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El Materialismo de la religión

El mito como desarrollo del origen representado en el relato social es quizá uno de los

hechos más importantes de nuestras civilizaciones, como explicación al origen posible de

todo lo dado es quizá este el fundamento más reiterado a lo largo de los siglos para poder

así presentar la explicación a las posibilidades más cercanas del porqué de nuestros

tiempos. Es verosímil la necesidad de dicha búsqueda, el ansia del conocer la

fundamentación y el porvenir de todo lo que somos y en aspectos más optimistas lo que

seremos, nos da como resultado la construcción en torno al aspecto mitológico, la apertura

probable a una cosmogonía que nos muestra una posible arista para la respectiva

construcción.

Muchas veces la fundamentación cosmogónica se yuxtapone a la contraposición del

empirismo que se presenta como comprobante y peldaño necesario para la validez, un

fenómeno como la fe o las virtudes siempre van seguidas de la cosificación de estas en lo

posible; una de las posibles evidencias puede presentarse asi mismo en las tensiones

corredizas entre fe y razón gestadas en el seno mismo de la escolástica, lo que dio paso y

justificación implícita al desenvolvimiento de las discrepancias epistémicas con respecto a

la fe. El mito presenta desde su proceder propio una limitante primera en su concepto, las

consideraciones dadas en relación a la naturaleza del objeto trascendente dado en el génesis

de lo posible es puesto por primera vez en tela de juicio y la razón suficiente tras la

materialización de las certezas cosmogónicas se intensifican conforme pasa el trascurso de

la racionalidad primaria o primitiva.


El elemento primero a tratar en la presente se desarrolla con respecto a la

yuxtaposición propuesta en líneas anteriores, es decir la cosmogonía como condición

“atada” a la comprobación en el carácter empírico de las máximas efectuadas en las

sistematizaciones póstumas al mito. En un primer momento el pensamiento mitológico se

fundamenta en la perspectiva naturalista o hilozoista, es este un primer elemento de la

materialización que merodea el misticismo tras el origen de las causas, esta con miras al

ansia de demostración que permea la conciencia al quizá ultrajar el flujo del espíritu tras el

rito. La cosmovisión tras la necesidad de materilización da como resultado el quebranto del

mito; cuando la trascendencia de este se cubría en el misterio y era un carácter que daba

nociones para dar proximidad a la concepción metafísica naciente, fue cuando las

condiciones de la revelación en si misma se disipó en las certezas científicas.

La representación necesaria de lo trascendental del mito bifurca su raíz mística

originaria y es de donde brota a su vez el genuino escepticismo, asimismo las certezas que

generan conmoción y la posibilidad de asentimiento a un posible nihilismo en las máximas

mitológicas son tal vez elementos que contribuyen a la aniquilación en términos freudianos

del “ídolo” formado mediante el intermedio del ritual. En su libro “religión sin dios” el

pensador Ronald Dworkin ahonda en un primer momento el carácter de la perspectiva aquí

tratada y esta se representa en el elemento de la enajenación de la espiritualidad sustituida

por la materialización de la religión como practica ejercida en torno a la alabanza concreta

a una representación concreta; en palabras de el mismo “la religión se ha convertido en una

práctica con relación a algo sin darse cuenta que la espiritualidad y la creencia en ciertas

causas da, por defecto, un carácter religioso inclusive a los que niegan serlo” [ CITATION

Ron13 \l 9226 ].
Un segundo aspecto a tratar es el de la representación misma, el aspecto como tal de

la materialización de la espiritualidad en este caso definida por la práctica necesariamente

religiosa. Una de las falacias más citadas en las paradojas morales que constituyeron gran

parte de los vacíos en las máximas de los teóricos del valor se daba en el clásico apoyo

aristotélico que definía al valor, este en su Ética a Nicómaco plasmaba que “(...) Así es

manifiesto que el bien no puede ser algo universal y único pues si así fuese no se predicaría

en múltiples categorías” [ CITATION AriaC \l 9226 ] Es este el elemento primero que en el caso

de lo que tomamos como el bien se muestra reducido a lo concreto. Dicha falacia la cual

recibe el nombre de “naturalista” expuesta por Moore (1963) afirma que las nociones de un

abstracto (en este caso el bien) se reduce a la multiplicidad y al relativismo mismo.

Dworkin a este respecto también ha de tratar las cuestiones de dicho relativismo con

relación a la negación que produce asimismo el argumento ateo, es el carácter que por

definitivo da al mito un asertivo daño colateral, sin embargo, la justificación de las

premisas nihilistas dadas por los ateos logran un golpe casi tan devastador como el dado a

la esencia del mito “Hay verdades evidentes y demostrables como las matemáticas pero sus

premisas más fundamentales para una demostración veraz es aún un hecho imposible”

[ CITATION Ron13 \l 9226 ]. La comprobación necesaria del ateísmo (como perspectiva fiel a

la experiencia sensitiva y retrógrada en muchos casos) presenta un problema trial: la

relación entre la interpretación, la demostración y la veracidad, lo que conlleva a que la

trasposición metafísica dada entre el elemento trascendente y su demostración ante los

sentidos sea una relación enmarcada que pasa por manos de dos partes (idea y ente).
La naturaleza del hombre ateo sostiene que los principios científicos son una

referencia (sino la única) que puede afirmar la existencia, basados en el argumento de

Wittgenstein (1921) “el mundo es la totalidad de los hechos revelados por la Lógica” sin

embargo, pese a este elemento considerable se presenta el problema de las problemáticas

trascendentes; si para el ateo la cuestión de Dios es algo negable en sentido total, es

complejo el afirmar para este en si las problemáticas con respecto al valor y a la virtud

misma que ante la presión de una premisa metafísica necesaria en el contexto lingüístico

dado en el signo, es sin duda algo que se reduce al silencio que otorga algo contrario a la

prudencia. Dworkin justifica dicho elemento “pese a la constitución física del universo,

como lo afirmaría Einstein, es de considerar que lo bello de la misma es quizá algo que

trascienda a un plano más alto” [ CITATION Ron13 \l 9226 ]. Ante las cuestiones

trascendentales que van adheridas a consideraciones introspectivas o implícitas de la razón

es solo lo oculto de esta lo que accede al entendimiento superfluo de los elementos

absueltos de materialidad.

En conclusión, la comprensión de la trascendencia no es algo que se halle en lo que

percibimos pero tampoco es algo de lo que estemos por completo erradicados, la pureza del

mito no radica en su iconoclasismo o misticismo yuxtapuesto a la locura y la embriaguez

báquica que es expuesta en los jarros o murales áticos sino que verdaderamente en si

mismo el mito ha de ser algo que solo es conexo con aquello que verdaderamente perpetua

una pregunta superior, intangible y cuestionable por las facultades que no son perceptibles a

la lógica necia. Dios no es un ídolo que manifieste la totalidad del mito, es este el óbice que

las sociedades fundamentadas en lo místico han dado el lugar de explicación asertiva al por

qué de sus manifestaciones. El mito constituye la poiesis de las fundamentaciones


cosmogónicas y ontológicas, es esto lo que solo la razón trascendente como arrebatando a

la locura el entendimiento de las causas podrá lograr si solo se da el salto de fe adecuado.

Referencias

Aristóteles. (IV a.C). Etica a Nicómaco . Atenas .


Dworkin, R. (2013). Religión sin Dios. Ciudad de México: Fondo de cultura económica
editorial.
Wittgestein, L (1921) Tractatus logico-philosophicus. Madrid: Tecnos editorial

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