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Capítulo uno

1 tío Serafín se le ha caído un tornillo


x i . d e la cabeza. No es que lo diga yo, si-
no la tía Edelmira. Oí cómo se lo contaba a
mamá la otra tarde, mientras bebían café con
leche en la sala.
A lo mejor se trataba de una especie de se-
creto entre hermanas, porque la tía Edelmira
murmuraba e hipaba, y mamá movía la ca-
beza de un lado a otro suspirando. Por si las
moscas, no quise interrumpirlas y salí a la te-
rraza a jugar con mi gato Chas.
Contarle a tu gato las cosas que no en-
tiendes, y que él ponga cara de hacer como
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que te escucha, aunque sé que no es así, po- vacío, y que ella podía hablar con el casero
dría parecer raro si uno tuviese algún her- para que nos lo dejara bien de precio.
mano con quien hablar y a quien dar una Papá dijo que por su parte le iba bien, por-
patada en la espinilla de vez en cuando; o si que está a un paso de la fábrica donde tra-
hubiese vivido en este barrio desde que em- baja. Así podría hacer el camino a pie,
pezó a crecer en la barriga de su madre; o si madrugaría menos, y ahorraría dinero al no
conociese a algún vecino simpático con el tener que coger el coche. En cambio, mamá
que jugar, o con el que intercambiar cromos, puso pegas, porque yo tendría que cambiar
aunque te escupiese algunas veces en un ojo. de colegio con el curso empezado, y ella per-
Pero resulta que nosotros nos hemos muda- dería la clientela de la peluquería que había
do a este bloque de pisos hace tan sólo unas ganado con tanto esfuerzo. Pero la tía Edel-
semanas, y vivimos de alquiler en un bajo mira, que siempre ha sido muy testaruda, le
con terraza. Eso explica, entre otras cosas, machacó la cabeza de tal forma que acabó
que yo hable con Chas de los asuntos que no convenciéndola.
entiendo. Ahora que lo pienso, puede que ya enton-
Hace algo más de un mes, la tía Edelmira ces hubiera empezado a caérsele el tornillo
llamó por teléfono a mamá y le contó que el de la cabeza al tío Serafín, porque recuerdo
bajo de su bloque de pisos se había quedado que, en una ocasión, mamá, hablando con
papá, creyendo que yo no escuchaba, dijo Yo me quedé pensando en sus palabras y
que tenía la impresión de que no había ferre- me sentí confuso. A lo mejor, papá y mamá
terías suficientes en toda la ciudad para sólo estaban hablando de un tornillo que se le
arreglar el problema del tío Serafín; y des- había caído a algún coche del tren de lavado
pués se puso a llorar. P a p á la consoló y donde trabaja el tío Serafín a diario, y no a él
luego hizo un comentario muy raro. Dijo mismo.
que lo que el tío necesitaba era una buena En fin, que estoy hecho un lío, y no veo la
caja de herramientas y un m e c á n i c o de manera de desenredar el ovillo. Porque Chas
primera. no me saca de dudas y a mamá no le quiero
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preguntar de golpe y porrazo. La pobre pa-


rece muy preocupada desde que nos hemos
mudado, aunque no sé si es por el asunto del
tío, o porque tiene que comenzar de cero con
la peluquería.
Tal vez sólo son embrollos de niño que no
entiende el mundo de los mayores. Mi gran
pregunta es si todas las personas tenemos un
tornillo en la cabeza, porque yo, por más que
me miro en el espejo del cuarto de baño, no
acabo de encontrármelo. Puede que lo que
suceda es que los tornillos crecen en la cabe-
za de los niños cuando ya están en Secunda-
ria, algo así como las muelas del juicio. Y
como a mí me falta mucho para llegar, no
tengo ni sombra de ellos en la frente.
Por descontado, resulta inútil que le pre-
gunte a Chas sobre estas cosas, porque a fin
de cuentas sólo es un gato que jamás irá al
Capítulo dos
colegio, ni jamás llegará ni siquiera a Prima-
ria.
A Miguel, mi ex-mejor amigo, ni lo nom-
bro, porque estoy enfadado con él y no pien-
so perdonarlo en la vida. Además, él tampoco
entiende de estas cosas, y aunque presume
de hermano mayor, a mí Lucas me parece un
M amá se dejó convencer con facilidad,
porque la tía Edelmira es su única her-
mana, y desde que el médico dijo que tiene una
mentiroso, que se ríe de nosotros y no nos salud muy delicada, se la metió en el bote.
hace ni caso. Y es que a la tía Edelmira y al tío Serafín
les pasa de todo. Son una ruina (palabras de
mamá, no mías).
Por lo visto, el tío Serafín se libró de la mili
***** por cateto, que no sé muy bien lo que signifi-
ca, aunque la tía Edelmira siempre lo defiende
y dice que fue por excedente de cupo, cosa
que tampoco entiendo. Papá y mamá sonríen
cada vez que se lo oyen decir, y después, a la
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hora de la cena, comentan que el tío Serafín, los trabajos manuales, porque el otro día tra-
de chico, se moría de ganas por entrar en el jo de su colegio un tiesto hecho por él mismo,
ejército, porque quería ser militar de carrera. y la tía Edelmira nos lo vino a enseñar toda
Pero el pobre sufrió unas fiebres reumáticas orgullosa. Dijo que iba a plantar en él semillas
cuando era joven, le dio un pasmo, y desde en- de petunia, y que Down (ella le llama Guiller-
tonces nunca ha sido el mismo. mo) iba a encargarse de su cuidado.
La verdad es que a veces espío al tío, con A Down le encantan las flores, y la tía di-
disimulo para que no se enfade nadie conmi- ce que le da mucha pena no disponer de es-
go, y noto que hace unos gestos muy raros pacio en su piso para colocar unos buenos
con la cara, como si tuviese un tic en un lado tiestos. De hecho, cada vez que salimos y ve
de la boca. Por lo visto son unos ataques que una casa con jardín, babea. Ahora está arre-
le dan de vez en cuando, aunque últimamen- pentida de no haberse quedado ella con el ba-
te es casi a diario. Pero yo lo quiero muchísi- jo, porque así llenaría la terraza de tiestos.
mo, porque cuando viene con la tía Edelmira Pero como mamá siempre tiene ideas es-
y con Down a comer el bacalao que mamá tupendas, le dice que por espacio no hay pro-
cocina tan bien, siempre me regala algún ju- blema, y que, si quiere, puede llenar nuestra
guete que ha construido con sus propias ma- terraza de macetas para que Down haga su
nos. Creo que a Down también se le dan bien jardín.
A la tía Edelmira, que es muy sensible, se con un pañuelo de papel en las manos so-
le llenan los ojos de lágrimas. Down le deja nándose los mocos, muy abrigadita, y con la
su pañuelo, y después reparte besos por toda mirada perdida en la ventana, como mirando
la mesa de lo contento que se pone. las musarañas. Eso le pasó poco tiempo des-
Papá piensa que tanto el tío Serafín como pués de casarse, y no le creció ningún niño
la tía Edelmira son dos calamidades. No lo di- más en la barriga, hasta que un día, muchos
ce con maldad, sino con pena. Yo no entien- años después, cuando ya tenía el cabello gris
do muy bien lo que significa, pero sé que (lo sé porque vi una foto suya en el comedor
tiene que ver con cosas tristes. Por ejemplo, con la tripa hinchada), por fin le creció den-
a la tía se le murió un niño dentro de la ba- tro el primo Down.
rriga antes de nacer, y todo por culpa de un Papá y mamá, cuando hablan de los tíos,
motorista que la atropello una mañana al sa- se cansan de suspirar y siempre acaban di-
lir del supermercado cargada con las bolsas ciendo que nacieron estrellados (como los
de la compra. Lo peor de todo fue que des- huevos fritos, pienso yo) y que necesitan to-
pués de eso cogió una enfermedad muy ma- do nuestro apoyo.
la llamada «depresión», que debe de ser algo Al final mamá, que es un trozo de pan, se
así como un constipado muy aburrido, por- olvida de su peluquería y a mí me matricula
que, según mamá, la tía se pasaba los días en un colegio nuevo. Se lo cuento a Chas y
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él levanta las orejas, porque este gato mío co-


Capítulo tres
noce perfectamente al tío Serafín y a la tía
Edelmira, y disfruta con la c o m p a ñ í a de
Down, que siempre le hace cosquillas en el
cuello y se revuelca con él en la terraza ensu-
ciándose con la tierra de los tiestos. Creo que
es su forma de dar su aprobación.
E n el colegio nuevo no se está tan mal.
Me ha tocado una maestra simpática,
aunque un poco quisquillosa. El primer día
me exploró la cabeza, por si tenía piojos; los
ojos, por las légañas; los dientes, por si es-
taban mal cepillados; las orejas, por si tenía
restos de cera; la nariz, por si guardaba alguna
pelotilla; las uñas, por si estaban demasiado
largas y sucias; los codos y las rodillas, por si
tenía costras; la ropa, por si estaba sucia o ro-
ta; los zapatos, por si no brillaban o llevaba
los cordones desatados; y... de arriba abajo,
por si aún le quedaba algún recoveco sin ins-
peccionar.
El resultado debió de agradarle porque me verdes o grises, y Miguel, para aclararme más
mandó a mi sitio sin reñirme y me dedicó una la cuestión, me enseñó los hombrecitos de un
sonrisa de impresión, con una dentadura re- libro con ilustraciones muy chulas que me re-
luciente y perfecta, tipo anuncio de la tele. galaron por mi cumpleaños.
Desde mi pupitre, en la última fila, eché —¿Son así? —le pregunté incrédulo.
una ojeada al resto de mis compañeros, igua- —¡Uf, más verdes y más grises todavía!
litos a los del otro barrio, y me desilusionó lle- —me contestó él muy convencido.
gar a una sorprendente conclusión: no eran Los hombrecitos de mi libro eran marcia-
marcianos. nos. Por lo tanto, según Miguel y según Lu-
Ahora que pienso lo tonto que fui cuando cas, que en ese momento estaba con
me tragué la bola de Lucas, el hermano ma- nosotros y no dijo lo contrario, los niños de
yor de mi ex-amigo Miguel, me doy cabeza- mi nuevo colegio debían de ser también mar-
zos contra la pared. Seguro que ni siquiera cianos.
Chas, si lo hubiese escuchado, se lo habría Ya a solas me pregunté: «¿Serán marcia-
tragado, porque no es un ingenuo como yo, nos de Marte o marcianos de la Tierra?» Y
aunque sea un gato. claro, el primer día de clase, después de la
Lucas le dijo a Miguel que los niños de los inspección, sentado en mi silla, con los codos
colegios de ciertos barrios de la ciudad son apoyados en mi pupitre, al echar una ojeada
rápida a mis compañeros, supe que mi ex- no se pase dándole al pico por teléfono, cla-
mejor amigo, que entonces aún era amigo, ro. Se limitó a murmurar entre dientes unas
pero que en ese momento se convirtió de in- palabras que no entendí mientras pelaba las
mediato en mi ex-mejor amigo, me había trai- patatas para la comida.
cionado. —Oye, Miguel, eres un piojoso —le solté a
Estaba tan enfadado que al llegar a casa di bocajarro.
un portazo, y mamá pensó que me habían
castigado el primer día de clase. Muy decidi-
do me dirigí al teléfono de la cómoda del pa-
sillo y dije simplemente que tenía que hacer
una llamada urgente a Miguel.
Por primera vez en mi vida mamá no pu-
so pegas. Yo creo que sospechó que se tra-
taba de un asunto de vida o muerte, y no se
atrevió a decir ni pío. Porque las madres a ve-
ces saben cuándo uno tiene entre las manos
asuntos que ellas no pueden comprender, y
entonces hacen la vista gorda, mientras uno
Y ya no paré, pues decidí no darle la me- Y colgué satisfecho y risueño. ¡Qué a gus-
nor oportunidad de defenderse. to me quedé! En cambio, mamá asomó la ca-
—Sí, y ya no quiero ser tu amigo. Desde hoy beza al pasillo y, después, el cuerpo entero.
eres mi ex-mejor amigo. Y le dices a Lucas que Tenía la boca abierta como un pasmarote. Se
también es otro piojoso. Porque los niños de acercó a mí despidiendo un olor riquísimo a
mi colé no son verdes ni grises, no son mar- patatas fritas que me quitó el mal humor de-
cianos. ¿Te enteras?... ¿Que Lucas quería de- finitivamente y me entró hambre.
cir que tenían la cara verde y gris por el humo —¡Oye, jovencito! ¿Qué maneras son
de la fábrica de celulosa donde trabaja mi pa- ésas? Parece que acabe de pasar una apiso-
dre? ¿Pues sabes lo que te digo? Que la próxi- nadora por el pasillo. ¿Desde cuándo tratas
ma vez se explique mejor, porque por algo está así a Miguelito?
en la ESO. Si llego a abrir la boca delante de —Desde que es un mentiroso y un pio-
mis nuevos amigos, hago el ridículo. Además, joso.
en tu barrio también hay fábricas que echan hu- —¡Siró! ¿Qué forma de hablar es ésa?
mo, y tú no eres ni verde ni gris ni marciano. Si —Cosas nuestras. ¿Qué hay de comida?
no vuelvo a llamarte jamás es porque no te per- —¡No me cambies de tema!
dono y no quiero hacer las paces, ¿me oyes?... —¿Y Chas? ¡Chas, Chas...!
No, no lo retiro. Insisto, eres un piojoso. —¡Te digo que no me cambies de tema!
—Voy con Chas a la terraza. ¡Chas, ven, Capítulo cuatro
ven, gatito!
Las madres siempre mueven la cabeza de
un lado a otro cuando no comprenden a sus
hijos, o se encogen de hombros, o suspiran,
o sonríen con cara de tontas, o gimen, o to-
do junto... O te llaman «¡Siró Fernández!», y
M i primo Down es chino. A l menos, eso
es lo que yo pensaba hasta hace poco.
Ahora ya no sé qué pensar.
te tratan de usted como si fuesen sargentos
Cuando lo descubrí me sorprendió un po-
del ejército, en lugar de Siró a secas. Yo ha-
co, porque, que yo sepa, ni el tío Serafín ni la
go el avión.
tía Edelmira son chinos. Me di cuenta de ca-
—¡Chas, ven, gatito, ven!
sualidad. Estábamos plantando semillas en los
tiestos de la terraza y a Down le entró tierra
en un ojo. Se quitó las gafas, que tienen unos
cristales muy gruesos, y entonces me fijé en
sus ojos, que me recordaron el póster de Bru-
ce Lee que tiene papá pegado en la puerta
de su habitación.
1 . . . ?
• • • •* I• ••
Le pregunté a Down por qué era chino, y se tumba en el sofá haciendo zapping con el
se echó a reír, pero no me contestó. Enton- mando, y cae rendido de sueño incluso antes
ces, a pesar de lo que había decidido, pensé de darme el beso de buenas noches. Por eso
llamar a mi ex-mejor amigo Miguel, pero no- me es difícil hacerle preguntas, porque lo dis-
té que todavía no se me había pasado el en- traes de las noticias o lo interrumpes cuando
fado y aparqué el asunto. está a punto de dormirse y se pone de mal hu-
Así que, cuando uno necesita contarle algo mor. En cambio una madre, como es de go-
a alguien que sepa contestar a las preguntas ma, que no lo invento yo, sino que lo repite
que uno tiene, sin que haga como Chas, que ella todos los días con cara enfurruñada mien-
no habla tu idioma y se sienta encima de la are- tras saca la ropa de la lavadora, o mientras pa-
na de su cesta como si tal cosa, y cuando uno sa la fregona, o mientras me prepara la
tampoco puede recurrir a su mejor amigo, por- merienda, se estira de tal manera que siempre
que ya no lo es, sólo queda la única persona tiene un hueco para escucharte si te surgen du-
que está siempre disponible, es decir, la madre das. Espero que no se rompa.
de uno. Porque podrías acercarte a tu padre... —Oye, mamá, ¿y el primo Down por qué
Pero es que el mío sólo para en casa para co- es chino?
mer al mediodía, mientras mira el telediario, y Cuando le hago esta pregunta mamá acaba
por la noche regresa cansado de la fábrica y de arroparme y se dispone a leerme un cuen-
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to. Ya se había sentado en el borde de la cama


y había abierto el libro por la página en la que
me había quedado dormido la noche anterior.
Por la cara que pone sé que se trata de una
pregunta de respuesta difícil, porque abre y
O
cierra la boca varias veces sin que le salga nin-
guna palabra, como hacen los peces cuando
boquean. Finalmente, cuando consigue ha-
blar, tartamudea.
—¡Pe-pe-pero, ca-ca-cariño! ¿Qué pre-
guntas son ésas? En primer lugar, tu primo
no se llama Down, sino Guillermo. Y si te es-
cuchasen la tía Edelmira o el tío Serafín, se
V
llevarían un disgusto.
/ \
—¿Por qué? ¿Se le caería el tornillo al tío?
—¡Qué ocurrencias tienes, Santo Dios! —¡Pero si tú casi nunca me llamas Siró, si-
—se escandaliza—. A las personas hay que no «cosita, tesoro, cariño, rey» o «mi amorcito»!
llamarlas por su nombre verdadero, tesoro. —No es lo mismo.
^7. •
—Pues yo no veo la diferencia. Además, a ¡Otro misterio para el saco! Por lo visto ser
Down le gusta que le llamen así y no esa ridi- mayor debe de ser una fuente de sabiduría,
culez de Guille, como le llama la tía. porque cuando hago una pregunta a papá o
Mamá pone una cara muy seria mientras a mamá, y ninguno de los dos parece saber la
me arropa. respuesta, arrugan la cara como si tuviesen
—Tienes que prometerme que delante de que exprimirse el cerebro para sacar zumo de
los tíos le llamarás Guillermo. naranja, y siempre acaban la conversación
—Pero mami... recordándome que soy un crío, y todo queda
—En este asunto no hay «peros» que val- pendiente para cuando sea mayor.
gan —me interrumpe nerviosa—. Métetelo De repente caigo en la cuenta de que hay
en la cabeza y no se te ocurra ninguna trave- otra pregunta que mamá ha dejado en el ai-
sura. ¿Puedo confiar en ti? re sin responder. Insisto.
Meneo la cabeza y le doy el sí, aunque no —Pero, ¿por qué es chino?
entiendo nada. Ella sonríe. —¡Dichoso crío! —refunfuña—. ¿Quién te
— L o siento, cariño. A veces los mayores ha metido esas ideas tan raras en la cabeza?
no sabemos interpretar los juegos de los ni- —Nadie. Las ideas me nacen solas.
ños y nos tomamos las cosas demasiado a pe- —Pues para que lo sepas, tu primo no es
cho. Cuando seas mayor lo entenderás. chino, sino gallego.
I - ?
—Entonces será un gallego-chino. —Pues sí, Siró. Seguro que más adelante
—¡No, Siró, no es un gallego-chino, ni un te hablarán en el colegio de los genes y de los
chino-gallego! Es un gallego-gallego como tú. cromosomas, y... —mamá se detiene y se pa-
—¿Y por qué tiene los ojos estirados? sa la mano por la frente.
—Porque nació con ellos así, igual que tú ¡Qué raro!, está sudando...
naciste con los tuyos con el color y la forma —¿Pero qué tienen que ver los cromos con
de las almendras. los chinos, mamá? ¡Me estoy haciendo un lío!
—Porque salí al abuelo Martín. ¿Pero —¡No me extraña, hijo! No son cromos,
Down a quién ha salido? Siró, sino cromosomas... ¿Ves como todo es
Mamá parece apurada. muy complicado? ¿Qué te parece si aplaza-
— H a salido... Tiene un aire a la tía Edel- mos esta conversación para dentro de unos
mira y un aire a tío Serafín. añitos?
—¿En los ojos también? —Se lo preguntaré mañana a la pro fe.
—¡Ay, Siró! Me estás poniendo en un —¡No, Siró, no lo hagas! Puedes ponerla
compromiso. Los mayores no lo sabemos to- en un aprieto. De todos modos no te preo-
do... Es algo muy difícil de explicar a un niño cupes, tesoro. Cuando crezcas un poquito, te
tan pequeño como tú. Cuando... lo explicarán en la clase de Ciencias. De mo-
—Ya, ya, cuando sea mayor. mento te basta con saber que tu primo no es
chino, y procura que no se te escape eso de-
lante de los tíos.
Capítulo cinco
—¿Es otro secreto que debo guardar en el
saco?
—¿En qué saco?

ta.
—En el saco de las preguntas sin respues-

—¡Sí, sí, guárdalo en ese saco! Ya sabes


Y o creo que esta noche todas las ovejas
del universo se han propuesto fastidiar-
me. Puede que hayan decidido reunirse en
que la tía Edelmira tiene una salud muy débil, señal de protesta. La verdad es que las pobres
y el tío Serafín... deben de estar hartas de que los humanos
—¡Ya sé! A l tío Serafín le falta un tornillo recurramos a ellas cuando no nos viene el
de la cabeza. sueño. Ovejita va, ovejita viene, ovejita va,
—¡Siró! ¡Basta de tonterías! ¡A dormir! ovejita viene, ¡otra ovejita!, ¡y otra más! Se-
—¿No me lees el cuento? guro que acaban rendidas con tanto meneo
—¡Para cuentos está el patio! —refunfuña de un lado a otro.
para sí—. Con tantas historias se me ha he- Pues nada, que llevo toda la noche con los
cho tarde. ¡Hala, a contar ovejitas! ojos abiertos, contando ovejitas según el con-
sejo de mamá. Como con frecuencia me dis-
traigo con una montaña de preguntas con ca- que cuelga un objeto que, aunque no tiene
ra de ovejita dentro de mi cerebro, ¡hale, pier- forma de campanilla, suena como si lo fuese.
do la cuenta y vuelta a empezar! Mientras voy contándolas de una en una,
Al principio parece un juego divertido, pe- trato de descubrir qué puede ser ese objeto,
ro llega un momento en que contar ovejitas, pero justo cuando estoy a punto de averi-
en lugar de producirme sueño, me lo quita. guarlo, ¡zas!, las ovejitas se vuelven de espal-
Empiezo contándolas con los dedos de las das. ¡Un desastre!
manos. Después sigo con los de los pies, y Así que no me queda m á s remedio que
repito la operación por lo menos diez veces, echarle imaginación al asunto, que es algo así
hasta que pierdo la cuenta. ¡Vaya follón! El como jugar a inventarse cosas que pueden
caso es que las ovejitas no paran de saltar por existir o no. Y me saco de la manga la idea de
encima de los cercados de los prados y, cuan- que mis ovejitas están sedientas de tanto sal-
do tengo la sensación de que la larga fila que tar, y de repente se detienen delante de un
forman está llegando a su fin, vuelven a co- riachuelo a beber, momento que aprovecho
menzar, como en el cuento de María Sar- en mi beneficio.
miento. La primera ovejita se asoma al riachuelo
Lo más gracioso del asunto es que las ove- con la cara manchada y me saca de dudas. El
jitas llevan un lazo alrededor del cuello, del colgante de su cuello queda reflejado en el
agua cristalina y luego rebota en las niñas de co los pies de debajo de las sábanas. ¿Qué le
mis ojos. Doy saltos de alegría en el colchón va a importar a mi gato lo listo o lo tonto que
y hago rechinar el somier. ¿A que tengo bue- soy? En realidad, ya sabe perfectamente que
nas ocurrencias, eh? otro como yo no lo va a encontrar ni aunque
Me da la risa y, como estoy solo, incluso maulle de aquí hasta la Patagonia, que debe
me entran ganas de ir a contárselo a mamá. de ser un lugar muy lejano, porque a ese si-
Cuando ya estoy a punto de poner los pies tio siempre manda la tía Edelmira al tío Se-
en la alfombra, pienso que quizá no sea tan rafín cuando le pone los nervios de punta,
buena idea. Papá tiene que levantarse tem- que por lo visto también es un decir. O sea,
prano y, si lo despierto, puede arder Troya, que tengo un follón en la cabeza, que ya no
que no sé muy bien qué significa, pero es al- sé a qué venía esta historia...
go que acostumbra a decir mamá con cara de ¡Ah, sí! El colgante del lazo de las ovejitas...
alterada cuando piensa que eso va a enfadar Pues eso. El riachuelo me devuelve la imagen
a papá. Además, desde que nos mudamos, de un signo igual a los que aparecen en los li-
ella casi no pega ojo, por las preocupaciones, bros cuando se empieza una pregunta. Lo cu-
dice suspirando continuamente. rioso es que entre el rebaño no encuentro
Después cambio de planes y decido ir a la ninguna ovejita con el signo al revés.
terraza con Chas. Pero esta vez ni siquiera sa- De repente caigo en la cuenta. Por eso no
soy capaz de dormirme. Las preguntas que tación, escucho la voz adormilada de mamá
le hice a mamá y que no fue capaz de con- desde la suya.
testarme están colgando del cuello de las ove- —¿Qué haces levantado, Siró?
jitas. ¡Vaya descubrimiento! —He ido al baño.
De tanto romperme la cabeza creo que me —¿Quieres que me vaya a arroparte?
va a explotar y me entran unas ganas muy —¡No, ya soy mayor!
fuertes de hacer pis. Enciendo la luz de la lám- —Está bien. Hasta mañana, cariño.
para de la mesilla y pongo los pies en la al- —Buenas noches, mami.
fombra. Asomo la cabeza al pasillo y todo Me meto en la cama contento y me repito:
está muy silencioso y oscuro. Es la primera «¡Qué valiente soy!» La pena es que mañana
vez que me atrevo a andar yo solo por esta no pueda compartirlo con nadie, ni siquiera
casa de noche; normalmente llamo a mamá. con mi ex-mejor amigo Miguel.
¿Me estaré haciendo mayor? Camino de pun- Las ovejitas por fin me dejan tranquilo y
tillas hacia el baño y consigo mear sin nada de me atrapa el sueño.
miedo. ¡Qué valiente soy! Por eso me animo
y voy hasta la cocina. Abro la nevera y me
sirvo un vaso de leche. ¡Hum, qué fresquita!
Cuando estoy a punto de entrar en mi habi-
Capítulo seis

M e he despertado nervioso y en clase es-


toy distraído.
—¡Siró, estás en las nubes! —me suelta la
maestra.
—¡No, no! —le contesto rápidamente.
En el recreo tampoco tengo ganas de ju-
gar y, cuando vuelvo a mi sitio, la maestra in-
siste. Se acerca a mí y me pone la mano en
la frente, como suele hacer m a m á cuando
quiere tomarme la temperatura. L a siento
fresquita. Frunce el ceño.
—Tienes algo de fiebre. A l llegar a casa le
dices a tu madre que te ponga el termómetro.
El resto del tiempo me animo un poco, do, como si continuase contando ovejitas. Ni
porque nos toca Plástica y hacemos un ejer- siquiera el chiste que cuenta Paco, uno de
cicio muy guarro pero muy divertido. Mete- ESO, me hace gracia. Aunque debe de tener
mos los dedos dentro de los botes de pintura su chispa, porque primero escucho unas risi-
y después emborronamos un papel, hacien- tas a mi lado, que en seguida van rodando
do combinaciones con las huellas de nues- por el pasillo del autobús, hasta llegar al con-
tros dedos. ductor, que también se echa a reír.
En el autocar de vuelta a casa sigo atonta- Paco me da un coscorrón y pone cara de
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y
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hurón porque no me he reído de su chiste.


bús, y Sara, mi compañera de pupitre, me
¿Cómo le explico que tengo la cabeza llena avisa.
de ovejitas?
—Siró, es tu parada.
—¿Y tú qué? —me suelta.
Salgo disparado como una bala, sin ni si-
Me encojo de hombros y no digo ni pío.
quiera agradecerle el aviso.
Paco es un gigantón muy echado para ade-
En casa mamá me nota raro y sin que le dé
lante.
el mensaje de la maestra coloca la palma de
—¿A ti no te han enseñado que hay que
su mano en mi frente.
reír las gracias de los mayores, enano? —in-
—Creo que tienes fiebre, hijo.
siste, y suelta una risotada, coreada por me-
—¡Qué va, mamá!
dio autocar.
—Te voy a poner el termómetro. Deja la
Niego con la cabeza con un nudo en la gar-
mochila en tu habitación.
ganta. ¡Menos mal que me echa una mano el
Va a buscarlo y vuelve rápidamente a mi
Codorniz, un compañero suyo!
cuarto. M e lo mete debajo del sobaco y
—¡Déjale en paz, Paco! Sólo es un mo-
siento un escalofrío al notar el frío contac-
coso. to.
Paco arruga el ceño y me hace un corte de
—Ahora quédate quietecito. ¿Te han pues-
mangas. En ese momento se detiene el auto-
to deberes?
—Una ficha para colorear y unas cuentas. trada. Es papá, que viene del trabajo. Llama
—Pues comes algo, los haces rapidito y a mamá, y ella, sin quitarle ojo al termóme-
luego te acuestas. tro, le contesta.
—¡No me duele nada, mamá! —¡Estoy en la habitación de Siró!
—¡Ya veremos! Papá viene. Le da un beso en la mejilla y a
Se va a atender la comida y me deja sen- mí me revuelve el pelo.
tado en la cama. Me canso y salgo a la te- —¿Qué tal, campeón?
rraza a buscar a Chas. Mamá me riñe Me encojo de hombros.
porque no le gusta que toque al gato antes — E l niño tiene unas décimas —dice mamá.
de comer, y menos con el termómetro de- —Siró siempre anda con décimas —con-
bajo del brazo. Me manda de nuevo a mi testa papá quitándole importancia.
cuarto. —Será la garganta otra vez... Siró, ¿te due-
Paso de largo por la cocina y escucho el le la garganta? —me pregunta mamá.
burbujear de la cazuela. Ella no tarda en venir Niego con la cabeza.
junto a mí. Se saca las gafas del bolsillo del —Entonces, ¿qué te duele? —insiste.
delantal y se las pone sobre la punta de la na- —Nada.
riz para leer el termómetro. A l mismo tiempo —¿Y por qué tienes tan mala cara?
oigo el ruido de la llave en la puerta de la en- —Porque he dormido mal.
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j ii -LU.J l i l i

—Si has dormido mal, es que te dolía algo, —¡Este niño parece que tiene chicle en la
¿no? boca!
—Nada, mamá. Estuve contando ovejitas. Papá hace zapping de cadena en cadena y
Papá se echa a reír y menea la cabeza. escucha las mismas noticias repetidas. De vez
—Deja al niño —le dice a mamá—. Sólo
tiene unas décimas de fiebre.
—Cuando cuentas ovejitas es que algo te
preocupa, Siró — a ñ a d e todavía m a m á — .
¿Qué historias tienes en la cabeza?
—Sólo hice lo que tú me dijiste, mamá.
Papá suelta una risotada.
—¡Anda, mujer, vamos a comer! Voy trin-
chando el pollo.
Mamá tuerce el morro y me manda lavar-
me las manos.
Me como el pollo sin ganas, y mastico como
si tuviese chicle entre los dientes. Se me debe
de notar mucho, porque mamá refunfuña.

O O
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.1,1 L. • '- i. 1— ID

en cuando mueve la cabeza y le hinca el dien- pa seca del tendedero en la terraza y tengo
te a un muslo de pollo. el campo libre. Si me pesca abusando del te-
Por la tarde hago los deberes a toda prisa léfono otra vez, y más sin su permiso, me
y me distraigo peleándome con Chas. Le di- puede caer un castigo de campeonato.
go a mamá si puedo llamar a Down para que —¡Hola!... Sí. Todavía estoy enfadado...
baje a jugar un poco conmigo, pero ella, que No. No pienso ir por el barrio... Porque no
está preparándome la merienda, niega con la me apetece. Te llamaba sólo para que sepas
cabeza al tiempo que dice: que tengo cuarenta de fiebre y, aunque seas
—¡De eso nada, Siró! Puede que la fiebre mi ex-mejor amigo, supongo que tienes de-
que tienes sea síntoma de que estás incuban- recho a saberlo... Claro, por lo que pueda pa-
do una gripe. Por nada del mundo querría sar... Piensa lo que quieras, pero ahora
que se la pegases a tu primo. ¡Bastante tiene mismo estoy echado en la cama y de un mo-
Edelmira con lo que tiene! mento a otro va a venir un médico a casa...
Finalmente, desesperado de tanto aburri- Porque no me puedo mover. Me cuesta mu-
miento, sólo me queda una alternativa. Llamo cho andar. Casi no me tengo en pie... ¿Al co-
por teléfono a Miguel, mi ex-mejor amigo. legio? No, no creo que vaya mañana. Y eso
Pero que quede claro que lo hago porque me que mi habitación está llena de nuevos ami-
aburro, y porque mamá está recogiendo la ro- gos... ¡Seguro!... No, no vengas a hacerme
una visita. Recuerda que tú ya no eres mi ami- ese control. Ya veo que en tu colegio no te
go, sino mi ex-mejor amigo, o sea, casi un enseñan cosas tan difíciles como en el mío.
enemigo... De verdad. Tengo que despedir- Cuelgo, que el doctor me prohibe hablar
me, porque acaban de llamar al timbre de la mientras me ausculta.
puerta y mi madre ha ido corriendo a abrir. ¡Toma palabrita! Apuro la jugada, pues
¡Seguro que es el doctor! O a lo mejor, otro veo a mamá saliendo de la terraza. Chas me
amigo... Sí, es el doctor. M i madre está echa una mano: se mete entre sus zapatillas
echando a todo el mundo de la habitación. y se enreda en sus pies. Cargada como vie-
Debo de estar muy grave, porque el médico ne con un montón de ropa seca, está a pun-
trae un montón de aparatos. Pero casi no te to de caerse rodando sobre la alfombra del
lo cuento, porque como eres mi ex-mejor salón.
amigo puede que ya no te interesen mis co- —¡Siró! —la escucho gritar—. ¡Quítame a
sas. ¡Ah, Miguel! Antes de colgar quiero ha- Chas de las piernas!
certe una pregunta. Supongo que no sabrás Aparezco como un rayo en el salón y co-
contestarla, porque es muy difícil. ¿Tú sabes jo a Chas en brazos, mientras mamá protes-
lo que son los cromosomas?... ¡No, a tu her- ta.
mano Lucas no le preguntes, que es un men- —Este gato cualquier día nos da un dis-
tiroso!... Además ya lo sé. Saqué un diez en gusto.
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• • • ' ' ' • • ' • < < -

Lleva la ropa al cuarto de la plancha y des- Muevo la cabeza de un lado a otro.


de allí grita: —Si mañana no se te ha quitado la fiebre,
—¡Siró! Ven que te pongo otra vez el ter- vamos al ambulatorio.
mómetro. ¡Y deja a Chas ahora mismo! —Sí, mamá.
Devuelvo a Chas a su cesta y de mala ga- El termómetro marca una décima más que
na voy junto a ella. La encuentro doblando la al mediodía. Mamá se enfada mucho.
ropa seca que acaba de recoger. —¿Ves? ¡Te ha subido! ¿Qué te decía yo?
—Antes échame una mano y ayúdame a En ese instante se escucha de nuevo el rui-
doblar estas sábanas. do de la puerta de la entrada. Es papá, que
Doblamos las sábanas y ella saca el ter- vuelve de la fábrica. A l no encontrar a mamá
mómetro del bolsillo del delantal. Me lo en- en la cocina viene al cuarto de la plancha.
chufa de inmediato en el sobaco. Después me Ve, que tiene la cara congestionada y le pre-
manda que me siente en una silla. gunta:
—Quietecito ahí mientras ordeno este —¿Qué pasa?
montón de ropa. —Que al niño le ha subido la fiebre.
Me echa una ojeada. —¿Mucho?
—Parece que tienes mejor cara. Ya no es- —Una décima.
tás tan pálido. ¿Te duele algo? —¡Caramba, una décima, pero qué exa-
JL.I I
J_L_L

gerada eres, mujer! Te ahogas en un vaso de cualquier momento. No tengo ni un segundo


agua. La fiebre siempre sube por la noche. de sosiego. Y encima Siró se pone malo.
Dale un baño templado y una aspirina infan- Papá la rodea con sus brazos y juega con
til con la leche. ¡Seguro que sólo es un esti- su pelo.
rón! —Venga, mujer, tranquilízate, todo va a
—¡Qué bien hablas! Anda, é c h a m e una quedar en nada. Mete al niño en seguida en
mano y deja de darle al pico. la cama y detrás de él vamos nosotros. Nos
Mamá le pone un mantel en las manos y lo arropamos entre las sábanas y dejamos las
doblan entre los dos. Yo sigo sentado en la preocupaciones en la almohada.
silla, sin saber muy bien qué hacer. Me quedo Salen del cuarto de la plancha abrazados
en silencio. como dos tortolitos y me dejan sentado en la
—Mujer, vengo cansado del trabajo. silla como a un pasmarote, balanceando las
—Yo también estoy cansada. piernas de un lado a otro. A l poco rato ma-
Papá la besa en el cuello, zalamero, y ma- má vuelve con la cara más alegre.
má afloja. —¿Qué haces ahí sentado, Siró? ¡Venga,
—Es que el asunto de Serafín me tiene fue- ya tienes preparado el baño!
ra de mis casillas. Edelmira me hincha la ca- Por la noche me atacan de nuevo las ove-
beza todo el santo día y me va a explotar en jitas. Por más que intento no pensar en ellas,
¡venga ovejitas! Y justo en el momento en nas. Yo me hago el dormido. Mamá cierra la
que aparece el lobo, despierto sobresaltado puerta y se va.
con el sonido del timbre del teléfono del pa- —Oye, ¿tú quién eres? —le suelto al in-
sillo. Escucho ruidos y después la voz ador- truso.
mecida de mamá que atiende la llamada. No El cuerpo grande se remueve en la cama y
consigo saber lo que dice, porque habla baji- contesta:
to. A l poco de colgar, oigo los pasos de papá —Down.
y murmullos. Mamá solloza. No tardo en oír —¿Down? ¿Qué haces en mi cama?
cómo la puerta de la entrada se abre, para —Voy a dormir.
cerrarse en seguida. Yo trato de contar oveji- —¿Y por qué no duermes en la tuya?
tas, pero ya no soy capaz. ¡Y eso que el jaleo —No sé.
espantó al lobo y ahora parecen muy man- —¿Y los tíos?
sas! —Se han ido.
Cuando estoy a punto de enredarme en el —¿Adonde se han ido?
sueño, noto que se abre despacio la puerta —No sé.
de mi habitación. Mamá le susurra a alguien —¡Ah!
que se meta con cuidado en mi cama. U n Permanecemos un rato en silencio.
cuerpo grande se coloca debajo de las sába- —¿Tienes sueño, Down?
—Margaritas azules...
—Antes tenía.
U n aroma hechicero llena mi habitación.
—¿Y ahora no tienes?
En medio del jardín salta una ovejita blanca,
—He perdido la fragancia de mi jardín.
muy blanca..., mimada por los rayos de un
—¿Tienes un jardín en tu habitación?
sol amarillo, muy amarillo, en una hierba ver-
—No, yo cuento flores para dormirme.
de, muy verde, cobijada por un cielo azul,
—Yo, ovejitas. ¿Contamos ovejitas?
muy azul..., hasta que nosotros mismos, ro-
—No, contamos flores.
dando entre las flores, jugamos hasta hartar-
—Tienes que enseñarme.
nos y nos vence un sueño de colores.
—Vale.
Entonces empezamos a contar flores. El
una, yo otra.
—Petunias.
—Claveles.
—Rosas.
—Camelias.
—Begonias.
—Gladiolos.
—Geranios.
Capítulo siete

P or la mañana me despierto con el soni-


do de los nudillos de m a m á llamando a
la puerta de mi habitación. A tientas, se acer-
ca a mi cama, retira un poco la manta y las
sábanas, y me enchufa el termómetro deba-
jo del pijama al tiempo que coloca la palma
de su mano sobre mi frente.
—Parece que ha desaparecido la fiebre.
Sale de la habitación y caigo en la cuenta
de que estoy solo en la cama. ¿Habré soñado
que Down dormía conmigo? Mamá vuelve en
seguida, enciende la luz y se sienta a mi lado
en el borde de la cama.
—¿Qué tal has dormido, tesoro?
—Bien. Mamá no me lo dice directamente, porque
—¿Te ha molestado tu primo? piensa que yo no entiendo de estas cosas, pe-
—No. Jugamos a contar flores. ro no hace falta que disimule. Sé que al tío se
—¡Qué juego tan bonito! le ha caído definitivamente el tornillo de la ca-
—¿Adonde se ha ido? beza.
—Se ha levantado temprano para coger el —Tu primo se quedará con nosotros has-
microbús que lo lleva a su colegio. Para justo ta que las cosas se tranquilicen —añade—. La
delante del portal. Bajó con p a p á aprove- tía Edelmira tendrá que ir a visitar al tío a me-
chando que salía para el trabajo. Espero que nudo. Estará mucho tiempo fuera de casa, in-
no le hayas pegado la fiebre. cluso de noche, y no podrá ocuparse de
—¿Y los tíos? Guille. Estaréis un poco apretados, pero ten-
Mamá suspira y luego responde. Parece dréis que dormir en la misma cama. Es una
preocupada. pena, porque tu primo ya tiene el cuerpo de
—Serafín se ha puesto enfermo por la no- un hombre, y tu cama no es muy grande, pe-
che y le han llevado al hospital. Tendrá que ro ayer intentamos abrirle el sofá-cama en la
quedarse allí unos días, en observación. Quie- sala, y el pobrecillo se echó a llorar. ¿Lo en-
ren hacerle unas pruebas. Edelmira está des- tiendes, mi vida?
cansando. Digo que sí moviendo la cabeza como los
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burros, aunque sé que a ella le disgusta que lo lera igual que una avioneta y me obliga a ir a
haga, pero sospecho que en esta ocasión no cien por hora.
me va a reñir, y además no es que yo quiera —¡Rápido, hijo, que ya es tarde! Si te apu-
hacerlo a propósito, sino que de repente, sin ras, todavía tenemos tiempo de coger el au-
saber el motivo, siento que no soy capaz de tobús del colegio.
tragar la saliva, como si estuviese atraganta- Me ayuda a vestirme y me aseo corriendo,
do con un nudo en la garganta. ¡Seré tonto! y corriendo llego a la cocina, donde mamá
Puede que tan sólo sea efecto de la fiebre, di- me tiene preparada una taza de leche con ce-
go yo. Sin embargo, la sonrisa de mamá al reales. Mientras desayuno la miro: de espal-
echarle una ojeada al termómetro me anun- das a mí, hace que friega los cacharros de la
cia que estoy equivocado. pila. Digo esto porque friega un vaso una y
—¡Qué bien, Siró! No tienes ni una déci- otra vez, y parece que en cualquier momen-
to se le va a resbalar de las manos. De vez en
ma.
cuando se detiene y echa una mirada perdida
A l mismo tiempo que mamá dice esto con
al techo, y me pregunto qué mirará en él,
cara de felicidad, se me desatasca la gargan-
pues yo sólo veo alguna mancha, como una
ta y la saliva me baja corriendo como por un
mosca, sobre la pintura blanca, y nada más.
tobogán, deshaciéndome el nudo que casi no
Cuando hace ese gesto, le tiemblan los hom-
me dejaba respirar. De repente mamá se ace-
bros y el vaso se tambalea entre sus dedos,
hasta que lo deja dentro del fregadero. Se se-
Capítulo ocho
ca las manos con el delantal y saca un pa-
ñuelo del bolsillo con el que se suena en
seguida. ¿Estará resfriada?
—¿Qué te pasa, mami?
—Nada, Siró. Estoy un poco resfriada. P or suerte llego a tiempo de coger el au-
tobús, aunque lo pillo cuando está a pun-
to de arrancar. El conductor menea la cabeza
¿Has terminado?
Lo que yo decía. Está resfriada. ¡Tengo un y m a m á le pide disculpas. Después se despi-
ojo!... de de mí y me manda un beso por el aire. Me
da un poco de rabia, porque los mayores se
ríen, y sobre todo porque me pongo colora-
do delante de Sara.
Paso apurado por el pasillo con la cabeza
hundida en el anorak buscando un asiento li-
bre, y me doy cuenta de que Sara aparta su
mochila. Luego me llama.
—¡Siró, tienes sitio aquí!
76

Escucho risitas y murmullos. Me siento a su El conductor se levanta de su asiento con


lado algo avergonzado. Se nota perfectamen- la cara pálida y nos pregunta si hay heridos.
te que ella espera que yo le hable, pero de re- Más de uno alza la mano y comienza a gritar,
pente no se me ocurre nada que decir y, pero no de dolor, sino para montar follón. De
además, su pelo despide un olor tan rico, que pronto nos damos cuenta de que tenemos
hasta se me ocurre que he subido al autobús una excusa perfecta para perdernos las cla-
que conduce directamente al cielo. Me entra ses. El conductor al principio se pone nervio-
un sueño que no soy capaz de disimular, y so y no acierta a decidir si nos tiene que llevar
pienso que por culpa del jaleo de esta noche al hospital. Pero después de examinar el pa-
voy a caer rendido encima de su hombro. Só- norama, se da cuenta de que le estamos to-
lo de imaginarme que me pasa semejante co- mando el pelo y se relaja. Pone los brazos en
sa, me despierto asustado, como si hubiese jarras y nos dice que se acabó el cuento, que
recibido un brusco golpe en los morros. Para vamos a continuar el trayecto, y que con suer-
mi sorpresa, Sara también se queja de un gol- te aún llegaremos a tiempo de pillar la fila,
pe en la nariz. De hecho, medio autobús se pues no nos hemos retrasado más que unos
está quejando. Por lo visto el autocar ha dado minutos.
un frenazo para evitar atropellar a un peatón Sólo uno de los mayores que está al fondo,
que se le ha cruzado de repente. precisamente Paco, sigue con la mano le-
78

—¿Estás bien, Siró?


vantada porque echa sangre por la nariz. Yo
—Sí, ¿y tú?
me alegro, por abusón. El conductor le da un
—También.
paquete de kleenex y le dice que se tapone la
hemorragia y que levante la cabeza para po- El resto del trayecto volvemos a las anda-
der contar las telarañas del techo. Todos nos das, calladitos los dos como santos, y eso que
reímos de la ocurrencia. Después le añade yo tengo ganas de contarle la aventura de la
que no se preocupe, que si al llegar al colegio noche que he pasado con mi primo Guille,
todavía sigue sangrando, llamarán a una am- que jugamos a contar flores en lugar de ove-
bulancia para llevarlo al hospital. jitas y cosas por el estilo, aunque no sé si a las
niñas, y concretamente a Sara, les interesa
Yo creo que esto último lo dice con un po-
este tipo de historias que nos pasan a los ni-
co de burla, para bajarle los humos al bravu-
ños cuando dormimos juntos.
cón de Paco, pues bien se ve que es un
cagueta, que exagera cuanto puede con tal Justo cuando el autobús se detiene al lado
de que las niñas de su clase se acerquen a él del portal del colegio, me atrevo a hacerle
y le hagan mimos, que hasta un enano como una pregunta:
yo se entera de ciertas cosas... —Oye, Sara, por las noches cuando no te
Mientras el autocar arranca, escucho la voz viene el sueño, ¿tú qué cuentas?
A Sara se le encienden las mejillas como
de Sara:
80

si le hubiese hecho una pregunta muy com-


prometida, y de repente le entran unas pri-
sas extrañísimas por salir del autobús.
Mientras baja los peldaños de las escaleras,
se vuelve y me dice:
—¡Besos!
¡Así que Sara cuenta besos! ¡Qué raras son
las mujeres! Ya lo dice mi padre. Corro de-
trás de ella, pero ya no la cojo porque Mon-
cho se me cuela en la fila, aunque puedo ver
a través de la ventana cómo su larga cola de
caballo se pierde tras el portal. Entonces me
asalta una duda: ¿de quién serán los besos?
Porque para contar besos, hay que tener una
buena colección de ellos. Desde luego míos
no son, porque yo nunca le he dado un be-
so... Por lo menos ninguno de verdad, aun-
que una vez soñé que le daba uno... Puede
que ella también haya soñado que me daba a
mí otro, y quizás uno de los besos de su co-
Capítulo nueve
lección sea el de su sueño. U n día de éstos se
lo pregunto. Pensándolo bien no se lo pien-
so preguntar, porque si me contesta que nun-
ca ha soñado esas cosas, igual me pongo
colorado y me muero de vergüenza.
A Paco no hubo que llevarlo en ambulan-
cia al hospital. En cuanto llegamos al
colegio y el conductor le dijo que debía ir a
ver a la directora, se le cortó de repente la he-
morragia. Paco a veces se hace el remolón
para hacer novillos. Piensa que los maestros
son tontos y no se dan cuenta de sus ma-
niobras, pero yo creo que sí, aunque hacen

<4 m como si no. Porque yo una vez los escuché


hablar en el patio, mientras él jugaba al fút-
bol, y decían a sus espaldas que es un caso
perdido, excepto para el balón, que en eso
es un lince. Y por eso desde hace poco le
han puesto el apodo de «el lince», así que
ahora ya nadie le llama por su nombre, sino Puede que suene a disculpa, pero en este
«¡Lince, Lince!», sobre todo cuando lo ani- juego siempre soy yo quien gana. Lo que pa-
mamos en los partidos. La verdad es que me- sa es que me he despistado y he perdido la
rece la pena verlo detrás del esférico, como concentración. Total para nada, porque sé
dicen los locutores de la tele. por descontado que es imposible que Mon-
El hermano del Lince es Moncho y está en cho sepa la respuesta de una cuestión que ni
mi clase. Últimamente andamos juntos, aun- siquiera mi madre acertó a contestar; ni Mi-
que no es lo mismo que con Miguel, y a ve- guel, que es tan espabilado que no se le es-
ces se pone demasiado chulo. capa una, según decían los profes del otro
—Oye, Moncho, ¿tú sabes lo que son los colegio. Me está bien empleado por querer
cromosomas? —lo asalto en el servicio mien- presumir delante de él, haciendo preguntas
tras competimos a ver quién hace más arco de persona mayor. Sin embargo, Moncho no
con la meada. se corta un pelo y me dice lleno de orgullo:
—Pues claro —me contesta todo chulo, al —Cae de cajón. Los «cronosomas» son los
tiempo que menea el pito y lo guarda tras la tiempos que hacen los ciclistas en la contra-
cremallera del pantalón. rreloj, bobo —me suelta en la cara con un va-
—He ganado yo —dice orgulloso—. He cile que me revienta.
hecho el arco más grande. —¡Bobo tú! Y lávate las orejas, que estás
9
V °

más sordo que una tapia. Hablo de los cro- gunto si no habré dado un estirón, de esos
mosomas, no de los «cronosomas». Apuesto que vienen después de las fiebres y que no
a que acabas de inventarte esa palabra. tienen explicación, porque me siento un po-
—¿Y qué? Tú también te has inventado la co mayor. Quiero decir que eso de que aban-
tuya. done ciertos principios así como así... Lo de
—No, yo no me la he inventado. La mía los principios es una palabra complicada que
existe de verdad. no sé muy bien qué significa, y que acostum-
—¡Pues mira qué bien! bra a emplear mi padre de vez en cuando re-
Moncho me hace un corte de mangas y sa- firiéndose a cosas que tiene metidas en la
le al patio. Yo voy detrás. Ninguno de los dos cabeza y que mamá o su jefe le hacen cam-
nos lavamos las manos en la pila, porque aun- biar a menudo, y que ahora me viene al pe-
que sea una guarrada decirlo, a mí siempre me lo, porque digo yo que si he sido capaz de
ha gustado el olor del pis en las manos. Si se renunciar así como así a tener los dedos con
entera mi madre, me mata. Sin embargo, de olor a meada, ¡con lo que a mí me gusta!, tie-
repente me acuerdo del olor del pelo de Sara y ne que ser por alguna razón importantísima.
me siento una especie de cerdo, así que, sin sa- Y si es importante el olor del pelo de Sara, se-
ber por qué, doy media vuelta para lavármelas. rá porque a lo mejor me estoy enamorando
de ella. ¡Qué chiste!
Mientras corre el chorro de agua me pre-
Yo no sé si a los demás niños de Primaria hasta un enano como yo sabe que hablar con
les pasan las mismas cosas que a mí, pero me un gato no es ni parecido a hablar con un
da vergüenza contarlas, por si se ríen, o por amigo, aunque sea un ex-amigo. Quizás un
si simplemente soy raro. L a verdad es que día de éstos lo perdono y le cuento todas mis
siento un hormigueo en la nuca cuando es- manías, pero con la condición de que su her-
toy al lado de Sara y me pongo rojo cuando mano Lucas no ande por el medio haciéndo-
me mira con esos ojos del color de las avella- se el gallito.
nas, y no se me ocurre nada que decirle, co-
mo si mi cabeza se hubiese quedado vacía.
En el otro colegio nunca me había pasado
una cosa así. Como mucho a veces me en-
traban ganas de levantarles la falda a las niñas
para verles las bragas, pero luego me olvida-
ba rápidamente chutando el balón con Mi-
guel.
Antes podía hablar de estas y de otras co-
sas mías con Miguel, pero ahora ya no es po-
sible y sólo puedo contar con Chas. Pero
Capítulo diez

• S iró, ¿ya volvemos a las andadas?


—No, profe, estaba pensando en los
!2' c 6 cromosomas.

b p•

La maestra hace un gesto de extrañeza con
una cara muy simpática, como si no hubiese
entendido mis palabras, y después me suelta:
(Y . 3 • —¿Cómo dices, Siró?
—Digo que nadie sabe explicarme qué son
los cromosomas. ¿Lo sabe usted?
La maestra echa una mirada a la clase, se
muerde el labio de abajo como un ratón, abre
la boca un par de veces y finalmente dice:
—Sí lo sé, Siró, ¡claro que sí! Sólo que es
^7. ' ° - ?
un poco complicado explicárselo a niños tan Y después una lluvia de atropelladas res-
pequeños. ¿Dónde has oído esa palabra? puestas...
— L a dijo mi madre hablando de algo que —Yo sé lo que son. Son, son, son...
tiene mi primo Guillermo. —Son cromos para pegar en la piel.
La maestra sonríe y dice con picardía: —¡Eso, eso! Calcomanías, son calcoma-
—En realidad, todos tenemos cromoso- nías.
mas, Siró. —No, bobo, son unos pins chulísimos, que
La clase entera se sorprende. sacaron los peludos esos...
—¡Quéeee...! —¡Pero qué decís! ¿Verdad, profe, que son
—¡Ahhhh...! los tacos que llevan en las botas los atletas?
—¡Ohhhh...! Estoy asombrado. De repente, la clase en-
Entonces empiezan a llover muchas pre- tera sabe lo que son los cromosomas, excep-
to yo. Con semejante barullo de respuestas al
guntas.
azar, ¡raro será que alguien no dé con la res-
—¿Es una enfermedad, profe?
puesta correcta, aunque sea por casualidad!
—¿Son frutos secos?
En el aula se monta un alboroto de campe-
—Profe, profe, ¿a que es una especie de
onato y la maestra se enfada. Hace aspavien-
planta carnívora con tentáculos, como el pul-
tos con las manos y grita como una fiera
po?
rabiosa. Yo, sin embargo, estoy atontado y me
quedo callado, asustado por el follón que se
ha formado por culpa de mi pregunta, espe-
rando a que la maestra me riña. Porque a ve-
ces uno busca guerra para perder el tiempo,
pero que conste que esta vez soy inocente.
—¡Basta! —se escucha la voz de pito de la
maestra en medio del ruido, al tiempo que
golpea con el puño encima de su mesa.
Los murmullos mezclados con las risas se
van desvaneciendo hasta apagarse definitiva-
mente.
El alboroto es sustituido por un silencio te-
rrorífico, taladrado por la mirada acusadora
de la maestra, que comienza a caminar con
pasitos cortos entre las mesas, con los brazos
cruzados por debajo de las tetas y con la ca-
ra arrugada con pinta de bizcocho desinfla-
96

1...?
do. De repente, se detiene delante de mi pu- —Veamos, Sandra, ¿qué quieres contar-
pitre y, aunque habla clavando sus ojos en los nos?
míos, en realidad creo que sus palabras van — A mí siempre me dicen que tengo los
dirigidas a toda la clase. ojos igualitos a los de mi madre, que en la na-
—Por lo visto, la palabra misteriosa que Si- riz me parezco a mi padre, y que en los an-
ró acaba de pronunciar os ha picado la curio- dares tengo un aire con mi abuela Palmira
sidad. Pues bien, como yo no quiero ser la —contesta muy espabilada.
responsable de que alguno de vosotros se pa- —¡Vaya, estás bien repartidita! ¿Y a ti, Ma-
se toda la noche dándole vueltas a la cabeza y ribel? ¿Te dicen lo mismo? —le pregunta a la
no pegue ojo, que yo sé que a más de uno le otra gemela.
va a pasar, trataré de explicaros de la manera Antes de que Maribel responda, su her-
más sencilla que pueda este gran misterio. A mana se le adelanta.
ver, que levante la mano aquél o aquélla a — A ella también se lo dicen. ¡Como so-
quien le han dicho alguna vez que es igualito mos igualitas!
a su padre, a su madre o a algún pariente. —Sandra, deja que hable tu hermana. Ma-
Casi todos levantamos las manos, pero las ribel, ¿quieres añadir algo?
bajamos cuando la maestra se dirige a una de Maribel abre la boca para contestar, pero
las gemelas. de nuevo el loro de Sandra la corta.
98

o • I*
—Maribel y yo somos distintas en una co- su mesa y saca una baraja de cartas de pare-
sa. Ella es muy callada y yo muy habladora. jas de frutas y árboles, una con la que nos
¿Se nota, no? deja jugar de vez en cuando en el recreo,
Y empieza a reírse. A la clase entera nos cuando llueve y no podemos salir al patio. Las
da la risa, excepto a Maribel, pero la maestra coloca encima de la mesa y me dice:
pone los brazos en jarras y nos riñe. —Anda, Siró, haz lo que yo te diga. Sabéis
—Yo no le veo la gracia. ¿No será que no que esta baraja tiene cincuenta cartas empa-
la dejas hablar, Sandra? ¿Por qué no intentas rejadas, pero para este juego sólo necesita-
contestar sólo cuando te preguntan y dejas mos cuarenta y seis, o sea, veintitrés parejas.
que tu hermana hable cuando alguien se diri- El primer paso consiste en que repartas dos
ge a ella? cartas a los c o m p a ñ e r o s hasta llegar a las
Esta vez es Maribel quien se ríe como un cuarenta y seis. Yo me quedo con las que so-
conejito, y Sandra se enfada y le echa una mi- bren. ¿Lo has entendido?
rada asesina. L a maestra aprovecha para Muevo la cabeza de arriba abajo, aunque
concluir el tema. Según ella, con la expresiva creo que la maestra no tiene ni idea de lo que
introducción por parte de Sandra, tiene ma- son los cromosomas, y para distraer nuestra
terial suficiente para un acercamiento a los atención nos va a poner a jugar a las cartas.
misteriosos cromosomas. Abre un cajón de ¡Vaya bobada! Ella piensa que yo no me doy
cuenta de su jugada de despiste, porque disi-
mulo y le sigo la corriente, por no dejarla mal
Capítulo once
delante de toda la clase. A fin de cuentas,
¡tampoco es tan importante saber qué son los
cromosomas, digo yo! Al fin y al cabo, ¿quién
soy yo? El nuevo que viene de otro colegio a
montar alboroto. ¡No sea que me coja manía
D urante un buen rato, nos lo pasamos
bomba, pues tras el reparto de las car-
tas, la maestra nos manda que miremos las
y después me haga la vida imposible! Yo, co- que nos han tocado por si están emparejadas.
mo si nada. Si no, tenemos que hacer un intercambio.
La primera pareja se la doy a Sara, no por La batalla de gritos es una fiesta.
nada, sino porque se sienta a mi lado. A l —¿Quién tiene la pareja de la manzana?
acercarme a ella se pega a mi nariz el olor de —¡Yo tengo el manzano!
su pelo y me provoca un estornudo. A ella le —¿Quién tiene la pareja del avellano?
entra la risa. Moncho me da una patada en la —¡Yo tengo la avellana!
espinilla y siento mucha rabia. —¿Quién tiene la pareja del ciruelo?
—¡Yo tengo la ciruela!
—¿Quién tiene el níspero?
Y nadie tiene el níspero, hasta que la maes-
103

6
- I• ••
tra se percata de que está entre las cartas re- —Bien, se acabó —dice de repente, dando
tiradas que le correspondieron. unas palmadas en el aire, y el alboroto se va
—Aquí tenéis al níspero, pero no hagáis desvaneciendo—. Ahora necesito un poco de
tanto ruido que vamos a llamar la atención de orden para explicaros el sentido de este jue-
la jefa de estudios. go, ¿de acuerdo?
Ni caso. Como si hablase con una pared. La gemela Sandra levanta la mano, pero
—Yo tengo el limonero y el cerezo. ¿Quién la maestra hace como que no la ve y continúa
tiene las cerezas o el limón? su explicación. Hay un coro de risas.
—¡Yo, yo tengo el limón, pero necesito —Vamos a imaginar que el par de cartas
una naranja para mi naranjo! que tenéis en las manos, en lugar de árboles
—¡Te doy yo la naranja! y frutas, son parejas de cromosomas.
—¡Yo te doy las cerezas! —¿Y eso qué significa, proje? —la inte-
Creo que cuando acabamos de emparejar rrumpe Sandra.
las cartas, con lo bien que lo estábamos pa- —Tranquilízate y escucha. Si atiendes, qui-
sando, nadie se acordaba ya de los cromoso- zá comprendas lo que quiero decir. Continúo.
mas, excepto la maestra, que sigue nuestro Vamos a jugar a que una de las cartas de la
intercambio con los brazos cruzados y el ce- pareja, la que sea femenina, por ejemplo, tie-
ño arrugado. ne una letra en clave.
104 105

• • ••
—¿Qué letra, profe?—pregunta Paco Lei- —¡Sí, sí! Yo tengo la higuera y el higo.
rós. —Bien, los que tengáis una pareja forma-
La maestra, que ahora parece más alegre, da por dos cartas masculinas las retiráis. En
nos guiña un ojo y dibuja en el aire dos rayas este juego no valen.
cruzadas en forma de equis mientras dice: —Yo tengo el limón y el limonero.
—Equis, la llamaremos con la letra X . — Y yo, el piñón y el pino.
—¿Y la otra? —preguntan varias voces. —Pues os las cambio por la uva y la vid, y
—Para la otra, si es masculina, haremos por la castaña y el castaño. Así tenéis una X X
que a la equis se le caiga una patita. Así se y una XY.
queda coja y se convierte en una «y» griega. La maestra hace los cambios y después
¿Qué os parece? nos pide silencio.
Entonces se monta otra vez un alboroto —Estaréis echos un lío, ¿verdad?
tremendo. Muchos movemos la cabeza, como agita-
—Profe, profe, yo tengo la mora y la mo- dos por el viento.
rera. Las dos son femeninas. —Pues todo este juego de cartas y pare-
—Entonces tú tienes una pareja de X X . jas tiene una explicación bien sencilla para
—¡Yo también, profe! que podáis entender qué son los cromoso-
—¡Estupendo! ¿Alguien tiene una X Y ? mas. Resulta que todas las personas, seamos
107

hombres o mujeres, tenemos en el cuerpo sopa de letras, donde las equis y las «y» grie-
veintitrés parejas de cromosomas. O sea, gas juegan al escondite. La voz de Sara, que
juntos hacen un total de cuarenta y seis. Los le hace una pregunta a la maestra, me de-
cromosomas son los responsables, entre vuelve a la realidad.
otras cosas, de la herencia, es decir, de los —¿Y no puede haber, en lugar de dos car-
parecidos que tenéis con vuestros antepasa- tas, tres, profe?
dos, como el color de la piel, de los ojos, o La maestra se muerde el labio y finalmen-
el tipo de cabello. Por eso a veces os pare- te dice:
céis tanto a alguno de los miembros de vues-
—Pues sí, Sara —responde con tono en-
tras familias.
fadado—. De hecho, puede que alguno de vo-
—¿Y eso qué tiene que ver con la equis y sotros conozca a alguna persona que,
con la «y» griega? precisamente en la pareja veintiuna, le pase
—Pues de eso depende si nacéis niños o esto. ¿Quién tiene la pareja de cartas veintiu-
niñas. Cuando hay una pareja de X X , nace na?
una niña. Y cuando hay una pareja de X Y , —Yo —levanta la mano Javier López.
nace un niño. —¿Cuál es tu pareja?
Murmullos generales. De repente, toda la — E l tomate y la tomatera.
clase, incluida la maestra, se convierte en una —Pues hay personas que, en la pareja de
108
c 109

<
9 #
O a

cromosomas veintiuna, tienen un tomate y —Porque mi primo Guillermo es un Down.


dos tomateras. —¡Así que de ahí te viene la curiosidad!
—¿Y eso cómo se sabe? —pregunta Lupe —comprende ella.
Río. Contesto moviendo la cabeza y noto en el
—Los médicos lo averiguan rápidamente, resto de la clase miradas de envidia, porque
pero nosotros podemos reconocerlos porque ninguno de ellos conoce a nadie como Gui-
son personas muy dulces, gorditas, con el ca- llermo.
bello lacio, con unos ojitos muy semejantes a —¿Y haces buenas migas con él, Siró?
los de los chinos y... —se interesa la maestra, zalamera.
—¡Down! —se me escapa de repente. —¡Es un jardinero de primera! Le encantan
—¡Eso es Siró! —exclama la maestra, sor- las flores. En realidad, para dormirse cuenta
prendida por mi arrebato e s p o n t á n e o — . flores en lugar de ovejitas. ¿A que es guau?
¿Cómo sabes tú que se les llama así? —Muy guay, Siró —dice la maestra con
una sonrisa de anuncio, y después me besa
en la mejilla, no sé muy bien por qué motivo,
y me pongo rojo como un tomate, sobre to-
do porque hay risitas en toda la clase y Sara
no me quita ojo.
1
La maestra suspira profundamente y nos
dice que la lección de hoy le ha salido un po-
Capítulo doce
co liada porque no la llevaba preparada, pe-
ro que tiene la esperanza de que por lo
menos el gusanillo de la curiosidad quede
abierto para Secundaria, donde se nos expli-
cará mejor lo que son los cromosomas, y no
con árboles y frutas.
A la vuelta del colegio m a m á me espera
en la parada del autobús. Antes de bajar,
ya sé que pasa algo, porque veo que se frota
Volviendo para casa en el autobús, me pre- las manos, que es lo que suele hacer cuando
gunto si realmente he entendido su explica- está preocupada. Me da un apurado beso en
ción, pero no me importa, porque ya no me la mejilla, me coge la mochila y tira de mí.
pica la curiosidad como antes, y ahora podré —Vamos rápido, Siró. Tenemos que acer-
dormir mejor. Puede que tenga razón la pro- carnos al colegio de tu primo.
fe, así que le voy a hacer caso. Esperaré a —¿Por qué? ¿Y la tía?
crecer. Total, de momento el único que me —Edelmira está con Serafín en el hospital.
escucha es Chas, y a él le da igual si yo en- Mamá saca el coche del garaje y conduce
tiendo o no entiendo si los cromosomas son deprisa.
letras, frutas, árboles, o estampitas. —Ponte el cinturón.
Coge un bocadillo envuelto en papel de —¿Down está triste, mamá?
aluminio y un zumo de melocotón de su bol- —Creo que sí, Siró.
so y me lo tiende. —¿Por qué?
—Vete comiendo. Puede que se nos haga —No lo sé. Vamos allí para preguntárselo.
tarde y no quiero que tengas el estómago va- —¿Y por qué no han llamado a la tía?
cío. —Porque ella ahora tiene que atender a
El bocadillo es de chorizo, mi favorito. Le Serafín. Dejó nuestro teléfono en el colegio
hinco el diente con ganas mientras ella con- de Guillermo para que nos avisaran a noso-
duce en silencio, tamborileando con los de- tros si pasaba algo urgente.
dos en el volante ante un semáforo y tocando —¿Y esto es urgente?
la bocina a menudo. —Muy urgente. Quizá tu primo se sienta
—Me han llamado del colegio de Guiller- muy solo.
mo, Siró —dice nerviosa—. Su monitora me —¿Por qué?
contó que desde que llegó al centro esta ma- —No lo sé, Siró. En seguida lo sabremos.
ñana ha estado triste y silencioso y que al me- —Ah.
diodía se encerró en el servicio, sin querer Yo nunca he estado en el colegio de Down.
hablar con nadie. Por lo visto desde fuera se Es diferente al mío, creo que más bonito. Tie-
oye cómo llora. ne las paredes repletas de dibujos y carteles
115

1- ° • . ••
con niñas y niños con ojos achinados iguali- pasillo inquieta, y yo me entretengo miran-
tos a los de Guillermo. do la exposición. Además de la locomotora,
—¿Down viene a un colegio de chinos? hay dos aeroplanos, una lancha, un buque
—No, Siró. De eso ya hemos hablado. de guerra, varios jarrones con flores de pa-
En la entrada hay una mesa enorme y una pel y alambre, colages, rompecabezas, cua-
tarima llena de objetos construidos con ma- dros... Una mujer muy guapa con el pelo
dera. Me llama la atención una locomotora. recogido en la nuca y vestida con una bata
—¡Qué tren más chulo, mamá! blanca se acerca a mamá y le dice algo que
—Sí, es precioso. no oigo bien. Después me dirige una mira-
Se nos acerca una mujer vestida con uni- da y sonríe:
forme azul. —Hola. ¿Te gusta la exposición?
—Buenos días, ¿qué desean? Yo afirmo con la cabeza.
—Somos parientes de un niño que está —Siró, contesta con la boca, no con la ca-
encerrado en el servicio. Nos ha llamado su beza como los asnos —me riñe mamá.
monitora. —Sí, es muy bonita. Me gusta mucho la lo-
—¡Ah, sí! Esperen un momentito que aho- comotora —digo para contentarla.
ra la aviso. —Son trabajos hechos por alumnos del
Mientras esperamos, mamá pasea por el centro. A la mayoría le encanta la marquete-
1...?
ría. Más tarde, si quieres, podemos ir a visitar Down no contesta. Su llanto tampoco se
los talleres. ¿Quieres? oye.
De nuevo muevo la cabeza, y mamá me — S i estás triste por algo, puedes hablar
lanza una mirada asesina, pero no dice nada. conmigo, o con tu señorita. Sabes que te que-
—Pero primero tenemos que ir a rescatar remos mucho. Seguro que lo que sea tiene
a tu primo al servicio. ¿Quieres venir con no- solución.
sotras o prefieres quedarte aquí viendo con Down por fin habla:
más calma la exposición? —¿Y mamá?
—Prefiero ir. —Mamá está con papá. Tiene que cuidar-
—Pues vamos. lo para que salga cuanto antes del hospital.
La monitora nos lleva por un pasillo pinta- Los dos te quieren mucho.
do de blanco con murales pegados en las pa- —No me quieren. Se marcharon de noche
redes. A l final se encuentra el servicio donde y me dejaron solo.
está Down. En seguida escuchamos sus la- —Solo no, viniste a nuestra casa. ¿No te
mentos. Mamá golpea con los nudillos en la gusta estar con nosotros?
puerta y le habla despacio. —Yo prefiero mi cama, a mi mamá y a mi
—Guillermo, cariño, soy la tía. ¿Por qué papá.
no sales? Estamos preocupados. —¡Pues claro que los prefieres a ellos! ¡Fal-
119

taría más! Seguro que Siró, si tuviese que ir a — A mí a veces también me duele la ca-
tu casa, también preferiría su cama y a sus beza.
padres, ¿verdad, Siró? —Pues eso. A todo el mundo le duele la
Yo muevo la cabeza, y claro, no se me oye. cabeza de vez en cuando.
—¡Habla alto, Siró! —me susurra mamá al —¿Me van a llevar al hospital también?
oído—. Que te oiga Guillermo. —No, Guillermo. Tus dolores de cabeza
— A mí me gusta mi cama, mi mamá y mi son pequeños y con una aspirina se curan en
papá —digo, porque sé que es lo que quiere seguida.
oír mi madre, y parece que Down también. —¿Y los de papá?
—¿Oyes, Guillermo? ¿Oyes a tu primo? —Esos son más fuertes, por eso tienen que
—¿Y cuándo va a volver papá del hospital? curarlo en el hospital.
—Pronto, puede que en una semana ya es- De repente Down se queda en silencio y
té de vuelta. todos esperamos que salga finalmente. Sin
—¿Y se va a morir? embargo, al cabo de un rato dice:
—¡Claro que no, Guillermo! ¡Qué cosas se —Quiero hablar con Siró.
te ocurren! A papá le duele mucho la cabeza Mamá y la monitora cruzan una mirada,
y los médicos quieren saber por qué le duele sorprendidas, y después me miran a mí car-
tan a menudo, eso es todo. gándome de responsabilidad.
120 121

—Está bien, Guillermo, como quieras. No- —Vale.


sotras salimos y te dejamos con Siró. —¿Te vas a quedar ahí para siempre?
Salen y cierran la puerta. Yo me quedo tie- —No. Es que no hay papel higiénico para
so como un palo mirando la puerta del servi- limpiarme.
cio de Down. —¿Quieres que pida un rollo?
—¿Estás solo, Siró? —Vale.
—Sí. Abro la puerta de los lavabos y me en-
—Esta noche podemos contar ovejitas, si cuentro a la monitora y a mamá con la oreja
quieres. pegada.
—Vale. O flores. Lo de las flores es más —¿Qué tal? —me dicen al mismo tiempo.
chulo. —Quiere, papel higiénico.
—Vale. —¿Cómo dices? —pregunta la monitora
—También podemos contar besos. con los ojos abiertos.
—Nunca he jugado a contar besos. ¿Có- —Que quiere limpiarse el culo y no tiene
mo se hace? papel higiénico.
—No lo sé. Tengo una amiga que cuenta —¡Ah, sí, claro, qué boba! —exclama, y se
besos. Se llama Sara. Puedo preguntarle ma- pone colorada; después se va.
ñana si quieres y después jugamos nosotros. Mi madre tiene la boca abierta y me mira
123
122

sin saber qué decir. La monitora vuelve con el Capítulo trece


rollo de papel y luego yo se lo doy a Down
por debajo de la puerta. Se escucha el ruido
de la cisterna y al poco rato Down sale son-
riendo. Mamá y la monitora parecen embo-
badas. Los mayores no entienden nada de
nada.
L a monitora nos invita a visitar las insta-
laciones del centro. Mamá consulta el re-
loj y pone cara de circunstancias, pero Down
no espera su respuesta y tira de mí pasillo
adelante en sentido contrario a los aseos.
—¿Adonde vais? —escuchamos la voz de
la monitora a nuestra espalda.
— A mi jardín —contesta Down.
Llegamos hasta una puerta pintada de co-
lor verde que tiene un letrero pegado en el
que pone: «TALLER D E JARDINERÍA».
Down golpea un par de veces con los nudillos
y sin esperar respuesta la abre.
127

—Hola —le oigo hablar con alguien—. És- Down se encoge de hombros.
te es mi primo Siró. —Estamos jugando —lo defiendo.
Me da un empujón y pierdo el equilibrio, Down sonríe.
de manera que al entrar me llevo por delan- —¿Y se puede saber a qué jugáis? —pre-
te el bonsái de una niña que está sentada en gunta el hombre cruzándose de brazos.
el suelo. U n hombre vestido con bata blanca — A que él me empuja y yo me dejo em-
y con un enorme bigote encima del labio le pujar —contesto lleno de razón.
riñe . Los niños y las niñas se echan a reír. El
—Guillermo, sal y vuelve a entrar con edu- hombre del bigote y la bata blanca suspira y
cación. mueve la cabeza.
Down me tira de la chaqueta y me saca de —En fin, ¡sois imposibles!
clase, cierra la puerta y llama otra vez. Se oye La clase es bonita, llena de plantas coloca-
la voz del hombre que nos invita a pasar. das en tarimas, por las paredes o colocadas
Down vuelve a abrir la puerta y me da otro en una lona que cubre todo el suelo. No hay
empujón. Esta vez lo controlo y me detengo mesas ni sillas. Sólo tiestos. Huele a verde, a
antes de acercarme a la niña del bonsái. abono y a tierra húmeda.
—¿Por qué empujas a tu amigo? —le riñe Los niños y niñas revuelven la tierra con
de nuevo el hombre del bigote. las manos, de rodillas sobre la lona. Me mi-
129

ran y no dejan de murmurar entre sí. Son re- María descubre las manos y me regala una
gordetes, igualitos que Down, pero distintos margarita de color azul. Después echa a co-
a los niños mayores que conozco, como Lu- rrer y desaparece de nuestra vista.
cas, el hermano de Miguel. Se les nota algo —¡Una margarita azul! —se me escapa.
que no sé explicar, como si fuesen grandes Down me da un coscorrón y se muere de
pero pequeños al mismo tiempo. Parecen risa. El hombre de la bata y el bigote le llama
contentos porque no dejan de reír. Algunos la atención.
llevan gafas con cristales muy gruesos, como —Guillermo, ¿qué haces aquí?
Down, y tienen las manos gorditas. Llevan —Vengo a enseñarle a Siró mi jardín,
puesto un mandilón de cuadritos todo man- ¿puedo?
chado de tierra. Son simpáticos. L a niña del —Puedes, pero sin hacer ruido. No quiero
bonsái se levanta del suelo y se acerca a mí. que distraigas a tus compañeros.
Tiene los ojos achinados y las manos escon- —Vale.
didas detrás de la espalda. De improviso me Down me coge de la mano y hace que sor-
da un beso en la mejilla y se echa a reír. tee los tiestos esparcidos por el suelo. Aun
—Hola, soy María, ¿y tú? así, piso algún montoncito de tierra y abono.
Siento calor en la cara. Abre una puerta al final de la clase que con-
—Me llamo Siró. duce a un patio repleto de margaritas azules.
130

— M i jardín —dice Down. —Las azules son bonitas.


—¿Es todo tuyo? —¿Y las otras?
—Mío y de María. —Las otras también, pero más las azules.
María sale de un rincón y se acerca a Se abre la puerta del patio y asoma la ca-
Down. beza del hombre con bigote encima del labio.
—Hola, Guillermo. Me dijeron que te ha- —Guillermo, os están buscando. Salid,
bías encerrado en el servicio. venga.
—Es cierto. Vamos detrás de él. Los cuatro sorteamos
—¿Por qué? los tiestos y la tierra esparcida por el suelo.
—Porque no había papel higiénico. Me despido de María.
Comenzamos a reír. —Gracias por la margarita, María. Al llegar
—¿Te gusta nuestro jardín? —me pregun- a casa la pondré en agua.

ta María. —No, métela dentro de un libro. Se seca-


—Sí, es bonito. rá y te durará más. El azul cambiará de color,
—Es nuestro porque a los dos nos gustan pero es divertido saber que fue azul. ¿Ver-
las margaritas azules. Aquí María y yo cuida- dad?
mos nuestras margaritas. ¿Te gustan las mar- —Sí.
garitas? Down y yo salimos de la clase y en el pa-
132 133

sillo nos encontramos con mamá y la moni- Capítulo catorce


tora.
—Siró, nos tenemos que ir.
—Tengo una margarita azul, mamá.
—Es preciosa. ¿Quién te la ha dado?
—María.
—¿Así que ya has hecho una amiga? L e pregunto a mamá si Down se tiene que
quedar en el centro, o si puede venir con
nosotros a casa. Ella me dice que todavía es
—Es mi novia —dice Down.
pronto y no debe perder sus clases, pero la
— A h —dice mamá.
monitora sonríe y consiente.
— A h —dice la monitora.
Yo pienso en Sara. —Tal vez sea buena idea que Guillermo se
tranquilice y mañana vuelva más fresco.
Guillermo me guiña un ojo y yo le devuel-
vo el gesto. Mamá suspira y nos pide unos
minutos, porque quiere hacer una llamada te-
lefónica. La monitora se despide de nosotros
y nos deja en el pasillo. Mientras mamá tele-
fonea, Down señala las puertas a lo largo del
pasillo y me explica qué hay detrás de cada
a enfadar, pero no ha sido así, porque el mé-
una.
dico le ha comunicado una noticia muy bue-
—Ésta es la del gimnasio. Aquí hacemos na. A tu padre le darán el alta dentro de un
deporte. Y ésta, la del taller de marquetería. par de días y ya podrá volver a casa.
Aquí construimos objetos de madera. Esta
Down empieza a mover los brazos y a sal-
otra es la puerta de hablar, escribir, leer y di-
tar dando botes como una pelota. No sé por
bujar. Aquí hablamos, escribimos, leemos y
qué también llora, y le caen unas lágrimas
dibujamos... A veces no hablamos ni escribi-
muy gordas por las mejillas.
mos ni leemos ni dibujamos, sólo nos calla-
—¿Por qué lloras? —le pregunto.
mos y dormimos. L a del fondo es la de
Mamá me contesta por él.
música. Allí escuchamos, cantamos y baila-
—No te asustes, Siró. Guillermo llora de
mos... A mí la que más me gusta es la de jar-
alegría. ¿Verdad, Guillermo?
dinería... Allí María y yo cultivamos
Down le da la razón a mamá. Yo pienso
margaritas azules.
que no tiene mucho sentido, porque hace po-
Mamá nos llama. Tiene la cara alegre. Le co lloraba de pena, y ahora resulta que llora
da un beso a Guillermo y le dice: de alegría. ¡Qué complicado! Mamá debe de
—Acabo de hablar con tu madre y le he haber notado que no entiendo nada, porque
contado lo que ha pasado. Pensé que se iba añade:
136

—Guillermo se ha emocionado, Siró. A ve-


ces pasa eso. Uno se pone tan contento que
siente cosquillas en la nariz y en los ojos, y se
echa a llorar. Se llaman lágrimas de alegría.
—Yo nunca he tenido lágrimas de ale-
gría.
—Pues quizás alguna vez las tengas. Eso
es muy normal en las personas sensibles.
—¿Down es sensible?
—Muy sensible.
—Entonces yo no soy sensible.
—No quiero decir eso. Simplemente eres
diferente, ni mejor ni peor.
—¿Qué es ser sensible?
Mamá me mira nerviosa.
—Pues eso, que te emocionas a menudo y
a veces no eres capaz de controlar las lágri-
mas.
138 139

—¿Y si las controlo, significa que no soy Down da palmadas de contento, así que
sensible? yo, como siempre, hago ver que me he que-
— N o , cariño, no necesariamente. Hay dado satisfecho. No pienso darle vueltas en
personas que no lloran por fuera y son muy la cabeza al asunto de la sensibilidad igual que
sensibles. Lloran por dentro. me pasó con los cromosomas. ¡Vaya tonte-
—¿Tienen el cuerpo lleno de lágrimas? ría! Pero en el coche se me ocurre una pre-
—Como si fuese una laguna encharcada. gunta importantísima:
—Entonces, en lugar de sangre, sus venas —Oye, mamá, ¿ya le han puesto el torni-
llevan lágrimas. llo al tío Serafín?
Mamá boquea, eso quiere decir que no sa- —¿Qué tornillo? —pregunta Down.
be qué contestar. Como siempre, corta la Y cuando me propongo explicárselo, ma-
conversación con una frase que ya me co- má me corta nerviosa:
nozco. —Siró, creo que tú y yo ya hemos mante-
—¡Ya lo entenderás cuando seas mayor! nido no hace mucho una conversación al res-
—y después nos propone—: ¿Qué os parece pecto. ¿Te acuerdas?
si os invito a un helado en el centro comer- Me acuerdo, y eso significa que debo tener
cial? La tía Edelmira nos saldrá al encuentro la boca cerrada como un santo, al menos de-
dentro de unos minutos. lante de ella.
140 141

—Después hablamos —le susurro a Down ojos fijos en la ferretería. ¡Un mágico lugar
en la oreja, como si fuese un secreto. lleno de tornillos!
El me da un empujón. —Down, entremos en la ferretería.
—Me gustan los secretos —me dice tam- —¿Para qué?
bién en bajo. —Tenemos que comprar un tornillo para
— Y a mí. tu padre.
—¿Qué murmuráis? —nos pregunta mamá. Down me mira con cara de extrañeza.
—¡Nada! —contestamos al mismo tiempo, — M i padre no necesita un tornillo. Tiene
y nos da la risa. muchos en el tren de lavado.
Cuando llegamos al centro comercial, la tía —Tú hazme caso. Será un tornillo de re-
Edelmira ya nos está esperando sentada en puesto. En el hospital le han puesto uno nue-
la terraza de una cafetería. Llena de besos a vo, pero se llenará de óxido y lo tendrán que
Down y después nos compra un helado a ca- internar de nuevo.
da uno. Mamá y ella se sientan y nos dicen —¿Tú crees?
que podemos mirar escaparates sin alejarnos —Sí. Se lo he oído decir más de una vez a
mucho, mientras ellas hablan y toman unos mis padres.
refrescos. Down va directo a la floristería, pe- Down mira con envidia la tienda de jardi-
ro a medio camino a mí se me quedan los nería.
143

—Después vamos, pero primero compre- Me doy media vuelta y... siento un estalli-
mos el tornillo. do de alegría en el centro del pecho.
—Vale. —¡Miguel!
Entonces caigo en la cuenta de que no lle- Nos abrazamos. ¡Mi ex-mejor amigo M i -
vo dinero. guel! Y se me escapan las lágrimas... ¡Seré
—¿Tienes dinero, Down? tonto! Él también llora. ¡Seremos tontos!
Down niega torciendo el morro. Down está muy serio.
—Pues no podemos comprar el tornillo. —¿Qué te pasa, Siró?
Yo tampoco tengo, y no quiero pedírselo a —¿No lo ves? Lloro de alegría.
mamá, porque ya ves cómo se ha puesto en Y de repente entiendo la explicación de
el coche. Éste debe ser nuestro secreto. mamá de hace un momento. Estoy emocio-
—Nuestro secreto —repite Down y pone nado. Los dos nos limpiamos las lágrimas con
dos dedos en forma de cruz y les da un beso. la manga del jersey.
Yo lo imito. —Te quito el «ex» —le digo.
De repente escucho una voz conocida a —Guay.
nuestra espalda y el ruido de alguien que co- —Este es mi primo Guillermo, pero tú pue-
rre. des llamarle Down. ¿Puede llamarte Down,
Down?
—¡Siró!
145

Down se encoge de hombros. por qué mira más a Down, pero le pregunta a
—Pero no lo hagas delante de los mayo- Miguel, que es un poco más alto que yo.
res. Ellos no lo entenderían. —¿Qué queréis?
Miguel está de acuerdo. —Tornillos —contesto yo.
—¿Qué haces aquí? —¿Qué clase de tornillos? —vuelve sus
—He venido con Lucas. Va a comprar ojos hacia mí.
unos discos. Está en la tienda de música. ¿Y —¿De cuántas clases hay?
vosotros? —Pues... Depende del diámetro de la ca-
—Queremos comprar un tornillo, pero no beza, de la rosca, del material... Los hay de
tenemos dinero. cabeza redonda, plana...
—Tengo yo. Pongo cara de pensar y me digo que, si el
—¿Sí? Down, Miguel tiene dinero. ¿Nos tío Serafín tiene la cabeza redonda, debe de
prestas? necesitar un tornillo de cabeza redonda.
—¡Claro! ¿Llegará con un euro? — U n tornillo de cabeza redonda.
—¡De sobra! Los tornillos son pequeños, —¿Sólo uno? —pregunta el dependiente
así que no pueden costar mucho. con el ceño fruncido.
Los tres entramos en la ferretería. El de- —Sólo uno —contesto.
pendiente pasa su mirada de uno a otro. No sé El dependiente rebusca debajo del mostra-
147

dor y nos enseña varios tornillos con la cabe- —Uno dorado.


za redonda de distinta longitud, uno de ellos El dependiente envuelve el tornillo en un
dorado. trocito de papel y me lo tiende.
—Elige. ¿Cuál quieres? —¿Cuánto cuesta?
Consulto con la mirada a Down y a Miguel, El dependiente pasa su mirada lentamente
pero ambos se encogen de hombros. Me de- deteniéndose en cada uno de nosotros y son-
cido por el dorado, por aquello de que pare- ríe por primera vez.
ce de oro, como los dientes de repuesto de —Es un regalo de la casa. Creo que por
los abuelos. un tornillo no nos vamos a arruinar —y
nos guiña un ojo.
148 149
*

Le damos las gracias y salimos de la tien- tras cosas, y yo le prometo que no me volve-
da. Yo cojo el tornillo y se lo doy a Down. ré a enfadar nunca más con él, pues a partir
—Guárdalo tú. Cuando llegues a casa, lo de ahora, junto con Down, es mi mejor ami-
metes en el cajón de la mesilla de tu padre. go.
—¿Para qué? Mamá y la tía Edelmira nos hacen gestos
—Es un amuleto. Lo vi hacer en una pelí- para que nos acerquemos. La tía dice que tie-
cula. Así, cada vez que a tu padre se le caiga ne que volver al hospital junto al tío Serafín y
un tornillo, aunque no lo sepa, tiene el de re- se despide de Down, pidiéndole que se porte
puesto guardado en el cajón, y nunca más bien. En seguida subimos al coche y vamos
tendrá que ir al hospital porque el amuleto de hacia casa.
la buena suerte lo estará protegiendo. ¿A que Por la noche mamá le cuenta la travesura
es buena idea? de Down a papá, y a él le da la risa y le re-
Down y Miguel me dan la razón. Después vuelve el pelo.
cruzamos los dedos y besamos la cruz en un Le llama «pillastre» y nos deja jugar en
pacto secreto. Lucas sale de la tienda de dis- nuestra habitación a tirarnos la almohada y a
cos y llama a Miguel. Miguel se despide de mantener una batalla de cojines. Mamá pa-
nosotros rápidamente y me promete que que- rece otra. Canturrea en la cocina y nos pre-
daremos cualquier día para hablar de nues- para una cena para chuparnos los dedos.
Down se acuesta en mi cama como la no-
che pasada. Antes de meterme yo también,
guardo la margarita azul que me ha regalado
María en el centro de mi libro de cuentos fa-
vorito. Apagamos la luz y hablamos bajito.
—Tienes suerte de que a tu novia le gusten
las margaritas azules —digo yo.
—Sí, tengo suerte —dice él.
Y jugando a contar flores, me quedo dor-
mido. Antes de cerrar los ojos me pregunto si
a Sara también le gustarán las margaritas azu-
les. Quizá mañana se lo pregunte... A lo me-
jor, hasta le pido que sea mi novia.

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