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Simplemente

el Tiempo

Por

Virginia Y. Benítez Bravo




Suena el despertador, este es el primer indicio de que el tiempo corre. Abro


los ojos y siento cómo se va despertando mi cuerpo poco a poco. Estoy aún
cansada, no dormí bien. Tuve que levantarme cada dos horas al baño, mi
vejiga quedó sensible después de la cuarta cirugía por endometriosis. Es una
enfermedad crónica que se produce cuando el tejido que reviste el útero
llamado endometrio se forma en otras partes del cuerpo que no son las
normales, como: trompas, ovarios, vejiga, intestinos, recto y hasta en los
pulmones. Esta anomalía causa mucho dolor y como consecuencia la
infertilidad.
Cómo extrañaba esos benditos días de descanso profundo y sueños
mágicos que me llenaban de energía al despertar y me contagiaban así todo el
día. Miro alrededor y allí estoy junto a mi esposo Salvador, en nuestra cama,
en nuestra casa, otro día más. Con los años nos hemos acostumbrado uno al
otro, nos acoplamos para todo.
Lo miro y pienso en lo mucho que siempre anhelé tener a mi lado a mi
Alma Gemela. El primer recuerdo que tengo de esa búsqueda se relaciona con
los ojos verdes de un niño tierno que estudiaba conmigo en preescolar, de
nombre Roberto y que nunca supo que yo existía. Cambié el color de mi
camisa por la blanca de educación primaria y me sentía más madura para
elegir a mi pareja del corazón. Ese niño mala conducta era el que más llamaba
mi atención. Daniel sí supo que yo existía, pero solo para estar cerca de mi
mejor amiguita, pues era ella de quien gustaba.
¡Es una locura! ¡Suena a masoquismo! Siempre vamos detrás de aquel que
todas quieren. Es como ese mismo impulso que tenemos cuando vamos de
compras, mientras más llena esté la tienda suponemos que son mejores los
productos o que será fácil obtenerlos. ¿Fácil? Quizá sea eso lo que pensamos
cuando nos fijamos en el chico malo.
Aunque analizándolo profundamente pareciera más bien ser un reto para
las mujeres lograr domar a ese salvaje que, según nosotras, no sabe lo que
quiere. Personalmente, pienso que ellos están más claros que muchos otros.
No quieren compromisos, quieren solo atención y siempre tendrán a su
alrededor a alguien que les de lo que ellos necesitan en ese momento.
¿Y los buenos dónde quedan? No entiendo por qué perdemos el tiempo si
al final nos quedaremos con el bueno, el que sí se comprometerá, se casará y
será el padre amoroso de nuestros hijos. Sin embargo, nos queda esa pequeñita
idea en la cabeza, como un zumbido, como esa voz del diablito que nos dice
que quizá con un poco más de paciencia seríamos las vencedoras, las audaces
que logramos que un chico malo se convirtiera en bueno. Siempre nos queda
esa sensación de anhelar un poquito de maldad en nuestra vida, para darle
emoción, para sentir esa aventura, aunque en ese ideal de emoción no veamos
que lo que viene detrás de un chico malo es un camino lleno de dolor.
Vale la pena conocer a un chico malo para saber valorar mucho más a los
buenos que se quedan al final con la protagonista. Recuerdo que en secundaria
conocí a mi chico malo, César, que repetía el año por malas calificaciones fue
quien conquistó mi corazón juvenil. Me buscó en un principio por una apuesta
que hizo con sus amigos – A que la “nerd” del salón me hace caso – y yo caí
en la trampa. Siempre había sido buena estudiante, con las mejores
calificaciones, la conducta intachable. Nadie entendía cómo estaba de
noviecita con él. César dejó la escuela al año siguiente – Yo me concentraré en
el béisbol, seré un grandeliga – decía él y yo le creía. Mi familia no lo quería
por supuesto y discutían conmigo a diario por esa relación. Pero yo con mi
sueño de novela sobre amores imposibles, luchaba por ese noviazgo en contra
de todos.
Estuvimos juntos por casi tres años hasta que me gradué de bachiller. Me
fue infiel y eso rompió mi corazón. Solo viéndolo besar a otra chica con mis
propios ojos lo pude creer. Varios amigos, en complicidad con mi familia,
planearon todo para que yo por fin me alejara de él. Fue un dolor horrible,
profundo, el típico despecho del primer noviazgo. Me sentía tan tonta por
haber creído en él, tan avergonzada con todos por haberlo defendido. No
quería hablar con nadie.
**
Miro a mi esposo ahora a mi lado y recuerdo que fue hace 18 años cuando
lo conocí en el primer día de clases de la universidad. Un profesor nos daba la
charla de bienvenida, cuando de golpe se abrió la puerta del salón y entró un
chico alborotado pidiendo disculpas por la tardanza y revolviendo las mesas
para lograr sentarse. Él me miró y me sonrió. A mí me pareció muy conocido,
pero no sabía por qué. Las palabras del profesor fueron cortas y salimos todos
a esperar la siguiente clase.
Yo quise aprovechar ese tiempo para conocer más la universidad y llegué
al comedor. Con tantos nervios de ese primer día no había podido comer, mi
estómago estaba apretado y un nudo de emociones no me dejaba probar
bocado. Pero decidí tomarme aunque sea un jugo y cuando iba a pedirlo llegó
a mi lado el chico alborotado del salón - Hola, soy Salvador…- me dijo y
comenzó a contarme que ya me había visto el día de las inscripciones y le
había preguntado al personal de la universidad para saber si yo estudiaría
Periodismo igual que él. Yo estaba emocionada y me reía a cada segundo con
las locuras que decía Salvador. Él era un chico alto, delgado, de piel blanca y
cabello castaño oscuro, tenía ojos color miel y una sonrisa que contagiaba
alegría. Era sociable y decía todo lo que quería sin miedo a lo que pensaran los
demás. Pasamos ese primer día de clases intentando sentarnos juntos y
aprovechando cada momento para hablar. Llegó la hora de irnos y Salvador se
ofreció a acompañarme hasta mi casa, pues resulta que vivíamos muy cerca
uno del otro.
Nos fuimos en el bus de la universidad contando historias y
conociéndonos. Al bajar, Salvador me señaló dónde vivía él y vi que era una
casa pequeña, pero muy acogedora y su abuela, una señora mayor de piel
blanca y ojos azules que rondaba en ese momento los 80 años de edad, estaba
tranquilamente sentada en un mecedor viendo a la gente pasar. Salvador la
saludó desde lejos y ella le sonrió como quien acaba de ver la luz de sus ojos.
Seguimos por el camino contándonos miles de historias de nuestra niñez,
pensando que quizá en algún momento nos habíamos visto porque los dos
sentíamos que no nos estábamos conociendo, sino que nos estábamos
reencontrando. Salvador me habló mucho de su familia y supe la importancia
que ellos tenían para él.
Su madre, Marli, logró graduarse de Profesora muchos años después de
tener a Salvador y a sus hermanos. Era una mujer de baja estatura, piel
morena, cabello oscuro y ojos verdes, luchadora que trataba de maniobrar el
tiempo y mientras iba a las clases en la universidad, a él lo dejaba en el campo
de béisbol jugando con otros niños. El béisbol se convirtió en la pasión de
Salvador. Cuando él me habló de su padre, Robert, se le notó un poco de
tristeza y nostalgia, Salvador me contó que él era un vendedor nato, pero
lamentablemente no había tenido suerte en los trabajos. Su padre era un
hombre alto, de piel blanca y cabello castaño, de muy buen corazón que
siempre tenía una linda sonrisa para regalar. Salvador se parecía mucho a él.
Su hermano mayor, Sergio, era su ídolo y era un hombre alto, corpulento, de
piel morena y cabello oscuro, que vivía relajado el día a día sin mucho estrés.
Su hermana menor, Silvia, era una chica de baja estatura, morena y muy
parecida a su madre físicamente, pero como Salvador en personalidad,
soñadora y rodeada de muchos amigos.
Pasaron los meses, y Salvador seguía cada vez más unido a mí. Él
trabajaba en un local de comida rápida en las noches para ahorrar dinero y
salir a pasear conmigo. Yo entonces lo ayudaba con los estudios y así nos
veíamos después de clases. Estaba extasiada con Salvador, era un torbellino
que me envolvía y no me dejaba dudar ni un solo momento. Me encantaba
todo de él: su personalidad atrevida que hacía que todos supieran quién era él
y le tomaran cariño de inmediato, su manera de pensar sobre la vida, su forma
de tratarme como una mujer especial, él me hacía sentir grande, inteligente,
justa, me veía con una admiración que me desarmaba y su sonrisa me hacía
sentir segura. Él tenía unas ganas inmensas de llegar lejos y eso me impulsaba
a ser mejor cada día, se preocupaba y defendía a los demás como yo lo hacía y
hablaba de su familia con ese amor tan parecido que existía en la mía.
Con el tiempo, Salvador y yo no pudimos seguir negando lo que sentíamos
y decidimos tener por fin nuestra primera cita. Iríamos al cine y empezó el
estrés. Me cambié más de cinco veces de ropa y Salvador estaba igual - ¡Qué
emoción! - pensaba. Nos íbamos a ver por primera vez sin que la razón fuera
un trabajo de la universidad. Ya estaba lista esperando que él llegara y
caminaba de un lado a otro de la casa, me veía en todos los espejos que
conseguía, sentía cosquillas en el estómago, miraba el reloj hasta que sonó el
timbre por fin. Abrí la puerta y allí estaba Salvador, vestido un poco más
formal de lo normal, con una sonrisa enorme y con una actitud diferente. Él
también estaba nervioso y se notaba que también se había esforzado por verse
bien en esa primera salida.
Nos fuimos andando y por primera vez íbamos más callados que nunca.
Llegamos al cine que quedaba cerca de casa, Salvador compró las entradas, las
palomitas, los refrescos y entramos finalmente. Ya en la sala de cine y
empezando la película, recosté mi cabeza sobre el hombro de Salvador y él
sonriendo me tomó la mano. Terminamos abrazados sin decirnos una palabra.
Nuestros corazones estaban tan acelerados que en los momentos de silencio de
la película creíamos que podíamos escuchar nuestros latidos. Salimos del cine
hablando de la película y eso nos flechó aún más. Analizábamos las tramas,
los actores y eso nos encantaba. Ambos éramos analíticos y nos gustaba leer
de cualquier tema, así que podíamos discutir desde política hasta farándula.
Llegamos a mi casa y esta vez nos quedamos en la puerta hablando de
todo. Poco a poco nos íbamos quedando sin palabras y la tensión empezó a
crecer entre los dos. Tantas veces nos habíamos despedido sin problemas, pero
ahora había un ambiente distinto, una energía diferente que nos hacía
estremecer. Tomé la iniciativa de despedirme y me acerqué a él para darle un
beso en la mejilla. Él me abrazó y nuestros corazones se sincronizaron, nunca
habíamos estado tan cerca y ambos tomábamos fuerza para soltarnos. Cerré
los ojos y me fui alejando poco a poco de Salvador. Él rodeó mi cintura con
sus manos para detenerme y quedamos frente a frente, sentíamos nuestra
respiración y yo me atreví a abrir los ojos y lo vi sonriéndome. Ahí supe que
ése era el momento cumbre, ése que describen en los libros de amor que yo
leía y que se ven en las películas románticas. Lo estaba viviendo y no quería
que acabara nunca. Él subió una mano por mi espalda hacia mi cuello y se
acercó, haciendo que nuestras sonrisas se desvanecieran y puso sus labios
sobre los míos. Fue tan perfecto, tan apasionado, tan dulce, tan tierno.
Nuestros labios unidos también se conocían de otra vida, se acoplaron al
instante y sus brazos alrededor de mí me hacían sentir en las nubes. Nos
alejamos – Disculpa – me dijo y en mi mente respondí - Me encantas - pero no
se lo dije. En su lugar - Te disculpo – respondí. Salvador, tan caballero como
siempre, me dio un beso en la frente y se fue. Así fue nuestro primer beso.
Después de ese beso, Salvador y yo no sabíamos cómo tratarnos, sobre
todo en la universidad. Yo creí que seríamos novios, pero él empezó a
comportarse indiferente y distante - ¿Qué había pasado, hice algo mal? - me
preguntaba. Varios días transcurrieron así y yo no entendía la actitud de
Salvador. Era evasivo y su mirada era de vergüenza. Así que decidí
enfrentarlo, habíamos cosechado una amistad que no me permitía perderlo así
nada más sin explicaciones. Me subí al bus de la universidad como siempre y
me senté a su lado. Nos miramos y, como si el universo estuviera a nuestro
favor, no había mucha gente en el bus y el chofer colocó en la radio una
canción romántica que a ambos nos gustaba. El momento se hizo cada vez más
perfecto cuando comenzó a llover y bajó la temperatura. Ninguno de los dos
decíamos una palabra, hasta que me atreví - Te quiero, me besaste y me
encantó – le dije y Salvador volteó a mirarme sonriendo y con ambas manos
me tomo la cara y me dio un beso tierno en los labios - Pensé que lo había
estropeado y ya no sabía cómo ser solo tu amigo - me confesó. Nos abrazamos
y nos quedamos así todo el camino, escuchando la música y disfrutando de la
lluvia.
Salvador y yo sacábamos tiempo de donde sea para estar juntos y
conocernos más, a pesar del estrés de la universidad. Algunos días, después de
terminar un trabajo, subíamos a la terraza del edificio donde yo vivía, y
pasábamos momentos muy románticos bajo un cielo espectacular lleno de
estrellas y una gran luna llena. Aprovechábamos que estábamos solos y
pasábamos horas besándonos y enamorándonos más y más. Yo estaba en las
nubes y me fascinaba lo bien que me sentía con Salvador. Era un sentimiento
que me despertaba a media noche con ganas de ir a besarlo y abrazarlo, me
iluminaba la mirada, me hacía suspirar mil veces, me impulsaba a ser cada día
mejor, me quitaba cualquier dolor o cansancio, me hacía llorar, reír, gritar,
saltar, correr, bailar, en fin, era un amor que hacía de mi vida un cuento de
hadas en donde él era ese príncipe que venía a rescatarme.
Al año de estar juntos, después de hablarlo mucho, ambos decidimos tener
nuestra primera noche de amor. Era un día muy importante y especial para los
dos. Solos y nerviosos llegamos en taxi a un hotel. Entramos a la habitación y
no sabíamos cómo empezar. Él me tuvo mucha paciencia y me trató con
mucho amor y delicadeza. Sabía que esa era mi primera vez. Así que se me
acercó poco a poco y me besó lentamente, mientras sus manos iban
acariciando cada parte de mi cuerpo. Yo temblaba y no sabía qué hacer, pero
estaba segura que Salvador era el hombre que amaba y rítmicamente nos
fuimos desvistiendo sin dejar de mirarnos a los ojos. Salvador me preguntaba
a cada momento si me sentía bien y eso me dio seguridad de que estaba con el
hombre ideal. Nos amamos tiernamente y allí dejé de ser una niña de 18 años
para convertirme en mujer.
Después de esa noche, Salvador y yo nos acoplamos mucho mejor para
todo. Estábamos terminando el tercer semestre de la carrera y todos los días
teníamos que hacer trabajos, investigar, escribir. Nos ayudábamos uno al otro
y aprendimos a llevarnos mejor mientras estudiábamos y éramos novios. Hasta
que llegaban las vacaciones y podíamos sentarnos a disfrutar de un momento a
solas escuchando música, viendo televisión, hablando, besándonos y
abrazándonos. Salvador siempre era muy detallista y muchas veces sin razón
llegaba con un girasol bellísimo, mi flor preferida, y me iluminaba el día. O
me invitaba a bailar en la sala de mi casa una canción romántica que
comenzaba a sonar en la radio.
**
Salvador y yo pasamos nueve años entre peleas y reconciliaciones,
discusiones tontas y celos infundados hasta que nos casamos. Aunque hubo
una época en la que una tercera persona hizo tambalear nuestro amor. Antes de
conocer a Salvador creí haberme cruzado con mi Alma Gemela. Máximo se
convirtió en ese peso fuerte que hacía que la balanza de mi corazón se fuera de
un lado a otro y dudara. Y aún ahora suspiro al pensar en las emociones que
me hizo sentir su presencia y en los sueños de novela que me inventé con él en
mi cabeza.
Recuerdo el viaje en el que conocí a Máximo. Yo iba con la cabeza
recostada en la ventana, en el asiento trasero del auto de mis padres
recuperándome del despecho por César, soñando con mi vida perfecta de
adulta y mi príncipe azul. Veo los árboles pasar, las casas rurales, la gente del
campo y la música de fondo que anima el camino, dejo que mi mente vuele y
me imagino siendo una mujer exitosa, admirada, independiente y luchadora.
En ese futuro, llevo puesto un pantalón negro ajustado, una blusa blanca de
seda, un blazer a juego y unos tacones altos. Me imagino de adulta entrando a
mi oficina, donde soy la jefa y todos me respetan. Luego me veo manejando
mi propio auto y llegando a mi apartamento.
En ese sueño, mi esposo llega a casa y comparte esa vida perfecta
conmigo. En mi mente es un hombre alegre que, además de amarme, me
idolatra, me admira y es mi mejor amigo. Tenemos dos hijos, una niña y un
niño, la parejita anhelada y… de repente un golpe fuerte en la cabeza me hace
reaccionar. Mi padre ha perdido el control del auto al caer en un bache y
comenzamos a dar vueltas en la carretera. Mis hermanas y yo nos aferramos a
los cinturones de seguridad y comenzamos a gritar. Mi madre, quien va de
copiloto, se sujeta fuertemente al asiento, mientras mi padre intenta controlar
el volante. Fueron dos o tres vueltas que se hicieron eternas y listo, todo al fin
se ha detenido. El auto queda atravesado en las vías, pero gracias a Dios sin
ningún herido, sin rasguño alguno. Fue solo un susto. La carretera está vacía,
es un trayecto largo para llegar al pueblo de Baco, donde un primo celebrará
su boda esa misma noche.
Al llegar al pueblo todo es muy pintoresco, calles empinadas y estrechas
hechas de piedra que al final siempre llegan a la plaza central, donde está la
iglesia y se pueden observar las cuatro calles que lo comunican todo. Hay
casas de bahareque con ventanales muy grandes y puertas de madera. Casi
todas están pintadas de blanco con azul y, en algunas, donde las inmensas
puertas permanecen abiertas, se pueden ver los pasillos largos que unen la
acera con la sala principal. Tienen pisos de cemento pulido y un olor a flores y
fauna muy particular. Abro mi ventana para respirar el aire fresco que tanto se
extraña en las ciudades grandes y bulliciosas, llenas de autos, de
contaminación, de ruido. En Baco parece que el tiempo se detuvo, la gente va
todavía a caballo, toma del sembradío de su propia casa los vegetales para su
comida, nadie lleva un móvil en la mano y todos saludan al otro, inclusive a
los visitantes como nosotros.
Después de varias vueltas a la plaza y de preguntar a cada transeúnte por la
dirección que debíamos seguir, llegamos finalmente a la posada donde nos
quedaríamos ese fin de semana. Al entrar, el recepcionista ya está preparado
para empezar a recibir a los huéspedes invitados de la boda. Subimos todos a
la habitación a descansar y recuperarnos del viaje. Mis padres quedaron
rendidos al instante, pero mis hermanas y yo aún teníamos mucha energía.
Empiezo a practicar mi peinado para la noche, mientras mis hermanas juegan
en la habitación intentando no hacer mucho ruido. Finalmente decidimos salir
todos a comer, a pasear y a conocer el sitio. Típico pueblo en que nada es
secreto, ya todos sabían que ése era el gran día. No es un lugar muy turístico,
por lo que no están acostumbrados a recibir a tantas personas de la ciudad en
un mismo día. Las casas abren sus puertas ofreciendo comidas especiales,
dulces tradicionales, jugos de frutas naturales e inclusive recuerdos del gran
pueblo de Baco. Probamos uno de sus platos tradicionales y luego paseamos
por las calles conociendo aquel pintoresco sitio, haciendo tiempo hasta que
llegara la noche y nos fuéramos al evento.
Ha llegado el momento de ir a la boda. Todos estamos sumamente
elegantes para la ocasión. Yo uso un vestido negro largo ajustado, amarrado al
cuello, con tacones medianos y el cabello recogido. Me maquillé poco, acorde
a mi edad y mi madre y mis hermanas me daban ánimos porque no dejaba de
verme al espejo y solo mirar defectos. Estoy en una edad difícil en que todo se
ve más dramático, más grave, más grande de lo que realmente es. Mi padre no
ahorraba en piropos para todas y nosotras solo nos sonrojábamos y
sonreíamos. Salimos hacia la iglesia y yo, como siempre, no dejaba de mirar a
mí alrededor, quizá por allí estaba mi príncipe azul y yo tenía que estar atenta.
En segundos, me imaginaba la historia en mi cabeza de cómo sería ese primer
encuentro con el amor de mi vida, la emoción que sentiría y la pasión que
existiría entre los dos.
A medida que he ido creciendo tengo una mezcla de personalidad entre mi
padre y mi madre, ahora soy más divertida, más sociable y me encanta ayudar
a los demás. Soy la defensora de todos, me paso los días exigiendo que se
respeten los derechos de la gente. En la escuela, había logrado convencer a la
directora para crear la primera radio escolar, usando el sistema de audio del
colegio para colocar música en las horas de descanso y hablar por el
micrófono interno sobre las noticias de la escuela, eventos de graduación,
felicitar a los cumpleañeros o dar algún mensaje especial. También soy muy
perfeccionista, siempre quiero ser la primera de la clase y busco hacer las
mejores presentaciones. Sin embargo, en el fondo me siento como mi madre,
insegura, con baja autoestima y por eso siempre busco la aprobación de los
demás. Yo creía que mi Alma Gemela era un hombre mayor, con la vida hecha
y un futuro prometedor, que me protegería y cuidaría siempre. Creía que yo
era la pieza que faltaba en el rompecabezas de alguien más.
La ceremonia fue sencilla y rápidamente todos nos fuimos al salón de
fiestas a celebrar esta unión. Mi familia y yo estamos sentados alrededor de
una mesa con varios parientes del novio, quien es nuestro primo. Somos
familia por parte de su padre. Entre las conversaciones no dejan de hablar de
otros invitados que aún no han podido llegar al pueblo. Son unos primos del
novio por parte de su madre. Primero se accidentaron, luego se perdieron y ya
a esas horas de la noche apenas estarían llegando a la celebración. Mis
hermanas y yo nos llevamos muy bien con todos, así que no nos faltan parejas
de baile, aunque somos las más jóvenes del grupo. Al regresar a la mesa veo
cómo los famosos invitados accidentados llegan finalmente a la fiesta. Uno de
ellos es Máximo, quien no deja de mirarme y yo no sé cómo reaccionar
teniendo a tanta familia alrededor. Hasta que él se acerca a la mesa y me saca a
bailar. Yo le sonrío como apenada porque mis padres me ven y mis miedos
empezaron a revolotear en mi cabeza - Es mayor que yo y… ¿Si digo una
tontería, si me tropiezo, si no le gusta cómo bailo? – pensaba angustiada.
La noche está pasando demasiado rápido para mí. Máximo y yo bailamos
juntos el resto de la fiesta y entre las pequeñas conversaciones que hemos
podido tener supe que él es ocho años mayor que yo. Eso me gusta, pero a la
vez me asusta porque, aunque siempre había querido dar la imagen de ser una
mujer muy madura para mi edad, internamente me sentía como lo que era, una
niña de 17 años. Máximo era un chico alto, delgado, de piel muy blanca y
cabello castaño claro. Tiene ese tipo de mirada que dice más que las palabras,
con una mezcla de picardía y timidez. Se acaba de graduar de Ingeniero y su
familia solo le había conocido una novia formal. Quedé encantada, pero ya era
hora de despedirnos. Él se me acercó muy disimuladamente para que mis
padres no se dieran cuenta y me dio una flor. Me quedé impactada - Me
encantó conocerte – me dijo mirándome a los ojos – Igualmente – le respondí.
La sonrisa en mis labios no se borró por varias horas. Al llegar a la posada, me
quedé dormida al instante, soñando con aquel momento mágico que acababa
de vivir.
En el viaje de regreso, yo venía nuevamente con la cabeza recostada a la
ventana del auto pensando en miles de historias y momentos ficticios que
podría vivir junto a Máximo. Me inventaba conversaciones imaginarias con él
y lo idealizaba como si realmente él fuera un príncipe en su caballo blanco
pidiendo mi mano. La diferencia de edades no me importaba, más bien me
daba la seguridad que necesitaba. Pensaba que él sería mi protector, mi guía,
mi compañero de vida…yo realmente creí que acababa de conocer a mi Alma
Gemela. Me sentía una mujer grande y estaba orgullosa de mí misma por
haberle llamado la atención a un chico mayor - La imagen que doy es la que
quiero, soy madura, inteligente, independiente y eso lo vio Máximo - pensaba.
No lo volví a ver en meses y ya se acercaban las fechas navideñas. Esos
días decembrinos están llenos de visitas familiares. Hacemos recorridos por
las casas de los tíos, primos y abuelos. Al llegar a esta última, veo que mi
primo, el de la boda, está allí y buscando con la mirada el milagro que
esperaba veo a Máximo siendo presentado por él a todos. Sentí que el tiempo
se detuvo, solo escuchaba los latidos fuertes de mi corazón y sabía que desde
mi mirada hasta mi postura cambiaron con su presencia. Máximo también me
buscaba con la mirada hasta que nos encontramos. Él me sonrío y yo quería
correr hacia él para darle un inmenso abrazo. Lo había extrañado y no podía
entender cómo se podían sentir tantas cosas en tan poco tiempo y por una
persona que casi no conocía.
Máximo se me fue acercando sin dejar de mirarme a los ojos y me dio un
beso en la mejilla que duró un poquito más del tiempo normal y eso hizo que
se me erizara la piel. Él siguió saludando a todos y los dos tratamos de
disimular aquel tenso momento que habíamos formado. Había una energía
especial entre los dos difícil de explicar. Sentía que lo conocía de otras vidas a
través de sus ojos y cada vez que estábamos cerca, yo quería explotar por lo
que sentía y dejarme llevar por esos sentimientos tan incontrolables que él me
producía. Yo quería estar siempre a su lado, sentir su piel, su olor, su
respiración. Quedaba sin aire al estar frente a él y solo quería besarlo,
acariciarlo y sentir su cuerpo unido a mí.
Finalmente nos sentamos a hablar y para mí ésta era una oportunidad
perfecta para que él me conociera y también para saber más de él y completar
en mi mente el ideal de hombre perfecto que ya tenía hecho. Le hablé de mis
estudios, de mi decisión de estudiar Periodismo en vez de Derecho y de mis
planes con esa carrera. Ya no era una colegiala y eso me hacía sentir un poco
más segura en esta conversación. Él se sonreía mientras yo le hablaba, pero
esta vez esa sonrisa no era la misma de antes. Era como la que hace un padre
cuando su hija le dice tonterías, pero que para ella son importantes a su edad.
Me fui sintiendo incómoda y las palabras empezaron a mezclarse en mi mente
y hasta la lengua se me trabó. Me dolía el pecho y Máximo, quizá sin querer,
me estaba hiriendo con su actitud. Intenté ser madura y empecé a preguntarle
por sus cosas. Él me dijo que trabajaba para una empresa importante como
Ingeniero. Sus oraciones eran cortas, precisas y terminaban con esa sonrisa
que tanto me hería. Por más que yo le preguntara más detalles, él solo
respondía con monosílabos que dejaban la conversación a la mitad.
No quería darme por vencida, era muy doloroso pensar que aquel príncipe
azul con el que llevaba meses soñando era solo eso, un sueño. Intenté cambiar
el tema y comencé a hablarle de cosas más mundanas, como: películas, viajes,
libros. Pero la sensación seguía allí palpable. No podía entender por qué sentía
que yo le gustaba y al mismo tiempo parecía que él buscara alejarse - ¿Tal vez
mi corta edad lo intimidaba? ¿Quizá le parecía linda, pero no le gustaba como
mujer? ¿Será que era tímido y yo muy lanzada?, pensaba mil cosas así. La
noche terminó sin más y él se despidió de todos rápidamente, inclusive de mí.
No dejé de pensar por semanas en lo extraño de las señales que sentí con
Máximo. Quería creer que era solo una ilusión, pero algo en mi interior me
decía que con él había algo especial.
**
Pasaron casi dos años y no supe más nada de Máximo, hasta que un día,
mientras yo estaba con Salvador, recibí una llamada inesperada. Máximo
averiguó mi número y me llamó para saludarme. Quedé sorprendida. En solo
un segundo salí de esa burbuja de amor en donde Salvador me había metido.
Máximo se escuchaba muy alegre y pasamos varios minutos hablando de todo
un poco, mientras yo intentaba terminar la llamada y él no me dejaba colgar.
Fue una conversación amena y Máximo me sorprendió con una confesión que
me confundió muchísimo. Cuando reaccioné en lo que estaba pasando y me di
cuenta que él por fin se estaba abriendo conmigo, escuché - Sé que soy muy
calculador, objetivo y pienso mucho las cosas antes de hacerla…por eso
siempre llego tarde – me dijo. Quedé en silencio y esperaba no haber
entendido lo que él acababa de decirme. - ¿Llego tarde?… ¿Qué quiere decir
él con eso? ¿Se refiere a mí? ¿Es una insinuación? - pensaba. Traté de cambiar
el tema y con todo esto logré terminar la llamada. Pero esas simples palabras
rondaban mi cabeza a cada momento y sin querer comencé a ilusionarme
nuevamente con la idea de que Máximo era el hombre de mi vida.
Por mi cabeza pasaban miles de pensamientos y no quería quedarme con la
sensación de… “y si lo hubiera hecho”. Con el pasar de los meses, la relación
entre Salvador y yo se fue enfriando. Ya no me sentía cómoda con él mientras
pensaba en otro, tenía remordimientos. Él me sentía distante y eso lo asustaba.
Intentó reavivar el amor entre nosotros, pero fue peor. Me sentía asfixiada por
tantos detalles y tantas atenciones, más el estrés de las clases en la universidad
y la rutina diaria terminó de dañar la relación. Definitivamente yo estaba más
confundida que nunca y me dolía hacerle daño a Salvador por alguien tan
idealizado como Máximo. Pero la curiosidad de saber lo que podría pasar con
esta persona con la que tanto tiempo había soñado pudo más que la relación
tan real que tenía con Salvador.
Después de mucho pensarlo, decidí terminar finalmente esa relación con
Salvador y darme una oportunidad con Máximo. Como si solo estuviera
esperando esta señal, Máximo me llamó a los días siguientes para invitarme al
cine. Yo estaba tan ilusionada que tuve que luchar durante toda esa salida para
controlar mis impulsos. Estaba ansiosa por saber lo que Máximo sentía por mí
y ver si él correspondía a mis sentimientos. Pero nada concreto pasaba entre
nosotros, solo miradas pícaras, roces de manos y abrazos tiernos. Pasamos
meses así, en simples salidas como amigos que alborotaban mi corazón
confundido. En una de esas salidas, fui a una fiesta donde me encontraría con
Máximo y para mi sorpresa Salvador también estaba ahí. Al principio lo único
que hicimos fue mirarnos hasta que Salvador se me acercó y me pidió
disculpas por su actitud asfixiante los últimos meses de nuestro noviazgo, que
me perdonaba por terminar la relación y que sabía que yo no era una mala
persona. Lo miré a los ojos y sentí la bondad de Salvador que tanto quería.
Nos abrazamos y creí que así se había cerrado ese ciclo entre los dos.
Yo estaba hablando con unos amigos y pensé que Salvador no me volvería
a buscar, pero de repente veo que se me acerca para invitarme a bailar. Cuando
estaba por decirle que no podía, llegó Máximo y me tomó de la cintura como
para que quedara claro que él estaba conmigo. El corazón se me iba a salir del
pecho, por un lado me encantó la forma en que Máximo reaccionó, pero
también me dolió muchísimo herir a Salvador. Ellos se miraron con una furia
impresionante y yo reaccioné presentándolos a ambos como mis amigos.
Pensé que se irían a los golpes, pero a pesar de la rabia que había en el
ambiente con ese encuentro, ambos se dieron la mano educadamente.
Salvador se alejó y yo me quedé con Máximo hasta el final de la fiesta,
aunque con una sensación incómoda en el estómago por lo que había pasado.
Salvador no dejaba de escribirme mensajes al móvil preguntándome si
Máximo era la razón de nuestro rompimiento, si era él a quién yo realmente
amaba. Yo solo los leía y no le contestaba ninguno de ellos hasta que
decidimos irnos. En el auto, Máximo me tomó de la mano y yo, emocionada,
comencé a hacerle preguntas hasta que logré sacarle entre líneas comentarios
como: - Estás linda y eres muy especial para mí - palabras que hicieron que
me ilusionara más sin darme cuenta que todo lo estaba forzando yo misma.
Los meses siguientes, Máximo me estuvo llamando más seguido y para mí eso
era una buena señal. Mientras que en la universidad Salvador y yo discutíamos
cada vez más, nos decíamos cosas hirientes, nos disculpábamos mutuamente y
volvíamos a discutir. Ya no sabíamos cómo resolver las cosas entre nosotros y
hasta nuestra amistad se estaba perdiendo.
Salvador se fue resignando poco a poco y empezó a salir con otras chicas
de la universidad. Se metió de lleno en sus estudios y en su trabajo. Ahora los
horarios habían cambiado, él trabajaba de día y estudiaba de noche. Yo estaba
muy dolida por la indiferencia de Salvador y no me acostumbraba a verlo con
otras mujeres. Todo esto me confundía aún más y sentía que en el fondo había
cometido un grave error y había perdido totalmente a Salvador. Hasta que un
día, en una nueva clase, la profesora nos pidió a todos los alumnos que nos
presentáramos de una forma original y la idea era que alguien se levantara a
hablar, pero no de sí mismo, sino de otra persona del salón y luego esa otra
persona se levantaba y hablaba de otra y así sucesivamente. Empezaron uno
por uno y cuando vino el turno de Salvador, él habló de mí y dijo cosas tan
bellas y especiales que no creía que se trataba de mí. Se me hizo un nudo en la
garganta y sentí todas las miradas del salón sobre nosotros. Me levanté, me
acerqué a él y lo abracé. Todos quedaron impresionados con el amor que
Salvador seguía sintiendo por mí a pesar de mis desplantes.
Al terminar ese semestre, todos decidimos salir a celebrar y Salvador,
aprovechando la oportunidad, fue a mi casa a buscarme. Yo creí que nuestra
amistad había renacido y cuando él se bajó del taxi, al estilo de un príncipe,
tenía una rosa roja en la mano. Quizá él creyó que sería un gran detalle y, tal
vez, lo hubiese sido en otro momento. Pero yo estaba aún muy confundida y a
pesar de los intentos de Salvador por recuperarme, yo todavía apostaba todo a
Máximo. Así que preferí no aceptarle la rosa porque sentía que eso lo
ilusionaría más y obviamente esto provocó una gran discusión entre nosotros.
Sin embargo, Salvador era un caballero y aun así se ofreció para irnos juntos a
la fiesta. Acepté y en el camino íbamos en un incómodo silencio hasta que
sonó mi móvil y se empeoraron las cosas. Era Máximo para desearme que
pasara una buena noche con mis amigos de la universidad. Al escuchar la
conversación, Salvador se puso más celoso todavía y al llegar al sitio donde
nos esperaba el grupo ya la tensión era más que evidente.
Ambos tratamos de disfrutar con todos y, mientras nos decíamos
comentarios hirientes, comenzamos a beber más de la cuenta. A pesar de las
discusiones, regresamos juntos nuevamente en taxi y, al llegar a mi casa,
Salvador se bajó conmigo y quiso despedirse. Nos abrazamos y, como nuestro
primer beso, quedamos frente a frente mirándonos a los ojos. Allí estaba de
nuevo esa pasión que creía perdida, nuestros labios se encontraron y ninguno
hizo nada para evitar ese beso que encendía nuestros cuerpos y nos erizaba la
piel. Ninguno de los dos dijo nada al final y tal vez el alcohol nos hizo creer
que todo había sido un sueño.
Unos días después, salí con Máximo y en el camino no aguanté más. Tenía
en mi mente aún aquel beso apasionado con Salvador y sentía que tenía que
agotar hasta la última opción con Máximo, así que sin rodeos le pregunté
directamente - ¿Qué somos tú y yo? - Realmente pensé que no me iba a
responder y que desviaría el tema como siempre, pero resulta que sí me habló
y mucho más de lo que yo esperaba. - Eres muy especial para mí y no sé qué
somos todavía, pero sí sé qué quiero que seamos en el futuro - me dijo. - Ésta
es la tercera vez que intento tener algo contigo, pero nunca se da... La primera
vez tú eras muy niña y eso me asustó mucho, la segunda vez comenzaste la
universidad y al tiempo ya tenías novio y ahora que por fin parece que todo
está funcionando entre los dos, me tengo que mudar a otra ciudad por motivos
de trabajo - me confesó. Fueron demasiadas emociones juntas en un solo
momento. Había descubierto que sí eran ciertas mis ideas de ese flechazo a
primera vista cuando nos conocimos y que él sabía todo de Salvador. Pero
ahora el destino estaba en nuestra contra. No escuché en ningún momento en
sus palabras que él quería intentar una relación a distancia conmigo, así que
supuse que él daba todo por terminado.
Pasé las siguientes semanas muy deprimida por toda esta situación y la
gran confusión que tenía en mi corazón. Creía que estaba enamorada de
Salvador, pero al mismo tiempo me asustaba la idea de que solo fuera porque
él fue mi primera vez, porque lo veía a diario, porque Máximo se había alejado
o porque no quería estar sola. A pesar de todo, con el pasar de los días
Salvador dejó de lado su orgullo y comenzó a irse de nuevo conmigo para la
universidad y así empezamos otra vez a estudiar juntos, a contarnos nuestras
cosas, a ver películas en casa, a acompañarnos para hacer diligencias.
De vez en cuando, Salvador aprovechaba los momentos a solas y me
robaba un pequeño beso: mientras yo salía de la cocina de casa con un vaso de
agua para él o en algún pasillo de la universidad sin que nadie nos viera. Yo no
lo detenía y solo me sonreía con la mirada pícara que me regalaba Salvador
después de besarme. A pesar de la distancia, Máximo seguía llamándome y
buscándome, pero yo me negaba a verlo y lo trataba de alejar. Descubrí que
estando con Máximo me sentía culpable y pensaba que estaba traicionando a
Salvador; en cambio, cuando estaba con Salvador todo lo malo desaparecía.
La amistad con derecho a besos que había formado con Salvador estaba
más activa que nunca. Mientras Máximo seguía buscándome al mismo ritmo
en el que se ven los cometas en la tierra, es decir, cada cierto tiempo. Un día,
Máximo fue a mi casa y decidí recibirlo intentando ver si podíamos ser solo
amigos. Nos quedamos viendo televisión, escuchando música y hablando. Me
dijo que lo habían cambiado nuevamente de ciudad en el trabajo y que volvía a
estar cerca de mí. Yo trataba de no ilusionarme más con él, porque siempre se
desaparecía y luego llegaba varios meses después como si nada hubiese
pasado. Pero esta vez no fue así, Máximo mantuvo el contacto conmigo
mucho más seguido y hasta me invitó a un paseo a la playa con su familia. En
ese viaje él me trató como si yo fuera su novia y yo estaba entonces entre dos
relaciones sin definir con Salvador y Máximo.
Con el pasar de los meses ya no pude más y, como siempre, buscando
aclarar las cosas enfrenté a Máximo por segunda vez y le volví a sacar el tema
de las relaciones a ver qué me respondía él. - Eres alguien especial para mí,
muy linda y dulce. Me inspiras mucho respeto y me descontrolas, pero todavía
no sé qué quiero. La verdad es que me siento inestable emocionalmente y te
confieso que le temo al compromiso. Muchas veces he querido besarte y me
contengo por respeto - me dijo. Me quedé callada y me sentí muy incómoda
por haber sacado el tema.
Máximo fue sincero, pero sus palabras me herían profundamente. Yo sentía
que él me había rechazado y por eso no lograba entender por qué yo seguía
aferrada a un futuro con alguien tan inseguro e indeciso como él después de
todo. Ahora vivía en carne propia lo que le hacía pasar a Salvador. Él sentía un
gran amor por mí y a pesar de todo se mantenía a mi lado con la esperanza de
un final feliz juntos. Pasé días evitando a Máximo, tratando de asimilar la
triste realidad; él fue una ilusión, y no entendía por qué a pesar de sus
desplantes aún pensaba en él. Seguía creando conversaciones en mi mente con
Máximo porque sentía que algo tenía que pasar entre nosotros. Miraba el
teléfono esperando que él me llamara y me pidiera disculpas por su actitud, y
llegara a mi casa declarándome su amor y yo caería rendida a sus pies. Pero
eso nunca pasó.
Salvador y yo seguimos por varios meses teniendo esa relación libre como
amigos, con derecho a besos y más, hasta que decidimos volver a intentarlo
como novios el último semestre de la carrera e incluso presentamos la Tesis de
Grado juntos. Así que ya éramos oficialmente Periodistas. Luego de
graduarnos, Salvador empezó a trabajar en un pequeño diario local en otra
ciudad y el horario era muy complicado. Trabajaba casi todos los días hasta la
noche, incluyendo los fines de semana. Él estaba ansioso por aprender y darse
a conocer entre todos los periodistas. Pero su empleo se fue convirtiendo en lo
principal en su vida y poco a poco él y yo nos fuimos alejando.
Ya no teníamos la universidad para vernos a diario y ahora más bien
pasábamos semanas sin vernos. Como era de esperarse, apareció nuevamente
Máximo, y yo luchaba para que esta vez no me afectara tanto porque quería
seguir luchando con Salvador por mantener esa relación a distancia. Pero, por
fin, Máximo hizo lo que yo tanto había esperado, me envió un email que decía
– Lo siento mucho por haberte herido, hasta el punto en que ahora veo que ya
no puedes estar bien cerca de mí. Siento mucho no haber sido por lo menos un
buen amigo, aunque en secreto siempre seré un amigo fiel para ti - Yo no
podía creer lo que estaba leyendo.
Era la disculpa que tanto había soñado en mis conversaciones imaginarias
con él y aunque no era una declaración de amor apasionada ni en persona
como yo soñaba, sí era su forma de hacerme sentir querida y valorada. No le
respondí el correo porque no sabía qué escribirle y más bien seguía luchando
por mantener la relación con Salvador, pero no pude. Mientras estaba
nuevamente confundida con Máximo, Salvador empezó a salir más seguido
con sus compañeros de trabajo y el roce diario hizo que tuviera una relación
con su jefa del periódico. La distancia lo acabó todo y ya yo me había dado
por vencida con los dos.
Seguí saliendo con Máximo pensando que allí solo existiría siempre una
amistad y nada más. Pero un día que regresábamos del cine, él detuvo el auto
al llegar a mi casa y al despedirse me dio un pequeño beso en los labios y se
quedó mirándome como esperando mi reacción. Le sonreí y lo besé de nuevo.
Me bajé del auto con una sensación que no esperaba. Había pasado algo que
tanto tiempo había anhelado, solo para descubrir que no sentía nada. No hubo
química, pasión, ni esas cosquillas en el estómago que solo Salvador me había
hecho sentir. Yo estaba muy triste y decepcionada, pero aun así, la curiosidad
de entender qué era lo que me atraía de él me hizo seguir adelante y
finalmente nos hicimos novios.
Pero Máximo seguía siendo como antes, intermitente, se perdía por
semanas y luego aparecía como si nada. Hasta que un día me senté a hablar
con él - Máximo tú ni te imaginas lo que yo he vivido y esperado de ti durante
todos estos años que llevo conociéndote - le dije. Él respondió que le gustaba
mucho mi espontaneidad, mi sencillez, mi naturalidad y mi inteligencia, pero
sobre todo mi mirada y eso me doblegó. Me pidió paciencia porque yo era
apenas su segunda novia y él estaba aprendiendo. - ¿Aprendiendo? - me
pregunté. - La gente no aprende a amar, solo lo siente y punto - pensé. Le dije
que estaba cansada de sentir que mendigaba amor con él. No me parecía sano
pensar que el amor fuera tan racional, tan analítico, tan calmado, tan
silencioso. Para mí el amor era más pasional, puro y natural, no se estudiaba,
se ama o no se ama y ya. Pero aun así decidimos seguir adelante a ver cómo
resultaba todo.
Habían pasado meses y yo sentía que no terminaba de despegar en mi
relación con Máximo. Así que después de mucho esperar un cambio que no
llegaba, decidí terminar mi relación con él. Pues así soy yo, mis inseguridades
me hacen ser impulsiva porque sé que si me detengo un solo segundo a
pensarlo más, no me arriesgo a nada. Máximo y Salvador se habían alejado.
Fue una etapa que se hizo larga para mí y quería que por fin terminara.
Presentía un cambio, pero éste nunca llegaba.
Salvador apareció después de mucho tiempo. Seguía trabajando en el
periódico local y había terminado con su jefa. Mientras me contaba lo
problemático que había sido esa relación, yo tenía una mezcla de emociones
porque estaba incómoda con esa conversación, pero también estaba feliz de
volver a verlo y de estar contándonos historias como antes. Fue una emoción
que no pensé sentir nuevamente y me encantó recordar esa genuina amistad
que había entre nosotros.
A partir de allí nos convertimos en una especie de consuelo uno del otro.
Mientras salíamos con alguien más casi no nos veíamos, pero si estábamos
solos, como en ese momento, salíamos juntos, nos visitábamos y hablábamos
todas las semanas. Hasta que un día él llegó contándome que estaba saliendo
con una amiga de su hermana y yo quedé desconsolada. Me afectó muchísimo
y de verdad no quería ni verlo ni escucharlo más. Creía que esa amistad
forzada era una etapa que debíamos pasar para volver a ser novios, pero con
esa confesión me di cuenta que no era cierto y estaba sola de nuevo,
sintiéndome dolorosamente traicionada por el amor más grande de mi vida.
Unos días después, Máximo y yo nos vimos en una reunión en casa de
nuestro primo y hablamos como amigos tranquilamente y eso me alegró.
Salvador me seguía llamando, pero yo no le contestaba. Unos meses después,
recibí una llamada al móvil, era de madrugada y pensé que podía ser una
emergencia, así que atendí. Era Salvador, se escuchaba triste y me contó que
ya tenía semanas viviendo en una ciudad a quince horas de mí porque había
conseguido un empleo como periodista en un periódico de allá - Me siento
muy mal por lo que te he hecho, y te extraño mucho… Te amo, te quiero y
entiendo tu reacción de no quererme de nuevo en tu vida - me dijo con voz
llorosa. Todo eso me puso muy mal y pasé días pensando en Salvador.
Así fueron pasando los meses. Por un lado, Máximo, como siempre,
intermitente y silencioso, y por el otro, Salvador más insistente que nunca a
pesar de la distancia. Yo no podía entender cómo era posible que me gustaran
dos hombres al mismo tiempo. Ponía en una balanza mis sentimientos y no
conseguía razones para que Máximo me gustara y, en cambio, conseguía miles
para que Salvador siguiera en mi corazón.
Uno de esos días, Salvador llegó a mi casa en una visita inesperada,
hablándome de futuro, de ahorrar para casarnos y de formar una familia
juntos. Yo no podía creer lo que pasaba, era él, Salvador, uno de los grandes
amores de mi vida, de pie frente a mí haciendo lo que desde niña anhelaba:
una propuesta de matrimonio. Pero a pesar de todo, mis mayores miedos
revoloteaban mi cabeza y no me sentía segura de nada. En mi interior
escuchaba una voz que me preguntaba - ¿Por qué no estás feliz…por qué no
saltas de emoción…esto no era lo que querías? ¿Qué pasaba conmigo Dios? -
me decía.
Salvador se fue creyendo que todo estaba bien entre los dos, pero yo lo que
hice fue pensar una y otra vez en lo que sentía. Eran lindas sus palabras, pero
ese no era el cuento de hadas que tanto había soñado y no quería creer que
debía sacrificarlo todo por unas cuantas palabras dulces en la sala de casa.
Luego Salvador me dio razones para sentirme más insegura. Dejó de
escribirme y llamarme por varios días, entonces le escribí una carta
explicándole que me sentía mal con esa relación a distancia y que necesitaba
que él estuviera conmigo. Él me llamó ese mismo día y en pocas palabras me
dijo que no estaba en sus planes irse de aquella ciudad porque su trabajo
estaba primero y si le quedaba tiempo iría a visitarme. Algo así como - Esto es
lo que hay, tómalo o déjalo - Yo le respondí que entonces así no quería una
relación con él y nos despedimos.
Eso era lo que me decía mi voz interna y por eso no me sentía segura de
sus palabras. Fue tan evidente después de eso que todo lo había hecho para
asegurarse de que lo esperaría pase lo que pase. Me sentí como en las épocas
coloniales en donde el hombre iba a la guerra y la mujer fiel se quedaba
esperando en casa con los hijos el regreso de su esposo. Siempre había sido
partidaria de los derechos igualados de la mujer y del hombre en la sociedad,
aunque mi corazón deseaba la llegada de mi caballero andante que viniera a
rescatarme. Tenía otra confusión de creencias como cosa natural en mí.
Como di todo por terminado con Salvador, decidí aceptar una invitación de
Máximo para salir, ya que supuestamente habíamos quedado como amigos.
Pero resulta que esa noche se la pasó hablándome de temas de amor, que no
dejaba de pensar en mí, y así sin más se me acercó y me besó. Quedé
paralizada y me sentí atrapada entre mis dos grandes amores. La familia de
Salvador me dijo unos días después que él no había dado nada por terminado y
creía que seguíamos siendo novios, que me extrañaba y que estaba buscando
volver de aquella ciudad para establecerse conmigo. Para mí no eran dos
hombres cualesquiera, eran mis dos mayores historias de amor, con los dos
había soñado en futuro, a los dos creía que amaba y ahora resulta que para los
dos yo era su novia.
Aunque tenía la confusión más grande de mi vida, por fin empecé a
sentirme en un cuento de hadas en donde dos grandes caballeros luchaban por
mi amor. Solo que en este caso ninguno de los dos sabía que tenía rival o que
mis sentimientos estaban compartidos. Yo era quien tenía la solución en mis
manos, así que después de tanto pensar, tomé la decisión de llamar a Salvador
y terminar claramente con él. Sentí que ya no quedaba nada entre los dos y era
quien me había herido hasta lo más profundo con sus actitudes, palabras y
decisiones. Sobre todo pensé que Salvador no se merecía mi amor por haber
hecho todo eso consciente del dolor que me producía. Además, existían
demasiados rencores viejos sin sanar.
En cambio, Máximo había sido más precavido y siempre buscó no herirme
intencionalmente. Yo sabía que sus miedos lo habían frenado por años y en ese
momento se estaba arriesgando al límite. Sentí que todavía quedaban cosas por
vivir juntos y opté por darle una nueva oportunidad. Máximo me escribió en
esos días un mensaje muy sincero - Nuevamente me siento cercano a ti y no
puedo negar que tenía deseos de besarte aquella noche, pero aún hay recuerdos
que no se han borrado. Una vez te dije que hay dos cosas en este mundo que
no soporto, una es hacer el papel de tonto y otra es sentir que cometí un error.
Fue así como me sentí cuando terminaste conmigo y aunque traté de olvidar
esa conversación, muchas cosas aún me la recuerdan y si querías herirme, lo
lograste. Después de besarte me entró una duda, si me dejaste porque yo no
era lo que esperabas ¿Qué ha cambiado ahora? – me dijo. Yo le respondí que
el cambio fue que en una hora hizo lo que nunca se atrevió en muchos años:
decirme palabras dulces y románticas, abrazarme, besarme, mirarme con amor
y pasión, interesarse por mí y hacerme sentir especial.
Pasaron los días y al final quedamos en vernos para hablar en persona de
nuestros sentimientos y aclarar hacia donde iría nuestra relación, pero nunca
llegó. Mientras yo lo esperaba impaciente por lo que estaba a punto de pasar,
me escribió un mensaje al móvil diciéndome que no estaba seguro de esto y
que prefería dejar el tiempo pasar. Yo sentí que ya no podía esperar más por él
y así empezamos a intercambiar mensajes insultantes e hirientes hasta
cansarnos. Me encerré en mi cuarto y lloré como nunca en mi vida, grité,
golpeé las paredes, saqué todo lo que tenía guardado durante años.
Fue como si me quitaran un tapón del corazón y recordé a César con su
infidelidad; a Salvador con nuestros rencores y heridas de años; y a Máximo
con una década idealizando a ese amor que no llegó a ser. Pasé horas
sintiéndome tan frustrada conmigo misma por todo y me reproché cada uno de
mis errores. Había leído en un libro de autoayuda que debía disfrutar de todos
mis sentimientos, inclusive de los negativos, así que esa noche viví al límite
mi tristeza y semana a semana fui saliendo de ese hoyo.
Un día sonó el timbre de casa y, como si las nubes se estuvieran
dispersando luego de aquella fuerte tormenta interna, vi en la calma que
milagrosamente el amor había sobrevivido. Salvador estaba de pie frente a mí,
declarándome de nuevo su amor y diciéndome que había renunciado a su
trabajo en aquella otra ciudad para estar conmigo, que estaba dispuesto a hacer
lo que sea para que lo perdonara, que yo era lo más importante en su vida y no
me quería volver a perder. Me quedé mirándolo y reconocí al Salvador del que
me enamoré una vez en la universidad. A medida que él me hablaba iba
recordando todo lo bueno que habíamos vivido juntos, lo abracé y las lágrimas
no tardaron en salir. Por primera vez, me sentí segura de mi misma, de él y de
nuestro amor. Estaba en paz y todo en mi mundo tenía sentido y cuadraba
como un rompecabezas perfecto. Se había acabado mi guerra interna y ya no
había confusiones en mi corazón.
Al año siguiente me enteré que la madre de Máximo había muerto de
cáncer después de luchar por varios años contra esa horrible enfermedad. Pasé
días pensando si era correcto ir ahora que estaba más comprometida que nunca
con Salvador. Quería evitar problemas, pero finalmente pensé que ésa era la
oportunidad de cerrar mi ciclo de vida con Máximo y puse sobre todas las
cosas nuestra vieja amistad. Fui con mi familia a la misa y al terminar me
acerqué a un Máximo inmensamente dolido, pero también asombrado por mi
presencia allí. Me miró con agradecimiento y al abrazarnos lloró como un
niño. - ¡Me partió el alma! - Esa fue nuestra despedida a un emocionante viaje
en una de tantas vidas que, estoy segura, hemos compartido. Esa fue la última
vez que lo vi porque, sin previo acuerdo, fuimos evitando encontrarnos en las
reuniones de nuestro primo.
Pues aquí estamos Salvador y yo, ya con diez años de casados. Respiro
profundamente y regreso a mi realidad actual. Comienzo a planificar mi día,
qué hacer de provechoso para que el tiempo no pase en vano. Sigo acostada en
mi cama, disfrutando de esos mágicos cinco minutos con la cabeza aún sobre
la almohada, allí tomo aire, respiro realmente el olor de la mañana y le coloco
una posición, según su importancia, a cada instante de ese día. Quizá un color,
rojo para lo urgente, verde para lo que se hace día a día y amarillo para lo que
puede esperar.
Trabajo desde casa, así que mi tiempo lo manejo como quiera. Parece una
queja, pero es que ahora no sé si eso era lo que siempre había deseado. No
cumplir horarios, ni hacer trabajos que no me llenaran el alma, no tener jefes.
Lo había logrado, ayudaba desde casa a Salvador con nuestra empresa,
investigaba información sobre la endometriosis para ayudar a otras pacientes y
escribía mi libro. Pero aun así estaba vacía por dentro.
Recuerdo que mi primer trabajo fue en una Agencia de Publicidad durante
tres meses. Eran las primeras prácticas de la universidad y me hizo ver que ese
mundo era el que más me gustaba. Era una época de cambios para mí, estaba
trabajando y me sentía independiente, encaminada hacia ese futuro que tenía
en mis sueños. Mis segundas prácticas fueron en el Departamento de
Marketing y Relaciones Públicas de la empresa donde trabajaba mi padre y
eso era un orgullo para él. Luego trabajé como Productora en una emisora de
radio, como Profesora de Publicidad en una universidad, como
Administradora en unas franquicias de comida, como Community Manager de
periódicos, hasta que volví a la empresa donde trabajaba mi padre, pero esta
vez con un contrato fijo.
Sin embargo, yo cada día me sentía más frustrada por no estar haciendo
con mi trabajo algo que dejara alguna huella, algo por lo que fuera recordada.
Todas las mañanas me despertaba con la meta de que ése era el último día que
estaría en esa empresa y buscaría algo que me llenara más como persona. Pero
tenía demasiados miedos de dejar algo que me mantenía estable. Así fueron
pasando los meses, luego los años y la situación del país fue empeorando.
Cuando Salvador y yo habíamos empezado la universidad, fue elegido
como Presidente del país un militar que, en años anteriores, había dado un
fallido golpe de estado, estuvo preso y fue absuelto por el siguiente presidente.
Cuando ese militar se lanzó a Presidente ganó las elecciones y luego fue
reelegido en las siguientes, las cuales muchos consideraron fraudulentas, y ya
tenía en ese momento ocho años en el poder. La crisis hizo que el
departamento donde trabajaba mi padre fuera eliminado y así, sin más,
después de 30 años dedicados a esa empresa, mi padre quedó sin empleo. Él
no tenía un plan B y toda la familia fuimos resintiendo esa situación.
Mis padres vendieron casi todos sus bienes. Mi madre, que fue por años
solo ama de casa, buscó trabajo como secretaria en un consultorio
odontológico. Comenzamos a hacer compras cada vez más pequeñas en el
mercado. Mi padre consiguió trabajo rápidamente en su área, la automotriz,
pero la crisis del país forzaba cada vez más a las empresas a cerrar. Así que mi
padre saltaba de un empleo a otro buscando esa estabilidad que tanto
extrañaba.
Luis, mi padre, es un hombre de estatura media, delgado y atlético. De piel
clara, cabellos negros y ojos castaños claro. Es un hombre clásico y le gusta
vestir de traje y corbata la mayor parte del tiempo. Su cuidado personal es
primordial para él, así que nadie lo ha visto nunca mal arreglado. Aunque
habla mucho, en sí no es un hombre muy comunicativo sobre sus sentimientos
y tampoco muy bueno escuchando. Parece que prefiere mantenerse en su
mundo mental en donde todo es perfecto y nunca hay problemas. Es
perfeccionista y le gusta tener el control de todo.
Viene de una familia muy humilde, es el segundo de cuatro hermanos y
una hermana. Mi abuela paterna había quedado huérfana y se casó siendo aún
muy niña. Mi abuelo paterno era mayor que ella y le ofrecía una vida familiar
que nunca había tenido. Pero, lamentablemente, ese matrimonio estuvo lleno
de abusos, alcoholismo y violencia. Por eso mi padre y sus hermanos tuvieron
que salir a la calle a trabajar desde muy pequeños para ayudar a su madre,
quien hacía servicios domésticos a otras familias, como: planchar, cocinar y
lavar. El dinero de mi abuelo muy pocas veces llegaba a casa y eso los hizo
pasar muchas penurias, aun así, mi abuela jamás dejó de darles lo más
importante en la vida: valores y amor. Aunque mi padre solo había logrado
terminar la secundaria, siempre había sido un hombre curioso y hábil con los
números, así que poco a poco fue escalando puestos en la empresa.
Pero aún tiene un sueño sin cumplir, ser un dibujante famoso. Había hecho
cursos de dibujo por correspondencia cuando era adolescente y su técnica
había mejorado enormemente. En sus tiempos libres seguía pintando
caricaturas, retratos y en mi cuarto me había dibujado en una pared entera la
historia de Bambi, mi personaje animado favorito. Él, simplemente, quiere ser
recordado y siempre inventa cosas nuevas en casa y dice que las patentará
porque seguro serán inventos internacionales.
Por eso, me entró el pánico de revivir la experiencia de mi padre y perder
mi vida en un trabajo sin un plan B. A pesar de la incomodidad con mi
empleo, era el mejor momento de la relación entre Salvador y yo, y sin esperar
mucho, decidimos comprar un pequeño piso en construcción que nos
entregarían al año siguiente. Nos casamos a los nueve años de conocernos y
por fin tuvimos la fuerza de renunciar a nuestros empleos para irnos del país.
Pensándolo bien, a mis 30 años de edad ya había cumplido todo lo
marcado en mi mapa mental. Me había graduado de la universidad en la
profesión que quería, a pesar de la oposición de mi padre. Estudié Periodismo,
no Ingeniería, Medicina o Arquitectura como él soñaba. Había trabajado en
radio y allí exploté mi pasión por hablar. Trabajé dando clases en la
universidad y allí supe que no tenía miedo escénico y que me encantaba
enseñar. Pero luego pensé que era momento de establecerme y, como en mi
mente la palabra “estabilidad” era igual a trabajar en una empresa con horarios
y jefes, conseguí empleo en una trasnacional.
Le di un increíble gustazo a mi padre. Me sirvió para ahorrar dinero y así
comprar mi casa, casarme y viajar al extranjero. Otras metas cumplidas,
aprender inglés en Estados Unidos y estudiar un postgrado en España. Era
impresionante ver cómo todo fluía en mi vida y tenía a mi lado al mejor
compañero de viajes. Salvador me daba la seguridad que tenía por la sobre
protección de mis padres. Me daba miedo arriesgarme y muchas veces hice
cosas sin pensarlo mucho para no caer en la tentación del arrepentimiento.
“Prefiero decir lo hice, que pensar si lo hubiera hecho”, era mi frase preferida.
**
Entonces ahora pensaba en el significado de la vida ¿Para qué estamos
aquí? ¿Qué vinimos a aprender? ¿Qué experiencias debemos atravesar para
llegar al final? Pero ¿Cuál es el final? ¿Quizá la muerte? El final tal vez no
importa, es simplemente la desactivación de nuestro cuerpo material y la
ascensión de nuestra alma al cielo o al infierno, según nuestras creencias.
Entonces parece que lo importante es el camino, los paisajes que veamos, las
personas que nos encontremos y los momentos que experimentaremos para
llegar a la meta.
Será que al final mi rebeldía por no querer seguir las normas me estaba
afectando. La rutina es buena para aquellos que se acostumbran y le temen a
los cambios, a lo desconocido. Hacer lo que los demás esperaran de nosotros
es tan estresante y relajante a la vez. En el fondo hay una voz que nos dice, o
mejor dicho, nos grita, que somos libres y que vinimos a vivir nuestra vida, no
la de los demás. Pero también es relajante seguir la corriente, hacer lo que
hacen todos los demás y no desviarse del rebaño. Graduarse, trabajar, casarse,
tener hijos y… vivir, vivir y vivir.
Ruega a Dios no saltarte ese orden en que la vida debe transcurrir.
Agradece si eres hombre porque no debes esforzarte mucho para ser
reconocido, lograr asensos laborales, ni ocupar cargos importantes. No sufrirás
cambios hormonales, ni saldrás embarazado. Solo debes trabajar y llevar el
sustento a tu casa para mantener tu hogar. Agradece si eres mujer porque tus
hijos siempre serán tuyos, podrás demostrar al máximo tus emociones sin
excusarte y tu sexto sentido te hará ver el mundo de forma diferente.
A ver entonces, ¿Qué otras ideas tenía yo anotadas en mi mapa mental que
aún me faltara por cumplir? Y allí estaba en una esquina, después de la
graduación, del matrimonio, de la estabilidad laboral, de mi casa, mi auto, mi
empresa y muchas cosas más… los hijos. Era el momento, ya estaba todo
hecho y mi esposo y yo estábamos listos para ser padres. Pero hay un pequeño
detalle, la endometriosis. Y eso ¿Qué es? ¿Por qué me pasó a mí? ¿Fue algo
malo que hice? ¿Lo cree yo misma? ¿Es un castigo por esperar sentirme lista
para ser madre?
A los diez años de edad me vino la menstruación por primera vez. Fue un
tema normal en casa, mi madre me dijo todo lo que debía saber y mi padre se
apartó - Son cosas de mujeres - dijo. A los días, mi madre me llevó con la
ginecóloga de ella para que me revisara y le preguntó muy preocupada que yo
aún estaba muy niña para todo esto. La doctora le explicó que debido a este
desarrollo precoz seguramente yo sería, en un futuro, una mujer de baja
estatura. – Debemos cuidar “con lupa” sus órganos reproductivos – le advirtió
a mi madre.
Fui creciendo y cada mes era un suplicio la menstruación. Los dolores de
vientre eran tan insoportables que me tumbaba en cama por varios días y en
algunas ocasiones llegué a desmayarme del dolor. Era como sentir durante
cinco días al mes contracciones de parto sin llegar a parir. Sangraba en
abundancia y cada coagulo de sangre que salía de mí lograba calmar un poco
el dolor. Mi madre me llevaba a urgencias algunas veces – Es normal – decían
los médicos – A todas las mujeres les duele la menstruación – afirmaban. Me
daban un analgésico que no me calmaba nada y de nuevo a casa. Mi padre
decía que yo exageraba todo y eso me hacía sentir peor.
Estaba amargada con todos esos cambios hormonales siendo aún muy niña.
Así que me sumergí en los libros y dejaba que mi mente volara a mundos
mágicos en donde todo es posible. Los temas que más llamaban mi atención se
relacionaban con el Universo, las energías, las dimensiones, vidas pasadas y
las Almas Gemelas. Mi madre compraba esos libros y los leíamos juntas para
luego compartir ideas. Comenzó a inscribirse en talleres de autoayuda y
crecimiento personal. Descubrió ese mundo extraordinario y vio que tenía el
poder de conectar su alma con el Universo. Era capaz de ver el futuro, de
viajar a vidas pasadas y sanar con la mente a través de sus manos.
**
Está bien, ahora que sé lo que tengo ¿Qué hago? El tratamiento es un
medicamento que induce la menopausia por unos meses y luego viene la
cirugía. Una prueba de fuego superada por mi esposo y por mí. No fue fácil
para ninguno de los dos: lívido en cero, cambios de humor, ataques de calor,
náuseas, debilidad capilar y depresión. Primera, segunda, tercera, cuarta
cirugía año tras año. ¿En qué momento podemos buscar tener bebés?
Tratamientos de fertilidad y nada, haga lo que haga no salgo embarazada.
Salvador y yo fuimos cambiando con todo esto, intentamos estar más
unidos que nunca y salir adelante juntos superándolo. Pero era como intentar
hacer que dos puercoespines se abrazaran. Había amor, mucho amor entre los
dos, pero eso no aminoraba el dolor que sentíamos al estar juntos. Yo sentía
que no tenía control sobre mi vida y le cedí mi poder a él por completo cuando
lo vi tan decidido a seguir adelante. Salvador comenzó a concentrarse en sus
planes, sus proyectos y me incluía para que me sintiera útil y unida a él. Pero
solo podíamos hablar de trabajo.
Su personalidad atrevida que hacía que todos supieran quién era él se
convirtió en su enemigo. Decía todo lo que pensaba sin filtro y se volvió muy
egocéntrico, prepotente y sumamente terco. La gente ya no soportaba estar
cerca de él y yo me convertí en su defensora, intentando justificar sus palabras
y sus actitudes. Su manera de pensar sobre la vida ahora dependía del
beneficio que le traería cada persona en sus proyectos, y si no era necesaria en
su vida la desechaba.
Su forma de tratarme como esa mujer especial, se convirtió en compasión e
incluso lástima que herían de muerte mi corazón. Ya no me hacía sentir
grande, ni inteligente, ya no me veía con esa admiración que me desarmaba y
su sonrisa era cínica. Ya no me impulsaba a ser mejor y hasta había apartado a
su familia de su día a día para que no supieran lo que realmente sentía. Nos
aisló de todos y yo me sentía anclada y frustrada por la clase de personas en
las que nos habíamos convertido al no poder tener hijos. Yo me sentía culpable
y botaba mi rabia contra él. Pasábamos los días discutiendo por cualquier
tontería o incluso sin hablarnos.
Yo estaba en un infierno donde repetía una y otra vez esos momentos que
me hacen sufrir, que me causaban dolor y no sabía cómo salir de allí. Ya no
me despertaba a media noche con ganas de besar y abrazar a Salvador, ni se
me iluminaba la mirada al verlo, ni me hacía suspirar mil veces. Salvador dejó
de ser detallista conmigo y sus caricias amorosas o besos románticos siempre
tenían que pasar al sexo así no más. Más bien sentía una tristeza enorme como
un elefante clavado entre los dos. Siempre me enfermaba, tenía dolores en
todo el cuerpo y sabía que estaba somatizando físicamente lo mal que estaba
por dentro. Lloraba mucho y tenía ganas de gritar, correr, huir, en fin, ya no
era un amor de cuento de hadas y él ya no era ese príncipe que venía a
rescatarme, sino que se convirtió en mi verdugo espiritual.
Recordé que una vez escuché esta frase en un programa de televisión: “Tu
geografía afecta a tu biología”. El sitio donde estés, el ambiente en el que te
encuentres, las personas que te rodean, el trabajo que tienes, todo influye en la
salud de tu cuerpo.
Me hizo recordar que siempre oímos a las personas decir que cuando te
enfermas es porque estas somatizando algún conflicto o situación no resuelta.
Por ejemplo, cuando nos tragamos cosas que queremos decir, ya sea por
respeto, por miedos o por no saber cómo expresarnos se nos tranca
automáticamente la garganta y comenzamos a sentirnos mal en esa área del
cuerpo. Amanecemos con dolor en la garganta, con los ganglios inflamados y
sentimos como una gran pelota atorada en nuestro cuello.
Suena egoísta, pero tenemos que pensar siempre en nosotros primero y
luego en los demás. Quién más que nosotros mismos para saber lo que es
mejor, lo que queremos y hasta incluso lo que nos merecemos. Entonces,
pensé en olvidarme del tema de los hijos y concentrarme en mis otras metas y
si Dios quiere que sea madre en esta vida, así será.
Busqué mi mapa mental y estaba en blanco, después de los hijos no tenía
anotado nada más. Supongo que pensaba que empezaría una nueva vida como
madre y mis metas serían adaptables a mis hijos y que lo que venía después
era criarlos, cuidarlos, amarlos y ver cómo día a día podía enseñarles todo lo
que había aprendido hasta ahora. Y ahora, ¿Qué hago? no puedo cambiar la
foto de mis hijos soñados por la de un perrito cachorro adoptado.
**
Así me paso los días, viendo cómo el tiempo pasa y un día termina y otro
comienza. Con ganas de morirme, de acabar con todo. Ya no importan los
logros, los fracasos, la salud, la enfermedad, la tristeza, la alegría, la
compañía, ni la soledad. La pareja y los hijos ya tienen sus vidas y lo que
hagamos con la nuestra simplemente pasará.
¿Dónde está el interruptor para detener todo esto, para pausar un momento
y respirar? Es como una asfixia que no tiene final. No hay poder humano que
logre sacarnos del hoyo. No fue por gusto que llegamos ahí, es algo físico, es
un bajón hormonal que no hay manera de controlar. Salir corriendo no sirve de
nada porque llevamos una cola adherida que nos perseguirá. Solo queremos
parar aunque sea un minuto y respirar. Mirar realmente a nuestro alrededor y
encontrar ese camino que perdimos.
Íbamos claros, seguros, hicimos todo lo que debíamos hacer para llegar a
la meta y no entendemos en qué momento nos desviamos, nos perdimos, ya no
sabemos a dónde vamos, ni qué queremos. Ya no soñamos, ya no anhelamos,
vamos en automático día tras día. Nada cambia, nada explota, nada vibra ni
nos dice qué debemos hacer, no hay señales, no hay voces, solo una pequeñita
conciencia interior que nos dice: “Todo pasará, todo va a mejorar… ten
paciencia”.
Pero el problema es que no sabemos qué hay que mejorar, no sabemos ni
siquiera qué es lo que está mal. ¿Paciencia?, llegamos tarde cuando repartieron
este don. La ansiedad nos mata y muchos lo llaman Depresión. Ok, borramos
el pizarrón de nuestras vidas y… ¿Ahora qué? Un silencio mental y físico se
apodera de nosotros y solo pensamos en qué momento pasó todo esto que ni
nos dimos cuenta, a ver si regresando a ese punto caemos de nuevo en el
camino en el que nos sentíamos felices.
¿Hicimos algo mal? Conscientemente, en este mundo no estamos mal,
tenemos las cosas materiales que queríamos y la tranquilidad emocional que
buscábamos, pero en nuestro interior no sentimos que estamos dónde debemos
estar. Sentimos que perdemos la vida y no creemos tampoco que tengamos
mucho tiempo para derrocharlo. Sentimos que el mundo va mal, ya no nos
vemos, ni nos escuchamos, ni nos sentimos, todos estamos tan robotizados.
Pensar en positivo, debemos tener pensamientos positivos y todo llegará. Ese
es nuestro mantra y esperamos fervientemente que nos funcione.
Quizá tenga depresión, mi madre la sufre desde hace muchos años y en el
fondo siempre he comprendido sus actitudes, sus acciones, sus intentos
fallidos de acabar con todo. Ella tendrá sus motivos y yo tengo los míos. Y allí
es cuando pienso que lo importante es que estamos juntos como familia y nos
queremos, pero sé que nuestras tormentas individuales no son tonterías.
Victoria, mi madre, es una mujer imponente, de piernas largas que la hacen
parecer más alta que mi padre aunque en realidad son de la misma estatura. De
caderas anchas y cintura pequeña, con la piel clara y el cabello largo color
negro azabache. Es muy coqueta y siempre está maquillada, con su ropa y
accesorios combinados a la perfección. Tiene una sonrisa hermosa y le encanta
organizar fiestas en su casa. Es muy buena escuchando a la gente y por eso
muchos dicen que tiene una energía especial y sanadora. Es muy observadora
y analiza a todos a su alrededor. No tiene mucho freno para decir lo que
piensa, sobre todo porque muchas veces se aguanta hasta que finalmente
explota. Pero aun así todos la respetan y la admiran.
Mi madre viene de un estatus social medio alto. Mi abuelo materno era un
fotógrafo taurino reconocido en la ciudad y mi abuela materna pertenecía a un
grupo selecto de damas de alcurnia de la sociedad. Sin embargo, mi madre no
es una mujer muy segura de sí misma y siempre sintió que sus padres no le
prestaban la atención que necesitaba. Fue hija única por varios años y luego
llegaron tres hermanas y un hermano, uno tras otro cada año. Obviamente tuvo
que ayudar a cuidar de ellos y así fue creando un lazo que, más que una
hermana mayor, parecía una madre. Mi abuelo tenía mucha confianza en ella y
por eso la envió a terminar la secundaria en la capital del país con la abuela
paterna. Pero esto más bien afectó mucho más su autoestima, se sentía sola y
extrañaba mucho a su familia. Su abuela era una mujer muy fuerte y estricta y
le costaba demostrar amor.
En esa misma época, mis abuelos se divorciaron y, al terminar la escuela,
mi madre decidió regresar junto a mi abuela para apoyarla en ese momento tan
difícil. Resulta que mi abuelo tenía otra familia oculta e incluso dos hijos de la
misma edad que mis tías menores. Esto afectó muchísimo a mi madre, así que
dejó de lado su sueño de ser médico y comenzó a trabajar de secretaria en una
empresa para ayudar con los gastos de la casa. Allí conoció a mi padre.
**
Con mis padres comenzó mi historia y tengo una sensación extraña de
recordar ese primer momento en este mundo. ¿Qué me está pasando? ¿Cómo
es posible que tenga esos recuerdos?
Recuerdo abrir los ojos siendo aún bebé, respiro, comienzo a sentir el
cambio del frío al calor en mi cuerpo.
- ¡Sí estoy viva!
Mi alma está emocionada, empieza un nuevo camino y aún siento esa
conexión espiritual con el todo, con el Universo. He venido a este mundo a
aprender, lo sé, a conocer el amor, a ser feliz. Comienzan a difuminarse en mi
mente los recuerdos del pacto que hice antes de venir a esta vida.
La primera forma de amor que conozco está en los ojos de mis padres. Me
han mirado siempre con ternura, y me llenan de una energía tan genuina, tan
única, tan perfecta. Me ven tal cual soy. Me esperaban, me llaman Amaya:
"Aquella hija largamente deseada". Sé que vine a darles alegrías y reconozco
que son parte de mi alma. Hemos compartido otras vidas, en ellas he sido su
madre, su hermana, hemos aprendido mucho uno del otro y ésta es nuestra
última parada.
- ¡Los había elegido!
Pero si volviera a nacer ¿Qué cambiaría? Si retrocediera el tiempo ¿Qué no
haría? Si la muerte no fuera el final y mi alma pudiera seguir viviendo en otro
cuerpo ¿Cómo viviría esta vez mi vida? Así me quedé pensando durante esos
minutos en que el tiempo se detiene para poder ver realmente el mundo, esos
momentos cuando el sueño y la realidad no se distinguen.
Cerré los ojos con fuerza y pedí a Dios no sentir esto, no arrepentirme, no
juzgarme, no querer luchar contra el tiempo porque ya esa batalla estaba
perdida. Respiré profundo y sentí como cada gota de oxígeno activaba una a
una las células de mi cuerpo. Comencé a ver imágenes inentendibles y mi
cuerpo se hizo cada vez más ligero. Silencio absoluto. Paz interior extrema. Vi
alejarse mi alma del cuerpo y salir de mi cama, mi casa, mi ciudad, mi país, mi
planeta. En el universo parece que el tiempo no pasa, todo está estático y pude
sentir lo grande y pequeño que somos a la vez.
¿Había muerto? De tanto desear que todo esto acabara ¿Lo logré sin
ningún esfuerzo? Me dejé llevar, confié en esa energía superior que me guiaba.
Comencé a sentir emociones intensas: alegría, tristeza, felicidad, miedo, paz y
vi todos los colores en su máximo nivel. Estaba en un nivel espiritual al que
nunca antes había llegado o era el nivel de depresión más bajo que había
sentido alguna vez. Lo cierto es que no quería salir de ese limbo en el que me
encontraba y donde me sentía por fin libre. Ya no sentía dolor, ni angustia, ni
pena. Era mi alma repotenciada la que ahora buscaba mi cuerpo. Decidí
regresar y quizá este día sí sería diferente.
Caí suavemente sobre la colcha fría que refrescaba mi cuerpo por el calor
de aquel viaje astral, escuché ruidos familiares típicos de los movimientos
naturales de las personas al despertar una mañana cualquiera. El olor a café y a
arepas recién hechas erizó mi piel. ¿Cuánto tiempo estuve en este trance? ¿Ya
Salvador preparó el desayuno? ¿Por qué hay tanto ruido si solo estamos él y
yo? Qué rica huele esta colcha, me recuerda al jabón que usaba mi madre para
lavar cuando yo era niña.
Me atreví a abrir los ojos y allí estaba yo, acostada sobre mi cama
individual, bajo mi techo lleno de estrellas y lunas que se iluminan con la
oscuridad y mis paredes azules que reflejaban la rebeldía de mi edad. Había
logrado lo imposible, retroceder el tiempo y volvía a tener 17 años. Estaba en
mi cuarto de adolescente, mi guarida de los secretos, mi espacio personal para
soñar e imaginarme siendo una mujer independiente, atrevida y feliz. Era una
joven de piel clara, con el cabello negro corto y ojos castaños oscuros.
Delgada, de baja estatura, tal como había augurado mí doctora al
desarrollarme siendo tan niña. Tenía un estante lleno de libros que me
encantaba leer porque me transportaba a otros lugares y me fijé que la mayoría
eran sobre temas de amor, había olvidado lo romántica que era yo en ese
momento. Había un closet lleno de ropa y zapatos que felizmente combinaba
con las cosas de mis hermanas, por esas ventajas de ser todas mujeres. Las
paredes estaban llenas de afiches de los artistas que más me gustaban y que me
hacían soñar con mi príncipe azul.
Me levanté de la cama recordando todo esto y al acercarme a la puerta para
salir del cuarto, vi el espejo que tenía colgado detrás de la puerta y me miré
por primera vez a esa edad con ojos de alegría. No era gorda, ni fea como yo
me sentía en esa época, me vi tal cual era, una chica adolescente normal y con
unos ojos que brillaban de esperanza. Recuerdo que a esa edad me sentía muy
insegura y siempre pensaba en mi futuro, en lo perfecto que sería y en lo libre
que me sentiría. Y me hablé a mí misma sabiendo lo que a mis 36 años soy y
tengo. Me di ánimos y analicé todo lo que he hecho en estos años y me quedé
impactada porque no era ni la sombra de lo que yo soñaba a esa edad. Era
mejor y ahora podía mejorarlo aún más.
Era domingo en mi casa, el mejor día de la semana para nosotros. Abrí la
puerta y vi en el cuarto de enfrente a mi padre acostado en su cama, relajado
viendo televisión. Se escuchaba el sonido que hacen los autos al correr a altas
velocidades y recordé que él siempre veía la Fórmula 1 los domingos en la
mañana. Corrí hacia él y lo abracé, era él, el mismo hombre que quería,
admiraba y respetaba. Estaba tranquilo, feliz, con menos arrugas y el cabello
más negro que ahora. Era la mejor época de la familia porque todos
dependíamos de él y no como ahora en que los años han hecho que la
situación sea al revés. Tenía tantas ganas de decirle cosas del futuro para que
él no llegara a esa situación que ahora lo deprime y lo ha hecho envejecer
enormemente.
Pero en ese momento llegaron mis hermanas y mis ojos saltaron de
emoción. Eran unas niñas activas, felices, soñadoras. Solo quería
aprovecharlas más en esas edades en las que por mi rebeldía hormonal
adolescente recordé que las había alejado mucho. Quería compartir más con
ellas, algo que no hice en esa época por mi manía de querer crecer más rápido.
En esa época quería que el tiempo pasará volando, pero en cambio esta vez
más bien quería alargarlo lo más que pudiera. Así que nos sentamos en el
suelo de la sala y comenzamos a jugar. Sus ojos brillaban y me miraban con
tanto cariño.
Recuerdo que yo tenía apenas cuatro años cuando mi hermana Ángela
llegó a nuestras vidas. – ¡Otro pedazo de mi alma!
Mis padres tenían muchos problemas matrimoniales en esa época. Mi
madre tenía años sintiéndose mal en la relación. Decía que no era el cuento de
hadas con el que había soñado. Mi padre era muy inmaduro y coqueteaba con
otras mujeres. Ella no sentía que él le diera el lugar que se merecía y mientras
estaba embarazada de Ángela discutían fuertemente. Un día en una de esas
frecuentes discusiones, mi padre le dijo que no se iría de casa y que no
abandonaría a sus hijas, y en plena furia mi madre le contestó – ¡Quédate con
Amaya y apenas nazca Ángela te la dejo también!
Muchos dicen que los bebes sienten y escuchan todo mientras están en el
vientre de la madre, que les queda grabado en el subconsciente, pues parece
ser verdad, porque mi hermana fue creciendo con un miedo inmenso a ser
abandonada por mi madre y un amor incondicional hacia mi padre. Tanto así,
que de pequeña jugaba a la pelota con él, lo ayudaba en las reparaciones de la
casa y era como el varón que no tenía mi padre.
Mi madre decidió dejar de trabajar para cuidar de nosotras y mi padre la
apoyó con esa idea, ya que solo con su sueldo nos podía mantener a todos.
Hice una conexión muy fuerte con mi madre, aunque todo lo que yo quería era
conseguir la aprobación de mi padre. – No te ensucies – me decía mi padre
cuando yo jugaba con mis primos. – No grites – me advertía controlando que
no hiciera mucho ruido en casa mientras mi madre hacía la siesta. – No corras
– me recordaba al salir a jugar con los vecinitos. No sé si lo que yo sentía al
final por mi padre era respeto o miedo.
Comencé a transmitir esas órdenes a mi hermana Ángela a medida que
íbamos creciendo y me molestaba muchísimo que ella no las cumpliera y aun
así mi padre cayera rendido ante sus abrazos, besos y amapuches. Yo intentaba
ser igual de cariñosa, pero no podía. Creo que en ese aspecto me parezco
mucho a mi madre. – El cariño no es gratis, hay que ganárselo – era la forma
de actuar de ella y aún yo no sentía que había ganado el amor de mi padre.
Me exigía a mí misma ser la mejor en todo para agradarle a él y me
convertí así en una niña poco sociable. Mi madre empezó a hacer cada vez
siestas más largas durante el día y su humor era muy cambiante y explosivo.
Mi padre se fue quedando más tiempo en el trabajo y llegaba tarde a casa.
Ángela y yo jugábamos totalmente en silencio y cuando mi madre despertaba
nos escondíamos bajo la mesa del comedor para no molestarla. A pesar de lo
mal que ella se sentía hacía un gran esfuerzo por estar pendiente de nosotras y
buscaba que hiciéramos actividades divertidas. Nos llevaba a todos los sitios
que queríamos, nos acompañaba y nos alentaba siempre.
Ángela fue creciendo y se convirtió en la artista de la casa. Era delgada
como mi padre, pero alta y con las piernas largas como mi madre. Le encanta
tener el cabello muy largo y lucir despampanante. Siempre está soñando con
ser modelo, actriz o simplemente famosa. Así que mis padres la inscribieron
en una academia de modelaje, donde hace desfiles, sesiones de fotos y
participa en concursos de belleza. Sueña con viajar por el mundo gracias al
modelaje y llegar a las pasarelas de Paris.
Le encanta comprar y le fascinan los productos de marcas reconocidas.
Siempre está a la vanguardia, su estilo es el que esté de moda en ese momento.
En casa, ella es la encargada de decorar en fechas festivas, es muy creativa y
ágil para hacer manualidades. Le encanta tener amigos y salir a bailar. Tiene
una energía tan activa que es difícil seguir su ritmo. Pero también sueña con
tener una casa, esposo, hijos, es decir, su familia y decorar su propio hogar.
La veo ahora frente a mi tan pequeña, sabiendo todo esto y quisiera decirle
que la mayoría de sus sueños se harán realidad. Que tendrá una carrera muy
creativa como Diseñadora de Interiores y Repostera, que se casará con un
buen hombre y tendrá un niño precioso y extremadamente inteligente. Y que
su niño nos mantendrá unidos por siempre.
Entonces veo a mi hermanita Ada, nuestro complemento final. Yo tenía 12
años y Ángela siete cuando ya estábamos acostumbrándonos a ser solo cuatro
en la familia. Mi madre comenzó a sentirse mal y todos nos asustamos. -
¿Tenía una menopausia precoz o era incluso algo más grave? - pensábamos.
Fue al médico y cuando regresó nos sentó a todos en la sala junto a ella para
contarnos las noticias. Ángela y yo nos tomamos de la mano esperando lo peor
– ¿Mami estás enferma? ¿Vas a morir? – decía Ángela llorando. Entonces mi
madre se sonrió y dijo emocionada - ¡Estoy embarazada! – No lo podíamos
creer, tendríamos otra hermanita.
Ese último embarazo de mi madre fue especial, lo disfruto muchísimo más
y mi padre estaba en la cúspide a nivel económico. A mi madre no le faltó
nada en esos meses y se sentía tranquila. Era tan relajado ese embarazo que
todos creíamos que por fin había llegado el varón que tanto querían mis
padres. Justo el día que me gradué de primaria y pasé a bachillerato nació Ada.
Era una bebe grande y gordita, con unos ojos brillantes y una sonrisa que
hipnotizaba. Se convirtió en la muñeca gigante para Ángela y para mí.
Intentábamos cargarla entre las dos, jugábamos con ella, la abrazábamos y
besábamos a cada momento.
Pero mi madre no salió bien de ese embarazo. Comenzó a estar de muy
mal humor, tenía reacciones explosivas y se deprimía continuamente. Muchos
decían que quizá era depresión postparto, pero no era así. Con los años
descubrimos que ese último embarazo le había activado un Hipotiroidismo que
le causaba esa fuerte depresión. Esta enfermedad se caracteriza por la
disminución de la actividad funcional de la glándula tiroides y el descenso de
secreción de hormonas tiroideas; provoca disminución del metabolismo basal,
cansancio, sensibilidad al frío y depresión.
A mi madre lo único que la animaba eran sus hijas. De nuevo descargaba
todas sus frustraciones en mi padre y las discusiones por infidelidades y falta
de atención volvieron a escucharse en casa. Había días buenos y otros no tan
buenos, pero seguíamos los cinco unidos.
Ada se convirtió en una niña única y no le importaba expresarlo al mundo,
no se dejaba llevar por ninguna moda, ella la imponía a donde quiera que iba.
Ella misma le hacía cambios a su ropa para marcar una diferencia. Poco a
poco se fue transformando en la más alta de las tres, de piernas largas, caderas
anchas y cintura pequeña, la más parecida a mi madre. Aunque nació con el
cabello lleno de rulos negros, a medida que fue creciendo iba haciendo sus
propios cambios, ella misma se lo cortaba, lo alisaba, lo pintaba. Sueña con ser
bailarina de música pop y no hay manera de llevarle la contraria en nada.
Desde que nació mostró un carácter muy fuerte y difícil de controlar.
La veo y quiero comérmela a besos. Y pienso en lo feliz que ahora está con
24 años de edad, como Diseñadora Gráfica, casada con un chico mucho mayor
que ella y viviendo en España como tanto ella soñaba.
En ese momento, mi madre salió de la cocina y creí que era un ángel.
Estaba tan joven, tan activa, tan independiente. Era la dueña y señora de la
casa, la administradora de todo y de todos. Corrí a abrazarla con fuerza y le
dije al oído: “Me encanta verte feliz”.
Pensé en llevármela a mi cuarto y contarle mi viaje en el tiempo. Ella
siempre ha creído en la metafísica, en las energías, en los ángeles, en las
dimensiones y en la reencarnación, así que supuse que entendería mi historia.
Pero sólo la miré, me sonreí y pensé: “Quizá aún me faltan cosas por hacer
aquí”, tendré paciencia, disfrutaré al máximo de todo y la razón aparecerá sin
pensarlo mucho.
Mi padre había salido de casa y volvía en ese momento con varios
periódicos en las manos. Me encantaban esos días de prensa todos sentados en
la sala: mi padre y mi madre leían poco a poco todas las secciones de los
periódicos y comentaban las noticias. Yo leía las revistas y las ojeaba de
principio a fin. Y mis hermanas jugaban con los suplementos infantiles y
pintaban los dibujos que publicaban.
Desayunamos todos juntos en la mesa y yo me comí una arepa con leche
caliente, mantequilla y queso, como no lo hacía desde hace muchos años.
Debido a las cirugías por la endometriosis mi intestino había quedado muy
sensible a los productos lácteos y este plato habría sido una bomba para mi
cuerpo actual. Me lo saboree como nunca lo había hecho y disfrute de esos
momentos al máximo.
Luego nos vestimos para ir a las casas de mis abuelas. Me quedé un rato en
mi cuarto respirando profundo para calmar la ansiedad que tenía de verlas.
Una de ellas ya no está viva en mi época y me flaquean las piernas al pensarlo.
Me visto según la moda de ese tiempo y me doy cuenta que todo me queda
perfecto. Sin embargo, recuerdo que en esos años yo dejaba muchas veces de
comer porque pensaba que los pantalones no me cerrarían. Qué fuerte es la
mente que hace a nuestros ojos mirar solo lo que queremos ver.
Salí emocionada y feliz de estar los cinco juntos otra vez. En la actualidad
estamos regados por el mundo, debido a la crisis en nuestro país. Miré por la
ventana durante todo el camino, comparando cómo había cambiado mi ciudad.
Recordé que en esa época las preocupaciones de mi vida eran: mi cuerpo, el
colegio y el chico que me gustaba. Qué alivio no pensar en el dinero, en la
política, en la delincuencia. Claro que mis padres sí lo pensaban, pero a
nosotras a esa edad solo nos preocupaba qué jugar, qué comer y qué ver por
televisión.
Llegamos primero a la casa de mi abuela paterna, quien aún vive en mi
época. La casa se veía bellísima y ella amable como siempre salió a
saludarnos. Recordé que antes me sentaba en una esquina con cara de
amargada a contar los minutos para irnos. Abracé a mi abuela y a cada uno de
mis tíos y primos. Nos sentamos todos en el porche a hablar y vi cómo la cara
de mi abuela se le iluminaba al vernos a todos allí. Nos trajo café recién hecho
y nos dio jalea de mango para merendar, su especialidad. Estaba exquisita y yo
antes ni siquiera la había probado. Mientras todos hablaban, recordé que con
los años nos fuimos separando porque mis primos crecieron, se casaron y ya
cada quien tenía su propia vida familiar. Incluso algunos se fueron del país por
la fuerte crisis que había, llegando a convertirse en dictadura. En la actualidad
estábamos todos esparcidos por el mundo. Ahí supe que mi abuela tenía
mucha razón en disfrutar tanto esos pequeños momentos.
Nos fuimos a la casa de mi abuela materna y me costó un tiempo bajarme
del auto. Tocamos la puerta y se escucharon sus pasos arrastrados como
siempre por esa forma tan particular de caminar debido a su sobrepeso. Allí
estaba ella con sus ojos brillantes al vernos. Nos abrazó uno a uno y se sonrió.
Entramos y estaban mis tías y mis primas. Era la casa que recordaba, con la
misma energía de seguridad que siempre sentía cuando me quedaba allí. Me di
cuenta que con su muerte se fue esa energía y se dividió la casa como un
pastel equitativo para cada una de sus hijas.
Me quedé mirándolas a todas mientras conversaban y yo pensaba que eran
importantes las siguientes generaciones, porque una parte de nosotros queda
sembrada en nuestros hijos y nietos. Nosotras éramos el legado de mi abuela.
Una de mis tías, que era madre soltera ya no estaba viva en mi época, pero su
hijo nos permitía recordarla constantemente. Yo la veía allí tan fuerte y es
como si nunca murieras realmente. Lo ojos se me llenaron de lágrimas al
recordar lo mucho que me ha costado tener hijos y que quizá mi semilla se iría
conmigo al morir. No quedaría nadie después de mí. ¿Quién me va a recordar?
¿Quién seguirá mi legado? Soy el final de la cadena y eso duele, duele mucho.
Regresamos a casa y me quedé en mi cuarto a pensar en todo lo que había
vivido ese día. Encontré mi diario de esa época, el primero de muchos, y vi
que apenas empezaba a escribir sobre mi ruptura con César, mi noviecito del
colegio. Tenía tantas esperanzas en esos escritos, tantos sueños y tantas ganas
de vivir ese futuro en el que ya estaba. Pero yo ahora no me sentía feliz. Algo
seguía faltando en mi vida actual. He descubierto que mi mayor miedo es ser
olvidada.
Me quedé acostada mirando mi luna y mis estrellas iluminadas en el techo
y escuchando cómo poco a poco se iban apagando los ruidos de la casa. Me fui
quedando dormida, extrañando poder abrazar a Salvador como lo había hecho
durante cada día de los diez años que llevamos casados. En su lugar abracé a
mi almohada y pensé que al despertar estaría de nuevo en mi actual realidad y
que todo sería un lindo y mágico sueño.
**
Pero me desperté a la mañana siguiente en la misma época de mis 17 años.
Parece que ésta era justo la etapa de mi vida en que mis decisiones afectarían
mi futuro. Era mi primer día de clases en la universidad. Recordé que en esa
época me debatía entre dos profesiones que quería estudiar: Periodismo o
Derecho. Una de las carreras me permitía seguir con mis sueños de trabajar en
radio y televisión, mientras que la otra me daría las herramientas para seguir
defendiendo a los demás. Buscaba información, hablaba con amigos que ya
estuvieran en la universidad, conversé varias veces con mis padres para
encontrar una solución. Como siempre, necesitaba que me dijeran qué hacer y
no lo conseguía. Finalmente me había decidido por Periodismo, ya que
también incluía estudios de Publicidad que siempre me habían llamado la
atención.
Pero como parecía que el Universo quería que justo aquí cambiara mi
futuro, entonces decidí estudiar Derecho. Estaba emocionada con el comienzo
de clases en la universidad. Una nueva etapa en mi vida estaba por empezar y
la ansiedad no me había dejado dormir. Pensaba en la ropa que usaría: un jean,
una franela y unos zapatos deportivos. Era la primera vez que no usaría
uniforme escolar y eso me hacía sentir más nerviosa. A mí me encantaba ser el
centro de atención, pero en el fondo me aterraba no ser aprobada por los
demás - ¡Qué emoción! Derecho, voy a ser una Abogada respetada y conocida
por todos. Podre trabajar defendiendo los derechos de la gente – pensaba
mientras caía en un profundo sueño.
Así pasé la noche, entre anhelos y miedos hasta que llegó la hora. Me
levanté cansada, pero lo equilibraba con la emoción de mi primer día en la
universidad. Mi madre me llevó y durante todo el camino en el auto no paré de
hablar. Esa es mi reacción cuando estoy muy nerviosa y mi madre sabía que
debía dejarme tranquila. Llegamos y quedé impactada con todo. La
universidad era muy moderna y muchos tenían la misma expresión de
emoción y nervios que yo. Era evidente ver quiénes éramos los nuevos y traté
en vano de conseguir una cara conocida.
Entré al salón de clases y fuimos conociéndonos todos poco a poco.
Apareció un profesor y comenzó a darnos la charla de bienvenida a la
universidad, cuando de repente recordé que justo en ese momento en mi otra
vida, Salvador había llegado y todo había cambiado. Ése había sido nuestro
momento mágico y ahora él estaba en otra universidad, en otra carrera creando
una nueva vida sin mí. Así era mejor para los dos. Él podría casarse y tener
hijos sin ningún problema y yo ya no me sentiría culpable de su dolor.
Justo en ese momento sentí como ese peso que llevaba a cuestas durante
años se desvaneció. Dejé de buscar a mi Alma Gemela y la angustia
atornillada en mi pecho se abrió. Una luz blanca salió de mi corazón dándome
una oportunidad de respirar profundamente como no lo hacía desde hacía
tiempo. Fue un momento espiritual que modificó mi futuro. Todo cambió y
mejoró para todos.
Durante mis años en la universidad hice muchos amigos y disfruté aún más
a mi familia. Convencí a mis padres para que invirtieran en el extranjero y así
tendrían dinero y propiedades donde vivir cuando llegara la dictadura a
nuestro país. Controlé mejor mi endometriosis y así no tuve tantas cirugías.
Compartí más con mis hermanas y nos íbamos juntas de viaje a conocer el
mundo y a estudiar. Me especialicé en Derechos Humanos y trabajé con varias
ONGs, hasta que me residencié en Irlanda.
Vivía yo sola en una pequeña casa cerca del mar con mi perrito. Dormía
profundamente gracias al sonido de las olas, me levantaba al amanecer a trotar
con mi perro, desayunaba leyendo la prensa y luego me conectaba con mi
familia por internet. Mis padres vivían con Ada y su esposo en España, Ángela
en Portugal con su esposo y su hijo. Y yo retirada en Irlanda había podido
escribir mis libros y enviar parte del dinero que ganaba a varios niños que
había apadrinado. Mi sobrino me ha acompañado a muchas de esas visitas a
los campos de refugiados y le gusta mucho ayudar a la gente. No tengo esposo
ni hijos en esta vida, pero es que acaso ¿Tener Hijos es la Felicidad?
La Felicidad es un tema del que se ha hablado en muchos libros, muchas
religiones y aún nadie sabe cómo encontrarla. Cualquiera diría: es fácil, solo
vive la vida tal como tú quieras o dirían otros que la respuesta está en seguir
las reglas y hacer lo que se debe hacer. Yo me inclino más por la primera
premisa, pero el meollo del asunto es que muy pocos sabemos lo que
queremos en la vida. Todos queremos ser felices, pero qué significa la
Felicidad. Rápidamente, sin analizarlo mucho sería ser libre de pensamiento,
de cuerpo y alma. ¿Cómo se logra esa libertad?
Nos enseñaron de niñas a seguir las reglas y con eso podíamos conseguir el
respeto y la aceptación de todos. Ahora de adultas sentimos que hay un
impulso interno que nos lleva a romper las reglas y a seguir nuestros instintos.
Da miedo, mucho miedo salirse del carril en el que todos van. Da terror
equivocarse y perder lo que se ha logrado hasta ahora.
¿Estudiar, casarse, tener hijos y allí llegará la Felicidad que buscas? Eso es
lo que pensamos cuando vamos creciendo y seguro nuestros días se basaron en
ser los mejores profesionales, conseguir un buen empleo, casarnos con una
persona que nos respete, que nos quiera y tener hijos para ser la mujer
perfecta. Y aquí estamos a un poco más de la mitad de ese mágico camino y
ahora es cuando nos detenemos a pensar que esto no es la Felicidad.
Ya estudiamos la carrera que queríamos y ahora queremos ser mujeres
independientes y trabajar por nuestra cuenta y no sabemos cómo hacerlo si
solo nos enseñaron a ser buenas empleadas. Nos casamos con un hombre que
nos ama y nos sentimos más bien presas porque debemos ir adaptando
nuestros sueños para tratar de convertirlos en uno y eso es desesperante.
Todavía no tenemos hijos y ahora no sabemos si queremos ser madres
realmente. O peor aún, ya somos madres y seguimos cuestionándonos si esto
era lo que realmente queríamos. Nos recriminamos a nosotras mismas si
somos unas malas mujeres por sentir eso.
Pensándolo fríamente es un poco anti-natural amarrarse a otro ser humano
queriendo caminar juntos hacia una misma meta cuando todos sabemos que
cada cabeza es un mundo y es agotador ajustar nuestros planes de vida con los
de otra persona.
La vida debería ser así de simple: hacer lo que queramos y si en ese
camino nos encontramos a ese ser especial o alma gemela o como lo quieran
llamar, pues qué bien que hayamos llegado los dos al mismo sitio. Por
momentos pienso en Salvador y me entran ganas de saber qué ha sido de su
vida. Y hasta imagino lo emocionante que sería poder compartir con él las
aventuras que en este tiempo, en cada camino por separado, nos ha tocado
vivir.

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