dificultades con las
que se encuentra una familia para conciliar la estigmatización y el miedo al SIDA con
la necesidad de brindar el apoyo que el enfermo necesita, etc.
Se presenta, por último, una breve revisión de los enfoques psicoterapéuticos
cognitivo y constructivista que han puesto especial énfasis en el manejo de padeci-
mientos somatoformes y síntomas somatoides.
Los enfoques terapéuticos presentados a lo largo de esta obra subrayan la im-
portancia de los sistemas de mitos y creencias que las familias tienen sobre aspectos 1
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como: origen del padecimiento, significado de la enfermedad, comportamiento del
enfermo, lo que el paciente debe o puede hacer de acuerdo con su sexo o jerarquía
familiar, etc. Así como también las creencias familiares sobre el significado de "salud"
para el grupo familiar, y sobre quién recae la responsabilidad de brindar apoyo al pa-
ciente y en qué forma está permitido hacerlo. Finalmente, cuáles son los mitos y cr~encias
familiares en cuanto a cómo y cuándo se puede morir.
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Introducción • XXI
Los autores han realizado este libro, así como una serie de publicaciones nacio-
nales y extranjeras, dentro de los programas de investigación en familia del Instituto
de Terapia Familiar "Cencalli", centro de formación de terapeutas familiares que
( cuenta con el aval académico por parte de la Secretaría de Educación Pública para
sus programas de Maestría y Especialidad desde 1987.
Finalmente, los autores pretenden en la presente obra que el personal de salud
logre encontrar una forma práctica de integrar los datos psicológicos, familiares y so-
( ciales del paciente con una enfermedad crónica, así como las diferentes visiones de
manejo psicológico dentro de la terapia familiar.
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tlsto de figuras
Capítulo 2
Figura 2-1. Organización de la familia funcional.
Fuente: Velasco, M. L., Dávila de Cortazar, S. and
Covarrubias Espinoza, G. (1983) The adaptive pattern of
families with leukemic child. Family Systems Medicine
1: 30-35.
Figura 2-2. Patrón general del funcionamiento familiar.
Fuente: Velasco Campos, M. L. (1986) Mapas familiares y
funcionamiento familiar. Guía para su elaboración, análisis
y empleo. Manual para su uso. México, D. F.: Instituto de
Terapia Familiar "Cencalli".
Capítulo 3
Figura 3-1. Fronteras externas cerradas.
Fuente: Velasco Campos, M. L. (1986) Mapas familiares y
( funcionamiento familiar. Guía para su elaboración, aná-
lisis y empleo. México, D. F.: Instituto de Terapia Familiar
"Cencalli".
Figura 3-2. Fronteras externas difusas.
Fuente: Velasco Campos, M. L. (1986) Mapas familiares y
funcionamiento familiar. Guía para, su elaboración, aná-
lisis y empleo. México, D. F.: Instituto de Terapia Familiar
"Cencalli".
Figura 3-3. Fronteras cerradas entre subsistemas.
Fuente: Velasco Campos, M. L. (1986) Mapas familiares y
funcionamiento familiar. Guía para su elaboración, análisis
¡ y empleo. México, D. F.: Instituto de Terapia Familiar
'· "Cencalli".
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XXIII
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Capítulo 5
Figura 5-1. Organización de la familia de un nifí.o con crisis y seudocrisis epi-
lépticas.
Fuente: Velasco Campos, M. L. y Sinibaldi Gómez, J. F. J. (2001).
Capítulo 6
Figura 6-1. Organización de la familia alcohólica.
Fuente:Velasco Campos, M. L. (1999) Mapas familiares: Su utilización en el diag-
nóstico y formulación de hipótesis terapéuticas. En: Guriérrez, G. F. (Cornp.)
Terapia Breve. Puebla, México: Editorial CEFAP.
Capítulo7
Figura 7.:...1. Organización de las familias con un padre con cáncer e hijos adultos jó-
venes.
L.
' Fuente: Sinibaldi Gómez, J. F. J. y Velasco Campos, M. L. (2001).
ERRNVPHGLFRVRUJ
Lista defiguras • XXV
Capítulo 8
Figura 8-1. Organización familiar de un niño con HIV/SIDA.
e Fuen-te: Modificado por Velasco Campos, M. L. y Sinibaldi Gómez, J. F. J.
(2001) de: Velasco Campos, M. L., Sordo Vilchis, R. M. y Mayagoitia
Talamantes, M. S. (1997) Niño con SIDA y crisis familiar. Psicoterapia y Fa-
milia 10 (2): 25-33.
Figura 8-2. Organización de las familias de adolescentes con HIV/SIDA adquirido
( por vía sexual o por uso de drogas.
Fuente: Sinibaldi Gómez, J. F. J. (2000) Miedo, apoyo y estigma en sujetos con
( VIH/SIDA. Tesis para optar por el título de Maestría en Terapia Familiar. México,·
D. F.: Instituto de Terapia Familiar "Cencalli",
Figura 8-3. Organización de las familias con hijos adolescentes con HIV/SIDA ad-
quirido por derivados sanguíneos.
Fuente: Sinibaldi Gómez, J. F. J. (2000) Miedo, apoyo y estigma en sujetos con
VIH/SIDA. Tesis para optar por el título de Maestría en Terapia Familiar. México,
D. F.: Instituto de Terapia Familiar "Cencalli".
Figura 8-4. Organización de las familias con un hijo adulto joven con HIV/SIDA.
Fuente: Sinibaldi Górnez, J. F. J. (2000) Miedo, apoyo y estigma en sujetos con
VIH/SIDA. Tesis para optar por el título de Maestría en Terapia Familiar. México,
D. F.: Instituto de Terapia Familiar "Cencalli".
Figura 8-5. Organización de la pareja donde el hombre es seropositivo para HN/SIDA.
Fuente: Sinibaldi Gómez, J. F. J. (1999) Manejo Familiar del enfermo con VIH/
SIDA. VII Congreso Iberoamericano de Medicina Familiar del CIMF. XII Con-
greso Nacional de Medicina Familiar, México, D. F.
Figura 8-6. Organización de las parejas donde la mujer es seropositiva para HN/SIDA.
Fuente: Sinibaldi Gómez, J. F. J. (1999) Manejo Familiar del enfermo con VIH/
SIDA. VII Congreso Iberoamericano de Medicina Familiar del CIMF. XII Con-
! greso Nacional de Medicina Familiar, México, D. F.
\
Figura 8-7. Organización de la pareja homosexual donde uno de los integrantes es
seropositivo para HIV/SIDA.
Fuente: Sinibaldi Gómez, J. F. J. (1999) Manejo Familiar del enfermo con VIH/
,.. SIDA. VII Congreso Iberoamericano de Medicina Familiar del CIMF. XII Con-
\
greso Nacional de Medicina Familiar, México, D. F. .
Figura 8-8. Organización de la pareja seropositiva con hijos.
Fuente: Sinibaldi Gómez, J. F. J. (1999) Manejo Familiar del enfermo con VIH/
SIDA. VII Congreso Iberoamericano de Medicina Familiar del CIMF. XII Con-
greso Nacional de Medicina Familiar, México, D. F.
Capítulo 9
Figura 9-1. Organización de la familia de un adolescente diabético con apego defi-
{
ciente al tratamiento.
s,
Fuente: Velasco Campos, M. L. y Sinibaldi Gómez, J. F. J. ( 1998) Diabetes Mellitus
(
y Familia. Presentado en el curso Manejo de la diabetes mellitus en medicina fami-
liar. Instituto Mexicano del Seguro Social. Delegación 1, Noreste, D. F.
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XXVI • Manejo del enfermo crónico y su familia (Lista de figuras)
Capítulo 10
Figura 10.:....1. Organización de la familia de un niño con insuficiencia renal crónica.
Fuente: Velasco Campos, M. L. y Sinibaldi Gómez, J. F. J. (2001).
Figura 10-2. Organización de familias de hijos adultos con un padre con insuficiencia
renal crónica.
Fuente: Velasco Campos, M. L. y Sinibaldi Gómez, J. EJ. (2001).
Figura 10-3. Organización de las familias con una madre con insuficiencia renal crónica.
Fuente: Sinibaldi Gómez, J. F. J. y Velasco Campos, M. L. (2001).
Figura 10-4. Organización familiar del caso # 1 previo al trasplante renal.
Fuente: Velasco Campos, M. L. (1982) Changes in Family Structure after Renal
Transplant. Family Process 21: 195-202.
Figura 10-5. Organización familiar del caso# 1 posterior al trasplante renal.
Fuente: Velasco Campos, M. L. (1982) Changes in Family Structure after Renal
Transplant. Family Process 21: 195-202.
Figura 10-6. Organización familiar del caso# 2 previo al trasplante renal.
Fuente: Velasco Campos, M. L. (1982) Changes in Family Structure after Renal
Transplant. Family Process 21: 195-202.
Figura 10-7. Organización familiar del caso# 2 posterior al trasplante renal.
Fuente: Velasco Campos, M. L. (1982) Changes in Family Structure after Renal
Transplant. Family Process 21: 195-202.
Figura 10-8. Organización familiar del caso # 3 previo al trasplante renal.
Fuente: Velasco Campos, M. L. (1982) Changes in Family Structure after Renal
Transplant. Family Process 21: 195-202.
Figura 10-9. Organización familiar del caso # 3 posterior al trasplante renal.
Fuente: Velasco Campos, M. L. (1982) Changes in Family Structure after Renal
Transplant. Family Process 21: 195-202.
Capítulo11
Figura 11-1. Organización familiar de hijos adultos con un padre que ha sufrido infarto
agudo del miocardio. '
Fuente: Velasco Campos, M. L. y Sinibaldi Gómez, J. F. J. (2001).
\ ... ·
Figura 11-2. Organización familiar de hijos adultos con una madre que ha sufrido
infarto agudo del miocardio.
Fuente: Velasco Campos, M. L. y Sinibaldi Gómez, J. F. J. (2001). (,
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¿Qué es la familia?
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2 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 1)
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¿Qué es la familia? • 3
la crianza de los hijos, o viceversa; otro, la supresión del afecto mutuo, la prohibición
de la expresión espontánea de sentimientos, así como del placer, con la finalidad de
( fortalecerla autoridad y la disciplina (Ackerrnan, 1969).
Los miembros de la familia no suelen vivenciarse a sí mismos como parte de la
estructura familiar. Todo ser humano se considera una unidad, un todo en interacción
con otras unidades, por ende, no necesariamente se encuentra consciente de que cada
( uno de ellos influye sobre la conducta de los demás, y que éstos lo hacen sobre la suya.
Cuando interactúan en el seno de la familia, todos los miembros del grupo experi-
(
mentan el mapa que ésta traza del mundo. Así que los miembros de cada familia cono-
cen, con diferentes niveles de conciencia y detalle, la geografía de su territorio.
El significado de la familia ha cambiado a lo largo de la evolución de la sociedad y
seguirá evolucionando con ésta. En las ciencias sociales, actualmente la familia funge
como la unidad basal de diferenciación (Corsi et al., 1996). Trabajos recientes citan la
existencia de estructuras familiares "tradicionales", así como el surgimiento de nuevos
modelos familiares basados en el reconocimiento de la diversidad de razas, clases socia-
les, culturas, géneros y preferencias sexuales (Allen y Demo, 1995). Así, se discutirá a
continuación quiénes integran a la familia, así como las modificaciones específicas que
sufre la misma dentro de la propia sociedad.
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(
• Familias extensas, compuestas por varias familias nucleares, así como también
por uno o varios parientes solteros que viven e interactúan en un sistema recípro-
co de intercambio de bienes y servicios. En algunos casos, incluso incorporan a
personas no unidas a la familia por vínculos sanguíneos o de afinidad, sino úni-
camente por lazos estrechos de amistad.
• Familias con una segunda carrera profesional, es decir, aquellas donde la mujer
busca empleo una vez que los hijos van a la escuela o se han marchado del hogar.
• Familias reconstituidas, donde uno o los dos miembros de la pareja conyugal han
estado casados con anterioridad, y uno o ambos incorporan a la nueva familia los
hijos producto de la relación anterior.
Además, Sussman (1971) pone de manifiesto que suele haber una gran discrepancia
entre la idea que tiene la mayoría de las personas acerca de lo que debería o podría (
constituir una familia y las diversas modalidades reales de estructura familiar existen-
tes. Este autor sugiere que dentro del marco social existen organizaciones familiares
experimentales que conformarán una nueva visión de lo que hoy día o en un futuro
muy próximo se entenderá por "familia", éstas son:
• Un progenitor soltero con uno o más hijos, del mismo o diferente padre.
• Una pareja no casada con un niño, quien puede ser hijo propio o adoptado de
ma~era informal.
• Organizaciones de vida comunal, las cuales parecen haber sido más frecuentes
durante los decenios de 1960-69 y 1970-79 que en la época actual. En ellas, la
organización familiar está constituida por varias parejas monógamas con hijos,
todas las cuales comparten recu~sos comunes, o bien, un matrimonio colectivo en
el cual todos los adultos están "casados" entre sí y son "padres" de todos los niños.
• Parejas del mismo sexo, con Ó sin hijos; estos últimos quizá sean adoptados o
hijos legítimos de alguno de los integrantes de la pareja.
Puesto que los problemas que se suscitan en las familias difieren de acuerdo con sus
respectivos tipos organizacionales, así como al grado de funcionalidad de las diversas
estrategias que cada grupo familiar tiene para resolver los problemas, éstas tendrán que
examinarse en el contexto de la estructura familiar en cuestión. No obstante la plurali-
dad de formas que las familias llegan a adoptar, cada una de ellas, así como sus diversas
crisis, sólo podrán ser comprendidas en el contexto socioeconómico y cultural en el
cual se encuentran inmersas.
Existen familias nucleares de reciente creación que tienden a aislarse de sus respec-
tivas familias de origen con el fin de lograr fortalecer su propia identidad, al mismo
tiempo que garantizan su independencia e individualidad. En algunos casos suele su-
ceder que la pareja recién constituida en familia necesita aislarse de sus respectivas 1
familias de origen ya que éstas son demasiado absorbentes y cohesivas. Cuando esto '··-
sucede, sin importar hasta qué grado la familia nuclear considere necesario retraerse de
'1
la influencia de la tradición familiar, se ve eri la necesidad de sustituir las conexiones
i sociales y emocionales que depositaría en su familia amplia, con la creación de estos
mismos nexos con una red de asociaciones de iguales, es decir, con un grupo de indivi-
duos que se encuentren en una situación similar a la de la pareja en cuestión.
1
1
J · ERRNVPHGLFRVRUJ
¿Qué es fa familia? • 5
Por otra parte, las expectativas emocionales ligadas a cualquier pariente dentro de
una organización familiar particular dependen del estatus simbólico y del rol que cada
miembro del grupo le asigne a esa persona dentro de la imagen más amplia del grupo
familiar. Por definición, un pariente puede llegar a ocupar una posición "marginal"
·_,
¡; \
f
dentro de una familia (al ser considerado como alguien que en cierto momento está den-
~¡ ( tro de la familia y fuera de ella en otro); es evidente que un individuo que vive bajo el
mismo techo que otros puede ser excluido y apartado emocionalmente de la familia
como alguien que ejerce una influencia sobre el grupo; mientras que un pariente que
vive en otro lugar puede ser incluido y ser una poderosa influencia dentro de la entidad
familiar nuclear (Ackerman, 1969). Así que la influencia específica ejercida dentro de
determinada familia nuclear por un individuo en particular, perteneciente o no a la
familia amplia, varía inevitablemente con factores como estatus, edad, sexo y persona-
' (
lidad tanto del pariente como de los miembros de la familia.
Como ya se mencionó, a veces algunos miembros de la familia se alejan de la
influencia de la generación de más edad y tienden a sustituirla con una red de asocia-
ciones de iguales, amigos a quienes vinculan con sus necesidades de dependencia,
intimidad, identidad y orientación, necesidades que en otras circunstancias estarían
ligadas a sus relaciones con parientes. En ocasiones estos grupos de iguales llegan a
constituirse en el equivalente emocional de una familia adoptada. Así, los amigos son
admitidos en el seno de la familia como si formaran parte de ella y es a este grupo de
pares con mucha influencia dentro de la vida de la familia nuclear -o bien de un
individuo en particular- a lo que se le conoce como familia de elección. Este tipo de
organización parece haber ganado popularidad dentro de ciertos grupos de la socie-
dad, tal vez debido a factores como migración constante, rechazo de valores morales,
religiosos, o ambos, por parte de las familias de origen, así como de tradiciones o
expectativas provenientes de familias excesivamente rígidas.
(
ESTRUCTURA DE LA FAMILIA MEXICANA.
\
La familia mexicana es una unidad relativamente sólida y dependiente de la estructura
( social global. De esta última recibe sus características propias, así como . sus valores
fundamentales; de modo que la modificación y la variedad macroestructural por lo
(
\ general determinan el tipo y el cambio de la vida familiar.
La vida familiar queda íntimamente ligada a múltiples estereotipos que la propia
cultura popular integra y genera a través del sentido ideológico de quienes son sus bene-
ficiarios. Por esta razón es importante mencionar que en México se observa el estereotipo
que considera que los laws de parentesco son la base de la seguridad y el canal natural para
la socialización de la persona, de modo que la familia mexicana se constituye en la uni-
dad básica del individuo por tradición popular (Díaz Guerrero, 1986).
A partir de este concepto, el estereotipo derivado hace referencia a una familia
mexicana unida a través de los lazos de parentesco que, por adscripción, representan la
t..' relación social básica del individuo. La mayoría de las veces, estos lazos de parentesco
son aquellos que ligan a la familia nuclear con la familia extensa, es decir, con abuelos,
tíos, primos, compadres e incluso otras personas aún menos cercanas a la familia
(
ERRNVPHGLFRVRUJ
6 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 1)
nuclear. Así que la familia es la unidad singular donde los límites entre el grupo nu-
clear y el grupo extenso no se encuentran claramente definidos y, por ende, permiten
por una parte el apoyo y la seguridad de-contar siempre con ellos pero, por la otra, dan
pie a una intromisión o invasión de los diversos miembros del grupo en la esfera de
vida privada de la familia nuclear.
De este modo, la imagen que el propio individuo mexicano se presenta a sí mismo
cuando piensa en su familia está integrada por tres o más generaciones, así como por
varias líneas de parentesco colateral. Por supuesto, no faltan individuos que debido a
los fenómenos de aculturación, ampliamente difundidos por los medios de comunica-
ción, han cambiado esta visión tradicional de la familia de un plano multigeneracional
a una visión más occidental, es decir, a lo que comúnmente se denomina familia nu-
clear, formada básicamente por.los padres y los hijos.
Dada la influencia que tiene el aspecto social en la organización familiar resulta
necesario considerar el medio en el cual la familia se desenvuelve para flexibilizar los
criterios de funcionamiento y no establecer criterios estandarizados, mismos que quizá
sólo serían válidos para un segmento determinado de la población.
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La familia funcional
\.
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ERRNVPHGLFRVRUJ
8 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 2)
ERRNVPHGLFRVRUJ
La familia funcional • 9
('.: /
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b) las preguntas tendrían que formularse y responderse con claridad; e) la hostilidad y
[:
¡. el conflicto entre los diversos integrantes de la familia deberían ser reconocidos y ad-
:,f mitidos; d) la mayor parte del tiempo, los miembros de la familia manifestarían tener
conciencia de sí mismos y de cómo son percibidos por los demás integrantes del siste-
:e ma; e) cada miembro debería ser capaz de expresar opiniones diferentes de las de los
otros individuos del grupo, además de tener la libertad para comunicar sus esperanzas,
temores y expectativas, así como las que guardan con respecto a las otras partes
interactuantes; f) se admitirían las diferencias de opiniones en todas las áreas de la vida
;( (de relación y personal) de los miembros de la familia; g) éstos deberían ser capaces de
elegir entre diversas alternativas de conducta, pues cada persona tendría la capacidad
para aprender de la experiencia de los demás, así como la entereza para rechazar aque- ·
llos modelos que considere inadecuados; y h) debería existir una diferencia mínima
entre los sentimientos manifestados y los mensajes comunicados entre los diversos
miembros del grupo familiar. De este modo, para Satir, una familia funcional es aquélla
en donde se trata de enviar la menor cantidad de mensajes encubiertos, lo que hace
proclive una comunicación clara y directa, misma que favorece la resolución de proble-
mas, permite la internalización y logra desarrollar un equilibrio entre la proximidad y la
distancia, haciendo así posible la individuación conexa (Simon et al., 1988).
Beavers ( 1977) presenta un listado de condiciones que, según su criterio, permiten
considerar a una familia como "sana". En síntesis estos elementos son: 1) un sistema
común de valores que puede ser religioso o no; 2) una preocupación recíproca, es
decir, un interés en el bienestar de los demás miembros, así como la capacidad para
trazar límites y consolidar la independencia individual; 3) promover la expresión de
una amplia gama de sentimientos como ternura, alegría, dolor, hostilidad, etc., los
cuales permitirán aflorar el conflicto, la confrontación y la disputa, es decir, favorece-
rán la clase de interacciones que tienden a clarificar la atmósfera y generar soluciones;
4) la voluntad de confiar y aceptar a las personas tanto adentro como afuera de la
familia; 5) la oportunidad de dialogar de tal modo que se propicie la imparcialidad,
la justicia y la reconciliación.
Por otra parte, el equilibrio entre la proximidad y la distancia de los miembros
de la familia, que comienza en la primera fase evolutiva de apego/protección, resulta de
· capital importancia. Este equilibrio está determinado por la tendencia de los indivi-
I
\ duos a permanecer dentro de la familia, a la que se le denomina cohesión familiar, es
decir, una fase centrípeta en donde las interacciones de la familia se llevan a cabo, de
manera predominante, hacia su propio interior, en contraposición a otra fuerza igual-
mente importante que hace que el individuo tienda a separarse de su familia. En la
etapa centrífuga, la mayor parte de las transacciones se llevan a cabo fuera del núcleo
( familiar, es decir, logran un equilibrio entre la capacidad del individuo para evolucio-
-,
nar "con" y "dentro de" su familia, para finalmente desprenderse de ella. Durante el
desarrollo, los miembros de la familia se enfrentan con la tarea constante de reorientar
y redefinir sus relaciones recíprocas, lo que consiste en buscar su individuación al
mismo tiempo que continúan perteneciendo a la familia.
Si bien la necesaria reestructuración de la red de relaciones familiares exige flexibi-
( lidad y capacidad para adaptarse a las circunstancias cambiantes, también debe haber
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1 O • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 2)
I
\
ERRNVPHGLFRVRUJ
La familia funcional • 11
siempre deberán tener claro que son sus padres quienes tienen la autoridad y la respon-
sabilidad de guiarlos mediante reglas y normas adecuadas para su crecimiento y
desarrollo.
Haley (1980) considera que la familia debe organizarse jerárquicamente, elaborar
reglas sobre quiénes tendrán más estatus y poder y quiénes ocuparán niveles jerárquicos
; ( más bajos. Cuando las posiciones de estatus son confusas y poco claras existe una lucha
por el poder. Un claro ejemplo lo constituye el niño que hace un berrinche y rehúsa
(
;·;\; obedecer fo que su madre le ordena, ésta es una situación de jerarquía poco clara;
al igual que cuando los hijos tratan a los padres como si fueran "sus amigos", es decir, sus
.(
iguales, lo que resulta en una jerarquía confusa. Dado que la organización familiar
incluye a diferentes generaciones, resulta de primordial importancia establecer fronte-
J
ras generacionales entre abuelos, padres e hijos, con el objeto de proporcionar y mantener
una jerarquía clara. Así pues, los niños que tienen una posición jerárquica superior a la
de sus padres dentro de la familia, en realidad asumen el estatus de sus abuelos, lo cual
sólo puede lograrse a costa de su propio desarrollo. Por otra parte, las fronteras genera-
cionales cerradas que no permiten una transposición temporal de roles, también tien-
den a ser disfuncionales, puesto que la familia sería incapaz de funcionar como un
laboratorio experimental en donde el niño puede aprender el comportamiento adulto.
Los enfoques de la familia orientados hacia la introspección, que incluyen la teoría
psicodinámica, la teoría de Murray Bowen (1978) y los modelos experienciales, apre-
cian la normalidad familiar en términos de modelos específicos de funcionamiento
óptimo o ideal. Aunque reconocen que el nivel óptimo es inalcanzable en la mayor
parte de las familias, éstas deben orientar su crecimiento y la individuación de cada
uno de sus miembros hacia este ideal.
Aunque los diferentes modelos difieren conceptualmente en la definición de nor-
malidad, en lo esencial no se contradicen. Las principales diferencias entre estos modelos
se deben a que cada uno de ellos se centra en un aspecto particular del funcionamiento
familiar y otorgan mayor énfasis a los patrones estructurales, a los procesos comunica-
cionales, o bien, a la dinámica de la relación.
Price (1979) señala que los términos "funcional" y "normativo" fácilmente son
confundidos con el concepto de normalidad. Funcional se refiere a un juicio acerca de
la utilidad de un patrón organizacional o conductual para lograr un objetivo. De mane-
(
ra que habrá que preguntarse ¿qué es funcional?, ¿para qué fin?, ¿para quiénes es funcio-
nal?, ¿en qué situación? Además, lo que puede ser funcional en un nivel de análisis, ya
sea individual, familiar o social, cal vez no lo sea para los otros niveles. Por otra parte,
aquello que pudiera resultar funcional durante una etapa del ciclo vital de la familia,
puede no serlo en otra. Normativo, por otra parte, se refiere a rangos de conducta que
( se juzgan permisibles; cada familia establece sus propias reglas o patrones, los cuales le
\.
sirven como normas para regular su propia conducta (Jackson y Weakland, 1969). Las
normas o patrones· familiares están influidos por expectativas o juicios de valor que
prevalecen en la sociedad o en una subcultura determinada, marcan lo que "debe ser"
o lo que "se espera" y se establecen a través de leyes, costumbres y el folklore propio de
cada cultura (Both, 1957). Así que es necesario partir del conocimiento de la cultura a
( la cual pertenece una familia para entenderla, ya que los juicios de "salud" o "norma-
lidad" -es decir, "funcionalidad"- estarán influidos por estas características.
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12 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 2)
ORGANIZACIÓN FAMILIAR
LÍMITES O FRONTERAS
La claridad de los límites del sistema familiar es un parámetro útil para evaluar el
funcionamiento de la familia. Minuchin (1992) los conceptúa como las reglas que
definen quién puede participar y cómo debería hacerlo dentro de un sistema o sub-
sistema. Estas reglas que demarcan dónde, cuándo y en qué condiciones determinado
miembro del grupo se comporta de una u otra manera, constituyen lo que se denomina
como límites individuales, lo cual se explicará con mayor detalle más adelante. Cuan-
do éstos se delinean entre la familia y el exterior, se les conoce como límites externos
(Simon et al., 1988). Así, los límites parecen estar determinados por la distancia interac-
ciona! (física o emocional) que los miembros de la familia manifiestan hacia otros, así
como con personas o instituciones fuera del ámbito familiar.
Antes de continuar, es importante recordar que en la familia se diferencian, aparte
de los propios individuos que la componen, subsistemas con funciones específicas:
a) marital, compuesto por la pareja, el cual tiene sus propias fronteras y que por defi-
nición no incluye a los hijos; b) parental, que surge del cruce generacional y está con-
formado generalmente por el padre y la madre, tiene a su cargo la socialización de los e
hijos así como las funciones de crianza y, e) filial, en donde los hermanos desarrollan
(
patrones de negociación, cooperación y competencia. Además, en el contexto de nues-
tra cultura es necesario considerar el subsistema de los abuelos. Por otra parte, se debe
precisar que la composición específica de un subsistema, es decir, quienes lo forman,
no es tan significativa como el que exista una claridad en las fronteras que lo delimitan
de los otros subsistemas.
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Lafamiliafuncional • 13
~:. (
1
Al hablar de límites o fronteras (figura 2-1) conviene tener presentes las siguientes
distinciones entre ellos:
• Fronteras externas de la familia. Éstas se refieren al grado de interrelación per-
., ( mitida entre la familia nuclear como un todo y otros sistemas. Entre estos últimos
se pueden encontrar entidades tales como la familia de origen de cada uno de los
cónyuges, las instituciones donde trabajan, los amigos y compañeros, y las insti-
tuciones sociales, culturales, recreativas, educativas y de salud con las que tienen
( contacto. Las fronteras difusas con el mundo exterior (aquéllas en que la interac-
!'
ción de los miembros de la familia con elementos externos a ella es excesiva)
pueden impedir que los miembros de la familia desarrollen sentimientos de per-
tenencia e identidad familiar y, por ende, se propicie la desintegración del grupo.
Por otra parte, las fronteras externas muy cerradas, cuyos intereses se limitan casi
exclusivamente al núcleo familiar, sufren un empobrecimiento que restringe de
manera considerable el desarrollo de sus potencialidades y limitan la autonomía
e independencia de sus miembros.
• Fronteras entre subsistemas. Son aquellas que se establecen entre padres e hijos,
· padres y abuelos, etc. Lo difuso de dichas fronteras puede impedir, en un mo-
mento dado, la realización adecuada de las funciones específicas de cada
subsistema. Así, por ejemplo, la intromisión de un hijo en los conflictos de los
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Subsistema
' , parental
y conyugal
Figura 2-1. Organización de la familia funcional. - - - = fronteras claras y flexibles (individuales, entre
subsistemas y externas); M =:. madre; P padre; H hijos; AM abuelos maternos: AP abuelos = = = =
paternos; : ., : = varón; 1 _ 1 = mujer.
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14 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 2)
JERARQUÍA
Algunos terapeutas de familia como Minuchin (1992) y Madanes y Haley (1977),
consideran que una jerarquía familiar clara e inequívoca constituye un requisito indis- ·
pensable para el adecuado funcionamiento de la familia. Estos autores basan sus teorías
en la práctica clínica, así como en los conceptos normativos de lo que "debería ser";
según ellos, una familia "sana". Esto implica que río deberían existir diferencias jerár-
quicas entre individuos de la misma generación, es decir, de subsistemas horizontales
(p. ej., entre los integrantes del subsistema parental o entre los miembros del subsistema
de los abuelos o bien, en el subsistema filial, por mencionar algunos). Así, Madanes y
(
Haley ( 1977) consideran que la inversión de los roles entre padres e hijos, conocida
frecuentemente como parentalización, así como cualquier otro patrón jerárquico con-
fuso, invertido o poco claro debería ser considerado como disfuncional o inadecuado y,
por consiguiente, es muy importante clarificar y corregir las incongruencias existentes
en la jerarquía familiar. Como refiere Minuchin, el terapeuta debe colocar a los padres
"en el asiento del conductor".
La parentalización de un hijo, es decir, la creación de un hijo parental, resulta
cuando los padres o cualquier otra figura de autoridad decide delegar sus responsabi-
lidades y obligaciones en uno o más de sus hijos, o bien, cuando se da la adopción de
ERRNVPHGLFRVRUJ
,:
Lafamiliafo.ncional • 15
: (
ese rol por parte del hijo. Este tipo de arreglo jerárquico implica un modo de inver-
sión de roles que se relaciona con una perturbación de las fronteras generacionales
(Simon et al., 1988). Se ha llegado a suponer que en las familias con hijos parentalizados
( las necesidades de los padres no fueron satisfechas por sus propios progenitores y, por
ende, lo transfieren hacia sus propios hijos. Así que, en cierto sentido, los hijos asumen
f
\ el rol que, según la percepción de sus padres, los abuelos no llevaron a cabo de manera
satisfactoria con ellos. Mientras que la parentalización de un hijo pequeño puede consti-
( tuir un problema grave dentro del grupo familiar, llega a ser legítima cuando ha alcan-
zado la edad adulta o aun en etapas posteriores de la vida, pues los padres envejecen y
. (
necesitan más cuidados. De este modo, al hijo adulto se le coloca necesariamente en la·
posición de asumir un rol semiparental frente a sus propios padres, ahora ancianos.
Finalmente, se podría concluir que a fin de que exista un adecuado funcionamiento
familiar debe existir una clara jerarquía, entendida como el grado de autoridad o influen-
cia que tiene un miembro sobre la conducta de los demás componentes del sistema.
De modo que, para lograr un mejor funcionamiento familiar, la jerarquía debe estar
en manos de los padres o tutores, puesto que esto brindará un ambiente de seguridad
a los hijos.
ROLES
Los roles se refieren a la totalidad de expectativas y normas que los miembros de la fa-
milia, como un todo, tienen con respecto a la posición que cada uno de los individuos
debería de guardar dentro de ella, así como a la conducta que cada uno de sus integran-
tes podría llegar· a desarrollar y manifestar dentro del grupo familiar. En consecuencia,
un rol equivale a las expectativas de conducta que son dirigidas hacia un individuo en una
situación o contexto social dados (Simon et al., 1988).
Jackson (1965) ha criticado con acritud el concepto de rol, argumentando que
éste convierte al individuo en una unidad separada de estudio y relega a las relaciones
entre dos o más personas. a un segundo plano. Ahora bien, esta crítica se fundamenta
.! en un significado ambiguo de lo que se entiende por "rol" y no en el concepto que
\
Parsons (1955) asigna a este término. De acuerdo con este investigador, cada integran-
( te de la familia tiene un rol específico, tanto por las funciones instrumentales como
' por las afectivas que le son asignadas por los demás miembros del sistema familiar. Así
que, la diferenciación de roles resulta ser característica de las familias nucleares a través
de una base transcultural muy amplia; sin embargo, Parsons también observó que las
familias varían sensiblemente según las diversas culturas a las que pertenecen, tanto en
lo que se refiere al contexto del funcionamiento de los roles como al miembro que
(
asume determinadas funciones dentro de un grupo familiar específico.
'·
En el ámbito de la terapia familiar Richter (1963), en particular, desarrolló el
concepto sociopsicológico de rol; este autor aplicó un marco psicoanalítico al estudio
de este parámetro. Por ejemplo, para Richter el "rol de hijo" sería la totalidad estructura-
da de las fantasías y expectativas inconscientes de los padres, en cuanto le asignan al
( hijo la tarea de cumplir cierta función. Es importante mencionar que, según este autor,
en las familias en que el hijo sirve de "sustituto del cónyuge" se produce una inversión
1
\.
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16 • Manejo del enfenno crónico y su familia (Capítulo 2)
generacional de roles. Por otra parte, existen casos en que los padres transfieren a sus
hijos impulsos dirigidos originalmente hacia sus propios padres. Finalmente, en situa-
ciones donde falta uno de los cónyuges o cuando la relación de la pareja está muy per-
turbada, un hijo puede llegar a funcionar como "cónyuge sustituto". De manera que
en una relación madre-hijo, esto puede desembocar ·en "sobreprotección" o en una
actitud de solicitud sumisa de la madre hacia el hijo; mientras que en una relación
padre-hija, esta constelación puede culminar en una relación con matices incestuosos.
En general, la relación de los roles de los padres con los hijos cambia como conse-
cuencia de la dependencia recíproca, así como de la coevolución y la individuación de
los diferentes miembros de la familia. Esto no altera el hecho de que madre, padre e
hijo mantienen su estatus como tales, a pesar del contenido cambiante de sus roles a
través de su ciclo vital. ,
En la actualidad, parece más probable observar la existencia de efectos disfuncio-
nales cuando las definiciones de los roles son demasiado rígidas, independientemente
del contenido o de la persona que asume un determinado rol, quizá como consecuen-
cia de procesos de desarrollo prolongados o tardíos y la frustración del cambio necesario
(Simon et al., 1988).
COMUNICACIÓN
En su libro Teoría de la comunicación humana, Watzlawick y colaboradores (1987)
postulan los axiomas básicos acerca del proceso de comunicación. El primer axioma
hace referencia a la imposibilidad de no comunicarse, es decir, "toda acción es comuni-
cación". Por tanto, y de acuerdo con estos autores, no existe la posibilidad de no trans-
mitir un mensaje, pues hasta el no comunicarse es comunicación. El intento de "no
comunicar" puede existir en cualquier contexto en el que se desea evitar el compromiso
inherente que conlleva toda comunicación, pero a lo único que el emisor o el receptor
de dicho mensaje pueden recurrir es a rechazar, aceptar o descalificar el mensaje, pero
en los tres casos se da una comunicación.
Toda comunicación interpersonal no sólo consiste en un intercambio de informa-
ción sobre ciertos temas, sino que contiene además un mensaje acerca de la relación (
existente entre las partes interactuantes, es decir, entre quien emite el mensaje y aquel o
aquellos que lo reciben. La diferencia entre estas dos dimensiones inherentes a todo
proceso de comunicación, es decir, de contenido y de relación, puede aclararse mejor
mediante el uso de un ejemplo: cuando una pareja discute un problema, la discusión
sirve no sólo para clarificar el tema (el contenido), sino también para definir el tipo de re-
lación existente entre ambos miembros de la díada, es decir, el tipo de vínculo que (
realmente existe entre ellos, o bien el grado en que las partes de la relación llegan a un
consenso en cuanto a lo que es aceptable para el otro y para sí mismo dentro del (
vínculo; en otras palabras, las reglas que son válidas para ambos dentro de la relación.
Al definir una relación, la cuestión principal es determinar si ésta se considera
simétrica o complementaria. El concepto de simetría designa un modelo de relación Í
que se basa en el esfuerzo por lograr la igualdad y la reducción al mínimo de las di-
ferencias entre las partes; ejemplos de este tipo de relación se pueden apreciar por lo
general entre grupos de iguales, así como en el subsistema de los hermanos. Mientras
ERRNVPHGLFRVRUJ
La familia funcional • 17
REGLAS FAMILIARES
Jackson (1965) afirmaba que la familia es un sistema regido por reglas; en el cual sus
miembros se comportan entre sí de una manera reiterada y organizada, de modo que
esta configuración de conductas puede abstraerse como un "principio regidor de la
vida familiar".
Las reglas de la familia parecen funcionar como si fuesen leyes implícitas, es decir,
no escritas. Cuando éstas se hacen explícitas, se trasforman, aun cuando contribuyen
a definir la relación y especifican si ésta es complementaria o simétrica. Éstas prescri-
ben y limitan las conductas de los individuos en una amplia variedad de esferas de
contenido. Muchas veces, los propios individuos parecen no encontrarse conscientes
de las limitaciones que estas reglas les imponen. Algunas de ellas fijan las normas en
cuanto al mantenimiento de los secretos que la familia debería de guardar y, por
otra parte, en cuanto a cómo y por qué se deberían de preservar los mitos familiares
(Simon et al., 1988).
Ferreira (1963), quien introdujo el concepto de mitos familiares, ha manifestado
f que éstos suelen servir de paradigmas, es decir, modelos o mapas familiares, para man-
\
tenerla al resguardo del cambio (homeostática), o bien, pueden ser de utilidad para
,,I diagramar modelos de crecimiento y orientaciones para que la familia evolucione y
cambie tras momentos de crisis producidos dentro del grupo familiar. En consecuen-
cia, muchas veces estos mitos funcionan de la misma manera que parecen hacerlo los
mecanismos de defensa de los individuos postulados por las escuelas psicoanalíticas.
ERRNVPHGLFRVRUJ
18 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 2)
Stierlin (1973) observó que los mitos familiares actúan, a la vez, como mecanis-
mos protectores y de defensa dentro del grupo familiar. Estos últimos salen a relucir
cuando los miembros de la familia distorsionan de manera conjunta la realidad de sus
relaciones, ya que la realidad de cualquier familia depende de la percepción e interpre-
tación que sus diversos miembros hacen de ella, así conio de la forma en que la emoción
y la fantasía son creadas y sostenidas mediante estos mitos y, finalmente, por las opi-
niones y expectativas abiertas o encubiertas que los miembros de la familia tienen de sí
mismos y de los demás. La distorsión de la realidad de las relaciones que los diversos
miembros de la familia pueden llegar a realizar, tiene el fin de evitar el dolor y conflic- ·
to, así como negar, racionalizar u ocultar lo que se han hecho los unos a los otros. Los
mecanismos de protección desempeñan una función en la interacción de la familia con
el mundo exterior y se usan para mantener alejados a los intrusos o, por lo menos, para
evitar que se formen un cuadro claro de la situación familiar. En cierto grado, las
funciones de defensa y protección se complementan, pues si una familia desea negar
sus conflictos y problemas a sí misma, a menudo será necesario "vender" esos mitos al
mundo exterior.
:,
Según Stierlin (1973), los principales mitos familiares pueden clasificarse en tres
-~
categorías: de armonía, de perdón y expiación, y de rescate. Los primeros presentan
un cuadro "rosa" de la vida pasada y presente de la familia y, por ende, están en total
contradicción con lo que puede captar un observador después de haber tenido contac-
to con la familia. Los mitos de perdón y expiación se observan como procesos de
separación, negación, idealización o proyección; éstos presentan una estructura en la
cual una o más personas, vivas o muertas, dentro o fuera de la familia, son las únicas
r
responsables de la situación en la que se encuentra actualmente la familia. Esas perso-
nas, además de las culpas propias, deben cargar con las de otros, de modo que expían
la culpa de todo el grupo familiar. Finalmente, en los mitos de rescate se le atribuyen a . 1
una persona ajena a la familia poderes especiales, considerándosele como un salvador o -
benefactor; otra modalidad de este mito es aquél en el que se espera que la persona
designada por el resto de la familia logre en su vida metas que no pudo alcanzar su
padre, hermano o abuelo.
Whitaker (1975) "juega" con los mitos de la familia y construye fantasías sobre
cómo éstos pueden asumir ideas místicas, a fin de poder ayudarla. Esta exageración de
los aspectos positivos del mito lo convierte en un absurdo, logrando así que la familia
abandone el mito por disfuncional. Mientras tanto, otras familias pueden estar des-
provistas de mitos nutricios, es decir positivos, por lo que pueden necesitar ayuda para
(
!,
11
construir nuevos mitos, lo cual puede lograrse a través de la formación de rituales.
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1
Por otra parte; los secretos familiares se refieren a temas cargados de intensos senti-
i mientos de temor, vergüenza y culpa, en general, las familias se aseguran de que éstos no
1, sean conocidos afuera de su círculo, mediante establecer una prohibición para hablar
abiertamente de ellos, tanto dentro como fuera del seno familiar. El tabú que impide la
¡; revelación de los secretos tiene como propósito principal evitar la mortificación y el con-
/l flicto para aquellos implicados en el secreto y para el resto de la familia (Simon et al, 1988).
f El mantenimiento de secretos familiares constituye una modalidad de negación
colectiva que no necesariamente es patológica. Casi todas las familias tienen uno o dos
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La familia funcional • 19
FLEXIBILIDAD
La flexibilidad dentro de la familia, también conocida como adaptabilidad, depende
de su capacidad para crear un equilibrio flexible entre estabilidad y cambio. F~milias
que continuamente viven una situación demasiado cambiante, sin que existan perio-
r dos de estabilidad dentro del sistema que les permitan consolidar los cambios propuestos,
t
se traducen en sistemas caóticos; mientras que en aquellas familias que viven constan-
1 temente en una situación estable, donde no se permite la posibilidad de incorporar
-,
cambios y ensayar nuevas modalidades de interacción, se desarrollan sistemas rígidos
(Olson et al., 1979). La flexibilidad es un recurso necesario para garantizar la posibili-
dad de contemplar y llevar a cabo el cambio dentro de un sistema; facilita el desarrollo
en situaciones de crecimiento durante las diferentes etapas del ciclo vital de la familia,
así como frente a las crisis inesperadas. No obstante, es necesario cierto grado de esta-
( bilidad en el sistema para lograr un espacio familiar interno bien definido, con reglas
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· 20 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 2)
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DEFINICIÓN DE FAMILIA FUNCIONAL
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Estas características, que son consideradas como elementos básicos para evaluar el
funcionamiento. de una familia, se observan en la figura 2-2.•
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Mapas familiares:
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y formulación de hipótesis
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24 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 3)
PARÁMETROS ORGANIZACIONALES
A pesar de las dificultades en la definición y descripción de lo que actualmente se
entendería por familia "normal o sana'', se ha seleccionado una serie de parámetros de
tipo organizacional que se relacionan con el criterio médico de "familias asintomáticas".
Entre otros, se encuentran los siguientes: jerarquía, fronteras externas, fronteras entre
subsistemas, fronteras individuales, cercanía en comparación con distancia y flexibili-
dad. De acuerdo con estos parámetros, Velasco (1982) propuso un mapa hipotético de
funcionamiento familiar, el cual se observa en la figura 2-2, donde los parámetros
antes descritos se representaron de la siguiente manera:
NIVEL DE JERARQUÍA
En las dimensiones arriba y abajo. De manera que dentro del esquema, los niveles jerár-
quicamente superiores se grafican por arriba de los niveles de jerarquía inferior, así se
tiene que el subsistema parental aparece por encima del filial, dado que desde el punto
de vista funcional son los padres los que tendrían el control sobre los hijos, y no al
revés. Aquí deberá entenderse por jerarquía al poder de influir en los demás y tomar las
decisiones que se piensa se deben seguir (Simon et al., 1988). Por otra parte, es nece-
sario mencionar que este parámetro también guarda relación con el poder económico
(Palomar, 1998).
Un gran grupo de terapeutas familiares -en especial Haley (1973) y Madanes y
Haley (1977), así como Minuchin (1992)- considera que una jerarquía familiar clara. ·¡
-,
y consistente, que recaiga en las autoridades familiares, es decir, en los padres o tutores,
constituye un requisito fundamental para el adecuado funcionamiento familiar. Esta
autoridad será más eficiente en la medida en que las normas que establece se adapten a
las características y necesidades de desarrollo de los menores. También Haley (1973,
1980) menciona que, dado que la organización familiar puede incluir diferentes genera-
. ciones, es primordial establecer fronteras generacionales entre abuelos, padres e hijos.
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Mapas familiares: su empleo en el diagnóstico y . . . • 25
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Figura 3-1. Fronteras externas cerradas. ·=»=, = fronteras externas cerradas; - - - = fronteras claras
y flexibles (individuales y entre subsistemas); M madre; P padre; H hijos; AM abuelos maternos; = = = =
=
AP abuelos paternos.
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26 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 3)
·:.,~ .- : ...
Comprenden aquellas que se establecen entre las diferentes generaciones o niveles de'
,, .. _.,,, jerarquía. En las familias generalmente se pueden reconocer tres subsistemas: el conyu-(
.. ~
...,,.,
. .
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. ·.~ ·.' gal o parental formado por la pareja conyugal o por las autoridades a cargo de los
.. ,_·:_.-·:/\:~:
menores y que además tiene las funciones de dictar las normas que regirán el funciona-
miento familiar -aunque éstas puedan ser inconscientes-; el filial dentro del que los
hermanos o menores desarrollan sus capacidades de negociación, cooperación y corn-í
petencia y, finalmente, el de los abuelos.
De modo que es posible apreciar tres tipos de fronteras entre subsistemas, de acuer-í
do con que las líneas sean cerradas(-), claras (- - - -) o bien, difusas l-v-), de manera
similar a como se graficaron los límites externos de la familia nuclear.
Fronteras cerradas entre subsistemas
Implican que no existe un involucramiento instrumental, afectivo, o ambos, entre los
subsistemas. Estas fronteras se grafican como una línea horizontal continua que separat
l
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Fronteras
externas
•
Fronteras
entre
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Figura 3-2. Fronteras externas difusas. · · ·· , = fronteras externas difusas; - - - = fronteras claras y \
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flexibles (individuales y entre subsistemas); M = madre; P padre; H = hijos; AM abuelos maternos; =
'\ AP = abuelos paternos. (
i
\
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Mapas familiares: su empleo en el diagnóstico y . . . • 27
los dos subsistemas de cuya vinculación e interacción se hace referencia, tal y como
puede observarse en la figura 3-3; en ella se aprecia con claridad cómo se grafican las
fronteras cerradas entre los subsistemas parental y filial.
Fronteras claras entre subsistemas
Esto implica que existe un involucramiento afectivo e instrumental entre los subsistemas,
sin que por esto un subsistema intervenga en los conflictos o acuerdos que se generen
entre los miembros de otro subsistema. Por ejemplo, la no-intervención de los abue-
los en los conflictos entre los esposos, así como la no-intervención de los padres en los
conflictos o acuerdos tomados por los hermanos o hijos, son prueba de que entre es-
tos. subsistemas existen límites claros. Éstos se grafican como una línea horizontal
discontinua que separa los dos subsistemas de cuya vinculación e interacción se hace.
referencia como puede observarse en la figura 2-2. En esta figura se aprecia cómo se
grafican las fronteras claras entre los subsistemas parental y filial.
Fronteras difusas entre subsistemas
Se refieren a la intervención de un subsistema en los conflictos o acuerdos tomados en
otro subsistema. Éstas se grafican como una línea horizontal punteada que separa los
dos subsistemas de cuya vinculación e interacción se hace referencia, tal y como puede
observarse en la figura 3-4. En esta figura se puede apreciar con claridad la manera en
la cual se grafican las fronteras difusas entre los subsistemas parental y filial.
· {
\
Fronteras
{
externas
\
Fronteras
( entre
subsistemas
{
. . .
\_
Fronteras
I individuales. ' " - - ' "
\..
' '----------------------------- "
( Figura 3-3. Fronteras cerradas entre subsistemas. - = fronteras cerradas entre subsistemas;
- - - = fronteras claras y flexibles (individuales y externas); M = madre; P = padre; H = hijos; AM =
abuelos maternos; AP = abuelos paternos.
ERRNVPHGLFRVRUJ
28 • Manejo del enfenno crónico y su familia (Capitulo 3)
Fronteras
externas
Fronteras 1
entre 1
-·--{¡-, !') o e -o
subsistemas 1eoeosoe&oo00Goottee.:>0•i;1
.-
I' '
Fronteras ~~~~~~~~---• H • I H I
individuales
, ' I' - J ' I'
,
'
=
Figura 3-4. Fronteras difusas entre subsistemas. • • • • fronteras difusas entre subsistemas; - - - =
=
fronteras claras y flexibles (individuales y externas); M = madre; P = padre; H = hijos; AM abuelos
maternos; AP = abuelos paternos.
FRONTERAS INDIVIDUALES
Se refieren al espacio físico, emocional, o ambos, que guardan los miembros de una
familia entre sí, es decir, al grado de autonomía o dependencia que manifiesten unos
por otros. Este parámetro tiene que ver con el grado de involucramiento o cercanía
emocional, física, o ambas, así como con el grado de interacción y comunicación que
se da entre los miembros de una familia.
Así que es factible considerar tres tipos de fronteras individuales, según las líneas
las representen como cerradas (-), claras (- - - - ) o bien, difusas ( · · · · ·). Para diagramar
este tipo de fronteras, el cuadrado que representa a cada uno de los miembros mascu-.
linos de la familia, así como el círculo que grafica a cada uno de los individuos femeninos
del sistema familiar, se dibujará con línea continua si los límites individuales de este
miembro para con el resto del sistema familiar resultan ser cerrados, con línea discon-
tinua si son claros y, finalmente, punteada en el caso de límites difusos.
Fronteras individualescerradas
1
Éstas representan el no involucramiento afectivo, o bien la ausencia de comunicación \
verbal abierta y clara entre los miembros de la familia, sobre todo en lo que se refiere a
la expresión de sentimientos y necesidades afectivas. Por esta razón, los integrantes de
una familia que mantienen sus fronteras individuales cerradas experimentan un pro-
fundo sentimiento de soledad y aislamiento, aun conviviendo de manera estrecha con
los demás, dentro de la misma casa.
ERRNVPHGLFRVRUJ
Mapas familiares: su empleo en el diagnóstico y . . . • 29
En la figura 3-5 se puede observar cómo se grafican los límites individuales cerra-
t•
'''( dos, tanto si se trata de un individuo de sexo masculino, representado por un cuadrado,
h
como si es un miembro femenino de la familia, representada por un círculo, diagramados
ambos con línea continua.
Fronteras individuales claras
Se trata de un involucramiento afectivo entre los miembros de la familia, una comuni-
cación verbal clara y directa, al mismo tiempo que implica la existencia de un respeto
por los espacios físicos y emocionales de cada uno, así como por las características y
decisiones individuales sobre los problemas personales.
Este tipo de límites se ilustran como cuadrados o círculos, que representan a cada
':. ( uno de los miembros de la familia, mediante el uso de una línea discontinua, tal y
como se puede observar en la figura 2-2.
Fronteras individuales difusas
Suponen un involucramiento excesivo entre los diferentes miembros del sistema fami-
liar, incluso es posible atestiguar casos de sobreprotección y de falta de respeto a las
. \.' características y decisiones personales del otro. En general, los individuos de estas fa-
milias parecen encontrarse conectados los unos con los otros y, por ende, vibrar al
(
unísono, tal y como lo harían las series de foquitos colocadas en un árbol de Navidad.
Este tipo de límites se grafican como cuadrados o círculos que representan a cada uno
de los miembros de la familia, mediante líneas de puntos, como se aprecia en la figura 3-6.
(
,\
.(
(
/
.\
Fronteras
(
externas
'
/
'{
{ Fronteras
' entre
subsistemas
(
·°'-·
Fronteras
¡( individuales
\
ERRNVPHGLFRVRUJ
30 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 3)
1
., - - ....- - - - - - -
.,
•AM~
- •AM•
' 1
1
/
AP I
. AP•
., - - ....- - - - - - ,-
- \ 1
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' .,. - ' .,. -
1 1 1
- - - - - - - ., - - - - - - - .,
L J L J
' '
., ------~------------------ ....
'\
Fronteras I
externas (
Fronteras
entre
subsistemas
Fronteras
individuales
Figura 3-6. Fronteras individuales difusas. • • • • = fronteras individuales difusas; - - - = fronteras cla-
= = = =
ras y flexibles (entre subsistemas y externas); M madre; P padre; H hijos; AM abuelos maternos;
=
AP abuelos paternos.
ERRNVPHGLFRVRUJ
Mapas familiares: su empleo en el diagnóstico y. . . • 31
integran dentro de una cápsula de contorno continuo, tal y como se puede apreciar en
la figura 3-7, en ella se representa la relación estrecha entre la madre y su hijo mayor.
Por otra parte, cuando un individuo se encuentra bastante distante del sistema familiar
y, por tanto, poco involucrado con el mismo, es posible suponer que se encuentra fuera
del sistema, así pues, se le representa en la periferia de la familia nuclear, o por fuera de
los límites externos del sistema familiar, como se observa con el padre en la figura 3-7.
En la representación gráfica de las alianzas también se consideran las que se establecen
entre una persona y "otro elemento", tanto dentro como fuera del núcleo familiar.
Entre estos elementos se cuentan alcohol, comida, trabajo, amigos, deportes, etc., mis-
mos que se representan en la figura 3-8.
Este esquema muestra la forma en la que el individuo masculino de la pareja ha
formado una alianza con un "elemento" fuera del sistema, en este caso el alcohol.
Mientras que la esposa parece haberse visto en la necesidad de aliarse con su familia de
origen y con sus hijos. Más adelante, dentro de este mismo capítulo se discutirá con
mayor amplitud este tema.
FLEXIBILIDAD
En las dimensiones rigidez-flexibilidad (lo que se refiere básicamente a la posibilidad
( que la familia tiene para optar por algún cambio). Olson y colaboradores (1979) la
definen como "la habilidad familiar para cambiar sus estructuras de poder, roles y
(
,(
, -/-,- - - - - r-,
- - - '1 , ----------
,-'I '
( 1 1
•AM' 1AM1 AP., I I AP•
_______
•
1 ' .., I L - .1
,, 1 1
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Distancia.
( familia-padre
(periférico)
( 1 "~;-
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' /· ' /
(
,
'
Figura 3-7. Cercanía contra distancia. 0=
alianza madre-hijo; · · · fronteras difusas (entre el =
=
subsistema paterno-filial e individuales entre madre-hijo); - - - fronteras claras y flexibles (individuales
y externas); M = madre; P = padre; H = hijos; AM = abuelos maternos; AP = abuelos paternos.
ERRNVPHGLFRVRUJ
32 • Manejo del enfermo cránico y su familia (Capltulo3).
Alianza entre
el padre
yel alcohol
Figura 3-8. Alianza entre diferentes miembros de la familia o con elementos externos al sistema.
e:=-."> = = = =
alianzas (madre-hijos, madre-familia de origen, padre-alcohol); M madre; P padre; H hijos;
= =
AM abuelos maternos; 111 alcohol.
Para la presentación de los esquemas propuestos será necesario hacer una serie de pre-
cisiones. Se tomará como "estructura" a la cantidad de miembros que conforman la
familia y como organización a la manera en la que interactúan.
Resulta pertinente diferenciar entre fronteras cerradas y fronteras rígidas, dado
que la escuela estructural parece asumirlas corno sinónimos. Así, las fronteras cerradas
estarían señalando el no involucramiento afectivo o instrumental, al igual que la au-
sencia de comunicación verbal entre los individuos o subsistemas, o bien, el aislamiento
de la familia de su contexto social, laboral, escolar, etc. Mientras que, por otra parte, las
fronteras rígidas se refieren a la dificultad familiar de promover un cambio. De manera 1
que las fronteras podrían ser rígidamente cerradas o rígidamente difusas. \
ERRNVPHGLFRVRUJ
(
manera habitual acerca del motivo de consuh:a, a fin de observar interacciones que
permitan la formulación de hipótesis sobre lo que sucede en el grupo familiar. Así,
también se utilizan técnicas de asignación de tareas, como diseñar un menú, planear
unas vacaciones, etc., con este mismo propósito. Al observar la interacción, el terapeu-
/
ta toma nota de los datos significativos en la sesión, tales como la forma en que la
. \
familia decidió sentarse, quién interactúa con quién, quién tornó la iniciativa, quién se
( alió con quién, si todos participaron o sólo algunos, etc.
Con el empleo de estas técnicas, el terapeuta puede observar muchos datos que
( pasarían inadvertidos si la exploración clínica se realizara a través de preguntas a una
sola persona. Sin embargo, el cúmulo de datos e información que se observa y se
escucha en las sesiones resulta tan complejo y abundante, que es posible que el terapeu-
ta pierda los elementos de organización que pueden llevarle a la representación gráfica
de un diagnóstico, el cual le permitiría plantear sus hipótesis de trabajo. Además, el
terapeuta puede completar o afinar su diagnóstico a través de preguntas sencillas, por
ejemplo, en la exploración de la jerarquía se podrían incluir las siguientes preguntas:
¿quién torna las decisiones en la casa?, ¿quién otorga los permisos?, ¿quién es obedecido
por los hijos y quién no?
Por otra parte, en la exploración de los límites con el exterior se podrían hacer
preguntas como: ¿con qué frecuencia la familia acostumbra visitar o ser visitado por
amistades?, ¿qué tanto participan los abuelos en las decisiones de la casa?, ¿cuánto
tiempo pasan los padres dentro o fuera del hogar?, etc.
Para llevar a cabo la exploración de las fronteras entre subsistemas se podría pre-
guntar: ¿quién o quiénes intervienen cuando los padres se pelean o discuten?, ¿quién o
quiénes intervienen cuando los hijos se pelean?, etc.
En la exploración de los límites individuales se podrían cuestionar aspectos corno:
si cada persona asume sus responsabilidades o alguien resuelve los problemas que le
( corresponderían a otro; si cuando alguien tiene un problema lo comunica a los demás
o no; ¿qué sucede cuando existen puntos de vista diferentes frente a un hecho entre los
( diversos miembros de la familia?, etc.
A fin de evaluar la presencia de alianzas dentro del sistema familiar, podrían hacer-
se las siguientes preguntas: ¿quién interactúa -aunque sólo sea para pelear- más
tiempo con quién?, ¿quién se siente más cercano a quién?, ¿a quién le gusta compartir
con quién], ¿quién, de manera general o invariable apoya a quién?
En un estudio con familias de niños leucérnicos, Velasco y colaboradores (1983)
(
llevaron a cabo entrevistas serniestructuradas sobre los cambios que la familia había
realizado o experimentado a raíz del diagnóstico del niño. Las entrevistas incluyeron
(_
preguntas en cuanto a las actividades familiares fuera dé la casa, la frecuencia con que
( la familia recibía o visitaba amigos o familiares, las actividades de los padres corno
pareja, la frecuencia y satisfacción de las relaciones sexuales; el terna de conversación
más frecuente entre los padres, la actitud de los padres frente a los hijos, la participa-
ción del niño en las actividades escolares o sociales propias de su edad. Todo esto con
la finalidad de evaluar los cambios que habían surgido en la organización familiar
corno consecuencia de la presencia de la enfermedad.
ERRNVPHGLFRVRUJ
34 • Manejo del enfenno crónico y su familia (Capítulo3)
Figura 3-9. Organización familiar del niño con leucemia y otros cánceres infantiles. - = fronteras
individuales y externas cerradas; - - - fronteras claras y flexibles; O= alianza rígida madre-hijo;
=
M = madre; P = padre (periférico); PI= paciente identificado; HP = hija parental; H hijos (periféricos);
= =
_AM abuelos maternos; AP abuelos paternos.
ERRNVPHGLFRVRUJ
Mapas familiares: su empleo en el diagnóstico y. . . • 35
( culpas y dolor sobre el paciente enfermo, así como acerca de la misma enfermedad,
no eran comunicados ni compartidos con los demás individuos dél sistema. Esto
sucedía a pesar de que las fronteras con el exterior también se habían cerrado.
Si se compara la figura 3-9 con la 2-2 las metas terapéuticas resultan evidentes, dado
que todo lo que se intente hacer para reestructurar a la familia conforme al esquema de
funcionamiento propuesto (figura 2-2) se traducirá finalmente en un mejor funcio-
namiento familiar. Por tanto, en este tipo de familias tendrían que abordarse varias
necesidades, tales como:
(
• Abrir las fronteras externas a núcleos sociales y familiares que puedan brindar
apoyo a la familia.
(
• Reubicar al PI en el subsistema de hermanos.
, • Evitar la alianza y sobreprotección de la madre al PI. Esto podría lograrse me-
diante distribuir la responsabilidad de su cuidado entre varios miembros de la
familia, lo cual le daría la oportunidad al padre de un mayor contacto con el
paciente enfermo.
·• \ • Propiciar las actividades de pareja.
• Dar atención a las necesidades afectivas y recreativas de los hermanos permitien-
do que éstos interactúen más y libremente con el PI.
• Vigilar que la participación de la abuela no interfiera con la autoridad de los padres.
• Cuidar que a la hija que está a cargo de los hermanos no se le impongan respon-
sabilidades fuera de su edad y reciba el reconocimiento por el esfuerzo extra que
realiza en el cuidado de sus hermanos.
• Proporcionar a los miembros de la familia la oportunidad para que exterioricen
sus sentimientos de dolor, desesperación, miedo, indefensión, etc., que son nor-
.
.
(\ males en estos casos.
Otro ejemplo de la utilidad de estos mapas o esquemas familiares se puede encontrar
en la representación gráfica propuesta por Velasco (1998) acerca de los aspectos obser-
vados con frecuencia en la "familia alcohólica" (figura 3-1 O). En esta figura puede
observarse: a) fronteras difusas con la familia de origen, tal y como lo han propuesto
Steinglass y colaboradores (1977); b) fronteras cerradas en relación con actividades ex-
trafamiliares (Steinglass, 1980 a y b); e) fronteras difusas entre los miembros de la fa-
( milia, lo cual es evidente a través del gran involucramiento afectivo que existe entre los
miembros de la familia, en donde todos parecen tener un eco emocional con los demás
-este elemento concuerda con las descripciones realizadas al respecto por autores como
Steinglass y colaboradores (1993), Chavarría (1996) y Claros (1991)-; d) alianzas
( abiertas o encubiertas entre los miembros no alcohólicos, entre las que se encuentran la
del padre no alcohólico con sus hijos y con su respectiva familia de origen (Claros, 1991);
y e) la existencia de un desequilibrio entre el cónyuge del alcohólico y el alcohólico en
(
la toma de decisiones, es decir, en el nivel de jerarquía (Berenson, 1976).
-,
Si una familia en evaluación presentara estos aspectos en su funcionamiento, el
terapeuta podría elaborar una hipótesis según la cual repercutirá en beneficio del fun-
.'. \ cionamiento familiar todo aquello que se intente para que: a) la familia clarifique sus
!, ( fronteras externas con la familia de origen y las abra a otros núcleos sociales, laborales
i)( ERRNVPHGLFRVRUJ
36 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 3)
...
...
• • • • • • • • • • • • • • • • • •
(
Figura 3-10. Organización de la familia alcohólica. ··· = fronteras difusas individuales y entre
subsistemas (familia nuclear y familia de origen); - = fronteras externas cerradas; (:) = alianza
=
(madre e hijos, madre y familia de origen, padre y alcohol); M madre (con mayor jerarquía que el
padre); P = padre (con menos jerarquía que la madre); H = hijos (aliados a la madre y distantes
= =
del padre); AM abuelos maternos; AP abuelos paternos; fj1 = alcohol.
o educativos; b) flexibilice las alianzas entre los miembros que están conspirando en
contra del miembro alcohólico; e) restablezca la jerarquía del consumidor de alcohol
dentro del núcleo familiar mediante reconocer sus aspectos positivos; y d) apoye la
autonomía física y emocional de sus miembros, es decir, clarifique las fronteras indivi-
duales en quienes están sobreinvolucrados.
Es evidente que estos esquemas elementales sólo pueden identificar los aspectos
organizacionales del sistema, tal. como lo harían los organigramas en una empresa,
quedando aún por explorar los aspectos de contenido, es decir, la historia familiar; los
constructos que cada quien ha desarrollado de sí mismo, de los demás y del problema
que los aqueja; los tipos de comunicación; las formas de resolución de los conflictos;
así como las circunstancias socioculturales, económicas y de desarrollo por las que
atraviesa una familia. Sin embargo, es de suponer que la representación gráfica de un (
fenómeno apoyará la visión global del mismo y, por tanto, ayudará a su mejor com-
prensión. Así, estas representaciones gráficas facilitarán la organización de los datos (
obtenidos desde la primera entrevista, así como la elaboración de hipótesis sobre las
cuales trabajar para, finalmente, encaminar la ruta a seguir en cuanto a las metas a
corto, mediano y largo plazo con la familia. Resta decir que estas representaciones no
escapan a la subjetividad del terapeuta y, por tanto, cotejar estos esquemas con algún
coterapeuta aumentará la validez de los mismos. •
ERRNVPHGLFRVRUJ
(
( La enfermedad crónica,
el paciente y su familia
ERRNVPHGLFRVRUJ
38 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 4)
ERRNVPHGLFRVRUJ
La enfermedad crónica, el paciente y su familia • 39
.f
MODELO DE ROLLAND PARA LA ENFERMEDAD
DENTRO DEL CONTEXTO FAMILIAR
ERRNVPHGLFRVRUJ
.,
40 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 4)
ERRNVPHGLFRVRUJ :I
(
(
La enfermedad crónica, el paciente y su familia • 41
(
t' 1
Historia transgeneracionalde enfermedades, pérdidasy crisis
( Desde un punto de vista sistémico, es evidente que las familias presentan comporta-
mientos que no pueden ser comprendidos fuera de su propia historia. Así que debe
( entenderse que la familia cambia su organización tratando de copiar estrategias que en
a
el pasado le han resultado adecuadas para responder sucesos estresantes (Rolland,
1984). Por otra parte, Me Goldrich y Walsh (1985) descubrieron cómo estos patrones
han sido transmitidos a la familia a través de generaciones en forma de mitos, tabúes,
( expectativas catastróficas, etc. Por tanto, el terapeuta deberá indagar en la historia fa-
miliar de enfermedades sobre la presencia de padecimientos similares en el pasado, así
(
como el tipo de respuesta que los diversos integrantes de la familia tuvieron ante ellos,
( tanto desde un plano organizativo como afectivo. De esta manera logrará anticipar
puntos de conflicto y negación. Penn (1983) describe cómo las coaliciones que apare-
cen en las familias con un miembro que padece una enfermedad crónica son isomórficas
a las que existieron en situaciones similares en las familias de origen ante alguna otra
enfermedad.
Seaburn y colaboradores (1992) encontraron que tanto el enfermo crónico como su
familia necesitan darle un sentido a la enfermedad. El significado que le atribuyen sé
podrá encontrar en la historia que ellos mismos crean y dicen acerca del padecimiento; dicho
trasfondo lo desarrollarán a través del concepto de enfermedad que les ha sido transmi-
( tido por varias generaciones (Sheinberg, 1983). Lo que cada persona sabe de la vida lo ha
adquirido por sus propios familiares en "experiencias vivenciales" pasadas, de modo
que el significado que el individuo tiene de las mismas se obtiene a través de la manera.
en que las estructura. El sentido de una enfermedad para el paciente y su familia está
construido sobre una base social que les permite funcionar, comportarse y adaptarse.
De este modo es como la construcción de narrativas (historias) normativas sobre· el
padecimiento adquieren el estatus de verdad. Así, las narrativas dominantes acerca del
SIDA y el cáncer -así como de muchas otras enfermedades- tienen categoría de
{ irrefutables y esta verdad se encuentra unida en estos padecimientos a lo inevitable, es
decir, que conducen a la muerte y por ende, a la futilidad de luchar y continuar viviendo.
(
(
La enfermedad y el ciclo familiar
\
Debido a que la enfermedad es parte de un individuo y éste es parte de una familia,
resulta necesario pensar simultáneamente acerca de la interacción entre el individuo y.
su desarrollo familiar. Para lo cual, Rolland (1987) propone el modelo de Combrick-
(
-, Graham (1985) basado en los conceptos de las fuerzas centrífogas y centrípetas dentro
de la familia ideadas por Stierlin (1974). EJ modelo de Combrick-Graham (1985) es
una representación espiral que permite colocar los eventos familiares de dos, tres o más
generaciones, sobreponiéndose unos sobre otros; así se logra una representación del
( ciclo de vida del individuo dentro de su familia y en relación con los ciclos de vida de
los integrantes de otras generaciones. El sistema espiral parece oscilar entre periodos
1
\ .. de acercamiento familiar -naturales y no patológicos de amalgamamiento-, y perio-
dos de distanciamiento. Los lapsos de cercanía se denominan "centrípetos" para indicar
( el predominio de fuerzas "cohesivas" dentro del sistema familiar. Los periodos de dis-
ERRNVPHGLFRVRUJ
42 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 4)
ERRNVPHGLFRVRUJ
La enfermedad crónica, el paciente y su familia • 43
necesita asirse a una esperanza, a una creencia de que ellos pueden llegar a obtener -y
están obteniendo- control de la situación, por lo cual es importante ayudarla a
jerarquizar sus prioridades, así como apoyada en la búsqueda de información acerca
de la enfermedad y recursos dentro de la propia familia y comunidad, con lo cual
pueden comenzar a adquirir la sensación de control sobre la situación (Rolland, 1990),
Cuando existe una enfermedad crónica de larga duración en uno de los miembros
de la pareja, el patrón de intimidad en la díada puede desaparecer debido a discrepan-
cias entre el miembro enfermo y el sano, quien por lo general será quien proporcione la
atención requerida. El cónyuge sano experimenta un cambio en sus sentimientos y
.... (
emociones transformándose de positivas a negativas, por ejemplo, puede surgirle el
deseo (poco consciente) de que el compañero muera y deje de sufrir, pero también
' (
porque desea reasumir su forma de vida previa; esta idea le ocasionará vergüenza y
culpa; por otra parte, será quien tendrá que enfrentarse además con los problemas finan-
cieros y comenzará a presentar un cansancio emocional que al poco tiempo le dejará
exhausto (Rolland, 1994).
puede lograrse a través de un "aseo moral" con un castigo por la inmoralidad cometida.
Así que las actitudes del sistema social convierten en "víctimas" a los miembros de la
familia, forzándolos a experimentar la angustia y la pérdida de su ser querido en un con-
texto de aislamiento y secreto (Rolland, 1990; Kazak, 1989; Sholevar y Perkel, 1990). (
ERRNVPHGLFRVRUJ
La enfermedad crónica, el paciente y su familia • 45
por lo general se relaciona con la aparición de "otros" estresores dentro del sistema
(Koch, 1985), los cuales quizá se presenten como un niño con problemas escolares
(Garralda, 1994), un individuo con depresión, desesperanza e ideación suicida (Guthrie,
1996), o bien, como conflictos en la pareja marital (Rolland, 1994).
Las familias con un mejor sostén emocional y material tienen mayor oportunidad
de alcanzar una adaptación efectiva a la enfermedad; por otra parte, aquellas que viven
relativamente aisladas de la sociedad, en la pobreza o que son estructuralmente inflexi-
bles, pueden tener mayor dificultad para adaptarse. Así que la actitud de la familia
resulta crucial en la determinación del curso de la enfermedad y contribuye para el
mejoramiento o exacerbación de los síntomas. Leaheyy Wright (1985) presentan puntos
que deben considerarse al tratar de ayudar a una familia con un enfermo crónico, entre
los cuales se encuentran:
,( • Los familiares varían en su nivel de tolerancia a las condiciones físicas del paciente.
• Las familias bajo estrés tienden a mantener patrones de conducta previamente
probados, sean éstos efectivos o no.
• La familia participa de manera importante en alentar o desalentar al enfermo
crónico para que participe en cualquier tipo de terapia, o bien, decida iniciar
algún tipo de tratamiento.
• Las familias reaccionan ante una conducta "particular" del enfermo.
• Muchas tienen dificultades para adaptarse a una enfermedad física crónica por
estar mal informadas respecto a la misma.
• Se deben reajustar las expectativas con respecto al miembro enfermo, y a ellos mismos.
• La percepción que la familia tiene sobre la enfermedad tiene la máxima influen-
cia sobre su habilidad para manejarla.
(
Es muy importante que tanto la familia como quienes brinden su ayuda al enfermo se
·'
cuiden de no convertirse en "rescatadores", actitud que no favorece ni al paciente ni a
los integrantes de la red de apoyo. En general se rescata cuando se considera al paciente
como "víctima" impotente frente a su situación, sin darse cuenta de que no sólo cuan-
{
' do alguien está enfermo pierde control sobre su vida, sino que existe un sinnúmero de
circunstancias sobre las que el individuo no logra un total control. Además, el enfermo
siempre puede participar de manera activa y así influir en el curso de las cosas. Est~
( actitud de rescatador puede encubrir sentimientos de miedo, enojo, agresión, etc.,
' por parte de quien la manifiesta. Algunas maneras de rescatar son (Casares deCastro,
1990): cuando se decide lo que es conveniente para el paciente, en vez de dejar que sea
él mismo quien lo plantee; cuando se piensa que se conoce qué hacer para que el
paciente se sienta mejor, así que se le ordena qué acción realizar, en lugar de darle
apoyo y dejar que sea él quien determine lo que necesita; y cuando se está convencido
de saber lo que está bien, así que se fuerza al paciente para que haga las cosas como se
ha decidido que es óptimo.
En resumen, la enfermedad crónica y su posible invalidez son sucesos que interac-
túan con los recursos de enfrentamiento y adaptación del individuo y de su familia.
También llegan a influir en la forma de vida de éste y de su grupo familiar, su imagen
ERRNVPHGLFRVRUJ
46 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 4)
\.
l '.
ERRNVPHGLFRVRUJ
(
(· La enfermedad a través
de las diferentes etapas
del desarrollo humano
ERRNVPHGLFRVRUJ
48 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 5)
por lo general, aunque no invariablemente, tenderá a pasar por las diversas fases del '
ciclo familiar (Simon et al., 1988). Vale la pena mencionar que de acuerdo con los
hallazgos realizados por Hill (1964), los investigadores o clínicos que tratan de hacer
generalizaciones respecto de las familias sin tomar en cuenta su etapa de desarrollo, (
encontrarán una enorme fluctuación en sus datos, los cuales no podrán ser interpreta-
dos en su justa medida a menos que se les analice dentro del marco de la etapa del ciclo
vital por el cual atraviesa la familia.
Un problema metodológico en el estudio del ciclo de la vida familiar es que no
existe un acuerdo acerca de cuántas etapas deben reconocerse. Diferentes autores sub- I
dividen el ciclo de la vida familiar en un número variable de etapas que oscila entre un \_
mínimo de cuatro (lo cual resulta ser demasiado simplista) y un máximo de 24 fases
(clasificación bastante engorrosa, además de poco práctica). Por ejemplo, Fleck (1983)
divide a las familias con hijos pequeños en dos etapas que comprenden primero la
crianza del bebé y posteriormente los primeros pasos del niño. Otros autores subra-
yan la edad del hijo mayor en cada etapa del ciclo de vida familiar, subdividién-
dolas de acuerdo con este factor. Así que existe una primera etapa que abarca desde el
ERRNVPHGLFRVRUJ
,,
nacimiento de los hijos hasta que el hijo mayor tiene 30 meses, seguida por otra en que
los niños se encuentran en edad preescolar. A continuación aparece una fase en don-
(
de los niños tienen entre 6 y 13 años de edad, para luego pasar por la etapa de familia
con hijos adolescentes, familia con adultos jóvenes y nido vacío. En la vida posterior, el
ciclo de vida familiar puede subdividirse provechosamente en una fase que se extiende
desde el nido vacío hasta el momento de la jubilación, y otra que comprende desde la ,
jubilación hasta la muerte de alguno de los cónyuges (Simon et al., 1988). De manera
( que una versión del ciclo que a menudo se utiliza comprende sólo cinco etapas, las
cuales son: 1) la pareja recién casada, 2) la familia con hijos pequeños, 3) la familia con
( hijos adolescentes, 4) el desprendimiento o partida de los hijos fuera del hogar y, final- ,
mente, 5) la familia en los años de la jubilación. Éstas pueden subdividirse aún más,
de acuerdo con las edades de los hijos y con las tareas relacionadas de la familia.
En su obra El ciclo vital de la familia, Lauro Estrada (1988) desarrolla un modelo
de ciclo familiar basado en los conceptos de Pollak (1953) acerca del ciclo de pareja.
Este autor toma en cuenta las cuatro fases por la que atraviesa una pareja: 1) antes de la
llegada de los hijos, 2) la crianza de los mismos, 3) cuando los hijos se van del hogar y,
por último, 4) después de que se han ido. Tomando estas fases críticas como base, por
ser las que involucran situaciones de especial dificultad para la mayoría de las familias,
Estrada ha creado su modelo sobre el ciclo vital de la familia mexicana, el cual se
encuei1tra compuesto por seis fases.
El desprendimiento
,,.• .
Los jóvenes tienen que abandonar el hogar paterno y salir en busca de un compañero ;, ~JI
t.
• :.
,<t
... ·,:.·.··'
o compañera fuera de su familia. Si el proceso llega a ser doloroso para el joven no lo es
menos para sus padres. De este simple hecho se puede deducir que el individuo se
enfrenta de manera constante a dos corrientes en pugna, una que favorece el despren-
.: dimiento, la búsqueda de la autonomía y la individuación, y la otra que tiende a fijar,
i detener, congelar o regresar el proceso de crecimiento a etapas de desarrollo anteriores.
\
El encuentro
Durante esta fase los jóvenes aprenden el rol de cónyuges, proceso que no es tarea sen-
"'
( ' cilla pues presupone, por una parte, haber renunciado a las ganancias emocionales que
proporciona la etapa de pretendiente, así como a los beneficios de continuar siendo
hijo de familia y, por otra, tener la disponibilidad física y emocional para aventurarse
en el quehacer del vivir y de formar una nueva familia.
Los hijos
La llegada de los niños requiere de la creación de un espacio físico y emocional dentro
del núcleo familiar. Por supuesto que esto plantea, por una parte, la necesidad de rees-
( tructurar el contrato matrimonial y las reglas que hasta ese entones han regido a este
matrimonio y, por otra, el surgimiento de un nuevo subsistema dentro de la pareja: el
parental. Desde este momento ambos cónyuges serán a la vez pareja conyugal y parental.
(
Así que serán los mismos dos individuos enrolados en dos subsistemas con funciones
diferentes y no intercambiables.
(
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(
50 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 5)
El reencuentro
En esta etapa se enfrentan nuevos retos, entre ellos la necesidad de admitir y dar lugar
a nuevos miembros dentro de la familia como a los cónyuges de sus hijos, así como al
nacimiento de. los nietos; enfrentar pérdidas dentro del seno familiar; tales como la
muerte de la generación anterior, jubilación, declinación de la capacidad física, apari-
ción de las enfermedades, conflicto con las nuevas generaciones y problemas económicos
de los hijos que inician una nueva familia; y, finalmente, pero no por esto menos difícil
o importante, la necesidad de la pareja -ahora con el nido vacío- de reconocerse y
reencontrarse, independizándose también de sus propios hijos y nietos para formar de
nuevo la pareja conyugal que fueron en un inicio.
La vejez
Ser abuelo ofrece un nuevo horizonte en la vida, el aceptar la propia mortalidad en-
ciende el deseo de sobrevivir. La presencia del nieto hace que el pasado y el futuro se
fundan en el presente. Además, para el individuo se crea la oportunidad de experi-
mentar una nueva relación -diferente a la de ser padre-, la de ser abuelo.
Por otra parte, además de la etapa del ciclo vital en que se encuentra la familia
como un todo, un factor muy importante a considerar cuando se habla de enferme-
dad, en especial si se trata de una situación que tenderá a la cronicidad, es el momento
del desarrollo individual por el que se encuentre atravesando el sujeto afectado por
dicho padecimiento, por lo que a continuación se revisará este aspecto.
(
Desde el punto de vista de cómo la enfermedad repercute en el desarrollo del ser
humano, éste puede dividirse en cuatro grandes grupos de enfermedad crónica: en la (
infancia, en la adolescencia, en el adulto y en la vejez. Éstos poseen diferentes carac-
terísticas pues la enfermedad crónica conlleva distintas consecuencias en el individuo y {
la familia de acuerdo con la etapa de la vida en que se encuentre el paciente. A conti-
nuación se analizarán sus rasgos distintivos.
( muy poca información escrita acerca de cómo estos niños perciben su propia enferme-
dad, su tratamiento y a su familia en relación con el padecimiento. ·
(
Peters {citado por Del Barrio-Martínez, 1990) señala que la mayoría de los niños
enfermos crónicos o que han tenido hospitalizaciones repetidas consideran a su enfer-
(
medad como una forma de castigo por una mala acción que realizaron. De acuerdo
con Peters, este enfoque que enfatiza el autoculparse disminuye a medida que el niño
crece. Sin embargo, otros trabajos de corte cognitivo encuentran que los niños no
( necesariamente consideran a su enfermedad como un castigo. Del Barrio-Martínez
concluye que la interpretación moral de la enfermedad como castigo por una acción
( indebida -la cual se describió de manera constante en los primeros trabajos de corte
psicoanalítico- sólo aparece en el caso de sujetos ansiosos, o niños hospitalizados o
con enfermedades crónicas de muy larga duración.
Actualmente un gran número de trabajos acerca del concepto salud-enfermedad
que tienen niños y jóvenes, parece concordar en cuanto a que éste varía de acuerdo
con:
• El grado de complejidad de la enfermedad que el niño o su familiar padezca.
• La edad del individuo, pues entre menor sea ésta parece existir menos grado de
integración del cuerpo como un todo. A mayor edad, el niño adquiere la capaci-
dad de hacer referencia a procesos corporales internos, así como agentes causales
o bien, a sitios sobre los que se asienta el padecimiento. Además, el padecimiento
adquiere más realismo y es capaz de presentar mayor grado de diferenciación y
abstracción acerca del concepto de enfermedad, así como una descripción más
organizada del proceso de la misma, el cual incluye una causa, así como un fun-
cionamiento subsecuente del padecimiento.
• La presentación de signos o síntomas que resultan más fácilmente visibles o reco-
nocibles, ya que el niño parece ser más apto para comprender de manera más
rápida y completa el padecimiento.
• Los aspectos específicos de la enfermedad que el niño sólo logra comprender a me-
dida que crece y madura. Entre éstos se encuentran el proceso de curación, la fun-
ción de los medicamentos -incluyendo la 'comprensión de que no lo sanarán por
arte de magia-, la acción de los microbios y cómo algo "que no ven" puede enfermarlos,
así como el hecho de que las vacunas funcionan como instrumentos preventivos.
(
\ • Curiosamente, la definición que la madre tiene sobre qué es y cómo se desarrolla la
enfermedad no influye en el concepto que su hijo se formará sobre el padecimiento.
• Parece ser que sólo a partir de la adolescencia resulta significativo el hecho de que .
el sujeto haya tenido contacto con determinadas enfermedades "crónicas" para
que tenga una mejor comprensión de las mismas. Así, también los hermanos o
bien los hijos de parientes con una enfermedad crónica, parecen tener, luego de
alcanzar la adolescencia, un conocimiento más claro acerca de las causas y el
1 desarrollo de la enfermedad que padece su familiar.
'
1
\_
CÓMO EL NIÑO LLEGA A CONCEBIR LA ENFERMEDAD
Una manera adecuada de investigar los diferentes conceptos que el niño tiene sobre lo
que es la salud-enfermedad es pidiéndole que realice dibujos al re~pecto (Del Barrio-
ERRNVPHGLFRVRUJ
52 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 5)
Martínez, 1990). Algunos autores como Bordeux, Copeland y Fernández han utiliza-
do en sus trabajos el dibujo para determinar las asociaciones negativas que el niño llega
a tener con respecto a su enfermedad y hospitalizaciones. Así, en un estudio realizado
en niños de 4 a 13 años por medio de dibujos, con la finalidad de averiguar cuáles eran
sus ideas respecto al binomio salud-enfermedad, Del Barrio-Martínez (1990) comu-
nicó los siguientes hallazgos:
Parece ser que los niños se centran de manera inicial en los síntomas más eviden-
tes, así como en los aspectos perceptivos más sobresalientes de la enfermedad, a fin de
definirla. Luego, pasan a relacionar síntomas aislados, así como sus causas y conse-
cuencias logrando, finalmente, un concepto de la enfermedad como un proceso. Pero
este progreso desde lo concreto hasta la abstracción de la enfermedad es bastante lento.
En general a los cuatro años, los niños no saben lo que es la enfermedad, y hasta los seis
años, no se diferencian los diversos tipos de enfermedades; se puede decir que todos los
padecimientos son como uno solo. Entre los 7 y 9 años, la definición de lo que signi-
fica un padecimiento todavía aparece centrada en los síntomas, aunque los niños
empiezan a referirse de modo precario al proceso causal. Entre los 10 y 13 años, au-
mentan las definiciones lógicas referidas al estado general de salud-enfermedad del
sujeto, así como a los procesos psicológicos o fisiológicos que son comunes a todas los
padecimientos. Así que, en la medida en que los niños son cada vez más conscientes de
lo que implica la enfermedad, en cuanto a los cambios en sus actividades cotidianas y
sus relaciones con los demás, se encuentran más cerca de comprender el concepto del
proceso salud-enfermedad.
La noción dominante para el niño acerca de lo que es una enfermedad general-
mente se caracteriza en términos de los síntomas que ésta le produce. De cualquier
modo, el significado de éstos y su importancia relativa varían a lo largo de las distintas
edades. Por tanto, entre los 4 y 6 años de edad el concepto de enfermedad se reduce a
los síntomas experimentados por el individuo durante el curso del padecimiento, con
referencias a los presentados más recientemente, la enfermedad se vive como un fenó-
meno puramente externo al cuerpo, nunca como un trastorno interno; a los pade-
cimientos se les describe por su síntoma perceptivo más sobresaliente, es decir, se ex-
presan como dolor de ojos, oídos, boca o estómago. A los siete años sigue dominando
la percepción casi exclusiva de la enfermedad a través de sus síntomas, aunque ya no se
trata sólo de uno de éstos, en casos aislados existe ya una referencia a las causas, modos
de transmisión, o ambos, de la enfermedad y se inicia una toma de conciencia de la
historia clínica de sí mismo y de otros; el niño reconoce enfermedades que ha padecido
él o personas cercanas a él y las identifica, aunque no recuerde sus características. De
modo que ya posee cierto conocimiento, aunque pobre y estereotipado, y generalmen-
te limitado a su gravedad, de conceptos tales como el de "ataque al corazón" o bien el
de cáncer, aunque en el primer caso, quizá se limite a que el corazón "se detiene". ( ..
A partir de los ocho años se incluyen situaciones originadas dentro del propio
cuerpo del sujeto entre las causas que ocasionan enfermedades; además, se comienza a
(
descubrir el curso de las distintas enfermedades, aunque este conocimiento tal vez no
se generalice a todos los individuos, ni a todas las enfermedades, ahora, el concepto de
padecimiento es el de un proceso que incluye un modo de transmisión y un curso con
síntomas externos e internos. Esta percepción se perfecciona entre los 9 y 1 O años.
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(
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54 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 5)
ción adquirida a partir de diversas fuentes, usualmente más allá de su experiencia con-
creta con la enfermedad.
Con respecto a la noción espontánea deprevención se podría decir que entre los
5 y 9 años los niños mantienen posiciones fatalistas respecto a su capacidad de evitar
enfermedades. No es hasta que tienen entre 6 y 12 años qu_e se inicia el conocimiento
de acciones preventivas, entre ellas se incluyen la vacunación e ingestión de vitaminas,
las cuales favorecen el estado de salud.
Ahora que ya se tiene una idea de cómo es que el niño llega a construir el concepto
de enfermedad a través del tiempo se abordará cuál es la respuesta familiar a la enfer-
medad en un niño.
Repercusiones emocionales
de la enfermedad crónica en el niño
El niño tiene la necesidad de incorporar su enfermedad, la etiología de ésta, así como (
las consecuencias a su desarrollo psicológico, lo que representa un enorme desgaste de
energía psíquica. Así que el niño se siente atrapado en una situación dolorosa o molesta
ERRNVPHGLFRVRUJ
(
La enfermedad a través de las diferentes etapas del. . . • 55
que trata de explicarse a través de diferentes interpretaciones como pensar que la enfer-
medad es un castigo o bien puede interpretarla como una agresión que proviene de su
interior, en particular cuando el padecimiento se manifiesta a través de síntomas como
astenia, adinamia, ansiedad, etc., o quizá, como una agresión externa proveniente del
( medio o de su propia familia, de manera habitual cuando se le imponen dietas, trata-
(
mientos dolorosos, hospitalización, etc.
\ El niño enfermo vive este miedo a tal agresión de acuerdo con su edad. Por ejem-
plo, el niño de 2 a 3 años tendrá miedo sobre todo a ser abandonado; el niño de 4 a 6
años se preocupará en especial al pensar que tal agresión es un castigo a sus sentimien-
( tos incestuosos (Velasco, 1980b). Por su parte, los niños de 7 a 12 años centrarán su
preocupación en los tratamientos dolorosos o bien en las incapacidades físicas que los
pondrán en desventaja frente a sus compañeros de escuela o a sus hermanos. Finalmen-
te, el adolescente sufrirá las restricciones físicas como una amenaza a su independencia
y autonomía (Prugh y Lloyd, 1975; Perrillo y Sanger, 1975).
Como consecuencia de lo anterior, puede observarse una amplia variedad de res-
puestas emocionales ante la enfermedad, que va desde la aceptación consciente de la
misma hasta su más completo rechazo o negación. La aceptación positiva resultará en
una clara identificación del paciente con el equipo médico y, por tanto, habrá una
participación activa en el tratamiento. Por otra parte, se presenta un rechazo hacia la
enfermedad, mismo que puede ser activo y traducirse en conductas agresivas u
oposicionistas hacia el equipo médico y sus tratamientos, o bien, pasivo donde el pa-
ciente se torna indiferente y deja que los demás se preocupen por su enfermedad -de
la cual él no quiere saber nada.
Asimismo, varios estudios han demostrado que a menudo el niño con una enfer-
medad crónica no logra un buen desempeño escolar, presentando muchas veces
problemas de conducta, así como trastornos psicosociales (Binger, 1973). Por ejemplo,
Wataru (1977) señaló que 75% de niños con cáncer mostraba problemas de disciplina
además de una marcada inseguridad, así como una actitud de rechazo a participar en
trabajos de grupo en la escuela. A nivel emocional, estos pacientes crónicos tienen poca
iniciativa y son incapaces de expresar sus sentimientos con libertad (Eassort, 1970).
Las limitaciones físicas y sociales inducen a que los niños entren en graves estados
depresivos que, por lo general, ocasionan una mayor dependencia del paciente. Por ejem-
(
\ plo, se informa que de 3 478 pacientes con insuficiencia renal crónica que se encontraban
en tratamiento con hemodiálisis, 173 intentaron suicidarse, 192 mostraronuna conducta
suicida y 117 murieron como resultado de no mantener el régimen dietético prescrito en
una actitud de franco desafío (Goldstein y Reznikoff, 1971).
De modo que, al tratar a un niño con enfermedad crónica es importante consi-
/ derar los siguientes factores dadas las repercusiones psicológicas que pueden llegar a
tener en el paciente: a) la gravedad de la enfermedad; b) el grado de dependencia
(
\
secundaria a los tratamientos médicos, es decir, la hospitalización, la rehabilitación
física, las dietas, etc.; c) el miedo al dolor físico ocasionado por el padecimiento o sus
1
\ tratamientos, así como la inasistencia a la escuela y las restricciones, particularmente
las que tienen que ver con las actividades lúdicas o sociales, entre otras; d) el grado de
( sobreprotección hacia el niño enfermo.
( ERRNVPHGLFRVRUJ
56 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 5)
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(
(
La enfermedad a través de las diferentes etapas del. . . • 57
( proveedor, se propicia una separación paulatina de intereses que culmina en una rup-
tura física o emocional de fa pareja conyugal.
Otro factor que crea problemas en los padres es el comportamiento de familiares o
amigos cercanos que, en su afán por ayudar, cuestionan el diagnóstico del médico y
e suelen crear ansiedad y confusión. De igual manera, el tipo y la gravedad de la enfer-
medad tienen diferentes repercusiones emocionales en los padres. Por ejemplo, en los
( progenitores de niños con parálisis cerebral, la aceptación del padecimiento se torna en
rechazo si no ven resultados inmediatos a sus grandes esfuerzos. Asimismo, los padres
( de pacientes inválidos disminuyen su motivación al confrontar los problemas diarios a
que los enfrenta el padecimiento, generando sentimientos de impotencia y depresión.
(
La falta de motivación hace que los familiares decidan por el paciente, sin considerar
( que.él es quien tendría que tomar las decisiones; esto resulta en el establecimiento de
conductas regresivas y negligentes por parte del enfermo. Lo anterior se ha observado,
por ejemplo, en pacientes adolescentes con artritis reumatoide, donde las preocupa-
ciones propias del muchacho y sus inquietudes de autonomía e independencia no
fueron ni siquiera mencionadas o discutidas por la familia, más aún, los padres cons-
tantemente rehusaron hablar de la enfermedad y de sus repercusiones tanto en el grupo
familiar como con el sujeto adolescente (Orantes, 1987).
Es importante mencionar que si la madre ayuda constructivamente al niño enfermo,
es decir, no lo infanriliza, sino le hace comprensible el diagnóstico y le ayuda a sociabili-
zarse, ésta llegará a desarrollar un sentimiento de superación personal a través de los
logros del enfermo y del tratamiento, con lo cual se establecerá una relación muy satisfac-
toria entre ambos. Esta relación positiva madre-hijo puede tornarse negativa cuando:
• La gravedad de las incapacidades mentales, motoras, o ambas, provocan senti-
mientos intensos de frustración en la madre y pueden inducirla a presentar
conductas violentas contra el niño.
• Cuando la madre interpreta la enfermedad del niño como resultado de su inadecua-
ción materna, en especial si la madre fue una hija rechazada por sus padres y existe
en ella una baja autoestima. Estos sentimientos de no poder llevar a: cabo sus fun-
ciones dentro del rol de madre pueden conducirla a intensos estados depresivos y a
una actitud de rechazo hacia el pequeño enfermo. Por otra parte, esta sensación de
no saber cómo desenvolverse adecuadamente como madre surge de un sentimiento
( consciente o inconsciente de que se es incapaz de ser una "buena madre" y, por
ende, de brindar cuidado, atención y apoyo al niño enfermo, así como de no poder
/
\ cubrir adecuadamente sus necesidades emocionales e instrumentales.
• Cuando los intereses externos de la madre, por ejemplo, su desarrollo profesional, su
vida social, así como otras necesidades psicológicas, se ven bloqueados o sumamente
afectados por las exigencias de los tratamientos de rehabilitación (Knott, 1979).
, ..
(
Por otra parte, muchos padres de niños discapacitados se sienten socialmente aislados,
además de que sufren el estigma de sentirse diferentes (Knott, 1979; Black, 1978). Es
por esto que resulta importante que los padres tengan la oportunidad de compartir sus
experiencias con otros progenitores que tienen problemas similares, de manera que
esta experiencia les permitirá sentir que no están solos en su sufrimiento y que su
angustia es una r~acción normal ante la enfermedad.
J.
.~·l. (
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1 .
•.'(
58" • Manejo del enfermo crónico y su familia {Capítulo 5)
r-----------------,
'- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -·
Figura 5-1. Organización de la familia de un niño con crisis y seudocrisis epilépticas. -~:~= fronteras
externas claras y flexibles; - = fronteras individuales y con la familia de origen cerradas; L) = alianza
(madre-paciente identificado); = ambivalencia (rechazo-sobreprotección); *-= =
conflicto; M ma-
dre (con mayor jerarquía que el padre); P = padre (con menor jerarquía que la madre); PI = paciente
identificado; H = hijos; AM = abuelos maternos; AP = abuelos paternos.
ERRNVPHGLFRVRUJ
(
e
( La enfermedad a través de las diferentes etapas del ... • 59
(
los sentimientos ambivalentes que ambos sienten, como para no discutir la posible
( manipulación.
d) Por otra parte, esta relación conlleva un conflicto entre los padres, pues aun cuando
( la madre tiene la sensación de ser manipulada, se muestra excesivamente sobrepro-
tectora con el niño epiléptico, mientras que el padre suele criticar esta actitud, aunque
(
no realiza ninguna acción para evitarla. Por lo común, el padre termina por ceder
ante la madre y se aleja de la alianza de la cual se ve excluido.
(
e) El hijo epiléptico adquiere poder y centralidad dentro de la familia a expensas de su
( enfermedad. Pues en algunos casos los médicos han dicho a la familia que no pue-
den perturbar al niño, ya que esto le puede propiciar una crisis.
(
\
f) La centralidad y poder del hijo epiléptico merma la jerarquía de los padres, en especial
si albergan sentimientos de culpa y temor ante las crisis convulsivas del niño.
g) Todos los miembros de la familia tienden a cerrar sus fronteras individuales, es
decir, la comunicación clara y abierta entre losintegrantes del sistema familiar se
bloquea. Esto impide la expresión de sus sentimientos más profundos y, en general,
interfiere con los mecanismos de resolución de conflicto.
h) Los hermanos se tornan periféricos y presentan sentimientos ambivalentes hacia su
hermano enfermo pues, por una parte, les despierta compasión debido al padeci-
miento que tiene y, por otra, les resulta desagradable la sobreprotección y excesiva
atención de que. es objeto, lo cual por lo general se manifiesta como hostilidad.
i) Los hermanos pueden presentar fronteras externas bastante difusas, pues al no en-
contrar el cuidado y protección en sus padres, buscan sustitutos en personas fuera
,- de su casa.
\ Es importante señalar que la persistencia de esta reestructuración, es decir, el que estos
patrones se tornen rígidos, puede propiciar la aparición de alteraciones emocionales
que interfieren con la rehabilitación del enfermo, así como con sus procesos de indivi-
duación y autonomía. Mientras que en los demás miembros de la familia pueden
ocasionar conductas regresivas, trastornos somatoides, conductas autodestructivas o
/ estados ansioso-depresivos intensos (Velasco et al., 1983). Finalmente, habría que men-
\
cionar que estos mapas organizacionales del funcionamiento familiar también han
(
\_
sido utilizados con éxito en enfermedades tan disímiles como la artritis reumatoide
(Orantes, 1987), la leucemia (Velasco et al., 1983), etc.
Además, otro aspecto que parece importante destacar es que en aquellas familias
que presentaban poca cohesión antes del diagnóstico de una enfermedad, o bien
1
\, tenían alguna tendencia hacia la desintegración, la presencia de un padecimiento
puede llegar a producir un mejor funcionamiento familiar, pues por lo general la
enfermedad ejerce una tendencia centrípeta sobre el sistema. Sin embargo, se debe
{ mencionar que en aquellas familias que presentan una mínima cohesión, donde los
'-.
padres mantienen una comunicación precaria y los mecanismos para la solución de
(
\_ conflictos son prácticamente nulos, la tensión de la enfermedad puede acelerar su
desintegración. Dentro de este último grupo se encuentran las familias donde la
( presencia de un niño enfermo rebasa las posibilidades familiares para su manejo y
. éste es abandonado en una institución.
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60 • Manejo ele/ enfermo crónico y su familia (Capítulo 5)
cia que la jerarquía familiar se vea alterada, especialmente por el hecho de que el pro-
genitor que cuida al niño llega a formar una alianza tan estrecha y central que hace que
el otro padre se sienta -o en realidad se convierta- en periférico. Esta situación
conduce a uno o ambos padres a no asumir la autoridad frente al niño, lo que se agu-
diza si alguno de ellos culpa al otro de la enfermedad del chico, ya que esto podría
(_
resultar en que el progenitor culpado sabotee la autoridad del otro, o bien, que se refu-
gie en una actividad compulsiva (p. ej., el trabajo o el consumo excesivo de alcohol)
como una forma de intentar evadir el conflicto. El paciente, por su parte, se ve carente
de control y autoridad, lo que puede convertirlo en un "tirano" de la familia. 1
\
Cuando ambos padres se sienten culpables y presentan una gran dificultad para
asumir la autoridad promueven la aparición de un hijo parental. Pero también pueden :¡
.;',
recurrir a dejar el control a la familia de origen o en manos de autoridades extrafamiliares, '·~
ERRNVPHGLFRVRUJ
La enfermedad a través de las diferentes etapas del. . . • 61
lrh
nar algunos factores que podrían acelerar dicho proceso. Entre éstos se encuentran:
• La actitud de interés por parte del médico, actitud que deberá prevalecer desde el
primer contacto tanto con el paciente como con su familia, independientemente
de la edad del niño enfermo. El hecho de dirigirse sólo a los padres como si el
ERRNVPHGLFRVRUJ
62 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 5)
pequeño fuera incapaz de entender lo que le pasa es una falta de respeto hacia el
niño que, como cualquier persona, es.tá interesado en lo que le sucede y sobre
todo en lo que le sucederá en un futuro.
• La revisión cuidadosa de la historia individual y familiar de los síntomas, así
como de las causas a las que la familia atribuye la enferm~dad del hijo. Así tam-
bién los mitos que la familia tiene acerca de la salud-enfermedad y muy en particular
del padecimiento en especial.
• La revisión de los exámenes y consultas previamente efectuados, así como de las
opiniones que otros médicos hayan hecho sobre el caso. Si fuese necesario podrá
sugerir la necesidad de nuevos exámenes para asegurarse o confirmar el diagnós-
tico. Además, deberá brindar ura explicación detallada de en qué consisten dichos
exámenes y el porqué de su solicitud.
• La conveniencia de resumir los datos proporcionados por los familiares acerca de
la historia de la enfermedad del niño. En este resumen se incluirán algunos de los
datos relatados por los padres acerca del padecimiento, aun cuando sólo tengan
una
q.
utilidad anecdótica. Se leerá a los padres con la finalidad de que la familia se
cerciore de que el médico tiene presente todos los elementos del caso y que no hay
duda de que se están refiriendo a su paciente.
• La necesidad de que ambos padres o familiares cercanos, y de ser posible el paciente
enfermo y sus hermanos, estén presentes al momento de dar el diagnóstico inicial.
• La urgencia de una información clara y veraz una vez emitido el diagnóstico. Esta
información tendría que incluir en qué consiste la enfermedad, si fuera necesario
sería conveniente apoyarse en láminas o fotografías para una comprensión mejor
y más clara. Explicar sus posibles causas, poniéndolas en palabras al alcance de
la comprensión de todos los miembros de la familia. La información acerca de la
enfermedad no sólo abarcará las explicaciones sobre sus síntomas, signos y com-
plicaciones sino también de manera muy importante, los tratamientos. Por ejemplo,
en el caso de hospitalización resulta fundamental que el paciente sepa con anterio-
ridad cada uno de los procedimientos que debe seguir en la institución. En este
caso deberá saber a dónde debe dirigirse, con quién, qué tipo de ropa usará en el
hospital, qué tipo de comida habrá, en qué sala del hospital será internado o se
llevará a cabo el procedimiento, quién estará ahí, la presencia o ausencia de la madre
y si ésta tendrá que separarse algunas horas. Una vez en el hospital es importante
decirle al paciente la verdad respecto a los tratamientos dolorosos. En estos casos,
es probable que el niño llore o se angustie, pero esto resultará menos amenazant_e
y con menos implicaciones psicológicas en el futuro que si se le oculta. Dar a (
conocer el pronóstico de la enfermedad, lo cual se refiere fundamentalmente a
padecimientos donde la vida está comprometida de manera seria. En estos casos
referirse a los estudios previos acerca de dicho padecimiento, mencionando, por
ejemplo, que en 800/o de esos casos los pacientes sufren un deterioro importante ·
o que en 60% de los casos la enfermedad pone seriamente en riesgo la vida; es
decir, se explicará el pronóstico en términos de porcentajes y lo que esto en reali-
dad significa. No debe olvidarse el nivel educativo de la familia, de manera que en
ocasiones será necesario detenerse en este punto para que los miembros de la
ERRNVPHGLFRVRUJ
(
(
familia entiendan a qué se está refiriendo en concreto el médico al hablar en
( porcentajes.
En los casos de cáncer o de enfermedades que se relacionan de manera automática con
( la muerte es importante que el médico no ceda a las presiones familiares para especifi-
car el tiempo de supervivencia. Lo anterior predispone al enfermo y a la familia a pre-
e sentar conductas indeseables. Por el contrario, sin hacer caso omiso del riesgo de muerte
y de la posibilidad de un deceso, el médico puede explicar que, debido a que es un
( padecimiento muy grave, existen varios elementos que pueden modificar el curso de la
enfermedad, por ejemplo, la resistencia física del paciente, la colaboración que éste y
(
su familia tengan hacia los tratamientos, así como la posibilidad, siempre presente, de
que en el transcurso de la enfermedad se descubran nuevas acciones terapéuticas.
Es importante tomar en cuenta que ante una enfermedad con pronóstico fatal, la
familia tenderá a buscar otras alternativas y opiniones, por lo que el médico puede
adelantarse al deseo de la familia mencionando que están en libertad de tomar otra
opinión y que él no tendría inconveniente, siempre y cuando se cuiden de gente sin
escrúpulos o inexperta.
Es necesario aclarar todas las dudas con respecto a la enfermedad, incluso invitan-
do a la familia para que estas dudas se escriban en casa y se comenten en la próxima
consulta. Por supuesto, el médico tratante, o bien el terapeuta, tiene qµe estar cons-
ciente del bloqueo emocional que las familias sufren al recibir el diagnóstico, espe-
cialmente en los casos en que la enfermedad diagnosticada lleva implícito un mensaje
de deterioro paulatino y muerte. Este bloqueo sólo le permitirá a la familia oír una
(
parte de las explicaciones iniciales del médico. Por esto, se hacen necesarias otras con-
( sultas donde el médico se asegure, por medio de preguntas, que la familia ha entendido.
A pesar de que resulta tedioso para el médico repetir lo ya explicado o aclarar las
constantes dudas de la familia, y posiblemente caro para las instituciones, el tiempo
invertido inicialmente tendrá sus frutos en el transcurso del tratamiento, con lo que se
evita un costoso número de errores y malas interpretaciones.
Manejo de los sentimientos de culpa en los padres
(
Es necesario facilitar a los familiares del niño enfermo crónico el hablar en cuanto a sus
e sentimientos de culpa, ya que pueden resultar en conductas autodestructivas. Por ejem-
plo, puede mencionarse que en la experiencia con muchos padres de niños con enfer-
( medades crónicas, éstos refieren tener sentimientos de culpa y pensamientos de que
hicieron o dejaron de hacer cosas que pudieron contribuir al desarrollo del padeci-
( miento. Esto propiciará que los padres hablen de sus sentimientos de culpa o del resen-
timiento hacia otros que, según ellos, tuvieron que ver con la manifestación de la
( enfermedad o su evolución.
Estos sentimientos de culpa son difíciles de disipar a través de un razonamiento
(
lógico, por lo que si se detectan puede aprovecharse para señalar a los familiares formas
positivas de cómo poder brindar su ayuda al paciente, tales como: colaborar en el ·
tratamiento; distribuir la responsabilidad del cuidado del enfermo entre los diferentes
miembros de la familia; evitar la sobreprotección; preservar la privada y )os espacios
de la pareja conyugal, aún en presencia de un hijo enfermo; y tratar al niño con el
(
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64 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 5)
!e
!
i
i( La enfennedad a través de las diferentes etapas del. . . • 65
¡(
Una vez detectado el tipo de organización familiar resulta conveniente represen-
( tarla en un esquema de manera que se tenga presente con el fin de estar alerta ante
situaciones que consoliden patrones rígidos de funcionamiento.
!( Manejo del niño que morirá
¡ ( El manejo de este paciente debe centrarse en los siguientes aspectos: transmitirle al
niño que su enfermedad es un enemigo poderoso contra el cual todos, su familia, el
l( médico, la enfermera, la trabajadora social, etc., están luchando. Hacerle ver que resulta
comprensible que tenga miedo, que se sienta desesperado y triste, que todos lo entien-
' ( den así, que no debe darle pena sentirlo, así como comunicarlo, es decir, facilitar que el
niño hable sobre lo que siente y porqué lo siente. Transmitirle que lo más importante
( es que se convenza de que no estará solo en ningún momento y que puede recurrir a su
familia, tanto como a los miembros del equipo tratante, las veces que quiera. Y final-
mente, que todos están de su lado en la lucha decisiva contra la enfermedad.
En los casos de pacientes pediátricos con el síndrome de inmunodeficiencia ad-
quirida (SIDA), Maloney (1988) propone las siguientes intervenciones terapéuticas,
además de las ya referidas con anterioridad: ayudar a la familia a enfrentar el hecho de
que la enfermedad no puede ser un secreto; explorar redes de apoyo dentro de la familia
de origen y seleccionar ,con quiénes es necesario trabajar la crisis del diagnóstico.
(
En esta sección se revisarán los cambios familiares que normalmente se presentan duran-
te la adolescencia de los hijos, así como los cambios propios a los cuales el individuo
deberá enfrentarse al llegar a esta etapa de su vida, para finalmente analizar las modifica-
; ( ciones que una enfermedad crónica ocasiona tanto en el adolescente como en su familia.
los hijos. Éste es el periodo crítico que culminará en la diferenciación con éxito de los
hijos, o bien, en la dependencia e inadecuación de los mismos. La llegada de la adoles-
cencia pone a prueba la flexibilidad del sistema familiar.
Al mismo tiempo que sus hijos son adolescentes, los padres viven la mitad de su
ciclo vital, es decir, la etapa de evaluación acerca de sus logros o fracasos con respecto
a sus aspiraciones de jóvenes. Ambos se enfrentan por primera vez a su deterioro físico,
por ejemplo, la inseguridad que puede surgir en la esposa al presentarse los primeros
signos de su menopausia, sus estados depresivos o su irritabilidad. Por otro lado, en el
esposo surge un decremento en el rendimiento físico o bien, la pérdida de oportunida-
des laborales. Además, existe un temor real o imaginario en la esposa, quien muchas
veces ya no se siente físicamente atractiva, de perder su relación de pareja por no poder
engendrar más hijos (Pick de Wiess et al., 1987). Al mismo tiempo, los abuelos están
enfrentando su vejez y posiblemente su muerte. No es difícil que alguno de los abuelos
decida vivir con la familia al morir el esposo o esposa lo que requiere un cambio adi-
cional en la organización familiar.
Por otra parte, la pareja ha desarrollado una serie de mecanismos para resolver sus
conflictos y ha elaborado modos de interacción repetitivos que hasta el momento le han
permitido cierto equilibrio. Además, ha establecido formas de relación con los hijos y
posiblemente existan alianzas entre alguno o algunos de los hijos y uno de los padres. Por
ejemplo, el hijo mayor o menor con la madre, la hija mayor o menor con el padre.
Una situación frecuente en esta etapa es aquélla en donde el esposo alcanza el éxito
laboral planeado y la esposa se siente relegada profesionalmente af haberse dedicado en
exclusiva al cuidado de los hijos. Otra situación es en la que el esposo se siente fracasa-
do en su rol de proveedor e interpreta los cambios en los hijos y en la esposa como un
reclamo constante a su fracaso. También se encuentran las parejas en donde el alcohol,
las drogas o la violencia intrafamiliar, ante la salida inminente de los hijos, hacen crisis
y por ende, uno de los cónyuges enfrenta la necesidad de tomar la decisión entre seguir
o no con su pareja.
Un patrón organizacional utilizado con frecuencia por los padres para estabilizar
su relación de pareja es la de comunicarse a través de los hijos, por lo que la posible
salida de éstos los presiona para enfrentar sus verdaderas dificultades o desacuerdos, los
cuales tal vez tengan muchos años y hayan sido atenuados al centrar su atención en
los hijos, pero cuando surgen pueden ocasionar que uno o varios de los hijos manifies-
ten una serie de síntomas como fracaso escolar, trastornos somatoides, problemas de
conducta, etc. Estas alteraciones, de nuevo, centran en ellos la atención de los padres
estabilizando a la pareja, pero el costo de salvar el matrimonio de los padres es la limi-
tación en el desarrollo y autonomía de los hijos (Haley, 1978).
Por otra parce, en las familias compuestas por un solo padre, la búsqueda de la (_
autonomía de los hijos tendrá repercusiones importantes, ya que el padre sin pareja
estará en necesidad de reestructurar su forma de vida sin la presencia de los hijos que
por tanto tiempo representaron su compañía y le dieron sentido a su vida.
La crisis en los padres o tutores al inicio de la adolescencia de los hijos puede (
manifestarse en diferentes momentos. Muchas veces se presenta cuando el hijo mayor
inicia la adolescencia, mientras que en otros casos, la crisis se desarrolla cuando el
menor es quien inicia su proceso de autonomía. En otras parejas, en donde los padres
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o a los tratamientos que ha recibido. Por otra parte, el adolescente enfermo puede
( . sentirse poco atractivo o no digno de merecer una pareja, lo cual dificulta sus rela-
ciones con el sexo opuesto .
. g) De acuerdo con Aberastury y Knobell (1986), las contradicciones constantes en la
conducta constituyen otra característica propia del adolescente. Es importante re-
( cordar que su conducta está dominada por la acción y que ésta constituye la forma
de expresión más típica en tales momentos de la vida, pues hasta el pensamiento
necesita volverse acción para poder ser comprendido. Un adolescente enfermo se
encuentra ante un dilema, necesita la acción, pero su cuerpo muchas veces no se lo
( permite, ya que sus fuerzas pueden estar disminuidas o sus padres intentan infan-
tilizarlo, o su mente le pide cambios que su cuerpo no está dispuesto a permitir por
invalidez, malformaciones o restricciones que el padecimiento le impone.
Por otra parte, el mundo no tolera los cambios de conducta del adolescente y
exige de él una identidad adulta, que por supuesto no tiene, pero que sus padres
tratan de lograr a toda costa. Es común que los padres traten de "concientizar" al
adolescente de las consecuencias que la enfermedad tiene en él o ella, así como del
daño que se podría causar si no se siguen las indicaciones y tratamientos médicos.
Sin embargo, muchas veces el hijo considera que su cuerpo es lo único sobre lo que
aún puede decidir, aunque en ocasiones hasta éste le traiciona. Así, resulta que la
única manera que tiene de manifestar su autonomía y tratar de ejercer su poder es a
I través de revelarse en contra del manejo terapéutico, por supuesto sin valorar las
\
consecuencias que esto tiene sobre su salud.
h) Constantes fluctuaciones del humor y del estado de ánimo: un sentimiento básico
de ansiedad y depresión acompaña de modo permanente a la adolescencia. La
intensidad y frecuencia de los procesos de introyección y proyección pueden obli-
gar al adolescente a efectuar rápidas modificaciones en su estado de ánimo. De
manera que súbitamente se encuentra sumergido en la desesperanza más profunda,
o bien, en la alegría más desmedida. Estas fluctuaciones en el estado de ánimo
parecen resultar más intensas ante una enfermedad, especialmente cuando se acerca
el momento de someterse a un tratamiento, o bien cuando se sufren las manifes-
taciones secundarias del mismo. Por otro lado, la ensoñación les permite salir de
este mundo y aparecer como alegres y despreocupados ante una enfermedad que
amenaza sus vidas.
En resumen, el adolescente enfermo ya no es un niño y, por ende, ya no debe tratársele
como tal, pero tampoco se le considerará como un adulto pequeño. Es importante
reconocer que éste tendrá sus propias necesidades, sus propios objetivos y metas, lo
/
\
cual será necesario comprender y manejar. Así que luego de revisar el significado de la
enfermedad en el adolescente, ahora se verá cómo vive el adulto este proceso.
El adulto vive el momento del diagnóstico de una enfermedad crónica como una
crisis. Por supuesto que durante el curso de la propia enfermedad, el paciente tendrá
que enfrentarse en otros momentos con problemas secundarios al padecimiento que
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72 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 5)
también le serán difíciles de sobrellevar y ante los cuales puede incluso entrar de nuevo
encrisis, De manera que resulta importante recordar que una crisis es un estado tem-
poral de trastorno y desorganización, caracterizado principalmente por la incapacidad
del individuo para abordar situaciones particulares utilizando métodos acostumbra-
dos para la solución de problemas (Slaikeu, 1988). Ahora bien, también hay que con-
siderar que una vicisitud tiene el potencial para producir un resultado radicalmente
positivo o negativo ante la situación que propició la crisis.
De acuerdo con los hallazgos de autores como Holmes y Rahe (1967), los sucesos
que producen altos niveles de estrés y que por ende tienen una mayor capacidad de
desatar una crisis en la vida de las personas son, en orden de importancia: la muerte del
cónyuge, el divorcio o la separación marital, la muerte de un familiar cercano, la enfer-
medad o su consecuente incapacidad, seguidas de eventos tales como matrimonio,
jubilación, cambios en el estado de salud de un familiar y finalmente, el embarazo. Así
que la enfermedad en el individuo es la cuarta causa de crisis para los adultos, mientras que
por otra parte, un padecimiento en un familiar cercano, constituye la séptima causa de
conflicto para un individuo. ·
Hoy día, casi todos los profesionales de la salud parecen reconocer que el bienestar
físico y psicológico se encuentran íntimamente ligados. Entre los nuevos temas inves-
tigados durante los últimos años y que han permitido un mayor desarrollo dentro de
esta área, se encuentran las investigaciones sobre la relación entre los diversos aconteci-
mientos de la vida y el estrés. Simonton y colaboradores (1978) efectuaron un estudio
importante sobre el cáncer y su tratamiento. Estos autores fundamentaron su investi-
gación en la hipótesis de que ciertos tipos de cáncer tienden a desarrollarse o bien, a
evolucionar de manera más rápida o agresiva porque los "sucesos de la vida'' que tien-
den a producir más altos índices de estrés en el sujeto propician actitudes psicológicas
negativas del individuo, las cuales interfieren con el sistema inmunitario de quien lle-
gará a desarrollar este padecimiento. En tanto que esta área particular de investigación
no suele gozar de amplia aprobación en la comunidad científica, en nuestros días pocos
son los médicos que no aceptan la participación crítica del estrés en la exacerbación de
diversos trastornos físicos.
Así, la enfermedad física y la invalidez constituyen sucesos críticos en la vida que
desafían la habilidad del individuo y la familia para enfrentarlos y adaptarse. El diag-
nóstico de una enfermedad grave, la cirugía, la pérdida de alguna de las extremidades o
bien la incapacidad física, por falta de uno de los sentidos son una amenaza o un desafío
que imposibilitan los objetivos fijados por la persona. Será decisivo para la resolución
de la crisis, la forma en que el sujeto interprete su enfermedad, en particular respecto a
su propia autoimagen y sus planes futuros. La enfermedad física, la invalidez y las
lesiones constituyen sucesos que interactúan con los recursos de enfrentamiento del (
individuo, pues pueden interpretarse como desafío o como pérdida. En el lenguaje de \.
que la enfermedad crónica tiene por sí misma sobre el individuo y su familia, y los '·
efectos psicológicos que posee la reacción emocional del individuo ante el padeci-
miento. Estos autores proponen llamar a las reacciones psicológicas del enfermo ante
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su padecimiento con el nombre de síndrome de enfermedad crónica, denominación
( que tiene como finalidad el agrupar todas fas manifestaciones reactivas, emotivas y de
relación de la persona consigo misma, con su familia y con su red social ante la afección
( crónica que padece, pero que no se deben de manera directa a ella, sino que resultan
como consecuencia de la forma en que el sujeto reacciona ante su enfermedad. Por
~ ( ende, este tipo de manifestaciones variará de un individuo a otro, aun cuando ambos
;: presenten el mismo padecimiento. Otros autores sugieren que, para evitar confusiones,
a esta reacción psicológica se le conozca como "síndrome de incapacidad secundario a
la enfermedad crónica".
Este síndrome aparece independientemente del tipo de enfermedad y de su forma
de inicio (Miles, 1979). Muchas investigaciones cuidadosas demuestran que no se re-
laciona con el grado de deterioro físico que el paciente pueda manifestar como
r'.;. ( consecuencia del padecimiento que padece (Lavey y Winkle, 1979), sino con el estilo
de vida que desarrolla, al no lograr adaptarse de manera adecuada al padecimiento, de
manera que vive de forma constreñida y centrada alrededor de la enfermedad. Esta
incapacidad adicional es una acción aprendida y, por ende, el incremento de acciones
que impliquen conductas independientes en el paciente pueden reducir la invalidez o
modificar los síntomas específicos que interfieren con la vida normal. Resulta muy
notable en casos de cáncer, así como en enfermedad coronaria, enfermedad renal,
esclerosis múltiple, etc.
Croog y Levin (1977) concluyen, a través de estudios en pacientes que han sobrevi-
vido a una enfermedad coronaria, que la forma en la cual la familia enfrenta la paraliza-
ción, así como las alteraciones en el estilo de vida, resulta ser crítica para el subsiguiente
estado psicológico y físico del paciente. Por otra parte, también parece ser importante
cómo enfrenta el sujeto la angustia de su familia o bien, cuál es su percepción de tal
apuración. De acuerdo con estudios recientes, los pacientes que informan que sus fami-
lias son serviciales y generalmente les brindan apoyo, se encuentran en mejor estado
físico. Un pequeño porcentaje de parejas llega a comentar que percibían una mejoría en
su vida matrimonial posterior a la crisis que rodeaba al infarto al miocardio. Pero, lo
sorprendente de este y otros estudios es que demuestran que el impacto. en las familias, en
términos de angustia psicológica, a menudo es tan grande o mayor que el que sufre el
propio paciente (Susman et al., 1980).
Entre los aspectos que se alteran cuando aparece una enfermedad crónica en un
adulto, se encuentran el de su vida profesional y su estatus económico. Por una parte,
independientemente del dinero que pudiera tener un individuo, siempre será insufi-
ciente para enfrentar las demandas que la enfermedad le impone. Quien más dinero
tiene podrá recurrir a un mayor número de tratamientos costosos o tendrá mayor
opción a escoger entre diversas alternativas de medicación, pero aún así, cualquier
afección hará que termine con los ahorros de la familia y que así experimente apuros
económicos. Por otra parte, en aquellas familias en que el dinero nunca ha sido abun-
dante, un evento corno· 1a enfermedad crónica las podrá sacar del precario balance
económico que disfrutaban y las enfrentará ante el dilema de decidir de dónde se
recortará el presupuesto, o bien, de cómo obtener dinero extra para cubrir las necesida-
des del paciente.
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74 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 5)
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Como bien dice Pittman (1990), la crisis de desarrollo más dolorosa, entre las que
acompañan al envejecimiento, sobreviene cuando una persona anciana ya no puede vivir
( sola. El anciano espera pasar un poco más de tiempo en su hogar o, al menos, con alguno
de sus hijos. Mientras que éstos no pueden soportar la idea de enviarlo a un hogar geriátrico,
no en tanto que esa persona sea aún capaz de reconocer a alguien, aunque sea de maneta
( intermitente. En general, los cambios suelen acontecer de manera más funcional si la
persona de edad siempre ha formado parte de la familia, pero si los hijos deben reordenar
sus vidas para hacer lugar a un progenitor marginalmente funcional, en especial si ahora
es un inválido que no puede quedarse solo, se impone la creación de una nueva organiza-
( ción familiar, proceso cargado por lo común de crisis potenciales.
Otra situación que re~ulta importante discutir es en cuanto a quién se resentirá
más por la presencia del anciano; ambos cónyuges pueden acogerlo con agrado o to-
mar a mal su presencia, o bien sentirse uno encantado y el otro encolerizado. Ya sea que
se considere como una bendición o una maldición, la llegada del anciano es una crisis
que suscita toda clase de sentimientos en todos los implicados. Pero siempre debe
recordarse que tenderá a golpear con mayor dureza al anciano, pues él debe adaptarse
más que nadie y renunciar más que ningún otro, a la vida familiar. La cuestión de
"¿qué haremos con mamá, o papá, ahora que está viejo y débil?", también puede oca-
sionar conflictos entre los hermanos. ¿Quién querrá encargarse de su custodia? Todos ...
o ninguno. Así, pueden llegar incluso a discutir por determinar quién tendrá el pla-
cer, o el dolor de cuidar en su hogar a mamá o papá enfermo.
A medida que las personas envejecen, tal vez empiecen a suavizarse en sus matri-
monios mal avenidos y a mejorar sus relaciones tensas con los hijos. Al declinar sus
facultades se vuelven más accesibles, menos temibles y más inclinados a perdonar. Las
cuestiones que les han mantenido en guerra comienzan a esfumarse, hasta volverse
insignificantes. Un anciano puede llevar en sí la gloria de pasadas hazañas, pero no la
( ignominia de antiguas fechorías. Cuesta tenerle coraje a quien ahora es un· vestigio.
Al aumentar la dependencia del anciano, pierde un poco su carácter malsano y se
vuelve menos punzante (Pittman, 1990).
Así que los cambios organizacionales que hay en la familia ante la enfermedad de
un anciano, pueden resultar ocasionalmente parecidos a los que se producen ante la
enfermedad en un recién nacido. El anciano, ya de por sí dependiente, tiende a ser
infantilizado y aislarse con facilidad de la familia. El adulto a cargo del longevo forma
una alianza estrecha con él y posiblemente sea la única persona con la cual el anciano
mantenga estrecha relación. El senil puede depender de manera total de su cuidador
principal, el cual, a su vez, podrá sentirse abrumado ante las responsabilidades que
implican el cuidar a un anciano enfermo, no sólo desde el punto de vista físico, sino
(
'·.
también desde el emotivo. Quien brinda las atenciones puede verse agobiado ante el
hecho de que ahora deberá cumplir con sus obligaciones de trabajo, así como con sus
( responsabilidades en el hogar, al mismo tiempo que adquirió un trabajo de tiempo
completo en el cuidado del anciano. Por otra parte, carecerá de tiempo libre para dis-
( frutarlo y emplearlo en actividades que antes le hacían pasarla bien.
El anciano enfermo puede ser percibido como una carga para la familia, si no se le
(_
hace sentir útil. Pero esta utilidad no sólo tendrá que ver con aspectos como poder
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78 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 5)
valerse por sí mismo en las áreas del cuidado personal o el de su propia habitación, sino
desde el punto de vista de prestar sus servicios a otros dentro de la familia e inclusive
fuera de la misma. Es decir, es necesario sacar al anciano del estereotipo negativo de
vejez caracterizado por ser una persona que requiere ayuda, que por lo general se en-
cuentra enfermo, que es achacoso, que tiende a estar aislado, que es fastidioso y que se
aburre fácilmente ya que no tiene nada que hacer y que en realidad no hace sino
esperar la muerte.
Lehr (1980) propone un modelo acerca de cómo diversos factores pueden ayudar
a un anciano a lograr una longevidad y senectud feliz. Este modelo muestra cómo un
componente genético, así como ciertos factores ecológicos so_n capaces de influir direc-
tamente en la longevidad y la actividad. De acuerdo con este autor, tanto la inteligencia
como la personalidad troqueladas· por el entorno social, así como por los tipos de
educación impartidos por los padres parecen influir sobre la longevidad de manera
tanto directa como indirecta. Se supone que una más completa escolaridad sea la con-
dición previa para el logro de una actividad profesional calificada, la cual, a su vez, se
conecta con la longevidad por medio de proporcionarle al individuo un mejor estatus
socioeconómico. El estatus social permite una nutrición más racional, lo cual puede
considerarse también como una premisa más de la longevidad, así como concientizar
al individuo en cuanto a la necesidad de una mayor profilaxis sanitaria y de una mejor
higiene. Todo esto constituye la base para una ancianidad sin enfermedades.
Envejecer exige una adaptación en las esferas intelectual, social y afectivo emocio-
nal. La índole y el grado de adaptación a tales dimensiones están determinados por las
circunstancias biológicas, sociales y específicas de la personalidad, así como del apoyo
familiar con que se cuenta. Dado que envejecer resulta difícil, aun cuando se carezca de
enfermedades, en presencia de éstas el proceso resulta mucho más complicado y la nece-
sidad de apoyo es más imperiosa.
Una vez analizado el hecho de que la enfermedad constituye un problema tanto
para el individuo, independientemente de la etapa de su ciclo personal de vida, como
para su familia, se revisarán algunas formas útiles para ayudar a las familias a enfrentar
tanto al padecimiento como sus implicaciones personales y familiares. •
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Conceptos y técnicas
adicionalesútiles en el
rnanejo de familias con un
integrante enfermo crónico
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80 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 6)
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Conceptos y técnicas adicionales útiles ... • 81
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( ¿QUÉ ES UNA INTERVENCIÓN Y QUÉ SE NECESITA -
PARA QUE RESULTE EFECTIVA?
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En general, se puede decir que las intervenciones constituyen el vehículo a través del
cual el terapeuta espera que se produzcan las modificaciones en las áreas conductuales,
cognitivas y afectivas del grupo familiar. De acuerdo con Wright y Leahey (1994),
existen ciertos factores que un terapeuta debe considerar antes de emplear determinada
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82 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 6)
intervención. Entre ellos se encuentran: los aspectos que parecen ser importantes de
modificar en una familia en particular, ante un problema especial; la esfera (cognitiva,
· conduccual o afectiva) más afectada por el problema; si la maniobra que se piensa
emplear se encuentra en concordancia con la manera de relacionarse de los diferentes
miembros del grupo familiar; si la intervención es congruente con el sistema de valores
éticos, morales y religiosos imperantes en el sistema familiar; si el recurso empleado
para instar al cambio dentro de la familia sólo representa una variante más de los
enfoques que ésta ya ha intentado y que han fracasado; y, por último, si la ayuda
brindada aumenta o evidencia los recursos de la propia familia o de alguno de sus
miembros.
Las intervenciones se pueden centrar en promover y mejorar los aspectos orga-
nizacionales que parecen ser disfuncionales en la familia que se está tratando, siempre
y cuando se considere que cualquier modificación que se realice en un área del funcio-
namiento tendrá cierto grado de impacto en otras facetas de la organización familiar.
Wright y Leahey (1994) postulan que los cambios significativos más profundos y sus-
tanciales que pueden llegar a ocurrir dentro del sistema familiar se producen cuando se
modifica el conjunto de creencias, es decir, que los logros más conducentes a promover 1
nuevas formas de enfrentar el problema o de organizarse con mayor eficacia alrededor
del mismo se observan cuando, de alguna forma, es afectada el área cognitiva. Así,
cuando se desean efectuar cambios en las esferas conductual o afectiva, muchas veces
deberá recurrirse primero a realizar modificaciones importantes en el campo cognitivo.
Por otra parte, independientemente del tipo de intervención que se decida aplicar,
así como del modelo sobre el cual se fundamente, se ha postulado que es la familia la
que puede abrir un espacio para acoger las intervenciones terapéuticas y entonces darse
una oportunidad para experimentar si éstas le resultan útiles para modificar las áreas
consideradas disfuncionales. Ahora bien, si la familia decide o no asimilar la interven-
ción terapéutica dependerá, según Maturana y Varela ( 1992), de su propia constitución
así como de su historia previa. Por su parce, Thorne y Robinson (1989) hacen hincapié
en la importancia de crear un ambiente de calidez y empatía entre el profesional de la
salud y el grupo familiar, a fin de que este último tome la decisión de llevar a cabo la ac-
ción propuesta. Finalmente, Wright y Levae (1992) mencionan que otro aspecto a consi-
derar para evaluar si una intervención resultó adecuada es haber promovido la reflexión (
en alguno de los miembros del sistema familiar acerca de su problemática actual.
Parece ser que para el profesional de la salud resulta difícil llegar a conocer lo que
"en realidad" le está sucediendo a la familia, puesto que lo "real" sólo lo será dentro de
la propia construcción del mundo de cada familia (Keeney, 1982). Así, lo que el tera-
peuta percibe en el trabajo clínico como el problema de la familia, está dado por aquello
de lo cual se "percata" y por lo que cree percibir al entrar en contacto con el grupo
familiar, por ende, muchas veces los terapeutas actúan como "constructores" de nuevas
realidades para sus propios pacientes (Minuchin y Fishman, 1992).
Dado que los miembros de la familia mantienen conductas que van acorde con sus
propias creencias o cogniciones acerca de qué es la enfermedad y cómo se ha de tratar
al individuo que la padece, Wright y Leahey (1994) consideran que una forma de ayu-
dar a la familia a modificar su "realidad" es asistirla para que desarrolle nuevas formas
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Conceptosy técnicas adicionales útiles . . . • 83
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PREGUNTAS CIRCULARES COMO GENERADORAS
DE INFORMACIÓN Y PROMOTORAS DEL CAMBIO
( Una de las formas más simples, pero más efectivas de lograr una modificación en la
familia es a través de las llamadas preguntas de intervención (Wright y Leahey, 1994),
que tienen corno finalidad producir un cambio efectivo en cualquiera de las tres esferas
ya mencionadas -cognitiva, afectiva o conduccual. De acuerdo con Tomm (1987;
( 1988), las preguntas de intervención pueden ser de dos tipos, a saber, lineales y circu-
lares. Las primeras tienen como objeto que el profesional obtenga la información
( pertinente acerca del funcionamiento familiar, así como sobre la percepción y descrip-
ción del problema que afecta a la familia en ese momento. Por otra parte, las preguntas
( circulares generan información nueva y están diseñadas para producir modificaciones,
pues revelan cómo el grupo familiar entiende el conflicto que está experimentando.
Este tipo de cuestionamientos permiten al terapeuta explorar la relación entre los
diversos miembros del grupo, conocer sus creencias y cómo éstas conectan al sistema
( con otras organizaciones o individuos, así como introducir en la familia nuevas
cogniciones, lo cual facilitará el cambio en el terreno conductual. De manera que, a
e través de este tipo de cuestionamientos, los sujetos pueden contemplar (quizá pot
primera vez) sus conflictos desde una óptica diferente y, en consecuencia, encontrar
( nuevas soluciones. Por tanto, estas preguntas buscan que el propio grupo genere nueva
información o que el terapeuta pueda introducirla.
(
De acuerdo con Wright y Leahey (1994), existen cuatro tipos de preguntas circu-
( lares: las que exploran y cuestionan diferencias; aquellas que permiten conocer el efecto
que produce el comportamiento de alguien en la conducta de otros; preguntas orienta-
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Conceptos y técnicas adicionales útiles . . . • 85
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• Área afectiva: si las cosas salieran mal con el trasplante de médula ósea ¿quién cree
que serla el más afectado por este hecho?, ¿quién cree que se sentiría más afectado
si su hijo tuviera que permanecer hospitalizado por seis meses más?
( • Área conductual: si el tiempo que su madre tiene que permanecer en el hospital se
llegara a prolongar ¿qué cree que harían sus hermanos?, ¿qué cree que harían sus
hijos si el riñón que están esperando para trasplantar a su esposo no llegara?
( Finalmente, las preguntas circulares triádicas cuestionan a una tercera persona acerca
de la relación que ésta cree que existe entre dos miembros del grupo familiar. A conti-
nuación aparecen algunos ejemplos de este tipo de preguntas que generan información:
t} • Área cognitiva: ¿qué crees que hace tu mamá para que tu papá sepa que necesita
•. , 'J de apoyo ahora que está recién operada?, ¿cómo cree que reaccionará su yerno
l! ahora que sabe que la biopsia de su hija indica malignidad?
• Área afectiva: ¿cómo crees que se sentirá tu mamá si tu papá decide apoyar a tu
hermana con un nuevo tratamiento para su anorexia?; cuando su mamá sepa que
algunos de sus hijos planean llevarla a un asilo ¿cuáles cree que sean sus sentimien-
tos para con ellos?
• Área conductual: ¿cómo cree que su esposo se las arreglará para cuidar a su hijo
enfermo cuando usted tenga que ir a trabajarr, ¿qué crees que necesita hacer tu
madre para prepararse ahora que tu padre te donará su riñón?
Es importante hacer hincapié en que no importa qué tipo específico de pregunta circu-
lar se decida utilizar pues el éxito de las mismas no radica en el cuestionamiento en sí,
sino en la capacidad que la pregunta tenga para perturbar a la familia y promover un
movimiento de cambio en ella.
educación; anticipar los efectos que tendrá la enfermedad tanto sobre el individuo
como sobre su familia; y externar el problema. Cada uno de estos aspectos se analizará
a continuación.
pues, como señalan Minuchin y Fishman (1994), nada irrita y desconcierta más a los miem- (
bros de la familia que un terapeuta que pone en entredicho sus problemas. Así que estos
autores sugieren que el terapeuta puede manifestar que tiene la duda de que sólo exista (
el encuadre que la familia presenta mediante formular enunciados denominados de
"curiosidad perpleja". Este tipo de declaraciones permiten a la familia percatarse de que (
también está constituida por otras áreas, no sólo por sus trastornos o disfunciones.
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Conceptos y técnicas adicionales útiles . . . • 87
(
( Por ejemplo, las áreas que con mayor empeño buscará el terapeuta incluirán los
aspectos en donde el paciente identificado puede demostrar su pericia y efectividad
( (Otro, 1963), además de presentarlas bajo la mejor perspectiva, sin que por esto se tenga
que recurrir a sobremaquillarlas o deformarlas. Estas intervenciones se pueden intro-
( ducir en la sesión precedidas por preguntas de "curiosidad perpleja" como las siguientes:
"¿no es extraordinaria la capacidad que usted tiene para percibir sólo algunos aspectos
( de la conducta de su esposar, pues parece que ella también es ... ", "me parece que usted se
está enfocando en una sola faceta de su hijo, pues a mí me parece que él también es ... ".
e Wright y Leahey (1994) aplican la técnica de elogiar a la familia con el objeto de
( que al internalizar la alabanza ésta resulte ser más receptiva a otras acciones terapéuti-
cas que se les ofrezca de manera concomitante. De esta manera, la familia cambia su
( visión de sí misma, así como el contexto en el cual se está desarrollando la nueva
cognición que les permitirá enfocar el problema de salud desde una perspectiva dife-
rente, promoviendo soluciones más efectivas. Algunos ejemplos son: "¿¡cómo lograste
hacerlo]?", "¿¡cómo se te ocurrió semejante idea!?" (Selekman, 1996).
( Es importante recordar que las familias con un enfermo crónico, por lo general, se
encuentran muy presionadas por múltiples necesidades, de manera que están deses-
(
peranzadas, agotadas, y carecen de recursos humanos e institucionales que les puedan
brindar el apoyo necesario. Por otra parte, sienten que todo cuanto hacen por el enfermo
(
resulta insuficiente para vencer o siquiera sobrellevar adecuadamente el padecimiento.
( Así, Me Keever ( 1994) concuerda en la gran necesidad de que el terapeuta haga énfasis
en las áreas de pericia de la familia, al mismo tiempo que subraya de manera positiva
los grandes esfuerzos que han hecho para brindar apoyo, cuidado y bienestar al enfer-
mo. De este modo se estará cuestionando la realidad que la familia se ha formado de
( cuán ineficientes son para tratar al enfermo y podrán enfocar el problema desde otro
punto de vista, más prometedor y esperanzador.
( Selekman (1996) menciona los estudios efectuados por De Frain y Stinnett en
1992, quienes pusieron de manifiesto la capacidad y los conocimientos de los miem-
( bros de la familia valiéndose de preguntas como "¿cuáles son las áreas de mayor fortaleza
en su familia?", "¿cuáles cree que podrían ser las áreas en que su familia podría llegar a
( desarrollarse y crecer aún más?". Estos autores encontraron que las "familias fuertes"
poseían seis cualidades: compromiso mutuo, valoración del afecto, una comunicación
( positiva, tiempo compartido, interés en la salud espiritual de los demás miembros y
( capacidad de manejar el estrés y la crisis. Además, estas familias se caracterizaban por
ser optimistas en la adversidad y tendían a considerar las situaciones críticas como un
desafío y una ocasión de crecimiento.
Steinglass (1998), en su modelo para familias con un enfermo crónico, a menudo
e enfatiza las fuerzas de la familia. Por ejemplo, hace hincapié en que la familia revise
tanto sus prioridades en relación con la enfermedad como en todos los demás aspectos,
( para que más tarde las jerarquice y así logre obtener un sentido de control sobre el
padecimiento, a lo que él denomina "poner a la enfermedad en su lugar". Para conse-
( guirlo, el autor generalmente utiliza metáforas, a través de las cuales el terapeuta asemeja
a la enfermedad a un "terrorista" que se ha apropiado o ha tratado de controlar las vidas
( de todos y cada uno de los miembros del sistema familiar, de manera que el terapeuta
(
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88 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 6)
intenta que sea ésta la que lo mantenga bajo control, lo cual refuerza su sentido de
competencia y efectividad. Utilizar rótulos positivos en relación con diferentes con-
ductas, así como recurrir al humor, incluir el problema dentro de la vida normal de la
familia o utilizar elogios y cumplidos terapéuticos al enfatizar sus intentos creativos
por resolver el problema, constituyen herramientas que pueden resultar útiles para
fomentar la cooperación y reducir las defensas del sistema familiar (Selekrnan, 1996).
(
Conceptos y técnicas adicionales útiles . . . • 89
(
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90 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 6)
EXTERNAR EL PROBLEMA
Externar el problema es una técnica mediante la cual familia, individuo y terapeuta se
refieren a las dificultades que el paciente o la familia mencionan como si fueran obje-
tos. Una vez identificada una queja familiar, ésta se presenta como algo extraño que
incomoda tanto a la familia como al enfermo, y al manifestarla es necesario emplear
cuidadosamente el lenguaje y adaptarlo al sistema de creencias familiares; de otro modo,
la nueva construcción (externalización) del problema les resultará demasiado insólita y
no la considerarán. De modo qu<':, mediante el buen manejo del lenguaje y de las
creencias de los miembros de la familia sobre el problema que se presenta, el terapeuta
lo redefine como "un tirano" externo (Selekman, 1996).
Michael White y David Epston (1990) presentaron la exteriorización como un
proceso terapéutico que se opone a los usos sociales de incorporar la patología en las
personas. Se consigue formulando preguntas que obliguen a los miembros de la familia
a manifestar sus conflictos y la influencia que éstos tienen dentro de la vida familiar, al
mismo tiempo que los hace cerciorarse de cómo sus vidas también influyen en mantener
o agrandar las dimensiones del conflicto. Esto se puede lograr a través de lo que White
( 1988) llama preguntas de influencia relativa. A continuación aparecen algunos ejem-
plos: ¿qué influencia cree que usted podría tener en el desarrollo de la enfermedad?,
¿cuál cree que podría ser la influencia que ejercería este padecimiento sobre su vida y
sobre la de los demás miembros de su familia? (Wright y Leahey, 1994). Otras pregun-
tas personifican estos sucesos como si fueran un enemigo poderoso, malintencionado,
taimado, engañoso y seductor o como alguien que intenta controlar sus vidas (Griffüh
y Elliot Griffüh, 1994). Por ejemplo: ¿de qué manera "la culpa" ha logrado apoderarse
de usted?, ¿qué métodos ha utilizado "la migraña" para impedirle llevar una vida nor-
mal?, ¿cómo ha logrado "la depresión" seducirlo a no salir de la cama?
De acuerdo con White y Epston (1990), la externalización del problema tiene seis
efectos:
• Sacar a la luz los conflictos internos producidos en el grupo familiar, especial-
mente en el área relacionada con "el responsable" o "el culpable" de que haya
sucedido el problema.
• Reducir la frustración en la familia, sensación que surge como consecuencia de la
impotencia para resolver el asunto pese a lo que han intentado para solucionarlo.
• Facilitar la cooperación entre los integrantes de la familia, pues éstos se unen para
luchar contra "el problema" y liberarse de la influencia que ejerce sobre sus vidas.
• Abrir nuevas posibilidades para enfrentar y para darle un nuevo significado al
problema.
• Liberar a las personas para adoptar un enfoque más práctico y menos limitante
frente a situaciones consideradas por ellos terriblemente difíciles de resolver.
\.'
• Ofrece opciones para dialogar sobre el problema.
Si se logra exteriorizar un problema personal, resultarán más fáciles de desarticular las
fuentes de su poder; y cuanto más se desarticulan, tanto más externo se hará ese poder
ERRNVPHGLFRVRUJ
. (
(
Conceptos y técnicas adicionales útiles. . . • 91
(
( respecto del paciente. Al mencionar el dilema y las narrativas que lo sustentan y consi-
derarlos como centro de la atención, ambos se objetivizan. Después, en la distancia
(
emocional así creada entre sujeto y problema, se pueden buscar aperturas a través de las
cuales el paciente puede escapar de su dilema y del síntoma que ocasiona. La externa-
(
lización, entonces, es un proceso cuya efectividad reside en poder separar las dificultades
de las personas que las sustentan y lograr que sólo al conflicto se le considere patológi-
(
co, y no a su portador. Para ello se debe identificar, nombrar y tratar a estos conflictos
( no resueltos como si se tratara de personas; por ejemplo, "la torturadora y carcelera
migraña", "la taimada y astuta asma", "el inoportuno temblor de manos", "la mala con-
( sejera llamada bulimia''. De manera que el paciente llegue a criticar, destruir e incluso
estigmatizar el modo de vida exteriorizado, y así evitar atacarse a sí mismo o a otra
( persona (Griffith y Elliot Griffith, 1994).
Los pacientes que han pasado gran parte de su existencia conviviendo con narrati-
vas personales destructivas y los problemas engendrados por ellas, suelen perder de vista
su capacidad de identificar, interrogar y cuestionar las historias que guían su vida. Por
tanto, averiguar las narrativas personales protecroras, curativas y relajantes es un paso
decisivo cuando alguien está atrapado en un dilema de la vida real sin una salida po-
sible. Razones familiares, políticas o económicas hacen que a veces la gente se vea en-
vuelta en dilemas para los cuales no puede imaginar una opción que ponga fin a la
relación destructiva (Griffith y Elliot Griffith, 1994). En vez de rechazar una narrativa
personal, puede reconstruirse y transformarse en una versión benigna. Esta recomposi-
(
ción o reestructuración cambia el modo en que se escenifica la narrativa personal en la
vida diaria o el texto del libreto escenificado (Griffith y Elliot Griffith, 1994).
ción como ésta, especialmente si se siente solo, pero recuerde que ante cualquier situación
siempre hay algo en lo que se puede ayudar y sobre lo que se puede actuar". Con esto
se intenta aliviar la sensación de aislamiento y soledad, al mismo tiempo que se les da
confianza y una esperanza "realista" (Nuland, 1995) que les permita ajustarse y apren- ¡-
(
der nuevas formas para sobrellevar la situación.
Cuando al paciente se le admite en la unidad de cuidados intensivos, considerada
el centro de la máxima tecnología dentro del sistema de salud, la guerra entre la enfer-
medad y la alta tecnología comienza, esperándose que esta última sea, sin lugar a dudas,
la que gane la batalla. Sin embargo, es aquí donde, por lo general, se dejan a un lado los
sentimientos del paciente y, en cierto modo, los del grupo familiar. Por tanto, para el
equipo de salud es muy importante tomar en cuenta los siguientes aspectos: calidad en
comparación con cantidad de vida; dignidad personal del paciente, cuidados paliati-
vos y, sobre todo, la necesidad de "compasión" para el enfermo (Rolland, 1998). Vale la
pena mencionar que "compasión" no debe entenderse como lástima, sino como consi-
derar la voluntad del propio paciente y no actuar con "egoísmo", "orgullo" o bien, de
manera "heroica" al tratar de prolongar una vida si el individuo ya no lo desea.
l
no reciba ayuda. Este autor informa que la depresión, soledad y ansiedad del individuo
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94 • Manejo del enfermo cránico.y sufamilia (Capitulo 6)
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(
(
Conceptos y técnicas adicionales útiles . . . • 95
(
\ y aceptar un marco de solidaridad y sumisión. Finalmente, cuando la esposa no se
encuentra satisfecha dentro de su relación de pareja, por lo general, trata de ignorar los
pedidos implícitos y explícitos de su maridó (Saitzyk et al., 1997).
Diferentes autores parecen estar de acuerdo en que la mujer resulta ser un recurso
mejor y más valioso que el varón para brindar apoyo, en particular de tipo afectivo.
( No es de sorprender que los esposos comenten que a la primera persona a quien acudi-
\
rían sería a su esposa, lo que usualmente valoran como positivo y satisfactorio. Mientras
( tanto, las mujeres no siempre consideran que sus esposos sean la mejor y más adecuada
fuente de apoyo para ellas (Wethington et al., 1987).
( Ptacek y colaboradores (1997) observan que cuando la mujer se ocupa del cuidado
de su marido recibe apoyo tanto de sus hijos, nietos y familia de origen, como de sus
amistades y del personal de salud. Esto parece explicarse porque las mujeres. son más
eficaces y tienen más habilidades para solicitar apoyo que los varones, y porque nuestra
cultura hace verla más desprotegida, como víctima y, por tanto, más susceptible de
recibir apoyo.
Para adultos jóvenes (mujeres o varones), así como los adolescentes sin pareja, la
fuente principal de apoyo emocional la constituyen los amigos, especialmente los del
mismo sexo; así que se espera que el amigo se encuentre cuando se pase por "momen-
tos difíciles" o "eventos traumáticos" y que esté dispuesto a oír y trabajar para resolver
los problemas que se presenten (Samter et al., 1997).
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96 • Manejo del enfenno crónico y su familia (Capitulo 6)
saber qué es lo que la familia considera como "típico o normal" y qué experiencias
están enmarcadas bajo este título; la segunda invita a la familia a compartir su vi-
sión sobre lo que es sano u óptimo.
• Creencias sobre la relación mente-cuerpo: es importante conocer si la familia cree
que la mente es un "ente" que determina la recuperación a través de buscar ayuda
médica, cambiar patrones de actividad o de dieta, etc., o si la consideran como
una energía que puede impactar de modo directo en la -fisiología corporal; es
decir, si creen en la importancia de los estados emocionales como facilitadores de
la curación del cuerpo (actitud positiva, amor y humor) o bien como factores que
interfieren en este proceso (odio, depresión e ira).
• Creencias acerca de "dominar o no las situaciones" para enfrentar la enfermedad:
. Lefcourt (1982) identifica la capacidad que tiene una familia para sentirse con-
trolada por un padecimiento con el hecho de que ésta posea un locus de control
interno. Levenson (1973) ha definido que los individuos o las familias con un
locus de control interno creen poder hacer algo por modificar la situación en la
que se encuentran; es decir, pretenden que de acuerdo .con su forma de actuar se
puede afectar, cambiar o modificar el curso y el pronóstico de la enfermedad. Por
otra parte, las familias y los individuos con un locus de control externo piensan
que modificar las situaciones no está en ellos, sino en otros, por ejemplo en los
médicos, que son los únicos con la posibilidad de aliviar la enfermedad, o que
como Dios la envió, "fodo" debe quedar en sus manos. Así que con el primer
grupo es deseable confirmar la creencia de que ellos tienen poder y control sobre
el trastorno, con lo cual se fomenta su autoestima y capacidad para manejar adecua-
damente el padecimiento y adaptarse con mayor facilidad. Con el otro grupo es
necesario modificar esta creencia, disminuyendo su dependencia de los sistemas
médicos y aumentando su sentido de competencia para hacerse cargo de la situación.
• Creencias familiares sobre el origen de la enfermedad: el contexto en el cual surge
un problema de salud es un organizador muy importante de las creencias fami-.
liares. Dado que la ciencia médica tiene limitaciones para determinar la causa de
una enfermedad específica, tanto las familias como los enfermos desarrollan ideas
acerca de las posibles causas. Por consiguiente, es importante preguntar a cada
uno de los miembros del grupo su opinión. De acuerdo con Wynne y colabora-
dores (1992), es muy importante separar las creencias "socialmente aceptadas" í\.
sobre la etiología del padecimiento. Entre los mitos negativos se encuentran la
sensación de que la enfermedad es una penitencia ("esto es un castigo por tu
infidelidad"); culpar a un determinado miembro de la familia ("ya ves lo que
ocasionó tu conducta; si no hubiera sido por ti, tu padre no hubiera sufrido un
infarto"); vivir la enfermedad como una arbitrariedad ("esto es injusto, no tendría
porqué haber quedado inválido, ¿por qué tuvo que pasarnos esto?"); y la sensa- \'
ción de que alguien fue negligente y como consecuencia se presentó el trastorno (
("si hubieras cumplido tus obligaciones, como toda buena madre, nuestro hijo -,
(
Conceptos y técnicas adicionales útiles . . . • 97
(
(
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98 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 6)
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Conceptos y técnicas adicionales útiles . . . • 99
cipal. En general, todo el peso recaerá en él y el resto de los ayudantes apenas contri-
buirán a proporcionar cierto grado de asistencia.
Entre los cuidadores primarios se cuentan cómo mínimo dos mujeres por cada
varón; mientras un paciente masculino es asistido por su esposa, una paciente anciana
lo será por su hija o su nuera; esto puede deberse a la mayor longevidad de las mujeres
y a su participación como responsables de la salud que por tradición se les ha atribuido
(Sarason et al, 1983).
( Por tanto, es necesario explorar las expectativas de los miembros de la familia, ya
que algunas mujeres necesitan modificar su percepción en cuanto a ser las responsables
de mantener la salud de todos. El hecho de ampliar esta percepción les permitirá in- ·
cluir a otras personas en la organización de la asistencia, ya sea proporcionando ayuda
material o bien como fuentes de apoyo económico (Bonjean, 1995).
Muchas veces, los cuidadores primarios están tan inmersos en la responsabilidad
que implica hacerse cargo del enfermo, que no se permiten un descanso para sus pro-
pias actividades para no sentirse culpables de no brindar su mayor esfuerzo en la atención
del paciente; en algunos casos llegan a creer que nadie más que ellos pueden atender
bien al enfermo (Antonucci y Akiyama, 1987).
Otros aspectos que dificultan que el cuidador primario tome un descanso nece-
sario comprenden la gravedad de la enfermedad crónica; el hecho de que no existan en
la red familiar otras personas dispuestas a encargarse del paciente; o que la situación
económica no permita que otros familiares utilicen tiempo económicamente produc-
tivo para cuidar del enfermo, cuando además su ingreso monetario es necesario para
brindarle otras comodidades o cubrir necesidades apremiantes (Wright y Leahey, 1994).
Así que una de las funciones de quien atiende a la familia será intentar hacerle notar al
cuidador primario que él, o por lo general ella, tiene derecho a una vida propia o por lo
menos a tomarse cierto tiempo libre, lejos del paciente, para poder así enfrentar de {: ':
manera más eficaz las demandas del familiar enfermo. \,'
Si el principal cuidador se fatiga demasiado y los otros miembros de la familia acep-
tan ayudarle, pero no pueden asumir toda o un porcentaje de la carga es indispensable
orientar a la familia para que busquen ayuda externa. Por tanto, resulta recomendable
que el terapeuta tenga noción de los recursos locales para poderles orientar, con lo cual
fomentará que la familia encuentre un adecuado ajuste entre sus demandas y necesida- · l
des, y los servicios externos existentes dentro de su propia comunidad y alcance. Es im-
portante recordar que, por lo general, las familias tienen la tendencia a funcionar con
independencia, lo que puede reconocerse con frases como "podemos arreglarnos solos",
ya que las propuestas del médico también pueden percibirse como dudas acerca de la
calidad de sus cuidados (Bonjean, 1995).
Los cuidadores primarios de cónyuges o padres mentalmente deteriorados mani-
fiestan una tensión mayor y sentimientos más negativos con respecto a estos pacientes
que quienes se encargan de personas ancianas o físicamente incapacitadas, incluso aunque
el número de horas empleadas en su asistencia resulte similar (Pratt et al, 1985; Zarit
y Zarit, 1982). La responsabilidad del enfermo transforma la vida de quien tiene la tarea
de velar por él, de manera que se modifican su tiempo de ocio, intimidad, contactos
sociales, bienestar físico y estabilidad emocional (Bonjean, 1995). Durante el inicioy
las fases intermedias de una demencia, el enfermo tiene, en apariencia, una buena
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100 • Manejo del enfenno crónicoy sufamilia (Capítulo 6)
salud física, lo cual impide que los demás familiares perciban la gran demanda de
asistencia que exigen estos pacientes y no brinden la ayuda necesaria a los responsables
inmediatos. Por tanto, el empleo de servicios externos es importante para preservar
las fuerzas y la vida personal de los individuos responsables y evitar que sucumban
a la tarea (Bonjean, 1995). .
Hacerse cargo de una persona, incluso, como dice Spector (1995), con las mejores
intenciones, puede tener un impacto inmediato en el bienestar o malestar de la persona
atendida. Este tipo de relación presenta un elevado potencial de tensión en ambos, lo
que puede agravarse si se le añade el hecho de que ya existía un conflicto importante en
la relación. Resolver este conflicto puede significar la vida o muerte del paciente, del
cuidador y de la relación, tanto desde un punto de vista físico como emocional.
Debido a la asistencia exigida, la enfermedad crónica crea un vínculo muy profun-
do entre el enfermo y su cuidador principal. El terapeuta d~be estar consciente de esta
posible simbiosis o fusión, así como de su impacto en otros miembros de la familia
(Bonjean, 1995).
IDEAR UN RITUAL
El ritual familiar es la prescripción ceremonial de un juego cuyas normas sustituyen
tácitamente alas que regían con anterioridad en el grupo (Selvini Palazzoli eta!., 1991).
Su invención requiere un gran esfuerzo, primero observacional por parte del terapeuta, con
el fin de determinar las reglas familiares que han surgido bajo la forma de un mito.
Luego, un esfuerzo creativo para prescribir una serie de acciones, combinadas por lo
común con fórmulas verbales, en las que tienen que participar todos los miembros de
la familia, evitando dialogar acerca de las normas que perpetuaban el juego acostum-
brado y ocasionen nuevas interacciones.
De acuerdo con Ferreira (1963), el mito familiar expresa convicciones que se deben
aceptar a priori y que son compartidas por los miembros de la familia lo cual se eviden-
cia en sus relaciones. El mito familiar prescribe los roles y los atributos de los miembros
en sus interacciones recíprocas. De manera habitual, estos roles y atributos resultan ser
falsos e ilusorios, pero cada uno los acepta como algo sagrado, por ende, nadie osa
examinarlos y mucho menos desafiarlos. Un miembro puede saber, y algunas veces
sabe, que hay mucho de falso en esa imagen o rol, pero se le mantiene, hasta el punto
en donde quien más sufre por el mito se opondrá con todas sus fuerzas a reconocer su
existencia y cambiar. El mito explica los comportamientos de los individuos en la
familia pero oculta los motivos, actúa como una especie de termostato que entra en
fu~cionamiento cada vez que las relaciones familiares corren peligro de ruptura, desin-
tegración y caos (Selvini Palazzoli et al., 1991).
El ritual familiar se encuentra bastante más próximo al código analógico del len-
guaje que al digital y, como se recordará, el componente analógico resulta mucho más
apto por su naturaleza que las palabras para unir a los participantes en una poderosa
vivencia colectiva, así como para .introducir una nueva idea básica que es necesario
compartir por consenso (Selvini Palazzoli et al., 1991). Un ejemplo útil de cuándo crear 1
un ritual para solucionar un problema en la familia podría darse en los casos en que -.
existe un antagonismo por ostentar el control entre el enfermo y su cuidador primario.
En este caso se podría crear un ritual por medio del cual los días lunes, miércoles y
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Conceptos y técnicas adicionales útiles . . . • JOJ
(
viernes el control estaría en manos del cuidador primario y los días martes, jueves y
sábado lo ostentaría el enfermo, dejando los domingos libres, de manera que en este
día ambos actuaran de manera espontánea. Este tipo de intervenciones evitan el des-
gaste del conflicto al prescribirse una secuencia.
l_ Otro aspecto importante al 'prescribir un ritual es la necesidad de que se ponga por
escrito, incluyendo la modalidad a la que debe responder, horario, eventual ritmo de
(
repetición, quién debe pronunciar las fórmulas verbales, en qué secuencia, entre otros
(Selvini Palazzoli et al., 1991).
(
Wright y Leahey (1994) señalan que las familias se encuentran inmersas en numero-
( sos rituales, algunos de los cuales se llevan a cabo todos los días (como ¿quién se bañará
primero?, ¿quién después?, o si se hará antes o después de tomar el desayuno); asimis-
mo, existen rituales para actividades que se llevan a cabo cada año (como ¿dónde será
la cena de Navidad?); y otros que son propios de cada cultura (como la Primera Comu-
nión, el Naven, el Kidushim, el Bar Mitzva, etc.). Sin embargo, estas autoras destacan
que una vez instalada la enfermedad, la mayor parte de los rituales se alteran y tienden
a desaparecer, por lo cual consideran que es necesario restablecerlos aun cuando el nivel
de participación de los miembros del sistema familiar deba cambiar. Pero, además,
deben crearse nuevos rituales que le permitan tanto a la familia como al enfermo en-
contrar nuevos significados a la vida. Finalmente, Rolland ( 1998) recuerda que muchas
familias encuentran una fuente de energía "curativa" en sus comunidades religiosas, así
como en Dios o en la naturaleza y expresan estas creencias a través de rituales.
( ERRNVPHGLFRVRUJ
102 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 6). ·
por ejemplo, "si yo tuviera que ver en terapia a una familia como la suya, ¿qué me
aconsejarías que hiciera para ayudarla?", "si hubiera una pregunta que desearas que yo
ERRNVPHGLFRVRUJ
, (
te formulara; ¿cuál sería?", "si en el futuro tuvieras un hijo que pasara por una situación
similar a la -tuya, ¿que consejo le darías?", "en caso de que hubiera algún problema en tu
( familia al que aún no nos hemos referido, ¿cuál sería?", "¿a qué miembro de la familia
le resultaría más difícil hablar de ello?", "sé que -anteriormente han acudido a otros
terapeutas, ¿qué aspectos creen ustedes que ellos no valoraron de su familia?".
(
OTRAS INTERVENCIONES QUE RESULTAN ÚTILES
EN EL TRATAMIENTO DE FAMILIAS
CON UN ENFERMO CRÓNICO
quién se alió con quién, si todos participaron o sólo algunos, quién atacó a quién y quién
le apoyó, etc. Un ejemplo de la utilidad de estos mapas o esquemas familiares se en-
cuentra en la representación gráfica propuesta por Velasco (1998) sobre los aspectos
que con frecuencia se observan en la "familia alcohólica", los cuales aparecen represen-
tados esquemáticamente en la figura 6-1.
En esta figura pueden observarse: a) fronteras difusas con la familia de origen
(Steinglass et al., 1977); b) fronteras cerradas en relación con actividades extrafarni-
1iares (Steinglass, 1980 a y b), e) fronteras difusas entre los miembros de la familia,
así como un gran involucramiento afectivo en donde todos hacen eco emocional con
los demás (Steinglass et al, 1993; Claros, 1991; Chavarría, 1996); d) alianzas abiertas o
encubiertas del padre no alcohólico con los hijos, así como con su familia de origen
(Claros, 1991); y e) desequilibrio jerárquico entre el individuo alcohólico y su pareja
(Berenson, 1976).
Si una familia en evaluación presentara estos aspectos en su funcionamiento,. el
terapeuta podría plantear la hipótesis de que sus metas terapéuticas tendrían que enea-
minarse a que:
• La familia nuclear establezca fronteras más "cerradas" con su familia de origen, así
como fronteras más permeables con otros núcleos sociales, laborales o educati-
vos, es decir, con el mundo exterior.
~~,;, .. . . .... ~. . ..
«I . ... \..
¡ · AM : : AM : '' :. AP : : AP :
(
Figura 6-1. Organización de la familia alcohólica. ···=fronteras difusas individuales y entre subsistemas
(familia nuclear y familia de origen); - = fronteras externas cerradas; c.: .:>= alianza (madre e hijos,
madre y familia de origen, padre y alcohol); M = madre (con mayor jerarquía que el padre); P = padre
(con menos jerarquía que la madre); H = hijos (aliados a la madre y distantes del padre); AM = abuelos
11
maternos; AP = abuelos paternos; 1 = alcohol. ·
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rr
i
:¡(
Conceptos y técnicas adicionales útiles . . . • J 05
(
( • Se flexibilicen las alianzas entre el padre no alcohólico y los hijos, así como entre
el padre no alcohólico y la familia de origen, los cuales están coludidos en contra
( del padre alcohólico.
• Se restablezca la jerarquía del consumidor de alcohol a base de reconocerle sus
( aspectos positivos.
• Se apoye la autonomía física y emocional de sus miembros (cerrando un poco las
( fronteras individuales actualmente difusas) mediante evitar el sobreinvolucra-
miento y fu.vorer la independencia. Cada una de estas acciones repercutirá en
( beneficio del adecuado funcionamiento familiar.
Es evidente que estos esquemas elementales pueden identificar sólo los aspectos orga-
(
.nizacionales del sistema, tal y como lo harían los organigramas en una empresa; sólo
( restaría por explorar los aspectos de contenido: la historia familiar; los constructos que
cada uno ha desarrollado de sí mismo y de los demás; las formas de resolución de con-
( flictos; así como las circunstancias socioculturales, económicas y de desarrollo por las
que atraviesa la familia. Sin embargo, es de suponer que la representación gráfica de un
( fenómeno apoyará la visión general del mismo y, por tanto, ayudará a su mejor com-
prensión (Velasco de Torres, 1998).
(
CÓMO LOGRAR UN ENFOQUE BIOPSICOSOCIAL DEL PACIENTE
CON UNA ENFERMEDAD CRÓNICA Y DE SU FAMILIA
Bruce Miller (1995) considera que el enfoque biopsicosocial del enfermo crónico y su
familia permite alcanzar varios objetivos: primero, minimizar el impacto del padeci-
miento sobre el desarrollo y funcionamiento tanto físico como emocional del individuo
que la padece. Segundo, lograr un balance óptimo entre el manejo adecuado de la enfer-
medad y la calidad de vida tanto del paciente como de su familia. También facilitar que
el individuo se adapte y reintegre a su vida familiar y a otros aspectos de la vida, entre
ellos las áreas social, productiva y recreativa, y que la familia llegue a efectuar de manera
similar este proceso en todos los aspectos de su vida.
El enfoque biopsicosocial de Miller (1995) identifica tres niveles en los cuales se
pretende que el personal de salud actúe: 1) a un nivel biológico, a través de manejar y
llevar a cabo intervenciones en los aspectos fisiológico, médico-quirúrgico y farmaco-
lógico; 2) tomar las consideraciones necesarias para proporcionar al individuo un
ambiente adecuado, donde pueda solventar sus necesidades de desarrollo, psicosociales
y emocionales durante el tratamiento, como en el seguimiento de la fase crónica; y
3) llevar a cabo un plan de tratamiento integral ("holístico") que permita al paciente
aprender nuevos métodos para sobrellevar de la mejor manera posible los efectos de su
enfermedad en las diversas esferas sociales, ya sea en la escuela, el trabajo, con los
amigos, los parientes, en la iglesia y el sistema de salud, entre otros.
Además de integrar los diferentes aspectos mencionados a través de todo este capí-
tulo, para cumplir con los objetivos de un tratamiento biopsicosocial es necesario, de
acuerdo con Miller (1995), enfatizar los siguientes asuntos: 1) considerar cómo los
diferentes aspectos biológicos, psicológicos y sociales interactúan en la enfermedad, así
como sobre su manejo, el proceso de aceptación, adaptación y la forma de sobrellevarla
adecuadamente; 2) lograr un balance entre la calidad de vida del individuo y su familia,
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106 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 6)
. f
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-(
(
(
e
(
e Cáncer en la familia
(
(
Desde los tiempos antiguos al cáncer se le ha considerado como
(
una enfermedad terminal, la cual ha sido relacionada con múlti-
( ples factores tanto psicológicos como ambientales y genéticos.
A continuación se analizarán las observaciones que han contri-
( buido a que los factores psicológicos sean clasificados como un
factor importante en la posible etiología del cáncer. -
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108 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 7)
también informan que los animales que reciben más cuidados o son más acariciados
parecen resultar más protegidos contra el cáncer (De la Parra y Poder, 1992).
A estos estudios hay que agregar algunos otros que han comparado grupos afecta-
dos por un tumor y grupos control mediante distintos parámetros psicológicos. Éstos
comprenden características y comportamientos sociales como hechos traumáticos acon-
tecidos durante.la infancia, conflictos emotivos, dificultades de adaptación familiar o
profesional, etc. Actualmente están en marcha investigaciones de este tipo, aun cuando
muchas de ellas son objeto de agrias críticas metodológicas. Vale la pena hacer hincapié
en que esta ruta de exploración sugiere que el riesgo de cáncer aumenta, entre otras
razones, por grandes pérdidas o duelos no elaborados; por una incapacidad persistente
para aceptar que no siempre se es c_apaz de sortear y resolver todo tipo de dificultades
con éxito; por una desesperación que permanece y que no se encuentra abiertamente
declarada; o por una tendencia del individuo a posponer a toda costa sus propias
necesidades vitales (Baltrusch, 1975; Onnis, 1997; Srierlin et al., 1997).
Las vivencias de rechazo, las desilusiones, así como una forma de desesperación
persistente y silenciosa, acompañada de una idealizada disposición a la adaptación y una
excesivamoderación, pueden predisponer al individuo a desarrollar cáncer ( Onnis, 1997).
Los conocimientos actuales que implican a estos factores psicológicos en la predis-
posición de las personas para llegar a contraer cáncer apuntan en 1 de 2 direcciones:
variables de personalidad y situaciones de depresión, duda y pérdida (De la Parra y
Fodor, 1992). A continuación se analizarán cada una de ellas.
VARIABLES DE PERSONALIDAD
La experiencia clínica vigente con pacientes que sufren de cáncer resalta el hecho de
que estos individuos parecen tener importantes dificultades en la descarga emocional,
lo cual les impide llegar a realizar una adecuada catarsis; por lo común, tienden a reac-
cionar de manera más inhibida y reprimida que los controles. Además, los pacientes
que de acuerdo con estos estudios podrán llegar a desarrollar una neoplasia, resultan
ser más temerosos e hipercontrolados que aquellos que posiblemente se encuentran a
salvo de sufrir de este padecimiento; por otra parte, los primeros suelen presentar en
todo momento una actitud más defensiva.
De acuerdo con Bahne-Banson (1981) quienes se consideran vulnerables a tener
algún riesgo de presentar cáncer usualmente utilizan dos mecanismos psicológicos
de defensa. Éstos son la represión, entendida como el proceso mediante el cual se trata de
alejar de la conciencia las emociones que resultan displacenteras y, por otra parte, la
negación, mecanismo que evita apreciar la realidad que a todas luces resulta evidente.
Los pacientes con predisposición al cáncer también tenderán a no expresar los senti-
mientos como angustia, tensión o rabia y, por lo general, se presentarán como alegres,
despreocupados y sobreadaptados; además, manifiestan una fuerte internalización de
las normas sociales y morales.
Onnis (1997) refiere un estudio de Grossarc-Maticek durante los decenios de 1960-
69 y 1970-79 en 1353 sujetos yugoslavos. Después de analizar a todos los integrantes
del grupo, este investigador clasificó como personas con riesgo de llegar a padecer algún
tipo de neoplasia en un futuro a 38 individuos debido a sus características psicosociales.
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(
Cáncer en la familia • J 09
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Entre los aspectos que este autor consideró como predictores de un cáncer figuraban:
( dirigirse más por la razón que por los sentimientos, sacrificarse, evitar conflictos, des-
cuidar sus propias necesidades físicas y no poder expresar de manera abierta y directa
( sus emociones. Un seguimiento llevado a cabo después de 10 años mostró que 37 de
los 38 candidatos predispuestos a sufrir de un tumor maligno habían fallecido de algu-
( na variedad de cáncer. Pero, por otra parte, con el uso de las variables antes mencionadas
Grossart-Maticek no consiguió pronosticar el futuro desarrollo de una neoplasia en
otras 204 personas del grupo original del estudio. Posteriormente, otros investigadores
realizaron complejos análisis estadísticos con los datos de la población estudiada, los
( cuales también demostraron que existían correlaciones elevadas y significativas entre
variables psicosociales y físicas en el grupo de personas afectadas por tumores, que
Grossart-Maticek no había considerado.
Según Srierlin y colaboradores (1997), el candidato ideal para desarrollar un tumor
usualmente parece presentar las siguientes características psicosociales: 1) un "compor-
tamiento de riesgo", es decir, el individuo arruina su propia salud exponiéndose a
agentes cancerígenos, minimizando sus síntomas, sin concederse algún tiempo para su
descanso físico, no toma en cuenta las señales de alarma que su cuerpo le envía e ignora
los diagnósticos presuntivos ante la sospecha de una malignidad. 2) Una actitud de
armonía, de ser razonable y evitar los conflictos o rebelarse sacrificándose por los de-
más, especialmente por los miembros de su familia a los cuales idealiza. 3) Se siente
desesperado y oprimido detrás de su fachada de adaptación y optimismo. 4) Por lo
general, es indiferente a sus propias necesidades esenciales como dedicar tiempo para
estar y disfrutar de la calma y el descanso; disfrutar del placer sexual; valorar la necesi-
dad de apego hacia los demás como algo agradable, sin considerarlo como una debilidad
o dependencia. 5) Tiene dificultades para encontrar personas que él considere capaces
y que le ayuden a satisfacersus necesidades. 6) Parece ser muy vulnerable a pérdidas,
ofensas o experiencias de rechazo, como se analizará a continuación.
ERRNVPHGLFRVRUJ
(
distante por parce de los padres. Por otra parte, quizá exista una relación muy estrecha
-es decir, simbiótica- pero ambivalente con una figura parental; muchas veces esta
unión se desarrolla después de la pérdida temprana antes mencionada. Es así como se
observa que la pérdida que precede al desarrollo del tumor conlleva una regresión por
la reactivación del sufrimiento infantil o por la muerte de aquel ser con quien se esta-
bleció una relación de dependencia, lo que finalmente conduce a un duelo no elaborado
(De la Parra y Fodor, 1992).
APARICIÓN DE LA ENFERMEDAD:
EL PACIENTE CON CÁNCER
ERRNVPHGLFRVRUJ
( Cáncer en la familia • 111
(
como sus familias, mostraron mucho más dificultades de tipo emocional y de adapta-
ción al padecimiento.
De acuerdo con las investigaciones realizadas por Stuber (1995), el diagnóstico de
( cáncer para el niño no aumenta sus niveles de estrés, más bien, son los diferentes tipos
de tratamientos y su asociación con el dolor físico, el aislamiento y el miedo a morir los
( factores que lo producen. Esto no implica, por supuesto, que el temor, la ansiedad y el
estrés no aumenten en los padres desde el momento del diagnóstico, por otra parte,
parece ser que en los individuos adultos el momento en que se comunica el diagnóstico
( y los periodos previo y posterior -y no los tratamientos instituidos- constituyen los
que generan el mayor grado de estrés (Palmer et al., 1993).
( La adaptación del individuo a la enfermedad es básica para alcanzar una mejor
cooperación con el tratamiento y para lograr un menor grado de sufrimiento psíquico
(Swensen y Me Millan, 1993). Se han descrito diferentes factores y razones que com-
plican la habituación de un individuo al hecho de padecer cáncer (De la Parra y Fodor,
1992), entre ellas se pueden mencionar:
a) La situación médica del padecimiento. La gran cantidad de síntomas físicos ocasio-
nados por la neoplasia, aunados a un deterioro en la imagen corporal y a un mal
pronóstico -tanto por la gravedad del tumor como por el grado de discapacidad
que pueda producir-, se han relacionado con la aparición de conductas que con-
llevan a una maladaptación.
b) A menor edad del sujeto con neoplasia existe un mayor grado de dificultad para que
tanto éste como su familia lleguen a adaptarse de manera adecuada al padecimiento.
e) En cuanto al género, los varones reaccionan, por lo general, con pautas más negativas
que las mujeres ante una enfermedad, pues usualmente la relacionan con pérdida de
su independencia y de su capacidad de decisión; la experimentan como un obstácu-
lo para conseguir sus fines profesionales, laborales y financieros, vinculándola con
frustración y fracaso. Por otra parte, los varones buscan menos apoyo psicoterapéutico
profesional, así como informal (Beutel et al., 1996).
d) Con relación al estado civil, los casados se adaptan mejor que los solteros, pues
parece que cuentan con un mayor respaldo en el apoyo que su cónyuge es capaz de
brindarles, tanto durante la fase de diagnóstico como en la etapa crónica del pade-
cimiento.
e) La situación económica se relaciona con mayor o menor disponibilidad para aliviar
la enfermedad, así como los síntomas y el deterioro de la imagen corporal; debido a
ello, a mayor recursos materiales, mayor adaptación al diagnóstico. Sin embargo, el
dinero no sólo representa la seguridad económica, también es símbolo de prestigio
y autoridad, tanto en el lugar de trabajo como en el hogar. Cuando un varón se ve
privado por enfermedad de su capacidad para ganar dinero, se sentirá emasculado,
\
(
sin poder, y a menudo manifestará sentimientos de desamparo y frustración, tor-
nándose violento o cayendo en una profunda depresión (Walters et al., 1991).
f) La etapa de la enfermedad cuando se diagnostica un cáncer incipiente ofrece mayor
probabilidad de éxito en el tratamiento, así como una cantidad reducida de sínto-
mas y un mejor pronóstico, por lo que la persona se adaptará con mayor facilidada
su padecimiénto. Pero, a medida que el trastorno se encuentra en etapas más avan'.z~-
¡
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(
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(
se sienten abrumados por la culpabilidad cuando descubren que un ser querido tiene
( cáncer y revisan los acontecimientos de sus vidas intentando encontrar alguna explica-
ción o justificación. Así, es importante permitir que la familia hable sobre estos senti-
mientos y ofrecer una explicación que aclare que el cáncer es multifactorial, debe buscarse
también prepararlos para cambios importantes en su estilo de vida ~pues deberán
interrumpir sus rutinas habituales a causa de las visitas al hospital y después del alta
deberán encargarse del cuidado en casa del enfermo, además de que tendrán que asu-
mir algunas de las tareas que normalmente realizaba el paciente.
ERRNVPHGLFRVRUJ
r-(
que conforme se acerque la muerte, incluso los familiares más seguros de sí mismos
recibirán de buen agrado cualquier ayuda externa. La capacidad del equipo de apoyo
para anticiparse a sus preguntas y preocupaciones le permitirá apoyarlos en un mo-
mento en el que están asustados y confusos (Me Carron, 1996).
Cuando el paciente se enfrenta a la inminencia de la muerte con frecuencia experi-
menta angustia, la cual se relaciona con pérdidas futuras, así como depresión ocasionada
por las pérdidas pasadas. Por otra parte, tiende a perder autonomía y control sobre la·
situación. Es posible que sus seres queridos se hayan alejado emocional e incluso física-
mente, por su propio temor a la muerte, ocultándole información, creando una barrera
de silencio a su alrededor, dejándole solo, sin alguien que lo contenga emotivamente.
Esto hace que el paciente adopte conductas regresivas y mecanismos de defensa tales
como: a) rechazar para no ser rechazado, incluso manifestando agresividad hacia las
personas que más ama, quienes no logran comprenderlo. b) Diversos tipos de nega-
ción, que pueden ir desde negar la enfermedad, su pronóstico y gravedad, así como
impedir que se le practiquen exploraciones físicas, exámenes de laboratorio y gabinete,
o tratamientos quirúrgicos o médicos; en algunos casos llega a rehusarse a recibir sus
medicamentos. e) Desplazamiento, por ejemplo, quejarse de fuertes dolores al ser inyec-
tado para no reconocer el miedo real al dolor que le produce el padecimiento, así como
a su posible muerte. d) Intensificar los mecanismos de defensa característicos para
reducir la angustia y la depresión.
La rabia que el paciente manifiesta surge como protesta contra el destino y como
una defensa contra el desamparo y la falta de autonomía; a través de ella busca de
manera errónea obtener cierto grado de control sobre la muerte. El temor hacia ésta es
desplazado por el miedo a sufrir dolor físico, de manera que pequeñas molestias llegan
a provocan gran malestar para así no pensar en la muerte (De la Parra y Fodor, 1992).
Por otra parte, la familia también recurre a mecanismos de defensa tales como:
• La intelectualización, por medio de la cual, luego de efectuados diversos trata-
mientos, trata de llegar a conocer los detalles más ínfimos acerca de las estadísticas
de supervivencia para el padecimiento, con la finalidad de someter a su pariente
a estos procedimientos y así sentir que efectivamente hacen algo por él o ella.
• Se manifiesta una actitud de aislamiento, procurando no comunicarse, en espe-
cial, para no expresar los sentimientos de miedo, dolor y angustia que la inminente
muerte de su familiar produce.
• La racionalización, es decir, se busca una explicación que justifique la cercana muerte
de su ser querido. Esto se logra a través de expresiones como "ha sufrido tanto que
(
ya es prudente que descanse", "esto ya no es vida, sería mejor que muriera".
• Se separan las emociones de la idea que las acompafia, es decir, se crea un distan-
ciamiento entre ellos y el enfermo; por ejemplo, la familia busca que al enfermo
no le falte nada material, a través de proveerle bienestar, cuidados y atenciones,
pero a la vez no le permiten, ni se permiten a sí mismos, la posibilidad de expresar
sus emociones y sentimientos.
• La evasión, con la que buscan distraerse en otra cosa y evitar pensar en la enfer-
medad y posible desenlace fatal.
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Cáncer en la familia • 117
• Ocultar los hechos, lo cual constituye una actitud paternalista mediante la cual
se infantiliza al paciente.
• El fugarse a la hiperactividad, pues al no tolerar su impotencia, la familia recurre
a mecanismos desesperados para curar al paciente.
( • La compenetración excesiva con el sufrimiento del enfermo, lo que resulta con-
traproducente tanto para él como para los demás miembros del sistema familiar.
Las pérdidas -en especial la muerte- son inevitables, pero pueden llegar a ser
paralizadoras si el duelo no se realiza de manera adecuada. El proceso de duelo requiere
de alguien cercano con quien compartir la pérdida. Ayudar a la familia a funcionar
( mejor durante esta etapa es algo que puede hacerse abordando los sentimientos no
expresados relativos a la muerte del pariente tan querido. Los sentimientos contingen-
tes ala pérdida se pueden expresar con mayor facilidad y el proceso de duelo se puede
lograr mejor cuando una familia está funcionando bien y tiene pocos conflictos cróni-
cos no resueltos, especialmente entre sus miembros y el familiar que acaba de morir, así
como cuando ha logrado solventar o realmente no tiene sentimientos de incumpli-
miento ocultos o secretos cargados de culpa que encubrir (Beavers y Hampson, 1995). ·
Es posible considerar que una psicoterapia ha sido eficaz cuando aborda estas
carencias aumentando la fortaleza de los miembros de la familia y dándoles la sensa-
ción de sentirse cercanos y seguros. El duelo no puede darse en solitario; para que se.
produzca una recuperación efectiva de una pérdida significativa siempre es necesario
que se compartan los sentimientos que rodean a la privación. Una pérdida se acepta
mejor cuando se pueden identificar y esperar fuentes alternativas de satisfacción (Beavers
y Hampson, 1995).
ERRNVPHGLFRVRUJ
118 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 7)
Es bien sabido que las familias con un mayor apoyo emocional logran una mejor
recuperación de los sentimientos negativos, tales como culpa, ansiedad, angustia, nega-
ción y aislamiento que surgen luego del diagnóstico del cáncer, en cambio, las familias
aisladas socialmente o con estructuras poco flexibles, tal vez tengan más dificultades
para consolidar o intentar llevar a cabo una adaptación.
En cuanto al diagnóstico, Rolland (1987) menciona que cuando la presentación
del cáncer es aguda -como en leucemia o linfoma de Hodgkin- se requerirá que la
familia reaccione con mayor rapidez y quesus habilidades para enfrentar las crisis sur-
jan lo más pronto posible. De manera que las familias con mayores probabilidades de
solventar la crisis favorablementeson aquellas que resultan capaces de soportar estados
afectivos intensos, pero con flexibilidad en sus roles, las que logran solventar sus pro-
blemas con eficiencia y recurrir al exterior en busca de recursos.
En cuanto al curso mismo de la enfermedad, Rolland (1987) manifiesta que la
familia deberá adaptarse y ser flexible para permitir que surjan dos organizaciones den-
tro de ella. La primera, destinada a enfrentar las crisis intermitentes, y la otra -más
flexible aún- para vivir aquellos momentos en que el paciente se encuentra por com-
pleto asintomático. Así, durante los momentos de enfermedad, la familia deberá orga-
nizarse de forma centrípeta, es decir, enfatizar la unidad familiar y la vida familiar
interna. En esta estructura, los límites externos alrededor de la familia se cierran, inclu-
yendo a algunos miembros de la familia extensa dentro de ellos, mientras que los límites
individuales deberán permanecer claros a fin de permitir un trabajo en equipo. Durante
el periodo asintomático será conveniente una transición a una forma centrífuga de
organización familiar, misma que enfatice el intercambio de los miembros de la familia
con el ambiente extrafamiliar. Así, los límites externos serán más permeables, mientras
aumenta la distancia no patológica entre sus miembros.
Tanto el diagnóstico como los tratamientos necesarios para manejar el cáncer en
los pacientes pediátricos resultan estresantes y traumáticos para los padres y para el
chico, lo cual se manifiesta tanto en el área física como en la emocional (Stuber, 1995;
Spirito et al., 1990). Desde los primeros trabajos practicados en familias con un niño
con cáncer, se ha comunicado consistentemente altos niveles de estrés a los cuales se
encuentran sometidos los padres (Velasco et al., 1983); mismo que se manifiesta tanto
a través de estados cargados de ansiedad como de depresión. Pero el estrés también
tiene la facultad de infiltrarse al sistema familiar ocasionando fallas en la comunica-
ción, dificultando el proceso familiar de enfrentamiento a la enfermedad y aumentando
los niveles de conflicto, todo lo cual repercute en el autoconcepto del niño que sufre (
la neoplasia. Además de ello, por lo general, el padecimiento y sobre todo la presión a la
cual se ve sometido el cuidador primario, repercuten en la vida de pareja, aumentando \.
el distanciamiento, bloqueando la comunicación y la resolución de problemas e; inclu-
so, afectando su vida sexual (Brown et al., 1992). Sin embargo, sí previo al diagnóstico
existía algún problema serio en el subsistema conyugal, la aparición de la neoplasia tal
(
vez estabilice a la pareja y mejore notablemente su relación, lo cual resultará en un
claro beneficio para el funcionamiento familiar general (Barbarin et al., 1985). Parece
ser que las diferencias entre los padres se dejan de lado para enfrentar con más eficacia
al estresor externo -el rumor=-, de manera que afecte lo menos posible a los integrantes
ERRNVPHGLFRVRUJ
- (
(
Cáncer en la familia • 119
(
( del sistema familiar (Noll et al, 1995). Además, ambos progenitores consideran que
ante tanta adversidad el único recurso que le queda al niño con cáncer consiste en apo-
(
yarse en la "fortaleza" que ambos padres deben demostrarle, con el fin de que logre una
más adecuada adaptación ante esta penosa situación (Coyne y Bolger, 1990).
(
Para autores como Stuber (1995), el trauma y el estrés que sufre el niño al diag-
nosticársele cáncer, son muy inferiores al que padece durante el tratamiento, el cual en
verdad conlleva una carga de tensión, miedo, aislamiento y dolor físico. Cuando se
( preguntó a adolescentes sobrevivientes de un cáncer en la niñez qué fue lo peor que
vivieron durante esta experiencia, las respuestas más frecuentes se refirieron tanto al
( miedo a la muerte como al dolor físico que soportaron durante el tratamiento. Es
interesante que algunos aún no comprendían por qué sus padres se habían negado en
todo momento a aceptar ante ellos que los tratamientos -así como la enfermedad-
podrían resultar mortales y les habían mentido al respecto (Stuber y Nader, 1995).
En este punto es importante recordar que el niño con cáncer podrá interpretar· el
significado y gravedad de su enfermedad a través de su madre. La habilidad de ella para
comprender e interpretar el padecimiento dependerá de su nivel de ansiedad, así como
de las respuestas del niño, especialmente del grado de dolor y miedo que éste experi-
mente ante la enfermedad. Es así como existe una constante retroalimentación entre la
ansiedad de la madre, la percepción que tiene el niño de la misma y los síntomas que
desarrolla como consecuencia, los cuales actuarán a su vez en el grado de ansiedad de la
madre. La participación del padre parece ser menos clara pues, en general, la interacción
se da directamente entre los cónyuges y no entre padre e hijo enfermo, se propone enton-
ces que el padre funge como un amortiguador del estrés de la madre (Stubert, 1995).
Las madres actúan como cuidadores primarios de los niños con cáncer con mayor
frecuencia que los padres (Velasco et al., 1983); esto se debe a la expectativa social de que
a las mujeres se les forma, con mayor frecuencia que a los varones, con la meta de cuidar a
otros. El sentido que tienen de sí mismas se encuentra profundamente fincado en afilia-
ciones y relaciones personales que requieren el desarrollo de capacidades y cualidades de
afectuosidad, expresividad emocional y empatía, todo lo cual resulta benéfico para aten-
der a un hijo enfermo (Walters et al., 1991). De este modo, es la madre quien lleva sobre
(
sus hombros la pesada carga de acompañar al niño a todas las consultas médicas, proce-
( dimientos diagnósticos, radioterapias, quimioterapia y hospitalizaciones a que tiene que
ser sometido; busca la solución de los problemas escolares del niño por el ausentismo
( secundario a los tratamientos, además de lidiar con los múltiples síntomas secundarios
\
que éstos le ocasionan. Todo esto aunado a resolver las tareas domésticas y responsabili-
( dades con sus otros hijos, por tanto, es la madre, como cuidador primario, quien se verá
en mayor riesgo de presentar problemas secundarios a los altos niveles de tensión y
( estrés que enfrenta durante el padecimiento (Noll etal., 1995).
Los padres de niños con una neoplasia, por lo general, no manejan niveles tan
( elevados de tensión como sus esposas. Ellos no actúan como responsables directos del
tratamiento de sus hijos; su función más bien consiste en ser responsables de proveer
(_ todos los recursos necesarios para lograr que al niño no le falte nada (Noll et al, 1995).
A diferencia de las mujeres, el sentido de sí mismos se basa primordialmente en el logro
( y no en las relaciones personales (Walters et al, 1991); por lo que se conectan con la
(
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120 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 7)
idea de hacer y proveer (Maldonado, 1990), pero reprimiendo sus sentimientos perso-
nales y desarrollando una conducta controlada que demuestre, sobre todo, fortaleza.
Sloper (1996) comenta que 55% de las madres, así como 41 o/o de los padres, manifiestan
elevados niveles de estrés emocional secundarios al tumor en su hijo. Lo que repercute de
manera importante sobre el desempeño laboral de los progenitores masculinos, quie-
nes aumentan su tensión por el temor a perder su empleo y con esto el aporte financiero
que ellos creen imprescindible para garantizar el bienestar de su hijo enfermo.
De acuerdo con las conclusiones de Noll y colaboradores (1995), no todas las inves- <.
tigaciones confirman el hecho de que un tumor en un niño implique necesariamente
alguna disfunción en la familia. Parece ser que una vez concluida la quimioterapia y
entrada la neoplasia en remisión, los niveles de estrés y de tensión en la familia disminu-
yen pero, como bien hacen notar Mulhem y colaboradores (1989), no desaparecen.
Es importante hacer notar que los niveles de estrés, tanto en el sujeto que sufre del
tumor como en su cuidador primario y su familia, se atenúan siempre y cuando se cuente
con una amplia red social que les brinde apoyo. De acuerdo con Cohen y Willis (1985),
el apoyo social ante la enfermedad funciona como un amortiguador, es decir, distribu-
yendo primero el impacto de la tensión entre los diversos individuos que conforman el
grupo de apoyo, y segundo, permitiéndoles enfrentarse a los eventos estresores, adqui-
riendo un sentido de competencia y, por tanto, recuperando el dominio sobre sus
propias vidas. Así que tanto el paciente como su cuidador primario deben contar con
una red de apoyo que les brinde calidez y confianza para escuchar sus quejas, frustra-
ciones, tristezas, desilusiones, desesperanzas e incluso que estén disponibles para ayu-
darles a manejar su ira y enojo. Todo esto permitirá que logren enfrentarse de manera
más adecuada a vivir día a día con la enfermedad.
Una de las metas del terapeuta al atender familias en las que alguno de sus miem-
bros padece cáncer, consiste en ayudar a enfrentar esta etapa, a vivir un intercambio
real, a despedirse de manera sincera y abierta, así como a tratar de impedir que las
modalidades disfuncionales de la familia sean transmitidas generación tras generación.
Entre los aspectos disfuncionales se encuentran:
• Los mensajes amenazantes para impedir criticar las formas de organización fami-
(
liar obsoletas, así como los mitos que se han convertido en tabúes.
• Los compromisos que amplifican las obligaciones adquiridas por lealtades incues-
tionables.
• Las obligaciones sin sentido, entre las que destacan el guardar secretos o mantener
apariencias sin ningún objeto. .
• Los vínculos que oprimen, que no permiten la individuación y contar con la
libertad de encaminarse a la búsqueda de objetivos personales que no son com-
1
partidos por el resto de la familia.
• Los sentimientos de culpa, creados, alimentados y mantenidos por los propios '
integrantes del grupo.
• El aislamiento en que se vive, especialmente la soledad emocional, al prohibirse tan-
to .escuchar como expresar y comunicar cualquier tipo de sentimiento negativo.
• La pérdida de la esperanza, que hunde a la familia en el pesimismo y la incapacita
para encontrar una forma funcional de enfrentarse al padecimiento.
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(
(
Cáncer en la familia • 121
(
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122 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 7)
posibles razones pa,;a que esto suceda son la existencia de una fuerte alianza madre-hijo
previa al diagnóstico de la enfermedad; la prolongación por tiempo indefinido de la
etapa crítica y aguda del padecimiento, pues el mantenimiento de la fase de crisis no
permite la aceptación de la enfermedad, así como su adecuado manejo; y los senti-
(
mientos excesivos de culpa en los padres que resultan en una sobreprotección al paciente
(Velasco et al., 1983).
Por el contrario, la aparición de esta organización adaptativa puede promover una
mejor funcionalidad familiar cuando: previo al diagnóstico existía una marcada ten- (
dencia familiar a la desintegración; la madre o el paciente tenían una posición peri-
férica dentro de la familia (pues con la presentación del cáncer adquieren centralidad y (
jerarquía); o ambos padres se encontraban implicados en una relación simbiótica, pues
la enfermedad del hijo viene a romper este sobreinvolucramiento (Velasco et al., 1983).
De manera que de acuerdo con el mapa planteado en la figura 3-9, las metas
terapéuticas con las familias con niños leucérnicos, así como cualquier otro tipo de
cáncer, se deben dirigir a:
• Hacer desaparecer la rigidez del patrón adaptativo, facilitando así el desplaza-
miento de la organización familiar a mejores niveles de funcionalidad.
• Remarcar la importancia de establecer límites claros entre los diferentes subsistemas,
logrando sacar al paciente del subsistema parental y reubicarlo dentro del subsis-
tema de hermanos lo cual favorecerá que desaparezca la sobreprotección. Al mismo
tiempo esto logrará que vuelva a existir la pareja conyugal y que ésta se delimite
adecuadamente de la parental.
• Involucrar al padre en el cuidado del hijo enfermo, con lo cual se sentirá más
cercano al núcleo familiar y el cuidador primario -es decir, la madre- se sentirá
con menos presión. Además, la esposa constatará que puede contar con el apoyo
de él. .
• Mejorar la comunicación entre los miembros de la familia, así como facilitar la
expresión de sentimientos, especialmente los negativos, entre los diversos miem-
bros del sistema. Con esto se logrará que los límites individuales se flexibilicen
(Velasco et al., 1983). .
La organización de las familias en etapa de "nido vacío", o bien, con hijos adultos, en
donde uno de los padres padece de alguna de las modalidades de cáncer aparece en la
figura 7-1. En este mapa familiar se pueden observar los siguientes datos organiza-
cionales:
a) En el caso de que el esposo sea quien padece la neoplasia, por lo general, la esposa se
convierte en el cuidador primario. Al hacerse salvaguardia de su marido, adquiere
una mayor jerarquía que él, tanto ante sus ojos como ante los del resto de la familia.
P~r supuesto que lo anterior no descarta la posibilidad de que el paciente logre
centralidad a través de su enfermedad, y trate de controlar al cuidador primario
mediante su dolor, su incapacidad o haciéndole sentir inútil e inservible. Lo anterior
también es aplicable en el caso de que sea la esposa quien padezca el cáncer, a excep-
1
ción de que el cónyuge varón busque apoyo, usualmente en una de las hijas del \
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Cáncer en la familia • 123
(
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( I A I
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'.' - - ' - ,
'
=
Figura 7-1. Organización de las familias con un padre con cáncer e hijos adultos jóvenes. - - - fron-
teras externas y entre subsistemas claras y flexibles; - = fronteras individuales cerradas,e::::>
=
( § =
alianza (~adre-paciente identificad? en el área instrumental entre la madre y la hija casada); arn-
bivalencia (apego-desapego emocional); M = madre (con mayor jerarquía que el padre); PI = paciente
1
=
identificado (con menor jerarquía que la madre); H hijos (casados y participando como red de apoyo);
\ A= amigos.
.(
\
red de apoyo para el cuidador primario, así como para quien padece la enfermedad
y, en un momento dado, para el resto de las personas involucradas.
De manera que, de acuerdo con el mapa planteado en la figura 7-1, se tiene que las
metas terapéuticas con las familias con un adulto con cáncer se deben dirigir a:
• Hacer desaparecer la rigidez del patrón adaptativo, facilitando el desplazamiento
de la organización familiar a mejores niveles de funcionalidad.
• Mejorar la comunicación entre los miembros de la familia, así como facilitar la
expresión de sentimientos, en especial los negativos, entre los diversos integrantes
del sistema. Con esto se logrará que las fronteras individuales se abran. El hecho
de que se permita la expresión de los sentimientos negativos acercará a la pareja y
restará importancia a los sentimientos ambivalentes que entre ellos existen; el
permitirse decir cuánto miedo, ira, frustración y coraje sienten, también les per-
mitirá expresar con mayor sinceridad el amor que se tienen, así como el dolor y
miedo que sienten de perder al otro.
• Restar centralidad al enfermo a través de permitirle tomar sus propias decisiones
y hacerse cargo de su tratamiento. El hecho de que el individuo se responsabilice
de su padecimiento impide su infantilización, al mismo tiempo que le equipara
en jerarquía con su cuidador primario.
• Por otra parte es importante que el enfermo se sienta todavía útil y productivo.
• Formar una amplia red de apoyo para el grupo involucrado en brindar ayuda al
cuidador primario y al enfermo.
(
Cáncer en la familia • 125
(
(1996) informan que en pacientes con cáncer tratados eón quimioterapia la necesidad
de apoyo emocional aumenta a medida que el tratamiento se prolonga. Además, tam-
bién los familiares, sobre todo si el enfermo es un niño, necesitan de apoyo psicológico
( (Schumacher, 1996). Se informa que 55% de las madres y 41 o/o de los padres con hijos
que sufren de cáncer presentan niveles muy altos de estrés, por lo que requieren de
apoyo emocional y psicológico (Shoper, 1996).
Wirsching y Stierling (1982) llevaron a cabo una intervención con familias de
( pacientes con cáncer de pulmón que catalogaron como "aparentemente paradójica".
En esta estrategia se proponía decir a la familia algo similar a "hay varones que cuando
( son golpeados por una enfermedad grave se dicen a sí mismos: '.Ahora me puedo com- ·
portar de una manera distinta a como lo había hecho antes, es decir, realizando cosas
que hasta ahora había rechazado'. Pero para ustedes debe ser distinto. Deben continuar
como siempre, no cambiar nada, no ablandarse, no descansar, ni permitirse alguna
debilidad. Ésa es la manera en que se han comportado toda la vida, así lo hicieron sus
padres, así lo hacen sus hijos. Si se ha demostrado que ésta es una buena fórmula ¿por
qué cambiarla? Nos volveremos a ver en seis semanas". Así, en las sesiones sucesivas se
notaban innovaciones tanto cognitivas como conductuales -como el que se hubieran
tomado vacaciones, empezar a delegar responsabilidades, etc.-, ante lo cual los tera-
peutas se mostraban complacidos, pero escépticos ante la posibilidad de que los cambios
pudieran permanecer por mucho tiempo o, inclusive, que continuaran producién-
( dose. Este esquema terapéutico iba acompañado de preguntas circulares, introduciendo I!}
de manera gradual algunas hipótesis alternativas, así como temas que usualmente eran ~
tabú y generaban ansiedad (Onnis, 1997). ~
Beavers y Hampson (1995) consideran que las familias centrípetas pueden ser.:"~¡i
apoyadas mediante una intervención que tome en cuenta los siguientes parámetros: ~
• Esperar que toda la familia esté presente cuando así se le pida.
• Usar "conceptos", "metáforas", "historias" o "narraciones", pues por lo general las
( palabras son muy respetadas por este tipo de grupos, así como adaptar el lenguaje
a su nivel cultural.
( • Fomentar la individuación de los diferentes miembros del sistema, pero sin que
sientan perder la pertenencia al grupo.
( • Utilizar las reformulaciones positivas, como los "lados fuertes" o "las reeti-
quetaciones" con moderación, ya que los integrantes del grupo podrían creer que
no se les toma en serio.
• Apoyar la expresión de los sentimientos negativos usualmente contenidos o nega-
dos que la enfermedad les despierta: ira, rabia, coraje, tristeza y dolor.
• Buscar y favorecer la expresión de los secretos familiares, si éstos existen.
• Investigar las lealtades, es decir, ¿quién debe algo a alguien? y ¿por qué se cree en
deuda o que le deben? Determinar cuáles de estos secretos llegan a producir sim-
biosis o ayudan a perpetuar la disfunción del sistema y promover su resolución.
• Vigilar que las familias no se vuelvan dependientes de la terapia y el terapeuta.
Otro de los momentos en que la familia con un paciente con cáncer parece necesitar
( franco apoyo es durante la fase terminal. Aquí, una de las metas será que el paciente no
sufra de dolor físico y emocional, al mismo tiempo que logre arreglar sus asuntos
(
ERRNVPHGLFRVRUJ
126 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 7)
personales en todas las esferas, para así obtener la paz interior y la calma necesarias para
poder enfrentar la muerte (De Conno et al., 1996). Aún hoy resulta polémica la prác-
tica de la eutanasia en pacientes con cáncer: Pero tanto la opinión pública como los
propios pacientes en fase terminal, sus familias y el equipo médico, parecen inclinarse
a que todos ellos deben recibir la preparación tanatológica y psicológica para favorecer
aquello que se conoce como la "buena muerte" (Cherny et al., 1996).
De todos los pacientes con enfermedades terminales 63% apoya el "suicidio asis-
tido por un médico", mientras que 55% de los mismos lo consideran como una opción
viable para sí mismos (Breitbart etal., 1996). En este estudio, las personas que apoyaron
esta modalidad de eutanasia presentaban altos niveles de depresión y desesperanza, al
mismo tiempo que un menor apoyo por parte de sus familiares; además, percibían a la
religión como un recurso que les brindaba muy poco consuelo. Mientras que aquellos
pacientes terminales que no apoyaban el "suicidio asistido médicarnente", por lo gene-
ral poseían grados menos intensos de depresión y contaban con un mayor apoyo
familiar y religioso. Resultó evidente que la diferencia entre si los pacientes apoyaban
o no su propia eutanasia no se relacionaba con el nivel de dolor físico, desvalimiento o
presencia de síntomas molestos o invalidantes que sufrieran, sino con el grado de apoyo
percibido de su red social.
Por otra parte, dado que las neoplasias infantiles tienen hoy día un mejor pronós-
tico, existe un mayor número de familias con chicos que sobreviven. Muchas veces el
¡\/,;:'.::, equipo de salud recomienda a estas familias, una vez alcanzada la remisión, que lleven
'< , "' una vida "normal", pensando, tal vez, que el tiempo lo cura todo. La familia interpreta
por lo común este consejo como una prohibición para hablar acerca del padecimiento,
así corno una orden de olvidar todo aquello por lo que pasaron (Stuber, 1995). No
obstante, esta actitud resulta bastante contraproducente, puesto que los estudios pare-
cen indicar que es necesario que se hablen, discutan y compartan con otras personas
los eventos traumáticos a fin de poderse sobrellevar y finalmente acomodar dentro de
una experiencia personal de vida (Terr, 1990). Por otra parte, es preciso mencionar la
vigilancia a largo plazo para determinar la posibilidad de una recidiva, así como los
problemas de fertilidad que no se podrán valorar de inmediato. 'Así, resulta más pro-
ductivo que las familias traten de integrar la experiencia de la enfermedad en sus vidas,
desarrollando habilidades para encontrarle nuevos y útiles significados, en vez de
"olvidarla" (Stuber, 1995).
De acuerdo con De Fabre y colaboradores (1987), entre las técnicas que se utilizan
para tratar a los pacientes con cáncer y sus familias están:
a) Grupos familiares: Utilizando esta técnica se realiza una terapia conjunta en la que
participan entre 3 y 6 familias con un problema similar, en este caso todas tienen un
integrante con el diagnóstico de cáncer. Mediante este método se intenta alcanzar
los siguientes objetivos: 1) enseñar al paciente y a sus familiares a reconocer sus
sentimientos de angustia, miedo, ira, enojo, desesperanza, frustración y culpa por el
tumor, y la forma en que éste se ha infiltrado en codas las esferas de la vida familiar; /
\
es decir, que reconozcan y se permitan expresar toda la diversidad de sentimientos
· negativos que la enfermedad les despierta; 2) que los familiares aprendan a aceptar
el deterioro gradual del paciente, ayudándolo a sentirse útil durante todo el proceso;
(
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ERRNVPHGLFRVRUJ
'f(.
(
Cdnceren lafamilia • nz •.
( 3) que logren· identificar las conductas mediante las cuales infantilizan al portador
_( del cáncer, ya sea tornando las decisiones, actuando, pensando e inclusive sintiendo
por él; 4) aprendan a manejar la culpa, así como otras emociones, sin negarlas.
( b) Redes familiares: Este proceso de "retribalización" llevado a cabo deliberadamente
con la conducción de un profesional, se denomina "mediación en· red" (Speck y
( Attneave, 1974). En éste se reviven relaciones personales que habían perdido fuerza,
se aflojan o cortan lazos simbióticos, se "exorcizan" antiguos fantasmas familiares
( y se abre la puerta a una comunicación más amplia, franca y cooperativa. Sistemas
que ya eran rígidos son sacudidos de manera que permitan a cada persona darle cauce
( a su energía o talento a fin de brindar a los demás el apoyo, la gratitud o el control
que necesitan. Esta técnica le resulta de gran utilidad al médico cuando encuentra a
( 'un paciente que carece de una red social y familiar en qué apoyarse o con la cual
contar. También es de gran beneficio en casos de cuidadores primarios agotados que
( no pueden permitirse un respiro, pues parecen no contar con elementos de apoyo
para que les sustituyan en el cuidado del paciente, o bien, cuando al proveedor no le
es posible cubrir los gastos que el padecimiento ocasiona.
e) Modelo estructural: Sugiere interacciones para hacer más flexible la organización
familiar, algunas de ellas incluyen descentralizar al paciente; romper alianzas rígidas;
destruir coaliciones; trabajar fronteras externas, internas e intergeneracionales; así
como restablecer la jerarquía más adecuada dentro del sistema. Como ya se refirió,
( utilizando esta escuela Velasco y colaboradores (1983) trataron con éxito a familias
con un niño que padecía leucemia. Por otra parte, los mapas familiares que aparecen
( en las figuras 3-9 y 7-1 establecen los lineamientos psicoterapéuticospara llevar a
cabo algunos cambios que pudieran resultar útiles en las organizaciones de estos .
( grupos familiares, favoreciendo que el patrón no se vuelva rígido luego del periodo
de crisis inicial y permitiendo surgir una organización más funcional .. ,
d) Modelo estratégico: A través de este tipo de intervención se pretenden definir los
problemas que aquejan a la familia pata afrontar y manejar adecuadamente el cáncer,
( así como buscar los aspectos positivos inherente~ a la familia que la puedan llevar a
superar los conflictos ocasionados por el padecimiento, al mismo tiempo que le per-
(
mita reestructurar el sistema.
e) Modelo contextual: Este modelo se centra en el contexto, es decir, en el significado
(
que la familia da a la enfermedad. Parte de nueve supuestos básicos, los cuales son:
l. La enfermedad es una importante fuente de estrés para la familia y, por lo ge-
neral, tiende a exacerbar los conflictos que ya existían.
2. El nivel de tolerancia del sistema familiar al cáncer depende de cómo se perciba
al estrés generado por el padecimiento; ya sea como una injusticia que el indivi-
( duo y la familia no merecían y ante la cual ya no resta nada por hacer, o bien,
como un reto que los puede llevar a fortalecer y consolidarse como sistema.
( 3. Existe una tendencia en el grupo familiar a repetir las soluciones que antes tuvieron
éxito, sin considerar si éstas son adecuadas o no para resolver los problemas
( actuales. En esta área resulta de sumo interés conocer cómo las generacion!;!S
anteriores han encarado y tratado de solventar los problemas inherentesal sqr~i-::
(
miento de un padecimiento, especialmente si se trató de una neoplasiar .
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ERRNVPHGLFRVRUJ
128 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 7)
Así, este modelo propone tres niveles de intervención en diferentes áreas para lograr
los fines antes propuestos: en el área cognitiva, proporcionando información sobre
el cáncer y su manejo, brindando apoyo o enseñando a buscar esta información
dentro de la misma familia como a través de instituciones y organizaciones. Varios
estudios constatan que el hecho de proporcionar información completa y objetiva
acerca del cáncer, así como de los tratamientos que habrá, disminuyen los niveles de
estrés, ansiedad y miedo, facilitando que el individuo enfrente con más confianza y
seguridad los procedimientos, lo cual se refleja en un menor número de síntomas
secundarios al tratamiento instituido (Suls y Fletcher, 1985). La información que se
brinda concreta y objetivamente debe comprender las sensaciones físicas que se ex-
perimentarán durante el tratamiento (qué se verá, oirá, sentirá, olerá, etc.), se descri-
birá el ambiente físico en el cual se llevará a cabo el procedimiento diagnóstico o
terapéutico; se comunicarán aspectos temporales como duración del procedimiento
y secuencia de los eventos que se desarrollarán (johnson et al, 1989). En 1989, si-
' l
guiendo este esquema en pacientes con cáncer de próstata que iban a ser sometidos
a radioterapia, Johnson y colaboradores lograron disminuir los niveles de estrés de
los individuos, además de desarrollar mejores estrategias de afrontamiento ante el pro-
cedimiento terapéutico al formar esquemas cognitivos representativos del suceso.
A nivel afectivo: validando las reacciones, emociones y sentimientos que cada
miembro de la familia muestra ante el impacto del tumor; aliviando la tensión y el
estrés ante la infiltración de la neoplasia en todas las esferas de la vida familiar;
evitando el aislamiento o previniendo que éste se presente en el enfermo, así como
en el cuidador primario; conectando la enfermedad con las reacciones emocionales
de impotencia, miedo, enojo, culpa, tristeza y resignación que cada uno percibe; y
presentando a la familia una visión distinta de la enfermedad, como una aventura
llena de riesgos y peligros que ellos corren por circunstancias especiales de la vida.
Greer (1995) propone una terapia breve para pacientes con cáncer y sus parejas
destinada a encontrar en el padecimiento un significado, y para ayudar y facilitar el
descubrimiento en el desarrollo de recursos propios que los capacitarán a crear estra-
tegias de afrontamiento útiles. De manera que el objetivo terapéutico será solidarizar
y hacer competente a la familia para que sea consciente de que aun ante el cáncer
( está en plena capacidad de resolver adecuadamente sus problemas.
En el área conductual: presentando tareas específicas para el manejo del cán-
cer; promoviendo que tanto el paciente como los demás integrantes de la familia
continúen desempeñando sus tareas y rutinas diarias usuales, y promoviendo las
posibilidades de descanso, especialmente en el cuidador primario, de manera que
no se agote o se sienta extenuado.
{
' Finalmente, vale la pena recordar que "agotarse" es un riesgo que frecuentemente se
describe tanto en los cuidadores primarios de enfermos con cáncer, como en los clíni-
cos que trabajan con estas familias. Este "agotarse" resulta de intentar hacer demasiado
( con muy poco, de asumir responsabilidades que no se pueden descargar eficazmente,
'· etc. Estos "propósitos creados por los otros" de manera habitual no resultan realistas,
( ni han surgido de la negociación con el sujeto enfermo o con los miembros de la
familia. Al suponer lo que es mejor para el enfermo o su familia no se descubre qué es
ERRNVPHGLFRVRUJ
130 • Manejo del enfermo crónicoy su familia (Capítulo 7)
lo que ellos desean conseguir y cómo lo pueden lograr; Únicamente se está actuando
como un salvador, como alguien que lo sabe .todo; así, un paso decisivo para lograr
tener un ánimo favorable y obtener resultados adecuados en el manejo del cáncer es
convenir metas claramente definidas, que todos los participantes crean alcanzables y,
por ende, que estén dispuestos a compartir la responsabilidad para llegar a conseguirlas
(Beavers y Hampson, 1995).
Por otra parte, parece ser que al disponer de un grupo de técnicas o recursos far-
macológicos para aliviar el dolor físico del paciente disminuye la "despersonalización", (
recurso utilizado tanto por los familiares cercanos del enfermo como por el equipo de
salud para evitar sentirse vulnerables ante el sufrimiento y el dolor del paciente. La des-
personalización consiste en apreciar al enfermo como una "cosa" y no como un ser huma-
. no, para así no sufrir ante el "tormento" ajeno, lo cual redunda en que el personal de
salud, así como el cuidador primario se sientan menos impotentes al no poder resolver
el dolor, aun cuando los sentimientos de culpa puedan persistir (Kazak et al, 1996).
Después de esta revisión podría concluirse qu~ el cáncer es una enfermedad cróni-
ca de desarrollo lento y progresivo, con el consecuente deterioro físico y mental de
quien lo padece. Esto provoca que la familia se reúna en torno al enfermo, modifique ¡
su organización con la finalidad de ayudar y apoyar a su paciente. Pero, ¿sucedería lo
mismo si en vez de cáncer, su familiar tuviera SIDA?, ¿habría la misma aceptación por
parte de la familia hacia el individuo y su enfermedad?, ¿cambiaría el grupo familiar
su estructura interna para ayudarlo y apoyarlo? Estas preguntas se abordarán en el
siguiente capítulo. •
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(
(
(
La aparición del SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adqui-
rida) ha significado un golpe terrible para el mundo y los miembros
de las instituciones de salud pública, quienes durante la segunda
mitad del decenio de 1970-79 se hallaban convencidos de que
la amenaza de las enfermedades provocadas por bacterias y virus
era cosa del pasado. Muchos estaban seguros de que los retos
presentes y futuros para la ciencia médica correspondían a la
\ conquista de los estados crónicos que debilitan al organismo
( como cáncer, enfermedades cardiacas, demencias, artritis, etc.
Hoy día, más de 20 años después, el supuesto triunfo de la medi-
( cina sobre las enfermedades infecciosas se ha convertido en una
ilusión, al tiempo que los microbi~s ganan batallas imprevistas.
( El decenio de 1980-89 trajo consigo dos nuevas causas de pre-
ocupación: el desarrollo de variedades de bacterias resistentes a
( fiírmacos y la aparición del SIDA, problemas que estarán pre-
sentes todavía durante largo tiempo (Nuland, 1995).
( Las enfermedades siempre han provocado temor al ser
humano. Este miedo es aún mayor ante padecimientos que son o
( parecen nuevos, ya que al principio nadie sabe cómo enfrentarlos,
cómo protegerse de ellos, ni cómo curar a los que· enferman.
(
Desde la antigüedad este temor se manifiesta sobre todo con las
( epidemias, es decir, enfermedades que se extienden a través de
grandes territorios, llegan a afectar a muchas personas y de las
( cuales todos tienen miedo de contagiarse. Así ha sucedido con
: '., (
131
ERRNVPHGLFRVRUJ
132 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 8)
HISTORIA Y FISIOPATOLOGÍA
Mucho antes de que su presencia se manifestara por algo más que un caso identificable
de SIDA, el virus ya se propagaba entre miles de personas. El primer indicio de la
nueva enfermedad llegó en forma de dos breves artículos publicados en los ejemplares
correspondientes a junio y julio de 1981 de la revista científica norteamericana Morbility
and Mortafity Weekfy Report, publicación editada por el Center for Diseases Control
(CDC, Centro de Control de Enfermedades). Los artículos mencionaban la presencia
de dos enfermedades anteriormente bastante inusuales en un total de 41 jóvenes homo-
sexuales en las ciudades de Nueva York y California. Uno de estos padecimientos era la
neumonía causada por Pneumocystis carinii, un parásito pocas veces causante de enfer-
medades, el otro era el sarcoma de Kaposi, un raro tipo de cáncer de la piel. De entre
aquellos 41 pacientes, sólo a unos pocos se les practicaron análisis de sangre para deter-
minar el recuento de linfocitos T -uno de los elementos fundamentales del sistema
inmunológico-, todos mostraron tener cantidades notablemente reducidas de dichas
células. Algún factor, hasta entonces desconocido, había destruido gran número de
ellas y, por tanto, había comprometido de manera seria la inmunidad de estos jóvenes
(Nuland, 1995). . . .. . .
A mediados.de 1984 se aisló el virus de la inmunodeficiencia humana (HIV), se
demostró que éste era el agente causante del SIDA y se lograron aclarar sus métodos de
ERRNVPHGLFRVRUJ
:e
Lafamiliay el HIVl~IDA.•' 133
(
e su propio objetivo y su propio mecanismo letal de ataque". Pero, ¿cómo se inicia esta
batalla?
L. ERRNVPHGLFRVRUJ
134 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 8)
MECANISMOS_DE TRANSMISIÓN
Hasta el momento se han determinado únicamente tres modos en que puede produ-
cirse la infección: por contacto sexual; contacto sanguíneo (es decir, a través de una
aguja o jeringa contaminada, así como de hernoderivados infectados); o mediante la
transmisión del virus de una madre infectada a su hijo en el útero, durante el parto, o
- incluso después de él,· a través de la leche materna (Committee on Pediatrics AIDS,
1995). Pese a que se ha aislado HIV en lágrimas, orina y líquido cefalorraquídeo,' pare-
ce ser que' las concentraciones necesarias para adquirir el virus -y, por ende, para
contaminarse- sólo se han observado en sangre, semen, secreciones vaginales y leche
materna (Martelli et al, 199 3).
De modo que el SIDA es una enfermedad relativamente poco contagiosa, el HIV
es un virus muy frágil por lo que no resulta: tan fácil adquirirlo. Un simple blanquea-
dor casero en una solución de 1: 1 O mata al virus de manera eficaz, además, si un
líquido contiene el virus y se deja secar 20 minutos, ya no resulta infeccioso. El con-
tacto cotidiano con personas infectadas, compartir servicios sanitarios, saludar de mano,
besar en la mejilla, abrazarse, compartir utensilios de comida, bañarse en albercas
públicas, sentarse en el mismo sillón, usar el mismo peine, dormir en la misma cama,
etc., no son fuente de contagio (CONASIDA, 1994). Aunque existen ciertos informes
de casos en que se piensa que hubo contagio después de sólo un contacto sexual, por lo
general, el proceso· de seroconversión parece requerir de una alta dosis de virus o repe-
tidos episodios de contacto (Martelli et al., 1993). ·
Al inicio de la pandemia se consideró que la vía natural de contagio era única-
mente entre los miembros del grupo homosexual, o bien, entre toxicómanos de drogas
intravenosas (Roumeliotou et al., 1991). Actualmente, el aumento desproporcionado
de los casos de SIDA en mujeres supera el incremento correspondiente observado en
varones (Cornmittee on Pediatrics AIDS; 1995). Más de 80% de las mujeres infecta-
das 'se halla en edad de procrear y, por otra parte, las tasas en aumento de la enfermedad
en adolescentes pronostican un nuevo incremento en las mujeres en edad reproduc-
tiva. Tal elevación se refleja en un aumento similar en niños, más de 95% de los casos
pediátricos .en menores de cuatro años se deben a infección perinatal. .
Desde 1992 el contagio por contacto heterosexual ha superado a la transmisión por
consumo de drogas intravenosas corno la principal causa de la enfermedad en las jóve-
nes que. sufren de este padecimiento. De las mujeres actualmente diagnosticadas con
infección por HIV, 35% no comunica factores de riesgo que antes se hayan relacionado
habitualmente con la adquisición de este virus, tales como consumo de drogas por vía
intravenosa o prácticas sexuales con una pareja con riesgo conocido de infección por
HIV Par~ce ser que la relación heterosexual sin protección es el único factor de riesgo
para laadquisición del virus en estas mujeres (Committee on Pediatrics AIDS, 1995) .
. Las personas que se encuentran en alto riesgo para adquirir la enfermedad son
(Mancilla López, 1996; CONASIDA, '1994):
• Quienes tengan o· hayan tenido una vida sexual activa con varias personas del
mis'ino sexo d del sexo opuesto,. en cuyas relaciones sexuales pene-vagina, pene-
ano,' pene-boca o boca-vagina, no se hayan utilizado condones como método de
protección. ( .:¡
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Lafamilia y elHJV(S(DA •. /35
(
DESARROLLO DE LA ENFERMEDAD
Luego del contacto inicial con el virus muchas personas recién infectadas permanecen
sin manifestar síntomas; otras, en cambio, pueden presentar fiebres ligeras, inflama-
ción glandular, dolores musculares, erupción cutánea, así como síntomas de alguna
afección en el sistema nervioso central (cefaleas). Puesto que dichos síntomas no resul-
tan específicos ya que pueden presentarse acompañados de una sensación general de
fatiga, a menudo se los atribuye, de manera equivocada.ia una gripe, mononucleosis º·
cualquier otro proceso viral de poca importancia. Al finalizar este corto síndrome, los
primeros anticuerpos contra el virus empiezan a aparecer en sangre, por lo que el
análisis de sangre los detectará entre 3 y 6 meses después del contagio. A partir de este
momento el paciente se convierte en seropositivo, aun cuando ya era infeccioso desde
antes; es importante hacer notar que aunque el breve periodo sintomático termine, no
por ello el virus deja de duplicarse (Nuland, 1995). Por otra parte, el paciente infec-
tado puede transmitir el virus antes de convertirse en seropositivo debido a los altos
grados de reproducción viral que hay en el organismo durante los primeros momentos
de la infección (Rosenberg y Cotton, 1997).
Así, la mayoría de las personas infectadas pasa por una etapa asintomática, pues en
esta fase el virus parece estar "dormido" o poco activo. El tiempo que dura esta etapa
resulta muy variable y el sujeto puede encontrarse aparentemente sano durante años.
De manera que la única forma de. saber si se está o no infectado es a través de una
prueba que detecta los anticuerpos contra HIV. Durante este periodo se dice que el
individuo que padece la enfermedad es portador asintomático o HIV positivo
(CONASIDA, 1994). En esta fase el virus se encuentra en los linfocitos CD4, ganglios,
linfáticos, médula ósea, sistema nervioso central y bazo, donde permanece en estado
latente y se duplica con tal lentitud que su baja concentración en la sangre se mantiene:
l estable. Los CD4 se destruyen de maneta gradual durante este periodo, lo cual no se
{_ refleja en sangre sino hasta finalizar dicha etapa, cuando los recuentos de célu1lás CP,1/' . . /,:;:
empiezan a disminuir de modo notable, lo que propicia la aparición de múltip es,in\e,t,~..,- . :, \·-.:.·.·:.,
ciones secundarias --las oportunistas- que son· tan características del,5IDAi', :-,<})'.(i;i:.<t¡,;;.:;:\FJ
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136. • Manejo del imfenno cránico y su familia (Capitulo 8)
Cierto grupo' de pacientes pasará por una etapa de· "linfadenopatía generalizada",
es decir, un aumento en el tamaño de los ganglios linfáticos, en los que se presenta un
crecimiento e inflamación persistente, especialmente en los de cuello, axilas e ingles.
Nokes (1994) considera que este rasgo constituye una manifestación del padecimiento
y no una etapa de la enfermedad, considerando obsoleto el término de "linfadenopatía
generalizada relacionada con el SIDA".
· . Finalmente, cuando el sistema inmunológico se ha deteriorado, la cantidad de virus
en linfocitos y libres en sangre aumenta de manera sobresaliente, de modo que el re-
cuento de células CD4 baja de 200, con lo que la mayoría de los pacientes presenta
infecciones oportunistas (Hoover et al., 1995) y surge lo que se conoce como SIDA
(Phillips etal., 1992).
dad.sino también de manera indirecta debido a la orfandad, ya que con frecuencia los
niños pequeños quedan sin ningún apoyo familiar al morir sus padres de SIDA y, en
muchas ocasiones, los familiares cercanos no quieren o no pueden responsabilizarse de
\
ellos (Sepúlveda y Rico, 1992; Dumaret et al, 1995). Sus familiares pueden rechazarlos
podas ternores.y prejuicios infundados que aún existen ante la enfermedad y que no
son más queel producto de los mitos y el estigma presente en la población (Walker,
1992). Prueba de esto es que muchas madres infectadas por HIV, a menudo solas, son !
\
las cuidadoras primarias de sus hijos infectados; tanto en México. (Velasco de Torres et al,
1997) comoenotras partesdel mundo (Schable et al., 1995). Al mismo tiempo, a
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Lafamilia y elHW!SIDA •. 137
(
( medida que la enfermedad empeora y emerge una mayor cantidad de síntomas, es más
difícil para el o los progenitores enfermos hacerse cargo de las rutinas diarias del hoga.i{
_(
así como del cuidado de su niño enfermo. A la vez, parece ser que el aumento en el
número de situaciones que le resultan muy demandantes al sujeto hacen que el estrés y
(
los conflictos aumenten (González et al., 1989).
( Otros aspectos importantes de la enfermedad en el paciente pediátrico compren-
den: retraso en su desarrollo, aparición de síntomas depresivos, dificultad para noti-
( ficarle que padece la enfermedad y, finalmente, cómo se organizará la familia ante la
presencia de un menor enfermo. A continuación se analizará cada uno de ellos.
(
RETRASO EN EL DESARROLLO
( En general, el patrón predominante de desarrollo de los niños con SIDA resulta lento y
( desfasado. con respecto al de otros niños de la misma edad; en lactantes mayores el SIDA
se manifiesta con un deterioro cognitivo progresivo. Se informa de retraso en el desa-
e rrollo en 60 a 90% de los niños y lactantes sintomáticos infectados por HIV (Belmarr
et al., 1988; Spiegely Mayers, 1991). Este retraso se manifiesta sobre todo en las áreas
del lenguaje y del control motor grueso y fino; además, está relacionado de manera
directa con el grado de infección al sistema nervioso central, por tanto, en el mis~o
( individuo pueden alterarse otras funciones de índole cognitivo (Falloon et al, 1989).
El curso de los problemas neurológicos en el desarrollo cognitivo y motor es varia-
( ble, con un espectro que puede ir desde un curso estático hasta uno rápidamente pro- -
gresivo que culmina con la muerte del nifío. Sin embargo, la mayor parte de estos
1 ( padecimientos parece cursar con un patrón intermedio, caracterizado por mesetas que
1 se producen luego de sufrir deterioros progresivos, para alcanzar otra vez un valle y,
1 (
posteriormente, se repite el ciclo (Spiegel y Mayers, 1991). De modo que el nifío con
HIV deberá ingresar lo más rápido posible a programas de rehabilitación -especial-
Ie
1 ( mente a terapia del lenguaje-, lo cual le permitirá una mejor socialización y, como
consecuencia, no retrasará su ingreso a: la escuela; pues su enfermedad (especialmente
l si se encuentra en la fase asintomática) no deberá representar excusa alguna para. pri-
varlo de la experiencia escolar (Cooper, 1990).
Otro factor implicado; al cual se le ha prestado poca importancia en el caso de los
niños con SIDA adquirido por vía perinatal, lo constituye el impacto de la enfermedad
( debilitante y, finalmente, la muerte de la madre, el padre y, tal vez, de otros miembros de
( la familia. En otras palabras, los múltiples duelos no elaborados por personas que po-
drían haber llegado a constituir una posible red de apoyo; la poca atención y estímulo
( que pudieron recibir de progenitores que, a su vez, los necesitaban tanto como ellos.
Además del propio padecimiento, otras situaciones que están implicadas Con los proble-
l mas de desarrollo en los nifíos son factores ambientales, mala nutrición, hospitalizaciones
\. ...
repetidas y prolongadas, así como el aislamiento.
SÍNTOMAS DEPRESIVOS
. (
v.. Los niños con enfermedades crónicas progresivas -entre las cuales está el SIDA- pre- ·
sentan un síndrome caracterizado por apatía, abandono de todo interés por el mundo
que los rodea, anorexia y dificultades a nivel del apego. Debido a ello el niño puede.
L ERRNVPHGLFRVRUJ
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l·:.i ...
138 • Ma~ejo,dttl enfermo crónico y su familia (Capitulo 8)
mostrar temor a ser abandonado por su madre en el hospital debido a los múltiples inter-
namientos; además, los periodos largos de hospitalización interferirán en elfuturo pró-
ximo con su sentido de competencia, nivef de autoestima, aprendizaje y.desarrollo
social: Independientemente del grado de depresión del niño, éste puede manifestar su estrés
y ansiedad a través de síntomas regresivos, entre los que pueden figurartanto la enuresis
como la encopresis (Bor y du Plessis, 1997); por supuesto que estos síntomas deben dife-
renciarse de síntomas debidos a deterioro neurológico por progresión del SIDA.
ERRNVPHGLFRVRUJ
C''(
e LafamiliayelHIV!SIDA • 139
(
( hogar con las condiciones sanitarias necesarias para su adecuado desarrollo, y de una
e familia con recursos suficientes para solventar los problemas alimenticios y proporcio-
nades medicamentos y acceso a cuidados médicos especiales. Generalmente las relaciones
con la familia extensa no son buenas y, por tanto, la familia de origen suele desconocér
(
la presencia de la enfermedad tanto en sus propios hijos como en el niño (Spiegely
( Mayers, 1991). Así, en muchas ocasiones las malas relaciones entre los pacientes y sus
familias hacen que éstas no asuman la responsabilidad del cuidado de sus propios
( miembros, así como de los hijos de éstos.
Otra faceta importante de esta enfermedad en los niños consiste en constituirse en
( "huérfanos del SIDA"; refiriéndose con este término a niños cuyos padres han muerto
por el.padecimiento (Fair et al, 1995; Siegel y Gorey, 1994). Los niños con SIDA
( deben enfrentar la ausencia de quien velaba por ellos, pues sus familiares los rechazan
por el estigma social de la enfermedad; además, quizá manifiesten problemas para
(
elaborar el duelo por la muerte de .sus padres, ya que esto representa una pérdida
múltiple. Hoy día, este problema es más grande de lo que podría esperarse pues, de
(
acuerdo con Rutayuga (1992), para el año 2015 tan solo en África habrá 16 millones
de "huérfanos del SIDA"; de modo que en gran parte de estos hogares los niños se encon-
(
trarán al cuidado del cónyuge sobreviviente -por lo general la madre- o de otros
( familiares, habrán sido dados en adopción o quizá vivirán en un orfanato (Velasco de
Torres et al., 1997; Melvin y Sherr, 1993).
( Al enterarse los padres de que un hijo suyo padece SIDA, suelen presentar una pri-
mera etapa de, intensa negación ante la crisis vivida, la cual deberá tratarse como tal,
( pero la persistencia de la misma podría llegar a comprometer la salud del niño {Lopez
Muñoz y RiveraAragón, 1992). Siempre es importante recordar que quien debe plan-
¡ ( tear la necesidad de discutir los hechos es el familiar del paciente y no quien lo orienta,
1¡
pues mientras sea una necesidad del orientador y no de quien sufre el problema, será
i ( muy difícil lograr que desaparezca la negación y aumente el sentido de control del
individuo sobre su propia vida y la de su familia.
Resulta importante recordar que la crisis se define como una desviación de los as-
1~ pectos cotidianos en donde el individuo y los sistemas con los cuales está implicado se
ven obligados a cambiar para enfrentar la situación. De modo que durante ésta se encuen-
L.
f( tra la posibilidad de cambio o de establecer las bases para una modificación terapéutica
permanente mediante transformar los esquemas de referencia preexistentes, introducir
un mayor grado de flexibilidad y desarrollar nuevas modalidades de funcionamiento y
organización (Minuchin y Barcai, 1997).
( Un sentimiento que prevalece en los padres es la culpa. Culpa por haber transmi-
tido la enfermedad a sus hijos; por las acciones o el estilo de vida que los llevó a tener
:e esa enfermedad; porque pueden morir justo cuando sus hijos más los necesitan; poda
·¡ e
familia que hubieran podido llegar a ser y que ya nunca será; al ver que su niño sufre y
no pueden hacer algo por remediarlo; por desear que el niño muera para que no sufra; · .
e por descuidar a los demás hijos y procurarle un mayor cuidado al niño enfermo. An:re .•· .:» · . V I
estos sentimientos aparecen respuestas contradictorias, como la fuerce necesida-dufü:.'. (i}/;!~:/:{;j
sobreproteger al niño afectado al mismo tiempo que se le rechaza pues_ les rd::4~t'ªf'-:}4{rftiti
( todo el dolor y el miedo que la enfermedad produce. Estos sentimientos debeh d:íti~é~lfae\i}Jh?(f:Jt:J
·:t)_:,((;>~t\\j{}\''.p'.ki' )
·e ERRNVPHGLFRVRUJ
140 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 8)
con la familia, asegurándoles que son válidos, pero al mismo tiempo brindándoles la
oportunidad de que puedan ser discutidos con amplitud, construyendo nuevas narra-
tivas y significados para la enfermedad, así corno para la crisis; destruyendo mitos y
falsas creencias e informando de manera asertiva y directa cómo pueden los padres
retomar el control de sus vidas pese a la enfermedad.
Es importante para la autoestima de los progenitores que sigan desarrollando un
sentido de competencia, tanto en lo referente al niño como sobre el padecimiento; tal
propósito puede conseguirse a través de una adecuada información sobre qué cosas
pueden hacer por su hijo, como fisioterapia, encargarse de bañarlo o dormirle, etc.;
ello permitirá a los padres que sientan que están en control de la situación, disminuirá
su ansiedad y, más tarde, si el niño llegara a morir, les dará la sensación de que hicieron
todo lo que estuvo en sus manos para apoyar y cuidar a su hijo. Cuidar y proteger al
chico no debe constituirse en una actividad que consuma todo el tiempo de los padres,
ya que ellos necesitarán espacio para estar consigo mismos, compartir con su pareja,
atender a sus otros hijos, y descansar y relajarse; por tanto, es importante apoyar a los
padres para que desarrollen otras actividades que ayuden al niño enfermo a Obtener
una mejor calidad de vida. .
La culpa no es el único sentimiento que deberá validarse. También será necesario
que expresen y compartan otros sentimientos negativos, para así conseguir externalizarlos
y transformarlos en nuevas narrativas. Entre éstos se encuentra la sensación de fatalismo
ante la adversidad; la indiferencia que surge como respuesta al hecho de sentir impo-
tencia ante un enemigo implacable; el rechazo como forma para desprenderse del ser
querido; el miedo ante lo que vendrá, lo que se ha perdido y el qué dirán; la angustia
ante lo desconocido y lo apremiante de la situación; la depresión que resulta del nega-
tivismo y la desesperanza; y el dolor por sí mismos y por el ser querido enfermo. Todos
estos sentimientos pueden manifestarse en cualquier momento durante el curso del
padecimiento.
La muerte del niño resulta ser algo muy difícil de enfrentar para los padres y la fa-
milia; al respecto, si la persona en agonía -aun siendo un niño-e- pregunta algo como
"¿voy a morir?", es preciso darle una respuesta honesta, ya que si fue capaz de formular
la pregunta podrá manejar la respuesta (Kubler-Ross, 1981).
La muerte del niño brinda un descanso y una liberación a toda la familia, senti-
miento que deberá validarse para que la familia no se sienta culpable al percibirlo así.
Además, los padres tendrán que consolar y validar los sentimientos de sus otros hijos
respecto al deceso de su hermano, quizá ellos se sientan culpables por haber deseado la
muerte del hermano, así como ira y celos por el hecho de que les robara la atención y el
cuidado de sus padres; también es probable que los hermanos se enfrenten a la muerte
por primera vez y tengan miedo de morir ellos mismos (Spiegel y Mayers, 1991). (
Basado en experiencias clínicas (Velasco de Torres et al, 1997) y en otras eviden-
cias clínicas, en la figura 8-1 aparece el modelo de la organización familiar de un niño
que adquirió HIV /SIDA por vía perinatal. Al respecto, es muy importante hacer hin-
capié en los siguientes aspectos:
• La madre, usualmente también enferma de HIV/SIDA, y el niño infectado forman
una alianza estrecha dentro del sistema. Por lo general se aíslan del resto del grupo
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(
Figura 8-1. Organización familiar de un niño con HIV/SIDA. - =
fronteras individuales y externas
cerradas; e:::) = alianza (abuela materna-madre-paciente identificado, en el área instrumental); P =
( = =
padre ausente por abandono o muerte; M madre con HIV/SIDA; Pi paciente identificado; HP hija =
parental; H = hijos periféricos; AM = abuelos maternos; AP = abuelos paternos.
(
l '.
. \
tanto a ella como a su hijo enfermo. Ante esta situación se forma una estrecha
alianza de tres generaciones, la cual se fortalece dado que son las únicas que com-
parten el secreto. Así, los integrantes ligados de manera cercana entre sí reciben y
se dan apoyo mutuo (Foster et al, 1996). ·
• Esta alianza rígida y cerrada propicia que el resto de la familia se distancie. Además,
estos últimos integrantes no participan del secreto y, por ende, no pueden brindar
su apoyo, sobre todo emocional (Bor y du Plessis, 1997). Las causas más fre~~entes
para evitar abrir el diagnóstico a otras personas son el miedo a sentirse rechazados y · .. · .
pensar que probablemente "no se les comprenderá" (Lie y Biswalo, 1996; ~?~, ~?,~m- .: .
,iii)f1)}.J.
• Casi siempre el padre del ~hico ya ha fallecido de HIV/SIDA (Bo~ y;q';l;~f~~~{Í(~Y::'t{f;}(f!::{·'\
. 1997), pero si vive se ha tornado periférico o, más frecuenrernente; ~a.,;~P.~.~~~J:t)f':'i~{iJf)))i)
nado el hogar y a la familia (Velasco de Torres et al., 1997). ;!, ¡: . ;;{;}1;\f ,._;, :f:i:'!i) e_',
. . . ~·:·
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142 • Manejo del enfermo crónico y sufamilia (CapftuloB)
. . . .
• Si hay más hijos, uno de ellos suele tomar a su cargo las funciones instrumentales
de sus progenitores, haciéndose cargo de los demás hermanos (Spiegel y Mayers,
1991), los cuales están imposibilitados para hablar de la enfermedad de sus pa-
dres y hermano, puesto que lo consideran un secreto; por lo que fa anticipación
a
debida la pérdida y el proceso de duelo se bloquean (Brown y Powell-Cope, 1993;
. Siegel y Gorey, 1994).
y
• Las froríte'ras individuales entre la madre el hijo y hacia el exterior se cierran y se
tornan rígidas. Esto sucede con el fin de mantener el secreto, pero también resulta
ser una consecuencia del proceso mediante el cual se elude-expresión de ernocio-
ncis y sentimientos en cuanto a las situaciones que se viven; y, por otra parte, se
evitan los comentarios inherentes a las implicaciones y el pronóstico del padeci-
miento (Sosnowitz y Kovacs, 1992).
• Las fronteras individuales de los otros miembros de la familia también suelen en-
contrarse cerradas, de manera que no pueden ser cuestionados acerca de sus senti-
mientos y pensamientos referentes a lo que ellos "saben" que se esconde en el seno
de su propia familia (Velasco de Torres et al., 1997; Sosnowitz y Kovacs, 1992).
• Las fronteras externas del grupo familiar también se cierran, esto a fin de defen-
derse de la estigmatización y evitar el rechazo social. El hecho de no comunicar el
padecimiento a cierto grupo de familiares, así como a algunos amigos -pero
sobretodo a vecinos, conocidos, empleadores, etc.-c-, crea un límite infranquea-
ble entre ellos y la familia (Bor y du Plessis, 1997). Este aspecto del padecimiento
constituye una fuente continua de temor (Kelly y St. Lawrence, 1989).
• Como consecuencia de estos cambios la jerarquía se torna confusa ya que, usualmen-
te, los demás hijos se e11:cuentian en manos de alguna hija parental, pero .aún bajo
la supervisión de' un miembro de la familia de origen en ciertos aspectos. En casos
excepcionales ~aunque cada día más' comunes-s-, la autoridad quizá llegue a que- ·
dar bajo fa vigilancia de personal de tipo institucional (como trabajadoras sociales).
Así, en el manejo clínico de familias que tienen un hijo con HIV, otro de los objetivos
primordiales debe consistir en proporcionarles información para que solucionen los
problemas instrumentales, analicen las alternativas de manejo y aprendan a recurrir y
ayudarse en sus redes de apoyo. Es útil ayudarlos a focalizar y esclarecer sus problemas;
examinando, priorizando y' ensayando opciones de solución, en vez de· agobiarse por
todos a la vez. Conviene alentarles a planear, preparar y poner orden en sus vidas,
fomentando el control y la independencia, de manera que se puedan unir. en el cuida-
do del enfermo sin perder su vida personal; también es conveniente proponerles esta-
blecer metas a corto plazo. Es importante proporcionarles un espacio en el cual les sea
posible expresar sus temores, ventilar su ira, culpa, estrés y dolor. No debe privársele al (
individuo de la manera en que enfrenta la crisis sin verificar primero que ésta será sus-
tituida con algo más eficaz o por lo menos igual de efectivo. (:
¿Qué hacer ante un hijo que padece SIDA y morirá por esta causa? En realidad es
difícil obtener una lección, algo positivo de una situación así, sin embargo, el HIV/ , ,
SIDA incremerita'la conciencia dé la propia mortalidad, despierta la necesidad de vivir
plenamente cada día junto' a quienes se ama, c~idar las cosas valiosas de la existencia.
-como amistades y relaciones interpersonales significativas-s-, asícorno rechazar la
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': (
¡
i (
para brindarle bienestar al niño. Independientemente de la edad del paciente; si la
familia y la red de apoyo proporcionaron lo que estuvo a su alcance para obtener
todo tipo de cuidado, evidenciarán la sensación de haber hecho lo más posible.
• Mantener la esperanza como lo contrario a decaer, consumirse o languidecer. La. difi-
'
1(
i
(
cultad es sobrellevar la primera enfermedad oportunista que pone en riesgo la
vida del ser querido. Ante el agravamiento de su situación física o mental surgirá
el miedo, a perder el atractivo físico (Daniolos, 1994); al rechazo; a la baja de
f( _estatus financiero y laboral; al aumento de la dependencia y la pérdida de funcio-
L
nes; a que se llegue a manifestar en él o ella la demencia; a no volver a ver a sus
seres queridos; al dolor y al sufrimiento; a perder el control de su propia vida; a la
il incapacidad física; ante la dificultad para tomar decisiones; al abandono; a la sole-
L¡ • •.
dad; a la tristeza de perder la identidad; y al derrumbe psicológico. Sobre todo,
miedo a la agonía, a la muerte y aun a lo desconocido, a lo que vendrá después de
.
· 1
!( la muerte. · .
. Conservar la dignidad en oposición a rendirse, renunciar, conformarse o sorne-
{ terse. El reto consiste en sobrellevar las enfermedades recurrentes; la incertídu01~!A;., .. /.\('.~ ,· _.
·'
frente al progreso de la enfermedad quizá sea el aspecto más difícil'dElir~rett115,tW}?!J~?~·tff
por HIV, pues deberá aceptarse un futuro incierto y encontrar las for.w,~;~i:~~:_¡\;j¿;;::(:
afrontar y vivir con duda y preocupación, lo que lleva al individuo.a Uéqil:ff~f;'.sµ;:'..-/S :. :.,
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144 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 8)
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(
(
Lafamilia y el.HIVISIDA · • 145
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v.I 46. •:A.fdnqo'del enfermo crónico Y-S~ familia (Capítulo 8)
. . . \
'creen necesario que los padres sean la principal fuente de información para sus hijos en
temas como sexualidad y SIDA, enfatizando que los jóvenes necesitan recibir informa-
ción confiable en estas áreas, haciendo desaparecer así muchos de los tabúes transmi-
tidos a través de sus compañeros de escuela o de fuentes no confiables. Sin embargo,
considerando la información ya presentada, parecen paradójicos los hallazgos de las
siguientes investigaciones nacionales. Por una parte, el varón suele sugerir que deben
ser las madres las únicas obligadas a comentar cuestiones relacionadas con el sexo con
los hijos, ya que consideran que ellos, los padres, no pueden ni deben explicar o abor-
dar estos temas dentro de su familia (Pick et al., 1996). Mientras que las mujeres ar-
gumentan que el "respeto", el "pudor" y la "pena" les impiden hablar dé séxualidad'con sus
hijos, así como con otros miembros de su familia y sus parejas (Givaudaner al, 1996).
En cuanto a este aspecto de la comunicación parece ser queson las chicas -no así
los jóvenes varones-s- quienes usualmente mantienen una comunicación más asertiva
con sus padres. Esto resulta importante mencionado dado que, por otra parte, con- sé
sidera que a esta edad existe una mayor comunicación entre el hijo y el padre del
mismo sexo (Flores Galaz y Dfaz Loving, 1994). Al respecto es interesante destacar el
hecho de que muchos de los adolescentes varones que ya han tenido vida sexual son
quienes más comunicación han tenido con su padre, mientras que en las chicas se
presenta el modelo inverso. Este patrón de comportamiento podría explicarse desde el
punto de vista puramente cultural, dado que en México él varón que ha tenido vida
sexual es "más hombre", de ahí que el padre fomente de alguna man~ra esta conducta en
los hijos varones; en tanto que, por otra parte, los preceptos culturales parecieran decir
que la chica que es virgen es más valiosa para el matrimonio (Andrade Palos et al, 1992).
Finalmente, parece ser que en la actualidad el adolescente mexicano continúa obte-
niendo la mayor parte de su información sobre sexualidad y HIV/SIDA a partir de los
amigos, ocasionalmente de la escuela y en gran medida de los medios masivos de co-
municación. De modo que no sorprende que los conocimientos que se propagan entre
los jóvenes se encuentren distorsionados y muchas veces cargados de prejuicios (Pick y
Álvarez, 1996). De lo que no hay duda es de que entre más conocimiento tienen los
adolescentes acerca del SIDA tienen menos mitos acerca del origen de la enfermedad,
así como de sus formas de contagio; estigmatizan mucho menos a los enfermos de
HIV/SIDA, produciéndose una actitud más favorable para proveer apoyo a quienes la
padecen; y, finalmente, se encuentran más dispuestos a la idea de llevar a cabo prácticas
de sexo seguro, así como a efectuar los cambios necesarios en su conducta sexual a fin de
evitar el contagio (Alfaro Martínez et al, 1991; Hernández Robledo et al, 1996).
Algunos estudios, como el realizado por Carpenter y colaboradores (1993), indican
que en relación con los varones, las mujeres adquieren el HIV a una edad más temprana.
Este hecho se explica porque ellas suelen tener relaciones sexuales eón varones de ma- (
yor edad, aunado al hecho de que se involucran más profundamente desde el punto de
vista emocional en la relación -desarrollando fantasías acerca de que la relación durará
para siempre y de que no tendrán ningún problema para consolidarla- desarrollando 1
\.
la plena seguridad de que al entregarse sexualmente consolidan la relación. Por estas
razones, no-utilizan' dé manera habitual métodos para prevenir el embarazo y mucho
menos evitar el HIV. ·
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Lafamilia y el HIVISIDA • 147
Ahora bien, cuando las jóvenes intentan negociar el uso del condón con su compa-
fiero sexual, esta solicitud representa un cuestionamiento al estereotipo cultural del
poder y al goce masculino en las relaciones sexuales. Al mismo tiempo, el hecho de que
la chica tome la decisión de usar condón significa que piensa por anticipado en la rela-
ción sexual y admite el erotismo y el placer de la misma, lo cual la convierte, bajo el
estereotipo cultural, en una mujer "no recomendable por experimentada''y, por tanto,
alguien con quien no es adecuado establecer una relación seria (Aldaz y Pick, 1996).
( La solicitud de utilizar condón también puede provocar en el joven dudas en cuanto a la·
salud de ella, además de recelo acerca de su conducta pasada, sus posibles relaciones
( con múltiples parejas o su probable infidelidad (Pick et al, 1996). De modo que si una
muchacha solicita a su pareja el uso del condón tiene que hacerlo bajo el argumento de
quedesea prevenir un embarazo, lo cual resulta más aceptable y justificado que requerirlo
corno medida 'de prevención del SIDA; de esta manera evita las connotaciones relacio-
nadas con la falta de confianza e infidelidad (Givaudan et al., 1996). Puesto 'que la
mayoría de las adolescentes mexicanas piensa que el goce de la sexualidad sólo debe
vivirse dentro de una relación de pareja estable -situación que idealizan como la
coexistencia "del amor", "el cariño", "el respeto", "el cuidado mutuo" y "la comprensión
incondicional"-, esperan que sus compañeros sexuales sean quienes se encarguen de
"cuidarlas", pues depositan toda su "confianza en ellos" y, por tanto, no toman ninguna
precaución, suponiendo que si el otro no lo hace es porque no resulta necesario.
Estudios recientes indican que gran parte de los adolescentes en México no se
consideran a sí mismos en riesgo de adquirir la infección; por lo general, como parece
constatarlo el trabajo de López Muñoz y colaboradores (1994), continúan suponiendo
que existen grupos de riesgo para adquirir este padecimiento, que se retlejaen afirma-
ciones como "sólo tienen riesgo los que tienen prácticas bisexuales porque tienen relación
con los dos sexos y así se hace la cadenita; o los que tienen relaciones con múltiples
parejas, homosexuales, lesbianas y prostitutas; o los drogadictos por uso de jeringas
infectadas". Así, a casi 20 afias del inicio de la pandemia, persisten las creencias de que
son los "grupos" y no las prácticas las que ponen al sujeto en riesgo de adquirir ia
enfermedad. .
Un hecho que llama la atención es que, de acuerdo al género, los adolescentes
tienen diferentes percepciones en cuanto al riesgo de contagiarse por HIV. Los joven-
citos consideran que existen diversas razones para suponer que las mujeres son más
vulnerables al HIV que los varones, dado que la mujer "no sabe con qué clase de fichita
tiene relaciones sexuales", "no pide el uso del condón" y es "más fácil de convencer para
(
\
tener relaciones sexuales". Es decir, que los muchachos tienden a percibir a las jovenci-
tas con poco control de su cuerpo y de sus relaciones sexuales; también piensan que el
1
varón cuenta con mayores habilidades y estrategias para evitar el HIV, argumentando
' que él puede decidir el momento y la persona con quien desea utilizar el condón, pero
también consideran que por lo general no suelen utilizarlo con su novias o con algunas
amigas "por pena", pues son chicas "decentes" y ello constituiría un insulto; porque
( piensan que es "la última vez" que lo harán sin protegerse, sin percatarse que esta situa-'
ción se repite de manera constante, aumentando su riesgo (Pick y Álvar~z, i9.9.6;.
(
González Sosa, 1996).
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148 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 8)
r----------------,
,. - .... r - - .,
\ AP~ I AP I
.,,.
~-- - - - - - - - - - - - - - - J
Figura 8-2. Organización de las familias de adolescentescon HIV/SIDA adquirido por vía sexual o por
uso de drogas. - =fronteras individualesy externas cerradas; O= alianza (en el área instrumental. \
entre la abuela materna-madre; madre-paciente identificado; madre-hija parental; y, por otra parte,
padre-hijos);f] = ambivalencia (rechazo-sobreprotección); -flt
= conflicto; P padre; M madre; = =
= = =
PI paciente identificado; HP hija parental; H = hijos; AM abuelos maternos; AP = abuelos paternos.
ERRNVPHGLFRVRUJ
Lafamilia y el HÍVJSIDA • 149
;, ..
í
• El adolescente infectado forma una alianza estrecha con su madre, aislándose por
lo general del resto del grupo familiar (Velascode Torres et al, 1997; Schable et al,
. 1995)._
• El cuidador primario -habitualmente la madre-e- se encontrará en riesgo cons-
tante de desarrollar problemas psicológicos, ya que tendrá la necesidad de negociar
con patrones de relación complejos y opuestos estructurados alrededor del "secreto"
. { y el "estigma" que podría ensombrecer el futuro familiar dentro de la comunidad .
Bajo estas circunstancias el aislamiento es necesario para asegurar la persistencia
del secreto, existe además el miedo al contagio de otro miembro de la casa; de ser
descubiertos, aunado a falta de una red de. apoyo que resultaría necesaria para
sobrellevar esta pesada carga. Todo esto se suma al estrés del padecimiento {Irving
et al., 1995). En ciertos casos se informa que los altos niveles de estrés a los cuales
( está sometido el cuidador primario persisten incluso después de la muerte del
adolescente.
• La madre (o bien el cuidador primario) se ve en la necesidad de confiar el secreto a
( su propia progenitora o a una de sus hermanas, a fin de buscar apoyo instrumen-
\
tal, pero en especial apoyo emocional para ella y su hijo. Como consecuencia,
abre las fronteras intergeneracionales con la familia de origen, llegando incluso a
insertarse en ella. Esta situación forma una estrecha alianza de tres generaciones,
misma que se fortalece al compartir el secreto, de manera que los integrantes así
ligados se apoyan de modo mutuo (Foster et al, 1996). Se debe recordar que el
.(
\
secreto de la enfermedad se comunica de manera selectiva y paulatina, y se excluye
a muchos (Vangelistiet al, 1998; Leask et al, 1997). Se comunica que a mayor nivel ·
sociocultural mayor es el secreto y menor el número de personas que lo conocen;
esto se explica como consecuencia de los altos niveles de culpa y vergüenza que la
familia experimenta, así como por la creencia familiar de que existe una obliga-
ción de enfrentar la adversidad solos. Parece ser que abrir el secreto no depende
del tiempo transcurrido después del diagnóstico, sino de la evaluación sobre las
consecuencias sociales y materiales que habrá tanto para el enfermo como para '.~.-~.·',:~.·1_tJ
los demás (Masan et al., 1995). . .c-·: ,,.,,
• La madre también puede verse en la necesidad de confiar el secreto a otro de sus .· _:?:i:,:;t:_,
hijos, lo cual puede convertirlo en hijo parental (Spiegel y Mayers, 1991), apo--\\·:t-~;t
yándose en él para el cuidado del hogar, el esposo y los demás hijos. En ocasiones, ,-t
( dependiendo de la gravedad de la enfermedad del adolescente, la madre dejará la
responsabilidad total en manos de este hijo, por supuesto a costa de su propio de-
sarrollo personal y social, incluso sirviendo de apoyo emocional para la madre y
el hermano enfermo.
• Las alianzas rígidas y cerradas dentro de la familia propician que el resto de la
misma quede excluida y distante. Además, algunos de los hermanos se ven relega-
dos del secreto y, por tanto, no pueden brindar su apoyo emocional (Bor y du
( Plessis, 1997).
• Por su parte, el padre .se torna periférico, limitándose a enfrentar los gastos
{
v
del tratamiento y uniéndose a los demás hijos con quienes desarrolla funciones
parentales. Esto hace que la familia se divida en dos grupos, uno conformado por el
padre y los hijos excluidos del secreto, y otro constituido por la madre, el paciente
ERRNVPHGLFRVRUJ
(
150 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 8)
1
y una hija parental o miembro de la familia.de origen que provee apoyo tanto
al cuidador primario .como al enfermo .. Otro aspecto que enfatiza este patrón
organizacional es el secreto, motivo por el cual no pueden hablar de ello (Brown
y Powell-Cope, 1993). Estos miembros.del subsistema fraterno habitualmente
tendrán problemas para elaborar el proceso de duelo (Siegel y Gorey, 1994).
Muchas veces reclamarán y necesitarán atención para sí mismos dentro de un
ambiente que sólo parece notar al enfermo, despertando celos y envidias mal
entendidas, cuestionando incluso sus sentimientos de pertenencia a la familia
(Bor y du Plessis, 1997).
• La necesidad de guardar el secreto propicia que las fronteras individuales 'se cie-
(
rren y tornen rígÍdas, evitando de este modo la expresión de emociones y senti-
mientos sobre lo que se está viviendo, así como los comentarios inherentes a las
implicaciones y pronóstico del padecimiento (Velasco de Torres et al., 1997;
Sosnowitz y Kovacs, 1992). Los sentimientos hacia el paciente resultan confusos
y ambivalentes: le aman y desean que se recupere, pero le odian por romper las
normas familiares, ponerlos en riesgo de contagio y en peligro de ser éstigmatizados
por la sociedad (Maloney, 1988). En cuanto a esto, la forma de contagio -es decir,
el identificar al adolescente con una conducta "no permitida"- hace que para la
familia resulte más difícil aceptar el padecimiento (González Sosa, 1996; Walker,
1992); en el seno familiar surge la pregunta "¿debemos cumplir la obligación
moral y tradicional de apoyar a uno de nuestros integrantes que está enfermo, o
bien, debemos continuar velando por los valores sociales y rechazarlo?". Desde
este punto surge la ambivalencia familiar en el terreno sentimental.
• Las fronteras externas del grupo familiar también se cierran. Esto a fin de defen-
derse dé la estigmatización y evitar el rechazo social (Velasco de Torres et al., 1997;
Walker, 1992). Spiegel y Mayer (1991) mencionan casos de padres que solicitan
el ingreso de sus hijos adolescentes con HIV/SIDA en asilos y orfanatos para per-
sonas con este padecimiento, dado que viven la enfermedad como un insulto a su
autoestima, una vergüenza y golpe a su estatus dentro de la comunidad. El hecho
de no comunicarel padecimiento a familiares, amigos, vecinos, conocidos, em-
pleadores, etc., crea un límite infranqueable entre ellos y la familia. Así, el p~·oceso
por el cual se da a conocer la enfermedad del joven puede ser selectivo, abriéndose
conforme el estado de salud del individuo imposibilita guardar el secreto y du-
rante una hospitalización (Bor y du Plessis, 1997), lo que constituye una fuente
continua de temor y estrés (Kelly y St. Lawrence, 1989).
• Las fronteras individuales en el subsistema conyugal suelen cerrarse, probable-
(
mente a consecuencia del conflicto que representa tener un hijo contagiado de
HIV por una conducta "no aceptada socialmente". Aparecen los reproches mutuos
en cuanto a quién es el responsable por orillar, no aconsejar de manera adecuada
o no vigilar de modo apropiado al hijo, de manera que prefiriera determinado
estilo de vida. Estos temas sin solución los conducirán al distanciamiento, el
reproche y la crítica mutua (Miller et al., 1994); ambos padres tendrán más ansie- f
.\
dad, miedo y depresión que los progenitores de chicos que sufren de otro tipo de
padecimiento (Wiener et al., 1994).
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(
Lafamilia;yelHIV/SID.4
.
, 15'1.
. ..
/
\. • Corno consecuencia de estos cambios la jerarquía se torna confusa y muchas
veces inoperante ..
Es importante recordar que el adolescente se encontrará profundamente deprimido,
tendrá una visión pesimista del mundo y de sí mismo, a la vez que disminuirán sus
motivaciones y actividades motrices, tendrá baja su autoestima, temor ala muerte.y
miedo a infectar a otros. En muchos casos la ansiedad, las alteraciones orgánicas, así
( como las pérdidas, se unirán para causar una. profunda depresión .. Entre las pérdidas
más importantes se encuentran las de salud, relaciones interpersonales, posibilidad de
( planear un futuro, gozar de una vida sexual libre, tener hijos, realizarse corno persona,
independencia económica e individual, autoestima y autoimagen. .
( . El impacto del HIV/SIDA en la familia también parece estar establecido por fac-
tor~s corn9 la prevalencia de la enfermedad en la comunidad, pues entre más s~an los
casos dentro de la comunidad habrá mayor cantidad de asociaciones de ap~yo y posi-
blemente menor estigma social; lo recalcitrante y rígida que sea la familia para modificar
sus creencias de manera que puedan darle cabida a una nueva narrativa y significado a
la enfermedad; las expectativas que el pacientey la familia tengan sobre. quiénes deben
implicarse y cómo deben hacerlo para proveerles apoyo; la disponibilidad de una red
de apoyo instrumental y emocional; el grado de cohesión familiar; el rol del individuo HIV
dentro de la familia; el momento del ciclo 'vital por el que atraviesa la familia, así como
la etapa de desarrollo individual en que se encuentre el enfermo; creencias y mitos acer-
ca de si el sujeto HIV debe ser cuidado por su familia o no; y la habilidad que tenga la
familia para enfrentarse a los cambios y ajustarse a las pérdidas (Bor y du Plessis, 1997).
Entre los muchos aspectos que resulta importante tratar con estas familias, parece
de primordial interés remarcar que el adolescente con HIV/SIDA no constituye una
fuente de contagio para el.resto de la familia, siempre y cuando se tomen las medidas
necesarias para aislar sus secreciones y no se tenga contacto con su sangre. Al respecto,
se debe informar a los padres que el enfermo no necesita aislarse, de modo que se le
puede abrazar, besar y acariciar, y puede estar en contacto con sus hermanos pequeños.
Por otra parte, no debe suponerse que el adolescente s'e abstendrá, dé tener tina vida
(
sexual activa, por lo que deberán enseñársele l~s prácticas de sexo'protegido, así como
concientizarle en cuanto a la necesidad de su utilización y el riesgo que constituye para
el sujeto enfermo, así como para su pareja sexual, J que éstas no se lleven a cabo.
Es preciso señalar a las muchachas adolescentes con HIV/SIDA el apropiado dese-
(
cho de sus toallas femeninas, ya que al contener sangre y secreciones deben colocarse
en bolsas cerradas dentro de la basura, evitando al máximo su manipulación. Además,
se les debe hacer saber que si llegaran a quedar embarazadas los niños podrían nacer
(
1
con la enfermedad, a fin de que una vez que cuentan con la información adecuada
tomen las medidas que la familia y ellas mismas consideren necesarias.
! Como se recordará, existen adolescentes que cal vez hayan adquirido el HIV/SIDA
\.
por transfusiones sanguíneas o de subproductos, quizá sean pacientes hernofílicos _u
( otros con discrasias sanguíneas similares, o bien, en quienes se recurrió al uso de trans-
fusiones. En este caso, fo: organización faq:ülia~. imperante muestra cierta similitud con
( la del niño que lo adquirió por vía perinatal, esto se debe al hecho de que la familia
sabe que no fueron las conductas estigmatizantes l,akque hicieron vulnerable al mucha-,
( cho a la enfermedad, sino l~s circunstancias fortuitas. · ' ; ,:,: ,.
l ERRNVPHGLFRVRUJ
t'.-
(
152 • Manejo del enfermo crónico y sufamilia. (Capitulo 8)
Se considera que entre 70 y 94% de los hemofílicos se infectó con HIV antes de que
los exámenes para detectar el virus en los hemoderivados fueran obligatorios (Brown y
De Maio, 1992). Suelen provenir de familias que llegan a sufrir pérdidas múltiples pues
en repetidas ocasiones algunos o todos los hijos varones e incluso el padre han resul-
. tado contagiados. Cabe mencionar que desde mediados del decenio de 1980-89 todo
tipo de producto sanguíneo debe ser verificado previamente, de manera que hoy día
resulta poco probable adquirir la enfermedad por esta vía. El mapa familiar de las orga-
nizaciones de estos adolescentes con HIV/SIDA aparece en la figura 8-3. Al respecto es (
muy importante enfatizar en los siguientes aspectos:
• La madre, el adolescente y los otros hermanos infectados forman una alianza
estrecha dentro del sistema (Brown y De Maio, 1992; Schable et al, 1995). Vale la
pena: mencionar que, en ciertos casos, los adolescentes quizá desconozcan su enfer-
medad ya que los padres no saben cuál será el mejor momento para notificárselos.
Esto es cierto en particular para aquellos hemofílicos cuyos padres experimentan
altos niveles de culpabilidad (Tsiantis et al, 1990); por supuesto, esto impide que
el adolescente pueda discutirlo abiertamente con sus padres.
• Ambos padres se encuentran en la necesidad de confiar el secreto a sus propios
progenitores o sus hermanos, motivo por el cual la familia nuclear se inserta en
una o en ambas familias de origen (Leask et al., 1997). Se considera que la enfer-
. . .. (_
Figura 8-3. Organización de las familias con hijos adolescentes con HIV/SIDA adquirido por derivados
sanguíneos. ,..;..· = fronteras individuales y externas cerradas; · · ·· = fronteras difusas entre
subsístemas: O = alianzas (en .el área .instrumental.entre los abuelos maternos-madre; abuelos
paternos-padre:madre-pacientesidentificados); P = padre; M = madre; PI = paciente identificado; HP =
=
hija parental: H hijos; AM =abuelós maternos insertados en la familia nuclear; AP = abuelos paternos
insertados en la familia de origen; T = tíos del paciente identificado.
ERRNVPHGLFRVRUJ
LafamiliayelHIV/SIDA • 153
medad es un secreto muy íntimo, que no debe divulgarse a otros que no sean las
personas más significativas; además, para hacerlo el individuo debe tener la segu~
ridad de que su confidente no sólo es muy cercano, sino que cuenta también con
un gran sentido de confidencialidad y discreción (Vangelisti et al., 1998) ...
r
~ • La finalidad de abrir el secreto a los miembros de la familia extensa. es que los
padres reciban el apoyo instrumental y emotivo por parte de ellos, el cual es nece-
sario para proveer los cuidados necesarios a sus hijos enfermos. Ante esta situación
se conforma una estrecha alianza de tres generaciones, la cual se fortalece dado
(
que son las únicas que comparten el secreto (Foster et al., 1996).
• Esta alianza rígida y cerrada ocasiona que el resto de la familia extensa, así como
(
algunos de los amigos, se mantengan distantes (Bor y du Plessis, 1997; Miller et al,
1994). El secreto se mantiene por el miedo a ser rechazados o no entendidos.
En consecuencia, la familia se aísla y, por ende, sus fronteras externas se cierran
(Brown y De Maio, 1992; Lie y Biswalo, 1996).
• Quizá el padre haya fallecido de HIV/SIDA, o si es hemofílico o padece de otro
tipo de discrasia sanguínea tal vez se encuentre demasiado enfermo como para
hacerse cargo de la familia (Bor y du Plessis, 1997); pero si está sano, por lo general
se vuelca a proveer a la familia de todos los elementos instrumentales necesarios
para que ésta alcance su bienestar (Vélasco de Torres et al., 1997). En estos casos,
la esposa, como cuidadora principal, espera el apoyo emocional de su cónyuge,
quien a su vez desea brindarlo pero en muchos casos no sabe cómo hacerlo; de
manera que la mujer busca este apoyo en otros miembros femeninos de su familia
de origen. Por su parte, el esposo también puede quedarse sin apoyo emocional al
resultarle muy difícil abrirse a los demás.
• En el caso de tener más hijos, uno de ellos puede tomar a su cargo las funciones
instrumentales de sus progenitores, encargándose de los demás hermanos, pero
de manera habitual lo hará alguna de las mujeres de la familia de origen (Spiegel
y Mayers, 1991); por lo común, a los hermanos no se les notifica acerca del pade-
cimiento del enfermo (Bor et al., 1992).
• Las fronteras individuales, tanto como las externas, se cierran y se tornan rígidas
a fin de mantener el secreto. Pero también para evitar la expresión de emociones y
(
sentimientos respecto al padecimiento (Sosnowitz y Kovacs, 1992). Los padres
r y los hermanos no se permiten hablar de lo que experimentan y no desean abrir
\
sus sentimientos ante la probable muerte de sus seres queridos (Brown y Powell-
Cope, 1993; Siegel y Gorey, 1994).
Otro aspecto importante a tratar en cuanto a los adolescentes y el HIV/SIDA, lo cons-
(
\.
tituye la muerte de uno o ambos padres del chico a causa de este padecimiento. El mu-
chacho queda huérfano y muchas veces todavía tiene que guardar el pesado secreto de la
(
causa que originó la muerte de sus padres; muchos de ellos crecen negando la enferme-
'--
dad de sus progenitores como único recurso para enfrentar el estigma del padecimiento
(Halperin, 1993), pues el miedo de que su nueva familia adoptiva les estigmatice o les
rechace les impide hablar de manera abierta acerca de esta etapa de su vida. Además de
i
. \. enfrentar la muerte de seres tan queridos y háber sufrido su pérdida de manera antici-
pada, los jóvenes pueden presentar conflictos en lo relacionado con el apego, estilo de
-( vida (Brown y Powell-Cope, 1993) y ajuste social (Siegel y Gorey, 1994):
' ¡.
·.. '· .,
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154 • Manejo del enfermo crónico y sufamilia (Capitulo 8)
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Lafamilia y el HW/SIDA • · 155
Dado que las conductas de los adolescentes seronegativos no parecen resultar signi-
ficativamente diferentes de las de los seropositivos, podría concluirse que es necesario
el asesoramiento y el análisis del HIV de manera rutinaria y confidencial para los ado-
lescentes que mantienen relaciones sexuales sin protección. Los programas preventivos
deben considerar los antecedentes respecro al abuso sexual, carencia de hogar y otros
factores sociales y psicológicos, a fin de diseñar estrategias de asistencia completa res-
pecto a las múltiples conductas problemáticas y situaciones de los adolescentes. Además,
( es importante recordar que, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la
mitad de los 14 millones de personas infectadas con HIV de todo el mundo, lo adquirió
(
entre los 15 y 24 años (Hein et al, 1995), aunque muchos ya son adultos.
SIDA EN EL ADULTO
Ante el SIDA, el duelo no se origina al momento del fallecimiento, sino que se inicia
con la noticia de que un ser querido, o la propia persona, está infectado y que en un
futuro próximo tendrá que enfrentar a la muerte. Así, parece importante considerar la
respuesta emocional del paciente ante el hecho de saberse HIV positivo o con un cua-
dro de SIDA.
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156 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 8)
un resultado positivo, de modo que si esta situación llega a presentarse, la noticia resul-
tará devastadora, llegando a presentar conductas suicidas o estados muy depresivos
que no les permitirán reaccionar de manera adecuada. Por otra parte, aquellos que
reciben un resultado negativo, al liberarse de la ansiedad, quizá regresen a prácticas de
alto riesgo, pues tendrían pensamientos tales como "si ya lo hice y no resulté infectado,
puedo hacerlo de nuevo y seguramente nada pasará". De este modo, en ambas circuns-
tancias, .cuando se considere que el individuo no se encuentra aún preparado para
enfrentar de modo adecuado los resultados del estudio, independientemente de cuáles
sean éstos, se ha propuesto que la prueba de HIV se posponga para otra ocasión, cuan- ·
do el individuo haya acudido a un terapeuta con fines de disminuir su ansiedad y
miedo de manera que pueda responder mejor al resultado de la prueba. A esto se le
conoce como consulta previa a la prueba. El hecho de que muchos países favorezcan
las campañas de divulgación e información sobre el SIDA ha incrementado la cantidad
de personas de muy bajo riesgo que se practican este examen (Kelly y Se. Lawrence,
1989), especialmente dentro del grupo de adolescentes (Spiegel y Mayers, 1991).
En los grupos anteriormente considerados como "de alto riesgo" existen personas
qué no se practican el examen de detección HIV: Me Kusick (1986) encontró que entre
las razones que aducen con más frecuencia para no realizarlo están: pensar que los
resultados del examen no son concluyentes o que carecen de significado (32.5%); con-
siderar que pueden existir fugas en la confidencialidad de los resultados, exponiendo a
los individuos que se lo han practicado a la estigmatización, ostracismo, pérdida del
trabajo, de su seguro médico o de sus relaciones sociales y de pareja (20.9%); y la impo-
sibilidad de sobrellevar el alto nivel de estrés y ansiedad que les puede producir un
resultado positivo (17%). Ante este hecho resulta importante conocer las consecuencias
emocionales en el individuo luego de saberse seropositivo, pues debe recordarse que en
el momento de informar a una persona que tiene una enfermedad crónica y terminal,
desde el punto de vista psicológico atraviesa por varias etapas, las cuales van desde la
negación hasta llegar ~por un camino más o menos difícil- a la aceptación. Me Ku-
sick (1986) y Kelly y St. Lawrence (1989) comunican que las reacciones psicológicas
más frecuentes de una persona al conocer su seropositividad comprenden ansiedad,
miedo, ira, depresión, somatización y negación. Éstas se analizarán a continuación:
Ansiedad. Como es predecible, la ansiedad es una de las reacciones más habituales
que experimentan las personas al saberse seropositivas. Joseph y colaboradores (1984)
comunican que entre 50 y 75% de los individuos se muestran muy ansiosos, presentan
insomnio y problemas de concentración al ser notificados de su diagnóstico (Bor y
du Plessis, 1997).
Miedo. Entre los temores más usuales luego del diagnóstico está el miedo a las
diversas enfermedades oportunistas; a desarrollar SIDA, si sólo se es portador del HIV;
anticipatorio al posible dolor que se podrá sufrir tanto por los síntomas como por los
tratamientos o las formas de invalidez (física, mental o social); a una posible deforma-
ción física (sarcoma de Kaposi, pérdida progresiva de peso, etc.): a ser abandonado,
rechazado, estigmatizado, o ambos, por su familia, amigos y red social; a perder el valor
y no poder enfrentar la enfermedad; al qué dirán; a volverse dependiente; y, finalmente,
.aun cuando ésta es tan solo una breve lista, a enfrentar la muerte.
'
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Lafamilia y el HIV/SII)A • }57
(
Ira y enojo. Con frecuencia el paciente seropositivo se percibe como víctima del
(
destino. En estas circunstancias surge la pregunta "¿por qué a mí?". Si a esto se añade
el rechazo ele quienes lo rodean, la posible discriminación social (Schulman, 1991}, la
( estigmatización (Le Paire et al., 1990), y saber que hasta el momento el SIDA no tiene
cura, entonces se podrá entender porqué el paciente enfermo reacciona con una intensa
ira; por supuesto, este sentimiento sólo le dificultará comprender y asimilar la situación
por la cual está pasando. A sus familiares y amigos se les debe aclarar que esta etapa de
( ira y enojo es normal ante la crisis, pero que se solventará poco a poco. Al mismo
tiempo, también debe aclararse que el enojo se presentará de nuevo en el futuro, cuando
( el paciente se sienta incapaz de efectuar lo que antes hacía y al sentir que ahora depende
de otros. Es por eso que los miembros cercanos de la familia, contra quienes por lo
general se dirige la ira, tendrán que entender que el enojo del enfermo no es algo
personal, sino una respuesta reactiva ante la sensación de pérdida de autonomía. Con
frecuencia la familia no comprende la ira que el enfermo desata contra ella, de manera
que también responde con enojo, iniciando así una espiral de violencia que sólo deriva
en sentimientos de culpa y dolor para todos. Por tanto, resulta de primordial impor-
tancia que el terapeuta alerte a la familia acerca de esta situación, a fin de que exista
comprensión del fenómeno y se le permita al paciente descargar este enojo, con fo cual
se acelerará el proceso de aceptación.
Kelly y St, Lawrence (1989) también enfatizan que el paciente puede mostrar
enojo contra las personas que pudieron contagiarlo; ira contra sí mismo por no haber
cambiado sus actividades o estilo de vida a tiempo, o por no haber evitado sus conduc-
tas de riesgo. Finalmente, la ira puede suscitar intentos o ideaciones de suicidio, aumento
exagerado en los patrones de alcoholismo o drogadicción, y -menos frecuente-
mente- enrolarse en actividades sexuales desenfrenadas sin tomar medidas de pre-
caución (King, 1990; Gala et al., 1993).
Por otra parte, las (erróneamente) llamadas "víctimas inocentes", es decir; niños,
hemofílicos e individuos transfundidos, pueden llegar a manifestar ira o enojo contra
( las "víctimas censurables", homosexuales, bisexuales, adictos a las drogas intravenosas
o prostitutas, por ser ellos los causantes indirectos de su enfermedad, de acuerdo con la
i
¡{ narrativa imperante en la sociedad sobre el origen de ésta (López Mufi.oz, 1991).
Depresión. Los niveles de depresión suelen ser altos entre las personas seropositivas
1 ( (Me Kusick, 1986). Incluso llegan a presentar desequilibrios psiquiátricos (31 %) espe-
cialmente depresión mayor o distimias (Gala et al., 1993). Entre otros síntomas de
1 ( depresión que el paciente puede manifestar se encuentran pérdida de interés, tristeza,
1 desesperanza, aislamiento y letargo, por lo que no es poco común que una persona
l( seropositiva, recién diagnosticada, renuncie a su trabajo y vida social, prepare su testa-
t·.. (
mento y se siente a esperar su muerte. Si esta actitud persiste puede conducirlo a una
\._ muerte anticipada, a menos que haya algún cambio o reacción ante la misma. Por otra
parte, la aparición de pensamientos obsesivos como haber contaminado o transmitido la
; (
enfermedad a alguien, así como sentimientos de culpa por el estilo de vida hasta enton-
ces llevado son bastante comunes luego de.que la persona se entera del diagnóstico.
Es importante mencionar que 101¡ síntomas depresivos resultan difíciles de diferen-
ciar de las consecuencias neurológicas de la infección por HIV. Janssen y colaboradores
(citados por Kelly y St. Lawrence, 1989) encontraron que hasta 50% de los pacientes
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158 · • Manejá del enfermó crónico y sufamilia {Capitulo 8)
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1
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·.··.• .
(
Lafamilia y el HIVISIDA • · 153
(
( • Crisis inicial: Se produce una acusada negación, alternada con periodos de inten-
sa ansiedad, tal negación puede ser tan completa que el paciente adopte una actitud
(
de indiferencia. La negación puede considerarse como una respuesta útil para
mantener cierto grado de control frente a la crisis, pero puede resultar preocu-
(
pante si el enfermo insiste en involucrarse en conductas de riesgo. Por otra parte,
durante esta fase es que el paciente pasa por las etapas de choque, negación, culpa,
(
miedo, ira, tristeza y aceptación de la enfermedad.
( • Etapa de transición. Ésta comienza cuando existen oscilaciones alternativas de
ira, culpa, autorreproche y ansiedad que reemplazan a la negación. En esta fase el
e paciente puede revisar su pasado de manera obsesiva buscando la culpa por la que
mereció tal "castigo"; por su parte, los homosexuales pueden pasar por una fase
e de confusión e incluso de homofobia, tratando de "vengarse" de aquello que los
llevó a padecer la enfermedad. Finalmente, en esta etapa el paciente y su familia se
( enfrentan por primera vez a la estigmarización y al rechazo, lo que por lo general
agrava las reacciones de culpa, ira, autorreproche y produce cambios en la auto-
estima, además de que propicia cuestionamientos acerca de la identidad y los .
valores. El enfermo puede llegar a aislarse de su familia y amigos, incluso llegan a
reaparecer las ideas suicidas. Pero, contrariamente a lo que podría pensarse, este
es el periodo más adecuado para que se busque y tenga efecto algún tipo de inter-
vención psicosocial.
Otros estresantes importantes que se agregan son la pérdida del trabajo y del
soporte económico e incluso de su propio hogar. La ira frente a estas situaciones
tal vez no se manifieste, debido a que el paciente cursa por una fase de negocia-
ción en donde espera que el padecimiento desaparezca o no evolucione a SIDA si
"se comporta bien"; por tanto, la ira se esconde tras otros sentimientos, en espe-
cial el miedo y la depresión. En este momento, el paciente necesita reestructurar
su vida creando nuevos valores, una nueva imagen, reconciliando su nueva iden-
tidad y autoimagen con la anterior, buscando una nueva red de amigos o bien
( depurando la anterior, encontrando aquellos elementos de su familia dispuestos a
aceptarlo y apoyarlo, etc., lo cual se consolidará en la siguiente etapa. . ·
( • Etapa de aceptación. Finalmente, al lograr la aceptación se forma una nueva
identidad. La aceptación consiste en un proceso activo que no implica resigna-
( ción sino, por el contrario, comprende un sinfín de acciones que lo conducen a
enfrentar el cambio de identidad que se produjo. El paciente seropositivo apren~
( de a aceptar las limitaciones que la enfermedad le impone, pero también se da
cuenta que puede manejar su vida; aceptando que debe vivir plenamente cada
(
\ día, examinando todo aquello que le resulta placentero, como lo que le es doloroso.
Surge una persona que aprecia más la "calidad" que la "cantidad" de vida. ·
I
\. Durante esta etapa algunos pacientes se vuelven hacia la espiritualidad y la
religión, no sólo como fuente de consuelo y apoyo, sino como una búsqueda
metafísica del sentido de vivir y de las "pruebas" que ésta les plantea. Entonces,
los seropositivos se sienten menos víctimas de la vida y se tornan menos egocén-
( tricos, encontrando grandes satisfacciones al dedicarse a actividades altruistas y
comunitarias. Adquieren una mayor responsabilidad por su salud y nace en ellos
(
un espíritu de lucha p;ua enfrentar y pelear contra la enfermedad que los devasta.
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160 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 8)
con un miembro que padece HIV/SIDA presentan mayores niveles de estrés, menores ·'
índices de confianza y esperanza que las familias con un individuo enfermo por cual-
quier otra enfermedad crónica (Arkins y Madalon, 1991; Miller, 1987b; Ross y Rosser,
1988). De acuerdo con Maj (1990) y Beckerman (1994) existen tres factores estrecha-
mente relacionados con la enfermedad que desafían el rol tradicional de la familia para
ser el apoyo emocional, el proveedor de cuidado, de protección y de apoyo económico
de sus miembros enfermos. (
Primero, las persistentes dudas en la población general acerca de cómo puede ser \_
transmitido el virus (Frierson et al., 1987). Se informa que el miedo al contagio puede
llegar a ser tan enorme que ciertos miembros de la familia quizá se nieguen a dar la
mano o a besar en la mejilla al enfermo (Lovejoy, 1990). La estigmatización y el miedo
a los homosexuales por parte de sus familias han llegado a límites inusitados (Surnmer-
field, 1989). Muchos familiares rehúsan hablar con el enfermo, regresan su correspon-
dencia e inclusive no aceptan sus cenizas luego de ser incinerados (Shoen, 1986).
ERRNVPHGLFRVRUJ
Lafamilia y el HIVISIDA • 161
•(
Para la familia de elección del paciente homosexual con HIV/SIDA, es decir, su
,( pareja y sus amigos homosexuales y heterosexuales, la revelación del diagnóstico va
seguida de una concientización personal de su propia vulnerabilidad al SIDA: "¿qué
( . pasará conmigo?", "¿cuándo seré yo?". Mientras que para aquellas personas unidas a él
por nexos consanguíneos, de matrimonio o adopción, el conocimiento de la noticia
( puede acompañarse del descubrimiento de la homosexualidad, bisexualidad, droga-
dicción intravenosa o promiscuidad del paciente, es decir, de su estilo de vida alternativo.
Muchas veces esta revelación puede resultar en amargas autoacusaciones: "mi hijo nunca
se hubiera infectado de SIDA si yo hubiera actuado antes", "¿en qué fallamos?", "uste-
( des (dirigiéndose a la pareja y amigos del paciente) son los culpables de que mi hijo
tenga esto", "¡por tu culpa (dirigiéndose al compañero sentimental) es que nuestro
(
hijo es así y ve ahora cómo está!", "mira lo que tu madre y yo tenemos que pasar por tu
culpa", "nuevamente nos estás haciendo sufrir, ¿no te bastó con lo que ya nos has
hecho?" (Lovejoy, 1990).
El segundo factor que dificulta el rol de apoyo tradicional de la familia lo constitu-
yen sus prejuicios en contra del estilo de vida del paciente (Frierson et al., 1987); por
este motivo se considera que la "familia de elección" constituye una mayor fuente de
apoyo para el paciente que su familia de origen (Nord, 1996). Así, su pareja y amigos
resultan ser quienes resultan tener la capacidad de llevar a cabo todas las funciones ql_le
su familia les podría brindar, pero sin criticar su estilo de vida; lo aceptan tal cual es y
no le critican, ni tratan de cambiarlo o censurarlo. De manera que, tanto para homo-
sexuales como para lesbianas y usuarios de drogas intravenosas, éstas son las personas
con quienes pueden contar tanto en el ámbito emocional como en el material (Hays
et al, 1990; Bor et al., 1993a). Nord (1996) propone que aun cuando la familia de
elección parece ser una gran fuente de apoyo, también ofrece dos problemas: aumenta
la posibilidad de conflictos entre ellos y la familia de origen, especialmente en aspectos
como quién tiene el derecho de cuidar y tomar las decisiones sobre los tratamientos
una vez que el paciente no pueda hacerlo y, además, expone al paciente enfermo a un
mayor número de duelos por amigos y compañeros que también padezcan y lleguen
( a morir por HIV (Oram et al., 1998).
El tercer factor que contribuye a que la familia no participe de manera tradicional
( es la trayectoria inexorable de la enfermedad que, con su curso continuo y profundo de
deterioro físico y mental, ocasiona desmoralización y desesperación en ella.
Las pérdidas múltiples por el SIDA dentro de la misma familia son frecuentes,
quizá experimenten la muerte de uno o ambos padres (Schable et al., 1995; Velasco de
Torres et al, 1997), o de todos los hijos (Chachkes y Jenings, 1992). Las madres enfer-
i
mas presencian la muerte de sus propios hijos por la misma enfermedad que ellas
\. padecen y les han transmitido. Muchos padres se encuentran en roles opuestos, nece-
sitando apoyo y cuidado de aquellos hijos a quienes ellos mismos deberían cuidar. Una
(
vez más, en estos casos los abuelos se hacen cargo de sus hijos, además de tener que ver
( por sus nietos, muchas veces también enfermos (Foster et al., 1996; Nord, 1996).
Nord (1996) y Oram y colaboradores (1998) consideran que aquellas familias de
( origen o de elección, en las cuales se han suscitado varias muertes por SIDA, respon-
den cada vez menos a las necesidades de los miembros sobrevivientes, pues presentan
(
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162 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 8)
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t(·.
LafamiliayelHMSIDA • 163
'.'(
a • .(
ayuda en el sistema de salud. Tanto el individuo como su red de apoyo pueden aceptar
el diagnóstico, pero no sus consecuencias, como es el hecho de que la enfermedad sea,
' ( crónica o terminal. Miller (l 987a) sugiere que un poco de negación permitirá a la fa-
milia vivir con la enfermedad "día a día", pero que este mecanismo de defensa deberá
( trabajarse, especialmente si la pareja se niega a utilizar sexo seguro o a realizarse la
prueba para HIV .
(
Miller (1987 a) encontró que luego que el paciente se entera de los resultados de su
examen HIV, éste nunca alcanza ni alcanzará niveles de ansiedad tan altos como los
(
que hay en su pareja o en los miembros de su familia. Pero aún más interesante es que
( estos niveles siempre serán mayores en ellos que en el paciente durante el curso de toda
la enfermedad. La ansiedad se suscita con preguntas tales como "¿qué va a pasar ahora?",
"¿cuál será el impacto de la enfermedad sobre mi propia vida?", "¿saldré contagiado?",
"¿habrá alguna posibilidad de tratamiento?", "¿se descubrirá a tiempo?", "¿que pasará
\
' en el futuro?", "¿podré tolerar y ser fuerte cuando se enferme?", "¿podré cuidarlo?",
"¿cómo obtendré dinero para su tratamiento?", "¿tendré fuerzas?", "¿cuáles serán sus
i síntomas?", "¿cuáles serán las enfermedades oportunistas que lo atacarán y cómo se
\
manifestarán?", "¿cuálesserán los efectos secundarios de los tratamientos que necesitará?",
"¿los soportará?", "¿los podré costear?", "¿algún día se acabará esta pesadilla?", "¿cuándo
podré saber que mi enfermo ha luchado lo suficiente y lo podré dejar morir?", etc.
Entre las técnicas empleadas a fin de disminuir la ansiedad en la familia se encuen-
tran el buscar información y ser informado, ejercicio, meditación y otras formas para
liberar estrés. Si los familiares no logran disminuir su ansiedad pueden comenzar a
somatizar, desarrollando migraña, hipertensión o herpes (Lovejoy, 1990), o bien, tal
vez se exacerben enfermedades psiquiátricas subyacentes en ellos (Harowski, 1988).
Algo más que puede ayudar a la pareja y sus familiares consiste en aprender a manejar
y vigilar los síntomas del paciente y separarlos de los mitos y las malas inrerpretaclones
(Miller, 1987a).
f
Segunda fase: transición
\.
Al transcurrir el tiempo, las emociones y preocupaciones de la fase de crisisempiezan
a desaparecer, surgiendo entonces otros sentimientos como ira, desprecio, culpa y miedo,
además de homofobia, preocupación por la sexualidad y las necesidades en el cambio
( de algunos roles.
En esta etapa aparece con mayor claridad el miedo hacia lo incurable, lo imprede-
cible, el contagio, la disposición oficial de una posible cuarentena contra los individuos
con HIV/SIDA o al hecho de que los exámenes para HIV se hagan obligatorios o sus
( resultados del conocimiento público (Schwalbe yStaples, 1992), miedo a que alguien
más se entere o que la familia se divida entre quienes rechacen y quienes acepten al paciente.
Es en este aspecto donde la terapia con grupos de familias tiene un lugar preponderante
al mostrar cómo otras familias con el mismo problema han logrado enfrentarlo.
Los miembros de la familia se encuentran enojados consigo mismos, así como con
el paciente por su estilo de vida y por no habertornado las precauciones necesarias para
( rio contagiarse; se encuentran airados.contra la enfermedad por hacerles perder el·
control de sus vidas y porque los someterá a estigrnatización y rechazo; además contra
el sistema de salud por no haber encontrado todavía una cura, etc.
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164 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 8)
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Lafamilia y el HIVISIDA • 165
comunicado por Leask et al. ( 1997); sorprendentemente, en 20% de los casos la madre
no fue notificada, pero sí el padre. Foley y colaboradores (1994) encontraron que en
las familias con un enfermo de HN/SIDA las madres han sido notificadas y apoyan
más que los padres. También las hermanas parecen ser notificadas con mayor frecuen-
( . cia y resultan más comprensivas ante la enfermedad que los hermanos.
Ante un evento nuevo, la búsqueda de información es básica en una familia, cuyo
fin consiste en identificar nuevas alternativas; tomar decisiones más fundamentadas y
resolver problemas. Sales (1997) señala la importancia de formar a los trabajadores de
(
la salud como amplificadores. de información en cuanto a los aspectos de dónde buscar
apoyo financiero; dónde encontrar organizaciones de ayuda para enfermos o familiares con
(
SIDA; cómo hallar grupos de apoyo para pacientes, sus parejas y sus familias; así como
( brindar información en cuanto a las formas de transmisión, sexo seguro, acceso a pro-
tocolos de tratamiento, y dar a conocer al paciente y su familia sus derechos legales.
Durante la fase de transición, los miembros de la familia deben ajustar sus roles
para adaptarse a las demandas de la enfermedad, intercambiando responsabilidad y
prioridades. En muchos casos la familia de origen y la de elección entran en contacto
por primera vez; de este modo pueden iniciarse triangulaciones con el enfermo a través
de exigirle su lealtad hacia cada uno de los grupos; también es posible que ambos
grupos entren en competencia e incluso en una guerra abierta para ver a quién le
corresponde tomar las decisiones en el ámbito médico, financiero, de apoyo emocio-
nal y cuidado del individuo (Lovejoy, 1990). De modo que resulta adecuado informar
a la familia que situaciones como las descritas pueden suceder, que el paciente no tiene
porqué escoger entre la lealtad hacia uno u otro grupo y que ambas familias pueden
compartir las tareas, lo cual resultaría benéfico para todos evitando el agotamiento, la
sobrecarga y dejándoles más tiempo para ellos mismos.
Tercera fase: aceptación
Durante la fase de aceptación, tanto el paciente como su familia aprenden a aceptar y
a vivir con las limitaciones qué la enfermedad les impone, así como a anticipar que el
futuro que soñaban diferirá de manera notable del que tendrán en realidad. Los miem-
bros de la familia pueden aprender, durante esta fase, cómo cuidar del enfermo, prevenir
la transmisión y cuidar de sí mismos; por otra parte, el enfermo podrá· ordenar sus
cosas, cambiar su estilo de vida por uno más sano y aprender a cuidar de sí mismo. Este
periodo está marcado por la esperanza, las crisis médicas y la preocupación por. los
pequeños y continuos cambios (Lovejoy, 1990).
De acuerdo con los teóricos, la esperanza se define como un conjunto complejo de
sentimientos y creencias de que existe o existirá una solución para los problemas y
necesidades que el paciente manifiesta. La persona que tiene esperanza se caracteriza
por su· optimismo, una sensación de bienestar, energía encausada hacia sus metas y
cierto grado de negación selectiva de la enfermedad, buscando implicarse en activi-
dades filantrópicas, de servicio a los demás, o bien, de búsqueda de un significado a la
vida a través de la metafísica o la religión (Lovejoy, 1990).
Este sentido de esperanza "realista" (Nuland, 1995) es bueno para la familia, pues
le permite elaborar una nueva visión de la enfermedad y luchar con "el día a día': d~lá
misma. Por otra parte, la falta de esperanza en la familia se manifiesta a través de:
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J 66 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 8)
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Lafamilia y el HIV/SIDA • 167
(
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168 • Manejo del enfenno crónico y su familia (Capitulo 8)
_i
Figura 8-4. Organización de las familias con un hijo adulto joven con HIV/SIDA. - = fronteras
individuales y externas cerradas; .... = fronteras difusas entre subsistemas; e:::> = alianza (en el
área instrumentál entre la madre-paciente identificado; hermana-paciente identificado; paciente
identificado-amigos [familia de elección]; - y, por otra parte, entre el padre y los otros hijos); ~~ =
conflicto; P =:= padre; M = madre; PI := paciente identificado; H = hijos; A= amigos (familia de elección).
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Lafamilia y el HIV/SIDA • 169
psicológicos, pues tendrá que negociar entre patrones de relación y premisas socio-
culturales complejos y, muchas veces, opuestos. Esta negociación la desarrollará
( dentro de-la propia red de similares, como entre ésta y la familia del individuo, o entre
el enfermo, su familia de origen, su familia de elección y las instituciones que le
.( brinden apoyo y cuidado. Muchas veces se enfrentará con problemas creados por
la disyuntiva del secreto, el estigma dentro de la comunidad, el deseo de asegurar la
persistencia del secreto, el miedo al contagio y a que ambos sean descubiertos
(lrving et al., 1995). . .
(
b) Después de lograr una red de apoyo con su familia de elección, el adulto joven quizá
comunique su secreto a uno de sus padres; 80% de los casos probablemente lo hará
de modo inicial con la madre, con quien formará una alianza estrecha, el resto comu-
nicará la noticia al padre, estableciendo con él dicho vínculo (Hoppe, 1998; Hoppe,
1997; Leask et al., 1997). Compartir el secreto con sólo uno de los dos padres aislará
a éste del grupo familiar; con el tiempo y cuando se presente el deterioro físico, el padre
elegido se convertirá en el cuidador primario aunque, como ya se mencionó, es más
frecuente que lo sea uno de los miembros de la familia de elección.
e) Dado que el secreto de la enfermedad se comunica de manera selectiva y paulatina a
los miembros de la familia y otros quedan excluidos (Vangelisti et al., 1998), también
el adulto joven puede recurrir a un hermano (Leask et al., 1997) y, en consecuencia,
se forma una alianza entre el enfermo y aquellos hermanos que resultaron empáticos.
Nuevamente, en esta situación suele preferirse a las hermanas que a los hermanos
(Foley et al.,1994); por otra parte, se informa que entre más elevado sea el nivel
sociocultural, mayor es el secreto y menor el número de personas a quienes se le
comunica. Esto podría explicarse por los altos niveles de culpa y vergüenza que se
experimentan, así como por la creencia inculcada dentro del ámbito familiar de que
el individuo tiene la obligación de enfrentar la adversidad por sí mismo (Bor y du
Plessis, 1997).
d) El resto de los individuos que por alguna razón no comparten el secreto o no son
empáticos con la situación quedan excluidos y se vuelven distantes a ios integrantes
de la alianza (Bor y du Plessis, 1997). Una de las razones más importantes por las
cuales el individuo que sufre de HIV/SIDA se abstiene de comentar sobre su enfer-
medad eón parte de la familia, quizá sea que los miembros de la familia que desa-
prueban su estilo de vida son los más fuertes económica o socialmente (Lie y Biswalo,
1996). Esto hace que la familia se divida en dos grupos: por una parte el padre y los
hijos excluidos del secreto y, por otra, el paciente, el otro padre y uno o varios
miembros de la familia de origen. Dado que ambos grupos constituyen alianzas
rígidas y cerradas, es frecuente que al enfermo se le perciba como el responsable de
la polarización de la familia; por supuesto, esto se acumula a sus ya múltiples cargas
¡' de estrés y angustia.
' e) Las fronteras individuales entre los padres tienden a cerrarse como consecuencia del
l. conflicto que representa que el hijo haya tenido un tipo de vida "no aceptada social-
mente". Aparecen los reproches mutuos en cuanto a quién es el responsable de no
aconsejar a tiempo, no vigilar apropiadamente o no preocuparse por el hijo ahora
enfermo. Estos temas sin solución suelen conducir a la pareja conyugal al distan-,
· .. (
ciamiento, autorreproche y criticismo mutuo (Miller et al., 1994). Dificultades como
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170 • Manejo del enfermo crónico y su fomili'f (Capitulo 8)
En su mayoría, las parejas actúan como los cuidadores primarios, de manera que
se ven sobrecargados de trabajo pues deben manejar la casa, cuidar a la pareja enferma,
buscar asesoría legal, tornar decisiones junto al equipo médico sobre los tratamientos,
( fur.gir como el enlace entre éste y el mundo exterior y, además, se encuentran con un
trabajo seglar al cual deben acudir y desempeñar adecuadamente para no ser despe-
didos, aun cuando su capacidad para concentrarse y ejecutarlo esté disminuida por las
múltiples preocupaciones. A pesar de que se informa que hasta 57% de estos indivi-
( duos presenta altos niveles de estrés, hay quienes soportan de manera adecuada todas
estas presiones, pero enfrentan un colapso después de la muerte del cónyuge (Church,
( et al., 1988).
Geis y colaboradores (1986) comunican que las parejas de pacientes HIV/SIDA
disminuyen la frecuencia de sus relaciones sexuales íntimas, con un aumento en la
y
masturbación mutua las fantasías sexuales. Una preocupación de los compañeros
sentimentales es si alguien los encontrará atractivos después de haber formado pareja
de una persona con HIV/SIDA, mientras que los pacientes se preocupan por la posible
impotencia secundaria al padecimiento, el miedo a infectar a su cónyuge o a otros y,
finalmente, a no parecerle atractivo a su pareja y que ésta lo reemplace por otra persona.
La pareja tiene que ser educada en las técnicas de sexo seguro, así corno orientada
en cuanto al manejo del enfermo. Al mismo tiempo se necesita resaltar el hecho de que
cualquiera de los dos puede y debe rechazar cualquier comportamiento o actitud
sexual que le parezca de alto riesgo. Lo anterior puede abordarse en terapias de grupo,
en las que se buscará que ambos integrantes sean capaces de discutir y hablar acerca de
sus problemas sexuales; al mismo tiempo se les presentará el sexo seguro de una forma
erótica a través de vídeos y diapositivas explícitas pero sensuales (D'Eramo et al, 1988).
Por su parte, Cleja y colaboradores (1992) sugieren que se formen grupos de apoyo y
de terapia para los miembros seronegativos de la pareja. El objetivo de estas sesiones
sería que puedan conocerse, trabajar en su apoyo mutuo, así como que tengan a quién
comunicarle sus problemas y cuenten con un ambiente agradable dónde discutirlos y
resolverlos. .
Mientras que las pautas de conducta sexual dentro de las comunidades homosexua-
\.' les y en la subcultura relacionada con las drogas se ha modificado, tornándose más res-
ponsables y conscientes del contagio, las prácticas sexuales entre los heterosexuales han
. 1
\ resultado más difíciles de cambiar. Especialmente porque existe un grupo de varones
que mantienen relaciones esporádicas con otros individuos de su mismo sexo, pero que
no se consideran a sí mismos corno homosexuales o bisexuales y que, por tanto, no
toman precauciones (Worth y Rodríguez, 1987; Schneider, 1992). Asimismo, las es-
(
posas de estos varones por lo general no se encuentran enteradas de las aventuras homo-
sexuales o heterosexuales de sus maridos, o bien, incluso cuando llegan a saberlo, se
encuentran con el gran conflicto de que carecen de la capacidad para discutirlas y hasta
pueden llegar a aceptarlas (Worth y Rodríguez, 1987), de manera que continúan te-
niendo relaciones sexuales con ellos sin ninguna medida de protección. A la mujer
suele costarle mucho trabajo discutir cuestiones de sexo seguro con el varón; esto resulta
todavía más complicado si se trata del esposo, dados los preceptos culturales imperantes.
De modo que si una mujer sugiere el uso del condón, además de dejar de ser virtuosa
y contravenir las ideas de tipo religioso, se le considera demasiado experimentadao
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172 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 8)
(
bien se crea la fantasía de que le es infiel al marido, o que duda de la fidelidad del mis-
mo, lo cual complica que se implemente dehecho el uso del preservativo, único recurso
con que cuentan las mujeres para defenderse del contagio de esta enfermedad así como
de otras enfermedades venéreas.
En las parejas donde alguno de los miembros resulta positivo al HIV y el otro no,
el impacto de la noticia suele recaer en ambos. El componente seronegativo de la díada
se ve inmerso en el miedo al contagio, la estigmatización y la preocupación de conver-
tirse en el cuidador primario y principal apoyo de la familia, al mismo tiempo que se
cuestiona cómo resultó contagiado su cónyuge, ante lo cual se siente traicionado y
suele reaccionarcon ira. Por su parte, el individuo seropositivo, también en choque,
se encuentra inmerso en un sinnúmero de sentimientos, pérdidas y miedos, mismos
que ya se han considerado. .
Un dato interesante en este tipo de parejas es que, además del cónyuge, en ocasio-
nes un grupo de familiares del individuo seropositivo es notificado del diagnóstico. En
particular aquellos miembros del sexo femenino, con lo cual el componente seronegativo
de la pareja puede llegar a construir una red de apoyo para proporcionar un adecuado
cuidado al enfermo sin llegar a sufrir del síndrome de "burnout", el cual consiste en el
agotamiento físico y psicológico del cuidador, imposibilitándolo a brindar el apoyo
necesario para el paciente (Ekberg y Foxall, 1986). Los estudios muestran que por
lo común a las hermanas se les notificaba con mayor frecuencia que a los hermanos; lo
mismo sucede con las madres y los padres (Foley et al., 1994; Leask et al., 1997; Hoppe,
1998). En cambio, muy pocas veces se le notifica a la familia del sujeto seronegativo y,
si llega a hacerse, los integrantes que comparten el secreto son muy escogidos y escasos
(Foley et al., 1994).
A mayor nivel académico del individuo seropositivo, se observa un menor número
de sujetos dentro y fuera de su familia enterados del diagnóstico (Foley et al., 1994).
A continuación se exponen algunas diferencias específicas para los distintos tipos de
parejas cuyos integrantes son serodiscordantes en cuanto al HIV. .
a) En las parejas sin hijos donde el varón es seropositivo y la mujer seronegativa
(figura 8-5), éstos forman una alianza rígida, cerrada y ambivalente (Bar y du Plessis,
1997). Se considera ambivalente desde el punto de vista de que la mujer sentirá un
gran amor, cariño y necesidad de brindar apoyo a su cónyuge; al mismo tiempo que lo
odiará por colocarla en riesgo de contagiarse, por su engaño o traición, por destruir sus
sueños de la pareja y la familia perfecta. Si la relación de pareja logra consolidarse luego
del periodo de choque (Leask et al., 1997), los límites individuales se cierran para
impedir que el otro se percate del sufrimiento y el dolor emocional que implica la
despedida a medida que la enfermedad avanza. Entonces, la esposa puede llegar a
desarrollar cierto alejamiento emocional y sólo convertirse en una eficiente cuidadora
primaria instrumental.
Independientemente de la duración de la enfermedad, la mujer adquirirá una po-
sición jerárquica superior a la de su marido; esto se debe a los sentimientos de culpa, así
como al agradecimiento que el varón siente por su esposa por no haberlo abando-
nado. Además, la mujer como cuidador primario tiene la necesidad de asumir una
posición firme y fuerte tanto en lo económico como en la toma de decisiones a me-
dida que su pareja se torna más dependiente y menos autónoma (Foley et al., 1994).
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. (
.r p M p
(
'
Figura 8-5. Organización de la pareja donde el hombre es seropositivo para HIV/SIDA.- = fronteras
=
individuales externas cerradas; ···· fronteras difusas entre subsistemas; O = alianzas (en el área
instrumentál entre la pareja-paciente identificado; paciente identificado-amigos [familia de elección]);
fJ = =
ambivalencia (amor-odio); pareja con mayor jerarquía que el paciente identificado; M madre;
P ·= padre; PI = paciente identificado; Ho = hermanos de la pareja; A = amigos (familia de elección).
De manera habitual algún miembro de la familia de origen del marido será notifi-
cado de la enfermedad cuando el individuo ya no sea asintomático, lo que dificulta
( ocultar el secreto y obliga a que el cuidador primario tenga que dedicar mucho más
tiempo para velar por el enfermo (Foley et al, 1994). Los límites externos de la familia
permanecen cerrados con la finalidad de conservar el secreto y proteger a todos sus
miembros de la estigmatización y el rechazo social.
( Si la pareja rompe, el varón seropositivo se incorporará a su familia de origen, pero
si siente que es rechazado recurrirá a su familia de elección buscando un resguardo. En
cualquiera de los dos casos, el sujeto seropositivo tendrá una actitud de agradecimiento
y de cierta sumisión hacia el grupo que finalmente lo acepte.
b) Las parejas sin hijos donde la mujer es seropositiva y el varón seronegativo son
( menos frecuentes (Foley et al, 1994); al respecto es muy importante tomar en cuenta
varios aspectos que se mencionan a continuación (figura 8-6).
( Si la pareja continúa unida, se presenta un sentimiento ambivalente en el cónyuge
sano, pues seguirá sintiendo un gran amor y cariño por su esposa, pero al mismo tiem-
{. po le odiará por haberlo colocado en riesgo de contagiarse, por no saber cómo resultó
contagiada y por destruir sus sueños. Puede sentirse enfadado por el fantasma de viejos
J amores, infidelidades o posibles adicciones de su esposa. Si la enfermedad se adquirió
mediante transfusión, el esposo la comprenderá, pero se sentirá muy solo, frustrado' e
!i\;. ERRNVPHGLFRVRUJ
174 • Manejodel enfenno crónico y sufamilia (Capitulo 8)
Pareja •••••
Figura 8-6. Organización de las parejas donde la mujer es seropositiva para HIV/SIDA. - = fronteras
individuales y externas cerradas; O = alianzas (en el área instrumental entre la paciente identlñcada-
amigos [familia de elección]; paciente identificada-hermanas; paciente identificada-familia de
origen); -+ =
= pareja abandona al cónyuge; PI = paciente identificado; M madre; P = padre; Ho =
hermanos del PI; A = amigos (familia de elección).
impotente. Es evidente que puede llegar a sentirse culpable por no haberla protegido,
culpa que, como todas, resulta ser irracional; por su parte, la esposa también tendrá
que renunciar a la posibilidad de llegar a tener un hijo (Goldman et al., 1992).
Es común que algún miembro de la familia de origen de la esposa sea notificado
de la enfermedad, posiblemente en respuesta a la necesidad de que contribuya al cui-
dado de la paciente. De acuerdo con los estudios de Fo ley y colaboradores (1994), la
madre es la persona a quien con más frecuencia se le notifica. El hecho de que la mujer
pueda comunicar su diagn6stico a un mayor número de personas que el var6n, es con-
secuencia de que las mujeres usualmente cuentan con una red de apoyo mucho más
amplia a la cual recurrir en caso de necesidad de apoyo o ayuda.
Los límites externos de la familia continúan cerrados con la finalidad de guardar
el secreto y proteger a todos sus miembros de la estigmatización y el rechazo social. El
marido pocas veces notifica el diagn6stico de su esposa a su propia familia de origen
(Foley et al., 1994), lo cual ocasiona que se sienta aislado y solo, pues no cuenta con un
grupo de personas en el cual apoyarse para descargar su angustia, frustraci6n y demás
sentimientos .. '·.
Por otra parte, si la pareja rompe, la mujer seropositiva se incorporará a su familia
de origen si es que la percibe empática con su situación. De no ser así, recurrirá a su
familia de elección buscando -un resguardo (Bor y du Plessis, 1997). En cualquiera de
ERRNVPHGLFRVRUJ
.t
1
LafamiliayelHIV!SIDA • 175
los dos casos, la paciente seroposiriva tendrá una actitud de agradecimiento y de cierta
e sumisión hacia el grupo que finalmente no la rechazó y le aceptó.
e) En Ías parejas de homosexuales donde uno de los integrantes es seropositivo,
( aun cuando se sabe que por lo general presentan conflictivas similares a las parejas
heterosexuales, es importante conocer los aspectos particulares que desarrolla esta orga-
nización ante la enfermedad de uno de sus integrantes (figura 8-7).
Si la pareja continúa unida luego de conocer el diagnóstico, forma una alianza
( rígida, cerrada y ambivalente (Bor y du Plessis, 1997). Ambivalente en cuanto al miedo
que el individuo seronegativo tendrá de contagiarse de la enfermedad, ante la respon-
sabilidad adquirida de convertirse en el cuidador primario, al estigma y el aislamiento,
y a enfrentar a la familia de origen de su compañero. Pero al mismo tiempo sentirá la ~...._
necesidad de apoyar y cuidar a su pareja por el cariño y el amor que se tienen; por · ~}
fA.1.1~
supuesto, también se presentarán dudas en cuanto a cómo adquirió su pareja la enfer- . -.,. ... .,
medad (Adam y Sears, 1994; Bor y du Plessis, 1997). ~"'E:·
Con frecuencia, algunos miembros de la familia de elección de la pareja quizá sean ~~~
notificados de la enfermedad antes que la familia de origen, especialmente con la idea
de que ambos puedan contar con una red de apoyo desde el punto de vista instru-
mental, pero sobre todo emocional.
Figura 8-7. Organización de la pareja homosexual donde uno de los integrantes es seroposltivo para
HIV/SIDA. - = fronteras individuales de los miembros de las familias de origen y externas cerradas;
1 --- = fronteras claras entre los miembros de [a pareja; O = alianzas (en el área instrumental entre
(. la pareja~~aciente_id~nti~cad~;paciente id,l'l~tififa2-,a,Míg~s[famil_ia de elección]; pareja-arniqos [familia
de elección]: paciente 1dent1f1cado-hermana);Q = amb1valen_c1a (miedo-apoyo); pareja con mayor
= =· =
jerarquía que el paciente identificádo; Pi ·='·paciehfo identificado; P padre; M madre; Ho herinanos
de la pareja; A = amigos (familia de- elecciónj.i
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176 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 8)
. '.,\{
Villegas Aréchiga (1992) -en su trabajo titulado Estilo de respuesta de nuestras fami-
lias ante el SIDA- dice que en su experiencia con estas familias ha observado que la
mayor dificultad radica en el hecho de conocer la orientación sexual del paciente, más
que la enfermedad en sí misma, particularmente cuando la familia la desconocía o la
consideraba como una perversión. Lo anterior les impide relacionarse y apoyar al pacien-
te, a diferencia de aquellas familias para quienes esto pasa a segundo término o le hacen
frente mediante una negación funcional que les permite acercarse y apoyar al paciente.
En estas familias mexicanas, el proceso por d cual atraviesan al enterarse de la
presencia de la enfermedad en uno de sus familiares empieza por el surgimiento del
miedo a la muerte del paciente, como si el hecho de darles el diagnóstico implicara por
sí mismo la inminencia de la misma. Posteriormente, al explicar y brindar información
acerca del padecimiento, se origina preocupación sobre los medios de contagio y si
éstos se dan por la convivencia con el paciente, presentándose un mayor temor cuando
en la familia existen niños o mujeres embarazadas. El problema radica, al igual que en
otros muchos países, en cómo se informará a los demás miembros de la familia sin
provocar el rechazo por parte de ellos (Uribe et al., 1-994).
Si la pareja rompe, el varón seropositivo se incorporará a su familia de elección
buscando un resguardo. Los estereotipos sociales y los prejuicios creados en torno a la
homosexualidad han desarrollado una imagen de que el homosexual es incompatible
con la familia y, por ende, la reacción familiar al contar con un homosexual en ella
dependerá de aceptar o rechazar estos prejuicios. Cuando dentro de la familia se descu-
bre que un miembro es homosexual, los miembro! .heterosexuales experimentan un
conflicto entre su concepto de lo que es un homosexual y del rol que su pariente
enfermo desempeña dentro de su propia familia. De modo que para aceptar a este
miembro homosexual, aquellos que son heterosexuales deberán rechazar los estereoti-
pos, prejuicios y estigmas sociales, y aún ciertos valores familiares de peso social, para
crearle una nueva identidad dentro de la familia (Strommen, 1990).
Así, el sexis~o y el heterosexismo han hecho que h~inosexuales y lesbianas sean
vistos únicamente como individuos, pero no como miembros de una familia, lo que
retleja el pensamiento altamente difundido (desde un punto de vista social) de que horno-
se~uálidad y familia son gonceptós mutuamente excluyentes. Este principio prevalece
dado que "las familias de un solo sexo", más que cualquier otra cosa, desafían las bases
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LafamiliayelHIV/Sfl)A ·• :z7y··
Figura 8-8. Organización de la pareja seropositiva con hijos. - = fronteras individuales cerradas
con los miembros de la familia de origen; --- = fronteras individuales claras entre los miembros de la
( pareja; - = =
fronteras externas cerradas con el mundo exterior; .... fronteras difusas con la familia
. í
de origen materna; O = alianzas (en el área instrumental entre la paciente contagiada-abuela mél-
terna; abuela materna-nietos; tanto en el área instrumental como afectiva entre los miembros de la
\
pareja, donde la madre tiene mayor jerarquía que el padre); g = ambivalencia (compasión-rechazo):
(·
= =
AP abuelos paternos; .AM abuelos maternos: H ;: hijos.
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178 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 8)
Estas parejas suelen continuar unidas, formando una alianza rígida, cerrada, ambi-
valente y. con tintes simbióticos (Bor y du Plessis, 1997). Los límites individuales se
tornan difusos, mientras que las fronteras externas se cierran, pero a medida que la
enfermedad progresa en uno de ellos, el otro se convertirá en el cuidador primario,
desarrollando cierto alejamiento emocional y convirtiéndose en un excelente provee-
dor instrumental. Al mismo tiempo desarrollará sentimientos de miedo, dolor por la
posible pérdida de su pareja y, a la vez, cierta ira, pues el cónyuge enfermo sí está
recibiendo los cuidados que la pareja sabe que llegará a necesitar en un futuro, cuando
quizá no haya alguien para brindárselos.
Suele suceder que algún miembro de la familia de origen de ambos -más común-
mente de la esposa- será notificado de la enfermedad, esto ocurrirá cuando alguno de
los integrantes de la pareja ya no sea' asintomático (Foley et al., 1994); esto ocasionará
que necesite mayor apoyo emocional e instrumental para el cuidado de los hijos.
Los límites externos de la familia continúan cerrados con la finalidad de guardar el
secreto y proteger a todos sus miembros de la estigmatización y el rechazo social.. Incluso,
los padres se mostrarán renuentes a comunicarles a los hijos acerca de su enfermedad,
guardando el secreto hasta que resulte verdaderamente imposible conservarlo. Se
cerrarán a toda ayuda que una organización pueda ofrecerles en beneficio de los chicos
hasta que crean que ya no lo pueden hacer por sí solos (Niebuhr et al., 1994).
Los hijos se tornan periféricos y pasarán a cargo de miembros de la familia de
origen, o bien, se dan en adopción. Cuando una familia desea adoptar a un "huérfano
del HIV/SIDA" es muy importante que se discutan con ella los siguientes aspectos:
el efecto de la adopción sobre la familia como un todo y muy especialmente en los
hijos de la familia adoptiva, si los hay; las razones que han llevado a los padres a consi-
derar la adopción; su capacidad para afrontar aspectos como las fantasías y el miedo a
la transmisión de la enfermedad; y de qué manera piensan enfrentar el hecho de que el
chico conozca la causa de muerte de sus padres biológicos (Cohen et al., 1995).
Muchos niños que crecen con padres que padecen HIV/SIDA llegan a manifestar
problemas en cuanto a sus estilos de vida y a sus patrones de adaptación, cercanía y
pertenencia al grupo familiar (Siegel y Gorey, 1994; Brown y Powell-Cope, 1993).
Luego de la muerte de sus padres, si llegan a ser adoptados por tina nueva familia,
factores como la poca capacidad de adaptación que poseen, el miedo, la dificultad para
tolerar la cercanía y alcanzar la pertenencia, etc., los conducen a desplegar mecanismos
psicológicos de defensa, en particular represión y negación. Al aprender a negar y repri-
mir la enfermedad que llevó a sus padres a la muerte, consecuentemente se desarrollará
un estrés crónico en ellos (Halperin, 1993).
Vale la pena mencionar que de acuerdo con un estudio en población abierta mexi-
cana durante 1994, conducido por Torres Ma1donado y colaboradores, se encontró
que ante el supuesto de saberse contagiados de HIV/SIDA, tanto los adolescéntés como
los adultos expresaban que probablemente sentirían depresión por el hecho de haberse
infectado sin.rnerecerlo, verían su futuro truncado, sentirían miedo al rechazo social,
desesperación y culpa:" , ' ' · . .
La trayectoria irwj¡:órable déia enfermedad, con su curso continuo y profundo de
deterioro físico y mental, ocasiona en la familia desmoralización y desesperación. Esto
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Lafamilia y elHIVISIDA • 179
(
demanda del cuidador primario un esfuerzo sobrehumano, tanto a nivel físico como
emocional, asimismo, tiende a producir en él una sensación de impotencia y deses-
.( peración (Maj, 1990; Johnson et al, 1995); por último, se debe considerar que resulta
disruptivo para la familia que quien sufra una enfermedad terminal sea un miembro
joven y no un anciano, lo cual disminuye su capacidad de adaptación. Esta situación
representa un estresor "fuera de etapa", "fuera de lugar", que lleva a la familia de una fase
centrífuga-en la cual se encuentra por lo común- a una fase centrípeta (Maj, 1990).
No puede perderse de vista el hecho de que el SIDA, además de manifestarse como
una enfermedad, es una construcción social (Crystal y Jackson, 1992). Esto es así dado
que el HIV/SIDA pone en juego un conjunto de imágenes sobre el cuerpo, la sexuali-
dad, el deseo, grupos minoritarios, etc., que el individuo evoca de manera in~ediata ai
hablar o recordar este padecimiento. En este sentido' el SIDA es, para algunos, la enfer-
medad de los excesos y de la transgresión a las normas que regulan la vida sexual en la
sociedad; es la mala conciencia que aparece después de una noche de parranda o, más
bien, a la mañana de dos décadas en que se intentaron ampliar los límites de libertad
individual y acrecentar las posibilidades de cierto ludismo social (Aguilar et al, 1988).
En México, las respuestas hacia el individuo que padece de HIV/SIDA abarcan un am-
plio rango que va desde las posiciones de lástima o de comprensión, hasta las de condena
social. Esta última actitud se debe 'a que generalmente se les considera descuidados,
depravados e infectados, por lo que quienes piensan así recomiendan su aislamiento y
condena pues consideran a esta enfermedad como un producto de la libertad sexual
y una lección para la humanidad por su depravación (Juárez González, 1988).
El problema radica en que el proceso de estigmatización obstruye la cooperación
social que resulta necesaria para controlar el crecimiento de la pandemia (Fuentes Arias,
1995). Esto se debe a que al identificar a las personas infectadas como "ellos" y tratarlas
de manera punitiva, los individuos que consideran no estar en riesgo de contraer el
padecimiento no llevan a cabo las medidas adecuadas para prevenir la difusión de la
enfermedad, permitiendo que ésta se propague. Al no identificarse con los estigmati-
zados -es decir, los antes llamados "grupos de riesgo"-, estos individuos consideran
que no necesitan utilizar alguna de las medidas de protección, lo que finalmente favore-
ce que resulten contagiados. La mitad de la población estudiantil universitaria en México
tiene relaciones sexuales y, de ellos, más de 65% las ha tenido con más de una pareja, lo
cual ubica a esta población en un alto riesgo de contagio para HIV/SIDA, pero al ser
encuestados la mayoría de los estudiantes contestó que no creía encontrarse en riesgo
de contraer HIV (Díaz Loving et al., 1991).
En estudios llevados acabo por Hernández Robledo y colaboradores (1994), 90%
de los sujetos con HIV /SIDA entrevistados declararon haber contraído la enfermedad
· por vía sexual, pero al preguntárseles si antes de contagiarse creían que podrían haber
resultado infectados, 55% contestó que no. De modo que, en México, la población en
general considera que el SIDA es una enfermedad que tiene pocas probabilidades de
i afectarles, pues les parece un fenómeno distante que ha cobrado importancia, pero que,. .;, \\;
\u.J finalmente es una enfermedad de la cual son espectadores del drama que otros viVéJJ\,,·_;/;}'j,Ji¡)[
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(Juárez González, 1988). En este sentido, desde 1987, en México se adoptócarribiai.-;~J:i-\'.{}g.: ....
;( concepto de "grupos de riesgo" por el de "prácticas de riesgo", lo cual tiene dos ~fíiqt6,t.'-D, ...:;;:;;:;:,;1r{:: V: H
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(
positivos; por una parte, previene a quienes practican dichas acciones pensando estar
fuera de peligro por no pertenecer a los grupos identificados y, por otra, retiran el
estigma que pesa sobre los miembros de los grupos hasta entonces llamados de riesgo
para identificar, en cambio, las prácticas concretas que, sin importar quién las realice,
favorecen el contagio de HIV(Bravo, 1988). (
Algunos estudios, como el de Carpenter y colaborad~res (1993), indican que con
relación a los varones, las mujeres adquieren HIV a una edad más temprana, lo cual se
debe a que usualmente tienen relaciones sexuales con varones de mayor edad y expe-
riencia que ellas, y a que por lo general no utilizan métodos de prevención; las mujeres
que viven en pareja y están casadas se perciben a sí mismas en menor riesgo de contraer
HIV. Finalmente, un gran grupo de mujeres confunde el uso de métodos anticoncep-
tivos con las prácticas de prevención de SIDA y considera que al utilizar "cualquier
forma" de anticoncepción para cuidarse del embarazo se están protegiendo al mismo
tiempo de adquirir HIV y otras enfermedades de transmisión sexual. Por ende, si una
mujer le solicita a su pareja el uso del condón lo suele hacer con el argumento de que
desea prevenir un embarazo, lo cual es más aceptable y justificado que solicitarlo como
medida de prevención contra el SIDA dadas las connotaciones relacionadas con la
falta de confianza e infidelidad que van culturalmente implícitas al solicitar el uso de
un preservativo (Givaudan et al., 1996).
ESTRATEGIAS DE APOYO
PARA EL PACIENTE HIV /SIDA Y SU FAMILIA
Inmediatamente después de que una persona se sabe seropositiva (en la etapa de choque)
son muchas las preocupaciones y los problemas que confronta, por lo que en realidad
le resulta imposible fijar su atención en ellos. Entre los cuestionamientos más frecuen-
tes que enfrenta el paciente con HIV/SIDA están "¿por cuánto tiempo he estado
infectado?", "¿cómo será mi agonía?", "¿moriré solo?", etc. Catalán (1995) propone
que el rol de quien ayudará y apoyará psicológicamente al individuo enfermo consiste
en identificar sus problemas, priorizarlos y, conjuntamente con el paciente, tratar de
darles solución. Una de las ventajas de esta forma de enfrentar la situación es que al
fragmentarla en pequeños problemas, el individuo adquiere la sensación de control, así
como la seguridad de que puede hacerse cargo del reto. En consecuencia, siente que
tiene la fortaleza para enfrentar la enfermedad y resolver los diferentes problemas
que este reto le ofrecerá a medida que el tiempo transcurra.
Bor y colaboradores (1993b) consideran que otro de los retos de brindar apoyo
psicológico a los individuos HIV/SIDA, radica precisamente en los múltiples proble- (
mas que la enfermedad ofrece al individuo día a día. Estos investigadores postulan que
la persona que aconseja al paciente debe ser "empático", es decir, manejar la sensibili- (
dad adecuada para discutir con el paciente las implicaciones del diagnóstico, prepararlo
para enfrentar problemas futuros, o bien, plantear cuestiones relacionadas con las ex-
pectativas de vida, la calidad de la misma, las posibles alternativas de tratamiento, y
cómo puede llegar a enfrentar a la muerte y la eutanasia.
Quien aconseja al individuo con HIV/SIDA deberá estar bien informado acerca
de la enfermedad, esto incluye nociones del significado de las pruebas que se realizan
I
\ '
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Lafamilia y el HIV/SIDA • 181
tanto para diagnóstico como para seguimiento del padecimiento, así como de sus im-
plicaciones como predictores del progreso de la enfermedad; qué aspectos de la enfer-
medad pueden disminuir la autoestima del individuo (el sarcoma de Kaposi, la pérdida
de peso, la dependencia, etc.), las consecuencias psicológicas del mal (el desarrollo de
demencia y cómo diferenciarla de la depresión); el deterioro cognitivo; y, finalmente,
las repercusiones sociales (como el estigma, aislamiento y abandono). También debe
conocer las técnicas del cuidado paliativo para mantener o mejorar la calidad de vida,
disminuir los síntomas y aumentar el bienestar del paciente en su etapa terminal, así
como tener nociones tanatológicas para ayudar al paciente y su familia a sobrellevar y
enfrentar la muerte.
Kelly y St. Lawrence (1989) consideran que otra fuente de apoyo que el paciente
necesita tiene que ver con tomar la iniciativa de abandonar sus conductas previas de
riesgo; es conveniente concientizar al individuo que con estas prácticas se expondría a
la posibilidad de sufrir una reinfección. Esto tal vez requiera de mucha ayuda para
detectar los trastornos relacionados con el hecho de llevar a cabo una conducta de
riesgo, eliminarlos y sustituirlos por patrones de comportamiento más sanos. De ma-
nera que para los usuarios de drogas intravenosas seropositivos, el entrenamiento para
resistirse a las conductas de riesgo y sustituirlas por nuevas, no sólo deberá hacerse en
la esfera sexual, sino también en la relacionada con las sustancias. El objetivo no nece-
sariamente es que se abandone el uso de las mismas, aunque esto resultaría muy deseable
para la salud general del paciente, sino el que ya no se compartan agujas, etc.
Otro de los tópicos a tratar con los pacientes seropositivos es la necesidad de con-
trolar o, por lo menos, disminuir sus niveles de estrés, dado el efecto nocivo de éste
sobre el sistema inmunológico. Al momento, existe suficiente literatura que confirma
que una de las mejores formas para contrarrestar el estrés son las técnicas de relajación
(Hay, 1990) las cuales, además de hacer esto, disminuyen la tensión.
Asimismo, existe la necesidad de mejorar la capacidad cognitiva del paciente para
adaptarse y sobrellevar la enfermedad, entre los factores que la disminuyen están las
reacciones acerca del impacto del HIV en la vida del sujeto, las interpretaciones y
creencias que se atribuyen a la exposición al HIV, así como las creencias, afirmaciones
y profecías autocumplidoras que el paciente tiene acerca de ser seropositivo.
(
Al respecto, el enfermo tiende a interpretar erróneamente y crear patrones que
( distorsionan y confunden el significado de ser seropositivo, tales como pensar que ello
implica tener SIDA o morir pronto, o bien, que ya no hay esperanzas. Otros campos
que el paciente distorsiona con frecuencia son los de autoestima ("estoy infectado, ya
no valgo nada"), autoimagen ("ahora ya no seré atractivo para nadie") y autoconcepto
("estoy infectado-y contaminado").
Existen varias técnicas para ayudar al paciente a cambiar estos patrones maladap-
{
\..
tativos de pensamiento, los cuales parecen ser resistentes al cambio, únicamente a tra-
vés de su discusión en la terapia. La primera de estas técnicas consiste en que, cuando
' ( el individuo logra identificar los pensamientos disfuncionales, discutir cuán irracionales
son éstos y lo benéfico que sería eliminarlos o controlarlos. La discusión habrá de
centrarse en el hecho de que estas ideas no tienen valor para la persona y que, por el
¡'
\
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182 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 8)
propone al paciente que cada vez que aparezca alguno de estos pensamientos debe
detenerse (obligarse a decir "alto"), instruyéndolo a que una vez interrumpido el pen-
samiento maladaptativo, lo sustituya por una imagen placentera. Como en toda la
terapia conductual, el procedimiento se repite varias veces hasta que la persona haya
aprendido e incorporado el nuevo patrón.
Las distorsiones cognitivas reflejan la forma poco realista de ver el mundo, su fu-
turo y a sí mismo; quizá parezcan ilógicas a los demás, pero son consistentes con lama-
.nera del paciente de apreciar las cosas. Otras modalidades conductuales se centran en
analizar el conjunto de hechos que circundan el momento en que aparecen estas ideas.
Se pide al paciente que determine cuándo suceden, qué patrón las precede o acompaña, y
qué estado de ánimo las anticipa; una vez reconocido el patrón que las propicia, éste
deberá modificarse o evitarse. Cuando no sea posible, se pedirá al paciente que intente
cambiar sus pensamientos por otros más positivos. A fin de lograr esto se prepara,
junto con el individuo, una lista de frases alternativas que el paciente deberá repetir y
aprender, algo como: "tener anticuerpos contra HIV, no es lo mismo que tener SIDA",
"haré todo lo posible por mantener la buena salud que hasta ahora tengo", "es natural
que me preocupe, pero debo seguir viviendo, aún hay mucho por hacer", etc.
· Otro aspecto importante a tratar con las personas seropositivas o con SIDA es el
aislamiento y pérdida de interés por la vida social que presentan; es particularmente
importante que estos individuos realicen actividades que antes del diagnóstico les re-
sultaban gratificantes y disfrutaban. La intervención debe enfocarse en que el individuo
vuelva a vivir una vida plena, pero responsable, en vez de enfatizar la posible progre-
sión de la enfermedad; es decir, se debe ayudar a la persona a planificar para el futuro,
en lugar de planear para su muerte (Kellyy Sr. Lawrence, 1989). Es menester impulsar
al individuo a que haga cambios constructivos en su vida, desarrolle nuevos intereses
basados en talentos antes no desarrollados, se implique en nuevos negocios o en activi-
dades políticas, o bien, de servicio a la comunidad.
Es en esta etapa que al individuo HIV/SIDA puede serle de utilidad reunirse en
grupos terapéuticos de individuos con la misma enfermedad, con el propósito de
compartir experiencias, conocer a otras personas que se encuentran en una situación
similar y, sobre todo, que lo ayuden a aprender nuevas formas para poder sobrellevar
su vida, adaptarse a la enfermedad y verla positivamente (Kelly y St. Lawrence, 1989;
Daniolos, 1994). Estos grupos de apoyo también resultan útiles a los familiares de los
pacientes por las mismas razones (Aronson, 1995; Pomeroy et al., 1996; Green y Bobelle,
1994). Otra posibilidad es unirse a grupos mixtos, en donde no sólo acuden indi-
. viduos con HIV/SIDA, sino también sus familiares y amigos (Ratigan, 1991). Un
problema de los grupos de apoyo es que cuando no están conducidos por personas con
experiencia en el manejo de la terapia de grupo, pueden transformarse en "guetos",
donde el grupo se aísla del exterior, con la consecuente pérdida de apoyos externos, al (
',
mismo tiempo que se vuelven difusos los límites internos de los integrantes.
Finalmente se encuentran las terapias destinadas a ayudar a familias con un paciente 1
\
que tiene HIV/SIDA. Las personas difieren notablemente en sus reacciones ante el
1
hecho de que un familiar tenga HIV/SIDA, como se comentó en secciones previas, \
pero cuando les es notificado el "secreto", la mayor parte de las veces los miembros de
la familia responderán de manera comprensiva (Calderon, 1997). Existen modelos sisté- (
ERRNVPHGLFRVRUJ
..... ·-···-----..,., ......-,...,..,,,...,,.
micos para el tratamiento y ayuda a los individuos con HIV /SIDA, a su pareja, familia de
origen y de elección. Como dicen Stynes y colaboradores (1996): "se ha demostrado
que los modelos sistémicos constituyen una adecuada terapia para ayudar al individuo
y a todas aquellas personas significativas para éste, a aprender a vivir con una enferme-
dad crónica, estigmatizan te y terminal como el HIV/SIDA". Bland (1988) plantea que
los terapeutas familiares deben involucrarse en tres aspectos importantes de la enfer-
medad: facilitar al individuo con HIV/SIDA el proceso de notificar su diagnóstico a su
pareja y tanto a su familia de origen como de elección; ayudar a estos grupos a enfren-
tarla y aceptarla; trabajar con los familiares del individuo acerca de cómo podrán mejorar
la calidad de vida de su enfermo, así como ayudarlos a enfrentar su muerte.
Green y Bobelle (1994) han discutido que los terapeutas familiares no han hecho
grandes esfuerzos en el tratamiento de la familia con HIV/SIDA, consideran que esto
no 'resulta sorprendente en un grupo que tampoco ha prestado mucha atención a las
cuestiones sexuales y que no presenta interés hacia los homosexuales y las lesbianas.
Otra de las razones para que los terapeutas familiares hayan tenido poco contacto con
estas familias es que no acuden a terapia como grupo. Estos autores consideran que se
debe sobre todo a que la familia se encuentra estigmatizada, lo cual le inhibe a buscar
ayuda como grupo. Finalmente, apuntan que el miedo y la ignorancia de los terapeu-
tas familiares les impide. establecer contacto con estas familias y, por tanto, tal vez no
lleguen a tener la oportunidad de adquirir la experiencia necesaria en su manejo. Esto
no significa que no haya un lugar para la terapia familiar en el HIV/SIDA, por el
contrario, el terapeuta puede ayudar a disminuir en la familia los temores y conceptos
erróneos sobre el HIV/SIDA, así como las fuentes de estigrnatización. Todas estas
circunstancias se entremezclan para provocar sentimientos ambivalentes en los fami-
liares, los cuales disminuirán con la información y cuando logren expresar abiertamente
sus emociones, principalmente miedo, odio, culpa, ira, enojo, pena y dolor acerca de la
enfermedad, su familiar enfermo e incluso ellos mismos.
Walker ( 1992) propone un modelo ecosistémico basado en la comunidad para dar
apoyo a la familia, especialmente en los casos de recién nacidos con HIV/SIDA. Este
modelo reconoce que frecuentemente más de una persona dentro de la misma familia
se encuentra infectada con SIDA y propone que un miembro de la misma puede for-
talecerse para convertirse en alguien que pueda solventar problemas y proveer cuidado
y amor a los demás miembros. Este programa propone analizar las necesidades del grupo
familiar, ya que el modelo conceptúa a la familia en su totalidad como una unidad a
cargo del enfermo y como el objeto de tratamiento. Un terapeuta que aplique este
enfoque estará interesado en los patrones adaptativos que surgen entre el individuo, la
( familia y el ambiente, analizando los patrones repetitivos que existen entre estos tres
sistemas y la cultura. Esto se logrará a través de estudiar y manipular las condiciones
( sociales, además de comprender el sistema cultural de creencias, en especial el racismo,
\
el sexismo y la homofobia como generadores del problema. Esta autora propone intro-
ducir nueva información en el sistema familiar y crear una nueva narrativa, es decir,
una nueva historia a nivel familiar; de este modo se producirá un cambio que les
í permitirá adaptarse con mayor facilidad a la enfermedad, así como sobrellevarla. Final-
'·
mente, plantea que las organizaciones sociales que apoyan a la familia deben maximizar
( sus esfuerzos para entender los comportamientos de ésta y no bloquearlos· o juzgarlos .
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184 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 8)
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Lafamilia y el HIVISIDA • 185
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186 • Manejo del enfenno crónico y su familia (Capitulo8)
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LafamiliayelHIV!SIDA • 187
(
• Se procederá a investigar la red de apoyo familiar y social. Para lo cual se dirá algo
como: "La familia, la pareja y los amigos, todos constituyen un apoyo para (nom-
. bre del paciente). Por tanto, creo que es importante que realicemos un mapa de
toda esta gente que les rodea y que en un momento dado puede ayudarles". Se (
realizará un genograma del paciente enfermo, así como de sus relaciones no con-
sanguíneas, es decir, de su familia de elección y se preguntará acerca de la cercanía
de los diversos vínculos. Esto con objetivo de que se den cuenta que no están solos
y que tienen a quién recurrir en caso necesario.
b) Etapa informativa. Tema: ¿Qué es la enfermedad? ¿Cuál es su evolución y cuáles son
sus posibles tratamientos?
• Se explicará la enfermedad como un proceso de guerra, aproximadamente de la
siguiente forma: "El HIV/SIDA es como una guerra, en la cual el virus es en-
viado como espía. Se aloja en las células blanco, es decir, en aquellas que le son
idóneas para el desarrollo dé su misión. Las derrota y toma posesión de ellas.
Paulatinamente las pone a trabajar a su servicio y empieza a reproducirse en ellas,
formando batallones que invaden otras células del cuerpo; en estas células recién
conquistadas también hay un proceso similar. Cuando las defensas del cuerpo
humano se dan cuenta de la presencia del invasor, éste ya se ha apoderado de
varios tejidos y se ha hecho fuerte en ellos. El cuerpo lucha, pero sus defensas son
pobres ante este hábil enemigo. Así que hemos de recurrir a buscar aliados en los
medicamentos y tratamientos para que intentar 'controlar' al enemigo. Tal vez
nunca lo podamos eliminar, pero sí trataremos de acorralarlo y sitiarlo, en espera
de que la ciencia y tecnología modernas descubran nuevos aliados para llegar a
vencer la enfermedad".
• Se discutirá material impreso sobre las siguientes bibliografías recomendadas:
Montagnier L., Khoury S., Brunet]. B. y Griscelli C., SIDA: Los hechos, la Espe-
ranza. Barcelona, España: Associacio' SIDA-STUDI, 1992; CONASIDA. Guía
para la atención domiciliaria. México, D.F. CONASIDA. 1994.
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(
Contenido:
a) Etapa de apoyo. Tema: Conocimiento, interpretaciones y creencias sobre la enfer-
medad.
• Se evaluarán los conocimientos, interpretaciones y creencias acerca de la enferme-
dad. Para esto se podrán usar preguntas como: "¿qué es para ti la enfermedad?",
"¿qué crees que esta enfermedad es para ... (se le plantean los nombres de diferen- ·
tes miembros de la familia)", "¿cómo crees que la enfermedad te ha hecho
diferente?", "¿cómo crees que la enfermedad pueda hacer cambiar tu relación con
las personas que te son significativas?", "¿cómo y por qué crees que la enfermedad
(
ha cambiado tu vida?".
• Se procederán a discutir con el paciente los beneficios y complicaciones que po-
dría acarrearle comentar su diagnóstico con otras personas. Se resaltará lo im-
portante que es el apoyo social. Finalmente, para determinar si el paciente desea
comunicar su enfermedad a alguien más se podrán hacer preguntas similares
a estas: "¿deseas comunicárselo a alguien más?", "¿a quién?", "¿cómo crees que
vaya a reaccionar y por qué?". Si la respuesta es afirmativa, se analizarán sus posi-
bilidades de éxito. Se ensayará con la ayuda de una silla vacía. Además, se pro-
pondrán reacciones tanto positivas como negativas ante el diagnóstico y se le
cuestionará al paciente por sus posibles reacciones ante las respuestas de las per-
sonas. El objetivo es que al final del ejercicio se encuentre más preparado para
afrontar el problema.
• Con base en los datos obtenidos con estas preguntas, así como en las sesiones
previas, se intenta construir una nueva narrativa acerca de la enfermedad. Ésta
enfatizará el espíritu de lucha contra la adversidad, la oportunidad para recon-
ceptuar la vida y cómo tener la capacidad de encontrar un significado positivo a
· lo que se ha vivido como adversidad.
b) Etapa informativa. Tema: Consejos para mejorar la calidad de vida.
• Se discutirán los siguientes tópicos: seguir participando en los asuntos familiares;
continuar tomando sus propias decisiones; ser el dueño de sus actos; mantenerse
(_ informado completa y verazmente de su trastorno; darse tiempo para vivir los
sentimientos, expresarlos y valorarlos; ser flexible y estar dispuesto a cambiar de
( actitudes; y no aislarse.
I
Objetivos:
\. a) Conocer las creencias, interpretaciones y mitos familiares acerca de la enfermedad.
b) Conocer los estereotipos rígidos, mitos y creencias que el grupo familiar tiene acerca
(
del estilo de vida del paciente.
( e) Desmitificar la enfermedad, así como el estilo de vida del paciente.
d) Construir una nueva narrativa para poder percibir a la enfermedad en forma menos
( negativa.
e) Informar cómo puede ayudar la familia al paciente en casa.
ERRNVPHGLFRVRUJ
J 90 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 8)
Contenido:
a) Etapa de apoyo. Tema: Creencias y mitos familiares acerca de la enfermedad y el
estilo de vida del paciente.
• Investigar los mitos y creencias familiares acerca de la enfermedad y estilo de vida
del paciente. Para lograr esto se harán preguntas como las siguientes: "¿qué es para
cada uno de los presentes la enfermedad?", "¿qué creen que es esta enfermedad
para el PI (paciente identificado)?", "¿con qué la relacionan?", "¿cómo creen que
la enfermedad los ha hecho 'diferentes'?", "¿cómo piensan que la enfermedad ha (
hecho 'diferente' al PI?", "¿por qué y en qué es el PI 'diferente'?", "¿cómo puede la
enfermedad cambiar la relación de cada uno de ustedes con el PI?", "¿y entre
ustedes mismos?", "¿cómo piensan que el estilo de vida del PI los puede afectar?",
"¿les molesta?", "¿qué les molesta?", "¿qué piensan de alguien con ese estilo de
vida?", "¿estas creencias han cambiado a raíz del diagnóstico de la enfermedad?".
• Con base en los datos obtenidos con estas preguntas, así como en las sesiones
previas, se tratará de construir una nueva narrativa acerca de la enfermedad; mis-
ma que enfatizará el espíritu de lucha contra la adversidad, la oportunidad para
reconceptuar la vida y cómo ser capaces de encontrarle un significado positivo a
lo que se ha vivido como adversidad.
b) Etapa informativa. Tema: Consejos a la familia para mejorar la calidad de vida del
enfermo.
• Se dará a cada miembro de la familia un material impreso para discutirlo a conti-
nuación, éste esclarecerá cuáles son realmente las diferentes formas en que se
puede contraer el HIV/SIDA, así como información acerca de las ideas míticas
difundidas en la sociedad pero que realmente no constituyen vías de transmisión.
• Se discutirán con el grupo familiar temas que usualmente constituyen mitos in-
corporados a las "verdades" de la familia, cosas como: "nos dijeron que todos nos
hiciéramos la prueba", "se debe apartar todo lo que él ( o ella) usa", "en la casa sólo
hay un baño", "se debe desinfectar todo lo que él (o ella) toca", "me dijeron que
quemara todas sus cosas para evitar contagiarnos", etc.
(
relación; por otra parte, se abordarán los cambios predecibles en cuanto a.apoyo,
( sexualidad y cercanía. Esto se podrá abordar mediante preguntas del tipo de
"¿cómo se conocieron?", "¿qué es lo que más le llamó la atención el uno del
( otro?", "¿cómo era su relación?", "¿existía algún problema?", "¿cómo creen que la
enfermedad pueda.afectar su relación?", "¿qué se imaginan que podrá llegar a ser
( diferente?". En cuanto a la relación de pareja podría preguntárseles "¿qué crees
tú que pueda ser lo más difícil para (nombre del PI) -ahora que tiene esta enfer-
( . medad?", "¿qué crees que pueda ser lo más difícil para (nombre de la pareja del
PI) desde que te diagnosticaron esta enfermedad?", "¿qué esperas de (pareja
( del PI) ahora que estás enfermo?", "¿qué esperas de (PI) ahora que está enfermo?",
"¿de qué manera puede afectarlos esto en el área sexual?", "¿de qué modo crees
que esto pueda repercutir sobre: la confianza que como pareja se tienen?", "¿cómo
podría afectar esto sus demostraciones de amor?", "¿qué podrían hacer para
que continúen gozando de una vida de pareja plena ante este evento que están
viviendo?".
• Se debe insistir en ambos sobre la importancia de saber decir "[no!", al mismo
tiempo que se enfatizará que el otro miembro de la pareja no tiene porqué inter-
pretarlo como una traición o una falta de amor. Se enfatizará que la pareja del
paciente puede y debe decir "¡no!" si se siente presionada(o) a realizar actividades
sexuales que considere de riesgo; asimismo el individuo con HIV/SIDA puede y
( debe decir "jno!" si llega a sentirse presionado(a) a realizar prácticas sexuales que
considere de riesgo para su compañero, aun cuando éste lo pidiera. Se subrayará
que el enfermo o su pareja tienen derecho de tomarse el tiempo necesario para
meditar y negociar los cambios en la forma en que vivirán su vida sexual; por otra
( parte, ambos o cualquiera de los dos, estarán en todo su derecho de continuar
negándose a tener relaciones sexuales hasta que se encuentren a gusto con esta
nueva forma de sexualidad, mientras tanto podrán continuar diciendo "¡no!".
b) Etapa informativa. Tema: Sexualidad y pareja.
• Se discutirán los siguientes tópicos: ¿Se pueden seguir teniendo relaciones sexuales?
¿Cuáles son las prácticas de sexo seguro? ¿Cuáles son las prácticas de sexo prote-
( gido? ¿Qué se debe recordar para usar adecuadamente un condón? La decisión de
tener hijos es de la pareja, sin embargo, es importante considerar que existen
( muchas posibilidades de que el hijo nazca infectado y quede huérfano desde tem-
prana edad. Finalmente, se proporcionará a la pareja material impreso de apoyo.
( Objetivos:
a) Construir el mapa familiar con base en la información proporcionada en cuanto a
cómo han variad~ los límites, jerarquías, alianzas, coaliciones y roles a raíz del diag-
(
nóstico de la enfermedad.
(_ b) Señalar las diferencias organizacionales entre el mapa familiar previo al diagnóstico
del padecimiento y el que actualmente están viviendo.
¡( e) Pedir a la familia que señale lo que sucedería a largo plazo si continúan intera.<::tlJaprq:o.
como lo están haciendo ahora.
l{te. . ERRNVPHGLFRVRUJ
192 • Manejo del enfenno crónico y su familia (Capítulo B)
d) Que la familia apunte qué cambios serían necesarios realizar para lograr una mejor
organización familiar y, sobre todo, cómo lo haría.
e) Que la familia convenga en las ventajas que tendría el realizar estos cambios:
f) Preguntar a la familia cómo puede ayudar al paciente sin rescatarlo.
Contenido:
a) Etapa de apoyo. Tema: Logrando una organización familiar funcional.
• Se deberán hacer preguntas que permitan precisar los límites externos, internos y
entre los diversos subsistemas; así como los límites intergeneracionales; la jerarquía;
los roles, alianzas y coaliciones. Las preguntas se realizarán de manera que permitan
conocer cómo estaban organizados en cada uno de estos aspectos antes del diag-
nóstico de la enfermedad, y los cambios que se han presentado a raíz de la misma.
• Entonces se construirá el mapa f~miliar para antes de la presentación de la enfer-
medad, así como posteriormente a ésta. Se pondrán uno al lado del otro y se
preguntará: "¿qué diferencias ven ustedes que existen entre ambos?", "¿qué creen que
pase si la familia se queda así?", "¿qué cambios les gustaría mantener?, ¿por qué?",
"¿qué les gustaría cambiar?", "¿cómo creen que se pudiera hacer para logrado?",
"¿por qué creen ustedes que es importante lograr estos cambios?". Se intentará
evidenciar todas aquellas ventajas que señalan los miembros de la familia al reali-
zar cambios en el mapa familiar. También se resaltarán los recursos mencionados
por ellos para llevar a cabo los dife~entes cambios, lo cual les dará un sentimiento de
competencia y la sensación de que son capaces de resolver sus propios problemas.
b) Etapa informativa. Tema: Cómo la familia puede ayudar al paciente enfermo.
O
Se discutirán algunos de los siguientes aspectos: la distribución de responsabili-
dades entre los miembros de la familia en cuanto al cuidado y ayuda par;¡. el enfer-
mo cuando él llegue realmente a necesitarlos. La importancia de discutir con el
paciente todas las decisiones que tengan que ver con él, incluso las más pequeñas,
pues esto contribuye a que conserve el sentimiento de dignidad y valía. Informar
al enfer~o de manera completa y veraz todo lo relacionado con su padecimiento,
lo que disminuirá mucho su angustia ante una amenaza desconocida. No conver-
tirse en juez de su ser querido y ayudarles a aprender a respetar sus ideas y su estilo (
de vida. Discutir la necesidad de que cada quien tenga una persona de total con-
fianza a quién contarle todos sus miedos y angustias. Ser flexibles y estar dispuestos
a cambiar actitudes.
ERRNVPHGLFRVRUJ
(
Contenido:
( a) Etapa de apoyo. Tema: Expresando lo que siento respecto a la enfermedad.
• Para lograr hacer esto se puede intentar decir algo como: "Es posible que ante la
( noticia de que tienes HIV/SIDA se hayan producido en ti toda clase de senti-
mientos y emociones. Debes saber que es muy válido que sientas angustia, depre-
sión, miedo, enojo, culpa, tristeza, incertidumbre y un sinfín de sensaciones. Lo
que puede llegar a parecerte más extraño es que las sientes todas a la vez, lo cual te
dificulta poder expresarlas y entenderlas. A veces no se sabe qué se siente, ni
porqué se siente. Hay muchas cosas que quizá estés experimentando, pero son
( tantas que resultan difíciles de definir. ¿Qué te parece si las analizamos a través de
algunos sentimientos?". Se abordarán los siguientes: miedo, angustia, frustración,
coraje, tristeza, incertidumbre, nostalgia, envidia, resignación, amargura, desaso-
siego, lástima, esperanza, dolor, culpa, temor y desesperanza. Después de tratar
cada uno de ellos se validará lo expresado por el paciente y se tratará de actuar con
empatía; luego se buscará una lección que se pueda obtener y aprovechar de lo
que está sucediendo, a manera de connotar lo más positivamente el sentimiento o
la emoción. Se buscará validar los sentimientos y emociones negativos y maxi-
mizar los positivos.
b) Etapa informativa. Por lo emocionalmente cargado de esta sesión, no hay etapa
informativa.
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194 • Manejo del enfermo crónico y su familia {Capitulo 8)
1
\
ERRNVPHGLFRVRUJ
Diabetes mellitus
INTRODUCCIÓN
DIAGNÓSTICO
El diagnóstico de diabetes mellitus no es difícil de realizar cuan-
do ésta es sintomática, es decir, cuando el paciente ya empezó
con las molestias que la enfermedad ocasiona. Los síntomas que
la caracterizan comprenden aumento en la sensación de sed
(lo que se conoce médicamente como polidipsia), en conse-
(
\ cuencia mayor producción de orina (poliuria), e incremento en
la sensación de hambre (polifagia), lo cual resulta llamativo pues
i
¡ \ pese a que el individuo ingiere grandes cantidades. de alimento
. pierde peso; todo este cuadro resulta altamente sugestivo del
diagnóstico de diabetes, especialmente cuando se acompaña de
,:,.:...--.1
1·· 195 1
ERRNVPHGLFRVRUJ
196 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 9)
altas concentraciones de azúcar (glucosa) en sangre e incluso en orina. Por otra parte, si
se desea. conocer el diagnóstico de diabetes en individuos aparentemente sanos, es
decir, que no presentan signos o síntomas corno los antes mencionados, se puede recu-
rrir a la toma de muestras de sangre en ayunas con vistas a determinar los valores
sanguíneos de azúcar. ·
De acuerdo con Unger y Foster (1992) la regla de oro para el diagnóstico de diabe-
tes es una concentración mayor a 140 mg/dL (7.8 mmol/L) de glucosa en plasma,
determinada en ayunas en por lo menos dos ocasiones. Si el valor no resulta elevado y
la sospecha persiste, se puede realizar una prueba de tolerancia a la glucosa. Este exa-
men implica la ingesta de altas concentraciones de glucosa, para luego evaluar la forma
en que ésta se metaboliza a través del tiempo, lo cual se consigue por medio de tornas
de muestras sanguíneas en el curso de 1 o 2 horas, dependiendo de la prueba utilizada
(American Diabetes Association, 1979; Unger y Foster, 1992).
CLASIFICACIÓN
Unger y Foster (1992) consideran que la diabetes mellitus se puede dividir en dos gru-
pos: el insulinodependiente y el no insulinodependiente. En el primero, el páncreas no
tiene la capacidad de producir suficiente cantidad de esta hormona y no logra prevenir
que se produzca una cetoacidosis diabética; a esta clase de diabetes se le conoce como
diabetes tipo 1 (Bennett, 1983), aunque autores como Keen (1982) critican esta sino-
nimia. Bennett (1983) aclara que la diabetes mellitus tipo 1 es aquélla en que han sido
destruidas de manera total o parcial las células ~ (beta) del páncreas, mismas que están
encargadas de producir insulina y, por tanto, no son capaces de generar el requeri-
miento adecuado. Esta destrucción de las células ~ del páncreas parece producirse por
fenómenos de tipo autoinmunitario -lo cual aún se encuentra bajo estudio-, se
piensa que el propio cuerpo ataca y destruye a estas células. Cuando esto sucede, son
pocas las 'células que quedan viables para elaborar insulina (si es que algunas) y los
valores de esta hormona en sangre resultan muy bajos o nulos, lo que trae como conse-
cuencia que las cifras de glucosa en sangre se incrementen, haciendo que el individuo
se encuentre predispuesto a sufrir un cuadro de cetoacidosis diabética. Así, se puede
considerar que la primera gran división de la diabetes mellitus está compuesta por los
sujetos dependientes de insulina, quienes necesitan incorporarla al organismo de
forma exógena -mediante inyecciones- a fin de prevenir las complicaciones de la
enfermedad.
El segundo gran segmento de pacientes con diabetes mellitus pertenece al grupo
llamado "no dependiente de insulina o diabetes mellitus tipo 2". En ellos, las células f
del páncreas no han sido destruidas por fenómenos autoinmunitarios y, por tanto,
tienen la capacidad de producir insulina. La forma en que la diabetes mellitus se origina
en estos pacientes es menos clara. Entre las hipótesis que se plantean como desenca-
denantes en esta variante de la enfermedad están:
• La insulina que se produce es poco eficaz para regular de manera adecuada la
glucosa en el organismo.
• La posible resistencia a la insulina en la persona, es decir, la imposibilidad para
(
regular la glucosa aun con valores normales de insulina, lo que sucede especial-
{
\.
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Diabetes mellitus • }97
HERENCIA
Cuando se habla de diabetes mellitus resulta difícil pasar por alto el tema de la heren-
cia, pues todo individuo que la padece se sient~ embargado por un sentimiento de
culpa ante la posibilidad de transmitirla a su descendencia. La realidad es que pese a los
grandes progresos realizados por la ciencia en este campo aún se desconoce con exacti-
(
tud cuál es el mecanismo mediante el cual se hereda el padecimiento (Unger y Foster,
( 1992). Lo que sí se sabe es que la aparición de diabetes mellitus tipo 1 en la misma
\ /
familia es menos común que lo que la mayoría de las personas piensa. Simpson (1962)
informó que únicamente 4% de los padres, así como 6% de los hermanos de un pa-
ciente con diabetes mellitus tipo 1 padece de la enfermedad.
Tattersall y Fajans (1975) encontraron que 11 % de los padres y hermanos de un
individuo diagnosticado con diabetes mellitus tipo 1 padece también de la enfermedad,
En un estudio con 493 familias en las cuales se había determinado la existencia de un
miembro con diabetes mellitus tipo I, Chern y colaboradores (1982) encontraron que si
el individuo había sido diagnosticado con la enfermedad antes de los 1 O años de edad,
la probabilidad de que algún otro hermano la padeciera era de 8.5%; mientras que si el
{
enfermo con diabetes mellitus tipo 1 había sido diagnosticado después de esa edad, la
posibilidad de que los hermanos sufrieran la enfermedad era de 4.6 %. Finalmente, en
un estudio para determinar riesgos medios en el que se incluyó a 9000 familias, Wagener
1 y colaboradores (1982) encontraron que un individuo con diabetes mellitus tipo 1 po-
1.
dría tener un padre con ese padecimiento en 1.27% de los casos, un hermano en 4.2%
y un hijo en 1.9%. Se podría concluir que la diabetes mellitus tipo 1 es un trastorno
básicamente autoinmunitario en el cual los patrones de herencia son poco conocidos y
( que, por el momento, los expertos parecen sugerir que se hereda con poca frecuencia.
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198 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 9)
ERRNVPHGLFRVRUJ (
Diabetes mellitus . • 199
TRATAMIENTO
(
Los pacientes con diabetes mellitus tipo 1 sólo pueden tratarse con insulina, lo cual
implica que además el individuo debe someterse a una dieta controlada y practicar
algún tipo de ejercicio. La insulina, por su parte, no está libre de complicaciones, entre
ellas se encuentran hipoglucemia súbita y atrofia o hipertrofia del tejido subcutáneo
donde se aplica la insulina. Este engrosamiento del tejido por debajo de la piel ocasiona
pequeñas masas semiduras, las cuales dificultan y hacen que la absorción de insulina
sea irregular. Por otra parte, la insulina llega a causar alergia (Kahn y Rosenthal, 1979)
y resistencia (Kahn, 1980), de modo que las mismas dosis de insulina que se requerirían
en otras circunstancias resultan insuficientes o sin efecto alguno para producir, en el
mismo individuo, efectos similares. Esto se origina por problemas a nivel del receptor.
celular, inmunológicos (Kahn y Rosenthal, 1979) o como resultado de una absorción
anormal de la insulina o un aumento en su proceso de degradación en el sitio de la
inyección (Freidenberg et al., 1981).
Los pacientes con diabetes mellitus tipo 2 pueden ser divididos en tres grupos desde
el punto de vista del tratamiento. Primero, aquellos que responden adecuadamente a
una dieta balanceada y ejercicio, quienes producen cantidades bajas de insulina pero la.
sintetizan lo suficiente como para no requerirla por vía exógena. Un segundo grupo .. ,., :·,1
.. ·. ·:'. '••:::\~ .. '!:
responde al uso de medicamentos orales destinados a disminuir las concentraciones de .;, ·.,.?·.·
... '; ~~. :;-;;;;,,~
azúcar en sangre; por supuesto, este tratamiento se lleva a cabo de manera conjunta con
un programa de ejercicio y dieta adecuada. Entre los medicamentos utilizados para
disminuir los valores de azúcar en sangre se encuentran las sulfonilureas y biguanidas.
Ambos medicamentos tienen efectos secundarios; por una parte, las sulfonilureas pue-
den producir trastornos sanguíneos -especialmente a nivel de la médula ósea- al
reducir la producción de células sanguíneas o al destruir los eritrocitos a través de un
proceso llamado anemia hemolítica; otras complicaciones comprenden alergia, náu-
seas, vómitos y problemas con la diuresis (Lebovitz y Feinglos, 1983). Mientras tanto,
los biguanidas poseen la capacidad de ocasionar acidosis láctica y otros problemas
(
l. cuando ya existía un daño renal previo (Misbin, 1977). Finalmente, existe un grupo de
pacientes con diabetes mellitus tipo 2 que únicamente responden al uso de insulina
exógena, es decir, reaccionan de modo similar a aquéllos con diabetes mellitus tipo 1.
No debe olvidarse que una reducción de peso, en especial entre el grupo de los dia-
béticos obesos tipo 2, es esencial para lograr un mejor control de las concentraciones
ERRNVPHGLFRVRUJ
200 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 9)
de azúcar; además, esto quizá disminuya la resistencia a la insulina y, por tanto, reduzca
sus requerimientos. Es fundamental enfatizar que los individuos con este padeci-
miento deben llevar una dieta balanceada, -que les proporcione un aporte calórico ade- (
cuado, y realizar ejercicio -aunque sea moderado, pero frecuente-, a fin de lograr
un mejor control de la enfermedad.
Es innegable que las complicaciones de la diabetes mellitus a largo plazo tienen
una profunda repercusión económica, psicológica y social. La mayor asequibilidad a
los servicios de salud ha permitido una mayor supervivencia de los diabéticos aun en
presencia de sus complicaciones; aunque se desconocen a profundidad los mecanismos
fisiopatogénicos de éstas, lo que impide plantear cómo podrían prevenirse, se han
acumulado datos clínicos y experimentales sugiriendo que su causa principal es un
trastorno metabólico importante como resultado de periodos de descontrol en las con-
centraciones de azúcar (Zárate et al., 1986).
(
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(
(
Diabetes mellitus • 201
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202 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 9)
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Diabetes mellitus • 203
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204 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 9)
con los sentimientos de impotencia, ambivalencia, coraje, culpa y temor, tanto del pa-
ciente como de ellos mismos, además, deberá adaptarse ante todos los posibles cambios
que surgirán para mantener la organización familiar lo más viable y funcional posible.
Si al episodio agudo de enfermedad le sigue un periodo de buen control del azú-
car, así como de cierto bienestar físico y mental en el que la enfermedad parezca estar
controlada, los miembros de la familia tendrán que desarrollar la capacidad de equili-
brar tareas emocionalmente opuestas. Por una parte, "este periodo de latencia'' o de
control metabólico permite al individuó y a los miembros de su familia adquirir con-
ciencia de que la vida diaria continúa, que las rutinas no pueden interrumpirse y que la
enfermedad llegó para quedarse, de modo que resulta necesario aprender a vivir con
ella. Por otro lado, cuando termina esta etapa y se adquiere la certeza de que fue un cese
temporal de la enfermedad y no una curación permanente, la principal tarea del enfermo
y la familia será manejar esta incertidumbre y regular la esperanza. Si se niega la posi-
bilidad de otra recaída, la enfermedad puede conducir a otra crisis, así como a una gran
desesperación; por tanto, a fin de alcanzar una adecuada aceptación de la enfermedad,
es necesario lograr que la familia y el paciente tengan en mente las posibilidades de
periodos asintomáticos y recaídas.
La familia tendrá que balancear la imagen del paciente, viéndolo ahora como sano,
pero con la posibilidad de que enferme de nuevo. Debe permitir que el paciente ad-
quiera sus viejos roles y responsabilidades dentro de la organización familiar hasta el
punto en que le sea posible desempeñarlos de acuerdo con su grado de invalidez.
Tradicionalmente, a la enfermedad se le aprecia como el evento inesperado que le
sucede a un individuo y se considera a la familia como los parientes desafortunados
que merecen empatía. No obstante, se ha observado que si bien la salud y la enferme-
dad (tanto somática como psíquica) tienen sus "bases" en el individuo, adquieren
dimensión a través de los vínculos interpersonales y muy en particular de su familia.
van de un médico a otro y nunca logran obtener un diagnóstico que consideren defini-
( tivo, exacerban el estrés de este periodo, de manera que su peregrinar pospone el diag-
nóstico final que ya conocen y prolongan la agonía, sin aceptar "hoy" el veredicto que
conocen desde "ayer", esperando que "mañana" esta realidad desaparezca, o bien, les
sea desvirtuada o negada.
Cuando los padres comunican al niño que su padecimiento tendrá como conse-
cuencia cierto grado de incapacidad, éste entra en choque, reacciona con desolación y
( necesita tiempo para aceptarlo. Algunos factores que influyen en la aceptación por
parte del niño son la personalidad de los padres; las pérdidas experimentadas con ante-
( rioridad; el significado que tiene la enfermedad para el niño y su familia; el apoyo que
los dos miembros de la pareja se puedan ofrecer mutuamente ante la enfermedad del
( hijo; el respaldo que la familia como un todo pueda recibir de su red social; y, final-
mente, la propia reacción del niño ante la enfermedad°'(Elling etal., 1960). Así, indepen-
dientemente de cuán difícil de aceptar sea el diagnóstico para el niño, es importante
señalar que, de acuerdo con los estudios de Kovacs y Pollock (1995), 36% de los niños
muestran algún tipo de problema para adaptarse, mismo que no puede tipificarse en el
DSM-IV, mientras que 5% induso pueden desarrollar algún trastorno psiquiátrico.
Langbord (1961) afirma que los niños en general tienen poca habilidad para com-
prender la causa y naturaleza de una enfermedad, ya que tienden a interpretar el dolor
-y otros síntomas- como resultado de un castigo, o bien, culpan a otros miembros
de la familia al considerarlos como los causantes de su malestar. Estas interpretaciones
distorsionadas de los cambios que suceden en su cuerpo, con frecuencia llegan a perpe-
tuarlas por su imposibilidad de preguntar y ventilar los miedos irracionales acerca de
cómo llegaron a enfermar. Muchos niños consideran a la diabetes mellitus como castigo
a sus travesuras e incluso algunos expresan que el padecimiento es resultado de pensa-
mientos que al niño le parecen repugnantes o inaceptables.
Tanto Hamburg y colaboradores (1982) como Hamburg e Inoff (1982) han prac-
ticado estudios buscando determinar la influencia del locus de control del niño con
diabetes mellitus en el control metabólico que él tiene sobre su enfermedad. Estos au-
tores encontraron que los niños diabéticos varones que presentan un adecuado control
de su enfermedad tienden a presentar un focus de control más interno que niños y
( niñas con un pobre control metabólico. En general parece ser que los niños varones
enfermos tienen una mayor propensión a emprender acciones para controlar su pade-
cimiento, así como a enfrentar de manera más directa sus dificultades que las niñas
diabéticas. De manera que las niñas en general, y muy especialmente aquéllas con un
(
\.. pobre control metabólico, tienden a presentar un locus de control externo, sintiéndose
impotentes ante el padecimiento y actuando con docilidad frente a su cuidador pri-
(
mario o cualquier otro miembro de la red de apoyo.
Así, la diferencia en cuanto al control de la diabetes mellitus en niños y niñas
(
puede ser interpretada como reflejo de diferencias de género en respuesta al estrés. De
modo que el estrés ocasionado por una enfermedad crónica puede tener un impacto
(
especial en las niñas, haciéndolas manifestar un locus de control externo, mientras que
los chicos manifiestan uno más interno. Por supuesto., no debe olvidarse que el control
' (_
metabólico está relacionado con otras variables biológicas, psicológicas, familiares, extra-
';{_
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206 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 9)
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Diabetes mellitus • 207
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208 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 9)
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1 1
-- - - J
Figura 9-1. Organización de la familia de un adolescente diabético con apego deficiente al tratamiento.
- = fronteras individuales y externas cerradas; --- = fronteras claras entre el subsistema de los abuelos
y los padres; O= alianza (en el área instrumental entre el PI-madre; hija mayor-alcohol; hija menor-
estudios); ~ = conflicto (entre los padres, donde la madre tiene mayor jerarquía que el padre; 1
\
= = =
entre los hermanos y PI); M madre; P padre; PI paciente ideritificado (con mayor jerarquía que los
hermanos); AP = abuelos paternos (insertados en la familia nuclear); AM = abuelos maternos (insertados
en la familia nuclear); H = hiÍos; .11 = alcohol; áf8 = estudios.
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(
Como se ha observado en estudios con niños que padecen leucemia (Velasco et al.,
1983), la _rriadre del paciente adolescente con control metabólico deficiente por lo
general es una mujer que se dedica al hogar, que no cuenta con apoyo por parte del
resto de su familia para efectuar estos quehaceres. Ella se convierte en la cuidadora
primaria del enfermo, al mismo tiempo que continúa a cargo de las demás labores; de
modo que experimenta una sobrecarga de trabajo, está exhausta y muchas veces no
logra controlar al paciente. Además, sus actitudes sobreprotectoras han convertido al
( adolescente en un individuo dependiente e irresponsable de su enfermedad. Por otra
parte, tanto en los estudios desarrollados por Campbell (1986) como en los de Maileck
(1979), se informa que a mayor cooperación de la familia en los quehaceres domésti-
cos y en el cuidado del paciente, habrá un mejor control metabólico en el adolescente.
En muchas ocasiones el padre de los pacientes diabéticos mal controlados estaba
ausente, ya sea por divorcio o abandono (Gray et al., 1980); si permanece en la casa,
por lo general se aboca a proveer todos los elementos instrumentales necesarios para el
bienestar de su familia lo que, aunado a la estrecha alianza madre-hijo, lo mantiene
periférico (Mengel et al., 1992a) y alejado del adolescente. Kornblit (1984) considera
que la coalición intergeneracional entre madre e hijo excluye al cónyuge del proceso de
enfrentamiento y manejo de la enfermedad, ocasionando que el hijo quede "triangulado"
dentro del conflicto de los padres, probablemente asumiendo de alguna manera la
responsabilidad del distanciamiento que ha surgido entre ellos.
En cuanto a la relación de pareja en los padres de los adolescentes con mal control
metabólico, se observó que iniciaban una serie de conflictos que les resultaban difíciles de
resolver, puesto que el comportamiento de ambos se tornaba rígido. Algo muy diferente
sucedía con los padres de adolescentes diabéticos con buen control metabólico; en
donde la pareja conyugal tiendía a unirse. De acuerdo con Minuchin y colaboradores
(1975b), los padres pueden involucrar al adolescente a través de varios mecanismos: los
más usuales parecen ser, primero, el utilizado por aquellos que a fin de no enfrentar sus
propios problemas y conflictos se unen de forma protectora para intervenir de manera
directa en el manejo y "protección" de su hijo enfermo, cosa que podría suceder en las
organizaciones de familias con adolescentes bien controlados. Otra forma que quizá
utilice la pareja para no discutir sus propios problemas consiste en entrar en conflicto
abierto acerca de cuál será el mejor tratamiento, especialista, régimen alimenticio, me-
dicamento, erc., para su hijo. En este caso, cada uno muestra una posición antagónica
respecto al otro, de manera que se les imposibilita llegar a un acuerdo sin antes haber
/
\. discutido al respecto. En ciertos casos, los padres solicitan al hijo diabético que tome
partido en el conflicto, o bien éste puede entrar en el problema considerándose a sí
mismo como juez, embajador, mediador o alguien que puede brindar ayuda útil. Pero,
independientemente de cómo el hijo diabético entre en el juego, le será imposible
salirse de él y quedará atrapado.
i En este tipo de organizaciones, frecuentemente los hermanos llegan a desarrollar
1
síntomas con el objetivo de llamar la atención de sus progenitores; por otra -parte.-el
número de conflictos irresolubles en el subsistema fraterno, en particular con el ado- :·
1
lescente diabético, se incrementará.
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21 O • Manejo del enfermo crónicoy sufamilia (Capitulo9)
De acuerdo con Gutiérrez Quiriarte y Sarur y Vera (1989), las familias con un
adolescente diabético mal controlado parecen depender más de sus familias de origen
que aquellas con un adolescente bien controlado, independientemente del tipo de
apoyo recibido.
Ante estos hallazgos, parece importante considerar que la disfunción en la diná-
mica familiar puede retardar e impedir el desarrollo de la identidad del niño y el adoles-
cente. Erickson propone que el desarrollo del niño es un proceso progresivo que va
desde una etapa de total dependencia y simbiosis con sus padres, en especial con la
madre, hasta un periodo de total independencia, aun cuando exista cierta conexión
con los padres. La forma en que el chico atraviesa por este continuo es mediante el
proceso de madurez que le permite ser cada vez más responsable de las consecuencias
de sus acciones, así corno de sus de¿isiones. De este modo, para los adolescentes diabé-
ticos "caminar" en este continuo exige además comprometerse con su enfermedad,
cuidado, tratamiento, consecuencias y manejo. En las organizaciones familiares con
un adolescente mal controlado, usualmente la propia familia frena este proceso de
desarrollo, fo cual puede llevarlo -en su afán por buscar su independencia- a mani-
pular su enfermedad. Algunas de las maneras más frecuentes para rebelarse son no
aplicarse la inyección de insulina, comer grandes cantidades de carbohidratos, etc.,
con lo cual podrá obtener control y centralidad en el grupo familiar, al mismo tiempo
que envía el mensaje de que él tiene libertad de actuar como le parezca con su propio
cuerpo (Mengel et al., l 992b).
Además del riesgo de muerte en el que se coloca un paciente diabético mal contro-
lado (así como un incremento en la posibilidad de que el individuo desarrolle com-
plicaciones secundarias a su enfermedad), se genera una mayor dependencia, con las
consecuentes alteraciones psicológicas y sociales. Por otra parte, está demostrado que
las hipoglucemias a las cuales se exponen estos niños y adolescentes mal controlados
ocasionan problemas de concentración, aprendizaje y perceptivo-motores (Deary et al,
1993).
La cantidad de aspectos que es indispensable modificar en la vida diaria para afrontar
las nuevas circunstancias que les rodean, es un elemento muy significativo para explicar
el buen control metabólico del adolescente con diabetes mellitus; sin embargo, parece
resultar insuficiente para dar cuenta de este fenómeno en su totalidad (Goldston et al,
1995). Así, la dinámica familiar per se también participa de manera determinante.
Entonces, ¿cómo es la organización familiar de los adolescentes con un mejor control
metabólico?, los hallazgos de Gutiérrez Quiriarte y Sarur y Vera (1989) permiten con-
cluir que en estas familias, si bien la madre y el adolescente forman una alianza estrecha
dentro del sistema familiar y existe una mayor sobreprotección, ella no le resta respon- (
sabilidad al individuo sobre el control de su enfermedad. Estos hallazgos, así corno los ,'
que se discuten a continuación, pueden observarse en la figura 9-2. \
Además, la madre suele recibir ayuda del resto de su familia para cumplir con los 1
\
quehaceres domésticos. Campbell (1986) y Maileck (1979) informan que a mayor
cooperación familiar en las labores domésticas y el cuidado del paciente, se obtiene un
mejor control metabólico. Por lo general, el padre se encuentra presente y se enfoca a
!
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Diabetes mellitus • 211
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Figura 9-2. Organización de la familia de un adolescente diabético con buen apego al tratamiento.
--- = fronteras individuales,
externas y entre subsistemas claras; , : =: ::. = alianza flexible (madre-hijo,
= =
padre-madre); M madre; P padre; PI paciente identificado (con mayor jerarquía que los hermanos =
pero integrado al subsistema fraterno); AP abuelos paternos (participando como red de apoyo); =
=
AM abuelos maternos (participando como red de apoyo); H hijos. =
proveer lo ~ecesario para lograr el bienestar de su familia pero, al mismo tiempo, efectúa
cambios en sus actividades de modo que logre obtener tiempo para compartirlo con el
adolescente diabético y con el resto de su familia (Mengel et al., 1992b; Gutiérrez
Quiriarte y Sarur y Vera, 1989).
La relación de pareja presenta cambios que los lleva a unirse frente a la enfermedad
del hijo y a apoyarse mutuamente, tanto en la toma de decisiones como de manera
( emocional ( Guriérrez Quiriarte y Sarur y Vera, 1989; Mengel et al., 1992b). La pareja
parental comparte la jerarquía, lo cual se expresa en la autorización de común acuerdo
( sobre los permisos otorgados a los hijos; la congruencia en las órdenes impartidas por
los padres y en la imposición de castigos si no se cumplen; y en la toma conjunta de
decisiones, tanto en el tratamiento del paciente, como en todos los demás aspectos
de la vida familiar (Gutiérrez Quiriarte y Sarur y Vera, 1989).
Los hermanos llevan a cabo funciones dentro del hogar que tienen como fin ami-
( norar la carga del cuidador primario. Algo similar sucede con alguno de los miembros
femeninos de la familia de origen. Los hermanos apoyan al paciente y no necesitan
desarrollar síntomas para tener la atención de sus progenitores (Gutiérrez Quiriarte y
Sarur y Vera, 1989). En los periodos en que el diabético se encuentra enfermo en casa
. o requiere hospitalización por algún descontrol metabólico o enfermedad en general,
la abuela o bien el hijo mayor se convierten en el "cuidador" de los hermanos adqui-
riendo el rol de un hijo parental.
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212 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 9)
La familia nuclear suele entrar en estrecho vínculo con ambas familias de origen,
a fin de que brinden a los padres el apoyo instrumental y emotivo necesario para proveer
los cuidados para su hijo enfermo. Por otra "parte, las fronteras individuales se cierran,
aun cuando existe un mayor apoyo emocional (Koenigsberg et al, 1993).
Las fronteras con el exterior de la familia del adolescente diabético bien controlado
por lo común son claras y se encuentran permeables tanto a la familia de origen como
a los amigos y otras organizaciones sociales que puedan y deseen aportar algún tipo de
ayuda. Así, el adolescente diabético bien controlado posee una amplia red de apoyo,
tanto para cuestiones emocionales como instrumentales, lo cual contribuye a que man-
tenga un mejor apego al tratamiento (Ryden et al., 1994; Marteau et al., 1987). De
acuerdo con Sundelin y colaboradores ( 1996), la terapia familiar podría tener utilidad
al lograr una organización familiar flexible sustentada en una amplia red de apoyo, en
la cual exista cercanía, participen todos los miembros y el paciente pueda enfrentar el
vivir día a día con la enfermedad.
Es interesante mencionar que, de acuerdo con los estudios de Mengel y colabora-
dores (1992a), por lo general los adolescentes con mejor control metabólico perciben
a sus madres menos simbióticas que aquellos con mal control; esto a pesar de que
todavía las consideran demasiado cercanas e intrusivas. Por otra parte, la pareja con-
yugal se encuentra más cercana y existen menos conflictos entre ellos.
De manera que, además de lograr reestructurar a la familia, es necesario que todos
participen en programas cognitivo-educacionales que les permitan llevar inmediata-
mente los conocimientos teóricos a la práctica. También es importante que se discutan
las diversas actitudes hacia la enfermedad, se logre "exorcizar fantasmas" y desmitificar
creencias. Los cursos periódicos pueden traer grandes beneficios para modificar actitu-
des y ciertos conocimientos acerca de la diabetes (Albus et al, 1990).
Finalmente, existe un tercer grupo de niños y adolescentes que presentan un difícil
control metabólico, de quienes suele hacerse referencia usualmente en la literatura como
aquellos que sufren de diabetes mellitus "inestable". Vale la pena mencionar que este
diagnóstico es bastante difícil de precisar y nunca se debe aplicar a un individuo a menos
que previamente se hayan descartado factores como: dosis inadecuadas de insulina;
esquemas terapéuticos inadecuados; algún tipo de enfermedad o infección concomi-
tante que pudiera explicar las fallas terapéuticas; neuropatía autonómica grave; uso de
insulina caducada; que el paciente y el cuidador primario sepan medir adecuadamente
las dosis de insulina y aplicarlas; o síndromes poco habituales de resistencia a la insulina
(Steel, 1994).
Incluso después de haber descartado estas causas, queda un grupo de pacientes en
quienes la insulina paree~ no actuar de acuerdo con las expectativas del grupo terapéu-
tico. Evidentemente, para explicar estos fenómenos se han ideado teorías que van desde (._
la degradación rápida y continua de la insulina en el tejido subcutáneo o el vasospasmo
intenso en la zona de la aplicación, hasta la triste conclusión de que existe algún tipo de
mecanismo aún desconocido que crea resistencia a la insulina en estos pacientes (Schade
et al., 1983; Williams et al., 1983). Por lo general, aunque no de manera exclusiva, este
grupo de personas está constituido por muchachas jóvenes, quienes han sido estudiadas
por diversos autores, entre ellos el grupo de Minuchin.
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Diabetes mellitus • 213
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.:~ ..
214 • Manejo del enfermo crónico y •Sff~ (Cl,pÍJu.lo 9)
· En general, el niño llevó a cabo cambios en cuanto al rol que solía tener dentro de
la dinámica familiar y, particularmente, de la pareja conyugal. Los padres aprendieron
cómo iniciar y negociar el conflicto sin involucrar a su hijo; pero lo más sorprendente
de todo fue que conforme los padres afrontaban su problemática y la resolvían sin invo-
lucrar al enfermo, la cantidad de hospitalizaciones por cuadros cetoacidóticos inexpli-
cables disminuyeron para luego desaparecer. Por tanto, estos autores concluyeron que
una vez que la familia encuentra maneras más adecuadas para conducirse y resolver
problemas, el clima emocional del paciente diabético se normaliza y disminuye la pro-
ducción de ácidos grasos libres, de modo que ya no se manifiestan cuadros de cetoaci-
dosis e ingresos al hospital. Así que el hecho de que algún evento emotivo es capaz de
exacerbar un síntoma de la enfermedad ya presente, subyace en el trastorno sornatoforme
(Hansson et al., 1992).
De acuerdo con Minuchin y colaboradores (1975b), existen cuatro características
básicas, propias de lo que denominan "familias psicosomáticas": sobreinvolucramiento,
sobreprotección, rigidez y dificultad para resolver conflictos. Ninguna de estas carac-
terísticas parece ser suficiente por sí misma para iniciar o reforzar los trastornos somato-
formes, sin embargo, de acuerdo con su criterio, estos aspectos constituyen las bases
necesarias para desarrollar patrones transaccionales u organizacionales dentro de la
familia, mismos que favorecen la somatización.
Según los autores, al niño diabético se le puede involucrar dentro del conflicto
parental de diversas maneras, por ejemplo, cuando los padres que no desean enfrentar
sus propios problemas se unen para proteger a su hijo enfermo, o cuando para no
enfrentar sus conflictos discuten acerca de cuál será el mejor tratamiento, especialista,
régimen alimenticio, medicamentos, etc., para su hijo. En este caso, cada uno mostrará
una posición antagónica respecto al otro por lo que pocas veces pueden ponerse de
acuerdo en algo sin primero haber argumentado largamente al respecto. A veces los
padres solicitan al hijo diabético que tome partido en el conflicto, o bien, éste puede
entrar en el problema considerándose a sí mismo como un juez, embajador, mediador
o alguien que puede ofrecer ayuda. Independientemente de cómo el individuo diabé-
tico haya entrado en el juego, le será imposible salirse de él y quedará atrapado.
Pese a la amplia difusión de los trabajos de Minuchin y colaboradores (1975b), no
todos parecen estar de acuerdo con sus conclusiones. Coyne y Anderson (1988) han
realizado una extensa crítica a sus trabajos acerca de "familias psicosomáticas", espe-
cialmente en el área de diabetes mellitus. Estos autores basan sus críticas en los nuevos
O
hallazgos en cuanto a diabetes en el adolescente. Schade y colaboradores 985) encon-
traron que en la tradicionalmente llamada diabetes mellitus "inestable" -caracteri-
zada por periodos alternantes de hipoglucemia e hiperglucemia-, el comportamiento
de la enfermedad puede explicarse por la acción de las hormonas contrarreguladoras 1,.
y por un fenómeno de resistencia a la insulina, lo cual resulta ser un rasgo típico durante
la adolescencia. De modo que la explicación a la inestabilidad metabólica no nece-
sariamente se encuentra en la dinámica familiar, sino en la psicología propia del ado-
lescente.
Coyne y Anderson (1988) consideran que el uso del término "diabetes psicoso-
marica" (utilizado de manera amplia por los seguidores de Minuchin) debe restringirse,
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Diabetes mellitus • 215
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216 • Manejo del enfermo cránico y su familia (Capitulo 9)
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Diabetes mellitus • 217
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Figura 9-3. Organización de familias de hijos adultos con un padre con diabetes mellitus. --- = fronteras
(__ individuales entre subsistemas claras; - = fronteras externas e individuales cerradas; C_)
= alianza
(madre-paciente identificado; madre-hija casada): g = ambivalencia (sobreprotección-rechazo);M =
madre (con mayor jerarquía que el padre por ser la cuidadora primaria); P = padre; PI= paciente identi-
( ficado; H = hijos.
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218 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 9)
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Diabetes mellitus • 219
Almeida, 1995).•
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Insuficiencia renal crónica
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221
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222 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 10}
Existen pocos estudios relacionados con las repercusiones de la IRC en el ámbito inte-
lectual de los niños y adolescentes; sin embargo, en un trabajo con niños mexicanos
(Velasco, 1980a) se observó que muestran un rendimiento intelectual menor que los
niños clínicamente sanos. Este rendimiento intelectual disminuido se debe, en primer
lugar, a su condición de enfermos crónicos,-aunque también se mostró influido por el
grado de intoxicación metabólica secundaria al padecimiento. Esto último se refiere al
porcentaje de productos tóxicos disueltos en sangre que el riñón no ha conseguido
eliminar adecuadamente y que, por tanto, se acumulan en el organismo, lo que ocasiona
un trastorno conocido como uremia. Se ha señalado que los efectos nocivos de la
uremia crónica en el sistema nervioso central son similares a los causados por otros
trastornos de tipo metabólico, los cuales pueden traducirse por lo común en marcha
titubeante, asterixis, temblor no intencional, mioclonos rnultifocal, disartria, neuropatía
periférica y convulsiones. Esto es, en un amplio y variado número de manifestaciones
de tipo neurológico.
Evidentemente, gran parte de estas alteraciones prácticamente desaparecen me-
diante un tratamiento médico eficaz, como el uso de dietas, medicamentos, diálisis
peritoneal, hemodiálisis o incluso trasplante renal. Dicha recuperación es mayor en los
casos tratados mediante diálisis de cualquier tipo, que mediante el uso de múltiples
fármacos (Muslin, 1974; Singer, 1992; Bajwa et al., 1996). Por otra parte, en pacientes
con IRC que aún no presentan síntomas clínicos de tipo neurológico se ha puesto de
manifiesto que el cambio más precoz consiste en una disminución en el ritmo electro-
encefalográfico, así como un aumento en el tiempo de latencia para responder a un
estímulo visual. Este último hallazgo tiene una correlación positiva con el incremento en
las concentraciones de creatinina sérica, uno de los principales productos de desecho
metabólico que deben eliminarse por medio del riñón. Además, el tiempo 'de reac-
ción discriminatoria aumenta y las pruebas de memoria revelan una disminución en su
ejecución a medida que la enfermedad progresa (Velasco, 1980a).
Korsch y colaboradores (1971) describen dos tipos de comportamiento en los
niños con insuficiencia renal. En primer lugar se encuentran aquellos que se aíslan ante
el impacto devastador del padecimiento y el dolor de los tratamientos, y no parecen
tener deseos de saber algo acerca de su enfermedad. Por lo general, duermen tanto
como les es posible y presentan una completa negación acerca de lo que les sucede; de
manera que viven con la única expectativa de que todo terminará algún día y podrán
escapar. Este patrón de respuestas no es duradero, puesto que las complicaciones y
nuevas fases del tratamiento los obligan a aumentar la comunicación con su mundo
(
exterior y paulatinamente logran una mayor aceptación de la enfermedad. Por el con-
trario, otro grupo de niños se encuentra constantemente preocupado con su enfer-
medad, exigiendo una ayuda permanente, lo cual los convierte en pacientes muy
dependientes y muchas veces demandantes en extremo. Estos niños parecen obtener
demasiadas ganancias secundarias y una atención extra a través de su enfermedad.
Podría decirse que, desde el punto de vista individual, todos los casos caen dentro de (
un espectro continuo entre estas dos posibilidades extremas de respuesta. Finalmente,
1
'-··'
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Insuficiencia renal crónica • 223
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224 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 10)
sus padres, que el de 4 a 6 años se encuentre temeroso, pues la enfermedad puede repre-
sentar un castigo; el de 6 a 12 años posiblemente esté más preocupado por su debilidad
física que lo pone en desventaja frente a sus compañeros; mientras que para el adoles-
cente el aislamiento social y las restricciones a su autonomía representan los aspectos
más importantes de preocupación. En algunos casos los sentimientos de culpa adquie-
ren gran relevancia, puesto que el paciente se percibe como un objeto malo, que sólo
. provoca penas y dolor a su familia (Pietrillo y Sanger, 1975).
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. (
Una vez que el paciente ha aceptado someterse a las diálisis para llevar a cabo sus
( actividades normales, se puede decir que ha entrado en la cuarta fase. En ella el pacien-
te se planteará si vale la pena seguir viviendo, al considerar las restricciones impuestas
( por la diálisis, el régimen dietético, los fármacos, etc. Las respuestas del paciente a esta
situación suelen manifestarse por actitudes regresivas, depresivas o de negación; reac-
ciones que se desencadenan ante la presencia de problemas familiares, profesionales,
financieros o sexuales.
( En los estados regresivos, el paciente reactiva comportamientos que en etapas pre-
vias de su vida le resultaron de utilidad, pero que ya no funcionan en el momento ac-
tual. Por ejemplo, pedir a la familia o al equipo médico que sean ellos quienes se hagan
cargo del problema de manera total, o exagerar su rol de enfermo al exigir el máximo
de atención por medio de sus actos de indisciplina, no ingiriendo los medicamentos o
comiendo lo que tiene prohibido. El paciente se da cuenta de sus conductas depen-
dientes e intenta cambiarlas, pero las influencias exteriores -especialmente por parte
de su familia- anulan sus débiles intentos por independizarse y frecuentemente fomen-
tan en él la regresión.
Las limitaciones progresivas impuestas por el deterioro continuo que el paciente
sufre desencadenan por lo común los estados depresivos. La fatiga, la debilidad muscular,
la menor capacidad de trabajo, las limitaciones financieras, la reducción de las funciones
sexuales, el dolor y el malestar general, etc., llegan a producir depresiones mayores, en
las que el paciente se pregunta si vale la pena vivir en tales condiciones. El paciente co-
noce los medios de autodestruirse que la propia enfermedad le ofrece y tal vez llegue a
utilizarlos; por ejemplo, puede ingerir una sobredosis de medicamentos, consumir ali-
mentos prohibidos, deglutir gran cantidad de agua, o bien, favorecer que se produzca
( la mutilación, contaminación o inutilización de la entrada del catéter para la diálisis
'·
peritoneal o para la hemodiálisis.
Un estudio de Goldstein y Reznikoff ( 1971) reveló que existe una incidencia de sui-
cidios 400 veces mayor en los pacientes bajo tratamiento de hemodiálisis que en la pobla-
ción general; en una muestra de 3478 pacientes bajo este tratamiento, aproximadamente
5% se suicidó. Por otra parte, estos autores refieren que de 192 enfermos con IRC que
( mostraban conductas suicidas, 117 murieron como resultado de infringir su régimen ali-
menticio, por ejemplo, ingiriendo grandes cantidades de líquidos y alimentos con sal.
Las actitudes de negación constituyen reacciones inconscientes, que al igual que
las anteriores, se les utiliza como defensa para dominar la ansiedad. A través de este
mecanismo, el paciente, el cuerpo médico y la famifia, forman un frente estoico de op-
timismo ante los múltiples problemas que se presentan, o bien, se niegan a percatarse
del deterioro, la incapacidad o la insatisfacción que la enfermedad produce al enfermo.
La negación es un mecanismo que se utiliza a menudo cuando alguno de los compañeros
(
del grupo de diálisis o del grupo de. autoapoyo fallece. Al compañero que muere se le
describe de manera habitual como un indisciplinado que no llevaba su tratamiento
(
de manera adecuada, o bien, como aquel que estaba tan enfermo que en realidad ya no .
( tenía ninguna oportunidad. Esto tiene lugar con el fin de no reconocer la propia
gravedad.
:,: ( Finalmente, después de años de tratamiento llega a aceptarse la enfermedad, 'lo
cual no supone una resignación sino, más bien, una aceptación activa que conlleva al
;x.
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226 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo JO)
TRASPLANTE RENAL
El primer trasplante renal con éxito se llevó a cabo hace aproximadamente 40 años.
Desde entonces, se han practicado más de 380 000 trasplantes de donador vivo o de
cadáver (Peddi y First, 1997).
Los problemas emocionales antes descritos, complejos y difíciles de evaluar, ad-
quieren una nueva perspectiva cuando el tratamiento del niño, adolescente o adulto con .
IRC requiere un trasplante renal de un donador vivo. En este caso, una persona sana se
someterá a una intervención quirúrgica que lo hará perder un órgano vital para salvar
la vida a un familiar cercano.
. Desde el punto de vista psíquico, la selección del donador debe llenar los siguientes
requisitos: debe tener un conocimiento claro y preciso de las posibilidades de éxito o
~ ..
fracaso para él y para el enfermo; estar libre de toda presión externa indebida; no deben
existir datos en su historia personal que indiquen inestabilidad mental o emocional,
en especial depresiones previas; y no debe presentar. un grado exagerado de ansiedad
antes de la operación, al punto de hacer titubear a los doctores encargados del proceso.
No obstante estos requisitos, en la mayoría de los casos no existe una "decisión real" por
parte del donador, pues con frecuencia se encuentra en la situación de "tener que"
salvada vida del enfermo pues de lo contrario, piensa, nunca más "le podría ver la cara",
En cierto modo, a él se le elige desde el punto de vista biológico y esta elección, si bien
tal vez no le entusiasme, tampoco puede rechazarla de manera abierta (Muslin, 197 4;
Fellner y Marshall, 1968; Bernstein y Simmons, 1974; Eisendrath et al., 1969).
En un estudio de Fellner y Marshall (1968) se analizó la interacción de múltiples
factores psicológicos en 14 niños de ambos sexos antes y después del trasplante renal.
Entre otras cosas, se observó que las niñas mostraban una inclinación importante hacia
el aislamiento social antes de practicarlo y en sus núcleos familiares se fomentaba la
dependencia emocional; lo anterior contrastaba de modo notable con lo observado en
niños, quienes aparecían mucho más activos e independientes. Otra característica
preoperatoria importante fue que· la mayoría de los padres no parecían estar conscien-
tes de la gravedad del problema y su respuesta inicial de aceptación al trasplante resultó
un tanto irreflexiva. Más tarde, la decisión de efectuar el trasplante motivó preocupa- (
ción y consideración por días y semanas, ya que cobraban conciencia de que existía la
posibilidad de prolongar el sufrimiento del paciente, con todas las repercusiones fami-
liares que esto implicaba. El sufrimiento del niño parecía ser lo más cobresaliente, sin
embargo, los padres lo minimizaban en su deseo por hacer todo lo posible para salvarle
la vida, llegando a admitir incluso que este deseo tenía una motivación egoísta. Final-
(
mente, la unidad y cohesión familiar se encontraron en relación directa con la acep-
tación del trasplante, ya que familias con problemas de relación y mayor desorganización
tenían una gran dificultad para ponerse de acuerdo en aceptar el procedimiento. Una vez
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Insuficiencia renal crónica • 227
decidido que el paciente con IRC resulta idóneo para el trasplante, desde el punto de
vista médico, se inicia el procedimiento preoperatorio que implica la selección del do-
._(
nador. Esto constituye uno de los pasos más difíciles y complicados del tratamiento, ya
que la preselección del donador dentro de la familia es una etapa muy delicada y su
determinación tal vez quede sujeta básicamente a las características físicas, es decir, cuál
de los familiares es el más compatible con el individuo enfermo, ya que esto lo convierte
en el candidato idóneo (Khan et al., 1971; Kemph et al., 1969; Banik et al., 1971).
( Las reacciones emocionales del niño con trasplante son de diversa naturaleza. En el
posoperatorio temprano, es decir, entre la segunda y la sexta semana, la máxima preo-
cupación girará alrededor del reingreso del niño al seno familiar, dotado de un órgano
nuevo que le da una vitalidad y movilidad olvidada después de haber estado crónica-
mente enfermo. Como consecuencia lógica, las familias mantienen una actitud de so-
breprotección hacia el niño o adolescente, a pesar de saber que el riñón está funcionando
de manera correcta. En el fondo, dicha actitud está expresada en el terror de los padres
a cometer errores que puedan "dañar el riñón" y, en consecuencia, adoptan actitudes de
excesiva restricción para el niño o de inseguridad y tolerancia extrema (Bernstein y
Simmons, 1974). Los hermanos, por su parte, comienzan a reclamar la atención de los
padres haciéndolos sentir culpables por su sobreprotección hacia el niño con trasplante.
Durante el posoperatorio tardío los pacientes se enfrentan a dificultades en la
escuela, ya que tanto el personal docente como los compañeros se encuentran muy
atentos a cualquier señal o cambio en ellos, lo cual los hace sentirse diferentes y, en
cierta forma, aislados. En el periodo de 4 a 11 meses después del trasplante, la mayoría
de los familiares se ha adaptado al regreso del paciente al seno familiar, tratándolo con
menos aprensión y de modo más realista, si bien las precauciones persisten en la escuela.
No obstante lo anterior, continúa la tendencia general a no aceptar las conductas de
independencia del recién trasplantado, aun cuando éste ya sea un adolescente. La con-
secuencia es que el paciente pasa a ocupar un rol de pasividad y dependencia, que se
combina con una hostilidad encubierta en la que es frecuente encontrar confrontaciones
mayores en las conductas impulsivas de los adolescentes (Bernstein y Simrnons, 1974) .:
Luego de 5 a 6 años del trasplante, los pacientes parecen encontrarse bien adapta-
1
\ dos. Sin embargo, algunos autores señalan que reacciones de ansiedad que permanecían
ocultas hacen su aparición al asistir a la clínica de trasplantados, lo que resulta en la
aparición de síntomas somatoformes que frecuentemente se relacionan con la inter-
vención quirúrgica. En el individuo surge, en particular, el miedo a que se reproduzcan
los factores que dañaron con anterioridad al riñón extirpado, lo que reiniciaría un
daño lento y progresivo que le lleve de nuevo a la insuficiencia renal (Velasco, 1985).
( Frente a este problema resulta recomendable que la familia y el individuo trasplantado
recurran a sesiones de psicoterapia en donde se plantee la reorganización familiar,
ahora que ya no está presente la IRC (Mullins et al., 1996; Rolland, 1998).
{
Los pacientes que experimentaron un rechazo inmunológico del riñón trasplanta-
\
do, con su inevitable regreso a la hemodiálisis, son quienes tienen las reacciones más
incensas. Presentan cuadros depresivos importantes, que en algunos casos quizá estén
acompañados de ideaciones suicidas; lo anterior tal vez se deba a sentimientos de culpa
( por haber destruido el riñón, órgano vital de alguien que "bondadosamente lo ha do-
nado". Por supuesto que la hostilidad del donador al haber cedido inútilmente su
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(
228 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capituló JO)
(
riñón podría acrecentar aún más el sentimiento de culpa del receptor (Velasco, 1985).
En el niño, las reacciones de rechazo inmunológico e infecciones que precipitan la
rehospitalización del paciente desencadenan estados de ansiedad y angustia de separa-
ción; en el adolescente, los estados de ansiedad y depresión con frecuencia se traducen
(
en actitudes contrafóbicas y exhibicionistas. Todo lo anterior representa de manera
evidente un serio riesgo para su restablecimiento. La situación se complica aun más ya
que gran parte de las veces las expectativas de los padres respecto al riñón trasplantado
resultan irreales, por lo que cualquier problema que se presenta ocasiona depresión y
desaliento en toda la familia (Kemph et al., 1969; Wilson et al., 1968) ..
Es necesario mencionar que, en general, los niños pequeños aceptan la donación
del riñón por parte de sus padres como un hecho rutinario y aparentemente no sienten
ningún tipo de presión por parte del donador; llegando incluso a considerarlo como
una obligación. Por el contrario, los niños mayores son bastante sensibles y conscientes
de lo que implica que alguien se quede sin un riñón, por lo cual se comportan de ma-
nera menos demandante.
Finalmente, conviene señalar que las decisiones y juicios formulados en el hogar
. del paciente, antes de que el donador se presente en el servicio encargado del trasplante
renal, tienen una enorme trascendencia y el psiquiatra debe identificarlos, analizarlos,
y considerarlos cuidadosamente (Kemph et al., 1969; Banik et al., 1971; Velasco, 1985;
Mullins et al., 1996).
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Insuficiencia renal crónica • 229
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(
230 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo JO)
LA FAMILIA Y LA IRC
Por lo general, la familia con un niño o un adolescente con IRC permanece en la etapa
de "familia con hijos pequeños", lo cual le garantiza la posibilidad de brindar cuidado
y protección al enfermo negándose a aceptar que el paciente o cualquiera decida iniciar
acciones que impliquen un mayor grado de independencia.
En la figura 10-1 se encuentran representadas algunas de las interacciones que
pueden producirse en la familia de un niño o un adolescente con IRC, de acuerdo con
las observaciones realizadas por Velasco (Velasco, 1980a; Velasco, l 980b; Velasco, 1982;
Velasco, 1985):
" En el subsistema conyugal los padres se dedican más a su función parental que a
ellos mismos como pareja, formándose así una alianza rígida entre el enfermo y la
madre, lo que mantiene al padre en una posición periférica, más aún debido a que
el padre suele encontrarse agobiado por las presiones económicas. Esta alianza
entre la madre e hijo interfiere con el rol de esposa, lo cual ocasiona en el padre
una actitud rígida y distante; por tanto, su vida como pareja y su comunicación
son bloqueados. Al niño enfermo también se le incluye en el subsistema parental
y adquiere una posición central y de autoridad a través de la díada que forma con
la madre.
• Los hermanos también desarrollan problemas para expresar sus sentimientos, pues
son sumamente ambivalentes, por una parte sienten rivalidad y hostilidad hacia
el paciente, pues se ha convertido en el centro de atención de sus padres, y por
otra, le aman y les preocupa que esté enfermo. En general, la sobreprotección que
los padres brindan al enfermo se traduce en aislamiento tanto de sus hermanos
como de sus amigos. Además, la familia tiende a bloquear los intentos de inde-
pendencia de los demás hijos, lo cual genera disgusto y malestar, pues ellos culpan
al enfermo de que los padres procedan de esta manera.
• Los múltiples cuidados que el enfermo requiere, así como la sobreprotección
(
brindada al niño con IRC, hacen que éste asuma una posición central.
• La familia tiende a aislarse del exterior, cerrando sus fronteras externas, ya que su
preocupación central es el paciente.
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~·-
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Insuficiencia renal crónica • 231
-, .
r - - - - - -. - - - - - - - - - - - , r - - - - - - - - - - - - - - - - - ,
.(
Figura 10-1. Organización de la familia de un niño con insuficiencia renal crónica. - = fronteras
externas e individuales cerradas; ···· =
fronteras entre subsistemas difusas; O alianza (madre- =
=
paciente identificado, madre-hija parental); M = madre; P padre (p_eriférico); PI paciente identificado; =
= = =
AP abuelos paternos; AM abuelos maternos; H hijos (periféricos); HP hija parental. =
• Las fronteras con la familia de origen se tornan más difusas, pues sus relaciones se
intensifican. En muchas ocasiones, la abuela asume el rol materno con los herma-
nos para que la madre pueda cuidar al muchacho con IRC. Así que la abuela o, en
algunos casos, una hija con funciones parentales, entra a formar parte de la jerar-
quía del subsistema paterno.
• Aun cuando todos los miembros de la familia declaran un sentimiento de apego,
las fronteras individuales permanecen cerradas y rígidas, debido a la dificultad
para expresar y comunicar sus sentimientos de culpa, tristeza y miedo.
En familias donde el paciente es un adulto, su pareja se dedica a brindarle toda la
ayuda y apoyo necesario, incluso a costa de interrumpir sus actividades cotidianas.
Si el enfermo es el marido, un hijo maye~ o un pariente de la familia extensa asumen
_ las funciones a las cuales se dedicaba la esposa antes del padecimiento -en la mayoría
( de los casos lo hace la abuela-; por otra parte, la mujer contará con un amplio grupo de
'
personas que podrán ayudarla en el cuidado del paciente, debido a que dispone de un
(
mayor círculo de amistades o apoyos sociales. De este modo, su problema no será
encontrar quién le brinde apoyo emocional tanto a ella como al enfermo, sino en el
aspecto económico, especialmente si el cónyuge enfermo era el proveedor del hogar.
En la figura 10-2 se encuentra representada la organización de las familias en etapa de
nido vacío con un padre con IRC.
Al hacerse salvaguardia de su marido, la esposa adquiere mayor jerarquía que él,
tanto ante sus ojos como ante los del resto de la familia. Por supuesto que esto no
descarta la posibilidad de que el cónyuge adquiera centralidad a través de su enferme-
( dad y trate de controlar al cuidador primario mediante su dolor, su incapacidad o
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(
232 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 10)
.~
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/ ' 1.
' /
/ ' / '
' / ' /
Figura 10-2. Organización de familias de hijos adultos con un padre con insuficiencia renal crónica.
- - - = fronteras entre subsistemas claras y flexibles; - = fronteras externas e individuales cerradas;
e:.") = alianza (madre-PI; madre-hija casada); 0Q =
ambivalencia (sobreprotección-rechazo); M =
=
madre (con mayorjerarqula que el padre por ser la cuidadora primaria); P padre; PI =
paciente
=
identificado; H hijos casados que sirven como red de apoyo a los padres.
haciéndole sentir inútil e inservible. Todo lo anterior también resulta aplicable en caso de
que sea la esposa quien se encuentre sufriendo de una IRC, a excepción de que el cón-
yuge frecuentemente buscará apoyo en una de las hijas del matrimonio, o bien en la
.rnadre o las hermanas de la enferma para constituir el "grupo de cuidadores primarios".
Si la pareja es el cuidador primario se forma una alianza cerrada, donde se brinda
apoyo de tipo instrumental principalmente, es decir, por una parte se presenta un
sobreinvolucramiento instrumental y, por otra, cierto grado de desapego emocional
dado que existen sentimientos ambivalentes por parte del cónyuge "sano" con respecto
al enfermo. En cierto modo el cuidador primario manifiesta rencor hacia el enfermo
por lo demandante que resulta, así como por los múltiples cuidados que le exige; sin
embargo, se culpa por pensar y sentir de este modo, además, sufre a la par del enfermo·
a medida que se deteriora tanto de manera física como mental. Así que el esposo "sano"
tratará de constituir un apoyo para su cónyuge, garantizándole bienestar, atención y
cuidados, pero tratará de impedir que el paciente le comunique sus sentimientos y emo-
ciones, ya que éstos lo angustian.
Esto último conducirá a que las fronteras individuales de la pareja y los miembros
· de la familia se cierren, impidiendo expresar los sentimientos de angustia, miedo, dolor,
frustración, desesperanza, rabia, tristeza, etc., pues existe la prohibición silente, pero
firme, a manifestar algún sentimiento negativo.
Las fronteras intergeneracionales de la familia se vuelven permeables, permitiendo
(
que determinados familiares, especialmente los hijos, lleguen a formar una red de apoyo
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(
Insuficiencia renal crónica • 233 •
para el cuidador primario, así como para quien padece la enfermedad, lo cual favorece
(
el bienestar del mismo (Kriegsman et al., 1995). La madre suele recurrir a una de las
hijas como fuente de apoyo tanto emocional como instrumental, conformando una
. alianza cerrada con la misma. Si la hija seleccionada con este fin ya ha formado su pro-
pia familia, esto puede ocasionar que la descuide, piles dedica gran parte de su tiempo
a las actividades dentro de la casa paterna.
Las fronteras con el mundo exterior tienden a cerrarse, de manera que la pareja se
( torna renuente a todo tipo de contacto social. Este último se restringe aún más por las
visitas obligatorias al médico y al hospital. Como en todos los casos de enfermedad
crónica, las visitas de amigos y familiares que se recibían al inicio del padecimiento
tienden a ser cada vez más espaciadas, o bien, a desaparecer de manera total. Kriegsman
y colaboradores (1995) consideran que el hecho de que un individuo con IRC perciba
que cuenta en verdad con una red de apoyo se manifiesta en un mejor ajuste psicoló-
gico y aceptación de la enfermedad.
Si la enferma es la mujer, el esposo delega por lo general su cuidado en otra persona
-una hija, la madre o las hermanas de la esposa-1 concentrándose en su rol de pro-
veedor. El marido consolida su jerarquía al hacerse cargo.de manera instrumental de su
esposa, tanto frente a ella como ante el resto de la familia. Este rol eminentemente ins-
trumental lo hará separarse de modo emocional y afectivo de la esposa, de manera que
asume un rol de ámigo o supervisor frente a ella. Ahora bien, si el esposo decide con-
vertirse en el cuidador primario, descuidará su trabajo y la estabilidad económica de la
familia podría encontrarse en riesgo. Además, tendrá que delegar el cuidado de los
hijos en otra persona, ya sea un hijo parental o un adulto de la familia extensa. Habrá
que considerar que si el esposo asume el rol de cuidador primario contará con un círculo
menor de personas a quiénes recurrir en caso de que desee apoyo emocional. En la
figura 10-3 se encuentra representada la organización de las familias con una madre
con IRC.
La vida de la familia gira alrededor de la enfermedad, dejando de lado sus planes
para el futuro en la incertidumbre de lo que llegue a suceder. Los problemas preexisten-
tes se "olvidan", por lo cual la familia da la impresión de haber mejorado sus relaciones
a raíz de la enfermedad. Sin embargo; estos problemas permanecen latentes ya que en
( algunos casos no sólo se relegan los conflictos, sino también la vida conyugal (Velázquez
Toscano, 1999).
( Una característica de la IRC es que existe la posibilidad de efectuar un trasplante;
\
procedimiento que, cómo se analizará a continuación, provoca un gran estrés en la
( familia y no solamente en el receptor y el donador.
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/ ' 1AP1
I AP I
' /
Figura 10-3.Organización de las familias con una madre con insuficiencia renal crónica. - = fronteras
externas e individualescerradas; .... = fronteras externas difusas; O= alianzas (en el área instrumental
entre la paciente identificada-abuela materna; paciente identificada-hija parental; paciente identificada-
hermana); PI= paciente identificada; P = padre ( - = periférico y emocionalmente distante); AP =
abuelos paternos; AM = abuelos maternos; H = hijos; HP = hija parental; He= hermana de la paciente
identificada.
'\
por otra parte, también revelaban el hecho de que donar un riñón propiciaba el esta-
blecimiento de una alianza estrecha entre el donador y el receptor después del trasplante
{Kemph et al., 1969). -
A partir de estos antecedentes se emitieron las siguientes hipótesis:
• Si previarriente al trasplante renal el donador mantiene una posición jerárquica
dentro de la familia o guarda cercanía con el receptor, al donar el riñón acentuará
tanto su jerarquía como la alianza, lo que aumenta las posibilidades de que el fun-
cionamiento familiar se vuelva rígido y, por tanto, se establezcan patrones dis-
funcionales.
• Si, por el contrario, el donador mantiene una posición de menor jerarquía en la
familia o un pobre contacto con el receptor antes del trasplante, al donar el riñón
incrementará su jerarquía familiar, además de establecer una posición más cercana
con el receptor, lo que finalmente se traducirá en un funcionamiento familiar
más flexible y, por tanto, más funcional.
De este modo, se llevó a cabo un estudio con tres familias de niños mexicanos en
donde se confirmaron estas hipótesis (Velasco, 1982).
La primera familia la constituían los padres y tres hijos. Antes del trasplante, se
observó que la madre aparecía como la figura de mayor jerarquía, siempre dispuesta l
a opinar y a llevar a cabo sus decisiones, incluso miraba al padre con cierto desprecio,
ya que él había manifestado sus temores a donar el riñón, mientras que ella se mostraba
dispuesta a darlo. También se apreció una clara y estrecha alianza entre la madre y la
ERRNVPHGLFRVRUJ
(
p
donador
H H
(
\
i
\.
Figura 10-4. Organización familiar del caso #1 previa al trasplante renal. - = fronteras externas e
individuales cerradas; O= alianza madre-paciente identificado; M = madre (con mayor jerarquía que
( Id
el padre al convertirse en el cuidador primario); P = padre ( = periférico); PI= paciente identificado;
H = hijos. El padre fue escogido para ser el donador del riñón.
¡
¡ '--
1> ERRNVPHGLFRVRUJ
236 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 1 O)
r----------.--- ----_------------------,
p 1
donador
H H
L---------------------------------·----~
Figura 10-5. Organizaciónfamiliar del caso #1 posterior al trasplante renal. Reincorporación del padre
a la familia, con lo que se logra mejor equilibrio jerárquico en la familia; desaparición de la alianza
= = =
madre-paciente identificado; --- fronteras claras y flexibles entre subsistemas;. M madre; P padre;
= =
PI paciente identificado; H hijos. El padre fue el donador del riñón para el paciente identificado.
(_
Figura 10-6. Organización familiar del caso #2 previa al trasplante renal. - = fronteras· externas e
individuales cerradas; C..:> = alianzas (madre-paciente identificado; padre-hija); M = madre (con mayor
jerarquía que el padre al convertirse en el cuidador primario); P = padre; PI = paciente identificado (con
mayor centralidad y jerarquía que sus hermanos); H = hijos. La madre fue escogida para donar el riñón (
para el paciente identificado. ·
ERRNVPHGLFRVRUJ
Insuficiencia renal crónica • 237
Figura 10-7. Organizaciónfamiliar del caso #2 posterior al trasplante renal.-. = fronteras externas e
individuales cerradas;O = alianza rígida madre-paciente identificado; M = madre (incrementa aún
=
más su jerarquía al convertirse el padre en periférico); P padre ( ~= =
periférico y distante); PI
paciente identificado (con mayor centralidad y jerarquía que sus hermanos); H = hijos. La madre fue la
donadora del riñón, con lo cual obtuvo mayor jerarquía y la alianza con el PI se tornó rígida.
reservados. El conflicto previo entre los padres se hizo evidente y la madre informó que
su esposo se ausentaba de la casa con mayor frecuencia (figura 10-7).
Éste podría representar un ejemplo de cómo· la inadecuada selección del donador
-desde un punto de vista emocional y de interacción familiar- puede propiciar un
funcionamiento inadecuado, dado que la acentuada autoridad de la madre y su estre-
cha relación con la paciente (ambas imperando antes del trasplante) se intensifican, lo
cual repercute de manera negativa para el desenvolvimiento familiar (Velasco, 1982).
(
.v, El caso #3 lo constituía una familia formada por la madre, el paciente y dos her-
manas; el padre había abandonado a la familia desde que el paciente tenía ocho años.
En la entrevista previa al trasplante se constató que la madre guardaba una relación
muy estrecha con el paciente y que una de las hermanas adoptaba un rol parental, ya
que sostenía económicamente la casa (figura 10-8). Después de los estudios de histo-
compatibilidad, esta hermana resultó la idónea para donar el riñón.
Después del trasplante se observaron los siguientes cambios: la donadora -en este
caso la hermana parental- incrementó de modo considerable su jerarquía en la fami-
lia, pero su relación con el hermano y con la madre era más cercana, lo que hacía flexi-
ble la alianza entre el paciente y la madre. Sin embargo, la acentuada jerarquía de la
hermana propició una conducta sintomática en el paciente, ya que la hermana lo pre-
( sionaba de manera intensa a que reiniciara sus actividades escolares y sociales lo más
pronto posible, lo que resultó excesivo para el receptor, ya que había abandonado las
1
'- actividades propias de su edad desde hada cinco años. Además, la reincorporación del.
paciente a sus actividades sociales y escolares desencadenó un importante .est~?º'
( presivo en la madre, dado que no estaba preparada para asumir un rol difei.'bfré
cuidadora primaria (figura 10-9). · '. ':,"
(
ERRNVPHGLFRVRUJ
238 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo JO)
Figura 10-8. Organización familiar del caso #3 previa al trasplante renal. - fronteras externas e =
individuales cerradas; O
= alianza madre-paciente identificado; M = madre; P = padre; PI = paciente
=
identificado; H = hijos; HP hija parental con mayor jerarquía que sus hermanos, quien es escogida
como donadora del riñón para el paciente identificado.
M p
. (
1
-----------------------------------,---- (
\
1. (
\ ...
(
L - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -·- - - - - - - J
I
\.
Figura 10-9. Organización familiar del caso #3 posterior al trasplante renal. --- fronteras externas =
claras y flexibles; - = fronteras individuales cerradas; se atenúa la alianza madre-paciente identificado; (
= = =
M madre; P padre; PI paciente identificado; H = hijos; HP = hija parental. Sé incrementa aún más
la jerarquía de la hija luego de donar el riñón para el trasplante.
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Insuficiencia renal crónica • 239
' ERRNVPHGLFRVRUJ
240 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo JO)
Finalmente, dependiendo del grado de ansiedad del grupo tratante, tal vez aparente-
mente sean comunicativos, hablando mucho pero prestando muy poca atención a lo
que el enfermo o sus familiares quieren saber; incluso quizá utilicen mensajes distorsio-
nados que a la familia le resulte difícil descifrar. Esto último suele suceder cuando la
familia se muestra tan ansiosa que comienza a cuestionar al médico sobre los mínimos
detalles de la enfermedad o cuando el enfermo hace preguntas -para muchas de las
cuales el médico no tiene una respuesta~, así que el clínico comienza a realizar genera-
lizaciones que poco ayudan en las dudas de la familia (Bowen, 1976).
Todo lo anterior propicia que se produzca un círculo vicioso en donde el médico
no se comunica adecuadamente con el paciente y con la familia, y estos últimos no se
comunican entre sí, al parecer debido a que existe un miedo muy grande a hablar sobre
la posible muerte. Lo sorprendente es que la mayoría piensa que se están comunicando
claramente, pero en realidad utilizan mensajes distorsionados o malinterpretan los que
reciben, con la finalidad de preservar un ambiente que impida expresar los sentimien-
tos de desesperación, dolor, frustración, enojo, etc., que la muerte inminente del paciente
hace surgir.
De manera que ante la muerte inevitable del paciente el médico tendrá la labor de
estimular a la familia y al enfermo a expresar sus sentimientos, sus preocupaciones,
creencias y miedos en la forma más abierta posible, además de estimularlos a saldar sus
asuntos materiales o afectivos. •
1
. \..
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(
El infarto
y otros trastornos cardiacos
241
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242 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 11)
ARTERIOSCLEROSIS CORONARIA
Y MIOCARDIOPATÍA ISQUÉMICA
CAMBIOS PSICOFISIOLÓGICOS
EN EL SISTEMA CARDIOVASCULAR
Siempre que el individuo sufre una intensa emoción, sea positiva o negativa, se produ-
cen cambios funcionales a ni~el del sistema cardiovascular. Emociones como miedo,
ansiedad, enojo, felicidad y excitación, se acompañan por cambios en la frecuencia
cardiaca y en el ritmo y volumen de sangre que el corazón bombea luego de cada
latido; por otra parte, también se observan cambios en la presión arterial. Estas res-
puestas del sistema circulatorio surgen de la forma personal y, por tanto, subjetiva, con
la cual el sujeto interpreta para sí mismo los sucesos de su vida personal, ambiente o con-
texto. Así, ya sea que el individuo perciba estos sucesos como retos, pérdidas o ganan-
cias, el estrés que le provocan hará que reaccione de modo diferente, expresándose en
cambios al nivel de su funcionamiento cardiocirculatorio (Lipowski, 1975).
Dependiendo del significado subjetivo que para cada persona tengan los aconteci-
mientos que suceden en el mundo exterior, así como la diversidad de la información
originada dentro de su propio cuerpo y que se encuentra representada por pensamien-
tos e imágenes mentales, el individuo puede reaccionar tanto en sentido psíquico como
fisiológico. Además de los cambios notables en su función cardiaca, el individuo quizá
llegue a percibir dolor retroesternal (nivel en el que se localiza el corazón). Por supues-
to, esto conlleva a que perciba otras alteraciones también originadas en el sistema
cardiovascular, pues sus niveles de estrés se incrementan desarrollando alteraciones
concomitantes, o bien incrementando las ya descritas; todo esto ocasiona un círculo
vicioso que crece de manera exponencial. · • (
Existe la hipótesis de que la ansiedad sostenida y el estrés intenso pueden resultar
en una disfunción cardiovascular (Lipowski, 1975); por otra parte, algunas situaciones (
y eventos en la vida llegan a exigir cambios adaptativos tanto del individuo como de su
ERRNVPHGLFRVRUJ
El infarto y otros trastornos cardiacos • 243
familia, que generan altos niveles de estrés y, en consecuencia, pueden agravar o desa-
rrollar algún problema cardiovascular en el individuo. Cuando ya existía algún tipo de
trastorno, una situación estresante -con su consecuente carga afectiva- puede llegar
a ocasionar alguna manifestación en el sistema cardiovascular; de manera que el desa-
rrollo de un infarto, la hipertensión o los procesos anginosos, pueden agravarse a causa
de la ansiedad, depresión o ambas.
La respuesta psicológica no sólo puede agravar una disfunción cardiovascular o su
sintomatología, sino ocasionar que surjan estrategias maladaptativas como un intento
por sobrellevar la ·enfermedad, es decir, mecanismos que no favorecen la aceptación y
comprensión del padecimiento. Entre estas estrategias maladaptativas se encuentra el
desarrol1o de enfermedades psiquiátricas como neurosis o psicosis, y el empleo persis-
tente de sistemas de defensa como regresión, proyección y negación; esta última puede
alcanzar extremos como que el individuo se niegue a aceptar sus roles familiares, sexua-
les u ocupacionales.
Finalmente, el significado simbólico que tiene el corazón como órgano vital es muy
importante en nuestra cultura, razón por la que es el blanco perfecto para el desarrollo
de signos o síntomas (o ambos) de tipo hipocondríaco, así como para la aparición de
síntomas secundarios a procesos muy cargados de emotividad, conflicto, culpa o miedo.
Así que por su importancia metafórica el corazón suele ser utilizado para expresar y
comunicar conflictos de tipo psicológico y estresantes.
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244 • Manejo del e-N;{m1111-e,-ónico y su familia (Capitulo 11)
Parece ser que a la mayoría de los cardiólogos se les dificulta atribuir un peso espe-
cífico a signos inespecíficos referidos por sus pacientes dentro del diagnóstico de enfer-
medades cardiovasculares, tal es el caso de -"fatiga excesiva", "malestar general" o "falta
de. energía". Algunos autores. sugieren que muchos de estos signos resultan única-
mente de los efectos secundarios de la medicación o, incluso, que sólo reflejan niveles
subclínicos de arteriosclerosis. Algunos psiquiatras se inclinan a considerar que estos
signos surgen como consecuencia de la ruptura de los mecanismos de defensa del
individuo antes de la aparición de un infarto del miocardio; mientras que otros los inter-
pretan como síntomas depresivos secundarios a un evento que puede llegar a complicar
la vida del paciente, como lo es dicho infarto (Billing et al, 1980; Hacket, 1985).
Dado que la mayor parte de estos estudios son de naturaleza retrospectiva, resulta
bastante difícil que mediante ellos se logre responder a preguntas como ¿cuáles son los
sentimientos que preceden a la presentación de un infarto del miocardio?, ¿desde cuándo
iniciaron estos síntomas?, ¿cómo podrían denominarse?, ¿cuál es su origen? De tal
manera que es importante enfocarse en los estudios prospectivos.
De acuerdo con un estudio psiquiátrico prospectivo de Cresp y colaboradores
. (1984), los pacientes que sufrieron de un infarto agudo del miocardio tendían a comu-
nicar un número mayor de experiencias de tipo somático (sudación, sensación de aleteo
en el corazón y pérdida de fa libido), así como niveles profundos de depresión (senti-
miento intenso de tristeza), que quienes no lo presentaron. Otro estudio prospectivo
conducido por Appels y Mulder (1988) encontró que el hecho de que un paciente
refiriese sentirse "exhausto" era el factor de riesgo más importante para predecir que el
individuo sufriría un infarto del miocardio. Este estudio aportó que los pacientes que
más adelante desarrollarían un infarto se sentían por lo general cansados, tenían pro-
blemas para conciliar el sueño, se levantaban varias veces durante el curso de la noche,
se notaban débiles, tenían dificultades para enfrentar los problemas de la vida diaria, se
percibían como en un callejón sin salida, mantenían un menor interés sexual, se sen-
tían sin esperanza, se mostraban fácilmente irritables, deseaban estar muertos, siempre
se creían rechazados y esto les ocasionaba la sensación de tener ganas de llorar, se
levantaban cansados por la mañana y presentaban dificultades para concentrarse.
Todos estos hechos reflejan una pérdida de vitalidad en el individuo y un intenso
sentimiento de desmoralización e irritabilidad; los psiquiatras agrupan todo esto en un
síndrome que denominan "sentimientos depresivos". Este hallazgo resulta congruente
con los resultados de otros estudios donde informan que los individuos que sufren de
un infarto del miocardio pasan por periodos de estrés, depresión y se sienten exhaustos
(Greene et al., 1972; Murphy et al., 1988).
Así, podría concluirse que los estados depresivos anticipan el riesgo de infarto del
miocardio, pero sólo cuando se le entiende como tristeza, apatía, pérdida de sueño y de
deseo sexual, fatiga y cansancio. Mientras que otros aspectos de la depresión, como los
sentimientos de culpa o un autoconcepto pobre y negativo, no constituyen parte inte-
gral de la "depresión como precursor del infarto del miocardio" (Appels, 1990).
La personalidad tipo ''A", es decir, aquellas personas altamente competitivas, agre-
sivas, ambiciosas e impacientes, tienen el doble de riesgo de sufrir un infarto del
miocardio que un individuo sin estas características (personalidad tipo "B"). Incluso,
(
\.
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El infarto y otros trastornos cardiacos • 245
estudios efectuados por Freeman y Nixon (1987) demuestran que si una persona con
personalidad tipo ''A" cambia sus hábitos de vida y adopta las actitudes de la persona-
(
lidad tipo "B", sus riesgos de sufrir un infarto agudo del miocardio disminuyen.
Cuando C. Kempe escribió en 1945 su famoso estudio describiendo la personali-
dad de quien había sufrido de un infarto agudo del miocardio, retrató a un individuo
en extremo ambicioso, altamente organizado, activo y agresivo -acercándose incluso
a la compulsividad-, pero cuya productividad en ocasiones aminoraba debido a su
propia y característica ansiedad. Kempe continúa su descripción psiquiátrica del indi-
viduo diciendo que su creatividad interna se encuentra muy reducida, al igual que su
vida interior, la cual se ve dominada por sus tendencias infantiles instintivas. Además,
presenta impulsos fuertemente agresivos y hostiles relacionados en particular con sen-
timientos de culpa en la esfera sexual, lo cual le ocasiona una tensión interna muy
fuerte al intentar reprimirlos. Por otra parte, sus respuestas emocionales hacia el mundo
exterior son limitadas y pueden presentarse de una manera violenta, sin control, por lo
que se le considera altamente reactivo e incluso tal vez llegue a mostrar una agresividad
infantil, así como dependencia oral, sentimientos de culpa, depresión y ansiedad. Usual-
mente, busca alcanzar de modo compulsivo metas que impliquen la obtención de
mayor poder y prestigio en todos los campos de su vida. Así, finalmente, aun cuando
estos individuos tratan de mantener sus impulsos fuertemente agresivos bajo control,
tienden a expresar cierto grado de hostilidad, la cual manejan y justifican como algo
necesario y bueno para lograr sus metas (Kempe, 1945).
La hostilidad referida por Kernpe constituye el componente de la personalidad .
tipo ''A" más consistente para predecir quién sufrirá un infarto del miocardio (Shekelle
et al., 1983); por otra parte, Bonami y Rimé (1972) observaron que los pacientes que
llegarán a desarrollar un problema de tipo coronario parecen tener una capacidad creativa
más limitada, así como reflexiones menos imaginativas que los pacientes que no lo
sufrirán. Finalmente, el foco de atención de los estudios de Matthews y Haynes (1986)
ha sido la hiperactividad de los sujetos con personalidad tipo ''A", estos autores postulan
que un alto grado de reactividad en el individuo podría ser el eslabón que ligue a este
tipo de personalidad con el desarrollo de un problema de índole coronario.
1
\ Por su parte, Hahn (1971) observó que los pacientes que han sufrido un infarto
del miocardio por lo general son compulsivos, lo cual utilizan como un mecanismo de
(
defensa frente a los conflictos, lo que les evita caer en la depresión. Así que si no logran
controlar su estado depresivo o si los niveles de estrés y conflicto son muy elevados, de
modo que los mecanismos de defensa sean rebasados, el individuo manifiesta irritabi-
lidad, cambios de carácter, aumento en los niveles de sudación e incluso la sensación
de estar en mala condición física.
Glass (1972) desarrolló un modelo desde el punto de vista psicológico en el cuál
postula que los individuos con personalidad tipo ''A" que llegan a desarrollar una
enfermedad coronaria sufren de un intenso estado de frustración durante cierto tiempo
. previo a la aparición del infarto del miocardio, además de comprometerse en activida-
\ des que les dejan exhaustos. Falger (1989) corrobora esta hipótesis en un estudio en el
que comparó a 133 varones admitidos en el hospital como consecuencia de un primer
infarto del miocardio, así como 192 controles y otros 133 individuos que eran vecinos
I •
\
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246 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 11)
de los sujetos que sufrieron el infarto. En este estudio se ideó una forma para investigar la
posibilidad de que los pacientes hubieran desarrollado alguna actividad que los llevara
a "estar exhaustos" durante los meses previos a sufrir el infarto del miocardio. Con el
propósito de probar la hipótesis de que los individuos con personalidad tipo "A" que
se encuentran exhaustos están en mayor riesgo de sufrir un infarto que aquéllos con
personalidad tipo "A", pero que no presentan cansancio -sino por el contrario, se
muestran llenos de vitalidad-, Falger dividió tanto a los individuos estudiados como
a los controles en dos grupos, aquéllos del tipo "exhausto" y aquéllos con suficiente
"energía vital" para continuar desarrollando actividades. Finalmente, este investigador
encontró que 56% de los individuos hospitalizados por un infarto del miocardio eran
personas "exhaustas" con personalidad tipo "A"; mientras que únicamente 32% de los
controles intrahospitalarios o 24% de los vecinos utilizados como controles pertene-
cían a esta categoría. Lo cual resultó ser una diferencia muy significativa que apoya la
hipótesis de que los individuos hospitalizados con personalidad tipo "B" o con sufi-
ciente "energía vital" para continuar con sus actividades, tienen cinco veces menos
probabilidades de sufrir un infarto que los individuos con personalidad tipo "A" que se
encuentran exhaustos. Por otra parte, los vecinos de los individuos utilizados como
controles presentaban 11 veces menos riesgo de sufrir un infarto que los individuos
"exhaustos" con personalidad tipo "A".
Según este estudio, un individuo se considera "exhausto" cuando en su vida se
pueden distinguir elementos como conflictos serios con su jefe o sus subordinados;
horarios de trabajo sumamente extensos y extenuantes, dentro de los cuales no gozan
de la posibilidad de descansos o de días libres; o bien, tienen problemas con la educa-
ción o el comportamiento de los hijos, así como conflictos maritales; y, finalmente,
problemas financieros. Dentro de este grupo de problemas, los que se relacionaron con
mayor frecuencia con complicaciones cardiacas fueron las prolongadas jornadas labo-
rales sin la posibilidad de gozar de un descanso razonable, pues esto ocasionó que los
individuos se encontrasen exhaustos, sin la posibilidad de obtener tiempo y alguna
forma para relajarse. Así, los datos de Falger sugieren que los individuos llegan a mos-
trarse "exhaustos" cuando presentan una intensa sobrecarga de trabajo o al experimentar
situaciones que conllevan el desarrollo de altos niveles de estrés .
. Con base en lo que se ha descrito de la personalidad tipo "A" y "B" y del riesgo que
la primera representa para el desarrollo de un infarto del miocardio, es importante
determinar cómo se pueden identificar estos estilos de vida. Es posible diferenciar los
distintos patrones de comportamiento mediante una entrevista semiestrucrurada que
tome en cuenta la siguiente información: nivel de ambición; grado de competitividad;
nivel de involucramiento en el trabajo y otro tipo de actividades que exijan una intensa
labor competitiva; la sensación de que toda actividad a desarrollar es urgente; rnanifes-
. raciones previas y actuales de hostilidad; deseo intenso o gran necesidad de lograr el
. reconocimiento de los demás; tendencia a incrementar la velocidad normal con la que
se llevan a cabo tanto las actividades físicas como las mentales; desarrollo acelerado de
(
las actividades motoras (habla explosiva y sumamente rápida, movimientos abruptos y
veloces, tensión en los músculos corporales y de la expresión, así como una mayor can-
tidad de gestos con las manos y el cuerpo). De tal manera que, como algunos psicólogos
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. -,.
El infarto y otros trastornos cardiacos • 247
con orientación psicodinámica comentan, el individuo con personalidad tipo "A" po-
see una personalidad neurótica de tipo obsesivo-compulsivo (Lipowski, 1975). Por otra
parte, Broadhead y colaboradores (1983) consideran que los individuos con persona-
lidad tipo "A" que perciben en su familia una fuente de apoyo sufren oclusiones coro-
(
narias menos extensas que aquéllos con personalidad tipo ''A" que no lo tienen -o no lo
perciben- o que las personas con personalidad tipo "B".
De modo que aquellos individuos que tienden a sufrir únicamente de dolor de
pecho de tipo anginoso o de otros síntomas relacionados con el desarrollo de un infarto
del miocardio, sin llegar nunca a sufrirlo, por lo común suelen ser más hipocondríacos,
( ansiosos y emocionalmente inestables que quienes no desarrollan síntomas somatoides;
mientras que los individuos que padecen infartos del miocardio propenden a ser personas
altamente controladas y exitosas, con una elevada capacidad para negar la ansiedad, el
coraje y la depresión (Lipowski, 1975). Ahora bien, parece ser que en aquellos varones
que experimentan una relación de pareja gratificante, en la que encuentran pleno apoyo
instrumental y emocional, la incidencia de angina de pecho y de infarto del miocardio es
menor, incluso en presencia de factores de riesgo como tabaquismo, hipertensión, dia-
betes mellitus o valores elevados de colesterol (Kriegsman et al., 1995).
Los factores psicológicos no son los únicos que pueden llegar a predisponer al indi-
viduo a un infarto del miocardio, también existen factores nutricionales, como una
dieta rica en grasas saturadas y alto valor calórico, lo cual conduce a que el individuo
tenga altas concentraciones de colesterol o triglicéridos -o ambos-, los cuales pue-
den provocar la aparición de arteriosclerosis. Otros factores que también llegan a influir
en su aparición son las elevadas concentraciones de azúcar y de ácido úrico, presión
elevada (hipertensión), diabetes mellitus, hipotiroidismo (defecto que consiste en que
la glándula tiroides funciona muy por debajo de los valores normales) y gota (enferme-
dad caracterizada por la acumulación de ácido úrico en las articulacion:es de los huesos
pequeños, especialmente de los dedos de los pies), así como ciertos hábitos como fu-
mar, sobrepeso o sedentarismo; además de una historia familiar de arteriosclerosis,
enfermedad hipertensiva o muerte súbita.
Finalmente, las personas que desarrollan estrategias sumamente eficaces para ocul-
tar o negar la ansiedad, la depresión y la culpa, también se encuentran en mayor riesgo
de desarrollar un infarto del miocardio. De manera que la confluencia de estos factores
psicológicos y sociales con otros de tipo alimenticio, hábitos y predisposición genética,
puede activar las vías fisiológicas, bioquímicas, o ambas, que hacen que un individuo
resulte propenso a sufrir un infarto del miocardio.
(
I
\
RESPUESTA PSICOLÓGICA INDIVIDUAL
Y FAMILIAR ANTE UN INFARTO DEL MIOCARDIO
(
~
La respuesta psicológica inmediata del individuo ante un infarto es intentar minimizar
(_ el daño sufrido, así como subestimar el miedo que resulta del evento (Lipowski, 1975).
El miedo puede convertirse en negación, de manera que el individuo la presenta como
un mecanismo de defensa frente a la ansiedad que le produce la posibilidad de morir,
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248 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 11)
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El infarto y otros trastornos cardiacos • 249
,•\ '
Los cónyuges de los pacientes que han padecido de un infarto del miocardio a menudo
también experimentan ansiedad, depresión e incluso manifiestan síntomas de tipo
somatoide; cursan con sentimientos de culpa y se reprochan a sí mismos por el infarto
sufrido por su pareja. Algunos quizá hasta desarrollen dolor de pecho o palpitaciones,
lo cual sugiere una plena identificación con el cónyuge o los altos niveles de culpa que
el individuo experimenta acerca de la enfermedad sufrida por la pareja.
Muchos cónyuges se convierten en individuos sobreprotectores hacia su pareja
( enferma, protegiéndoles para que no realicen mucho o casi ningún tipo de trabajo, así
como evitando toda actividad de índole sexual. Esto último se relaciona con el temor
(
que existe de que el individuo enfermo pueda fallecer súbitamente durante la práctica
sexual; esta idea parte del mito -que aunque tiene una base real, resulta terriblemente
exagerado y desvirtuado- en el que al sexo se le relaciona con una actividad que
demanda mucha energía.
Finalmente, el cónyuge del individuo con un infarto tiende a suprimir todo tipo
de resentimiento o rechazo hacia la irritabilidad o dependencia que el enfermo llegue a
manifestar, pues esto le provoca terribles sentimientos de culpa. Además, el grado de
ansiedad que el cónyuge sano manifiesta quizá incremente la ya existente en el enfer-
mo, aumentando así sus necesidades de dependencia e inclusive su grado de minusvalía,
o tal vez -en el extremo diametralmente opuesto- favorezca un regreso prematuro al
trabajo y a la actividad sexual (quizá adopte una actitud general de independencia
forzada y vigor). Por tanto, resultanecesario el pronto establecimiento de un diálogo
con el cónyuge sano, con el objetivo de disminuir su ansiedad e involucrarlo de manera
pronta pero efectiva en el plan de rehabilitación del individuo posinfarto.
En la figura 11-1 aparece la organización de las familias en etapa de nido vacío o
con hijos adultos en donde el padre ha sufrido un infarto del miocardio. En este mapa
familiar se pueden observar los siguientes datos organizacionales:
• Al sufrir el esposo un infarto del miocardio, la esposa se convierte en la cuidadora
primaria adquiriendo una mayor jerarquía durante la convalecencia, cambio que
incluso podría ser permanente si el marido queda inhabilitado para reasumir sus
funciones desde el punto de vista instrumental; especialmente si él siempre había
( sido la principal fuente de ingresos económicos en la familia. Esto, por supuesto,
no descarta la posibilidad de que el paciente adquiera centralidad a través de su
enfermedad e intente controlar al cuidador primario mediante su dolor, su inca-
pacidad, o haciéndole sentir inútil e inservible. Ahora bien, si es la esposa quien
sufrió el infarto, el esposo consolidará su posición jerárquica dentro de la familia
( al mismo tiempo que buscará el apoyo en una de sus hijas, o bien en la madre o
las hermanas (o ambas) de la enferma, para constituir una red de apoyo.
• El cuidador primario -por lo general el cónyuge->- forma una alianza cerrada
con el enfermo en la que se brinda apoyo, sobre todo de tipo instrumental, al
( mismo tiempo que se produce cierto grado de desapego emocional. El cuidador
·primario tratará de garantizar el bienestar, atención y cuidados que necesite a
quien sufrió el infarto, pero generalmente cerrará la oportunidad de comunicar
sus sentimientos o expresar sus emociones. Esto último llevará a que se cierren las
( fronteras individuales dentro de la pareja y hacia el resto de la familia, pues existe
la prohibición silente pero firme de no expresar sentimientos negativos.
(,.
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250 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 11)
(
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Figura 11-1. Organización familiar de hijos adultos con un padre que ha sufrido infarto agudo del
, rnlecardio. --- = fronteras externas y entre subsistemas claras y flexibles; - == fronteras individuales
=
cerradas; C.::) alianza madre-paciente identificado; < =: =
red de apoyo (madre-hija casada;
paciente identificado-hermana; madre-amigos; paciente identificado-amigos); g= ambivalencia emo-
cional (apego-desapego); M = madre (con mayor jerarquía que el padre por ser el principal apoyo
= =
emocional del paciente); PI paciente identificado; H hijos casados que sirven como red de apo-
yo a los padres; He = hermana del PI; A = amigos.
\
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Figura 11-2. Organización familiar de hijos adultos con una madre que ha sufrido infarto agudo del
( miocardio. ::~,.= fronteras externas y entre subsistemas claras y flexibles; - = fronteras individuales
\
cerradas; C,) = alianzas (padre-paciente identificado; paciente identificado-hija casada); , ~ ::: s =
red de apoyo (paciente identificado-hijo casado-nuera; paciente identificado-hermana; paciente
identificado-abuela materna; paciente identificado-amigas), .:==-, = ambivalencia emocional (apego-
desapego); p = padre (con mayor jerarquía que la madre parser el principal apoyo instrumentai de la
=
paciente); PI= paciente identificado; H hijos casados que sirven como red de apoyo alos padres;
= = =
He hermana del paciente identificado; A amigos; N nuera; AM = abuelos maternos. · · · '
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252 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 11)
RESPUESTA PSICOLÓGICA
DE UN PACIENTE POSINFARTO AL TRATAMIENTO
Hace 40 años la respuesta médica ante un paciente que había sobrevivido a un infarto
era ponerlo en reposo absoluto, por lo menos durante seis semanas; esta conducta se
fundamentaba en los hallazgos de autopsia encontrados por Mallory y colaboradores
(1939), quienes demostraron que se requería de un mínimo de cinco semanas para que
el músculo cardiaco cicatrizara luego de sufrir un infarto. Se pensaba también que la
movilización temprana aumentaba el riesgo. de rotura cardiaca, formación de aneurismas,
insuficiencia cardiaca y arritmias. A pesar de esto, diversas publicaciones ya ponían en
duda esté juicio en pacientes con infarto del miocardio no complicado, haciendo ver
que la inmovilización podía ocasionar debilitamiento muscular, inestabilidad vaso-
motora, estreñimiento, y problemas tromboembólicos y cardiacos. La movilización
temprana en la práctica clínica se introdujo hasta muchos años después; en 1952 se
corroboró que la movilización temprana reducía los riesgos de tromboembolia, ade-
más de otorgar un considerable beneficio para pacientes con insuficiencia cardiaca, así
como una franca mejoría en los aspectos psicológicos del paciente ..
Benestad (1972) notó que la capacidad física para realizar trabajo en pacientes pos-
infarto durante el inicio de la convalecencia era aproximadamente 30% menor que la
correspondiente en personas sanas de la misma edad. Froclicher (1980) demostró que los
pacientes posinfarto que seguían un programa regular de rehabilitación supervisada por
varios meses, lograban desarrollar una capacidad física similar a la de las personas sanas
de la misma edad. De este modo, desde mediados del decenio de 1960-69 diversos
autores han descrito los efectos físicos benéficos de los programas de rehabilitación, así
como la reducción en las tasas de mortalidad y morbilidad posinfarto (Kentala, 1972).
AsÍ, los efectos del entrenamiento físico pueden resumirse en una mejor adaptación
muscular a través de una mejoría en el metabolismo aeróbico celular de las fibras muscu-
lares; un aumento en la oxigenación, el volumen sanguíneo y la masa cardiaca; además
de una disminución en la resistencia vascular periférica con su consecuente baja en la
presión arterial y la frecuencia cardiaca (Ibrahim et al., 197 4). Por tanto, el ejercicio es
ampliamente utilizado en la rehabilitación del paciente con cardiopatía isquémica y se
ha demostrado que aumenta la resistencia y la capacidad máxima para efectuar trabajo.
Los programas de rehabilitación han incluido durante los últimos años, además de
los programas de entrenamiento físico, la modificación de los factores de riesgo coro-
nario, la asesoría vocacional y psicológica y, sobre todo, el seguimiento cercano de los
pacientes. Además, procedimientos no invasivos más recientes como la cardiografía,
las técnicas de medicina nuclear y, en especial, las pruebas de esfuerzo, han hecho
posible evaluaciones más completas en los pacientes posinfarto inmediato. La práctica
temprana del ejercicio físico, así como los cambios a diferentes esquemas de trata- r,
miento, han logrado un manejo más efectivo del paciente y, por tanto, un pronóstico
diferente para el mismo. Aun cuando existen muchas dudas sin . resolver respecto al
efecto del ejercicio, parece estar bien establecido que los beneficios sobrepasan a los
problemas y riesgos. ·
Estudios en México (Villegas Aréchiga, 1988) indican que el entrenamiento físico
puede resultar efectivo para alcanzar las metas fisiológicas y psicológicas de la rehabili-
(
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El infarto y otros trastornos cardiacos • 253
{
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254 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 11)
Asimismo, el individuo posinfarto tal vez necesite realizar cambios en las activi-
( dades que ejecutaba previamente al problema; no sólo en su vida laboral, sino muchas
veces también en la esfera personal y familiar. La mayoría de los individuos requerirá
de ayuda externa, así como de un apoyo completo y duradero por parte de su familia.
Tessar y Hackett (1985) y Cassem (1981) comentan que, luego de ingresar a una unidad
de cuidados coronarios, los pacientes posinfarto experimentan una serie de reacciones
( emocionales como ansiedad, negación, desaliento e, incluso, problemas de personalidad.
La ansiedad se vincula con el dolor e incomodidad y con la sensación presente de la muerte,
(
; o bien, con la relación que ellos hacen entre el infarto agudo del miocardio y la posibi-
lidad de fallecer. Lynch (197 4) y Hackett y Cassem (1979) consideran que el contacto
(
\
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256 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 11)
humano -no sólo de familiares y amigos, sino incluso del personal de salud-, así
como la atención adecuada, la instrucción e información sobre el proceso vivido y del
pronóstico a corto, mediano y largo plazos, constituyen herramientas esenciales para
ayudar a: reducir de manera importante la ansiedad en el paciente posinfarto.
Villegas Aréchiga (1988) encontró que con frecuencia muchos pacientes no se
encuentran receptivos de manera inmediata a la información brindada por el equipo
de salud; así que sugiere que los pacientes requieren que se les brinde paciencia y un
ambiente cálido y receptivo, en el que no sólo disminuya la ansiedad, sino también el
miedo que quizá lleguen a manifestar o que tratarán a toda costa de ocultar, especial-
mente si el paciente es varón o tiene una personalidad tipo "A"; este miedo les impide
manifestar al médico todas las dudas y preguntas que tienen acerca de su padecimiento
y sobre su futuro. Por estas razones es importante que el clínico esté atento y pueda
apoyar de manera directa al paciente o bien canalizarlo a otro profesional del área de la
salud que pueda hacerlo, quien deberá descubrir los mecanismos de negación que
pueda utilizar el paciente.
La negación es un mecanismo de defensa que ayuda al paciente a manejar o mini-
mizar sus sentimientos de miedo, es en estos casos en los que podría decirse que el meca-
nismo de negación resulta: constructivo para el paciente, pues le permite vivir el evento
sufrido; no obstante, cuando la negación se utiliza para evitar percatarse de la gravedad
y realidad del padecimiento, se torna destructiva y es cuando se debe hacer algo por
resolverla. Así, la negación se convierte en un proceso de maladaptación y una forma
poco efectiva de manejar la ansiedad, lo cual llevará al paciente a desarrollar enojo o
depresión. Conforme la ansiedad y la negación disminuyen, el paciente empieza a asi-
milar los eventos ocurridos; muchos hacen contacto con su problema sintiéndose
incapacitados y terriblemente agredidos en sentido moral y emocional, por lo cual hay
tristeza y sentimiento de pérdida.
Cassem (1981) considera que el paciente que sufre un infarto del miocardio experi-
menta también un "infarto al ego"; la pérdida súbita de fuerza, capacidad y potencia-
lidad contrasta con los sentimientos de fuerza, capacidad, seguridad y productividad
vividos o experimentados antes del infarto. Incluso bajo condiciones de altos niveles
de estrés, individuos susceptibles pueden regresar a formas primitivas de comporta-
miento para tratar de enfrentar su situación. Entre las reacciones que es posible observar
en este grupo de personas se encuentra la negación de tipo psicótica, una sobreactuación
pasivo-agresiva, provocación sexual o una abierta oposición a practicar cualquier tipo
de tratamiento (Breu, 1978).
Es fundamental considerar los factores que afectarán tanto al paciente como a la
familia; esta última experimenta también la misma angustia, miedo, ansiedad, frustra-
ción y tristeza que el paciente pero, además, dado que son sólo observadores, se sentirán
impotentes y pasivos en cuanto a cómo ayudar a su familiar. Así que ante la incapaci-
dad para hacer otra cosa, comenzarán a exagerar el grado de dolor que piensan que el
paciente sufre. Afin de evitar esta conducta y hacer sentir a la familia activa y partícipe
de la enfermedad de su paciente, es necesario que se le informe, oriente y, sobre todo, (
que se le permita hablar abiertamente de los sentimientos de tristeza, frustración y
miedo que suele llevar consigo y que en muy pocas ocasiones desea manifestar (quizá se
digan a sí mismos "¿cómo voy a demostrar debilidad ante todos?, si los demás aguantan
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El infarto y otros trastornos cardiacos • 257
··( ¿por qué yo. nor, ¡debo ser fuerte, por ellos y para ellos!"). También debe existir un
espacio abierto en el cual pueda manifestar sus dudas y sus preocupaciones.
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(
258 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 11)
(
cuidado y atención del paciente en la etapa de convalecencia; saber qué hacer para
prevenir otro infarto del miocardio, ya que esto les da seguridad y sensación de control
sobre su vida; y saber cuál es el pronóstico a largo plazo y si existirán secuelas de tipo
invalidante.
Entre las dudas que experimentan más a menudo los cónyuges de los pacientes
posinfarto se encuentran: incertidumbre acerca de los niveles.de actividad apropiada
para el paciente; preocupación y miedo sobre cuándo reanudar su vida sexual; qué
momento será el adecuado para realizar tareas fáciles pero de mucha responsabilidad, (
como conducir un automóvil; cuándo y cuánto deberá ser lo máximo que camine,
suba escaleras, lave platos, cocine cosas ligeras, etc.; y saber si el cónyuge podrá reasu-
mir su trabajo y cuándo podrá hacerlo (Dobbson et al., 1971).
Los individuos que sufren de un-infarto del miocardio también manifiestan un mie-
do importante a quedar incapacitados y, 50mo consecuencia, a perder su rol dentro de
la familia y la sociedad, al mismo tiempo esta idea genera ansiedad, pues temen volverse
dependientes de su cónyuge; por ello resulta indispensable que todos los involucrados
.cornprendan que muchas de las restricciones impuestas -físicas; dietéticas, sexuales y
laborales- son temporales. Es posible reducir la aprensión y la ansiedad ayudando al
paciente y a su familia a anticipar los cambios y ajustes que ocurrirán en su vida coti-
diana; las familias se benefician al saber que la adaptación a un infarto es un proceso
continuo que no termina con la salida del paciente del hospital.
Es importante el trabajo psicoterapéutico con el cónyuge y los demás miembros de la
familia del paciente posinfarto, durante y después de su salida del hospital, ya que esto
ayuda a detectar sus necesidades personales, fuerzas y debilidades, las cuales tienen una
función primordial en el proceso de recuperación del paciente. Otro aspecto que debe
manejarse con el cónyuge es el de propiciar que hable acerca de sus sentimientos con
relación al infarto, mismos que, en general, pueden ser de miedo, ansiedad, depresión,
culpa y enojo. La expresión de sentimientos puede ayudar a prevenir una reacción
interna de frustración o la presentación de conductas regresivas.
Dado que subyacente al temor de haber sufrido un infarto se encuentra el miedo a
la muerte, es importante dar a la pareja información adecuada y aclarar dudas o malos
· entendidos con relación al estado de salud del paciente. Es fundamental precisar que el
paciente es el primer responsable de cumplir las instrucciones y tratamientos, a fin de
evitar que la pareja se torne sobreprotectora (Cowen, 1983). Diversos estudios informan
que la pareja del paciente con infarto del miocardio manifiesta actitudes sobreprotec-
toras que afectan de manera adversa el proceso de rehabilitación, fundamentalmente
porque evidencia angustia y preocupación sobre la cantidad de actividad que puede
realizar su cónyuge sin que ésta le sea perjudicial. También se comunica que, por lo
general, las esposas de los pacientes posinfarro piensan que la actividad es dañina para el
paciente, por lo cual se recomienda que se les incluya en grupos de discusión sobre
dudas y problemas antes de que el paciente sea dado de alta, ya que de otra manera
tenderán a invalidarlo (Skelton y Dornenian, 1973; Mayow et al., 1978; Croog y Fitz-
gerald, 1978; Wynn, 1967; Klein et al., 1965; Ben-Sira y Eliezer, 1990).
En un estudio realizado por Sikorski (1985) se encontró que las esposas de los
pacientes posinfarto comentaron cambios en los patrones o actividades familiares, tales
como rutinas hogareñas, tareas cotidianas, reuniones sociales y recreativas, etc., a fin de
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E/infarto y otros trastornos cardiacos • 259
(
sobre su salud, la predicción que él mismo hace sobre su futura capacidad de trabajo, la
cantidad de actividad física que el individuo tenga que desarrollar durante sus labores, (
su estatus económico, la estabilidad familiar, la edad y la tolerancia al ejercicio, consti-
tuyen determinantes importantes para el retorno al trabajo (Diedericks et al., 1983;
Davidson y de Busk, 1981).
Kushnier y colaboradores (1975) consideran que aquellos pacientes que prolon-
gan su reingreso a las actividades laborales piensan que la causa por la cual sufrieron
un infarto se encuentra estrechamente relacionada con situaciones de tipo laboral. (
También les resulta más difícil reincorporarse al trabajo a quienes previamente al infar-
to ya tenían muy poca motivación para desarrollarlo, por tanto, esta insatisfacción en
el ámbito laboral se encuentra significativamente relacionada con su inestabilidad emo-
cional y con sus altos niveles de pesimismo. Además, quienes consideran que su trabajo
les exige realizar una actividad física intensa desarrollan temor a que esto pueda preci-
pitar un nuevo infarto y, en consecuencia, tienden a manifestar síntomas somatoides
con mayor facilidad que los individuos que consideran que sus trabajos no tienen esta
demanda (Wiklund et al., 1985).
, Wiklund y colaboradores ( 1985) encontraron que 75% de los pacientes posinfarto
se encuentra trabajando medio tiempo o tiempo completo un año después de ocurrido
el episodio. Cuando los pacientes eran menores de 40 años de edad, todos reanudaron
sus actividades laborales antes de que transcurriera un año, lo mismo sucedió con 72%
de los individuos entre 41 y 50 años, y 77% de los que oscilaban entre 51 y 60 años.
Por otra parte, 83% de los pacientes con actividades laborales de tipo sedentario se
incorpora rápidamente a sus labores, con una media de 16 semanas. Finalmente, estos
autores' comentan que algunos de los factores mencionados más a menudo por los
individuos posinfarto para no regresar al trabajo fueron: tener una actividad laboral
que les demanda una actividad física intensa; haber sufrido un infarto complicado o
muy extenso; temor de que el estrés generado por su actividad laboral pudiera desenca-
denar un nuevo infarto (en este grupo se informó con frecuencia la aparición de síntomas
sornatoides como el dolor en el pecho); inestabilidad emocional; y una excesiva pre-
ocupación por parte de la familia en relación con la salud del paciente, tras la cual se
esconde el miedo a que éste desarrolle otro infarto, por lo que la familia le sobreprotege.
Así, parece ser que la deambulación temprana, abreviar lo más posible la estancia hos-
pitalaria, llevar a cabo actividades formativas e informativas sobre el curso y pronóstico
de la enfermedad (las cuales disminuyan los niveles de miedo y ansiedad), y hacer pla-
nes para reingresar rápidamente a las actividades laborales, logran que el individuo
desarrolle una actitud optimista y realista sobre el futuro.
En México, Villegas (1988) llevó a cabo un estudio para determinar cuáles eran las
diferencias entre quienes tenían un mejor apego al proceso de rehabilitación y aquellos
que no loIograban, encontró que: 1) los pacientes con un menor apego a los progra-
mas de rehabilitación cuentan, por lo general, con un mayor grado de escolaridad y un
mayor estatus en su actividad laboral. Usualmente su ocupación les aporta un mayor
reconocimiento social e incluso ingresos económicos elevados pero, a su vez, les genera
mayor tensión y una elevada cantidad de preocupaciones, lo que les obliga a tomar más
responsabilidades y dedicar más tiempo a su actividad laboral y, por tanto, les deja
menos tiempo para el esparcimiento y para compartir con su familia. 2) Los pacientes
l.
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El infarto y otros trastornos cardiacos. • 261
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262 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 11)
durante el posoperatorio, razón por lo cual recomienda que con el paciente se trabajen
tanto la ansiedad como el miedo antes de llevar a cabo la cirugía. Entre las técnicas que
podrían emplearse para llevar a cabo dicho objetivo se encuentran las de relajación,
informar detalladamente alindividuo acerca del origen y pronóstico de la enfermedad
y de todo aquello que sucederá en la sala de operaciones y en los primeros días poso-
peratorios. Asimismo, se considera oportuno alentar al paciente a que exprese todas
sus dudas, para así aclararlas utilizando un lenguaje comprensible y adecuado para él.
De no ser así, estos pacientes no lograrán recuperarse fácilmente del trauma psicoló-
gico, ni aun después de haber recibido el beneficio de una intervención quirúrgica con
éxito. Korfeld y colaboradores ( 1965) sugieren que el factor más común que explica las
perturbaciones sufridas por los pacientes durante una cirugía cardiovascular con uso
de circulación extracorpórea es la experiencia perturbadora sufrida en la sala de recu-
peración. Los pacientes se sienten atemorizados por la atmósfera desconocida que impera
en este sitio, especialmente por los sonidos extraños que en ellas se emiten y que les
imposibilita descansar, dormir y relajarse. En general, la dificultad primordial con la
que se enfrentan estos individuos es la de interpretar esta vivencia, pues carecen de un
marco similar en sus experiencias anteriores.
Finalmente, Kimball (1969) intentó clasificar a sus pacientes con el propósito de
predecir el ajuste subsecuente a la cirugía cardiovascular con circulación extracorpórea.
Con este fin estudió a 54 pacientes adultos el día anterior a la operación, encontrando
que sólo algunos pacientes habían logrado adaptarse de manera adecuada a la idea
de que sedan sometidos a una operación que representaba un riesgo para su existencia
en ese momento pero que al mismo tiempo les garantizaba, de cierto modo, un futuro
más prometedor. Otros pacientes que se habían acostumbrado gratamente a las ganan-
cias secundarias que su padecimiento cardiaco les brindaba, comúnmente tendían a
negar la ansiedad que este procedimiento les generaba, al mismo tiempo que se negaban
a expresar las suspicacias que tenían respecto al éxito de la operación, comportándose
de forma rígida y ocultando cierto grado de angustia y depresión. De modo que sólo
aquellos individuos que habían comprendido tanto las razones como las consecuencias
a corto y a largo plazo del padecimiento, y que consideraban que valía la pena some-
terse al riesgo del procedimiento, eran quienes se encontraban psicológicamente pre-
parados para enfrentar el evento. Esto resultó evidente dado que tuvieron un periodo
de recuperación satisfactorio, además de que se minimizó la magnitud de las compli-
caciones físicas y psicológicas, o incluso no se presentaron. Así, Kimball concluye que
una deficiente adaptación psicológica previa a la cirugía predispone al paciente a ma-
yores complicaciones durante el posoperatorio. •
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(
Breves anotaciones
acerca de los antes llamados
trastornospsicosomáticos
( TRASTORNOSSOMATOFORMES
Aun cuando la interrelación entre la mente y el cuerpo ha atraído
la atención del ser humano de todos los tiempos, la medicina ha
oscilado a lo largo de su historia entre una tendencia dinámica y
sintética que persigue estudiar al humano en su totalidad, re-
! ! presentada en la antigüedad por la escuela de Kos, principalmente
por Hipócrates, y una tendencia analítica, específica y meca-
{
\ nicista, cuyos iniciadores pertenecían a la escuela griega de Cnide
(Haynal y Pasini, 1984).
263
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264 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 12)
Durante los siguientes dos mil años se multiplicaron los conocimientos relativos al
soma, mientras que a la psique se le desterró del estudio científico. Gradualmente la
psique -que pasó a denominarse "mente't->- se convirtió en materia exclusiva de estu-
dio de los filósofos, el "alma" de los teólogos y el cuerpo de los médicos, mientras que las
emociones fueronignoradas pot todos ellos. De hecho, la influencia psíquica sobre el
soma se consideró COJ:llO no científica. En consecuencia, se hizo común tratar a la
enfermedaden vezde al paciente. Durante el siglo XIX, el cisma mente-cuerpo llegó a
su punto rrihirrtüdesarrolláridose una fascinación por los descubrimientos fisicoquí-
micos y bacteriológicos. Posteriormente, Rudolf Virchow puso en evidencia mediante
trabajos científicos que la enfermedad tenía su origen en los trastornos de la célula y ésta
se convirtió enel "soma". Por último, Freud reunificó la psique y el soma, demostrando
la importancia de las emociones en la producción de los trastornos somáticos y psíqui-
cos (Fernández de Castro y González, 1992).
Entre los enfoques que sin duda han tenido una notable contribución inicial al
estudio de los trastornos somatoformes se destaca el psicoanálisis, al cual hay que reco-
nocerle el mérito histórico de haber fundado una Medicina preocupada por este tipo
de problemas y que trató de buscar en el síntoma somatoide un sentido que fuera más
allá de la pura exteriorización orgánica y que permitiera la exteriorización del lenguaje
corporal. Si bien Freud pocas veces se dedicó de manera directa al estudio de este tipo
de problemas, siempre tuvo plena conciencia de la presencia de componentes psíqui-
cos en numerosas perturbaciones orgánicas, en lo que denominó "el salto misterioso
desde la mente al cuerpo" (Fernández de Castro y González, 1992).
Como se recordará, a partir de las investigaciones de Cannon la tradicionalmente
llamada "medicina psicosomática" llegó a ser uno de los fundamentos y modelos
neurofisiológicos básicos a través de la descripción de la compleja interacción entre las
glándulas endocrinas y el sistema neurovegetativo. Este autor sostenía que las situacio-
nes generadoras de miedo, ira o enojo podían provocar cambios corporales importantes.
Luego, Seyle procuró determinar el orden temporal de los sucesos neurofisiológicos
que ocurren durante la respuesta del cuerpo al estrés. Este autor concibió la reacción de
estrés como una respuesta normal de adaptación a una amenaza, a través del eje cortico-
hipofisario-suprarrenal (Fernández de Castro y González, 1992).
Desde 1967, Holmes y Rahe definieron al estrés como la respuesta psicológica y
fisiológica del individuo ante un desequilibrio percibido entre las demandas del am-
biente (cambios enla vida cotidiana) y la capacidad del mismo para afrontarlas. Así,
Holrnes y Masuda (1974) informan de una correlación entre la magnitud de los cam-
bios producidos en la vida de un individuo o de su familia y el desarrollo de síntomas
como enfermedad cardiaca, propensión a las fracturas y lesiones causadas durante la
práctica de deportes.
Hoy día existe un incremento en la evidencia clínica acerca de la relación entre
eventos estresantes, traumas sufridos y las situaciones que implican una pérdida para
los individuos, por una parte, y su impacto en la salud física y mental de quien los
padece, por la otra (Adler y Matthews, 1994; Leserman et al., 1998; Laws, 1993; Me
Leod, 1991; Kessler y Magee, 1993). Incluso, en apoyo a esta evidencia que parece
irrefui:able, se ha creado una disciplina dentro de las ciencias médicas denominada
medicina biopsicosocial.
(
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Breves anotaciones acerca de los antes llamados . . . • 265
(
Existe prueba convincente de que casi ninguna enfermedad clínica ocurre aislada
( de la experiencia de vida del paciente. También existe gran cantidad de bibliografía
referente a casi toda la gama conocida de padecimientos que reporta que éstos evolu-
cionan mejor cuando toda la familia se involucra en su tratamiento. De manera que
gran parte de la opinión pública y un número cada vez mayor de clínicos concuerdan
en que las creencias, actitudes y emociones influyen en enfermedades graves como
cáncer, cardiopatías e hipertensión arterial entre otras (Griffith y Elliot Griffith, 1994).
( Parece ser que hasta la apendicitis, una enfermedad considerada como un trastorno de
etiología infecciosa y resolución quirúrgica, puede estar estrechamente relacionada con
( alguna experiencia estresante en el paciente, sucedida días antes de que este padeci-
miento haga su aparición (Creed, 1989).
los estudios de Turner y colaboradores (1995) proponen que los eventos sufridos
por el individuo durante su niñez (divorcio de los padres, maltrato o enfermedad)
constituyen el sustrato adecuado para que manifieste una mayor vulnerabilidad ante
los factores de estrés en su vida adulta, también es probable que impacten seriamente
en su salud física y mental. Prueba de esto último lo constituye la investigación llevada
.\
a cabo por Leserman y colaboradores (1998), donde se comunica que una historia de
abuso en la infancia o una niñez anidada dentro de una familia turbulenta, así como
traumas que se presentan a través de la vida, sumados a eventos estresantes recientes, se
potencian para impactar sobre la salud de los individuos estudiados.
Griffith y Elliot Griffith (1994) brindan una serie de ejemplos en donde se hace
palpable la sincronización de la mente con el cuerpo. Tales son los casos de un enfermo-
cardiaco que siente un dolor punzante en el pecho cuando su jefe lo reprende de ma-
nera injusta; el de una niña de seis años que presenta una crisis asmatiforme en la
escuela y que regulariza su respiración en cuanto su madre acude a la institución para
llevarla a casa; la esposa ciega que muere al mes de que su esposo, hasta entonces su
amado y resignado cuidador primario, fallece víctima de un derrame cerebral; el de
una madre con cáncer de páncreas que vive más tiempo del que su médico le pronos-
ticó para asistir al nacimiento de su primer nieto.
Hasta hace pocos años, a los trastornos somatoformes se les conocía con el nom-
bre de enfermedades psicosomáticas. La palabra psicosomático deriva de los términos
( griegos psyque y soma, que significan "mente" y cuerpo", respectivamente. Heinroth
fue el primero en emplear este término hacia 1818, al referirse a los dos aspectos
indivisibles del ser humano (Haynal y Pasini, 1984). Por otra parte, este término se
incluyó en la primera edición del Diagnostic and StatisticalManual ofMental Disorders
( (DSM), editado en 1952, al referirse a los trastornos en que el estado mental modificaba
al factor corporal. En la segunda edición del DSM, publicada en 1968, estas alteracio-
nes se denominaron "trastornos psicofisiológicos vegetativos y viscerales". El DSM-III
de 1980 clasifica como "factores psicológicos que afectan la condición física" a los
( desórdenes en que los estímulos ambientales psicológicamente significativos se en-
cuentran relacionados de manera directa con el inicio o exacerbación de un trastorno
físico que tiene una patología demostrable (Fernández de Castro y González, 1992).
( Esta evolución en la sinonimia con la cual se ha conocido a este tipo-de trastornos ha
evolucionado hasta que hoy día se les conoce como trastornos somatoformes.
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266 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 12)
el problema y, por ende, a menudo tienden a oponerse a los cambios conductuales que
el clínico juzga necesarios (Griffith y Elliot Griffith, 1994).
TRASTORNOSSOMATOIDES (
De acuerdo con Griffith y Elliot Griffith (1994), la expresión trastorno somatoide se (
utiliza para describir a los pacientes que mantienen la firme convicción de que padecen
ERRNVPHGLFRVRUJ
Breves anotaciones acerca de los antes llamados . . . • 267
una enfermedad física, aunque los médicos no logren descubrir prueba alguna de anor-
malidad fisiológica. La American Psychiatric Association ( 1987) considera que la carac-
terística esencial de los trastornos somatoides es la aparición de quejas físicas que sugieren
( un trastorno orgánico. Es importante recordar que en ellos no es posible encontrar
alteraciones de tipo orgánico, ni mecanismos fisiológicos que puedan explicarse me-
diante las técnicas actuales. Por tanto, se presume que estos síntomas se relacionan con
factores o conflictos de tipo psicológico.
Ya que; por definición, los pacientes con problemas somatoides no se perciben a
sí mismos como los causantes de sus propios síntomas, Griffith y Elliot Griffith (1994)
los distinguen de aquellos pacientes que se sienten impulsados de manera consciente y
deliberada a cometer actos que produzcan una falsa apariencia de enfermedad, aunque
su motivación deliberada no resulte plenamente consciente, y los consideran como
individuos con un trastorno facticio. Como ejemplo se cita el caso de una enfermera
con diagnóstico de "fiebre de origen indeterminado" a quien se le practicó una bate-
ría completa de laboratorio y pruebas de gabinete sin llegar a encontrar una etiología
para la misma. Posteriormente se descubre que cada vez que se le toma la temperatura
ella coloca el termómetro por algunos segundos en el foco de su lámpara de mesa de
noche; todo esto con el fin poco consciente de lograr atraer la atención de un esposo
periférico que sólo le presta atención cuando está enferma. Ahora bien, tanto los pa-
cientes con un trastorno somatoide como aquéllos con uno de tipo facticio, tienen en
común el hecho de que organizan sus vidas en torno a la preocupación por los sínto-
mas físicos y la búsqueda de tratamiento.
Para el clínico orientado con un enfoque neuropsiquiátrico, la aparición de sínto-
mas somatoides es una patología, tal y como lo constituye un infarto para un cardiólogo
o un cáncer de mama para el oncólogo. Así que la mayoría de quienes utilizan este
enfoque parten de la premisa de que los pacientes que presentan síntomas somatoides
poseen un cerebro anatómica y fisiológicamente funcional y, por tanto, la causa de su
padecimiento radica en una "histeria" ocasionada -según afirma una entre otras posi-
bles hipótesis-e- por una alteración del procesamiento de la información en el hemisferio
dominante, o bien, un posible deterioro de la transferencia de información entre los
dos hemisferios cerebrales a través del cuerpo calloso, etc. Pero estas ideas aún no han
dejado de ser supuestos teóricos y, por ende, no han conducido a tratamientos eficaces
(Griffith y Elliot Griffith, 1994). .
Para Freud, la afección somática se presentaba en la histeria de conversión, la cual
siempre tenía una causa y significado psíquico primario; es decir, representaba la ex- ·
presión simbólica sustitutiva de un conflicto inconsciente. De acuerdo con esta des-
cripción, sólo podría afectar a los órganos inervados por el sistema neuromuscular
(_ voluntario o sensoriomotor (Fernández de Castro y González, 1992).
Griffith y Elliot Griffith (1994) enfatizan que Sigmund Freud interpretó en sus
( primeros trabajos a la libido o energía vital como la fuerza modeladora de la conducta
humana. De manera que si la represión psíquica impedía expresarla por las vías men-
tales apropiadas, ya fuese el lenguaje o los sentimientos, la libido estancada se expresaría
1 mediante la hiperestimulación de algún órgano del cuerpo. La elección del órgano
\_
afectado de manera específica estaría determinada por el significado simbólico incons-
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268 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 12)
ciente que había activado la represión. El tratamiento, entonces, consistiría en trabajar tal
represión proporcionando al paciente un insight sobre el "verdadero significado del
síntoma", con lo cual se abrirían los canales normales para la expresión de la libido. Sin
embargo, proporcionar este tipo de explicaciones sobre el síntoma y su influencia en la
conducta humana obtuvo resultados muy pobres, por lo que a partir de 1950 los inten-
tos de aplicar terapias psicoanalíticas a síntomas somáticos declinó de manera notable.
Haley (1976) hace notar que la clase de analogías que interesan al clínico depen-
derán de su teoría particular acerca de la "causa" de los problemas que presenta el
paciente. Así que tanto el terapeuta psicodinámico como el conductual se interesarán
por las metáforas referentes al pasado del individuo, pues ambas corrientes suponen
que los traumas del pasado son los causantes de las dificultades que el individuo puede
llegar a vivir en el presente. Por tanto, si un individuo llegara a manifestar: "este dolor
de cabeza y esta sensación de angustia que me oprime comenzaron aproximadamente
hace dos años, justo después que mi padre murió de un derrame cerebral", ambos tera-
peutas estarán vivamente interesados en este suceso, aunque sus procedimientos sean
bastante diferentes. Probablemente el terapeuta psicodinámico iniciará interpretacio-
nes para establecer un nexo entre angustia y cefalea, y los sentimientos desencadenados
· por la muerte de su padre; mientras que el terapeuta conductual habrá identificado un
área de angustia (trauma ante la muerte) que deberá descondicionar. Esta última co-
rriente tal vez conduzca su terapia hacia el presente, mientras que el terapeuta psico-
dinámico estará más centrado en el pasado y su explicación causal se orientará hacia lo
que el individuo vivió tiempo atrás.
Por otro lado, el modelo biopsicosocial propone investigar cada una de las áreas en
donde incide un padecimiento para integrarlos en una descripción cohesiva en varios
niveles y organizar así un tratamiento con una visión holística {Engel, 1977).
El modelo biopsicosocial permite al médico determinar la patología de los sínto-
mas de tipo somatoide en la configuración psicológica individual del paciente, así
como en la organización disfuncional de su familia o del contexto en el cual éste vive
{escuela,trabajo, familia extensa, religión, política, cultura, etc.). Propone que los pacien-
tes con trastornos somatoides experimentan su malestar en el cuerpo, pero no en la mente
o en sus relaciones; así que se sienten poco valorados cuando se les dice que sus síntomas
físicos constituyen manifestaciones de dificultades en su vida íntima o familiar, ante lo
cual por lo común reaccionan abandonando al médico que ha puesto en entredicho su
enfermedad o al terapeuta que ha enfocado de este modo su problema (Griffith et al.,
1990). Así, aun cuando el enfoque biopsicosocial suministra al clínico explicaciones
coherentes para los problemas somatoides, la mayoría de los pacientes juzga estas ex-
plicaciones como disparatadas y humillantes (Griffith y Elliot Griffith, 1994).
1
Síntomas tales como el dolor de espalda y de cabeza, los disturbios gastrointesdnales, \
el dolor musculoesquelético, la fatiga, el mareo, así como muchas otras dolencias, cons-
tituyen las razones más frecuentes para que un individuo acuda al médico solicitando
un permiso por incapacidad (Kroenke et al., 1994). Estos síntomas comunes, pero a la
vez altamente inespecíficos, presentan muchos problemas para su investigación y
tratamiento, pues son más difíciles de descartar que otras enfermedades con cuadros
más específicos (Han et al., 1996).
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Breves anotaciones acerca de los antes llamados . . . • 269
(
Parece ser que por lo general son las mujeres -más que los varones- quienes
informan un mayor número de síntomas inespecíficos o de difícil comprobación, así
como procesos de sornatización (Kroenke y Spitzer, 1998). Estas diferencias de género
se han explicado desde el punto de vista psicológico, sociocultural y psicológico {Wood
y Barsky, 1994). Desde esta última perspectiva, parece haber evidencia de que las mu-
jeres reaccionan con mayor facilidad ante el estrés, dado que son más sensitivas a su
entorno, mientras que los varones lo son hacia los estímulos internos. Asimismo, pare-
ciera que la preparación seglar permite a las mujeres ser menos estoicas y, por ende, expre-
sar más fácilmente sus emociones y padecimientos, así como acudir más a menudo en
busca de-apoyo a los sistemas de salud (Barsky y Wyshak, 1990).
Haley (1972) propone otra manera de entender estos síntomas y comenta que las
interacciones humanas pueden considerarse como el modo en que cada persona influ-
ye en la otra y, a la vez, se ve influida por ella. Esta influencia que tiene un individuo
sobre otro es una forma de poder, que puede manifestarse a través de actos condescen-
dientes como reconfortar, cuidar, proteger y hacerse responsable por los demás. Sin
embargo, también llegan a surgir en forma negativa como las manifestaciones de do-
minio, explotación, venganza y violencia Hsica (Spector, 1995). Otra manera de adquirir
poder es manifestando un síntoma; Haley (1972) describió ampliamente cómo el por-
tador del "síntoma" incrementa su poder a través de limitar la capacidad del "otro"
para ocuparse de sus propias actividades, así como para aprovechar su tiempo libre del
modo en que mejor le parezca. El portador del síntoma determinará cómo el "otro"
podrá llegar a ayudarle, cuál será la forma adecuada de hacerlo, qué se espera de él o de
ella y hasta dónde deben llegar sus obligaciones. Por otra parte, como bien apunta
Madanes (1981), el "otro" a menudo también se beneficia de manera significativa de
la reorganización del poder en torno al síntoma. El miembro "sano" puede adquirir -a
través del síntoma desarrollado por el enfermo- la categoría de experto en el padeci-
miento de su familiar, lo cual implica otra forma de poder, e incluso puede llegar a
convertirse en mártir (posición con más poder del que por lo general se le adjudica).
Por otra parte, la conducta sintomática de alguno de los miembros de la familia puede
proteger y distraer a los demás integrantes de los problemas dolorosos que prefieren
ignorar. De este modo, el portador del síntoma puede liberar a los demás de las preocu-
paciones y brindarles la oportunidad de que se desarrollen competentemente como
cuidadores. Pero, como señala con oportunidad Spector (1995), esta relación resulta
disfuncional ya que todos son, al mismo tiempo, dominadores y dominados. Por tanto,
esta dinámica paraliza la búsqueda de solución de problemas y reduce la capacidad de
la familia para afrontar nuevas crisis. La organización familiar sintomática aporta una
preocupación común y un tema de conversación que la mantiene unida, mientras que
hablar del desequilibrio real del poder podría dividirla.
Griffith y Elliot Griffith (1994) señalan que, desde el punto de vista social, para,
( que un individuo logre construir y mantener vínculos significativos con otros, debe
;
I saber qué historias de su experiencia de vida puede comunicar y cuáles deberá callar.
\.
Existen historias que sólo se pueden expresar con tranquilidad y sin riesgo en diálogos
.( privados e interiores con uno mismo; esta imposibilidad de comunicarlos a otras per-
\
sonas "significativas", monta el escenario para dilemas inexpresables en el lenguaje
ERRNVPHGLFRVRUJ
270 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 12)
verbal, que sólo pueden manifestarse al mundo exterior por medio de síntomas de tipo
corporal, es decir, a través del desarrollo de u~ síntoma o enfermedad somatoide. Estos
investigadores consideran que, pese a lo difícil que resulta esta tarea, los individuos
aprenden a controlar su cuerpo al crecer, sus expresiones faciales, su tono de voz, su
respiración, su postura, su mirada, etc., desvinculando sus pensamientos y sentimien-
tos del discurso público, con el objetivo de sobrevivir en la sociedad moderna.
En otras palabras, un trauma cuyo recuerdo se encuentra disociado de la concien-
cia cotidiana y que el sujeto considera que no debe revelarse, convierte su impacto en
síntomas somáticos y dolorosos. Dolores, entumecimientos, síntomas menstruales,
debilidad, vómitos, convulsiones no epilépticas, vértigos e hipersensibilidad a deter-
minados tipos de sensaciones, constituyen secuelas comunes entre los adultos víctimas
de abusos físicos o sexuales acontecidos durante la infancia, que surgen como manifes-
taciones del estrés postraumático ( Griffith y Elliot Criffith, 1994).
En su práctica cotidiana estos autores también han encontrado que cuando los
pacientes experimentan un conflicto que no pueden decir o comunicar por el temor de
poner en riesgo un vínculo con alguien altamente significativo, invariablemente presen-
tan urt síntoma físico, o bien, la exacerbación de algún síntoma clínico. Kleinman (1983),
considera a la somatización como un idioma corporal, una especie de lenguaje no
verbal o analógico, que aparece cuando las expresiones verbales se bloquean. Así que el
terreno propicio para el desarrollo de los síntomas somáticos se halla en la escisión que
se produce entre poder expresar de un modo verbal o uno corporal algún conflicto, un
secreto, una denuncia, una petición, y así por el estilo (Griffith y Elliot Griffith, 1994).
En situaciones de este tipo, una persona se siente atrapada no sólo porque no existe
algún carnina visible hacia una solución, sino también porque no puede iniciar la clase
de conversaciones indispensables para resolverlo, pues pondría en riesgo el vínculo con
aquellas personas a las que quiere proteger a través de guardar silencio, creando así lo
que Watzlawick y colaboradores (1987) llamarían un doble vínculo.
Así, se considera que estos dilemas representan situaciones de doble vínculo en las
que el paciente intenta resolver la situación silenciando su expresión corporal de zozo-
bra, ansiedad, miedo, etc. Si bien el mecanismo final sigue siendo un misterio, aparen-
temente el síntoma somático se presenta cuando el individuo no puede manifestar ni
decir aquello que juzga socialmente inaceptable. De manera que, de acuerdo con estos
autores, la forma más fructífera de estudiar un problema mente-cuerpo es dentro de un
contexto de interacciones sociales organizadas por el lenguaje, centrarse en el dilema
que .resulta imposible de manifestar -el cual establece el doble vínculo-s- e intentar
comprenderlo y hallar la manera en que el pacien.te y su familia lo manejen sin necesi-
dad de desarrollar el síntoma (Griffith y Elliot Griffith, 1994).
Según Griffich y Elliot Griffith (1994), silenciar la expresión corporal de los pro-
blemas implica mantener suspendido el propio cuerpo en determinadas posturas
emocionales, aprestado para una acción que nunca llega. A.firman que una postura emo-
cional es la ,configuración del cuerpo durante una emoción para llevar a cabo una
determinada acción; por ejemplo, ante una emoción de miedo el cuerpo asume una pos-
tura emocional que lo apresta a huir, en la ira una que lo conduce a atacar y en la (
tristeza otra que le impele- a buscar lo perdido. Una postura emocional denota tanto
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Breves anotaciones acerca ele los antesllamados ... • ·271
componentes considerados mentales (atención, alerta, etc.) como físicos (tensión muscu-
lar, ritmo cardiaco). Para precisar una postura emocional se formulan 'preguntas que
(
determinen el posicionamiento físico del cuerpo y las sensaciones corporales específi-
cas que experimenta el paciente, seguidas del cuestionamiento: "si usted creyera que su
cuerpo se prepara para un determinado tipo de acción o cierta clase de expresión, ¿cuál
sería?". De manera que al centrar la atención en la emoción que estaría antes de la
acción, más que en los sentimientos experimentados, se mantiene la orientación hacia
la búsqueda de modos específicos en que el paciente y su familia podrían actuar con-
juntamente para escapar de un dilema generador de síntomas.
Existen historias destructivas en aquellos pacientes que sostienen como premisa _
central que es imposible o peligroso compartir con otros la experiencia vivida. Esto
quizá se deba a razones políticas, religiosas o culturales como tabúes, temas controver-
siales como preferencia sexual, género, edad, posición económica o social, grupo étnico,
etc. También porque estas narrativas están basadas en mitos muy arraigados en la pro-
pia familia que prohíben toda conversación sobre "el pasado estigmatizado", historia de
pobreza, alcoholismo, prostitución, etc. Tales premisas intensifican los esfuerzos del
paciente por sofocar la expresión corporal, tan estrechamente relacionados con la apari-
ción de síntomas somáticos. Así, el factor desencadenante de un síntoma somatoide no
suele ser la intensidad de una fuerte emoción como la ira, el miedo o la vergüenza, sino
el esfuerzo por silenciarla (Griffith y Elliot Griffith, 1994).
Olson y colaboradores (1989) consideran que el estrés familiar es una consecuen-
cia del desarrollo y evolución de su propio ciclo de vida, de la reorganización familiar
frente a los cambios políticos, sociales o culturales que se dan en la comunidad, y de las
dificultades particulares que enfrentan o producen los diferentes miembros del sistema. -
Entre estos últimos se encuentran pensamientos o acciones no aprobadas por las normas
y reglas de la familia o grupo social, o bien, emociones no permitidas cuya manifestación
se considera inadecuada. Por tanto, estos mismos investigadores consideran que a ma-
yor número de nuevos eventos estresantes que impliquen cambios en el sistema familiar
(
para adaptarse a ellos, mayor es la posibilidad de que el sistema familiar se vea sobrepa-
sado o rebasado, se rompa la unidad y se propicie su destrucción, con el consecuente
deterioro físico y emocional de sus miembros:
Camdessus y colaboradores (1995) opinan que frente a una enfermedad, el vínculo
afectivo creado durante tantos años obliga al cónyuge o a los padres -en particular a
la madre- a responder, con frecuencia, hasta el límite de sus fuerzas. Así, ante las
enfermedades, la profundidad de los vínculos afectivos entre los miembros de la fami-
lia los obliga a afrontar estas crisis juntos, pero las relaciones que se han vuelto rígidas
con el paso del tiempo no siempre disponen de la flexibilidad necesaria para lograr una
adecuada adaptación, o se carece de las cualidades imaginativas necesarias para resolver
la crisis. Cuando la situación crítica termina, se produce el campo fértil para la apari-
( ción de síntomas físicos, funcionales o psicológicos, que resultan ser frutos y fuente de
angustia y desasosiego. El equilibrio familiar se quebranta y cada miembro de la fami-
(
lia lucha para restablecerlo recurriendo a menudo a una ayuda profesional.
. Además de, conocer las fuentes de estrés que pueden surgir dentro de una familia,
(
también es importante conocer cuáles son las estrategias que utiliza este grupo para
(
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(
272, • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 12)
enfrentar y adaptarse a las situaciones o los eventos de la vida que pueden ocasionar tal ·
estrés (Me Cubben y Patterson, 1982). Así, parece importante describir qué se entien- (
de por "afrontamiento". El afrontamiento, de acuerdo con Coles y Coles (1978), es la
respuesta necesaria del individuo o de su familia para que se dé la necesidad de cambio
y se originen conductas nuevas. Las estrategias de enfrentamiento sirven para: a) dis-
minuir la vulnerabilidad de la familia al estrés; b) fortalecer o mantener aquellos recursos
familiares que han resultado útiles para protegerse de los problemas; e) reducir, limitar
o inclusive eliminar el impacto del evento estresor; y d) involucrarse de manera activa
en el proceso de modific~r el ambiente externo, o bien, de cambiar las circunstancias
sociales, de manera que a la familia le sea más sencillo ajustarse a las situaciones difí-
ciles (Me Cubbin et al., 1980).
De acuerdo con Meneghan (1983), el hecho de que ciertas familias o individuos
puedan crear estrategias para superar problemas depende de sus recursos, entendidos
como las actitudes hacia sí mismos y las habilidades intelectuales e interpersonales que
el ambiente les haya permitido desarrollar; los estilos de afrontamiento para enfrentar
y resolver sus problemas; y los esfuerzos para lograr el afrontamiento adecuado. De este
modo, Meneghan (1983) considera que la eficacia de las estrategias de afrontamiento
se define como la habilidad para disminuir el impacto causal del evento estresante, de
manera que no se llegue a constituir en una crisis.
Reiss y Oliveri (1980) consideran que las estrategias de afrontamiento familiar
surgen como la necesidad de extremar los esfuerzos para observar, experimentar, defi-
nir y entender el evento que da origen al estrés, así como decidir el tipo de acción
"especial" que minimice el evento estresante y el impacto. De tal modo que se puedan
continuar las rutinas diarias con el mínimo de cambios o alteraciones posibles.
Según Me Cubbin y colaboradores (1980), para que las estrategias de afronta-
miento puedan surgir es necesario que se involucren con eficiencia varias dimensiones
(
de la vida familiar, entre las cuales están:
• · Mantener un buen funcionamiento de las condiciones internas del sistema fami-
liar para favorecer la comunicación y la organización familiar.
• Promover la interdependencia de los miembros sin perder su individuación, así
como favorecer la autoestima del grupo.
• Conservar un grado funcional de cohesión en la familia, así como un nivel ade-
cuado de coherencia entre lo que la familia hace y sus objetivos como grupo.
• Promover o mantener la comunicación con la comunidad de manera que ésta (
pueda surgir como fuente de apoyo.
• Realizar un esfuerzo para controlar el impacto del factor estresante en la familia,
con el propósito de evitar el caos. Las estrategias de enfrentamiento constituyen
un proceso que permite lograr un balance en el sistema familiar, uno que preserve
cierto grado de pertenencia y unidad en la familia, a la vez que promueva el
crecimiento y desarrollo individual.
Olson y colaboradores (1989) postulan que los recursos de afrontamiento con que
cuenta una familia pueden ser de varios tipos:
• Reencuadre: Estrategia que consiste en encontrar una redefinición para el evento
estresante de modo más aceptable y racional, lo que permite un mejor manejo.
(
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Breves anotaciones acerca de los antes llamados. . . • 273
Meissner (1974) denomina "sistemas familiares afectivos" a las familias que común-
mente desarrollan un trastorno somatoforme. En este tipo de organizaciones el paciente
es una persona relativamente inmadura; este grado de inmadurez es directamente pro-
' ( porcional al grado de involucramiento emocional en la interacción afectiva con su
familia. Por su parte, el tipo de involucramiento afectivo promueve la inseguridad
básica del individuo, de manera que la persona externaliza, a través de sus síntomas,
! "las situaciones problemáticas" que son inherentes al sistema familiar. Así, cuando se
i/
1. conduce al sistema hacia un desequilibrio debido a cierto evento emocionalmente per-
turbador, se afecta el ajuste emocional expresándose en una variedad de alteraciones
como son los trastornos somatoformes.
Uno de los pioneros en el estudio de las familias con trastornos somatoformes es
Salvador Minuchin, él y sus colaboradores (l975b) pretendieron distinguir entre trastor-
nos somatoformes primarios y secundarios. En los primarios, una disfunción fisiológica
ya está presente y el elemento somatoforme consiste en la exacerbación de los síntomas
( del padecimiento. Por ejemplo, a un niño asmático que sufre ataques de hiperreacrividad
bronquial desencadenados por algún evento emocional, más no fisiológico, puede con-
siderársele como un individuo asmático con exacerbaciones somatoformes.
En los trastornos somatoformes secundarios no se puede demostrar alguna dis-
( función física. El elemento somatoforme se manifiesta en la transformación de conflictos
emocionales en síntomas somáticos; los cuales pueden derivar en una enfermedad grave
(
\ y debilitante como la anorexia nerviosa.
Minuchin y colaboradores (1975b) reportaron cuatro aspectos que, de acuerdo
( con sus observaciones, caracterizaban a las familias con trastornos somatoforrnes, sin
que ninguna de estas características por sí sola fuera suficiente para activar o reforzar
(
los síntomas somacoformes. Estas características familiares fueron: a) el amalgamamiento
( o cohesión familiar; b) la sobreprotección o exceso de preocupación por el bienestar de
los demás; e) la rigidez, ya que estos grupos familiares se encontraban muy compro-
(
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274 • Manejo del enfenno crónico y su familia (Capítulo 12)
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.
- -t-(
:
( ERRNVPHGLFRVRUJ
276 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 12)
negarse a participar en las conversaciones en las que se abordan los conflictos; e) negar
que se tienen problemas o minimizarlos; y f) _amenazar con dejar a la familia si se sacan
a la luz los problemas. -
Finalmente, Fernández de Castro y González (1992) investigaron las caracterís-
ticas de 19 familias mexicanas con síndrome de colon irritable y hallaron que éstas
diferían de aquéllas sin un trastorno somatoforme en su rigidez. Entendiendo por
rigidez un estilo de asertividad pasiva o agresiva, una disciplina autocrática y estricta,
una capacidad limitada de negociación, reglas muy estrictas y roles estereotipados.
De este modo, se podría concluir que la familia "típica" con trastornos sornaro-
formes no existe. Más bien podría pensarse en un conglomerado de situaciones rela-
cionadas, de un modo u otro, que parece incrementar la susceptibilidad a este tipo de
enfermedad, de manera que no resulta difícil creer que tampoco exista un único esquema
terapéutico para enfocar tan importantes conflictos.
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Breves anotaciones acerca de los antes llamados . . . • 277
ambiente de seguridad e igualdad dentro del grupo, al mismo tiempo que se les brinda
la protección necesaria para que finalmente puedan desafiar a su grupo social.
A fin de obtener esa narrativa específica, el paso. inicial es la construcción de un
"campo conversacional". Para lograrlo, el terapeuta deberá fijarse atentamente en el
lenguaje que emplea el paciente al hablar del problema y después, partiendo de este
vocabulario, crear un lenguaje idiosincrásico para esta terapia específica. Este lenguaje
"significativo" se hace evidente cuando un paciente emplea palabras y frases peculiares
o expresiones idiosincrásicas de manera repetitiva para describir su experiencia. Otro
punto en el que hay que hacer mucho hincapié es en el lenguaje no verbal que utiliza el
paciente, pues el cuerpo muestra señales importantes tales como cambios en el tono de (
voz, expresión facial, estado de tensión muscular, respiración o postura al pronunciar
determinadas palabras o frases, etc'.
Las personas suelen introducir sus metáforas personales y de su experiencia "signi-
ficativa" mediante expresiones como "me hace sentir como ... ", "es como un ... ", o bien
el clínico puede llegar a conocerlas a través de preguntas acerca del síntoma, en donde
al paciente se le solicita que use una metáfora para describirlo. Por ejemplo, "su sínto-
ma, ¿es como ... ?". Es en este intercambio de metáforas y en la reflexión sobre ellas
precisamente donde toma forma un campo conversacional. Una vez creado éste, se de-
berá hablar extensamente sobre el dilema, se examinará cada una de sus facetas y se
buscará comprender de manera exacta sus términos. Es importante recordar que para
resolver el problema tal vez se tenga que hablar de temas aterradores, vergonzosos o
irritantes para el paciente o los miembros de la familia; El terapeuta debe aprender a
abrir la discusión de tales cuestiones, al tiempo que hace posible la permanencia de los
interlocutores dentro de una postura emocional de tranquilidad. Por tanto, el terapeu-
ta necesita destrezas perceptuales para alcanzar el umbral de las fronteras de la familia,
sin traspasarlas, pues si lo hace únicamente provocará alarma. Entre las señales que
pueden indicarle que está cerca del umbral de alarma están los cambios de posición
corporal en quienes participan en la conversación, modificaciones en la frecuencia res-
piratoria, adopción de posturas corporales cerradas o rígidas, apretar los labios, tragar
saliva a cada instante, titubear al hablar o hacerlo con un tono de voz que denota
tensión, hacer gestos agresivos o de apartamiento, desviar la mirada o dejarla vagar.
Por ende, cuando estas señales son detectadas, indican al terapeuta que debe "aflojar el
paso" (Griffith y Elliot Griffith, 1994).
Por otra parte, las posturas emocionales de quienes participan en una conversa-
ción se acoplan de tal manera que cada uno incita en el otro posturas emocionales
complementarias. Así, no debe olvidarse que ante los ojos del paciente, el terapeuta
puede transformarse en una persona facilitadora, paternalisca y dispuesta a prestarle
ayuda y apoyo, pero también lo puede percibir como sádico, cruel e intrusivo; por
supuesto, esto dependerá del acoplamiento de emociones dentro del cual crezca la
relación. Desde el punto de vista del clínico, el paciente puede llegar a parecerle un ser
indefenso y digno de lástima, o quizá un sujeto manipulador y cor crolador o, final- i
así como la forma en que este último lo percibe a él, desempeñarán una función muy
importantepara que se desarrolle un clima de empada que permita las conversaciones
"significativas" a través de promover un espacio emocional propicio para la liberación
del secreto no comunicado.
De acuerdo con Griffith y Elliot Griffith (1994), existen dos métodos que permi-
ten al terapeuta seleccionar la postura emocional con que afrontará la conversaéión:
a) el mimetismo físico, es decir, un clínico puede imitar la respiración, la postura y los
movimientos corporales de los pacientes y de los miembros de su familia. b) La elec-
ción cuidadosa de la hipótesis de trabajo, ya sea a través del paciente, del proceso
(
terapéutico, del problema o su solución, pero considerando que toda hipótesis debe
instar a desarrollar posturas emocionales de curiosidad, apertura y respeto.
'En general, es importante hacer notar que un terapeuta fácilmente se sentirá ma-
nipulado o explotado si se encuentra con un paciente cuyas quejas de sufrimiento
físico parecen ser desproporcionadas a las pruebas médicas; de modo que en algunos
casos esto propiciará la adopción de una postura emocional de desprecio hacia el en-
fermo. Sin embargo, el clínico puede llegar a permanecer en una postura emocional de
respeto si tiene presente que el paciente está bloqueado por agentes o fuerzas que él
desconoce y que no están bajo su control, pero que indudablemente le impiden comu-
nicar su aflicción de otro modo.
Dado que la historia de un paciente, tal y como la relata un expediente clínico,
presenta invariablemente a la enfermedad como protagonista y al paciente como actor
de reparto, es muy importante formular preguntas que reviertan la figura y el escenario,
colocando como "protagonista" al paciente en condiciones de salud y como "paisaje"
su estilo de vida cotidiano, ausente de enfermedad, en donde habría que subrayar que
la enfermedad hace intrusión por poco tiempo. De acuerdo con Griffith y Elliot Griffith
(1994), cuando un síntoma es ocasionado por un dilema que no ha sido comunicado
a las personas significativas, la resolución del mismo suele conseguirse mediante pre-
guntas como "¿qué cree usted que sea necesario que yo sepa para comprender el pro-
blema?", "a su juicio, ¿qué es lo que yo tendría que hacer en un caso como el suyo?",
"¿ha cambiado su comprensión de la situación a partir de lo que se ha dicho aquí?", "si
yo pudiera hacer un aporte benéfico para ayudarlo a solucionar su situación, ¿en qué
cree usted que éste consistiría?". También debe hacerse el intento de que el paciente y
su familia adquieran posturas emocionales de reflexión, donde puedan surgir tanto la
creatividad como la apertura a las nuevas ideas.
Es necesario tomar en cuenta que ante algunos problemas mente-cuerpo, contar la
historia de la experiencia personal no lo es todo. En tales casos, el problema no consiste
sólo en el silenciamiento de la expresión verbal, sino en una narrativa intrínsecamente
destructiva (Griffith y Elliot Griffith, 1994). Estas historias destructivas culpan o
( devalúan al paciente, de una manera que generan sufrimiento. Para comprender este
aspecto es importante tener presente que las narrativas personales son las historias de
experiencias propias que definen nuestro sentido de identidad, es decir, "quién soy yo
como persona" (Gergen y Gergen, 1983). Así, por lo común se pueden idenrificar- .:
narrativas personales estrechamente relacionadas con síntomas somáticos; .a menudo
se encuentran escondidas y aisladas de las conversaciones cotidianas del pacientés.Asf
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280 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capítulo 12)
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Breves anotaciones acerca de los antes llamados ... · • 281
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282 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 12)
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wrí ~---·
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(
material de las esculturas a fin de construir una redefinición del trastorno mente-
cuerpo. Ahora bien, en el caso del síntoma somático, la elaboración de una "redefinición"
requiere, en primer lugar, que el terapeuta identifique el significado simbólico del
síntoma para esa familia en particular; más tarde, formulará una metáfora del problema
familiar. Por tanto, el principal problema que ofrece este enfoque radica en que el tera-
peuta pueda identificar la relación específica que existe entre el trastorno mente-cuerpo
y la metáfora del problema familiar evidenciado a través de las esculturas ( Onnis, 1997).
En la última fase dela terapia, el terapeuta se dedica a trabajar con los distintos
subsistemas familiares, pero en particular con los padres (Onnis, 1990). Esto resulta de
primordial importancia dentro _ge este enfoque si el portador del trastorno somatoide
es un niño. Así, este autor utiliza las técnicas de reestructuración pertinentes prove-
nientes de otros enfoques, pero poniendo especial importancia en señalar la trascendencia
de la unidad familiar y el bienestar recíproco para lograr una mayor comprensión y
cohesión en el subsistema conyugal y parental. Subrayando siempre que esto debe
realizarse para el bienestar y mejor funcionamiento de los chicos.
padres?". Si respondiera que sus padres controlan el asma en 90% de los casos y él sólo
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Breves anotaciones acerca de los antes llamados . . . • 285
.\
en 10%, entonces el terapeuta podría preguntar en futuras ocasiones cuál ha sido el
incremento del chico en el control de su padecimiento. Además, esta técnica ofrece al
clínico la posibilidad de presentar a la familia una nueva manera de percibir la realidad
y, por ende, una nueva vía ¡:,ara reelaborar su historia de vida. Esto se logra a través de
formulaciones como "el asma te ha robado el control sobre 90% de tu vida. Sólo te ha
dejado en poder de 10%, ¿qué has hecho para que no se apodere también de este
10%?". Luego, al manifestarse alguna mejoría se podrá plantear la situación de la si-
(
guiente forma: "has dicho que ahora posees 25% del control de tu vida, ¿qué has hecho
para arrancarle a 'la malévola asma' el control de ese otro 15% de tu vida?" (White y
Epson, 1990).
Para que el chico con un problema somatoforme logre controlar su padecimiento,
White y Epson sugieren la técnica de "externalización del problema" la cual, como se
explicó en el capítulo 6, consiste en "cosificar", es decir, encarnar a la enfermedad en
un animal, cosa o persona real o fantástica, de manera que pueda referirse a ella como
algo externo y totalmente independiente de quien padece el trastorno somatoforme.
Esto permite que el individuo pueda criticar y juzgar al padecimiento como algo exter-
no, sin tener que criticarse o juzgarse al mismo tiempo. Por supuesto, resulta importante
que la descripción del trastorno se realice con palabras e ideas extraídas de la mente del
paciente para que ésta tenga un significado real para él. Por ejemplo, luego de explorar
cómo ve un niño al asma se le podría decir: "tu asma es un monstruo terriblemente
taimado y astuto, Parece que cuando has estado enfermo, has cedido terreno ante la
'astuta' asma peto, por otra parte, parece ser que cuando te encuentras bien es porque
te has mantenido en guardia, muy alerta ante ella. ¿Qué hace que te distraigas y no te
des cuenta que la 'astuta' asma anda rondándote y logra tomarte desprevenido?".
El siguiente paso de esta técnica consiste en determinar hasta qué grado y en qué
múltiples esferas de la vida personal y familiar ha llegado a "dominar)) el asma. Esto se
logra al utilizar un lenguaje coloquial, o bien poético y pintoresco para determinar
cómo el trastorno se ha infiltrado y llegado a dominar la vida cotidiana de todos,
diciendo por ejemplo: "el asma es muy astuta. Cuando por fin te das cuenta que la
'astuta asma' te ha estado rondando es porque ya te ha sorprendido. Has caído en su
astuta emboscada. No me extraña que tus padres hayan tenido que esforzarse tanto
para vigilarla". Luego podrán agregarse preguntas de este tipo: "¿cómo ha impedido la
'astuta asma' que tengas una vida normal en la escuela?"; "¿cómo ha hecho la 'taimada
asma' para evitar que puedas salir con tus amigos?", "¿en qué otras áreas se ha metido
esa 'taimada' que te ha impedido hacer lo que te gusta?".
Una vez que el terapeuta tiene un cuadro preciso de las formas en que el padeci-
miento ha llegado a dominar la vida familiar, se lanzará en la búsqueda de las situaciones
excepcionales, es decir, buscará aquellos momentos en que pese al trastorno tanto los
miembros de la familia como el paciente lograron tener el control de sus propias vidas.
Esta información la obtendrá con preguntas como: "¿siempre sucede así?", "¿en alguna
oportunidad has podido engañar a la 'astuta' asma?", "¿no será que la 'astuta' asma no quiere
que me cuentes las veces que la has dominado, porque así te sentirías demasiado fuerte?"..
Una vez que se lograron determinar las situaciones excepcionales en las que el pa-
ciente ha podido controlar con eficacia el padecimiento, éstas se magnifican y a partir
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(
de ellas el individuo iniciará una reelaboración de su nueva historia· con ayuda del
terapeuta. Además, para consolidar esta nueva visión de la vida del paciente, el tera-
peuta podrá utilizar alguno de los siguientes recursos:
• Establecer significados implícitos y generar perspectivas múltiples a través de la
construcción de frases en las que se enfatiza la "cosificación" del problema, pero al
mismo tiempo se permite que el chico se visualice como "el héroe" que le desafía
y derrota. Algunos ejemplos podrían ser: "la 'astuta asma' podría darse cuenta de
que estás más atento, así que vas a tener que engañarle con mucho más cuidado y
empeño, por lo que es importante que empieces a pensar cómo te prepararás para
mantenerla vigilada y que así no te sorprenda desprevenido". Otra forma a la que
se puede recurrir es a la creación de un juego: "¿cómo podrías ir en misión de
espionaje para aprender la forma de actuar del asma?", "¿cómo descifrarías sus
trucos y códigos secretos?", o bien, "¿cómo ayudarías a 'tus amigas las medicinas'
a que te apoyen en tu batalla para que logres vencerla?".
• Otro recurso con el que cuenta el terapeuta es invitar a la familia o al individuo a
adoptar una postura reflexiva, esto a través de frases tales como: "has pasado de ser
una persona supervisada a alguien que se autosupervisa, ¿cómo lo has logrado?",
"¿qué te dice esto de ti como persona?", "¿en qué eres diferente?".
• Finalmente, resaltando los progresos familiares al apreciar cada uno de los actos y
tratar de que se obtengan nuevas interpretaciones de los mismos, de modo que
permitan reelaborar una nueva imagen y una nueva historia del individuo y de la
familia; por ejemplo, utilizando frases como: "me sorprendió mucho cuando dijiste
que 'simplemente había que hacerlo, así que lo hice'", o bien, "ahora ya tienes la
capacidad de atrapar a la 'astuta asma' antes de que pueda organizar un ataque
importante, lo cual me parece un logro maravilloso de tu parte". O dar simple-
mente una felicitación por los cambios llevados a cabo: "no me extraña que te
sientas muy orgulloso de ti mismo, pues realmente has logrado retomar el control
sobre tu vida" (White y Epson, 1990).
Por otra parte, no hay que olvidar que las familias y personas en terapia tienden a
visualizarse como grandes fracasados, como individuos que no fueron capaces de res-
ponder a los conflictos y que finalmente fueron vencidos por ellos, razón por la que
ahora necesitan de una ayuda externa para hacerlo. Por tanto, resaltar únicamente sus
aspectos positivos o mostrarse extremadamente entusiasta sobre sus lados fuertes puede
hacer que algunos de ellos sientan que se ha confirmado cuán fracasados son, pues
considerarán que las altas expectativas que otros parecen fijar en ellos están destinadas
al fracaso (que sólo existen en las mentes de los demás), ya que ellos "saben" que no son
capaces de cumplir con ellas. Ante tal hecho, estos autores consideran que es muy
importante crear el contexto de "no estar suficientemente preparado" para enfrentar el
evento. Así, especular si la persona está "lista o preparada" para dar nuevos pasos faci-
lita la creación de una narración que dificulte atribuir los fallos a "fracasos" (pues, ¿cómo
puede alguien fracasar en algo cuando en realidad lo que sucede es que aún no está
preparado para llevarlo a cabo?). De manera que cualquier fracaso se atribuye a un
i
intento por desarrollar una actividad antes de estar preparado para realizarla, y no a \
con finalidad terapéutica no tienen por qué ser extensos, repetitivos o consumir mucho
tiempo y resultan especialmente importantes para las personas que están relativamente
aisladas de su medio social. Por otra parte, estos autores utilizan las cartas con diferen-
tes fines:
a) Cartas de predicción, que proponen un seguimiento/revisión a los seis meses.
En ellas se sugiere qué sería lo más probable que sucedería con el paciente y su
familia en ese tiempo, así como las dificultades que podrían encontrarse. Dado que
la mayoría de las personas leen esta carta antes de la fecha indicada, se espera que la
predicción funcione como una profecía "autocumplidora",
b) Cartas de recomendación, ya sea como buenos padres, o para hacer constar cam-
bios significativos pero inverosímiles en el paciente identificado; éstas podrían
redactarse como sigue: "Mediante la presente se hace saber a quien le interese que
Juanito es ahora una persona que controla su vida y por mucho que intente el
asma, no se dejará arrinconar por ella. Es Juanito quien manda y seguirá haciendo
lo que haga falta para vencerla".
e) Cartas con las reflexiones del terapeuta una vez concluida la sesión: White y
Epson (1990) las crearon pues generalmente las ideas más interesantes y las pre-
guntas más importantes surgen en el terapeuta cuando la sesión ya ha terminado,
pero a los pacientes les resulta útil conocer esta información antes de la próxima
sesión, así que se les envían estas reflexiones por carta, de manera que puedan
pensar en ellas antes de la próxima sesión.
ERRNVPHGLFRVRUJ
Breves anotaciones acerca áe los antes llamados. . . • 289
(
y experiencias negativas con miembros del equipo de salud. De modo que si el tera-
peuta se centra solamente en las pautas de excepción al tratar a estas familias, no logrará
eliminar las restricciones a niveles afectivos, las-cuales impiden que se produzca el cambio
(Selekman, 1996). Las preguntas ideadas por Anderson y Goolishian (1988) que debe
plantear el terapeuta asumen una postura de desconocimiento, lo que elimina las restric-
ciones afectivas y de significado existentes, y posibilita generar nuevos relatos y signifi-
. cadas que puedan conducir a cambios asombrosos en la familia (Selekman, 1996).
actúe su síntoma, está exigiendo una conducta espontánea y, mediante esa instrucción
paradójica, le impone un cambio de comportamiento; la conducta sintomática ya no
es espontánea. Esca prescripción del síntoma es sólo una de las numerosas y variadas
intervenciones paradójicas que Watzlawick y colaboradores proponen, las cuales han
denominado dobles vínculos terapéuticos. De acuerdo con ellos, un doble vínculo
terapéutico está compuesto de:
• Una relación intensa: la situación psicoterapéutica.
• Un contexto en donde se imparte una instrucción estructurada de tal modo que
refuerza la conducta que el paciente desea modificar e implica que ese refuerzo es
(
el vehículo del cambio, creando así una paradoja, porque se le dice al paciente que
_ efectúe un cambio mediante permanecer igual. En esta situación el paciente no está
obligado a comportarse de forma sintomática para resistirse a la instrucción, lo
cual constituye el propósito de la terapia. Así que "cambia si lo hace y cambia si
no lo hace".
• _ En la situación terapéutica se impide al paciente que se retraiga o evada de la
paradoja haciendo comentarios sobre ella.
Finalmente, Watzlawick y colaboradores (1987) resaltan que la aplicación práctica de
los dobles vínculos terapéuticos es un _tema mucho más "espinoso" que su discusión
teórica; esto se debe a que la elección de la instrucción paradójica adecuada es suma-
mente difícil y además, si queda el menor resquicio sobre la misma, el paciente por lo
común no tendrá dificultades para descubrirlo y podrá eludir así la situación supuesta-
mente insostenible planeada por el terapeuta.
Como puede observarse, aún hay mucho que discutir sobre los trastornos mente-
cuerpo, en lo que tiene que ver con su etiología, los cambios que ocasiona en el individuo
y su familia, y en el mejor tratamiento para los mismos. De manera que, como en otras
muchas cuestiones, todavía falta mucho para que se pueda decir que se ha esclarecido
todo lo referente a este tipo de trastornos.
En capítulos anteriores de esta obra ya se han analizado algunas enfermedades
orgánicas específicas y cómo afectan a quienes las padecen, así como a su familia;
además se bosquejaron las acciones que la propia sociedad lleva a cabo para brindar
apoyo a la familia que se encuentra en esta difícil situación, o bien, las consecuencias
que tiene para ella que la sociedad le rechace y condene. A continuación se presentarán
algunas sugerencias prácticas que pueden ser aplicadas en ambos tipos de trastornos
crónicos. •
{
\
(
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1
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=:
Recomendacionesfinales
acerca del tratamiento
· de las familias con un
enfermo crónico
( ACEPTACIÓN DE LA ENFERMEDAD
293
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294 • Manejo del enfenno cránico y su familia (Capitulo 13)
una falta de respeto hacia él ya que, como cualquier persona, está interesado en lo
que le ocurre en ese momento y lo que le depara el futuro.
• Llevar a cabo una revisión cuidadosa de la historia individual y familiar de los sín-
tomas; así como de las causas a las cuales la familia atribuye la enfermedad. Esto
permitirá al médico conocer tanto la evolución del padecimiento como las expli-
caciones o fantasías que el paciente y la familia tienen al respecto.
• Hacer una revisión minuciosa de los exámenes previamente practicados al paciente
y· de las opiniones que otros médicos hayan hecho sobre el caso. Si fuese nece-
sario, ordenar nuevos exámenes para confirmar el diagnóstico, dando una expli-
cación detallada de en qué consisten y por qué son necesarios.
• Brindar a la familia un resumen de los datos obtenidos, que incluya algunos hechos
anecdóticos expresados por los miembros, a fin de evidenciar que el médico tiene pre-
sente todos los elementos del caso y que no hay duda de que se refieren a su paciente.
• Después de lo anterior y sólo cuando el médico ha concluido que su diagnóstico
es el correcto, se comunicará a la familia y al paciente las conclusiones obtenidas,
incluyendo -si el paciente es un niño- a los . hermanos y abuelos.
• Una vez que el diagnóstico ha sido emitido, es indispensable brindar una informa-
ción clara, comprensible y veraz. Ésta debe incluir aspectos como: en qué consiste
la enfermedad, para lo que sería conveniente apoyarse en láminas o fotografías
que permitan una comprensión mejor y más clara; las posibles causas del trastorno;
el pronóstico, tomando como referencia los estudios o investigaciones acerca del
padecimiento. Si se trata de una enfermedad grave, el médico puede explicar que
existen varios elementos que pueden modificar su curso, como a) la resistencia
física del paciente, b) la colaboración tanto de éste como de su familia para lograr
un adecuado apego al tratamiento y, e) la posibilidad -siempre presente- de
que se descubran nuevas alternativas para su curación durante el transcurso de la
enfermedad.
Es importante considerar que ante una enfermedad grave o crónica, la familia tenderá a
buscar otras alternativas y opiniones sobre el diagnóstico, por lo que el médico puede
adelantarse a su deseo mencionando que están en la libertad de buscar otras opiniones y
que él no tiene ningún inconveniente, siempre y cuando se cuiden de no recurrir a gente
sin escrúpulos o inexperta. Deben aclararse todas las dudas que surjan con respecto a la
enfermedad, incluso invitando a la familia a que ponga por escrito las preguntas que ten-
ga, con la finalidad de que no se olviden y sea posible comentarlas en la siguiente consulta.
El médico tiene que estar consciente del bloqueo emocional que las familias sufren
al recibir el diagnóstico, en especial en los casos de alto riesgo. Este bloqueo sólo per-
(
mitirá alafamilia escuchar una parte de las explicaciones iniciales del médico, por lo
que son necesarias otras consultas donde el facultativo se cerciore, por medio de pre-
1
guntas, que la familia ha entendido. A pesar de que resulta tedioso para el médico -y '·
posiblemente costoso para las instituciones-, el tiempo que se invierta en estas pri- (
meras sesiones tendrá sus frutos en el transcurso del tratamiento, con lo cual se evitan ·
muchos errores y malas interpretaciones. 1
\.
La información acerca de la enfermedad no sólo abarcará las explicaciones sobre
ella sino también, de manera muy importante, todo lo relacionado con los tratamientos.
Por ejemplo, si se requiere hospitalización es fundamental que el paciente sepa con
ERRNVPHGLFRVRUJ
(
anterioridad cada uno de los procedimientos que debe seguir en la institución -adónde
debe dirigirse, con quién, qué clase de ropa usará en el hospital, qué tipo de comida
habrá, en qué sala del hospital estará, quién estará ahí, en el caso del niño la presencia
o ausencia de la madre y si ésta tendrá que ausentarse algunas horas-. Una vez en el
hospital es primordial decir al paciente la verdad respecto a los tratamientos dolorosos.
Es probable que los niños lloren o se angustien al enterarse de tales detalles, pero esto
tendrá menos implicaciones psicológicas a mediano y largo plazos.
(
( SENTIMIENTOS DE CULPA
ERRNVPHGLFRVRUJ
296 • Manejo del enfermo crónico y su familia (Capitulo 13)
que a ella no le importa lo que sucede; lo anterior resulta evidente sobre todo en padres
varones, quienes reprimen el llanto constantemente y transforman su tristeza en actitu-
des agresivas contra los tratamientos o las instituciones. Por esta razón, el médico debería
hacer hincapié en la importancia que tiene el hecho de que los miembros de la familia
digan lo que sienten en realidad, sin temor a que el otro se angustie ya que, de no ser
así, se formarán silencios de tensión incómodos y estériles.
En este punto es necesario que el orientador familiar explore las formas de reorganiza-
ción a las que la familia ha recurrido a raíz de la enfermedad: quién convive más con
quién, si en los conflictos entre los padres intervienen los hijos o si en los conflictos de
los hijos interfieren los padres; el nivel de sobreprotección de los padres o de la pareja
hacia el paciente; sus formas de comunicación; las alianzas rígidas o coaliciones -en
particular la alianza entre el cuidador primario y el enfermo-; el tipo y grado de jerar-
quía que guardan los padres con respecto a sus hijos; y, finalmente, los cambios que la
familia ha tenido que hacer en sus actividades laborales, sociales, recreativas, etc.
Una vez detectada esta organización familiar, al médico le será de gran utilidad
elaborar una representación gráfica en esquemas similares a los que aparecen en las
figuras de esta obra. Tales esquemas de la estructura y funcionamiento familiar le ayu-
darán a tener presente las áreas que debe cuidar durante el transcurso de la enfermedad,
a fin de evitar patrones rígidos o disfuncionales de adaptación.
En los casos de niños en fase terminal se sugieren algunas formas de manejo tales
como: a) transmitir al niño que su enfermedad es un enemigo poderoso contra el cual
todos -su familia, el médico, la enfermera, la trabajadora social, etc.- están luchando.
b) Reconocer que es comprensible que tenga miedo o se sienta desesperado y triste,
que todos lo entienden así y que, por tanto, no debe sentirse mal por dar a conocer sus
sentimientos. c) Subrayar que lo más importante es que él se convenza de que no está
solo en ningún momento y que puede recurrir al personal cuantas veces quiera hacerlo.
d) Dejar claro en la mente del pequeño que todos están de su lado en la lucha decisiva
contra la enfermedad.
La salud física del individuo está inmersa en un sistema más amplio que es la
familia, y ésta a su vez en una sociedad que para su desarrollo y óptimo funcionamien-
to requiere de una constante educación. Estos sistemas interactúan en un continuo
inevitable e imposible de aislar, así que la única posibilidad para lograr una rehabilita-
ción física, emocional, familiar y social es la toma de conciencia de estos fenómenos y,
por tanto, de su oportuna atención.
En otras palabras, es importante subrayar que tanto el paciente como su familia nece-
sitan de una preparación psicológica, no sólo para enfrentar la enfermedad, sino también
para encarar la enorme responsabilidad de estar sano (Velasco, 1985; Rolland, 1998). 11 !
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,
Indice
A
Aceptación
ante el HIV/SIDA, 159-160
tercera fase como respuesta de la familia, 16 5-166
de infarto del miocardio, 248
de la enfermedad, 61-63, 293-295
Adaptación, 19-20
en diabetes mellitus, 204, 216
familiar a la enfermedad crónica, 44-45
y ajuste ante el infarto del miocardio, 257
Adolescencia
de los hijos, fase de, 50
diabetes mellitus en la, 207-215
enfermedad crónica en la,
cambios familiares ante la, 65-68
cambios que usualmente se producen, 69-71
retos que enfrentan los padres, 68-69
l
HIV/SIDA en la, 136-155
\ repercusiones psicológicas de la enfermedad renal en la, 222-224
Adulto
con IRC, aspectos psicológicos en el, 224-226
diabetes mellitus en el, 215-219
enfermedad crónica en el, 71-75
HIV/SIDA en el, 155-180
cambios en la familia, 160-162, 167-180
etapa del diagnóstico, 15 5-160
327
i
' ERRNVPHGLFRVRUJ
328 • Afrontamiento/Cartas (Índice)
D herencia, 197-198
inestable, 212, 214
Declaraciones de independencia, 287 introducción, 195
Deconstrucción, proceso de, 280 tratamiento, 199-200
Dependencia en niños por enfermedad renal, y la familia, 203-219
222 en el adolescente, 207-215
Depresión en el adulto, 215-219
al enfrentar la realidad, 295-296 en el niño, 204-206
como reacción psicológica ante el HIV/ "Diabético psicosornarico", 213, 214
SIDA, 157-158 Diagnostic and Statistical Manual of Mental
"enmascarada", 243 Disorders, 265
etapa de, 38 Diagnóstico y formulación de hipótesis tera-
manejo de la, 64 péuticas, 23-36
relacionada con diabetes mellitus, 202 Diálisis, aceptación de la, 225
Desarrollo Dificultades en la escuela en niños con tras-
etapa de, 2 plante renal, 227
humano, diferentes etapas del, 47-78 Disfunciones sexuales en pacientes posinfarto,
cambios que se producen en un adoles- 255
cente enfermo, 69-71 Distanciamiento entre el enfermo con cáncer
ciclo vital de la familia, 48-50 y los familiares, 116
cómo el niño llega a concebir la enfer- Divorcio y diabetes mellitus, 216
medad, 51-54 Doble vínculo, 270
enfermedad crónica, terapéutico, 290
en el adulto, 71-75 Dolor de pecho de tipo anginoso, 247
en el anciano, 76-78 Donador de un riñón, repercusiones psicoló-
en la adolescencia, 65-69 gicas en el, 228
en la infancia, 50-65 DSM. Véase Diagnostic and StatisticalManual
manejo del niño con enfermedad cró- ofMental Disorders (
ERRNVPHGLFRVRUJ
(
Enfoque(s)/Familia(s) • 331
ERRNVPHGLFRVRUJ
Homeorresisllntelectualización • 333 .
(
ERRNVPHGLFRVRUJ
334 • Interacción/Mapas (Índice}
ERRNVPHGLFRVRUJ
Mecanismo(s)!Paciente(s} • 335
(
. (
fronteras externas, 25-26 como reacción psicológica ante el HIV/
fronteras individuales, 28-29 SIDA, 158
nivel de jerarquía, 24 de infarto de miocardio, 248
Mecanismo(s) etapa de, 38
de defensa contra cáncer, 108, 116-117 en diabetes mellitus, 204
de transmisión del HIV/SibA, 134-135 en HIV/SIDA, 139
lucha-fuga, 266 en insuficiencia renal crónica, 225
Medicina Neoplasia. VéaseCáncer en la familia
( biopsicosocial, 264 Neuropatía, diabetes mellitus y, 198
Neurosis y sistema cardiovascular, 243
psicosomática, 264
"Nido vado", organización de familias en eta-
( Medición en red, 6
pa de, 122, 249
Mente y cuerpo, 265
Nifio(s)
Miedo
activos e independientes con trasplante re-
como reacción psicológica ante el HIV/ nal, 226
SIDA, 156 con enfermedad crónica y su familia, ma-
infarto del miocardio resultante del, 247 nejo del, 61-65
sistema cardiovascular y, 242 _con leucemia, familia con, 341, 121
Mimetismo físico, 279 diabetes mellitus en el, 204-206
Minusvalíarelacionada con diabetes mellitus, 202 en edad escolar, 56
Mitos familiares, 17 repercusiones psicológicas de enfermedad
de armonía, 18 renal en, 222-224
de perdón y expiación, 18 Normalidad
de res cate, 18 como proceso, 8
Modelo como promedio, 8
biopsicosocial del trastorno somatoide, 268 como sinónimo de salud, 7
contextual del cáncer, 127-129 como utopía, 7-8
de Combrick-Graham, 41 Normas familiares, 11
de Rolland para la enfermedad dentro del Notificación del diagnóstico de HIV/SIDAal
contexto familiar, 39-44 niño, 138
epigenético de Erickson del desarrollo hu-
mano, 143-144
estratégico del cáncer, 127
o
estructural del cáncer, i27 Ocultamiento de los hechos como mecanis-
( sistémico de Walker, 183, 184 mo de defensa contra cáncer, 117
\
Motivación, falta de, 57 Organismo familiar, 2
Muerte Organización familiar, 12-21, 60-61
HIV/SIDAy, 153, 154 funcional, 13/
Orientación
y trasplante renal, 239
acerca de la conclusión del tratamiento, 88
Mujer seropositiva, organización de la pareja
acerca del curso del padecimiento, 88
y, 173, 174/ Origen de la enfermedad, información y edu-
cación acerca del, 88
( N
p
(
\
Narrativa diferente, 281
Negación Paciente(s)
( como mecanismo de defensa, con cáncer,
contra cáncer, _108 aparición de la enfermedad y, 110-117
contra enfermedad renal, 223 fase crónica, 113-115
contra infarto del miocardio, 256 fase terminal, 115-117
ERRNVPHGLFRVRUJ
336 • Padre/Receptor (Índice)
ERRNVPHGLFRVRUJ
7(
(
Recomendaciones/Sobreproteccíón • 337
I
. \
Recomendaciones finales acerca del tratamien- Sentimientos
to de familias con un enfermo crónico, de culpa, 295
(
293-2-96 ante el HIV/SIDA, 164
Recursos de la familia, evaluación de los, 44- de los padres, 139, 140
46 de los padres, 60-61, 63-64
Red(es) de apoyo, 6 en diabetes mellitus, 204
a la familia de elección, 169 en el receptor del riñón, 229
familiares y cáncer, 127 de desesperanza en diabetes mellitus, 202
( Redefinición, 284 depresivos, 244
Reencuadre, 272 Seudocrisis epiléptica, niños con, 58
( Reencuentro, fase de, 50 Sexualidad y SIDA, 146
Regateo o pacto, etapa de, 38 Simetría, concepto de, 16
Reglas familiares, 17-19, 20 "Simular que se produjo el milagro", 289
Relación de pareja en diabetes mellitus, 211 Síndrome
Remisión, periodo de, 115 de "burnout", 172
Rencor hacia el enfermo, 232 de enfermedad crónica, 73
Repercusiones emocionales de incapacidad secundario a la enfermedad
de la enfermedad crónica en el niño, 54-56 crónica, 73
en los hermanos del niño enfermo, 56 de inmunodeficiencia adquirida. Véase
en los padres, 56-59 HIV/SIDAy la familia
Represión como mecanismo de defensa con- en niños, 65
tra cáncer, 108 Síntoma(s)
Resignación, fase de, 38 del paciente, 290
Respuesta psicológica depresivos, HIV/SIDAy, 137-138
de un paciente posinfarro al tratamiento, información y educación acerca de los, de
252-254 la enfermedad, 88
(
individual y familiar ante un infarto del o enfermedad somatoide, 270
miocardio, 247-251 psicosornárico, 263
y sistema cardiovascular, 243 Sistema(s)
"Respuestas emocionales adversas", 261 circulatorio y corazón, 241
Retos que enfrentan los padres con hijos ado- espiral, 41
lescentes, 68-69 familiar( es),
Ritual familiar, 100-101 afectivos, 273
Rivalidad de los hermanos hacia el paciente, 230 variables claves del, 40-44
( Rol(es) neurovegetativo, 266
familiares, 15-16, 20 Situación
parental adoptado por hermanas donadoras de crisis, diabetes mellitus en el adulto y, 215
de riñón, 237 económica relacionada con la enfermedad,
(
'··
s 111
médica del cáncer, 111
Sobrecarga de trabajo e infarto de miocardio,
Salud-enfermedad, concepto de, 51, 52 246
(
"Se actúa cuando no se debe", 290 Sobreinvolucramiento, 19, 30
"Se actúa en el nivel lógico equivocado", 290 Sobreprotección, 16, 56
(
"Se necesita actuar, pero no se actúa", 290 al niño con insuficiencia renal crónica, 230
Secreto del padecimiento, 149, 169 en diabetes mellitus, 208, 215
Selección adecuada del donador de riñón, 235 y cáncer en la familia, 121
ERRNVPHGLFRVRUJ
338 • Soledad/Virus (Índice)
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ERRNVPHGLFRVRUJ
Manejo del enferme
crónico y su familia
(sistemas, historias y creencias)
o/e(4sco/Sini6a(ái
Manejo del enfermo crónico y su familia (.sistemas, hlstorlas y
creencias) surge ante el vacío existente de una visión integradora de la
multiplicidad de datos clínicos, psicológicos, familiares y sociales que se
presentan en cada paciente, con el objetivo de permitir al equipo de salud
lograr un impacto de mayor álcance y trascendencia en el manejo de sus
casos. El libro describe las repercusiones que el padecimiento tiene en
.~1 enfermo y su familia de acuerdo con la etapa del ciclo vital por la que
atraviesan, y los aspectos psicológicos, familiares y sociales de
enfermedades como cáncer, VIH/SIDA, diabetes mellitus, insuficiencia
· renal crónica, infarto agudo del miocardio, trastornos somatoformes y
somatoldes,
Títulos eiines:
Agonía, muerte y duelo; Sherr
Intervención en crisis: Manual para práctica e investigación;
Slaikeu
Terapia familiar: Modelos y técnicas; Sánchez y Gutiérrez
.¡. . Manejo del paciente con VIH, 2a. edición; Romo y Salido
. M a nual de VIH para profesionales de la salud; Muma
:~·';;"!:!:~. : i4iutanasia e;> autanasía? Por una muerte digna; Rodríguez-Estrada
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