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Portada: fotocomposición elaborada sobre la base de fotografías de Manuel de Jesús Benavides. Carlos
Oreamuno y otros
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Prof. Fabricio Monge


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Presentación:
La Virgen de los Ángeles, el racismo y la desigualdad étnica en Costa Rica, es un
ensayo periodístico que se gesta a partir de una serie de investigaciones históricas que
realizara a allá por el 2007, con el objetivo de darle un fundamento histórico a algunos
cuentos en narrativa corta sobre las historias olvidadas de mi Cartago natal, que me
encontraba escribiendo en esa época.
Algunos años después, una vez concluido el trabajo propuesto, me dedique a clasificar
el remanente de la información recabada, interesándome de sobremanera el asunto de
la esclavitud en la colonia, pues me impresionaba que la magnitud del hecho hubiera
podido pasar desapercibida a la que consideraba mi muy acuciosa mirada; claro que
como la mayoría de los costarricenses me crie y forme creyendo en que la presencia
de la afrodescendencia, en nuestro país, incidía en nuestra historia a partir de la
construcción del ferrocarril al atlántico.
Después de haber leído las crónicas coloniales narradas por Tatiana Lobo en su libro
“Entre Dios y el Diablo”, empecé a buscar similitudes y coincidencias con otros
autores, historiadores e investigadores que hubieran escudriñado los registros crónicas
y otros documentos de la época, y así me encontré con el trabajo de eruditos como
Rina Cáceres, Carlos Meléndez, Quince Duncan, Carlos Sojo, Mauricio Meléndez el
mismo Monseñor Sanabria y muchos otros, he de decir que aunque los hechos
abordados eran los mismos y de las mismas fuentes, la lectura no era siempre
coincidente en todos ellos, así como lo refiere Carmela Velázquez Bonilla en relación a
la obra del Pbro. Manuel Benavides y los desacuerdos de este con monseñor Sanabria,
por lo que el mismo Benavides, propone incluso un debate sobre las aseveraciones de
Sanabria en sus obras sobre la Virgen de los Ángeles, así también sucede entre
muchos de los otros autores que abordan este tema, la lectura de los mismos hechos
históricos difiere entre ellos, yo sin embargo he de decir que no soy historiador, ni
sociólogo, antropólogo u otro científico social, soy un profesional en el campo de las
artes, o sea un artista, y aunque el rigor en la investigación me obliga a buscar la
máxima exactitud posible de los hechos estudiados, como con cualquier otro
profesional, -historiadores incluidos-, tengo un poco mas de libertad en cuanto a el
tratamiento que le dé a estos, parafraseando al doctor Rodrigo Díaz Cruz cuando dice
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que a través de una lectura argumentada se iluminan rutas de investigación que antes
nos eran desconocidas, se nos insinúan otras sugerentemente y algunas otras nos es
permitido inventarlas, o más propiamente dicho: reinventarlas e incluso recrearlas, diría
yo.… tal vez por eso me he permitido un poco el establecer los hechos argumentados
en este ensayo, de forma muy libre, dentro de esa “Memoria Argumentada”, de la que
nos habla el doctor Díaz Cruz..
Así pues, desde la “Documenta Histórica Beate Marie Virginis Angelorum, reipublicae
de Costa Rica Principalis Patronae” y la “Historia de Nuestra Señora de los Ángeles”
de Monseñor Sanabria, pasando por “Los Negros y la Virgen de los Ángeles” del Pbro.
Benavides, hasta “La Puebla de los Pardos en el siglo XVII”, de Rina Cáceres y
“Nuestra Señora de los Ángeles, madre de nuestra cultura” de Alfonso Chase Brenes,
pasando por el trabajo de todos los demás ya citados y otros mas, cuyas fuentes
primarias profundizan en los archivos y registros nacionales e internacionales como el
Archivo Nacional de Costa Rica, los antiguos Archivos de la Curia hoy Archivo
Histórico Arquidiocesano Bernardo Augusto Thiel, el Archivo Histórico de Protocolos de
Madrid o el Archivo General de Indias en Sevilla, amén de las fuentes secundarias
consultadas por todos y cada uno de ellos, y que a mí me han servido como el
maravilloso hilo conductor de Ariadna a través del laberinto de la historia hasta el punto
de conversión en el asunto de la aparición o el hallazgo de la imagen de piedra de la
Virgen Parda y el contexto que la genero, lo que en su desarrollo llega a entroncar,
como fundamento esencial, en la génesis simbiótica y sincrética, en relación a su
carácter de fusión y asimilación, a partir de la cual se estructuraría la identidad del ser
costarricense.
Obviamente, de los hechos que le anteceden, que le circunscriben y los que se
desarrollaron después de su hallazgo o manifestación, se desprende que, la Virgen de
los Ángeles, además de haber llegado a ser el principal y más emblemático ícono
religioso costarricense, se convirtió en uno de los más importantes, sino en el más
importante, de los puntos angulares para la comprensión contextual del origen
multiétnico y pluricultural del ser costarricense, porque, en la “Negrita”, desde el inicio
mismo de su génesis, ese carácter multiétnico y pluricultural, forma parte de su propia
naturaleza, es el principio de su razón de ser y el fundamento de su manifestación, y es
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lo que habría de mantenerse constante atraves del tiempo, a medida que la historia
evolucionaba, pese a los intentos de los intereses económicos, políticos e ideológicos
que han ostentado el poder a través de la historia, para desvirtuar, distorsionar o
invisibilizar esa su naturaleza originaria de negra, mulata y mestiza.
Sin importar cual fuera el paradigma o los puntos de vista desde los que se asumiese
la interpretación de los hechos históricos de los que estoy hablando y que
circunscriben, desde su manifestación primigenia a la innegable materialidad de la
pétrea imagen de la Virgen de los Ángeles y su culto en Costa Rica; si somos
honestos, hemos de convergir en que tenemos una deuda histórica con esa africanidad
esclava de nuestra época colonial, dentro de la que se manifestó el portento de su
hallazgo o aparición, y que la forma de solventar esa deuda histórica es hacer un
efectivo reconocimiento de su legado, luchas y aportes desde los orígenes de nuestra
historia, y esto incluye inevitablemente a la Virgen Negra de los Ángeles, hacer esto es
empezar a retribuir de la forma correcta, lo que además incide en el reconocimiento
real y efectivo de esa nuestra naturaleza multiétnica y pluricultural de la que tanto nos
hemos dado en hablar.
Prof. R. Fabricio Monge

Plaza Mayor de Cartago


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La Virgen de los Ángeles, los orígenes afrocoloniales y la desigualdad


étnica en Costa Rica

“Racismo es no reconocer que la Virgen de los Ángeles es


negra y apareció en la Puebla de los Pardos, donde durante
la colonia vivían los negros de Cartago”.
Manuel Monestel,
-etnomusicólogo, especializado en la costa Caribe costarricense.
Músico, cantautor, profesor y escritor
Publicado en su Facebook el 17 / 09/ 2013.

Es innegable que la Virgen de los Ángeles es un gran símbolo de la identidad de Costa


Rica como Estado-Nación.
Ha sido considerada tradicionalmente como el gran ícono del “ser nacional”; es un mito
de nuestro pasado, que llega hasta nuestros días y junto a otros mitos, que igualmente
acarrearon su aporte a la concepción de ese “ser costarricense” tal y como lo
conceptualizamos hoy, la aparición de la Virgen de los Pardos se asume como un
aspecto clave e indisoluble en el proceso del mestizaje costarricense, pero lo cierto es
que en el transcurso de 369 años el pueblo costarricense, consolidó sus verdades
subjetivas de acuerdo a los intereses de quienes ejercían el poder y consecuentemente
escribían la historia, trastocando, los hechos, en muchos casos en todo lo contrario a
su naturaleza original, así nuestra virgen “Negrita”, contribuyó notablemente a la
construcción o fabricación de una identidad nacional que aglutinó a sus ciudadanos en
torno a la idea de un todo cultural homogéneo y eugenésico, o sea que privilegiaba lo
europeo repudiando las raíces nativas y africanas, lo cual al final terminó por
conformarse en un ideal del ser costarricense ausente de esas raíces y de esta forma
fundamentaron una identidad idílica y falsa de la Costa Rica que fue, de la que llegaría
a ser y de la que es.
Como dice Carlos Sojo en su libro “Igualiticos: la construcción social de la desigualdad
en Costa Rica”:
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“La historiografía tradicional conduce a pensar que la presencia de los negros es


producto de la construcción del ferrocarril y las inversiones bananeras del Siglo XIX
tardío y comienzos del Siglo XX.
Pero se ignoró, hasta fechas recientes, la asentada herencia de la negritud desde el
inicio de la conquista.
Con nuestros antepasados negros, como con los indígenas, ocurrió un proceso
conducente al anonimato y al olvido.”
Aunque muchos historiadores, sociólogos, antropólogos, investigadores, escritores y
demás autores, como Rina Cáceres, Carlos Meléndez, Quince Duncan, Carlos Sojo,
Tatiana Lobo o Mauricio Meléndez, y muchos otros más, nos recuerdan que ya desde
la colonia, la sociedad costarricense tiene un fundamento afro basado en la explotación
de la mano de obra esclava y relatan por medio del recuento de la crónica y el estudio
genealógico e incluso genético, una Costa Rica olvidada e invisibilizada donde el
comercio de esclavos en la Plaza Mayor de Cartago era común y donde la
preocupación por el “blanqueamiento” condujo a un efecto real de disminución de los
resabios del gen africano, y de esta forma evidencian y definen ante la historia los
hechos irrefutables de nuestra ascendencia pluriétnica y multicultural.
Pero aún así, esto no ha incidido lo suficiente en la cultura oficial, ni en la educación
general básica, por lo que tampoco en la base estructural del pensamiento
costarricense, y esa negación persiste aún hoy día inserta en el entretejido de nuestra
identidad nacional, sobrevive y se transfigura, se acondiciona y se adapta en el
inconsciente colectivo de nuestra nación, manifestándose nocivamente en nuestra
cotidianidad y en las diferentes instancias de las estructuras del Estado y el ser
costarricense, es un racismo estructural, y mientras no lo reconozcamos abiertamente
va a estar ahí, muchas veces de forma solapada, algunas pocas abiertamente, pero
siempre insidioso, especialmente en contra de los afrodescendientes.
Como pueblo, y como Estado-Nación, es la negación y la invisibilización consecuente,
de esta diversidad pluriétnica y multicultural, que es intrínseca a nuestra historia
común y a la vida cotidiana en nuestra sociedad y que involucra también lo religioso, la
que mantiene en nosotros vigente, ese racismo estructural.
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En el caso de la hallazgo de la Virgen Parda, la negación y la invisibilización es en


relación al reconocimiento de su verdadera naturaleza como contestataria, o sea que
con el simple acto de su aparición en el ghetto o reducto de los Pardos se opone y
protesta ante la injusta situación vivida por un grupo humano, que dentro de la
estatificación social de nuestra Costa Rica colonial, implicaba a los esclavos negros,
afromestizos e indios “encomendados”, y que al final es lo que le da su sustento
histórico y su verdadera razón de ser.
Como veremos, es la negación a esa africanidad y su gran aporte en la génesis y
construcción de este icono religioso, que es uno de los ejes fundamentales de la
identidad nacional, lo que ha incidido en una concepción racista y negativamente
estereotipa de los afrodescendientes, lo que nos ha llevado a la situación de exclusión,
de ocultamiento e invisibilización de nuestras raíces africanas en la construcción de
nuestro imaginario del ser costarricense, haciéndonos incurrir históricamente en graves
desaciertos de índole racista en contra de esta etnia a través de toda nuestra historia,
como colonia española, como estado incipiente y como nación independiente.
Es hora del reconocimiento, pues de persistir en ese ocultamiento o invisibilización de
la raíz africana de nuestra “Virgen Morena”, “la Negrita” como es dado llamársele y el
contexto, histórico y social, en el que se desarrollaron los hechos en el caso de su
aparición o hallazgo, se incide en la negación de nuestra naturaleza pluricultural como
estado, país o nación, así como en negarle a los afrodescendientes el derecho al
reconocimiento de su legado, luchas y aportes en la historiografía patria.
Renegar de la africanidad de nuestras raíces es como
negar nuestra ancestralidad aborigen, la presencia de
esa herencia genética es un hecho y la afrodescendencia
se expresa en la contextualidad de miles de
costarricenses a través del color de su piel, la forma de
sus cuerpos, ojos, nariz y bocas, o sea que su fisonomía
entera lo evoca y lo denuncia, lo mismo sucede con este
icono religioso nuestro, para comprender esto basta con
echar una detenida mirada a la imagen misma de la
Virgen de los Ángeles:
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Es una imagen de una mujer de color oscuro, pero no definido, de una sola pieza de
una cuarta de altura (de 20 a 25 centímetros) y toscamente labrada, a la usanza de las
tallas en jade de nuestras ancestrales culturas indígenas, en una piedra negruzca,
granito negro según Fernández Guardia, como azulada o verdosa para otros y al decir
de muchos, su color cambia según la luz del día.

Es de cara redonda y ojos achinados, de nariz


achatada y boca pequeña.

Con una apariencia de mestiza-mulata, o sea la mezcla de


negra, indígena y española, por lo que se le conoce como
“la Negrita” y a veces como “la Chola”.

En su brazo izquierdo y cerca de su pecho, descansa un


niño, quien tiene levantada su mano derecha, en un acto
que muchos interpretan como de bendecir y señala el corazón de su madre.
Los ojos del niño miran a su madre y ella tiene inclinada la cabeza hacia el niño en
actitud vigilante.
Coincido plenamente con el historiador y sacerdote Manuel de Jesús Benavides, en
que el secreto de la imagen se centra precisamente en este niño,
cuya fisonomía facial él describe
como negra, o sea de estructura
negroide, tiene una nariz corta
chata y ancha, una cara menos
alargada, más ancha, pómulos
sobresalientes y labios muy
gruesos, además que el color de
la piedra incide en la percepción
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de una piel oscura, lo que el Pbro. Benavides insinúa


como una posible inculturación de la fe, lo que incidiría
en una intencionalidad en la selección de la piedra en la
que se labro la imagen, finalmente la sencilla vestimenta
del niño enuncia la forma obligada de vestir de los
negros y mulatos, en la estructura de castas de la
sociedad colonial, según las leyes de Indias.1

La imagen, con manto y vestido propio, labrados en


la misma piedra, fue encontrada cerca de una
naciente sobre una piedra que evoca las esferas
pétreas de Diquís, por una joven mulata, cuyo
nombre no fue registrado en las crónicas y registros
de la época, aunque después se le asignara el de
Juana Pereira, esto sucedió, según la costumbre un
2 de agosto, de un año no consignado en ningún
documento conocido, pero que la tradición le asigna
el de 1635, en las territorialidades de la Puebla de
los Pardos en Cartago...
En un artículo muy emotivo publicado en el diario La Nación el 1 de agosto de 1957,
don Joaquín Vargas Coto, nos lo describe a la Puebla de los Pardos de la siguiente
manera:

“(…) En los arrabales Vivian los trabajadores y los esclavos con sus pobres familias,
en el oriente de Cartago, a cuyo centro no podían llegar sin permiso, aquí, en esta
misma tierra que ahora señorea la Basílica (-de la Virgen de los Ángeles-), estaban las
chozas de los indios, de los cholos, de los zambos, de los negros y de los mulatos.
Este barrio miserable de entonces era la Puebla de los Pardos.

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Las fotografías utilizadas son de Gloria Calderón y corresponden al libro publicado junto al periodista
Glen Gómez con ocasión a los 375 años de la aparición de Nuestra Señora de los Ángeles
12

En las pobres carnes de los pardos el hierro candente dejaba la marca de la propiedad.
La gente esclava vivía en la más ruin pobreza, en la inenarrable miseria. Y por aquellos
años, peor que nunca el orgullo y la crueldad de los señores, parecía haberse
exacerbado. Por nonadas caían sobre la espalda de los esclavos a latigazos. Trabajo
forzado para ellos labrar la tierra, cuyos frutos eran fiesta en la mesa del amo. Hambre
y frio maltrataban a sus pobres hijos en las chozas de mal ajustados palos, techadas de
hojas; su triste sino era el del servidor sumiso y silencioso. No había para ellos otra luz
que la que en su espíritu encendían la esperanza de una muerte liberadora y la de la
religión que les hacia presentir jardines de aurora eterna mas allá de los lindes de la
vida.
(…) No en la ciudad de los señores apareció la Virgen. (…) fue encontrada en la tierra
maldita, en medio de los esclavos, de los miserables y desvalidos.(…) Fue encontrada
por una mulata sobre una piedra dura de la Puebla de los Pardos. Y su encuentro fue
como un grito de redención para los azotados; como una gran vos de justicia.”
Joaquín Vargas Coto, La Nación 1/08/1957

Es importante recordar que el auge de la explotación


esclava en Costa Rica está principalmente determinado,
porque en la época de la colonia, se dio un importante ciclo
económico que tuvo como base el cultivo del cacao en
Matina....
Aunque su cultivo se promueve desde muchos años antes,
incluso existen reportes de haciendas cacaoteras en 1610,
pero, según Philip MacLeod, el ciclo comercial del cacao en
la provincia colonial se extiende de 1650 a 1800, ya para el
periodo entre los años 1682 y 1691, existían unos 44 hacendados los cuales contaban
con aproximadamente 92,700 árboles de cacao, es interesante el hecho señalado por
el mismo MacLeod de que el auge de la producción cacaotera coincidió con la
ocupación británica de Jamaica, lo que lleva a la especulación de que quizás los
mercaderes ingleses estimularon el cultivo en la región.
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Como sea esta industria basada en el cacao revestía una gran importancia para la
colonia.
Pero, resulto que los indomables indígenas de la zona se negaban a ser sometidos al
servicio esclavizante del trabajo en dichas haciendas, e inclusive los intentos de los
curas recoletos por establecer reductos indígenas para asegurarse la mano de obra
indígena en las haciendas cacaoteras, termino en levantamientos tan serios como el
encabezado por PaBru PresBerí y el Usekar Kapa PeDre Kong Sa –Ara, que
conformó la revuelta indígena más importante de la historia colonial de Costa Rica en
1709, por lo que los hacendados de Cartago, se vieron obligados a invertir grandes
sumas de dinero en la adquisición de mano de obra esclava (africanos y afromestizos),
para cubrir esa necesidad en las plantaciones de cacao en Matina, lo cual beneficio
también a las señoras de la elite colonial cartaginesa que vieron a su vez aumentado el
número de sus esclavos y esclavas de servicio.
Los negros esclavos, eran tratados como mercancía, es decir
se compraban y vendían, los precios variaban de acuerdo con
el sexo, fortaleza, salud y edad, etc.
Y una vez adquiridos, pasaban a ser patrimonio de su amo,
quien disponía de su destino y de su vida, o sea eran objetos
que tenían un valor en dinero y pertenecían a alguien y los
alimentaban para utilizarlos en faenas y servicios que el amo
creyera convenientes.
Y si este quería deshacerse de un esclavo, lo ofrecía en el
mercado de trata de esclavos2, poniendo un sobreprecio, para
recuperar su inversión y sacar algún beneficio, pero los
esclavos no eran simplemente intercambiados o vendidos en
las subastas, también fueron distribuidos entre la élite, la
nobleza y los criollos ricos, a través de dotes, voluntades y
testamentos.
La posesión de gran cantidad de esclavos era motivo de admiración entre la nobleza y
el populacho criollo.

2
En Cartago funcionaba en la Plaza Mayor de la ciudad.
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Como ya se mencionó, los primeros negros fueron esclavos, pero al pasar el tiempo
encontramos una serie de nombres que recibían por su condición de mestizaje y
ocupación, además de negros libertos, por lo que ahora hemos de hablar su condición
de libres.
Los libertos son figuras existentes en todas las sociedades esclavistas.
Un liberto es persona libre que anteriormente fue esclava, o sea un esclavo al que de
algún modo le ha sido concedida la libertad.
Durante la colonia los libertos eran negros habían adquirido o comprado su libertad y
existían solo tres posibilidades, (dos legales y una ilegal), para que esto sucediera.
En el primer caso: la libertad les era concedida por gracia o sea la voluntad de su
amo, en nuestro caso, no solo en Cartago, sino en toda la provincia colonial de Costa
Rica, esto sucedía en cualquiera de las siguientes circunstancias:
-Cuando un esclavo(a) se volvía viejo(a) y achacoso(a) y su manutención implicaba
una carga para sus amos.
-Cuando un esclavo(a) sufría un accidente laboral o no que lo dejaba gravemente
enfermo o incapacitado y su manutención implicaba una carga para sus amos.
-Cuando una cría de esclavo(a) nacía con algún defecto, incapacidad o retardo y su
manutención implicaba una carga para sus amos.
-Cuando un esclavo(a) era hijo o descendiente de sus amos y estos no querían un
destino de esclavitud para él o ella.
-Cuando el amo(a) en gratitud o gracia testaba la libertad del esclavo(a) en cuestión, o
a su defecto en su lecho de muerte expresaba su voluntad de liberar a determinado
esclavo(a).
El segundo: ellos mismos compraban su libertad a través del ahorro, que conseguían
cuando sus amos los alquilaban ya fuera para trabajos agrícolas o en profesiones
artesanales que el esclavo dominara o en el ámbito del servicio doméstico, el negro
obtenía un porcentaje para su alimentación y manutención, de allí ahorraba para auto-
comprarse3. En algunos lugares como el Perú eran llamados horros (de ahorro).

3
Debemos de recordar que los esclavos, además de trabajar para sus amos, podían ser entregados como garantía
o alquilados a otras personas.
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Estos libertos-horros, por lo general luego se dedicaban a trabajar, principalmente en


profesiones artesanales como la herrería, la tenería, la fabricación de adobes y tejas
entre muchas otras o como trabajadores libres, mandadores, capataces, mensajeros y
otros, en las haciendas de los blancos, para así ahorrar y liberar a sus mujeres e hijos.
Y tercero: los cimarrones: eran esclavos auto-liberados o sea esclavos rebeldes y
fugitivos, estos habían huido de las haciendas u otros centros de explotación esclava;
los cimarrones se concentraban en palenques, rancherías o quilombos (ranchos),
donde formaban una comunidad que se brindaba protección, aunque para auto-
sostenerse sembraban algunos artículos y criaban algunos animales como cerdos y
gallinas, muchos ellos se dedicaron al robo y la pilleria, en Costa Rica muchos
especialmente los que escapaban de las haciendas cacaoteras en Matina, se
incorporaron a las hordas de piratas y zambos misquitos o a las comunidades
cimarronas de Panamá, -en Golfo de San Miguel, Colón, Portobelo, Nombre de Dios,
Palenque y otros pueblos cimarrones afropanameños-.
Y dado que el cultivo del cacao, requiere de un clima cálido y húmedo para su
producción idónea, por lo cual el área de Matina era la ideal para ello y como los
españoles y criollos no eran capaces de soportar el clima y las demás inclemencias de
las selvas tropicales, dirigían sus plantaciones desde sus residencias en Cartago, así
que sus mandadores o mayorales eran mulatos blancos y cuarterones de indio o negro,
también mestizos, mulatos negros e inclusive negros liberados, que laboraban en la
zona de Matina y le rendían cuentas a sus señores en Cartago.
Mientras que en las ciudades de meseta central, este incremento de población africana
y afromestiza de libertos, se empieza a convertir en un problema, ello es el principal
motivo de que, los nobles y criollos pudientes, busquen instaurar en el región oriental
de la ciudad de Cartago, conocida como “la Gotera”, a instancias del padre Balthazar
de Grado4, lo que después se llegaría a llamar la Puebla de los Pardos, que fue un
ghetto o un reducto poblacional establecido en esa parte oriental fuera de lo que era
entonces la ciudad de Cartago, capital colonial de la Provincia de Costa Rica, pues al

4
Cáceres Gómez, Rina. La Puebla de los Pardos en el siglo XVII. Revista de Historia de la Universidad de Costa
Rica, No. 34. Editorial de la Universidad de Costa Rica, San José: 1996. Pág. 83.
16

parecer, desde 1629, o mucho antes a criterio de algunos estudiosos5, se habían


establecido en los alrededores de la ciudad muchos negros y mulatos liberados que
deambulaban por ella sin control de la iglesia ni las autoridades españolas, y es por ello
por lo que se quería reducir en un solo sitio a los negros, mulatos, mestizos bajos y
pardos6, pues por un lado constituían una fuente de mano de obra barata para la
ciudad, así como también, porque los señores, tendrían un grupo de hombres
susceptibles de ser enlistados en las Milicias negras, mulatas y pardas de la ciudad de
Cartago, sobre todo ante el peligro que significaban los piratas, los zambos misquitos y
los indios rebeldes, en esos tiempos, y por ultimo de esta forma serian segregados del
resto de la población de Cartago, los “blancos”, criollos y españoles, sus dueños, amos
y señores, en su mayoría con un gran afán de vetusta nobleza y la pretensión de ser
blancos, o sea de origen y sangre europea, (o sea sin rastros judaicos, gitanos o
moros) y obviamente cargados de prejuicios raciales.

Según cuenta la tradición el hallazgo de la imagen de piedra de la “Negrita”, la que


después seria conocida como “Virgen de los Ángeles” ocurre en 1635 o antes7, o sea
mientras las autoridades de la corona, (eclesiásticas y civiles), trataban de establecer
de forma definitiva el reducto…, muchos argumentan que este hecho de alguna forma
fue muy “conveniente” para dichas autoridades pues incidió en que los negros esclavos
y libertos, así como los demás afromestizos se asentaran en los cienagosos ejidos de
La Gotera, como ya dijimos la imagen muestra rasgos de mestizaje claramente
definidos en ella y negroides en el niño, pero la realidad, es que el reducto como tal ya
existía, de hecho aunque no a derecho, en el momento del hallazgo de la Virgen Parda,
(incluso, para algunos, desde de 16118), con una población que incluía principalmente
a negros libertos y afro mestizos e indios encomendados, aunque oficialmente fue

5
monseñor Thiel, en relación a un sermón de 1896, afirmaba que la aparición de la imagen de la Virgen,
aparentemente ocurrió con mucha anterioridad “…Pudiendo haber ocurrido antes del año de 1618”, dice él, lo que
obviamente establecería la presencia de pobladores negros en el área con mucha anterioridad a 1629, mientras que
Rina Cáceres, en La Puebla de los Pardos en el siglo XVII, ampliando la probable presencia de pobladores negros
y afromestizos en el lugar sugiere que fue probablemente después de 1611.

6
como consta en un documento de 1676, León Fernández Bonilla, 1881-1907, VIII:353-355. Citado por Carlos
Meléndez Chaverri y Quince Duncan en el libro El Negro en Costa Rica. Editorial Costa Rica: San José, 2005 (11a.
ed.). Pág. 50.
7
“…Pudiendo haber ocurrido antes del año de 1618”, monseñor Thiel, en un sermón pronunciado en 1896, afirmando
que dicha aparición aparentemente ocurrió con mucha anterioridad
8
Probablemente después de 1611, según sugiere Rina Cáceres, en La Puebla de los Pardos en el siglo XVII.
17

establecido en 1650, pues fue en diciembre de ese año en que llegó a Cartago, como
gobernador, don Juan Fernández de Salinas y La Cerda y fue precisamente él quien
dispuso, oficial y definitivamente, el asentamiento de la población negra, mulata y
parda, de la ciudad, en el paramo de La Gotera, que pasaría a llamarse poco después
la Puebla de los Pardos.
Desde principios de la colonia, la región al este de la ciudad de Cartago era conocida
como “la Gotera”, dado que esta era un área cienagosa, hasta donde solían
extenderse las aguas desbordadas por los ríos Seco y el Toyogres, además de algunos
afluentes, riachuelos, arroyos y quebradas, así como de muchas de las acequias y
zanjas provenientes de la ciudad, era un sitio con zonas densamente boscosas y
montañosas, así como grandes y suamposos charrales, por lo que durante más de un
siglo, esta zona no tuvo población organizada alguna, todo lo contrario, en esos
primeros años, los negros, mulatos, mestizos y zambos liberados que poblaban esta
área, se encontraban dispersos, viviendo en ranchos y ocupando los charrales, montes
y ciénagas de “la Gotera” , inclusive cuando se edificó la primera ermita de la Virgen de
los Ángeles y cuando se organiza a la Cofradía, estas gentes mantenían esta forma de
vivir, no querían de forma alguna poblar estos lugares construyendo rancheríos,
asentamientos o pueblos, para conformar los arrabales de la ciudad, pues esta forma
aislada de vivir en sus reducidas chácaras, esparcidos por esos montes, charrales y
bosques, fuera de todo control religioso y de la jurisdicción política y administrativa de
las autoridades españolas, de alguna manera les garantizaba una protección contra los
desmanes y abusos de los amos blancos de Cartago, especialmente los realizados en
contra de las negras y mulatas viudas o de las jóvenes y los muchachos huérfanos
nacidos de negros liberados, en estos territorios de la Gotera, para someterlos a la
servidumbre, el vasallaje y la esclavitud en las casas señoriales del Cartago colonial...,
razón demás para que la dispersión de esta población no cesara; así pues las
condiciones de vida de esa población eran precarias y pese a la cercanía a la ciudad
resultaba imposible para las autoridades lograr establecer definitivamente el reducto y
hacer que funcionara de la forma efectiva que se deseaba.
Así pues, so el pretexto, argumentado por el padre Balthazar de Grado, de que era
para darles la doctrina cristiana, fue de común acuerdo entre las autoridades reales y
18

religiosas en conjunto con los nobles y principales cabezas de familia, el que era mejor
concentrarlos en un reducto poblacional, o sea segregarlos en un ghetto, para tenerlos
cercanos pero separados de la población que se consideraba “blanca”, y después de
muchos intentos y varios años de esfuerzos para lograr concentrar a la población afro
en ese lugar, las autoridades eclesiásticas y laicas de Cartago, gracias a la intervención
del gobernador don Juan Fernández de Salinas y de la Cerda, lograron su objetivo,
quizás porque el lugar asignado para el ejido era más seco y sano que el resto de la
Gotera, o por el establecimiento de las Milicias de Negros, Mulatos y Pardos, lo que le
daba a los miembros de estas población marginal la posibilidad de un nuevo estatus en
la rígida jerarquía social de la colonia, así como por que con la conformación de la
Cofradía de la Virgen Parda, la interrelación con los pobladores blancos de la ciudad
parecía distenderse, en mucho gracias a las fiestas organizadas por la Cofradía con
motivo al hallazgo de la imagen 9, y porque dada la cercana vecindad del reducto con la
ciudad, se facilitaba el intercambio comercial y económico; …sin embargo, los abusos
que cometían los vecinos ‘blancos” y las autoridades en contra de los pardos (negros,
mulatos y afromestizos), especialmente, como señalamos anteriormente, en contra de
las afromestizas jóvenes, las viudas y los huérfanos a quienes se les obligaba a
trabajar en las casas de la elite “blanca” y la consecuente desconfianza y tensión que
con ello se creaba, no cesaron sino hasta mucho tiempo después.
Pero, como ya dijimos, gracias a la intervención de don Juan Fernández de Salinas y
de la Cerda, maestre de campo y caballero de la Orden de Calatrava y Adelantado de
Costa Rica, nombrado Gobernador y Capitán General de la provincia de Costa Rica por
cedula real del 27 de abril de 1650, fue que se dispuso, oficial y definitivamente, el
asentamiento de la población negra, mulata y parda, de la ciudad, en el paramo de La
Gotera, que pasaría a llamarse en adelante la Puebla de los Pardos.

La palabra “Pardos” originalmente hacía referencia a un color particular de la piel; pero


luego, se empleó como calificativo distintivo de la mezcla interracial de el negro con el
indio y el caucásico, igualando en un solo termino a los zambos, mulatos y los mestizos
o cholos. Pero Pardo siempre implicaba presencia de sangre africana, los mulatos el

9
que para muchos estudiosos fueron el origen de los llamados “turnos” las fiestas tradicionales de los
pueblos de Costa Rica
19

mestizaje con blancos o los zambos de sangre indígena y africana, además podía
incluir quienes tenían a la mezcla de las tres, africana, indígena y blanca. En Cartago,
principalmente se usó para designar a los hacinados en el reducto segregacional por
ello llamado la Puebla de los Pardos, esto incluía a los negros y mulatos liberados, a
los zambos e indios encomendados y a todas los demás taxones de afrodescendencia
establecidos por los españoles, que también eran agolpados ahí.

Por lo que podríamos decir que ante hallazgo de la Virgen Morena, la conveniencia de
las autoridades tanto de la corona como de la iglesia era previsible, pero también lo es
el sentido de identidad y apropiación que existió de parte de la comunidad afro, lo que
deviene en la afirmación y definición de la aparición de la imagen de la “Virgen negrita”,
como contestataria, o sea que con el simple acto de su aparición en el ghetto o reducto
de los Pardos denuncia, se opone y protesta ante la injusta situación vivida por un
grupo humano, así como, al mismo tiempo es sujeto aglutinante e identificador de
dicho grupo, que dentro de la estatificación social de nuestra Costa Rica colonial,
implicaba a los esclavos negros e indios “encomendados” y a demás individuos
descastados y afromestizos, condenados a vivir en el reducto.

Quizás eso mismo fue lo que llevó o por lo menos incidió, a que
años después, en 1680, ya asentado el culto a la Virgen Parda, se
prohibiera a los alcaldes que tomaran por fuerza, para el servicio
doméstico, a los mulatos de la Puebla de los Ángeles.

Pero aun, cien años después, el Obispo Morel de Santa Cruz, en


una importante descripción de la Provincia de Costa Rica en 1751,
escribe al respecto:
“El barrio de los Ángeles es de mulatos.
Por esta tacha los vecinos de Cartago lo han segregado de la
ciudad, poniéndole por lindero una Cruz de Caravaca.
De este modo despreciativo son tratados de los hombres, pero la Reina del Cielo, que
tanto se esmera en favorecer a los humildes, les ha hecho la honra de habitar entre
ellos, y que aquel barrio tenga su mismo apellido; quiero decir que en el propio barrio
hay una efigie de Nuestra Señora de los Ángeles, muy milagrosa.
20

Su estatura será de una cuarta de alto y se venera en una iglesia capaz y de la misma
fábrica que las cuatro de la ciudad.
Hallase muy alhajada y con algunas piezas interiores para los que continuamente
concurren de todas partes a impetrar las gracias y mercedes que aquella sagrada
imagen acostumbra comunicar a sus devotos.
Las casas de que se compone son ciento tres de paja y sin calles formales.
Uno de los mismo mulatos con título de Capitán Gobernador y subordinado al de
Cartago, corre con el mando y dirección de ellos.”
Y es que aunque en principio la Virgen, que es Parda, - mulata-mestiza-, fue asimilada
por el pueblo católico cartaginés como un milagro divino y sobrenatural, por lo que se le
considera una representación de la misma María, madre de Jesús, pero que por el
lugar de su aparición, lo tosco del material de su hechura y además que los rasgos que
esta imagen presentaba eran evidentemente los de las mulatas acholadas producto del
mestizaje negro, indígena y español, en el caso de la virgen y negro o mulato en el
caso del niño, por ende era de esperar se le considerara la protectora de la Puebla de
los Pardos y sus marginales habitantes; que se correspondía con ellos, no con las
damas y los señores de la señorial Cartago.
El nombre dado a la Virgen varió con el transcurrir del tiempo, pero en la mayoría de
los casos condicionado al asunto del color de piel que ella representaba.
Así pues, el primer nombre que se le asigna fue el de Virgen Morena, debido al color
natural de la piedra y en evidente relación al color de las gentes en el sitio en que
apareció o fue hallada por una mulata.
Después se le dio el nombre de la Virgen de los Pardos, por el hecho de haber
aparecido en el reducto o ghetto de los “pardos”, el sitio destinado por los señores a
los negros y afromestizos liberados, cholos e indios encomendados, en las afueras de
la ciudad.
Con el tiempo le empezaron a llamar “la Negra”, en referencia a la ascendencia negra
y esclava de los pardos, o sea los desclasados, excluidos y discriminados, para
finalmente llegar al mote con que todos la conocemos hasta el día de hoy el de “la
Negrita”.
21

Según cuenta la tradición ésta fue encontrada por 1635, pero la crónica de la época en
que se fundamenta la leyenda de esta Virgen, proviene de 1639, sorprende, por tanto,
el anonimato de la mulata vidente a quien se le manifiesta el portento, pero en
cierto modo podemos considerar que el punto de partida de esta omisión se encuentre
en el concepto segregacionista de la cultura imperante, que distinguía peyorativamente
entre la sociedad blanqueada y el universo de los “pardos”, por lo que el nombre de la
“parda” o mulata a través de quien se produjo el portento, devenía en algo totalmente
secundario y sin importancia, esto constituyó un amplio contraste con, por ejemplo, el
protagonismo del indio Juan Diego en el caso paralelo de la Virgen de Guadalupe del
altar mexicano.
Sin embargo, aquí en suelo costarricense, el asunto fue de mucho provecho para
quienes a través de la historia pretendieron, y pretenden aún hoy día, ocultar o
invisibilizar la verdadera naturaleza del origen afro de la Virgencita de los Ángeles,
permitiéndose incluso el sustituir a la afromestiza que hallo la imagen, por una indígena
o indoméstiza o chola blanca sin asomo alguno de afro-ascendencia, lo que al parecer
se les hace más aceptable, incluso existen también versiones del suceso donde la
población de la Puebla está compuesta exclusivamente por indígenas y
predominantemente indoméstizos o cholos blancos, los esclavos negros y afromestizos
ni se mencionan…y ni para qué hablar de las formas de vida idílicas que se les
asignan, así como las excelentes y fraternas relaciones interraciales con los señores,
españoles y criollos, que describen la mayoría de las versiones popularizadas por la
Iglesia y el Estado costarricense, sostenidas inclusive como realidades históricas en la
educación religiosa de primaria y secundaria de la educación general básica,
entiéndase aquí la negación y la invisibilización de la diversidad pluriétnica y
multicultural, la que mantiene en nosotros vigente, como individuos, pueblo y nación,
ese racismo estructural del que he hablado desde un principio de este ensayo.
Para muestra un botón, basta con ver algunos de los murales con que se recuerda el
hallazgo:
22

1-Antiguo Mural de la Cripta de la Aparición en la Basílica

2- Mural posterior en la misma Cripta de la Aparición en la Basílica


23

3- Mural actual de la Aparición en la Cripta de la Basílica, pintado por Vernon Graham

4- Vitral de la Aparición en la Basílica de los Ángeles


24

5- Mural de la Aparición en el parque España en San José

Volviendo a nuestra historia, fue mucho tiempo después, a inicios del siglo XX, cuando
el Obispo Monseñor Sanabria realiza una serie de investigaciones entre los
documentos históricos para dar con el nombre de dicha mulata, sobra decir que le
resultaron infructuosas y ante lo abrumador de tal hecho, así como ante la necesidad
ética, que él sentía, de humanizar y caracterizar al personaje, a ese sujeto histórico-
mitológico al que se le manifestara el portentoso hallazgo, y a la vista de que, según los
registros de la época, el nombre más usado por las mulatas de la Puebla de los Pardos
era el de Juana , y así mismo el apellido más usado era el de Pereira, Monseñor
Sanabria decidió entonces nombrar a la innominada como Juana Pereira y ese es el
origen del nombre con que la reconocemos hoy día.
Pero volviendo a nuestro asunto anterior, el hecho es que, según la crónica de 1639,
como resultado del milagro atestiguado por esa mestiza anónima, se establece el culto
de “Virgen Parda”, (en referencia a la Virgen por la mezcla de negro con indio y
español), que fue un culto de los “pardos”, ignorado por los “blancos” de Cartago.
Dice al respecto Ricardo Fernández Guardia (2006: 206):
25

“…al principio y durante largo tiempo después, la devoción a la imagen hallada por la
chola, fue solo de las clases bajas, de los indios y especialmente de los negros y
mulatos de la Puebla de los Ángeles que vivían separados de los blancos de Cartago,
sirviendo de lindero entre ambas poblaciones una cruz de Caravaca o de cuatros brazos.
Los españoles permanecieron fieles a la antigua y también milagrosa imagen de Nuestra
Señora de la Concepción, (-de rasgos Caucásicos o europeos-) que tenía su santuario en
el pueblo de Ujarrás, como se infiere de la circunstancia de haber acudido a ella y a no a la
de los Ángeles cuando la gran invasión de los piratas en 1666.”

El relato de Fernández Guardia no es solamente la memoria de la evolución de las


creencias sino la constancia de una sociedad segregada fuertemente, donde el “ghetto
de los excluidos” era una práctica ordinaria sustentada en motivaciones económicas,
étnicas, raciales, religiosas e ideológicas, así como en propósitos políticos de
dominación y control todos combinados.
Pero los hechos o los contextos habrían de cambiar y el interés económico se habría
de imponer a los prejuicios y otros intereses políticos e ideológicos, en 1653, el propio
gobernador don Juan Fernández de Salinas y La Cerda, que obviamente era un gran
estratega social, fundó la Cofradía de la Virgen, y ese mismo año fray Alonso Briceño,
obispo de Nicaragua y Costa Rica, aprobó las ordenanzas de esta Cofradía, erigiendo
canónicamente la institución, que habría de llegar a ser una de las más ricas en el
siglo XVIII, propietaria de haciendas y de un capital que prestaba al 6% de interés,
capital que se fundamento inicialmente en las capellanías heredadas por el mismo
Balthazar de Grado y un cacaotal en Matina donado por el mismo gobernador
Fernández de Salinas y La Cerda, así el culto a la Virgen de la Puebla de los Pardos
obviamente empezaba a ser rentable y un buen negocio tanto para religiosos como
para seculares…
Así pues, tres españoles, tres mestizos y tres mulatos, estos últimos generalmente
representados por miembros de las Milicias de Negros y Mestizos de Cartago10,

10
Milicias de este tipo existieron en toda la america española, BATALLÓN de MORENOS LIBRES de VERACRUZ -
1767, de PARDOS LIBRES de VERACRUZ 1767, de PARDOS de GUADALAJARA -1771, de PARDOS de PUEBLA -1777,
etc., Rina Cáceres los refiere en el punto 2 bajo el titulo de Milicias de Negros, Mulatos y Pardos en su libro La
Puebla de los Pardos en el siglo XVII.
26

también organizadas por el mismo gobernador Salinas y La Cerda, todos ellos


designados por el gobernador y las autoridades eclesiásticas, ellos serian los
encargados de organizar las festividades del 2 de agosto, que se extendían durante
quince días.
“Juegos de pólvora, toros, disfraces, faroles, cantos en la calle y fandangos se
celebraban en la plaza al costado norte del santuario de la Virgen.”11

Pero la sociedad de la entonces provincia española, era una sociedad colonial que
como ya se dijo intentaba establecer una economía de plantación en Matina, en el
litoral Caribe, basada en el cultivo del cacao, con mano de obra esclava, lo que
indicaba la existencia de un número importante de esclavos en manos de peninsulares
y criollos, una Costa Rica remota, escondida de la memoria, donde el comercio de
esclavos en la Plaza Mayor de Cartago era común, donde la reducción, segregación y
exclusión social como en el caso del ghetto de “la Puebla de los Pardos”, era una
práctica ordinaria sustentada en las aspiraciones económicas de la población “blanca”,
con motivaciones racistas y religiosas, así como también en propósitos políticos de
dominación y control, hecho comprobado en la proliferación de reductos de este tipo,
“Pueblas de Pardos”, en otras localidades de la provincia colonial como Esparza,
Heredia, Alajuela o la Villa de San José.

Obviamente que la cercanía de la Puebla de los Pardos a la ciudad de Cartago debió


haber producido sus resultados dentro del ámbito de las relaciones interraciales,
dejando su huella indeleble de origen mulato, negro y mestizo en la sangre de sus
pobladores por lo que la preocupación por el “blanqueamiento” genealógico conduciría
a un efecto real de disminución de los resabios del gen africano en la población, por lo
menos en lo que a los registros de la colonia respecta, pero que en términos prácticos
no cambio para nada el hecho de que era una sociedad segregada y de exclusión
social, fuertemente estratificada en términos raciales.

11
Mons. Sanabria, citado por Rina Cáceres en su libro La Puebla de los Pardos en el siglo XVII.
27

Virgen Parda Virgen de


Ujarrás
Así pues, dado que la imagen de la Virgen Parda era mayormente aceptada por la
población negra, indígena y mestiza, la cual mostraba mayor empatía con esta imagen
morena que con otras imágenes de la virgen, que eran de tez blanca y evidentes
rasgos españoles o europeos, como con el ejemplo ya dado de la imagen de la
Virgen de Ujarrás, llamada la “Chapetona”, en referencia al color sonrosado de las
mejillas, que por entonces era la patrona de la incipiente provincia de la corona, era de
esperarse que los amos blancos de nuestra colonial Cartago, sintieran el peligro
eminente que esa imagen contestataria de una Virgen negra podría implicar para una
sociedad fuertemente segregada, cuya estratificación social servía para sostener un
sistema económico basado en la explotación de indios y negros, estos últimos,
sobre todo, en calidad de esclavos, evidentemente era necesario e imperioso para las
autoridades eclesiásticas y políticas de la colonia reconducir a la “espontanea”
aparición a una condición de mansedumbre, aceptación y respeto al sistema imperante,
o sea el “blanqueamiento” de la Virgen Morena, la “Negrita” de los Pardos era
imperativo.
Y este fue el germen que redundaría, para la “Virgen de los Pardos”, en un proceso de
asimilación y blanqueamiento por parte de las autoridades eclesiásticas y civiles de la
provincia española, para arrancársela de las manos de los “pardos”, o sea a los
esclavos, afromestizos y demás considerados parias por la casta gobernante y así
llegar a convertirla en la Virgen Criolla que llegaría a ser fundamento de una
sociedad idílica e irreal de pequeños productores campesinos, todos iguales o
28

igualiticos según el hablar de su campesinado; labriegos sencillos, blancos, católicos y


de casta europea, sin grandes diferencias económicas y sociales entre ellos.
Y así como la segregación y la estratificación social estuvieron marcadas en la vieja
Cartago, física y territorialmente, por la existencia de un símbolo religioso denominado
La Cruz de Caravaca, ahora la Virgen “negrita” habría de devenir en el símbolo de la
idílica identidad de un ser costarricense que por entonces se empezaba a gestar.
Y esto sucedió precisamente con la institución de la celebración conocida como “la
Pasada”, en 1782, por medio del obispo D. Esteban Lorenzo de Tristán, so pretexto de
terminar con una serie de desmanes públicos y desavenencias, que entre las
eclesiásticas autoridades del lugar, los vecinos, -principalmente algunas “señoriales”
vecinas- y las autoridades políticas de la Cartago de entonces, se habían suscitado al
punto del zafarrancho, el descontento y la comidilla popular, bajo este solaz el obispo
decretó el traslado de la imagen de la Virgen a la parroquia de Santiago durante la
celebración de sus fiestas, además la nombro “Patrona” de la ciudad y para consolidar
su obra hizo que todo esto se votase con gran solemnidad el 18 de agosto en
presencia del Santísimo Sacramento, así sentado en su sitial en el altar mayor y
revestido de colorado pontifical, el obispo recibió los votos del clero regular y secular,
del gobernador, de los capitulares y vecinos principales.
De esta forma, en ese agosto de 1782, la “Virgen negra de los Pardos” le fue
despojada a su pueblo, a su gente, y una vez traspasada la emblemática, represiva y
segregacional Cruz de Caravaca comenzaría, para ella, el proceso de desculturización,
transculturización y asimilación, o sea el “blanqueamiento” necesario, conducente a un
efecto real de disminución de sus resabios del gen africano e indígena, que le
permitiera ir ganando status social y pertenencia comunitaria dentro de la colonial y
oligárquica sociedad de la muy noble y leal ciudad de Cartago...
En agosto de 1782, la Virgen Parda fue proclamada como la “Patrona” de Cartago y
los señores de la ciudad le dieron el título de Reina de Cartago, además como su
aparición o hallazgo se dio en agosto, fecha en que la Orden Franciscana venera a su
Patrona Santa María de Los Ángeles, se decide cambiarle de nuevo el nombre, esta
vez de forma oficial, por el de “Nuestra Señora de Los Ángeles”, un nombre, que
dicho sea de paso, es mucho más “blanco y cristiano”.
29

Y por supuesto sus fiestas, de esa fecha en adelante, habrían de celebrarse dentro de
los perímetros de la ciudad de Cartago12 y pasaron a llamarse “Fiestas Agostinas”, así
los beneficios de las mismas estarían correctamente distribuidos entre la iglesia y las
muy nobles familias de la ciudad.

Posteriormente, la ciudad empieza a expandirse hacia el oriente y la parte norte del


reducto, donde se encuentra localizada la Basílica y que coincide con el acceso
principal que va desde Cartago hacia Paraíso y Orosí, así como con el camino que
conducía hacia Oreamuno, el terreno fue debidamente drenado de sus ciénagas y
suampos, y se convierte en el barrio de los Ángeles, y muchas de las más importantes
familias de la ciudad adquieren propiedades ahí, sobre los pardos originales, en los
registros posteriores se hallan referencias de mestizos, esclavos, mulatos, mulatos
blancos y cuarterones de indio o negro, quienes paulatinamente se fueron mezclando
con el resto de la población, además de que muchos de los negros y mestizos
esclavos, zambos y otros fueron relegados a las plantaciones de cacao en Matina o a
las otras pueblas segregacionales que funcionaban en las demás localidades
importantes de la provincia colonial.

Y así, en menos de un siglo después de su aparición, su culto había desplazado al de


la Virgen Blanca de Nuestra Señora de Concepción, la Chapetona, venerada desde el
siglo XVII por españoles, criollos e indígenas en el pueblo de Ujarrás de Orosí.
Y así, el culto a la “Negrita”, ahora “Nuestra Señora de los Ángeles”, continuó, con
todo y las Fiestas Agostinas incluidas…. Al mediodía, las bombetas anunciaban la
fiesta.
Las mascaradas desfilaban por las principales calles de Cartago y las corridas de toros
eran las mejores del país en aquellas épocas…
Posteriormente a la institución de la Pasada, se fomentó la devoción Mariana, la cual
se manifestó, desde el primer momento, de diferentes maneras.
Las promesas eran variadas: caminatas, subir de rodillas al altar mayor de la iglesia, el
ofrecimiento de exvotos, las misas, novenas, la visita a la cripta donde sucedió el

12
Las últimas de estas Fiestas Agostinas se celebraban a principios de la segunda mitad del siglo XX en la Plaza de
la Soledad, donde hoy se encuentran los Tribunales de Justicia de Cartago.
30

hallazgo o llevar para sus casas agua milagrosa de la pilita, al pie de la piedra bendita
donde sucedió la aparición.
No existe una fecha precisa de cuándo las personas iniciaron la costumbre de hacer la
romería o peregrinación hacia Cartago para visitar a la Patrona, pero se presume que
la práctica se da desde la época colonial.
Con la introducción de la agricultura del café y la vida republicana nuevas
desigualdades aparecieron, otras desaparecieron; pero esto no nos distanció
formalmente del prejuicio racista derivado de la creencia en nuestra homogeneidad
étnica de origen caucásico, “español blanco casi puro y católico”…, según el hablar de
nuestras gentes de la meseta central y así sucesivamente a lo largo de nuestra historia
este prejuicio racista se fue reproduciendo con el paso del tiempo, como un fantasma o
una presencia permanente en la memoria colectiva, primero durante el proceso de la
construcción republicana original, después en el establecimiento de la nación liberal,
radicalizándose inclusive con la segunda oleada de afrodescendientes que arribo al
país con motivo de la construcción del ferrocarril al atlántico, las inversiones y el
enclave bananero en el Caribe de finales del Siglo XIX y comienzos del Siglo XX,
donde los afrocaribeños fueron asimilados, por las autoridades y la población de la
Costa Rica de esa época, como un mal necesario y transitorio debido a los
requerimientos de una mano de obra que soportara las inclemencias naturales del área
para los grandes intereses económicos y de desarrollo que se imponían en la nación de
entonces, por lo tanto vistos despreciativamente con recelo como extranjeros, de color,
lengua , tradiciones religiosas y costumbres ajenas al común de los costarricenses, los
de la Meseta Central obviamente.
Y reviviendo de algún modo la concepción segregacionista de la sociedad colonial, en
el hecho de que su presencia se hacía aceptable, para ese costarricense de la Meseta
Central, al considerar que estarían recluidos de Turrialba para allá, en un Caribe que
les resultaría cada vez más lejano y extraño.
Por último, lo veremos reflejado en la construcción de la Costa Rica desarmada y
comprometida con la justicia social, de la llamada Segunda República, que como reflejo
de su intención de blanqueamiento y asimilación de esta nueva población de
afrodescendientes costarricenses en la provincia de Limón, deja de llamar a su litoral
31

Caribe como tal y oficializa el nombre de “Costa Atlántica”, para de algún modo
distanciar a sus pobladores afrocaribeños, angloparlantes y mayoritariamente
protestantes, de su verdadero origen y acercarlos a la identidad de una Costa Rica que
como Estado o Nación se ha caracterizado por la idealización de una identidad basada
en la supuesta existencia de una sociedad de pequeños productores campesinos,
todos iguales; labriegos sencillos, como lo dice el mismísimo Himno Nacional, o sea,
sin grandes diferencias económicas y sociales entre ellos, todos católicos,
principalmente de origen “blancos”, de supuesta ascendencia centro europea es decir
de español y criollo de casta.
Volviendo al eje de nuestro asunto, en relación a la Virgen, quizás es por eso que se
dejó desaparecer una tradición interesante, aunque ahora pudiera parecer una tradición
ética y moralmente cuestionable, el hecho que antiguamente, y hasta más o menos
mediados del siglo XX, alrededor de los años sesenta, se realizaba durante la
festividad de “La Pasada”, esta consistía en que chiquillos y chiquillas se vestían o
“disfrazaban” de “Pardos trasmutados en Cholos” con trajes de yute o de manta e iban
adornados con argollas y pulseras de pan, o grandes rosquillas en sus cuellos,
pintadas sus caras, las manos, los brazos y las piernas con achiote o betún, para
oscurecer el color de su piel en una clara referencia a los esclavos negros, mulatos,
zambos y demás afromestizos, cholos e indios encomendados de la Puebla de los
Pardos.
Esta tradición nació, tal vez, porque en un principio, tras de permanecer un mes en la
parroquia de Santiago apóstol, durante la procesión del retorno, los pardos de la
Puebla vestidos con sus mejores galas, al ritmo de su música, y su usual algarabía,
iban en marcha tras los miembros de la Cofradía que cargaban la Virgen al santuario y
original hogar de la Señora, en su comunidad de La Puebla de los Pardos.
Y así con el correr de los años la práctica se hizo costumbre y los “Pardos”, o sea los
negros y demás afromestizos, acompañaban cumplidamente a La Negrita en el regreso
a su casa, al templo construido para ella en dicha Puebla, aunque el lugar ahora era
llamado la Puebla de los Ángeles, y esta procesión debió de estar revestida de todo un
colorido y un folklor propio de estas gentes.
32

Pasado el tiempo y con la asimilación y el blanqueamiento del área geográfica que


ocupaba la antigua Puebla, que en adelante seria llamada ‘Barrio los Ángeles’ o
simplemente “Los Ángeles”, y como ya vimos sus pobladores originales
desaparecerían asimilados, blanqueados o segregados a otras latitudes, pueblas,
arrabales y barriadas, y a falta de los ‘PARDOS’ verdaderos, se comenzó a traer
mestizos indígenas de Cot, uno de los poblados de origen indígena, situado al norte de
la ciudad de Cartago, en las faldas del Irazú, así que con vestidos chillones y rosquillas
de pan al cuello simulando los cepos de los esclavos, panes debajo del brazo o
cadenas formadas con las roscas de pan, etc., desfilaban estos cholos en sustitución
de los antiguos pardos, en la procesión de “La Pasada” de la Virgen de los Ángeles, por
lo que con el tiempo el apelativo “Cholos”13 se cimentó para las personas que
desfilaban en las procesiones de la pasada vestidos a la usanza de los Pardos o
“gentes de color”, como se les llamaba también, una cosa llevo a la otra y la
suplantación se convirtió atraves de la tradición en asimilación y de esta forma los
“Pardos” fueron sustituidos por los “Cholos”.
Para lo que cuenta en nuestra historia es que la suplantación se convirtió en fusión y
que el asunto de “los Cholos” se generalizó y con el tiempo la gentes empezaron a
llevar a desfilar en la procesión de “La Pasada”, a los niños y las niñas, sin importar su
ascendencia étnica, vestidos o “disfrazados de “Pardos”, transmutados en “Cholos”,
pintadas y oscurecidas sus pieles con achiote o betún, con plumajes sobre la testa y
vestidos de yute o manta, pero con la rosquilla de pan al cuello, semejando el cepo con
que se castigaba al esclavo, como penitencia para lograr algún favor o intercesión
divina, por parte de la Virgen, que se creía especialmente dispuesta hacia las “gentes
de color”, así mismo muchos ancianos, que participaban de la procesión, también se
disfrazaban de esclavos, de peregrinos o de penitentes de “Color” y se colgaban
pesadas cadenas, cuyo simbolismo era obvio.
Muchas de las muchachas que participaban de la procesión de “La Pasada”, pintaban
también su rostro con achiote, se colocaban grandes plumeros en sus cabezas y se
13
Cholo: Es un término usado en algunos países de América Latina como término de identidad nacional y que
generalmente indica el gentilicio de la población mestiza, de rasgos indígenas y blancos, generalmente visto
en América y quedando fuera del término los mulatos, los zambos y los descendientes asiáticos.
33

vestían con sencillas ropas hechas de yute o manta, en un burdo, estereotipado y


racista intento de simular a una indígena o una chola, transfigurada en “Parda”,
portaban, además, enormes metates, por lo general de madera de balsa o algún otro
material liviano pero simulando la piedra, a manera de penitencia y como símbolo de la
condición social de servidumbre de la chola, india o mulata a la que trataba de
representar.
En lo personal, a mí me gustaría poder creer que, tal vez, estas manifestaciones fueran
un último vestigio en el inconsciente colectivo de los costarricenses, que evocaba a los
habitantes de la Puebla de los Pardos, su injusta situación, la explotación y el martirio
sufrido por su condición en la estratificación de una sociedad esclavista,
segregacionista y por ende racista, motivo principal de la aparición de esta Virgen, la
“Negrita” de los Pardos.
En fin, como lo dije al principio de este ensayo lo repito ahora en un llamado común a la
acción al Estado y las autoridades costarricenses, a la iglesia Católica y al pueblo de
Costa Rica: es hora del reconocimiento real, no del solaz que deviene en persistencia
de lo que se dice reconocer, pues el persistir en ese ocultamiento e invisibilización de
la raíz africana de la “Negrita”, nuestra “Virgen de los Pardos”, y el contexto social e
histórico en el que se desarrollaron los hechos, en el caso de su hallazgo o aparición,
incide en la negación de nuestra naturaleza pluricultural como estado, país o nación,
así como en negarle a los afrodescendientes el derecho al reconocimiento de su
legado, luchas y aportes desde los orígenes de la historia de esta Patria que nos es
común a los descendientes, mestizos, mezclados y cruzados del indio, el negro y el
europeo de tez más o menos clara, para parafrasear al gran Alejo Carpentier.

Prof. Fabricio Monge


28/ 05/ 2014
engacam@yahoo.es
34

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