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Algunos casos más sonados de sicariato en Venezuela en la última década.


Danilo Anderson: El Fiscal IV de Ambiente y con competencia nacional del
Ministerio Público, fue asesinado el  18 de noviembre de 2004 al explotar la
camioneta que conducía en Los Chaguaramos, Caracas. Investigaba los casos de
firmantes del “Carmonazo”   del 11 de abril de 2002, entre otros.  Los autores
materiales, Otoniel y Rolando Guevara, fueron sentenciados a 27 años y nueve
meses de prisión el 20 de diciembre de 2005. A su hermano Juan Bautista le
tocaron 30 años de prisión. Aún se desconocen los autores intelectuales.

Orel Sambrano: El periodista del semanario ABC de Valencia murió el 16 de


enero de 2009 en Valencia, cuando una pareja de motorizados le dio un tiro a la
cabeza. En su columna denunciaba las vinculaciones de Walid Makled y el negocios
turbios. Rafael Segundo Pérez, ex funcionario de la Policía de Carabobo, fue
condenado a 25 años de prisión luego de admitir relación en los delitos de sicariato
y asociación para delinquir. Víctor Reales Hoyos y Álvaro Ospino, jefes de la banda
de sicarios Los Piloneros fueron detenidos en Colombia el 14 de mayo de 2011 y
extraditados a Venezuela. 

El autor material, Arístides José Carvajal Salgado, fue asesinado un año después del
crimen en un enfrentamiento con la policía. Actualmente se investiga la implicación
de Walid Makled, procesado por los delitos de homicidio, tráfico de sustancias,
estupefacientes, le legitimación de capitales y asociación ilícita. 

Francisco Larrazábal: El veterinario fue asesinado el  5 de enero de 2009 en el


haras San Francisco, Carabobo, del cual era uno de los socios. Una pareja de
motorizados llegó al lugar y uno de ellos le disparó, con un modus operandi similar
que le dio muerte a  Orel Sambrano. Las investigaciones policiales dedujeron la
relación entre los autores materiales e intelectuales del caso del periodista. La
Policía de Carabobo presume que querían callarlo: dio testimonio un año antes
sobre el decomiso de 400 kilos de droga en el fundo El Rosario, perteneciente a la
familia Makled, que limitaba con su hato.

Gamal Richani: el abogado y ex fiscal nacional de aduanas fue asesinado en una


de las entradas del Sambil de Valencia el 4 de noviembre de 2005 por dos sujetos
que iban en moto.  Investigó casos polémicos relacionados con corrupción y
narcotráfico. La banda de sicarios Los Piloneros, también implicados en los
asesinatos de Orel Sambrano y Francisco Larrazábal,  fueron identificados en mayo
de 2011 como posibles autores del asesinato. Es uno de los 18 crímenes de los que
sería responsable Makled.

Pierre Gerges:  el vicepresidente de Reporte Diario de la Economía fue asesinado


el 2 de junio de 2008 en una bomba de gasolina en Chuao, Caracas. Dos
motorizados le propinaron 12 disparos. Familiares y abogados sospecharon que el
verdadero objetivo de los asesinos era en realidad su hermano, Tannous Gerges,
propietario del  diario. Éste, un año antes, había denunciado a la PTJ (hoy Cicpc)
que recibía amenazas de muerte por publicar casos de corrupción en el medio.

Gustavo González: El diputado por el partido Un Nuevo Tiempo (UNT) y


secretario general del  Consejo Legislativo del Estado Miranda fue asesinado el 2
noviembre 2009 cuando almorzaba en un restaurante en Los Teques. Un sujeto
desconocido le disparó en la cabeza y luego huyó en una moto. El Ministerio
Público comisionó la investigación a Yoselina Fernández, fiscal 3º del estado
Miranda. 
Arturo Erlich: Agente de inversión y representante del Banco Nacional de París
en Venezuela, entidad en la que depositó 45 millones de dólares del portafolio de
inversiones de Fogade, que después se reportaron como desaparecidos justo en la
época en la que fue asesinado por sicarios en Las Mercedes, Caracas, en junio de
2006.

Freddy Farfán: Fue vicepresidente de financias de Fogade y socio de Antonio


Erlich, agente financiero relacionado con la desaparición de 45 millones de dólares
del fondo de inversiones de Fogade. Después de asesinaron de este último en 2009
se radicó en Miami y se dedicó al negocio de bienes inmuebles. En 2010 regresa a
Caracas a rendir declaración ante los tribunales, fue secuestrado y luego su cuerpo
es encontrado sin vida con cinco tiros en la carretera vieja de Guarenas.

Rubén Gamarra: El propietario de la Nueva Prensa de Guayana y Nueva prensa


de Oriente murió por envenenamiento el 17 de noviembre de 2008. Su viuda
Jaloussi Fondacci, quien se encuentra en prisión, es investigada como la principal
sospechosa de la planificación del asesinato. También se encuentra detenida
Solange Sánchez, secretaria de la víctima.

Betty  Araujo: Fue asesinada de dos disparos el 27 de marzo de 2008 en la


avenida las Aulas de Los Chaguaramos después de bajarse de su camioneta. Dos
motorizados la interceptaron cuando iba a entrar a un consultorio, el parrillero se
bajó y le dio tres disparos. Aunque llevaba joyas y un reloj costoso, no le robaron
pertenencias. Se presume venganza. Su esposo era comerciante relacionado con el
negocio de bingos y casinos.

Jacinto López: Siete disparos cegaron la vida del periodista y productor audiovisual
el 11 de enero de 2009, en Cabudare, Lara. Ese día fue secuestrado por cuatro
delincuentes junto a su colega y amigo Ricardo Maracaputo, a quien no lograron
matar.  Ocho fiscales del Ministerio Público han conocido el caso desde entonces.
Las autoridades judiciales consideran que el móvil fue un atraco mientras que
familiares consideran la posibilidad de condena o retaliación. Los presuntos
responsables son Borin Temito Guevara Colmenares y Leonardo José Gómez Sira,
aún libres.

Andreina Gómez Guevara: La estudiante de la Universidad Católica Andrés


Bello perdió la vida el 13 de mayo en Montalbán II, Caracas. El autor material,
Jhonathan Javier Rodríguez, cumple pena de 15 años. En enero de 2012, Milagros
de Armas, heredera del Bloque de Armas, fue condenada a 20 años por asumir su
responsabilidad en el homicidio de la universitaria. Todavía  está pendiente el juicio
contra José Manuel Franco López, quien fue novio de De Armas y para la fecha del
asesinato estaba saliendo con víctima.

María Gabriela Casado: el 17 de junio de 2010 fue asesinada al frente de su casa


en Ciudad Bolívar por disparos que salieron desde una camioneta, al ser confundida
con su hermana, Mariela Casado, quien era juez rectora del estado Bolívar para ese
momento. Fueron privados de libertad seis personas por la presunta comisión de
los delitos de robo agravado de vehículo automotor, asociación ilícita para delinquir
y cómplice no necesario en la comisión de sicariato. El autor material, Edgar Nava,
murió en el momento de su detención por parte de funcionarios de la policía de
Bolívar.

Jesús Aguilarte, exgobernador de Apure, murió 10 días después de recibir cuatro


tiros de dos hombres en Maracay (Ara) el 24 de marzo de 2012. Cuatro semanas
después, Wilme Moreno, general del Ejército y exdirector de Inteligencia Militar,
falleció al ser alcanzado por cinco disparos de 10 que le propinaron dos hombres
aún no identificados, en Anzoátegui. El 6 de febrero de este mismo año, José Cairo,
escolta del gobernador de Monagas, José Gregorio Briceño, fue asesinado por las
balas originalmente dirigidas al mandatario regional.

Una de las dificultades para esclarecer los asesinatos asalariados es que no existe relación
directa entre la víctima y victimario. El criminal es contratado para matar puntualmente.

Los nuevos sicarios:

Son tres de los casos más sonados en lo que va de 2012 que reúnen las
características del asesinato por encargo: descarga de muchos disparos
como modus operandi, ausencia de robos y desconocimiento de los verdaderos
motivos y nombres de los autores intelectuales. A todos los une un silencio residual,
como el que queda del último fogonazo de una bala.

Las víctimas ya no son sólo ciudadanos de a pie, sino figuras conocidas del mundo
militar y de la política regional. Ya no se registran únicamente en la frontera, sino
que se han extendido a otros estados del país. Algo está cambiando en la manera de
matar a sueldo. Hay quienes sospechan que los nuevos sicarios perdieron el miedo.
A propósito del asesinato del general Moreno el pasado 19 abril, el gobernador de
Anzoátegui, Tarek William Saab, dio algunas pistas sobre la nueva expresión de este
fenómeno: “La falta de temor de actuar en contra de personas que
lograron cierta trascendencia pública”.

Además de las tres muertes mencionadas, en febrero intentaron matar de cuatro


balazos a Tomás Bello, alcalde de Pariaguán (Anz). Por ese caso fue apresado Javier
Peña (UNT), ex presidente de la Cámara Municipal de esa entidad, junto con otros
cinco sujetos.

En Venezuela no existen cifras exactas sobre los asesinatos a sueldo, también


conocidos como sicariatos. Una de las dificultades para su identificación es
que son englobados dentro de las estadísticas de homicidio que
manejan los cuerpos policiales. 

Sin embargo, expertos coinciden en que esa modalidad delictiva, si bien es de larga
data en Venezuela, registra un inquietante aumento en los últimos años.
Sustentan sus afirmaciones en el número de muertes en los sindicatos de obreros de
la construcción por la lucha de cupos que responden a las particularidades del
sicariato. Según la organización Programa Venezolano de Educación-Acción en
Derechos Humanos (Provea), 273 trabajadores y líderes sindicales fueron
asesinados entre 2005 y noviembre de 2011.
Aparte, se apoyan en las recientes noticias sobre muertes registradas en la prensa
que arrojan indicios de sicariato. 

“No podemos hablar de miles, pero sí ha aumentado. En el pasado no se


veían tantos casos de sicarios como en la actualidad. A veces tienden a confundirse
con resistencia a robo”, asegura Douglas Rico, comisario retirado de la extinta
Policía Técnica Judicial (PTJ, ahora Cicpc).

El sicariato en Venezuela no es un fenómeno reciente. En décadas anteriores, hubo


escándalos por muertes ejecutadas por desconocidos de la víctima, como la del
abogado Raymond Aguiar (años ochenta) o de la familia Semprún Cedeño en el
Zulia entre los setenta y ochenta, recuerda el criminólogo Javier Gorriño, secretario
administrativo de Consejo metropolitano de seguridad ciudadana.

También, en la primera década del siglo XXI se presentaron denuncias de


asesinatos de campesinos por autores anónimos, que dirigentes del agro venezolano
atribuyeron a intereses en contra de la aplicación de la Ley de Tierras en 2001,
implantada por el actual gobierno. 

Están además los sicariatos pasionales, encargados por las llamadas “viudas
negras”, como es el caso de Jalucci Fondache, quien está siendo procesada por el
presunto homicidio de su marido, Rubén Gamarra, dueño del diario Nueva Prensa
de Guayana (2009); o la de Milagros de Armas, hija del fundador del Bloque de
Armas, autora intelectual de la estudiante Andreína Gómez (2007), según describe
el abogado criminalista Fermín Mármol García.

Antecedentes. La muerte por encargo ha tenido mayor incidencia histórica en la


frontera colombo-venezolana. La organización Una Luz por la Vida-Fundavida, con
sede en San Cristóbal (Tác), ha denunciado su creciente aumento. Muchos han
estado relacionados con el narcotráfico, pero también con venganzas personales y
asuntos pasionales. 

Pero en los últimos años, el fenómeno se ha trasladado a otros centros urbanos


como Caracas. “La muerte por encargo está tomando fuerza en Venezuela ya no sólo
ligada a bandas del crimen organizado o violencia sindical, sino también al hampa
común”, analiza Mármol García.

Una de las dificultades para esclarecer los asesinatos asalariados es que no existe
relación directa entre la víctima y victimario. El criminal es contratado para matar
puntualmente, aclara Gorriño. Por ello, resulta complicado descubrir a los autores
intelectuales, dice el criminólogo.

Muchos casos emblemáticos corren el riesgo de convertirse en “cangrejos”


policialmente hablando. “¿Dónde están los autores intelectuales de la muerte de
Danilo Anderson (2004)? ¿O los de los agentes financieros Arturo Erlich (2006) y
Freddy Farfán (2007) , vinculados a la desaparición de 45 millones de dólares de
Fogade? ¿O de Pierre Gerges, vicepresidente de Reporte Diario de la Economía
(2010)?”, se pregunta Mármol García, para quien la impunidad y el silencio atentan
contra la memoria de los venezolanos.
Aunque Venezuela no padece el grado de violencia generado por el narcotráfico en
México y Colombia, ese factor no puede dejarse de lado como detonante del crimen.
El país es reconocido como puente de las redes internacionales de la droga, subraya
el abogado criminalista.

“Aquí no hay escuelas de asesinos a sueldo como ocurre en otros


países. Ahora se contrata al delincuente común, muchachos de barrio que se van
entrenando en cobrar por matar. Después de los primeros muertos, se les va
haciendo todo más fácil”, advierte Rico.

En otras épocas, operaban organizaciones de sicarios colombianos con pericia que


se trasladaban a Venezuela para cumplir con las encomiendas y luego se devolvían a
su país, cuenta Rico. Ahora no, pues muchos de esos asesinos viven y actúan en las
capitales venezolanas.

Cuerpo de ley. Otra de las señales del incremento del sicariato en Venezuela es la


tipificación jurídica de este delito. El artículo 12 de la Ley contra la Delicuencia
Organizada y Financiamiento al Terrorismo, reformada el pasado 3 de mayo, le
otorga carácter autónomo al incriminar tanto a quien ordena el asesinato como al
agente ejecutor; ambos pueden ser castigados con prisión de 25 a 30 años. 

Muchos culpables siguen libres. “El sicariato es el resultado de la impunidad”,


sentencia en su blog la periodista mexicana Sanjuana Ramírez, autora de varias
investigaciones sobre el crimen organizado en su país. Advierte sobre el peligro de
contagio en otros países latinoamericanos, como Venezuela.

Luego del atentado que sufrió Tomás Bello, alcalde de Pariaguán, el presidente de la
Asamblea Nacional (AN), Diosdado Cabello, se refirió al tema en marzo pasado. “El
sicariato político es una práctica usual en la derecha”, señaló, y expresó temor de
que se extendiera en el país. Sin embargo, no ordenó abrir investigación de ninguna
otra muerte. 

“A diferencia de otros delitos, como el secuestro, en el cual la víctima


puede colaborar, en el sicariato la única salida es el fortalecimiento de
las instituciones del Estado y la educación de la sociedad. Mientras la
estructura de administración de justicia sea débil, será difícil combatir el crimen”,
señala Mármol García.

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