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Berman
Berman
2007
Antoine Berman
Me propongo indagar aquí brevemente cuáles son los diferentes “discursos” sobre
la traducción. Se tratará de analizar los que ya existen, y de proponer otros. La pretensión
de esta propuesta estará atenuada, espero, por el hecho de que este “nuevo” discurso
arraiga en la tradicionalidad más tradicional. Guiaré esta reflexión a partir de un triple
horizonte personal: como traductor de varios campos y de varias lenguas, como “teórico”
de la traducción que da seminarios en el Collège international de philosophie, y como
miembro de un organismo gubernamental francés, el Commissariat géneral de la langue
française, que en la actualidad desarrolla una política de la traducción.
Por lo general, a los traductores no les gusta mucho hablar de “teoría”. Se conciben como
intuitivos y artesanos. Y sin embargo, desde el comienzo de la traducción occidental, la
actividad traductora estuvo acompañada por un discurso-sobre-la-traducción. Así, tenemos
a lo largo de los siglos (para citar sólo los nombres más conocidos) los textos de Cicerón,
San Jerónimo, Fray Luis de León, Lutero, Du Bellay, Dolet, Rivarol. Herder, Humboldt, A.
W. Schlegel, Goethe, Schleiermacher, Chateaubriand, Pushkin, Valéry, Benjamin, Pound,
Armand Robin, Borges, Bonnefoy, Octavio Paz, etc. Por esencia, este discurso es el de los
que traducen, aunque en cada época se ve incrementado por el de los que no traducen, que
no hace sino reflejarlo y repetirlo. He dado en llamarlo el discurso “tradicional”.
Tradicional, en dos sentidos. En primer lugar, nos viene desde el fondo de la tradición
cultural occidental. En segundo lugar, pertenece a un mundo donde la traducción es
considerada como uno de los pilares de la tradicionalidad, es decir, del modo de ser de los
hombres, determinado por algo como la tradición. Traduzione tradizione, dicen los
italianos; uniendo pasado y presente, lo cercano y lo distante, la traducción siembra la
cultura, percibida ella misma como un conjunto de tradiciones.
1
Este discurso tiene tres características. Primero es heteróclito: unas veces analítico
y descriptivo, otras prescriptivo, algunas veces lírico, otras especulativo, a veces polémico,
rara vez es “teórico” en sentido moderno. De hecho, el primer texto “teórico” sobre la
traducción es probablemente el de Schleiermacher, Sobre los diferentes métodos de
traducir (Berlín, 1821)1.
Este discurso, luego, es de una sorprendente delgadez: pocas obras, una masa de
notas, de cartas, de prefacios, etc.; y si comparamos este corpus con el de otros textos
“críticos” que la literatura ha producido sobre sí misma, grosso modo, desde el
Renacimiento, deberemos concluir que los traductores son muy parsimoniosos cuando
hablan de su actividad. Todo sucede como si la traducción no se atreviera a afirmarse en un
modo discursivo. No obstante, a pesar de la delgadez, este discurso es rico, muy rico, y
debemos aprender a leerlo. A conocerlo, pues lo conocemos muy mal todavía.
La tercera característica es la siguiente: este discurso tradicional está marcado por
un disenso, el de los adeptos a la “letra” y los adeptos al “sentido”, y estos últimos son
siempre mayoritarios. Este disenso (retomaremos esto) tiene por fundamento la doble
potencialidad del traducir, y no “preferencias” sociales o subjetivas que podríamos tener
sobre este tema.
Frente a este discurso tradicional, el siglo XX ha visto constituirse una
multiplicidad de discursos nuevos sobre la traducción, que son muchas veces discursos
“objetivos”, otras discursos de “experiencia”. Veamos primero los discursos “objetivos”.
Son muchas veces sectoriales (vinculados a disciplinas definidas), otras generales (teorías
generales de la traducción).
1
Ver mi traducción de este texto-clave en Les Tours de Babel, Toulouse, éd. Trans-Europ-Repress, 1985.
[ver versión castellana en Textos clásicos de teoría de la traducción, Madrid, Cátedra, 1994]
2
Mencionemos, sin embargo, para la traducción técnica, los trabajos de B. Folkart y, para la traducción
jurídica, los de J. C. Gémar (Ottawa y Montreal).
2
Palimpsestos, de Gérard Genette, cuyos análisis de la parodia, el pastiche, la imitación, son
mucho más profundos que los de la traducción. De este modo, la poética apenas inicia (en
las huellas de Lotman) el estudio de las estructuras de traducibilidad y de traductividad de
las obras literarias, sin hablar de la estructura textual de las traducciones mismas.
La literatura comparada, que estudia las interacciones de los sistemas literarios, no
podía a la larga descuidar la traducción. Con bastante retraso, ahora produce análisis del
lugar de ésta en los corpus literarios. Incluso allí encontramos, en el nivel del saber
instituido, un interés acrecentado por la traducción, el que parece faltar en los lingüistas y
los “poéticos”. No obstante, la traducción no es para ella más que uno de los modos de
interacción de los textos, y no puede abordar como tal el área de la traducción que excede
forzosamente lo “literario”, aun cuando sea definido en sentido amplio.
Se trata de lo que actualmente suele llamarse las “teorías” de la traducción. Estas últimas
tienen una base doble: la hermenéutica de la comprensión del siglo XIX (es el caso de
Steiner) y la lingüística (es el caso de Nida, Mounin, los rusos). Esto significa, en primer
lugar, que estas teorías nunca son autónomas; que sólo son una sub-parte de un conjunto
más amplio. Así, Vinay y Dalbernet encasillan el estudio de la traducción en la “lingüística
aplicada”. En segundo lugar, estas teorías parten ellas también de una definición a priori
de la traducción como “proceso de comunicación interlingüística”; a partir de allí, se
esfuerzan por construir tipologías y, con una hermosa regularidad, llegan a proposiciones
de orden prescriptivo y metodológico. Muchas veces, como los discursos sectoriales,
emanan de especialistas que no son traductores: de allí, el famoso hiato entre los “teóricos”
y los “prácticos” en el que los segundos desprecian las “construcciones abstractas” de los
primeros, mientras estos últimos desprecian la empiricidad muda de los segundos. Pero allí
no está lo esencial. Pues estos discursos se basan en la presuposición de que se puede
edificar una teoría global y única del traducir, se trate de poesía, teatro, prosa literaria,
filosofía, textos técnicos o jurídicos, lenguas vecinas o distantes, vivas o muertas, orales o
escritas, comunes o dialectales, primeras traducciones o retraducciones, hétero-
traducciones o auto-traducciones, etc. Descuidan el hecho de que el espacio de la
traducción es irremediablemente plural, heterogéneo y no unificable. Por cierto, recusan
con razón el empirismo ingenuo de los traductores, para los que no puede sostenerse
ningún discurso sobre su actividad. Pero, ¿esto significa que podamos hacer incluir en un
concepto único –so pretexto de “cientificidad”– todos los modos de traducción? Y
logramos hacerlo, ¿sobre qué base? ¿A qué precio?
Es verdad que otro corpus teórico sobre la traducción se desarrolla desde hace
algunos años: el representado por lo que han dado en llamar la “escuela de Tel Aviv”
(Even-Zohar, Gideon Toury) y todos los que, un poco por todas partes, siguen sus ejes
programáticos (como José Lambert en Lovaina). A las teorías clásicas, dogmáticas y
prescritivas, la “escuela de Tel Aviv” opone una teoría de la “literatura traducida” y del
lugar de éstas en los “polisistemas” literarios. Even Zohar y Toury se niegan a comenzar
por un concepto a priori del traducir: se dedican a estudiar lo que, en tal o cual sistema
literario (y cultural), es planteado como “traducción”. De este modo, quieren evitar el
escollo de la normatividad y constituir una ciencia de lo traducido, formando parte ella
misma de una ciencia de todas las “transferencias” interculturales. No obstante, podemos
preguntarnos si este saber puramente descriptivo de la traducción es en sí suficiente. Pues
semejante saber, escapando al mismo tiempo de la abstracción de las teorías clásicas, pone
3
entre paréntesis la cuestión de la verdad de la traducción. Cuando decimos, por ejemplo,
que las “verdaderas” traducciones son escasas, no partimos de un concepto dogmático del
traducir, sino de una experiencia de éste donde se trata de la verdad de la relación con las
obras. El descriptivismo de la “escuela de Tel Aviv” –que permite la constitución de un
rico corpus sobre toda la masa de lo “traducido” y sus determinaciones culturales–
encuentra allí su límite. Sus presupuestos (como los de teorías anteriores) deben entonces
ser sometidos a una crítica sistemática. Tal vez (retomaremos esto) la idea misma de una
“teoría” de la traducción, aunque sea puramente descriptiva, es un engaño 3. Esto, por
supuesto, si tomamos el concepto de “teoría” en sentido estricto, tal como se presenta en el
campo de las ciencias. Todo discurso articulado no es teoría.
La tradúctica
Un último discurso, finalmente, que se desconoce aún como tal, se perfila hoy en el
horizonte. Es tecnológico, y se constituye actualmente en el cruce entre la teoría de la
información, la teoría de la inteligencia artificial, la terminología, la lingüística y la
informática. He dado en llamarla la tradúctica. Para este discurso, la totalidad de los
procesos considerados por la ciencia y la técnica constituye un vasto sistema de
comunicaciones, de permutaciones y de computaciones que parece pertinente analizar en
términos de traducción, en el sentido de “intercambio” generalizado y formalizado de todo
por todo, de “la omni-traslación donde, idealmente, todo circula”4. La tradúctica es (será)
la teoría computacional de los procesos traductivos que rigen el área tecnológica, o lo real
tecnológicamente aprehendido. Sus lineamientos se encuentran, entre otros, en las
3
Quedaría además por ver si la teoría descriptiva no opera una vuelta discreta a la normatividad. Cf. “Las
teorías de la traducción y la distribución de los campos discursivos: funcionalismo y caracterización de lo
literario”, Annie Brisset, en Neonelicon, Budapest, 1986.
4
Citado en Les Immatériaux, París, Centre Pompidou, 1985.
4
investigaciones relacionadas con la traducción asistida por computadora y con el análisis
informático-lingüístico de las lenguas naturales.
Si el área tecnológica le concierne a priori, es claro que la tradúctica la excede ya
ampliamente. Por ejemplo, el sistema de traducción asistida por computadora Weidner ha
sido concebido desde el comienzo para traducir… la Biblia. El objetivo de la tradúctica es
evidentemente producir un discurso teórico-pragmático que ataña a todos los campos de
traducción, incluso “literarios”. Se acerca el día en que se anexará el estructuralismo y el
funcionalismo de la semiótica para este fin. De aquí en adelante, la informática
conmociona toda la práctica de la traducción, a un grado que no alcanzamos a medir bien
todavía.
Ahora bien, curiosamente, este nuevo elemento computacional del traducir al que
se vincula la traducción corresponde a una dimensión computacional de lo “literario”
mismo. En principio, porque un texto es un sistema que puede, y debe, ser el objeto de
procedimientos de traducción ellos mimos sistemáticos. Pero hay más: desde Novalis y
Hölderlin hasta Poe, Valéry, Musil y los poetas y formalistas rusos, la literatura se ha
concebido a sí misma como un “cálculo”. De modo que lo que enuncia la tradúctica está
secretamente vinculado a cierto destino moderno de lo “literario”.
Sin embargo, este nuevo discurso, en la medida misma en que se quiere
“científico”, se ve privado de reflexividad propia: no podemos pensar en términos de
tecnología sobre ésta. Para hacerlo, hay que salir del “lenguaje” de la tecnología. Eso, la
tradúctica no puede hacerlo.
La traductología
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La experiencia hecha en la traducción tiene una triple dimensión.
En primer lugar, el traductor hace la experiencia de la diferencia y del parentesco
de las lenguas, a un nivel que excede lo que la lingüística o la filología puede
empíricamente comprobar sobre este tema, puesto que este parentesco y esta diferencia se
manifiestan en el acto mismo de traducir.
En segundo lugar, hace la experiencia de la traducibilidad y la intraducibilidad de
las obras.
En tercer lugar, hace la experiencia de la traducción en sí misma en la medida en
que está marcada por dos posibilidades antagonistas, ser restitución de sentido o
reinscripción de la letra. Notamos que en cada dimensión, hay una estructura de disenso.
Esta se halla en el origen de las sempiternas controversias sobre el carácter “problemático”
del traducir. La traductología tiene la intención de retomar en una reflexión sistemática
estas tres dimensiones de la experiencia traductiva. Continúa así el discurso tradicional allí
donde éste se detiene, es decir, en el umbral de la sistematicidad.
Ya no es un discurso sobre la traducción, sino un discurso enraizado en esta
experiencia triplemente disensiva. No es ni “científico”, ni “literario”. No reemplaza (y no
ambiciona reemplazar) la lingüística, la semiótica, la literatura comparada, etc. Se ubica
más bien al lado de estos saberes. Es el equivalente, para la traducción, del discurso crítico
de la literatura sobre sí misma. Musil decía que la crítica estaba “enlazada” a la literatura.
El discurso traductológico se funda, precisamente, sobre la reflexividad originaria del
traducir.
Como el área de las traducciones no está clausurada, sino que es expandida e
intersticial, la traductología no es un discurso cerrado, que consideraría un campo
particular de lo real: justamente, el área de la traducción no es un “campo”, en el sentido
que este concepto toma en las ciencias.
Por el contrario, la traductología recusa desde el principio la idea de una teoría
global y única del traducir. Semejante teoría no es posible sino en el horizonte de la
restitución del sentido. Ahora bien, esta es una dimensión real, pero secundaria, de las
traducciones. Justamente, es el único punto en común de todas, pero el más problemático,
pues oculta otra dimensión más esencial: el trabajo sobre la letra. Y como trabajo sobre la
letra, la traducción cumple un rol ético, poético, cultural e incluso religioso en la historia.
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necesidad. Pues una de las relaciones posibles del hombre con sus obras es precisamente la
destrucción. Glosa y traducción, como lo percibía bien Montaigne, son iconoclastas.
La segunda tarea de la traductología consiste en explicitar lo que, en la traducción,
depende de algo distinto a la comunicación de contenidos y a la restitución de sentido: el
trabajo sobre la letra. Es el campo de una ética y de una poética de la traducción, en la
medida en que la ética y la poesía sólo existen en el “respeto” (la observancia) de la letra.
La tercera tarea se relaciona con la temporalidad y con la historicidad de los actos
de traducción. Las traducciones tienen una temporalidad propia, que está vinculada a la de
las obras, las lenguas y las culturas. Esta reflexión sobre el tiempo del traducir inaugura un
estudio de carácter “histórico”: escribir la historia de la traducción en las áreas donde ha
constituido uno de los factores fundamentales (aún desconocido como tal) de la
constitución de las lenguas y de las literaturas. Este trabajo histórico, semejante al de
Michel Foucault, hará aparecer que, por todas partes y siempre, traducción y escritura
forman una unidad originaria. Y tal vez la paradoja central de una historia de la traducción
sea que la historia misma comienza con la traducción.
La cuarta tarea consiste en analizar el espacio plural de las traducciones, sin
confundir este trabajo con la constitución de una “tipología”, lo más afinada posible. Este
espacio puede ser abordado a partir de ejes totalmente heterogéneos. La traducción de un
libro infantil no obedece a las mismas “leyes” que la de un libro para adultos; la de un
texto técnico difiere de la de un texto científico, jurídico, publicitario, comercial, y
naturalmente, “literario”, dado que el espacio de lo “literario” es a su vez
fundamentalmente heterogéneo y –en particular– está escindido entre lo que es “obra” y lo
que, aunque literario, no es obra. Así, un texto escrito en dialecto no se traduce como un
texto escrito en koiné; un texto escrito en francés por un extranjero no se traduce como un
texto escrito en francés por un francés; una primera traducción no puede ser leída como
una “re-traducción”, una auto-traducción como una “hétero-traducción”, una traducción de
lengua “distante” como una traducción de lengua “vecina”, etc. Todo esto no puede
unificarse.
La quinta tarea de la traductología consiste en desarrollar una reflexión sobre el
traductor, pues se puede sin duda decir que éste es el gran olvidado de todos los discursos
sobre la traducción. Para estos, el traductor es un ser sin espesor, “transparente”,
“borrado”, etc. Por lo demás, de esta manera se imaginan y se viven los mismos
traductores, ya sean “técnicos” o “literarios”. Ahora bien, no es así. Podemos imaginar
aquí “biografías” de traductores como Amyot, A. W. Schlegel, Armand Robin, análisis de
destinos-de-traducción donde se clarificaría la relación del traductor con la escritura, con
la lengua materna y con otras lenguas. Esta analítica del traductor, según mi
conocimiento, prácticamente no existe. En el mismo orden de ideas, sería posible estudiar
cómo aparecen en la literatura el traductor y la traducción; de hecho, aparecen poco, pero,
cada vez, esta aparición es muy significativa.
La sexta tarea consiste en analizar por qué, desde siempre, la traducción ha sido
una actividad ocultada, marginada, desvalorizadaza ya sea trabajo sobre la letra o libre
restitución de sentido.
La séptima tarea consiste en explorar, si puede decirse, los bordes de la traducción.
Y esto según dos ejes.
Sobre sus bordes “horizontales”, el área del traducir linda con otras áreas: la de la
lectura, la de las “interpretaciones”, la de las transferencias y los intercambios de toda
clase, ya sean literarios, artísticos, científicos, etc. Grande es la tentación, aquí, de edificar
una teoría de la “traducción generalizada” que englobaría la “traducción restringida” y los
otros modos de “traslación”. A esta tentación han sucumbido el romanticismo alemán,
7
Steiner, Serres, y, en Francia, la revista Change. La tarea de la traductología consiste más
bien en articular, sin confundirlas, todas esas áreas de transformación.
Sobre sus bordes “verticales”, la traducción conoce un cambio de sentido
metafórico, cuando logra designar la esencia de los actos de habla, de escritura, de
pensamiento e incluso de existencia. Este empleo metaforizante del “concepto” de
traducción ya es constante en el discurso cotidiano, pero se ha radicalizado gracias a una
larga estirpe de autores, al menos desde el siglo XVIII.
Hamann
Hablar es traducir –de una lengua angelical a una lengua humana7–.
Marina Tsvetaïeva:
Traducir (…) es volver a trazar el sendero sobre huellas que la hierba invade en un
instante, pero (…) también otra cosa. No solamente trasladamos una lengua a otra lengua
(el ruso, por ejemplo). Nos trasladamos también por el río. Traslado Rilke a la lengua rusa,
así como él me trasladará un día al otro mundo8.
Proust
Es probable que, si una traducción completa del universo pudiera ser creada, nos
volviéramos eternos9.
Roa Bastos
Es un solo volumen. Cuando un hombre muere, no significa que este capítulo es
arrancado del Libro. Significa que ha sido traducido a un idioma mejor. Cada capítulo es
traducido así10.
Hay aquí una metafórica vertical de la traducción que no podría ser ignorada: se
puede hablar de la otra traducción que se esconde en la traducción restringida como su
núcleo más secreto.
La octava tarea de la traductología consiste en hacer una “crítica de la razón
tradúctica”, es decir, definir los límites de la validez de ésta. Atrapada en el movimiento
imperioso de la tecnologización de la lengua, la tradúctica no puede fijarse a sí misma sus
indispensables límites epistemológicos, culturales e incluso políticos. Esto es tanto más
necesario cuanto que hoy la traducción ha entrado plenamente en el espacio de las
“políticas” (y de lo político como tal).
La novena tarea consiste en definir las relaciones de la traductología como
discurso-de-la-traducción con otros dos modos esenciales de relación con las obras: el
comentario y la crítica. Esta tarea es tanto más importante cuanto que la traducción ha sido
definida con frecuencia como una actividad crítica (es el criticism by translation de Pound)
o ha sido sometida a la actividad crítica (del Romanticismo alemán a Steiner); y porque,
por otra parte, comentario y traducción mantienen relaciones íntimas, como lo muestran,
en el siglo XX, las reflexiones filosóficas, religiosas y psicoanalíticas.
La décima tarea de la traductología consiste en definir las condiciones de su propia
institucionalización como saber autónomo. Se trata de precisar las condiciones de una
enseñanza y de una investigación. Si consideramos que la traducción es para nosotros
7
Esthetica in nuce, Poésie, nº13, París, 1980, p.17; trad. J.F. Courtine.
8
Correspondance à trois, París, Gallimard, 1983, p.17; trad. P. Jaccottet [Hay versión castellana]
9
La Matinée chez La princesse de Guermantes, París, Gallimard, 1983, p.580. [Hay versión castellana]
10
Yo el Supremo, México, Siglo Veintiuno Editores, 1974, p.446.
8
esencial, nos concierne a todos, que el destino del hombre, “Babel”, es y seguirá siendo un
destino-de-traducción, entonces algo como una traductología debe existir como saber
instituido, aunque ese saber no desemboque en una ciencia, una Übersetzungwissenschaft.
Forma parte de esta institucionalización (cuyas modalidades concretas deben ser
precisadas) lo que se podría llamar la educación-para-la-traducción. La puesta en práctica
de semejante educación, de semejante paideia traductiva11 debería a su vez modificar el
estatuto de la traducción en nuestra cultura, la figura del traductor y, naturalmente, como
aval, todo lo que se quiere hoy enseñanza práctica de la traducción.
La undécima tarea de la traductología se relaciona con el vínculo que toda
reflexión sobre la traducción mantiene con la traducción-de-la-traducción particular a la
que pertenece, aunque su ambición sea la de constituir un discurso “universal”. La manera
en la que aparece la problemática de la traducción no es la misma en la tradición francesa
que en la tradición alemana, anglosajona, rusa, española o –a fortiori– extremo-oriental.
No es la misma en un “pequeño país” cuya lengua es únicamente nacional que en un gran
país cuya lengua es transnacional y cuyo espacio suele ser él mismo polilingüe, etc.
Por lo tanto, a la traductología le incumbe aprehenderse como un discurso histórica
y culturalmente situado, y estudiar, a partir de esta situación –de su situación– los otros
discursos sobre la traducción. Así, detrás de las teorías de Nida se perfila una problemática
de la traducción propia del espacio anglosajón; detrás de un escrito de Efim Etkind, una
problemática propia del espacio ruso; detrás de las reflexiones de García Yebra, una
problemática propia del espacio hispánico; detrás de las construcciones teóricas y las
prácticas de Octavio Paz o de Haroldo de Campos, una problemática latinoamericana de la
traducción, etc. La traductología entonces siempre está vinculada al espacio de lengua y de
cultura al que pertenece, y es muy evidente que los grandes ejes de reflexión que hemos
propuesto aquí se enraízan, aunque que sea para discutirla, en la tradición francesa de la
traducción. Esto nada le quita a su universalidad; pero inaugura la necesidad de un diálogo
entre las diferentes tradiciones de reflexión sobre la traducción. Lo mismo vale, en el
fondo, para la literatura, el pensamiento, el teatro o el psicoanálisis.
11
Nuestra época se encamina hacia una paideia semejante, testimonio de esto son las creaciones del Collège
européen de traducteurs de Strahlen (Alemania federal), del Collège internacional de traducteurs de Arles, y
un poco por todas partes, de muchos “centros de investigación” sobre la traducción. La traductología no es
sino la reflexión que viene a sostener y a clarificar (al mismo tiempo que se desarrolla y se profundiza) la
actividad de estos centros y colegios.