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Apunte Casi Final Clínica
Apunte Casi Final Clínica
CONSEJOS AL MEDICO
Freud, menciona una serie de reglas técnicas, que facilitarían el trabajo e impedirían la
caída en negligencias que complicaran los tratamientos. Además, se demuestran como la
contrapartida de la regla fundamental del psicoanálisis impuesta al analizado: la asociación
libre, que consiste en que el paciente diga todo lo que se le venga a la cabeza sin objeciones
lógicas ni afectivas que le impidan la comunicación.
ATENCION FLOTANTE
La “actitud del cirujano” serviría para preservar la vida afectiva del analista y del
analizante. Esta consiste en acallar todos los afectos y concentrar sus energías en el fin del
tratamiento.
ANÁLISIS PERSONAL
LA SUGESTION
El analista debe ser como un espejo, no debe mostrar más de lo que le es mostrado por
el analizante en el intento de generar un ambiente de confianza o empatía con el fin de vencer
ciertas resistencias. La sugestión se queda en el plano de lo consciente e incapacita al
paciente en el vencimiento de las resistencias inconscientes, de las cuales se encarga el
psicoanálisis. Con esto se ve dificultada además la solución de la transferencia, que es aquello
con lo que se trabaja.
El médico debe permanecer impenetrable para el enfermo y no intentar contar acerca de
sus experiencias al paciente intentando generar confianza, porque con ese acto el acento se
pone sobre el analista.
ACTITUD PEDAGÓGICA
Acerca de la actitud pedagógica Freud dirá que el analista, luego de haber liberado las
tendencias del paciente, no debe orientarlos hacia otros fines. “La ambición pedagógica es
tan inadecuada como la terapéutica”. Hay que dejar que el analizante vaya desentramando
sus complejos por sí solo y orientando sus tendencias según sus propias capacidades y no
según los deseos del analista, de lo contrario se podría llegar a complicar la vida del paciente
más de lo que ya lo es.
PUBLICACIONES CIENTIFICAS
COLABORACIÓN INTELECTUAL
Desde el psicoanálisis no se pide al paciente una labor mental, como reunir recuerdos o
reflexionar sobre ciertos puntos de su vida. No se trabaja con esfuerzos de atención o de
voluntad, sino solamente con el sometimiento a la regla fundamental de la asociación libre.
LA INICIACION DEL TRATAMIENTO
Freud habla de una serie de reglas para la iniciación del tratamiento a modo de consejo.
Hay ciertas normas generales en la conducta del médico.
CONFIANZA EN EL ANALISIS
Los pacientes que tengan confianza en el análisis van a hacer que la experiencia sea
más agradable. De todas formas, se van a presentar resistencias y dificultades.
También existen aquellos pacientes que niegan todo el crédito al médico, con ellos la
única forma de convencerlos de que el tratamiento es efectivo es que esto se de en la realidad.
Esta desconfianza provisoria no nos preocupa mientras siga las normas del tratamiento
psicoanalítico. La actitud de escepticismo será considerada como un síntoma.
TIEMPO
Cada paciente es dueño de una hora determinada. Esta hora le pertenece por completo,
porque paga por la misma, venga o no venga. Esto es muy fácil de entender desde otras
profesiones, pero con el psicoanálisis cuesta más.
Hay que conocer sobre la psicogenia de la vida cotidiana del paciente. Tener en cuenta
cuando se presentan enfermedades “falsas” y también la inexistencia del azar. En caso de
enfermedad se suspende el tratamiento, se utiliza ese horario para otro paciente y se señala un
nuevo horario cuando la enfermedad se haya ido.
Frecuencia del tratamiento: Los 5 días de la semana, salvo feriados y fiestas. Una labor
espaciada pone la cura en peligro, al perder el contacto con la cotidianeidad del paciente.
Duración del tratamiento: Ante la pregunta del enfermo por cuánto tiempo durará el
tratamiento, el analista recurre al periodo de ensayo, para evitar respuestas directas. Es
imposible determinar la duración de un tratamiento. El psicoanálisis conlleva procesos
prolongados, de 6 a 12 meses como mínimo. Siempre será más de lo que el enfermo cree.
Esto debe ser comunicado por el médico, junto con las dificultades y sacrificios que implica
el psicoanálisis, y el paciente puede retirarse cuando sea, sin embargo también se avisa acerca
de los efectos que esto generará también.
Abreviación del tratamiento: Sigue siendo una aspiración. Las modificaciones anímicas
profundas se dan con lentitud, el tiempo que tome el tratamiento va a depender de este factor.
Si se llega a seleccionar el material patógeno a determinados síntomas, el resultado va a ser
escaso.
Sugerimos dar lugar a que se den las condiciones de la transferencia, porque esta es la
única forma de conseguir resultados positivos y que el paciente se ponga en función de la
cura sin importar cuánto tiempo lleve.
DINERO
Estas dos partes se dan cuando el paciente se rehúsa al diván y el médico niega esa
actitud. Esta división tiene que ver con un antes y un después de la sesión:
El médico no debe permitir que esta división se dé por mucho tiempo. Tiene que
desgarrar el biombo que el paciente intenta poner entre ellos.
CONFERENCIA 17: EL SENTIDO DE LOS SÍNTOMAS
La psiquiatría clínica hace muy poco caso de la forma de manifestación y del contenido
del síntoma individual, pero el psicoanálisis arranca justamente desde ahí y ha sido el primero
en comprobar que el síntoma es rico en sentido y que se entrama con el vivenciar del
enfermo.
NEUROSIS OBSESIVA
Presenta ejemplos desde la neurosis obsesiva. Esta es más discreta que la histeria,
porque no hay conversión somática y todos los síntomas quedan en el dominio de lo psíquico.
Si bien no presenta ese enigmático salto de lo anímico a lo corporal, se nos ha hecho más
transparente y familiar que la histeria. La neurosis obsesiva se exterioriza mediante:
El saber del médico no es el mismo que el del enfermo, y no puede manifestar los
mismos efectos. No le va a ser posible al médico proporcionar datos o aclaraciones respecto
al síntoma, porque las desconoce. Hay que esperar que el paciente los recuerde y los
mencione. Cuando el médico comunica su saber al enfermo esto no cancela los síntomas. El
enfermo ya sabe algo desde el principio: el síntoma tiene sentido, pero conocer esos sentidos
es una labor interna del enfermo que se hace en el análisis por medio de la orientación y
acompañamiento del médico. Por lo tanto el conocimiento médico hace referencia al saber
sobre la práctica y el conocimiento del paciente refiere al saber sobre su propia historia y
padecimiento.
AMNESIA NEUROTICA
En la neurosis obsesiva sucede que no se olvida el suceso traumático, pero también les
es imposible vincular la vivencia histórica con el síntoma. Entonces no se trata de una
amnesia propiamente dicha, lo que sucede es una ruptura de vínculo.
El médico establece una diferencia entre síntoma y curación, porque si desaparece uno
va a aparecer el otro. Nosotros nos ocupamos de síntomas y enfermedades psíquicas.
DEFINICIONES DE SÍNTOMA
1. “Los síntomas son actos perjudiciales o, al menos, inútiles para la vida en su conjunto; a
menudo la persona se queja de que los realiza contra su voluntad, y conllevan displacer o
sufrimiento para ella.” Su daño principal consiste en el gasto anímico que ellos mismos
cuestan y en el que se necesita para combatirlos. Estos dos costos pueden traer como
consecuencia un empobrecimiento de la persona en cuanto a energía anímica disponible y,
por lo tanto, su parálisis para todas las cosas importantes de la vida. Si nos situamos en un
punto de vista teórico prescindiendo de estas cantidades, podremos pensar fácilmente que
todos estamos enfermos, porque las condiciones para la formación de síntomas están
presentes también en las personas normales.
2. “Los síntomas neuróticos son el resultado de un conflicto que se libra en torno de una nueva
modalidad de la satisfacción pulsional”. Las dos fuerzas que se han enemistado vuelven a
coincidir en el síntoma; se reconcilian, por así decir, por el compromiso de la formación de
síntoma. Por eso el síntoma es tan resistente, porque está sostenido desde ambos lados. Una
de las partes envueltas en el conflicto es la libido insatisfecha, rechazada por la realidad, que
ahora tiene que buscar otros caminos para su satisfacción vía la regresión a una de las
organizaciones ya superadas o por medio de uno de los objetos que resignó antes. En este
camino será cautivada por las fijaciones que ha dejado tras de sí en esos lugares de su
desarrollo.
Por otro lado tenemos al Yo, que no solo dispone de la consciencia, sino de los accesos a la
inervación motriz y, por lo tanto, a la realización de las aspiraciones anímicas. Al no prestar
su acuerdo a las regresiones, la libido tiene que sustraerse del yo y aplicarse a
representaciones del sistema inconsciente, reprimidas. Al realizar este proceso se sustrae del
yo y de sus leyes, se vuelve rebelde y se acuerda de tiempos pasados que fueron mejores.
Estas representaciones reprimidas están sometidas a los procesos de condensación y
desplazamiento.
3. El síntoma es un sustituto para una satisfacción frustrada. Por medio de la regresión de la
libido se repite una modalidad de satisfacción de la temprana infancia, que va a estar
desfigurada por la censura. La censura es lo que va a dar carácter de sufrimiento al síntoma,
por su necesidad de respetar las condiciones del compromiso con el preconsciente para poder
encontrar un exutorio. “El síntoma se engendra como un retoño del cumplimiento del deseo
libidinoso inconsciente, desfigurado de una manera múltiple; es una ambigüedad escogida
ingeniosamente, provista de dos significados que se contradicen por completo entre sí.”
Por un lado, en él se manifestaron por primera vez las orientaciones pulsionales que el
niño traía en su disposición innata. Las disposiciones constitucionales son la secuela que ha
dejado la vivencia de nuestros antepasados.
La libido, al ser expulsada de sus posiciones más tardías, vuelve regresivamente hacia
ciertas vivencias infantiles. La investidura libidinal de estas vivencias se ve entonces
reforzada en gran medida por la regresión de la libido, sin embargo este no es el único factor:
En primer lugar, la observación muestra que las vivencias infantiles tienen una
importancia que les es propia y que ya han probado en los años de la niñez. En segundo lugar,
la libido no podría regresarse con tanta regularidad a la infancia si allí no hubiera nada que
ejerciera una atracción sobre ella. Y, en efecto, la fijación que suponemos en determinados
puntos de la vía del desarrollo sólo cobra valor si la hacemos consistir en la inmovilización de
determinado monto de energía libidinosa.
No es lo que esperamos de una satisfacción. Casi siempre los síntomas prescinden del
objeto y resignan, por lo tanto, el vínculo con la realidad exterior. Hay un extrañamiento del
principio de realidad y un retroceso al principio de placer. Es también un retroceso a una
suerte de autoerotismo. Remplazan una modificación del mundo exterior por una
modificación del cuerpo; vale decir, una acción exterior por una acción interior, una acción
por una adaptación.
VIVENCIAS INFANTILES
Por el análisis de los síntomas tomamos conocimiento de las vivencias infantiles en que
la libido está fijada y desde las que se crean los síntomas. Estas escenas infantiles no suelen
ser completamente ciertas, en la mayoría de los casos son una mezcla de verdad y falsedad.
Sin embargo, equiparamos la fantasía y la realidad sin preocuparnos si esas vivencias
infantiles son lo uno o lo otro. También las fantasías poseen una suerte de realidad, esos
hechos tienen la misma importancia que si los hubiera vivido realmente, poseen realidad
psíquica, por oposición a una realidad material, y en la neurosis la realidad psíquica es la
decisiva.
PROTOFANTASÍAS
Si bien no siempre carecen de realidad material, entre los acontecimientos que siempre
retornan en la historia juvenil de los neuróticos, hay algunos de particular importancia:
No cabe duda de que su fuente son las pulsiones, pero ¿por qué en todos los casos se
presentan con idéntico contenido? Porque son un patrimonio filogenético. En ellas, el
individuo se remite al vivenciar de la prehistoria. Lo que se cuenta hoy como fantasía fue una
vez realidad en los tiempos originarios de la familia humana, y el niño fantaseador no hace
más que llenar las lagunas de la verdad individual con la verdad prehistórica.
OBJETIVOS DE LA TERAPIA
La teoría psicoanalítica entraña el deseo de ver al enfermo tomar por sí solo sus propias
decisiones.
Este tratamiento es útil en las neurosis obsesivas, de angustia e histéricas. Pero es inútil
en melancólicos, en paranoicos o en la demencia precoz. Estos serán rebeldes al tratamiento
psicoanalítico, porque las neurosis narcisistas rechazan al médico y lo tratan con indiferencia.
TIPOS DE TRANSFERENCIA
CONDICIONES
Pero luego esta mudará en resistencia, manifestándose como falta de interés y dificultad
en la producción. ¿Qué modifica su relación con la cura? Dos condiciones:
Queda prohibido ceder a las demandas del paciente, pero sería absurdo rechazarlas. La
forma de superar la transferencia tiene que ver con demostrar al paciente que sus sentimientos
no provienen de la situación presente y que no son válidos para la figura del médico, sino que
se trata de una repetición. Se intenta que el paciente funda esta repetición en un recuerdo.
Lo que se busca es cancelar las resistencias internas y buscar su superación. Para esto
se sirve de la transferencia como herramienta.
Un buen desenlace sería eliminar el circuito de la represión para que la libido no pueda
sustraerse nuevamente del yo mediante la huida al inconsciente. El analista se toma de las
formaciones del inconsciente para descubrir el sentido de los síntomas y a dónde fue colocada
la libido. Las formaciones del inconsciente también muestran deseos que cayeron bajo
represión y objetos a los que quedó aferrada la libido sustraída del yo.
EL TRABAJO DE LA INTERPRETACION
Freud hace referencia al caso en que una paciente demuestra con signos inequívocos, o
declare abiertamente haberse enamorado del médico que está analizándola.
Una tercera sería ilegítima o indigna para la profesión, que es la iniciación de relaciones
amorosas pasajeras con la paciente y la continuidad de la cura.
Para el médico surge una indicación que previene de una transferencia recíproca: el
enamoramiento de la sujeto depende exclusivamente de la situación psicoanalítica y no puede
ser atribuido a sus atractivos personales.
Hemos de sospechar que todo aquello que viene a perturbar la cura es una
manifestación de la resistencia y que, por lo tanto, se debe a ella el enamoramiento de la
paciente. Ya desde antes se venía dando una transferencia positiva donde la paciente aceptaba
y comprendía las explicaciones que se le daban.
Sin embargo ahora aparece absorbida por su enamoramiento, justo en el momento en
que iba a comunicar algo penoso e intensamente reprimido. Por lo tanto, el enamoramiento
venía ya desde antes, pero ahora las resistencias se sirven del mismo para impedir la
continuación de la cura, para apartar el interés de la enferma sobre el análisis y para colocar
al médico en una situación embarazosa.
Por otro lado, existen manifestaciones especiales de la resistencia, que pone en prueba
al analista (quien, de mostrarse propicio a abandonar su papel, habría recibido en el acto una
dura lección), actuando como un agente provocador, intensificando el enamoramiento y
exagerando la disposición a la entrega sexual.
¿Cómo debe comportarse en analítico para no fracasar en esta situación, cuando tiene la
convicción de que la cura debe ser continuada, a pesar de la transferencia amorosa y a través
de la misma?
Resultaría fácil decir que el analista no debe aceptar ni corresponder al amor que se le
ofrece, y que debería abogar por la moral ante la mujer enamorada y moverla a renunciar a
sus pretensiones para proseguir con la labor analítica, dominando la parte animal de su
personalidad.
Pero no podemos postular esto. Lo primero porque no escribo para la clientela, sino
para los médicos que se afrontan con dificultades serias, por lo tanto no se dirige hacia lo
moral sino más bien hacia conveniencias de la técnica analítica.
La enferma habría conseguido aquello que aspiran todos los pacientes en el curso del
análisis: repetir realmente, en la vida, algo que sólo debía recordar, reproduciéndolo como
material psíquico y manteniéndolo en los dominios anímicos. En el curso de las relaciones
amorosas manifestaría todas las inhibiciones y reacciones patológicas sin que fuera posible
corregirlas.
Las relaciones amorosas ponen un término a toda posibilidad de influjo por medio del
tratamiento analítico. La reunión de ambas es imposible.
Una mujer realmente enamorada se pondría al servicio de los objetivos del analista para
poder tener un mayor valor a los ojos del médico. Sin embargo en este caso se muestra
desobediente, desinteresada y caprichosa, y no se da cuenta que pone al médico en una
situación embarazosa, puesto que si rechaza su amor, le dará pretexto para poder dejar el
tratamiento en venganza y eludir la cura, así como la elude en la actualidad con su
enamoramiento.
Con cierta paciencia se puede llegar a dominar esta situación y continuar la labor
analítica, descubriendo la elección infantil de objeto y las fantasías a ella enlazadas.
Luego examina los argumentos dados contra la autenticidad del amor que se
manifiesta… ¿No puede en realidad pensarse como verdadero?
El segundo argumento es más débil: es cierto que en este enamoramiento se juega una
nueva edición de rasgos antiguos y repeticiones infantiles, pero todos los enamoramientos se
dan de este modo.
Coinciden entonces motivos tanto éticos como técnicos para apartar al médico de
corresponder al amor de la paciente.
Habla de la dificultad de parte del médico que nace al no poder corresponder a un amor
que presenta estas características exageradas de entrega y sensualidad. Pero que debe primar
su labor de analista, de hacer franquear a la paciente un escalón decisivo en su vida.
A partir de esto la paciente debe aprender a dominar el principio del placer y renunciar
a una satisfacción próxima, pero ilícita socialmente, para alcanzar, quizá mucho después, otra
que sea irreprochable tanto psicológica como socialmente.
Para alcanzar este dominio debe ser conducida a través de las épocas primitivas de su
desarrollo psíquico y conquistar un incremento de la libertad anímica.
1) En su interior: contra los poderes que intentan hacerle descender del nivel analítico.
2) Fuera del análisis: contra los adversarios que le discuten la importancia de la pulsión
sexual y le impiden servirse de ella en su técnica científica.
Los profanos seguramente utilizarán esta exposición para plantear los peligros de
nuestra terapéutica. Sin embargo el psicoanalista sabe que trabaja con ciertos peligros y ha de
operar con gran prudencia y escrupulosidad, como un químico en su laboratorio.
No abogo, por cierto, para que se resignen los métodos de tratamiento inocentes. Bastan
para muchos casos y, en definitiva, la sociedad humana tiene tan poca necesidad del furor
sanandi como de cualquier otro fanatismo. Pero es menospreciar enojosamente a las
psiconeurosis, en cuanto a su origen y significado práctico, creer que estas afecciones se
podrían eliminar operando con ínfimos e inocentes arbitrios.
No; en el obrar médico ha quedado siempre lugar, junto a la medicina, para el ferrum y
para el ignis y de igual modo seguirá siendo imprescindible el psicoanálisis practicado con
arreglo al arte, no amortiguado, que no teme manejar y dominar en bien del enfermo las más
peligrosas mociones anímicas.
Dos preguntas:
Resulta de este modo un clisé o una serie de ellos, que se repite o reproduce
regularmente a lo largo de la vida.
De estas tendencias que determinan la vida erótica, sólo algunas alcanzan la evolución
psíquica completa y son plausibles de consciencia. Hay toda otra parte que se ha detenido en
el desarrollo por el veto de la personalidad consciente, y que ha prevalecido en lo
inconsciente, quedando entonces en su carga insatisfechas.
El individuo entonces dirigirá esa carga ante cualquier nueva persona que se le
aparezca, proceso en el cual intervienen las dos porciones de la libido (Icc y Cc). Por lo tanto
es normal y comprensible que se oriente hacia la persona del médico, incluyéndolo en alguna
serie psíquica (clisé)
No es cierto que sólo surja en análisis, sino que también surge en espacios como el
sanatorio, por lo tanto, los fenómenos de la transferencia no se atribuyen al psicoanálisis sino
a la neurosis misma.
La libido emprende un camino regresivo y reanima las imágenes infantiles. Este camino
es seguido por la cura analítica para encontrarse con ella y hacerla nuevamente asequible de
consciencia y orientarla a la realidad.
En donde nos encontramos con la libido surge un combate, Freud postula dos fuentes
de las resistencias contra las que todo análisis debe luchar:
Las fuerzas que motivaron la regresión se activan en calidad de resistencias. Pero estas
no son las únicas ni las más intensas.
Para libertarla tiene que ser vencida esta atracción del inconsciente a través del
levantamiento de la represión de las pulsiones inconscientes y sus productos.
Cuando, entre los elementos del complejo, hay alguno que se pueda transferir a la
persona del médico, la transferencia inicia su actuación, presentándose como una resistencia.
Una vez vencido este elemento, los demás no presentan muchas dificultades.
Cuanto más avanza el análisis más se da cuenta el enfermo de que las deformaciones
del material patógeno no sirven como defensa contra su descubrimiento. Entonces se sirve de
la deformación por medio de la transferencia, que le ofrece mayores ventajas, llegando a una
situación en que todos los conflictos se combaten en el terreno de la transferencia.
Primero menciona Freud que, es indudable que la confesión de ciertos impulsos hacia
la persona que es objeto de los mismos (el médico) siempre será más dificultosa. Pero
también esta relación puede tomar caracteres de una tierna y sumisa adhesión, donde no se
hayan conflictos para confesar:
Las que cuentan como resistencias ante la cura serán la transferencia negativa, y la
positiva de impulsos eróticos reprimidos. La transferencia positiva “consciente” constituye en
el psicoanálisis un substrato del éxito, como en las demás terapias.
TESIS PRINCIPAL
Hemos resuelto asociar la bajada de tensión con el placer y la subida de la misma con el
displacer. La labor del aparato anímico se dirige a mantener lo más baja posible la excitación,
siguiendo el principio de placer.
Por otro lado, la represión de las tendencias intolerables para el yo, retenidas en grados
inferiores del desarrollo psíquico y privadas, al principio, de la satisfacción. Si consiguen
satisfacerse, por vías directas o indirectas, son vividas como displacenteras por el yo. Todo
displacer neurótico es sentido de la misma forma: placer que no puede ser sentido como tal.
La neurosis traumática
Podemos concluir entonces que los enfermos, tal como las histéricas, sufren de
reminiscencias. Así como la repetición de los síntomas motores pueden ser pensados desde
esta perspectiva.
La marcha de la madre no podría ser agradable, entonces ¿cómo está de acuerdo con el
principio del placer el hecho de que el niño repita en su juego un suceso penoso para él?
Presenta dos hipótesis para responder:
Por un lado, el suceso del que se desprendía el juego lo hacía presa de un papel pasivo,
y repitiéndolo tomaba un papel activo, de acuerdo a una pulsión de dominación. Por otra
parte puede tratarse de un impulso vengativo contra la madre por irse, y significar su enfado
contra ella.
Se ve que los niños repiten en sus juegos todo aquello que en la vida les ha causado una
intensa impresión y que de este modo procuran un exutorio a la energía de la misma,
haciéndose dueños de la situación. También vemos que el juego se halla bajo la influencia del
deseo dominante en esta edad: el de ser grandes y poder hacer lo que los mayores. Al pasar el
niño de la pasividad del suceso a la actividad del juego hace sufrir a cualquiera de sus
camaradas la sensación por él experimentada, vengándose así en aquel de la persona que se la
infirió.
De este modo llegamos a la convicción de que también bajo el dominio del placer
existen medios y caminos suficientes para convertir en objeto del recuerdo y de la
elaboración psíquica lo desagradable en sí.
Entre pasos y pasajes del psicoanálisis en la institución – Dreyzin, Fischklein, Saager,
Szereszewski, Tomchinsky
El discurso de Sigmund Freud fue el de un método promovido por él. “Método” nos
remite al término “camino” (odos), sin embargo, el recorrido por un camino no se produce
necesariamente de manera metódica.
Wittels emplea una metáfora para expresar lo que le causan las relaciones y aportes
respectivos de Freud y Breuer en esta invención: Breuer ha visto aclararse el inconsciente,
pero Freud nos ha proporcionado la lente con la cual las imágenes del psicoanálisis se tornan
visibles.
Sin embargo, eso no es en absoluto así de simple, según puede verse con solo reparar
en que no todos los psicoanalistas están de acuerdo en cuanto a su lente. No obstante, si no se
ha perdido absolutamente todo, se debe a que esa invención fue la de un método en que el
método primó sobre la doctrina.
Método y Técnica
Una práctica no necesita estar esclarecida para operar, pero sólo el método puede
definir la práctica como “una”. Debe haber una cierta relación entre método freudiano y
campo freudiano.
Método y locura
Sin embargo, vemos que esta disparidad entre el método propio al objeto y aquel
elegido para su abordaje, por el hecho de que uno no se somete al otro, no se limita a permitir
fundar el segundo sobre el primero, sino que también es generadora de una tensión muy
particular.
Freud recomienda abordar cada caso como si fuera el primero; dicho de otro modo,
recomienda dejar de lado todo el saber adquirido en los casos precedentemente tratados, a fin
de que ese nuevo psicoanálisis que se entabla sea efectivamente uno.
Ahora bien, para quien ponga en práctica el método freudiano, ese aspecto
metodológico aísla dos “hogueras” diferentes: Por un lado el texto de Freud, el inventor del
método que dio testimonio de una experiencia inaugural, por lo tanto crucial y largamente
considerada como paradigmática. Pero también está eso que puede ser recogido de la puesta
en práctica, única cada vez, de su método. Eso que llamamos la práctica analítica. Esta
disparidad fue querida por Freud.
Pero todavía hay un plus de dificultad, vinculado al hecho de que los mismos elementos
constitutivos del método son un saber, en todo caso, un saber hacer. Ese saber adquirido que,
por otro lado, la aplicación del método debe rechazar.
Sea por ejemplo la regla llamada de asociación libre: ¿Cómo aplicarle la exigencia de
abordar cada caso como si fuera el primero? ¿Consideramos como primer caso aquel en que
un médico la enunció a su paciente histérica, o bien el primer caso es aquel en que una
histérica le impuso a un médico que tuvo la audacia de no oponerse?
El discurso del método freudiano recorre el itinerario a lo largo del cual se constituyó
un discurso y una puesta en práctica del método. De este modo, se pone de manifiesto
también que el discurso del método freudiano merece ser reconocido como tal.
Método y azar
El gran gesto por el cual Freud constituye y a la vez signa el carácter metodológico de
su discurso fue un gesto de exclusión. Exclusión del azar.
Subrayemos que Lacan no tuvo la misma postura que Freud: que haya azar no le parece
a Lacan inadmisible.
Método y caso
Para Freud, siempre se trataba de la aprehensión del caso singular y esto es lo que
valorizó el análisis. Es eso lo que resulta verdaderamente esencial, su progreso, su
descubrimiento, es la manera de tomar un caso en su singularidad.
Semejante regulación por el caso implica en particular dos puntos. Por un lado, un
tomar distancia del saber sabido: en la medida que se cree saber, no hay lección a recibir de
los casos históricos. Por otro lado, la promoción de los casos que los presenta como capaces
de enseñar implica la idea de que son portadores de una verdad escondida que se trata de
descifrar. En estos dos puntos de relación al saber y a la verdad, la resonancia entre
Maquiavelo y Freud resulta también manifiesta.
De igual modo, el gesto de Maquiavelo que desplaza la Fortuna nos parece del mismo
temple que el de Freud con respecto al azar.
La proximidad con Maquiavelo permite entrever que de esta manera Freud inscribe su
trayectoria en un crisol que nos hará calificarlo como “cartesiano”, por lo siguiente:
Estas convergencias asombrarán menos si nos tomamos el trabajo de probar hasta qué
punto el método freudiano es analítico; en otras palabras, que se encuentra conectado al
primer paso de la adopción del método, que según Platón dice lo siguiente: Todo aquello que
se puede decir que existe está hecho de lo uno y de lo múltiple y concierne en sí mismo,
originalmente asociado, el límite y la infinitud. No es necesario, entonces, formular siempre,
en cualquier conjunto de que se trate, y buscar en cada caso una fórmula única.
Método y formalización
Lejos de ser antinómica a la singularidad del caso, la formalización representa más bien
su punto extremo.
La relación entre los casos no procede de una pura comparación puesto que revela que,
al menos parcialmente, su multiplicidad se deja ordenar en una gramática, que los casos
tienen elementos en común.
Los recortes formales resultan de esos elementos en común que posee tal o cual familia
de casos. De esta manera, la formalización se presenta más susceptible de ser escrita.
Freud volvió a hacer el recorrido instaurador del discurso del método hasta Maquiavelo
y de La Ramée, con quienes comparte la característica poco lograda de la formalización. En
él, el paradigma del método es, como en Maquiavelo, el caso histórico. Ahora bien, como en
Maquiavelo, esto la implica la delimitación de un campo, ese campo que Lacan calificará de
freudiano. Inscribiéndose en dicho campo, Lacan tomará el relevo, desembocando en
Descartes, por haber seguido el impulso dado por Freud a su discurso del método. La
subjetivación del método irá pues a la par de la introducción en el método freudiano del
paradigma, si no matemático, al menos susceptible de ser matematizado.
El alcance del caso histórico en Freud excede largamente su función de paradigma del
método. El abordaje freudiano del caso, por no dejar de persistir en la singularidad, por
fundarse en la literalidad de lo que el caso le presenta, especialmente a título de síntoma y en
su referencia al relato, destaca en acto que el método es un “ejercicio subjetivo”. Sin
embargo, no se encuentra en Freud una teoría explícita del sujeto.
Lacan encuentra el camino freudiano especialmente en esta recepción literal del caso.
La teoría lacaniana del sujeto es consecuente con la fidelidad a la “envoltura formal del
síntoma”, por la simple razón de que ella es consecuencia del sujeto. Puede considerarse que
Lacan, aquí y en esto “prolonga” a Freud.
Philippe Desan advierte que la subjetivación del método se produce en dos tiempos que
se llaman Montaigne y Descartes respectivamente. Dice que “este aporte del sujeto en el
método comienza evidentemente por una teoría del yo y, más especialmente, de la
construcción del yo”.
Puede verse que los últimos pasos de la puesta en marcha de un discurso del método
corresponden a los dos primeros del camino de Lacan empalmándose con el de Freud: teoría
del yo, teoría del sujeto.
En primer lugar, el rechazo. Su “yo no soy filósofo” al que por fin se resigna, evoca el
rechazo cartesiano del saber recibido. En Montaigne hay también una duda decisiva que, sin
embargo, no sabrá convertir en punto de apoyo de una certeza subjetiva y que, por lo tanto,
permanecerá indefinida.
El rechazo de la ciencia es también el rechazo de una verdad presentada como objetiva.
La verdad deviene “veracidad personal” y sólo lo será si es aceptada por el otro: “la palabra
es mitad de quien la habla y mitad de quien la escucha”.
Existe sin embargo una diferencia importante entre la cristalización que Lacan aísla
como constituyente del yo y ese yo tal como Montaigne lo construye metódicamente: En
Montaigne, la identificación del yo con el otro no termina de no cristalizarse. Montaigne
introduce el sujeto en el método bajo la forma de aquel yo, nunca imaginariamente
identificado; la identificación es en el otro, pero no al otro.
Lacan supo tomar nota de la importancia de Montaigne en lo que llamó “ese momento
inaugural de la aparición, del surgimiento del término que se llama el sujeto”: Montaigne, en
cierto sentido, es verdaderamente aquel que centró, no en torno a un escepticismo, sino en
torno a un momento vivo, esta aphánisis del sujeto.
El cierre del circuito cartesiano del discurso del método: resonancias freudianas
Descartes reúne como en un haz el conjunto de rasgos constitutivos del discurso del
método freudiano:
El rechazo del azar: “es tan necesario mantenerse fuera del imperio de la fortuna”
La dependencia de la verdad respecto del método: “para introducirse en la búsqueda de la
verdad de las cosas, no se puede prescindir de un método”
El historicismo
El carácter personal del camino y el hecho de que la historia del método es una historia
singular
El constructivismo y su carácter literal: “el método, muy a menudo, no es otra cosa que la
observación escrupulosa de un orden, ya sea que exista que lo haya introducido
ingeniosamente el pensamiento”.
Así, en lo sucesivo, nos parecerá confirmado que los primeros pasos del recorrido de
Lacan corresponden a los dos últimos pasos de la puesta en marcha del discurso del método.
En esto, se pone de manifiesto que Lacan toma el relevo del discurso freudiano del método.
Ese sujeto, tal como Lacan es llevado a definirlo, no es parecido al sujeto del Cogito y,
por lo tanto, otro: es realmente el sujeto del Cogito. ¿Qué quiere decir esto? Que ese discurso
freudiano del método (que aquí debe distinguirse del discurso de Freud, puesto que se
compone de ese relevo en el que Lacan prolonga a Freud) constituye realmente el discurso
del método en el sentido muy preciso del “constituir”: repitiéndolo, lo inaugura.
La función secretario
Es más que sorprendente constatar que en los primeros pasos de Lacan, al igual que
Freud, la innovación metodológica es el producto de cualquiera en función de secretario. El
método se inventa poniéndose en práctica a propósito de un caso. El hacer saber del método
es también y en principio el de un caso.
¿Merece esta función secretario ser considerada como uno de los elementos que
especifican el método freudiano?
A diferencia de Freud, Lacan no se remitió luego de la misma manera a un caso de su
experiencia, sino que más bien permaneció con la boca cerrada en relación a quienes
psicoanalizaba. La boca cerrada constituye uno de los modos más importantes de la
realización de una función secretario.
Es de notar en este punto cómo a menudo, salvo el dato particular del control, cuando
un psicoanalista cree poder hacer saber a un público más o menos selecto tal o cual fragmento
de una cura de la cual se encargó, ese hacer saber mismo interviene hipotecando la
continuación de la cura.
En el análisis no se trata tanto de decir o no al psicoanalista como de llevar eso que, del
decir no dicho, no cesa de no poder no ser dicho, eso que se llama síntoma, al lugar de aquel
público, donde será dicho efectivamente. Lo que signa el compromiso del sujeto con su
análisis es precisamente el hecho de que él habrá tomado nota de su síntoma dando
testimonio de que ese decir no era llevado a su lugar.
Hay en los psicoanalistas cierta tendencia a hablar de la ética del psicoanálisis respecto
al final de análisis, y de la técnica respecto al inicio del análisis. Sin embargo, me parece que
no hay ningún punto técnico en el análisis que no se vincule con la cuestión ética, porque nos
dirigimos al sujeto y la categoría de sujeto sólo puede ser colocada en la dimensión ética. No
hay “modo” lacaniano de hacer análisis.
El que viene a vernos como analistas no es un sujeto; es alguien a quien le gustaría ser
un paciente. En la práctica psiquiátrica, el paciente puede ser designado por los otros, que le
dicen que ha de tratarse. Ése no es el caso en la práctica psicoanalítica, con excepción de los
análisis de niños.
Que el psicoanalista se encuentre frente a alguien que le gustaría ser un paciente quiere
decir que no hay, en principio, paciente. Se puede decir que el primer pedido en la
experiencia analítica es la demanda de ser admitido como paciente. Así, la primera
avaluación es hecha por el paciente, es él quien primero avala su síntoma y pide un aval del
analista sobre esa auto-avaluación. Decimos que el acto analítico ya está presente en esa
demanda de avalar, en el acto de autorizar la auto-avaluación de alguien que quiere ser un
paciente.
No hay práctica standard. Las entrevistas preliminares pueden durar un mes, a una
semana, tanto como un año y, a veces, el analista se queda con el paciente durante varios años
en una situación preliminar.
1. Avaluación clínica
a. Subjetivación
2. Localización subjetiva
a. Rectificación
3. Introducción al inconsciente
Avaluación clínica
La avaluación clínica tiene una importancia vital cuando llegamos a pensar que el
paciente puede ser un psicótico. No es tan difícil cuando la psicosis está desencadenada. Sin
embargo, la cuestión se torna crucial cuando la psicosis aún no se desencadenó, porque el
análisis puede desencadenarla. Por esta razón es fundamental para el analista saber reconocer
al prepsicótico.
Los jesuitas le preguntaron a Winnicott algo muy simple: ¿cuándo debemos enviar a un
paciente al hospital psiquiátrico y cuando podemos conservarlo? A lo cual contestó: “Es fácil:
si aborrece al paciente envíelo al hospital psiquiátrico, en caso contrario, consérvelo”. Esto
parece un chiste, pero no lo es. Es la consecuencia de la posición ética de aquellos que
piensan que la contratransferencia puede ser operativa en la experiencia analítica, que pueden
trabajar con ella. Esta es la verdadera práctica según la contratransferencia: invita al analista a
observar sus propias reacciones para conocer la estructura del paciente. Esto es la puerta
abierta a todos los errores del diagnóstico.
Para certificar que se trata de un paciente psicótico debemos buscar los fenómenos
elementales. Fenómenos psicóticos que pueden existir antes del delirio, del
desencadenamiento. Cuando el analista sospecha que hay una prepsicosis, es necesario buscar
esos fenómenos elementales de manera metódica y segura. Ellos son:
Estos tres puntos muestran que en la avaluación clínica hay una encrucijada en la
elección entre psicosis e histeria. En el caso de los fenómenos corporales, por ejemplo, por la
distancia tomada con relación al cuerpo, o el sentimiento del cuerpo como otro, es difícil
distinguirlas. Un sujeto psicótico y uno histérico pueden, en determinado momento,
expresarse más o menos de la misma manera. Hay que decir que muchas veces en la histeria
hay experiencias inexpresables.
No solamente a nivel corporal, sino también a nivel mental, cierta empatía, simpatía
histérica con relación al deseo del Otro, puede ser confundida con el automatismo mental.
Hay también una posibilidad histérica de tomar prestados los síntomas psicóticos. Aquí se
sitúa un problema en las entrevistas preliminares para distinguir entre lo que pertenece al
sujeto y lo que pertenece al otro.
El sujeto histérico también tiene derecho a tener alucinaciones, aunque nada tienen que
ver con las alucinaciones del psicótico.
Hay, igualmente, puntos que parecen comunes entre psicosis y neurosis obsesiva. En el
obsesivo, que siempre se demora a la hora de hacer cosas, es necesario un estado de urgencia
y de pánico para la entrada en un análisis y muchas veces se puede presentar con rasgos
aparentemente psicóticos.
También se puede confundir psicosis con perversión. Es bueno para eso escuchar bien
cuando habla de sus experiencias.
El verdadero perverso no viene con frecuencia al análisis, porque ya sabe todo lo que
hay que saber sobre el goce. Aquel que viene a análisis es el neurótico con una perversión,
esto es, con un goce perverso, lo que no es la misma cosa: el goce sexual puede ser perverso
y, a pesar de eso, en el sujeto, el deseo sexual puede ser neurótico.
Las entrevistas preliminares son lo que sucede en el umbral del análisis, en la frontera a
partir de la cual entramos en el discurso analítico.
El diagnóstico en psicoanálisis
En el campo analítico nos encontramos del lado del sujeto. La cuestión que se plantea
es si hay o no un diagnóstico del sujeto.
Hay un vector que soporta todo eso, el vector del propio acto analítico, el vector del
“sí” o del “no” del analista avalando o rechazando la demanda de su paciente, de ser paciente
de un analista. Es un vector de responsabilidad, donde el paciente es un candidato y el
analista, en cierto modo, un jurado.
En psicoanálisis, la cuestión del derecho es mucho más esencial que la cuestión de los
hechos. En general, las personas que vienen al análisis se sienten “mal-hechos”.
Fundamentalmente los neuróticos son los que sufren por estar mal-hechos, porque “no hay
relación sexual”, hay falta.
Una cuestión fundamental del sujeto en análisis es: ¿a qué cosas tengo derecho?
Sabemos que el derecho es siempre una ficción simbólica y que, a pesar de serlo, es operativa
en el mundo, estructura el mundo.
Localización subjetiva
Esa frase significa separarnos de la dimensión del hecho para entrar en la dimensión del
dicho, que no está lejos de la dimensión del derecho.
Pasar de la dimensión del hecho a la dimensión del dicho es algo inicial, pero no basta.
El paso siguiente es cuestionar la posición que toma aquel que habla con relación a sus
propios dichos. Lo esencial es, a partir de los dichos, localizar el decir del sujeto, o sea, lo
que Lacan, siguiendo a Jakobson, llamaba enunciación, que significa la posición que aquel
que enuncia toma con relación al enunciado.
Hay una distancia entre el dicho y el decir. Alguien puede decir alguna cosa sin creer
completamente lo que dice. En la lógica matemática esto se puede valorar a partir de V
(verdadero) o F (falso). La misma proposición puede tener un valor u otro, indicando una
posición con relación al dicho.
Estas son cuestiones que el analista siempre debe situar, y que tiene como referencia el
propio sujeto. Alguien puede decir alguna cosa sin creer en lo que dice y, por qué no decirlo,
ésta es la regla. Eventualmente, en el análisis, el sujeto dice algo para verificar si el analista lo
cree y, si le cree, el propio sujeto comienza a creer o, por el contrario, se asegura de que el
analista es un tonto.
Un cierto aire de estupidez puede también hacer maravillas. Para permitir que el propio
deseo se desenvuelva es necesario un lugar oscuro y, también, pensar que hay algo que el otro
no puede percibir. Tenemos que permitir al sujeto algunos engaños y no ir a buscar,
inmediatamente, al sujeto en su fondo para decir que no es verdad, que hay una
contradicción. Y eso, de hecho, ya constituye una introducción al inconsciente. La
localización subjetiva introduce al sujeto en el inconsciente.
Se trata de distinguir entre el dicho y una posición con relación al dicho, siendo esa
posición el propio sujeto. Es decir, tenemos siempre que inscribir algo, en segundo lugar,
como un índice subjetivo del dicho. Para hacer eso introduciremos el símbolo de una caja,
una caja vacía, donde vamos a escribir las variaciones de la posición subjetiva.
El ejemplo freudiano de eso es la Verneinung. El paciente dice, a propósito del
personaje de su sueño, “No es mi madre”, y Freud afirma con seguridad que el hecho de decir
“No es mi madre” confirma que el personaje del sueño es la madre.
Allí se puede ver una actividad fundamental de la neurosis, la relación del neurótico
con el deseo, indicando que el neurótico no puede aceptar el deseo sin la marca de la
negación sobre este.
De este modo, como principio del método, es imperativo para el analista distinguir
siempre el enunciado de la enunciación y, paralelamente, el dicho del decir. Una cosa es el
dicho, el dicho como hecho, y otra lo que el sujeto hace de lo que dice. En la perspectiva
analítica el sujeto utiliza la palabra para engañarse por medio de engañar a otro pero,
fundamentalmente, engañándose a sí mismo.
El sujeto dice una frase y, en seguida, su posición con relación a esa frase. Esto es
importante para entender que, cuando se toma al pie de la letra lo que el otro dice, produce
efectos.
Dicho y cita
Lo que se viene diciendo es que no hay discurso que no ponga, continuamente, el dicho
anterior entre comillas tal y como si fuese una cita. Siempre que se constituye una secuencia
significante el dicho anterior cae en cierta objetividad y entonces puedo decir: “Eso es lo que
yo dije antes, pero ahora diré otra cosa”.
Un paciente, por ejemplo, dice “Soy un don nadie”. Esto es un dicho, pero el sujeto
puede decir, inmediatamente después, “Es lo que mi padre siempre decía”. Esto responde a la
estructura significante mínima, según la cual el significante toma su sentido solamente a
partir de la retroacción de un segundo significante. En este caso, la primera frase cambia de
sentido cuando la segunda es formulada. El lenguaje sigue de ese modo, digamos, siempre en
retroacción.
Esto implica un continuo proceso de citas en la palabra. Citas del Otro. Pero
frecuentemente el sujeto no sabe que lo que dice es una cita del discurso del Otro, y que
introduce esa escisión entre el dicho y el decir.
Siguiendo el análisis de Freud, cada vez que se utiliza la negación, en ese sentido, ya es
una cita pues implica un primer enunciado que es siempre una afirmación (“Es mi madre”) y,
en segundo lugar, la posición del sujeto que puede negar o confirmar la afirmación. Decir una
vez (y negar luego) es una cosa, pero repetirla es otra muy peligrosa.
Eso nos lleva, inmediatamente, a la cuestión de saber en qué sentido el sujeto habla en
su propio nombre. El sujeto puede venir, por ejemplo, hablando en nombre de su pareja, en
nombre de su familia, a quien atribuye el dicho de que sus síntomas no son ya soportables.
Atribución subjetiva
Este es un punto clave. Ahí está también la importancia de la puntuación como método
analítico; la puntuación justa depende de cómo el analista fija la posición subjetiva. No hay
palabra más especial que la que dice el analista para fijar la posición subjetiva. Se puede, en
ese punto, reconocer una palabra de verdad.
Nada es más importante en el análisis que esto. Eso es la dirección de la cura: saber lo
que debe y lo que no debe ser tomado en serio.
El dicho puede modalizarse de tal modo que una demanda de cambiar puede revelarse
como una demanda de no cambiar. Puedo dar un ejemplo de eso con una reciente demanda de
análisis en París. Lo que pide esta persona del análisis es lo siguiente: con certeza, su mujer
se prepara para separarse y él quiere, a través de un nuevo análisis, prepararse para esa
separación. Su demanda de análisis era en el sentido de no cambiar, o sea, él prefería aceptar
su pérdida a cambiar cualquier cosa de sí mismo, manteniéndose en la misma posición, y eso
a pesar de perder a su mujer. Su demanda era: “Ayúdeme a perderla”, es decir, confirmar su
posición inicial de sujeto.
Ya en las entrevistas preliminares hay una función esencial del analista: la función del
malentendido. A veces un paciente busca un analista para, finalmente, saber si alguien puede
entender lo que él dice. Con todo, no es posible convencer al paciente de nuestra capacidad
de entender si no es a través de la introducción sistemática del malentendido. Demostrando al
paciente que no lo entendemos, se introduce al sujeto en el hecho de que él mismo no se
entiende, y eso es lo que significa la asociación libre: el auto-malentendido, y es por este
motivo que la pasión analítica es la pasión de la ignorancia.
Así, la localización subjetiva consiste en hacer aparecer la caja vacía donde se inscriben
las variaciones de la posición subjetiva. Es como tomar entre paréntesis lo que el sujeto dice
y hacerle percibir que toma diferentes posiciones, modalizadas, con relación a su dicho.
El sujeto es esa caja vacía, es el lugar vacío donde se inscriben las modalizaciones. Ese
vacío encarna el lugar de su propia ignorancia, encarna el hecho de que la modalidad
fundamental que se debe hacer surgir es la siguiente: “Yo (el paciente), no sé lo que digo”. Y,
en ese sentido, el lugar de la enunciación es el propio lugar del inconsciente.
Introducción al inconsciente
El analista no tiene bendiciones que dar, pero puede contribuir en el aprendizaje del
bien-decir, o sea, puede introducir al sujeto en un acuerdo entre el dicho y el decir, de tal
manera que pueda aproximarlo a decir lo que desea.
Se trata de encontrar y practicar una manera de decir que tenga en cuenta la diferencia
entre el dicho y el decir. Que tenga en cuenta, también, la posibilidad de modificación de una
posición subjetiva con relación al dicho. De esta manera, la forma de decir las cosas se
escribe en un retroceso subjetivo.
El analista es el lugar vacío donde el sujeto es invitado a hablar –es el destinatario del
discurso– pero, al mismo tiempo, también es lo exterior a él.
Esta primera localización conduce a aceptar la asociación libre, quiero decir, a hablar
sin saber lo que se dice, a hablar buscando el sentido de lo que se dice, o sea, a abandonar la
posición de Amo.
El neurótico es quien no está satisfecho con el hecho de existir como ser. Se une a esto
el hecho de que vive su existencia como falta en ser y quiere justificarla al Otro, que lo
escucha. El Otro de la justificación. Se entiende por qué el verdadero perverso no entra en
análisis: porque no quiere rendir cuentas a ningún Otro.
La rectificación subjetiva
Lo que Lacan llamaba rectificación subjetiva es pasar del hecho de quejarse de los otros
para quejarse de sí mismo. El acto analítico consiste en implicar al sujeto en aquello de lo que
se queja. Es cuando, en el análisis, el sujeto aprende también su responsabilidad esencial en
lo que le ocurre.
El sujeto es una infracción al principio de razón propuesto por Leibniz: “Todo tiene una
razón, no hay nada sin razón, sin causa”. Todo tiene una razón, excepto el sujeto. En cierto
modo, es en el análisis donde encontraremos su causa.
El neurótico es justamente el sujeto que tiene la más aguda experiencia de la falta de la
causa de ser. Vivimos en un mundo estructurado por la ciencia que, como tal, es dirigido por
un principio de la razón, lo que es coherente con la emergencia del psicoanálisis, del
psicoanalista que recibe la queja de la falta de existencia.
Un paranoico sabe por qué existe, su existencia está justificada. A su vez, el verdadero
perverso sabe muy bien que existe para gozar y el goce le es, en sí mismo, una justificación
de la existencia. El neurótico debe inventar una causa para él mismo, una buena causa que
defender, una causa que pueda obturar el vacío en que él mismo consiste.
El peligro de un análisis verdadero consiste en aceptar que se abra de nuevo esa falta en
ser que tal vez ha sido cerrada por una causa más o menos buena. Cuestionar o perder sus
razones de ser, pone al sujeto en una situación muy difícil.
Así, comenzamos por introducir al sujeto a partir del tema de la enunciación, que hace
aparecer la caja vacía del sujeto, al sujeto como vacío. Lo que aparece así, como caja vacía,
es el drama de la falta en ser; no es un vacío tranquilo, es algo que provoca una conmoción.
En la justicia “todo lo que usted diga puede ser usado en su contra”. Ahí se debe
garantizar un vínculo inmutable entre dicho y posición subjetiva. Además, en Estados Unidos
“nadie puede ser obligado a testimoniar en contra de sí mismo”. Son frases que se juegan
entre el dicho y el decir. En psicoanálisis, al contrario, nada de lo que digan puede ser usado
en contra de ustedes, es la regla de la asociación libre, con la cual ustedes están
continuamente obligados a testimoniar en contra de sí mismos.
El sujeto histérico, en el fondo, toma distancia con relación a todo dicho, y eso es lo
que se denomina histerización.
El sujeto, en tanto histérico, pone en cuestión al significante, al Amo. Se trata de un
sujeto orientado hacia Otro, que pide al Otro en una posición de humildad. Pero, al mismo
tiempo que constituye al Otro como Amo, le demuestra que él es eternamente incapaz de
hacer cualquier cosa por él. Le demuestra que, a partir de su propia falta en ser, es más
poderoso que el Otro, a pesar de todo lo que éste tenga.
I
En psicoanálisis es muy frecuente la problemática de la impotencia psíquica. Ella surge
cuando los órganos ejecutivos de la sexualidad rehúsan su colaboración al acto sexual. El
paciente obtiene el primer dato al observar que el fallo se produce con una persona
determinada y nunca con otras. Descubre así que su potencia viril depende de alguna cualidad
del objeto sexual, y a veces indica haber advertido algún obstáculo o voluntad contraria, que
se oponía a su intención consciente. Pero no le es posible adivinar en qué consiste dicho
obstáculo o voluntad contraria. Atribuye el fallo a una impresión casual y deduce
erróneamente que su repetición se produce por la acción inhibitoria del recuerdo del primer
fallo constituido en representación angustiosa.
Se trata realmente de la acción inhibitoria de ciertos complejos psíquicos que se
sustraen al conocimiento del individuo, material patógeno cuyo contenido más frecuente es la
fijación incestuosa no dominada en la madre o en la hermana. Pero también hay que prestar
atención a las vivencias accidentales del sujeto en cuanto a su actividad sexual infantil.
Sobre los procesos psicosexuales que se desarrollan en la impotencia obtenemos los
siguientes datos: El fundamento de la enfermedad es, como en todas las perturbaciones
neuróticas, una inhibición del proceso evolutivo que conduce la libido hasta su estructura
definitiva y normal. Aquí no han llegado a fundirse las dos corrientes que aseguran una
conducta erótica normal: la corriente cariñosa y la corriente sexual.
La cariñosa es la más antigua. Procede de los más tempranos años infantiles, se
constituye tomando como base la pulsión de autoconservación y se orienta hacia los
familiares y cuidadores del niño. Corresponde a la elección del objeto primario infantil. El
cariño de los padres y cuidadores nunca oculta completamente su carácter erótico, y
contribuye a acrecentar las cargas psíquicas de las pulsiones yoicas.
Estas fijaciones del niño perduran durante toda la infancia y continúan incorporándose
considerables magnitudes de erotismo, el cual queda desviado así de sus fines sexuales. Con
la pubertad sobreviene luego la poderosa corriente sensual que no ignora ya sus fines. Al
parecer, no deja de recorrer los caminos anteriores, acumulando sobre los objetos primarios
mayores magnitudes de libido. Pero al tropezar aquí con el obstáculo que supone la barrera
moral contra el incesto, erigida en el intervalo, tenderá a transferirse lo antes posible a objetos
ajenos al círculo familiar, con los cuales sea posible una vida sexual real. Estos nuevos
objetos son, sin embargo, conforme a la imagen de los infantiles, pero con el tiempo atraen a
sí todo el cariño ligado a los primitivos. El hombre abandonará a sus padres para seguir a su
esposa, fundiéndose entonces el cariño y la sensualidad.
Dos factores pueden provocar el fracaso de la evolución de la libido:
El grado de interdicción real que se oponga a la nueva elección de objeto, apartando de
ella al individuo. No tendrá sentido decidirse a una elección de objeto cuando no es posible
elegir o no cabe elegir nada satisfactorio.
El grado de atracción ejercido por los objetos infantiles que se trata de abandonar,
grado directamente proporcional a la carga erótica de la que fueron investidos en la infancia.
Cuando estos muestran energía suficiente entra en acción el mecanismo general de la
producción de las neurosis: la libido se aparta de la realidad, es acogida por la fantasía
(introversión), intensifica las imágenes de los primeros objetos sexuales y se fija en ellos.
Pero el obstáculo opuesto al incesto obliga a la libido a permanecer en lo inconsciente. Se
produce una sustitución que permite el acceso de las fantasías a la conciencia, pero no trae
proceso alguno en los destinos de la libido.
El resultado es entonces una impotencia absoluta, que en ocasiones puede quedar
reforzada por una debilitación real, simultáneamente adquirida, de los órganos genitales.
La corriente sensual no está obligada a ocultarse totalmente detrás de la cariñosa, sino
que conserva energía y libertad suficientes para conquistar en parte el acceso a la realidad.
Pero la actividad sexual de tales personas presenta claros signos de no hallarse sustentada por
toda su plena energía pulsional, mostrándose caprichosa, fácil de perturbar, incorrecta en su
ejecución y poco placentera. Pero sobre todo se ve obligada a eludir toda aproximación a la
corriente cariñosa, lo que supone una considerable limitación de la elección de objeto.
Buscará objetos que no despierten el recuerdo de los prohibidos. Por ende, si estos individuos
aman a una mujer, no la desean, y si la desean, no pueden amarla.
Contra esta perturbación, estos individuos se acogen principalmente a la degradación
psíquica del objeto sexual. Dada la misma, su sexualidad puede exteriorizarse libremente. A
este resultado contribuye otra circunstancia: por lo general estas personas viven una vida
sexual poco refinada; perduran en ellas fines sexuales perversos.
II
Los factores señalados (la intensa fijación infantil, la barrera erigida contra el incesto y
la prohibición opuesta a la pulsión sexual en los años inmediatos a la pubertad) son comunes
a todos los hombres pertenecientes a cierto nivel cultural, entonces todos tendrían que ser
impotentes.
La conducta del hombre civilizado presenta, generalmente (en esos momentos de la
historia), el sello de la impotencia psíquica. Solo en muy pocos casos aparecen debidamente
confundidas las dos corrientes cariñosa y sensual. El hombre casi siempre siente coartada su
actividad sexual por el respeto a la mujer, y solo desarrolla su plena potencia con objetos
sexuales degradados. A tal mujer dedicará entonces sus energías sexuales, aunque su cariño
pertenezca a otra de tipo más elevado.
Los factores etiológicos de la impotencia psíquica propiamente dicha son: la intensa
fijación incestuosa infantil y la prohibición real opuesta a la pulsión sexual en la
adolescencia. Ha de afirmarse que para poder ser verdaderamente libre y feliz en la vida
erótica, es preciso vencer el respeto a la mujer y el horror a la idea del incesto. La valoración
del acto sexual como algo degradante se encuentra en ese momento de la adolescencia en
donde su corriente sensual, intensamente desarrollada, encontraba prohibida toda
satisfacción, tanto en los objetos incestuosos como en los extraños.
Las mujeres también se encuentran bajo consecuencias análogas, emanadas de su
educación y de la conducta de los hombres. Lo que parece no existir en la mujer es la
necesidad de rebajar el objeto sexual, seguramente porque no existe tampoco la
supervaloración masculina. Pero su largo apartamiento de la sexualidad y el confinamiento de
la sensualidad en la fantasía tienen para ella otra consecuencia: en muchos casos no les es ya
posible separar las ideas de actividad sensual y de prohibición, resultando así psíquicamente
impotente, o sea frígida, cuando por fin le es permitida tal actividad. De aquí la tendencia de
muchas mujeres a mantener en secreto durante algún tiempo relaciones perfectamente lícitas,
y para otras la posibilidad de sentir normalmente en cuanto la prohibición vuelve a quedar
establecida, por ejemplo, en unas relaciones ilícitas.
Este requisito de la prohibición en la mujer se puede equiparar a la necesidad de un
objeto sexual degradado en el hombre. Ambos factores como consecuencia del largo
intervalo exigido por la educación, con fines culturales, entre la maduración y la actividad
sexual, además de la no confluencia de las corrientes cariñosa y sensual. El hecho de que las
mismas causas produzcan en el hombre y la mujer efectos tan distintos depende quizás de
otra divergencia en su conducta sexual: la mujer no suele infringir la prohibición opuesta a la
actividad sexual durante el periodo de espera, quedando establecido el enlace entre las ideas
de prohibición y sexualidad. El hombre, en cambio, infringe generalmente tal precepto, a
condición de rebajar el valor del objeto, y acoge, en consecuencia, esta condición en su vida
sexual ulterior.
III
Corre la atención del objeto sexual a la pulsión.
Tampoco una libertad sexual ilimitada desde un principio procura mejores resultados.
La necesidad erótica pierde considerable valor psíquico cuando se le hace fácil y cómoda la
satisfacción. Para que la libido alcance un alto grado es necesario oponerle un obstáculo. Es
también correcto, en general, que la importancia psíquica de la pulsión crece con su
prohibición, ahora bien ¿puede igualmente pensarse que su satisfacción disminuya siempre
tan considerablemente su valor psíquico? Por ejemplo el alcohólico: el vino le procura
siempre al bebedor la misma satisfacción tóxica.
Habremos de sospechar que en la naturaleza misma de la pulsión sexual existe algo
desfavorable a la emergencia de una plena satisfacción. En su evolución destacan dos factores
que pueden hacerse responsables.
En primer lugar, a consecuencia del desdoblamiento de la elección de objeto y la
creación intermedia de la barrera contra el incesto, el objeto definitivo de la pulsión sexual no
es nunca el primitivo, sino un subrogado suyo. Pero el psicoanálisis ha demostrado que
cuando el objeto primitivo de un impulso optativo sucumbe a la represión es reemplazado, en
muchos casos, por una serie interminable de objetos sustitutivos, ninguno de los cuales
satisface por completo. Esto nos explicaría la inconstancia en la elección de objeto.
En segundo lugar, sabemos que la pulsión sexual se compone por una amplia serie de
elementos, algunos de los cuales no pueden ser acogidos luego en su estructura, debiendo ser
reprimidos o destinados a fines diferentes.
Sin embargo, los procesos fundamentales que dan origen a la excitación erótica
permanecen invariados. Lo excremental se halla íntimamente ligado a lo sexual, y la
situación de los genitales continúa siendo el factor determinante invariable. La pulsión erótica
es difícilmente educada, y las tentativas de este orden generan una pérdida de placer, ya que
la permanencia de impulsos no utilizados se manifiesta en una disminución de la satisfacción
buscada en la actividad sexual.
Entonces parece que no es posible armonizar las exigencias de la pulsión sexual con las
de la cultura.
Ahora bien, esta misma incapacidad de proporcionar una plena satisfacción que la
pulsión sexual adquiere en cuanto es sometida a las primeras normas de la civilización es, por
otro lado, fuente de máximos rendimientos culturales, conseguidos mediante una sublimación
progresiva de sus componentes pulsionales. A partir de esta diferencia entre las exigencias de
las pulsiones sexuales y las egoístas, pueden conseguir rendimientos cada vez más altos, si
bien bajo un constante peligro, cuya forma actual es la neurosis.
Psicoanálisis y medicina - Lacan
Primera Parte:
1) ¿Cómo consideran la locura estos autores? ¿Que quiere decir que la locura no
corresponde a un diagnostico?
Cuando se trata de la locura es absurdo esperar la demanda, hay que ir hacia ella. El ritmo de
trabajo del psicótico es muy diferente de nuestros tiempos cotidianos. Hay que crear el terreno posible
de trabajo con estos pacientes.
La palabra locura no se corresponde al diagnóstico, sino que hace referencia a la “transferencia
psicótica”, a la naturaleza del instrumento que se utiliza con ese paciente para vincularse con él.
Antes se decía que no había transferencia en la psicosis porque nadie se colocaba en el lugar del
otro de la locura. En el anudamiento de la transferencia psicótica, voy a ocupar el lugar del objeto
causa del delirio. Me convierto como analista en la causa de la locura, por lo tanto no es un lugar
limpio.
Los pacientes nos enseñaron que no había otro para estar con ellos en esa locura, porque ellos eran
testigos de un tiempo que se había detenido. Un tiempo que se había detenido en las “catástrofes del
lazo social”.
La locura no es la ruptura del lazo social, la locura es un trabajo de investigación sobre las rupturas
del lazo social, pero ello no concierne solamente a los enormes cataclismos, sino que también se
pueden tratar de catástrofes mucho más pequeñas. Por ejemplo, en algunas situaciones de quiebra
económica, anteriormente.
2) ¿Qué significa “la locura como ciencia” o la “la locura como conocimiento”?
Si la ciencia se ocupa de lo real en la naturaleza, la locura como ciencia se ocupa del Real entre las
personas. Es decir, de las cosas que no son más nombrables en las relaciones sociales, porque eso ha
desaparecido; pero los hombres y su lenguaje están hechos de tal modo que cuando personas o cosas
han desaparecido y no hay más nombre para darle a esa desaparición, vuelven como fantasmas.
Como psicoanalistas que trabajan con la locura hemos de poder convocar a los fantasmas. Y son
estos pacientes llamados psicóticos quienes, en algunos momentos, prestan su voz y su cuerpo a los
fantasmas. Es difícil, hay riesgos, pero hay que trabajar con ese fantasma.
Esto se hace solamente con el instrumento de la transferencia. El real no está en la cabeza del
paciente, no está en el cerebro, el real es eso con lo que chocamos juntos y que siguiendo la definición
de Lacan es “eso que no cesa de no escribirse porque no tiene ni nombre ni imagen”.
Segunda parte:
Tercera Parte:
1) A partir de que el físico Schoedinger convoca a los psicoanalistas, los autores análogan el
nuevo paradigma científico con el psicoanálisis. Recorra y explique los tres puntos.
Schoedinger, en 1958, dice que el psicoanálisis, que es una ciencia nueva, debiera
interesarse en el retorno del sujeto en la ciencia. Dice que el sujeto elidido en las ciencias por
el método de objetivación conduce a la catástrofe. Esto lo dice después de la guerra donde se
inventa la bomba atómica y donde los científicos habían trabajado en una situación de
precariedad y catástrofe.
Podemos pensar que se trata de una lucha entre buenos y malos, los psicoanalistas estarían
del lado de los buenos, porque ellos no intentan objetivar al paciente.
Schoedinger dice que los hombres de ciencia pagan un precio muy caro a la ciencia,
porque el sujeto tiene que quedar excluido de lo que escribe, de lo que hace la ciencia.
Entonces hace este llamado a los psicoanalistas para que haya un retorno del sujeto en la
ciencia. Para esto, el dice que una primer cosa es cortar con el positivismo, hay que cambiar
el paradigma. Eso consiste en tres puntos, que curiosamente nos interesan a quienes nos
ocupamos de la locura, puesto que hay algo allí de común que se encuentra en este nuevo
paradigma.
Primer punto: No hay más una objetivación pura. El investigador forma parte del campo
de experiencia, modifica ese campo. Por lo tanto se va a trabajar en interacción, entre-dos.
Aquí hay una semejanza con los pacientes que vienen al análisis completamente
desubjetivados: ellos traen un mundo objetivado, nos van a hacer participar en ese mundo y
van a intentar llevar la situación analítica a esa objetivación.
El retorno del sujeto en el psicoanálisis de una psicosis se da, en primer lugar, por un
mostrar la cosa innombrable, luego por un organismo entre varios (paciente-analista), y luego
por la creación de un nuevo juego de lenguaje en el cual pueda expresarse el sujeto.
El rigor del procedimiento de investigación en el que consiste la locura tiene que ver con
su manejo del tiempo.
El eje que sostiene la racionalidad de la ciencia depende enteramente de la linealidad del
tiempo. En esa linealidad orientada podemos ubicar el principio de causalidad. Freud mismo
aborda esta cuestión: la elección de la sucesión pasado-presente-futuro está hecha por los
hombres para estar seguros de que los muertos no vuelven.
Cuando se trabaja con la locura, de entrada y antes de todo efecto de transferencia, uno
queda sorprendido por los trastornos de esta linealidad: algo que en la negociación habitual
de nuestro tiempo, que por ejemplo para nosotros quedar expuestos al frío durante largo
tiempo causa una enfermedad, en estos casos no funciona de la misma manera y no da
posibilidad de enganche a una causalidad de este tipo.
Cuando se entra en la línea que nos es propuesta por el trabajo de la locura, nos vemos
llevados a suspender la noción de causalidad, a suspender la sucesividad temporal habitual y
a no devolverle las características del paciente como marcas deficitarias, sino autentificarlas
como instrumentos de investigación.
Hay que caer en la cuenta de la extremada densidad de las cosas que nos dicen los
pacientes. Son esas cosas que no han tenido el honor de no ser puestas en historias. Son las
catástrofes de la historia, que no pueden entrar en el texto de la historia oficial.
No hay que intentar diluir algo que se nos dice de esta manera, en una prosa explicativa o
en diagnósticos que pasan más allá de ese lenguaje. Porque de lo que se trata en esas cosas es
de lugares donde no hay mirada, ni palabra, ni voz. Es con estas cosas particularmente densas
con las que llamamos a la transferencia y con las que tenemos que trabajar.
Puedo decir: delira, “tiene algo en las neuronas”; o puedo sentirme capturado por la fuerza
de sus palabras.
La investigación es en primer lugar esbozo de investigación que hace el paciente, pero ella
necesita dirigirse a alguien, ser acreditada por alguien para valer. En ese sentido, la
investigación es de los dos. Esta investigación sólo puede desarrollarse en el marco muy
preciso y riguroso de la transferencia. La información viene porque poco a poco un lugar de
la palabra se construyó.
Cuando hay transferencia en el trabajo de investigación de la locura, no es tanto a los
significantes del analista que se engancha; sino más bien en puntos en donde el tejido de su
propia historia contiene agujeros, el analista es touché, tocado.
Cuarta Parte:
Mediante esto el analista, en el dispositivo, puede callarse la mayor parte del tiempo y
colocar su silencio, sus intervenciones, sus estornudos, y todo lo que quiera, en el lugar del
sujeto supuesto saber.
Esto no camina con la locura, porque cuando se trata de locura no hay posibilidad de
ubicar un sujeto supuesto saber, porque la locura “se sabe”.
Cuando se tiene un poco de experiencia con esos pacientes, uno se da cuenta de que todo o
casi todo está contenido en la primera o las dos primeras entrevistas. En el punto que hace
locura no hay represión, porque si eso produce locura, es porque no hay represión.
2) Comente la dirección de un posible trabajo analítico con la locura que extrae Gaudillère
del “proyecto” de Freud.
Es necesario, una vez más, otro filtro para disminuir el quantum de energía y entonces se
va a crear un sistema que va a consistir en pasar de la representación al representante de la
representación, es decir, a una instancia cargada de manera mucho más débil. Podemos
acercar el planteo de representante de la representación al significante.
Tienen allí indicado el camino de un análisis que se pone a trabajar con la locura: en
general uno no tiene que vérselas con la energía primera del trauma, uno tiene que vérselas
con la movilización de la primera representación, esa que “se sabe” hasta ese momento sin
que otro reconozca ese saber.
Es decir, algo que sea manejable, algo que va a significar la inscripción, es decir, la
posibilidad del olvido, puesto que la posibilidad de recordar algo está ligada a la posibilidad
de olvidarlo. El real no puede ser olvidado, puesto que no se corresponde con un significante,
es decir que está siempre allí y vuelve siempre allí al mismo lugar. Por lo tanto, el trabajo va
a consistir en poner en su lugar un instrumento que se va a jugar entre dos lugares: el lugar
que ocupa en algunos momentos el paciente, y en algunos momentos el analista, y veremos
que en algunos momentos esos lugares son intercambiables.
Un saber catastrófico es un saber que está siempre allí, es una especie de objeto a través
del cual no puede pasarse. Es un objeto alrededor del cual uno puede dar vueltas, con
respecto al cual uno puede hacer observaciones y señalamientos, pero con el cual uno no
puede encontrarse de golpe.
Lo que hay que conservar del primer encuentro con el paciente loco, es que todo está allí,
en la locura no hay secretos, no hay que buscar el secreto escondido que va a aparecer cuando
se levante la represión, todo está dado.
Entonces si ese saber de la locura está presente en los dos primeros encuentros ¿por qué el
trabajo con la locura dura tanto tiempo? Es porque el analista es incapaz de reconocer el saber
en el lugar en que está en ese momento.
Este saber que le es traído vuelve idiota al analista, y es lo mejor que puede sucederle,
porque si empieza a entender, eso enlentece considerablemente el proceso.
Sin embargo, uno no puede impedir intentar comprender. Ese lazo imaginario que se hace
en un primer momento con la locura va a consistir justamente en tratar de entender por qué.
Uno intenta comprender, y es en ese momento en que se instala esa relación de confianza, es
decir que el paciente sabe que hay alguien a quien le fue aportado su saber y a quien eso lo
interesa, y el analista entera al paciente de sus intentos por entender, como si estuviera
haciendo andamios.
La locura va a dejar que se haga ese trabajo durante un largo tiempo, y luego un día
¡cataplum! Todos los andamios caen. No quiere decir que hayan sido inútiles, es a partir de
ese momento que lentamente se va a entrar en la zona de la transferencia psicótica.
Y allí sólo hay una dimensión del tiempo: todo está presente. En este punto las
suposiciones imaginarias faltan, que son las suposiciones que dan ritmo y hacen posible
nuestra vida cotidiana. Todas las operaciones con las que funcionamos saltan en pedazos, el
sujeto de la locura, que está posicionado como para ser llamado a este espacio, es un sujeto
congruente con esa disolución de las diferenciaciones imaginarias, y es en esas condiciones
que la transferencia psicótica va a tomar cuerpo y forma.
Cada uno tiene su manera y su estilo para trabajar con este tipo de transferencia.
Gaudillière dice que lo que más le sucede son las coincidencias. Cuando se trabaja con
cualquier paciente, pero especialmente con alguien que trae la locura, hay millares de
coincidencias potenciales, y un día una aparece. Da el ejemplo de una paciente cuya cabeza
se separaba de su cuerpo, ante lo cual contestaba “No, su cabeza está ahí”. Otro día, cuando
estaba preocupado porque su lavarropas se desbordara mientras la atendía, ella se puso a
gritar: “fíjese, fíjese bien ¿no tengo una cabeza de lavarropas?”. Jean Max le contestó que
justamente él estaba pensando en el lavarropas. A partir de ese día, su cabeza nunca más
intentó volar.
Este ejemplo sirve para reflejar que este saber de la locura va a ir a buscar, en el lugar del
analista, los puntos donde algo puede cruzarse. Y si sostenemos que la locura es historiadora
e investigadora de las catástrofes del lazo social, esa investigación de la locura va a buscar en
el lugar del analista las cicatrices de tal catástrofe.
Cuando se decía que no hay secretos en la psicosis, esto es verdad para el analista también.
Por lo tanto, si no damos a los pacientes elementos que ellos han adivinado bien, no les
damos lo que es debido. Lo que hay que hacer es dejar a los pacientes que sean los que
manejen el juego, son ellos los que nos hacen entender que no podemos entender, son ellos lo
que nos muestran que no sirve de nada jugar con los significantes, son ellos que nos muestran
el límite de lo imaginario pero hay que haber puesto en juego el imaginario para llegar a su
límite.
El analista tiene que ofrecer esos lugares para que el otro se agarre y pueda instalarse un
juego de lenguaje, eso se lo debe a su paciente para no perpetuar la situación de una ausencia
de otro.
Lacan decía a los psicoanalistas que no se quedaran atrapados, arrinconados por sus
pacientes, que no tomen aspecto de superioridad. “Fíjense en mí, soy un payaso, hagan igual
que yo, no me imiten”. Es decir que todos tenemos que hacer de payasos según nuestro
propio estilo.
La gran historia es la que es vivida por la sociedad, por ejemplo la revolución rusa. La
pequeña historia es la de su linaje, las consecuencias que la gran historia implica para cada
uno, y a nivel del mito familiar. En el cruce entre la grande y la pequeña historia nace un
fantasma.
Se trata de momentos muy claros, con límites muy claros. Son momentos de fracaso del
analista. Se entra en un área contra la que se ha tropezado, y donde el real está convocado.
Real en tanto no inscripto. En cambio, el análisis clásico trabaja con eso que ya ha sido
inscripto en el inconsciente y que ha sido objeto de una represión.
Lacan, en 1967, plantea que esta proximidad con la locura y con el real que la locura
presenta, sólo es posible si el analista está concernido. Se trata de una posición del analista,
que va a poder permitir esta ocurrencia con respecto a un sueño o una historia para contar
ocurra, pero de la dimensión del acto. Pasaje al acto necesario, a la escena que a la vez
constituye.
9) ¿Cuáles son los tres tiempos por los que pasa la locura y de que manera están señalados
del lado del analista?
La definición de locura medieval, más moderna que la del “hombre neuronal” decía: “La
locura es más un artefacto que un destino”. Artefacto también quiere decir, en francés,
máquina de guerra y tiene la raíz latina de ingenio. Es decir, que la locura es un artefacto, una
máquina de guerra, una ingeniosidad, más que un destino. Se lo prueba al terminar la guerra
de los 100 años que fue una guerra de terror. Hubo un verdadero florecimiento de un teatro de
locos, llamado El teatro de la sotie.
En ese contexto nacen las tragedias, para poder hablar de los crímenes presentes. Era una
manera de curar a los habitantes de la ciudad, como una purificación, una catarsis. Estaba
prohibido hablar de los acontecimientos del presente, solo se podía hablar de ellos a través
del mito.
Esta misma realidad fue tratada en el Renacimiento a través del teatro por el sesgo cómico.
Estas tradiciones medievales servían para que los poderosos no borren los crímenes de la
ciudad. La solución era juzgar esos crímenes en el teatro de la locura. Eran tradiciones de las
que solo quedan huellas a partir del siglo XVI, a partir de la imprenta. Fue un teatro muy mal
conocido, prohibido por Francisco I, que no soportaba ver los crímenes expuestos a la luz del
día. Y a partir de ello esas piezas quedaron en la biblioteca y nunca más fueron reeditadas.
Primer tiempo: hay un personaje que es la madre loca, es un personaje carnavalezco, que
llega a la escena y lanza un gran grito.
Segundo tiempo: Con este grito llegan al escenario los locos, los “supuestos” (antiguo
nombre que significa sujeto).
Tercer tiempo: La madre loca pregunta a los supuestos cuáles son las causas que traen al
tribunal. Entonces los tontos o los locos están casi desubjetivados. Llegan al tribunal a decir
los abusos, los crímenes, en un lenguaje muy brutal y crudo. A partir de ese momento
aparecen en el escenario los distintos abusos personificados en la escena. Los personajes
están en el límite de lo abstracto y lo concreto (por ejemplo, el tiempo, el pueblo, etc.), como
en la esquizofrenia.
Lo importante es que este teatro de locos tenía que ser algo público, que se hiciera público.
Digo esto porque considero que el psicoanálisis forma parte de las últimas tradiciones orales.
Es hora de que los analistas retomen la palabra, porque en la tradición que ha sido la nuestra,
esa famosa palabra que es nuestra materia prima y nuestro instrumento de trabajo, terminó
por quedar debajo de la mesa.
La primera razón de esto es el diván. En primer lugar no era realmente un diván, sino un
gran sillón. Y Freud explica que inventó ese dispositivo porque no soportaba mirar a la gente
a la cara durante ocho horas por día.
Luego, mientras sus pacientes hacían sus asociaciones, Freud les explicaba el
psicoanálisis, hablaba a sus pacientes, al menos al comienzo de su práctica.
Hubo un momento donde esto cambió, y ese momento concuerda con el cáncer de Freud.
Después de quince o veinte operaciones, tenía muchas dificultades para hablar.
Probablemente esto es la máscara de impasividad que encontraron los futuros psicoanalistas.
Quizás de ahí viene esa tradición mimética de la cara impasible del analista.
También se puede decir que en esos momentos murieron su nieto y su hija, con lo que
Freud entra en cierto periodo de indiferencia. Esto es la vida de Freud y no un modelo.
El segundo problema que hallamos con respecto a la palabra en la técnica proviene del
trabajo de Lacan. El único libro de Lacan que apareció es Escritos. De hecho, ellos son el
lugar donde se han comprimido presentaciones orales.
Aun cuando se pueden tener las versiones oficiales de los seminarios, uno no puede tener
idea de lo que era la relación del público, de los autores, de los oyentes, con la palabra de
Lacan. Mientras alguien participaba en los seminarios de Lacan, todo parecía muy claro,
aunque esa claridad hiciera pensar.
Si uno se ve confrontado con esa escritura que no es una verdadera escritura, sino que es
una condensación de oralidad, eso puede tener efectos paralizantes sobre la práctica.
Pero todo el mundo sabe que Lacan hablaba todo el tiempo, hablaba a tontas y a locas, y
durante el trabajo con sus pacientes. Entonces allí también hubo una palabra que funcionaba
y que funciona. Decía cualquier cosa y eso es lo que se puede decir. Lo peligroso es cuando
se dice algo, cuando se piensa que se dice algo. En primer lugar, cuando se piensa, y en
segundo lugar, cuando se piensa que se dice algo, probablemente no se está en esa dimensión
de la palabra. Por lo tanto hay que retomar la tradición oral del psicoanálisis. Cada uno de
nosotros, del mismo modo que tiene que frecuentar las obras y los escritos teóricos, debe ser
capaz de encontrar su propio fondo de cultura oral, como devolver algo de esa palabra que le
es dirigida.
Si uno dice cualquier cosa, uno la dice porque se encuentra en una situación transferencial.
Cuando las cosas no fueron dichas, buscan a cualquier precio inscribirse. Es decir que
cuando hay cosas que se encuentran en posición de lo imposible de decir, no hay más
posibilidad de que esa cosa intente mostrarse para ser dicha, y siempre encuentra el medio
para ello.
Nuestra amiga Nicole Loureau nos había enseñado cuál era uno de los orígenes más claros
de las amnistías. Una ley de amnistía es una ley que obliga a no recordar, no es una ley del
perdón, es una ley que dice “no hay que recordar”. Y esta ley, una vez promulgada, era objeto
de un juramento por parte de cada uno de los ciudadanos en forma individual. Aquel que
prestaba juramento decía que si contravenía al mismo, perdería sus hijos, sus propiedades y
sus descendientes hasta no se cual generación. Prohibido recordar los males.
En ese tipo de leyes está la receta para la fabricación del real. Esto que es así anulado,
encuentra como reaparecer. Entonces cuando se hace una amnistía y se prohíbe a la memoria,
el recordar, se pone en marcha el instrumento de la locura como investigadora de la disciplina
de la historia.
El juego de lenguaje:
Wittgenstein habla del juego del lenguaje. Juego que no implica necesariamente un
lenguaje oral. No es solamente las palabras que usamos, sino también el tono que empleamos,
la expresión de la cara que tenemos en ese momento.
“Puede uno hablarle a un lugar que permanece vacío”. Es el vacío de ese lugar, cuando
alguien ha desaparecido, el que habla. El vacío se llena entonces con todas esas asociaciones
de distintas cosas, y el estatuto de esas cosas es el de un juego de lenguaje.
Psicosis – Julien
El psicoanálisis solo habla con préstamos de otras lenguas, pero con una condición: dar
un nuevo sentido a los significantes incorporados.
¿Qué es activo, qué es pasivo, el ojo del espíritu o el objeto visto? Hay bipolaridad. Hay
ante todo actividad del objeto: este toca, impresiona la tabula rasa del espíritu que recibe.
Pero ver, a cambio, es ob-jetivar, poner delante. No es absorber, asimilar, sino acoger ob-
jetando: registro como fuera de mí la presencia de ese objeto que se revela a mis ojos.
El conocimiento paranoico
Visibilidad
Según el estadio del espejo, la mirada del niño entre los ocho y dieciocho meses hace
que la imago del cuerpo del otro funde la imagen unificada del cuerpo propio más allá de su
fragmentación. Lacan inventa la noción de complejo de intrusión, que debe situarse entre los
propiamente freudianos: el de destete y el de Edipo.
Unidad y fijeza
La intrusión del semejante funda la unidad del yo del ego en su narcisismo de objeto
unificado. Hay confusión entre identificación y amor a sí mismo. Confusión que debe
mantenerse en favor de la estabilidad de la personalidad.
El conocimiento humano está bajo el signo ESTA por el estancamiento de las formas
corporales: estructura que constituye el yo y los objetos con atributos de permanencia,
identidad y sustancialidad. Tal es el ego.
Hay que falicizarse la imagen del cuerpo, si no, naturalmente, no podemos permanecer
sentados, nos caemos al suelo.
El olvido de sí mismo
Esa es la estructura paranoica del yo: el sujeto se niega a si mismo y acusa al otro. Se
desconoce, como puede advertirse con facilidad en el transitivismo del niño: “No soy yo, es
él”.
El objeto de deseo
Un doble movimiento
Estos cinco rasgos del conocimiento paranoico definen con exactitud lo que Lacan
llamará, a partir de 1953, relación imaginaria.
Una relación demasiado poco paranoica
Puede suceder que el último de esos cinco rasgos sea deficiente: hay inclusión con
captura de la imagen del otro, pero la exclusión recíproca está ausente. Hay una falla en la
paranoia común, un defecto de la relación imaginaria. Lacan lo presentó con tres casos:
Aimée (1932)
Aimée no sólo abandona la lucha directa, sino que renuncia a toda reivindicación moral
de sus derechos. Elise, la hermana mayor, es sistemáticamente protegida. Se niega a
considerarla como hostil a ella misma o simplemente nefasta.
Si es cierto que el yo tiene una estructura paranoica, es preciso concluir que en Aimée
hay un déficit del yo (y no del intelecto). Ausencia de amor propio. Ella está fuera de lugar,
fuera del nombre, fuera del yo.
Lol pierde su ropa, su imagen, su yo. No puede decir su dolor, no hay afecto, celos,
lucha para conservar su lugar de novia. Ausencia de exclusión recíproca en la relación
imaginaria: nunca dio muestras de sufrir o estar apenada, nunca se le vio una lágrima.
Y Lol va a pagar cara esa omisión. Algún tiempo después del baile, en su primera
salida a la calle, sigue como una autómata a un hombre con quien tropieza. Y de ese modo
“se casó sin haberlo querido, de la manera que le convenía, sin haber pasado por el
salvajismo de una elección”.
Stephen tiene un cuerpo que es como un objeto extraño, como un “mueble” dice Lacan.
Se separa de su imagen como de un pellejo. La relación narcisista del cuerpo con el yo no
existe. Hay deficiencia de conocimiento paranoico.
Así Lacan nos transmite su inquietud con respecto a lo que no es en absoluto la psicosis
con delirio, pero que sin embargo la precede, sin que eso baste para causarla. ¿Qué hace falta,
en consecuencia, para que algún día se desencadene la psicosis?
Psicosis y modernidad
Comprender al psicótico
En su seminario de 1955-56 sobre las psicosis, Lacan dirá todo lo contrario: nada de
psicogénesis de la psicosis ni de relaciones de comprensión: La comprensión es la apertura a
todas las confusiones.
En 1945 Lacan escribe “El tiempo lógico”, donde dice que, si bien en la carrera a la
verdad uno está solo, si bien uno no es todos al tocar lo verdadero, nadie lo toca, sin embargo,
como no sea por los otros.
“Soy un hombre”, sí, pero ¿de acuerdo con qué rasgo se asimila el sujeto a la esencia de
hombre, si no es por lo que se toma, se proclama, se exige en el campo social y cultural?
En 1946, en “Acerca de la causalidad psíquica”, Lacan muestra que la locura es un
problema de identificación y que esta sólo se realiza a partir de ese afuera social que es la
imagen del otro.
En 1947 protestará vigorosamente contra su antigua posición: ¿Es lícito porfiar aun en
la psicogénesis de los trastornos mentales, cuando la estadística ha demostrado una vez más
el sorprendente fenómeno de la reducción, durante la guerra, de los casos de enfermedades
mentales?
Esos años no hacen más que preparar el momento decisivo de 1953: el Discurso de
Roma. Lacan presenta una nueva nosografía que va a determinar la orientación de su
investigación por el lado de lo simbólico, en el momento en que acaba de distinguirlo con
claridad de lo imaginario y lo real.
En efecto, el deseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del otro, porque “su
primer objeto es ser reconocido por el otro”. Como dice Hegel: “El ser humano sólo se
constituye en función de un deseo referido a otro deseo: es decir, a fin de cuentas, de un
deseo de reconocimiento”.
Para ser satisfecho en el hombre, ese deseo mismo exige ser reconocido, por el acuerdo
de la palabra o la lucha de prestigio, en el símbolo o en lo imaginario.
Esa obra que invade trabajo y ocio tiene una función de ocultación del sentido
específico de la existencia. En ella, el hombre se olvida en la forclusión de la interrogación
sobre su ser: ¿qué soy, entonces, en todo esto? La pregunta ni siquiera se plantea. Nacimiento
y muerte se desubjetivan. El enigma del deseo del otro: che vuoi?, queda triturado por
inquietudes técnicas de autoconservación, promoción burocrática y rendimientos numéricos.
Lacan dirá acerca del hombre moderno: en su trabajo cotidiano, colaborará eficazmente
en la obra común, y llenará sus ocios con todos los esparcimientos de una cultura profusa que
le dará motivos para olvidar su existencia y su muerte, al mismo tiempo que para desconocer
en una falsa comunicación el sentido particular de su vida.
En síntesis, anonimato del homo technicus que se olvida al erigirse en el instrumento
que debe responder al trabajo técnico del “¿Cómo hacer?” mediante una solución puramente
técnica, para no tener que pensar en el “¿Por qué hacer esto?”
Existe una complicidad entre dos opuestos: la exigencia de información sin censura que
nos deja sin pensamiento y la propaganda que nos impone tal o cual respuesta urgente a las
cuestiones planteadas por la información.
El caso Eichmann
“Sólo habría tenido mala conciencia si no hubiese ejecutado las órdenes”, las de llevar
a la muerte a millares de inocentes. Así, los psiquiatras consultados atestiguaron que
Eichmann era “normal”: vida familiar respetable, conformidad social, normalidad
psicológica. Y él mismo decía que personalmente nunca había tenido nada contra los judíos.
Esa normalidad es absolutamente aterradora, ya que supone que este hombre normal
comete crímenes en circunstancias tales que le es imposible saber o sentir que hace el mal.
Hay para él algo indecible, impensable, inexplicable, que hace de la maldad del mal
perpetrado una banalidad. Allí está el horror: no hay ninguna profundidad secreta de orden
diabólico o maligno, sino una pura ausencia de pensamiento.
Esa es la banalidad del mal, y es el problema del hombre de hoy, el de nuestra
civilización técnica y científica: Eichmann no es más que uno entre otros, ni un monstruo ni
una excepción.
Estamos ante una paradoja: en efecto, si no hay invención de una nueva ciencia sin
sujeto, en cambio la tecnociencia, una vez constituida, tiene efectos sociales que borran a
cualquier sujeto.
La vía Freudiana
La segunda apuesta del inconsciente sería un retorno por fin posible a nuestras
fuentes siempre presentes, aunque reprimidas. Contra el universal abstracto de la razón, el
inconsciente sería la presencia de la particularidad de nuestras raíces. La locura moderna se
origina en la destrucción de esa particularidad.
La curación es un pasaje a la posmodernidad mediante un retorno a la premodernidad
de cada uno, según su propia historia. Curar es curar de la modernidad reconciliando al sujeto
con su propio inconsciente como feliz presencia del pasado.
Vale decir que tiene una estructura de borde: pone de relieve la ausencia de un
significante que pueda decir el ser del sujeto, y marca esa ausencia con un trazo de borde.
De ese punto de disputa se deriva un tercero: sólo habría inconsciente colectivo, ya que
el retorno a las fuentes es la recuperación de la pertenencia y la afiliación al grupo cultural
propio. Hay homología entre psiquismo y cultura. La psicosis del hombre moderno es la de
un desarraigado, un vagabundo.
El cuarto punto: Por ser grupal, el inconsciente psíquico sería transmitido por el líder
de la comunidad cultural o religiosa.
Freud dice que no. El análisis es laico o no es. Lacan dice que el analista es el desecho
del goce, vale decir, lo inverso del maestro de antaño. Tal es nuestra situación: laica,
científica y democrática. Así surge el psicoanálisis con Freud, con el sujeto nacido de la
civilización científica. La historia de ese sujeto se puntúa según tres tiempos:
- En el nacimiento de toda ciencia en el sentido moderno, está la duda con respecto a los saberes
constituidos, recibidos por la costumbre y la educación. De esa distancia moderna entre verdad
y saber nace el sujeto de la ciencia, sujeto dividido entre el significante con el cual se
identifica pero que él no es, y el significante que diría su ser pero falta;
- Pero una vez constituida y establecida, la ciencia olvida su nacimiento y reprime al sujeto.
Transmite el saber adquirido como una verdad y sutura al sujeto. Es la enseñanza escolar;
- Ese sujeto espera su retorno con Freud y un psicoanalista, con vistas a su certidumbre a partir
del apoyo del primer tiempo. Con y por el psicoanálisis, en lo sucesivo está en su propia casa.
Dentro del fenómeno mismo de la palabra, podemos integrar los tres planos:
Así, la situación puede sostenerse mucho tiempo, los psicóticos viven compensados,
tienen en apariencia los comportamientos ordinarios considerados como normalmente viriles,
y de repente, de manera misteriosa, se descompensan.
La elisión en lo imaginario
La relación en espejo según la imagen puede sostener una distancia a lo largo de toda
una vida, salvo que un día no pueda proporcionar la respuesta exigida por la novedad de la
aparición de tal o cual acontecimiento. Para responder ella, el modelo de las significaciones
que dan los otros ya no basta para echar luz sobre la conducta requerida.
Ahora bien, el pasaje requiere que en el Otro, lugar de los significantes, se inscriban
para el sujeto los significantes fundamentales de la existencia humana, en particular el de la
paternidad: Nombre-del-Padre.
El esquema L y la psicosis
La apuesta del debate consiste en mantener la dualidad de los dos amores y no reducir
el uno al otro. El amor sólo es sostenible si puede mantenerse esta distinción sin separación:
no el uno sin el otro.
Una psicosis se desencadena cuando a esa falla en lo imaginario se suma una segunda,
debido al encuentro con otro acontecimiento: el llamado a un significante de base, llamado
procedente de una autoridad calificada de paterna y dirigido al sujeto.
Esta invocación situada en el Otro no es recibida por el sujeto. Esos significantes son
forcluidos, abolidos. El sujeto no puede responder: hay elisión en lo simbólico.
Si, al contrario, el Nombre-del-Padre está forcluido, habrá que adicionar sin cesar
significaciones como respuesta al ser padre, con el riesgo de que algún día la adición no
baste.
Perplejidad
Lo que en el otro está forcluido de lo simbólico vuelve desde afuera en lo real. Allí
donde en el Otro se revela un vacío, surge lo que se denomina fenómenos elementales, tan
bien descriptos por Clerambault con el nombre de automatismo mental. La psicosis se declara
así: unas palabras se imponen al sujeto como si procedieran del exterior con forma de voces,
como eco del pensamiento, enunciación de actos a cumplir o comentarios sobre ellos. Hay
intrusión del significante: la cosa habla sola, y suscita en el sujeto la impresión de que lo
interpela; la cosa habla para él. Pero ¿qué quiere eso al decirme eso? No hay respuesta. Ante
el enigma insuperable, persiste la perplejidad.
Según Clerambault, ese núcleo de las psicosis es ideáticamente neutro. Las voces no
tienen nada de persecutorio; su neutralidad no hace más que acentuar la sensación de
extrañeza causada por el enigma de su presencia insistente.
Convicción
La función del delirio es dar respuesta al enigma: una tentativa de curación, una
reconstrucción.
En el delirio, las voces del discurso interior se atribuyen a tal o cual otro, en lo sucesivo
nombrable y denunciable.
El otro quiere esas significaciones: siempre es él quien tiene la iniciativa. El otro está
concernido por mí, y no a la inversa. Yo soy su doble.
De tal modo, cuando el sujeto no ha podido responder a cierto llamado, el delirio llega
a recubrir la relación con el Otro mediante una abundancia imaginaria de modos de ser que
son otras tantas relaciones con el pequeño otro. El Otro se afirma en la modalidad de la
relación dual, imaginaria, por una proliferación de significaciones.
¿Qué inconsciente?
El complejo de Edipo es la piedra angular del psicoanálisis. Este recibe su nombre por
estar en correlación con el complejo de castración.
La presentación de Freud
Primer tiempo
El niño está apegado a su madre y excluye al padre. Así se anudan dos deseos: el
incesto y el asesinato del padre, deseos a la vez primordiales y olvidados.
Segundo tiempo
Para el niño no hay dos órganos, sino uno solo: el falo, presente en un lado, ausente en
el otro. Por eso la amenaza de castración concierne a la integridad de la imagen corporal. El
niño teme que la amenaza de castración se cumpla, como ya sucedió en el caso de la niña.
Tercer tiempo
El niño se vuelve hacia el padre. El padre es amado, y ese amor es demanda dirigida a
él, es expectativa:
- En el varón, de recibir algún día, por identificación, las insignias de la virilidad según el ideal
del yo masculino.
- En la niña, de recibir de un hombre que ocupe el lugar del padre el falo que ella no tiene,
según la equivalencia simbólica pene-hijo.
Ahora bien, entre los analistas posfreudianos el Edipo deja de ser cada vez más la
piedra angular del psicoanálisis. Lacan responde por la negativa y orienta su enseñanza de
acuerdo con el rechazo a abandonar el complejo de Edipo.
El Edipo revisitado
Lacan concentra su atención sobre el padre en el Edipo, para lo cual inventa la triple
distinción de lo simbólico, lo imaginario y lo real.
No parte del deseo del niño, sino de la madre en el lugar de Otro. Lo primero es la
estructura, ocupada por la madre y luego por el padre. El deseo del niño es su efecto.
Esa imagen materna ¿por qué deseo está animada? Viene y se va ¿qué explica esta
alternancia?
El niño se identifica en su totalidad con ese falo imaginario, como objeto de deseo de la
madre. Así comienza este juego de embuste y alarde, mediante el cual el niño intenta seducir
a su madre, al servicio de su goce.
El mito edípico es de la misma vena: el padre que Edipo conoció no es más que el
padre una vez muerto. La única función del padre en nuestra enunciación del mito es siempre
y exclusivamente el Nombre-del-Padre, es decir, no otra cosa que el padre muerto.
En cuanto a la respuesta del hijo que resulta posible: ser el falo que falta en la madre, es
igualmente freudiana. Freud señaló que esa identificación es la posición primera de todo niño
como perverso polimorfo. La sexualidad es originariamente perversa o no es.
Ahora el padre responde a esa situación primera. Lo hace como imago privadora.
Instaura la prohibición del incesto y su ley privando ante todo no al niño sino a la madre. La
priva del falo simbólico como significación de su deseo. Instaura una negación: ¡No
reincorporarás tu producto!
El niño imagina un padre celoso y titánico. Le achaca una amenaza de castración que
sólo se justifica como represalia como su propia agresividad hacia él. En respuesta a ella, es
preciso que el padre privador tenga esa vigorosa estatura.
Por estar situada en la imago, esa relación dual es de exclusión recíproca: o el otro o yo.
Si el hijo acepta que la madre sea privada por el padre, entonces él mismo podrá
desprenderse de su identificación originaria al falo como objeto del deseo de la madre. Al
privar al niño, ese padre lo desaloja de la posición primera llamada de perversión, y engendra
en él lo que Freud denominó complejo de castración: angustia por no ser el falo, referida
metonímicamente al tenerlo, con temor de no tenerlo en el varón y nostalgia de no tenerlo
más en la niña.
Esta función del padre privador es posible con una condición: que la madre tenga un
mínimo de respeto por la palabra del padre y que reconozca en su propio mensaje al niño la
autoridad del mensaje de aquel. La madre hace la ley para el padre.
El padre que prohíbe el deseo es sucedido por el que unifica el deseo y la ley.
El padre real es quien introduce una diferencia respecto del padre imaginario, diferencia
que permite la declinación y la salida del Edipo. Uno y otro tienen el falo; y si el padre
imaginario priva de él a la madre, el padre real, al contrario, se lo da. Este es dador a su
manera: “Gran cogedor” vuelto hacia una mujer, la que él ha elegido.
Ese padre capaz de tener y dar abre un porvenir para el hijo. Es prometedor: podrá dar
el falo, transmitirlo al hijo y dejar de privarlo.
Pero no es más que una promesa. Esa es la castración simbólica. Se refiere al tener: hoy
no lo tienes. Será más adelante, pero con una condición: que renuncies a serlo hoy.
El padre real instaura así la diferencia entre las generaciones, diferencia que es la última
palabra de la prohibición del incesto: el hoy de la madre no es el del hijo. Esta negación es
anulación del ser en el niño. La castración recae sobre el yo como totalidad narcisista: tú no
eres el falo. Negativizando en el varón la protesta viril, y en la niña el penisneid. Es de orden
simbólico; es la ausencia en la imagen especular de ese elemento significante que es el
órgano sexual de la cópula: no pene/vagina, sino presencia/ausencia del falo.
Este será dado a partir de la aceptación de esa anulación. El varón lo tendrá como un
título en el bolsillo: título a la virilidad masculina. La niña lo recibirá según la equivalencia
simbólica pene-hijo. Esa es la consecuencia de la declinación del Edipo: una salida de la
neurosis.
Ahora bien, esas tres dimensiones no son separables. Existen juntas o no existen en
absoluto. Pero fallamos al pensar los tres juntos, en razón de lo irreductible del pensamiento
paranoico en cada uno, que hace que solo pensemos bien en dos dimensiones y no en tres.
Para ligarlos en una distinción que no suprima la equivalencia, es preciso por lo tanto
mostrarlos mediante una presentación plana de dos dimensiones, es decir, por la escritura de
la espacialidad, por una topografía que, a la vez que no es algebraica, se sostiene por si
misma, sin fundarse en una nominación.
La presentación plana de RSI nos muestra la diferencia entre conocimiento paranoico,
neurosis y psicosis.
El conocimiento paranoico proviene del hecho de que no tenemos sentido del volumen.
Reducimos al Otro a lo que vemos de él, una silueta, un traje, un ícono. Por eso su mostración
es la del nudo de trébol: equivalencia de tres dimensiones reducidas a una.
Equivalencia y distinción
Razón cualquiera que hemos llamado acontecimiento como encuentro con lo real. Ese
es el buen caso: uno debe delirar.
Distinción sin equivalencia
Si uno de los anillos de cordel se va a pique, otros dos se mantienen juntos y eso quiere
decir que uno es neurótico. Los neuróticos son incansables, ya les falte lo real, lo imaginario
o lo simbólico, siempre aguantan.
Esta nosografía no basta, hace falta otra cosa para que se demande un análisis con
vistas a una respuesta específica al acontecimiento. Debe ser completada por otra locura.
Así, llamará sinthome ese cuarto elemento. Sin-thome es “poner juntos”; ligar, anudar.
El sínthoma hace nudo.
¿Cómo anudar estas tres consistencias independientes? Hay una manera: el Nombre-
del-Padre.
En 1975, Lacan lee el Nombre-del-Padre en Freud dando un nuevo sentido a esta
denominación. Ya no es simplemente el nombre que nombra el lugar del Padre en el orden
simbólico, sino lo inverso: el Padre-del-Nombre, el Padre nombrador.
La declinación del Edipo se concreta al volverse hacia ese Padre, que la teoría calificó
de Padre ideal, un padre digno de ser amado. Ese “volverse hacia” instaura el nudo borromeo
con un cuarto elemento. La voz del Padre nombrador que se perpetúa en el superyó es la
herencia del Edipo.
“Todo el mundo lo tiene, dado que todo el mundo es neurótico; por eso se lo llama,
llegado el caso, síntoma neurótico. Y cuando no es neurótico, la gente tiene la prudencia de
no ir a pedir a un analista que se ocupe de él”.
Ser el sínthoma
Así, el sinthome tiene función de suplencia y compensación cuando hay forclusión del
Nombre-del-Padre y por lo tanto ausencia de anudamiento borromeo de las tres consistencias:
RSI. Un cuarto elemento llega entonces a actuar de empalme e impedir la locura del
desanudamiento.
Ahora bien, esa función se ejerce de maneras muy diversas según los casos, en lugar del
Nombre-del-Padre forcluido. Y cuando esa función fracasa ante la novedad del
acontecimiento, se desencadena una psicosis con delirio.
Así, Joyce ganó su apuesta: no tener sino ser el sinthome que da una consistencia
borromea a RSI al hacerse un nombre.
Joyce es ese cuarto elemento por su nombre propio, lo fue con dos condiciones. En
primer lugar, respondió a las palabras impuestas. Descomponía día a día las palabras que lo
atacaban como proyectiles, las cortaba en pedazos gracias al juego de su escritura: una
ensalada de palabras, cuya lectura en voz alta lo hacía reir en soledad.
Pero, más aún, pudo editar su escritura y hacerse leer por el público. Así logró realizar
su esperanza. De este modo, Joyce pudo evitar delirar.
Primer tiempo
Aimée nació en 1892. El primer acontecimiento importante es, a los 18 años, su amor
por un joven poeta de pueblo, que duró tres años y la llevó a sostener una larga y fiel
correspondencia. Pero ese amor no fue correspondido. Se transformó entonces en odio,
debido al encuentro en Melun con una compañera de trabajo en la administración postal: la
señorita C. de la N.
Esta mujer fue el objeto de una verdadera adoración por parte de Aimée. Las
confidencias compartidas sobre el antiguo amor no correspondido otorgaron a C. de la N. un
seguro ascendiente sobre Aimée. Ocupó en lo sucesivo para Aimée el lugar de mujer ideal.
En 1917, Aimée se casó con René Anzieu, un compañero de trabajo: un aborto natural
y después el nacimiento de un varón, Didier, en 1923.
Segundo tiempo
Aimée podía llamar por su propio nombre de Pierre Benoit a quien se inmiscuía en su
vida privada al extremo de publicarla, para hacerse un nombre entre el público a expensas de
el nombre de Aimée. Ese otro se interesaba en ella y no ella en él: postulado de todo delirio.
Anne revela poco a poco un odio y una frialdad espantosos, hasta la muerte de la
querida enemiga. Así, desespera a la agonizante con sus confidencias sobre Jacques. Pero en
los momentos de sobresalto, la señora de Saint-Selve sabe afirmar su yo, su lugar de elegida
frente a la intrusa: Jacques había sido su marido. Conservaba de él ciertos recuerdos que le
permitían hacer temblar de celos a su despiadada interlocutora.
Tales pasajes tienen un valor iluminador para Aimée: ¿No es exactamente lo que ella
vivió, al hablar a C. de la N. del joven poeta amado y perdido?
Delirar es ver en estos episodios no un azar feliz o desafortunado, sino una intención
del autor, intención apuntada hacia ella, directa y exclusivamente. Por eso su familia internará
a Aimée en octubre de 1924.
Saldrá algunos meses después, en marzo de 1925, no “curada” de su delirio, pero
decidida a actuar. Deja entonces a su marido y a su hijo en agosto para ir a vivir a París.
Tercer tiempo
Este paso al tercer tiempo es la respuesta mediante un acto. Aimée no vacila, hará
justicia por la misma vía que denuncia en los otros: publicando. Y deja el manuscrito de su
primera novela, Le détracteur, en Flammarion. Pero se lo devuelven rechazado.
El camino “normal” habría sido que su escritura llegara a ser pública gracias a su
editor, y que de este modo ella lograra protegerse del delirio mediante el reconocimiento del
público. Pero al ser rechazada, va a hacer justicia de otra manera, atacando a una mujer no
rechazada como actriz y promovida en el público por Pierre Benoit, ya que representa en el
teatro su obra: Huguette ex Duflos. Y entonces se produce la cuchillada del 18 de abril de
1931.
Mediante ese acto explosivo, Aimée tiene éxito. Veía su nombre en los diarios a raíz
del gesto cometido contra una actriz entonces célebre. A raíz del éxito, veinte días después el
delirio desaparece como llevado por el viento. Aimée se ha convertido en una personalidad
de la que se habla públicamente, y Lacan confirmará ese acto mediante la publicación de su
tesis en la editorial Le François: con el nombre de Aimée, lleva a cabo lo que Flammarion
rechazó con el nombre de Marguerite Anzieu.
Caso construido a partir de los archivos del museo Rodin y los documentos de la
familia Claudel.
El primer acontecimiento importante es la muerte prematura del hermano mayor de
Camille en 1863, quince días después de nacer. La señora Claudel hará el duelo por él
durante toda su vida, y en lo sucesivo sólo se vestirá de negro.
Camille es una niña dotada; a los doce años ya esculpe y su primer encuentro decisivo
será el de Alfred Boucher, quien la iniciará en la escultura y sabrá reconocer sus dones. El
encuentro se produce en Nogent, donde el padre trabaja entonces como funcionario. Pero
cuando lo destinan a Vassy, Camille logra que sus padres se separen: el padre permanece en
Vassy mientras la madre se va a vivir con sus tres hijos a París, a fin de que Camille pueda
trabajar en un taller de escultura, el de Colarossi. Esto sucede en 1881, cuando la joven tiene
17 años.
Primer tiempo
En 1883 se produce el encuentro con Un padre real, Auguste Rodin, que tiene
exactamente la misma edad que la señora Claudel, 43 años. A raíz de ese encuentro, Camille
deja el taller Colarossi para trabajar en el de Rodin. Intrusión del otro: muy pronto, Auguste
la distingue. La privilegia y le confía la tarea de modelar las manos y los pies de sus propias
estatuas. Ahora bien, el problema es que, de todas maneras, quien firma es Rodin.
Pero pronto va a plantearse una segunda cuestión: la del trío. Rodin tiene una mujer, y
aunque no siempre le es fiel, siempre vuelve a ella.
Algunos años después del primer encuentro, Rodin toma la iniciativa de alquilar una
casa donde se reúne con Camille en secreto y la hace su amante. La joven quedará
embarazada y deberá abortar. Así, irá a vivir a Turena durante algunas semanas, siempre
oculta.
Surgirá en ella una doble reivindicación para salir del anonimato. Ante todo, ser la
mujer de Rodin, públicamente; además, tener sus propias exposiciones de sus propias obras,
con su propio nombre. Así nacen los significantes que se constituyen como un enigma: ¿Qué
quiere él, entonces, al ocultarme de ese modo? ¿Por qué esta intrusión en mi vida? Y no hay
respuesta. Camille intenta una ruptura en 1892 y monta un taller propio. Tiene un éxito
asombroso: es reconocida, sale del anonimato. Pero no es una ruptura con Rodin, todavía no
puede responder a esos enigmas.
Aquí se pone en juego la noción de acto, con el acontecimiento capital que va a
determinar el futuro de Camille.
Lo que está oculto debe seguir estándolo y no hacerse público. Rodin lo rechaza. Es él
quien tiene el poder: es un hombre de éxito, con buenas relaciones. Para Camille es el fracaso
de la exposición de su amor a los ojos del público.
Segundo tiempo
El acto ha fracasado y por eso, algunas semanas después, hace eclosión un delirio de
persecución: “La banda de Rodin me plagia. Cada vez que hago una estatua, me la roban o
me la copian. Y tienen éxito con un nombre que no es el mío”.
Se le proponen exposiciones, ante las cuales las críticas señalan: “caricatura del genio
de Rodin”. El delirio da una respuesta: “¡El que me imita es él!”
En lo sucesivo, va a rechazar todas las propuestas de sus amigos para que monte
exposiciones: “Toda la vida me perseguirá la venganza de ese monstruo”. Así, el delirio se
sistematiza: robo de estatuas, envenenamiento. Sólo hay uno que le muestra su interés:
Rodin… para plagiarla.
Tercer tiempo
Los pasajes al acto se acentúan en este tercer tiempo. A partir de 1906, Camille
destruye sistemáticamente, cada mes de junio, sus propias obras, que oculta en su taller y se
niega a mostrar. Hace de su taller una fortaleza: clava las persianas y las puertas, prohíbe la
entrada a todo el mundo.
Segundo pasaje al acto: deja de alimentarse, porque sabe que la banda de Rodin quiere
envenenarla. Sólo come huevos duros protegidos por la cáscara, metáfora de esa fortaleza que
ha levantado para proteger su taller, su vida, a sí misma. Vive por lo tanto en la miseria. Sólo
el sostén de su padre permite continuar de esa manera, hasta que en 1913 aquel muere.
Y cuando muere, la señora Claudel por fin puede intervenir: hace encerrar a su hija
durante casi treinta años.
Como el acto de exposición de La edad madura no fue posible, es preciso otro acto,
este sí posible: “Hago justicia por mí misma, allí donde la ley claudica”, esta es la fórmula
del pasaje al acto.
Conclusión
En estos dos casos tenemos una tentativa de acto antes del delirio para dar respuesta a
la intrusión del otro mediante una serie de significantes privilegiados: intento de acto por el
arte, en cuanto es uno de los medios privilegiados para hacerse un nombre. Pero el intento
fracasa.
Se produce entonces el paso al segundo tiempo del delirio y al tercer tiempo, que es el
de otra clase de acto, lo que psiquiátricamente se llama “pasaje al acto” violento.
En su tesis de 1932 Lacan supo ya discernir lo que luego confirmaría: la relación entre
la psicosis y la condición del hombre moderno. Los trastornos afectivos y mentales no son un
déficit, sino la vía por la cual Aimée supo tomar con las ideas, los personajes y los
acontecimientos de su tiempo, un contacto más íntimo y, a la vez, más amplio de lo que
implicaba su situación social.
Hoy más que nunca, la participación social se cumple por la imago del cuerpo propio,
presentada, expuesta, “publicitada”.
Así, la erotomanía como convicción de que otro está interesado en mí tiene por objeto
personalidades importantes de la vida pública, artística, mediática, política o religiosa.
Siempre, como en el caso de Joyce, la apuesta es ser el sinthome, ser el cuarto elemento
que anuda RSI, gracias a una participación social manifiesta. Esa constituye en efecto la
psicosis del hombre moderno, condenado tal como es al anonimato de la vida urbana: si la
dicha no se encuentra en la vida privada, se impone el éxito social, so pena de delirar.
Perversión – Julien
Un escandaloso descubrimiento
Así, en el siglo XIX, el juez interroga al médico: si esta fuerza que empuja al acto de la
llamada transgresión perversa es tan irresistible y poderosa ¿no se debe a que el sujeto está
enfermo y por lo tanto es irresponsable?
No hay nada de eso, por la sencilla razón de que el susodicho perverso no se considera
como un enfermo. La mayoría de las veces se trata de hombres o mujeres respetables y
respetados en su vida social, profesional y familiar, pero que tienen por lo demás, secreta y
discretamente, otra vida al margen de la mirada de los custodios médico-legales.
En 1915, Freud nos habla de su tentativa de hacer coincidir el amor por el otro como
objeto sexual con la síntesis posible de las pulsiones parciales en una sola pulsión
totalizadora. Pero no es tan sencillo. Amor y sexualidad no se confunden.
Por un lado, no se puede decir, según la lectura que hacen algunos, que la perversión
infantil universal no es más que un estadio provisorio del desarrollo de la sexualidad humana.
Esta es negación del instinto en cuanto tendencia finalizada por tal o cual objeto según una
ley de la naturaleza. La libido es la anti-physis (naturaleza), y en ese sentido, es perversa o no
es.
Lacan dice que la sexualidad sólo se realiza por la operación de las pulsiones en cuanto
son pulsiones parciales con respecto a la finalidad biológica de la sexualidad. La pulsión
nunca es sino pulsión parcial.
El comentario de Lacan
El fetiche es por consiguiente una defensa contra la angustia del deseo de la madre; por
eso tiene la misma función que la fobia: instalar una protección en puesto de avanzada frente
al peligro de ser devorado por el deseo insaciable del Otro.
SIR
El velo oculta la Nada que está más allá del Objeto en cuanto deseo del Otro: la madre
no tiene el falo. Pero al mismo tiempo, el velo es el lugar en el cual se proyecta la imagen del
falo simbólico: la madre tiene el falo.
Fetichismo: Pone un velo sobre la falta fálica de la madre. El velo es el sustituto del
falo desplazado sobre otra cosa.
Para la joven, esa actitud es posible al identificarse con su padre y asumir su papel. Ella
ama como un hombre, tiene el pene y lo da a la Dama, que no lo tiene. Y lo da de acuerdo
con la equivalencia pene imaginario/hijo.
¿Cómo llegó hasta ahí? En el momento de la declinación del Edipo, dirigía las miradas
hacia su padre en expectativa de recibir un hijo de él. En efecto, se complacía en actuar como
una madre con un varón de cuatro años, hijo de unos amigos de sus padres. Pero, dura
decepción, el padre embaraza a la madre. La joven, entonces, dirige su mirada hacia la dama,
más grande que ella.
Hay una inversión: en el lugar de la frustración del objeto real (el hijo) por el padre
simbólico, se establece una identificación con el padre imaginario. Ese duelo del objeto
demandado se cumple mediante la identificación con quien podía darlo, pero lo ha negado.
Así, la joven se sitúa en la posición de la perversión: velar la falta fálica en la Dama por
el don del hijo como imagen fálica.
Y cuando el padre interviene públicamente con una mirada furiosa dirigida hacia su hija
y su amiga, la primera pasa al acto: actúa un alumbramiento público de su amiga mediante un
parto. Tal es la significación de pasar por encima del parapeto y caer sobre las vías del
ferrocarril. Ella se hace la hija de la dama, como sustituto de la falta fálica en ella.
El fetiche como falo imaginario no siempre es puesto por el sujeto delante de la Nada
como más allá de la madre. También puede ser puesto por un sujeto que, al identificarse con
la madre, lo presenta a partir de ese lugar, situándose detrás del velo: en el lugar de la madre.
De esta posición del sujeto detrás del velo se deducen las siguientes perversiones:
Sadismo: La identificación con la madre que lleva los pantalones protege de la angustia.
Homosexualidad masculina: En este caso se trata del falo del sujeto. Del suyo en
cuanto va a buscarlo en otro, porque se identifica con una madre que debe tenerlo, es decir,
en el lugar que ocupa la madre que hace la ley para el padre.
Freud designó como inversión esta identificación con la madre: El joven ha estado
fijado a su madre, en el sentido del complejo de Edipo, durante un tiempo y con una
intensidad inusualmente grandes. Por fin, al completarse el proceso de la pubertad, llega el
momento de permutar a la madre por otro objeto sexual. Sobreviene entonces una inversión
repentina; el joven no abandona a su madre, sino que se identifica con ella y ahora busca
objetos que puedan sustituirle al yo de él, a quienes él puede amar y cuidar como lo
experimentó de su madre.
Lacan lo prolonga con una precisión: Identificación, no con el deseo de la madre ni con
su amor, sino con su goce. Hay repetición del mismo goce por inversión: el hijo, en tanto fue
el objeto de tal goce del Otro, lo perpetúa gozando a su vez de un objeto semejante a lo que él
mismo fue. Hay pues narcisismo en materia de elección de objeto, pero al servicio del goce
del Otro que debe mantenerse.
André Gide: Sus relatos muestran la distinción entre el amor que protege y la ley del
goce.
Esas maniobras se parecen a las atormentadoras delicias que Gide nos confesará cuando
haya cumplido su inversión freudiana, encontrándolas de este modo a las caricias que ofrecía
disimuladamente a un escolar durante el viaje de un tren.
La unicidad entre Henry, llamado Alban, y el adolescente llamado Serge, procede del
lugar irreemplazable que Henry recibió de su madre: iba a dormir a su cama hasta los catorce
años, le escribía cartas de amor. Su marido cuenta muy poco, no tienen gran cosa que decirse
uno al otro. En cambio, el amor por Henry es salvaje y fuerte.
El beso en los párpados tiene una explicación. Una mañana en que su madre está muy
decaída, la madre le dice a Alban: Soñé que te tenía en las rodillas, a los doce años, con
pantalones cortos. Bajabas la cabeza para que sólo te pudiera besar el pelo. Luego volvías a
subirla suavemente y te besaba en los párpados. Pero entonces me daba cuenta que ya no eras
tú, era Serge.
Ella confundía a esos dos niños para hacer de ellos un bien único. Y él pensaba: si mi
madre lo vio tan a menudo en sueños, quiere decir que tengo derecho a amarlo.
Esta reconstrucción del hijo le permite ver que aquello de que goza en Serge es el goce
mismo de su madre. Por Serge, ella lo conservaba. Era ella quien, por sus insinuaciones,
había dado a Alban la idea de un acto con Serge, acto en el cual él no pensaba y que, en
consecuencia, no deseaba.
Marcado, no por la expulsión del colegio debido al escándalo de esta amistad muy
particular, sino por este goce de la madre que Henry debe perpetuar sin cesar volviéndose
hacia un adolescente, como ella se había vuelto hacia él. Así, por intermedio del hijo, ella
sigue en posesión del falo.
Psicosis, Perversión, Neurosis – Julien, Philippe. Cap. Perversión
Un escandaloso descubrimiento
Y precisamente por esta tergiversación, por esta trasgresión, es que el poder judicial
(quien tiene este privilegio que carece la religión), actúa con una triple función: enunciar la
frontera, castigar al trasgresor, proteger a la sociedad evitando la reincidencia del acto. Ahora
bien, en el siglo 19 se produce un nuevo acontecimiento, la apelación al discurso médico para
que se pronunciara sobre la responsabilidad del sujeto, para dar cuenta de una perversión de
índole moral o patológica (entendida como una fuerza interior que se le impone).
No obstante, a fines del siglo 19 pasa algo re cheto con gentecita como Magnan, Krafft-
Ebing y Moll. Que decían algo tipo la sexualidad es la verdadera razón de la perversión, en la
medida en que el placer sexual puede llevar a la anormalidad. Es más el flaco de doble
apellido largo dice que cualquier exteriorización del instinto sexual que no responde a la meta
de la naturaleza (pro-vida detected, ahre), es decir, a la reproducción cuando surge la
oportunidad de una satisfacción sexual natural, es declarada perversa.
Tergiversar ese bien en mal es transgredir su objeto y su meta, entendiendo al objeto
como la unión genital heterosexual entre dos adultos, y la meta como la satisfacción sexual de
uno y otro a raíz de esa conjunción. En relación a esto al salame de turno le pintó clasificar
encima las perversiones, porque siempre se puede ser más ortiva. Y dice que hay dos grandes
grupos, uno en el cual la meta de la acción es perversa, que incluye el sadismo, el
masoquismo, el fetichismo y el exhibicionismo; y por otro lado aquellas en las que el objeto
es perverso, mientras que la acción lo es como consecuencia, y acá tenemos a los
trolos/tortas, los curas (eh digo, los pedófilos), la gerontofilia (onda Flavia?), la zoofilia y los
pajeros nivel Dios (autoerotismo).
La ruptura freudiana
Sólo la primacía ulterior de lo genital debía permitir la superación de las perversiones por
unificación de las pulsiones parciales en una pulsión totalizadora. Y es en este punto en el
que los psicoanalistas se dividen. Para algunos la perversión sería la persistencia de una
fijación a una pulsión parcial, onda hay una detención en tal o cual placer calificado de
preliminar, pero que no tiene nada de tal, y por ello entonces el Edipo no habría tenido lugar.
Ahora bien, ¿el cocainómano no decía que la perversión solo es concebible articulada por,
con y en el complejo de Edipo?
En Pulsiones y destinos de pulsión (1915), el viejito loco habla de una tentativa de hacer
coincidir el amor por el otro con la síntesis posible de las pulsiones parciales. Ahora bien,
sobre el amor dice que “El uso de esta palabra para una relación semejante sólo puede
comenzar con la síntesis de todas las pulsiones parciales de la sexualidad bajo la primacía
de los órganos genitales y al servicio de la función de reproducción”.
Dice Freud, “Preferiríamos ver en el amor la expresión de la pulsión sexual total, pero
pese a ello no salimos del apuro”. Si amar es ser amado, en el propio yo total y unificado,
¿pasa lo mismo con lo pulsional?, ¿Amor y deseo sexual coinciden? Lacan pensaría, como
forma de responder a esto, que la libido es la anti-physis, y en ese sentido es perversa o no es.
Es decir que “La sexualidad sólo se realiza por la operación de las pulsiones en cuanto son
pulsiones parciales, con respecto a la finalidad biológica de la sexualidad”.
Freud no se conforma con definir a la perversión como la negación del instinto cuya
finalidad es la reproducción biológica. Efectúa la conjunción entre el descubrimiento en 1905
del fetichismo del pie o de la cabellera como aberración de orden sexual y el de 1908
respecto a las teorías sexuales infantiles donde se atribuye un falo a las mujeres. Todo
concluye en 1910 con un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, donde se piensa al fetiche
como el Ersatz (sustituto) del falo de la madre.
Con ello surge una nueva definición de la perversión, a partir del artículo Fetichismo de
1927, donde recibe su verdadero nombre; ni una represión ni una forclusión, sino una
renegación, es decir, una doble posición, a la vez: Reconocimiento de que la madre no tiene
el falo, y negación de este reconocimiento; la madre lo tiene a través del fetiche como falo
desplazado. La perversión es renegar de la diferencia sexual.
El comentario de Lacan
Freud habla de una percepción visual de la ausencia de un órgano real en la mujer. Pero
desde Lacan no se trata de lo real, sino del falo imaginario y simbólico. La argumentación se
ordena en tres tiempos.
Para el niño que no es psicótico, la significación del deseo de la madre no está forcluida,
designa lo que le falta, el significado del falo como significante de su deseo. Ese simbólico no
carece de efecto sobre lo imaginario. Si el niño ha recibido de su madre la significación fálica
de su falta, puede entonces hacerse para ella objeto fálico como imagen. La madre no tiene el
falo, por lo tanto yo lo soy. ¡Para ella!
2) La angustia.
Esta posición no es evidente por sí misma. Todo el camino en torno del cual el yo
conquista su estabilidad se construye en la medida en que él muestra a su madre lo que no es.
Pero, ¿cómo estar a la altura del deseo de la madre? De lo imposible de responder nace la
angustia de castración. Si hay castración, lo que hay en cuanto el complejo de Edipo es
castración. La castración tenía tanta relación con la madre como con el padre. La castración
de la madre implica para el niño la posibilidad de la decoración y el mordisco. Ser el objeto
fálico imaginario para colmar el deseo de la madre es la angustia misma de ser tragado por
ella. La perversión se origina allí como consecuencia de la angustia.
SIR
Esta lectura de Freud sólo es posible si se sabe descifrar en su texto estas tres funciones:
simbólico, imaginario, real. Sin esa distinción, no se entiende la perversión sobre la
renegación de la diferencia sexual. El fetiche debe tomarse como elemento de una actividad
simbólica sin confusión entre la palabra y su referente. La palabra hace presente lo que está
ausente. El elemento imaginario tiene exclusivamente un valor simbólico. En el dominio de
la búsqueda del sentido lenguajero más que en el de vagas analogías visuales. Y ante ello, la
interpretación analítica busca pasar de la relación de dos según lo imaginario visual a la
relación padre-madre-sujeto según el orden simbólico del intercambio.
Esta proyección de la imagen fálica que oculta y designa la Nada es lo que el sujeto
coloca delante de él.
1) El fetichismo
Pone un velo sobre la falta fálica de la madre. El velo es el Ersatz del falo desplazado.
2) El masoquismo
1919, en Pegan a un niño es donde se describe por primera vez el masoquismo. Leopold
de Sacher Masoch no dejó de escribir en sus libros esa demanda dirigida a una mujer, para
que esta disfrutara de absolutamente todos los derechos.
3) El voyeurismo
Lacan introduce la noción de hendidura. El voyeur entra en el deseo del Otro por la
hendidura, la ranura, el postigo, el telescopado o cualquier pantalla. Enfoca el deseo del Otro,
lo sorprende en su pudor y su intimidad; se introduce en su mundo privado. El sujeto es
hendidura, fisura del velo que separa lo oculto de lo mostrado, lo privado de lo público del
espacio del Otro. Lo que el Otro deja ver sin saberlo es lo que permite negar la falta fálica, de
conformidad con la creencia perversa: todos los seres humanos tienen un falo.
4) La homosexualidad femenina
Freud, en 1920 en el caso sobre la joven homosexual, se piensa que lo que la joven desea
en la Dama está más allá de la mujer amada; es lo que le falta. Velar esa falta mediante un
sustituto, el hijo como imagen fálica. La joven, al identificarse con su padre y asumir su
papel, se piensa con pene y lo da a la dama.
¿Cómo llegó allí? En la declinación del Edipo, dirigía las miradas hacia su padre en la
expectativa de recibir un hijo de él. Pero, dura decepción, el padre embaraza a la madre;
vuelto hacia esta, es a ella a quien da un hijo. La joven dirige entonces su mirada hacia la
Dama, más grande que ella.
Hay una inversión en el lugar de la frustración del objeto real por el padre simbólico, se
establece una identificación con el padre imaginario, identificación con quien podría darlo,
pero lo ha negado. La joven se sitúa en la posición de la perversión: velar la falta fálica en la
Dama por el don del hijo como imagen fálica.
El fetiche no siempre es puesto por el sujeto delante de la Nada. Puede ser puesto por un
sujeto que, al identificarse con la madre, lo presenta a partir de ese lugar situándose detrás del
velo.
1) El travestismo
Envolverse en trajes femeninos es una identificación del sujeto masculino con la madre
poseedora del falo. La protección contra la angustia es exitosa y se trata de “ocultar la falta de
objeto”. Es preciso “que siempre sea posible pensar que está precisamente donde no está”.
2) El sadismo
3) El exhibicionismo
El exhibicionista entreabre su pantalla para ofrecerse a la vista del Otro, tocarlo más allá
de su pudor y ponerse a merced de su deseo. Dejar ver, para ver al Otro sorprendido por el
develamiento. Lacan decía que el exhibir consiste en mostrar lo que tiene en la medida en
que el Otro no lo tiene. Revelar al otro lo que este supuestamente no tiene, para hundirlo al
mismo tiempo en la vergüenza de lo que le falta. Presentifica a la madre como si en ella no
hubiera falta.
4) La homosexualidad masculina
En el sujeto se trata de su falo, decía Lacan, pero del suyo en cuanto va a buscarlo en otro.
Se identifica con una madre que debe tenerlo, es decir, en el lugar que ocupa la madre que
hace la ley para el padre. Demandar a su partenaire que muestro lo que tiene, es la exigencia
del homosexual. No se abandona a la madre, sino que se identifica con ella, se transmuda en
ella y ahora busca objetos que puedan sustituirle al yo de él, a quienes él pueda amar y cuidar
como lo experimentó de su madre.
Lacan retoma a Freud en esto, y lo prolonga, diciendo que hay una identificación, sí, pero
no con el DM, sino con su goce. Hay repetición del mismo goce por inversión. El hijo lo
perpetúa gozando a su vez de un objeto semejante a lo que él mismo fue.
Es lo que expresaron algunos autores analistas al decir que, si hay menos perversión en
las mujeres que en los hombres, es porque ellas satisfacen su grandeza perversa en la
relación con sus hijos. Por eso (…) hay algunos hijos de los que nosotros, como analistas,
tenemos que ocuparnos.
Entre 1960 y 1966, Lacan hace silencio sobre la perversión. Pero aquí se da la invención
del objeto a, esta invención del mismo como causa del deseo por el lado del sujeto permitirá
escribir el famoso grafo del deseo. Este objeto se introduce porque hay incompletud de lo
simbólico S(A barrado). El Otro está barrado, el significante que daría respuesta a la pregunta
del sujeto, Che vuoi?, falta para siempre. El falo como significante que permitiría responder
está fuera del sistema. El sujeto engendra la respuesta situando en ese agujero en lo simbólico
su fantasma, anotado como S<>a.
Ese a es lo pulsional mismo, subjetividad según los cuatro objetos, pecho, heces, mirada,
voz. Ese lazo entre el sujeto y el objeto se efectúa según el modo reflexivo del verbo. El
sujeto se hace, se hace deseo del deseo del Otro. Así, el fantasma da lugar a lo pulsional más
allá del lenguaje.
Ahora bien, que pasa con la posición del sujeto en la perversión. No se conforma con el
fantasma como respuesta a la cuestión del deseo del Otro, sino que el sujeto se hace objeto al
servicio del goce del Otro. Esto, a diferencia de lo que se cree, implica que el perverso, lejos
de fundarse en un desprecio del Otro, la función del perverso es algo que se debe calibrar de
una manera muy rica. Es quien se consagra a tapar ese agujero en el Otro. Se entrega y se
dedica al goce del Otro.
El sujeto se hace objeto a en favor de un plus de gozar del Otro, de acuerdo a dos
modalidades: Suplemento a: sadismo y voyeur; Complemento de: masoquismo y
exhibicionismo.
El voyeur interroga por la mirada lo que falta como falo en el Otro para darle un
suplemento (y con ello remediarlo). El sádico da voz al Otro, se erige en instrumento de lo
que supone faltante en el Otro para su goce.
Esta nueva definición de la perversión en relación al goce (del Otro) se demuestra a partir
de una nueva lógica, de acuerdo con estas tres coordenadas:
Lo real
La perversión toma su lugar a partir de esa falta en lo simbólico: gracias al objeto a, hacer
de complemento o suplemento del Otro en beneficio de su plenitud, que debe anotarse S(A).
Lacan podrá decir: Si El hombre quiere a La mujer, sólo la alcanza al fracasar en el campo
de la perversión. La mujer no entra en funciones en la relación sino en cuanto madre, en
donde encontrará el tapón de ese a que será su hijo. Estará toda entera en el goce fálico.
Gracias a esto podemos afirmar como definición de la perversión la proposición universal:
Todo goce fálico es perverso, es decir que hace relación sexual gracias al Otro, completo.
Un nuevo clivaje
Al pensar la Verleugnung debemos pensar en un clivaje entre dos goces. Uno es fálico, el
otro está más allá de lo fálico. Hay disyunción entre el postulado de la perversión: S(A) y el
enigma que es el no saber de un goce distinto del perverso: S(A barrada). Lacan lo llama
inadecuación:
No hay relación sexual porque el goce del Otro tomado como cuerpo siempre es
inadecuado, perverso por un lado en tanto el Otro se reduce al objeto a, y por el otro, yo
diría que loco, enigmático.
1. La Neurosis Normal
El horizonte de Freud
De 1894 a 1905
Freud construye esta nueva neurosis por analogía con el mecanismo de la histeria, de
acuerdo con estos dos tiempos:
- Un primer tiempo, de orden etiológico. Donde en la infancia hubo una excitación sexual
precoz. Así como ese trauma se sufre pasivamente en la histeria, en la neurosis obsesiva
hubo actividad con placer;
- Un segundo tiempo. Los afectos se separan de sus representaciones primeras para efectuar
una falsa ligazón. Esta sustitución es una defensa del yo. No hay represión sin retorno de lo
reprimido, y aquí se da por transposición a otras representaciones más conciliables con el
yo. Reproches a sí mismo, inhibiciones para actuar, rituales privados, etc.
De 1905 a 1913
Los tres ensayos marcan un punto de inflexión, al mostrar la importancia de las zonas
erógenas y las pulsiones parciales. Las defensas del yo efectúan un retorno regresivo al
estadio anal. En Carácter y erotismo anal, establece un lazo entre el objeto anal y la neurosis
obsesiva. En 1909, con el análisis del hombre de las ratas, la revelación del horror de un
goce ignorado por sí mismo se produce en el famoso relato que hace el capitán X. Contra esta
representación surgen conminaciones y juramentos: Tú debes… Y por último, en 1913, en La
predisposición a la neurosis obsesiva se establece un lazo entre esta neurosis y las pulsiones
erótico anales y sádicas.
De 1913 a 1929
Freud aquí aplica el Tú debes del hombre de las ratas a cualquier neurosis obsesiva: hay
relación intrínseca entre esta y la función del superyó. En 1923, en el Yo y el Ello, Freud
postula la declinación del Edipo proviene de una interiorización de la prohibición paterna. Tal
es, en cuanto conciencia moral, la dominación del superyó sobre el yo. Lo que reina en el
superyó es una pura cultura de la pulsión de muerte. El superyó puede volverse hipermoral
y, a la sazón, tan cruel como sólo puede serlo el ello.
Dejemos por tanto de hacer sociopsicología y de estigmatizar a tal o cual padre, tal o
cual madre, tal o cual educador. La cuestión es muy distinta y concierne a la peste que es la
sexualidad misma, contra la cual hay que defenderse a toda costa. El superyó es una instancia
que habla adentro, que da sin cesar voz, la misma que se atribuye a la conciencia moral.
2. La verdad de Freud
El mito no es ni ilusorio ni irreal, es un relato que articula lo que funda toda sociedad
humana en cuanto no natural, o sea, la ley de los intercambios. Tal es la deuda simbólica del
don y el contra-don de acuerdo con estos tres intercambios: de mujeres, de palabras y de
bienes. Deuda necesaria que, en su carácter de fundadora, se transmite de generación en
generación mediante el discurso con el cual un sujeto se dirige a otro sujeto.
Esa es la FAR, una grilla mediante la cual la terapia consistirá en suprimir la causa que
es la frustración y reemplazarla por su contrario gracias a la transferencia. Así, la agresividad
se reduce y como la regresión ya no tiene razón de ser, resulta posible el estadio genital.
Ante esto, ¿Qué responde Lacan?, que la cuestión esencial que concierne a cualquier
ser humano, no se plantea en términos de tener o no tener el falo. Es la de serlo o no. El
descubrimiento freudiano de que el acceso al deseo supone la castración se refiere a la
posición primera del hijo o la hija que son, por su imagen, el falo de la madre, ergo, lo que a
esta le falta. Pero en un segundo momento, la castración podrá cumplirse, Tú no eres el falo
de la que te concibió. La neurosis no proviene de una frustración por no tener el falo, sino de
una castración no admitida, no subjetivada, no reconocida en su enunciado en términos de
ser.
Ese pasaje del ser al tener o no está determinado por la interpretación del analista. Si
fracasa en ella el análisis se detiene a medio camino, o sigue sin fin. La confusión entre
frustración del objeto real y castración del objeto imaginario encubre la confusión entre el ser
y el tener. En su seminario la relación de objeto Lacan va a decir que la neurosis obsesiva no
proviene de una frustración de la demanda de tener, sino de una castración no realizada en
cuanto a ser lo que falta en el deseo del Otro. Esta falta de distinción entre demanda y deseo
es una psicologización del psicoanálisis, como si la demanda fuera la expresión del deseo.
Esta confusión es exactamente el síntoma del obsesivo. Ella determina que en este el superyó
aparezca como una figura obscena y feroz que se dirige al sujeto mediante la voz insistente de
la conciencia moral. Las conminaciones de esta voz se ordenan de acuerdo con los siguientes
10 mandamientos:
1) No demandes nada. Que tu demanda muera para realizar así tu demanda, que es ser un
sujeto muerto, desvanecido, borrado.
2) Tu deseo es desvalorizar, anular, destruir el deseo del Otro. En efecto, ese el tuyo o el suyo.
3) Espera a que te demanden. Espera que el Otro comprenda tu silencio. Para remediar la
angustia del deseo del Otro, debes recubrirla con su demanda. A cambio, se oblativo, nunca
harás lo suficiente para que el Otro persista en la existencia.
4) No tires nada, acumula hasta el atascamiento. Amar es tener siempre algo para dar.
5) Tu propio deseo lo pondrás en juego mañana, más adelante. Así sabrás hacer esperar al
Otro, puesto que sólo hay deseo en lo imposible.
6) En la espera, da pruebas de tu aptitud. Supera la inhibición mediante la proeza, la
prestancia, el alarde, el engreimiento.
7) No hagas nada definitivo o excluyente: ¡Nada de avances sin la seguridad de una retirada!
8) Ante el imperativo del superyó ¡goza! Haz de tu impotencia para realizarlo una demanda a
dirigir a un maestro que supuestamente sabe si la relación entre goce y dominio es del
orden de lo imposible o no.
9) Debes sobrecargarte con un programa sin fallas, sin vacío, sin respiro, para evitar la
interrogación sobre el deseo del Otro.
10) Interrumpe tu análisis el día en que puedas aliviar tu culpa culpabilizando a otro.
3. El retroceso de Freud
El verdadero escándalo
La única búsqueda importante es la de una ética que esté a la altura de ese abandono
por el otro. Lacan presentará esa ética, que es la misma del psicoanálisis, y concluirá que si
para el hombre del común la traición tiene como efecto arrojarlo de manera decisiva al
servicio de los bienes, será con esta condición que no reencontrará jamás lo que lo orienta
verdaderamente en ese servicio. Frente a das Ding, la Cosa, el goce del Otro, ¿Qué ley puede
servir a la vez de apoyo y de barrera para que lejos de huir, el sujeto pueda aproximarse a ella
impunemente? Para responder, pongamos a prueba tres leyes éticas frente al goce del Otro:
Primera ley
Esta se corresponde con la ética tradicional de la tendencia interior con el fin del Bien
soberano. La caída teológica nos arrojó hoy al servicio de los bienes plurales. Los bienes son
de orden simbólico: lo que se dice en tal o cual momento en tal o cual sociedad, señalado
como lo más útil para cada uno y para la mayor cantidad. El discurso médico-legal pretende
saber cuáles son los bienes no engañadores; y los propicia en nombre de su síntoma evidente:
el bienestar, al cual accedemos mediante la mesura, la moderación, y la prudencia.
¿Cómo responde entonces ese discurso frente al goce del Otro? Por una parte,
protección mediante la reparación del mal efectuado, con el castigo del culpable y la cura del
enfermo. Por la otra, protección mediante la prevención de un mal previsible, por contagio o
reincidencia.
Ahora bien, ¿es eficiente frente al goce del Otro y sus maleficios? Obvio que no
wachin, porque el amor por el semejante que la justifica, se funda en la identificación: quiero
para el otro el bien que querría para mí. Porque después, un día, la cosa se desmorona. Yo
creía comprenderte, tú creías comprenderme. Pero das Ding está más allá del espejo, en
tercera dimensión. Traición, ¡no eres el o la que yo creía!
Segunda ley
Esta es la heredada por el niño con la declinación del complejo de Edipo, el superyó.
Este no se construye de acuerdo a la imagen de los padres, sino según el superyó parental. Se
trata de una identificación simbólica. En el yo y el ello le da su verdadero nombre de
imperativo categórico. Y en 1924 escribe el imperativo categórico de Kant es el heredero
directo del complejo de Edipo. La verdadera transmisión entre generaciones se da según dos
principios:
1) El categórico. La ley tiene valor universal, cualesquiera sean las consecuencias afectivas
del bienestar o malestar. Es patológico, nos dice Kant, y por lo tanto no aclara en absoluto
nuestra conducta.
2) El incondicional. La ley se basa únicamente en el acto de su enunciación interior: ¡Debes…
no debes! Se justifica por ese mismo acto y prescinde de razonamientos, argumentos y
deducciones. Esa famosa voz de adentro que es el superyó procede del Otro; revela su
origen en la máxima que enuncia el derecho del Otro al goce, derecho sobre mi cuerpo.
Ese es el argumento de Kant con Sade. Sade dice la verdad de Kant de acuerdo con dos
principios: La apatía del otro, en cuanto a lo que yo puedo sentir de su goce de mi cuerpo; y
el carácter sin condiciones de su derecho de goce. La voz de la conciencia es la del Otro en su
goce que se calificará de sádico.
Y Lacan lo registra y confirma con la ayuda de Sade: Ese superyó es en verdad algo
como la ley, pero una ley sin dialéctica, y no por nada se lo reconoce en el imperativo
categórico, con lo que llamaré su neutralidad maléfica. Pero entonces, frente a la Cosa y el
goce del Otro, ¿la ley kantiana del superyó es más exitosa que la ley del servicio de bienes?
No, aquella perpetúa ferozmente el horror de esa neutralidad maléfica mediante un vuelco
contra sí mismo y una transmisión a la generación siguiente.
Freud, en Tótem y tabú, dice que el superyó es interiorización de un padre que hace la
ley, sólo se mata al amo para incorporarlo y, así, mejor someterse a él. Lacan podrá decir por
fin que Tótem y tabú es un producto neurótico, pero para agregar de inmediato: No se
psicoanaliza una obra, y menos la de Freud. Se la crítica y es eso (una neurosis) aquello que
la suelda. En este caso debemos el mito de Freud al testimonio que el obsesivo aporta de su
estructura a lo que se revela en la relación sexual como imposible de formular en el
discurso.
¿Qué hacer entonces ante el goce del Otro, ante su maldad? Hay que avanzar hacia otra
respuesta, que supone ir más allá de Sade y más allá de Freud. Creemos que Sade no está
suficientemente cerca de su propia maldad para encontrar en ella a su prójimo. Rasgo que
comparte con muchos, y en especial con Freud.
Tercera Ley
Luego de dar cuenta del fracaso de las leyes anteriores para poner una barrera al horror
del goce humano, no nos queda más que un último camino: el del fin de un análisis. No
retroceder ante el precepto de amar al prójimo como a sí mismo es darle una nueva
interpretación. Amar a ese prójimo que es uno mismo aproximándose a su propio goce, allí
donde puede surgir la maldad, el mal-caer de la voluntad de bien.
Esto supone una ley, la del deseo. No es la ley que obedecemos y nos culpabiliza en
caso de incumplimiento, ni el rechazo de toda ley con un presunto libertinaje. Esta tercera ley
funda el deseo. No es fácil demostrarla, habida cuenta de su extrañeza y su lazo con el goce.
En el seminario de la Ética, Lacan muestra ese saber sobre el nudo entre la ley y el deseo con
la ayuda de san Pablo. Le basta reemplazar la palabra pecado por la Cosa, es decir, por el
goce. Sólo conocí el goce por la ley. En efecto, no habría conocido el deseo si la ley no
hubiese dicho: no codiciarás.
Pero en este caso se trata de una ley que permite negar la vida, de tal suerte que en lo
sucesivo me niego a perder mis razones de vivir a causa de la vida. Ese es el riesgo del
deseo. El bien y el bienestar dejan de motivar la función de la ley. Y es así que la transgresión
es una travesía más allá de los límites de la vida (para tener acceso al goce).
Así es esta tercera ley, la que da un nuevo sentido a la castración: una negación
creadora. De allí la conclusión de Lacan: La castración quiere decir que es preciso rechazar
el goce, para que pueda alcanzárselo en la escala invertida de la ley del deseo.
El fin de análisis puede resumirse entonces en esta fórmula: paso del superyó del tener
al ser. El superyó que el sujeto tenía con referencia a sí mismo se convierte en aquel en que el
sujeto se ha vuelto con respecto a su entorno familiar, profesional, político. En vez de sentirse
obligado, humillado, culpable, el sujeto obliga, humilla, culpabiliza a los otros; así se siente
mejor. Impone su hiperactividad a quienes lo rodean y les reprocha perder tiempo y dejarse
estar.
Por eso cuando dos obsesivos se encuentran en un trabajo, estalla la guerra. Es
inconcebible que un obsesivo pueda asignar el menor sentido al discurso de otro obsesivo.
Incluso puede decirse que de allí surgen las guerras de la religión. Ir hasta el final del propio
análisis es descubrir otra ley, la del deseo, mediante la cual el goce puede alcanzarse incluso a
partir del interdicto, en el riesgo de la pérdida de dominio y normalidad social.
Philippe Julien – Psicosis, Perversión, Neurosis. Histeria
1. La Subversión Histérica
La histeria desconcierta en primer lugar por los síntomas que se le atribuyen, puesto
que los mismos son contradictorios. Pero ¿Qué pasa con su causa? Aquí nos encontramos con
una constante, la causa sería del orden de una fuerza, un poder a la vez interno y externo, que
una vez libre trastorna nuestras sensaciones, pensamientos y actos. Esto recibió diversos
nombres, y la historia de la histeria es la de una sinonimia.
En la Antigüedad
Para los griegos, en el siglo XVII, la patología histérica proviene del órgano femenino
del útero, cuando este se mueve por su cuenta en el cuerpo, provocando sofocación, afonía,
epilepsia, etc. Esto se debía a la falta de relaciones sexuales que generaba una matriz
demasiado seca, convirtiéndose esta en vagabunda y deambulante.
Ello también era acompañado por un pensamiento de que la mujer debe estar sometida
a un hombre, Aristóteles decía “La relación del varón con la mujer es por naturaleza la del
superior con el inferior, del gobernante con el gobernado”. Esta complementariedad en la
desigualdad se encuentra en todas las sociedades tradicionales.
Danielle Gourevitch dice: “Los médicos antiguos comprendieron con claridad que la
histeria, enfermedad del cuerpo femenino, erra la enfermedad de la mujer en su totalidad, y
más precisamente de la mujer en sus relaciones con el hombre, en la medida en que las
relaciones sexuales o su ausencia modifican su equilibrio hormonal y la topografía de sus
órganos”.
La Tradición Teológica
A partir de san Agustín, la etiología queda trastocada. Esa fuerza subversiva en la mujer
se llama posesión, ahora bien, no se sabía si era demoníaca o divina, y esto lo debemos
responder en relación a 3 tiempos.
1) El instante de ver: Se trata de ver los estigmas en el cuerpo que dejan ver signos, esas
marcas son una mancha que llama la visión.
2) El tiempo de saber: Este tiempo está reservado a los expertos, que en esta época son los
teólogos. La histeria era un hechizo que exigía una interpretación erudita, decidir si era
causa divina o demoníaca. Ese manual que es el Martillo de las Brujas es el mejor ejemplo.
3) El momento de concluir: Este momento permite pasar del saber al poder. El del exorcista
que expulsa al demonio, o el poder político que ejecuta la condena a las brujas. En todas y
cada una de las oportunidades se pone en juego la conformidad a las reglas de la institución
eclesiástica.
Con la psiquiatría va a nacer una tercera designación: la histeria es una neurosis. Pero
se van a oponer dos corrientes en relación a esta significación.
1) La corriente organicista
Va a decir que todo pasa por una lesión orgánica del sistema nervioso, por un trastorno
nervioso del cerebro. Cullen inventa la palabra neurosis para designar ese déficit.
2) La corriente de la psicogénesis
La histeria proviene de una dynamis, una fuerza que instaura un trastorno de orden
funcional. Es por tanto una psiconeurosis. Esta recuperación del concepto de fuerza
subversiva va a explicar lo que se presenta como el síntoma esencial, central y constante de la
histeria: La falta de unidad de la personalidad, la falta de fijeza de la identidad. Por ej.:
disociaciones o desdoblamiento, clivaje del ego, simulación, teatralidad, etc. (Hay más en la
pp 163 pero paja escribir todo, besis).
Ahora bien, en 1994, el DSM 4 reemplaza el MPD (Múltiple Personality Disorder) por
la denominación de trastornos disociativos de la identidad, puesto que no les convenía seguir
hablando de personalidad nae. El psiquiatra retoma la cuestión del teólogo, en relación a
¿Qué identidad?, es la histérica ¿enferma o manipuladora? Y ante esto, se concluye que no
basta con constatar el síntoma, sino que hay que mencionar la causa.
El debate etiológico
A partir de la psiquiatría dinámica, el debate por la causa se vuelve re copado parece,
porque ahora la causa tenía que ver con una reacción dinámica a un trauma psicológico que
provoca una conmoción a la vez física y psíquica, un desborde de la conciencia y un exceso
emocional. Y como respuesta surge el trastorno sintomático de la identidad.
2. La Ruptura Freudiana
Freud con su descubrimiento abrió un nuevo camino. No hay quien posea un saber, toca
a la histérica hablar, y al psicoanalista, recibir esa palabra. El psicoanálisis se funda en su
regla fundamental, en la posibilidad brindada al sujeto de hablar asociando con toda libertad,
no libremente, sino como se le ocurra. La libre asociación procede del sujeto y no del
analista.
La verdad habla por la boca del analizante que dice siempre la verdad, aunque nunca
toda. El saber textual, no referencial, de lo que se dice basta por sí sólo. Las formaciones del
inconsciente son un retorno de lo reprimido, que se debe escuchar y analizar en su literalidad.
La ruptura freudiana permite escuchar el discurso de otra manera, lo que importa y hace sufrir
son las reminiscencias aparecidas en el aprés coup como retorno de lo reprimido. Eso es lo
que debe escucharse, homologarse, registrarse en la palabra compartida.
¿Reminiscencias de qué? Freud en 1905 va a decir que no importa una chota que la
causa de la actividad sexual infantil sea espontánea o provocada, interno o externo, lo que
interesa es la cuestion de los efectos en el aprés coup. Es decir, quien desempeña el papel
dominante es la realidad psíquica. Ella nos presenta por el síntoma un saber textual que se
debe descifrar.
Freud justificado
Lacan se afirma en Freud para decir que la histeria es una tentativa de identificación
con un sujeto deseante cuyo objeto está en posición tercera. Y esa identificación se produce
gracias al síntoma que le sirve de marca. Hay a la vez nacimiento del deseo por identificación
con el otro deseante.
Lacan leyó en Freud la constante de esta estructura. En 1892 con Elisabeth von R,
donde el dolor de piernas sirve de marca identificatoria con su hermana. En 1900 con el
sueño de la bella carnicera, sueño mediante el cual se efectúa un clivaje entre demanda y
deseo, donde el deseo de la soñadora, al identificarse con su amiga, se mantiene en la
insatisfacción como apuesta exitosa. En 1905 con Dora, donde la fascinación por la señora K
se apoya en la imagen del señor K, sin ser éste último su objeto de deseo, sino interrogando el
misterio de la femineidad presentificado por la señora K. Y en 1921 en el capítulo 7 de
Psicología de las masas y análisis del yo, en donde el 3er modo de identificación se lo
asocia a la histeria, identificación que hace completa abstracción de la relación objetal con
la persona copiada.
Si Freud no pudo decir por qué el deseo de la histérica sólo puede ser insatisfecho, se
debía a su propia relación con el padre y la demanda que le dirigía. Hay en él algo no
analizado que no le permite ir más lejos en el análisis de la histeria. Este viraje es
fundamental y verá sus frutos en el seminario el reverso del psicoanálisis, donde ya no basta
afirmar la primacía de lo simbólico por sobre lo imaginario. Ahora debe introducirse lo real.
De la verdad al saber
La verdad habla con un decir a medias que no cesa. El lugar de los significantes, el
Otro, permitiría concluir si existiera. Pero hay incompletud de lo simbólico: el Otro está
barrado. Analizar es homologar ese borde que barra al gran Otro; gracias a ese saber que es el
inconsciente en el sentido freudiano: tropiezo, cojera, error, según una equivocación que es el
Unbewusst.
No hay ser del sujeto. El sujeto es el efecto de tal y cual significantes privilegiados que
lo representan con los cuales se identifica como rasgo del Ichideal. El significante es lo que
representa al sujeto para otro significante, el que expresaría su ser, pero que está reprimido
para siempre. Lacan lee en Descartes esta división que es una falla de la cual nace el sujeto:
$: El sujeto dividido;
S1: El significante amo;
S2: El saber;
a: El plus de gozar.
Las cuatro letras ocupan de acuerdo con su propia sucesión ordenada estos cuatro
lugares. Y basta un desplazamiento de un cuarto de giro para que se instalen en el lugar
siguiente. Entonces tenemos cuatro articulaciones posibles que escriben la estructura de
cuatro lazos sociales, que Lacan llama discursos sin palabras.
El primer lazo social es instaurado por un amo, por alguien que tiene autoridad, que
enuncia un significante amo en imperativo, a fin de que el otro se ponga en marcha. Es la
primera experiencia humana. Mediante tal lenguaje diversos agentes instauran un lazo
dominante-dominado. Así ciertos significantes fundamentales constituyen el inconsciente del
otro.
La novedad que aporta Lacan consiste en mostrar que en la lucha a muerte de puro
prestigio entre el amo y el esclavo, es este último y sólo él quien, al renunciar a arriesgar la
muerte del cuerpo, conoce el goce. El saber sobre el plus de gozar anotado S2 está reservado
al otro. Ponerlo en posición de agente está excluido; y sólo le incumben los efectos del
funcionamiento del poder.
Pero ese saber del dominado, de quien tiene la experiencia del cuerpo, se convierte en
un puro saber, saber teórico, la episteme cara al filósofo. Ese es el lazo social docente-
alumno:
El discurso de la histérica
Este discurso encarna y revela lo imposible de la posición del amo. La relación $-S1
concierne a las consignas identificatorias. El amo es un hombre castrado, porque el dominio
excluye de sí el goce y se contenta con la mesura y la moderación que impone el principio de
placer-displacer. El sujeto se erigirá en el sostén del amo castrado. El histérico quiere un amo
sobre el cual pueda reinar.
Ese lazo social produce un saber S2, sobre el plus de gozar a en lugar de verdad. Hay
una invención de un nuevo saber sobre el goce, saber que el amo quiere ignorar y que no es
igual al saber del discurso del universitario. Este es un saber establecido que debe imponerse
al estudiante, y cuya verdad es la sucesión de los S1 del Ichideal a transmitir. El discurso de
la histérica es un discurso de impugnación del saber oficial. Eso es lo que produce el sujeto
dividido.
Pero el analizante ($) proviene de los tres discursos precedentes, de modo que el
análisis modifica la relación con cada uno de ellos:
- Con el discurso del amo. El análisis produce el retorno de lo reprimido de los significantes
que constituyeron el inconsciente del analizante. En su reverso: la relación S1/a se invierte
a/S1.
- Con el discurso del universitario. El sujeto supuesto saber existía ya a partir de este lazo
social, de modo que lo atribuye a tal o cual analista.
- Con el discurso de la histérica. El discurso amo está en el fundamento original de toda
sociedad humana; el discurso universitario surge con el nacimiento de la escritura. El
discurso de la histérica nace con el sujeto cartesiano y la modernidad. Ahora bien, sólo las
épocas históricas y los lugares geográficos en que nació el sujeto de la ciencia permiten la
instauración del discurso del analista. Sólo el sujeto dividido del discurso de la histérica es
quien puede demandar hacer un análisis.
El discurso del analista transforma radicalmente lo que el analizante recibió de los tres
discursos precedentes:
Podemos decir ¿Usted es un analista? ¿Podemos decir: Soy un analista? Lacan lo creyó
durante un tiempo, en la década de 1950. Pero el propio Lacan se desautorizará con un juego
de palabras: Tu est… (Tú eres), tuer… (Matar). El psicoanálisis es la recusación de todo
juicio ontológico que conjuegue esencia y existencia: Existe uno que realiza la esencia del
psicoanalista. Lacan terminará por impugnar la posibilidad de cualquier ontología con la
afirmación de la división del sujeto según el cogito cartesiano: allí donde soy no hay
significante para el pensamiento. Allí donde pienso la esencia, no hay más que significantes
que representan al sujeto en el lugar del significante faltante que diría el ser del sujeto.
De la ontología a la estructura
El drama del psicoanálisis habrá de ser el del lazo social entre quienes lo practican. Si
bien se ocupa el lugar del analista, en relación a un analizante en el marco de una consulta. Al
margen hay que preguntarse ¿qué pasa entonces entre ellos en el público, en la dimensión
pública del psicoanálisis? Si el psicoanálisis en intensión se sitúa evidentemente en el
discurso del analista, ¿qué pasa con el psicoanálisis en extensión? ¿En cuál de los otros tres
discursos puede hacer lazo social?
Este lazo social no es el de la neurosis, sino el del sujeto en posición de agente. Se trata
exactamente del sujeto del cogito cartesiano, el sujeto de la ciencia. Lacan va a decir el sujeto
sobre el cuál actuamos en psicoanálisis no puede ser sino el sujeto de la ciencia. El
psicoanálisis sólo es posible allí donde el sujeto es el sujeto de la ciencia. Es ese sujeto que
un día ocupa su lugar como analizante en el discurso del analista.
Ahora bien, ¿en qué está en el fin del análisis? Vuelve al discurso de la histérica en
posición de agente, pero esta vez como analizante en el psicoanálisis en extensión.
Esta diagonal es un pase: un cambio de lugar del psicoanálisis. Lacan decía: Lo que
debo acentuar es que, al ofrecerse a la enseñanza, el discurso analítico lleva al psicoanalista
a la posición del psicoanalizante. El 12 de diciembre del 71 va a decir como soy yo quien
habla, soy yo quien está aquí en la posición del analizante. Así la intensión funda la
extensión. Con el psicoanálisis sólo la práctica funda institución psicoanalítica y teoría. Sólo
el discurso del analista es fundador de una y otra por intermedio del discurso de la histérica.
La precariedad de la institución
La historia del movimiento analítico nos muestra que ese ciclo dura entre ocho y doce
años. Una disolución periódica permite una refundación. Esta elección es analítica. Hay en
ello un signo de que el psicoanálisis, que no compete ni al orden médico ni al orden
eclesiástico, se mantiene vivo y fiel a lo que su experiencia y su práctica pueden enseñar a
cada cual… ¡si quiere aprenderlo!
El nombre propio y la letra – Julien
Desde 1953 hasta 1957 Lacan pone en evidencia cómo el significante determina al
sujeto: actúa independientemente de un nexo preestablecido con un significado, pero en razón
de su lugar en la serie de los significantes. ¿Qué es lo que localiza un lugar sino lo que hay de
letra en el significante? Es el principio generalizado del rebus.
Desde 1961 hasta 1965, Lacan extrae de allí las consecuencias en cuanto a la distinción
entre la letra y el fonema, y por ello entre el lenguaje y la palabra. Lo muestra a propósito del
nombre propio, propio al sujeto.
A partir de 1971, a partir de distinguir entre saber y verdad, deduce que si hay un saber
en lo real sólo puede ser del orden de la letra y por consiguiente de lo escrito.
En esta exposición nos detendremos en el segundo tiempo: el nombre propio y la letra.
A partir de la dualidad sonido y sentido, el paso saussuriano consistió en dar la
primacía al significante en el efecto de significar, primacía de artificio al estar el significante
constituido solamente por el fonema: unidad que sólo lo es en tanto diferencia con otra. Tal
es la lengua hablada.
Este primer paso deja en suspenso dos preguntas: ¿Qué ocurre con el sujeto? Y la letra
¿es sólo transcripción del fonema sobre el papel?
Segundo paso: el significante es lo que representa al sujeto. Es distinto del signo
saussuriano definido como representando una cosa para alguien. Precisemos: el significante
no representa a un sujeto ya ahí, sólo lo es en tanto que representado para otro significante.
Es representado en el campo del Otro, lo que Freud designa como la segunda identificación,
aquella al trazo unario: “La identificación es parcial, extremadamente limitada, y no toma
más que un solo trazo del Otro”.
¿Qué ocurre con este trazo? Responder es plantear la pregunta sobre lo que distingue el
nombre propio como tal. Por este sesgo aparecerá lo que hay de letra en el significante.
1) ¿Qué es un nombre propio? Lacan descarta la respuesta de Russell: Word for
particular. Esto sería reducir el nombre propio al demostrativo: “esto”, “éste”, “ésta”, que
designa un objeto particular. Dar un nombre propio es diferente a designar simplemente un
objeto en su particularidad. No reemplazo “ésta” por un nombre propio o a la inversa. Hay
algo en esto del orden de lo irreemplazable.
Gardiner puntualiza que cuando pronunciamos un nombre propio, no somos sensibles
solamente al significado como para el nombre común, sino también a los sonidos en tanto que
distintivos. El material sonoro no es olvidado, reducido al rango de puro medio instrumental,
sino que queda presente en la atención de los interlocutores en su consistencia de modulación
diferenciada.
Lacan da un nuevo paso y expresa lo siguiente: hay nombre propio allí donde un lazo se
ha establecido entre una emisión vocal y algo del orden de la letra, cuando una afinidad se ha
instaurado entre tal denominación y una marca inscripta tomada como objeto. Esta afinidad
se reconoce en que el nombre propio no puede traducirse de lengua en lengua; en razón de su
amarra literal. “Lo que hace nombre propio es el nexo con la escritura, no con el sonido”.
2) ¿Qué es una letra? ¿A partir de qué criterio puede decirse que determinada grafía es
una letra?
Para unos hay evolución histórica, según la cual la escritura se forma lentamente para
llegar a su perfección y madurez con la escritura fonética. Para otros no hay progreso: la
escritura existe ya antes de su función de transcripción de una lengua.
Lacan se desprende de la idea evolutiva. Desprenderse de ello consiste en asir la letra
en su origen radical y de este modo a lo que en ella escapa al cambio. Para esto, dos
negaciones se imponen a propósito del esquema evolutivo:
Primero, en el punto de llegada: la letra no es pura notación del fonema. No nace
completamente nueva sirviendo sólo a la transcripción de la lengua sino que se encontraba ya
allí, en su materialidad. Solamente en un segundo tiempo sirve para transcribir la lengua
mediante un vuelco funcional. Respecto de la Mesopotamia, Jean Bottéro señala: “La
homofonía corriente en la lengua sumeria debió dar la idea de utilizar un pictograma para
designar, no el objeto que él representaba directamente o no, sino otro objeto cuyo nombre
era fonéticamente idéntico o vecino”.
A partir de este corte entre la relación del signo con el objeto, se deduce esta primera
negación: la letra no viene del fonema; su existencia material no depende de su función de
notación fonemática.
Segundo corte, hacia el punto de partida, ¿De dónde viene este material literal en
espera?
No es estilización de un dibujo, abstracción de una figura concreta en su origen. Es su
negación por la inscripción del trazo. No es el recuerdo en la memoria de la figura del objeto,
sino su borramiento por el Uno que marca la unicidad del objeto.
Tal es la hipótesis de Lacan: la escritura nace con la negación.
Concluyamos: la letra no nace de su función de soporte fonético, no es tampoco la
figuración del objeto, sino marca distintiva. No se define por su pronunciación, su
articulación fonética ni su nexo con el sonido.
Pero es nombrada, en cambio, en tanto tal, como cualquier otro objeto. La lectura de los
signos es radicalmente esto: el trazo nombrado por su nombre. Así, la denominación de la
letra no es su pronunciación: c, q, k se vocalizan igual y se denominan de diferente manera,
¿en función de qué? De su trazado.
El trazo designa la relación del lenguaje con lo real. El sujeto lee ya un trazado dándole
un nombre, antes de que sirva para transcribir la lengua hablada. No lee el trazo del ejemplar
único, sino el uno contable, el uno distinto de otro uno.
3) El nombre propio nos muestra esto claramente en tanto que más que cualquier otro
nombre, está ligado a lo que antes de toda fonematización, el lenguaje entraña de letra como
trazo distintivo. Lo muestra por su vínculo con la marca, de manera que lejos de traducirse se
transfiere tal cual.
Ahora bien, ese trazo distintivo que es el nombre propio en su letra ¿qué nexo tiene con
lo que Freud designa como trazo del Ideal del Yo? ¿Es aquello en lo que el sujeto se
identifica en el punto donde se ve siendo visto en el Otro, lugar de los significantes, visto
amable, amado y así… narcisísticamente amando en tanto que amado? Para responder a ello
es necesario interrogarse qué ocurre con el sujeto en relación al hombre.
Elisión del sujeto
El sujeto de la enunciación no es el Yo (moi) y su Ideal. En efecto, a medida que el
sujeto habla hay elisión del nombre del sujeto del inconsciente significante original. Por el
contrario, el sujeto está representado en el lenguaje que está ya allí en el preconsciente,
afuera, visible en lo real. Allí y ya allí está el nombre propio y nosotros tenemos que leerlo a
nivel del Yo (moi). Esto es el lugar del nombre para siempre ausente y elidido del sujeto del
inconsciente; sujeto sin cesar excluido y rechazado de la cadena significante.
En efecto, en los nombres propios del Ideal del yo allí donde se ve siendo visto por el
Otro como amable, el sujeto es deseable pero no deseante ¿Cómo puede entonces nacer el
deseo sino de este lugar vacío, de esa falta que es el sujeto?
Eso es lo que operan las formaciones del inconsciente: hacer fracasar el nombre propio.
En efecto, la apuesta del análisis no está en la línea del Ideal (consolidar el nombre) sino en
otro lado, del lado del deseo y de su lugar vacío, allí donde se aloja su causa. Esto es lo que
vamos a ver ahora describiendo los avatares del nombre propio con el inconsciente y sus
formaciones: primero el olvido de nombres y luego el sueño.
El olvido de nombres
La relación entre el inconsciente y el nombre propio se establece según el siguiente
proceso: 1) el inconsciente, lejos de confortar al Ideal del Yo, introduce en él una falla. 2) En
la medida en que el nombre propio tiene función de rasgo del Ideal, trata de subsanarla
suturando esa falla. 3) Pero las formaciones del inconsciente hacen fracasar la sutura,
fragmentando las letras del nombre propio para instituir un agujero específico.
Freud, de viaje con Freyhau, jurista berlinés, le habla de los frescos de Orvieto sobre el
Juicio Final, y he aquí que el nombre del pintor Signorelli se le escapa. Pero no es un olvido
puro y simple. En efecto, el inconsciente engendra una formación de sustitución: Boticelli,
Boltraffio, que vienen a rodear el lugar vacío.
Estos nombres sustitutivos no lo cubren. Freud sabe que no es el nombre que busca.
Extraña sustitución que no sustituye en realidad. Dicho de otro modo: si la fórmula de la
metáfora es una palabra por otra, aquí hay una sustitución no metafórica, metáfora fallida.
Lo que hace límite a la metáfora es el nombre propio, en tanto que ligado aquí al Ideal
del Yo. Por esta razón no se metaforiza, es de piedra. Nombre irreductible, irremplazable por
otro.
Primer lugar
Escribiendo aprés-coup, Freud reconstruye el proceso temporal de la “serie de ideas”.
Está en Herzegovina. Este nombre le recuerda al relato de un colega sobre las costumbres de
los habitantes: tienen confianza en el médico, por lo que un pariente de un enfermo incurable
puede decirle: “Herr (señor), no hay nada que decir, yo sé que si se lo pudiera salvar, lo
habrías salvado”.
Freud habla, se deja llevar; pero la serie de sus ideas lo acerca a otra historia del mismo
colega referente a los mismos habitantes, a propósito de los problemas sexuales: “Sabes tú,
Herr, cuando eso ya no ande, la vida perderá todo valor”. Aquí Freud se detiene, se calla. En
efecto, esta historia se enlaza y se encadena estrechamente a una “serie” que le concierne en
forma directa: había recibido una noticia, en Trafoi, de que un paciente que le importaba
mucho había puesto fin a su vida a causa de una incurable perturbación sexual. Así Freud
interrumpe su comunicación; pone su atención en otro lado, desviándola sobre otra “serie”:
los frescos de Orvieto. ¿Qué ocurrió entonces?
Freud fue alcanzado en su estatua y estatura de médico que sabe y puede: surgió una
falta concerniente a su Yo ideal, a su imagen de médico ante la enfermedad, el sexo, la
muerte. En esos momentos, tal rasgo del Ideal del Yo viene a suturar esa falta. Pero esta vez
hubo un trastorno de la identificación y Freud, perdiendo su firma, no puede hablar. Feliz
falla que indica el lugar de su deseo en ese punto mismo donde no puede verse a partir del
Otro como amable y estimable en su dignidad médica, porque allí no hay nombre.
Segundo lugar
Pero lo que no ha podido salir a la luz en lo simbólico reaparece en otro lugar de la
cadena significante y de la serie de los pensamientos. Desplazamiento de su propio nombre
de Sigmund, que viaja y va a enlazarse a otro nombre: el nombre de aquel que por un arte
distinto al arte médico intenta dominar la muerte en los frescos sobre los fines últimos, donde
se exalta la belleza del cuerpo humano.
Sigmund fracasó en la sutura, se desplaza y enlaza a Signorelli para apoyarse en él e
intentarla nuevamente, pero sobreviene el olvido. Apoyándose en él lo arrastra consigo y deja
emerger un agujero.
Este acto fallido es un acto logrado: pues es en ese punto de pérdida de su
identificación, de no-referencia, de escotoma del ojo de donde Freud se ve en el Otro como
Herr y Amo de la vida, donde se encuentra el lugar de su deseo. De este modo el olvido de
Signorelli lleva a Freud a su deseo.
Ahora bien, ese desplazamiento se hace, escribe Freud, gracias a una asociación externa
que se entiende como una identidad literal. Este postulado exige que contrariamente a la
conclusión de Freud, no se trate de la serie: Herr-Signor-Signorelli, sino de esta otra:
Sig/mund-Sig/norelli.
Las tres letras S-i-g de su firma caen pero no sin que el -norelli resurja en la O y en la
-elli de Boticelli y Boltraffio. El inconsciente abrió una vía. Ahora queda a cargo de Freud
hacer caer de otro modo el Sig de su firma publicando su libro: Psicopatología de la vida
cotidiana.
Freud escribe que el enlace entre las palabras se opera “sin ninguna consideración por
el sentido y la delimitación acústica de las sílabas”. En efecto, ni el sentido de la palabra, ni
su vínculo con la emisión vocal son decisivos. Lo determinante es la materialidad de la letra.
“En ese proceso los nombres han sido tratados como lo son las imágenes escritas de una
frase, que debe ser convertida en un rébus, enigma figurativo”.
Esta insistente claridad nos permite concluir que el nombre propio del sujeto tomado
como trazo unario y punto privilegiado de la cadena significante, se especifica por su estrecha
relación con la materialidad de la letra.
El sueño
El ejemplo de Freud sobre el olvido de nombres citado anteriormente nos indicaba el
lugar de su deseo en el Otro; pero no nos decía nada acerca de aquello en que consistía. El
sueño va más lejos.
En un primer momento aparece la elisión de una letra en el nombre propio, una
circuncisión literal, que hace fracasar su función de sutura. Esta falla es la condición del
segundo tiempo, cuando en el mismo sitio de la letra caída se traza un borde que ordena el
lugar de la causa del deseo. En efecto, en la construcción del sueño una demanda se articula
en términos pulsionales. Tomemos dos ejemplos.
La letra H
Un hombre descubre a través del discurso familiar que el patronímico que constituye el
linaje paterno perdió una letra en el pasado: la letra H, situada exactamente en el medio del
nombre propio, lo cual verifica en el registro civil. La antigua escritura se le presenta con una
connotación más noble, menos plebeya.
La letra H cayó ¿Qué hacer de ese lugar vacío?
Segundo tiempo, un sueño responde: “Veo a mi madre sentada en un sillón, presenta
una fractura en H en el brazo izquierdo. Me aproximo para curarla ocupando el lugar del
médico ausente”.
La fractura del nombre propio se lee sobre la imagen del cuerpo del primer Otro: la
Madre, que a través de su casamiento no recibió el nombre en su “nobleza” e integridad. El
sueño dibuja un borde en forma de H en el Otro, borde de una falta donde el hijo encuentra su
lugar, el del padre ausente. Identificando esa falta a una demanda dirigida a él, responde con
la devoción filial. El deseo nace de allí. El sujeto representado por la letra H para el
significante fálico del deseo del Otro intenta, por su ser y su amor, suturar los dos bordes del
nombre fisurado.
Pero lo importante aquí es subrayar lo que es la lectura del trazo unario como propio:
hay configuración del trazado de la fractura, que es leída por la denominación de la letra
perdida del nombre. Leer, en efecto, no es fonetizar, en tanto que la letra no es pura
transcripción del fonema. Leer es descifrar, es decir.
Tal es el trabajo del inconsciente. El agujero primero de la ausencia de la letra H, viene
a coincidir con el de la fractura del brazo. Hay yuxtaposición por trans-ferencia literal y
denominación lograda: a la letra perdida, viene a sustituirla no los nombres sustitutos sino
una falla en forma de H sobre la imagen del cuerpo del Otro.
La letra O
“Estoy en mi ciudad natal. Veo sobre la vitrina de un local deteriorado grandes letras
inscriptas: NELLY”. Asociación del soñante: ese local en esa calle fue el lugar de
esparcimiento donde a los quince años tuvo un encuentro decisivo con un educador puesto en
posición de Un-padre. El nombre de éste, Lyonett, posee cuatro letras (nelly) que forman
parte del patronímico del soñante. Así este patronímico por su función itinerante de nombre
propio pudo por fragmentación, ligarse al primero. ¿Qué agrega el sueño?
La vitrina hace espejo. Allí desde donde me veo como siendo visto, hay un agujero. La
letra O cae en el punto ciego de toda imagen del cuerpo propio.
Tal es el primer tiempo: inscripción de la letra O en tanto que caída, pero no es leída.
Segundo sueño: “Tengo en la mano un vaso a medias vacío y pido agua (eau) a un
hombre de edad, mayor que yo”.
La inscripción NELLY como borde dibujando la ausencia de la letra O hizo posible el
nacimiento de una demanda dirigida a Un-padre. No de ser lo que le falta al Otro, sino de
tener lo que, al denominar la letra O, se dice por homofonía: eau (agua). En un momento de
titubeo de las referencias en cuanto al poder fálico, el sujeto demanda una transmisión de
padre a hijo (agua-líquido espermático).
El deseo del analista
Dos tiempos y dos agujeros en la cadena significante con el olvido de nombre. Dos
tiempos, pero un solo agujero con el sueño: del no-sentido de la letra surge la significación
fálica de la falta. Allí donde el olvido del nombre fracasa, el sueño tiene éxito. En efecto, la
letra es primero inscripta en tanto que faltante, luego en ese mismo lugar es leída como signo,
como denominación significante. De ello se desprenden algunas consecuencias:
Así, lo que opera en el análisis es la letra, por cuanto su materialidad está estrechamente
vinculada a los nombres propios del sujeto. En efecto, si la transferencia conduce la demanda
a la identificación con los trazos del Ideal como demanda de amor, el deseo del analista y lo
que encarna mediante su cuerpo consiste en separarla, para que advenga la causa del deseo: el
objeto pequeño a más allá del gran I.
Jacques-Alain Miller – Reflexiones sobre la Envoltura Formal del Síntoma
¿Existe algún psicoanalista que prescinda del concepto de síntoma o al menos no tenga
la noción práctica de este concepto? No lo creo, puesto que la noción de síntoma aparece
como básica, como elemental. En cierto modo responde a la filosofía del terapeuta o del
médico, puesto que es constitutivo de la posición médica al referirse a la noción de armonía;
y aquí el síntoma aparece como lo que perturba esa armonía.
Ahora bien, vayamos a la referencia acerca de la envoltura formal del síntoma, aquella
aparece en la recordación que hace Lacan de sus antecedentes y de aquello que lo condujo de
Clérambault y Kraepelin a Freud; y de la necesidad que lo llevó al psicoanálisis. La razón es
precisamente esa fidelidad a la envoltura formal del síntoma, hace de ella su acceso
particular, su modo originario al discurso analítico, y esto por la razón de que esa fidelidad a
la envoltura formal del síntoma, que es la verdadera huella clínica... (Lo condujo) a ese
límite en que ella se invierte en efectos de creación.
Hay empero algo muy sorprendente en esta articulación, pues parecería que nada dista
más del síntoma que la creación, parecería que el sujeto padece el síntoma. En el síntoma el
sujeto es patológico, mientras que en la creación es demiurgo. El síntoma parece ser un
estado degradado del sujeto, y la creación parecería un estado sublime, pensando en la
categoría de sublimación. Esta es precisamente la cuestión que se plantea, la de la
articulación como contramarcha del síntoma en sublimación.
Acá mete un ejemplo de él queriendo meter una querella mediante un abogado. Y dice
que el abogado es el operador que hará hablar mi queja en el campo del lenguaje del Otro. El
convierte esta queja que emerge desde el fondo de mi displacer, en un mensaje que será
emitido desde el lugar del Otro y en su lenguaje. Eso en cuanto a la forma del mensaje, pero
al mismo tiempo esta formalización desnaturaliza mi queja, porque está lo que se puede decir
y lo que no se puede decir, hay una lógica propia del Otro que se impone ante ustedes y que
coagula, fija vuestra queja. Mientras el abogado filtra, formula, formaliza vuestra queja,
ustedes se percatan de que en alguna parte esto los satisface, mientras que nada de vuestro
displacer ha sido reparado. La verdad de la queja moviliza el saber del derecho, y este saber
trabaja para un goce.
Miller se pregunta, ¿En qué lugar ponen ustedes la observación que, como analistas,
hacen de su paciente? Y lo relaciona con la afirmación hay algo que no marcha, pero que
aquí todavía no hay síntoma, pues es preciso que el analizante lo diga. Si cuenta sólo todo lo
que anda de maravillas, ustedes se dicen que algo realmente no marcha. Hay que observar el
relieve del relato de lo que no marcha, ya que ése es el hablanteser mismo del síntoma.
Esta es la paradoja que Lacan sitúa al definir la demanda como la de uno que sufre, en
su texto Televisión, donde afirma, el sujeto es feliz. Está es incluso su definición, puesto que
no puede deber nada sino a la suerte, a la fortuna, dicho de otra manera, y que toda suerte le
es buena para aquello que lo mantiene, o sea para que él se repita. Esto implica que en el
nivel al que se refiere Lacan, donde el sujeto es feliz, el síntoma no es una discordancia sino
que se disuelve, puesto que satisface, y satisface especialmente a la repetición.
En este sentido, el síntoma, tal como se articula y vehiculiza en la palabra que se dirige
al analista, formalizado en el campo del Otro, es una mentira. El síntoma es una mentira,
puesto que tan pronto como uno entra en análisis se convierte en un enfermo imaginario.
Decir que el síntoma es una mentira no es un insulto al dolor, es decir que el hablanteser del
síntoma pertenece a la dimensión de la verdad, puesto que sólo ahí se plantean lo verdadero y
lo falso. Por eso Lacan formula que el síntoma es verdad, sobre el fondo de que la verdad
tiene estructura de ficción, entonces el síntoma también tiene estructura de ficción.
No hay ahí tampoco insulto al dolor, y ni siquiera a la queja; equivale sólo a plantear
que no el dolor, no la queja, sino cabalmente el síntoma como analítico, en cuanto
formalizado en el campo del Otro, constituido como lo que se instaura por la cadena
significante, tiene estructura de ficción. Esto es lo que hace de la histeria la condición propia
del síntoma como analítico. Pero también es lo que hace de la histeria el síntoma incurable
como tal, ya que ella es la ficción misma como síntoma. Sólo por la histeria el síntoma revela
su estructura profunda de ficción, debido a que ésta se instaura por la cadena significante,
¿respecto de qué? De ese nivel donde el sujeto es feliz.
La histeria desaloja al síntoma como ser de verdad del sujeto, lo desaloja de las
profundidades y lo pone en evidencia, mientras que al objeto a, como real, lo trae al lugar de
la verdad. Y aquí se abre el problema de saber si el sujeto como tal no sería una ficción. Si el
síntoma tiene estructura de ficción, la posición inicial de Lacan de que hay un límite donde la
envoltura formal del síntoma se invierte en efectos de creación ya nos resulta menos opaca,
puesto que ambos son dos modos de fabricación. En el nivel del síntoma el sujeto es poema,
aun si se persuade gustoso, si es histérico, de que es poeta. Pero ser poeta es otra cosa, ser
creador es producir formas, y formas que no están ya en el Otro. Hay que entender forma
como esta otra traducción que nos ofrece la lengua alemana, Form. Si el síntoma tiene
formas, son formas que están plegadas a la lógica de su vaciamiento. El síntoma no es todo
significante, y lo negativo evocado por esa envoltura formal del síntoma es que él envuelve
goce, materia gozante.
Ese punto en el que se vuelve al inicio no es otro que el punto clave de la lógica del
fantasma, aquel donde la operación transferencia retorna al punto inicial como sublimación
por la eliminación del sujeto supuesto al saber. Es decir que sólo hay creación, retorno del
síntoma a su punto inicial donde deviene sublimación, en la medida en que hay
atravesamiento del fantasma. La condición de la creación es que el sujeto sepa en alguna
parte que el Otro no existe. El síntoma opera en la creación, pero debe advertirse que, en la
creación, lo que opera es el síntoma en cuanto separado del goce que él envolvía
formalmente. El síntoma es goce como sentido gozado del sujeto, mientras que la obra (que
puede ser un síntoma) ofrece sentido a gozar a quien quiera hacerlo, según el encuentro. Por
eso el vaciamiento de la envoltura formal del síntoma es la condición de la creación, en
cuanto ella procede ex nihilo, como se expresaba Lacan, de la nada.
Ps
El hombre de los lobos
1) Elabore el esquema de la etiología de la neurosis aplicada al caso del hombre de los lobos y
explicar las relaciones.
Disposición por fijación de la libido
Constitución sexual
Intento de seducción por parte de un mayor (la hermana que vive la escena de manera
activa, dejándolo en una posición pasiva y feminizada)
Padre: depresión
Sucesos infantiles
Luego de esa escena quiso seducir a su nodriza, ante la cual recibe la amenaza de
castración, lo cual produce una inhibición de la libido ubicada en la actividad genital y la
envía hacia una fase anterior pregenital: la sádico-anal.
3 ½: Los padres se van de viaje y dejan a Sergei con la hermana a cargo de una nodriza
y de una institutriz inglesa. Sergei siempre había querido a la nodriza, pero a la institutriz la
odiaba. Freud dice que esto es por un desplazamiento del odio hacia la hermana por la
posición feminizada en la que lo dejó en esa primera escena: este será el gran conflicto
neurótico de la vida de este paciente.
4: El sueño de los lobos: Tiene relación con cuentos infantiles que le contaba su abuelo,
todos ligados a la castración (significado de las largas colas que poseen los lobos en el
sueño).
Sergei ve ante una ventana abierta (la ventana se abre sola) 7 lobos blancos con grandes
colas mirándolo fijamente. Sueño que genera terror en el pequeño Sergei.
Sergei habría visto al padre detrás de la madre en posición erguida y la madre sobre sus
cuatro apoyos. Posición donde Sergei puede reconocer la castración en la madre.
Esto presenta ciertas ambivalencias en Sergei. Por un lado se identifica con la madre,
buscando ser amado por el padre, en posición femenina. Por otro lado, Sergei sufre y no
asume esta posición femenina en la que está ubicado, por lo que intenta identificarse al lugar
de dominación fálica.
El sueño acarrea una fobia por los lobos, que es extraña porque se da a partir de la
imagen del lobo, sacada de una estampita con la hermana lo torturaba. Aquí se presenta el
miedo, pero también deseo inconsciente de ser devorado por el lobo. Esto es en relación a la
escena primaria donde el padre se encontraba erguido como el lobo, entonces es como que
quiere ser poseído por el padre. Sin embargo también es la figura del padre castrador, es decir
el miedo pero también el deseo de ser castrado por el padre.
Grush
Objeto Hna Nana Padre
a
Ser poseído
Ser Ser
Meta (castrado) por el
tocado tocado
padre
4 ½: Influencia de las historias bíblicas. La madre le empieza a leer la biblia para que
se calme pero no le funciona porque el chaboncito le criticaba la posición a Cristo de
pasividad y de entrega. Freud ve una posible identificación porque ambos buscaban ponerse
en una posición diferente, identificación que se facilitaba porque Sergei nace el 25 de
diciembre.
Año equis: Visión del dedo cortado. Jugando en una finca ve que se le desprende el
dedo y queda colgado de una tirita de piel. Esta visión dura unos segundos y luego nunca
vuelve a tener alucinaciones. De esta escena se desprenden todas las discusiones diagnósticas.
En relación a esto Freud ubica un conflicto entre una parte femenina y una parte
masculina.
2) De qué modo explica Freud el enlace entre el cliché erótico y la escena primaria.
El cliché erótico del paciente del caso consiste en un enamoramiento sexual obsesivo
que aparecían y desaparecían que se hallaban enlazados a una determinada condición: la de
elegir mujeres que poseen nalgas redondas y llamativas, “...Desde su pubertad veía el
máximo atractivo femenino en unas redondas nalgas opulentas, y la cohabitación, en postura
distinta del coitus a tergo, no le proporcionaba casi placer.” (Freud, 1914, p. 1961) El
paciente sólo practicaba una sola pose sexual con placer; en donde la mujer debía presentarse
ante él en la misma posición en que observó a su madre; el “coitus a tergo” es la posición
sexual de los animales, es en esta posición en la que encontró a sus padres a la edad de un año
y medio; pero que pudo ser resignificada en el sueño que se presenta a la edad de cuatro años
y explicada recién durante el análisis.
Además, hay que tener en cuenta que a Sergei solamente le gustaban las mujeres
inferiores tanto intelectual como económicamente, imposibilitándole encontrar placer en
mujeres honorables. Esto se debe a la posición activa que tenía la hermana en la infancia y
que le provocaba odio hacia la misma, entonces es una deformación en lo contrario. Sin
embargo, la posición pasiva se mantenía ya que estas mujeres tenían que otorgar algún
cuidado hacia él. Se mantenía en este “hacerse cuidar”.
3) ¿Qué factores produjeron una regresión a estadios previos del desarrollo libidinal en el
hombre de los lobos?
Para el paciente existió siempre oposiciones entre actividad y pasividad sexual, siendo
que su fin sexual “...era desde la seducción un fin pasivo: el de que le tocaran los genitales, y
luego se transformó, por regresión al estadio anterior de la organización sádico-anal, en el fin
masoquista de ser castigado y golpeado…” (Freud, 1914, p.1964) Entonces el paciente hace
un camino desde la chacha, a quien seduce para que toque sus genitales, hasta su padre, con
quien tenía actitudes subversivas en búsqueda del castigo; este camino lo hace
indiferentemente de alcanzar este fin con un hombre o una mujer. Pensamos que el factor más
influyente en la regresión a sus estadios previos del desarrollo libidinal es la activación de la
escena primaria, ver a sus padres en el acto sexual coitus a tergo, durante este momento
descubrió la vagina, que fue pensada por él como está “herida” de la que había hablado la
chacha; y así pudo entender los conceptos masculino y femenino pensando a masculino como
igual a activo y femenino igual a pasivo. Aquí explica Freud que si el paciente seguía
sosteniendo su fin sexual pasivo debía convertirse en un fin femenino (femenino=pasivo) en
esto de servir a su padre y si deseaba ser satisfecho por su padre debía ser castrado como su
madre y eso era impensable para la psiquis del sujeto; es así como el fin femenino sucumbió
a la represión y tuvo que dejarse sustituir por el miedo al lobo.
4) Evidencie aquellos fragmentos del caso en los que Freud refiere la ambivalencia y el
desplazamiento.
Otro desplazamiento se produjo en relación con su fobia por los lobos hacia un profesor
de su época de estudios secundarios, el cual se llamaba Wolf, es decir lobo en inglés. Frente
al mismo se sentía intimidado desde un comienzo, pero luego comenzó a sentir cierto miedo
debido a que durante sus estudios cometió un error infantil en su clase de latín, al traducir mal
una palabra ya que la confundió con una palabra francesa. Aquí se da el desplazamiento de la
figura del lobo a la figura del profesor.
5) ¿De qué modo ilustra el caso la identificación con la mujer y su relación con el síntoma?
Tras la muerte del padre, la fortuna que dejaba fue dividida entre él y su madre,
entonces pasaba lo que dice el punto anterior.
Para él las heces tenían el significado de dinero, y esto es algo que resulta de numerosas
contingencias de las que Freud selecciona 2:
En una escena en donde ambos hermanos estaban internados en un mismo hospital vió
que su padre entregaba a su hermana dos suculentos cheques bancarios, lo que provocó en él
grandes arrebatos y reproches hacia su hermana. No había sido solo el dinero real lo que lo
irritó, mucho más fue el hijo, la satisfacción sexual anal de parte del padre (el padre le dio un
hijo a la hermana). De esto pudo consolarse cuando murió su hermana: “ahora soy el único
hijo, ahora el padre tiene que amarme a mí solo”, pero el trasfondo homosexual era tan
insoportable que posibilitó su disfraz en roñosa avaricia. Algo parecido sucedió con la madre
y estos injustos reproches del punto anterior. Los antiguos celos por el hecho de que hubiera
amado a otro hijo, la posibilidad de que se deseara otro hijo después de él, lo llevaron a
culpar a la madre por esta falta de amor, que fue desplazada a sus reclamos en relación a que
no le daba la plata suficiente.
El ritual de espirar, fue surgido en la época donde influyo la historia sagrada en su vida.
El mismo consistía en que cada vez que se santiguaba, debía respirar o espirar profundamente
el aire. Espirar y espíritu en su idioma se condensaba en una sola palabra, al respirar el
espíritu ingresaba en su cuerpo y al espirar los espíritus malignos de los que había leído se
iban. Sentía la necesidad de espirar profundamente cada vez que veía a un hombre o persona
que le generara lastima, pero principalmente lo hacía para no verse igual que ellos. Mas
adelante en el análisis, pudo dar cuenta de cómo relacionar esto con su padre, debido a que
por un periodo de tiempo no pudieron verlo, cuando por fin se encontraron con él, el aspecto
del padre inspiro gran compasión en el sujeto como frente a las personas invalidas, mendigos
o ancianos. El no verse como aquellas personas dignas de lastima estaba relacionada con la
angustia de identificación con el padre, transformada en sentido negativo. Aunque esto
también era una forma de copiar al padre de manera positiva, ya que escenifica la posición
del padre en la escena primaria con su agitada respiración durante el coito.
Jacques Lacan – Seminario 8: La Transferencia. La metáfora del amor. Fedro
El problema del amor nos interesa en la medida en que nos permitirá comprender qué
ocurre en la transferencia. Algo debe tener presente el psicoanalista en cuanto tal, algo que
puede atraparle, que puede pillarle desprevenido en más de un momento. Y eso es el amor, en
tanto parte de la relación transferencial. La pregunta ¿cuál es nuestra relación con el ser de
nuestro paciente? Adquiere carácter central, de eso se trata en el análisis. Nuestro acceso a
aquel ser, ¿es o no el del amor?
Todo su desarrollo se inscribe ahí. Su desarrollo es la revelación de ese algo, que está
por entero en su texto, que se llama el Otro inconsciente. Después de todo no se trata sino de
captar de inmediato qué tienen de análogo este desarrollo y estos términos con las situación
de partida fundamental del amor. Y en este sentido, los términos de los que partimos son: el
erastés, el amante; el éron, el cariñoso; y el erómenos, el que es amado.
Acá arranca a tirar muchas excusas sobre su lectura del Banquete y bla bla. Y dice: las
críticas no deben ir dirigidas tanto a lo que les diré que he comprendido como a lo que está en
el texto y qué, a consecuencia de lo que les digo, se les revelará como aquello que capturó mi
comprensión. Y dice que bueno, el primer pelotudo que habla es Fedro, y resulta singular que
sea él quien saque el tema a relucir, que sea el padre del tema.
Por esta razón, todo progreso filosófico tiende a eliminarlos. Por eso también la
revelación cristiana se encuentra en la vía de su eliminación. En efecto, tiende a desplazar al
dios de esta revelación, como el dogma, hacia el Verbo, el lógos. Aquellas revelaciones con
las que el hombre se encontraba hasta entonces en lo real, las buscará en el lógos, es decir, en
el plano de una articulación significante. (Si no entendes bien esto te explico por audio
porque alta paja escribir todo)
Para introducir el problema del amor, el discurso de Fedro se refiere a la noción de que
es un gran dios, casi el más antiguo de los dioses. Para Fedro, hablar del amor es hablar de
teología. Pero este discurso no se limita a eso. Prosigue con una ilustración de esas palabras.
Nos hablará de ese amor divino y, en concreto, de sus efectos.
Los efectos del amor son eminentes por la dignidad que revelan. El amor es un vínculo
contra el cual todo esfuerzo humano acabaría quebrándose. Un ejército hecho de amados y
amantes sería un ejército invencible, porque son susceptibles de representar la más alta
autoridad moral, aquella ante la que no se puede ceder, aquella ante la que uno no puede
deshonrarse. Esta noción culmina en lo más extremo, en el amor como principio del sacrificio
último.
En un discurso donde se trata esencialmente del amor masculino, esto es algo que
puede parecer notable, y sin duda merece que lo tengamos en cuenta. Tira 3 ejemplitos
Lacan, de Alcestes, de Orfeo y de Aquiles. En un principio se centra en las observaciones
sobre Orfeo, en los comentarios que hace Fedro de ello. En tanto dice que lo que hizo Orfeo
no gustó nada a los dioses (resumen nivel taringuero, a Orfeo se le murió la jermu, y se fue a
hablar con Hades para que no se ortive y se la devuelva, y él le dijo de una perro pero tenés
que volver a subir sin mirar para atrás, y la jermu iba a atrás, y cuando estaban llegando mira
y la caga y la mina desaparece, los dioses lo criticaban porque fue un cobarde incapaz de
morir por amor). Los dioses no le mostraron a una verdadera mujer, sino un fantasma de
mujer. Y esto expresa la relación con el otro que se plantea desde el psicoanálisis, la
diferencia que hay entre el objeto de nuestro amor, en tanto queda cubierto por nuestros
fantasmas, y el ser del otro en la medida en que el amor se pregunta si puede alcanzarlo.
Como Fedro opone expresamente Aquiles a Alcestes, e inclina hacia Aquiles la balanza
del premio al amaro que los dioses tienen que otorgar, ello significa que por su parte Alcestes
estaba en la posición del erastés, el amante. Si el sacrificio de Aquiles es mucho más
admirable es porque él se encuentra en la posición del amado.
Todo el discurso de Fedro está destinado a señalar que es en esto en lo que desemboca
eso que he llamado la significación del amor. Su aparición más sensacional consiste muy
precisamente en que aquí un amado se comporta como un amante. En la pareja erótica es, del
lado del amante donde se encuentra, por así decir, en su posición natural, la actividad. ¿Y del
otro lado? Del lado del amado, del erómenos –o, pónganlo en neutro, del erómenon, porque
lo que se eromena (acá puede prestarse al equívoco con erre-méne que tiene relación con el
errar), lo que es amado en toda esta historia es el objeto. Lo que designa una función neutra
está asociado con la función de lo que es amado.
Y weno colorin colorado este cuento se ha terminado. Fedro dice chupenla manga de
gatos, Pausanías, nene mimado, agarra y decí las boludeces que tengas que decir que me
tienen re podrido estos viejos borrachos, yo sólo quería coger con Alcibíades.