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Los querubines que hay en el cielo están vivos. Los que Moshé hizo eran
de oro. Sin embargo, la ilustración de los querubines terrenales puede
enseñarnos una verdad muy importante en cuanto al lugar de encuentro
con el Eterno.
En primer lugar los querubines tenían que tener sus alas extendidas y
sus rostros vueltos hacia el propiciatorio que estaba entre ellos. De esa
manera mostraban que su atención no estaba hacia fuera, sino hacia el
lugar donde se revelaba el Eterno, en la cavidad entre ellos dos sobre la
tapadera del arca. HaShem escogió ese lugar como su trono. La postura
de los querubines es de adoración, con las alas levantadas y los rostros
inclinados. Esto nos enseña que donde el Eterno se revela hay
adoración, y donde hay adoración verdadera él se revela.
Los querubines no tenían sus rostros hacia fuera mirando hacia delante.
De ese modo el hombre no podía ser impulsado a adorarlos. Como ellos
mismos están adorando, no podrían recibir la adoración. Uno no adora
al que adora. Uno adora al que es adorado por los adoradores.
En segundo lugar vemos que no había sólo un querubín sino dos, que
tenían sus rostros vueltos el uno hacia el otro. Esto nos enseña que en la
presencia del Eterno hay una relación íntima entre los adoradores. En su
presencia no puede haber disensiones y riñas.
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Donde hay divisiones y falta de afecto el Eterno no puede manifestarse.
Así que el lugar donde el Eterno pone su trono tiene que ser libre de
rivalidades, críticas, envidias, malas lenguas, egoísmo y irritaciones.
Ketriel
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