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LA HUELGA DE LAS BANANERAS

Nos referimos a este hecho trascendental, por considerar que es el ejercicio del
Derecho de Huelga y Organización, el instrumento idóneo para que los
trabajadores puedan concretizar sus propósitos reivindicativos.
Las huelgas ocurridas en la zona dedicada al cultivo de banano en el
Departamento del Magdalena, en noviembre y diciembre de 1.928 significó el
acontecimiento social y político que sacudió a los colombianos de la época y que
trajo hondas repercusiones sociales, al marcar una pauta histórica en la lucha de
los obreros agrarios.
La United Fruit Company, constituía para entonces un poderoso monopolio del
banano, de capital netamente extranjero, que ya había tenido serios
inconvenientes en otros países de América Latina, cuyas operaciones se iniciaron
en Colombia a finales del siglo XIX, pero que después de varias fusiones había
quedado como señora y dueña del cultivo de la fruta, al operar en una vasta
región del Departamento del Magdalena, entonces conocida
como “Zona Bananera”.

La United Fruit Company constituía casi que una república independiente por
cuanto que poseía su propio ferrocarril, telégrafo, dispensarios médicos y cadena
de tiendas de menudeo, en fin, una variada infraestructura de todo orden, lo cual
le permitía ejercer un control casi completo sobre los productores nacionales,
pagar bajos precios por el producto, y mantener a raya las ventas de los
comerciantes locales.
Muy rápidamente crecieron sus negocios de exportación mientras mantenían un
régimen humillante que redujo a precarias condiciones a los casi 25.000
obreros que trabajaban en las plantaciones. A pesar de las muchas quejas
elevadas ante el Gobierno Nacional, producto de los abusos cometidos, éste
permanecía impávido, aunque el conocimiento de la situación por parte de algunos
Congresistas, comenzaba a inquietar a la clase dirigente.

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Este conflicto obrero-patronal era de vieja data; después de la huelga de 1.918
adelantada por los trabajadores del ferrocarril de la Compañía, los obreros
bananeros presentaron una serie de peticiones absolutamente razonables, que
fueron recibidas de mal gusto y diluida su respuesta en el tiempo, alegando que
había sido elevada una consulta sobre el tema a la casa matriz en Boston y aún
no habían obtenido respuesta.
Los irrisorios salarios y la costumbre de la Compañía de pagar parte de los
mismos con cupones para adquirir mercancías en sus propias tiendas, mantenía
alterado el ánimo laboral, por eso cuando en 1.928, diez años después de
formulada la primera petición, los trabajadores se exaltaron y no aceptaron la
respuesta dada, pues era la misma receta que habían recibido con anterioridad.

La huelga, fue debidamente planeada y organizada con anticipación. Aunque la


dirección y orientación estuvo en manos del dirigente obrero, Raúl Eduardo
Mahecha, secundado por María Cano e Ignacio Torres Giraldo, todos ellos activos
miembros del Partido Socialista Revolucionario, también gozaron del concurso de
algunos sindicalistas españoles.

Frente a la negación de la compañía a negociar el pliego de peticiones aprobado


por la plenaria de delegados el 6 de octubre de 1.928, la Unión Sindical de
Trabajadores del Magdalena, que agrupaba a los obreros bananeros, decide el 11
de noviembre declarar la huelga general en la Zona. Dos días después, miles de
obreros, en número aproximado de 30.000 según lo reseñaron los periódicos de la
época, se lanzaron a una huelga feroz contra la Multinacional de la fruta y los
productores nacionales.

Aunque el pliego contenía nueve peticiones principales, las de mayor importancia,


casi seguían siendo las mismas de 1.918: aumento de salarios, contratos
colectivos directos (eliminación de contratistas), supresión del pago con
cupones y eliminación del almacén de la Compañía. Por último el
reconocimiento del Sindicato. Sobra decir que los representantes de la empresa
se mantuvieron en negativa a considerar las peticiones; y los representantes del
Gobierno les hicieron el juego, alegando que el nivel de los salarios estaba
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determinado por la oferta y la demanda y por ende no estaban sujetos a
negociaciones.
A finales de noviembre las Fuerzas Militares enviadas desde el interior para
controlar la huelga, al mando del ministro de guerra, a pesar de que los
huelguistas estaban acatando la legislación vigente sobre el tema, éstas
decidieron apresar a más de 400 de ellos y al Inspector Regional del Trabajo que
había declarado justo y procedente la realización del paro.
Los manifestantes se alteraron aún más, cuando conocieron que el Ejército y el
Gobierno habían dado protección a los trabajadores que no apoyaban la huelga, y
que querían quebrar la misma, y estaban ayudando a cargar fruta en los trenes de
la compañía. Estos comenzaron a usar tácticas violentas para mantener la
efectividad del cese; la empresa percibiendo que el Gobierno y el Ejército estaban
de su parte, decidió el 4 de diciembre reiniciar las labores, reanudando el corte de
la fruta.
Luego que algunos trabajadores lograron desarmar una patrulla del Ejército, los
líderes de la huelga decidieron convocar una reunión de todos los participantes
para el 6 de diciembre con el objeto de pedirle al Gobernador que interviniera en el
conflicto como árbitro. Por estos días la huelga había causado desazón en el
ánimo de los trabajadores y se encontraban en situación desesperada; para
presionar el conflicto decidieron bloquear las líneas férreas, sentando a mujeres y
niños en los rieles para impedir el paso de los trenes cargados, en dirección al
Puerto.

El 5 de diciembre el General a cargo de la región, ordenó a 300 de sus hombres


abandonar la Plaza de Ciénaga por razones de seguridad, ya que ésta había sido
tomada por los huelguistas; esa noche el General recibe un telegrama donde le
informan que el Gobierno Nacional había decretado el Estado de Sitio. Procede
entonces a ordenar a la Fuerza Pública que con las prevenciones legales, den
estricto cumplimiento al decreto referido, disparando sobre la multitud si fuera el
caso.
A la 1:30 de la tarde del 6 de diciembre un pelotón del Ejército entró en la Plaza,
un oficial leyó la declaración del Estado de Sitio y se le dieron cinco minutos a la

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multitud para que se dispersara. La ruidosa multitud, parte de la cual no alcanzó a
oír la lectura del decreto, como era de esperar, no se movió. Después de que pasó
el tiempo concedido, el General Cortés Vargas ordenó a sus tropas disparar contra
la multitud y según su propia versión “13 personas indefensas y pacíficas murieron
y 19 quedaron heridas”, después de esto obviamente comenzó el reino del terror.
Los manifestantes asaltaron el comercio, quemaron y saquearon el almacén de la
Compañía y otras edificaciones fueron quemados y se intentó aún incinerar vivos
a los empleados norteamericanos y colombianos que estaban resistiendo en la
única casa que quedaba, al tiempo llegó el Ejercito y en el enfrentamiento
subsiguiente fallecieron 29 trabajadores más, incluyendo a Erasmo Coronel,
connotado líder, quien había sido el negociaciones de los días precedentes.
El General, a consecuencia de estos acontecimientos, en comunicado oficial
afirmó que los huelguistas eran una banda de malhechores y los persiguió como a
ladrones comunes. No ha sido fácil establecer el número real de víctimas de
aquella trágica tarde, producto de la ignominia padecida por los trabajadores
durante tantos años y de la irresponsable y extrema intolerancia con que actuó el
General de la región, talvez indebidamente presionado por sus superiores y el
Gobierno Nacional.

El Diario El Espectador en su edición del 13 de diciembre de 1.928, en un cálculo


que nos parece serio, registraron las cifras de 100 muertos y 232 heridos. Aún así,
fueron encarcelados 54 participantes en la huelga, juzgados en Consejos de
Guerra verbales, de los cuales 31 fueron condenados a prisión. El trabajador
Alberto Castrillón, orientador de la revuelta, recibió 24 años y otros fueron
sentenciados a penas de 5 años o más.
Creemos haber narrado de la forma más objetiva posible, el desarrollo de uno de
los hechos más tristes de la historia de las luchas reivindicativas en Colombia.
Además porque no existió consenso sobre la realidad de lo acontecido, pues las
descripciones que han efectuado participantes directos o indirectos de los hechos,
varían significativamente, según la concepción ideológica y la tendencia política
del autor.
Pero, dediquemos unas líneas adicionales a reseñar y evaluar las consecuencias

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de este funesto hecho. Sin duda, la violencia extrema utilizada y los acelerados
procedimientos legales, por cuanto que se amparaban en la declaración del
Estado de Sitio de la víspera, usados para condenar a los líderes de la huelga,
minaron seriamente el prestigio del régimen conservador, lo cual sin duda aceleró
el final de la llamada hegemonía conservadora.
Durante todo el año de 1.929 trabajadores vinculados al partido comunista
organizaron levantamientos y desordenes principalmente en los Departamentos de
Santander, Tolima y Valle, lo que llevó al Gobierno a ordenar detenciones en
masa de activistas comunistas y miembros de otros grupos de izquierda.

El joven tribuno del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán Ayala rápidamente captó
la algidez de la situación y quiso canalizar a su favor, el descontento y la
beligerancia resultante. Pocos meses después hizo presencia en el lugar de los
hechos en su condición de Representante a la Cámara, investigó el
comportamiento del Ejército, sostuvo diálogos masivos y manifestó ante las
multitudes, su profundo descontento.

De regreso a Bogotá, preparó un debate espectacular contra el Gobierno, que ha


sido considerado como uno de los más brillantes de la historia parlamentaria
colombiana, puesto que debilitó seriamente al Partido Conservador. La gran
aceptación que produjo esta intervención en las clases sociales golpeadas,
conmovió a Gaitán hasta convertirse en su vocero y soporte de los intentos por
organizarse.
Por otra parte, la errática forma como el Gobierno del en tones manejó la huelga
contra La United Fruit Company, fue el inicio de su ocaso. El coletazo de la gran
depresión económica, obligó al Gobierno a disminuir el salario de sus empleados y
efectuar algunos despidos, lo cual obviamente complicó el panorama.
Y como para rematar, el Partido Conservador, luego de cuarenta y cinco años en
el poder, se presentó dividido a las elecciones presidenciales de 1.930 el
Conservatismo pierde las elecciones con un Liberalismo expectante, renovado,
dinámico y sobretodo con unas inmensas ansias reformistas. Comenzaría lo que
sin temor a equivocarnos, pudiéramos llamar: La época dorada del Sindicalismo
Colombiano.
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