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Una Obra Maestra Del Nacionalismo Musica
Una Obra Maestra Del Nacionalismo Musica
Estas reflexiones vienen al caso al momento de ocuparnos del estudio de una de las
obras maestras de la música nacionalista venezolana, la Fantasía Venezolana para
dos pianos de Juan Vicente Lecuna. Esta obra, verdadera hija de su tiempo, revela
sin duda alguna un momento culminante de la producción musical en Venezuela, y
demuestra cómo -inclusive y a pesar de partir de una estética nacionalista- es
posible labrarse un camino diferente, novedoso y original, y por sobre todo genuino,
sin renunciar necesariamente a la utilización de un lenguaje composicional basado
en elementos locales. Ese es pues, el objeto de este trabajo, y a él nos dedicaremos
en las líneas que siguen a continuación.
En cierto modo, sí. De hecho, los “campeones” del nacionalismo aseguran que “la
música siempre ha sido y será siempre nacional” (APEL, 1972:564), por lo que no
ven la menor incongruencia en ello. Este hecho queda demostrado -argumentan- en
que todos los grandes compositores -desde Schubert a Liszt, de Machaut a
Stravinsky- han echado mano alguna vez (si no muchas) de este recurso.
Pero no debemos olvidar que precisamente “fué el Nacionalismo el que abrió las
puertas de la fama internacional a países que hasta entonces, (...), poca o ninguna
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Pero si esto ocurre así con la valoración estética de las obras que produjeron países
como Rusia, España o Noruega, ¿qué dejamos para los países “ultraperiféricos” de
la América Latina?. ¿En que lugar de la escala de la clasificación se ubica nuestro
extenso repertorio nacionalista? Porque no cabe duda que el creador
latinoamericano -al querer hacer su aporte al gran torrente de la “música culta”
europea- ve en el nacionalismo su tabla de salvación (claro está, una tabla de
salvación que le llega con bastante retraso, por aquello del síndrome). Así lo
comenta -no sin cierta ironía- Alejo Carpentier cuando dice que “Folklore es palabra
que, en América Latina, debe pronunciarse con tono grave y fervoroso, desde hace
cuarenta años -pues antes no interesaba a nadie”.(CARPENTIER, 1966:
335)(Subrayado nuestro).
Europa, entre tanto, radicaliza sus posiciones. Con “el inicio de la declinación de la
tonalidad hasta que fué finalmente abandonada, la evoluciónse operó en dos
direcciones opuestas. Una de ellas partió de la tonalidad hacia la atonalidad (...).
Pero otra tendencia, que también dejó de lado la tonalidad clásica, se orientó hacia
otro objetivo, distinto y casi opuesto a la atonalidad. Ningún nombre específico se
ha dado todavía a la dirección hacia la cual esta tendencia apuntaba.” (RETI, 1960:
25). Unos años más tarde, Boulez nos aclara el panorama definir con más precisión
las tendencias antagónicas que se habían forjado en Europa: “la posición neoclásica
y la posición dodecafónica son el resultado de un movimiento esencialmente
diferente; la primera se funda sobre una estética de reconstitución, la otra obedece
a una dialéctica de la evolución”.(BOULEZ, 1966:11). Reti declara por su parte que
“los seguidores de esta ruta hacia la más rígida atonalidad no tardaron en
proclamar sus principios como los únicos válidos, basándose en una especia de
doctrina o fórmula de evolución que puede resumirse así: ‘Los conceptos armónicos
de nuestra época progresan gradualmente desde un estado controlado y
condicionado, llamado tonalidad, a otro libre e incondicionado, que es la atonalidad,
mientras todo aquello que se encuentra en un estado intermedio sólo representa
una tímida tentativa de aproximación al verdadero objetivo, que sólo puede consistir
en la pura y genuina atonalidad’”. (RETI, 1960: 23-24). Boulez refrenda esta posición
de manera tajante: “todo aquél músico que no haya sentido-no decimos
comprendido, sino sentido- la necesidad del lenguaje dodecafónico es INUTIL. Pues
toda su obra se sitúa fuera de las necesidades de su época.” (BOULEZ, 1966: 145).
“Tuve oportunidad de oír casi toda la obra de Stravinsky con él mismo como
director o como solista al piano; el estreno del Rey David de Honneger, la reposición
de Pelleas et Melisande en la ópera, y obras de Schoenberg, Strauss, Ravel, de
Falla...” (OTERO, s/f: 20)
Esto demuestra que Lecuna permaneció nacionalista por volición, y no por ignorancia.
Esto lo hace, en todo caso, éticamente diferente a a la mayoría de sus
contemporáneos venezolanos. Pero estamos seguros que es en ésta autodefinición
donde reside la fuerza de la música de este gran compositor. En otras palabras,
Lecuna fué nacionalista porque lo asumió a conciencia y voluntad, y no por
carencia de otras opciones. Esto hace que su música, sin dejar de ser nacionalista,
adquiera una dimensión que traspasa los localismos, permitiendo que - como lo
dijera Eduardo Lira Espejo al diario El Nacional, el 30 de abril de 1954- “el
lenguaje y los conceptos estéticos que imperan en la obra de Lecuna, lo señalan
como uno de los más modernos, si no el más avanzado entre los músicos
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venezolanos de esa época, alrededor de 1938 (...) Tal vez esto contribuya a que fuera
poco divulgado y se le estimara incomprensible (...).”(citado por OTERO, s/f: 3). La
estética de Lecuna nos enfrenta nuevamente a la paradoja de un “nacionalismo de
avanzada”, si es que tantas contradicciones pueden coexistir en un sólo concepto.
Exaltación y desencanto.
No cabe la menor duda sobre la clara intención de Lecuna de exaltar con esta obra
el gentilicio musical venezolano. La utilización de un tema tan reconocidamente
popular, pero sobre todo la inclusión a manera de cita evocativa del más
representativo símbolo musical de la nacionalidad, el Himno Nacional de la
Républica de Venezuela, “Gloria al Bravo Pueblo”, son elementos más que
suficientes para sostener la tesis de Apel que afirma que “el Nacionalismo es
esencialmente un asunto de intención”. (APEL, 1972: 565) (Traducción nuestra).
También nos lo corrobora Béla Bartók al afirmar que “no hay dudas de que el
primer estímulo hacia el estudio de los cantos populares y, en general, de toda arte
popular, coincide con el despertar del sentimiento de nacionalidad. El
descubrimiento de valores culturales implícitos en la poesía y la música populares
fue una notable contribución al desarrollo del orgullo nacional...”(BARTOK, 1937:
76).
Su amor visceral por la música popular y folklórica venezolana era en él algo innato:
“¡El era una persona criticonísima de lo criollo, pero criollo como él sólo! Y la
música, que te voy a decir, eso era...era su sangre”.(ver entrevista anexa).
Lecuna quería en principio hacer una obra para orquesta. Los primeros borradores
datan de 1945-1946. Probablemente la inexperiencia en este tipo de trabajos con
orquesta completa (era el primero de esta clase que abordaba según nos lo muestra
el catálogo de obras) hizo que el proyecto quedase postergado hasta 1949. Ese año
decide aplicar el eficaz método utilizado por compositores como Debussy (“Six
epigraphes antiques”, “En Blanc et Noire”) y Ravel (“Ma Mere l’Oye”, “La Valse”, “Le
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Lecuna logró aplicar el método con éxito en una obra original para piano escrita en
1934, la Danza “Suburbio”, dedicada y estrenada por Claudio Arrau. Esta obra la
orquestó Lecuna entre 1953 y 1954, y fué estrenada post-mortem como un
homenaje a su memoria, por la Orquesta Sinfónica Venezuela bajo la batuta de
Juan José Castro, durante el Primer Festival de Música Latinoamericana de
Caracas, el 29 de Noviembre de 1954, concierto inaugural de ese histórico Festival.
Por cierto que en ese Festival se dió cita lo más granado de la composición
latinoamericana, en una demostración avasallante del la fuerza con que el
nacionalismo se manifestaba como tendencia de carácter continental en
compositores como Alberto Ginastera, Luis Gianneo, Domingo Santa Cruz, Juan
José Castro, Eduardo Fabiani, Oscar Lorenzo Fernández, Francisco Mignone, Heitor
Villalobos, Carlos Chávez, Manuel Ponce, Héctor Tosar, Juan Orrego Salas, y por
supuesto, los compositores más conscpicuos del patio.
Sin duda esto fué un golpe durísimo para Lecuna. La decepción fué muy grande:
“...él se decepcionó que fuera una cosa que no era...yo supongo que él se
decepcionó que no fuera una cosa criolla.(...)Fué traumática, sí lo creo que fué
traumática. Porque entonces dijo: ¡bueno, eso se queda así pa’ dos pianos!. Y
entonces ya no la siguió orquestando.” (ver entrevista anexa)
Con el orgullo herido, Lecuna sucumbió al desinterés por la obra. Era una reacción
lógica. En un borrador para orquesta fechado en Roma en1949-1950 encontramos
la siguiente aclaratoria puesta a lápiz: “chequear si és dámele betún”. Curiosamente
en este mismo manuscrito, la obra está planteada en términos de “reducción a dos
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pianos”, cosa que causa gracia, dado que no podía haber reducción si no había
orquestación. Esto demuestra por otra parte, y de manera fehaciente, el evidente
proceso compositivo de hacer primero la obra a piano y luego orquestar como
comentamos con anterioridad.
Esta muy comprensible reacción nos la explica nuevamente Bartók con gran
claridad, al referir que “cada pueblo termina creyendo que tales tesoros eran su
exclusivo y peculiar privilegio. Así, las pequeñas naciones y, en especial, las
políticamente oprimidas, creyeron encontrar en ese ‘privilegio’ un consuelo para su
estado y hasta la prueba de una lograda madurez nacional” (BARTOK, 1931: 76).
El asunto concluyó con que la obra quedó finalmente en la versión “reducida” para
dos pianos. Esto, sin embargo, no va en absoluto en desmedro del resultado
estético de la obra. Lecuna, como ya dijimos, era un gran pianista, y la versión -
absolutamente idiomática para el instrumento- funciona a perfección a dos pianos.
Pero este desencanto de Lecuna no tenía razón de ser. A poco que avanzamos en el
estudio comparado de las música de tradición oral de diferentes países, nos
percatamos de que existen vasos comunicantes inocultables, mucho más en
culturas tan enlazadas como la española y la hispanoamericana:
“Por poco que uno se hubiera ocupado de valores análogos poseídos por las naciones
vecinas, de modo inevitable y aún de vez en cuando involutariamente nos topábamos
con algún fragmento llegado del propio patrimonio cultural: ello, naturalmente
significaba el comienzo de un mar de calamidades. El sentimiento nacional se sentía
ofendido porque un pueblo vecino se hallaba en posesión de un tesoro considerado
hasta entonces como patrimonio propio y exclusivo: entonces ese sentimiento debía
ponerse a la defensiva.”
“(...)sería hasta absurdo pensar que cada pueblo, inclueído el más pequeño de la Tierra,
posee un material de cantos absolutamente primordial y originario” (BARTOK, 1937:76-
77)
Hay que acotar que el nacionalismo latinoamericano no partió del estudio científico
o sistemático de la tradición oral, como en el caso de Bartók y Kodaly. Fué un
movimiento de carácter intuitivo, que partía de la influencia asistemática y
ambiental que rodeó a estos músicos.
A fin de despejar todas las dudas al respecto, decidimos dar con el paradero de el
“Dámele Betún”. La única referencia que teníamos era la tradición oral.
Preguntamos a los expertos en Zarzuela del país, quienes, como Lecuna, conocían
el tema porque lo habían oído aquí y allá, y, por supuesto, a través de la célebre
versión en ritmo de merengue dominicano que popularizó Billo Frómeta a través de
su orquesta “Billo’s Caracas Boys”.
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Para beneplácito de Lecuna (y el nuestro), dimos con la partitura más antigua que
conozcamos de este tema. La misma data de 1894, y fué publicada nada menos que
en El Cojo Ilustrado bajo el título de “Echale Betún”. Por las notas que
acompañan a esta inserción deducimos que ya para la época la canción se había
“folklorizado”, esto es, ya había entrado en el acervo musical venezolano de
tradición oral:
“El señor Cronista de nuestro ilustrado colega El Tiempo escribió algo sobre esta
popular composición, demostrando la conveniencia de que fuese publicado este valse -
joropo “Echale Betún”, que la generalidad de los chiquellos callejeros llaman “Dámele
Betún”. Atentos a la excitación indirecta que allí se nos hace, tenemos hoy el gusto de
presentar a nuestros suscriptores esa composición musical que ha tenido tanta
popularidad en Caracas. Nuestros abonados del Interior habrán de agradecérnoslo”.
(El Cojo Ilustrado, 1894: 477)
Si la obra estaba folklorizada en 1894, era evidente que ya podía para 1946
considerarse con toda legitimidad como una obra venezolana y no extranjera:
“Los estudiosos pueden verse obligados a comprobar en las distintas músicas populares
influencias más bien notables, extranjeras o de origen extranjero: pero no todas las
naciones, de acuerdo a lo expresado arriba, extraen ventajas de tales resultados. Por
otro lado, es necesario no hacer aquella comprobación la causa de un complejo de
inferioridad i tampoco llegar a explotar políticamente conclusiones de carácter científico.
Allí donde el canto popular vive y florece todavía, no se presenta el caso de préstamos
literales: sino que el material asimilado se altera siempre según el nuevo ambiente en
que ha ido a encontrarse, y termina por asumir cada vez más un carácter local,
‘nacional’, cualquiera sea su origen”. (BARTOK, 1937: 77)
Dámele betún,
dámele betún
a la bota,
dámele betún,
dámele betún
que no hay otra.
¡Ay, mi madre!,
¡at, mi abuela!,
¡ay, mi tío!,
a la media noche
borracho perdío.
Dámele betún,
dámele betún
a la bota,
dámele betún,
dámele betún
que no hay otra.
Resulta curioso este hecho, por cuanto las versiones que nos llegan por tradición
oral están desprovistas en su mayoría de la sección C, por lo que pensamos puede
haber sido un añadido a posteriori. Más aún, a menudo hemos escuchado versiones
donde la sección C que aparece en la partitura es suplantada por la segunda
sección musical del célebre merengue “Carmen la que contaba dieciséis años”
(aquella que dice ¡Ay, señor juez, yo le digo la verdad...!), que tienen al menos un
comienzo muy parecido (v. Ejemplo 1)
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Lecuna trabaja a nivel celular. De los numerosos apuntes que nos quedan de esta
obra hay uno que especialmente significativo a este respecto. La página lleva el
título de “temas”, aunque lo que en verdad escribe allí son un conjunto de células
motivicas que no llegan a ser temas, numeradas del I al XI, que iba tachando
seguramente a medida que las utilizaba o las descartaba (véase ´fotocopia anexa).
Estas células, que conforman el material básico que se utiliza en la Fantasía, fueron
extraídas en su mayor parte de los temas del “Dámele Betún” mediante un proceso
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El motivo principal que comienza en el compás 4 se inicia con una célula que
hemos denominado “x”, y que consiste en dos cuartas ascendentes. Esta célula va a
ser muy importante en la generación del material armónica, ya que de ella derivan
los acordes cuartanos y todas las variaciones sobre las que se sustenta en parte la
estructura armónica de la obra. Véase en el ejemplo 4 algunas maneras de cómo es
utilizado y transformado este elemento a lo largo de la obra.
Una vez obtenido el material con el que iba a trabajar, Lecuna tuvo que organizarlo.
Antes que nada debía darle forma. Y para ello escogió una estructura muy en boga
en las postrimerías del siglo XIX: la fantasía sobre temas de ópera.
Pareciera que esta escogencia no fué fácil. La cronología de su obra (GUIDO, 1981)
nos muestra como Lecuna se había debatido en la indecisión con los nombres que
debía ponerle a la obra. En los apuntes del 45-46, la llama Fantasía. Luego
aparecen en otros apuntes la denominación de Rapsodia. Pero finalmente se impone
el término Fantasía, con la coletilla (siempre a lápiz) de “sobre Dámele Betún”.
La fantasía sobre temas de ópera dista mucho del género “fantasía”, tal y como se
conocía antes del Siglo XIX. La fantasía sobre temas de ópera es una suerte de pot-
pourri de arias extraídas de los temas de óperas célebres, las cuales se ejecutaban al
piano revestidas de gran virtuosismo, y encadenadas unas a las otras a modo de
suite pero sin solución de continuidad. Era sin duda una manera muy original de
difundir un repertorio de difícil acceso en tiempos en que no existía la grabación.
Liszt fué un campeón de este género, que muchos (como HODEIR, 1951: 38) han
calíficado de banal.
que otro ha dicho. Y es quizás en esta acepción más cercana a lo que Lecuna
concibe en la “Fantasía Venezolana”: decir a su modo lo que no era de él. Esto ya lo
demostramos a través del estudio de la transformación del material celular del
“Dámele Betún”.
La “Fantasía” es, por otra parte, una forma de estructura libre. Otras formas, como
la Suite, la Sonata o la Fuga, están atadas a un riguroso plan tonal que las
identifica, y que en la práctica son definidas internamente por los cambios tonales
que en ellas se operan. La fantasía estuvo desde siempre desligada de esquemas
formales rígidos, y por lo tanto le permite a Lecuna una libertad en cuanto a la
utilización del lenguaje armónico.
Sin embargo, lejos de ser unimodal, Lecuna procura, ora una alternancia modal
exasperada, ora una polimodalidad de sonoridad bastante “áspera”. La introducción
de la obra es un notable ejemplo de ello. Durante los primeros diecisiete compases
en que se expone cuatro veces (en imitación) el motivo del cual se extrae el material
subsiguiente, los acordes tremolados que allí se conforman crean verdaderos
bloques sonoros sustentados armónicamente por una consonancia de base (véase
Ejemplo 6). Esta introdución, además, está estructurada sobre un plan tonal muy
bien definido, que asciende por terceras superpuestas hasta realizar una cadencia
modal V-I en los compases17 y 18, en tanto que simultáneamente se suceden las
entradas imitativas del motivo inicial en una cascada de cuartas descendentes
(véanse los ejemplos 7 y 8).
No podemos finalizar este análisis sin tocar aunque sea superficialmente el aspecto
rítmico de esta obra. Lecuna hace uso de un patrimonio común de Iberoamérica: la
hemiola y los rítmos sesquiálteros. La hemiola, establecida de entrada en dos cifras
indicadoras (tres cuartos y seis octavos) define la característica polimétrica que va a
darse a lo largo de toda la obra. Un pulso simultáneo de dos y tres, que crea un
contrapunto polimétrico constante de carácter sesquiáltero:
A la luz de estas características, resulta evidente que esta obra de Lecuna posee
valores musicales muy elevados, que la colocan en una posición privilegiada dentro
de la creación musical del continente. Habiéndose alejado de los estadíos más
superficiales del nacionalismo, Lecuna logra una obra trasciende los elementos
locales con los cuales fué hecha. El “Dámele Betún” no es un elemento exógeno en
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la obra de Lecuna, puesto allí por falta de algo mejor que decir. A través de él,
Lecuna logra su plena realización como compositor, logrando lo que Carpentier
denomina “una transposición metafórica de lo popular” (CARPENTIER, 1966: 345).
Y esto se hace patente en la obra.
La obra fué estrenada en Caracas en1993 por el Dúo Sans Palacios, más de 40 años
después de su realización. Es por ello que al principio de este trabajo decimos que
lamentablemente la misma no pudo ser “madre de nuestros sentimientos”. El olvido
en que se sumió una obra maestra como ésta demuestra cuan perjudicial puede ser
para el desarrollo musical de un país el desconocimiento de sus verdaderos y más
genuinos valores. Una obra como ésta hubiese enrumbado claramente a una
generación de compositores venezolanos, hacia nuevos derroteros, mostrando -como
una clarísima imagen- lo que Villalobos intenta decirnos aquí con mil palabras:
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