Está en la página 1de 4

Cultiva las 6 vías de la

humildad
La deseas, pero ¿aceptarás los medios que conducen a ella?

Los santos afirman con claridad que la humildad es el fundamento de


toda creencia espiritual. Si no somos humildes, no somos santos. Así de
simple.
Pero por muy sencillo que sea saber que debemos ser humildes, no
siempre es fácil poner en práctica esta virtud. Aquí disponen de seis
métodos para cultivar la virtud de la humildad.

1. Rezar pidiendo la virtud de la humildad


Toda virtud toma forma en el alma gracias a la práctica frecuente de la
oración. Si desean realmente ser humildes, recen todos los días por recibir
esta gracia. Pidan a Dios que les ayude a derrotar a su amor propio. Como
enseñaba el santo cura de Ars:
Cada día deberíamos pedir a Dios con todo nuestro corazón por la
virtud de la humildad y la gracia de comprender que no somos nada por
nosotros mismos, y que nuestro bienestar corporal y espiritual viene
sólo de Él.
Para ello, les recomiendo encarecidamente una hermosa oración conocida
como Letanías de la humildad.

2. Aceptar la humillación
Tal vez la manera más dolorosa, pero también la más eficaz, de aprender
humildad sea la de aceptar las circunstancias humillantes y embarazosas.
En palabras del padre Gabriel de Santa Marie-Madeleine:
Muchas almas querrían ser humildes, pero pocas desean la
humillación. Muchos piden a Dios rezando fervorosamente por que les
haga humildes, pero muy pocos desean ser humillados.
Sin embargo, es imposible obtener la virtud de la humildad sin las
humillaciones; de igual forma que a través del estudio podemos adquirir
conocimiento, es a través del camino de la humillación que podemos
lograr humildad.
Mientras deseemos la virtud de la humildad pero no estemos dispuestos a
aceptar los medios que conducen a ella, no estaremos verdaderamente en
el buen camino para adquirirla.
Incluso si en algunas situaciones somos capaces de actuar humildemente,
podría ser solamente el resultado de una humildad superficial y aparente,
en vez de una humildad real y profunda.
La humildad es la verdad; por consiguiente, decimos que, puesto que
no poseemos nada por nosotros mismos, a excepción del pecado, es justo
que recibamos humillación y desprecio.

3. Obedecer a la autoridad
Una de las manifestaciones más evidentes de orgullo es la desobediencia.
Paradójicamente, la desobediencia y la rebelión son aclamadas como
grandes virtudes en la sociedad occidental moderna. La caída de Satán fue
a causa de su orgullo: Non serviam, “No serviré”.
Por otro lado, la humildad se manifiesta siempre como obediencia a la
autoridad, ya esté representada por un jefe o por el gobierno.
Como decía san Benito: El primer grado de humildad es la obediencia sin
demora.

4. Desconfiar de uno mismo


Los santos nos dicen que si desconfiáramos de nosotros mismos y
depositáramos nuestra confianza únicamente en Dios, entonces nunca
cometeríamos ningún pecado.
El sacerdote y escritor Lorenzo Scupoli llegó incluso a decir que: La
desconfianza en uno mismo es indispensable en el combate espiritual.
Sin esta virtud, no podemos esperar vencer nuestras más débiles
pasiones, y aún menos conseguir la victoria.

5. Reconocer que no somos nada 


Otro medio muy eficaz de cultivar la humildad es meditar sobre la
grandeza y el esplendor de Dios, reconociendo al mismo tiempo nuestra
propia nulidad en comparación a Él.
El cura de Ars plantea: ¿Quién podrá contemplar la grandeza de un Dios,
sin anonadarse en su presencia, pensando que con una sola palabra ha
creado el cielo de la nada, y que una sola mirada suya podría
aniquilarlo? ¡Un Dios tan grande, cuyo poder no tiene límites, un Dios
lleno de toda suerte de perfecciones, un Dios de una eternidad sin fin,
con la magnitud de su justicia, con su providencia que tan sabiamente lo
gobierna todo y que con tanta diligencia provee a todas nuestras
necesidades! ¡Ante Él no somos nada!

6. Considerar a los demás superiores a uno


mismo  
Cuando somos orgullosos, pensamos inevitablemente que somos mejores
que los demás. Rezamos como el fariseo: “Señor, te doy gracias porque no
soy como los demás hombres”. Esta satisfacción con uno mismo es
increíblemente peligrosa para nuestras almas y es una abominación para
Dios.
Las Escrituras y los santos afirman que el único camino seguro consiste
en considerar que los demás son mejores que nosotros mismos. “No
hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada
uno considere a los demás como mejores que él mismo”, afirma san Pablo
(Fil 2:3).
Tomás de Kempis resume esta enseñanza en el capítulo 7 de su clásico La
Imitación de Cristo:
No te estimes por mejor que otros, para que no seas quizá tenido por
peor delante de Dios, que sabe lo que hay en el hombre. No te
ensoberbezcas de tus buenas obras, porque de otra manera son los
juicios de Dios que los de los hombres, y a Él muchas veces desagrada lo
que a ellos contenta. Si tuvieres algo bueno, piensa que son mejores los
otros, porque así conservas la humildad. No te daña si te pusieres debajo
de todos; mas es muy dañoso si te antepones a sólo uno. Continua paz
tiene el humilde; mas en el corazón del soberbio hay emulación y saña
frecuente.
No cabe duda al respecto: la humildad es el fundamento de toda
vida espiritual. Sin esta virtud, jamás podremos progresar en santidad.
Sin embargo, la humildad no es simplemente una abstracción para ser
admirado. Es una virtud que aprender y practicar en las
circunstancias de la vida cotidiana, a menudo dolorosas.
Hagamos todo lo posible para ser siempre humildes, a imagen de
Jesucristo, que “renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo,
haciéndose como todos los hombres”.
 

También podría gustarte