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EL PESCADOR Y EL GENIO IJO

Había una vez, había un hombre pescador, entrado en años, casado y con tres hijos. Era muy
pobre. En cierta ocasión, al mediodía, se dirigió a la playa, depositó su canasta en el suelo.
Después de invocar el nombre de Dios, lanzó al mar su caña de pescar y esperó hasta que llegó al
fondo. Pronto se detuvo. Le trajo un jarro de cobre dorado, cuya boca estaba sellada con plomo,
en el que se veía la impronta del sello de nuestro señor Salomón. Cuando se dio cuenta, se echó a
reír y dijo: « Esto lo venderé en el mercado del cobre, y bien valdrá diez dinares de oro» . Intentó
moverlo, pero pesaba demasiado.

Sacó su cuchillo, cortó el plomo hasta que lo separó del jarrón y lo colocó en el suelo. Zarandeó el
recipiente para ver el contenido, pero no cayó nada. Salió una columna de humo, que subió hasta
lo más alto del cielo y empezó a marchar sobre la faz de la tierra. El pescador estaba admirado a
más no poder. Al fin terminó de salir todo el humo, se condensó, se removió y se transformó en un
genio.

Su cabeza se perdía entre las nubes, sus pies se apoyaban en el polvo de la tierra; aquélla parecía
una cúpula; sus manos, verjas; sus pies, mástiles; su boca, una cueva; sus dientes, piedras; sus
narices, porrones; sus ojos, dos antorchas; sus cabellos, cenicientos, estaban en el más completo
desorden.

Cuando el pescador vio al efrit, se le heló la sangre en las venas, El efrit, al verle, exclamó: « ¡No
hay dios sino Dios, y Salomón es el profeta de Dios! ¡Profeta de Dios! ¡No me mates! ¡Jamás
volveré a contradecirte con mis palabras, ni a desobedecerte con mis hechos!» El pescador aclaró:
« ¡Oh, marid! [26] ¿Has dicho que Salomón es el profeta de Dios? Salomón murió hace mil
ochocientos años, y nosotros, ahora, estamos en otros tiempos. ¿Cuál es tu relato? ¿Cuál es tu
historia? ¿Por qué entraste en este jarrón?»

Al oír el marid las palabras del pescador, dijo: « Te voy a dar una buena noticia, pescador» . « ¿Cuál
es?» « Te voy a matar, ahora mismo, con la peor de las muertes.»

¿Por qué vas a matarme? ¿Qué te impulsa a hacerlo? Yo he sido quien te ha librado del jarrón,
quien te ha sacado de las profundidades del mar y te ha subido a tierra.»

«Bien. Elige, pues, de qué clase de muerte deseas morir, de qué manera debo matarte.» El
pescador insistió: «

¿Cuál ha sido mi falta, para que me des esta recompensa?» « Escucha mi relato, ¡oh pescador!
Soy uno de los genios rebeldes. Desobedecí a Salomón, hijo de David. Soy Sajr[27], el genio. Me
envió a su visir Asaf b. Barjiya, quien me aprisionó con sus añagazas y me condujo ante él,
humillado y bien a mi pesar; en cuanto me vio, me reprendió y me manifestó que debía entrar en
la verdadera fe y quedar sometido a su obediencia. Pero no acepté. Entonces pidió este jarrón, me
encerró en él, lo cerró con plomo y puso en él la impronta que contiene el nombre supremo de
Dios, Alá. Mandó a los genios que me cogieran y me arrojasen en el centro de este mar. Así pasé
cien años, diciéndome: “Enriqueceré por toda la eternidad a aquel que me libere”.

Mas pasaron cien años y nadie me sacó. Empezó otro siglo y me dije: “Entregaré todos los tesoros
de la tierra a aquel que me libere”. Pero nadie me libertó. Así transcurrieron cuatrocientos años.
Fui diciéndome: “A quien me libre de mi encierro le concederé tres gracias”. Pero nadie lo hizo.
Entonces, encolerizado y a y de mala manera, me fui diciendo: “Mataré a aquel que ahora me
libre, pero morirá como quiera”. Tú me has libertado y, por consiguiente, puedes elegir el género
de muerte. ¿Cómo vas a morir?»

Cuando el pescador hubo oído las palabras del efrit, exclamó:

¡Jeque de los genios! ¿Te habré hecho bien para recibir a cambio daño?

¡ Ah!No miente el proverbio que dice. Quien hace favores a gentes extrañas, recibe la misma
recompensa que quien da hospitalidad a la hiena.» sentenció el genio.

El pescador se dijo: « Éste es un genio y y o soy un ser humano. Para algo Dios me ha dado la
inteligencia. Procuraré ingeniármelas para destruirlo mediante un truco ideado por mi razón, y a
que él maquina con sus argucias y su desvergüenza»

. Dirigiéndose al efrit, preguntó: Si te pregunto algo, ¿me dirás la verdad?» «

Sí. Pregunta y sé breve.» «¿Cómo podías estar en este jarrón si en él no caben ni tu mano ni tu
pie? ¿Cómo ibas a caber por entero?»

El genio le preguntó sorpendido: ¿No crees que haya podido caber en él?» No lo creeré jamás,
hasta que te vea metido en él.»

El efrit empezó a agitarse y fue convirtiéndose en humo, que se extendió por el aire y que luego,
poco a poco, se metió en el jarrón. Entonces el pescador, velozmente, cogió la tapadera de plomo
que estaba sellada y cerró la boca del jarrón.

Dirigiéndose al efrit le dijo: voy a echarte a este mar y voy a construirme una casa. Impediré a todo
el mundo que venga a pescar a estos parajes, y diré: “Aquí hay un efrit. A todo aquel que lo saca,
le expone las distintas clases de muerte y le deja elegir la suya”» .

Al oír estas palabras del pescador, el efrit trató de salir, pero no pudo; se dio cuenta de que estaba
cogido, vio de nuevo el sello de Salomón y comprendió que le había encarcelado en la prisión
como el más despreciable, el más sucio y el más vil de los genios. El pescador llevó el jarrón hacia
el mar y el efrit chilló: « ¡No! ¡No!» « No hay remedio.» Entonces el marid moderó sus palabras y
se humilló suplicando: ¡No lo hagas! ¡Sé generoso dejándome vivir y no me reprendas por lo que
he hecho! Si y o he sido un malhechor, sé tú un bienhechor. Te favoreceré con cosas que te
enriquecerán para siempre».

El pescador le tomó juramento de que si le ponía en libertad no le haría daño jamás y de que, por
el contrario, le favorecería. Cuando estuvo bien seguro de sus juramentos y de sus promesas, y
una vez se lo hubo jurado por el Gran Nombre de Dios, el pescador destapó el jarrón. El humo fue
saliendo, hasta salir por completo, y se transformó en un efrit de aspecto repugnante. Dio un
puntapié al jarrón y lo echó al mar. Cuando el pescador vio el jarrón en el agua, estuvo cierto de
que iba a morir, se dijo: « Esto no es buena señal» . Pero haciéndose el fuerte, exclamó: « ¡Efrit!
Dios (¡ensalzado sea!) ha dicho: “Cumplid las promesas, porque se os exigirá cuenta de ellas.

El efrit rompió a reír, se plantó delante de él y lanzó una red al mar, tiró de ella y sacó cuatro
peces: uno de cada color, por lo cual se puso muy contento. El efrit le dijo: « Llévaselos al sultán.
Te hará rico. ¡Por Dios! Acepta mis excusas, pues después de estar en el mar durante mil
ochocientos años no sabía cómo debía comportarme, puesto que no he vuelto a ver el mundo
hasta ahora. Pesca aquí una sola vez al día. ¡Dios te guarde!» Dio unas patadas en la tierra, y ésta
se abrió y lo engulló.

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