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Universidad Central del Ecuador

Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias de la Educación


Carrera de Pedagogía de la Lengua y la Literatura

Integrantes Curso: 4to “A”


● Alex Amagua
● Gabriela Amagua Fecha de entrega: 12/02/2020
● María José Araujo
● Lizbeth Caiza

Tema: Los vericuetos históricos del signo: Platón y el signo

La rama de la lingüística que se encarga del estudio de los signos, es decir, la


semiótica no siempre ha sido denominada con este término, pues para poder consolidarse
tuvo que atravesar por varias etapas. En este sentido, la cultura griega cumple un papel
importante dentro la historia del signo, ya que fueron los grandes filósofos y personajes
icónicos de aquel entonces, quiénes utilizaron este vocablo para otorgarle distintas acepciones
según el campo de estudio. Bajo este precedente, existieron varios autores que atribuyeron
diversos significados a la palabra signo, mismos que pertenecían y estudiaban distintas áreas
de conocimiento. Unos se encontraban relacionados con la filosofía, mientras que otros los
utilizaban para definir diagnósticos o enfermedades, como es el caso de Hipócrates, un
médico griego que tomó al término signo para referirse a los síntomas.

Fueron muchos los aportes que brindó el signo a los diferentes campos del
conocimiento, especialmente, a las áreas de medicina y filosofía. Entre ellos, se rescatan los
nuevos elementos proporcionados a la rama de investigación, lingüística y lógica matemática.
En relación con esto, el signo está presente en toda disciplina y al mismo tiempo, sirve como
punto de partida para definir tanto al campo de estudio de la semiótica como las hipótesis
presentes en otras ciencias. Por lo que varios filósofos lo usaron como fundamento para
iniciar y explicar sus postulados. Uno de estos, es Platón quien toma al signo y expone su
teoría de conocimiento a través de las ideas.  

Desde este enfoque, la teoría platónica del conocimiento o de la reminiscencia, señala


que el alma es inmortal y se encuentra en un ciclo constante de reencarnación. En esta teoría,
se explica que en el mundo de las ideas, el alma existe de manera independiente, pero una vez
establecida en el mundo sensible, vivirá encerrada en el cuerpo de un individuo y solo podrá
liberarse cuando este haya muerto. Así, podrá abandonar el mundo terrenal y volver al
mundo de las ideas. Siempre y cuando recuerde los conocimientos preexistentes que ha
perdido en el transcurso de la caída al plano sensible, pues el alma ya estuvo en contacto con
las ideas y las conoce. Sin embargo, durante la caída las ha olvidado y simplemente necesita
evocar dichos conocimientos.

Además, esta teoría puede complementarse con el mito del carro alado de Platón, ya
que, expresa que el alma está custodiada por dos caballos, uno blanco y virtuoso que refleja el
bien, y otro negro e inmoral que simboliza el mal, dirigidos por un auriga que representa a la
razón. De este modo, ambas teorías afirman que el alma es preexistente, pero sobre todo
natural e indestructible. Esto, porque cuando se encuentra en el mundo visible, atraviesa por
un proceso de purificación, donde tiene que lidiar, partiendo desde la ignorancia, con el bien
y el mal que existe en sí mismo, debido a que, no recuerda nada de lo anterior. Por tanto,
necesita llegar a las verdades universales, donde rememorará todos sus conocimientos y
podrá trascender al mundo de las ideas, repitiéndose este ciclo una y otra vez.

Es así como, Platón establece que la razón es la vía para recordar las ideas del mundo
inteligible y lo explica mediante la alegoría de la caverna. La alegoría como figura retórica
ha estado presente en la literatura occidental, desde la antigüedad hasta la actualidad. A través
del relato, las imágenes o las metáforas consecutivas da a entender una idea, manifestando
otra diferente. Platón la utilizó en una comparación para explicar el proceso del
conocimiento, es decir, el paso que realiza el ser humano de la ignorancia hacia el raciocinio.
De esta manera, el mito de la caverna, hace referencia a un grupo de prisioneros que están
encadenados dentro de una cueva, solo pueden ver un muro frente a ellos y no conocen lo que
hay detrás.

A sus espaldas, en un plano superior, se encontraba una llama de fuego y en el medio,


un camino por donde las personas transitaban con algunos objetos que al pasar se
proyectaban en la pared. Los prisioneros observaban las sombras reflejadas, convirtiéndolas
en su única realidad. Un día, uno de ellos fue liberado y recorrió los senderos de la cueva,
llegando a descubrir nuevas cosas, primero, se encontró con la llama de fuego, luego, vio una
luz y con incertidumbre decidió avanzar hasta salir completamente de la cueva. Esto, lo
conllevó a encontrar una nueva realidad que lo dejó deslumbrado.

Por lo tanto, en la alegoría que hace Platón se indica el recorrido que el sujeto debe
realizar para llegar al verdadero conocimiento, desatándose de las cadenas e ir ascendiendo
hacia el brillo del sol. En este sentido, avanzar hacia la luz es la necesidad del alma para
obtener un conocimiento que le permitirá ver las cosas como son en realidad y liberarse de las
sombras, es decir, no dejarse llevar por las opiniones de los demás, sino distinguir las
representaciones reales de las que no lo son. En relación con esto, se presenta la simbología
de los elementos de la caverna que figuran la distinción connotada en la doctrina del
dualismo gnoseológico.

Este dualismo manifiesta que la realidad se encuentra dividida y es concebida en dos


mundos: el mundo inteligible que representa lo verdadero y el mundo sensible, una copia del
primero. En tal sentido, Platón consideraba que la filosofía debía estar basada en la verdad y
no en la opinión, por lo que planteó la teoría de las ideas. En esta, se evidencia la dualidad
mencionada anteriormente, así, y de manera más específica, el mundo inteligible representa al
mundo de las ideas, es decir, lo real, perfecto y eterno plasmado en la auténtica realidad.
Además, estas ideas existen de forma objetiva, son inextensas, independientes, invariables,
universales e incorpóreas, pues no ocupan un lugar en el espacio y carecen de un cuerpo
físico, este mundo es la esencia y la causa de todo.

En cambio, el mundo sensible representa todo aquello que el ser humano puede
percibir mediante los sentidos, por eso, está compuesto de las cosas materiales, imperfectas,
cambiantes y degenerativas. Para Platón, la verdadera realidad no es aquella que conforma
los objetos tangibles que rodean al individuo, sino lo permanente e invisible, esto es, las
ideas. Es así como, la doctrina platónica determina que el mundo sensible no simboliza lo
verdadero, sino tan solo una réplica de lo inteligible, ya que las ideas materializadas carecen
de perfección e inmutabilidad. Igualmente, se encuentran determinadas por el conocimiento
sensorial y no por la razón lógica, de modo que, el mundo sensible se sitúa en el plano
corpóreo, corruptible e incluso catastrófico.

En definitiva, el signo es esencial y necesario porque a lo largo del tiempo ha


permitido que el ser humano discierna de mejor manera los significados en determinadas
situaciones. Puesto que, posibilita comprender, desde distintas perspectivas, la forma en
como el individuo observa su realidad y sus diferentes modos de pensar y actuar. Esto, se ha
evidenciado en la teoría de Platón, ya que con sus postulados y alegorías logra esclarecer de
alguna manera, el motivo de las acciones humanas y la importancia de obtener el
conocimiento basado en la verdad, pues es la única forma de alcanzar la auténtica realidad y
el verdadero entendimiento para así, llegar al mundo inteligible o mundo de las ideas.
Referencias bibliográficas

Benítez Gorbet, L., Velázquez Zaragoza, A. (2013). Tras las huellas de Platón y el

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