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Grande, Alfredo. “Instrucciones para fabricar un consumidor”. Conferencia en Casabierta
Mar del Plata junio de 2004.
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Marx, Karl. El Capital. Fondo de Cultura Económica. (1982).
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alianza con el deseo represor que cada quien consuma. Un conflicto muy
fuerte de intereses entre el que compra y el que vende, que se traduce como
transacción inquietante: el mandato de desear.
Elementales leches
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oculta y devela rítmicamente es la característica M... pero de McDonald’s, que
anuncia desde la primerísima infancia la fijación a presente s y futuras
felicidades en cajita. “Sexualidad represora, que implica la captura del
placer por el mandato. No deseamos el deseo sino que deseamos el mandato.
Pasaje del objeto contingente de la pulsión al objeto único para el Yo”3.
Si tiempo en tiempo la humanidad actual debe producir campañas de apoyo
a la leche materna, es en gran parte por el tipo de ejército de ocupación que la
publicidad al servicio del mercado produce en la subjetividad de cada uno de
nosotros, promoviendo la migración de la leche materna a la maternizada, de
la leche al Danonino, al Actimel o a cualquier nombre de fantasía que la
maquinaria de los laboratorios publicitarios hubieren parido para los intereses
comerciales de quien venda lo que quiere vender. ¿Quién no anhela, lo sepa o
no, la teta materna, toda vez que succiona culposo el sachet de leche,
sucedáneo plástico de las mamas originarias, antecedente imperfecto de los
implantes de siliconas? No está tan lejos el tiempo en que la propia Nestlé
producía afiches que recomendaban el consumo de leches maternizadas con la
misma lógica de los visitadores médicos, plagando de buenas intenciones los
consultorios pediátricos.
Por supuesto que lejos estamos de aquellas teoría hipodérmica que supone
que la difusión mediática se instala en la mente, del mismo e ineludible modo
en que un líquido penetra el cuerpo con una jeringa, pues hasta Truman
consigue encontrar la puerta de salida para el show montado de su propia vida.
Ni McDonald’s ni la teta serán por siempre todo lo que hay en el mundo,
aunque el bebé así lo sospeche, ni los anuncios de mercado son toda la cultura,
aunque los laboratorios publicitarios crean que sí.
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Grande, Alfredo; Casariego de Gainza, María.
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Tres, cuatro, cinco... diez... Las propias piernas cruzadas, aprietan unos
genitales que evidenciarían su pequeño tamaño, o peor, la propia ausencia,
que, en lógica de mutilación, resaltaría que la homosexualidad es lo que no es:
castración real que cercena pene y testículos. Soy gay!
Cuatro, cinco, seis... diez... Una pulsera en la muñeca, (no por muñeca sino
por pulsera), es escondida sin éxito bajo las mangas de la camisa. Soy gay!
Cuatro, cinco, seis,... diez... Un exceso de cuidado en el cabello, que
redunda en un flequillo o jopo, obliga a ejercitar una sacudida veloz de la
evidencia de homosexualidad capilar. Soy gay!
Seis, siete, ocho... diez. La cadena al cuello es para el joven el cartel que
encadena sus deseos a la ignorancia de su propio desear. Soy gay!
Cinco, seis, siete... diez. Un vaso tomado en la mano, junto con la extensión
de un meñique rebelde que se aleja peligrosamente no tanto del recipiente
como de la certeza de su masculinidad. Soy gay.
Seis, siete, ocho,... diez. Un aro en la oreja intenta ser escondido de la
mirada de los otros.
Siete, ocho, nueve y diez. “¿Que pasa les gusto?” pregunta sin saber lo que
pregunta el décimo amigo que vuelve al grupo. En él el signo de la
homosexualidad se acentúa en la obvia alusión a la felatio, en el gesto de un
hielo, que traduce el fuego en clave de sueño analítico freudiano, que insinúa
su forma cilíndrica en la boca del inocente. El alivio es generalizado. Es gay!
Signos que señalan que tal vez lo son, aunque no lo sepan.
Signos que señalan que lo son por ajenidad a sus deseos
Signos que señalan que es posible que el deseo se vuelva contra uno mismo
y cada quien no sepa ni lo que desea, pero si lo que no debe desear.
Pensar en nada
Autores como Nicklas Luham, que han trabajado sobre teoría de los
medios, al hablar de la publicidad la consideran una manera de
autoorganización de la estupidez, noción que al menos por un rato, pone en
crisis el bronce de la autogestión: hay autogestiones y autogestiones. Es que,
en el colmo del postulado Luhmaniano, la estupidez muta en alguna rara forma
de la astucia masculina, haciendo de la simulación de una cabeza hueca, tal
vez el único legado cultural que podamos agradecerle a la publicidad: que la
oquedad no es sólo un desplazamiento de abajo hacia arriba de la entrepierna
femenina en términos freudianos.
Todos los estereotipos del erotismo femenino en clave patriarcal atraviesan
el camino de un joven de la mano de su novia (según también del estereotipo
de la novia, porque hasta el momento no hay palabra que indique tal sentido,
sin embargo, ella es una buena chica y todo lo evidencia) que camina por la
ciudad, imbuído de “buena onda”. Su camino se inicia con la orden “Sos mía”,
dirigida a una joven que responde al llamado respondiendo con la Biblia y el
calefón del erotismo posmoderno: “Soy tuya”, insiste, “en casa tengo brahmas
y el kama sutra”. El camino continúa. Otra joven, personificada como policía,
insiste en aseverar la posesión, exclamando con voz aterciopelada “Soy tuya”
mientras muta segundo a segundo sobre la base de lo que se supone es el deseo
de cualquier hombre que haya alguna vez transitado el formato del hard core
de policía, a colegiala y de allí a enfermera. Hasta aquí, un dispositivo resulta
clave para que quien mira la publicidad
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Son mías, tranquilas puedo con todas, mientras reparte números tomados de
un comercio a unas mujeres que flash a fash se presentarían como candidatas a
los amores del susodicho joven: desde una mujer conduciendo un cabriolet a la
que recibe al personaje cual Romeo posmo en un balcón, con cara de
canchero.
“Son tuyas”, alienta la barra de muchachos sentados en las mesas de la
vereda de un bar, y exclaman como grito de liberación masculina “sin suegras,
reclamos o anillos”.
“Somos tuyas”, cantan a coro, nuevamente con la cámara ubicada desde el
punto de vista del espectador, un grupo de mujeres que, en línea perfecta,
cuidan la línea de su silueta, corriendo al mismo paso, con las mismas ropas, el
mismo rítmico sudor, “te esperamos todas en las duchas”.
Ahora el estereotipo que se suma a la ruta del caperucito es el de la viuda
millonaria “Soy tuya, soy viuda, heredé una fortuna y es tuya”, mientras se
saca los lentes oscuros y clava una mirada fulminante, al protagonista, y al
televidente.
Cambio de punto de vista, que enfoca ahora al joven subiendo de un salto a
un micro, mientras nuevamente ordena “Son mías”, espeta a las turistas,
sentadas mientras responden con un beso arrojado al aire o con un guiño,
“japonesas, francesas e inglesas”.
Primer signo de que la cerveza también puede ser consumida por las
mujeres, aunque tal vez en la sugerencia de que tal placer está dirigido a saber
cómo gozan los hombres: “Somos tuyas, sabemos lo que te gusta” exclama un
número de mujeres en un bar. Inmediatamente como respuesta algo más audaz
al saber de las niñas de la escena anterior, y como un ingenioso intertexto, sale
de un cartel publicitario (publicidad dentro de la publicidad!) afirmando lo que
ya se ha instalado rítmicamente en la cabeza del consumidor de propaganda.
“Soy tuya”, afirma, y ya no es el saber sino la acción pues dice: “hago todo lo
que a vos te gusta”. Todo el spot, que ha ido aumentando paso a paso la
intensidad afectiva y deseante, merced tanto a las escenas como al recurso de
presentarse como un musical en ritmo de tres por cuatro con voces que se van
sumando. Abruptamente, la música cesa. No hace falta que nadie explique que
la ilusión se ha terminado y la joven novia, exclama mientras le da la mano a
su novio recién salido de su ensoñación espectacular y caliente. “¡Mi amor!
¿En qué pensás?”. Y aquí el broche final, porque si como decíamos la
estupidez tenía el formato de la legitimación de lo obvio, de los estereotipos
presentados sin pudor alguno, la pregunta es respondida: “Nada”. Los
hombres, representados como forzó todo el relato en este muchacho, han
decidido que la fantasía, el erotismo, el abanico de posibilidades deseantes se
resuelvan de cara a la mujer en la sobreactuación de la estupidez: “Nada”. Y
algo más. Se eleva a la característica de ideal el valor de la idiotez, y la
sobreexageración de la idiotez. “que podamos pensar en nada es buena onda”,
dice la voz en off, mientras, para reforzar la supuesta sumisión masculina, se
escucha preguntar, “Che, hay que ir hoy a lo de tu vieja?
...sexualidad capturada por el superyo, es una sexualidad vuelta contra si
mismo, en donde por identificación con el agresor el sujeto se identifica con el
mandato del padre represor y reprimirá la pregenitalidad polimorfa del hijo.
La ley del padre represor asegura que hay que parir con dolor y fecundar sin
placer. ... se instituye como represora en tanto genera un estimulo
permanente, masivo e intenso del cual no hay descarga posible...
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¿Intersex?
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Salvatori, Susana. “Intersexualidad en la obra de Foucault” en “Intersexo. Una clínica de la
ambigüedad sexual” Vera Gorali et.al. Grama ediciones. Buenos Aires. 2007.
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Foucault, Michel. “Herculin Barbin”, Gallimard, Buenos Aires, 1985.
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Grande, Alfredo.