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Y SU DIMENSIÓN EMBLEMÁTICA:
UNA APROXIMACIÓN1
1
El presente trabajo se inscribe en dos proyectos de investigación: el financiado por el Ministerio
de Ciencia y Tecnología: «Los tipos iconográficos. Descripción diacrónica», código HAR 2008-04437/
ARTE; y el cofinanciado por el Plan Nacional de Investigación Científica, Desarrollo e Innovación
Tecnológica (I+D), el Ministerio de Educación y Ciencia de España y el Fondo Europeo de Desarro-
llo Regional (FEDER): «Biblioteca Digital Siglo de Oro III», código FFI2009-08113 (subprograma
FILO).
2
Battistini, 2005, p. 6.
3
Battistini, 2005, p. 252.
8
Son el Papyrus Leidensis —Rijksmuseum van Oudheden de Leiden—, y el Papyrus Holmensis —
Biblioteca Real de Estocolmo—.Ver Priesner y Figala (eds.), 2001, pp. 367-369.
su entorno que recrea la obra redentora de Cristo, filosofía asumida por oscuras
sectas, como la fraternidad secreta de los Rosacruces, desde inicios del s. XVII12.
Pero, sin duda, el auge de la alquimia a fines del s. XVI e inicios del XVII res-
pondió ante todo al patrocinio concedido a sus más notorios valedores por parte
de diversas cortes principescas. Desde los Habsburgo españoles y austríacos a los
Medici de Florencia, los gobernantes mantendrán en sus palacios a alquimistas,
e incluso practicarán personalmente este arte, por razones que podían ir de lo
estrictamente crematístico —producción del oro— al conocimiento metafísico
de la naturaleza y la sabiduría divina, del mero pasatiempo a su ostentación como
signo de intelectualidad o poder. Los hermetistas encontraron un singular respaldo
en las cortes alemanas, al amparo de determinados nobles interesados tanto en los
aspectos prácticos como en los conceptos teóricos de la alquimia, tales como el
landgrave Moritz von Hessen-Kassel, Friedrich I von Württemberg Wolfgang II
von Hohenlohe y, sobre todo, el emperador Rodolfo II en Praga, quien protegió
entre otros a Michael Maier, John Dee, Michael Sendivogius o Heinrich Khun-
rath. Sin embargo el estatuto de alquimista cortesano, muy codiciado, atrajo tam-
bién a farsantes e impostores que a largo plazo acabaron por dañar y trivializar la
imagen de esta práctica.
cada árbol y cada fuente es símbolo de un concepto; lo mismo sucede con las fi-
guras de animales reales o imaginarios, ya pertenezcan al medio terrestre, aéreo o
acuático, que pueblan estos parajes mentales para describir de manera metafórica
ciertos compuestos y fases de la gran obra (Fig. 5). Los pájaros y demás seres alados
—es el caso de algunos reptiles fabulosos— encarnan al principio volátil: cuando
se elevan en el cielo, representan la volatilización o sublimación de las materias
encerradas en el vaso, y, si descienden a tierra, simbolizan la precipitación y con-
densación de esos productos; los animales ápteros, por el contrario, representan el
principio fijo. Con mucha frecuencia, un animal volador combate con uno terres-
tre para ilustrar la lucha química entre lo volátil y lo fijo, trazando su correspon-
dencia espiritual en la oposición entre el alma y el cuerpo. Se encuentran asimismo
animales de la misma especie y de sexos diferentes paseando juntos, copulando o
peleando, emparejamientos que evocan de igual modo los dos principios que se
unen o se enfrentan.
Los diversos animales contribuyen con sus propiedades reales o literarias a defi-
nir sustancias o procesos: por ejemplo, la ígnea salamandra es habitual símbolo del
fuego, el feroz lobo del antimonio, e híbridos como el grifo indican la combina-
ción del azufre y el mercurio. Para representar uno de los agentes esenciales de la
transmutación, el mercurio, caracterizado por la doble naturaleza de fijo y volátil,
25
De acuerdo con un sistema de asociaciones que parte de la astrología babilónica, Saturno simbo-
liza el plomo, Júpiter el estaño,Venus, el cobre, Marte, el hierro, Apolo, dios solar, corresponde al oro, y
Diana, su hermana de halo lunar, encarna la plata.
26
Priesner y Figala (eds.), 2001, p. 338.
una carrera arrojando tres manzanas doradas que ella se apresuró a recoger27.
En la literatura alquímica, sincrética desde sus orígenes, mitos grecorromanos y
tradición jeroglífica egipcia fueron de la mano en estrecho maridaje. Como indica
Klossowski de Rola28, ya desde el s. XII el gramático bizantino Ioannes Tzeztes
trazó una correlación entre el tratado sobre jeroglíficos de Queremón de Alejan-
dría (s. I d. C.), hoy perdido, y la Ilíada, para concluir que Homero concibió su obra
como una alegoría cifrada de diversos mitos e imágenes religiosos, sistema con el
que se familiarizó gracias al estudio de los pictogramas egipcios. Esta consideración
alcanzó su punto culminante con el hermetismo humanista. Giovanni Bracesco,
médico de Brescia, en su diálogo Espositione de Geber Philosopho, que publica en
Venecia en 1541 y 154429, pone las siguientes palabras en boca del célebre alqui-
mista árabe:
«Los antiguos ocultaron los secretos de la naturaleza no sólo en escritos, sino también
mediante numerosas imágenes, caracteres, cifras, monstruos y animales representados
y transformados de maneras diversas. Y dentro de sus palacios y templos pintaron esas
fábulas poéticas, los planetas y los signos celestes, con muchos otros signos, monstruos
y animales. Y no eran comprendidos sino por quienes tenían conocimientos de tales
secretos…» .
De entre todos los eruditos que trataron de aunar fábulas poéticas y hermetismo
merece destacarse la figura de Michael Maier, autor de una prolífica obra, a menu-
do ilustrada con imágenes y emblemas.
Tal y como proclama en su Atalanta
fugiens (1617), o, sobre todo, en sus Ar-
cana arcanissima hoc est Hieroglyphica Ae-
gypto-Graeca (¿Londres?, 1614) (Fig. 6),
primer tratado en el que se aborda la
interpretación hermética integral de
la mitología grecoegipcia, las personi-
ficaciones y relatos de estas religiones
antiguas eran explicaciones veladas del
proceso de transmutación o, formas ale-
góricas del opus magnum, hipótesis que
alcanzó un amplio refrendo posterior:
tales posiciones fueron defendidas poco
después por el historiador Olaus Borri-
chius, o, ya en el s. XVIII, por el monje
benedictino Antoine Joseph Pernety en
Les Fables Egyptiennes et Grecques dévoi-
lées et réduites au Même príncipe avec une
Explication des Hieroglyphes et de la Gue-
rre de Troye (París, 1758). Ese mismo año Fig. 6. Michael Maier, Arcana arcanissima hoc
est Hieroglyphica aegyptio-graeca, ¿Londres?, 1614.
vio también la luz su Dictionnaire mytho- Portada
27
Van Lennep, 1978, pp. 41-43.
28
1988, pp. 19s.
29
Incluido en su versión latina en De Alchemia dialogi duo, Lugduni, 1548.
30
Pernety, 1993, pp. 274-275, s. v. «Lenguaje».
31
Durante esta centuria la imagen fue adquiriendo un papel predominante en la literatura alquí-
mica, hasta el extremo de relegar al texto al papel de mera explicación del grabado.Van Lennep, 1978,
p. 93.
32
Klossowski de Rola, 1988, pp. 16-18.
33
Los De Bry eran una familia protestante de Lieja que, con posterioridad a 1581, se trasladaron a
Francfort al haber caído la anterior ciudad bajo dominio católico. Theodor, también grabador, dirigía
una próspera empresa de ediciones y estampas, y viajaba con asiduidad a Inglaterra. A su muerte, acae-
cida en 1598, le sucedieron sus dos hijos.
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Johann Theodor fallece en Francfort en 1623, y, al no tener descendencia —su hermano menor
Johann Israel había muerto en 1611—, la dirección de la empresa De Bry pasó a su yerno Matthäus
Merian. Lucas Jennis, que falleció hacia 1630, pudo contar en ocasiones, como veremos, con la cola-
boración artística de Merian. Sobre la labor editora de los De Bry, ver Klossowski de Rola, 1988, pp.
18-19, y, sobre todo,Yates, 2008, pp. 109 y ss.
35
Klossowski de Rola, 1988, p. 72.
Van Lennep, 1978, pp. 120-124; Klossowski de Rola, 1988, pp. 136-157; 170-185.
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