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GUION PARA SEMANA SANTA

PARTE I
LA ÚLTIMA CENA
NARRADOR: Jesús y sus discípulos se hallaban reunidos en el salón que le había preparado
Heli. Sobre mesa en forma de E sin el palo de en medio, humeaba el cordero Pascual, el
Nazareno indico que podía comenzarse el sacrificio.
Los apóstoles se echaron en las camas que rodeaban la mesa la parte exterior; por la interior
servían los criados la cena.
Jesús ocupo la silla del centro. Juan, el discípulo favorito y de corazón generoso, se sentó a su
derecha. Al lado de Juan se sentaron Santiago el mayor, hijo de Zebedeo y hermano de Juan:
Jaime, primo de Jesús por parte de su madre; Bartolomé y Tomas el incrédulo, que no creyó en
las llagas de Jesús hasta tocarlas.
Poco después debía sentarse, junto a Tomas, Judas el traidor, el hijo de la aldea de Iscarioth.
A la parte opuesta se sentaron junto a Jesús, Andrés, Judas Tadeo, el discípulo más fiel;
después Simón, Mateo, y por último, Felipe, que no esperaba nada bueno del Nazareno. En la
mesa solo había tres platos. El del centro contenía el cordero pascual. A la derecha un plato de
yerbas amargas, a la izquierda otro de yerbas dulces.
Heli había comenzado a trinchar el cordero, pues servía a la mesa en honor a sus huéspedes,
cuando Judas, azorado y como el hombre a quien persigue de cerca el remordimiento, entro
en el cenáculo, Jesús dirigió una mirada de dulzura al discípulo que acababa de venderle y
Judas, sin atreverse a mirar al Maestro divino, fue a sentarse a un extremo de la mesa, al lado
de tomas el incrédulo.
Jesús toco con sus labios el vino que le acababa de servir Heli y luego rezo en voz baja el padre
nuestro que estas en los cielos…
Después comenzó la Santa Cena, el futuro mártir estaba triste. De vez en cuando su dolorosa
mirada se fijaba con amorosa dulzura en aquel punado de seres que tanto debían padecer por
él.
Judas no apartaba sus ojos del plato, tenebrosos de encontrarse con la mirada de su maestro.
Por fin Jesús exhalo un doloroso suspiro y rompió el silencio diciendo:
NARRADOR: Los discípulos se miraron los unos a los otros, manifestando el asombro que les
causaban las palabras de su Maestro. Aquellas miradas, llenas de profunda tristeza, de
universal asombro eran muda preguntas que se dirigían. Aquellos corazones puros no podían
comprender tal maldad. ¡Vender a Cristo!, ¡vender a su Maestro!... Era posible, juan fue el
primero que se levantó y dijo:
NARRADOR: Jesús respondió sencillamente:
NARRADOR: Después pregunto Pedro:
NARRADOR: Judas hundido en su venganza, comía y callaba, Jesús continuo:
NARRADOR: Cristo contemplo un momento la turbación del traidor y el asombro de los leales,
y dijo con su bondad nunca desmentida:
NARRADOR: Todas las miradas se fijaron en el traidor Judas, porque era el único que no había
dirigido ninguna pregunta a Jesús. El Iscariote conoció que era preciso decir algo que dejara
satisfechas aquellas miradas que encerraban una reconvención muda. Revistiese la serenidad
e incorporándose sobre la mesa, pregunto con voz entera:
NARRADOR: El nazareno detuvo un momento su dulce mirada en la ceñuda y amenazadora
frente de su discípulo. En sus ojos dulces y amorosos apareció una lágrima y conque voz
resonó hasta en lo más recóndito de las almas de sus discípulos, dijo sencillamente:
NARRADOR: Y Jesús entrego al traidor un trozo de pan, símbolo de la reconciliación. Entonces
judas arrojándolo con fuerza al suelo salió precipitadamente de la sala, arrancándose los
cabellos y gritando:
NARRADOR: Hubo un momento de pausa. Aquella escena conmovió a los discípulos. Jesús,
tranquilo, y olvidando el peligro que le anunciaba la rabia de Judas, partió el pan y
distribuyéndole entre sus discípulos les dijo:
NARRADOR: Los discípulos bebieron. Cuando terminaron Jesús hizo una segunda libación,
ofreciéndoles después el cáliz a sus discípulos. Jesús entonces bajo de la mesa y, quitándose el
manto que embarazaba sus brazos, se encamino con paso tranquilo a un extremo de la sala en
donde veiase una toalla de lienzo, dos ánforas de cobre y un lebrillo del mismo metal.
Dos criados de Heli entregaron la toalla a Jesús, que se la ciño a la cintura, dejando un extremo
colgando como un delantal. El nazareno se acercó a Pedro, y dijo:
NARRADOR: Después Jesús tomo el cáliz, aplico a él sus labios y lo entrego a los discípulos
diciendo:
NARRADOR: Pedro le contesto:
NARRADOR: Pedro, que amaba a Cristo entrañablemente, se dejó lavar los pies, Jesús lavó uno
por uno los pies de sus discípulos. Luego, dejando el lienzo en su sitio y colocando el manto
gris sobre sus hombros, volvió a sentarse en la mesa y dijo de este modo:
NARRADOR: Y Jesús le contesto:
NARRADOR: Jesús se detuvo, inclino su radiosa frente sobre el pecho y un suspiro se escapó
de sus labios. Pedro cuyo carácter era noble e impetuoso no estaba conforme con la
separación que acababa de anunciarle el maestro, aprovechando aquella corta pausa,
exclamo:
NARRADOR: Jesús contemplo con amorosa mirada a Pedro y le dijo, enviándole una sonrisa
llena de ternura.
NARRADOR: La tristeza de los discípulos era inmensa. Jesús padre amoroso veía aproximarse
el instante terrible de la separación y las lágrimas asomaban a sus ojos. Por fin un esfuerzo y,
levantándose del lecho dijo a sus discípulos con voz entera:
JESUS: En verdad os digo que uno de vosotros me ha de entregar.
JUAN: Maestro, ¿seré yo por desgracia ese miserable que tú dices?
JESUS: Tú, no eres.
PEDRO: ¿Soy yo acaso? ¿Acaso me cabe a mí esta desgracia? ¿Seré yo ese infame?
JESUS: El que mete conmigo la mano en el plato ese es el que me entregara.
JESUS: El hijo del hombre ha de ser entregado, como está escrito; pero hay de aquel por quien
seré entregado; ¡más le valiera no haber nacido!
JUDAS: ¿Soy yo por ventura, Maestro?
JESUS: Tú lo has dicho, judas tú eres.
JUDAS: ¡Soy un miserable! ¡Soy un miserable! ¡Soy un miserable!
JESUS: Tomad y comed esto es mi cuerpo.
JESUS: Tomad y bebed todos de él porque esta es mi sangre del nuevo testamento que será
derramada para el perdón de los pecados.
JESUS: Amado Pedro, voy a lavarte los pies.
PEDRO: ¿Qué tú me vas a lavar los pies, maestro…?
JESUS: Cuando el espíritu Santo, mande la luz de la inteligencia sabrás porque hago esto. El
que no me obedezca será excluido del número de mis ovejas.
JESUS: Amados míos, lo que yo he hecho con vosotros debéis hacerlo con vuestros hermanos
para ganar el reino de los cielos. En verdad os digo: el ciervo no es mayor que su señor ni el
enviado es mayor que aquel que lo envió: si esto hacéis comprenderéis la necesidad que tiene
el hombre de humillarse ante sus semejantes por pequeños que sean, bienaventurados seréis
si así lo hicisteis.
Hijos míos, aun permaneceré algunas horas con vosotros; mas luego me buscareis y no me
encontrareis, porque donde yo voy vosotros no podéis venir. Un mandamiento nuevo os doy
no lo olvidéis nunca: amaos los unos a los otros como yo os he amado. No separéis de vuestro
corazón la caridad, que en eso os conoceré desde arriba por mis discípulos jamás deis entrada
en vuestro corazón a la avaricia: tratad a los demás hombres como queréis que ellos os traten,
sed siempre hermanos todos.
PEDRO: Señor, has dicho que donde tú vas no puedo seguirte. ¿Por qué no puedo seguirte yo?
Mi vida es tuya, dispón de ella, no creas que temo al peligro. ¿Qué mayor gloria que morir por
ti?
JESUS: ¿Qué tu vida darás por mí? En verdad te digo que no cantara el gallo esta noche sin que
me hayas negado tres veces. La paz os dejo y la paz os doy. No se turbe nuestro corazón ni se
acobardéis. Todos vosotros amados discípulos míos, padeceréis mucho esta noche por mí
porque está escrito: Heriré al pastor las ovejas mi muerte está cercana pero cuando resucite
os ensenare el camino.
JESUS: Vamos, la hora se aproxima…
PARTE II
E L P R E N D I M I E N T O PRIMERA PARTE
NARRADOR: Jesús y sus discípulos salieron de Jerusalén por la puerta Doria, y cruzando el
torrente cedrón, tomaron el angosto sendero que conduce al monte de los olivos. Serían las
diez de la noche. El viento soplaba frio, impetuoso, como bronco lamento de la naturaleza,
quebrándose en las rocas del valle de los cedros.
Los búhos entonaban su tétrico canto desde el sepulcro de los profetas. La luna, triste y pálida
como nunca, comenzaba a elevar a su frente por las espaldas del monte negro. Espesos
nubarrones recorrían el cielo anunciando una próxima tempestad.
Habían caminado como unos mil pasos del torrente cedrón cuando Jesús se detuvo delante de
una granja llamada Getsemaní, entonces Jesús dijo:
NARRADOR: Después repuso.
NARRADOR: Los apóstoles preguntaban:
NARRADOR: Jesús seguido de sus tres discípulos favoritos, entro por un agujero que había en
la tapia de tierra que cercaba el jardín. Después caminaron como unos sesenta pasos. Un rayo
de luna cayó sobre la frente del maestro. El galileo volvió a detenerse, y dijo:
NARRADOR: Jesús extendió el brazo en dirección a una gruta cuya entrada se hallaba medio
oculta por la maleza.
NARRADOR: Jesús oraba con la frente hundida en el polvo cuando resonó en los ámbitos de
las grutas, el sonido de una trompeta. Las bóvedas se estremecieron, cuando el eco de la
trompeta se perdió en los ámbitos de la gruta, se oyó una voz poderosa que decía:
NARRADOR: Entonces la bóveda de la gruta se abrió como para dar paso a las palabras del
futuro mártir. Un rayo de luz esplendorosa descendió de los cielos. Aquella luz baño con sus
divinos rayos el cuerpo de Jesús que permanecía orando con el rostro en pesado a la tierra.
Aquel rayo de luz celestial lleno de valor el corazón de Jesús. Se puso en pie y dijo con
tranquilo acento:
NARRADOR: Entonces se abrió la tierra y se apareció en la gruta el arcángel tentador llevaba el
traje blanco de los esenios y la sonrisa irónica de los réprobos brillaba en sus labios.
NARRADOR: Respondió tranquilamente.
NARRADOR: En la frente de Jesús broto una gota de sudor aquella gota era roja, el nazareno
estaba sudando sangre, alzo los ojos al cielo y juntando las manos en ademan suplicante
murmuro esta frase:
NARRADOR: Jesús callo de rodillas y se puso a orar. Una tercera gota de sudor de sangre
mancho su frente. La bóveda de la gruta volvió a abrirse. La cruz del cielo baño por segunda
vez el cuerpo del mártir.
JESUS: Simón, Bartolomé, Tadeo, Felipe, tomas, Andrés, mateo y Santiago el menor; quedaos
aquí en este cercado: yo voy a orar allí (y extendió el brazo en dirección del monte).
JESUS: Velad y orad a fin de no caer en tentación, y vosotros, pedro, Santiago y juan seguidme.
JESUS: Vosotros que habéis seguido por todas partes, vosotros solo podéis ver mi debilidad sin
dudar. Esperadme aquí en estos olivos, los más viejos del monte, os servirán esta noche de
tienda.
APOSTOLES: Pues que, ¿nos dejas señor?
JESUS: Yo voy allí.
ANGEL MALO: Hijo de los hombres, escuchen la voz del que tiene la llave de la eternidad; oíd
la palabra de aquel que enfrenta la furia de los mares y torna en céfiro blando el devastador
aliento del huracán; escuchad el acento del que da la luz el sol fruto de los campos, aroma a
las flores; oíd la palabra del ser infinito que presta llamas al infierno y poder a la muerte, y si
existe bajo la azul inmensidad una criatura que quiera morir por el género humano, si hay un
hombre que se atreva a soportar la muerte más dolorosa que sufrió ser alguno desde el justo
Abel hasta el presente, si hay una criatura que quiera aparecer ante la presencia de Dios, que
corresponda, el eterno lo espera.
JESUS: Señor, mi cuerpo se halla dispuesto al sacrificio perezca mi carne en pedazos, si mi
dolorosa muerte ha de salvar al género humano.
JESUS: Cúmplase lo que de arriba emana: estoy dispuesto.
ANGEL MALO: Aquí estamos, por segunda vez venimos a ofrecerte nuestra protección: tu hora
se aproxima ¿estas resuelto a morir por salvar las iniquidades del género humano?
JESUS: Si, mi sangre lavara el pecado nefando de la humanidad y su cruz será la llave de la
redención.
ANGEL MALO: ¿Vas a echar sobre tus hombros el crimen de Caín?
JESUS: Si, cargare con todos los crímenes de la humanidad.
ANGEL MALO: Escucha pues la sangrienta historia de esa raza que quieres salvar con tu sangre
inocente y dime después si es digna de tan heroico sacrificio. Crucemos sin detenernos por un
inmenso mar de sangre que cubren las gigantescas olas del diluvio universal y toda la historia
está llena de crímenes, tentaciones, homicidios, robos, adulterios, guerras y odios. La sangre
de los hombres ha ensuciado todos los lugares de la tierra con la tuya ¡oh Jesús! Manchara en
breve la cumbre del Gólgota y, ¿por esa raza de incestuosos, de fratricidas, de verdugos y
designios vas a sacrificarte? (sueltan una terrible carcajada).
JESUS: ¡Dios mío, cúmplase tu voluntad señor! Hágase como deseas!
ANGELES MALOS: ¿Y no desprecias a esa raza?
UNA VOZ SONORA: Jerusalén, Jerusalén, prepárate a presenciar la muerte del justo. Su dolor
será inmenso, su agonía dolorosa, su muerte cruel, pero su sangre purificara el género
humano.
ANGELES BUENOS: Tu dolor sublime, tu sangre dará la paz al universo. ¡Gloria a Jesús en la
tierra! ¡Gloria al señor en los cielos!
(Aquí se entona un canto)
E L P R E N D I M I E N T O SEGUNDA PARTE
NARRADOR: Retrocedamos algunas horas. Tomemos la narración desde el momento que
judas arrojando el pan que Jesús le había entregado salió desesperadamente del cenáculo
arrancándose los cabellos y gritando soy un miserable como hemos dicho la casa de Heli solo
distanciaba unos 200 pasos del palacio de Anas, donde se habían reunido los jueces para
esperar al traidor en el vestíbulo se hallaban algunos soldados calentándose alrededor de un
ancho bracero.
Se hallaba un largo corredor alumbrando con telas resinosas colocadas en unas abrazaderas
de hierro en las paredes. Después, alzando una pesada de paño de tiro, se entraba en el salón
de ceremonias del pontífice Anas.
Judas echando sobre el banco, se mordía los labios de rabia hasta por fin se bajó del banco y,
dirigiéndose al Malco le dijo:
NARRADOR: Malco entro en el salón y dijo a Anas:
NARRADOR: Judas conociendo que toda resistencia sería inútil, se detiene. Pues ya algunos
comenzaban a amenazarle con las lanzas se dejó atar. La nocturna partida que llevaba la
vergonzosa comisión de prender a prender, salió del palacio de Anas. Delante iba judas atado
y Malco llevando cogido el cabo de los cordones con la mano derecha. Después seguían cuatro
criados del pontífice con antorchas encendidas y fuertes garrotes en la mano.
NARRADOR: Malco desato a judas y este avanzo algunos pasos. Jesús se levantó como para
esperarle. El apóstol traidor llego hasta donde estaba su maestro y le dijo con acento cariñoso.
NARRADOR: Judas rodeo con sus brazos el cuello de Jesús y estampo un beso cariñoso en la
mejilla de aquel, a quien acababa de vender tan miserablemente.
NARRADOR: Jesús viendo el tropel que se acercaba, pregunto con cariñoso acento:
NARRADOR: Malco y algunos ancianos le contestaron.
NARRADOR: Dijo con majestad cristo, avanzando un paso.
NARRADOR: los soldados retrocedieron como si aquella voz le hubiera herido mortalmente en
el pecho.
NARRADOR: Jesús avanzo otro paso y dijo:
NARRADOR: En este momento, Malco con los cordeles en la mano izquierda se acercó a Jesús
y él puso la mano izquierda en el hombro. Pedro no pudo soportar el atrevimiento de aquel
miserable y sacando la espada, asesto una terrible cuchillada a Malco. Algunos soldados
apelaron a la fuga, temiendo, sin duda que los demás tomaran parte en la refriega. El
centurión romano desnudo la espada y dijo con toda la fuerza de sus pulmones.
NARRADOR: Esta amenaza detuvo a los fugitivos, que se agruparon alrededor del centurión.
Mientras tanto, Jesús había dicho a pedro:
NARRADOR: Después se inclinó al suelo, puso su mano sobre la herida de Malco y le dijo:
JUDAS: Ya es hora, vamos.
MALCO: Judas dice que ya es el momento.
ANCIANOS: Atenle y vayan por él.
MALCO: Voy a atarte.
JUDAS: ¿A mí?
MALCO: ¡Si, a ti! ¿Qué te extraña?
JUDAS: Eso es faltar al trato, eso es una traición.
MALCO: ¡He! Menos voces, mi ilustre amo, no falta a lo prometido. Te he dicho que cuando
Jesús de nazareth este en nuestro poder serás libre, pero hasta entonces tu no respondes de
él.
CENTURION: ¿Qué sucede?
JUDAS: Allí veo al hombre a quien buscamos, desatadme, para que puede acercadme a él.
CENTURION: Pero allí veo a dos hombres ¿Quién de ellos es?
JUDAS: Aquel quien yo de un beso en la mejilla ese es, aprendedle.
JUDAS: Dios te guarde maestro.
JESUS: Amigo, ¿a qué has venido?
JESUS: Judas, ¿con beso entregas al hijo del hombre?
JESUS: ¿A quién buscáis?
MALCO: A Jesús el nazareno.
JESUS: Yo soy.
JESUS: ¿A quién buscáis?
MALCO: A Jesús de Nazareth.
JESUS: Os he dicho que yo soy, si me buscan a mí, dejad a estos.
CENTURION: Sois soldados de tiberio y huir delante de un hombre ¡cobardes! ¡Hay de aquel
que no cumpla con su deber! La pena de muerte caerá sobre sus espaldas.
JESUS: Vuelve tu espada a la vaina, el cáliz que me ha dado mi Padre acaso no lo he de beber,
además recuerda que el que a hierro mata a hierro muere.
JESUS: Levántate. Como a un ladrón me habéis venido a aprehenderme con espadas y con
palos, y cuando estaba con vosotros ensenando en el templo, no me aprehendías. Mas es
preciso que se cumplan las escrituras.
PARTE III
E L J U I C I O VIERNES SANTO
NARRADOR: Caifás desempeñaba el ano de la muerte de Jesús, las funciones del sumo
sacerdote de Jerusalén, pero por deferencia su suegro Anas, cuya edad era muy avanzada, se
convino que tan pronto como Jesús cayera en manos de sus perseguidores fuera conducido a
casa de este último. Anas, pues estaba esperando al Galileo, y la dignidad del sumo pontífice
de que se hallaba revestido aquella noche, le daba derecho a preguntar todo cuanto creyera
conveniente en el asunto, del falso profeta. Un sacrificador del templo que había ido con la
comitiva llamado Esaú, entro en el salón gritando:
NARRADOR: El pobre Esaú fue sacado de mala manera del salón por los criados del pontífice.
Restablecido un poco el orden, Anas mando condujeran a Jesús a su presencia. Anas era un
viejo de setenta años, extremadamente flaco y pálido como un cadáver. Su frente deprimida,
su cara larga, barba blanca y puntiaguda, le daban un aspecto de crueldad. Sus ojos eran
pequeños y de un azul claro y feo. Los gritos de ¡Abrid paso! ¡Jesús, falso profeta, el
embaucador, el hechicero! Y otros mil insultos que los servidores del suegro del pontífice
tributaban al Nazareno a la puerta de la calle, cesaron de repente apenas unos de los
servidores de Anas se presentó a decir que su señor esperaba al reo. Todos los presentes
fijaron su rencorosa mirada en el manso cordero que tenían delante. El rostro de Jesús estaba
desnudo, su manto hecho jirones, su turba purísima manchada de sangre. Anas viendo al
futuro mártir, sintió rebosar de odio…
NARRADOR: Apenas la dulce voz de Jesús acabo de pronunciar las anteriores palabras, el
miserable Malco, que se hallaba a su lado, levanto la mano y le dio una terrible bofetada. Jesús
cayó al suelo; Jesús se levantó y dijo estas palabras, cuya mansedumbre no puede enaltecer a
la altura que merecen, dirigiéndose al verdugo.
NARRADOR: La humildad de Jesús irrito de tal modo a Anas, que levantándose de su sitial y
olvidando la compostura que le imponía el cargo que desempeñaba, comenzó a gritar:
NARRADOR: Entonces un soldado coloco una cana en las manos de Jesús pasándola
bárbaramente por los cordeles que sujetaban las muñecas.
NARRADOR: Mientras tanto, en casa de Caifás, poseídos de una mezquina pasión de
venganza, se hallaban reunidos una multitud de ancianos, escribas, sacerdotes y fariseos.
Nicodemus se hallaba también en aquella asamblea, esperaba al Nazareno, de que se había
nombrado defensor en secreto de vez en cuando los ojos de Caifás se encontraban con
impasible figura de Nicodemus. Allí estaban también los falsos testigos. El Nazareno por fin
llego a la casa del pontífice Caifás, dos discípulos entraron también confundidos entre la
muchedumbre. En este momento Nicodemus busco en el salón a un amigo que se pusiera
como él de parte de Jesús. José de Arimatea que acaba de llegar, aunque no había sido citado,
levanto el extremo de la capa, haciendo al mismo tiempo una seña de inteligencia. Aquellos
dos hombres se habían comprendido, dijo en voz baja Nicodemus a José de Arimatea…
NARRADOR: El gentío que rodeaba la casa del pontífice era inmenso. Se iba a juzgar a un
profeta, a un Dios; esto era curioso. Caifás clavo sus negros ojos en Jesús, el sumo sacerdote,
que tenía unos cuarenta años de edad, y cuyas facciones extremadamente pronunciadas
tenían algo de ferocidad, vestía una túnica blanca y un ancho manto de color Jacinto con
franjas de oro que cubrían sus espaldas. Sobre su pecho brillaba el Ephad del sacerdote y en la
cabeza descansaba la tiara del Pontífice. Era el tercer poder de Jerusalén, gobernador después
de Pilatos, Tetrarca después de Herodes.
NARRADOR: Los soldados obedecieron.
NARRADOR: Nicodemus irritado del bárbaro tratamiento que daba a Jesús, avanzo dos pasos
con ademan altivo, y dijo:
NARRADOR: José de Arimatea avanzo también, y dijo con dignidad:
NARRADOR: En el salón se levantó un murmullo de aprobación. Entre los espectadores se
oyeron algunas voces favorables a Jesús. El pontífice impuso silencio y mando a los soldados
que se separaran seis pasos del acusado. Después se sentó con ademan altanero. La pantera
se preparaba para la lucha, giro los ojos en derredor, buscando los miserables testigos que
debían ayudarle; reinaba un momento de silencio, Jesús se hallaba de pie delante del tirano,
pálido, con la mirada dulcemente fija en un punto de la sala donde sus dos discípulos favoritos,
pedro y juan. Caifás llamo a los testigos. Caifás llamo a los testigos algunos hombres se
presentaron delante del tribunal. Nicodemus, al ver a aquellos hombres, no pudo sujetar la
indignación que le inspiraba, y avanzando un paso dijo…
NARRADOR: Caifás dominado por la cólera, se puso de pie por segunda vez diciendo:

ESAU: ¡Ahí viene, ahí le traen! Ese hombre indudablemente es un profeta, porque ante sus
palabras los hombres caen, cuando se queja, el trueno responde a sus lamentos.
ANAS: ¡Eh! Arrojad a ese loco, que no me moleste con sus necedades, y si está vendido al
Galileo, que lo azoten pasadas las fiestas de los ázimos.
ANAS: ¿Eres tu Jesús de Nazareth?
JESUS: ¿Por qué me preguntas a mí? Preguntad a los que me han oído lo que yo les he ensene,
ellos saben bien lo que yo les he dicho.
JESUS: Si hable mal muéstrame en qué, pero si solo he hablado bien dime ¿Por qué me pegas?
ANAS: ¡Llevadle, llevadle a casa de Caifás! Allí está reunido el tribunal, allí esperan los testigos
que le acusan. Yo no quiero ver ante mi presencia a ese miserable.
MALCO: Vamos falso profeta, y cuidado con la lengua en presencia del pontífice, si no quieres
que mi mano acaricie tu mejilla por segunda vez.
MALCO: Ya tiene cetro; vamos a que el pontífice le ponga la corona (soltando una carcajada).
NICODEMUS: Aquí va a cometerse una infamia.
JOSE: Tal creo y estoy dispuesto a la defensa.
NICODEMUS: ¡Hay amigo creo que todo será en vano!...
CAIFAS: Acercadme a ese embaucador.
CAIFAS: Óyeme falso profeta y respóndeme sin turbarte. Habla como lo hacías en las
sinagogas y en Galilea, detesto a los hipócritas…
NICODEMUS: Caifás, este hombre está acusado pero no condenado. Manda a tus servidores
que le respeten, que le desaten, que le concedan el derecho de defenderse con libertad; de lo
contrario, la ley de nuestros mayores se verá esta noche hollada a los pies de esos miserables.
JOSE: Pido lo mismo que mi compañero Nicodemus.
NICODEMUS: Caifás, nos des crédito a esos hombres, piensa que Jesús, en vez de ser un falso
profeta, puede ser un enviado de nuestro Dios, un elegido del Santo de los Santos.
CAIFAS: Nada bueno saldrá de Galilea, han dicho las escrituras, y Jesús es Galileo.
NICODEMUS: Sí, pero Jesús ha nacido en Belén, y la escritura dice: saldrá un profeta de la raza
de David y de la ciudad de David...
CAIFAS; ¿Eres tu defensor de este hombre?
NICODEMUS: Soy fariseo, respeto la ley. Si Jesús es culpable medidle con la misma medida
que a los demás hombres. La ley debe ser recta como la torre de David. Firme como las rocas
del Sinaí.
CAIFAS: Hablen ustedes, ¿Qué saben de este embaucador?
TESTIGOS: Nosotros lo hemos oído decir: yo destruiré el templo de Jerusalén hecho de mano
de hombre y en tres días yo edificare otro no hecho por manos de los hombres.
CAIFAS: ¿No respondes a lo que estos atestiguan en tu contra?
PUEBLO: Que hable, que se defienda…(Gritan todos al mismo tiempo).
CAIFAS: ¿Eres tú el hijo de Dios bendito?
JESUS: Yo soy. Y en verdad te digo que un día veras al hijo del hombre sentado a la diestra del
poder de Dios y lo verán venir desde las nubes del cielo.
CAIFAS: ¡Ha blasfemado!, ¡ha blasfemado! Para que necesitamos testigos, ustedes han
escuchado la blasfemia, ¿Qué os parece?
PUEBLO: ¡Es reo de muerte! ¡Es reo de muerte!
CAIFAS: Llévenlo a la presencia de Pilatos que él le condene, yo no debo mancharme con su
pecado.
CLAUDIA Y PILATO
NARRADOR: Retrocedamos. El sol acababa de nacer, sus purísimos rayos caían como una
lluvia de oro sobre los mármoles bruñidos de la ciudadela Antonia y la cilíndrica Torre de
David. Poncio Pilato se paseaba inquieto, en esto se abrió una puerta y apareció una mujer
joven y hermosa…
NARRADOR: Pilatos se quita una gruesa sortija del dedo, en cuya piedra se hallaba grabada la
cabeza de Tiberio y un águila con las alas desplegadas y se la entregó a su esposa.
NARRADOR: Claudia observando que su esposo sonreís, continuo…
NARRADOR: Apenas Poncio Pilato acaba de decir estas palabras cuando Cayo Appio, centurión
de la guardia pretoriana, entro en el camarín. Cayo Appio era español, como Pilato y los dos
hijos de Tarragona. El gobernador tenía en Cayo un amigo leal y un súbdito fiel.
NARRADOR: En este momento llegaron hasta el cuarto las confusas voces del pueblo, que
pedía justicia desde la plaza.
NARRADOR: Cayo corrió a ejecutar las ordenes de su señor, Claudia salió de la recamara, pero
ante recordó a su esposo que él había dado su palabra de respetar la vida de Jesús, pocos
momentos después volvió a aparecer Cayo Appio, los gritos continuaban con doble furia.
NARRADOR: Como en ese momento los gritos de ¡justicia, que salga el gobernador! ¡Que se
asome Poncio Pilatos! Llegaban con fuerzas a sus oídos, continuo:
NARRADOR: Cayo obedeció a su señor, aquellos soldados, graves amenazadores con la piel de
leopardo sobre las espaldas, de bruñida coraza y el estandarte con el águila imperial,
inspiraban respeto. Pronto cundió la noticia de que el juez romano iba a representarse. Jesús
mientras tanto, se hallaba en la mitad de la plaza, sufriendo los insultos y los golpes del
populacho. Por fin apareció Pilato bajo los pórticos de su palacio, sentado. En rico sillón de
oro, que conducían cuatro esclavos. Poncio Pilatos extendió por la plaza un pequeño bastón de
oro que llevaba en la mano, como indicando que quería hablar. Un silencio profundo se
extendió por la plaza. El gobernador abarco con una mirada de desprecio aquella
muchedumbre y luego dirigiéndose otro de compasión al reo. Dijo con voz eterna y sonora:
NARRADOR: Entre los sacerdotes hubo un momento de vacilación, buscando el que debía
exponer ante el juez los crímenes imaginarios del Nazareno. Por fin eligieron al hombre que se
prestó a tan degradante comisión.
NARRADOR: Jesús siguió al mensajero con paso tranquilo Poncio estuvo contemplando
algunos segundos la mansedumbre del Nazareno. En los divinos ojos de Jesús, habla tal
bondad que el juez romano no pudo menos que murmurar en voz baja…
NARRADOR: Pilatos medito un momento porque la voz de Jesús había producido en su alma
una dulce sensación…
NARRADOR: Jesús no respondió. Entonces el juez romano, dirigiéndose al pueblo, dijo
levantando la voz:
NARRADOR: La opinión de Pilatos irrito a los fariseos, que comenzaron de nuevo a lanzar
maldiciones.
NARRADOR: Herodes Antipas, el matador del Bautista, se hallaba en este palacio cuando uno
de sus servidores fue a decirle que Pilato, el juez romano, él enviaba a Jesús nazareno para
que le juzgara.
Herodes tenía vivos deseos de conocer a Jesús, cuya fama había llegado a sus oídos. Mando
que le introdujeran al reo y a sus acusadores a su presencia. El galileo, que durante la noche
anterior y parte de la mañana no había levantado sus ojos del suelo, sin abandonar ni un solo
momento su admirable mansedumbre, tan pronto como vio delante de el al asesino del
Bautista fijo en el su mirada llena de reconvención. Herodes mantuvo aquella mirada por un
momento y luego dijo:
NARRADOR: Jesús dirigió una mirada de compasión al tetrarca y guardo silencio.
NARRADOR: Jesús guardo silencio, despreciando las exigencias de Herodes.
NARRADOR: El nazareno sonrió dulcemente.
NARRADOR: El mártir permaneció impasible y mudo con la mirada fija en el rostro del
tetrarca. Hubo un momento de pausa. Herodes continúo:
NARRADOR: Jesús nada respondió. Entonces Caifás, avanzo unos pasos y colocándose junto al
reo, exclamo:
NARRADOR: Después bajando del trono, abandono la sala de la justicia, mandando que se
llevaran a aquel hombre. Pilato se creyó libre del grave compromiso de sentenciar a Jesús.
Cuando oyó pronunciar su nombre en la plaza y con disgusto y asombro vio que le traían por
segunda vez a Jesús. Cayo Appio entro a decirle que un criado de Herodes deseaba hablarle.
NARRADOR: Poco después, el criado de Herodes se hallaba en presencia del gobernador.
NARRADOR: Poncio se estremeció, aquellos gritos levantaban un eco doloroso en su
conciencia. Ya lo hemos dicho: Pilato era débil y su debilidad iba mancharle con un borrón
indeleble.
NARRADOR: Y diciendo esto se encamino a la azotea de su palacio desde donde hablaba con
su pueblo.

PONCIO: ¿Eres tu Claudia? ¿A qué debo la fortuna de verte tan temprano?, (Poncio toma una
de las manos de su esposa) estas conmovida, pálida ¿Qué tienes?
CLAUDIA: ¡Ah! Poncio he tenido un sueño horrible, espantoso, pero lo más particular, lo más
extraño es que he soñado despierta.
PILATOS: Desecha tus temores, esposa mía (sonriendo) yo bien sé que esta triste ciudad de
Jerusalén no es muy de tu agrado, pero ¿Qué quieres? Tu pariente Tiberio dice que necesita
un hombre como yo, represente en Israel y es preciso conformarse a vivir en este desierto
hasta el día que se apiade de nosotros.
CLAUDIA: No es eso, Poncio. Lo que en este momento me sobresalta, lo que me aflige, es un
sacrilegio, un desicio, una cosa horrible, espantosa, que van a cometer los sacerdotes y que no
quiero que tú sanciones con tu aprobación.
PILATOS: Claudia mía, tus palabras me admiran; te ruego, pues, que te expliques.
CLAUDIA: ¿Conoces tú a Jesús Nazareno?
PILATOS: ¡Ah! sí, ese galileo que recorre las tribus curando enfermos, ese hombre
extraordinario que predica una ley nueva, el que dice que los hombres son hermanos, que el
ultimo será el primero en el reino de su padre y que se yo cuantas cosas más. Cuyo significado
no comprendo, pero ¿Qué tiene que ver ese hombre con tu sobresalto?
CLAUDIA: Pues bien, Jesús ha sido preso esta noche por tus soldados y jamás hombre alguno
se visto tan cruelmente maltratado. ¿Desde cuándo los hijos de Tiberio escupen al rostro y
arrancan las barbas de sus indefensos prisioneros?
PILATOS: ¿Cómo sabes tú eso? ¿Acaso has salido de la ciudadela?
CLAUDIA: No, ya te he dicho que he tenido un sueño horrible (Pilato sonríe).
CLAUDIA: ¿Dudas de mis palabras?
PILATOS: No creo en los sueños, querida Claudia.
CLAUDIA: Yo he visto a través de las paredes de mi recamara una horda de hombres feroces
que armados de lanzas y palos saltan por la puerta de las aguas a las doce estos hombres de
consejo. Llegaron al monte de los olivos. Allí estaba Jesús orando, como de costumbre. Al verle
se arrojaron sobre el cómo lobos hambrientos, Jesús con su inquebrantable mansedumbre, se
dejó atar las manos a la espalda luego le condujeron a la ciudad a la casa del pontífice por el
camino, las burlas sangrientas, los crueles golpes se prodigaron con un lujo criminal. Jesús lo
sufría todo, diciendo con su dulcísima voz“ perdónalos, Padre mío, no saben lo que hacen”.
¡Poncio, Poncio! ¡En Jerusalén va a cometerse un crimen espantoso. La sangre del inocente
Galileo caerá sobre tu nombre, mancillándole eternamente. Tú eres juez romano, solo tú
tienes derecho de vida y muerte sobre los judíos; yo vengo a rogarte que no seas cómplice de
tan nefasto crimen.
PILATOS: Desecha tus temores. Tú lo has dicho, todo eso no es otra cosa que un sueño, pero si
este sueño fuera una realidad, te juro que yo defenderé a Jesús para que no haya conspiración
contra Tiberio
CLAUDIA: No olvides que tengo tu palabra.
PILATOS: Confía la sentencia de Jesús, si no resulta enemigo del imperio, no se firmara, y en
prueba de ello te entrego mi anillo.
PILATOS: ¿Estas contenta?
CLAUDIA: ¡Oh si Poncio mío, estoy contenta! Porque voy a evitarte una infamia…
CLAUDIA: ¿Dudas todavía de la realidad de mis sueños?
PILATOS: Siempre has tenido una imaginación sonadora.
PONCIO: ¿Qué ocurre Cayo?
CENTURION: Señor, los sacerdotes te traen un reo para que lo juzgues.
CLAUDIA: Ese que viene es Jesús nazareno; mi sueño era una revelación.
PONCIO: ¡Cayo! Abre todas las puertas del palacio. ¡Que entren esas hienas!
CENTURION: Los jueces del sanedrín, los sacerdotes y los fariseos, se niegan a entrar en el
palacio; porque no quieren manchar su conciencia entrando en el día de Pascua en la casa de
un hombre que adora a los dioses del Olimpo.
PONCIO: Miserables hipócritas ¡Raza despreciable y vil!, que toca las trompetas para dar un
miserable denario de cobre al menesteroso, y roba en silencio un talento hebreo al que no
tiene.
PONCIO: Está bien, ya ellos no quieren venir hasta mí, yo iré hasta ellos, Cayo, forma mi
guardia pretoriana en las gradas del palacio, mi trono ambulante bajo el primer pórtico, y pon
dos portaestandartes; al pie de esos perros rabiosos.
PONCIO: Pueblo que vienes a interrumpir el dulce sueno de la mañana a tu juez, ¿Qué
quieres?
PUEBLO: ¡Justicia! ¡La cruz para Jesús nazareno! (exclamaron mil voces a un tiempo)
PONCIO: ¿De qué delito acusáis a este hombre? Pero os prevengo que no quiero que habléis
todos a la vez, que tome uno de vosotros la palabra y los demás que guarden silencio.
ANAS: Juez romano, el pueblo pide justicia y la espera de ti, porque solo tú tienes derecho de
vida y muerte sobre los súbditos del ilustre Tiberio. Este hombre es el hijo del carpintero José y
de María, todos le conocemos perfectamente. Dice sin embargo, que es el Rey de Judá, hijo de
Dios y que se yo cuantos sacrilegios más, que no son decorosos recordar. Hace tres años que
recorre las tribus embaucando a las gentes sencillas, no respeta la ley de nuestros mayores y
cura en sábado las dolencias del prójimo. Esto como vez merece la muerte, y eso espera de ti
el pueblo que llena la plaza.
PONCIO: Si Jesús no ha cometido más crímenes que los que acaban de relatar, yo, que
represento a Roma, no le hallo culpa suficiente para castigarle.
CAIFAS: Es un malhechor, un conspirador, un blasfemo, (acercándose a las gradas) si no fuera
un criminal no te lo hubiéramos traído.
PONCIO: Si ese hombre peco contra vuestra ley, juzgadle vosotros ¿Qué tiene que ver Roma
con vuestras cuestiones religiosas? Os tolera vuestro templo, os permite que recéis en
vuestras sinagogas, y nada más juzgadle vosotros.
CAIFAS: La pena de muerte bien lo sabes, Pilatos os la habéis reservado vosotros como
derecho de conquista, nosotros no podemos sentenciar a Jesús y su delito merece la muerte.
PONCIO: Pues bien, acusadle de crímenes que merezcan la cruz; estoy dispuesto a oírlos
hablad, pero todo lo que me habéis dicho no vale ni siquiera la pena de que mis soldados
permanezcan con la lanza en el hombro un cuarto de hora.
CAIFAS: Pilatos, con lo que te hemos dicho de sobra, tienes para sentenciar a Jesús. Recuerda
que tiberio ha declarado reos de muerte en cruz afrentosa a todos los hechiceros y este
hombre cura endemoniados y hace otros miles de sortilegios. ¿No falta a lo que tu señor
prescribe?
PILATOS: Cayo, que hagan subir al pretorio a Jesús.
CENTURION: Marco trae acá a ese hombre.
MALCO: Pilatos mi señor, te espera…sigue mis pasos.
PONCIO: (Diciendo en voz baja) este hombre no puede ser criminal, lleva escrito en el rostro la
belleza de su alma. (Dirigiéndose a Jesús) ¿Eres tu rey de los judíos?
JESUS: ¿Dices eso por ti mismo o te lo ha dicho otro de mí?
PILATOS: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación y los pontífices te han puesto en mis manos. ¿Qué
has hecho para que deseen tu muerte con tan tenaz empeño?
JESUS: Mi reino no es de este mundo: no debe pues, inspirar recelo a tu señor, si de este
mundo fuera, mis ministros pelearían para que no fuera entregado a los judíos.
PONCIO: ¿Eres tu rey?
JESUS: Tú dices que lo soy, yo para eso nací: más vengo a reinar en el corazón de los justos, a
transmitirles la luz divina de la gracia y de la verdad. Todo aquel que ame la verdad, que
escuche mi voz.
PONCIO: ¿Pero? ¿Qué verdad es esa de la que me hablas?
PONCIO: Ningún delito encuentro en este hombre.
CAIFAS: Medita lo que dices, Jesús ha ejercido en Galilea toda clase de sacrilegios.
PILATOS: ¿Es galileo Jesús?
CAIFAS: Si, de Nazaret.
PONCIO: Pues entonces llevadle a Herodes, tetrarca de Galilea, que se halla en su palacio de
Jerusalén con motivo de las fiestas de Pascua; que le juzgue el, decídselo de mi parte.
HERODES: No podéis pensaros respetables sacerdotes, lo que os agradezco el que me
presentáis a este hombre; hace tiempo que la fama de sus milagros resuena en mis oídos y
deseo vivamente ver por mis propios ojos uno de esos prodigios que trae alborotados a los
sencillos habitantes de Zabulón. Acércate, profeta y no temas, y puesto de los prodigios están
en tus manos, muéstrame tus habilidades. Confunde mi poca fe. Vamos haz un milagro.
HERODES: ¿Eres mudo por ventura? ¿Por qué no hablas? ¿Por qué no me confundes?
Asómate a esa ventana, desde donde se ve la cilíndrica torre de David, y dile que te salude.
HERODES: ¿Olvidas que soy el tetrarca de Galilea…(Exclamo Herodes lleno de cólera) y que tu
silencio puede costarte caro? La muerte….
HERODES: ¡Miserable! Desprecias mis amenazas, ¿estás loco? Haz un prodigio o de lo
contrario, el rigor de mi cólera caerá sobre tu cabeza.
HERODES: Hago mal en irritarme contigo. Sin duda, ilustre rey me cree inferior a tu persona y
me desprecias. Es justo, pero debo advertirte que yo, no solamente me hallo dispuesto a
perdonarte y aclamarte por mi señor sino que prometo adorarte como a un Dios si logras
resucitar a tu noble abuelo David.
CAIFAS: Ilustre tetrarca, este hombre es un embaucador; tú le ofreces una corona por un
milagro y no lo hace.
HERODES: ¡Bah! ¿Para qué necesita Jesús la corona? ¿No la lleva de espinas sobre la frente?
¿Qué falta le hace el cetro? ¿No lo tiene de cana entre sus manos? Solo le falta la túnica blanca
de los reyes de teatro. ¡Esaú! Dadle a Jesús nazareno la túnica y llevadle a Pilatos para que
coloque en sus hombros el manto purpura de los emperadores.
CENTURION: Señor un criado de Herodes quiere hablarte.
PILATOS: ¿Qué quieren de mí esos furiosos?
CENTURION: El tetrarca te envía a Jesús.
PILATOS: ¿Por qué no lo juzga? ¿Por qué no lo sentencia?
CENTURION: Sin duda, no le encuentra delito de ello.
PILATOS: Está bien, que entre ese hombre.
ESAU: Mi amo me envía para decirte que te agradece el que le hallas enviado a Jesús
nazareno, y que desde ese momento, te ruega des al olvido todo lo pasado y le reconozcas
como un amigo y súbdito fiel y leal de Augusto Tiberio.
PILATOS: Di a tu amo que puede contar desde ahora con mi amistad como conto en otro
tiempo y que me sentiré muy honrado, si me cuenta entre el número de sus amigos. Pero,
¿Por qué vuelve a remitirme a Jesús? ¿Por qué no le juzga? ¿Por qué no le juzga el, siendo
galileo?
ESAU: Porque mi amo cree que ese hombre, más que un criminal es un loco.
PUEBLO: ¡Pilato! ¡Que salga el gobernador! ¡Que sentencie al galileo, la cruz para el nazareno!
(gritaban la alborotada muchedumbre desde la plaza desgraciadamente).
PILATOS: ¡Oh! Esas hienas acabaran por devorar al indefenso cordero que ha caído en sus
manos.
PILATOS: ¡Israelitas! ¿Qué queréis de mí?
PUEBLO: ¡La muerte, el Gólgota, la cruz para el nazareno, la cruz para ese hombre!
PILATOS: Me habéis presentado a ese hombre como pervertidor del pueblo y ved que
preguntado yo delante de vosotros y no halle en el culpa alguna de aquellas que le acusáis; os
remití a Herodes y tampoco el tetrarca le cree culpable si nada se ha probado que merezca la
muerte, ¿Por qué le queréis matar así?, le soltare después de haberle azotado. Cayo: haz
azotar al nazareno.

PARTE IV
VIA CRUCIS DEL VIERNES SANTO
1ªESTACIÓN. JESÚS CONDENADO A MUERTE.
PILATOS: ¡Sacerdotes de Jerusalén! ¡pueblo de Israel! Pongan atención a mis palabras.
Ustedes me han traído a este Jesús de Nazareth; lo acusan de alborotar al pueblo. Sin
embargo, yo no he encontrado ningún delito en él. Lo envíe al rey Herodes; y el tampoco
encontró ningún delito en él. Por consiguiente, me veo obligado a dejarlo en libertad.
CAIFAS: ¡Te equivocas Pilatos! Si tú lo dejas en libertad, no eres amigo de Cesar. Este hombre,
Jesús de Nazareth lleva ya tres años alborotando al pueblo; miles de personas lo siguen, miles
de personas estas de parte de él. Y hace algunos días, esa gente, aquí en Jerusalén, acaba de
proclamarlo Rey de los judíos. Pusieron sus mantos en el camino, cortaron ramos de los
árboles y lo proclamaron rey de Israel, rey de los judíos. Y en el imperio romano, no puede
haber dos reyes; o el Cesar de Roma, o Jesús de Nazareth Rey de los judíos. Y si te pones de
parte de Jesús de Nazareth, estarás en contra del cesar de Roma; y él te condenara como
enemigo suyo.
PILATOS: Entonces, ¿Qué quieren que haga con Jesús de Nazareth, rey de los judíos?
CAIFAS: Crucifícalo, yo Caifás con la autoridad que tengo, proclamo que no tenemos más rey
que el Cesar. ¡A Jesús crucifícalo!
LEPROSO: ¡No hagas eso Pilatos! ¡Jesús de Nazareth es inocente de toda culpa! El cura a los
enfermos, y ayuda a los pobres; él hace milagros a favor de los ciegos, de los paralíticos, a
favor de los leprosos. Miren: yo era un leproso; desde que era un niño, mi cuerpo estaba lleno
de lepra. Y Jesús de Nazareth hizo un milagro, y me curo: vean mi piel, vean mi cuerpo, vean
mis manos, vean mi cara; ya no tengo lepra. ¿Es esto un delito? ¿Vas a condenar a Jesús de
Nazareth, por haberme curado de mi lepra? Jesús de Nazareth es inocente, Pilatos. ¡Déjalo en
libertad!
CAIFAS: ¡Cállense la boca! ¡Usted no tiene derecho a hablar delante de las autoridades! Es
cierto que Jesús de Nazareth curo a muchos enfermos; es cierto que dio vista a los ciegos, que
abrió los oídos a los sordos, que soltó la lengua a los mudos. Es cierto que curo a paralíticos y
leprosos como usted. Pero todo eso lo hizo no por el poder de Dios, sino por el poder del
demonio, de belcebú, príncipe de los demonios. Y por eso debe morir Jesús, porque esta
poseído por el espíritu de satanás.
FARISEO: Pilatos, en nombre de la ley de Moisés, en nombre de la ley de nuestros padres, pido
que Jesús de Nazareth sea crucificado. Yo soy fariseo, hijo de fariseos, conozco la ley y soy
guardián de la ley. Este hombre, Jesús de Nazareth ha violado la ley del sábado, haciendo
curaciones en el día del sábado; ha ido en contra de las costumbres de nuestros mayores que
nos obligan al ayuno y a la penitencia, porque el Jesús de Nazareth, se ha dedicado a comer y a
beber en compañía de los publicanos y los pecadores que están fuera de la ley. Y si algunos de
los de aquí presentes declara inocente a Jesús de Nazareth, se hará cómplice de él; estará en
contra de la ley de Moisés, de las leyes del Sinaí. ¡Pido en, nombre de la ley de Moisés que
Jesús de Nazareth sea crucificado!
ESCRIBA: Pilatos en nombre de las tradiciones más sagradas. Crucifica a Jesús de Nazareth.
Jesús de Nazareth ha violado las escrituras y la tradición de los judíos, yo soy escriba, y
conozco bien lar tradición de nuestros mayores. Y este hombre Jesús de Nazareth, ha
despreciado la alianza de nuestro padre Jacob, por querer establecer una nueva alianza con
Dios. ¿A nombre de quién? ¿Qué acaso Jesús de Nazareth, es más grande que nuestro padre
Jacob?, ha despreciado los sacrificios del templo de Jerusalén, diciendo que se puede rendir
culto a Dios en cualquier lugar profano. Más aun, se ha atrevido a decir que destruyamos el
templo de Jerusalén, porque él es capaz de reconstruirlo en tres días. Si en tres días, cuando
nuestros antepasados tardaron más de 40 años en construirlo. ¿No es esto una blasfemia?
¿No es esto una violación a las tradiciones más sagradas de nuestro pueblo, de nuestra raza?
Pilatos si nos condenas a muerte a Jesús de Nazareth, estarás violando las tradiciones de
nuestro pueblo judío, del pueblo de Israel.
PILATOS: Repito que no he encontrado en él, delito alguno. Miren, les propongo lo siguiente:
es costumbre que en la fiesta de la pascua se deje en libertad a un prisionero. Tenemos a un
hombre llamado Barrabas que fue hecho prisionero, por ser asaltante en los caminos. Escojan
ustedes; ¿a quién quieren que deje en libertad, a Barrabás o Jesús de Nazareth?
PUEBLO: Deja libre a Barrabas, ¡condena a muerte a Jesús de Nazareth!
PILATOS: Repito que no he encontrado ningún delito en Jesús de Nazareth.
PUEBLO: Crucifícalo, ¡que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
PILATOS: (Mientras se lava las manos) yo no me hago responsable de la muerte de este
hombre. Allá ustedes. ¡Ustedes responderán por la sangre derramada de Jesús de Nazareth!
PUEBLO: Crucifícalo, ¡que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
SOLDADO: Jesús de Nazareth ha sido condenado a morir en la cruz. La sentencia debe
cumplirse de inmediato ¡pongámonos en marcha!

2ª ESTACIÓN. JESÚS CARGA SU CRUZ.


SOLDADO 2: Conforme a la ley romana, el condenado a morir en la cruz, debe cargar con su
cruz, ¡aquí está tu cruz Jesús de Nazareth! ¡Cárgala sobre tus hombros!
ANAS: Conforme a las leyes judías, debías morir apedreado, o arrojado desde lo alto del
templo, Jesús de Nazareth. Pero vas a morir conforme a las leyes romanas: morirás
crucificado. Es la ley romana la que te juzga y la que te condena. Será la ley romana y las
autoridades romanas las que se manchen con tu sangre, debo estar limpio de toda mancha
para poder ofrecer los sacrificios en el templo de Jerusalén para estas fiestas de pascua. En
esta forma, yo quedo limpio de tu sangre, Jesús de Nazareth, porque eres juzgado y
condenado no por la ley judía sino por las leyes romanas, ¡carga tu cruz Jesús de Nazareth!
¡Carga tu cruz romana que me deja limpio de toda mancha!
ESCRIBA: Según las sagradas escrituras, el Mesías debía salvar a Israel; hacer de Israel la
nación más poderosa del mundo. ¿No que tú eras el Mesías, Jesús de Nazareth? ¿No que eras
el enviado de Dios? Quisiste ser el Mesías, de los pobres, ¡pues carga tu cruz, Jesús de
Nazareth! ¡Carga tu cruz Mesías de los ciegos, Mesías de los pobres, Mesías de los leprosos!
¡Carga tu cruz Mesías de los pecadores!
FARISEO 2: ¡Carga tu cruz, Jesús de Nazareth! Tú dijiste que nosotros los fariseos le impedimos
al pueblo el camino al cielo; pues carga tu cruz, camino del infierno. Tú dijiste que nosotros los
fariseos hacíamos de nuestros discípulos, discípulos del demonio, ¡pues carga tú Cruz
abandonado de todos los discípulos! Tú dijiste que nosotros los fariseos estábamos ciegos y
que éramos guías ciegos: pues abre bien los ojos para no caer por el camino, con tu cura a
cuestas. Tunos llamaste a los fariseos, malditos e hijos del pecado; carga ahora con tu cruz de
pecador y asesino. Tú nos dijiste a los fariseos que estábamos sucios y corrompidos en nuestro
interior, pues procura no ensuciarnos ahora con tu sangre de condenado a muerte. Tú nos
llamaste a los fariseos, sepulcros blanqueados llenos de corrupción y podredumbre: ¡mírate
ahora como estas, lleno de saliva que te arrojan los soldados, lleno de tierra, de sangre, lleno
de muerte! Tu nos llamaste a los fariseos asesinos de profetas; ¡pues carga tu cruz Jesús de
Nazareth; carga tu cruz de asaltante, de asesino. Jesús de Nazareth; ahora estas pagando
todas las injurias que nos dijiste a nosotros, los fariseos del pueblo de Israel.
SOLDADO 2: La sentencia de muerte se debe de cumplir ¡Adelante hacia el calvario!

3ªESTACIÓN. JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ.


LEPROSO: ¡Miren ya se cayó! ¡ya se desmayó! ¡Cuidado con la cruz: le va a caer encima y lo va
a aplastar! (se acerca a Jesús y le sostiene la cruz) vamos a ayudarle, vamos a levantarlo.
¡Traigan agua, porque ya no puede seguir caminando!
LEVITA: ¡Alto ahí! ¡Que nadie se acerque, que nadie lo toque! Jesús de Nazareth está
manchado de pecado; esta impuro; y aquella persona que lo toque quedara manchado con el
pecado de este hombre. Estamos en la fiesta de la Pascua; y ninguna persona que este,
manchada de pecado puede celebrar la fiesta.
LEPROSO: Este hombre, Jesús de Nazareth, me curo de mi lepra; ahora él está sufriendo
injustamente, si el me ayudo a mi ¿Por qué no le puedo ayudar yo a él? ¿Quién es usted para
impedirlo?
LEVITA: Yo soy un levita, descendiente legítimo de la tribu de Levi. Y mi vida está consagrada a
los servicios religiosos en el Templo de Jerusalén. Y este hombre Jesús de Nazareth predico al
pueblo en contra de nosotros, los levitas, en su parábola del buen samaritano; ahí habla de un
hombre herido por ladrones que no pudo ser auxiliado ni por un sacerdote del templo ni por
un levita que pasaban por el mismo camino. El que auxilio al herido fue un samaritano; y
según Jesús de Nazareth, fue ese samaritano el único de los tres que alcanzo la misericordia de
Dios.
LEPROSO: ¡Claro que sí! Ese samaritano fue el único que alcanzo la misericordia de Dios,
porque amo a su prójimo y amar al prójimo es amar a Dios y no hacer caso del prójimo es no
hacer caso de Dios.
LEVITA: ¡Eso es falso, completamente falso! Los sacerdotes y levitas trabajamos en el templo,
en los sacrificios que día a día se ofrecen a Dios altísimo. Estas funciones sagradas nos exigen
estar limpios de pecado, limpios de toda mancha para poder ofrecer los sacrificios. Y el tocar a
un pobre, a un enfermo, a un leproso, a un herido, nos mancha, nos quita la pureza legal
necesaria para estos oficios sagrados. ¡la ley de nuestros padres nos prohíbe acercarnos a
personas manchadas de pecado! Por lo tanto, aquel que toque con sus manos a este pecador,
Jesús de Nazareth, a este condenado a muerte, se manchara con su pecado. Y no podrá
celebrar la fiesta de la Pascua.
LEPROSO: USTED HERMANO LEVITA, CUMPLA CON SUS OBLIGACIONES; NO SE ACERQUE A
LOS POBRES, NI A los leprosos, ni a los heridos, ni a los pecadores, para no mancharse. Yo solo
sé, que antes yo estaba lleno de lepra, y este hombre Jesús de Nazareth me curo; él está
herido, necesita de mí y ni usted ni nadie sobre la tierra me pueden impedir ayudarlo, así
como el me ayudo a mí. Así que hágase a un lado, por favor, (empuja a un lado al levita; se
acerca a Jesús; toma la cruz y lo ayuda a levantarse).
SOLDADO 3: El reo ya está en condiciones de seguir adelante. La sentencia de muerte se debe
cumplir. ¡Adelante hacia el calvario!
4ªESTACIÓN. JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE.
MADRE DE JESUS: ¡Jesús de Nazareth, Jesús Hijo mío: Yo soy tu madre! ¿me oyes? Soy tu
madre. Mis ojos ya no tienen lágrimas para llorar; mi corazón está destrozado por lo que han
hecho contigo, carne de mi carne, sangre de mi sangre. Sigue hasta el final, hijo mío; no
traiciones la fe que nos has predicado. Recuerda a los siete hermanos Macabeos a quienes
quisieron hacer renegar de su fe; uno a uno fueron martirizados en presencia de su madre; y
su madre los animaba uno por uno a dar su vida antes que renegar de su fe. Yo también hago
lo mismo, aquí estoy a tu lado; y si así fuera la voluntad de Dios, a tu lado quiero morir. Pero
no traiciones la fe que nos has predicado.
ANAS: (Dirigiéndose al pueblo) ¡Es la madre de Jesús de Nazareth! En las bodas de Cana de
Galilea, ella le pidió a su hijo que transformara el agua en vino. Y su hijo hizo el milagro; y hubo
vino, mucho vino, seis tinajas de piedra llenas de vino para que todo mundo estuviera alegre.
¡Anda mujer! ¿Por qué no le pides ahora que vuelva a hacer el mismo milagro? ¡Necesitamos
vino, mucho vino para festejar la muerte del Rey de los Judíos!
MADRE DE JESUS: Ya el anciano Simeón en el Templo de Jerusalén me había profetizado lo
que ahora está sucediendo: que serias signo de contradicción, que harías caer a muchos y a
otros levantarse; Que la fuerza del Altísimo estaría sobre ti para humillar a los soberbios, para
derribar de su trono a los poderosos y exaltarías a los pobres y humildes; que los ricos los
dejarías con las manos vacías y calmarías el hambre de los pobres. Tú diste de comer a los
hambrientos, curaste a los enfermos, perdonaste a los pecadores y llevaste a los pobres la
esperanza de salvación. Y por eso ahora los poderosos te van a matar. Jesús hijo mío: no
traiciones la fe que nos has predicado.
ANAS: Dile a tu hijo que repita el milagro de las Bodas de Cana, necesitamos vino, mucho vino,
para celebrar como caen los poderosos, para ver como son exaltados los pobres y humildes.
Queremos festejar lo que estamos contemplando: como muere la esperanza, la salvación de
los enfermos y pecadores.
MADRE DE JESUS: Hijo mío, los fuertes y poderosos te han torturado, te han martirizado; y
ahora te van a matar. Sin embargo, tu poder va más allá de la muerte. Yo sé que después de
mucho volverás a la vida; y realizaras en todos nosotros, en los pobres del mundo entero, tu
obra de salvación. Jesús de Nazareth, Jesús hijo del Altísimo, Jesús hijo mío ¡que Dios te
acompañe!
ANAS: ¡Soldados aparten a esta mujer! ¡Quiere impedir que se cumpla la sentencia de muerte
en contra de su hijo!
SOLDADO 4: ¡Apártate mujer! Ya no es hora de llorar lo que la ley ha ordenado. La sentencia
de muerte se debe de cumplir. ¡Adelante hacia el Calvario!

5ª ESTACIÓN.SIMÓN DE CIRENE AYUDA A JESÚS.


CENTURION: El condenado a muerte ya no tiene fuerzas para cargar con su cruz. Es costumbre
que el reo cargue su cruz hasta el sitio donde será crucificado. Pero en este caso, no es posible,
pues este hombre Jesús de Nazareth ha perdido mucha sangre, y se encuentra ya muy débil.
Por consiguiente, deberá ser ayudado por otra persona. (Empieza a buscar entre el pueblo)
¡Atención, soldados! Llamen para acá a ese hombre que viene de trabajar en el campo. (Los
soldados cumplen la orden, y a empujones acercan a Simón de Cirene) Tu ¿Quién eres? ¿Cómo
te llamas?
SIMON: Me llamo Simón de Cirene. Soy campesino. Vengo de trabajar la tierra; tengo dos
hijos: Alejandro y Rufo.
SOLDADO 5: ¿Conoces a este hombre, Jesús de Nazareth?
SIMON: He oído hablar de él; ha ayudado a mucha gente necesitada: a leprosos, a enfermos, a
ciegos y paralíticos. Desde hace tiempo oí decir que las autoridades lo andaban buscando para
matarlo, pues decían que andaba alborotando al pueblo.
SOLDADO 5: Tu estas fuerte, y el apenas puede cargar la cruz. ¡Vas a tener que ayudarlo!
SIMON: señor, no puedo hacerlo. yo trabajo, y soy una persona honrada; yo no soy ningún
delincuente para andar cargando una cruz. más aun, mi religión judía me impide acercarme a
delincuentes y malhechores, y menos a cargar la cruz de ellos porque quedaría manchado con
el pecado de ellos. y para poder celebrar la fiesta de la pascua, necesito estar limpio de todo
pecado, de toda mancha.
SOLDADO 5: ¡A mí no me importan las creencias de tu religión judía! Yo soy romano y de
religión romana. Este hombre no puede cargar con su cruz, o mando que los guardias te den
cien azotes. Y entonces ciertamente no podrás celebrar tu fiesta de Pascua. (Simón duda un
momento; por fin, de mala gana carga la cruz de Jesús sobre sus propios hombros).
SOLDADO 5: Simón de Cirene ayudara a Jesús a cargar la cruz. ¡Adelante hacia el calvario!

6ªESTACIÓN. LA VERÓNICA ENCUENTRA A JESÚS Y PIADOSA


LIMPIA SUR OSTRO. LAS MUJERES TRATAN DE IMPEDIRLO SIN
LOGRARLO.
VERONICA: ¡Mira Judith! ¡Ahí está el maestro! ¡Mira como viene! ¡Azotado, coronado de
espinas, abandonado por sus apóstoles! ¡Apenas puede caminar! Ahí está María, su madre,
acompañando al hijo en sus sufrimientos. ¡Todos lo han abandonado! Mira Judith: entra en
esa casa, y pide un vaso de agua para el maestro.
JUDITH: ¡Está prohibido por las costumbres de Pascua! Si te acercas a un asesino, a un
pordiosero o a un leproso, y le das un vaso de agua, o lo tocas con las manos o con el vestido,
quedas manchado con su pecado. Y está obligada a irte a purificar al Templo para poder
celebrar la Pascua.
VERONICA: ¡Ya lo sé! ¡Nuestras costumbres judías nos impiden acercarnos a los más
necesitados!
JUDITH: ¡Así es! ¡No podemos ayudar a Jesús de Nazareth! Los que son pobres, enfermos o
delincuentes están en pecado; Dios los ha castigado; y cargan ese castigo, de padres a hijos, de
generación en generación, hasta que no se purifiquen en el Templo y hagan penitencia. Cada
uno tiene que expiar su propio pecado. Si tu ayudar a Jesús de Nazareth, el no podrá expiar
completamente su pecado, y además tu quedaras manchada con el pecado de él.
VERONICA: Pues Jesús de Nazareth, nuestro maestro, predico todo lo contrario: que para ser
perdonados de nuestros pecados, debemos perdonar al prójimo; que si no das de comer al
hambriento, si no das de beber al sediento, que si no ayudas al encarcelado, tus pecados no te
son perdonados. ¡y yo también lo creo! Yo estoy segura de que si ayudo a los necesitados, Dios
me perdonara mis pecados.
RAQUEL: No insistas, Verónica; Jesús de Nazareth está en pecado, está manchado de sangre,
está condenado por las autoridades; y si te acercas a él, tú también te mancharas con su
pecado.
VERONICA: ¡Eso no es cierto! Si tu padre o tu madre están enfermos, manchados, ¿no te
acercas a ellos y los ayudas? Si alguno de tus hermanos esta golpeado, lleno de sangre ¿no te
acercas y le ayudas? Jesús, el divino maestro, está sufriendo; y yo no puedo quedarme aquí,
sin hacer nada. ¡Voy a ayudarlo!
RAQUEL: ¿Te has vuelto loca, Verónica? ¿Qué vas a hacer?
VERONICA: Mira como tiene su cara llena de sangre, de salivazos, de tierra y de sudor; le voy a
limpiar el rostro. Yo sé que es el Mesías; y está sufriendo a manos de sus perseguidores; voy a
limpiarle el rostro con este sudario.
JUDITH: ¡No lo hagas Verónica! ¡No te acerques a él! Si lo haces, te mancharas con su pecado;
si lo haces, iras en contra de nuestras tradiciones, en contra de la ley, en contra del Templo.
¡Verónica no lo hagas! !Veronicaaaaaaa! (Judith trata de detener a Verónica; esta se escapa, se
acerca a Jesús y le limpia el rostro; al recoger el sudario, encuentra dibujado en el mismo
sudario el rostro de Jesús).
VERONICA: (Mostrando el sudario al pueblo) Vean el rostro de Jesús de Nazareth en este
sudario. ¡Él es el Mesías! Es cierto lo que predicaba: que el perdón de los pecados se obtiene
ayudando a los pobres, a los más necesitados. ¡Dios ha hecho el milagro! Dios ha demostrado
que la salvación de nosotros viene cuando ayudamos a nuestro prójimo.
SOLDADO: ¡Guarden silencio mujeres! Dejen que el reo continúe su camino. La sentencia de
muerte se debe de cumplir ¡Adelante hacia el Calvario!
7ª ESTACIÓN. JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ.
SOLDADO: ¡Alto! El reo acaba de caer por segunda vez; debemos esperar mientras se repone.
ANCIANO DEL SANEDRIN: Es la segunda vez que caes, Jesús de Nazareth. Tú nos difamaste a
los ancianos del pueblo, a los ancianos del Sanedrín. Paga, pues el pecado que cometiste
contra nosotros…¡Atención israelitas de Jerusalén! Recuerden aquella tarde cuando Jesús de
Nazareth estaba enseñando en el Templo de Jerusalén. Los escribas; los fariseos y los ancianos
del Sanedrín le llevamos a aquella mujer sorprendida en adulterio para que el la juzgara. Y el
no acato la ley de Moisés que condena a muerte en adulterio; más aún, nos echó en cara
nuestros propios pecados, y dijo: El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Es
claro que todos tenemos pecados, y por eso ninguno de nosotros se atrevió a apedrear a
aquella mujer.
ANCIANA: Yo también tengo tu edad, anciano del Sanedrín. Y bien también te puedo decir
que Jesús de Nazareth obro con justicia al no condenar a aquella mujer adúltera. Porque todos
ustedes los escribas y fariseos y los doctores de la ley, castigan el adulterio solamente en la
mujer, pero lo perdonan en los hombres. Y para que veas que no miento, responde a mi
pregunta: ¿Por qué un hombre puede adulterar y no lo matan a pedradas? ¿Por qué la ley
protege solamente a los hombres y no protege también a las mujeres?
ANCIANO DEL SANEDRIN: ¡Mujer, cierra la boca y no hables más! Nuestras leyes prohíben el
que una mujer hable en público. Delante de Dios es mayor el pecado de una mujer del pueblo,
que el pecado de uno de nosotros, los miembros del Sanedrín; ¿Por qué? Porque nosotros
tenemos la voz de la sabiduría y de la experiencia; nosotros somos la autoridad suprema del
pueblo de Israel. Y Jesús de Nazareth, no hizo caso de nuestra autoridad ni de nuestros
méritos; y en vez de condenar el pecado de aquella mujer ignorante, mujer pecadora del
pueblo, nos juzgó a nosotros y nos puso en evidencia delante del pueblo de Jerusalén.
ANCIANA 2 : Repito que Jesús de Nazareth tuvo razón. Con autoridad o sin autoridad, con
experiencia o sin experiencia, los hombres y mujeres somos hijos de Dios; y delante de Dios,
las mujeres tenemos los mismos derechos que los hombres. Dios creo a Adán y Eva, al hombre
y a la mujer para que formaran una misma carne, una misma sangre delante de Dios y del
universo entero, para obtener la misma misericordia por parte de Dios tanto los hombres
como nosotras las mujeres.
ANCIANA 3: Yo estoy totalmente de acuerdo con lo que dice ella. Las leyes de Moisés que
ustedes enseñan no nos protegen a nosotras las mujeres, solamente protegen a los hombres.
Y lo demuestro: el pecado de adulterio es el mismo pecado cuando lo comete un hombre que
cuando lo comete una mujer; ¿no es verdad? entonces el castigo debería ser el mismo para el
hombre y para la mujer. ¡Pero no es así! Y lo que pasa es que si un hombre casado se mete con
otra mujer que no es la suya, no le hacen nada; pero si una mujer casada se mete con un
hombre que no es el suyo, la matan a pedradas, ¿es justa esta desigualdad? ¿Por qué a la
mujer si la castigan, y al hombre no?
ANCIANA1: Y por eso odian a Jesús de Nazareth, porque Jesús de Nazareth quiere que las
leyes protejan no solamente a los hombres sino también a las mujeres.
ANCIANA 2: Y por eso mismo Jesús de Nazareth no quiso condenar aquella mujer adúltera que
le llevaron para que la juzgara. No la condeno porque quiso demostrar que la misericordia de
Dios persona lo mismo al hombre que a la mujer.
ANCIANA 3: Y la autoridad que tienen ustedes en el Sanedrín, no sirve de nada para alcanzar la
misericordia de Dios. Y ya lo dijo Jesús de Nazareth: que los publicanos y los pecadores y las
prostitutas, si, las mujeres de mala vida alcanzaran el perdón y la misericordia de Dios primero
que todos ustedes los ancianos del Sanedrín. porque los pecadores y pecadoras son humildes
y se han arrepentido de sus pecados; en cambio ustedes, los ancianos del Sanedrín,, se confían
en la autoridad que tienen, y no quieren reconocer tantos pecados que tienen, y no quieren
reconocerlos porque están llenos de orgullo.
ANCIANO DEL SANEDRIN: ¡Eso que acaban de decir, es falsedad y mentira! Eso es lo que ha
venido predicando este hombre Jesús de Nazareth, y por eso mismo, Dios que es justo Juez lo
está condenando a él y nos está dando la razón a nosotros los ancianos del Sanedrín. ¡Dios te
castiga ahora, Jesús de Nazareth, por haber querido condenarnos! ¡Dios está castigando tu
soberbia al levantarte en contra de la ley de Moisés y a favor de esta mujer pecadora! Está
castigando tu orgullo que se levantó en contra de nosotros los ancianos del Sanedrín, los
ancianos de Israel.
SOLDADO: Ya guarde silencio, ya no aumente el sufrimiento de este hombre. ¡Soldados
levanten al reo y ayúdenlo para que siga su camino! La sentencia de muerte se debe de
cumplir: Adelante hacia el calvario.

8ª ESTACIÓN. JESÚS ENCUENTRA A LAS PIADOSAS MUJERES.


MA. MAGDALENA: ¡No es posible! ¡Miren como viene Jesús el maestro! El que perdono mis
pecados, el que me saco los demonios que yo tenía dentro; ¡miren como lo han atormentado!
Jesús de Nazareth, Maestro: yo soy María Magdalena, María la que era una pecadora pública.
Tú me perdonaste mis pecados, tú me devolviste la dignidad que yo había perdido delante de
todos. ¡No es posible que te estén atormentando en esa forma!
MADRE DE SANTIAGO: Mi hijo Santiago es uno de sus apóstoles. Yo conozco bien la predicción
de Jesús de Nazareth; y él nos defendió siempre a las mujeres de Israel. Nuestras costumbres
dicen que las mujeres no deben participar en los servicios de la comunidad; y él nos pedía que
trabajáramos a favor del pueblo en compañía de sus apóstoles. Nuestras costumbres les
permiten a los hombres la poligamia; Jesús de Nazareth predico el matrimonio del hombre con
una sola mujer. Los fariseos y escribas no respetan los bienes de las viudas y de los huérfanos;
y Jesús de Nazareth nos defendió en contra de los fariseos. Nuestras costumbres no perdonan
el adulterio en la mujer, pero si lo perdonan en el hombre; y Jesús de Nazareth perdono
públicamente a aquella mujer adúltera, en el Templo de Jerusalén. Por eso ahora te han
condenado a muerte: por haber defendido los derechos de las mujeres de Israel.
JESUS: ¡Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí, sino por ustedes mismas y pos sus hijos.
Porque vendrán días en que se dirá: Dichosas las que no tuvieron hijos, dichosos los vientres
que no concibieron y los pechos que no amamantaron. Entonces la gente comenzara a decir a
los cerros: ¡caigan sobre nosotros! Y dirán a las colinas ¡escóndanos! Porque si eso hacen con
el árbol verde ¿Qué no harán pues con el seco?
ANCIANA: Es verdad lo que acaba de decir Jesús de Nazareth: el pecado que estamos
cometiendo contra el hijo de Dios, tendrá un castigo: esta ciudad de Jerusalén, será castigada,
será maldita. Dentro de pocos años, esta ciudad de Jerusalén, estará en guerra contra los
romanos. Y los romanos vencerán la guerra, pondrán un cerco alrededor de esta ciudad de
Jerusalén para no dejar pasar ni agua ni alimentos. Y la gente que se queda en la ciudad,
morirá de enfermedades, de hambre, de sed; y los perros de la calle se comerán los cadáveres
de nuestros difuntos.
ANCIANA 4: Y habrá mujeres que preferirán comerse ellas mismas el cadáver de sus hijos,
antes que se lo coman los perros de la calle. Morirán todos los habitantes de esta ciudad de
Jerusalén, y destruirán la ciudad en tal forma, que tumbaran todas las casas, echaran por tierra
el Templo de Jerusalén, ¡Jerusalén, Jerusalén! La sangre de Jesús de Nazareth caerá sobre ti,
por haber condenado a muerte al Mesías, al Hijo del Altísimo.
ANCIANA 5: ¡Jesús de Nazareth ten compasión de nosotras las mujeres de Jerusalén! ¡tú eres
el Mesías!, y tu sangre inocente caerá como una maldición sobre nosotros y sobre nuestros
hijos. Nuestro Templo de Jerusalén tan grande y tan hermoso será, totalmente destruido, será
incendiado. ¿Por qué? Porque nuestros sacerdotes del Templo no quisieron reconocerte como
Mesías, y te condenaron a muerte como blasfemo y pecador. ¡que va a pasar con nuestra
ciudad de Jerusalén, la ciudad santa? Que será totalmente destruida, y no quedara piedra
sobre piedra; y miles y miles de nosotras las mujeres vamos a morir aplastadas bajo los
escombros. ¡Qué horror! Tu sangre inocente caerá sobre nosotros como una maldición que se
desborda de generación en generación. Jesús de Nazareth: ¡ten compasión de nosotras, las
mujeres de Jerusalén!
SOLDADO: ¡Apártense del camino mujeres! Y dejen avanzar la procesión. La sentencia de
muerte se debe de cumplir. ¡Adelante hacia el calvario!
9ª ESTACIÓN. JESÚS CAE POR TERCERA VEZ.
SADUCEO: ¡Vean a Jesús de Nazareth! Es la tercera vez que cae por tierra! Ya no tienes
fuerzas. Apenas si puede caminar. ¡Escúchenme habitantes de Jerusalén! Soy saduceo, y
pertenezco al grupo de los Saduceos. Juan el bautista nos injurio y nos condenó llamándonos
“raza de víboras”. Nos echó en cara el defender nuestra fe en nuestro padre Abraham. Y nos
amenazó y nos dijo que el árbol de los saduceos estaba a punto de ser derribado por el
Mesías, por Jesús de Nazareth. Y yo le pregunto ¿Cuál árbol cayó primero? ¿Dónde está juan el
bautista? ¡Murió degollado por los caprichos de una mujer! Donde está el Mesías anunciado
por juan bautista! ¡Mírenlo ahí en el suelo condenado como un delincuente! ¿Cuál árbol cayó
primero? ¿El de los saduceos, o el de Jesús de Nazareth?
LEPROSO: A todo árbol se le conoce por sus frutos; y vean las obras que Jesús de Nazareth ha
hecho: curo a los sordos, dio la vista a los ciegos, alivio a los paralíticos, quito la lepra a los
leprosos. Y si no lo creen, mírenme a mí, yo fui leproso desde niño, viví treinta años carcomido
por la lepra. Y Jesús de Nazareth, me la quito; desde entonces, ya puedo trabajar, ya puedo ir
por todas partes sin que nadie huya de mi o me desprecie. ¡Estos han sido los frutos, estas han
sido las obras de Jesús de Nazareth! Y yo les pregunto a ustedes, los saduceos: ¿Cuáles son los
frutos, cuáles son sus obras a favor del pueblo?
SADUCEO: ¡Cállense la boca! ¡Usted no es más que un pobre, un ignorante, usted no tiene
derecho a hablar delante del pueblo de Jerusalén! Yo también soy saduceo; y añado algo a lo
que dijo mi hermano saduceo. Jesús de Nazareth predico la resurrección de los muertos, hizo
creer al pueblo que existe una vida después de la muerte; y nosotros los saduceos, no creemos
en esa resurrección predicada por Jesús de Nazareth. Y yo le pregunto: Moisés, Abraham o
nuestro Padre Jacob ¿Cuándo hablaron de resurrección? Jamás hablaron de ella. ¿Acaso este
Jesús de Nazareth es mayor que nuestros patriarcas y profetas? ¿Acaso Dios altísimo lo ha
glorificado más que a ellos? Has caído por tercera vez, Jesús de Nazareth: ¿es eso resucitar?
¿Es eso tener una nueva vida? Estas a punto de morir crucificado: ¿esa es la forma como Dios
Altísimo te está glorificando? ¡Te has equivocado Jesús de Nazareth! Tú propia muerte nos da
la razón a nosotros los Saduceos: muere con tu resurrección y vida nueva de blasfemo y
delincuente. ¡Déjanos a nosotros los saduceos vivir la única vida que existe: la de este mundo
en que estamos viviendo plenamente nuestra propia vida!
SOLDADOS: Ustedes los saduceos igual que los ancianos del Sanedrín, no han dejado de
injuriar a este hombre. ¡ya déjenlo en paz! ¡Soldados! Ayuden al reo a ponerse de pie, y que
empiece a caminar. La sentencia de muerte se debe de cumplir ¡adelante hacia el calvario!

10ª Y 11ª ESTACIÓN. JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS.


SOLDADO: (Clavando la mano izquierda del ladrón) A ver si ahora con esta mano izquierda va
a seguir robando; a ver si esta mano izquierda sigue guardando el dinero y las joyas ajenas.
¡Ahora pagaras tus culpas asaltante, ladrón! Ahora le toca el turno a la mano derecha: mira
cómo va a quedar esta mano de asesino y delincuente mira cómo se llena de sangre. ¡Ojala
que esta sangre de tu mano derecha sea capaz de lavar la sangre de tantas y tantas víctimas
que asesinaste por los caminos y los montes para poder robar.
SOLDADO: (Clavando el pie izquierdo), con este pie siempre estuvo listo para correr y saltar,
para huir cuando robabas. ¡Mira cómo se queda ahora, quieto, inmóvil clavado a la cruz. Y este
pie derecho que nunca quiso guiarte por el camino de la honradez, de la rectitud. Que pague
ahora el haberte precipitado en el abismo de la delincuencia!
JESUS: Padre, perdónalos no saben lo que hacen. (Una vez crucificado, los soldados clavan
sobre la cruz el letrero “Jesús de Nazareth Rey de los Judíos”. Levantan la cruz, la fijan al suelo,
en medio de las otras cruces donde están amarrados los ladrones).
CAIFAS: Pilatos, ¿Por qué escribiste “Rey de los Judíos”? Nosotros no tenemos más rey que el
Cesar de Roma. Cambia ese letrero. ¡Escribe uno que diga “El que se dice rey de los Judíos”.
PILATOS: ¡Ya basta con sus exigencias! Lo que escribí escrito esta.
(Los soldados toman el manto de Jesús y lo rasgan en cuatro partes y se lo distribuyen; toman
la túnica, y al ver que es de una sola pieza, dice el soldado)
SOLDADO 10: La túnica es de una sola pieza, no la rompamos; más vale que echemos suerte
para ver a quien le toca.

12ª ESTACIÓN. JESÚS MUERE EN LA CRUZ.


NARRADOR: Muerte descendimiento y sepultura de Jesús. Aparece juan Evangelista
pidiéndole a Jesús ser custodiado de su Madre y Jesús nos hace hijos de María. Aparecen
fariseos, escribas burlándose del poder atribuido a Jesús. También salen a escena los ladrones,
uno exigiéndole que muestre su poder y el otro ganándose el cielo.
Intervienen en el acto:
 JUAN EVANGELISTA.
 JESUS.
 ANAS.
 LADRON MALO.
 ESCRIBA 1
.  FARISEO 1
.  SOLDADO 10.
Padre nuestro… Gloria…
JUAN EVANGELISTA: Maestro, aquí esta juan. Tu discípulo amado; aquí está también tu Madre
María. Maestro: una cosa te pido. Te la suplico de todo corazón; pase lo que pase, no permitas
que ella se quede sola en la vida. Perdió a su esposo José, está a punto de perderte a ti, su
único hijo, no hay nadie que vele por ella, ¿Quién la acompañara en su vejez? Maestro
permíteme el que la pueda acompañar, velar por ella todo el resto de sus días.
JESUS: Mujer, ahí tienes a tu hijo, ahí tienes a tu Madre.
ANAS: Habitantes de Jerusalén, contemplen a Jesús de Nazareth en la cruz, salvo a otros, pero
el mismo no puede salvarse. Si acaso es el Rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él.
FARISEO 1: Si al Cristo, al Rey de Israel lo viéramos ahora bajar de la Cruz entonces si
creeríamos. ¿Puso su confianza en Dios? Pues que Dios lo salve ahora si de veras lo quiere,
Jesús muchas veces se proclamó hijo de Dios, y nombro a Dios como si fuera su Padre.
MAL LADRON: Si tú eres el Cristo, ¡Sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros!
BUEN LADRON: Ni tu que estas bajo el mismo suplicio ¿tienes temor de Dios? Nosotros con
toda razón estamos sufriendo el justo castigo de lo que hemos hecho, pero este hombre nada
malo ha hecho.
JESUS: En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso.
ANAS: ¡Baja de la cruz, Jesús de Nazareth! Para que creamos en ti. ¡Anda, baja de la Cruz!
JESUS: Eloi, Eloi, Lamma Sabactani… Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?
ESCRIBA 1: Oigan todos, este hombre está llamando a Elías.
FARISEO 2: ¡Déjalo! Vamos a ver si Elías viene a salvarlo.
JESUS: Tengo sed. (Un soldado corre a mojar un trapo en un jarro con vinagre; lo pone en la
punta de la lanza y lo acerca a los labios de Jesús. Jesús lo prueba).
JESUS: Todo se ha cumplido. ¡Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu! (Jesús muere)
TODOS: ¡Está temblando! ¡Está temblando!
SOLDADO: Verdaderamente este hombre era inocente. ¡Era el Hijo de Dios!

13ª Y 14ª ESTACIÓN. JESÚS ES BAJADO DE LA


CRUZ Y SEPULTADO.
NARRADOR:(Un soldado se acerca a los crucificados con un palo y golpea en las piernas a los
ladrones; estos gritan llenos de dolor hasta que agonizan y mueren. Se acercan después a
Jesús para hacer lo mismo con él, pero un soldado lo detiene).
SOLDADO: ¡Alto! A Jesús no le rompas ningún hueso, porque ya está muerto, ábrele mejor el
costado con una lanza para asegurarnos que en verdad ha muerto. (El soldado toma la lanza y
abre el costado izquierdo de Jesús. Hecho esto, bajan los tres cuerpos de las cruces.

FIN .

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