Está en la página 1de 8

Las olas se agitan Capítulo 4

Después de estar dos años con la señora Teresa tuve que dejar su casa porque ella decidió ir a vivir a otra ciudad
con su hijo. La mudanza fue sencilla por que pasé a na casa ubicada en la vereda de enfrente. Allí vivía la familia
Gutiérrez, compuesta por los padres, tres hijos varones y una niña, que (después supe), era adoptiva. Tenía siete años y
se llamaba Julia. Aunque esta familia era creyente, Julia parecía más una sirvientita que una hija.
De vez en cuando me llevaban a la iglesia, y me gustaba a ir. Pero cuando trataban mal a Julia, yo me
preguntaba: “Si aman a Dios ¿Por qué no aman a Julia?
Papá venía todos los meses para arreglar las cuentas con la señora Sara. Algunas veces me trajo pequeños juguetes.
Recuerdo con especial cariño una muñequita. Era hermosa, especialmente porque no le faltaba la nariz.
Cuando me trajo unas ollitas sentí que podía ser una mamá de verdad; tenía dos hijitas y ollas donde prepararles la
comida. La vida empezaba a ser más linda.
Un día la mamá envió a Julia al mercado para comprar leche.
-¿Vamos juntas? – me pregunto Julia.
-¡Sí! - le contesté, pensando que sería lindo acompañarla. Y fue lindo. El ambiente era grande y tenía muchas
mercaderías, y había mucha gente comprando. Mi mundo se iba agrandando cada vez más.
Esta “aventura” se repitió tantas veces, pero tuvo un final abrupto, aunque era una actividad totalmente
inocente. Cuando vino papá le conté con entusiasmo acerca de nuestras excursiones al mercado y de todo lo que allí se
vendía. Pero en vez de alegrarse, se puso más serio de lo que siempre era, y le dijo a la señora Gutiérrez que yo tenía
terminantemente prohibido salir de la casa, con la única excepción de ir a la escuela.
Hubiera sufrido menos si papá me hubiese tirado un balde de agua helada. ¿Por qué tenía que estar siempre
entre las cuatro paredes de la casa? ¿Por qué no podía caminar ni siquiera unas cuadras por el barrio? ¿Por qué tantas
prohibiciones?
¿Puede la gente grande ir adonde quiere? ¿Sí? Entonces, cuando sea grande…
A veces antes de dormir me acordaba de las hermanas vestidas de negro, del chicote de ellas, y del de la señora
Teresa…ahora por lo menos salía para ir a la escuela y Julia era su amiga. Como quiera que fuese, estaba mejor que
antes.
Vivía en la casa de la familia Gutiérrez hasta los doce años, cuando termine la escuela primaria. Gracias a los libros sabía
que el mundo es mucho más grande y que me faltaba aprender muchas cosas si quería llegar a saber tanto como la
maestra. Y quería.

Miraflores. Capítulo 5
Gracias a Dios, papá decidió que siguiera estudiando. No sé cómo se enteró que en Miraflores había un buen colegio
secundario. El colegio Miraflores era (y sigue siendo) propiedad de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. En varias
cuadras a la redonda vivían algunas familias de misioneros, casi todos extranjeros que trabajan en Lima.
No sé quién orientó a papá para encontrar esas familias. Vivía con la familia Torres, pero un traslado los llevó a
otro destino y sentí que quedaría a la deriva, como siempre.
Ante esta situación, el director me llamo a su oficina y con el tono de voz más convincente que podía exhibir, me
dijo:
-Elsa, hemos hablado por teléfono con tu padre y tenemos un nuevo plan para ti. Tú ves, los misioneros se
mudan con mucha frecuencia y vez tras vez tendrías que adaptarte a otra modalidad. Para que no estés sujeta a tantos
cambios pensamos que sería mejor que fueras al colegio de Ñaña, que queda a unos veinte kilómetros de Lima, donde
hay internado.
No dije nada, pero temblé por dentro. ¿Internado? Eso me sonaba a encierro. ¿Igual que en la casa de las
hermanas vestidas de negro? ¿O también – por orden de papá- en lo de la familia Gutiérrez? Ya conocía otra manera de
vivir y por nada del mundo quería volver a las experiencias del pasado.
Pero las decisiones estaban en manos de papá. Cuando él vino para hacer los nuevos arreglos financieros, le expliqué:
Papá, ¿Por qué no me llevas a vivir contigo? Por allá seguramente hay buenos colegios…
-No, Elsa, no puedo llevarte.
El tono de su voz era terminante, sin lugar a réplicas.
-Yo vivo en una factoría. Tengo sólo una habitación.
Tú no puedes vivir allí. Además, estoy solo. Ahora que eres grande te puedo decir que no conoces a tu madre porque
falleció cuando tú naciste. Por eso tuviste que vivir siempre con otras personas. Tampoco ahora tendrías quien te cuide.
Me sentí conmovida hasta la médula de los huesos. Mi madre, seguramente bella y buena, había muerto para que yo
viviera. Ella también me hubiera llevado a la escuela y me hubiese despedido con un beso. Y yo nunca hubiera vivido
encerrada…
Hubiese querido seguir soñando despierta, pero allí estaba papá y sólo atiné a hacerle otra pregunta:
- Y tus hermanos y sus hijos, ¿son mis tíos y mis primos?
- Sí, pero mi familia vive en el norte del país y hace ya varios años que he perdido todo contacto con ellos.
Ninguno podría tenerte a su cuidado.
Me acercaba ya a los 14 años. ¿Sería posible que la mala suerte me siguiera persiguiendo?
Fuimos al colegio de Ñaña.
- No hay vacante en este momento. El hogar de niñas está completo- fue el informe de la directora del
internado- tal vez dentro de un mes alguna alumna y, entonces sí, tendríamos lugar para ella.
¡Qué buena noticia! Dije para mis adentros pensando en que me había salvado de una misteriosa cárcel.
Alguien, no sé quién, hizo los arreglos para que fuera a vivir por ese mes con la familia Pereira compuesta por el
padre (el Dr. Rubén) la madre (la señora Eliana) y cuatros niñas: Magaly, Mirna, Susy y Brenda, por orden de
aparición.

Es justicia determinante aquí para honrar el recuerdo de esta familia cristiana. Afortunadamente para mí,
aunque fui por un mes, la convivencia se prolongó por cuatro años. Dios no podría regalarme algo mejor. Ellos
no sólo me abrieron las puertas de su hogar, sino también las de su corazón.
Por primera vez en la vida me sentí parte de una familia, de una familia en la que todos se amaban y respetaban,
donde los problemas se ponían sobre la mesa y entre todos se resolvían en paz y en armonía. En ese lugar
aprendí a cantar canciones de gratitud a Dios, a doblar mis rodillas para comunicarme con el Señor, a depender
más de Él y a confiar más en su dirección para mi vida.
Se acercaba la primera navidad que pasaría con mi nueva “Familia”. Para mi esa fecha nunca había tenido un
significado especial. Pasaba sin pena ni gloria. Pero para la familia Pereira era diferente. Y me contagié de ellos
mientras ayudaba a preparar el tradicional arbolito y decorar la casa. Las luces parpadeantes y multicolores eran
el anticipo de una celebración especial.
Poco a poco fueron apareciendo paquetes debajo del árbol como por arte de magia, porque nadie sabía quién los había
puesto allí, ni en qué momento. Más grandes unos, más pequeños otros, todos prolijamente envueltos en papel de
colores y sujetados con cintas que remataban en elegantes moños, aguardaban el momento de revelar el misterio que
encerraban.
Fue una experiencia increíblemente hermosa, aunque era consciente de que por mis venas no corría ni una sola gota de
sangre de esa hermosa familia, de modo que nada esperaba recibir. Pero para mí era más que suficiente participar en la
sensación de júbilo que creaba la atmósfera familiar.
Unos días antes de la festividad, limpiando el piso, vi mi nombre en unos de los paquetes. No puedo describir
con palabras la emoción que sentí: ¡Qué bueno es Dios! ¡Qué buenos son los verdaderos hijos de Dios! Corrí en busca de
mi escuálido monedero. Había solo monedas. Mi regalo se parecía a la ofrenda de aquella viuda pobre que le dio todo a
Jesús, dos monedas de poco valor material, pero era mucho porque era su todo.
En cuanto pude, salí con mis monedas a comprar un regalito ¿insignificante? Ellos entenderían. Y entendieron.
Una mañana- el día que cumplí los 14 años- me despertó la melodía del clásico “Cumpleaños feliz”…en fila india
cantaron las cuatro niñas y detrás de ella la señora Eliana, trayendo una torta con catorce velitas ¡que brillaban más que
el sol!
¡Cuánto significa para una adolescente sentirse aceptada, querida, parte de una familia! Mientras viviera con la familia
Pereira mi vida no sería más un continuo chocar con las rocas de la soledad y el desamor.
El círculo de la “familia” se amplió cuando cumplí mis quince años, un acontecimientos para las niñas hispanas. Para
celebrarlo, la señora Eliana invitó además a mis compañeros de grado. Comimos, conversamos, cantamos y reímos como
si en el mundo no hubiera problemas.
Fue una reunión maravillosa. En ese momento sentí que mi pasado y sus preguntas sin respuestas – que no
había compartido con nadie porque era algo que no sé por qué estaba sellado en el fondo de mí ser – no volverían a
arruinar mis noches con insomnio. Para mi Miraflores fue siempre, hasta hoy, un sinónimo de familia, de paz, de alegría
y de fe.
¡Oh! Capítulo 6

Mi vida seguía su curso normal matizado por los estudios, pequeños trabajos y compañerismo. Me gustaba,
además asistir a las reuniones especialmente preparadas para incentivar la vida espiritual de los estudiantes. De vez en
cuando se organizaba una tarea misional y se invitaban a quienes querían realizarla y unirse al grupo. Me pareció muy
lindo hacer una obra de amor sin más interés que el amor, así que me prometí a mí misma participar en la primera
oportunidad que se presentara.

La ocasión no tardó mucho en llegar. Se organizó una visita a un hogar de ancianos. El plan era alegrarlos con
música y canciones cristianas. Me uní al grupo con entusiasmo. Nosotros seríamos el coro, las que tenían las guitarras las
llevarían, y un compañero de curso que tenía la facilidad para hablar haría una breve disertación acerca del amor de
Dios.
Nunca había hecho algo por otros, de modo que esta experiencia nueva me hacía feliz mientras el ómnibus
avanzaba rumbo a nuestro destino.
Después de bajar del ómnibus, el joven que nos dirigía nos indicó hacia donde debíamos ir, ya que el hogar de ancianos
estaba a varias cuadras de distancia. Mientras caminábamos conversamos animadamente para organizar los últimos
detalles de nuestra presentación.
De pronto…
El corazón me dio un vuelco. ¡Yo conocía ese lugar! Allí estaba la casa de la esquina… al lado de la farmacia… sin lugar a
dudas, era la casa de las hermanas vestidas de negro donde había pasado cuatro años encerrada en una habitación.
Conocía la casa por afuera, pegada a la farmacia, porque había salido a la calle cada vez que papá me había buscado
para llevarme al fotógrafo…
La duda giraba en mi cabeza a toda velocidad. ¿Es? ¿No es? No podía detenerme en esos momentos porque mis
compañeros se habían adelantado ya media cuadra, así que apresuré el paso y tratando de aparentar indiferencia,
pregunté:
-¿Cómo se llama este barrio?
- Rímac- dijeron los que conocían el lugar.
Para ellos con esa información todo había concluido.
No para mí. “Rímac… Rímac”, lo repetí varias veces para mis adentros, como para no olvidarme. “A Rímac tengo que
volver.”
Abrazamos a los ancianos, les presentamos nuestro programa, compartimos con ellos una frugal merienda y
regresamos. Pero yo era la misma chiquilina que había salido con entusiasmo al realizar una obra de amor.
Ya no me importaba en dónde estaba ni qué hacía, una sola idea dominante me perseguía: Rímac. “tengo que
averiguar si esa es la casa donde estuve, si todavía viven allí las hermanas vestidas de negro…” ¿Cómo hacer para volver
a Rímac?
Unos días después busqué a una de las chicas del grupo que había ido al hogar de ancianos, y le dije:
Rosario, tengo que ir a Rímac. Necesito hablar con una persona que vive allá, y no me amino a ir sola ¿Me
acompañarías? -Sí, Elsa, te acompañaría pero, ¡pensaste en cómo hacer para que nos den permiso para ir tan lejos, y
solas! Ni por casualidad nos dejarían. Rosario tenía razón. En aquel entonces las niñas salían acompañadas por sus
padres o por una persona mayor. Si no calculábamos mal. Rímac estaba a una hora y media de Miraflores.
Pensamos y repensamos, hasta que redondeamos un plan perfecto. Hablamos con tres compañeras más y las
cinco conseguimos permiso para volver al hogar de ancianos con el propósito de limpiar las habitaciones. Así lo hicimos.
Rosario y yo trabajamos tan rápidamente como pudimos, y mientras las otras tres estaban atareadas con la limpieza aun
ritmos menos acelerados, nosotras fuimos en busca de la casa de la esquina, pegada a la farmacia.
La mire y volví a mirarla. Si, tenía que ser era la única casa de dos plantas y con una farmacia al lado. Lo
recordaba bien. Rosario quedó esperándome a cierta distancia, y con el corazón latiendo a su máxima velocidad, llamé.
Atendió una de las 4 hermanas, casualmente la que, por haberse casado, había estado ausente de los incidente que yo
había vivido allí, pero la conocía porque con cierta frecuencia visitaba a sus hermanas.
Cuando me identifiqué (en nueve años un niño cambia mucho), se alegro verme. Después de intercambiar
algunas frases cuyo tono no recuerdo con exactitud por la emoción casi violenta que me dominaba – me pregunto:
¿Ya la viste a tu mamá? No pude articular palabra alguna. ¿Mi mamá? Papá me había dicho que estaba muerta…
Seguramente la señora Susana advirtió mi turbación y continúo su información:
Por que tu mamá vive. ¿Lo sabías? Se llama Iris Villas.
-tu madre es una mujer instruida- continuo- ella habla bien el inglés porque estudio en un colegio privado, en el Santa
María… o algo así…
Y con quien descarga en el confesionario hasta el último pecado, termino diciendo:
Además, por si no lo sabes, te digo que San Toro no es tu padre.
¡Oh! Explote de los labios hacía adentro.
Allí, en la vereda por la cual había caminado con mi padre que no era mi padre, cambiamos las últimas palabras,
el saludo de despedida, la puerta se cerró y yo me reencontré con Rosario.

Barniz de alegría. Capítulo 7

Como una autómata caminé al encuentro de Rosario y juntas fuimos hasta la parada del ómnibus, donde nos
encontraríamos con las otras tres compañeras. Trate (no sé si lo logré) de disimular mis emociones y sólo contesté con
monosílabos a los comentarios que hacían mis amigas. Mantener la reserva era un esfuerzo casi sobrehumano por su
contenido y también porque o podía compartir con nadie mi problema.
Aquella noche antes del que sueño me venciera, me pregunte mil veces: “¿Será cierto?” La noche pasó (entre
salto sobresaltos yo y en tota silencio): era un silencio hiriente, que no me había dejado pensar en otra cosa.
Me sentí muy mal tanto física como emocionalmente. Algo tenía que hacer para aquietar mi revolución mental. Buque
una guía de telefónica y anote los números de los colegios Santa María (habían varios e distintos lugares de la ciudad)
Cuando no hubiera nadie en la casa, llamaría.
- Por Favor, ¿podría informarme si en ese colegio estudio la señorita llamada Iris Villas? Perdón por molestar,
pero es una información que necesito mucho.
Todo fue en vano, ninguna Iris Villa había estudiado en un Colegio Santa María. Claro la señora Susana no estaba segura
de que era el nombre del colegio donde mi madre había estudiado. ¿Habría sido en otro colegio cuyo nombre empezaba
con Santa? Quería olvidar, pero no podía. Por otra parte, para mi Santoro seguía siendo mi padre. Venia al colegio
Miraflores al comienzo de cada año escolar y pagaba por adelantado. ¿Cómo podía reunir tanto dinero con el modesto
trabajo que realizaba en la factoría? ¿Estaba él en una posición económica más holgaba de lo que aparentaba o alguien
le devolvía con dinero algún misterioso favor?
Debía seguir estudiando y “disfrutando” de la vida. Pero tenía una espina más clavada en mi corazón, y no
parecía haber en el mundo quien me la pudiese sacar.
Así llegue al último año de estudios en el Colegio de Miraflores. Los que conformábamos el grupo éramos conscientes
de que a partir de allí nuestras vidas se bifurcarían y cada cual seguiría su camino, y esa sensación nos hacía más amigos,
Mas unidos, como parte que los recuerdos que perduraran fueran gratos.
Decidimos que nuestro viaje de promoción sería importante, inolvidable; ¡el viaje de la vida! ¡El último, donde íbamos a
estar todos juntos! Ni más ni menos que conocer un poco de Chile y Argentina.
En el profundo silencio de mis reiteradas noches de insomnio, después de repetir el rosario d preguntas que me
acosaban, llegue finalmente a una determinación: disfrutaría al máximo el viaje. Pondría todos mis interrogantes en el
fondo, bien adentro, para que no me molestaran; los cubriría con el barniz de la alegría y sería una joven tan feliz y
despreocupada como el resto de mis compañeros.
El consejero de nuestra clase, el profesor Díaz, nos reunió para comenzar hacer los preparativos del viaje. Como iríamos
al extranjero, lo primero era hacer los trámites legales.
Yo sacaré los papeles en un solo paquete porque podremos gestionar un descuento por ser muchos. ¿Cuántos seremos?
-¡treinta! -Gritamos todos juntos.
-bueno, necesito que antes de dos meses me entreguen los pasaportes, el permiso de salida del país firmado por el juez
y sus padres… y el dinero para los pasajes, ¡a menos que estén dispuestos a viajar en lomo de mula! Si tenemos todo en
orden y con suficiente anticipación, la empresa se ocupará de sacar las visas. ¿Entendido?
-¡Entendido, profesor!
Y nos lanzamos cada cual tras sus respectivos documentos. Hable con mi padre (¿o con Santoro?) acerca de los
planes, y le pedí que se ocupara, por favor, de mi pasaporte y del permiso de salida del país, y me prometió ocuparse de
los trámites.
Los días iban pasando y las semanas también, pero el permiso y el pasaporte no aparecían. Lo único que aparecían eran
nuevas excusas de papá. Prácticamente todos mis compañeros habían terminado los trámites, menos yo.
Finalmente, ya sobre el filo del término acordado, fuimos juntos al palacio de justicia.
-El trámite es sencillo-me dijo papá, quizás para tranquilizarme – firmare en el lugar que me indiquen y asunto
terminado.
Entramos. En información y nos indicaron la dirección correspondiente, y allá fuimos. Me impresionó. Era amplia
y brillante… brillaban las luces, los pisos, los escritorios de madera fina; brillaba también mi corazón. Por fin estaba
segura de que podría viajar. Nos entregaron un número y nos sentamos a esperar.
Había 4 o 5 escritorio detrás de los cuales los abogados atendían al público. Nunca había estado en una repartición
oficial y todo lo que vi me pareció que estaba revestido de solemnidad. ¡Ciento setenta y tres! Llamó el empleado
encargado de acerca al público a los escritorios.
Era nuestro número. El mismo empleado nos indicó el escritorio al que debíamos acercarnos.
¿Qué necesita, señor? Pregunto el abogado. Mi hija está por viajar al extranjero, y necesita el permiso del juez de
menores contestos papá. Bien respondió el abogado mientras buscaba la carpeta que contenía las solicitudes, llene los
datos que aquí se soliciten y traiga la planilla con la partida de nacimiento de su hija con su firma y con la firma de su
esposa. Cuando tenga todo, vuelva y yo firmaré.
¿La firma de mamá? Pensé. Esto se pone feo... mamá está muerta… papá se puso nervioso y casi
tartamudeando, contesto: bueno… lo que pasa, Doctor, es que no tengo la partida de nacimiento de su hija… y la madre
no puede firmar porque murió… no se preocupe, señor. Traiga la partida de fusión de su esposa y todo se solucionará.
Es que tampoco la tengo, Doctor… digo papá casi balbuceando ¿Qué? ¿Tampoco?
No, Doctor… ¡Silencio prolongado! Ella fue puesta en una fosa común y no me dieron ningún certificado…
El abogado puso cara de enojo y con más seriedad de la que hasta ese momento había mostrado, en to o muy
firme, le dijo:
-Señor, en este asunto hay demasiadas irregularidades. Así no se puede hacer nada. Esto hay que investigarlo. Buenos
días. Se levantó y desapareció por una puerta lateral. Sentí que mi mudo de ilusiones se hacía añicos. Todos gozarían del
viaje menos yo. Lo mire a papá. No sé si me vio.
¿Y ahora, qué?
En un momento la vida se me había puesto patas arriba. No iba a poder viajar. Los demás reirían, cantarían, tragarían
kilómetros, verían paisajes, verían paisajes…todo sería para los demás. ¿Y cómo me las arreglaría para decirles que no
sería de la partida? Me preguntarían ¿por qué? Y no quería revelar mis problemas.
Cuando parecía que todo estaba perdido, entró otro abogado que resultó ser amigo de mi papá, y él le preguntó
qué hacía ahí. Santoro le dijo que tenía dificultades, y el abogado lo invitó a pasar a otra oficina. Yo quedé esperando
sentada en una banca.
Un momento después regresaron, y mientras salíamos del Palacio de Justicia, donde también la justicia debía brillar
como las luces, el piso y los muebles, papá me dijo:
- No te preocupes, Elsa. El doctor Enríquez va a solucionar el problema.
Efectivamente, algunos días después de los trámites se habían completado. ¿Era una mentira más? Allí estaba la
autorización del Juez de menores para viajar al extranjero. En la línea de mis datos personales, decía: “Elsa Santoro, hija
de Emilio Santoro e Iris Villas, fallecida.”
Estaba segura de que ese permiso con el que podría conseguir la visa, había sido confeccionado
fraudulentamente. Pero igualmente todo estaba en orden. Como para mí lo más importante en ese momento era poder
viajar, no hice preguntas ni cuestionamientos.
Cuando partimos de Miraflores éramos treinta jóvenes alegres, ruidosos y despreocupados. Pero a medida que el
ómnibus tragaba kilómetros, cientos de kilómetros, el cansancio fue acallando la algarabía hasta oírse solo el ronroneo
incesante del motor.
En esa hora de silencio comprendí que me había equivocado. Nadie, tampoco yo, podemos meter nuestros
problemas en el ropero y dejarlos escondidos bajo siete llaves. Viajan con nosotros a idéntica velocidad del vehículo que
nos lleva. Se detiene con nosotros y retornan el viaje que nosotros hacemos.
Sentí que la espina estaba allí, como el día cuando se clavó. Emilio Santoro ¿era o no mí padre? Iris Villegas ¿era o no mí
madre? ¿Era verdad lo que había dicho la señora Susana en Rímac? ¿Podría saber algún día la verdad?
- ¡Ya estamos en Chile!- gritó uno que había visto un cartel que decía: “Bienvenidos a Chile”
Nos faltaban muchos kilómetros hasta llegar a Santiago, donde nos detendríamos para pasear, pero estábamos llegando
al destacamento policial donde presentaríamos nuestros documentos.
-Elsa Santoro-leyó el oficial para que el asistente controlara la lista- hija de Emilio Santoro y de Iris Villas.
Cumplido el chequeo correspondiente, el oficial dijo: - todo en orden- y me devolvió los documentos.
“Todo en orden-pensé mientras me retiraba-, hasta lo legal puede estar distante de la verdad.”
Viajamos en ómnibus desde Lima hasta Santiago, haciendo escala en Arica, Antofagasta, Copiapó, Santiago y
Viña del Mar. Los paisajes eran cambiantes, todos bonitos, pero diferentes y también me llamo la atención la diferencia
de la cultura, a pesar de ser geográficamente vecinos. En Santiago tomamos dos vehículos más pequeños, adecuados
para os caminos de montaña y llegamos hasta la ciudad de Mendoza, después del cual emprendimos el regreso con
menos euforia que en la partida, a causa del cansancio que habíamos acumulado.
El viaje fue tan placentero como cansador, pero regresamos con los ojos llenos de lindos paisajes y el corazón
colmados de aires cordilleranos.
- Todo en orden- había dicho el oficial de la frontera.
¿Estaba todo en orden?

Las olas estallan. Capítulo 8.


Ahora que el bendito viaje se había convertido en un recuerdo, algo tenía que hacer para intentar siquiera encontrar la
punta de mi enredada madeja. Quería salir del ojo de la tormenta que amenazaba hacer naufragar mi cáscara de nuez.
¿Por qué tantas situaciones inexplicables? ¿Por qué tantas preguntas sin respuestas?
Después de mucho pensar decidí recurrir otra vez a la guía telefónica. Sería mi aliada en una tarea de
“detective”
Comencé pensé discando número que figuraba bajo el apellido Villas, que correspondía al apellido materno de la partida
de nacimiento y el permiso con el que había viajado.
- Por favor, ¿Conoce usted a Iris Villas, casada con Emilio Santoro? Perdone la molestia... Pero es por un asunto muy
importante...
- No; está equivocada. Esa señora debe ser de otra familia con un apellido igual al nuestro. Fue, palabra más palabra
menos, la reiterada respuesta de todos los Villas que configuraban en la guía telefónica.
Estaba otra vez en un callejón sin salida, y no tenía otro punto de referencia como para intentar un nuevo
camino. La espina de la duda seguiría hincándome.
Para colmo, después de 4 años de vivir en el remanso de paz querría significado para mí el hogar de la familia Pereira,
me conmocionó el enterarme de que les habías sido asignado un nuevo destino: Uruguay.
¿Terminaría alguna vez de chocar contra las rocas? Sabía Uruguay estaba demasiado lejos como para sí quiero soñar ir a
visitarlos.
Pensé en el hogar de José y Lidia Riffel. También ellos eran Misioneros de gran corazón. Cada vez que la familia
Pereira se ausentaba para disfrutar de sus vacaciones yo quedaba en la casa de José y Lidia. Siempre me brindaron
mucho cariño, e incluso más de una vez me presentaron como su hija, especialmente en reuniones sociales juveniles.
¡Me sentía tan bien con esas manifestaciones de afecto! Cómo eran de origen alemán, era el idioma que se hablaba en
casa. Con ellos aprendí lo que sé de alemán. Cuando la familia Pereira se ausentó definitivamente no pude quedar a
vivir con los Riffel que ya tenía a otra persona en casa y no había espacio disponible para mí. Finalmente encontré
alojamiento en la casa de otra familia, pero acaso por mi propia culpa, por rehusar ambientarme a nuevas costumbres,
fue creciendo en mí un enorme vacío, lo que se convirtió en terreno propicio para creer a ciegas en las promesas de un
joven argentino con quién había iniciado una amistad especial antes de que la familia Pereira se ausentara de Lima.
De vez en cuando el concurrir a la iglesia de Miraflores. Me parecía El joven más apuesto y simpático del mundo.
Después de un tiempo de noviazgo hablamos, por supuesto, de matrimonio. ¡Con qué facilidad crecen los castillos de
arena en el corazón de una enamorada! Él me protegería. El llenaría mi vacío interior. El convertiría en un remanso de
paz mis tormentos. El me haría feliz el resto de mi trajinada vida... ¡seguro que lo haría!
Uno o dos meses después, mi príncipe azul regresó a su país. Nunca me escribió; nunca contestó una sola de las
muchas cartas qué le escribí; nunca volvimos a vernos. ¿Para él yo había sido una aventura juvenil? ¿Otra me había
robado su corazón?
Cuando él se ausentó no sabía que dejaba atrás a una joven con sus sueños hechos añicos y con un incipiente
embarazo en su vientre. En ese momento Tampoco yo lo imaginaba. Cuando me di cuenta, lloré mucho lloré. Me
pareció que el mundo entero se me venía encima. ¿Dónde estaba El joven que me haría feliz? A miles de kilómetros
¿Dónde estaba la señora Eliana? Miles de kilómetros ¿A quién podía confiarle lo que me ocurría? Los esposos Riffel
sufrían en el dolor intenso de haber perdido accidentalmente a su joven y hermosa hija. No podía yo agregar un solo
gramo de tristeza a la que ya soportaba. Nadie podía darme una mano. Más bien, La retiraban.
Naturalmente, un embarazo no se puede ocultar mucho tiempo. ¡Cuánto cuesta un error! La señora en cuya
casa vivía me dijo que lamentaba mucho mi situación, pero por mi presencia allí comprometía a su familia, además de
ser un mal ejemplo para la comunidad, de modo que debía Buscar alojamiento en otro lugar.
¡Quedé sola Y qué mal me sentía! Pero no podía darme el lujo de sentarme a llorar ni a filosofar acerca de cuán malos
son los ejemplos. Necesitaba comer y tener dónde dormir. En mi estado, era más difícil encontrar una puerta abierta.
Después de incontables idas y vueltas, apareció una solución. La familia Hernández me daría casa y comida a cambio de
que yo me ocuparé de la contabilidad del negocio de artefactos del que eran dueños. Pero estaba aún lejos de haber
solucionado mi problema. Ahora que yo era un mal ejemplo, seguramente hasta Dios estaba enojado conmigo. Los
errores hay que pagarlos", me había dicho las señoras del Chicote. "Lo estaba comprobando. Por mucho que me costará,
debía hablar personalmente con mi padre. Era la única persona A quién podía pedirle ayuda. Fui postergando mi plan
de un día para el otro Porque acudía a mi memoria Cómo había sido mi primer viaje a la Factoría, Algunos años antes,
cuando aún no conocía a la familia Pereira. La esposa de un profesor tenía que ir cerca, y fui con ella. Esa vez mi único
deseo era ver dónde vivía mi padre. Pero no lo recibió. Se violentó mucho al vernos y, con el ceño fruncido, cerró la
puerta en nuestras narices. En ese entonces sabía poco acerca de mi enredada madeja, y no pude comprender su
actitud. ¿Qué ocurriría ahora? ¿Me gustaría para pedirle ayuda? ¿Me recibiría? ¿Me echaría? Un refrán dice que" la
necesidad tiene cara de hereje. “Un domingo, el único día de la semana qué Santoro estás solo, puse rostro de hereje y
me encamine rumbo a la Factoría. Lo encontré y, acaso porque iba sola, me hizo pasar. Él era el encargado de la
vigilancia de la fábrica Y por supuesto él estaba allí los 7 días de la semana.
A un lado estaban las oficinas de administración y junto a ellas, la oficina de vigilancia. Era una residencia.
_ bueno, ¿Qué te ha traído? - me pregunto para ir al grano, no era amigo de conversaciones.
- papá- comencé yendo Yo también al grano- necesito tu ayuda. Tú sabes que estoy estudiando en la universidad y Qué
es poco lo que por ahora puedo ganar. Además, papá, debo confesarte, que estoy embarazada, y tú sabes en estos
momentos los gastos aumentan. ¿Podrías ayudarme con algo de dinero todos los meses, ataque mi situación se
normalice? No quisiera molestarte, papá pero estoy muy mal. Te necesito, papá.
-Me miró con su mirada siempre inalterable y abrió su boca para decirme lo estrictamente imprescindible.
Espera un momento. Así quede parada, mirando un montón de libros desordenadamente apilados sobre el piso,
50 en total. Cómo papá tardaba en regresar, me acerqué para mirar los títulos, Porque todo lo que fuera libro me
interesaba mucho.
Tomé uno al azar con la intención de hojearlo, pero sí abrió por sí mismo Donde había un papel doblado en 4
partes. Lo desplegué... Era mi verdadera partida de nacimiento, no la fraguada antes del viaje de promoción
¡Rápidamente la volví a doblar y la escondí entre mis ropas. Después la alegría con detenimiento. Sí también que entre
dos libros asomaba un Mazo de papeles, y (mujer al fin) me picó el bichito de la curiosidad. Saqué El Mazo para ver De
qué se trataba y ¡otro descubrimiento! Allí estaba minuciosamente detallado lo que Santoro había gastado en mí
Durante los 18 años que yo había estado a su cuidado. Si había comprado un jabón, un alfiler o si había pagado un año
de estudios, allí estaban todas las boletas como mudo testigo de su preocupación por mí " bienestar". ¿Por qué tanta
exactitud? ¿Era papá exageradamente prolijo en lo que gastaba o debía rendir cuentas a otra persona? Cuando oí sus
pasos mire como distraídamente lo que se veía por la ventana. El corazón latía con toda su fuerza Santoro puso unos
pocos soles en mi mano y me dijo que no podía ayudarme porque había perdido el trabajo, Así que tendría que
arreglármelas como pudiera.
En ese momento en mi ánimo pesaba más el descubrimiento que acababa de realizar que la noticia de que no
recibiría ayuda. Ahora, a los 20 años, me enteraba de que mi verdadero padre se llamaba Alex Bosnavich, con Iris Villas
tal como me lo había dicho la Señora Susana En Rímac y que yo me llamaba Fabiola Bosnavich ¿Había llegado, por fin, a
la otra punta del ovillo?¿ se había quebrado la roca contra la que la verdad había chocado reiteradamente?

Capítulo 9. El amor nace cada día.

Los meses pasaron a la velocidad de un fantasma, hasta que llegue a un momento de extrema necesidad.
Faltaba sólo una semana para que naciera el bebé y no tenía un solo pañal Mi ropita. Nada para recibirlo." ¡Dios mío
ayúdame, por favor!
¿Habrá en el mundo aunque sea una sola persona dispuesta a ayudarme? ¡Sí estuvieron la señora Eliana!...
Sin lugar a dudas, gracias a los chismosos de siempre, cumplen en cualquier parte del mundo con su nefasta tarea a la
perfección, la señora Lidia se enteró de mi situación, y su corazón tan bueno con sus comidas alemanas se puso en
marcha. Reunió a sus amigas y entre todas me trajeron (Justo a tiempo) la ropita de bebé que tanto necesitaba. ¡Qué
bueno es Dios, Qué hace buena la gente!
Nació una niña. Cuando la enfermera me la entregó, sentí que abrazaba una nueva y maravillosa corriente de
vida, de mi propia vida. Sin pasado sin preguntas Sin contacto con rocas y dientes. No le compraría vestiditos vaporosos
(los odiaba); tampoco la vestiría con guardapolvos marrones. Ella tendría todo lo que necesitaba y merece un hijo
Aunque para dárselo tuviera que trabajar día y noche. La llamé Magali, como la hija mayor de la familia Pereira, con
quién había conocido los valores que transforman una casa en un hogar.
"Dios mío- ore, este pedacito de vida también es tuyo". Dame tu fuerza para protegerla, tu misericordia para
comprenderla, tu sabiduría para guiar la Y tú amor para amarla como tú sabes amar.
"Tú ves, ahora no es más que un pedacito de carne qué respira pero tampoco menos que un ser con todas las
posibilidades listas para potenciarlas en un futuro. Ayúdame a plasmar con dedicación y esmero, si fuera posible con
más dedicación y esmero que la de la artista qué talla en mármol inerte.
“Tú sabes qué deberé ser mamá y papá. Será mi tarea tratar de lograr el difícil equilibrio entre el amor complaciente y el
amor con autoridad. ¡Ayúdame por favor!
"Aquí estamos las dos, señor. Ella dependerá de mí y yo de ti. En lo que nos ocurra de aquí en adelante, ¿Será
demasiado pedirte que nos ocurran los tres? Nos entregamos a tu protección. Gracias, Padre. Amén"
¡Qué verdad tan grande expresó Pascal cuando dijo:" el amor no muere, porqué nace cada día"
Pero la realidad golpe a maduro. El presente tenía sus exigencias imprescindibles y el futuro sería negro si no
continuaba mis estudios. Decidí luchar por el presente y velar por el futuro, por amor a Magaly. Durante el día enseñaba
en dos colegios (La bebé quedaba en un centro de cuidado maternal) y por las noches ir a la universidad, Gracias a mi
amiga Elvira, que tuvo la enorme generosidad de cuidarme la hasta que yo regresaba.
Así y todo, el dinero no alcanzaba. La soledad se sufre por partida doble cuando a ésta Se le suma la realidad de no
tener un centavo más, 10 días antes de cobrar. Pero el amor, que mueve los corazones, actuó (¡Gracias señora Lidia por
los víveres que nos envió!), y siempre, providencialmente, tuvimos lo imprescindible. ¡Qué bueno es Dios, Qué hace
buenas a tantas personas!

NOTA: REALIZAR EL PRIMER INFORME CON LA LECTURA DE ESTOS PREIMEROS NUEVE CAPÍTULOS.

También podría gustarte