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Brian Méndez Cíntora

Sentimiento religioso ENES


Morelia

Análisis de la mística y poética de la canción número 8, del Cántico


Espiritual de San Juan de la Cruz
El poema que escribió el sacerdote carmelita Juan de Yépez, mejor conocido
como San Juan de la Cruz, en los albores del siglo XVI bautizado como el siglo
de oro español es uno de esos sucesos insólitos en el mundo de la literatura,
que en sí mismo es un mundo insólito por los terrenos textuales alcanzados por
los escritores y las penurias físicas, anímicas, mentales y espirituales que
experimentan mientras trazan y construyen sus composiciones literarias que
buscan enmarcarse en la historia.

El Cántico Espiritual porta esa etiqueta de insólito por la naturaleza misma del
poema: una composición poética que sirve de vehículo textual para expresar lo
inexpresable, para comprender lo inteligible y tratar de mostrar a través de
metáforas, analogías y otros recursos poéticos un fenómeno que en sí mismo
no puede ser mostrado tal cual es, un fenómeno que nos rebasa por lo
inconmensurable de su naturaleza divina que al entrar en contacto con el
mundo y el lenguaje humano diluye toda su grandeza, su libertad expresiva en
todos los planos de la existencia y queda reducida a lenguaje. Un lenguaje que
a pesar de sus conocidas limitaciones posee herramientas expresivas y
campos textuales en los cuales puede liberarse de sus significados e
intenciones habituales y evocar emociones e ideas que en algunas ocasiones
pareciera que lo rebasan, que lo trascienden. El fenómeno poético se puede
manifestar cuando el lenguaje en el poema se ve trascendido por eso que es
evocado en él y se hace evidente su condición de vehículo de un fenómeno
mayor.

La poesía al volverse el vehículo expresivo de la experiencia mística pareciera


que escindiera su núcleo que está formado por el fenómeno poético que le
brinda la belleza, el deleite y el extrañamiento, y termina formando otro núcleo
constituido por la experiencia mística que le añade una dimensión oscura en la
que se entretejen nociones poéticas pero también filosóficas y religiosas que
vuelven al poema multidimensional y abundante en interpretaciones y análisis
desde distintas caras.
Brian Méndez Cíntora
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Morelia
El Cántico espiritual es un poema de arte mayor escrito en endecasílabos que
consta de cuarenta estrofas. El poema recorre el encuentro erótico y amoroso
entre dos amantes que se reconocen en las figuras del esposo y la esposa
quienes se corresponden con el alma y Dios. El encuentro consiste en una
serie de fases que inicia con la servidumbre del alma y termina con su
perfección al realizarse el matrimonio espiritual. Las vías por las que cruza el
alma para poder alcanzar el matrimonio espiritual son las mismas por las que
pasa el místico en su búsqueda de la deidad: la vía purgativa, la iluminativa y la
punitiva. En este breve trabajo solo nos encargaremos de analizar los recursos
poéticos y la dimensión mística que contiene el canto número ocho del poema
místico.

8. Mas ¿cómo perseveras,


Oh vida, no viviendo donde vives,
Y haciendo porque mueras,
Las flechas que recibes,
De lo que del Amado en ti concibes?

Los versos de esta canción tocan la cuestión paradójica de la vida corporal


como una vida que no permite llevar al paroxismo del goce al cuerpo espiritual,
y que el poeta lleva hasta el límite de considerar la vida corporal como una
muerte espiritual. La conformación física, imperfecta y temporal del cuerpo le
impide poder entrar de lleno al plano espiritual del regocijo pleno y total con
Dios. Mientras que el alma –representada por la esposa- al estar desposeída
de materialidad, temporalidad e imperfecciones tiene la habilidad de poder
estar con Dios, vivir con él, de alguna manera ser él. En los versos no viviendo
donde vives se muestra la huida del alma del cuerpo y tres versos más tarde
revela que el alma concibe ciertos atributos del Amado que es Dios y deja
entrever que estas concepciones divinas del alma existen porque el alma
misma está con Dios y se vuelve uno con él mientras el cuerpo sufre todas las
heridas de este encuentro.

A la experiencia supracorporea del alma se le puede relacionar directamente


con la tradición platónica del mundo de la ideas o del Topus Uranus en la que
el alma accede a las ideas perfectas y eternas. Para Platón el encuentro con
las esencias se daba a través de la vía de la contemplación y de la
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reminiscencia: recordar lo que alguna vez supimos al llegar a este plano terrnal
y que se va perdiendo a medida que nos involucramos en el mundo material
imperfecto. Los neoplatónicos como Plotino llamaría a este encuentro la unión
con lo Uno. En este sentido Dios podría concebirse platónicamente como la
idea más perfecta, inconmensurable y grande de entre todas las que se
encuentran en el Topus Uranus.

La diferencia que existiría entre la experiencia de unión de un Dios platónico y


la unión del Dios cristiano es que al Dios platónico se le puede encontrar a
partir de la contemplación de las esencias que están veladas en el mundo
material y puede ser apreciable para aquellos que desarrollan su mirada
contemplativa, que van subiendo en la gradación de las esencias desde la
belleza, la justicia, lo bueno y las demás en sentido ascendente, hasta
encontrarse con la esencia divina. En otra dirección, la experiencia de unión
con la divinidad cristiana aparece como un encuentro súbito, lleno de violencia
y de amor en proporciones parecidas. No se requiere estar en contemplación
de nada para entrar en la experiencia mística y el plano terrenal parece tener
solo un papel de accesorio y hasta de estorbo en lugar de ser el medio por el
que se consigue la unión con la deidad. El valle de lágrimas que es el mundo
terrenal, material y temporal en el que habitamos se pretende anular para
abrirle el camino al paraíso espiritual del matrimonio con Dios.

Sin embargo, el matrimonio espiritual con Dios no se da de manera armoniosa


y blanca como se podría imaginar. Las flechas de las que habla el poema son
las heridas amorosas de Dios que se presentan ambivalentes pues por un lado
llagan al cuerpo, le infrigen violencia física, lo dañan y por el otro ofrecen una
dicha y un deleite tan maravilloso al alma que llevan a la voz poética a implorar
porque su suplicio del cuerpo desaparezca, que la vida llegue a su fin para
poder seguir viviendo esa experiencia por toda la eternidad. Los daños de las
heridas de amor infringidas podrían explicarse porque las dimensiones
espirituales que abarca Dios son tan descomunales para la experiencia
corpórea que aunque sea una ligera aparición de él que imante al alma debe
sentirse como una estruendosa y tupida tormenta eléctrica experimentada en
todo el cuerpo.
Brian Méndez Cíntora
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Cada versos del Cantico parece contener una carga simbólica y semiótica que
al leerlos pareciera que miraras hacia un abismo textual en donde explorando
se pueden llegar a diversas revelaciones de tipo literario y espiritual.

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