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La piedra ausente

Antes de migrar involuntariamente hacia el Museo Nacional de Arqueología de México, “la piedra de los
Tecomates” o más conocida por los lugareños como “Tláloc”, se encontraba en San Miguel de
Coatlinchán, México no muy lejos de la población. Esta piedra, que representaba al dios de la lluvia, era
parte de su día a día. En el pasado, se le rendía culto a esta enorme piedra de 167 toneladas. Ya en el siglo
pasado, la deidad se había convertido en el atractivo de la ciudad. Las personas comían alrededor de ella,
bailaban, cantaban y podrían pasar el día junto a ella. Otra deidad con la que se relaciona a este monolito
es Chalchiuhtlicue, quien era la diosa del agua y de las corrientes de ella. En la mitología se dice que
Tláloc y Chalchiuhtlicue eran esposos. Otra de las creencias indica que ellos dos eran hermanos. Cabe
resaltar que existe un debate entre qué deidad es la representada en ese monolito, si Chalchiuhtlicue o
Tláloc.
Como fue mencionado previamente, la piedra era de suma importancia para la población de Coatlinchán
(por lo menos el siglo pasado). Hasta el día de hoy se puede presenciar que de alguna manera sigue
presente la conexión entre la deidad y los pobladores, pero en menor grado. Es notorio que no olvidan a
su “Dios robado”. Dentro de lo posible se trata de mantener la tradición oral pasando de generación la
importancia que tenía para la población la deidad y el hecho de que esta fuera “robada” para estar
encerrada en un museo. Pero no está de más mencionar que se ha ido perdiendo poco a poco la atención
por el monolito pues las nuevas generaciones no le dan la debida importancia a estudiar a sus antepasados
y a su cultura.
Para 1963 ya se sabía que el Museo Nacional de Arqueología de México sería construido. Este tenía
como objetivo resguardar y promover el conocimiento de su cultura prehispánica. Miles de arqueólogos
recorrieron todo México para seleccionar las piezas que serían incorporadas en el museo. Estas debían
representar lo mejor de la cultura prehispánica mexicana.
Pedro Ramírez Vázquez, arquitecto encargado de la construcción del museo, sugirió el uso de una pieza
en basalto. En ese momento, el licenciado Adolfo López Mateos mencionó que en sus épocas de
excursionista había visitado un monolito justamente de basalto perteneciente a la cultura Teotihuacana. Él
mencionaba que valía la pena que la pieza fuese estudiada e integrada al museo. Así se toma la decisión
de ir a estudiar al monolito para que posteriormente fuera llevado a Ciudad de México.
El ingeniero civil Enrique del Valle Prieto sería el encargado de llevar a cabo el diseño del tráiler con el
que la pieza arqueológica sería transportada. Así lo hizo él; diseñó un enorme tráiler. Lamentablemente,
cuando a los pobladores se les informo que la piedra sería trasladada a un museo en la Ciudad de México,
ellos reaccionaron agresivamente pues se rehusaban a que su deidad fuera tomada. Es por ello que cuando
el tráiler ya estaba casi listo, fue vandalizado. Destruyeron ruedas y ventanas, se introdujo arena dentro de
los motores, el cableado fue entreverado y dañado, etc. El problema fue solucionado por los ingenieros,
pero esto trajo consigo atraso.
Este fue el acto, que una vez más, puso en evidencia que la población (o por lo menos parte de ella) no
estaba de acuerdo con que el monolito fuera trasladado. Esto llevó a que el licenciado Adolfo López
Mateos le pidiera el favor de hablar con la población destacada al arquitecto Ramírez. Ese mismo día,
sacerdotes, militares y el arquitecto se reunieron con 60 personas de la población Coatlinchán para
conversar al respecto (al parecer el resto estaba ya resignada). En ese momento el arquitecto exaltó mucho
el orgullo prehispánico y lo orgullosos que tenían que estar debido a la herencia que dejaron sus ancestros
y el hecho de que el monolito sería llevado con la finalidad de ser estudiado, preservado adecuadamente y
difundido entre la población turista extranjera y mexicana. La población enmudeció. Hasta que un
profesor de escuela dijo que el arquitecto tenía razón. Que al fin y al cabo sea ahí o en Ciudad de México,
todo era parte de México.
Finalmente, el trabajo se reanudó y el monolito fue trasladado a Ciudad de México. Infiero que muchos
pobladores no deseaban que el monolito sea trasladado pues había junto a ellos toda su vida. Todos
deseaban mantener la forma física de Tláloc y no tan solo una réplica porque al fin y al cabo esta era
comparable con “la foto de un muerto” que se recuerda, pero no es lo mismo. Ahora que Tláloc Se
encuentra en el Museo Nacional de Arqueología de Mexico, será reconocido mundialmente pues diversos
turistas tanto mexicanos como extranjeros visitan el museo día a día. Sin embargo, es notorio que el
resentimiento hacia los arqueólogos y antropólogos por parte de algunos de los pobladores de Coatlinchán
aún sigue presente. Entonces esta situación tiene dos perspectivas: la del gobierno y algunos antropólogos
y arqueólogos, y la de una mayoría de la población de Coatlinchán. Por un lado, el gobierno puede
realmente creer que todos salen ganando pues la exposición de la cultura prehispánica mexicana trae
diversos beneficios al mundo y al país. Por otro lado, está el punto de vista que percibe que su deidad ha
sido arrebatada, que algo muy suyo les ha sido quitado. Es cuestión de perspectiva decir quien saldría
ganando o perdiendo. Algo muy curioso es que existe un documento con la firma de los pobladores
indicando que están de acuerdo con el traslado de Tláloc. Sin embargo, hasta ahora muchos de ellos
niegan la existencia de este y afirman que nunca se estuvo completamente de acuerdo pero que no podían
hacer más al respecto.
Podemos concluir que, si bien es cierto gracias a la medida de exponer y estudiar piezas antiguas de la
arqueología, la historia de una cultura puede ser dada a conocer al mundo y este puede disfrutar de ella,
en algunos casos, el disfrute de la misma tiene un alto precio. Este es el caso, pues la población cercana a
la pieza percibe que esta se les fue arrebatada. El mensaje es clarísimo pues nos muestra la forma en la
que queda marcado un pueblo cuando algo que les “pertenece” es llevado lejos de ellos. El documental
recogió las opiniones tanto del pueblo como de los encargados de trasladar la pieza. Esto me dio una
imagen más compleja del asunto y me pareció importante que hayan tomado esta decisión. Además, te
mantenías concentrado ya que de cuando en cuando aparecían animaciones sobre el tema tocado.
Excelente forma de compartir el caso de Tláloc o Chalchiuhtlicue, logró llamar la atención de los que no
conocían el caso.
Lía Silva: 20192620

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