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SIMONE WEIL SOBRE LA

ATENCIÓN COMO UNA FORMA


DE AMOR

POR: ALEJANDRO MARTÍNEZ GALLARDO -


07/25/2019

LA FILÓSOFA FRANCESA ENTENDIÓ QUE


PONER ATENCIÓN ES UNA FORMA DE AMOR
QUE HACE QUE LAS COSAS SE VUELVAN LUZ.

Existen muchas d e fi n i c i o n e s y
entendimientos memorables del amor en la literatura y
en la filosofía. Seguramente el más famoso e
influyente de todos es el de Platón en El banquete, el cual
representa una especie de iniciación para el alma
occidental. Después de que los comensales afirman que
el amor es un daemon -una divinidad que enlaza el cielo
con la tierra- e introducen el famoso mito del
hermafrodita, de donde se deriva la idea del alma gemela,
es el turno de Sócrates, quien descansa su autoridad en
lo que le ha narrado Diotima, sacerdotisa de Eros. Es esta
figura semilegendaria, que luego sería objeto de
innumerables poemas y personificaciones, la encargada
de enseñar una doctrina anagógica del amor, es decir, del
amor como una escalera que eleva el alma hacia lo divino 
o hacia la realidad última, en este caso, la belleza
eterna. La enseñanza de Diotima será tomada por la
tradición platónica como el más alto entendimiento
sobre la naturaleza del amor.  Sólo el
amante es "éntheos", el que está "colmado del dios". "El
amor", dice Diotima, "es el deseo de lo bueno [y
bello] para siempre". Un deseo alado y fecundo. El amor
del cuerpo, explica Diotima, conduce a la inmortalidad de
la especie, y el amor es también para el alma la
posibilidad de la inmortalidad, no negando el cuerpo sino
trascendiéndolo. El eros que podemos sentir hacia un
cuerpo hermoso es la plataforma que puede elevar
nuestra alma -que "es guiada por la razón, pero motivada
por el amor"- hacia la contemplación de la belleza eterna,
del Sol del Bien que yace en la cima de la escalera; de
movernos de un plano individual y particular hacia uno
universal y absoluto. Pseudo Dionisio el Aeropagita, el
gran neoplatónico cristiano, dice que la la
divinidad "llama (kaloun) a todas las cosas de regreso, y
por eso se le llama kallos, belleza." Belleza en griego
es kallos, palabra que tiene la misma raíz
que llamar (kalein). La belleza para la tradición platónica
es lo que nos llama hacia lo divino -el llamado que es el
mundo en sí- y la energía que despierta, y que hace
posible nuestra respuesta, es el eros, el mecanismo a
través del cual se actualiza el telos, el propósito y
finalidad de la existencia, la contemplación de lo
divino... lo divino que de alguna forma se llama a sí mismo
en nosotros.

Antes también introducimos una idea budista del amor,


que fue expresada por el maestro tibetano Thinley
Norbu Rinpoche, quien, en su libro White Sail, escribe
sucintamente que el amor es darle energía a otra
persona, con el fin de conducirla a la iluminación. Esto en
consonancia con la idea budista de la compasión y su
relación con el bodhicitta o "espíritu del despertar". Para
el budismo mahayana, la compasión -o amor- es una
energía cósmica, que se visualiza como luz o sonido
prístino, y con la cual se entra en resonancia al generar
un estado mental de compasión. Esta misma energía
cósmica existe también en el cuerpo, es el aliento que
circula en la sangre y en los canales del cuerpo sutil,
misma que se cristaliza como semen, que esotéricamente
no es otra cosa que bodhicitta, un espíritu o una luz
cristalizada (curiosamente, Aristóteles habla del semen
como un pneuma "similar al calor del sol y las estrellas").
La palabra que se traduce como "compasión" en tibetano
es thugs rje, literalmente. "resonancia", o
"responsividad". La compasión es la respuesta natural al
orden cósmico, la vibración simpática con la realidad,
la sustancia misma de la que están hechos los budas, la
pura irradiación de la mente impersonal del universo. En
este sentido, la iluminación no es más que entrar en
ritmo (y nunca perderlo). Un budista asentiría
a estos versos con los cuales concluye la Divina Comedia
de Dante:

[...] mas ya mi deseo y mi voluntad 

giraban suavemente como ruedas que movía

el mismo amor que mueve al Sol y a las otras


estrellas.

En esta ocasión quiero introducir las ideas sobre el amor


de Simone Weil. La filósofa francesa no dejó una obra
sistemática, pero en sus cuadernos meditó intensamente
sobre el amor. El concepto de amor en Simone Weil
abarca distintos aspectos y modos que pueden
intercambiarse: la atención, la aceptación, la compasión,
el sacrificio y la negación del yo y de la existencia
criatural en favor de la existencia divina que se
experimenta como distancia y ausencia. Weil escribe:

Por esa razón el único órgano de contacto con la


existencia es la aceptación, el amor. Por esa razón,
belleza y realidad son idénticas. Por esa razón, el
gozo y la sensación de realidad son idénticos. Amor
puro de las criaturas: no amor en Dios, sino amor
que, pasando por Dios, comienza en el fuego.

La aceptación irá ligada a su concepto de esperar, de


esperar a lo divino, de ser obediente y humilde, como es
la materia con el espíritu, como es la tierra con el cielo. Y
esta espera es un acto estético, de contemplación y
unificación con la realidad, no a través de la voluntad sino
de la atención. Así define nuestra filósofa la atención en
una primera instancia:

La atención consiste en suspender el pensamiento,


en dejarlo disponible, vacío, y penetrable al objeto,
manteniendo próximos al pensamiento, pero en un
nivel inferior y sin contacto con él, los diversos
conocimientos adquiridos que deban ser utilizados.
[...] Y sobre todo la mente debe estar vacía, a la
espera, sin buscar nada, pero dispuesta a recibir su
verdad desnuda el objeto que va a penetrar en ella.

Esta es la actitud sagrada, tanto del santo que espera a


su dios, como del amante que espera a su amado; una
receptividad inmutable, que espera ser penetrada, como
el valle espera la luz en la mañana. 

Roberto Calasso ya ha comparado a escritores como


Kafka y Baudelaire con los antiguos rsis de la India, los
poetas santos que fundaron la civilización védica.
Podríamos aunar a Simone Weil dentro de esta
constelación de rsis occidentales, pues Weil, quien
además caviló profundamente sobre las Upanishad y la
Bhagavad Gita, practicó su propia versión del tapas, el
ardor de la mente inmóvil, el fuego de la atención, con el
que, según el himno de la creación del Rig Veda, la
divinidad había sembrado el mundo, proyectándose a sí
misma sobre las aguas como en una semilla
incandescente de deseo (kama, a veces traducido como
"amor"), de la cual se desenvolvió el mundo, los dioses y
los hombres. Los rsis, se dice, practicaron tapas -ardor
ascético- y así pudieron ver los himnos de los Vedas
brillando en el cielo: la luz de la Aurora que traía con ella
las leyes y las liturgias del sacrificio. Weil escribe:
En el orgulloso se da una falta de gracia (en el doble
sentido del término). Por efecto de un error. En su
grado más alto, la atención es lo mismo que la
oración. Presupone la fe y el amor. La atención
absolutamente pura y sin mezcla es oración.

Si bien el amor es una gracia, la manera que la criatura


tiene de purificarse y esperar esa gracia -el descenso de
lo divino- es poniendo atención, lo cual es igual a orar.
Benjamin escribió esto sobre Kafka: "Si Kafka no llegó a
rezar -cosa que no sabemos-, hizo el uso más elevado de
esa 'plegaria natural del alma' de Malebranche: la
atención. En ella incluyó, como los santos en sus
plegarias, a todas las criaturas". Simone Weil sí llegó a
rezar, pero fue consciente de que la oración no tenía
eficacia sin el cultivo de la atención: "La calidad de la
oración está para muchos en la calidad de la atención...
Sólo la parte más elevada de la atención entra en
contacto con Dios". Weil tuvo un par de experiencias
místicas rezando. Una de ellas le ocurrió leyendo el
Padrenuestro:

Todos los días, antes del trabajo, recitaba el


Padrenuestro en griego y lo repetía con frecuencia
en la viña [...] Si durante la recitación mi atención se
distrae o adormece, aunque sea de forma
infinitesimal, vuelvo a empezar hasta conseguir una
atención absolutamente pura.

Llegaba a ocurrir que con sólo pronunciar las primeras


palabras del griego del evangelio -Pater hemon ho en tois
uranois hagiastheto to onoma sou...- su pensamiento era
arrancado hacia "un lugar más allá del espacio, en el que
no hay ni perspectiva ni punto de vista" y donde "esa
infinitud de infinitud se llena por entero de silencio, un
silencio que no es ausencia de sonido, sino el objeto de
una sensación positiva". 

Su primer acercamiento al misticismo, habiendo ella


recibido una educación laica de padres judíos, ocurrió
después de leer, con la más cuidadosa atención, el poema
de George Herbert Love (III). Simone nunca había leído a
los místicos, hasta que "un joven católico inglés" que
parecía revestido por "un resplandor verdaderamente
angélico", después de que participara en los
sacramentos, le dio a "conocer la existencia de los
llamados poetas metafísicos de la Inglaterra del siglo
XVII". "Lo he aprendido de memoria y a menudo, en el
momento culminante de las violentas crisis de dolor de
cabeza, me he dedicado a recitarlo poniendo en él toda
mi atención y abriendo mi alma a la ternura que
encierra". El poema inicia:

Love bade me welcome. Yet my soul drew back 


                              Guilty of dust and sin.
But quick-eyed Love, observing me grow slack 
                             From my first entrance in,
Drew nearer to me, sweetly questioning,
                             If I lacked any thing.
 

Al recitarlo, dice Simone Weil, el poema "tenía la virtud


de una oración". La gracia, que en el pensamiento de Weil
se opone a la gravedad del mundo, siendo lo
supernatural o celestial, descendió súbitamente sobre
ella y el eterno esposo se hizo manifiesto. El poema
produjo una teofanía. Estos son los últimos versos:

A guest, I answered, worthy to be here:


                             Love said, You shall be he.
I the unkind, ungrateful? Ah my dear,
                             I cannot look on thee.
Love took my hand, and smiling did reply,
                             Who made the eyes but I?

 
Truth Lord, but I have marred them: let my shame
                             Go where it doth deserve.
And know you not, says Love, who bore the blame?
                             My dear, then I will serve.
You must sit down, says Love, and taste my meat:
                             So I did sit and eat.

Simone Weil se sentó a cenar con el Amor, esa "cena que


recrea y enamora", como dice Juan de la Cruz, "en la
noche sosegada en par de los levantes de la aurora, la
música callada, la soledad sonora" (ese silencio que no es
ausencia de sonido).

El amor y la atención se vuelven indistinguibles en la obra


de Simone Weil. Para los místicos cristianos ardor era un
término sinónimo de amor, pues era un cierto ardor el
que se sentía en la oración dirigiéndose a Dios, que en el
lenguaje de los místicos es el amado o esposo. En Weil se
extiende esta conexión a la atención, y por ello alcanza
una dimensión que no sólo está limitada al fervor
religioso, si bien tiene su fundamento allí. Ya vimos que
en sánscrito el término tapas, literalmente "ardor", es la
cualidad de la mente ascética que se dirige
unifocalmente a su objeto, en otras palabras, la atención
pura o plena. Asimismo, en el Rig Veda se dice que la
divinidad creó el mundo practicando ardor, tapas,
concentrando su propia energía -o amor- como un fuego
en las aguas. En el texto publicado póstumamente bajo el
título A la espera de Dios, Weil dice que el amor es lo
divino que nos llama y "desviar la mirada" (de Dios, del
amado) es, como si fuere, el pecado, el extravío. "El amor
es la mirada del alma; es detenerse un instante, esperar y
escuchar" (poner atención). "Dios está presente en el
punto en el que las miradas se encuentran", en la ignición
o en la cruz de las miradas el cielo se cuela al
mundo. Weil explica que una de las verdades "hoy
olvidada de todos, es que lo que salva es la mirada".
Como los judíos en el desierto que para salvarse de la
perdición sólo necesitaron contemplar a la serpiente de
bronce que había alzado el profeta... en su espera por la
tierra prometida, así los amantes. "El esfuerzo por el que
el alma se salva se asemeja al esfuerzo, por el que se
mira, por el que se escucha, por el que una novia dice sí.
Es un acto de atención y consentimiento. Por el
contrario, lo que suele llamarse voluntad es algo análogo
al esfuerzo muscular", dice Weil. El esfuerzo de la
voluntad es como el acto del campesino que "sirve para
arrancar las malas hierbas, pero sólo el sol y el agua
hacen crecer el trigo". La atención es lo que presencia y, a
su manera, llama el descenso del sol y del agua a la tierra,
la auténtica fuerza creativa. Y de alguna manera, en ese sí
que repite tácita pero firmemente, la atención invita el
descenso de la divinidad que siempre está sembrando las
aguas con el sol de la eternidad. Es como si la Creación -
la resplandeciente manifestación de lo divino en la
belleza- estuviera ocurriendo siempre, si tan sólo
pusiéramos atención...

Un cuento esquimal explica así el origen de la luz: El


cuervo, que en la noche eterna no podía encontrar
alimento, deseó la luz y la tierra se iluminó. Si hay
verdadero deseo, si el objeto del deseo es
realmente la luz, el deseo de luz produce luz. Hay
verdadero deseo cuando hay esfuerzo de atención.

A la espera de Dios

En la obra de Simone Weil se trasluce una disciplina o


una práctica espiritual de la atención, algo que ella llego a
llamar una "gimnasia", la cual educa el alma de la misma
manera que la gimnasia y la música lo hacían en la ciudad
ideal de su maestro Platón.

Una determinada manera de hacer una traducción


del latín, una determinada manera de resolver un
problema de geometría (y no una manera
cualquiera), constituyen la gimnasia de la atención
idónea para conseguir que ésta sea más adecuada
para la oración. Un método para comprender las
imágenes, los símbolos, etc. No tratar de
interpretarlos, sino simplemente mirarlos hasta que
brote de ellos la luz. 

Se trata de una cierta mirada, una cierta consideración,


un regard que permite que las cosas se revelen bajo una
luz sobrenatural. Una luz sobrenatural que, sin embargo,
es la realidad pura y desnuda. Esta mirada es lo que
vuelve hacer la luz sobre las aguas del principio -una
cierta intensidad de la mente- y es compartida tanto por
el santo como por el poeta y el amante. "El poeta produce
belleza por la atención fija sobre lo real. Lo mismo con el
acto de amor". Como ocurre en el amor que no cierra
sino abre espacio  -y que es también el fundamento de
la la religión india-: "La condición es que la atención ha de
ser una mirada y no un apego". Esta atención -esta
mirada, este amor- no se aferra al fruto del acto, no
busca un resultado. "De mí sólo se requiere la atención,
esa atención que es tan plena que hace que el
'yo' desaparezca. Privar de la luz de la atención a todo
aquello que yo denomino 'yo', y dirigirla a lo
inconcebible."

La atención pura -que "comienza en el fuego"- permite


una especie de percepción no-dual en la que se derriten
las fronteras entre el sujeto y el objeto, entre yo y el
mundo, entre la criatura y Dios. Para Weil la atención es
como el fuego que usaban los alquimistas para separar
los metales del oro, todo lo impuro de lo puro. Es también
la cualidad del poeta, que al poner atención, sin apego,
deja que la belleza del mundo -que es la presencia divina
encarnada- se manifieste, ocurra con su propio
dinamismo y se recreen las formas divinas, las ideas
platónicas. La atención, como el amor y como la poesía,
debe ser una mirada, un modo de existir y desear sin
apego pero con fuego; una apertura a la luminosidad del
mundo, al Otro, a Dios, al amado en el cual es posible
encontrar una imagen del todo o una escalera (como la
de Diotima) hacia lo eterno.

Simone Weil nos dejó entreabierta la posibilidad de que


exista un tipo de atención que nos permite entrar en
comunión con el mundo y "asociar el ritmo de la vida del
cuerpo con el ritmo del mundo" y por lo tanto notar una
total interdependencia, una compasión, un compás: el Sol
y el corazón. Nos enseñó que existe una "atención más
profunda, aquella a la que el amor acompaña y que se
confunde con la oración". Ésa atención -el amor- es lo
divino en nosotros, es igualmente la luz de la mirada y la
luz del sol y las estrellas.

Twitter del autor: @alepholo

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