Se oye un crepitar de alas enloquecidas en la oscuridad. La polilla vuela buscando
un buen pedacito de tela, pues tiene hambre y frío. Sus problemas son de fácil solución; sabe que si llega antes de las 9 pm encontrará, como todos los días, una ventana abierta que la lleva directo a un buffet de sabrosos abrigos. La polilla está atrasada, así que vuela rápido. Es que se atrasó por bailarle a un poste de luz. Llegó a las 9:01 pm y terminó chocando contra la ventana. Por su resistencia de perseguidora de ilusiones, siguió dándose varias veces con el vidrio, mientras una niña sonreía desde el otro lado. La niña, que se llamaba Teresa Pérez y en realidad era muy amiga de la polilla, finalmente abrió la ventana. Había puesto una mesa para tomar el té, con galletas para ella y una manga de jean para la polilla. Esta estaba muy contenta y se alimentó extática. Luego se envolvió en el resto de la manga y se quedó dormida. Había tenido un día agitado y estaba exhausta. La polilla no lo sabía, pero corría peligro. El padre, Ramón Pérez, era un famoso entomólogo al que apasionaba la colección de insectos. No usaba insectario, pero mantenía a los cautivos en espacios estrechos y veces, muchas veces se olvidaba de alimentarlos. Y hay algo que no he dicho: la polilla de esta historia pertenece a la especie polillus ritmicus y se caracteriza porque el batir de sus alas produce un sonido similar al siseo de las hojas de los árboles cuando pasa el viento apresurado, dulce y fresco. Esto y el contorno plateado de sus antenas la convierte en un especimen deseable para Ramón Pérez ansiosa red para cazar polillas. La polilla dormía en su paz, y Teresa estaba en el baño lavándose los dientes, así que no puedo protegerla y la polilla fue capturada por su padre. Para horror de la criatura, y en realidad de casi toda la familia, el padre la colocó es un frasco y la exhibió en el comedor. La madre agradecía interiormente que el padre hubiera decidido renunciar al estudio y exhibición de las tarántulas, práctica poco apreciada en general por las visitas que venían a comer. Daba pena ver a la pobre polilla, alicaída y débil. Tenía hambre, y echaba de menos su libertad. ¡Cómo ansiaba un pedacito de aire fresco nocturno! Pero no era tonta. Su posición privilegiada en la mesa (era redonda y el padre la localizó en el centro) le permitió deducir por algunas conversaciones, que si la señora Rosana Pérez había determinado la expulsión de las tarántulas, bien podía expulsarla a ella. La polilla se afanó a su tarea. Todos los días se erguía sobre sus patas, y batiendo sus alas energéticamente, insultaba a todos los comensales con su estilo pasivo agresivo. Su naturaleza diplomática le impedía ser brutalmente honesta o agresiva. - Ese pañuelo es bastante llamativo, ¿No? - ¿La sal no es buena para la retención de líquidos, sabe?- - Teresa, no sé qué te hizo la peineta pero reconciliate con ella, por favor- Como la saña puede ser maleza, la polilla se volvió cada vez más venenosa, hasta que un día acusó a Teresa de algo imperdonable. - ¡Dilo de una vez!¡Tienes piojos!- La polilla se arrepintió al instante de lo dicho. Pero era demasiado tarde. La madre levantó el frasco de cristal y la arrojó al jardín sin contemplaciones. Sí, nosotros sabemos que la familia nunca se enteró de los insultos de la polilla, y su liberación correspondía, al igual del caso de las tarántulas, a una decisión estética de la señora Rosana. Teresa volvió a su viejo hábito, pues echaba de menos a su amiga. Cerraba la ventana puntualmente a las 9 pm y mantenía en su velador una manga de jean, por si pasaba a saludar. Pero la polilla nunca volvió. Se sentía avergonzada.