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AVERSIÓN ALIMENTARIA Y ACTUACIÓN LOGOPÉDICA

Tânia Patrícia da Costa Dias


Unidade Local de Saúde de Castelo Branco - Portugal
Serviço de Pediatria - Centro de Desenvolvimento da Criança

Entre las preocupaciones que los padres manifiestan en la infancia de sus


hijos, la alimentación es una temática muy recurrente, ya que cualquier dificultad
en esta área representa una potencial amenaza en el crecimiento y desarrollo de
los niños.
De acuerdo con la estadística internacional, las dificultades en la
alimentación son frecuentes en niños con desarrollo normal (30%) y en niños con
trastornos del desarrollo alcanzado hasta un 80% (Junqueira, 2017).
Estos niños son vulgarmente caracterizados por sus padres como
“perezoso para mamar”, “come como un pajarito”, “es quisquilloso”, “es muy
selectivo y lento a comer”. La hora de la comida se torna generalmente un
momento de gran ansiedad y conflicto.
Dentro de este grupo de niños selectivos se encontrón los que están
pasando por un fenómeno normal del desarrollo hasta los que presentan un
grado menor de rechazo sensorial a los alimentos y los altamente selectivos,
donde se manifiesta en toda su expresión la aversión/selectividad alimentaria.
Esta se define como el rechazo consistente basado en las características
sensoriales de los alimentos, como la textura, olor, color, sabor o temperatura,
limitando seriamente su dieta, al punto de presentar deficiencias nutricionales y
requerir suplementación.
Los niños presentan reacciones aversivas que van desde mueca, escupir,
girar la cabeza, intenso reflejo nauseoso y no están relacionadas con causas
orgánicas, conductuales o emocionales.
A pesar de ser la causa principal de una gran parte de dificultades
alimentarias, la Disfunción de Integración Sensorial se encuentra,
frecuentemente, subdiagnosticada y, consecuentemente, mal abordada.
Por eso, es fundamental que el Logopeda acepte el desafío de
conceptualizar un enfoque multidisciplinar más allá de la boca y del estómago y
adquiera conocimientos para evaluar, diagnosticar e intervenir en el niño con
aversión/selectividad alimentaria de base etiológica sensorial.

Palabras clave: Aversión Alimentaria; Disfunción de Integración Sensorial;


Logopedia, Abordaje multidisciplinar.

1. Comer es complejo!
De una visión más amplia, la alimentación es entendida como un
proceso biológico por el cual los organismos obtienen los nutrientes esenciales
para sus funciones vitales de supervivencia, desarrollo y reproducción.
Para que el organismo pueda funcionar de forma completa a nivel de
todos los sistemas: respiratorio, cardíaco, nervioso, entre otros es necesaria la
utilización de una cierta cantidad de energía - tasa metabólica (Ogden, 2004 in
Viana, Santos & Guimarães, 2008), que en el caso del ser humano, proviene en
parte del comportamiento alimentario construido en las relaciones sociales,
desde el primer día de vida.
Considerada como una cuestión vital para la supervivencia del recién
nacido, la alimentación es considerada como la principal fuente de experiencias
entre el niño y el medio ambiente durante la primera infancia (Arvedson &
Brodsky, 2002).
En la fase inicial, presupone la integridad anatomofisiológica del sistema
estomatognático para la coordinación de la succión-deglución-respiración
durante la lactancia o alimentación por el biberón (Southall & Martin, 2011).
Así que el bebé va creciendo y la alimentación se va diversificando, las
estructuras deben interactuar para asegurar la ingesta segura de una
alimentación pastosa y sólida.
La evolución de las competencias relacionadas con la alimentación está
de esta forma relacionada con el desarrollo en general del niño y, más
específicamente, de sus competencias sensorio-motoras orales:
- Coordinar secuencialmente los movimientos para succionar/deglutir/
respirar.
- Deglutir la saliva y los alimentos de diferentes consistencias.
- Tolerar las diferentes texturas de objetos y a continuación los alimentos
dentro de la cavidad oral.
- Morder con los dientes.
- Realizar movimientos de lateralización de la lengua cuando come
alimentos más sólidos.
- Coordinar óculo manual y boca para adquirir autonomía en la
alimentación.
A pesar de parecer algo tan natural y simple, es más complejo que
caminar o hablar, exigiendo el uso de 31 músculos, de seis pares craneales y de
todos los sentidos (Junqueira, 2017).
Comer es solamente instintivo en las primeras semanas, convirtiéndose
rápidamente en un comportamiento aprendido, fuertemente influenciado por la
combinación de diversos factores internos y externos, de los cuales se destacan
los factores fisiológicos, sensoriales, psicológicos y socioeconómicos (Morris &
Klein, 2000).
El niño pasa de un patrón de succión inmaduro (suckling) a un patrón más
eficaz (sucking), aprende a comer alimentos en puré y sólidos más duros y
consistentes, en paralelo va entrenando y consiguiendo manipular los diferentes
cubiertos hasta alcanzar su autonomía.
El proceso de alimentación complementaria/diversificación alimentaria en
el niño es una de las etapas más importantes del desarrollo alimentario con
importantes repercusiones, sobretodo en el desarrollo sensorial, la producción
articulatoria y la motricidad oro facial (Rombert, 2013).
Esta etapa ocurre entre los 4 y los 6 meses, idealmente, según la OMS, a
los 6 meses, cuando el lactante ya presenta más estabilidad de la mandíbula,
mayor control postural; el patrón de succión se vuelve más maduro, lo que
contribuye a la transición gradual a la masticación.
El inicio de la alimentación complementaria/diversificación alimentaria
antes del tiempo o después de los 10 meses puede tener consecuencias nocivas
para la salud, en particular, la carencia de hierro, por lo que es imprescindible
seguir las orientaciones profesionales.
Además de los problemas causados por la falta de determinados
nutrientes, la introducción de los alimentos sólidos después de este período
crítico, aumenta, según varios autores (Morris & Klein, 2000, Junqueira, 2017) el
riesgo de dificultades en la alimentación, en particular a nivel de la aversión y
selectividad alimentaria.
Es común que los niños, entre los 18-24 meses hasta los 5 años
manifiestan falta de voluntad, miedo y rechazo a experimentar nuevos alimentos
(Plinner, 1994; Birch, 1999; Benton; 2004 in Viana, Santos & Guimarães, 2008).
Esta resistencia se denomina neofobia alimentaria y, en la mayoría de las
veces, se supera a través de la repetida exposición de los alimentos (10-15
veces), de la observación de modelos familiares positivos y de la
experimentación de sentimientos de placer y saciedad post-ingestión.
Estos niños, comúnmente, rechazan alimentos específicos como las
verduras y muestran preferencia por alimentos blandos y de sabores fáciles y
poco intensos, basados en azúcares y harina. La mayoría de las veces comen 2
o 3 trocitos y ya no quieren comer más.
Cuando esas batallas persisten y los padres se dan cuenta de que están
lidiando con un niño “quisquilloso,” es fundamental que sigan ofreciendo comida,
que continúen alentando gustos repetidos, que permitan que el niño vea a otros
miembros de la familia comendo alimentos distintos, pero que tome la decisión
sobre qué comer. Hay una división de responsabilidades: los padres escogen
qué le ofrecen y cuándo lo hacen y el niño escoge qué comer”.
El niño “picky eater” tienen limitaciones y aversiones a determinados
alimentos pero su dieta es equilibrada, al revés del niño “resistente eater” que
tiene serias limitaciones y aversiones a grupos de alimentos, lo que implica
déficits nutricionales que comprometen su salud.
Algunos de esos niños pueden tener una disfunción de integración
sensorial, otros pueden tener una condición orgánica que afecta su capacidad
para consumir determinados alimentos o pueden tener problemas oro motores
que comprometen la masticación y deglución.
Todo el niño con dificultad alimentar es singular y por eso es fundamental
que el equipo lleve a cabo una evaluación que comprenda la etiología de sus
problemas y una intervención que aborde los desafíos subyacente (Ernsperger
y Stegen-Hanson, 2004).
1.1. Alimentación Complementaria/diversificación alimentaria
En la actualidad existen cuatro enfoques en la alimentación
complementaria/diversificación alimentaria, que se centran en diferentes
aspectos para alcanzar el mismo fin, la masticación y la deglución adecuada de
cualquier alimento, independientemente de su consistencia(s) y textura(s).
En el “método tradicional”, el proceso se inicia con la introducción de
papilla o crema, con consistencia de puré blando y textura homogénea. Se sigue
la presentación de alimentos cocidos y aplastados con tenedor y crudos rallados,
hasta llegar al sólido duro. El adulto controla y regula la alimentación y se enfoca
en la cantidad ingerida.
En el abordaje de la “alimentación por respuesta” hay una modificación
gradual de la consistencia, de acuerdo con el desarrollo de las capacidades del
bebé. El adulto es mediador y alienta el bebé a comer sin forzarlo. Mantiene el
foco en los aspectos psicosociales y en la formación de hábitos alimenticios
saludables. La cantidad se basa en la aceptación y debe complementar la leche
materna y no sustituirlo.
En el “método Baby Led Weaning (BLW)”, el adulto es supervisor, no
ayuda, tiene el papel de ofrecer el alimento, dejarlo disponible y mantener un
ambiente adecuado. Tiene el foco en la autorregulación (el bebé decide si quiere
comer y cuánto come), en los aspectos psicosociales, paladar variado e
interacción percepción-acción (Rapley & Murkett, 2017).
Cuando se procede a reajustes en este método para asegurarse de que
estos alimentos que se ofrecen al bebé son ricos en hierro, proporcionan el
aporte calórico necesario y son preparados de forma adecuada a la etapa de
desarrollo del bebé para reducir los riesgos de ahogo, se está siguiendo el
método BLISS (Baby-Led Introduction to Solids). En este enfoque de
“alimentación participativa”, el bebé es un agente activo en el proceso de
introducción de la alimentación complementaria y los padres le asisten,
intermediando sus preferencias, ayudándolo a nivel motor, mientras adquiere
competencias para la adecuada ingesta de nutrientes, esenciales para su
desarrollo.
Así, comer asume no sólo una dimensión biológica, sino también una
dimensión social y cultural, habitualmente con una actividad placentera y de gran
importancia para la salud (Viana, Santos & Guimarães, 2008).
Todos experimentamos de forma única los momentos relacionados con la
alimentación, desde los contextos, a los interlocutores, a los valores transmitidos,
a los sentimientos y a las sensaciones vividas, creando memorias y aprendizajes.
Para que el aprendizaje ocurra es necesario que se creen, alrededor de
las situaciones o desafíos alimentarios, un clima de seguridad, de cuidado y de
confort, que favorezca su interés y deseo para aprender a comer (Junqueira,
2017).
Las comidas en familia en un ambiente armonioso, la participación activa
del niño en la preparación de los alimentos, el incentivo para comer sola y sin
presión son prácticas a privilegiar para el éxito en la alimentación.

2. Comer es una experiencia sensorial!


Comer es una experiencia sensorial, que pasa por la visualización de los
colores, tamaño y forma de los alimentos; por los aromas que inhalan; por el
contacto táctil de los alimentos y los utensilios de apoyo a la alimentación, por
los sonidos de las funciones orales involucradas como la succión y la masticación
que culmina con la degustación en la boca.
El gusto es apreciado como una sensación química que depende de los
recetores gustativos (botones o corpúsculos gustativos) ubicados en las paredes
de las papilas gustativas de la lengua, del paladar blando, de la faringe, de la
laringe y esófago superior.
En la superficie de cada una de las papilas gustativas se observan
prolongaciones, finas como vello, las microvellosidades, que suministran la
superficie recetora para el paladar.
Las células recetoras del paladar responden a una variedad muy grande
de moléculas y se codifican para las cinco cualidades básicas del paladar,
distribuidas por diferentes partes de la lengua con distintos mecanismos de
acción de los botones gustativos: amargo, ácido, salado, dulce, umami.
Por razones genéticas y fisiológicas, el dulce, salado y el umami son los
sabores preferidos mientras que los sabores amargo y agrio son rechazados.
Sin embargo, estas preferencias pueden ser alteradas, a través de experiencias
pre y post natales, o sea, según la exposición y el consumo de los alimentos con
esos sabores (Southall, & Martin, 2011).
Pero como ya se ha mencionado comer va mucho más allá de la boca.
Comer y beber requieren que los ocho sistemas sensoriales (táctil,
vestibular, propioceptivo, gustativo, auditivo, olfativo, visual e interoceptivo) y las
funciones corporales funcionen en pleno y de forma coordenada.
Sin embargo, cuando tal no ocurre, surgen dificultades más o menos
graves, en períodos críticos del desarrollo sensorio motor-oral como en la
succión, en la introducción de los semi sólidos y de los sólidos, haciendo de las
comidas situaciones de gran ansiedad, estrés y sufrimiento.

3. Comer es un desafío!
El desarrollo del sistema sensorial tiene un fuerte impacto en el desarrollo
sensorio-motor oral, desde el período intrauterino.
Desde los primeros días de vida, el feto se encuentra expuesto a
diferentes y desafiantes experiencias sensoriales como el sonido, la luz, la
presión del vientre materno y la resistencia que éste le ofrece cuando se mueve.
Son por término medio a los 9 meses que se forman las bases de los
sistemas sensoriales esenciales para el desarrollo.
Con el nacimiento, el bebé experimenta nuevas sensaciones como la
gravedad; los sonidos, las luces y el olor de forma más intensa; el toque con
diferentes texturas: como piel-a-piel, la ropa, los objetos, los juguetes, los
productos de higiene y el sabor (mucho más allá del líquido amniótico).
Todas estas sensaciones son piezas dispersas de información que van a
ser organizadas e interpretadas por el sistema nervioso central (SNC) para que
el individuo se pueda adaptar, a cada situación que vive a lo largo de su vida.
Cada respuesta a una sensación inicia o fortalece conexiones a nivel
cerebral, permitiendo el desarrollo de las diversas estructuras del SNC y
consecuentemente, que el aprendizaje ocurra (Ayres, 1979 in Serrano, 2016).
A este complejo proceso, en el que el cerebro se define como una
máquina de procesamiento sensorial, interpretando, asociando y unificando
todas esas sensaciones, para dar una respuesta eficaz de acuerdo con las
demandas del ambiente, Ayres (1979) llamó la integración sensorial, por primera
vez en 1963 (Kranowitz, 2003).
3.1. La Teoria de Integración Sensorial
Basada en el trabajo de la Dra. Jean Ayres, la Teoría de la Integración
Sensorial (TIS) se basa en tres supuestos. El primer supuesto defiende que el
aprendizaje depende de la capacidad del cerebro para recibir, organizar y decidir
la relevancia de la información sensorial que constituye la base de la formación
de las percepciones, el comportamiento y el aprendizaje.
En otras palabras, el individuo consigue juntar las partes para formar el
concepto del todo porque logró integrar las sensaciones atribuyéndoles un
significado. Por ejemplo, en relación a la alimentación, cuando el niño recoge la
banana para comer, verá el color, sentirá la textura de la corteza, la forma de la
banana, el olor, el control del movimiento de las manos para sostenerla sin
amasar, la textura más o menos homogénea, la consistencia blanda, el sabor
dulzón, etc. Estas sensaciones crean percepciones en el cerebro que al unirse
dan el conocimiento del todo, que es la experiencia de comer la banana.
Pero para que el proceso de integración sensorial ocurra adecuadamente
es necesario que haya una respuesta adaptativa, es decir, "una acción apropiada
en que el individuo responde con éxito a una exigencia del medio" (Ayres, 1979
in Serrano, 2016). Esta respuesta que depende no sólo de los aspectos
neurológicos, sino también de la capacidad innata del niño para responder al
medio de forma adaptativa, se denomina "inner driver" o motivación interna.
Una respuesta adaptativa permite al cerebro alcanzar un mayor estado de
organización y maduración y puede ser muy diversificada, como por ejemplo, a
la hora de la comida se puede traducir en la mejoría del control postural, en el
aumento del tiempo de atención, en la mayor estabilidad emocional, en la
adecuada organización de una secuencia motora, como comer con cubiertos.
El segundo supuesto de la teoría de la integración sensorial asume que la
existencia de déficit en la integración de los inputs sensoriales, sean de
naturaleza interna o externa, pueden conducir a dificultades en el
comportamiento y en el aprendizaje, en particular, de la alimentación.
El bebé y el niño pueden sentirse incómodos con uno o más estímulos
relacionados no solamente con las propiedades sensoriales de los alimentos,
pero también del ambiente y de los interlocutores, que se traduce en una repulsa
/selectividad alimentar.
El tercer supuesto considera que cuando se promueven experiencias
sensoriales a través de actividades significativas y dirigidas, específicamente
para el individuo se favorece la capacidad de procesamiento sensorial,
conduciendo a una potenciación del aprendizaje y mejora del comportamiento
(Fisher & Murray, 1991 in Ayers, 2005).
En el marco del concepto de integración sensorial las diferencias, las
preferencias y las tolerancias sensoriales de cada individuo están relacionadas
con comportamientos funcionales.
Así, se explica por ejemplo, que al niño le gusta los alimentos con sabores
más ácidos y crujientes; el bebé acepta ser alimentado al biberón cuando la
madre lo embala y rechaza cuando está sentado de forma estática en la silla; el
niño que necesita estímulos auditivos para masticar de forma más eficaz.

3.2. Trastorno del Procesamiento Sensorial


Así que el bebé va creciendo y la alimentación se va diversificando, las
estructuras deben interactuar para asegurar la ingestión segura de una
alimentación pastosa y sólida, de forma placentera.
Sin embargo, para el niño con Trastorno del Procesamiento Sensorial,
esta actividad diaria puede llegar a ser problemática.
El niño puede presentar no sólo dificultades en las texturas, en las
consistencias, en las temperaturas, los olores o en otros aspectos sensoriales
de los alimentos, así como con el lugar de la comida, la postura, los movimientos
experimentados y otros aspectos de los ocho sistemas sensoriales.
El niño cambia el comportamiento, intenta escapar de la situación de la
comida, demuestra ansiedad y miedo a experimentar ciertos alimentos,
acabando por ser selectivo y restrictivo, pues opta por un reducido número de
alimentos que le brindan confort y seguridad cuando se ingieren.
Esta selección está generalmente asociada al modo en que el niño recibe
e interpreta las propiedades sensoriales de los alimentos.
La selección de los alimentos puede ser una tarea desafiante pues cada
alimento tiene al menos ocho características sensoriales que incluyen la
resistencia, el input sensorial, el tamaño, la forma, la dispersión, la textura, la
consistencia, la colocación en la boca y la necesidad de transferencia durante la
masticación (Morris & Klein, 2000; Junqueira, 2017).
Para algunos, las experiencias sensoriales son placenteras, para otros
nocivos y para otros existen dificultades en organizar la información
bombardeando el sistema e impidiéndoles funcionar eficazmente en su día a día
(Kranowitz, 2006; Serrano, 2016).
Esta dificultad, designada de Disfunción de la Integración Sensorial o
Trastorno del Procesamiento sensorial ocurre porque el cerebro tiene problemas
para organizar la información que recibe a través de los sentidos.
Son niños que tienen respuestas atípicas a determinadas sensaciones,
dificultades en la coordinación motora, la regulación del sueño, la atención, en
el aprendizaje, la autonomía, la alimentación y lenguaje.
Es más común en el sexo masculino (5-16%) y se encuentra asociado a
la prematuridad, a largos períodos de hospitalización y/o institucionalización,
experiencias táctiles y orales desagradables, insuficiente o excesiva
estimulación, predisposición genética, herencia y comorbilidades como Déficit de
atención e hiperactividad, Síndromes Genéticos, Trastornos del Espectro del
Autismo y Parálisis Cerebral.
Autores como Kranowitz, (2003); Ayers (2005); Biel & Peske (2009);
Serrano (2016) enumeran algunos signos de sospecha de la disfunción del
procesamiento sensorial relacionados con la alimentación:
 Resistencia a las actividades de higiene oral
 Antojarse o evitar sabores u olores particulares
 Moverse constantemente o evitar movimientos y cambios
posturales durante las comidas
 Grand sensibilidad oral
 Puede babear excesivamente o no tener fuerza muscular para la
succión
 Evita alimentos que a los demás generalmente les gusta
 Comer grandes trozos y llenar la boca totalmente de alimento
 No percibir cuando se está sucio o cuando quedan restos de
comida en los labios y boca
 No darse cuenta cuando un alimento está muy caliente o muy
salado

3.2.1. Evaluación del niño con aversión y selectividad alimentaria


En la presencia de indicadores de una posible disfunción de la integración
sensorial es fundamental que el niño sea evaluado por un Terapeuta
Ocupacional con formación específica en el área de la integración sensorial.
Confirmado el diagnóstico y siendo la alimentación una de las actividades
comprometidas, es función del logopeda evaluar los aspectos específicos
aplicando:
- Entrevista a los padres/cuidadores;
- Montreal Children´s Hospital Feeding Scale (Ramsay et al, 2011).
- Pruebas de Estereognosia Oral (Cabrera & Periñan, 2008).
- Children's Food Neophobia Scale (Pliner & Hobden, 1992 in Ernsperger
& Stegen-Hansons, 2004).
- Mealtime Behavior Questionnaire (Berlin, et al., 2010).

3.2.2. Diagnóstico en la aversión y selectividad alimentaria


La clasificación de las disfunciones de integración sensorial más actual y
consensual en la propuesta por Miller et all, 2007 (in Serrano, 2016) (Fig.1), que
identifica tres categorías de disfunción de integración sensorial o trastorno del
procesamiento sensorial:
- Trastorno de la modulación sensorial.
- Trastorno de la discriminación sensorial.
- Trastorno motora de base sensorial.

Fig.1. Clasificación de las disfunciones de integración sensorial


Raramente, el niño tiene un diagnóstico para un único subtipo de trastorno
del procesamiento sensorial, por lo que se establece aquel para el cual tiene más
síntomas.
Relativamente a la alimentación, las mayores y las más comunes
dificultades ocurren a nivel de la modulación sensorial, en que el niño tiene
dificultad en dar una respuesta apropiada al estímulo sensorial de acuerdo con
su intensidad, naturaleza o grado. Los niños con esta perturbación pueden
manifestar respuestas exageradas (hipersensibles), no responden o tienen
respuestas disminuidas a los estímulos (hiposensibles) o anhelan por grandes
cantidades de información para activar lo(s) sistema(s) sensorial(es) en
particular, el sistema gustativo (cuadro 1) (Ayers, 2005; Biel & Peske, 2009;
Serrano, 2016).

Perfil sensorial Características del trastorno de modulación sensorial


Pueden no haber explorado los objetos con la boca, cuando
eran bebés.
No les gusta lavar los dientes.
Son “quisquillosos” en relación a la textura y sabor de los
Hipersensibilidad alimentos, pudendo sólo aceptar determinados alimentos
gustativa de una determinada textura y sabor, no tolerar alimentos
con texturas heterogéneas.
Pueden tener vómitos, congestionarse fácilmente con la
comida y escupir con frecuencia.
Se presenta abstraído y desatento en las comidas.
Hiposensibilidad Parecen poco conscientes del sabor y las temperaturas de
gustativa los alimentos.
Le gustan las comidas bien condimentadas o picantes para
sentir algún sabor.
Cuando comen pueden llenar demasiado la boca y
muestran poca noción de cuando ya están satisfechas.
Pueden caminar constantemente con las manos y los
Búsqueda Sensorial objetos en la boca.
Gustativa Colocan en la boca todo para masticar y chupar.
Les gusta tocar los alimentos y explorar las características
de estos.
Le gustan los sabores intensos en la comida (aliñadas o
picantes).
Comen sin parar aunque estén saciados, con el fin de
satisfacer sus necesidades sensoriales.

Cuadro 1. Características del niños con trastorno de modulación sensorial de acuerdo


con su perfil sensorial en el sistema gustativo.

Si la dificultad ocurre a nivel de la discriminación sensorial del sistema


gustativo, el niño sentirá el estímulo pero tendrá dificultad en interpretar las
características específicas de los estímulos, como por ejemplo, podrá tener
dificultad en diferenciar los sabores.
En la actividad de la alimentación se pueden ver también alterados los
demás sistemas sensoriales como, por ejemplo, el sistema táctil (rechazo al
toque de determinadas texturas), propioceptivo (dificultades para graduar la
apertura de la boca), vestibular (problemas de sedestación correcta o continuo
movimiento) y el olfativo (demasiada percepción de ciertos olores que provoquen
rechazo a ciertas comidas).
En el Manual de Diagnóstico y Estadística de los Trastornos Mentales –
DSMV (2014), este tipo de dificultades alimentarias de base sensorial se
denominan de Perturbaciones de la Ingestión Alimentaria Rechazo/Restrictiva y
tienen los siguientes criterios de diagnóstico:
“A. Alteración de la ingestión o alimentación (por ejemplo, aparente falta
de interés en alimentarse o en la comida; rechazo basado en las características
sensoriales de los alimentos, tal como extrema sensibilidad al aspecto, color,
olor, textura, temperatura o paladar; preocupación sobre consecuencias
aversivas de la alimentación) manifestada por incapacidad persistente de
alcanzar las necesidades nutricionales y/o energéticas asociadas a un o más de
los siguientes:
1. Pérdida de peso significativa o fallo de medro (incapacidad de alcanzar
el peso esperado o crecimiento alternante en los niños).
2. Déficit nutricional significativa.
3. Dependencia de alimentación entérica por dispositivo externo de
alimentación o vía oral.
4. Interferencia marcada con el funcionamiento psicosocial.
A. La alteración no es mejor explicada por falta de alimentos disponibles
o por una práctica culturalmente aceptada asociada.

B. La alteración alimentaria no ocurre exclusivamente durante el curso de


anorexia o bulimia nerviosa.

C. La alteración alimentaria no es debida a una condición médica


concomitante ni se explica por otra alteración mental.

En este manual son también descritas otras características asociadas a esta


alteración que ayudan a soportar el diagnóstico:

- Los estados de somnolencia, de postración, gran irritabilidad y agitación


motora.
- Las dificultades en la interacción del bebé/niño con los cuidadores, en
particular, con compromiso en la forma de comunicar hambre/saciedad;
- El aumento del estrés en el horario de las comidas en contexto familiar y
social.

En conclusión, el bebé/niño con este tipo de dificultad alimentaria tiene


necesariamente un perfil sensorial alterado, siendo indispensable el trabajo
multidisciplinar con enfoque en la integración sensorial.

4.2.3. Intervención en el niño con aversión y selectividad alimentaria


Con una etiología de base sensorial, la intervención debe ser
multidisciplinar y con un enfoque en la Terapia de Integración Sensorial que
involucra tres aspectos fundamentales:
- Ayudar a los padres /cuidadores a comprender el perfil sensorial del niño
y cómo influye en su desempeño, desarrollo y aprendizaje.
- Modificar el ambiente de acuerdo con las necesidades del niño y para
promover su éxito en el aprendizaje - dieta sensorial;
- Intervención terapéutica directa.
Así, a través de actividades táctiles, propioceptivas, vestibulares, entre
otras, activamente controladas por el niño se pretende que su sistema nervioso
mejore la capacidad para modular, organizar e integrar la información y
consecuentemente, dar respuestas adaptativas adecuadas y posibilitar el
aprendizaje a niveles superiores (Serrano, 2016).
Esta intervención es el pilar del trabajo del Logopeda, que se enfocará en
la normalización de la sensibilidad extra e intraorales, en la adecuación de la
estereognosia oral, recurriendo a técnicas y materiales específicos como los
chewys tubes, las gomas tubulares, los distintos masajeadores faciales y intra-
orales, el z-vibe y sus accesorios, las cucharas con y sin texturas, entre otros
adecuados al perfil del niño y a sus necesidades.
Concomitantemente, estas prácticas deben combinarse con programas
de intervención específicos como:
- SOS Approach to Feeding Therapy (Toomey, 2011).
- The Fun with Food Programme (McCurtin, 2010).
- Food Chaining (Fraker & Walbert, 2007).
- Helping your Child with Extreme Picky Eating (Rowell & McGlothlin,
2015).
Y otros que permitirán al niño alimentarse con placer y de forma adecuada desde
el punto de vista nutricional. Si las dificultades alimentarias manifestadas por el
niño ocurren a nivel de la discriminación sensorial, habiendo compromiso de la
capacidad del niño para identificar y discriminar las características de los
estímulos dentro de la cavidad oral (disfunción de la estereognosia oral), la
intervención incidirá sobre la mejoría de la sensibilidad a través de la realización
de ejercicios de postura, percepción corporal, relajación y respiración; la mejoría
de la motricidad orofacial; la mejoría de la organización sensitivo-motora
(Cabrera & Periñan, 2008).
La participación de la familia es clave durante la terapia de alimentación y
el primer paso a menudo es determinar cómo eliminar el estrés durante la comida
en casa.
Aumentar la cantidad y variedad de alimentos consumidos por el niño es
un objetivo principal, sin embargo, el mayor desafío es proporcionar al niño y a
la familia un ambiente positivo a la hora de comer para fomentar la exploración
de nuevos alimentos de maneras nuevas y emocionantes, nunca olvidando qué
comer es una tarea multisensorial que va más allá que la boca y el estómago.

5. Referencias bibliográficas
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