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Falacias argumentativas y otras trampas del lenguaje

Introducción
Alguna vez, se creyó que era posible encontrar un lenguaje perfecto que coincidiera completamente
con una realidad que enunciaba y a la que daba nombre. El error y la confusión, pensaban quienes
creían en esa posibilidad, se debe a un problema de ajuste entre los objetos que existen fuera de la
mente, fijos e inmutables, y la imagen que la mente se hace de ellos, siempre mudable, imperfecta,
aproximada, pero nunca auténtica, nunca confiable. Lo que se debía hacer, de acuerdo con esos
pensadores, era eliminar las causas del error y de la confusión que impedían que la relación entre la
mente y los objetos fuera diáfana y sin interferencias, por lo que era necesario encontrar un método
eficaz y eficiente para permitirlo.
Todavía existen personas que se guían por esa actitud. Pero lo que en verdad inquieta de esas personas
es que ignoran que piensan de ese modo. Tienen el no declarado convencimiento de que existe una
verdad estática detrás de las palabras que usan, así que piensan que el reto es encontrar la palabra que
no esconda esa verdad, que la revele, que no funcione como una cortina o un velo, sino como un
trasbordador que lleve hasta ella o como un telescopio que la acerque. Así, una vez lograda esa
revelación, el problema de la verdad estará resuelto. Será una forma de contribuir a la construcción
del lenguaje perfecto que eliminará las confusiones, los malos entendidos y las ambigüedades que
tantas confusiones ha provocado.

Lo que parecen no tener en cuenta quienes piensan así es que la verdad que parece revelarse gracias
a la palabra elegida pasa a depender de la palabra que se emplee y de los múltiples sentidos que
pueda tener. Es decir que realmente no existe esa verdad por revelar, la ambigüedad y el riesgo que
implica no van a desaparecer. Por eso, de lo que se trata es de emplear los conceptos de manera
sencilla y adecuada para que quien escucha o lee los enunciados comprenda dentro de unas
coordenadas de espacio, tiempo y modo que condiciona la intención. Tal propósito basta para que
quede planteado un reto lo suficientemente complejo y que hace inútil embarcarse en algo tan
desconcertante como el descubrimiento de una verdad tras las palabras. Porque las palabras que se
emplean no buscan ni necesitan revelar una verdad, sino transmitir un mensaje que se espera que sea
comprensible.
Así, pues, se abandona la aspiración a revelar una verdad tras las palabras y se asume que son las
palabras, y las construcciones que se hacen con ellas, las que sirven para enviar mensajes a otras
personas, con los cuales se pretende transferir un sentido, que no es otra cosa que un mensaje al que
se le agrega una intención, de modo que siempre tiene una carga emocional. Es en ese escenario de
palabras, mensajes y sentidos en el que se puede formular el postulado: el lenguaje es un esfuerzo
colectivo por establecer una comunicación de nivel simbólico y con eficiencia práctica que se
caracteriza por la opacidad y la ambigüedad. En lugar de asumir que el problema que debemos
resolver es la falta de claridad, admitimos que la falta de claridad es la característica fundamental que
determina todos nuestros esfuerzos por hacernos comprender.

Recuerde

Un sentido es un mensaje al que se le agrega una intención. Por lo que tiene


carga emocional.

Por tanto, conviene considerar cuatro aspectos del lenguaje que generan su opacidad: los lugares
comunes, las intenciones, las anomalías formales, y las falacias argumentativas. Estos aspectos
convierten al lenguaje en un laberinto que está lleno de trampas que hay que aprender a evitar, tanto
para no caer en ellas como para no hacer que otros caigan en ellas. Es decir, que hay al mismo tiempo
un ejercicio de autocuidado en el que se debe admitir que también se debe cuidar de los otros, pues
quien aprende a reconocer las trampas que se encuentran en la ambigüedad y opacidad del lenguaje,
puede hacer que otros caigan en ellas.

Recuerde

El lenguaje es un esfuerzo colectivo por establecer una comunicación de nivel


simbólico y con eficiencia práctica que se caracteriza por la opacidad y la
ambigüedad. Cuatro generadores son los lugares comunes, las intenciones, las
anomalías formales, y las falacias argumentativas.

En términos académicos, al finalizar la lectura de esta unidad, el estudiante estará en capacidad de


comprender cuáles son las trampas del lenguaje más comunes, reconocer las falacias argumentativas
en un texto con pretensiones argumentativas, redactar textos argumentativos carentes de falacias
argumentativas y distinguir entre los elementos argumentativos y los intencionales de un texto.
1. Los lugares comunes
Los lugares comunes son expresiones o tópicos consuetudinarios (Arteta, 2012, pp.10-11), es decir,
usuales y dados por la costumbre, que solemos aprender y emplear espontáneamente, sin que nos
demos cuenta, como recursos de simplificación que nos evitan tener que realizar un esfuerzo reflexivo
comprometido. Son atajos mentales que resuelven situaciones complejas con rapidez y muy poco
juicio, sin considerar los pequeños detalles a partir de los cuales se pueden reconocer las diferencias
entre una situación y otra. En tales lugares comunes se encuentran los refranes, las comodidades
epistemológicas y los prejuicios sociopolíticos.
Los refranes
Los refranes son frases de uso tradicional que dan cuenta de un tipo de sabiduría héxica, es decir,
construida a partir de la experiencia y de la cotidianidad. “Nadie experimenta por cabeza ajena”, “El
mal trabajador le echa la culpa a la herramienta”, “De tal palo, tal astilla” y “Al que madruga, Dios
lo ayuda”, son expresiones tenaces, que han logrado superar la barrera de las generaciones, y si
tuvieran que transformarse para garantizar su integración a las nuevas formas de hablar y de
expresarse, lo harían, sin duda: se conserva el sentido aunque cambien los términos.
Pero si los refranes dan cuenta de esa especie de sabiduría cotidiana, ¿dónde se encuentran las
trampas? Es decir, ¿por qué los refranes se pueden considerar como trampas del lenguaje? Pues bien,
porque siempre habrá un refrán para apoyar una forma de pensar, una actitud o una decisión, y siempre
habrá otro para rechazarlos. Los inversos, o al menos los objetores de los cuatro refranes anteriores
son, en su orden: “El que no recibe consejos no llega a viejo”, “En casa de herrero, azadón de palo”,
“Lo que se hereda no se hurta” y “No por mucho madrugar amanece más temprano”. Al compararlos,
se puede notar que el refranero popular siempre tendrá un bien dicho tanto para apoyar la actitud
adoptada en una situación como para rechazarla.

Recuerde

Siempre habrá un refrán para apoyar una forma de pensar y uno o para rechazarlo.

Ejercicio de apropiación temática

Un ejercicio útil es encontrar un par de refranes que se contradigan o entren en conflicto, de modo
que se pueda poner de relieve el modo como la sabiduría popular no dice qué es lo que se debe hacer,
sino cuáles son las recurrencias de las cosas que simplemente pasan.

Las comodidades epistemológicas


Otra trampa del lenguaje se encuentra en las comodidades epistemológicas. Se trata de recurrencias
consuetudinarias —es decir, consagradas por la costumbre— gracias a las cuales las personas
acomodan su comportamiento a ciertos modos de pensar que, al haberse instituido, se les toma por
prerrogativas que no se cuestionan. “Así lo hemos hecho siempre”, “Eso a mí no me toca”, “A mí no
me digan cómo hacer las cosas”, “Es que voy de afán”, “Mejor deje así”, “Tranquilo, que nadie se va
a dar cuenta”, “Lo mío no se demora nada” y “¿Usted no sabe quién soy yo?” son expresiones propias
de actitudes ajenas a las disposición a reflexionar y a comprender que ellas mismas son lamentables
manifestaciones de pereza mental, vivezas reprochables o mal comportamiento ciudadano.

Recuerde

Las comodidades epistemológicas llevan a las personas a acomodar su comportamiento a ciertos


modos de pensar consuetudinarios.

Si bien este tipo de comodidades se pueden explicar en términos de la “cultura del menor esfuerzo”,
del facilismo y de la mal llamada “malicia indígena”, en términos académicos son reprochables y se
las debe erradicar, pues mientras más consciente es quien las emplea de lo útiles que son para salirse
con la suya —por medio, por ejemplo, del engaño o de la intimidación—, más perjudicial pueden
resultar para su comportamiento, si a la toma de consciencia no sigue un cambio en la actitud.
Ejercicio de apropiación temática

Descubrir las comodidades epistemológicas es el primer paso para reconocer la pereza mental que
están ocultando, por lo que vale la pena preguntarse cuáles son las que uno mismo emplea.

Los prejuicios sociopolíticos


Finalmente, la trampa de los prejuicios sociopolíticos está compuesta por todos los lugares comunes
que violan el derecho fundamental a la igualdad y que perpetúan tanto el moralismo —es decir, la
actitud que convierte un dictado religioso en un mal pretexto para rechazar a otros— como ciertas
expresiones de machismo, xenofobia, homofobia y racismo que estamos en la obligación de rechazar
y de erradicar permanentemente, no solo del discurso académico, sino de nuestra mentalidad de
ciudadanos que pertenecen a una democracia que garantiza el pluralismo, el derecho de las minorías
y la libertad de culto. Es decir, que los prejuicios sociopolíticos violan, al menos o en particular, los
artículos 18 y 19 de la Constitución Política de Colombia. De modo que no se trata de un tema
superfluo o menor. El modo en que nos expresamos determina el modo en que somos, nos vemos y
vemos a los demás. El reconocimiento empieza con dinámicas lingüísticas que expresen la inclusión
de modo sensato.
Por tanto, y debido a la problemática que expresan, los prejuicios sociopolíticos son dinámicas de
rechazo y exclusión que se deben enfrentar en el ámbito académico proyectando su influencia en la
esfera de lo social y de lo político. Expresiones como “Negro tenía que ser”, “No falta el indio”, “Si
es bonita, es hueca”, “Si lo mataron, algo tenía que deber”, “Los homosexuales son pecadores”, “Si
vive en Medellín, es narcotraficante o sicario”, “Todos los pastusos son tontos”, “Todos los paisas
son excelentes negociantes”, “Qué caso le van a hacer a ese comunista”, “Cómo van a soltar a ese
criminal, aunque se le haya acabado la condena”, “Así hablan los simpatizantes de la extrema
izquierda”, “Con esa pinta, debe ser marihuanero”, “Si fuma marihuana, entonces es ladrón”,
“Pregúntele por el equipo del que es hincha, para que sepa de qué calaña es”, “Es el mejor presidente
que ha tenido este país”, “Es el peor presidente que ha tenido este país”, “Si aprueban esa ley, nos
van a dejar a todos en la calle”, “La gente civilizada come con cubiertos y no pone los codos en la
mesa”, entre muchas otras, expresan que quien las emplea necesita de las herramientas que se
ofrecerán en este capítulo, de modo que pueda neutralizar su caída permanente en las trampas y en
las falacias. Por eso conviene detectar las recurrencias discursivas a través de las cuales se ponen de
manifiesto los prejuicios, los cuales son las trampas del lenguaje más inquietantes porque, a diferencia
de las comodidades epistemológicas y morales, pueden perjudicar profundamente no solo a quien las
padece, sino a quienes están, directa o indirectamente, en relación con quien las padece.

Recuerde

Un prejuicio sociopolítico es un lugar común que viola el derecho fundamental a la igualdad, perpetúa
el moralismo y las expresiones de machismo, xenofobia, homofobia y racismo.

Los prejuicios sociopolíticos son la trampa más riesgosa del lenguaje porque no solo puede perjudicar
a alguien más que a quien los padece, sino porque pueden llegar a un nivel de complejidad y
sofisticación tal que resultan muy difíciles de detectar y remediar, en particular porque quien los
padece no tiene interés en la reflexión o porque, más inquietante aún, luego de hacer la reflexión y de
detectar que padece el prejuicio, está dispuesto a continuar sosteniéndolo. Esto, aunque reprochable,
es perfectamente admisible. Como veremos más adelante con las falacias argumentativas, reconocer
que alguien las emplea en sus textos no tiene que ser una razón suficiente para dejar de apoyar la idea
que está tratando de defender; es decir, que se puede admitir que el modo en que se sostiene un
argumento es falaz, y sin embargo continuar de acuerdo con el argumento. Y es una consecuencia
que se debe admitir, a pesar de lo cuestionable que pueda ser que alguien reconozca que un argumento
es falaz pero no obstante siga de acuerdo con la idea que el argumento erróneo trata de apoyar. Dado
que no se trata de un adoctrinamiento, la formación académica está en la obligación de sacar a la luz
el prejuicio sociopolítico, pues es el primer paso para contrarrestarlo. Remediarlo adecuadamente es
asunto de las competencias ciudadanas, aspecto de suma importancia que se deja planteado como el
escenario natural en el que se debe tratar de responder estos interrogantes.

Ejercicio de apropiación temática

Realice un ejercicio de autocrítica y trate de reconocer un prejuicio sociopolítico que usted emplee
o haya empleado alguna vez.

Sin embargo, podemos ofrecer alternativas para empezar la intervención que ayude a mejorar la
deficiencia conceptual que se encuentra en el fondo de todo prejuicio sociopolítico. Se trata del peso
adicional que la intención le añade a prácticamente toda afirmación que realizamos. Como veremos
a continuación, nuestras intenciones están implicadas en cada una de las palabras que empleamos.
2. El peso de las intenciones
La intención se puede definir como el impulso emocional que se revela a través de las palabras y las
acciones y que persigue un propósito que no necesariamente es consciente. Es el elemento que se
debe tener presente en el momento de determinar cuál es el tono que tiene un intercambio de mensajes,
cuándo vale la pena hacer el esfuerzo por sostener un argumento y de qué modo se puede reconocer
si las afirmaciones de una persona tienen o no consistencia argumentativa.
Dependiendo de lo involucrados que se encuentren los participantes en un intercambio de mensajes,
y para que los mismos lleguen a tener la mínima estructura interactiva que requiere una
argumentación se caracteriza por tener cuatro tonos: el del intercambio, el del desacuerdo, el
de la argumentación y el del altercado.
Intercambio, desacuerdo, argumentación y altercado
En el intercambio, los involucrados comparten sus ideas de un modo más bien informal; es el tono
predominante en las conversaciones casuales, y resalta la deferencia de escuchar lo que el otro dice
sin que interese su carga significativa, por lo que el nivel de compromiso y el interés son mínimos.
Por su parte, en el desacuerdo se presenta cuando los involucrados expresan posturas divergentes
respecto a un mismo tema, en la medida en que les despierta un interés análogo. En el nivel de la
argumentación la postura del interlocutor interesa porque quien escucha siente que tiene tanto los
motivos como la capacidad para modificarla. La intención involucra decididamente las emociones de
quienes se entran en la interacción, así que la dinámica adquiere las características propias de un
juego: hay estrategia, esfuerzo y, sin que interese la desigualdad de las capacidades intelectuales, la
convicción de que vale la pena insistir en la transformación de la postura del interlocutor. En este
nivel es en el que ocurre la dialéctica, que se puede definir como el método de revisión y
profundización permanente en una temática, y que es uno de los mecanismos lingüísticos más
complejos y sofisticados que se emplea para la construcción de ideas y de conceptos.
No obstante, la carga intencional y emocional que mueve el interés y el compromiso en la
argumentación puede hacerse tan intensa, que la situación se puede convertir en un altercado, es
decir, en la confrontación directa que puede llevar al agravio, a la pelea y al insulto, sea porque se
considera que el otro es incapaz de comprender, que comprende pero no está dispuesto a conceder o
que, no pudiendo conceder, abandona el esfuerzo argumentativo y apela al improperio. De hecho, no
es necesario que al altercado se le comprenda como una argumentación malograda, pues se puede
llegar a él empujados por el solo prejuicio sociológico. Ejemplos claros y lamentables son los que
pueden llegar a suceder si, por casualidad, se presenta un cruce de palabras entre personas que
disientan en su concepción de la homosexualidad, el aborto o la eutanasia.

Recuerde

En el intercambio se comparten las ideas de modo informal.


El desacuerdo es una postura divergente respecto a un mismo tema.
La argumentación es el esfuerzo reflexivo por convencer a la contraparte de adoptar la propia postura.
Involucra la emoción.
El altercado es la confrontación directa que puede llevar al agravio, a la pelea y al insulto.

Ejercicio de apropiación temática

Elabore una lista de por lo menos cinco temas por los cuales un argumento se puede convertir en un
altercado.

¿Cuándo es inútil el esfuerzo argumentativo?


El desinterés y la molestia son indicadores de que el esfuerzo se debe suspender o abandonar. Quien
carece de la disposición para asimilar un argumento, o quien se ha encolerizado al notar nuestro
esfuerzo, se acoraza, y adopta las actitudes típicas del rechazo, por lo que se vuelve apático y prefiere
no responder u hostil, y responde con amenazas e injurias. La cotidianidad de los medios de
comunicación de hecho hace un énfasis exagerado en este tipo de interacciones, en este tipo de
interacciones: quien arremete, acusa, ataca o denuesta se hace visible con relativa facilidad, lo cual
lleva a postular que habitamos una cultura marcada por el litigio, por el encaramiento, por el proceder
del “frentero”, del que no tiene pelos en la lengua pero que también se va de ella. Es decir, que
tendemos a hablar demasiado respecto a lo que nos importa, y tendemos a hacerlo con cólera, por lo
que dos de los aspectos que se deben aprender e implementar en la academia son la economía en el
empleo de las palabras y la distancia de las propias pasiones. Esa es una de las diferencias más
importantes entre el discurso cotidiano y el discurso académico.
De modo, pues, que el esfuerzo por argumentar se vuelve inútil cuando no se reconoce la diferencia,
pues son quienes no comparten nuestra opinión los que merecen nuestro esfuerzo por persuadirlos de
modo argumentativo, sin perder los estribos a causa del desinterés o de la molestia con la que pueda
ser recibido nuestro esfuerzo. En toda interacción genuinamente argumentativa, cada una de las partes
involucradas asume de buena fe que las otras tienen la disposición apropiada para atender a los
argumentos ajenos, de modo que el frágil equilibrio se puede formular del siguiente modo: quien se
esfuerza por hablar con argumentos espera espontáneamente que se le escuche con atención, y quien
escucha con atención espera espontáneamente que le hablen con compromiso. Quien no reconoce la
diferencia rompe este frágil equilibrio, por lo que, o bien hablará empleando las falacias
argumentativas —de cuya caracterización nos ocuparemos más adelante— y las trampas del lenguaje,
porque cree que su interlocutor es ignorante o ingenuo, o bien se negará a escuchar, adoptando la
actitud pasiva del desentendido o la activa del agresivo.

Recuerde
El esfuerzo argumentativo es inútil cuan se encuentra con el desinterés, el enojo o el rechazo a la
diferencia.

Lo objetivo y lo subjetivo
Por tanto, debemos tener presente que el peso de las intenciones, la tendencia al altercado y el no
reconocimiento de la diferencia afectan directamente el modo en que se fundamenta el discurso
construido a partir del estímulo de temas polémicos, pues son esos temas los que generan el deseo de
decir algo porque interesa, porque importa, porque tiene significado e incidencia en el modo en que
damos un sentido a nuestra vida. Y es en este punto donde adquiere importancia un elemento tomado
de las rutinas conceptuales del positivismo científico por medio del cual se trata de cumplir con las
exigencias de economía discursiva y distancia pasional: la objetividad entendida como la probabilidad
de demostrar con pruebas debidamente verificables la postura que se sostiene. En este sentido, la
objetividad se convierte en garante de neutralidad, es decir, de la capacidad de separar por completo
lo que se quiere demostrar por medio del discurso de las intenciones particulares que pueda tener
quien realiza la demostración.

En este contexto, se suele emplear la palabra subjetivo para denotar no lo que es propio o característico
del sujeto, como lo define la filosofía, si lo que es relativo, contingente o arbitrario, lo tendencioso y
carente de confiablidad porque está a merced de las arbitrariedades de cada individuo. De ahí que
usualmente se trate de cerrar prematura o forzadamente un esfuerzo argumentativo afirmando que
“eso es algo subjetivo”, con lo que se da a entender que cada quien podrá resolverlo como mejor le
parezca y con plena admisión discursiva, pues si es subjetivo entonces no es propenso a refutación:
como hay que respetar la opinión de cada cual, entonces lo mejor es no discutir.
Semejante concepción de la subjetividad modifica drásticamente el sentido y función de la
objetividad, la cual, lejos de ser el garante de neutralidad confiable al que aspiraba el positivismo
científico, pasa convertirse en la zona del lugar común y de la comodidad irreflexiva: es objetivo todo
aquello que obedece a un patrón preestablecido, lo que no tiene que someterse a debate. De este modo,
la “ciencia” y el “pensamiento científico” quedan despojados de la curiosidad, que desde el siglo
XVII ha sido su característica definitoria (Ball, 2013, pp.13-39), y se convierten en el terreno de lo
convencional, de lo no discutido, de lo que siempre-ha-sido-del-mismo-modo porque así lo ha
instituido la costumbre, de lo que simplemente se constata porque no se puede ni cambiar ni
cuestionar.
Argumento, hecho, inferencia y opinión
¿Qué significa argumentar? “En el sentido más común, o negativo de la palabra, argumentar implica
desacuerdo emocional. No es a esto a lo que nos referimos a cómo es que deberían argumentar los
filósofos” (Hodge, Larsen & Perrin, 2010, p.7). El sentido positivo de la palabra exige unas
explicaciones etimológicas: “La palabra latina argutus significa ‘claro, brillante, distinto o
penetrante’. El sustantivo latino argumentum significa ‘evidencia o prueba’. El verbo latino arguo
significa ‘probar o revelar’ […] argumentar es proporcionar razones racionales a favor o en contra de
una idea o acción” (p.7). La intención no difiere del esfuerzo por hacer que las palabras se adecúen a
los pensamientos, y que ambos tengan consistencia lógica.
Es importante tener presente que este problema está planteado desde la antigua disputa de Sócrates
con los sofistas, en particular con Protágoras de Abdera y Gorgias de Leontinos. La diferencia
fundamental de Sócrates y Platón con los sofistas no es instrumental —es decir, no les reprochan el
método de construcción de los discursos— sino intencional —es decir, reprochan el propósito que se
persigue con ellos—, de modo que el talento pericial no es lo que los filósofos les objetan a los
sofistas, sino el componente ético de lo que persiguen los discursos: para los sofistas no es un
problema que mientan, engañen o manipulen, mientras que para los filósofos mentir, manipular y
engañar son inaceptables e imperdonables: la forma queda invalidada por el fondo que persigue. Para
los sofistas, no hay más verdad que la que se logra por medio de la persuasión discursiva; para los
filósofos, hay algo muy valioso que se resiente, se distancia y se vuelve elusivo cuando la persuasión
recurre a esas prácticas, y no es otra cosa que la fuerza misma del argumento, que debe ser persuasivo
sin apelar a las emociones, sin aprovecharse de la diferencia en las capacidades y sin generar
confusiones. Es decir, que la argumentación sofística no duda en emplear las falacias, mientras que
la argumentación filosófica no solo renuncia a ellas, sino que las denuncia como faltas que se tienen
que evitar si se espera plantear un buen argumento, hasta el punto de afirmar que la presencia de las
falacias argumentativas le quitan toda legitimidad a la formulación de un planteamiento. La
argumentación académica es, desde esta perspectiva, heredera del esfuerzo filosófico, mientras que
la argumentación política es heredera de la propuesta instrumental de la sofística.
Un modo mediante el cual se puede determinar si una persona está cayendo en los errores que
denuncia la filosofía es teniendo en cuenta un criterio tomado de los procedimientos a través de los
cuales el positivismo científico construye la verdad, y es el de la diferencia entre declaraciones de
hecho, de inferencia o de opinión. Los autores Bluedorn y Bluedorn (2005) proporcionan las tres
definiciones: una declaración de hecho o fáctica “es cualquier declaración sobre algo que puede ser
directamente observado por otros o cuya precisión puede ser verificada” (p.31). Una declaración de
inferencia “es una conclusión lógica extraída a partir de hechos verificables” (p.32). Y una
declaración de opinión “es una declaración inferencial que no está apoyada enteramente en hechos
verificables” (p.33). Este criterio funciona muy bien siempre que se cuente con la condición
fundamental que lo hace posible, y es la verificación.
En términos argumentativos, el criterio planteado solo funciona si se cumplen dos exigencias previas:
la primera es que la estructura lógica del argumento tenga consistencia formal, y la segunda es que
carezca de falacias argumentativas. Esto tiene una notoria importancia académica, pues tener como
criterio la verificación permite dividir la producción escrita, también llamada “científica”, en dos
tipos: los de las ciencias básicas, también denominadas “exactas”, y los de las ciencias sociales o
blandas, también denominadas “humanas”.
La inferencia en ciencias “exactas” y ciencias “humanas”
El primer tipo accede con relativa facilidad a las verificaciones de hecho, a partir de las cuales se
determina la verdad o falsedad de los enunciados proposicionales, pues tiene la posibilidad de aplicar
estructuras métricas a partir de las cuales se construye un tipo de objetividad convencional y
cuantificable, es decir, con la que no se tienen desacuerdos, o cuyos desacuerdos se pueden armonizar
con relativa facilidad: desde el metro, la pesa y el termómetro —patrones de medición cotidianos—
hasta los sistemas meteorológicos, sísmicos y astronómicos —por poner ejemplos de extrema
complejidad cuantitativa— se apoyan en patrones estáticos, en constantes que permiten hacer una
valoración por contraste que indica si el cálculo es correcto o incorrecto; además, son estructuras de
medición que pueden tener capacidad heurística, es decir, que pueden anticipar el comportamiento de
los objetos de los que se ocupan.
El segundo tipo, el de las ciencias sociales, se ocupa de temáticas cuya verificación de hecho puede
ser muy compleja; de hecho, la posibilidad misma de una verificación es uno de los aspectos más
discutidos en el escenario mismo de las ciencias humanas, dado que se ocupa de fenómenos cuya
cuantificación es polémica, por lo que se aplica, no un método de medición, sino un procedimiento
de descripción o de caracterización cualificable: el hecho no es el criterio de verificación que
resolverá el problema conceptual, sino que es a partir de ciertos hechos que se plantean los problemas,
las temáticas y los interrogantes que mueven la reflexión. Es decir, que en términos argumentativos,
las ciencias sociales y humanas son blandas porque no satisfacen su criterio de consistencia a partir
de la verificación fáctica de sus planteamientos, sino que tiene que ofrecerlos, la mayor de las veces,
desde argumentación inferencial. En ciencias sociales, el dato cuantitativo, verificable de hecho, es
insatisfactorio para extraer conclusiones provechosas, pues el objeto de estudio —cuya complejidad
se trata de abarcar en la palabra societal: política, economía, instituciones políticas, problemas de
derecho y costumbres— carece de la consistencia necesaria para que se le puedan asignar las
constantes y los patrones de medida que les proporcionan la confiabilidad a las ciencias “exactas”.
Un ejemplo en el que se expresa la tensión de los tipos de textos académicos es la demografía.
Cuantitativamente, como estudio estadístico, esta ciencia puede hacer estudios muy precisos, análisis
detallados sobre la población de un lugar y momento específicos: las personas que nacen y mueren,
la estratificación, las ocupaciones, los niveles de educación, los ingresos, la alimentación, el consumo
de modificadores de conciencia, el número de muertos por accidentes, enfermedades y violencia, la
distribución por edades, entre otros, son aspectos que pueden medirse objetivamente, es decir, que
existe la posibilidad de verificación factual. Pero hay otros aspectos que afectan a la población cuya
reducción a una cifra analítica puede ser tan improbable como improductiva: hay problemáticas que
son de particular interés para la población de un lugar y tiempo específicos que no se logran ni
identificar ni comprender con un análisis estadístico: así, se puede construir una gráfica del aumento
o reducción del número de homicidios en Medellín a lo largo de un período de tiempo determinado;
pero las causas de esas variaciones requieren de otro tipo de instrumentos, diferentes al estadístico
que admiten una mayor complejidad pero que pierden la precisión de la constantes de medición.

Ejercicio de apropiación temática

Elabore una lista de al menos diez temáticas, indique cuál de los dos tipos de ciencias se ajusta mejor
a su investigación y explique por qué. Socialice su trabajo.

No se debe suponer que las ciencias exactas están circunscritas a los argumentos de hecho. Lo que
sucede es que sus construcciones teóricas —es decir, realizadas a partir de ideas y de conceptos—
pueden ser verificadas o demostradas, mientras que para las ciencias humanas esa verificación puede
no ser posible o ser insuficiente para responder las preguntas que se plantean. Tanto las ciencias
exactas como las ciencias humanas emplean la inferencia, pero las ciencias exactas tienen la ventaja
de que puede haber verificación de hecho o demostración a partir de axiomas y teoremas: es decir,
que pueden probar su objetividad por la vía directa de la comprobación empírica —como sucede con
las leyes de Newton— o por la vía indirecta de la consistencia conceptual —como sucede con los
planteamientos de Einstein—. Por su parte, las ciencias sociales también emplean el procedimiento
inferencial, pero su éxito tiene una certidumbre menor porque, a diferencia de los métodos y
resultados de las ciencias exactas, sus procesos y hallazgos no son generalizables. Sin embargo, no
se trata de una debilidad o de un defecto, pues en general las ciencias humanas tienen un propósito
diferente: abordar las complejidades de una situación humana con el propósito de explorarlas, y si
bien el resultado de sus exploraciones no se pueden generalizar, los acercamientos que hacen a las
dinámicas sociales y culturales sí pueden contribuir al reconocimiento y comprensión de sus
problemáticas. Para resumir, podemos asegurar que mientras que las ciencias exactas llevan a cabo
métodos de verificación de hipótesis, las ciencias humanas, exploran procedimientos para contestar
preguntas. Son dos tipos de rigores diferentes que se basan en la inferencia pero que tienen diferentes
estructuras de comprobación.
Conviene tener presente que hay un tercer tipo de discurso, sumamente importante, que es el político,
el cual vale la pena tener presente debido a que no solo es un tema relevante para la academia —y lo
es en la medida en que aspira a garantizar una formación integral que incluya competencias
ciudadanas—, sino que es un aspecto determinante de nuestra vida cotidiana permeado por las
intenciones personales y los impulsos emotivos y, por tanto, en permanente crisis argumentativa. De
hecho, el discurso de la publicidad tiene problemas análogos, en la medida en que se aprovecha de
las vulnerabilidades de la emoción para prometer y generar expectativas. Es decir, que tanto la política
como la publicidad tientan a quienes reciben su influencia a hacer declaraciones de opinión, es decir,
a extraer inferencias a partir de hechos no verificables ni demostrables.

Ejercicio de apropiación temática

Busque ejemplos de propagandas que aprovechen las emociones para generar expectativas y
explique por qué considera que proceden de ese modo.

3. Sospechas respecto a la forma


Una inferencia, como ya dijimos, es una conclusión lógica extraída de hechos verificables. Por su
parte, una opinión es una declaración inferencial cuya verificación no puede ser posible o ser
insatisfactoria. El problema, como ya lo advertimos también, es que existe la posibilidad de que una
opinión tenga una estructura formal impecable, por lo que puede ser muy difícil de detectar. Y esto
sucede cuando se desatiende el segundo componente de un argumento bien construido: el sentido que
tienen las palabras empleadas. En efecto, en términos de estructura la construcción puede estar
elaborada sin errores, y sin embargo extraer una conclusión que puede ser falsa, inexacta o polémica.
Esto quiere decir que la lógica formal puede terminar contribuyendo a apoyar una opinión, y si bien
una opinión no es necesariamente reprochable o incorrecta, jamás será mejor que un argumento
debidamente elaborado.
Hay tres tipos de anomalías formales que, si bien carecen de defectos lógicos, extraen conclusiones
inaceptables. Ellos son la antinomia, el paralogismo y la anfibología.
La antinomia
La antinomia es la anomalía lógica por medio de la cual, a partir de un procedimiento de demostración
correcto, se puede concluir tanto un postulado como su contario. Que la forma sea impecable pero
que, al mismo tiempo, se presente para semejante contradicción —demostrar con igual consistencia
una tesis y su antítesis— se debe a la carga semántica o al sentido que se les da a las palabras. Un
ejemplo de esta anomalía los plantea Immanuel Kant en la Crítica de la razón pura, y los plantea
precisamente para advertirnos que la forma no basta para hacer confiable un argumento.
Al preguntarse en términos lógicos si la libertad es o no posible, el filósofo demuestra que
formalmente se puede sostener tanto que es necesaria como que no es posible. ¿Dónde se encuentra
la trampa para que se puede hacer algo semejante? Se encuentra en que los escenarios en los que se
realiza cada demostración son diferentes, pues la libertad es necesaria cuando se trata de problemas
éticos, mientras que no es admisible cuando se trata de las leyes de la naturaleza: no admitir la libertad
cuando se pregunta por la ética impediría hacer imputaciones, es decir, determinar la responsabilidad
que los sujetos tienen sobre sus acciones; y admitir la libertad cuando se trata de los fenómenos de la
naturaleza haría imposible formular leyes universales y necesarias a las que se tiene que obedecer,
como las de la física.

Ejercicio de apropiación temática

¿Se le ocurre algún concepto a partir del cual se pueda plantear una antinomia? Encuentre uno y
trate de construir el planteamiento.

El paralogismo
El paralogismo es un silogismo que estructuralmente está bien construido pero a partir del cual se
extrae una conclusión falsa. Si bien en el capítulo de rudimentos de lógica argumentativa lo
explicamos en detalle, pues tiene una complejidad aplicativa mucho mayor, conviene explicarlo
brevemente aquí.
El silogismo tiene la siguiente estructura: tres enunciados enlazados que contienen tres términos. Los
tres enunciados son dos premisas —una mayor y una menor— y una conclusión. Los tres términos,
por su parte, son el mayor, el medio y el menor. Cada término se repite dos veces: el término menor
aparece en una de las premisas y es el sujeto de la conclusión; el término mayor aparece en una de
las premisas y es el predicado de la conclusión; el término medio aparece en las dos premisas pero no
en la conclusión. El esquema general del silogismo es el siguiente:

Esquema Ejemplo

Premisa mayor M es P Los hombres son mortales

Premisa menor S es M Sócrates es hombre

Conclusión Por tanto S es P Por tanto, Sócrates es mortal

Formalmente, el silogismo es perfecto: tiene tres enunciados, tres términos, cada término aparece dos
veces, hay una premisa mayor y una premisa menor, un término medio y una conclusión. El
paralogismo se presenta cuando el término medio no enlaza adecuadamente los términos menos y
mayor, como lo expresa el siguiente ejemplo extremo, que sigue un esquema ligeramente distinto
pero que cumple con los requisitos:
Esquema Ejemplo
Premisa mayor P es M Los guerrilleros son de izquierda
Premisa menor S es M El Senador J. es de izquierda
Conclusión Por tanto S es P Por tanto, el Senador J. es guerrillero

¿Por qué este silogismo es un paralogismo? Para comprende por qué, debemos fijarnos en el
contenido del término medio. En efecto, “izquierda” permite sacar una conclusión que no
necesariamente es cierta: el Senador J. puede compartir los postulados de esa corriente política sin
que por ello haga parte de un grupo de guerrilla. El término medio tiene una deficiencia que le impide
cumplir su función adecuadamente, pues hace una mediación incorrecta: ser de izquierda no implica
pertenecer a una guerrilla, pues la izquierda es mucho más amplia, no se restringe solo a la guerrilla.
Dicho de otro modo, no sería un paralogismo solo si “izquierda” y “guerrilla” fueran términos
equivalentes, y claramente no lo son, además del disparate el que se reduciría el silogismo si
admitiéramos esa equivalencia.
Ejercicio de apropiación temática
Construya cinco ejemplos de paralogismo. Recuerde que se trata de elegir un término medio
incorrecto.
La anfibología
La anfibología es el error argumentativo en el que una misma palabra se emplea con dos sentidos
diferentes en un mismo contexto. Esta incorrección argumentativa es muy común en los debates
políticos porque, en general, las ideas más importantes en el que se basa ese tipo de discurso carecen
de una definición de tipo cartesiano: clara, precisa, concisa y distinta. Y la razón es muy simple: las
ideas carecen de una definición así porque si la tuvieran serían conceptos.
En efecto, a partir de los planteamientos kantianos se puede definir el concepto como la unidad
mínima de significación que puede ser comunicable y que posee un correlato o contenido sensible:
rosa, lluvia, fresa, Gran Manzana, Cayo Julio César, Marte, Jerusalén, villa, son ejemplos de
conceptos cuando se los emplea siguiendo su significado literal, pues se entiende a lo que se están
refiriendo sin que se presenten confusiones.
Las ideas, por su parte, pueden hacer parte del discurso, pero su unidad de significación nunca está
completamente precisada: términos como democracia, justicia, dignidad, paz, sociedad, Estado,
Dios, derecho, esperanza, progreso y futuro, que si bien los solemos emplear cotidianamente no son
tan comunes como en el discurso político. Además, propician discusiones con un alto riesgo de caer
en la anfibología, pues cada uno de los involucrados en el debate pueden pensar algo diferente al resto
respecto a lo que significa cada palabra y, de hecho, puede haber involucrados que, a pesar de su
locuacidad, no sepan realmente qué es lo que quieren decir al emplearlas. Para evitar que una idea
provoque una anfibología, se debe determinar el significado que se le va a conceder, pues de este
modo se llamaría la atención de los involucrados en el debate y, posiblemente, el debate mismo giraría
en torno al significado elegido. Sin embargo, tal proceder es muy poco común.
Ejercicio de apropiación temática
Busque en las redes una columna de opinión en la que se presente un posible riesgo de anfibología.

4. Las falacias argumentativas


Teniendo en cuenta la definición de Bluedorn y Bluedorn (2009, p.10), una falacia argumentativa es
un error en la lógica y el contenido del proceso argumentativo, un lugar donde alguien ha cometido
un error en su forma de pensar y, por tanto, de expresarse, verbalmente o por escrito. Esta definición
hace necesario tener presente que tal error puede deberse a una de dos causas: que quien lo comete es
ingenuo e inexperto al expresarse o que conoce tan bien el modo como se debe o puede expresar que
se vale de la falacia como un recurso intencional para engañar y mover al error.
¿Cómo proceder para evitar una falacia? Hay cuatro preguntas específicas a través de las cuales se la
puede detectar: La pregunta general es: ¿Cuál es el problema argumentativo específico que se tiene
entre manos en este texto? O también se puede formular del siguiente modo: ¿cuál es la idea principal
del texto argumentativo que se está leyendo? Es decir, que las falacias argumentativas se pueden
detectar una vez se ha reconocido cuál es el tema principal de un texto. Si no se ha cumplido con
esta exigencia de comprensión de lectura, entonces no será posible reconocer si un texto tiene falacias,
y cuáles son. Es más, si alguien tiene buena comprensión de lectura y le cuesta reconocer el tema
principal del texto que está leyendo, entonces debe tener precaución, pues un buen texto
argumentativo declara con sencillez su tema principal, y no lograr reconocerlo en la primera o
segunda lectura debe despertar sospechas respecto a su claridad.

Una vez determinado el tema principal del texto, Hodge, Larsen y Perrin (2010, p.26) proponen
formular tres preguntas más, que funcionarán como el instrumento de detección de las falacias que
posea un texto con aspiraciones argumentativas. A cada afirmación que haga el texto se le pueden
formular las siguientes preguntas específicas:
La primera: ¿Es relevante el argumento para el asunto que se tiene entre manos, es decir, para apoyar
la idea principal? La segunda: ¿El argumento asume algo ilegítimo respecto a la idea principal? La
tercera: ¿El argumento es realmente claro respecto a su vínculo con la idea principal?
Una detección alternativa se puede realizar formulando las siguientes preguntas: ¿Ese argumento sí
tiene que ver con el tema que se está tratando? ¿Qué es lo que está pensando el autor al hacer
determinada afirmación? ¿Qué es lo que el autor quiere que piense quien lo escucha o a quien se
dirige?
Dado que un texto afectado por falacias seguirá teniendo una intención, es importante acudir al
contexto, es decir, a las circunstancias del entorno del texto que pueden influir en él o que pueden
ayudar a explicarlo o comprender las razones por las que fue escrito y publicado. Hay dos preguntas
de utilidad a ese respecto: Quién es el autor y qué motivos puede tener para escribir lo que escribe.
A continuación dividiremos las falacias en tres grupos, que obedecen a las preguntas que propusimos
como instrumentos de detección: falacias de relevancia, de presunción y de claridad. El texto que
sirve de fundamento a la división es el de Hodge, Larsen y Perrin (2010).
Falacias de relevancia
Se trata de argumentos que, en realidad, buscan distraer del tema fundamental. Un ejemplo es el
siguiente: “Profe, ¿por qué nos puso a leer ese texto tan complicado, si no tiene nada que ver con mi
pregrado?” La pregunta no es relevante y distrae del tema fundamental, que es la necesidad de
aprender a leer. Trata de hacer énfasis en un aspecto importante —la complejidad del texto sugerido—
para hacerlo pasar por irrelevante.
Argumentos contra la fuente
Argumentos que distraen al enfocar la atención en la fuente del argumento y no en el tema. Se
subdividen en argumentos Ad hominem, Tu quoque? y la falacia genética
Los argumentos contra el hombre (Ad hominem) son argumentos que tratan de evadir el tema
insultando al oponente al emplear un lenguaje salido de tono. Ejemplo: “Un Tirso Sáenz, delincuente
condenado a 30 años de prisión, que quería que lo mejoraran de cárcel” (María Isabel Rueda, respecto
a un testigo del caso del Palacio de Justicia). Se trata de desestimar lo que alguien tiene que decir
porque está preso.
La falacia ¿Y tú qué? (Tu quoque?) asume que la recomendación de un rival se debería descartar
porque el rival mismo no la sigue. Ejemplo: “Entre tanto, las Farc con su falso ideario de ‘paz con
justicia social para el campo’ son las vedetts [sic], mientras las víctimas permanecen en la sombra”.
Que las FARC incumplan lo que señalan no hace falso ni ilegítimo lo que están señalando. El texto
es falaz al tratar de hacer que el lector piense que la guerrilla no tiene autoridad para decir lo que dice
porque “no practica lo que predica”. Pero lo que sucede es que lo que está en debate no es el estatus
moral de la guerrilla —como la falacia trata de hacerlo ver —sino la legitimidad de la afirmación por
sí misma, sin importar quién la formule.
La falacia genética se refiere a argumentos que aseguran que se debería descartar una idea
simplemente por su fuente de origen. Es del tipo impersonal o indirecta. Un ejemplo es el siguiente:
“Todo arranca en la mal proyectada sentencia del exmagistrado Carlos Gaviria Díaz, con base en la
cual se argumenta a favor de la despenalización por el ‘libre desarrollo de la personalidad’ y ‘la
dignidad humana’”. La falacia se encuentra en que el nexo entre la sentencia y la propuesta de
despenalización quiere hacer ver a la primera como causa de la segunda. El texto quiere dar a
entender, en otras palabras: “La propuesta es mala porque surge de la sentencia, que también es mala”.
Apelaciones a la emoción
Son los argumentos que tratan de apoderarse de las opiniones de la gente al empujarla a sentir
emociones como la compasión, la cólera, el temor, la alegría, la presión de los iguales y la
intimidación. Se subdivide en apelaciones al miedo, a la compasión, a la multitud, al esnobismo, a la
autoridad ilegítima, y el esnobismo cronológico.
La Apelación al miedo (Ad baculum) es un argumento de distracción que hace sentir atemorizada a
la audiencia de las consecuencias de no estar de acuerdo con quien habla.
Ejemplo: En la columna de opinión de Fernando Londoño Hoyos del 20 de febrero de 2013 en El
Tiempo hay una permanente apelación al temor del lector al listar una larga serie de atentados y de
crueldades que las FARC han cometido. La intención del columnista es llevar al lector a concluir que
“no se puede negociar con los terroristas que cometen semejantes actos tan atroces”. La irrelevancia
se encuentra en que el mismo argumento del columnista se puede utilizar a favor de los diálogos: si
han cometido tantas atrocidades, mejor será escucharlos en una mesa de negociación para que no lo
sigan haciendo. Y un argumento que se puede emplear tanto a favor como en contra de una postura
es un argumento a todas luces dudoso del que es preferible prescindir.
Vale la pena hacer una aclaración de suma importancia en este punto. Aprender a reconocer que un
texto tiene falacias argumentativas apunta, como ya dijimos a dos propósitos: determinar la solidez
del argumento expuesto desde una perspectiva académica y comprender la intención que el autor de
un texto con falacias puede estar persiguiendo. Ahora bien, lograr estos dos propósitos no debe verse
como una justificación plena para no estar de acuerdo con lo que el texto quiera transmitir, más allá
de sus defectos argumentativos. De modo que el presente ejercicio académico puede llevar a que se
logre determinar que un texto es falaz sin que esto implique que el estudiante que haga el ejercicio
tenga que renunciar a su propia opinión, de modo que alguien puede leer la columna recién citada y,
aun admitiendo sus defectos argumentativos, estar de acuerdo con lo que el columnista citado, o
cualquier otro, pretenda sostener o defender con su texto, deficiente en términos argumentativos, pero
convincente en términos de su temática. Se debe tener presente que la objeción que planteamos aquí
es de carácter académico, y que las afiliaciones políticas muy profundas pueden desatender esas
objeciones.
La apelación a la compasión (ad misericordiam) distrae haciendo que la audiencia sienta pena por
quien habla o por la persona de la cual se habla. Ejemplo: Abogado defensor: “Respecto a este
presunto homicidio múltiple, consideren el estado de frustración mental de mi cliente, quien tuvo una
infancia atroz. Su padre lo abandonó, su madre lo maltrataba, en la escuela sus compañeros lo
matonearon, las mujeres lo despreciaron. ¿Cómo no iba a tener un resentimiento social con todo lo
que ha tenido que padecer?”
La apelación a la multitud (ad populum) distrae haciendo que la audiencia quiera hacer parte de la
multitud o hacerse parte de la “gente común”. Ejemplo: “La reelección abría el abanico para que el
presidente pudiera participar, tal y como lo querían las mayorías. Así quedó demostrado tras su
abrumadora votación. Si algo, la reforma le daba más opciones a la democracia; la reforma no lo
nombraba presidente, no le [sic] cerraba el camino a los competidores; les daba a los ciudadanos el
poder de decidir”. El yerro argumentativo de la autora de este texto se encuentra en el recurso, muy
común en el ámbito político, de asegurar que siempre será bueno lo que quieren las mayorías, lo cual
es claramente una apelación ad populum.
La apelación al esnobismo distrae tratando de hacer que la gente se sienta “especial” o que anhele
sentirse como tal. Ejemplos: En el centro de Medellín se ha escuchado en ocasiones algo como lo
siguiente: “Lleve los zapatos de marca; sí, son de marca; los americanos, importados, originales,
baratos; ¿qué tallita buscaba?”. Y en política, no sería extraño un eslogan como el siguiente: “¡Vote
por Pérez, el candidato de los esforzados trabajadores!”. De hecho, Juan Manuel Santos como
candidato presidencial en uno de los debates dijo lo siguiente, y con mucho éxito: “Yo, a diferencia
de Mockus, sí creo en Dios”, afirmación que llevó a una parte del electorado, que daba mucha
importancia a la creencia en Dios, a negarle el voto a quien no tenía la misma convicción que ella.
La apelación a la autoridad ilegítima (ad verecundiam) distrae al tratar de avergonzar, entusiasmar
o confundir a quien escucha al llevarlo a apoyarse en una autoridad ilegítima. Por ejemplo, el experto
incorrecto: “El cambio climático es cierto porque el doctor Juan, filósofo, dice que es una dolorosa
realidad”; el experto tendencioso: “¿Quién mejor que el señor Valencia Tovar, distinguido militar en
retiro, para decidir sobre el problema del fuero militar?”; el experto innombrado: “Científicos
demostraron que las mujeres son más inteligentes que los hombres”; y la celebridad experta: “Si
Messi usa H&S, ¡pues entonces H&S es el mejor champú!”
El esnobismo cronológico distrae al hacer que la audiencia quiera formar parte de una tradición, ya
sea vieja, ya sea de lo más nuevo y genial. Por ejemplo la apelación a la tradición: “La institución del
matrimonio es y ha sido siempre la unión de un hombre y una mujer para amarse, apoyarse y formar
una familia, como lo consagra la Constitución. Por tanto, así tiene que seguir siendo”; y la apelación
a la novedad: “¿Cómo? ¿Todavía con un iPhone 3? ¿Qué está esperando para comprar el iPhone 17?”
Pistas falsas (red herrings) o cortinas de humo
Son los argumentos que hacen apelación más sutil a la emoción, pero que incluyen tipos de pruebas
que son irrelevantes para el caso que se está tratando. Se subdivide en apelación a la ignorancia,
propósitos o funciones irrelevantes, la tesis irrelevante y la falacia del hombre de mimbre.
La apelación a la ignorancia asegura que, dado que una proposición no puede ser desaprobada, tiene
que ser, por lo tanto, o verdadera o probable. Los propósitos o funciones irrelevantes distraen
midiendo el plan o política del oponente de acuerdo a cosas que no tenía el propósito de lograr. La
tesis irrelevante distrae tratando de apoyar el tema equivocado. La falacia del hombre de mimbre
trata de desaprobar la posición de un oponente presentándolo bajo una luz injusta y desajustada. Un
ejemplo de la falacia del hombre mimbre es el siguiente: “De ahí que esa declaración [que la guerrilla
tiene voluntad de paz] tampoco le saliera bien a Santos, porque muestra que o está peligrosamente
alejado de la realidad -como un paciente psiquiátrico- o está dispuesto a justificarlo todo con tal de
poner el medallón del Nobel en su biblioteca. Y cualquiera de los dos casos es una pésima señal de
la manera como [sic] va a terminar este proceso” El autor del texto está criticando el proceso de paz,
pero no puede evitar la tentación de aprovechar lo que considera una oportunidad para “hacer quedar
mal” a Santos tratando de hacerlo ver como un desequilibrado mental, y tal propósito se sale del
argumento principal.
Falacias de presunción
Argumentos que hacen suposiciones no garantizadas, ya sea sobre los datos o sobre la naturaleza de
un argumento razonable. Asumen ya sea una postura no discutida o generan una consecuencia
discutible. Por eso se dividen en dos grupos: falacias de deducción y falacias de inducción.
Falacias de deducción
Son argumentos que contienen presuposiciones que les impide ser razonables. Se subdividen en la
petición de principio, la bifurcación (falso dilema), la falacia de la moderación, la falacia del ser y el
debe-ser, la falacia de la composición, y la falacia de división
La petición de principio (petitio principii) es un argumento que dan por sentado el mismo asunto que
se está tratando de probar.
Se subdivide en el razonamiento circular: “El cielo es azul porque cuando examinamos el cielo a la
luz del día es azul claro”, la pregunta cargada: “¿Llegó temprano? Eso es porque no tiene con qué
beber. Ni quién lo invite”, la definición cargada: “Mire, ¿usted quiere saber si una persona es buena
o mala? ¡Pregúntele lo que piensa del presidente X!”, y el epíteto cargado: “El proceso de impunidad
que se intenta llevar a cabo en La Habana”. La carga en estos tipos de falacias se encuentra en que no
hay una justificación plena ni demostrable para explicar la presencia de esas cargas.
La bifurcación (falso dilema) es un argumento que enmarca el debate de modo que solamente dos
opciones son posibles, cuando pueden existir otras posibilidades. Un ejemplo es el siguiente: Si es la
paz (p) o la guerra (q), y ya se sabe que el proceso de paz es un proceso de impunidad (no p), entonces
la guerra (q). La falacia se encuentra en que p —la paz— y q —la guerra— no son las dos únicas
opciones. La tercera, que es muy irritante pero también posible, es la salida negociada, a pesar del
reto que implica.
La falacia de la moderación es un argumento que asume que la respuesta correcta siempre está a
mitad de camino entre los dos extremos, o que se logra mediante un compromiso. Se cae en ella
cuando se fuerza demasiado lo que es razonable. Ejemplo: Un estudiante conciliador: “Como los
estudiantes no queremos hacer ningún trabajo, y el profesor exige que los hagamos todos, ¿entonces
por qué no hacemos la mitad?”
La falacia del ‘ser’-‘debe ser’ asume que, sólo porque algo es de cierta manera, entonces debe ser de
esa manera. En términos kantianos, esta falacia confunde lo real —aquello que simplemente es—, lo
posible —aquello que puede llegar a ser— y lo necesario —aquello que siempre tiene que ser—. Lo
posible es tomado por real o por necesario. Ejemplos: Una empleada bancaria: “Es que siempre hemos
hecho el proceso así. Así es como se hacen las cosas aquí”; un estudiante transferido: “De donde yo
vengo, las cosas no son así”; una propaganda de cárnicos: “Si Dios no quería que nos los comiéramos,
¿por qué los hizo de carne?”.
La falacia de la composición se basa en la suposición oculta de que las propiedades del todo serán
las mismas que las propiedades de las partes. Ejemplos: “Si la hoja es tan livianita, entonces la resma
completa también es livianita”; “Si un individuo es racional, entonces un grupo de veinte millones de
individuos es racional”.
Las falacias de división (del todo a la parte) se basan en la suposición oculta de que una totalidad
colectiva determina que cada una de sus partes debe ser tomada a su vez como un todo. Ejemplos:
“Si la resma es pesada, entonces cada hoja es pesada”; “Los colombianos son unos asesinos
narcotraficantes. Miren a Pablo Escobar”; “Los gringos son unos invasores inescrupulosos. Miren a
George Bush Jr.”.

Falacias de inducción (de la parte al todo)


Son argumentos que hacen mal uso de los datos empíricos o que no siguen los métodos apropiados
del razonamiento inductivo. Se subdivide en generalización por barrido, generalización apresurada,
falsa analogía, falsa causa y precisión falsa.
La generalización por barrido (accidente) sobreextiende una generalización para incluir hechos o
casos que en realidad son excepciones de tal generalización. Ejemplos: “Todos los cisnes son
blancos”. “Todos los hombres creen en Dios. Hasta lo ateos”
La generalización apresurada se basa en muy pocos ejemplos: “En las noticias dijeron que iba a
llover todo el mes. Ya van tres días en los que ha hecho un sol tremendo. Por eso ya no me voy a
encartar con la sombrilla.”
La falsa analogía falla porque crea una analogía entre dos cosas que no son lo suficientemente
similares para que la analogía quede debidamente garantizada. Ejemplos: “¡Así como no puedo estar
en dos lugares a la vez, no puedo reír y llorar al mismo tiempo!”; “El perro es al hueso como la
guerrilla a los ataques terroristas”; “La filosofía es al derecho lo que la ensalada a la carne: ¡mero
acompañamiento!”; “A los comunistas les pasó lo que a los dinosaurios: no los mató el meteorito…
¡sino el hambre!”
La falsa causa se basa en una conexión débil del tipo “causa-y-efecto”. La causa Parcial: “Los
jugadores tuvieron un partido muy bueno por la charla inspiradora del técnico”; la confusión de una
condición necesaria con una suficiente: “En los requisitos dice que hay que tener un posgrado para
poder aplicar. Si tengo el posgrado, ¿por qué no pasé?”; y la prescindencia de la causa común:
“¿Cómo no va a negociar con la guerrilla, si traicionó a su antecesor?”
La precisión falsa usa números o estadísticas de un modo que es demasiado preciso para que la
situación argumentativa lo justifique. Si los datos que se proporcionan son excesivamente precisos,
quien los emplea puede estar tratando de evadir el problema contestando a partir del detalle de las
cifras.
Falacias de claridad
Argumentos que fallan porque contienen palabras, frases o sintaxis que distorsionan o nublan sus
significados: se dividen en equivocación, acento y distinción sin diferencia.
Equivocación
Argumentos que fallan porque un término clave es ambiguo.
Ejemplo: “Necesitamos, entonces, restablecer la ley, como garantía de paz. ¿Para qué cambiar la
estrategia? Los 9 millones de colombianos que optamos por el fortalecimiento del Estado de Derecho,
reclamamos el terreno perdido de la paz forjada con el monopolio de la fuerza, el imperio de la Ley
y gobernabilidad legítima” El autor del texto yerra en la expresión “fortalecimiento del Estado de
Derecho”, principalmente en un Estado que, como Colombia, es social de derecho. Sin duda el autor
tuvo un lapsus linguæ, es decir, “un error al hablar”, pero queda sin determinar si la omisión fue
terminológica o si es ideológica, es decir, si fue o no intencional.
Acento
Argumentos que se apoyan en énfasis inapropiados que se hacen en ciertas palabras o frases. Ejemplo:
“No es claro, en primer lugar, cuál es el estándar de éxito de la negociación. Da la impresión de que
el Gobierno y las Farc creen que firmar un acuerdo entre sí es suficiente para festejar. Pero se
equivocan: la paz no es cuestión de lo que unos delegados del Gobierno, y otros del terrorismo,
puedan concertar. El verdadero éxito depende de que la opinión ciudadana acepte los términos de lo
pactado. El país nacional, no las Farc, debe ser el interlocutor principal del Gobierno en materia de
paz”. El autor del texto incurre en dos falacias de acento: primero al generalizar hablando de
“delegados del terrorismo” —pues en términos argumentativos “terrorismo” y “Farc” no son
sinónimos— y al enfatizar la importancia de la opinión respecto a un tema que, como la paz, está
determinado en la Constitución y requiere de mecanismo diferentes al que el texto enfatiza como el
importante.
Distinción sin diferencia
Argumentos que hacen una distinción lingüística entre dos cosas que realmente no difieren la una de
la otra: Ejemplos de este tipo de falacia son los siguientes: “No es que estemos mejor. Estamos un
poquito menos mal”; “Perder es ganar un poco”; “Es mejor ser rico que pobre”, “A las afirmaciones
de ese discurso les faltó contundencia aunque fueron categóricas”. Se incurre con frecuencia en esta
falacia cuando se emplean dos expresiones diferentes pero que tienen el mismo sentido, cuando no se
tiene conocimiento de la cercanía de los significados de dos palabras y se las emplea en una firma
afirmación como si fueran totalmente diferentes.
Referencias
Arteta, A. (2012). Tantos tontos tópicos. Barcelona: Ariel.
Ball, P. (2013). Curiosidad. Por qué todo nos interesa. Madrid: Turner.
Bluedorn, H., & Bluedorn, N. (2009). The Fallacy Detective. Christian Logic: Muscatine.
Bluedorn, H., & Bluedorn, N. (2005). The Thinking Toolbox. Christian Logic: Muscatine.
Hodge, J., Larsen, A. & Perrin, C. (2010). The Art of Argument. Camp Hill: Classic Academic Press.
Platón. (1993). Diálogos I. Madrid: Gredos.
Platón. (1992). Diálogos II. Madrid: Gredos.
Kant, I. (2009). Crítica de la razón pura. México: FCE.

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