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DIRErrOREjGQHEZCÁRRiUX)

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La vcri)«il síbfa Frlné, por £: t/únrez Car/v7to.—Naecfrüs íran-
det coiabora4or«« extranjeros: Hs el calabozo, por Avttia Ahar»-
in/ao —E«tudlo» !i1gr«rlo«: 81 mendigo y nosotros (compendio de
nC*^

««tiSltcB d» la caridad), j>or /?. Cansino» 43sew4f.~ Crónica literaria


de Portugal: Bugenlo d« Castro, por C. í/e ¿í.—Un libro de Blanco-
Tombona, por Oabrtel Alomer.—Zl vl»)t de Maeferlinck a los Es-
lado» Unidos: Varias hora» de conversación con el pwjela, por Oeor^
¡tes Waiírererf.—Poesías hlspano-americanas, for Arfvro Torrea
lí/oseco, fíogetto Sáfelo, i?. CarrasquIlld-MaHaríno y Rogelio
Butndía.— Crónic» d« Üalta: Rl teairo, los libros y e! arte, por Ceo-
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P»mand OaMtim. Crónica de París; El teatro, los libros y el
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R«, por BaHesfero» de Martoa.—Crónica americana,—Bibliografía.

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Iñ VERDAD
P T " SOBRE FRINÉ
r'

¿Os acordáis de aquel sabio que, diez años ha, atrevió-


se a asegurar, en una sesión solemne de la Academia Fran-
cesa, que el gesto de Hipérides no era sino una leyenda
sin fundamento de ninguna especie?... Todos nos indigna-
mos entonces. Yo volvía de Atenas y tenía el alma llena
de fantasías paganas. Sobre mi mesa de trabajo bailaban
tres danzarinas de Tanagra, y en mi chimenea erguíase una
Friné temblorosa y desnuda. ¿Qué derecho tenía aquel se-
ñor Girard para destruir así, con un revés de su mano ico-
noclasta, la imagen milenaria de la cortesana que se des-
poja de sus velos ante mi vista?...
—¡Vade retro!—pensé.
Pero luego, poco a poco, a través de las doctas lecturas
y de las lentas meditaciones helénicas, me he dado cuenta
^6 que, realmente, la gloriosa hetaira no pudo nunca des-
pojarse de sus velos en plena audiencia. En primer lugar,
^i texto invocado por el académico parisiense no es tan
^^go cual en un principio nos lo aseguraron los críticos
Universitarios. Se trata de una obra de Posidippes (poeta
fornico que floreció veinte o treinta años después de la
Kiuerte de Friné) titulada La Efesia. En esta comedia la
•cortesana, al final de su proceso, aparece, no como una do-
'iiinadüra que con el solo esplendor de su belleza avasalla
^ los que pueden y deben condenarla a muerte, sino como
*^na humilde iraploradora de piedad. «Tomó la mano de
COSMÓPOLIS—1-1921

cada uno de sus jueces—dice el poeta—y obtuvo su per-


dón, no sin pena, a fuerza de lágrimas.» Para comprender
bien el alcance de estas palabras, hay que darnos cuenta
de lo que es, en el siglo iii de Atenas, el mecanismo judi-
cial y de lo que significa, ante los contemporáneos de la
dulce Friné, el crimen de que se le acusa.

«Esta mujer—dice el delator Euthias—celebra, rodeada


de adoradores y de esclavas, ritos nocturnos en honor de
Isoidatés, el Dionisos de Frigia.» La acusación hace son-
reír a los hombres superiores, acostumbradu- a no dar a
los asuntos religiosos sino una importancia rnay relativa.
Pero el jurado, ¡jor desgracia, no se compone f'e amigos de
Policletes ni de discípulos de Praxiteles, sino de horteras,
de burgueses, de fariseos de Minerva en suma. Y para esa
gente pusilánime y supersticiosa, fanática del antiguo có-
digo y engreída por sus funciones judiciales, el delito de la
gran hetaira es algo así como las acusaciones de 'Tiagia ne-
gra y de misa diabólica en el ánimo de los tribuüales fran-
ceses del siglo xvii. Además del sacrilegio, hay, en el caso
de Friné (como en el déla Branvillier, veinte sig'.os más tar-
de), un reflejo de pecado monstruoso, de eucari-íia infame,
de bacana! exótira, enervante, con manchas dr bestialidad
impropias de las orgías griegas.
Los dioses de Frigia y de Siria, de los cuales hablan con
escándalo los viajeros y los poetas, son, para lo- fi- Íes de la
clara Venus, motivos obscuros de malos sueñ(.i; d'í lujuria.
Y el vil Euthias es, en este punto, preciso, «iista mujer
—dice—adora a líioidatés, el Baco frigio.» Todu >A mundo
comenta en aquella época la historia verídica y horrible del
casamiento de Filipo elmacedoniano con la falsa Olimpia.
Esta mujer, lí¿imada Mirtala, pertenece a las sectas de en-
cantadoras de serpientes, de bebedores de filtros, de danza-
rinas de baile-5 catalépticos.
La noche misma de sus bodas, antes de penetrar en la
LA VERDAD SOBRE FRINE

alcoba nupcial, dice a su esposo: «Ayer concebí, en un to-


rrente de fuego que, durante mi sueño, me inundó las en-
trañas.» El rey no le contesta una sola palabra, pero al día
siguiente, cuando la reina se retira, sola, para reposar en
sus aposentos, mira por un agujero y la ve, en su lecho,
desnuda, dejándose acariciar por una enorme serpiente.
Consultado por el monarca bárbaro el oráculo de Delfos,
contéstale: «Por haber mirado, irrespetuoso, por un aguje-
ro, perderás el ojo.» Y como, en efecto, lo pierde poco más
tarde, y como, además, el hijo del fuego, de la serpiente y
de Mirtala es Alejandro Magno, el poder de la magia orien-
tal hace temblar las almas crédulas del bajo pueblo ate-
niense. Los guerreros que después de luchar en las filas
del ejército macedonio y de asistir a la conquista de Babi-
lonia, de Siria, del Ponto, de Frigia, han llevado a Grecia
visiones de orgías asiáticas y de cultos crueles u obscuros,
existen aún. Sus relatos, exagerados por los oradores po-
pulares, hacen temblar a los fieles razonables y mediocres
de los dioses tutelares. «¡Isoidatés, el Dionisos frigio... los
misterios nocturnos de las religiones asiáticas... las escla-
vas y los amantes de la gran cortesana unidos en la som-
bra!...» No es difícil imaginar lo que para los 400 ó 500
burgueses que forman el jurado ateniense estas acusaciones
representan. Sin hacer alarde de sabiduría imaginativa, con
sólo evocar y mezclar las nociones corrientes, tienen ante
la vista un cuadro sacrilego y lascivo capaz de irritar a la
Vengativa Minerva, cuya lanza de oro luce, amenazadora,
en la cima del Acrópolis. Y eran, sin duda, alrededor de
•^tergotis, la diosa paloma, gorjeante, lánguida, cálida y
húmeda, sus sacerdotes vestidos de mujer, con senos pos-
tizos, con los ojos pintados y el cuello adornado de colla-
•"es... Y era Astartea, la de los ojos glaucos, la Venus feni-
*^ia, la implacable inspiradora de pasiones trágicas, que ya
^n Chipre y en Citerea comenzaba a tener templos secre
tos.., Y era la trinidad incestuosa, nacida del incesto, crea-
dora de incesios, Semiramis, Lot, Mirra, seguida por su sé-
*luito de amantes de sus propios padres o de sus propios
OOSMÓPOLIS—I-1951

hijos, de esposos de sus hermanas, de vastagos de uniones


infames, aconsejadas por los magos de Caldea, Moab,
Amon, Amitis, Parisatis... Y era Adonis, bello cual Narci-
so, delicado cual Psiquis, efebo y virgen a la vez o más
bien ni efebo ni virgen, ser de muerte y de resurrección,
ser de dolor y de languidez, dios de los que sueñan y de
las que desean, pqderoso hasta el punto de hacer temblar
el alma del Asia entera y sin embargo incapaz de defen-
derse contra el cerdo irritado que lo mutila, devorándole
el sexo y luego lo mata para que las lágrimas de sus ado*
radoras lo hagan resucitar cada año en la primavera... Y
era Milyta, la diosa que los conquistadores persas habrían
querido imponer a los griegos, la Venus siempre preñada
y siempre abierta a los deseos, reina de todos los deseos,
dispensadora de goces complicados, creadora de rebaños
de esclavos adolescentes y de esclavas rítmicas, iguales en
sus gustos, en sus prácticas, en sus tentaciones... Y era, al
conjuro del enigmático Isoidatés, la masa confusa de la
Frigia enervante, perversa, perezosa, en la que los eunucos
mezclábanse con las doncellas apenas púberes y ya sabias
en la ciencia mágica de las caricias, los sacerdotes obesos
con los adolescentes de grandes ojos ojerosos, pálidos, pa-
téticos, los asnos sagrados con las gordas cortesanas servi-
doras de Atis...

El sutil Hipérides, que no cree en nada, pero que com-


prende lo que es la fe oficial en los hombres encargados de
aplicar las leyes anacrónicas de Atenas, dase, de seguro,
cu«nta de que todas esas visiones, fernaentando en las ca-
bezas de los jurados, ponen en peligro la bella cabeza de
su dienta. Su defensa, lo demuestra^ puesto que, lejos de
ser irónica y ligera como otras oraciories suyas que aún se
conservan, tiene, al decir de sus contemporáneos, una gra-
vedad conmovedora. El romano Messala que lo tradujo, al-
gunos siglos más tarde, al latín, lo considera como un mo-
LA VERDAD SOBRE FRINE

délo de elocuencia forense. Encontrándose ante un tribu-


nal conocido por su rigidez, y sabiendo que por su amistad
intima con la hetaira, aparece como sospechoso de compli-
cidad, es probable que el hábil abogado, lejos de insistir
en lo que el caso tiene de pintoresco, de literario, de digno
de divertir a los herederos del espíritu de Alcibiades, trate
de presentar el lado bueno, noble, caritativo, de la que,
Con su riqueza, todo lo puede o al menos todo parece po-
derlo. ¿No dice la gente que esa mujer ha ofrecido, en un
rapto de esplendidez, reedificar la ciudad de Tebas des-
truida por Alejandro?... ¿No ofrenda ella misma imágenes
de oro, esculpidas por su adorador Praxiteles, a los tem-
plos de Venus?... Se trata, pues, de una gran dama, y des-
nudarla en pleno tribunal, ante quinientos horteras, sería
aumentar el escándalo que sus enemigos buscan...

No son estas razones purante psicológicas, empero las


<lue el académico Girard invoca para demostrar lo absurdo
de la leyenda. «Había—dice—en Atenas una costumbre muy
antigua y muy arraigadaen los tribunales, sobre la cual Aris-
tófanes, entre otros,nos informa de la manera más detallada:
^ra la que consistía, cuando se trataba de acusados que se
hallaban en libertad, en implorar el perdón de los jurados
antes de que comenzara la última audiencia. El acusado le-
vantábase muy temprano para ir a esperar a los jueces a la
puerta del tribunal; se les acercaba; les cogía las manos, les
hablaba con humildad, llorando. Y no era, por cierto, lo que
•"enos enorgullecía en su ministerio a aquellos jurados que
^*Han del pueblo y que se daban así cuenta de que la for-
tuna y la existencia de los más ilustres ciudadanos solía en-
contrarse entre sus manos.» Eata costumbre es la que, se-
gún el poeta Losídipo y el cronista Alcifrón, adopta Friné,
por Consejo de su abogado, para no correr la misma suerte
^Ue Sócrates. Toda la erudición y toda la lógica histórica,
militan en^favor de esta tesis. Además, no hay que olvidar
COSMÓPOLÍS—I-1921

las siguientes líneas de un comentador de Ateneo: «Friné


era bella, sobre todo en lo que no se ve, según el testimo-
nio de Ateneo. Por eso no era fácil obtener de ella que se
mostrara desnuda. Usuba una larga túnica que envolvía
todo su cuerpo y no iba nunca a los baños públicos.>
Entonces—me diréis—, ¿cómo ha podido formarse la fá-
bula? M. Girard contesta: cTal vez al arrodillarse ante al-
guno de sus jueces, éste, viendo su garganta ebúrnea, deja
escapar una frase de admiración que, oída por otros, da
motivo a la leyenda primitiva».

Se ha comparado más de una vez el proceso de Friné


con el de Sócrates. En uno y otro, en efecto, se trata de
una acusación de sacrilegio, de las que el Código castiga
mecánicamente. Pero si lo que se busca es un punto de
vista para darnos cuenta del peligro que corre la divina
hetaira, más que en el juicio contra Sócrates hay que bus-
carlo en las acusaciones contra Alcibiades y sus cómplices
de orgías complicadas. Como Friné, el hijo de Clinias es,
en el apogeo de su carrera, una flor de lujo algo extraña y
hasta algo monstruosa, de la cual los atenienses se ufanan
y se avergüenzan al propio tiempo. Nadie tan bello, nadie
tan procer, nadie tan bravo, nadie tan elocuente cual él.
Pero nadie tan peligroso y tan irrespetuosos. Así, cuando
sus enemigos logran hallar un delito entre sus muchos pe-
cados, cre'ín que el tribunal popular no lo perdonará. «Te-
salo—dice el documento judicial que conserva los términos
del acosador—ha deferido y defiere ante los jueces, a Alci-
biades, del barrio de Scambonides, por haber delinquido
contra-las diosas Ceres y Proserpina,'remedando en burla
sus santos misterios y presentándolas a sus familiares en su
casa, vestido él con una túnica igual a la que lleva el Hie-
rofante que en el templo enseña las figuras sagradas en los
Misterios, y haciendo llamar a Politlón el Portador de An-
torcha y a Teodoro el Heraldo y a los demás asistentes
LA VERDAD SOBRE FRINE

cofrades; todo para escarnecer las santas ceremonias que


celebran los pontífices Eumolpides del templo de Eleusis.»
Lo que esto significa para un jurado de horteras supersti-
ciosos, es mucho más grave que las vagas acusaciones de
impiedad formuladas contra Sócrates por el infame Anitus,
y sólo puede compararse con lo que el vil Euthias articula
Contra Friné. ¿Cómo—preguntaréis—de los tres ilustres
'sos sólo el filósofo paga con la vida sus faltas? Porque es
^1 único que no quiere humillarse haciendo el gesto de los
otros dos. ¿Qué gesto salvador es ese? En Alcibiades la
•^uída, la franca y alegre huida hacia la gloria, hacia el pe-
ligro noble, hacia las bellas aventuras dignas de ser conta-
bas por Homero. En Friné la genuflexión implorante y
"orosa, tal cual la pinta Posídipo en su comedia y tal cual
6s de rigor en Atenas. Recordad, si no, las últimas palabras
^s Sócrates ante el tribunal: «Lo que yo no haré jamás ¡oh!
Jiieces—exclama-es rebajarme a la bajeza de implorar
nuestra piedad. Cuando se ve a grandes personajes descen-
der a tates procedimientos para salvar su existencia, dijé-
'"ase que los atenienses confían a las mujeres la magistra-
tura. El juez no viene aquí para sacrificar la justicia al de-
^^0 de agradar, sino para servirla religiosamente: ha jurado
^^ perdonar a quien le parezca, sino juzgar conforme a las
'^yes.» Que estas palabras son evangélicas, nadie puede
'legarlo. Pero pronunciarlas equivale a gritar: «¡condenad-
'^e!» El filóáofo, en su sublime desprecio de todo, puede
"SCerlo. La bella cortesana que se halla en el apogeo de la
gloria, en la apoteosis de los halagos, tiene que recurrir a
•^^tros medios más humanos y más eficaces para salvarse de
'a pena capital...

Pero pensar que, en épocas agitadas, en que los ate-


'iienses temen todo lo que amenaza corromper sus costum-
bres y debilitar sus energías nacionales, una hetaira, por
"^ella que sea, puede arrancar un franco grito de entusias-
COSMÓPOLIS—I- í 92 í

mo a los jueces populares irguiéndose desnuda ante ellos


en pleno Tribunal, es tener del helenistno un concepto tan
falso como halagador. Que el espíritu ateniense es más li-
bre, más claro, más humano que el del resto del mundo
antiguo y moderno, nadie lo niega. Pero de esto a la fan-
tasía de los que quieren figurarse una ciudad donde todos
los ciudadanos hablan y piensan como Eriximaco, Agatón,
Fedro, Aristodemo, Pausanias y los demás convives del
«Banquete», hay una distancia tan grande cual entre el
París verdadero y. el que se forjan los lectores de Jean
Lorrain. Las hetairas que a nosotros se nos antojan dueñas
del agora y del acrópolis, no son, en realidad, sino tolera-
das. En este punto, el más clarividente evocador ha sido
Nietzsche. «La cultura griega de la época clásica—escribe—
es una cultura de hombres. En lo que se refiere a las mu-
jeres, Pericles, en su Discurso fúnebre, lo dice todo en es-
tas palabras: lo mejor es que se hable de ellas lo menos po-
sible. Las relaciones amistosas entre hombres ilustres y
adolescentes, son, a un punto que nuestra inteligencia no
alcanza, la condición necesaria de la educación viril. Mien-
tras más se eleva la concepción de esas relaciones, más se
rebaja el comercio con las muieres. Si se considera, en fin,
que las mujeres están excluidas de los juegos y de los es-
pectáculos de todas clases, se ve que no les queda sino el
culto religioso como medio superior de cultura.» ¿Concuer-
da con esto la red de las leyendas en medio de la cual
Friné aparece ante los siglos como la dueña de todas las
voluntades griegas en el siglo de Demóstenes y de Praxi-
teies? Una estampa popular nos la muestra saliendo del
agua, desnuda, en el momento en que Apeles busca el mo-
delo ideal para su Afrodita... En otro de sus avatares, la
vemos ofreciéndose a reconstruir, con su dinero, la ciudad
de Tebas, recién destruida por Alejandro... Y la imagine-
ría continúa así hasta llegar al soberbio gesto del proceso
que la deja eternizada en la blancura de su repentina des-
nudez. Lo malo, ¡ay!, es que ninguna de esas anécdotas,
pasa de ser una fantasía. «Cuando Apeles pinta su Anadio-
LA VERDAD SOBRE FRINÉ

mena—dice un historiador—la cortesana ha pasado de la


edad en que puede servir de modelo...» Eh... eh... Y en
el momento en que Euthias la acusa e Hipérides la defien-
de, ¿se halla acaso en la flor de la juventud? No olvidemos
las fechas. Las audiencias del jurado ateniense son de 347.
¿Y sabéis cuántos lustros tiene entonces la hetaira? Ocho,
menos unos meses... ¡Líbreme Dios de insinuar que a tales
*ftos una mujer resulta indigna de que su cuerpo sea admi-
rado y adorado! Pero, en ñn, bajo un cielo que siempre ha
madurado de manera precoz los senos y los racimos, no es
probable que una hábil seductora pensase en jugarse la
vida al albur de una arruga... El académico M. Paul Girard,
*lie no se atreve, por galantería, sin duda, a invocar esta
circunstancia de la cuarentena próxima, nos habla, en cam-
"^o, de las toilettes de Friné, las cuales son tan complica-
das que ni a tres tirones puede un mortal sensato pensar
en arrancarlas. Escuchad a nuestro docto iconoclasta:
*Nous possédons sur elle, sur ser habitudes, aes gouts, des
fenseignements précieux, et authentiques ceux-lá paisque
l'étud des monuments figures les confirme. Elle avait de-
v«neé, dans l'art de se vetir sans se déformer, ees femmes
^visees—des Béotiennes, pourtant, elies aussi—, dont les
Portraits égayent les vitrines de nos musées et que nous
designons familiérement du nom de «peíites Tanagras». Si
elle n'affectait pas, dans l'ajustement, cette élégance toute
^oderne qui met, son point d'honneur á raccourrir jus-
íu'au paradoxe—et jusqii'au péril—le longueur des pas,
^"e ne se montrait jamáis que soigneusement drapée de
Plis collant au buste et en accusant les formes.»
Me diréis, sin duda, si sois eruditos, que los cronistas
^íítigaos no hablan de «desnudar» a la cortesana, sino úni-
camente de descubrir su pecho. Traduciendo a Ateneo, en
efecto, M. Deschanel dice: «El célebre orador Hipérides,
'habiéndose encargado de defenderla en un proceso (se ve
^ue las cortesanas tenían frecuentes tropiezos con la justi- •
'^)) recurrió por ganar su causa a un medio enteramente
levo. A.1 acabar su peroración cogió de pronto a Friné
10 cosMópous—I-* 921

por la mano, la llevó delante de los jueces y descubrió su


seno. Los jueces se quedaron embelesados, como Luis XIII
delante de Marión Delorme. Y todo fué dicho. La causa
quedó fallada a su favor, > Este es el primero y el más claro
documento en favor del famoso «g^esto». Pero aparte de que
Ateneo es muy posterior a Posidipo (posterior de cuatro
siglos nada menos), nos encontramos con que tampoco en
su época la tradición de la teatral desnudez resulta una
verdad universal, puesto que su contemporáneo Alcifrón
opta por la actitud humilde de la que implora el perdón de
los jueces. Además, aun reduciendo a un súbito descote el
espectáculo del Areópago, y aun renunciando a las razo-
nes eruditas que se oponen a ello, todavía creo yo que no
hay que olvidar las fechas y la edad. A los cuarenta años,
en efecto, una mujer es más capaz de desnudarse por com-
pleto que de ostentar solamente el pecho...
Atengámonos, pues, ya que de una Friné por fuerza
algo marchita se trata, a no verla en el Tribunal sino arro-
dillada cual una figulina de Tanagra... Y si, a pesar de
todo, queremos admirarla desnuda, adoptemos la otra le-
yenda, también falsa, 'pero menos inverosímil, que nos la
hace ver en la playa de Eleusis, un día de Misterios, sa-
liendo del mar como la Anadiomena...
E. GÓMEZ CARRILLO
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HAy^ltflM

EN EL CALABOZO

En estos momentos en que es de


tanta actualidad la cuestión armenia,
pues hasta España ha ofrecido su me-
diación a la Sociedad de las Naciones,
creemos interesante ofrecer al lector
el emocionante relato que de su pri-
sión hace el famoso poeta armenio
AvETis AHARONUN, y que es la prueba
más patente de la crueldad con que
Turquía ha tratado siempre a ese he-
roico pueblo cristiano. Su ttaducción
está hecha directamente, del armenio
moderno, por Elías-Sarkis Altiar.

«Durante el verano de 189... fui encarcelado. ¿Cómo y


Por qué? No lo sabía entonces, y aun hoy lo ignoro. El he-
cho se realizó de una manera tan rápida y tan inesperada,
^^e me veia reducido a preguntarme por qué se me maltra-
^'^s- Que estaba prisionero no cabía duda; todo cuanto me
''odeaba era un cruel testimonio. A decir verdad, lamía no
^^ Una prisión, era un boquete, lo que en nuestro país se
'^ma un zuDAN (un nicho), un calabozo muy estrecho y
^^y bajo de techo, y aún estas palabras no pueden expre-
^*" hasta qué punto era el boquete estrecho y bajo. Cuando
''ataba de ponerme en pie, me veía obligado a plegarme
'^ dos, y cuando quería acostarme, tenía que apoyar mi es-
palda en un muro y elevar las piernas sobre el de enfrente,
''•íiando un arco con mi cuerpo. La noche reinaba casi
12 cosMóPOLis—il92I

constantemente allí dentro; sólo algunos tímidos rayos de


claridad filtraban a través de la minúscula abertura que se
encontraba encima de la puerta y que tenía apenas el diá-
metro del ojo de un buey. Es probable que los muertos go-¿
cen de una tal luz en sus sepulcros. (Es una tenaz.creencia
en el pueblo armenio que los muertos continúan viviendo
en sus tumbas).
Yo tenía buena vista; sin embargo, difícilmente aperci'
bía las paredes. Me hubiera sido difícil pensar cuáles eran
sus colores, pero me parece que tenían a la vez de negro
y de verde, de rojo y de blanco, una fea mezcla de diversos
matices, dejando ver en algunos sitios, por efecto de la hu- ;
medad, vegetaciones de musgos. Sobre estas paredes había
algunas hendiduras, hendiduras casi invisibles. En una de
ellas pude ver una cosa que blanqueaba y que retiré con
mis dedos; era un lado de una caja de cerillas, sobre el cual
había algo escrito. Tuve interés en saber qué había legado '•
a sus desgraciados sucesores algún antiguo prisionero, que
acaso había sido conducido desde este infierno al cadalso
o a la'deportación. Por fortuna, tenía cerillas y encendí •
una: «Quienquiera que seas, pobre compañero de destino,
no confieses nada, no entregues ningún nombre si alguno
conoces, no te dejes persuadir por dulces palabras; ¡la con-
fesión no te salvará!» «Paz a tus huesos, contesté yo, si
has muerto ya.» ¡Qué misteriosa lección daban los habi-
tantes de este mundo de muertos a los que les sucedían!
Sobre el suelo distinguí boquetes como los que las ratas
suelen hacer. «Seguramente, me dije, hay por ahí toda una
tribu de roedores.» Esta circunstancia no me causó pesar
por el contrario, me reconfortaba. En la angustiosa soledad
de una prisión, sobre todo de una pYisión como ésta, la
aparición de un animal cualquiera es consoladora, aunque
sea la de un repugnante ratón.
Transcurrieron las horas, horas mortales, largas como
la eternidad. La tristeza oprimía mi alma. Con los ojos fijos,
a pesar mío, en los boquetes del suelo, esperaba reteniendo
el aliento que plugiese salir a alguna rata; sólo el ruido de
, NUESTROS GRANDES COLABORADORES EXTRANJEROS 13

^n ser viviente podía mitigar un poco mi situación intole-


rable, recordarme que existía el mundo, que aún giraba,
<iue la claridad y el sol, las estrellas y la luna, el cielo y la
tierra, no eran sueños del pasado, que la vida de la natura-
»62a no había terminado y que aún continuaba.
¡La prisión! ¡Cómo se siente uno en ella cerca de la
'ütnba! Un paso, un solo paso nos separa de la mansión
eterna. ¿Y quién podía decir si esta prisión no era una tum-
^^ en la cual se me había enterrado vivo?... La atmósfera
*ra horrible, tan pesada que era imposible respirarla, y de
^^A fetidez insoportable. Las ratas vendían muy caro al pri-
sionero el consuelo que le daban con su presencia, pues los
moquetes que habían practicado se comunicaban con la úni-
^^ alcantarilla de la ciudad y el olor era nauseabundo.
¿Qué hora era? No sabía nada. ¿Era la tarde o la noche?
*^ri mi sombría prisión todo estaba silencioso. De pronto, en
^11 rincón del muro, un grillo, enamorado de las tinieblas y
^^ la soledad, se puso a cantar su canción triste y monóto-'
^^••- Yo escuchaba... ¡Al fin era un ruido! De pronto sentí
?obre mis dedos un aliento cálido y dulce. Sin mover la
^^no, aproximé la otra con precaución y toqué un cuerpo
*^*ando; era una rata grande con la piel aterciopelada. Sin
Mostrar terror ni la menor inquietud, se puso a lamer mi
'^ano. ¡Quién sabe a cuántos desdichados habrá esta bes-
} ^ lamido las llagas! Dulcemente subió hasta mi hombro y
i^^é con mis cabellos. Yo no la arrojé; no tenía ningún de-
^ h o ; estaba en su casa, y era yo huésped inoportuno el
^^s había ido a perturbar su tranquilidad, a interrumpir su
*^^Poso...
Luego descendió y se fué. Probablemente no enconíra-
* sobre mí nada agradable. ¿Quién sabe? Acaso buscaba
^'ígre. Desapareció en su boquete y me abandonó a mi
*slamiento. Sólo el miserable grillo continuaba con incom-
prensible perseverancia su canción monótona, y me pare-
^ que esta tiiste melodía no acababa nunca... ¿Qué hacia
^ 6ste espantoso boquete ese animalito? ¿No había podido
•^^ícmtrar en el mundo un lugaí más propicio para habita-
14 cosMóPOLis—I-1921

ción? ¿Quién podía saberlo? Pero en este momento me pa-


rece que el lugar más indicado para dejar oir su canto era
éste; melopea de muerto en un mundo de muertos...
La melopea cesó también al fin. Un silencio profundo,
espantoso, me rodeaba. Oia solamente fuera los pasos del
guardián que iba y venia sin eesar en el corredor obscuro,
deteniéndose a veces para escuchar...; luego reanudaba sü
paseo con paso uniforme y regular.
Era acaso pasada la media noche y el sueño se obstina-
ba en no llegar. Todos los intentos que hice para tomaf
una posición más cómoda fueron vanos; estaba privado del
placer de extenderme sobre la tierra húmeda. Teniendo que
estar agarrotado, me puse a pensar en mi situación; pensé
largamente... Había mucho que meditar. Había pasado todo
de una manera tan repentina, que aún estaba estupefacto-
«Heme aquí encarcelado—me decía—. ¿Por qué? ¿Por qué
delito? No he cometido ningún crimen; ¿por qué estoy aquí?
¿Puede ser un hombre inocente arrojado en tan espantosas
tinieblas? ¡Es imposible! ¿No hay leyes ni justicia en la tie-
rra? ¿No será esto un suefto? Acaso esta prisión, estos te-
rribles muros, con sus ratas y su grillo de canto monótono
y doloroso, no es más que una pesadilla... ¡Si; no puede seí
otra cosa!... ¡Es un sueño..., un sueño!...» «Es un sueño
—murmuraba contento—... He aquí nuestra casa, mi mujer,
mis hijos... ¡Pobrecillos! ¡Qué terrible resultaría para ellos
que este sueño horrible fuera una realidad, que yo fue-
ra verdaderamente un prisionero! Pero no; estoy en mi
casa...
Es temprano. Acabo de levantarme. Mi mujer me trae el
agua para mi aseo, como cada día. Luego henos aquí en tor-
no de la mesa para almorzar. La pequeña''Hatschia quiere
sentarse sobre mis rodillas para tomar su té, a lo cual se
opone absolutamente el más pequeño, este Chouchanik de
los ojos negros, que desde los brazos de su madre tiende
hacia mí sus manitas suplicantes. Yo lo cojo también y lo
siento sobre otra rodilla. Las dos pequeñas cabezas UenaS
de bucles se ocultan en mis brazos; sonrío y miro a mi mu-
_ NUESTROS GRANDES COLABORADORI-S EXTRANJEROS 15

jer, que también sonríe... ¡Qué bueno ésto!... ¡Qué dulce!


¡Qué felices somos!»
Algo suena... Es la puerta que se abre. Sii^ duda es el
encargado que viene por la llave del almacén para abrirlo
esperando a que yo vaya; mi pequeño Chouchanick, al vol-
verme yo hacia la puerta, cae de mis rodillas al suelo y da
gritos de dolor; estos gritos me despiertan sobresaltado, y
Una imagen feroz aparece ante mi, la imagen de un diablo
con una lámpara en la mano. ¿Quién es? ¿Dónde está el
encargado del almacén? Me froto los ojos y miro... ¡Dios
^io\ ¡Es un turco! ¿Qué me quiere? ¿Qué viene a hacer en
'fti casa tan de mañana? Le miro siempre y no acierto a
Comprender cuál de las dos visiones es del dominio del
sueño...
—¡Levántate!, exclama el desconocido, y me da una for-
•^idable patada en el costado. El dolor es violento, y el
sueño huye, huyendo de mí por completo, todo se me acla-
''a. Delante de mí está el carcelero de la prisión en perso-
^^'i esta imagen es la realidad cruel; la otra, la imagen de
^^^ dicha no era más que un sueño y ha desaparecido. Di-
••lase que mi suerte amarga no me mostró el espectáculo de
^1 hogar sino para hacerme más penoso el sufrimiento que
"^e causa la realidad.
—Sigúeme—ordena el carcelero franqueando el dintel.
Salgo raudo. Fuera, delante de la puerta, nos aguardan
uos soldados con el fusil al hombro. Se colocan a mis cos-
cados y nos ponemos en marcha. Las bayonetas de los sol-
uados arrojan un reflejo aterrador a la difusa claridad del
^ o l del guardián que camina delante de nosotros. Atrave-
sarnos el largo corredor de la prisión, estrecho como un
Uno, y desembocamos en un patio. La obscuridad y la so-
e(»ad nos envuelven. Levanto los ojos; el cielo está en el
*'tio de costumbre y las estrellas brillan, siguiendo su cur-
S'^ habitual. Respiro ardientemente el aire fresco. El patio
es inmenso y marchamos sin cesar. Yo pregunto al fin:
*¿Dónde me lleváis?» Es una falta por mi parte y hubiera
^uo más prudente callarme, porque a guisa de respuesta
16 oosMóPOLis—1-1921

recibo un violento golpe en la espalda; uno de los soldados


pone término a mi curiosidad dándome un culatazo.
—Anda y cállate—añade—. Después del golpe la orden;
es superflua; no hablaré más; la experiencia :es definitiva.
Llegamos al fin a una escalera larga, estrecha y vetus-
ta, que se elevaba derecha, y por la cual ganamos el piso
superior. Cada escalera cruje bajo nuestros pies y subimos
tanteando. Estamos en el segundo piso. El carcelero abre
una puerta y me empuja al interior. Es una habitación larga
y obscura, con el techo muy bajo, que le da aún un aspecto
más siniestro, más opresor. En el fondo hay una mesa, y la
bujía que la alumdra apenas aclara un espacio muy limitado.
Delante de la mesa, un funcionario, triste y severo, hojea
unos papeles. Otros dos personajes, de aspecto terrible, es-
tán a sus lados, teniendo cada uno en sus manos una cuerda
gruesa, cuyas extremidades están fijadas a una enorme
bola de hierro. El funcionario, sentado ante la mesa, levan-.
ta la cabeza al verme, y poniendo sus manos como panta-
llas sobre sus ojos, me examina algún tiempo.
—Escucha, hijo mío—dice después de un instante con
dulzura—, tras el crimen y la detención, la salud se obtiene
con la confesión. Te pondré en libertad si confiesas delan-
te de mí, con franqueza absoluta, todo lo que has hecho,
y sobre todo si me designas tus cómplices.
—No he cometido ningún crimen, y no tengo nada que
confesar. No sé por qué causa he sido encarcelado, y le
suplico, ante todo, que me diga cuál es la falta de que estoy
acusado.
—Tú lo sabes muy bien.
—No sé nada.
—Dime pronto los nombres de tus camaradas.
—No tengo camaradas.
—¿No los tienes?
—\lko\
—¡Hálattil—exclamó un juez, con voz de trueno. (Nom-
bre del instrumento de tortura.)
En el momento no comprendí el sentido de esa palabra,
NUESTROS GRANDES COLABORADORES EXTRANJEROS !7

•pero cuando los dos acólitos, armados con sus cuerdas, con
Dolas de metal, se colocaron a mis lados, no obstante que los
^os soldados me tenían los brazos, vi que se me quería tor-
turar a fin de arrancarme alguna confidencia. Me acordé
^6l pedazo de caja de cerillas encontrado en mi prisión y
^^ su inscripción misteriosa. Era el momento de seguir la
advertencia. Mi débil carne temblaba ya al pensamiento de
** tortura que iba a sufrir; la tentación es grande, pero cada
^nade las palabras escritas sobre la caja estaban grabadas
*n mi alma y el terror no podía borrarlas.
—«¡Comenzad!»—ordenó el juez.
Vi las dos bolas elevarse en el aire en las extremidades •
^^ las cuerdas y girar amenazadoras por encima de mi
'^^beza

No recuerdo lo que pasó después; sé solamente que mis


•^JOs se llenaron de chispas, que mi cabeza daba vueltas,
l ^ e la habitación daba saltos rápidos, y que en vez de una
bujía y un juez veía lo menos una docena, mientras que un
'^uido violento me atronaba los oídos...
Cuando abrí los ojos, me encontré en mi calabozo. Apa-
'•«ntemente era de día, puesto que lograba distinguir los
'^uros. Mis ropas estaban húmedas y todo mi cuerpo dolo
^'do. Uno de mis ojos estaba cerrado, y en este lado
^^1 rostro sentía gran dolor. Me toqué con las manos y
*^oté una gran inflamación sobre el arco de la ceja. ¿Qué
"^bia ocurrido? Durante algún tiempo no pude adivinarlo,
¿"or qué estaban húmedas mis ropas? ¿Por qué este_ desfa-
llecimiento, esta fatiga que me invadía? ¿Por (\né ese tumor
^obre mi ojo? Yo quería reflexionar...
La puerta cruje y mi carcelero entró: conocía su figu-
^^••- ¡Oh!, de pronto me acuerdo de todo, de la noche te-
"^ebrosa, del culatazo en la.espalda, de la horrible sala con
^us personajes, no menos horribles, del interrogatorio, de
^ s espantosos halaiti, por cuyos violentos golpes, sin duda,
^bia perdido el conocimiento. Me habían arrojado mucha
Sua encima para hacerme recobrar los sentidos, y cuando
tS 6eSMÓKK.i&r-f-{9?t

vieron que era en vano, me habían devuelto a mi celd»


para que allí viviera o muriera..., y yo estaba aún vivo y eí
terrible guardián me traía de comer a fin de que pudier*
continuar esta deplorable existencia.
—«Toma eso», dice poniendo en el suelo una sucia ca*
zuela, llena de un líquido nauseabundo donde hormigea*
ban infinidad de cadáveres de arañas y otros insectos.
Y se retiró cerrando la puerta.
Hacía bastante tiempo que yo no había comido; pero, nc
obstante, comprendí que me seria imposible tragar aquella
cosa repugnante, aunque me muriese de hambre. ¿Qué ha'
cer? De nuevo me inclinaba sobre la cazuela y removí»
aquella mezcla abominable... ¡Había demasiadas arañas! Ei>
vano quería forzarme; era preciso buscar otra cosa. Repen'
tinamente me vino a la memoria que, cuando fueron a de-
tenerme, había puesto algunas monedas de oro en mi bolsi'
lio, pero... ¿las teridría aún o me las habían quitado los
soldados? Me registré, y ¡oh felicidad!, los verdugos ha'
bían olvidado el quitármelas. Aporreé la puerta, y al fin el
carcelero se aproximó.
—Escucha, carceleror por el amor de Dios, ten piedad
de mí. Me muero de hambre y no puedo comer esto. Cóm-
prame pan y queso.
—Backchish (propina)—gritó el guardián.
Le di una moneda de oro. Salió, y poco después me tra'
yo un pan y queso, que arrojó por el tragaluz de encima de
la puerta. Comí audazmente y guardé en uíi bolsillo lo que
me quedaba para otra vez. Mi cuerpo, quebrantado, tenía
invencible necesidad de reposo. Bajo este aspecto, los gol-
pes que había recibido eran para mí un bien indudable; dor-
mía todo el tiempo olvidando mi espantosa situación.
Así, pues, terminada mi comida, cerraba ya los ojoSr
cuando, inmediatamente, el removerse un animal en mi bol'
sillo me hizo despertar sobresaltado. Era una gran rata que
venía a robarme mi pan. Probablemente,nunca se habría rea-
lizado en el mundo robo más despiadado.Era un colmo, oí»
crimen verdadero. Me apresuré a ahuyentarla y oculté ¡wO'
^ NUESTROS 0RAWDE8 C0EABOH«DORgS EXTRANJEROS 19

fundamente mi queso y mi pan contra mi pecho. Seguro


snora de que no sería robado, cerré-loa ojos y me dormí;
pero me desperté minutos después, pues el mismo roedor
"atentaba de nuevo, desgarrando mi ropa, apoderarse de
''lis provisiones. Y varias veces más volvió a la carga, pro-
longándose la lucha. Era para mí una cuestión de vida o
**« muerte, y en cuanto a la ratía tenia seguram^ente un ex-
traordinario deseo de comerse el queso. BU sueño se apo-
^'eraba de mí de un manera irresistible y no tenía otro re-
^ r s o que abandonarle mis provisiones. Con el corazón
^píimido por extraño dolor, saqué el pan y el queso y los
^Tojé ante la testarudía rata, cayendo en un sopor pro-
ftmdb.
Hacia la mitad de la noche el carcelero me sacó de mi
'U^ño con su habitual puntapié-. Delante de mí puso como
'^'^ demonio el fiarol que tenía en la mano. ComjHrendí que
''le aguardaban las mismas torturas que la noche anterioE,
pero me había reanimado con esa perspectiva y me levanté
^'1 decir palabra. La luz del farol enfocaba precisamente Va
hendidura donde recogí la tapa de la caja de cerillas. Me
Parecía que mi compañero de infortunio me dejaba una se-
ñal de su ojo vigilante y me infundía valor: «¡No c o n f i é i s
J^a^-» Salí con el carcelero. De-nuevo dos soldados hallá-
anse allí para escoltarme. Me fijé en tmo de elloff, por sti
Pequeña estatura, su rostro chupado y sos ojos de gato
Calvados Y crueles.
Se me introdujo en la misma sala que el día antwior.
^trenzó el mismo interrogatorio y acabó con los mismo®
golpes. Sólo que esta vea, visto mi agotamiento y temien-
" aii muerte en el actOj me pegaron con las cuerdas y no
^ ' las bolas. No obstantCj extenuada por este suplicio, nri
'^"eza daba vueltas-y no podía sostenerme en pie. Miaes-
^i^os para defender mí frente herida e hinchada' fueron
aoos; un golpe rápido terrible me* hizo cerrar el ojo y el
'"r era in tole rabie. En este estado me confiaron al solda-
^* baja estatura para- que me cond'ujéra al callabozo. Yo
binaba despacio y vacilando.
20 * cosMóPOLis—1-1921

—Más de prisa, giasur-r~me dijo empujándome.


No respondí y continué avanzando. No podía casi levan-
tar los pies.
—Más de prisa—repite el soldado empujándome con sU
fusil.
Caí de rodillas y me levanté penosamente.
—¿Lo ves? No puedo andar más de prisa, y Dios es tes-
tigo—respondí agotadas mis fuerzas.
Llegamos a la escalera. Apenas puse el pie en el primer
escalón, el moldado, de un culatazo, me hizo rodar todo el
tramo hasta abajo, donde quedé inmóvil. Una pierna ple-
gada bajo mi cuerpo me causaba mucho dolor y pensé que
la tenía rota; no me atrevía a moverme, mientras mi verdu-
go, desde lo alto de la escalera, se reía a carcajadas. Bajó
luego tranquilamente, sin cesar de reír. Ante ferocidad tan
inhumana, fui acometido de una rabia loca, y si hubiese
podido levantarme, si mis fuerzas no hubieran estado ago-
tadas, habría estrangulado al monstruo. Al fin llegó delan-
te de mí.
—¡Levántate y marcha de prisa!—dijo.
—Creo que tengo una pierna rota y no puedo levantar-
me—respondí.
Se detuvo un momento, pareció reflexionar, y luego,
apoderándose de mi ot/o pie, trató de arrastrarme, sin te-
ner fuerzas para ello.
—¡Levántate!—repitió con cólera y dándome culatazos-
Era demasiado; su cobarde proceder hizo afluir la san-
gre a mi cabeza, y en un momento me sentí transformado
y con tina fuerza extraordinaria que crispaba mis miembros
doloridos; lo olvidé todo: mi prisión, mis torturas, mi pier-
na herida y el peligro que arrostraba. Hice un esfuerzo co-
losal; me levanté, y con mis dos manos apreté la garganta
del infame enano... Trató de gritar; pero en vano... Apreté
tanto como me consintió mi energía, excitado y apretados
los dientes. Todo el veneno de la venganza acumulado eo
mi corazón, a causa de mis sufrimientos, lo arrojaba sobre
«ste hombre maldito, cuya alma era tan malvada como fe*
— NUESTROS GRANDES COLABORADORES EXTRANJEROS _2^1

Sü cara y triste su cuerpo. No había nadie en el obscuro pa-


"o de la prisión. Luchaba entre mis dedos, se retorcía, tra-
taba de gritar...
Mis fuerzas se.agotaban. La energía que me invadió, era
•lebida a la excitación de un segundo, y terminó en se-
guida. Sucedía a ello un estado casi comatoso de todo mi
Cuerpo, y caí. El energúmeno se desembarazó de mi pre-
sión, y gritó. Acudieron otros en su ayuda, y mi situación
^6 hizo muy crítica. No sé bien lo que ocurrió. Me parece
^Ue Una jauría de perros rabiosos desgarraban mi cuerpo,
^o sé cómo me llevaron a mi calabozo; sólo sé que cuan-
^^ al día siguiente recobré mis sentidos, encontré mis pies
*iados con una cadena mohosa, tan pesada, que no podía
"loverla. Contemplé a esa compañera inseparable y secu-
^^ de la vitilencia y la esclavitud, que son una ternura
Particular, según me parecía abrazaba mis pies doloridos,
^'^ sé por qué mis manos se pusieron a palpar^estos anillos
ubiertos de orín; estaban fríos, fríos como la muerte, y yo
^utía escalofríos en la medula. Retiré vivamente mi mano,
y traté de levantarme; pero las cadenas hicieron un rechi-
'^amiento formidable, como si estuvieran descontentas de
ste movimiento inocente, ellas que son el signo de la in-
**^ovilidad
Diez días transcurrieron así. Ninguna transformación en
"'i 8uerte. Cada noche, arrastrando penosamente mis hie-
""OS, era conducido a la cámara alta, donde me golpeaban
^ la misma manera, a fin de provocar mis confesiones, y
*da noche me llevaban de nuevo al calabozo sin conoci-
**^nto. Los últimos días comprendí que si el atropello
^ntinuaba, moriría seguramente. Pero, al fin, debía llegar
" socorro; mi mujer había vendido todas las mercancías
^ nuestro almacén, para poder dar al juez una suma im-
portante, Al día siguiente fui sacado del calabozo y lleva-
^ a la sección general de la prisión, donde la vida era sen-
^•^lemente menos dura,
-Esta sección común se componía de un gran edificio de
^ pisos. El olor era horrible, sucio y Ueno^de miasmas;
22 CQSMÓPQUS—1-1921

pero en comparación con mi calabozo, era un pariaíso, y xne


sentía feliz con haber salido de aquel infierno. A lo menos
había hombres y espacio para circular. Se podía dormií
con el cuerpo extendido. No había camas, pero las esteras
no faltaban; era ya algo, y yo estaba muy satisfecho.
La^jM-isión común es, por-otra ]»arte, un mundo inteite*
santedonde están obligados a vivir, aunque a su pesar, toda
clase de personalidades;-hay allí materiales curiosos para
la observación de los psicólogos. El alma humana semeja
un mar cuya superficie, bella y plana, -está en calma, per©
que oculta en sus.profundidades, en su obscuridad eíerníi
y su diesconocido misterio^ imágenes iinúltiples, fenómenos
extraordinarios. He aquí un .prisionero: su expresión eí
traste y severa, sus ojosson duros, tiene el aspecto de u»
bandido, de unrrúaünal. He aquí .otro: su rostro es son-
riente, BU frente serena, sus ojos simpáticos. He aquí ua
tareero: tiene la .cara sombría, preocupada, permanece si-
lencioso y nadie se atreve a dirigirle' la palabra; es coimO
un volcán latente. Otro parece audaz* intrépido; está en la
prisión.como en su casa; brotan relámpagos de sus ojos, se
muestra desdeñoso con las cosas y las j)ersonas. Y íodoS
son prisioneros, todos son r<©CDn.ocídí>s por la ley, comí»
más o menos culpables. Pero ¿cuál es el verdadero culpar
ble? .¿Cuál es el criminal? ¿Caájl es «1 inocente? ¿Cuál es el nial-
hechor ¡por naturaleza y por .jjrofesión? ¿Cuál es una victi'
ma del azar, del medio, de circanstandás particulares de-
fectuosas? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo resolver este problema?
También los hombres viven una vida propia en la pri-
s í t o . Se pasean, se hablan, se divierten,, organizan juegos,
bailes y se querellan a veces. Yq temía estas querellas más
que nada, pues desde el primer día me aipercibí que en el
momjento de pelearse, sacaban de pliegues ocultos de sus
rjQtpas cuchillos de hoja brillante. ¿Hay «ada ^más p e l a o s ©
que un criminal condenado y armado? ¿De qué podía tenef
mied o?
Los Jiabía que algunos días más tarde debían seroondu-
oides a .trabajos forzadciS,, y tmnbión éstos rteinian sus ou.-
,_^__ NUESTROS ORAMPES COLABORADORES EXTRANJEROS ^

"^íhillos. Eran los mismos vigilantes los que se los propor-


cionaban a cambio de una buena propina. Los detenidos
tinglan que se hacían traer estas armas para sus necesida-
•^^s personales; pero, en realidad, era con un objeto de los
"ȇs culpables; con la amenaza de sus cuchillos despojaban
•* los prisioneros relativamente más ricos que ellos, o bien
•cuando disputaban se defendían brutalmente.
Sólo un detenido, pobre evidentemente, no tenía armas.
'-'ürante la noche era mi vecino y dormía a mi lado. Poco
^ poco nos hicimos amigos; los dos eramos desgraciados,
"^in medios de defensa; los dos teníamos necesidad de pro-
'^Cción entre esta multitud criminal.
Mi nuevo camarda era bajo, pero vigoroso. Su rostro no
^^nía expresión particular; era más bien dulce que malicio-
so- Sólo sus ojos azules contenían en sus miradas|algo ñx-
*raño que me daba miedo. El instinto me decía que oculta-
^f^ un fuego terrible, y que, si estallaba, las consecuen-
cias serían espantosas.
Era de nacionalidad griega y se llamaba Michaio. ¡Po-
ore Michaio! Me contó su pasado, y había tenido una exis-
'*eíicia llena de dramas sangrientos. Era la segunda vez que
^ t a b a en prisión. La primera vez lo fué por haber matado al
•^Oíante de su esposa. De este asesinato hablaba con orgu-
'*o: «Yo tenia el derecho de obrar así, puesto que se habia
atentado a mi honor», rugía mi compañero.
Después de algunos meses de prisión, logró evadirse y
*»evó una vida errante. En este período de su vida mató,
defendiéndose en su casa misma, dos policías. 'Hubiera la-
S^ado huir; pero su hermano, inocente, había sido encar-
^*ado bajo la acusación de haber dado asilo al asesino.
***biéndolo sabido^^ decidió entregarse a las autoridades
para libertar al inocente. En esos momentos supo que un
amarada suyo era el que había hecho la denuncia para
*i^e lo prendieran en su casa. Inútilmente trató de vengar-
^ ! no habiendo podido conseguirlo, se entregó a las autori-
•«ades.
Su sacrificio habia sido en vano; -su entrega no había
24 cosMÓPOLis—1-1921

libertado al hermano y este era el sentimiento que le q u e


daba. Había sido ya juzgado y condenado e ignoraba a lo
que habían condenado a su hermano.
—«Se me ha condenado a ciento un años de prisión (eS
la cadena perpetua de Turquía); pero no es esto lo que m&
aflige. Aunque tenga ya mi vida'perdida, lo que siento es 13-
suerte de mi hermano y no h a b e r l e podido vengar del
traidor que me vendió.»
Sentía una gran vergüenza por haber sido la causa de la
desgracia de su hermano, y cuando lo encontraba entre lo& -
otros prisioneros, enrojecía y bajaba la cabeza. Jamás com-
partía con él sus miserias. Aparentemente los dos estaba»
contentos de estar alojados, el uno en el piso inferior y el
otro en el superior de la prisión. De este modo sólo se en-
centraban de tarde en tarde.
Una mañana encontré a mi amigo Michaio pensativo y
agitado. Ningún nuevo acontecimiento había ocurrido, sal-
vo el ingreso de un nuevo preso la noche precedente, que
había sido conducido al piso superior, donde estaba su her-
mano. ¿Pero qué relación podía haber entre el ingreso del
nuevo personaje y la agitación de Michaio? ¿Quién era eí
prisionero y por qué lo habían traído a nuestro infierno?
Yo no lo sabía.
Seguramente Michaio sabía algo. Desde este momento
Michaio paseaba sin cesar frotándose las manos enérgica-
mente y arrojaba miradas terribles sobre el nuevo preso,.
cada vez que ío veía bajar del piso superior. Este sujeto se
turbaba entonces como si le comprendiera y parecían ser
mortales enemigos.
Poco a poco Michaio tomó la costumbre de no hablar
una palabra y no se ocupaba de mí. Yo no me atrevía a
importunarle con preguntas, y esperaba.
Al fin, un día me dijo:
—«Oye, amigo; si me quieres, cómprame un cuchillo.
Tú tienes dinero y se tiene confianza en ti. Ya ves que los^
demás están armados y necesitamos un medio de defensa.
¿Quién sabe.si algún día nos hará falta?
NUESTROS GRANDES COLABORADORES EXTRANJEROS

Esta demanda, aunque nada tenía de extraordinaria, era


Un mal presagio; sentí un estremecimiento, y aunque no me
atreví a rehusar abiertamente, le hice algunas objeciones.
Compredió que no tenía yo ganas de complacerlo, y me dijor
—-Está bien; haz lo que quieras.
Pronunció estas palabras con un tono que me causó es-
Panto. La venganza resonaba en cada una de sus silabas;
sus labios temblaban, sus ojos habían adquirido una ex-
presión terrible. Comprendí que mi negativa tendría con-
secuencias funestas y que Michaio no me lo perdonaría
''Unca. Accedí a su ruego y Michaio tuvo un cuchilló, un
gran cuchillo nuevo y reluciente. Lo contempló sonriendo
y lo ocultó en su almohada.
Desde entonces se conducía conmigo amablemente; una
^ez me besó en la frente. Pero yo tenía miedo de él, sobre
^odo durante la noche. ¿Cómo hubiera podido dejar de
pensar que este hombre sanguinario no me hundiría ese ace-
ro en la garganta? Cada uno de sus movimientos durante
^a noche me producía un sobresalto. Acaso este miedo se-
ria ridículo, pero yo pasaba entonces unas noches horri-
bles; este hombre era para mi una pesadilla perpetua que
^Ue enervaba.
Al fin se aproximaba el día de mi libertad. A la mañana
seguiente debía salir de mi prisión.
Mi alegría no tenía límites, y estaba dispuesto a velar,
si era preciso, esa última noche.
Era ya muy tarde cuando me vino el sueño. No sé el
tiempo que dormí, porque de pronto fui despertado por »in
'uido formidable que procedía del piso superior. Concentré
'Ui atención. Ahora sentía ruido de pasos, suspiros de un
herido, estertores de agonizante. Miré en torno mió; mi
vecino había desaparecido. En un momento subi al otro
piso con la seguridad de encontrar algún espectáculo atroz.
^ ese era el caso; el desgraciado hermano de mi amigo se
'•evolcaba en su misma sangre con el pecho abierto, exha-
lando suspiros desgarradores, en tanto que Michaio, con el
cuchillo aún en la mano, se hallaba de pie con los ojos ex-
26 cosMóPOUS—I-1921

traviados, inyectados en sangre. Una gran opresión le cor-,


taba el aliento; su pecho se inflaba y se contraía rapidísi-']
mámente; todo su cuerpo temblaba y moraba en torno suyo f
como el que no co"iprende lo que ha ocurrido. '¡
De pronto el herido abrió los'ojos, miró a su hermano y
murmuró con voz desfallecida:—«¿Por qué me has matado,
Michaio?» Entonces se produjo algo más horrible. Del pecho
de Michaio se escapó un suspiro seguido de un grito que
nos horrorizó, hia el sollozo desgarrador de un corazón
destrozado por un dolor inmenso, inconsolable, un sollozo
que aún resuena en mis oidos. Después,con un movimiento
rápido, Michaio se hundió ferozmente el cuchillo en el pe-
cho y cayó sobre el cadáver de su hermano...
Más tarde supimos la verdadera causa de esta escena. El
nuevo preso era el hombre que había vendido a Michaio. Por
esto se mostró tan agitado cuando lo vio par vez primera.
Habiendo decidido asesinarlo, se aseguró en noches ante-
riores de dónde dormía el traidor. Mas por una fatalidad, o
mejor aún por el instinto de conservación, el preso cam-
biaba todas las noches de sitio, y esa noche había cambiado
con el herjnano de Michaio, que ignoraba el secreto de la
traición. El asesino, ciego por su rabia loca y engañado
por la oscuridad, no pudo reconocer a su víctima y mató a
su propio hermano, en tanto que el traidor huía de la pri-
sión, comprando a los carceleros.
Contemplando los dos cadáveres, mi dolor no tenía lími-
tes. Comprendí que poniendo el cuchillo en manos de Mi-
chaio había contraído una ^ran responsabilidad en la rea-
lización de esta sangrienta tragedia. Lágrimas de desespe-
ración salieron de mis ojos y maldije el día en que me sa-
caron de mi calabozo para llevarme a la prisión común.
La sociedad de las ratas era mil veces preferible a aquella...
Cuando bajé a mi puesto, en el suelo había un charco de
sangre q.ue se había filtrado, gota a gota, porlas junturas de
las tablas dd. techo. A la mañana siguiente fui libertado de
este infíeroo, pero rae hallaba convertido en un viejo...
AvETis AHARONIAN
EL MENDIGO Y NOSOTROS

(COMPENDIO DE ESTÉTICA DE -LA CATÍIDAD)

En la noche de agosto, el mendigo grave, inmóvil, en-


ervado y suplicante ante mí, murmurando su plegaria con
* seriedad de un sacerdote, grave como si tuviese sus ges-
^s encerrados en la estrechez de un íapiz, en cuyos cuatro
picos hubiese puesto braserillos de incienso, hizo de mí xin
*os. Se encorvaba ante mí .gravemente, me miraba con sus
JOS profundos, llenos de¿misterio,, y me p«-,esentaba sus ma-
**s para que yo se las colmase con el gesto con que los
^cerdotes elevan sus cálices soi>re las aras para que el
^'^o se transforme en sangre divina. Y su voz recataba una
*í ^ a r i a obscura, queda, casi secreta, como una oración la-
^ como la fórmula mágica que cambia el pan en una
^ « a . De cuando en .cuando se callaba paora mostrarme, en
, ^uencio más terrible q.ue todo, ,j,las llagas que tachona-
^ ^steiioBamente su cuerpo. Yo le miraba profundamen-
> largamente, y sentía qu^-mi alma se convertía en el alma
'indios. Y me dejaba arrullaj- por la joiúsica obscura de
" plegaria; dejaba queden mis oídos, no arrullados ya por
^ g u n a Vozibumana, olvidadosjMuasieaaapre de losicantos
COSMÓPOLIS—I-1921

de las nodrizas y hasta de los siseos de las meretrices; de-


jaba que en mi alma, ya no perseguida por ninguna seduc-
ción, penetrase aquella última plegaria sumisa que quería
seducirme. Me dejaba seducir por las llagas, yo que antes
había sido seducido por las bellezas floridas; y me sentía
extraordinariamente henchido y elevado sobre todo lo an-
tiguo, más grande que cuando las mujeres más jóvenes ante
mí se encorvaban y querían seducirme y aspiraban a mis
labios como si estuvieran a una altura maravillosa. Ahora
yo era más grande que nunca, gracias al mendigo que me
imploraba; y me sentaba frente a él en un trono más alto
que todos los tálamos. Y n?e sentía más deseado que nun-
ca, más seducido que nunca, por aquella voz que me arru-
llaba. Y erguido en mi asiento, más altivo que las mujeres
a las cuales en la noche de agosto se les pedia el amor, yo
me elevaba'hasta las más altas estrellas y compartía con los
dioses la mirada que se posa sobre los suplicantes arrodi-
llados.

Y pensaba:—Verdaderamente, el mendigo es una cria-


tura necesaria para hombres y niujeres que ya han dejado
de ser amados y no tienen un hijo que de su costado deba
sacar la vida; para hombres y mujeres que ya no son sedu-
cidos por ninguna gracia del mundo y cuyo tránsito, en los
años vespertinos, a no ser por el mendigo, se cumpliría en
una soledad absoluta^ para cuantos se sienten ya desdeña-
dos de toda plegaria, hombres en cuyo corazón una ternu-
ra sobrante y sin objeto se acumula pesada, y mujeres en
cuyo seno una última gota de dulzura se coagula superflua.
para los célibes que nunca han partido el pan a un hijo; para ;
las mujeres feas e infortunadas, de una virginidad absoluta,
sólo rasgada en los lagrimales y que en la noche, terrible-
mente nupcial, sólo pueden escuchar el madrigal de los men-
digos.
Y decía para mí mismo: ¿Qué sería de todas estas cria-
^. ESTUDIOS LITERARIOS ' 29

turas solitarias, desdeñadas, a las cuales ya nada se pide,


aunque están tan henchidas; qué sería de ellas, cuya in-
"^ensa ternura se cuaja, como la leche cortada, en el agua
^e la vejez, si el mendigo, semejante a la avispa que liba
*os frutos pasados no viniese a aliviar su cargado corazón
y a revelarles de pronto que son tan ricos como dioses y
^^e todavia pueden hacer una dádiva a la Necesidad?
^ asi miraba ahora al mendigo, que se había callado, y
fiante de mí estaba, quieto e impasible como un ídolo,
^on su mano extendida, inmóvil como una mano de pie.dra
^ cotno la taza de una fuente, y le veía, superior a nos-
^tros, henchido y colmado, arraigado en la vida con la
perfección con que arraigan los árboles. Y mi alma se ab-
sorbía en la contemplación del mendigo, hasta desfallecer
y sentir vértigos, como el que se mira en un agua profun-
^' Y pensaba: ¡Qué cosa tan profunda es el alma quieta
^1 niendigo v cuan superior a nuestras pobres almas con-
turbadas y estremecidas! ¡Ante nosotros, él es una cosa de-
"Ritiva; como pna mole definitiva se presenta a nosotros,
Orno una gran mole, en la que se podrían grabar todos
nuestros gestos! En el último peldaño de la vida está sen-
ado, y desde allí nos contempla plácidamente, en la con-
«an«a de que la fuerza de la gravitación no ha de empu-
J^rle niás abajo; todo el sentido de bajar ha agotado; por
Ouos los peldaños pasó, y ahora descansa. Todos los te-
^rores para él se cumplieron, y sueño alguno no le contur-
^ ^Ás. El está sentado en la hondura cuya profundidad
'^s aterra, en el término donde se detiene nuestro espanto,
y desde allí nos mira serenamente con ojos que se han
^cho superiores a todas las visiones. Su alma, inmensa y
T leta, habrá de vernos como nos ven las grandes nubes: ha
Sentir cómo temblamos ante él, cómo nos sentimos per-
Jlos. El, superior ya a todo espanto, con un sabor hecho
^ amargura, para el que todo se torna dulce, con un
^mbre sencilla, que se apacienta de nuestras sobras, con
'^ sueño que mulle su lecho cómodo en los surcos del
'"''O. m un alma que se ha despojado de la última túnica
30 GasMúEcaas;—i-t921

de pudor, insensible al sonrojo y al desprecio, se nos apa'


rece, 6n el limite de la desgracia, como un ser misterioso
que ha domesticado las sierpes de la vida, como un encan"-
tador del destino. Y nosotros, que todavía temblamos pof
nuestra pobre suerte, vacilamos ante su seguridad maravi*-
llosa y lo contemplamos como a un ídolo y ponemos en su
mano una limosna, que tiene todo el sentido de una ofren-
da propiciatoria, por la cual expresan su miedo las muje-
res que temen ser viudas y las vírgenes que temen ser vio-
ladas, y los hombres pobres, los hombres de labor que
temen perder la fuerza válida de sus brazos. Y todos ellos,
con sus almas llenas de pánico, bailan una danza alocadia,
ante la prodigiosa seguridad del mendigo.

Y entonces, mirándole fijamente, comprendía que su se-


gliridad le venía de ser un aricla pesada, hundida en lo más
profundo de la vida y que nadie podría ni debería remover.
Su seguridad le venía de ser una cosa definitiva, y por eso
hería nuestras almas de una admiración religiosa, Y pensé'
el ser una cosa definitiva' es lo, que da a su pobreza esa
grandeza sacra y terrible, no conocida de la pobreza fttrti'-
va que aún peregrina sobre las ruedas de la suerte y no se
resigna a caer sobre la tierra, donde quedaría sentada para
siempre. Ese es el secreto de su podfer, ante" el cual la pie'
dad más grande debe contenerse y reservar sus dádivas, no
prodigándolas de una vez, sino en parvas medidas, como
las que se vierten' para llenar las lámparas, cuidando no ,
rebosen; porque la esencia del mendigo es ser una cosa
defi'nitíva, una cosa que no puede ni debe cambiar, porqiie
sólo asi es fatal y sagrada y participa dfe la naturaleza dé
las cosas inmutables. El mendigo no d'ebe cambiar, nunca
debe dejar de ser mendigo, no ha de merodear por los ca-
minos ni aplicar sus manos a otra cosa que a ser cálices
abiertos dfe plegaria; porque así es como su figura se coir-
vierte en una estatua fundamental y como su alma quieta
8STPDIOS UTEHARTOS 31

"Mantiene su comunicación con las cosas que no cambian y


<^uya razón de existir es más divina, con las harpías, con
ías nemesis y con las divinas cariátides. Nuestra piedad
para él no ha de ser excesiva, para que nunca su indigen-
;^'a se colme, ni se cierre el abismo de su necesidad, para
^ ^ i en todo tiempo, las almas generosas que sufren la tor-
e r a de la dádiva, puedan arrojar allí el sobrante de su di-
cha y colmar su anhelo de justificación. Sólo así también
®^ Justifica el mendigo, que en su forma definitiva se hace
^^a Criatura providencial, una fatal criatura, destinada a
servir de intermediario entre los dioses y la piedad univer-
*ar, a recoger en sus manos tendidas las ofrendas que no
podrían llegar hasta los dioses, a recibir los desagravios y
^s expiaciones más que litúrgicos, a ser ante los dioses, de
^•^ya divina esencia participa un testimonio de la caridad
^Qe no puede ejercerse sino sobre estas aras anónimas. Y
*^nio un ara vi al mendigo, como un ara pública, en la que
^iies de criaturas deseosas de dar, necesitadas de justifi-
^'^se, ponían sus libaciones y sus panes y se congraciaban
*fi> sin la mediación de los sacerdotes, con el alma miste-
••iosa de Dios.

í (Jije^ mirando al mendigos «Nuestra piedad debe


atenerse callada ante este misterio y no debe preguntarle
*^a, ni hacef otra cosa que dar en la medida justa. Ni
J^mpooo debe hacer nada por erguir estos cuerpos que se
^Q sentado en la última grada del destino. Porque cada
^^ de estas Vidas representa un misterio, un misterio
^**pltdo que recorrió ya sus fases todas, y se nos presen-
ahora como ana obra perfecta de todas las fatalidades.
alma del mendigo la han formado mil causas misterio-
^ que nosotros no podríamos contrastar y con las cuales
la vana la lucha, t t es ün término qxxe en vano se que-
^ Convertir en un principio. La causas qtte mo-ldearon
* pesada estatua y toda ala viva le quebraron, ¿no
32 cosMOPOLis—1-1921

volverían a actuar sobre ella poderosas, aunque la do-


tásemos nuevamente de alas? ¿No vino ella desde un prin-
cipio de anhelos infinitos hasta este término de renuncia-
ción, cuya solidez nos admira? ¿No es la figura del mendi-
go una obra suprema de la fatalidad, que ha sido forjada en
et taller de todas las fuerzas? ¿Cómo podríamos retornarla
de nuevo a su principio? Pero nosotros debemos contem-
plarla como una obra perfecta y no sentir la veleidad de
alterarla, tornándola al punto de la evolución torturada en
que estamos nosotros y de cuyas inquietudes ella al fin está
libre. Nosotros sólo debemos ver al mendigo como una
cosa definitiva y extraer de él ese sentimiento de conmise-
ración misteriosa, ese sentimiento de pavor indefinible,
que es la forma más alta de la religiosidad. De este modo
el mendigo, hundido en la vida más baja, se justifica reli-
giosamente, y desde el término de su evolución individual,
alcanza la perspectiva vaga de las eternidades sin principio
ni fin, cuya anticipación forma los nimbos de los santos.

Debemos mirar al mendigo de lejos, como se miran laS


cosas sagradas, sin llegar a un contacto que sería irreve-
rente, porque él es una cosa sagrada. Pero las cosas sa-
gradas fueron siempre cosas prohibidas, cuya aproxima-
ción excesiva estuvo vedada a los moríales. De igual modo
ha de estarnos vedada la demasiada aproximación al miste'
rio sagrado que el mendigo representa en la vida; para que
no nos familiarecemos demasiado con él y su figura nO
pierda la virtud purificante que sobre nosotros ejerce-
Una caridad ingenua y temeraria ha extremado su piedaá
para el mendigo, acortando la distancia que de él debe se-
pararnos siempre, la distancia de nuestro brazo extendido
para la dádiva; ha querido penetrar en la intimidad de siJ
gran alma obscura, elevarle sobre su zócalo de miseria ab'
soluta y restituirlo al punto de partida de su -evolución coO'
sumada, como si fuese posibíe sustraerlo a ^su fatalidad-
ESTUDIOS LITERARIOS 33

"ero esta piedad excesiva es también una piedad torpe y


equivocada, ciega para ver lo enorme de las causas que
•ían formado la figura definitiva del mendigo, demasiado
^tua para imaginarse que esa fatalidad podía ser anulada
por la voluntad de una criatura; y demasiado temeraria
^nibién al acercarse al enigma del mendigo, a su pavoroso
^i^terio, y querer reducirlo a la condición de una cosa do-
"^sstica. Pero esa pretensión es tan absurda como la de
P^ piedad que quisiese curar la lepra de la luna. Sólo un
^os podría acercarse impunemente demasiado al mendigo,
Orno sólo él podría detenerse impunemente entre los co-
os de las cortesanas que decoran los negros umbrales del
'^^lerno; sólo él, asistido de su omnipotencia, podría ca-
"iinar ileso entre tanto dolor, y resistir sobre su alma di-
'"a las saetas de la necesidad insaciable, los gritos de la
^racidad que nunca se calma; sólo un dios podría cami-
"iinar entre estas sus terribles criaturas, investido de su
poder de redención, sin sentirse desilusionado y exhausto
^iite la insistente reiteración de la plegaria, sin que la pro-
•índa inmensidad de la súplica eterna le marcase el límite
^ su poder y sin que su alma divina se contagiase de los
Corrosivos humores disolventes que el alma sórdida del
lendigo vierte sobre las manos blancas del bienhechor,
o'o un dios podría detenerse y convivir ileso con este
Undo de sagradas sombras terribles. Pero nosotros, mor-
ales, no debemos afrontar nunca la temeraria prueba a
"^e nuestra excesiva piedad podría arrastrarnos. Nuestra
rna generosa debe detenerse sobrecogida ante el um-
"^^1 misterioso que a la figura del mendigo forma el
^rror sagrado de su condición divina y sus plegarias
P distas ante él como columnas, plantadas en el suelo, y no
*^ntar nunca pasar bajo el arco de su reserva. Entre él
y nosotros, ha de mediar siempre la distancia de nuestro
^azo extendido para la dádiva, y esta distancia no ha de
. ^ acortada nunca. La figura del mendigo ha de estar, ale-
. ^ y aparte, con toda su fatalidad prestigiosa, en el
<^ulo de nuestras representaciones más terribles, y he-
34 cosMÓpoLis—1-1921

mos de cuidar que esta pavorosa representación estética


perdure en nosotros, con todas sus virtudes purificaderas
de emoción, como el recuerdo de todos los sagrados h e
rrores que hemos visto y no se malogre por la torpeza de
una piedad excesiva, que quisiera reducirla a las dimensiO'
nes de los espectáculos cotidianos. Nosotros hemos de veí
al mendigo estéticamente, con toda su perspectiva pavoro-
sa y solemne, con unos ojos antiguos, acostumbrados a la
visión trágica de las cosas, acoplados a un alma llena del
sentido de la fatalidad, sabiendo que una razón altísima
nos veda acercamos demasiado a él, porque sólo desde
lejos podemos extraer de su contemplación la adverten-
cia de la sentencia trágica y el raudal de emoción purifi-
cadora que hace falta para vivificar nuestra alma que se
aridece y sólo desde lejos podemos aplacar nuestra cari'
dad en una medida conveniente, sin sentir la desilusión
desmoralizante del que se inclina ^demasiado sobre abis'
mos de dolor fatal que nunca, sino por un dios, podrían
ser enteramente colmados. Nosotros hemos de mirar a'
mendigo de una manera estética, con los mismos ojos con
que contemplamos a las rameras de los atrios tiznados de
infamia, y a todas esas trágicas criaturas que han consu-
mado perfectamente un destino y están más llenas de di'
vina razón, en su trágica quietud final, que nuestra pobi'e
alma insegura.

Una piedad excesiva ha querido, sin embargo, acortar 1*


sagrada distancia polémica que debe existir siempre entre e*
mendigo y elsentimiento de conturbación religiosa del bieO'
hechor, y erigir a la grave figura fatal sobre un nuevo prin' j
cipio de vida. Esta excesiva piedad ha querido animar de
un dinamismo nuevo las enormes figuras extáticas de lo* ]
mendigos, que de su grave quietud toman la maravilles* i
fuerza sagrada con que nos fascinan. Pero esta piedad s» ;
nos muestra tan vanidosa como equivocada: no ha sabidí> j
ESTUDIOS LITERARIOS

roirar al mendigo ni interpretar su sagrado misterio irrevo-


cable; de un lado crea la diversión de la caridad y preten-
^6 jugar con el mendigo como juegan los niños con las
pueriles representaciones de bulto de los astros y de los
Seres zoológicos que se adquieren en los bazares. Es una
^anidad inocente que quiere tener, en su gran parque, ji-
"^afas de piel tachonada y mendigos de brazos llagados, a los
^ue cada mafiana arroje puñados de grano y trozos de pan,
Con el gesto pueril que nutre a los cisnes de los estanques.
«-s una gran vanidad que quiere tener sus mendigos domes-
"Cados, para que la sigan y hagan más suntuoso su tránsi-
^o, y que harta de perla?, quiere constelar su túnica con las
'%rimas de la gratitud. Esta vanidad es la que sostiene vi-
deros de mendigos con el mismo amor con que otro en tiem-
po se sostenían viveros de murenas; la fundadora de esos
asilos y tómbolas de caridad y comedores benéficos en que
'^'los mendigos artificiales, caracterizados a la perfección,
•Mezclados a algún mendigo auténtico recogido y cazado a
*^ fuerza por las vías del invierno, le proporcionan una
^rnoción más nueva y fuerte que la de los espectáculos tea-
trales, la emoción de sumergirse con cable en esos abis-
''^'^s del dolor, cuyas aguas, cuando verdaderamente nos
"ündimos en ellas, nos retienen y arrastran irremediable-
mente hacia profundidades de las que no se torna ileso,
"ero allí, en estas artificiales piscinas, esa caridad de va-
•^idad se sumerge como en estanques domésticos, en cuyas
*Suas no hay peligro a sentirse cogido por las ventosas del
Qolor absoluto, y de las cuales se retorna, seguramente, más
inipio y macerado. De este modo, esa caridad tiene sus
pobres y representa—¡cuan inocentemente!—una grotesca
Parodia de la sublime tragedia del Cristo en figuradas ce-
"as y lavatorios, de una simulación perfecta, y colma así su
'^siedad de emoción trágica, sin advertir que su gesto es
Polutamente ineficaz, porque es ileso de toda angustia, y
"^e la caridad sincera nunca le fué revelada, pues de lo
ontrario, alcanzaría en su alma los limites de abnegación
y Sacrificio absolutos que alcanzó en el alma y en la YJda
36 cosMóPOLis—1-1921

del Cristo, en cuyo cuerpo abrió fuentes de sangriento do-


lor y llagas superiores a todas las llagas humanas.
Esta caridad presuntuosa se ajusta, sin embargo, aun-
que torcidamente, por un error de interpretación, a la pau-
ta trazada por el divino modelo. Porque, a semejanza) de la
caridad ortodoxa, no altérala esencia virtual del mendigo,
ni pretende cambiar su condición sagrada, sino que la res-
peta con veneración sagrada y cuida las llagas que le im-
primen su sagrado carácter, como rosas que deben mante-
nerse en un reflorecimiento perpetuo. Sus viveros de po-
bres están puestos bajo la advocación de la divinidad y
semejan la piscina probática a que el Redentor descendí»
en la seguridad de encontrar criaturas laceradas. Pero hay
otra caridad laica, aún más presuntuosa y terrible, que pre-
tende acabar con la fatalidad del mendigo, extinguir su sig-
nificado trágico, borrar la advertencia de su terrible gesto-
Esta caridad quiere cegar las fuentes de sacra y antigua
emoción divina que aún hay diseminadas a lo largo de laS
vías modernas, despojadas de símbolos divinos, como uO
profuso calofrío de lo misterioso. Esta caridad laica, inspi-
rada en el sentido de evolución que caracteriza y determi-
na la vida moderna, quiere infundir el dinamismo del tiempo
a la milenaria figura del mendigo, hacerla evolucionar de
nuevo, a ella que ya consumó fatalmente todos sus cicloS
de transformación y que tiene la serenidad irrevocable de
las cosas perfectas. Con su criterio evolucionista, quiere
hacer del mendigo un obrero, un ciudadano más, arran-
cándole al yermo de su individualidad absoluta, en el que
es como un dios, como un ídolo viviente dotado de divinas
virtudes, para incorporarlo a falansterios de trabajo social-
De este modo, invocando una presunta dignidad human»)
quiere destruir la enorme dignidad divina del mendigo y
reducir su fenómeno fatal a las dimensiones de un proble-
ma de socialismo práctico que puede resolverse con algu-
nas cifras en un presupuesto. A ésto se le llama el sistema
de regeneración del mendigo que, recogido de la calle, re-
dimido del sonrojo de tender la mano a un semejante, va*
. ESTUDIOS LITERARIOS 37

s^r trasladado a un establecimiento que tendrá el triple ca-


rácter de cárcel, taller y asilo. Y el ansia de dar de las cria-
turas, en vez de diseminarse a lo largo de las vías sinuosas
íue la Necesidad traza en la vida, se encauzará en álveos
seguros y uniformes, trazados por las oficiales manos ecó-
•^onias.
Y los ojos no serán heridos por el espectáculo del dolor
Callejero, las almas no serán heridas por la vista de un do«
'*^r demasiado pungente. Y la pulcritud urbana será abso-
luta. Asi razona la caridad laica. Pero, al hacerlo asi, al par
^ue muestra su absoluto desconocimiento de las normas
látales, muestra ignorar también que el sentimiento de la
^^ndad es un sentimiento trágico, un sentimiento religioso
y estético que necesita ser suscitado precisamente por el
6&pectáculo del dolor personal, por la impresión demasia-
do viva del espectáculo de la necesidad, que se hace trági-
^^ y conmueve y aviva todas nuestras facultades de piedad,
y nos hace al punto la promesa de las divinas lágrimas, de
^ue todo hombre está siempre, indeciblemente, ávido. El
Sentimiento de la caridad es un sentimiento personal y mis-
terioso, un sentimiento trágico y estético por el cual nues-
tra alma, conmovida, entra inmediatamente en comunión
^on las trágicas fuerzas divinas y llena el sentido de con-
'^iseración que en su mismo actuar despiadado está impli-
^^to, el sentido de conmiseración a que ellas, inflexibles
""^ pueden entregarse y que, por la efusión de nuestras lá-
Srimas, de un modo reflejo se cumple, mientras nosotros,
por el gesto de la dádiva, un instante, nos descargamos de
uestra responsabilidad y asumimos algo de la divina sere-
idad de las normas. El sentimiento de la caridad es un
^ritimiento trágico, y, por lo tanto, requiere un actor que
"nuestra vista desarrolle sus virtudes estéticas y con ellas
premie el nacer de esa lágrima que siempre, en nosotros,
scia y esquiva, como consciente de su inmenso valer,
¡^tá pugnando, sin embargo, por brotar. ;
38 cosMóPOLis—1-1921

El sentimiento de la caridad es un sentimiento estético


y requiere la presencia del actor, la presencia directa y sin
intermediarios. Sólo en estas condiciones tiene carácter re-
ligioso y asume el sentido de una comunión. Él, el mendi-
go, actor sublime, grave sacerdote, es el único que ha de
comunicarse con nuestra'alma, para darnos la emoción sa-
grada de su fatalidad y arrancarnos las reacias lágrimas
preciosas que nos vivifican en nuestra|;aridez; él directa-
mente ha de hacernos sentir la emoción purificadera y re-'
velarnos nuestra parte inocente en su tragedia—porque,
como elementos de la misteriosa voluntad universal, todos
contribuímos a formar la máscara trágica del mendigo—,
y redimirnos, mediante el sentido expiatorio de la dádiva,
de nuestra parte de culpa y de nuestra colaboración con la
fatalidad irresponsable. El mendigo es el único que, direc-
tamente, por la sugestión de su condición fatal y divina,
puede obrar sobre nuestra alma y eficazmente incitarla a la
caridad, para hacerla partícipe del júbilo divino de dar y
abrir en ella las fuentes maravillosas de la capacidad de dá-
diva, en que yacen nuestras últimas reservas estériles, mu-
chas veces ignoradas. El misterio de la caridad sólo puede
cumplirse directamente entre el mendigo y nosotros, por-
que el acto de la dádiva es un acto religioso que ha de ser
cumplido con emoción, para que su virtud fructifique y
para que, como una comunión, se desdoble en un retorno
de gracias, en un rito de dádiva recíproca. Porque el men-
digo ha de darnos también, ha de darnos la impresión sa-
grada de su fatalidad, el sentimiento de horror sagrado de
su condición definitiva y heroica, el sentimiento de conmi-
seración estética que determina instintivamente nuestro
gesto largo. Reducida a la categoría de función social, ins-
pirada en el mero sentimiento de solidaridad humana, pier-
de la caridad su carácter religioso y estético, y se convier-
te en un acto racional, despojado de todo prestigio y de
toda virtud sagrada. Pero la caridad debe ser un acto reli-
gioso y, por lo tanto, personal, si ha de suscitar en nues-
tras almas los sentimientos superiores y efusivos, la extre-
ESTUDIOS LITERARIOS 39

i "la conmiseración, la piedad más alta, el júbilo de dar, este


júbilo divino que agranda nuestras almas y descubre en
^^las misteriosos poderes, cuando advertimos que, incapa-
"^^s ya para satisfacer ninguna exigencia juvenil del desti-
'lo ni colmar ninguno de los antiguos abismos de nuestra
; ^^"la, incapaces ya para saciar la voracidad altiva del amor
i y *a gloria, pobres ante esas bandejas altas como cielos,
; todavía somos lo bastante espléndidos para enriquecer la
; "laño, tendida y abierta en su parca medida, del mendi-
I S^> y equipararnos, en su manifestación más auténtica, a
i 'os dioses, ya que el óbolo—milagro acuñado—ha venido
! ^ sustituir al caduceo y es el único documento que se nos
! Pediría, si dijéramos: ¡Soy dios!

R. CANSINOS-ASSENS
EUGENIO DE CASTRO

Eugenio de Castro es, a la poesía moderna de Portugal»


lo que Efa de Queiroz es a la prosa: el renovador.
Pero, al mismo tiempo, Eugenio de Castro es como e»
mandatario, el descendiente de dos familias de artistas»
etuditos, clásicos, que se unen en el matrimonio de sus pa'
dres y producen el vastago en el que se realiza la síntesis
de selección de la estirpe y de la raza.
Entre la ascendencia paterna de Eugenio de Castro s^
cuentan el gran poeta Sá de Miranda; el erudito autor d^
Poesías portuguesas y latúias, Aires de Sa Pereira e Castro!
la reverenda doña Eugenia da Costa e Almeida, autora de
admirables Cartas, y su abuelo D. Luis da Costa, gran huma'
nista, que alcanzó grandes honores y ejerció altos cargoS
en la Corte de D. Miguel.
No menos ilustre es la ascendencia materna. Es tod*
una familia de religiosos, nobles y eruditos. Se cuentaOt
entre ellos, los tres hijos ilustres del.doctor Freiré de Figue*
reido, señor de la casa de Tapada. El primero, D. Antonio»
fué fraile, grande humanista y amigo íntimo de Bocage, *
cuya muerte dedicó un soneto. El segundo, fraile Agusti*
no, canónigo de la catedral de Lisboa, rector del Liceo, sO'
ció de la Academia y preceptor de la Princesa María Am^'
lia, hija de D. Pedro IV; dejó muchas obras de Filología í
Literatura. El tercero, José, fué el más popular de todos
^ CRÓNICA LITERARIA DE PORTUGAL 41

por sus curiosas Memorias y sus traducciones de Yá-


cito.
Entre sus nobles parientes maternos, se contaron la
Vizcondesa de Alcántara y D. Leonardo Pinheiro de Vas-
^c«celos, consejero del Rey D. Juan VI. Uno de sus bis-
abuelos, Francisco José Freiré de Macedo, fué magistrado,
y dejó inéditas muchas obras, de prosa y verso, de gran
interés. Hasta su abuelo, D. Francisco de Castro Freiré,
'^^ erudito, humanista y poeta. El padre de Eugenio de
lastro, D. Luis da Costa e Almeida, era decano de esa Uni-
crsidad de Coimbra, de la que nuestro poeta ocupa hoy
^iia cátedra que, aunque conquistada con su esfuerzo y su
*^^r, nos parece de derecho propio.
Tiene importancia toda esta ascendencia, para ver en el
poeta al heredero de una familia en la que se ha ido ope-
*ndo una selección y formándose un nivel de cultura y
e honorabilidad superiores. La infancia del poeta trans-
iirre, pues, entre una familia aristocrática, culta, severa;
^ Una ciudad aristocrática, culta y severa. Sus juegos de
"^ifto tienen lugar entre aquellas librerías llenas de códices
e filósofos del siglo xviii y de clásicos latinos, herencia
^ sus abuelos, y sus paseos de adolescente por las román-
icas calles de esa ciudad sagrada o por los melancólicos
rededores de las márgenes del Mondego. Todo fué dulzu-<
^1 orden, paz, a su alrededor, y la poesía que florece en su
^piritu en esta primera época lleva el sello tradicional de
fta educación y esta placidez que lo rodea. Son gomposif
ones improvisadas, espontáneas, hijas de sugestiones de
^ cosas que lo rodean, visiones 'religiosas, vagos senti-
lentos de amor, sensaciones personaUsimas e ingenuas.
esta, primera fase, que algunos de sus biógrafos dividen
do^ periodos, pertenecen Cristalización de la Muerte,
aciones de Abril, Jesús de Nazareth y Horas tristes.
iJespués, Eugenio de Castro va a hacer su.doctorado en
^sboaí, entra en la redacción de El Día, es arnigo de Juan
Ueus y de los principales escritores portugueses, y aquet
robusta savia que hay en su naturaleza, comienza a cir-
42 cosMóPOLis—1-1921

cular y desplegarse, en admirables y lozanos brotes, con


Caristos y coa Horas.
Viaja, visita España y Francia; su espíritu, pleno de
sentimiento de .lo bello y ansioso de lo nuevo, se abre y se
despliega entre la corriente de nuevas formas estéticas. Se
injerta todo lo moderno en el tronco clásico, y Eugenio de
Castro, con escándalo de las gentes de su tiempo, se afilia
al Simbolismo, rompe la tradición de humani.stas de sus
mayores, se lanza denonado contra el círculo de naciona-
lismo, lo salva y despliega las galas de su poesía universa-
lista, explicando por símbolos todo el tesoro de colores y
sonidos que en su adolescencia solitaria se acumularon en
su alma. Aquella infancia y aquella juventud donde se afir-
maron sentimientos puros y rectos; aquella soledad donde,
aún sin darse cuenta, encontró su propia alma y se formó
su personalidad, eran la base necesaria para recibir la len-
gua de fuego del Espíritu Santo del arte moderno.
A esta época, que encierra toda la grandeza del poeta,
pertenecen las maravillas de Sylva, Interlunio BelkisB, Loi
siete durmientes, Sagramor, Salomé, Rey Galaor y otros
poemas.
Como la abeja que ha libado la miel y el perfume de
las flores vuelve a su panal, así Eugenio de Castro no
tarda en retirarse a Coimbra con el tesoro de sensa-
ciones y recuerdos. Escribe en aquel despacho lleno de
muebles de sus antepasados, donde luce el noble escudo
de la ca'ía de Cata-Sol, y lo envuelve algo de esa soberbia
nobiliaria que aparece en él de vez en cuando para lanzar
sus composiciones, con supremo desdén del juicio ajeno,
como formidables arietes, en un país,-que es, como el nues-
tro, cultor de las tradiciones y que se asombra de las ex-
centricidades y de las impertinencias voluntarias del poe-
ta, de su exotismo, de su falta de respeto al espíritu y a la
forma clásica.
Pero su poesía pasa las! fronteras, el mundo todo mira
hacia los versos de Eugenio de Castro como mira a la pro-
sa de Ega de Queiroz, y a la luz de su prestigio se ilumi-
CRÓNICA LITERARIA DE PORTUGAL 43

i ^^ ^^s bellezas de toda ia literatura portuguesa, se cono-


j 'i los otros artistas, se unlversaliza y se eleva.
Además de esta misión importante, Eugenio de Castro
té, .^^ otra no menos decisiva, irradia en el campo de la
^ nica literaria las influencias extrañas a él, que ha acumu-
O- Merced a su influencia la poesía se renueva, la métri-
i ..^^quiere flexibilidad, las estrofas arcaicas admiten mo-
; ^^ciones y se despliegan nuevas galas de color, de ar-
i "^la, con'ia introducción de elementos decorativos, y una
• a ^^^ ^itiertad de forma y de concepción la revista Arte
! • ^dita en Coimbra, ejerce, a pesar de su vida efímera,
I ''^'^encia saludable.
i ^ '^^ toda la obra de Eugenio de Castro, en este tiempo,
, Pi^ndecen tres notas principales. El culto a la forma, la
i ^'•enidad y la saudade.
^s aquella vida primitiva la que le da esa serenidad que
»ace representárnoslo en su despacho, no escribiendo
^s cuartillas, sino cincelando en mármol las palabras
luego pasan al libro como por un procedimiento en
'"^grafía.
^ su naturaleza aristocrática nace el culto a la forma,
- necesariamente se ha de aliar a la sensibilidad. Hay
ua su poesía una mezcla de valores pictóricos y ritmos,
'ticamente acordados, como una sinfonía de color en
^'^ ««lo tono.
Fl
Se autor es un compositor que traduce en sus imágenes
sil ,*^í°"®^ de armonía y color. Por eso se apasiona del
oiismo, del cosmopolitismo, porque con ellos realiza
^ Ideales.
Tal ^ ^*^ ^^^^ concepción de la belleza nacen sus saudades.
bra ^^ P^^^ Eugenio de Castro se inventó esta bella pala-
^g portuguesa. No llega al dolor, no llega al pesimismo,
Q^ '"«de lo que hay en su alma, nostalgia de la belleza.
Verd^"^'*"^ *^e ideal irrealizable. No puede llegar al dolor
p^ ,. ' ^1 humano, al que vibra en Espronceda o en Leo-
ior ' ^^"^^^e él es feliz en su vida y no puede llegar al do-
rebral porque su espíritu quintaesenciado encuentra,
44 cosMóPOLis—1-1921

como Alfredo de Vigni, que «Gemir, llorar, pedir, ¡es igual-


mente feo», y Eugenio de Castro no es capaz de descom-
poner con un gesto o un ademán plebeyo los pliegues de
su túnica senatorial.
El ilustre escritor Manuel da Silva Gaío, en un magnífi-
co estudio del pesimismo de Eugenio de Castro, dice: «Su
pesimismo no es el del estoico cuyo recogimiento en sí
propio representa a un tiempo, conjuntamente, la reproba-
ción de las flaquezas humanas y el orgullo amargo de su
aislado valor moral.»
«Su pesimismo no es el del místico que desearía, consu-
miéndose, consumir toda la maldad del mundo, volatilizar
la vida para que la sorbiese un raj'o del cielo; y no siendo
ninguna de éstas, no tienen tampoco la visión verde-triste
y la aridez de alma del vago e insondable infierno de sus
anestesias anormales. Su pesimismo es cerebral y no visce-
ral. Se distingue, de los dos primeros, por la naturaleza y
objeto; del tercero, por su origen orgánico.»
«Su pesimismo es el pesimismo de un artista. Es, por
tanto, su nuevo reflejo de la misma naturaleza y forma de
espíritu, que en todo y siempre refleja Eugenio de Castro;
es pesimista porque no encuentra el mundo armoniosamen-
te bello; porque le hieren más que a los otros los aspectos
feos, los lados triviales y mezquinos, los detalles vulgares
de la existencia actual en esta civilización que bestializa las
almas en la cruda lucha de intereses materiales, que en-
frasca y prostituye a la naturaleza y los paisajes en una fu-
ria repugnante de industrialización. Porque es éste su modo
de ver y no otro, es por lo que él es artista.»
Ramón Gómez de la Serna, en un estudio dedicado a
Eugenio de Castro, ha dicho que: «Así como Emerson es-
cribió a la puerta de su biblioteca la palabra Capricho, Eu-
genio de Castro podría escribir en grandes caracteres la de
Nostalgia.»
Y refiriéndose a su obra, añade: «Toda la obra de Eu-
genio de Castro no está inspirada en la evocación y la re-
construcción histórica; eso tendría frialdad y tiesura no;
CRÓNICA LITERARIA DE PORTUGAL 45

toda SU obra está inspirada en algo más espontáneo, fres-


co, redivivo, entusiasta y dichoso: la nostalgia.
Se observa, sin embargo, que Eugenio de Castro se
aparta un poco de su manera arbitraria y pierde en es-
pontaneidad lo que gana en consideración de los clásicos.
Casado en 1898, Profesor en Coimbra, escribe desde en-
tonces. Constanza-, A la sombra del Cuadrante, El anillo de
Polycrates, El hijo pródigo, El caballero de las manos irresis-
tibles y otros poemas bellísimos. Ramón Gómez de la
Serna, añade: «No obstante las blanduras y amistades
clásicas, para que renuncie a sus simbolismos y a sus
excesos líricos, Eugenio de Castro persistió en su amor
por esa labor del microscopio sobre el mundo destellante
y minucioso de su bizantinismo. Todo son numerosos y
pequeños detalles en su obra. Nada deja de estar cubierto
de fulgencias. Todo tiene su pinta de luz, todo, absoluta-
mente todo. Parece el conjunto de sus versos un lago ru-
tilante bajo la luz del Mediodía.»
Ahora aseguran sus compatricios que Eugenio de Cas-
tro vuelve a sa tradición clásica y rivaliza con Camoens.
No es dudr)3o que en esta escuela triunfase el talento de
Eugenio de Castro y su inspiración fuese más alta que la
de todos los pontífices de la escuela; pero para todo el
mundo internacional de los artistas, la gran obra del gran-
de poeta contemporáneo de Portugal es la comprendida en
esa segunda época de su fase simbolista que va desde 1894
hasta 1899 y a las cuales pertenecen las obras citadas, de las
cuales tomo esos párrafos del mágico poema Salomé, que
Ricardo Baeza tradujo para Prometeo:

dV

En el día de su cumpleaños,
Herodes, para aquietar su triste corazón,
46 cosMóPons—I -19 21

Convidó a los vecinos soberanos


Y dióles un festín que humillara a Salomón.
La preciosa vajilla reluce al sol, flameante,
Entre un aluvión de nardos y camelias...
De los esclavos la marcha sigue el ritmo ondulante
De las hebraicas nubelias...
Canta, en medio de la sala, un surtidor aromático;
Arden gemmas, sin cuento, a lo largo de las estolas
Y del arábigo incienso el nublado lunático
Sube entre la exhalación de las lánguidas violas...
Traen un enorme pez, un pez gigante,
Que en las escamas tiene los colores del cielo;
Y el viejo Herodes narra la historia emocionante
Del anillo que cierto rey lanzó al mar Egeo...
Bajo las coronas de verbena hay ojos relucientes...
Pasan guisados mil, en salsas atigradas,
Y ágiles esclavos, sobre doradas fuentes.
Traen nobles pavos-reales de plumas consteladas.
Asombran tres grandes jabalíes y dos corzos enteros.
En finos vasos hierven los vinos traicioneros,
Y de las nubelias sube la escala cristalina...
Cada matrona exhibe los senos sin misterio;
La columna frágil del surtidor inflámase, argentina,
Y Lysanias, tetrarca de Abilina,
Recita versos griegos de Tiberio.
Herodías sonríe con sonreír jocundo.
De lujuria palpita la abrasada marea...

De súbito, no obstante, todo calla:


Por el fondo, aparece bailando Salomé.

Un zaímph lunar, leve como un relente,


Cíñela, dejando ver su desnudez morena,
Ciega de sus anillos la luz resplandeciente,
Y en ambas manos trae una pálida azucena.

Y la infanta avanza entonces al son de los burcelines.,


CRÓNICA LITERARIA DE PORTUGAL 47

Como sonámbula perdida


En encantados, místicos jardines,
Diriase que danza, desmayando
Al perfume de las flores que la están bañando...
Diríase que danza y está soñando...
Diríase que se ha estado besando toda...

Pie ante pie, recelosa, se diría


Que entre dos orecipicios va pasando,
Y que una oculta mano, temerosa y fría,
La hiciese resbalar mientras va tanteando...

Nacen bocas en el aire que ha estado besando,


Y ella las deshoja, extraviada, ansiosa, incierta,
Desmayando, jadeante, suplicando...

Calíanse los burcelines y Salomé despierta.


Rompen aplausos ¡nil en temblores de llama,
Dánle joyas valio;.as las lánguidas mujeres,
Herodías florece, y el viejo Herodes clama:
«¡Salomé! ¡Salomé! ¡Pídeme lo que quisieres!»

¿Y qué ha de pedir ella? ¿De esencias un bocal?


¿Un vestido? ¿Un anillo? ¿Un velo? ¿Una turquesa?
—Herodías, en tanto, dice bajo a la princesa:
«¡Pídele, hija mía, la cabeza de Juan!»

La princesa se estremece: ¡Oh, qué dices, matarle!


«¿Sumergirle en el helado sueño?
»¡Oh, no, madre, elegirle, libertarle,
• Vestirle como a un rey, en un trono sentarle!»

Pero Herodías dice:


«Pide que perezca,
»Si una gloria quieres tener como ninguna tenga;
»Aunque su muerte ahora te entristezca,
»Esa débil tristeza ha de pasar en breve...
48 cosMOPOLis—1-1921

»E1 calor de los festines disipará tu llanto.


>—La afioranza es un fugaz aroma de violetas.—
»Y el mundo sabrá, hija, que tu encanto
»Hace rodar por tierra cabezas de profetas.
»¡Esa muerte dará un par de alas radiantes
»A tu nombre; andarás en pompas de victoria!
>Si quieres tener una gloria que exceda a las más brillan-
(tes,
»Riega con sangre tibia las raíces de la gloria!»

Cantan de Salomé, en el perfil de moneda,


Dorado por la ambición, los ojos de amatista,
Y, junto al tetrarca, murmura su voz queda:

«¡Dame la cabeza de Juan el Bautista!»

Tiembla el tetrarca al escucharla:


«Preferiría darte
Toda mi vajilla, todo mi tesoro...»

Pero, en breve, a un gesto suyo, un esclavo negro parte


Llevando una espada y un gran plato de oro...»
CARMEN DE BURGOS.
Colombine.

Acuse de recibo:
Fábulas, por Pedro Barte, con ilustraciones de Leal da
Pámara.—Es un libro simpático, en el que se ha unido, en
delicioso conjunto, el humorismo del poeta con la gracia y
el ingenio del gran caricaturista para hacer un libro infan-
til, ameno e interesante, aun para los grandes, y que añade
una nueva joya a esa importante literatura infantil, más
descuidada de lo que merece en casi todos los países.

Oración de la Raza, por Manuel de Figuereido.—Poema


en prosa, en los que el ardiente espíritu nacionalista del
CRÓNICA DE PORTUGAL 49

poeta siente el amor a su tierra y a su origen con tal ardor


místico, que se exhala en cantos que son verdaderas ple-
garias, en las que se vislumbran hondos surcos de recuer-
dos de gloria y de esperanzas redentoras.
C. DE B.

En esta sección daremos cuenta de los libros portugueses que se nos


•envíen.

'V
t^ —^
%í UN LIBRO ]%
* [ DE BLANCO-FOMBONA hg
Ig^ü&v^- oC^ w^

Rufino Blanco-Fombona ha reunido, en un volumen de


la Biblioteca Nueva, algunos de sus cuentos. Titula esa co-
lección: Zíramas mínimos. En todos ellos resalta la nota ca-
pital de este escritor: una viril dureza, no sé si debida a la
sangre violenta de antepasados libertadores, entre aquellos
torvos llaneros Venezolanos que tan reciamente nos dibujó
Daniel Mendoza, o adquirida en una vida que se ha enca-
rado más de una vez con la muerte y se ha templado, con^o
un buen acero, bajo el sol de la pampa, en los peligros del
Alto Orinoco.
Rubén Darío, en un pintoresco prólogo, transportaba la
vida de este escritor al escenario histórico que mejor riman
con ella: la Florencia de los Mediéis o la Roma de Benve-
nuto. El desarrollo espiritual de las Repúblicas americanas,
desde que recibieron la irradiación de las metrópolis espi-
rituales europeas, tiene algún remoto parecido con la vida
de las ciudades típicas del Renacimiento. Me parece recor-
dar que Taine, en alguno de sus ensayos, asimila el hervor
social de los placeres de California con aquella singular
mezcla de tiranía y anarquía qué caracterizó a los diversos
núcleos de la formación de Italia desde la Edad Media. Más
similitudes hay, sin duda, entre aquellos núcleos y los que
han nacido de la independencia americana. Sobre el fondo
bárbaro de una raza en formación, la herencia clásica espa-'
ñola representa lo que en la Italia medioeval representó la,
UN LIBRO DE BLANCO-FOMBONA 51

herencia latina, y la irradiación de París equivale a la co.


rriente helénica que, en los días del Renacimiento, infundió
vitalidad nueva a los pueblos, despertando en ellos el sen-
tido de una vida anterior, la reminiscencia de vagas estir-
pes, enamoradas a un tiempo de la belleza y de la vio-
lencia.
Ese doble amor hierve en el alma de Blanco-Fombona.
Recuerdo, a este propósito, alguna frase suya, expresando
su antipatía por la moderación espiritual francesa—mode-
ración que, dicho sea de paso, tiene en Francia alguna for-
midable interrupción de sana rudeza, ppesto que ni la Re-
volución, ni Balzac, ni Víctor Hugo, dejan de ser france-
ses—. Y dice Blanco-Fombona: cLas civilizaciones sin algo
de barbarie parecen corromperse. La barbarie es la sal de
las razas. Una dosis mínima de barbarie, como una dosis
mínima de arsénico, jueden dar salud y vigor, aunque el
arsénico sea destructor para el organismo y la barbarie
para las sociedades. Las Repúblicas italianas eran bárbaras
y refinadas; producían a Vinci y a Olivereto di Fermo. A
veces, un solo hombre representa aquella época: César
Borgia, por ejemplo, que es una de las figuras más intere-
santes de Italia; o, si se prefiere, Benvenuto Cillini, que to-
davía anda solo por la historia del Arte, sin haber encon-
trado un par.»
Acaso el libro caótico y multiforme de Blanco-Fombo-
na, La lámpara del Aladino, sea el que mejor nos revela esa
alma también paradójica, donde luchan, como en el alma
colectiva de América, tan diversas progenies. Leí esas pá-
ginas fugaces y relampagueantes, con más fruición que las
de muchos libros fieles a la sesuda unidad ortodoxa. Me
pareció ver en ellas reflejarse la nativa y enorme patria
americana, sobre cuyo suelo heteróclito se fundieron todas
las razas. Hay en aquel libro algunos rasgos que manifies-
tan esa contradicción de elementos formativos, tan pronto
a resolverse en la lucha destructora como en la fecunda
cópula. El concepto de la aristodemocracia: la noción del
heroísmo como «anhelo activo de acomodar la reacia reali-
52 cosMóPOLis—1-1921

dad al propio ensueño, confianza en sí, inspiración, visión


de lo futuro, don de imperio, alma trágica»: he aquí algu-
nos valores espirituales que forzosamente debía rimar con
los míos propios. Alma de libertador es la de Fombona; pero
junto a esa estirpe sobrevive también la de un español
aventurero, y su estilo tajante lo mismo pudo ser, en otra
edad, la espada transmitida por un mesnadero de Pizarro,
que la de un compañero de Páez en el libertamiento de
Venezuela. «No puedo negar—afirma—que tengo simpatía
por la raza hebrea, aunque los mismos hebreos parecen
empeñados en hacérmela perder—caso idéntico al que me
ocurre con los españoles»—. Y esa lucha interior entre la
herencia metropolitana y la libertadora estalla a cada paso.
En una página se lee, muy justamente: «Lo que es patrio-
tismo en Europa, es rebeldía en los pueblos no europeos a
quienes Europa agrade. Son héroes los que defienden en
Europa el suelo patrio; los que defienden fuera de Europa
son bandidos.» Pero unas páginas más adelante, ai referir-
se a la guerra libertadora de Cuba, el autor no teme con-
tradecirse y juzgarla con sentimientos de español, acaso
por odio a los Estados Unidos—por cierto que en ese mis-
mo capítulo hay un fragmento de exacta visión moral so-
bre la violencia anarquista, por comparación con la heroi-
ca—. En cambio, dos páginas más adelante, unas palabras
sobre el duelo descubren la supervivencia del viejo honor,
bajo la modernidad de un cosmopolita... No en vano afir-
maba con esta frase su credo estético: «Más poesía produ-
cen, con sólo vivir, un Benvenuto Cillini que un Hugo
Foseólo, un Hernán Cortés que un Núñez de Arce, un
Díaz Mirón que un Darío.» ¡Ah, amigo Blanco-Fombona,
yo necesitaría un libro para objetaros .adecuadamente so-
bre esa expresión!
Recuerdo también, como centellas de esas vividas con-
tradicciones interiores—que son la mejor prueba del va-
lor de un espíritu, porque quien no lucha consigo mismo
no es digno de luchar con el Ángel, ya que el Ángel lo lle-
vamos en nosotros mismos—, algunas apreciaciones de su
UN LIBRO DE BLANCO-FOMBONA 53

volumen sobre Grandes escritores de América. Para él, no


ciertamente para mí, la patria es anterior a la libertad y a
la justicia. ¡Oh! Yo creo que Sarmiento, el gran argentino,
tuvo razón al apelar a Francia e Inglaterra contra la odiosa
tiranía de Rosas; no la tuvo, en cambio, aquel heroico San
Martin, que no sintió jamás su propia obra histórica y que
envió al tirano Rosas la espada libeitadora de Chacabuco
y de Maipo, aunque el propio Rosas acudiese a los Estados
Unidos, sin éxito, para sostener su tiranía. También tuvo
razón Sarmiento, creo yo, en firmar que la forma política
de una época no está vinculada ni a una legua ni a la
historia del país en que se formó, y en apreciar que una
constitución política refinada puede aplicarse a pueblos de
índole diversa, como el norteamericano y el argentino,
porque los regímenes tienen en su propia virtualidad una
eficacia educativa. Toda revolución es una violenta aplica-
ción de un régimen avanzado a un medio social atrasado,
para que aquél apresure y aún improvise el avance que el
régimen vencido dificultó.
El propio amor a la violencia es precisamente lo que
comunica la nota de personalidad a Blanco-Fombona: una
violencia que llega, en ocasiones, a los tonos planfetorios,
Como al fustigar a los grandes o diados, el yanqui, la ato-
nía peruana, vestigio de la molicie del virreinato español,
la frialdad americanista y la veleidad europeizante de la Ar-
gentina; el recuerdo de Mitre, la personalidad de Ricardo
Palma, la de Lugones, hasta la de Rubén Darío. En cam-
bio, no puede disimular un amor oculto por aquellos pro-
pios barbarócratas que hicieron destacar su personalidad
sobre las turbas adorativ as o espantadas: un Rosas, un
doctor Francia, un García Moreno, hasta un Cipriano Cas-
tro. Y todo a pesar de los. tonos irritados del folleto juve-
nalicio que Fombona tituló Judas Capitolino, y cuyas fran-
cas excitaciones al tiranicidio recuerdan la ira sagrada de
Juan Montalvo, el gran ecuatoriano.
Pero en toda la producción de Blanco-Fombona no co-
nozco nada superior a su reseña del Viaje al alto Orinoco,
54 cosMOPOLis—1-1921

verdaderamente admirable, que recuerda las crónicas de


los conquistadores de Indias, y contrasta con el sentido ro-
mántico del paisaje americano, transmitido desde Chateau-
briand a Humboldt. La fuerte palabra: «Violencia», relam-
paguea también sobre toda esa narración, que parece es-
crita con la sangre de luchas bravias, con las tribus, el su-
dor de las cabalgatas en el desierto, la salpicadura de las
cataratas, entre un recelo de saltos de tigre en el oasis o
acechos de caimán en el vadeo de los torrentes...
La colección de Dramas mínimos muestra, bien vivos,
los caracteres del novelador, ya conocido por sus dos li-
bros paralelos: El hombre de hierro y El hombre de oro; el
primero, irónico y fatal, contándonos la historia de un abú-
lico en torno al cual la eterna madame Bovary teje el adul-
terio de su espíritu, peor que el de su carne, y el segundo,
renovándonos el tipo de Eiíclion, de Shylock, de Harpa-
gon, de Grandet, del Torquemada galdosiano, con rasgos
dignos de comedia humana.
¿No os queda también en la memoria vivamente un
tipo de curandero popular, que os sugiere caprichos de
pintura flamenca, y lo Tenier o Brouwer?
Los Dramas mínimos son una pinacoteca de la humana
crueldad. Algunos de ellos, como El Catire o El Culi, por
su aspereza rural, me renuevan la lectura de la^novelista
Víctor Cátala, en lucha siempre con una feminidad que
instintivamente desearía ocultar un poco, a la manera de
Rachilde. Otros tienen la marrullería campesina que in-
mortalizó a Pathelin. El caso de Petliura tal vez sea el de
más intenso valor dramático. O el titulado la Recién casa-
dos, porque en él se compenetran bien la evocación del
medio criollo y el drama interior, vivamente sexual. Otro,
más irónico {El canalla San Antonio), me ha sugerido un
caso análogo [Saint-Renán), contado por Ernesto Renán en
los Souvenirs d''enfance et la Jeunesse. Otro, en fin. Molinos
de maíz, tiene la amarga ternura de Alfonso Daudet en Le
necret de maitre CorniUe.
GABRIEL ALOMAR
viaje de Maeterlinck ,., i i i l
a los Estados Unidos ií^?mm
;Y; *•*' n§

VARIAS HORAS DE CONVERSACIÓN


CON EL POETA

Desde que Maurice Maeterlinck, de regreso de los Esta-


dos Unidos, ha vuelto a Niza, he tenido con él varias con-
versaciones sobre su reciente estada de más de cuatro me-
ses en la gran República norteamericana. Es que, en reali-
dad, ese viaje está tan lleno de acontecimientos, es tan nu-
trido de observaciones, que sólo con cierta lentitud se logra
extractar de entre los recuerdos de Maeterlinck algo que
exceda los límites de una simple entrevista. De ahí que úni-
camente después de cuatro o cinco conversaciones pura-
mente amistosas, generalmente precedidas, acompañadas o
seguidas de almuerzos o cenas, haya yo logrado reunir los
materiales destinados a componer este artículo.
Esos meses de ausencia ningún cambio han producido
en el poeta filósofo de la Vida de lóis abejas. Físicamente,
es siempre el mismo hombre fuerte y gallardo, más bien
un poco grueso, de buena cara flamenca, dominada por
ojos claros, y de frente coronada de plata, con que la, foto-
grafía ha popularizado su imagen. En cuanto a lo moral, es
siempre el mismo ser sencillo y bueno, que no han podido
variar ni su asombrosa fortuna ni la recepción triunfal que
le dispensaron los ciudadanos de la Unión. No diré, por
56 cosMóPOLis—1-1921

cierto, que él no aprecie su admirable suerte, pero puedo


afirhiar que ella no tiene poder alguno para modificar su
carácter.

«Pájaros azules» al encuentro del poeta.

La obra más popular de Maeterlinck, la más accesible al


gran público de ambos hemisferios, es, sin disputa alguna,
El pájaro azul, la adorable/¿me que hasta tuvo la suerte
de ser representada y aplaudida en el Japón... Y bien se
puede afirmar que es bajo los auspicios de esa obra que
Maeterlinck ha sido recibido en los Estados Unidos, como
lo comprueba el hecho de que, primeramente, su viaje te-
nía por objeto exclusivo inaugurar la primera representa-
ción en Nueva York de la ópera que el compositor Orto
Wolff ha extraído de esa producción. Dicha obra, que lison-
jea singularmente el idealismo de los norteamericanos—con
gran honra para ellos—, ha llegado a ser algo así como la
señal de agrupación de un partido que no conoce adver-
sarios.
Imaginad, pues, cual preludio de su desembarco en Nue-
va York, ¡cuan agradable haya sido la sorpresa de Maeter-
linck al ver una media docena de hidroaviones uniforme-
mente pintados de azul, enviados al encuentro del vapor
La France que lo conducía, evolucionando a muy poca al-
tura alrededor del buque, mientras se hacía saber al viaje-
ro, por radiotelegrama, que ellos eran los «pájaros azules»,
mensajeros de la líienvenida que el pueblo de Estados Uni-
dos reservaba al ilustre escritor!...

Recepción triunfal en Nueva York.

«Y fué realmente aquélla una recepción extraordina-


ria—me decía Maeterlinck con un acento que revelaba la
emoción de su recuerdo—una recepción como no recorda-
EL VIAJE DE MAETERLINCK 57

ban los neoyorquinos que se hubiese dispensado a ningún,


europeo; esto por declaración expresa de los diarios, corro-
borada por el testimonio de las personas que la presenciaron
y con las cuales entablé luego relación.
Mi desembarco se efectuó en medio de las ovaciones
de una concurrencia enorme, al propio tiempo que tenía
que hacer frente a dos o tres docenas de operadores cine-
matográfico... *¡look at me, please, sirf... look at me...» Aún
suenan en mis oídos los fuegos de los numerosos represen-
tantes de la Prensa... En toda la extensión del trayecto re-
corrido hasta mi hotel, grandes letreros de bienvenida de
color azul aparecían en las bocacalles, sin contar las deco-
raciones azul celeste que ostentaban los negocios y las ca-
sas particulares, las que fueron mantenidas durante unos
diez días... Sin una doble fila de bravos agentes que conte-
nían el entusiasmo de la muchedumbre que, se agolpaba en
las aceras, no sé cómo hubiera podido llegar al hotel don-
de ya me esperaban, a la vez que un batallón de repórters,
Un sinnúmero de invitaciones de clubs y de multimillona-
rios. Durante un mes, creo que no he almorzado o cenado
Unas seis veces en el hotel. Ya era huésped de Mr. Vander-
bilt o Pierpont Morgan, del coronel Roosevelt o Mme. Mil-
Ihiser, de Mr. Otto Kanh o George Blumenthal, de Mme. Ed-
gar o Mr. Dupont de Nemours, rey de las pólvoras de gue-
rra. Y ¡qué banquetes, pues nada era suficientemente lujo-
so para recibirme!... Hasta me sucedió tener que presidir
dos banquetes en una misma noche, uno de las dos a las
veintitrés y otro de las veintitrés a las dos de la madruga-
da. Usted, que bien me conoce, fácilmente puede imaginar-
se cuál sería mi sacrificio al oir los veintidós brindis o dis-
cursos que era necesario escuchar. Y, como es naturral,
también debía a mi vez pronunciar en cada banquete algu-
nas palabras de agradecimiento... Pero, ¡horror! era con
Una copa llena de agua pura, con lo que me veía obligado a
testimoniar mi gratitud y a brindar por la salud de mis en-
cantadores huéspedes.
58 cosMóPOLis—1-1921

El prohibicionismo.

Es que, en verdad, no hay sofisticación posible <en los


Estados Unidos con respecto a la ley prohibicionista vota-
da el año último. Cualquiera sea el precio que se ofrezca
por ellos, no se encuentran en parte alguna licores o vinos.
Únicamente los millonarios han podido hacer algunas re-
servas; pero ginebra y whisky, vino o cerveza, no pueden
beberse más que at home y no pueden ser transportados
desde una bodega a otra. So pena de una multa muy ele-
vada, nadie tiene el derecho de sacar de la propia casa una
sola botella de vino. Algunos de mis admiradores, que me
tuvieron conmiseración, consiguieron, sin embargo, ha-
cerme llegar unas botellas de Bordeaux, que mi esposa y
yo nos veíamos obligados a beber ocultamente, cual si
fuera un crimen, a fin de evitar serias molestias a nuestros
protectores... Tal era mi sufrimiento al verme privado de
una bebida que nunca he dejado durante toda mi vida, que
me vi reducido a absorber con verdadera delicia vino de
California, una especie de horrible jpí'naríi, que habría pro-
vocado una mueca de disgusto a los más rudos poilus que
resistieron cuatro años consecutivos en la trinchera.
En todas partes se arranca la vid y ya no se cultiva el
lúpulo. En Nueva Orleans tuve oportunidad de conpeer a
uno de mis bravos compatriotas, que había fundado allá
una próspera brasserie, el cual me dijo que estaba comple-
tamente arruinado a consecuencia de la nueva ley.
Por otra parte, según los informes y las estadísticas
judiciales que he podido procurarme, cumple a mi sinceri-
dad reconocer que esta severa prohibición ha tenido en los
Estados Unidos los efectos inás admirables. Hoy se trabaja
diez veces más; el obrero ya no frecuenta los bares, y lleva
el jornal íntegro a su casa; el bienestar y lá salud van rei-
nando siempre más en los hogares más humildes; las Cajas
de Ahorro reciben diariamente depósitos más considera-
bles; los nacimientos se multiplican, mientras que la mor-
EL VIAJE DE MAETERLINCK 59

talidad decrece; los hospitales y los asilos son menos soli-


citados, y los Tribunales y las cárceles se van cerrando un
poco en todas partes por escasez de su deplorable cliente-
la. Se calcula que, si la ley prohibicionista es mantenida
durante una quincena de años, Estados Unidos será en 1935
la nación más sana, la más poblada, la más fuerte y la
más rica que se haya visto jamás desde el comienzo del
mundo.

Brindis a pura agua...

Sin embargo, cuando no se está acostumbrado a ello,


resulta bien difícil y a veces hasta imposible pronunciar
un brindis caluroso con una copa que contenga agua filtra-
da en vez de un espirituoso champaña del color del sol.
«¿Cuál es el hombre que, a copas llenas, no se ha sentido
algo elocuente?—exclamaba Horacio hace ya dos mil años.
¡Y yo hubiese querido ver al elocuente Horacio con su
copa llena... de agua pura!...»
Dicho esto, debajo de la glorieta enguirnaldada de ro-
sas blancas y rojas, Maeterlinck y yo vaciamos nuestras co-
fias llenas de un generoso vino de Francia.

Conferencias pintorescas.

Recuerdo que, algunas semanas antes de su partida,


Maeterlinck me dijo que había resuelto dar en inglés las
conferencias que le habían sido encargadas para los Esta-
dos Unidos, por indicación expresa de su empresario, el
mayor Pond, quien le había ofrecido, para decidirlo, du-
plicar sus emolumentos. Estos habían sido fijados en 5.000
francos por cada una de las cuarenta conferencias, de
modo quc la proposición de Mr. Pond elevaba a 100.000
60 cosMópoLis—1-?921

francos los honorarios de Maeterlinck. No era fácil, por


cierto, declinar t^n bella proposición, y Maeterlinck termi-
nó por aceptar.
No fué pequeña, sin embargo, mi sorpresa cuando Mae-
terlinck me comunicó su resolución. En efecto, Maeter-
linck conoce admirablemente el inglés escrito, a tal punto
que él no hace diferencia alguna entre la lectura de un li-
bro inglés y de un libro en francés. Literariamente, posee
e] idioma inglés como muy pocos literatos británicos. Bas-
ta recordar su admirable traducción de Macbeth, que es in-
dudablemente la más perfecta que existe en francés. Ante-
riormente, hace unos veinte años, él había traducido el
drama del preshakesperiano Ford Annabella, que ha sido
representado en «L'Oeuvre». También tradujo impecable-
mente a Emerson. Pero ocurre este hecho singular: Mae-
terlinck, aun conociendo el idioma inglés, con igual per-
fección el antiguo que el moderno hasta en sus menores de-
talles y particularidades, no puede pronunciar, seguidas y
correctamente, tres palabras en inglés, resultándole abso-
lutamente imposible seguir y tomar parte en la más trivial
de las conversaciones.
Esta sorprendente incapacidad de pronunciación es
aún, desde hace muchos años, un tema eterno de bromas
entre Maeterlinck y yo, que he frecuentado escuelas en la
Gran Bretaña, que he hecho muchos viajes a dicho país,
que hablo y entiendo casi corrientemente el idioma; pero
que muy a menudo, para el esclarecimiento de ciertos tex-
tos poéticos, especialmente, he recurrido a la ciencia de
mi ilustre amigo.
—Pues bien—me había explicado' Maeterlinck al ver mi
expresión de duda—, voy a escribir mi .conferencia en in-
glés; luego cada vocablo será escrito en inglés fonético, es
decir, con la pronunciación figurada en letras francesas.
Con que le dé una simple lectura, todo marchará perfecta-
mente.
—Pero, en cuanto al acento característico, ¿cómo hará
usted?—le había preguntado—. Todo el inglés hablado re-
EL VtAJE DE MAETERLINCK 61^

posa sobre ciertas acentuaciones que no se pueden cono-


cer sino después de una larga práctica. Es realmente sin-
gular que usted, que conoce tan bien el inglés, no se dé
cuenta de las graves dificultades con que se va a en-
contrar.
—Pero no, mi querido amigo—me repuso algo resenti-
do - . Todos los días, hasta mi partida, un profesor inglés
me hace repetir mi conferencia y se declara muy contento
de mí, asi como todos los que me han oído.
—Bueno, tanto mejor—le había contestado al despedir-
me—. Deseo de todo corazón que el procedimiento tenga
éxito... Pero lo dudo.

cL'Anglais tel qu'on le parle.»

¡Ay! Desgraciadamente, mis temores no eran infunda-


dos, como se verá.
Fué en el Carnegie Hall, ante un auditorio de cinco mil
personas, que Maeterlinck, una semana después de su lle-
gada a Nueva York, debía dar su primera conferencia, ti-
tulada «Algunos principios de pruebas de la inmortalidad
del alma».
Ovaciones, presentación, exordio de su empresario,
luego nuevas ovaciones; todo iba muy bien. Y asi conti-
nuó perfectamente hasta el clásico Ladies and gentlemen...
Pero después, ¡ay!, aquello fué indescriptible... «Las pala-
bras—refiere Maeterlinck—llegaban a los oídos del audito-
rio que llenaba la vasta sala, abominablemente deformadas
por la nitidez de la acentuación que yo les daba, y un mur-
mullo de ex trañeza de los más significativos me advirtió
bien pronto que mi lenguaje resultaba incomprensible y-
extraño, especialmente para los oídos norteamericanos.
Una inmediata protesta general me obligó a interrumpir la
lectura. Por suerte, una dama encantadora se levantó y
dijo: «Nosotros nada comprendemos... ¿Por qué M. Maeter-
62 cosMóPOLis—I-1921

linck no habla en francés? Mucho nos agradaría escuchar


el francés delicioso de M. Maeterlinck...» Antes las seguri-
dades dadas por mi empresario, había dejado en el hotel,
por más desgracia, el texto en francés. Un orador se ofre-
ció entonces a leer el que yo tenía a la vista, pero se vio
en la necesidad de desistir en seguida de su propósito a
consecuencia de la escritura fonética. Lo mejor era man-
dar buscar el texto en francés, y asi lo hice. Mientras se
llevaba a cabo tal diligencia, improvisé algunas frases que
eran traducidas en el acto, y cuando, por fin, llegó el ori-
ginal en francés, pude terminar la lectura sin ningún incon-
veniente, gracias a un benévolo traductor. Cúmpleme ren-
dir un cordial homenaje al buen humor del público, al que
el incidente divirtió muchísimo, el cual me aplaudió con
tanto entusiasmo como si todo hubiese marchado normal-
mente. Esos yanquis son verdaderamente deliciosos, pero
he jurado que en lo si^cesivo me atendré exclusivamente a
la lengua francesa...»

Bn dificultades con el empresario.

Pocos días después debía tener lugar una segunda lec-


tura. Esta vez, Maeterlinck, después de saludar a su público
en un inglés de una pronunciación aproximativa, leyó su
conferencia en francés, cuyas frases eran sucesivamente
traducidas por su amigo Mr. Rusell. Pero esto no convenía
a su empresario, el mayor Pond, quien intimó a Maeterlinck
la obligación de cumplir el contrato al pie de la letra, es
decir, a dar en inglés su conferencia. Ante la negativa ca-
tegórica del escritor, Mr. Pond se dirigió al conocido abo-
gado Mr. Lewis Marshall, para iniciar contra Maeterlinck
una demanda de cien mil dólares por daños y perjuicios
debido a incumplimiento del contrato y con la prohibición,
además, de continuar sus lecturas dentro del territorio de
Estados Unidos. Felizmente, muy bien aconsejado por los
EL VIAJE DE MAETERLINCK 63

letrados a quienes había recurrido, Maeterlinck dejó pasar


una semana sin decir nada. Ellos estaban, en efecto, infor-
mados respecto a la solvencia de Mr. Pond, quien omitió,
a pesar de un aviso formal, hacer el pago hebdomadario
convenido, rompiendo asi de hecho el contrato.

Ardides de piel roja.

Una nueva conferencia mía fué anunciada en el hotel


Ritz—continúa Maeterlinck—y mi ex epresario tuvo la pre-
tensión de querer impedirme hablar. A tal efecto, me envió
lo que en los Estados Unidos se denomina una «injunction»,
es decir, una intimación que debe ser entregada en manos
propias del interesado. Ahora bien, era absolutamente ne-
cesario que yo evitase recibir tal notificación, lo que dio
lugar a escenas inenarrables de incidentes cinematográficos.
Noche y día, cuatro agentes secretos a mis expensas, vigi-
laban mi persona para evitar el encuentro con los portado-
"•es de la famosa intimación. El día que yo debía dar la con-
ferencia en el hotel Ritz, me avisaron, al llegar a la puerta
del mismo, que el ujier de Mr. Pond se encontraba en el
ascensor que conduce al salón de conferencias. Fué, pues,
necesario, buscar otro medio de acceso y recurrí al monta-
carga del lavadero, apareciendo en seguida en el salón por
una puerta de servicio. El público que me esperaba, cono-
cedor del ardid, me tributó una ovación entusiasta...

Los cazadores se entusiasman.

Al día siguiente, el Club de Cazadores, uno de los más


importantes de Nueva York, me nombraba, en virtud de la
nazafta realizada en el Ritz, su presidente honorario, ofre-
64 cosMóPOLis—1-1921

ciéndome, además, un banquete con el siguiente abundante


menú:

Dinner of the Hunters


Fraternity of America
7 Janvier 1920

Canapé Monaco.
Bouillabaise marseillaise.
Chaire (sic) de Baleine meuniere.
Spaghetti Beaux-Arts.
Poussin casseroUe Napoleón aux pommes rissolees.
Qoeurs d'endives aux betteraves.
Camembert.
Glace des Abeilles.
Moka des Princes.
—¿Y como bebida?..,—pregunté a Maeterlinck después
de la lectura del menú.
—¡Ay, mi buen amigo, agua helada en abundancia!

Maeterlinck se rinde al cinematógrafo.

«Es muy probable que sea todo él ruido hecho alrede-


dor de esas pintorescas conferencias lo que llamó especial-
mente sobre mí la atención de algunos directores de em-
presas cinematográficas. Me agrada el cinematógrafo, us-
ted bien lo sabe, puesto que hemos ido a menudo juntos;
por otra parte, se han filmado Pelleas et Melisande, Mon-
na Vanna y Uoiseau hleu, pero me parece que la índo-
le de mi arte no responde exactamente a las necesidades
cinematográficas. Hasta entonces, en una palabra, no que-
ría trabajar especialmente para el cinematógrafo...; pero
esos norteamericanos tienen una habilidad tal para elimi-
nar todos los escrúpulos, que me vi obligado a dejar hacer.
<5* EL VIAJE DE MAETERLINCK 65

Sucesivamente me fueron hechas proposiciones, unas más


brillantes que otras, hasta decidirme a poner mano a la
obra, y di la preferencia a la firma Goldwind and Co., que
me encargó tres argijmentos para igual número de cintas
por la suma nada despreciable de 750.000 francos. ¿Cómo
resistir a semejantes argumentos?...
El cinematógrafo en los Estados Unidos es algo muy es-
pecial; ha llegado a ser una industria gigantesca que da
margen a empresas formidables, de las que no tenemos la
menor idea en Europa. En todo el territorio de la Unión,
los cinematógrafos son verdaderos teatros, instalados en
edificios amplios y lujosos, sin dejar de funcionar durante
todo el día. Se calcula que ellos son frecuentados diaria-
mente por veinte millones de espectadores. Un actor o una
actriz de la escena muda, que sea algo conocida, gana cua-
tro o cinco veces más de lo que percibe en Francia el pre-
sidente de la República... En Los Angeles me decían, por
ejemplo, que Geraldine-Parrar ganaba en ese momento has-
ta 75.000 francos por semana. Carlos Chaplin, Douglas
Fairbanks y William Hart han ganado hasta cinco y seis
millones por año. Es verdad que este oficio dura muy poco
y que numerosas estrellas que figuran aún en las pantallas
europeas han, desde hace mucho tiempo, desaparecido de
«a circulación cinematográfica en los Estados Unidos.
La explotación del «arte mudo» gira sobre tres temas
principales: el amor, la ley y la regeneración. Fuera de
^sto, puede decirse que no hay nada que hacer. El adulterio
^o está autorizado para la pantalla norteamericana; y en el
caso de que la cinta contenga una tentativa de amor ex-
traconyugal, ésta, lejos de ser aprobada y de triunfar, debe
ser inexorablemente castigada. Todo lo que se puede per-
mitir es una pieza del género de Forlaiture, que va muy le-
jos, pero que termina de la manera más moral y más edifi-
cante, merced a la derrota del lujo seductor y al triunfo de
*a pareja casada. No obstante, el sonl kiss—el beso del
alma—es practicado hasta la indiscreción y el agotamiento
•^e toda energía vital. ¡Qué gente raral...
66 cosMóPOLis—1-1921

Nada de complicaciones psicológicas en los films. Ac-


ción, acción y siempre acción. El primer argumento que
presenté a la firma Goldwin se titulaba El poder de los
muertos; agradó, aunque Mr. Goldwiq lo encontró algo de-
masiado profundo para su público. Un segundo ensayo,
menos elaborado, mereció una acogida aún mejor. Por úl-
timo, el tercero obtuvo la aprobación más halagüeña que
se pueda desear; es ocioso agregar que es el que menos me
gustó.

Un viaje a Los Angeles.

Para ponerme al tanto de los últimos procedimientos y


de las más recientes producciones cinematográficas—a fin
de enseñarme, en una palabra, mi nuevo oficio, puesto que,
ni de cerca ni de lejos, nunca he intervenido en la filma-
ción de mis obras—la Compañía Goldwin resolvió enviar-
me a Los Angeles, en California, donde posee los estudios
cinematográficos más importantes del mundo. Bien enten-
dido, con viaje y todos los demás gastos completamente
pagos para mi, mi esposa y mi secretario, poniendo, ade-
más, a mi servicio exclusivo una estenodactilógrafa que
hablaba inglés y francés. Esta expedición sensacional cos-
tó la bonita suma de 15.000 dólares, cerca de 250.000 fran-
cos, según el tipo del cambio.
Aquéllo fué un viaje realmente maravilloso, tanto más
cuanto que lo hice en condiciones excepcionales, debido a
que el presidente Wilson tuvo la fineza de poner a mi dis-
posición su lujoso coche particular, el May-Flower. Fué así
como me puse en marcha para un viaje que duró cerca de
qmince días. Crucé los Estados Unidos, siguiendo un itine-
rario de los más fantásticos: Búffalo, las cataratas del Niá-
gara, los lagos Michigan y Fríe, Toledo, Chicago, Kansas
City, Nueva Orleans, ¡qué sé yo...! Crucé los Estados de
Tejas, Arizona y California; casi en todas partes se había
PL VIAJE DE MAETeRMN'CK 67

organizado una recepción en mi honor. Las municipalida-


des, con el intendente a la cabeza, se deshacían en atencio-
nes; en todas las localidades me hacían guardia de honor
los boy scoiits y las sirc camp girls...

Maeterlinck pierde la timidez.


Al principio, me sentía algo molesto, como es fácil
suponer. Usted, que conoce el horror que me inspiran la
Ostentación y los discursos, figúrese mi tormento al vér-
We obligado a la exhibición constante, a contestar a la in-
finidad de amabilidades de que era objeto; a veces me veía
^n la necesidad de hacer una media docena de improvisa-
ciones diarias... ¡en francés!... Nunca me hubiera supuesto
*3n excelente propagandista. Óptimo ejercicio, por otra
parte, puesto que me ha desatado la lengua, me ha quitado
^^&i totalmente la timidez y me permite ahora conferenciar
'^on abundancia.
Finalmente llegamos a Santa Mónica, en las inmedia-
ciones de Los Anídeles, donde nos alojamos en un adorable
*bungalow» (pequeña casa de campo), que había sido reser-
vado expresamente para mí, y donde me esperaba un per-
*^nal perfectamente diestro. Nada es más difícil en los Es-
tados Unidos que hallar sirvientes, y, sobre todo, buenos
Sirvientes, a pesar de que ellos perciben salarios que nj
^^pechamos en Europa. Mí cocinera había aceptado cien
dolares por mes, en vez de 120 que pedía habitualmente,
sólo para tener el honor de preparar la comida al autor del
"ájaro azul. La gloria es a veces útil, usted lo sabe, y yo
pude apreciarlo, tanto más cuanto que mi cocinera era
excelente. Agfregaré que, además del salario, los sirvientes
^*igen un dormitorio de los más confortables, acompañado
^^ Un no menos confortable cuarto de baño. No era, pues,
^ horror que recordaba yo los miserables chiribitiles
Onde, a menudo, alojamos en Europa a nuestras pobres
68 DOSMÓPOLIS—1-1921

mucamas. Es que en los Estados Unidos existe bien pro-


fundo el sentimiento de la dignidad humana y, lo confieso,
fué esta realmente una de las más bellas impresiones que
he traído de mi viaje.
He pasado en Santa Mónica más de dos meses encan-
tadores, yendo muy a menudo a estudiar a Los Angeles la
técnica del cinematógrafo. Es, además, un lugar prodigioso,
de una actividad tan extraordinaria, que no puede formarse
una idea el que no lo haya visitado. Existen empresas que
preparan hasta diez «films» a la vez. He de hablar al res-
pecto en el curso de algunos estudios que me han sido en-
cargados por los norteamericanos.

Mary Plckford y el perro de su marido.

Allí fui presentado a numerosos artistas, especialmen-


te a Mary Pickford, que me pareció muy fatigada, a Dou-
glas Fairbanks, el apreciado actor que me regaló el her-
moso perro esquimal que usted ve... ¡Ven aquí, Alaska!...
Y Alaska se acerca a nosotros, con aire sumiso y de des-
confianza a la vez. Ostenta una piel sedosa de deslumbran-
te blancura, y sobre su hocico parece tener puestos ante-
ojos de chauffeur. Esta mancha, qiie hace contraste con el
resto del pelaje, es una característica de la raza; la necesi-
dad crea el órgano, y de hay esa mancha, la cual está des-
tinada a asegurar la vista del animal contra la ardiente
refracción de la nieve. «¡Buen perro, Alaska, buen pe-
tro!...» Maeterlinck acaricia suavemente la cabeza del ani-
mal,- el cual fija en él su magnífica mirada y se acuesta a
sus pies.

Bl rey del látigo.

Un artista de los más simpáticos y que recuerdo igual-


mente con placer es Willy Roggers, el rey del látigo, que
EL VIAJE DE MAETERLINCK 69

Casi no conocemos aún en Europa. Ese hombre hace lo


que quiere con su látigo; le arranca a una persona un ojo
Con la misma facilidad con que le extrae el revólver que
tiene en la cintura; le ata las piernas, le inmoviliza los bra-
zos y hasta coge al vuelo los objetos que se le tiran; es un
hombre realmente extraordinario, que nos ha asombrado a
mi esposa y a mí. Con él hicimos largas jiras en automó-
vil por los alrededores de Los Ángeles y de San Fran-
cisco.
Hermoso país de plantaciones es esa California, donde
la tierra es de una fertilidad sin igual, cuyo mismo excesa
^s, según creo, perjudicial para el sabor de la fruta, que es
enorme, pero que carece de gusto. De una apariencia her-
niosísima, uvas, peras, duraznos y naranjas, no tienen ni la
Cuarta parte del sabor de nuestra fruta de Europa. Los ár-
boles crecen allí con una rapidez triple en comparación a
'os nuestros, especialmente los eucaliptos. Sin embargo,
particularidad que me ha sorprendido como sorprende a
todos los viajeros, se ven muy pocos árboles en California.
El ideal norteamericano es tener al frente de la casa una
*Pelouse» esmeradamente cuidada, con una que otra pal-
mera o un abeto, como se puede ver en las cintas cinema-
tográficas. Nada es más raro que un bosque, como los que
^6 ven en todas partes en nuestros viejos países de Fran-
cia y Gran Bretaña. \

Asaltado por los bandidos del desierto.

Acude ahora a mi memoria un curioso incidente de


Campo. Es que nada debía faltar a mis conocimientos de la
^ida norteamericana, ni siquiera el asalto. Sí, mi «bunga-
^w» fué asaltado en una ocasión mientras estábamos a la
'^^^sa. Los ladrones se vieron indudablemente estorbados
"^ su operación, puesto que no se llevaron más que una
oísita perteneciente a mi esposa, que con tenia 150 dóla-
70 cosMóPOtis—1-1921

res, y la hermosa pistola bro-wing, de diez tiros, niquelada


y dorada, de un trabajo español tan admirable, que usted
me trajo aquí hace cuatro o cinco años de parte de nuestro
común amigo Gómez Carrillo. Mucho lamento la pérdida
de esa arma; pero es preferible no haber molestado a esa
brava gente en su tarea, pues hubieran podido utilizarlo
funestamente contra mi persona.
Aparte de esto, he pasado en Santa Ménica una tem-
porada deliciosa, soñando, trabajando y paseando. Aban-
doné dicho lugar encantador en los primeros dias de abril
para regresar a Nueva York, pasando nuevamente por
Nueva Orleans. Fué un viaje muy largo y de una monoto-
nía aplastadora. La vista del viajero se pierde en la inmensa
llanura sin solución de continuidad, durante días enteros,
Como única vegetación se ven higueras de tuna, áloes y
altos cactos que crecen entre las piedras.

El infíerno no existe.

Un incidente bastante curioso amenizó un poco mi re-


greso. Un día, el sirviente negro que me servía con mucha
devoción en mi compartimiento, se me acercó con timidez
diciéndome:
—Querido señor Maeterlinck, tengo que pedirle un gran
favor.
—¿Cual, amigo mío?
—Vea, señor; yo tengo alguna de sus obras, y el orgu-
llo de mi vida sería que usted tuviese la suma bondad de
dedicarme uno de sus libros...
—Pues ¿cómo hacer?... ¿Tiene usted uno aquí?
-^¡Oh, sí!...
Como es natural, me exhibió Uoiseau bleu, sobre el cnal
escribí su nombre y el mío con una palabra cariñosa. Aquel
buen hombre no sabía cómo agradecerme.
_ EL VIAJE DE MAETERUNCK 71

—Señor—añadió después de un instante—, tengo aún


que hacerle una pregunta muy seria.
—¡Caramba! ¿Que podrá ser?
—Contésteme con toda franqueza, señor. ¿Cree usted
que hay un infierno?
Confieso que estaba muy mal preparado para semejante
pregunta tan inesperada. Sin embargo, mis estudios y mis
meditaciones particulares han formado en mi sobre el par-
ticular un concepto personal que no tuve reparo en decla-
rar al negro con toda la franqueza requerida: •
—No, amigo mío, no; no hay infierno.
—Señor, señor—gritó con su cara negra, completamen-
te transfigurada—, ¿es bien seguro lo que usted dice? ¿Us-
ted lo ha pensado bien?
Y reiteré proféticamente:
—Esté usted seguro, amigo mío; no hay infierno.
Con las lágrimas que' corrían sobre su cara negra y
"rillosa, el pobre hombre me tomó las manos y me las besó
largamente.
Mi buen negro me ha proporcionado, en realidad, uno
^e los más bellos ejemplos de esa «inquietud moral» que
'eina en todos los Estados Unidos, tanto en el millonario
^omo en el simple obrero, y qne constituye una de las po-
derosas características de ese país formidable.

Tortugas y cocodrilos.

¿Que más diré?... Además de Alaska, he traído de Los


*^ngeles cuatro pequeñas tortugas e. igual número de co-
*^odrilos. He ahí las tortugas en esa fuente; como usted
^^1 nada tienen de los monstruos marinos de 400 y 500 ki-
'^s de peso que se pescan en el Pacífico. Y ahora vamos a
^ r los cocodrilos, que se están recreando en la piscina que
">ce construir en el jardín.
Allá fuimos y encontré el jardín convertido en algo fan-
72 cosMÓPOLis—I-Í921

tástico que ya no reconocía. La piscina, larga, unos quince


metros por seis de ancho, está rodeada de geranios, a tra-
vés de los cuales se abre camino un caprichoso tejo. Todo
alrededor, árboles muy altos, barniz del Japón y eucalip-
tos, le brindan una sombra perfumada.
«He aquí los reptiles en cuestión.»
Maeterlinck me señala, nadando entre nosotros, tres la-
gartos de 25 a 30 centímetros, excesivamente feos, los cua-
les, al vernos, cloquean como una gallina.
He traído esos animales dentro de una caja de ciga-
rros. Ellos no comen carne más que dos o tres veces al
año y quizás sea por tal causa que mis amigos los norte-
americanos, gente práctica y conocedora de la carestía de
la vida en Europa, me los han regalado. Como usted com-
prende, su mantenimiento no podrá arruinarme.
GEORGES MAUREVERT
MfVtm\'^»r'rmT'ti,VLRaZBffí^M'm7¿^^^
w
POESÍAS H!Si?Ano-AAE2icAriAS

HOSPITALES

Hospitales,
blancos de gasas, de bondad, de pañales.
Regazo de gigante que es panal y es hoguera
de sacrificios. Toda la humanidad entera
con los pulmones rotos se aproxima a la llama
de oxigeno y dulzura
que sale de tus lechos, de tus yodos y unturas.
Hospitales,
niás humanos, más nobles que diez mil catedrales,.
sin monjas y sin frailes
hospital, en la podre yo te dejo que bailes
y que revientes rosas en los vientres preñados,
y que vistas de gala los tendones cortados.
¡Hurra! La carcajada del hospital.
Por la enfermera rubia de blanco delantal,
y por todo instrumento bien pulido y agudo,
por el muslo sangrante, por el pecho desnudo.
Frailes: demoled las iglesias
prostíbulos de santos y de santas aviesas;
haced de vuestras prendas
'íngüentos cálidos, hilachas para vendas.
Hospitales,
74 cosMóPOLis—1-1921

sedería y panales,
aguas bautismales,
salud, salud, hogares hospitales.

II

Este cantar que yo hago a los hogares


de los hombres enfermos y vencidos
tendrá resina fuerte de pinares
y un amor de colmenas y de nidos.
Este cantar de fe a los hospitales
—cuna de oro a las carnes podrecidas-
tendrá jugo de salvias aurórales,
de hinojos y de hierbas sumergidas.
Nunca la lira mía fué más firme
que al decir estas frases naturales,
como lava quisiera derretirme
en un himno de fe a los hospitales.
Tiene resina fuerte de pinares
esta madera lírica que os quemo,
que la ofrenda es pequeña sólo temo
humanos y divinos hospitales.
Pero el intento es alto como torre,
y rígido como una vertical,
que la sombra del tiempo no lo borre
de tu frontón atlético, hospital.

III

Hombres, venid al hospital,


con los apéndices dañados.
POESÍAS HISPANO-AMERICANAS 75

con los pulmones socarrados,


rota la espina vertebral.
La úlcera honda ha de cerrar
su boca verde con el yodo,
la muerte por cualquier modo
su garfio malo ha de soltar.
Hombres, acudid aquí
con tisis, sífilis o asma,
os besará la cataplasma
y la inyección y el bisturí.

De todo Job es la fortuna,


la caridad de estos asilos,
en sus heridas pondrán hilos
blancos, de gasas de la luna.
Emplastos mágicos darán
fuerza de acero a todo músculo.
Señor si este poder mayúsculo
parece oficio de Satán.

DE LAS CIUDADES.

De las ciudades colosales,


yertas de noche en fantasmales
Visiones de astros cardinales
traigo él empuje y el fragor.
Y de los campos verdecidos
tiernos en árboles y en nidos,
^^ suavidades revestidos
traigo la pena y el amor.
Ciudades de clamor de mares
^on hecatombes de pesares,
seda y canción los bulevares,
76 cosMóPOLis—1-1921

llanto y blasfemia el arrabal.


Campos cuajados de emociones,
de amanecidas abluciones,
que dejan en los corazones
un oro intenso de panal.
Torres colgadas en el cielo,
fábricas de muerte y duelo,
subways horadando el suelo,
oro matando ala virtud.
Vírgenes de carne loca,
que entregan corazón y boca,
entrañas duras como roca
en gasas de la juventud.
Campo en un sopor de flores
donde hay pastoras y pastores,
donde queridas y amadores
se casan hacia fin del mes.
Ciudades donde ya hemos visto
la maldición del Anticristo,
y donde soplará imprevisto
el viento del iclesiastés.
En las ciudades yo me incrusto,
mi vida es un eterno susto,
monarca fiero de ojo adusto
me sigue la sensualidad.
Carne que ladra en las callejas,
sífilis que rompe las cejas,
mozas de quince que son viejas,
se cruzan monja con Abad.
Andrajo que se torna cinta,
hermana del hermano en cinta,
boca que por ser se pinta,
rouge, ajorcas y lunar.
Y acá en el campo vida nueva,
frescor de bosques y de cueva,
camino verde que nos lleva
de fuente fresca hasta pinar.
POESÍAS HISPANO-AMERICANAS 77

Cortar los lirios sumergidos


en los pantanos verdecidos,
y con labios estremecidos
cantar bajo la luz solar.
Tener un dios y una mujer,
contar en el amanecer,
llorar en el atardecer,
ser un continuo florecer.

jEn este campo poseer


un dios, un lecho, una mujer!

SIGLO VEINTE

Hecatombes, rodar de rieles, hecatombes,


ios búfalos de acero braman enfurecidos,
los hombres van cantando con los pechos heridos.
¿Hacia dónde se alejan, Jesucristo, hacia dónde?
¿Hacia qué usinas, hacia qué ciudades de espanto
erizadas de grúas, maestranzas y diques
van estos hombres tristes de pupila con llanto?
¿Quién comprende el proceso de tantos alambiques?
La cirujía teje con su aguja siniestra.
Máquinas encantadas saben hablar inglés.
Mi siglo veinte loco, puñal de Cliptenmestra,
verso del Dante, trueno de biblia, iclesiastés.
Pasa el l^uilibrista con tremendas piruetas
sobre la panza gástrica del mercader bestial;
para el ensueño justo de los pobres poetas
*a carne que se compra, la pus del hospital.
Mi siglo abyecto y negro, te amo como a una hembra
canalla que me aduerme mi dolor de arrabal,
te doy mi miel sabrosa, mi angustia, en esta siembra
78 cosMóPOUs—1-1921

de eternidades, en esta voz de Quirinal.


En mi alma clara, dulce y abierta como el cielo
hiede tu humo de usina, tu cansancio y tu pus;
ya sé cantar al mundo la voz de Maquiavelo,
siglo enorme y maldito de Lenin y Jesús.
Los versos de Walt Whitman como eléctrico* potros
despeñan cataratas sobre la humanidad,
hay un son de trompetas de epopeya en nosotros
hijos de Apolo, reyes del bien y la maldad.
Grandes en lo complejo, en lo abstracto, en lo hirsuto,
. nuestros cantos asuman proyección de huracán.
La salvación del mundo sobre el músculo bruto,
alcemos inalámbricos sobre el vientre de Pam.
Poetas de Parnaso; sarnosos de taberna,
viles calumniadores de la eterna emoción,
ecerad los tendones, duro el brazo y la pierna,
en organismo débiles no arderá el corazón.
El espadín se troca por el duro martillo,
el pomo de olor se hace maquinaria anarquista,
los llantos del eunuco no romperán el grillo,
la cima no se gana con el don fatalista.
Yo os anuncio poetas el futuro repique
y os señalo un pegaso de luminosas crines,
en este siglo eléctrico de oro y de bolchevique
valen más los obreros que los reyes-espines.
Canto de un hombre libre, para los hombres libres.
LIBERTAD: ritornelo de mi verbo certero,
poeta, aquí os entrego mi verso porque vibres
en la entraña fogosa de este siglo de acero.
ARTURO TORRES RÍOSECO
POESÍAS HISPANO-AMERtCANAS 79

CANTO A ESPAÑA

Gonzalo de Berceo, Santillana...


Don Fernando de Herrera, Garcilaso...
En la América hispana,
un poeta se inclina a vuestro paso
para decir en lengua castellana.

Juan Ruiz el Arcipreste hoy os escuda


—con mengua de don Alvaro y su acero-
el fervor exaltado de un trovero
que en nombre de la América os saluda.

Juan de Mena, el galante de su hazaña,


el místico fray Luis, don Juan Lorenzo,
prestad a mi decir vigor intenso
que tengo de cantar a vuestra España.

¡Gloria de las Castillas, es mi ofrenda!


¡La noble estirpe que clavó su tienda
bajo cielos de América, no pasa;
que nos dio la heredad de su leyenda
y nos dejó la sangre de su raza!

Madrid, Andalucía...
Remansos de cariño y alegría,
donde hay una gitana que despeina
su cabellera entre la algarabía,
o se ve un niño huérfano en la vía
que ha bebido los senos de una reina.

Burgos, Valladolid...
Solares de los nombres sin mancilla,
80 cosMÓPOLis—I-192I

en donde Alfonso le jurara al Cid


por Dios y por los fueros de Castilla.

Y Córdoba, y Toledo idealizadas.,.


Donde recuerdan sus encrucijadas...
Legendarios motivos de tragedia;
románticas ciudades de rondeles,
donde aúr flota la voz de los rabeles
y todo tiene un gris de la Edad Media..,

Y Sevilla, que canta y que tremola,


que fué del arte columnata y plinto,
consagrada la Atenas española
por Felipe Segundo y Carlos Quinto.

Blancas, parecen la ideal Sevilla


y Cádiz, las canteras de la luna;
allí los ojos queman la mantilla,
todo es gracia imposible, y la cuchilla
sirve como amuleto de fortuna...

Y después otros nombres... Y la mente


por la emoción se queda fatigada;
y piensa en esta España floreciente
que guarda los arcones del Oriente
entre los arabescos de Granada!

Y recuerda a la España ennoblecida


donde un fárrago arcaico de la vida
escribiera con fe para Mañana;
y sabe que en su amor y en su locura,
y que en su noble heroicidad, perdura
el alma de una Grecia castellana...

¡Tierra noble y gloriosa


que se inmortalizó con su quebranto.
POESÍAS HISPANO-AMERICANAS 81

cuando fueron Zamora y Zaragoza


la resistencia augusta y dolor osa,
y cuando con su espada victoriosa
Don Juan de Austria se glorió en Lepante!

•Jamás una epopeya habrá que ponga


ese vigor que te valió tus famas:
por Alcaraa, Escipión y Aníbal, clamas
que Pelayo ha vencido en Covadonga ^
y Numancia y Sagunto están en llamas!

Bendita Madre que miró asombrada


el germen infecundo de un atrazo,
y que si vio el dolor en Torqnemada
dio una Santa Teresa iluminada
y tuvo una Isabel que fué un regazo...

En tu pródigo seno
se fecundó el relieve de los nombres:
Rodrigo de Vivar, Guzmán el Bueno,
Roger de Lauria, Córdoba, Balboa,
Cortés, Pizarro, de las Casas... ¡Loa
a la España inmortal que dio esos hombres!

limeña, Doña Sol, mi canto os llama:


que vuestra noble gentileza alcance
a hacernos Caballeros del Romance
que luchen por su Patria y por su Dama.

Que en las mujeres arda lo que ardía


en la virtud de vuestra fe preclara,
y entonces habrá amor y habrá hidalguía
y el bravo caballero os llamaría
Doña Inés, Doña Elvira o Doña Clara...

Que vuestra hidalga evocación esmalte


82 cosMóPOLis—1-1921

con amor la lej'enda peregrina,


que haya un Duque de Arjona que os^xalte
y un paje que os ofrezca el gerifalte
declamando a Gutierre de Cetina...

España, España grande que nos legas


tu Siglo de Oro que llpnó el espacio,
y así en los Argensolas viste a Horacio
y un heraldo anacreóntico en Villegas.

Asombrada la América se acoge


bajo tu colosal clarividencia,
y en Juan Luis Vives y en Servet recoge
la luminosa hoguera de tu ciencia.

Entraña universal que fué el proscenio


de un gesto mitológico y vidente
con la fe de Colón, que eternamente
será el supremo símbolo del genio.

¡Madre de los Jasones fecundantes


que fueron tras la luz de un Vellocino!
¡Vientre de las Américas infantes
que en la divina lengua de Cervantes
han bebido las cubas de tu vino!

¡Nidal de los homéricos caudillos


que gestas el prodigio entre tus hombres
y que marcas tus siglos'con los nombres
de Velázquez, de Goyas y Murillos!

¡Gloria perenne para su nobleza!


¡Gloria inmortal para la cuna Ibérica,
que por el alma de su raza, América
tiene el alto blasón de su grandeza!
POESÍAS HISPANO-AMERIGANAS 83

Y ya que así esa Madre se prodiga,


bendigamos la pléyade española
que por su idiopia y por su fe nos liga;
y que su Santa Eulalia la bendiga
y la guarde su Ignacio de Loyola...

¡Pues que si nos salimos de su suelo


su casta hidalga aún nos ilumina;
y cual blasón eterno de su anhelo,
sus hijas de la América Latina
serán un arco iris en su cielo!
ROGEUO SOTELO.

Prsiniado en el concurso de El Imparcial.


San José (Costa Rica).
84 cosMóPOLis—1-1921

BRONCE

• A Rubén Darío.

Con tu verbo potente y tus ritmos caudales


cruzaste, por el mundo, hasta escalar la meta.
Fueron maná tus prosas, y tus versos triunfales,
agua tan milagrosa como la del profeta.

Inaudito, soberbio, florido de astrales


maravillas, tu numen penetró la secreta
fuerza de Dios, y fueron tus signos cardinales
la orientación ilustre de una raza, poeta.

Cierto que hincó sus lanzas el ¿dio en tus costados,


que tuviste Iscariotes a tu mesa sentados,
y que en vez de laureles te ciñeron espinas.

Pero, como el Poeta de Nazareth, cumpliste


los designios del cielo que envía al mundo triste
—de vez en cuando—una de sus almas divinas.

* II

LIENZO

A Federico Ribas.

Seis púberes esclavas, de negra piel bruñida, •


que el sol estivo envuelve con sus lenguas quemantes,
agitan los flabelos, mientras la preferida
se despoja de sedas, de oros y brillantes.
POESÍAS HISPANO-AMERICANAS 85

Una nubia, de hinojos, le suelta la crepida,


otra le aromatiza los cabellos flotantes,
y dos tigres en brama que la hermosa intimida,
Se echan taimadamente a sus pies dominantes.

Elefantinas trompas describen contorsiones,


hasta quedar arqueadas como interrogaciones,
*nte la noble escena de plásticas lujurias.

••• Luego, la favorita, desnuda y paso a paso,


Se va hundiendo en el agua, lo mismo que el ocaso,
y desde un tamarindo la atisban las tres Furias. . .
E. CARRASQUILLA-MALLAEINO.

Del libro Exaltaciones, próximo a publicarse.


Barcelona, 1920.
86 cosMóPOLis—1-1921

LOS POEMAS DE LA DECEPCIÓN

JÁCARA DEL DÍA DE DIFUNTOS

Pensando en lo que na de ser


y en lo que no ha sido aún,
llega uno a conocer
que nada tiene ningún
sentido que resolver.

Cada una media luna


tiene otra media detrás,
y es fijo que sólo una
luna existe, y nada más.

Y de todo, el paradero
es el comunal osario;
lo mismo va el panadero
que el médico y el notario.

Por eso, yo que soy hombre


de cortas inteligencias,
no quiero que se me nombre
lo que sé... de referencias.

Que suene la sonajera


de latón en mis oídos;
quiero, querría y quisiera
abrumarme en los ruidos.

La voz baja no la entiendo


ni oigo la música fina,
y vamos así viviendo
dándole a la concertina.
POESÍAS HISPANO-AMERICANAS 87

¿Que todo es uno y lo mismo?


Amigo, estoy enterado;
quiero tener el cinismo
de parecer engañado.

TORNILLO SIN FIN

Perseverando y haciendo,
y emocionando y sufriendo,
el amor se cayó a un pozo,
como se hundió mi gozo.

Vulnerante fué el motivo


que ocasionó la ruptura
y no sé si vivo vivo,
si vivo en la sepultura.

Emocionando y sufriendo,
la vida no puede ser
sino por el dividendo
y el multiplicador-mujer.

Y pan y fertilidad...
Esponja a la tierra el mar,
el fuego que todo devora...

Víbora, la venustidad,
cansancio y desesperar
hasta que llegue la hora.

Montarse encima de todo


y reir, reir, reir.
Nada es sangre sino es lodo,
¡y sufrir para morir!
88 COSMOPGLIS—I-t921

SILUETAS

La silueta fina de mi corazón


que se viste de amargura,
es toda ella color de pasión
pura.

La silueta descoyuntada
del corazón de ella
no es nada
aunque quiera ser una estrella.

La silueta negra y nupcial


de los dos corazones fundidos,
es igual ,
que dos nidos:

el uno lleno de cantos de ave,


el otro vacío de no se sabe
qué pájaros huidos.
ROGELIO BUKNDÍA
EL TEATRO, LOS LIBROS Y EL ARTE

En el teatro Manzoní, de Milán, se ha estrenado una co-


me<íia en tres actos, de Cario Veneziani, titulada ColMne,
filósofo. No se comprende bien por qué el autor ha tomado
este personaje de La vida bohemia, de Murger, tan cara a la
juventud y lo ha hecho filósofo. Seguramente nO' ha sido
para hacerle decir cosas profundas. Sin duda. Sin duda que
ese personaje creado por Murger y aureolado con la músi-
ca de f^iccim tiene vida propia y prestigio literario, pero el
autor se ha equivocado ál sacarlo de su centro y al aislarlo,
porque asi este falso Coffine no se parece al verdadero.
¿Qué ha puesto el autor en este simulacro de Colline?
¿La filosofía? Con mucha frecuencia, los autores crean un
personaje y dicen que es un gran poeta o un gran filósofo.
Pero para que una figura asi tenga vida en la escena, es
preciso que el autor sea también, o -un gran poeta o un
gran filósofo, porque en otro caso el personaje creado o
trasplantado no dice más que tonterías y resull:» UTia paro-
dia. Y que nosotros sepamos, Cario Ven«ziani, u« autoi có-
mico excelente, no tiene nada de filósofo.
Pero, al fin, damos en el quid. Este Colline resulta filó-
sofo porque no es sentimental, porque detesta el amor, ya
que el amor «es un hecho que no raciocina>. Más que filó-
sofo es un personaje algo misógeTW). Y be aq«f lo que ocu-
rre a este Colline:
Una nochcj en un restorante, ana señora le echa inopi-
nadamente los brazos al cueHo-y lo abraza con transporte.
90 cosMóPOLis—1-1921

Se trata sencillamente, sin embargo, de una mujer que se


ha casado por fuerza con un hombre al que no quiere, al
que detesta, y desea provocar un escándalo en público para
que su marido se encare con el hombre que abraza, y apro-
vechando el tumulto que no dejará de suscitar el hecho,
escapar con su amante, al que adora. El escándalo, sin em-
bargo, no se produce, porque el marido no inquieta en lo
más mínimo a Colline; pero los dos amantes se marchan
juntos, no sin que Colline les regale los únicos cinco fran-
cos que posee, porque el amante es pobrísimo. A los tres
meses la mujer, abandonada por su amante, pide hospitali-
dad a Colline. Éste, que precisamente echa en cara conti-
nuamente a sus amigos Marcello, Rodolfo y Schaunard que
no trabajan y malogran sus genios por dedicarse a sus
amantes, Mussete, Mimí y Fencia, no recibe a la joven de
muy buen talante; pero ella con su constancia y sus mimos
logra que al fin la bese. Colline acaba por conocer las dul-
zuras del amor, como un colegial, como un novicio. Pero
sus amigos repiten a la desconocida el bello himno al traba-
jo que Colline les cantaba a ellos, demostrándole que si per-
manece junto al filósofo este no trabajará jamás. La mujer,
llorando, se va; Colline, que ei-a dichoso, en la melancolía
de aquel abandono cae en los brazos de su patrona, que en
aquel momento no es una mujer, sino la mujer, algo de
aquella ausente misteriosa, y sobre todo la pacificación de
la nostalgia sentimental y juntamente del instinto.
Concluye por casarse con ella y tiene tres hijos. Una
noche de Carnaval—con máscaras y baile encuentra la des-
conocida con traje de la Locura; la llama juventud; la llama
esperanza, le di¿e que ella fué su amor y que si en su vida
gris conyugal hubo un momento de ilusión, fué porque
veía a ella y la llamaba; murmura que no hay más poesía
en el mundo; pero luego piensa en sus hijos y reconoce
que la p o ^ í a está siempre en la infamia.
Como se ve, la filosofía es muy ooca. Aparte de un buen
discurso sobre el trabajo, que es el deber de los hombres, y
aparte la ternura final por la infancia, vemos que el autor
CRÓNICA DE ITALIA 91

no ha puesto en CpUine ningún aspíritu nuevo; le ha deja-


do dentro la vieja esencia romántica que le infundió Mur-
ger, aunque tratando de evaporarla.
La comedia es muy literaria, pero lánguida; fué aplau-
dida en sus dos primeros actos y rechazada al final, no obs-
tante la üuena interpretación por parte de Carni y la seño-
ra Gentilli.

En el Filodrammatici se ha estrenado un drama de Gas-


tone Monaldi, titulado Nerone, en el cual la vida de los ba-
jos fondos romanos está vista con la imaginación de un
novelista popular e impregnada de tintas fuertes busca el
efecto en lo patético. El drama se desarrolla en una espe-
cie de hospedería de pobres, donde, si éstos no disfrutan
de una espléndida hospitalidad, al menos se ejercitan en
toda clase de trucos para fingirse mancos, ciegos, cojos y
aun ladrones. Dentro de este marco, expuesto con espíritu
de observación, se desarrolla una fábula de celos, de amo-
res violentos, de perfidia femenina y de generosidad, que
tiene por precedente un delito pasional que se cierra al fin
sin sangre, patéticamente. Una vieja paralítica, una simbó-
lica Teresa Raquín, arrastra, durante los tres actos, por la
escena, el sacro horror de su presencia. La cálida declama-
ción de Monoldi y el arte de la señorita Battiferni lograron
convence'r al público, que aplaudió mucho la obra.

El capitulo de libros no es abundante ni excepcional.


Me limitaré a dar cuenta de los que más han llamado la
atención. En Florencia, Gemma Ferruggia ha publicado
11 solé nascosto. La misma escritora define esta novela:
«Historia intensa de un alma y de un corazón en el albo
sangriento de una paz engañadora», escrita en los días
tristes que siguieron a la victoria. Pero ni aun invocando a
la Sibila se puede descifrar el sentido de esta historia en
estilo precioso y apocalíptica. Una dama, más generosa que
92 cosMóPOLis—1-1921

la patria para premiar a los héroes, continúa en la paz su


misión de madrina de un bello oficial, al cual prodiga los
sabrosos frutos del amor de su otoñal madurez. Y así, des-
de la primera página hasta fe i8o, «Alma y Corazón* com-
place a la autora llamar a los amantes se adoran con abun-
dancia de lirismo, y desde la página i8o hasta el final, por
cosas muy obscuras que suceden. Corazón no quiere saber
más de Alma, y la abandona. He aquí cuanto logramos en-
tender de esta aventura narrada en un lenguaje enigmático
desdeñoso de la claridad. Pero tal vez por eso para cierto
publico tenga más interés.

También en Florencia, Ferdinando D'Amora ha escrito


Stella solitaria. El autor afirma que si este Fred. M. Hans,
que lleva por los indios el sobrenombre de «Estrella soli-
taria» porque en su audaz aventura no admite compañía,
hubiera sabido hacerse en torno un reclamo clamoroso de
publicidad como Buffalo Bill, sa nombre no sería menos
famoso en ambos mundos que el del coronel Cody. Y nos-
otros lo creemos porque del relato que el autor nos hace
de la gesta de este Fred M. Hans, Verdadero caballero
errante de la llanura americana, explorador y guía y com-
batiente en la lucha entre indígenas y blancos, nos apare-
ce ese hombre como el modelo del ardimiento. Su historió-
grafo lo propone a los jóvenes como ejemplo digno de imi-
tarse, defendiendo la novela de aventuras de la prevención
que hay en Italia contra este género literario, el cual, tra-
tado con elevación moral, puede ser sanamente educativo.
Esto es verdad, aunque exagerándolo se corre el riesgo de
crear infinidad de Tartarines. Pero Stdla solitaria es histo-
ria y no novela, aunque tenga todos los atractivos de la no-
veía de aventuras.

En Milán se ha publicado Primameretta, de Eurico Fran-


chi, una novela muy sencilla y de cierta ingenuidad en mu-
CRÓNICA DE ITALIA 93

chas páginas que no desagrada. Pero hay en la modesta


historia de este empleadillo, fresco y alegre, todo nervio e
ímpetu que su amigo y confidente Marcello Bachi ha apo-
dado «Primaveretta», no poca verdad cotidiana y un hálito
de poesía.
Marcello confidente, maestro en refinamiento intelectual
y amante platónico no puede casarse con ella y no quiere
perderla. En una hora de abandono, después de haber des-
deñado a un fastidioso burgués, ella se le ofrece. Marcello
no se aprovecha, pero se aprovecha otro que ella no ama,
pero con el cual logra casarse. Marcello siente entonces
la nostalgia de Primaveretta y ella lo llama para completar
su vida de mujer ideal. Marcello se siente otra vez hombre
elegante y rehusa de nuevo. Y la novela acaba con la tris-
teza de esta renunciación, no sin dejar en el lector un grato
recuerdo de su lectura.

También en Milán, Mario Puccini ha publicado una


obra titulada Brivide. Las grandes dotes de este escritor
se revelan en ella. La expresión es siempre eficaz, sutil la
observación, bien trazados los caracteres y las descripcio-
nes llenas de colorido.

Muy bonita es la novela de Pascuale de Lusca II netmco


del canto. El enemigo del canto es el amor y éste es el pre-
juicio que trae de su país natal, de Rusia,, la joven Varia,
que llega a Italia a estudiar el canto j que conquis-ta pron-
to un puesto de primer orden en la constelaciÓH de estre-
llas líricas. Parecía que este prejuicio debía ennoblecer la
vida de la canora protagonista hasta llegar a la importancia
de un dramático destino. A.sí es hasta las ocho últimas
páginas, en que el autor, en un epílogo expeditivo, bos-
queja el desenlace contrario, pero con una oscuridad que
más parece un jeroglífico. Plaquea la novela y el protago-
nista, pero la obra siempre vale por la pintura del mundo
94 cosMópotJs—i-' 921

lírico, viejos fracasados, divos fatuos, agentes teatrales,


periodistas, empresarios y maestros, un mundo directamen-
te observado y presentado en tonos vivos.

En Bolonia, Gina Lombroso ha publicado U^inima della


donna. Se puede discutir de la escritora en algunos puntos,
pero no se puede desconocer su agudeza en la indagación
del corazón, del alma, de la inteligencia de la mujer en es-
tas páginas de observación y de reflexión. Gina Lombroso
no se ha propuesto un fin teórico; mira también a un obje-
to práctico: inducir al hombre a comprender a la mujer,
ayudar a ésta a resolver algunos de los problemas que se
ligan con su situación actual, a tratar de establecer su real
actitud y las aspiraciones sociales que justamente tiene.
Por esto el libro no sólo es interesante, sino útil y rico en
persuasivos argumentos, donde combate la tendencia del
mundo moderno a masculinizar la mujer, «tendencia que
privaría a la sociedad de una ayuda preciosa sin dar a la
mujer aqdella felicidad que se ilusiona procurarles».

Por último, en Milán se ha publicado el libro de Ugo


Scandiani, Rapsodia del Monte Ñero, poesía de un comba-
tiente que descubre la hora heroica y sufre y siente la be-
lleza del sacrificio y no la sabe hacerse sentir. Un soldado
del Monte Negro canta la montaña consagrada por la más
pura sangre italiana, y la gesta realizada el día glorioso de
su conquista. Sus versos no sólo tienen calor lírico, sino
una fuerza evetativa en las descripciones de los episodios.
Y donde el artista no llega con la expresión, lo suple su
sentimiento. '~
En punto a arte está justamente llamando la atención
la Exposición en la Galería Pesaro, de Milán, de las obras
del fallecido pintor Luigi Couconi. Este grande y modesto
artista no tuvo en vida la fama que merecía, aun cuando
tuvo los primeros premios en varias Exposiciones, entre
CRÓNICA DE ITALIA 95

ellas, la de Bruselas. Cierto que nunca se cuidó del éxito,


que vivió desinteresadamente para el arte, que nunca esta-
ba satisfecho de su obra y que vendía los cuadros con la
condición de poderlos adquirir nuevamente, o al menos
retocarlos en lo sucesivo. Couconi fué primero arquitecto,
y cuando el concurso para el monumento a Víctor Manuel,
el autor de la ciudad italiana, presentó un proyecto tan
grandioso, que por, su misma grandiosidad, no fué acepta-
do por el jurado. Entonces renunció a su carrera para con-
sagrarse a la pintura. Modestamente vaticinó el aprecio
que se haría de su obra: «Cuando muera—dijo—se verá
que he hecho algo.» ^
Vivió en el tiempo en que no había admiración más que
para Cremona y en que todos los artistas imitaban a éste.
Couconi, que fué su sincero amigo y admirador, se declaró,
sin embargo, por su originalidad. En sus cuadros no hay
influencia alguna,del maestro Cremona ni de nadie. Su
obra es personalísima y es un prodigio de realidad y de
optimismo. En una obra sana y fuerte que destienta hoy
una inmensa admiración. Sus cuadros Intermezzo Amanti,
La casa del Mago, Giovinezza, Maldicenga, Sovriso dUtcdia, y
sobre todo La stella del poeta y Mattino di domenico, es sin
duda alguna de lo mejor de la pintura moderna y procura
un puesto de honor entre los pintores lombardos.
Adolfo de Carolis ha grabado en madera una gran ima-
gen del Dante. El poeta aparece hasta la cintura de frente,
como desde Giotto a Rafael pocos han osado retratarlo
por no perder las dos facciones suyas más características,
la nariz aguileña y él mentón agudo. La talla le representa
en el último año de su vida, a los cincuenta y seis años,
cuando ha acabado de escribir su poema. Apoya sus ma-
nos sobre el libro abierto, donde se leen los cuatro últimos
versos del último canto y levanta el rostro largo y descar-
nado, y sus grandes ojos tienen una bondad que no se sabe
si inspiran amor o reverencia. Es la última mirada que da a
la vida apenas salido de la visión celeste, contemplándola
con ojos que no son ya mortales.
96 cosMóPous—^i-1921

Esta obra tiene ya su historia. Carolis, que es intimo


amigo de D'Annunzio, fué a Fiume a llevarle la primera
copia y le manifestó que había «jecuíado la talla para el
concurso del Ministerio de Instrucción de 1921. D'Annun-
zio, que qtiedó maravillado de la belleza de la obra, le dijo
que de ningún modo la expusiera al peligro de un jurado
oficial, que él le daría el importe del primer premio. Se
encargó de hacerle en seguida numerosas copias, y bauti-
zó la talla con el nombre del Dante del Cámaro.
LEONARDO MARINI
LOS MAESTROS
DE LA N O V E L A
iíL^^
• ^ ^ ^ ' ^ " ^ ' " ' • " ' • " ' • " ' " " ' " ^ " ^ ' " ' * ^ " ^ " ^ ' '

JOSÉ FRANCÉS

Apenas terminada la lectura de la última y recientísima


novela de José Francés, La mujer de nadie-, que ha dejado en
mi espíritu una estela, que yo presumo imborrable, de hon-
da, de sincera emoción estética, doy en pensar que este
gran condestable de las letras españolas puede erigir, por
derecho propio, en su formidable diestra de vencedor, el
estandarte de oro que sólo les es dado tremolar a los elegi-
dos de la diosa Esperanza.
Esta diosa, más que divina, pagana, exuberante diosa
de ojos azules, de crenchas que tienen el matiz de las mie-
ses por estío, y de erectas mamas como promesas ubérri-
mas que serán fuentes de miel y de vida, gusta de rendirse,
de ayuntarse en yacijas que exornan gayos y mitológicos
cendales, con varones de prepotentes músculos, de corazón
magnánimo y de frente bombeada y luminosa como rotun-
das bóvedas de mármoles helénicos.
Felices, líricamente dichosos son estos hombres que,
como José Francés, viven en un continuado laboreo, en un
incansable abrir de surcos y desparramar de siembras por
los campos fecundos del arte, con la vista en el azul lejano,
en el azul de los orientes férvidos, pensando siempre que
allí, sólo allí, y no en los pésperos, está el premio, el eter-
7
98 cosMÓPOLis—1-1921

no reposo de los que abrevan su sed en el remanso sin es-


pumas y con cisnes eucaristicos de la fuente Castalia.
Entre la suma de aptitudes francamente optimistas de
que alardea José Francés en su labor literaria—sin propo-
f)onérselo, tan excesiva, tan generosa es su nativa e hidal-
ga modestia—,esta de ser un esperanzado, un consciente de
la victoria es, a mi modo de sentir el arte, la más fuerte
condición de lucha de que puede afanarse, pues aquí, en-
tre nosotros, a quienes el sol, el cálido sol de España, ener-
va hasta el desmayo, hasta un oriental fatalismo, un alma
asi, tan pródiga en virilidad y tan rica en tesones, es un
ejemplo que seguir, un baluarte que en su más alto torreón
tiene encendida una luz salvadora, estrella del desierto,
guía y aliento del caminante sin rumbo.
Porque José Francés tuvo esperanza en su destino llegó
a la cumbre de la atalaya, desde la que ahora es luz; por-
que José Francés ornó sus sienes con albos, con inmacula-
dos plumajes, y ciñó en su diestra la tizona invencible—
hierro y oro—de nuestros gloriosos conquistadores, hoy
tocan a su paso las trompetas marciales, las trompas heroi-
cas de que habló el grave y sonoro Rubén.
Ya en su hirviente dedicatoria—-a Marceliano Santa
María, el ilustre pintor húrgales, está ofrendada La mujer
de nadie—, hirviente de amistad casi fraterna, hace gala
José Francés de su prosa cálida, de su verbo exaltado, de
su lirismo de poeta fragante, sí, de poeta, de mil veces poe-
ta, que no quiere escribir en verso para bien y honor de la
prosa.
Si La, mujer de nadie no tuviera el temple espiritual, la
fortaleza psíquica que tiene y que le hace ser una novela
cumbre, un poema capaz de resistir con altivo decoro el
parangón de las más preclaras manifestaciones del género
debidas a la pluma de un Baroja o de un Blasco Ibáñez—
¿no habéis observado cómo el autor de La barraca y el de
La gtiarida analizan y describen la vida a través de un mis-
mo lente, amplio y luminoso, que les hace ser, aunque con
distinta, con propia e inconfundible persorralidad, los dos
LOS MAESTBOS DE LA NOVELA 99

novelistas contemporáneos de más policromada paleta, de


más pomposo color?—La ya aludida dedicatoria, que es
también un canto de amor a Castilla, un himno de fuego a
la tierra, que es matriz, crisol de la raza, bastaría, razona-
damente, para hacer del nombre de quien la escribió una
cifra áurea, un claro epígrafe, subrayado con laureles so
bre el friso del moderno Partenón de las letras hispanas.
La mujer de nadie^ ^or su estructura, por su edificio,
que se apoya en firmes basamentos de granito; por su léxi-
co bullicioso, fácil, que invita, como las fuentes de chorro
ancho y cantarino, a ser escuchado sin fatiga por lo que
tiene de espontáneo; por su colorido de reflejos cegadores,
y por su honda, por su sagaz manera de profundizar en las
almas, es una novela convincente, una novela de la que se
puede afirmar glosando su última página: así, solamente así
es la Humanidad; así, sólo así, y no de distinto modo, es
la vida.
Javier Tasara, el entregado en carne y alma, más en
carne que en alma, al amor; Heliana, la mártir, la de la ca-
bellera roja, pobre alma nacida para consumirse en los in-
censarios del altar de Afrodita, y a la que el Destino fatal
la cierra herméticamente las puertas del templo de la Di-
cha; esa Clotilde de Pacheco, para mí, siendo todas, como
son, creaciones pródigas de verismo, la figura que con más
acusado relieve se destaca de este retablo porque tiene la
fuerza, la convicción suprema de sus lágrimas silenciosas,
de su recóndito dolor; Juan Bautista Nebot, el pintor de la
luz; Ramón Yangües, el eternamente torturado; Paco Lo-
sada, extenuado, muerto por el vampiro de la lujuria; Ca-
ñedo, el vasco de manazas de gladiador; Cruz Quintana; la
Rondeña; Isidro Martorell; Leonora...; todos, todos, con su
bagaje de humanas virtudes los unos y con sus pustulentas
lacras morales los otros, se agitan, lloran, rezan, descon-
fían de Dios, caen, se levantan, se retuercen, en fin, humil-
des o iracundos, como sarmientos de una hoguera crepi-
tante, gracias al poder maravilloso, de observación, cada
vez más preciso, de José Francés.
100 cosMóPOLis—1-1921

Mas por encima de todas estas cualidades positivas de


fogosidad, tino en la catalogación de almas, justeza suma,
de técnico consumado, en el acoplamiento de escenas, ve-
racrunñ-'eíi Ar5.^l'^nLlííitrá•*LTá•^^fÚ3,"í^Sva•/íí^lG'^e7, í^r-^^.-yoniuniO-ílfl
edificio novelesco, y, sobre todo, fastuosidad pagana en el
ambiente, hecho de luz, que rodea a los personajes, existe
en La mujer de nadie una modernidad, más aún, una uni-
versalidad de ideas que le hace ser traductible, lo será, y
aceptada, también lo ha de ser, a todos y por todos los
idiomas.
Hasta ahora, y al decir ahora me refiero al despertar de
la presente generación de novelistas—Blasco Ibáñez, Fran-
cés, Baroja, Répide, Valle-Inclán, Wenceslao Fernández
Florez, Francisco Camba y otros, no muchos—, la novela
española adolecía de falta de flexibilidad, de un duro anqui-
losamiento, debido en parte máxima a la rigidez excesiva
de su construcción y al estrecho, al reducido campo espiri-
tual y material en que se desenvolvían sus asuntos, pocas
veces rebosantes de vida y de azul, casi siempre austeros,
con esa austeridad fría de los retablos místicos, aun en sus
más osadas irrupciones por los campos floridos y canicula-
res en que el dios Pan tañe su flauta candente y rumorosa.
Alarcón, Valera, el autor de Peñas arriba y a ratos Pa-
lacio Valdés—Pérez Galdós, por su avanzado liberalismo
en el arte y en la política, y la condesa de Pardo Bazán,
por estar saturada toda su obra de blanda, de jugosa paga-
nía, merecen un sitial en la moderna basílica en que se
asientan aquellos que avanzan sin miedo, cara a cara, hacia
el rojo porvenir—, parecen de una época lejana, de un -
siglo ascético, todo él supeditado a las normas del ayer.
Tuvieron que ser los de ahora, los nuevos, los forjados
en yunques de pasión, en fraguas deslumbradoras como los
orientes tropicales, los que ampliasen el horizonte de la
novela española, haciéndola asequible a todos los espíritus,
fácil de adaptarse a todos los climas.
Yo creo que en los momentos actuales la novela espa-
ñola, por su orientación múltiple, cual la de una veleta agi-
LOS MAESTROS DE LA NOVELA 101

tada por vientos que llegasen de los cuatro puntos cardina-


les, puede alcanzar altas tasaciones espirituales, fuertes su-
mas de aprecio en el mercado mundial, que puja con los
jná.%mcj?i3roDjdhl/^^3'A)r»teitJitetarirü!iie.Epro/»3_y__Ajnérica.
Con La mujer de nadie, obra de un intelecto amplísimo—
José Francés es un cuentista admirable, El miedo y El espe-
jo del diablo son dos cuentos que avaloran mi aserto, crítico
de arte, pontífice de los críticos de arte, y sutil }' ameno cro-
nista—se ha acrecentado en valores cualitativos el acervo
literario de España, hoy prodigiosamente espléndido por el
esfuerzo de unos cuantos fuertes e ilustres novelistas.
He aquí, pues, un noble hidalgo de larga y brilladora
espada, de resonante peto, recia musculatura y ojos acos-
tumbrados a mirar muy hondo en las almas y muy hacia e
azul lejano en las llanuras, que nos trae, como predilecto
regalo a nuestro espíritu, una novela que será, Dios lo
haga, imperecedera, como los huertos florecientes que
surgen a la vera de los caminos en los cuentos de hadas.
FERNANDO LÓPEZ MARTÍN.
^Í=^g Escritores noveles ^p^
SS''3i?'t'.V.55C:!"!¡)C!í'¡!3flrt'í!3í!Ví¡íi¡it<K j^"**Hj,

CosMÓPOLig, que para cumplir su


misión a conciencia, tiene el deber de
interesarse por todo esfuerzo digno en
provecho del Arte y la Literatura, ha
solicitado colaboración de la «Sociedad
Nueva», que considera admirablemen-
te orientada hacia esos fines, y tiene el
gusto de ofrecer hoy a sus lectores un
notable y sincero articulo de Ángel de
Gregorio, que estudió el problema
social en Cataluña y lo plantea con una
exacta visión de la realidad y una au-
sencia completa de apasiodaraiento.

EL PROBLEMA SOCIAL EN BARCELONA


Voy a hablar de él porque lo he estudiado a fondo y lo
he vivido; he sido una víctima suya, como patrono y como
obrero, pues en las dos funciones lo he sentido y obser-
vado.
El fracaso de todas las Comisiones mixtas y de todos
los mediadores, se ha debido a que todos saben que el pro-
blema existe, y están enterados de cuanto dicen y escriben
acerca del mismo las partes interesadas;-pero desconocen
lo esencial, que es esto: lo que no dicen ni escriben esas par-
tes, o sea lo que sienten, pero callan y disimulan...
Esto último es lo más grave que tiene el problema: que
la mayor parte de los afectados por él (obreros y patronos)
disimulan sus intenciones, sus deseos y sus propósitos.
ESCRITORES NOVELES 103

Y comoquiera que a la hora de entablar negociaciones


se explican con lo que se dice y se escribe, al instante de
poner en práctica los acuerdos logrados, entra en funcio-
nes lo que se siente, lo qice se disimula; no hay medio huma-
no de llegar a una fórmula de avenencia, si antes no se
consigue averiguar los propósitos disimulados y los deseos
ocultos.
Esto es lo que yo me propuse escribir.
Mis observaciones son personales y directas; no proce-
den de un «se dice», ni están,basadas en un «se supone», o
en un «se deduce»; las he realizado cerca de muchos pa-
tronos y de muchos obreros, de opuestas filiaciones poUti-
cas y de distintas posiciones económicas. Lo que he oído, lo
he compulsado con lo que he visto; lo que he visto y oído,
lo he confrontado con lo que ha sorprendido mi observa-
ción; y, por último, lo que oí, lo que vi y lo que observé, lo
sometí luego a comprobación con lo que dicen y con lo que
hacen (que son dos funciones contrarias) quienes me dieron
facilidades para oir, } ie para ver y ocasiones para ob-
servar...
Y sin más preámbulos, doy principio al relato fiel de lo
visto, oído y observado en tres campos: en el de los patro-
nos, en el de los obreros y en el de los que son ni obreros
ni patronos.

TRES GRUPOS EN CADA NÚCLEO


Empecemos por el elemento obrero, el que ha formado
a las órdenes del Comité Ejecutivo de los Sindicatos obre-
ros de Cataluña.
No hay un solo Sindicato único que lo dirige todo; hay
varios Sindicatos únicos; lo que sí hay es un Comité Eje-
cutivo, en el cual se enlazan todos ellos por medio de de-
legados que tienen un poder extraordinario, pues alcanza
hasta desautorizar en público, en nombre de su Sindicato»
a quien se desvíe un poco de la línea trazada.
104 cosMOPOus~i-1921

En cada Sindicato se definen tres grupos de obreros,


tres tendencias: primero, el de los amantes del trabajo y
hasta del orden; los que no conciben que se pueda pasar la
vida sin trabajar, sin estar ocupados en algo; reconocen la
necesidad de que haya patronos y obreros, y viven gusto-
sos con su condición de obreros, aunque aspirando a llegar
a patronos.
Segundo, el de los que trabajan a la fuerza, de mala
gana, pero trabajan, aunque si no fuera porque lo necesi-
tan para comer, no trabajarían. Estos son los que encuen-
tran pesado todo trabajo, interminable el día solar y esca-
so todo salario; son los sin voluntad propia, los perezosos;
hombres para remolque.
Tercer grupo: el de los que no saben qué es trabajar;
jos que siempre han vivido del trabajo ajeno, agazapados
en carguitos de Comités, Juntas, Comisiones secretas; son
los agitadores profesionales, los anarquistas de ayer, ene-
migos de todos y de todo, los sin patria, sin Dios y sin fa-
milia, los fanáticos de la destrucción por la destrucción.

¿QUIENES PREDOMINAN?

Los del primer grupo son los menos; ¡cada día menos?
Como realmente necesitan ganar hoy mucho más que
ayer, reconocen la necesidad de la unión y de la huelga; a
ésta van siempre de buena fe, como fueron a aquélla con
buenas intenciones.
Como son los únicos obreros que leen y estudian, y no
desperdician tiempo en la taberna, ni en la. tertuli-A sovietis-
/a, se indican fácilmente para cargos en Juntas, Comités y
Delegaciones; pero su excesivo amor al oí den les limita el
nombramiento a cargos de bibliotecarios, vocales, contado
res, etc., los más ineficaces en el sector directivo.
Hombres sencillos, voluntariosos, casi cultos, aman el
trabajo y aman la familia; por eso mismo quieren con te-
són que el trabajo sea dignificado y que les produzca lo su-
ESCRITORES NOVELES 105

ficiente para criar y educar a su prole, sin grandes priva-


ciones.
Hablando con ellos, se les halla razonables y ecuáni-
mes, en todo menos en un punto: en su modo dé juzgar y
calificar al patrono, al burgués; en esto son todo pasión,
todo exageración; están dominados por el ambiente que les
rodea.
¡Qué grandes mecánicos, qué excelentes constructores,
qué artesanos geniales hay en ese primer grupo de los obre-
ros catalanes! ¡Lástima grande que casi todos ellos sean
absorbidos, dominados, por los del segundo grupo, todo él
compuesto de perezosos, chapuceros, improvisados!
Este primer grupo está afiliado, en su inmensa mayoría,
al partido socialista español.

LOS DEL SEGUNDO GRUPO SON LOS MAS


La simulación de que antes hablé, tiene su reinado en
el segundo grupo. Lo de que si trabajan es a la fuerza, por
la necesidad, nadie lo dice; al contrario, si^se habla de
amor al trabajo, son estos obreros del grupo segundo los
que más ardorosamente lo aman en alta voz, al tiempo que
lo maldicen con los dientes apretados.
La huelga de los brazos caídos y la de brazos lentos
han dejado de ser recurso transitorio, para convertirse en
un sistema ideal que siempre, siempre, practicarán los obre-
ros de este grupo, los que acusan al reloj del taller de que
adelante dos minutos, a las ocho de la mañana, y de que
atrase media hora, a las seis de la tarde.
Estos son los que llaman cabo de vara al jefe de taller y
envidian sus idas y venidas, sus paseítos por delante de
quienes «están matándose de tanto trabajar...»
Este segundo grupo es el más numeroso de todos; feliz-
mente está en él la cantidad, porque si ésta predominase
en el tercer grupo...
106 cosMóPüLis—i-1921

LOS DEL TERCERO SON LOS TEMIBLES


Afortunadamente, el tercer grupo se compone de muy
pocos; muy peligrosos, verdaderamente revolucionarios,
audaces, enemigos de la vida ajena y despectivos con la
propia; hábiles buscadores de trastornos, desasosiegos, con-
fusiones, alborotos, son los residuos del anarquismo, que
por absolutamente inadaptables, no pudieron ser ni des-
truidos por la persecución ni asimilados por nuevos dog-
mas, un poco más humanos.
Junto a este pelotón de anarquistas destructores, que
ocultan muchas de sus intenciones a la sombra del comu-
nismo, y que no tienen un programa de una mejor reedifi-
cación, sino que se limitan a saborear el goce de la des-
trucción, de la caída, de la ruina, han corrido a alinearse
las que en el partido radical barcelonés acusaban a Lerroux
de revolucionario de doublé y lo apodaban de mil modos.
Todos los que formaron al lado del caudillo radical,
para verlo organizando y dirigiendo una revolución, se
han ido a ese tercer grupo de obreros sindicados a hacer
por si la revolución que ni Lerroux, ni Vinaixa, ni Guerra
del Río quisieron hacerles a su gusto y medida.

ESTUDIO DE ESTE GRUPO



Puesto que el peligro está aquí, detengámonos aquí lo
suficiente para estudiarlo y hallar en el estudio los- medios
de combatirlo.
El gobernante que quiera legislar con acierto para los
obreros catalanes, deberá antes hacer un estudio observa-
dor, detallado de este tercer grupo, para tomar medidas
contra su propaganda disolvente, que encuentra cerca de
si, en el segundo grupo, a la masa, a la mayoría fácilmente
manejable para todo alboroto y para todo desarreglo.
Obsérvese que no puede haber contradicciones en lo
ESCRITORES NOVELES 107

que afirmo, pues si bien es muy cierto que los agitadores


mueven con suma facilidad a la masa del grupo segundo,
no por eso debe de deducirse que algo habrá de incierto
en la afirmación, por cuanto si así fuera con toda exacti-
tud, ya tendrían hecha la revolución grande los del tercer
grupo, con sólo movimentar a su antojo a los del se-
gundo .
No. Obsérvese que éstos son los perezosos, los ocio-
sos, los sin voluntad; para ellos, abandonar el trabajo es
un goce, y lo de alborotar es una consecuencia poco tra-
bajosa; pero en cuanto perciben que perseverar en el albo-
roto significa un trabajo, una preocupación y un peligro,
en seguida son presa de su odio..., y la innata cobardía que
les infunde el miedo a la labor... les hace huir del desor-
den promovido, con la misma facilidad con que antes les
hizo huir del trabajo y del orden.
Los anarquistas los acusan de torpes, de ignorantes, de
analfabetos. Tienen razón; lo son. A esa masa enorme hay
que educarla; el que consiga educarla será el vencedor. En
Rusia, la educó a su modo el anarquista, y venció con el
apoyo de ella. En Francia, la educó la guerra para el amor
a la patria, y ha vencido ésta contra el anarquista. En Espa-
ña, unos cuantos hombres de buena voluntad quieren atraér-
sela; otros cuantos anarquistas de mala voluntad pretenden
lo mismo. ¿Quién podrá máa? El que reciba el apoyo deci-
sivo de la torpe «clase intelectual...>
Prosigamos. El gobernante que trata a toda la masa
obrera con una misma medida, errará siempre; porque los
buenos, los que proceden de buena fe, los que en verdad
tienen sed de justicia y de bienestar, se malograrán en la
irritación que producen todas las persecuciones injustas;
los sin voluntad, los de remolque se correrán a engrosar
las filas del tercer grupo, el'Cual siempre sale ganando,
porque goza cuando destruye por su mano; goza cuando
ve destruir por mano ajena, y goza cuando ve los efectos
que produce en las otras filas su obra solapada y cruel.
108 cosMóPOLis—¡-1921

PESTAÑA, SEGUÍ, FIERA

¿c>e"í:onTprenQe añora que estando asi dívicfid'o's'los'


obreros sindicados, y ocultando la mayoría sus verdaderas
intenciones, no es posible que una delegación de los Sin-
dicatos únicos pueda interpretar los deseos de quienes di-
cen una cosa, pero pipísan y sienten otra?
Pestaña, «Noy del Sucre», Piera, sobre todo Piera, son
elementos que podemos colocar en el primer grupo. Puede
que tengan ya algunos colorines de las doctrinas pregona-
das por los del tercer grupo; pero en realidad ellos son
jóvenes que incesantemente trabajan, y que dan la cara en
todas partes, lo cual es síntoma de buena voluntad y de
buena fe. Pero... ¿qué se consigue con que ellos sean así,
si sus deliberaciones, aun siendo deliberaciones de jefes,
de condottieri, de guías, de delegados, están siempre sujetas
a las ocultas maniobras de quienes lanzan la frase y cierran
la boca, siembran la disconformidad }' se agazapan, para
azuzarla y hacerla crecer?
¡Y si fuesen solamente las maniobras ocultas! No sería
esto lo más temible. Pero se trata de que toda la autori-
dad que un Sindicato deposite en un delegado, está en
perpetuo rehén cerca de las voluntades de los obreros del
terc'er grupo. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que la
fuerza del Sindicato único ha nacido de ser forzosa (y, por
lo tanto, abrumadora en número) la sindicación.
Y comoquiera que, para conseguir que la sindicación
fuese forzo.sa, se necesitó ejercitar antes el terrorismo con
los obreros reaccios, y comoquiera que los terroristas for-
man todos en el tercer grupo, arma al brazo, ojo avizor...,
he ahí por qué el espectro del terrorismo es el que ordena
y manda en último recurso.
Esta es la verdadera clase del movimiento de reflujo;
sin el terror no habrá más de unos centenares de sindica-
dos, y, por consecuencia, no habrá número, o sea canti-
dad, fuerza, mayoría...
^ ESCRITORES NOVELES 109

¿De dónde salen esas órdenes secretas, misteriosas, cuyo


origen }'o creo que hasta el mismo Pestaña y el mismo
Seguí desconocen? Nacen del pelotón de terroristas, los
viuc-~riiuac£kiT*oasfes-"ao»ah3íi5,'^QíVi'iiÍT*OTcién4s"á\5vera-í-,-iau-—
zan amenazas serias, y todo bajo la invocación de que así
se dispone y ordena desde fuera, desde lo alto, desde el
extranjero...
Esto le hace recordar a cualquiera el funcionamiento
del caciquismo burgués. El verdadero cacique no ejerce
ningún cargo, no es ni siquiera dictador; pero es el que
hace que los cargos sean ejercidos a su gusto y en su pro-
vecho, el que le dicta al Dictador. Eso mismo practican los
obreros del tercer grupo; pero lo practican de manera mis-
teriosa, como cumple a sus fines tenebrosos.
Un dato curioso: no todos los del tercer grupo proce-
den de mala fe; los hay que tienen una dosis tal de inge-
nuidad, que desconcierta. Son también anarquistas, tam-
bién amantes de la destrucción, enemigos del trabajo, pero
de buena fe; hablando con ellos, haciéndose uno el que de-
sea ser convencido y conquistado, se les ve hasta en acti-
tud de verdadero éxtasis, de piadosa exaltación. Anhelan
destruir esta sociedad por mala, por viciada, por indigna,
y aunque ellos no tienen a mano un programa para levan-
tar, sobre las ruinas que quieren producir, una sociedad
mejor, creen, siempre de buena fe, que existe otro grupo
de hombres predestinados a crearla; piensan honradamen-
te, puesto que son sinceros, que caüa hombre tiene una
misión, y que la de ellos es la de destruir, así como la de
otros es de «edificar.
Yo no me escandalizo creyendo en que esos pocos anar-
quistas ingenuos son unos santos, unos mártires, porque
me consta que en su credo está consignado que ellos mis-
mos serán víctimas de la destrucción que produzcan y, sin
embargo, insisten en producirla, esto es, en destruir, des-
truyéndose.
IfO COSMÓPOLIS—1-19?!

LOS SOVIETS

Si los del funesto tercer grupo tuviesen una madrigue-


ra para sus reaniones, para sos confabulaciones, sería cosa
fácil descubrirla y operar en ella; pero su habilidad consis-
te precisamente en tener el menor contacto de codos; se
entienden por lecturas y por creencias, y viven disemina-
dos por las filas del segundo grupo, sembrando siempre...
Lo que uno de ellos dice o escribe, todos los deiñás lo
aceptan, lo defienden y lo propagan; no tienen ambiciones
personales; sólo ambicionan el triunfo.
Yo he visto impresos que nadie sabe de qué imprenta
proceden, ni qué pluma los escribió; he visto listas de co-
misarios ya designados para el día en que gobierne el
Soviet.
En esas listas no falta nada: comisarios, jefes de policía,
inepectores... todo está previsto. Los nombramientos deli-
cados, que pueden comprometer a alguien, están indicados
con contraseña, ¡curiosas contraseñas que nadie entiende,
que todos se preguntan al oído y que cada audaz interpre-
ta a su manera!
Se habla entre ellos de coroneles, de capitanes, de sol-
dados..., yo creo que todo mentira, todo con el propósito
de inspirar confianza y fortaleza, de mantener despierto el
interés y avivada la esperanza.
Entre ellos se comenta y se pondera el triunfo ruso, sin
reservas, sin hipocresía; pero si alguno insinúa que de lle-
gar al Soviet ruso, tendría que ser con ciertas reservas,
con más humanidad, todos asienten; hasta los que quisie-
ran para España un Soviet mucho más degollador y cruel
que el ruso.
Cuando se inicia una protesta contra el terrorismo, los
del tercer grupo callan y otorgan; no hay, pues, una voz
discordante, pero...
Una buena mañana llego a una fábrica de la calle Ma-
llorca, al frente de la cual me hallaba hace unos meses, y
ESCRITORES NOVELES 111

noto que todos los obreros, aprendices inclasive, cantaban


y fumaban enormes cigarros, mientras trabajaban... ¿Qué
significa estO!"
El encargado me lo dice al oído; celebran el asesinato
de Bravo Portillo. A los diez minutos de empezado el tra-
bajo, aparecieron unas botellas de aguardiente, luego los
puros... Todos han bebido, todos fuman... ¿Quién ha paga-
do todo eso?
Que venga el delegado del Sindicato. ¡Él no sabe nada!
Es el Sindicato que celebra una fiesta intima; el Sindicato
convida; no es porque ayer fué asesinado Bravo Portillo...
no...; y sonríe, sonríe el delegado, que no sabe nada. Y otro
tanto ocurrió en cada taller, en cada fábrica, con más o
menos ostentación, pero sin faltar el aguardiente y los ci-
garros.
Como se ve, todos conformes en protestar de los aten-
tados terroristas, pero también todos conformes en cele-
brar cada atentado resonante.
Un verdadero laberinto el problema obrero en sí, y
más laberinto aún si lo consideramos en relación al pro-
blema patronal.

EL ELEMENTO PATRONAL

Sin perjuicio de ir luego detallando algo más sobre los


caracteres y los procedimientos de estas tres tendencias
fundamentales de los obreros sindicados, pasemos ahora a
analizar el elemento patronal, también el definido en tres
grupos, a saber: Primero, el de los patronos tallados a la
antigua, enriquecidos ya y ansiosos de más riquezas, los
que más que amos quisieran ser tiranos, y más que tener
obreros quisieran tener esclavos. Estos patronos no con-
ciben que se pueda transigir con las exigencias obreras, ni
siquiera que se les pueda escuchar cort benevolencia.
Segundo, el de los patronos de ideas modernas, los que,
por espíritu de iniciativa y de empresa, dieron su capital a
112 cosMóPOLis—1-1921

la industria y al trabajo; estos patronos reconocen que el


obrero tiene derecho a ser socio de los beneficios que pro-
duce el trabajo cuando se asocia con el capital. Tercero, el
de los^peaueños oatronos, o Datrono^imorovisadlos: Ips^aue
emprendieron una industria sin el capital necesario; esto
es muy catalán.

EL PEQUEÑO PATRONO

Como hasta hoy ha venido sucediendo que los audaces


que se aventuraban a emprender un negocio sin dinero al-
guno, se enriquecían en poco tiempo, el número de imita-
dores es incalculable. Por eso, en este tercer grupo está el
número mayor de los patronos; le siguen en cantidad los
del segundo grupo, y quedan en minoría los del primero.
Toda industria necesita para su éxito de cuatro elemen-
tos: el capital necesario para su desarrollo; el tecnicismo
organizador y director; el trabajo, y el factor comercial que
vende lo fabricado; la industria que sea fundada con la falta
de alguno de esos elementos, nace con nueve probabilidades
para el fracaso contra una para el éxito.
Puede darse que el técnico y el vendedor, el comercian-
te, se reúnan en una sola persona, en una dirección; pero
lo que no puede darse es que el capital sea suplido fácil-
mente. El capital sólo puede ser sustituido por una explo-
tación del trabajo; ha sido así, explotando a los trabajado-
res, sacándoles bien el jugo, como se ha podido muchas
veces suplir la falta del capital. Pero cuando el trabajador
ha abierto bien los ojos, por causa precisamente del exceso,
del abuso de explotación, el recurso ha empezado a fallar.

EJEMPLO VIVO...

Un obrero ambicioso y audaz logra adueñarse de un


kiosko de bebidas bien situado; consigue que unos cuantos
ESCRITORES NOVELES 113

necesitados trabajen muchas horas por poco salario; el


mucho trabajo de esos menesterosos produce beneficios
extraordinarios; pero éstos, en vez de ser repartidos equi-
tativamente con quienes han sido sus principales produc-
tores, son retenidos en propiedad (legal, pero inmoralmen-
te) por el dueño del kiosko; y con tales beneficios, dicho
señor adquiere un bar, donde continúa el sistema; con el
beneficio arrancado del bar, adquiere un hotei, y así, suce-
sivamente, en seis años, se convierte en propietario de es-
tablecimientos comerciales que hoy valen ocho millones
de pesetas.
¿Qué ley ni qué razón puede obligarnos a admitir que
eso es moral?
El que hace seis años era punto menos que un pordiose-
ro, tiene hoy ocho millones de pesetas, sin loterías ni heren-
cias, sino a fuerza de trabajo; ¿pudo su solo trabajo perso-
nal producir ese capital? No. Admitido que el trabajo ex-
traordinario, la superhabilidad perísonal, el desvelo, la cons-
tancia, las grandes aptitudes comerciales, merecen ganar
mucho dinero. Muy bien. Todo eso, aplicado a un trabajo
comercial, sin capital alguno disponible, puede producir
un millón, dos millones, en seis años. No se diga que es
poco. ¡Pero ocho millones! ¡No! De esos ocho millones, la
mayor parte se debe a que hubo obreros que trabajaron con
interés, con fe, con amor y sin pedir participación en los
beneficios.
Mañana, cuando sea obligatoria esa participación, dejará
de ser posible que si el trabajo de muchos produce, sin in-
versión alguna de capital, ocho millones en seis años, va-
yan esos beneficios a ser propiedad de uno sólo de los que
trabajan, mientras los dehiás cobran una irrisión de jorna-
les, consumidos en el sustento diario.
114 cosMóPons—1-1921

¿QUIÉNES MANDAN?

Del mismo modo que, en el elemento obrero, son los


menos los que en realidad maíidan, en el patronal son tam-
bién los menos, los del primer grupo, los anticuados, los ri-
cachqnes, los aristócratas de la industria y del comercio,
los que se imponen a los demás.
Y del mismo modo que los obreros del tercer grupo se
apoyan en el del segundo, la masa moldeable, para hacer
efectivas sus imposiciones, en el elemento patronal, los del
primer grupo se apoyan en los del tercero, eni los más, para
lograr mayoría de votos en sus delibera':iones.
Cuando se debatió en la última asamblea patronal el
tema referente a conceder a los obreros la participación
en los beneficios, ocurrió una cosa muy significativa: fue-
ron más, y más elocuentes, los patronos que hablaron en
favor de esa concesión, que los que hablaron en contra;
eso puso en el ambiente la sensación de que se lograría,
por aplastante cantidad de votos, que la asamblea votara a
favbr; sin embargo, la mayoría nos abrumó con su voto en
contra.
Ello fué una prueba evidentísima de que los patronos
improvisados, los allí llamados pequeños patronos, los que
emprendieron una industria confiando el noventa por cien-
to del éxito a la explotación del trabajo, siguen amorosa-
mente a los grandes patronos, a los del primer grupo.
Y se explica: el pequeño patrono no puede, esta es la
verdad (no analicemos si quiere o no quiere), acceder a las
pretensiones económicas de los obreros. ¿Por qué? Porque
la pequeña industria catalana de hoy está basada en lo que
estuvo la de ayer: en la producción del trabajo con una
pequeña ayuda del capital; no en la producción de! capital
asociado al trabajo.
Eso ha sido siempre una inmoralidad, y justo es que le
haya llegado el turno de muerte. No se entienda que lla-
mamos inmoral a la pequeña industria; nada de esto, al
ESCRITORES NOVELES l'&

contrario; la pequeña industria es la que más merece el


elogio y la admiración. Lo que calificamos de inmoral es la
forma que ha venido teniendo el desarrollo de la pequeña
industria, viviendo a costa del trabajo y recompensando
solamente a uno de los que trabajan, no a todos.
Que se junten dos hombres: uno de ellos aportando un
poco de capital y su trabajo, y otro aportando su trabajo
solamente, y que del producto de la asociación gane dos
partes el primero y una el segundo; eso es moral, jusfo y
digno de estimulo.
Pero que se junten en esa forma, y ganando uno el to-
tal de lo que prodiízca la unión, y dando de ese total al otro
uha parte insignificante, despreciable, eso es inmoral, por
injusto y abominable.
¿Está clara la diferencia?
Al lado del programa social que traiga la abolición de
esas prácticas, hemos de estar todos los hombres que con-
denamos el homo hominis lupus.

SIMULACIONES ANÁLOGAS

De idéntica manera que los obreros del segundo grupo


disimulan sus verdaderos sentimientos, los patronos del
grupo tercero disimulan sus verdaderos propósitos.
¿Ellos confesar que no quieren aumentar los jornales
porque todo lo que aumente la nómina disminuye la explo-
tación que han emprendido? ¡De ningún modo! Al contra-
rio; transigen con todo menos con una cosa, que la digni-
dad profesional rechaza: con la existencia del delegado del
Sindicato en las fábricas.
¡Cuántas veces hemos sorprendido los comentarios de
algún patrono sincero que exclamaba: quisiera yo ver a
muchos de estos defensores de la dignidad, cómo se las
arreglarían para pagar su nómina, si los obreros, en un
116 COSMÓPOLIS—I-1 &21

alarde de habilidad, aceptaran la abolición del delegado a


cambio del salario mínimo!
Y es verdad: si todo el problema societario de Barcelo-
na se resolviese bajo su aspecto económico solamente, re-
nunciando, siquiera de momento, los obreros a las reivin-
dicaciones de otro carácter, veríamos que en pocos meses
tendrían que cerrar sus puertas muchos talleres, si sus due-
ños no se aviniesen a convertirse en socios de sus trabaja-
doras.
Por eso la mayoría patronal se obstina en actitudes de
lucha y de contienda; mientras éstas duren, pueden los
grandes patronos continusir desempeñando el papel de
grandes señores, y pueden los pequeños patronos seguir
acumulando los frutos de la explotación del trabajo.
El día que la lucha termine, y en ella sean vencidos...,
entonces pasarán a ser nuevamente obreros los actuales
pequeños patronos que nunca debieron dejar de serlo, si no
tuvieron capital para erigirse en propietarios de fábricas y
tiendas.

Resumimos, pues, que comoquiera que los pequeños


patronos no pueden ir a una asamblea patronal, ni en una
Comisión mixta, a decir que ellos no aceptan las imposi-
ciones de los obreros, sencillamente porque no tienen fuer-
za económica para atenderlas, porque ellos se establecie-
ron contando con que lograrían lo mismo que sus antepa-
sados, enriquecerse a costa de los. demás, se aferran al tó-
pico de la dignidad patronal y del amor propio y del prin-
cipio de autoridad para rechazar la imposición del delegado
y él control y otras exigencias de orden moral...
Y claro, los que de buena fe intervienen en la contienda,
se malogran gestionando soluciones que notoriamente se'
sabe serán obstaculizadas por todos los medios, porque si
fueran aceptadas, quedaría el problema reducido al aspec-
to económico, ál cual no se quiere llegar porque es la llaga
ESCRITORES NOVELES 117

oculta, en la que todos evitan que los mediadores pongan


el dedo.

¿SOLUCIONES?

Las hay; ¿no ha de haberlas? Las hay, y son de tal na-


turaleza, que pueden sortear todos los peligros y salvar to-
dos los intereses.
Pero dada la extensión de este artículo, las reservamos
para el siguiente número de esta Revista.
ÁNGEL DE GREGORIO
UNA HORA CON UN LITERATO DE PEKÍN

Decididamente—¡oh literatura!—pienso en el fatídico


mandarín de Claude Farrére, mientras que mi cochecillo
me lleva esta mañana, con un trote cansado, hacia Kion-
Hain-pu-Kie. Amables compatriotas me han procurado una
entrevista con uno de los más interesantes—según me
han dicho—literatos de Pekín, y no sé por qué evoco la
figura del viejo fumador de opio de La Bataille a medida
que nos engolfamos en los lodos secos, coagulados en ca-
rriles por los carros de la ciadad tártara. Sin embargo, el
Sr. Yen-Fou no debe tener nada de común con el prudente
y misterioso obeso que emite pensamientos milenarios en-
tre dos bocanadas de su pipa de plata, según la novela de
Farrérre. El otro día, entre Mukden y Tien-Tsin, habíamos
caminado con uno de sus parientes, director de la Escuela
de Agricultura, delgado personaje que viste a voluntad las
sederías chinas con gracia, o el traje inglés sin torpeza.
Cuanto al Sr. Yen-Fou, a quien se había anunciado esta
mañana mi visita, es un diplomado del Real Colegio de
Greenwich, ha sido director de la Escuela Naval Imperial,
fundador de la Revista Nacional, que se publicó algún tiem-
po en Tien-Tsin, y es hoy jefe de la Universidad de Pekín.
Mi vehículo de dos ruedas abandona la gran calle ani-
madísima de Ha-tamen para internarse por vías cada vez
más campesinas, sin Riendas, muestras ni tablados, con lar-
gos muros bajos que reúnen porches cada vez más separa-
dos dejando pasar la verdura de algunos árboles. Un en-
ESTUDIOS COSMOPOLITAS 119

tierro chino extiende sobre algunos centenares de metros


su pompa desarrapada, niños que llevan emblemas, palan-
quines de duelo, entre cuyas cortinas asoman ios peines y
afeites de las mujeres mandchúes con el aspecto inquieto y
fatigoso, bonzos famélicos y empolvados ornamentos, tam
bores aparatosos y discos colocados en lo alto dé palos ro-
jos. El catafalco es conducido a hombros por dos fuertes
equipos de pobres diablos haraposos. Todo esto, aunque
no impide el paso, culebrea en la calzada, y mi cochecillo
tiene que hacer zig-zag en medio del cortejo, que se aparta
sin el menor cuidado por los figurantes del desfile y por el
pobre muerto, difunto, sin duda, desde largo tiempo.
Mi hombre-caballo cruza sin aminorar su marcha los
carriles de lodo, profundos como surcos y duros como rie-
les. Calles, callejones y caminos. Nos hemos extraviado y
hay que preguntar a las gentes paradas en los portales y a
las que vienen en sentido contrario. No hay policía visible
en estos barrios, que parecen anunciar ya los arrabales,
una zona más rural de la ciudad, que está, sin embargo,
dentro de sus murallas. Sin embargo, la bandera de la re-
pública china ondea en más de una casa; joven estandarte
de una vieja reunión de pueblos que alinea sus cinco colo-
res: rojo, amarillo, azul, blanco y negro, perpendicularmen-
íe al asta. Esas bandas horizontales tienen un, aspecto fic-
ticio, y no manifiestan como nuestro tricolor una especie
de cohesión en la variedad. A propósito de esta satura que
pinta los colores representativos de los principales elemen-
tos del imperio chino, se citan las palabras del antiguo mi-
nistro de Rusia: «Al menos, con esto, no gerá difícil des-
cubrir la amalgama.»^

Hemos llegado, y en tanto que el conductor del coche-


cillo va a ponerse a la sombra, franqueo el portal del se-
ñor Yen-Fou. Un doméstico me guía por los laberintos de
la casa china, jardincillos, patinillos, galerías y kioskos
120 cosMóPOLis—1-1921

hasta la sala de recibo. ¿Es de una escuela vecina de don-


de viene una melopea de niños? Se les oye muy bien; por
instantes parecen excitarse y el acento es de emoción o de
entusiasmo para caer pronto en un mascullamiento de ple-
garia o en un largo murmull-o monótono. Y además que el
director de la Universidad de Pekín sitúa en su casa o pró-
ximamente una clase primaria.
Voy a salir de dudas; atravieso un nuevo patio y me
encuentro junto al dueño de la casa en un gabinete de tra-
bajb que da al exterior. Libros en anaqueles, bellos carac-
teres chinos en tabletas colgadas y en el fondo de la pieza
una mesa con dos butacas monumentales. En ellas nos ins-
talamos estando yo a la izquierda, según la política de la
casa. Yen-Fóu usa el traje chino; sólo la lengua inglesa que
habla con facilidad, los quevedos que conserva contra
la antigua costumbre sobre sus ojos atentos y su cabello
gris corto testimonian ~la influencia europea en su forma
de vida. Es un hombre que ha traducido a Herbert Spen-
cer, a Stuart Mili, a Huxley y a Adam Sith; esta dosis de
occidentalismo es muy excusable.
En estos momentos traduce al chino El Espíritu de las
leyes y el libro de Montesquieu, sirve de punto de partida
a nuestra conversación. Traductor fiel, Yen-Fou experi-
menta más aún que por La evolución o La Etica o que por
La investigación de la riqueza de las naciones, la dificultad
para expresar en su lengua las ideas europeas. Cuando se
piensa que ha sido preciso el forjar aquí una palabra para
decir república e introducir un neologismo compuesto para
expresar la idea de crédito, se tentrá idea de la dificultad.
Así, Yen-Fou, en su prefacio a Huxley, expone su manera
de ver respecto a la traducción y la exactitud para expre-
sar las ideas le parece superior a la elegancia. No encon-
trando equivalente chino a la palabra libertad, tan conforme
al liberalismo inglés, ha titulado su traducción de Stuart
Mili: Límites de los derechos de cada uno respecto de los de-
más. Lo que quiere decir que la definición de los diversos
regímenes, según Montesquieu, y la teoría del equilibrio de
Y - ESTUDIOS CQSMOPOUTAS 121

los poderes, le suscitan en cada linea dificultades del inismo


género. ¡Pobre lengua tan rica y tan ingeniosa en sus
pintorescas ideogramas y que parece con frecuencia jugar
al escondite con las ideas que un cerebro europeo recoge
o admite sin entorpecimiento!
Cuando le pregunté si era una escuela infantil de la ve-
cindad la que elevaba las voces que yo había oído, me dijo:
^ S i y no; son niños que pertenecen a mi parentela o
familias amigas a las cuales enseño los caracteres chinos
hasta la edad de trece" años. He comprobado con frecuen-
cia que si nuestros jóvenes compatriotas se dedican dema-
siado pronto al estudio de las lenguas extranjeras, se apar-
tan de la propia. El inglés, por ejemplo, es muy fácil y muy
cómodo. Acabarían por cerrarse todo el rico pasado de su
nación si desco'nocen la llave que les permite abrirlo. Re-
conozco que, pasados los años d é l a infancia, existe cierta
repugnancia a consagrarse a esa obra donde la memoria
juega tan gran papel. Al contrario; en la edad en que se
forma el ser, todo el pasado puede formar p>rte de !a edu-
cación. Así el espíritu poseerá un arma más, gracias a esos
signos antiguos y complicados.
Esta profesión de fe me interesa tanto más cuanto que
viene de un hombre que en otro tiempo formuló, en un ar-
tículo de La Revista Nacional, algunas ideas avanzadas so-
bre la reforma de la enseñanza y preconizó la organiza-
ción de una economía nueva a la vez moral, física e inte-
lectual. Hace algunos años, el estudio de los «caracteres»
parecía a Yen-Fou verdaderamente insuficiente. ¿Se tratará
de un retroceso? ¿Traicionará la reciente revolución, las
esperanzas de uno de los intelectuales que parecía haberla
tanto deseado? La continuación de la entrevista deja un
poco de descorazonamiento; pero ningún sentimiento en
punto al antiguo régimen abolido.
Para los chinos que han estado en Inglaterra desde an-
tes de 1880, como yo lo he hecho y de los cuales se ha ocu-
pado Francia, sería verdaderamente absurdo hablai: de es-
. píiitu retrógrado y de xenofobia. ¡Cuánto he sufrido yo de
122 cosMóPOLis—1-1921

encontrarme aislado aquí, como perdido en medio de mis


propios conciudadanos! Pero nuestros jóvenes de hoy ipe
asustan con sus espíritus únicamente prácticos y sus curio-
sidades, solamente industriales y económicas. Se imaginan
que sólo lo útil merece emplear las energías de un pueblo
que se despierta. ¿Creerá usted, por ejemplo, que la astro-
nomía sólo excita sus sarcasmos? Esta antigua ciencia que
los chinos habían sabido llevar tan lejos, les parece grotes-
ca y vana, porque el efecto de los astros sobre las cosas
humanas escapa a. nuestras evaluaciones. ¿Se trata de psi-
cología? Pues sólo la moral aplicada y la sociología les
preocupan, y lo que satisface simplemente la curiosidad y
la inteligencia, el instinto de investigación y de verdad en
el hombre, les parece despreciable.
Reconocía yo de paso las alusiones que puede hacer a
las teorías más salientes de los jóvenes chinos, un espíritu
acostumbrado a tomar las cosas desde más alto. Yen-Fou
no ha dejado de esclarecer en sus trabajos el lazo que une
al ciudadano a la nación, la necesidad que hace del valor
acumulado de los individuos un principio de progreso para
el Estado; pero las grandes ciudades chinas en este momen-
to sólo se preocupan de proyectos de fabricación, metalúr-
gicos y mineros. Sunyat-seu, el promotor de la nueva Re-
pública, lanza en Pekín discurso sobre discurso, encantan-
do a la joven China con un vasto proyecto de vías férreas,
miríadas de kilómetros de riele*, que van a lograr por su
sola virtud la renovación esperada de todo el territorio del
Celeste Imperio. Estudiantes de Birminghan o San Francis-
co, técnicos seducidos por la actividad industrial de Ale-
mania, ricos y viajeros de todo género que de Cauton y de
Sanghai han ido a iniciarse en la vida occidental y han vuel-
to a su país, están americanizados más bien que europei-
zados. El gran desenvolvimiento económico de Occidente
les parece menos una consecuencia y un corolario que un
medio inmediato de regeneración y un fin absolutamente
necesario. También entre los alumnos de la Universidad
de Pekín dirige todas las energías un mediocre utilitaris-
ESTUDIOS COSMOPOLITAS 123

tno. Por último, ha sido suprimido el antiguo Cuerpo Aca-


démico chino, por decreto, sin transición del antiguo for-
malismo a las impacientes esperanzas de hoy. Se habla in-
finitamente menos de la reforma de las inteligencias o las
voluntades o, sencillamente, de una pureza más grande en
la administración pública, que de los puestos que los jóve-
Ties chinos podían ocupar, como los ingleses o los france-
ses, en las aduanas o en la futura hacienda. Y yo me ima-
gino un Humboltd, un Mazzini, el Renán de La reforma inte-
lectual y moral, partidarios del cmayor valor de los indivi-
duos», como fermento del mejoramiento nacional, y que,
sin duda, hubieran experimentad-j un sufrimiento análogo
encontrando en 1806, en 1861 y en 1875 sus más caras
ideas, contradichas en sus países, por las impaciencias de
los contramaestres. Estos reformantes de aquí las juzgan
sacrilegas y peligrosas.
Porque nadie puede decir que una civilización que
tiene tras, de sí tantos siglos de existencia, posee el dere-
cho de volver la espalda a todo su pasado. No todas las
edades revueltas de China serán de la misma eficacia en el
«sfuerzo del presente hacia la organización y la cohesión.
¿Pero no convendría elegir lo mejor antes de arrojarlo por
Ja borda, adaptando en vez de perderlo? Tengo la firme es-
peranza de que nuestros jóvenes cesarán en su impaciencia
•después de la inevitable efervescencia de ahora.
Hay que decir que la forma republicana no tiene nada
•que no esté conforme con el espíritu de la China. Su histo-
ria tan antigua le ha hecho pasar por fases que no son muy
-diferentesdel régimen parlamentario. Perc, sobre todo, hay
<iue pensar en que ningún país del mundo es, en el fondo,
más demócrata que el mío. ¿En qué pueblo está la carrera
abierta al talento como en el nuestro? Un hijo de un cam-
pesino, si demuestra dotes suficientes, puede hacer todos
los estudios posibles, y llegará, de escalón en escalón, a
ser prefecto y virrey.
Aventuro una objeción, que parece interesar a Yen-Fou.
Sin buscar argumentos históricos, le hago notar que en
124 ' oosMóPOLis—1-1921

una antigua democracia como Suiza, a las virtudes cívicas


más enirtentes se agrega una especie de herencia progresi-
va, operándose así un aprendizaje sucesivo de la cosa pú-
blica. Del mismo modo en la Francia contemporánea, so-
metida constantemente a las prácticas democráticas, hom-
bres de Estado dignos de este nombre tienen detrás de
ellos, visiblemente, antecesores que ejercieron en una es-
fera restringida una actividad, que un Jules Ferry, un Wal-
deck-Rousseau, un Poincaré elevan a su más alto grado en
un grupo más extenso dé la colectividad. Estos nombres
que conoce proporcionan argumentos para una tesis que
Yen-Fou parece defender, y que opone, a la disgregación
absoluta, la |>ersistencia, a pesar de todo, de una especie
de armadura secreta y durable, un jefe de aldea, un alcalde
de un pueblo preparando a su modo la aptitud de un pre-
sidente del Consejo o de un ministro del Interior,
Pero esto arrastra a mi interlocutor a comparar de una
manera imprevista y sordamente amarga la regeneración
japonesa de 1868 y los esfuerzos, de la China actual.
Se imagina con frecuencia que el Japón debe sus éxi-
tos nacionales al esfuerzo de todo un pueblo unánime para
adaptarse a un nuevo tipo de existencia, y se pregunta si
China, sin cohesión, sin espíritu de unidad, sin idioma co-
mún verdadero, tendrá ese impulso. La modernización del
Japón es debida, en gran parte, a su aristocracia; fuerpn
los feudales Iqs que, privados por la revolución de sus pri-
vilegios, encaminaron hacia otro lado su actividad. Esos
hombres del pasado, o que parecían tales, se convirtieron
en agentes de progreso. Pero nuestro mal es acaso el no
tener samourais que, considerando inútiles sus dos sables,
se convirtieran en activos y emprendedores.
Nuestros hijos de virrey, nuestros príncipes, nuestros
grandes mandarines... ¡qué miseria! Ponen su dinero en
depósito en los Bancos europeos, se van al extranjero a
vivir de sus economías y ninguna energía le vendrá al país
de su anulaniiento político. Todo lo que en el extraordina-
ESTUDIOS COSMOPOLITAS 125

rio movimiento del Japón ha sido la obra de su aristocracia


desposeída, no tendrá imitación entre nosotros.
¿No será un efecto de esta descalificación total de la cas-
ta nuliar, en la que buenos jueces han visto el estancamien-
to chino?
No me atrevo a aventurar esta hipótesis delante de un
letrado eminente, porque estamos en uno de los países del
mundo (sea por disposición natural de sus habitantes, sea
por favorables circunstancias de su historia) de los más su-
misos a las enseñanzas pacíficas. Yen-Fou es de los que es-
timan que los combates, cualquiera que sea su naturaleza,
son siempre funestos bajo ciertos aspectos a los vence-
dores .
La ausencia de nociones comunes en un país tan vas-
to, es una de las más terribles fatalidades que nos obstacu-
lizan. ¿Sobre qué fundar nuestra unidad? No hablamos si-
quiera una lengua idéntica.
Ha visto usted, según dice, jóvenes chinos de Naubsin y
de Cauton que viniendo de Europa han viajad'ocon usted
en el transsiberiano, bajar en todas las estaciones de la
Mandchuria y del Tche-li y ponerse en comunicación bien
que mal con los mozos. ¡Pues tenían mucho mérito! ¿Se
hacían en realidad comprender, sobre todo si hablaban de
política? Porque nuestro deseo no está próximo a realizar-
se; poseer una lengua que sea un instrumento de unidad y
no únicamente como nuestro «mandarín» un idioma admi-
nistrativo que se sobrepone al habla local. He ahí a lo que
nuestra civilización debe llegar si quiere fundarse sobre las
mismas bases que las grandes naciones de Occidente. Pero
esto será rftuy largo y nadie sabe lo que puede ocurrir en
el intervalo.
La conversación nos lleva una vez más a esa especie de
suposición que se plantea desde que se habla de los asun-
tos presentes con un chino reflexivo: unidad dudosa, peli-
gro de un íraccionamiento, empresas del extranjero. Yen-
Fou aborda la cuestión con franqueza.
¿Quién sabe si los abusos de nuestros vecinos sobre
156 cosMOPous—r-t921

territorios de la República china, a despecho de lo que tie-


nen de mortificantes, no producirán un beneficio a este
país? Éramos un gran pueblo antes de poseer Mongolia,
Mandchuria, el Tibet y Yunnan. ¿Quién nos dice que estas
provincias extremas, cuyos habitantes están tan alejados de
nosotros, no nos estorban con su peso inútil? Reducidos a
la China auténtica encontraríamos acaso la fórmula de uni-
dad, tan difícil de hallar para una inmensa aglomeración
de pueblos que difieren en casi todas las cosas. ¿No se dice
que las costumbres cambian cada trescientas millas? Un ser
no mide su valer por su estatura, sino por las dotes que le
animan; la idea de grandeza no corresponde exactamente a
la idea de fuerza y la masa tiene menos valor que la orga-
nización. Un caballo es más útil que un hipopótamo...
Pienso en la bandera republicana, en sus cinco bandas
superpuestas, de las cuales las de enmedio, azul y amarilla,
representan la China auténtica y cuyas dos de los extre-
mos, la negra del Tibet y la roja de Mongolia, están como
expuestas al asalto de las ráfagas.
Y objeto a mi interlocutor que en edades anteriores de
la China, las provincias avanzadas eran menos indispensa-
bles a un país pacífico, pues los vecinos no eran aún impa-
cientes y ávidas naciones.

Un doméstico había colocado entre nosotros las acos-


tumbradas tazas de té. Felizmente sería contra todos los
usos que yo llevara la mía a sus labios durante mi visita,
pues eso significaría que tenía prisa por marcharme. Esa
taza de agua caliente, aromatizada por algunas hojas y des-
provista de azúcar, se defiende a sí misma; habría que filtrar
el líquido entre ella y la sub-copa que la cubre, y yo no me
considero hábil para intentar la aventura. Pero pronto que-
do dispensado; dos copas de champagne substituyen al té
y pudimos beberías sin que el acto significase en mi inter-
locutor que estaba cansado de mí y en mí que tenía prisa
por abandonarlo.
ESTUDIOS COSMOPOLITAS 127

Aún hablamos cortésmente de otros, asuntos; todo en


China está orientado hacia Inglaterra y los Estados Unidos.
Al salir a la calle y engolfarme otra vez en los surcos de
lodo, envidio la calma del fetiro del chino de los ojos aten-
tos, con el cual había hablado durante una hora, distrayén-
dolo de su trabajo de traductor de El espíritu de las leyes.
FERNAND BALDEUNE.
EL TEATRO, LOS LIBROS Y EL ARTE

Teatro.

Les cotiquérants, por M. Ch. Mere (Teatro Nouvel-Ambi-


gu).—Se censura al ajjtor de La Captive haber abordado, con
Les conquérants, un género que casi se confunde con el me-
lodrama. Hay, en esta censura, la huella de una desilusión.
Sin embargo, y para decir la verdad, prefiero esta obra a la
precedente, porque demuestra un temperamento dramático
más definido y más seguro. El éxito de La Captive fué más
bien un éxito de circunstancias. El drama estaba hecho sólo
para la escena final, al expresar, por las voces patéticas de
dos soldados mutilados, un« doctrina de pacifismo y frater-
nidad. Pero los aplausos y las protestas eran ajenos a la
personalidad del autor, y sSio se referían a ese «efecto pre-
visto». En la obra actual, M^é abandona el papel de tribu-
no para mostrarse dramaturgo. Además, su nueva produc-
ción, no es sólo un tejido de peripecias diestramente com-
binadas. Desarrolla un conflicto, significativo, pinta un ca-
rácter e invita a reflexionar. Es el choque de dos fisono-
mías representativas de nuestra época.
El acto de exposición donde se abordan los adversarios,
en la atmósfera laboriosa y ruidosa de una fábrica de avio-
nes, es vivo, lleno de colorido, de movimiento y de prome-
sas. El spgundo acto manifiesta vigorosamente la idea ge-
neral, haciendo surgir, de un choque pasional, el antagonis-
mo del plebeyo y del aristócrata moderno. La acción vio-
CRÓNICA DE PARÍS 129

lenta, rápida, sorprende al espectador, pero le deja anhelan-


te. Hasta aquí la silueta de Braudon, ese trabajador jovial
e infatigable, glorioso de su fortuna y de su espíritu em-
prendedor, está trazado a grandes rasgos acentuados y pre-
cisos. Sólo le faltaban algunos toques para dar a este carác-
ter el relieve de un tipo. La lástima es que el autor deja el
cuadro sin concluir. En el tercer acto el autor parece des-
concertado y el desenlace naufraga en la pálida banalidad
de un triste melodrama. No falta nada: ni el rapto en auto-
móvil, ni la tentativa de «chantage», ni la escena del padre
generoso y arrepentido... Pero este desfallecimiento del
autor es demasiado marcado para no atribuirlo a causas
accidentales.
La interpretación fué notable y dio a la obra todo su
valor. M. Jean Kemm demostró en la figura de Braudon un
sagaz espíritii de obseruación; la señorita Margel llegó a
los acentos más patéticos, y los Sres. Renoir y Lehman
se mostraron dos cínicos conquistadores, inteligentísimos.

Daniel, drama en tres actos, de M. Louis Verneuil (Tea-


tro de Sarah-Bernhardt).—Sarah-Bernhardt no interpreta
un papel, sino que lo transfigura. Imprime a los personajes
que encarna la huella^'de su genio con tal fuerza, que no po-
drían separarse de ella misma. En esta obra se ha probado
nuevamente el poder infinito de su arte. La ilustre maga
realiza un milagro, un milagro brillante. De un fantoche
romántico y llorón, hace un ser humano, palpitante, desga-
rrado, que ennoblece por grados hasta convertirlo en sím-
bolo vivo del Dolor y del Sacrificio.
No aparece Sarah hasta el tercer acto. Daniel, en su sa-
lón confortante y secreto, sufre entregado al opio. Recli-
nado en un sillón; oprimiendo un pañuelo con sus dedos
pálidos y crispados, se abisma en su desdichada pasión.
Héroe fatal y torturado, se ha inmolado por primera vez,
abandonando en matrimonio a su hermano, a Genoveva, la
9
130 COSMÓPOI.IS—1-*921

mujer que amaba. Y sabe que esa mujer falta a la fidelidad


conyugal. Sarah-Bernhardt consigue desgarrarnos el alma
con la desolación del personaje. Y a'este ser que muere de
amor por ella, se presenta Genoveva con el mayor cinis-
mo para hacerle confidencias, alabando las cualidades de
su amante. Sarah-Bernhardt, respondiendo a esta confe-
sión, encuentra acentos desgarradores para expresar una
ternura celosa, un corazón herido, angustioso. Pero el alma
de Daniel es de un temple heroico; su furor se calma, su
semblante revela la serenidad mística de un Polynto. Va a
inmolarse por segunda vez. Para salvar la culpable felici-
dad de Genoveva, desviar las sospechas y permitirle huir
libremente, se acusa ante su hermano de ser el amante. Sa
rah-Bernhardt pone tanta grandeza en este sacrificio, lo hu-
maniza con tanta emoción, temblorosa y contenida, que el
público estalla en un aplauso y en una aclamación unáni-
me. Y cuando muere, en el último cuadro, extendida sobre
un lecho de pieles, exhalando con voz balbuciente y lírica,
su pesar resignado, la tristeza de su destino, el público ilu-
sión ido se apiada del fin de Daniel, como si se tratase de
un ser vivo.
Los otros dos primeros actos de la obra permitieron
apreciar el talento de los demás intérpretes, sobre todo de
M. Arquilliere, de Mme. Geniat y de Mlle. Margarite Val-
mond, llena de juventud y de gracia.

Deux Ecoles, por Alfred Capus (Comedia francesa).—El


director de la Comedia francesa M. Fabre, ha estado bien
inspirado al llevar al repertorio de la casa de Moliere Deux
Ecoles, de Capus. La obra gana mucho con una interpreta-
ción seria, sin bufonería, como en el teatro de Varietés, y
aparece como un cuadro de costumbres, exacto y espiri-
tual. Capus es un maestro psicólogo y pinta mejor que na-
die el corazón del hombre en todo lo que tiene de incierto,
de fugaz y de sincero en sus contradicciones. Conoce to-
CRÓNICA DE PARÍS 131

dos SUS secretos y conoce la gracia suprema de no tomar


en serio su ciencia. Es delicioso escuchar a sus personajes
cuando encarnan en artistas como MUe. Leconte, made-
moseille Bovy y M. Grand.

Los libros.

Confesiones de Mimdt, por Georges Duhamel.—Este libro


está escrito en forma de confesión, procedimiento muy a la
moda hoy. Y el que hace la confesión es visiblemente un
loco, en tanto que esta palabra tiene un sentido. La obra no
es sino ia historia de este loco durante dos meses, en tanto
que se da alguna cuenta de lo que hace. El primer sínto-
ma, por donde comienza el libro, es una extraña, una irre-
sistible impulsión que le acosa un día, mientras que su pa-
trono lee un papel. Es el deseo de tocarle una oreja.
«Me t-scandalicé, al principio, de esta necesidad de mi
mano de tocar la oreja de M. Sureau. Gradualmente sentí
que mi espíritu concordaba con ella. Por mil razones que
entreveía confusamente, me era imprescindible tocar la
oreja de M. Sureau, probarme a mí mismo que esa oreja no
era una cosa prohibida, inexistente, imaginaria, que era
una oreja de carne humana como la mía. Y de pronto alar-
gué deliberadamente el brazo, y posé con cuidado el índice
donde yo quería, un poco bajo, en el lóbulo.»
Naturalmente, fué despedido. Habitaba con su madre en
un pequeño departamento de la calle de Pot-de-Fer. Eran
pobres, pero no miserables. Estaba inquieto sobre cómo
recibiría su madre el relato que iba a hacerle. Pero todo
pasó bien; la excelente mujer se contentó con responderle:
«¡Qué hemos de hacerle, Luis! Una colocación pronto se
encuentra.»
Libertado bruscamente de esa inquietud, Luis entra en
*in periodo de exaltación. Es feliz por completo, y va a ver
a sus amigos Lauone para comunicarles su alegría. Pero le
132 cosMóPOLis—1-1921

vuelve la calma y sale de allí abatido, comenzando la fase


de depresión. Su madre, para suplir la falta de su sueldo,
cose, acompañada de una vecina llamada Margarita. Luis,
que toca bien la flauta, hace música, mientras las dos mu-
jeres trabajan. Un día, al acabar un trozo, ve los ojos de
Margarita llenos de lágrimas. Se marcha, embriagado de un
indecible orgullo.
Pero ha nacido para la desgracia. Cae en una nueva de-
presión. En esta debilidad de espíritu no es dueño de sus
pensamientos, y estos pensamientos son horribles. Una vez
imagina que su madre muere, y a pesar suyo y dándose a
sí mismo horror, impulsado por una fuerza irresistible, ima-
gina proyectos de existencia fundada en esta muerte.
Margarita le ama y él la adora. Su madre ve con placer
esta unión. Entonces, espantado, huye de la felicidad que
desea. Deja la casa y escribe a su madre: «Madre, no sabes
qué hombre soy. No me pidas que vuelva a tu lado; no me
pidas que sea dichoso.»
En sus obras teatrales, Duhamel ha explorado ciertas
regiones tenebrosas del mundo interior. Esta confesión de
un loco es un estudio de la misma especie, pero la forma
de la novela ha permitido al autor limitarse al análisis puro.
El valor de éste consiste en la verdad y la energía de la
pintura. No hay nada inútil; los hechos, los sentimientos
son anotados con un estilo rápido, nervioso, el estilo mis-
mo del personaje que habla. Una verdad patética que co-
munica al lector la angustia del personaje; tal es el carác-
ter del libro.

Unapostolat, por M. At. Serstevens.—La obra de M. Sers-


tevens no es tan completa como fuera de desear. La tenta-
tiva falansteriana de sus héroes, la forma de renacer el
egoísmo en la pequeña comunidad, la ruina de un esfuerzo
tan Cándido como generoso, son cosas muy conocidas, y así
el libro interesa menos por el mismo que por las cualidadea
CRÓNICA DE PARÍS 133

que revela en el autor, que son las de un escritor de pri-


mer orden y de un narrador.
• En un pequeño grupo de ingenuos anarquistas se en-
cuentra un joven burgués llamado Pascual, que hereda de
su padre 700.000 francos. Y con esto piensa huir de una
sociedad corrompida y fundar una colonia donde será ex-
cluido el dinero. Uno de los personajes pasa revista en sus
lecturas a las doctrinas, tentativas y sistemas de Owen,
Saint-Simon, Cabet y Fourier.
Se funda la colonia; pero pronto la pereza, los celos y
«1 egoísmo la dividen. Pascual, arruinado, va a vivir a Lon-
dres. Comienza a predicar su doctrina en Hyde-Park, donde
tantos otros predican otras doctrinas. Es la mejor escena
del libro. Luchando contra la indiferencia universal, poco
a poco se degrada Pascual. Su energía se agota. Una mujer
de edad madura se fija en él y recoge al joven apóstol. Él
deja hacer y su vida cambia y se convierte en un vividor.
Esta conclusión remata este libro burlón y melancólico.

Le Cóté de Giiermantes, por Marcel Proust.—Se acaba de


publicar el tercer volumen de la serie que el autor ha titu-
lado A la recherche du tempa perdu y que constituye una
obra única en la literatura contemporánea. El libro apare-
cido se compone de cuatro partes: i.® El héroe de la obra,
el personaje que llega a habitar con su familia un departa-
mento que depende del hotel de Guermantes; está enamo-
rado de la duquesa de Guermantes, y sin dirigirle la pala-
bra, todas las mañanas se encuentra en su camino y la sa-
luda, lo cual irrita la joven. 2.* Para curar de esta obse-
sión va a pasar quince días con su amigo Saint-Soup, oficial
de guarnición en Donciéres, que es sobrino de la señora de
Guermantes. 3." Vuelto a París hace una visita a la señora
de Villeparisis, que es tía de la señora de Guermantes; allí
ve a ésta, peto no distingue claramente si la ama aún. 4.* Su
abuela sufre un ataque de apoplegía paseándose con él en
ios Campos Elíseos.
134 cosMÓPOLis—1-1921

Pero no es así como debe presentarse la obra. En rea-


lidad está formada por dos cuadros de la aristocracia; el uno
tiene por principal objeto la vida de los jóvenes oficiales
en Donciéres; el segundo, las escenas y las gentes que des-
filan por los salones de la señora de Villeparisis. Y estos
dos cuadros están en el marco de la vida burguesa, que es
la vida de familia del héroe que habla. Hay una escena al
principio, el arreglo de la casa en París; havíOtra escena al
final, la apoplegia de la abuela. En medio mismo del libro
una vuelta al tema de la vida de familia viene a acabar el
relato de la estancia en Donciéres y separar como con un
delgado listel los dos cuadros de la vida aristocrática. Así
el libro, que parece seguir sin orden la marcha de los acon-
tecimientos y pintarlos al azar de su encuentro, está com-
puesto con un arte seguro y un gran sentido de equilibrio.
El mismo contenido del volumen, la substancia que llene
estas subdivisiones y estos cuadros, es una curiosa mezcla
de observación y de análisis, de modo que la obra es, a la
vez, una pintura de la sociedad y la confesión de un alma
muy sensible.
Como la acción se desarrolla en los tiempos del asunto
Dreyfus, la sociedad aristocrática que describe es la de esa
época. Tiene acceso a algunos salones, mientras otros le
están cerrados, como el de la duquesa de Guermantes, a
quien ama.
Un salón abierto para él es el de la señora de Villepari-
sis. Este que aparentemente iguala a las mejores casas reci-
be, por efecto de circunstancias bastante misteriosas, una
sociedad muy mezclada. Las únicas duquesas que lo fre-
cuentan son las sobrinas de la dueña. Concurren a ese sa-
lón un joven autor dramático muy mal educado llamado
Bloch, un historiador idiota y un archivero, medio secreta-
rio, que ayuda a la señora de Villeparisis a escribir sus me-
morias. Por la actitud despectiva de las unas y la excesiva
y fría amabilidad de las otras, se ve que esas grandes da-
mas cumplen sin placer esd. visita de familia, donde se ponen
en relación con gentes que no admitirían en sus casas. Pero
CRÓNICA DE PARÍS 135

por un efecto singular ese salón tan mediocremente pobla-


do hará en la historia figura de salón elegante; los mismos
que lo frecuentan están convencidos de que constituye la
perfección del buen tono, porque no conocen otros y es ci-
tado en la Prensa, lo cual no ocurre con el círculo cerrado
sentido en casa de las duquesas.
Tal es al menos el cuadro que traza el autor. Ese cua-
dro es de una sociedad que, después de veinte años, se ha
transformado bastante y de la cual algunos rasgos apenas
se reconocen. Pero lo que permanece vivo es el carácter.
Hay retratos que se salen del marco según son de verdade-
ros. El del duque de Quermales y diez más, son así. Esas
figuras y esas conversaciones bastarían para llenar un vo-
lumen.
Y todo esto no da una idea siquiera de la prodigiosa ri-
queza del libro, análisis sutiles y verdaderos, retratos cua-
dros, relatos, trozos de crítica, ensayos, se mezclan armó-
nicamente y forman sobre la trama un bordado finísimo y
variado. Cada página divierte y emociona. Se olvida que
se lee un libro y se cree vivir, lo cual constituye el arte
supremo de un autor, en medio de sus personajes, en un
mundo creado por él; pero que, sin embargo, se reconoce
y que no difiere del verdadero, sino porque encierra aún
más verdad.

Comment finitla guerre, por el general Mangin.—El li-


bro del general Mangin que acaba de publicarse, es el más
interesante que se ha escrito hasta ahora por los jefes que
tomaron parte en la guerra. La razón es que mientras los
de los generales Laurezac, Dubail y Sarrail, sólo se refie-
fen a determinados momentos y aisladas operaciones, el
del general Mangin da una vista de conjunto que permite
al público formarse una imagen precisa de la gran con-
tienda.
La primera parte de la obra es una historia de la guerra
136 cosMóPOLis—1-1921

sumaria y clara. Naturalmente, el interés es mayor cuando


se trata de acontecimientos en los cuales tomó parte el ge-
neral, no sólo como ejecutante, sino como dirigente. Entre
estos episodios figura la parte que tomó en la contra-
ofensiva de Verdun, apoderándose el 3 de abril de 1916
del bosque de Caillette, el 24 de octubre de Donaumont, y
dando el 15 de diciembre la batalla de Bezenvaux, que cos-
tó al enemigo la pérdida de 11.000 prisioneros y 115 caño-
nes, no obstante que sus fuerzas eran inferiores, pues con-
sistían en ocho divisiones y 740 cañones, mientras los ale-
manes tenían 960 cañones y nueve divisiones.
La segunda actuación brillantísima y decisiva de Man-
gin, fué el 11 de junio de 1918, con cinco divisiones, lan-
zándose en Compiegne sobre el flanco del enemigo, y que
fué el punto inicial de la gran victoria del 18 de julio en
en Viller^-Cotterets. Desde entonces, Mangin no cesa en
sus ataques hasta llegar al frente del io.° cuerpo a la orilla
del Rhin, mostrándose en Maguncia tan buen gobernante
como soldado.

Perséphone, por Mme. Marcelle Tinayre.—La fuerza del


estilo, la firmeza del rasgo, la solidez del dibujo y la exce-
lencia del lenguaje, dan a las obras de Marcelle Tinayre
un carácter que se reconoce desde luego. Desde las prime-
ras páginas de Perséphone, queda conquistado el lector. Es
una bella descripción de la primavera griega. Frangois Le
Hallier llega a Atenas a casa de su amigo Berchot. Es un
sabio ágil y nervioso que tiene cincuenta años y cuyos ca-
bellos blanquean ya. Su amigo Berchot, arqueólogo tam-
bién, se ha casado con una griega. Rico por su matrimonio,
vive en Atenas con sus siete hijos y su mujer. Parece un
rico armador del Pireo, pacífico y tranquilo.
La hija mayor de Berchot está en relaciones con un jo-
ven helenista francés, Louis Percier, que acaba de descu-
brir en Thasos un sarcófago decorado con esculturas polí-
cromas y que representa la historia de Perséphone.
CRÓNICA DE PARÍS 137

Este sarcófago, con las cenizas del poeta Timocles, con-


tiene en una plaquita de oro un ritual órfico, un memento
destinado a guiar el alma del muerto en su peregrinación
infernal.
La plaquita de oro, colocada en la tumba, le recuerda
lo que ella había aprendido en el curso de su vida relip^io-
sa, las revueltas del camino, los peligros, las celadas que
ha de evitar, las fórmulas necesarias para franquear ciertos
pasajes. Habiendo encontrado la avenida de las dos fuen-
tes, el ciprés blanco, los guardianes, el bosque de pláta-
nos, el alma del iniciado llegó al término de su carrera, y
apagada su sed por un agua divina, blanca como la leche,
fué recibido por la benévola Perséphone.»
A este ritual se añadía un himno a la diosa, compuesto
probablemente por el mismo Timocles.
No hay en la mitología leyenda más bella que la de Per-
séphone. Hija de Demeter, fué seducida por Hades y arras-
trada a los infiernos mientras cogía narcisos en la pradera
de Nyssa. La desesperación de su madre volvió la tierra es-
téril. Es necesario que Pershéphone sea traída de nuevo a
la luz para que la primavera florezca. Pero antes de dejar
los infiernos ha comido una granada, y un especial encan-
tamiento la obliga a volver cada año al reino de las Som-
bras. Entonces todo se marchita, y la marcha de Persépho-
ne trae el invierno.
Timocles parece haber sido no solamente un iniciado,
sino una especie de amante misterioso de la diosa corona-
da de narcisos. Se da un nombre que no figura en los tex-
tos conocidos; la llama «Consoladora de los Muertos». El
sentido de esta palabra se nos da en el pasaje siguiente.
Perséphone pasa velada en medio de las Sombras, que
tienden hacia ella sus manos diáfanas:
«Entonces la diosa, con el corazón triste, aparta su velo
y cada Sombra ve en su rostro inmortal, como en un espe-
jo, el rostro efímero que más había amado. El viejo cree
encontrar a su hija, y la hija a su madre, que le faltó dema-
siado pronto, el esposo reconoce a su esposa y la virgen a
138 cosMóPOLis—1-1921

su hermana preferida, confidente de su inocente amor. Y el


coro de Sombras, en el aire insonoro, propaga un grito pa-
recido al estremecimiento del viento sobre el agua. Se pre-
sentan ante los asfódelos, proclamando:
—La muerte está vencida por el amor.
Y suplican:
—No nos abandones, ¡oh. Consoladora!»
¿Cómo de esta fábula ha podido sacar una novela Mar-
celle Tinayre?
Suponed que, seducido por ella, Marcelle Tinayre haya
tenido la idea de transportarla al mundo moderno, y asi
como Timocles de Thasos adora a Perséphone, inventar un
artista que represente a Timocles y una mujer que fuera
para él lo que P e r s é p h o n e fué para el poeta g r i e g o . P e r o
esto no es bastante.
La hija de Démeter está viva entre los hom.bres. Repre-
senta a la vez la vida vegetal sometida a las estaciones y la
chispa vital subsistente en las tinieblas de la tumba. Parti-
cipa a la vez de los dioses elementales y de la humanidad,
a la cual la aproxima su sufrimiento. ¿No puede acaso ima-
ginarse que este doble principio en una sola alma y en un
cuerpo de la más fresca arcilla, anime hoy cualquier ser
encantador coronado por trenzas rubias?
El enamorado de la diosa se llamará Stéphane Montay-
ran, huérfano, rico, bello y misterioso, pintor que ha reci-
bido el don sagrado y que el azar de una excursión condu-
ce a Thasos y luego a Atenas. De niño, ama una pintura
italiana que representa justamente el rapto de P e r s é p h o n e
o, como dicen los latinos, Proserpina. Luego, ese joven en-
cuentra a la mujer. En una confidencia que hace a Le Ha-
llier, m u r m u r a para él mismo, sin darse cuenta de que
habla.
«Ella reúne todas las bellezas que amé en la antigua
pintura italiana, en el bajo-relieve de Eleusis, en el sarcó-
fago de Thasos. E n c a r n a la imagen ideal que llevo en mí
desde que existo. Es la misma P e r s é p h o n e que celebra el
himno de Timocles.
CRONtCA DE PARÍS , 139

—¿La Consoladora de los Muertos?


—La que ha recibido el grano fatal de la granada, no
puede nada por los vivos, pero acaso irá a la cita de una
Sombra en el templo sagrado preparado para ella, en la sala
blanca donde florecen, cada primavera, los narcisos soli-
tarios.»
Esta conversación misteriosa es la clave del libro. Ve-
mos a Stéphane tratar en vano de unirse en Venecia al ser
misterioso que ama, que está cautivo en este mundo como
lo está Perséphone en el otro del celoso Hades de los ca-
bellos azules. Pero Stéphane muere, y la que nada había
podido hacer por él cuando vivía, mantiene en su estudio
desierto un culto secreto. Le Hallier descubre el secreto.
Le Hallier descubre este secreto. No la ve a ella, y sus mi-
radas no profanan a la Consoladora de los Muertos. Pero
reconoce cerca de una «echarpe» gris, un rubí caído de su
dedo y parecido al grano de la granada.
¿Qué diosa, después de estos años dolorosos, constituye
más digno asunto que la diosa de las Sombras?

L^Amour et le Secrei, por André Beaunier.—Este libro


está bien ordenado. Hasta próximamente la mitad es un
cuadro formado por los retratos de algunos amigos reuni-
dos en la casa de campo de los Fontaille. El pintor Jacques
Fontaille, creador arrebatado e impetuoso, que vive con
el egoísmo de un dios, ha contraído matrimonio algo tarde
con la viuda Jenny d'Ervise, que tiene un hijo, el cual vuel-
ve de la guerra en Oriente, llamado Alain. Estos son los
personajes esenciales. En torno de ellos algunos invitados;
Durny egiptólogo y su indigesta esposa y el sabio filósofo
Mathieu Landin. Y por último una bella mujer viuda, Juliet-
te, que habita una propiedad vecina.
El joven Alain se enamora de Julieta, que bien pronto
le corresponde. Toda la novela está formada por un análi-
sis muy delicado y minucioso, donde el movimiento mismo
140 cosMÓPOLis—1-1921

de la conversación y aun de cada pensamiento, está como


engrandecido para que se vea mejor el detalle. Toda la
emoción de ese amor está admirablemente descrita. Mas he
aquí que hacia la página doscientas este cuadro dichoso
cambia bruscamente de aspecto y aparece el drama con la
misma espontaneidad que en la vida. Nos damos entonces
cuenta que esa tranquilidad que parece reinar en la prime-
ra parte de la obra era sólo aparente. Las razones de la ca-
tástrofe existían, ignoradas de nosotros, disimuladas bajo
la sonrisa de cada uno, acaso olvidadas. Este doble aspecto,
esta paz aparente y esta ruina sugestiva forman una ima-
gen sugesti\ a.
La catástrofe se desencadena rápida. La obra entera no
llena más que el espacio de varios días y es concreta cómo
una obra teatral.
Jacques, el pintor, está visiblemente nervioso en presen-
cia de su hijo político Alain y de Julieta. Pronto le vemos
celoso. Los celos ie llevan a espiar a los enamorados du-
rante la noche. Sabemos que su hijo y su padrastro no se
tenían la menor afección. A Jacques, en su madura gloria,
le molesta este muchacho, como llama a Alain, y éste no
ve con buenos ojos que Jacques comparta con él el corazón
de su madre.
Pero ahora una rivalidad amorosa agrava la situación.
Los dos aman a Julieta y la paz del hogar queda destruida
y Jenny torturada por los celos y la angustia.
Acaso se piense que Jacques renunció a este amor cul-
pable, pero no es asi. Por un acto de desesperación de este
ser orgulloso que no admite contradicción, sabemos que
Julieta ha sido la amante de Jacques. ¿Cómo es esto posi-
ble? ¿Cómo siendo amante de Julieta se ha casado con
Jenny?
Para explicar esta aventura el autor ha inventado una
fábula muy sutil, que es el principio mismo del libro. Jac-
ques era desde hacía diez años el amante de Jenny, que en-
tonces hallábase casada con M. d'Ervise. El primer ardor
de los amantes se había trocado en un sentimiento más
CRÓNICA DE PARÍS 141

tranquilo. Después de haber deseado ardientemente casarse


con Jenny, se había Jacques acostumbrado a que no fuera
libre.
En estos tiempos y en un viaje a cabo d'Ail, encontró
a la radiante Julieta. Fué para él como la luz misma, diosa
y soberana de los pintores.
«Cuando me paseaba con Julieta por la carretera, respi-
rábamos el aire a pleno pulmón y el amor entraba en nues-
tros corazones. Alguna vez le decía yo que marchase de-
lante para verla mejor... Se alejaba ella corriendo y su ves-
tido levantaba polvo que la envolvía como un chai de sol.
Reía, y yo oía su risa como si estallara la risa del sol. Un
día,-al volver de uno de estos paseos... ¿estaba Julieta can-
' sada o lánguida? No sé nada... Lo que sé es que fui el
amante de la luz.*
Precisamente, cuando Jacques fué el amante de Julieta,
murió el esposo de Jenny, y Jacques consideró un deber
casarse con Jenny, que tanto tiempo había sido para él un
sueño amoroso. Julieta misma, olvidando la aventura del
cabo d'Ail le impulsa a cumplir ese deber, ofreciéndole
tranquilamente su amistad. Ese olvido le permite ser la
arruga del nuevo matrimonio. Sin duda, la naturaleza hu-
mana se manifiesta con gloria en estos rasgos, pero al fin,
son cosas que pasan.
Así han pasado cuatro años tranquilos. Pero llega Alain,
y Julieta lo envuelve en su luz. Julieta, enamorada, se trans-
figura en la misma Juliete que Jacques vio en el cabo d'Ail,
y éste la ama nuevamente con el mismo fuego, como a la
diosa de la luz.
En estos momentos del drama, lo que ahoga a Jacques,
lo que le aniquila es el silencio que se ve obligado a guar-
dar. Puede salvarse diciendo a Alain que aquella mujer ha
sido su amante. ¿Pero tiene el derecho de destruir la felici-
dad de Jenny? Sólo su amigo Mathieu sabe su secreto y las
razones de su tortura. Pero Jacques llega a un extremo de
sufrimiento que le obliga a hablar. En el momento en que
va a hacerlo, cae herido por una congestión y muere.
142 cosMOPOLis—1-1921

Jenny no deja trasparentar sus sospechas y abraza a Ju-


Jieráj que tamoieñ cepilla "el pasado e'n su aima". Asi,' des-
pués de un drama desvanecido en el secreto, ia obra termi-
na con la misma serenidad con que empieza. Es un mar de
fondo, que apenas se ha mostrado en ia superficie.

Arte.
El Museo del Louvre acaba al fin, como dice un gran
critico, de recobrar su «bello equilibrio». Los maestros de
Venecia, de los Países Bajos y de Italia, no son los únicos
t[ue triunfan; al lado de ellos los pintores franceses ocupan
su puesto, y nunca han parecido más nobles y grandes las
obras de Poussin, Le Sucur y Philippe de Champaigne, so-
bre todo el primero con El poeta y la Musa, su más autén-
tica obra maestra, que la guerra había impedido conocer
bien. Nunca los cuadros de la mágica paleta de Watteau
han resultado más bellos, ni los de Greuze y Boucher más
amables, ni los de Chardin más humanos y tiernos, ni los
del infortunado Prudhon más virgilianos. Un nuevo em-
plazamiento da a cada uno de estos cuadros la luz que les
conviene. Del mismo modo se ven hoy los cuadros de Ri-
gaud, Largilliere, Leférre, Mignar y Le Brun.
Los verdaderos artistas se sienten reconfortados cerca
de estas obras, después de tantas arbitrariedades como con-
templan en el Salón de Otoño y en el de Independientes.

Cuanto más densos se muestran los Salones de pintura,


más numerosas son las pequeñas exposiciones particu-
lares.
En la de Georges Petit tiene muchas obras Diriks, un
maestro en el cual el escultor Bourdelle saluda «la paleta
cargada de sal de resina y de espacios». No es, como su
ClíONICA DE PARÍS 143

Compatriota Thaulow, un pintor sonriente; cubre los paisa-


jes de la Isla de Francia de una bruma escandinava, y crea
una especie de Noruega francesa que nos sorprende algo,
pero su vigorosa manera es una enseñanza para quien sabe
ver. Otra porción de pintores exhiben en esta sala, como
Ida Outhwaite, con su pequeño mundo de hadas; Louis Gi-
llot, con una considerable obra de guerra y los ases de la
Sociedad Internacional de la Acuarela; como Louis Dau-
plin, Constantini, Buyks, Duplessis, Segallais, Pellercer y
Rosensiock, el pintor del otoño de Versalles,
En la Galería Devarabez, Lobel-Riche se ha colocado a
la cabeza de los pintores orientalistas, con una serie de
cuadros, pasteles y dibujos, tomados en Marruecos, princi-
palmente en Rabat, Tánger y Fez. Ha sorprendido la vida
marroquí en toda su originalidad en sus cuadros Le Ven-
dredi au Cimetiere de Bad [alonch, en Fez; Les Voütes de
Bab-Mmisour, en Mcknés, y Les lombeaux Saádiens, en
Marrakfcch. Los tipos están estudiados de cerca, como en
la divertida escena de Mechouli y en Le Cour d^Avetigles
Mendiantó-, Le Peiníre Ceramiste y La Vieille femme se
puilLant.
En esta misma Galería se exponen dibujes de Cappie-
11o, el sorprendente retratista de Sacha-Guiíry en Delm-
reait; dibujos de Máxime Dethomas, de André Devambez,
de una verdad siempre divertida en L''Atiente chez le A^o-
taire; dibujos de Forain y de Abel Faive, los unos amargos
y los otros sonrientes; dibujos de Doumerge, el gran arbi-
tro de las elegancias femeninas; de Friant, de Gorguet, de
Guilionuet, de Helleu, de Leroux, encantador en Le Collier
Bleti; de Lhermite, de Menard, de Sun, de Goyon y, en fin,
de Levy-Dhurraer, seductor en un pastel titulado Rosita,
que es una de esas nadas que dicen mucho, porque son a
la vez la verdad y la gracia.
J. MARTEL
líiiJ , ^ _ ^ , , ili
IBSEN

£ L TEATRO NORUEGO Y NUESTRO PÚBLICO

Cuando todas las fuertes figuras del teatro ibseniano


han recorrido triunfalmente los escenarios de Alemania y
Rusia, Inglaterra y Francia, han promovido violentas dis-
cusiones literarias y han inducido a muchos editores de los
citados países a lanzar al mercado copiosas ediciones acer-
ca del autor y su obra; cuando hace ya cuatro lustros que
el genial dramaturgo dejó el mundo, Ibsen sigue siendo en
España uno de tantos nombres reservados al examen de
una minoría intelectual. Lo que de él decimos puede re-
petirse ante el nombre del alemán Sudermann, de los mo-
dernos novelistas rusos y de varios estimables escritores
de otros países consagrados durante este último tiempo.
España, con lento paso, sigue caminando muy de lejos
por el ancho surco que traza el pensamiento extranjero.
¿Qué se conoce de Bernard Shaw? ¿Cuándo los nombres
de Leónidas Andreief y de Chesterton alcanzarán en nues-
tro público la resonancia que merecen sus obras?
Para la comprensión latina un dramaturgo a lo Bjorn-
son o á lo Ibsen, forzosamente han de parecer algo obscu-
ro. Aun entre los mismos escritores españoles, el desvane-
cido vulgo, que carece de esa preparación que se consigue
con la lectura asidua, hallará más en armonía con su tem-
peramento las páginas vivas, llenas de luz y de color de
IBSEN H5

Blasco Ibáñez que las creaciones de Pío Baroja preñadas


de ideas. Esas diferencias esenciales de concepción que
separan el novelista mediterráneo del novelista vasco, las
hallamos más acentuadamente marcadas entre el grupo de
literatos latinos y el grupo de escritores norteños.
Esa bruma del Norte—se ha dicho diferentes veces—es
demasiado espesa para nuestras pupilas de hombres meri-
dionales. En varias ocasiones díjose asimismo, que el tea-
tro citado es mejor para leído que para representado. La
crítica lo acepta con respeto, pero sin ningún entusiasmo.
Ni Ibsen ni Bjornson interesan a nuestro mundillo teatral.
Y si no se ha llegado a escribir, muchos por lo menos han
pensado lo que el notable crítico francés Sarcey decía en
uno de sus artículos a raíz de las primeras representacio-
nes del teatro noruego:
«Líbranos, señor, de la literatura exótica; del teatro de
Maeterlinck, el Shakespeare belga; de Ibsen, el Shakespea-
re noruego, y hasta del mismo Shakespeare; líbranos,
señor.»
No se han escrito, en efecto, esos juicios adversos que
hace años firmaron Emilio Faguet en Le Soleü, y Héctor
Pessard en Le Gaulois, ni se ha pretendido buscarle aven-
turadas afinidades como las que Lemaitre quiso encontrar
con Eugenio Scribe, Dumas y Sandeau.
Ya no es posible esto. La fama de Ibsen es raundial-
mente respetada. Aquellos detractores de Ibsen han esnri-
to luego, al hablar de él, fervorosos elogios, como los an-
tiguos antiwagnerianos franceses son actualmente adorado-
res de Wagner. Si pretendiéramos buscar a través de las
páginas que forman las colecciones de los diarios y las re-
vistas francesas los nombres de quienes han consagrado su
fama en la vecina República, tropezaríamos con los de Pie-
rre Loujs, Viélé-Griffin, R. de Gourmont, Emile Faguet,
lules Claretie, Paul Ginisty y Maurice Barres.

10
146 cosMÓPOUS—1-1921

A Ibsen y a Bjornson los vemos unidos en un común


anhelo de mejoramiento social, aunque por caminos que
huyen el uno del otro. Bjornson es el demócrata; Ibsen, en
cambio, se vuelve contra la mayoría con un gesto alti-
vo. Es un revolucionario como su compañero el autor
de El Guante, pero es un individualista implacable. «Entre
mil personas—hace exclamar a uno de sus personajes en
El enemigo del pueblo—, decidme: ¿cuál el mayor número de
individuos inteligentes o el número de majaderos? Pues si
la mayoría está formada por estos últimos, yo no puedo
aceptar el Gobierno de las mayorías.»
Ibsen es un revolucionario, pero un revolucionario aris-
tócrata.
El teatro de ambos escritores está lleno de sugestiones
intelectuales, cuyo examen será interesantísimo en estos
momentos de absorción del individuo por la masa, Pero
antes de difundirlo con representaciones, convendría hacer
una labor explicativa por medio de artículos y conferen-
cias. La gente no suele descubrir esa corriente abundante
de ideas que camina paralela a la acción material.

Toda la labor dramática de Ibsen, dentro de su varie-


dad, tiene unidad. La primera parte contiene el germen de
las ideas que vemos ampliamente desarrolladas en la últi-
ma. La idea categórica del deber, la doctrina imperativa
tú puedes, luego tú debes, es el pensamiento dominante, la
idea directriz de la obra desde Catilina hasta el Niño Eyolf.
A través de su teatro cruza esa línea recta,
Ibsen, dice Carlos Sarolea, es un puritano escocés, es
el Carlyde del drama. No conocemos, en efecto, en la his-
toria literaria un caso de semejanza como éste. Uno y otro
son dos descontentos de la sociedad y de la época en que
viven. Ambos profesan el culto de los héroes, ambos son
idealistas y moralistas.
Podemos dividir la obra del pensador escandinavo en
X IBSES 147

tres partes: dramas románticos, trilogía lírico-filosófica y


dramas modernos. Entre estos últimos, los más conocidos
escritos en la madurez de su talento, forman dos grupos:
realistas y simbólicos. Son realistas Los sostenes de la socie-
dad. La unión de los jóvenes^ Casa de muñecas y Espectros, y
son simbólicos El enemigo del pueblo, El pato silvestre, Sol-
ners, el constructor, Roamersholm, La dama del mar y Hed-
da Gabler.
La obra de Ibsen tiene como punto de partida esta idea:
los hombres de hoy son unos abominables degenerados si se les
compara con las personalidades del pasado.
Ibsen realiza una labor de moralista, de educador y
evocador, componiendo sus dramas románticos, los cuales,
después de sus poesías líricas, son los balbuceos del genio.
Catilina, año 1850; Tumulus, 1850; Olaf Lilfekraus, 1856;
La fiesta en Salhauf, 1856; La señora Juger en Ostraat, 1857;
Los gurreros de Helgoland, 1858; Los pretendientes de la co-
rona, 1864; Emperador y galileo, 1873.
Todas las obras mencionadas, a excepción de Catilina y
de Emperador y galileo, son noruegas.
En la segunda parte Ibsen examina la religión tal como
es comprendida en su país. La hipocresía religiosa, la ba-
jeza de alma de sus contemporáneos son combatidas en la
trilogía lírico-filosófica:
La comedia del amor, 1862; Brand. 1866; Peer Gynt, 1867.
En 1867 el dramaturgo alcanza una celebridad que tras-
pasa las fronteras de su patria. Entonces abandona las
poesías y los dramas románticos. Ibsen se prepara para
atacar duramente y de un modo directo a la sociedad, po-
líticos, comerciantes, pastores de la religión, todo cuanto
le rodea, en fin, será azotado. Ataca al libado, combate
los prejuicios y la hipocresía de la moral convencional.
La religión, el poder, el matrimonio y la familia, según la
concepción burguesa, son ante sus ojos funesta obra de la
«nentira.
La religión es fustigada en Brand. Después de la reli-
gión, Ibsen flagela a sus pastores. Para ello nos muestra a
148 cosMópoLis—1-1921

Manders, en Los espectros; al vicario Rorlerd, en Los sostenes


de la sociedad; a Stramand, en La comedia del amor. Todos
estos pastores no son apóstoles, sino industriales en cosas
sagradas, ambiciosos de porvenir cómodo, muy atentos a
las fluctuaciones políticas, preocupados más de las preben-
das que de la caridad, la cual no es sino el velo hipócrita
con que cubren sus intenciones. Igual que a los pastores
desenmascara a los políticos y negociantes. En Juan Ga-
briel Borkmman vemos la ferocidad del político ambicioso
que no teme robar y que deja que pese la acusación sobre
los suyos para continuar en la posesión del deber y de la
fortuna. Todos los políticos retratados por Ibsen son viles
e hipócritas. «Cuando uno se mezcla en política—dice
Bratsberg en La unión de losjóvenes—, se encuentra frecuen-
temente forzado a aceptar compromisos que le privan de
independencia, de carácter y de conducta.
Los Alaksen—La unión de los jóvenes—, los Honstad—El
enemigo del pueblo—, los Mostersgard—Ronnersalk—, todos
los periodistas pintados por It>sen son viles, oportunistas,
bajos, hipócritas.que engañan a las gentes. En Rosmersholm^
el preceptor Brendel habla así del periodista Pedro Mor-
tensgard: —Tiene el poder; puede hacer cuanto quiera.
Mortensgard es capaz de vivir sin ideal. He áqüí precisa-
mente el gran secreto de la victoria, el resumen de la cien-
cia de la vida.
Hemos visto la opinión de Ibsen sobre los sacerdotes,
sobre los políticos, sobre los periodistas. Veamos su crite-
rio acerca de la familia. «El matrimonio, tal como se prac-
tica en nuestra sociedad, es una de las causas de la desmora-.
lización.» La comedia del amor, El pato süvestre, Los espectros
y Casa de muñecas confirman este pensamiento. Vuestro ma-
trimonio—dice Frave en La comedia del amor—es el concier-
to'de dos buenas posiciones. En Los espectros, la señora Al-
ving habla de su dolor de esposa. En Casa de muñecas Nora
abandona el hogar cuando se entera de la mentira del ma-
trimonio.
Los dramas modernos son los siguientes:
* IBSEN 149

La unión de los ¡avenes, 1869; Los sostenes de la sociedad,


1877; Casa de muñecas^ 1879; -^"s espectros, 1881; J?/ enemigo
del pueblo, \%^2\ El pato silvestre, 1SS4; Rosinersholm, 1886;
La dama del mar, 1888; Hedda Gobler, 1890; Solners, el cons-
tructor, 1892; El niño Cyolf, 1894; Cuando resucitemos, 1899.
He aquí el esqueleto del teatro ibseniano.

Linares Rivas es uno de los que creen que el teatro del


Norte es de los que sólo sirven entre nosotros, los españo-
les, para leído. Linares Rivas habla del antagonismo de
temperamentos. No comparto su juicio. Cierto que nuestra
visión de la vida es realista. Nuestro arte también lo es.
De todas las Bellas Artes, aquella en que los españoles
más han sobresalido, ha sido en la pintura, arte realista por
excelencia. Ni en poesía, ni en música, ni en arquitectura
existen verdaderas escuelas españolas.
Un Dante o un Milton, son plantas que no han podido
echar raíces en nuestro suelo. En cambio, en fuerza repre-
sentativa de la Naturaleza, en vigor de expresión y en co-
nocimiento profundo del corazón y de la vida, no hay lite-
ratura que pueda aventajar a la nuestra. No busquéis el
elemento sobrenatural que no existe o es de pura imitación.
El más grande de nuestros idealismos literarios lo repre-
senta Don Quijote: un loco. Pero el idealismo deja de ser-
lo desde el momento en que lo juzgamos realizable, a me-
nos que desconfiemos eternamente de la realización deí
bien y de la justicia. Además, en el cerebro del autor, el
realismo predomina sobre el idealismo. Acaso temeroso
Cervantes de que su creación pudiera tacharse de quiméri-
ca a cada momento, hace rodar al héroe por los suelos.
Como consecuencia del carácter realista de nuestra ma-
'iifestación literaria, en los géneros que mayor relieve ad-
quiere el genio español, es en el teatro y en la novela que
se inspiraron en el mundo de los hechos y reproducen a lo
vivo la realidad.
150 cosMóPOLis—1-1921

Pero más que en antagonismos de temperamento, pu-"


diéramos hallar la causa de esa frialdad del gran público
ante los dramas noruegos a la insensibilidad que han crea-
do en él los juguetes cómicos, representados durante estos
últimos años con preferencia a cualquier otro género.
El público dice: obscuridad, nieblas del Norte. Yo creo
que más acertado sería decir: depravación del gusto...
El juguete cómico al uso, ha modificado lamentable-
mente la sensibilidad de la ingenua masa de espectadores.
E¡ público no está acostumbrado a esa doble visión del
desarrollo material y del proceso espiritual. Hace unos tres
años, cuando se representó en Eslava Casa de muñecas, la
gente reía en la escena de la tarantela. Catalina Barcena,
admirable en su papel, no la contagiaba, sin embargo, la
gran emoción de ese momento, a despecho de poner en su
ejecución toda ¡a vibración dé su alma. El público no reco
gía con su vista sino los torpes movimientos de Nora cuan-
do entretiene a su marido para que su salida del aposento
11 ) destroce la felicidad. Los ojos del sentimiento estaban
c .rrados.
El ejemplo es sobrado elocuente. Esa insensibilidad
que de ordinario acompaña a la risa es uno de los síntomas
más curiosos que la masa de espectadores que llena las sa-
las de nuestros teatros ofrece al observador. «El medio na-
tural de lo cómico—ha dicho Berg.son en un ensayo sobre
la risa—es la indiferencia. Dijérase que lo cómico sólo
puede producirse cuando recae en una superficie espiritual,
lisa y tranquila,» Muñecos, no hombres, son los tipos que
han venido apareciendo en nuestros escenarios; fantoches
sin corazón y sin cerebro que provocan nuestra hilaridad
como los clowns.
No hay mayor enemigo de la risa que la emoción. Nos
podemos reir de una persona que nos inspire emoción, pero
.será preciso que por unos instantes olvidemos ese afecto.
El filósofo francés hace notar que en una sociedad de
inteligencia quizá, quizá, no se llorase, pero que probable-
mente se reiría, al paso que entre las almas siempre sensi-
^ resEN lí>l

bles, concertadas al unísono, en las que todo acontecimien


to produjese una resonancia sentimental, no se conocería
ni se comprendería la risa. Pero nuestro público de teatros,
que no gusta unas veces y no comprende otras la honda
emoción de algunas obras, no es de los que alcanzan el
sentido de toda la escala de lo cómico, de que nos habla
Bergson. Y es que la pista del circo se ha llevado al teatro,
y es que los autores se han colocado al margen del arte.
«El público lo exige»—han dicho autores que practican
su profesión como un vulgar oficio.
El público, sí, hubo un momento en que lo buscaba so-
lícito. Pero antes hubo que iniciar el género. Y íué con el
estreno de Fúcar XXL y con obras de este linaje, la noche
de cuyos estrenos—lo recordamos todos—sus autores tem-
blaban sospechando una hostil acogida de sus audacias.
Lo enormemente disparatado fué precisamente la causa
del regocijo de quienes presenciaron las primeras represen-
taciones, Sucedió como acontece con las modas exagera-
das de los vestidos femeninos. Al principio chocan. Nos
burlamos de ellos. Pero cuando ntiestros ojos se han acos-
tumbrado a ellos, nos parecen lo más adecuado para cu-
brir las formas de esa mitad del género humano.
Ley de muchos, ley de mayorías, contra las cuales he-
mos visto cuan razonablemente protestaba el autor de Los
^pectros. Que, según la frase cervantina, «es mejor ser
loado de los pocos sabios que vitoreado de los muchos ne-
cios» .
LDIS E. DE ALDRCOA

COMENTARIO A UN ARTÍCULO DE «FRAY CANDIL»

Cuando acabábamos de escribir el anterior artículo y


acabamos, por consiguiente^ de hacer la afirmación de que
ya ningún crítico se atreve a repetir las desdeñosas frases
de antaño para el teatro ibseniano, Emilio Bobadilla [Fray
152 cosMóPOLis—1-1921

Candil) nos desmiente en un artículo publicado en La


Libertad.
Fray Candil tiene para el autor de Casa de muñecas el más
grande de los desprecios. Nora le parece una figura ridicu-
la. Su actitud abandonando el hogar le mueve a risa. Eso
ha dicho en unas líneas breves. Fray Candil, frente a esta
negación rotunda y sin apelación, no coloca afirmación al-
guna. Su juicio no es una razón; es más bien un insulto.
Perpetúa los procedimientos críticos añejos, a los que
tan habituado está; procedimientos de critica explosiva,
de grito histérico, que cuando deriva en polémica suele
traernos fx"ecuentemente un triste recuerdo de riñas de patio
de vecindad o de disputas de mercado. Fray Candil niega el
teatro ibsesiano como Voltaire combatía el de Shakespeare.
Nos faltó leer frases como esta: «ese bestia de Ibsen», que
seguramente escribió y luego tachó arrepentido. Yo no
creo en la infalibilidad de ningún ser, ni en más inviolabili-
dad que la del rey ante las leyes vigentes. Sería estúpido,
pues, que se me considerara el apoderado literario en Es-
paña del autor de El pato silvestre y que enviase los padri-
nos al Sr. Bobadilla para que reparara en el terreno del
honor esos" insultos. ¡Oh, no! El Sr. Bobadilla está en su
perfecto derecho de atribuir a Ibsen el valor que crea más
oportuno. Ahora bien: lo que me interesaría es conocer
sus devociones dramáticas en el período que comprende
este último medio siglo. Porque podría ocurrir que guar-
dase, por ejemplo, una secreta devoción por Boube Rouge a
las treis filies de Mi Duponts de Riseux, en cuyo caso habría
que pensar seriamente si estábamos frente a un individuo
catalogado por Lombroso.

L. E DE A.
t EL TEATRO ]t
ti EN ESPAÑA I

(IMPRESIONES)

En este mes de diciembre, el teatro tiene un fuerte po-


der evocador para los que nos hallamos en las cimas de la
vida, y un delicioso optimismo para aquellos que viven los
días de oro de la juventud. Unos y otros tenemos el espíri-
tu propicio a recibid la caricia ingenua de la risa, de la fra-
se candorosa de la comedia sencilla. Nos gustaría, en las
tardes de Pascua, de cielo plomizo, oir únicamente los
cuentos de Perrault y de Grimm. En España no tiene esta
apoca un carácter teatral fijo y determinado. Hay preferen-
cia por las obras cómicas, que son siempre acogidas] cari-
ñosamente. Pero, en la mayor parte de los teatros, conti-
núan los carteles el rumbo iniciado. Otros países cuentan
en su teatro con obras exclusivamente de Pascuas, que sólo
en estos días tienen acceso al escenario. En Inglaterra, por
ejemplo, se resucitan las pantomimas clásicas Ihe bables in
the Woody Cinderella y tantas otras, que son el encanto, por
los motivos expuestos al principio de estas líneas, de los
espectadores de todas las edades. Benavente ha marcado,
en España, la orientación con ... Y va de cuento y La Ceni-
cienta, respectiva teatralizaciónde unos populares cuentos
húngaros y de la tierna Cendrillon.
Nuestro público adopta una actitud de benevolencia
para los estrenos que se celebran estos días y recibe con
154 cosMÓPOLis—1-1921

agrado las obras destinadas a hacerle reír y a contribuir al


optimismo de que hablábamos.
En este sentido, y con el aspecto de obra sin la menor
intención artística, ni otra finalidad que la puramente re-
creativa, le han sido ofrecidas al público madrileño en di-
ciembre tres comedias, o mejor, juguetes—uno de ellos de
origen extranjero—, que han cumplido perfectamente su
propósito.
El primer lugar corresponde, sin duda, a la comedia
cómica de Arniches y Abati, estrenada en Eslava, No te
ofendas, Beatriz, producción de un ingenio nada vulgar. Los
principales méritos de esta obra hemos de hallarlos en ¡a
técnica, y una vez más queda demostrada la insuperable
pericia de estos autores, atento^;, antes que a oíros fines, a
la sugestión de la escena por medio de todos los efectivos
usuales. De Arniches y Abati debe juzgarse, principal-
mente, la construcción. El hábil desarrollo de todas sus
obras consigue casi siempre el éxito. De otro modo, No te
ofendas, Beatriz, a pesar de su agilidad y su gracia, no hu-
biera logrado interesar. Falta de novedad en la trama, pre-
sentido y visto el desenlace—análogo en anteriores come-
dias de otros autores—, sólo es capaz de retener la curio-
sidad del público la habilidad con que se lleva el movi-
miento escén^po y el aspecto cómico justamente entonado.
Esta misma maestría de preparar escenas, finales y
hasta tipos, se advierte en la urdimbre del diálogo. Todo
cuanto se dice en No te ofendas, Beatriz, es oportuno; y no
es el caso de pensar si debieran o no expresarse de tal
modo los personajes. La frase tiene una fuerza eutrapélica
extraordinaria, aunque se trasluzca su-preparación, lo cual
no le resta eficacia. Por otra parte, ni nos hallamos ante
caracteres definidos psicológicamente, ni la obra pretende
otra más importante consecuencia.
No descubre, claro es, esta obra el espíritu de observa-
ción de Arniches y Abati. En sus anteriores obras se refle-
ja en toda su magnitud. Rasgos exactos—sobre todo en. las
producciones del primero—avaloran, en muchos momen-
EL TEATRO EN ESPAÑA 155

tos, comedias que de otro modo sólo hubieran tenido el


mérito de producir la risa, más o menos forzada. La risa,
en el teatro cómico castellano, ha sido, si es posible admi-
tir la metafórica expresión, fabricada por Arniches y Abati.
Los demás autores—con alguna excepción, naturalmente—
han sido, o son, imitadores que sólo han sabido andar por
los caminos trazados.
En No te ofendas^ Beatriz, hay un momento serio. Pero,
repetimos, desde el primer acto teníamos la prescien-
cia de que así iba a ocurrir, y sólo hemos de elogiar el
acierto con que los autores han sabido llevarnos, gradual-
mente, hasta él. Queda, pues, reducida No te ofendas, Bea-
triz, a una comedia ingeniosa, de puro entretenimiento,
regocijante y amena, que no necesita ampararse bajo la de-
nominación de obra de Pascuas.
Menos consistente que No te ofendas, Beatriz, y que otras
obras anteriores de D. Pablo Parellada es el juguete Así
predicaba Die<¡o, estrenado en el Infanta Isabel, y acogida
con la clásica benevolencia de los estrenos de Pascuas.
D. Pablo-Parellada es, sin duda, uno de nuestros auto-
res de más fino y sano ingenio. Su comedia ¡Qué amigas
tienes, Benita! es un encanto de amenidad y de gracia, y abun-
da en rasgos de justa observación. Asi predicaba Diego no
tiene tanta fuerza cómica. Se nota cierta incoherencia en
las ideas que se refieren al problema social que ha servido
al comediógrafo de fundamento para construir su obra. El
asunto, tratado en otras obras de no muy lejana aparición,
carece, por lo tanto, de novedad. Asi, para juzgar la nueva
comedia de Parellada, hemos de atenernos exclusivamente
a los aspectos cómicos, verdadero fuerte de este popular
escritor.
En efecto, los aciertos parciales de Asi predicaba Diego
están en la animación de los tres actos—el segundo verda-
deramente gracioso—, en la oportunidad de frases muy feli-
ces y en el trazo de caricatura de algunos tipos. Momentos
de saínete, cierto contacto con el natural en dos o tres per-
sonajes y un diálogo brillante, son cualidades muy consi-
156 cosMóPOLis—1-1921

derables de Así predicaba Diego. ¿Para qué hemos de refe-


rirnos a su pretensión sociológica y a sus intentos de filo-
sofía transcendental, sí nada de esto alcanza preponderan-
cia ni relieve?
Parellada es esencialmente un autor cómico, y sus pro-
ducciones no pueden tener más significación que la pura-
mente festiva, sin que nos interesen las intenciones temá-
ticas contenidas en el fondo.
Asi predicaba Diego es, pues, un juguete agradable, en-
tretenido, que nos produce un buen humor espontáneo y
que nos convierte en espectadores ingenuos y agradecidos,
que, al abandonar la sala, vamos pensando en que D. Pablo
Parellada es un hombre feliz y un escritor de felices ocu-
rrencias.

El drama, la comedia dramática, la ideología y la tesis,


no han logrado dejgr huella en nuestro espíritu con sus
apariciones en estos días tradicionalmente optimistas. En
realidad, hay que atribuirlo a la endeblez de las obras es-
trenadas. La producción española y lo que ha llegado a
nosotros de la extranjera, nada consiguen en favor de la
literatura dramática. Ni D. José López Pinillos, autor de
Como el humo., ni D. Adolfo Marsillach, con su comedia en
tres actos Las dos sendas, obtuvieron la sanción apetecida
para sus obras. Tampoco El oculto tormento, de Pío Flaviis
y Gino Rocca llegó a interesar nuestra atención.
Como el humo es el viejo drama del adulterio. Fatalidad
y pasiones tormentosas, desilusión de la amistad y el amor,
corrupción de sentimientos, intentos de un realismo más o
menos exacto, pesimismo, en fin, pesimismo íeaíra/que lle-
ga desde las producciones esquilianas.
El señor López Pinillos conoce el alcance y el valor de
su teatro. Ocultarle la verdad constituiría un halago des-
preciable y ridículo. Se trata de un pensador y un drama,
turgo de verdadera solidez. Es, pues, preciso, decir en se-
EL TEATRO EN ESPAÑA 157

guida que su nuevo drama Como el humo es deleznable y


artificioso, efectista, y—la principal equivocación del au-
tor—sin el menor atisbo de realismo. La idea fundamental
no se desprende de una consecuencia de la vida; es, por el
contrario, un tema preparado por la conveniencia del dra-
maturgo, en esta ocasión, excesivamente cuidadoso de los
alambres de los muñecos y de los aspectos exteriores. Así,
•encontramos una acción precipitada, unos caracteres des-
dibujados y una total ausencia del drama que, ni siquiera
en esquema, ha acertado a presentar el señor López Pini-
llos. ¿Cómo es posible que nos convenzan unos derroteros
que la más pequeña circunstancia puede variar totalmente?
Faltos de complexión moral los personajes, ¿cómo han de
interesarnos sus estados de espíritu? Vulgar y olvidado de
harto conocido el motivo generador de la comedia, ¿qué
interés podía tener el símil? Frente a instintos y pasiones,
¿no significan nada la voluntad y la conciencia? Toda aque-
lla serie de circunstancias que se acumulan, como obedien-
tes a un Destino ciego e invencible, para destruir la felici-
dad de Dorí Luis Oroz, ¿pueden admitirse en un teatro que
pretende ser naturalista? Si todo efectismo es falso, ¿cómo
hemos de clasificar esta obra, que no es más que una per-
manente situación teatral? Este defecto, tratándose de un
autor de orígenes literarios cimentados en el realismo—un
realismo cercano al de Emile Fabré—es de los de más re-
lieve en Como el humo.
Nuestra sinceridad nos dicta esta opinión acerca del
nuevo drama de López Pinillos. Pero hemos de señalar,
también, la maestría en el trazado de algunos tipos—el de
Guillermo—, que nos hacía recordar los generales aciertos
del autor en sus anteriores obras. Y la firme seguridad de
que el vibrante nervio dramático de López Pinillos ha de
producir obras admirables en el momento en que una sere-
na meditación acompañe al impulso creador del drama-
turgo.
Aún menos elevada y original es la comedia dramática
de D. Adolfo Marsillac, estrenada en el Español, Las dos
158 cosMóPous—I-i 921

sendas. Sin interés en su asunto, sin vitalidad los persona-


jes, con un absoluto desconocimiento de la arquitectura
dramática, la obra carecía de las más elementales condicio-
nes de viabilidad. Naturalismo excesivamente fuerte y des-
abrido. Ni un sólo momento de emotividad .,
£1 Sr. Marsillac sabe, sin duda, escribir bien para el
periódico. El diálogo de Las dos sendas, en algunos momen-
tos, es literario y no faltan felices detalles de observación.
Como dramaturgo, nos limitamos a señalar su falta de
condiciones. Ni en la elección de tema—madmisible de
todo punto la tesis de que el mal es superior al bien, aun
cuando en la práctica sirva, según el autor, para producir
buenas acciones—, ni expresiones cálidas de vida, y, repe-
timos, basada en un hecho demasiado vulgar, Las dos sen-
das es la negación absoluta de la existencia de un come-
diógrafo.
El caso contrario lo hallamos en el drama italiano JEl
ocidto tormento. Los escritores italianos Flaviis y Rocca po-
seen todos los resortes escénicos, pero su literatura es de •
clamatoria, enfática, hueca y de una evidente arbitrariedad
que atropella aun los más elementales principios de la Ló-
gica. Tratan por todos los medios de acumular situaciones
sin preocuparse de su justificación. Todos los personajes se
desvían de las lineas dramáticas y psicológicas y, por lo
tanto, carecen de relieve, contribuyendo a la vaguedad que
se advierte a través de los tres actos.
Un crimen cometido por error-es el asunto—banal y
exento de toda emotividad espiritual de El oculto tormento.
Imaginaos ahora escenas de una tensión fortísima y angus-
tiosa—recordad los dramas, naturalmente, más elevados de
Darío Nicomedi—e imaginaos también unos personajes que
ni piensan, ni sienten, ni obran con normalidad; añadid to-
das las más negras torturas: celos, temores, remordimien-
tos, y hasta el efecto arbitrario de un caso patológico, y
obtendréis la impresión de este drama, en el que hay una
total ausencia de sentimentalidad y verismo.
No es el caso de abordar el tema de las traduccio-
EL TEATRO EN ESPAÑA 159

nes; pero sí estamos en el de lamentar que literatos de ci-


mentada reputación y de innegables aptitudes, empleen
sus horas de trabajo en la transplantación de obras como
El acuito twmento. Esto es lo único que puede reprocharse
a Augusto Martínez Olmedilla, sin que esto contenga una
censura al buen gusto artístico del ilustre escritor. Quizá
un deseo de darnos a conocer un drama de resonante éxito
en Italia—tampoco nos interesaba La emboscada, de Keis-
tecmackers, y fué traducida del francés—, haya sido el mo-
tivo que indujo a Martínez Olmedilla a poner su pluma
en tal obra, cuya adaptación a nuestra escena está hecha
con absoluta maestría', advirtiéndose en el diálogo la pul-
critud y la agilidad de tan admirable literato, de cuyas
excepcionales condiciones para el teatro podemos conven-
cernos con la lectura de las bellísimas piezas escénicas que
forman su tomo, recientemente publicado, Teatro de Ma-
rionetas.
Y para terminar, señalaremos la aparición sobre la es-
cena del Odeón de un perfecto drama policíaco. La cartera
del muerto, original de D. Pedro Muñoz Seca, Un autor ilus-
tre ha prestado su cooperación a este alto empeño artístico
del fecundo autor. Nuestra pluma se resiste a escribir el co-
mentario adecuado. Señaleremos, sin embargo, que La car-
tera del muerto nada tiene que envidiar a El misterio del
Profesor Woffmam.
EDUARDO HARO
EL MOVIMIENTO «DADA»

Actitud glosadora y en-


focamiento preliminar.

¿Dudará hoy alguien que el suceso literario más resal-


tante del año que acaba de expirar, aquel que ha suscitado
en todos los climas intelectuales mayor expectación acu-
mulada, entusiasmo apologético o encono negativo ha sido
el «Movimiento Dadd»? No; Dada, aun en su peculiar mu-
tabilidad efímera, quedará en los anales anecdóticos de
1920, como el acaecimiento estético más inaudito, sonoro e
irradiante: Por que no obstante tener vinculado su radio
accional en París y Zurichj y cultivarse solamente en len-
gua francesa y alemana, su fuerza expansiva ha hecho
tomar a Dada un carácter internacional, rebasador y cen-
trifugo... Asilo evidencia el cúmulo de comentarios perio-
dísticos, glosas teóricas y parodias pintorescas que en la
Prensa de Francia, Suiza, España, Alemania e Italia ha pro-
movido la aparición de cada uno de los libros, manifiestos,
revistas y festivales dadaístas.
En posesión de este archivo curioso, y habiendo ya glo-
sado aisladamente algunas de sus exteriorizaciones, ¿cómo
enfocar en la hora decisiva de proceder a su crítica vivi-
sección total, este movimiento subversivo, enmarañado,
nihilista, burlesco y caricatural, propulsado por la entidad
DADA de Tzara, Picabía «and Company Limited»? El ges-
to de enfocamiento críticos má adecuado, la actitud exep-é-
• LITERATURAS NOVÍSIMAS 161

tica propicia se diferencia de la que hemos adoptado en an-


teriores exploraciones hermenéuticas: defensa de lo afín
en el equilibrio persuasivo, y frente a los estrabismos ma-
lévolos de la incomprensión obtusa. Y no es tampoco el
gesto fríamente superficial o coléricamente despectivo de
ciertos irritables espíritus paleolíticos y academicistas, que
se han sentido íntimamente lesionados ante las irreveren-
cias dadas, transformándose así en las más candidas y pro-
picias víctimas de este movimiento: Pues la gesta DADA,
sus alaridos heresiarcas y sus muecas subversivas no han
ido dirigidas estrictamente contra el público pasivo, sino
más bien contra los letrados retardatarios y las larvas del
tradicionalismo insolvente.
De ahí que, rehuyendo tal inclusión victimaría, y en un
enfocamiento directo del panorama dadaista, siempre mis
comentarios precedentes hayan girado rítmicamente en
torno al eje humorístico del «movimiento Dada»: Es decir,
han sido refracciones pintorescas de sus características
peculiares. Así, pues, ahora—en el momento de su visión
total—, afrontaré el paisaje dada con la misma actitud des-
enfadada de escoliasta jovial y fraternamente juvenil e im-
petuoso, que no siente heridas sus fibras—como otros pi-
tecántropos—ante las gesticulaciones agresivas y trata de
iluminar, compulsar y valorar los elementos más genuinos,
expresivos y pintorescos de este célebre «movimiento».
Señalando, paralelamente, sus virtudes «asimilables» a la
evolución devenirista del «espíritu nuevo» y sus estriden-
cias pasajeras del latido «nunista»...
El momento, por lo demás, es el más oportuno para
efectuar la revisión epilogal de Dada, y fijar con una mira-
da contrastadora su trayectoria evolutiva. Lejanos están ya
los días primeros, en que sólo cabía el gesto de asombro y
defensa ante la avalancha furibunda de sus verbalizaciones
negativas. Hoy podemos enfocar serenamente el paisaje
descubierto, formulando, paralelamente a la exposición de
su desarrollo cíclico, la sedimentación de un juicio que ha
ido depurándose en el transcurso de los días. «-Dada ha
11
162 cosMóPOLiSr—1-1921

muerto», afirma Dominique Braga en Le Crapotdllot, de Pa-


rís—1.° noviembre—, donde ya antes consagró perspicaces
comentarios, que transcribiremos, a este movimiento. Su
existencia—dice—debíase a su carácter inaudito, laberínti-
co e inexplicable. Mas una vez desentrañado y desmontado
por Jacques Riviére en La Nouvelle Beinie Fraiigaise, de
agosto 1920, que presenta a Dada como el vértice lógico
de disgregación a que conducía toda una época de subjeti-
vismo literario, Dada ya no existe, y queda incorporada a
la corriente determinista. Perfectamente. Aceptemos esta
evasión transmigratoria de Dada. Mas antes tratemos de re-
construir, ante los lectores españoles, su proceso evoluti-
vo. Precisamente, ya Jacques-Emile Blanche presagió qm;
Dada no subsistiría sino dejando de ser. Y es ahora, por
consiguiente, en el momento de su disgre,9;ación y trans-
formación, cuando podemos proceder a su disección raa-
yéutica.
Aun tratando de iluminar comprensivamente el hori-
zonte Dada, no puedo prometer al lector disipar el bruma-
rio peculiar de este movimiento, ni resolver, en un colo-
rario matemático, su «cómo» y su «por qué» explícito.
Pues esto equivaldría a penetrar en el secreto de in-
tenciones espontáneas, que, por su mismo carácter instinti-
vo, son indiscernibles aisladamente. Sólo la exposición de
sus teorizaciones encrespadas pueden hacernos transparen-
tes los auténticos motivos generadores, de los que inferir
las normas directrices del dadaísmo. Y mi actitud crítica,
aun basándose en una simpatía de tangencial afinidad, no
es tampoco la de un adicto incondicional, sino más bien la
de un espíritu que conserva su libertad íntima aun en el
lazo de conexiones concéntricas. Pues, no obstante comul-
gar en el concierto de los «ismos» extrarradiales estéticos
vanguardistas, he rehuido la significación específica de
dadaísta, al situarme en un plano de ultraísmo genérico.
Y sólo a titulo de primer cronista español de Dada, y como
amigo epistolar de los propulsores de este movimiento,
Tzara, Picabia, Ribemont-Dessaignes, Dermée, Arnauld,
LITERATURAS NOVfSlMAS 163

Eduard, Bretón, A r a g ó n y Soupault, con los que he com-


partido más de una vez las indignaciones de los saurios,
voy a adentrarme en una exposición objetiva de Dada, en-
trelazada con visiones subjetivas en el conjunto pano-
rámico

L o s o r í g e n e s d e Dx\DA:
T e o r í a s y manifiestos inicia-
l e s . Zurlch: 1916-1919.

Inicialmente, la cualidad predominante que admiramos


en DADA es su significación de movimiento hipervitalista,
conmovido de uiui multiplicidad accional y expansiva que
responde al latido multánime de fragorosa y cinemática
apoteosis nunista. Y exalta, lógicamente—según la sagaz
determinación de Jacques Riviére—, más que la «obra lite-
raria»—producto de una secrección cerebral pacienzuda—
la «expresión» espontánea, elíptica y sintética del vivir aní-
mico... De ahí que en vez de publicar estrictamente sus li-
bros, lanzándolos con un puro gesto d e s d e f o s o , desde el
ángulo-refugio—que todos los escritores personales e inno-
vadores se forjan—, los dadaístas, siguiendo el ejemplo de
los futuristas italianos—con quienes ya señalaremos su se-
mejanza y numerosos puntos de contacto—se lancen «ellos
mismos» entre sus «obras», conmovidos de un irrefenable
dinamismo accional en sucesivas «soirées», festivales o pa-
radas y lecturas. Situados asi frente al público, hallan su
e-spejo de contrastación- y acuciamiento en la planitud ató-
nita de los espectadores, que vibran siempre, sacudidos
violentamente de indignación o hilaridad, en un circuito d e
tensión reciproca.
He ahí por qué al entrar en la exposición de D A D A
haj'amos de buscar sus características en sus gestos de ex-
teriorización mejor que en sus obras aisladas, explanando
''etrospectivamente un bosquejo histórico de los orígenes
164 cosMóPOLis—I-1921

del movimiento, en Zurich, de 1916 a 1919, anteriormente


a su etapa de irradiación mundial, lograda en París, y en la
primavera de 1920.
Los primeros indicios de Dada—sus vagidos infantiles,
pudiéramos decir, aludiendo ya a la significación oriunda
de la palabra—los encontramos en el álbum «Cabaret Vol-
taire», editado en Zurich en 1916, y conteniendo las firmas
de diversos poetas, pintores y grabadores, como Apollinai-
re, Cendrars, Picasso, Arp, Ball, Ennings, Hodis, Huel-
senbeck, Janeo, Kandinsky, Van Rees, Hodki, Tzara, Mari- •
netti, Cangiullo y Modigliani. Este álbum toma su nombre
del verdadero «Cabaret Voltaire», donde, durante aquellos
días de guerra, se reunían algunos de los anteriores artis-
tas, que habían elegido el refugio de Suiza como remanso
neutral. Y allí, lejos del estruendo belísono, seguían for-
jando sus ideaciones insurrectas. Constituían entonces, por
instintiva agrupación, un conjunto de artistas que, sin po-
seer aún una etiqueta genérica, tenían ya consciencia de
su carácter marginal, disconforme e independiente. «Nos-
otros pensábamos no tener nada de común con los futuris-
tas y cubistas», ha escrito posteriormente Tr. Tzara en una
réplica a Jacques Riviere—Littérature, núm. 10, enero de
1920—. El nombre DADA surgió en 1917 como título de
la Revista en que, con periodicidad indeterminada, recopi-
laban sus escritos dichos escritores. «Mas en el curso de
varias campañas contra todo dogmatismo y toda limitación
de escuela. Dada se transformó paradoxalmente, y contra-
viniendo a sus principios, en el Movimiento Dada.» Bajo
este rótulo se organizaron exposiciones pictóricas y confe-
rencias, suscitando la admiración colérica del público de
Zurich, que protestaba contra este ilusorio «Movimiento».
En efecto. Dada, como vemos, en sus días iniciales no
tenía tal carácter conjunto, que aparece, por vez primera,
explícito en el número 3 de Dada—Zmich, diciembre
1918—. Está encabezado por un extenso y expresivo ma-
nifiesto de Tristan Tzara, que contiene los postulados esen-
ciales del dadaísmo, y que de haber sido leído—y enten-
LITERATURAS NOVtStWAS 165

dido—a su tiempo, hubiera evitado las incomprensiones


obtusas en que han caldo la mayor parte de los gacetille-
ros estrábicos de París y Madrid. Voy a sintetizar y tradu-
cir su contenido, que servirá de iluminación prefacial y
clave comprensiva para el lector sagaz. Discriminemos,
previamente, su significación etimológica: "-Dada no signi-
fica nada», dice Tzara destacando esta afirmación con una
manecilla extendida, a la que es tan aficionado en su afán
de expresivismo tipográfico. Transcribamos, sin embargo,
algunas de las explicaciones que ^1 propone: «Se lee en los
periódicos que los negros Krou llaman Dada a la cola de
una vaca santa. En cierta región de Italia, dada significa las
palabras cubo y madre. Y, finalmente, también se Uaraa
dad¿i a un caballo de madera—^juguete infantil—y a la do-
ble afirmación en ruso y en romano.» De una de estas sig-
nificaciones sindicadas—caballito de madera—procede el
que algunos comentaristas viesen en Dada un arte para be-
bés, o el retorno a un primitivismo infantil monótono. En
su pugna y desdén hacia los periodistas de Zurich—prime-
ros glosadores e impugnadores de Dada—, Tzara les atri-
buye la paternidad de este vocablo, que luego, después,
había de reivindicar en París como de su origen e inven-
ción. («391», núm. 12). Así dice prefacialmente al mani-
fiesto de igi8: «Para introducir la idea de locura pasajera,
y la publicidad de un «ismo» nuevo, los comentaristas lla-
maron «dadaísmo» aquello que la intensidad de un arte
nuevo les impedía elevarse a su abstracción comprensiva.»
^ea cual fuese su origen, hay que reconocer que Dada fué
un hallazgo indudable. Así ha podido luego decir irónica-
mente André Gide en La NouveMe Revue Frangaise (i abril
1920): «El día en que fué encontrada la palabra Dada no
restó ya nada que hacer. Todo lo que se ha escrito después
me parece un poco diluido, DADA: Estas dos sílabas habían
conseguido el fin de «inanidad sonora», una insignifican-
cia absoluta.»
He aquí ahora unas dilucidaciones sobre la génesis del
dadaísmo, expuestas por Tristan Tzara en su manifiesto de
!66 cosMóPOLis—i-19?l

1918: «Dacfá—afirma—nació en 1916 de un deseo de inde-


pendencia y de desconfianza hacia la comunidad. Los que
pertenecen a Dada guardan su libertad. Nosotros no reco-
nocemos ninguna teoría. Ya tenemos bastantes academias
cubistas y futuristas: laboratorios de ideas formales.» ¿No
son estas declaraciones la más perfecta condenación de
todo propósito escolástico? Ellas nos explican cómo des-
pués en París, 1920—«Dadaphone»—, siguen afirmando, no
obstante la formación del bloque Dada, que ellos no reco-
nocen ningún principio de conexión, y que sólo se dejan
llevar por su espontaneidad fantasista. «Yo estoy frente a
todos los sistemas. El más aceptable de ellos es no tener
ninguno por principio», afirma ya, paradoxalmente, Tristan
Tzara en 1918. Otro apartado de este manifiesto, «La es-
pontaneidad dadaísta», comienza con este párrafo que tra-
duzco literalmente, porque es un curioso «specimen» de su
estilo barroco, curioso bric-ii-brac de pensamientos deshi-
lachados y coordinaciones de palabras remotas: «Yo llamo
je m'enfoutisme el estado de una vida dónde cada uno guar-
da sus propias condiciones, sabiendo siempre resspetar las
restantes individualidades y defenderse, el two-step devi-
niendo himno nacional, revista de bric-á-brac, T. S. H. te-
léfono sin hilos transmitiendo las fugas de Bach, anuncios
luminosos para los bárdeles, el órgano difundiendo los cla-
veles de Dios, todo esto junto, reemplazando la fotografía
y el catecismo unilateral.» ¿Concebís mayor abigarramien-
to jeroglífico, que el de este párrafo prismático, donde las
ideaciones se enredan co:no monstruos miriápodos? Este
estilo, donde el gusto por la traza del arabesco laberíntico,
es elevado al absurdo, constituye, no obstante, el rasgo
personal de Tzara, antes de que apareciesen en él los alar-
des humoristas, infiltrados por Francis Picabia—que es el
verdadero excéntrico humorístico del circo Dada, y marca
el polo opuesto al enigma caótico y torturado, representa-
do por Tzara.
Finalizando el manifiesto de 1918, Tzara, bajo el epígra-
fe de «Disgusto dadaista», nos ofrece algunas perspectivas
LITERATURAS NOVÍSIMAS IC?

de Dada. El sentido de reacción burlesca^ escéptica y des-


tructora—triángulo de sus principios característicos—, lo
sintetiza así: «Protesta con los puños de nuestro ser: Dada:
Abolición de la lógica, danza de los impotentes para crear:
Dada: Chillidos de ios colores crispados, entrelazamiento
de las contradicciones grotescas y de las inconsecuencias:
La Vida.*
El siguiente manifiesto amplificador de Tzara, aparece
en la Anthologie Dada, núm. 4, publicada en Zurich el 15 de
mayo de 1919. Contiene, entre la prosa teórica, una «Pro-
clama sin pretensión»—en Cervantes de agosto de 1919 apa-
rece íntegramente traducida—, y que, por su interés expli-
cativo, extractamos a continuación: «El arte se adormece
para la natividad del mundo nuevo. «Arte», palabra caca-
dou, reemplazada por Dada, plesiosauro o pañuelo. —Músi-
cos, romped vuestros instrumentos ciegos sobre la escena.
Yo escribo porque es natural, commeje pisse, lo mismo que
me pongo enfermo. Esto no tiene importancia sino para mi,
y relativamente. El Arte necesita de una operación. Nosotros
no buscamos nada: afirmamos la vitalidad de cada instante.»
En frases así, burlescas y escépticas, de una máxima inten-
ción nihilista, está condensada teóricamente la gesta Dada
Que, en efecto, sólo tiende a expresar la vitalidad vibrátil
de la «nada» fugitiva, y no a crear arquetipos de belleza o
suscitar aferencias estéticas. De ahí que ellos hayan lanza-
do el lema de anti literatura como designación de sus ver-
balizaciones disolventes y ratificación de sus propósitos he-
terodoxos. Tales intenciones han suscitado el encono de
todos los comentaristas, excepto de Jacques Rivifere, que
desde su posición intelectualista se despreocupa de ios
atentados literarios. «El Arte y la Belleza—dice—no son
para mí divinidades, y yo no tengo ningún rencor contra
estos iconoclastas. Prefiero su modestia, su falta de com-
prensión de la grandeza humana, a la suficiencia sacerdo-
tal de tantos escritores caídos.»
En dicho número de la «Antología Dada, aparece com-
plementariamente un «Pequeño Manifiesto» de Picabia
168 CDSMOPOus^-i-í92t

(también traducido en el número indicado de Cervantes) y


al que pertenecen los siguientes párrafos: «Cantar, escul-
pir, escribir, pintar, ¡no! Mi único fin es una vyia más se-
dante y no mentir más. Ser la multitud que cree en sus ac-
tos, hacer el mal, emoción genital y catástrofe, filtros y ci-
rugía, olores y ortografía, entusiasmos y acariciar, gastar
los muebles, contacto con la realidad, provecho efectivo,
grande y bello. La palabra de la definición es absoluta Ali-
Baba.» ¡Encrespado océano de verbalizaciones invertebra-
das, donde únicamente sobrenada la intención inconexa de
las rebeliones fantasistas!
El núm. 4 de Dada marca ya la consolidación conjun-
ta del movimiento. Y aparecen en él, por vez primera, las
firmas de los jóvenes poetas cubistas de Littérature Bretón,
Soupault, Aragón, más las de otros del mismo grupo, en
tomo a Max Jacob y Apollinaire, formado por Cocteau,
Dermée, Reverdy, Birot, Radiguet y Pérez Jorba. (Entre
los dadas nativos: Ribemont, Savinio, G. Buffet y F. Pica-
bía, que entonces no asumía el papel codirectorial, y era
uno más entre los colaboradores de la publicación traziana,
aunque ya propulsase individualmente su revista nómada
ígi, desde 1915, a través de New-York, Barcelona, Zurich
y París.) Esta colaboración de los poetas cubistas de
Littérature y Sic en Dada demuestra que aún no habíase
promovido la rivalidad entre los dos grupos y que ambos
considerábanse más bien como una entidad proindivisa
de propósitos afines, que como dos sectas rivales de in-
tenciones antagónicas. De ahí que en la primera nota
que en España apareció sobre Dada (número 27 de Orecia^
20 de septiembre de 1919) yo fundiese indistintamente los
nombres de todos los colaboradores de Dada. Mezcla que
me vaüó una alusión del admirado cronista Gómez Carri-
llo en su crónica sobre «El dadaísmo», de El Liberal (3 abril
1920). En ella me reprochaba amablemente el haber con-
fundido ambas tendencias—cubismo y dadaísmo—, ya en-
tonces perfectamente diferenciadas y delimitables, sin tener
en cuenta el tránsito de medio año que habíase deslizado^
LITERATURAS NOVÍSIMAS 169-

desde la redacción de mi comentario, hasta la aparición


del suyo en El Liberal. Y en mi réplica epistolar a Gómez
Carrillo yo especificaba: Dada era entonces—1919—un
conglomerado amorfo de varias tendencias insurgenties y
superatrices, dirigidas a rebasar la meta de los últimos mo-
vimientos artísticos. En las publicaciones dadaistas colabo-
raban escritores y pintores de muy diversos rótulos y na-
cionalidades, sólo unidos por un común nexo genérico de
cualidades vanguardistas: cubistas franceses, neofuturistas
italianos, expresionistas alemanes, austríacos y suecos, y
primitivos dadaistas zurichianos. Todos ellos convivían,
exponiendo sus personalidades, en los primeros números
de Dada. Mas la delimitación, y aun la rivalidad mutua de
grupos, llegó después. En el momento de la solidifación
dadaísta: en París y en febrero de 1920.
GUILLERMO D E TURBE

(Continuará.)
inwiiniiiiimiiinnHi.iinnTw

ll A-T^TE en E/PA'ñA
HDBKV^

LA CERÁMICA DE LOS SEÑORES DE AGUADO

Decir que la Exposición de cerámíma celebrada en el


Salón permanente del Círculo de Bellas Artes por D. Se-
bastián Aguado y su señora, fué en extremo interesante,
sería tan sólo repetir un tópico que, de tan usado, carece ya
de fuerza expresiva. Realmente no daría con ello al lector
sino una idea muy pobre de la obra de tan meritísimos ar-
tistas.
De poco tiempo a esta parte viene notándose, a la par
que una mayor afición por lo que ha venido denominándo-
se hasta ahora Artes Menores, olvidadas por completo du-
rante toda la segunda mitad del siglo pasado, algo que
bien pudiéramos considerar como el renacimiento de la
Cerámica, de la que casi no existía ya más que los eternos
cacharros de Talavera, puesto que la un tiempo famosa
fabricación de Manises estaba en completa ruina. Lo que
de arte tenía se iba extinguiendo totalmente y sólo iba res-
tando la industria, cada día más vulgar, más artesana. Con
•el amenguamiento del poderío español, los españoles iban
sintiendo un desprecio, acentuado gradualmente, por lo que
en España hubiera que pudiese honrarla y dignificarla. De
este modo, la Cerámica y todos sus derivados, que ha sido
una de las manifestaciones artísticas nuestras más bellas e
importantes, era rechazada y sólo algunos ricos, fanfarro-
nes y ostentosos, se vaniagloriaban de tener hermosas pie-
zas antiguas o las compraban de las modernas fabricaciones
EL ARTE EN ESPAÑA 171

extranjeras, como la inglesa, la francesa, la danesa y la


alemana. Era lógico, pues, que nuestros ceramistas fueran
perdiendo entusiasmo y se limitaran a satisfacer las nece-
sidades hogareñas indispensables de la mesocracia )' el
pueblo.
F^ero dióle a un artífice, de pura cepa, D. Daniel Zuloa-
ga, la idea de dedicar sus talentos a la Cerámica, creando
esa especialidad, tan suya, que ha dado fama a Segovia, y
desde entonces hemos ido viendo c^mo la decadencia se
trocaba en vitalidad y pujanza 5' renacían las antiguas in-
dustrias valencianas, talavereñas, sevillanas, jiennenses y
toledanas. Y detrás de ellas surgían nuevas industrias en
lugares carentes de tradición. Y en todas iba unida la idea
de utilidad a la de belleza, de tal modo, que puede conside-
rarse hoy la Cerámica española como una de las más artís-
ticas y perfectas del mundo, a la vez que más variada en
tipos y modalidades de fabricación.
Así pudo apreciarse en la Exposición de Cerámica que
celebró el Círculo de Bellas Artes el año pasado, donde se
presentó un conjunto muy notable, pues sin estar repre-
sentados en él todos los ceramistas españoles, había los
necesarios para que cualquiera se formara idea del flore-
ciente estado en .que se halla tan bella manifestación ar-
tística.
En esa Exposición fué donde por primera vez vimos los
trabajos firmados por el Sr. Aguado, que obtuvieron un se-
ñalado triunfo, destacándose notablemente en el selecto
conjunto por las perfecciones técnicas y los primores esté-
ticos, y, sobre todo, por su novedad, al seguir la tradición
hispanoárabe, completamente olvidada ya.
No debe entenderse esto en el sentido de que el señor
A.guado sea un simple imitador de los modelos y gustos de
•"Os árabes toledanos; lejos de eso, lo que hace el distingui-
*ío ceramista es renovar aquellos modelos y gustos al ins-
pirarse en ellos para componer sus obras, las cuales, lejos
^6 parecer copias, tienen todo el sabor y la fragancia de las
obras originales.
Í72 cosMópOLis—1-1921

Así se ha podido apreciar "ahora con mayor~nrucivtí;'


puesto que ha podido presentar él sólo una cantidad de tra-
bajos suficiente para que el público pueda formar concepto
de su labor en toda su amplitud.
La cerámica del Sr. Aguado, como ya hicimos notar
antes, se distingue por la perfección de los esmaltes y vi-
driados, que llegan a hacernos creer en las finuras e ingra-
videces de la porcelana. Es de los trabajos más perfectos
que de este género se han expuesto en Madrid.
Por lo general, esta cerámica, que viene a continuar
una tradición injustamente olvidada, pero sin desatender
la base creadora, que es principio sine qua non de todo arte,
carece del decorado que algunos otros artífices utilizan
como elemento distintivo y característico sin el cual en-
tienden que no podrían redimirse del dictado de oficio. Su
fuerza estriba en las tonalidades puras y limpias, sólo inte-
rrumpidas por sobrios y sencillos adornos lineales, cuando
más. Y si alguna vez utiliza el artífice la composición de
escenas y paisajes, lo hace con tanto tino, que el deco-
rado no pierde nunca su valor ni excede de los límites a
que debe ajustarse en obras de esta naturaleza.
Sin temor puede afirmarse que el Sr. Aguado es de los
pocos que poseen un concepto más profundo y exacto de
su arte, Sabe qué es lo esencial en la cerámica y qué es lo
accesorio; lo que no debe faltar y aquello de que puede
prescindirse, sin que se altere la significación ni sufra de-
trimento la entidad. No se verá nunca que confunda la
obra de adorno con la de uso, y jamás se encontrarán bár-
baramente asociadas las ideas de lo útil y de lo bello.
Por eso no es de extrañar el gran éxito que los seño-
res Aguado han obtenido; éxito no sólo de crítica, que na-
die ha discutido sus méritos, sino que todos los han reco-
nocido y elogiado, pero de público, en lo que estriba o suele
traducirse el éxito de público: en la venta. Pocas veces se
ha visto en España que el público reconozca el mérito de
un artista acudiendo a comprar sus obras con la esponta-
neidad y la afluencia que ahora lo ha hecho. Y en este mo-
EL ARTE EN ESPAÑA 173

inv-iweníií^ fta..ían±o..jnás l^laffüeño y consolador, cuanto que


ha venido a estimular una industria esencialmente es-
pañola.

EL PAISAJISTA LORENZO AGUIRRE

En el saloncito de «Arte Moderno» ha expuesto Lorenzo


Aguirre unos 34 cuadros, que modestamente ha titulado
«Estudios de Paisaje».
Si en verdad fuesen solamente estudios de paisajes, no
valdría la pena que el señor Aguirre hubiese requerido la
atención del público, a nuestro juicio, pues entendemos
que sólo deben exponerse las obras que estime el artista
acabadas, por ser las únicas que tienen interés para el pro-
fano. Lo que en la jerga del oficio se llama esttidio no es
más que un ensayo que sólo tiene valor para el artista o
para el amante del arte, que saben ver los aspectos nota-
bles, los rasgos salientes de la personalidad que en él se
acusa. Únicamente a los grandes artistas que han desarro-
llado una labor prodigiosa ya reconocida y sancionada,
puede consentirse que exponga estudios, porque entonces
éstos adquieren un prestigio nuevo, puesto que vienen a
ser como una especie de revelación que hace el artista de
sus intimidades creadoras, lejos de las preocupaciones que
lleva consigo la realización de las obras de empeño. A un
artista que empieza no se le puede aplaudir que presente
los ensayos en que se adiestra, sino que él mismo está obli-
gado a requerir la atención pública cuando haya consegui-
do algo fundamental.
Si esto se hiciera, se evitarían muchas Exposiciones que
sólo logran fatigar al aficionado a recorrer salones donde
se dice que se exhiben obras de arte, cuando no son sino
balbuceos o simples ejercicios sin honda trascendencia ar-
tística. Estamos ya cansados de ver Exposiciones de prin-
174 cosMóPOLis—1 I9?l

cipiantes, en las que apenas si se destaca algún acierto, casi


siempre inconsciente, debido a la casualidad.
Pero, como decimos anteriormente, el denominar Lo-
renzo Aguirre a suy cuadros «Estudios de Paisaje» no es
más que modestia; exagerada modestia en un artista que
reúne suficientes condiciones para encararse sin miedo con
el público y la crítica.
No hay nada en ellos de estudio, en la acepción que
como hemos indicado suele emplearse esa palabra. Son
paisajes completos, en los que se revela un temperamento
definido, que tiene una manera propia de sentir, compren-
der, ver e interpretar la naturaleza.
Lorenzo Aguirre no es un pintor improvisado, un prin-
cipiante impaciente de nombre y gloria, Es un artista que
ya lleva reñidas muchas batallas y a quien le perjudica no-
toriamente una inquietud muy levantina que le hace abor-
dar las más dispares y contrapuestas ocupaciones.
Nosotros, que le conocemos desde hace muchos años,
cuando comenzábamos a emborronar cuartillas y él era
ya un pintor formado, sabemos cuánto vale, lo que ha
hecho y lo que puede hacer en el momento en que logre
contener sus impulsos de actividad fogosa y tumultuaria y
consagre su talento a desarrollar con posesión de si mismo
las grandes cualidades que le adornan.
Durante algún tiempo viene malgastándolas haciendo
monos, carteles y caricaturas, que si le han dado algún di-
nero y no escaso n o m b r e , en cambio le han apartado de su
verdadero camino. Ha conseguido, en efecto, ponerse a la
altura de los mejores ilustradores y caricaturistas tras una
labor deHodada y un abrumador esfuerzo,^e la voluntad;
pero como esa tensión no puede sostenerse mucho tiempo
y él, en verdad, no es fundamentalmente dibujante y hu
morista, quiere decir que se agotará p r o n t o , sin otro resul-
tado que haber gozado de cierta nombradla por espacio de
unos a ñ o s .
Lo que Lorenzo A g u i r r e es en esencia es pintor, y pin-
tor de paisajes, y si n o hubiese sido^nunca más que eso y a
El. ARTE EN ESPAÍÍIA 175.

eso hubiera dedicado toda su actividad, hoy sería uno de


nuestros mejores paisajistas. Es el caso de ese otro paisa-
jista malogrado por la caricatura: Roblédano. Aguirre
sabe que siempre le dijimos lo mismo, que siempre le ha-
blamos con igual sinceridad. Es una lástima que no se de-
dique de lleno a la pintura, porque no es un artista vulgar,
porque tiene una paleta jugosa y rica, porque sabe sentir y
ver, porque, en fin, tiene personalidad.
Y lo demuestra palmariamente la Exposición que acaba
de celebrar.
Pequeños en dimensiones eran ios cuadros; pero ¡cuín
llenos de espíritu y de calidad de pintura!, ¡cuántos atisbos
de la inmanente belleza del paisaje!
De Madrid y de Alicante eran los paisajes, y con ser los
•sujetus y los medios tan distintos, su retina supo recoger
las míjdalidades inherentes a cada cual y su paleta compo-
nen lo,s tonos apropiado y justos.
No obstante, es de rigor advertir que sabe exaltar me-
jor, quizá porque estén más cerca de su espiritualidad o
porque esté más compenetrado con él, las bellezas cálidas
y exuberantes del paisaje levantino con sus intensas colo-
raciones, que las del madriieño. Y eso contando con que
ha sabido pintar cuadros tan delicados y finos como los
titulados «Lejos» (Casa de Campo), donde la sensación
de lejanía, de amplitud, de inmensidad, está magistralmen-
te interpretada, y «Atardecer» (Puerta de Hierro), donde el
juego de luces del crepúsculo está insuperablemente tra-
tado, recogiendo en su totalidad la melancolía que siempre
tisne el ocaso.
Pero al lado de esos estaban otros como «La ermita
del Calvario> (Aspe), «Calle del Sol» (Altea), «La olla»
(Altea), «Barranc del Mascarat» (Calpe), «El horno» (Al-
tea) y «Entrada a Castell de Guadalest», en los que se veía
^1 pintor como más dueño de sí mismo, como más posesio-
nado de su arte, señor de todos los recursos de su paleta,
y también más espontáneo, más pleno, más vigoroso.
En fin, Lorenzo Aguirre es un pintor de temperamento
176 cosMóPOLis—1-1921

y de fibra que puede aspirar a glorias más altas que los


menguados éxitos que entre nosotros logran los caricatu-
ristas, sobre todo teniendo en cuenta que para ser carica-
turista le es necesario poner a cada instante un esfuerzo de
la voluntad, mientras que para ser pintor no le hace falta
sino dejar en libertad a su albedrio.

LOS PAISAJES DE ELÍSEO MEIFFREN

En el Círculo de Bellas Artes ha expuesto unos cuan-


tos cuadros el veterano pintor Eliseo Meiffren, largo tiem-
po apartado de las lides artísticas, hasta el punto de que
cuando en la última Exposición Nacional nos encontramos
ante tres cuadros suyos, fué para nosotros, jóvenes, una
gran sorpresa, pues creíamos que había ya olvidado los
pinceles, pesaroso, tal vez, de que hubiera pasado la épo-
ca de sus triunfos.
¿A qué se debe la reaparición del veterano pintor? ¿Es
que en su retiro vino la Musa inspiradora a revelarle nue-
vos secretos de belleza, nuevos arcanos estéticos y sintie-
ra la necesidad de ofrecerlos al público? No; nada de eso.
Eliseo Meiffren sigue siendo el mismo de hace quince, de
hace veinte años. No sólo pinta lo mismo, sino que parece
que nos presenta los mismos paisajes.
Su pintura fría, minuciosa, preconcebida, acicalada
como esas mujeres que quieren mentirnos bellezas refor-
mando o acentuando artificiosamente las gracias o des-
gracias con qué las dotó la naturaleza, no puede intere-
sarnos a los hombres de hoy y sólo podemos tener un dis-
creto respeto para los años y la historia del viejo artista,
apegado a las tradicionales normas de taller.
Pues sus paisajes son paisajes de taller, en los que para
nada han intervenido la sensibilidad, el anhelo de belleza
y la interpretación de la realidad. Su arte es formulario y
EL ARTE EN ESPAÑA 177

pragmático, hijo de la imaginación y de la práctica. Su con-


templación nos sugiere, salvando las debidas distancias, la
idea de esos pintores callejeros que en las plazas públicas,
ante un público embobado y vulgar, pintan en un abrir y
cerrar de ojos marinas con su luna rielando en las aguas o
jardines con bojes y cipreses, con tan pasmosa fidelidad,
que no faltan ni la más pequeña hoja ni la más débil rama.
BALLESTEROS DE MARTOS

12
LA EDUCACIÓN EN LOS ESTADOS UNIDOS

Los defectos principales^

Según el censo federal de 1910, había ese año en los


Estados Unidos cinco millones y medio de personas mayo-
res de diez años, blancos y negros, indígenas y forasteros,
que no sabían leer ni escribir. Esto constituía el 7,7 por loa
de K población total de más de diez años. De ellos, cerca
de tres cuartos de millón se hallaban entre los diez y vein-
te años. El mayor porcentaje de analfabetismo estaba entre
la población extranjera procedente de los países del Sur y
el Este de Europa y entre los naturales, blancos y negros,
de los Estados del Sur. En tales Estados meridionales, las
escuelas son hoy mucho mejor que hace algunos años; y
es muy verosímil que el censo de 1920 revelará una reduc-
ción muy grande en el número de los muchachos analfabe-
tos comprendidos entre los diez y los veinte años, sean
blancos o de color.
Mientras el censo de 1910 mostró que el número de per-
sonas completamente incapaces de leer y escribir consti-
tuía el 7,7 por ICO de la población, el examen de los hom-
bres reclutados para el Ejército en 1917-18 por los Tribu-
nales seleccionadores reveló el hecho de que el 25 por 100
de los hombres del país comprendidos entre los veintiuno
y los treinta y un años no sabían escribir una carta o leer
un periódico inteligentemente. Reveló también que más de
cinco millones de nuestros habitantes no podían hablar o
CRÓNICA AMERICANA 179

comprender el inglés lo bastante bien para seguir una con-


versación en esa lengua. La publicación de esos hechos
sirvió para despertar el interés general por la^nstrucción
•de los adultos analfabetos y de aquellos que no podían ha-
blar o comprender el idioma inglés, y para provocar un to-
rrente de crítica adversa a la administración de las escue-
las públicas, que hacían posible ese gran porcentaje de
analfabetos totales o parciales.
Producto de estas y otras revelaciones de la guerra, de
un creciente sentimiento de nuestra responsabilidad como
nación en la nueva era de democracia y libertad, y de un
interés más vivo por los asuntos públicos de parte de las
mujeres, que con el derecho de sufragio están llegando a
participar en las responsabilidades y deberes de una activa
ciudadanía, existe por todo el país un entusiasmo genuino,
que crece rápidamente por la educación, y una crítica más
inteligente y analizadora de nuestras escuelas, que dan por
resultado la demanda de su mejoramiento y una buena dis-
posición general para pagar el precio necesario por esta
mejora, cualquiera que sea.
No hay duda de que los Gobiernos federal de los Esta-
dos Unidos y municipal, las iglesias y otras Sociedades y
los individuos ricos cooperarán más cordial y eficientemen-
te en el porvenir que lo han hecho en' el pasado, prove-
yendo todos los recursos necesarios. Pero no es ésta sólo
una cuestión de dinero. El dinero debe emplearse más dis-
cretamente.
Deben reconstruirse los planes de estudio. Los nuevos
horizontes requieren nueva tonalidad. La educación debe
penetrar en los intereses del pueblo y prepararle más efi-
cazmente para la vida que viven y el trabajo que hacen.
180 cosMOPOLis—1-1921

Los remedios a emplear.


Entre los casos que requieren más atención que el pasa-
do se hallan:
1. Higiene y educación física. —Un tercio de los habi-
tantes de América, comprendidos entre los veintiuno y los
treinta y un años, eran inútiles para el servicio militar com-
pleto a causa de defectos físicos, la mayoría de los cuales
podrían haber sido evitados o remediados con una aten-
ción médica apropiada y con aquella buena instrucción hi-
giénica y con aquella formación de hábitos saludables que
puede y debe darse y formarse en las escuelas.
Un gran porcentaje de los hombres admitidos al pleno
servicio militar carecía del endurecimiento y del control de
sus cuerpos, que les habría dado una adecuada educación
física. Los americanos somos obreros conscientes del he-
cho de que la salud, la fuerza, la resistencia y el rápido
dominio de los músculos no son menos importantes para
la felicidad y el éxito en los deberes de la vida diaria de la
paz que en la guerra.
Los estados y las ciudades comienzan a conceder más
medios para el cuidado de la salud de los niños en la es-
cuela, para una mejor enseñanza higiénica y para una edu-
cación física más adecuada, incluyendo los juegos y depor-
tes al aire libre.
Las escuelas normales y los colegios, algunos de ellos
cat> auxilio del Gobierno federal, dan hoy más en estas
cosas a sus estudiantes que se preparan para enseñar. Un
proyecto de ley obrero pendiente en el Congreso conce-
derá veinte millones de dólares anuales para facultar al
Gobierno federal a cooperar con los Estados en el fomento
de la higiene, de la enseñanza sanitaria y de la educación
física en las escuelas.
2. Mejor preparación para la vida cívica.—A medida
que nuestra población y riqueza aumentan, que nuestras
industrias y nuestra vida se hacen cada vez más interde-
CRÓNICA AMERICANA 181

pendientes, que nuestros intereses políticos y sociales lle-


gan a ser más extensos y que somos más demócratas en
política, social e industrialmente, sentimos más vivamente
la necesidad de un conocimiento mejor de las cosas perte-
necientes al bienestar público, y tenemos una mejor actitud
de espíritu hacia ellos. Estamos ensayando hoy dar a nues-
tros cursos de Historia, Derecho, Economía y otras mate-
rias sociológicas una dirección nueva y una aplicación
más práctica. Se celebran bastantes conferencias para la
discusión de los métodos de enseñanza de estas materias, y
se tiene hecho recientemente, o están en vías de hacerse,
algunas investigaciones importantes respecto a su organi-
zación y enseñanza.
3. Enseñanza profesional más extensa y más eficiente.—
El interés por la educación profesional ha ido creciendo
desde el comienzo del presente siglo, y se ha trabajado
mucho para hacer-al pueblo más inteligente en la labor que
realiza y más diestro para hacerla. Pero sólo ahora empe-
zamos a tener conciencia plena de que la educación debe
preparar para ganarse la vida tanto como para la vida y la
ciudadanía. Asimismo, sólo comenzamos ahora a compren-
der que la preparación para las grandes ocupaciones fun-
damentales, como la agricultura y la economía doméstica,
en la que está comprendida o interesada, directa o indirec-
tamente una gran parte de nuestro pueblo, es de la mayor
importancia. Algunos de nosotros creen que los estudios
basados en lo que necesitan conocer hombres y mujeres
por su vida en el campo y en los hogares rurales serian
bien elaborados y administrados, de gran valor, tanto para
la agricultura como para una ciudadanía inteligente y ho-
nesta.
4. Los niños que viven en los pueblos pequeños y en el
campo deben tener las facilidades más semejantes para su
educación a los que viven en las ciudades. Esto supone,
no sólo programas mejor adaptados a las necesidades de la
vida rural, sino también cursos escolares más largos, edifi-
oíos-escuelas mejores, mejor enseñanza y la transforma-
182 oosmópous—1-1921

Clon de las estuelas'pequeñas"en escuelas'mayores, que


sólo pueden tener algunas de esas cosas. En la mayoría de
los Estados las escuelas rurales son muy poco satisfacto-
rias. Esto es debido en gran medida a la dispersión de la
población, a la pobreza relativa y, consiguientemente, a
la imposibilidad de pagar impuestos suficientes para el sos-
tenimiento de las escuelas. Admitimos que la mejora de es-
tas escuelas rurales es uno de nuestros problemas más di-
fíciles. También se conviene en que es uno de los proble-
mas más importantes. «Iguales posibilidades para todos
nuestros niños en el campo y en la ciudad», es una peti-
ción que cada vez se hace más popular.
5. Enseñanza secundaria universal.—En los últimos dos
decenios, el número de las escuela? secundarias en los Es-
tados Unidos y el número de sus alumnos han aumentado
muy rápidamente. Tenemos ahora, aproximadamente,
18.000 escuelas secundarias («high schools»), públicas y
privadas, y más de dos millones de alumnos en ellas.
Unas dos terceras partes de todos los niños y niñas en
los Estados Unidos acaban los cursos de las ^escuelas ele-
mentales, que comprenden siete u ocho años (ocho en los
Estados del Este, Norte y Oeste, y siete en la mayoría de
los del Sur), y una tercera parte, aproximadamente, ingre-
s m en las escuelas secundarias. Algo más de una octava
parte de todos nuestros niños acaban los cursos de cuatro
años de esas escuelas.
Estamos empezando a sentir que tenemos que propor-
cionar de algún modo una educación secundaria universal,
una enseñanza y una educación sistemáticas en los años de
la primera y de la media adolescencia. Los deberes y res-
ponsabilidades de la vida social, cívica e industrial, la exi-
gen a todos por igual, y vemos que el Estado y la sociedad
de'ien a estos niños, por lo menos, ésto para la preparación
a la felicidad y a la vida lograda. Como un medio para este
fir rf'organizamos gradualmente nuestras escuelas sobre la
base del llamado plan 6-3-3, bajo el cual se comprende una
escaeia elem.ental de seis años, una escuela secundaria de
CRÓNICA AMERÍCANA 183

pruTicT~g^-aa-o''^'5J.íiuriia\:,hiorh schp,ol»\ con tres años y una


«scuela secundaria de segundo grado(«teniorhigh schoob))
con otros tres. Esta forma de organización hace posible una
adaptación mejor del trabajo escolar a las necesidades de
los niños individualmente.
6." Una organización mejor de la educación superior.—
En los Estados Unidos hay unos seiscientos colegios («co-
Ueges»), Universidades y escuelas técnicas. Ocho de ellos
tienen ingresos anuales de 2.500.000 dólares o más para sus
gastos ordinarios. Catorce tienen de uno a dos millones de
ingresos anuales con el mismo fin. Treinta tienen de medio
a un millón. Más de cincuenta, de 250.000 a 500.000; cerca
de cien, de 100.000 a 250.000, y unos trescientos, menos
-de 50.000.
El nútüero de estudiantes en estos centros varía también
grandemente, pero no tanto como sus ingresos. Cei'ca de
cien colegios y Universidades reciben apoyo del Estado o
de los Municipios y se hallan sometidos a la inspección pú-
blica. Otros son escuelas confesionales o privadas. Algunas
tienen muy pocos o ningún fondo dotacional y dependen
casi exclusivamente de las matriculas. Con la excepción de
algunos colegios de reciente organización, todos aquéllos
aspiran a dar cursos de cuatro años de Facultad, y conce-
den el «Bachelor's Degree». Varios de ellos realizan traba-
jos de investigación y conceden los grados de «master» y
doctor. Sin embargo, un porcentaje muy grande de todos
los estudiantes graduados están en 30 escuelas.
Existe hoy una tendencia creciente a transformar un
buen número de las escuelas con ingresos de 75.000 dóla-
res o menos en colegios de primer grado («júnior coUe-
ges»), que sólo harían una labor de dos años y animarían a
sus estudiantes al fin de esos años a ingresar en escuelas
mayores y mejor dotadas para seguir los dos años si-
guientes.
184 cosMOpoLis—1-1921

Los estrenos en la Argentina.

He aquí la critica que del drama del doctor Ricardo A.


Paz, titulado En un rincón de la selva, y estrenado en el tea-
tro Florida, de Buenos Aires, trae un diario de dicha
ciudad:
«Cúmplese en la obra del doctor Ricardo A. Paz, estre-
nada anteanoche en el teatro Florida, la prescripción de
Hegel, según la cual el drama es un género flotante entre
la tragedia y la comedia, por el cual se penetra más en los
detalles y complicaciones de la vida interior, y se ofrece al
mismo tiempo un cuadro más numeroso de las circunstan-
cias exteriores, de modo que la multiplicidad de los perso-
najes y de los incidentes extraordinarios, el laberinto de
las intrigas, y lo imprevisto de los acontecimientos contras-
tan con la sencillez del teatro clásico, que nunca encierra
sino un pequeño número de situaciones y de caracteres.
Los preceptos retóricos tienen, por lo demás, escasa
importancia en el drama, ya que en este género teatral
muévese el autor con una amplísima libertad, sin otros lí-
mites que los que le imponen las normas generales de la
estética; y así, el carácter y naturaleza de! drama le brinda
un campo vastísimo para presentar los aspectos más varia-
dos de la vida humana, de lo cual—como enseñan también
los preceptistas—nacen una gran variedad de formas dra-
máticas, tantas y tan distintas que hace casi imposible una
clasificación o división en géneros, si en rigor pueden éstos
ser tantos como las manifestaciones de la vida.
Dícese, en fin, que llevar a la escena los problemas del
destino humano, pintar la humanidad colectiva,, inspirarse
- en la idea como en el hecho, en lo permanente y en lo
temporal, es el objeto propio del drama filosófico social,
tan en boga en los tiempos modernos.
El drama trágico con que el doctor Paz se ha presenta-
do por primera vez al público de un teatro, es del género
filosófico social, y para afirmar ésto tenemos en cuenta el
CRÓNICA AMERICANA 185

fondo de la pieza teatral: un hombre que tiene una falla del


pasado que ocultar, viudo, con un hijo y un sobrino, plan-
ta su carpa en medio de los bosques, y en una salida a la
ciudad, que tiene que haber sido sigilosa, hace de una jo-
vencita que queda huérfana su segunda esposa, y como
ésta ha caído, cuando la mujer ha despertado en ella con
sus vigores máximos, en una pasión culpable, el consorte
reclama por su dignidad herida y la infidente se escuda en
la fuerza del amor que es, como lo definió Goethe, princi-
pio universal de vida que se traduce en «afinidad electi-
va», o sea afinidad entre seres de sexo disímil pero de há-
bitos, y sobre todo de edades símiles. Como se ve, el con-
flicto está planteado entre el orden social, que establece
como uno de sus fundamentos la fidelidad a todo evento de
la esposa, y las fuerzas naturales, las que en determinado
momento y en ciertos organismos son invencibles. Y en-
tonces viene le reflexión filosófica, que se apoya a la vez
en la ética y en la psicología para buscar el equilibrio ha-
ciendo prevalecer la razón.
Pero veamos, en pocas palabras, cómo se desenvuel-
ven las circunstancias del asunto en la obra que nos ocupa.
En el rincón de una selva tropical hállase la cabana de la
familia a que nos hemos referido: Juan, Rosa, su mujer;
Bernardo y Miguel, hijo y sobrino, respectivamente, de
Juan, Como marco de la obra, su ambiente estíi trazado en
precisos detalles: una india errante a quien las gentes del
lugar llaman bruja, porque ronda las viviendas, está al tan-
to de todo lo que ocurre de puertas adentro y hace sortile-
gios; una lechuza que con su graznido estridente y des-
agradable presagia catástrofe; la serpiente de los bosques,
que causa terror y que determina un modo de superstición;
las tormentas, en fin, que estremecen, tan bravas son, todas
las reconditeces de la selva tórrida.
El primer.actü de Ja pieza es esencialmente de exposi-
ción: el páblico se informa, de propios labios de Rosa, de
la borrasca que agita su alra^, y del pasado de Juan, por
confesión que éste hace a un fraile misionero que anda por
186 cosMÓPOLis—1-1921

allí siguiendo las huellas de San Francisco Solano; pero al


terminar el acto queda, por un hábil recurso teatral, un in-
terrogante—¿quién es el amante de Rosa?—, interrogante
que aguza el interés del público y que ha de mantenerse
diestramepte hasta el final.
En el segundo acto el espectador asiste a las escenas en
que Juan descubre la traición en su hogar—descubrimiento
en el cual ha tenido parte la india bruja, la que ha querido
vengarse de Rosa, que la despide de su casa sin darle limos-
nas—y en que el propio Juan quiere hacerse justicia, la jus-
ticia de su propia mano. Es de hacer notar la circunstancia
de que Juan infiere una atroz injuria a Rosa, inculpando a
herencia de la madre su propensión al delito conyugal, inju-
ria a la cual responde Rosa gritándole a su marido que es su
propio hijo Bernardo, el amante que comparte el lecho, con
lo que el dolor y la exasperación de Juan se hacen más in-
tensos. Estos hechos, que resultan de extremada violencia
—en gran parte, por la interpretación del primer actor—
ofrecen luego un alivio a los circunstantes, porque al final
del acto el misionero, que ha sido llamado a tiempo por una
adicta mestiza que sirve a Rosa, dice, apareciendo en la
puerta de la cabana, mientras la tormenta ruge entre los
árboles, que sólo Dios es juez de las acciones del hombre,
impidiendo de este modo que Juan descargue allí mismo
su cólera.
En el tercer acto se aclara la trama de la obra. Miguel
es el amante de Rosa, y Bernardo, es, por lo tanto, inocen-
te. Pero no termina la obra en un desenlace feliz, sino, por
el contrario, dejando al protagonista—a ese Juan que, con
el fruto de su trabajo iba ya a restituir lo robado y a dejar
el bosque para volver con los suyos a la ciudad—en una
situación profundamente desgraciada, porque mata a su
hijo en el momento en que debe convencerse de su ino-
cencia, y dejando, por lo mismo, en el espíritu del espec-
tador, la inmensa piedad que la catástrofe trágica produce.
Hay, pues, en la obra, múltiples elementos para mover
a un auditorio atento, y si éste no recorre toda la gama de
CRÓNICA AMERICANA 187

ias 'emociones, porque no empieza en gradación' desde lo


sutilmente romántico, es porque desde el principio experi-
menta la sacudida que produce el choque de grandes pa-
siones de la vida.
Los comentarios entre el público, a veces animados, *
prouaban bien el interés suscitado por la obra, recono-
ciéndose unánimemente en el autor condiciones sobresa-
lientes para abordar el drama.
La interpretación de los artistas fué, en general, satis-
factoria. La señorita Berta Singerman, que también hacía
su estreno como actriz, si bien conocida ya ventajosamen-
te en el género de recitado, recibió muestras de aproba-
ción; posee voz llena, clara dicción sin ser perfecta, y
temperamento de artista; fáltale sólo afinar su personalidad
en el teatro para ocupar con brillo sobresaliente los prime-
ros planos. El actor José Vico, no obstante su experiencia
de la escena, necesita también adquirir más flexibilidad
para representar en la escena esos tipos del drama ameri-
cano, y llegará, no hay duda, a ser un intérprete muy apre-
ciable.

UNA FUTURA POBLACIÓN ARGENTINA

La predicción de Roosevelt.

Roosevelt, en la descripción de su viaje a la Argentina,


escrita en un magazine norteamericano, dijo que Nahuel
Huapí era la región más^bella del mundo y el asiento de
Una,ciudad laboriosa próxima a aparecer sobre sus orillas.
La intuición poderosa del estadista ya empieza a realizarse
con empuje y al estilo de lo que sucede en Estados Uni-
<los, cuando en una región rica se proponen condensar una
población de gente enérgica, de vistas largas y de trabajo.
Las descripciones de esos parajes encantados siguen
188 COSMÓPOI.IS—1-'921

siendo todavía las de los últimos exploradores de hace


veinte años, que, naturalmente, no concebían sino el pai-
saje agreste y virgen de la obra humana, lo que, si es muy
bueno para los poetas sentimentales y para los pocos tu-
ristas atrevidos que no exigen confort, es una remora efi-
caz para que no canalice hasta allá el turismo general y la
•acción del capital en esas regiones ricas y de paisajes que
nunca alterará la obra humana.
Figuran siempre en los clisés, que acompañan descrip-
ciones, al Nahuel Huapi solitario que batía las rocas en sus
orillas y no lamía mansamente los cimientos de algún cha-
let y no reflejaba los palos a pique de un muelle. Quere-
mos mantener ['demasiado la tradición de la virginidad de
esal selvas y de esas orillas que ya no son desiertas y don-
de i';el trabajo humano ha empezado a fijar las líneas llenas
de vida de las orillas de los lagos suizos y de la corte
d'Azur.
Hoy tratamos de romper ese convencionalismo nocivo
al progreso inmediato, dejando de lado los viejos clisés de
rlosotros, los viejos exploradores, que son ya cosas pasa-
das y de archivo. Presentamos algunos puntos de la costa
cerca de Bariloche, donde la actividad de un < pioneer» don
Primo Capraro, ha transformado en astilleros la costa de-
sierta; allí están los muelles y el aserradero que trabajan
madera para la ciudad que se levanta y cortan las vigas
de los pueates necesarios al camino, que se prolonga hasta
la Colonia i6 de Octubre, en el Chubut. Ya los carros de
tracción o sangre empiezan a ser reemplazados por los
catniones y pronto, por esas arterias de balastro natural y
que sólo necesitaban los puentes para cruzar arroyos y
ríos, los turistas podrán ir a admirar las bellezas abismales
de las angosturas del río Ptaleufú, atrás de la Colonia i6
de Octubre, donde los galenses brindan, desde hace años, a
los escasos viajeros, té, miel, pan y manteca deliciosos
como en Wales, como en los valles de Escocia, como en
los dulces declives de pastoreo en la Suiza amada por los
turistas.
' CRÓNICA AMERICANA 189

Ya es el tiempo de visitar detenidamente y quedarse se-


manas a la orilla del Nahuel Huapí, hasta que los numero
sos y pintorescos hotelitos no sean sustituidos en muy po-
cos años por esos grandes caserones-hoteles que tan anti-
páticos eran a Tartarín, el que, en su famoso viaje a Suiza,
los individualizaba con el despreciativo nombre de «trucs
de la Compagnie». Un pueblo nuevo, con el actual confort
de la limpieza y de la higiene, con el aire balsámico de 700
metros de elevación, no apestado aún por los sanatorios,
que irán más tarde, pierece ser elegido como estación ve-
raniega, mientras que el Banco de la Nación se prepara a
gastar medio millón de pesos para su Sucursal, el Gobierno
va a levantar un gran Colegio nacional, el Consejo de Edu-
cación la escuela Perito Moreno, para 500 niños, y un par-
ticular la usina de luz eléctrica, ya próxima a inaugurarse.
Este pueblo de Bariloche tiene ya hospital, establecimien-
tos de piscicultura, escuelas, autoridades y Consulados; todo
lo que dice la importancia que se le da a ese emporio de la
vida patagónica y de montaña, donde por el momento hay
un núcleo de más de 2.500 habitantes establecidos, y don-
de un acaudalado señor de Buenos Aires ha ya levantado
un chalet por un valor de más de 100.000 pesos, y donde
I-iensa instalarse en el verano próximo.
Los trigos de esa región, cosechados por algunos colo-
nizadores, y sobre todo por el Sr. Capraro, han recibido
premio en las Exposiciones, y las muestran se conservan
en el Museo Agrícola de la Sociedad Rural. Pronto la Pa-
tagonia no se abastecerá de cereal en Buenos Aires, sino
que vivirá de la cosecha de Nahuel Huapí, cuando estén
terminados los 170 kilómetros que faltan a la línea de 450
ya construidoá. Llegará entonces a Buenos Aires la made-
ra de la cordillera en competencia con las similares que
vienen del Canadá y de Noruega y del Brasil.
La ciudad futura está en camino de realizarse en tiem-
pos cercanos, como lo aseguró con su intuición Roosevelt,
el de la buena vista.
CLEMENTE ONELLI
Las consecuencias económicas de la ^a^.-^Traducida al es
pañol por D. Juan Uña, y editada por «Calpe», acaba de pu-
blicarse esta obra importantísima del profesor de la Uni-
versidad de Cambridge, John Maynard Keines.
El autor fué representante del Tesoro Británico en la
Conferencia de la Paz y en el Consejo Supremo económico,
y abandonó estos cargos cuando vio la imposibilidad de ob-
tener una modificación substancial en los términos del Tra-
tado de Paz
De oposición al Tratado es, por lo tanto, esta obra, don-
de se estudia científicamente el problema económico crea-
do por la gueira. «Las grandes privaciones y los grandes
peligros—dice el autor—son ya inevitables. Todo lo que
podemos hacer es volver a dirigir las tendencias económi-
cas fundamentales que presiden los acontecimientos del
momento para que promuevan el resurgimiento de la pros-
peridad y dei orden.»
Propone, pues, a los que como él creen, que la paz de
Versalles no puede durar, la revisión del Tratado, el arre-
glo de las cuentas interaliadas, un empréstito internacional
y reforma de la circulación monetaria y el establecimiento
de relaciones entre la Europa central y Rusia.
Dada la enorme autoridad del autor, esta obra ha pro-
ducido en los centros políticos europeos impresión extraor-
dinaria.
La Empresa «Calpe» ha publicado esta obra en un volu_-
minoso tomo de 264 páginas en 4.°, pulcramente impreso,
BIBLIOGRAFÍA V.n

y se halla de venta en todas las librerías de España y Amé-


rica, al precio de lo pesetas.

El reloj del amor y de la muerte, por Emilio Carrere.—


Editorial «Mundo Latino».—Madrid.
El tomo XI de las «Obras completas» del gran poeta Ca-
rrere la constituyen cinco primorosas novelas que llevan
por título el del epígrafe del libro y El hijo de nadie, Una
aventura de amor, Un hombre terrible y El embrujamiento de
Pablo Reinal.
Carrere, que si como poeta es galano y delicadísimo,
como prosista no es menos admirable, sus prosas poáeen,
sobre todo, el encanto de la amenidad.
Precio del ejemplar: 3,50 en todas las librerías.

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En este admirable volumen, que lleva el subtítulo de
«Hombres y superhombres», ha reunido el genial Gómez
Carrillo una colección de trabajos interesantísimos, entre
los que se destacan ios titulados «-El último Kaiser», «Una
visita al generalísimo Joffre», «El defensor de París» y las
siluetas literarias de Maeterlinck, Anatole France, Moreas y
Verlaine.
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ven a leerse, obtendrán el éxito que merece, y que ha de
ser el mismo alcanzado por los anteriores volúmenes de
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S e p u e d e suscribir por la colección completa: 2 6 volúmenes,


a razón d e 4 pesetas volumen. .Se publica uno al mes.
Los t o m o s sueltos, a 4 pesetas en todas las librerías.

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II.—Jerusalén. nicas.
III.—La Vida Errante. XV.—La Grecia Eterna.
IV. Vistas de Europa. XVI.—En Plena Bohemia («Trein-
V.—Tres Novelas Inmorales (l). ta años de mi Vida»).
VI.'—El Primer Libro de las Cróni- XVII.— Campos de Batalla.
cas (2). XVIII. —Tercer Libro de las Crónicas.
VII.—Japón Heroico y Galante. XIX.—El Encanto de Buenos Aires.
VIII.—Flores de Penitencia. XX. -Cuarto Libro de las Crónicas.
IX.—Literaturas Exóticas. XXI.—En las Trincheras.
x.--ElDespertar del Alma («Trein- XXII.—Quinto Libro de las Crónicas.
ta años de mi Vida»). XXIII.—En el Corazón de la Tragedia.
XI.—Primeros Estudios Cosmopo- XXIV.—La Gesta de la Legión.
litas (3). XXV.—La Miseria de Madrid («Trein-
XII. —Pierrot y la Moda, ta años de mi Vida»).
xiii.—La Sonrisa de la Esfinge. XXVI. —Tierras mártires.

(i) En ciertos casos el autor ha reunido dos o más tomos sueltos en un


solo volumen de sus obras completas.
(2) Los eatudios repartidos en libros como el «Alma encantadora de
París», «Cultos Profanos», «Vanidad de Vanidades», «Cómo se pasa la
vida», «Las Sibilas de París», etc., se hallan reunidos en los 5 tomos de
«Crónicas».
(3) Notas preliminares explican, cuando es necesario, el cambio de tí-
tulos de ciertas obras.

En suma, todas las obras d e Gómez Carrillo, ordenadas y co-


rregidas p o r él mismo, se hallan en estos 26 volúmenes.

I m p . de G, Hernámlez y Galo Sáez. Mesón de P a ñ o s , 8. TeléfoDO Ig67-M.—MADRID

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