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PITA AMOR Y EL “ETERNO AUSENTE”

Diana Itzel Alvarado Vega


UNAM, FFyL

Tal vez lo último que podría pensarse sobre la poeta mexicana Guadalupe Amor es que
escribió poesía mística; sin embargo, a lo largo de las sesiones de este curso no pude dejar
de pensar en ella y sus famosas Décimas a Dios, sobre todo durante el segundo bloque en el
que vimos que el concepto neomística sigue en construcción y permite muchas expresiones.
Dicho lo cual, decidí dedicar este breve trabajo final al análisis de algunos de los versos de
Pita Amor para así revisar un poco la influencia de la tradición mística hispánica en su obra
y cómo ella misma crea a su propio Dios inalcanzable asechado por su soberbia alma.
Guadalupe Amor vivió 82 años del siglo XX (1918-2000); es bien sabido que ella
fue la máxima poeta de nuestro país en esa época, a tal punto de ser comparada con sor
Juana Inés de la Cruz y llevar por epíteto la “undécima musa”. Su poesía podría calificarse
de incendiaria y sumamente personal, sus versos incomodaban a los típicos hombres
temerosos de ser opacados por el ingenio femenino, dudando incluso de si era la verdadera
autora de tales composiciones; no todos, claro está, pues el gran Alfonso Reyes se refirió a
ella como «un caso mitológico» para quien no cabían las comparaciones (Schuessler, 2021:
17).
Esta mujer polémica fue todo un personaje, ella misma decía ser «vanidosa, déspota,
blasfema, / soberbia, altiva, ingrata, desdeñosa» (Amor, 2021: 316), parecía no necesitar
aprobación o halagos externos y aun así los recibía; por ejemplo, en su visita a España en
1951, Carmen Conde «la comparó con Santa Teresa de Ávila y su aliado espiritual y lírico
San Juan de la Cruz» (Schuessler, 2021: 17). A partir de esta asociación, me atrevo a decir
que en su exitoso poemario Décimas a Dios, publicado en 1953, existen ciertas similitudes
con el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz, como veremos más adelante.
Décimas a Dios está conformado por 42 estrofas de tal forma poética, elección
deliberada, pues Pita Amor tenía muy presente la tradición hispánica de los Siglos de Oro,
conocía bien a los grandes poetas auriseculares, entre ellos a Lope de Vega, a quien imita
en un soneto dirigido precisamente a aquellos que aseguraban que alguien más escribía sus
poemas y quien en su Arte nuevo de hacer comedias menciona que «las décimas son
buenas para quejas». Eso es dicho poemario: una serie de quejas a Dios por no mostrarse
ante el alma de la voz lírica, es decir, ante la propia Pita, pues ella misma dice que lo
expresado en estas décimas, perfectamente medidas, son vivencias muy personales (Amor,
1975: IX). Así pues, en el texto con que abre sus décimas, la poeta dice lo siguiente:
Desde que era yo muy niña, desde el momento en que empecé a tener conciencia de las
cosas; cuando descubrí la existencia de la muerte y, junto a ella, el final de mi imagen, de
mis sensaciones, de mis apetitos y de mis pensamientos, Dios fue mi máxima inquietud. Lo
busqué primero como quien busca a un ser humano, me hubiese gustado hablar con él,
como jamás pude hacerlo con mis padres, con mis hermanos ni con mis amigos» ( VII).

A partir de aquí podemos ver algunos ejes clave de todos los versos que conforman su
poemario: la manera de referirse a Dios siempre será desde una posición retadora, como si
justamente se tratara de un igual, de un ser humano, debido a la soledad interior que ella
misma expresa, como si él fuera lo único con quien pudiera conversar; la búsqueda de
respuestas inexistentes ante preguntas existenciales de la vida; la importancia de su imagen,
sentidos exteriores y pensamientos que no le permiten liberarse para poder llegar a la
divinidad, pues se sabe «llena de vanidad, de amor a [sí] misma, y de estériles e ingenuas
ambiciones» (XI). Por ejemplo, la primera de sus décimas es así de contundente:
Dios, invención admirable,
hecha de ansiedad humana
y de esencia tan arcana
que se vuelve impenetrable.
¿Por qué no eres tú palpable
para el soberbio que vio?
¿Por qué me dices que no
cuando te pido que vengas?
Dios mío, no te detengas,
o ¿quieres que vaya yo? (XV)

Como vemos, desde el principio está presente una desesperación por poder conocer a este
Dios —que la poeta concibe como una invención humana— del que duda constantemente;
así como la necesidad de comprobar su existencia de manera tangible. Tenemos un
acercamiento inconcluso que la lleva a retar a la divinidad en el último verso. Esta petición
—casi exigencia— de presencia divina tiene mucho parecido con el inicio del Cántico
espiritual de San Juan de la Cruz: «¿Adónde te escondiste, / Amado, y me dejaste con
gemido? / Como el ciervo huiste, / habiéndome herido; / salí tras ti clamando, y eras ido»
(vv. 1-5); sin embargo, tenemos una diferencia sustancial: en el caso de San Juan de la
Cruz, y de la poesía mística en general, siempre es el alma la que sale del cuerpo en busca
del amado (Dios) para la unión eterna, en cambio, en el poema de Pita vemos un alma
pasiva en espera de que Dios sea quien vaya a donde ella está y sólo amenaza —por así
decirlo— con ir hacia él. Mas, como si se diera cuenta de esto, en otra de sus décimas dice:
«A ti no te toca darte: / si mi soberbia te invoca, / es a mí, a quien me toca / salir al
encuentro tuyo» (XXI).
Así pues, el camino que habría que tomar sería la separación del alma atada al
cuerpo, dejarse llevar por los sentidos interiores, después de haber pasado por las vías de la
experiencia mística: purgativa e iluminativa, hasta llegar a la unitiva, la que tanto anhela la
voz poética. No obstante, en la obra de la undécima musa está presente la lucha constante
entre la razón y la espiritualidad, se queja de la inteligencia que el mismo Dios le dio, pues
sabe que ésta es la que le impide poder llegar a él, ya que el pensamiento es un arma de
doble filo y puede llevar a la ansiedad, a pensar de más, sin dejar paso a lo divino, como
vemos en los siguientes versos: «¿Por qué con mi inteligencia / te niego rotundamente, / y
en mi corazón candente / ya siento latir tu esencia?» ( LVII). O la siguiente décima en la que
vemos una descripción de Dios y una angustia que la mantiene esclava a los asuntos
terrenales:
Oculto, ausente, baldío,
hermético, inalterable,
asfixiante, invulnerable,
absorbente, extraño y frío,
así te siento, Dios mío,
cuando sola y angustiada
me consumo alucinada
por lograr mi plenitud,
rompiendo esta esclavitud
a la que estoy condenada (XLV).

De igual forma, Pita Amor está consciente de su soberbia, de su afán por querer conocerlo
todo, aunque eso sea imposible; es una mujer moderna que cae en contrariedades y dudas a
partir de la complejidad de la vida diaria, lo cual expresa en repetidas ocasiones: «Tal vez
te voy presintiendo / y por soberbia te ignoro. / Cuando débil soy, te imploro; / pero si me
siento fuerte, / yo soy quien hace la suerte» (XXIX), es como si supiera exactamente la ruta
que debe tomar para el encuentro con Dios y aun así algo le impide seguirla. Muestra su
deseo de unión en distintas ocasiones, pero en esta décima lo resume por completo:
Eres mi meta anhelada,
mi esperanza en el trayecto,
el solo sendero recto,
la luz en la encrucijada;
eres la quietud soñada,
el silencio sin tortura,
la libertad en clausura,
la fe sin exaltación,
el imán de la razón,
y el éxtasis que perdura (XCI).

A pesar de que las Décimas a Dios no es un poemario lineal que nos muestre al final una
experiencia mística del alma como la que describen Santa Teresa o San Juan de la Cruz, y
aún con todos los obstáculos que hemos visto de manera sucinta, dentro de sus poemas
encontramos algunas que pueden interpretarse, sino como una unión completamente
mística, sí como una experiencia cercana, un encuentro con Dios a su manera. Claramente
no es la monja en éxtasis, pero sí una mujer que se acerca a la presencia divina. Pita Amor
tiene destellos en los que su alma se libera y hace un llamado:
Ven disfrazado de amor,
de silencio, de quietud,
de ternura, de virtud,
pero aprovecha mi ardor.
A este fuego abrasador
que en mi corazón llamea,
dale un motivo que sea
como eterno combustible.
¡Ya vuélvete, Dios, visible!
¿Qué pierdes con que te vea? (LXIX)

Lo cual de nuevo remite a la desesperación del alma en el Cántico espiritual de San Juan:
«Descubre tu presencia, / y máteme tu vista y hermosura; / mira que la dolencia / de amor
que no se cura / sino con la presencia y la figura» (vv. 51-55). En el caso del poema
aurisecular vemos claramente las tres vías en el desarrollo del diálogo, esta impotencia
corresponde a la parte purgativa, por lo que podríamos decir que, muy a su manera, Pita
Amor va pasando por los mismos caminos, cosa que podría comprobarse en un estudio
mucho más detallado.
Finalmente, después de tantas contradicciones, de un ir y venir entre «la fácil herejía
hasta el impaciente misticismo» (Amor, 1975: XI), tenemos esta composición en la que
parece que su alma logra por fin estar, aunque sea por un instante, cerca de Dios. La poeta
lo describe como un adormecimiento de la razón que le permite desconectarse del mundo
terrenal:
Antes te quise visible
constante en mi inteligencia,
deseé tu fija presencia
y que fueses infalible.
Hoy te concibo intangible,
tan sólo una sensación
que adormece la razón,
y por instantes contados,
eres latidos aislados
que arroban el corazón (XCIII).

Es, en cierta forma, una aceptación de la esencia de Dios, inefable y etérea. Con todo lo
anterior no afirmo que Pita Amor sea en sentido estricto una poeta mística, como dije al
principio de este texto —quizá ni siquiera del todo neomística—, pero me parece muy
interesante el hecho de que estructuralmente sus décimas estén dirigidas hacia un camino
de unión divina más cercana a lo que cualquiera podría experimentar.
En fin, esto es sólo un apunte de lo que podría ser un tema de investigación más
amplio que me deja con varias inquietudes, me ha costado mucho trabajo elegir sólo
algunos de los versos, ya que en cada uno de los 420 que conforman el poemario hay pistas
de la espiritualidad propia de una mujer del siglo xx, que tuvo la libertad de escribir desde
su propia perspectiva y que, por muy personal que sea, puede resonar en los lectores hasta
nuestros días.

Bibliografía:
AMOR, Guadalupe. Décimas a Dios. México: Editorial Fournier, 1975.
_____. Pita Amor. Un caso mitológico. Antología poética de Guadalupe Amor. Eduardo
Sepúlveda Amor (coord.), Michael K. Schussler (pról.). México: Debolsillo, 2021.
CRUZ, Juan de la. “Cántico espiritual”, en Poesías. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes, 2000. En línea:
https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcft8g5

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