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Schwartz, Joan M. and Terry Cook (2002).

“Archives, Records, and Power: The Making of


Modern Memory”. Archival Science, vol. 2: 1-19.

Archivos, Registros y Poder:


La formación de la memoria moderna1
Joan M. Schwartz y Terry Cook

[1]2 Resumen. Este artículo sirve como introducción general de los editores invitados al
primero de los dos números temáticos de Archival Science que exploran el tema, “archivos,
registros, y poder”. Los archivos como instituciones y los registros como documentos son
considerados fundamentalmente por los académicos y otros usuarios, y por la sociedad en
general, como recursos pasivos que pueden ser explotados por propósitos históricos y
culturales varios. Desde la mitad del siglo XIX los historiadores, para alcanzar una nueva
historia científica, necesitaron un archivo que fuera un repositorio neutral de hechos. Hasta
muy recientemente, los archiveros estuvieron obligados a exaltar su propio mito
profesional de imparcialidad, neutralidad y objetividad. Sin embargo, los archivos son
fundados por los poderosos para proteger o mejorar sus posiciones en la sociedad. A través
de los archivos, el pasado es controlado. Ciertas historias son privilegiadas y otras
marginalizadas. Y los archiveros son un una parte integral en esta narración. En el diseño
de sistemas de registro, en la evaluación y selección de un pequeño fragmento de todos los
registros posibles incorporados en el archivo, en los enfoques a la subsecuente y siempre
cambiante descripción y preservación del archivo, y en sus patrones de comunicación y
uso, los archiveros continuamente remodelan, reinterpretan y reinventan el archivo. Esto
representa un enorme poder sobre la memoria y la identidad, sobre las formas principales
en que la sociedad busca evidencias de los que son y han sido sus valores fundamentales, de
dónde han venido y hacia donde se dirigen. Así, los archivos no son depósitos pasivos para
materiales antiguos sino sitios activos donde el poder social es negociado, impugnado,
confirmado. El poder de los archivos, de los registros y de los archiveros ya no debe
permanecer naturalizado o negado, sino abierto al debate público vital y responsable.

1 Traducción de Esteban Leiva para uso interno de la cátedra de Epistemología de las Ciencias Sociales,
Escuela de Historia, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba. Julio de 2016.
2 Los números entre corchetes corresponden a la paginación original.

1
Palabras claves: teoría archivística, archivos y relaciones de poder, formación de la
identidad, representación y realidad, memoria social

Archivos, registros, poder: tres palabras que ahora resuenan a lo largo de una gama
de disciplinas académicas y búsquedas profesionales. Individualmente, estos
términos son a menudo el punto de inicio para debates animados sobre valores
sociales, identidades culturales y responsabilidad institucional. Sin embargo,
conjuntamente, “archivos, registros, y poder” establece una desconcertante troika:
¿qué tienen que ver los viejos y polvorientos archivos, guardados en bóvedas
seguras, con el poder?

Los archiveros por largo tiempo han sido vistos por quienes no pertenecen a
la profesión como “cortadores de leña y sacadores de agua”3, como quienes reciben
los registros de sus creadores y los pasan a los investigadores. Desde la profesión,
los archiveros se han percibido a sí mismos como neutrales, objetivos, imparciales.
Desde ambas perspectivas, los archiveros y sus materiales parecen ser la antítesis del
poder. [2] Ciertamente, los estudios recientes sobre las instituciones culturales rara
vez refieren al fuerte impacto de los archivos y los registros sobre la memoria
colectiva y la identidad humana, a diferencia del papel ahora concedido a los museos
de historia natural y humana, las galerías de arte, las bibliotecas, los monumentos
históricos, incluso a los zoológicos. Mientras que algunos autores han comenzado a
explorar aspectos del “archivo” en un sentido metafórico o filosófico, esto casi
siempre se hace sin siquiera aún una comprensión rudimentaria de los archivos
como instituciones reales, como una profesión verdadera (¡la segunda más antigua!),

3 [N. de T.] Dado el origen canadiense de los autores estimados que la apelación a la expresión “Hewers of
wood and drawers of water” reflejaría una autocomprensión de su propio carácter como pueblo, ya que es un
descripción que suelen utilizar para definirse como gente humilde y trabajadora, con sueldos promedios;
buenas personas que no son orgullosas y cuyo origen se remonta a una a una economía basada en la
extracción y explotación de recursos naturales. Sin embargo, más antiguamente la expresión refiere a la
condena dictada por Josué a los gabaonitas por su astuta treta contra los israelitas cuando éstos iban a
conquistarlos y que encontramos en ciertos versículos del Antiguo Testamento: 9.21 “… Dejadlos vivir; y
fueron constituidos leñadores y aguadores para toda la congregación, concediéndoles la vida, según les habían
prometido los príncipes”. 9.23 “Ahora, pues, malditos sois, y no dejará de haber entre vosotros siervos, y
quien corte la leña y saque el agua para la casa de mi Dios”. 9.27 “Y Josué los destinó aquel día a ser leñadores
y aguadores para la congregación, y para el altar de Jehová en el lugar que Jehová eligiese, lo que son hasta
hoy”. Este es el sentido con que aparece la expresión en el primer libro autobiográfico de la poeta y artista
afroamericana Maya Angelou I Know Why the Caged Bird Sings (1969): “Dios mismo nos odia y nos ordenó ser
quienes corten la leña y saquen el agua, por los siglos de los siglos”. En todo caso, la imagen literaria
propuesta resalta la caracterización popular del trabajo archivístico, una disciplina meramente subsidiaria y
sujeta a los lineamientos impuestos por quienes producen y usan los registros.

2
y como una disciplina verdadera con su propio conjunto de teorías, metodologías y
prácticas. La literatura profesional sobre los archivos que se encuentra a lo largo del
mundo raramente es citada por los no archiveros que ahora escriben sobre “el
archivo”.

No obstante, varias reflexiones postmodernas en las últimas dos décadas han


dejado manifiestamente claro que los archivos –como instituciones– ejercen poder
sobre la responsabilidad administrativa, legal y fiscal de los gobiernos, las empresas y
los individuos, y participa en los debates de política pública de gran alcance entorno
al derecho a conocer, la libertad de información, la protección de la privacidad, los
derechos de autor y la propiedad intelectual, y los protocolos para el comercio
electrónico. Los archivos –como los registros– ejercen poder sobre la forma y la
dirección de la investigación histórica, la memoria colectiva y la identidad nacional,
sobre la forma en que nos conocemos como individuos, grupos y sociedades. Y en
última instancia, en la búsqueda de sus responsabilidades profesionales, los
archiveros –como custodios de los archivos– ejercen poder sobre aquellos registros
fundamentales para formación de la memoria y de la identidad a través de la gestión
activa de los registros antes que se constituyan en archivos, su valoración y selección
en tanto archivos, y, después, su constante evolución, descripción, preservación y
uso.

Tomados en conjunto, la continua negación por parte de los archiveros de su


poder sobre la memoria, el fracaso para explorar los múltiples factores que afectan
profundamente a los registros antes de que lleguen a los archivos y los continuos
supuestos asumidos por muchos usuarios de archivos que presentan a los registros
como no problemáticos, representan una prescripción para la esterilidad de ambos
lados del mostrador. Cuando se niega el poder, se lo pasa de alto, o no se le brinda
respuesta, en el mejor sentido es engañoso y en el peor, peligroso. El poder
reconocido llega a ser un poder que puede ser cuestionado, que rinda cuentas, y
abierto al diálogo transparente y a una comprensión enriquecida.

Este poder del archivo –su naturaleza subyacente, sus supuestos teóricos, sus
aplicaciones prácticas, su evolución histórica, y sus consecuencias para los

3
usurarios– es el foco de los ensayos en este primero de los dos números temáticos
especiales de Archival Science sobre “Archivos, Registros y Poder.”4

[3] Construyendo y decontruyendo archivos

Los archivos son construcciones sociales. Sus orígenes se encuentran en las


necesidades de información y valores sociales de gobernantes, gobiernos, empresas,
asociaciones e individuos quienes los establecen y mantienen. A pesar de los
cambios en la naturaleza y los usos de los registros, y la necesidad de preservarlos,
los archivos, desde los mnemons de la antigua Grecia5, han estado vinculados al
poder –sobre el mantenimiento del poder, sobre el poder del presente para controlar
lo que es, y lo que será, conocido acerca del pasado, sobre el poder de recordar u
olvidar. Pero, como Maurice Halbwachs nos recuerda, “no existe posibilidad de
memoria fuera de los marcos utilizados por los hombres que viven en sociedad para
fijar y recuperar sus recuerdos”. Los archivos son un elemento crítico de tales
marcos intelectuales. Recordar (o re-crear) el pasado a través de la investigación
histórica de los registros archivísticos no es simplemente “la recuperación de la
información conservada, sino la puesta en conjunto de un reclamo acerca de los
estados pasados de los asuntos por medio de un marco de comprensión cultural
compartido”.6 Los archivos mismos son parte de esa demanda y, por lo tanto, dan
forma a esa comprensión.

Sea acerca de ideas o sentimientos, acciones o transacciones, la elección de


qué registrar y la decisión sobre qué conservar y, por lo tanto, lo que se privilegia,

4 Este par de números temáticos de Archival Science (el número actual y su sucesor) están dedicado con afecto
a Hugh Taylor, el decano de los archiveros canadienses. Las ideas que se exploran deben mucho a sus
reflexiones sobre medios de comunicación, significado documental, transformaciones tecnológicas, la
evolución de la oralidad y la mnemotécnica antigua y medieval (los archiveros como reme moradores) a los
archivos sin muros en un mundo interconectado, con fines posiblemente buenos (su propio esfuerzo
bioregional, ecológico y espiritual para el avance de la memoria archivística) o posiblemente malos (una base
de poder corporativo mega electrónico para todo el mundo que haría ver, en comparación, modesto el
control de la explotación humana en la revolución industrial). En sus desafíos a las tradiciones, prácticas y
convenciones archivísticas, escritos desde finales de 1960 hasta mediado de la década de 1990, estaba el
germen de las sensibilidades posmodernas de los editores.
5 [N. de T.] El „mnemon‟ era un funcionario de la antigua Grecia encargado de la conservación, el registro y la

memoria de los tratados y actos públicos, también de los contratos privados que de esta manera adquirían
autenticidad.
6 Maurice Halbwachs, On Collective Memory, Lewis A. Coser (ed. y trad.), (Chicago, 1941, 1992), cap. 2,

“Language and Memory”, p. 43. [Trad. cast.: Los marcos sociales de la memoria. Barcelona: Anthropos, 2004.
Libro originalmente publicado francés en 1925]

4
sucede dentro de marcos socialmente construidos, aunque ahora naturalizados, que
determinan el significado de lo que llega a ser archivo. Al interior de estos marcos,
los principios y las estrategias que los archiveros adoptan en el tiempo, y las
actividades que realizan –en especial elegir y valorar lo que llega a ser archivo y lo
que es destruido- influye de manera fundamental en la composición y el carácter de
los fondos de archivo y, así, de la memoria social. Estos marcos culturales
subyacentes son primordiales para comprender la naturaleza de los archivos como
instituciones y como lugares de la memoria social. Esos marcos también afectan en
la creación a nivel individual de los archivos y en la supervivencia continua de un
documento: letra, fotografía, diario, video casero. Al igual que los archivos
colectivos, el documento individual no es sólo un portador de contenido histórico,
sino también un reflejo de las necesidades y los deseos de su creador, del propósito
(o propósitos) para su creación, de la audiencia (o audiencias) que ve el registro, del
marco legal, técnico, organizacional, social y de los contextos culturales-intelectuales
en que el creador [4] y la audiencia operan y en el que el documento se hace
significativo, y de la intervención inicial y la continua mediación de los archiveros.
De este modo, la naturaleza resultante del archivo tiene graves consecuencias para la
responsabilidad administrativa, los derechos ciudadanos, la memoria colectiva y el
conocimiento histórico, los cuales están conformados –tácitamente, de manera sutil,
a veces inconscientemente, pero profundamente– por el naturalizado, en gran
medida invisible, y raramente cuestionado, poder de los archivos.

En los últimos años, la palabra „archivo‟ ha experimentado un resurgimiento


mucho más allá de su connotación popular de sótanos polvorientos y pergaminos
viejos –en estudios culturales, en internet, y en otros lugares. Teóricos de la cultura,
sobre todo Michel Foucault y Jacques Derrida, ven „el archivo‟ como una
construcción metafórica primordial sobre el que dan forma a sus perspectivas sobre
el conocimiento humano, la memoria y el poder, y la búsqueda de la justicia.
Basándose en Foucault y la sugerencia que la información, como el poder, “no
existe en el vacío”, Thomas Richards, en The Imperial Archive, discute „el archivo‟
como “un espacio utópico de conocimiento comprehensivo… no un edificio, ni
siquiera una colección de textos, sino la conjunción colectivamente imaginada de

5
todo lo que fue conocido o es cognoscible”, y busca demostrar cómo “el archivo
imperial fue una fantasía para recoger y unificar los conocimientos al servicio del
Estado y el Imperio”.7 Focalizándose en las „microfísicas del poder‟ insertas en los
registros fotográficos elaborados por los departamentos médicos, educativos,
sanitarios y de ingeniería, John Tagg declara: “al igual que el Estado, la cámara
nunca es neutral. Las representaciones producidas están altamente codificadas y el
poder que ejercen nunca es propio”.8 El control del archivo –definido de varias
formas– es un medio de control de la sociedad y, por lo tanto, el control de
determinar la historia de los ganadores y los perdedores. Verne Harris, inspirado por
Derrida, ha mostrado crudamente cómo operó esto bajo el régimen del apartheid en
Sudáfrica y sus archivos nacionales cautivos, y cómo este poder naturalizado puede
ser diferente bajo condiciones post-apartheid.9

Como cualquier persona que visita sitios web sabe, en el mundo de la


información tecnológica, „archivo‟ es usado como sustantivo para describir una zona
de lectura mecánica [5] para los datos más antiguos („antiguo‟ significa cualquier cosa
que va desde varios meses a una hora hacia atrás); „archivo‟ también es usado como
un verbo intransitivo para la acción de transferencia de datos desde la computadora
hacia un lugar donde los archivos son usados con poca frecuencia, por ejemplo,
archivar los datos ubicados en el disco duro en el equipo a una copia de seguridad o
CD-ROM. Mientras los teóricos de la cultura y los tecnólogos de la información
adoptan la noción de un archivo como depósito de información, los primeros
conciben el archivo como fuente de conocimiento y poder esencial para la identidad
social y personal, los últimos conciben el archivo como un punto neutral, mecánico,
de acumulación de información para su custodia.

7 Thomas Richards, The Imperial Archive: Knowledge and the Fantasy of Empire (London and New York, 1993), pp.
73, 11, 6.
8 John Tagg, The Burden of Representation: Essays on Photographies and Histories (Amherst MA, 1988), pp. 63-64. De

manera similar Rosalind Krauss, Allan Sekula, y otros han usado „el archivo‟ como un „espacio de discurso‟ en
el que los registros fotográficos, sean paisajes o cuerpos, se hacen significativos. Véase Allan Sekula, “The
Body and the Archive”, y Rosalind Krauss, “Photography‟s Discursive Spaces”, ambos en Richard Bolton
(ed.), The Contest of Meaning: Critical Histories of Photography (Cambridge MA, 1992), pp. 286-301, 343-388.
9 Véase Verne Harris, “Redefining Archives in South Africa: Public Archives and Society in Transition, 1990-

1996”, Archivaria 42 (Fall 1996); y su complementario “Claiming Less, Delivering More: A Critique of
Positivist Formulations on Archives in South Africa”, Archivaria 44 (Fall 1997); como su ensayo en este
número.

6
Los ensayos en estos dos números confrontan el cambio, la impugnación, de
supuestos en gran medida incuestionados que subyacen a la naturaleza y el
significado de los archivos en la sociedad. Los autores buscan coomo nosotros
demostrar que las teorías, los principios, la naturaleza y la evolución histórica de los
„archivos‟ como instituciones y de los „registros‟ como documentos –colectivamente
„el archivo‟- no son ni universales en el espacio ni estables en el tiempo. La creciente
literatura sobre memoria social o colectiva sugiere la necesidad de volver a examinar
el archivo a la luz de los cambios en la producción y conservación de los
documentos, en la abundancia de documentos, en los cambios en los mecanismos
de registro, y en la naturaleza de los que es documentado o quien realiza la
documentación, así como en la necesidad de examinar el impacto de estos cambios,
a su vez, sobre la administración de registros y sus prácticas, y sobre los archivos y
sus prácticas.

Como los investigadores –historiadores, antropólogos, teóricos de la cultura,


geógrafos, sociólogos, y otros- cada vez más se focalizan en los contextos, es
esencial considerar la relación entre los archivos y las sociedades que los crean y
usan. En el corazón de esa relación está el poder. Sin embargo, el poder –el poder
para hacer registros de ciertos eventos e ideas y no de otros, poder para nominar,
etiquetar y ordenar registros con el fin de satisfacer necesidades concerniente a
empresas comerciales, gobiernos o intereses personales, poder para conservar el
registro, poder para mediar el registro, poder sobre el acceso, poder sobre los
derechos y libertades individuales, sobre la memoria colectiva y la identidad
nacional- es un concepto que ha estado en gran medida ausente en la concepción
tradicional del archivo. Irónicamente, en un momento en que la investigación
académica desde distintas disciplinas está entrenada en concebir el poder del archivo
en un sentido metafórico, la práctica archivística perpetúa el mito profesional más
importante del siglo pasado donde el archivero es (o debe forzarse por ser) un
guardián objetivo, neutral, pasivo (si no impotente, entonces, auto distanciado) de la
verdad. De hecho, la evidencia sugiere que muchos usuarios de archivos aceptan sin
dudar esta auto-imagen profesional.

7
El rechazo de la profesión archivística para reconocer relaciones de poder
que están integradas a la empresa archivística conlleva a una abdicación de la
responsabilidad por las consecuencias del ejercicio de ese poder, y, a su vez, [6] de
las graves consecuencias para comprender y cumplir con las funciones de los
archivos en un constante cambio en el presente, o para usar los archivos con sutileza
y reflexión en un futuro más lejano. A este respecto, los ciegos están guiando a los
ciegos, en un doble sentido: los investigadores usando archivos sin darse cuenta de
las pesadas capas de intervención y significados codificados en los registros por
parte de sus creadores y por los archiveros mucho antes que cualquier caja sea
abierta en la sala de investigación, y los archiveros al manejar sus archivos sin mucha
sensibilidad a las grandes huellas que a su vez son dejadas en el registro del archivo.
Así, tanto los investigadores como los archiveros han tenido un gran interés en la
percepción (y promoción) del archivo como un lugar libre de valores para la
colección de documentos y la investigación histórica, en lugar de un sitio para la
indagación del poder, la memoria y la identidad.

Extrapolando a los archivos

A la luz de los recientes trabajos críticos sobre „el archivo‟ desde fuera de la
profesión, los archiveros deben considerar seriamente la rica y creciente literatura
que explora la naturaleza de la historia y la evidencia; la memoria colectiva y la
formación de la identidad; la relación entre la representación y la realidad; las
culturas organizacionales y las necesidades personales que influyen en la creación y
el mantenimiento de los registros; la necesidad psicológica para recoger y preservar
archivos; y el impacto de nuestro conocimiento del pasado en nuestras percepciones
del presente y viceversa.

¿Cómo, de hecho, están situado los archivos y los registros en relación al


nexo poder/saber descrito por Foucault? ¿Cuán fundamentales son para los
estudios que trazan la evolución de la memoria colectiva o la exteriorización de la
memoria –es decir, las formas en que la memoria se mantiene fuera de la facultad
humana– desde la memorial oral a la escrita, la visual, la electrónica. A través del
tiempo, los nuevos medios de registro han traído consigo no sólo cambios en el

8
almacenamiento y transmisión de información, sino también cambios en los
conceptos de tiempo y espacio, así como en nuestra manera de saber, pensar y
articular nuestra relación con el mundo a nuestro alrededor. Tales revoluciones en la
tecnología de la información son de interés, no sólo porque han cambio lo que los
archivos recogen, sino también porque han cambio el rol de los archivos en la
sociedad. No es suficiente con responder al primer interrogante; también hay que
prestar debida consideración a esto último.

En la creciente literatura sobre historia y memoria, el poder de los archivos


en la sociedad se hace explícito en la discusión de Jacques Le Goff acerca de los
orígenes de la consolidación política central en el mundo antiguo bajo un monarca y
el establecimiento de los primeros archivos para reforzar su control. La revisión de
Patrick Hutton de la exteriorización de la memoria desde la cabeza al artefacto
muestra la [7] transferencia de la memoria individual a la colectiva como base para la
cohesión social.10 Los archivos medievales, revela Patrick Geary, fueron recogidos –
y más tarde a menudo eliminados y reconstruidos– no sólo para mantener la
evidencia de las transacciones legales y comerciales, sino explícitamente para servir a
propósitos históricos y sacro/simbólicos, pero sólo para aquellas figuras y
acontecimiento juzgados dignos de celebrar, o recordar, dentro del contexto de su
tiempo.11 Los registros relativos a la Primera Guerra Mundial se revelan ahora que
se han formado para poner a las fuerzas de combate de la mejor manera posible y
después más tarde se sometieron a significativas alteraciones con el fin de hacer que
los generales parezcan menos culpables de las masacres en el frente occidental
donde ellos tuvieron muchas responsabilidades.12 Prestando atención a lo
marginado por la empresa archivística, Gerda Lerner ha trazado de manera
convincente, desde la Edad Media hasta el siglo XX, la exclusión sistemática de la
mujer de las herramientas de la memoria y las instituciones de la sociedad,

10 Jaques Le Goff, History and Memory, Steven Rendall y Elizabeth Claman (trans.), (New York, 1992,
originalmente publicado en 1986); Patrick Hutton, History as an Art of Memory (Hanover NH, 1993).
11 Patrick J. Geary, Phantoms of Remembrance: Memory and Oblivion at the End of the First Millennium (Princeton,

1994), pp. 86-87, y especialmente cap. 3, “Archival Memory and the Destruction of the Past” y passim; y
Rosamond McKitterick, The Carolingians and the Written Word (Cambridge, 1989).
12 Véase Tim Cook, “Documenting War and Forging Reputations: Sir Max Aitken and the Canadian War

Records Office in the First World War”, War In History (de próxima aparición); Robert McIntosh, “The Great
War, Archives, and Modern Memory”, Archivaria 46 (Fall 1998); y Denis Winter, Haig’s Command: A
Reassessment (Harmondsworth, 1991), especialmente la sección final, “Falsifying the Record”.

9
incluyendo los archivos.13 Y desde otra perspectiva, los archiveros en los países en
desarrollo ahora están cuestionando seriamente si los conceptos clásicos de archivo
que surgieron de la cultura escrita de las burocracias europeas son apropiados para
preservar las memorias de las culturas orales.14 El compromiso de los estudios
coloniales y post coloniales con el giro posmoderno o histórico, al igual que los
artículos de Ann Stoler y Jim O‟Toole sobre este tema, sugiere que, mediante el
tratamiento de los registros y los archivos como sitios disputados de poder,
podemos traer nuevas sensibilidades para comprender los registros y los archivos
como tecnologías dinámicas de gobierno que en realidad crean las historias y las
realidades sociales que aparentemente sólo describen.

[8] Mientras que los investigadores en ciencias sociales y humanidades, así


como de otras disciplinas, debaten sobre cuestiones de representación, verdad y
objetividad, los archiveros profesionales y los usuarios de archivos han sido lentos
en reconocer la naturaleza de los archivos como instituciones socialmente
construidas, la relación de los archivos a las nociones de memoria y verdad, el rol de
los archivos en la producción de conocimiento acerca del pasado, y, sobre todo, el
poder de los archivos y los registros para formar nuestras nociones de historia,
identidad y memoria. Los ensayos en estos dos números de Archival Science están
dirigidos a corregir este desequilibrio. Al exponer los supuestos sobre la naturaleza y
el papel de los archivos que por largo tiempo han sido naturalizados, todos los
ensayos alientan por una mayor conciencia del impacto social y de las consecuencias
históricas de los archivos en los asuntos culturales y la comprensión humana.

Los paralelismos entre los museos y archivos son obvios, e instructivos.


Seguramente los archivos y registros, como los museos y artefactos, “tienen una
larga y compleja historia que da forma a lo que son hoy en día”. 15 Los archivos,

13 Para la mujer y los archivos, véase Gerda Lerner, The Creation of Feminist Consciousness: From the Middle Ages to
Eighteen-Seventy (New York and Oxford, 1993), passim, especialmente cap. 11, “The Search for Women‟s
History”; véase también Anke Voss-Hubbard, “ „No Documents – No History: Mary Ritter Beard and the
Early History of Women‟s Archives”, American Archivist 58 (Winter 1995). Véase también las fuentes citadas
en la nota 25.
14 Por nombrar uno de los muchos escritos, véase Verne Harris y Sello Hatang, “Archives, Identity and Place:

A Dialogue on What It (Might) Mean(s) to be an African Archivist”, ESARBICA Journal 19 (2000), tanto
como inter alia el artículo por Verne Harris y Evelyn Wareham en estos dos números de Archival Science.
15 Véase, por ejemplo, Susan Pearce, Museoms, Objects and Collections (Washington, 1992), especialmente cap. 5,

“Museoms: the Intellectual Rationale”; y Tony Bennett, The Birth of the Museum: History, Theory, Politics (London
and New York, 1995). Joan M. Schwartz nota que existen “importantes paralelos entre los museos y los

10
como los museos, sin duda “encarnan y dan forma a la percepción pública de lo que
es valioso e importante”, y “son parte de la historia y la filosofía del conocimiento,
tanto en las humanidades como en las ciencias, y esta historia y filosofía son, en
parte, también creadas por ellos”.16 Consideremos, pues, cómo los archivos reflejan
y constituyen las necesidades de información de la sociedad, y la relación evolvente
entre archivos, información y sociedad. Siguiendo el razonamiento de Stephen
Kern,17 ¿cuál, por ejemplo, ha sido el impacto sobre la producción, preservación y
uso de los registros y archivos desde mitad del siglo XIX –un siglo que también fue
testigo de la creación, profesionalización y crecimiento del archivo moderno- del
aumento general de la alfabetización, la educación pública, la escritura de cartas, las
anotaciones en los diarios personales, los servicios postales, el telégrafo, el teléfono,
la radio, la fotografía, el cine y la televisión (y la alfabetización visual que engendran),
de la democracia, el impuesto sobre la renta, los sistemas de oficina, la
informatización, [9] el movimiento feminista, la posmodernidad, y toda una serie de
otras influencias culturales y tecnológicas?

Si investigamos la función de los archivos en la sociedad, entonces debemos


afrontar dos temas íntimamente relacionados, pero concebidos por separado: “el
conocimiento y la formación de archivos” y “los archivos y la formación de
conocimiento”.18 Imbricado con estos temas está el ejercicio del poder –el poder
sobre la información y el poder de las instituciones de información. También
entretejido a lo largo está la crisis de la representación –el poder de los registros y
los archivos como representaciones y la representación del poder en los registros y
archivos. Y la desestabilización posmoderna de nuestros conceptos de realidad,
verdad y objetividad ha puesto tanto al poder como a la representación bajo una
estrecha vigilancia. Los archivos y los registros no están inmunes a tal escrutinio, y

archivos como „instituciones de la memoria‟” en “ „We make our tools and our tools make us‟: Lessons from
Photographs for the Practice, Politics, and Poetics of Diplomatics”, Archivaria 40 (Fall 1995): 40-74, y
especialmente las referencias en la nota 115.
16 Pearce, Museums, Objetcs and Collections, p. 89. Para un análisis del paralelismo entre archivo e historia, y

acerca de cómo los cambios pasados en las ideas acerca del archivo subyacen al pensamiento, la estrategia y la
práctica de hoy en día, de cómo los archivos pasaron de un enfoque centrado en el estado a uno centrado en
el cliente o ciudadano y, por lo tanto, encontraron sus valores menos en la reflexión y servicio de su
patrocinador que en la sociedad, véase Terry Cook, “What is Past is Prologue: A History of Archival Ideas
Since 1898, and the Future Paradigm Shift”, Archivaria 43 (Spring 1997).
17 Stephen Kern, The Culture of Time and Space, 1880-1918 (Cambridge MA, 1983).
18 Véase Eilean Hooper-Greenhill, Museums and the Shaping of Knowledge (New York, 1992); y Kevin Walsh, The

Representation of the Past: Museums and Heritage in the Post-Modern World (New York, 1992).

11
de hecho nuestras tradiciones profesionales, tan dependientes de las nociones de
neutralidad y objetividad, son removidas cuando se plantean las preocupaciones
posmodernas del conocimiento situado, la alteridad, la hibridación, la liminalidad y
la plurivocidad.

La “ciencia” archivística y la verdad del archivo

Al igual que cualquier esfuerzo por demostrar la „construcción‟ de archivos


conlleva necesariamente a tratar con la idea de los archivos como neutrales, de los
registros como inocentes y de los archiveros como objetivos, también se debe
confrontar implícitamente la noción de „ciencia archivística‟, porque los puntos de
vistas de la ciencia han cambiado significativamente en las últimas décadas,
poniendo en cuestión toda supuesta neutralidad y objetividad de la disciplina
científica y de la tentativa de la sociedad. Por lo tanto, ya no se afirma que la
„archivística‟ es un „ciencia‟ opuesta a la construcción social, ya que incluso el
„científico‟ (léase objetivo, neutral, positivista) natural de la ciencia pura ha sido
desmitificado.19

A medida que la conceptualización de la naturaleza de la ciencia ha


evolucionado, la „objetividad‟ se ha entendido cada vez más en términos de
„conocimiento situado‟ o „perspectiva parcial‟20 –o contextual. Sin embargo, mientras
que los investigadores por fuera de la [10] profesión cada vez más se concentran en
el contexto, siendo más cuidadosos al afirmar el suelo que pisan y reconociendo su
perspectiva parcial, los archiveros –como guardianes del contexto– han quedado,
con un creciente número de excepciones, singularmente atrás en sus teorías acerca
de los archivos y registros, y de las relaciones de poder incorporados en ellos,

19 Para una crítica de la „ciencias archivística‟ como término y concepto, como usado por los archiveros, véase
Terry Cook, “Archival Science and Postmodernism: New Formulations for Old Concepts”, Archival Science:
International Journal on Recorded Information 1.1 (2001), especialmente 11-16. La crítica se centra en dos puntos: la
mixtura de „ciencia‟ y „cientificismo‟ para ganar estatus profesional y respetabilidad, y la falla para reconocer la
crítica de la ciencia „pura‟ que desde Karl Popper y Thomas Kuhn, y mucho más recientemente por
investigadores feministas y postmodernos.
20 Los archivistas pueden considerar el capítulo de Donna Haraway, “Situated Knowledges: The Science

Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective”, que comienza: “La investigación feminista
académica y activista ha intentado repetidamente llegar a una acuerdo con la cuestión de lo que podemos
significar por el curioso e inevitable término de „objetividad‟”, y concluye que la “objetividad no trata acerca
de falta de compromisos.” Véase Donna J. Haraway, Simians, Cybors and Women: The Reinvention of Nature (New
York, 1991), pp. 183-201.

12
evitando el desplazamiento a perspectivas interactivas y dinámicas de la relatividad
postmoderna inclinándose por posturas más cómodas y pasivas para el observador
individual.21

[11] Las cosas dignas de recordar en la sociedad (y en los archivos)


tradicionalmente han sido rodeadas por los conceptos de verdad, autoridad, orden,
evidencia y valor. Pero al igual que en „la ciencia‟, los conceptos de „verdad‟, „hecho‟,
„evidencia‟ y „valor‟ ahora tienen sus propias historias.22 ¿Cuál es la importancia para

21 Los archiveros en los últimos años han comenzado a cuestionar, a partir de un marco ampliamente
„posmodernista‟, la mentalidad tradicional, neutra, pasiva, positivista y „científica‟ de su profesión. La primera
mención del posmodernismo (al menos en Inglés) por un archivero en el título de un artículo fue Terry Cook,
en “Electronic Records, Paper Minds: The Revolution in Information Management and Archives in the Post-
Custodial and Post-Modernist Era), Archives and Manuscripts 22 (November 1994). Los temas fueron
anticipados en su “Mind Over Matter: Towards a New Theory of Archival Appraisal”, en Barbara Craig (ed.),
The Canadian Archival Imagination: Essays in Honour of Hugh A. Taylor (Ottawa, 1992); y continua en su “What is
Past is Prologue: A History of Archival Ideas”, Archivaria, y dos artículos interrelacionados: “Archival Science
and Postmodernism: New Formulations for Old Concepts”, Archival Science; y “Fashionable Nonsense of
Professional Rebirth: Postmodernism and the Practice of Archives”, Archivaria 51 (Spring 2000). Dos
pioneros archiveros posmodernos antes de Cook fueron también canadienses, Brien Brothman y Richard
Brown. Entre otros trabajos, véase de Brian Brothman, “Orders of Value: Probing the Theoretical Terms of
Archival Practice”, Archivaria 32 (Summer 1991); “The Limits of Limits: Derridean Deconstruction and the
Archival Institution”, Archivaria 43 (Spring 1997), que fue profundizado en su “Declining Derrida: Integrity,
Tensegrity, and the Preservation of Archives from Deconstruction”, Archivaria 48 (Fall 1999); y “The Past
that Archives Keep: Memory, History, and the Preservation of Archival Records”, Archivaria 51 (Spring
2001); y de Richard Brown, “Records Adquisition Strategy and Its Theoretical Foundation: The Case for a
Concept of Archival Hermeneutics”, Archivaria 33 (Winter 1991-1992); “The Value of „Narrativity‟ in the
Appraisal of Historical Documents: Foundation for a Theory of Archival Hermeneutics”, Archivaria 32
(Summer 1991); y “Death of a Renaissance Record-Keeper: The Murder of Tomaso da Tortona in Ferrara,
1385”, Archivaria 44 (Fall 1997). Otros enunciados postmodernos por canadienses incluye a Joan M.
Schwartz, “ „We make our tools and our tools make us‟: Lessons from Photographs for the Practice, Politics,
and Poetics of Diplomatics”, Archivaria; y “ „Records of Simple Truth and Precision‟: Photography, Archives,
and the Illusion of Control”, Archivaria 50 (Fall 2000); Preben Mortensen, “The Place of Theory in Archival
Practice”, Archivaria 47 (Spring 1999); Tom Nesmith, “Still Fuzzy, But More Accurate: Some Thoughts on the
„Ghosts‟ of Archival Theory”, Archivaria 47 (Spring 1999); Bernadine Dodge, “Places Apart: Archives in
Dissolving Space and Time”, Archivaria 44 (Fall 1997); Theresa Rowat, “The Records and the Repository as a
Cultural Form of Expresion”, Archivaria 36 (Autumn 1993); Robert McIntosh, “The Great War, Archives,
and Modern Memory”, Archivaria, Carolyn Heald, “Is There Room for Archives in the Postmodern World?”
American Archivist 59 (1996); y Lilly Koltun, “The Promise and Threat of Digital Options in an Archival Age”,
Archivaria 47 (Spring 1999). Escritores archiveros posmodernista no canadienses incluyen a Eric Ketelaar,
“Archivalisation and Archiving”, Archives and Manuscripts 27 (May 1999); “Looking Through the Record into
the Rose Garden”, Arkhiyyon. Reader in Archival Studies and Documentation, Israel Archives Association 10-11
(1999): XXVII-XLII, y “Tacit Narratives: The Meanings of Archives”, Archives Science 1.2 (2001): 143-155,
entre otros trabajos; y especialmente Verne Harris, “Claming Less, Delivering More: A Critique of Positivist
Formulations on Archives in South Africa”, Archivaria; “Redefining Archives in South Africa: Public Archives
and Society in Transition, 1990-1996”, Archivaria; Exploring Archives: An Introduction to Archival Ideas and Practice
in South Africa, 2nd edn. (Pretoria, 2000); “A Shaft of Darkness: Derrida in the Archive”, en Carolyn
Hamilton et al. (eds.), Refiguring the Archive (Cape Town, 2002); “On (Archival) Odyssey(s)”, Archivaria 51
(Spring 2001): 2-14; y, con Sello Hatang, “Archives, Identity and Place”, ESARBICA Journal, entre mucho
otros escritos; Elizabeth Kaplan, “We Are What We Collect, We Collect What We Are”, American Archivist 63
(Spring/Summer 2000), y Francis X. Blouin Jr., “Archivists, Mediation, and Constructs of Social Memory”,
Archival Issues 24 (1999). Esta lista (parcial) está constantemente creciendo con los establecidos y nuevos
autores, como demuestra estos dos números temáticos de Archival Science.
22 Steven Shapin, A Social History of Truth: Civility and Science in Seventeenth-Century England (Chicago, 1994); Mary

Poovey, A History of the Modern Fact: Problems of Knowledge in the Sciences of Wealth and Society (Chicago, 1998). Los

13
los archivos cuyo poder corresponde a su valor de verdad? La creencia tradicional
establece que los archivos como instituciones son guardianes de la verdad; los
archivos como registros contienen la evidencia prístina de los actos del pasado y los
hechos históricos.23 Pero ¿cuál es la verdad sobre los archivos? Y ¿cuáles son las
consecuencias para la historia de lo que sucede en el interior de las instituciones
archivísticas? Responder esto requiere comprender que [12] los archivos tienen su
orígenes en la necesidad de información y los valores sociales de los gobernantes,
los gobiernos, las empresas y los individuos que los establecen y mantienen. Luego,
los archivos no son un almacén prístino de documentación histórica que han sido
acumulados, sino un reflejo de, y a menudo la justificación para, la sociedad que los
crea. Con la creciente complejidad de la sociedad, los medios de comunicación y sus
necesidades de información, no sólo las prácticas de resguardo de registros han
cambiado entre aquellos que crean los registros, sino que también han cambiado los
archivos como instituciones de memoria colectiva. Sin embargo, la percepción de
estos cambios ha quedada retrasada, con consecuencias significativas para todos los
que buscan entender el pasado.

Confrontando “la idea que la naturaleza es construida, no descubierta –que la


verdad es realizada, no encontrada”, Dona Haraway afirma que:

El conocimiento racional no pretende dejar de ser comprometido:


situarse desde todas partes y, por lo tanto, desde ningún lugar, librarse
de la interpretación, de ser representado, ser totalmente autocontenido o
completamente formalizable. El conocimiento racional es un proceso de
continua interpretación crítica entre „campos‟ de intérpretes y de

trabajos citados previamente de Brien Brothman, así como su nuevo artículo en el segundo de estos dos
números temáticos de Archival Science; exponen la naturaleza fuertemente construida y mediada de conceptos
archivísticos como evidencia, orden, memoria y valor. Véase también Terry Cook, “Archives, Evidence, and
Memory: Thoughts on a Divided Tradition”, Archival Issues 22 (1997); y Joan M. Schwartz, “ „Records of
Simple Truth and Precision‟: Photography, Archives, and the Illusion of Control”, Archivaria. Sobre las
nociones cambiantes de „valor‟ en los archivos en el tiempo, y cómo los archiveros han tratado de preservar
las evidencias y el orden en los archivos, véase otra vez Terry Cook, “What is Past is Prologue: A History of
Archival Ideas”, Archivaria.
23 A este respecto, la articulación clásica es la brindada por Hilary Jenkinson, durante mucho tiempo un

archivero de alto nivel en la Oficina de Registro Público de Gran Bretaña en la primera mitad del siglo XX:
“El Archivero de… Credo, la Santidad de la Evidencia; su Tarea, la conservación de cada fragmento de
Evidencia unidos a los Documentos confiados a sus cuidados; su objetivo es proporcionar, sin prejuicios o
reflexión, a todos lo que deseen conocer los Medios del Conocimiento… El buen Archivero es quizás el
devoto más desinteresado por la Verdad que produce el mundo moderno.” Para una discusión (con citas) de
la visión de Jenkinson dentro de su contexto histórico, y su impacto, véase Cook, “What is Past is Prologue”,
22-26.

14
descodificadores. El conocimiento racional es la conversación sensible al
poder.24

Lo mismo puede decirse de los archivos y los registros: no pueden pretender


desacuerdo; deben estar sujetos a un proceso de “interpretación crítica continua”
entre los creadores, guardianes y usuarios de los archivos y los registros; y la relación
entre los archivos, los registros y la sociedad es una forma de “conversación sensible
al poder”.

Por lo tanto, los cambios en la cultura de la ciencia han tenido lugar en un


amplio clima intelectual contemporáneo de relatividad, que se ha estado
desarrollando desde hace algún tiempo. Esta corriente filosófica, junto con corrientes
feministas y ambientales/ecológicas más recientes, se han desarrollado junto a los
principales cambios en la sociedad.25 El aumento de la preocupación por el nexo
poder/saber, tanto como por la relación entre representación y realidad, historia y
memoria, lugar e identidad, ha producido una gran y creciente literatura que los
archiveros pueden extrapolar para obtener una comprensión más completa de la
historicidad y especificidad de la relación entre la práctica archivística y las
necesidades de la sociedad, [13] y una más clara apreciación de las relaciones de
poder inherentes en las teorías y prácticas archivísticas, así como en la naturaleza y
mantenimiento de los registros.

Los archivos del poder, el poder de los archivos

Los archivos siempre han sido sobre el poder, sea el poder del Estado, la
sociedad, la familia, el público o el individuo. Los archivos tienen el poder de
privilegiar y de marginar. Pueden ser un instrumento de hegemonía; pueden ser una
herramienta de resistencia. Ambos reflejan y constituyen relaciones de poder. Son
un producto de la necesidad de información de la sociedad, y la abundancia y
circulación de documentos refleja la importancia otorgada a la información en la
24 Haraway, “Situated Knowledges: The Sciences Question in Feminism and the Privilege of Partial
Perspective”, en su Simians, Cyborgs, and Women, p. 196. Aquí, Haraway hace referencia a Katie King, “Canons
Without Innocence” (PhD thesis, University of California at Santa Cruz, 1987).
25 Para una mezcla estimulante de estas tres corrientes, véase Richard Tarnas, The Passion of the Western Mind:

Understanding the Ideas That Have Shaped Our World View (New York, 1991).

15
sociedad. Son la base para y la validación de las historias que contamos sobre
nosotros, las narrativas que dan cohesión y significados a los individuos, los grupos
y las sociedades.

Los archivos también siempre han estado en la intersección del pasado, el


presente y el futuro –las „interfaces‟ de Margaret Hedstrom. Estos lugares son
espacios de poder del presente para controlar lo que el futuro conocerá del pasado.
En consecuencia, los archiveros deben responder a los desafíos de la
posmodernidad y estar preparados para responder tanto a la continuidad como al
cambio en los conceptos de la sociedad, de las necesidades y usos del pasado, la
memoria, la información, el conocimiento, porque en última instancia lo que está en
juego es la relevancia de los archivos en la sociedad, el poder del registro, la fuerza
del presente y la vitalidad futura de la profesión archivística.

Los archiveros ejercen un enorme poder, aunque muchos detestan admitirlo


y como muchos académicos son renuentes a reconocerlo. Pero el poder de los
archivos y los registros no es estable; cambia en respuesta a diversos factores,
internos como externos a los archivos, incluyendo cambios en la naturaleza del
registro y su capacidad para almacenar y comunicar información, y cambios en la
naturaleza del mantenimiento del registro como una práctica posibilitada por la
tecnología, modelada por la cultura organizacional y demanda por la sociedad. El
poder de los archivos y los registros también ha cambiado a través del tiempo y el
espacio en respuesta a los acontecimientos históricos: los enfrentamientos religiosos,
las guerras civiles, las revoluciones políticas, el dominio imperial, y el género, la raza,
las convulsiones de clase, así como las circunstancias geográficas: distancia,
transporte y comunicación. La profunda desconfianza en las metanarrativas y los
universales, que es parte integral de las investigaciones posmodernas, requiere que
consideremos la historicidad y especificidad de los archivos como instituciones,
como registros, y como una profesión.

Los registros también refieren al poder. Tienen que ver con la imposición de
control y orden sobre las transacciones, acontecimientos, personas y sociedades a
través del poder legal, simbólico, estructural y operacional de la comunicación
registrada. Su diseño y formato original; sus metodologías nominales o funcionales

16
de indexación/clasificación [14]; su organización, participación y lugar dentro de
sistemas de información de mayor tamaño; su uso para potenciar las organizaciones
e individuos poderosos en sus actividades operacionales y subsecuentes recursos
legales; el uso (o no uso, como en el testimonio oral) de soportes especiales de
grabación; las sofisticación técnica (y costosa) y la concomitante especialización, a
menudo entrenada (desde los antiguos escribas y monjes medievales hasta los
especialistas modernos en medios audiovisuales y basados en computadoras) que se
requieren para su producción y mantenimiento: todos estos y otros factores –reales
y simbólicos– significa que algunos pueden permitirse el lujo de crear y mantener
registros, y otros no; que ciertas voces serán escuchadas y otras no; que ciertos
puntos de vistas e ideas sobre la sociedad serán privilegiadas y otras marginadas.

Luego en la vida del registro, una fracción pequeña de todos los registros
creados son apreciados, seleccionados y memorizados como archivos; la gran
mayoría no lo son. Las elecciones de archivos sobre cómo describir este fragmento
de archivos refuerzan ciertos valores y ponen énfasis y ordenan la visualización del
archivo. El enfoque del archivo permite disponer de registros (o no) para crear
nuevamente filtros que influyen en la percepción de los registros y, por lo tanto, del
pasado. Incluso los términos profesionales frecuentemente se emplean antes y
después que los registros lleguen al „archivo (histórico)‟ para describir estos procesos
–términos tales como „evidencia‟, „gestión‟, „administración‟, „fiabilidad‟,
„autenticidad‟, „control‟, etc- que son diseñados para retratar un proceso natural,
orgánico y reforzar una objetividad y neutralidad profesional. Esta inclinación
lingüística simplemente enmascara el ejercicio de poder sobre la memoria y la
identidad, y por lo tanto hace que el poder se ejerza de manera más eficaz. Todas
estas cuestiones –que los autores de los ensayos en estos dos números afrontan, al
menos colectivamente– implican el ejercicio del poder, o reflejan a los poderosos en
la sociedad.

Sin embargo, afirmar que los archivos y los registros tratan únicamente
acerca del poder, acerca de la imposición del control y el orden, es una visión
incompleta.26 No estamos sugiriendo que los archiveros tradicionales participan

26 Agradecemos a Lilly Koltun para plantearnos esta cuestión.

17
conscientemente en la conspiración o colusión, por no decir que están locos con el
poder. Los sistemas basados en humanos (incluyendo sus manifestaciones en
registros y archivos) están diseñados para alcanzar el control, el orden y la regulación
de algún fenómeno social. Sin embargo, tales sistemas son más efectivos cuando se
los planifica y persigue con cuidadosa disciplina –mientras que la historia de la
elaboración y el mantenimiento de registros está repleta de caos, excentricidad,
incoherencia y franca subversión, tanto como ésta caracterizada en conjunto por
acordar el orden, la secuencia y la conformidad –como pone en evidencia el ensayo
de Barbara Craig y Ciaran Trace en este número de Archival Science. Por otra parte, lo
que se escucha y ve en los archivos y a través de los registros no es sólo lo
dominante, las visiones privilegiadas de los poderosos, sino los registros realizados
por la corriente principal, creados [15] por los privilegiados, que pueden ser
deconstruidos por los nuevos pensadores „contra la corriente‟ para hacer oír las
voces que hablan en oposición al poder, o que introducen insertan la ironía o el
sarcasmo o la duda. Esto se aparta de los registros únicos creados y luego
mantenidos por los centros microcósmicos de poder (i.e., por resistencia a
individuos o grupos) a la espera de un futuro con más visibilidad, de un lugar
público para ellos. Y, ciertamente, los sistemas de clasificación pueden ser
generalizados sin imponer por ello un significado o reflejar un poder privilegiado.
Mientras que la secuencia alfabética es una secuencia occidental, y ampliamente
presente en el mundo occidental, esto tampoco limita como agente a aquellos que
disponen de poder. Esto puede mejorar la creatividad y la utilidad de los sistemas de
resguardo de registros marginales como de los de la corriente principal.

Sin embargo, estas calificaciones conceden a las relaciones de poder insertas


en los archivos y loa registros una particular importancia para reconocerlas en
cualquier punto del tiempo. Por un lado, las características revolucionarias de los
registros generados por computadoras, las estrategias que los archivos y archiveros
adoptan para trata con ellas, las definiciones y la retórica usada para discutir los
registros electrónicos y más tarde para describirlos dentro de los archivos, y su
especial y constante cambio de contextos de creación de significado, a menos que el
poder sea ejercitado para tomar una acción correctiva, entonces sólo cierto tipos de

18
información, y por lo tanto ciertas personas y organizaciones de la sociedad, van a
ser privilegiadas en nuestra memoria social por los nuevos medios. 27 Por otro lado,
la capacidad revolucionaria y la velocidad de la tecnología de la información, para
transmitir información en todos los medios masivos a audiencias dispersas
geográfica, social y culturalmente, presenta los archivos con el poder de hacer
registros accesibles a un público que está empoderado por aquel acceso. El poder de
los archivos electrónicamente aumentado provee acceso al registro que también
amplifica el poder tradicional de los archivos para mediar de acceso al registro. A
través de las prácticas descriptas y la arquitectura del sistema, a través de la selección
–en todos los niveles– para el acceso en línea, y a través de la producción de
exhibiciones virtuales, los archivos ejercen poder sobre lo que se conocerá sobre lo
que se ha conservado.

Las relaciones de poder en los archivos están implicadas en el foco obsesivo


sobre la identidad, que ha caracterizado a los esfuerzos intelectuales de distintas
disciplinas desde la década de 1980.28 Este discurso ha abarcado la revisión de la
formación [16] y las manifestaciones de los grupos nacionales, étnicos, raciales, de
género, de clase y las identidades de las comunidades locales. Las voces en el debate
se han concentrado alrededor de dos posiciones: una visión del concepto de
identidad de una manera esencialista (identidad como „real‟, intrínseca a los
individuos y las comunidades, incluso basada biológicamente), por otra, una
concepción de la identidad como construcción social (no menos „real‟ para los que la
suscriben o perciben, pero creada culturalmente por razones políticas, sociales e
históricas).

Ya sean conscientes o no, los archiveros son jugadores principales en el


negocio de la política de identidad. Los archiveros evalúan, recogen y conservan los
puntales con los que se construyen las nociones de identidad. A su vez, las nociones

27 Para un crítica más detallada, véase Terry Cook, “The Impact of David Bearman on Modern Archival
Thinking: An Essay of Personal Reflection and Critique”, Archives and Museum Informatics 11.1 (1997); y el
ensayo de Brien Brothman en el segundo de estos dos números temáticos.
28 Para una muestra, véase, por ejemplo, Eric Hobsbawn and Terence Ranger (eds.), The Invention of Tradition

(Cambridge, 1983); David Lowenthal, The Past is a Foreign Country (Cambridge MA, 1985); Michael Kammen,
Mystic Chords of Memory: The Transformation of Tradition in American Culture (New York, 1991); John Bodnar,
Remaking America: Plublic Memory, Commemoration, and Patriotism in the Twentieh Century (Princeton, 1992); John
Gillis (ed.), Commemorations: The Politics of National Identity (Princeton, 1994); y Jonathan Vance, Death So Noble:
Memory, Meaning, and the First World War (Vancouver, 1997).

19
de identidad son confirmadas y justificadas como documentos históricos válidos en
su autoridad como „evidencia‟ de las narrativas de la identidad así construida.
Mientras las relaciones entre archivos y identidad ocurren a través de contextos
históricos y culturales dispares, los problemas comunes que implican el poder sobre
el registro sirven para vincular la crisis de la identidad experimentada por una
variedad de grupos subalternos que desean construir una identidad viable, auténtica
y coherente. Por lo tanto, el papel de los archivos y los archiveros también debe
examinarse contra el telón de fondo de este discurso sobre la identidad.

La naturaleza de género de la empresa archivística a través del tiempo es un


claro ejemplo que los archivos no son (y, de hecho, nunca lo han sido) instituciones
neutrales y objetivas en la sociedad. Los archivos, desde sus orígenes en el mundo
antiguo, han excluido sistemáticamente los registros sobre o de las explotaciones de
las mujeres y, como instituciones, han sido agentes dispuestos a la creación del
patriarcado apoyando al poder contra lo marginal. Como Bonnie Smith ha
demostrado recientemente de manera tan convincente en The Gender of History: Men,
Women, and Historical Practice, el origen de la historia „profesional‟ en el siglo XIX
(que coincidió exactamente con la profesionalización de los archivistas –quienes
fueron entrenados por tales historiadores) excluyó la narración, lo fantasmal y lo
psíquico, lo espiritual y lo femenino (y por supuesto todas las practicantes mujeres
aficionadas), a favor de los hombres (exclusivamente) que persiguen una historia
„científica‟ y „profesional‟ dentro del claustro de los archivos y del campo de batalla
altamente competitivo de los seminarios universitarios. Estos historiadores (y
archivistas) ignoraron en su trabajo la vida de las familias, las granjas, las fábricas y la
comunidad local, y las historias y experiencias de las mujeres, entre otros, a favor de
la política nacional, la administración, la diplomacia, la guerra y las experiencias de
los hombres en el poder. Estos historiadores (y archivistas) también veneraron (y
justificaron) sus métodos „científicos‟ y conclusiones basados en hechos [17]
objetivos, neutrales, imparciales –un medio para recuperar la Verdad acerca del
pasado.29

29 Véase Bonnie G. Smith, The Gender of History: Men, Women, and Historical Practice (Cambridge MA and
London, 1998). En The Creation of Feminist Consciousness (1993), Gerda Lerner dedica un capítulo entero a cómo
la mujer ha debido recobrar su propia historia cambiando la forma de recoger archivos y describir registros, a

20
El poder sobre los registros documentales, y por extensión sobra la memoria
colectiva de los miembros marginados de la sociedad –sean mujeres, no blancos,
homosexuales, lesbianas, niños, clases bajas, prisioneros, analfabetos– y de hecho
sobre su representación e integración en los metarrelatos de la historia, reside en las
decisiones que los archiveros y conservadores de manuscritos hacen al solicitar y
evaluar colecciones, las formas en que se asignan los recursos institucionales para la
adquisición y procesamiento de las colecciones, y la prioridad asignada a su difusión
a través de las guías, las publicaciones, las exposiciones y los sitios en la web. Y
cuando los registros de dichos grupos o individuos marginados son considerados
por los archiveros de la corriente principal, ¿se encuentran los integracionistas más
seguros y los reformistas favorecidos sobre los elementos más radicales o
segregacionistas? ¿Los hombres sobre las mujeres? ¿Lo urbano sobre lo rural? El
tema es complejo, a veces la culpa es por sexismo (o racismo o clasismo); otras
veces, es por indiferencia o ignorancia. Sin embargo, en todo momento, los
archiveros deben ejercer su poder para considerar la relevancia histórica y de una
multiplicidad de voces sin la moda de perseguir las últimas prioridades en las
agendas del investigador.

Esto no es un ejercicio de „corrección política‟, el „marginado‟ por algunas


funciones particulares en la sociedad (y en los registros) puede deberse más bien por
las corporaciones de negocios de la derecha más que a los sindicatos de izquierda,
por los desarrolladores más que los ambientalistas, por los centros urbanos más que
las comunidades regionales, los hombres más que las mujeres, los racistas más que
los reformistas. El punto es que los archiveros busquen (e investiguen) a fondo las
voces perdidas, debido a la complejidad de las actividades humanas o funciones
organizacionales bajo estudio durante la evaluación, descripción o extensión, por lo
que los archivos pueden adquirir y reflejar las múltiples voces, y no, de forma
predeterminada, sólo las voces de los poderosos. Aquí una precaución es necesaria.
Es importante, como ha señalado Verne Harris, no idealizar lo marginal, o sentirse
eufórico por haberlos salvados del olvido histórico: algunos no desean ser

menudo patrocinando sus propios archivos. Véase también su The Creation of Patriarchy (New York, 1986);
Riane Eisler, The Chalice & The Blade (San Francisco, 1987), y Leonard Shlain, The Alphabet versus the Goddes:
The Conflict Between Word and Image (New York, 1998) para una crítica relevante a la naturaleza patriarcal de la
empresa archivística a través de los siglos.

21
„rescatados‟ por los archiveros de la corriente principal y algunos, al ser considerados
por los archiveros como marginales, sólo se consigue marginarlos aún más.30 Estos
dilemas morales deberían preocupar pero no paralizar a los archiveros: sólo pueden
[18] acoger y respetar al „Otro‟ e intentar decir a través de la evaluación, descripción
y divulgación una historia tan completa como sea posible, “usando sistemas de
registros y sitios de creación de registros como materias primas”. Por supuesto, a
pesar de una cuidadosa investigación y el „ejercicio vigoroso de la razón‟, los
archiveros sensibles siempre saben “que existen otras narraciones, otras historias
que podrían haber elegido en su lugar”.31

Conclusión

La memoria, como la historia, tiene su raíz en los archivos. Sin archivos, falla
la memoria, el conocimiento de los logros se desvanece, el orgullo de un pasado
compartido se disipa. Los archivos contrarrestan estas pérdidas. Los archivos
contienen la evidencia de lo que antes hubo. Esto es particularmente pertinente en
el mundo moderno. Con la desaparición de la vida de pueblo tradicional y la gran
familia, la memoria basada en lo personal, compartir historias ya no es posible; el
archivo permanece como único fundamento de la comprensión histórica. Los
archivos validan nuestras experiencias, nuestras percepciones, nuestras narrativas,
nuestras historias. Los archivos son nuestras memorias. Sin embargo, lo que sucede
en los archivos sigue permaneciendo desconocido. Los usuarios de archivos
(historiadores y otros) y los formadores de archivos (creadores y administradores de
registros y archiveros) añaden capas de significado, que se convierten en capas
naturalizadas, interiorizadas e incuestionables.

Esta falta de cuestionamiento es peligrosa porque se apoya implícitamente en


el mito del archivo como neutralidad y objetividad, y por lo tanto sanciona la ya
fuerte predilección de los archivos y los archiveros por los documentos de la cultura
principal y los registros creados por los poderosos. Esto privilegia posteriormente
las narrativas oficiales del Estado sobre las historias privadas de los individuos. Sus
30 Véase especialmente Verne Harris, “Seeing (in) Blindness: South Africa, Archives and Passion for Justice”,
versión preliminar para la presentación del encuentro de archiveros en Nueva Zelanda, Agosto de 2001.
31 Verne Harris, Exploring Archives, p. 45.

22
reglas de evidencia y autenticidad favorecen los documentos textuales, de los que
proceden tales reglas, a expensa de otras formas de experimentar el presente y, por
lo tanto, de configurar el pasado. Sus fuertes bocanadas de valores positivistas y
cientificistas inhiben a los archiveros a adoptar múltiples formas de ver y conocer.
Así se procura o impone un orden original, en lugar de permitir que diversos
órdenes, o aún desordenes, emerjan entre los registros en los archivos. Y estos
archiveros cojos tratan de hacer frente a los registros electrónicos, donde la
intervención activa de los archiveros en la creación de procesos de registros, en
lugar de la recepción pasiva de los registros creados y su posterior desecho, es la
única esperanza de que la historia de hoy llegue a ser escrita mañana.

Estos dos de números temáticos de Archival Science, en el volumen actual y el


siguiente, se presentan, por lo tanto, como un esfuerzo de colaboración para
impulsar la profesión archivística y avanzar en su pensamiento acerca de qué
archivos, qué registros, y [19] sobre lo que los archiveros hacen, el poder que
ejercen, el impacto que tienen a nivel filosófico o teórico. Es una incursión en el
excitante territorio intelectual donde los principios positivistas se encuentran con las
teorías posmodernas, donde las „verdades‟ archivísticas tienen efectos históricos. Se
exploran las „interfaces‟, en la metáfora sugerente de Margaret Hedstrom, entre
archivos, registros y poder, y los contextos sociales, culturales y tecnológicos en los
que existen. Elegir no participar en esto debates es, de hecho, una fuerte apuesta a
favor del status quo, con todas sus implicaciones para apuntalar el poder dominante.
Al generar la discusión y la reacción, esperamos obligar a los guardianes como a los
usuarios de archivos a confrontar de lleno las preocupaciones intelectuales presentes
acerca de la intencionalidad, la instrumentalidad, la representación y el poder.32

32 Nota para el lector: los coeditores han estandarizado la ortografía y la gramática para ajustarse a un estilo
canadiense-inglés; sin embargo, en varias notas al pie se han respetado los diferentes estilos de los autores y se
las hizo consistentes con cada artículo, pero no en todos los artículos.

23

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