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Portada: fotocomposición elaborada sobre la base de fotografías de Manuel de Jesús Benavides. Carlos
Oreamuno y otros
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Presentación:
La Virgen de los Ángeles, el racismo y la desigualdad étnica en Costa Rica, es un
ensayo periodístico que se gesta a partir de una serie de investigaciones históricas que
realizara a allá por el 2007, con el objetivo de darle un fundamento histórico a algunos
cuentos en narrativa corta sobre las historias olvidadas de mi Cartago natal, que me
encontraba escribiendo en esa época.
Algunos años después, una vez concluido el trabajo propuesto, me dedique a clasificar
el remanente de la información recabada, interesándome de sobremanera el asunto de
la esclavitud en la colonia, pues me impresionaba que la magnitud del hecho hubiera
podido pasar desapercibida a la que consideraba mi muy acuciosa mirada; claro que
como la mayoría de los costarricenses me crie y forme creyendo en que la presencia
de la afrodescendencia, en nuestro país, incidía en nuestra historia a partir de la
construcción del ferrocarril al atlántico.
Después de haber leído las crónicas coloniales narradas por Tatiana Lobo en su libro
“Entre Dios y el Diablo”, empecé a buscar similitudes y coincidencias con otros
autores, historiadores e investigadores que hubieran escudriñado los registros crónicas
y otros documentos de la época, y así me encontré con el trabajo de eruditos como
Rina Cáceres, Carlos Meléndez, Quince Duncan, Carlos Sojo, Mauricio Meléndez el
mismo Monseñor Sanabria y muchos otros, he de decir que aunque los hechos
abordados eran los mismos y de las mismas fuentes, la lectura no era siempre
coincidente en todos ellos, así como lo refiere Carmela Velázquez Bonilla en relación a
la obra del Pbro. Manuel Benavides y los desacuerdos de este con monseñor Sanabria,
por lo que el mismo Benavides, propone incluso un debate sobre las aseveraciones de
Sanabria en sus obras sobre la Virgen de los Ángeles, así también sucede entre
muchos de los otros autores que abordan este tema, la lectura de los mismos hechos
históricos difiere entre ellos, yo sin embargo he de decir que no soy historiador, ni
sociólogo, antropólogo u otro científico social, soy un profesional en el campo de las
artes, o sea un artista, y aunque el rigor en la investigación me obliga a buscar la
máxima exactitud posible de los hechos estudiados, como con cualquier otro
profesional, -historiadores incluidos-, tengo un poco mas de libertad en cuanto a el
tratamiento que le dé a estos, parafraseando al doctor Rodrigo Díaz Cruz cuando dice
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que a través de una lectura argumentada se iluminan rutas de investigación que antes
nos eran desconocidas, se nos insinúan otras sugerentemente y algunas otras nos es
permitido inventarlas, o más propiamente dicho: reinventarlas e incluso recrearlas, diría
yo.… tal vez por eso me he permitido un poco el establecer los hechos argumentados
en este ensayo, de forma muy libre, dentro de esa “Memoria Argumentada”, de la que
nos habla el doctor Díaz Cruz..
Así pues, desde la “Documenta Histórica Beate Marie Virginis Angelorum, reipublicae
de Costa Rica Principalis Patronae” y la “Historia de Nuestra Señora de los Ángeles”
de Monseñor Sanabria, pasando por “Los Negros y la Virgen de los Ángeles” del Pbro.
Benavides, hasta “La Puebla de los Pardos en el siglo XVII”, de Rina Cáceres y
“Nuestra Señora de los Ángeles, madre de nuestra cultura” de Alfonso Chase Brenes,
pasando por el trabajo de todos los demás ya citados y otros mas, cuyas fuentes
primarias profundizan en los archivos y registros nacionales e internacionales como el
Archivo Nacional de Costa Rica, los antiguos Archivos de la Curia hoy Archivo
Histórico Arquidiocesano Bernardo Augusto Thiel, el Archivo Histórico de Protocolos de
Madrid o el Archivo General de Indias en Sevilla, amén de las fuentes secundarias
consultadas por todos y cada uno de ellos, y que a mí me han servido como el
maravilloso hilo conductor de Ariadna a través del laberinto de la historia hasta el punto
de conversión en el asunto de la aparición o el hallazgo de la imagen de piedra de la
Virgen Parda y el contexto que la genero, lo que en su desarrollo llega a entroncar,
como fundamento esencial, en la génesis simbiótica y sincrética, en relación a su
carácter de fusión y asimilación, a partir de la cual se estructuraría la identidad del ser
costarricense.
Obviamente, de los hechos que le anteceden, que le circunscriben y los que se
desarrollaron después de su hallazgo o manifestación, se desprende que, la Virgen de
los Ángeles, además de haber llegado a ser el principal y más emblemático ícono
religioso costarricense, se convirtió en uno de los más importantes, sino en el más
importante, de los puntos angulares para la comprensión contextual del origen
multiétnico y pluricultural del ser costarricense, porque, en la “Negrita”, desde el inicio
mismo de su génesis, ese carácter multiétnico y pluricultural, forma parte de su propia
naturaleza, es el principio de su razón de ser y el fundamento de su manifestación, y es
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lo que habría de mantenerse constante atraves del tiempo, a medida que la historia
evolucionaba, pese a los intentos de los intereses económicos, políticos e ideológicos
que han ostentado el poder a través de la historia, para desvirtuar, distorsionar o
invisibilizar esa su naturaleza originaria de negra, mulata y mestiza.
Sin importar cual fuera el paradigma o los puntos de vista desde los que se asumiese
la interpretación de los hechos históricos de los que estoy hablando y que
circunscriben, desde su manifestación primigenia a la innegable materialidad de la
pétrea imagen de la Virgen de los Ángeles y su culto en Costa Rica; si somos
honestos, hemos de convergir en que tenemos una deuda histórica con esa africanidad
esclava de nuestra época colonial, dentro de la que se manifestó el portento de su
hallazgo o aparición, y que la forma de solventar esa deuda histórica es hacer un
efectivo reconocimiento de su legado, luchas y aportes desde los orígenes de nuestra
historia, y esto incluye inevitablemente a la Virgen Negra de los Ángeles, hacer esto es
empezar a retribuir de la forma correcta, lo que además incide en el reconocimiento
real y efectivo de esa nuestra naturaleza multiétnica y pluricultural de la que tanto nos
hemos dado en hablar.
Prof. R. Fabricio Monge
Es una imagen de una mujer de color oscuro, pero no definido, de una sola pieza de
una cuarta de altura (de 20 a 25 centímetros) y toscamente labrada, a la usanza de las
tallas en jade de nuestras ancestrales culturas indígenas, en una piedra negruzca,
granito negro según Fernández Guardia, como azulada o verdosa para otros y al decir
de muchos, su color cambia según la luz del día.
“(…) En los arrabales Vivian los trabajadores y los esclavos con sus pobres familias,
en el oriente de Cartago, a cuyo centro no podían llegar sin permiso, aquí, en esta
misma tierra que ahora señorea la Basílica (-de la Virgen de los Ángeles-), estaban las
chozas de los indios, de los cholos, de los zambos, de los negros y de los mulatos.
Este barrio miserable de entonces era la Puebla de los Pardos.
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Las fotografías utilizadas son de Gloria Calderón y corresponden al libro publicado junto al periodista
Glen Gómez con ocasión a los 375 años de la aparición de Nuestra Señora de los Ángeles
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En las pobres carnes de los pardos el hierro candente dejaba la marca de la propiedad.
La gente esclava vivía en la más ruin pobreza, en la inenarrable miseria. Y por aquellos
años, peor que nunca el orgullo y la crueldad de los señores, parecía haberse
exacerbado. Por nonadas caían sobre la espalda de los esclavos a latigazos. Trabajo
forzado para ellos labrar la tierra, cuyos frutos eran fiesta en la mesa del amo. Hambre
y frio maltrataban a sus pobres hijos en las chozas de mal ajustados palos, techadas de
hojas; su triste sino era el del servidor sumiso y silencioso. No había para ellos otra luz
que la que en su espíritu encendían la esperanza de una muerte liberadora y la de la
religión que les hacia presentir jardines de aurora eterna mas allá de los lindes de la
vida.
(…) No en la ciudad de los señores apareció la Virgen. (…) fue encontrada en la tierra
maldita, en medio de los esclavos, de los miserables y desvalidos.(…) Fue encontrada
por una mulata sobre una piedra dura de la Puebla de los Pardos. Y su encuentro fue
como un grito de redención para los azotados; como una gran vos de justicia.”
Joaquín Vargas Coto, La Nación 1/08/1957
Como sea esta industria basada en el cacao revestía una gran importancia para la
colonia.
Pero, resulto que los indomables indígenas de la zona se negaban a ser sometidos al
servicio esclavizante del trabajo en dichas haciendas, e inclusive los intentos de los
curas recoletos por establecer reductos indígenas para asegurarse la mano de obra
indígena en las haciendas cacaoteras, termino en levantamientos tan serios como el
encabezado por PaBru PresBerí y el Usekar Kapa PeDre Kong Sa –Ara, que
conformó la revuelta indígena más importante de la historia colonial de Costa Rica en
1709, por lo que los hacendados de Cartago, se vieron obligados a invertir grandes
sumas de dinero en la adquisición de mano de obra esclava (africanos y afromestizos),
para cubrir esa necesidad en las plantaciones de cacao en Matina, lo cual beneficio
también a las señoras de la elite colonial cartaginesa que vieron a su vez aumentado el
número de sus esclavos y esclavas de servicio.
Los negros esclavos, eran tratados como mercancía, es decir
se compraban y vendían, los precios variaban de acuerdo con
el sexo, fortaleza, salud y edad, etc.
Y una vez adquiridos, pasaban a ser patrimonio de su amo,
quien disponía de su destino y de su vida, o sea eran objetos
que tenían un valor en dinero y pertenecían a alguien y los
alimentaban para utilizarlos en faenas y servicios que el amo
creyera convenientes.
Y si este quería deshacerse de un esclavo, lo ofrecía en el
mercado de trata de esclavos2, poniendo un sobreprecio, para
recuperar su inversión y sacar algún beneficio, pero los
esclavos no eran simplemente intercambiados o vendidos en
las subastas, también fueron distribuidos entre la élite, la
nobleza y los criollos ricos, a través de dotes, voluntades y
testamentos.
La posesión de gran cantidad de esclavos era motivo de admiración entre la nobleza y
el populacho criollo.
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En Cartago funcionaba en la Plaza Mayor de la ciudad.
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Como ya se mencionó, los primeros negros fueron esclavos, pero al pasar el tiempo
encontramos una serie de nombres que recibían por su condición de mestizaje y
ocupación, además de negros libertos, por lo que ahora hemos de hablar su condición
de libres.
Los libertos son figuras existentes en todas las sociedades esclavistas.
Un liberto es persona libre que anteriormente fue esclava, o sea un esclavo al que de
algún modo le ha sido concedida la libertad.
Durante la colonia los libertos eran negros habían adquirido o comprado su libertad y
existían solo tres posibilidades, (dos legales y una ilegal), para que esto sucediera.
En el primer caso: la libertad les era concedida por gracia o sea la voluntad de su
amo, en nuestro caso, no solo en Cartago, sino en toda la provincia colonial de Costa
Rica, esto sucedía en cualquiera de las siguientes circunstancias:
-Cuando un esclavo(a) se volvía viejo(a) y achacoso(a) y su manutención implicaba
una carga para sus amos.
-Cuando un esclavo(a) sufría un accidente laboral o no que lo dejaba gravemente
enfermo o incapacitado y su manutención implicaba una carga para sus amos.
-Cuando una cría de esclavo(a) nacía con algún defecto, incapacidad o retardo y su
manutención implicaba una carga para sus amos.
-Cuando un esclavo(a) era hijo o descendiente de sus amos y estos no querían un
destino de esclavitud para él o ella.
-Cuando el amo(a) en gratitud o gracia testaba la libertad del esclavo(a) en cuestión, o
a su defecto en su lecho de muerte expresaba su voluntad de liberar a determinado
esclavo(a).
El segundo: ellos mismos compraban su libertad a través del ahorro, que conseguían
cuando sus amos los alquilaban ya fuera para trabajos agrícolas o en profesiones
artesanales que el esclavo dominara o en el ámbito del servicio doméstico, el negro
obtenía un porcentaje para su alimentación y manutención, de allí ahorraba para auto-
comprarse3. En algunos lugares como el Perú eran llamados horros (de ahorro).
3
Debemos de recordar que los esclavos, además de trabajar para sus amos, podían ser entregados como garantía
o alquilados a otras personas.
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4
Cáceres Gómez, Rina. La Puebla de los Pardos en el siglo XVII. Revista de Historia de la Universidad de Costa
Rica, No. 34. Editorial de la Universidad de Costa Rica, San José: 1996. Pág. 83.
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5
monseñor Thiel, en relación a un sermón de 1896, afirmaba que la aparición de la imagen de la Virgen,
aparentemente ocurrió con mucha anterioridad “…Pudiendo haber ocurrido antes del año de 1618”, dice él, lo que
obviamente establecería la presencia de pobladores negros en el área con mucha anterioridad a 1629, mientras que
Rina Cáceres, en La Puebla de los Pardos en el siglo XVII, ampliando la probable presencia de pobladores negros
y afromestizos en el lugar sugiere que fue probablemente después de 1611.
6
como consta en un documento de 1676, León Fernández Bonilla, 1881-1907, VIII:353-355. Citado por Carlos
Meléndez Chaverri y Quince Duncan en el libro El Negro en Costa Rica. Editorial Costa Rica: San José, 2005 (11a.
ed.). Pág. 50.
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“…Pudiendo haber ocurrido antes del año de 1618”, monseñor Thiel, en un sermón pronunciado en 1896, afirmando
que dicha aparición aparentemente ocurrió con mucha anterioridad
8
Probablemente después de 1611, según sugiere Rina Cáceres, en La Puebla de los Pardos en el siglo XVII.
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establecido en 1650, pues fue en diciembre de ese año en que llegó a Cartago, como
gobernador, don Juan Fernández de Salinas y La Cerda y fue precisamente él quien
dispuso, oficial y definitivamente, el asentamiento de la población negra, mulata y
parda, de la ciudad, en el paramo de La Gotera, que pasaría a llamarse poco después
la Puebla de los Pardos.
Desde principios de la colonia, la región al este de la ciudad de Cartago era conocida
como “la Gotera”, dado que esta era un área cienagosa, hasta donde solían
extenderse las aguas desbordadas por los ríos Seco y el Toyogres, además de algunos
afluentes, riachuelos, arroyos y quebradas, así como de muchas de las acequias y
zanjas provenientes de la ciudad, era un sitio con zonas densamente boscosas y
montañosas, así como grandes y suamposos charrales, por lo que durante más de un
siglo, esta zona no tuvo población organizada alguna, todo lo contrario, en esos
primeros años, los negros, mulatos, mestizos y zambos liberados que poblaban esta
área, se encontraban dispersos, viviendo en ranchos y ocupando los charrales, montes
y ciénagas de “la Gotera” , inclusive cuando se edificó la primera ermita de la Virgen de
los Ángeles y cuando se organiza a la Cofradía, estas gentes mantenían esta forma de
vivir, no querían de forma alguna poblar estos lugares construyendo rancheríos,
asentamientos o pueblos, para conformar los arrabales de la ciudad, pues esta forma
aislada de vivir en sus reducidas chácaras, esparcidos por esos montes, charrales y
bosques, fuera de todo control religioso y de la jurisdicción política y administrativa de
las autoridades españolas, de alguna manera les garantizaba una protección contra los
desmanes y abusos de los amos blancos de Cartago, especialmente los realizados en
contra de las negras y mulatas viudas o de las jóvenes y los muchachos huérfanos
nacidos de negros liberados, en estos territorios de la Gotera, para someterlos a la
servidumbre, el vasallaje y la esclavitud en las casas señoriales del Cartago colonial...,
razón demás para que la dispersión de esta población no cesara; así pues las
condiciones de vida de esa población eran precarias y pese a la cercanía a la ciudad
resultaba imposible para las autoridades lograr establecer definitivamente el reducto y
hacer que funcionara de la forma efectiva que se deseaba.
Así pues, so el pretexto, argumentado por el padre Balthazar de Grado, de que era
para darles la doctrina cristiana, fue de común acuerdo entre las autoridades reales y
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religiosas en conjunto con los nobles y principales cabezas de familia, el que era mejor
concentrarlos en un reducto poblacional, o sea segregarlos en un ghetto, para tenerlos
cercanos pero separados de la población que se consideraba “blanca”, y después de
muchos intentos y varios años de esfuerzos para lograr concentrar a la población afro
en ese lugar, las autoridades eclesiásticas y laicas de Cartago, gracias a la intervención
del gobernador don Juan Fernández de Salinas y de la Cerda, lograron su objetivo,
quizás porque el lugar asignado para el ejido era más seco y sano que el resto de la
Gotera, o por el establecimiento de las Milicias de Negros, Mulatos y Pardos, lo que le
daba a los miembros de estas población marginal la posibilidad de un nuevo estatus en
la rígida jerarquía social de la colonia, así como por que con la conformación de la
Cofradía de la Virgen Parda, la interrelación con los pobladores blancos de la ciudad
parecía distenderse, en mucho gracias a las fiestas organizadas por la Cofradía con
motivo al hallazgo de la imagen 9, y porque dada la cercana vecindad del reducto con la
ciudad, se facilitaba el intercambio comercial y económico; …sin embargo, los abusos
que cometían los vecinos ‘blancos” y las autoridades en contra de los pardos (negros,
mulatos y afromestizos), especialmente, como señalamos anteriormente, en contra de
las afromestizas jóvenes, las viudas y los huérfanos a quienes se les obligaba a
trabajar en las casas de la elite “blanca” y la consecuente desconfianza y tensión que
con ello se creaba, no cesaron sino hasta mucho tiempo después.
Pero, como ya dijimos, gracias a la intervención de don Juan Fernández de Salinas y
de la Cerda, maestre de campo y caballero de la Orden de Calatrava y Adelantado de
Costa Rica, nombrado Gobernador y Capitán General de la provincia de Costa Rica por
cedula real del 27 de abril de 1650, fue que se dispuso, oficial y definitivamente, el
asentamiento de la población negra, mulata y parda, de la ciudad, en el paramo de La
Gotera, que pasaría a llamarse en adelante la Puebla de los Pardos.
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que para muchos estudiosos fueron el origen de los llamados “turnos” las fiestas tradicionales de los
pueblos de Costa Rica
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mestizaje con blancos o los zambos de sangre indígena y africana, además podía
incluir quienes tenían a la mezcla de las tres, africana, indígena y blanca. En Cartago,
principalmente se usó para designar a los hacinados en el reducto segregacional por
ello llamado la Puebla de los Pardos, esto incluía a los negros y mulatos liberados, a
los zambos e indios encomendados y a todas los demás taxones de afrodescendencia
establecidos por los españoles, que también eran agolpados ahí.
Por lo que podríamos decir que ante hallazgo de la Virgen Morena, la conveniencia de
las autoridades tanto de la corona como de la iglesia era previsible, pero también lo es
el sentido de identidad y apropiación que existió de parte de la comunidad afro, lo que
deviene en la afirmación y definición de la aparición de la imagen de la “Virgen negrita”,
como contestataria, o sea que con el simple acto de su aparición en el ghetto o reducto
de los Pardos denuncia, se opone y protesta ante la injusta situación vivida por un
grupo humano, así como, al mismo tiempo es sujeto aglutinante e identificador de
dicho grupo, que dentro de la estatificación social de nuestra Costa Rica colonial,
implicaba a los esclavos negros e indios “encomendados” y a demás individuos
descastados y afromestizos, condenados a vivir en el reducto.
Quizás eso mismo fue lo que llevó o por lo menos incidió, a que
años después, en 1680, ya asentado el culto a la Virgen Parda, se
prohibiera a los alcaldes que tomaran por fuerza, para el servicio
doméstico, a los mulatos de la Puebla de los Ángeles.
Su estatura será de una cuarta de alto y se venera en una iglesia capaz y de la misma
fábrica que las cuatro de la ciudad.
Hallase muy alhajada y con algunas piezas interiores para los que continuamente
concurren de todas partes a impetrar las gracias y mercedes que aquella sagrada
imagen acostumbra comunicar a sus devotos.
Las casas de que se compone son ciento tres de paja y sin calles formales.
Uno de los mismo mulatos con título de Capitán Gobernador y subordinado al de
Cartago, corre con el mando y dirección de ellos.”
Y es que aunque en principio la Virgen, que es Parda, - mulata-mestiza-, fue asimilada
por el pueblo católico cartaginés como un milagro divino y sobrenatural, por lo que se le
considera una representación de la misma María, madre de Jesús, pero que por el
lugar de su aparición, lo tosco del material de su hechura y además que los rasgos que
esta imagen presentaba eran evidentemente los de las mulatas acholadas producto del
mestizaje negro, indígena y español, en el caso de la virgen y negro o mulato en el
caso del niño, por ende era de esperar se le considerara la protectora de la Puebla de
los Pardos y sus marginales habitantes; que se correspondía con ellos, no con las
damas y los señores de la señorial Cartago.
El nombre dado a la Virgen varió con el transcurrir del tiempo, pero en la mayoría de
los casos condicionado al asunto del color de piel que ella representaba.
Así pues, el primer nombre que se le asigna fue el de Virgen Morena, debido al color
natural de la piedra y en evidente relación al color de las gentes en el sitio en que
apareció o fue hallada por una mulata.
Después se le dio el nombre de la Virgen de los Pardos, por el hecho de haber
aparecido en el reducto o ghetto de los “pardos”, el sitio destinado por los señores a
los negros y afromestizos liberados, cholos e indios encomendados, en las afueras de
la ciudad.
Con el tiempo le empezaron a llamar “la Negra”, en referencia a la ascendencia negra
y esclava de los pardos, o sea los desclasados, excluidos y discriminados, para
finalmente llegar al mote con que todos la conocemos hasta el día de hoy el de “la
Negrita”.
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Según cuenta la tradición ésta fue encontrada por 1635, pero la crónica de la época en
que se fundamenta la leyenda de esta Virgen, proviene de 1639, sorprende, por tanto,
el anonimato de la mulata vidente a quien se le manifiesta el portento, pero en
cierto modo podemos considerar que el punto de partida de esta omisión se encuentre
en el concepto segregacionista de la cultura imperante, que distinguía peyorativamente
entre la sociedad blanqueada y el universo de los “pardos”, por lo que el nombre de la
“parda” o mulata a través de quien se produjo el portento, devenía en algo totalmente
secundario y sin importancia, esto constituyó un amplio contraste con, por ejemplo, el
protagonismo del indio Juan Diego en el caso paralelo de la Virgen de Guadalupe del
altar mexicano.
Sin embargo, aquí en suelo costarricense, el asunto fue de mucho provecho para
quienes a través de la historia pretendieron, y pretenden aún hoy día, ocultar o
invisibilizar la verdadera naturaleza del origen afro de la Virgencita de los Ángeles,
permitiéndose incluso el sustituir a la afromestiza que hallo la imagen, por una indígena
o indoméstiza o chola blanca sin asomo alguno de afro-ascendencia, lo que al parecer
se les hace más aceptable, incluso existen también versiones del suceso donde la
población de la Puebla está compuesta exclusivamente por indígenas y
predominantemente indoméstizos o cholos blancos, los esclavos negros y afromestizos
ni se mencionan…y ni para qué hablar de las formas de vida idílicas que se les
asignan, así como las excelentes y fraternas relaciones interraciales con los señores,
españoles y criollos, que describen la mayoría de las versiones popularizadas por la
Iglesia y el Estado costarricense, sostenidas inclusive como realidades históricas en la
educación religiosa de primaria y secundaria de la educación general básica,
entiéndase aquí la negación y la invisibilización de la diversidad pluriétnica y
multicultural, la que mantiene en nosotros vigente, como individuos, pueblo y nación,
ese racismo estructural del que he hablado desde un principio de este ensayo.
Para muestra un botón, basta con ver algunos de los murales con que se recuerda el
hallazgo:
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Volviendo a nuestra historia, fue mucho tiempo después, a inicios del siglo XX, cuando
el Obispo Monseñor Sanabria realiza una serie de investigaciones entre los
documentos históricos para dar con el nombre de dicha mulata, sobra decir que le
resultaron infructuosas y ante lo abrumador de tal hecho, así como ante la necesidad
ética, que él sentía, de humanizar y caracterizar al personaje, a ese sujeto histórico-
mitológico al que se le manifestara el portentoso hallazgo, y a la vista de que, según los
registros de la época, el nombre más usado por las mulatas de la Puebla de los Pardos
era el de Juana , y así mismo el apellido más usado era el de Pereira, Monseñor
Sanabria decidió entonces nombrar a la innominada como Juana Pereira y ese es el
origen del nombre con que la reconocemos hoy día.
Pero volviendo a nuestro asunto anterior, el hecho es que, según la crónica de 1639,
como resultado del milagro atestiguado por esa mestiza anónima, se establece el culto
de “Virgen Parda”, (en referencia a la Virgen por la mezcla de negro con indio y
español), que fue un culto de los “pardos”, ignorado por los “blancos” de Cartago.
Dice al respecto Ricardo Fernández Guardia (2006: 206):
25
“…al principio y durante largo tiempo después, la devoción a la imagen hallada por la
chola, fue solo de las clases bajas, de los indios y especialmente de los negros y
mulatos de la Puebla de los Ángeles que vivían separados de los blancos de Cartago,
sirviendo de lindero entre ambas poblaciones una cruz de Caravaca o de cuatros brazos.
Los españoles permanecieron fieles a la antigua y también milagrosa imagen de Nuestra
Señora de la Concepción, (-de rasgos Caucásicos o europeos-) que tenía su santuario en
el pueblo de Ujarrás, como se infiere de la circunstancia de haber acudido a ella y a no a la
de los Ángeles cuando la gran invasión de los piratas en 1666.”
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Milicias de este tipo existieron en toda la america española, BATALLÓN de MORENOS LIBRES de VERACRUZ -
1767, de PARDOS LIBRES de VERACRUZ 1767, de PARDOS de GUADALAJARA -1771, de PARDOS de PUEBLA -1777,
etc., Rina Cáceres los refiere en el punto 2 bajo el titulo de Milicias de Negros, Mulatos y Pardos en su libro La
Puebla de los Pardos en el siglo XVII.
26
Pero la sociedad de la entonces provincia española, era una sociedad colonial que
como ya se dijo intentaba establecer una economía de plantación en Matina, en el
litoral Caribe, basada en el cultivo del cacao, con mano de obra esclava, lo que
indicaba la existencia de un número importante de esclavos en manos de peninsulares
y criollos, una Costa Rica remota, escondida de la memoria, donde el comercio de
esclavos en la Plaza Mayor de Cartago era común, donde la reducción, segregación y
exclusión social como en el caso del ghetto de “la Puebla de los Pardos”, era una
práctica ordinaria sustentada en las aspiraciones económicas de la población “blanca”,
con motivaciones racistas y religiosas, así como también en propósitos políticos de
dominación y control, hecho comprobado en la proliferación de reductos de este tipo,
“Pueblas de Pardos”, en otras localidades de la provincia colonial como Esparza,
Heredia, Alajuela o la Villa de San José.
11
Mons. Sanabria, citado por Rina Cáceres en su libro La Puebla de los Pardos en el siglo XVII.
27
Y por supuesto sus fiestas, de esa fecha en adelante, habrían de celebrarse dentro de
los perímetros de la ciudad de Cartago12 y pasaron a llamarse “Fiestas Agostinas”, así
los beneficios de las mismas estarían correctamente distribuidos entre la iglesia y las
muy nobles familias de la ciudad.
12
Las últimas de estas Fiestas Agostinas se celebraban a principios de la segunda mitad del siglo XX en la Plaza de
la Soledad, donde hoy se encuentran los Tribunales de Justicia de Cartago.
30
hallazgo o llevar para sus casas agua milagrosa de la pilita, al pie de la piedra bendita
donde sucedió la aparición.
No existe una fecha precisa de cuándo las personas iniciaron la costumbre de hacer la
romería o peregrinación hacia Cartago para visitar a la Patrona, pero se presume que
la práctica se da desde la época colonial.
Con la introducción de la agricultura del café y la vida republicana nuevas
desigualdades aparecieron, otras desaparecieron; pero esto no nos distanció
formalmente del prejuicio racista derivado de la creencia en nuestra homogeneidad
étnica de origen caucásico, “español blanco casi puro y católico”…, según el hablar de
nuestras gentes de la meseta central y así sucesivamente a lo largo de nuestra historia
este prejuicio racista se fue reproduciendo con el paso del tiempo, como un fantasma o
una presencia permanente en la memoria colectiva, primero durante el proceso de la
construcción republicana original, después en el establecimiento de la nación liberal,
radicalizándose inclusive con la segunda oleada de afrodescendientes que arribo al
país con motivo de la construcción del ferrocarril al atlántico, las inversiones y el
enclave bananero en el Caribe de finales del Siglo XIX y comienzos del Siglo XX,
donde los afrocaribeños fueron asimilados, por las autoridades y la población de la
Costa Rica de esa época, como un mal necesario y transitorio debido a los
requerimientos de una mano de obra que soportara las inclemencias naturales del área
para los grandes intereses económicos y de desarrollo que se imponían en la nación de
entonces, por lo tanto vistos despreciativamente con recelo como extranjeros, de color,
lengua , tradiciones religiosas y costumbres ajenas al común de los costarricenses, los
de la Meseta Central obviamente.
Y reviviendo de algún modo la concepción segregacionista de la sociedad colonial, en
el hecho de que su presencia se hacía aceptable, para ese costarricense de la Meseta
Central, al considerar que estarían recluidos de Turrialba para allá, en un Caribe que
les resultaría cada vez más lejano y extraño.
Por último, lo veremos reflejado en la construcción de la Costa Rica desarmada y
comprometida con la justicia social, de la llamada Segunda República, que como reflejo
de su intención de blanqueamiento y asimilación de esta nueva población de
afrodescendientes costarricenses en la provincia de Limón, deja de llamar a su litoral
31
Caribe como tal y oficializa el nombre de “Costa Atlántica”, para de algún modo
distanciar a sus pobladores afrocaribeños, angloparlantes y mayoritariamente
protestantes, de su verdadero origen y acercarlos a la identidad de una Costa Rica que
como Estado o Nación se ha caracterizado por la idealización de una identidad basada
en la supuesta existencia de una sociedad de pequeños productores campesinos,
todos iguales; labriegos sencillos, como lo dice el mismísimo Himno Nacional, o sea,
sin grandes diferencias económicas y sociales entre ellos, todos católicos,
principalmente de origen “blancos”, de supuesta ascendencia centro europea es decir
de español y criollo de casta.
Volviendo al eje de nuestro asunto, en relación a la Virgen, quizás es por eso que se
dejó desaparecer una tradición interesante, aunque ahora pudiera parecer una tradición
ética y moralmente cuestionable, el hecho que antiguamente, y hasta más o menos
mediados del siglo XX, alrededor de los años sesenta, se realizaba durante la
festividad de “La Pasada”, esta consistía en que chiquillos y chiquillas se vestían o
“disfrazaban” de “Pardos trasmutados en Cholos” con trajes de yute o de manta e iban
adornados con argollas y pulseras de pan, o grandes rosquillas en sus cuellos,
pintadas sus caras, las manos, los brazos y las piernas con achiote o betún, para
oscurecer el color de su piel en una clara referencia a los esclavos negros, mulatos,
zambos y demás afromestizos, cholos e indios encomendados de la Puebla de los
Pardos.
Esta tradición nació, tal vez, porque en un principio, tras de permanecer un mes en la
parroquia de Santiago apóstol, durante la procesión del retorno, los pardos de la
Puebla vestidos con sus mejores galas, al ritmo de su música, y su usual algarabía,
iban en marcha tras los miembros de la Cofradía que cargaban la Virgen al santuario y
original hogar de la Señora, en su comunidad de La Puebla de los Pardos.
Y así con el correr de los años la práctica se hizo costumbre y los “Pardos”, o sea los
negros y demás afromestizos, acompañaban cumplidamente a La Negrita en el regreso
a su casa, al templo construido para ella en dicha Puebla, aunque el lugar ahora era
llamado la Puebla de los Ángeles, y esta procesión debió de estar revestida de todo un
colorido y un folklor propio de estas gentes.
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Bibliografía consultada
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