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Una sublime recapitulación

Nicolás Arboleda Echeverri 2051920357

“Regresemos a lo que era y debería ser el oficio de esta abadía. La preservación


del conocimiento. ‘Preservación’, digo, no ‘búsqueda’. Porque no hay progreso
en la historia del conocimiento, sólo una continua y sublime recapitulación.” (Annaud,
1986)

Existen tantas formas de ver el mundo como personas y épocas hay en el mismo. En
concordancia con lo anterior, lo que pretendo con este escrito es mostrar la manera en que
las personas de la edad media transmitían, recibían y percibían la información del mundo
que los rodeaba. Para ello, se analizarán algunas características de la película “El nombre
de la rosa (1986)”, en la que el joven Adso de Melk nos relata una serie de sucesos que
vivió durante su juventud, en 1327, junto con su maestro Guillermo de Baskerville, donde
se verán inmersos en la investigación de unos misteriosos asesinatos ocurridos en una
abadía al norte de Italia.

Para empezar, no puedo evitar resaltar el hecho maravilloso de que toda la película
es la narración de una crónica. Eso significa que todo el tiempo estamos viendo y siendo
participes en realidad de una historia narrada. Esta circunstancia es de suma importancia, ya
que tiene directa relación con lo que Tom Ingold nos habla en su texto “Lenguaje, música y
notación”, donde establece que en la edad media leer involucraba un proceso de recordar y
escuchar las voces del pasado como si estuvieran aun con nosotros. De ahí, la razón por la
que Ingold compara a la lectura con el acto de deambular, donde el significado del texto
surge en el proceso de lectura como resultado de la traducción del trazo escrito en un
conjunto de gestos corporales y sonoros. En esta época, la escritura y la lectura son
procesos que están vivos y en constante relación con el pasado. A esto Ingold le llama “la
escritura que habla”.

Ahora, gracias a lo explicado anteriormente, es posible entender mejor el por que es


tan importante el acto de leer en voz alta las sagradas escrituras y las repercusiones de esto
en la forma de interpretar los sucesos cotidianos. En la película, los monjes continuamente
interpretan su realidad tomando como referencia lo dicho en las escrituras; por ejemplo,
desde el principio del filme se evidencia que la mayoría creen que el primer asesinato es
obra del diablo y, posteriormente, atribuyen los diferentes eventos a las profecías del fin del
mundo del libro del apocalipsis. Las profecías son un elemento supremamente poderoso,
pues casi que pueden ser aplicadas a cualquier circunstancia del presente.

Pero bueno, aunque es posible encontrar mas ejemplos para ilustrar las relaciones
anteriormente mencionadas, lo que más me llama la atención de la película es que me
planteó muchas mas preguntas de las que me respondió. El lente bajo el que convergieron
todas mis preguntas se sitúa en el epígrafe de este texto y es que, por un lado, retrata
exactamente lo que en ese tiempo representaba el conocimiento de los textos: una continua
recapitulación de los eventos y las voces del pasado. Y al mismo tiempo nos plantea el
problema de la búsqueda del conocimiento; no es solo cómo se interpreta el mundo, sino
también cómo se aprende cosas nuevas. No obstante, algo está claro: el trabajo de los
traductores de la abadía no es el de buscar conocimiento.

La verdad es que esto me planteo diversas preguntas que hasta este momento no he
podido responder satisfactoriamente. ¿Acaso el modo de interpretar los textos en la edad
media, deambulando, evita la búsqueda de nuevo conocimiento? ¿Cómo afectó el cambio
en la escritura de deambular a navegar la búsqueda del conocimiento? En primer lugar, para
responder estas cuestiones, me fue necesario aclarar un poco el contexto. “El nombre de la
rosa (1986)” se ubica en una época en la que la iglesia se encargó de ocultar cualquier
información que pudiera contradecir las escrituras (por el poder de la palabra discutida
previamente), bloqueando cualquier tipo de avance en el campo del conocimiento no
religioso. Sin embargo, el alba de la ilustración ya se acerca y el personaje que representa el
dominio del uso de la razón (continuamente criticado por los demás monjes) es Guillermo
de Baskerville.

Ahora bien, culpar a la escritura de este estancamiento intelectual, teniendo en


cuenta el contexto de la época, no parece muy correcto; después de todo las características
de nuestro sujeto existen desde mucho antes del dominio del cristianismo y a pesar de ello
en la Grecia antigua hubo una inmensa cantidad de producción de nuevo conocimiento.
Esto sólo puede llevar a un lado, la escritura que habla no estanca el conocimiento, sin
embargo, quizá es esta característica la que da pie a que esto suceda, sin ser una condición
obligatoria. En esta época el objetivo principal de la escritura es guardar y reproducir las
voces del pasado tan fielmente como sea posible, por ello, la búsqueda de un significado
intrínseco en el texto pasa a un segundo plano o, en su defecto, puede que ni exista. Dado
esto es poco probable que se cuestionen los dogmas del momento para dar lugar a nuevas
ideas, este es uno de los motivos por los que los libros eran tan peligrosos: el incluir nuevas
voces al debate del presente puede desviar la atención de la gento de lo “verdaderamente
importante”.

Finalmente, las anteriores deliberaciones no son suficientes para establecer una


respuesta clara, muchos factores han de tomarse en cuenta (más de los que es posible
nombrar en este escrito) para poder zanjar correctamente esta cuestión. Aun así, si he
logrado plantar la semilla de una nueva duda en el lector me daré por complacido, y quizás
algún día, en algún lugar el debate pueda ser revivido y analizado con una mirada mas
critica para establecer una respuesta convincente.

Referencias

Eichinger, Bernd (productor) y Annaud, Jean-Jacques (director). (1986). El nombre de la


rosa. [Cinta cinematográfica]. Italia, Francia y Alemania: Constantin Film, France 3
/ Les Films De Ariane, Cristaldi Film / RAI.

Ingold, T. (2007). Líneas. Una breve historia. Barcelona, España: Editorial Gedisa.

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