Está en la página 1de 589

Mujeres de origen africano

en la capital novohispana,
siglos xvn y xvm

María Elisa Velázquez

IN S TITU T O N A C IO N A L DE A N TR O P O LO G ÍA E H ISTO R IA
U N IV E R S ID A D N A C IO N A L A U TÓ N O M A DE M ÉXICO
Program a U n iv e rsitario de Estudios de Género
MUJERES DE ORIGEN
AFRICANO EN LA CAPITAL
NOVOHISPANA, SIGLOS
XVII Y XVIII
COrjECCIÓNAFRICANÍA
MUJERES DE ORIGEN
AFRICANO
EN LA CAPITAL
NOVOHISPANA,
SIGLOS XVII Y XVIII
María Elisa Velázquez Gutiérrez

INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA


UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Programa Universitario de Estudios de Género
Velázquez Gutiérrez, Malia Elisa
Mujeres de origen africano en la capital novohispana, siglos xvn y
XVlli / Maria Elisa Velázquez Gutiérrez. - México: Instituto Nacional de
Antropología c Historia: Universidad Nacional Autónoma de México,
Programa Universitario de Estudios de Género, 2006.
592 p.; fotos, il.; 21 cm.
ISBN: 970-32-3064-4

1.- Mujeres negras - Historia y condición de la mujer - Nueva España


- Siglos xvii y xvtii. 2.- Mujeres negras - Cuestiones sociales y morales -
Nueva España - Siglos xvn y xviu. 3.- Mezclas de razas - Nueva España -
Siglos XVII y XVIII. 4.- Mujeres negras - Condición jurídica, leyes, etc. - Nueva
España - Siglos XVII y xvm . I. t.

LC: GN479.7 V4

Primera edición: 2006

D.R. 0 Instituto Nacional de Antropología e Historia


Córdoba 4.5, col. Roma, 06700, México, D.F.
su b_fome nto ,cncpbs@ inah .gob.m x
D.R. 0 Universidad Nacional Autónoma de México
Programa Universitario de Estudios de Género
Torre II de Humanidades, 7n. piso, Circuito Interior
Ciudad Universitaria, 04510, México D.F.

Fotografía de portada; Palle Pallesen (detalle de “Cuadro de castas”,


anónimo, siglo XVlli, Museo Nacional del Virreinato, Estado
de México. Instituto Nacional de Antropología e Historia)
Diseño de portada: María Luisa Martínez Passarge.

ISBN 970 32 3064 4

Todos los derechos reservados. Q ueda prohibida la repro­


ducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento
informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autoriza­
ción por escrito de los titulares de los derechos de esta edición.

Impreso y hecho en México


ÍN D IC E

Agradecimientos..........................................................................11

Introducción ......................... 13
Las africanas y sus descendientes en la capital
novohispana....................................................................... 17
Un repaso historiográíico.................................................. 34
Conceptos, método y fuentes............................................49

Mandingas, brans y bantúes: esclavitud femenina


doméstica y culturas de origen ........................................63
Las culturas de origen ...................................................... 67
Las mujeres en sociedades de África occidental
y ecuatorial......................................................................... 77
Antecedentes históricos generales de la esclavitud
doméstica femenina en Europa, África y A m érica.......... 86
La esclavitud en las sociedades africanas.................... 93
La esclavitud en las sociedades prehispánicas:
los mexicas ...................................................................98
La esclavitud femenina africana en la Península
Ibérica: la experiencia hispánica ............................... 101
Consideraciones............................................................... 106

Esclavas, libertas y libres: esclavitud doméstica


en la ciudad de México, resistencia cultural
y formas de adquirir la libertad ....................................109
Las características y el comercio de esclavos
en el contexto americano y en la Nueva España .......... 111
Esclavitud doméstica femenina y comercio de esclavas
en la capital virreinal.................................................. 119
Maltratos, cimarronaje y reniego ....................................133
Formas de adquirir la libertad: libertas y libres . . . . 146
Consideraciones............................................................... 158

Amas de leche, cocineras y vendedoras: trabajo,


reproducción social y c u ltu r a .......................................... 161
Trabajo doméstico artesanal y comercial:
esclavas y libres ............................................................... 1$4
La experiencia hispánica............................................ 165
Ladinas, bozales y criollas en la ciudad de México . . 168
Esclavas y lib re s...........................................................173
Propietarios y patrones................................................ 176
Reproducción social y cultura: oficios y espacios
de trabajo..........................................................................182
Amas de leche o nodrizas .......................................... 184
Cocineras......................................................................197
Actividades comerciales y en grem ios.......................206
Mujeres públicas.......................................................... 217
Los obrajes .................................................................223
Consideraciones...............................................................226

Doncellas, solteras y casadas: enlaces, familia


y m aternidad .....................................................................229
Mujeres de origen africano en la ciudad de México:
distinciones, prejuicios y estereotipos ..............................232
El porte y la vestimenta..............................................237
Hechicería, magia y superstición ............................... 241
Bajo el mismo techo: mujeres de origen africano en
matrimonios, enlaces libres y comunidades domésticas . 247
Matrimonios entre esclavos....................................... 249
Enlaces entre mujeres de origen africano y españoles:
armonía y conflictos....................................................257
Juntos y revueltos: elecciones matrimoniales, dotes
y alianzas.....................................................................266
6
Familias de origen africano: disgregación y redes de
parentesco ......................................................................271
Maternidad ....................................................................280
Sometidas, amancebadas y bígamas ............................ 288
La Pragmática Real de Matrimonios y los nuevos
intentos de1orden racial a mediados del siglo XVIii . . . 300
Consideraciones ............................................................307

Negras, pardas y mulatas: distinciones raciales,


orden jurídico y movilidad social ................................311
Factores que determinaron las primeras distinciones
jurídicas y sociales en la Nueva E spaña......................... 314
La discusión sobre la condición jurídica de los indios
en la Nueva España ................................................... 316
El lugar de los africanos y las africanas en la sociedad
de la capital virreinal: las ambivalencias....................320
Las mujeres de origen africano en la conjuración
de 1612 ........................................................................... 324
Orden jurídico: leyes y otros obstáculos sociales......... 332
Algunos factores que permitieron superar los
obstáculos legales y sociales. Otras opiniones:
las “princesas de rostros azabachados” ..................... 339
Africanas y descendientes en la ciudad de México:
intercambios culturales y movilidad social mediante
juicios, peticiones y herencias ....................................... 348
Tas restricciones sociales de las reformas borbónicas
y el patriotismo criollo: los intentos de un nuevo
control social y racial ..................................................... 367
Consideraciones............................................................... 377

Atavío, genio y costumbres: africanas y descendientes


en las imágenes pictóricas del México virreinal . . . . 381
Representaciones religiosas: devociones y exvotos . . . . 386
Representaciones profanas: biombos, lienzos y otras
obras pictóricas............................................................... 406

7
Un género pictórico singular: los cuadros de castas
o de mestizaje ..................................................................423
Las parejas, la familia y el entorno doméstico ......... 431
Los oficios................................................................... 436
El atavío ......................................................................442
El chocolate y otros abusos ........................................451
El genio o la tem planza............................................. 458
Consideraciones ..............................................................463

Conclusiones ......................................................................467

Relación de obras seleccionadas....................................485

Bibliografía..........................................................................497

Figuras ................................................................................. 517


A Toumani Camara Velázquez,
porque como él bien lo dice fue
"la fuente de inspiración”.
A g r a d e c im ie n t o s

Instituto Nacional de Antropología e Historia


.Museo Nacional del Virreinato, INAH
Dirección de Etnología y Antropología Social
Coordinación Nacional de Antropología
Escuela Nacional de Antropología e Historia
Dirección General de Publicaciones, INAH

Universidad Nacional Autónoma de México


Programa Universitario de Estudios de Género, UNAM

Sistema Nacional de Investigadores, Conacyt


Archivo General de la Nación

Catharine Good
Roberto Moreno de los Arcos
Luz María Martínez Montiel
María del Consuelo Maquívar
Margo Glantz
Alma Montero
Ethel Correa
María Elena Morales
Rosa María Garza
María Guevara
Alejandra Cárdenas
Aracelí Reynoso
Juan Manuel de la Serna
Glenn Swiadson
Omer Buatu
Arturo Motta
Isabel Inés Huerta
Gabriela Sánchez
Olga Correa
Dolores Dalhaus
Ery Camara
María del Carmen Hernández
Rocío Uribe
Adrián García
Quince Duncan
María Teresa Gutiérrez
Héctor Velázquez
Héctor Velázquez Gutiérrez
Margarita Velázquez
María Teresa Velázquez
Jazmina Barrera Velázquez
Paula Abramo Tostado

Museo Franz Mayer
Fomento Cultural Banamex
Museo Soumaya
Museo de Aijiérica, Madrid, España
Rodrigo Rivero Lake
Museo de la Soledad, Oaxaca
Lydia Sada de González
Manuel Arango
Malú y Alejandra Escandón
Denver Art Museum, Colección Jan y Frederick Mayer
Museo Nacional de Antropología, España

12
I n tro d u c c ió n

En l(i!¿5 el dominico Thomas Gage visitó la Nueva España;


en una de sus conocidas citas describió el lascivo atavío de
las negras y mulatas de la ciudad de México y las embele-
zadoras características de sus ademanes. Reprobó además
que la mayoría de las esclavas hubiese logrado obtener su
libertad gracias al am or “para encadenar sus almas y sujetar­
las al yugo del pecado y del demonio“.1En sus observaciones,
sin embargo, el cronista sólo destaca una parte de la com ­
pleja realidad que formó parte de la vida de estas mujeres.
Su crónica no aludió a la participación de las africanas
y sus descendientes en la conformación económ ica y so­
cial, ni reveló las heterogéneas y singulares relaciones cul­
turales y de género en las que intervinieron ellas durante
este periodo de la historia de México. No podem os cul­
par a Gage de ser parcial, sus comentarios estuvieron de­
term inados por el contexto histórico y las circunstancias
de su vida.2 En cambio, sí podemos afirmar que sus testi­
monios, como otros del periodo, influyeron en las percep­
ciones actuales de la condición femenina de las africanas

1 La crónica de Gage fue escrita quince años después de su llegada a América.


Tilomas Gage, Nuevo recnmcimienlo de las Indias Occidentales, Elisa Ramírez (in-
trod. y ed.J, FCE, 1Í1H1!, pp. 1H0-1H1.
2 Como lo afirma Elisa Ramírez en la introducción a la obra de Gage, las obser­
vaciones del fraile sobre los diversos males que aquejaban los territorios his­
pánicos respondieron a la vida y experiencia de Gage en Inglaterra, pero
además sirvieron en buena par te pa ra justificar los intereses expalisionistas de
los ingleses sobre las Américas.

13
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

y, en ciertos casos, también en los análisis de las escasas


investigaciones históricas sobre el tema, dejando de lado
información que muchas otras fuentes documentales re­
velan.
Descritas como “esclavas de donaire”, de “genios arro­
gantes y audaces”, a veces deseadas y otras despreciadas,
denunciadas en los juicios de la Inquisición por bíga-
mas, blasfemas, hechiceras, endemoniadas o renegadas,
las africanas y sus descendientes también fueron acogi­
das y respetadas por la sociedad de su tiempo. Las negras
y mulatas de la Nueva España desempeñaron un papel sig­
nificativo en la conformación económica, social y cultural
de entonces, tal y como lo atestiguan fuentes documenta­
les y pictóricas de la época. Muchas de ellas sufrieron
malos tratos, sometimiento y abuso sexual o'moral, pero
otras lograron luchar por sus derechos y crear alianzas fa­
miliares o sociales que les permitieron, entre otras cosas,
conseguir mejores condiciones de vida para ellas y sus des­
cendientes.
Este libro aborda la presencia y participación de estas
mujeres en la sociedad novohispana de la ciudad de Mé­
xico durante los siglos XVII y XVIII. La investigación se
propone mostrar que ellas, tanto esclavas como libres, tu­
vieron una destacada función mediante su trabajo cotidia­
no en los distintos espacios sociales y contribuyeron a la
conformación cultural de aquella sociedad. A lo largo de
este estudio se exploran las características particulares de la
esclavitud femenina, las formas de adquirir su libertad y
las posibilidades de movilidad social y económica que ob­
tuvieron. También se analiza y discute su origen cultural
y la condición jurídica como esclavas, aunada a la situa-

14
Introducción

ción de género, en los distintos periodos, con la convicción


de que sus experiencias amplian las perspectivas históri­
cas en la comprensión de la condición femenina y étnica
de la sociedad mexicana.
La organización temática de este libro está orientada
a responder las siguientes interrogantes: ¿cuáles fueron
las características de la presencia y participación de las mu­
jeres de origen africano y sus descendientes en la ciudad
de México durante los siglos XVII y XVIII?, ¿qué condicio­
nes de esclavitud sufrieron y cuáles fueron las formas de
libertad a las que accedieron?, ¿qué papel desempeñó su
situación étnica y la condición de esclavitud?, ¿qué posi­
bilidades de ascenso o movilidad social y económica tu­
vieron?, ¿cómo se relacionaron con otros grupos étnicos
y sociales?, ¿cuáles fueron las características de sus asig­
naciones como madres, esposas o amantes? y ¿cómo las
percibió la sociedad de su tiempo?
De esta manera, en un apartado preliminar se aborda
la situación de las africanas y sus descendientes en la capi­
tal virreinal. Después se realiza un repaso historiográfico
sobre los estudios de las mujeres novohispanas y la pobla­
ción de origen africano, y en otra sección se explican y
discuten los conceptos, el método y las fuentes que se uti­
lizaron para la elaboración de esta investigación.
El primer capítulo describe las características genera­
les de las culturas de origen de las africanas que arribaron
a la ciudad de México y el papel que desempeñaron en sus
sociedades durante los periodos cercanos a su traslado
forzado. Posteriormente se analizan los antecedentes ge­
nerales de la esclavitud femenina en Europa, Africa y
América, con énfasis en las características de la esclavitud

15
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

en la Península Ibérica, cuya experiencia heredó, en gran


medida, la Nueva España. En el segundo capítulo se alude
a la nueva situación de la esclavitud y el comercio de afri­
canos hacia América y la Nueva España. También se explo­
ran, a partir de estudios de caso, las formas de esclavitud
fem enina en la capital virreinal, sus singularidades y las-
características de la resistencia cultural que desarrollaron
las m ujeres de origen africano ante esta form a de som e­
timiento, así como las posibilidades y medios para adqui­
rir su libertad en la ciudad de México.
En el tercer capítulo se analizan las características de
las actividades que desempeñaron como esclavas y libres;
a partir de estudios de caso se alude a las diferencias entre
ladinas, bozales y criollas. Especial interés tiene la refle­
xión en torno de la importancia de estas actividades para
la reproducción social y cultural de la sociedad virreinal
en los distintos ámbitos y espacios domésticos y públicos en
los que participaron.
La forma en que su condición femenina fue observada
por la sociedad de su tiempo y el papel que desempeñaron
en los matrimonios o enlaces considerados en la época co­
m o ilegítimos, se exploran en el cuarto capítulo. Se ana­
liza su participación como madres o jefas de familia y las
redes de parentesco que establecieron desde los primeros
tiempos. También se incluyen los casos de mujeres que
transgredieron las normas morales o religiosas y se desta­
can los cambios de criterio que sufrió la distinción racial,
por lo menos ideológicamente, a partir de m ediados del
siglo XVIII en los matrimonios novohispanos.
En el quinto capítulo se analiza el papel que desempe­
ñó el origen racial y cultural en la jerarquía social y econó­

16
introducción

mica, aunado a la condición de género. Atención especial


merece el lugar ambivalente que ocuparon los africanos
y sus descendientes en la organización social de la capital
novohispana. Se reflexiona acerca de los contrastes entre
l u ordenanzas, leyes, valores morales y la realidad social
que vivieron estas mujeres, así como de las posibilidades
de movilidad social y económica a las que accedieron por
medio de juicios y testamentos.
Con el propósito de analizar los datos que pueden
aportar otras fuentes históricas, en el sexto capítulo se in­
terpretan imágenes de las mujeres de origen africano re­
presentadas en diversas pinturas. El estudio de estas obras
plásticas confirma la temática desarrollada a lo largo de
U investigación. Finalmente, en el último capítulo se ano­
tan las reflexiones y conclusiones de este estudio.

Las africanas y sus descendientes


en la capital novohispana

Durante la época virreinal se configuraron gran parte de


las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales
que caracterizan al México contemporáneo. A lo largo de
casi 300 años, pero especialmente durante los siglos XVII y
XVIII, se gestaron y consolidaron instituciones civiles y re­
ligiosas, se establecieron nuevas prácticas comerciales y
se crearon múltiples manifestaciones artísticas y avances
científicos propios de una sociedad plural y compleja. Asi­
mismo, durante estos siglos tuvo lugar un intenso inter­
cambio cultural entre los grupos sociales de la época, lo -
que dio origen a nuevas formas de pensar, vestir, comer,
bailar, rezar o amar, que aún hoy en día reconocemos.
Maria Elisa Velázquez Cutiérrez

La sociedad virreinal se distinguió no sólo por los con­


trastes económicos entre ricos y pobres, sino también por
la diversidad étnica, social y cultural de sus habitantes. Tan
variada y compleja fue esta población que identificarla o
clasificarla representó un problema para las autoridades
civiles y eclesiásticas de la época, quienes se preocuparon
desde los primeros tiempos después de la Conquista por
diferenciar origen y pertenencia de las personas, con ar­
gumentos y justificaciones de carácter religioso, así como
con los conceptos de barbarie y civilización. Distintos mé­
todos se utilizaron para tratar, sin lograrlo, de organizar
en la Nueva España y su capital una sociedad jerarquizada
y corporativa. La división territorial entre repúblicas de
indios y españoles, las normas para ingresar a una corpo­
ración, el papel del linaje o la pureza de sangre, las limi­
taciones de las posibilidades económicas o políticas, las
ordenanzas sobre la vestimenta y otras reglas o valores
sobre la educación, los matrimonios y las familias fueron,
entre otras más, las vías para establecer un ente social con
distinciones y privilegios. Pese a ello, gran parte de este
orden se vio rebasado por una nueva realidad, efecto de
la dinámica interna de la sociedad novohispana.
La ciudad de México tuvo una intensa actividad como
centro del ejercicio de poder, como lugar propicio para el
establecimiento de relaciones entre diversos grupos, así co­
mo para la movilidad económica y la convivencia cotidia­
na entre los miembros de los distintos sectores sociales.
En una ciudad trazada a la usanza renacentista y rodeada
por edificios barrocos, transitaron por las calles de la Plaza
Mayor y los barrios circundantes -S an Juan, San Pablo,
San Sebastián y Santa María la Redonda—, hombres y mu-

18
Introducción

Jtres pertenecientes a los tres grupos más importantes (in­


dígenas, españoles y africanos), así como los descendientes
dfl la mezcla entre ellos. No ha sido fácil estimar el núme­
ro de habitantes de la ciudad, entre otras cosas, por la dis­
paridad de cifras que los cronistas anotaron y la falta de
cansos o patrones completos y veraces para los distintos
periodos.1*3 Sin embargo, de acuerdo con los cálculos ba­
lados en un estudio de Irene Vázquez,4 en el siglo XVI
había cerca de 50 000 habitantes, en el XVII, 70 000 y pa­
ra el X V III la población había aumentado a 100 000. De
tilos, los negros, mulatos y mestizos representaron a lo
largo de los tres siglos del 35 al 40 por ciento de dicha po­
blación.
Aparentemente los indios gozaban de una condición
jurídica privilegiada, ya que se les consideraba vasallos de
la Corona, exentos del pago de diezmos y alcabalas, fuera
de la jurisdicción del Santo Oficio y bajo la tutela de un tri­
bunal particular en la Audiencia. No obstante, su situación
tn la Nueva España era de facto desventajosa. Las leyes
paternalistas y los deseos de las primeras órdenes mendi­

1 A 1» fecha se han realizado por lo menos tres estudios centrales sobre e) per­
fil demográfico, social y étnico de la población de la capital virreinal. F.l pri­
mero de Eduardo Báez, “Planos y censos de la cd. de México en 1703”. en
Boletín del Archivo General de la Nación, vol. vil, 1-2, México, 1966; el segundo
de Irene \ ázquez, Los habitantes de la ciudad de México vistos a través del
censo del año 1753”, tesis de maestría, México, El Colegio de México, 1975;
Otro de Alejandra Moreno, sobre los resultados de los padrones de 1753, 1790
y 1811, “Algunas características de la población urbana; ciudad de México si­
glos XVUl-XIX”, en Investigación demográfica en México, México, Conacyt, 1977.
También Lourdes Májquez aporta datos sobre la situación social y demográ­
fica de la población de la ciudad: “Los parroquianos del Sagrario Metropoli­
tano: panorama sociodemográfico", en Lourdes Márquez y José Gómez,
(eds.) Perfiles demográficos de poblaciones antiguas de México, México, in a h , 1998
op. 95-125.
4 L>s datos sobre el número y porcentajes de los diversos grupos de la población
nov ohispana son variados y contradictorios, según lo demuestra en su tesis
Irene Vázquez, op. cit.

19

23
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

cantes de protegerlos de los malos tratos y de la “conta- i


minación” de otros grupos no lograron que los indígenas
consiguieran una mejor situación social y económica; por
el contrario, estas normas propiciaron condiciones mar­
ginales, de miseria y explotación. Muchos emigraron a lo
largo del periodo colonial a la ciudad de México en busca
de mejores oportunidades, sin encontrar solución a sus
precarias condiciones de vida y se emplearon en los tra­
bajos menos retribuidos económicamente. Paralelamente
a esta realidad vivieron los indígenas de la nobleza, quie­
nes desempeñaron un papel clave en las alianzas que los
españoles establecieron para la conquista y explotación de
tierras y mano de obra.
En el otro extremo, los españoles y criollos ocuparon
el lugar más privilegiado en la pirámide social y económi­
ca, aunque existieron marcadas diferencias entre unos y
otros. Desde el siglo XV] existió una fuerte distinción entre
los españoles de la Península y aquellos nacidos en Méxi­
co que, con el tiempo, fue acentuándose hasta convertirse
en una marcada disputa. Los criollos, que constituyeron
un número cada vez mayor, desarrollaron un orgullo pa­
trio singular y lograron tener oportunidades cada vez más
notorias en la política y la economía, gracias a la relativa
autonomía del Virreinato durante el siglo XVII. Hacia la
segunda mitad del siglo XVIII, la pugna entre criollos y
españoles se agudizó, entre otras, por las nuevas reformas
borbónicas que intentaron retomar el control de la socie­
dad novohispana por parte de la Península. Empero, tanto
españoles como criollos eran los poseedores de la princi­
pal fuente de riqueza de la época: la propiedad territorial
y la mano de obra indígena, mestiza o africana. También

20
Jntioducción

rolaban los puestos de la alta burocracia, la explota-


minera y las actividades comerciales, fuentes gene-
MM de enormes utilidades económicas.
Debajo de este sector acaudalado se conformó un gru-
Integrado por las capas medias de la sociedad, con dis1
i posibilidades económicas. Constituido por españoles
la b re s, criollos con cierta condición económica, mestizos
|1mulatos, este grupo se dedicó a los trabajos artesanales,
lU tareas burocráticas civiles o eclesiásticas menores, la
profesional, el comercio al menudeo siendo muchos
ellos pequeños propietarios de tierras. Algunos logra-
jTOn establecer negocios, tiendas o talleres propios, pero
ffluchos otros eran trabajadores asalariados de los grupos
COn mayores posibilidades económicas. Más abajo existió
Un sector amplio de hombres y mujeres, en su mayoría
mestizos, mulatos e indígenas, dedicados a ocupaciones
temporales o a deambular por la ciudad, vendiendo algu­
nos productos, solicitando trabajo o simplemente mendi­
gando o robando, ante la falta de oportunidades de empleo.
Se sabe, por ejemplo, que para principios del siglo XIX, a
pesar de la bonanza económica que caracterizó a la Nue­
va España durante la segunda mitad del siglo XVIII, más
del 70 por ciento de la población de la ciudad de México
pertenecía a estos sectores m arginados/ cuyo número se
incrementó a lo largo del periodo colonial debido a las po­
líticas económicas y sociales que exacerbaron la desigual­
dad entre pobres y ricos.

' Antonio Rubial, “La sociedad novohispana de la ciudad de México”, en La


muy noble y leal ciudad de México, México, DDF/Umversidad Iberoamericana/
Conaculta, 1ÍW4, p. 82.

21
María Elisa Velázquez Gutiérrez

El último lugar de la estructura jurídica de la sociedad


novohispana, pero no necesariamente de la social lo ocu­
paron los esclavos de origen africano que arribaron a la
Nueva España. Aunque sujetos a una condición de some­
timiento, varios de ellos vivieron en mejores condiciones
que los indígenas o mestizos; algunos disfrutaron de liber­
tades para la movilidad y la toma de decisiones e incluso
tuvieron el derecho de quejarse ante las autoridades por
malos tratos infligidos por sus amos. Además, muchos es­
clavos, como se examina a lo largo de esta investigación,
lograron la manumisión por diversas vías y fueron capaces
de conseguir condiciones de vida desahogadas para ellos
y sus descendientes.
Parte sustancial de esta sociedad heterogénea y com­
pleja la conformaron mujeres que desempeñaron activida­
des como campesinas, artesanas, administradoras, monjas,
educadoras, sirvientas, nodrizas, comerciantes y escla­
vas, además de ser madres, esposas, hijas o abuelas. A lo
largo del Virreinato existieron valores sociales y morales
comunes a ellas -heredados fundamentalmente de las tra­
diciones hispánicas e indígenas- que, entre otras cosas,
las sometieron al orden patriarcal, las consideraron meno­
res de edad para tomar ciertas decisiones y las limitaron
para ejercer puestos de orden público.
Pese a compartir esta subordinación, las experiencias
de las mujeres fueron diversas, de acuerdo con su posición
económica y social, su origen cultural y las posibilidades
que cada una de ellas tuvo en la Nueva España. Lejos de
lo que todavía se sostiene como una idea común sobre
la vida reservada, abnegada o improductiva de las muje­
res durante la Colonia, desde hace varias décadas muchas

22
Introduction
*». ..................................... ....
^ litig a c io n e s han demostrado que llevaron a cabo diver-
|fcl tltreas imprescindibles no sólo para la reproducción
y familiar en este periodo, sino también para su de-
Ü rrollo económico.
$?. Durante la época virreinal muchas mujeres, sobre todo
lis que pertenecían a la nobleza, a los grupos con mayores
privilegios económicos o bien a las comunidades indíge-
ttftl más aisladas, estuvieron sujetas a normas familiares y
Comunitarias estrictas que marcaban su destino, ya fuera
•1 matrimonio —muchas veces convenido—o el convento,
y c las reglas y deberes que cada uno de estos espacios
txigía. Aun así, otras mujeres, pertenecientes a las capas
Intermedias o a las más desprotegidas de la sociedad no-
Vohispana, vivieron situaciones sociales más permisibles,
tunque enfrentadas a otros obstáculos de carácter econó­
mico. Es bien sabido que un elevado porcentaje de muje­
res, en muchos casos solteras,6 trabajaron en los distintos
oficios tolerados para su género, como costureras, hilan­
deras, tejedoras, sombrereras, zapateras, curanderas, par­
teras, sirvientas o comerciantes en pequeños negocios y
en las calles como vendedoras ambulantes para sostener
a su familia, sin contar necesariamente con el apoyo de un
padre o un marido. Otras lo hicieron desde los espacios
»ocíales a los que pertenecían, ya fuera como administra-

6 La soltería de las mujeres fue común a lo largo del periodo colonial, sobre todo
en las ciudades. Segím Pilar Gonzalbo, en la capital de la Nueva España más
o menos la mitad de las adultas eran solteras. Véase Las mujeres en la Nueva
España. Educación y vida cotidiana, México, El Colegio de México, 1987, pp. 1.51 ■
152. Este estado prevaleció hasta el siglo XiX como lo demuestra Silvia Arrom
en su libro Las mujeres de la ciudad de México, 1790-1857, México, Siglo XXI.
1988, quien subraya la cantidad de mujeres solas en la capital y calcula que
para 1811 un tercio de la población femenina era soltera, aunque hubiera teni­
do algún tipo de pareja, pp. 137-145.

23
Malia Elisa Velázqucz Gutiérrez

doras en conventos, como viudas encargadas de los ne­


gocios o talleres de sus maridos y como maestras. Desde
estos espacios, además de participar en la economía de la
capital, desempeñaron un papel clave en los procesos de
intercambio cultural. Por medio de su figura central en los
matrimonios o uniones con otros grupos, en la familia con
la crianza de los hijos o en la educación de niñas en los
conventos, las mujeres transmitieron valores, costumbres
y formas de pensar claves en la conformación social de la
Nueva España.
La convivencia cotidiana de mujeres de distintos oríge­
nes culturales fomentó relaciones estrechas y complejas en­
tre ellas, algunas veces de alianza o solidaridad y otras de
disputas y venganza. En las cocinas, mercados, conventos,
vecindades, iglesias, casas públicas, paseos, fandangos, sa­
raos o procesiones se intercambiaron y mezclaron prácti­
cas culturales de origen hispánico, indígena y africano que
influyeron en los comportamientos y las costumbres fe­
meninas. La elaboración de alimentos, acompañados de
tortilla y pan, pero también de sazones de alguna cultura
de Africa Occidental; las inquietudes por conseguir mari­
dos o amores perdidos o de curar enfermedades y males
mediante prácticas denunciadas como hechicerías con la
combinación de hierbas y rituales de las culturas indíge­
nas, hispánicas y africanas; los vestidos, faldas y mantas,
elaboradas con lanas, algodones y sedas de regiones eu­
ropeas, americanas y asiáticas, pero también con usos y
gestos de culturas africanas, así como los bailes y canciones
mezcladas con ritmos andaluces, movimientos mandin-
gos o congoleños y algunas letras de lenguas bantúes, fue­

24
Introducción

ron entre otras, prácticas femeninas durante la conviven­


cia cotidiana de los diversos grupos.
A pesar de las limitaciones que su situación de obe­
diencia frente a autoridades e instituciones patriarcales les
imponían (en una sociedad regida en gran medida por las
apariencias), las mujeres participaron e influyeron en la vi­
da privada y sus voces fueron escuchadas continuamente
en espacios públicos para denunciar actos y hechos que
atentaban contra sus derechos familiares o económicos.
Testimonios documentales sobre disputas de herencia, ac­
tas notariales sobre dotes, denuncias por malos tratos o
testamentos dan cuenta de su presencia.
Algunas costumbres y prácticas femeninas fueron mo­
tivo de escándalo para cronistas europeos que viajaron a
la Nueva España. Se criticaron sus vestidos, diversiones o
esparcimientos y algunas libertades poco comunes en otras
sociedades occidentales, como la de España. Es posible
que muchas de estas manifestaciones se desarrollaran so­
bre todo en las zonas urbanas como la capital, dada la va­
riedad de culturas presentes y la necesidad de crear nuevas
reglas y normas en una sociedad en la que se vivían reali­
dades inesperadas y singulares. El mundo femenino tran­
sitó entre las estrictas reglas morales sobre la sexualidad,
basadas en la virginidad, el recato, la sumisión, la obedien­
cia7 o la importante dicotomía entre cuerpo y espíritu, y la ,
realidad social que permitía la transgresión de las normas

7 Como lo señala Julia Timón, de acuerdo con el derecho civil, la esposa debía
obediencia al cónyuge y tenía que renunciar a la soberanía en la mayor parte
de sus acciones legales, propiedades y ganancias, e incluso subordinarse en
sus actividades domésticas. Sin embargo, la Iglesia -aunque compartía estos
principios- era con frecuencia aliada de las mujeres, pues concedía derechos
y obligaciones iguales a maridos y esposas, como la consideración de que el

25
María Elisa Velazquez Gutiérrez

y leyes con las uniones o enlaces considerados ilegítimos,8


las posibilidades de participación en la vida laboral, las
oportunidades de movilidad social o económica y la re­
creación de nuevas formas culturales.
Existieron considerables diferencias entre los siglos
XVII y XVIII que afectaron la vida y la condición femeni­
nas, en especial en las principales ciudades, a partir de la
llegada de los Borbones a la Corona y la influencia de las
ideas de la Ilustración. Con las reformas borbónicas arri­
baron a la Nueva España nuevos criterios para controlar
la economía y el poder político sobre los territorios ameri­
canos que hasta entonces se habían desarrollado con cierta
autonomía debido, entre otros factores, a los problemas
políticos y económicos que enfrentaba España. También
se pusieron en práctica nuevas ideas sobre el Estado y la
sociedad, así como costumbres y formas de pensar relati­
vas a la educación, la ciencia, las modas y las diversiones.
Considerando que existían prácticas y formas de esparci­
miento que contravenían el orden social y moral, se nor-

débito debía ser aceptado por ambas partes, la ayuda recíproca, las responsa­
bilidades compartidas hacia ios hijos y la idea de que el adulterio del marido
era causal de separación, al igual que el femenino. Véase Mujeres en México.
Recordando una historia, México, Conaculta (Serie Regiones), 1998, p. 70.
8 Es interesante subrayar que, por ejemplo, la condición femenina de soltería,
por lo menos durante los siglos XVI y XVII, no tuvo las connotaciones de re­
chazo que después adquiriría desde mediados del siglo XVill y a lo largo del
XIX, cuando nuevos cambios sociales afectaron la imagen y la condición fe­
menina. Los enlaces consensúales representaron hasta el 30 o 40 por ciento
sobre todo en las principales ciudades. Varios estudios de la época colonia)
han probado la importancia de los nacimientos que ocurrían fuera del matri­
monio, entre ellos véase: Dennis Valdés, The dectine o f the sociedad de castas in
Mexko city, Universidad de Michigan, 1978; EHzabeth Anne Kuznesof, “Ra­
za, clase y matrimonio en la Nueva España: estado actual del debate”, en Pi­
lar Gonzalbo, Familias nooohispanas, siglos XVJ-XIX, México, El Colegio de Mé­
xico, 1991.

26
Introducción

marón y legislaron costumbres consideradas relajadas.9 Se


Intentó ordenar los matrimonios, con reglas más estrictas
•obre el origen cultural y la posición económica de los con­
trayentes, sin lograrlo cabalmente, ya que los enlaces entre
distintos grupos raciales continuaron durante la segunda
mitad del siglo X V II I.10 El concepto de “limpieza de san­
gre” cobró una nueva importancia en España a partir de
este siglo y por tanto en los territorios americanos bajo el
dominio hispánico.11 La situación social y cultural de la
Nueva España, particularmente en la ciudad de México,
fue severamente criticada por algunos cronistas, entre ellos
Hipólito Villarroel, quien en 1785 hizo la siguiente obser­
vación: “Que esta capital sólo es ciudad por el nombre y
más es una perfecta aldea, o un populacho compuesto de
infinitas castas de gentes, entre las que reina la confusión
y el desorden...”.12
El papel de la mujer en la sociedad y las instituciones
familiares adquirió durante este periodo dimensiones am­
bivalentes. Por una parte, tuvieron mayor acceso y reco­
nocimiento al considerado trabajo productivo, ya que
muchas de las normas que antes no permitían su partici­
pación en ciertos sectores laborales abrieron sus puertas
a la mano de obra femenina, tales como las fábricas de ta­
baco, que tuvieron una repercusión económica central en

a Juan Pedro Viqueira Albán, ¿Retajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida


social en la dudad de México durante el Siglo de las Luces, México, f-'CE, 1987.
111Julia Tuñon, Mujeres en México, op. cit., p. 85.
11 Elizabeth Anne Kuznesof, “Raza, ciase y matrimonio en la Nueva España:
estado actual del debate”, en Pilar Gonzaibo (cooid.), Familias novohispanas,
siglos XI'I-XIX, Seminario de Historia de las familias, México, E! Colegio de Mé­
xico, 1996, p. 379.
a Hipólito Vülajroel, Enfermedades políticas que padece la capital de esta Nueva Es­
paña, estudio introductorio de Beatriz Ruiz Gaytán, México, Conaculta, 1994,
p. 48.

27
María Klisa Velázquez Gutiérrez

la segunda mitad del siglo XVIII.13 Además, se consideró


importante la educación de las mujeres en colegios que
las instruyeran en labores propias de su género. El desem­
peño de la mujer en el seno familiar y sus características
como madres tomaron mayor relevancia para los pro­
pósitos educativos del nuevo proyecto social. Aunque se
reconoció su importancia en ciertas esferas y ámbitos eco­
nómicos, así como en los espacios familiares, pocos pen­
sadores ilustrados cuestionaron el papel de sometimiento
de las mujeres y muchos de ellos insistieron en su inferio­
ridad respecto del hombre, posiblemente de una manera
más “racional” que durante el periodo colonial.14
Estos cambios, además de influir en la condición feme­
nina, marcaron las diferencias y el lugar que ocuparía el
origen cultural, por lo menos ideológicamente, tal y como
se explotará a lo largo de esta investigación. Así, a pesar
de que la raza, la posición social y la situación económica,
aunadas a la condición de género, fueron variables que de­
terminaron en gran medida su situación social, no siem­
pre representaron obstáculos para su participación en la
vida social o en actividades económicas, sobre todo en
la capital virreinal, contrariamente a lo que ocurriría más
tarde, cuando a pesar del movimiento de Independencia
y las nuevas ideas liberales del siglo XIX, las distinciones

13 Del total de ios trabajadores a destajo 43 por ciento eran mujeres. Véase Ma­
ría Amparo Ros, “La Real Fábrica del Tabaco: (.un embrión de capitalis­
mo?”, en Historias, núm. 10, julio-septiembre de IOS.1), pp. 51-03.
14 Entre los pocos pensadores ilustrados que reflexionaron sobre el papel de
las mujeres se encuentra el padre Benito Jerónimo Feijoo, quien en su Teatro
crítico universal, escrito entre 1726 y 1740, dedicó un apartado a defender las
virtudes de la mujer. Voltaire, Didcrot y Rousseau, por ejemplo, continuaron
con la superioridad del hombre frente a la mujer. Véase Benito Jerónimo
Feijoo, Defensa de la mujer, Victoria Sau (introd.), Barcelona, lcaria/Antrazyt,
1997.

28
Introducción

f o t la clase social y la imagen de lo femenino comenza-


fo n a tener nuevas connotaciones.15
Las mujeres de origen africano formaron parte impor-
tinte de esta sociedad. Olvidadas en general por la me-
moría social contemporánea, pero presentes en varios
ttltimonios históricos escritos y pictóricos, fueron agentes
iCtivos en ¡a configuración de la economía y las relacio­
nes sociales de este periodo. Ocupadas para desempeñar
cargos como nodrizas, cocineras, sirvientas, lavanderas,
auxiliares de diversos oficios, o como curanderas y parte­
ras, fueron además sujetos importantes en el proceso de
Intercambio cultural, en particular de la capital virreinal.
Arrancadas de sus lugares de origen, las africanas -b o ­
zales y ladinas-,16 arribaron a la Nueva España desde la
tercera década después de la Conquista, tal y como lo ates­
tiguan las licencias concedidas a conquistadores, funciona­
rios y comerciantes.17 Más tarde, hacia 1580, el tráfico
de esclavos de origen africano se intensificó de manera no­
table debido, sobre todo, a la caída demográfica de la
población indígena y la prohibición de esclavizarla, así
como a la demanda de mano de obra para las nuevas
empresas. Hasta 1680, aproximadamente, la Nueva Espa­
ña junto con Perú, recibió gran cantidad de esclavos afri­

15 Para mayor información sobre las mujeres en el siglo XIX, véase Silvia Arrom,
op. cit., y Mar ía de la Luz Parcero, Condiciones de la mujer durante el siglo XiX,
México, INAH, 1Í)S>2.
16 En capítulos posteriores exploraré las diferencias entre bozales y ladinas, por
lo pronto es importante destacar que las bozales eran aquellas mujeres traídas
desde África y las ladinas eran africanas o mulatas que habían vivido en la
Península Ibérica o en las Antillas, que conocían la lengua castellana, las cos­
tumbres occidentales y estaban cristianizadas.
17 Gonzalo Aguirre Beltrán, La población negra en México, México, FCE, 15)72,
p. 22.

29
María Elisa Velazquez Gutiérrez

canos.18 Hasta donde se tiene noticia, y pese a la falta de


información cuantitativa certera, alrededor de 200 000
africanos llegaron al virreinato novohispano19y se calcula
que por cada fres varones arribó una mujer africana, es de­
cir, unas 80 000.
Para comprender qué tan significativa fue la presencia
de la población africana en México, respecto de otros gru­
pos étnicos, basta con citar algunas cifras demográficas
reveladas hace tiempo por Gonzalo Aguirre Beitrán. En
1570, del total de la población de la Nueva España, 98.7
por ciento era indígena, 0.2 por ciento europeo y 0.6 por
ciento africano. Al mediar el siglo XVII, ios indígenas su­
frieron una considerable baja demográfica, pero sin dejar
de ser mayoría (74.6 por ciento); por su parte, los africanos
y sus descendientes aumentaron su proporción a 2 por
ciento frente a 0.8 por ciento de la población europea. De­
be considerarse que para este mismo periodo las mezclas
entre los distintos grupos se incrementaron en gran medi­
da. Todavía a principios del siglo XVIII los africanos y sus
descendientes representaban una considerable cantidad
frente a los europeos y fue hasta mediados del mismo siglo
cuando el número de población de origen africano dismi­
nuyó de manera relevante, entre otras causas, porque su

,li En el total de población del censo del Virreinato de la Nueva España de los
Arzobispados de 1570, se registran: 14 711 españoles y 18 587 africanos. Véa­
se Colin A. Palmer, Slavts o f the Wkile God: Bladcs in México, 1570-1650; Cam­
bridge, Harvad University Press, 1976.
I!t Paul E. Lovejoy, “The Volume of the Adantic Slave Trade”, en Journal ofAfri­
can History, núm. 23,1982, pp. 473-501. Colín Palmer también está de acuer­
do en esta cifra, según lo expresó en la ponencia presentada en el simposio
internacional: “Balance y perspectivas de los estudios sobre población de
origen africano en México”, organizado por la Dirección de Etnología y An­
tropología Social del INAU en noviembre de 1997.

30
Introducción

Importación ya no era rentable frente al crecimiento de las


v.tftltas y la decadencia del sistema de la trata en España.-0
La ciudad de México fue un importante centro recep­
tor de esclavos y funcionó como mercado para su venta
hacia otras regiones; también lúe lugar privilegiado para la
ubicación de familias colonizadoras y la fundación de ins­
tituciones civiles y eclesiásticas que demandaban esclavos
pura la realización de labores domésticas o como símbolo
distintivo de jerarquía social. Como se analiza a lo largo de
••te libro, las africanas, negras, bozales y criollas, mulatas
0 Zambas, desempeñaron diversas actividades laborales en
||l capital virreinal y fueron reconocidas por su lealtad y
folidaridad no sólo con los miembros de su mismo origen
étnico o racial sino con otros grupos. A la vez fueron mo­
tivo de críticas por cronistas de la época, en virtud de sus
“lascivos ademanes”, formas de vestir y carácter “altivo y
Orgulloso”.
Las mujeres de origen africano en la ciudad de México
Sufrieron el sometimiento por su condición de esclavas,
que muchas veces incluía la explotación sexual; sin em­
bargo, tuvieron diversas oportunidades para recurrir a los
tribunales y denunciar los malos tratos que recibían de sus
amos, luchar por la libertad de sus hijos ó reclamar los de­
rechos matrimoniales que les concedía la ley. También lo­
graron conseguir mejores condiciones de vida por medio
de matrimonios o uniones libres o por las estrechas relacio­
nes afectivas que mantuvieron con sus propietarios y amas,
quienes en varias ocasiones, además de gratificarlas con
la libertad, les heredaron bienes materiales. Ser esclavas,

ao Gonzalo Aguirre Bcltrán, La población negra en México, op. cit., p. 234.

31
María Elisa Velázquez Gutiérrez

africanas y mujeres, no siempre fue un obstáculo insupera­


ble para el reconocimiento de ciertos sectores sociales y pa­
ra tener oportunidades económicas y sociales en la capital
virreinal. Si bien es cierto que no todas lograron adquirir
condiciones de vida desahogadas y que todavía para fina­
les del siglo XVIII la mayoría de las negras y mulatas ser­
vían como criadas en casas o instituciones españolas y
criollas, también lo es que muchos de sus descendientes
lograron formar parte de las capas medías de la sociedad
virreinal con mejores condiciones de vida que muchas mu­
jeres indígenas.
A pesar de su innegable presencia en la Nueva Espa­
ña, en particular en la capital, las negras y mulatas no han
sido hasta la fecha consideradas ni analizadas por la his­
toriografía mexicana e incluso su participación ha pasado
desapercibida y menospreciada. ¿Qué factores han propi­
ciado este olvido? ¿Por qué es importante reconstruir su
presencia en la historia de México? ¿Qué dificultades de
investigación, metodológicas e interpretativas se presentan
para su estudio y análisis? Estas son algunas de las pregun­
tas centrales que motivaron esta investigación.
A pesar de las distinciones raciales y la jerarquización
social que imperaron en la Nueva España, durante los si­
glos XVI, XVII y hasta mediados del XVIII, la segr egación o
discriminación hacia la población de origen africano pare­
ce tener importantes matices. Durante este período, mu­
chos de ellos, sobre todo en ciudades como la de México,
lograron acceder a espacios económicos y sociales de cier­
to prestigio social. La unión o intercambio con otros gru­
pos raciales, aunque criticado y hasta cierto punto prohibi­
do, pareció ser aceptado por una parte de la sociedad. Sin

32
Introducción

tmbargo, hacia mediados del siglo XVIII, paradójicamente


la influencia de las ideas ilustradas y la introducción
Al las reformas borbónicas, la segregación parece adquirir
IMyores dimensiones.
La ausencia de la población africana en la historiógra­
fo de México puede reconocerse a partir de mediados del
Agio XVIII, cuando los intelectuales criollos, en su afán por
diferenciarse de la metrópoli y legitimar a la naciente patria
mexicana, escribieron las primeras historias de la Nueva
fopaña. En sus textos enaltecieron las culturas prehispá-
Aicas y se enorgullecieron de la presencia europea, pero no
Incluyeron a otros grupos, entre ellos, el africano. La histo­
riografía del siglo XIX, preocupada por reconocer y unir
ft la nueva nación independiente, tampoco se interesó en.
rescatar la diversidad étnica del pasado mexicano. Duran­
te las primeras décadas del siglo XX, las corrientes naciona­
listas, en particular las indigenistas, dominaron el análisis
historiográfico, no obstante que algunos observadores de
U época destacaron la pluralidad cultural y racial presente
en la historia de México.
Asimismo, debe reconocerse que las investigaciones
históricas con enfoques sociales, económicos y antropoló­
gicos, así como aquéllas preocupadas por rescatar la pre­
sencia de grupos minoritarios, marginales o apenas visibles
en la historiografía tradicional, comenzaron a desarrollarse
de manera importante a mediados del recién terminado si­
glo. Así, la presencia de los movimientos obreros o cam­
pesinos, de grupos migrantes y en particular de las mujeres
en la historia, empezaron a ser reconocidos en México
hasta hace algunas décadas. Por lo tanto, un doble obs­
táculo parece haber impedido el análisis historiográfico de
María Elisa Velázqucz Gutiérrez

las mujeres de origen africano y sus descendientes: prime­


ro, su condición femenina y, segundo, la segregación racial
y jurídica que caracterizó a este grupo en la- formación de
la sociedad mexicana.

Un repaso historiográfico

La necesidad de analizar y teorizar acerca de la mujer y su


condición actual como sujeto de cambio han llevado, des­
de hace algunas décadas, a la elaboración de numerosos
trabajos en México.21 Desde los años sesenta, la investiga­
ción histórica no ha sido ajena a esta preocupación; en su
afán por explicar el pasado, partiendo fundamentalmente
de preguntas del presente, se han realizado decisivos estu­
dios sobre el papel de la mujer en la historia.22
Las investigaciones sobre la presencia femenina han
encontrado algunas dificultades, sobre todo para periodos
como el que en este trabajo se aborda. Pese a que la parti­
cipación de la mujer en la sociedad novohispana fue cen­
tral, la vida femenina formó parte del mundo cotidiano,
del que la historiografía hasta hace relativamente poco
tiempo, ha considerado importante registrar y conocer. Por
lo tanto, en las fuentes documentales pocas veces se ma­
nifiestan las actividades, opiniones, inquietudes o deseos
de las mujeres, particularmente las de aquéllas pertene­
cientes a las clases más desprotegidas.

21 María Soledad Arbeláez, Concepción Ruiz. el al., Bibliografía comentada sobre


la mujer mexicana, México, Dirección de Estudios Históricos-INAH (Cuadernos
de trabajo, 551, 1S1K8.
n Según Carmen Ramos, la necesidad de conocer la historia de las mujeres
obedeció en buena medida a la influencia del movimiento feminista. Cénero
e historia, México, Instituto M o ra/U A M , 1<JÍ>2, p. 10.

34
Introducción

Está de más justificar que, para la comprensión de la


ibdedad novohispana, es imprescindible analizarla bajo
iR t perspectiva de género. Como bien se sabe, las muje-
|M, desde los primeros tiempos a partir de la Conquista de
México, desempeñaron una función clave en la configura-
tión económica y cultural de la nueva sociedad virreinal
(fttdiante las variadas actividades que desempeñaron y
también de sus distintas condiciones como madres, espo-
Ml, abuelas, viudas, hijas o amantes. Su quehacer cotidia­
no» muchas veces silencioso y poco valorado, fue decisivo
•ft el proceso inicial de conquista y colonización y funda­
mental para la integración del México colonial, época du-
rtnte la cual los procesos de intercambio entre diversas
Culturas dieron origen a la sociedad que nos caracteriza.
Los primeros estudios destacaron el papel de las mu­
jeres “notables” que sobresalieron por su actividad, enalte­
cida o menospreciada a lo largo de las distintas épocas.
Entre ellas, por supuesto, debe citarse a la controvertida
Malintzin y a la ilustre y polémica monja jerónima sor
Juana Inés de la Cruz.2a La importancia de la vida con­
ventual femenina, en una sociedad en la que la religión
fue eje central de poder en todos los aspectos, suscitó va­
liosas investigaciones en los años cincuenta sobre las ac­
tividades de las mujeres en los conventos, con énfasis en la
actividad educativa que desempeñaron las religiosas du­
rante el período colonial.24

Existe una amplia bibliografía sobre ambas mujeres desde la época colonial
hasta nuestros días.
MJosefina Muriel, Conventos de monjas en la Nueva España, México, Ed. Santiago,
1U46.

35
Maria Elisa Velázqucz Gutiérrez

A partir de la influencia de la historia social y econó­


mica durante los años setenta y parte de los ochenta en
México y en Estados Unidos, aparecen los primeros estu­
dios sobre la participación económica y cultural de las
mujeres españolas, criollas e indígenas, en los que se des­
taca su papel en diversos ámbitos del Virreinato.2'5 Gra­
cias a los aportes de éstas y otras investigaciones históricas,
así como a los análisis antropológicos y sociológicos so­
bre la condición femenina, que también tuvieron un auge
teórico en estas décadas, los enfoques y metodologías de
investigación en las ciencias sociales comenzaron a ser
cuestionados. Con la finalidad de comprender de manera
más hoiística las relaciones sociales a lo largo de la histo­
ria, se fue construyendo la categoría de género, en tanto
concepto analítico capaz de abrir espacios de interpreta­
ción y comprensión sobre la'presencia de las mujeres y de
los hombres en un contexto más amplio, en el que se toma
en consideración las relaciones entre ambos sexos y la
construcción social de lo femenino y lo masculino de
acuerdo con determinantes históricas y culturales, como se
subraya más adelante. Entre otros aportes, estos nuevos
enfoques destacan la necesidad de distinguir que las muje­
res, a pesar de compartir ciertas problemáticas, vivieron,
sintieron y enfrentaron distintas realidades en relación con

Josefina Mnricl, Las indias caciques de Corpus Christi, México, Instituto de Histo-
ria-UKAM {Primera Serie Histórica, f>), 1963; Los recogimientos de mujeres: respues­
ta a una problemática social novohispana, México, Instituto de Investigaciones
Históricas- UNAM, 1974; Cultura femenina naoohispana, México, Instituto de In­
vestigaciones Hislóricas-UNAM (Serie Novohispana, 30), 1982; Pilar Gonzalbo,
La educación de la mujer en la Nueva España, México, SBP/E1 Caballito, 1985;
Las mujeres en la Nueva España. Educación y vida cotidiana, México, El Colegio
de México, 1987; Noemí Quezada, Amor y magia amorosa entre los aztecas. Su­
pervivencia en el México colonial México, UNAM ¡Serie Antropológica, 17), 1996.

36
Introducción

lu condición social y económica, su pertenencia a un de­


terminado grupo étnico, espacio y tiempo de los que for­
maron parte y las diversas construcciones culturales que
i u conformaron como sujetos históricos.26
Durante jas décadas de los ochenta y noventa del siglo
XX los estudios de género sobre la época colonial se diver-
lificaron tanto en temáticas como en regiones de análisis.27
A partir de la influencia de la historia de las mentalidades
0 de la vida cotidiana, se han abordado aspectos vincula­
dos con la sexualidad, la prostitución, las emociones, la
ftunilia y la educación.28 También se han realizado impor­
tantes estudios demográficos29 y otros enfocados en las
lalaciones entre los géneros.30 Sin embargo, persisten im-

H Entre otros muchos trabajos, véase Asunción Lavrin (comp ), Las mujeres la­
tinoamericanas: perspectivas históricas, México, FCE, 1985; Carmen Ramos ct aL
Presencia y transparencia: la mujer en la historia de México, México, El Colegio
de México, 1987; Asunción Lavrin y Edith Couturier, “Las mujeres tienen la
palabra“, en Historia Mexicana, vol. XXI, núm. 2, octubre-diciembre, México,
El Colegio de México, 1981.
H Familia y sexualidad en la Nueva España, México, SEP/FCE (Colección SEP/
80, 41), 1982; Solange Alberro, “El discurso inquisitorial sobre los delitos de
bigamia, poligamia y solicitación”, en Seminario de Historia de las Mentalidades,
DEH-INAH, Seis ensayos sobre el discurso colonial relativo a la comunidad doméstica,
México, INAH, 1980 (Cuaderno de trabajo, 35); Marcela Tostado, El álbum
de ¡a mujer, vol. 11, Época colonial, México, in au (Colección Divulgación),
1991; Georges Duby y Michelle Perrot, Historia de las mujeres, España, Taurus,
1992; Pilar Gomal bu. La familia y el nuevo orden colonial México, El Colegio
de México, 1908.
« Bajo esta perspectiva existe una amplia bibliografía, entre ella vale la pena
»eñalar las investigaciones publicadas por: Silvia Arrom, Las mujeres del siglo
XIX en ¡a ciudad de México, México, Siglo XX[, 1989; Asunción Lavrin, Sexua­
lidad y matrimonio en la América hispánica, siglos XVI-XVII, México, Conaculta/
Grijalbo (Colección Los Noventa), 1991; Ana María Atondo, El amor venal y
la condición femenina en el México colonial, México, inah , 1992; Patricia Seed,
Amar, honrar y obedecer en el México colonial México, Conaculta/Alianza, 1991;
Pilar Gonzalbo (coord.), Lamillas novohispanas, siglos XVI-XIX op. cit.
Sobre la ciudad de México destaca el de JuanJavier Pescador, De bautizados
a fieles difuntos, México, F.l Colegio de México, 1992.
,111 Destaca, entre otros, el iibro de SteveJ. Stern, La historia secreta del género. Mu-

37
María Elisa Velázquez Gutiérrez

portantes interrogantes alrededor de los grupos considera­


dos marginales o minoritarios, como ío fueron las mujeres
de origen africano y sus descendientes en la Nueva España.
En algunas investigaciones o trabajos monográficos que
incluyen la presencia femenina se ha aludido tangencial­
mente a estas mujeres; los análisis de otros temas como el
de la Inquisición, la magia o hechicería y la familia, la pros­
titución o la bigamia, como se verá en el siguiente aparta­
do, han recurrido a los valiosos testimonios sobre “negras
y mulatas”, pero queda por hacer una reflexión más pro­
funda sobre su condición femenina y cultural.31
En relación con la historiografía sobre la presencia afri­
cana en México, existen textos valiosos que han realizado
un balance relativamente reciente. Entre ellos destacan los
de Emma Pérez Rocha y Gabriel Moedano de 1992,32
Adriana Naveda, María Guevara, Colin Palmer, Cathari-
ne Good y Araceü Reynoso de 199733 y el de Juan Ma-

jeres, hombres y poder en México en las postrimerías del periodo colonial México,
fce, 1999.
31 Es importante señalar que países que actualmente cuentan con un considera­
ble porcentaje de mujeres de origen africano como Brasil, Cuba, Colombia,
Perú y sobre todo Estados Unidos, han desarrollado trabajos de investigación
centrados en estas temáticas, que aunque abordan problemáticas y tempora­
lidades distintas, pueden aportar metodologías y formas de interpretación para
los estudios en México. Entre otras, véase las obras de Verena Stolcke, Racis­
mo y sexualidad en la Cuba colonial, Madrid, Alianza, 1992; Verene Shepherd
el a l, Engendering History, Caríbbean Wbmen in Hislorical Perspeclive, Londres,
James Currey Publishers, 1995 ; Nancy Motta, Enfique de género en el litoral pa­
cifico colombiano, Santiago de Cali, Universidad del Valle, 1995; Celsa Albert
Batista, Mujer y esclavitud en Santo Domingo, República Dominicana, C E D E t.
1990.
32 Emma Pérez Rocha y Gabriel Moedano, Aportaciones a la investigación de ar­
chivos del México colonial y a la bibliohemerografia afromexicanista, México, inah ,
1992.
33 María Elisa Velázquez y Ethel Correa (comps.), Poblaciones y culturas de origen
africano en México, México, INAH (col. Africanía), 2005.
:u Juan Manuel de la Sema, “La esclavitud africana en la Nueva España. Un ba-
Introducción

Miel de la Sema de 1998.34 Aunque con distintos enfoques


Ittonción a diversos problemas, la mayoría de estos traba-
ÍW leñalan la importancia que tuvo la aportación de la obra
* 1 antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán como pionero del
ÍM udio de los africanos en México en los años cuarenta3-15
'•flexiónan acerca de los temas abordados hasta ahora
Otros investigadores. Algunos de ellos también puntúa­
los problemas metodológicos y de interpretación que
|fenisten en el análisis de este grupo, así como los temas
entes documentales en archivos todavía no explora-
i , No es propósito de este apartado repetir las apor-
Heiones de estos investigadores, sino subrayar los temas
éntrales que han orientado las reflexiones sobre el estudio
de los africanos en México y señalar las temáticas
y Ulléas metodológicas relacionadas con el tema de inves-'
M|aclón que nos ocupa.
Gracias a la llamada de atención de Aguirre Beltrán se
¿••Arrollaron, principalmente en México y más tarde en
lita d o s Unidos,36 investigaciones en torno de este grupo

^ jh lln Manuel de la Serna, “La esclavitud africana en la Nueva España. Un ba­


tanea historiogiáfico comparativo”, en Juan Manuel de la Sema (coord.), Igls-
' fíl ¡/ sociedad en América Latina colonial. Interpretaciones y proposiciones, México,
. UNAM/Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos, 1998,
M , 251-284.
" Durante las dos primeras décadas del siglo XX, algunos autores como Manuel
Martínez, Nicolás León, Alfonso Toro y Gabriel Saldívar, hicieron alusión a
II población africana en México, tal y como lo señalan Emma Pérez Rocha
y Gabriel Moedano en su obra Aportaciones a la investigación de archivos del Mé-
MUo Colonial y a la bibliohemerografía afiomexicanista, op. cil.
Durante los años sesenta las investigaciones sobre población africana en Mé­
xico tuvieron especial interés entre los estadounidenses. Destacan entre otras
l l i obras de David M. Davidson, “Negro Slave Control and Resistance in Co­
lonial México 15ID-1650”, en HAH&, vol. 46, núm. 3, agosto de 11)66; Robert
La Don Brady, “The Emergence of a Negro Class in México 1524-1640”, te-
M«i State Uníversity oflowa, 1065 y “The Domestic Slave Trade in Sixteenth
Canturv México”, en The Ameritas, vol, 24, núm, 3, enero de 1968, pp. 281-
IIW¡ Peter Boyd Bowman, “Negro Slaves in Early Colonial México", en The

39
María Elisa Velázquez Gutiérrez

que revelaron, entre otras cosas, la activa participación de


los africanos y sus descendientes en diversos ámbitos y
regiones; además, destacaron su ausencia dentro de la his­
toriografía mexicana y por Lo tanto en el escaso reconoci­
miento de su presencia en la configuración de la sociedad
mexicana. Las obras de Aguirre Beltrán se basaron en los
planteamientos etnohistóricos del antropólogo Melville F.
Herskovits, quien subrayó la necesidad de reconocer, res­
catar y destacar las influencias africanas en América, me­
diante un método teórico que vinculaba el pasado con el
presente. Estos planteamientos no sólo tr azaron un nimbo
metodológico para posteriores estudios sobre el tema en
México y Estados Unidos -m uchos de los cuales preva­
lecen actualm ente-, sino que sus perspectivas fueron
también consideradas válidas para el resto de América. A
partir de un minucioso rescate de fuentes documentales y
de un estudio etnográfico de poblaciones con rasgos africa­
nos en México, Aguirre Beltrán realizó un amplio estudio
sobre dicha población, en el que destacó las características
del tráfico de esclavos, las formas de explotación y la im­
portancia de reconocer sus culturas de origen, todo ello
con aportes de cifras demográficas para la comprensión
de la diversidad étnica. Además, y siguiendo los postula­
dos de Herskovits, insistió en la importancia de vincular
las investigaciones etnológicas e históricas con el fin de

Americas, vol. 26, núm. 2, South Ik'thsda, octubre de ¡969, pp. 134-151, y Ed
gai F. Love, “Negro Resistance to Spanish Rule in Colonial México”, en 77¡¿
Journal of Negro Ilútory, vol. 52, núm. 2, abril de 1967, pp. 89-103; Philip Cur
tin, The Atlantic Slave 'Hade a Censas, Madison, University ofWisconsin Press,
1969. Años más tarde también sobresale la obra ya clásica de Colín A. Pal­
mer, Slam oflhe. White Cod: Blucki in México, 1570-1650,1larvard, University
Press, 1976, que aún no se ha traducido al español

40
Introducción

distinguir y rescatar los rasgos africanos entre la población


mexicana, elaborando para ello, trabajos etnográficos en
Guerrero y Veracruz.3'
Pese al decisivo señalamiento de Aguirre Beltrán, las
investigaciones sobre el tema no adquieren mayor auge si-
DO hasta los años setenta cuando, de manera importante,
tparecen estudios históricos y etnográficos que abordan,
•n su mayoría, asuntos económicos de las ciencias sociales
difundidos en aquella época, muchos de los cuales comen­
taron a diversificar las temáticas y las regiones de estudio.
En esta década se realizaron importantes trabajos so­
bre producción y esclavitud en haciendas azucareras de
Veracruz3íí y Morelos; así como sobre minería39 y cima-
rronaje,40 además del aporte de algunos elementos nuevos

^ Gonzalo Aguirre Beltrán, Cutjla. Esbozo etnográfico de un pueblo negro, México,


FCE, 19.58; “Ñyanga y la controversia en torno a su reducción de pueblo”,
en Jornadas de homenaje a Gonzalo Aguirre Beltrán, Xalapa, IVEU, 1988; “Pobla
I dores del Papaloapan: biografía de una hoya", en Revisto del CIESAS, México,
Ediciones de la Casa Chata, 1992.
^ Adriana Naveda, "Trabajadores esclavos en las haciendas azucareras de Cór
doba, Veracruz, 1714 •I7(i3”, en Elsa Frost eí al., El trabajo y los trabajadores en
la historia de México, México, El Colegio de México/University of A rizón a
Press, 1977, pp. 132-182 y Esclavas negras en laf haciendas azucareras de Córdoba,
Veracruz: 1690-1830, Jalapa, Universidad Veracruzana/Centro de Investigacio­
nes Históricas, 1987; Magnos Momer, "Comprar o criar. Fuentes alternativas
de suministro de esclavos en las sociedades planlacionistas de Nuevo Mun
do”, en Revista de Historia de América, núm. 9, enero junio, México, 1981, pp.
37-81; Fernando Winfield, Esclavos en el archivo notarial de Xalapa, 1700-1800,
Xalapa, Universidad Veracruzana/Museo de Antropología, 1984,
David Brading, “Grupos étnicos: clases y estructura ocupacional en Guana-
juato”, en Historia Mexicana, vol. 21, núm. 3, enero-marzo, México, 1972.
^ Frederick Browser, “The Free Person of Color in México City and Lima:
• Manumisión and Oportunity, 1.580- lh.50”, en Engerirían Stanley (ed.), Race
and Slavery in the Western llemitphere, Priiiceton, Prmceton Uitiversity Press,
197.5; Patrick Carroll y Aurelio Reyes, “Ampapa, Paxaca: pueblo de cimarro­
nes”, en Boletin del Instituto Nacional de Antropología e Historia, época II, núm. 4.
enero-marzo de 1973; Miguel García y Adriana Naveda, “Trabajadores escla­
vos en las haciendas azucareras de Córdoba, Vcracruz, I71417(¡3”, en Elsa
Frost el. al., El Irabajo y los trabajadores en la historia de. México, México, El Co­
legio de México/University of Atizona Press, 1977, pp. 132- 1K2; y Esclavas ne-

41
María Elisa Velázquez Gutierre;

en relación con la magia, religión, música y danza.41 Du­


rante la siguiente década se redujo la cantidad de inves­
tigaciones sobre el tema, pero se consolidó el trabajo de
autores nacionales centrado en nuevas regiones, aunque
las temáticas en general siguieron el mismo rumbo de los
años setenta.42 En los años noventa, las investigaciones so­
bre la población de origen africano en México aumentaron
de manera notable, aunque no en la proporción necesaria
y se profundizaron y multiplicaron los temas y regiones,
particularmente en el análisis histórico.43

grvs en las haciendas azucareras de Córdoba, Veracruz: 1690-1830, Xalapa, México,


Universidad Veracruzana/Centro de Investigaciones Históricas, 1987; Mag-
nus Momcr, Comprar o criar. Fuentes alternativas de suministro de esclavos
en las sociedades plantacionistas de Nuevo Mundo”, en Revista de Historia de
América, núm. í), enero-junio, México, 1981, pp. 37-81; Fernando Winfield,
Esclavos en el archivo notarial de Xalapa, 1700-1800, Xalapa, Universidad Ve-
racruzana/Museo de Antropología, 1984. David Brading, “Grupos étnicos:
clases y estructura ocupacional en Guanajuato", en Historia Mexicana, vol. 21,
núm. 3, enero-marzo, México, 1972. Frederick Browser, “The Frec Person of
Color in México City and Lima: Manumisión and Oportunity, 1580-1G50”,
en Engerman Stanley (ed.), op. cit.; Patríele Carroll y Aurelio Reyes, “Ampapa,
Paxaca: pueblo de cimarrones”, en Boletín del Instituto Nacional de Antropología
e Historia, época II, núm. 4, enero-marzo, 1973; Miguel García Bustamante,
“Dos aspectos de la esclavitud negra en Veracruz. Trabajo especializado eií
trapiches e ingenios azucareros y cimarronaje durante el siglo X V II” , en Jor­
nadas de homenaje a Gonzalo Aguirre Beltrán, Veracruz, IVEC, 1988; Richard Pn­
ce (contp.), Sociedades cimarronas, México, Siglo XXI, 1981.
11 Gonzalo Aguirre Bellrán, El negro esclavo en Nueva España, la formación colonial,
la medicina popular y otros ensayos, Obra Antropológica, México, Universidad
Vbracruzana/Instituto Nacional Indigenista/Gobiemo del Estado de Veracruz/
CJESAS/FCE, 1994.
Entre las obras de los estadounidenses de este periodo vale la pena destacar
la de Dennís N. Valdés, “The decline of slavery in México”, en Ihe Amcricas,
op. cil.
43 Los “Encuentros de Afromexicanistas” coordinados por la doctora Luz María
Martínez Montiel y organizados desde 1992 por medio del Programa Nuestra
Tercera Raíz de la Dirección General de Culturas Populares, fueron centra­
les para la reflexión y discusión de estos temas entre distintos investigadores
de varias regiones de México y América Latina.

42
Introducción

La búsqueda y rescate de archivos en otras regiones


l México, como Michoacán,44 Puebla,45 Tamaulipas,46
»»huila,47 Yucatán,48 Tabasco,49 Jalisco,50 Guanajua-
jJHColima,52 Oaxaca y la ciudad de México,53 han ain­
ado las «perspectivas sobre su importancia en la historia
I México.54 También nuevas temáticas sobre relaciones

l® M irle Guadalupe Chave z, Propietarios y creíanos negros en Valladolid de Michoa-


<W H», 1600-7650, Mordía, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo,
(Colección Historia Nuestra), !!)!>().

t Carlos Paredes y Blanca Lara, “La población negra en los valles centrales de
fu ibla: orígenes y desarrollo hasta lfi8l”, en Luz María Martínez Montiel
(coord.), Presencia africana en México, Conaculta, 1994.
f f t María Luisa Herrera Casases, Presencia y esclavitud del negro en la Huasteca, Mé-
Mico, Porrúa, 1989.
W Carlos Manuel Valdés e Ildefonso Dávila, “Esclavos negros en Saltillo, siglos
XVII-X1X”, manuscrito, 1989.
H G«nny Negroe Sierra, “Pocos negros en Mérida, ¿suficientes fuentes?”, ponen-
( j Ir presentada en el “V Encuentro Nacional de Afromexicanistas”, Mordía,
Universidad Michoacana de San Nicolás, octubre de 199.5.
*• Juan Andradc Torres, “Historia de la población negra en Tabasco”, en Presen­
t é africana en México, op. cit.
tá Rodolfo Fernández, “Esclavos de ascendencia negra en Guadalajara en los
ligios XVII y XVIII”, en Estudios de Historia Novohispana, vol. 11, México, b'NAM,
1691, pp. 71-81; Celina Becerra, “Familia y matrimonio esclavo en los Altos
dajalisco. La parroquia de Jal os to tillan en la segunda mitad del siglo XVXII”,
ponencia en ei “V Encuentro Nacional de Afromexicanistas , op. cit.
ti Mlríft Guevara, “Participación de los africanos en el desarrollo del Guanajua-
(o colonial”, en Presencia africana en México, op. cit., pp. 133-183; “El desarrollo
d i Guanajuato virreinal y su conformación étnica: el caso de los afromesti-
lOi", tesis de maestría, México, u n a m , 2000. De la misma autora: “Relacio­
nes interétnicas en Guanajuato. Siglo XV1I1”, en María Guadalupe Chávez
(coord.), El rostro colectivo de la nación mexicana, Michoacán, Universidad Mi-
cho&can de San Nicolás de Hidalgo, 1997; Guanajuato diverso: sabores y sinsa­
bores de su ser mestizo (siglos XVI a XVII), Guanajuato, La Rana, 2001.
M Juan Carlos Reyes, “Tributarios negTOS y afromestizos, primeras notas sobre
un padrón colímense de 1809”, en Luz María Martínez y.Juan Reyes {eds.J,
III Encuentro de Afromexicanistas, Colima, Gobierno del Estado de Colima/
Conaculta, 1993.
** Lilia Serrano, “Población de color en la ciudad de México, siglos XVÍ-XVI1 ,
en Martínez y Reyes (eds.), III Encuentro Nacional de Afromexicanistas, op. cit.
y Elizabeth Hernández y Marta Eugenia Silva, “1.a esclavitud negra en la
ciudad de México durante el periodo 1555 a Ki55 a través de los documen­
tos notariales”, tesis de licenciatura, México, UNAM, 1998.
El libro Presencia africana en México, coordinado por Luz María Martínez Mon-
tlel, ya citado, reúne un número importante de trabajos monográficos dedi-

43
María Elisa Velázquez Gutiérrez

interétnicas, demografía,™ posibilidades de movilidad so­


cial,™ trabajo,’7 identidad, vida familiar y cotidiana,™ así
como aportaciones sobre su influencia en algunas manifes­
taciones culturales corno la danza y el baile en regiones
poco consideradas o la recuperación de otras fuentes en las
que aparecen representados,™ han enriquecido y revalo­
rado las investigaciones iniciadas a mediados del siglo.60
Estos estudios, entre otras cosas, como lo señala Adria­
na Naveda, han destacado la necesidad de analizar la his­
toria de los africanos en México no sólo como un número
o un bien material, sino diversificando la investigación
hacia otros ámbitos que den cuenta de su vida como indi­
viduos pertenecientes a un grupo social.61 Por otra parte,

cades al tema, muchos de los cuales han sido señalados en este apartado.
También el libro coordinado por María Guadalupe Chávez, El rostro cotuda10
de la nación mexicana, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo, lí)!)7, reúne artículos sobre el tema.
Norma Castillo Palma, ‘‘El estudio de la familia y del mestizaje a través de las-
fuentes eclesiásticas: el caso del archivo parroquia] de San Pedro Cholula",
en Bnan K Cannaughton y Andrés Lira (eds.), Las fuentes, eclesiásticas para la
historia social de México, México, L'AM-Ixtapalapa/Instituto Mora, 1997.

’I' María Elisa Velázquez^uati Correa: mulato libre, maestro de pintor, México, Co-
naculta, 1998.
” Aiaccli Reynoso, “Esclavos y condenados: trabajo y etnicídad en el obraje de
Posadas”, en María Guadalupe Chávez (coord.), El rostro colectivo de la nación
mexicana, op. cit. También sobre trabajo véase Moisés Guzmán Pérez, “Los
l Jurón. U na familia de arquitectos mulatos de Valladolid. Siglos XVII XVIII” ,
en Chávez (coord.), El rostro colectivo de la nación mexicana, op. cit.
;>B María Elena Cortés, “El matrimonio y la familia negra en la legislación civil
y eclesiástica coloniales. Siglos XVI-X1X”, en Sergio Ortega, El placer de pecar
y el afán de normar, México, Joquín Morliz/INAH, 1987.
’’ Gleim Michael Swiadnn Martínez, “lo s villancicos de negro en el siglo XVU",
tesis de doctorado, México, UNAM, junio de 2000.
1.0 Instituto Veracnizano de Cultura, 1994. Del mismo autor: “El fenómeno de
la rítmica combinada en grupos de tambores y ensambles de cuerdas ras­
gueadas en la tradición del son”, en María Guadalupe Chávez (coord.;, El
rostro colectivo de la nación mexicana, op. cit.
1.1 Adriana Naveda, “Los estudios afromexicanos: los cimientos y las fuentes lo­
cales”, en La palabra y el hombre, Xalapa, Universidad Veracruzana, núm. 97,
p. 12(1.

44
Introducción

/arias de estas investigaciones, sobre todo las estadouni­


denses, se han interesado en explorar la problemática entr e
|H¿za, identidad y estatus económico.*'2 También es impor-
íante señalar que, si bien algunos estudios enfocan la pre-
Wncia africana en el siglo XiX, este periodo de la historia
Í° se conoce muy bien, entre otras causas por las limita­
ciones que las fuentes documentales representan para la
Identificación de los grupos raciales o culturales.63 A pesar
Bel desarrollo de los estudios históricos regionales y de
Btros de carácter antropológico o etnológico que analizan
comunidades de afrodescendientes en estados como Verá-
ifruz y las costas de Guerrero y Oaxaca,6'4persisten temas
^o r investigar y problemas teóricos y metodológicos por
Resolver. Las características de las culturas de proceden­
cia de los africanos, si bien exploradas por estudiosos co­
cino Aguirre Beltrán, Colín Palmer, Paul E. Lovejoy y más

i® Desde los años ochenta, Patricia Seed se preocupó por este problema en su
artículo “Social Dimeusions of Race: México City, 17.53", en HAHR, vol. (i2,
núm. 4, noviembre, 1982. Entre otros estudios vale la pena subrayar el de
Douglas R. Cope, iChe l.imils o f Racial üominalion. Plebeian Society in Colonial
México City 1660-1720; Wisconsin, L'niversity ofWmsconsin Press, 1994 y la
de Peler Stern, “Gente de Color Quebrado. Africans and Afromestizos in
Colonial México”, en CLAllR, vol. 3, núm. 2, 1994, pp. 18.5-207. También
véanse los trabajos de Thomas Calvo, “Familias y sociedad: Zamora (siglos
XVIII-XIX)” y Robcrt McCaa, “Calidad, clase y matrimonio en el México co­
lonial: el caso do Parral, 1788-1790”, en Pilar Gnnzalbo ¡comp.l, l¡atona de la
familia, México, Instituto Mora/UAM, 1993, y el reciente estudio de HonVin-
son 111, Ítcaning arrra fox fiis majesly. ¡Tic. fice colored Mtlitia in Colonial México,
California, Stanford Uilivcrsily Press, 2001.
^ Destaca el texto de Arturo Motta y Elhel Correa, “El censo de 1890 del Es­
tado de Oaxaca”, en María Guadalupe Chave/, (coord.), El rostro colectivo de
la nación mexicana, op. ciL
Existen estudios antropológicos contemporáneos sobre la población de origen
africano en Veracruz como los de Sagrario Cruz, “Identidad en mía comu
nidad afromestiza del centro de Veracruz: el pueblo de Mata Clara”, tesis,
Cholula, Universidad de las Américas, 1989, y “La cultura afromestiza del
centro de Veracruz: la población de la Matamba, municipio de Jamapa, Vera
cruz”, reporte mecanoescrilo de la Dirección General de Culturas Populares,
Xalapa, 1991. También existen muchas investigaciones, en su mayoría sin pu-

45
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

recientemente por Nicolás Ngou-Mvé,f,li son aún temas de


investigación.
A éstas se suman otras líneas de estudio que necesitan
ser abordadas, por ejemplo el desempeño de este grupo en
diversos espacios sociales y económicos, y problemas deri­
vados de las distinciones raciales en los diferentes periodos
de la historia virreinal. Es necesario, además, reflexionar
acerca de las formas de identidad o resistencia, las in­
fluencias y los procesos de interacción cultural con otros
grupos,66 conocer datos demográficos más certeros, las ca­
racterísticas singulares de la esclavitud en la Nueva Es­
paña y difundir su importancia en la historia y la cultura
de México.67
Para avanzar en el análisis de este grupo también de­
ben formularse nuevos conceptos y formas de interpreta-

blicar sobre la Costa Chica, entre ellas los trabajos de Ethel Correa y Arturo
Motta. Véase también los trabajos de Maria Cristina Díaz Pérez, “I-as relacio­
nes de parentesco en tres comunidades aíromestizas de la Costa Chica de Gue­
rrero”, tesis de licenciatura, México, ENAH, 11)9.1; Queridalo, matrilocaltdad y
atañía entre los afiomestizas de la Costa Chica, México. Conaculta, 2003 y Araa-
ranta Arcadia, “El papel de los estereotipos en las relaciones interétnicas: mix­
téeos, mestizos en Pin o lepa Nacional, Oaxaca”, tesis de licenciatura, México,
ENA1I, 2000. También varios investigadores estadounidenses se han interesa­
do recientemente por el estudio de este grupo de la región de Guerrero.
1,3 Nicolás Ngou-Mvé, El África bantú en la colonización de México (1595-1640), Ma­
drid, Agencia F-spañola de Cooperación Intemacional/Consejo Superior de
Investigaciones Científicas (Monografías, 7), 1994.
M’ Recientemente Frank T. Proctor 111 se ha preocupado por explorar caracterís­
ticas culturales y de comunidad en los grupos de población de origen africano
en la ciudad de México y Guanajuato. “Black and White Magic: Curandismo,
Race and Culture in Eighteenth-century México”, ponencia presentada en
“The International Seminar on the History of the Atlantic World”, Harvard
University, 1998 y “African Slavcry in México, 1640-1750: Labor, Family,
Community and Culture”, proyecto de investigación presentado en el semi­
nario "Estudios sobre poblaciones y culuiras de herencia africana en México”,
Dirección de Etnología y Antropología Social-INAH, noviembre de 2000.
1,7 En las reuniones académicas de! seminario Estudios sobre poblaciones y cul-
Luras de herencia africana en México se presentan proyectos de investigación
de historiadores y antropólogos, con el fin de reflexionar y discutir los tra­
bajos más recientes del tema.

46
Introducción
U i ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

tíón que expliquen su olvido en la historiografía mexicana


|f que hagan posible su estudio y comprensión, no sólo a
partir de la lectura tradicional de las fuentes y de la ex­
plicación de los procesos bajo una óptica descriptiva. Son
Umbién indispensables nuevas interpretaciones etnográ­
ficas y antropológicas más dinámicas que, apoyadas en la
historia, lejos de buscar raíces o características puras, pro-
fclematizen en torno de la realidad presente no sólo de
IOS grupos fenotípicos sino también de otros mestizos. En
Mtte sentido, es importante subrayar que algunas metodo­
logías de investigadores estadounidenses que objetan el
modelo teórico de Herskovits han propuesto perspectivas
iltem ativas para el estudio de los grupos de origen afri­
cano, aunque hasta la fecha han tenido poco eco entre sus
Colegas mexicanos. Tal es el caso de la propuesta de Sid-
lley W. Mintz y Richard Price,fí!f quienes, partiendo de un
•nfoque antropológico, cuestionan los modelos teóricos
que ven en estos procesos simples sumas de elementos cul­
turales generales. Estos autores proponen nuevas formas
de abordar su estudio y consideran que la cultura es un
proceso dinámico y creativo que responde a una nueva
Walidad histórica, en la que está presente una diversidad
de elementos, como lo señalaré más adelante.
Uno de los temas notoriamente ausentes en la historio­
grafía es el de las mujeres africanas y sus descendientes
•n la Nueva España. Varios trabajos del periodo colonial
le han referido a ellas en estudios sobre la Inquisición, los

” Sidney W. Mintz y Richard Price, The Birth ofAfrican-American Culture, an An­


thropological Perspective, Boston, Beacon Press, 1!M2.

47
María Elisa Velazquez Gutiérrez

matrimonios y la familia.® En fechas relativamente recien­


tes se han efectuado algunas investigaciones más precisas
que subrayan aspectos en torno a la hechicería y la escla­
vitud,70 pero muy pocos han reflexionado acerca de otras
temáticas que expliquen de una manera holística sus ex­
periencias y su importancia en la configuración de la so­
ciedad novohispana.71 Por lo tanto, no se han despejado
interrogantes que expliquen las complejas relaciones étni­
cas, sociales y de género que se vivieron durante aquella
época y que influyeron en la formación de una sociedad
heterogénea y plural; más aún, no se cuenta con datos que
amplíen las dimensiones de análisis y cuestionen los este­
reotipos que hasta la fecha siguen formando parte de su
estudio.

(i!* Varios trabajos abordan la vida de las mujeres negras y mulatas en obras con
temas generales, tom o la de Solange Albeno, “Negros y mulatos en los docu­
mentos inquisitoriales: rechazo o integración”, en Elsa Frost et ai, El trabajo
y ¡os trabajadores en la historia de México, o¡>. rit.; Inquisición y sociedad en México,
1577-1700, México, FCK, 1088; Patricia Seed, Amar, honrar y obedecer en el Mé­
xico colonial. Conflictos en tomo a la elección matrimonial, 1574-1821, op. rit. Estu­
dios más recientes son ios de Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial, op. rit.
w Alejandra Cárdenas, Hechicería, saber y transgresión. Afiomestim en Acapulco: 1621,
Chilpancingo, Imprenta Candy, id /7, Patricia Pérez, “Amor y poder, dos
anhelos en la hechicería de esclavos", en Estudios michoacanos VI, Zamora, El
Colegio de Michoacán, 1985, pp. 211-222; Ana Leticia Mcjxa (ed.j, Relación de
la causa deJuana Muría, muíala. Esclava, mulata y hechicera. Historia inquisitorial
de una mujer novohispana del siglo XVIII, México, El Colegio de México, 1996.
71 Elizabeth Anne Kuznesof, “Ethnic and Gender Influences on ‘Spanish’ Cíen­
le Society in Colonial Spanish America", en Colonial Latín American Review,
vol. 4, núm. 1, 1995, pp. 153-172; María Elisa Velázqucz, “Mujeres de rostros
azabachados en la Nueva España”, en IVciclo de conferencias: la América abun­
dante de Sor Juana, México, Museo Nacional del Virreinato/lNAII, 1995, pp.
83-1)8; María Guevara, “Testamentos de mujeres en Guanajuato. Primera mi­
tad del siglo XVIII*, ponencia presentada en el “Simposio Nueva España, Igle­
sia v Sociedad”, en Zamora, El Colegio de Michoacán, septiembre de 1997;
Susan Kellog, “Texis of identity; writing and painting ethno-raeial and gender
idcnülities in Colonial New Spain, 1650 1760”, manuscrito, 1077 y “Las mu­
jeres 'africanas' en el centro de México, 1648-1707: sus testamentos y sus vi­
das”, manuscrito, 1090.

48
Introducción

Conceptos, m étodo y fuentes

Rescatar y analizar la presencia y participación de grupos


considerados minoritarios, segregados o apenas mencio­
nados en la historiografía, como es el caso de las mujeres
de origen africano y sus descendientes, es sin duda uno de
los principales retos de los investigadores, en particular del
periodo virreinal. Nuevas formulaciones teóricas, temáti­
cas y metodológicas han demostrado que el estudio de es­
tos grupos es posible y necesario para la comprensión de
la configuración de nuestro pasado y nuestro presente. Por
otra parte, las formas de interpretación, los estereotipos
(muchas veces basados en las mismas construcciones cul­
turales del periodo) y la búsqueda de variables homogé­
neas, singulares o puras, también desde mi punto de vista,
han impedido un análisis certero acerca de su papel en la
sociedad novohispana.
Como el objetivo central de este estudio es explorar
la vida de las africanas y sus descendientes, fundamental­
mente durante los siglos XVII y XVIII, desde una perspec­
tiva amplia, se enfocarán varias temáticas relacionadas con
el trabajo que desempeñaron, las características de su fun­
ción en la familia, las consecuencias sociales que tuvo su
origen racial en los distintos periodos, las relaciones que
establecieron con otros grupos, sus aportaciones culturales
y la forma en que fueron percibidas por la sociedad de su
tiempo. Para explorar estos temas es necesario utilizar va­
rios conceptos, muchos de los cuales se analizarán en los
capítulos respectivos; empero, en este apartado es necesa­
rio explicar algunos de los problemas de interpretación y
ciertos conceptos polémicos relacionados con ios proce­

49
María Elisa Velázquez Gutiérrez

sos culturales, las construcciones sociales en torno a las


determinaciones raciales, el análisis de género, la amplia­
ción de la interpretación sobre la esclavitud y la libertad,
así como la periodización y la pluralidad de situaciones
que vivieron las africanas y sus descendientes en la socie­
dad virreinal.
La aparente ausencia de fuentes sobre este grupo, así
como las características de algunas de ellas, han abierto
diversas posturas analíticas en relación con la valoración
de su importancia. Algunos investigadores argumentan
que, al tratarse de un grupo desarraigado, disperso, hete­
rogéneo y marginado, no tuvieron la oportunidad de desa­
rrollar formas de identidad o culturas propias, como en
otros países de América, sino que se vieron forzados a
adaptarse olvidando o negando su pasado cu ltu ral.E sta
interpretación ha dejado de lado varios elementos a con­
siderar. Por un lado, y pese a que la población africana que
arribó a la Nueva España provenía de diversas culturas,
con distintos idiomas, religiones y formas de pensar y ser,
es difícil imaginar que un corpus cultural milenario se di­
solviera en meses, años o décadas, no obstante el intercam­
bio biológico y cultural, más aún si consideramos que estas
formaciones culturales eran sólidas, profundas y transmi­
tidas de generación a generación. Por otra parte, también
habría que cuestionar cómo se interpretan las manifesta­
ciones culturales o de identidad: si como resultados estáti­
cos y atemporales o como procesos continuos de creación
y recreación.72

72 Algunos historiadores como Soiange Alberro, María Elena Cortés yjacques


Lafaye han desarrollado estas posturas.

50
Introducción

En el fondo esta postura de interpretación se despren­


de, paradójicamente, del mismo modelo teórico que pro­
puso Herskovits y que retomó Aguirre Beltrán, es decir,
de la idea de encontrar elementos o manifestaciones cultu­
rales putas de origen africano entre estos grupos con base
en rasgos formales o a identificar actividades de subleva­
ción o de resistencia claras y significativas. Estos enfoques,
aunque importantes para ciertas interpretaciones históri­
cas, pueden orillar a negar o menospreciar, como se ha
hecho, su participación en la configuración social, econó­
mica y cultural de la Nueva España o, por el contrario, a
reproducir estereotipos, crear identidades, inventar mitos,
y en suma, impedir la comprensión objetiva de un pasado
diverso y complejo. Por ello, en esta investigación, y se­
gún los señalamientos de antropólogos como Roger Basti­
da,73 y recientemente Mintz y Price, se considera la cultura
como un proceso dinámico, creador y en constante trans­
formación, en el cual conviven diversas realidades y acti­
tudes según las nuevas dinámicas sociales. Se parte de que
al margen del problema de los orígenes históricos, los re­
cursos culturales no se limitan a los elementos o com­
plejos que pueden demostrarse de origen histórico africano,
lino al uso creativo y continuo de este bagaje cultural.7i
Se pone énfasis, además, en que los procesos culturales se
exploran y estudian en las actividades laborales, en las rela­
ciones sociales, en la convivencia cotidiana y en expresio­
nes artísticas.

n Entre otras obras, es importante destacar el libro de Roger Bastide, Las Amó­
rteos negras. Las civilizaciones africanas en el Nuevo Mundo, Madrid, Alianza, 1969.
Sydney Mintz, Afio-Caribbean Transformations, Baltimore, Johns Hopkins Uni­
versity Press, 1974, pp. 1-43.

51
María Elisa Velazquez Gutiérrez

La población africana y sus descendientes en la Nueva


España, tanto hombres como mujeres, se identificaron en
las fuentes de la época fundamentalmente como negros,
mulatos, pardos, morenos, zambos o de color quebrado,
haciendo alusión al color de la piel, al tipo de mestizaje y al
léxico popular, en muchos casos heredado de la experien­
cia hispánica. La mayoría de las investigaciones históricas
y antropológicas sobre este grupo ha seguido utilizando
estos términos, aunque existe una larga controversia aca­
démica, todavía no resuelta, en torno a cómo denominar
este grupo, ya que estos nombres basados sólo en los rasgos
físicos muchas veces no sirven para explicar la problemá­
tica histórica o cultural, pero además reproducen los pre­
juicios del periodo. Algunos investigadores han propuesto
utilizar términos como afromexicanos o afromestizos'5 y
otros han optado por utilizar las mismas denominaciones.
En esta investigación se recurrirá, en ocasiones, a los tér­
minos de la época colonial para recuperar el sentido de su
tiempo. Sin embargo, es intención emplear otras catego­
rías para identificarlos, tratando de no reproducir, por lo
menos en el análisis académico, nociones que no explican
su situación social y cultural. Por ello, se aludirá al origen
cultural del que provenían considerándolos como de ori­
gen africano o del grupo étnico al que pertenecían, y en su
caso descendientes de ellos, aunque hayan nacido en la
Nueva España y tenido intercambio biológico con otros
grupos, como españoles o indígenas. Es cierto que estos tér­
minos no resuelven el problema histórico y teórico, asun­
tos que rebasan los objetivos de este estudio, sin embargo,75

75 Este término ha sido utilizado desde las décadas de los sesenta y setenta del
recién terminado siglo.

52
Introducción

sirven para aportar elementos a esta discusión académica


y delimitar el tema, haciendo un análisis más certero.
En relación con el problema anterior, está el del con­
cepto de raza o etnia para referirnos a los africanos y sus
descendientes, que ha estado presente en las discusiones
académicas para la investigación de este grupo y de otros.
Ninguno de los dos términos satisface las necesidades teó­
ricas y metodológicas para definir y comprender la si­
tuación histórica de la población de origen africano en la
Nueva España, menos en la capital virreinal, pero par adó­
jicamente ambos ayudan a explicar la problemática social
y cultural de este periodo. El concepto de raza, aunque uti­
lizado en la época, no tuvo las mismas connotaciones de
hoy. Según Magnus Mórner, antes del año 1500 la valo­
ración diferencial de las razas humanas era poco notable
y el hombre occidental tomó al parecer conciencia de las
características raciales sobre todo a causa de la curiosidad
renacentista. Sin embargo, durante la Conquista y coloni­
zación de América prevalecieron otras distinciones, como
la de cristianos y paganos. El paganismo, como lo señala
Mórner, proporcionaba una excusa útil para la conquista
y esclavización, aunque más tarde la distinción entre las
razas fue sustituida en América por la dicotomía típica­
mente colonial entre conquistadores y conquistados, o de
amos y sirvientes o esclavos. De esta forma se estigmatizó
al negro o al mulato por ser esclavos o descendientes de
ellos.76 La definición de raza tuvo un segundo auge, hacia
el siglo XV1I1, cuando la esclavitud tomó nuevas dimensio­
nes y se necesitaron argumentos que la justificaran, sobre

7,1 Magnus Mórner, La meada de razas en la historia de América Latina, Buenos Ai­
res, Paidós, 196!), pp. 19-20.

53
María Elisa Velázquez Gutiérrez

todo a partir de los rasgos físicos y el origen cultural. Fue


entonces cuando, con una explicación seudocientífica ,
se hizo hincapié en las diferencias físicas y evolucionó el
discurso racista que conocemos actualmente. Por su parte,
el concepto de etnia, que según Michael Banton nació en
los años treinta.con el propósito de criticar las doctrinas
raciales del siglo X IX con énfasis en las diferencias sociales
y no biológicas,77 es una noción relativamente contempo­
ránea que ha sido utilizada por investigadores para refe­
rirse más a rasgos culturales (lenguaje, territorio, religión
y costumbres), prescindiendo de las formas de organiza­
ción sociopolítica.
Las africanas y sus descendientes no fueron un grupo
cerrado y homogéneo, ni en características biológicas ni
en culturales, económicas o sociales. Es cierto que el co­
lor de la piel, los rasgos físicos, la condición de esclavitud,
el lenguaje de muchos de ellos (de origen bantú o lenguas
emparentadas) y las creencias y costumbres religiosas co­
munes a muchos grupos étnicos africanos, los identificaron
en algunos momentos como grupo social. Empero, gran
parte de la población africana creció y se desarrolló en la
Nueva España a partir de complejos procesos culturales
que incorporaron antiguas costumbres, nuevas creencias
y distintas vivencias en las que prevalecieron el intercam­
bio físico y cultural. En ocasiones se pueden observar for­
mas de solidaridad e identificación entre grupos de origen
africano, pero también rivalidades o por lo menos indife­
rencia ante situaciones de sometimiento; asimismo, pueden
distinguirse alianzas con otros grupos e incluso recono-

n Michael Banton, Racial Theories, London, Cambridge University Press, 1987,


p. XI.

54
introducción

cimiento social. Ello prueba que en esa época las distincio­


nes raciales fueron complejas y fáciles de manipular y que
no en todos los periodos tuvieron la misma importancia.
Sin pretender resolver o agotar la problemática respecto
de la definición de estos conceptos, en esta investigación
Se emplea el término raza en relación con su construcción
histórica y cultural para hacer referencia a las caracterís­
ticas que diferenciaron al grupo de los africanos y sus des­
cendientes en la época y se hará alusión al término etnia
como sinónimo de elementos culturales que comparte un
grupo social. Asimismo, y para comprender el contexto de
la época, se utilizará el término calidad, que expresó en el
periodo virreinal las características de origen cultural vin­
culados con la posición social y económica.7íi
Otro concepto que aborda este trabajo es el análisis de
género. Existen diversas posturas desde los años sesenta
acerca de cómo emprender las investigaciones sobre mu­
jeres en las ciencias sociales.7879 Sin olvidar que este grupo
no puede considerarse como un sector homogéneo, se en­
tiende en esta investigación que el análisis de género sirve
como una herramienta metodológica para explicar las re­
laciones o construcciones culturales de las experiencias
femeninas y las masculinas, tomando en consideración un
tiempo y un espacio determinados. Como lo señalan Jill

78 En un capítulo posterior se analizará detenidamente este problema, por lo


pronto es necesario aclarar que Cathanne Good lo explora y analiza en su
articulo ‘Reflexiones sobre las razas y el racismo; el problema de los negros,
los mdios, el nacionalismo y la modernidad”, en Revista Dimensión Anlropoiógi-
79 íf ,aiio vo*' 14>septiembre/diciembre, México, 1NAH, 1998, pp. 109-129.
Existen varios trabajos que recuperan esta larga discusión, uno de ellos ex­
plica parte de la polémica y los distintos enfoques: Marta Lamas (comp 1 El
género.- la construcción cultural de la diferencia sexual México, Programa Univer­
sitario de Estudios de Cénero/Porrúa, 1996

.15
María Elisa Velazquez Gutiérrez

K. Conway, Susan C. Bourque yjoan W. Scott, el estudio


del género es una forma de comprender a las mujeres no
como un aspecto aislado de la sociedad sino como parte
integral de ella.80 La utilización del concepto de género o
los de raza y etnia que se desarrollan en esta investigación
coadyuvan a explorar las vivencias y experiencias de un
sector de la sociedad, sin menospreciar su pertenencia a
una dinámica en la que interviene necesariamente el mun­
do masculino y su vinculación con otros grupos sociales
y culturales.
Por otra parte, uno de los retos centrales de esta inves­
tigación es el de ampliar el campo de análisis a las africa­
nas y afrodescendientes libres, sin limitarse a la esclavitud
como único factor para explicar su situación en la capital
virreinal. Si bien es cierto que su condición de esclavas fue
determinante en la sociedad colonial, no es suficiente para
explorar los ámbitos donde participaron como libertas y
libres. Conocer la vida y situación de estas mujeres am­
plía la perspectiva que hasta la fecha se ha tenido de su
presencia en la Nueva España y sus oportunidades de mo­
vilidad social y económica. Es cierto que esto supone otras
problemáticas teóricas y metodológicas; empero, como
el propósito de este estudio es delinear una perspectiva
amplia de la situación de las mujeres de origen africano,
la esclavitud sólo explica una de las condiciones de sumi­
sión y no permite examinar otras posibilidades sociales
que tuvieron que ver con su nueva realidad.

S<1Jill K. Conway, Susan C. Bourque y Joan W. Scult, "El concepto de género”,


en Marta Lamas (comp.), El género: la construcción cultural ele la diferencia sexual
op. cit., p. 33.

56
Introducción

Asimismo, forma parte de los retos de esta investi­


gación, el objetar los estereotipos de la sexualidad o la
transgresión características de los análisis realizados so­
áre estas mujeres, para tratar de ubicar y comprender las
causas y motivos que los determinaron sin reproducir los
valores morales de la época.81 Por otra parte, su posición
de subordinación, acatamiento y desventajas permanentes
frente a otros grupos femeninos se explorará y discutirá a
lo largo de estas páginas. Es cierto que su situación como
esclavas las condicionó muchas veces a una posición de
Sometimiento y maltrato, pero en otras ocasiones lograron
adquirir, mediante diversos recursos, mejores condiciones
de vida. Sin menospreciar las dificultades que vivieron, es­
te estudio pretende explorar otras situaciones sociales en
la capital virreinal para complementar la visión histórica
que hasta la fecha se tiene sobre ellas.
Un eje central de esta investigación consiste en consi­
derar la diversidad y los procesos de cambio que vivieron
como variable importante para el estudio de este grupo. Es
por ello que se ha optado por escoger un periodo amplio
de estudio y diversas fuentes de carácter documental y
pictórico. Ha sido necesario utilizar el análisis comparati­
vo entre los discursos formales de la época sobre la mujer
-q u e enfocan aspectos relacionados con las normas lega­
les, religiosas y m orales- y por otra parte, la realidad co­
tidiana que vivieron. Además, a partir de imágenes de la
época, se analiza la iconografía de su representación social
y- se comparan estas fuentes visuales con los testimonios*

** Como se ha señalado en apartados anteriores, la mayoría de laj investigacio­


nes se ha dedicado a destacar aspectos relacionados con la hechicería y los
estereotipos adjudicados a su sensualidad.

57
María Elisa Velazquez Gutiérrez

escritos, explorando las aportaciones plásticas en la com­


prensión de cómo fueron vistas las mujeres de origen afri­
cano por la sociedad de su tiempo. Para ello se pondrá
énfasis en su función y en las características de sus signi­
ficados iconográficos y culturales.
Es importante señalar que aunque se revisan las va­
riables constantes en algunas temáticas con relación por
ejemplo al matrimonio, el origen, la familia o las labores
desempeñadas, se pondrá especial atención en las varia­
bles cualitativamente distintas que en algunas ocasiones
son más reveladoras e ilustrativas para el análisis. La re­
flexión de esta investigación, por lo tanto, está basada más
en un análisis cualitativo que cuantitativo, en el que se re­
cuperan estudios de caso para hacer alusión a los cambios
más significativos entre los dos grandes periodos de los si­
glos XVII y XVIII.“
Los diversos apartados de este libro están sustentados
en la consulta de obras sobre los temas tratados, entre ellas,
investigaciones ya clásicas, artículos de libros o revistas,
tesis de licenciatura, maestría y doctorado, ponencias sin
publicar, así como datos de fuentes documentales sobre
las africanas y sus descendientes. Por otra parte, ocupan un
lugar importante en esta investigación textos de la época
elaborados por viajeros, cronistas o literatos de los siglos
X V II y X V III. De los viajeros europeos merecen especial
mención Thomas Gage, Francesco Gemelli Careri y Fran­
cisco de Ajofrin. Aunque con particulares puntos de vista,
muchas veces mediados por juicios valorativos, sus obser­
vaciones son útiles para comprender parte de la realidad

Algunas veces se hará alusión a épucas anteriores o posteriores según lo per­


mita y amerite el caso.

58
Introducción

de aquella época. Otros cronistas de este periodo, como


Antonio de Robles, Gregorio Guijo, Juan de Viera, Jo-
seph Antonio de Villaseñor, Domingo de San Antón y
Sánchez o Hipólito Villarroel, fueron de importancia pa­
ra entender varias de las características de la vida social y
económica de la Nueva España y de la ciudad de México.
También se cotejaron los textos de sor Juana Inés de la
Cruz, sobre todo sus villancicos, en los que aparecen con­
tinuamente los africanos y sus descendientes.
A partir del trabajo de investigación documental en el
Archivo General de la Nación (AGN) se localizó un consi­
derable número de testimonios en los que están presentes
las mujeres de origen africano, reconocidas en la época a
partir de sus rasgos físicos e identificadas como negras,
mulatas, pardas, morenas, moriscas o zambas. Los ramos
consultados fueron: Matrimonios, Inquisición, General de.
partes, Tierras, Bienes Nacionales, Bandos, Ordenanzas,
Tributos, Archivo Histórico de Hacienda, Reales Cédu­
las, Civil yjesuitas.
Los documentos consultados son diversos y la infor­
mación que presentan valiosa pero heterogénea. El ramo
de matrimonios suministra datos acerca de las característi­
cas de los documentos de solicitud de enlaces que se lleva­
ron a cabo en el Sagrario Metropolitano y en las parroquias
de Santa Catarina Mártir y Santa Veracruz, fundamental­
mente durante los siglos XVII y XVIII. En ellos se registran
edades, origen, condición jurídica o civil y ocupaciones.
No obstante, estas fuentes suponen limitaciones sustantivas
para los propósitos de esta investigación, ya que los docu­
mentos no revelan en su totalidad las características de las
uniones o los enlaces entre los distintos grupos raciales y

59
María Elisa Velázquez Gutiérrez

sociales puesto que, muchos de ellos, se efectuaron en con­


diciones consensúales. El ramo de la Inquisición arrojó
datos valiosos en relación con las vidas personales de un
alto porcentaje de mujeres de origen africano, no sólo de
aquéllas denunciadas, sino también de testigos en los pro­
cesos. Además de datos como origen, condición civil y jurí­
dica (en algunos casos descripciones físicas y emocionales),
estos documentos reflejan la dinámica social y moral de
la sociedad novohispana y fueron de gran utilidad para co­
nocer el papel de las africanas y sus descendientes, tanto
libres como esclavas, en las relaciones sociales y de gé­
nero en la capital virreinal. De igual modo, aportaron in­
formación sobre sus oficios, el trato que recibieron de sus
propietarios o las actitudes de solidaridad o enfrentamiento
que tuvieron con otros miembros de la sociedad virreinal.
El ramo de Bienes Nacionales contiene documentos re­
lacionados con variados temas; algunos tratan de denun­
cias y procesos por problemas de venta de esclavos, do­
naciones o pleitos relativos a herencias; otros de denuncia
por amancebamiento y unos más con referencias testa­
mentarias valiosas. Estos testimonios fueron de vital impor­
tancia para el desarrollo de este estudio ya que, además
de suministrar datos relacionados con origen, edades o
características de las posibilidades de movilidad social y
ecpnómica, reflejan el mundo cotidiano, jurídico y econó­
mico en las instituciones religiosas en tomo de la esclavi­
tud y sus dimensiones sociales. Otros ramos como el de
Bandos, Ordenanzas, General de Partes y Reales Cédulas
contienen datos sobre legislaciones diversas para otorgar
licencias, pagar tributos o normar la situación laboral y el
comportamiento social de los africanos en la Nueva Espa-

GO
Introducción

ña. Estos documentos aportaron información para anali­


zar la situación legal de las mujeres de origen africano, así
como problemas económicos y sociales relacionados a su
presencia en la capital novohispana. También se empleó el
censo de 1753 y fueron consultados expedientes del Archi­
vo de Notarías. De este último se eligieron algunos docu­
mentos para ilustrar aspectos relacionados con la esclavitud
doméstica femenina, reflejada en testamentos y actas de
compra y venta.
Por último, las imágenes pictóricas realizadas durante
el periodo colonial -e n particular las elaboradas durante el
•iglò X V III en los conocidos cuadros de castas o de mes­
tizaje- también ocupan un lugar importante en este estu­
dio, pues en ellas se puede observar cómo fueron vistas
por la sociedad de su tiempo y el lugar que ocuparon en
la estratificación social de la Nueva España.H3 Un capítulo
fue dedicado exclusivamente a este tema, ya que estas imá­
genes aportan información valiosa con relación a la vida
cotidiana de estas mujeres, a la forma en que se vistieron
y ornamentaron, a su comportamiento, sus ocupaciones y
las uniones con otros grupos raciales y sociales, datos no
registrados en las fuentes escritas.

^ Como en el caso de las fuentes documentales, no se incorporaron todas las


imágenes localizadas, sino una selección de obras vinculadas con los te­
mas centrales de la investigación.

61
M a n d in g a s , b r a n s y b a n t ü e s : e s c l a v it u d
FEMENINA DOMÉSTICA Y CULTURAS DE ORIGEN

Nada se hada sin la mujer. Si oyes a un hombre


minimirar a la mujer es superfidal en realidad.
Nada se hada sin su partidpadón.
Cuando lodo el mundo deda de un hombre
que era bueno, serio, valioso,
era necesario que tuviera una mujer,
si no se le consideraba como incompleto.
La mujer era en efecto el complemento del hombre,
su compañera de los buenos y malos dias...

Koloba Camara
Jefe de la Aldea de Bakumana
Siglo XX1

Arrancadas de sus culturas de origen, pocos años después


de la Conquista de México, mujeres de origen africano co­
menzaron a arribar a la Nueva España junto con otros mu-
■chos esclavos. Varias de ellas provenían de la Península
Ibérica o de las Antillas y formaban parte del séquito de los
primeros conquistadores y pobladores. Empero, tiempo
después se comenzaron a otorgar licencias a conquistado­
res, funcionarios y comerciantes para introducir esclavos
bozales oriundos de África, de ambos sexos y “libres de
derecho”, con el propósito de descubrir minas, realizar tra­
bajos en los ingenios y llevar a cabo tareas en el campo y
ciudad.2

1 Entrevista, tomada del artículo de Madina Ly, “La mujer en la sociedad man-
dlng precolonia]", en Achola O. Pala y Madina Ly, La mujer africana en la
sociedad precolonial, Barcelona, Serbal/Unesco, 1982, p. 207.
* En 1533 Francisco de Montejo obtuvo licencia para introducir 100 esclavos,
■ tanto hombres como mujeres, a Yucatán; Rodrigo de Albornoz, contador de
la Nueva España, importó la misma cantidad -u n tercio de ellos mujeres-

63
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

Hacia la década de 1580, el comercio de esclavos to­


mó dimensiones importantes en la Nueva España."1El des­
plome demográfico de la población indígena, y la unión
de los reinos de España y Portugal bajo el mando de Fe­
lipe II, facilitaba y convenía los intereses del comercio de
esclavos a las colonias de América, entre ellas México.
Desde entonces, miles de esclavos africanos pertenecientes
a diversos grupos étnicos, en su mayoría de las regiones de
la costa occidental de África (el Golfo de Guinea, Sene-
gambia y Malí), África ecuatorial (el Congo y Angola) y
en menor porcentaje de África oriental llegaron a la Nue­
va España para ser empleados en haciendas, obrajes, in­
genios, talleres artesanales y en casas o instituciones civi­
les y religiosas como sirvientes domésticos.
De los cerca de 200 000 africanos que arribaron, según
cifras estimadas, por Colín Palmer,4 aproximadamente 30
por ciento (60 000) correspondió a mujeres, tal y como lo
atestiguan las licencias y asientos concedidos a partir de
1524, en los que sólo se autorizaba que una tercera parte

para un ingenio y Hernán Cortés celebró un contrato para introducir, desde


África, ó00 africanos esclavos destinados a las haciendas del Marquesado, la
tercera parte mujeres, de edades entre 15 y 26 años, “saludables en lo físico
y lo mental”. Véase Gonzalo Aguirre Beltrán, La población negra en México,
op. di., p. 22.
3 I a prohibición de esclavizar a los indígenas y el desplome demográfico que
sufrió la población indígena desde el inicio de la colonización, debido funda­
mentalmente a los estragos de la guerra de conquista, las formas de someti­
miento, la desarticulación de la sociedad indígena y las epidemias que azotaron
a México, fueron causas para que la Corona permitiera la internación de es­
clavos africanos a la Nueva España. Enriqueta Vila Vilar señala, además, que
fue una necesidad para el sometimiento de las Indias, en un momento de de­
presión y crisis. Hispanoamérica y el comerdo de esclavas. Los asientos portugueses,
Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1977, pp. 214 y 215.
4 Colín Palmer, “México and the African Diaspora: So me Methodological Is-
sues", ponencia presentada en el simposio internacional “Balance, retos y
perspectivas de los estudios sobre población de origen africano en México ,
op. dt.

64
Mandingas, brans y banlúes

de los embarques de esclavos fuera de mujeres. Este por­


centaje corresponde al comercio legal de esclavos, las
cantidades del contrabando son difíciles de precisar; ade­
más, este dato no incluye a los descendientes (mulatos,
zambos, pardos o moriscos), cuyo número se considera
elevado. Una de las causas que explican el menor comer­
cio de mujeres es la escasa demanda y el bajo precio obte­
nido por ellas.5 No obstante, muchas esclavas domésticas
bozales y criollas alcanzaron, por lo menos en la ciudad
de México, precios similares o incluso más altos que los
varones y su demanda fue mayor que la de los hombres
para el trabajo doméstico. La cuota establecida del 30 por
ciento, no siempre era respetada, ya que para este periodo
en la ciudad de México se estima que la población feme­
nina esclava alcanzó 43 por ciento, según los estudios de
Pilar Gonzalbo.1’ De acuerdo con esta cifra, la demanda e
importancia de las mujeres en las zonas urbanas para el
servicio doméstico objeta la idea generalizada de que las
esclavas eran más difíciles de colocar en el mercado.7
Las características de la esclavitud doméstica en la ciu­
dad de México, en particular la femenina, correspondieron
a una larga tradición europea, que tuvo sus antecedentes
en la época romana y se desarrolló a partir de las tradi­
ciones culturales cristianas e islámicas.8 Además, las leyes
y normas para el trato de los esclavos, así como la convi-3

3 Ibid., p . 30 .
c Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial, op. cit., p. '¿03.
7 Gonzalo Aguirre Bcltrán, La población negra en México, op. cit., p. 30.
Las experiencias de esclavitud de ciertas sociedades africanas, así como de las
culturas prehispánicas, aunque en menor medida, también influyeron en la
m anera en que esta forma de explotación se desarrolló en los territorios his­
pánicos de América.

65
María Elisa Velázquez Gutiérrez

vencía con otros grupos sociales, recibieron una influencia


decisiva de la experiencia de la esclavitud cristiana medie­
val del Mediterráneo y más aún de la Península Ibérica
durante la época de la reconquista. Asimismo, muchos de
los estereotipos y las concepciones acerca de las africanas
se originaron en tiempos grecolatinos y se consolidaron
con los valores islámicos y cristianos sobre el “ideal fe­
menino”. Las legislaciones y las medidas coercitivas de
control en la Nueva España, formalmente severas pero fle­
xibles en la práctica, también tuvieron sus antecedentes
en el mundo occidental.
En este capítulo se exploran los antecedentes de este
sistema de sometimiento en la Nueva España, con el ob­
jeto de entender las formas y tradiciones que lo antece­
dieron. Primero, para comprender las características de la
vida de las mujeres africanas antes de enfrentarse a una
nueva realidad, se abordan los rasgos generales de sus
culturas de origen, subrayando los aspectos positivos del
papel que desempeñaron. Se revisa en particular las acti­
vidades que efectuaron en los distintos grupos de África
occidental y ecuatorial, de los cuales provenía la mayor
parte de las esclavas que arribaron a la ciudad de México
durante los siglos de mayor tráfico hacia la Nueva España.
En segundo término se abordan los, rasgos generales
de la esclavitud en Europa y en particular en la tradición
hispánica. También se ha considerado importante delinear
algunos de los rasgos generales de la esclavitud en las so­
ciedades africanas de las que formaron parte las esclavas
de México: el objeto es conocer las experiencias que co­
mo individuos pudieron tener sobre la sumisión y por lo
tanto comprender algunas de las reacciones y actitudes que

66
Mandingas, brans y bantúes

tuvieron en la capital virreinal.9 Asimismo, y para analizar


el impacto de esta forma de sometimiento en el contexto
americano, se esbozan algunas ideas sobre la esclavitud en
las culturas prehispánicas, fundamentalmente en la mexi-
ca, de la que se conocen más datos y, por lo tanto, es más
representativa para los fines de esta investigación.

Las culturas de erigen

Según se desprende de las investigaciones realizadas hasta


ahora, los esclavos de la Nueva España provenían de di­
versas culturas de África. Durante el siglo XVI la mayoría
de ellos pertenecían a pueblos de regiones costeras de Áfri­
ca occidental, Senegambia y Guinea Bissau. Posterior­
mente, durante los siglos XVII y XVIII, también llegaron
mujeres y hombres del África ecuatorial, el Congo y An­
gola, fundamentalmente, y grupos de África oriental del
*ur. Pocas veces se registraban las etnias a las que pertene­
cían y en su lugar era común que se consignara el nombre
de la factoría o el puerto de salida. Gracias a las rutas co­
merciales que proveían a los principales mercados de escla­
vos, de acuerdo con los distintos periodos de comercio10
y con las investigaciones y crónicas de la época,11 hoy se

l Paul E. Lovejoy y David V. Trotinan subrayan la necesidad de conocer las


experiencias de los esclavos para entender su situación en el Nuevo Mundo.
Véase “Expectations and Experience: African Notions of Slavery and (he
Reality of the Amerícas”, ponencia presentada en el simposio internacional
“La Ruta del Esclavo en Hispanoamérica”, Universidad de Costa Rica, fe­
brero de lyyy.
lo Nicolás Ngou-Mvé, El África banlú en la colonización de Mixteo, op. cil, p. II.
ti
Como es bien sabido, Gonzalo Aguirre Beítrán, en su obra La población negra
tu México, realizó una exhaustiva investigación sobre los orígenes étnicos de
ios africanos que arribaron a México. Estos datos han servido en gran medi-

67
María Elisa Velazquez Gutiérrez

pueden conocer algunas de las características de sus cultu­


ras de origen.
La diversidad cultural de África y las diferencias entre
cada una de ellas han suscitado controversias en tomo de
la capacidad de los africanos de mantener su herencia
en las nuevas sociedades de América, sobre todo en aque­
llas como la Nueva España, en donde estuvieron expues­
tos a la dispersión espacial y a un intenso intercambio
cultural con otros grupos, principalmente indígenas. En
este sentido, es importante recordar que, pese a que los
africanos pertenecían a distintos grupos étnicos, en ocasio­
nes incluso con idiomas y prácticas religiosas diferentes,
muchos de ellos mantenían rasgos culturales semejan­
tes. Además, es difícil imaginar que un bagaje cultural mi­
lenario se disolviera en meses, años o décadas, aun con­
siderando el mestizaje o los nuevos contextos sociales y
económicos en ios que vivían.
Los africanos y sus descendientes, en la nueva socie­
dad, lograron crear y recrear ciertos rasgos heredados de
sus culturas de origen, que en algunos casos utilizaron y
desarrollaron para la identificación, solidaridad y resisten­
cia ante formas de sometimiento, así como para el desarro­
llo de nuevas manifestaciones culturales.1^ Por ello, para el
análisis histórico es imprescindible conocer rasgos de sus
culturas de origen, pocas veces consideradas, con el fin
de comprender los contrastes y la magnitud del impac-

da para posteriores estudios, aunque es necesario contrastarlos con investiga­


ciones recientes sobre )as características de los grupos africanos en el periodo.
12 Para ia discusión sobre la cultura africana en América, son importantes las
aportaciones de Sidney W. Mints y Richard Price, en su libro The Birth of
African-American Culture. An Anthropological Perspective, op. (it.

68
Mandingas, brans y bantúes

to de la diáspora y de los procesos culturales que se lleva­


ron a cabo.
Según las investigaciones de Aguirre Beltrán, los estu­
dios contemporáneos basados en archivos parroquiales y
notariales, así como datos del AGN recolectados para esta
investigación, durante el siglo XVF llegaron grupos de afri­
canos a la Nueva España, en particular a la ciudad de
México, procedentes principalmente de las factorías por­
tuguesas de Cabo Verde, pero también de Guinea y Santo
Tomé. Muchos de estos esclavos provenían de los reinos
de Haussa o del antiguo imperio de Ghana, y de otras re­
giones próximas a los ríos Niger y Senegal. Estas regiones
estaban habitadas por grupos étnicos identificados en la
época como bran (ubicados en zonas de la actual Guinea
Bissau en la costa occidental, conocida también como Se-
negambia, Kabou o Kaabu), biafara (denominados asi­
mismo como beafadas o bañol, asentados al igual que los
mandingos en los siglos XIV y XV en el Kaabu},a gelofes
(wolofs en Senegal, que se extendían por la costa hasta el
río Gambia), mandinga (de la costa occidental), bañol (tam­
bién llamados bagnoun y diseminados en el sur de Sene-
gal y en Guinea Bissau), zapé (por lo general identificados
como los antiguos kpwesi, que a! parecer fueron el grupo
étnico más numeroso de Liberia y que los autores colo­
niales consideraban prácticamente como la totalidad de
los grupos de Sierra Leona}14 y cazanga (grupo formado
del mestizaje entre migrantes del Mandé [Malí], los sereres

ls Marie, Le Kaabu. Une des grandes entités du patrimoine historique Guineo-


Scné-Gambien”, en Ethiopiques, Retieu semestrielle de culture négro-afticaine, vol.
7, niim. 2, Dakar, Fondation I-éopoid Sédar Senghor, 1991,"p. 109.
u Gonzalo Aguirre Rcltrân, La pnblacion negra en Mexico, op. cil., p. 121.

69
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

y diola, que en el siglo XVI se encontraban en la actual


Casamance en la costa occidental y en Angola en el siglo
X V ll).15 También arribaron, en menor número bereberes,
moros y fulas, muchos de ellos ladinos que provenían de
la Península Ibérica (véase ios mapas 1 y 2).

M apa 1. Principales culturas y grupos étnicos de las esclavas africanas radica­


das e n l a ciudad de México durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Fuentes;
Hetnich Loth, Woman in Ancient Africa, German Edition Leipzig, 1987; Gon­
zalo Aguirre Beltrán, La población negra de Mexico, México FCE, 1972; Molefi
K. Asante y Mark T. Maüson, Historial and Cultural Atlas of Afiican Americans,
Macmillan Publishing Company, 1992.

w Henry Gravand, La civilisation sera, Sénégal, Les Nouvelles Editions Africai­


nes, 1990, pp. 14 y 15.

70
Mandingas, brans y bantúej

Lista 1

Principales culturas y grupos étnicos de las esclavas


africanas radicadas en la ciudad de México
durante los siglos X V J-X V 1 IIlf>

1. Bereberes (beberiscos). Descendientes de los antiguos


libios, con influencia fenicia, de árabes y mestizaje
con población del Sudán. Esparcidos en Trípoli, Tun­
d a y Algeria.
2. Moros. Conocidos como producto del mestizaje en el
Sahara entre negro-africanos, bereberes, tauregs y
amorávides. Localizados a lo largo de la costa atlánti­
ca entre Fez y Senegal, especialmente en Mauritania.
3. Fulas (peul, poulard). Descendientes del imperio de
los fulah, que fueron un grupo diferenciado de origen
árabe y más tarde con mezcla de grupos mandingas
y seretes. Ubicados en la costa occidental, a lo largo
de la región conocida como Senegambia. Según Agui-
rre Beltrán en muchas ocasiones fueron confundidos
con mandingas y registrados en la Nueva España con
esta denominación.17
4. Wolofi (gelofes, zolofs). Ubicados en el hoy Senegal, se
extendían por la costa atlántica hasta el río Gambia.
5. Bañun (bañol, bagnoun, pañol). Localizados en el ac­
tual Guinea Bissau, en la costa occidental de la región*

** Gonzalo Aguirre Beltrán señala que existieron varios problemas para deno­
minar a los distintos grupos culturales de África durante el periodo colonial.
En esta lista se ha privilegiado el nombre como hoy se reconocen y entre
paréntesis se registran los distintos nombres con que fueron llamados en los
documentos de la época virreinal. Fuentes: Gonzalo Aguirre Beltrán. La po­
blación negra en México, México, FCE, 1072.
n IbitL, p. 110.

71
Maria Elisa Vdázquez Gutiérrez

de Senegambia, en donde también se ubicó la pro­


vincia del Kabou.
6. Mandingas (malinké, mandé, man din g). Grupos des­
cendientes del Imperio de Malí y dispersos por un
extenso territorio que ocupa principalmente el terri­
torio que hoy abarca Gambia hasta la región del Oua-
ssoulou en Malí, así como la costa occidental de Se­
negambia.
7. Kazanko (cazanga, diolas). Grupo resultado del mesti­
zaje entre migrantes del Mandé (Mali), los sereres y
diola del Kabou. Situados en el actual Casamance en
la costa occidental de la región conocida como Sene­
gambia. Otros grupos con este mismo nombre tam­
bién provenían de Angola.
8. Beafada (biafara, biafares, biafada). Ubicados en el
Kabou en la región actual de Guinea Bissau.
9. Kpwesi (zapé, kpelle, capés, zapas). Comúnmente
identificados como los antiguos kpwesi, que al pare­
cer fueron el grupo étnico más numeroso de Liberia
y que los autores coloniales consideraban como a ca­
si la totalidad de los grupos de Sierra Leona.
10. Bran, Situados junto a los ashanti en Ghana. Hoy en
día ningún grupo se identifica con este nombre.
11. Pueblos del Hausa. Grupos formados por árabes y fu­
las. Hausa no es un grupo étnico sino el nombre del
antiguo Imperio de Ghana.
12. Baníúes. Diversos grupos que han sido reagrupados
con este nombre por sus lenguas comunes. Ubica­
dos en un gran territorio que va desde el centro del
actual Camerún hasta Kenya.

72
Mandingas, brans y bannies

13 Grupos del Congo (kakongo, bakongo, bambamba). Co­


nocidos con este nombre varios grupos de la región
situada desde el sur de Gabon, la República Demo­
crática del Congo y Angola que ocupaban el conoci­
do como Reino del Congo.

73
María Elisa Velazquez Gutiérrez

A lo largo del siglo XVII, cuando se trasladó el mayor nú­


mero de esclavos a la Nueva España desde los asientos
portugueses, la mayoría provenía de las comunidades del
África ecuatorial, esencialmente de Angola y el Congo,
cuyas regiones estaban ocupadas por diversos pueblos, mu­
chos de los cuales provenían de un núcleo común, con len­
guas pertenecientes a la misma familia, que compartían
tradiciones, prácticas religiosas y formas de organización si­
milares. Estos pueblos, asentados en un inmenso territorio
desde el interior de Camerún hasta el centro de Kenya,18*se
han identificado como culturas bantúes, íundamentalmente
por el parentesco lingüístico entre ellos.ia En la ciudad
de México está documentada una importante presencia de
esclavos de Angola, posiblemente muchos de ellos ban­
túes, embarcados casi todos desde el puerto de Luanda,20
así como de varios grupos del Congo. Según las investiga­
ciones de Pilar Gonzalbo, también los archivos notariales
registran el predominio de esclavos procedentes de esta
zona, aunque es probable que muchos de ellos fueran
vendidos posteriormente para ocupar otras regiones de la
Nueva España y que su demanda para el sevicio domésti­

18 La historia de las culturas bantúes y de sus migraciones puede estudiarse en


las obras del Ciciba: Les peupks bantú migrations, expansión el identüe culturelU,
ts. I y II, Direction scientífique de Théophile übenga, París, L’Harmattan,
Ciciba, 1989.
I!l El término bantú fue introducido en 1862 por el filólogo alemán W.H. Bleek.
Véase Nicolás Ngou-Mvé, El África bantú en ¡a colonización de México, op. cit.,
p. 13; yJoseph Ki-Zerbo, Historia del África negra, op. cit., p. 25!). Ai parecer el
origen de los pueblos bantúes se encuentra en algún lugar entre Chad y Ca­
merún, cuyos pueblos se dispersaron hacia el sur y el este. Véase Werner Gi-
llon. Breve historia del arte africano, Madrid, AJianza Forma, 1984, p. 32.
20 Hugh Thomas también advierte que la mayor parte de los africanos en Amé­
rica era de origen angoleño, La trata de esclavos. Historia del tráfico de seres hu­
manos de 1440 a 1870, España, Planeta, 1998, p. 167.

74
Mandingas, brans y bantúes

co se satisfaciera con las nuevas generaciones de esclavos


criollos.21
Lejos de lo que varios cronistas de la época escribieron
sobre las características de las culturas africanas, muchas
vigentes hoy,22 las sociedades africanas, y particularmente
gran parte de las culturas de las que provenían los africanos
de la Nueva España, poseían una larga trayectoria histó­
rica, con complejas formas de organización económica y
social, e incluso algunas habían formado parte de estados
o imperios cuyo origen se remontaba a siglos anteriores.23
Desde ios comienzos de la era cristiana, en varias regiones
de lo que hoy se ha considerado el África negra, se forma­
ron sociedades poderosas que, gracias a la comunicación
y el intercambio de técnicas y culturas, mediante migra­
ciones y contactos con el exterior, pasaron de tener una
organización de clanes a lo que se ha considerado como
imperios.2425
A partir de finales del siglo XII y hasta el XVI, el África
negra tuvo en casi todas las regiones un auge cultural, eco­
nómico y político que permitió la consolidación de reinos
que controlaban grandes territorios, tales como el imperio
de Malí {que según algunos testimonios poseía unas 400
ciudades),20 Gao, los estados Hausa, el Kanem-Bornú, los
reinos Yoruba y Benin, el Congo y otros más en el África

21 Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial, op. cií., pp. 204 y 205.
22 Las crónicas del periodo hacían hincapié en las costumbres y prácticas primi­
tivas, salvajes y contrarias a la civilización y a la moral que los occidentales
concebían como idóneas.
23 Alassane Ndaw, La Pensée Africaine. RechercAes sur ks fondements de lapensée ni-
po-ajrkaine, Léopold Sedar Senghor (prefacio), Dakar, Les Nouvelles Edidons
Africaines, 1983, p. 52.
24 Joseph Ki-Zerbo, Historia del África negra. De los orígenes al siglo XIX, Madrid,
Alianza, 1972, pp. 118 y 119.
25 ¡bid., p. 199.

75
María Elisa Velázquez Gutiérrez

meridional y oriental. Algunos de estos imperios, como el


de Malí, tuvieron influencia cultural de los musulmanes
aunque siguieron vigentes sus formas tradicionales de or­
ganización social y sus creencias religiosas. Es importante
hacer notar que el Kabu, de los siglos XIV y XV estuvo
formado por mandingos que se resistieron a la influencia
musulmana.2*’ Otros reinos y estados en el África central,
como el Congo, se mantuvieron hasta cierto punto aisla­
dos de la influencia islámica y cristiana hasta la llegada de
los europeos, desarrollando formas particulares de organi­
zación social, religiosa y cultural.
Pese a que las sociedades del África precolonial eran
sumamente variadas y constituidas por grupos organizados,
desde pequeños clanes hasta imperios, la mayoría tenía
formas de organización familiar y social que respondían a
lazos de parentesco y linaje, matrilineales o patrilineales,
así como a creencias religiosas basadas en la im portan­
cia de una fuerza vital originaria o divinidad suprema, ori­
gen de todas las criaturas.27 En algunos casos, esta deidad
estaba representada por hombres, pero también por muje­
res o parejas. Diversos dioses o divinidades con funciones
o esferas de influencia específicas y variadas formaban par­
te de estas complejas cosmovisiones que rendían culto a
los ancestros. En casi todos estos grupos, básicamente ru­
rales, la autoridad solía reposar en manos de los ancianos

Param as información sobre los mandingos, véase Djibril Tamsir N iane, His­
toire des Mandingues de TOutst, París, Éditions Karthala, 1989; Mamadou Mané,
“Contribution a l’histoire du Kaabu, des origines au XIXe stecle’', Dakar,
Bulltein de Pifan, 1979; “Les traditions orales du Gabu”, en Elhiopiques, Revue
Socialiste du Culture Négro-Africaine, Dakar, Grande Imprimerie Africaine,
1980.
27 Clémentine M. Kai'k-Nzuji, Symboles graphiques en Afrique mire, Paris, Éditions
Karthala, 1992, p. 22.

76
Mandingas, brans y bantúes

quienes, después haber experimentado prácticas de inicia­


ción y de haber sido reconocidos por sus comunidades,
desempeñaban los cargos de jefes de las etnias. Muchos te­
nían una división de castas basada en las características del
trabajo especializado. Otras sociedades más complejas po­
seían organizaciones sociopolíticas estatales, dirigidas por
un rey, su corte y funcionarios, y las castas adquirieron un
valor social cada vez más distintivo. Tal es el caso de los
griots, que en varias sociedades de África occidental es­
taban encargados de justificar el presente por medio del
pasado, relacionando la dinastía vigente con antepasados
reales o míticos por medio de la palabra2H o la casta de
los herreros entre los mandingos, quienes también habían
adquirido un lugar de privilegio entre sus sociedades.

Las m ujeres en sociedades de África


occidental y ecuatorial

No obstante las diferencias regionales y la gran variedad


de formas de organización social y costumbres culturales
que prevalecían entre las sociedades de África occidental
y ecuatorial, desde las más sencillas hasta las más comple­
jas, la familia extensa y las relaciones de parentesco y lina­
je fueron de vital importancia. Las mujeres desempeñaron
un lugar destacado en las tareas de producción y reproduc­
ción social de los distintos grupos, participando de manera
destacada en la preservación de las concepciones religio­
sas sobre la creación y la herencia. Ellas fueron en gran
medida las responsables de instruir a los hijos acerca de

ail Ibid, p. 252.

77
María Elisa Velazquez Gutiérrez

las costumbres y tradiciones, tales como las normas del ma­


trimonio, las explicaciones sobre la genealogía del grupo
étnico y sus ancestros, pero también sobre conocimientos
medicinales y estéticos. En el siglo XIV, Ibn Batuta, erudi­
to islámico que viajó por algunas regiones de África, rela­
tó con sorpresa el papel de la mujer en Timbudtu, una de
las ciudades más importantes de Malí y escribió que las
mujeres eran tratadas con más respeto que los hombresP
En muchas sociedades africanas de los siglos XII al
XVI, según el historiador Ki-Zerbo, la mujer gozaba de pre­
rrogativas contrarias a la opresión que le concedían una
posición envidiable con relación a la de las mujeres de
otros países en el mismo periodo, derechos que incluso
escandalizaron a los viajeros y misioneros de la época: li­
bertad sexual antes del matrimonio (en regiones sin influen­
cia musulmana), plena libertad de desplazamiento durante
la maternidad y un intenso amor filial en razón del mono­
polio que ejercía durante la maternidad, hasta los diez o
quince años de edad de los hijos. En virtud de las normas
del régimen matrilineal, la familia materna, en particular
los hermanos de las madres tenían autoridad sobre los hi­
jos y, por ejemplo, en los reinos sobre todo de África oc­
cidental el traslado del poder se llevaba en atención al
linaje materno. Asimismo, las mujeres, gracias a las ga­
nancias de sus actividades rurales o comerciales, esencial­
mente en las regiones costeras y en otras zonas como las
tierras Hausa, podían tener ingresos económicos y aspirar
a derechos políticos o espirituales lo cual hacia posible su
ascenso a la regencia y les permitía convertirse en sacer-

2y Heinrich Loth, Wnman in Arnttnl A/iua, l-cipzig, 1987, p. 27.

78
Mandingas, brans y bantúes

dotisas respetadas, en particular en relación con los ritos


de fertilidad.30
Sin embargo, y según los estudios de especialistas del
tema, en ciertas regiones africanas el desarrollo de los
grandes imperios, la dinámica social de las ciudades y la
influencia cada vez más importante del Islam, y tiempo
después del cristianismo, mermaron el valor social de las
mujeres, lo que las llevó progresivamente a una posición
de sometimiento y les restó el poder que ejercían.31 No
obstante, hasta el siglo XVIII, en muchas comunidades ru­
rales y en varias sociedades pertenecientes incluso a los
grandes imperios africanos, siguieron prevaleciendo prác­
ticas y costumbres que dotaban a las mujeres de una jerar­
quía destacada, no sólo dentro de la familia, sino también
en otras esferas de la vida social.
El papel que desempeñaron las africanas en la vida fa­
miliar y comunal de casi todos los grupos étnicos del Áfri­
ca occidental y ecuatorial fue decisivo. Además de tener
a su cargo las tareas domésticas, como cocinar, acarrear
agua y recolectar plantas silvestres destinadas a la alimen­
tación, se encargaban del mantenimiento de las casas, re­
paraban los graneros y realizaban trabajos de alfarería y
cestería, así como otras actividades artesanales económica
y socialmente relevantes para la comunidad. Por lo regu­
lar, eran las proveedoras principales de la familia y se pien­
sa que en algunos grupos lograban ser económicamente
independientes.32 Una mujer informante de la investigado­

30joseph Ki-Zerbo, Historia del Africa negra, op. cit., p. 253.


31 Ibtd, p. 24.
82 Achola O. Pala y Madína Ly, La mujer africana en la sociedad precalonial, Bar­
celona, Serbal/Unesco, 1982, p. 39.

79
María Elisa Velazquez Gutiérrez.

ra Madina Ly se expresaba así de las mujeres mandingas


de épocas anteriores:

La mujer malinkc mantenía y gestionaba toda la casa.


Cultivaba y, con el producto de estos cultivos, proveía
los elementos necesarios para la preparación de las co­
midas: vestía a su marido y a sus hijos. El marido na-
linké no aportaba nada para procurarse condimentos,
no vestía ni a los niños ni a sí mismo; la mujer pagaba
también los impuestos...33

La división del trabajo doméstico y productivo, sobre to­


do en las comunidades rurales, estaba delimitada y eso
contribuyó a que muchas mujeres participaran, al igual
que los varones en labores del campo. Las mujeres eran
también las responsables de criar a los hijos y transmitir los
valores culturales, por lo que mantuvieron una posición
de respeto en la comunidad (dentro de la cual el individuo
no podía existir sin la familia, su clan y su tierra) 34 No hay
que olvidar que las familias extensas constituían clanes que
pertenecían, según la tradición matrilineal o patrilineal,
a uno o varios ancestros comunes y que identificaban a la
comunidad con un territorio y una cultura comunes (y a
veces una misma lengua), tanto como de creencias religio­
sas expresadas en rituales, danzas, juegos y celebraciones
en los que las mujeres participaban de manera activa.
En estas regiones, las costumbres y prácticas matrimo­
niales reflejaron las necesidades sociales y económicas de
los diversos grupos, pero también las concepciones reli-

:,:i Informante llamada Fofana, ver: Madina Ly, “La mujer en la sociedad man-
dingprccolonial”, en La mujer africana en la sociedadprecolimial, op. cit., p. 166.
u Nicolás Ngou-Mvé, El África banlú tn la colonización de México, ap. cit., p. 21.

80
Mandingas, brans y baníúes

giosas y culturales que tenían como propósito dotar a los


hijos de derechos, ampliar las alianzas sociales y asegurar
la transmisión del linaje y ia propiedad. Entre los bantúes,
según el historiador Nicolás Ngou-Mvé, la expansión de
la vida se realizaba buscando y multiplicando e! número
de mujeres con el objeto de extender la lengua y la cultu­
ra por toda el África central.3"1La poligamia, así como las
relaciones sexuales libres entre los jóvenes antes del matri­
monio, aceptadas por muchos grupos, fueron motivo de
escándalo y criticas por varios viajeros y misioneros de la
época ajenos a estas culturas. Sin embargo, la poligamia,
forma común de establecer familias, representada funda­
mentalmente por un hombre con varias esposas, satisfizo
las necesidades económicas, sociales y culturales de crear
vínculos o alianzas entre diversos gnipos y no siempre des­
valoró la posición social de la mujer, puesto que sirvió
para distribuir entre ellas las labores domésticas y pro­
ductivas.
En algunas comunidades, las mujeres que pertenecían
a una familia poligánnca, solían tener sus propias tierras,
ganado y casa, con lo cual lograban cierta autonomía. Las
limitaciones y prohibiciones para que las mujeres llevaran
a cabo tareas pesadas en labores domésticas y productivas,
así como los largos periodos de lactancia y crianza de Ios-
hijos, que en algunos casos restringían las relaciones sexua­
les, fueron también causas que justificaron la poligamia.
El número de esposas que tenía un hombre variaba con­
siderablemente y dependía de su posición económica y
social; generalmente la primera esposa y sus hijos tenían

a"’ Idem.

81
María Elisa Velazquez Gutiérrez

mayores privilegios. Aunque las familias interesadas arre­


glaban casi siempre los matrimonios» el amor y los afectos
entre los cónyuges desempeñaron un papel importante;
por ejemplo, un viajero que visitó el Congo en el siglo
XVIII, describe las prácticas de conquista entre los jóvenes
enamorados.36
En algunos grupos, antes del matrimonio, las mujeres
participaban en los rituales de iniciación que estaban estre­
chamente vinculados con la cosmovisión religiosa y que
marcaban la transición de la infancia a la edad adulta. En
África occidental algunos de estos ritos consistían en llevar
a las niñas de diez y doce años, junto con otras mujeres
iniciadas, a lugares apartados del pueblo con el fin de ins­
truirlas mediante canciones y danzas acerca de los princi­
pales valores culturales inherentes a su papel de mujeres
y para transmitirles los secretos indispensables para su
nueva posición social en la comunidad. Durante este pe­
riodo, a la niña se le practicaba la ablación del clitoris con
el fin de definir su sexualidad y asegurar la protección de
los antepasados contra los malos espíritus que pudieran
afectar la fecundidad o el porvenir de la mujer y como
prueba de capacidad ante el dolor.37
Las mujeres también intervenían en algunos de los cul­
tos y prácticas religiosas de la comunidad. Viajeros del si­
glo XVIII atestiguan que en África occidental las mujeres
enseñaban los valores centrales de la comunidad, mediante
cantos con los niños alrededor de los altares que se coloca­
ban en las casas,33 y que participaban en las procesiones o

J,i Heinrich Loth, Woman in Ancient Africa, op. cií., p. 93.


37 Ibid., p. 100.
38 Ibid, p. 134.

82
Mandingas, brans y bantúes

danzas en honor de sus dioses y ancestros. Algunas de ellas


también fungían como sacerdotisas y, aunque no era regla
general, en ciertos grupos de las regiones de Sierra Leona,
Malí, Alto Volta y Costa de Marfil, pertenecían a las llama­
das sociedades secretas formadas por iniciados que funcio­
naban como mediadores entre la vida y la muerte, como
preservadores de las tradiciones y quienes tenían dotes cu­
rativos y premonitorios. Según cronistas de la época, las
comunidades rendían especial devoción y respeto hacia
estas mujeres y los hombres que se casaban con ellas te­
nían que reconocer su autoridad.39 Algunas de los grupos
mandingos eran especialistas en magia y se les conocía con
el nombre de nieguanmuso. Junto con las sociedades se­
cretas de los hombres, se encargaban de los problemas
difíciles de la aldea. Según Madina Ly, cuando tenía lugar-
una catástrofe, los ancianos hablaban con las nieguanmu­
so; éstas organizaban una fiesta, danzaban en tomo a la
aldea y se consultaban mutuamente.40
Como responsables de la procreación, contaban con
una posición de privilegio en varias sociedades africanas,
en particular en África occidental y el Congo, de donde
provenían muchas de las esclavas que llegaron a la ciudad
de México e incluso dentro de culturas en donde las nor­
mas patrilineales comenzaron a predominar. Según cróni­
cas del periodo, en el antiguo reino del Congo, gozaban
de libertad y respeto y se sabe que en algunas comunida­
des el nacimiento de una niña era causa de gran regocijo.41

3:> ibid., p. 138.


40 Madina Ly, “La mujer en la sociedad manding precolonial”, en La mujer
africana en la sociedad precolonialop. cii., p. 202.
41 Heinrich Ixith, Woman in Ancient Africa, op. c i i p. 31.

83
María Elisa Velázquez Gutiérrez

La reproducción biológica, garante de la sobreviviencia y


el crecimiento del clan, era de vital importancia entre va­
rios grupos étnicos, sobre todo entre los bantúes, ya que
la vida, como legado de los ancestros, debía devolverse a
los descendientes.42 Las mujeres entre los bantúes eran
consideradas como el elemento principal a la hora de
perpetuar la sangre de los antepasados y como parte fun­
damental que daba sentido a la imagen histórica de la so­
ciedad.43 Esta distinción les permitió gozar de diversos
derechos e incluso formar parte de la vida política; algu­
nas llegaron a ser no sólo gobernantes o fundadoras de ciu­
dades, además de jefas, oficiales y soldados de regimientos
femeninos, sino también guardianas en las cortes de reyes.
Durante los siglos X V II y X V III viajeros relataron cómo
las princesas africanas gozaban de posiciones privilegiadas
e incluso subrayaron que algunas mujeres, por ejemplo
las de los reinos de Loango y KaLongo, tenían el derecho
de escoger marido y podían obligarlo a no contraer ma­
trimonio con otra mujer, pese a que, como se ha señalado,
la poligamia era la forma usual para consolidar familias y
crear vínculos o alianzas sociales. También en el siglo X V III,
el padre Antonio Zucchelli describió la importancia de
una princesa llamada Donna Susanne di Nobrena y de sus
descendientes mujeres, quienes según la historia del Con­
go gobernaron el reino por varias generaciones.44 Famosa
también fue la polémica princesa Nzinga Mbande Ngola,
conocida como la “heroína de la trata esclava” que en
1624 después de la desintegración del antiguo reino del

42 Nicolás Ngnu-Mvé, El África bantú en la colonización de México, op. cit., p. 21.


43 Idem.
44 Heinrich Loth, Woman in Ancienl Africa, op. o í, p. ->7.

84
Mandingas, hram y bantües

Congo ocupó la dinastía de los Ngola en Angola y enfren­


tó a los portugueses, aceptando más tarde un tratado de
paz.4'1
Asimismo, fueron motivo de escándalo y leyendas las
amazonas africanas, descritas desde tiempos griegos. Se­
gún los relatos, en las regiones occidentales de Libia exis­
tía una nación dirigida por mujeres en la cual los hombres
eran dominados y sometidos a la voluntad femenina. Evi­
dencias arqueológicas sugieren que las amazonas posible­
mente existieron en Africa; además, algunos testimonios
de viajeros de los siglos X V III y X IX señalan que la impor­
tancia de las mujeres como guerreras continuaba prevale­
ciendo en algunas culturas africanas. Según Eduard López,
en el reino de Monomotapa en África central, las mujeres
dirigentes solían usar arcos y flechas y vivían en zonas ais­
ladas, en donde recibían visitas ocasionales de los hombres.
En el siglo X IX , reinos como Dahomey estaban constitui­
dos por regimientos de mujeres, quienes no tenían permiso
de tener contacto con los varones mientras portaban sus
armas. Varios relatos del periodo destacaron su impor­
tancia en la corte de los reyes y en la custodia de los pa­
lacios.4*'
En otras sociedades de África, las mujeres vivieron en
condiciones de vida inferiores a las de los hombres, sobre
todo aquellas pertenecientes a estratos menos privilegia­
dos, que en muchos casos estuvieron sometidas a las nor-

4-1 Catherine Coquery-Vidrovitch, African women. A modern history, op. cit., pp. 4Ü
y 41. Para más información sobre reinas africanas y en particular sobre Nzin-
ga véase Simone Schwarz-Bart y André Schwarz-Bait, In Praise ofBlack Women.
Ancient African Queens, vol. 1, Houston, University of Wisconsin Press, 2001.
4,1 Edna G. Bay, ‘‘Servitude and Wordly Success in the Palace of Dahomey”, cn
Woman and Slavery in Africa, Claire C. Robertson y Martin A. Klein feds.],
Wisconsin, University of Wisconsin Press, 1ÍJH3, pp. 341-307.

85
María. Elisa Velazquez Gutiérrez

mas y el dominio patrilineal. No obstante, la sujeción de la


mujer en varias comunidades africanas del periodo se acre­
centó con la influencia del islam, el cristianismo y el comer­
cio de esclavos durante la colonización islámica y europea.
Así lo expresó Koloba Camara, jefe de la aldea de Banku-
mana, informante de Madina Ly, ya en el siglo XX:

Cuando en la aldea ocurría una desgracia, el jefe llama­


ba a las mujeres para pedirles su ayuda: ellos lo hacían
y, a menudo, el mal era conjurado. Pero hoy, cuando
haces esto, se dice que no eres musulmán, y entonces
ya no se vuelve a llamar a las mujeres...*'

A ntecedentes históricos generales de la esclavitud


dom éstica fem enina en Europa, África y Am érica

Como lo demuestra una amplia bibliografía sobre el tema


de la esclavitud, esta forma de sometimiento estuvo pre­
sente en casi todas las sociedades desde épocas antiguas.4748
Sin embargo, en cada una de éstas adquirió características
específicas y se le concibió de diversas maneras, de acuer­
do con las condiciones sociales y económicas de cada pe­
riodo histórico. Estudios como el de William Phillips Jr.
han demostrado que existen factores comunes a lo largo
de la historia de la esclavitud en occidente desde tiempos
romanos y hasta la colonización americana. Para los por­

47 Madina Ly, “La mujer en la sociedad manding precolonial”, en Im. mujer afri­
cana en la sociedad precolonial op. cit ., p. 203.
lS Yuro Fall hace mención de que el bibliógrafo John Davis Smith calculó que
de Ui/5 a 1930 se escribieron alrededor de 21 1(¡1 000 trabajos sobre la escla­
vitud. Ponencia “Esclavitud en África y fuera de África”, presentada en el
simposio internacional “Balances, retos y perspectivas de los estudios sobre
población africana en México hacia fines del milenio”, op. cit.

86
Mandingas, hrans y banítíes

tugueses, españoles y demás europeos meridionales del si­


glo XV, la esclavitud representaba una práctica común, cu­
yos orígenes se remontaban a las culturas de la antigüedad.
Sociedades como la de Grecia, pero de manera notoria la
romana, se habían servido de numerosos esclavos para tra­
bajar en minas, obras públicas y granjas, tanto como de
mujeres esclavas para el comercio y las industrias caseras
y artesanales y, en ambos casos, realizaron una función
esencial como sirvientes domésticos. Además, se tiene no­
ticia de que, desde aquella época, las condiciones de vida
entre los esclavos rurales y domésticos eran distintas, ya
que estos últimos gozaban de mayor prestigio y algunos
podían incluso alcanzar cargos de cierta distinción social
como secretarios o abogados, aunque una gran parte se de­
dicó a actividades manuales, al comercio, las artes o la
medicina.41'
Los griegos y romanos sometían a la esclavitud a los
prisioneros de guerra, pero también a individuos captura­
dos en razias. El comercio de esclavos también se originó
en esta época y es sabido que incluso esclavos nacidos en
el imperio romano constituyeron una próspera empresa y
que posiblemente algunos fueran criados sólo para su ven­
ta. El origen cultural de los esclavos era diverso y dependía
de las guerras o incursiones de conquista y colonización.
Los esclavos de la antigua Roma, por ejemplo, solían ser
celtas o germanos, pero también se sabe que los egipcios
establecieron comercio de esclavos africanos de Etiopía y

4!> William Phillips |r. subraya que las actividades en las artes o en la medicina
eran consideradas degradantes c indignas, ¡.a esclavitud desde la época romana
hasta los inicios del comercio transatlántico, op. til., p. 43.

87
María Elisa Velazquez Gutiérrez

de otras regiones de la costa oriental africana, según rela­


tos de Herodoto y otros vestigios materiales de la época.-°
Desde el mundo clásico existía una particular atrac­
ción por los esclavos “negros” y algunos filósofos de la
época, como Séneca, comentaban que los romanos creían
que las mujeres “negras” eran más sensuales que las blan­
cas. Según otras fuentes de este mismo periodo, las ro­
manas sentían atracción por los hombres “negros”. En la
Biblia, a la reina Saba se la describía como hermosa y negra
y, de acuerdo con Herodoto, el etiope era el más hermoso
de los pueblos.'"51 Estas impresiones sobre los atributos de
los africanos negros serían más tarde también expresadas
por los islámicos. Así, a principios del siglo XIII, el escritor
musulmán español Al-Sharishi alababa las cualidades de
las esclavas de Ghana de la siguiente forma:

Dios ha dotado a las esclavas de características dignas


de elogio, tanto físicas como morales, más de lo que se
puede desear: su cuerpo es suave, su piel negra es lus­
trosa, sus ojos son bellos, su nariz bien formada, sus
dientes blancos y su olor es perfumado...52

Según William Phillipsjr., los romanos solían tener contac­


to sexual con sus esclavos domésticos y, de acuerdo con
sus preferencias sexuales, compraban jóvenes de uno u otro
sexo. Sin embargo, las esclavas también sirvieron para
otras actividades domésticas y, por ejemplo, las niñeras so­
lían ser esclavas desde aquellas épocas.53

w Hugh Thomas, La nata de esclavos, op. eit., p. 26.


_>l ¡dem.
•« William Phillipsjr., La esclavitud desde la época romana hasta los inicios del co­
mercio transatlántico, op. til-, p. 186.
-1-* Ibid., pp. 37 y 38.

88
Mandingas, brans y batanes

A los romanos se Ies atribuye el establecimiento de la


figura jurídica del esclavo, tal y como la reconocemos hoy,
y su diferenciación respecto del siervo. Al esclavo se le
consideraba como un objeto y no tenía derecho a hacer
testamento, dar testimonio en un juicio civil o a demandar
por motivos penales. Se lo protegía de ciertos malos tratos
de su amo, quien por lo general podía castigarlo a su anto­
jo e incluso darle muerte bajo algunas circunstancias. Los
esclavos tenían posibilidades de conseguir la manumisión
que implicaba la ciudadanía. Ésta se otorgaba casi siempre
como prerrogativa del dueño en vida o por muerte, me­
diante testamento. Las razones para ello solían ser gr atitud
por un prolongado servicio, la compra con el dinero aho­
rrado por el esclavo o la libertad para una esclava con la
que el interesado deseara casarse. También se les permitía
entablar una acción legal en los casos relativos a su manu­
misión, aunque la ley sostenía que los esclavos no tenían
competencia legal y por lo tanto sólo podían presentarse
ante los tribunales como testigos.154
En los últimos años de la república romana se introdu­
jeron algunas cláusulas en la legislación sobre el trato hacia
los esclavos, que si bien no alteraron la definición básica
de este como propiedad sí le otorgaban ciertas prerrogati­
vas. Pese a que algunos investigadores opinan que los cam­
bios legislativos respondieron a la influencia de la filosofía
estoica y del cristianismo, con lo que se logró un trato más
humano,''5 otros afirman que el declive de la esclavitud

M lbid., p p . 41-4.S.
55 Hugh Thomas, I m traía de esclavos, op. cit., pp. 28 29.

89
María Elisa Velazquez Gutiérrez.

rom ana es atribuible a situaciones económicas que coin­


cidieron con el desarrollo del cristianismo.™
A pesar del colapso del imperio romano, la institución
de la esclavitud sobrevivió, aunque con notables variantes.
Las sociedades posteriores al mundo latino consiguieron
a la mayoría de sus esclavos mediante la captura de prisio­
neros, pero también como causa de un castigo. En la Es­
paña visigoda, por ejemplo, muchos lo eran por razones
judiciales, deudas o simplemente por pobreza, ya que
hombres y mujeres solían venderse a sí mismos o a sus hi­
jos para conseguir mejores condiciones de vida.'17 Aunque
con menos vigencia que en los siglos romanos, los merca­
dos de esclavos continuaban; en España, destacaban los
comerciantes judíos, quienes proveían de celtas o suevos,
hasta que en el siglo VII su actividad se restringió debido
a una creciente oleada de antisemitismo.™ Durante toda
la Alta Edad Media, los esclavos constituyeron una parte
importante de la población europea, incluida la Europa
septentrional, y se comerciaban esclavos sajones, anglos y
alanos. Sin embargo, es probable que durante este periodo,
los cautivos se consideraran como siervos, es decir, como
personas con ciertos derechos y no como esclavos de acuer­
do con la tradición romana.59
Ya para el siglo XI la institución de la esclavitud, aun­
que no desaparece totalmente, se había extinguido en ca-

William Phillips Jr., La esclavitud desde la época romana hasta los inicios del co­
mercio transatlántico, op. cit., p. SI.
’7 Para mayor infamación sobre la esclavitud en España durante este periodo,
véase Juíio Mangas Maujarrés, Esclavos y libertasen la España romana, España,
Universidad de Salamanca, 1Í171.
iH Hugh Tilomas, La trata de esclavos, op. cit., p. 33.
w Véase Jacques Heers, Esclavos y sirvientes en las sociedades mediterráneas duran­
te la Edad Media, España, Aloris el Magnanim, l!)dü.

90
M a n d in g a s , b rans y b anlúes

si todas las regiones de Europa septentrional. Estudiosos


del tema lo atribuyen, entre otras causas, al uso de nove­
dosas tecnologías, una nueva distribución de la tierra y,
posiblemente, la capacidad de movilidad social y econó­
mica dedos sumisos.W) Empero, en la Europa meridional
la situación era muy distinta. En la mayoría de los países
de las costas del Mediterráneo la esclavitud había prospe­
rado, muy probablemente porque esta zona había estado
expuesta a continuas guerras entre cristianos y árabes. Pa­
ra el islam, los medios de esclavizar eran guerra, compra o
nacimiento, similares a los de los europeos. Si los adversa­
rios oponían resistencia y resultaban vencidos, las muje­
res y los niños eran esclavizados, en tanto que los hombres
eran casi siempre ultimados. Los musulmanes se distin­
guieron por comerciar esclavos y, aunque los ocuparon
en actividades agrícolas e industriales, los usos más comu­
nes fueron en tareas domésticas. Las esclavas solían servir
en las faenas caseras y a menudo recibían buenos tratos,
por ejemplo se sabe que las niñeras ocupaban un lugar de
honor. Sin embargo, otras muchas podían ser obligadas a
prostituirse y entr enadas par a divertir o usadas como obje­
tos sexuales en los harenes. A pesar de las recomendacio­
nes del Corán, los esclavos no tenían derechos legales ya
que, al igual que las mujeres y los extranjeros, estaban ex­
cluidos de una participación social completa.f>1
Durante la conquista de la España visigoda por los mo­
ros, a comienzos del siglo VIH, la esclavitud de los cristia­
nos continuó y es bien sabido que los califas del periodo

1,11Hugh Thomas, L a tr a ta d e esclavos, op. cil., p. 34.


1,1 William PhillipsJr., L a e sc la v itu d desde la época r o m a n a h a sta tos in icia s d e! co­
m ercio tr a n sa tlá n tic o , op. cil., pp. 101-103.

91
María Blisa Velazquez Gutiérrez

tenían a miles de esclavos cristianos bajo su custodia, aun­


que de acuerdo con Hugh Thomas, las leyes sobre la es­
clavitud eran más benévolas que las de los romanos'’2 y la
situación de las mujeres era relativamente mejor que la de
los varones.'*3 Por ejemplo, los esclavos de la corte tenían
posibilidades de acceder a lugares destacados y muchos
califas tuvieron hijos con esclavas cristianas cuyos des­
cendientes llegaron a ser gobernadores. En las cortes mu­
sulmanas del Mediterráneo podían encontrarse esclavos
griegos, eslavos, germanos, rusos, sudaneses y de otras re­
giones intemas de África, como Guinea, quienes eran trans­
portados a través del Sahara. Durante varios siglos, los
esclavos africanos, en particular las mujeres, fueron espe­
cialmente buscadas por los mercaderes árabes y emplea­
das, como sirvientas, cocineras o concubinas.
Según Yuro Fall, en virtud de problemas políticos, se
ha estudiado más la esclavitud atlántica que la transaharia-
na, menospreciando su importancia y sus alcances/’4 No
obstante, la participación de los árabes en el comercio en­
tre África occidental y septentrional, que incluía a seres
humanos, era ya antiguo y se incrementó con la conquista
musulmana de África del norte en el siglo Vil y con el po­
derío que este grupo adquirió a partir del siglo X V . Por lo
general, para obtener cautivos se organizaban incursiones
y se capturaba a los habitantes del pueblo asolado, pero
también se compraban. Es importante hacer notar que

Hiigh Thomas, La traía de esclavos, <tp. cit., p. 3(i.


'’3 William Phillips Jr., La esclavitud desde la época romana hasta los inicios del co­
mercio transatlántico, op. cit., p. 110.
':'4 Yoro Fall, ponencia “Esclavitud en África y fuera de África: dinámicas socia­
les y dimensión histórica”, en Balance y perspectivas de los estudios sobre la po­
blación de /¡rigen africano en México, op. cit.

92
M a n d in g a s , b ra n s y banlút-s

África occidental había conocido la esclavitud a pequeña


escala antes de la llegada del islam, pero esta institución to­
mó nuevas dimensiones en sus culturas bajo la influencia
de los monarcas islámicos y los imperios de sus sucesores.

La esclavitud en las sociedades africanas

Muchos de los grandes reinos de África durante los siglos


de expansión árabe, fundamentalmente los conocidos co­
mo estados del Sudán,'1,5se abastecían de los tributos de los
pueblos bajo su control político y frecuentemente se lleva­
ban a cabo intensas güeñas para someter a los adversarios
y para adquirir esclavos. En varios centros urbanos, con
un desarrollo económico y político importante, la esclavi­
tud había adquirido características de explotación acen­
tuada y ciertos dignatarios o mercaderes llegaron a poseer
grupos de 100, 200 o más esclavos de ambos sexos, quienes
servían como criados, concubinas, soldados y trabajado­
res agrícolas, casi todos capturados en güeñas o incursiones
en otros territorios.
El papel de la esclavitud en el contexto africano, y más
tarde la participación de mujeres y hombres africanos en
el comercio europeo de esclavos, ha sido tema de varios
debates desde el siglo XIX, centrados, según William Phi-
llipsjr., en un problema: ¿la esclavitud y el comercio de
esclavos fueron característicos de la sociedad nativa afri-

<l7 Entre los autores árabes el “hilad as Sudan” era literalmente el país de los ne­
gros al sur del Sahara. De hecho la tradición árabe y luego europea ha reser­
vado el nombre de Sudán a la gran 7.ona de la Sabana y de los margenes del
Atlántico al Mar Rojo, conocido del islam. Véase Dictiormain des civitisalians
afiieaines, París, Fernand I lazan Editor, 196X, p. 393.

93
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

cana o las introdujeron en África los extranjeros, trátese


de musulmanes en la Edad Media o europeos en los siglos
X V y XVI?*’6 El primer asunto que se plantea es el de la de­
finición del concepto de esclavitud, que tuvo distintas for­
mas y significados en África. En general, según Claire C.
Robertson y Martin A. Klein, la esclavitud en el contexto
africano puede considerarse como un tipo de servidum­
bre involuntaria, que mantenía al individuo en una posi­
ción marginal frente a la unidad social, sujeto al control de
otro.*’7 Estos autores subrayan también que en el análisis
deben considerarse las diferencias y contradicciones entre
esclavitud y comercio de esclavos, ya que mientras el co­
mercio reducía a los hombres y mujeres a cosas, la escla­
vitud reconocía su humanidad.*>f*
Al parecer, los estados que más influencia recibieron
del islam desarrollaron esta forma de sometimiento de ma­
nera más sistemática. Sin embargo, las limitaciones ambien­
tales y tecnológicas que afectaron el proceso de desarrollo
de varias sociedades, también fueron factores decisivos pa­
ra aumentar las diversas manifestaciones de esclavitud y
comercio de esclavos.f>a Eas sociedades africanas emplea­
ban a los esclavos en una amplia gama de actividades y
las mujeres fueron especialmente solicitadas en el merca­
do africano por la versatilidad de las actividades que de-

f>1' William Phillips Jr., La esclavitud desde la época romana hasta las inicios del comer­
cio transatlántico, op. di., p. 178.
Claire C. Robertson y Martin A. Klein, “Women’s Importance in Africa Slave
Systems”, en Women and Slavery in Africa, op. cit., pp. 3 y 4.
,l8 Ibid., p. 11.
<;uWilliam PhillipsJr., La esclavitud desde la época romana hasta los inicios del comer-
do transatlántico, op. ciL, p. 179.

94
Mandingas, brans y baníúes

«empeñaban.'0 En particular, existía una gran demanda


norafricana de esclavas para ser ocupadas en el mundo
islámico como criadas y concubinas, por lo que en el co­
mercio transahariano, al contrario del transatlántico, in­
cluiría más mujeres que hombres.71
En los estados del Sudán, el concubinato también fue
un medio importante para emplear mujeres, ya que hom­
bres con posiciones económicas holgadas solían comprar
una esclava en vez de pagar por una esposa libre; más aún,
si la esclava tenía hijos, habitualmente gozaba de un rango
social especial.72 Además de trabajar en la agricultura, los
esclavos, en particular las mujeres, realizaban diversas la­
bores domésticas.7;! Se sabe también que, en contraste con
lo anterior, algunas esclavas del Sudán recibían una ins­
trucción especial que las convertía en mujeres codiciadas
y que, por ejemplo, en el Dahomey precolonial, podían
llegar a ser ministras de Estado, consejeras, soldados y co­
mandantes e incluso gobernadoras de provincias, agentes
comerciales o esposas privilegiadas.74 Por lo tanto, y a pe­
sar de que las esclavas generalmente sufrían el somctínrien-

E1 mayor número de esclavos en A fric a fu e ro n mujeres.según los estudios de


Claire C. Robertson y Martin A. Klein. Ellos hacen énfasis en los tres merca­
dos que abastecieron los africanos: el europeo, el musulmán y el interno.
Women s Importance in Africa Slave System”, en Women and Slavery in Afri­
ca, op. cit., p. 4.
71 William Phillips Jr., La esclavitud desde la época romana hasta los inicios del comer­
cio transatlántico, op. cit., p. lgf>.
72 Idem.
73 Para mayor información sobre ¡as características de la esclavitud femenina,
véase Jean Michel Deveau, Femmes esdaves. D'ftier a ahujord’hui, París, Edi­
tions France-Empire, 1098.
74 Edna G. Bay, “Servitude and Worldly Success in the Palace of Dahomey”, en
Women and Slavery in Afiica, Claire C. Roberlson y Martin A. Klein (edsj, Wis­
consin, The University of Wisconsin Press, 1083, p. 340.

95
María Elisa Velázquez Gutiérrez

to masculino y servil, sus condiciones de vida variaban


según fuera la posición social a la que pertenecían.7'’
Otros historiadores han sostenido que la esclavitud tu­
vo en el África precolonial concepciones distintas a las que
impondrían más tarde los nuevos colonizadores, muy apar­
tadas de las ideas romanas presentes en la tradición occi­
dental, pero aún más de lo que significaría el comercio de
esclavos con la conquista y colonización de América. Yoro
Fall, por ejemplo, subraya que hasta el siglo V no existían
instituciones esclavistas en África, las cuales se desarrolla­
ron con la expansión del islam durante los siglos VI al X I.'1’
Aunque es difícil formular generalizaciones, dado que Áfri­
ca era y sigue siendo un extenso continente con una diver­
sidad de regiones geográficas y un complejo mosaico de
comunidades étnicas y lingüísticas, el historiador africano
Ki-Zerbo asegura que en la mayoría de las culturas africa­
nas, vinculadas por una estrecha concepción comunitaria,
el esclavo de casa o de guerra se integraba rápidamente a
la familia que lo poseía y, si era estimado y considerado
honrado, podía sustituir de forma interina a un jefe.7' En
Mali, por ejemplo, existían esclavos reales que servían al
rey como burócratas, administradores y consejeros.'8 Ade­
más, en la mayoría de los pueblos africanos, según Ki-

" Claire C. Robertson y Martin Kicin señalan que ser esclava de mía familia
rica, era mejor elección que ser libre, pero vulnerable en un estatus más ba­
jo. “Women's Importance in African Slave Systems", en Wonuin and Slavery
in África, op. cit., p. 1!J.
/,A Yoro Fall, ponencia "Esclavitud en Africa y fuera de África: dinámicas so­
ciales y dimensión histórica”, en “Balance y perspectivas de los estudios so­
bre poblaciones de origen africano en México hacia fines del milenio", op.
cit.
77 Joseph Ki-Zerbo, Historia del África negra, op. cit., p. 304.
™ William Phillips Jr., La esclavitud desde la época romana hasta los inicios del comer­
cio traiísatlintico, op. cit., p. 18!).
Mandingas, brans y bantúes

Zerbo, el esclavo poseía derechos civiles, de propiedad y


distintos procedimientos de emancipación. En el Congo,
de acuerdo con crónicas del periodo, el esclavo era con­
siderado un elemento añadido a la familia, un miembro
putativo o un hijo artificial e incluso existían esclavos de
ambos sexos que poseían esclavos.79
No obstante lo anterior, a raíz del crecimiento político
de muchos reinos, entre ellos los del Congo y Angola, que
pasaron de ser señoríos a estados, los esclavos prisioneros
de guerras, de manera representativa las mujeres, comen­
zaron a conformar una importante mano de obra para el
trabajo en el campo,H0 aunque sin alcanzar las dimensio­
nes de explotación y sujeción que tendrían más tarde con
el desarrollo del comercio de esclavos por los árabes y los
europeos, que entre otras cosas dio lugar a cambios signi­
ficativos en las relaciones sociales y políticas entre las dis­
tintas etnias de los territorios africanos. Así, lo cierto es que
la existencia y aceptación de la esclavitud en África*1y su
importancia suscitada por la expansión islámica en los
estados del Sudán, influyó en el comercio de esclavos a
mayor escala. Cabe subrayar que la noción de esclavitud
que prevalecería posteriormente en América fue muy dis­
tinta de la concepción africana. Esto se debió a que la
esclavitud en América, de manera especial a partir del si­
glo XVIII, se basó en la noción del estigma cultural y el ra­
cismo, asociada al color de la piel. De esta forma, a pesar

WJospeh Ki-Zerbn, Historia del África negra, op. cit., p. 304.


J. Vansina, “(Vírica ecuatorial y Angola. Las migraciones y la aparición de los
primeros estados”, en Historia General de África. África entre los siglos XJ1 y XVI.
t. IV, D.T. Niane (din), España, Tecnos/Unesco, 1!)8.5, p. 580.
** Paul h. Lovejoy y David V. Irotman, “Expectations and Experiencie: African
Notions of Slavery and ihc Reality of the Americas”, op. cit., p. 2.

97
María Elisa Velazquez Gutiérrez

de que extranjero, bárbaro, pagano o infiel fueron excusa


primaria para esclavizar a otros pueblos, el color de la piel
como sinónimo de esta forma de sometimiento tomó di­
mensiones extraordinarias en periodos posteriores.

La esclavitud en las sociedades prehispánicas: los mexicas

En las diversas sociedades preshispánicas de Mesoaméri-


ca, la esclavitud existía como una práctica cotidiana en la
organización social, auncjue con notorias diferencias res­
pecto del mundo occidental, entre ellas la imposibilidad de
que la madre heredara a sus hijas la condición de esclava.
Aunque no existen amplios testimonios acerca de las carac­
terísticas de la esclavitud en muchas de las culturas prehis­
pánicas, se tienen noticias de cronistas que relataron los
pormenores de esta forma de sometimiento entre los mexi­
cas. Según Manuel Orozco y Berra, existieron tres causas
generales por las cuales las personas libres podían conver­
tirse en esclavas: la guerra, la ley y la voluntad.82 Los pri­
sioneros de guerra no necesariamente eran destinados a la
esclavitud sino al sacrificio. Por su parte, la ley determina­
ba que ciertos delitos, tales como deudas o robos, eran mo­
tivos posibles de esclavitud. En el caso del homicidio, si la
esposa de la víctima perdonaba al asesino, éste se daba a
la mujer como esclavo. De igual modo las personas podían
convertirse voluntariamente en esclavas, ya fuera para sus­
tentar ciertos vicios o adornos o por necesidades econó­
micas; hombres y mujeres se vendían o, en ciertos casos,

Manuel Orozco y Berra, Historia antigua y de la Conquista de México, t. i, Mé­


xico, Porrúa, 1960, tomo I, p. 230.

98
Mandingas, brans y bantúes

vendían a sus hijos por cierto tiempo, sin perder su liber­


tad ni sus bienes.
Como en otras culturas de Europa y África, en Mesoa-
mérica existieron diferencias difíciles de reconocer entre
esclavitud y servidumbre, ya que los cronistas de la época
utilizaron distintos parámetros para la caracterización de
la esclavitud, entre las que destacan el grado de dependen­
cia y el estrato.83 Entre los historiadores existen ciertas di­
vergencias en cuanto a la posición y las condiciones de
vida de los esclavos y esclavas en la época prehispánica.
Según Orozco y Berra, la condición de los esclavos era to­
lerable ya que vivían en las tierras de sus amos labrando
sementeras para éstos y para sí; prestaban en las casas ser­
vicios como barrer y acarrear agua o leña y recibían buen
trato, logrando en algunos casos conseguir beneficios ma­
teriales para mantener casa propia o incluso esclavos para
su propio servicio.81 Los hijos de esclavos no heredaban
necesariamente esta condición y existían diversas formas
de adquirir la libertad, la fuga de los mercados burlando la
vigilancia, la voluntad de los amos o el término del perio­
do de su deuda o delito. Además, los esclavos no podían
ser vendidos sin su consentimiento y la asistencia de al me­
nos cuatro testigos. También el historiador Carlos Bosh
considera que los esclavos en la época prehispánica tenían
una serie de derechos que los situaban en un rango más
elevado que el de los esclavos hispánicos.83

B:J Carlos Bosh, La esclavitud prehispánica entre ¿os aztecas, México, t',1 Colegio de
México, 1ÜU.
94 Manuel Orozco y Berra, Historia antigua y de la Conquista de México, op. cit.,
p. 233.
I!'’ Carlos Bosh, La escavitud prehispánica entre los aztecas, op. cit., p. 24.

99
María Elisa Velazquez Gutiérrez

Por su parte, Brígida von Mentz señala que en Mesoa-


mérica, sobre todo entre los mexicas, al igual que en otras
regiones, existieron formas de “reificación” de seres huma­
nos, es decir, formas de convertirlos en cosas y de instru-
mentalizar a otros semejantes, tal y como se observa en
las culturas occidentales. Subraya, por ejemplo, que en el
México antiguo se distinguía físicamente el estrato más ba­
jo de los sirvientes y al considerado “sirviente perpetuo”
se le estigmatizaba con una collera de madera que se le
colocaba alrededor del cuello, práctica general entre otras
culturas. También destaca la existencia de mercados para
la venta, tales como el de Izúcar y el de Azcapotzalco, y
de una forma de sometimiento como “servidumbre per­
petua”, la cual define como el límite de dependencia que
sufre un trabajador, al convertirse en cosa y mercancía,
perdiendo su autodeterminación.86
Pese a las polémicas relacionadas con la definición de
esclavitud en el México antiguo, lo cierto es que, al menos
en las tierras de Anáhuac, existía un significativo número
de esclavos o personas sometidas a trabajo perpetuo, en­
tre ellas mujeres, y es posible que esta práctica también
contribuyera a que tal forma de sometimiento fuera esta­
blecida y aceptada en la nueva sociedad colonial. Varias
crónicas de la Conquista hacen referencia a la presencia
de mujeres esclavas en el México antiguo y es bien sabido
que Cortés y sus huestes recibieron varias veces esclavas,
como botín o regalo por parte de los señores principales,
por ejemplo la famosa Malintzin. Según Brígida von Mentz,

K<i Brígida von Mentz, Jrabajo, sujeción y libertad en el centro de la Nueva España,
México, ClESAS/Porrúa, lí)!)!), p. SI.

100
Mandingas, brans y bantúes

la práctica de regalar o vender a mujeres muestra la ena­


jenación de ellas como objeto sexual en el mundo prehis­
pánico y más tarde en el colonial.K/ Aunque con distintos
matices, también las experiencias occidental, islámica y
africana reflejan el uso de la esclava como objeto sexual,
la cual, como veremos en los siguientes apartados, fue co­
mún a lo largo del periodo colonial, aunque no siempre
la regla general.

La esclavitud, femenina africana en la


Península Ibérica: la experiencia hispánica

Los antecedentes de la esclavitud en la Península Ibérica,


durante los siglos anteriores a la Conquista de América, de­
terminaron en gran medida las características de esta for­
ma de sometimiento a lo largo del periodo colonial. En
particular, las relaciones entre amos y esclavos domésticos,
así como la dinámica social relacionada con la legislación
y las oportunidades sociales y económicas de los esclavos
en el ámbito urbano fueron retomadas, a pesar de los in­
tentos por un control más estricto de las autoridades de la
Corona, en ciudades como la capital virreinal. Por ello es
importante esbozar sus peculiaridades antes de la Conquis­
ta y colonización de la Nueva España.
Durante la guerra de reconquista, los cristianos siguie­
ron la práctica de los musulmanes, sometiendo a los cau­
tivos, incluidos mujeres y niños, a la esclavitud; en este
periodo, el sur de Italia también se convirtió en un impor­
tante mercado de esclavos. La toma de Constantinopla

8' IbilL, p. (¡4.

101
Mai ía Elisa Velazquez Gutierrez

por los turcos en 1453 redujo el número de los que prove­


nían de Rusia y el Mar Negro. Esta situación se compensó
en España con la importación de las recién descubiertas
Islas Canarias. Así, el número de esclavos africanos en Es­
paña aumentó de modo considerable y desde el año 1250
mercaderes moros ofrecían esclavos de Guinea. Ya en el
siglo XV existía gran número de sumisos africanos en ciu­
dades como Sevilla, pero también en varias regiones de Ita­
lia, y muchos de ellos eran mujeres. Sin embargo, durante
este periodo no sólo los africanos satisfacían la dem an­
da, que continuaba el comercio de griegos, rusos, turcos y
moros.
Las expediciones portuguesas por las costas africanas
en busca de mercados, particularmente los del oro y gr a­
nos, así como de una nueva ruta hacia las Indias alrededor
de 1415, tenían su origen siglos antes durante los prime­
ros intentos europeos por explorar África. No obstante,
estas empresas tomaron dimensiones importantes cuando
los portugueses, con la expedición de Enrique el Navegan­
te, decidieron llegar por mar a la costa de Guinea. Después
de apoderarse de la isla de M adeiray el.archipiélago de
las Azores, ambos territorios despoblados, conquistaron las
Canarias; más tarde, en 1441, arribaron al extremo norte
de la actual Mauritania y en 1444 se estableció una com­
pañía de comercio en Lagos, cuyo objetivo era, entre otros,
la captura de hombres para su comercio. Desde entonces,
financiadas por empresas privadas y con el permiso de la
Corona y la Iglesia, que concedió el monopolio portugués
para las expediciones en territorios de las costas africanas
debido a la toma de Constantinopla por los turcos, comen­
zaron las incursiones a varias regiones de las costas afri­

102
Mandingas, brans y baníúes

canas, por ejemplo a Senegal, Cabo Verde y Sierra Leona;


esto intensificó el comercio de esclavos africanos, quienes
ya no sólo eran capturados, sino comprados a mercade­
res musulmanes y a gobernantes locales africanos a cam­
bio de mercancías europeas como caballos, vidrio, telas,
velas, lanas, vino o armas.
A lo largo de estos años, varias prósperas empresas,
que después tendrían un impacto económico decisivo en
América, particularmente en el Caribe y Brasil, se expan­
dieron en regiones como Madeira, utilizando esclavos afri­
canos como su principal fuerza de trabajo, en actividades
como el cultivo de caña y los molinos de azúcar.88 Tam­
bién durante esta época aparece en ciudades como Lisboa
la demanda de servicio doméstico. Algunos cronistas rela­
taron con asombro la cantidad de esclavos domésticos que
servían a los caballeros portugueses,8'-*para quienes su po­
sesión se convirtió en un símbolo de jerarquía social. La
cantidad de africanos y sus descendientes en Lisboa llegó
a tener tal importancia que en 1460 existía una hermandad
de la virgen del Rosario compuesta por negros.
Las expediciones portuguesas y el comercio de escla­
vos prosiguió y pronto alcanzaron Sierra Leona, Costa de
Marfil, Elmina (costa de Ghana), el Golfo de Benin, Santo
Tomé, Angola y el Congo. Estas dos últimas regiones se­
rían de suma importancia para el comercio de esclavos

88 Según Yoro Fall, la asociación entre esclavitud y economía azucarera comen­


zó desde el siglo VIII, pero tomó un nuevo impulso en el siglo XI, con el des­
cubrimiento del azúcar por los europeos en Palestina durante las cruzadas.
Citado en la ponencia “Esclavitud en África y fuera de África: dinámicas so­
ciales y dimensión histórica” en “Balance y retos sobre los estudios de pobla­
ción de origen africano en México”, op. ciL
8tl Hugh Thomas, La ¡rata de esclavos, op. cit., p. i 18.
g(l Ibid., p . 6 9 .

103
María Elisa Velazquez Gutiérrez

africanos ai territorio americano. La captura y venta de es­


clavos era posible gracias a ios acuerdos establecidos con
los reyes o gobernantes locales del litoral de África occi­
dental, muchos de los cuales aceptaban el comercio, no só­
lo por los beneficios económicos que obtenían, sino por
el apoyo que recibían de los monarcas portugueses para
solventar guerras con otros grupos.91 Empero, también
debe considerarse que existieron importantes movimien­
tos de resistencia en contra de las incursiones de los eu­
ropeos y la captura de esclavos, poco analizados hasta la
fecha.
Conforme avanzaban las expediciones en la costa de
África y el comercio de esclavos, en varias regiones, entre
ellas España, se incrementa la demanda de esclavos afri­
canos. El interés comercial se agudizó durante la guerra
entre los monarcas de Castilla y Portugal en los años de
1470, ya que el primero había otorgado licencias a capi­
tanes españoles para incursionar en Guinea, violando el
monopolio portugués. Este monopolio también llevó al
enfrentamiento de los portugueses con los italianos y, más
tarde a lo largo del siglo X V I I I , con los holandeses, france­
ses e ingleses.
Las difíciles relaciones entre España y Portugal se ate­
nuaron hacia 1480 con la firma del tratado de Alcazobas,
mediante ei cual Portugal renunció a sus pretensiones de
aspirar al trono español y la reina de Castilla reconoció el
monopolio portugués en África. Sin embargo, las últimas

u* Hoxer hace hincapié en que el crecimiento del tráfico de esclavos probable­


mente empeoró el estado de violencia e inseguridad existente y afirma que
los jefes y gobernantes africanos lograron beneficios importantes del tráfico de
esclavos. Vcase Boxcr, Portuguese Seaborne Empire, p. 31. Citado por Frederick
P. Bowser, hl esclavo africano en el Perú colonial, op. al., p. 71.

104
Mandingas, brans y bantúes

guerras entre la monarquía musulmana de Granada y los


Reyes Católicos dieron un nuevo auge a la institución de
la esclavitud, ya que fueron necesarios africanos para inter­
cambiarlos por esclavos cristianos. Varias ciudades del sur
de España, como Andalucía, tenían una gran cantidad de
esclavos africanos, muchos de ellos destinados al servicio
doméstico. Alrededor de 1475, su número e importancia
fue tal que los Reyes Católicos nombraron un juez especial
para su gobierno.9'2
Según estudiosos del tema, toda familia acomodada de
Andalucía, a principios del siglo X V I, contaba cuando me­
nos con dos esclavos, preferentemente africanos y, por
ejemplo en Sevilla, en 1565, se registraban más de 6 000
esclavos, casi todos africanos, quienes como en Lisboa con­
taban con una cofradía.93 Al parecer, las relaciones entre
amos y esclavos fueron estrechas y en ocasiones estos úl­
timos fueron mejor tratados que los sirvientes libres. A las
mujeres se las utilizó como cocineras, criadas y amas de
cría y más de una vez se convirtieron en confidentes de sus
dueñas. Además, existieron distintas oportunidades para
que los esclavos domésticos obtuvieran mejores condicio­
nes de vida e incluso obtener y destacar en algunos ofi­
cios.94
Por otra parte, el matrimonio entre “blancos y negros”
no estaba prohibido y por tanto, el mestizaje se intensificó.

'S~ Ildefonso Gutiérrez, “I.a Iglesia y los negros”, en Historia de la Iglesia en His­
panoamérica y Filipinas, siglos Xl’-XlX, Pedro Borges el. al. (dir.}, t. I, Madrid, Bi­
blioteca de Autores Cristianos Teológico de San Ildefonso de Toledo, 1092,
p. 331.
'•» Hugh Tilomas, La trata de esclavos, op. cit., pp. 113 y 1lü.
*í4 Para mayor información sobre el tema véase Vicenta Cortés, La esclavitud en
Valencia durante el reinado de los Reyes Católicos, 1479-1516, Valencia, Ayunta
miento, 11)64.
105
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

Asimismo, se les admitía como miembros de la Iglesia.95


Muchas de las prácticas y costumbres en el trato de los es­
clavos en España, como se analizará más adelante, se here­
daron a la Nueva España. Sin embargo, durante el periodo
novohispano se tratarían de imponer nuevas normas para
el control de la población de origen africano, por medio de
legislaciones civiles y recomendaciones eclesiásticas. Estas
últimas, si bien reflejan las intenciones de las autoridades
virreinales por controlar a los esclavos y el crecimiento de
las castas, no fueron asumidas del todo debido a las carac­
terísticas de la compleja dinámica social, como se analiza
en el próximo apartado. Hasta entonces, todos los escla­
vos negros vendidos en Portugal, España y África se con­
sideraban como un bien más y, aunque apreciados, no se
los tenía como una mercancía excepcional.

C onsideraciones

El contexto social e histórico de las mujeres que fueron tras­


ladadas a la Nueva España como esclavas, es escencial pa­
ra conocer y distinguir las características de sus culturas de
origen y el valor social que tuvieron en los diversos grupos
étnicos de África occidental y ecuatorial, de donde pro­
cedían en su mayoría. La relevancia y el valor de su par­
ticipación en la vida familiar y comunal en las distintas
sociedades africanas durante los siglos del comercio de es­
clavos formaron parte del Corpus cultural de muchas de las
africanas que arribaron a la Nueva España. Las creencias y
prácticas religiosas, las tradiciones y la importancia de los
ancestros, así como el papel de la mujer en la familia y en

a’ Hugh Thomas, La traía de esclavos, op. cit., pp. 118 y 119.

106
Mandingas, bransy bantúes

la producción y la reproducción social y biológica, no po­


dían olvidarse a pesar de las condiciones adversas que vi­
virían en el Nuevo Mundo.
Gran parte de su herencia cultural necesariamente fue
recreada con los nuevos valores cristianos e indígenas pre­
sentes en la sociedad novohispana, misma que se iría con­
figurando a lo largo de la Colonia. Las prácticas culturales
heredadas les servirían a las africanas y sus descendien­
tes para resistir o adecuarse a sus nuevas condiciones de
vida. Así, también seguirían presentes entre la sociedad vi­
rreinal gran parte de los estereotipos y prejuicios sobre las
prácticas y costumbres de las mujeres de origen africano
que habían escandalizado a los misioneros, viajeros y cro­
nistas. Lo cierto es que muchas de estas herencias cultu­
rales, recreadas y diversificadas, como el liderazgo en la
familia, el carácter, los gestos y las formas de vestir, las prác­
ticas rituales o religiosas, las maneras de bailar o cantar y la
participación en el trabajo, influirían y formarían parle de
los nuevos valores culturales de la sociedad novohispana.
Varias experiencias históricas antecedieron a las carac­
terísticas de la esclavitud doméstica femenina en la Nueva
España. La mayoría de ellas procede de occidente, en don­
de desde la época griega y romana se desarrolló esta for­
ma de sometimiento. Sin embargo, las experiencias en las
sociedades africanas y americanas, con sus importantes di­
ferencias, también contribuyeron a que la esclavitud fuera
una forma común de servidumbre y que las mujeres tuvie­
ran conocimiento sobre esta forma de sujeción. En casi
todas las culturas las mujeres esclavas desempeñaron una
función notable como sirvientas domésticas, llevando a ca­
bo tareas como nodrizas, cocineras, lavanderas, sin dejar

107
Minia Elisa Volàzquez Gutiérrez

de lado el habitual uso sexual por los varones. Las leyes,


normas, hábitos y dinámicas de la cultura hispánica duran­
te la época de la reconquista fueron clave para consolidar
los rasgos que la esclavitud doméstica femenina tendría
años después en la Nueva España y en particular en la ca­
pital virreinal. Empero, la población de origen africano no
fue una “mercancía” hasta este momento ni tampoco la
única que estuvo sometida a la esclavitud. Varias ciudades
del sur de España, como Sevilla y Valencia, tuvieron un
porcentaje significativo de población de origen africano,
que gozó de algunas oportunidades para lograr cierta mo­
vilidad económica y social; estas experiencias también
serían retomadas en tierras americanas.
Todos estos antecedentes contribuyeron a la conforma­
ción de la esclavitud que se pondría en práctica en la Nue­
va España. No obstante, nuevas diferencias caracterizarían
a las formas de sometimiento en la sociedad virreinal, en­
tre ellas la concepción del esclavo como propiedad ab­
soluta de acuerdo con la tradición romana y el conocido
“derecho de vientre”, a las que se le sumaría la vinculación
con cierta cultura y más tarde el color de la piel como es­
tigma distintivo.
Un nuevo rumbo tomaría la esclavitud en los territorios
americanos; aunque muchas de las experiencias sobre esta
forma de sometimiento se trasladarían al Nuevo Mundo,
otras sufrieron ciertas modificaciones debido a los nuevos
requerimientos económicos y sociales que la trata de escla­
vos africanos tendría en América. La esclavitud doméstica
femenina, como se analizará en el siguiente capítulo, tuvo
ciertas singularidades, entre ellas, su alta demanda y valo­
ración social en las principales ciudades novohispanas.

108
E s c l a v a s , l ib e r t a s y u b r e s : e s c l a v it u d
DOM ÉSTICA EN LA CIUDAD DE M É X IC O ,
RESISTENCIA CULTURAL Y FORMAS
DE A D Q U IRIR LA UBERTAD

Alomo Ramírez, ganadero, vecino de la ciudad de México,


como tutor y curador de los bienes de Antonio Ja.ram.illo,
hijo de María deJaramillo,
vende a Juan de Morales una negra nombrada María
de tierra Angola de 18 años, soltera.
Sujeta a servidumbre en 400pesos de oro común....

Archivo General de Notarías1*


1638

Varias cifras reveladas por estudios atestiguan que en las


ciudades estuvo presente un número importante de mu­
jeres de origen africano, entre otras causas porque la de­
manda de sirvientas domésticas fue mayor en las zonas
urbanas que en las rurales. Un registro parcial de 1575 en
la capital novohispana muestra que de un total de 57 ne­
gros, 40 eran mujeres y que, frente a 105 mulatos, vivían
en la ciudad 303 mulatas.¿ Otro estudio de 1555 a 1655,
basado en documentos notariales, atestigua que la diferen­
cia entre la cantidad de esclavos y esclavas de origen afri­
cano era mínima, ya que de los documentos considerados
se registraron 998 hombres y 824 mujeres.3 También las in­

1 Archivo General de Notarías, José Veedor, not. 685, vol. 4595, fs. 521 -522
año 1638.
t i l i a Serrano, "Algunos aspectos de la sociedad mexicana d e l siglo XVI” , e n
Nuestra Palabra, Periódico el Nacional, año III, mim. 10, México, 30 de octubre
de 1992, pp. 6 y 7.
F.lizabelh Hernández y María Eugenia Silva, "La esclavitud negra en la ciu­
dad de México durante el periodo 1555 a 1655 a través de los documentos
notariales", tesis de licenciatura, L'NAM, 1998, p. 43.

109
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

vestigaciones de Pilar Gonzalbo sobre datos de escrituras


notariales de la ciudad de México advierten que del total
de esclavos africanos transportados en el siglo XVI, 43 por
ciento correspondió a mujeres.4 Por su parte, Aguirre Bel-
trán señala que para 1793 vivían en México alrededor de
27 07Ü varones afromestizos frente a 25 559 mujeres del
mismo grupo.5 Estas cifras ponen de manifiesto la relevan­
cia de la presencia femenina de origen africano en la me­
trópoli a lo largo del periodo virreinal.
Como se ha señalado, varias de las experiencias de la
esclavitud doméstica tuvieron sus antecedentes en el mun­
do occidental. Las leyes y normas hispánicas fueron iguales
para todos los esclavos, si bien, se crearon en las colonias
españolas y en Brasil, como lo señala William Phillips,
dos sistemas: uno para los criados, artesanos y todo tipo
de ayudantes, y otro para los que trabajaban en cuadrillas
en las plantaciones y minas.6 Las diferencias entre ambos
sistemas de esclavitud tuvieron repercusiones importan­
tes, no sólo porque determinaron las condiciones de vida
de los esclavos, sino también porque caracterizaron las re­
laciones sociales y culturales entre los diversos grupos que
convivieron en las principales ciudades de la Nueva Espa­
ña. La esclavitud en la capital novohispana, en particular
la femenina, fue más compleja de lo que se ha difundido,
y aunque muchas mujeres sufrieron el sometimiento y la
sujeción por su condición jurídica y de género, otras lo­
graron mejores condiciones de vida.

4 Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial, op. cit., p. 203.


5 Gonzalo Aguirre Beltrán, 1.a población negra en México, op. cit., p. 237.
William Phillips Jr., La esclavitud desde la época romana hasta los inicios'del co­
mercio trarmtldntico, op. ciL, p. 2!)2.

110
Esclavas, liberta-i y libres

Este apartado tiene el propósito de explorar el con­


texto de la esclavitud doméstica de las mujeres de origen
africano en la ciudad de México y de sus aspectos econó­
micos y sociales. Para ello, se revisan las características del
nuevo rumbo que tomó esta forma de sumisión en Amé­
rica y en la Nueva España. Después se describen factores
relacionados con la venta y compra de esclavos en la ca­
pital viiTeinal, con énfasis en la valoración comercial y
social que tuvieron las africanas en las tareas domésticas.
Asimismo, mediante estudios de caso, se analizan formas
de resistencia femenina que ejercieron las esclavas para
sobrevivir al sometimiento y los malos tratos, así como los
recursos de libertad a los que accedieron.7

Las características y el com ercio


de esclavos en el contexto am ericano
y en la N ueva España

Como se ha documentado, a partir de 1492 la esclavitud


africana tomaría un nuevo rumbo cuando, al mando de
Cristóbal Colón, los españoles arribaron a tierras ameri­
canas.8 Además de los esclavos africanos que acompaña­
ban las huestes de las primeras expediciones, desde los

7 En una interesante obrajam es C. Scott analiza cómo ejercen mecanismos


los dominados como estrategias de resistencia en los ámbitos cotidianos. Aun­
que esta es una compleja discusión algunas de las ideas que plantea este autor
se retoman en esta investigación. Véase Los dominados y el arte de la resistencia,
México, Era, 2000.
8 A pesar de que el tráfico de esclavos adquiriría nuevas dimensiones en Amé­
rica, todavía en 1640 era de menor escala que la trata a través del Sahara a
cargo de los árabes, como lo subrayó Yoro Fall en la ponencia “Esclavitud
en Africa y fuera de África: dinámicas sociales y dimensión histórica”, en “Ba­
lance, retos y perspectivas de los estudios sobre población africana hacia fi­
nes del milenio”, op. át,, p. 178.

111
Malia Elisa \%lázquc¿ Gutiérrez

primeros tiempos, mercaderes y capitanes obtuvieron per­


miso para llevar a otros a las tierras recién descubiertas.
Posteriormente, la acelerada caída demográfica de la po­
blación indígena en las Antillas, a causa del trabajo en las
minas y el campo, los malos tratos y las epidemias y, en
gran medida por Ja fama y los mitos acerca de los africa­
nos en relación con su buen desempeño laboral en plan­
taciones y su resistencia a las enfermedades, dieron pie a
que se autorizara por primera vez, en 1510, el transporte de
esclavos y, más tarde, en 1518, el rey Carlos V otorgaría
permiso para exportarlos al Nuevo Mundo.
La llegada de un número cada vez mayor a la Nueva
España no siempre fue bien visto por los nuevos poblado­
res y, en varias ocasiones, se hicieron solicitudes para sus­
pender su importación ya que, según éstos, los esclavos,
además de huir, alentaban a los indios a rebelarse. Un de­
creto de 1501 prohibía importar a las Indias esclavos naci­
dos en España, así como judíos, moros y conversos, para
evitar que éstos, que ya conocían el idioma del imperio,
“contaminaran” a los nativos; esto, como veremos, fue una
preocupación constante de las autoridades virreinales. Más
tarde, en 1553, el virrey de la Nueva España Luis de Velas­
co, en una carta dirigida a Felipe II advertía lo siguiente:
“Vuestra majestad mande que no se den tantas licencias
para pasar negros, porque hay en esta Nueva España
más de veinte mil y van en aumento y tantos podrían ser
que pusiesen la tierra en confusión...”.0
La polémica que suscitó el trato que debía darse a los
indígenas, desde 1511, con las amonestaciones del do-

Goirzalo Agii irre Bellrán, La población negra en México, op. «/., p. 20f>.

112
Esclavas, libertas y libres

minico Antonio de Montesinos y más tarde con las de


Bartolomé de las Casas, quien se erigió en defensor de la
población indígena, también contribuyó a la importación
cada vez más numerosa de esclavos africanos a América,
quienes a diferencia del indio, no fueron aceptados como
neófitos de la fe, es decir, como gentiles.10 Hacia los años
de 1580, los funcionarios de México y Peni habían con­
cluido que el único modo de satisfacer el apetito que la ma­
dre patria tenía de metales preciosos consistía en usar mano
de obra.11 Además, los africanos empezaron a ser indispen­
sables, sobre todo para las plantaciones azucareras de Amé­
rica.12 Así, entre 1451 y 1600 fueron enviados a América
y Europa aproximadamente 275 000 esclavos africanos y,
a lo largo del siglo XVII, las exportaciones se quintuplica­
ron, hasta alcanzar la cifra de 1 341 000, esencialmente co­
mo respuesta al crecimiento del cultivo de caña de azúcar
en las islas del Caribe.13
A partir de ese momento comenzó el tráfico de escla­
vos a las Américas, primero con las licencias, y posterior­
mente por medio de asientos que otorgaba la Corona,14
pero también mediante el contrabando, ya que muchos
mercaderes solían esconder esclavos para evitar pagar
impuestos y otros efectuaban la travesía sin declaración
alguna, con lo cual obtenían cuantiosas ganancias. Los es-

111 Frederick P. Bowser, El esclavo africano en el Perú colonial, op. cit., p. 50.
11 Hugh Thomas, La trata de esclavos, op. cit., p. 137.
12 Enriqueta Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio de esclavos. Los asientos por­
tugueses, op. cit., p. 2.
1:1 Eric R. Wolf, Europa y la gente sin historia, México, FCE, 1987, p. 240.
14 El asiento era un contrato a largo plazo entre ¡a Corona española y un parti­
cular o compañía y el asentista era en esencia un mediador entre el gobierno
y el traficante de esclavos, un agente responsable de hallar compradores para
las licencias. Véase Frederick P. Bowser, El esclavo africano en el Peni colonial
Op. cit., pp. 54 y 55.

113
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

pañoles, como en épocas anteriores, seguían comprando


esclavos a los portugueses, aunque en ocasiones los trans­
portaban en sus propios navios. De este modo, el comer­
cio de africanos empezó a constituirse en una empresa
próspera, no sólo para los tratantes y la Corona, sino tam­
bién para los fines económicos de los nuevos pobladores
en varias regiones de América, entre ellas la Nueva Espa­
ña. En este contexto, desde mediados del siglo XVI muje­
res esclavas comenzaron a llegar a las Antillas y después
a la Nueva España, muchas de ellas oriundas de África,
bajo la recomendación de que los “hombres africanos se
sintieran más a gusto y procrearan en el Nuevo Mundo”.15
La unión de los reinos de España y Portugal intensifi­
có el comercio de esclavos hacía las colonias hispánicas.
Ya en 1638 el virrey de México, marqués de Cadereíta,
afirmaba que el tráfico de esclavos constituía el mayor y
más seguro de los ingresos que el rey obtenía de sus rei­
nos.16 Un número considerable de haciendas azucareras,
minas y otro tipo de plantaciones tenía entre sus trabaja­
dores a esclavos procedentes dé África. También las prin­
cipales ciudades solicitaban mano de obra africana para
el servicio doméstico, los obrajes y el trabajo artesanal. Así,
desde 1580 y hasta 1650, los territorios americanos de Es­
paña se convirtieron en uno de los principales mercados
de africanos en América, no sólo de manera legal sino
también por prácticas del contrabando, solapado con fre­
cuencia por las autoridades.
En 1591, por ejemplo, el virrey Luis de Velasco creía
que en lugar de apoderarse de los esclavos transporta­

15 Hugh Thomas. La ¡rala de esclavos, op. p. 101.


IC Ibid, p. 17fc>.

114
Esclavas, liberlas y libres

dos ilegalmente, las autoridades debían limitarse a cobrar


los impuestos debidos.17Hacia 1640 se calcula que había
en la Nueva España cerca de 80 000 esclavos de origen
africano, un número elevado de ellos provenientes de An­
gola.18 Los asientos, es decir, los contratos para el comer­
cio de esclavos, los otorgaba la Corona y, desde 1611, los
cargamentos que se dirigían al imperio español debían re­
gistrarse primero en Sevilla, al menos hipotéticamente,
desde donde carabelas españolas los conducían al Nuevo
M undo19 (véase mapa 3).

M apa 3. Orígenes y principales destinos de los esclavos al Virreinato de la Nue­


va España.
Fuentes-, Enriqueta Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio de esclavos. Los asientos
portugueses, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1997; Eric R.
Wolf, Europa y la gente sin historia, México, FCE, 1987.

17 IbicL, p. 141.
18 Enriqueta Vila Vilar, Hispanoamérica y el cornado de esclavos, op. cit., p. 226.
19 Thomas Hugh, La trata de eskavos, op. dt., p. 162.

115
María Elisa Velázquez Gutiérrez

Existen varias crónicas y una amplia bibliografía sobre


las condiciones deplorables e inhumanas en que se lleva­
ba el traslado de esclavos desde sus tierras de origen hasta
América.20 El historiador Ki-Zerbo, por ejemplo, describe
una escena narrada por un testigo de la época que refleja
las adversas circunstancias que vivían muchas de las es­
clavas:

Cuenta Pruneau de Pomegorge, empleado en la costa


africana de la Compañía de Indias durante veintidós
años: “Un día fui a ver a un comerciante. Me mostra­
ron varios cautivos, entre los que se hallaba una mujer
de veinte a veinticuatro años, extraordinariamente tris­
te, hundida en el dolor, con el pecho ligeramente caído
pero turgente, lo que me hizo pensar que acababa de
perder a su hijo. Se lo pregunté al mercader. Me contes­
tó que la mujer no tenía ninguno. Como a ella le estaba
prohibido, bajo pena de muerte, decir una sola pala­
bra, hice todo lo posible por apretarle el extremo del
seno, del que salió suficiente leche como para indicar­
me claramente que la mujer todavía amamantaba. Yo
insistí, diciendo que ella tenía un hijo. Impacientado
por mis preguntas, el mercader me dijo que, a fin de
cuentas, eso no debería preocuparme ni impedirme
comprar a la mujer, ya que esa noche el niño iba a ser
echado a las fieras. Me quedé de una pieza. Estaba a
puntó de retirarme para reflexionar sobre este hecho
tan horrible, pero la primera cosa que me vino a la
mente fue que yo podía salvar la vida del niño. Así, di­
je al mercader que compraría a la madre sólo si me in­
cluía también al niño. El comerciante lo mandó traer
rápidamente y yo se lo entregué a la madre inmedia­
tamente que, no sabiendo cómo mostrarme su agrade­
cimiento, cogía tierra con la mano y se la derramaba
sobre la frente...21

2l) Fredenck P. Bowser, El esclavo africano en el Perú colonial, op. cil.\ Enriqueta Vi­
la Vilar, Hispanoamérica y el comercio de esclavos, op. cit.
21 Joseph Ki-Zerbo, Historia del Áfica negra. De los orígenes al siglo XIX, op. cit.,
pp. 311 y 312.

11b
Esclavas, libertas y libres

Ésta, como otras muchas crónicas, revelan que proba­


blemente las mujeres sufrían mayores riesgos durante el
terrible traslado. Además de padecer abusos sexuales o
maltratos físicos, muchas de ellas eran separadas de sus
hijos al momento del embarque o en el transcurso del via­
je los niños morían sin que ellas lograran hacer nada para
salvarles la vida.
A partir de la separación de España y Portugal, en 1640,
no existió por parte de la Corona española una política es­
pecífica para el suministro de esclavos a sus posesiones
americanas; simultáneamente, la participación de holan­
deses, franceses e ingleses en el comercio ilegal comenzó
a ganar una importancia decisiva en la trata de africanos.
A pesar de que la Corona decidió incluir directamente a
los mercaderes españoles en el comercio, aún la trata des­
de África no se organizaba, teniendo que negociar con los
europeos, quienes se comenzaban a adueñar del comercio,
comprando esclavos enjamaica, isla en poder de los ingle­
ses. La nueva política de los Borbones, que habían ascen­
dido al poder en 1700, trató de consolidar un asiento en
África y favorecer a los franceses, quienes adquirieron un
control importante del comercio, aunque más tarde tam­
bién establecerían tratos con los ingleses. No obstante, has­
ta alrededor de 1730, el mayor traslado de esclavos a tra­
vés del Atlántico estaba en manos de los portugueses.22
El crecimiento demográfico de la población indígena
en México y de los grupos formados por el intenso mesti­
zaje en la Nueva España desde los primeros tiempos co­
menzó a desalentar la importación de esclavos de África

22 Thomas Hugh, La trata de esclavos, op. cit., p. 255 y Frederick F. Bowser, El


esclavo africano en el Perú colonial, op. rií, p. 02.

117
Mana Elisa Velâzquez Gutiérrez

a partir de finales del siglo XVII. Entre tanto, otras regiones


de América, como Brasil, las Antillas y de manera destaca­
da Estados Unidos, se consolidaban como los principales
mercados demandantes de esclavos.23245México, en particu­
lar la capital virreinal, se abastecía de los esclavos criollos
y de población libre compuesta por indígenas, mestizos y
mulatos. Según los cuarteles censados en 1753, los esclavos
habían disminuido de manera representativa, ya que sólo
se registran 449, mientras que la población de origen afri­
cano mezclada con otros grupos, aumentó notablemente
ocupando el segundo lugar después de los peninsulares y
criollos con un número de 3 92l.2i
No obstante, la Corona española siguió participando
en el comercio y logró, en 1753, que las compañías espa­
ñolas trasladaran esclavos directamente de Africa a Cuba
para distribuirlos desde ahí hacia otras colonias. Hacia 1780
el auge de la trata africana parecía ser parte esencial de las
economías de todos los países más avanzados y, pese a
las nuevas ideas de la Ilustración basadas en la igualdad, la
libertad y la fraternidad, varios pensadores aún justificaban
la esclavitud africana, aunque es cierto que a partir de es­
tos años comenzó una abierta discusión acerca de que los
“hombres civilizados” hicieran fortuna de esa forma.2’
Investigadores como Eric Wolf se han preguntado por
qué África llegó a ser la fuente principal de esclavos del

23 Éstos estaban abastecidos en gran medida por Gran Bretaña, quien entre los
años de 1740 y 1750 dominaba la trata atlántica. Ibid., p. 2C3.
24 Datos analizados a partir de los trabajos de Eduardo Bácz Marias, “Planos y
censos de la ciudad de México en 1753", en Boletín del Archive General de la Na­
ción, 2 vols., México, !!)(>{> y de Irene Vázquez, “Los habitantes de la Ciudad
de México vistos a través del censo del año 1753”, tesis de maestría, México,
El Colegio de México, 1075.
25 Thomas Hugh, la traía de acianos, op. cil., p. 28f>.

118
Esclavas, libertas y libres

Hemisferio Occidental. Sus aportaciones resumen de ma­


nera acertada esta interrogante y sintetizan lo que se ha re­
señado en los apartados anteriores. Según Wolf, existieron
conceptos mercantilistas que determinaron que la conser­
vación de esta fuerza de trabajo interna desempeñara un
papel preponderante. Por otra parte, además de las voces
de los misioneros que defendieron la naturaleza de los in­
dios, la esclavitud de los indígenas podía alentar rebelio­
nes. Finalmente, la toma de Constantinopla por los turcos
en 1453 bloqueó las rutas de comercio hacia el este y elimi­
nó al Mediterráneo occidental como fuente abastecedora
de esclavos, lo cual convirtió a África en la fuente más via­
ble e importante.26 Los esclavos como “mercancías”, se­
gún los nuevos lincamientos comerciales, se enfrentaron
a realidades poco conocidas hasta entonces, que estuvie­
ron, como lo señalan Mintz y Pnce, inmersas en contradic­
ciones humanas entre amos y esclavos, sobre todo en los
ámbitos domésticos.27

Esclavitud dom éstica fem enina y comercio


de esclavas en la capital virreinal

Desde el siglo X V I las esclavas domésticas en la ciudad de


México tuvieron una demanda importante para cumplir
con varias tareas, entre ellas las de criar a los hijos de las
primeras familias colonizadoras. Esto les permitió cier­
tas consideraciones por parte de los amos, por ejemplo la
manumisión, casi siempre por testamento, pero también

26 Eric R. Wolf, Europa y la gente sin historia, op. «2, pp. 247-250.
27 Véase Sidney Mintz, Afro-Canibeana. An /ntroduction,Jones Hopkins Univer-
sity Press, 1074.

119
María Elisa Velázquez Gutiérrez

-com o se verá en un apartado posterior- mejores condi­


ciones de vida para ellas y sus descendientes. Separadas de
sus tierras natales, las africanas fueron consideradas algu­
nas veces más fiables que las indígenas para llevar a cabo
las tareas domésticas en estrecha relación con la familia de
los propietarios, aunque no siempre más dóciles.
La ciudad de México fue un sitio clave para el comer­
cio de esclavos en la Nueva España. Según Enriqueta Vila
Vilar, los negreros, establecidos en Veracruz no eran más
que agentes de los mexicanos y la capital era el auténtico
centro comercial de esclavos, mientras que Veracruz solo
sirvió como puerto de desembarco, factoría y cauce hacia
la capital.28 Desde épocas tempranas las autoridades se
preocuparon por impedir su comercio ilegal. Muchos de
los primeros colonizadores tenían que probar al viajar
de una región a otra de América que los esclavos que los
acompañaban eran de su propiedad con el fin de evitar
el contrabando. Así lo demuestra el caso de un mercader
de nombre Juan García, quien solicitó licencia para viajar
a Castilla en 1575 con dos esclavos, una mujer y otro hom­
bre;29 o el de otro comerciante que pidió licencia para
viajar al Reino del Peiú en 1579, en compañía de una es­
clava de nombre Isabel,80 y el de una viuda de nombre
Isabel de Alvarado quien recibió licencia de don Martín
Enríquez en 1570 para regresar al Perú con sus hijas y una

2» Enriqueta Vila Vilar, H is p a n o a m é r ica y e l c o m e r cio d e e scla v o s. L os a s ie n to s p o r ­


tu g u e s e s o p ciL , p. 11«. Según la autora, los dueños de recuas de la región
conseguían por este iransporte buenos y abundantes fletes y los negros se
acomodaban dos en cada muía y se llevaban en grandes lotes, a lo largo de
un viaje que solía durar diecisiete d í a s . p . 21«.
2» AGIS, Genera] de Parles, vol. 1, exp. 280, i. .M.
*' I b i i , vol. 2, exp. 267, f. .14v.

120
Esclavas, liba tas y libres

esclava negra a su servicio.31 Como lo ha demostrado Agui-


rre Beltrán,32 los problemas del contrabando estuvieron
presentes a lo largo de todo el periodo colonial, especial­
mente durante el siglo XVII, cuando la trata tomó mayor
importancia en la Nueva España. Una real cédula de 1635,
por ejemplo, especifica que los embarques de “piezas de
esclavos” sean declarados a las autoridades correspondien­
tes, según las leyes, ya que se sabía que arribaban a los
puertos sin autorización y que ocasionaban muchos incon­
venientes a la Real Hacienda.33
En la capital virreinal se realizaban los tratos de com­
pra y venta. Durante el siglo XVI, demandaban mano de
obra esclava las áreas agrícolas y ganaderas del valle del
Mezquital y el norte del valle de México.34 Más tarde, en
el siglo XVII, las zonas mineras del norte como Pachuca,
San Luis Potosí, Querétaro y Zacatecas, también solicita­
ron fuerza de trabajo forzosa. Así lo demuestran varios do­
cumentos notariales de! período, entre ellos uno de 1631,
que hace alusión a la venta de “cuatro piezas de escla­
vos” que lleva a cabo un vecino de la ciudad de México
con un sastre de Zacatecas.35 Otros compradores prove­
nían de Michoacán, Nueva Viscaya, Puebla, Querétaro,
Cuautla y Veracruz, tal y como diversos documentos de
compra-venta de esclavos de la época lo prueban.36

31 Ibid., vol. 1, exp. 992, f. 185.


32 Gonzalo Aguirre Beltrán, La población negra en México, op. cií., pp. 25-28.
33 AGN, Reales Cédulas, vol. I, exp. 154, s/f.
34 Hugh Thomas, La trata de esclavos, op. cit., p. 121.
3i AGN, jesuítas, vol. II-6, exp. 6 , s/í.
36 Elizabeth Hernández y María Eugenia Silva, La esclavitud negra en la ciudad de
México durante el periodo 1555 a 1655 a través de los documentos notariales, op. cit.,
p. 87.

121
María Elisa Velázquez Gutiérrez

Además de los esclavos oriundos de África, desde el si­


glo XVI aumentó el número de esclavos criollos, es decir,
hombres y mujeres nacidos en tierra americana, cuyo nú­
mero se incrementó de modo considerable en el siglo XVII.
A lo largo del periodo colonial los esclavos, en particular
las esclavas, siguieron siendo adquiridas para desempeñar
tareas domésticas y actividades como ayudantes de oficios
artesanales o empleadas en la venta de productos. Los de­
dicados al comercio de esclavos en el siglo XVI solían ser
militares, capitanes en su mayoría, que tenían relación di­
recta con los traficantes del Atlántico y se dedicaban a rea­
lizar transacciones al mayoreo, comprando esclavos en el
puerto de Veracruz y revendiéndolos en la ciudad de Mé­
xico. Sin embargo, durante la primera mitad del siglo XVII
se observa un incremento en el número de mercaderes
dedicados al comercio de esclavos al menudeo en la ca­
pital y de artesanos de distintos oficios (hiladores de seda,
bordadores, imagineros, plateros, caldereros, carpinteros,
loceros, silleros, pasteleros, herreros y curtidores).
Asimismo, aumentó el número de compradores entre
funcionarios públicos y miembros del clero secular y regu­
lar. Los primeros usaron a los esclavos para servicio per­
sonal, y los segundos para trabajos en colegios, hospitales
y conventos. También se diversificaron los vendedores,
pues religiosos y religiosas, comercializaban al menudeo,
sobre todo cuando se trataba de herencias otorgadas por
sus padres. Además intervinieron en la trata profesionis­
tas, agricultores, arrieros y obrajeros.
El origen de los compradores y vendedores estuvo vin­
culado con la las características de los habitantes de la ca­
pital novohispana. Al principio, la mayoría era de origen

122
Esclavas, libarías y libres

español, pero posteriormente participaron criollos, mes­


tizos e incluso mulatos. Por ejemplo, una escritura de ven- >
ta de 1618 atestigua que Francisco Camelo, residente de
la ciudad de México, vendió a un mulato libre, una ango­
leña esclava de quince años de edad.37
Poseer una esclava permitía, entre otras ventajas, que
los hijos de ésta fueran también esclavos, de acuerdo con
las costumbres desde épocas romanas, puesto que la condi­
ción de esclavitud se heredaba por vía materna. Así, sus
descendientes representaban un bien que podría más tarde
redituar económicamente. Esta situación quedó registrada
en inventarios del periodo colonial en la ciudad de Méxi­
co. Tal fue el caso de un expediente de 1659 en el que co­
mo parte de los bienes de una vecina de la capital, cuatro
hijos de una esclava mulata llamada Ana de la Cruz, en su
mayoría menores de quince años, fueran enlistados como
esclavos.38
Varios factores determinaban el precio de las esclavas,
no sólo durante la trata en las costas africanas, sino tam­
bién en la capital virreinal. Se tomaba en consideración la
edad, condiciones físicas, habilidades y en algunos casos
el origen también era importante para fijar el precio así co­
mo el tipo de actividades que llevarían a cabo, especial­
mente el de aquéllas destinadas a servir como trabajado­
ras domésticas. Brady, en un estudio sobre la esclavitud
doméstica en México, reveló que de 1527 a 1623 el precio
varió de 250 a 500 pesos para los varones y de 300 a 470

37 Ibid., p. 7 (Archivo General de Notarías, Notario Gutiérrez Melchor, Carta de


venta, 1618, pp. 1071 1072).
33 Ibid., p. 11 (Archivo General de Notarías, Notario Diego Felipe Fajardo, 1659,
pp. 1659-1662).

123
María Elisa Velazquez Gutiérrez

pesos para las mujeres.31*Sin embargo, según el estudio de


Elizabeth Hernández y María Eugenia Silva, las esclavas
que alcanzaron mayor precio en la ciudad de México, un
promedio de 380 pesos, entre los años de 1555 y 1655, te­
nían alrededor de treinta y cinco años de edad, lo que
contrasta con los resultados obtenidos para los varones,
cuyo precio era menor, aproximadamente de 350 pesos
para quienes tenían entre quince y treinta años.40 Esto re­
vela que las esclavas maduras eran consideradas más va­
liosas para los quehaceres domésticos o como auxiliares
de oficios. Por lo general, las que tenían hijos costaban
menos que las solteras, lo cual se explica porque los pe­
queños, que en la mayoría de las ocasiones tenían menos
de siete años, también eran tasados con precios que osci­
laban entre los ochenta y 100 pesos.
Como lo señala Enriqueta Vila Vilar, la mayor paite
de los esclavos llegados a los puertos americanos tenía de
antemano un comprador fijo. Sin embargo, muchos eran
vendidos en “pública subasta” y se les exponía a la cruel
práctica de la exhibición, la cual consistía en un examen
detenido de sus condiciones físicas para detectar las “ta­
chas” o defectos físicos y morales.41 En la capital las almo­
nedas solían llevarse a cabo en la plaza mayor, debajo de
los “soportales”, como lo demuestran varios expedientes,
entre ellos uno de 1618 en el cual se hace mención de una

' 1 Robert I.a Don Brady, “The domestic slave trade in sisteenth century Méxi­
co”, en The Americas, citado en Enriqueta Vila Vilar, Hispanoamérica y el comer­
cio de esclavos, op. cit., p. 223.
4i>' Ibid,, p. 107.
41 Enríquela Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio de esclavos, op. cit., p. 225.

124
Relavas, libertas y libres

esclava criolla llamada Catalina, vendida a un mercader


en un portal grande de la plaza mayor.42
Era frecuente que los propietarios entablaran negocia­
ciones personales con los interesados en la compra, según
atestiguan varios documentos notariales del periodo. Mu
chas mujeres bozales fueron adquiridas de esta forma; tal
es el caso de una esclava negra entre “bozal y ladina” lla­
mada Susana, de tierra Angola, que fue vendida, en 1614,
en la ciudad de México por un capitán en 385 pesos oro
común43 o el caso de otra esclava de veinte años llamada
Isabel, también de Angola, vendida por el contador Pedro
de la Serna, en 1640, por 375 pesos oro común.44 Las ne­
gociaciones también se podían efectuar entre religiosas y
seglares; por ejemplo, está notificado el caso de una escla­
va negra que fue vendida, en 1697, por la monja de san
Cayetano al famoso pensador Carlos de Sigüenza y Gon­
go ra por 330 pesos 4546
Los esclavos podían ser vendidos en grupos o en fami­
lias, formando parte del grupo bozales y criollos de am­
bos sexos, tal y como lo demuestran varios documentos,
por ejemplo uno de 1622 en el que el capitán Andrés de
Acosta, vecino de la ciudad de México, atestigua haber
vendido al presbítero Pedro de Carbajal seis negros crio­
llos y otras cinco esclavas bozales, todos entre dieciocho
y veinte años.4*' En 1635, el mismo capitán vendió “cua­

42 AGN, Inquisición, v o l. 317, exp. 18, f. I.


43 Ib id., Jesuítas, v o l. II -6 , e x p . !), s/f.
44 Ibi<L, Jesuítas, vol. IV-26, t. 1, s/f.
La
45 N u r ia Sal a z a r, “ N iñ a s, v iu d a s, m o z a s y e sc la v a s e n la c la u s u ra m o n jil”, e n
America abundante de sorJuana. Museo Nacional del Virreinato. IV Ciclo de Con­
ferencias 1995, M é x ic o , INAH, lí)l>5, p . 181.
46 AGN, Jesuítas, vol. IV '26, L I, s/f.

125
María Elisa Velázqnez Gutiérrez.

tro piezas de esclavos”, “tres varones y una hembra” de An­


gola,47 Como es bien sabido, en los documentos de compra
y venta solían aparecer datos sobre la condición jurídica
del esclavo que señalaban las características de su situación
de servidumbre; estos textos precisan que se encontraban
libres de empeño o hipoteca, dan constancia de que goza­
ban de buena salud y aluden a su conducta, declarando
que no tenían “vicio ni defecto ni enfermedad”. En algu­
nas ocasiones también se daba noticia de su lugar de ori­
gen, en la mayoría de los casos limitándose a describir si
eran bozales o criollos y señalando en las cartas de venta
las características del pago concertadas.
Las esclavas vendidas en almoneda y rematadas a voz
pública por medio del pregón en plazas públicas podían
ser también niñas. Tal es el caso de una pequeña angole­
ña, llamada Gracia, puesta en venta en 1631 de acuerdo
con la voluntad del testamento de su propietaria Isabel
Ximénez y la familia de la difunta.48 Gracia fue comprada
por un ensamblador de la calle de San Francisco en la ciu­
dad de México, por 285 pesos oro común. Años después,
en 1639, también fue vendida una mulatilla criolla de seis
años, hija de una esclava, en 150 pesos oro común.49 Asi­
mismo, en 1646 fue puesta en venta junto con una escla­
va de treinta y cuatro años de edad, una niña de tres años
al parecer hija de una negra esclava presa en el Santo
Oficio de la Inquisición, cedida en 115 pesos en ese mis-

47 Elizabeth Hernández y María Eugenia Silva, La esclavitud negra en la ciudad


de México durante el periodo 1555 a 7655 a través de los documentos notariales,
op. cit., p. 8, notario Oviedo VaJdivielso, Not. # 469, 1635, pp. 117-120.
48 Ibid., pp.l 13 y 114 (Archivo Histórico de Notarías, Escribano Melchor Gutié­
rrez, pp. 107Í) 10«()}.
4L> íbid ÍAHNCM, José Veedor, not. 685, vnl. 4595, ff. 582-583).

126
Esclavas, libertas y libres

mo año.50 Con precios mucho menores también fueron in­


tercambiadas esclavas de edades avanzadas; así lo prueba
una referencia de 1636, que describe el caso de María de
Jesús, esclava negra de setenta años, vendida por Francisca
de Paz a un clérigo presbítero por 100 pesos oro común.51
También fue usual que esclavas presas en el Santo Ofi­
cio, después de recibir su castigo, fueran vendidas por la
misma institución o por sus dueños o sus representantes.
Algunas veces, los propietarios habían muerto cuando las
esclavas estaban presas, pero también solía suceder que los
dueños no quisieran o no tuvieran dinero para solventar
los gastos de alimentación y otros menesteres que debían
pagar por la estancia de los esclavos acusados en dicha ins­
titución. Tal es el caso de una negra criolla llamada Nicola-
sa de San Agustín, de aproximadamente cuarenta y cinco
años, quien en 1674 fue puesta en venta debido a que su
propietario, Alonso Rodríguez Correa, vecino y minero de
la villa de Guanajuato, había muerto. La nueva heredera,
hermana del difunto, solicitó que se le entregara a la escla­
va para su venta en la ciudad de México y de esta forma
pagar los gastos que se debían por la estancia de Nicolasa
en el Santo Oficio.52 De igual forma algunas esclavas fue­
ron vendidas por esta institución como parte de los bienes
que habían recibido por donaciones, pago por deudas o
confiscación de bienes. Es el caso de una joven “negrilla”,
llamada Juana, quien pertenecía a Raphaela Enriquez y

50 AGN, Tierras, vo!. 3099, exp. 59, f. 364.


AHNCM, José Veedor, n o t 6 8 5 , vo!. 4 5 9 5 , ff. 3 2 9 -3 3 0 .
** AGN, Inquisición, v o l. 6 0 2 , e x p . 2 4 , f. 8.

127
María Elisa Velázquez Gutiérrez

que en 1648 fue puesta en almoneda y vendida por el San­


to Oficio a Antonio González en 320 pesos oro común.1’1
Las esclavas, consideradas como un “bien material”,
que podía ser susceptible de compraventa, trueque, em­
peño, hipoteca o alquiler, podían heredarse, donarse,
venderse o alquilarse para ser utilizadas como pago de
deudas del difunto. En 1639, por ejemplo, el capitán Fran­
cisco de Bustamante, como albacea de su mujer María
Espino de Figueroa, notificó que vendió a dos esclavas mu­
latas, una “con una cría a los pechos de año y medio” y
otra de treinta y tres años, ambas por 550 pesos para ha­
cerse “pago de los gastos que hize en el funeral y entierro
de la dicha difunta”, su esposa.1,4 Otro documento de 1648,
cotejo del testamento del licenciado Joseph de Haro, hace
alusión a los préstamos de esclavas por tiempos determi­
nados. En él se dice que el abogado tenía como propiedad
una esclava negra llamada Catalina encomendada a un
sargento, que pertenecía a su esposa y un pequeño niño
esclavo que había comprado con 500 pesos que le había
heredado a su mujer.55
Las albaceas o tenedores, encargados de los bienes de
los difuntos, hacían los trámites de venta, según los deseos
del difunto, y muchas veces se encargaron directamente de
la venta de esclavos. En 1781, Ana María de la Campa,
condesa de San Mateo de Valparaíso y Francisco Javier de
Gamboa del Consejo de Su Majestad y oidor de la Real
Audiencia de la Nueva España, como albacea de bienes
del marqués de Jaral, venden en la ciudad de México a la

' 3 Ibid., Real Fisco de la Inquisición, vol. 14, exp. ó , s/f.


’4 Archivo General de Notarías, José Veedor, noL 885, vol. ■t.SRfl, ff. 581-582.
AON, Bienes Nacionales, vol. 56, exp. 4, s/f.

128
Esclavas, tiberios y libres

mulata María Dionicia, nacida en la hacienda del Jaral,


de diez y ocho años de edad y doncella, por sesenta pesos
oro común.56 En los testamentos también se aclaraba cuan­
do algünos esclavos habían sido donados en vida a hijos,
esposas o parientes cercanos, con el objeto de no pagar
los impuestos por herencia. Tal es el caso de un cotejo de
testamento de 1754, en el cual Bal tazar de Sierra, vecino
de la ciudad de México, declara poseer un esclavo negro
nombradoJoseph Mathias, hijo de una esclava de su pro­
piedad, el cual había donado verbalmente a su hijo Jo a­
quín de la Sierra.57
Varias mujeres obtuvieron al casarse esclavas como
dote. En algunos casos, y por la edad de éstas parecían
haber sido sus nodrizas. Tal es el caso de una angoleña
llamada Isabel, de. cuarenta años y tasada en 300 pesos,
quien formó parte de los bienes que recibió Isabel de Ca­
brera al casarse con un oficial de dorador en la ciudad de
México en 1643.58 Sin embargo, en otras ocasiones las es­
clavas fueron vendidas por el nuevo matrimonio, como lo
consigna un documento de 1640 en el cual Brígida de Bi-
cuña, esposa de Gaspar de Montejo, vende una esclava
negra de tierra Angola, llamada María, de veinte años, en
300 pesos oro común, que había recibido como dote.59
Otra referencia de 1631, alude a la dote de María Pipuero,
que incluía cuatro esclavos, entre ellos una negra de veinte

r,h Archivo General de Notarías, Notaría 206, Andrés Delgado Camargo, 1781,
f. 841.
57 AGN, Bienes Nacionales, vol. 3 9 , e x p . 16, f. 4 2 .

síi Elizabeth Hernández y María Eugenia Silva, La esclavitud negra en la ciudad de
México durante el periodo de 1555 a 1655 a través de los documentos notariales, op.
ríí, p. 12, Archivo General de Notarías, NoL # 685, 1636, pp. 624-630.
É,!) AGN, I n q u is ic ió n , v o l. 42 1 , exp. 4, f. 178.

129
Mania Elisa Velázquez Gutiérrez

años de edad llamada Francisca, de tierra Angola, con un


hijo criollo de ocho años de edad llamado Nicolás, am­
bos con un precio de 500 pesos oro común.60
Muchos conventos de religiosos recibieron donaciones
de esclavas y, aunque solían ocuparlas en diversas tareas
domésticas, en algunos casos decidieron venderlas porque
así convenía a sus intereses o porque se encontraban en­
fermas y no les eran útiles para los servicios que ellos re­
querían. Así lo atestigua un documento de 1696, en el que
los religiosos del convento de San Juan de Dios de la ciu­
dad de México dan fe de que recibieron por donación de
Domingo García, vecino de la ciudad y dueño de una ca-
caguatería,61 a la esclava negra Antonia Damiana, soltera
de veinticinco años.62 Según los religiosos, la esclava se en­
contraba enferma y no era útil para el servicio; además,
declararon que no se hallaba contenta en el convento y
había pedido que la vendiesen a un capitán, mercader y ve­
cino de la ciudad de México, a quien los frailes conocían
y tenían afecto. La esclava fue vendida en 150 pesos oro
común, con la advertencia de que se encontraba enferma
y que por lo tanto no estaban obligados a ninguna caución
ni saneamiento por la venta.
Otro expediente del convento de monjas de San Jeró­
nimo, reseñado en la investigación de María del Carmen
Reyna, describe la venta entre religiosas y particulares en
el siglo XVIII. Como era costumbre entre familias de hol­
gados recursos económicos, al profesar la madre Jacinta

1,0 Archivo General de Notarías, Gabriel López Ahedo, not. 33fi, vol. 2225, ff.
167-171.
M AGN, Bienes Nacionales, vol. 131, exp. 5, s/f.
wl lbuL, Bienes Nacionales, vol. 222, exp. 13, s/f.

130
Esclavas, libertas y libres

recibió de sus padres una mulatilla de dos años de edad.


Cuando la esclava cumplió dieciseis años, la religiosa qui­
so venderla, con el argumento de que “tenía muchas deu­
das y estaba muy enferma”. Un cuñado de la monja se
comprometió a comprarla pero no saldó la cuenta y tuvo
que devolverla con dos hijos después de varios años. La
religiosa necesitaba con urgencia el dinero, por lo que pi­
dió la autorización del arzobispo de México en 1721 para
que pudiera vender a los tres y solucionar sus problemas
económicos.63
La compra y venta, así como las herencias en las que
esclavos estaban incluidos, no estuvieron exentas de plei­
tos y controversias. Según varios documentos, algunos
compradores presentaban denuncias contra los vendedo­
res porque aseguraban haber recibido en mal estado de
salud a las esclavas y pedían que se les regresara el dinero
invertido en la compra o de lo contrario no terminaban
de pagar la deuda. Así lo demuestra un expediente de
1645, en el cual un clérigo notario del Santo Oficio denun­
cia que vendió a Pedro de Burgos, tendero de la ciudad
de México con tienda en los portales de Tejada, una escla­
va negra de tierra Angola, llamada María con una cría
de diez meses, por 400 pesos al contado y que sólo había
recibido 350 pesos. El comprador, a su vez, declaró que no
había terminado de pagar porque la esclava estaba en mal
estado de salud y con “cualquier fuerza” que hacía se en­
fermaba.64 Otro expediente de 1697 señala la venta de la
esclava criolla Inés de San Bartolomé, de treinta y seis años

6:1 María del Carmen Reyna, El convenio de sanJerónimo. Vida conventual y finan­
zas, México, INAH (Colección Divulgación), 1990, pp. 47 y 48.
64 AGN, Inquisición, vol. 421, exp. 4, f. 177.

131
María Elisa Velázquez Gutiérrez

aproximadamente, vendida por Joseph Gómez, presbítero


y capellán del Sagrado Convento de Religiosas de Nues­
tra Señora de la Limpia Concepción de la ciudad de Méxi­
co, al licenciado Francisco Díaz, también presbítero, pero
de la ciudad de Puebla, en 295 pesos oro común. El com­
prador, en el mismo año, presentó un reclamo porque la
venta se había efectuado “con dolo y fraude”, pues la mu­
jer presentaba un “mal habitual” que le causó la muerte,
según médicos que presentaba como testigos.65
El derecho sobre la posesión de las esclavas también
fue motivo de disputa entre los dueños. Por ejemplo, en
1675, Juan Félix de Luna y su mujer exigieron a una reli­
giosa del convento de San Francisco que les devolviera a
dos mulatillas que le habían prestado para que la asistie­
ran y sirvieran.66 Según la solicitud presentada, la madre
abadesa se negó, posiblemente porque así convenía al
convento o porque las monjas habían entablado relacio­
nes afectivas con las esclavas y éstas no querían salir a
servir a sus dueños.
La demanda de esclavas africanas para el servicio
doméstico, como se ha observado, tanto por particulares
como por instituciones civiles y religiosas, adquirió im­
portancia en la capital virreinal. Aunque siguieron preva­
leciendo formas y tradiciones heredadas de la tradición
occidental e hispánica para el comercio y el trato de los
esclavos, en la Nueva España, sobre todo en la capital vi­
rreinal, se desarrollaron nuevas dinámicas sociales am­
bivalentes y complejas, pero que en general permitieron
estrechas relaciones entre amos y esclavos. Sin embargo

w Ibid., Bienes Nacionales, vol. 71), exp. 30, s/f.


!ll> ACN, Bienes Nacionales, vol. 4.1, exp. SO, f. XX.

132
Esclavas, libertas y libres

las esclavas estuvieron expuestas a abusos y maltratos que


enfrentaron de diversas formas.

.Maltratos, cim arronaje y reniego

No todas las esclavas de la ciudad de México estuvieron


sujetas a malos tratos. A lo largo de este estudio se podrá
observar que muchas de ellas mantuvieron estrechas reía-
ciones con sus amos y fueron apreciadas y consideradas.
Sin embargo, tampoco es posible afirmar que la esclavitud
femenina haya estado al margen de sujeción, abuso y mal­
trato; muchas mujeres sufrieron castigos, sometimiento y
acoso sexual a lo largo del periodo colonial.67 Los casti­
gos corporales, como latigazos y marcas,66 eran habituales
como formas coercitivas ante la desobediencia, la fuga o
simplemente como medio para hacer valer la autoridad
de los propietarios. Fue costumbre, por ejemplo, que los
esclavos fueran marcados con herraje como símbolo de
propiedad, sobre todo en los primeros dos siglos de colo­
nización y conforme a una tradición que posiblemente
comenzó entre los romanos.69 Como lo subrayajuan Ma­
nuel de la Serna, el herraje también se realizaba para di-

w Posiblemente en las regiones rurales y en las haciendas de la Nueva España


los esclavos estuvieron más expuestos a recibir malos tratos que en las gran­
des ciudades. Llama la atención un expediente de fechas tardías, en el que una
morena libre que había sido esclava en un trapiche en el Cacahuatal, denun­
cia en 1804, que uno de sus hijos había sufrido horribles y rigurosos castigos
que le ocasionaron la muerte. AGN, Criminal, vol. 5 5 0 , exp. 4 , ff. 188-200.
fis Esta humillante e injusta práctica de marcar a los esclavos se abolió formal­
mente hasta 1784 por decreto real en España y por las reformas promovidas
por José de Galvez. Sin embargo, su USO continuó tanto en México como en
países que recibieron población de origen africano hasta el siglo XIX.
69 William Phillips Jr., Im esclavitud desde la época romana hasta los inicios del co­
mercio transatlántico, op. cit., p. 33.

133
María Elisa Velazquez Gutiérrez

ferenciar a aquellos que eran introducidos con las licencias


y el pago de los derechos establecidos.70 Muchas escla­
vas bozales y criollas de la capital novohispana fueron mar­
cadas por los asentistas o por los nuevos dueños en tierras
americanas, tal y como lo atestiguan los documentos del
periodo, con frases como las siguientes: “dos negras llama­
das Dominga y Leonor de edad de diez y ocho años con
la marca del margen”,71 También varias de ellas recibie­
ron diversos tipos de maltratos corporales. Así lo registra
un documento de 1543, en el que una esclava negra se
queja porque su dueño, Martín de Ortega, no permitía que
tuviera la comunicación permitida con su marido, y que re­
cibía de su amo “rigurosos castigos”, así como “extraordi­
narios tormentos, enojado e irritado”. Denunció además
que en ocasiones su dueño “le daba con un palo y la azo­
taba desnudándola rigurosamente”.72
El reniego y el cimarronaje estuvieron vinculados con
los malos tratos. Muchas de las mujeres acusadas de re­
niego en el Santo Oficio de la Inquisición declararon que
habían huido por los malos tratos recibidos y renegaban
al recibir azotes o golpes o al sentirse amenazadas de pa­
decer castigos severos. Huir del sometimiento y buscar la
libertad a pesar de las consecuencias fueron desde tiem­
pos tempranos inquietudes constantes entre los esclavos
de la capital virreinal. El cimarronaje, según las leyes de la
época, se castigaba severamente y existieron diversas or­
denanzas, sobre todo después de los motines del siglo

70 Juan Manuel de la Sema, ‘‘De esclavos a ciudadanos. Negros y mulatos en


Querctaro a finales del siglo XVIII”, tesis doctoral, Tulane University, 1999,
p. 81.
71 AGX, Jesuítas, vol. IV-26, t I, s/f.
7¿ Ibid. , Inquisición, vol. 418, exp. 4, f. 823.

134
Esclavas, libertas y Ubres

XVI, que reiteraban la necesidad de tomar precauciones


para que los esclavos de la Nueva España, no incurrieran
en este tipo de delito. No obstante, y según lo señalan los
documentos, muchos africanos (entre ellos mujeres) huye­
ron d e sus amos con ayuda de otros hombres y mujeres
libres de origen africano.
Una denuncia de 1602 consigna que la negra criolla
Juana, esclava de Juan de Valderrama, vecino de la ciu­
dad de México, huyó y fue castigada severamente con
azotes después de haber sido encontrada.'3 Otra denuncia
de 1646 da fe de que la esclava negra Lucrecia, de tierra
Angola, había huido durante seis meses de la casa de su
propietaria Leonor de Rojas, vecina de la ciudad de Méxi­
co y que había sido encontrada en la jurisdicción de Amil-
pas en un ingenio de azúcar/4 Otro documento de 1658
describe que el capitán Matías Frigota, de la orden de San­
tiago y juez oficial de Hacienda, declaró que desde hacia
un año se habían ausentado de su servicio dos esclavos
criollos, uno llamado Gabriel de Medrano y otra Lara, am­
bos de veintidós años aproximadamente. El capitán aclaró
que pese a que había realizado extraordinarias diligen­
cias para encontrarlos no había recibido noticia alguna y
que sospechaba que éstos recibían apoyo para ser oculta­
dos.75 En 1660 el dueño de un obraje en Huisquiluca de­
claró que la esclava negra Ana María, quien había sido
penitenciada por el Santo Oficio, se había fugado de su
obraje y que por lo tanto no pagaría el dinero correspon­
diente al remate. Sin embargo, Ana María fue encontrada

n Ibid., vol. 5, exp. 6 / s/f.


74 Ibid., Real Fisco de la Inquisición, vol. 37, exp. 29, s/f.
75 Ibid., Matrimonios, vol. 173, exp. 9, s/f.

135
Maria Elisa Veláxquez Gutiérrez

y devuelta por el Santo Oficio al dueño del obraje, a quien


se le dijo que se le compensaría el tiempo que la esclava
había estado huida, advirtiéndole que la tuviera “aprisio­
nada y con buena custodia”.7(1
Existieron también casos en que africanos fueron acu­
sados de haberse robado a mujeres esclavas, posiblemente
con el fin de protegerlas o simplemente con el deseo de
tenerlas cerca por algún motivo afectivo. Así lo prueba un
documento de 1609 en el que se denuncia a un negro crio­
llo, esclavo de Juan de Quintana, por haber hurtado a una
negra con hijos.
Por otra parte, las blasfemias o reniegos en contra de
la religión católica fueron delitos menores, pero comunes,
denunciados ante el Santo Oficio de la Inquisición a lo
largo del periodo colonial, particularmente en la capital
novohispana. La mayoría de las veces los esclavos eran
acusados de haber renegado dejesucristo, la virgen o los
santos y recibían severos castigos como azotes u otros mal­
tratos; una buena parte de las denuncias era realizada por
los amos o propietarias.
Para la Iglesia, la blasfemia representaba una forma
de atentar contra los preceptos de la religión cristiana y se
la consideraba un delito que debía castigarse y perseguir­
se. Si bien muchos españoles y mestizos fueron también
denunciados por blasfemia, los africanos y sus descen­
dientes'8 fueron un grupo señalado por este tipo de faltas,
con la variante colonial más radical, el reniego.7^ De acuer-

ibid,, Inquisición, vol. .SH;>, exp. 35, ff. 341-343.


• Ibid., Tierras, vol. i!)76, exp. 51, f. 2.
En su mayoría los denunciados son esclavos o esclavas.
'a Solange Alheñ o, Inquiúdnny sociedad en México 1571-1700, México, FCE, ü)88,
p. 173.

136
Esclavas, libertas y libres

do a los datos que ofrece el Catálogo de mujeres del ramo In­


quisición del Archivo General de la Nación,80 en la ciudad de
México las mujeres de origen africano ocuparon el primer
lugar frente a otras mujeres también acusadas por este de­
lito, como lo demuestra la gráfica 1, basada en denuncias
sobre blasfemia y reniego. De acuerdo con los datos de es­
ta gráfica,S1 a lo largo de los tres siglos del periodo colo­
nial, del total de mujeres de origen africano acusadas en
la Inquisición por diversos delitos, en promedio 21 por
ciento fueron denunciadas por blasfemia y reniego,- mien­
tras que entre las mujeres de origen español, portuguesas
y mestizas el promedio fue de 10 por ciento, menos de la
mitad del grupo anterior.

2 9 .6 %

1 7 .3 %
1 2 .7 %
1 0 .2 %

m i i■ sm
r y / \ 9 .1 % 7 8 % 8 ,0 %

XVI XVII XVIII

□ M ujeres de origen q Españolas, portuguesas ^ No


africa no y m estizas especificado

G ráfica I. Mujeres acusadas de blasfemia y reniego ante la Inquisición en la


ciudad de México según origen étnico, siglos XVI y xvn.
F u en te. Adriana Rodríguez Delgado (coord.), C atálogo de m ujeres d e l ra m o I n q u i­
México, INAH (Colección Fuentes), 2000.
sició n d e l A rch ivo G e n er a l de la N ación,

811Adriana Rodríguez (coord.), C atálogo de m ujeres d e l ra m o In q u isic ió n d e l Archivo


G e n er a l de la N a ció n , México, INAH, 2000.
81 Se registraron un total de 120 casos a lo largo del periodo coloidal en la ciu­
dad de México.

137
María Elisa Velázquez Gutiérrez

¿Qué llevaba a la población de origen africano, en parti­


cular a sus mujeres esclavas, a renegar de los preceptos
religiosos, aun sabiendo que les ocasionaría castigos posi­
blemente más severos? De los expedientes revisados se
deduce que renegaban al recibir castigos como latigazos o
golpes. Ante ello, los amos se indignaban y escandaliza­
ban por las frases emitidas y suspendían el castigo. De es­
ta forma, mediante el reniego, las víctimas terminaban, al
menos temporalmente, con el maltrato. Otras veces, ante el
reniego de las esclavas, sus propietarios continuaban gol­
peándolas, buscando su retracción y denunciándolas fi­
nalmente.
En otros casos, el reniego parece ser una forma de re­
chazo cultural ante el sometimiento. Blasfemar también
representaba una manifestación de rechazo contra el or­
den religioso y contra las creencias y los valores que, en­
tre otras cosas, justificaban la sujeción de las esclavas.8^
En muchas sociedades africanas de la costa occidental y
de Africa ecuatorial, de donde provenía la mayoría de las
esclavas de la ciudad de México, la palabra era conside­
rada divina y sagrada como fuerza fundamental que ema­
naba del considerado Ser Supremo. Además, era valorada
como la materialización o exteriorización de las vibracio­
nes de las fuerzas internas que, emitidas por los humanos,
podían poner en movimiento diversas reacciones. La pa­
labra humana podía crear paz, pero también destruirla y
una palabra mal recibida podía desencadenar distintos ma­
les e incluso guerras. Así, la tradición dotaba a la palabra
de una doble función: conservación y destrucción, y por

Solange Alberro, Inquisición y sociedad en México, op. cil., p. 463.

138
Esclavas, libertas y libres

ello era, y sigue siendo, considerada entre muchas culturas


africanas como el principal agente activo de la magia.83
Es posible entonces que durante el periodo colonial m u­
chas esclavas y sus descendientes criollas utilizaran el renie­
go como medio para causar daño a sus dueños al sentirse
amenazadas corporal o moralmente, incluso sabiendo de
antemano que la blasfemia podría infligirles castigos ma­
yores, como se podrá observar en los siguientes casos.
En 1598, Francisca, esclava negra bozal, de aproxima­
damente veinticinco años de edad, fue acusada de reniego
por su propietaria Catalina de San Juan, vecina de la ciu­
dad de México, quien vivía junto a la parroquia de la San­
ta Veracruz.84 Según la dueña, mientras la esclava desnuda
recibía azotes había renegado de Dios, por lo cual dejó de
azotarla y decidió, para descargo de su conciencia, denun­
ciarla ante el Santo Oficio de la Inquisición. Por su parte,
Francisca declaró ante la audiencia del tribunal que era
cristiana bautizada y confirmada y que solía acudir a misa
y comulgar en la parroquia de la Santa Veracruz con el pa­
dre Vidal. Al ser interrogada, declaró que luego de ser
maltratada por Diego de Rojas, sobrino de su ama, por
no haber “obedecido en lo que mandaba” y tras de haber
sido azotada en “una cárcel de abajo” de la casa por un
“indio verdugo”, había renegado de “su bu en Jesús una
vez, diciendo reniego de Dios”. Declaró también que, an­
te tal hecho, su ama la había mandado desamarrar y que
ella se había arrepentido en seguida. Francisca recibió co­

83 Hampaté A. Ba, “La tradición viviente”, en Historia general di África. Metodo­


logía y prehistoria africana, t. I, Madrid, Tecnos/Unesco, 1982, pp. 187-191.
84 AGN, Inquisición, vol. 147, exp. 1, 22 IT.

139
María Elisa Velázqucz Gutiérrez

mo castigo abjurar de Leví en forma de penitente con vela,


soga y mordaza, así como 100 azotes.
Años más tarde, en 1600, Victoria, esclava criolla, fue
acusada ante el Santo Oficio por haber “renegado más de
veinte veces de Dios Nuestro Señor y de su preciosa y ben­
dita madre”.^ Victoria tenía alrededor de veinte años y,
según el expediente, sus dueños eran Balthasar de Solór-
zano y Catalina de la Roca, quienes vivían enfrente del
monasterio de monjas de Jesús María. La joven había na­
cido al parecer como esclava en esa familia ya que, según
su declaración ante el tribunal, su difunta madre había
sido esclava de Silvestre de Solórzano, padre o pariente
cercano de sus actuales propietarios. Victoria atestiguó
ser cristiana, bautizada y confirmada y aseguró tener como
costumbre oír misa, confesarse y comulgar. Declaró que
hacía dos meses había huido de la casa porque recibía
“malos tratamientos de su ama” y que después de haber
sido hallada, al encontrarse en la cocina, entró Silvestre,
el hijo de su ama y la amenazó. Con miedo y pensando
que la querían azotar y maltratar, ella dijo más de ocho ve­
ces que “renegaba de Dios y de todos sus santos y de la
virgen María”; ante ello, su ama la mandó azotar por mano
de un mulato de la casa, quien la golpeó “muy cruelmente
con unas riendas de un caballo”. Finalmente, aseguró que
le pesaban sus exclamaciones, que se arrepentía de su peca­
do y pidió y suplicó misericordia ante el tribunal. Pese a
sus ruegos, recibió el castigo acostumbrado para tales de­
litos: salir en auto en forma de penitente en cuerpo, sin
cinto ni bonete, con una vela de cera en las manos, una

Xl /Air/., voi. 2.i 6, exp. 4. 40 ff.

14Ü
Esclavas, libellas y libres

soga al “pescuezo” y una mordaza a las calles públicas en­


cima de una bestia, además de 100 azotes; fue después
entregada a su amo para que la tuviera en prisión por seis
meses.
Otro expediente de 1604 describe el caso de María de
la Cruz, mulata de dieciséis años, acusada de reniego, quien
aseveró ser hija de español y negra criolla. Ante la au­
diencia del tribunal y según el testimonio “con lágrimas
y puesta de rodillas”, declaró que había renegado de Dios
una vez debido a los maltratos y castigos que había sufri­
do, cuando sus propietarios la habían mandado azotar y
pringar con una escudilla de aceite caliente, encerrándola
y encadenándola después en un pozo.8*’
Otr o caso demuestra la relación que existía entre la fu­
ga, los maltratos y el reniego. En 1602, por ejemplo, Ju a ­
na, esclava criolla, abjuró dejesucristo “escandalizando a
las personas que se hallaron presentes” cuando su amo la
golpeaba para atar sus manos y recibir azotes por haber­
se fugado.87Juana fue denunciada ante el Santo Oficio de
la Inquisición por reniego y por “tener malos sentimien­
tos” hacia la fe católica. Es interesante hacer notar que
como testigo en el juicio se presentó un hombre llama­
do Alonso Dávila, quien al parecer había encontrado a la
esclava, declarando que ésta había renegado de Jesucris­
to cuando la tenían amanada y después de “haberle dado
muchos golpes”; agregó que Juana se había arrepenti­
do momentos después asegurando que el diablo la había
engañado y no sabía lo que había dicho. Según este testi­
go, ella renegaba debido a los “malos tratamientos” aun-

m>Ib id., vol. 274, exp. 3, 33 ff.


*' Ib id ., vol. 5, exp. 6A, s/f.
141
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

que, en opinión del testigo, “los negros nunca solían ser


muy buenos cristianos”, Juana no parecía ser “mala cris­
tiana”.
Un documento también de 1604 describe el reniego
como una forma de rechazo ante el sometimiento. Se trata
de María, esclava negra criolla de la ciudad de México, de
aproximadamente diecinueve años, acusada por haber re­
negado cuatro veces de Dios y de todos sus santos.81*Según
uno de los testigos, María había sido enviada por algunos
días a servir a casa de unos parientes y aparentemente se
encontraba contrariada sin motivos claros. Al recibir la
orden de que fuere a barrer, la esclava respondió que le
dieren un cuchillo porque se quería matar y después rene­
gó de forma reiterada de Dios y sus santos. Al presentarse
ante el tribunal, María declaró ser esclava de un secretario
de la Real Audiencia y tener como oficio lavar y servir a
su amo; dijo ser cristiana bautizada y confirmada, así como
comulgar en los tiempos que mandaba la Santa Madre
Iglesia. María precisó causas distintas a las presentadas por
sus denunciantes. Mencionó que su reniego se debía a que,
al estar en el obraje de Diego Felipe, había sido azotada
después de haber sido injustamente acusada de ladrona.
Añadió que se arrepentía de aquello y pedía y suplica­
ba misericordia. La denuncia fue apoyada por otros testi­
gos, entre ellos una esclava mulata. Después de realizar
los trámites correspondientes, el tribunal decidió castigar a
María como era la costumbre, y la esclava salió en auto
en forma de penitente en cuerpo, con una vela de cera en
las manos, una soga al cuello y una mordaza sobre una

m tbid., voi. 275, exp. 2, 2fi ff.

142
Esclavas, libertas y libres

bestia, desnuda “de la cinta arriba” por las calles públicas,


además de 200 azotes.
Otro expediente de 1636 refiere el caso de María de
Medina, esclava mulata natural de Ebora, Portugal, soltera
de treirita y tres años de edad.89 Según la declaración de
María, ella había dicho con cólera e ira “que lleve el dia­
blo al alma que me dio” cuando, sujetada, la trataban de
herrar. También dijo que se arrepentía de haber dicho esas
palabras y que habría de cumplir con la penitencia que le
impusieran. María era esclava de la rectora del recogimien­
to del convento de Santa Mónica, quien atestiguó que la
había tratado de herrar en el rostro porque le ocasionaba
disgustos y también para asegurar “que no se fuese”.
En 1659, Juana, negra criolla esclava de Alonso Bue­
no, panadero y vecino de la ciudad de México, fue acu­
sada por blasfemia. De acuerdo con la declaración del
propietario, Juana, quien tenía unos veinte años de edad,
abjuró de Dios y la virgen cuando recibía azotes por mano
de otro esclavo, amarrada y colgada.90 Según el dueño,
mandó que soltaran a la esclava, quien manifestó que se
sentía aburrida de su situación y que por eso había dicho
tales palabras. En su declaración, Juana relató que recibía
malos tratos de sus amos y que había pronunciado esas
palabras cuando un día, por haberse tardado en llegar a la
casa después de oír misa, fue severamente castigada por
órdenes de su amo, quien mandó ponerle “grillos” para
amarrarla en un mástil y “habiéndola desnudado en cue­
ros vivos, la habían mandado colgar de una viga muy alta
con un mecate, colgándola de los pies y teniendo la cabe-

8!) Ibid., vol. 376, exp. 23, f.157.


90 Ibid., vol. 443, exp. 4, ff. 444-455.

143
María Elisa Velá/quez Gutiérrez

za abajo”. Así colgada, el amo mandó que la azotaran con


un cuero gordo y retorcido. Juana aseveró que había su­
plicado que la dejaran de golpear por amor de Dios, pero
que viendo que no le hacían caso exclamó por “dos o tres
veces que renegaba de Dios y de la virgen santísima y de
los santos y santas de la corte del cielo”. Aseguró que ha­
bía dicho esas palabras porque ya no soportaba el dolor y
porque había tenido una enfermedad tiempo antes, pero
que estaba arrepentida de las blasfemias y pedía misericor­
dia. En el discurso de su vida, Juana demostró que era bue­
na cristiana y relató que había nacido como esclava en casa
de su primer amo Francisco de Olalde, quién vivía junto a
la Alameda, permaneciendo ahí hasta los siete años, cuan­
do había sido donada al convento de Nuestra Señora del
Carmen, pero que los religiosos la habían vendido a los
pocos días al panadero, su actual dueño.
La resolución del tribunal del Santo Oficio en este caso
tomó un rumbo distinto al acostumbrado pues los inqui­
sidores resolvieron a favor de la esclava. A pesar de que
Juana recibió una severa reprensión, el tribunal decidió
quitarle la esclava al panadero para venderla a una “per­
sona de buenas condiciones”, pues consideraron que el
castigo había sido exagerado. Además reconvinieron al pa­
nadero por el “exceso del castigo”, mismo que podía oca­
sionar que los esclavos cometieran delitos, y se le advirtió
“que de aquí adelante se abstenga mucho de dicha forma
rigurosa de castigo”.
Además de los reniegos, como forma de resistencia
ante los malos tratos y conforme a prácticas o costumbres,
posiblemente heredadas de sus culturas de origen o sim­
plemente con el fin de atentar en contra de lo que repre-

144
Facíanos, libertas y libres

sentaba el poder de sus propietarios, las esclavas llevaron


a cabo otras prácticas en contra de la religión cristiana. Así
lo reflejan algunos expedientes revisados, como uno de
1680, en el que Polonia, una esclava negra criolla de die­
cisiete o dieciocho años, fue acusada ante el tribunal del
Santo Oficio por realizar actos que atentaban contra la re­
ligión.91 Diego de Contreras, dueño de la esclava, natural
y vecino de la ciudad de México, declaró que su esposa
Clara había reñido y castigado a Polonia por descuidada.
Según el declarante, la esclava, después de haber recibido
el castigo y por “su poca capacidad y ser colerisa emperra­
da de su natural”, había tomado la cabeza de una imagen
de madera de nuestra señora, y la había metido debajo del
rescoldo. Este acto, según el dueño, había sido observado
por la hija de Polonia, quien le había preguntado a su ma­
dre por qué había metido la cabeza de la imagen en las
brazas. La esclava respondió que no se metiese con ella y
que no gobernase sus cosas; además, le manifestó que lo
había hecho porque su ama la había amenazado con me­
terla en un obraje.
Otros documentos reflejan que algunas esclavas reali­
zaron prácticas en contra de sus propietarias para causar­
les daño. Por ejemplo, en 1617, según la testificación de
Ana de Ortega, natural y vecina de la ciudad de México,
Francisca, esclava bozal, fue azotada con rigor por su pro­
pietaria Andrea de la Cruz, quien vivía en una casa en la
calle de San Antón, “antes de llegar a una pila seca” ade­
lante del Hospital de Nuestra Señora.92 Al ver a la esclava
tan dolida, Ana de Ortega preguntó a la dueña que por

81 Ib id ., vol. 520, cxp. 20, ff. 46-47v.


91 Ib id ., vol. 314, exp. 8D, f. 368.
1-45
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

qué azotaba tanto a la negra, y ésta respondió que le había


hurtado una joya. Sin embargo, la propietaria confesó des­
pués a la testigo que la verdad era que la esclava le había
hurtado “unos palillos” que traía consigo, los cuales eran
de “mucha virtud” porque “mediante ellos tenía paz con su
marido”. Al parecer los palillos eran de peyote y eran uti­
lizados por el ama como una especie de “amuleto” ya que,
según la testigo, Andrea de la Cruz había tenido proble­
mas con el esposo porque la había “cogido con otro hom­
bre”. Es posible que el amuleto hubiera sido elaborado o
facilitado por la misma esclava o bien, según lo atestigua­
do, que la esclava supiera del uso del amuleto y lo hubie­
se robado para perjudicar a su ama.
Tanto las blasfemias, los reniegos y muchas veces la
magia fueron utilizadas por las esclavas como estrategias
de rechazo ante el orden impuesto y como forma de resis­
tencia cultural. Además, es posible que muchas de estas
prácticas, aunque recreadas en la Nueva España, hayan
tenido sus antecedentes en sus culturas de origen.

Formas de adquirir la libertad: libertas y libres

De acuerdo con las legislaciones y tradiciones culturales


que rigieron la esclavitud en América, existieron varias vías
para que los esclavos de origen africano obtuvieran su li­
bertad. Al igual que en otros territorios americanos perte­
necientes a España y en la Nueva España, la manumisión
benefició más al esclavo urbano, sobre todo a las mujeres,
que a los esclavos de las zonas rurales9'1 debido a la estre-

9,i Esta misma tesis fue comprobada por Frederick P. Bowscr para el caso de
Lima en Perú, El esclavo africano en el Perú colonial, op. cit., p. 364.

146
Esclavas, libertas y libres

cha convivencia y a los lazos de afecto que se desarrolla­


ban entre amos y sumisos. En este apartado se exponen las
formas jurídicas que permitían la libertad, ya que en otro
capítulo se abordan los mecanismos relacionados con los
matrimonios y las uniones consensúales mediante las cua­
les nacieron un número considerable de mujeres y hom­
bres libres de origen africano.
El orden jurídico hispánico, basado en los principios
de las Leyes de las Siete Partidas94 de la Edad Media y ela­
borado conforme al derecho romano, señalaba que los es­
clavos podían obtener su libertad mediante matrimonio
con un individuo libre, por adopción de los hábitos reli­
giosos, compra de su libertad o por la manumisión volun­
taria. Gracias a los postulados de las Siete Partidas que
defendían la libertad como objetivo legítimo del esclavo,
muchas solicitudes fueron tomadas en consideración en
los tribunales.9-1’ Sin embargo, estas leyes fueron modifi­
cadas en el orden jurídico de los territorios hispánicos y en
algunos casos se tomó más rígido ante el temor de las au­
toridades virreinales de que los libertos de origen africano
accedieran a mejores oportunidades sociales y económi­
cas, como se analizará en otro apartado de este libro. Las
nuevas legislaciones sólo permitían la libertad por manu­
misión, cedida por el amo o por medio de la compra de la
libertad por parte del mismo esclavo y se estipulaban en

5,4 Ibid., p. 335. Según Frederick Bowser, las Siete Partidas eran más una decla­
ración de principios legales y morales que una compilación de legislación es­
pecífica y por lo tanto los principios jurídicos, entre ellos los relativos a la
esclavitud, guiaron a los legisladores españoles en su obra.
9'r’Juan Manuel de la Sema realiza un interesante análisis sobre las leyes de la
Siete Partidas y su herencia americana en su tesis de doctorado: “De esclavos
a ciudadanos. Negros y mulatos en Querétaro a finales del siglo XVIII", Tu-
lane University, lililí), pp. 70-76.

147
María Elisa Velázquez Gutiérrez

documentos como los testamentos, las cartas de manumi­


sión o libertad, así como el horram iento" por buen ser­
vicio.
Muchas esclavas domésticas consiguieron su libertad
por la voluntad de sus amos o propietarias expresada en
los testamentos. Según las investigaciones de Pilar Gonzal-
bo, en la ciudad de México más de la cuarta parte de la
población española que dejó testimonio notarial era pro­
pietaria de al menos un esclavo y menos de la mitad de
éstos era manumitido por testamento.97 Otras investiga­
ciones demuestran que los esclavos urbanos tenían más
probabilidades de ser liberados que aquellos que vivían en
zonas rurales. Y que, por ejemplo, los mulatos, las muje­
res y los niños tuvieron más oportunidades que los hom­
bres adultos de acceder a la libertad. Colin Palmer encontró
en los archivos notariales de 1576 y 1577 un total de 435
africanos, o descendientes de ellos, libres en la ciudad de
México.98 De ellos, 70.6 por ciento correspondía a mujeres
y de éstas 87 por ciento eran mulatas. Por su parte, Fre-
derick Bowser, al analizar los modelos de manumisión en
la ciudad de México en el periodo de 1580 a 1650, descu­
brió que 62 por ciento de los casos correspondía a muje­
res y niños y sólo un 8 por ciento a hombres aptos para
el trabajo.99

,J|> Horramiemo era sinónimo de libertad o manumisión en la época.


w filar Gonzalho, Familia y orden colonial, op. c i t p. 2(>fi,
'w Collin Palmer, Slaves of the White Cod. Flacks in Mexico, 1570-1650, Harvard
University Press, 1976, pp. 176-179.
Jl Es interesante hacer notar que esta misma tendencia la encontró Frederick
Bowser par a Perú. Véase “The Free Person of Color in México City an Lima:
Manumission and Opportunity, 1580-1650", en Stanley L. Engerman v Euge­
ne D.Genovese ¡comps.), Race and Slavery in the Western Hemisphere: Quenlila-
tive Sluadies. Princeton, 1075, p. 850, y Bowser, African Slave in Colonial Fern,
p. ¡¿1)1. AJ parecer, esta situación también se presentó en otras ciudades, como

148
Esclavas, libertas y libres

La libertad se otorgaba por distintas consideraciones,


como el buen comportamiento, el buen servicio y, en al­
gunos casos, los lazos de parentesco o compadrazgo. En
muchas ocasiones, los testadores ponían como condición
que los esclavos pagaran el precio de su libertad, como lo
atestigua, por ejemplo, un testamento de 1593 en que Ma­
ría de Toral, vecina de la ciudad de México, liberó a su es­
clava María, negra criolla de veinte años, por 500 pesos
oro común, cantidad que pagaría Pedro de Mota, clérigo
presbítero.100 Es posible que para comprometerse a pagar
el rescate de la esclava, el religioso tuviera un afecto parti­
cular por ella o una relación de parentesco, sin que esto se
hiciera explícito, ya que en otros documentos es patente
el deseo de otorgar la libertad a los esclavos debido a las
relaciones consanguíneas que los unían con ellos. Así lo re­
fleja un testamento de 1659, en el cual Juliana Porras, ve­
cina de la ciudad de México, cedió y traspasó a Melchora
Covarrubias de Valladolid, un esclavo mulato, llamado Ni­
colás, de diez años de edad, el cual debería “ser libre” en
el momento de la muerte de Juliana porque éste era hijo
de uno de sus hermanos.101
Otro documento de 1659 atestigua que María Mejía
de Castilla otorgaba escritura de liberación a Juana de las
Vírgenes, esclava mulata de veinte años, siempre y cuando

lo demuestra, entre otros, el estudio clejuan Manuel de la Sema sobre Que-


rétaro. El autor señala que Ó8.75 por ciento de las mujeres recibió la manu­
misión, mientras que sólo 31.25 por ciento de los varones la obtuvo. De es­
clavos a ciudadanas. Negros y mulatos en Querétaro a finales del siglo XV!a, op. oí.,
p. 94.
1(1(1Elizabeth Hernández y María Eugenia Silva, La esclavitud negra en la ciudad de
México durante el periodo 1555 a 1655 a través de ¿os documentos notariales, op. di.,
p. 89. Archivo General de Notarías, Notario Luís de Easurto, pp. 189-190.
IÜ1Ibid, p. 93, Archivo General de Notarías, Notario Diego Fajardo, pp. 255-2.58.

149
María Elisa Velázquez Gutiérrez

pagara el precio correspondiente a su valor. La esclava


ofreció por su libertad 300 pesos oro común que entre­
gó a las autoridades correspondientes.102 También exis­
tieron casos en que la cantidad solicitada por el testador
era mucho menor del precio real. Por ejemplo, en ese
mismo año, Pedro de Armendáriz, vecino de la ciudad de
México, concedió la liberación de Ana de la Cruz, esclava
angoleña de cincuenta años, por su buen servicio, a cam­
bio de pagar 100 pesos oro común.103 Estos casos, como
otros que se reseñan en esta investigación, demuestran que
algunas esclavas tuvieron la posibilidad de conseguir dine­
ro para comprar su libertad, ya fuera mediante un sueldo
por algunas actividades realizadas o por préstamos de pa­
rientes o amigos.
También solía ocurrir que la libertad se otorgara a con­
dición de que las esclavas quedaran sujetas a servidumbre
durante algún tiempo. Tal es el caso de una niña esclava de
once años de edad, quien en el codicilo del testamento
de su propietaria, Juana de Santa Inés, del convento de
San Jerónimo en la ciudad de México, fue favorecida con
la libertad a condición de que viviera y le sirviera en el
convento hasta el fin de la vida de la religiosa.104 Otro ca­
so parecido es el de una mulata de once años de edad,
quien en 1675 fue heredada como esclava a María de la
Concepción, monja profesa del convento dejesús María,
por los días de la vida de la monja, para después ser libre. ,0-r’

ins #«/•> Archivo General de Notarías. Notario Diego Felipe Fajardo, pp. 354-
356.
1(13¡bid., p. 90, p. 366.
m IbitL, p. 93, Archivo General de Notarías, Notario Juan Oviedo, pp. 950-951.
ll“ AGX, Bienes Nacionales, vol. 45, exp. 30, f. 108.

150
Esclavas, libertas y libres

Sin embargo, muchas veces la libertad se otorgaba sin


ninguna condición. Tal es el caso de una monja del conven­
to de San Jerónimo que había comprado a Diego García
Cano, vecino y mercader de la ciudad de México, a la es­
clava Josepha de los Ángeles, mulata de veinticinco años
de edad, en el año de 1712. Años después, la madre María
Nicolasa de San Juan decidió dejar en libertad a la esclava
por haberla servido en forma extraordinaria.105 Esta acti­
tud revela que las relaciones entre esclavas domésticas y
amas o dueños podían generar lazos afectivos importan­
tes, pero también reflejan actitudes caritativas, propias de
la época, sobre todo al momento de la muerte. Varios tes­
tamentos del periodo virreinal atestiguan esta costumbre.
Por ejemplo, Melchora del Castillo, vecina de la ciudad
de México, dueña de varios esclavos, en su testamento, de
1647, otorgó la libertad a cinco de los seis esclavos que po­
seía.107 Sólo a Lucrecia le otorgó la libertad sin condición
alguna y a los demás (dos mujeres y dos hombres) les pi­
dió que dieran a cambio dinero para pagar su liberación.
Es interesante anotar que tres lograron pagarla, lo cual
demuestra que algunos esclavos podían conseguir dinero
mediante el producto de su trabajo a sueldo o con présta­
mos de parientes o amigos. Asimismo, es importante men­
cionar que el único que permaneció como esclavo fue un
niño de siete años de edad, que por disposición de la di­
funta fue entregado al convento de San Francisco.
En ciertas ocasiones, también la familia de la esclava
recibió la “libertad graciosa” (es decir, sin condiciones)lo,

lol,María del Carmen Reyna, El convento de SanJerónimo. Vida conventual y finan­


zas, op. cil., p. 48.
107AGN, Bienes Nacionales, vol. 5fi, exp. 3, f. 2.

151
María l'.lisa Velázquez Gutiérrez

mediante testamento. Más aún, algunas de ellas fueron gra­


tificadas con bienes materiales. En 1554, por ejemplo, una
mujer soltera, vecina de la ciudad de México, otorgó en su
testamento a Bartola, negra criolla de cerca de cincuenta
años de edad y a sus hijos y nietos la libertad, heredándo­
les también una casa ubicada en un pueblo cercano.lf)íi En
1654, Bernabé Medina otorgó la libertad a sus esclavos
Manuel y Jcrónima, ambos de cuarenta años, a cambio de
que pagaran 100 pesos oro común, e incluso dispuso que
los hijos mulatos de la esclava Jerónima, María de cator­
ce años yjoseph de doce años, obtuvieran la libertad a
partir de su muerte.,(lü
No todas las esclavas fueron favorecidas y en algunos
casos, sobre todo aquellas que eran madres, tuvieron que
decidir cuál de sus hijos recibiría el beneficio o bien opta­
ron por privilegiar el que sus hijas y no ellas alcanzaran la
libertad. Así lo demuestra un testamento de 1633, en el
cual Margarita Bazán de Albornoz, vecina de la capital,
otorgó la libertad a su esclava Manuela por haber criado
a dos de sus hijos y por el buen servicio que siempre le ha­
bía prestado. En agradecimiento a la esclava, también le
otorgó la libertad a una de sus hijas, a la que Manuela eli­
giera. Por otra parte, en el mismo testamento la propietaria
dio la libertad a una niña mulata de cuatro años de edad,
hija de Ana, otra esclava suya, quien permaneció al servi­
cio de su marido.110

lluiElizabeth Hernández y María Eugenia Silva, La esclavitud negra en la ciudad de


México durante elperiodo 1555 a 1655 a través de los documentos notariales, op. cit.,
p. 74, Archivo General de Notarías, Diego Felipe Fajardo, pp. 7.S1 7SÍ>.
™1bid., p. 1)3, Notario Diego Fajardo, pp. 77'2 778.
1,11Ihid., p 10, Archivo General de Notarías, Notario Oviedo Valdivieso, Nol.
'tfilt, 1ÍÍ33, pp. í)24-f>3D.

152
Esclavas, libertas y libres

En otros casos las esclavas obtuvieron su libertad me­


diante testamentos con algunas condicionantes interesan­
tes. Por ejemplo, en 1618 una viuda llamada Lucía Vigil
declaró otorgar, a partir de su fallecimiento, la libertad gra­
ciosa a una esclava negra criolla de nombre María por “sus
servicios y compañía”, con la condición de que la esclava
mandara a hacer misas por el alma de su señora.11' Lo mis­
mo sucedió en un testamento de 1680, realizado por una
negra libre llamada Manuela de la Cruz."'1En este docu­
mento, Manuela asegura haber sido favorecida con la li­
bertad por su difunta propietaria María de Ochoa, vecina
de la ciudad de México. Además, declara que de sus hijos,
su ama también otorgó la libertad a su pequeña hija Ger­
trudis de la Cruz, de siete años de edad, según consta en
el título de libertad presentado ante Manuel de Mendoza,
escribano real en 1676.
Un siglo después, otro testamento demuestra que otor­
gar la libertad a las esclavas al momento de la muerte era
una práctica común. Se trata de una mujer llamada Ánge­
la María Valdés, viuda del contador del Real Tribunal y
más tarde de un médico de la corte, quien en la octava cláu­
sula concede la libertad a sus dos esclavas Isabel y Ana
María por la “causa natural del amor a las susodichas en
la moral de su honor y recogimiento”.1U
A pesar de que los trámites legales para obtener la ma­
numisión debían ser sencillos y no requerían la compa­
recencia ante un tribunal,"4 varias esclavas tuvieron que
á,
111 Ibid., p. !)2, Archivo General de Notarías, Notario Diego Fajardo, pp. 48-49.
112AGN, Bienes Nacionales, voi. 478, exp. 19, s/T.
113íbid., vol. 49, exp. 22, fj. 7.
114William Phillips Jr., La esclavitud desde la época romana hasta las inicios del co­
mercio transatlántico, op. cit., p. 819.

153
María Elisa Velázquez Gutiérrez

pelear por la libertad que les había sido otorgada en tes­


tamento, ya que en ocasiones las albaceas o herederos no
respetaban las disposiciones de los difuntos.115 De esta
forma, algunas de ellas, presentaron demandas contra ins­
tituciones religiosas de importante prestigio y poder eco­
nómico para conseguir la libertad a la que tenían derecho.
Así lo atestiguan varios pleitos de demandas de libertad,
entre ellas una de 1604 presentada por Gaspar Contreras
en representación de Andrea Velasco, negra esclava del
convento de San Jerónimo de la ciudad de México.116 Gas­
par Contreras expuso que Andrea Velasco había sido es­
clava de Beatriz de Andrada y Juan Jaramillo, quienes la
habían dejado libre por cláusula de testamento con la con­
dición de que diese la mitad de su valor que ascendía a
100 pesos. La esclava, al no contar con esa cantidad, fue
comprada por Martín de Salinas, quien al parecer se com­
prometió a pagar un salario a la esclava a cuenta de su
verdadero precio con el fin de que después de un tiempo
pudiera obtener su libertad. Así, ella ingresó por orden de
su nuevo propietario al convento de San Jerónim o para
que sirviera a sus hijas, monjas del convento. Según el tes­
timonio de la esclava, ella había cumplido ya veinte años
sirviendo y, por lo tanto, solicitaba que se le pagara su
“salario y servicio” para conseguir la libertad. Las autori­
dades hicieron las solicitudes correspondientes para que
se notificara a las monjas interesadas y a la madre priora
sobre la demanda de libertad de la esclava. Sin embargo,

1,11'a práctica de presentarse ante los tribunales para demandar tuvo sus ante­
cedentes en los derechos que los romanos otorgaban a sus esclavos y cuyas
normas retomó las Siete Partidas.
U<1AON, Bienes Nacionales, vol. 1158, exp. Ifi, s/f.
Esclavas, libertas y libres

debido a que el expediente no está completo, se descono­


ce el desenlace del juicio.
De igual modo, en un expediente de 1697 se alude a
una demanda que interpuso una mujer llamada Rosa Ma­
ría, quien no recibió su libertad conforme a una cláusula
del testamento de su propietario y por lo tanto permanecía
en depósito hasta que se resolviera el pleito.1*' En otro
documento de 1701, Francisca Javíera entabló un juicio
para solicitar que se hiciera justicia y se le otorgara la liber­
tad a ella y a sus tres hijos, según la voluntad de su difunto
amo.118
Las promesas de libertad por parte de los amos o de
personas presas en el Santo Oficio también llevaron a que
algunos esclavos efectuaran actividades de cierto riesgo.
Tal es el caso de algunas recaderas en el Santo Oficio que
recibieron dinero u objetos valiosos, así como promesas de
libertad, a cambio de trasmitir mensajes entre los presos
de la cárcel de la Inquisición. En 1642, por ejemplo, varios
esclavos bozales y criollos, entre ellos dos mujeres, fueron
acusados de llevar y traer mensajes entre los presos acu­
sados de judaismo, como el famoso Simón Váez, uno de
los tratantes de esclavos más importante de la Nueva Es­
paña.119 Una de ellas, llamada Antonia de la Cruz, de vein­
ticinco años “poco más o menos”, natural de las minas de
San Luis, era esclava de Thomas Núñez de Peralta, quien
se encontraba preso en las cárceles de Picazo. En su larga
declaración, la esclava relató cómo Beatriz Enríquez, mu­
jer involucrada entr e los acusados, le había dado una “gar-

1.7 AGN, Bienes Nacionales, vo t 142, exp. 4, s/f


1.8 íbid., vol. 274, exp. 2, s/f.
¡bid., Inquisición, vol. 396, exp. 3, ff. 488-550.

155
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

gantilla de aljófar de China” y su palabra de que le “daría


la libertad” si cumplía con los encargos y con la transmi­
sión de sus recados.
l a libertad de los esclavos, en particular la de las escla­
vas en la ciudad de México, se incrementó a partir del
siglo XVII y a lo largo del XVIII gracias a las posibilidades
económicas que muchos de los africanos y sus descendien­
tes libres habían conseguido, además de las gestiones que
estos últimos llevaban a cabo para conseguir la manu­
misión de sus parientes.120 Así lo atestiguan varios docu­
mentos, por ejemplo un testamento de 1660, en el cual
Francisca Herrera, mulata libre, natural de la ciudad de
México, declaró que tenía una nieta esclava, por quien pa­
gó setenta pesos oro común a Clara de Rivera, a fin de con­
seguir su libertad. La niña también heredaría más tarde
los bienes de su abuela.121
Como se había señalado, los lazos de parentesco me­
diante el compadrazgo también sirvieron para conseguir
la libertad. En 1661, una niña mulata de diez meses de
edad recibió la libertad gracias al pago de cincuenta pesos
oro común que realizó el licenciado Nicolás Sandoval, clé­
rigo presbítero, padrino de la niña.122 También fue usual
que africanos libres empeñar an su trabajo con el fin de con­
seguir un préstamo para obtener la manumisión de algún
pariente. Así lo refleja una obligación de pago de 1636, en

‘ ' El mismo fenómeno sucedió en otros territorios americanos de España, como


en Perú, segón lo señala Frederick Bowser en su obra El esclavo africano en el
Peni colonial op. cil., p. 345.
líl Elizabeth Hemánez y María Eugenia Silva, La esclavitud negra en la ciudad de
México durante el periodo 1555 it 1655 a través de los documentos notariales, op. cil.,
p. 00. Archivo General de Notarías, Notario Diego Felipe Fajardo, pp. 543-
545.
ri¿Ibid., p. 91, Archivo General de Notarías, Notario Diego Fajardo, p. 992.

156
Esclavas, libertas y libres

la cual Sebastián de la Cruz y su esposa María, negros li­


bres y ladinos, se obligaron a pagar 370 pesos oro común
a un canónigo de la Catedral por el préstamo que les hizo
para obtener la libertad de un esclavo llamado Sebas­
tián.1?3
El enamoramiento y el deseo de formar una pareja fue­
ron también causas para conseguir la libertad. Esto queda
de manifiesto en el caso de una esclava del convento de
San Jerónimo, quien pidió permiso para salir del convento
y curarse de una grave enfermedad que padecía. Al salir,
conoció a Felipe de Hurtado, negro libre, que se enamoró
de ella y ofreció a las monjas 130 pesos por su libertad.124
Desde el siglo XVI, por medio de la manumisión, de la
compra de la libertad y de la unión con otros grupos étni­
cos, muchas mujeres de origen africano eran libres en la
ciudad de México. Las posibilidades de mejorar las con­
diciones sociales y económicas de estas mujeres, fueron
varias y aunque es cierto que la mayoría de ellas no logró
adquirir una posición social privilegiada, otras consiguie­
ron condiciones de vida desahogadas y junto con otros gru­
pos establecieron comunidades de pardos y morenos con
oficios o actividades comerciales redituables. En la capital,
muchos lograron incorporarse a los gremios de artesanos,
ocupando un papel intermedio en la estructura económica
y social. Esto demuestra que si bien en muchos casos los
africanos y sus descendientes estuvieron sujetos a leyes dis­
criminatorias, a la hostilidad social y al “control” de las au­
toridades civiles y eclesiásticas, también pudieron crear

m Jbid., Archivo General de Notarías, Notario Juan Oviedo, pp. 1.501-1505.


'«M aría del Carmen Reyna, El convenio de Sanferíitumo. Vida conventual y finan­
zas, op. al., p. 47

157
María Elisa Velâzquez Gutiérrez

lazos y vínculos de solidaridad, lo que les permitió tener


posibilidades de movilidad socioeconómica.
La lucha por la abolición de la esclavitud comenzó en
México con el movimiento insurgente, en el contexto po­
lítico de las Cortes de Cádiz, aunque su desaparición defi­
nitiva en el marco legal se consolidó hasta la Constitución
de 1857. Por ello se explica, como lo subraya Juan Ma­
nuel de la Serna, su pervivencia e importancia en la vida
social y económica de principios del México indepen­
diente.12-1

C onsideraciones

Un nuevo rumbo tomó la esclavitud a partir de las incur­


siones europeas en América y los requerimientos de mano
de obra en las distintas colonias. Además, se consolidaron
dos modelos de esclavitud: la doméstica y la de cuadrillas
para plantaciones. Desde el siglo XVI arribaron a la ciudad
de México mujeres de origen africano, sobre todo para ser
ocupadas en actividades domésticas y artesanales cuyo
número e importancia se hizo cada vez más relevante.
Aunque subsistieron en buena medida leyes, normas y for­
mas de trato occidentales para los esclavos en la Nueva
España, existieron ciertas características singulares que las
distinguieron.
En la capital virreinal hubo un intenso comercio de
esclavas al “menudeo”, en el cual participaron diversos
sectores sociales, entre ellos funcionarios civiles y eclesiás-

'-■■’J uan Manuel de la Serna, "De esclavos a ciudadanos. Negros y mulatos en


Que re taro a finales del siglo XVIll”, tesis doctoral, op. cit., p. 113.

158
Esclavas, libertas y libres

ticos, artesanos y monjas de conventos. Durante el siglo


XVI casi todos eran españoles, pero después participaron
criollos, mestizos e incluso mulatos de ambos sexos. La
adquisición de esclavas se realizaba mediante la compra,
venta, donación, herencia o dote y los precios revelan que
su demanda tuvo una significativa importancia, especial­
mente en el siglo XVII. Muchas esclavas fueron vendidas
de manera aislada, pero también otras con sus hijos meno­
res. Varios testimonios atestiguan que en estas transacciones
existieron pleitos y controversias entre los interesados en
la adquisición de esclavas. En ocasiones, estos problemas
respondieron a situaciones económicas, aunque también
a los lazos afectivos y de solidaridad que los propietarios
establecieron con sus esclavas.
Las esclavas en la capital virreinal no estuvieron exen­
tas de malos tratos, castigos o abuso sexual por su situación
de sometimiento. Como respuesta a la sujeción, muchas de
ellas se valieron del reniego como forma cultural de resis­
tencia. La blasfemia parece estar vinculada con las tradi­
ciones de sus culturas de origen, en las cuales la palabra
en contra de otro podía ejercer poderes dañinos de con­
sideración. También contra el sometimiento recurrieron
a la magia y la hechicería para causar daño a los amos que
las maltrataban.
De acuerdo con la tradición hispánica, existieron diver­
sas vías para que las esclavas obtuvieran la libertad. Mu­
chas de ellas lo lograron por el deseo de sus propietarios,
expresado en testamentos o cartas de libertad. Es impor­
tante hacer notar que un porcentaje mayor de mujeres, en
comparación con los varones de origen africano, logró ob­
tener la libertad en la capital virreinal, lo que revela circuns-

159
Maria ('.lisa Velazquez Gutiérrez

tandas que favorecieron este beneficio, como los enlaces


consensúales y las relaciones de afecto, por la vinculación
más cercana con sus propietarios en las actividades domés­
ticas. Otras mujeres pudieron comprar su libertad por
préstamos de parientes o amigos, muchos de origen afri­
cano que habían alcanzado mejores condiciones econó­
micas. Las esclavas también tuvieron posibilidades para
luchar por la libertad en tribunales, cuando por diversas
causas se les negaba este derecho.
En la capital virreinal no existió una forma única de so­
metimiento y el trato a las esclavas y sus condiciones de
vida fueron complejos, ambivalentes y variaron de acuer­
do con situaciones particulares y sus distintas circunstan­
cias de vida. El intercambio cultural, los vínculos afectivos
y las diversas alianzas sociales, posibilitaron mecanismos de
ascenso y movilidad socioeconómica, pese a muchas legis­
laciones formalmente coercitivas. Ello fue posible, entre
otros factores, porque el nexo entre origen cultural o raza
y esclavitud todavia no adquiría una importancia decisiva
en la ubicación social.
A mas d e l e c h e , c o c in e r a s y v e n d e d o r a s :
TRABAJO, REPRODUCCIÓN SOCIAL Y CULTURA

Dejemos hoy la cocina


y vamos a todo trote
sin que vendamos camote
ni garbanzo a la vecina:
que harto camote, Cristina,
hoy a la fiesta vendrá.
ija, ja, ja!...

Sor J u a n a Inés d e la C ruz


V illancico a la A sunción, 1679

Como esclavas o libres, las africanas y sus descendientes


participaron a lo largo del periodo colonial en diversas ac­
tividades que contribuyeron a la economía y reproducción
social de la ciudad de México. Estas tareas incidieron en
la configuración de los rasgos culturales característicos de la
dinámica de la sociedad citadina virreinal. Varias investi­
gaciones han demostrado que el trabajo femenino en la
Nueva España tuvo un papel relevante, no sólo en térmi­
nos del acceso a la riqueza y la propiedad, sino también a
la ocupación de diversos oficios y al desempeño de cargos
no remunerados.1 Para ejemplificar la importancia del tra­
bajo femenino en la vida de las ciudades, en especial la
relevancia de la participación de las africanas y sus descen­
dientes en la ciudad de México, basta con citar un dato
del censo de 1753: del total de la población, estimada en

1 Asunción Lavrin (compj, "Investigaciones sobre la mujer de la época colo­


nia] en México: siglos XVII y XVIII” , en Las mujeres latinoamericanas. Perspec­
tivas históricas, México, KCE, IÍISó, p. (■>:}.

161
María Elisa Velazquez Gutiérrez

aproximadamente 100 000 habitantes, entre las mujeres


■que ejercían algún tipo de trabajo (aparte de las consabidas
tareas de su hogar), se contaban casi la tercera parte de
las mujeres españolas, más de la mitad de las indias y mes­
tizas y más de las tres cuartas partes de las negras y mu­
latas libres, descontando que las esclavas por supuesto
trabajaban.2
Por lo general, las actividades desarrolladas por escla­
vas y libertas en las áreas domésticas han sido consideradas
improductivas, ya que, según algunos estudiosos, éstas no
aportaban directamente a la economía formal.'* Sin embar­
go, en esta investigación se consideran relevantes, toda vez
que la participación femenina contribuyó no sólo a la re­
producción de la vida social y doméstica cotidiana, sino
que además fue significativa para el intercambio y la crea­
ción cultural de la época. Debe también destacarse que
algunas esclavas domésticas de origen africano trabajaban
en los talleres artesanales, habitualmente ubicados dentro
de las casas-habitación, y que muchas de ellas cumplían
con una variedad de funciones comerciales, trabajando in­
cluso en obrajes e interviniendo así en lo que tradicional­
mente se ha considerado como la economía productiva.
Asimismo, cabe señalar que muchas negras y mulatas libres
tuvieron acceso a actividades laborales y comerciales y
que recibieron a cambio un jornal para su sostenimiento
y el de su familia. Entre las mulatas censadas en 1753,60.03

Pilar Gonzalbo, Las mujeres en la Nueva España. Educación y vida cotidiana, op.
cit,, p. 174; Eduardo Báez Maclas, “Planos y censos de la ciudad de México
en 17.53”, en Boletín del Archivo General de la Nación, op. cit
3 William Phillips Jr., La esclavitud desde la época romana hasta los inicios del co-
rruráo transatlántico, op. cit., p. 11

162
Amas de ledu, cocineras y vendedoras

por ciento manifestó tener ocupación y 39.96 por ciento


dijo no dedicarse a ningún oficio específico; las trabaja­
doras dijeron ser criadas o amas de leche, lavanderas, ven­
dedoras, mandaderas de convento o cocineras, y en menor
número, dueñas de cigarrerías o alfeñíquelas.4
Por ser uno de los oficios que más a menudo desarro­
llaron en la ciudad de México, en este capítulo se pone
énfasis en el examen de las tareas que en el ámbito de la
servidumbre doméstica realizaron las africanas y sus des­
cendientes. Este análisis parte de la premisa de que median­
te su participación en actividades cotidianas, como amas
de leche o nodrizas, cocineras, lavanderas, curanderas o
auxiliares de oficios y actividades comerciales, las muje­
res de origen africano aportaron a la economía local y a la
reproducción social de la vida novohispana siendo capa­
ces al mismo tiempo de recrear y transmitir ciertos rasgos
característicos de sus culturas de origen y crear otros nue­
vos de acuerdo con su realidad social, debido entre otras
cosas a su convivencia con otros grupos étnicos y sociales.
Primero se exploran las peculiaridades de la servidum­
bre doméstica en la tradición hispánica y la llegada de las
esclavas ladinas y bozales a la capital virreinal, así como
la presencia posterior de las libres y sus descendientes.
También se examinan aspectos de ios propietarios y pa­
trones a quienes sirvieron y finalmente se analizan las
principales características de las actividades laborales que
desempeñaron, con énfasis particular en cómo estas ta­
reas influyeron en la vida cultural y social de la ciudad de
México.

4 Irene Vázquez, “Los habitantes de la dudad de México a través del censo del
año de 1753", tesis de maestría, México, El Colegio de México, 1975.

163
Maria Elisa Vclázqura Gutiérrez

Trabajo dom éstico, artesanal y com ercial:


esclavas y libres

El tipo de trabajos en los que las africanas y sus descen­


dientes participaron estaba vinculado a las labores de la
época consideradas propias de su género, de su condición
jurídica y a actividades que en ocasiones la sociedad vi­
rreinal valoraba como propias de su “calidad”. El tipo de
actividades que llevaban a cabo lo explica también los re­
querimientos de la sociedad virreinal urbana, de acuerdo
con los diversos ciclos económicos y por lo tanto con la de­
manda de fuerza de trabajo en los distintos periodos histó­
ricos, así como a las concepciones de jerarquía social que
normaban la época. La servidumbre doméstica, difícilmen­
te cuantificable en los registros o padrones, fue la actividad
que efectuó con mayor frecuencia este grupo femenino.
Esto es un reflejo de la demanda que durante la época vi­
rreinal tuvo este oficio en las principales ciudades del te­
rritorio y en particular en la ciudad de México.
Desde el siglo XVI se estableció un número considera­
ble de familias españolas que requirieron de los servicios
de mujeres de origen africano. Más tarde, a lo largo de
los siglos XVII y XVIII, las familias criollas, mestizas o mu­
latas, también demandaron servidumbre doméstica. Asi­
mismo, varias instituciones gubernamentales, eclesiásticas
o comerciales, exigían de los servicios de las africanas y sus
descendientes, como esclavas o libres. No obstante, y con­
forme aumentaban y se diversificaban las necesidades eco­
nómicas y sociales de la metrópoli, además de realizar
labores domésticas, dichas mujeres fueron empleadas pa­
ra llevar a cabo otras tareas, como auxiliares en algunos

164
Amus de leche, cocineras y vendedoras

oficios gremiales y actividades comerciales. Gracias a las


posibilidades de movilidad social y económica, fundamen­
talmente durante el siglo XVIL, algunas de ellas, en particu­
lar las “negras o mulatas criollas” libres, lograron acceder
a mejores condiciones de vida, ya sea estableciendo algún
negocio, casi siempre informal, o viviendo de las rentas de
donaciones o herencias.
Las prácticas y costumbres en las actividades de los es­
clavos urbanos y el trato por parte de sus propietarios
tuvieron sus orígenes en la tradición hispánica, aunque
existieron ciertas diferencias. A la ciudad de México llega­
ron en principio esclavas ladinas y más tarde, con el in­
cremento del comercio de esclavos africanos, arribaron
bozales, es decir, oriundas de Africa. Empero, desde el si­
glo XVI se advierte el crecimiento de mujeres y hombres
de origen africano criollos, cuyo número llegará a ser cada
vez más representativo. Existieron diferencias en las con­
diciones de vida de esclavas y mujeres libres, algunas de
las cuales se examinan a continuación, pese a que la ma­
yoría de ellas se dedicó al mismo tipo de actividades, co­
mo se aprecia en las características de los propietarios y
patrones a los que sirvieron.

La experiencia hispánica

No obstante que existía un importante comercio de escla­


vos en Europa, fundamentalmente musulmanes, la presen­
cia de los de origen africano en Portugal y España comenzó
a ser notoria hasta el siglo XV. El uso de esclavos en tareas
domésticas, tanto urbanas como rurales, fue común en so­
ciedades occidentales, pero también en culturas de África
165
Malia Elisa Velázquez Gutiérrez

y América antes de la colonización. También se ha desta­


cado que cada una de las formas de esclavitud estableció
distintas modalidades y características, aunque los sistemas
que se desarrollaron en la Nueva España, en especial los
domésticos, tuvieron sus raíces en las experiencias de la
Península Ibérica, por ejemplo en ciudades como Valen­
cia y Sevilla, que según estudiosos del tema,6 después de
Portugal, fueron las ciudades donde se concentraron más
esclavos durante los siglos XV y XVI.
La posesión de esclavos en las sociedades hispánicas,
además de solucionar una enorme carga de trabajo cotidia­
no y proveer mano de obra para la manufactura o el co­
mercio, fue un importante símbolo de rango social para
las familias, quienes gracias a las posibilidades económicas
que se gestaban en la Península Ibérica durante los siglos
XIV y XV comenzaban a acrecentar sus riquezas. Sevilla,
por ejemplo, que vivía un auge económico hacia el siglo
XV, albergaba a varias familias ricas que tenían a su servi­
cio por lo menos dos o tres esclavos. En estas sociedades
hispánicas, los esclavos de origen africano gozaban de me­
jor reputación que, por ejemplo, los musulmanes o mo­
riscos, probablemente porque los cristianos, después de
la larga guerra de reconquista desconfiaban de los musul­
manes, a quienes creían todavía seguidores del Islam, a pe­
sar de ser formalmente cristianos. Por el contrario, a los
africanos no islamizados se los consideraba buenos con­
versos una vez bautizados.6 Estas ideas se trasladarían a la

Ibid., pp, 238 y 239. Es interesante señalar que el autor hace referencia a que
hacia finales del siglo XV predominaban las mujeres en el conjunto de escla­
vos de la ciudad de Sevilla.
IbitL, p. 242.

166
Amas de leche, cocineras y vendedoras

Nueva España, sobre todo durante los primeros años de


colonización, y se aplicarían no sólo a la población africa­
na sino también a la indígena.
Los esclavos varones eran ocupados como criados de
familias acomodadas y se encargaban, entre otras, de las
labores de limpieza, construcción, como cargadores, coche­
ros y jardineros. En los talleres artesanales participaban
como auxiliares de carpinteros, loceros, pintores o sastres,
aunque al parecer ellos no podían convertirse en miem­
bros de los gremios. También se les utilizaba como portea­
dores y cargadores de muelle, vendedores en las calles y
plazas o como ayudantes de tenderos y comerciantes. Por
su parte, las esclavas eran ocupadas en actividades más cer­
canas a la vida doméstica, privada y cotidiana. Además
de lavar, barrer o limpiar, eran las encargadas de cocinar,
cuidar a los niños y realizar compras o llevar mensajes.
Sus actividades estaban ligadas a la vida interna de la casa
doméstica y por tanto a la de sus propietarios o dueñas;
en consecuencia, muchas de ellas lograban crear relacio­
nes cercanas e intercambios culturales significativos con
los miembros de la familia.
La presencia de esclavos en las sociedades hispánicas
del sur de la Península Ibérica, así como de musulmanes o
moriscos, y su convivencia con los cristianos de la región,
desembocó en sociedades como la de Sevilla, reconocible
por contar con una gran diversidad étnica y cultural que,
como señalan estudiosos del tema, se asemejaba más a las
ciudades del Nuevo Mundo que a otras del Viejo M undo/
Estas experiencias sociales, en particular las del uso y con-

1 Ibid., p .2 4 3 .

167
María Elisa Velázquez Gutiérrez

vivencia con los esclavos del servicio doméstico, serían más


tarde trasladadas a la Nueva España, aunque con singula­
ridades y características propias. Las primeras esclavas que
arribaron a la ciudad de México frieron “ladinas”, más tar­
de llegaron bozales y simultáneamente comenzaron a estar
presentes las mujeres libres y las criollas. Aunque todas
ellas desempeñaron actividades domésticas parecidas, cier­
tos rasgos las distinguieron en la sociedad capitalina, como
a continuación se describe.

Ladinas, bozales y criollas en la ciudad de México

Aunque es de sobra conocido que en las empresas de con­


quista de América los españoles estuvieron acompañados
de esclavos africanos,Ha la fecha no se tiene noticia de que
mujeres esclavas de origen africano acompañaran a las
huestes colonizadoras.0 Sin embargo, cierto testimonio
indica que una mulata, probablemente de las Antillas, for­
mó parte de las expediciones que se unieron a los sol­
dados de Cortés poco tiempo después de su llegada al
continente.10 Lo cierto es que, como lo atestiguan fuentes
documentales, desde las primeras décadas después de la
Conquista en 1521, esclavas africanas, sobre todo ladinas,
arribaron a la Nueva España como parte del séquito de
servidumbre de las primeras familias peninsulares que se
establecieron en la capital virreinal; estas mujeres sirvieron

h Los esclavos lograron obtener privilegios, por ejemplo superar su condición


de esclavitud como recompensa a sus servicios en las guerras de conquista
!) Se conocen casos de otras expediciones de conquista en América en las cua­
les mujeres esclavas desem peñaron un papel importante. Tal es e! caso de
Margarita de Almagro, esclava del conquistador; véase Frederick P. Bawser,
El esclavo africano en d Perú colonial, 1524-1650, ofi. cit., p. 21.
!!l Gonzalo Aguirrc Buitrón, La población negra en México, op. cii., p. 2(14.

168
Amas de leche, cocineras y vendedoras

a los funcionarios militares, civiles y religiosos, comercian­


tes y artesanos. Muchos de estos hombres lograron obte­
ner licencias para introducir africanos, para formar parte
de la mano de obra esclava en la Nueva España, tal y co­
mo lo señala Gonzalo Aguirre Beltrán:

Los virreyes, arzobispos y obispos, oficiales reales, al­


caldes mayores y corregidores, al salir de la madre pa­
tria con rumbo a las posesiones de América, solicitan y
obtienen un número mayor o menor de licencia para
introducir negros...11

Los esclavos ladinos fueron llamados así porque se con­


sideraban “latinizados”. Esto es, aunque hubieran nacido
en África, habían vivido en la Península Ibérica, se les ha­
bía bautizado, sabían hablar el español y se presuponía
que tenían conocimiento de algunas de las costumbres y
prácticas religiosas hispánicas. Además, había otros escla­
vos que estaban más vinculados con las costumbres y prác­
ticas hispánicas, pues habían nacido en la propia España.12
El hecho de que desde 1538, pocos años después de la
Conquista de México, el primer virrey de la Nueva España,
Antonio de Mendoza, prohibiera la retención de esclavos
negros de ambos sexos sin declararlos a las autoridades,

M Gonzalo Aguirre Beltrán, Obra antropológica xvi. El negro esclavo en la Nueva Es­
paña. La formación colonial, la medicina popular y otros ensayos, México, Universi­
dad Veracruzana/INl/Gobiemo del estado de Veracruz/FCE, 1992, p. 59.
12 Esclavos, principalmente hombres, que arribaron durante este y otros perio
dos posteriores a la Nueva España, sirvieron para empresas de la Corona,
fundamentalmente en tareas de minería y ganadería. Han sido clasificados
por Gonzalo Aguirre Beltrán como “esclavos reales”. Obra antropológica XVI.
El negro esclavo en la Nueva España. La formación colonial, la medicina popular y
otros ensayos, op. cit., pp. 53 y 54.

169
María Elisa Velazquez Gutiérrez

indica que para esta fecha se habían importado mujeres


de origen africano a México.la
La presencia de esclavas ladinas en la ciudad de Mé­
xico a lo largo del siglo X V I se explica, entre otras causas,
porque varios de los recién llegados, españoles y portugue­
ses, arribaron junto con el séquito de servidumbre que ya
poseían o, por lo menos, con uno o dos esclavos que eran
de su propiedad. Durante estos primeros tiempos los es­
clavos, en especial las mujeres, desempeñaron un papel
importante en la reproducción social de las familias his­
panas inmersas en un nuevo entorno social y cultural. Al­
gunas de ellas fueron las primeras en entablar relaciones
cotidianas de convivencia e intercambio cultural entre los
diversos grupos étnicos y sociales que conformaron la pri­
mera sociedad virreinal. Su importancia y valor puede
ejemplificarse en el precio que algunas de ellas alcanzaron.
Por ejemplo, una esclava negra perteneciente a Martín
Cortés, marqués del Valle, fue comprada en la ciudad de
México por el marqués de Falces en 600 pesos,14 cantidad
muy superior a la alcanzada por otros esclavos en el mis­
mo período.
Aunque no se puede calcular con exactitud el número
de esclavos ladinos que llegaron a la capital durante los
primeros años después de la Conquista, se puede afirmar
que un porcentaje importante de ellos formaba ya parte
de la sociedad novohispana, si se considera que su presen­
cia comenzó a preocupar a la Corona y a las autoridades

b C. Esteva Fabregat, El mestizaje en Iberoamérica, Madrid, Alhambra, 1088,


p. 189.
14 Gonzalo Aguirre Beltrán, Obra antropológica XVl. El negro esclavo ni la Nueva
España, op. til., p 45.

170
Amas de lede, cocineras y vendedoras

virreinales, que veían con recelo las posibilidades de movi­


lidad social de la población de origen africano, conocedo­
ra de la lengua, las leyes y con experiencia previa en la
Península Ibérica o en las Antillas. Una petición de fecha
tempran'a (1533) a las autoridades virreinales ejemplifi­
ca este temor, pero ilustra también la importancia que la
participación de la población africana ladina había adqui­
rido en las actividades económicas de la Nueva España:

Este día dijeron que por cuanto es venido a su noticia


que los señores presidente e oidores han proveído e
mandado que los negros ladinos que venían en estos
navios se vuelvan a Castilla, de lo cual se quejan e
agravian muchas personas y parece ser en daño de la
tierra, acordaron que se de petición a su majestad en
esta su audiencia real e que se le suplique por el dicho
inconveniente no se mande al menos que los que han
venido se eslen o se provea para que de aquí adelante
no lo traigan de Castilla...1-’

Otro dato, de fecha posterior, revela que los africanos del


siglo XVI en la ciudad de México se organizaban y solicita­
ban, como lo habían hecho en la Península Ibérica, formas
de asociación para proteger sus intereses y crear alianzas,
a pesar de los recelos de las autoridades virreinales. Por
ejemplo, en 1585 se cuestiona la posibilidad de que los
africanos y sus descendientes tengan cofradía, como lo
atestigua la siguiente cita de las Actas de Cabildo:

Este día se acordo que el señor don Diego de Velasen


como comisario con el concilio sepa si se ha pedido que

« Actas de Cabildo 1532-1535 (traducción paleogràfica del tercer libro de Actas de


Cabildo de la Ciudad de México), México, Imprenta y Litografía del Cole­
gio de Artes y Oficios en el Tecpan de Santiago, 1873, p. 20.

171
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

los negros no tengan cofradía ni junta de prosesión y


si no le ha pedido que se pida en el concilio que se man­
de con mayor gravamen...11’

El comercio de esclavos bozales al Nuevo Mundo, así co­


mo la prohibición explícita y normada en la Recopilación
de las Leyes de Indias en 1681, redujeron notablemente la
introducción de ladinos a la Nueva España. En su lugar
comenzaron a llegar masivamente esclavos de África, quie­
nes fueron destinados a cubrir los requerimientos económi­
cos de la Nueva España. De esta manera, ladinos, esclavos
negros y mulatos criollos, incrementaron el número de la
servidumbre doméstica en la capital. No obstante, todavía
en las primeras décadas del siglo XVII, como lo notifican
algunas fuentes documentales, españoles y portugueses
poseían esclavas ladinas. Tal es el caso del famoso mer­
cader y mecenas de los jesuítas para la fundación del Co­
legio de Tepotzotlán en 1604, don Pedro Ruiz de Ahuma­
da, vecino de la ciudad de México, quien en 1601 poseía
una “negra portuguesa” de 25 años de edad.17 Otro caso
que ilustra la presencia de esclavas ladinas en la capital
novohispana es el de Francisco Jerez, natural de Portugal,
de oficio panadero, quien en 1612 denuncia ante el Tribu­
nal de la Inquisición de la ciudad de México a una esclava
negra de su propiedad llamada Susana, nacida en Portu­
gal y de 25 años de edad.m

1(1 Actas Je Cabildo de la Ciudad de México, 1585-1590, México, Imprenta y lib re ­


ría de Agullar c Hijos, IHÍÍ.S, p. 26.
Fondo Reservado, Inquisición, Biblioteca Nacional del Antropología e Histo­
ria, INAll, vol. 366, c.a. exp. 1, s/f.
l!i AGN, Inquisición, vol. 25)6. exp. I, 7 fí.

172
Amas de leche, cocineras y vendedoras

La demanda de mano de obra de esclavos africanos


aumentó de manera notoria a partir de 1580. Además de
las condiciones que habían mermado a la población indí­
gena y las necesidades económicas y sociales imperantes
en las primeras décadas de colonización, otros factores po­
líticos y económicos incidieron en la solicitud de esclavos
bozales africanos, tráfico que multiplicó las ganancias de
los esclavistas, sobre todo a partir de la unión de los reinos
de Portugal y España.
Fue así como a partir d e finales del siglo XVI, y hasta
cerca de 1650, una cantidad considerable de esclavos afri­
canos llegaron al Virreinato, sobre todo a la ciudad de Mé­
xico, para desempeñar diversas actividades, entre ellas las
domésticas. Junto con esta generación, en la Nueva Espa­
ña se congregó un importante número de africanos crio­
llos y descendientes de éstos, producto de la unión con
otros grupos étnicos, en particular indígenas, así como
mulatos, hombres y mujeres, quienes eran los hijos pro­
ducto de la unión con españoles.

Esclavas y libres

En la Nueva España hubo diferencias de oportunidades y


condiciones de vida entre esclavas y libres. A la servidum­
bre doméstica, por lo general integrada con esclavas, se
le imponía limitaciones en relación con sus opciones de
vida, no sólo matrimoniales y familiares, sino también res­
pecto a su movilidad laboral. Además, se las exponía a
malos tratos y explotación por parte de sus amos. En este
contexto, muchas de las esclavas negras y mulatas per­
tenecieron a distintos propietarios por diversos motivos:
173
María Elisa Velázquez Gutiérrez

por herencia, por problemas económicos de los dueños, por


considerarlas poco capaces para los servicios o por moti­
vos de salud. Cabe señalar también que las esclavas po­
dían solicitar su venta a otro amo, aduciendo malos tratos,
castigos, azotes y violaciones. Por ejemplo, este es el caso
de una negra esclava que en 1696 declaró haber sido pri­
mero auxiliar en una panadería, después sirvienta en el
convento de San Juan de Dios y luego criada de un m er­
cader.19 Asimismo, otras mujeres estuvieron sujetas a una
estricta vigilancia laboral, como Juana Gertrudiz, negra
criolla de veinte años, esclava de Alonso Bueno, panadero
de la ciudad de México, quien en 1659 fue castigada bru­
talmente por desobedecer las órdenes de su ama y tardarse
en regresar a su casa por platicar con otra mulata después
de misa.'20 Sin embargo, otras tuvieron mayores márge­
nes de movimiento y más oportunidades de relacionarse
con miembros de otros grupos sociales al dedicarse a activi­
dades como la venta de mercancías de sus amos, comprar
o llevar productos o mensajes e incluso alquilarse para
otros servicios.
Por el contrario, las negras y mulatas libres tuvieron,
hasta cierta medida, una mayor capacidad de elegir a quién
servir y además la posibilidad de movimiento, de la que
muchas otras mujeres del Virreinato carecieron, incluso
aquéllas de mayores recursos económicos dedicadas a la
vida familiar. Muchas negras y mulatas libres lograron de­
dicarse a otras tareas y consiguieron ser, por ejemplo, cos­
tureras, curanderas, lavanderas o vendedoras de verdura
o fruta u otros productos en tianguis y mercados desde

ly AON, B ie n e s Nacionales, v o l, 131, e x p . 5, s/f.


¿,) AON, In q u is ic ió n , v o l. 4 4 3 , e x p . 4, ff. 443-44.5

174
Amas de leche, cocineras y vendedoras

épocas tempranas. Tal es el caso de una “morena” criolla,


vecina de la ciudad de México, quien adquirió su libertad
gracias a un préstamo que le otorgó otra negra libre, quien
según un documento de 1600 se dedicaba a vender verdura
en un mercado.21 Otro ejemplo es el de una negra libre
que en 1609 se dedicaba a lavar “ropa y cuellos” en la ca­
pital.22
El censo de 1753 revela que el número de mulatas que
participaban en diversas actividades económicamente re­
muneradas, en especial en aquellas inscritas en las del ser­
vicio doméstico en la ciudad de México, era superior al
de las mujeres indígenas. Así, mientras que 53.6 por cien­
to de las indígenas trabajaba, entre las mulatas el porcenta­
je era de 60 por ciento. Aquí cabe señalar que si bien el
porcentaje de negras trabajadoras, según esta misma fuen­
te, era de 87.5 por ciento, autoras como Patricia Seed esti­
man que su número se había reducido para este periodo.23
Según el análisis de esta autora, las indígenas tenían que
competir con las mulatas en los trabajos domésticos, ya
que por la herencia esclavista y el número creciente de mu­
latas, muchas de ellas, libres, eran las que en su mayoría
ocupaban los puestos de servidumbre en la capital.24 La
tendencia a que muchas mulatas se dedicaran a trabajos
domésticos y comerciales de tipo informal, es decir, sin
pertenecer a algún comercio, gremio o establecimiento, a
lo largo de los siglos X V II y X V III, puede constatarse tam­
bién en las imágenes que los cuadros de castas ofrecen, en

21 AGN, Bienes Nacionales, vol. 1124, cxp. 2, s/f.


22 Ibid1, vol. 442, exp. 35, s/f.
22 Patricia Seed, “Social Dimensions of Race: Mexico City, 1753”, en American
Historical Review, Duke University Press, 1982, p. 585.
Ibid., pp. 589 y 590.

175
Maria Elisa Velázquoz Gutiérrez

las cuales, como se analiza en el último apartado de este li­


bro, las observamos frecuentemente vendiendo comida en
puestos informales.

Propietarios y patrones

Las características sociales y económicas de los propietarios


de las esclavas o de los patrones de aquellas que lograron
adquirir su libertad variaron de acuerdo con la época.
Mientras que en el siglo XVI y principios del XVII las es­
clavas aparecen como criadas de servicios personales de
capitanes, oficiales, funcionarios, comerciantes o clérigos,
a lo largo del siglo XVII y hasta el XVIII mercaderes, hilado­
res de seda, bordadores, imagineros, plateros, caldereros,
carpinteros, loceros, silleros, pasteleros, herreros o curti­
dores aparecen corno compradores y vendedores al menu­
deo de esclavos en la ciudad de México. Ello demuestra,
por un lado, la importancia económica que este sector co­
bró a lo largo de los siglos XVII y XVIII en la capital. Por
el otro, ilustra la demanda laboral que alcanzaron las escla­
vas, quienes no sólo se encargaban de los trabajos domés­
ticos de estos artesanos, sino también de auxiliarlos en los
oficios, si bien la mayoría de las veces sin un contrato legal
que las amparara como tales. También desde el siglo XVII
se incrementó el número de funcionarios públicos que de­
mandaban esclavos para el servicio doméstico, así como
el número de miembros del clero secular y regular que los
compraban para su desempeño en colegios,2’ hospitales

Tor ejemplo, el Colegio de Niñas, en la ciudad de México, tenía a su servicio


criadas y esclavas que llevaban a cabo los trabajos domésticos más pesados.
Véase Josefina Muriel, Las mujeres de Hispanoamérica. Epoca colonial, Madrid,
Mapire, 1002, p. H2.

176
Amas de leche, cocineras y vendedoras

o conventos, o bien para venderlos sobre todo cuando se


trataba de herencias que las monjas o los religiosos reci­
bían de sus padres.
El origen de los propietarios de las esclavas o de los pa­
trones de la servidumbre libre estuvo vinculado con la
composición social de la capital novohispana, la capacidad
de movilidad social y económica en los diversos periodos,
así como con los distintos ciclos económicos a lo largo del
periodo colonial. Durante las primeras décadas después
de la Conquista, los que intervenían en este tipo de tran­
sacciones eran españoles. Desde finales del siglo XVI, y
sobre todo a lo largo del XVII, empezaron a participar crio­
llos, mestizos e incluso mulatos. Por ejemplo, una escritura
de venta de 1618 atestigua que Francisco Camelo, residen­
te en la ciudad de México, vendió una esclava angoleña
de 15 años de edad a un mulato libre.2'*También hubo ca­
sos de negros o mulatas libres que tuvieron a su servicio
esclavos de origen africano.
Desde mediados del siglo XVII y a hasta el XVIII, según
los documentos revisados para esta investigación, se ad­
vierte una mayor presencia de mujeres esclavas y libres de
origen africano al servicio de monjas en conventos de la
ciudad de México, en particular en órdenes como las con-
cepcionistas. Entre éstos se pueden mencionar los de: San
Bernardo, Nuestra Señora de la Encamación, San José de
Gracia, Nuestra Señora de Balvanera,Jesús María, Nuestra
Señora de la Concepción y San Lorenzo. No hay que ol-

2í’ Elizabeth Hernández y María Eugenia Silva, La esclavitud negra en la andad de


México durante el periodo 1555 a 1655 a través de los documentos notariales, op. cit.,
p. 7, Archivo Genera) de Notarías, Notario Gutiérrez Melchor, Carta de venta,
1618, pp. 1071-1072.

177
María Elisa Velázquez Gutiérrez

vidar la importancia que adquirieron los conventos de


monjas en las principales ciudades de la Nueva España,
pues representaron una opción de vida para muchas mu­
jeres españolas, criollas y mestizas. Tal y como lo señala
Asunción Lavrin, algunos de ellos adquirieron gran poder
económico; por ejemplo ciertos conventos de la ciudad
de México llegaron a tener durante el siglo XVII hasta 100
monjas profesas con 200 o 300 sirvientas a su servicio. Para
la última década del siglo XVIII había en veinte conventos
de la ciudad 888 monjas y 732 sirvientas,2' muchas de ellas
negras y mulatas, cantidad que demuestra la importancia
del servicio doméstico conventual. En los claustros, como
el de San Jerónimo, existían dos tipos de sirvientas: libres
y esclavas. Estas a su vez se dividían en dos grupos: las
nombradas de “comunidad”, quienes realizaban los que­
haceres domésticos, y las “personales”, que sólo tenían la
obligación de servir a la monja a la que pertenecían,28 en
muchos casos cuidándolas cuando se encontraban enfermas
o ya en la edad adulta. Las esclavas realizaban sus labores
en cocina, lavandería, panadería, sacristía, enfermería,
recámaras o bien tañían las campanas, limpiaban el coro,
atendían a los animales domésticos y proveían de leña.
Algunas esclavas acompañaban a las recién profesas
a lo largo de su retiro espiritual, bien como parte de la he­
rencia de estas últimas o como parte de la dote de la monja.
Las esclavas permanecían al lado de sus amas como sir­
vientas y más tarde, cuando las monjas fallecían, pasaban

*' Asunción I-aviin, “Investigación sobre las mujeres de la época colonial”, op.
c i t p. 60.
María del Carmen Reyna, El convento de SanJerónimo. Vida conventual y finan-
ZOí, op. cit., p. 4ó.

178
Amas de leche, cocinerus y vendedoras

a ser propiedad del convento o bien adquirían su libertad


si así lo habían deseado sus dueñas. Documentos del siglo
XVII así lo atestiguan, entre ellos una licencia de la mon­
ja profesa María de la Concepción del convento de Jesús
María^ quien declaró en 1675 que “Pedro de Torres mi pa­
dre me dejó una mulatilla de diez a once años de edad
llamada Andrea esclava por los días de mi vida y después
libre”.29 También fue usual que las monjas o las mujeres se­
culares solicitaran Ucencia para el ingreso de alguna negra
o mulata, esclava o libre, para su servicio, aduciendo razo­
nes de enfermedad, entre otras. Es el caso de doña Beatriz
de Espíndola, secular en el convento Real de Jesús María,
quien en 1674 pidió Ucencia para que ingresara al conven­
to una moza Ubre, mulata de 11 años de edad, para que
sirviera a ella y a otra monja.30 En otros casos las esclavas
eran alquiladas por las mismas monjas para realizar algún
oficio fuera del recinto y recibían una renta mensual.
Muchas negras y mulatas Ubres también servían en los
conventos a cambio de recibir un jornal o alimentos y
el compromiso de ciertos cuidados durante la infancia an­
tes de que sus madres o familiares las requirieran por nece­
sidad o por estar en edad de contraer matrimonio. Este
es el caso de Juana de Valdés, mulata Ubre que pidió Ucen­
cia en 1670 para que su hija María de Valdés saliera del
convento de Jesús María y tomara “grado de matrimo­
nio”.31 El ingreso de niñas y jóvenes, de ocho a veinte años,
a los conventos se explica por la necesidad económica de
sus parientes cercanos y porque su estadía en estas institu-2

2il AGN. Bienes Nacionales, vol. 45, exp. 3 0 , s/f.


111 AGN, Bienes Nacionales, vol.4.5, exp. 3 0 .
Ibid.. fj. 77.

179
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

dones les proporcionaba, por un lado, acceso a cierto gra­


do de educación y, por el otro, las aislaba de los peligros
cotidianos del mundo secular. Este caso lo encontramos en
la declaración de Catalina de la Encarnación, “negra libre
de cautiverio”, quien en 1670 manifiesta haber criado a una
huérfana y haberla ingresado al convento de Nuestra Se­
ñora de Balvanera para “que no se perdiera antes de tomar
estado”.'í-
A1 ingresar al convento, tanto esclavas como libres de­
bían guardar formalmente clausura y vivir en el mismo
conjunto habitacional.323334Existían condiciones por las cua­
les podían salir deí convento, como enfermedad u otra
causa importante, para lo cual solicitaban permiso con
anterioridad. Sin embargo, muchas salían y entraban por
órdenes o con el permiso de las mismas religiosas para
realizar diversos menesteres, lo que las convertía en el
vínculo de las religiosas con el mundo exterior, actuando
como portadoras de noticias y recados y realizando com­
pras “secretas”.14 Esta práctica de intercambio con la vida
mundana, como otras actividades de las monjas novohis-
panas, incluida la de una heterogénea población seglar en
la comunidad conventual, preocupó a las autoridades se­
culares y eclesiásticas. Así, al menos a lo largo, de la déca­
da de los años setenta del siglo XVII, las licencias para la
salida de las esclavas eran despachadas por el mismo vi­
rrey de la Nueva España, muchas de ellas con la siguiente
frase: “que la susodicha no ha de volver a entrar en dicho

32 fbid, 95.
33 Nuria Salazar, “Niñas, viudas, mozas v esclavas en la clausura monjil", op. dL,
p. 181.
34 Majía del Carmen Reyna, E l convento d e S a n J e r ó n im o . Vida c o n v e n tu a l y f i n a n ­
zas, op. cil., p. 45.

180
Amas ie leche, cocineras y vendederas

sagrado convento en ningún tiempo ni ante ningún pre­


texto”.3’’ Por ejemplo, en 1666 el comisario general fray
Hernando de la Rúa se quejó de que en los conventos de
“México y Querétaro se habían introducido costumbres
perniciosas”, como la “de tener cada monja una o varías
criadas para su servicio”.3f>Según se advierte entonces, la
libertad de entrada y salida de la servidumbre en el con­
vento, y su consecuente relación con la vida mundana,
preocupaba a varios sectores de la sociedad, en particular
a las autoridades eclesiásticas, quienes consideraban que
la vida conventual debía regirse por la clausura y el reco­
gimiento. La presencia de grupos seglares y religiosos en
los conventos de monjas y el poder económico que éstos
adquirieron hacia el siglo XVIII preocupó de tal forma al
nuevo Estado borbónico que reglamentó enérgicamente
esta situación, como se verá más adelante.37
Muchas de las esclavas o sirvientas libres permanecían
varios años de su vida al lado de sus dueños o propieta­
rios e incluso sus hijas llegaban a reemplazarlas desde
edades tempranas. Sin embargo, de acuerdo con las fuen­
tes documentales revisadas, la edad promedio de la acti­
vidad productiva femenina se extendía de los 12 a los 35

ss AGN, Bienes Nacionales, voJ. 45, exp. 30, fj. 77.


H,i Según Nuria Salazar, De la Rúa ordenó que en un convento de Querétaro só­
lo se permitiera una criada por cada 10 religiosas, pero finalmente aunque
salieron casi 300 domésticas, conservaron a 110. “Niñas, viudas, mozas y es­
clavas en la clausura monjil”, op. a l . , p. 185.
■t7 La relajación en las costumbres de la sida conventual no sólo estuvo presente
en los conventos de monjas. Como lo señala Rene González, los religiosos
rompieron la clausura con cierta facilidad y establecieron casi de manera pú­
blica relaciones amorosas; según el autor, esto demuestra que las disposiciones
para guardar la clausura fueron en muchos casos letra muerta en varias comu­
nidades. “El discurso sobre el sacramento de la confesión y el sexo en el con­
fesionario. El delito de solicitación durante el siglo XVIII y principios del XZX
en el Arzopispado de México”, tesis doctoral, México, ENAH, 1999, p. 515.

181
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

años. Las esclavas, por su condición de cautivas, solían per­


manecer más tiempo con sus propietarios, pero era fre­
cuente que en virtud de la falta de recursos económicos o
por problemas de comportamiento, según los amos, ellas
fueran vendidas varias veces y obligadas a desempeñar di­
versos oficios. Las libres, por su parte, tuvieron mayor ca­
pacidad de movilidad y decisión para cambiar de patrones
y una mayor libertad para escoger el tipo de oficio al cual
dedicarse.

R eproducción social y cultura:


oficios y espacios de trabajo

Las africanas y sus descendientes desempeñaron tareas co­


mo nodrizas, cocineras, lavanderas, recamareras o criadas
de servicios personales. Aunque no llegan a distinguirse
jerarquías marcadas entre cada uno de los oficios, sí pue­
den observarse variantes relacionadas con la calidad de los
vínculos que establecían con sus propietarios -altos fun­
cionarios, artesanos y comerciantes- o con la importancia
que ciertas actividades domésticas tenian socialmente en la
época, así como con las diferencias de servidumbre, según
la capacidad económica y el rango social de los amos.38
Según puede apreciarse en las fuentes documentales,
las actividades de las nodrizas fueron valoradas de manera
especial. Así, gracias al reconocimiento por su labor como
“amas de leche” varias esclavas, negras y mulatas, obtuvie­
ron su manumisión. Por su parte, las cocineras, quienes

',tl No era lo mismo ser artesano que ser funcionario de la corte virreinal, o fami­
liar con ciertos privilegios de nobleza y, por lo tanto, la servidumbre también
tenía mayor posición.

182
Ama:; de leche, cocineras y vendedoras

muchas veces eran también nodrizas, gozaban de cierta


jerarquía entre la servidumbre, algunas incluso eran las en­
cargadas de ordenar o distribuir las tareas entre los otros
sirvientes de la casa. No obstante, otras actividades con
menor reconocimiento social también fueron importantes
para las relaciones entre amas y esclavas. Llama la aten­
ción, por ejemplo, una nota en el Diario de Gregorio de
Guijo de 1656, en la que se informa sobre la muerte de una
negra esclava perteneciente a la virreina y a cuyo entierro
acudieron personajes importantes de la nobleza, según lo
revela la noticia:

Muerte de una negra de la virreina. Lunes 24 de enero,


se le murió al virrey una negra esclava que era reca­
marera de la virreina y se la había llevado el marqués
de Cadereita de esta ciudad, y la enterraron en la igle­
sia de Santa Teresa y cargaron el cuerpo todos los caba­
lleros de esta ciudad, y asistió al entierro toda la nobleza
de ella y todas las religiones y capilla de la catedral.,.Hn

La convivencia entre distintos grupos sociales y raciales en


una misma comunidad doméstica, fuera ésta la casa fami­
liar, el taller artesanal o comercial, el convento o la casa
pairoquial o arzobispal, fomentó el intercambio de prác­
ticas culturales indígenas, africanas e hispánicas. Asimismo
promovió la creación de nuevas formas y manifestaciones
sociales acordes con la dinámica económica y social de la
capital virreinal. En este sentido se puede afirmar que, si
bien en la configuración social de la capital la cultura católi­
ca hispánica, corporativa y hasta cierto punto segregadora

Gregorio M. De Guijo, D ia r io ( 1 6 5 5 - 1 6 6 4 ) , Manuel Romero de Terreros (ed.


y prot.j, l. II, México, Porrúa, 1981), p. 43.
183
María. Elisa Velazquez Gutiérrez

fue determinante, también lo fueron las manifestaciones


culturales de origen indio y africano. En este contexto,
es innegable que el proceso de intercambio cultural fue
crucial en la conformación de las relaciones sociales y de
género en la ciudad de México.
El conjunto de actividades que llevaron a cabo las es­
clavas domésticas de origen africano, bozales y criollas, y
sus descendientes libres, negras y mulatas, son ejemplo de
este intercambio cultural y de su aportación a la configu­
ración de la sociedad novohispana. Con el objeto de anali­
zar y comprender las características y singularidades de los
quehaceres, a continuación se examinan las principales
actividades de acuerdo con las fuentes documentales re­
visadas.

Amas de leche o nodrizas

Amamantar o encargarse de la crianza de los niños, como


sustitución o complemento del papel de la madre, ha sido
una actividad universal. Esta tarea ha respondido a diver­
sos factores y ha adquirido distintos significados de acuerdo
con cada contexto histórico, pero siempre ha sido la re­
presentación de un destacado vínculo afectivo y cultural,
además de constituir un importante aspecto para la sobre­
vivencia y la salud.
En el México prehispánico, por lo menos entre la so­
ciedad mexica, según cronistas de la época, la crianza de
los hijos era un asunto de “gran vigilancia y cuidado”.40

4(1 Alonso de Zorita, B reve y s u m a r ia relación d e los señores de la N u e v a E s p a ñ a , Mé­


xico, UNAM (Biblioteca del Estudiante Universitario, 32), t!)42, p. 63.

184
Amas de leche, cocineras y vendedoras

La mayoría de los niños, incluso los hijos de los princi­


pales, eran amamantados por sus madres, pero en caso de
que éstas estuvieran incapacitadas para hacerlo, se buscaba
a una “ama” que se hiciera cargo de esta labor, cerciorán­
dose de que tuviera “buena leche” y de que se alimentara
sanamente. El periodo de crianza era largo, hasta de cua­
tro años, durante los cuales las madres o “amas” destinaban
parte importante de su tiempo.
Por otra parte, entre las sociedades africanas, pero en
particular en las de Africa Occidental y Central precolo­
nial, la crianza de los hijos representó una actividad vital.
La fecundidad, que incluía la posibilidad de amamantar a
los hijos a lo largo de sus primeros años de vida, era fun­
damental en las concepciones culturales que le daban a la
madre atributos para la reproducción de las comunida­
des como transmisoras de valores y como eje central en la
reproducción familiar. La experiencia de convivir en fami­
lias extensas, dentro de las cuales “las madres” tenían inje­
rencia en la crianza de los hijos aunque no necesariamente
fueran propios, posibilitó que la experiencia de amaman­
tar fuera una práctica comunitaria y por tanto, que las ma­
dres incapacitadas para realizarla fueran sustituidas sin
problemas por otras mujeres de la misma comunidad.
En las sociedades europeas, las nodrizas, particular­
mente durante la época que abarca esta investigación, eran
solicitadas por mujeres aristócratas, de clase media urbana
o por trabajadoras, quienes por sus ocupaciones labora­
les o sociales no podían amamantar a sus hijos.41 Aunque

41 Olwen Huilón, “Mujeres, trabajo y familia”, en H is to ria d e tas m ujeres. D e l R e ­


n a c im ie n to a la E d a d M o d e rn a , Gcorges Duby y Midielle Perrot (dir.), Madrid,
Taurus, 1992, p. 5 5 .

18.5
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

la cantidad de niños que se entregaban a una nodriza para


su crianza no era muy alta, su uso cobró importancia en
los tratados médicos y filosóficos europeos de finales del
siglo X V II, en los que se criticaba esta práctica considera­
da antinatural. Incluso antes, desde el siglo X V I, pensado­
res españoles de la época objetaron el hecho de entregar
los hijos a las nodrizas, tal y como el siguiente fragmento
escrito por fray Luis de León lo demuestra:

En lo cual se engañan muchas mujeres, que piensan


que al casarse no es más que dejar la casa del padre y
pasarse a la del marido, y salir de servidumbre y venir
a la libertad y regalo; piensan que, con parir un hijo de
cuando en cuando, y con arrojarlo luego de sí en bra­
zos de una ama, son cabales y perfectas mujeres...42

En Europa existían diferentes categorías de nodrizas. Las


familias ricas y con medios económicos suficientes podían
conseguir a una mujer sana y bien alimentada que hubiera
destetado poco antes a su propio hijo. Las familias de me­
nores recursos se veían obligadas a emplear mujeres po­
bres. Consecuentemente, ser nodriza fue una actividad
practicada fundamentalmente por las mujeres pertenecien­
tes a los sectores más pobres de las sociedades europeas.
Por otra parte, el uso de nodrizas también respondió a la
incapacidad o muerte de las madres, pues en esta época
era frecuente que las mujeres murieran durante o después
del parto.
En la Nueva España utilizar nodrizas, amas de leche
o chichiguas (término de origen náhuatl) para la crianza de

42 Fray Luis de León, La p e r fe cta ca sa d a . Argentina, Espasa-Onlpe ¡Colección


Austral), lí)44, p. !).

186
Amas de leche, cocineras y vendedoras

los niños fue una práctica ampliamente difundida, no sólo


entre las familias acomodadas, sino también entre mujeres
de otros sectores de la sociedad.43 Sin embargo, las mu­
jeres pertenecientes a familias de origen español o criollo
de la ciudad de México optaron por dar a sus hijos para
crianza a mujeres indígenas o mestizas, pero con preferen­
cia a las de origen africano, muchas de ellas esclavas a su
servicio.44
Motivos de salud u obligaciones sociales a las que es­
pañolas y criollas estaban sujetas fueron causas para con­
tratar nodrizas. Sin embargo, también los prejuicios y
valores sociales o morales de la época, consideraban que
alimentar a los hijos era una práctica “poco civilizada” y
que las mujeres de “piel morena” eran más aptas física­
mente para este tipo de funciones. 4,c; Tal es el caso de los
hijos gemelos de Martín Cortés, marqués del Valle, quie­
nes fueron amamantados y criados por una negra esclava

4:í En las fuentes consultadas para la ciudad de México no encontré datos que de­
muestren que propietarias amamantaron a hijas de sus esclavas, aunque otras
fuentes del Archivo Notarial de Xalpa, Veracruz, lo atestiguan, entre ellas el
testamento de doña Mariana de la Gasea, en el que la mujer ahorra y liberta
a una esclava, hija de otra de Guinea, la cual “nació en su casa y crió a sus
pechos”. Femando Winfield Capitaine (comp.), Esclavos e n e l A rc h iv o N o ta r ia l
de X a la p a , V eracruz 1 6 6 8 -1 6 9 9 , Xalapa, Universidad Veracruzana/Museo de
Antropología, 1984, p. 37.
44 Solangc Albeiro subraya la importancia de las nodrizas o chichiguas indígenas
en la transmisión cultural de la Nueva España. Destaca que los pequeños crio­
llos, entregados a menudo total o parcialmente durante los primeros años de
su vida a los cuidados de mujeres que no eran españolas, recibían influencias
y condicionamientos que iban luego a constituir el fundamento de su per­
sonalidad. D e l g a c h u p ín a l criollo o de cóm o los españoles d e M é x ic o deja ro n de ser­
lo, México, Colegio de México, 1997, p. 209.
4-r' Una noticia aparecida en la G aceta de M éxico en 1785 asocia de alguna mane­
ra a las mujeres de origen africano y la importancia de sus pechos: “Albina
Al varado, mulata, vecina del río Tecolutla, tiene cuatro pechos: dos regulares
y dos más pequeños. Papantla, martes 19 de abril de 1785”, en Virginia Gue-
dca. L a s G acelas d e M éxico y la m edicina, op. cit., p. 131.

187
María Elisa Velazquez Gutiérrez

(por las fechas, posiblemente ladina).4(1 Se dice también


que la nana de san Felipe de Jesús, primer santo mexica­
no que murió crucificado en la ciudad de Nagasaki el 5 de
febrero de 1597, fue una esclava de origen africano. Según
las crónicas que relata Manuel Villalpando, san Felipe de
Jesús era un niño travieso y famoso por su “diablura” y
su afán de molestar al prójimo. Cada vez que era repren­
dido por sus padres, su madre murmuraba al cielo una
petición condolida del carácter de su hijo: “Ay Felipillo,
Dios te haga santo”. Su nana, una vieja esclava negra, es­
cuchaba los lamentos de la madre y se reía en silencio,
manifestando lo inútil de la rogativa, pues el niño sólo se­
ría santo, según decía, cuando la higuera seca que estaba
en el patio reverdeciera, es decir, nunca, pues ese palo es­
taba viejo e inservible. Según cuenta el autor, el mismo
día del martirio del santo, de la vieja higuera brotaron
unos verdes retoños. San Felipe de Jesús se convirtió en
uno de los símbolos del criollismo mexicano y su marti­
rio se celebraba como fiesta nacional en la Nueva Espa­
ña.47
Así, en varios de los testimonios revisados, sobre todo
en aquellos en los que se otorga la libertad a las esclavas
negras o mulatas, se subraya que esta última se les conce­
de debido a su contribución en la crianza de los hijos. Fra­
ses como la que a continuación se enuncia lo ejemplifican:
“que la dicha negr a es quieta y nacida en mi casa y criado
a mis hijos...”.48

4,> Caso citado por Gonzalo Aguirrc Bcltrán, mencionado en el capítulo anterior.
*T Manuel Villalpando, M i gobierno será detestado. L a s m e m o ria s gue n u n c a escribió
d o n F é lix M a r ía C alleja, México, Planeta. 2000, pp. Í)S) y 100.
4S AON, Inquisición, exp. 431, f. 466.

188
Amas de leche, cocineras y vendedoras

Amamantar y criar a los hijos de familias españolas y


criollas, y en algunos casos mestizas, era una labor que
requería de tiempo y dedicación. Además, esta función no
podía estar ajena a la creación de vínculos emotivos y de
intercambios culturales entre las nodrizas y los niños. Can­
tos, juegos y otras expresiones gestuales y afectivas, here­
dadas de sus madres y abuelas, debieron acompañar los
largos periodos de lactancia. Por ejemplo, la historiadora
Vicenta Cortés hace alusión a la importancia del vínculo
entre esclavas domésticas y niños en la Península Ibérica,
cuando comenta que en Valencia el esclavo africano podía
llegar a convertirse en un miembro inferior de la familia,
que al quedar en libertad o morir en la casa de sus patro­
nes, dejaba como recuerdo alguna “cancioncilla” de negre­
ría enseñada a los niños.4t) Lo mismo debió ocurrir en la
Nueva España, pues de acuerdo con los estudios del etno-
musicólogo Rolando Pérez, existen diversos indicios que
demuestran la influencia de ritmos y cantos de origen afri­
cano en la música mexicana,150 presentes también en al­
gunas de las canciones infantiles que hoy cantan los niños
en México. Según este investigador, la canción infantil
conocida como “acitrón de un fandango”, contiene en su
estrofa central ritmos de origen africano y palabras con
raíces de las lenguas bantués, como el kimbundu o kikon-
go. La estrofa central de esta canción que se utiliza para
un juego en el que los participantes sentados en círculo se
intercambian cosas al ritmo de la tonada dice así:

J!) Vicenta Cortés Alonso, “Procedencia de los esclavos negros en Valencia (1482-
l.llti)”, en R e v is ta E sp a ñ o la de A n tro p o lo g ía A m e r ic a n a , vol. 7, núm. 1, Madrid,
Universidad de Madrid, 1972, p. 49.
50 Rolando Pérez Fernández, E n m ú sica afrom estiga m exica n a , México, Universi­
dad Veracruzana, 1990.

189
María Elisa Velázquez Gutiérrez

Acitrón de un fandango,
sango sango sabaré,
sabarc de barandela
con su triqui-triqui-trán.

Rolando Pérez menciona que aquí se distinguen palabras


de lenguas de origen bantúes, región cultural de muchos de
los africanos que llegaron a la Nueva España. Por ejemplo,
sango parece tener sus raíces en el vocablo sangu, que en
las lenguas kimbundu y kikongo significa “alegremente”.
Subaré., posiblemente provenga de las palabras seva, sevela
o sevelela en kikongo o de seba y sevar en kimbundu que se
traduciría como “reirse de”. Finalmente, la palabra baran-
dela, quizás tenga sus orígenes en la palabra alando, alandi-
la o ua-landila que en kikongo quiere decir “seguir” y que
con el tiempo pudo convertirse al castellano en barandelari1
Así, la canción parece tener la idea de un juego alegre yjo-
coso en el que se debe seguir un ritmo para no perder.
Muy posiblemente esta canción tenga su origen en la épo­
ca colonial y haya sido trasmitida a los niños por las mu­
jeres de origen africano.
Sor Juana Inés de la Cruz también retoma versos que
atestiguan la participación de las mujeres de origen africa­
no como amas de leche; así lo refleja una estrofa de una
ensalada del villancico dedicado a la Asunción y canta­
do en la catedral en el año de 1685:

iOh Santa María,


que a Dios parió
sin haber comadre

1,1 Entrevista con el etnomusicólogo Rolando Pérez, México, Id de diciembre


de 2000.

190
A m a s d e leche, cocineras y vendedoras

ni tené doló!
¡Rorro, rorro, rorro,
Rorro, rorro, ro!
¡Qué cuaja, qué cuaja, qué cuaja,
qué cuaja te doy!...

Según Glenn Swiadon, este villancico retoma la asociación


de una mujer de origen africano y una vendedora de cua­
jada también utilizada en otros villancicos hispánicos. Ade­
más, las canciones de cuna de las esclavas negras, muchas
de ellas nanas, inspiraron la escena de estos villancicos en
que los negros duermen al niño Jesús.52
Algunos de los niños criados por nodrizas de origen
africano seguramente establecieron lazos de pertenencia y
cariño frente a sus amas de leche, quienes se encargaban
de alimentarlos, vestirlos, bañarlos y entretenerlos durante
el periodo de su primera infancia. Aunque hasta la fecha no
existan documentos que describan y hagan alusión especí­
fica a los pormenores de esta práctica en la Nueva Espa­
ña, existen testimonios que hacen referencia a los vínculos
afectivos que se crearon mediante este contacto. Por ejem­
plo, en 1701 la negra libre Elena de San Bernardo, vecina
de la ciudad de México, sirvienta y antigua esclava de uno
de los descendientes de la famosa e influyente familia no-
vohispana Medina Picazo, heredó en su testamento algu­
nos objetos a miembros de la familia como muestra del
“amor y voluntad” que les tuvo y por “haberlos criado”,
como a continuación se enuncia:

>¿ Glenn Swiadon, “Los villancicos de negro en c! siglo X V T I" , tesis doctoral, Mé
xico, UNAM, junio 2000, pp. 13fi y 137.

191
María F.lisa Velázquez Gutiérrez

es su voluntad se le de a doña Teresa de Medina mujer


legítima de Manuel de Cervantes un escritorio de ma­
dera de amabe con once gavetas por el mucho amor y
voluntad que le tiene y haberla criado... a Juan de Dios
Medina Picazo escribano de cámara que fue de esta real
audiencia... una imagen de Nuestra Señora de la Lim­
pia Concepción de talla, la cual tiene dos hilos de co­
rales gordos en atención a el mucho amor que le ha te­
nido.. M

Por su parte, testimonios de cronistas de los siglos XVII y


XVIII revelan que esta costumbre era usual entre las fami­
lias novohispanas y hacen alusión a la importancia de esta
función en la transmisión de cultura. Gemelli Carreri,
quien visitó la Nueva España a mediados del siglo XVII,
describió en su obra algunas características de la ciudad de
México y sus habitantes y, entre otras cosas, criticó seve­
ramente esta práctica e incluso atribuyó las posteriores
inclinaciones de los criollos novohispanos y su pugna con­
tra los españoles, ya consolidada para este periodo, a esta
“mala costumbre”:

Por sus buenos edificios y ornato de sus iglesias, pue­


de decirse que compite con las mejores de Italia; más
les supera por la belleza de las damas, que son hermo­
sísimas y de muy gentil talle. Son en gran manera afec­
tas a los europeos, que llaman gachupines y con éstos,
aunque sean muy pobres, se casan mejor que con sus
paisanos llamados criollos, aunque sean ricos; los cu a­
le s , a ca u sa d e e s to , se u n e n co n las m u la ta s, d e
q u ie n e s h an m a m a d o , ju n ta m en te co n la le c h e , las
m a la s costu m b re. D e a q u í resu lta q u e lo s c r io llo s
o d ia n tanto a los e u r o p e o s, -,1 que pasando alguno de

'3 AGN, Bienes Nacionales, vol. 2í)0, cxp. 12, s/f.


,J Los negrillas en este párrafo y en los siguientes son marcados por la autora.

192
Amas de teche, cocumas y vendedoras

estos por la calle lo burlan, avisándose de una a otra


tienda con las voces él es ...55

Un siglo más tarde, cuando la sociedad virreinal de la capi­


tal estaba compuesta por diversos grupos raciales y socia­
les y cuando la presencia de las familias criollas era más
significativa en la Nueva España, el uso de nodrizas seguía
vigente entre las familias de mayores recursos económicos.
Según los testimonios recabados, las críticas de algunos mé­
dicos y tratadistas de la Ilustración, sobre todo de origen
europeo, acerca de las consecuencias de dar a amamantar
a los hijos a otras mujeres, especialmente de otros grupos
sociales, no tuvo mayores repercusiones entre los novohis-
panos. Durante su visita a América, el fraile Francisco de
Ajofrín, al igual que Carreri tiempo antes, lo describe de la
siguiente forma: “La crianza de los hijos en la gente prin­
cipal es como corresponde a su carácter, aunque nunca
calificaré por acertado el estilo de entregarlos a mulatas y
mulatos...”.1’6
En otro apartado de su Diario, Ajofrín vuelve a referir­
se a la crianza y cuidado de los hijos de los novohispanos,
criticando, una vez más, el que las nodrizas de origen afri­
cano se dedicaran a esta función e incluso atribuye la cos­
tumbre de otros vicios, como el del tabaco, tan difundido
entre la sociedad virreinal de México, a las “negras y mu­
latas” encargadas de la crianza:

“ Juan F. Gemelli Carreri, Viaje a la Nueva España. México a fines del siglo XVII,
L I, México, Libro-Mex, 1995, p. 45.
-,fi Francisco de Ajofrín, Diario del viaje que hizo a la América en el siglo xvm, op.
á £, p. 82.

193
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

El tabaco de hoja es otro abuso de la América. Lo fu­


man todos, hombres y mujeres; hasta las señoritas más
delicadas y melindrosas... Los religiosos y clérigos se
encuentran también en las calles tomando cigarro, ha­
bituándose desde niños a este vicio, y creo le aprenden,
con otros, de las amas de leche, que aqui llaman chi­
chiguas, y regularmente son mulatas o negras...’7

Como Carreri, Ajofrín subraya la importancia que tenía la


crianza y el cuidado de hijos en la transmisión de rasgos
culturales y pone de manifiesto los prejuicios y el malestar
que esto provocaba en la época, sobre todo durante la mi­
tad del siglo XV11I cuando la convivencia y el intercambio
social y cultural entre los diversos grupos sociales y ra­
ciales, en particular entre criollos y población de origen
africano, se incrementaba y amenazaba la estabilidad eco­
nómica y política de las autoridades coloniales de la me­
trópoli. Años más tarde, Hipólito Villarroel, severo crítico
de las prácticas y costumbres en la Nueva España, en
particular en la ciudad de México,78 también alude a los
trastornos que la crianza por nodrizas ocasionaban en la
dinámica social y económica de la capital virreinal;

Todas cuantas indias, mulatas, coyoLas, lobas y otras


castas se solicitan para chichiguas o amas de leche,
otras tantas son las familias que se inutilizan para el
público y para el erario. Llevados de este pretexto, se
salen los parientes de sus pueblos y se vienen a esta ca­
pital donde se quedan a vivir a la sombra de la hija de
la hermana o prima que cría al niño del señor don Lula-
no, robando aquélla todo lo que puede para mantener

Ib ií. pp. 7K y 7!).


’* Hipólito Villarroel escribió su obra E n ferm ed a d e s p o lític a s que p a d ece la c a p ita l
de esta N u ev a E s p a ñ a en tre los a ñ o s de 1 7 8 5 y 17H7 después de vivir veinticinco
años en tierras novohispanas.

194
A m a s d e leche, cocineras y vendedoras

a los arrimados parientes verdaderos o fingidos; resul­


tando de esto que el rey pierda el tributo que se debía
pagar en sus pueblos, y que aquí no sirvan más que de
carga a la casa particular por dar gusto a la chichigua.
Esta es otra de las causas parciales que contr ibuyen in­
sensiblemente a la despoblación del reino, como a au­
mentar sin utilidad, antes con prejuicio del vecindario
de esta capital...-’1*

El uso de nodrizas o chichiguas siguió vigente hasta el siglo


XIX junto con la idea de su papel en la transmisión de cul­
tura, sobre todo bajo la influencia de las ideas de la Ilustra­
ción que tanta importancia daban a la educación familiar.
JoséJoaquín Fernández de Lizardi, precursor de las ideas
liberales y crítico del gobierno español, indicó en su no­
vela de entregas El periquillo sarmentó, publicada en las
primeras décadas del siglo XIX, la irracionalidad y los ries­
gos que representaba la crianza de los hijos por nodrizas,
tal y como el siguiente párrafo de su novela lo muestra:

Si os casareis algún día y tuviereis sucesión, no la en­


comendéis a los cuidados mercenarios de esta clase de
gentes; lo uno, porque regularmente son abandonadas
y al menor descuido son causas de que se enfermen los
niños, pues como no lo aman y sólo los alimentan por
su mercenario interés, no se guardan de hacer cóleras,
de comer mil cosas que dañan su salud, y de consiguien­
te la de las criaturas que se les confían, ni de cometer
otros excesos perjudiciales, que no digo por no ofen­
der vuestra modestia; y lo otro, porque es una cosa que
escandaliza a la naturaleza que una madre racional ha­
ga lo que no hace una burra, una gata, una perra, ni nin­
guna hembra puramente animal y destituida de razón.
¿C uál d e ésta s fía e l cu id a d o d e sus h ijo s a o tros

r,<' Hipólito Villarroel, Enfermedades políticas que padece la capital de esta Nueva
España, Beatriz Ruiz Caytán (est. introd.i, México, Conaculta, p. 188.

195
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

b ru to , n i aú n a l h o m b r e m ism o ? ¿Y e l h o m b r e
d o ta d o d e razón h a d e a tro p ella r la s le y e s d e la
n a tu ra leza , y a b a n d o n a r a sus h ijos e n lo s b ra zo s
a lq u ila d o s d e c u a lq u ie r in d ia , n e g ra o b la n c a , sa ­
na o en ferm a, d e b u en as o d ep ravad as costum bres,
puesto que en teniendo leche de nada más de informan
los padres, con escándalo de la perra, de la gata, de la
burra y de todas las madres irracionales?...''0

Lizardí, además, reiteró la idea generalizada desde el siglo


XVI acerca de la importancia de la crianza en la transmisión
de costumbres, formas de ser y cultura:

que mi primera nodriza era de un genio maldito, se­


gún que yo salí de mal intencionado, y mucho más
cuando no fue una sola que me dio sus pechos, sino
hoy una, mañana otra, pasado mañana otra, y todas, o
las más, a cual peores: porque la que no era borracha,
era golosa; la que no era golosa, estaba gálica; la que
no tenía este mal, tenía otro; y la que estaba sana, de re­
pente resultaba encinta, y esto era por lo que toca a las
enfermedades del cuerpo, que por lo que toca a las del
espíritu, rara sería la que estaría aliviada. Si las madres
advirtieran, a lo menos, estas resultas de su abandono,
quizá no fueran tan indolentes con sus hijos... M is n o ­
drizas co m en za ro n a d eb ilitar m i salud, y h a cerm e
resab id o, so b erb io e im p ertin en te con sus d esa rre­
g lo s y d e sc u id o s ..01

Así, las distintas fuentes documentales atestiguan que en la


crianza, las esclavas de la Nueva España desempeñaron
un papel importante en la transmisión cultural, tanto o más
que en la Península Ibérica.62

C0José Joaquín Fernández de Lizardí, El periquillo Sarniento, México, Pomja,


1992, pp. 13 y 14.
61 Ibii, p. 14.
b~ William Phillips Jr., La esclavitud desde la ipoca romana hasta los incios del comer­
cio transatlántico, op. til., p. 108. Es interesante señalar que en otras culturas,

196
Amas de leche, cocineras y vendedoras

En la Nueva España para muchas de estas mujeres, de


acuerdo con sus culturas de origen, esta práctica pudo ha­
ber sido común y representar una de sus funciones habitua­
les; además, les otorgó la posibilidad de ser posteriormente
gratificadas con mejores condiciones de trato o incluso de
obtener la libertad. Lo cierto es que su participación en la
crianza fue importante para la reproducción social de las
familias españolas y criollas de la capital virreinal, desde
los primeros tiempos de la Conquista y hasta el siglo XVIII,
a la vez que representó una de las formas por las que se
tejieron y recrearon lazos afectivos y culturales.

Cocineras

Otro de los oficios que regularmente llevaron a cabo las


africanas y sus descendientes fue el de cocineras, actividad
realizada en casas de familias españolas, criollas y mesti­
zas, así como en las cocinas de conventos, casas parroquia­
les y arzobispales y en aquellas del palacio virreinal. Varias
fuentes documentales de los siglos XVII y XVIII, y más
tarde los cuadros de mestizaje del siglo XVIII, dan testimo­
nio de las características de esta función y hacen alusión
a la importancia que representó esta labor para la convi­
vencia y el intercambio cultural. La cocina fue un espacio
privilegiado durante este periodo; en él se elaboraban los
complicados alimentos de la sociedad novohispana, amal­
gama de elementos y técnicas indígenas y europeas, y pro­
bablemente algunas de origen africano. También fue un
espacio importante de convivencia entre los diversos gru-

corao en el mundo islámico, las esclavas dedicadas al cuidado de los niños


ocupaban un lugar de honor.

197
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

pos sociales. En las cocinas novohispanas, aldeanas y des­


cendientes, indígenas y mestizas pasaron largos periodos
de tiempo elaborando los alimentos de las familias a quie­
nes servían. La cocina, por otra parte, no sólo fue un espa­
cio destinado a la servidumbre doméstica, sino también
un lugar donde las familias con menores recursos econó­
micos pasaban gran parte de tiempo libre, según revelan
las distintas escenas pictóricas de los cuadros de castas del
siglo XV11I.
La rutina diaria en la cocina, por lo menos de las fami­
lias de mayores recursos económicos y en los conventos,
empezaba en la mañana con la preparación del chocolate
que bebían los hombres para acudir al trabajo, los niños
y los clérigos o monjas antes de dedicarse a sus labores
cotidianas, acompañado algunas veces de pan dulce. A
partir de este momento se disponían los menesteres ne­
cesarios para elaborar el almuerzo que debería estar listo
hacia las doce del día, hora en que se interrumpían las ac­
tividades burocráticas, académicas o religiosas por cerca
de dos o tres horas. El almuerzo consistía en tamales, fru­
tas, guisados y postres, muchos de los cuales requerían
varias horas de trabajo para su elaboración. Algunas mu­
jeres solían llevar los alimentos al lugar de trabajo de sus
padres o maridos y algunos de ellos, para ahorrar tiempo,
acostumbraban comer en las fondas o comprar comida
preparada en los conventos o colegios. Alrededor de las
cinco de la tarde, cuando regresaban los hombres, jóvenes
y niños a la casa familiar, y los religiosos se reunían para
algún convivio, era costumbre servir la merienda, que con­
sistía en beber el tan gustado chocolate que, como lo ates­
tiguan cronistas de siglo XVIII, era apreciado por todos

1!)8
A m a s de teche, cocineras y vendedoras

los sectores sociales y de manera especial, según las cró­


nicas, por aquellos dedicados al servicio doméstico:

Ei usü del chocolate en toda la América es frecuen­


tísimo... Por la mañana, y aún por la tarde, lo toman
todos los criados y criadas, cocheros, lacayos, negros
mulatos; siendo tan común que hasta los arrieros, za­
pateros, oficiales y toda clase de gentes lo usan por la
tarde y por la mañana...6,1

Por último, cerca de las nueve de la noche se disponían los


alimentos para la cena, que también exigían varias horas
de preparación y que incluían sopas, guisados de carne,
pollo o pescado y postres.64
Desde los primeros tiempos las esclavas africanas, jun­
to con las indígenas, eran las encargadas de la ardua pre­
paración de los alimentos. Más tarde sus descendientes
mulatas o negras, muchas de ellas libres, fueron contrata­
das para ocuparse de estas actividades a cambio de -como
otras sirvientas indígenas y mestizas- pagos insignifican­
tes o solamente la manutención como remuneración a
sus servicios. Lo cierto es que en la cocina se gestaron for­
mas de alimentación características de la sociedad novo-
hispana de acuerdo con las tradiciones y costumbres de
los diversos grupos culturales presentes en ella. A la fecha
existen pocos trabajos de investigación sobre la influencia
de la comida africana en la novohispana, sobre todo en so­
ciedades tan plurales y complejas como la citadina, en las
que las africanas no tuvieron la posibilidad de recrear for-

6:1 Francisco de Ajofrin, Diario de! viaje que hizo a la América, op. cit., p. 79.
w i’ilar Gonzalbo, Las mujeres en la Nueva España. Educación y vida cotidiana, op.
cit., p. 207.

199
María Elisa Velazquez Gutiérrez

mas culinarias propias de sus culturas de origen. Sin em­


bargo, sí existen algunos estudios sobre regiones, como
Veracruz, que han encontrado similitudes en el uso de al­
gunos alimentos como el plátano, el arroz y de manera
importante las raíces.65 De igual modo, otras investiga­
ciones sobre el tema, fundamentalmente en el Caribe, ad­
vierten la influencia africana en los usos y las formas de
cocinar en esta región. Asimismo, en varias fuentes docu­
mentales localizadas para esta investigación se encontra­
ron vínculos entre las cocineras de origen africano y el uso
de hierbas, raíces o polvos y, aunque en la mayoría de los
casos están asociados con actividades de hechicería, seña­
lan el manejo que las africanas y sus descendientes tenían
de este tipo de elementos, muchos de los cuales eran in­
corporados a los alimentos.66
Una asociación singular que merece ser analizada es
la que existe entre el chocolate y las mujeres de origen
africano, en particular las consideradas negras, que apare­
ce reiteradamente en fuentes documentales del siglo XVII
y en representaciones pictóricas del siglo XVIII. Este tema
se aborda con más detalle en un apartado posterior; sin
embargo, es importante destacar esta vinculación porque
ejemplifica las formas de resistencia o transmisión de cultu­
ra que utilizaron las africanas y sus descendientes median­
te su participación en actividades culinarias. El chocolate
fue quizá uno de los productos americanos de tradición
prehispánica que mayor aceptación tuvo en Europa y que

Raquel Torres Cerdán y Dora Elena Careaga, R ece ta r io a fio m e s tig o d e V eracruz
México, Conaculta/Instituto Veracruzano de Cultura, 1999.
66 Según Janet Long, la preparación de comida por sirvientas indias, mestizas y
negras, tuvo importantes consecuencias para la dieta novohispana. L a co cin a
m ex ica n a a tra v é s d e lo s siglo s. La N u eva E sp a ñ a , México, Clio, 1997, p. 45.

200
Amas de leche, cocineras y vendedoras

adquirió gran importancia en la vida cotidiana del México


virreinal. Casi todos los cronistas del periodo hacen refe­
rencia a su gusto y a los abusos que de este producto se hi­
cieron. Describen cómo cocineras y criadas, preparaban
chocolate para las familias o para las monjas de los con­
ventos. Así lo confirma un documento citado por Nuria
Salazar, en el que varias esclavas negras eran ocupadas
“para servir chocolate al salir de prima”,67 También ne­
gras y mulatas elaboraban varias veces al día esta bebida
para sus parientes, pero además utilizaron el chocolate, al
que agregaban otras sustancias, para envenenar o hechi­
zar con varios fines, por ejemplo, enfermar a algún amo
o conseguir el amor de un hombre.
Gracias a una denuncia por hechicería contra una mu­
lata ante el Tribunal del Santo Oficio realizada en 1676
sabemos que una negra de nombre Juana, vecina de la
ciudad de México, solía echar ciertos polvos de “pasas de
pelo de mulata o negra y uñas de bestia” en el chocolate
para “atarantar a su amo” y lograr robar sus pertenencias.68
Asimismo, otro expediente de 1706, menciona que una
negra de nombre María Teresa, de 36 años de edad y de
oficio costurera, por sugerencia de una mulata y una in­
dia “herbolaria” de la plaza grande de la ciudad, utilizó
ciertos “polvos blancos” para conquistar el amor de un
mulato llamado Francisco de Ávila, los cuales “echaba en
el chocolate... cinco o seis veces”.69

67 Nuria Salazar, “Niñas, viudas, mozas y esclavas en la clausura monjil”, en La


Amírica abundante de SorJuana, op. ctí., p. 185.
6S AGN, Inquisición, vol, 520, exp. 2, s/f.
fi9 AGN, Inquisición, vol. 735, f. 360-361.

201
María ¡Clisa Velázquez Gutiérrez

En las distintas series de cuadros de mestizaje elabo­


rados en el siglo X V III aparecen continuamente repre­
sentadas mujeres negras en compañía de su pareja, casi
siempre un español, elaborando chocolate e incluso en
algunos casos golpeando a su compañero con el molini­
llo en actitud hostil. Además de las implicaciones mora­
les y sociales sobre las mujeres de origen africano que
estos cuadros sugieren y que se analizan más adelante, es
importante señalar que estas pinturas atestiguan la impor­
tancia de las negras y mulatas en las actividades domésti­
cas como cocineras y su relación con ciertos elementos
culinarios como el chocolate.
Por otra parte, en la cocina se desarrollaron formas de
convivencia entre mujeres con antecedentes culturales di­
versos -africanas, indígenas, mestizas, criollas y españo­
las- que caracterizaron las formas de reproducción social
tanto de las familias, como civiles y religiosos, así como el
tipo de relaciones sociales y de género que se establecieron
en la época. No hay que olvidar que a la cocina también
acudían criados dedicados a otras labores, como cocheros,
lacayos, mensajeros o auxiliares de distintos oficios, quie­
nes comían y pasaban parte de su tiempo con las cocine­
ras. Además, en este espacio departían los integrantes de
las familias, así como las religiosas, los eclesiásticos y los
funcionarios de las instituciones novohispanas. Un expe­
diente del ramo de Inquisición de 1642 contiene la decla­
ración de una esclava angoleña, de nombre Juliana, de 27
años, quien describe las actividades domésticas que reali­
zaba en la casa de la familia Rivera. Las mujeres de esta
familia fueron acusadas de ser “observantes de la ley de

202
A m a s de ¡eche, cocineras y vendedoras

Moisés”, relacionadas, al parecer, con el caso de Simón


de Váez, traficante de esclavos en el periodo:'0

ha sido cocinera siempre de ia dicha su ama y siempre


a comprado por su mano la carne y la ha cocido y gui-
' sado... sin que la dicha ama ni su madre y hermanas le
mandasen cosa alguna ni que gollase con cuchillo tor­
ciéndoles el pescuezo y asando o siendo tocino para que
comiesen y que no sabe que ayunasen domingo, lunes
ni jueves ni las vio estar todo el día sin comer y que
solamente los días de pescado y cuaresmas y vigilias lo
guisaba esta confesante y huevos y otras legumbres y en
los dichos días solía traer carne y aderesarla para dicho
Correa y su mujer doña Catalina de Rivera porque
siempre están muy enfermos y jamás la ha visto rezar
oraciones buenas ni malas por mientras guiza... y las a
visto ir a la iglesia a misa pero que nunca a ido con
ellas... y solamente a reparado en que los sábados muy
de mañana le mandaban a esta confesante lá dicha su
ama doña María y su madre y hermanas que calentase
agua en algunas ollas como lo hacia y cabezas y baña­
ban los cuerpos unas con otras... y acabándose de bañar
se vestían ropa limpia que llamaban a esta confesante
para que recógese la ropa sucia que le quitaban...71

Este párrafo da cuenta de ía serie de actividades que de­


sempeñaban las esclavas, así como de las relaciones que las
cocineras establecían con sus propietarios. Además de com­
prar los menesteres necesarios para guisar la comida, J u ­
liana se encargaba de otras faenas como las de preparar

7,1 AON, Inquisición, vol. 498, exp. 4, 18 ff.


71 Según las autoridades inquisitoriales la esclava africana de la familia tenía
“bástanles indicios” sobre prácticas que desempeñaba su dueña María de Rie
ra y otras mujeres parientes de la propietaria sobre ayunos y baños, las cuales
negaba “con malicia” por estar “instruida de su ama y demás dichas perso­
nas”. Para forzarla a confesar la esclava fue presa en las cárceles del Santo
Oficio y declaró estar casada con un negro congoleño también esclavo y te­
ner un hijo de 12 años de edad. Declaró también ser “ladina” y de “buena
razón". Idem.

203
María Elisa Velazquez Gutiérrez

el baño y tener lista la ropa de sus dueñas. Estas labores


le permitían entablar relaciones estrechas con sus propie­
tarios, tan íntimas que las mismas autoridades inquisito­
riales las consideraron de importancia para conocer las
prácticas religiosas de las acusadas. Por otra parte, la re­
sistencia de la africana de atestiguar en contra de sus pro­
pietarias revela posibles alianzas afectivas con ellas.
La importancia de las mujeres de origen africano co­
mo cocineras, los rasgos de su carácter y los conflictos
que vivieron se observan también en los cuentos y leyen­
das de la época colonial, que fueron retomados y recrea­
dos por cronistas del siglo X IX y principios del X X como
Artemio de Valle-Arizpe. En uno de ellos, este escritor re­
lata una anécdota sobre la vida de una esclava negra que
servía en una casa principal, situada en la calle de las Es­
calerillas, detrás de la Catedral, hoy parte de la calle Re­
pública de Guatemala.72 El autor describe de manera
detallada el empeño y la calidad de los guisos que la escla­
va elaboraba:

Cada vez tenía nuevas maneras de aderezar el manjar,


porque era gran guisandera y por extrem o limpia. En
todo ponía m uy cuidadoso aliño, y con sus guisos y
dulces dejaba satisfecho al más dificultoso gusto. Les
daba a las viandas m uy exquisito sabor, porque con
sus almodrotes las sabía dejar en el delicado punto de
sazón que era debido, y con sus especiales condim en­
tos, m atices y sabores, las convertía en imponderable
delicia del paladar...71

71 Artemio de Valle-Arizpe, Historia, tradiciones y leyendas de calles de México, t. m,


México, Planeta, ÍDÍMI, p. !)7.

204
Amas de leche, cocineras y vendedoras

En esta misma obra, VaUe-Arizpe también hace alusión al


carácter noble y leal de la esclava y a la diversidad de ac­
tividades que desarrollaba en la casa en la que servía:

, Y así com o poseía en el difícil arte coquinario refinados


secretos paira hacer suculentos y fragantes guisos, con
los que daba siempre gozo a los sentidos, así también
era dueña de mil exquisitas perfecciones, con las que
ponía suavidad y cariño en todos los seres que la ro­
deaban. Esta mujer era silenciosa, apacible y cordial,
alm a sim ple y fiel de la que m anaban delicadezas in­
sospechadas. M anso el ademán, ternura en la voz, y la
volundad obediente y sumisa. Era ingenua con senci­
llez arcaica. Su perenne sonrisa mostraba a la vez lo
blanco de sus dientes y lo blanco de su espíritu primiti­
vo y amable... Esta buena y dócil mujer a todas horas
andaba ligera y afanosa por la casa, de un lado para
otro, lim piando, atendiendo con alegría a los num ero­
sos menesteres domésticos. Todo lo observaba, ocurría
a todo. Las cosas d e la cocina, la ropa blanca de los ar-
cones y armarios, aromada por ella con habas toncas,
o espliego, o con gruesos y felpudos membrillos ocales;
los muebles de todas las estancias conocían bien su ac­
tividad inacabable y la paz dulce de sus ojos hum ildes
de sierva. Era maestra sobresaliente en las delicadas
artes de la gula y sabía cuidar amorosamente a los en ­
fermos. En los atardeceres, en el corredor que por su
m anos —m anos in can sab les- estaban lim pios y frega­
dos los ladrillos rojos del piso, gustaba sentarse en una
butaquilla d e cuero bajo el toldo oloroso de una enre­
dadera, a repasar la ropa blanca, y mientras que hacía
su labor cantaba una tonadillas breves, llenas de apa­
cible tristeza, que parece la extraía del crepúsculo ...73

La leyenda novelada de Valle-Arizpe sobre la esclava ne­


gra relata la tragedia que vive la mujer, al encubrir a un

n Ibid., p. 98.

205
María Elisa Velázquez Gutiérrez

mulato que era perseguido por la muchedumbre por haber


matado a otro negro. La esclava descubre, más tarde, que
se trataba del asesino de su hijo y lo deja huir en una ac­
titud de nobleza y perdón. Pese a las características ro­
mánticas e idealistas de esta leyenda, se debe subrayar,
otra vez, la importancia que el autor le otorga a la activi­
dad de las mujeres de origen africano en los servicios do­
mésticos y a la manera en que describe las características
de la vida cotidiana de muchas de ellas en un mundo di­
verso y complejo, compuesto por contradicciones racia­
les, sociales, económicas y afectivas.

Actividades comerciales y en gremios

Los servicios domésticos no fueron las únicas actividades


que realizaron las mujeres de origen africano en la ciudad
de México. Desde épocas tempranas y de acuerdo con la
tradición hispánica, muchas de ellas se desempeñaron co­
mo vendedores en la Plaza Mayor, tal y como lo observó
Gonzalo de Cervantes en el siglo XVI:

Solía, que cuando amanecía, entraban en la plaza mu­


cha cantidad de indios a vender verdura y lodo género
de legumbre y frutas de todos géneros, así como frijo­
les, pepitas, habas, y garbanzos, lentejas, y otras cosas
muy necesarias a nuestro sustento; y ahora no se ave­
riguará que los que traen a vender estas cosas lleguen
con ellas a la plaza, porque antes de llegar a ella sa­
len quinientas negras y mulatas y mulatos libres, y lo
atraviesan y traen públicamente a vender con demasia­
da ganancia; y no sólo los negros, negras, mulatas y

206
A m a s d e leche, cocineras y vendedoras

mulatos libres, pero oíros esclavos, que andan al jornal


para acudir a sus amos...71

También realizaron tareas como auxiliares de sus propie­


tarios en labores artesanales. Estos oficios les permitieron
conseguir con el tiempo, mediante acuerdo o contrato de
trabajo, su manumisión. Llama la atención, por ejemplo,
una carta de aprendizaje de 1523, de una negra esclava,
posiblemente ladina y al parecer propiedad de Hernán
Cortés, que se compromete a servir y realizar diversas ta­
reas a cambio de dinero para comprar su libertad:

Para que yo sea obligada e me obligo de vos servir en


vuestra casa... así como en todas las otras cosas con
que me dijeses e mandares, que a mi sea honestas de
hacer, e a mi dada casa e beber e comer e cama,... y en
fin de dicho tiempo cumplido que me deis por razón
del dicho servicio, ciento treinta pesos oro, los cuales
e de dar e pagar al señor Cortés o a que su poder hu­
biere para dar cumplimiento de por rescate de mi per­
sona...''1

Según lo demuestran investigaciones sobre este tema,'*’ a


lo largo del periodo colonial, pero de manera destacada

71 Gonzaio Gómez de Cervantes, I-a v id a económ ica y so cia l en la N u e v a E s p a ñ a a l


fin a l i z a r e l sig lo XV!, Alberto María Carreño (cd.), serie 1, núm. 19, México,
Biblioteca Histórica Mexicana de obras inéditas, 1944, pp. 100-101.
w Agustín Millares Cario y José Ignacio Mantecón, índice y extractos de los p r o to ­
colas del A rchivo de N o ta rio s de M éxico \ D.K, 1.1, núm. 1337, México, El Colegio
de México, 1945. Citado por Manuel Carrera SLampa, Ij>s grem io s n o vo h isp a -
nos, México, Ediapsa, 1Ü54, p. 242.
7,í Manuel Carrera Stampa advinió la presencia de población de origen afri­
cano en los gremios novohispanos. Elisa Vargas Lugo y Gustavo Curiel en
la década de los ochenta del siglo pasado, descubrieron que Juan Correa era
de origen mulato. Otras investigaciones, como la de Gabriela Sánchez “To­
más de Sosa, un pintor mulato novohispano”, mecanoescrito, UNAM, 1999;
v la de Moisés Guzmán Pérez, “Los Duran. Una familia de Valladolid. Si-

207
María Elisa Velázquez Gutiérrez

en el siglo XVII, muchos mulatos libres lograron desem­


peñar actividades gremiales y comerciales, no obstante la
serie de ordenanzas que desde el siglo XVI restringían su
participación en los gremios de hiladores de seda, sayale­
ros o tiradores de oro y plata. Las normas de estos gremios
no sólo limitaban sus posibilidades para adquirir el grado
de maestro, sino incluso su presencia como oficiales y
aprendices.77 A pesar de estos impedimentos jurídicos
otros factores posibilitaron el ingreso de negros y mula­
tos a prácticamente todos los gremios novohispanos de la
ciudad de México. Así, la creciente oferta de trabajo, el
menosprecio que por muchas de estas actividades manua­
les tenían los españoles, el aumento de la población de
mulatos, mestizos y otros grupos producto del mestizaje,
así como las posibilidades de movilidad y ascenso social
y económico de estos grupos durante el siglo XVII, fueron
factores que hicieron posible su participación, tal y como
lo señaló el virrey de Mancera en el siglo XVII:

El gremio de ios artífices comprende muchos pueblos


y exceptuando algunos maestros, tos demás y casi to­
dos los oficiales son de diferentes mezclas..

El descubrimiento del origen del famoso pintor barroco


Juan Correa demostró, por ejemplo, que algunos mulatos
del siglo XVII no sólo tuvieron la posibilidad de ingresar
a los gremios y adquirir el grado de maestros, que suponía

glos XVH-XVIH” , en María Guadalupe Chávez (toord.), E l rostro colectivo de


la n o ció n m exico.no, op. ctt., también han demostrado la presencia de mulatos
en actividades artesanales.
77 Manuel Carrera Stampa, L o s grem ios m exicanos, op. c ü ., p. 23!).
Ernesto de la Torre Villar (est. prel., coord., bibl. y not.), Instrucciones y m e m o ­
rias d e los virreyes n ovohispanos, vol. 1, México, Porrúa, p. 584.

208
A m a s d e leche, confieras y vendedoras

ser propietario de una tienda, sino además consolidar una


posición social y económica. Juan Correa fue elegido para
pintar varios espacios de importancia en la Nueva Espa­
ña como colegios, iglesias y conventos. Debe hacerse notar
que tuvo a su cargo la decoración de una parte del Sagra­
rio de la Catedral de la ciudad de México, además de un
importante número de obras para particulares. El pintor
mulato, hijo de un médico del Santo Oficio y de una ne­
gra llamada Pascuala de Santoyo, participó incluso como
veedor de su gremio, cargo destacado en la jerarquía de es­
ta institución, cuya elección dependía de la buena fama y
experiencia del artífice en el oficio, ya que los veedores o
celadores eran los encargados de ejecutar las órdenes de
los alcaldes y del Cabildo, de hacer respetar las ordenan­
zas, mandamientos y acuerdos de las mesas directivas o
consejos de ancianos de sus respectivos gremios y de for­
mar parte en los jurados calificadores que examinaban a
los oficiales aspirantes a maestros.79
Sin embargo, si la presencia de negros y mulatos varo­
nes fue formalmente restringida, al menos legalmente, la
participación jurídica de las mujeres en los gremios, no só­
lo de aquellas de origen africano, ni siquiera fue conside­
rada. Según palabras de Manuel Carrera Stampa, no se
registran en la legislación de Indias ni en ordenanzas gre­
miales o mandamientos afines, preceptos que regularan

n La vida y obra de Juan Correa han sido ampliamente investigadas por histo
dadores de arte de la v n a m coordinados por Elisa Vargas Lugo y publicada
en una obra de varios tomos con el título d e J u a n Correa, su v id a y s u obra, Mé­
xico, UXAM, 1994. También pueden consultarse pormenores de su biografía
y su contexto histórico, así como de la problemática racial, en E l a rle en tie m ­
p o s d e l u á n C orrea , María del Consuelo Maquívar icoord.), México, Museo
Nacional del Virreinato/l.NAH, 1994, y en María Elisa Velázquezjaan Correa,
m u la to libre, m aestro de p in to r , op. t i l

209
Maria Elisa Velázqucz Gutiérrez

de manera amplia y sistematizada la capacidad jurídica de


la mujer en los gremios.80 No obstante, el hecho de que no
existiesen leyes que regularan y protegieran el trabajo de
las mujeres, no significaba que éstas no participaran en el
ámbito laboral. Así, las necesidades de mano de obra ha-
rata y las actividades de manufactura o venta de produc­
tos fomentaron el empleo de mujeres blancas, mestizas,
indígenas, mulatas y negras en diversas tareas comerciales
y gr emiales, como puede observarse en algunos contratos
de trabajo. Además, las necesidades de sobrevivencia de
mujeres solteras, viudas o abandonadas, sobre todo de las
de pocos recursos económicos, las orillaron a buscar dis­
tintas opciones laborales.
L>as mujeres solían trabajar en oficios considerados en
la época propios de su género, tales como corporaciones
gremiales de hiladoras y tejedoras de seda, confiteras, dul­
ceras y cocineras, azotadoras de sombreros o agujeteras
y clavadores de cintas. También participaron en oficios que
compartían con los hombres, por ejemplo fabricación de
tabacos, bordados o cortes de zapatos. Además, solían tra­
bajar como cajoneras de fierro y ropas, así como en otras
actividades comerciales en la Plaza Mayor, el Parián u
otros mercados o tianguis de la ciudad. Sin embargo, in­
cluso en los gremios en ios que se aceptaba abiertamente
su participación, estaban excluidas de obtener el grado de
maestría, y sólo se les empleaba como aprendices y ofi­
ciales. Debe señalarse que en varias ocasiones, sobre todo
ante la muerte de su marido, el titular del gTemio o mien­
tras ¡os hijos alcanzaban la mayoría de edad, las mujeres

Manuel Carrera Stampa, l.os gremios mexicanos, ofi. cií., p. 74 .

210
Amas de teche, cocinera.': y vendedoras

solían encargarse de la administración del negocio. Muchas


de ellas, por ejemplo, estuvieron a cargo de imprentas a
lo largo del periodo colonial. Según José Abel Ramos, de
alrededor de ochenta impresores en la Nueva España, vein­
te eran mujeres, sin considerar que varias no estamparon
sus nombres en los libros producidos por sus talleres.81
No obstante, fue hasta finales del siglo XVIII y a partir
del establecimiento de las reformas borbónicas cuando se
dictaron varias reales cédulas para favorecer y normar la
participación laboral femenina en la Nueva España. Esto
les permitió ser propietarias de tiendas abiertas o talleres,
asi como cierto grado de libertad para trabajar en las ar­
tes y manufacturas, propias de su sexo, según los cánones
de la época.82 Sin embargo, y hasta donde se tiene noticia,
existieron pocas posibilidades para que negras y mulatas
pudieran ser dueñas o propietarias de talleres, por lo menos
para destacar en algún oficio gremial. Su calidad racial,
además de su situación de género, representaron obstácu­
los para su ascenso social y económico por esa vía, a pe­
sar de que algunas de ellas lo lograron por otros medios,
llegando a ser dueñas de merenderos o cocinas en las ca­
lles del centro de la ciudad. En el censo de 1753, por
ejemplo, llama la atención la presencia de una mulata
música que vivía en la calle de Alcacería con dos hijos y
una hermana, y otras tres encargadas de una escuela de ni­
ñas, lo que revela que existieron ciertas oportunidades,

H1 José Abel Ramos, “Las mujeres en la imprenta novohispana , en Lu América


'abundante de SorJuana, IV ciclo de conferencias en el Museo Nacional del Vi
rreinato, 1 9 9 5 , México, i n a j i , 1995, pp. 9 9 -1 0 8 .
lbi¿, pp. 77 y 78.
211
María Elisa Velázquoz Gutiérrez

ya que estos oficios en general los desempeñaban las es­


pañolas o criollas.83
Como esclavas domésticas, las negras y mulatas par­
ticiparon en varias actividades económicas de la capital
virreinal como auxiliares de los oficios que sus propieta­
rios desarrollaban. Muchas de ellas trabajaron con tende­
ros y panaderos; tal es el caso de Juana Gertrudiz, negra
criolla esclava del panadero Alonso de Bueno en 1659,84
y de Antonia Damiana, negra esclava de Domingo G ar­
cía, dueño de una cacaguatería en la ciudad de México en
1696.85 Algunas referencias hacen mención de venta de
esclavas a artesanos, que posiblemente las ocuparon co­
mo auxiliares en sus oficios, como en el caso de Francis­
ca de Faz, viuda de Pedro de Toledo, tallador de la casa
de Moneda, quien vendió a su esclava María, de tierra An­
gola y de 13 años de edad a Sebastián Ramírez, zapatero,
en 400 pesos oro común.88 Sin embargo, un considerable
número de ellas, difícil de estimar, lo hizo también como
vendedoras de los productos de sus propietarios. Por ejem­
plo, la ya citada angoleñaJuliana, quien en 1642 además
de desempeñarse como sirvienta y cocinera se dedicaba a
vender los labiados elaborados por sus dueños para con-
seguii su sustento.87 Muchas de ellas se encargaban incluso
de la manutención de sus amos, cuando por vejez o en-

tlisa Vclázquez Gutiérrez, ‘Juntos y revueltos: oficios, espacios y co­


munidades domesticas de origen africano en la capital novohispana según el
censo de 17.>3”, enjnan Manuel de la Serna (coord.). Pautas de convivencia étni­
ca en la América Latina colonial (indios, nejpos, mulatos, pardos y esclavos), México,
COYDEl7tjNAM/Gobiernt> del estado de Guanajuato, 2005, pp. 331-347
4 AGN, Inquisición, vol. 443, exp. 4, (f. 443-445.
*■' AGN, 11ienes Nacionales, vol. 131, exp. 5, s/f.
AHNCM, José Veedor, not. 685, vol. 4595, f. 312
H' ACM, Inquisición, vol. 498, exp. 4, 13 ff

212
Amas de leche, cocineras y vendedoras

fermedad estos quedaban incapacitados para sus labores,


tal y como lo demuestra una licencia de 16j l , citada por
Aguirre Beltrán:

. Se concede Ucencia a jo s c fa de la C ruz, m ulata esclava


de d o ñ a L eo n o r G ausín, vecina d e la ciudad de Tex-
coco, p a ra q u e e n su casa p u e d a v e n d e r m ieles d e las
perm itidas e n las O rd en an zas, p o r m en u d o , p ara con
su produ cto p u ed e acu d ir a p ag ar el jo rn a l p a ra su s­
tentar a la dicha su am a y a su p a d re p o r estar h a b rá
tiem po de d o s añ o s en u n a cam a p a d e cien d o u n a gta-
ve enferm ed ad ...88

Citado por el mismo autor, otro documento del siglo X V II


dice:

que la dicha n eg ra es quieta y n acid a en m i casa... y de


p resen te p o r v erm e im p ed id o de la vista y la vejez,
tengo lib rad o mi sustento y el de m i fam ilia en la dili­
gencia que la dicha negra hace, adm inistrando u n cajón
de loza que tengo en la plaza p ú b lic a ..V

Algunas veces las esclavas recibían alguna remuneración


extraordinaria por este tipo de servicios, pero habitualmen­
te estas tareas se asumían como parte de sus obligaciones.
También existieron casos en que las esclavas eran alquila­
das para llevar a cabo tareas en gremios o comercios a
cambio de un jornal que recibía el propietario.
Varias negras y mulatas libres, por su parte, se dedi­
caron a realizar actividades comerciales, sobre todo de
carácter informal, como vendedoras de frutas, verduras,

kx Gonzalo Aguirre Beltrán, Obra antropológica XVI. El negro esclavo en la Nueva


España, op. cil.. p. til.
Ibid., p. 62.
213
Maria Elisa Velázquez. Gutiérrez

dulces y otros alimentos. Así lo atestiguan las obras pic­


tóricas analizadas posteriormente y algunos de los versos
de sorjuana, como uno del villancico dedicado a la Asun­
ción en 1679:

Francisca: en aqueste día


que estam os llenas de gloria,
no v en d am o s pepitoria,
pues que sobre la alegría:
que la S eñora M aría
a todo el m u n d o la da
ija, ja, ja!...uo

Las africanas y sus descendientes libres también llevaron a


cabo oficios como lavanderas, curanderas, parteras o cos­
tureras. Por ejemplo, en un documento de 1609 se men­
ciona a una negra libre que se dedicaba a ser lavandera
de “ropa y cuellos”,yi en otros de fecha posterior se hace
alusión a una mulata libre que era curandera en I678í,:¿ y
otro de 1706 ofrece información de una viuda, negra libre
que efectuaba actividades como costurera.”3
La capacidad de movilidad social y económica que ad­
quirieron los descendientes de africanos dedicados a estas
tareas fue considerable. Esto último se puede inferir por la
preocupación que suscitó entre las autoridades virreinales
de la capital, quienes en 1612 expidieron una ordenanza
con el propósito de limitar esta creciente independencia:

Sor Juana lu ís de ja Cru7, Obras completas. Villancicos y letras sacras, Alonso


Méndez Planearte (cd., pról. y not.¡, México, fCE/Instituto Mexinuen.se de
Cultura, lí)!)4, p. 73.
^ AON, Bienes Nacionales, vol. 442, exp.35, s/f.
íh AON', Inquisición, vol. 443. exp. 4, ff. 443-445.
93 IbicL, vol. 735, fT. 3f>0-3(i 1.

214
Amas de leche, cocineras y vendedoras

En la dudar! de M éxico, los señores p residente y o id o ­


res etcétera; dijeron que p o r cuando esta, real audiencia
se hizo o rd e n a n z a p ara que los negros y m ulatos libres
que hubiese en e sta ciudad, sin oficio p ro pio , asientan
a servir con am o s conocidos, p e n a d e doscientos a z o ­
tes, y con v ien e y es necesario que los tales n eg ro s y
m ulatos, negras y m u latas libres, no v iv an n i ten g an
casa d e p o r sí, no ten ie n d o oficio p ro p io , p o r e v ita r
daños que causen ten ien d o sus casas a im itación de los
españoles; p o r tan to , m a n d a b a n y m a n d a ro n q u e d e
aquí adelante, ningunos negros n i m ulatos, negras ni
m u latas libres, p u e d a n ten e r n i te n g a n , no te n ie n d o
oficio p ro p io , casa d istin ta y d e p o r sí, sino q u e luego
asienten a servir con am os, so p e n a el que lo co n trav i­
niere, de doscientos azotes que se le den públicam ente,
y p ara q u e v en g a a noticia d e todos se p re g o n e en las
partes y lugares que co n v en g a de esta ciudad.,.514

Como puede observarse, esta disposición aludía a la pobla­


ción de origen africano libre sin “oficio propio”, aunque
es pertinente preguntarse cuáles eran las características
que las autoridades virreinales consideraban como sufi­
cientes para validar un “oficio” y si tener un puesto en un
mercado, ser vendedor ambulante o atender a diversas ac­
tividades laborales poco reconocidas eran considerados
como “oficios propios”. No obstante, se puede pensar que
esta ordenanza pretendía restringir la independencia y la
movilidad que adquirieron en la metrópoli virreinal. Lo
cierto es que, como otras ordenanzas de la Nueva España,
ésta no tuvo muchas repercusiones, ya que once años des­
pués otra ordenanza volvía a reglamentar que negros y
mulatos Ubres, hombres y mujeres, sin oficio propio, sir-

»» Silvio Zavala, Ordenanzas del trabajo, siglos XV! y XVI!, México, Eledc, 1!>47,
p. 223.
215
Maria Elisa Velàzquez GuLiérrcz

vieran a amos conocidos y que no tuvieran casas propias,


entre otras razones para:

...evitar los inconvenientes que resultan de tenerlas con


lib ertad y ex cep ció n q u e los españoles, p o rq u e co m o
gente viciosa y m al in d in a d a viven con poca doctrina
y c ristian d ad y reco g en y re c e p ta n esclavos huidos,
o cu ltá n d o lo s p o r larg o tiem p o , y co m eten o tro s m u ­
chos excesos y delitos, y he sido in form ado que n o se
h a n o b serv ad o ni g u a rd a d o las ord en an zas que están
hechas en esta ra/.ón y que hay crecim ien to d e este g é­
n e ro d e gente y au m en to de los desórdenes...

Lista nueva disposición pone de manifiesto la serie de redes


sociales y de solidaridad que se iban entretejiendo entre
la población de origen africano en la capital y las posibi­
lidades que habían adquirido como libres y económica­
mente independientes; ocultar a esclavos “huidos” y el
“aumento de los desórdenes” como causas para restringir
su autonomía parece aludir otra vez a las inquietudes que
las autoridades virreinales tenían en relación con el creci­
miento y las oportunidades sociales y económicas que este
grupo ya había conseguido, junto con los mestizos, en la
sociedad del siglo X V II y que amenazaban el orden social
y económico de las clases en el poder.
Pese a ésta y otras ordenanzas del siglo X V II, la pobla­
ción de origen africano, en particular las mujeres negras y
mulatas libres, siguió desarrollando actividades económi­
cas de manera independiente hasta el siglo X V III. Así lo
confirman los ya citados cuadros de mestizaje en los que
se representa a varias mulatas vendiendo fruta, verdura y
otros alimentos como carnes y pescados.

¡bid., p. 227.

2U>
Amas de leche, cocinera.* y vendedoras

Mujeres públicas

El abuso y las relaciones sexuales entre esclavas y propie­


tarios fue una práctica común y veladamente aceptada por
la sociedad virreinal. La sujeción y el sometimiento de es­
tas mujeres, como en otras sociedades esclavistas, no sólo
incluía su servicio sino también su persona y su cuerpo,
del que muchos abusaron durante el periodo colonial, tal
y como lo demuestra, entre otros, el testimonio de un pro­
pietario al declarar en 1580 ante el Tribunal de la Inquisi­
ción que “no era pecado estar amancebado con su esclava
porque era su dinero”.96
Esta forma de pensar no sólo favoreció las expectati­
vas personales de los amos, sino que también fue motivo
de explotación para su beneficio económico. Como lo se­
ñala Aguirre Beltrán, muchas esclavas negras y mulatas
de la Nueva España trabajaron en “mesones” o prostíbu­
los para adquirir un jornal97 y otras fueron enviadas a ca­
lles públicas, sin que mediara ninguna ordenanza que lo
impidiera.
Por otra parte, la prostitución durante el periodo vi­
rreinal en la ciudad de México, sobre todo durante los si­
glos XVI y XVII, estuvo vinculada en gran medida, como
lo ha demostrado Ana María Atondo,98 con estructuras
domésticas y familiares, por lo cual era frecuente que es­
clavas o sirvientas libres de origen africano estuvieran in­
mersas en relaciones de este tipo cuando sus patronas o

Gonzalo Aguirre Beltrán, Obra antropológica XVI. El negro esclavo en hueva Es­
paña, np. cit., p. 63.
!17 Idem.
M Ana Muría Atondo, El amor venal y la condición femenina en el México colonial,
México, INAH, 1S)Í)2.
217
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

dueños se dedicaban al comercio carnal. Ana María Aton­


do analizó los casos de una viuda de nombre Ana Bautista,
quien en 1621 fue acusada de “ser alcahueta y estar aman­
cebada” y de permitir que en su casa se llevaban a cabo
prácticas amorosas ilegítimas con mujeres mulatas, algu­
nas de las cuales eran sus sirvientas,911 y otro con respecto
a Isabel de San Miguel, quien en 1617 fue acusada de “su­
persticiosa” ante el Santo Oficio de la Inquisición por in­
citar a las prostitutas sometidas a su autoridad a hacer uso
de filtros y amuletos; en este proceso estuvieron inmiscui­
das dos esclavas negras.1110
Los estereotipos sobre los atractivos sexuales de las
africanas y sus descendientes, así como su casi “natural”
inclinación a la sensualidad, asociado también a la hechi­
cería, fueron producto de los prejuicios morales y sociales
de la época, problemática que se analiza con más detalle
en el siguiente apartado. Sin embargo, es importante des­
tacar que estos fueron “argumentos de peso” para legiti­
mar el abuso y la explotación sexual de las esclavas y en
general de las mujeres de origen africano, así como para
menospreciar y ocultar rasgos culturales de otras socieda­
des que no iban de acuerdo con los lincamientos que carac­
terizaron la moral cristiana, no sólo en la Nueva España,
sino en varias sociedades occidentales. No obstante, y si
bien es cierto que varias negras y mulatas de la capital vi­
rreinal se dedicaron por obligación o como única forma de
manutención, a la prostitución y que muchos blancos las
preferían como amantes, según observaciones de Gemelli
Carreri y Thomas Gage, las africanas y sus descendientes

w IbicL, p. 1 0 1 .
m P>id, p. 12(¡.

218
Amas de leche, cocineras y vendedoras

no fueron el grupo femenino que mayor participación tu­


vo en este tipo de oficio.
Según la investigación de Atondo sobre la problemá­
tica del amor venal en la Nueva España, las negras y mu­
latas practicaron la prostitución en mayor medida que las
indígenas, pero las mujeres blancas, españolas y criollas,
frieron el grupo que más participación tuvo en el comercio
camal.101 Por otra parte, las fuentes documentales analiza­
das tampoco revelan que existiera un número destacado de
negras y mulatas dedicadas a este oficio, aunque muchas
de ellas fueron acusadas ante los tribunales por delitos aso­
ciados a prácticas amorosas como la hechicería, la bigamia
y el amancebamiento, que no necesariamente implicaban
un intercambio sexual comercial. Lo interesante es que el
atavío “ostentoso” de negras y mulatas tan criticado en la
época por cronistas como Thomas Gage, el uso de joyas
y el comportamiento “lascivo y atrevido” que distinguían a
muchas de ellas, que contrastaban notablemente con el
comportamiento “ideal” femenino vinculado con indíge­
nas y españolas, desembocaron en una visión generaliza­
da, histórica y contemporánea que las asociaba con los
“placeres mundanos”. Una real cédula de 1710, por ejem­
plo, más que centrarse en el mal uso que hacían los pro­
pietarios de sus esclavas, hace alusión al “desacato” con
el cual se exhibían las esclavas que trabajaban como mu­
jeres públicas:

el escandaloso abuso de enviar a las negras y m ulatas a


g anar el jo rn a l saliendo al público las m ás de ellas des­
nudas co n notable escándalo p asan d o a co m eter mu-

1111Ib id, p. 17(¡.

219
Maria Klìsa Velázque/ Gutiérrez

cht)s pecados m ortales p o r llevar a sus am os la porción


que es costum bre... p recisar a los am o s el q u e vistan a
las esclavas m o d esta y recatadam ente, sin p erm itir que
a n d e n con la d esn u d ez y d e sh o n e stid a d q u e se tiene
e n te n d id o ...11,2

Además, es interesante hacer notar que una de las casas


de mancebía de Ana María Bautista, situada junto al edifi­
cio que albergaba a las prostitutas arrepentidas en la calle
de jesús de la Penitencia era conocida como el Mesón de
la Negra,1>li a pesar de que no fueran de origen africano
ni la dueña ni la mayoría de las mujeres que atendían la ca­
sa o que muchos de los conocidos como lupanares fueran
llamados congales , aludiendo a mujeres mundanas, sin
que estas casas de mancebía fueran atendidas, como lo
atestigua Ag-uirre Beltrán, por africanas congas.104 Ello
demuestra, entre otras cosas, la influencia cultural de al­
gunos gestos y comportamientos de las africanas en la con­
figuración social y de género de la sociedad virreinal y los
estereotipos y prejuicios que a partir de ciertas actitudes
fueron atribuidos a estas mujeres de una manera generali­
zada, sin datos que lo prueben suficientemente.
Sin embargo, tampoco puede negarse que, como otras
mujeres de la ciudad de México, negras y mulatas traba­
jaron como prostitutas para sobrevivir y conseguir mejores
condiciones de vida. Como se ha señalado, además de que
numerosas esclavas fueron utilizadas como prostitutas para
beneficio de sus amos, otras, según algunos historiadores,

'"‘ Gonzalo Aguirre Beltrán, Obra antropológica XVI. El ítem esclavo en Nueva Esta­
ña, «p. <iL p. (i.S. ' r
^ J b id , p. 5)7
1(14Ibitl. p. (¡4

220
Amas de leche, cocineras y vendedoras

obtuvieron su libertad gracias al dinero adquirido por esta


actividad. Tal es el caso de la negra Blanca Bernarda de la
Encarnación, esclava del oidor Juan Sáenz Moreno, quien
en el $iglo X V III, según M arroquí,1<b obtuvo su libertad
gracias a la “venta de sus favores”. Según el autor, Bernar­
da, ya libre, “siguió vida públicamente escandalosa, efecto
de su hermosura” aunque más tarde arrepentida decidió
tomar el hábito de tercera franciscana y recluirse en el
recogimiento de San Miguel de Belén, “en donde murió
habiendo vivido cuatro años una vida ejemplar”.106
También existieron varios casos de amancebamiento,
delito asociado con la práctica de la prostitución, en los cua­
les estuvieron vinculadas mujeres de origen africano. Así lo
demuestran, por ejemplo, una denuncia criminal de 1609
contra Juan Sánchez, “clérigo de corona”, y Francisca, mu­
lata libre, por estar “públicamente amancebados y comien­
do y durmiendo juntos a una mesa y cama conociéndose
por cópula carnal como si fuesen marido y mujer dando
nota y escándalo en el barrio donde viven”.107 También
en el mismo año fue presentada otra denuncia contra Fran­
cisco López, español, panadero, de veinte años de edad y
Francisca, negra libre de oficio lavandera,176 quienes a pe­
sar de negar el delito, fueron amonestados, advirtiéndoles
que de reincidir serían castigados públicamente. En el pro­
ceso contra la mestiza Isabel de San Miguel, por supers­
ticiosa, citado en párrafos anteriores, dos de las negras,
Gerónima de Mendoza^ ladina esclava de don Luis Martín

'“ José María Marroquí, La ciudad de México, (facs, 1890), t. 1, México, Jesús
Medina, 1989, p p .3 4 8 y 347.
m ldm.
lWAGN, B ie n e s Nacionales, vol. 810, e x p . 127, s /f.
m lbi<L, v o!. 4 4 2 , e x p . 3.1), s/f.
221
María Elisa Vclázqucz Gutiérrez

de Carvajal del barrio de San Pablo, e Isabel Guijarro, ne­


gra libre, son acusadas además de hechicería, alcahuetas
y amancebamiento, por “acomodar hombres con muje­
res y tendiéndolos dentro de su casa dándoles cama y co­
mida encubriéndoles sus delitos y amancebamientos todo
a fin de que se lo paguen”.'09
Otras negras y mulatas fueron acusadas por delitos de
hechicería relacionados con prácticas amorosas y públicas;
así lo demuestra, por ejemplo, una denuncia presentada
ante el Tribunal de la Inquisición en 1618 contra Luisa de
Estrada, mulata libre, quien al decir de la denunciante “vi­
vía en compañía de otras mujeres en una casa junto a las
recogidas pasado el puente de San Pablo”, quienes “to­
maban ciertos polvos y los traían consigo para efecto de
que los dichos hombres las quisiesen bien y que se los da­
ban”.110 Este tipo de denuncias, como las anteriores, alu­
den a la preocupación moral por el comportamiento y las
costumbres de algunas mujeres de origen africano frente
a la sexualidad y las prácticas amorosas que contravenían
los patrones morales y religiosos establecidos, pero no ne­
cesariamente estaban vinculados con la prostitución.
También se tienen noticias de que varias negras y mu­
latas de escasos recursos económicos, como otras mujeres
de la capital virreinal, solían “vender sus encantos” du­
rante la noche en “tianguillos” cercanos a la Plaza Mayor
y que algunas eran contratadas por propietarios de pulque­
rías o temazcales para atender a los clientes.111 No obs-

l,wACN, Inquisición, val. 314, exp. 8, 14 ñ'.


lw Ibid„ vol. 317, cxp. 22, s/f.
111Ana María Atondo, El amor venal y la condición femenina en el México colonial,
op. ciL, pp. 174 y 17.5.

222
Amas, de leche, maneras y vendedoras

tante, y pese a algunas observaciones de cronistas de la


época sobre la atrevida vestimenta de las mulatas en este
tipo de recintos, no se puede concluir que estos trabajos
fueran exclusivos de las mujeres de origen africano. Lo
cierto es que, como se ha señalado, existió una vinculación
desmesurada y poco objetiva de su participación en este
tipo de prácticas, que entre otras cosas respondió a los
prejuicios sociales del periodo y que sin embargo incidió
notablemente en las percepciones culturales y de género
de la sociedad novohispana citadina.

Los obrajes

Los obrajes eran talleres artesanales dedicados a la produc­


ción de paños, fundamentalmente de lana, que se caracte­
rizaron por ocupar mano de obra esclava o forzada.112
Desde 1602 y mediante real cédula se ordenó la introduc­
ción de esclavos africanos en los obrajes, como lo señala
Araceli Reynoso, advirtiendo a los dueños tener un plazo
de cuatro meses para sustituir a los indios que laboraran
en ellos.113 Al verse impedidos de contratar indios escla­
vos, entre otras razones por las leyes que desde el siglo XVI
lo prohibieron, los propietarios se valieron sobre todo de
mano de obra esclava africana. Es de sobra conocido que
en la mayoría de los obrajes novohíspanos eran comunes
la explotación y los malos tratos, a tal grado que muchos

112F.n algunas ordenanzas se prohibía que en los obrajes trabajaran negros mez­
clados con indios, “por el daño que a los indios resulta de la compañía de los
negros”. Véase Juan Solórzano y Pereyra, Política indiana (1647), capítulo vi,
lib. II, ed. facs. tomada de la de 1776, México, 5FP, 11)79.
"i Araceli Reynoso, “Esclavos y condenados: trabajo y etnicidad en el obraje
de Posadas”, en María Guadalupe Chávez (coord.), El rostro colectivo de la na­
ción mexicana, op. di., pp. 22 y 23.
223
Maria Elisa Yelázqucv. Gutiérrez

viajeros y cronistas, como el famoso barón Alejandro von


Humboldt, quien visitó un obraje en Querctaro a princi­
pios del siglo XIX, se escandalizaron de las condiciones de
producción y trato que prevalecían en estos talleres:

Sorprende desagradablemente al viajero que visita aque­


llos talleres, no sólo la extremada imperfección de sus
operaciones técnicas... sino más aún la insalubridad del
obrador, y el mal trato que se da a los trabajadores.
Hombres libres, indios y hombres de color, están con­
fundidos con galeotes que la justicia distribuye en las fá­
bricas para hacerles trabajar a jornal. Unos y otros están
medio desnudos, cubiertos de andrajos, flacos y desfigu­
rados. Cada taller parece más bien una oscura cár cel...114

A pesar de las condiciones que caracterizaron el trabajo en


los obrajes, debe mencionarse que éstas variaron según las
regiones, y que a la luz de investigaciones recientes, algu­
nos trabajadores de origen africano lograron obtener mejo­
res cargos en la jerarquía gremial de estos talleres e incluso
ahorrar dinero suficiente para comprar su libertad,1115 A
pesar de todo, en estos lugares dominaron condiciones de
trabajo y explotación muy inferiores a las de otros talle­
res gremiales. Aunque hasta la fecha existen pocos estu­
dios dedicados al trabajo de africanos en los obrajes de la
ciudad de México, Araceli Reynoso explora las caracte­
rísticas de los obrajes y de la mano de obra de origen africa­

114Gonzalo Aguirre Reltrán, Obra antropológica X í'l. El negro esclavo en Nueva Es­
paña, op. cit., p. 7t¡.
lH Véase la investigación de Juan Manuel de la Sema, “De esclavos a ciudada­
nos. Negros y mulatos en Querctaro a finales del siglo XV1U”, tesis doctoral.
Tulan e Universily, 1UÍ)().

224
Amas de leche, cocineras y vendedoras

no.11(7 Se sabe que en la ciudad existieron varios obrajes y


que entre ellos destacaron los de Mixcoac, Coyoacán, Tla-
telolco y el de San Diego, situado en el centro de la capital.
Formados en su mayoría por esclavos de origen africano,
indios éndeudados y reos que pagaban una condena, y que
en general pertenecían a grupos étnicos de escasos recur­
sos económicos, como negros, mulatos, indios o mestizos,
los obrajes de la ciudad de México pertenecieron a espa­
ñoles o criollos acaudalados.
Hasta donde se tiene noticia, pocas fueron las mujeres
que desempeñaron diversos cargos de la jerarquía gremial,
como cardadores, hilanderos o tejedores. Sin embargo,
muchas de ellas realizaron tareas como cocineras o lavan­
deras."7 Según las fuentes analizadas para esta investiga­
ción, varias mujeres de origen africano vivieron en obrajes
de la ciudad de México purgando alguna condena, como
esclavas o mientras eran juzgadas por el Tribunal del San­
to Oficio. Por ejemplo, en 1604, María, negra criolla de
treinta años de edad, esclava de doña Sancha, fije acusada
por reniego; para prevenir que se fugara durante el pro­
ceso, fue recluida en el obraje de Gaspar Gutiérrez.118
O tía denuncia de 1678, por hechicería, atestigua que una
negra de nombre Juana, esclava de Antonio Calderón,
permanecía en un obraje situado “adelante de la Iglesia de
la Santísima Trinidad” por haber sido acusada de “hur-

1 Araceli Reynoso, “Esclavos y condenados: trabajo y emicidad en el obraje de


Posadas”, en María Guadalupe Chave* (coord.)', El rostro colectivo de la nadtín
mexicana, op. cilL
117 Por ejemplo, en su investigación, Araceli Reynoso localizó la presencia de
ocho mujeres de origen africano en el obraje de Posadas. Ibid., p. .10.
IISAGN, Inquisición, vol. 270, cxp. 2, 2(¡ ft.

225
Maria Elisa Velàzquez Gutierre/

to”.ily Otro documento de 1680 señala que una esclava


negra criolla, de nombre Polonia, de dieciocho años de
edad, había sido amenazada por su dueña varias veces
de que “la había de meter en el obraje”.120 De acuerdo
con la información disponible, la presencia de mujeres de
origen africano en los obrajes de la ciudad de México, es­
tá demostrada además por varias ordenanzas de la épo­
ca, entre ellas una de 1633 que dispone que las negras o
mulatas libres que no se presentaran ante las autoridades
para hacer la lista de tributarios tendrían como pena po­
sible “tres años de servicio en obrajes”.121

C onsideraciones

Hasta la fecha, varios estudios sobre las mujeres y el tra­


bajo en la época colonial han privilegiado las actividades
consideradas de mayor injerencia social o económica en
la configuración de la sociedad urbana. Sin embargo, poca
atención ha merecido el análisis de las actividades que
cotidianamente realizaban las mujeres en el ámbito domés­
tico, sobre todo de aquellas pertenecientes a los sectores
más desprotegidos. En la conformación de las relacio­
nes sociales y culturales pocos estudios se han dedicado
al análisis detallado y pormenorizado de los ámbitos pri­
vados y cotidianos, que casi siempre estuvieron reservados
para las mujeres, pero que sin lugar a duda repercutieron,
como lo hacen actualmente, en la formación de diversas
relaciones sociales, culturales y de género.

lw ¡bid., vol. 520, exp. 2, s/f.


™!bid, exp. 20. ¡ f.
u tbi<L, General de Partes, vol. 7.520.240.

22G
Amas de leche, cocineras y vendedoras

Las africanas y sus descendientes desarrollaron activi­


dades que contribuyeron a la reproducción social y a la
vida económica de la ciudad de México, en general poco
valoradas por la historiografía. Como esclavas y libres,
desde los primeros tiempos después de la Conquista de­
sempeñaron tareas como cocineras, lavanderas, nodrizas,
auxiliares de talleres gremiales o vendedoras y comercian­
tes. Sus diversos oficios les permitieron crear relaciones
afectivas y de solidaridad entre distintos grupos étnicos.
Primero fueron esclavas de capitanes, clérigos, funcio­
narios y comerciantes, así como de las primeras familias
españolas que se establecieron en la capital virreinal. Más
tarde, artesanos y comerciantes compraron esclavas que
además de realizar actividades domésticas eran empleadas
en tareas económicas. Las africanas y sus descendientes,
tanto esclavas como libres, también fueron solicitadas fre­
cuentemente en los conventos de monjas y representaron
un importante vínculo entre la vida religiosa y mundana
del convento.
Por medio de las distintas actividades que llevaron a
cabo, las mujeres de origen africano fueron capaces de
transmitir y recrear prácticas culturales consideradas sig­
nificativas en la época, pero al mismo tiempo “amenazado­
ras” para la transmisión de costumbres y valores sociales
de la clase en el poder. Como chichiguas estuvieron encar­
gadas de amamantar y criar a los hijos de españoles y
criollos, práctica muy criticada por varios cronistas del
periodo. Como cocineras establecieron relaciones estre­
chas con sus amas o propietarios, en algunas ocasiones de
tensión y explotación, pero en otras de afecto y solida­
ridad. Como vendedoras y comerciantes se encargaron
227
María Elisa Velâzquez Gutiérrez

muchas veces de mantener a sus amos y como libres de


conseguir condiciones de vida más desahogadas para ellas
y sus descendientes. Aunque desempeñaron actividades
como mujeres públicas, no constituyeron el único grupo
femenino dedicado a esta labor, ya que muchas españolas
y mestizas ejercieron la prostitución. Pocos documentos
atestiguan de manera certera su participación en los talle­
res gremiales y en los obrajes, aunque algunos testimonios
demuestran que fueron utilizadas por estas corporaciones
paia realizar actividades domésticas y como auxiliares de
oficios.
La relativa independencia económica que adquirieron
muchas negras y mulatas libres, debido a estas actividades
laborales, así como la capacidad de movilidad espacial y
social a la que accedieron, incluidas algunas esclavas, con­
tribuyeron a la creación de complejas y heterogéneas rela­
ciones sociales y posibilitaron el establecimiento de ciertas
redes de solidaridad entre los grupos de descendencia afri­
cana, como se analizará más adelante.

228
D oncellas, soltera s y ca sad a s: en la c es,
FAMILIA Y MATERNIDAD

P or cuanto m ucho m á s que en E sp a ñ a


son num erosas las parentelas,
y todos p o r nobles que sean,
sujetas a tener m uchos pa rientes
negros y m ulatos de la chusm a,
de que no p u e d en librarse de serlos
los m ás ilustres de aquellas partes...

Francisco de Seijas y Lobera,


Gobierno militar y político del
Reino Imperial de la Nueva España,
1702

La familia, los matrimonios, las relaciones de pareja y de


parentesco, así como la maternidad, han sido ámbitos pri­
vilegiados para comprender el papel de las mujeres en la
sociedad novohispana, así como para distinguir y analizar
la presencia y participación de las africanas y sus descen­
dientes en las heterogéneas comunidades domésticas de la
época.
Investigaciones dedicadas al análisis de la familia y el
matrimonio en la Nueva España, en particular en la capi­
tal,1 han demostrado que se estructuró un nuevo orden
familiar', singular, heterogéneo y distinto del europeo.2 Es-

1 Además de las obras señaladas en la introducción, véase Familia y sexualidad


en Nueva España, México, FCE, SKP/80, 1982, Asunción Lavrin (coord.), Sexua­
lidad y matrimonio en la América hispánica. Siglas XVl-XVllt, México, Conaculta/
Grijalbo, lililí; Pilar Gonzalbo (comp.), Historia de la familia, México, Insti­
tuto Mora/UAM, 11)1)8; "Comunidades domésticas en la sociedad novohispa­
na. Formas de unión y transmisión cultural”, Memoria del IV Simposio de His­
toria tle las Mentalidades, México, INAU, 11)94.
2 Patricia Seed, Amar, homar y obedecer en el México colonial. Conflictos en tomo a la
elección matrimonial, 1574-1821, op. cil.

229
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

tudiosas del tema, como Pilar Gonzalbo, han hecho hin-


capic en que la singularidad de las familias novohispanas,
particularmente en las zonas urbanas, estribó en la contra­
dicción en lie el modelo a seguir según las normas y las
prácticas cotidianas que continuamente transgredían el or­
den establecido, pero también en la diversidad y comple­
jidad de la organización familiar, en la que coexistieron
uniones consensúales con matrimonios canónicos, así co­
mo una elevada proporción de nacimientos de hijos ilegí­
timos que casi alcanzaba 50 por ciento de los nacimientos
de entonces.'’
Grupos como los de origen africano, sobre todo aque­
llos libres y hasta cierto punto distantes de la educación
formal, los prejuicios y las normas morales de las clases
privilegiadas, desarrollaron formas familiares y de paren­
tesco alternas a las establecidas y regidas por sus propios
valores culturales, acordes con sus necesidades de convi­
vencia, solidaridad y afecto. Si bien es cierto que el origen
étnico y la posición económica fueron elementos impor­
tantes en la conformación de los matrimonios y las fami­
lias novohispanas, no siempre fueron factores decisivos
para concertar enlaces entre los diversos grupos sociales y
i aciales de la ciudad de México. En consecuencia, según
estudiosos del tema, en la Nueva España no tendría senti­
do hablar de una sociedad de castas o de rigor en la estra­
tificación social.4
Este capítulo tiene el propósito de explorar aspectos de
la vida matrimonial y familiar de las mujeres de origen
africano mediante el análisis de varios estudios de caso de1

1 Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial, op. di, pp. 2!)3 y 297
Ihi/l, p. 168. '

230
Doncellas, solieras y casadas

los siglos XVII y XVIII. Debido a las características de las


fuentes documentales, existen limitaciones para conocer a
profundidad las dinámicas matrimoniales y familiares de
los africanos en la ciudad de México. Esto impide contar
con estadísticas confiables, sobre todo en lo que se refiere
al número de enlaces consensúales o la capacidad de elec­
ción de los cónyuges.'* Sin embargo, el análisis de varios
expedientes de distintos ramos del Archivo General de la
Nación, como matrimonios, inquisición y bienes naciona­
les, conjuntamente con los aportes de otros estudios sobre
el terna/’ permiten recrear datos ilustrativos en relación
con la dinámica matrimonial y familiar que vivieron mu­
chas mujeres de origen africano.

■5 I investigaciones sobre matrimonios y familias novohispanas han destaca­


do las limitaciones que ofrecen las fuentes para elaborar estadísticas, deter­
minar coeficientes o establecer patrones de estructura familiar, absolutas y
generales, si bien ban subrayado que estas fuentes sugieren y aportan datos
sobre el comportamiento de los novohispanos respecto del matrimonio y se­
ñalan tendencias propias de los grupos urbanos que repercutieron en las re­
laciones sociales, así como en los prejuicios y en las decisiones individuales
y colectivas que caracterizaron a la sociedad virreinal en la ciudad de Méxi­
co. Vcase Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial, op. til., p. lá!>-
6 l os estudios sobre la familia y los matrimonios han abordado la vida de los
africanos y sus descendientes en la ciudad de México. Basados en fuentes
documentales de registros parroquiales, solicitudes y demandas matrimoniales,
protocolos notariales, padrones y muchas veces en expedientes inquisitoria­
les o judiciales, estas investigaciones han arrojado datos importantes sobre
el origen de los africanos en la ciudad de México, los porcentajes de nacimien­
tos legítimos e ilegítimos, las características de las uniones entre estos y otros
grupos sociales y, en algunos casos, logran aportar cifras sobre la condición
racial y jurídica de los africanos y sus descendientes, que se analizarán a lo
largo de este capitulo. Véase, además de la bibliografía ya citada, la investiga
Ción de Edgar F. Love, centrada en la población de origen africano "Marriage
Pattems of Persons of African Desceñí in a Colonia] México Cuy Parish, op. c¡t.,
pp. 79, En su investigación, basada en los archivos parroquiales de Santa
Vera cruz de l<>4<> a 174ÍÍ, Lovc observó una tendencia hacia la concertacion
de matrimonios con personas de los mismos grupos étnicos, aunque señalo
las limitaciones de las fuentes y el alto porcentaje de movilidad social entre
algunos grupos.
231
Mari a. Elisa Volázqucz Gutiérrez

Antes de abordar los temas enunciados en este apar­


tado se hace un análisis sobre los estereotipos con los que
fueron asociadas las mujeres de origen africano y algunas
de las características que las distinguieron de otras novo-
hispanas. Posteriormente se exploran diversos casos de
matrimonios y vida íamiliar en los que se establecieron
complejas relaciones sociales en las que los mismos africa­
nos y sus descendientes no siempre fueron un gmpo com­
pacto y heterogéneo, aunque paralelamente establecieron
redes de parentesco y de solidaridad. También se destaca
el hecho de que un número importante de africanas y des­
cendientes, tanto esclavas como libres, enfrentaran su ma­
ternidad de forma independiente y lucharan por mantener
lazos de parentesco y cohesión a pesar de los obstáculos.
El caso de mujeres consideradas fuera de los cánones mo­
rales y sociales se aborda en otro apartado y, finalmente,
se examinan las intenciones de la Pragmática Real de Ma­
trimonios emitida a mediados del siglo XVI11 con el propó­
sito de establecer un nuevo orden matrimonial con base
en las distinciones raciales.

M ujeres de origen africano en la ciudad de México:


distinciones, prejuicios y estereotipos

Desde las primeras incursiones de los europeos en África,


especialmente las de los misioneros, las prácticas y costum­
bres de las culturas africanas fueron criticadas por consi­
derarlas opuestas a ios valores cristianos de la época. De
manera especial se cuestionaron las prácticas religiosas y
la sexualidad, entorno en el que las mujeres desempeña­
ban un papel significativo. Las expresiones religiosas de
232
Doncella1;, soliera* y casadas

las culturas africanas se consideraron como manifestacio­


nes “diabólicas” que atentaban contra los fundamentos de
la fe cristiana. La valoración del cuerpo y el deseo sexual
en gran parte de las culturas de África poco se asemejaba
a los parámetros desarrollados en Occidente, pero sobre
todo a los preceptos cristianos fomentados a partir de la
consolidación del Estado español y de la religión cristia­
na como eje central de la ideología hispana. Las obser­
vaciones de los primeros misioneros hicieron énfasis en
que los modelos de parentesco entre las sociedades afri­
canas y los métodos de crianza eran incompatibles con
los valores del cristianismo y destacaron la apariencia li­
cenciosa y desvergonzada” de sus mujeres, así como sus
“atroces y desordenadas” formas de conducta, a las que ca­
lificaron de contrarias a la noción femenina del cristianismo
que tendía a asociar a las mujeres con la seducción como
instrumento del demonio. A partir de esta valoración se
construyeron los estereotipos coloniales que retrataban a
las mujeres africanas como “impuras y hedonistas”.7
Las africanas y sus descendientes se vincularon con so­
ciedades consideradas como “salvajes” o “bárbaras , con­
trarias a los cánones de la cultura hispánica y alejadas de
la moral cristiana y las “buenas costumbres”. Sus prácticas
y actitudes contrastaron con el modelo ideal femenino que
difundía el cristianismo basado en virtudes tales como la
castidad, la vergüenza, la mesura, la mansedumbre, la ho­
nestidad o la piedad. De tal forma, desde la etapa final de
reconquista en España y a lo largo del periodo colonial
en México, estas mujeres se distinguieron de otras novo-

7 Catherine Coquery-Vidrovilch, African Womtn. A Mudar» Ilislory, USA. West-


view Press, l!M7, p. 45.

2 ‘¿¿
Maria Elisa Vclázquez Gutiérrez

hispanas por ciertos factores que más adelante se exponen


y que en ocasiones las percibieron como mujeres que alte­
raban el orden moral que se trataba de imponer. En este
contexto las apreciaciones sobre su conducta y sus formas
de ser se convirtieron en estereotipos que poco tuvieron
que ver con su realidad y su aporte a la conformación
cultural de la Nueva España.
Las costumbres y conceptos sobre la función del cuer­
po y la reproducción en varias culturas africanas eran
opuestas a las ideas cristianas que enfatizaban una dicoto­
mía entre cuerpo y espíritu. Para la tradición cristiana el
cuerpo era casi un mal necesario: “el tercer enemigo del
alma es nuestro cuerpo; la primera (el alma) busca su sal­
vación divina y el segundo, tierra y lodo; siempre desea
cosas camales, sucias.,.”.HEn este contexto se construyó la
apreciación sobre las mujeres de origen africano, sobre to­
do la de los varones, que parecía transitar entre el des­
precio y la atracción consecuente. Aquellas mujeres de
movimientos considerados “lascivos” contrastaban de ma­
nera notoria con las formas y reglas morales de España
que recomendaban la mesura y la discreción. Esta percep­
ción estaba vinculada con la concepción femenina que en
aquella época reducía a las mujeres a la condena y la ado­
ración ;J como decía Juan Luis Vives, educador dei siglo

H Sergc Gruzinski, “Individualización y aculturación: la confesión entre los na-


h a a s de México, entre los siglos XVI-XVii", en Sexualidad y matrimonio en la
América hispánica, siglos XV! XVII, México, Conacuha/Grijalbo ((.os Noventa),
1ÍIÍÍ1, p. LOÍ). Cita aju an de la Anunciación, Doctrina, p. 21.5,
11 La concepción femenina hispánica de herencia medieval, finid amen talmente
literaria, transitaba entre dos imágenes femeninas. I.a primera, edificada por la
iglesia primitiva representada en Eva, caracterizaba a la mujer como “instru­
mento del demonio’’ inferior y perversa, la “tentadora suprema”. 1.a segunda
tenía que ver con el culto a la dama mundana, ideal de caballería, que final­
mente reflejaba ía contrapartida romántica del culto a la virgen. Véase Edna

234
,
D oncellas solteras y casadas

XVl: “todo lo bueno y lo malo de este m undo, puede uno


decir sin temor de equivocarse, proviene de las mujeres”.10
Por otra parte, las conductas de las africanas también se
contraponían a los valores de las culturas indígenas, según
las descripciones que desde el siglo XVI hicieron algunos
cronistas. Éstos, aunque criticaron costumbres familiares y
matrimoniales de las sociedades indígenas como la poliga­
mia, elogiaron la modestia y el recato de sus mujeres. Entre
la sociedad mexica, por ejemplo, la mujer virtuosa se con­
cebía como vigilante, casta, recatada, obediente, tierna,
discreta, piadosa, sufrida y humilde. De igual modo, y a
pesar de las diferencias relacionadas con la sexualidad,
entre las sociedades indígenas parecía prevalecer la reco­
mendación de la templanza en los placeres sensuales«11
Las observaciones occidentales sobre las mujeres afri­
canas respondieron a los prejuicios propios del periodo y
a la necesidad de legitimar la esclavitud, pero no a una
comprensión de las complejas y variadas formas de orga­
nización familiar y social que distinguían a las culturas
africanas. Como se ha señalado en el primer capítulo y
aunque es aventurado generalizar sobre el papel de las
mujeres en las diversas sociedades africanas, sobre todo de
las precoloniales, puede decirse que en una gran mayoría
de ellas, incluso en aquellas con influencia musulmana, la
participación de las mujeres en la reproducción social era
valorada y reconocida y que en sociedades matrilinea-
les llegaron a heredar el linaje. La importancia y el poder

Eileen Power, Mujeres medievales, Madrid, Encuentro, 1991, y Margarct Wade,


I.a mujer en la edad media, Madrid, Nerea, 19H9.
10 Juan Luis Vives, Instrucción de la mujer cristiana, Rueños Aires, F.spasa, 1910
11 Rilar Gonzalbo, Familia y orden colonial, op. cit., p. 29.

235
Maria Elisa Vclázqucz Gutiérrez

social femenino -que en muchas sociedades africanas es­


taba íntimamente relacionado no sólo con los factores
de producción y decisión política, sino con la capacidad de
ejercer control sobre la vida de la comunidad—estaban
estrechamente vinculados con la procreación y la crianza
de sus hijos.
Como en otras sociedades, si bien varios grupos étni­
cos de África occidental y ecuatorial reconocían como
atributos femeninos el silencio, el sacrificio y el servicio,12
estos valores no se oponían a las formas de expresión cor­
poral, con prácticas de parentesco como la poligamia o
con el uso de ciertas indumentarias y ornamentación que
tanto escandalizaron a los misioneros y colonizadores. Fi­
nalmente, estos atributos tampoco le impidieron a las mu­
jeres africanas acceder al poder político, como ya se ha
mencionado.
Lo cierto es que varias prácticas y costumbres religio­
sas, así como de expresión de la sexualidad de las africanas,
y más tarde de sus descendientes, continuaron presentes
durante la época colonial y las distinguieron de las otras
mujeres novohispanas. Formas de ser y hacer, que se con­
virtieron con el paso del tiempo en estereotipos culturales
con los que hasta la fecha siguen asociadas. Gestos, for­
mas de vestir, maneras de bailar, pero sobre todo el porte
y la templanza” llamaron la atención de los cronistas que
visitaron la ciudad de México entre los siglos XVII y XVIII,
quienes en su mayoría se escandalizaron de sus costum­
bres, a pesar de que muchas de ellas se habían criado en
la Nueva España bajo los valores de la cultura hispánica.

Catherinc Coquery Vidrovitch, African Wmen. A Muden Húlory, op. di.. p. 1H.
236
Doncellas, solteras y rasadas

El porte y la vestimenta

Uno de los aspectos que mayor atención recibió por parte


de los viajeros fue la singular forma de vestir y el uso pro­
fuso de joyas en el atuendo. Gemelli Carreri, por ejemplo,
quien visitó la ciudad de México a mediados del siglo XVII,
hizo la siguiente observación:

las mestizas, mulatas y negras, que forman la mayor


parte de la población, no pudíendo usar manto, ni ves­
tir a la española y desdeñando el traje de los indios,
andan por la ciudad vestidas de un modo extravagante,
pues llevan una como enagua atravesada sobre la espal­
da, o en la cabeza a manera de manto, que las hace pa­
recer otros tantos diablos...1314

La forma de bailar de las descendientes africanas también


llamó la atención del viajero:

El mismo día fui a casa de D. Felipe de Rivas, invitado


por él para festejar a doña Antonia, su mujer. Encon­
tré aili muchas señoritas que bailaban y cantaban muy
bien, al uso del país. Vinieron poco después cuatro mu­
latas y bailaron lo que llaman sarao, moviendo los pies
con gran ligereza, y luego otras seis, con hachas encen­
didas en las manos bailaron otro sarao...1*

Durante el mismo siglo, el dominico Thomas Gage, al des­


cribir la llamativa forma de vestir de los novohispanos, se
escandalizó de que las africanas, incluso las esclavas, por­
taran joyas y dedicó una amplia observación a su atuendo,

13 Juan F., Gemelli Carreri, Viaje a la Nueva España, op. til., t. I, p. 87.
14 Ikid, p. 181.
María Elisa Velázquez Gutiérrez

pero también a la forma poco recatada de su porte e hizo


alusiones sobre su “indecorosa” conducta:

Hasta las negras y las esclavas atezadas tienen sus joyas,


y no hay una que salga sin su collar y brazaletes o pul­
seras de perlas, y sus pendientes con alguna piedra pre­
ciosa. El vestido y atavío de las negras y mulatas es tan
lascivo y sus ademanes y donaire tan embelezadnres,
que hay muchos españoles, aun entre los de la primera
clase, propensos de suyo a la lujuria, que por ellas de­
jan a sus mujeres.
Llevan de ordinario una saya de seda o de indiana
finísima recamada de randas de oro y plata, con un mo­
ño de cinta de color subido con sus flecos de oro, y con
caídas que les bajan por detrás y por delante hasta el
ribete de la basquina.
Sus camisolas son como justillos, tienen sus faldetas,
pero no mangas, y so las atan con lazos de oro o de pla­
ta. I .as de mayor nombradla usan ceñidores de oro bor­
dados de perlas y piedras preciosas.
Las mangas son de rico lienzo de Holanda o de la
China, muy anchas, abiertas por la extremidad, con bor­
dados, unas de sedas de colores, y otras de seda, oro y
plata, largas hasta el suelo.
El tocado de sus cabellos, o más bien de sus guede­
jas, es una escofieta de infinitas labores, y sobre la es­
cofieta se ponen una redecilla de seda; alada con una
hermosa cinta de oro, de plata o de seda que cruzan por
encima de la frente, y en la cual se leen algunas letras
bordadas que dicen versos ligeros y tontos, o cualquie­
ra pensamiento de amor.
Cúbreme los pechos desnudos, negros, morenos,
con una pañoleta muy lina que se prenden en los alto
del cuello a guisa de rebocillo, y cuando salen de casa
añaden a su atavío una mantilla de linón o cambrai,
orlada con una randa muy ancha o de encajes; algunas
la llevan en los hombros, otras en la cabeza; pero to­
das cuidan de que no les pase de la cintura y les impida
lucir el talle y la cadera.
Hay varias majas que se echan la mantilla al hom­
bro, pasándose una punta por el brazo derecho y tiran-
D oncellas, solieras y casadas

dose la otra al hom bro izquierdo, para tener libre las


mangas y andar con mejor garbo; pero se encuentran
otras en la callo, que, en lugar de mantilla, se sirven de
una rica saya de seda, de la cual se echan paite al h om ­
bro izquierdo, y parte sostienen con la m ano derecha,
teniendo más trazas de jayanes escandalosos que de m u­
chachas honradas.
Sus zapatos son muy altos, y con muchas suelas guar­
necidas por fuera de un borde de plata, clavado con
tachuelitas del m ism o metal que tienen la cabeza muy
ancha.
La mayor parte de esas mozas son esclavas, o lo han
sido, y el amor les ha dado la libertad para encadenar
las almas y sujetarlas al yugo del pecado y del d em o­
nio...1''

Pese a lo exagerado de los comentarios y no obstante sus


severos juicios sobre el comportamiento de los novohis-
panos y sus relajadas costumbres, es interesante señalar
que las observaciones de Gage sobre el atavío y donaire de
las africanas y sus descendientes, reflejan cómo las formas
de vestir y las actitudes de las mujeres de origen africano
las diferenciaban de otras novohispanas. Gage señala por
ejemplo que por estos comportamientos los varones espa­
ñoles dejaban a sus esposas. Pese a los juicios morales del
dominico, las joyas, la forma de utilizar la vestimenta y su
porte recuerdan la herencia cultural que muchas mujeres
africanas tuvieron de sus culturas de origen, en las que el
uso de la orfebrería y la ornamentación corporal formaban
parte importante de su identidad femenina en estrecha
relación con su cosmovisión religiosa. También es intere­
sante subrayar que en el comentario final, Gage refiere que1

11 Thomas Gage, Nuevo reconocimiento de las Indias Occidentales, op. cit., pp. 1H0
y 181.

239
Marta Elisa Velázquez Gutiérrez

la unión de estas mujeres, muchas esclavas, con varones de


otros grupos sociales les había posibilitado su libertad. Ello
indica que esta práctica fue común, incluso si los prejuicios
morales por tales conductas, en algunos casos, las conde­
naban.
La forma de vestir era aún distintiva en el siglo X V II),
según el relato que hizo Francisco de Ajofrín: “El traje de
las negras y mulatas es una saya de embrocar (a modo
de una basquiña pequeña de seda, con sus corchetes de
plata, y por ruedo una buena cinta o listón), la cual traen
sobre la cabeza por lo angosto o cintura de la saya...”.16
No escapa a este análisis la consideración de que estos
atuendos correspondían también a las leyes y ordenanzas
virreinales, que trataron de diferenciar las “castas” por la
forma de vestir. Sin embargo, las mujeres de origen africa­
no crearon una forma singular de vestimenta, posiblemen­
te vinculadas con sus culturas de origen, que las distinguió
y logró escandalizar pese a que la legislación sólo les per­
mitía, por ejemplo, usar ciertas joyas cuando fueran libres,
si estaban casadas con españoles:

N inguna negra, libre o esclava, ni mulata traiga oro,


perlas, ni seda; pero si la negra o mulata libre fuese ca­
sada con español, pueda traer unos zarcillos de oro, con
perlas, y una gargantilla, y en la saya un ribete de ter­
ciopelo, y no puedan traer, ni traigan mantos de bura­
to, ni de otra tela; salvo mantellinas que lleguen poco
más debajo de la cintura, pena de se les quíten, y pier­
dan las joyas de oro, vestidos de seda, y m anto, que
trajeren...171

11 ancisco de Ajoírin, Diario del viaje que hizo a k America en el skln XVIII, oh
cit., p. 81. '
l' Recopilación de Leyes de Indias, op. cit., libro VII, título v. Ley XXVII).

240
D oncellas, solteras y casadas

Hechicería, magia y superstición

Las prácticas de magia y hechicería de las africanas y sus


descendientes, si bien no fueron exclusivas de este grupo,
sí las distinguió a lo largo del periodo colonial. Del total de
denuncias sobre estos delitos en el Santo Oficio de la In­
quisición, un alto porcentaje íue contra esta población,
en particular contra sus mujeres.111 Así lo demuestran los
datos del Catálogo de mujeres del ramo Inquisición del Archivo
General de la Nación,'¿0 en el que se observa, de acuerdo con
la gráfica 2, que del total de mujeres de origen africano
acusadas durante los siglos XVI, XV] ] y XVIII, 26.1, 47.6 y
55.6 por ciento, respectivamente, fueron denunciadas por
actos de hechicería.

Gráfica 2. Mujeres acusada.-; de hechicería ante la Inquisición en la ciudad de


México según origen étnico. Siglos XVI al XVMi.
A. Rodríguez Delgado, Catálogo de mujeres del ramo Inquisición del Archivo
General de la Nación, o/>. cit.

111 Solange Alberto, Inquisición y sociedad en México 1571 1700, op. cit., ¡>¡j. 48ii y
487.
w A. Rodríguez ¡coord.¡, Catálogo de mujeres del ramo Inquisición del Aráivo Gene­
ral de la Nación, op. cit.
iü Ibid.

241
María Elisa Vclázqucz Gutiérrez

Como se puede ver, del siglo XVI al XVII las denuncias


se incrementaron casi al 10Ü por ciento, pues la cifra se ele­
vó en 21.5 por ciento. En cambio, del siglo XVII al XVIII só­
lo hubo una variación de ocho puntos porcentuales.
En la gr áfica 3 se puede observar que además las afri-
canas y sus descendientes eran frecuentemente acusados
de blasfemia, bigamia y amancebamiento.

t x J . . o . ‘“'USdUcLs ame ia in q u isic ió n en la cuidad


de M é x ic o según d e lito . S ig lo s XVr al XVIII.

Fuente: A. Rodrigue/. Delgado, Catálogo de. mujeres del ramo Inquisición del Archivo
General de la Nación, op. cit.

El hecho de que los indígenas estuvieran fuera de la ju ­


risdicción de la Inquisición y la consideración de que la
idolatría indígena debía combatirse por otros medios, hi­
zo que las denuncias sobre magia y hechicería recayeran
sobre todo en la población de origen africano.21 En estas

hsto no impidió que, pese a los exhaustivos esfuerzos de los prim eros misio-
neros y mas tarde de la iglesia secular, los indígenas siguieran ejerciendo
practicas religiosas de sus antiguas creencias, sobre todo en zonas rurales

242
D oncellas, solieras y casadas

prácticas se mezclaron elementos indígenas, europeos y


africanos que son ejemplo del intercambio cultural que du­
rante este periodo caracterizó a la sociedad novohispana.22
Como lo ha subrayado Solange Alberro, las prácticas má­
gicas relacionadas con la gran brujería (de acuerdo con la
tradición inquisitorial peninsular) no fueron causa de un
número elevado de procesos en la Nueva España.2i No
obstante, el diablo se hizo presente en América a) lado de
la población africana.
Así, muchas mujeres de origen africano, tanto escla­
vas como libres, fueron denunciadas ante el Santo Oficio
por ejercer actos mágicos, de superstición y hechicería
desde el siglo XVI. Las prácticas más frecuentes se lleva­
ban a cabo de manera cotidiana y estaban relacionadas
con la adivinación, la curación y de manera notable con
las relaciones amorosas. En 1577 por ejemplo, Ana Pérez,
vecina de la ciudad de México, negra horra, natural de
Valencia de Aragón y casada con un español, en un jui­
cio contra otra mujer fue acusada de tener el oficio de
“ganar muchos dineros” por realizar:

...supersticiones, hechicerías, oraciones y conjuros re­


probados por la Santa Madre Iglesia, m ezclando en
ellos misas y otras cosas sagradas invocando los d em o­
nios teniendo con ellos pacto tácito o expresso para
saber entender y forzar los secretos corazones de los
hom bres y traerlos a su volunLad y de otras personas
teniendo y creyendo que el dem onio invocado con se-1

11 Frank T. Proctor III distingue elementos de origen africano en las prácticas de


curandismo en su trabajo "Black and White Magic: Curandismo, Race and
Culture in Eighteenth-ccntury México", ponencia presentada en The Inter­
national Seminar on the History of die Atlantic World, Harvard University,
1998.
Solange Alberro, Inquisición y sociedad en México, 1571-1700, op. cil., p. 188.

243
Maria Elisa Velázquez Gulièrrez

m ejam es cosas tenga poder para revelar secretos que


dependen del libre albedrío de los hombres...^4

En varias de las denuncias por hechicería o superstición


contra mujeres de otros grupos sociales, las negras o mu­
latas aparecen involucradas y generalmente acusadas de
ser las causantes o incitadoras para cometer estos delitos.
Por ejemplo, a finales del siglo XVI, en 1597, una mujer
española denunciada por haber usado supersticiones depu­
so contra una mulata, que según su declaración realizaba
hechicerías con ciertos polvos que empleaba para calmar
los celos de los maridos.2* También, en 1617, fueron acu­
sadas varias mujeres que servían como alcahuetas, entre
ellas una negra esclava de don Luis Martín de Carvajal,
de usar “costumbres embusteras y dar bebidas a muchas
personas para que con ellas esten locos y sin juicio para
que quieran a las mujeres con quien tratan haciendo pa­
ra ello brebajes y cosas de hechicería y dándolo a beber
en el chocolate a las tales personas....”.26 Un año más tar­
de, fue acusada una mulata libre de nombre Luisa de Es­
trada que vivía en compañía de otras mujeres “pasado el
puente yendo a San Pablo”, por tomar ciertos polvos para
efecto de que “los hombres las quisiesen bien”.27
De acuerdo con los expedientes revisados, fue muy
común que las africanas y sus descendientes se aliaran con
indígenas para conseguir las hierbas y los distintos ele­
mentos necesarios para llevar a cabo estas prácticas, y tam-

4 AON, Inquisición, vol. 12«, exp. M . íf. S y 7


l \ ¡ b iá ,
vol. 209, exp. Ib, 10 IT.
“ AMrf., vol. 314, t;xp. 8 ff 37(>-38l>.
47 ttnd., vol. 317, cxp. 22, s/f.

244
Doncella!:, solieras y casadas

bien que las realizaran junto con ellos o bien que sirvieran
de intermediarias, en el caso de las esclavas, para cumplii
los deseos de sus propietarias. Así lo atestigua un docu­
mento de 1572, que se refiere a la denuncia en contra de
una mulata llamada María de Córdoba, vecina de la ciu­
dad de México, por usar hechicerías y supersticiones, que
se juntó con un indio hechicero para realizar invenciones
diabólicas “así con palabras como con aceites y otras cosas
poniendo velas encendidas en forma de altar o sal y oficio
sobre una mesa o arca”.'28 Este tipo de vínculos existió a
lo largo de todo el periodo colonial, como lo demuestra
una denuncia de 1706, hecha por una negra ciiolla, natural
y vecina de la ciudad de México, en contra de una mulata
por usar remedios para que los hombres se casaran jcon
las mujeres que así lo deseaban. La negra aseguró que la
mulata iba a ver a las indias de los carros en el barrio de
Santa Catalina y a otras de la plaza grande de la ciudad,
para obtener raíces, polvos y otros elementos necesarios
en sus prácticas.29
A lo largo del periodo colonial, otras negras y mulatas,
tanto esclavas como libres de la ciudad de México, fucion
acusadas de delitos diversos relacionados con piácticas
de magia y hechicería para lograr distintos fines, como por
ejemplo: ayudar a reos de la Inquisición a soportar tor­
mentos,20 hacer ruidos o mover objetos para asustar a la
gente, especialmente a los amos,21 o hablar por el pecho
y adivinar hurtos.22 Entre estos últimos vale la pena men-

Ibul., vol. 74, exp. 40, f. 1X7.


-!l Ib id., vol. 74.'), ff. 40 0 y Hfilv.
:il' Ibid., vol. 466, cxp. 27, f. 33X.
31 Ibid., vol. 317, exp. IX, í. I.
33 Ibid., vol. 473, cxp. 20, f. 181.
245
Malia Misa Velázqucz Gutiérrez

cionar un expediente de 1622 en contra de una africana


llamada Phelipa, de tierra Angola, esclava de Antonio
Díaz, acuñador de la Casa de Moneda de la ciudad, quien
vivía en San Agustín de la Cuevas a tres leguas de la ciudad
de México. La africana, de edad avanzada, fue acusada
por varios testigos que declararon que la esclava habla­
ba por el pecho, descubría “cosas de hurtos y de secretos
encubiertos” y que “parecía ser el demonio”.33
Muchas de las expresiones mágicas y de hechicería
que las africanas y sus descendientes llevaron a cabo en
la Nueva España posiblemente tuvieron su origen en las
religiones de sus culturas de origen y fueron ejercidas y
trasmitidas de generación en generación como parte de
su herencia religiosa. Otras, seguramente, se aprendieron
o recrearon a partir de las creencias de la población indí­
gena y las prácticas de superstición y hechicería que mu­
chos europeos realizaron en la Nueva España, a pesar de
las persecuciones inquisitoriales. Estas prácticas sirvieron,
como se ha observado, para conseguir ganancias económi­
cas, adquirir poder social, crear alianzas como formas de
resistencia ante el sometimiento y los malos tratos, pero
también como manifestaciones culturales que recrearon
en el nuevo entorno y la convivencia con otros grupos.
Las magias, hechicerías y supersticiones caracterizaron a las
africanas y sus descendientes en la Nueva España y, pese
a que ellas no fueron las únicas que ejercieron este tipo de
prácticas, muchos de los juicios y estereotipos de aquel pe­
riodo persisten en la actualidad, asociados a los dones má-

Ib id ., voi. SS)!!, exp. X, ff. 447 4.79.

24b
Doncellas, salieras y casadas

gicos vinculados con los atributos sensuales de este grupo


de mujeres.

Bajo el mismo techo: m ujeres de origen africano


en m atrim onios, enlaces libres
y com unidades domésticas

Los atributos que caracterizaron a las africanas y sus des­


cendientes en la ciudad de México, si bien influyeron en
la percepción que la sociedad novohispana tenía de ellas y
en las relaciones de género que establecieron, no siempre
fueron decisivos para formar sus enlaces de pareja o paren­
tesco. La vida en uniones matrimoniales o consensúales
en la capital virreinal fue compleja y heterogénea. Durante
los primeros tiempos las africanas, sobre todo las bozales,
se enfrentaron a una nueva dinámica social y familiar, muy
distinta a sus culturas de origen, aunque a lo largo del tiem­
po crearon alianzas y lazos de parentesco no sólo entre
miembros de su mismo grupo racial o jurídico, sino con
otros grupos sociales. Así, las oportunidades que tuvie­
ron para conseguir la libertad, las posibilidades de entablar
relaciones con otros grupos, que en muchas ocasiones me­
joraban sus condiciones de vida y las de sus hijos, influ­
yeron en la nueva dinámica familiar que se desarrolló en
la Nueva España, en particular en zonas urbanas como la
ciudad de México.
Muchas de estas mujeres sufrieron los estragos del so­
metimiento de la esclavitud, de la violencia sexual y de la
disgregación familiar; otras, por distintos medios, lograron
acceder a mejores condiciones de vida y mantuvieron la
soltería, a pesar de ser madres, factor que también estuvo
247
Mein a Elisa. Yelázquez G uriirre'/

presente en la valoración que la sociedad hacía de ellas, ya


que la soltería como carencia de lazos afectivos y de satis­
facción sexual era, como lo menciona Filar Gonzalbo, una
situación difícil, casi siempre lamentable, ajena a la volun­
tad y debida a circunstancias desfavorables.34 Sin embargo,
también muchas de ellas establecieron relaciones matri­
moniales y de parentesco estables y duraderas, que les
permitieron alcanzar mejores condiciones sociales.
Según los datos revelados por Juan Javier Pescador,
basados en archivos parroquiales de la ciudad de México,
las mujeres de origen africano solían casarse a la edad de
veintiún años, un poco más grandes que el resto de las mu­
jeres novohispanas. En general, como las tendencias de
otros grupos, las afr icanas y sus descendientes se casaron
con miembros de su misma condición racial. No obstante,
ellas representaron el grupo que Pescador identificó con
menor tasa de endogamia racial, es decir, el grupo de don­
cellas más abierto a contraer nupcias con el resto de los
grupos ra c ia le s .S i se consideran además los enlaces ex­
tramaritales con otros grupos raciales, en particular- con es­
pañoles y criollos, se podría decir que las africanas y sus
descendientes fueron actores claves en el intercambio fí­
sico y cultural de la capital virreinal. A continuación se
analizan las características de estas heterogéneas y comple­
jas relaciones que formaron parte de la vida matrimonial,

J üonzalbo, Familia y orden colonial op. cit., p. 40.


Según Pescador, de las mulatas, negras, lobas y moriscas, 44 por ciento se ca­
so con varones de la misma condición racial. La segunda opción de uniones
hie con criollos y españoles, alcanzando 31.5 por ciento. I.a última opción la
tuvieron con mestizos y castizos, con 24.5 por ciento. De bautizados a fieles di-
pintos. Familia y mentalidades en una parroquia urbana: Santa Catarina de México
1568-7820.. op. cit., pp. 1.56-15K.

248
Doncellas, solieras y casadas

consensual y familiar de las mujeres de origen africano en


la ciudad de México.

Matrimonios entre esclavos

Sometidos desde el siglo X V I a la esclavitud, los africanos


y sus primeros descendientes en la ciudad de México vi­
vieron dispersos como sirvientes en casas de familias espa­
ñolas y comunidades domésticas de diversas instituciones.
Sin embargo, dadas sus posibilidades de movilidad espa­
cial y de intercambio con otros grupos sociales, su relativa
dispersión no impidió que se establecieran lazos de paren­
tesco entre madres e hijos, esposos o parejas en uniones
consideradas como ilegítimas, así como con otros parien­
tes cercanos, lo que posibilitó la existencia de relaciones de
solidaridad e identificación social y cultural, Paralelamente
a esto, también establecieron lazos de parentesco y afecto
con otros grupos sociales, lo cual influyó sobre la dinámi­
ca familiar que formaría parte de su vida en la capital. Sin
embargo, la importancia de las relaciones de parentesco
entre las culturas de origen africano y la necesidad de crear
lazos de solidaridad ante situaciones de sometimiento fue­
ron factores que intervinieron desde épocas tempranas en
las formas de identificación e intercambio cultural entre los
africanos y sus descendientes.
En las Indias el matrimonio entre esclavos fue promo­
vido por las legislaciones civiles, fundamentalmente du­
rante la segunda mitad del siglo X V I , como parte de una
política que tendía a proteger los intereses económicos de
quienes invertían en la compra de esclavos, garantizando
su procreación, más que la preocupación por el intercam-
249
Maria Elisa Velâzquez Gutiérrez

bio entre grupos de distinta condición racial o social. Como


se sabe, la condición de esclavitud se heredaba a través del
vientre materno; por lo tanto, si los esclavos varones con­
traían matrimonio con mujeres libres, sus descendientes
gozaban de esta misma libertad. No obstante, las legislacio­
nes sobre los matrimonios en las Indias hicieron un reparo
significativo en las consideraciones de las Leyes de Parti­
das que habían regido hastafcntonces la vida de los escla­
vos en la Península Ibérica. Dicha legislación permitía que
por medio del matrimonio con individuos libres, los escla­
vos (hombres y mujeres) adquirieran su libertad, siempre
y cuando el dueño estuviera presente y aceptara el enlace.
Ello, en ciudades como Sevilla facilitó la movilidad social
)f intercambio cultural de la población de origen africa­
no. Ante esto, la Corona, que temía que esta situación se
propagara a tierras americanas, emitió en 1527 leyes y or­
denanzas que recomendaban que “negros y negras” se ca­
saran entre sí para evitar que adquirieran su libertad con
el matrimonio:

P rocúrese en lo posible, que h ab ie n d o de casarse los


negros, sea el m atrim o n io con negras. Y d eclaram o s,
q u e estos, y los dem ás, q u e fueren esclavos, no quedan
libres p o r h ab erse casado, a u n q u e interv en g a p a ra es­
to la v oluntad d e sus am os...3,1

Las fuentes documentales revisadas por otros trabajos ya


citados y por esta investigación, relativas a peticiones de
matrimonios de los siglos XVI y XVII, revelan que un nú­
mero considerable de esclavos en la ciudad de México,

i(’ lo>' íuc em itida por primer a vez en 152?, después se ratificó en 153« v
1541. Recopilación de Leyes de Indias, op. cit.

250
Doncellas, solteras y casadas

sobre todo bozales, contrajo matrimonio con mujeres de


su misma condición jurídica y racial. Así lo atestiguan va­
rios de los documentos analizados, entre ellos uno de 1578
en el que un africano bran, llamado Antón, esclavo de Juan
de Saavedra, solicitó licencia para casarse con María de
tierra Congo, esclava de doña Juana de Cuadrabrida,
Casi un siglo después, un expediente de 1642 señala que
Juliana, negra de casta Angola, con un hijo de doce años,
estaba casada con un esclavo congo llamado Manuel, per­
teneciente a un calderero en la calle de Tacuba. Como
estos casos, otros muchos indican que fueron frecuentes las
relaciones legítimas que se llevaron a cabo entre esclavos
a lo largo del periodo colonial. .
Que los esclavos pudieran casarse entre sí no significa­
ba que ellos y sus hijos compartieran la misma casa. Mu­
chos declararon ser hijos de padres y madres esclavas,
aunque residieran en distintas casas, comojuana Certrudiz,
negra criolla de dieciocho años, esclava de un panadero
vecino de la ciudad de México, quien acusada de reniego
en 1659, declaró ser hija legítima de Pedro Aguado, ne­
gro esclavo de un panadero y de Luisa de la Cruz, negra
esclava de Francisco de Olalde, escribano de la ciudad de
México.w También fueron usuales los matrimonios entre
esclavos de un mismo propietario; tal es el caso de Manuel
de Nájera, mulato natural y vecino de la ciudad de Méxi­
co y de Petrona de la Concepción, también mulata, quie­
nes solicitaron contraer matrimonio en la parroquia de la
Santa Veracruz en 1688, declarando ser ambos esclavos

'*7 AGN, Jesuitan, vol. 1-14, cxp. T I % s/f.


fbid.y Inquisición, vo!. 41)8, exp. 4, ÍT. 1-13.
María Elisa Vclázquez Gutiérrez

del capitán Laureano Aguirre.40 Existieron, asimismo, ca­


sos de mulatas libres casadas con esclavos, como lo de­
muestra una referencia de 11136 en la que se asienta que
un esclavo chino de nombre Bartholomé, de nación Men-
gala y de cuarenta años de edad estaba casado con una
mulata libre. El esclavo fue vendido por doña Francisca de
Paz a las monjas profesas de san Bernardo en 400 pesos
oro común.41
La intención de la Corona y de las autoridades virrei­
nales de la Nueva España de promover matr imonios entre
esclavos, enfrentó desde el siglo X V I notables contradiccio­
nes, ya que de acuerdo con las leyes cristianas éste debía
llevarse a cabo por voluntad propia de los cónyuges. El
Concilio Tridentino de 1563 hacía énfasis en la libertad de
elección para establecer el sacramento del matr imonio, lo
cual ponía en entredicho de alguna manera las recomen­
daciones de las legislaciones civiles. Además, el III Conci­
lio Provincial Mexicano decretó pena de excomunión
contra cualquier español que obligase a indio o esclavo al­
guno a contraer matrimonio o bien les impidiese hacerlo.42
No obstante, muchos matrimonios a lo largo del periodo
colonial, pero sobre todo durante el siglo X VI y la primera
mitad del X V II, fueron promovidos e incluso concertados
por sus dueños, lo que no impidió que otros se llevaran a
cabo por elección voluntaria o conveniencia individual.
El matrimonio entre esclavos y su vida familiar en la
ciudad de México presentó varios obstáculos y pocas ve­
ces logró adecuarse al modelo ideal que trataba de promo-41

411 AON, Matrimonios, vol. 1, exp. 71, s/f.


" AHNCM, José Veedor, not. 685, vol. 4590, ÍT. 810-812.
li Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial, op. di., p. 41.

252
Doncellas, solteras y casadas

ver la Iglesia en la Nueva España. Esto se explica sobre


todo por la dispersión y los cambios de residencia a la que
esclavos y esclavas estaban sujetos. Por ejemplo, la venta
que implicaba no sólo el cambio de domicilio sino tam­
bién de región, dificultaba su vida en común. Muchos eran
incluso vendidos para trasladarlos a otras regiones de la
Nueva España, lo cual contravenía las recomendaciones de
las leyes canónicas acerca del matrimonio entre esclavos
que permitían a éstos hacer vida marital, por lo menos una
vez a la semana, e iba en contra de las normas del III Con­
cilio Provincial Mexicano en las que se asentaba lo siguien­
te: “Los que tengan esclavos casados no puedan venderlos
ni los vendan en parajes tan distantes que sea verosímil
que no podrán cohabitar con sus mujeres por largo tiempo.
Y se deja a decisión del ordinario que tiempo se ha de re­
putar largo...”.4'*
Esta situación llevó a que varios esclavos, particular­
mente esclavas, reclamaran sus derechos de cohabitación
ante las instancias correspondientes. Tal es el caso de Mag­
dalena de la Cruz, angoleña esclava de Martín de Ortega
“familiar” del Santo Oficio y vecino de la ciudad de Mé­
xico, quien en 1643 denunció los malos tratos que recibía
de su propietario, declarando que no la dejaba tener la “co­
municación permitida por lo menos una vez cada sema­
na” con su marido. La queja de Magdalena fue apoyada
por un español de nombre Juan de Zumere, quien relató
que había observado cómo en ocasiones cuando el marido

4:1 III Concilio Provincial Mexicano, celebrado en México en 1585, con notas del
padre Basilio Arrillaga, publicado por Mariano Calvan Rivera, Barcelona, se­
gunda edición en latín y castellano, imprenta de Manuel Miró, 1K70, libro IV,
título i, punto S). Citado por Rilar Gonzalbo, La familia y el nuevo orden colonial,
op. cit., p. Jó 2.

253
María. Klisa Velázquez Gutiérrez

de 1&angoleña llegaba los sábados a visitarla, como era


uso y costumbre, a su cohabitación, el propietario de la es­
clava no lo consentía y en otras lo maltrataba de palabra
“dándole con un palo y haciéndole malos tratamientos".14
Otro documento de 1646 también se refiere a los pro­
blemas que enfrentaron los enlaces legítimos entre escla­
vos en la ciudad de México y la actitud de algunas de las
mujeres que balaron de luchar por sus derechos matrimo­
niales, incluso contra autoridades de alto rango social. Se
trata de una denuncia realizada por Agustina de la Trini­
dad, esclava del contador de tributos, contra donjuán de
Zuaznabar, aguacil mayor del Santo Oficio.*1’ La esclava
declaró que el aguacil, propietario de su marido, mulato de
nombre Francisco, mandaba trabajar en día de fiesta al
esclavo y que hacía algún tiempo lo había enviado a un
ingenio donde lo tenía pasando “muchos trabajos y cala­
midades . Ante tal situación Agustina pidió justicia y soli­
citó trajeran de regreso a su esposo para que pudiera hacer
vida marital, como mandaba la Iglesia. Ante la denuncia,
el aguacil respondió que él había comprado al esclavo
cuando éste se hallaba en la cárcel preso por incorregible,
pero que estando a su servicio, el mulato había seguido
con mal comportamiento, ausentándose de la casa y mo­
tivando a sus demás esclavos a jugar, por lo cual decidió
enviarlo al ingenio. Declaró además que la esclava Agusti­
na no podía “parecer enjuicio sin facultad de su amo” y
que en todo caso estaba dispuesto a vender al esclavo o a
comprar a la esclava inconforme para resolver el asunto.

'* AGN, Inquisición, vol. 41«, exp. 4, ff. 320-340.


*■’ vol. 425, exp 11, f. ">79.

2.54
Doncellas, solteras y casadas

Otro documento de 1674 se refiere a la queja de una


negra criolla llamada Antonia de la Natividad, esclava del
doctor don Antonio de la Torre Arellano, cura de la cate­
dral de la ciudad de México, contra el propietario de su
marido Miguel de la Cruz, negro esclavo de Gerónimo del
Pozo, dueño del obraje cercano al convento de San Die­
g o .S e g ú n la esclava, el propietario de su esposo no lo
dejaba salir del obraje para cohabitar con ella “ni siquiera
un día cada semana”; además, argumentó que como ella
no podía salir de su casa por estar sirviendo a su amo, no
podía cumplir con la obligación de hacer vida marital con
su esposo. Ante el reclamo de las autoridades canónicas y
la amenaza de excomunión por no dejar que los esclavos
hicieran vida marital y cumplieran con las obligaciones
del sacramento del matr imonio, el propietario del escla­
vo adujo que no dejaba salir al negro por “ser malévolo
y acostumbrado a huirse”, pero que, sin embaigo, estaba
dispuesto a dejar que la esclava enriara al obraje para co­
habitar con su marido.
El problem a de la cohabitación de los matrimonios
esclavos puede también observarse en un documento de
1697, que trata sobre el pleito entre dos propietarios por
una esclava de nombre Inés de San Bartolomé, negra crio­
lla de treinta y seis años de edad, casada con un negro li­
bre llamado Francisco.47 De acuerdo con el expediente,
Inés había sido vendida por Joseph Gómez, clérigo del ar­
zobispado y capellán del Sagrado Convento de Religiosas
de la Concepción, “con manifiesto dolo y fraude”, ya que

Hi Ibidy Matrimonios* vol. 2, exp. 31, s/f.


Ib id .f Bienes NacionaJes* vol. 79, exp. 30, s/f.

255
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

k esclava sufría una enfermedad que le había ocasionado


la muerte. El nuevo comprador, Francisco Díaz, presbíte­
ro del obispado de la ciudad de Los Ángeles, solicitó que
el vendedor le regresara su dinero, pues la venta había si­
do celebrada con fraude”. Lo interesante de este caso ra­
dica en los argumentos del vendedor para explicar por qué
había vendido a la esclava; de acuerdo con el dueño, el ma-
lido de la negra ocasionaba pleitos domésticos en su casa,
lo que también fue declarado por Inés, antes de morir.
Aunque es difícil conocer las verdaderas causas de la ven­
ta y muerte de Inés, es importante advertir que las visitas
de los maridos de las esclavas, sobre todo de aquellos li-
bies, ocasionaban problemas par a los propietarios y algu­
nas veces fueron razón de peso para venderlas.
Como se ha subrayado, la distancia entre cónyuges o
la venta de alguno de ellos fueron factores que influyeron
en la dispersión matrimonial de la población esclava de
origen africano. Muchos de ellos, acusados de bigamia o
deposición, declaraban haber recibido noticias de que sus
antiguos cónyuges habían muerto o se habían perdido, lo
cual les permitía contraer otra vez matrimonio, como se
analiza mas adelante. Aun así, los propietarios de esclavas
no se preocuparon por asegurar que éstas establecieran
matrimonios con varones de su misma condición racial y
jurídica, ya que el matrimonio con otros esclavos o con
grupos distintos no modificaba la condición de servidum­
bre de sus hijos.

256
Doncellas, solteras y casadas

Enlaces entre mujeres de origen africano y españoles:


armonía y conflictos

Desde el siglo XVI, pero sobre todo a lo largo del XVII, y


a pesaf de las recomendaciones civiles y eclesiásticas, la
población de origen africano esclava estableció relaciones
con otros grupos raciales y sociales, con lo cual se incre­
mentó el intercambio social y cultural. En este proceso,
interpretado como desorden social por funcionarios y cro­
nistas del periodo, intervinieron factores como la distan­
cia, el aumento de africanos y afrodescendientes libres y la
capacidad de esta última de entablar uniones matrimonia­
les o libres con personas de antecedentes culturales distin­
tos al suyo. . ■■
Es un hecho que los enlaces entre africanos y otros
grupos raciales, incluso españoles, tanto legítimos como
consensúales, existieron a lo largo de todo el periodo co­
lonial. Los matrimonios con la bendición sacramental no
fueron la regla común, aunque durante la investigación se
encontraron varios casos representativos que ilustran su to
lerancia o aceptación por la sociedad novohispana, en los
que se reflejan además la dinámica y problemática familiar
de este tipo de uniones y las situaciones que vivieron las
mujeres de origen africano para resolver los contratiem­
pos, muchos de ellos vinculados con su situación racial y
jurídica.
En el Archivo General de la Nación se encontraron va­
rios casos de africanas ladinas casadas con españoles en
el siglo XVI residentes en la ciudad de México. Esto indica
que la costumbre de contraer matrimonio o uniise entre
grupos raciales o culturales distintos no era un hecho ais-
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

lado en la tradición hispánica. Posiblemente muchos de


estos matrimonios no enfrentaron problemas, aunque gra­
cias a los testimonios encontrados, se puede conocer parte
de la dinámica que vivieron las africanas unidas a españo­
les durante este periodo.
Un expediente de 1540 atestigua, por ejemplo, que
Francisco Lombardo, viudo español de Malcre, marque­
sado de Monserrat, contrajo matrimonio en la ciudad de
México con Bartola, negra libre al parecer de origen ladi-
no.4* La ceremonia se llevó a cabo en la Catedral Mayor
de la capital novohispana, aunque después de cinco años
el matrimonio comenzó a tener serios problemas que la
misma Bartola decidió denunciar ante el Santo Oficio de
la Inquisición,
Según el testimonio, hacía alrededor de un año y medio
que su marido había comprado, a petición suya, una escla­
va de nombre María, que según Bartola, era su hermana.
Sin embargo, Bartola comenzó a notar que las actitudes de
su marido hacia ella cambiaban y que cada vez más eran
evidentes los malos tratos que recibían ella y su hermana.
Finalmente, María le confesó que el marido abusaba se-
xualmente de ella, azotándola o castigándola en caso de
que se negara a tener relaciones sexuales, por lo cual Bar­
tola decidió acusar a su marido ante el Tribunal de la In­
quisición.
María ratificó el testimonio de su hermana. Declaró
que su cuñado aprovechaba la ausencia de Bartola para
tratar de tener “acceso carnal” con ella. Además, delató la
serie de maltratos que había sufrido:

J!i [b id ., In q u is ic ió n , v o i. 34, c x p . 4 , s /f.

258
Doncellas, solteras y casadas

a ciertos días otra vez porque no quiso hecharsc con él


tomo a azotar otra vez, después cada vez que la dicha su
hermana se iba fuera de casa el dicho Francisco Lom­
bardo la amenazaba que si no se hcchase con el o si
descubriese algo de ello a su hermana le daría de puña­
ladas y asi con amenazas y temores que le puso se tor­
no a hechar... y que el dicho Francisco Lombardo la
azotó a espalda en una escalera y le dijo que si no lo
hiciese o si lo descubriese a su hermana que había de
matar a la dicha su mujer y a esta que depone...

I,a esclava también declaró que había decidido huir y re­


fugiarse en casa de unos indios, pero que habían ido por
ella y que Francisco, su cuñado, le había puesto unos yu­
gos en los pies y una argolla en la garganta, abusando nue­
vamente de ella. Los testimonios fueron apoyados con las
declaraciones de una esclava propiedad de Francisco Lom­
bardo y las de una mestiza, que al parecer también era sir­
vienta del español.
Francisco compareció ante el Tribunal aunque negó
que hubiera tenido relaciones carnales con María. Aceptó
haber maltratado a la esclava, pero argumentó que lo hi­
zo porque “había hurtado ciertas cosas, se había huido y
había metido de noche a otros negros en casa”. Agregó
que en una ocasión, azotando a María, ella había recono­
cido que era mentira que fuese hermana de su esposa. Los
funcionarios de La Inquisición consideraron válidos los ar­
gumentos de la denunciante y castigaron a francisco Lom­
bardo con 200 pesos oro de minas y 100 azotes.
Con este caso se pueden ejemplificar algunas de las
características y las dinámicas de los matrimonios entre
africanas y españoles, así como sus espacios domésticos.
El hecho de que un español se casara con una africana ín­

259
María Elisa Velázquez Gutiérrez

dica que estos enlaces eran aceptados. El matrimonio legí­


timo le permitió a Bartola denunciar a su marido. Además,
la actitud de Bartola también refleja solidaridad con indi­
viduos de su mismo origen cultural. Por otra parte, este
caso demuestra que en una misma comunidad doméstica
vivían africanas con distinta condición jurídica, españoles
y mestizas, lo cual posibilitó el establecimiento de diversos
lazos de parentesco e intercambio cultural. Finalmente, la
resolución del tribunal, aunque no resolvió de raíz el pro­
blema de estas mujeres frente al poder del español como
marido y propietario, evidencia que éstos podían ser cas­
tigados.
Otros casos nos permiten conocer los problemas sur­
gidos de uniones legítimas entre españoles y mujeres de
origen africano. Por ejemplo, en un expediente del ramo
Inquisición, de 1575,49 en el que se consigna el proceso
contra una negra ladina casada con un español en la Flo­
rida, acusada de haber contraído matrimonio anteriormen­
te con un negro de Cádiz. Según las declaraciones de Juan
de Vega, español de oficio fundidor, y un panadero espa­
ñol de nombre Blas Dávila, la negra Luisa de Ábrego se
había casado con Miguel Rodríguez en el fuerte de San
Agustín. Sin embargo, declaran que la mujer era casada
antes con otro negro.
El marido de Luisa, que en el momento del conflicto
se encontraba preso por deudas en la ciudad de México,
declaró que efectivamente desde hacía ocho años estaba
casado con Luisa, haciendo vida marital. Sin embargo, el
confesoi jesuíta de Luisa le informó que debía apartarse de

,!’ I b i d , vol. 103, exp, (>, 20 B'.

260
Doncellas, solteras y casadas

su esposa porque ésta había estado casada anteriormente


con un moreno llamadojordán de Herrera en Jerez. El pa­
dre le advirtió además que no “tuviese acceso camal so pe­
na de pecado” hasta que se aclarara el hecho.
En su defensa, Luisa atestiguó ser negra horra, natural
de Sevilla y tener veintinueve años de edad aproximada­
mente. Declaró que trabajó como sirvienta en Jerez de la
Frontera, hacía 14 años, donde conoció a un negro libie
que le pidió matrimonio. Ella aceptó y entonces el negro
le dijo que “por tal mujer y esposa la recibía y se otorgaba
su marido y luego la abrazó y besó como a su mujer”. Sin
embargo, pocos días después Luisa se mudó de casa y más
tarde a Sevilla, en donde se enteró que Jordán de Herre­
ra se había casado con otra mujer. Para no estorbar aquel
matrimonio y sin tener forma de comprobar que el negro
le había ofrecido matrimonio, decidió no intervenir y per­
maneció en Sevilla, ciudad en la que posteriormente co­
noció al soldado español Miguel Rodríguez, con el cual
se casó públicamente y con quien se trasladó a la Nueva
España. Su confesor le pidió que se separara de su marido
porque ella no era su mujer por haber contraído un com­
promiso anterior. Ante el interrogatorio de los fiscales, Lui­
sa declaró que consideró como marido al negro Jordán,
pero que al tener conocimiento de que éste se había casa­
do con otra mujer, ella había entendido que su matrimo­
nio no era válido y que por lo tanto no consideraba que
hubiera contraído nupcias por segunda ocasión. Además,
aseguró que conjordán “copula camal ni otros tratos, más
de darse las manos y abrazarse y besarse” no había tenido.
Los funcionarios de la Inquisición realizaron otras in­
vestigaciones para asegurarse de que el matrimonio entre

261
María Elisa Velázquez Gutiérrez

IAlisa y Miguel fuera legítimo. Ello lo comprobaron con la


declaración del clérigo Juan de Rueda, quien atestiguó ha­
berlos casado en Florida. Sin embargo, la resolución del
caso tuvo un final contradictorio: dos de los funcionarios
votaron por su absolución, otros dos votaron por que sa­
liera al auto de fe con vela y coraza de “casada dos veces”
y uno alegó que no saliera en el auto de fe pero que reali­
zara penitencia en una misa con coraza y vela.
El caso descrito ilustra la serie de problemas a los que
podían enfrentarse las africanas ante las presiones sociales
y morales que el matrimonio con un español suponía. La
denuncia y las dudas del confesor de Luisa pudieron ha­
ber formado parte de una intriga en contra de ella, o bien
ser parte de los conflictos a los que las africanas se enfren­
taban por haberse casado supuestamente fuera de las leyes
hispánicas. Este problema se repitió en la Nueva España
durante los primeros tiempos del periodo colonial, no sólo
en relación con los africanos, sino también con los indí­
genas. La disyuntiva radicaba en reconocer o no la va­
lidez de matrimonios anteriores llevados a cabo hiera del
matrimonio cristiano. Esta disyuntiva se manifiesta en la
resolución final del caso, cuando los funcionarios de la In­
quisición no llegaron a un acuerdo sobre la inocencia o
culpabilidad de Luisa.
A lo largo del siglo XVU también se celebraron matri­
monios entre mujeres de origen africano y españoles o crio­
llos en la ciudad de México. En muchos casos las mujeres
eran negr as y mulatas criollas libres, aunque también exis­
tieron casos de enlaces entre españoles y esclavas. Jurídi­
camente no existían obstáculos para este tipo de uniones y
además, como se ha mencionado, en muchas ocasiones en

2f>2
Doncellas, solieras y casadas

las actas de matrimonio no se especificaba el origen racial


de los contrayentes o fácilmente se manipulaba, a pesar de
que existieran libros de registros distintos para españoles
y castas. Un caso interesante es el de un español de nom­
bre Thomás Rodríguez de Triana, quien en 1609 expresó
su deseo de casarse conjoana de Rojas, mulata criolla de
la ciudad de México y esclava de doña Isabel de Alba.50
El hombre declaró ser soltero libre de matrimonio, pero
además aseguró que no le importaba que la mulata fuera
esclava y que sabía que tenía obligación de hacer vida ma­
rital con la susodicha, donde quiera que su ama la enviare
o vendiere por la obligación de matrimonio. En este caso
el amor desempeñó un papel importante y seguramente se
repitió en muchas de las relaciones novohispanas. Además,
es importante señalar cómo los testigos de La petición por
parte de la mulata son una negra libre, Lavandera de ropa,
y un criollo, mientras que por parte del español estaba otro
criollo. Ello demuestra que existía apoyo social para concer­
tar matrimonios entre grupos de distinta condición racial.
Las uniones entre criollos y mujeres de origen africa­
no Libres que lograron tener una mejor posición en la es­
tructura social pueden también atestiguarse en la biografía
de Juan Correa, el pintor barroco de mediados del siglo
XVII.11
El padre de Correa era criollo de la ciudad de Méxi­
co, hijo de un español y una mujer de Cádiz, cuyo origen
racial se desconoce, aunque probablemente se tratara de
una morisca. Esto último se infiere ya que el color de la

Jil ¡bid., Matrimonios, vol. SS, exp. li), s/f.


Elisa Vargas Lugo y Gustavo Curiel,.M » Correa, su vida y su obra: Cuerpo de
documentos, op. cil.
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

piel del cirujano barbero de la Inquisición fue cuestionado,


sin resultados, por algunas autoridades cuando el médico
presentó su genealogía para obtener el “cargo de propie­
dad”. El cirujano se unió, primero de manera ilegítima,
con la m oiena Pascuala de Santoyo, quien declaró ser
hija de padres negros y tenía dos hijos “naturales” produc­
to de una unión libre anterior. Más tarde ambos decidieron
legitimat su unión y procrearon dos hijos: José, el maes­
tro dorador, yjuan Correa, el famoso pintor. A lo largo de
su vida conyugal, el cirujano y Pascuala lograron conso­
lidar una posición económica desahogada y dotar a sus hi­
jos de un oficio. Incluso los hijos “naturales” de Ja unión
anterior de Pascuala tuvieron la oportunidad de ingresar a
instituciones religiosas, una de ellas, María, era reclusa en
el convenio de Santa Isabel y gozaba de una renta que
había heredado del tesorero Alonso de Santoyo, posible­
mente dueño de sus antiguos abuelos. El otro, Nicolás, era
religioso de la orden franciscana, lo cual pone en entredi­
cho la idea de que sólo los españoles o criollos podían in­
gresar a las órdenes religiosas en la Nueva España.
Podiía pensarse que este tipo de uniones fue frecuen­
te en la Nueva España, sobre todo en la capital virreinal,
donde existieron oportunidades para que la población de
origen africano accediera a mejores condiciones de vida.
No obstante, es difícil comprobar lo anterior debido a que
los datos que ofrecen los registros parroquiales y las peti­
ciones matrimoniales para los siglos XVII y XVIII no son
confiables, primero porque al momento del registro era
posible alterar el origen racial de los contrayentes, y se­
gundo porque muchas de estas uniones no recibieron las
bendiciones sacramentales.

2t>i
Doncellas, solieras y casadas

Las cifras del siglo XVIII demuestran una tendencia


clara hacia el “blanqueamiento” de la sociedad capitalina,
debido no sólo al intenso mestizaje y a la presencia cada
vez menor de africanos y africanas en la Nueva España,
sino en gran medida a las “inquietudes” de omitir o ma­
nipular el origen racial, bajo las presiones de las nuevas
concepciones sobre la estratificación racial y social.12
Aunque existen pocos casos documentados sobre rela­
ciones entre esclavos de origen africano y españolas, éstos
no estuvieron ausentes en la ciudad de México, ni siquiera
hacia finales de la época novohispana, cuando, como se
explicará en el último apartado de este capítulo, la Pragmá­
tica de Matrimonios estaba vigente. Un caso interesante
es el de un esclavo negro procedente de la isla de Santo
Domingo, vecino de la ciudad de México, quien en l/9ó
solicitó ante las autoridades canónicas del Sagrario Metro­
politano se hicieran trámites para permitir que se realizara
su matrimonio con una española de nombre María Josefa
Osorio.S3 Según la solicitud del negro Santiago Gamboa,
esclavo de doña Francisca Gamboa, hacía un año poco más
o menos que en virtud de esponsales y palabra de casa­
miento “que di y se me reprometió” había tenido relacio­
nes sexuales con la española “violando su virginidad . De
esta relación la española embarazada, aunque tiempo des­
pués por accidente abortó al niño. Él insistió en casarse a
pesar de las objeciones de su dueña y las relaciones entre•

•5- En su investigación sobre archivos riel Sagrario Metropolitano, Dennis Modín


Val des muestra el aumento de bautizos de españoles frente a mulatos y mes
tizos a lo largo del siglo XVIII. Estos dalos son contradictorios con el aumento
de la población mulata v mestiza en la ciudad de México en este mismo pe­
riodo Dennis Modín Yaldés, The Decline of the Sociedad de Castas m México
City, op. cit., p. 'Tí .
’:l AGN. Matrimonios, vol. 14!), exp. 4b, s/t.

265
María Misa Velâzquez Gutiérrez

ambos continuaron, por lo que una vez más María Josefa


se hallaba embaraza. Santiago declaró que para impedir el
matrimonio los familiares de la española la querían trasla­
dar a la ciudad de Puebla y por tanto suplicaba a las auto­
ridades permitieran se llevara a cabo el matrimonio. Las
autoridades del sagrario pidieron que se investigara si Ma­
ría Josefa tenía padres, pero al parecer el trámite no conti­
nuó su rumbo y se desconoce el desenlace final del caso.

Juntos y revueltos: elecciones matrimoniales, dotes y alianzas

A lo largo del período colonial, de manera especial duran­


te el siglo XVII, muchas mujeres de origen africano deci­
dieron contraer matrimonio con miembros de su misma
calidad étnica. ’4 Según las investigaciones ya citadas, sobre
matrimonios basadas en archivos parroquiales y los datos
revisados en esta investigación, estas mujeres muy pocas
veces contrajeron matrimonio con indígenas. Sin embar­
go, las características de las fuentes impiden conocer los
porcentajes de los enlaces libres y las particularidades de
muchas de estas relaciones, ya que la mayoría de los docu­
mentos revisados se basa en expedientes inquisitoriales o,
en su caso, en peticiones matrimoniales y en un número

Según ¡os análisis arrojados por Pilar Gonzalbo, basados en los registros pa­
rroquiales de mediados del siglo XVll en la ciudad de México, los varones
mulatos eligieron por compañeras a mulatas en 41 por cíenlo de los enlaces,
mientras que las mulatas en S.S.S por ciento y las negras lo hicieron en un tí«
por ciento con negros, el restante con mulatos y sólo una con mestizo. Ade­
más, mientras los mulatos sólo eligieron a negras en 4 por ciento, las mulatas
contrajeron matrimonios con negros en 1 ÍI.Í) por ciento y el resto de ellas lo
hizo con lobos, moriscos y chinos. Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial, op.
át., P- 21d. Las otras investigaciones sobre archivos parroquiales, ya citadas,
también demuestran esta tendencia.
Doncellas, solteras y casadas

considerable de ellos no se especifica la condición jurídica


de los afectados. Aun así, es posible que tuvieran menos
opciones de matrimonio con indígenas o prefirieran unii-
se con miembros de su misma etnia o con varones que les
posibilitaran mejores condiciones. Es interesante hacer no­
tar que lo contrario ocurrió con los varones, pues tuvieron
mayores posibilidades de elección y, en caso de ser escla­
vos, lograban liberar a sus hijos de la esclavitud por medio
del matrimonio. ’15
Para mediados del siglo XVII, en la ciudad de México
existía un grupo representativo de población de origen afri­
cano, conformado en gran medida por mulatos o pardos
libres, quienes consolidaban grupos familiares y redes de
apoyo mutuo. Aunque es cierto que muchos de ellos vivían
en condiciones de vida precarias, otros habían logrado
obtener condiciones económicas más ventajosas gracias a
su participación en el comercio y en actividades artesana­
les. Varios documentos sobre la vida del pintor Juan Correa
dan cuenta de las posibilidades económicas de algunos par­
dos en la ciudad de México, en particular de sus mujeres,
quienes al contraer matrimonio aportaban como dote un
considerable patrimonio. Tal es el caso de Felipa Correa,
mulata libre e hija del pintor, quien al casarse en lf)90 con
Cristóbal del Castillo, pardo libre y dueño de recua, contó
con una dote compuesta, como se acostumbraba en la épo­
ca, por dinero, ropa de cama, joyas, accesorios, vestimentas
y muebles diversos, así como esculturas y pinturas, todo

j.í Según las cifras de los registros parroquiales del mismo periodo, por ejemplo,
en el caso de los negros, -■ >3 por ciento contrajo matrimonio con negras, l l
por ciento con mulatas y !) por ciento con indias y mestizas. Ibid., p. 217.

267
Viaria Elisa Velázquez Gutiérrez

estimado en 2 206 pesos y dos tomines.’“ A continuación


se presentan algunos extractos de la dote otorgada:

Primeramente, veinte y siete marcos menos una onza


de plata labrada: en platón, seis platillos, una salvilla con
su bernegal, una tembladera pequeña, un salero con su
pimicnleo y un tenedor, todo quintado. Y seis cucharas
de plata sin quintar que a precio de ocho pesos y cua­
tro tomines cada marco; montan doscientos veinte y
nueve pesos cuatro tomines__ 22.9 pesos. 4 t.
Item. Unas pulseras de perlas de rastrillo entero que
pesaros dos onzas y tres cuartas, que a precio de seten­
ta pesos la onza importan ciento y noventa y dos pesos
y cuatro tomines____192 pesos. 4 t.
Item. Una gargantilla de cinco hilos de perlas de
medio rastrillo, que pesó una onza, apreciada en trein­
ta y seis pesos____36' pesos.
Item. Otro par de zarcillos de oro esmaltado, de tres
piezas cada uno, con siete piedras ordinarias de color
rojo y quince clabacitas de perlas menudas, apreciadas
en ochenta pesos___ 80 pesos.
Item. Una escribanía de una tercia, embutida de
marlil, carey y cuarzo, con cerradura, llave y cantone­
ras estañadas, apreciada en doce pesos___ 12 pesos
Otra camisa nueva de bretaña con las mangas de
cambray de París, laboreadas de cortados de hilo blan­
co, cenada con encajes finos y sus puños de encajes
grandes de Flandes, apreciada en cuarenta pesos
4U pesos.
Item. Una colcha, rodapiés y paño de almohadas de
seda de colores y oro de la .Vlixteca, guarnecido lodo
e puntas de seda, oro y plata, avaluado en ciento v
veinte pesos___ 120 pesos.
Item. Cinco cuadros de a siete cuartas con sus mol-
duras doradas, de ias advocaciones de Felipe Neri, San
Pedro Alcántara, San Cristóbal, San Fransico y San An-
tonio de Padua, apreciados todos en sesenta pesos
60 pesos. r ----
Item. Quinientos pesos de oro común en reales...

” ¡£ 5 T C1™‘ - - - -»■ <**. *


268
Doncellas, solieras y casadas

Como puede observarse, Felipa contaba con una dote na­


da despreciable heredada de sus padres, quienes gozaban
de una posición económica desahogada. Asimismo, el cón­
yuge de Felipa también tenía una posición económica
ventajosa, según puede inferirse en la carta poder que pre­
sentó para testar, ya que era dueño de una recua, tenía
varios sirvientes e incluso dos esclavos, uno mulato y otro
negro bozal.1'
Otras mulatas que entablaron relaciones legítimas con
varones de su misma condición racial, también conta­
ron con una dote representativa para contraer nupcias.
Tal es el caso de Bárbara Xaviera de Aguilar, parda libre
e hija legítima de un acaudalado pardo, natural del Real y
Minas de Taxco, corredor de joyas y vecino de la ciudad
de México, quien en 1705, al contraer matrimonio con Be­
nito Fernando Venegas, pardo libre y mercader de la capi­
tal, contó con una dote de 1 705 pesos, siete tomines y tres
granos.-’1*En el mismo año, su hermana, de nombre María
de Aguilar, se casó con un maestro de sastre, originario de
Puebla de los Angeles, pero vecino de la ciudad de Méxi­
co, al parecer mestizo o criollo, y también se vio favoreci­
da con una dote que alcanzó la cantidad de 1 537 pesos,
siete tomines y tres gTanos.'')!, Los datos que ofrece el cen­
so de 1753 atestiguan que para mediados del siglo X V III
muchas mujeres de origen africano habían consolidado
relaciones matrimoniales con hombres de su mismo gru­
po étnico. Tal es el caso, entre muchos otros, de Nicolás

’7 Ibid., p. 82.
í* Ibxd., pp. 128181.
’!l Ibid., pp. 131-13(1.

269
María Elisa Velázqucz Gutiérrez

Navarro y María de Jesús, quienes vivían con tres hijos en


la calle de Sanjosé de Gracia.60
Pese a que la formación de grupos familiares y matri­
monios legítimos con ascendencia africana era notable en
la ciudad de México, también las uniones consensúales
eran frecuentes, con lo que el intercambio entre grupos
étnicos continúo en la capital de la Nueva España. Es po­
sible que las uniones entre mujeres de origen africano e
indios no fueran ventajosas para las primeras, aunque exis­
ten algunos casos que dan cuenta de este tipo de enlaces
y que además ilustran la compleja dinámica que se vivía
para mediados del siglo X V III. Por ejemplo, un expediente
de 1740 refiere el caso de una denuncia en contra de una
mulata libre llamadaJosepha de la Trinidad, casada con un
indio albañil de nombre Vicente, quienes vivían en una ve­
cindad en el Puente del Cuervo “hacia San Sebastián”
En la vecindad habitaban, además de indios y mulatos, es­
pañoles, entre ellos una soltera dedicada a coser o hacer
cigarros, de 24 años de edad, quien denunció a la mulata
por haberle ofrecido ciertos polvos cuando en una ocasión
la española le comentó que tenia necesidades de dinero.
En su declaración la mulata responsabilizó a una india de
haber sido la causante del conflicto, ya que ella le había
ofrecido “hacer ciertas diligencias de remedio para tener
dinero”. Negó además que ella hubiera ofrecido los “pol­
vos” a la española y acusó a la india de haberlo hecho. Al
final el caso fue resuelto por los inquisidores, castigando
con 200 azotes a la mulata.

Eduardo Bácz M atías, “Planos y censos de la ciudad de M éxico en 1753” en


B o le tín d e l A rchiva G eneral d e k N a ció n , op. ciL, p. 8(¡0.
1,1 AG\, Inquisición, vnl. 7!>4, cxp. 25, íf. 323-328.

270
Doncellas, solteras y casadas

Las relaciones entre los diversos grupos que habitaban


la ciudad de México a mediados del siglo X V III fueron
motivo de críticas, sobre todo por parte de las nuevas au­
toridades coloniales del gobierno borbónico. Entre otras
cosas, les preocupaban las oportunidades y ventajas eco­
nómicas que algunos afrodescendientes habían alcanzado
y la facilidad con la que habían entablado enlaces matri­
moniales o uniones libres con otros grupos, según varias
de las disposiciones legales y algunos de los comentarios de
funcionarios que se hicieron en aquel periodo, como se
analiza más adelante.

Familias de origen africano: disgregación


y redes de parentesco

El modelo familiar concebido por las leyes hispánicas no


fue la forma más común de organización doméstica en la
sociedad virreinal y aun menos en aquellos sectores so­
ciales más desprotegidos. Desde los primeros años se es­
tablecieron diversas comunidades que crearon complejos
tipos de convivencia y heterogéneos lazos de parentesco.
Los africanos y sus descendientes estuvieron inmersos en
este tejido social estableciendo redes de solidaridad, alec­
to o discordia en talleres, casas, conventos o iglesias.62 No
hay que olvidar que para la mayoría de las culturas africa­
nas la familia y el parentesco eran de vital importancia en
la reproducción social y la significación individual; por

M Robles m enciona por ejemplo que en el siglo XVII los mulatos tenían fundada
una junta a m odo de religión cerca del convento de Regina y que decían misa
y predicaban. Cita en Francisco de la Maza, L a c i u d a d d e M é x i c o e n e l s i g l o X V I I ,
M éxico, ECE/SEP -Lecturas Mexicanas Í>J5), 198.5.
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

ello no debe de sorprender que construyeran redes socia­


les que posibilitaron su pertenencia a alguna comunidad,
no sólo de acuerdo con su origen racial, sino también con
las nuevas condiciones que la sociedad virreinal les ofrecía.
El hecho de que varias familias, sobre todo las enca­
bezadas por mujeres, fueran vendidas en conjunto en la
ciudad de México, es indicio de que al permanecer uni­
das podían transmitirse o recrear prácticas culturales y
formas de solidaridad entre madres e hijos y en algunos
casos incluso con los padres.63 Es cierto que muchos escla­
vos desconocían sus antecedentes familiares, por haber
sido arrancados de sus lugares de origen desde muy peque­
ños o poi haber nacido en la Nueva España, sin embargo,
algunos esclavos ladinos conocieron a sus padres en Por­
tugal o España. Tal es el caso de Francisco, negro esclavo
ladino de don Pedro Ruiz de Ahumada, quien en 1601, acu­
sado de reniego, declaró haber conocido a sus padres que
eran esclavos de un portugués Honrado Miguel Sánchez;64
o bien el caso de Francisca, esclava de 25 años, nacida en
Cabo Verde, también acusada de reniego, que declaró ha­
ber conocido a sus padres, Francisco y Magdalena, esclavos
del capitán Felipe de Andino.65
Investigaciones como las de María Elena Cortés66 han
probado que la dispersión, sobre todo al inicio del periodo

I.iis escrituras analizadas por Pilar GonzaJbo a lo largo del siglo XVII en el A r­
chivo de Notarías de la ciudad de México, atestiguan que de 113 esclavas 20
se transfirieron junto con sus hijos, hasta de cinco o siete años y algunos do
nueve o diez. Pilar Gonzalbo, F a m ilia y orden colonial, op. c i t p. 2IK,
' AUN, Inquisición, vol. 3(ifi c.a., exp. ), s/f. r
l“ I b i d , vol. U7, exp. 1, 21 ff.
María hiena Cortésjacom é, "hl grupo familiar de los negros y mulatos: discur
so y com portam ientos según los archivos inquisitoriales. Siglos XVI XVIII”
tesis de licenciatura, México, 1;nam , l‘)H4 .

272
Doncella.';, sedieras y amida!,

colonial, fue la característica común de la lamilia esclava


en la ciudad de México. Sin embargo, ello no impidió que
los esclavos conocieran y supieran de algunos de sus pa­
rientes, aunque éstos residieran en lugares distantes. Varios
de los documentos analizados refieren esta situación. Por
ejemplo, el caso de una negra criolla de nombre Victoria,
esclava de Baltazar de Solorzano,*'7 acusada de reniego en
KiOÜ, que declaró en la Inquisición que conocía a su abue­
la, esclava y asentada en la ciudad de México, que vendía
verdura en la plaza, y a sus hermanas Ana y María, asi
como a uno de sus hermanos que residía en la minas de
Temascaltepec.í)HLas posibilidades de desplazamiento en
la capital, asociación entre africanos y descendientes, y por
tanto la posibilidad de establecer redes de comunicación
y apoyo mutuo, se reflejan en las preocupaciones que du
rante la primera década del siglo XVII externaron las auto­
ridades virreinales ante una ‘‘posible insuilección. Las
cofradías también fueron instituciones que posibilitaron
el intercambio, el apoyo y la solidaridad. Como se analiza
en otro apartado de esta investigación, desde el siglo XVI
algunas autoridades virreinales cuestionaron y prohibieron
que las cofradías de negros se establecieran en la capital,
pues en su opinión, su existencia amenazaba la estabilidad
del virreinato. No obstante, existieron cofradías que ejer­
cieron un papel importante entre la población de origen
africano. Asimismo, el compadrazgo desempeñó un lugar
destacado en las alianzas familiares. Las actas matrimonia­
les revisadas demuestran que los africanos y sus descendien­
tes eligieron como padrinos o madrinas a miembros de su

w Este caso va fue citado.


<;i< AON, Inquisición, vol. 256, exp. 4, 30 ff.

273
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

misma calidad étnica, lo cual no impidió que otros muchos


decidieran elegir a españoles o criollos, ya fuera por los la­
zos que habían concertado con ellos o por el deseo de que
sus hijos tuvieran el apoyo de grupos con mejores condi­
ciones económicas.
Los lazos de parentesco y solidaridad entre familias de
origen africano fueron más representativos a lo largo
del siglo X V II. Eran frecuentes las alianzas y las ayudas
entre parientes para conseguir la libertad de alguno de
ellos. Es el caso de una pareja de esclavos de edad avan­
zada y en mal estado de salud, trabajadores de una ha­
cienda del capitán Juan de Chavarria, quienes fueron
donados, junto con otros bienes, al convento de San Lo­
renzo en la ciudad de México. La pareja, un mulato y
una negra, solicitaron que se les otorgara la libertad, pues
se hallaban enfermos y rebasaban los setenta años de
edad, a cambio de los 100 pesos en que fueron valuados.
La pareja declaró que el dinero lo habían conseguido
gracias a los aportes de parientes e hijos.w De igual modo,
la madre dejuan Correa, Pascuala de Santoyo, prestó a su
hijo Joseph el dinero necesario para conseguir la libertad
de su esposa y su hijo.70 Asimismo, fue común que se hi­
cieran préstamos entre afromestizos con el objeto de sol­
ventar problemas económicos, tal y como lo atestiguan
varios documentos relacionados con la vida del pintor
Juan Correa.71 Por ejemplo, éste admitió en su taller como
aprendices a varios mulatos, pero también ingresaron ba-

'J ¡ b i í . Bienes Nacionales, vol. 470, exp. ,S, s/f.


' ' Elisa Vargas Lugo y Gustavo Curicl, J u a n C u n e a . S u v id a y s u obra. C u erp o de
docum entos^ op. cit.. p. 47.
71 IhuL , p. 4 S

274
Doncellas, solteras y casadas

jo su tutela aprendices de otros grupos étnicos.7^ Pese a que


muchas familias de origen africano solían tenei parientes
esclavos y libres, posiblemente disgregados, estos cono­
cían su residencia y tenían, en muchos casos, comunica­
ción con ellos. Tal es el caso de una esclava, negra criolla
de diecisiete años, quien declaró ante el Santo Oficio de
la Inquisición haber conocido a sus padres, ambos escla­
vos, y saber el destino de sus hermanos y hermanas: uno
era mulato, libre y otras negras y esclavas/'5
La conformación de estas redes de parentesco e iden­
tidad familiar se consolidaron a lo largo de los siglos X V II
y X V III. El incremento de población libre, las oportunida­
des económicas a las que muchos de ellos accedieron y los
espacios de trabajo fueron factores que contribuyeron a su
formación. Estos vínculos se encuentran en varias fuentes,
por una parte en la forma en la que establecieron su resi­
dencia en la capital a lo largo del periodo virreinal y en
los datos que ofrece el censo de 1753. De varios ejemplos
citaré sólo algunos casos en los que se comprueba las redes
de parentesco entre africanos y descendientes. Por ejemplo
Teresa Mayoral, viuda de cincuenta años, vivía con cuatro
de sus nietos en la plazuela del convento de la Concepción
y Ana Mobellanes, mulata con marido ausente, vivía en
compañía de un negro con dos mulatas.7^ Asimismo se
aprecian familias extensas compuestas por hijos casados
o hermanos, o simplemente paisanos o amigos, tal es el ca­
so de una pareja de mulatas que compartían su casa con71

71 Ib id ., p. 57.
AGN. Inquisición, vot 443, exp. 4, fT. 4 4 4 455.
-i E duardo Baca Macías, “Planos y censos de la ciudad de M éxico a través de!
censo del año de 1753”, en B o le tín d e l A rch ivo G e n e r a l d e la N a c ió n , o p . n i . ,
p. KJ5.

27")
Maria Elisa Velázquez Gutierrez

otra mulata llamada Hipólita Jiménez en la calle de San


Ramón73 y entre otros muchos, el de Joaquín Vargas, capi­
tán del Tercio de Pardos, casado, que compartía su casa
con otro oficial de sastre en la calle de Jesús Nazareno,7,1
o el de Manuel Villegas, maestro de albañil, mulato libre,
casado, que manifestó vivir en la misma casa con otra mu­
lata y su h ijo /'
Con el propósito de corroborar la existencia de áreas
específicas de población de origen africano se vaciaron en
un plano del siglo XVIII las referencias de ubicación de las
negras y mulatas obtenidas de los expedientes revisados:
100 del siglo XVII pertenecientes a diversos ramos del AGN
y 265 casos de mujeres registradas en el censo de 1753™
(véase plano 1}.
Los resultados muestran que es posible identificar
áreas con mayor densidad. En ellas se observan tanto es­
clavas como libres, lo que significa que fue común que
ambos grupos convivieran en comunidades domésticas
(véase plano 2). Destaca primero una zona de concentra­
ción de presencia africana en las calles aledañas a la Plaza
Mayor, entre ellas la calle de Alcacerías (hoy Palma) y
Tacuba, en donde se ubicaban muchas vecindades y exis­
tía una importante actividad comercial. Otra zona notoria
es la que forman las calles de Cordobanes (hoy Donceles)
y Escalerillas (hoy Guatemala), áreas dedicadas entre odas
a actividades artesanales. Asimismo, las calles de Coche-

K m ¿ , p. loo«.
7h Ih ic l, p. 1000.
“ ¡ b u l. p. 10««.
* Pos ram os fueron: Bienes Nacionales, Inquisición, Tierras, Jesuítas, Matri
m onios y Civil, Pos datos del censo se tom aron del trabajo de Eduardo Ráez
Macías, "fían o s y censos de la ciudad de M éxico en 17.'í',i’’, en B o le tín d el A r ­
chivo G e n e r a l de lo N ación, op. cit.
Doncfiliuti sollt?os y casodos

277
Maria Elisa Vdàzquez G u tiene/.

<5 v> e5© <o


__ i? c 7 fi 2o sP C «
5
^
%
c
-s £ e £ 3 o rt «2 T3
r d c ^ j i"* X- .£ rj S
■O
§ Cbo
T4?» js
<
« a t 5 o a * i« -=• a,
"fi B -3 V
i H C Q U O i ^ à ^ « « nj ^ *zS *<5
m

*fio

278
Doncellas, solieras )• casadas

ras (hoy Colombia) esquina con Reloj (hoy Argentina}


presentan otro núcleo de concentración.
Entre las calles del Águila (hoy Cuba) y la de Miseri­
cordia (hoy Belisario Domínguez) también se advierte pre­
sencia africana. Es interesante destacar que en la calle del
Águila vivía el pintor Juan Correa y parte de su familia.
Es posible, como lo sugirieron Elisa Vargas Lugo y Gusta­
vo Curiel, que en esta zona se establecieran otros mulatos
y negros, algunos de ellos pintores, artesanos y comer­
ciantes. Entre las calles de San Francisco (hoy Madero) y
Coliseo (hoy Bolívar) también se observa un núcleo re­
presentativo, en su mayoría esclavas, ya que en esta zona
residían familias acomodadas.
Hacia el oriente de la Plaza Mayor se encuentra otra
zona significativa, entre las calles de la Santísima y Cadena
(hoy Zapata). Esta área estaba compuesta por artesanos
dedicados a la sastrería, muchos de los cuales eran mula­
tos o negros. Al sur poniente de la Plaza Mayor, abarcan­
do las calles de Ortega (hoy Salvador), Puente Quebrado
(hoy Mesones) y Polilla (hoy Echeverría), también se ob­
serva concentración. En esta zona, cerca del Colegio de
San Ignacio (Vizcaínas), residían artesanos y comercian­
tes. Finalmente, también puede apreciarse otro núcleo, so­
bre todo esclavas, en las zonas aledañas a conventos como
el de Balvanera y las calles de Quezadas (hoy Regina).
Estos datos demuestran que sí existieron comunidades
y zonas de población de origen africano en la capital, lo
que coadyuvó a crear lazos de solidaridad y convivencia
entre grupos de la misma descendencia. También revelan
que existió una mayor presencia de población femenina
libre para el siglo XVIII y que muchos de los negros y mu­

279
Maria Elisa Velázqucz Gutiirniz

latos libres pertenecieron a sectores artesanales y comer­


ciales.
Los lazos de solidaridad y las redes familiares entre la
población de origen africano, sin embargo, no significan
que fueran un grupo homogéneo. Las situaciones que vi­
vieron fueron complejas y heterogéneas. Muchos de ellos
adquirieron posiciones económicas ventajosas que les per­
mitieron adquirir esclavos, sin que ello significara el me­
nosprecio a miembros de su misma calidad; otras negras o
mulatas fueron denunciadas ante la Inquisición por muje­
res de su mismo origen racial; también esclavos castigaron
a otros por órdenes de sus propietarios. La sociedad vir­
reinal imponía distintas actitudes y diversas oportunidades
a las que no siempre los africanos y sus descendientes pu­
dieron acceder o responder de la misma manera, Además,
debe considerarse que los enlaces legítimos o consensúa­
les también fueron aceptados y tolerados entre los afromes-
tizos e incluso representaron la posibilidad de obtener
mejores condiciones de vida. El intercambio cultural, las
diversas oportunidades económicas y sociales y el mesti­
zaje que distinguieron a la sociedad capitalina, así como
la llegada de menos esclavos a la Nueva España hacia la
segunda mitad del siglo XVIII, mermaron de manera no­
toria el sentido de los lazos de parentesco y las redes fa­
miliares, que habían sido significativas para este grupo en
otros tiempos.

Maternidad

A lo largo del periodo colonial las mujeres, sobre todo


aquéllas pertenecientes a los sectores menos privilegia-
280
D oncellas, so liera s y casadas

dos, tuvieron que enfrentar la maternidad sin el apoyo de


sus esposos o parejas. Según lo demuestran los expedien­
tes analizados, un alto porcentaje de mujeres de origen
africano, tanto esclavas como libres, tuvieron que asumir
además'el sustento de sus hijos, pero se erigieron en el per­
sonaje central y más importante para comenzar a crear
lazos de parentesco y transmisión de cultura entr e sus des­
cendientes, ya que en muchas ocasiones y sobre todo du­
rante los primeros tiempos, los hijos sólo conocían y tenían
relación con la madre.
La maternidad representaba en la mayoría de las cultu­
ras africanas la función más importante de las mujeres. La
procreación no sólo les otorgaba prestigio social, sino que
los rituales de crianza las identificaba con las fuerzas^vita­
les. Las mujeres sin descendientes, por ejemplo, eran por
definición menos poderosas y su identidad estaba sustenta­
da en gran medida por sus hijos.7!) Ellas eran las respon­
sables tanto de la conservación de las tradiciones como de
la transmisión de los valores religiosos y culturales. Esta
situación no era muy diferente respecto de la cultura his­
pánica e indígena. Empero, la nueva dinámica social que
enfrentaron muchas de las africanas y sus descendientes,
sobre todo esclavas, las colocó en situaciones difíciles para
poder ejercer su maternidad de acuerdo con sus tradicio­
nes ancestrales, y acorde con las normas que fomentaba
la religión cristiana. Existen varios ejemplos que demues­
tran cómo muchas esclavas lucharon por conseguir la li­
bertad de sus hijos; asimismo, existen casos que reflejan
la influencia y poder que ejercieron en las decisiones de

C ath crin e Coquery-Vidrovilch, Afncan Womert. A Mfídern Hrslory, op. cü„ p. 34.

281
María Elisa Velâzquez Gutierrez

sus descendientes y en los que se observan las muestras


de solidaridad y apoyo que ejercieron con parientes e
hijos.
Según las cifras aportadas por Pilar Gonzalbo, el análi­
sis de los registros matrimoniales y bautismales de media­
dos del siglo XVII indica un promedio de un hijo entre las
parejas de mulatos y de un hijo por cada dos parejas de ne­
gros. Según Gonzalbo, una de las hipótesis para explicar el
bajo promedio supone que las mujeres esclavas solían evi­
tar los embarazos para impedir que sus hijos heredaran esta
misma condición. Ello coincide con los resultados de in­
vestigaciones sobre esclavitud en otras regiones del mun­
do y en distintas culturas.80 Sin embargo, también debe
tomarse con reserva la veracidad de las cifras de los archi­
vos parroquiales, ya que era muy frecuente que se manipu­
lara la condición racial de los hijos y que muchos de los
descendientes fueran registrados como mestizos.81 Por lo
tanto, la tendencia a la baja natalidad de los negros y la re­
ducida de los mulatos,82 debe ser interpretada cautelosa­
mente, sobre todo si se toman en cuenta que muchos de
los descendientes de africanos eran libres y tenían diver­
sas oportunidades económicas y sociales.
Muchas esclavas tuvieron hijos, sin estar casadas, de
manera extramarital con miembros de su misma condi­
ción racial y jurídica, pero también con otros de diversos
grupos sociales. En varios casos los padres no se hicieron

N" Estudios sobre la esclavitud femenina africana revelan que las esclavas, por
lo general tenían pocos hijos. Véase Claude Meillassoux, “female Slavery“,
en Women and Slavery in Africa, Claire C. Robertson y Martin A. Klein ieds.j,
University of Wisconsin Press, 1ÍW3, p. SI.
Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial ot>. cil., n. 212.
Bid., p. 213.

282
Doncellas, solteras y casadas

responsables de su paternidad y las mujeres tuvieron que


hacerse cargo de sus hijos. Tal es el caso de Isabel, negra
esclava de Silvestre de Solórzano en las minas de Temas-
caitepec, quien tuvo una hija de nombre Victoria con un
mulato libre de la región. Al morir la madre, la niña fue
vendida en la ciudad de México donde ya joven residía,
enfrente del monasterio de monjas de Jesús María, sin que
recibiera ningún apoyo por parte de su padre.* 5
Durante su infancia, los menores permanecían casi
siempre junto a sus madres.*4 Lra común que la venta de
esclavas incluyera a sus hijos pequeños, así lo demuestran
varios documentos, como por ejemplo el de una angoleña
llamada María de veinticinco años aproximadamente,
quien en 1645 fue vendida junto con su hijo Pedro de un
año en la ciudad de México por 4ÜÜ pesos oro común,8'’
o el de otra negra que en 1651 fue restituida a su dueña
Mariana de Reillo junto con sus dos hijos pequeños.8'’ En
algunos casos las niñas permanecían junto a sus madres
hasta edades avanzadas, ya que muchas seguían sirviendo
como criadas en las casas de los propietarios o eran ven­
didas juntas. Este es el caso de una angoleña de nombre
Magdalena, ya citada, quien tenía consigo a una hija de
dieciocho años de edad, o de otra africana biafra de nom­
bre Polonia, de más de cuarenta años, quien era esclava
de Valeriano Negrón en la calle del Colegio de Niñas, en3

S3 A O N , Inquisición, vol. 2ñf>, exp. 4, SO IT.


114 En su investigación de los años de lí>f>3 a 1783 Dennis N. Valdcs muestra que
<)4 , 4 por ciento de los niños menores de un año era vendido con sus madres;
73.3 por ciento con niños de dos a tres años, 57.1 por ciento con hijos de cua­
tro a seis años y 1.1 por ciento con niños de siete o más años. The decline of the
sociedad de castas m Aléxico City, op. til., p. 1ÍÍ2.
H;’ AGN, Inquisición, vol. 421, exp. 4, s/f.
*!l ¡bid, Reales Cédulas, vol. 18, exp. 1.53, s/f.
María Elisa Velázquez Gutiérrez

la cual servía en compañía de otros esclavos, entre ellos de


su hija Felipa, de veinte años de edad,87 Algunas de ellas
solían perm anecer en la casa de los amos hasta edades
avanzadas, en varios casos solteras, incluso podían recibir
gratificaciones de tipo material. Tal es el caso de María Mi­
caela Almendariz, parda libre, hija de Micaela esclava de
los señores Almendariz en la ciudad de México, quien ob­
tuvo su libertad y recibió varios bienes, entre ellos una
casa, según consta en su testamento de 1785.88
En otros casos, entre los siete y los diez años de edad
los hijos eran separados de sus madres para venderlos o do­
narlos. Así lo demuestran las cartas de compra y venta,
los testamentos o las donaciones hechas en vida. Por ejem­
plo, Diego del Toral vendió en 1636 un negrillo esclavo
de ocho años de edad y de nombre Nicolás, criollo, nacido
en su casa e hijo de Felipa su esclava negra en 115 pesos
de oro común, al procurador de la Audiencia Agustín Mon-
ze,H!) En 1638, Melchor Pérez de Soto, escribano de la ciu­
dad, vendió una negrilla esclava nombrada María, criolla
y nacida en su casa, de ocho años de edad, en 282 pesos
oro com ún.10 Asimismo, en 1675, una monja profesa del
convento dejesús María recibió por donación de su padre
I edro de Torres una mulatilla de diez u once años de edad
llamada Andrea como esclava “por los días de su vida y
después líbre . ° También es el caso de Baltazar de Sierra,
vecino de la ciudad de México, quien declara en 1754 po­
seer un esclavo negro nombrado Joseph Mathías, de 10

S/ Inquisición, vol. 36fi, exp. 4, s/f.


fbi<L, Archivo Histórico de Hacienda, vol. fía, exp. fió-10.
■' Archivo General de Notarías, fosé Veedor, not. l>H.r>. vol 4 .íy/í ff. 347-17S
m I6id, ff. .526-527.
II AON, Bienes Nacionales, vol. 4.5, exp. 30, f. 108.
D oncellas, solieras y casadas

años de edad, nacido en su casa e hijo de una esclava de


su propiedad. El dueño decidió, juntó con su esposa, donar
verbalmente al niño ajoaquín de la Sierra, su hijo, por lo
que solicitaron no se dedujera el quinto de sus bienes, por
considerarla donación hecha en vida.07 Existieron casos
en que los hijos de las esclavas de origen africano fueron
vendidos a edades más tempranas; por ejemplo, en 1634
el que el capitán Gerónimo Cardosa, siendo tutor de los
bienes de Francisco Pérez, vendió a una negra criolla de
cinco años, hija de una esclava de tierra Angola, en 200 pe­
sos oro común;'08 otro caso es el de una venta en almoneda
de una negrilla llamada Felicianilla, de tres o cuatro años de
edad, quien fue vendida en 115 pesos en el año de 1646.04
Algunas madres esclavas tuvieron que enfrentar deci­
siones difíciles en relación con el futuro de sus hijos. Tal
es el caso de una negra de nombre Pascuala Martín, escla­
va del virrey conde de Monterrey, quien en 1601 realizó
un trueque entre dos de sus hijos. La esclava tenía dos hi­
jos, uno mulato de seis meses y otro negro de seis años de
edad. El pequeño mulato era esclavo, mientras que el ne­
gro, no sabemos por qué, era libre. La esclava decidió cam­
biar al niño de seis meses por el negro, ya que según ella
“los negros eran mejores para el servicio de la avería”, es
decir para los trabajos relacionados con los puertos, dejan­
do al pequeño libre.05 Otras también tuvieron que tomar
acciones en contra de sus hijas. Así lo consigna un docu­
mento de 1607, en el que una esclava bozal de biafra ñivo

'■ri Ibid., vol. 39, exp. lf>.


!WArchivo General de Notaría.1!, José Veedor, not. 683, vol. 1595, (T. ¿12-213.
AON, Tierras, v o l. 3 0 9 9 , e x p . 5 9 , f. 3 6 4 .
:,í AON, General de Partes, vol. 5, exp. 1405, í. 302.
María Klisa Vclázquez Gutiérrez

que declarar en contra de Felipa, su hija, de veinte años


de edad, por reniego. Quizá por órdenes del propietario,
Valeriano Negrón, varios esclavos atestiguaron en contra
de Felipa, advirtiendo que no habían presenciado el he­
cho, pero que habían oído decir que había cometido tal
delito.!,b
Desde el comienzo del periodo virreinal se pueden en­
contrar ejemplos de comunidades domésticas1'7 encabeza­
das por madres de origen africano libres, que vivían con
sus hijos. Es el caso de una mestiza o mulata de edad ma­
yor, quien en 1597 vivía con dos de sus hijas, una de ellas
de treinta años de edad. Otro expediente de 1629, en el
que se registra una denuncia por hechicería, se hallan da­
tos de que en una casa de Texcoco vivían una mulata de
nombre Magdalena con dos hijas llamadas María y Es­
tefanía.^
Varias mujeres libres de origen africano, preocupadas
por el futuro de sus hijas, solían recluir a las niñas en con­
ventos de monjas. Posiblemente, así lograban obtener dine­
ro adicional por los trabajos que como sirvientas realizaban
las niñas o jóvenes en estas instituciones, al tiempo que,
según sus mismas palabras, el ingreso a los claustros ga­
rantizaba que “no se perdieran, estuvieran recogidas”!Wy

Biblioteca Nací o naJ de Antropología e Historia, Col. Antigua, vol 366 C A


_ exp. 4, ff. 191-236.
m Sc adoPta la definición de comunidad doméstica, de acuerdo con los señala­
mientos e investigaciones de los miembros del Seminario de Mentalidades del
IN.Ui, como un concepto más amplio y más acorde con los tipos de unión que
se encuentran asentados en los archivos coloniales. José Abel Ramos finlrod.),
“Comunidades domésticas en la sociedad novohispana. Formas de unión y
transmisión culturar, Memoria del IV Simposio de Historia de las Mentalidades
México, íNAH {Colección Científica), JD04, p. í).
98 AON, Inquisición, vol. 366, cxp. 27, í. 33«.
'"J Ibid, Bienes Nacionales, vol. 45, exp. 30, f. 3 9 .

286
D oncellas, solteras y casadas

tuvieran “buena crianza”.100 Cuando éstas alcanzaban la


edad suficiente para casarse, solicitaban su salida. Este es
el caso de Juana de Valdés, mulata libre, quien en 1670 de­
claró tener una hija llamada María de Valdés en el conven­
to real de Jesús María en servicio de la madre Thomasa
de San Francisco; para que la hija “tomara grado de ma­
trimonio... y no perdiera ese remedio”, la madre solicitó
licencia para que la joven saliera del convento.101
Asimismo, existieron casos de enfermedad en los que
las madres solicitaban el permiso de salida de sus hijas del
convento. Así sucedió conjosepha de la Encamación, mu­
lata libre y madre legítima de María de la Encarnación.
En 1675 declaró tener a su hija en servicio y compañía
de la madre Ana del Sacramento, religiosa del conven­
to de Jesús María, quien se encontraba enferma y necesi­
taba atención fuera del convento.10" También se registran
otros casos en los que con el argumento de no encontrar­
se contentas, las madres solicitaban la salida de sus hijas de
la institución en la que estaban sirviendo. Tal es el caso
de María Ortiz, mulata libre, que en 1675 aseguró tenei en
el convento de Nuestra Señora de la Concepción a una
hija llamada Antonia de San Joseph, quien quería salirse
del convento por tales razones.tfla
Algunas mujeres también ejercieron la maternidad y
la crianza de niñas que no eran de su misma condición ra­
cial, como era usual en la época, al tratarse de niños expó­
sitos o abandonados por problemas económicos o por ser

f. 22.
101J b i l , f. 77
m i ¡b id ., f. 10.
" 'i ib id ., í. lOfi.
María Elisa Vclázquez Gutiérrez

producto de una relación consensual. Lo ejemplifica el ca­


so de María Vásquez, morena libre y vecina de la ciudad
de México, quien declaró haber criado a una niña españo­
la de nombre Nicolasa de Silva, que ingresó al convento
de San Lorenzo y después de diez años solicitó licencia
para casarla;11’4 o bien, el de Catalina de la Encarnación,
negra libre que aseguró haber criado a una muchacha lla­
mada María de la Encarnación, india y huérfana de padre
y madre.
Otros documentos muestran que entre las familias de
origen africano, cuando la madre faltaba, las hermanas ma­
yores se hacían cargo de atender y velar por la suerte de
sus hermanos menores. Un ejemplo de ello es el caso de
Antonia de Cisneros, mulata libre y vecina de la ciudad
de México, quién declaró en 1675 tener una hermana de
nombre Nicolasa de Cisneros al servicio de la madre Flor
de Cristo, religiosa profesa del convento de San Joseph de
Gi acia. Para poder casarla con otro mulato de nombre
Matías de la Cruz, pidió licencia para que le fuera entre­
gada su hermana.10f>

Som etidas, am ancebadas y bígamas

El matrimonio, los enlaces consensúales y el establecimien­


to de familias se efectuaron de manera frecuente sin reci­
bir las bendiciones sacramentales. Así, en el nuevo orden
social novohispano, el amancebamiento, el concubinato y
las relaciones sexuales esporádicas fueron comunes e in-

1,14ibiá, í. 07.
11)4fbitL f. ¡W.
f 137.

288
D oncellas, solteras y casadas

cluso toleradas por la sociedad; además, en ellas se recono­


cen prácticas y costumbres hispánicas,1,1' prehispánícas y
africanas. Todo esto, a pesar de que las autoridades ecle­
siásticas se empeñaron en concertar matrimonios legíti­
mos siguiendo el modelo cristiano nuclear, monogámico
y patriarcal promovido sobre todo a partir del siglo XVI
por el Concilio de Trento. En este sentido, se puede obser­
var que fueron pocos los casos de procesos contra bigamos
o amancebados en la Nueva España y en particular en la
ciudad de México, frente al alto número de hijos ilegítimos
registrados, lo que demuestra la escasa importancia que
estos delitos representaron para la sociedad.
Varias situaciones propiciaron las relaciones luera del
matrimonio en la ciudad de México desde el siglo,¡XVI.
Entre éstas figuran el arribo de conquistadores y coloniza­
dores casados que establecieron relaciones con mujeres
nativas; la prohibición de que algunos funcionarios fueran
acompañados de sus mujeres y su familia; la incapacidad
de controlar las tradiciones de muchos indígenas en las
zonas urbanas y el crecimiento de los grupos mezclados
y con pocos recursos económicos, ajenos a los patrones de
conducta social que promulgaba la Iglesia y las autori­
dades civiles, así como a las ventajas de honorabilidad y107

107 Según lo señala So tange Alberro, el concubinato, la po logaren a. el divorcio y


el amancebamiento de los eclesiásticos iuoron comunes en el Occidente del
alto medievo y sólo a partir del siglo XI es cuando la Iglesia empieza a inter­
venir en la regulación y control del matrimonio mitre cristianos. Además, en
España, la poligamia do los moros había sido por siglos una realidad banal
par a los cristianos y la Reconquista multiplicó los casos de cautivas cristianas
que se convirtieron en otras tantas esposas de musulmanes. Véase ‘‘El aman­
cebamiento en los siglos XVI y XVII: un medio eventual de mediar”, en Fa­
milia y poder en Nueva España, Memorias del Tercer Simposio de Historia de las
Mentalidades, México, INAH, 11)91, p. lñÓ.
Mafia Elisa Veiázcjuez Gutiérrez

garantía del prestigio de su linaje o de alianzas económicas


que el matrimonio representaba; y, la capacidad de movi­
lidad e intercambio social que se desarrolló en la metrópo­
li y en otras zonas urbanas de la Nueva España.
La situación jurídica y racial de la población de origen
africano, en especial de sus mujeres, si bien no fue deter­
minante, sí contribuyó al establecimiento de relaciones ile­
gítimas. No obstante que los esclavos debían apegarse a
las leyes cristianas cuando deseaban vivir en pareja o esta­
blecer una familia, existieron varias razones por las cuales
el matrimonio no siempre representó una buena opción
para ellos o sus dueños. En muchos casos, la unión sacra­
mental propició problemas y limitaciones para los amos
que debían respetar las reglas de la cohabitación matrimo­
nial, algunas de las cuales no convenían a sus intereses.
Pero además, y en especial para algunas mujeres escla­
vas, el matrimonio con individuos de su misma condición
jurídica y racial pudo representar una limitación más a su
situación de sometimiento. La posibilidad de entablar re­
laciones consensúales con individuos de otra calidad o
posición económica superior resultó para algunas un me­
dio efectivo de ascenso social. Por último, también debe
considerarse que muchas de estas mujeres entablaron rela­
ciones sexuales con sus amos, costumbre practicada en la
Península Ibérica, sobre todo en ciudades levandnas y an­
daluzas con una importante presencia de esclavas moras
o africanas.m Algunas veces por conveniencia o atracción
mutua, y otras muchas por sometimiento y violencia, las
esclavas fueron obligadas a sostener relaciones sexuales
con sus propietarios, de las cuales nacieron hijos en cier-
m Id em .

290
D oncellas, solteras y casadas

tos casos registrados como legítimos, pero otros negados o


desconocidos, destinándolos a seguir bajo cautiverio. Tal
es el caso, entre otros muchos, de una mulata de nombre
María de la Cruz, quien declaró en 1604 ser hija de espa­
ñol y negra criolla también esclava.100
En algunas ocasiones los dueños “recompensaban” a
ios hijos procreados con sus esclavas otorgándoles la liber­
tad o preocupándose porque aprendieran un oficio. Ade­
más, según las leyes, los hijos procreados por españoles y
esclavas tenian la preferencia de ser comprados por el pa­
dre, si éste así lo deseaba, como lo menciona la siguiente
ley de la Recopilación de Leyes de Indias: “Algunos espa­
ñoles tienes hijos con esclavas y voluntad de comprarlos,
para darles libertad. Mandámos que habiéndose de ven­
der, se prefieran los padres, que los quieran comprar en
efecto...”.110
Este es el caso recopilado en un expediente de 164.5,
en el que se hace alusión a una relación entre un capitán
español de nombre Antonio Méndez Chillón y una ango­
leña llamada Lucrecia.111 El capitán declaró haber vivi­
do en Veracruz por varios años y ser vecino de la ciudad
de México desde algún tiempo. Atestiguó haber tenido un
hijo con la africana, quien había sido su esclava en Angola,
a la cual le tenía “mucho amor y voluntad”. El niño, de
nombrejoan Chillón, contaba con doce años de edad y ha­
bía perdido a su madre, ya libre, quien había muerto hacía
dos años, dejando al capitán sus bienes que ascendían a
1 500 pesos. Es interesante hacer notar que el capitán, po-

ln!,ACN, In q u is ic ió n , v o l. 27, e x p . 3, s /f.


1111Recopilación de Leyes de Indias, op. ciL, lib ro V il, títu lo V , l.c y VI.
111AON, R e a l F isc o d e la In q u is ic ió n , v o l. 4 3 . e x p . 14, s/f.

29)
María Elisa Vclázquez Gutiérrsrz.

siblemente de origen español o portugués, señaló que ese


dinero procedía de algunas piezas de esclavos que la an­
goleña había traído a la Nueva España, lo cual indica que
la africana posiblemente colaboró con él en el comercio
de esclavos. Al morir Lucrecia, el capitán dejó al niño pa­
ra su crianza con un vecino de la ciudad de México y le
otorgó en donación 4 000 pesos, resultado de las ganancias
que había obtenido del dinero de su madre para garanti­
zar el futuro bienestar del niño.
Para las mujeres de origen africano libres, con mayor
capacidad de elección de pareja, las relaciones ilegítimas
eran una posibilidad de ascenso social o conveniencia eco­
nómica, aunque tampoco puede afirmarse que este fuera
un patrón generalizado. Muchas de ellas se relacionaron,
sobre todo en el siglo XVII de manera legítima o consen­
sual, con miembros de su misma calidad racial.
En las fuentes documentales revisadas son pocas las
denuncias en contra de amancebamientos y el porcenta­
je de mujeres de origen africano no representa una cantidad
considerable frente a otros grupos raciales. De un total de
367 expedientes localizados en el Archivo General de la
Nación, en los cuales se registran casos de amancebamien­
to, algunos considerados como delitos y otros solamente
enunciados en las solicitudes matrimoniales a lo largo del
periodo colonial, un número considerable corresponde a
la ciudad de México o regiones aledañas, 245 aproxima­
damente, lo cual revela que las relaciones ilícitas tuvieron
más vigencia en las zonas urbanas. De éstos, en alrededor
de treinta y tres expedientes intervienen mujeres de origen
africano, en su gran mayoría mulatas, ya que del total vein­
tiocho son mulatas y sólo cinco negras y, aunque no en

292
D oncellas, salteras y casadas

todos los expedientes se hace mención del origen racial del


acusado, en un porcentaje muy elevado se trata de unio­
nes con españoles o criollos, lo cual también indica que las
mujeres veían en este tipo de enlaces conveniencias para
mejorar sus condiciones de vida. En este sentido es impor­
tante hacer notar que el porcentaje de africanas y sus des­
cendientes, acusadas de este delito, fue bajo si se compara
con el de mujeres españolas, criollas, indígenas y mestizas.
Así lo revelan datos publicados en el Catálogo de mujeres
del ramo Inquisición del Archivo General de la Nación,112 en el
que las africanas y sus descendientes ocuparon a lo largo
del periodo colonial sólo un porcentaje mayor que el de
otras mujeres en el siglo XVI (26.1 frente a 25.0 por ciento
de mujeres sin origen étnico especificado) e incluso menor
que el de las españolas, portuguesas y mestizas a lo largo
de los siglos XVII y XVIII, como se observa en la gráfica de
la página siguiente.
El amancebamiento era una relación consensual y es­
table, pero también un delito sancionado por las justicias
civil y eclesiástica. La sentencia prohibía los encuentros,
advertía sobre las consecuencias de la reincidencia y en
algunos casos encarcelaba a los acusados durante la dura­
ción del proceso. Sin embargo, por lo que puede apreciar­
se en la mayoría de ios casos revisados, esta conducta
no se percibió como un pecado sino como una situación
transitoria.113 En algunos casos, el concubinato se trató de
manera tangencial por la Inquisición del Santo Oficio, so-

A. Rodrigue/., Catálogo de mujeres del rumo Inquisición del Archivo General de la


112

Nación, op. cit.


1BSolange Alberto, ‘T.l amancebamiento en los siglos XVI y XVII: un medio even­
tual do medrar”, en Familia y poder en Nueva España, op. ciL, p. l-Sli.
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

XVI XVII XVIII

r—i Mujeres de origen r-n Españolas, portuguesas _ n0


africano y mestizas ® especificado

Gráfica 4. Mujeres acusadas de bigamia ante la Inquisición en la ciudad de


México según su origen étnico. Siglos XVI al xvill.
Fuente. A. Rodríguez Delgado, Catálogo de mujeres del ramo Inquisición del A rch i­
vo General de la Nación, op. rít.

bre todo cuando el acusado estaba implicado en otros de­


litos como la blasfemia o la bigamia. En estos casos, los
responsables, principalmente las mujeres, recibieron casti­
gos más severos, como se reseña a continuación.
En 1574 una mulata vecina de la ciudad de México,
de nombre Ana Caballero, fue denunciada por amance­
bamiento,11'1' ya que según el fiscal de la Inquisición, ella
había afirmado públicamente que más valía ser “una mu­
je r amancebada que mal casada”. Aunque la mulata lo
negó ante el Tribunal, recibió como penitencia hacer una
misa rezada en cuerpo con una vela en la mano y abju­
rando de levi,115 y el pago de cincuenta pesos oro común
para gastos del Santo Oficio. Por otra parte, hacia finales

m AfiN, Inquisición, vol. lió , exp. b, 15 fF.


1 1 5 Según Soiangc Alberto la abjuración se llevaba a cabo bajo dos formas “de le-

vi y de vchemenü”. La primera se aplicaba en los delitos veniales y la segun­


da en los considerados graves. Inquisición y sociedad en México, México, FCE,

294
Doncellas, sollecas y casadas

del siglo X V I el fiscal del Arzobispado Luis de Quiroz de­


nunció a un español de origen veneciano, de 30 años, y
a una negra libre, del Barrio de San Agustín, por comei
y beber y dormir juntos con una mesa y cama, como si
fuesen marido y mujer” il(í Ambos fueron encarcelados y
luego puestos en libertad, aunque pocos años después, en
1601, la pareja reincidió, por lo que se les aplicó una multa
y fueron advertidos de que no tuvieran otra vez trato o
comunicación ni en público ni en secreto, “so pena de un
año de destierro con cinco leguas a la redonda”. Asimismo,
en 1601 fueron acusados por el fiscal del Arzobispado un
mesillero portugués y una negra esclava nombrada Luisa,
por estar amencebados “comiendo y durmiendo juntos a
una mesa y cama teniendo exceso y comunicación carnal
como si fuesen marido y mujer, causando nota y escánda­
lo entre los que los ven”.U/ Como en otros casos, la pareja
fue amenazada con un castigo severo si reincidía.
Otros documentos de principios del siglo XVII también
hacen referencia a este tipo de uniones. Tal es el caso de
una denuncia emitida por el alguacil mayor, fiscal del Arzo­
bispado contra Francisca, mulata libre y criada del capitán
Diego Birniesa, y Juan Sánchez, acólito de la iglesia mayor
en 1609.11S Según el expediente, apoyado con la testifica­
ción de una mulata libre y un mestizo, Francisca y Juan
—cuya condición racial no se especifica—, estaban amance­
bados pues se les vio “acostados juntos en una cama y dur­
miendo todas las noches juntos como si fueran marido y
mujer legítimos causando con el dicho amancebamiento

ll(’AGN, Bienes Nacionales, vol. 810, exp. 39, s/f.


117 ¡ b u l , exp. 59, s/f.
118 Ib id ., exp. 127, s/f.

295
Maria Elisa Velázqucv. Gutiérrez

nota y mal ejemplo entre las personas que lo saben y ven”.


Preso por tales hechos, Juan declaró ser clérigo de corona
y grados, y de edad de veintinueve años de edad, y negó
la acusación con el argumento de que había entrado a la
casa de la mulata para que lavaran su ropa. Este caso fue re­
suelto con la amonestación al acólito, advirtiéndole que no
se juntase ni tuviera trato con la mulata, ya que de lo con­
trario sería castigado.
Otro expediente del mismo año, da cuenta de una de­
nuncia en contra de un español panadero de nombre fran­
cisco López y una negra llamada Francisca, al parecer
libre, quienes vivían amancebados hacía un año.lw En este
caso, el español negó tales hechos, y declaró que conocía
a la negra porque le lavaba la ropa y los cuellos. La senten­
cia resolvió formular una amonestación contra el español
advirtiéndole de los riesgos que tendría si continuaba en
tratos futuros con la negra Francisca.
Asimismo, fue usual que algunas relaciones entre es­
pañoles y mujeres de origen africano buscaran la legitimi­
dad por medio del matrimonio alegando causas extremas.
Tal es el caso de una pareja que en 1760 realizó una solici­
tud en el sagrario metropolitano después de catorce años
de vivir juntos.120 Ambos habían vivido en Veracruz y se
habían trasladado a la ciudad de México hacía aproxima­
damente cuatr o años. Él era un español llamado Francisco
Mendoza, de oficio cigarrero en la calle de jesús y según el
documento se encontraba en una situación económica la­
mentable y en muy mal estado de salud. Ella, una negra
libre de 42 años, vecina de la ciudad de México, de nom-

U'J fìn ti., voi. 442, cxp. I«, s/f.


l jn lb id „ Matrimonios, voi. 2fi, cxp. 17, s/f.
Doncellas, solteras ) casadas

bre Pascuala Gertrudis de Cartagena, había procreado dos


hijos con el español segiín sus propias palabras. Pascuala
solicitó los trámites necesarios para el matrimonio pues el
español se hallaba en “inminente peligro de la vida” y por
lo tanto pedía la dispensa de las amonestaciones habitua­
les; declaró además ser “suelta y libre de matrimonio, y sin
ningún impedimento de los dispuestos”. Para atestiguar so­
bre los antecedentes de los cónyuges se presentaron dos
testigos: uno también dedicado a hacer cigarros, al parecer
mestizo, y otro español de oficio sayalero. Por la precaria
condición de salud del español, el notario acudió a verlo
a su casa para tomar su declaración. Según sus propias pa­
labras, lo encontró en la accesoria de una cigarrera, acos­
tado encima de un petate y enfermo. En el interrogatorio,
el español declaró ser hijo legítimo y ante la pregunta del
notario sobre si se quería casar con Pascuala “no obstante
ser negra” y “que si se hallara bueno y sano se casaría con
ella”, él contestó: “que con ella quería casarse no obstante
de ser negra y que si estuviera bueno y sano hubiera lo mis­
mo, que está en su entero juicio y cumplida memoria”. Los
trámites para que se llevara a cabo el matrimonio sin amo­
nestaciones se realizaron y se otorgó el permiso para dar­
les “las bendiciones nupciales de la Iglesia”.
La bigamia, perseguida por el Santo Oficio de la In­
quisición, fue también un delito cometido por mujeres de
origen africano. Al igual que en el caso del amancebamien­
to, el porcentaje de mujeres de este grupo acusadas de bi­
gamia es menor comparado con el de mujeres de otros
grupos étnicos. De acuerdo con la referencia del sexo, se
puede observar que los acusados de bigamia eran mayori-
tariamente hombres. Según un estudio de Richard Boyer,

297
Maria Elisa Velazquez Gutierrez

basado en un muestreo de 216 casos de ambos sexos en la


Nueva España, 57 por ciento de españoles estuvo acusado
por bigamia, frente a 52 por ciento de los mulatos, 34 por
ciento de los mestizos y 2 por ciento indígenas.121 Las in­
vestigaciones de Dolores Enciso sobre el siglo XVIII, con
base en aproximadamente 500 casos, revelan un alto ín­
dice de españoles acusados por bigamia: 43.4 por ciento
frente a 54 por ciento de castas (agrupados todos los mes­
tizajes), 2 por ciento de negros y 0.5 por ciento de indí­
genas.122
En las demandas en contra de esclavas africanas se pue­
de observar que hacen referencia a su situación jurídica y
su origen cultural. En ocasiones, estas mujeres habían en­
tablado relaciones matrimoniales en sus lugares de origen.
Eso trajo consigo problemas para las autoridades eclesiás­
ticas pues tenían otros criterios para validar matrimonios
de derecho natural, esto es realizados antes del cautiverio.
Como lo afirma Pilar Gonzalbo, los africanos que alguna
vez estuvieron casados en su tierra de origen ya no podrían
formalizar- canónicamente ninguna otra unión sin riesgo de
incurrir en bigamia, partiendo del principio de que en ca­
so de duda debía reconocerse el matrimonio entre infieles
y que, por tanto, no quedaba disuelto porque uno de los
cónyuges hubiera recibido el sacramento del bautismo.123

IJ1 Richard Boyer, L iv e s o f th e B ig a m ists . M arriage, fa m ily , a n d c o m m u n ity in C olo­


n ia l M éxico, University of New M éxico Press, Albuquerque, líJGA, p. i).
'•^Dolores Enciso Rojas, “El delito de bigam ia y el Tribunal del Santo Oficio
de la Inquisición en la Nueva España, siglo XVII i”, tesis de licenciatura en
Historia, UNAM, 1Í183. Según los estudios de Boyer y Enciso existen 2 80.5 ca­
sos de procesos contra bigamia en el archivo de la Inquisición. Vcase Richard
Boyer, L iv e s o f B ig a m ists , op. tit., p. 7.
12J Pilar Gonzalbo, F a m ilia y orden c o lo n ia l op. cit., p. 81).

298
Doncellas, solieras y casadas

Sin embargo, la acusación de bigamia contra las afri­


canas y sus descendientes esclavas se vincula con la dis­
persión familiar a la que estuvieron expuestas muchas de
ellas. Este fue el caso de una esclava de nombre Luisa Ge-
rónima, esclava de la Compañía de Jesús, quien en 16.55
fue acusada de haberse casado por segunda vez viviendo
su marido.124 La esclava declaró que primero se había ca­
sado en Parral con un chino tejedor que había muerto a
los seis meses; más tarde, en la misma región, había con­
traído matrimonio con un moreno llamado Domingo de
la Cruz, quien murió dos años después, pero negó estar
casada dos veces con maridos en vida, y acusó a un “more­
no muy ladino” fugitivo de querer aparecer como casado
con ella, porque quería éste irse a trabajar al ingenio da los
padres jesuítas y necesitaba una justificación para hacerlo.
Las denuncias por bigamia contra estas mujeres tam­
bién estuvieron relacionadas con problemas de desorden
familiar, que desde fechas tempranas caracterizaron la vi­
da matrimonial y familiar novohispana. Así lo atestigua un
expediente de 1586, en el cual una mujer de nombrejuana
González acusó a su marido, Luis Ponce, de haberse casa­
do con una mulata y tener tres hijos con ella.12'1Sin embar­
go, no existe referencia sobre la conclusión de este caso.
Para finalizar, se puede afirmar que muchas esclavas
fueron sometidas con violencia a aceptar tratos sexuales
con sus amos y otras se enfrentaron a las vicisitudes de la
dispersión y el traslado, pero muchas africanas, sobre todo
las libres, tuvieron en este tipo de relaciones oportunida­
des de ascenso social, de mejores condiciones de vida para184

184AON, Inquisición, vol. 5f¡3, exp. 13, 11 IT.


vol. 1A, exp. fifí, ff. 1 y 2.
í2 r' J b u i . ,

299
María Elisa Velázquez. Gutiérrez

sus hijos o simplemente accedieron a ellas, como muchos


novohispanos, según las costumbres del orden matrimo­
nial y familiar en la época.

La Pragm ática Real de M atrim onios y los nuevos


intentos de orden racial a m ediados del siglo x v ill

Pese a que los matrimonios mixtos o las uniones libres


entre diversos grupos culturales fueron en algunos casos
censurados y criticados por la sociedad novohispana -so ­
bre todo por aquellos interesados en mantener el orden
social y proteger las alianzas económicas y de prestigio so­
cial, estos enlaces se llevaron a cabo frecuentemente en la
capital novohispana. Como lo subraya Pilar Gonzalbo, a lo
largo del periodo colonial siempre había existido la con­
veniencia de fomentar los matrimonios dentro del mismo
grupo y fue habitual que se expresara la desconfianza ha­
cia las mezclas.126 Sin embargo, las irregularidades matri­
moniales, las relaciones sin la aprobación sacramental y
el alto porcentaje de hijos ilegítimos demostraban que las
costumbres y el nuevo orden social habían sido tolera­
das por las legislaciones y hasta cierto punto aceptadas
por gran parte de la sociedad virreinal. La diversidad étni­
ca no sólo era, para mediados del siglo XV11I, una realidad
incuestionable, sino una característica que distinguía a la
sociedad mexicana, en especial a aquella de las zonas
urbanas.
Hacia las últimas décadas del siglo XVIII, cuando las
políticas del gobierno borbónico y las ideas ilustradas se

m>Pilar Gonzalbo, F a m ilia y orden colonial, op. cil., p. 47.

300
Doncellas, solieras y casadas

afianzaban en la Nueva España, nuevas medidas de con­


trol económico, político y social se impusieron en los te­
rritorios americanos con el fin de retomar el control que
la Corona había perdido y descuidado, entre otras causas
por problemas internos y en otras regiones de Europa. Ba­
sadas en las nuevas ideas de la Ilustración, las medidas te­
nían el propósito de acabar' con los monopolios y fomentar
una economía que beneficiara a la metrópoli. Para ello
había que desarrollar políticas que restaran poder a la
Iglesia y a los grupos internos privilegiados, que no nece­
sariamente representaban los intereses de la Corona. El
“desorden social” y la capacidad de movilidad social que
prevalecía en varias de las colonias americanas también
representaban obstáculos para las nuevas políticas de £spa-
ña; por ello se dictaron varias legislaciones con el objeto de
tratar de organizar y controlar las alianzas matrimoniales
y otros aspectos vinculados con los intereses políticos y
económicos de las reformas borbónicas.
La preocupación por los matrimonios mixtos se incre­
mentó a partir de mediados del siglo XVIII, Varios prelados
hicieron hincapié en la conveniencia de que se evitaran
las mezclas étnicas y recomendaron a los párrocos que
guiaran la conducta de sus feligreses para lograr su felici­
dad “material y espiritual”. Como lo señala Pilar Gonzalbo,
si bien es cierto que no era la primera vez que la jerarquía
eclesiástica hacía pública la creencia de que el origen ét­
nico determinaba cualidades y vicios de los individuos,
nunca se había aplicado este criterio a las costumbres fami­
liares.127 Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón, entre

127Idem.

301
María Elisa Velázquez Gutiérrez

otros pensadores novohispanos, reflejó parte de esta ideo­


logía al recomendar que se considerará el origen étnico
en los matrimonios: “cuiden los padres de familias de ca­
sar sus hijos con los puros indios o con españoles y casti­
zos, si pudiesen, y no se confundan con tanta variedad de
castas, que pertuban la paz de sus pueblos...”.
La Pragmática Real de Matrimonios dictada en 1778
intentó legislar y poner en práctica las normas sobre los
enlaces desiguales.ljy La ley, además de propiciar la in­
tervención del poder civil en las cuestiones familiares,
permitía la participación de los padres de los cónyuges en
las decisiones matrimoniales. La Pragmática Real estable­
cía que los padres podían impedir los casamientos de sus
herederos siempre y cuando existiera desigualdad racial
entre la pareja. Sin embargo, como lo subraya Patricia
Seed, el documento definía la desigualdad étnica sólo co­
mo descendencia de población africana y no indígena.'^0
Ello obedecía, según esta autora, a la tradición española
según la cual un indio podía legítimamente llegar a ser es­
pañol después de tres generaciones y a la idea de que el
linaje indígena no significaba una barrera para la movili­
dad social, mientras que la población de origen africano,
aún después de cuatro generaciones, no podía legalmente
convertirse en española, ya que su condición original de
esclavos se lo impedía.

i:,l<Pilar Gonzalbo cita a Lorenzana, op. c i t , p. 3S)4.


Desde 1776 Carlos III había aprobado la Pragmática Sanción sobre M atrim o­
nios. En 1778 la Real Pragmática se extendió a las colonias hispánicas.
130Patricia Seed, “M em oria de la herenica étnica: la élite criolla del siglo XVII!
m exicano”, en L a m em oria y el olvido. Segundo S im p o sio de H isto riu de las M e n ta ­
lidades. M éxico, INAH, 108.5, p. 100.
U1 Idem .

302
Doncellas, solieras y casadus

Los africanos y sus descendientes en la Nueva España


habían tenido diversas oportunidades económicas, sociales
y legales para tener acceso a la libertad pero también para
conseguir una situación económica y social desahogada.
Hasta mediados del siglo XVIII, la apariencia física y el ori­
gen racial, aunque importantes, no se habían manifestado
como condiciones decisivas para la movilidad social y los
enlaces matrimoniales. Por otra parte, la Pragmática Real
de Matrimonios apareció en un momento histórico durante
el cual la población de origen africano se encontraba inten­
samente mezclada con otros grupos culturales y la impor­
tación de esclavos o esclavas bozales había disminuido
drásticamente. Entonces ¿qué objetivo concreto tenía esta
legislación y cuáles fueron sus repercusiones en la Nueva
España?
Según lo demuestra Patricia Seed en una investigación
sobre los conflictos en torno a la elección matrimonial,m
pese a la estricta definición que la Pragmática Real estable­
cía sobre la desigualdad étnica, la mayoría de los padres
no usó la legislación como había sido escrita y adujo otras
razones para oponerse a los matrimonios, asentando im­
plícitamente que éstas eran tan significativas como las di­
ferencias étnicas o raciales. Según sus investigaciones, de
las oposiciones no relacionadas con la inferioridad racial
intervinieron en 72 por ciento de los casos presentados en
apelación ante la Audiencia, argumentando razones como
desproporción económica, disparidad moral y otros mo­
tivos triviales; sólo 28 por ciento de las familias sostuvo
continuamente que la inferioridad racial era la razón de

’'-Patricia Seed, A m a r , h o n r a r y obedecer en e l M éxico colonial. C o n flicto s en to m o a


la elección m a tr im o n ia l. 1 5 7 4 -1 8 2 1 , op. cil.

303
María Misa Veiázquez Gutiérrez

sus objeciones al matrimonio. Es decir que la mayoría de


las familias aristócratas no objetó los matrimonios interra­
ciales y usó la legislación para oponerse a los matrimonios
debido a diferencias de linaje, riqueza o posición, de acuer­
do con los valores culturales que habían prevalecido en el
siglo XVII.133 De 28 por ciento de familias que opusieron
motivos raciales, un importante número se enfocó en la
ilegitimidad como sinónimo de casta o mestizaje y otro
porcentaje utilizó razones raciales para impedir matrimo­
nios, que según sus apelaciones tenían descendencia africa­
na. Para probar esto se realizaban investigaciones en libros
de registros, memorias familiares y comunitarias que im­
plicaban remontarse a la búsqueda de generaciones pasa­
das y que muchas veces probaron la facilidad con la cual
se podía manipular o modificar la condición racial.
En su documentado estudio, Patricia Seed demuestra
que la Pragmática Real de Matrimonios se enfrentó a una
realidad mucho más complicada que la que pretendía im­
poner la desigualdad social en términos de la descendencia
de ancestros africanos y que las instancias civiles, encar­
gadas de resolver las apelaciones, no definieron la raza so­
bre la base de la apariencia física o la herencia biológica,
sino sobre la base de la posición social. Por lo tanto, las li­
bertades que tanto los padres como los jueces se tomaron
en relación con la ley dejaron en claro que el criterio de la
descendencia de esclavos como factor decisivo de la desi­
gualdad social tenía graves limitaciones, sobre todo en una
sociedad donde la distinción entre descendientes de indios
y descendientes de esclavos se había complicado a fines

l,i'?I b id ) p.

304
Doncellas, solieras y casadas

del siglo XVIII.134 Para Patricia Seed, las diferencias socia­


les tenían su raíz en una tradición histórica de distintos
rangos sociales, ocupados por esclavos, indios y españoles
que constituían las diferencias fundamentales en la socie­
dad colonial. Admitir la confusión en las distinciones entre
los descendientes de indios y los de esclavos hubiera re­
querido una reorganización de las diferencias sociales, así
como de la creación de otro lenguaje para hablar de la de­
sigualdad social. En suma, el hecho de que las diferencias
económicas no fueran aceptadas como la fuente real de la
desigualdad social tenía que ver con la tradición cultural
que había imperado hasta ese momento. ii:‘
Sin duda alguna, la Pragmática Real de Matrimonios
poca relación guardaba con las características matrimonia­
les y familiares que vivían sociedades como la novohís-
pana. Sin embargo, más que responder a esta tradición
cultural hispánica, la legislación en cuestión atendía a una
nueva ideología en un contexto histórico más amplio que
trataba de colocar al problema racial como eje rector de
las distinciones sociales.
Por un lado, aunque el origen racial fue visto con rece­
lo, no representó obstáculo para los enlaces interétnicos,
la movilidad social y las oportunidades económicas. Por
otra parte, si bien es cierto que la presencia africana en
México ya no era tan importante como en siglos anterio­
res, muchos de sus descendientes habían logrado conseguir
una posición importante en la pirámide social novohispa-
na. No hay que olvidar que es precisamente durante este
periodo cuando el comercio esclavista tomó dimensiones

p. 270.
m Ib ú L , p . 271.

305
María Elisa Velazquez Gutierrez

extraordinarias en otras regiones de América y que mu­


chos de los pensadores ilustrados, sobre todo aquellos vin­
culados con el comercio esclavista, justificaron este hecho,
pese a las ideas de igualdad y libertad que dieron forma
a esta nueva corriente ideológica. En el contexto novohis-
pano, por ejemplo, varios criollos ilustrados enaltecieron
el pasado indígena y la herencia hispánica en la forma­
ción de la sociedad mexicana, menospreciando el compo­
nente africano. Ante tal panorama, la Pragmática Real de
Matrimonios, así como otros ordenamientos legales del
siglo XVIII, sí tuvo repercusiones en las ideas y concep­
ciones de la sociedad mexicana, y en la ideología que privó
incluso a lo largo del siglo XIX, durante el cual se desa­
rrolló casi mundialmente un racismo “seudocientífico”
respecto del origen étnico y cultural, en particular de los
africanos, simultáneo al comercio de esclavos a escala
“industrial”.136
Los matrimonios entre distintos grupos no dejaron de
estar presentes en México ni en otras colonias hispánicas
a lo largo del siglo XVIII. Según Verena Stolcke, la Pragmá­
tica Real fue remitida al Consejo de Indias en 1805, ins­
titución que promulgó una Real Cédula más precisa que
establecía que:

las personas, de mayor edad, conocida nobleza y noto­


ria limpieza de sangre, intentasen casarse con alguna
de las referidas castas, la facultad de que pudieran recu­
rrir a mis virreyes, presidentes y audiencias de esos do­
minios, para que precedidos los informes que tuvieses
por conveniente tomar, concedieran o negaran el per­
miso y habilitación correspondiente según lo que re-

1,1(1M arie Cécile Henassy, H u m a n is m o y religión en S o r J u a n a , np. cit., p. 286.

306
Doncellas, solieras y casadas

sultase, sin cuyas circunstancias n o se p o d ía n efectuar


los m atrim onios de conocida nobleza y notoria lim pie­
za de sangre, co n la de negros, m ulatos y dem ás cas­
tas, aun cuando unos y otros fuesen de m ay o r e d a d ...1'1'

Según esta misma autora, el 18 de diciembre de 1810 el vi­


rrey de México promulgó un edicto para especificar que la
cédula se aplicaba sólo a las “personas de conocida noble­
za o a las de notoria limpieza de sangre”.138 Esto demues­
tra que la real cédula no atendía a la realidad novohispana
del periodo y que la problemática de definir la “limpieza de
sangre” era cada vez más contradictoria. Fue entonces, y
a partir del movimiento insurgente, que la cédula dejó de
tener vigencia. Sin embargo, las ideas sobre la “nefasta”
carga social y cultural que representaba tener antecedentes
de origen africano dejaron una huella importante en los va­
lores de la sociedad mexicana y contribuyeron en la ne­
gación y amnesia histórica sobre la presencia africana en
México. No obstante, nuevas categorías inmersas en esta
problemática se crearon para establecer las diferencias so­
ciales después de la guerra de Independencia en México.

C onsideraciones

A lo largo del periodo colonial, de m anera especial en los


siglos XVII y XVIII, las mujeres de origen africano se dis­
tinguieron de otras novohispanas por prácticas culturales
vinculadas con el m odo de vestir, sus costumbres sexua­
les y el uso de la magia y la hechicería. M uchas de estas

W'Verena Stolcke, Racismo y sexualidad en la Cuba colonial, op. cit., p. 30.


Ibid., p. 40.

307
María Elisa Velázquez Gutiérrez

manifestaciones se correspondieron con el contexto social


de la época, pero otras fueron asociadas a sus culturas de
origen, herencia que les permitió establecer distintas rela­
ciones familiares en la Nueva España.
Aunque los documentos parroquiales y las solicitudes
de matrimonio de la ciudad de México atestiguan que
existió una tendencia hacia la unión legítima con grupos
del mismo origen étnico y social, los estudios de casos re­
presentativos revelan que la formación de familias y co­
munidades domésticas fue mucho más compleja y que las
uniones consensúales fueron una práctica común. Asimis­
mo se observa que las mujeres de origen africano, tanto
libres como esclavas, establecieron lazos de unión con
miembros de distintos sectores sociales y étnicos, en espe­
cial con aquellos que favorecieran sus condiciones de vi­
da y las de sus hijos. Estos casos también ilustran que no
existió un modelo ideal de matrimonio y que, aunque se
desarrollaron comunidades de familias unidas por lazos de
solidaridad étnica, hubo otras compuestas por diversos
grupos culturales, lo cual revela que el establecimiento de
un modelo familiar cristiano enfrentó varios obstáculos.
Debe también considerarse que algunos sectores de la po­
blación de origen africano en la capital virreinal fueron ca­
paces de obtener un nivel económico y social hasta cierto
punto ventajoso, como para heredar dotes a las hijas en
sus matrimonios.
Muchas mujeres de origen africano enfrentaron su ma­
ternidad sin el apoyo de una pareja o un padre. Los lazos
matemos fueron de vital importancia para el desarrollo de
una identidad cultural y el establecimiento de alianzas so­
ciales. Las madres, sobre todo esclavas, enfrentaron deci­

308
Doncellas, solteras y casadas

siones difíciles al ser separadas de sus hijos o incluso al


tener que atestiguar en contra de ellos. Por el contrario,
las libres tuvieron mayor capacidad de movilidad social y
económica para el bienestar de su familia.
Los casos reseñados atestiguan que muchas mujeres,
tanto esclavas como libres, así como sus descendientes, de­
fendieron sus derechos matrimoniales o fueron capaces
de denunciar “malos tratos” o situaciones de desventaja.
Ello no quiere decir que otras no sufrieran vejaciones por
parte de sus amos, como abuso sexual.
Los matrimonios y las uniones consensúales entre di­
versos grupos sociales y étnicos, aunque no generalizados,
fueron una tendencia que favoreció el intercambio y'la re­
creación cultural en la sociedad novohispana. Ello revela
que el color de la piel y la condición de esclavitud no fue­
ron impedimento para la convivencia y la formación de
parejas, familias y comunidades domésticas. Hacia finales
del siglo XVIII surge una nueva concepción sobre la forma
de organización familiar y social, basada en una distin­
ción de posición social y origen cultural. La Pragmática
Real de Matrimonios refleja las intención de las autorida­
des por establecer una jerarquización social, en la cual el
color de la piel y la esclavitud tendrían un papel determi­
nante. Aunque esta disposición no afectó las relaciones
sociales y familiares de entonces, su normatividad abrió el
camino a una ideología basada en nuevos criterios para
distinguir a las razas.

309
N e g r a s , pa r d a s y m u l a t a s : d is t in c io n e s
RACIALES, ORDEN JU R ÍD IC O Y MOVILIDAD SOCIAL

E n la América nacen
gentes diversas
en color, en costumbres
genios y lenguas...

Inscripción de cuadro de castas, M éxico


Jo a q u ín M agón
1770

Varios de ios expedientes revisados en el A G N constatan


que a pesar de que las africanas y sus descendientes fue­
ron esclavas en la capital virreinal, muchas tuvieren la
oportunidad de obtener o luchar por su libertad y las de
sus hijos e incluso conseguir mejores condiciones de vida
que les posibilitaron consolidar una posición económica
desahogada, heredar bienes a sus descendientes y crear la­
zos de apoyo y solidaridad, no sólo con miembros de su
misma ascendencia racial, sino también con otros grupos
culturales. ¿Cuáles fueron las condiciones socioeconómi­
cas, culturales y jurídicas que permitieron a estas mujeres
obtener su libertad, movilidad económica y social y acce­
so a mejores condiciones de vida a lo largo del periodo
colonial en la ciudad de México?
En los primeros estudios sobre la población africana
en México, Aguirre Beltrán, basado fundamentalmente en
fuentes inquisitoriales, llegó a la conclusión de que las cla­
sificaciones sociales estaban determinadas por las diferen­
cias del color de la piel, así como pqr otras características
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

vinculadas con los rasgos físicos.1Sin embargo, investiga­


ciones posteriores demostraron que existían confusiones
para definir y diferenciar los conceptos de “raza” y la po­
sición social.23El aporte de documentos de distinta natura­
leza par a el análisis de esta problemática, demostró que los
rasgos físicos no fueron la única forma de diferenciación
en la Nueva España sino que ésta estuvo determinada por
otros factores relacionados con el rango social, el prestigio
y la condición económica.'1
A la luz de los datos empíricos que han arrojado re­
cientes investigaciones sobre la sociedad colonial, la jerar­
quía social y jurídica de los habitantes de la Nueva España
fue compleja y dependió de varios factores, entre ellos,
además de la raza (entendida como los atributos físicos de
herencia biológica), el origen cultural, la religión, la situa­
ción jurídica, la posición económica y la condición de géne­
ro. Investigadores como Pilar Gonzalbo y Robert McCaa
han subrayado la importancia de la situación familiar, el
reconocimiento social, la categoría asignada a la profesión
u ocupación y el prestigio personal, como elementos in­
dispensables para comprender las distinciones sociales y

1 Gonzalo Aguirre Beltrán, La población negra en México, op. cit.


1 Oennis NodinValdés subraya que en un mismo juicio inquisitorial un sujeto
podía ser identificado en distintas formas. The Decline o f the Sociedad de Caitas
in México City, op. cit., p. 188
3 R- Douglas Cope, The Limite ofRacial Domination. Plebeian Society in Colonial Mé­
xico City, 1660-1720\ United States of America, University ofWisconsin Press,
1UU4. En su investigación. Cope hace un análisis sobre los límites de la do­
minación racial en la ciudad de México y el papel de las castas o la “plebe”.
Subraya que en la clasificación social de la Nueva España si bien intervinieron
criterios basados primero en la raza -considerada como la serie de caraclerís-
ticas físicas y morales directamente vinculadas con un herencia biológica-,
a partir del siglo XVII fueron decisivos otros factores culturales y económicos
que incluso tuvieron más validez que los antiguos criterios raciales, véase
p. 2 2 .

312
Negras, parda* y muíalas

han considerado importante rescatar el término “calidad”,4


utilizado en la época como concepto que engloba consi­
deraciones de raza, dinero, ocupación y respetabilidad
individual y familiar.5
La ciudad de México, con una presencia notoria de di­
versos grupos culturales, una dinámica económica intensa
y una actividad política, cultural y artística vasta, fue un
espacio propicio para el intercambio cultural, las posibi­
lidades de movilidad social, las continuas excepciones ju ­
rídicas y las oportunidades de ascenso social y económico
que, entre otras cosas, posibilitaron que hombres y muje­
res de origen africano obtuvieran no sólo su libertad, sino
también mejores condiciones de vida.
Es propósito de este capítulo examinar los factores*que
incidieron en la determinación jurídica y social de los
africanos y sus descendientes en la capital virreinal y des­
tacar que estas categorías respondieron al contexto histó­
rico de ciertos periodos en cuanto a los cambios políticos
y la conformación cultural de la sociedad novohispana.(>

4 “Calidad”, dice el Diccionario de autoridades; “vale también como prenda, par­


te, dote y circunstancia que concurre en algún individuo o cosa, que la hace
digna de aprecio y estimación, ansí por lo que mira a lo interior como a lo
exterior de ella. Las “calidades”, afirma el diccionario, “no se alcanzan, ni con
riquezas, ni con nobleza sola, sino con sabiduría, mezclada con templanza y
prudencia”, ed. facs., Madrid, Gredos, 1726.
J Para Pilar Gonzalbo la sociedad novohispana no puede entenderse como una
sociedad de castas en términos estrictos, ya que nunca hubo una separación
absoluta entre diferentes grupos, no se definieron jurídica ni prácticamente las
opciones de trabajo y residencia de unos y otros, y tampoco hubo una jerar­
quía preestablecida para todos. Familia y orden colonial, op. cit., pp. 13 y 14;
Robert McCaa, “Calidad, clase y matrimonio en el México colonial: el caso
de Parral, 17H8-17Í10”, en Pilar Gonzalbo (enmp.), Historia de la familia, op. at.,
p. 151.
'■ Catharinc Good señala la necesidad de analizar las distinciones o clasifica­
ciones sociales del pasado, de acuerdo a un análisis objetivo y holístico. Para
ello hace hincapié en la necesidad de considerar en la investigación factores
como el contexto histórico en el que se construyen las identidades raciales o
María Elisa Velázquez Gutiérrez

Para comprender las ambivalencias de la situación racial,


también se alude a los momentos de tensión social que se
vivió y la función que tuvieron las mujeres en los motines
y levantamientos, según algunas crónicas del periodo. Asi­
mismo, se exploran caracteristicas del orden jurídico y de
las normas sociales que prevalecieron en la sociedad vi­
rreinal, contrastándolas con otras opiniones y situaciones
sociales para explicar las alternativas de movilidad social
a las que accedieron mujeres de origen africano. Este aná­
lisis se apoya en documentos como peticiones, juicios y
herencias de negras y mulatas, que constituyen ejemplos
de la complejidad social y cultural que vivió la sociedad de
la ciudad de México. Finalmente, se discute cómo las re­
formas promovidas por los Borbones en el siglo XV11I in­
tentaron establecer un nuevo control social y racial, en el
cual el color de la piel, la condición de esclavitud y el ori­
gen cultural de los africanos tomaron nuevas dimensiones.

Factores que determ inaron las prim eras distinciones


jurídicas y sociales en la N ueva España

Varios aspectos históricos son importantes para compren­


der las características de la organización social que se im­
plantó en la Nueva España y el lugar de los africanos
durante las primeras décadas después de la Conquista de

sociales, su relación con oirás formas de diferenciación, como el lugar de ori­


gen, la religión o el género, la forma en la cual estas categorías fueron o no
manipuladas según las necesidades sociales y temporales, así como la impor­
tancia de tomar en consideración cuándo y por qué los sistemas de clasifica­
ción racial o social cambian. Vcáse “Reflexiones sobre las razas y el racismo,
el problema de los negros, los indios, el nacionalismo y la modernidad", en
Dimensión antropológica, año ó, vol. 14, sept.-dic., México, INAI1, 1ÜÍJ8, pp.
110 y 1 1 1 .

314
Negras, pardas y mulatas

México-Tenochtitlán. Entre ellos, deben destacarse los si­


guientes: la situación social y los objetivos políticos de la
Corona española después de la larga guerra de reconquis­
ta contra los árabes y el contacto con América, las expecta­
tivas de los conquistadores en tierras americanas y la lucha
por el poder; el papel de las órdenes mendicantes en la po­
lémica sobre la naturaleza y los derechos de los indígenas
de las nuevas tierras descubiertas; así como las caracterís­
ticas de la conformación cultural y social de la sociedad
novohispana en los primeros años.
Con la unión de los reinos de Castilla y Aragón, así
como la toma de Granada por los Reyes Católicos en 1492,
se dio fin a la larga guerra de reconquista en la Penínsu­
la Ibérica y se inició el desarrollo de un Estado que tenía
como objetivos fortalecer el poder de la Corona, debilitar
a los nobles disidentes, controlar a las órdenes militares y
crear una identidad nacional alrededor de la lucha contra
los infieles,7 la cual se consolidó con el decreto de expul­
sión de los judíos precisamente en 1492 y en 1502 con la
salida de los musulmanes. Así, la religión cristiana desem­
peñó un lugar fundamental, no sólo en la consolidación
política del Estado en la Península Ibérica, sino también
en la ideología que justificaría la Conquista y la coloniza­
ción de las nuevas tierras en América.
Durante los primeros años de Conquista en las Antillas
y después en tierra firme, los españoles hicieron valer los
derechos que les otorgaba la Corona medíante la dona­
ción del Papa Alejandro V I para extender los dominios o
poblar los territorios en los que se pregonaba la palabra

7 Enrique Florescano y Rodrigo Martínez, Historia gráfica de México, época colo­


nial I, México, Patria/'INAH, ÍÍJSÜ.
Malia Elisa Velázqucz Gutiérrez

de Dios. El principal argumento que justificaba el descubri­


miento, la ocupación, la explotación de los nuevos recur­
sos materiales y humanos fue precisamente la conversión
de los infieles, pero también la superioridad de los espa­
ñoles sobre los indios, basada fundamentalmente en la ló­
gica de la civilización contra la barbarie, de lo racional
contra lo irracional y de la considerada única y verdade­
ra fe, la cristiana, contra la herejía o el paganismo.*
Convencidos de que su labor misionera debía dirigirse
no sólo a una conversión superficial de los indígenas al cris­
tianismo, sino de una verdadera extirpación del paga­
nismo, varios frailes se dedicaron a investigar sobre el
pasado indígena y sobre las características de sus tradi­
ciones y formas de pensar.9 La labor de los misioneros
también estuvo presente en la defensa de la condición ju ­
rídica y humana de los indígenas y en la denuncia de las
crueldades y explotación de los conquistadores; Bartolomé
de las Casas, como es bien sabido, encabezó una de las po­
lémicas más importantes sobre el tema en aquella época.

La discusión sobre la condición jurídica


de los indios en la Nueva España

La polémica sobre la condición jurídica de los indios en la


Nueva España replanteó cuestiones relativas al dominio

B Varios investigadores han reflexionado acerca de las características de ¡as con­


cepciones de los españoles sobre los indígenas de América, algunas de estas
ideas han sido recogidas por Mar go Glantz en su libro Borrones y borradores,
México, Ediciones del Equilibrista,
' Como lo señalóJonathan I. Israel, los misioneros vieron en los naturales de
las Indias también la materia pruna con la cual se podía formar de nuevo
una iglesia apostólica, verdaderamente pura, sobre la tierra. Véase Razas, Ba­
ses sociales y vida política en el México colonial, 1610-1670, op. cit.

316
N egras, p a r d a s y m u la ta s

e investidura de los sucesores de la Corona en tierras


americanas- Entre 1512 y 1560, como lo señala María del
Refugio González,10 se discutieron temas como la condi­
ción jurídica de los indios, los derechos de los españoles
sobre los nuevos territorios, sus límites de acción, el reco­
nocimiento o no de la organización política y económica
indígena precolonial y las estrategias para la conversión de
los indios al cristianismo. Resultado de este debate fue­
ron las leyes promulgadas en 1542 conocidas como Nuevas
Leyes para el buen tratamiento y preservación de los in­
dios por el Consejo de Indias, elaboradas durante el reina­
do de Carlos V bajo la influencia de los dominicos, que
representaban, fundamentalmente, un ataque a la enco­
mienda y por lo tanto al poder de los conquistadores.
Además, y a partir de esta discusión, durante el reinado de
Felipe II se elaboraron leyes que lograron hacer compati­
bles la manifestación formal de que los indios eran libres
y podían seguir siendo propietarios de lo que ya tenían
antes de la llegada de los españoles y el hecho incontro­
vertible de que los colonizadores podían asentarse, comer­
ciar y circular dentro de los territorios descubiertos y por
descubrir e incluso hacer la guerra justa a los indios que no
se sometían en su expansión hacia los nuevos territorios.
Los gobiernos virreinales de la Nueva España, además
de las órdenes mendicantes, que a lo largo de la segunda
mitad del siglo X V I tendrían una importante participación
en las decisiones políticas, se dedicaron a reestructurar la
sociedad novohispana después del periodo de caos que

l,) María del Refugio González, “El derecho en la Nueva España en tiempos de
Juan Correa”, en Elisa Vargas Lugo y Gustavo Curiel, Jiutn Coma, su vicia y
su obra. Cuerpo de documentos, op. cit., p. 226.

317
Maria Elìsa Velazquez Gutiérrez

caracterizó a los primeros años de la Conquista militar. El


objetivo fundamental de dicha reestructuración era el de
establecer los mecanismos necesarios para modelar una
sociedad que pudiera ser administrada y evangelizada fá­
cilmente. Para lograr este objetivo era necesario reducir el
poder de conquistadores y encomenderos —el cual atenta­
ba contra el control político y económico de la Corona-,
suprimir la vagancia y el desenfreno de muchos españoles,
así como dar nueva vida al gobierno indígena local. Este
proyecto de reestructuración se vio parcialmente frustrado
por las fuertes epidemias que azotaron a la Nueva España
a mediados del siglo XVI, en particular a la zona central;
éstas, además de mermar drásticamente el número de la
población indígena, según Jonathan I. Israel, crearon un
sentimiento de desmoralización generalizada e incremen­
taron el descontento y la ociosidad de muchos españo­
les.11 La catástrofe demográfica y las condiciones jurídicas
y sociales que protegían parcialmente a los indígenas fo­
mentaron la demanda de esclavos africanos y el crecimien­
to cada vez más significativo de una población producto
de la unión entre distintos grupos culturales que comenzó
a preocupar a las autoridades virreinales y religiosas sobre
todo en las zonas urbanas.
Uno de los lineamientos centrales de este proyecto de
organización social fue el de separar a los indios de los
demás grupos culturales. Además de atender motivos ad­
ministrativos, como cobrar los tributos, esta política res­
pondió a las ideas que los frailes, y hasta cierto punto la
Corona, habían defendido, y que era proteger a los indí-

11 Jonathan I, Israel, Razas, clases sociales y vida política en el México colonial (1610-
1670), op. cil, p. 2 0 .

318
Negras, pardas y mulatas

genas de las “malas prácticas y costumbres” de otros grupos


sociales, en particular de aquellos que, a su juicio, atentaban
contra el orden religioso, moral y político establecido^
Fray Jerónim o de M endieta advertía, en la segunda mitad
del siglo X V I, tal y como lo señalaJonathan I. Israel, que.

el Rey te n ía la oblig ació n de im p e d ir, h a sta d o n d e


fu era posible el con tacto de los indios con los d em ás
sectores de la población, p o rq u e el libre contacto h a b n a
ten id o p o r co nsecuencia la m in a de la sociedad m 1 -
gena y la p é rd id a de to d o lo logrado p o r los m isione­
ros m endicantes.

Advertía además, “que si se permitía que los colonizadores


españoles y sus esclavos negros se infiltraran en las com u­
nidades indígenas, entonces, los desgraciados indios pron­
to quedarían totalmente corrompidos y depravados .
No obstante lo anterior, como lo subraya asimismo
Israel, la Nueva España se convirtió, desde el punto de
vista racial, en una de las sociedades más diversificadas y
complicadas que hasta entonces hubieran existido en el
mundo.B De este modo, la llegada de nuevos colonizado­
res de España, la demanda de población africana esclava,
la migración de diversos grupos indígenas en el territorio
y el crecimiento de población mulata y mestiza durante
el siglo X V I y gran parte del X V II, no sólo convirtieron a la
sociedad novóhispanar en particular a la de las áreas urba­
nas, en una de las más diversas en términos raciales, sino
también en una de las más dinámicas y complejas en tér­
minos de intercambios culturales y organización social.

a 1búL, p. 2 5 .
13 Ibid., p. 32.

310
María Elisa Velázqucz Gutiérrez

El lugar de los africanos y las africanas en la sociedad


de la capital virreinal: las ambivalencias

De acuerdo con lo anterior ¿cuál fue el papel que desem­


peñaron los africanos y sus descendientes en la conforma­
ción de esta primera sociedad colonial, en particular en
la metr ópoli virreinal y qué condición social se les asignó
en estos primeros tiempos? Los africanos que arribaron
a América acompañaron a las huestes de los conquistado­
res e incluso algunos de ellos fueron gratificados por sus
servicios en la Conquista con la manumisión, pero tam­
bién otorgándoles beneficios materiales. Como se ha se­
ñalado en el primer apartado, la presencia de africanos
esclavos en la Peninsula Ibérica había predeterminado ¡as
formas de sometimiento, así como las relaciones sociales y
culturales que en algunos casos habían posibilitado su mo­
vilidad y la adquisición de privilegios sociales, tales como
la formación de cofradías.
El término ladino ya utilizado en España hacía preci­
samente referencia a aquellos sujetos, especialmente aje­
nos o distintos a las culturas conocidas, como los africanos,
que habían sido cristianizados, hablaban el castellano y
en cierta medida habían sido asimilados a la cultura hispa­
na. No obstante, como puede observarse en las crónicas
de algunos conquistadores y frailes, la percepción cultural
sobre las características de. los africanos, seguía subordi­
nándolos a una posición de inferioridad, no sólo en re­
lación con los españoles, sino ya en tierras americanas,
también con los indígenas. Hernán Cortés, por ejemplo,
en su segunda carta de relación, al narrar algunas carac-

320
Negras, pardas y mulatas

terísticas de las ciudades de Cholula y Tlaxcala, hizo el si­


guiente comentario:

I .a gente de esta ciudad es más vestida que los de Tas-


caltecal, en alguna manera; por lo que los honrados
ciudadanos de ellos traen alboroces encima de la otra
ropa, aunque son diferenciados de los de Africa, por­
que tienen maneras; pero en la hechura y tela y los ra
pacejos son muy semejantes...N

Sin embargo, durante los primeros años de Conquista y


colonización, la presencia africana adquirió nuevas conno­
taciones sociales, hasta cierto punto contradictorias. Por
una parte, los esclavos fueron aliados de los colonizado­
res militar y culturalmente. Por ejemplo, el trabajo de las
mujeres africanas permitía la reproducción social de los es­
pañoles y la suya propia, aliándose no sólo por medio de la
servidumbre, sino también con el establecimiento de unio­
nes consensúales, sobre todo entre esclavas y españoles. Al
mismo tiempo, la posibilidad de que los africanos entabla­
ran relaciones con otros grupos culturales, por ejemplo con
los indígenas, preocupaba a las autoridades virreinales.h
Desde fechas tempranas, los gobernantes virreinales
expresaron sus recelos ante la presencia de los africanos y
sus descendientes. Como lo señalajonathan Israel, Luis de
Velasco, segundo virrey de la Nueva España, aconsejó a
la Corona que cesara la importación de negros a la Colo-

u Hernán Cortés, Carlas de relucían, México, Porrúa, U>7í>, p. 45.


w Patrick J. Carroil encuentra que los “mexicanos negros vivieron en planos
intermedios dentro de la soeiedad, la cultura y la economía entre los ibéricos
blancos, con su poder político, y los numerosos amerindios”. Véase “Los me­
xicanos negros, el mestizaje y los fundamentos olvidados de la ra/a cósmica .
una perspectiva regional”, en Historia mexicana, vo). xuV, núm. 3, enero-mar­
zo, México. El Colegio de México, 1ÍW5, p. 4.52.
Maria Elisa. Velázquez Gutiérrez

nia, quienes con su inestabilidad aumentaban los peligros.16


También durante este periodo, el cabildo de la ciudad de
México emitió varias recomendaciones indicando que no
era conveniente seguir importando negros ladinos a Mé­
xico y, en su lugar, había que privilegiar la importación
de esclavos bozales, oriundos de África, quienes, al pare­
cer de las autoridades, eran más fáciles de controlar. Esta
percepción sobre las diferencias entre ladinos y bozales
siguió vigente a lo largo del siglo XVII y apareció reglamen­
tada en la Recopilación de las Leyes de Indias de 1680,
de la siguiente manera:

Tengase mucho cuidado en la Casa de Contratación de


que no pasen a las Indias ningunos esclavos negros, lla­
mados gclofes, ni los que fueren de Levante, ni los que
se hayan traído de allá, ni otros ningunos, criados con
moros, aunque sean de casta de negros de Guinea, sin
particular, y espeeia! licencia nuestra, y expresión de
cada una de las calidades aquí refereridas.. 17
l-l
No pueda pasar a ninguna parte de las Indias ningunos
negros, que en estos nuestros reinos o en el de Portugal
hayan estado dos años; salvo los bozales, nuevamente
traídos de sus tierras... si no fuere cuando nos diéremos
licencia a los dueños para servicio de sus personas, y ca­
sas, y que los tengan, y hayan criado, o en otra forma
lo hayamos permitido...18

Paradójicamente, la ladinización era vista por los gobier­


nos virreinales y el clero regular como peligrosa p ara el

16 Jonathan 1. Israel, R a í a , clases sociales y vid a p o l i tica en el M é x ic o c o lo n ia l 1 6 1 0 -


1670, op. « t, p. 23.
'' R ecopilación d e las L eyes de In d ia s (facs.). Libro ix, Título XXVI, Ley XIX, Madrid
UiHO, p. 4v,
w Ib i d . Ley XVIII, p. 4.
Negras, pardas y muíalas

control y la sujeción de los indígenas y de los africanos;


si bien había que evangelizarlos y educarlos bajo los nue­
vos preceptos de la cultura cristiana, había que prever que
su integración a la nueva sociedad podía convertirse en
una arma de inestabilidad. Además, el número creciente
de africanos y mulatos criollos, frente a la drástica dismi­
nución de la población indígena durante estas décadas,
incrementó la preocupación de las autoridades virreina­
les, quienes a principios del siglo XVII tomaron medidas
represivas frente a los supuestos intentos de sublevación
de algunos africanos y sus descendientes.1J
Por otra parte, al menos formalmente, la condición ju­
rídica que adquirieron los indígenas, como vasallos de la
Corona, así como el reconocimiento de su naturaleza ra­
cional y su disposición y capacidad para recibir la nueva fe
cristiana desde el siglo XVI, colocó a los africanos escla­
vos y a sus descendientes libres, en una posición de des­
ventaja jurídica, religiosa, moral y cultural. Por un lado, su
condición de esclavos, o de descendientes de ellos, los se­
gregó y los dejó en una posición de sumisión, negándoles
los derechos mínimos a los cuales otros individuos podían
acceder. Por otro lado, al no estar incluidos en el proyecto
central de evangelización fueron más vulnerables a la se­
gregación y a ser víctimas de denuncias ante la Inquisición,
de las cuales los indígenas estuvieron exentos,

lí> Al parecer, en 1537 hubo una primera “ola de terror” a los negros, que des­
cribe David M. Davidson en su arrícele “Negro slave control and resistance
in colonial México, l.StfMfiñO”, en Richard Pnce (ed.), M a n o n S olicites, Balti­
m ore, John» Hopinks University Press, 1979, pp. 90 91, y cuya descripción
también señala Jonathan 1. Israel, R a za s, clases sociales y v id a p o lític a en el M é ­
x ic o c o lo n ia l (1 6 1 0 -1 6 7 0 ), up. c i l
Mari» Elisa Velázquez Gutiérrez

No obstante, los africanos, en particular bozales y crio­


llos, se convirtieron en un importante recurso de mano de
obra, sobre todo para servicios domésticos en la ciudad
de México. Además, al no formar parte central, como los
indígenas, de un proyecto de organización social vigilado
y, hasta cierto punto controlado, tuvieron desde los pri­
meros tiempos posibilidades de movilidad y de intercam­
bio cultural con otros grupos sociales que determinaron
en gran medida su posición en la sociedad virreinal en épo­
cas posteriores.

Las m ujeres de origen africano


en la conjuración de 1612

La importante presencia de población de descendencia


africana —resultado de la unión entre diversos grupos cul­
turales- hacia principios del siglo XVII acentuó las inquie­
tudes y los recelos de las autoridades virreinales frente a
este grupo, sobre todo ante los movimientos de cimarro­
nes en Veracruz.20 Desde 1553, el virrey Velasco advirtió
que habia más de 20 000 negros y mulatos en la Nueva
España, población que se estaba convirtiendo en una gra­
ve amenaza para la estabilidad del Virreinato.21 Además,
para principios del siglo XVII una fuerte proporción de la
población de origen africano era criolla. Según datos de

” 1Genocida y documentada es la insurrección de Yanga y los cimarrones de la


sictra en Veracruz, <jne resistió la fuerza del gobierno y la concesión de la li­
bertad a Yanga y su grupo rebelde. Véase, entre otros, Jonalhan 1. Israel,
R aw , clines sociales y vida política en el México colonial, 1610- 7(770, vp. al.-, Adria­
na Naveda, “ Rebeliones cimarronas en Veracruz”, ponencia presentada en
el Simposio Internacional La Ruta del Esclavo en Hispanoamérica Costa
Rica,
¿> Ibid, p. 7.1.

324
Negras, pardas y mulatas

Aguirre Beltrán, había aproximadamente tres veces más


mulatos que negros y el total de ambos grupos era más o
menos de 140 00Ü.2122 Así, el fantasma de la contaminación
cultural y el de las alianzas raciales en contra de los colo­
nizadores españoles y los nuevos criollos, estuvo vigente
a lo largo del periodo colonial.23*25Tal y como lo señalaJo-
nathan I. Israel, varios funcionarios y personajes civiles del
siglo X V II expresaron el temor de que “un día hubiese una
combinación de negros y castas mezcladas de éstos con in­
dios, que llegara a ser suficientemente fuerte como para
matar a todos los españoles y saquear sus iglesias y monas­
terios”.21
Aunque sin fundamentos reales, los temores ante po­
sibles rebeliones repercutieron en la capital novohispgna.
Como lo atestigua un documento localizado por Nicolás
Ngou-Mvé en el Archivo de Indias, en el año de 1609 fue
descubierta una conspiración organizada por negros de
la ciudad de México.23 Según el expediente, la noche del
24 de diciembre de 1608 tuvo lugar una asamblea de ne­
gros y mulatos en el domicilio de una mujer negra libre
que fue designada reina, junto con un esclavo de don Bal­
tasar Reyes. Por tal motivo, y ante la denuncia de testigos,
24 hombres y siete mujeres, negras y mulatas, fueron arres­
tados y otras 19 personas lograron escapar. Sin embargo,

21 Gonzalo Aguirre Beltrán, l.a población negra de México, op. til., pp. 213-221.
¡ts ICn «alas grupos se encontraban los indígenas, negros, muíalos y mestizos, pi­
ro también españoles marginados.
Jonathan I. Israel, Razas, clases ¡ocíale.t y tilda política en el México colonial, op. cit.,
p. fifi. , .
2 5 De dicha conspiración hace mención Torquernada en su obra Monarquía in­

diana, México, UNAM, !!)/;>, vol. i, lib. 5, p. üfi4. Véase Nicolás Ngou-Mvc,
'“Los orígenes de las rebeliones negras eu el México colonial’, en Dimensión
Antropológica, año fi, vol. lfi, mayo-agosto, México, I N A I I , 1ÍW!), p. 37.

325
María Elisa Velázquez Gutiérrez

los cautivos, según las referencias del documento, fueron


defendidos por sus amos apelando que se trataba de “sim­
ples beberías de los negros”. Nicolás Ngou-Mvé argu­
menta que las formas de organización de esta rebelión
pudieron tener relación con otras manifestaciones de re­
sistencia de origen bantú de periodos cercanos.2*’ Lo cier­
to es que, según los testimonios del documento, las mujeres
desempeñaron un papel importante en dicha reunión e
incluso formaron parte de la organización.
De acuerdo con Jonathan I. Israel, dos años después,
en 1611, un motín originado al parecer por la muerte de
una negra golpeada por su amo, convocó a unos 1 500
negros que apedrearon la casa del amo de la difunta y
protestaron frente al palacio virreinal y la sede de la In­
quisición por lo sucedido.27 Esta protesta parece haber sido
el antecedente de una supuesta insurrección que, según
rumores, pretendía acabar con la población blanca y con
el poder de los españoles. La conspiración fue descubier­
ta por dos negreros portugueses que conocían una lengua
de los angoleños y que escucharon a dos negros planean­
do la revuelta en el mercado de la ciudad.2* Así, la posible
revuelta fue investigada y reprimida violentamente por un
funcionario del gobierno llamado Antonio Morga. Encar­
celados y torturados los jefes de las cofradías negras, fueron
enviados a la horca de la Plaza Mayor, el 2 de mayo de
1612, los supuestos cabecillas: veintinueve varones y siete
mujeres negras, y sus cabezas clavadas en picas fueron
exhibidas en dicha plaza.

-<l ¡bul, p. 40
Jonathan I. Israel, Razas, clases sociales y vida política en el México colonial, op.
cit., p. 77.
2* Ibid., p. 7!)

326
Negras, pardas y mulatas

Como se analiza a continuación, algunos documentos


de la época dan cuenta de las características del pretendi­
do amotinamiento y reflejan varias de las tensiones socia­
les que existían en ese momento relacionadas con la
presencia africana en la ciudad de México. Revelan, ade­
más, las concepciones y preocupaciones de algunos sec­
tores acerca de la posición social y cultural que habían
adquirido los africanos y sus descendientes, entre ellos por
supuesto sus mujeres.
Según la crónica de Domingo de San Antón,29 la con­
jura de los negros tenía el propósito de matar a casi toda
la población blanca con el objeto de erigir un nuevo go­
bierno para la Nueva España, encabezado por un negro y
una mulata morisca de nombre Isabel.30 El nuevo reinado,
según el documento, daría cargos de honra a otros negros,
haría súbditos a los indígenas y les cobrarían tributo e in­
cluso “marcarían en las bocas” para que aparecieran como
sus “señores”. Era también objetivo de esta insurrección
acabar con todos los españoles excepto las mujeres de
“cara bonita” y “media vida”, para tomarlas como sus es­
posas.
Llama la atención la obsesión con la que el autor des­
cribe los intentos de africanos y sus descendientes por
crear una raza31 fruto de su descendencia sin apariencia
fenotípica blanca. El relator hace hincapié, por ejemplo,

Domingo de San Antón era al parecer de origen indígena o mestizo. “Relato


de Domingo de San Antón Muñón, Chimalpahin, Cuauhtlehuanitzin, 1579-
lé>60”, “Diario (1589-1(115)’’, mss., en Ernesto de la Torre (comp.), México,
UNAM (Lecturas Históricas Mexicanas), 1992.
30 ¡bid., p. 521,
31 Según el Diccionario Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Co-
varrubias, de 1611, “raza en los linajes se toma en mala parte, como tener al­
guna raza de moro o judío”, Madrid, Tumer, 1984, p. 896.

327
Maria L'Jisa Velazquez Gutiérrez

en que si los hijos varones engendrados entre negros y es­


pañolas son distintos a su color, los matarían ya que si
“hubiesen muchos moriscos... les recordarían”, por sus
madres españolas, “que provenían de buen linaje y buena
descendencia, la que no tienen de buena sus padres ne­
gros” y más tarde incluso podrían matar a sus padres en
venganza y reproche por lo acontecido. El juicio de San
Antón hacia los valores morales y culturales de los africa­
nos refleja más que el verdadero sentir de los negros y
mulatos en la ciudad de México, la problemática social
resultante del intercambio cultural y racial que vivía la
sociedad. La mezcla entre diversos grupos había creado ya
una población compleja y heterogénea, tanto en aparien­
cia fenotípica como en prácticas y costumbres culturales,
que ponía en entredicho los planes políticos y económicos
de las autoridades virreinales.
En este contexto, uno de los problemas de fondo que
inquietaban a las autoridades era el que la población de
origen africano, en continuo crecimiento, reclamara más
oportunidades y posibilidades sociales en distintos ámbi­
tos. Por ejemplo, Domingo de San Antón dice en su relato
que los negros insurrectos tenían pensado sacar a todas las
monjas blancas de sus conventos para hacerlas sus espo­
sas y que sólo dejarían a las víejitas para enseñar. Además,
las “mujeres negras iban a entrar en los monasterios, allí
se irían a encerrar, con lo cual ellas serían guardianas de
Dios; en monjas se convertirían”.^ Es difícil creer que la
supuesta insurrección tuviera las intensiones y característi­
cas que el cronista de este relato le adjudica; sin embargo,

Domingo de San Antón, Chimalpahin, “Diario” (1579-16601, mss.. en Ernes­


to de la Torre ícomp.i, o/i. d !., p.
Negras, pardas y mulatas

lo que es interesante subrayar es la serie de inquietudes


y temores que ciertos sectores sociales tenían respecto del
crecimiento de la población de origen africano en la ca­
pital.
La represión de la conjura sirvió a las autoridades pa­
ra intentar dejar en claro su postura en relación con la po­
sición social, económica y cultural de los afromestizos en
la metrópoli y en otras regiones de México. Su creciente
independencia, su capacidad de movimiento y libre trán­
sito, sobre todo en la ciudad, y las posibles reivindicacio­
nes de su situación social y jurídica que empezaban a ser
manifiestas, necesitaban ser frenadas. Los negros tenían la
intención de que su raza, sin linaje, dominara a los demás
y podían ser capaces de violar a las monjas, matar' a los
frailes, explotar a los indígenas y reinar sobre los españo­
les adjudicándose puestos de honra.
Todo esto debía prevenirse y para ello había que insis­
tir en que su condición social y cultural era inferior y que
sus deseos de acceder a mejores condiciones de vida po­
dían incluso transgredir las normas básicas de la cultura
y el orden hispánicos. En este momento aparece la inten­
ción de asociar las categorías sociales con la procedencia
racial. La raza empieza a entenderse como la característica
de un grupo que puede amenazar el orden social y eco­
nómico “armónico” de la sociedad novohispana. Sin em­
bargo, más que tensiones raciales claras, como lo afirma
Jonathan I. Israel, los episodios de principios del siglo XVü
parecen reflejar sospechas políticas y sociales que se vincu­
lan inevitablemente con el origen racial entre los grupos
con dominio económico frente a otros grupos emergentes
María Elisa Velazquez Gutierre?.

en varios ámbitos de la vida novohispana, poniendo en


peligro la estabilidad de quienes ostentaban el poder.
En otros motines del siglo XVII, más de carácter políti­
co y económico, también participó la población de origen
africano. En 1624, el palacio de gobierno fue saqueado,
según cronistas, por la plebe. El conflicto, suscitado por
las contradicciones políticas entre el virrey Gelves y el arzo­
bispo Pérez de la Sema, fue resuelto con la deposición del
virrey por la Audiencia. Un comentario del dominico Tho-
mas Gage, quien visitó la Nueva España en 1625, sugiere
que los africanos y sus descendientes estaban presentes en
los temores de posibles rebeliones, como lo demuestra el
siguiente fragmento: “Hay una infinidad de negros y de
mulatos que se han vuelto altivos e insolentes hasta el ex­
tremo de poner a los españoles en recelo de una rebelión,
haciéndoles temer más de una vez la posibilidad de una
intentona de levantamiento por su parte...”.33
En 16.92, la capital virreinal fue testigo de otro tumulto
de carácter político y económico, durante el cual partici­
paron, entre otros, los africanos y sus descendientes. Muje­
res y hombres, negros y mulatos, pero sobre todo indios,
según Antonio de Robles,34 se rebelaron ante el palacio
virreinal, incitados al parecer por el arzobispo, para re­
clamar el abastecimiento de víveres, fundamentalmente
de maíz. El palacio virreinal y el ayuntamiento fueron in­
cendiados y saqueadas las tiendas de la Plaza Mayor. Se-
gátn el relato de Carlos de Sigüenza y Góngora, “negros,

íj4 Thomas Gage, N u e v o reconocim iento d e las in d ia s occidentales, op. ciL , p. 181.
En su diario, Robles no bate mención de los negros y mulatos, y por el con­
trario, hace énfasis en la participación de los indios. D ia r io de sucesos notables
( 1 6 6 5 - 1 7 0 3 ) , Antonio Castro Leal (ed. y pról.}, t. ir, México, Porrúa l‘)4fi
pp. ÜÓO-üúS.

330
N egras, p a r d a s y m u la ta s

mulatos y todo lo que es plebe gritaba”: “¡Muera el Virrey


y cuantos lo defendieren!” y los indios: “¡Mueran los espa­
ñoles y gachupines que nos comen nuestro maíz!”.'1'’ Ante
el tumulto el virrey tuvo que salir huyendo, al parecer dis­
frazado.36 El conflicto fue resuelto con la aprehensión y el
castigo de algunos de los involucrados y mediante la ne­
gociación entre el virrey, el arzobispo y los comerciantes
que especulaban con los víveres.
En suma, se puede afirmar que los motines del siglo
X V II atestiguan las contradicciones sociales políticas y eco­
nómicas que se vivieron durante las primeras décadas del
periodo colonial, en las cuales los africanos y sus descen­
dientes participaron, aunque no siempre motivados*por
conflictos vinculados con su condición racial. Estos actos
de rebelión colectiva muestran los temores de las autori­
dades metropolitanas y virreinales por el “desorden social ’,
que ya era difícil de controlar y que adoptaba una diná­
mica propia, lejana a las intenciones de la Corona. Varias
políticas de control social, en leyes, ordenanzas y bandos,
como se analiza en el siguiente apartado, fueron emitidas
por las autoridades metropolitanas y novohispanas con el
propósito de restringir las posibilidades de ascenso social
e intercambio cultural, sobre todo de la población de ori­
gen africano; empero, como en otros casos, estas disposi­
ciones pocas veces alcanzaron su objetivo.35

35 Caitos Sigüenza y Góngora, citado en Ernesto de la Torre (comp.), R ela cio n es


h istó rica s , México, UNAM (Biblioteca del Estudiante Universitario Id), 1Ü40,
XX-175, pp. 14.S-1.S4.
«■ Según Robles, al día siguienLc fue hallado en el palacio destruido un letrero
anónimo con sentido satírico que decía: “Este corral se alquila para gallos de
la tierra y gallinas de Castilla”. Véase Antonio de Robles. D ia r io desucesos n o ta ­
bles , op. c i i p. 253.

331
Maria Elisa Velázquez Gutierre;/.

O rd en jurídico: leyes y otros obstáculos sociales

El crecimiento de la población de origen africano libre en


la ciudad de México, y las inquietudes acerca de sus po­
sibilidades de movilidad social y económica, desembocó
en la emisión de distintas disposiciones legales que dicta­
ron la Corona y los funcionarios locales. Aunque en su
mayoría no fueron acatadas fielmente, estas disposiciones
reflejan la preocupación por controlar y frenar las oportu­
nidades sociales y económicas de este grupo. Por una par­
te, varias leyes se emitieron desde España y se agruparon
en obras como la Política indianaiJ y más tarde en la Re­
copilación de Leyes de Indias, con base en los principios
de las Siete Partidas.'38 También se proclamaron ordenan­
zas y bandos de manera regional según las necesidades,
costumbres y problemáticas particulares.S!) Estas disposi­
ciones, emitidas en su mayoría en el siglo XVI, se ocuparon
de legislar asuntos relacionados con el lugar de residencia,
pago de los tributos, normatividad laboral, formación de
milicias y la posesión de armas, mientras que otras estuvie­
ron destinadas a regular el comportamiento y el control so­
cial, normando las características de reunión, de vestimen­
ta y por supuesto el cimarronaje.
La Recopilación de las Leyes de Indias, promulgadas
desde la metrópoli y agrupadas en un documento publica-•

•l7 Juan de Solórzano y Pereyra, P o litica in d ia n a (1 6 4 7 ), ed. facs. basada en la de


.1776, México, Secretaria de Programación y Presupuesto, 197!).
3íi t-as Siete Partidas fueron emitidas por el Rey Alfonso el Sabio en el siglo XIII.
En su articulo sobre d derecho en la Nueva España, María del Refugio Gon­
zález explica la conformación del orden jurídico novohispano constituido por
la parte temporal y la espiritual. “El derecho en la Nueva España en tiempos
dejuan Correa”, en Elisa Vargas Lugo y Gustavo Curiel.Jtían C o m a , s u liria
y s u obra. C uerpo de docum entos, op. cit., pp. 223 240.
Negras, pardas y muíalas

do en 1680, resumía las normas que desde el siglo XVI se


habían dictado sobre asuntos generales para todos los vi­
rreinatos hispánicos. Uno de sus capítulos, el quinto, con 29
leyes, estaba destinado específicamente a asuntos relacio­
nados con los mulatos y negros, tanto hombres como muje­
res, esclavos o libres.40 Estas leyes reflejan la problemática
social que observaba la Corona respecto de la presencia y
participación africana en los territorios americanos. Mu­
chas de las leyes que aparecen en la Recopilación, algunas
de las cuales se analizan a continuación, hacen alusión a
las mujeres de origen africano, lo cual denota que su pre­
sencia y participación eran representativas y que debía
tomarlas en cuenta la Corona y sus gobiernos virreinales.
No debe perderse de vista que estas leyes se difundieron
para todos los territorios hispánicos, entre los cuales las
problemáticas eran muy variadas; sin embargo, es nece­
sario explorarlas para contrastarlas con la realidad que se
vivía en la Nueva España y la ciudad de México.
Una de las preocupaciones centrales de la Corona era
la organización social que permitiera el pago de tributos
de la población. Como se ha subrayado en otros capítulos,
muchos negros y mulatos habían logrado obtener su liber­
tad por distintas vías, y su condición de libertad e inde­
pendencia económica representaba un problema para el
control de pago de tributos, tal y como puede apreciarse
en la siguiente ley:

Hay dificultad en cobrar los tributos de negros, y mu­


latos libres, por ser gente que no tiene asiento, ni lugar
cierto, y para esto conviene obligarlos a que vivan con

40 R eco p ila ció n d e la s Leyes de In d ia s, fíp. cit.


María Llisa Velázqucz Gutiérrez

amos conocidos, y no los puedan dejar, ni pasarse a


otros sin licencia cíe la justicia ordinaria, y que en cada
distrito haya padrón de todos, con expresión de nom­
bres y personas con quien viven y que sus amos tengan
obligación de pagar los tributos a cuenta del salario,
que les dieren por su servicio.,,4124

Por ello y con el fin de normar el pago de impuestos, la


Corona emitió además una ley que hacía alusión precisa­
mente a este problema; en ella se subraya que los negros
y mulatos libres pagarán tributo pues:

han adquirido libertad, y tienen grangerias y hazienda,


y por vivir en nuestros dominios, ser mantenidos en
paz, y justicia, haber pasado por esclavos, hallarse libres,
y tener costumbre los negros de pagar en sus naturale­
zas tributo en mucha cantidad, tenemos justo derecho
para que nos te paguen, y que este sea un marco de pla­
ta en cada un año, más o menos conforme a las tierras
donde viven..

Las mujeres no estaban exentas a esta disposición, tal y co­


mo lo señala el siguiente párrafo:

mandámos a nuestros virreyes, presidentes, audiencias


y gobernadores, que en sus distritos y jurisdicciones re­
partan a todos los negros y negras, mulatos y mulatas
libios, que hubiere la cantidad, que conforme a lo su­
sodicho les pareciere, y con que buenamente nos pue­
dan servir por sus personas, haciendas y granjerias en
cada año y luego den relación del repartimiento...43

41 ¡ b id , Ley III, p. 285 bis.


42 íb id , Ley primera, p. 285.
44 Idem.
Negras, ¡¡ardas y mulatas

Por otra parte, el control social de la población de origen


africano, que se vinculaba con las formas de comporta-
miento, se buscó mediante varias leyes, en las cuales el
control de las mujeres también estuvo presente. Por un la­
do, fueron dictadas normas relativas a libertad de trán­
sito de esta población y en ellas se subrayaba que los
“negros no anduvieran de noche por las ciudades, por
los grandes daños e inconvenientes experimentados de
que... anden en las ciudades, villas, y lugares de noche fue­
ra de las casas de sus amos”.44*Se recomendaba que las
justicias tuvieran cuidado sobre los “...procedimientos de
los esclavos, negros, y otras cualquier personas que puedan
ocasionar cuidado, y recelo, y prevengan con destreza los
daños, que puedan resultar contra la quietud y sosiego, p ú ­
blico”.4’'’ Asimismo, varias leyes estipulaban que negros y
mulatos no portaran armas,4*’ aunque concedieron impor­
tantes privilegios a los mulatos que formaban parte de las
milicias, sobre todo de las que resguardan los puertos.
Por otro lado, diversas leyes pretendieron normar las
uniones de la población de origen africano con otros gru­
pos culturales. Una de las leyes de la Recopilación reco­
mendaba que se “...procurase en lo posible, que habiendo
de casarse los negros, sea el matrimonio con negras” y
que “estos y los demás, que fueren esclavos, no quedan li­
bres por haberse casado, aunque intervenga para esto la
voluntad de sus amos’4.48 Asimismo, respecto de las unio­
nes de las esclavas de origen africano con españoles, tam-

44 Ib id ., Ley XII, p. 286 bis.


4Í Ib id ., Lev x m , p. 287.
1(i Ib id ., Leyes XIV, XV, XVI, p. 287; l.cy XVIIl, p. 287 bis.
4' Ib id ., Leyes X y XI, p. 286v.
4K Ib id ., Ley V, p 286 bis.
335
Marín Elisa Velazquez Gutiérrez

bien frecuente de manera extramarital, se dijo lo siguiente:


“Algunos españoles tienen hijos con esclavas, y voluntad
de comprarlos para darles libertad. Mandamos que habién­
dose de vender, se prefieran los padres, que los quisieren
comprar para ese efecto..,”.4!)
Además, como parte de la jerarquía que debió privar
en los virreinatos de acuerdo con lo establecido por el or­
den jurídico y la dinámica social que posiblemente preva­
lecía en varias regiones de la Corona, la Recopilación de
las Leyes de Indias dictó normas que prohibían que negros
y negras libres o esclavos se sirviesen de indios o indias:

Prohibimos en todas las partes de nuestras Indias, que


se sirvan los negros y negras, libres, o esclavos, de in­
dios o indias... porque hemos entendido que muchos
negros tienen a las indias por mancebas o las tratan mal
y oprimen y conviene a nuestro real servicio y bien de
los indios, poner todo remedio a tan grave exceso../’11

Por otra parte, existieron leyes que normaron la forma de


vestir y los accesorios que deberían portar las mujeres
de origen africano de acuerdo con su posición social. No
hay que olvidar que la vestimenta representó una forma
importante de distinción social, además de que la de ne­
gras y mulatas suscitó la críticas de varios cronistas. En es­
te sentido, la ley 28 de la Recopilación hacia el siguiente
señalamiento:

Ninguna negra, libre, o esclava, ni mulata traiga oro,


perlas, ni seda; pero si la negra o mulata libre fuere ca­
sado con español, pueda traer unos carrillos de oro, con

<IJ ¡ b u l, Ley VI, p. 285 bis.


J b i á , Ley VII, p. 286.

336
Negras, pardas y mulatas

perlas, y una gargantilla y en la saya un ribete de tercio­


pelo, y no puedan traer, ni traigan mantos de burato,
ni de otra tela; salvo mantellinas, que lleguen poco más
debajo de la cintura, pena de que se les quiten, y pier­
dan las joyas de oro, vestidos de seda, y manto, que
trajeren...'1

Que las africanas y sus descendientes pudieran portar cier­


tas joyas si estaban casadas con español comprueba que la
situación femenina estaba jurídicamente determinada por
el rango social del cónyuge. Sin embargo, es importante
subrayar que, en la práctica, estas leyes fueron pocas veces
consideradas.
Otras leyes estuvieron enfocadas al problema del ci-
marronaje o la huida, prácticas en las cuales también parti­
ciparon las mujeres. Las insurrecciones en varias regiones
de las colonias españolas cobraban importancia y eran te­
midas en ciudades como la de México. Para controlar a
los esclavos cimarrones, la Recopilación de las Leyes de
Indias emitió diversas leyes que castigaban el cimarrón aje
con azotes, el uso de grilletes e incluso con la muerte por
ahorcamiento. También se dictaron leyes que advertían
sobre los castigos que podían recibir quienes ocultaran o
ayudaran a los fugados:

El que tratare o comunicare con negro cimarrón, o le


diere de comer, o algún aviso o acogiere en su casa, y
no lo maniíestare luego, por el mismo caso, si fuere
mulato, o mulata, negro o negra, libre o cautivo, haya
incurrido en la misma pena, que merezca el negro o
negra cimarrón, y más en perdimiento de la mitad de
sus bienes, si fuese libre, aplicándose gastos de la guc-

51 Ihid., Ley X X V IU , p . 2 0 0
Muría Elisa Velázquez Gutiérrez

rra contra cimarrones; y siendo español, sea desterra­


do perpetuamente de todas las Indias...-'2

A su vez, los gremios, conventos, colegios, así como otras


instituciones coloniales, emitieron normas que pretendían
impedir que la población de origen africano pudiera ingre­
sar y adquirir un puesto o cargo representativo con capaci­
dad de decisión. Como se mencionó en el tercer apartado,
los gremios de artesanos dictaron ordenanzas para impedir
el ingreso de población africana, aunque dichas normas no
siempre fueron acatadas. En este sentido, si bien las reglas
u ordenanzas promulgadas lograron obstaculizar el ingle­
so de africanos a colegios y conventos, esto no sucedería
siempre en el caso de sus descendientes, como se explica
más adelante.
Otros valores culturales tales como la honra, la perte­
nencia a familias con prestigio militar o con abolengo en
la realeza, ser miembro de instancias burocráticas y ecle­
siásticas o ejercer profesiones de prestigio, también forma­
ron parte de las concepciones que jugaron papel central
en la creación de las distinciones sociales jerarquizadas.
De igual manera, la condición de género fue fundamental
en las distinciones sociales, culturales y jurídicas. La mujer
tuvo impedimentos para acceder a las esferas de toma de
decisiones en los ámbitos públicos y jurídicos, lo cual obs­
taculizó a su vez, su ingreso a instituciones académicas,
burocráticas y eclesiásticas. Su condición social, entonces,
estuvo estrechamente vinculada con la posición de su fa­
milia y su pareja en matrimonio. Sin embargo, ello no im-

52 Ibid., Ley X X II, p . 28Í).

338
Negras, pardas y muíalas

pidió la injerencia de las mujeres en otros espacios sociales


y culturales más cercanos a la vida cotidiana y a la repro­
ducción social.
En el orden jurídico existieron multitud de excepcio­
nes para la población de origen africano que permitió su
movilidad social y económica, así como la configuración
de grupos heterogéneos como a continuación se analiza­
rá. Finalmente, con el cambio de dinastía en el siglo XVIII
y la llegada de los Borbones, se produjeron grandes modi­
ficaciones,53 que entre otras cosas prohibieron de manera
más enérgica que los descendientes de las castas ocuparan
cargos de honra. Además, debe mencionarse que durante
los últimos años del siglo XVIII, ante las expectativas de la
Corona por incrementar el comercio esclavista, también
se creó un cuerpo legal dedicado a la legislación de los es­
clavos, mismo que, a pesar de su importancia, nunca llegó
a promulgarse debido a las resistencias de varios sectores
socioeconómicos y a problemas políticos.04

Algunos factores que permitieron superar los obstáculos legales y


sociales. Otras opiniones: las “princesas de rostros azabachados”

Pese a los obstáculos jurídicos, a las políticas de control y


a ciertos valores sociales, existió un importante número de
posibilidades, de manera fundamental a lo largo del siglo
XVII, para que los africanos y sus descendientes fueran

« María del Refugio González, “El derecho en la Nueva España en tiempos de


Juan Correa”, en Elisa Vargas Lugo y Gustavo Curiel, Juan Corred, su vida y
su obra. Cuerpo de documentos, op. cit.y p. 230.
Juan Manuel de la Serna realiza un detallado análisis sobre las características
de estos instrumentos legales. De esclavos a ciudadanos. Negros y mulatos en Que-
rétaro a finales del siglo XVIll; op. c i t pp. 67-86.

339
Muría Llisíi Vélázquez Gutiérrez

aceptados, integrados y apreciados por la sociedad virrei­


nal, en particular de la ciudad de México. Al parecer, las
diversas legislaciones y normas sociales no fueron capaces
de impedir que las prácticas culturales, las relaciones entre
los diversos grupos, las necesidades económicas y los in­
tercambios afectivos fueran determinantes en la dinámica
social y cultural que prevaleció entre la sociedad de la ciu­
dad de México, por lo menos hasta mediados del siglo
XVIll. Un funcionario español, Francisco de Seijas y Lo­
bera, hizo en 1702 una sugerente observación en su obra
Gobierno militar y político del Reino Imperial de la Nueva Es­
paña, y en ella revela las relaciones que caracterizaban a
la sociedad de este periodo, haciendo alusión a la presencia
de población de origen africano en el siguiente párrafo:
Por cuanto mucho más que en España son numerosas las
parentelas, y todos por nobles que sean, sujetas a tener
muchos parientes negros y mulatos de la chusma, de que
no pueden librarse de serlos los más ilustres de aquellas
partes..
Como ya se mencionó, las uniones entre individuos
de diversos grupos sociales y culturales fueron frecuentes
y hasta cierto punto aceptadas por la sociedad urbana de
la ciudad de México. Una de las explicaciones sobre por
qué los africanos y sus descendientes, especialmente las
mujeres, pudieron ser partícipes en dichas uniones, puede
analizarse por medio de las opiniones que diversos funcio­
narios e intelectuales de la época hicieron sobre la pre­
sencia africana durante el siglo X V II. Estas observaciones
reflejan que el “estigma sobre el color y la condición ju-

Francisco He Seijas y Lobera, Gobierno militar y político riel Reino Imperial de la


Nueva España (1702), México. U.nam, l'JSíí, p. 20t>.

;¡40
Negras, pardas y mulatas

rídica de La esclavitud” fueron cuestionados e incluso po­


co considerados en La práctica como obstáculos para la
integración de este grupo a la sociedad novohispana.
En el tercer apartado de esta investigación se aludió
a las oportunidades laborales que tuvo este grupo, cabe
señalar que éstas no hubieran sido posibles si las leyes y
ordenanzas se aplicaran cabalmente y si las necesidades
económicas y las apreciaciones sobre los atributos de la po­
blación africana no hubieran tenido matices y fueran posi­
tivas en algunos casos. EL virrey Mancera, en sus memorias
y recomendaciones de 1673, se expresaba así de los ne­
gros y mulatos nacidos en el Nueva España:

Los mulatos y negros criollos, de que hay gran capia


en el reino, concucrdan entre sí con p oca diferencia:
son naturalmente altivos, audaces y am igos de la n o ­
vedad. C onviene mucho, tenerlos en respecto y cuidar
sus andam ientos y designos; pero sin mostrar d escon ­
fianza, trayendo la m ano ligera en la exacción de sus
tributos..r-1'’

Esta observación contrasta con la que el mismo virrey tuvo


al referirse a la naturaleza y características de la población
indígena, de la cual se expresó de la siguiente manera:

Los indios difieren mucho de las dos naciones referi­


das, por ser gente melancólica y pusilánime, pero atroz,
vindicativa, supersticiosa y mendaz: sus torpezas, robos
y barbaridades (y no sé si también la negligencia y ava­
ricia de sus párrocos) dan pocas prendas de su aprove­
chamiento espiritual, tan recomendado de la piedad de

1n Instrucciones y memorias de tos virreyes novokispanos, Ernesto de la Torre Villar


(est. prelim., coord., bibl. y notas), vol. I, México, Porrúa, 1Í)ÍM, p. Ó84.
Manu Elisa Velazquez Gutierrez

los señores reyes de Castilla a los prelados eclesiásti­


cos,,.''’7

Al parecer, el virrey Mancera encontraba entre los africa­


nos y sus descendientes más disposición para el trabajo y
más facilidades en el cobro de tributos en comparación
con los indígenas, protegidos por las órdenes mendicantes.
Además, observaba que los primeros tenían, en su natura­
leza, mejores posibilidades que los indígenas para aportar
rendimientos a la Corona. Ello explica, entre otras cosas,
que la población de origen africano haya sido en muchos
casos preferida para ciertos trabajos que los indígenas y
también que hubieran existido más posibilidades laborales
para que ingr esaran, en la ciudad de México, a los distin­
tos talleres de artesanos.
La valoración, el acceso y la posibilidad de que al­
gunas esclavas de origen africano profesaran en los con­
ventos de las pricipales ciudades de la Nueva España, son
ejemplo también de las oportunidades que varias de ellas
encontraron, pese a las ordenanzas y las normas que for­
malmente lo prohibían. En su obra Paraíso occidental, Car­
los de Sigüenza y Góngora hace alusión a una esclava
negra criolla que en el siglo X V II honró al convento de J e ­
sús María de la ciudad de México. Llamada María de San
Juan, la esclava había sido propiedad de Alonso de Ecija,
canónigo de la Catedral, quien la donó al convento. Las re­
ligiosas pusieron a María de San Juan a cargo de la obra
arquitectónica, siendo tan eficiente que ya no fue necesaria
la asistencia de la madre obrera. Con el tiempo, la esclava

:u Ibid ., p. 5ti5.

J4-2
Nefp&s, pardas y mulatas

logró tener cargos de confianza, en teoría exclusivos de las


religiosas, como el de celadora de las llaves de las azoteas,
ya que vigilaba con empeño que ni las criadas ni las reli­
giosas que subían al campanario para repicar conversaran
desde ahí con personas del exterior. Además, logró tener
ciertas visiones milagrosas que sirvieron como ejemplo a
otras criadas y, según Sigüenza y Gongora, incluso a mon­
jas blancas del convento. Como muestra de su humildad
no tomó los hábitos y murió en 1634.™
También se sabe de una esclava negra que llegó a pro­
fesar en el convento de carmelitas descalzas de Puebla.
Su vida fue reseñada en la crónica de José Gómez de la
Parra sobre las vidas ilustres de las religiosas difuntas del
siglo XVII de esta orden. Según cuenta el cronista, laher-
mana Juana Esperanza de San Alberto, la Morena, fue de
origen bran y llegó a Veracruz a la edad de cinco años, en
donde fue comprada, junto con una hermana menor, por
María de Fajardo. Por sus virtudes, dedicación, silencio,
humildad y obediencia, según el cronista, Juana Esperan­
za fue ejemplo en el convento y la virreina marquesa de
M ancera mostró “deseos fervorosos” por conocerla. En
1678 sufrió un accidente que la dejó casi inválida y enton­
ces, cumpliendo la palabra que le dio a su bienhechor,
pidió a la prelada que le diesen el hábito y la profesión.
Después de este acto, vivió todavía un año y murió en
1679.59 Es cierto que estos casos fueron notables y singu­
lares y no prácticas comunes en la Nueva España, aun-*

** Carlos Sigüenza y Gongora, Paraíso occidental, México, UNAM/Cenlro de Estu­


dios de Historia de México Condumex, lü!)5, pp. 175 177.
.-■yJosé Gómez de la Parra, Fundación y primero siglo. Crónica del primer convento de
carmelitas descalzasen Puebla. 1604-1704, Manuel Ramos (introd.), México,
Universidad Iberoamericana, 1992. pp. 308-321.

343
María ¡'.lisa Vclázqucz Gutierre:

que faltan todavía investigaciones por realizar. Pese a ello,


demuestran que existieron, sobre todo en el siglo X V II,
posibilidades para que las mujeres de origen africano ingre­
saran a los conventos y llegaran a obtener reconocimien­
to y cargos significativos, sin importar del todo el color
de la piel y su condición de esclavas.
Otra opinión relevante acerca de la población de ori­
gen africano, en especial de sus mujeres, es la de sorjua-
na Inés de la Cruz, quien ofrece en sus villancicos varios
elementos significativos para analizar la situación y la per­
cepción que de los africanos se tenía en la sociedad novo-
hispana. Marié Cecile Benassy Berling, en un libro sobre
el humanismo en la obra de esta pensadora novohispana/'11
aporta un análisis valioso relacionado con la presencia afri­
cana en la Nueva España durante el siglo XVII, poniendo
énfasis en la mirada crítica de la monja sobre la situación
de esclavitud de ¡os africanos y sus descendientes y en las
observaciones positivas sobre otros aspectos como el color
de su piel y ciertas características culturales/'1
Según lo aprecia Benassy, en los villancicos de sor Jua­
na, los negros ocupan un lugar privilegiado y cantan, es
decir, hablan mucho más a menudo que los propios indi-

,Hl M aní Cecile Benassy Berling, Humanismo y religión en sor Juana Ines de la Cruz
México, UNAM, JÍ>Kc5.
1,1 Marlhn Lilia Tenorio cuestiona que los villancicos de Sor juana reflejen una
ideología o una visión social Ella duda en atribuir a Sor Juana un ideario de
igualdad y fraternidad. Para esta autora la presencia de los negros en los vi­
llancicos y su valoración social responde a una larga tradición poética y
a estereotipos literarios que no necesariamente reflejan una ideología o una
visión social. Los villancicos de Sor Juana, México, El Colegio de México,
1!W9. No dudo que la presencia de los negros en los villancicos de Sor Juana
peí (enticen a una tradición literaria, pero ello no impide hacer notar las opi­
niones criticas de la monja hacia varias situaciones sociales no sólo con reía
ción a la población de origen africano, sino de otros aspectos de h sociedad
de su tiempo.

M i
Negras, pardas y mulatas

genas. Los negros y las negras figuran en siete series de vi­


llancicos de las doce conocidas como auténticas de sorJua­
na y en la mitad de las atribuibles. Pese a que la presencia
africana en los villancicos correspondía a una tradición
hispánica/’2 en la cual varios recursos poéticos, lingüísti­
cos y metafóricos propios del periodo fueron retomados
por la monja jei'ónima/>{ llama la atención la defensa y la
valoración que sobre la población de origen africano hace
la poetisa y la sensibilidad ante la condición del negro co­
mo también lo señalan Jorge Silva Castillo y Glenn Swia-
don.(>4 En varios de los villancicos aparecen las mujeres
representadas en distintas situaciones, como a continua­
ción se analiza.
En el villancico dedicado a la Purísima Concepción de
1689, sor Juana dedica el tercer nocturno a la virgen, en
la imagen de la esposa del Cantar de los Cantares. Consi­
derada negra como producto del pecado por muchos pen­
sadores de la época, como fray Luis de León, la negrura
de la esposa del Cantar se explica así en un fragmento de
la poetisa:

Aunque en el negro arrebol


negra la esposa se nombra,
no es porque ella tiene sombra,

1,2 Como Benassy lo aclara, Sor Juana no introduce, al Hacer aparecer a los ne­
gros en sus villancicos, un tema nuevo c incluso no es seguro que ella ha­
ble de los negros más que otros autores españoles. Ibid., p. 228.
Para lm estudio más amplio sobre los villancicos hispánicos v la presencia de
población de origen africano véase Glenn Michacl Swiadon Martínez, Los vi
llancicos de negro en el siglo XVIl’\ tesis de doctorado, México, UNAM, 2(100.
ii4Jorge Silva Castillo, "La imagen del negro en los villancicos de Sor Juana’ ,
en Jornadas de homenaje a Gonzalo Aguirre Beltrán, Veracroz, Instituto Yeracruza-
no de Cultura, 1!)88, pp. ¡15-118, y Glenn Swiadon, "Los villancicos de negro
en el siglo XVll”. Op. «i-, p. 1¡>¡>.
María Elisa Velázquez Gutiérrez

sino porque Ic da el sol


de su pureza el crisol, que el sol nunca se le va.

-¡M oren ica la esposa está!


Comparada la luz pura
D e uno y otro, entre los dos,
Ante el claro sol de Dios
es m orena la criatura;
pero se añade hermosura
mientras más se acerca allá...

-M o ren ica la esposa está


porque el sol en el rostro le da...1'5

Como puede observarse, sorjuana establece un nexo en­


tre el color de la esposa del Cantar de los Cantares y su
cercanía con Dios e incluso le otorga atributos de hermo­
sura y pureza. Esta observación también la afirma en otro
fragmento que dice lo siguiente:

...M orenica me adoran


ciclos y tierra,
que del sol de mis brazos,
estoy morena.

Tanto sol me ha dado, del niño hermoso


que hasta el pecho amoroso
tengo abrasado.

Todos me han llamado


blanca azucena;
que del sol de mis brazos
estoy morena...'’1’

" ! rar r * “ViUandco VI1>Tercero Nocturno, Cantados en la S.I. Catedral


de Puebla, en los Maitines de la Purísima Concepción, 1689”, en S orjuana
Ines de la Cruz, Obras completas. Villancicosy letras sacras, .Alfonso Méndez Plan-
T calte le d - Pról. y notas), vol. I], México, FCE, ií)76, pp. 105 y 106
"1Mi^ lé Cecill! Benassy, Humanismo y religión en sorJuana Inés de la Cruz, op ciL

346
Negras, pardas y muíalas

Por otra parte, lamenta la condición de esclavitud de las


mujeres y defiende su posible asimilación con la Madre de
Dios, como en esta frase: “...una neglita beya e Cielo va
goberlná...”,67 o bien cuestiona esta condición, como pue­
de observarse en el siguiente fragmento, en el que además
son retomadas palabras de origen bantú, como tumba, que
significa alborotar en kikongo, según Glenn Swiadon:68
“...¡Tumba, la-la-la; tumba, la-lé-le; que donde ya Pilico,
esclava no quede...”.<,y
Sor Juana también retomó en otros villancicos la voz
festiva y los atributos culturales de las africanas, al llamar­
las princesas de Guinea, como en este fragmento del vi­
llancico de la Asunción, de 1679:

A la voz del Sacristán,


en la iglesia de colaron
dos princesas de Guinea
con vultos70 azabachados.

Y mirando tanta Tiesta,


por ayudarla cantando,
soltaron los cestos, dieron
albricias a los muchachos...7'

Como otros integrantes de la sociedad novohispana, sor


Juana Inés de la Cruz convivió con mujeres de origen afri­
cano. Es bien sabido que tuvo para su servicio una esclava

07 fragmento del “Villancico IX a la Asunción, 1686”, en Obras cúmplelas, op. cit.,


p. 315.
,lS Glenn Swiadon, “l/>s villancios de negro en el siglo XVII”, ap. cit., p. Sil.
Fragmento del Villancico de san Pedro Nolasco, ibid., p. 39.
70 Vulto en latín significa sólo el rostro, la cara o el semblante del hombre. Véa­
se Diccionario de autoridades, ap. cit
71 Fragmento de “Villancico de la Asunción, 1679”, en Obras completas, op. cit,
p. 72.

347
María Elisa Velázquez Gutiérrez

en el convento de San Jerónimo, con quien convivió mu­


chos años. Según consta en un documento de 1669, la
monja recibió por donación de su madre Isabel Ramírez,
a ju an a de San José, mulata esclava de dieciséis años,72 a
la que vendió quince años después -probablemente en la
época en la que se desprendió de todos sus bienes ante
las presiones de las autoridades eclesiásticas-, a su herma­
na Joseta María de Asbaje, por 250 pesos oro común. Qui­
zá por ello y debido a su capacidad sensible y humanística,
como la caracteriza Benassy, fue una de las voces intelec­
tuales de la época que criticó las condiciones de esclavitud
y segregación que sufrían los africanos en la Nueva Espa­
ña, reivindicando incluso su color de piel y relacionándo­
lo con los valores religiosos de la época.
Lo cierto es que las apreciaciones de sorjuana revelan
que existieron otras miradas novohispanas en relación con
la presencia africana en México, que cuestionaron su condi­
ción de esclavitud y aceptaron su integración a la sociedad,
pese a los obstáculos culturales, sociales y económicos de
sectores de la sociedad preocupados por el control político
y económico del Virreinato.

Africanas y descendientes en la ciudad de M éxico:


intercam bios culturales y m ovilidad social m ediante
juicios, peticiones y herencias

Varios documentos del A O N , de manera fundamental del


ramo de Bienes Nacionales, reflejan la dinámica social,

Aureliaiu i Tapia Méndez, DoñaJuana Inés de Asbaje, Monterrey, Academia Me­


xicana de la Historia/El Troquel, p. 6S.

348
Ntyyas, pardas y mulatas

económica, jurídica y cultural de la sociedad novohispana


de la ciudad de México a lo largo del siglo XVII y parte del
XVIII, que junto con las expectativas y luchas personales
de las africanas y sus descendientes, permitió que estas úl­
timas defendieran sus derechos y que varias lograran con­
solidar una posición económica desahogada, llegando a
ser propietarias de bienes que heredaron a sus descen­
dientes.
Así lo demuestra un expediente de 16ü4.7í Leonor,
africana de tierra Angola, presentó una solicitud ante las
autoridades correspondientes de la ciudad de México para
pedir que su hijo de doce años, esclavo del Convento de
Balbanera, obtuviera su libertad. Leonor había sido escla­
va de Pedro de Soto, español de Vizcaya y escriban cede
la Real Audiencia de la ciudad de México, quien en su
testamento fechado en 1639 había otorgado la libertad a
Leonor y a otras tres esclavas de su propiedad también
de origen africano. La cláusula del testamento de Pedro de
Soto advertía, sin embargo, que después de su muerte las
africanas deberían otorgar a su hija Inés de San Pedro,
monja profesa del Convento de Balvanera, un real de jor­
nal diario hasta los últimos días de su vida y, en caso de no
poder hacerlo, Inés podría alquilar su servicio sin tener
derecho a venderlas. Por lo tanto, al momento de la muer­
te de la monja las africanas serían libres de cualquier com­
promiso de servicio.
En su solicitud, presentada casi 30 años después, Leo­
nor ya liberta argumentaba que su hijo, propiedad del con­
vento, había nacido seis años después de la muerte de su

Ti AON, Bienes Nacionales, vol. 75), exp. 14, s/f.

349
Maria Elisa Vclázquez Gutiérrez

amo Pedro de Soto y que, por lo tanto, tenía derecho de


ampararse, como ella, bajo la cláusula de libertad estipula­
da en el testamento del escribano. A nombre del convento,
su petición fue contestada por el licenciado Gonzalo Váz­
quez, presbítero mayordomo y administrador, quien cues­
tionó la validez de la solicitud de Leonor aludiendo que
las pruebas que presentaba no eran suficientes para hacer
valer su petición, ya que Inés de San Pedro había muerto
sin dejar testamento, por lo cual el niño era considerado
como propiedad de dicha institución. La negativa no mer­
mó la lucha de Leonor, quien continuó los trámites y pre­
sentó una demanda ante las autoridades seculares. En este
nuevo escrito, Leonor presentó otras pruebas jurídicas y
legales para probar que su hijo era merecedor de la liber­
tad. Argumentó que la voluntad de su amo Pedro de Soto,
al momento de su muerte en 1642, no había sido el de
dejarla como esclava sujeta a servidumbre sino, por el
contrario,74 el de sólo dejar “sujeto” su servicio: “por con­
siguiente se manifiesta que al fallecer... conseguí yo la li­
bertad... y de que aquí nace el derecho firmado al dicho
Juan de la Cruz mi hijo compete, pues habiendo nacido
después de la muerte de dicho testador... le manifiesta ha­
ber nacido líbre...”. La demanda de Leonor recibió el
apoyo del padre del niño, del cual no se conoce su origen
racial, quien insistió en que tanto Leonor como su hijo
merecían la libertad. Finalmente, aunque no aparece la
resolución legal, aparentemente la demanda fue resuelta
en favor de la libertad del niño.

Según Leonor esto lo probaba el hecho de que debía pagarle a la monja pro­
fesa un real de jornal diario hasta el fin de sus días, o en su caso alquilar su
trabajo.

350
N egras, p a r d a s y m u la ta s

El caso de Leonor ilustra varias situaciones interesan­


tes relacionadas con las oportunidades que algunas muje­
res de origen africano tuvieron no sólo para conseguir su
libertad, sino también para realizar solicitudes y llevar a
cabo trámites legales, tales como demandas en contra de
instituciones tan poderosas social y económicamente como
los conventos de monjas. Leonor, siendo africana y escla­
va, aprendió a leer y escribir, además encontró señalamien­
tos jurídicos para luchar por la libertad de su hijo o en todo
caso los apoyos y las asesorías necesarias para alcanzar su
objetivo. Es interesante, por ejemplo, la discusión que esta­
blece sobre las diferencias que existían entre ser esclava
y sólo tener sujeto el servicio de su trabajo para abogar por
su condición de liberta al momento de la concepción- ello
refleja que Leonor conocía, o se preocupó por investigar,
los derechos que le correspondían y las posibilidades ju­
rídicas que le ofrecían ciertas instancias legales. Asimismo,
este caso ejemplifica cómo algunas mujeres como ella, tu­
vieron en la Nueva España la posibilidad de luchar por sus
derechos, de recibir atención legal y enfrentarse a las ins­
tituciones.
El caso de Leonor no fue único. Según consta en fuen­
tes documentales, otras esclavas como Franciscajaviera,
esclava de don Alonso Bravo, vecino de la ciudad de Mé­
xico, luchó a lo largo de varios años por su libertad y la
de sus hijos. En 1701, Franciscajaviera entabló una deman­
da para conseguir la manumisión que diez años antes le
había sido otorgada a ella y a sus tres hijos por su anterior
dueño, Bartolomé Fernández, también avecinado en la ca­
pital virreinal.

351
María Hisa Velázquez Gutiérrez

A pesar de haber sido favorecida con la libertad, por


cláusula de testamento, Francisca había sido vendida sin
poder hacer valer su título de libertad ante los nuevos he­
rederos, quienes desconocieron la voluntad del testador.
No se sabe si Francisca trató de luchar años antes, como
ella misma lo enuncia, por la “tan favorable y perseguida
libertad”, lo cual es muy probable; sin embargo, y gracias
a un documento localizado también en el AGN,7!i sabemos
que después de diez años Francisca tuvo la oportunidad
de iniciar un juicio, no obstante que no sabía leer ni escri­
bir, solicitando que fuera expuesto el testamento de su
anterior dueño:

pido y suplico se sirva de mandar y notificar al señor


canónigo Don. B. Antonio de Gama, albacea que fue
del dicho mí amo, presente dicho testamento... para
que conste en él... de mi libertad y pida lo demás que
me convenga, pido justicia y juro en forma de este jui­
cio ser cierto y verdadero...

Es interesante hacer notar que la petición fue atendida en


el mismo año por los funcionarios de una manera favora­
ble, haciendo valer la cláusula del testamento anterior y
concediéndole la libertad a Francisca y a sus tres hijos.
Quizá sólo hasta entonces dicha mujer fue capaz, gracias a
algún apoyo, de iniciar el juicio. Lo cierto es que el caso
ejemplifica la tenacidad de algunas africanas por hacer va­
ler sus derechos y las oportunidades jurídicas que tuvieron
a pesar de los impedimentos sociales que enfrentaron.

7,> AGN, Bienes Nacionales, vol, 274* uxp. 2, $/f.


Negras, pardas y mulatas

Otro expediente de Bienes Nacionales7*' demuestra que


las mujeres de origen africano se preocuparon por dejar
solucionados aspectos legales y de crianza en relación con
la futura vida de sus hijos. Tal es el caso de Manuela de la
Cruz, qúien estando gravemente enferma en 1680, tuvo
interés por dejar resuelta la condición jurídica y el futuro
de su hija menor de nombre Gertrudis de la Cruz. Años
antes, Manuela y su hija habían sido favorecidas con el tí­
tulo de libertad por su propietaria doña María de Ochoa.
Sin embargo y previendo futuros problemas, Manuela qui­
zo presentar este documento ante el escribano real para
que se tuviera constancia de la condición jurídica a la cual
tenía derecho su hija. Además, solicitó ante el escribano
que su hija fuera entregada al clérigo Domingo de Ávila y
Castro, padrino de la niña, para que “...como su ahijada
se la lleve a su casa y la tenga en ella criándola y alimen­
tándola por no tener persona de quien ampararse ni donde
poder estar...”. Este caso, como los anteriores, refleja, por
una parte, la lucha que estas mujeres llevaron a cabo para
defender sus derechos y los de sus hijos. Además, es im­
portante señalar que todas ellas eran mujeres solteras sin
recursos económicos, lo cual no impidió su acceso a ins­
tancias legales para que atendieran sus peticiones y de­
mandas.
Otros documentos analizados demuestran que, desde
principios del siglo XVII, algunas africanas bozales o crio­
llas de la ciudad de México tuvieron, además de la oportu­
nidad de obtener la libertad, la de adquirir una condición
económica desahogada, lo suficiente para poder heredar

7(1 AON, B ienes nacio n ales, vol. 476, exp. W. a/f.


Maria Elisa Yelázqucz Gutiérrez

bienes mediante testamentos. Estos documentos ofrecen


valiosa información acerca de las relaciones interétnicas y
de género que se gestaron durante esta época, en la que los
africanos y sus descendientes lejos de ser un grupo homo­
géneo y compacto representaron un sector diverso y he­
terogéneo.
Otro expediente del AGN77 expone los vínculos so­
ciales y afectivos que algunas mujeres establecieron con
sus propietarios, quienes posibilitaron que las esclavas,
además de adquirir su libertad, obtuvieran ciertos benefi­
cios materiales. Tal es el caso de la negra libre Elena de
San Bernardo, sirvienta y posiblemente esclava de uno
de los descendientes de la famosa e influyente familia no-
vohispana Medina Picazo, de la ciudad de México, tam­
bién reconocida por su caridad y generosidad.78 Elena, al
no tener herederos forzosos, redactó su testamento en 1701,
en el que dejó como heredera universal a Juana del Sacra­
mento Brezeño, de la cual no se especifica su origen étnico.
Los bienes de Elena no representaban una cantidad
importante para la época, aunque poseía objetos de cierto
valor tales como imágenes de talla en madera, pinturas,
escritorios y algunas prendas como sayas típicas del pe­
riodo y también una cantidad de dinero suficiente como

" AON, Bienes Nacionales, vol. 2Ü 0, e x p . 12, s/f.


751 Los Medina Picazo pertenecieron a una opulenta familia de criollos que des­
cendían por línea materna del famoso doctor Pedro López, médico de Hernán
Cortés en la expedición a la Hibueras. Entre otras cosas, los Medina Picazo
se caracterizaron por su piedad y devoción, así como por su generosidad para
la creación de diversas instituciones de caridad y por el patronazgo de obras
arquitectónicas, tales como la iglesia de San Franciscojavier en Tepolzodán.
Véase Guillermo Tovar y de Teresa, “La iglesia de San Francisco Javier de
Tepolzodán: eco de la vida artística de la ciudad de México en los siglos XVII
y XVIII”, en Tepotzutíán, la vida, y la obra en la Nueva España, Bancomer, M u­
seo Nacional del Virreinato, México, 1988, pp. fifi y 87
N egras, p a r d a s y m u la ta s

para contribuir a la ayuda de la canonización del “vene­


rable Gregorio López”, destacado ermitaño del siglo XVI y
escritor de diversos tratados sobre medicina en la Nueva
España. Elena heredó a algunos de sus antiguos propieta­
rios ciertos objetos por el “amor y voluntad” que les tuvo
y a una monja profesa, probablemente pariente de esta fa­
milia, le dio una imagen de talla con las siguientes carac­
terísticas:

mando se le de ajaviera de San Agustín, religiosa pro-


lesa en el convento de la Encarnación de esta ciudad
una imagen de talla de Nuestra Santa Señora de los
Dolores la cual tiene en los ojos dos puntas de diaman­
te y pido a dicha religiosa le encomiende a Dios...
y

Además de los vínculos sociales y afectivos que algunas


mujeres de origen africano establecieron con sus propieta­
rios o dueñas, como el caso antes reseñado, en la capital
virreinal se crearon particulares y complejas relaciones
interétnicas que demuestran la capacidad de movilidad
social y económica que tuvieron desde épocas tempranas
algunos africanos en México. Un documento de 1634,
también localizado en el AGN,7J muestra un caso muy inte­
resante que aborda esta problemática. Se trata de una peti­
ción presentada por la viuda de Antonio de Alva Ibarra,
vecina de la ciudad de México y propietaria, como ella
mismo lo declara, de “Magdalena, negra mi esclava menor
de veinte y cinco años”, para hacer valer el testamento
que el padre de la esclava dejó en 1630, nombrando como
única heredera universal a su hija natural esclava. En el

7!* AGNt Bienes Nacionales, voL 7H3, exp. 1. s/f.


María. lilis a Vciázquez Gutierre/

documento, la propietaria sostiene que el licenciado presbí­


tero Pedro Viscarra fue nombrado albacea por el testador
y no dio cuenta de los bienes que el difunto dejó; reclama
además al apoderado el “...no haber acudido a la dicha
Magdalena con ninguna cosa, asi para su vestuario como
para sus alimentos porque hay hacienda suficiente para
redimir de cautiverio a la dicha Magdalena...”.
La petición fue contestada por el doctor don Pedro de
Sandoval Zapata, canónigo de la Catedral y juez ordinario,
visitador de testamentos, capellanías y obras pías, quien
ordenó que fuera notificado el presbítero y que presentara
el testamento, así como las explicaciones necesarias sobre
su cumplimiento. El presbítero acudió a la notificación y
presentó el testamento, gracias al cual se pueden conocer
datos muy reveladores sobre la vida del testador y sobre
las heterogéneas relaciones de la época. Se trataba de un
africano libre de nombre Vicente Saucedo, de origen wo-
lof, posiblemente antiguo esclavo que logró además de
adquirir su libertad, una condición social y económica
ventajosa. A pesar de no saber leer ni escribir, en su tes­
tamento declaró haber sido casado tres veces, la última con
una negra esclava de nombre Juan a de Ventazos, aunque
aseguió no haber tenido hijos de aquellos matrimonios,
sino sólo una hija natural de nombre Magdalena, esclava
de Damián Sánchez, con una mujer soltera —obviamente
esclava por la condición de la hija, aunque no se precisa
en el documento-, de la cual prefiere no declarar su nom­
bre. Al no tener, como él mismo lo declara, herederos
forzosos “ascendientes o descendientes, no haber conoci­
do padres por haber muchos años que salí de mi nación”,

¿56
N egras, p a r d a s y m u ía la s

heredó todos sus bienes a la única hija que reconocía co­


mo tai, la esclava negra Magdalena.
Lamentablemente, en virtud del mal estado en el que
se encuentra el documento y por tratarse de un juicio en
el que se presenta sólo una parte del testamento, no co­
nocemos con certeza la cantidad total a la que ascendía la
herencia de Vicente Saucedo. Sin embargo, por las prue­
bas que exhibe el presbítero para explicar los motivos por
los cuales no ha recibido nada la heredera, sabemos que
el wolof poseía una cantidad significativa para la época.
Entre otros bienes, tenía unas casas en el barrio de San
Antonio y dinero suficiente para pagar su entierro en una
iglesia principal y haber heredado o prestado ciertas can­
tidades a varios africanos, también de origen wolof,.algu­
nos de ellos esclavos. Asimismo, eran de su propiedad un
esclavo mulato joven y, al parecer, una esclava negra de
nombre Bartola con dos hijas. No obstante, el albacea ale­
gó en la presentación de pruebas que tuvo que vender al
esclavo mulato para pagar los gastos por diversos menes­
teres, tales como trámites jurídicos para resolver pleitos
relacionados con el testamento del africano; de igual for­
ma, señala que no ha podido encontrar los títulos de pro­
piedad de las casas y de la esclava Bartola, motivo por el
cual el dinero que le resta del testamento es prácticamente
nulo. Pese a las pruebas que el albacea presentó para justi­
ficar que no hubiera entregado nada a la heredera Magda­
lena, la viuda de Antonio de Alba, la dueña de la esclava,
dudó de la honestidad del presbítero y adujo en el juicio
que el albacea:

357
Maria Elisa Ve1arque/ Gutiérrez

no se debió desprender tanta cantidad de pesos en


obras que no sean meritorios como redimir de cauti­
verio a la hija y heredera para quien lo gano y dijo asi
lo dispuso.-.y sea comelido a que entregue todo el rema­
nente de bienes para combatirlo en dar libertad a la
heredera que es mejor obra pía que las que se pudie­
ron hacer por tanto...

El juicio continuó con la presentación de algunos testigos


que probaron haber recibido dinero del presbítero de
acuerdo con la voluntad del testador; sin embargo, el ex­
pediente está incompleto y no se sabe cómo se resolvió
el caso. Aun así, este documento refleja varias circunstan­
cias de interés sobre la dinámica social, racial y de género
que caracterizaron ciertas relaciones de la época. Por una
parte, y aunque no se pueden conocer las intenciones que
motivaron a la dueña de la esclava heredera a emprender
el juicio, es probable que existiera una cierta alianza en­
tre ambas mujeres o por lo menos lazos afectivos que la
llevaron a disputar la herencia del padre, que entre otras
cosas, como ella misma lo subrayó, harían libre a la escla­
va. Los argumentos de La propietaria revelan también su
inquietud por hacer justicia a la heredera e impugna los
“malos manejos” que aparentemente el albacea hacía de
la herencia del padre africano. Con todo no hay que des­
cartar el interés económico que la dueña pudo haber te­
nido en los bienes que heredaría su esclava; incluso, es
probable que la ama tuviera problemas económicos y que
quisiera deshacerse de la esclava, de buena manera, es de­
cir, sin venderla recibiendo a cambio el dinero para su li­
bertad.
A'egras, p a r d a s y m u la ta s

O tra reflexión importante que se desprende de este


documento es que comprueba que muchos africanos y
mulatos, por lo menos en la ciudad de México y desde
épocas relativamente tempranas, lograron adquirir la liber­
tad y acceder a una posición social y económica que les
permitió poseer bienes materiales, como casas y objetos
diversos, así como esclavos negros y mulatos. Según re­
velan otros documentos del periodo, el caso de Vicente
Saucedo no debió ser el único. For ejemplo, en un docu­
mento del Archivo General de Notarías, de 1631, se en­
contró que Catalina de la Cruz, mulata libre, vendió una
esclava negra de su propiedad llamada Isabel, de tierra
Angola y de veinte años de edad, a Diego Torres Velas­
quez por 400 pesos oro común.80 Además, recordemos que
el pintor mulato Juan Correa tenía a su servicio una escla­
va negra hacia finales del siglo XVI].Hi
La dinámica que reflejan estos casos deja al descubier­
to la compleja red de relaciones y muestra cómo los afri­
canos y sus descendientes participaron en ellas en tanto
sector diverso dentro del cual algunos lograron ascenso
económico y se convirtieron en propietarios de otros de
su misma o menor calidad, según los valores de la época.
Esto demuestra que la condición social y jurídica, por lo
menos en el siglo XVII y en particular en la capital virrei­
nal, no siempre estuvo ligada al color de la piel, sino a la
posición económica. Paradójicamente, estos casos también
demuestran que, pese a la situación económica y jurídica
que a veces distinguió a unos africanos de otros, existieron

AON. Gabriel López Ahedo, not.. H3f¡, vol. 222,S, IT. H(¡-87.
í! Elisa Vargas Lugo y Gustavo Curie],.Juan Correa, su vida y su ohra. Cuerpo
de documentas, op dt.

359
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

alianzas y apoyos entre ellos y sus descendientes como,


por ejemplo, préstamos de dinero o herencia de bienes
para conseguir la libertad. Vicente Saucedo, como se ha
referido, heredó algunas sumas a varios africanos wolofs,
algunos de ellos esclavos.
Otro expediente de principios del siglo XVII localizado
en el ramo de Bienes Nacionales,^ alude de nueva cuen­
ta a esta dinámica y a la capacidad económica a la cual
accedieron algunas mujeres de origen africano. Se trata
de un testamento fechado en 1601, de Angelina Hernández,
mujer libre de color moreno. Angelina poseía una canti­
dad considerable de bienes que le permitieron solicitar que
su cuerpo fuera sepultado en el Colegio del Señor de San
Pablo y que su entierro estuviera acompañado por curas
de la Catedral con una misa cantada; además, fue su vo­
luntad que se rezaran 24 misas, seis de ellas en la Iglesia
Mayor y las restantes en la Ermita de Nuestra Señora de
Montserrat. También fue su voluntad que veinte pesos fue­
ran depositados para la Cofradía de la Espiración de Cris­
to del Monasterio de Santo Domingo, perteneciente a los
morenos criollos, lo cual señala la existencia e importan­
cia de las cofradías de negros y mulatos en la ciudad de
México, por lo menos hasta la conspiración de 1612.
La morena Angelina Hernández heredó todos sus bie­
nes a dos hijas libres, Juana, de catorce años y María de
doce años, quienes según su voluntad deberían permane­
cer en compañía y al cuidado de su comadre, Catalina
Mejía, morena libre; sin embargo, curiosamente nombró

*¿ AON, Bienes Nacionales, voi. 1124, exp. 2, s/f.

360
N egras, p a r d a s y m u la ta s

como “tutor y curador”8'-1 de los bienes de sus hijas a la


viuda Ana Cortés, española, y como albaceas de su testa­
mento al padre fray de Ribera, de la orden de los agusti­
nos, y a su compadre Pedro Sánchez, de “color mulato ,
para que vendieran lo necesario con el objeto de cumplir
con los compromisos establecidos en su testamento. Entre
los bienes de más valor que Angelina declaró tener esta­
ban “tres pares de casas” en la ciudad de México, libres
de censo y enajenación. También eran de su propiedad
sayas, mantillas, camisas de seda, sábanas, colchas, colga­
duras de cama, almohadas, platos de porcelana China, bol­
sas de terciopelo, pañuelos de Holanda y algunas joyas
de coral y oro. La solvencia económica de Angelina se de­
muestra, asimismo, con los préstamos que en vida otorgó
a varias personas de descendencia africana, para que, en­
tre otras cosas, obtuvieran su libertad, como lo señala el
siguiente párrafo extraído del cotejo de su testamento:

declaro que me debe Juana Bautista, morena libre que


vende verdura, treinta y cinco pesos de resto de cien
pesos que 1c presté para su libertad....
1-1
declaro que Alvarado moreno me debe cien pesos man­
dóse se cobre para el recaudo está presentado ante e!
ministerio público a dos años poco más o menos...
1-1
declaro que me debe Diego mulato que está con Diego
Serrano, ciento cincuenta pesos que le presté para su
libertad...

1 tutor era aquel sujeto que se ocupaba de educar a una menor y administrar

sus bienes mientras alcanzaba cierta edad; por su parte, el curador era el en­
cargado de administrar los bienes de aquellos que no podían hacerlo por si
mismos. Véase María del Refugio González, “El derecho en la Nueva España
en tiempos de Juan Correa”, op. cit., p. 237.

361
María Elisa Velazquez Gutiérrez

Los préstamos de Angelina no se limitaron a personas de


su misma condición racial; también Les concedió dinero a
mujeres, una de ellas española, según lo atestigua la si­
guiente cláusula del testamento:

declaro que me debe una mujer española, la mujer del


zapatero que vive deirás de Santo Domingo que la co­
nocen mis hijas, treinta pesos mando se cobren...
[-1
declaro que me debe Gerónima de los Angeles, mu­
jer de Alonso de la Fuente, cien pesos oro común que
le presté, mando se cobre...

Estos textos confirman, una vez más, la complicada red de


relaciones que se establecieron en la capital del virreinato
novohispano. La “morena” Angelina, seguramente llama­
da así y no negra, mulata o parda, debido a su condición
económica, logró obtener recursos suficientes no sólo pa­
ra adquirir objetos suntuarios como porcelana de China,
pañuelos de Holanda y joyas, sino también para prestar
a personas de su misma condición racial, muchas veces
para obtener su libertad, aunque también otorgó préstamos
a españolas de menores recursos económicos que ella.
Todo ello prueba que algunos miembros de descendencia
africana lograron conquistar una mejor condición econó­
mica que los propios españoles. Otra conclusión que se
puede inferir del análisis de este documento es la relativa a
los lazos de solidaridad que se consolidaron entre descen­
dientes de africanos mediante el compadrazgo. El testa­
mento precisa que Angelina dejó a sus hijas a cargo de su
comadre y como albacea a su compadre, ambos more­
nos, no obstante que hizo participar a españolas y criollos
en trámites legales, posiblemente para asegurarse de que
362
Negras, pardas y muíalas

el cumplimiento de la distribución de sus bienes se hiciera


con el respaldo de la posición jurídica que estos últimos
tuvieron en la sociedad virreinal.
Un caso destacado es el de Pascuala de Santoyo, veci­
na de la ciudad de México y madre del ya mencionado
pintor Juan Correa. Según revela su testamento firmado en
1677,84 Pascuala fue esposa del importante médico ciruja­
no de la Inquisición Juan Correa y, como ella misma lo
declaró en su testamento: “hija legítima de Bartolomé, que
no me acuerdo de su sobrenombre y de María de Santo­
yo, su legítima mujer, negros mis padres”. Posiblemente
los progenitores de Pascuala fueron esclavos y quizá su
padre africano bozal, ya que no recuerda su apellido. Sin
embargo, en los documentos localizados nunca se men­
ciona su condición jurídica, por lo que se infiere que eran
libres. Pese a su condición racial, Pascuala contrajo m a­
trimonio con el ya citado médico cirujano, siendo ya
madre de otros cuatro hijos naturales de una pareja ante­
rior. Uno de ellos, Nicolás de San Francisco, fue religioso
sacerdote de la orden de San Francisco, lo cual prueba que
ser hijo ilegítimo y de origen africano no fueron siempre
obstáculos para ingresar a alguna orden religiosa. También
una de sus hijas naturales, María Santoyo, formaba parte
del convento de Santa Isabel, aunque no se sabe si era re­
ligiosa.
Un personaje importante, tesorero y caballero de la or­
den de Santiago, nombrado precisamente Alonso de San-

B4 F,1 (.estamento de Pascuala de Santoyo forma parte de las fuentes documenta­


les publicadas en una obra de investigación muy vasta sobre la vida y obra del
pintor. Ésta aporta información muy valiosa sobre sus familiares y amigos.
Véase Elisa Vargas Lugo y Gustavo Curiel, Juan Correa, su vida y su obra. Cuer­
po de documentos, op. cit., p. 47.
María Elisa Velá2quez Gutiérrez

toyo, había otorgado a su muerte, en 1630, a la familia de


Pascuala, hermanos, madre e hijos, los réditos correspon­
dientes a 6 000 pesos oro común impuestos a censo hasta
el fallecimiento de éstos. Varios datos, como el apellido
y el dinero que les hereda, revelan que este personaje fue
el dueño de los padres de Pascuala o por lo menos que tu­
vo relaciones afectivas con esta familia o lazos más íntimos
con la madre de Pascuala. Sin embargo, lo cierto es que
esta cantidad de dinero que les heredó mejoró considera­
blemente la condición económica de esta familia.
No obstante ser de origen africano y tener varios hijos
naturales, Pascuala logró contraer nupcias con el médico
cirujano, contando con una dote de 500 pesos. Con él pro­
creó dos hijos: Juan (el pintor) yjoseph. Durante su vida,
y según las palabras de la misma Pascuala, junto con e! mé­
dico y a partir “de nuestros propios bienes labramos entre
ambos tres casitas bajas de piedra, en la calle que hoy lla­
man del Águila”, las cuales heredó más tarde a sus hijos
legítimos y a su hija natural lo que le correspondiera, así
como el dinero que le había heredado su esposo, el cual
ascendía a la fecha de la muerte de éste a 3 679 pesos.
Los datos que ofrece este testamento muestran cómo
algunas mujeres de origen africano lograron consolidar
una posición económica desahogada, capaz de proporcio­
narles educación a sus hijos y heredarles bienes. No hay
que olvidar que Juan Correa logró ser un destacado pintor,
además de ser un hombre de prestigio social, solicitado
para ser veedor de su gremio, para inventariar bienes de
personajes destacados y como albacea de varios testamen­
tos. El testamento de Pascuala ofrece además otros datos
que revelan una vez más la serie de oportunidades que tu­

364
Negras, pardas y mulatas

vieron los africanos y sus descendientes para obtener la


libertad y los apoyos que entre ellos existieron para lo­
grarla. En una de las cláusulas, Pascuala hace mención de
varias deudas que le debe su hijo Joseph; entre ellas des­
tacan dos: “...trescientos pesos que le di para la libertad
de Tomasa Gómez, su mujer..., más cincuenta pesos que le
di para ayuda a la libertad de Juan Correa, su hijo... .
El caso de Tomasa Gómez, nuera de Pascuala, también
es interesante de analizar. En su testamento, al igual que
el anterior forma parte de los documentos sobre la vida y
obra d e ju a n Correa, no se hace mención de su antigua
condición jurídica como esclava ni su ascendencia africana.
Si no se supiera por el testamento de Pascuala que Tomasa
y su hijo83 eran esclavos, habría sido imposible descubrir
sus antecedentes. Esto demuestra que en varios documen­
tos legales, como en los testamentos y en otros trámites
jurídicos, era posible omitir datos que probablemente
perjudicaran a quienes los llevaban a cabo. Sin embargo,
es difícil saber por qué algunos, como Pascuala, las muje­
res antes mencionadas y el mismo Juan Correa, aclara­
ban su condición jurídica y racial y otros no. Lo cierto es
que este ejemplo muestra lo difícil que es obtener datos so-
ciodemográlicos certeros sobre el número de africanos y
sus descendientes, sobre todo libres en la Nueva España,
y en particular en la ciudad de México, ya que en muchos
casos podían evadir o ai menos no hacer explícita la con­
dición de su descendencia en la documentación legal.
El hecho es que Tomasa declara tener “parte y dere­
cho en una hacienda y tierras de labor entre las jurisdiccio-

lií El hijo de Tomasa se llamó Ju an Correa, como su tío, a! parecer también fue
pintor, pero murió muy joven.
María Elisa Velázque?# Gutierrez

nes de San Juan Tehuacán y Otumba”,1S(i las cuales, según


ella misma lo dice, eran propiedad de su padre, pero que
estaban en poder de otro señor de nombre Francisco H er­
nández y por lo tanto se hallaban en litigio. Tomasa ordena
a sus herederos y a su albacea que se continúe con los trá­
mites legales necesarios para recuperar “...la propiedad,
acción y derecho que me pertenece a la dicha hacienda y
tierras...”. En el testamento no se precisan los antecedentes
de los padres de Tomasa; sólo se especifica que era hija
legítima, por lo que no se puede saber cómo y en qué
condiciones su padre adquirió dichas tierras. No obstan­
te, como en los casos antes reseñados en este apartado, lo
interesante de subrayar es que Tomasa, siendo antigua es­
clava, había podido heredar dichos bienes, pelear legal­
mente por ellos e incluso dejarlos como herencia a sus
hijos. Esto demuestra, una vez más, las diversas posibilida­
des que existieron para que las mujeres de origen africano
alcanzaran una posición económica desahogada.
Los casos analizados en este estudio demuestran que
algunas novohispanas de origen africano, pese a no estar
casadas y ser esclavas, tuvieron la oportunidad y fueron ca­
paces de luchar por sus derechos y los de sus hijos, acce­
der a mejores condiciones de vida e incluso conseguir una
posición económica solvente. Su capacidad para entablar
juicios, demandas y heredar bienes pone en entredicho,
entonces, la premisa generalizada que ubica a todas las
mujeres en la sociedad novohispana, en especial a aque­
llas pertenecientes a los sectores menos privilegiados, en
una posición de desventaja e inequidad. Lo que los casos

M’ l'.lisa Vargas Lugo y Gustavo Curie! Juan Correa, su vida y su obra. Cuerpo de do­
cumentos, o/), di., p. K)H.

366
Negras, pardas y mulatas

aquí expuestos nos demuestran es que esta premisa, si bien


no puede descartarse por completo, sí debe ser matizada
y problematizada a partir de subsecuentes investigaciones
documentales.
Asimismo, a partir de los casos estudiados se pueden
identificar distintos tipos de convivencia, algunas veces de
enfrentamiento y abuso de poder por parte de los más
privilegiados, aunque en otras ocasiones de solidaridad y
apoyo. Esta dinámica hace alusión, además, a los valores
morales y sociales de la época que, por lo menos para es­
te periodo, se basaban más en la posición económica que
en una discriminación o segregación abierta respecto del
color de la piel. Si bien es cierto que la esclavitud se vincu­
laba con una condición servil, menospreciada y as ofiad a
con la población africana, por lo menos para estos años
el color de la piel no fue una barrera insalvable.

Las restricciones sociales de las reformas borbónicas


y el patriotism o criollo: ios intentos de un nuevo
control social y racial

Aunque los indígenas siempre representaron mayoría en


la Nueva España, para mediados del siglo X V III la presen­
cia de diversos grupos culturales y sociales, sobre todo de
las llamadas castas en las ciudades urbanas, era un hecho.
El virrey conde de Revillagigedo hacía la siguiente descrip­
ción hacia 1755:

El mayor número de los habitantes de este reino se com ­


pone de indios reducidos avecinados en pueblos, con
reconocim iento en lo eclesiástico y real a los curas y
alcaldes mayores; de negros, mulatos, mestizos y otras

367
Maria Elisa Velâzquez Gutiérrez

castas, dispersos en ciudades, pueblos y haciendas, y el


m enor núm ero de los que dicen españoles, nom bre
genérico y com ún a los que vienen de la Europa y a
los que nacieron y descienden de ellos en estos países,
a quien por denom inación llaman criollos...87

Por su parle, a mediados del siglo XVIII, el padre Francisco


de Ajofrín se refería así a los pobladores de la ciudad de
México:

El núm ero de familias que habitan esta ciudad pasa de


cincuenia mil españoles, europeos y patricios, y de cua­
renta mil mestizos, mulatos y negros, con otras castas;
sin contar más de ocho mil indios denLro de la ciudad
y en sus arrabales. C on el m otivo de haber ven id o a
poblar las Indias varias castas de gentes, han resultado
diversas generaciones, que m ezcladas todas, han co ­
rrompido las costumbres en la gente popular...88

Como puede observarse, las inquietudes sobre la mezcla


cultural y social que desde el siglo XVI expresaban las au­
toridades virreinales y metropolitanas, eran ya una realidad
imposible de negar. Las características específicas de la
sociedad novohispana, que ofrecían distintas opciones so­
ciales, no habían impedido que la ciudad de México se
convirtiera en una sociedad con drásticos contrastes econó­
micos y sociales. Por una parte los españoles y de mane­
ra notable los criollos, eran los poseedores de la mayoría
de las riquezas económicas y del control político; por otra
parte, los mestizos, mulatos, negros y demás grupos mez-8

8' Instrucciones y memorias de los virreyes nowhispanos, op. cit., p. 7!)7.


u Francisco de Ajofrín, Diario del viaje que hizo a la América en el siglo XVIII, et pa­
dre fray Francisco de Ajofrín, 2 vols., México, Instituto Cultural Hispano Mexi­
cano, 1964, pp. ó!) y 60.

368
Negras, pardas y muíalas

ciados representaban un grupo heterogéneo y diverso. Mu­


chos de ellos pertenecían al sector de artesanos y artistas;
otros llevaban a cabo tareas en el comercio o en los ser­
vicios, pero otros eran integrantes de grupos con menores
posibilidades económicas y vagaban, mendigaban o roba­
ban para conseguir los recursos indispensables de sobrevi­
vencia. Los indígenas, por su parte, tampoco representaron
un grupo heterogéneo; algunos de los principales habían
logrado establecer alianzas con los grupos en el poder y
conservaban ciertos privilegios; otros migraban a la ciudad
en busca de mejores condiciones económicas, dedicándose
al comercio y al servicio, pero otros más eran victimas de
la pobreza y la carestía ante la falta de oportunidades eco­
nómicas y la explotación desmedida de que eran objeto.
Por otro lado, aunque vigente, la importación de escla­
vos para el siglo XVIII había perdido importancia económi­
ca en ciertas regiones de la Nueva España. El crecimiento
demográfico de la población indígena y la de aquella pro­
ducto de las uniones entre distintos grupos restó rentabi­
lidad a la esclavitud como forma exclusiva de explotación.
A partir de 168(1, entonces, la trata de esclavos bozales
había disminuido notablemente, lo cual no impidió que
siguieran naciendo esclavos criollos, aunque cada vez en
menor medida. Al mismo tiempo, el crecimiento de la po­
blación de origen africano libre, tanto negros como mula­
tos, aumentó notablemente a partir de mediados del siglo
X VII y a lo largo del X VIII. Como resultado de esto, ya pa­
ra los años centrales del siglo X VIII el proceso de desarro­
llo de la sociedad novohispana era muy distinto al de la
metr ópoli del Viejo Mundo. No sólo lo distinguían de ésta
las formas jurídicas y políticas, sino también la conforma-
Maria Elisa Velázquez Gutierrez

ción pluriétnica y multicultural de sus habitantes. Tales


eran las diferencias, que en 1770 Francisco Antonio Loren-
zana, arzobispo de México, destacó la diversidad social
de la Nueva España, en oposición a la de la Península Ibé­
rica, escribiendo lo siguiente:

D os m undos ha puesto Dios en las m anos de nuestro


católico monarca, y el nuevo no se parece al viejo, ni
en el clima, ni en las costumbres, ni en los naturales;
tiene otro cuerpo de leyes, otro consejo para gobernar,
más siempre con el fin de asemejarlos: en la España vie­
ja sólo se reconoce una casta de hombres, en la nueva
muchas y diferentes...xi

El desorden social, las posibilidades jurídicas, el ascenso de


diversos grupos sociales y culturales en la pirámide social
de la sociedad virreinal y las aspiraciones de los criollos
fueron severamente criticados a partir de la sucesión al
trono de los Borbones y el desarrollo de una nueva políti­
ca cuyo objetivo era retomar el control económico y social
sobre sus colonias americanas. El nuevo gobierno borbó­
nico, cuyas medidas tomaron mayor fuerza a partir de me­
diados del siglo XVIII, no sólo creó nuevas formas políticas
económicas y jurídicas para acabar con los monopolios
controlados por varios sectores sociales en la Nueva Espa­
ña, tales como la Iglesia y los comerciantes, sino también
se preocupó por imponer un nuevo orden social en el que
las distinciones sociales y raciales adquirieran un nuevo
sentido.

Francisco Antonio Lorenzana, Historia dt la Nutua España (facs.). México, Im ­


prenta del Hogal, 1770.

370
Negras, pardas y muíalas

De tal forma, la relativa autonomía que había adqui­


rido el Virreinato respecto de la metrópoli y el poder de
los criollos, quienes ocupaban puestos representativos en
la economía y la burocracia, se vieron seriamente afecta­
dos por el interés de los borbones de hacer de sus virrei­
natos verdaderas colonias que sirvieran sobre todo a sus
aspiraciones económicas. Estas nuevas políticas tenían
como base ideológica las ideas de la Ilustración, que pro­
clamaban la necesidad de contar con un nuevo Estado
fortalecido, hasta cierto punto laico, criticando los anterio­
res paradigmas escolásticos y promulgando el impulso de
nuevas formas de conocimiento basadas en el raciocinio y
en métodos científicos fundados en la experimentación y la
clasificación.90 Así, la expulsión de los jesuítas en 1767, las
medidas en contra de los conventos, la promoción de nue­
vas tecnologías principalmente para la explotación mi­
nera, nuevas concepciones sobre el arte y la ciencia, así
como un nuevo control de la sociedad, en el cual los espa­
ñoles volvieran a ser los protagonistas del poder político
y económico, fueron algunas de las medidas que el gobier­
no Borbón llevó a cabo en la Nueva España. El visitador
José de Gálvez, entre otros, se encargó de impulsar y ha­
cer cumplir las nuevas disposiciones.
También formaron parte de esta serie de disposiciones
nuevos métodos de control social que intentaban estable­
cer una mayor sujeción política. Por un lado, la crítica de
la mezcla entre distintos grupos sociales y culturales se
agudizó y su injerencia en distintas corporaciones fue ob-

'J0 Para m ás inform ación sobre las ideas ilustradas, véase D orothy Tank
de E strada (antol.). La Ilustración y la educación en la Nueva España, M é­
xico, El Caballito/SEP, 11)85.

371
María Elisa Velázquez Gutiérrez

jetada. Por ejemplo, como lo señala Nuria Salazar, la in­


teracción y diversidad de la población femenina en los
claustros se sancionaron, considerándolas como formas
de relajación, contrarias a las constituciones, el Concilio de
Trento y la voluntad real. En 1769 Carlos III censuraba
los conventos de monjas calzadas, que a su parecer “más
bien parecen pueblos desordenados (llenos de criadas y
personas seglares) que claustros de monjas consagradas al
retiro, por lo que es punto que debe entrar también en la
reforma’’.^1 Por otra parte, la organización gremial, cuyos
miembros provenían de diversos grupos sociales, incluidos
los de origen africano, fueron suspendidos en tanto corpo­
raciones dedicadas a normar y realizar diversas actividades
artesanales y artísticas. Algunas autoridades virreinales, re­
presentantes de la nueva política, criticaron la presencia
de las castas -e n especial la de los pardos o mulatos- en
los gremios, como puede reconocerse en las observacio­
nes del virrey Bucareli, quien ejerció su gobierno entre los
años de 1771 y 1779:

de esta clase de gente se com ponen todos los gr emios:


pmtores, plateros, sastres... que con habilidad para todo
y ganando crecidos jornales los p ocos días que se su­
jetan al trabajo lo d em ás del tiem po lo empican en la
em briaguez y los vicios... sin temor al castigo, ni h o ­
n o r a la cárcel... de cuya generalidad sólo tendrán ex ­
cepción pocos maestros afamados de cada oficio, o por
venidos de Europa, o porque vinieron sus padres y
abuelos...51291

91 N uria Salazar, “Ninas, viudas, m ozas y esclavas en la clausura m onjil”


en La América abundante de SorJuana, op. cit., p. 186.
R óm ulo Velasco Caballos, “Bucareli, su adm inistración”, en La admi­
nistración de D. fray Antonio de María de Bucareli y Ursúa, cuadrigcúmo tex­
to virrey de México, vol. 30, t. II, M éxico, Talleres Gráficos de la Nación,
Secretaría de G obernación, 1936, p. LVll.

372
Negras, pardas y mulatas

Por otra parte, como se ha señalado, se dictaron normas


para el control de los matrimonios entre grupos pertene­
cientes a distintos estratos sociales, sobre todo raciales,
mediante disposiciones legales más estrictas como la Piag-
mática'Real de Matrimonios que cambió el orden de las
decisiones prenupciales de la Iglesia a la Corona. Sin em­
bargo, en este apartado es importante hacer notar que la
nueva legislación parecía estar dirigida de manera especí­
fica a la población de origen africano como la principal
causante o estigma de la nobleza de linaje o desigualdad
social. Ello demuestra que la presencia de población de ori­
gen africano y su ascenso social y económico continua­
ba preocupando a las autoridades de la Corona, quienes
decidieron emitir durante este periodo legislaciones más
severas, con un marcado tono de diferenciación racial.
La relevancia de una clasificación y diferenciación ra­
cial también se hizo patente en la aparición de los cuadros
de castas o de mestizaje. En estas obras pictóricas, cuyas
características se analizan en el siguiente apartado, apare­
ce una clasificación casi científica que parece responder a
los nuevos cánones ilustrados de la época, preocupados por
la descripción y clasificación. Llama la atención el uso de
un vocabulario particular para designar la unión entre los
distintos grupos raciales, cuyos adjetivos, en su mayoría,
nunca habían estado presentes en la documentación o en
el lenguaje cotidiano de la época colonial y que de manera
particular aparecen de forma escrita en algunas crónicas
de la época. Un ejemplo de esto último lo encontramos en
el diario del padre Ajofrín, cuando hace la descripción de
las castas más “conocidas y principales” en la Nueva Es­
paña:
Malia Elisa Velazquez Gutiérrez

De español e india nace mestiza. De español y mestiza


nace castiza. De español y negra, mulato. De español y
mulata, morisco. De español y morisca, alvino. De es­
pañol y alvina, torna atrás. D e español y torna atrás,
tente en el aire. De indio y negra nace cam bujo. De
cambujo e india, lobo. De lob o e india, alvarasado.
D e alvarasado y mestiza, barcino. D e barcino e india,
zam baigo. De m estizo y castiza, chamizo. De m estizo
e india, coyote... Izss lobos, cambujos y coyotes es gen ­
te fiera y de raras costumbres...w

Esta clasificación, que utiliza adjetivos relacionados con


colores, animales u otros elementos, casi nunca fue homo­
génea en las obras pictóricas y, como se ha hecho men­
ción, tampoco fue característica de los escritos coloniales.
Aunque existieron ciertas denominaciones regionales espe­
cíficas para nombrar a los grupos mezclados, en particu­
lar con ascendencia africana, casi todas las clasificaciones
que se emplearon en la Nueva España, por lo menos en
la ciudad de México, para diferenciar a la sociedad inclu­
yeron los siguientes términos: españoles, criollos, castizos,
indios, mestizos, negros, mulatos, zambos, morenos o par­
dos. Las clasificaciones de los cuadros de castas, semejan­
tes a las que describe el padre Ajofrín, parecen indicar una
nueva necesidad, característica del periodo, por diferenciar
racialmentc a los grupos sociales de la Nueva España, en
particular a los de las zonas urbanas, con objeto de vincu­
lar los valores culturales con los raciales, pero ahora bajo
una óptica biológica y “casi científica”. Ello demuestra tam­
bién que, a partir de mediados del siglo XVIII, surgieron
nuevos criterios para regular y normar las distinciones en

M Francisco de Ajofrín, Diario del viaje que hizo a la América en el siglo XVIII,
op. cil., p. 59 y 60.

374
Negras, pardas y mulatas

tomo de aspectos relacionados con la raza, en términos de


un nuevo discurso como principal indicador de las diferen­
cias sociales.
Varias costumbres y prácticas culturales relacionadas
con bailes, festejos y otras diversiones cotidianas, también
fueron motivo de control social por parte de las autorida­
des, siguiendo las normas del gobierno borbónico. Como
lo ha demostrado Juan Pedro Viqueira,94 las ideas ilustra­
das, que en varios aspectos abrieron nuevos horizontes
en el pensamiento, la ciencia y la economía, paradójica­
mente fueron utilizadas para el control de la sociedad
novohispana. En este sentido, es interesante analizar las
observaciones sobre la población de origen africano de
intelectuales novohispanos sobresalientes.
Con el propósito de reafirmar una identidad novohis­
pana propia, distinta de la española, y ante la necesidad de
hacer valer los derechos de los criollos, varios pensadores
comenzaron a escribir obras sobre la historia de México.
En sus textos, estudiosos como el padre jesuíta Francis­
co Javier Clavijero enaltecieron a las culturas prehispánicas
y la presencia indígena como parte importante de la histo­
ria y el presente de la patria mexicana, pero despreciaron
la presencia africana, como puede observarse en la siguien­
te observación del padre Clavijero: “...hombre pestilente,
cuya piel es negra como la tinta, la cabeza y la cara cubier­
ta de lana negra en lugar de pelo... de éstos si podría decir-

6,4J u a n
Pedro V iqueira destaca la rápida m ultiplicación d e reglam enta­
ciones, autos aco rd ad o s, reales cédulas, d ecreto s y edictos de la Iti-
quición desde la quinta d écad a del siglo X V l l l . T am bién reitera que
el ideal del despotism o ilustrado era el de u n a sociedad en la cual no
Hubiese m ezclas sociales en los lugares y en las diversiones públicas.
¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la dudad de
México durante el Siglo de las Luces, M éxico, PCE, 1987, pp. 17 y 288.

375
María Elisa Velazquez Gutiérrez

se con razón que tienen la sangre dañada y desordenada la


constitución...95
Años después, José Antonio Alzate aplaudió las ideas
de Clavijero e insistió en fomentar sólo la mezcla entre
españoles e indios, con lo que se “vería una sola nación
blanca, robusta y bien organizada”.96
Los factores que determinaron esta nueva concep­
ción sobre el papel de la nación y la raza surgieron en­
tonces de las concepciones ilustradas y científicas de la
época, así como de la necesidad de legitimar el auge de
la trata de africanos hacia otras regiones de América. No
hay que olvidar que desde el siglo X V II, sobre todo en el
XV11I, la esclavitud estuvo vinculada cada vez más con las
necesidades de mano de obra de las plantaciones. Así, es­
ta forma de sometimiento en el Nuevo Mundo se convir­
tió casi exclusivamente en esclavitud de cuadrilla.97 Fue
entonces cuando se desarrolló un tipo peculiar de escla­
vitud en América, sin precedentes en la historia, basada
en sus propias ideas, políticas y formas de control para
justificar la trata, explotación y sujeción de los africanos.
No hay que olvidar tampoco que, entre los años de 1701
y 1810, 6 000 000 de africanos salieron por la fuerza de
Africa, lo que hizo de este periodo la edad de oro de la
esclavitud.9* De este modo, aunque los africanos ya no

'MFranciscoJavier Clavijero, H i s t o r i a a n t i g u a d e M é x ic o . México. Porrúa.


1975, pp. 505, 511 y 512.
!i(>Roberto Moreno de los Arcos, “Las notas de Alzate a la H i s t o r i a A n ­
tig u a d e C la v ije r o " , en Estudios de Cultura Náhuatl, vol. X, México 1972
_ p. 36«.
‘‘ William Phillips Jr., L a e s c l a v i t u d d e s d e l a é p o ca r o m a n a h a s t a lo s in ic io s
d e l c o m e r c io tr a s a tl á n tic o , o p . c il., p. 323.
!>8 Eric R. Wolf, E u r o p a y la g e n te s i n h is to r ia , o p . c it., p. 241.

376
Negras, pardas y mulatas

representaban un problema serio de inestabilidad social


para las autoridades coloniales en México, estas concep­
ciones raciales estuvieron presentes y sirvieron para jus­
tificar el nacimiento de una nueva patria, que a la luz de
pensadores como Clavijero y Alzate, estaba constituida
sólo por españoles e indígenas.

C onsideraciones

Los contenidos que se le dieron a las distinciones sociales


en la capital virreinal estuvieron determinados por varios
factores: posición económica, reconocimiento social, situa­
ción familiar, género, ocupación, rasgos físicos, origen cul­
tural y prestigio. Las características de la jerarquizaron
social respondieron a las necesidades sociales y económi­
cas de cada periodo, a las intenciones políticas de la Coro­
na y a la dinámica intema de la sociedad novohispana. Los
rasgos físicos en relación con las distinciones raciales y la
condición de esclavitud, si bien estuvieron presentes en
la sociedad virreinal, no fueron aspectos que obstaculiza­
ran la movilidad socioeconómica de la población de origen
africano. Tampoco los rasgos fenoüpicos de esta población
impidieron que hombres y mujeres tuvieran acceso a las
instituciones jurídicas en defensa de sus derechos. Se puede
afirmar entonces que, pese a las leyes, ordenanzas, normas
y otras reglas sociales, no existió una jerarquía preestableci­
da para todos ni una separación absoluta entre los diferen­
tes grupos que la constituyeron.
Durante los primeros años después de la Conquista de
México los africanos, hombres y mujeres, desempeñaron
un papel ambivalente en la organización social de la ciudad
377
María Elisa Velazquez Gutiérrez

de México. Por una parte, fueron aliados de los conquis­


tadores y de las primeras familias colonizadoras, gozando
en muchas ocasiones de ciertos beneficios. Por otra par­
te, el desplome demográfico de la población indígena, el
proyecto evangelizador de las órdenes mendicantes y la
política protectora de la Corona hacia este sector de la po­
blación colocó a los africanos y sus descendientes en una
posición desventajosa, ya que fueron los únicos someti­
dos legalmente a la condición de esclavitud. Sin embargo,
existieron vías jurídicas y sociales para que estos grupos
lograsen consolidar posiciones ventajosas, sobre todo en
comparación con lo que le sucedió a la población indíge­
na en la capital virreinal.
La importancia de la presencia africana en la Nueva
España, así como sus posibilidades sociales y económi­
cas, suscitó la preocupación de ciertos sectores sociales.
Eso, además de las tensiones sociales regionales ocasio­
nadas por la sublevación de los esclavos a principios del
siglo X V II, dio lugar al sometimiento y la represión de su­
puestos motines de la población de origen africano. En las
crónicas sobre dichos movimientos de subversión, las mu­
jeres se desempeñaron como organizadoras y protagonis­
tas de las supuestas conjuras. Pese a ello, más que tensiones
raciales, las represiones de motines del siglo X V II parecie­
ron responder a problemas políticos y a temores de ciertos
sectores, debido a las oportunidades sociales y económi­
cas que los africanos y sus descendientes iban adquiriendo
paulatinamente en la capital virreinal.
Varias opiniones y crónicas del periodo, así como do­
cumentos de archivos, atestiguan que la condición de escla­
vitud, el género y los rasgos físicos -entre ellos el color de

378
Negras, pardas y mulatas

la piel- no fueron siempre obstáculos para que los africa­


nos, en particular las mujeres y sus descendientes, lograran
luchar por sus derechos y conseguir mejores condiciones
de vida. Peticiones, demandas, testamentos y juicios de­
muestran que varias mujeres fueron capaces de luchar por
su libertad y la de sus hijos, consolidar una posición eco­
nómica o heredar bienes a sus descendientes. Esto com­
prueba que el género, la condición de esclavitud y el origen
racial no siempre fueron factores decisivos para el acenso
económico y social.
Un nuevo orden social y racial trató de imponerse a
partir d e mediados del siglo X V III, impulsado por las re­
formas borbónicas y el deseo de la Corona por retomar
el control político y económico de sus colonias. Para ello
se impulsaron diversas medidas económicas y sociales y se
intentó establecer un orden racial bajo nuevas característi­
cas basadas en una ideología seudo científica." El patrio­
tismo criollo, deseoso de consolidar sus diferencias con la
metrópoli, ante las amenazas que podían constituir estas
reformas para la relativa autonomia que gozaba la Nueva
España y los espacios de privilegio de los criollos, reforzó
una ideología en la que se privilegiaba la configuración

Es preciso recordar que la definición de “raza” —basada en los rasgos


físicos—durante la época colonial no se construyó sobre las mismas
premisas que entendemos hoy en día. Como lo señala Magnus Mór-
ner, antes del año 1.S00 la valoración diferencial de las razas humanas
era poco notable. A partir de! Renacimiento y la expansión europea,
surgió una preocupación por la diferenciación racial basada en los
rasgos físicos y culturales, aunque ésta se consolidaría hasta el siglo
XVIII con el auge del racionalismo científico. Tal y como lo afirma
Verena Stolcke, desde e l siglo XVIII las clasificaciones raciales d e las
sociedades occidentales confundieron genotipo y fenotipo con el gra­
do sociocultural, y se aplicaron no sólo a los lejanos “salvajes , sino
también a los socialmentc inferiores del propio país. Véase Verena
Stolcke, Racismo y s e x u a lid a d , op. c i l p, 17.
379
María Elisa Velazquez Gutiérrez

mexicana formada por españoles e indígenas. Esto coin­


cidió con el auge de la trata de esclavos africanos a otros
países de América, dando lugar a una vinculación estrecha
entre el africano y la esclavitud, así como las teorías racis­
tas basadas en una desigualdad física y cultural y también
hasta cierto punto de género.
A tavío , g e n io y c o s t u m b r e s : a fricana s
Y DESCENDIENTES EN LAS IMÁGENES PICTÓRICAS
DEL MÉXICO VIRREINAL

El orgullo y despejo de la mulata,


nace del blanco y negra que. la dimanan...

Cartela del cuadro de castas,


José Joaquín Magóti,
Siglo X V III

Orgullosas y retadoras, portando las sayas y joyas que


tanto escandalizaron a cronistas de la época, haciendo o
sirviendo chocolate y atendiendo tareas domésticas o co­
merciales, las africanas y sus descendientes de la Nheva
España aparecen en varias obras pictóricas del periodo vi­
rreinal. Algunas figuran en imágenes religiosas, pero la ma­
yoría se representó en biombos, lienzos y otras obras de
carácter profano, en particular en los cuadros conocidos
como de castas o mestizaje, elaborados a lo largo del siglo
X V III. Gracias a estas imágenes es posible conocer la for­
ma en que fueron percibidas por la sociedad de su tiempo
y explorar aspectos relacionados con su situación sociocul­
tural en la capital virreinal.
Varias temáticas abordadas en capítulos anteriores, co­
mo la participación de las africanas y sus descendientes en
el trabajo, su papel en las uniones y en la vida familiar y el
lugar que ocupó su condición racial y jurídica en la socie­
dad, serán retomadas en este apartado. Asimismo, se reali­
za un análisis histórico e iconográfico de las imágenes en
las que se las representó, con la convicción de que los da­

381
María Elisa Velazquez Gutierre;

tos que ofrecen estas obras amplían los criterios de inter­


pretación y son de ayuda en la comprensión del papel
que desempeñaron en la sociedad colonial.
Desde antes de la década de 1950 historiadores del
arte y sociólogos reflexionaron acerca de las formas de in­
terpretación dei arte, criticando las corrientes teóricas que
centraban el análisis en sus valores intrínsecos y aislaban
las obras de su contexto social e histórico. Pierre Francas-
tel demostró en su libro Pintura y sociedad que la función
pictórica era parte integrante de las manifestaciones cultu­
rales de un grupo social. Subrayó que una obra de arte era
un medio de expresión y comunicación de los sentimien­
tos o del pensamiento y que más que “meros símbolos”
eran objetos reales, necesarios para la vida de los grupos
sociales.12Erwin Panofsky, por su parte, hizo hincapié en
las conexiones entre fenómenos históricos o campos cultu­
rales y el arte, para las que elaboró una metodología de la
comprensión significativa y simbólica de las obras de arte
que desplazaba los criterios de catalogación o descripción
formal.- Más tarde, entre otros muchos, Arnold Hauser,
influido por las ideas de la filosofía dialéctica de la histo­
ria, subrayó la tesis de la inserción del arte en el proceso
histórico y por tanto de una situación temporal y espacial
determinada.3 Estas posturas de interpretación han con­
tribuido a considerar los objetos artísticos como producto
de una sociedad y como fuentes testimoniales que sirven
para comprender procesos sociales y culturales.

1 Fierre Francastel, P in tu r a y sociedad, Madrid, Cátedra, 1990, p. 12.


2 Erwin Panofsky, E stu d io s sat/rc iconología, 0“ ed., España, Alianza Universidad,
1984.
3 Arnold Hauser, Teorías d e l arte. T endencias y m éto d o s de la crítica m o d e rn a , Ma­
drid, Guadarrama/Punto Omega, 1974, p. fí.

882
A lanío, genio y costumbres

En México, historiadores del arte colonial también se


han preocupado por analizar la función social de las mani­
festaciones artísticas y han destacado la importancia de los
datos que ofrecen estas imágenes para la explicación de as­
pectos de la vida cotidiana, religiosa, social y cultural de
la Nueva España.4
Los antropólogos, por su parte, también han explorado
las aportaciones del arte en la comprensión de distintos
procesos sociales. Apoyados en distintas corrientes teóri­
cas y mediante diversas metodologías, varios investigado­
res han llevado a cabo estudios que rescatan el valor de los
objetos como ejemplo de tos intercambios económicos, co­
mo símbolos iconográficos que tienen un significado que

4 Gustavo Curiel y Antonio Rubial realizaron una investigación para la exposi­


ción “Pintura y vida cotidiana en México, 1 fióÜ-1910”, en la que utilizaron las
representaciones pictóricas para explorar diversos aspectos de la vida cotidia­
na; México, Fomento Cultural Banamex, A.C./Conaculta, 1999. María del
Consuelo Maquívar también ha utilizando las imágenes pictóricas o la vida de
los gremios en análisis sobre la vida cotidiana y cultural. Véase, entre otras,
“Los pintores y los escultores novohispanos como ejemplo de comunidad do­
méstica de reproducción cultural”, en C o m u n id a d e s d o m é stic a s e n la s o cie d a d
n o m fiisp a n a . F o rm a s de u n ió n y tra n sm isió n cultural, memoria del IV Simposio de
Historia de las Mentalidades, Seminario de Historia de las Mentalidades, Mé­
xico, 1NAH, 1994, pp. 99-lOfi.Jaíme Cuadriello también ha explorado la obra
pictórica para estudios sociales e históricos, véase entre otras: “La propaga­
ción de las devociones novohispanas: las guadalupanas y otras imágenes
preferentes", en M éxico en el m u n d o de las colecciones de arte. N u ev a E sp a ñ a ¡, Mé­
xico, Azabache, 1994, pp. 257-2ÍÍ7; “El origen del reino y la configuración de
su empresa: episodios y alegorías de triunfo y fundación”, en L o s p inceles de
la h isto ria : el origen d e l reino de la N u ev a E spaña, 1 6 8 0 -1 7 5 0 , catálogo, México,
Museo Nacional de Arte/UNAM, 1999, pp. .50-107 Concepción García Sáiz
ha trabajado los cuadros de castas centrándose en los aspectos pictóricos, pe­
ro haciendo también referencia al carácter social e histórico de estos cuadros.
L a s castas m exicanas. U n género 'pictórico am ericano, Italia, Olivetti, 1989. Tam­
bién lo han hecho: Teresa Castelló en “La indumentaria en las castas del
mestizaje”, en A r te s d e M éxico . L a p in tu r a de castas, México, núm. 8 , verano de
1999, pp. 73-79; Elena Isabel Estrada de Gerlcro, en trabajos como “La pin­
tura de castas, imágenes de una sociedad variopinta”, en M éxico en e l m u n d o
de las colecciones de arte. N u ev a E s p a ñ a , vol. 2, Azabache, pp. 70 113; e liona Kat-
sew, en el catálogo N e w W o rld O rders. C a sta P a in lin g a n d C o lo n ia l L a tí n A m e ­
rica, New York, Americas Society Art Gallery, 1996.

383
Maria Elisa Vdázquez Gutiérrez

resume y refleja los valores de un grupo social y que reve­


lan procesos culturales.5
Convencida de la importancia de las manifestaciones
artísticas, en particular de las pictóricas, como testimonios
que reflejan y recrean las formas en que una sociedad se
representa, así como los valores culturales y criterios ideo­
lógicos que normaron su factura, en esta investigación se
recopila y seleccionan las imágenes en que aparecen repre­
sentadas las africanas y sus descendientes, considerándo­
las como fuentes de importante valor analítico. Además
de aportar datos que apoyan o complementan la informa­
ción de otras fuentes documentales, estas imágenes ofrecen
una visión singular sobre la forma en que fueron percibi­
das negras y mulatas por la sociedad de su tiempo. Gestos,
formas de vestir y costumbres o prácticas sociales cotidia­
nas aparecen en estas imágenes y dejan al descubierto datos
sobre su participación en la configuración social. Por ello,
es propósito de este apartado explorar, a partir de un aná­
lisis iconográfico e interpretativo, las formas de represen­
tación de las africanas y sus descendientes. A su vez, se

Entre otros, vale la pena subrayar los trabajos de John Murra, "El tráfico del
Mullu en las costas del Pacífico”, S im p o sio de Correlaciones A n tropológicas A n d in o
M eso a m erica n a s , Ecuador, 1971; Patrick Geary, “Sacred Commodities: the Cir­
culation of Medieval Relics”, en The. S o c ia l L ife o f T h in g s, Cambridge, 19Kb;
jam: Schneider, “Trousseau as Treasure: Some Contradictions of Late Nine­
teenth Century”, en T h e S o c ia l L if e o f lh in g s , op. cit.- Victoria Bricker, Ico n o ­
g r a fía de u n co n flic to étn ico . E l cristo in d íg e n a , el rey n a tiv o , México, rcE, 1979.
Catharine Good, H a c ien d o la lu c h a : a rte y com ercio n a h u tis d e G uerrero , México,
tCE, I9KK. Investigadores como Sally y Richard Price han desarrollado una
de las corrientes antropológicas más innovadoras para el estudio de las maní
festaciones estéticas. Además de considerar el contexto histórico y temporal
de estas expresiones, han rescatado la dimensión creativa o Uídicá del “arte”
para ciertos grupos, reconociendo las posibilidades de un desarrollo estético y
creativo, propio y singular, como parte de procesos culturales distintos. Véa­
se Sally y Richard Price, A fr o -A m e r ic a n A r ts o f th e S u r in a m e R a m Forest, Ber­
keley, Los Angeles/London, University of California Press, 1980.

384
A ta v ío , g en io y costum bres

contemplan los móviles artísticos y la función de las imáge­


nes en la época formulando algunas reflexiones apoyadas
en los textos escritos que contribuyen en la comprensión del
contexto social en el que dichas imágenes se elaboraron.
La mayoría de las representaciones revisadas pertene­
ce a un periodo histórico en el cual fue im portante cla­
sificar, ordenar y catalogar el orden natural y social bajo
una nueva óptica científica que respondía a las ideas de
la Ilustración. Asimismo, durante esta época se consolidó
el pensamiento criollo preocupado por enaltecer los valo­
res de “lo propio”. En un afán por dar a conocer las singu­
laridades de América a lo largo del siglo XVIII, pintores
novohispanos, algunos de conocido prestigio, se dieron a
la tarea de representar las características de la sociedad vi­
rreinal y distinguieron los distintos tipos de enlaces lleva­
dos a cabo. M uchas de estas obras, como los cuadros de
castas y los biombos, fueron elaboradas para su exporta­
ción a Europa, especialmente a España. No obstante, otras
permanecieron en la Nueva España, formando parte de los
objetos que decoraron las casas de las familias o las institu­
ciones con mayores posibilidades económicas. La clasifi­
cación natural y social, sobre todo de los cuadros de castas,
vinculadas en algunos casos con virtudes y defectos, pa­
reció responder a la preocupación de las ideas y políti­
cas del siglo X VIII por refrendar las diferencias raciales
como determinantes de la jerarquización social.
Como en los casos de las fuentes documentales, p re­
sento las imágenes que me parecen más representativas pa­
ra el análisis de los temas objeto de esta investigación, es
Malia. Elisa Velázquez Gutiérrez

decir: su participación en el trabajo, las peculiaridades de


las uniones familiares, la forma en que se les percibió, así
como las características que las diferenciaron de otras mu­
jeres novohispanas. Asimismo, se analizan las obras en las
que figuran las africanas y sus descendientes, sobre todo
las de la ciudad de México, aunque a veces se alude a
imágenes de otras regiones con hombres o niños para
apoyar la reflexión.
Para su estudio se han agrupado en dos grandes apar­
tados: las representaciones religiosas y las de carácter pro­
fano. Se ha destinado un espacio especial para el análisis
de los cuadros de castas o de mestizaje desde una perspec­
tiva temática, sin dejar de lado sus características.En el
apartado de representaciones religiosas y a manera de in­
troducción, he creído relevante rescatar otros aspectos re­
lacionados con el lugar de los africanos en las imágenes
cristianas de la Nueva España. Por otra parte, debo aclarar
que, aunque se consideran elementos sobre los artistas y
los móviles o funciones que tuvieron en su tiempo estas
manifestaciones plásticas, no realizo un análisis pictórico o
estético minucioso ya que, además de que estos estudios
han sido realizados por varios expertos del arte colonial ya
citados, esa intención rebasa los objetivos de este estudio.

R epresentaciones religiosas:
devociones y exvotos

Como se sabe, la mayor parte de las obras pictóricas del pe­


riodo colonial que se conservan actualmente corresponden

■' He elegido la división entre obras religiosas y prolanas con el objeto de hacer
un análisis de acuerdo a la función de las obras y a las temáticas que tratan.

386
A ta v io , g enio y costum bres

a motivos religiosos. Según estudios de investigadores del


arte, estos aspectos no fueron los únicos que se represen­
taron en la época, pero sin duda alguna fueron los más
solicitados y cuidados, tomando en consideración que la
religión y las representaciones de las diversas devociones
fueron esenciales para la evangelización y más tarde para
la consolidación de una sociedad cristiana, en la cual la re­
ligión estaba estrechamente vinculada con el Estado y el
control de la Corona.
Desde el siglo XVI, el gremio de pintores y otros artis­
tas fuera de la corporación elaboraron un sinnúmero de
imágenes religiosas para particulares, sobre todo para ca­
pillas, iglesias, conventos y otras instituciones religiosas o
civiles. De acuerdo con las recomendaciones del Concilio
de Trento (1545-1563), las imágenes religiosas debían ins­
pirarse en textos aprobados por la Iglesia y ser un medio
para el culto hacia las principales devociones cristianas. Así,
a lo largo del periodo colonial se elaboraron imágenes pic­
tóricas y escultóricas dedicadas a temas bíblicos, cristológi-
cos o marianos, alegóricos y por supuesto hagiográficos,
en relación con las distintas órdenes religiosas o de la Igle­
sia secular. Asimismo, se elaboraron imágenes dedicadas
a cultos locales o regionales con mayor arraigo en la nueva
sociedad virreinal. Las ordenanzas y los tratados del pe­
riodo también dictaron normas y criterios técnicos e icono­
gráficos para la factura de pinturas y esculturas de índole
religiosa, así como las condiciones de venta y característi­
cas a las que debían sujetarse los aspirantes a maestros de
los gremios.

387
María Klisa Velázqut;?, Gutiérrez

La presencia de africanos en estas obras se explica por


la tradición cristiana occidental.7 La representación de dei­
dades negr as fue común en las culturas egipcias y griegas,
que relacionaban el color negro como signo de fecundidad.
Durante la época cristiana ocurrió un notorio rompimien­
to con las visiones de la antigüedad. Según Jan Nederveen
Pieterse, en los escritos de varios padres de los reinos
cristianos de occidente (no bizantinos), el color negro co­
menzó a adquirir connotaciones negativas relativas a la
enfermedad y a la oscuridad, además se transformó en un
signo asociado al diablo. Esta idea se acentuó más tarde con
la confrontación de occidente y el islam, entonces el color
negTo se vinculó con los musulmanes, quienes aparecían
en varias imágenes torturando cristianos o incluso a Cris­
to durante la Pasión.8*
Durante la Edad Media reapareció una imagen posi­
tiva de los africanos atribuible a la influencia cristiana en
Etiopía y el norte de África. Entonces comenzaron a incor­
porarse a la iconografía algunos santos de origen africano,y
entre los que destacan san Mauricio, soldado romano de
origen africano perteneciente a la Legión Tebaica,10 y las

7 Jcan Vercoutter, tí a l. , T he Imagt o f t h e B la ck in W estern A rt, vol. I Cambridge


London, 1976, p. 9. b ’
8 - f e Nederveen Pieterse, W h it t on B la ck . Im ages o f A fric a a n d B la ck s in W estern
y 1 " p u ta r C ulture, New Haven/London, Yale Unjversity Press, lí)<)2 , pp. 24-2ÍJ.
Reprobable que, entre otros, friera incorporado al culto cristiano san Félix el
Africano, oriundo de África, quien llegó a España para evangelizar y fue ob-
jeto de persecución y martirio, murió en el año de 304. Véasejosé M. Mon­
tes, E l lib ro d e los sa n to s , op. c it., p. 150. Es interesante hacer notar que este
santo no era representado con color de piel negra, probablemente porque
» X norte c*e Africa o por los señalamientos antes expuestos.
San Matuicio destacó por negarse a participar en las festividades paganas y
ser sacnticado junto con sus compañeros de la Legión Tebaica por orden del
e/ ,ador Max>miano en Agaunum, actual Saint Maurice, hada el ario de
¿03. Véase Albert Chrisüan Sellner, C a le n d a rio p e rp e tu o de los santos, México,
Hermes, 1995, pp. 337-339. Su culto tomó importancia a partir del sig lo XIII.

388
A ta v io , g enio y costum bres

famosas vírgenes negras en las cuales estaban presentes ele­


mentos de la tradición alquimista, que, como otras culturas
anteriores, consideraba al negro como símbolo de la tierra
y el origen.11 No obstante, el peligro que representaba pa­
ra los cristianos la expansión del islam en África y Europa
se reflejó en la relación del negro como signo iconográfico,
que según la metáfora cristiana, convertía a los etíopes en
símbolos del pecado.1'2*La imagen de los africanos se acer­
có entonces cada vez más al demonio, la muerte y el in­
fierno, fundamentalmente a partir de la consolidación del
poder político de la religión cristiana y las incursiones
europeas en África, continente visto como ejemplo de
sociedades primitivas y salvajes, pero sobre todo paganas.
El comercio de esclavos también influyó en la representa­
ción occidental de los africanos. Según Jan Nederveen,
las imágenes de los africanos comenzaron a ser cada vez
más denigrantes a partir del siglo X V III. 13 Así, el color ne­
gro que entre los egipcios y griegos, y todavía en tiempos
cristianos, había sido símbolo de fecundidad, fertilidad y
tierra, fue paulatinamente relacionado con el mal, el peca­
do, lo infausto y triste.14 Una referencia novohispana sobre
la madre Juana Esperanza de San Alberto, la Morena, an­
tes citada, ejemplifica parte de la contradicción sobre los
atributos del color negro en el siglo XVII. En una metáfo­
ra, el cronista de la vida de esta monja poblana hace alu­
sión a la piedra de azabache y dice que según Calepino:

11 Jean Hani, La virgen negra v el misterio de Maria, Barcclona, O Une ta,


U Jean Vercoutter, et. ai, The Image oftke Black in Western Art, op. cil, p. 14.
ja u Nederveen Pieterse, White on Black. Images o f Africa and Blacks in Western Po-
pular Culture, op. (il., p. 2#.
14 Dictionnaire des symboles, Paris, 11)69, p. 637, citado por Mario Cocile Bennassy,

Ilumanismo y religion en Sorjuana Inès de tu Cruz, op. cil, p. 2t)l.

389
María Elisa Velazquez Gutierrez

“de esta piedra preciosa, que aunque por el color negro es


despreciable y se tiene por rústica, en lo interior encierra
y contiene algo de divinidad”. ^
Por lo general y a partir del siglo XV, la presencia de
los africanos en las imágenes religiosas europeas y ameri­
canas sólo acompañó las escenas de santos en sus misiones
de evangelización o en los pasajes bíblicos, como la visi­
ta de los Reyes Magos en el nacimiento del Niño Jesús. Es
interesante hacer notar que la representación de Baltazar
como africano no fue usual sino hasta fines de la Edad Me­
dia, a pesar de que se han encontrado algunos testimonios
desde el siglo X II. Algunos teólogos relacionaron su pre­
sencia en la iconografía con la necesidad de representar
simbólicamente a una de las tres partes del mundo enton­
ces conocido: Europa, Asia y África, en el homenaje y la
adoración del entonces considerado redentor de la huma­
nidad.1*’
Hasta la fecha sólo se ha conocido la representación y
devoción a un santo de origen africano en la Nueva Espa­
ña: san Benito de Palermo, cuyo culto cobró importancia
en España y Portugal y más tarde se trasladó a América.
Hijo de esclavos africanos, probablemente oriundos de Nu-
bia,*' pero liberado por su amo a edad temprana, se dice
que nació en 1526 y murió en 1589. Su hagiografía seña­
la que en su juventud sufrió humillaciones por el color de
su piel, las que toleró con dignidad. Más tarde tuvo vida

h José Gómez de la Parra, F u n d a c ió n y p r im e r siglo. C rónica d el p r im e r c o n ven to de


carm elitas descalzos en P uebla. 1604-1704. Manuel Ramos (introd.), México, Uni­
versidad Iberoamericana, , p. 300.
10 0 2

Il> María Teresa Velasco, “Nacimiento e infancia de Cristo”, en J u a n Correa, su v i­


d a y su obra. R ep e rto rio pictórico, t. jv , la. parte, México, UNAM, p. 10!).
I; Donald Attwater, D ic lio n a r y o fS a in ts , England, Pcnguin Banks, 1083, pp. S!)
V ISO.
A ta v io , g enio y costum bres

de anacoreta e ingresó a la orden de los franciscanos en Pa-


lermo, Italia, en donde sirvió como ayudante de cocina,
aunque se distinguió por su actividad como curandero.18
San Benito se convirtió en patrón de los esclavos en varias
regiones de América del Sur y en la Nueva España. En la
ciudad de México, fue patrón de una cofradía de negros y
mulatos en la iglesia de Santa María la Redonda, fundada
en 1599, que más tarde se trasladó al convento de San Fran­
cisco por auto del provisor Luis Sifuentes.19 También se
sabe que regiones como Veracruz tuvieron cofradías con
la devoción de este mismo santo. Antonio García de León
recopiló versos de una conga sobre este santo, que aún se
cantan y bailan, y que ilustran la importancia que tuvo su
devoción en regiones como Veracruz durante la época* co­
lonial:

...Santo San Benito


Patrón de los negros
Que tu seas negrito
De eso yo me alegro.

San Benito es negro


Pero muy decente
No le tengan miedo
Que no come gente.

San Benito Santo


De Yanga y Mandinga
De tu sangre negra
Yo tengo una pringa1

1SJuan Fernando Roig, Iconografia de los santos, Barcelona, Omega, 11)50, pp. 5!)
y 60.
IS Alicia Bacarle Martíner, Las cofradías de españoles en la ciudad de México (1526-
1869), México, UAM, 1989, pp. 42 y 43.

391
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

San Benito es negro


Pero delica’o
No come frijoles
Por comer pesc.a’o

San Benito viene


Viene despacito
Con sus dientes negros
De comer caimito

Al santo yo exclamo
Por ser distinguido
Indio, así me llamo
Negro es mi apellido...2(1

En la Nueva España su imagen casi siempre fue representa­


da en esculturas talladas y estofadas de retablos formando
parte de capillas o iglesias, algunas de las cuales todavía
pueden apreciarse en regiones como Querétaro, Oaxaca
y Puebla, que contaron con una importante presencia de
población de origen africano Al parecer, en la ciudad
de México también hubo representaciones talladas de san
Benito de Palermo (figura 1), de las cuales han quedado al­
gunas piezas, como la del Museo Nacional del Virreinato,
del siglo XVIII, proveniente de la colección de la Catedral
Metropolitana.21

Grupo Chuchumbe, Caramba niño, Disco digital, México, Discos Alebriie


Conaculta, 19!)!). 3 '
Actualmente, en la Catedral de México se en cu en ira una imagen esculpida de
san Benito He Palermo, de factura relativamente reciente, junto a otra imagen
de san Martín de Forres. Ambas se encuentran en la capilla dedicada a la In­
maculada Concepción. Es interesante hacer notar que san Benito, como otros
santos, recibe listones de color blanco y rojo con la medida de quienes hacen
sus peticiones. En una de mis visitas (marzo, 2001} observé que uno de los
listones decia: ''te pido que me protejas de la hechicería y la brujería". Es po­
sible que osla petición responda todavía a ú n a tradición de vincular al san­
to de origen africano con estas prácticas.
Atavio, genio y costumbres

San Benito de Palermo solía aparecer con un crucifijo


en la mano y un corazón inflamado. Otras veces formaban
parte de sus atributos un azadón u otra herramienta de la­
brador, haciendo alusión a su vida de juventud. En la gran
mayoría de las imágenes conservadas, san Benito era repre­
sentado con su hábito pardo, ceñido con el cordón fran­
ciscano, pero su origen africano sólo se distingue por el
color de su piel y el pelo rizado, ya que los rasgos de su
rostro solían ser occidentales. Caso excepcional son las
imágenes talladas descubiertas por Arturo Motta en una
capilla del ingenio de Ayotla, en Teotitlán, Flores Magón,
Oaxaca.22 Por lo menos una de ellas parece representar a
san Benito de Palermo (figura 2), pero lo más notable es
que posiblemente fueron elaboradas por un esclavp de ori­
gen africano, según lo han demostrado las investigaciones
realizadas por Motta. En la talla se observa un acercamien­
to más fiel a la fisonomía propia de los africanos, distinta
notablemente de otras representaciones del mismo santo,
como la del Museo Nacional del Virreinato.
Muchos de los modelos de santidad parecían aceptar
la idea generalizada, cada vez más presente desde el Rena­
cimiento, de que los rasgos occidentales eran los prototi­
pos de belleza supremos y más apropiados para expresar­
las características espirituales de los santos, o que incluso la

2¿ Estas imágenes talladas, así como el retablo del siglo XVI ll cinc al parecer al­
bergó a las esculturas, fueron descubiertas por Arturo Molla de la Dirección
de Etnología y Antropología Social del INAH, quien lleva a cabo un pro­
yecto de investigación sobre los esclavos de origen africano en el ingenio
lesuita de Ayotla, Oaxaca, en el siglo XVIII. Vcase Arturo Motta y María Eli­
sa Velázquez, “El retablo de Ayotla, Icotitlán de Flores Magón, Oaxaca.
¿Obra del mulato esclavo carpintero V'ictorino Antonio Sánchez.?", Rolr.tin
Oficial del Instituto Nacional de Antropología e. Historia, nueva época, México,
Conaculta/INAU, octubre-diciembre de ‘2000, pp. 20-34.

39H
María Elisa Velazquez Gutiérre;

santidad era capaz de transformar los rasgos fenotípicos de


quienes, a pesar de su origen racial, por su ejemplar vida y
misión, habían alcanzado el reconocimiento de la Iglesia.23
La presencia de estos santos en la iconografía cristiana
también corresponde a la necesidad de incorporar a los
africanos en la vida religiosa, cuando el comercio de es­
clavos de este continente comenzaba a tener importancia
en Europa y en varios países de América. Además se con­
sideraba que san Benito y más tarde san Martín de Porres
tenían, entre otras virtudes, las de haber aceptado con hu­
mildad su condición de inferioridad por el “color de la
piel” y la esclavitud. El culto a san Benito de Palermo pare­
ce ser más tarde sustituido por el de san Martín de Porres,
cuya difusión tuvo relevancia en el siglo XIX en México,24
y todavía hoy en día algunas iglesias o capillas siguen re­
conociendo la devoción de san Benito de Palermo. Esto lo
atestigua también otro verso de la misma conga que vin­
cula a ambos santos:

...san Martín de Porres


y el señor san Juan

l ' Esla 'dea sigue vigente hoy en día, según lo atestigua la oración para san Beni­
to con aprobación eclesiástica que se vende en la tienda de la Catedral Metro­
politana y que dice: “...San Benito gloriosísimo, morador bendito de la ciudad
santa dejerusalén y noble republicano de aquella corte. ¿Qué bien te vengas­
te de la naturaleza por el poco favor que te hizo en el color de tu rostro; te
negaste enteramente a sus inclinaciones y apetitos, y dejando burlados sus co­
natos, supiste hermosear tu alma con bellezas mejores de la gracia...", Oración
dedicada a san Benito de Palermo, Derechos Reservados, car. 1-71 (México
marzo, 2 0 0 1 ).
2 4 San Martín de Forres es un santo importante en ciertas regiones de América

y en especial en Perú, de donde fue originario. Nació en 1,570 y fue hijo ile­
gítimo de Juan de Forres y de la negra Ana Velázquez. Cuando quiso tomar
el hábito de los predicadores de santo Domingo, sufrió obstáculos por su co­
lor y su nacimiento ilegítimo; sin embargo, gracias a las recomendaciones de
su padre, hombre poderoso y con influencias, fue aceptado. Destacó por sus

394
Atavio, genio y costumbres

Y mi san Benito
Mu protegerán...2-’

Hasta donde se tiene noticia, no existieron devociones co-


nocidas'de santas negras en la Nueva España; sin embargo,
llama la atención la presencia de obras pictóricas novohis-
panas del siglo X V III, que representan a santa Cirila. En
este libro se presentan tres de ellas, anónimas y pertene­
cientes a colecciones particulares. En la p rim e ra ,p o s i­
blemente de factura indígena, aparece representada con
el rostro y las manos pintadas de negro, acompañada de
un crucifijo y un monograma carmelita, (figura 3). La otra
pintura, de trazo más elaborado, la muestra coronada, sos­
teniendo la palma del martirio y el crucifico (figura.4j y,
a diferencia de la primera, la representación de esta san­
ta tiene más rasgos de origen africano que la anterior (fi­
gura 5).
Llama la atención una tercera obra, con la presencia
de santa Cirila como parte de otras devociones popula­
res del periodo, como san Antonio, san Isidro Labrador
y, por supuesto, la virgen de Guadalupe (figura 6). Esta
pintura anónima del siglo X V III demuestra que santa Ci­
rila fue, por lo menos en algunas regiones, una devoción
conocida y milagrosa. Los datos hagiográficos y la icono­
grafía de esta santa son muy escasos. Se sabe que fue una
religiosa carmelita que padeció en África en tiempos de

mil agí os como curandero y por su trato humilde y delicado con ios animales.
Véase José M. Montes, El libro de las sanios, Madrid, Alianza, 19%, p. 26h.
'2S Chuchumbe, Caramba niño, op. cü.
'ib Esta obra fue presentada en una exposición de la Pinacoteca Virreinal del
¡NBA en 1!)% y aparece en el catálogo Testimonios artísticos de la evangelización,
México, Grupo Guisa, 11)95.

395
María Elisa Velázquez Gutiérrez

Diocleciano (284-305)27 y que figura en el árbol de la or­


den. Aparece usualmente con la corona en el suelo como
símbolo de renuncia y en algunos casos coronada con flo­
res; forman parte de sus atributos una espada clavada en
el cuello y la palma del martirio sostenida en una de sus
manos. Héctor Shenone registra otras obras anónimas
con su imagen en el monasterio del Carmen Bajo en Qui­
to, Ecuador, y en el monasterio del Carmen de San José,
en Santiago, Chile,2*4 lo cual revela que su culto estuvo
presente en otras regiones.
Es posible que estos cuadros novohispanos pertenecie­
ran a algún altar de los conventos carmelitas de la Nueva
España, quizás de la ciudad de México, y que su culto, aun­
que no muy extendido, formara parte de las devociones
de la orden. Lo cierto es que estas imágenes revelan que,
si bien eran poco conocidas y difundidas, existieron santas
negras en la iconografía religiosa de la sociedad novohis-
pana.
Un caso singular, digno de mencionar por su forma de
representar imágenes religiosas con rasgos de origen afri­
cano, es el de los angelitos y niño Dios en las obras de Juan
Correa, que han sido ampliamente estudiadas por Elisa
Vargas Lugo.29 La investigadora descubrió y analizó que
varios de los angelitos y querubines, así como algunos del2

l' Esta santa se distingue, al parecer, de otra también con el nombre de sanLa Ci­
rila, pero blanca, cuyas representaciones se hicieron en la Nueva España.
Fue hija del emperador Decio y de sania Trifonía, emperatriz. Enciclopedia
Esposa-Calpe, Madrid. Espasa-Calpe, 11)1)3, p.427. Es posible que ambas sean
la misma, pero representadas con distintos rasgos y origen cultural.
Héctor H. Shenone, Iconografía del arte colonial. Eos santos, vol. I, Argentina,
Fundación Tarea, 191)2.
2 ’ Elisa Vargas Lugn, “Angelitos y querubines’’, en Juan Correa, su oida y su obra.
Repertorio pictórico, tomo IV, la. parle, México, UNAM, 1994, pp. 37 42.
Atavío, genio y costumbres

los niños Jesús, presentaban rasgos poco convencionales en


la pintura barroca hispánica elaborada hasta entonces. Se­
gún Elisa Vargas Lugo, Juan Correa fue el primer pintor
de la época que incorporó los rostros nativos de color que­
brado en la pintura mexicana del siglo X V II, como parte
de la realidad social de la Nueva España,30 y uno de los
primeros en alejarse del tipo de angelito rubicundo que
abundaba en las obras de otros pintores novohispanos
que lo antecedieron, adoptando figuras infantiles de tipo
realista, camal, más cercanas a su sentimiento pictórico del
barroco, pero también a su condición de mulato.3132En va­
rias de las obras de Juan Correa pueden identificarse ange­
litos y querubines que se distinguen por sus bocas carnosas
y narices cortas o boludas.33
Llama la atención una pintura titulada Niño Jesús con
ángeles músicos, de la colección de la Pinacoteca Virreinal
(conservada hoy en el Museo Nacional de Arte) en la ciu­
dad de México, en la cual Correa intenta reflejar artística
y espiritualmente la diversidad étnica de su tiempo y pro­
bablemente la presencia de la población africana en la Nue­
va España, al dotar a dos de los angelitos que acompañan
la escena de un color más oscuro que los demás. El color
de la piel de uno de ellos, ubicado precisamente detrás del
Niño Jesús, contrasta con la piel blanca del protagonista de
la escena;33 el otro, situado en el extremo izquierdo, curio­
samente tocando dos tambores, también parece diferen­

30 Elisa Vargas Lugo, “Juan Correa”, en Memoria del Colotjuio El arle en tiempos
deJuan Correa, México, Museo Nacional del Virreinato/INAH, 191)4, p. ISO.
31 Ibid., p. 40.
32 Ibid., p. 41.
33 Consuelo Maquívar también ha hecho notar que este angelito parece no tener
alas, lo que a su vez podría ser significativo. Entrevista. K de junio de 2001.

397
María Elisa Velâzquez Gutiérrez

ciarse de los demás al mostrar un color más parecido al de


los mulatos (figura 7). De Juan Correa también resalta una
pintura titulada Virgen del apocalipsis, que alberga el Museo
Nacional del Virreinato; el pintor parece representar en
ella al Niño Jesús, conducido por ángeles hacia el Padre
Eterno, con características y rasgos de origen africano, apro­
vechando los contrastes luminosos en el color para velar
o disimular la significación que acaso quiso dar al niño en
su composición. Según Elisa Vargas Lugo, la imagen del
Niño Jesús (figura 8) tampoco corresponde a una figura tí­
pica y poco tiene que ver con otras del Niñojesús pintadas
incluso por el mismo artista.34
Resulta interesante hacer notar que esta última obra,
junto con otra que trata el tema de La expulsión del Paraíso,
también de su autoría, probablemente formó parte de los
retablos antiguos que ornamentaron la iglesia de San Fran-
ciscojavier, antes de la remodelación que hacia 1760 se
llevó a cabo bajo el rectorado del padre Reales. Lo cierto
es que esta imagen del Niño Dios fue hasta cierto punto un
modelo desafiante, probablemente aceptado por la orden
jesuíta, si es que formó parte del retablo de la iglesia, pero
testimonio importante de la necesidad de representar la di­
versidad étnica de los novohispanos.
Los africanos también fueron representados en muchas
obras con el tema de la adoración de los Reyes Magos.
Entre otras, llama la atención una tabla enconchada, de au­
toría anónima, de fines del siglo XVII, elaborada en la ciu­
dad de México y perteneciente a una serie de la colección
del Museo de América en España. Este conjunto, que se­

34 Elisa Vargas Lugo, “Niños de color ‘quebrado’”, en Juan Coma, su vida y su


obra. Repertorio pictórico, op. d i, p. .55.

398
Atavío, genio y costumbres

gún María Concepción García Saiz, retoma repertorios


iconográficos vinculados con el círculo de Rubens, presen­
ta entre otras imágenes, una dedicada a los Reyes Magos.
En la escena, los reyes aparecen acompañados de sus es­
posas, pero un lugar sobresaliente ocupa la familia de los
africanos, entre ellos la mujer, quien luce un elegante traje
y un tocado ornamentado con plumas (figura 9).
Aun a la luz de las imágenes antes mencionadas, la ma­
yoría de las representaciones de afr icanos de ambos sexos
en las obras religiosas novohispanas correspondió a figu­
ras que acompañaron a los santos principales, algunos
de los cuales tuvieron cierto nexo con los esclavos de ori­
gen africano.33 Tal es el caso del jesuita san Francisco de
Javier, apóstol de Oriente y santo muy venerado en la Nue­
va España como precursor de la evangelización. San Fran­
cisco Javier fue hijo de una noble familia de Navarra y uno
de los primeros discípulos de san Ignacio de Loyola; rea­
lizó famosas misiones en India yjapón y se dice que con­
virtió a cerca de tres millones de paganos. Murió en 1552,
siendo declarado por el papa Pío X “patrono de la Obra
de la Propagación de la Fe”.3(1Se le solía representar con el
crucifijo o cruz en la diestra, como misionero y abriendo
su sotana para mostrar su ardiente corazón apostólico. Fue
también representado en compañía de indios, resucitando,

3:> Uno de los santos jesuítas más vinculados con los africanos, en paises como
Colombia, fue san Pedro Claver, conocido también como Apóstol de los ne­
gros. Influido por el padre Alonso de Sandoval, otro jesuita dedicado a la
protección y evangelización de los esclavos africanos, san Pedro Claver, des­
tacó por su labor misionera y por la defensa de los esclavos. Véase, entre
otros, Juan Ferrando Roig, Iconografía de los santos, op. o/., p. 220.
ih Catálogo de Pintura Navohispana Museo Nacional del Virreinato, Tepotzolldn, María
del Consuelo Maquívar (coord.), Italia, Amcrico Arte/Asociación de Ami­
gos del Museo Nacional del Virreinato, INAH/Instituto Mexiquense de Cul­
tura, lflílfi, p. 71.

399
María Elisa Velázquez Gutiérrez

curando o bautizando. En la Nueva España se realizaron


muchas representaciones en pinturas y esculturas, sobre to­
do en los colegios o iglesias jesuítas, e incluso templos como
el del colegio de Tepotzotlán estuvieron dedicados a su de­
voción. En algunas de estas representaciones, por ejemplo
la de Juan Rodríguez Juárez, aparece bautizando a paga­
nos o infieles de todos los continentes, enríe ellos africanos,
en clara alusión a su destacada misión evangelizadora (fi­
gura 10).
Otras obras con temas religiosos plasmaron a mujeres
de origen africano en escenas o pasajes milagrosos casi
siempre en el papel de sirvientas.37 Puede mencionarse el
cuadro titulado SanJuan de Dios muestra el camino de la sal­
vación a cuatro prostitutas de la ciudad de Granada, de Luis
Berrueco, pintado en 1743 para el hospital de San Juan
de Dios de Atlixco, Puebla.33 Esta obra describe la visi­
ta de san Juan de Dios a un prostíbulo con el propósito de
regenerar la vida de las mujeres públicas. Se dice que san
Juan visitaba los lupanares de Granada fingiendo que iba
a contratar los servicios de las prostitutas y que en la in­
timidad, el santo sacaba un crucifijo y se desnudaba el tor-
so, golpeando su cuerpo e implorando el perdón.39 Esta
obra, según Gustavo Curiel y Antonio Rubial, representa

Según Jaii Nedcrveen, la figura de loa negros como sirvientes tenia una larga
historia en Europa y en la tradición de los árabes. While mi lilack, Im am af
Africa and Rlacks in Western Popular Culture, op. cit., p. 124.
** Gustavo Curiel y Amonto Rubial, “Los espejos de lo propio: ritos públicos
y usos privados en la pintura virreinal”, en Catálogo de ¡a exposición Pintura y
vida cotidiana en México, 1650-1950, México, Fomento Cultural Banamex/Co-
naculta, l'fill), p. HS.
8 9 Idem.

400
Atavio, genio y costumbres

una fuerte crítica a la vida licenciosa y el comercio carnal


de la época virreinal.40
En la imagen, además de las cuatro mujeres de la vida
galante, aparece detrás de san Juan de Dios y al margen
de lu escena principal, una mujer de origen africano que
entra a la habitación. Posiblemente, como otras africa­
nas en España, la mujer era esclava o sirvienta y servía co­
mo lo refiere el mandil que porta, atendiendo labores de
limpieza y comida. Sin embargo, destacan los adornos que
la acompañan formados por joyas, encajes y elegantes za­
patos que recuerdan a las esclavas novohispanas, tan cri­
ticadas por usar joyas y atuendos que no correspondían,
según la legislación y las opiniones de ciertos sectores, a su
condición jurídica y social.
Por otra parte, es interesante detenerse a observar la
mirada y los gestos de la mujer de origen africano ante el
extraordinario suceso, que además de asombro, reflejan
cierto temor y contrastan con las expresiones de arrepen­
timiento o mesura de las demás mujeres. Es posible que
esta actitud obedeciera a la necesidad de enfatizar el mensa­
je que el pintor quiso transmitir respecto de lo sorprendente
del suceso, pero también puede suponerse que la inten­
ción fuera subrayar la incredulidad de la africana, entre
otras cosas por su origen cultural. También su presencia
demuestra la relación estereotipada de la época entre las
prostitutas y las mujeres de origen africano. Lo cierto es
que en esta obra se atestigua la presencia de las africanas en
el mundo hispánico.

40 Ibiá, p. 8 6 .

401
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

También un medio punto del siglo X V J 1 I en una iglesia


de Querétaro representa a una esclava o sirvienta de origen
africano sosteniendo un recipiente (figura 11). La escena
está dedicada a un pasaje de la vida de san Antonio de
Padua bautizando a un niño. En la representación pue­
de observarse a la mujer de origen africano detrás del san­
to auxiliando en las labores después del parto (figura 12).
Ello atestigua, como se ha subrayado en capítulos anterio­
res, la importancia de la función de estas mujeres como sir­
vientas domésticas en las principales ciudades de la Nueva
España.
Los exvotos también fueron obras de carácter religioso
en las que puede observarse la representación de varias
facetas de la vida cotidiana novohispana y la presencia de
mujeres de origen africano. Estas manifestaciones plásti­
cas, que no han perdido vigencia, estuvieron presentes en
México desde el periodo virreinal y tuvieron la función de
testimoniar el agradecimiento ante alguna devoción por
haber sobrevivido casi de manera milagrosa a episodios
o situaciones de desastre, accidente o enfermedad. Los ex­
votos o retablos de gratitud fueron realizados por todos los
sectores sociales; sin embargo, los que aquí se analizan co­
rresponden a familias de buena posición económica, quie­
nes al describir o hacer alusión al motivo del exvoto repre­
sentaron a mujeres de origen africano que desempeñaban
tareas de servidumbre.
Tal es el caso de un exvoto de 1740 que se conserva en
la iglesia de la Soledad en Oaxaca (figura 13) y que ilustra
los acontecimientos que sufrió por un sismo nocturno una

402
Atavio, genio y costumbres

familia de la región.41 La cartela y las representaciones en


tres actos, narran los pormenores del suceso, en los que
doña Inés de Barrios, estando preñada, quedó sepultada
con su pequeña hija bajo los escombros de un tejado y
una comisa que se desplomaron sobre ellas. Según el rela­
to, al sentir sobre sí tanto peso y ruina, doña Inés invocó
a la santísima señora de la Soledad y logró resistir. Enton­
ces emitió algunos sonidos y gracias a ellos y a las voces
de las criadas acudió su marido y un vecino, que lograron
rescatar a la niña y a la mujer. Ambas, aunque algo golpea­
das y lastimadas, sanaron; más aún, tiempo después, do­
ña Inés parió felizmente a un niño, perfectamente sano y
sin lesión, quien aparece en el exvoto debajo de la imagen
de la virgen de la Soledad, en señal de agradecimiento.
Según la inscripción, el mismo tejado cogió la mitad del
cuerpo de una de las criadas y un pedazo de la cornisa
le quebró el hueso de la pierna, pero también sanó, según
lo atestigua la imagen de la mujer que aparece al lado de
la cartela cargando a un niño y mostrando sus heridas
completamente curadas.
Este exvoto, aunque no es de la ciudad de México, da
testimonio de aspectos en los que se ha hecho énfasis a lo
largo de esta investigación acerca del papel que desempe­
ñaron las mujeres de origen africano como criadas y nodri­
zas. En la imagen las sirvientas aparecen cargando niños
y en estrecha relación con la vida cotidiana de la señora de
la casa. Esta cercanía permite, como la atestigua la primera
imagen, que una de las sirvientas salga con uno de los ni­
ños en los brazos y que, como la cartela lo subraya, las1

11 ¡b ici., p. 14S.
María Elisa Vdázquez Gutiérrez

criadas griten para que sea rescatada doña Inés. La impor­


tancia de su función (y del reconocimiento que los dueños
parecen tenerles) también se atestigua en su incorporación
en la cartela y en la imagen inferior en el que la sirvienta
casi presenta el motivo del exvoto, haciendo alusión al ac­
cidente que una de ellas sufrió y del cual también pudo
recuperarse gracias a la intervención de la virgen de la So­
ledad {figura 14).
En otras obras de carácter religioso, con temas sobre
procesiones o traslados de devociones, también fueron re­
presentados hombres y mujeres de origen africano, par­
ticipando en tan importantes celebraciones para la vida
religiosa y cotidiana de la Nueva España. Así lo atestigua
un lienzo de 1752 que a manera de exvoto describe la Pro­
cesión de san Juan Nepomuceno (figura 15) y, según la ins­
cripción que lo acompaña, la serie de acontecimientos que
se sucedieron en esta procesión. En esta obra de la colec­
ción del Banco Nacional de México se reconoce el rostro
de un negro que participa como otros fieles del concurrido
acontecimiento (figura 16). También mujeres de origen afri­
cano fueron representadas en este tipo de obras pictóricas,
participando en la vida comercial y cotidiana que en oca­
siones acompañaba las escenas de estas imágenes. Tal es
el caso de un lienzo anónimo del siglo XVIII titulado Proce­
sión de Santiago apóstol en el barrio de Tlatelolco de la colección
de la Galería La Granja, en España, en el cual es posible
observar la presencia de algunas mulatas, entre otras una
que camina acompañada de un hombre de tez clara, po­
siblemente criollo o mestizo, portando la saya de color
negro que caracterizó su atavío en aquel periodo.

404
Atavio, genio y costumbres

Entre las pinturas con estos temas llama la atención la


obra Traslado de la imagen y estreno del santuario de Guadalu­
pe, cuadro ejecutado p o rj. Arellano en 1709, por encargo
del virrey de la Nueva España, el duque de Alburquerque,
que hoy'forma parte de la colección Duque de Albuquer­
que en Madrid. En esta ilustrativa imagen sobre el trasla­
do de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe a su
nuevo santuario del Tepeyac, se puede distinguir un mi­
nucioso interés por representar la topografía del lugar, el
ambiente cotidiano de la festividad y las características de
la concurrida procesión formada por las personalidades
civiles y religiosas, así como corporaciones y cofradías, y
un sinnúmero de mujeres y hombres de todos los grupos
culturales que conformaban la sociedad novohispana-de
entonces. A un lado del atrio, y como parte de las mani­
festaciones propias de las festividades barrocas, sobresalen
los gigantes y cabezudos en representación de los Cuatro
Continentes como símbolo del homenaje que el mundo
hacía a tan significativa devoción. Entre ellos destacan los
personajes que representan al continente africano, una pa­
reja formada por un hombre y una mujer, ataviados lujo­
samente y más bien a la usanza europea.
Es interesante hacer notar que pese a las calificaciones
que habitualmente se le adjudicaban a las culturas de Áfri­
ca, como salvajes, paganas y carentes de los valores mora­
les que la cultura occidental cristiana enarbolaba, en esta
obra de Arellano los africanos aparecen altivos y como
dignos representantes de reinos o civilizaciones, más de
acuerdo con el pasado ilustre y opulento que en un tiem-

405
María Elisa Velazquez Gutiérrez

po había tenido África en la visión bíblica y grecolatina.42


Es curioso que Juan Correa, anterior pero casi contemporá­
neo de Arellano, representara a los africanos en el biombo
sobre los Cuatro continentes y el encuentro de Cortés y Moctezu­
ma de una forma semejante, aunque con una vestimenta
más similar a la de los musulmanes. Pese a que los pintores
basaron generalmente sus representaciones en grabados de
artistas europeos y que en aquella época no necesariamen­
te se privilegiaban la originalidad, singularidad o individua­
lidad, y más bien se exaltaba la capacidad de transmitir a
los devotos el mensaje religioso, es posible que los pinto­
res de estas obras quisieran dar una visión más benévola
y reivindicativa de los nativos de aquel continente frente
a la realidad social que vivían, ya que, a pesar de las condi­
ciones de factura, la creatividad subjetiva y las preferencias
de cada pintor y su taller, así como su capacidad y íü des­
treza en el oficio, estuvieron también presentes en las imá­
genes novohispanas.

R epresentaciones profanas: biom bos, lienzos


y otras obras pictóricas

Desde el siglo XVI se elaboraron en la Nueva España obras


pictóricas de carácter mundano con aspectos históricos. Te­
mas como alegorías geográficas o recibimientos oficiales
de virreyes u otras personalidades estuvieron en boga du­
rante el siglo XVII, bajo la influencia del barroco español
y los aportes locales del novohispano. A partir del siglo
XVIII fueron frecuentes las representaciones mundanas y

Glenn Nlichacl Swiadon, Los villancicos de negro en el.siglo XVII, op. cil., p. >)0.

40f>
Atavio, genio y costumbres

urbanas de paisajes, obras públicas y efemérides alusivas


a sucesos y celebraciones. Estos motivos fueron plasmados
en biombos, lienzos y otros materiales sobre todo a p e­
tición de funcionarios civiles y religiosos o de familias de
cierta posición económica, muchos de ellos españoles, con
el deseo de dejar testimonio sobre algunos de los sucesos
relevantes y con el afán de mostrar al exterior las caracte­
rísticas de la tierra americana. En muchas de estas pintu­
ras fueron representados los diversos grupos sociales y
ulturales de la sociedad, entre ellos ios de origen africano,
jí como actividades comerciales, paseos, festividades y
iracterísticas de las costumbres y de la vida cotidiana de
)s habitantes de la ciudad de México.
Los biombos de origen oriental se introdujeron en la
Nueva España gracias al comercio con Asia; sin embargo,
con el tiempo comenzaron a elaborarlos artífices novohis-
panos en distintos materiales como piel o m adera y con
diversas técnicas de ornamentación realizadas con dora­
dos, óleos, laqueados e incrustaciones de concha nácar. Su
función fue esencialmente decorativa y se usaron en dis­
tintos espacios de las casas como recámaras, salas y salones
en donde se solía recibir a las visitas. Conocidos también
como rodastrados, porque “rodeaban el estrado”, en algu­
nos biombos se representaron motivos históricos o alegó­
ricos en los que estuvieron presentes los africanos. Tal es
el caso del biombo ya mencionado atribuido al pintor Juan
Correa y elaborado en óleo sobre lienzo, en cuyo anverso
aparecen las alegorías geográficas continentales que per­
sonifican a Europa, Asia, América y África (figura 17). Las
imágenes de este biombo, que forma parte de la colección
Fomento Banamex, estuvieron basadas, según la investiga-

407
María hi isa Velázquez Gutiérrez

dora Elena Estrada de Gerlero,*3 en unos grabados alegóri­


cos franceses derivados a su vez de otras pinturas europeas,
aunque como era común fueron incorporados a su factura
criterios locales y posiblemente intenciones personales del
autor del biombo. La representación recoge tradiciones
grecolatinas y elementos de la iconografía religiosa cristia-
na, pieocupada por simbolizar la difusión de la fe, así como
aspectos basados en los relatos de los viajeros y en los di­
bujos de los naturalistas que llevaban a cabo registros de
las novedades naturales y étnicas de los países recién cono­
cidos. Junto con otros continentes aparece África, represen­
tada por una pareja personificada por figuras idealizadas
de reyes o emperadores, tradición también común desde
el siglo X V I . 4 4
En su detallado estudio sobre los antecedentes y la ico­
nografía de este biombo, Elena Estrada de Gferlero hace
notar que la manera en que han sido tratadas las figuras
africanas no concuerda con las iconografías tradicionales,
en las que tanto hombres como mujeres se vinculan con la
desnudez parcial y los abundantes adornos de plumería
(figura 18). La indumentaria de los monarcas africanos re­
presentados en este biombo, según la investigadora, pa­
rece referirse más a africanos musulmanes del norte que a
los del sur del Sahara,4J pero aun así destaca el lujo de sus
vestidos, que compite o por lo menos iguala el de los repre­
sentantes de Europa. Según las palabras de la investigado-
ia, ello podría indicar la parcialidad con la que un pintor

Elena I. E. de Gerlero, “Pavana en nn biombo de las Indias", en ¡uan Correa


su vida y su obra. Repertorio pictórico, t. iv, 2a. parte vb cil d 4 9 1
4 4 Ibid., p. .500. r
4'> Ibid., p. 504.

408
Atavío, genio y costmnbres

mulato pintara a su raza,46 aunque como hemos subrayado


en párrafos anteriores, otros pintores como Arellano tam­
bién llevaron a cabo representaciones semejantes. Lo an­
terior refleja, quizá como se ha mencionado, que algunos
pintores, tanto mulatos como de otros grupos culturales,
desearon plasmar la imagen de la iconografía del continen­
te africano en un contexto semejante a la de la cultura eu­
ropea, resaltando su igualdad frente a otras sociedades del
mundo, como parte de la realidad que se vivía en la Nueva
España.
Varios biombos contienen temas profanos sobre cele­
braciones, paseos o iestividades en donde fueron represen­
tados, como parte de la diversidad étnica de la sociedad
virreinal, hombres y mujeres de origen africano. Tal és el
caso de dos ejemplares anónimos de mediados del siglo
X V II, titulados Vista del palacio del virrey en México, que con­
tienen temáticas semejantes, uno perteneciente al Museo
de América en Madrid (figura 19) y otro al anticuario me­
xicano Rodrigo Rivero Lake (figura 20). Ambos biombos,
con algunas tablas incompletas, elaborados en óleo sobre
lienzo, presentan una vista del palacio virreinal y de la
alameda de la ciudad de México, observadas desde la pla­
za mayor; sin embargo, el del coleccionista Rivero Lake
muestra además el Canal de la Viga en su tramo cercano
al pueblo de Iztacalco.47 También en ambos es posible ob­
servar como tema central la carroza del virrey con sus tres
troncos de caballos y escolta, así como escenas de la vida

4íi
47 Gustavo Curie! y Antonio Rubial, “Los espejos de lo propio: ritos públicos
y usos privados un la pintura virreinal", op. cit., p. 10 2 .

409
María Elisa Velazquez Gutiérrez

comercial, festiva y cotidiana de la sociedad de mediados


del siglo XVII.
En el biombo de la colección de Rivero Lake, junto
con muchos otros habitantes —entre los que destacan indí­
genas íealizando una danza o mitote—se aprecian varios
hombres de origen africano, negros o mulatos ataviados de
distintas formas, desempeñando tareas como esclavos o
sirvientes libres. Uno de ellos, como muchos en la época,
aparece como cochero en una de las carrozas que acom­
pañan al virrey (figura 21) otros dos cargan en andas a un
personaje de alta posición económica (figura 22), y otro,
cerca de la fuente, como aguador y vestido más bien a la
usanza indígena, empuja una carretilla con toneles (figura
23). Destaca en la tabla central, delante de la carroza del
virrey, un niño negro ataviado lujosamente y a manera de
paje que acompaña a dos personajes que caminan cerca
de la comitiva (figura 24). Sin duda se trata de un esclavo
que pasea junto con su amo, como símbolo del rango social
que otorgaba tener esclavos. Según los estudios de Irene
Vázquez, sobre el censo de la ciudad de México de 1753,
varios niños negros y mulatos de entre doce y quince años
desempeñaban, dentro de la categoría de criados, el oficio
de pajes.4HTambién en este ilustrativo biombo, que inclu­
ye en su decoración las singulares nubes de ascendencia
japonesa conocidas como nam-bani, se observa una mujer,
pasiblemente de origen africano, que contrasta con los
otros paseantes de alta posición social, vendiendo al pa­
recer tamales en la escena que ilustra la alameda de la
ciudad de México.

Irene Vázquez, Los habitantes de la ciudad de México, tintos a través del censo del
año 1753, op. cit., pp. 182 y 183.

410
Atavio, genio y costumbres

Por otra parte, en el biombo del Museo de América se


aprecian más mujeres de origen aíricano ocupadas en ta­
reas cotidianas como esclavas o libres en la ciudad de Mé­
xico. En la hoja central, junto a la fuente y cerca de un
cajón de mercadería techado con tejamanil, se reconoce
a una negra, posiblemente libre y con oficio de lavandeia
por el cesto que carga en la cabeza, cerca de una indígena,
con la cual parece conversar (figura 25}. Al lado de ellas
otra mujer le compra a un joven, de origen africano algu­
nas semillas, actividad que revela la participación de los
africanos en la venta de productos pertenecientes a sus
amos, así como la convivencia entre los distintos gru­
pos culturales y sociales en la vida cotidiana de la capital.
Junto a este grupo, llama la atención la imagen de una ne­
gra, que carga sobre la cabeza un recipiente y parece hablar
con el comerciante del cajón. La africana, por su tocado
y su porte, expresa sin lugar a duda, las formas culturales
femeninas que caracterizaron a estas mujeres en la mane­
ra de caminar y de cargar (figura 26).
En la otra escena que describe la alameda se observan
varias mujeres de origen africano. Dos de ellas, una negra
y otra mulata, aparecen detrás de dos damas, posiblemente
madre e hija, de alta posición económica, que pasean ata­
viadas lujosamente, portando enormes guardainfantes,
prendas características de la moda del siglo XVII (figura
27). Las mujeres de origen africano seguramente son escla­
vas que acompañan a sus amas en el paseo. La escena re­
cuerda la observación de Thomas Gage en el siglo XVII:
“...Las señoras, van seguidas también de sus lindas escla­
vas que andan al lado de la carroza tan espléndidamente
ataviadas... y cuyas caras, en medio de tan ricos vestidos

411
María Elisa Velazquez Gutiérrez

y de sus mantillas blancas, parecen como dice el adagio


español: ‘moscas en leche’...”,49
En la misma escena, junto a la fuente, aparece una ni­
ña negra al parecer acompañada de otra mujer, más bien
mulata, que la observa jugando con el agua (figura 28). La
niña porta un vestido de cierto lujo y es probable que sea
hija de la mulata, aunque su atuendo no corresponde al de
su posible madre. Lo cierto es que la pequeña, como otra
niña de alta posición económica, que aparece también re­
presentada jugando cerca de la fuente, convive con otros
sectores de la sociedad virreinal, en el esparcimiento que
otorgan los jardines de la alameda. Por último, detrás de la
fuente y a semejanza del otro biombo, se identifica a una
mujer de origen africano, posiblemente libre, sentada de­
bajo de la sombra de un árbol, con un puesto de tamales
u otros alimentos que ofrece a los paseantes (figura 29).
Las imágenes de estos biombos testimonian la pre­
sencia de las africanas y sus descendientes en distintas ac­
tividades como esclavas y libres, dedicadas a la venta de
diversos productos. Estas representaciones también refle­
jan la convivencia cotidiana entre los diversos sectores
sociales que configuraron a la sociedad capitalina de la
Nueva España, los cuales posibilitaron un intercambio cul­
tural estrecho y complejo.
Otro biombo del primer tercio del siglo XVIII, titulado
Recepción de un virrey en tas casas reales de Chapultepec (figura
30), dedicado a ilustrar las festividades que se celebraban
con motivo de la llegada de algún virrey a la ciudad de
México, da cuenta de la presencia de hombres y mujeres

49 Thomas Gage, Nuevo reconocimiento de las indias Occidentales (1648), op. cit.,
p. 188. 5

412
Atavío, genio y costumbres

de origen africano como esclavos de la corte virreinal y


otros personajes de posición económica ventajosa. Las es­
cenas del biombo, propiedad de la colección de Banamex,
se desarrollan alrededor de las casas reales en donde la co­
mitiva solía hospedarse algunos días y los habitantes de la
capital acostumbraban pasear. Danzantes indígenas, co­
rridas de toros y fiestas populares de carácter profano y
carnavalesco, de influencia europea, pero también con ca­
racterísticas locales, confluyen en este biombo con otras
escenas de la vida diaria de los novohispanos, mostrando
una vez más la convivencia de mundos y ambientes di­
versos. De los balcones, ventanas y portales de las casas
reales, se asoman distintos personajes de la corte, criollos y
peninsulares, huéspedes e invitados, así como sirvientes de
origen africano. Situados en los balcones de la puerta la­
teral, custodiada por un grupo de guardia, se reconocen a
una pareja de origen africano, seguramente esclavos de la
corte, ataviados lujosamente y observando, al igual que
otros habitantes del palacio, las festividades (figura 31).
La mujer porta una fina mantilla y sostiene en la ma­
no un abanico (figura 32). La presencia de esclavos en la
corte virreinal fue común y, como en otros ambientes, los
lazos de afecto fueron frecuentes; así lo atestigua una no­
ticia de mediados del siglo XVII, ya mencionada en los
apartados anteriores, en que se da a conocer la muerte de
una negra que se desempeñaba como recamarera de la vi­
rreina. Al entierro acudieron varios personajes de la corte
virreinal. En otras escenas del biombo, además de un co­
chero de origen africano y un niño que juega con un arco,
se distingue en una carroza, cerca de la fuente y rumbo a

413
María Elisa Velázquez Gutiérrez

las casas reales* una mujer de origen africano, segúrame:


te esclava, que acompaña a dos damas (figura 33).
Las características geográficas y urbanas de la capita
virreinal, así como la diversidad social y cultural de sus
habitantes con un nuevo afán descriptivo e ilustrativo de
dar a conocer la naturaleza de “lo propio”, fueron también
delineadas en biombos elaborados en la segunda mitad del
siglo XVIII. Muchos fueron encargados a los gremios novo-
hispanos por españoles, funcionarios o comerciantes (que
regresaban a Europa) o por criollos. Así lo confirman dos
de ellos de maque rojo titulados Vistas de la ciudad de Méxi­
co, que al parecer estuvieron en algún tiempo unidos,50 y
que representan el paisaje natural de la metrópoli, forma­
do por volcanes, cerros y lagos, diversas obras urbanas,
como templos, palacios, acueductos o fuentes, así como los
habitantes de la capital, haciendo hincapié en sus oficios y
condición racial (figuras 34 y 35) La mayoría de los moti­
vos expuestos, tanto naturales como urbanos y humanos,
van acompañados de una inscripción que los identifica, lo
que hace pensar que su factura fue realizada para la expor­
tación.
En estos biombos de la colección Rodrigo Rivero La-
ke, que describen la ciudad de México desde la villa del
Tepeyac hasta Chapultepec, aparecen representados va­
rios hombres y mujeres de origen africano desempeñando
diversos oficios. En el primero de ellos, en la parte supe-
rior y junto a la Calzada de Guadalupe, se observa a una
mulata vendedora, posiblemente libre, casi presentándose
ante los posibles espectadores del biombo, portando una

,l> Gustavo Cunel y Antonio Rubial, “Los espejos de lo propio: ritos públicos y
usos privados en la pintura virreinal", op. cit., p. !)2,
414
Atavío, genio y costumbres

Saya de color negro que cuelga sobre uno de sus hombros


(figura 36). Más adelante, y bajo el cerro de El Peñol, se
distinguen dos personajes de alta posición social, una mu­
jer y un hombre, acompañados de sus sirvientes negros,
mujer y hombre, respectivamente; la esclava porta también
la saya característica que acostumbraban vestir las muje­
res de origen africano, posiblemente desde mediados del
siglo XVII, y el hombre la librea de lacayo o cochero (figu­
ra 37). En la parte inferior de este primer biombo apare­
cen la alameda, la iglesia de San Juan de Dios y la Santa
Veracruz; alrededor de estos edificios, se observan varios
habitantes de la sociedad virreinal: indígenas, mestizos, es­
pañoles y criollos, paseando, vendiendo y llevando a ca­
bo diversos menesteres (figura 38). Entre ellos se pueden
reconocer a varias mujeres de origen africano, gran párte
mulatas y muy posiblemente libres que, como los demás
habitantes, platican y pasean. Una mulata, acompañada de
una inscripción que alude a su origen y su oficio, revela
que se trata de una vendedora (figura 39). Destacan tam­
bién, cerca de la fuente de la Alameda, una mulata con
un puesto de frutas (figura 40) y en el otro extremo una ni­
ña negra, quizá esclava, que parece acompañar a una mujer
que camina delante de ella (figura 41). En el otro biombo
aparecen escenas parecidas a las del primero, pero con
imágenes de otros espacios de la ciudad de México. Se
observa otra vez la escena de una mujer vestida con cierta
elegancia acompañada de una esclava negra y las repre­
sentaciones de mujeres mulatas, cerca del palacio virreinal,
con puestos de comida, así como otras mulatas caminan­
do y portando una vez más las típicas sayas, distintas a los

415
María Elisa Velázqucz Gutiérrez

rebozos de las indígenas y a las mandilas o capas de las es­


pañolas y de la mayoría de las criollas o mestizas.
Como en los biombos de épocas anteriores, estas imá­
genes reflejan las actividades que desempeñaron las africa­
nas y sus descendientes, tanto esclavas como libres, en la
ciudad de México y su presencia, todavía importante, a
mediados del siglo X V I I I , Sin embargo, saltan a la vista al­
gunas diferencias. Por una parte, en contraste con las repre­
sentaciones de biombos de años anteriores, aquí aparece
un número más considerable de mulatas libres, lo que po­
siblemente se deba al número creciente de descendientes
de africanos, que como se ha subrayado en capítulos an­
teriores, aumentó desde el siglo X V I , gracias a las posibi­
lidades de intercambios culturales, del mestizaje y de las
diversas oportunidades para acceder a la libertad y a me­
jores condiciones económicas y sociales.
También llama la atención que las esclavas o sirvientas
representadas sean siempre negras, lo que puede deberse,
más que a la realidad social, a ios estereotipos que durante
este peí iodo se acentuaban sobre la relación entre el color
de piel y la esclavitud. La vestimenta de las mujeres de
origen africano también es distinta a la representada en
biombos anteriores, en los cuales no siempre aparece como
rasgo distintivo la saya de color negro. Quizá este atuendo
haya sido más característico de este periodo, pero también
es posible que la distinción social, por el atavío, haya sido
(por lo menos formalmente) más importante de considerar
en esta etapa, con la intención de subrayar las diferencias
de rango social, bajo las nuevas políticas del gobierno bor­
bónico y el desarrollo de las ideas sobre las diferencias
sociales que, como se ha analizado, tomaron nuevas dimen­

416
Atavio, genio y costumbres

siones a partir de mediados del siglo XVIII. finalmente,


es importante hacer notar que la mayoría de las mujeies
y hombres de origen africano representados se ubica en
las zonas centrales de la ciudad y no en los límites con las
áreas rurales, en donde se observan mayor cantidad de
indígenas. Ello refleja, como las fuentes documentales lo
atestiguan, que la mayoría de la población de origen ald­
eano vivía desde el siglo XVI en el centro de la metrópoli.
Además de biombos, otros lienzos representaron di­
versas festividades o celebraciones en los que participan
el poder civil y el eclesiástico con la presencia de los ha­
bitantes de la ciudad, entre ellos los de origen africano.
Tal es el caso de una obra muy conocida que alberga el
Museo de Historia del 1NAH titulada Visita de un virrey a la
Catedral de México (figura 42). Esta imagen, además de ha­
cer referencia, según Curiel y Rubial, a la visita de las au­
toridades virreinales a la catedral para celebrar una misa
solemne con el propósito de pedir por la salud del icy,
da cuenta del ambiente comercial y cotidiano que vivía
en la plaza mayor de la capital, tal y como lo describió Juan
de Viera en la segunda mitad del siglo XVIII:

Entremos luego a lo interior de la plaza que es un abre­


viado epílogo de maravillas... Aquí se ven los montes
de frutas, en que todo el aiío abunda esta ciudad, cuyo
número pasa de 90... del mismo modo so ven y regis­
tran ios montes de hortaliza de manera que ni en los
mismos campos se registra tanta abundancia, como se
ve junta en este teatro de maravillas; está en forma de
calles, que las figuran muchos tejados, o barracas, bajo
de las que hay innumerables puestos de tiendas de le­
gumbres y semillas... Véndense también otras castas de

M IbúL, p. 76.
417
María Elisa Velázquez Gutiérrez

pescados, que traen de las mismas lagunas, como es el


juile, y meztlapique... El número de gallinas, pavos y
pichones es tan imponderable, que estoy por decir que
excede al número de las demás aves: asimismo en toda
la circunferencia de ¡a plaza hay puestos de pan de to­
das calidades, a más de los innumerables puestos y
cajones que repartidos en toda la ciudad están en las
plazuelas y calles... En el centro de ta plaza hay una
calle con sus encrucijadas, en la que está el baratillo,
que llaman de los Muchachos... y en otras mesitas que
están al frente de éstas, hay infinito número de trasteci-
tos, así de marfil, piedra hierro, cobre, agujas, limas...
El Parián, que tiene la figura de una ciudadela, o casti­
llo, tiene ocho puertas y cuatro calles... Todo por den­
tro y fuera son tiendas de todo género de mercancías,
así de la Europa como de la China y de la tierra... En
el centro del baratillo formadas calles de jacales o barra­
cas; el centro se compone de ropas hechas, y de todo
género de utensilios nuevos para todo género y calidad
de personas../1*

En el lienzo, elaborado en la primera mitad del siglo XVIII,


se observa la vida comercial que narró Viera en su texto.
Vendedores ambulantes, puestos callejeros y cajones o tien­
das de la Plaza Mayor, así como las barcas que llegaban
por la acequia, dan testimonio de la venta de diversos pro­
ductos que arribaban a la capital, desde distintas regiones
de la Nueva España. También artículos de lujo en los ca­
jones del Parián, la mayoría de ellos provenientes de Eu­
ropa o de Oriente, como lo señala Viera, se observan en
esta Plaza, en donde la diversidad étnica y el intercambio
cultural que caracterizaron a la sociedad virreinal se reco­
nocen de manera detallada. Entre otros muchos habitan-

52Juan de Viera, Breve y compendiosa narranón de la ciudad de México (1777), Mé­


xico, Instituto Mora (Col. Facsímiles), 1992, pp. 27-34.

418
A ta x ia , genio y costum bres

es, se distinguen a varios de origen africano, entre ellos a


mulatas y en menor porcentaje a negras. Cerca de la luen-
te y junto a un cajón, probablemente de comida, se obser­
va sentada a una negra vendedora que porta un rebozo y
como otras mujeres de origen africano un pañuelo en la
cabeza (figura 43). En la esquina del extremo inferior del
lienzo, una negra o mulata, acompañada de un hombre
de su mismo origen racial, camina sosteniendo quizá cin­
turones para vender y llevando en la cabeza el mismo
pañuelo que la otra negra (figura 44). Otras mulatas o ne­
gras de mejor condición económica se distinguen entre la
multitud que observa el cortejo de las autoridades virrei­
nales; una de ellas aparece acompañada de un hombre de
tez clara, posiblemente criollo, portando la distintiva' sa­
ya (figura 45). También, cerca de los puestos de frutas,
aparece una mulata atrapando de los cabellos a un posible
ladrón. La mujer, vestida con una falda brocada y con saya,
parece entregar decisivamente al delincuente a las auto­
ridades, mientras otros hombres y mujeres observan (figu­
ra 4b).
Para principios del siglo XVIII, como lo muestra este
lienzo, el grupo de africanos y descendientes en la ciudad
de México no era homogéneo; algunos de ellos habían
logrado alcanzar una posición económica desahogada,
mientras que otros, aunque libres, pertenecían a las cla­
ses menos favorecidas. Las uniones entre diversos grupos
sociales y culturales también eran frecuentes y así lo re­
flejan las imágenes de esta pintura anónima, en la que ob­
servamos a mulatas o negras acompañadas de criollos o
mestizos y a otras formando pareja con hombres de su mis­
ma condición racial. Llama la atención que en este lienzo
María Elisa Velázquez Gutiérrez

casi no están representadas, como en otros biombos, es­


clavas acompañando a sus amas, ya que sólo se distingue
una mujer, al parecer acompañada de una negra (figura
47), posiblemente porque no fuera la intención del artis­
ta hacer hincapié en este hecho, como fue más común en
obras de fechas posteriores.
Algunas mujeres de origen africano también fueron re­
presentadas en otras expresiones plásticas de la ciudad de
México, como en los azulejos que formaran parte de la
decoiación de las mansiones de familias acaudaladas. Es­
to se observa en la casa que adquirieron, hacia 1750, don
Hernando de Ávila y su esposa Gerónima de Sandoval en
la calle de Monterilla, hoy 5 de febrero, en el centro de la
ciudad de México. Ejemplo de una de las joyas arquitectó­
nicas dei barroco novohispano del periodo y del uso de los
azulejos con fines decorativos, esta casa posee series de
tableros con figuras humanas que representan a doña Ge­
rónima y su séquito de sirvientes, entre ellos, mujeres y
hombies de origen africano. Cada una de las figuras porta
la vestimenta vinculada con su categoría y algún objeto co­
mo símbolo de la actividad que desempeñaban. Destacan,
entie otros, un lacayo negro que, haciendo referencia al
rango de los dueños de la casa y por tanto a su posición
social y condición económica, porta una elegante casaca,
calzones y medias ajustadas (figura 48). Asimismo, se ob­
serva a una negra con una vestimenta menos lujosa, que
desempeña tareas como lavandera (figura 49) y otra sir­
vienta, posiblemente con mayor rango, que luce ataviada
de maneta más elegante (figura 50). Según la investiga­
do! a Leonor Cortina, tal vez fue intención de la dueña de
la mansión plasmar su propia efigie y la de sus numero-

420
A ta v ío , g en io y costum bres

sos criados para mostrar el nivel social que poseía y hacer


notar que sus condiciones de vida estaban a la altura de
cualquier dama, ya que no poseía como otras señoras de la
nobleza un escudo nobiliario para ostentarlo orgullosa-
mente en la portada de su casa.53 No obstante, a mi juicio
el plasmar estas imágenes de gran formato y de buena
factura, también demuestra el aprecio y valoración de los
dueños por su servidumbre.54
Otras imágenes casi costumbristas con la presencia de
mujeres de origen africano fueron representadas en pla­
tos, muebles o cajas para guardar joyas u otros objetos de
valor. Así lo atestigua una cómoda miniatura de laca con
aplicaciones de marfil tallado del siglo X V I I I , pertene­
ciente al Museo Franz Mayer, y posiblemente realizada
en Pátzcuaro, Michoacán (figura 51). En una escena cam­
pestre, al frente de la cajita, puede observarse a una mujer
acompañada por una esclava o sirvienta (figura 52). Tam­
bién en otro lado de la cómoda son representados una
pareja de españoles o criollos, con una mujer de origen
africano sentada a su lado (figura 53). Estas imágenes, co­
mo las de los azulejos, muestran la importancia que repre­
sentaba tener una esclava para el reconocimiento social
de algunos sectores privilegiados.
Las representaciones de la población de origen africa­
no parecen disminuir en las primeras décadas del siglo
XIX; sin embargo, es necesario realizar más investigaciones
al respecto. Aunque los descendientes de africanos siguie-

33 Leonor Cortina, “La dama de los azulejos”, en Revista Arles de México, op. til.,

34 Las imágenes formadas por tableros con azulejos son de grandes formatos,
hoy en día pueden observarse en la misma casa, ocupada por las oficinas de
la empresa de toallas “La josefma”.
421
María Elisa Velazquez Gutiérrez

ron lepresentando un porcentaje considerable, el número


de población africana se redujo de manera considerable
desde mediados del siglo XVIII, pero aun así es notable su
ausencia y la de sus descendientes en las obras pictóricas
de principios del siglo XIX, cuando pocos años antes, como
se verá en los siguientes apartados, fueron continuamente
representados en los cuadros de castas. Entonces, ¿cómo
se explica su repentina ausencia en las obras pictóricas,
muchas de ellas costumbristas, en ese periodo? Como se
ha subrayado a lo largo de esta investigación, desde media­
dos del siglo XVIII existió una intención política e ideo­
lógica por negar la presencia de la población de origen
africano en la configuración de la sociedad mexicana, que
tuvo repercusiones sociales en su tiempo y, que de alguna
manera, siguen presentes hasta nuestros días. Al parecer,
las obias pictóricas no fueron ajenas a estas mismas per­
cepciones y los ideales tanto conservadores como libera­
les del siglo XIX preocupados por enaltecer un pasado
prehispánico y hacer hincapié en una sociedad formada
por dos grandes civilizaciones: la española y la indígena
del pasado, también reflejaron estas preocupaciones en los
diversos lienzos elaborados en este p e rio d o .N o obstante,
todavía en las primeras décadas del siglo XIX, algunas obras
representaron, aunque en menor número, a mujeres de
origen africano formando parte de la sociedad en México.
Así lo confirma un lienzo titulado la Entrada de Agustín de
¡turbidé a la ciudad de México en 1821 (figura 54). En esta

En algunas expresiones plásticas del siglo XIX, como los grabados de Linatti
recogieron algunos elcmenlos de los cuadros de castas y fueron representadas
parejas de negros haciendo clara alusión a los estereotipos sobre sus malas
costumbres y sus inclinaciones violentas.

422
A m io, g enio y costum bres

obra anónima de la colección del Banco Nacional de Mé­


xico, se observan a los habitantes de la capital recibiendo
con júbilo al Ejército Trigarante, muchos de ellos saludan
la entrada de Iturbide desde los balcones de un palacio. En
el último de la esquina derecha se distingue, junto con
otra mujer de tez blanca, a una negra elegantemente ata­
viada y saludando efusivamente con un pañuelo la llegada
del ejército triunfante (figura 55). Es posible que esta mu­
jer siguiera siendo esclava o por lo menos sii vienta de al
guna dama de la nobleza en aquella época; lo cierto es que
su presencia atestigua una vez más la participación de las
mujeres de origen africano en la configuración de la socie­
dad mexicana durante las primeras décadas del siglo XIX.

U n género pictórico singular;


los cuadros de castas o de m estizaje

Como se ha observado, desde las últimas décadas del siglo


XVII varios pintores habían recibido el encargo de realizar
obras en biombos o lienzos, dedicados a mostrar las ca­
racterísticas de la capital virreinal y sus habitantes como
una de las ciudades más importantes del continente ame­
ricano. Sin embargo, el siglo XVIII novohispano, como lo
señala María Concepción García Sáiz, conoció el paso de
la representación genérica de la ciudad y sus habitantes a la
individualizada de éstos, formando grupos familiares con
clara referencia a su procedencia étnica, mediante los co­
nocidos cuadros de castas/*’

•íf¡ María Concepción García Sáiz, ‘'til desarrollo artístico de la pintura de castas ,
en liona K aU ew (curator), New World Orders. Casia Painting and Colonial Latín
America, New York, Americas Society Art Gallery, ID!)«, p. 111).

423
María Elisa Velasque/. Gutiérrez

Sin duda alguna, los cuadros de castas o de mestizaje


son las representaciones más ricas, temática y pictórica­
mente, con las que se cuenta actualmente para analizar
varios aspectos de la vida cotidiana del siglo X V II 1. Aunque
en muchos casos idealizados y poco cercanos a la realidad
social novohíspana'’7 los cuadros de castas revelan las
preocupaciones ideológicas y sociales de aquel periodo,
y en particular la necesidad de clasificar y ordenar, bajo
nuevos criterios inspirados en las ideas de la Ilustración,
el orden social y racial de los habitantes de la Nueva Espa­
ña. Gran parte de estas pinturas está compuestas por dieci­
séis escenas en lienzos separados, aunque algunas de ellas
aparecen en un solo cuadro dividido en distintos compar­
timentos (figura 56). En escenas íntimas, cotidianas y do­
mésticas, más citadinas que rurales, cada representación
muestra a una pareja, de distinto origen racial, acompaña­
da de uno o dos hijos y, en la mayoría de ellos se observa
una inscripción que identifica su origen racial por medio
de una progresión que comienza con la representación de
las consideradas razas puras y termina con las más mez­
cladas. Además de la identificación racial, el rango social
es diferenciado, en muchos casos, por medio de la vesti­
menta y los oficios. También aparecen distintos objetos,
alimentos y otros elementos de flora y fauna, que en varias
ocasiones son identificados mediante cartelas.
Algunos de estos cuadros fueron elaborados por famo­
sos pintores, entre ellos, uno de los Arellano, Juan Rodrí­
guez Juárez, Luis Berrueco yjosé de Ibarra, activos entre

Elena Isabel Estrada de Gerlero, “La representación de los indios gentiles en


las pinturas de castas uúvohispaitas”, en New World Orden. Casta Fainting and
Colonial Ijxtin America, op. cit., p . 124.

424
A lanío, f¡enio y costumbres

la segunda mitad del siglo X VII y la primera del XV11I; Mi­


guel Cabrera, José Joaquín Magón, Andrés de Islas, Ignacio
María Barreda, José de Páez, Sebastián Antonio Salcedo,
Mariano Gutiérrez, Francisco Clapera o Ramón Torres,
entre otros, en la segunda mitad del siglo X V III. Sin em­
bargo, otros muchos fueron realizados por pintores poco
conocidos como Luis de Mena, de la primera mitad del
siglo XV11I, y por artistas anónimos,58 no por ello menos
representativos. Algunos imprimieron elementos caracte­
rísticos de su pincel o taller y consiguieron imágenes mejor
logradas y más creativas. Otros muchos repitieron los mo­
delos de los famosos pintores como era usual en la época
novohispana.,y
Mediante genios, colores, gustos y abusos de una so­
ciedad diversa y heterogénea, los cuadros de castas son
una veta rica y profunda para el estudio del quehacer co­
tidiano de aquel periodo y, en particular, de la presencia
de la población femenina de origen africano en el México
virreinal. Por medio del análisis de estas pinturas y de su
cuestionamiento como cualquier fuente histórica, es posi­
ble descubrir, descifrar, comprobar, negar o interpretar
algunos elementos relacionados con su carácter, su forma
de vestir, sus oficios, sus relaciones de género, su interac­
ción con otros grupos étnicos y también a los estereotipos

5» A pesar de que desde mediados del siglo XVII las ordenanzas de pintores fo­
mentaron que los artistas firmaran sus obras, file hasta las últimas décadas del
siglo XV111, con la aparición de las academias y de las nuevas ideas sobre
el “arte”, que el pintor tomó el carácter de arcador individual.

5ÍI Según Nina M. Scott, es evidente que las pinturas de castas tuvieron una rela­
ción con las pinturas holandesas de género del siglo XVII y con las represen­
taciones de la vida de las clases populares tan de moda en Europa en el siglo
XVIII. “Domesticidad y comida en las pinturas de castas”, en Históricas. Bole­
tín del Instituía de Investigaciones Históricas, México, UNAM, núm. 51), septiembre-
diciembre de 2000, p. 11.

425
María Elisa Volázquez Cuüérrez

o mitos que existieron en torno de su papel en la socie­


dad. Por ello, estos retratos son una de las pocas fuentes
plásticas que nos permiten acercarnos a la identificación
y recreación de lo que constituyó parte del mundo de aque­
llas mujeres y, sobre todo, de la forma en que fueron mi­
radas por la sociedad de su tiempo.
Según García Sáiz, la aparición de los cuadros de cas­
tas está ligada al cambio de dinastía en 1700 con la entrada
de los Borbones en la monarquía española. Es posible que
la definición de este género tenga su origen en los encar­
gos realizados por el virrey duque de Linares a un pintor
de la familia Arellano,60 según lo atestigua la obra más
antigua, hasta ahora conocida, de 1711, que representa en
dos lienzos a una pareja de mulatos. Sin embargo, como lo
señala Elena Isabel Estrada de Gerlero, el género pictóri­
co de las castas novohispanas tuvo su auge ya bien entra­
do el periodo borbónico en España, coincidiendo con los
efectos de la Ilustración61 y de las políticas del nuevo go­
bierno. Los móviles que hicieron factible su elaboración
encierran varias causas, ya analizadas por algunos inves­
tigadores. Por una parte, se sabe que gran parte de ellas
fueron realizadas a petición de criollos o españoles, en
particular funcionarios civiles o personalidades eclesiás-

J<) G iros pintores de la familia Arellano, activos en las úlbmas décadas del siglo
XVI) y las primeras del XVIII, elaboraron otras obras. Uno de ellos, apoda­
do “el mudo”, tirmó obras como el Tránsito <Ula Virgen, perteneciente al Museo
Municipal de Antequera en España. Es de la factura de Manuel Arellano la
obra La Coronación de la Virgen de la colección del Museo de la basílica de
Guadalupe en la ciudad de México y de la firmaj. Arellano lienzos como el
'Traslado de kimagen y estreno del santuario de Guadalupe. Véase María Concep­
ción Gai cía Sáiz, “ El desarrollo artístico de la pintura de castas”, en New World
Orden. Casta Painting and Colonial Latín America, ap. cil., p. 11!).
Elena Isabel Estrada de Gerlero, “La representación de los indios gentiles en
las pinturas de castas novohispanas”, en New World Orden. Casta Painting and
Colonial Latin America, op. cit., p. 124.

426
Atavio, genio y costumbres

ticas con el deseo de mostrar al mundo exterior las ca­


racterísticas naturales, sociales y humanas de las tierras
americanas,62 obedeciendo, aunque con nuevas formas y
concepciones, a una tradición presente desde el siglo X V I,
que consistía en realizar informes y descripciones para el
gobierno central sobre varios aspectos de sus territorios.
Asimismo, peninsulares deseosos de mostrar a los círcu­
los de poder las características de la Nueva España, en par­
ticular la superioridad de su origen sobre las castas -bajo
los nuevos lincamientos que sobre el origen racial estaban
en boga-, pudieron haber encargado estas obras a distin­
tos artistas novohispanos. Sin embargo, también debe re­
conocerse que su factura respondió a móviles internos,
de criollos, mestizos u otros grupos sociales orgullosos de
lo suyo, y como lo afirmó Roberto Moreno de los Arcos,
preocupados por recobrar y mostrar al exterior lo propio
a partir de la curiosidad seudocientífica de muchos hom­
bres ilustrados del periodo.*’11Las nuevas ideas decimonó­
nicas que, como es bien sabido, cuestionaron las hasta

la Se sabe que en 1746 Andrés Arce y Miranda dirigió una carta a JuanJosé de
Rguiara y Eguren, en la que mencionaba que el virrey Fernando de Alencas-
tre (1711-1716) había concebido la idea de presentar al rey de España las dife­
rentes mezclas raciales de la colonia a través de una serie de pinturas dejuan
Rodríguez Juárez, y que el obispo de Puebla, Juan Francisco de Loayza, había
encargado al pintor Luis Berrueco una serie similar. Asimismo, se sabe que el
arzobispo Francisco Antonio Lorenzana llevó a Toledo en 1772 una serie de
castas del artista joséjoaquín Magón. Otras pinturas fueron enviadas al Real
Gabinete de Fíisloria Natural en Madrid, fundado en 1771 por Carlos III. Ci­
tado en liona Kalzew, “La pintura de castas. Identidad y estratificación social
en la Nueva España”, en el catálogo de 1.a exposición New World Orden. Casta
Painling and Colonial Latin America, op. cit., p. 110. También Antonio de Ulioa
en su correspondencia con el virrey Antonio María de Bucareli t!7/l-177!l),
menciona en 1778 que ha llevado láminas con las distintas castas de gentes
del reino; véase Francisco de Solano, Antonio de Ulioa y la Nueva España, Mé­
xico, L’NAM, 1087, p. 370. ^
Roberto Moreno de los Arcos, “La ilustración mexicana”, en María Concep­
ción García, Las castas mexicanas. Un género pictórico americano, op. cit., p. 19.

427
María Elisa Vfclázquez Gutiérrez

entonces filosofías escolásticas y privilegiaron el papel del


individuo en contraposición con las leyes divinas, se pro­
pusieron hacer ciencia con métodos y procedimientos ba­
sados en la razón y se ocuparon de clasificar y organizar
el mundo natural y social.
Ejemplo de la influencia ilustrada y científica de estos
cuadros de castas es la compleja clasificación racial de la
sociedad novohispana. Mezclada con términos que alu­
den al color, la nacionalidad, el porcentaje de sangre o el
léxico popular, en la mayoría de los casos, poco vinculada
con los términos que se usaban en la época, las clasifica­
ciones de estos cuadros, como lo señaló Roberto Moreno
de los Arcos, responden a la explosión de la ciencia del
siglo X V III que rebautizó al mundo natural y social con
nuevas nomenclaturas taxonómicas:

tan co m p leja y d etallad a clasificación social no existió


n u n ca ni en la ley ni en la práctica; de ah í las d iv e r­
gencias entre los distintos p in to res sobre los n o m b res
de los p resu n to s g ru p o s raciales. Estos cu ad ro s son un
ejercicio del raciocinio taxonóm ico-antropológico. Los
ilu stra d o s n o v o h isp a n o s que c o m p a rte n las ideas de
los europeos, a la vez cobran conciencia clara d e lo que
los distingue del V iejo M un d o : el c arácter m ultiracial
d e su p atria, y se o c u p an d e clasificarlo.1'4

No obstante, esta clasificación que se complementa en las


imágenes de estos cuadros con prácticas y costumbres so­
ciales, con oficios, formas de vestir y gestos o expresiones,
también se explica por las preocupaciones de ciertos sec­
tores del periodo por enfatizar en las distinciones sociales
y culturales de acuerdo con nuevas concepciones. En mu-

" ' Idem.

428
Alamo, genio y costumbres

chas de estas obras, aunque no en todas, se hacen juicios


que vinculan a los grupos más mezclados étnicamente con
los menos educados y los más vulnerables con los vicios
y malas costumbres. Como se ha mencionado a lo largo de
esta investigación, los señalamientos y las críticas sobre
los riesgos del intercambio social y cultural, sobre todo con
población de origen africano, habían estado presentes des­
de el siglo XVI, si bien adquirieron nuevas connotaciones
en el XVIII, según lo atestiguan estas imágenes y los co­
mentarios de varios cronistas, entre ellos los del capuchi­
no Francisco de Ajofrín:

con el m otivo de h ab er venido a p oblar las Indias varias


castas de gentes, h a n resultado diversas g eneraciones,
que m ezcladas todas, han corrom pido las costum bres en
la gente popular... los lobos, cam bujos y coyotes es gen­
te fiera y de raras costum bres...1"

Ajofrín, como otros cronistas, por ejemplo, Joaquín Anto­


nio de Bafarás (1763), posiblemente comerciante español
de Guanajuato*’*' y Pedro Alonso O ’Crouley (1774), natu­
ral de Cádiz,67 dejaron testimonio de las generaciones de
novohispanos, según las clasificaciones que utilizaron los
cuadros de castas, e hicieron hincapié en la superioridad

6-; Francisco de Ajofrín, Diario del viaje que hizo a la América en el siglo xvm el pa­
dre fray Francisco de Ajofiín, ofe cit., pp. 59 y 60.
^ Jo aq u ín Antonio de Bafarás escribió un manuscrito titulado “Origen, costum­
bres y estado presente de mexicanos y filipinos en 1763", perteneciente a la
Hispanic Society of America en Nueva York, con textos e ilustraciones. Este
documento inédito fue dado a conocer por liona Katzew en su artículo “La
pintura de castas. Identidad y estratificación social en la Nueva España", en el
catálogo New World Orders. Casta Painting and Colonial Latín America, op. cit.,
p. 109.
67 Pedro Alonso O ’Crouley, Idea compendiosa ddReyno de la Nueva Espuria (1774),
Teresa Castelló lturbidey Manía Martínez del Rio (eds.), México, IJNAM, 1976.

429
María Elisa Velázquez Gutiérrez

de la sangre española, en las características limpias de la


nación india y en la “abatida y despreciada” calidad de
los negros. Estos cronistas subrayaron además los riesgos
de la mezcla con la población de origen africano, cuya san­
gre, consideraban, no podia purificarse. Como se ha hecho
hincapié anteriormente, esta percepción sobre el signifi­
cado de la raza sustentado de manera casi científica, res­
pondía a una ideología que pretendía dar un fundamento
biológico a las diferencias sociales, frente al desorden fa­
miliar, la movilidad social y el intercambio cultural que
había caracterizado a la sociedad virreinal y que ya era ine­
vitable de normar. De igual modo, hay que tomar en cuen­
ta la influencia de otras ideas del periodo que de alguna
manera querían legitimar el comercio de esclavos, cuyo
número tomaba dimensiones extraordinarias en otras re­
giones de América. Así, la preocupación ante la posible
pérdida de control sobre la población y las nuevas ideas
sobre la jerarquización social vinculada estrechamente con
el origen racial, que se difundieron a lo largo del siglo X V III,
contribuyeron hasta cierto punto, junto con la intención
de dar a conocer “lo propio”, en muchos casos mediante
el lujo y la abundancia, a la emergencia singular del gé­
nero pictórico de los cuadros de castas.
Como protagonistas de la diversidad cultural y social
de la Nueva España, aparecen representadas en estas pin­
turas las mujeres pertenecientes a los diversos grupos étni­
cos y sociales de la Nueva España y más específicamente
aquellos de las zonas urbanas. En función de su condición
económica y social, se observan por lo regular realizando
actividades domésticas y comerciales. Las encontramos,
asimismo, auxiliando a su pareja en su oficio o en alguna

430
A lanío, g en io y costum bres

actividad educativa, de descanso o recreación. Destacan


las imágenes de las mujeres de origen africano y sus des­
cendientes que quizá por primera vez en las obras pictó­
ricas novohispanas ocupan un lugar de importancia y es
reconocida, aunque a veces con cierto recelo, su participa­
ción en la vida familiar y social. Las africanas y sus descen­
dientes se distinguen, según el análisis que aquí se hace,
de otros personajes femeninos en estas obras pictóricas
por algunos atributos que a continuación se exponen.

Las parejas, la familia y el entorno doméstico

Si bien es cierto que el modelo familiar cristiano había si­


do promovido desde el siglo XVI como sustento de una
organización social armónica, las relaciones amorosas y
familiares, sobre todo en la capital virreinal, se habían ca­
racterizado por un “desorden social” o por lo menos por
un orden distinto al deseado y fomentado por las autori­
dades eclesiásticas y civiles. El significado de la familia, no
sólo como núcleo central de una sociedad cristiana, tomó
nuevas dimensiones en el siglo XVIII, y sumado a los idea­
les cristianos, se reconoció a la familia de acuerdo con las
nuevas ideas de la Ilustración como la institución repro­
ductora de los valores morales y sociales a través de la
educación. Los cuadros de castas atestiguan la importan­
cia que adquirió esta nueva concepción de la familia y de
los espacios íntimos o privados como recintos apropiados
para la convivencia conyugal.
Junto con los criterios anteriores, los cuadros de cas­
tas reconocen en sus representaciones las uniones entre
los diversos grupos culturales y sociales en la Nueva Es­

431
María Klisa Velázqucz Gutiérrez

paña, como parte singular de las características de la so­


ciedad novohispana; sin embargo advierten sobre la je-
rarquización racial y social que debería acompañar esta
organización y en algunos casos señalan los riesgos del
mestizaje y del intercambio entre miembros de algunas
castas. Las africanas y sus descendientes forman parte en
todas las series de cuadros de castas de este mestizaje que
caracterizó a la sociedad virreinal y su representación alu­
de a las relaciones amorosas y familiares más frecuentes
o por lo menos más notorias con otros grupos raciales.
En la mayoría de los cuadros de castas aparecen uni­
das en la primera generación de mestizaje con un español
o criollo, aunque estas obras pictóricas no distinguen entre
estas dos categorías, posiblemente queriendo hacer alusión
a que las diferencias entre criollos y españoles, desde el
punto de vista cultural o racial, no eran significativas o de­
terminantes. Es interesante hacer notar que la unión de la
población de origen africano en esta primera generación
casi siempre está relacionada con mujeres y no con varo­
nes, lo que señala una vez más, por lo menos en las zonas
urbanas, este tipo de unión era el más frecuente o el más re­
conocido socialmente.
Las negras unidas con los españoles aparecen por lo
regular en espacios domésticos, como cocinas o lugares
cercanos a ella y a diferencia de otras mujeres españolas,
castizas, mestizas y hasta indígenas, también representa­
das con españoles y en general dedicadas a otras activi­
dades más educativas o de esparcimiento, las negras casi
siempre aparecen ocupadas en menesteres culinarios. La
posición social y económica de la familia, sobre todo del
español varía en estas imágenes, en ocasiones su vestimen-

432
A ta v io , g en io y costum bres

ta lo representa como funcionario de alto rango social,


pero en otras como comerciante o tendero. No obstante,
y aunque el atuendo de su compañera suele variar de
acuerdo con el nivel social de su cónyuge, las negras ca­
si siempre aparecen portando aretes o collares de perlas,
haciendo alusión a que esta unión les confiere cierta jerar­
quía social.
Así lo revelan varias obras, entre ellas un cuadro atri­
buido a jo sé de Páez, posiblemente de la década de los
ochenta del siglo XV'111, que representa a la pareja en la co­
cina. El español porta un atuendo de cierto rango social
y la mujer, que guisa los alimentos para la familia, aunque
luce un vestido sencillo, lleva consigo un collar de perlas
(figura 57). En otro lienzo anónimo del último cuarto del
siglo XVIII, que forma parte de la colección del Museo
Nacional del Virreinato, se observa entre otras escenas de
mestizaje la de una negra con español, curiosamente llama­
da por la inscripción que la identifica mora, aludiendo a
su posible procedencia del norte de Africa. Acompañada
de un español que porta una lujosa casaca bordada, la afri­
cana va vestida de manera elegante con una mantilla, lo
mismo que el hijo mulato quien además lleva un sombre­
ro (figuras 58 y 59). Otros cuadros muestran una posición
económica menos favorecida para estas parejas. Tal es el
caso de un cuadro de José Joaquín Magón, probablemente
de las últimas décadas del siglo XVIII y perteneciente a la
colección del Museo Nacional de Antropología en Madrid,
en el que el español aparece con una vestimenta sencilla,
posiblemente de tendero, pero la mujer, aunque también
vestida con menos lujo que las anteriores, luce un collar
de apariencia fina (figura 60).

■m
María Elisa Velazquez Gutiérrez

Las relaciones familiares mostradas en este tipo de


uniones por medio de gestos, actitudes y expresiones son
heterogéneas. En algunos casos se muestra armonía e in­
cluso solidaridad en el desempeño de las tareas domésti­
cas, como por ejemplo en otro cuadro de José Joaquín
Magón, en el que el hombre sostiene al pequeño niño en
sus piernas, ocupándose de él, mientras la madre de ma­
nera amable y complaciente elabora el chocolate (figura
61). Sin embargo, en otras muchas imágenes, las relaciones
entre la pareja representada muestran discordia, pleitos e
incluso golpes, aludiendo a los peligros que las relaciones
entre diversos grupos raciales y culturales, sobre todo de
origen africano, pueden ocasionar, y también, como se
analizará más adelante, al genio o la templanza de las mu­
jeres de origen africano. Lo cierto es que aunque preva­
lece el modelo de la discordia, también está presente otra
percepción, que acepta las posibles uniones cordiales entre
ambos grupos, lo cual devela como las fuentes documen­
tales, las características heterogéneas de estas relaciones
y las distintas percepciones sociales sobre estas parejas.
Aunque con menos frecuencia, también se distinguen
en estos cuadros uniones de españoles con mulatas, cuya
representación signe, en general, los mismos parámetros
que las anteriores imágenes en relación con el nivel social
y económico. Sin embargo, a diferencia de las negras, las
mulatas pocas veces aparecen elaborando alimentos en la
cocina y casi siempre son representadas en escenas más
recreativas. Así lo demuestra un cuadro de José de Páez
de la segunda mitad del siglo XVIII, en el que aparece una
mulata acompañada de un español. Ambos visten trajes
de cierta posición social y el niño denominado morisco,

434
A ta vio , g en io y costum bres

que juega con un caballo de palo y una espada, también


porta un traje de cierto lujo (figura 62). Es interesante ha­
cer notar que el color de la piel de esta mulata es mucho
más claro respecto de otras representadas y sus facciones
se acercan menos a las de origen africano (figura 6d). Es po­
sible que esto se deba a la posición social que representan,
pero también a las variaciones de mestizaje que se suce­
dieron en la Nueva España.
A diferencia de las uniones con negras, las relaciones
entre españoles y mulatas son menos tensas, aunque el
carácter retador y altivo atribuido a las mujeres de origen
africano sigue presente en varias de estas escenas. En algu­
nas de estas imágenes se refleja también el carácter festivo
vinculado con las mulatas y su disposición para el baile.
Así lo atestigua un cuadro, también adjudicado a la misma
serie de José Joaquín Magón, en el que aparece la mulata
bailando al ritmo de la guitarra que toca su compañero
español (figura 64), y otro, de Clapera que muestra a una
mulata y a una china acompañando en el baile a su pareja
(figura 65).
Negras y mulatas también aparecen unidas con otros
grupos raciales y sociales. Regularmente las escenas re­
presentan lugares domésticos más relacionados con el
trabajo y la vestimenta generalmente refleja también la
condición social y económica. Como por ejemplo, una es­
cena de un cuadro ya citado perteneciente a la colección
del Museo Nacional del Virreinato que muestra a una ne­
gra en compañía de un albarazado. La familia, dedicada
al comercio ambulante de loza y otros productos comesti­
bles, es representada con una vestimenta pobre de acuer­
do con su condición económica (figura 66). Las relaciones
María Elisa Velâzquez Gutiérrez

entre las parejas de menor condición económica no siem­


pre aparecen más conflictivas que otras pertenecientes a
las de mayor rango social, pero en general existe una ten­
dencia a presentar una asociación entre mestizaje, sobre
todo con población de origen africano y crisis o fricciones
familiares. Tal es el caso de una imagen también de Clape-
ra, que muestra a un mulato riñendo con su pareja espa­
ñola (figura 67).
En escasas imágenes se representa la unión entre negra
o mulata con indio. Ello comprueba, como lo hacen las
fuentes documentales, que estas uniones fueron menos co­
munes, por lo menos en las zonas urbanas. Sin em bar­
go, algunos cuadros de castas hacen alusión a este tipo de
pareja.
Como lo reflejan las imágenes antes esbozadas, las mu­
jeres de origen africano estuvieron más vinculadas en estas
representaciones a las uniones con españoles o criollos
que a otros grupos raciales. Esto, aunque no fue un pa­
trón generalizado, fue un modelo de conducta que preo­
cupó a varios sectores sociales desde del siglo XVI, sobre
todo a los nuevos criterios que normaron la vida familiar
y social del siglo XVIII. Pese a que estas relaciones pare­
cen criticarse, las uniones con estas mujeres atestiguan la
presencia importante de las africanas y sus descendientes
en la vida novohispana y su influencia cultural, como se
verá más adelante, mediante ciertos atributos.

Los oficios

Tanto en imágenes religiosas como profanas, las mujeres


de origen africano aparecen reiteradamente desempeñan­
436
A ta v ío , g enio y costum bres

do oficios como sirvientas y en actividades comerciales de


carácter informal. Como se señaló en el segundo capítulo
de este libro, las africanas y sus descendientes desempe­
ñaron un importante número de actividades, sea en el
trabajo doméstico o en las labores comerciales, que con­
tribuyeron a la reproducción social y económica.
Como en lienzos de años anteriores, en los cuadros
de castas se observa a un número importante de mujeres de
origen africano, como otras indígenas o mestizas, desem­
peñando diversas tareas comerciales junto a sus parejas de
distinto origen racial. En la mayoría de los casos, son mu­
latas, seguramente libres, las que aparecen en puestos am­
bulantes, dedicados a la venta de diversos productos y
comida; sin embargo, también algunas negras, posiblemen­
te también libres, fueron representadas atendiendo puestos
de comida o bebida. Así lo atestigua una obra de An­
drés de Islas de 1774, perteneciente al Museo de América
en Madrid, en la que figura una familia formada por un
indio y una negra. El hombre, que parece ser un indio más
bien ladino con muy pocos recursos económicos, acom­
paña a la mujer quien porta una vestimenta sencilla y sin
ningún ornamento de lujo. La mujer atiende un puesto de
comida y ofrece al hijo parte de los alimentos que tiene
dispuestos en la mesa (figura 68). Otra imagen en que apa­
recen negras atendiendo puestos callejeros, es una de la
misma serie de Andrés de Islas, en la que es representada
una familia formada por un lobo y una negra, quien atien­
de un puesto de pulque o de alguna bebida elaborada con
maíz, que ofrece en jicaras (figura 69). Posiblemente esta
pareja pertenece a una posición económica más favore­
cida que la familia anterior, ya que su vestimenta así lo

437
María Elisa Velazquez Gutiérrez

demuestra. La negra lleva en el cuello un collar y su vesti­


do luce anchas mangas de encaje; además, el niño también
porta un traje más lujoso y a diferencia de la imagen an­
terior, el de esta familia lleva zapatos. Como las fuentes
documentales, estas imágenes atestiguan que aun entre la
población perteneciente a las clases de menos recursos
económicos existían diferencias económicas y de nivel so­
cial y en gran parte de ellas la mujer participaba activa­
mente en labores comerciales para el sustento familiar.
En algunos cuadros, las parejas formadas por negra y
español también confirman que no todos los españoles
gozaron de una situación económica ventajosa y que sus
mujeres tuvieron que apoyar con alguna actividad comer­
cial el gasto familiar. Este es el caso de un cuadro de Luis
Berrueco, de mediados del siglo XVIII y perteneciente a
una colección particular de España, en el que aparece una
familia formada por un español, una negra y un mulato.
El hombre parece estar dedicado a alguna actividad co­
mercial o artesanal, mientras la mujer negra se dedica a
la venta de tamales o algún otro tipo de alimento que sos­
tiene en una bandeja. Pese a que la familia parece perte­
necer a una condición económica desventajosa, la negra
lleva collar y zarcillos de perlas, mientras que el niño viste
un traje de cierta elegancia, seguramente con referencia
al origen y rango social del padre como español.
Otras negras y mulatas aparecen atendiendo meren­
deros o figones abiertos al público, pero incluso en algu­
nos de ellos parecen ser las dueñas del establecimiento,
lo que atestigua una vez más las posibilidades económicas
que algunas mujeres de origen africano lograron adquirir,
por lo menos en las zonas urbanas. Un lienzo anónimo de

m
Atavío, genio y costumbres

mediados del siglo XVIÍI, perteneciente a una colección


particular en México, representa a una familia formada por
un español, una negra y una hija mulata en un merendero,
posiblemente cercano a los que Agustín de Vetancurt des­
cribió, en el centro de la ciudad de México, hacia finales
del siglo XVII:

Hay m esones, y hospitales para caballeros y plebeyos,


bodegones, donde com en, garitas en las plazas, donde
hay quien bata chocolate, y cocineras que venden sus
guisados, y está de todo al gusto, apetito, y necesidad,
tan abundante, que a las seis de la tarde hay tanto de
bastimento com o a las nueve del día puede hallarse."**

Además de hacer referencia a los problemas y pleitos do­


mésticos que según estas imágenes podían presentarse en
parejas con este tipo de mestizaje, esta escena refleja el
quehacer cotidiano y comercial al que se dedicaron mu­
chas mujeres de origen africano (figura 70). La negra, po­
siblemente dueña del merendero y esposa o amante del
español, porta una vestimenta de cierto lujo, mientras que
el español parece ser, según Curiel y Rubial, un oficial
del ejército, de los soldados llamados “blanquillos” perte­
necientes al segundo regimiento de América.69 La escena
del pleito entre ambos, en la que la niña intercede tratan­
do de calmar a sus padres, es observada atentamente por
los comensales y por otras tres mujeres dedicadas a aten-

<iHFray Agustín de Ventancurt, “Tratado de la ciudad de México y las grande­


zas que la ilustran después que la fundaron españoles”, en Antonio Rubial,
La ciudad de México en el siglo XVil (1690-1780), México, Conaculta, 1090,
p. 46.
Gustavo Curiel y Antonio Rubial, “Los espejos de lo propio: ritos públicos
y usos privados en la pintura virreinal”, en C atálogo de la exposición P in tu r a y
v id a c o tid ia n a en M éxico 1 6 5 0 -1 9 5 9 , op. c it., p. 114,

439
María Elisa Velázquez Gutiérrez

der el establecimiento. Una de ellas que prepara los bu­


ñuelos parece ser mestiza; otra con un chiqueador en la
sien y dirigiéndose a servir la mesa tiene apariencia de mu­
lata y la tercera, que también trata de interferir para cal­
mar los ánimos de la pareja, es una negra. La presencia
de estas mujeres, además de dar testimonio de la impor­
tancia de su participación en diversas tareas de servicio,
hace alusión a la compleja composición social, cultural y
económica de la población femenina novohispana. Co­
mo lo confirma esta imagen, algunas mujeres de origen
alricano, incluso negras que quizá fueron esclavas, logra­
ron adquirir una posición económica desahogada pero
además pudieron tener a su servicio a otras mujeres de dis­
tinto origen racial, pero probablemente de menor posi­
ción económica.
La mayoría de los cuadros de castas destaca las acti­
vidades comerciales de las mulatas, unidas con diversos
grupos raciales, en puestos callejeros de distintos produc­
tos, casi todos, alimenticios. Ello atestigua el número cre­
ciente e importante de mulatas libres en la vida econó­
mica de la capital virreinal, su mestizaje con las diferentes
castas que formaron parte de la heterogénea sociedad capi­
talina, y su activa participación en el sustento económico
familiar. Entre otras, una imagen anónima, muy parecida
a los modelos de las series de Andrés de Islas, elabora­
da hacia el último cuarto del siglo X V III, perteneciente al
Museo de América, representa a una familia de ciertos re­
cursos económicos, formada por un “tente en el aire” y
una mulata (figura 71). En esta escena, que repiten varios
artistas anónimos, se observa a la mulata atendiendo un
abundante puesto de frutas. La escena tiene el objetivo de

440
Atavío, genio y costumbres

dar a conocer, además del curioso mestizaje entre castas


con nomenclaturas propias de la clasificación ilustrada,
la variedad de frutas que podían encontrarse en México
y con el mismo afán ilustrado de catalogar, ordenar y dar
a conocer lo exótico de las tierras americanas, aparece
una inscripción que identifica cada una de las frutas.
Otro cuadro, perteneciente a una colección particular
en México y elaborado en óleo sobre cobre durante los
últimos años del siglo XVIII, también hace referencia a las
actividades comerciales de las mulatas. Ln la escena apa­
rece una familia de pocos recursos económicos, formada
por un albarazado, una mulata y un barcino (figura 72). El
hombre se dedica a la venta de sombreros y ofrece uno
de ellos a un sujeto de tez más obscura, pero al parecer de
mejor posición económica. La mulata atiende un puesto
de comida, pero en un espacio techado y aparentemente
más estable, El hijo viste harapos, lo que da cuenta del de­
teriorado jornal obtenido por la familia. Finalmente, otra
de las muchas imágenes que reflejan la actividad de las mu­
latas en oficios de este tipo es la de un cuadro anónimo
de una colección particular en México, también de fina­
les del siglo XVIII. En ella aparece una familia compues­
ta, como lo señala la inscripción que lo acompaña, por un
barcino, una mulata y una toma atrás de pelo lizo. En este
caso la familia completa esta dedicada a atender el pues­
to al aire libre de pescados fritos; mientras el hombre sirve
uno de los platos, la mulata se encarga de pelar alguna
verdura. Al fondo y de manera singular, aparece la esce­
na de una barbería.
Las imágenes antes expuestas muestran una gama im­
portante de actividades comerciales y de servicio a las que

441
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

se dedicaron las mujeres de origen africano. Vendedoras


ambulantes, dueñas de merenderos, responsables de pues­
tos de comida, de bebidas o de fruta, son algunas de las
escenas representadas en estos cuadros de castas y que
atestiguan su participación en la vida cotidiana. Es intere­
sante hacer notar que la mayor paite los cuadros aluden a
mujeres libres, y no a esclavas, llevando a cabo tareas de
servicio con sus amos, posiblemente porque el objetivo
era mostrar las características de los habitantes de la Nueva
España, de su mestizaje y de otros elementos vinculados
con la necesidad de dar a conocer las singularidades de la
tierra americana y no de otros aspectos que nos preocupan
o interesan actualmente. Lo cierto es que estas imágenes
además dan testimonio, una vez más, de las complejas y
heterogéneas relaciones sociales que vivieron los novohis-
panos y las mujeres de origen africano en la vida cotidia­
na, muchas de las cuales posibilitaron su movilidad social
y el intercambio cultural.

El atavío

Desde el siglo XVI, la forma de vestir fue uno de los sím­


bolos para distinguir las diferencias sociales, y sobre todo
el origen de nobleza, de alto rango o de “buena cuna”. El
vestido expresaba actitudes sociales y era utilizado para
exaltar la posición de clase, para promover la seducción
entre los sexos o para manifestar la censura moral sobre el
cuerpo. El vestido, como lo afirman Gustavo Curiel y An­
tonio Rubial, usado como decoración, protección o pudor,
modificaba la apariencia, la cual estaba reglamentada más
por la costumbre que por las prohibiciones oficiales, al

442
Atavío, Renio y costumbres

igual que los gestos, actitudes y posturas corporales. La so­


ciedad virreinal concedió un papel fundamental al vestido
como un bien de prestigio y su costo fue equiparable al
de cualquier objeto de lujo, lo que explica su inclusión co­
mo párte central de muchas obras pictóricas.'0
Los pintores de cuadros de castas se preocuparon por
representar la vestimenta de los novohispanos, haciendo
distinciones en relación con los modelos y distintos acce­
sorios u ornamentos según la raza y el nivel social. Sin
embargo, en un número importante de estas obras se ad­
judicaron atavíos lujosos a las distintas castas con la inten­
ción de mostrar al exterior la riqueza de la Colonia, como
también lo hacían muchas crónicas novohispanas, gran
parte de ellas realizadas por criollos deseosos de dar a co­
nocer las maravillas de la Nueva España, cuyas caracterís­
ticas podían igualar o competir con las de la metrópoli.
Mujeres indígenas con huípiles minuciosamente bordados
y portando lujosas joyas, españoles o criollos ataviados con
casacas y pelucas francesas, castizos cubiertos por largas ca­
pas españolas y sombreros anchos como símbolo de hidal­
guía, negros con lujosas libreas o mulatas elegantemente
vestidas con sayas de broches de plata y collares de perlas,
parecían querer representar un mundo que, aunque bien
jerarquizado, vivía con lujo y opulencia.
Un vuelco importante en la representación de la ves­
timenta parece presentarse en las obras realizadas duran­
te la segunda mitad del siglo XVIII. Según liona Katzew,
mientras que los ejemplos tempranos subrayan la opulen-

m Gustavo Curie! y Antonio Rubial, “Los espejos de lo propio: ritos públicos y


usos privados en la pintura virreinal”, en Catálogo de la exposición Pintura y vida
cotidiana en M éxico 76 5 0 -1 9 5 0 , op. cit., p. .10.

443
Malia Elisa Velázquez Gutiérrez

cia del virreinato mediante la asignación equitativa a los


elementos de la sociedad de lujosas vestimentas, las pin­
turas de castas producidas después de 1750 se valen de la
ropa y los accesorios para indicar un espectro más amplio
de la estratificación socioeconómica.71 Así lo atestigua, se­
gún Katzew, la serie fechada en 1763 de Miguel Cabrera,
en la que con una habilidad pictórica extraordinaria, el pin­
tor muestra a los miembros de las castas altas, sin importar
su raza, lujosamente ataviados, mientras que los de las ba­
jas aparecen vestidos de andrajos.72
Esta preocupación por recalcar el rango o la calidad
por medio de la vestimenta no era nueva. Sin embargo,
y como lo señalaron varios cronistas, los novohispanos,
entre ellos las mujeres, no parecieron responder a los cri­
terios y ordenanzas sobre la forma de vestir. Desde finales
del siglo X V II, Agustín de Vetancurt dice en su tratado de
la ciudad de México —posiblemente con el objetivo de des­
tacar la opulencia de la Nueva España, pero también
preocupado por el intercambio cultural y la presencia tan
importante de la población africana- que los habitantes
de la ciudad se caracterizaban por la gala de su atuendo:

Y si lo herm oso de la ciudad esla en los que la habitan


por la gala, y aseo que los adorna pasan de ocho mil los
Españoles vecinos, y de veinte mil las mujeres, de que
abunda de todos estados, donde sobra el aseo, y e x c e ­
de la gallardía, y las más pobre tiene sus perlas, y joyas
que le com ponen; por infeliz se tiene la que n o tiene
de oro su joyuela para los días festivos, y son pocas las

'* liona Katzew, “1.a pintura de castas. Identidad y estratificación social en la


N ueva España”, en C atálogo de la exposición N e w W o rld O rders. C a sta P a in tin g
a n d C o lo n ia l L a ti n A m erica , op. cti-, p. 113.
71 Idem .

444
A lanío, genio y costumbres

casas donde no hay algo de vajilla de plata, que a la


m esa sirva. Hay millares de negros, mulatos, m estizos,
indios, y otras mezclas que las calles llenan, mucho gen­
tío de pleb e, y co m o dice Arias de V illalob os en su
Mercurio: Tanto d e esclavos número m oreno, cuento
de cuentos, y ninguno bueno...73

Viera, por su parte, en la segunda mitad del siglo X V 111,


también llamó la atención sobre la vestimenta que caracte­
rizaba a los habitantes de la ciudad de México en la cual:
“...el hombre más decente y de la misma manera ostento-
sa, se presentan sus mujeres, que no se distinguen en el
traje de las más señora”, y subraya más adelante: “Es una
maravilla verlas en los templos y en los paseos, de modo
que muchas veces no se puede conocer cuál es la mujer
del conde, ni cuál la del sastre...”.74.
Por lo tanto, es probable que estas imágenes atendieran
a la preocupación de varios sectores, tanto en México co­
mo en España, por subrayar mediante la vestimenta y de
las representaciones pictóricas las distinciones sociales.
Desde mediados del siglo X V II varios cronistas de la
ciudad de México se escandalizaron por el atuendo de las
mujeres de origen africano. Los cuadros de castas ejempli­
fican de manera detallada las características de la vestimen­
ta de negras y mulatas pertenecientes a distintos estratos
sociales y económicos. En la mayoría de los casos la ves­
timenta de las mujeres (Je origen africano estaba estrecha­
mente vinculada a la posición social de su pareja. Así, en

Fray Agustín de Velancurt, "Tratado de la ciudad de México y las grandezas


que la ilustran después que la fundaron españoles”, en Antonio Rubial, L a
c iu d a d d e M é x ic o en el siglo X v n (1 6 9 0 - 1 7 8 0 ) , op. cit., pp. 4(¡ y 47.
74 Juan de Viera, lireve y c om pendiosa narra ció n de la d u d a d d e M é x ic o (1 7 7 7 ), op.
c it., p. D.S.

445
María Elisa Velâzquez Gutiérrez

los cuadros de castas, las mujeres en compañía de españo­


les suelen portar atuendos de cierta elegancia o por lo me­
nos joyas que hacen alusión a la posición social y origen
racial de su cónyuge, mientras que las mezcladas con otros
grupos culturales casi siempre aparecen con ropa menos lu­
josa y a veces sin ornamentos. Sin embargo, en varios lien­
zos y pese a la posición económica o social, las africanas
y sus descendientes muestran la famosa saya negra que
las distinguió, y en muchas ocasiones, joyas como collares,
zarcillos, pulseras y otros ornamentos en el pelo y el ves­
tido, que tanto escandalizaron a viajeros como Thomas
Gage, Gemelli Carreri o casi un siglo después a Ajofrín.
Es difícil precisar cuándo y por qué motivos las africa­
nas y sus descendientes comenzaron a utilizar la saya de
embrocar, de colores gris o negro, que a manera de falda
solían amarrarse arriba de los hombros con listones o bro­
ches de plata. Posiblemente desde mediados del siglo XVII,
este tipo de atuendo comenzó a difundirse como prenda
que distinguía a las mujeres de origen africano de otras que
utilizaban indígenas, mestizas, españolas o criollas, como
rebozos, capas o mantillas. Las diversas leyes y ordenan­
zas que trataron de normar la condición social mediante
el uso de ciertas prendas de vestir pudo haber sido una de
las causas de este atuendo, pero también es posible que la
costumbre se impusiera a lo largo del tiempo. Lo cierto es
que tanto las diversas imágenes en biombos u otros lien­
zos como los cuadros de castas y las crónicas subrayaron,
sobre todo en el siglo X V III, este característico atavío que
las diferenciaba.75

7’ Existen referencias sobre este tipo de sayas entre las mujeres bereberes del
norte de Africa.

446
A ta v io , g enio y costum bres

El lienzo más antiguo del género de cuadros de castas,


fechado en 1711 y firmado por un miembro de la familia
Arellano, representa precisamente a una mulata de la ciu­
dad de México, según lo atestigua la inscripción que la
acompaña: “Diseño de mulata hija de negra y español en
la ciudad de México. Cabeza de la América a 22 del mes
de agosto de 1711 años”. Perteneciente a la colección de
Jan y Frederick Mayer en Denver, en esta extraordinaria
imagen en la que el pintor mostró su destreza, entre otros,
en el trazado de los rasgos y el detalle de la vestimenta,
la mulata de la capital virreinal porta un atuendo lujoso,
compuesto por mangas anchas, una blusa que asoma con
encajes y la singular saya de color gris, que aparece desa­
brochada y de la cual cuelgan listones rojos. El lujo dé su
atuendo se complementa con las perlas de su ancho collar
formado por varias hileras, las pulseras y los zarcillos tam­
bién de perlas, así como del paño de encajes que luce en­
tre sus rizados cabellos (figura 73). Esta obra hizo conjunto,
como lo señala María Concepción García Sáiz, con otro
lienzo de paradero desconocido, con la imagen de un mu­
lato, aspirando el rapé que extrae de una cajita y en el que
también aparece la figura del hijo, quien monta en un ca­
ballo de juguete.76 Sin duda alguna existe un claro interés
en esta obra por mostrar la importancia de las mulatas en
la ciudad de México y en hacer hincapié en la forma lu­
josa y extravagante de vestir, a pesar de estar unida a un

76 María Concepción García Sáiz, “El desarrollo artístico de la pintura de cas­


ias”, en New World Orden. Castas Painting and Colonial Latín A merica, op. cil.y
pp. 119 y 120.

447
María Elisa Velazquez Gutierrez

miembro de su mismo origen racial, pero además en su


porte y altivez.77
Otra imagen, de años posteriores, perteneciente a un
taller próximo ajuan Rodríguez Juárez, muestra también
el atavío lujoso de una mulata unida con un español. Per­
teneciente a una colección particular en Breamore House,
Londres, en esta imagen aparece la mulata portando una
saya de color negro con adornos brocados en tela roja,
además de un collar, posiblemente de corales rojos, y are­
tes de perlas, con un paño brocado y un chiqueador en la
sien, haciendo alusión a su posición social.78 Entre la se­
rie de Miguel Cabrera también destaca una mulata unida
con español que, si bien no lleva consigo joyas, porta co­
mo las otras mujeres una saya de color similar a la mula­
ta pintada por Arellano, pero sostenida con broches, una
falda decorada con motivos florales y el chiqueador tan
de moda en aquella época (figura 74).
La elegancia y el porte de las mulatas que se repre­
sentaron en los cuadros de castas se sigue observando en
cuadros de fechas posteriores; así lo atestigua un lienzo
anónimo de los últimos años del siglo X V III perteneciente
a una colección particular en México. La imagen mues­
tra a una familia de posición económica importante en una

Es importante hacer hincapié en que la obra Traslado de. la imagen y estreno del
santuario de Guadalupe\ también firmada por un miembro de la familia Are-
llano, se representen a los africanos de la mojiganga de manera similar con
dignidad y porte.
W Según Gustavo Curie! y Antonio Rubial, los chiqueadores, pequeños círculos
de terciopelo negro o de carey, fueron una costumbre de origen europeo y no
novohispana, como se ha difundido. El adorno servía entre otros usos pa­
ra ocultai' imperfecciones y marcas del rostro, pero también era símbolo de
jerarquía social. “Los espejos de lo propio: ritos públicos y usos privados en
la pintura virreinal”, en Catalogo de la exposición Pintura y vida cotidiana en Mé­
xico, J650-1950, op. cil., p, 122.

448
A ta v io , genio y costum bres

lujosa mansión con jardines y fuentes, formada por un es­


pañol, una mulata y un pequeño morisco. La mulata, de
mirada franca hacia el espectador, porta orgullosamente
una falda amplia con motivos florales, la característica sa­
ya negra y se ornamenta con una gargantilla negra, pul­
sera y aretes. Lleva además en la mano un pañuelo blanco,
también como símbolo de su posición social y económica.
No sólo las mujeres de origen africano unidas a espa­
ñoles aparecieron en estos lienzos portando tan distintivo
atavío. También mulatas acompañadas de otros grupos
raciales fueron representadas con este mismo atuendo. Asi
lo atestigua un lienzo anónimo del siglo XVIII en el que
aparecen una familia formada por un samaigo (hijo de
zambo), una mulata y un canilajo. La mujer, a un lado
de su cónyuge montado a caballo, luce su saya negra con
broches posiblemente de plata, de la que asoman mangas
anchas con encajes. La vestimenta de esta mujer no nece­
sariamente refleja el nivel social de su cónyuge, aunque es
posible, como lo señala liona Kalzew, que la intención de
este lienzo haya sido el de mostrar el lujo y la abundan­
cia de los novohispanos, pese a su condición social.
Otra obra anónima de 1780, perteneciente a la colec­
ción de Malú y Alejandra Escandón de la ciudad de Méxi­
co, también muestra claramente el uso de esta distintiva
prenda por mujeres de origen africano. El cuadro plasma
una escena poco usual en la que se presenta la mezcla en­
tre mulato y española, acompañados por su hijo morisco.
La pareja en una elegante mansión se divierte jugando una
partida de barajas, mientras el hijo se acerca con dos tazas
de chocolate para sus padres (figura 75). Llama la atención
María Elisa Velázquez Gutiérrez

en la escena la figura de una mujer negra o por lo menos


de la misma tez que el cónyuge, quien, ocupando un lugar
central en la composición, camina hacia el grupo portan-
do un elegante vestido floreado y la misma saya negra que
otras mujeres de origen africano, pero esta vez cubriendo
la cabeza (figura 76), como lo describió escandalizado en
un pasaje de su diario Gemelli Carreri hacia finales del si­
glo XVII:

las m estizas, m u latas y negras, q u e fo rm an la m ay o r


p arte de la p o b lació n , n o p u d ie n d o usar m anto, ni ves­
tir a la e sp a ñ o la y d e sd e ñ a n d o el traje de los indios,
a n d an p o r la ciudad vestidas de u n m o d o extravagante,
pues llevan u n a com o enagua atravesada sobre la espal­
d a o en la cab eza a m a n e ra de m an to , que las hace p a ­
rec e r otros tantos diablos...?J

Aunque este cronista alude al uso de esta prenda también


en las mestizas, no se encuentran, por lo menos en los cua­
dros de castas, representaciones de estas mujeres con sayas
como las descritas. Posiblemente y por el intenso mestiza­
je que ya estaba presente a fines del siglo XVII, Gemelli
haya confundido a mestizas con mulatas, ya que además
en muchos de los modelos de estos lienzos las mulatas apa­
recen con rasgos muy parecidos a los de las mestizas.
Pese a lo anterior y regresando al cuadro antes descri­
to, es posible, como lo señalan Curiel y Rubial, que esta
mujer represente a una sirvienta, quien forma parte im­
portante de la vida cotidiana de la familia.80 Muchos mu-

Ju a n F. Gemelli Carreri, Viaje a la Nueva España, México afines del siglo XVII
1 . 1, M éxico, Libro-M ex, 11)95, p. 25.
*■ Gustavo Curiel y Antonio Rubial, “Los espejos de lo propio: ritos públicos y
usos privados en !a pintura virreinal”, en Catálogo de la exposición Pintura y vida
cotidiana en México 1650-1950, op, cit., p. 123.
450
A ta v io , g enio y costum bres

latos o incluso negros que lograron adquirir una posición


económica desahogada tuvieron a su servicio esclavos o
esclavas de origen africano. Sin embargo, también podiía
tratarse de algún familiar del mulato, que se acerca a la
reunión para compartir los momentos de esparcimiento
y diversión. Lo cierto es que esta mujer, como otras de su
mismo origen, porta la distintiva saya de embrocar a la
que se ha hecho alusión en este apartado.

El chocolate y otros abusos

En varias escenas de los cuadros de castas en los que apa­


recen mujeres de origen africano, sobre todo negras de la
primera generación de mestizaje, en compañía de su pare­
ja española, se les observa haciendo o sirviendo chocolate.
Algunos cuadros repiten esta imagen, aunque con algunas
variaciones. Posiblemente la primera serie que utilizó este
modelo haya sido una atribuida al pincel de José Joaquín
Magón, de las últimas décadas del siglo XVIII y pertene­
ciente a una colección particular en México. La imagen,
como otras anteriores de este mismo pintor, ubica a la fa­
milia en la cocina. Sin embargo, a diferencia de las otras
representaciones, el padre español, vestido como tendero,
sostiene al pequeño mulato en sus piernas, mientras la mu­
jer negra, de manera complaciente, mueve el molinillo
del chocolate que prepara. Otro cuadro, que retoma esta
misma escena, aunque con ciertas variaciones, es el de la
serie de José de Páez, también de la segunda mitad del si­
glo XVIII, elaborada en óleo sobre lámina y perteneciente
a una colección particular en México (figura 77). Reto­
mando la escena de la cocina, aparecen en esta imagen el

451
María Elisa Velâzquez Gutiérrez

padre español, pero ahora vestido corno oficial del ejército


con casaca, medias ajustadas y sombrero, el niño mulato
de mayor edad que el anterior y la mujer negra preparan­
do también en el fogón la gustada bebida. Una obra anó­
nima de la colección Mayer de 1760 o 1770, representa esta
misma escena en que la negra elabora con ayuda del mo­
linillo el chocolate para la familia (figura 78).
En otros cuadros de castas, como en un anónimo del
mismo periodo que los anteriores, se combinan dos esce­
nas de familias en un mismo lienzo. La mujer negra en
esta imagen aparece sirviendo chocolate en taza y plato;
es importante hacer notar que la representación del espa­
ñol retoma el mismo modelo del soldado del ejército que
otros cuadros analizados anteriormente (figura 79). Tam­
bién mulatas, pero en menor medida, aparecen en estas
escenas relacionadas con la preparación de chocolate. Así
lo demuestra un cuadro, posiblemente de una serie de
principios del siglo XIX, aunque con modelos del XVIII,
del Museo Nacional de Arte en México, en el que aparece
una mulata vestida de manera sencilla y sin ornamentos
o joyas, quien bate el chocolate que está a punto de servir
en una taza (figura 80). Finalmente, es importante men­
cionar que muchos de los cuadros de castas repiten un
modelo con una escena en la que las negras, en imágenes
de franca discordia, golpean a su pareja con el molinillo
que han utilizado para batir el chocolate, entre ellos el de
Andrés de Islas, firmado en 1774, perteneciente a la colec­
ción del Museo de América en Madrid (figura 81).
El chocolate fue quizá uno de los productos america­
nos de tradición prehispánica que mayor aceptación tuvo
en Europa y que adquirió gran importancia en la vida co­

452
A la lia , g en io y costum bres

tidiana. del México virreinal. Muchos de los cronistas del


periodo hicieron referencia a su gusto y a los abusos que
de este producto, que junto con el tabaco, se llevaban a
cabo entre la sociedad novohispana. A pesar de que am­
bos fueran de origen americano, en ninguna de las repre­
sentaciones de estas series de cuadros de castas las mujeres
indígenas o mestizas están vinculadas con ellos, aunque
es cierto que, en algunos casos, mestizas colaboran con su
pareja, quien tiene el oficio de torcedor o vendedor de ci­
garros. Por lo tanto, ¿qué asociación podría encontrarse
entre estos productos, en particular con el chocolate y las
mujeres de origen africano?, y ¿qué posibles símbolos o
relaciones están detrás de estas escenas?
Por una parte, es lógico pensar que en la mayoría de
los casos esta bebida estuviera asociada a sus desempeños
como esclavas, sirvientas o nanas, encargadas de preparar
el chocolate para la familia y en especial para el amo, en
su caso el compañero. Además, la vinculación entre el cho­
colate y los negros tenía antecedentes, ya que muchos de
ellos se ocupaban de molerlo o venderlo en países como
España, pero también en México, según lo demuestran
varios villancicos del siglo XVII.«1 Otro argumento sim­
plista podría ser el de la relación entre el color negro del
chocolate y su asociación con las mujeres africanas. Sin
embargo, existen más elementos detrás de estas explica­
ciones.

fil Un villancico de Navidad, estrenado en la Capilla Real en 1697, relata cómo


unos chocolateros llevan un metate al pesebre par a hacerle el chocolate al
Niño Jesús: "A moler, a moler empezad, polque al son de las piedias, porfie­
mos cantal, tonadillas de Angola y de Panamá.” Otro villancico de Oaxaca
también hace alusión a este tema. Citado en Glenn Michael Swiadon, Los ui-
llandos de negro en el siglo XVn, op. rió, pp. 93 y 143.

453
María Elisa Velázquez Gutiérrez

Desde las primeras relaciones de la Conquista, cronis­


tas como Bemal Díaz del Castillo relatan el uso del cacao
como bebida excitante para el contacto con mujeres. AI
narrar algunas anécdotas en tomo a Moctezuma y su cor­
te, dice así el soldado conquistador: “traían en unas como
a manera de copas de oro fino con cierta bebida hecha
del mismo cacao; decían que era para tener acceso con
mujeres...”.82
Tiempo después, a mediados del siglo X V II, el ya ci­
tado Thomas Gage relata en su diario un curioso acon­
tecimiento que también relaciona a las mujeres con el
chocolate. Se trata del suceso llamado “jicarazo del obis­
po de Chiapa”, que refiere como las mujeres del lugar en­
venenan con chocolate al sacerdote, porque se rehusaba a
permitir que esta bebida se tomara durante el sermón. El
dominico señala que el origen del chocolate se deriva pre­
cisamente de la palabra envenenar,83 pero también asegu­
ra que las mujeres de Chiapa preparaban esta bebida para
que “...revienten los que no ceden a sus caprichos...”.84 En
este mismo sentido, pero enfocándonos ahora más a las
mujeres de origen africano, es interesante señalar que va­
rias fuentes documentales del A G N relacionan, aunque no
de manera exclusiva, al chocolate como medio de enve­
nenamiento y hechicería con mujeres de origen africano,
quienes utilizaban esta bebida para lograr los amores de
algún sujeto, pero también para conseguir otros fines co­
mo robar o hacerle daño a su amo.

k' Berna] Díaz del Castillo, Historia de la conquista de Nueva España, México Po­
rrúa, 1992, p. 167.
Thomas Gage, Nuevo reconocimiento de las Indias Occidentales México FCr
(Sep /80), 1982, p. 329. ’ '
u Ibid, p. 330.

454
A ta v ío , g en io y costum bres

Estos testimonios, como las imágenes de los cuadros


de castas, parecen reflejar un nexo sugerente entre sexua­
lidad, envenenamiento, hechicería y mujeres, en particular
sirvientas de origen africano.8'’ La presencia del chocolate
en las escenas de castas junto con mujeres de origen afri­
cano no es gratuita y quizá esté aludiendo, además de a
las características de su oficio, a los mitos y estereotipos
existentes en esta época, en tomo de sus dones mágicos y
sus atractivos sexuales. Cabe hacer notar que el uso del
chocolate, en relación con la sexualidad, la gula, el placer
u otros males parece estar presente en la sociedad novo-
hispana de una manera generalizada, y a lo largo de todo
el periodo virreinal se polemizó acerca de sus cualidades
curativas y afrodisiacas, tanto que incluso en el siglo XVII
Antonio de León Pinelo escribió en España un tratado ti­
tulado: Questión moral, si el chocolate quebrante el ayuno ecle­
siástico.*6Juan Solórzano y Pereyra afirmaba que la bebida
del chocolate “si se toma simple, es refigerar y causar mu­
cho nutrimento; pero si se toma compuesta, excitar para
el uso venéreo”.87 Por ejemplo, las monjas carmelitas, ade­
más de los votos comunes de castidad, pobreza, obedien­
cia y clausura, tenían como quinto voto el de no beber
chocolate.88 La polémica sobre las cualidades o defectos

M Desde mediados del siglo XVIIi y a lo largo del XIX aparece en Europa un
interés más enfático en representar en imágenes a la mujer africana en rela­
ción con atributos sexuales. Véase Ja n Nederveen, Whitc on Black, Images o}
Africa and Blacks in Western Popular Culture, op. cit., p. 181.
*° Antonio de León Pinelo, Questión Moral si el chocolate quebranta el ayuno eclesiás­
tico (1636), México, Centro de Estudios de Historia de México, Condumex,
87Juan de Solórzano y Pereyra, Política indiana (1647), (ed. facs. de la de 1776),
México, Secretaría de Programación y Presupuesto, )í)79, cap. V, lib. II, p. 106.
88 Francisco de la Maza, Arquitectura de los coros de monjas en México, México,

UNAM, 1083, p. 42. Fray Agustín de la Madre de Dios hace la siguiente ob-

455
María Elisa VeJázqucz Gutiérrez

del chocolate siguió vigente en el siglo XVIII, tanto en Mé­


xico como en Europa;8*' por ejemplo, algunos científicos
novohispanos, como Bartolache, aseguraban que “el lati­
do”, es decir, la histeria en las mujeres, podía disminuir si
se dejaba de beber chocolate.*’0
No sólo el chocolate parece guardar relación con las
mujeres de origen africano, sino también el tabaco, cuyo
uso generalizado fue común en la Nueva España. Ajofrín,
justo a mediados del siglo XVIII, cuando se ejecutan la
mayoría de estas obras pictóricas, hace hincapié en el uso
desmedido del chocolate y del tabaco entre la población
novohispana. Se escandaliza en par ticular del tabaco y atri­
buye su uso y hábito a la influencia de las negras y mulatas:

El tabaco de hoja es otro abuso de la América. Lo fu­


man todos, hombres y mujeres, hasta las señoritas más
delicadas y melindrosas... Los religiosos y clérigos se
encuentran también en las calles tomando cigarro, ha­
bituándose desde niños a este vicio, y creo lo aprenden,
con otros, de las amas de leche, que aquí llaman chi­
chiguas, y regularmente son mulatas o negras...111

Entre otras, en la serie atribuida al taller de Juan Rodríguez


Juárez, cuyo conjunto corresponde cronológicamente a

servado« sobre las monjas carmelitas en el siglo XVII: “...Al principio pro­
pusieron de no beber chocolate y ha sido tal la observancia que se ha teñí
do en esto que ni aún por medicina ni recela de los médicos (que para acha
ques particulares lo ordenaban) se ha admitido, porque las mismas enfermas
querían antes morir que no se introdujeran en la Orden los desórdenes y da­
ños...”. Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano (vers. paleo.), Eduardo
Báez Macías (introd. y not.l, México, L'NAM, 198í>, p. «77
*J Sophie D. Coe y Michael D. Coe, I.a verdadera historia del chocolate, México
FCK, 1ÍW9, pp. 261-302.
6 0 Elias Trabulse, Historia de la ciencia en México, México, KCE, t. III, 1!)!)2, p. lól.

:)l Francisco de Ajofrín, Diario del viaje que hizo a la América en el siglo XVIII, op.
cit. pp. 78 y 79.

4.5b
A ta v io , g enio y costum bres

una de las pinturas más antiguas de este género, posible-


mente realizada alrededor de 1725, se observa, como en
otros cuadros que repitieron este mismo modelo, la cos­
tumbre a la que de alguna manera se refiere Ajofrín, ya
que el hijo de la negra ofrece el braserito a su padre para
prender el cigarro que está en proceso de elaborar (figu­
ra 82). Esta representación podría aludir a que la mujer
de origen africano permite y avala este mal hábito. Sin em­
bargo, también es cierto que tanto el hábito de fumar co­
mo el de usar cajitas de rapé o polvos de tabaco que se
acostumbraban aspirar para producir estornudos, fueron
por otra parte considerados actos de elegancia y refina­
miento,92 tal y como lo atestigua otro cuadro de castas de
la serie de José de Páez, elaborado hacia finales del siglo
X V III, perteneciente a una colección particular en México,
que representa a una familia formada por español, mulata
y morisca. La mulata, además de portar la saya negra y el
collar de perlas, lleva una cigarrera, probablemente de
plata que cuelga de su cintura, quizá como símbolo de dis­
tinción (figura 83).
Lo cierto es que algunas costumbres vinculadas con
vicios o hábitos a lo largo del periodo virreinal, como se
ha observado, se relacionaron en fuentes documentales y
obras pictóricas con las mujeres de origen africano, hacien­
do alusión, sin proponérselo abiertamente, a la importancia
de su participación cultural, criticada o aceptada, en la so­
ciedad virreinal.

Gustavo Curiel y Antonio Rubial, Finlura y vida cotidiana e.n México 7650-1950,
op. c i í p. 1 ltf.

457
María Elisa Velázquez Gutiérrez

El genio o la templanza

Orgullo, dicen los diccionarios de la época colonial, es arro­


gancia, suficiencia, presunción o soberbia. Despejo signi­
fica osadía, audacia, arrojo o atrevimiento.93 Estas dos
palabras aparecen en una cartela del cuadro de castas de
José Joaquín Magón, aludiendo al genio o temperamento
de una mulata. La inscripción completa dice así: “...El or­
gullo y despejo de la mulata, nace del blanco y negra que
la dimanan...” !M(figura 84).
Durante la época colonial, las virtudes o defectos tu­
vieron un nexo con los valores culturales, sociales y de
género establecidos por los cánones cristianos, las costum­
bres occidentales y las prácticas sociales fruto del inter­
cambio cultural entre los distintos grupos sociales a lo largo
de las distintas épocas. El siglo X V I I I , como en otros as­
pectos, pareció inaugurar una nueva forma de percibir y
asociar las virtudes y los defectos con el origen racial y las
costumbres familiares. Además, la educación adquirió un
papel central entre las cualidades que debían formar parte
de los individuos, entre ellos de las mujeres, a quienes se
Ies confería un lugar primordial en la instrucción de los hi­
jos y en la transmisión de los principales valores morales
en la familia. Juan de Viera, en su narración de la ciudad
de México durante la segunda mitad del siglo X V III, hace
hincapié en la fundación de colegios dedicados a la ins­
trucción de las niñas tanto en “la virtud como en todo lo
que es mujerío, coser, bordar, y tejer” y subraya que de

M VúM M rio Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covamibias


(1611), op. c i t y Diccionario de autoridades (1732), op. át.
4 cua3ro cic castas de José Joaquín Magón, datada hacia las últimas
décadas del siglo XVIII.

458
A ta v ío , g enio y costum bres

esas instituciones las mujeres “salen muy primorosas y úti­


les para el gobierno de una casa y familia, si llegan a tomar
estado de matrimonio”.95
La apreciación de la unión entre blanco y negra —con­
siderada también por la definición etimológica del perio­
do como “mezcla extraordinaria”- delata en la frase de
la cartela antes señalada una interesante mirada social y
moral de los novohispanos sobre los atributos que carac­
terizaban las cualidades o defectos de estos dos grupos ét­
nicos y su mestizaje. El blanco se relaciona con la viveza,
la altivez y el orgullo desmedido; por su parte, la negra se
vincula con el desenfado, el donaire y la gallardía, carac­
terísticas no muy deseables para las mujeres de la época.
Aunque la descripción antes citada sobre el car ácter de
una mulata no es ajena del todo, ya que por lo menos des­
de el siglo X V I I está esbozada en crónicas y fuentes do­
cumentales, quizá en ningún texto escrito aparezca una
definición tan explícita sobre estas mujeres, como en las
imágenes de los lienzos. Más aún, los dos adjetivos, aun­
que no escritos, parecen estar representados en algunas de
las miradas, los gestos o las actitudes de negras y mulatas
en estos cuadros de castas.
Desde las primeras imágenes que se conocen de este
género, se hace alusión al genio o la templanza de las mu
jeres de origen africano de una manera crítica. Una de ellas,
muy parecida al modelo que se atribuye al taller de Juan
Rodríguez Juárez, elaborada hacia mediados del siglo X V III
y perteneciente a una colección particular en México, pre­
senta a una familia formada por un español, una negra y

9S Juan de Viera, Breve y compendiosa narración de la ciudad de México (1777), op. cit.,
pp. 64 y 65.
459
Malia Elisa Velázqucz Gutiérrez

un mulato. Como muchas otras imágenes ya analizadas, la


familia se encuentra en la cocina y mientras el español ela­
bora un cigarro con la ayuda del hijo, la mujer de origen
africano guisa cerca del fogón. Mientras lo hace, de mane­
ra disgustada parece dirigir algunas palabras de reclamo
al cónyuge, quien apaciblemente escucha los regaños. Es­
te mismo modelo se repite en otros lienzos, con algunas
variaciones, en las que la mujer francamente disgustada y
violenta, intenta pegar con la cuchara del guiso al peque­
ño hijo, quien se refugia con su padre, que ñata de resguar­
darlo de los posibles golpes.
El carácter retador y altivo de las negras también se re­
conoce en otros cuadros de castas de años posteriores, ela­
borados por destacados pintores como Miguel Cabrera.
El lienzo de la serie de este pintor elaborada en 1763 y per­
teneciente a una colección particular en México que re­
presenta a la familia de español, negra y mulata, deja al
descubierto en gestos y expresiones los atributos que fue
ron asignados en muchos casos a mujeres de origen africa­
no (figura 85). La negra, vestida elegantemente con su saya
negra y con broches de plata, parece dirigir con la mirada,
pero sobre todo con la mano, algunos gestos de discordia
a su pareja, quien escucha serenamente los posibles recla­
mos, pero además la niña mulata refleja en su mirada el
genio de osadía o arrogancia, a la que se refirió años des­
pués José Joaquín Magón, en la cartela de su cuadro de
castas. Otro lienzo de una serie del último cuarto del siglo
XVIII, perteneciente a una colección particular en México,
recupera modelos y fórmulas usadas por Miguel Cabrera
y también representa la escena de discordia entre una pa­
reja de negra y español. En la imagen la mujer, mediante

460
A ta v ío , g e m a y costum bres

gestos y manoteos enérgicos, parece reclamar al español,


esta vez vestido como soldado del ejército, quien a diferen­
cia de los españoles en imágenes anteriores, responde a la
querella con expresiones de disgusto. La niña mulata, en
medio de la pareja, parece presenciar resignada la escena
ante los posibles espectadores (figura 86).
Este mismo ambiente de tensión y discordia se presen­
ta en otras series de José Joaquín Magón, referidas ahora
a la unión entre mulatas y españoles. En el lienzo de las úl­
timas décadas del siglo XVtil, perteneciente al Museo Na­
cional de Antropología en Madrid, se ubica la pareja una
vez más en la cocina. La mulata, ataviada con collar y
chiqueador, expresa en su mirada y en la posición de sus
brazos enojo, mientras que el español, de posición econó­
mica ventajosa, le pide silencio con un gesto, probablemen­
te indicándole mesura y discreción frente a la pequeña
niña, quien mira con asombro la escena (figura 87). Las
miradas y expresiones de recelo de las mujeres de origen
africano también están presentes en otras escenas qué re­
presentan uniones de otras mezclas con influencia africana.
Tal es el caso de un cuadro de la misma serie que el ante­
rior, en el que una mujer morisca unida con un coyote, por­
tando el atuendo característico de estas mujeres, expresa
en la mirada desafío y cierta arrogancia, con motivo de
algún posible pleito, mientras el cónyuge la observa más
apaciblemente. Otra imagen, de autor anónimo y pertene­
ciente a la colección del Museo Soumaya, también hace
referencia al carácter de las mujeres de origen africano.
En ella puede observarse la imagen modelo, repetida en
distintas series, de la negra con el español, en la cual se dis­

461
María Elisa Velazquez Gutierrez

tingue el gesto de enojo de la africana, quien aparece de


pie (figura 88).
Por último, otras escenas precisamente de principios
del siglo XIX reflejan una clara intensión de criticar el ca­
rácter o genio de las mulatas, y además las característi­
cas peligrosas de las uniones familiares entre los grupos
más mezclados y de menor nivel económico y social. Así
lo demuestra, un lienzo anónimo de esta época, pertene­
ciente al Museo Nacional de Arte en México, en el que
es representada una familia formada por un coyote mesti­
zo, una mulata y un ahí te estás. Esta familia de muy pocos
recursos económicos, a diferencia de las otras, se encuen­
tra ya en un pleito franco en el que intervienen la violencia
y los golpes. La mulata, con una expresión agresiva y reta­
dora, toma de los cabellos al cónyuge, a quien está a pun­
to de aventarle un plato, posiblemente de baño. El niño,
sostenido por la madre de la espalda, está a punto de caer,
asustado por semejante escena (figura 89).
Como se ha observado, las mujeres de origen africano,
y quizá más abiertamente las negras, son miradas en estos
cuadros como mujeres retadoras, desobedientes y atrevi­
das. Algunas de estas imágenes contrastan notablemente
con las representaciones de indígenas o mestizas y por su­
puesto españolas, quienes se acercan más en su actitud al
modelo ideal femenino relacionado con la sumisión, el re­
cato y la obediencia, y sobre todo a la “buena cuna” o
“digna sangre” que otorgaba el origen cultural y racial, fun­
damentalmente a partir de las ideas del siglo XVIII. Estas
imágenes parecen querer poner de relieve los peligros que
pueden correr quienes se unen con mujeres de origen afri­
cano, especialmente los españoles, quienes en la mayoría

462
Atavio, gemo y costumbres

de estos lienzos reflejan una actitud de mesura. Es impor­


tante recordar que casualmente en las misma escenas en
que el chocolate está presente, las negras se muestran co­
mo en ningún otro caso de personaje femenino, a punto
de golpear a su pareja, justamente con el molinillo, actitud
por demás sobresaliente y desaprobadora en la época pa­
ra las mujeres, si se considera además su condición de es­
clavas o por lo menos de menor jerarquía social.
En suma, elementos como el atavío, el chocolate, el
genio y las costumbres, asociados en estos cuadros de cas­
tas con negras y mulatas, parecen mostrar, entre otras co­
sas, que las mujeres de origen africano contrastaban con
los postulados morales de la época en torno del papel de
la mujer. En la doble intención que encierran estas obras
pictóricas: la de mostrar con cierto orgullo una autoimagen
de la diversidad cultural de la Nueva España y la de ha­
cer énfasis en la necesidad de una jerarquía social y racial,
las negras y mulatas se presentan como retadoras, deso­
bedientes y de instintos salvajes o poco civilizados. Al
mismo tiempo, son representadas como mujeres de genio
o temperamento altivo y audaz, cuyas actitudes y expre­
siones, mediantes dones mágicos, extravagantes formas de
vestir y lascivos ademanes, muestran la resistencia a aca­
tar normas y reglas sociales.

C onsideraciones

Por medio de imágenes pictóricas y partiendo de un orden


que proporciona las mismas representaciones, en esta sec­
ción se ha retomado el análisis de los principales temas
abordados en capítulos anteriores sobre las mujeres de ori­

463
Maria Elisa Vdázquez Gutiérrez

gen africano en la ciudad de México: su participación en


actividades domésticas y comerciales, su presencia en el
ámbito familiar, su injerencia en el intercambio cultural,
el papel de su condición racial y de género y las distincio­
nes que las caracterizaron frente a otras mujeres novohis-
panas.
Estas obras, además de sus valores artísticos e icono­
gráficos, ofrecen datos históricos para recrear la vida vi­
rreinal en la ciudad de México y mostrar la forma en que
las africanas y sus descendientes fueron percibidas por la
sociedad de su tiempo. Más que retratos fieles del momen­
to, las obras artísticas del periodo novohispano recrean la
ideología de la sociedad novohispana, formada por los va­
lores ideales y la realidad social que plasman los pintores
de la época.
Las africanas y sus descendientes aparecen en activi­
dades domésticas y comerciales o como esclavas acom­
pañando a sus dueñas y en la corte virreinal. También las
vemos paseando en la Alameda y en otros espacios públi­
cos. En biombos, exvotos y lienzos se observan convivien­
do con miembros de otros grupos sociales en mercados,
plazas y procesiones o compartiendo con su pareja un espa­
cio doméstico. Su presencia se distingue por la vestimenta
que las caracterizó y que tanto escandalizó a algunos cro­
nistas, acompañada de collares y pendientes y por algunos
atributos iconográficos, como el chocolate, que formaron
parte de los estereotipos que las caracterizaron. En los
cuadros de castas, elaborados en el siglo XVIII, también
se distinguen de otras mujeres por su genio y templanza.
Acompañadas en general por una pareja española, las mu­
jeres de origen africano se plasmaron como retadoras, de­

464
A l a n o , n en ia y costum bres

sobedientes y orgullosas, capaces incluso de golpear a sus


cónyuges. Ello responde probablemente a los nuevos cri
terios ideológicos cuya intensión era mostrar las virtudes
y cualidades de los distintos grupos culturales de acuerdo
con un nuevo orden racial. Sin embargo, también parecen
mostrar los contrastes culturales de las mujeres de ori­
gen africano, que como se analizó a lo largo de esta tesis,
fueron capaces de luchar por sus derechos, sin conformar­
se siempre con su condición de sujeción.
En suma, con estas imágenes se atestigua la importan­
cia de las mujeres de origen africano en la conformación
social de la Nueva España y su participación en la vida co­
mercial, familiar y cultural. Estos testimonios artísticos
complementan la información que aportan los documen­
tos escritos y además aportan nuevos datos, que no siem­
pre aparecen en las obras escritas.

465
C o n c l u s io n e s
m

En plazas, mercados, cocinas y conventos, portando sayas


distintivas y consideradas de genios altivos, las africanas y
sus descendientes, participaron activamente en la configu­
ración económica y cultural de la sociedad virreinal de la
ciudad de México. Para comprender y ampliar el conoci­
miento acerca de la problemática cultural, étnica y de géne­
ro que vivió la sociedad novohispana, es necesario estudiar
y entender las formas de participación de las mujere.s de
origen africano, tanto en el ámbito productivo como en el
de la reproducción social.
Es imposible negar que los intercambios culturales y
raciales caracterizaron las relaciones sociales. Sin embargo,
para comprenderlos y no sólo observarlos como situacio­
nes naturales producto del mestizaje es necesario analizar
quiénes los protagonizaron y cómo se construyeron, lo cual
implica reflexionar sobre los procesos de integración y
segregación que los caracterizaron.1Uno de los fines cen­

1 Catharine Good destaca, por ejemplo, que la versión del mestizaje y de la


historia como un proceso inexorable de la tranformacíón del indio y todos los
otros grupos, incluyendo la población de origen africano en mestizos portado­
res de una cultura nacional uniforme, tergiversa la realidad y niega prota
gonismo a los diversos actores sociales. También subraya que bajo el término
mestizo, desaparecen los africanos y sus descendientes; también los chinos,
los filipinos, los libaneses, los españoles, los menonitas, entre otros, sin men­
cionar toda la diversidad de pueblos indígenas. “Reflexiones sobre las razas
y el racismo; el problema de los negros, los indios, el nacionalismo y la mo­
dernidad’’, en Dimensión Antropológica, México, INAH, año 5, vol. 14, septiem
bre-diciembre de 1998, pp. 12fi y 127.

467
María Elisa Velázquez Gutiérrez

trales de la historia es ayudar a comprender los problemas


contemporáneos que aquejan a la sociedad y dejar memo­
ria de los hechos y procesos que formaron parte de nuestra
identidad. Negar episodios o silenciarlos, menospreciar la
presencia de ciertos grupos y su participación, así como
olvidar cuáles fueron las problemáticas que existieron en
nuestro pasado, sólo impide conocer y resolver las injus­
ticias y los problemas que enfrentamos actualmente.
Por ello considero que reconocer la presencia y par­
ticipación de las mujeres de origen africano en México,
particularmente en la capital, coadyuva a descifrar las ca­
racterísticas del proceso cultural mediante el cual se ha
conformado la sociedad, así como a conocer y entender
la diversidad cultural de la que somos herederos y el ori­
gen de muchos de los estereotipos y mitos hacia otras cul­
turas que formaron parte de nuestro pasado y que siguen
presentes.2
Como bien se sabe, la sociedad virreinal estuvo com­
puesta por distintos grupos étnicos y sociales que, a lo
largo de un proceso de convivencia e intercambio cotidia­
no, crearon nuevas formas de expresión y organización

2 Si bien es cierto que el racismo, particularmente h a d a la población negra o


morena, en muchas ocasiones se ha manifestado abiertamente en México,
generalmente se ha negado y sólo se ha hecho explídto en coyunturas de
carácter social o económico. Una encuesta sobre discriminación realizada
por la revista Nexos, demostró que 2fi por dentó de la población en la ciudad
de México opinaba que no aceptaría convivir con un negro en su casa o en
su familia (programa Zona Abierta, febrero, 2002). Por otra parte, es im por­
tante señalar que en los pueblos de la Costa Chica de Oaxaca y Guerrero,
con una significativo porcentaje de pobladón con rasgos y herencia cultural
de origen africano, se ha desarrollado desde 1907 un movimiento de pueblos
negros que coincide con problemas económicos y políticos en la región. Es­
te movimiento ha tenido el objetivo de dignificar la historia y presencia de
los negros y su participación en la sociedad, defendiendo y valorando cos­
tumbres y tradiciones que reconocen como propias y distintas a las de otros
grupos.

468
Conclusiones

cultural. Los recelos que desde los primeros tiempos, des­


pués de la Conquista de México, mostraron las autorida­
des civiles y religiosas con relación al intercambio cultural
que se llevaba a cabo en la Nueva España, en especial en
la ciudad de México, no fueron suficientes para impedir la
convivencia, los enlaces y la mezcla entre los distintos gru­
pos de la capital. El análisis de estas relaciones muestra que
el origen cultural y la condición de género le imprimieron
a dichas relaciones características específicas, mismas que
permiten comprender la complejidad y diversidad cultural
sobre la que se estructuró la sociedad virreinal. Desde dis­
tintos espacios y perteneciendo a diversos estratos sociales,
las mujeres fueron agentes activos en la conformación de
esta sociedad que a lo largo de 300 años fue gestando un
orden social, económico y político que, aunque vigilado
y controlado por la Corona, desarrolló una autonomía re­
lativa y una organización singular, adecuada a las inquietu­
des y necesidades de quienes la integraban.
Poco atendida por la historiografía, a pesar de la lla­
m ada de atención que desde los años cincuenta del siglo
pasado hizo el antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán, la
población de origen africano de México, y en especial sus
mujeres, ha sido olvidada por la memoria social contem­
poránea y desconocida por muchas investigaciones. Tres
obstáculos historiográficos parecen haber impedido el aná­
lisis de la participación femenina de origen africano: su
condición de género, su situación racial y las ideologías
del siglo XVIII, que fueron determinantes para la elabora­
ción de un discurso sobre la conformación cultural de Mé­
xico. Los dos primeros están vinculados a una visión de la
historia en la que se excluyó el estudio de la participación

469
María Elisa Velá2 quez Gutiérrez

de las mujeres y la de otros grupos sociales. Perspectiva


que, desde hace ya varias décadas, ha sido refutada ante
la importancia que las investigaciones de las minorías y
con perspectiva de género han adquirido. El tercer obs­
táculo, ligado a los dos primeros, tiene sus antecedentes
en los intereses historiográficos del siglo XVIII, preocupa­
dos en enaltecer el pasado prehispánico y en reafirmar la
presencia hispánica, cuyas principales tesis fueron desarro­
lladas a lo largo del siglo XIX y retomadas con énfasis por
la ideología posterior a la Revolución mexicana. Dicha
ideología basó sus criterios en la caracterización del mes­
tizaje como premisa fundamental de la nacionalidad me­
xicana como proyecto político, negando y olvidando la
presencia de otros grupos culturales.
Para comprender y distinguir la experiencia de estas
mujeres en el contexto de la esclavitud, ha sido necesario
conocer los antecedentes generales de la esclavitud domés­
tica femenina como una práctica antigua en varias socie­
dades tanto de Europa, como de África y América. Ello
permite distinguir algunos elementos característicos de la
esclavitud de los africanos en la Nueva España. Como lo
han sostenido otros especialistas, la ideología y gran parte
de las normas jurídicas sobre la sumisión que se estable­
cieron en la América hispánica y portuguesa, se heredaron
de la experiencia occidental y sobre todo de la Península
Ibérica en ios últimos años de la reconquista. Aunque no
existieron códigos especiales para el trato a los esclavos
hasta el siglo XVIII, muchas de las leyes y normas fueron
recopiladas en las Leyes de Indias, de acuerdo a los cri­
terios de las Siete Partidas de Alfonso el Sabio. Sin em­
bargo, en la ciudad de México, como en otras ciudades de

470
Conclusiones

América, la esclavitud doméstica adquirió diversas m o­


dalidades, acordes a la realidad social imperante durante
el periodo novohispano.
Como lo ha señalado Sidney W. Mintz, la esclavitud
no se puede considerar como un fenómeno social unifor­
me sino, por el contrario debemos reconocer que ésta es
dependiente de los diferentes niveles de desarrollo econó­
mico y de las diversas dinámicas sociales.3 Por ejemplo, en
la Nueva España, existieron diferencias considerables entre
la esclavitud doméstica y la de cuadrillas, que entre otras
cosas, propiciaron relaciones sociales más complejas. Las
fuentes documentales demuestran que existieron distintas
modalidades de esclavitud doméstica y que la femenina
en la capital virreinal tuvo mayor importancia que la mas­
culina, no sólo en número y jerarquía social, sino en va­
loración comercial, ya que, por ejemplo, muchas veces el
precio que alcanzaron las esclavas fue mayor que el de los
varones. En este sentido deben subrayarse las aportaciones
culturales de las mujeres de origen africano en la confor­
mación de la sociedad mediante su participación cotidiana
en las distintas actividades de reproducción social. Consi­
dero, como lo subraya Sidney Mintz, que las experien­
cias cotidianas de los esclavos y sus descendientes y de la
servidumbre doméstica, en tareas como la elaboración de
comida o de la crianza, tuvo dimensiones culturales im­
portantes.4

3 Sidney W. Mintz, “Reseña de Slavery ’ 1 de Elkins, en American Anthropologist,


núm. 63, 1961, citado en Verena Stolcke, Racismo y sexualidad en la Cuba colo­
nia1, Madrid, Alianza, 1992, p, 27.
4 En un interesante artículo sobre las sociedades del Caribe, Sidney Mintz
subraya la importancia de la elaboración de alimentos y ¡as dimensiones cul­
turales de esta actividad en la conformación de las sociedades. Tasting Food,

471
María Elisa Velazquez Gutiérrez

La esclavitud doméstica fue un recurso utilizado no


solamente por la nobleza, sino también de funcionarios
eclesiásticos y civiles, artesanos y comerciantes, quienes
ocuparon esclavas en diversas tareas domésticas, artesa-
nales y comerciales. La demanda de esclavos y esclavas
al menudeo en la capital virreinal fue muy amplia, sobre
todo entre los años de 1580 y 1650 cuando la población
indígena sufrió una caída demográfica significativa en la
Nueva España.
Los documentos demuestran que las mujeres desarro­
llaron, mediante estas ocupaciones, relaciones complejas
y heterogéneas con los diversos sectores étnicos y sociales
de la capital virreinal que, entre otras cosas, les perm i­
tieron cierta movilidad social y económica. También de­
muestran que el orden jurídico y las necesidades sociales
permitieron que la población de origen africano encontra­
ra oportunidades de denunciar los malos tratos, luchar por
sus derechos y buscar alternativas para mejorar sus con­
diciones de vida.
Trasladadas de sus culturas de origen y sometidas co­
mo esclavas, muchas mujeres de origen africano sufrieron
vejaciones y maltratos a consecuencia de su condición de
sumisión; sin embargo, con el paso del tiempo, se estable­
cieron distintas posibilidades sociales y económicas para
que lograsen adquirir la libertad y mejores condiciones de
vida para ellas y sus descendientes, procesos cuyas carac-

Tasting Freedom, Boston, Bcacon Press, 1‘Jüfi. Lo ha señalado Lourdes Arízpe,


la cultura no es un objeto sino “un evento creado por la libre decisión de un
conjunto de personas por asumir, portar y transmitir ciertas pautas cultura­
les”. Ponencia “Cultura o voluntad política: cómo construir el pluralismo en
México", presentada en el Seminario Cultura, patrimonio y creatividad, México,
UNAM, marzo, 2001.

472
C onclusiones

terísticas me ha interesado destacar en esta investigación.


La libertad otorgada por los propietarios o amas (a veces
por afecto, en otras por conveniencia económica y tam­
bién por valores o compromisos cristianos}, la solidaridad
de otros africanos libres para solventar los gastos por la
libertad de parientes o amigos y los matrimonios o los en­
laces extramaritales interétnicos fueron vías para lograr
que un número importante de población de origen africa­
no, gran parte de ella mujeres, adquiriera la libertad. Ello
no implicó necesariamente que la esclavitud en la Nueva
España, y en particular en la ciudad de México, haya sido
más benévola que en otros países de América, como lo
han sostenido algunos autores,5 pero sí el de aportar datos
que contribuyan a la comprensión de esta institución tan
compleja y diversa en las Américas.
Las características de las culturas de origen de las afri­
canas que arribaron a la ciudad de México coadyuvan en
la comprensión del impacto cultural que sufrieron en su
nueva realidad social. Su origen cultural determinó, en
muchos momentos, las formas o estrategias de resistencia
cultural que utilizaron para defender sus derechos como
mujeres, trabajadoras y madres. Este bagaje cultural con­
tribuyó a que establecieran redes de solidaridad y afecto
con grupos de su mismo origen cultural, aunque en ocasio­
nes también crearan alianzas con otros grupos y sectores
sociales. Las formas de ser y de pensar de sus culturas de
origen fueron recreándose a lo largo del tiempo, junto con

* Algunos de ellos son Frank Tannebaum, El negro en las Americas; esclavoy civda-
dano, Buenos Aires, Paidos, 1U6H; S. M. Elkins, Slavery: A Problem in American
institutional and Intellectual Life, Chicago, 1!)5U; y Herbert Klein, Slavery in the
Americas: A comparative Study of Virginia and Cuba, London, 1967.

473
María Elisa Velázquez Gutiérrez

las nuevas concepciones y costumbres de los grupos que


conformaron la capital virreinal, sin embargo, no por ello,
las primeras fueron olvidadas y asimiladas por completo
en la Nueva España, como ha sido sostenido por algunos
investigadores.6 Formas de cocinar, de vestir, de bailar o
cantar, de invocar a sus ancestros y llevar a cabo prácticas
religiosas, son ejemplo del papel que desempeñó su heren­
cia cultural y de las nuevas formas de participación que
existieron en la compleja sociedad del periodo virreinal.
En este sentido, es importante subrayar que el concepto
de cultura, tal y como lo conciben Mintz y Price,7 debe
comprenderse como un proceso creativo y no sólo como
una determinante atemporal y con rasgos puros a lo largo
del tiempo. Su procedencia, fundamentalmente de distin­
tos grupos de África occidental y ecuatorial, proveyó a es­
tas mujeres de un bagaje cultural que les permitió encontrar
salidas a su condición de sometimiento, crear alianzas pa­
ra conseguir mejores condiciones de vida y lograr llevar
una vida relativamente independiente, muchas veces sin
el respaldo de una pareja o un tutor. Su origen cultural
también influyó en las apreciaciones que misioneros y co-

b Por ejemplo. Solange Alberto había señalado en varios textos que el desarrai­
go de los esclavos, la heterogeneidad de sus orígenes étnicos y su misma con­
dición les impidieron mantener una cultura propia y los llevaron, por otra
parte, a asimilar lo mejor y más rápidamente posible las que encontraron a su
alcance. Sin embargo, en sus últimos trabajos, también reconoce que “los ne­
gros y mulatos lograron conservar algunos pedazos o hasta partes enteras de
la cultura africana en la memoria más secreta y por tanto más segura, la que
escapaba mejor a los controles y coacciones: su cuerpo.” Como el cuerpo, en
esta tesis he querido comprobar que otras prácticas culturales de origen afri­
cano también fueron recreadas en la Nueva España. Véase Del gachupín d
criollo o de cómo los españoles de México dejaron de serlo, México, la. reimp., El Co­
legio de México, 1077, pp. 170-172.
7 Sidney W. Mintz y Richard Price, The Birth of African-American Culture. An An­
thropological Perspective, op. cit.

474
Conclusiones

Ionizadores tuvieron sobre ellas desde las primeras incur­


siones a África, observaciones que fueron heredadas en
la Nueva España y reproducidas en mitos y estereotipos
que las caracterizaron como mujeres lascivas, salvajes y
propicias a las malas costumbres.
Las africanas y sus descendientes, participaron en las
diversas tareas de reproducción social y en varias de las ac­
tividades económicas, muchas de las cuales les permitieron
la transmisión, recreación e intercambio cultural. Como
esclavas o libres llevaron a cabo tareas como cocineras,
lavanderas, curanderas, nodrizas, vendedoras o auxiliares
en distintos oficios, pocas veces reconocidas en la historio­
grafía tradicional, pero fundamentales para la vida social
de aquella época. Estas tareas permitieron desarrollar, com­
plejas formas de relación entre amos y esclavos, muchas
veces de explotación y maltrato, pero en otras de alianza,
afecto y solidaridad. La convivencia en casas particulares,
conventos, talleres artesanales, mercados, plazas e igle­
sias, propició relaciones entre grupos de distintos sectores,
mediante enlaces extramaritales y de relaciones de compa­
drazgo o solidaridad cada vez más complejas que aumen­
taron las preocupaciones de las autoridades metropolitanas
por jerarquizar y organizar a la sociedad de acuerdo a una
diferenciación racial.
Con los estudios de caso se ha podido examinar el pa­
pel de las africanas y sus descendientes en el matrimonio
y los enlaces consensúales. Si bien en los matrimonios exis­
tieron tendencias hacia la endogamia,8 los enlaces extra-

Como se ha señalado en capítulos anteriores, las cifras sobre matrimonios le­


gítimos reflejan que casi siempre existieron, tendencias endogámicas en los
matrimonios de la ciudad de México.

475
Maria. Elisa Velazquez Gutierrez

maritales, difíciles de cuantifícar, desempeñaron un papel


central en la dinámica familiar de la capital virreinal.
Las africanas y sus descendientes, generalmente opta­
ron por establecer enlaces con grupos de mayor jerarquía
social. En los casos revisados, por ejemplo, fueron escasas
las uniones de éstas con indios, lo que contrasta, notable­
mente, con el número de casos en los que se encontraron
uniones entre africanos e indias. Las relaciones de mujeres
de origen africano con hombres de mayor condición social
se explica por el hecho de que estas uniones les ofrecían
mejores condiciones de vida. Es cierto que muchas muje­
res, sobre todo esclavas, fueron sometidas sexualmente y
que muchos de sus hijos no fueron reconocidos por los
padres, adquiriendo una condición de ilegitimidad. No
obstante, es importante subrayar que esta condición co­
bró mayor importancia hacia el siglo XVIH, mientras que
durante los dos siglos anteriores, ésta no determinó por
completo la condición social de quien era considerado
ilegítimo.
Por ejemplo, los cuadros de castas o de mestizaje, nos
presentan reiteradamente la unión del español con las ne­
gras o mulatas, lo que comprueba, al igual que las fuentes
documentales, que esta práctica fue común en la sociedad
virreinal. En estas imágenes se subrayan los riesgos que
corren estos enlaces desiguales, frente a la armonía de otras
parejas, entre ellas las de español e india; no obstante, tam­
bién revelan el carácter altivo, orgulloso y retador que di­
ferenció a las africanas y sus descendientes. He sugerido
que algunas de las características que distinguieron a las
mujeres de origen africano de otras mujeres novohispa-
nas, influyeron en la dinámica de la condición femenina

476
C onclusiones

novohispana y en las relaciones de género. Por ejemplo,


considero que las prácticas culturales de las africanas afec­
taron en ciertos comportamientos de las mujeres novo-
hispanas. Así, frente a la rigidez y recato que de acuerdo
al ideal femenino promovían las culturas hispánicas c in­
dígenas, se presentaba la imagen de la africana abierta y
desenvuelta. Es posible que el intercambio y la conviven­
cia de distintas culturas influyera en que muchas de las
recreaciones, costumbres y prácticas culturales de las no-
vohispanas fueran motivo de crítica por cronistas y viaje­
ros de la época.9
Sin embargo, los estereotipos relacionados a las afri­
canas y sus descendientes que las caracterizaban como
mujeres lascivas o transgresoras fueron creados por los
prejuicios de la época sin que respondieran a la realidad
social. Por ejemplo, en esta investigación se ha hecho alu­
sión a que hubo mayor cantidad de prostitutas españolas en
la ciudad de México y que en los casos de bigamia las afri­
canas y sus descendientes no fueron el grupo más denun­
ciado. Se ha señalado que muchos de estos mitos han
seguido desempeñando un papel importante en la percep­
ción sobre las africanas y sus descendientes, aspecto que
impide el análisis de otros temas significativos de su par­
ticipación económica y social en la sociedad novohispana.
Es cierto que muchas mujeres en la capital virreinal lleva­

9 Entre otros comentarios, vale la pena destacar el de Thomas Gage en el siglo


XVIi: "...A lo que se dice de la lindeza de las mujeres puedo yo añadir que
gozan de tanta libertad y gustan del juego con tanta pasión que hay entre ellas
quien no tiene bastante con todo un día y su noche para acabar una maneci­
lla de primera cuando la han comenzado, Y llega su afición hasta el punto de
convidar a los hombres públicamente a que entren en sus casas para jugar...”.
Nuevo reconocimiento de las Indias Ocádentales (1648), Elisa Ramírez (introd. y
ed.), México, FCE (SEP/80), 1982, p. 17Ü.

477
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

ron a cabo prácticas de hechicería, amancebamiento, re­


niegos y otros delitos juzgados por el Santo Oficio de la
Inquisición y que muchos de éstos, probablemente, fueron
utilizados como formas de resistencia o como prácticas
que formaban parte de su herencia cultural. Sin embargo,
muchas mujeres novohispanas, como españolas, criollas o
mestizas, también fueron acusadas por delitos similares.
Por otra parte, el análisis de las relaciones familiares
y de parentesco permite comprobar que existieron diver­
sos modelos de comunidad doméstica, frecuentemente
alejados del ideal de familia fomentado por la Iglesia y el
hecho de que no sólo las relaciones ilegítimas o de someti­
miento caracterizaron los enlaces de la población de origen
africano en la capital virreinal. A la par existieron contra­
dicciones en la época entre la idea del amor como requisi­
to promulgado por las ideas cristianas para el matrimonio
y el desafío de la desigualdad cultural o racial de ciertos
sectores en los distintos periodos. Asimismo, se ha resal­
tado el hecho de que los africanos y sus descendientes no
constituyeron un grupo homogéneo en la ciudad de M é­
xico y que, por el contrario, existieron diversas formas de
intercambio social en las que los africanos podían ser amos
de esclavos mulatos, mulatos dueños de esclavas africanas
o incluso mulatas dueñas de esclavas. Paralelamente, se
pueden observar grupos de población de origen africano
identificados socialmente y agrupados en familias con cier­
to prestigio social y posición económica. Varias mujeres de
origen africano tuvieron la capacidad de contar con dotes
en el matrimonio, heredar bienes a sus descendientes y
luchar por herencias no recibidas. Por lo tanto, es posible
afirmar que existieron distintas modalidades de comuni-

478
Conclusiones

dades domésticas en las que el origen racial no siempre


fue determinante para la formación de familias o comu­
nidades.
Por otra parte, a partir de los casos estudiados, resalta
que la vinculación entre esclavitud, origen cultural y rasgos
físicos o color de la piel, fueron valores que no siempre
tuvieron las mismas connotaciones, siendo concepciones
culturales que respondieron a distintos momentos históri­
cos. Como lo señala Catharine Good, imponer al pasado
el significado cultural del presente impide reconstruir las
situaciones históricas cuando existían otros criterios y cuan­
do las clasificaciones tenían otras consecuencias sociales.
Ello conlleva a la simplificación de la explicación histórica
y antropológica de estos procesos, asumiendo que éstos
son fijos y universalmente reconocidos. Estos criterios tam­
poco ayudan a reconocer que el concepcto de raza, los con­
tenidos que se dan a una determinada clasificación racial
y las distinciones entre estas clasificaciones son construc­
ciones culturales y productos históricos.10
Durante la época colonial, para justificar el dominio
de una cultura sobre otra, se marcaron diferencias entre
conquistadores y conquistados, cristianos e infieles o no­
bles y plebeyos; sin embargo, la determinación de la jerar­
quía social estuvo compuesta por otros elementos como
la posición económica, los oficios y el reconocimiento so­
cial, frecuentemente expresados con el término de calidad.
Una de las tesis centrales de esta investigación ha sido la
de mostrar que el color de la piel, asociada a la discrimina­

10 Catharine Good, "Reflexiones sobre las razas y el racismo; el problema de


los negros, los indios, el nacionalismo y la modernidad”, en Dimensión Antro­
pológica, op. cit., pp. 112-113.

479
María Elisa Vclázqucz Gutierre?.

ción y el racismo, fue un determinante que cobró nuevas


connotaciones a partir del siglo XVIII ante los intereses de
las reformas borbónicas, las ideas ilustradas y el nuevo
auge económico que adquirió el comercio de esclavos
africanos en América. Como lo afirmajan Nederveen Pie-
terse, el periodo de abolición coincidió paradójicamente
con el momento de mayor difusión de la ideología racis­
ta.15 No puede negarse que la segregación hacia la escla­
vitud estuvo presente a lo largo del periodo colonial; sin
embargo, no fue siempre un obstáculo insalvable para
tener cierta movilidad social y económica. Como se ha
examinado, durante el siglo XVII existieron diferentes opi­
niones acerca de la población africana e incluso pensado­
res y funcionarios virreinales defendieron o reconocieron
su importancia en la participación de la sociedad. Tam­
bién existieron dinámicas jurídicas y culturales que per­
mitieron la convivencia y el intercambio cultural, social y
económico. El hecho de que en ios documentos no siem­
pre se hiciera alusión a la condición racial o que ésta se
manipulara con facilidad, muestra que la raza no ocupó,
un lugar primordial en la capital virreinal, por lo menos
durante los siglos XV) y XVII. Así, las nuevas políticas del
siglo X V III, se abocan al desarrollo y la clasificación por
establecer un orden jerárquico, fundamentado en el origen
cultural y las razas, que propició justificaciones “seudocien-
tíficas” que avalaban las diferencias entre razas y culturas.
Como lo señala Verena Stolcke, el racismo, entendi­
do como la construcción ideológica de las desigualdades
sociales en términos de raza (es decir, naturalista) “co-1

11 Jan Nederveen Pieíerae, White un lUuik. Images o f Aftica and Blacks in Western
PopulüY Culture, New Haven and London, Yale Universily Press, 1992, p. 57.

480
Conclusiones

menzó a adquirir su significado moderno en la sociedad


occidental durante la Ilustración acompañándose de una
conceptualización de las desigualdades sociales en térmi- •
nos biológicos, naturales”. Como lo subraya esta misma
autora, la paradoja entre la idea de que el individuo es li­
bre, y por lo tanto responsable de sus logros, y la de que
las desigualdades sociales que se perciben son adscritas
desde el nacimiento quedaron consolidadas en el siglo
XIX,12 En la ciudad de México esto puede observarse en
la tendencia hacia el “blanqueamiento” de la sociedad ha­
cia la segunda mitad del siglo XVIII13 y en la negación, cada
vez más notable, de la presencia africana en la historia de
México a lo largo del siglo XIX. Pese a que durante este
siglo el comercio de esclavos desaparece en México, las
nuevas concepciones y justificaciones sobre la esclavitud
africana, repercutieron en la ideología racista que ha teni­
do vigencia hasta nuestros días. La obsesión de los cien­
tíficos por encontrar diferencias biológicas entre los seres
humanos parece agotarse en nuestros días frente a los nue­
vos descubrimientos; sin embargo, paradójicamente, las
diferencias culturales y antropológicas no han sido recono­
cidas, lo que ha provocado, desde hace siglos, el someti­

12 Verena Stolckc, Racismo y sexualidad en la Cuba colonia( op. cit., p. 17.


13 Según el censo de Revillagigedo, en 1793 había un predominio de población
española en la ciudad de México. Lourdes Márquez proporciona los siguien­
tes datos sobre los grupos de la ciudad: 48.1 por ciento español, 18.5 por
ciento castas, 24.4 por ciento indios, 6.8 por ciento mulatos y 2.2 por ciento
Otros. Véase Lourdes Márquez, Los parroquianos del Sagrario Metropolita­
no: panorama sociodemográfico, en Lourdes Márquez y José Gómez (eds.),
Perfiles demográficos de poblaciones antiguas de México, op. cit., p. 103. Thomas
Calvo señala la misma tendencia y subraya su extrañamiento hacia este fe­
nómeno en su estudio sobre Zamora, véase “Familias y sociedad; Zamora
(siglos xvii-xtx}”, en Pilar Gonzalbo (coord.), Historia de la familia, op. cit.,
pp. 137-138.

481
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

miento de unos sobre otros y la búsqueda de explicaciones


biológicas y naturales para justificar la discriminación ra­
cial y de género.
Finalmente, las distintas imágenes en las que aparecen
representadas las africanas y sus descendientes en la Nue­
va España permiten mostrar su presencia y participación
en la sociedad virreinal. Las obras pictóricas no sólo re­
flejan una realidad social e histórica, sino que recrean la
forma en que una sociedad desea representarse y construir
su imagen en los distintos periodos ocultando, en ciertas
ocasiones, problemáticas internas y revelando otras, quizá
sin un deseo explícito de hacerlo.14 Con gestos, vestimen­
tas, miradas y diversos atributos se ha examinado la forma
en que las africanas y sus descendientes fueron presentadas
por la sociedad de su tiempo. Mediante obras religiosas y
profanas también se ha destacado su desempeño laboral
y se ha resaltado que su vestimenta, sus ademanes y su
genio, las distinguió, en estas obras y sobre todo en los
cuadros de castas, de las otras mujeres novohispanas. Asi­
mismo, he analizado que ciertos elementos, como el cho­
colate o el tabaco, las vincularon con las costumbres o
prácticas culturales que se les atribuyeron.
En este sentido, la jerarquización social y racial en las
relaciones familiares retomó un auge en el siglo XVIII, que
coincidió con las reformas y la ideología borbónica que tra­

14 Es interesante hacer notar que como lo señala Nina M. Scott, las pinturas de
castas nacieron justamente cuando tanto peninsulares como criollos blancos
temían perder control sobre la muy diversa sociedad mexicana, y se aferra­
ban a esta falsa representación de su poder porque los fundamentos del im­
perio colonia] y exhibían serias fisuras. Véase “Domesücidad y comida en las
pinturas de castas”, en Históricas, boletín del Instituto de Investigaciones His­
tóricas, núm. Sil, septiembre-diciembre, México, UNAM, 2000, p. 11.

482
C onclusiones

to de organizar a la sociedad virreinal bajo nuevos linca­


mientos raciales, asociados a las costumbres y los orígenes
culturales. Es interesante hacer notar que los cuadros de
castas proyectan dos mensajes sobre la conformación de la
sociedad novohispana: por un lado, su diversidad cultural
y por el otro, su jerarquización social y racial; en ambos,
las africanas y sus descendientes, a pesar de los prejui­
cios, son reconocidas como parte importante del México
virreinal.
Esta investigación es una primera aportación al estudio
de las africanas y sus descendientes en la ciudad de Méxi­
co. Con ésta se abren nuevas interrogantes sobre su con­
dición étnica y de género en la dinámica virreinal. Creo
que las directrices aquí expuestas pueden conducir a estu­
dios más pormenorizados y generar expectativas sobre la
importancia de diversas fuentes para la interpretación de
su historia. Lo cierto es que los datos obtenidos en este tra­
bajo demuestran que las observaciones de cronistas del
periodo, como las de Thomas Gage en 1625, dejaron de
lado gran parte de la importancia de las mujeres de ros­
tros azabachados en la capital virreinal.

483
R e l a c ió n d e o b r a s s e l e c c io n a d a s 1

1. {I) San Benito de Paiermo


Anónimo
Madera tallada, estofada y policromada
Siglo xvill
Museo Nacional del Virreinato, Estado de México
Instituto Nacional de Antropología e Historia
1,55 x 61 x 48 cm
Fotografía: Adrián García

2. (2) San Benito de Paiermo (atribuido)


Victorino Antonio Sánchez (atribuido)
Madera tallada y policromada
Siglo XVIII
Retablo de la capilla del Ingenio de Ayotla,
Teotitlán Flores Magón, Oaxaca
90 x 50 x 35 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

3. (3) Santa Cirila


Anónimo
Óleo sobre tabla
Siglo XVIII
Colección particular
275 x 155 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

4. (4) Santa Cirila


Anónimo
Óleo sobre tela
Siglo XVIII
Colección Manuel Arango

1Junto al número correlativo de la lista aparece entre paréntesis el nú­


mero correspondiente a la imagen en el texto.

485
María Elisa Velázquez Gutiérrez

120 x 60 cm
Fotografía: Ery Cantara

5. (6) Tabla devocional a la Virgen de Guadalupe con Santa Cirila


Anónimo
Oleo sobre tela
Siglo xviu
Museo Arocena, Torreón, Coahuila
80 x 120 cm
Fotografía: Museo Arocena

6. (7) Niño Jesús con ángeles músicos


Juan Correa
Óleo sobre tela
Siglo XVII
Musco Nacional de Alte, Instituto Nacional de Bellas Artes,
México
141 x 0.75 cm
Fotografía: D olores D alhaus

7. (8) Virgen del Apocalipsis


Juan Correa
Óleo sobre tela
Siglo XVII
Museo Nacional del Virreinato, Estado de México,
Instituto Nacional de Antropología
234 x 124 cm
Fotografía: Dolores Dalhaus

8. (9) Adoración de los Reyes Magos (Conjunto sobre la vida


de Cristo)
Anónimo
Enconchado
Siglo XVII
Museo de América, España
(5 tablas) 69 x 102 cm
Fotografía: Museo de América, España

9. (10) San Francisco Javier bendiciendo nativos


Juan Rodríguezjuárez
Óleo sobre tela
1693

486
Relación de obras

Museo Franz Mayer, México D.F.


120 x 60 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

10. (11) Vida de San Antonio


Anónimo
Iglesia de San Antonio, Querétaro, Qro.
Siglo XVIII
350 x 120 cm
Fotografía: Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

11. (13) Exvoto dedicado a la santísima señora de la Soledad


Anónimo
Óleo sobre tela
1740
Colección Basílica de Nuestra Señora de la Soledad,
Oaxaca, Oax.
160 x 170 cm
Fotografía: Centro INAH Oaxaca

12. (15) Procesión de san Juan Nepomuceno


Anónimo
Óleo sobre tela
1752
Colección Fomento Cultural Banamex, México
78 x 190 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

13. (17) Biombo “Alegoría de los cuatro continentes o las cuatro


partes del mundo”
Juan Correa
Óleo sobre tela
Siglo XVII
Museo Soumaya, México
10 hojas de 140 x 40 cm
Fotografía: Dolores Dalhaus

14. (19) Biombo “Vísta del palacio del virrey en México”


Anónimo
Óleo sobre tela
Siglo XVII
Museo de América, Madrid, España

487
María Elisa Velazquez Gutiérrez

184 x 488 cm
Fotografía: Museo de América

15. (20} Biombo “Vista de! palacio del virrey en México”


Anónimo
Óleo sobre tela
Siglo XVII
Colección Rivero Lake, México, D.F.
238 x 300 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

16. (30) Biombo “Recepción de un virrey a las casas reales


de Chapultepec (Alegoría de la Nueva España)”
Anónimo
Óleo sobre tela
Siglo XVIII
Colección Fomento Cultural Banamex, México, D.F.
10 hojas de 175 x 53 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

17. (34 y 35) Biombo “Vistas a la ciudad de México” (2 partes)


Anónimo
Óleo sobre tela
Siglo XVin
Colección Rodrigo Rivero Lake, México, D.F.
12 hojas de 170 o 63 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

18. (42) Visita de un virrey a la Catedral de México


Anónimo
Óleo sobre tela
Siglo XVIII
Museo Nacional de Historia,
Instituto Nacional de Antropología, México, D.F.
212 x 266 cm
Fotografía; Palle Pallesen

19. (48) Lacayo de origen africano


Anónimo
Azulejo
Siglo XVIII
Colección particular, Toallas Lajosefina, México, D.F.

488
Relación de obras

118 X 82 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

20. (49) Mujer lavandera de origen añicano


Anónimo
Azulejo
Colección particular, Toallas La Josefina, México, D.F.
118 x 82 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

21. (50) Sirvienta ataviada de origen africano


Anónimo
Azulejo
Colección particular, Toallas La Josefina, México, D.F.
140 x 82 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

2 2 . (51) Cómoda miniatura


Anónimo
Laca con aplicaciones de marfil tallado
Siglo XVIII
Museo Franz Mayer, México, D.F.
20 x 10 x 5 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

23. (54) Entrada de Agustín de Iturbide a la ciudad de México


en 1821
Anónimo
Óleo sobre tela
Siglo XIX
Fomento Cultural Banamex, México, D.F.
37 x 27 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

24. (56) Cuadro de castas o de mestizaje


Luis de Mena
Óleo sobre tela
1750
Museo de América, Madrid, España
120 x 104 cm
Fotografía: Museo de América

489
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

25. (57) 5 De español y negra, produce mulato


José de Páez
Óleo sobre tela
Siglo XVIII
Colección particular, México
84.5 x 105 cm
Fotografía: José Ignacio González Manterola

26. (58) Cuadro de castas


Anónimo
Óleo sobre tela
Siglo x v u i
Museo Nacional del Virreinato, Estado de México,
Instituto Nacional de Antropología e Historia
105 x 106 cm
Fotografía: Palle Pallesen

27. (60) De español y negra sale mulato


José Joaquín Magón
Óleo sobre tela
Siglo XVIII
Museo Nacional de Antropología, Madrid, España
115 x 141 cm
Fotografía: Museo Nacional de Antropología, Madrid,
España

28. (61) VI El orgullo y despejo de la mulata, nace del blanco


y negra que la dimanan
José Joaquín Magón
Óleo sobre tela
Siglo XVIII
Colección particular, México
102 x 126 cm
Fotografía: José Ignacio González Manterola

29. (62) De español y mulata, morisco


José de Páez
Óleo sobre lámina de cobre
Siglo XVIII
Colección particular, México
50.2 x 63,8 cm
Fotografía: José Ignacio González Manterola

490
Relación de obras

30. (64) V Español y mulata, ser y doctrina dan conforme a su genio


a la morisca
José Joaquín Magón
Óleo sobre tela
Siglo XVIII
Colección particular, México
102 x 126 cm
Fotografía: José Ignacio González Manterola

31. (65) De barcino y mulata, china


Clapera
Óleo sobre tela
1750
Colección Jan y Frederick Mayer
Fotografía: ColecciónJan y Frederick Mayer

32. (67) De mulato y española, morisco


Clapera
Óleo sobre tela
1750
ColecciónJan y Frederick Mayer
Fotografía: ColecciónJan y Frederick Mayer

33. (68) De indio y negra, nace lobo


Andrés de Islas
Óleo sobre tela
1774
Museo de América, Madrid, España
75 x 54 cm
Fotografía: Museo de América

34. (69) Lobo y negra


Andrés de Islas
Óleo sobre tela
1774
Museo de América, Madrid, España
75 x 54 cm
Fotografía: Museo de América

35. (70) De español y negra, sale mulata


Anónimo
Óleo sobre tela

491
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez.

Siglo XVIÍI
C olección particular, M éxico
77 x 98 cm
Fotografía: C olección particular

36. {71) D e tente en el aire y mulata, albarazado


A nónim o
Ó leo sobre tela
Siglo XVIII
M useo de América, Madrid, España
36 x 48 cm
Fotografía: M useo de América

37. {7 2 ) D e albarasado y mulata, barcino


A nónim o
Ó leo sobre lámina de cobre
Siglo X v iiI
C olección particular, México
24 x 39.5 cm
Fotografía: José Ignacio González Manterola

38. (73) D iseño de mulata hija de negra y español en la ciudad


de M éxico,
Cabeza de la América a 22 del mes de agosto de 1711
Arellano
Ó leo sobre tela
1711
C olección Jan y Frederick Mayer
101.6 x 74.3 cm
Fotografía: C olección Jan y Frederick Mayer

39. (74) D e español y mulata, morisca


Miguel Cabrera
Ó leo sobre tela
1763
C olección particular, M éxico
136 x 105 cm
Fotografía: José Ignacio González Manterola

40. (75) (76) D e mulato y española sale morisco


A nónim o
Ó leo sobre tela

492
Relama de obras

Siglo XVIII
Colección particular, M éxico
38 x 50 cm
Fotografía: Dolores Dalhaus

41. (77) D e español y negra, mulato


José de Páez
Ó leo sobre lámina de cobre
Siglo XVIII
C olección particular, M éxico
50 x 30 cm
Fotografía: José Ignacio González Manterola

42. (78) D e español y negra, mulato


A nónim o
Ó leo sobre tela
Siglo XVIII
C olección Jan y Frederick Mayer
78.7 x 101 cm
Fotografía: C olecciónjan y Frederick Mayer

43. (79) D e español y negra, mulata


Anónim o
Ó leo sobre tela
Siglo XVIII
C olección particular, M éxico
35.3 x 47.7 cm
Fotografía: C olección particular

44. (80) Español y mulata


Anónim o
Ó leo sobre tela
Siglo XIX
M useo Nacional d e Historia, M éxico, D.F
50 x 40.5 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

45. (81) D e español y negra nace mulata


Andrés de Islas
Ó leo sobre tela
1774
M useo de América, Madrid, España

493
María Elisa Velazquez Gutierrez

75 x 54 cm
Fotografía: M useo de América

46. (82) D e español y negra, produce mulato


Juan Rodríguez Juárez (atribuida)
O leo sobre tela
Siglo x v n i
Colección particular, Brcamore House, 1/Ondres

47. (83} D e español y mulata, produce morisca


José de Páez
Ó leo sobre tela
Siglo X V I I i
84.5 X 104 cm
C olección particular, M éxico
Fotografía: José Ignacio González Manterola

48. (85} D e español y negra, mulata


M iguel Cabrera
Ó leo sobre tela
1763
C olección particular, M éxico
136 x 105 cm
Fotografía: José Ignacio González Manterola

49. (86) De español y negra nace mulata


A nónim o
Ó leo sobre tela
Siglo x v m
C olección particular, M éxico
43 x 56 cm
Fotografía: José Ignacio González Manterola

50. (87) D e español y mulata, sale morisca


JoséJoaquín Magón
Ó leo sobre tela
Siglo XVIII
Museo Nacional de Antropología, Madrid, España
115 x 141 cm
Fotografía: M useo Nacional de Antr opología

494
Relañón de obras

51. (88) D e español y negra, mulato


Anónimo
Ó leo sobre lámina
Siglo XVIII
M useo Soumaya, M éxico, D.F.
44 x 32 cm
Fotografía: Héctor Velázquez

52. (89) C oyote mestizo, mulata y ahí te estás


Anónimo
Ó leo sobre tela
Siglo XIX
M useo Nacional de M éxico, M éxico, D.F.
50 x 40.5 cm
Fotografía: Héctor Velázquez
B ib l io g r a f ía

A c ta s de Cabildo 1532-1535, trad. paleográfica del tercer libro de Acta»


de Cabildo d e la Ciudad de M éxico, M éxico, Imprenta y Litogra­
fía del C olegio de Artes y Oficios en el Tecpan de Santiago, 1873.
A c t a s de Cabildo de la Ciudad de México, 1585-1590, M éxico, Imprenta y
Librería de Aguilar e Hijos, 1895.
A guirre Beltrán, Gonzalo, La población negra en México, M éxico, FCE,
1972.
_____, Cuijla. Esbozo etnográfico de un pueblo negro, M éxico, FCE, 1958.
_____ .“N yanga y la controversia en tom o a su reducción de pueblo”, en
Jomadas de homenaje a Gonzalo Aguirre Beltrán, Xalapa, IVEC, 1988.
“Pobladores del Papaloapan: biografía de una hoya”, en Revista
del C t E S A S , M éxico, Ediciones de la Casa Chata, 1992.
. El negro esclavo en Nueva España, la formación colonial, la medicina
popular y otros ensayos. Obra antropológica, M éxico, Universidad Vera-
cruzana/INI/G obiem o del Eatadó d e Veracurz/CIESAS y FCE, 1994.
. Obra antropológica XI. Obra polémica, M éxico, Universidad Vera-
cruzana/INI/Gobierno del Estado de Veracruz y FCE, 1992.
Ajofrín, Francisco de, Diario del viaje que hizo a la América en el siglo
XVIII, 2 vols., M éxico, Instituto Cultural Hispano M exicano, 1964.
A lberro, Solange, “El discurso inquisitorial sobre los delitos de biga­
m ia, poligam ia y solicitación”, en Seis ensayos sobre el discurso colonial
relativo a la comunidad doméstica, Seminario de Historia de las M en­
talidades, M éxico, Dirección de Estudios Históricos, INAH (Cuader­
no de Trabajo 35), 1980.
.“Negros y mulatos en los docum entos inquisitoriales: rechazo o
integración”, en Elsa Frost el al, El trabajo y los trabajadores en la his­
toria de México, M éxico, El Colegio de M éxico/U niversity of Arizona
Press, 1977.
____ Inquisición y sociedad en México, 1571-1700, M éxico, FCE, 1988.
____ .,“E1 am ancebam iento en los siglos XVI y XVII: un m edio eventual
de medrar”, en Familia y poder en Nueva España, m em orias del Ter­
cer Sim posio de Historia de las M entalidades, M éxico, INAH, 1991.
____ ., Del gachupín al criollo o de cómo los españoles de México dejaron de
serlo, M éxico, El C olegio de M éxico, 1997.
A lbert, Celsa Balista, Mujer y esclavitud en Santo Domingo, República
D om inicana, CEDEE, 1990.

497
María Elisa Velázquez Gutiérrez

A ndradc Torres, Juan, “Historia de la población negra en Tabasco”, en


bu 7. María M artínez M onde! (coord.), Presencia africana en México,
M éxico, Conaculta, 1994.
A rbeláez, María Soledad, C oncepción Ruiz el ai, Bibliografía comenta­
da sobre la mujer mexicana, M éxico, Dirección de Estudios Históricos
{Cuadernos de Trabajo 55), INAH, 1988.
A rcadia, Amaranta, El papel de los estereotipos en las relaciones interétni­
cas: mixtéeos, mestizos y afromestizos en Pinotepa Nacional, Oaxaca, tesis
de licenciatura, M éxico, ENAH, 2000.
Arrom , Silvia, Las mujeres de la Ciudad de México, 1790-1857, M éxico,
Siglo XXI, 1988.
A rizpe, Lourdes, “Cultura o voluntad política: cóm o construir el plu­
ralismo en M éxico”, ponencia presentada en el Seminario Cultura,
Patrimonio y Creatividad, M éxico, UNAM, marzo, 2001.
A r t e s de México, M éxico, N ueva época, núm. 1, 1993.
A tondo, Ana María, El amor venal y la condiciónfemenina en el México co­
lonial M éxico, INAH (Divulgación), 1992.
A ttw ater, Donald, Dictionary ofsaints, England, Penguin Books, 1983.

Ba, Ham paté A., “La trad ició n viviente”, en Historia general de África.
Metodología y prehistoria africana, 1 . 1, Madrid, Tccnos/UNESCO, 1982.
Báez Macías, Eduardo, “Planos y censos de la ciudad de M éxico en
1753”, en Boletín del Archivo General de la Nación, 2 vols., M éxico,
1966.
Banton, Michacl, Racial Theories, London, Cambridge University Press,
1987.
Bastide, Roger, Las américas negras. Las civilizaciones africanas en el Nue­
vo Mundo, Madrid, Alianza, 1969.
Bay, Edna G., “Servitude and Worldly Success in the Palacc o f Daho-
m ey ”, en Claire C. Robertson y Martin A . Klein (eds.), Women and
Siaoery in Africa, Wisconsin, The University o f W isconsin Press, 1983.
Bazarte Martínez, Alicia, Las cofradías de españoles en la ciudad de México
(1526-1869), M éxico, Universidad Autónoma Metropolitana, 1989.
Becerra, Celina, “Familia y matrimonio esclavo en los Altos de Jalisco.
La parr oquia dejalostotitlán en la segunda mitad del siglo XVIII”, po­
nencia presentada en el V Encuentro Nacional de Afromexicanistas,
Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1995.
Benassy, Marié Cecile, Humanismo y religión en SorJuana, M éxico, UNAM,
1983.
Bilby, Kenneth M., “T he Carribbean as a musical región”, en Mintz
y Prices (eds.), Caribbean Conturs, USA, John Hopkins, 1985.

498
Bibliografía

Bosh. Carlos, La esclavitud prehispánica entre los aztecas, M éxico, El C o­


legio de M éxico, 1944.
Boyd, Pctcr Bowman, “Negro Slaves in Early Colonial M éxico”, en The
Americas, vol. 26, núm. 2, South Bethsda, octubre, 1969.
Brading, David, “Grupos étnicos: clase y estructura ocupacional en
Guanajuato”, en Historia mexicana, vol. 21, núm. 3, enero-m arzo de
1972, M éxico.
B rady, Robert La Don, The Emergence of a Negro Class in México 1524-
1640, tesis, USA, University State o f low a, 1965.
_____ ,“The D om estic SI ave Trade in Sixteenth Century M éx ico ”, en
The Americas, vol. 24, núm. 3, enero de 1968.
B ricker, Victoria, Iconografía de conflicto étnico. El cristo indígena, el rey
nativo, M éxico, kck, 1979.
Bowser, Frederick P., “The Free Person o f Color in M éxico City and
Lima: Manumisión and Oportunity, 1580-1650”, en Egnerman Stan­
ley (ed ), Race and Slavery in the Western Hemisphere, Princeton, Prince-
ton U niversity Press, 1975.
_____, El esclavo africano en el Perú colonial, 1524-1650, M éxico, Siglo XXI,
1977.

C árdenas, Alejandra, Hechicería, saber y transgresión. Afrontestizfis en Aca-


pulco: 1621, Chilpancingo, Imprenta Candy, 1997.
C a rre ra Stampa, M anuel, Los gemios novohispanos, M éxico, Ediapsa,
1954.
C arroll, Patrick y Aurelio Reyes, “Am papa, Paxaca: pueblo de cim a­
rrones”, en Boletín del Instituto Nacional de Antropología e H isto­
ria, época II, núm. 4, enero-marzo, 1973.
_____ , “Los m exicanos negr os, el mestizaje y los fundam entos olvida­
dos de la Taza cósmica’: una perspectiva regional”, en Historia mexi­
cana, vol. XLIV, núm. 3, enero-marzo de 1995, M éxico, El Colegio
de M éxico.
Castillo Palma, Norma, “F-l estudio de la familia y el mestizaje a través
de las fuentes eclesiásticas: el caso del archivo parroquial de San
Pedro Cholula”, en Brian F. Connaughton y Andrés Lára (eds.), Las
fuentes eclesiásticas para la historia social de México, M éxico, UAM-Izta-
p al apa/Instituto de Investigaciones José María Mora, 1997.
_____ , “C oncubinato, sexualidad e ilegitimidad: Cholula, 1649-1796”,
en Signos. Anuario de Humanidades, año X, t. II, UAM-Iztapalapa, Divi­
sión de Ciencias Sociales y Hum anidades, M éxico, 1996.
C ham orro, Arturo, “A spectos ctnom usicológicos de la presencia afri­
cana en la tierra caliente de M ichoacán”, ponencia presentada en el

499
María Elisa Velázquez Gutiérrez

iv Encuentro Nacional de Afromexicanistas, Veracruz, Instituto Ve-


racruzano de Cultura/Conaculta, 1994.
_____ > “El fenóm eno de la rítmica com binada en grupos de tambores
y ensambles de cuerdas rasgueadas en la tradición del son", en María
Guadalupe Chávez (coord.), El rostro colectivo de la nación mexicana,
M ichoacán, Universidad M ichoacana de San N icolás de H idalgo,
1997.
C h á v e z , María G uadalupe, Propietarios y esclavos negros en Valladolid de
Michoacán, 1600-1650, Morelia, Universidad M ichoacana de San
N icolás de Hidalgo (C olección Historia Nuestra), 1990.
-------- (coord.), El rostro colectivo de la nación mexicana, M ichoacán, U n i­
versidad M ichoacana de San N icolás de H idalgo, 1997
Coe, Sophie D. y M ichael D. C oc, La verdadera historia del chocolate,
M éxico, FCE, 1999.
“C om unidades dom ésticas en la sociedad novohispana. Formas de
unión y transmisión cultural”, en Memoria del IVSimposio de Historia
de las Mentalidades, M éxico, INAH (Científica), 1994,
C oncilio Provincial M exicano, Tercer, celebrado en M éxico en 1585,
con notas del padre Basilio Arrillaga, publicado por Mariano Galván
Rivera, Barcelona, Imprenta de Manuel Miró, 1870.
Conway, Jill K , Susan C. Bourque y Joan W. Scott, “El concepto de
g é n e ro ”, en Marta Lamas (comp.), El género: la construcción cultural
de la diferencia sexual, M éxico, Programa U niversitario de Estudios
de Género-U NA M /Porrúa, 1996.
Coote, Jerem y, “Marvels o f Everyday Vision; the Anthropology o f Aes­
thetics and the Cattle-Keeping N ilotes”, en The social life of things,
Cambridge, 1986.
Cope, Douglas K , The Limits of Racial Domination. Plebeian Society in Co­
lonial México City, 1660-1720, USA, University o f W insconsin Press
1994.
Coquery-Vidrovitch, Catherine, African Women. A Modem History, USA,
Westview Press, 1997.
Cortés, Hernán, Cartas de relación, M éxico, Porrúa, 1979.
Cortés A lonso, Vicenta, “Procedencia de los esclavos negros en Valen­
cia (1482-1516), en Revista española de antropología americana, vol. 7,
Madrid, Universidad de Madrid, 1972.
------- , La esclavitud en Valencia durante el reinado de los Reyes Católicos 1479-
1516, Valencia, Ayuntamiento, 1964.
-------- , “Los esclavos dom ésticos en A m érica”, en Anuario de Estudios
Americanos, núm. 24, España, 1967.

500
Bibliografia

Cortés, María Elena, “El matrimonio y la familia negra en la legislación


civil y eclesiástica coloniales. Siglos XVI-XIX”, en Sergio Ortega, El
placer de pecar y el afán de normar, M éxico, Joaquín Mortiz/INAH, 1987.
Cortina, Leonor, “La fiama de los azulejos”, en Artes de México, M éxico,
N ueva época, núm. 1, 1998.
Courtes, Jean-M arie, “T he Them e of Thiopia and Ethíopíans in Patris-
tic Líterature”, en The Image of the Black in Western Art. From the Early
Christian Era to the Age ofDiscovery, vol. 2,Jean Devísse (ed.), London,
C am bridge, Harvard Universíty Press, 1979.
C respo, Horacio (coord.), Morelos, cinco siglos de historia regional, M éxico,
Centro de Estudios Históricos del Agrarismo en M éxico/U niversi-
dad A utónom a del Estado de M orelos, 1984.
Cruz, sor Juana Inés de la, Obras completas. Villancicos y letras sacras,
A lonso M éndez Planearte (ed., pról. y notas), M éxico, KCE/Instituto
M exiquense de Cultura, 1994.
Cruz, Sagrario, “Identidad en una comunidad afromestiza del centro
de Veracruz: el pueblo de Mata Clara”, tesis de maestría, Cholula,
Universidad de las Américas, 1989.
_____ , “La cultura afromestiza de! centro de Veracruz: la p oblación de
la Matamba, m unicipio de Jamapa, Veracruz”, reporte m ecanoes-
crito de la Dirección General d e Culturas Populares, Xalapa, 1991.
C u riel, G ustavo y A n ton io Rubial, “Los espejos de lo propio: ritos
públicos y usos privados en la pintura virreinal”, en Catálogo de la
exposición Pintura y vida cotidiana en México, 1650-1950, M éxico, Fo­
m ento Cultural Banam ex/Conaculta, 1999.
C urtin, Philip, The Atlantic Slave Trnde a Censas, M adison, University
o f W isconsin Press, 1969.

Davidson, David M., “Negro Slave control and Resistance in Colonial


M éxico. 1519-1650", en HAHR, vol. 46, núm. 3, agosto de 1966.
Díaz del Castillo, Bemal, Historia de la conquista de Nueva España, M é­
xico, Porrúa, 1992.
D ía z Pérez, María Cristina, “Las relaciones de parentesco en tres co ­
m unidades afrom estizas de la Costa C hica de Guerrero”, tesis de
licenciatura, M éxico, ENAH, 1995.
D ic c io n a r io de Autoridades, ed. l'acs., Madrid, Gredos, 1732.
D ic c io n a r io Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Sebastián de Co-
barrubias (1611), Madrid, Turner, 1984.
D i c ti o n n a i r e des civilisations africaines, París, Fernand Hazan, 1968.
Duby, Georgcs y Michelle Pcrrot, Historia de las mujeres, España, Taurus,
1992,

501
María Elisa Velazquez Gutiérrez

E ile e n Power, Edna, M ujeres medievales, M adrid, Encuentro, 1991.


Enciso, D olores, “El delito de bigam ia y el Tribunal del Santo Oficio
de la Inquisición”, tesis de licenciatura, M éxico, UNAM, 1983.

F ab reg at, C. Esteva, E l m e stiza je en Iberoam érica , M adrid, Alhambra,


1988.
F a ik -N z u ji, C lém entine M ., Sym b o les gra p h iq u es en A fr iq u e noire , París,
Karthala, 1992.
Fall, Yoro, “Escalvitud en Africa y fuera de Africa”, ponencia presen­
tada en el Sim posio Internacional: Balances, retos y perspectivas de
los estudios sobre población de origen africano en M éxico hacia fi­
nes del milenio, Dirección de Etnología y Antropología Social, INAH,
1997.
Familia y s e x u a lid a d en la N u eva E sp a ñ a , M éxico, StP/FCE (se p /8 0 , 41)
1982.
F eijoo, Benito Jerónim o, Teatro crítico universal. D efensa de la m ujer ; V ic­
toria Sau (introd.), Barcelona, Icaria-Antrazyt, 1997.
Fernández de Lizardi, J o sé Joaquín, E l p e r iq u illo Sarniento, M éxico,
Porrúa, 1992.
Fernández, R odolfo, “Esclavos de ascendencia negra en Guadalajara
en los siglos XVII y x v iii”, en E studios de H istoria N ovohispana, vol. 11,
M éxico, UNAM, 1991.
F in ley , M oses I., E sclavage a n tiq u e e t idéologie m odem e, París, Editions
de Minuit, 1979.
Florescano, Enrique y Rodrigo Martínez, H isto ria gráfica de M éxico (épo­
ca colonial), M éxico, Patria/INAH, 1988.
Francastel, Fierre, P in tu ra y sociedad, Madrid, Cátedra, 1990.

G a g e , T hom as, N uevo reconocim iento de las I n d ia s Occidentales, Elisa Ra­


mírez (introd. y ed.), M éxico, FCE, 1982.
G arcía de León, Antonio, “Los patios danzo ñeros”, en D e l Caribe, núm.
20, Casa del Caribe, Cuba, 1993.
G arcía Bustam ente, M iguel, “D os aspectos d e la esclavitud negra en
Veracruz. Trabajo especializado en trapiches e ingenios azucareros
y cimarronajc durante el siglo XVII”, en J o r n a d a s de hom enaje a G o n ­
za lo A g u irre B eltrá n , Veracruz, IVEC, 1988.
G arcía Saiz, María C oncepción, “El desarrollo artístico de la pintura
de castas", en liona Katzew (c.uratoij, N e w W orld Orders. C asta P a in -
tin g a n d C o lo nial L a tín A m erica , New York, Americas Society Art Ga-
llery, 1996.
-------- , L a s castas m exicanas. U n género pictórico americano, Italia, Olivetti,
1989.

502
Bibliografía

G eary, Patrick, “Sacrcd commodilics: the circulation of medieval re­


lies”, en The social life of tkings, Cambridge, 1986.
G em elli Garren, Juan E, Viaje a la Nueva España. México afines del siglo
XVI/, 2 t., México, Libro-Mex, 1995.
G erlero, Elena l.E. de, “Pavana en un biombo de las Indias , en Juan
Correa, su vida y su obra. Repertorio pictórico, t. IV, 2a. parte, México,
UNAM, 1992.
_____, “1.a representación de los indios gentiles en las pinturas de cas­
tas novohispanas”, en liona Katzew (curator), New World Orders,
Casta Painting and Colonial Latín America, New York, Americas So-
cicty Art Gallery, 1996.
Gillon, Werner, Breve historia del arte africano, Madrid, Alianza Forma,
1984.
G lantz, Margo, Borrones y borradores, México, Ediciones del Equilibris­
ta, 1992.
G onzalbo, Pilar, La educación de la mujer en la Nueva España, México,
SEP/E1 Caballito, 1985.
_____, Las mujeres en la Nueva España. Educación y vida cotidiana, México,
El Colegio de México, 1987.
_____, Familias novohispanas, siglos XV1-XIX, México, El Colegio de Mé­
xico, 1991.
_____, La familia y el nuevo orden colonial, México, El Colegio de México,
1998.
_____(comp.), Historia de la familia, México, Instituto Mora/UA.vt (An­
tologías Universitarias), 1993.
González, M ana del Refugio, “El derecho en la Nueva España en tiem­
pos de Juan Correa”, en Elisa Vargas Lugo y Gustavo Curiel, Juan
Correa, su vida y su obra. Cuerpo de documentos, t. III, México, UNAM,
1991.
G onzález Marmolejo, jorge Rene, “El discurso sobre el sacramento de
la confesión y el sexo en el confesionario. El delito de solicitación
durante el siglo XVIII y principios del XIX”, tesis de doctorado, Es­
cuela Nacional de Antropología e Historia/tNAH, 1999.
G ood, Catharine, “El estudio antropológico-histórico de la población
de origen africano en México; problemas teóricos y metodológicos”,
ponencia presentada en el simposio internacional; Balance y Perspec­
tivas de los Estudios sobre Población de Origen Africano en México
hacia Fines del Milenio, Oaxaca, Dirección de Etnología y Antropo­
logía Social, INAH, 1997.
____ , “Reflexiones sobre las razas y el racismo; el problema de los ne­
gros, los indios, el nacionalismo y la modernidad”, en Dimensión An-

503
Maria Elisa Velazquez Gutierrez

tropologica, año 5, voi. i4, septiembre-diciembre de 1998, México,


INAH.
. Haciendo la lucha: arte y comercio nahuas de Guerrero, México, kce,
1988.
Gravamd, Henry, La civilisation serer, Senegal, Les Nouvelles Editions
Africaines, 1990.
G ruzim ki, Serge, “Individualización y aculturación: la confesión entre
los nahuas de México, entre los siglos x v i-xvn”, en Sexualidad y ma­
trimonio en la América hispánica, siglos XVI-XVI!, México, Conacuita/
Grijalbo (I-os Noventa), 1991.
G uedea, Virginia, Las gacetas de México y la medicina: un índice, México,
Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM (Serie Bibliografía),
1991.
G uevara, Maria, “Perspectivas metodológicas en los estudios historio-
gráficos sobre negros en México hacia fines del siglo XX”, ponencia
presentada en el simposio internacional: “Balance y perspectivas de
los estudios sobre población de origen africano en México hacia fi­
nes del milenio, Oaxaca, Dirección de Etnología y Antropología So-
cial-INAH, 1997.
_____, “Testamentos de mujeres en Guanajuato. Primera mitad del si­
glo XVIII” , ponencia presentada en el Simposio Nueva España,
Iglesia y Sociedad, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1997.
_____, “Relaciones interétnicas en Guanajuato. Siglo XVIII”, e n María
Guadalupe Chávez (coord.), El rostro colectivo de la nación mexicana,
Michoacán, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo,
1997.
_____, “El desarrollo de Guanajuato virreinal y su conformación étni­
ca: el caso d e los afromestizos”, tesis d e maestría, México, UNAM,
2000 .
_____, Guanajuato diverso: sabores y sinsabores de su ser mestizo (siglos XVI
a XI'!H), Guanajuato, La Rana (Nuestra Cultura), 2001.
Guijo, Gregorio M. de, Diario (1655-1664), Manuel Romero de Terre­
ros {ed. y prò!.), t. II, México, Porrúa, 1986.
G utiérrez, Ildefonso, “I>a Iglesia y los negros”, en Historia de la Iglesia
en Hispanoamérica y Filipinas, siglos XV-XIX, Pedro Borges et al. (dir.),
t. I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos Teológico de San Ilde­
fonso de Toledo, 1992.
G uzm án Pérez, Moisés, “Los Duran. Una familia de arquitectos mula­
tos de Valladolid. Siglos XVII-XVIII”, en María Guadalupe Chávez
(coord.), E l rostro colectivo de la nación mexicana, Michoacán, Univer­
sidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1997.

504
Bibliografía

H ani, Jean, La virgen negra y el misterio de María, Barcelona, Olañeta,


i997.
H auser, Amold, Teorías del arle. Tendencias y métodos de la crítica moderna,
Madrid, Guadarrama/Punto Omega, 1974.
H eers, Jacques, Esclavos y sirvientes en las sociedades mediterráneas duran­
te la Edad Media, España, Alfonso el Magnanim, 1989.
H erre ra Cassasús, María Luisa, Presencia y esclavitud del negro en la Huas-
. teca, México, Porrúa, 1989.
H ernández, Elizabeth y María Eugenia Silva, “La esclavitud negr a en
la ciudad de México durante el periodo 1555 a 1655 a través de los
documentos notariales”, tesis de licenciatura, México, UNAM, 1998.

Israel, jonathan I., Razas, clases sociales y vida política en el México colo­
nial, 1610-1670, México, FCE, 1984.

Jim énez, Guadalupe, México, jm tiempo de nacer, 1750-1821, catálogo de


exposición, México, Fomento Cultural Banamex, 1997.

Katzew , liona, “La pintura de castas. Identidad y estratificación social


en la Nueva España”, en liona Katsew (curalor), New World Orders.
Casia Paintingand Colonial Latin America, New York, Americas So-
ciety Art Gallery, 1996.
Kellog, Susan, “Tcxts of Identity: Writing and Painling Ethno-racial
and Gender Identities in Colonial New Spain, 1650-1750”, manus­
crito, 1977.
. “Las mujeres ‘africanas’ en el centro de México, 1648-1707: sus
testamentos y sus vidas”, manuscrito, 1999.
K i-Zerbo, joseph, Historia del África Negra. De los orígenes al siglo XIX,
Madrid, Alianza, 1972.
Kunesof, Elizabeth Anne, “Raza, clase y matrimonio en la Nueva Es­
paña: estado actual del debate”, en Pilar Gonzalbo (coord.), Familias
novohispanas, siglos XVI-XIX, México, El Colegio de México, 1991.
_____, “Ethnic and Gender Influenc.es of ‘Spanich” Creóle Society ín
Colonial Spanish America”, en Colonial Latin America Review, vol. 4,
núm. 1, 1995.

Lamas, Marta (comp.) El género: la construcción cultural de la diferencia se­


xual, México, Programa Universitario de Estudios de Género-UNAM/
Porrúa, 1996.
Lavín, Ménica y Ana Benítez, Cocina virreinal novohispana. SorJuan en
la cocina, t. IV, México, d io , 2000.

505
Maria Elisa Velazquez Gutierrez

Lavrin, Asunción (comp.), Las mujeres latinoamericanas: perspectivas his­


tóricas, México, FCE, 1985.
_____, “Investigaciones sobre la mujer de la colonia en México: siglos
XVI1 y XVIII”, en Asunción Lavrin (comp.), Las mujeres latinoamerica­
nas. Perspectivas históricas, México, FCE, 1985.
■Sexualidad y matrimonio en la América hispánica, siglos xVi-XVil,
México, Conaculla/Grijalvo (Los Noventa), 1991.
_____y Edith Couturier, “Las mujeres tienen la palabra”, en Historia
mexicana, vol. XXI, núm. 2, octubre-diciembre de 1981, México, El
Colegio de México.
León, Fray Luis de, Ia perfecta casada, Argentina, Espasa Calpe (Austral),
1944.
L eón Pinelo, Antonio de, Questión moral si el chocolate quebranta el ayuno
eclesiástico (1536), México, Centro de Estudios de Historia de Méxi­
co/Condumex, 1994.
Les peuples bantu migrations, expansión el identite culturelle, Théophile
O b e n g a (dir. scientifique), ts. 1 y II, París, L’H arm attan/C'lCIBA ,
1989.
L orenzana, Francisco Antonio, Historia de la Nueva España (facs.), Mé­
xico, Imprenta del Hogal, 1770.
L othe, Heinrich, Woman in Ancient Africa, Germany, Edition Leipzig,
1987.
Los siglos de oro en los virreinatos de América 1550-1700; catálogo de ex­
posición, Madrid, Museo de América, 2000.
Love, Edgar F., “Negro Ressitance to Spanísh Rule in Colonial Méxi­
co”, en TheJournal of Negro History, vol. 52, núm. 2, abril de 1967.
■“Marriage PatLems of persons of African decent in a Colonial
México City Parish”, en Hispanic American Historical Revicw, vol, 51,
núm. 1, 1971.
Lovejoy, Paul E., “The Volunte of the Atlantic SlaveTrade”, en Journal
of African History, núm. 23, 1982.
_____y David V. Trotaman, “Expcctations and experience: African
notions of slavery and the reality of the Americas”, ponencia pre­
sentada en el simposio internacional: La ruta del esclavo en Hispa­
noamérica, Universidad de Costa Rica, 1999.
Ly, Madina, “La mujer en la sociedad manding precolonial”, en Acho­
la O. Pala y Mandina Ly, La mujer africana en la sociedad precolonial,
Barcelona, Serbal/UN FISCO, 1982.

M aquívar, María del Consuelo (coord.), El arte en tiempos deJuan Correa,


México, Museo Nacional del Virreinato, IN A H , 1994.

506
tUbliograjia

M ane, Mamadou, “I.e Kaabu. Une des grandes entités du patrimoinc


historique Guineo-Sénc-Gambien", en Ethiopiques, Reven semestrielle
de culture négro-africaine, Dakar, Senegal, l'ondalion Léopold Sedar
Senghor, vol. 7, mím. 2, 1991.
M angas Manjarrés, Julio, Esclavos y libertos en la España romana, Espa-
.ña. Universidad de Salamanca, 1971.
M árquez Morfín, Lourdes, “lzis parroquianos del Sagrario Metropo­
litano: panorama sociodemográfico”, en Lourdes Márquez y José
Gómez (comps.), Perfiles demográficos de. poblaciones antiguas de México,
México, INAH (Obra Diversa), 1998.
M arroquí, José María, Im ciudad de México (facs., 1890), 1.1, México, Je­
sús Medina Editor, 1969.
M artínez Monlicl, Luz María (coord.), Presencia africana en México, Mé­
xico, Dirección General de Culturas Populares-Conaculta, 1994.
Maza, Francisco de la, Arquitectura de los coros de monjas en México, Mé­
xico, UNAM, 1983.
_____, La ciudad de México en el siglo XVII, México, FCE (Lecturas Mexi­
canas, 95), 1985.
M ejía González, Ana Leticia (ed.}, Relación de la causa deJuana María,
mulata. Esclava, mulata y hechicera. Historia inquisitorial de una mujer no-
vohispana del siglo XVIu, México, El Colegio de México (Biblioteca
Novohispana “Añejos 2”), 1996.
Mentz, Brígida von, Trabajo, sujeción y libertad en el centro de la Nueva Es­
p a ñ a México, Ciesas/Porrúa, 1999.
México eterno. Nostalgia y permanencia, catálogo de exposición, México,
Museo del Palacio de Bellas Artes, INBA, 2000.
M illares, Agustín y José Ignacio Mantecón, índice y extractos de los pro­
tocolos del Archivo de Notarías de México, Db\ t. I, México, El Colegio
de México, 1945.
Mintz, Sidncy, Afro-Caribbeana: An Introduction, Johns Hopkins Univer-
sity Press, 1974.
_____, Tasting Food, Tasting Freedom, Boston, Bcacon Press, 1996.
_____y Richard Price, The Birth of African-american Culture, an Anlhro-
pological Perspedive, Boston, Beacon Press, 1992.
M oreno de los Arcos, Roberto, “Las notas de Alzate a la Historia anti­
gua de Clavijero”, en Estudios de cultura náhuatl, México, vol. X, 1972.
_____, “La ilustración mexicana", en Las castas mexicanas. Un género pic­
tórico americano, Italia, Olivetti, 1989.
M orner, Magnus, “Comprar o criar. Fuentes alternativas de sumistro
de esclavos en las sociedades plantacionistas del Nuevo Mundo",
en Revista de Historia de América, núm. 9, México, enero-junio de
1981.

507
María Elisa Vclázcjucz Culi Orre/

------- , La mezcla de razas en la historia de América Latina, Buenos Aires,


Paidós, 1969.
M otta, Arturo y Ethcl Correa, “El censo de 1890 del Estado de Oaxa-
ca , en María Guadalupe Chávez (coord.), El rostro colectivo de la na­
ción mexicana, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de
Hidalgo, 1997.
M otta, Nancy, Enfoque de género en el litoral pacífico colombiano, Santiga-
go de Calí, Universidad del Valle, 1995.
M uñón Chimalpahin, Domingo de San Antón (1579-1615), “Diario
1589-1615” mss., en Ernesto de la Torre (comp.), Lecturas históricas
mexicanas, México, UNAM, 1992.
Murifel, Josefina, Conventos de monjas en la Nueva España, México, San­
tiago, 1946.
------ _, Las indias caciques de Corpus Christi, México, Instituto de Histo-
ria-UNAM (Primera Serie Histórica, 6), 1968.
------- , Los recogimientos de mujeres: respuesta a una problemática social no­
vohispana, M éx ico , Instituto d e Investigaciones Historie as-UNAM
1974.
------- , Cultura femenina novohispana, México, instituto de Investigacio­
nes Históricas-UNAM (Serie Novohispana, 80), 1982.
—---- -i mujeres en Hispanoamérica, época colonial Madrid, Mapire
1992. ’
M urra, John, “El tráfico del Mullu en las costas del Pacífico”, en Simpo­
sio de correlaciones antropológicas, Ecuador, A ndino-Mesoc americanas
1971.

N avarrete, María Cristina, Prácticas religiosas de los negros en la colonia


Cartagena, siglo XVII; Santiago de Cali, Universidad del Valle, 1995.
N aveda, Adriana, “Trabajadores esclavos en las haciendas azucareras
de Córdoba, Veracruz, 1714-1763”, en Elsa Frost et al., El trabajo y
los trabajadores en la historia de México, México, El Colegio de México/
Universily of Arizona Press, 1977.
------- , Esclavos negros en las haciendas azucareras de Córdoba, Veracruz. 1690-
1830, Xa)apa, Centro de Investigaciones Históricas, Universidad
Veracruzana, 1987.
—_— (comp.), Pardos, mulatos y libertos, Sexto Encuentro de Afromcxi-
canistas, Xalapa, Universidad Veracruzana, 2001.
N egroe, Gcnny Sierra, “Pocos negros en Mérída, ¿suficientes fuentes?”,
ponencia presentada en el V Encuentro Nacional de Afromexica-
nistas, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidal­
go, 1995.

508
Bibliografìa

Ndaw, Alassane, La Pensée Africaine. Recherches sur lesfondements de la pen-


sée negro-africaine, I^éopoíd Sedar Senghor (pref.), Dakar, Les Nouve-
lles Editions Africaines, 1983.
Ngou-Mvé, Nicolás, El África bantú en la colonización de México (1595-
1640), Madrid, Agencia Española de Cooperación Internacional,
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Monografías, 7),
1994.

O ’Crouley, Pedro Alonso, Idea compendiosa del Reyno de la Nueva España


(1774), Teresa Castelló lturbide y M anta Martínez del Río (cd.), Mé­
xico, UNAM, 1975.
O lw en Hufton, “Mujeres, trabajo y familia”, en Historia de las mujeres.
Del Renacimiento a la Edad Moderna, Georges Duby y Michelle Perrot
(dir.), Madrid, Taurus, 1992.
O rozco y Berra, Manuel, Historia antigua y de la conquista de México,
México, Porrúa, 1960.

Pala, Achola O. y Madina Ly, La mujer aficana en la sociedad precolo­


nial, Barcelona, Serbal/UNESCO, 1982.
Palm er, Colín A., Slaves of the White God: Blacks in México, 1570-1650,
Cambridge, Harvard University Press, 1976.
____ , “México and the African Diaspora: Soine Methodological Is-
sues”, ponencia presentada en el simposio internacional “Balance
y perspectivas de los estudios sobre poblaciones y culturas de heren­
cia africana en México hacia fines del milenio”, Dirección de Etno­
logía y Antropología Social-INAH, 1997.
Panofsky, Erwin, Estudios sobre iconología, España, Alianza Universi­
dad, 1984. '
Parcero, Luz María de la, Condiciones de la mujer en México durante el si­
glo XIX, México, 1NAH (Científica), 1992.
Paredes, Carlos y Blanca I ^ra, “La población negra en los valles centra­
les de Puebla: orígenes y desarrollo hasta 1681", en Presencia aficana
en México, Luz María Martínez Montiel (coord.), Conaculta, 1994.
Pérez, Emma Rocha y Gabriel Moedano, Aportaciones a la investigación
de archivos del México colonial y a la bibliohemerografia afiomexicanista,
México, IN A H , 1992.
Pérez, Patricia, “Amor y poder, dos anhelos en la hechicería de escla­
vos”, en Estudios Michoacanos VI, Zamora, El Colegio de Michoacán,
1985.
Pérez, Rolando Fernández, La música a f amestiza mexicana, Xalapa, Uni­
versidad Veracruzana, 1990.

509
Maria Elisa Velázquez Gutiérrez

Pescador, Juan Javier, De bautizados a fieles difuntos, México, El Colegio


de México, 1992.
Phillips, William R., La esclavitud desde la época romana hasta los inicios
del comercio transatlántico, España, Siglo XXI, 1989.
Pintura y vida cotidiana en México 1650-1950, catálogo de exposición,
México, Fomento Cultural Banamex/Conaculta, 1999.
Price, Richard (comp.), Sociedades cimarronas, México, Siglo XXI, 1981.
_____(ed.), Maroon Societies, Baltimore and London, The Johns Hopinks
University Press, 1979.
_____y Sally Price, Afro-american Arts of the Suriname Rain Forest, Ber-
kely, Los Angeles/I .ondon, University of California Press, 1980.
P roctor III, Frank T„ “Black and White Magic: Curandismo, Race and
Culture in Eightccnth-contury México”, ponencia presentada en
“The International Seminar on the History ofthc Atlantic World”,
Harvard University, 1988.
_____, “African Slavery in México, 1640-1750: labor, Family, Commu-
nity and Culture”, proyecto de investigación presentado en el semi­
nario “Estudios sobre poblaciones y culturas de herencia africana
en México”, Dirección de Etnología y Antropología Social-INAH,
noviembre de 2000.

Q uezada, Noemi, Amor y magia amorosa entre los aztecas. Supervivencia


en el México Colonial, México, 1,'NAM (Serie Antropológica, 17), 1996.

Ramos, Carmen (coord.), Género e historia, México, Instituto Mora/UAM,


1992.
_ _ _ et aL, Presencia y transparencia: la mujer en la historia de México,
-México, El Colegio de México, 1987.
Ram os, José Abel, “Las mujeres en la imprenta novohispana”, en La
América abundante de sorJuana, IV Ciclo de Conferencias en el Museo Na­
cional del Virreinato 1995, México, in a h , 1995.
Recopilación de las Leyes de los Reynos de Las Indias (1681), Madrid, 3
vols., ed. facs. del Consejo de la Hispanidad/Grafízas Ultra, 1943.
Reyes, Juan Carlos, “Tributarias negros y afromestizos, primeras notas
sobre un padrón colímense de 1809”, en Luz María Martínez Mon­
de! y Juan Reyes (eds.), ¡ti Encuentro de Afromexicanistas, Colima, Go­
bierno del Estado de Colima/Conaculta, 1993.
Reyna, María det Carmen, El convento de sanJerónimo. Vida conventual y
finanzas, México, INAH (Divulgación), 1990.
Reynoso, Araceli, “Nuestra tercera raíz y los estudios sobre la presen­
cia africana en México”, ponencia presentada en el simposio inter­
nacional “Balance y perspectivas de los estudios sobre poblaciones

510
B ib lio g ra fia

y culturas de herencia africana en México hacia fines del milenio”,


Oaxaca, Dirección de Etnología y Antropología Social-INAH, 1997.
_____, “Esclavos y condenados: trabajo y etnicidad en el obraje de .Po­
sadas”, en María Guadalupe Chávez (coord.), E l rostro colectivo de la
n a c ió n m exicana, M o relia, Universidad Micho acana de San Nicolás
de Hidalgo, 1997.
R obertson, Clairc C. y Martin A. Klein, “Women’s Importance in Afri­
ca Slave Systems”, en W om en a n d S la ve ry in A frica , Wisconsin, The
University of Wisconsin Press, 1983.
R o ig ju a n Femando, Iconografía de los santos, Barcelona, Omega, 1950.
Ros, María Amparo, “La Real Fábrica del Tabaco: ¿un embrión de
capitalismo?", en H isto ria s , núm. 10, julio-septiembre de 198.5, Mé­
xico, Instituto de Investigaciones Hi stori cas-UNAM.
R u b ial, Antonio, “La sociedad novohispana de la ciudad de México”,
en L a m u y noble y leal C iu d a d de M éxico, México, DDi-'/UIa/ Conacuita,
1994.
_____ , L a ciu d a d de M éxico en el siglo X V H (1 6 9 0 -1 7 8 0 ), México, Cona-
culta, 1990.
_____ , L a p la za , el palacio y el convento. L a ciu d a d de M éxico en ei siglo XVII,
México, Conacuita, 1998.

Salazar, Nuria, “Niñas, viudas, mozas y esclavas en la clausura monjil”,


en L a A m érica a b u n d a n te de sor J u a n a . M useo N a c io n a l del Virreinato.
I V C iclo de Conferencias 1995, México, 1NAH, 1995.
S c h e n o n e , Héctor H., Iconografía del arte colonial. L o s santos, voi. i, Ar­
gentina, Fundación Tarea, 1992.
S c h n e id e r Jane, “Trousseau as treasure: some contradictions of late
nineteenth ccntury", en i h e S o cial L ife o fT h in g s , Cambridge, 1986.
S c o t t , JamesC., L os dom inados y el arte de la resistencia, México, Era, 2000.
S c o tt, N in a M., “D om estícidad y co m id a en las p in tu ras d e castas”, en
Históricas, núm . 26, septiem bre-diciem bre de 2000, México, Institu­
to d e Investigaciones Hislóricas-UNAM.
S e e d , Patricia, A m a r, honrar y obedecer en el M éxico colonial, México, Co­
ñac ulta/Al ianza, 1991.
_____, “Social Dimensions of Race: México City, 1753”, en A m erica n
H is to r ic a lH is p a n ic R eview , voi. 62, núm. 4, noviembre de 1982, Uni­
versity Press.
_____, “Memoria de la herencia étnica: la elite criolla del siglo XVIII
mexicano", en L a m em oria y el olvido , Segundo Simposio de Histo­
ria de las Mentalidades, México, INAH, 1985.
Seijas y Lobera, Francisco de, G o b ie r n o m i l ita r y p o lític o d e l R e in o I m p e ­
r i a l d e la N u e v a E s p a ñ a (1702), México, UNAM, 1986.

511
María Elisa Velázque/. Gutiérrez

S elln er, Albert Christian, C alendario perpetuo de los santos, México, Her-
mes, 1995.
Serna, Juan Manuel de la, “La esclavitud africana en la Nueva España.
Un balance histnriográiico comparativo”, en Juan Manuel de la Ser­
na (coord.), Iglesia y sociedad en A m érica L a tin a colonial. In terpretacio­
nes y proposiciones, México, UNAM/Centro Coordinador y Difusor de
Estudios Latinoamericanos, 1998.
_____>“La esclavitud africana en la Nueva España. Un balance histo-
riugráfico comparativo”, en María Guadalupe Chávez (coord.), E l
rostro colectivo de la nación m exicana, Michoacán, Universidad Michoa-
cana de San Nicolás de Hidalgo, 1997.
---- _ , “De esclavos a ciudadanos. Negros y mulatos en Querétaro a fi­
nales del siglo XVIII”, tesis de doctorado, Tulanc University, 1999.
_____(coord.), P a u ta s de convivencia étnica en la A m érica L a tin a colonial
(indios, negros, m ulatos, pardos y esclavos), México, CCYDEL, UNAM, Go­
bierno del Estado de Guanajuato, 2005.
S erran o, Lilia, “Población de color en la ciudad de México, siglos XVI-
XVII", en Luz María Martínez Montiel y Juan Reyes (eds.), //; E n ­
cuentro N a c io n a l de A from exicanistas, Colima, Gobierno del Estado de
Colima/Conaculta, 1998.
------- , “Algunos aspectos d e la sociedad mexicana del siglo XVI”, en
E l N a c io n a l, suplemento N uestra P alabra , año III, núm. 10, 30 de oc­
tubre de 1992, México.
S h e p h e r e d , Vercne et al., E ngendering H istory, C aribbean W om en i n ü i s -
to rica l Perspective, London, Jam es Currey Publishers, 1995.
Siete P a rtid a s del R ey D o n A lfonso el Sabio, las, ed. facs., Madrid, Adas,
1972.
S te r n , SleveJ., L a h isto ria secreta d e l género. M ujeres, hom bres y p o d e r en
M éxico en las p o strim e ría s d e l p eriodo colonial \ México, FCE, 1999.
—---- 1 “Gente de Color Quebrado. Africans and Afromestizos in Co­
lonial México”, en CLAHR, vol. 3, núm. 2, 1994.
Solan o, Francisco de, A ntonio de Ulloa y la N ueva E spaña. México UNAM,
1987.
S w ia d o n , Glenn, “Los villancicos de negro en el siglo XVH”, tesis de
doctorado, México, UNAM, 2000.

Tank de Estrada, Dorothy (antol.), L a Ilustración y la educación en la N u e ­


va E sp a ñ a , México, El Cabailito/SEP (Biblioteca Pedagógica), 1985.
Tam sir Niane, Djíbril, H istoire des M andingues de l ’Ouest, París, Karthala,
1989.
T apia Méndez, Aureliano, D o ñ a J u a n a Inés deA sbaje, México, Academia
Mexicana de la Historía/El Troquel, 1996.

512
bibliografía

Testimonios artísticos de la evangelizflción, catálogo pictórico, México, Gru­


po Gutsa, 1995.
Thom as, Hugh, L a tra ta de esclavos. H isto ria d e l tráfico de seres h u m a n o s
de 1440 a 1870\ España, Planeta, 1998.
Torre Villar, Ernesto de la (est. prel., coord., bibl. y notas), Instrucciones
y m em o ria s de los virreyes novohispanos, vol. I, México, Porrúa, 1965.
Torrés Cerdán, Raquel y Dora Elena Carcaga, Recetario afrom estizo de
Veracruz, México, Conaculta/Instituto Veracruzano de Cultura, 1999.
Tostado, Marcela, E l alb ú m de la mujer. É poca c o lo n ia l vol. II, México,
INAH (Divulgación), 1991.
T o v a r y de Teresa, Guillermo, “La iglesia de san Francisco Javier de
Tepotzotlán: eco de la vida artística de la ciudad de México en los
siglos XVII y XVIII®, en Tepotzotlán, la vida y la obra en la N u eva E sp a ­
ñ a , México, Banr.omer/Museo Nacional del Virreinato, 1988.
Trabulse, Elias, H isto ria de la ciencia en M éxico , t. III, México, FCE, Mé­
xico, 1992.
T\iñon, Julia, M u je r e s en M é x ic o . R e c o rd a n d o u n a h is to r ia , México, Cona­
culta (Serie Regiones), 1988.

V ald és, Carlos Manuel c Ildefonso Dávila, E sclavos negros en S a ltillo , si­
glos XVII-XIX, manuscrito, 1989.
V aldés, Dcnnis, “The Decline of the Sociedad de Castas in México Ci­
ty”, tesis de doctorado, Universily of Michigan, 1978.
V a lie-A rizp e, Artemio de, H isto ria , tradiciones y leyendas de calles de M é ­
xico , t. III, México, Planeta, 1999.
V argas Lugo Elisa, “Angelitos y querubines”, en J u a n Correa, su vid a y
su obra. R eperto rio pictórico, t. IV, la. parte, México, UNAM, 1994.
_____, “Niños de color quebrado”, en J u a n Correa, su vida y su obra. R e ­
p e rto rio pictórico , l. IV, la. parte, México, UNAM, 1994.
_____“Juan Correa”, en M em oria d el Coloquio E l arte en tiem pos de J u a n
Correa, México, Museo Nacional del Virreinato-lNAH, 1994.
______y Gustavo Curiel, Correa, su vida y su obra. Cuerpo de docum en­
tos , t. 111, México, UNAM, 1991.
Vansina, J. “África ecuatorial y Angola. Las migraciones y la aparición
de los primeros estados”, en H isto ria general de Á frica. Á fric a entre los
siglos x u y XVI, D.T. Nianc (dir.), España, Tecnos/UNESCO, 1985.
V á zq u ez, Irene, “Los habitantes de la Ciudad de México vistos a tra­
vés de) censo del año 1753”, tesis de maestría, México, El Colegio
de México, 1975.
Velasco Ceballos, Rómulo, “Bucareli, su administración”, en L a a d m i­
n istración de D . Fray A n to n io de M a ría de B u careli y Ursúa, cuadrigésim o

513
María Elisa Velázquez Gutiérrez

sexto virrey de M éxico, vol. 30, t. )I, México, Secretaría de Gobernación,


Talleres Gráficos de la Nación, 1936.
V ela sco , María Teresa, “Nacimiento c infancia de Cristo”, en J u a n C o­
rrea, su v id a y su obra. R ep e rto rio p ictórico , t. IV, la. parte, México,
UNAM.
V elázq u ez, María Elisa, J u a n C o m a : m u la to libre, m aestro de p in to r, Mé­
xico, Conaculta, 1988.
___ _, “Mujeres de rostros azabachados en la Nueva España”, en (V
Ciclo de C onferencias: L a A m érica a b u n d a n te de so rJu a n a , México, Mu­
seo Nacional del Virreinato-INAH, 1995.
_____, “Orgullo y despejo. Iconografía de las mujeres de origen africa­
no en los cuadros de castas del México virreinal”, en Adriana Naveda
(comp.), Pardos, m u la to s y libertos. S exto encuentro de ajrom exicanistas,
Xalapa, Universidad Veracruzana, 2001.
_____y Ethel Correa (comps.), P oblaciones y cu lturas de origen africano en
M éxico , México, INAH (Africanía, 1), 2005.
V ercou tter, Jean e t a i , The Im age o f the B la c k in W estern A rt, vol. 1, Lon-
don, Cambridge, 1976.
V etan cu rt, Fray Agustín de, “Tratado de la ciudad de México y las
grandezas que la ilustran después que la fundaron españoles”, en
Antonio Rubial, L a ciu d a d de M éxico en e l siglo X VII ( 1 6 9 0 -1 7 8 0 ), Mé­
xico, Conaculta, 1990.
V iera, Juan de, Breve y compendiosa narración de la ciudad de M éxico {1777),
México, Instituto Mora (Facsímiles), 1992.
V ila , Vilar Enriqueta, H isp a n o a m érica y el comercio de esclavos. L o s asien­
tos portugueses, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1977.
V illa fiierte , Lourdes, “Matrimonio y grupos sociales. Ciudad de Mé­
xico, siglo XVlt”, en C om unidades dom ésticas en la sociedad novohispana.
F o rm a s de u n ió n y transm isión cultural. M em o ria d el ¡V S im p o sio de H is ­
to ria de las M entalidades, México, INAH (Divulgación), 1994.
V illa rro el, Hipólito, E nferm edades po lítica s que padece la c a p ita l de esta
N u eva E spaña, Beatriz Ruiz Gaytán (est. introd.), México, Conaculta,
1994.
V illa se ñ o r y Sánchez, Joseph Antonio, Theatro am ericano. D escripción
g eneral de los reynos y pro vin cia s de la N u e va E sp a ñ a y sus jurisdicciones,
(1746), reprod. facs., Familia Cortina del Valle, 1986.
V iqueira, Juan Pedro, ¿R elajados o reprim idos? D iversiones p ú blicas y vida
so cia l en la c iu d a d de M éxico d u ra n te el Siglo de las Luces , México, FCE,
1987.
V ives, Juan Luis, Instrucción de la m ujer cristiana , Buenos Aires, Esparsa,
1940.

514
fU bliografia

W a d e , M argaret, La mujer en la Edad Media, M ad rid N erea 1989^


W in fie ld , F ern an d o , Esclavos en el archivo notarial de Xalapa, 1700- IWU,
X alapa, U niversidad V eracru zan a/M u seo d e A ntropología, 1. .4.
W olf, F.ric R., Europa y la gente sin historia, M éxico, F C E , 198/.

Z a y a la , Silvio, Ordenanzas del trabajo, siglos XVI y XVu, M éxico, FJede,

Z im m erm an n , Klaus, “Z ur Sprache d er afrohispanischen Bevölkerung


im M exiko der K olonialzeit”, en Iberoamericana Latem am enka-hpa-
nien-Portugal, año 17, n ú m . 2, Berlín, 1993.
Z o rita , A lonso de, Breve y sumaria relación de los señores de la hueva Es­
paña, M éxico, U N A M {Biblioteca d el E studiante U niversitario , 32),
1942.

Archivos documentales

A rch iv o G e n e ra l de la N ació n , ram os:

A rch iv o h istó rico de h a c ie n d a


B ienes N acionales
C ivil
C rim in a l
G e n e ra l d e p a rte s
Je su ita s
In q u isició n
M a trim o n io s
R eales C éd u las
R eal fisco de la In q u isic ió n
T ie rra s

A rch ivo G en eral d e N o tarías. C iu d ad d e M éxico.


(A rchivo H istórico)

F o n d o R e se rv a d o , In q u isic ió n , B ib lio teca N acio n al de


A n tro p o lo g ía c H isto ria , ¡ N A H .

515
F ig u r a s
Figuras

F igu ra 1. San Benito de Palermo. A n önim o, siglo XVIII. D etalle.

F igu ra 2. San Benito de Palermo (atribuido). V ictorino A n to n io Sánchez


(atribuido), siglo XVIII.
María Elisa Velázquez Gutiérrez

Figura 3. Santa Cirila, an ó n im o , siglo XVIII.


Figuras

F ig u r a 4. Santa Cirila. Anónimo, siglo XVIII.


María Elisa Velâzquez Gutiérrez

Figura 5. Santa Cirila. Detalle.


Figuras

F ig u r a 6. Retablo devocional con Santa Cirila. A n ó n im o , siglo XVIII.


María Elisa Velázquez Gutiérrez

F igu ra 7. Niño Jesús con ángeles músicos. Juan Correa, siglo XVII.,
Figuras

F igura 8. Virgen del apocalipsis, J u a n C o rre a , siglo XVII


María Elisa Velázquez Gutiérrez

F igu ra 9. Adoración de los reyes Magos. Anónimo, siglo XVII.

F igura 10. San FranciscoJavier bendiciendo nativos.Juan Rodríguezjuárez,


1693.
Figuras

Figura 11 Vida de san Antonio. Anónimo, siglo XVIII.


María Elisa Velazquez Gutiérrez

F igu ra 12 Sirvienta en Vida de san Antonio. A n ónim o, siglo XV1 1 I.


D etalle.
Figuras

Figura 13. Exvoto dedicado a la santísima señora de la Soledad. Anónimo, 1740.


María Elisa Velázquez Gutiérrez

Figura 14. Exvoto dedicado a la santísima señora de la Soledad. D etalle.


Figuras
María Elisa Velázquez Gutiérrez
Figura 15. Procesión de sanJuan Nepomuceno. Anónimo, 1752. Detalle.

Figura 17. Biouibo A


ligarí* to t a . (-«buido), .iglò
María Elisa Velázquez Gutiérrez
F igu ra 18. Alegoría de los cuatro continentes. Pareja de africanos. Detalle.
María Elisa Velazquez Gutiérrez

Figura 20. Biombo Visita delpalacio del virrey en México. Anónimo, siglo XVII. Colección particular de Rodrigo Rivero Lake.
Figuras

F igura 21. B io m b o Cochero. R iv e ro L ak e. D e ta lle .


María Elisa Velázquez Gutiérrez

Figura 22. B iom bo Cargadores. R i v ero L ake. D etalle.


Figuras

Figura 23. B io m b o Aguador. R iv e ro L ak e. D etalle.


María Elisa Velazquez Gutiérrez

Figura 24. B io m b o N iñ o de origen africano. R iv e ro L ak e. D etalle.


Figuras

Figura 25. Biombo Vendedor de semillas. Detalle. Museo de América.

Figura 26. B io m b o M ujer de origen africano. D etalle. M u se o d e A m erica.


María Elisa Velazquez Gutiérrez

y » y i.

F ig u r a 27. B iom bo Escalavas y amas. Detalle. M useo de A m érica.


Figuras

Figura 28. B iom bo Niña de origen africano con mujer. Detalle. M useo de
A m érica.
María Elisa Velázquez Gutiérrez

Figura 29. Biombo Vendedora. Detalle. Museo de América.


Figuras
María Elisa Velazquez Gutiérrez

Figura 31. Biombo R ecepríón de


un mrrey a ¡as casas reales de C hapultepec,
Pareia de. esclavos. Detalle.
Figuras

Figura 32. Biombo Recepción de un virrey a las casas reales de Chapullepec.


Esclava en un balcón. Detalle.

Figura 33. Biombo Recepción de un virrey a las casas reales de Chapullepec.


Esclava en carroza con amas. Detalle.
María Elisa Velázquez Guti

F igu ra 35. B iom bo F isto de ¡a d u d a d de M éxico , A n ó n im o , siglo XVIII.


María Elisa Vélá/.qucz Gutiérrez

Figura 36. Biombo Vistas de la dudad de México. Mulata vendedora. De­


talle.

Figura 37. Biombo Vistas de la ciudad de México. Esclavos y amos. Detalle.


Figuras

Figura 38. Biombo Vistas de la ciudad de México. Habitantes de la ciudad.


Detalle.

Figura 39. Biombo Vistas de la ciudad de México. Mulata vendedora con


inscripción. Detalle.

A
Mana ünsa Vfelázquez Gutiérrez

Figura 40. Biombo Vistas de la dudad de México. Mulata con p u e sto a m b u -


lante. Detalle.
Figuras

Figura 42. Visita de un virrey a la Catedral de México. Anónimo, siglo XVIII.

Figura 43. Visita de un virrey a la Catedral de México. Negra vendedora.


Detalle.
María Elisa Velázquez Gutiérrez

F igura 44. Visita de un virrey a la Catedral de México. Mulata vendedoi


Detalle.
Figuras

F igura 45. Visita de un virrey a la Catedral de México. Mujer observando


el cortejo. Detalle.
María Elisa Velazquez Gutiérrez

F ig u ra 46. Visita de un virrey a la Catedral de México. Mulata atrapando


a ladrón. Detalle.

F ig u ra 47. Visita de un virrey a la Catedral de México. Esclava con ama.


D etalle.
Figuras

Figura 48. Lacayo de origen africano. Azulejo, siglo XVIII.


María Elisa Velazquez Gutiérrez

Figura 49. Mujer lavandera. Azulejo, siglo XVIII.


Figuras

Figura 50. Mujer de origen africano, sirvienta ataviada. Azulejo, siglo XVIII.
Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

Figura 51. Cómoda miniatura. Anònimo, sigio XVIII.

wmm
>sy

...v&Sx-wiv*:

Figura 52. Esclava con ama. Cómoda miniatura. Detalle.


Figuras

Figura 53. Esclava con ama. Cómoda miniatura. Detalle.

Figura 54. Entrada de Agustín de Iturbide a la ciudad de Meexico en 1821.


Anónimo, siglo XIX.
María Elisa Velázquez Gutiérrez

• 1

c iu d a d d e M ixteo . M u je r d e
origen africano en el balcón. Detalle.

Figura 56. Cuadro de castas o de mestizaje. Luis de Mena, 751


Figuras

Figura 57. De español y negra, produce mulato. José de Páez, siglo XVIII.
María Elisa Velazquez Gutiérrez

Figura 58. Cuadro de castas. Anónimo, siglo XVIII.


Figuras

mam

Figura 59. Español con mora, mulato. Cuadro de castas. Detalle.


María Elisa Velázquez Gutiérrez

Figura 60. De españoly negra, sale matoo.joséjoaquín Magón, siglo XVIII.

Figura 61. Español, negra y mulata. José Joaquín Magón, siglo XVIlí.
Figuras

Figura 62. De español y mulata, morisdco. José de Páez, siglo XVIII.


María Elisa Velázquez Gutiérrez

Figura 63. Mulata. Detalle.

Figura 64. Español, mulata y morisca. José Joaquín Magón, siglo XVIII.
Figuras

Figura 65. D e b a r á n o y m u la ta , china. C la p e ra , siglo XVIII.


María Elisa Velâzquez Gutiérrez

y Alharazctdo con JVe5va


, C c t °
Figura 66. Alabarazfldo con negra, cambujo. Cuadro de castas. Detalle. Mu­
seo Nacional del Virreinato.
Figuras

Figura 67. D e m u la to y e s p a ñ o la , m o risc o . Clapera, siglo XVIII.


María Elisa Velázquez Gutiérrez

F i g u r a 68. D e indio y negra, nace lobo. A n d re s d e Islas, 1774.


Figuras

Figura 69. L o b o y n e g ra . Andres de Islas, 1774.


María Elisa Velazquez Gutiérrez

Figura 70. D e e s p a ñ o l y n e g ra , s a le m u la ta . Anónimo, siglo XVIII.

F i g u r a 71. D e tente en el aire y m ulata, alborozado. A n ó n im o , siglo XVIII.


Figuras
María Elisa Velázquez Gutiérrez

F ig u r a 73. Diseño de mulata, hija de negra y español en la ciudad de


México, Cabeza de América a 22 del mes de agosto de 1711, Are-
llano.
Figuras

F ig u r a 74. D e español y m ulata, morisca- M iguel C a b re ra , 1763.


María Elisa Velâzquez Gutiérrez Figuras
Figura 76. M u je r d e o rig e n a fr ic a n o , Detalle.
Mana Elisa Velázquez Gutiérrez

Figura 77. De españoly negra, mulato.]osé de Páez, siglo XVIll.

F ig u r a 78. D e español y negra, m ulato. A n ó n im o , sig lo XVIII.


F ig u ra s

F i g u r a 79. D r español v negra, mulata. A nónim o, siglo XVIII.

F i g u r a 80. E spañol y m ulata. A n ó n im o , siglo XIX.


Maria Elisa Velazquez Gutiérrez

Figura 81. D e español y negra, nace m ulata. A n d ré s d e Islas, 1774.


F iguras

Figura 82. De español y negra, produce mulato.Juan Rodríguez Juárez «(atri­


buido), siglo XVIII.

F i g u r a 83. D e español y m ulata, produce morisca, Jo s é de Páez, sigio .XVIII.


María Elisa Velázquez Gutiérrez

Figura 84. Cúadro de castas con cartela. José Joaquín Magón, siglo XVIII.
Detalle.
F ig u ra s

Figura 85. D e español y negra, m ulata. M iguel C a b re ra , 1763.


María Elisa Velâzquez Gutiérrez

Figura 86. De españoly negra, nace mulata. Anónimo, siglo XVIII.

F i g u r a 87. D e español y m u la ta , sale m orisca. J o s é J o a q u ín M a g ó n , siglo


F ig u ra s

Figura 88. De español y negra, mulato. Anónimo, siglo XVIII,


María Elisa Velazquez Gutiérrez

Figura 89. Coyote mestizo, mulata y ahí te estás. Anónimo, siglo XIX.
Mujeres de origen africano en la capital novohispana,
siglos XVII y XVIH
- c o n u n tiro de 1 0 0 0 e je m p la re s-
se term inó de im p rim ir en agosto d e 2006
en los talleres gráficos del Instituto N acional
d e A ntropología e H istoria. •
P roducción: P ro g ram a U niversitario
de estudios de G énero de la UNAM.
Maria Elisa V elazquez
Mujeres de origen africano en la capital
novohispana, siglos xvn y xvm
Miles de mujeres de distintas culturas de Africa occidental y
central habitaron la ciudad de México durante el periodo virrei­
nal. Su presencia en la formación de la sociedad mexicana ha sido
poco reconocida por la historiografía, a pesar de la importancia
de su participación en la vida económica, social y cultural de
aquel periodo. Como esclavas, y más tarde libres, realizaron ta­
reas en casas particulares, conventos y talleres gremiales como
cocineras, nodrizas o comerciantes y form aron parte de la vida
cotidiana com o madres de familia, abuelas o esposas. A través
de fuentes documentales de archivo, crónicas y datos dem ográ­
ficos, así como de imágenes pictóricas de la época, este libro
describe la vida de varias africanas y afrodescendientes en los
siglos xvn y xvm, destacando las complejas y diversas situa­
ciones que vivieron y revelando su injerencia en la historia de
la ciudad de México.

COLECCI ÓN AF Rí CANÍ A

«ACONACULTA • INAH

También podría gustarte