Me acuerdo de cuando Justin Bieber era todo para ella
- Cuál es tu trabajo perfecto-
- Paparazzi de Hollywood. No, paparazzi de Justin Bieber. Ese es mi trabajo ideal- Allí estaba ella, con las patas arriba de la mesa, cigarro en mano y los ojo de plato, como siempre bien abiertos. Su respuesta fue categórica. Yo no quería creer que quisiera vivir detrás de los arbustos, sacando fotos. Que su meta en la vida fuera demostrar cuál fue el día exacto en que Justin Bieber finalmente renunció al estilo rapero y optó por algo más de alta costura. ¿Fue de la noche a la mañana, o sus cortes y colores fueron cambiando lentamente hasta que se convirtió en Harry Styles? Me parecía poco apasionante. Quizás el trabajo de sus sueños incluyera romper la pared invisible, pero impenetrable, que la separaba de su ídolo. Ella creía que lo amaba. Tenía un par de carteles en la pieza, bailaba sus canciones y lo saludaba todos los días por twitter. Viví el horror/placer de contemplarla con la cara bañada en lágrimas, gritándole ¡Te amo! a la pantalla del computador. Yo la analizaba desde la comodidad de mi adultez. Me abismaba atisbar su mundo enano, dominado por el emperador Justin Bieber. Un planeta estrecho, de un solo color, rosa intenso, alegremente condenado a girar al son de las mismas quizás 300 palabras, una y otra vez: cariño, amor, deberías quererte a ti misma, si yo fuera tu novio, no quiero ser tu novio ¡Qué básica era! Y una parte mía, una parte grande, también disfrutaba su furiosa locura adolescente. Su amor por Justin Bieber era puro como la lluvia. Querer al Justin Bieber de carne y hueso puede ser comprensible, pero si un observador objetivo ha visto como se ve el cantante clavado en un par de carteles, llegará a la conclusión de que ella lo quería de manera desinteresada. Solo necesitaba una representación simbólica, un pedazo de papel. Y sí, podría estar mal proponer que está bien querer a alguien de manera tan incondicional y ciega, sin acusar recibo de lo que la realidad indica. A mí, desde el presente, me parece bien recordar un rato, conscientemente, que quiero porque sí, que las razones no pesan tanto como suelo pensar. Nada es para siempre, amor, decía Luis Fonsi. han pasado cuatro años desde que me reveló su sueño de dejar testimonios visuales de la incontenible grandeza que emana Justin Bieber incluso cuando saca a pasear el perro a la calle. Está sentada en la mesa, con la cara pegada a los libros, férreamente decidida a no fracasar. Su planeta crece, porque ella crece adentro, choca contra la superficie. El soplo del tiempo le revela tonalidades insospechadas dentro de lo que parecía monocromático. Algunas son incombinables. Me mira a mí, evalúa mis pequeñas debilidades, mis defectos abominables, mis excentricidades, tonterías, virtudes y cosas que me hacen querible, intentando decidir quién soy, en qué saco meterme. Humito, patas en la mesa de nuevo. Se está tomando un descanso de su carrera frenética contra el fracaso. Me habla intensamente para contarme que Justin y su mujer, “Alex”, hicieron un programa de youtube en vivo, para dar consejos de felicidad marital. Ella, sin desanimarse por su soltería, había intentado participar. Veo a través de ella y sé que me miente. En el planeta que crece, camina un emperador olvidado. Ahora ella es la emperatriz de su mundo y se está dando cuenta de que este planeta es mucho más grande de lo que parecía ser a cierta edad. Pero lo oculta. Piensa que Justin Bieber es uno de los ángeles guardianes de nuestra relación. Tal vez cree que necesito la ilusión de su bendita locura para ser más feliz, una locura incandescente. Yo no le diría a Justin Bieber mi ángel guardián. Me gusta escuchar sus canciones en lugares inesperados, porque me traen a ella y a tiempos más simples. Pero no necesito la ficción, me basta con ella.