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Creen que pasan desapercibidos en el ascensor.

Son las ocho de una mañana cualquiera, gélida y con viento, y tres personas de mediana edad se
suben en un ascensor parcialmente lleno. Ellos trabajan en una oficina arrendada en cierto edificio
rojo granate, localizado en la calle Cerro Sombrero, número 4557, en ciudad Celeste.

Son puntuales, llevan sus cafés humeantes en mano, haciendo alarde de lo oficinistas que son,
como intentan revivir para luchar y llegar al final del día. Estiran el cuello y miran el horizonte, la
posición universal para evitar el contacto visual con extraños.

Si miraran, notarían miradas curiosas. La gente que lleva tiempo trabajando ahí, no sabe cuando
llegaron, pero tienen la sensación de que ellos crecieron con el edificio.

Ramón Pérez, regordete, calvo y poseedor de un carácter formal BINGO, aún no ha podido superar
a Frank Sinatra así que todos los días se viste con terno gris y un sombrero fedora. Los conserjes
del edificio, que sí superaron a Frank Sinatra, creen que Ramón es mafioso o por lo menos un
espía.

Su hermano Antolín Pérez desentona. El edificio está situado en una zona de la ciudad bastante
elegante, por dentro es blanco, iluminado con luces claras, pasillos amplios y cuadros que nadie
sabe si son bellos, pero se ven caros. Antolín Pérez, de dos metros y una protuberante nariz curva,
va con unos pantalones de mezclilla rotos y una de sus camisas negras que no conocen la plancha
y suelen estar adornados con manchas de comida. Su cara ojerosa está poblada por una barba
negra desaliñada. Se ve como alguien que no podría pagar ni arriendo de carpa en Cerro
Sombrero.

Ana, como le dicen los hermanos para abreviar, es vecina de Ramón y Antolín. Es una mujer de
ojos verdes y cabello negro, largo. De una belleza radiante, ella es la que se ve más normal, con un
traje sastre ajustado a su pequeña figura, negro riguroso, como corresponde a una mujer
ejecutiva.

Trabajan juntos hace mucho tiempo. Hoy decidieron que después del trabajo irían juntos a un
after office a tomar unas copas, por que eso hacen los colegas. Eligieron ese pub que está cerca y
al que casi nunca van, “Las meditaciones de Don Cátulo”. El cielo está oscuro, los postes eléctricos
iluminan la calle, las tiendas están vacías, y los transeúntes caminan apresurados. Es la hora de
volver a casa.

“Meditaciones de Don Cátulo” está vacío, casi. A ellos les parece bien. La última vez que vinieron,
se les pasó la mano y les prohibieron volver al local. Pero ha pasado bastante tiempo, y la gente
que sigue viva, no los recuerda. El personal, tampoco. Ana se sienta a beber en un taburete de los
de la barra antigua de madera. Mira alrededor, soñadora. Como no hay nadie, se siente la dueña
del pub, la dueña de la ciudad, la emperatriz de la noche. Los tres beben en silencio, al principio,
hasta que uno decide romper el hielo.

- Entonces, hace frío, no- Ramón propuso su tema favorito.


- Sí, hace frío- concordó Antolín- el aire estaba blanco hoy.
- Tal vez llueva- aporto Ana, con entusiasmo.
Esto es bastante intrigante, como alguien es capaz de emborracharse hablando del clima. Ahí es
cuando aparecen las ideas poco brillante, y esta idea apareció en la forma de Laura, una mujer de
cuarenta y tres años, pelo castaño y un vestido estampado con gatos. Era una mujer casada con
tres niños pequeños esperando en casa, pero ese día había decidido tomarse unos cuantos tragos,
y ojalá llegar a su domicilio haciendo zigzag. Se sentó al lado de este grupo chispeante.

- ¿Son hermanos?- le pregunta a Ana, tímida.


- No…bueno, ellos sí…yo soy su fantasía inalcanzable…la vecina- Ana le guiñó un ojo.
- Eso es imposible. Ramón Pérez - Ramón le había buscado alianza matrimonial y se la había
encontrado. Pero la desilusión no lo hacía menos cortés. Se sacó el sombrero y le estrechó
la mano.
- Antolín Pérez, y usted…?
- Laura Maya- Y miró con curiosidad a la mujer guapa y elegante que acompañaba a los
hermanos. A lo mejor eran actores de una compañía de teatro.
- Andranaktasei Calamity- contestó ella, sin parpadear- pero si quieres dime Ana.
- Se lo puso ella – le explicó Antolín- Es que no le gustaba María Angélica. Quería algo
antiguo, y esto fue lo que encontró y que le gusto más cuando se metió a ver opciones a
Wikipedia.

Laura apenas estaba en su primer vaso de cerveza, por lo que el conjunto le pareció estrafalario,
por decirlo menos. Pero no estaba rodeada de niños chillantes mientras se le quemaba la cena, y
los extraños se veían bastante amables, así que se quedó ahí. Los hermanos le invitaron de su
whiskey, y las cosas fluyeron hasta un punto en que, ya saben, alcohol, malas ideas, alergia al
sentido común, más entusiasmo que sentido común, decisiones osadas. El pub se estaba llenando
de gente y para Laura, Ana, Ramón y Antolín, el mundo se veía divertido y lleno de vida.

- Sí, Laura, somos magos- Laura la miró seria.


- ¿Tienen varita mágica? Desde que leí Harry Potter siempre quise una- Laura se lo estaba
tomando en serio. Es que en el fondo, sin saber, siempre había querido y esperado que
esas cosas pasaran.
- No, siento defraudarla, señorita Maya. Ni tenemos poderes, ni volamos- le dijo Ramón,
con pena.
- ¿Entonces?¿Actúan? Ya entiendo porqué eres tan guapa – miró a Andrana sonriendo, con
hoyuelos y los ojos brillantes- ¡Eres la asistente! Seguro que te ves sensacional con
lentejuelas –

Ramón bufó, irritado, pero Ana la miró con interés. ¡Esta Laura era bastante simpática y tenía
buen gusto. No le vendría mal, le indicó su cerebro ebrio, alguien para compartir más. No dijo
nada, pero le sonrió ampliamente, como quién disfruta ver venir en el horizonte a una amiga
potencial. Mientras Ana sobrevolaba Júpiter, Ramón le explicó a Laura su profesión, tratando de
sonar lo menos extravagante posible, ya que no era capaz de adivinar cuántos grados de alcohol
tenía Laura encima, ni qué tan borracho sonaba él. No tenía de qué preocuparse.

- Bueno, controlamos el destino de las personas. El jefe nos contrató, y nos puso aquí, hace
un buen tiempo, pero tiempo que no viene a la oficina-
- Eh….como digan- Laura rió hasta casi caer de su taburete. Andrana la miró. Era el
momento para impresionar a su amiga.
- ¿No le crees? Ven a conocer nuestra oficina. Queda cerca. Vamos, ¿Quieres ver a los
magos ser magos?-
- ¡Por supuesto! Estas cosas no me pasan.- Sonrió cándida y alegre, Laura. No necesitaba
magia, esa noche ya le había dado suficiente magia COMO PARA U MES. Los chiflados le
caían bien.
- Bueno, ¡Eso!¡Eso!- exclamó Antolín- vamos andando. Queda cerca. Antes de largarse,
Antolín tomó una de las decisiones que más le dolería después. Le entregó su tarjeta de
crédito al cajero y gritó:
- ¡Hoy corre por mi cuenta!- Acto seguido, se dirigieron todos al edificio, entre aplausos. Ese
año no les prohibieron volver al local.

El edificio estaba cerrado, como todas las noches a las tres de la mañana, pero Andrana se las
arregló con una tarjeta y entró casi bailando. Cruzó la entrada vacía, apretó el botón del
ascensor, Los cuatro se metieron adentro y el espejo no reflejó lo que reflejaba día a día.
Antolín prendió la luz de la oficina.

- Bueno, acá pasa la magia. Esta es Delia, nuestra cafetera…A nosotros nos gusta el café de
grano…- le explicó Ramón, mostrándole las cosas por las que valía la pena levantarse, en
su opinión.
- ¡La oficina!¡Acá trabajan!-

Es bastante comprensible que Laura pensara que lo había entendido todo. Estaba mirando el
cubículo de Ana, decorado con redes extrañas, cuchillos y ballestas, compases, patas de conejo,
atrapasueños, tableros con dibujos extraños y libros antiguos. La cueva de una hechicera, pensó.

Entiendo – dijo fascinada- ¡Trabajan con eso!¡Hacen magia con esas cosas!¡Quiero una
demostración!-

- Ehh. No. Eso es decoración, lo compré en Amazón, ¿Te gusta?….-le dijo Andrana,
sonriéndole. Ramón aprovechó de tomar la palabra.

- Mire, Laura… somos oficinistas, nada más y nada menos. Trabajamos con computadores.
¿Ve?, Tenemos ciertas instrucciones, hacemos, descripción, localización, gráfico, y ya está.
Este es mi cubículo, bien ordenado, usted ve que tengo un ficus y una silla giratoria con
respaldo ergonómico, para no terminar con lumbago. Estamos autorizados a hacer magia en
casos muy excepcionales, registrados en una lista que está clavado en la puerta del baño . Sí,
llevamos tiempo aquí en la tierra, desde que aparecieron los primeros humanos, no tenemos
hambre y no necesitamos dormir. Pero, por lo demás, ¡Somos como cualquiera!

- Trabajamos los domingos- dijo Antolín, lamentándose.

- ¡Tenemos que estar en la oficina a las ocho am, todos los días! Y el computador es de pésima
calidad, siempre estoy llamando al técnico- Se quejó Ramón.

- Tú sabes cómo vender- le dijo Ana, frustrada. Se dirigió a Laura- ¿Quieres magia?

- De acuerdo- dijo Laura, fingiendo que se lo tomaba en serio- ¿El destino de quién
cambiamos? Siempre pensé que Brad Pitt me necesitaba en su vida…
- El tuyo, obviamente, zonza- le dijo Ana, prendiendo su computador y digitando a toda
velocidad en un teclado lleno de migas- Bueno….Laura Maya….mañana es tu cumpleaños y en
tu futuro veo…una aspiradora modelo económico, visitas…tus compañeras de universidad….un
mousse de chocolate convertido en agua…puré quemado….cena solitaria…tu marido puede
estar contento, Francia va a ganar el partido de la champions league. ….¿Qué quieres
cambiar?-

- Todo- exclamó Antolín, horrorizado.

La evidencia estaba a la vista. Le hubiera gustado que esa descripción de un día en la vida,
mañana, no correspondiera a la suya, pero sonaba tal cual. Era un día que se repetía
eternamente. Los chiflados decían la verdad, aunque seguían siendo chiflados.

- Cualquier cosa que me saque de ahí, la acepto- dijo Laura, con un ataque de honestidad
brutal-

- No funciona así- le explicó Ana, mirándola con cara de misterio-

- Lo ideal es pedir algo discreto- le sugirió Ramón- Que no impacte tanto, porque nosotros
podemos cambiar las cosas, pero no sabemos como te va a ir con esos cambios. Tal vez…¿Que
tu marido te traiga flores en vez de la aspiradora?.

- ¿Y nosotros somos sensatos?- Antolín emergió en la oscuridad, rodeado de humo y sin


camisa, tocando notas de Pink Floyd en guitarra. Laura pensó que era bastante probable que
esta noche se disolviera en el aire. Reiría con el recuerdo, pero el peso efectivo sería leve. Pero
por si funcionaba..

- Quiero que mis tres hijos estudien y se gradúen de Harvard- Los hermanos no parpadearon.
Habían tenido amigos de borrachera mucho más codiciosos.

- Concedido. Y como prueba de que eso pasará…mañana, en vez de una aspiradora, tu marido
te regalará un ramo gigante de….¿cuáles son tus flores favoritas?-

- Peonías—

- Pues eso-

Al día siguiente, Laura despertó en su cama. Lo recordaba todo, pues el jefe, a fin de lograr que sus
empleados oficinistas aprendieran de sus errores, no les dio la capacidad de borrar la memoria.
Ella se estiró en su cama, pensando que qué noche más loca, hasta que un rato más tarde, vio a
su marido, parado en la puerta de la habitación, sonriendo cariñoso. Le traía el desayuno a la
cama, y en la bandeja había un pequeño pero simpático ramo de peonías. Laura le agradeció el
gesto a los magos, sin saber que su marido se había encantado a primera vista con Dana, la
florista, y esta noche, en vez de ver el partido de la champions league, saldría con ella, primera de
varias veces. La verdad, eso no fue tan mal. Se enteró un año más tarde, separó su camino de ese
hombre aburrido que no había sabido quererla en diez años de matrimonio, Se enteró un año más
tarde, siguió su camino, sola, y pensó que un ramo de peonías no compensaba sus 10 años de
matrimonio con ese iceberg poco cooperador. Se sentía libre y jamás miró hacia atrás.
El despertar de los magos no fue tan romántico como el de L

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