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- ¿Qué intertextos (en sentido amplio, no solo textos en sentido estricto) están presentes
y atraviesan "Las vengadoras"?
El prólogo que puso Piglia en su libro Los casos del comisario Crose es un texto de
Marx que describe cómo la delincuencia sostiene a la economía. Hay un texto previo
que escribí hace mucho tiempo que se llamó Más fácil que llorar, que derivó en Blanco
Vivo, este texto es deudor de esos textos, es una derivación. De alguna manera esta obra
también es pariente de Amor a tiros, otra obra que escribí sobre el mundo de la policía.
Si bien es cierto el parentesco de las obras, ésta tiene su propia singularidad, esta obra es
más concreta que las otras.
- ¿Cómo ves el teatro local hoy en día, dentro de la situación puntual del país?
En Buenos Aires siempre se va a hacer buen teatro. Creo que ahora se quedó sin
modelos claros. Esa sensación de orfandad, de no tener padres es por un lado muy
buena porque da mucha libertad y al mismo tiempo esa libertad angustia, no hay contra
quién hacer, no hay referencias, entonces la tentación de buscar la efectividad es muy
grande. Por un lado se busca ser efectivos, gustar, y por otro ser originales porque hay
una demanda de originalidad en el mercado. Esa contradicción se intenta ocultar, no
tiene nada de malo intentar hacer obras que a las que les vaya bien, siguiendo a tal que
también le fue bien, tal vez alivie cierta tensión que circula en el medio. Lo cierto es que
el mercado no admite ese sinceramiento, entonces las obras se están volviendo muy
autorreferenciales , hay un yoismo muy grande porque tal vez creamos que con nuestra
singularidad alcanza pero, claro, si esa singularidad tiene que gustar, está obligada a
gustar, a un público que ya sabe más o menos lo que le gusta y va a buscar eso, esa
singularidad deja de ser tan singular y se autosatisface representando lo que el público
quiere ver, que alguien disfrazado de singular le confirme que está pensando bien. Nos
estamos obligando a pensar todos lo mismo, le tenemos terror a la diferencia, y a eso
que se le teme es de lo que se huye y en teatro si hay algo que sabemos hacer es
disfrazarnos, en este caso nos estamos disfrazando de singulares que casualmente
pensamos más o menos todos lo mismo. Lo cierto es que eso lo hacemos muy bien.
Dicho esto, veo también mucha necesidad de hacer, estamos muy tristes y el teatro
siempre será un lugar de encuentro, nuestro lugar dónde podemos convertir la tristeza en
alegría. La alegría creada en grupo tal vez sea el inicio de la nueva ética que estamos
necesitando tanto.
Bibliografía
Pellettieri, O. (ed.), 2001. Historia del teatro argentino en Buenos Aires, Buenos Aires:
Galerna.