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INDIFERENCIA

Conformidad con la Voluntad de Dios

Hacer la voluntad de su Padre, esa fue una de las ideas motrices que
guió la vida entera del Verbo Encarnado mientras estuvo en este mundo.
"Yo no hago mi voluntad, dice Él, sino la voluntad del que me envió" (Lc
8,21). "Mi alimento es el cumplimiento de esa voluntad" (Lc 11,28). En
nuestra propia vida, esta conformidad con la voluntad del Padre Celestial
no es otra cosa que un amor tal que nos lleva a:

querer todo lo que Dios quiere,

no querer más que lo que Dios quiere,

no quererlo si no porque Dios lo quiere.

En orden a lograr esto, nuestra conformidad con la voluntad de Dios


debe incluir una resignación, una indiferencia, un abandono.

0Una resignación.

Conformarnos a la voluntad de Dios implica una resignación de nuestra


voluntad a todo lo que quiere la voluntad divina. Podríamos hacer un
excursus acerca de lo que es "resignarse" en Asia. No es resignarse ante la
fatalidad. Menos aún la capitulación de una voluntad débil ante la fuerza
superior del destino, o de la sociedad, o del gobierno. A la luz de esto
podemos comprender quizás algo del porqué de ese desprecio que la
cultura china tradicional tiene por el budismo, porque ve en la aniquilación
del deseo enseñado por el budismo una claudicación de la voluntad por
debilidad.

Esta resignación del cristiano, de la cual queremos hablar, es


formalmente una aceptación, es un acto con el cual el alma incorpora a sí
misma aquello que Dios propone, y esto lo hace tan suyo que el alma lo
considera como físicamente necesario y moralmente obligatorio.

Es una obediencia, entendamos una sumisión a la idea, al hecho, con lo


cual se nos significa la voluntad de Dios. Ahora bien, esta sumisión libre
implica de ordinario una opción entre lo que Dios quiere y lo que Dios
prohíbe.

Es una preferencia, la preferencia dada a la voluntad de Dios sobre


todo lo que le es contraria. La Voluntad de Dios pide que sacrifiquemos los
bienes temporales para guardar el 7mo. mandamiento, la resignación nos
hace preferir a Dios ante que a las riquezas. La resignación nos permite
preferir a Dios antes que la sensualidad, los honores, la salud, la amistad,
a la vida.

Pero aquí está la maravilla cristiana, que el motor de esta aceptación es


el amor, el amor a Dios. Y lo captó hermosamente San Francisco de Sales:

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Muchos observan los mandamientos, como se tragan las medicinas,
más por temor de morir condenados que por el gusto de vivir conforme al
agrado del Salvador. Y as í como hay personas que, por agradable que
sea una medicina, la toman con repugnancia, tan sólo por llamarse
medicina, así también hay almas que tienen horror a las obras mandadas,
solamente porque son mandadas.

Al contrario, el corazón amoroso ama los mandamientos, y cuanto más


difíciles son, tanto les encuentra más dulces y agradables, porque eso
complace más a su Amado, y le da más honor; cuando Dios le enseña sus
mandamientos y justificaciones, lanza y canta himnos de alegría.

El Amor Divino nos hace así conformes con la voluntad de Dios, y nos
hace observar con cuidado sus mandamientos, corro deseo absoluto de
su divina Majestad, a la cual queremos agradar, de modo que esa
complacencia previene con su dulce y amable violencia, la necesidad de
obedecer que la ley nos impone, convirtiendo esa necesidad en la virtud
de dilección y toda la dificultad en deleite 1.

Esta resignación a la voluntad de Dios es necesaria para la salvación, en


lo que tiene de esencial, pero admite grados, según sea mayor o menor el
amor que la motiva.

También debemos notar algo no menos importante: es imposible


conformarse con la voluntad divina, por más que haya resignación, si no se
ama a Dios (de esta resignación que no tiene amor a Dios tenemos
experiencia directa de nuestro ambiente asiático). Y como sabernos que el
amor de suyo lleva a la unión, el grado máximo de resignación se ve
claramente en que el alma, por el gran amor que tiene a su Señor, no
solamente sufre y acepta de buena gana las penas y trabajos que le envía,
sino los desea y se alegra mucho con ellos, por ser aquella la voluntad de
Dios. Cuando la resignación llega a este grado, pasa a llamarse
indiferencia.

1La indiferencia.

Seguirnos citando a San Francisco de Sales:

Sin embargo, la resignación prefiere la voluntad de Dios a todas las


cosas, pero no deja de amar otras muchas cosas fuera de la voluntad de
Dios. Pero la indiferencia está sobre la resignación. Porque no ama nada,
si no es por el amor de la voluntad de Dios 2.

La indiferencia es un amor de Dios, un amor de Dios tan fuerte, que aun


respecto de las cosas que Dios deja a nuestro libre albedrío y de las cuales
podernos usar a nuestro beneplácito, y aún meritoriamente, sin embargo
subordinamos nuestras preferencias libres a la voluntad de Dios. Es un
amor tan centralizador, que en alguna manera reúne todas nuestras
energías para concentrarlas en su santa voluntad al punto de no dejamos
intimidar por creatura alguna que sea, por más favorable o desagradable
que fuesen. Es un amor tan absorbente que nos fija en Dios solo para no
obrar más que por los impulsos de la gracia. Un autor espiritual supo decir
que el alma indiferente es semejante a una bestia de carga. Ésta, nunca
hace elección alguna ni distinción en el servicio del amo, ni de tiempo, ni
de lugar, ni de personas, ni de cargas, estará a tu servicio en la ciudad, en
1
San Francisco de Sales, Tratado del Amor de Dios, l.8, c.5.
2
id., l..9, c.3,4,5.

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el campo, en la montaña, en los valles; la puedes llevar a la derecha, a la
izquierda; irá a donde tú quieres; por la mañana, por la tarde, de día, de
noche; a todas las horas está pronta; se dejará conducir lo mismo por un
niño que por un hombre ya hecho, tan contenta estará llevando abono
como llevando telas de oro, arena como diamantes o rubíes.

La indiferencia es necesaria. Por tradición del instituto, por ser cosas


que hemos visto hacer al Fundador, sabemos que el P. Buela ha aplicado al
discernimiento de espíritus de situaciones particulares de la vida cotidiana
muchas de las ideas singulares que San Ignacio trae en sus ejercicios. Le
escuchamos decir varias veces que cuando en una comunidad hay
problemas entre los miembros, es porque alguno pueda tener una voluntad
de 2do binario. ¡Y sabemos cuán hondo nos "cala" con esto! También lo
hemos visto ser indiferente en tantas decisiones, sobre las fundaciones,
sobre lo que decide escribir, sobre el modo que tiene de corregimos, sobre
el modo que tiene de plantarse (muchas veces sabiendo de antemano que
todos lo abandonaban3), etc. En este tema de la indiferencia, que pareciera
ser una cosa para jesuitas, para ser tenida en cuenta en ejercicios y
después abandonar la idea por completo, podremos encontrar el alma que
ama los cálculos y la especulación, que pensará que hasta dónde es
necesaria esta indiferencia. ¡Qué tendré que hacer con estos diez mil
ducados! Si el usarlos no implica pecado, ¿porqué abstenerse de ello?

Lo que tenemos que intentar lograr es la osadía para creer que la


indiferencia debe ser aplicada a todos los aspectos de la vida. Más allá de
considerar si el ser indiferente es una obligación o un simple consejo,
debernos imbuirnos del espíritu de San Ignacio:

[152] . . . demandar lo que quiero: aqui será gracia para elegir lo que
más a gloria de su divina majestad y salud de mi ánima sea.

[180] 3º puncto. Tercero: pedir a Dios nuestro Señor quiera mover mi


voluntad y poner en mi ánima lo que yo debo hacer acerca de la cosa
propósita, que más su alabanza y gloria sea, discurriendo bien y
fielmente con mi entendimiento y eligiendo conforme su sanctísima y
beneplácita voluntad.

San Ignacio no habla de cálculos complicados, sino más bien de una


ecuación muy simple, el Principio y Fundamento: solamente deseando y
eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados . Para algunos, la
salud favorece la virtud, para otros, la enfermedad. Hagámonos pues
indiferentes para la salud y para la enfermedad. Las riquezas, como la
pobreza, ofrecen ayudas para la salvación y pueden ser obstáculo: tal vez
se salvará porque es pobre, algún otro halló en la pérdida de las riquezas
la pérdida de todo ánimo y virtud. Hagámonos pues indiferentes para la
riqueza y la pobreza. Las alabanzas pueden ser un estímulo, y también
pueden ser un obstáculo; de la misma manera las críticas: fulano habría
hecho tal cosa, si lenguas malévolas no lo hubiesen amilanado. La muerte
precoz puede librar de muchos males, y la muerte tardía puede dar lugar a
muchas reparaciones, hagámonos indiferentes a la una y a la otra.

Si es verdad que la resignación que exige la conformidad con la


voluntad divina es un efecto del amor divino, el amor que se muestra en la
indiferencia es todavía más fuerte. Es más, si bien por indiferencia
3
así me lo dijo en el momento de la separación de los seminarios en SR.

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entendemos algo de suyo negativo, de suyo se transforma al empuje de un
amor que todo lo invade. La indiferencia implica un deseo positivo de lo
que agrada más a Dios, una selección positiva de lo que conduce mejor a
Dios Esta santa indiferencia pasa a ser, en el sentido propio de la palabra,
la entrega total.

2Una entrega

La conformidad de nuestra voluntad a la voluntad de Dios es la entrega


total de nuestra voluntad humana al movimiento de la gracia. La gracia
nos lleva a desear y elegir lo que más agrada a Dios, y nos conduce por lo
mismo a nuestro fin, que es glorificar a Dios. La entrega total es el acto
con que el alma se pone toda entera bajo la influencia del Espíritu de Dios,
obrando en el momento presente y con la inspiración presente de una
gracia, oscura tal vez, pero eficaz. En este acto el alma, renunciando con
un despojo voluntario y una abnegación interior a todo lo que no es lo
único necesario, remite a Dios su pasado con sus recuerdos, sus
inquietudes, sus tristezas; su porvenir con sus aprensiones, y no atiende
más que al presente en el cual, con la plenitud de sus energías
sobrenaturales, no se ocupa más que de lo que Dios le pide. Hay en ello un
acto muy perfecto de fe, de esperanza y de caridad: la fe ilustra al alma
sobre Dios, la esperanza fortifica el alma en Dios, la caridad une el alma a
Dios, por ese amor que, según las palabras de San Juan Apóstol, "arroja
fuera el temor" y por consiguiente funda la confianza 4. Santo Tomás nos da
la explicación de esto en De perfectione vitae spiritualis , c.6:

tanto perfectius animus hominis ad Deum diligendum fertur, quanto


magis ab affectu temporalium removetur. Unde Augustinus dicit in libro
LXXXIII quaestionum quod venenum caritatis est cupiditas temporalium
rerum, augmentum vero eius est cupiditatis diminutio; perfectio vero nulla
cupiditas.

Omnia igitur consilia, quibus ad perfectionem invitamur, ad hoc


pertinent ut animus hominis ab affectu temporalium avertatur, ut sic
liberius mens tendat in Deum, contemplando, amando, et eius voluntatem
implendo5.

Comprendemos todos que las palabras de San Ignacio tienen mucha


miga, y en particular la conclusión del Principio y Fundamento:

[231] solamente deseando y eligiendo lo que más no conduce para el


fin que somos criados.

4
"No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el
temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros
amemos, porque Él nos amó primero" (1 Jn 4,18s).
5
"El ánimo del hombre será más perfectamente llevado al amor de Dios cuanto
más se aparte del afecto a los bienes temporales. De donde Agustín dice en el libro
de las 83 cuestiones que el veneno de la caridad es la concupiscencia de los
bienes temporales, el aumento de la caridad es la disminución de dicha
concupiscencia, y la perfección de la caridad es la ausencia de ella.
Por tanto todos los consejos por los que se nos invita para alcanzar la perfección,
se refieren a esto: a que el ánimo del hombre se aparte del afecto de los bienes
temporales, para que así la mente pueda tender más libremente hacia Dios,
contemplando, amando, y cumpliendo Su Voluntad".

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3Conclusión

Quiera Dios que seamos llevados por el auxilio de su gracia a querer


verdaderamente todo lo que Dios quiere, a no querer más que lo que Dios
quiere, a no quererlo más que porque Dios lo quiere. Quiera Dios hacer de
nuestras vidas una resignación libre y amante de la voluntad de Dios, una
indiferencia espontánea y gozosa, una entrega confiada y dócil, generosa y
fuerte, a todo lo que sugiere, con su gracia interior, con las indicaciones
de la obediencia, que sea la voluntad de Dios.@

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